RECONSTITUCIÓN DE LA CIUDAD

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RECONSTITUCIÓN DE LA CIUDAD HUERTO COSMOPOLITA 2020

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RECONSTITUCIÓN DE LA CIUDADHUERTO COSMOPOLITA 2020

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3. Caminos bitextuales a la ciudad: Carmen Avendaño

4. Diario de viaje: Claudio Silva Rey

5. Eucaristía: Marcelo Neira Collantes

6. Diario de encierro: Mayker Dales

8. Los días ya no empiezan con el amanecer:Gabriel Trujillo Nahuelpan

9. Nuestro artículo primero: Claudio Silva Rey

10. fierros: Diego Armijo Otárola

11. Peneario: Mayker Dales

12. La marea inagotable : Héctor Fernando

15. Esa cosa invisible: Marcelo Neira Collantes

16. Encuentro: Karina Mejía

17. Juglar: Carola Jamett

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La presente colección o hashbook #reconstituciondelaciudad es una mues-tra del cultivo en el taller Huerto Cosmopolita coordinado en Viña del Mar, primero, y a partir de la pandemia vía Skype, con participantes de Valpa-raíso. En el Huerto Cosmopolita la fuerza recorre la flor desde el tallo por la bitextualidad, transitando de la prosa a la poesía. ¿Qué nece(si)dad de prescindir de una u otra? ¿Cómo tratarlas de la misma forma?

Esta muestra digital: dedos que se estiran en la cuarentena tocando oídos entre caceroleos y cacaeros, sirenas y cantos de gallo. Recoge escritos que ayudan a reconstituir la ciudad, sea desde el viaje o sea desde el encierro, por el camino del relato, del poema o ambas formas alternadas como en el libro de viaje del poeta japonés Matsuo Basho (1644 -1694), traducido como Sendas hacia tierras hondas por Antonio Cabezas -versión pirata en préstamo de Héctor Fernando- o Caminos secundarios hacia pue-blos lejanos, por Eric Schierloh en su editorial argentina Barba de Abejas.

Siguiendo las huellas de Basho por las salitreras con el juglar maipusino Claudio Silva; nos detenemos en la reconstrucción en primera persona de una noticia real de la pandemia por el audiovisualista porteño Marcelo Neira Collantes; compartimos el encierro de Mayker Dales, zorro viajero venezo-lano y anfritrión de hostales porteños.

En este punto los caminos bifurcan y el osornino-porteño Gabriel Trujillo Nahuelpan sale por el poema de su casa al estallido del silencio. Vuelve Claudio Silva con su propuesta de artículos para la nueva constitución en décimas. Sigue Diego Armijo quien desde Glorias Navales ofrece su postu-ra-escritura en “fierros” acerca del linaje rápido y furioso masculino.

Reaparece Mayker Dales con un interludio, una probada de su libro de arte Peneario. Sigue por la narrativa Héctor Fernando con su necesaria cuota de agua a la ciudad, portadora de la memoria. Del mar naturalmente pasamos al amor, de vuelta a Marcelo Neira Collantes. Del amor a las puertas del café bar donde Karina Mejía -originaria de Ecuador- narra un reencuentro. Cierra el recorrido Carola Jamett, porteña, tras los pasos fugaces de un juglar por la facultad de Derecho.

Carmen Avendaño (Santiago, 1976) dirige Ediciones Moneda y coordina el taller Huerto Cosmopolita desde Viña del Mar.

CAMINOS BITEXTUALES A LA CIUDAD

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DIARIO DE VIAJE

El año 13 visité las oficinas salitreras. Poblaciones de ocasión condenadas a vivir en permanencia lo que fue un origen utilitario. Fundadas en intereses lejanos, forzadas al encierro árido de la necesidad de los buscavida. Con su sudor se regó la arena para repartir flores a los muertos de afuera.

la flor sin aguadel reloj sin arenariega sus muertos

Claudio Silva Rey, cantor de música criolla dedicado al estudio de la poesía popular chilena.

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EUCARISTÍA

Mientras las niñitas juguetean en el living, yo preparo el almuerzo. Hoy será una cazuela sin mucho arroz. Es horrible, es horrible, te-ner que hacer cuarentena día a día como si nada estuviese pasan-do. Encerradas yo y mis hijas pequeñas de 6 y 8 años en una casa que apenas tiene espacio para una. No me gusta que jugueteen allí, pero es que no tengo otra alternativa. De vez en cuando les echo un ojo desde la cocina, para ver que no se acerquen demasi-ado, pues me da escalofríos. Aunque al fin y al cabo no nos queda otra que almorzar al lado de ella. Al apagar la olla, pongo la mesa y me persigno, las niñitas se me quedan mirando.

—Ya, a lavarse las manos que está servido.—Pero mamá tengo miedo.—Bueno, tranquila lo haremos como ayer, ustedes dos allá y yo en la cabecera.

Para evitar que permanezca el silencio enciendo el televisor, lo pongo bajito porque continúan hablando de lo mismo, y quiero que nada se perpetúe. Entonces nos sentamos, y tras la oración, se me hace imposible no ver el espacio que deja el mantel para los otros tres; nuestra hija mayor, quien se salvó por vivir con su po-lolo, y mi marido, que por estar internado de Covid en el hospital aún no sabe que su madre ha muerto.

Caldo amargohe de derramar salsobre velorios

Ya van dos días, desayunando, almorzando, e incluso tomando la once frente a su ataúd. Lloro en la pieza cuando sé que se han dormido, la situación me desborda. Ellas preguntan por su padre, y por lo poco que he sabido está estable. Mis vecinas me ayudan para no pasar hamb-re; tocan el timbre, dejan la bolsa y se van. ¿Pero quién me ayuda a pagar los tramites? Aquí no hay internet, y no puedo salir.

Corran meninasEl timbre es recreoen los domingos.

Marcelo Neira Collantes (Valparaíso, Chile 1996): Comunicador Audiovisual vinculado a ONG’S como el instituto de Rehabi-litación Teletón, centro que lo acogió durante 22 años, y la organización internacional Nueva Acrópolis, donde es parte del voluntariado filosófico. Colaborador durante el 2019 del taller de restauración audiovisual de DUOC, con investigadores como Jaime Córdova y la restauradora cinematográfica Carmen Brito.

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17 de junio, 2020, la despedida

Desde que te fuiste siento correr las perlas de cristal sobre mi almohada, inundando todo el cubo. Puedo abrir puertas y ventanas para que fluya sobre la escalera. Pero el día está melancólico y esta pandemia viene de gris. No he recibido ninguna visita en el cubo. Estar solo me hace re-flexionar en lavarme las manos a cada instante, tomar té con jengibre para mantenerme caliente.

Abatido en mi cama observo sobre la mesa que tengo un chocolate para alegrarme la vida. La despedida de mi mana “Alena” me ha sentado muy mal. Estuve con ella hasta las cuatro y media de la madrugada tomando un vino y recordando viejos momentos para no perder la costumbre. El tiem-po se fue entre anécdotas, risas. Llo-ramos juntos, comimos, nos conge-lamos, retratamos este instante para recordarlo siempre. Ella debía partir en dos horas a Santiago, luego a Francia. Otra vez te fuiste de mi lado…

Pedir deseos ella lo cumplirá

la perla sabe

6 de julio del 2020, soledad

Amanece soleado y dentro del cubo la nevada porteña ha cubierto mi espacio. No tengo motivo para salir ni menos sacar mis manos de los bolsillos. Me toca repetir una y otra vez la misma rutina desde que inició la cuarentena. Existen palabras que retumban en las paredes mientras una mesa tambaleante deja caer un vaso de leche.

Ella apareció sin ser invitada, de la nada, como una mariposa busca a una flor, se sienta a mi lado, pegada como ventosa. Cazuela presiente su ausencia tan latente que no le da im-portancia y descansa en mi regazo. Me mira haciéndome gestos, mien-tras me distraigo con pensamientos del pasado.

Las casas solasles llueve dentro palabras rotas

DIARIO DE UN ENCIERRO

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23 de junio 2020, retrato

Reconozco láminas ondulantes que recubren las casas de esta ciudad, tan dura y frágil como el borde de un cristal. Reflejan un sentimiento único, un país, recuerdos dolorosos de quienes han sido despojados de pueblos, para saciar la sed de poder de otros.

Hay un puerto que no se cansa, sus maquinarias pesadas parecen gran-des tentáculos como si trataran de extirpar un dolor. Desde un balcón visualizo un caserío brillante como perla fija al collar de una dama. Saludo al Don que hace limpieza en el pasaje, le pregunto si ha comido, si se

siente bien, son gestos de humanidad. Un pueblo que trabaja a diario merece llevar a su mesa una marraqueta y paltas para tener responsabilidad ante su familia.

Quienes fueron los héroes, esos de rostros pálidos y acabados, aún siguen de pie y sobre-viven con mínima pensión. Ellos trabajaron duro por este país, pero la angustia hoy los carcome. Pobre de nosotros, esta pandemia ha venido a cambiarnos la vida de todos.

Al final están los del éxodo de pieles teñidas como hojas de otoño y los de rostro cabizbajo como las pinturas de fachadas antiguas. Des-de mi punto de vista como emigrante veo unos cuantos paisanos llegar a este país dejando todo ese dolor atrás para lograr florecer en tierras lejanas.

Mayker Dales (1982) - nació en Ciudad Ojeda, en la costa oriental del lago de Maracaibo, Venezuela, zona petrolera. Es Licenciado en Artes Plásticas - mención pintura, egresado de la Universidad del Zulia donde formó el colectivo Rabipelado Arte Erótico orientado a la performance, recitales y exposiciones. Su portafo-lio se compone de un centenar de obras expuestas a nivel local e internacional en las que se destaca el ero-tismo en lo temático y el reciclaje en lo técnico. Fu-siona lo literario y lo visual en libros de artista y otros objetos. En 2018 emprendió un viaje por tierra que lo condujo a Valparaíso, reflejado en El zorro viajero, un proyecto de intervención urbana cuyo rastro se puede seguir en la cuenta de instagram @zorro_viajero. En Valparaíso ha expuesto en los hostales Casa Volante y Acuarela Hostal.

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Despierto.La habitación sostiene la camame siento al borde los pies descalzos el parquet fríolo primero los pantalones gastadoslas telas que se rompenel frío que se cuelael mar que busca la piedra.El café hierveel contenido se acaba en sorbos que anuncian el movimiento, voy al baño el espejo los dientes la cara, voy a la puertamanija llave y pestillo.En la calle no hay micros, bajo el cerro, escucho gritos aplausos disparosllego a la plaza, no hay nadieel silenciolámina de aceite en el suelohunde mis pasos detenidos.Grito.Las palabras no alcanzanlas distancias sirvenpero apenasel tiempo pasa

LOS DÍAS YA NO EMPIEZAN CON EL AMANECER

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pero apenasen el recorrido hacia abajounos cuerpos se acercanme dicen:No bajesgritan:El fuego se alimenta de nosotrosinsisten:Perdemos extremidadesrepiten:El silencio es la madrede toda vida. de toda vida.

Gabriel Trujillo Nahuelpan Nace en Osorno en el año 1990. Ingeniero desde 2017, mismo año en el que participa del Taller de Poesía de La Sebastiana. En el año 2019 participa del taller literario Cosmopolita guiado por Carmen Avendaño. Trabaja en actividades afines a su profesión. Vive actualmente en Valparaíso.

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La base institucional:Si en todo somos igualQue no mande don dinero

Reunida la asambleaSe diluyera la razaCon espíritu que arrasaContra todo quien no veaQue el de al frente un otro seaReflejándose sinceroDiremos con mucho esmero:-La diferencia conecta-Fuente de rima perfectaNuestro artículo primero

Quien con otrx domiciliay el hogar así transformaExcede en sér a la normaQue el derecho no concilia¿Quieren poner la familia de núcleo fundamental?Infinito adjetivalque reviente en el papelsin designar nivelLa base institucional

Como artículo segundo Definamos al podery como se puede perderPor creerle al dueño del fundoQue predica tan rotundoLo moral y lo legalMas si falla su arsenalSe le olvida lo cristianoSólo hay poder soberanoSi en todo somos igual

Como artículo pre-escrito:Que el pueblo se de su nombreEn un eterno trasnombreYendo más allá del gritoSuperando el mero rito de aspirar a verdaderoComo artículo terceroDejo la luz en la vía Pues firme avanzamos al díaQue no mande don dinero

Vencedores despedimos

Infame y sucia bandera

Encendida en la brasera

Juzgada porque inquirimos

Opulenta en ti sufrimos

$irvientes para el trabajo

Humildes tejen de abajo

Insignia pa mi nación:

La asta de escobillón

Encima una trenza de ajo

Claudio Silva Rey

NUESTRO ARTÍCULO PRIMERO

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Sus manos endurecidas, en el interior palpitante y viscoso del vehículo, propiedad. Esa es la chispa de imagen cuando pienso en mi papá. El aceite, el aserrín y diarios absorbiendo. Herramientas propias confundiéndose con el único objeto que rescató de su padre: una caja de herramientas. Todo lo demás, poco, desapareció entre excusas y chistes de mis tíos y primos. Todos ellos que-riendo un trozo del abuelo, herencia material. De él, mi papá, tiene la conjunción de nombres. Si el padre es Juan Bautista, el hijo Juan Carlos. Enton-ces, la tradición de línea sanguínea hacia el pri-mer hijo indicaba que nieto fuera Juan Algo. Por dictamen materno no fue así; me diferencié. Aquí nace la grieta, que al verlo arreglar desperfec-tos de su auto, mire, niño, desde el interior de la casa, tras visillos, concentrado en dibujar. Ahí que cuando somos los únicos viajantes, conducidos

por él, intente jugar conmigo una activi-dad que con mi hermano menor debe ser conversación natural. Apunta un auto y pregunta el modelo o la marca. No cacho una. El tuerca es mi hermano. Estudió, sin terminar, para mecánico. Trabajó autoex-plotándose para aplicación de transporte. Reparte, hoy, encomiendas conduciendo. Se reitera, al ejemplo, el mensaje paterno que dice aprende a manejar. Silencio el gusto de ser pasajero, no necesitar con-trolar carrocería, que como animal vivo, me devoraría, al ser tan insignificante como jinete, pensar conducirlo. Persiste conmigo como no lo hizo su padre con él. Tuvo que manejar sus propios aprendiza-jes al volante. Mi abuelo, aunque camio-nero, o por eso, nunca quiso entregarle conducción. Borrosa marca familiar es su participación en el paro de camioneros durante la UP. Aún demostrando, fuentes en mano, injerencia gringa, capitales a los patrones, mi papá no cree. O desvía, camino lateral: el abuelo solo maneja-ba. La maniobra negada, entonces, es la grieta entre ambos Juan. Se propagó sí, a otros senderos. Se proyectó estudiar en liceo técnico, donde ya lo hacía mi mamá, polola ahí, lo que significaba repetir un año. Juan Bautista dijo no. Al conocer a Magaly, ya novia, le cerró la reja de su casa, detonando respuesta en ella. Viejo culiao, dijo. Al final del camino no importó. Sin tener 60 años, cáncer. Confundido con las sábanas de su cama, fue cuidado por mis padres. Relataba sus viajes por todo Chile. Decía “ayer fui”, como si su vida se redujera a ese menjunje de viajes todo apretujados en una jornada eterna. Murió iniciando el siglo. En relación a máquinas,

mi abuelo lo que sí enseñó, fue manten-ción y limpieza. Juan Carlos, niño, lavó, lustró y pulió el enorme camión. Creo, sin certeza, me dijo que recibía golpes si olvidaba un fierro que fuera. Hay una genealogía del castigo cuyo rastro em-pieza con Juan Bautista, encerrado en una bodega, colgando de pies, azotado por su padrastro. Juan Carlos, recibiendo correazos a la llegada de su papá de al-gún viaje, el cobro de los males reunidos. El nieto que, recuerdo, una vez no pude levantarme desde una golpiza, en el sue-lo más patadas del padre, hasta que me creyó. Abuelo escapó, al trabajo y las ca-lles de Viña del Mar se familiarizó. Padre voló pronto de casa, nieto escribe. Lo conocí muy chico a mi abuelo, recuerdos de otros tengo. Hay una foto donde floto en entre sus brazos, que incómodos me sostienen. Dicen, fui el primer descen-diente cargado. Detrás, el camión. Tiene el mismo rostro, morenidad, surcos, que mi papá ha ganado con los años. Inquie-tan las equivalencias familiares. Nombres, golpes, aprendizajes desviados. No soy capaz, ahora, hijo mayor, de sostenerlo como fierro inerte. Verme como él, inten-tar marcar hijos con nombre, enseñando y negando, sin entender al que mira tras la ventana mientras realizo la acción que me guía.

fierros

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Diego Armijo Otárola (Viña del Mar, 1994). Es comerciante, profesor y contador. Ha publicado los cuentos reunidos en Glorias Navales (Balmaceda Arte Joven Valparaíso, 2019) y la novela Carcasa (La Calabaza del Diablo, 2020). Escribe perfiles y reportajes, en Plataforma Crítica (Valparaíso). Habita Glorias Navales.

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Albert Durero / 1505 - Shunga / 1770.

Joan Mirò “ Personas perseguidas por un pájaro / 1938”.

El Peneario es una recopilación de todos los artistas, que a lo largo de su trayectoria lograron representar el falo de alguna u otra manera, bien sea estado natural o erecto. El Peneario es un diario sensible para colorear y reconocer el deseo carnal del falo que tanto apasiona a mujeres y hombres. En este diario encontraremos ilustraciones rea-lizadas por el artista Mayker Dales. Que con tanto énfasis ha logrado representar la sensibilidad del dibujo y la pintura homoerótica en la historia del arte y la contemporaneidad.

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i.

Las frías y experimentadas viejas nadan en la poza, custo-diadas por los roqueríos de la playa chica de Quintay, centi-nelas que interceptan y rajan la marea del Pacífico que en este apartado del mundo es como un bucle ininterrumpido para los pescadores del territo-rio; en realidad las rocas y los cochayuyos en las rocas ape-nas desvían el azote del océa-no, que se descarga sobre la arena del Sur de la Humanidad con los últimos regalos de su herencia mitológica, y aquí se esconden las viejas entre las algas oscuras, nadan de roca en roca sin prestar atención a nada que no sea su propósito animal; el estentóreo conurba-no civilizatorio se ahoga en el pliegue de la marea y se hun-de y pierde en las corrientes submarinas, allí en la marea tan helada cazan y descansan las viejas mulatas, centellean como joyas en la poza y la poza es una pausa de mar.

La playa chica también es los bosques de pino que las manos de Adriana Campos Marín y las mujeres y niñas y niños que le acompa-ñaron sembraron como tiernas piñas durante la primavera de 1899, quienes las hincaban en la tierra con la fe puesta en el día en que se transformarían en un frondoso bosque que diera cobijo y frescura, sombra, paz y sosie-go a los exhaustos, a pescadores y lejanos caminantes provenientes de Illapel, Combar-balá, Los Vilos, La Calera, Quintil, el Yeco, Isla Negra, Cartagena, Las Cruces y todos quienes de tanto andar un día se cansaran y acepta-ran que era bueno descansar no sólo en sus ensoñaciones de futuro fulgor, sino en la tierra sembrada de piñas de pinos por las tiernas y curtidas manos de mujeres y niños y niñas que les amaran como merecen ser amados todos quienes viven en el bucle: con esperanza y pasión.

Despunta en el brazo de Orión y viaja al amparo de un rayo antiguo y lejano. El calor se disipa en la exhalación de los pinos y la piel del pescador se refresca con el frusfrus de sus hojas mecidas por el viento. Mira el mar y piensa en todos los peces que ahí nadan. Piensa en los que va a pescar y calcula cuan-tos necesita vender para pagar vivir este mes. Piensa en el pasado familiar y piensa en su presente laboral –qué fastidio- como ramas del mismo árbol o espinas del mismo esquele-to. Piensa en lo que ha hecho que le ha traído hasta aquí, desde los botes de pescar pinta-dos con su mano infantil hasta los aparejos de pesca comprados ayer en Quintil. El aire frio

que corre entre los pinos le trae de vuelta al presente, y lamenta que el sol no sea suficiente para disipar no sólo las nubes sino sus propias obnubilaciones y catas-tros. Como la culpa es de otros hasta que nos damos cuenta exclama al cielo una orden:- ¡SOL, ABRÍGAME MÁS! -

(...)Lejos del mar la civilidad contemporá-nea continúa machacando la vida de hom-bres y mujeres, niños y niñas, ancianos y ancianas. Los que son tecleadores de datos teclean datos en computadores. Los que serán terribles adolescentes perma-necen encerrados en jaulas de clase. Los que serán polvo de tumbas son relegados a asilos de ancianos. El atún fue delfín fue foca fue cualquier otro pez. El atrasado ir y venir corriendo desastre por la ciudad. Ese inconsciente y colectivo deambular de maquinarias enajenadas por calles atibo-rradas de anuncios comerciales los tiene angustiados: Compre pantalón, compre chaqueta, compre celular, compre com-putador, compre lujo, acérquese y venga, reciba esta tarjeta comercial, endéudese hoy, endéudese mañana. Desde el brazo de Orión calor y luz son viajeros apenas percibidos en la ciudad, y Adriana Campos Marín es A.C.M. o concretamente no exis-te.

Los callos de sus pies se aferran con hábi-to a los roquerios después de años maris-

LA MAREA INAGOTABLE

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cando aquí. Deambular con pies silenciosos en medio del murmullo de la mente. Vagas reflexiones a la luz de una estrella evidente durante una época en la que a veces prefiere no concentrarse. O sí, pero sólo en los fotogramas alegres. Mejor pensar en la solución, en definitiva los métodos exceden a los problemas. También sabe o intuye que el resto de lo que sabe lo ha leído en alguna parte o se lo enseñaron su padre o su madre o su abuelo, quizás nadie se lo enseñó y lo sabía desde niño. ¿O lo aprendió en otra experiencia de esta vida?

Es sencillo y tan obvio que no hay misterio religioso: para pescar es necesario mojarse.

Custodiada por las rocas la poza es una charca inofen-siva, aunque no exenta de incertidumbre. La suerte y el destino de la pesca hacen que no baste con la experiencia familiar o la pericia personal de los pesca-dores. Hay mucho que no depende de uno y lo sabe, pero aún así resulta difícil de aceptar. Un traspiés en tu roquerío personal y puedes morir arrastrado por la marea. Introduce la mano en la poza y tantea bus-cando entre las rocas las cuevas de viejas mulatas y pejesapos. Con la mano interrumpe el pliegue que los divide, rompe la tensión superficial que se despliega en el mar como una red interplanetaria, y confunde el nadar de los peces, que desconocen la historia de A.C.M o el viaje que emprende el fotón galáctico o el impacto del desagüe de las ciudades, pero que sí, sí saben sobre pescadores que rompen con la experien-cia de su Humanidad el flujo de la corriente marina – o mental-. Ahí huyen los vielagayos, chocando entre sí ante la estridencia de los intrusos. Se interrumpe el flujo marino, se contradicen los propósitos universa-les, chocan los peces de roca entre las rocas, se triza la poza, basta hombre basta, deja de hacer eso, es

suficiente, ha sido demasiado, es absurdo, es peligroso, detente.

El pescador se detiene sorprendido, comprendiendo de pronto la fra-gilidad del equilibrio. Exclama y se desprende de las rocas y cae a la marea mientras la mochila vacía de pescados con sus miles de pesos imaginarios se hunde. Chapotea con los vielagayos en la poza, rodeado por las tinieblas chapotea con el pez en el agua que es un reflejo borroso de su propia sombra. Resuena el eco de sus manos rasgando las sábanas que los dividía como el clap clap clap clap de una campana, extendiéndo-se la vibración como una onda en la corriente submarina que resuena en el fondo de su mente hasta que el escritor deje describirnos, ósea perdón, hasta que el escritor deje de escri-birlo.(…)Hasta ahora 1987 tiene algunos días de sabor agradable a pesar de la peste lacrimógena que dejan las protestas en contra de la dicta-dura. El rio arrastra sangre como arrastró sangres siglos atrás. Pe-dro de Valdivia, conquistador español, recorrió desde el Loa hasta el Maipo asesinando indígenas y violando mujeres para instalarse como gobernador de un país que sólo existía en su imaginación, no así todas las mujeres violadas y asesinadas, todas una sola mujer real a lo largo de la Historia, asume el pescador arrojando las tripas y cabezas de los pescados Mapocho abajo.

Arrastran sus pies, el camino es largo y fatigoso y sólo durante al-gunos tramos son transportados en carreta o a grupa de burro. La

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cuesta de Lo Barriga finalmente ha quedado atrás, es el abrazo de cerros que queda a sus espaldas a medida que caminan rumbo ha-cia Quintay, pequeña playa donde viven y tienen terrenos los padres jesuitas, le cuenta su madre bajo cálidas nubes otoñales. Ahora nosotros nos vamos a ir a vivir allí. Aprieta su manito a la suya mucho más grande y curtida, y juntos caminan el tierral de que une Santiago con el puerto de Valparaíso. Es casi el nuevo siglo, la Conquista es la República, y entre sus manos cargan algunos problemas que esperan resolver.Una burbuja viscosa emerge de su nariz en 1999. Convaleciente, yace postrado en el cuarto piso, sala 410 del hospital Van Buren. Su nariz se-creta un pus amarillento y gelatinoso y esta tarde, como las anteriores, nadie le visita. Los dedos de su mano izquierda conservan el mal aspec-to. Bajo un reloj de pared a las 16:15 sus dedos inflamados lucen tristes y verdes entre las costuras, y su rostro es una masa morada como carne de ballena. La camilla donde reposa es de hierro y chilla cuando se mue-ve, fabricada en 1962 en Lo Espejo, en la fundición donde décadas atrás trabajara su tío, quien viaja a México para instruirse y aprender nuevas técnicas de trabajo siderúrgico. Su tío es dirigente sindical del cordón industrial de la zona sur de Santiago, y años después desaparecía tritura-do por la Dina. Meses después de salir del hospital descansa del acciden-te en su propia habitación y lee las cartas que aún conserva de Rosario. Ay Rosario, eres una certeza que no vuelve. Al sentarse percibe cuánto polvo se ha acumulado sobre las cañas de pescar y sobre los sombreros y sobre su memoria, y cómo ha corrido la misma suerte el papel amarillo, donde cambian sus recuerdos sobre este amor a medida que lee una le-tra que alguna vez le amara. Entonces observa los vendajes en su mano izquierda y las pálidas cicatrices le recuerdan que ha sanado.

Los llaman a almorzar y llegan corriendo, ambos entierrados por jugar toda la mañana en el pasaje de la Violeta Parra. Son algunos de los primeros habitantes de la población y llegan luego de que su madre ganara un subsidio habitacional en 1955. Les pide que se laven las manos mientras ella pone los platos. Huele a pescado frito. ¿Merluza otra vez?, protesta su hermano pequeño. Cállate y agradece, le responde su madre.

En 1986 su padre fue asesinado como ene-migo político del Estado por encabezar las huelgas de pescadores en contra de la Ley Merino. A su padre lo secuestraron mientras caminaba rumbo a la caleta y estuvo desapa-recido durante meses, meses en que ni ellos ni su madre durmieron bien. Dejaron el colegio y aprendieron a tejer redes de pesca como si con ellas pudieran no sólo atrapar peces, sino una carta de su padre. Hasta que lo encontra-ron, años después, al fondo de las tinieblas de un país que despertaba de su modorra con ra-bia. Torturado primero, su cuerpo lo arrojaron al mar desde un helicóptero para que nadie lo pudiese encontrar. Gruesas gotas ruedan por los ojos del pescador recordando su infancia en 2015 viendo el Botón de Nácar: en ella Raúl Zurita dice que si el agua tiene memoria tendrá memoria de eso.

No hay misterio religioso ni metafísica explica-toria: hay que mojarse para aprender a nadar.

Héctor Fernando, marionetista y narrador de oficio. Valparaíso.14

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ESA COSA INVISIBLE

Un día caminé, y no supe que andaba solo.El halo blanco de mi niñez aún me acompañaba. Mis partes partes no sabían desarmarse, y todo cuando aún la nostalgia no encontraba espejos para reflejarse. Apegado de tal forma a la crianza, que no me percaté que al ir andando, uno designa en cierto modo la palabra vida.Entonces un día caminé, supe que andaba solo.No me refiero al solo de la soledad, me refiero al solo de apertura.Ese que va marcando el paso, al peso de una reacción. Ante todo este escenario, cabe entonces preguntarse.¿Cuándo es visible el amor?

Crecemos con caricias y no nos damos cuentas ¿Qué son esas caricias? Es que el hombre se tropieza con la piedra, que más le asienta. Cae, se ensucia, grita, llora. Se levanta ensangrentando buscando una señal que no existe en el afuera.

Si con ojos de turistaEl dolor toca tu puertaAbrir la vida de llenoEs visible ya su brisaQue el amor es la visita.

Marcelo Neira Collantes

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Si alguno de los dos hubiese tenido menos paciencia, quizás nunca se habrían encontrado. Esa reunión amorosa había sido erráticamente planeada (para que tuviera lugar en cualquier ciudad del planeta) por tanto tiempo, a veces en serio, a veces en broma, a veces solo como una forma de coquetear, a veces en un intento de evadirse de la realidad, y otras veces con intenciones de reencontrarse a sí mismos más que al otro.

Tomás estaba a punto de subir al taxi… al mirar hacia atrás una mujer de apariencia algo común pero con un halo misterioso atrajo su atención. Ella lo vió de lejos y sonrió para sí misma en-tendiendo que el reloj se había retrasado en 20 años. Tantas mañanas y noches de añoranza y ahora él caminaba hacia ella.

La ciudad normalmente ruidosa quedó en silen-cio. De repente la imagen de Horacio Ferrer en Avenida de Mayo la habló a Sarah.

No sabría precisar el estado de ánimo de To-más, pero de alguna forma parecía como si persistiera en él el miedo aparentemente injus-tificado de que algún conocido los pudiese ver. Se acomodó la chaqueta, movió la cabeza de un lado a otro (como un jugador de fútbol que se prepara para entrar de reemplazo en la mitad de un partido). Y, avanzó con paso firme.

Finalmente, las miradas se buscaron y se en-contraron. Ella fue la primera en sonreírle con admiración, hasta que recordó que el objeto de su adoración máxima a lo largo de su propia historia ya no era Tomás y entonces su rostro cambió hacia una expresión algo neutra.

“Como un acróbata demente saltaré sobre el abismo de tu escote hasta sentir que enloquecí tu corazón de libertad...”

Horacio Ferrer

EL ENCUENTRO

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Él espero la reacción de Sarah para mirarla con incertidumbre, con alegría, con incredu-lidad, con un poco de adrenalina, con deseo, como un niño que encuentra el juguete preferido que pensaba perdido. Para ella fue más fácil pues ese encuentro fue el resul-tado de una escena ensayada mil veces. Le mandó un mensaje con sus ojos y el ambien-te se llenó de coquetería. Por un momento se sorprendieron de que aquel lenguaje suyo haya sobrevivido por tantos años.

Ella dijo la primera palabra ¿y bueno, nos tomamos el café? Él se dejó llevar.Buenos Aires volvió a recuperar su ruido. Una porteña bastante guapa en voz alta reclamaba que debía hacer fila para entrar; dos jóvenes enamorados se juraban amor eterno al lado de un puesto de diarios; una señora de edad conversaba con su perro; dos jubilados se daban la mano como lo ha-cían siempre desde hace 20 años atrás, a las 18h00 en punto.

Karina Mejía. Nacida en la ciudad costera y por-tuaria de Guayaquil Ecuador y residente en Chile desde el año 2001. “Desde niña amé la lectura y los libros fueron los compañeros permanentes de esta hija única que quedaba solitaria cuando los amigos regresaban a sus casas. Luego, como periodista, aprendí a contar historias y hoy me animo a publicarlas.”

Poseías una voz de barítono con la que andabas juglareando por la vida, tenías diecinueve años y yo diecisiete. Con ese vozarrón que Dios te dio te lanzabas a cantar en cualquier parte, no conocías la vergüenza y gozabas con tu canto y con la admiración que provocaba en los demás.

¿Te acuerdas del día en que cantaste una serenata bajo mi ventana? Qué alegre andabas por la vida, qué alegres andábamos. Yo había entrado recién a la universidad y tú un año antes. Tú eras enorme y yo pequeña. Tú canta-bas y yo tocaba el piano.

¿Te acuerdas de la semana mechona? Se nos ocurrió que podrías ganar plata

para la alianza cantando en las micros y así lo hiciste, feliz, muerto de la risa, volviendo con los bolsillos llenos de mo-nedas. Nuestra alianza se llamaba DESE-SO, Derecho y Servicio Social, y la reina mechona era la Milena. Tú ibas arriba del carro alegórico cantando El Manice-ro: “Caserita no te vayas a dormir sin comerte un cucurucho de maní”. Había-mos elegido esa canción cubana por el estribillo, que adaptamos tan bien para nuestra alianza: “DESESÓ, maní, maní, DESESÓ, maní, maní”

Pronto comprendiste que la gente esta-ba dispuesta a pagar por oírte cantar. Fue en un local recién inaugurado en Reñaca, el “Cazados” donde cantaste profesionalmente por primera vez. Era conmovedor oírte interpretar Balada para un loco de Piazzola:

“Las callecitas de Buenos Aires tienen ese qué se yo, ¿viste?

Pero cuando inundabas el local con un potentísimo “looco, loocolocoo“ no podíamos contenernos y aplaudíamos, porque nunca habíamos oído algo igual. Cuando cantabas amor marinero de Pa-blo Abraira me mirabas y yo sonreía.Ya habíamos terminado el pololeo cuan-do ganaste el primer premio en ese concurso de canto en la televisión. El premio era un auto y lo vendiste, me contaste. Para ese entonces ya eras famoso, al menos en esta ciudad.

EL JUGLAR

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Los pasillos de la escuela de Derecho están idénticos, las mesas que miran a la calle Errázuriz donde nos sentábamos a conversar están en el mismo lugar, hasta los papeleros de madera en cada esquina del suelo son los mismos.

A veces viajo por nuestra escuela en sueños, subo y bajo escaleras mirando los mosaicos del piso. Me veo ahí, con va-rios de mis compañeros, estudiando para alguna prueba y puedo sentir de nuevo la tensión de tener que organizar esa enor-me cantidad de normas y razonamientos en mi cabeza. Esos sueños tienen algo de inquietante y de glorioso, como si al haber salvado todos esos obstáculos hubiese vencido mil batallas. He soñado contigo, pero el escenario ha sido otro.

Muchos años después nos volvimos a encontrar. Conversamos como si no hubie-se pasado el tiempo, nos reímos, nos emocionamos y me contaste que en algún momento cantaste en el Municipal, así, de memoria, porque nunca entendiste los pentagramas. Lo hiciste tan bien que la Sociedad Amigos del Teatro Municipal te ofreció una beca para estudiar canto en Nueva York. Lo pensaste y decidiste rechazarla y dedicarte a la abogacía. Ya tenías una familia y temías que la vida de artista fuese incompatible.¿Y todavía cantas?, te preguntéA veces, me contestaste.

Carola Adriana Jamett Vargas. Valparaíso, 1961. Abogada, cocinera, investigadora, poe-ta, escritora, ha publicado “Vesitos del campo” (2007), “Añoranzas culinarias del siglo pasado” (2016), “Cartas de Amor” (2019) y “Niños chilenos del siglo XX, un relato coral” (2020).

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