Recopilacion cuentos

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Recopilación de cuentos para leer a nuestros hijos y nuestras hijas Cuentos escogidos por el grupo de hombres de la Escuela Práctica (Portada realizada por padres e hijos dentro de los Grupos Interactivos de Trabajo Familiar)

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Recopilacion de cuentos para leer a nuestros/as hijos/as

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Recopilación de cuentos para leer a nuestros hijos y nuestras hijas

Cuentos escogidos por el grupo de hombres de

la Escuela Práctica (Portada realizada por padres e hijos dentro de los Grupos

Interactivos de Trabajo Familiar)

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Selección Cuentos Infantiles de cuentosparadormir.com Por el grupo de la Escuela Práctica de San Fermín

El niño súper campeón (por Pedro Pablo Sacristán ) Había una vez un niño al que lo que más le gustaba en el mundo era ganar. Le gustaba ganar a lo que fuera: al fútbol, a los cromos, a la consola... a todo. Y como no soportaba perder, se había convertido en un experto con todo tipo de trampas. Así, era capaz de hacer trampas prácticamente en cualquier cosa que jugase sin que se notara, e incluso en los juegos de la consola y jugando solo, se sabía todo tipo de trucos para ganar con total seguridad. Así que ganaba a tantas cosas que todos le consideraban un campeón. Eso sí, casi nadie quería jugar con él por la gran diferencia que les sacaba, excepto un pobre niño un poco más pequeño que él, con el que disfrutaba a lo grande dejándole siempre en ridículo. Pero llegó un momento en que el niño se aburría, y necesitaba más, así que decidió apuntarse al campeonato nacional de juegos de consola, donde encontraría rivales de su talla. Y allí fue dispuesto a demostrar a todos sus habilidades, pero cuando quiso empezar a utilizar todos esos trucos que sabía de mil juegos, resultó que ninguno de ellos funcionaba. ¡Los jueces habían impedido cualquier tipo de trampa! Entonces sintió una vergüenza enorme: él era bueno jugando, pero sin sus trucos, fue incapaz de ganar a ninguno de los concursantes. Allí se quedó una vez eliminado, triste y pensativo, hasta que todo terminó y oyó el nombre del campeón: ¡era el niño pequeño a quien siempre ganaba! Entonces se dio cuenta de que aquel niño había sido mucho más listo: nunca le había importado perder y que le diera grandes palizas, porque lo que realmente hacía era aprender de cada una de aquellas derrotas, y a base de tanto aprender, se había convertido en un verdadero maestro. Y a partir de entonces, aquel niño dejó de querer ganar siempre, y pensó que ya no le importaría perder algunas veces para poder aprender, y así ganar sólo en los momentos verdaderamente importantes.

Cuento seleccionado por: Ángel Suárez

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El nacimiento de las tortugas (por Pedro Pablo Sacristán ) Amanda estaba emocionadísima. Habían tenido que esperar muchos días, pero por fin, aquella noche nacerían las tortuguitas en la playa ¡y su papá le iba a llevar a verlas! Se levantaron cuando aún era de noche, tomaron las linternas, y fueron a la playa con mucho cuidado. Su padre le había hecho prometer que respetaría a las tortugas bebé, y que no haría ruido y obedecería al momento, y ella estaba dispuesta casi a cumplir cualquier cosa con tal de poder ver cómo nacían las tortugas. No sabía muy bien cómo sería aquello, pero había oido a su hermano mayor, que las tortugas nacían en la playa a pocos metros del agua, y luego corrían hacia el mar; y todo eso le pareció muy emocionante. Agazapados y sin hacer ruido, sólo con la pequeña luz de una linterna muy suave, estuvieron esperando. Amanda miraba a todas partes, esperando ver a la tortuga mamá, y casi se pierde la aparición de la primera tortuguita. ¡Era tan chiquitina! Se movía muy torpemente, se notaba que era un bebé, pero sin esperar ni a sus hermanos ni a la tortuga mamá comenzó a correr hacia el mar. Enseguida aparecieron más y más tortuguitas, y todas comenzaron a correr hacia la orilla. Ellos seguían escondidos y quietos, observando el bello espectáculo de aquella carrera loca. Pero enseguida ocurrió algo que a Amanda le pareció horrible: llegaron algunas gaviotas y otras aves, y comenzaron a comerse algunas de las tortuguitas. Amanda seguía buscando por todas partes para ver

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si aparecía el papá tortuga y les daba una buena zurra a aquellos pajarracos, pero no apareció por ningún sitio. La niña siguió observando todo con una lagrimita en los ojos, y cuando por fin las primeras tortuguitas llegaron al agua y se pusieron a salvo de los pájaros, dió un gritito de alegría. Aunque los pajaros comieron bastantes tortuguitas, finalmente otras muchas consiguieron llegar a la orilla, lo que hizo muy feliz a Amanda. Cuando volvían a casa, su papá, que había visto la lagrimita de Amanda, le explicó que las tortugas nacían así; mamá tortuga ponía muchos huevos, escondiéndolos en la arena, y luego se marchaba; y cuando nacían las tortuguitas debían tratar de llegar a la orilla por sus propios medios. Por eso nacían tantas, porque muchas se las comían otros animales, y no sólo en la arena, sino también en el agua. Y le explicó que las pocas que conseguían ser mayores, luego vivían muchísimos años. Amanda se alegró mucho de aprender tanto sobre las tortugas, pero mientras volvía a casa, sólo podía pensar en lo contenta que estaba de tener una familia, y de que sus papás y sus hermanos la hubieran ayudado y cuidado tanto desde pequeñita.

Cuento seleccionado por: Rafael Rodríguez y Fernando Pardo

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El león afónico (por Pedro Pablo Sacristán ) Había una vez un león afónico. Era afónico desde siempre, porque nunca había podido rugir, pero nadie en la sabana lo sabía. Como desde muy pequeño había visto que no podía rugir, había aprendido a hablar sosegadamente con todo el mundo y a escucharles, y convencerles de sus opiniones sin tener que lanzar ni un rugido, ganándose el afecto y confianza de todos. Pero un día, el león habló con un puerco tan bruto y cabezota, que no encontraba la forma de hacerle entrar en razón. Entonces, sintió tantas ganas de rugir, que al no poder hacerlo se sintió en desventaja. Así que dedicó unos meses a inventar una máquina de rugir que se activase sólo cuando él quisiera. Y poco después de tenerla terminada, volvió a aparecer por allí el puerco testarudo, y tanto sacó al león de sus casillas, que lanzó un rugido aterrador con su máquina de rugir. -¡¡¡GRRRRROAUUUUUUUUUUUU!!! Entonces, no sólo el puerco, sino todos los animales, se llevaron un susto terrible, y durante meses ninguno de ellos se atrevió salir. El león quedó tan triste y solitario, que tuvo tiempo para darse cuenta de que no necesitaba rugir para que le hicieran caso ni para salirse con la suya, y que sin saberlo, su afonía le había llevado a ser buenísimo hablando y convenciendo a los demás. Así que poco a poco, a través de su tono amable y cordial, consiguió recuperar la confianza de todos los animales, y nunca más pensó en recurrir a sus rugidos ni a sus gritos.

Cuento Seleccionado por: Basilio Hernández

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El regalo mágico del conejito pobre (por Pedro Pablo Sacristán )

Hubo una vez en un lugar una época de muchísima sequía y hambre para los animales. Un conejito muy pobre caminaba triste por el campo cuando se le apareció un mago que le entregó un saco con varias ramitas. "Son mágicas, y serán aún más mágicas si sabes usarlas" El conejito se moría de hambre, pero decidió no morder las ramitas pensando en darles buen uso. Al volver a casa, encontró una ovejita muy viejita y pobre que casi no podía caminar."Dame algo, por favor", le dijo. El conejito no tenía nada salvo las ramitas, pero como eran mágicas se resistía a dárselas. Sin embargó, recordó como sus padres le enseñaron desde pequeño a compartirlo todo, así que sacó una ramita del saco y se la dio a la oveja. Al instante, la rama brilló con mil colores, mostrando su magia. El conejito siguió contrariado y contento a la vez, pensando que había dejado escapar una ramita mágica, pero que la ovejita la necesitaba más que él.

Lo mismo le ocurrió con un pato ciego y un gallo cojo, de forma que al llegar a su casa sólo le quedaba una de las ramitas. Al llegar a casa, contó la historia y su encuentro con el mago a sus papás, que se mostraron muy orgullosos por su comportamiento. Y cuando iba a sacar la ramita, llegó su hermanito pequeño,

llorando por el hambre, y también se la dio a él. En ese momento apareció el mago con gran estruendo, y preguntó al conejito ¿Dónde están las ramitas mágicas que te entregué?

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¿Qué es lo que has hecho con ellas? El conejito se asustó y comenzó a excusarse, pero el mago le cortó diciendo ¿No te dije que si las usabas bien serían más mágicas? ¡Pues sal fuera y mira lo que has hecho! Y el conejito salió temblando de su casa para descubrir que a partir de sus ramitas, ¡¡todos los campos de alrededor se habían convertido en una maravillosa granja llena de agua y comida para todos los animales!! Y el conejito se sintió muy contento por haber obrado bien, y porque la magia de su generosidad hubiera devuelto la alegría a todos.

Cuento seleccionado por: Israel Torosio y Basilio Hernández

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La estrella diminuta (por Pedro Pablo Sacristán )

Había una vez una estrella muy, muy chiquitita, tan pequeñita como un mosquito, que vivía en el cielo junto a sus papás, dos estrellas enormes. La pequeña estrella era muy curiosa y siempre quería verlo todo, pero sus papás le decían que aún era pequeña para ir sola, y que debía esperar. Un día, la estrella vio un pequeño planeta azul; era tan bonito que se olvidó de lo que le habían dicho sus

padres, y se fue hacia aquel planeta. Pero voló tan rápido, tan rápido, que se desorientó y ya no sabía volver. Una vez en la Tierra, donde creía que lo pasaría bien, la gente y los demás animales la confundieron con una luciérnaga brillantísima, así que todos querían atraparla. Huyó como pudo, muy asustada, hasta que se escondió tras una sábana. Entonces todos pensaron que era un fantasma, y huyeron despavoridos. La estrellita aprovechó su disfraz para divertirse muchísimo asustando a todo el mundo, hasta que llegó a una montaña en la que vivía un gran dragón. La estrellita también trató de asustarle, pero no sabía que era un dragón comefantasmas, y cuando quiso darse cuenta, se encontraba entre las llamas de fuego que escupía por su boca el dragón. Afortunadamente era una estrella muy caliente, así que pudo escapar del fuego y del dragón, pero acabó muerta de miedo y de tristeza por no estar con sus papás. Estuvo llorando un rato, pero luego se le ocurrió una idea para encontrar a sus papás: buscó una gran roca en una montaña altísima, y desde allí, mirando al cielo, se asomó y se escondió, se asomó y escondió, y así una y otra vez. Sus papás, que la andaban buscando preocupadísimos, vieron su luz intermitente brillar en la noche, y acudieron corriendo a señalarle el camino de vuelta. Así la estrellita vivió muchas aventuras y aprendió muchas cosas, pero ya no se le volvió a ocurrir irse solita hasta que fuera mayor.

Cuento seleccionado por: Ángel Suárez

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Selección de cuentos para Halloween Grupo de Mujeres Escuela Práctica

Cuentos para Halloween

Grupo de Mujeres de la

Escuela Práctica

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Selección de cuentos para Halloween Grupo de Mujeres Escuela Práctica

Los cuatro puentes (Cuento halloween para niños)

Rebeca tenía dos abuelos a los que adoraba, pero ahora están muertos. Y sobre ellos es la historia que os voy a contar. Un día el abuelo falleció y la abuela quedó como un alma en pena vagando por la casa que habían compartido tantos años en amor y armonía. Aún tenía familia por supuesto, pero no era lo mismo. La abuela tenía mucha confianza en Rebeca, tanta que terminó confesándole algo que le ocurría: soñaba con su marido muerto. "Hay cuatro puentes, y al final de los puentes está él, alargando la mano para que vaya con él".

Pasaron los días y los meses, y una noche fue Rebeca la que tuvo un sueño extraño:

Era pequeña y entraba a un ascensor con su abuela. Iban cogidas de la mano y el elevador ascendía pisos y pisos. Una especie de viaje sin retorno puesto que el ascensor no era familiar para Rebeca. No sabía cuántos pisos habían ascendido cuando, de pronto, el ascensor se paró y se abrieron las puertas.

La abuela soltó la mano de Rebeca y salió. Ella trató de avanzar pero su abuela le dijo: "No, tú no vienes conmigo". La abuela le sonrió en su sueño y aquí terminó todo.

Cuando Rebeca se despertó por la mañana su abuela había fallecido la misma noche. En el sueño se había despedido de ella.

Y me preguntaréis, ¿qué tienen que ver los cuatro puentes en esta historia? Cada puente es un mes. La abuela falleció cuatro meses después que su marido, o sea, cuatro puentes después... y recordad que ya os lo decía ella en su sueño: al final de los cuatro puentes, su fallecido marido le tendía la mano.

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El Interno 66

Como todos los días, por la mañana me encuentro con varios compañeros de quinto grado para ir caminando hasta la escuela. Carlos, mi compañero de banco, el más alto y corpulento del curso. Tavo, flaquito y pálido, siempre con miedo a todo. Andrés, el carilindo, le decimos el Facha, por el que todas las chicas suspiran, y yo, Martín.

Siempre salimos temprano, para ir charlando tranquilos y siempre pasamos por un lugar maravilloso. En realidad, nunca entramos y desde la calle apenas podemos ver algo. El predio debe ocupar unas dos manzanas.Está rodeado de un paredón altísimo, pero una reja flanquea la entrada. A través de la reja podemos ver estacionados, decenas de colectivos destartalados.

Dice mi papá que cuando los colectivos tienen un accidente o el choque es muy grande, muchas veces no conviene arreglarlos porque es muy caro, entonces los remolcan hasta ese depósito y los usan como repuestos para otros vehículos.

La verdad es que solo vimos entrar o salir a un señor que llega por las mañanas que parece ser el cuidador.

Para nosotros es como un parque de diversiones inaccesible al que miramos con la pretensión de poder ingresar sin pagar entrada. Muchas veces es nuestro tema de conversación. Que por donde se podrá entrar, que qué pasaría si saltáramos la reja, que si el señor lo cuidará día y noche, y así continuamos divagando sobre la posibilidad de introducirnos en el preciado depósito vehicular.

Por la tarde, al volver de la clase de gimnasia, vimos que el cuidador estaba cerrando la reja y luego se iba caminando despacito hacia la parada de colectivos.

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Selección de cuentos para Halloween Grupo de Mujeres Escuela Práctica

Carlos, vio al instante una oportunidad.- ¿Y si entramos? Nos preguntó entusiasmado.

-No, mejor nos vamos, dijo Tavo con esos ojos de cordero miedoso.

-¡Si! ¡Dale, entremos! Se entusiasmó el Facha.

Yo miré el reloj y vi que todavía era temprano. ¡Total! ¿Cuanto tiempo tardaríamos en dar una vuelta?, con una hora alcanza y sobra, pensé.

Carlos ya estaba montado en lo alto de la reja y nos daba una mano para ayudarnos a treparla. Tavo, como siempre, fue el último. Enganchó la pierna en el travesaño y mientras trepaba repetía: -Nos van a agarrar, va a venir la policía, nos van a dar una flor de paliza.

Carlos enojado le gritó-¡O te callas o te vas!

Ya estábamos todos adentro. Era un paraíso. Colectivos de todos los colores y de todas las líneas, acarreando tremendos choques. Algunos hacía rato que estaban allí, por el óxido de los hierros. Otros parecían más recientes. Había varios incendiados.

Nos llamó la atención el interno 24 de la línea 106. Todo el frente y el lateral derecho destrozado. ¿Qué habría pasado? No quedaba una ventanilla sana de ese lado y los asientos, tapizados en cuerina negra, estaban destrozados. El accidente debió ser terrible.

El interno 24 estaba medio inclinado, pero igual entramos a mirar. Todos menos Tavo, que se quedó petrificado en medio del playón.

Una niebla espesa comenzó a descender. ¡Qué humedad!, pensé.

En el interior, encontramos entre los hierros retorcidos de los asientos desencajados, un chupete, un zapato, anteojos rotos, un diario, otro zapato de mujer. Había vidrios del tamaño de la sal gruesa desparramados en el interior. Un escarpín de bebé colgaba del espejo retrovisor del conductor. Pensé que posiblemente eran las pertenencias perdidas de los pasajeros.

Un grito nos sobresaltó. Salimos disparados a la carrera. Era Tavo. -Algo se movió allá atrás. ¡Vayámonos!. Dijo asustado.

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Selección de cuentos para Halloween Grupo de Mujeres Escuela Práctica

Carlos preguntó: -¿Por dónde?

-Atrás del 88. Vi algo que se movió. Me quiero ir.

El Facha, le dijo -Es temprano todavía.

-¡Vamos a ver! y salió corriendo hacía el sitio señalado, seguido a corta distancia por Carlos que estaba a sus anchas.

Yo también tenía ganas de ir a investigar pero lo vi tan alterado a Tavo que decidí quedarme un rato con el y ver que pasaba.

Transcurrieron unos minutos y la impaciencia me estaba afectando. ¿Y? Grité con todas mis fuerzas.

-¡Vengan, Vengan! se escuchó la voz de Carlos. Lo agarré del brazo a Tavo y le dije: -Vamos a ver.

-¡No! ¡No quiero! protestó

-!O venís o venís!. Le dije y lo arrastré contra su voluntad.

Había un colectivo en perfectas condiciones. El interno 66 de la línea 60. Carlos y el Facha se habían acomodado en su interior. Carlos estaba sentado al volante cual conductor profesional. Subimos y nos sentamos en los primeros asientos. Todos reíamos divertidos. Hasta Tavo parecía contento con el descubrimiento..

De repente se cerraron las puertas automáticamente.

-¿Qué tocaste? Le grité

-¡Nada! ¡No toqué nada!!Te lo juro!

De pronto se encendieron las luces. -¡Algo tocaste! Le dijo el Facha.

Carlos sorprendido gritó : -¡Te juró que no! Y como un resorte saltó de la butaca del conductor para sentarse junto a nosotros, en los asientos de pasajeros.

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Selección de cuentos para Halloween Grupo de Mujeres Escuela Práctica

Nos miramos todos extrañados. Tavo comenzó a transpirar de los nervios y a restregarse las manos.

No habíamos salido de nuestro asombro cuando el motor comenzó a rugir. La palanca de cambios se movió como por arte de magia y el colectivo comenzó a avanzar lentamente por el playón, conducido por quién sabe quién. El chofer fantasma puso segunda y avanzó a mayor velocidad. Luego tercera y finalmente pasó en pocos segundos a cuarta.

El colectivo avanzaba por el playón, rodeando otro grupo de vehículos estacionados en el centro del mismo a gran velocidad. Teníamos que sujetarnos fuertemente de los asientos para no caernos.

Tavo lloraba y gritaba sin parar. Pronto los cuatro acompañamos sus gritos a coro. A nuestros gritos se sumaron risas fantasmales que agregaron pánico a esa experiencia descontrolada. De pronto sonó el timbre de la puerta trasera. El chofer fantasma redujo la velocidad, la puerta trasera se abrió y se cerró en segundos para volver a tomar carrera rápidamente.

Los cuatro, impávidos sin saber que hacer, veíamos caer la tarde en nuestro viaje misterioso a ninguna parte.

La velocidad impedía que pudiéramos pararnos.

Carlos comenzó a arrastrarse por el piso mientras se sujetaba de los asientos y tomando a Tavo del brazo lo obligó a tirarse al piso hacia la puerta trasera. De repente, escuchamos nuevamente el timbre de la puerta trasera, era nuestra oportunidad de escapar.

Carlos ya estaba con Tavo junto a la puerta. El colectivo redujo la velocidad, frenó y la puerta se abrió. Carlos y Tavo se arrojaron del colectivo. El Facha y yo no llegamos a tiempo ya que la puerta volvió a cerrarse en segundos.

Carlos y Tavo que estaban a salvo, nos miraban espantados desde el playón. Y nosotros continuamos nuestro viaje estirados en el piso junto a la puerta trasera, entre las carcajadas de los espectros que nos acompañaban, con la esperanza de que alguno tocara el ansiado timbre.

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La noche se acercaba. Mientras tanto, Carlos Y Tavo arrastraron un par de cubiertas para depositarlas en medio de esa pista macabra con la intención de detener al interno 66. Pero el fantasma maniobró esquivando el obstáculo con destreza mientras lanzaba una carcajada que resonó como un tambor.

Pensé que jamás podríamos abandonar esa máquina siniestra ya que el timbre no volvió a sonar.

Carlos seguía tramando la manera de detener al colectivo. Entonces, se paró a un costado y estiró el brazo. El chofer detuvo su marcha y abrió la puerta delantera para permitir su ingreso. Pero Carlos no subió. El chofer , entonces, volvió a acelerar en loca carrera.

Con el Facha nos arrastramos hacia la puerta delantera y esperamos. Nuevamente Carlos estiró el brazo en un nuevo intento por detener la alocada marcha. El chofer frenó y abrió la puerta delantera. Ahí nos abalanzamos y nos arrojamos rápidamente.

Estábamos a salvo. Un poco magullados, pero vivos. Salimos corriendo, trepamos la reja del portón y llegamos a la calle. Cuando miramos hacía atrás. El interno 66 de la línea 106 estaba estacionado en el lugar de siempre.

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Las brujas despiertan (Cuento halloween para niños)

La tan esperada noche de brujas por fin había llegado, los niños se disponían a salir por sus dulces para luego reunirse a contar cuentos de terror. Pero esta vez algo especial sucedería.

En lugar de reunirse en el lugar habitual lo harían en el cementerio abandonado en las afueras del pueblo, todos estaban nerviosos pero trataban de ocultar su temor.

En el lugar la calma era tan profunda que imponía silencio. Los niños comenzaron a llegar y se sentaron formando una ronda alrededor de una lámpara que alumbraba sólo sus caras.

El mayor de ellos comenzó a contar la leyenda del cementerio:

distancia...

... Se dice que en este lugar fueron sepultadas tres hechiceras y que a partir de ese momento todos los años en la noche de brujas sus almas se elevan de las tumbas para atormentar a aquellos que no creen en ellas... ¿Pero... quién está haciendo ruidos?

¿Hay alguien escondido?

Todos se inquietaron , tal vez alguno de los niños mayores se había ocultado para atemorizarlos... Entonces se escucharon las doce campanadas de la iglesia repicando a la

¡Los niños se tomaron instintivamente de las manos!

¡La linterna cayó al suelo apagándose y el viento comenzó a soplar! ¡La luna se veía más grande y tenebrosa!

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¡Debemos regresar a nuestras casas esto ya ha dejado de ser gracioso! dijo uno de ellos, y seguidamente gritó... Cielos ¿Qué es eso?

De las tumbas parecían salir flotando extrañas y fantasmales figuras, nunca habían visto nada semejante. Querían correr pero sus piernas estaban endurecidas por el temor.

¡Una risa estremecedora sacudió el cementerio!

¡Por fin los pequeños lograron reaccionar y salieron corriendo de aquel espantoso lugar!

Cuando estuvieron a salvo en sus hogares prometieron no contar a nadie lo que habían visto, pero a partir de aquella noche jamás volvieron a burlarse de los que contaban historias sobre el cementerio abandonado.