Rectores Universidad Mexicana y Actos Publicos

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SECCIÓN T EMÁTICA RELACIONES 106, PRIMAVERA 2006, VOL. XXVII

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SECCIÓN TEMÁTICA

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El ritual tiene especial valor en las organizaciones jerárquicas para comunicar las relaciones de poder.

David I. Kertzer1

NTRODUCCIÓN

El 13 de mayo de 1994, un hermoso salón barroco en elprincipal complejo de edificios de la Benemérita Uni-versidad de Puebla (BUAP), fue el escenario de un even-

to ceremonial. El rector de la universidad invitó a autoridades de la ins-titución y a varios dignatarios de la región, incluido el gobernador del

* W.G. [email protected] Kertzer 1988.

I

Una buena parte de los estudios sobre la transición a la democracia enAmérica Latina se ha realizado a partir del análisis de las institucio-nes, las leyes y las elecciones; sin embargo, en los últimos años surgennuevas propuestas, que sin dejar de lado los aspectos formales de lademocracia, subrayan la necesidad de discutir cuestiones simbólicas,discursivas y culturales con el ánimo de elaborar una percepción másprofunda de dicha transición. Este ensayo, al hacer énfasis en algunosrituales de transición, analiza las dimensiones simbólicas de la trans-formación del sistema de educación mexicana en años recientes, quetuvo lugar en el contexto más amplio de la transición mexicana. Coneste objetivo se estudia el significativo cambio que la Benemérita Uni-versidad Autónoma de Puebla experimentó a lo largo de los añosnoventa del siglo XX, y las continuidades y los cambios simbólico-culturales al interior de la misma universidad.

(Rituales políticos, transición, poder, identidad y cultura política)

“EL RECTOR TIENE LA PALABRA”. RITUAL, NARRATIVAE IDENTIDAD EN LA EDUCACIÓN SUPERIOR EN MÉXICO

Wil G. Pansters*UTRECHT UNIVERSITY

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estado de Puebla, el presidente municipal de la ciudad y a represen-tantes de organizaciones empresariales, a asistir al anuncio oficial delprimer Plan de Desarrollo a largo plazo de la BUAP. El evento giró en tor-no a una presentación de diapositivas que elucidaron el contenido de di-cho Plan. Ahí mismo, el rector anunció otra iniciativa: crear un nuevoreconocimiento para honrar a destacados personajes ajenos a la institu-ción. Después del discurso del rector, el gobernador tomó la palabrapara elogiar la decidida participación de la BUAP en el desarrollo regio-nal; reconoció también la valentía de sus autoridades, quienes preten-dían emprender una transformación sustancial de la universidad. Seríafácil entender a esta reunión sólo como una más de tantas ocasiones ofi-ciales en que los representantes de las diferentes ramas del gobierno yde varias instituciones y organizaciones en México se reúnen en públicopara escuchar discursos e intercambiar cumplidos.

Por largo tiempo los rituales públicos han jugado un papel clave enel sistema político mexicano, especialmente en periodos de cambio, con-flicto y transición.2 Estos ritos no sólo subrayan y escenifican en públicociertas relaciones entre actores sociales y políticos sino que, en efecto, lasllevan a cabo. Ciertamente, los rituales individuales pueden ser analiza-dos como ejemplos aislados de “ingeniería simbólica” y de “producciónde significado”, pero a menudo se entiende mejor su significado cuandose ven como facetas de cambios simbólicos más amplios. En este artícu-lo, examino el evento que mencioné arriba así como algunos otros ritua-les universitarios en un intento por entender su naturaleza constitutivay relevancia en el contexto de un amplio cambio y transición simbóli-cos y políticos en el sistema de educación superior en México. Para ello,voy a considerar algunos sucesos que están teniendo lugar en dicho sis-tema, como componentes de procesos de transformación y transiciónmás generales que México está experimentando. El propósito es mejorarnuestro entendimiento de estos procesos mediante un examen detalladode ciertas prácticas rituales.

Hoy, el debate sobre las transiciones (democráticas) es bastante com-plejo y sofisticado. Los estudios académicos que no se limitan a analizarla reforma institucional, legal y electoral, sino que toman en cuenta las

2 Adler Lomnitz 1993, 357-401.

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dimensiones culturales, discursivas y simbólicas de las transiciones, es-tán recibiendo cada vez más atención. Incluso, algunos politólogos su-gieren ahora que es necesario estudiar los sistemas de valores y los pro-cesos culturales.3 Este muy oportuno hecho explica el creciente interés deanalistas en la “cultura política”, aunque en muchos casos no genera másque análisis de la “opinión pública”, un oficio novedoso y popular enMéxico.4 Para los antropólogos, sin embargo, entender las dimensionesculturales de los procesos de transición implica hacer mucho más quesimplemente analizar hojas de cálculo con los resultados de los “sondeosde opinión” o datos sobre los “valores políticos”. Si queremos ampliarnuestro conocimiento sobre las dimensiones culturales en transición, espreciso realizar investigaciones tanto cualitativas como interpretativas.

En esta visión, las transiciones hacia una política más democrática im-plican, además, una reconceptualización simbólica y discursiva de lo “po-lítico”; después de todo, la categoría de los simbólico no es “residual”.5

Las transiciones exitosas de un orden político o sistema de gobierno aotro muy distinto necesitan generar un nuevo marco de significado quevuelva inteligible y legítima la nueva situación; en ese proceso la inven-ción de discursos históricos o éticos, la construcción de nuevos símbolosy la celebración de rituales (cívicos) que sirven para forjar nuevas identi-dades políticas y para resignificar símbolos y rituales existentes, juegan unpapel crucial. Como Kertzer ha notado, los rituales tienen un poder propioy, por lo tanto, constituyen un importante campo de lucha política.6

¿Cómo podríamos teorizar la relación entre “ritual” y “transición”?Hay al menos tres maneras en que se puede operacionalizar dicha rela-ción. Primero está la asociación débil, o hasta superficial, entre estos dostérminos cuya mejor expresión es “ritual en la transición”. Aquí no seteoriza la conexión entre los dos conceptos; más bien la “transición” esplanteada como un simple “trasfondo” en que se colocan los rituales pú-

3 Guillermo O”Donnell 1999, 81-105.4 Véase por ejemplo, Moreno, El votante mexicano. Democracia, actitudes políticas y

conducta electoral, México, FCE, 2003; Durand Ponte, Ciudadanía y cultura política,México, 1993-2001, México, Siglo XXI, 2004; y La cultura política de los alumnos de laUNAM, México, UNAM/M.A., Porrúa, 1998.

5 Kertzer 1988, 5.6 Ibíd., 104.

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blicos o políticos, como los actores que presentan una obra frente al telónde fondo del teatro.

Una segunda y más firme forma de establecer la relación entre losdos términos consiste en examinar “rituales de la transición”. Lo que estosupone es que la transición “obra mediante” –o es ejecutada por– ciertasrepresentaciones rituales. En este sentido, los rituales son de alguna ma-nera constituyentes de la transición. El colapso del comunismo y la reu-nificación de Alemania, por ejemplo, suscitaron intensos debates sobrelos nombres de las calles en el marco del “ritual de revolución”; ese cam-bio de nomenclatura implica tanto una desconmemoración –la erradi-cación del nombre actual– como una conmemoración, es decir, el acto deintroducir un nuevo nombre en lugar del anterior. El acto de recordar esparte de un proceso más general de cambio político; funciona como unadeclaración que muestra y asigna un significado político novedoso y laemergencia de un régimen nuevo. El corazón simbólico de la geografíapolítica de Berlín oriental, la Marx-Engels Platz, fue rebautizado en 1994como Schlossplatz, el nombre que llevaba en la época precomunista.

Los rituales de desconmemoración y conmemoración traducen sim-bólicamente el cambio político en la práctica cotidiana.7 El cambio delnombre de una calle en el centro de Puebla a principios de los noventaproporciona un ejemplo similar: la avenida que había sido conocida pordécadas como Calle Maximino Ávila Camacho en honor al duro y con-trovertido gobernador de fines de los treinta, hermano mayor del expre-sidente Manuel Ávila Camacho, fue bautizada por el primer gobiernopanista de Puebla como Calle Juan Palafox y Mendoza, rememorando aun célebre obispo de la época colonial.8

Sin embargo, la relación más firme entre “ritual” y “transición” se es-tablece cuando la transición en sí misma es vista como ritual9 y se anali-za todo el proceso de transición en términos de un complejo “rito de pa-saje” compuesto por varios niveles. Así lo hizo Laura Desfor Edles parala España postfranquista en su estudio sobre la compleja transición a la

7 Azaryahu 1997, 479-493.8 Mientras tanto, las autoridades universitarias locales trataron de cambiar su nom-

bre a la de Calle Universidad.9 Edles 1998.

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democracia desencadenada por la muerte del generalísimo Franco.Edles distingue tres fases: separación, liminalidad y reincorporación;concibe a la transición como un ritual comprensivo que tiene en su inte-rior otros ritos más específicos. En mi análisis de las transformaciones enla Benemérita Universidad de Puebla intento aplicar esta doble perspec-tiva, aun cuando la situación es más compleja puesto que el proceso ri-tual de transición en la universidad forma parte de una “transición” so-cial mucha más amplia.

Dicho lo anterior, queda una pregunta importante: ¿Es aplicable alcaso de México esta conceptualización comprensiva de transición, enten-dida como un complejo cambio político-institucional y cultural de unrégimen autoritario a uno más democrático? Como he argumentado enotro lugar, esta pregunta trae consigo varios problemas.10 Mientras queen el caso de la experiencia española podemos identificar claramente lospuntos iniciales y finales de la transición,11 para el caso mexicano esa de-limitación es mucho más compleja y depende en cierta medida de laperspectiva que adopta el analista. Un objetivo del presente ensayo con-siste en determinar si la idea de “transición como ritual” puede ser fruc-tífera en el nivel local u organizacional.

En este sentido, me pregunto si es posible usar estas ideas para en-tender y ordenar conceptualmente ciertos acontecimientos en el campode la educación superior, específicamente en un estudio de caso de la Be-nemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP).

En lugar de enfatizar la naturaleza de la transición mexicana en tér-minos generales, argumento que el análisis de un proceso particular ilu-mina las complejidades de lo que se podría –o, quizá, debería– entendercomo una serie de transiciones diferenciadas. Ciertas condiciones exis-tentes hacen este ejercicio más factible, a diferencia de un acercamientoque pretendiera analizar el caso mexicano en su totalidad. En el caso dela universidad, hubo un momento preciso en que un modelo de gobier-no se derrumbó dando paso a un proceso de profunda reorientación. El

10 Pansters 1999, 242-244.11 Edles 1998, 146. La autora reconoce que hay un desacuerdo acerca de cuándo esta

transición finalizó: con la firma de la nueva Constitución a finales de 1978 o con las elec-ciones de 1982.

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final de este cambio –la reincorporación, en términos de Turner– puedevincularse a varios eventos y rituales intensamente simbólicos. Las auto-ridades universitarias utilizaron la poderosa imagen del renacimientodel Fénix para representar esta reconstitución.12 Entonces, para el caso dela Benemérita Universidad de Puebla entenderé a la “transición” como elproceso que comenzó con el colapso de un régimen y con la consolida-ción de otro.

Este ensayo pretende elucidar un proceso de transición a partir desus dimensiones simbólicas y rituales. Aunque los rituales que examinono son de naturaleza explícitamente política, juegan un papel importan-te en la imaginación y representación de los cambios al interior de la uni-versidad y en sus relaciones políticas con otros actores sociales. Es a esteúltimo aspecto que dirijo la atención. Concuerdo con otro estudioso delritual político moderno cuando plantea que una de los rasgos funda-mentales del ritual es la “dramatización, la realización de las representa-ciones que movilizan el apoyo público”.13 Esto quiere decir que median-te una combinación de “palabras habladas, actos significativos y objetosmanipulados”, los rituales escenifican en forma dramática los mensajes,procesos y cambios (políticos).14 Además, son ritos solemnes y cuidado-samente codificados.15

Las universidades mexicanas contemporáneas, especialmente susautoridades, participan en varias actividades que satisfacen estas condi-ciones, incluido el anuncio oficial del Plan de Desarrollo que esbocé arri-ba y, por lo mismo, constituyen un terreno fructífero de análisis. Sosten-go que es más efectivo entender a los ritos y ceremonias universitariosexaminados aquí como “rituales de representación” que simbolizan cier-tos aspectos significativos de la realidad social. Como lo expresa Goodinen su característico lenguaje florido, las representaciones rituales de “lasrelaciones sociales no pueden pretender la verdad más que lo que hace

12 La imagen del Fénix fue incluida en el escudo de la institución por primera vez en1937, cuando el Colegio de Jesús fue transformada en la Universidad de Puebla. Sin embar-go, el referente metafórico del “Fénix” adquirió un nuevo significado al principio de los no-venta.

13 Abéles 1988, 393.14 Ibíd.15 Goodin 1978, 282.

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una representación pintada de un tazón de frutas”.16 Las representacio-nes rituales son, al mismo tiempo, producto y objeto de interpretación.El hecho de que un análisis de la transformación y transición organizati-vas en la BUAP desde la perspectiva de cultura y ritual se centre, necesa-riamente, en los procesos de representación, nos lleva a examinar lascambiantes relaciones entre discursos y representaciones de cambio, his-toria e identidad.

Los rituales políticos pueden aparentar que representan rasgos muydiferentes de la comunidad política y de los procesos políticos. En algu-nos casos, reafirman lazos de unidad e integración, como, por ejemplo,en los desfiles del 1° de mayo en los países excomunistas, al escenificar,en una forma por demás dramática, la cohesión del proletariado. Enotros casos, resaltan profundas divisiones y conflictos. Los desfiles delOrange Day en Belfast que pasan por los barrios católicos de la ciudadson representaciones explícitas de las profundas divisiones político-reli-giosas propias de Irlanda del Norte. Otros más, como los “rituales derevolución”, representan rupturas históricas, la reconstitución de auto-ridad, cambiantes alianzas y narrativas históricas. El enfoque de este es-tudio sobre la transición corresponde mejor a esa última forma.

En su estudio sobre varios rituales públicos del fallecido presidentefrancés, François Mitterand, Abéles muestra que fueron funcionales parala construcción de la legitimidad política.17 Además, Abéles sugiere quea pesar de una fachada republicana y secular, esos rituales movilizaronprofundos sentimientos religiosos al evocar símbolos trascendentalescomo “Nación”, “República” e “Historia”. El autor concluye que no hayuna diferencia “cualitativa” entre los rituales políticos modernos y los delas sociedades tradicionales, imbuidos de significados mágico-religiosos.

En este artículo, examino el significado político y la efectividad deciertos rituales que, aunque fueron celebrados en una sola ocasión, sonaltamente significativos; me detengo también en otros ritos universita-rios que –como el Informe del rector y la entrega de doctorados HonorisCausa– son repetidos con cierta periodicidad. Considero asimismo laconstrucción de la legitimidad y de las articulaciones políticas, aunque

16 Ibíd, 287.17 Abéles 1988.

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no me dirijo aquí al tema de la religiosidad.18 Más particularmente,vinculo el estudio del ritual con el tema de la identidad. De la mismamanera en que los ritos de pasaje individuales marcan instancias crucia-les de identificación, también los rituales organizacionales son instanciasdel retrazo de los límites entre un ser organizacional y otro. Y al igual quelas festividades y rituales del 16 de septiembre que sirven para represen-tar la independencia e identidad nacional de México, los ritos univer-sitarios juegan un papel fundamental en la construcción de la identidadorganizativa. Kertzer afirma que las organizaciones elaboran identida-des distintas valiéndose de medios míticos y rituales.19 Yo sostengo quelos rituales en la BUAP después de 1990 escenificaron y llevaron a cabo lareimaginación del poder organizacional y de la identidad, y articularonsimbólicamente las cambiantes relaciones políticas no sólo en el interiorde la institución, sino también entre ella y otros actores externos.

En suma, este ensayo tiene tres objetivos entrelazados: examinar lossignificados y efectos políticos de los rituales universitarios; establecer larelación entre ritual, poder e identidad; probar la viabilidad de la idea de“transición como ritual” en el entendimiento y ordenamiento de los su-cesos que tuvieron lugar en la BUAP. A fin de lograr dichos propósitos, hedividido el artículo en secciones. Las primeras dos presentan informaciónde fondo necesaria para situar este estudio etnográfico del ritual. La sec-ción que sigue incluye una breve reseña de los principales acontecimien-tos en el campo de la educación superior en los últimos años. Despuéspresento algunos datos claves de la BUAP para entender el contexto y lahistoria que sirvieron de telón de fondo a los rituales de la década de 1990.

De hecho, la revisión de la historia de la propia BUAP mediante elritual constituye uno de los elementos básicos del análisis. La tercerasección está dedicada al tema de la política de identidad institucional;indaga en el surgimiento de una narrativa de identidad que reposicionaa la universidad respecto de su propia historia y otros actores en la re-gión. En los apartados posteriores, examino ciertos rituales importantesque se celebraron y que jugaron un papel constituyente en la redefini-

18 Esto no quiere decir necesariamente que no habría ningún significado religioso–como los analizados por Abéles– en los rituales analizados aquí.

19 Kertzer 1988, 17.

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ción de la identidad institucional. Después, planteo una interrogantefundamental: ¿visto como un todo, podría entenderse a este análisis delas prácticas rituales de la universidad como la base de un ritual de tran-sición comprensivo? Termino el ensayo con una conclusión.

LA EDUCACIÓN SUPERIOR EN TRANSICIÓN

Desde inicios de los ochenta, América Latina ha experimentado una olade políticas neoliberales que afectaron el funcionamiento de la econo-mía, del sistema político y de instituciones de la sociedad civil. Muchaatención se ha puesto en las políticas de reestructuración económica y suimpacto en la industria, el comercio y las finanzas. Se observan asimis-mo cambios importantes en el sector público. En México, la reestructu-ración de las relaciones Estado/sociedad, en el sentido amplio del térmi-no, adquiere mayor velocidad después de la crisis económica que azotóal país en 1982. Esta tendencia se ahondó y aceleró en los sexenios deCarlos Salinas de Gortari (1988-1994) y Ernesto Zedillo (1994-2000), cuan-do las instituciones gubernamentales y las organizaciones que depen-dían de sus recursos gubernamentales entraron en un discurso de moder-nización, transparencia, competitividad, control de calidad, eficiencia yapertura; todo esto como parte de un proyecto comprensivo que preten-día desmantelar el modelo de desarrollo encabezado por el Estado mexi-cano a lo largo de varias décadas. La nueva estrategia de desarrolloimplicó la reestructuración de la economía a partir de la liberalización delcomercio y la privatización de las empresas paraestatales; de una vacilan-te reforma política, del diseño de nuevas políticas sociales y de la susti-tución de la ideología predominante del nacionalismo revolucionario porun discurso de competitividad global y liberalismo social.20 Los portavo-ces tecnócratas de este proyecto insistían que las transformaciones queellos preveían conllevarían a la democratización de la sociedad.

Un sector clave en que el gobierno concentró sus iniciativas de mo-dernización fue el de la educación superior. El origen y la naturaleza de

20 Hay una amplia bibliografía sobre estos temas. Dos interesantes colecciones deensayos son Cornelius et al. (eds.) (1994), y Aitken et al. (eds.) (1996).

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estos esfuerzos sólo pueden entenderse en el marco de la historia deldesarrollo del sistema universitario mexicano a lo largo de las últimasdécadas. En los años setenta, la educación superior se caracteriza por unmarcado incremento en el número de alumnos y personal empleado enlas universidades. Esta expansión, que suscitó la transformación de mu-chas universidades tradicionales, pequeñas y no profesionalizadas, enenormes instituciones burocratizadas, ocurre casi sin planeación institu-cional o intervención gubernamental. Las autoridades del gobierno y delas universidades acogieron la idea de una educación superior no selec-tiva. Al mismo tiempo, se ligó el financiamiento federal al número dealumnos, una política cada vez más costosa, pero que se pudo mantenergracias al boom económico del petróleo. Otro rasgo clave del sistema deeducación superior mexicano fue que las universidades públicas opera-ban atrás del “escudo constitucional” de la “autonomía universitaria”.Por muchos años, este principio de autonomía impidió que el gobiernointerviniera directamente en los asuntos internos de estas instituciones.

El periodo de “expansión no regulada”, producto del crecimientodemográfico, del generoso financiamiento gubernamental y de ciertasprerrogativas jurídicas, fue afectado seriamente por la crisis económicaque golpeó a México en 1982 e inició un largo periodo de ajustes que,eventualmente, propiciaron una profunda reorientación del modelo dedesarrollo nacional. Aunque la población estudiantil siguió creciendo, elfinanciamiento público disminuye en 25% entre 1981 y 1989.21 En estascircunstancias de restricción, el gobierno no pudo más que adoptar unapolítica que se ha calificado como “negligencia benigna”.22 Las univer-sidades también enfrentaron serios problemas, algunos de ellos comoresultado directo de los reducidos fondos; otros con raíces en historiasinstitucionales más antiguas: personal no calificado contratado en losaños de bonanza, disputas faccionales por escasos recursos, activismosindical, imagen pública deteriorada. Además, las instituciones públicasenfrentaron la proliferación de nuevas universidades privadas que con-taban con el apoyo pasivo del Estado.23

21 Kent 1993, 78.22 Fuentes 5-12.23 Levy 1986.

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Los cambios en las relaciones entre educación superior, gobierno ysociedad surgieron no sólo en México, sino en toda América Latina.Brunner (1994) ha descrito la situación de la educación superior lati-noamericana en la década de 1990 en términos de una crisis tripartita:24

financiera, ya que el modelo de financiamiento gubernamental por in-crementos se torno inviable; regulatoria por el rápido crecimiento deinstituciones privadas sin sistemas de control de calidad o de regulacióneficaces; una crisis causada también por la inexistencia de mecanismosde evaluación. La confluencia de la falta de evaluación y de una distri-bución “paternalista y benevolente” de los recursos por parte del Esta-do, creó instituciones dependientes sin ningún incentivo para renovar-se. Para hacer frente a esta multifacética crisis, Brunner propuso unareestructuración del “contrato social” entre el Estado y la educación su-perior; sugirió reemplazar las políticas financieras tradicionales por sis-temas diferenciados más complejos y la implementación de mecanismosde evaluación. Desde inicios de los noventa hubo avances en esta direc-ción en todo el continente. La implementación de políticas nuevas y másagresivas ha estado acompañada por todo un nuevo conjunto de ideas yprincipios organizativos; los conceptos de transparencia, evaluación decalidad, calificación y excelencia son centrales. En México y otros luga-res, las autoridades universitarias actuaron de acuerdo a esas tendenciasal inaugurar proyectos de reforma institucional y al esforzarse por adop-tar nuevas prácticas administrativas.25 Hasta ahora, es poca la investiga-ción que se ha hecho sobre el impacto de estos profundos cambios depolítica en organizaciones concretas y mucho menos sobre sus dimen-siones culturales y simbólicas.26 Requerimos de estudios que “indaganmás allá de la retórica administrativa y organizativa”.27

24 Brunner 1994, 11-42.25 Véanse las contribuciones sobre Argentina, Brasil, Chile y México en Neave y Van

Vught, Prometeo encadenado.26 Véase, por ejemplo, Adrián Acosta Silva, Estado, políticas y universidades en un perio-

do de transición, Guadalajara/México: Universidad de Guadalajara/Fondo de CulturaEconómica, 2000, que analiza los casos de Sonora, Guadalajara y Puebla.

27 Ibarra 161.

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LA UNIVERSIDAD DE PUEBLA

A principios de los noventa, tras una de las más graves crisis financierasde su historia moderna, la universidad pública de Puebla emprendió unimpresionante proyecto de modernización. Desde los setenta, cuandogrupos políticos basados en la universidad chocaron violentamente con-tra una alianza del Estado con la Iglesia e intereses privados, la BUAP seconvierte en un baluarte de la izquierda.28 Estos conflictos, que se repro-ducirían a lo largos de varios años, suscitaron relaciones tensas y a vecesabiertamente hostiles, entre la BUAP e importantes actores de la sociedadde Puebla. Por mucho tiempo esa universidad fue un modelo de demo-cracia directa y de hegemonía de izquierda ligada a grupos y movimien-tos populares de la región; al mismo tiempo, fue modelo de facciona-lismo político, de estructuras organizativas jerárquicas y de prácticasclientelares.

Durante el apogeo del dominio izquierdista, las universidades mexi-canas pasaron por un proceso de masificación. Puebla no fue la excep-ción. Incrementar el número de alumnos se convierte en meta de casitodo dirigente universitario. Esta política de “puertas abiertas”, juntocon el activo reclutamiento de estudiantes de clase media y baja a travésde las escuelas preparatorias, obedeció a la noción, también de izquier-da, de la “universidad popular, crítica y democrática”, pero, a la vez,encajó bien con la nueva política de financiamiento del gobierno, basadoen el número de alumnos inscritos. Mas todavía, otro impulso se derivódel contexto político que hizo que la universidad chocara con ciertasfuerzas externas, dado que el crecimiento de la matricula y de los re-cursos habían incrementado el poder de negociación de la universidadfrente al estado. Entre 1970 y 1981, el alumnado de la BUAP subió de 8 000a 25 000, y para 1990 alcanzó los 75 000.

Paralela a esta enorme expansión, se dio un vacilante proceso de pro-fesionalización académica. En los setenta, el tradicional profesor univer-sitario que impartía su clase y luego salía para atender su despacho legalo consultorio médico, fue reemplazado de repente por académicos de

28 Para un análisis extensivo de los conflictos entre la BUAP y los diferentes actores desu entorno regional, véase Pansters (1990, capítulos 5 y 6).

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tiempo completo, muchos de ellos muy jóvenes y sin una sólida forma-ción científica.

La diversificación de las carreras y el establecimiento de institutos deinvestigación promueven también la emergencia de profesores universi-tarios de tiempo completo. El mayor tamaño y complejidad de estasinstituciones condujo a la creación de nuevos cuerpos administrativos;con todo, la profesionalización del manejo institucional no sostuvo elmismo ritmo. Las universidades experimentaron un proceso de burocra-tización con la contratación de cada vez más personal administrativo,sindicalizado, no académico. En su conjunto, estos sucesos organizati-vos ejercieron cada vez más presión sobre el marco jurídico (introducidoen 1963) que oficialmente regía a la universidad. El resultado fue ciertodesorden administrativo que se agravó cuando, por influencia del Parti-do Comunista, se aprobó un sistema en que los ejecutivos de cada niveladministrativo debían ser electos por el voto universal del personal aca-démico y no académico así como de los estudiantes. Dado que las elec-ciones de rector29 y de los directores acontecían en diferentes fechas, launiversidad padeció un elevado nivel de politización dando por resul-tado lo que De Vries y Moreno llaman la “balcanización de las estructu-ras de poder”.30 Cuando se intensificaron las disputas faccionales al inte-rior del Partido Comunista, las prácticas administrativas se politizaronaun más. Este proceso de “expansión sin reforma institucional” se con-vertiría en un elemento clave del virtual colapso de la universidad va-rios años más tarde.

La crisis económica de 1982 en México afectó directamente los fon-dos federales disponibles para la educación superior profundizando unatendencia que ya era evidente. Entre 1980 y 1989 el gasto federal en las

29 No hay un acuerdo internacional sobre el término que designa a la más alta au-toridad de una universidad. En Gran Bretaña se habla del Vice-chancellor, en Francia dele president, y en Estados Unidos el término más común es Dean. En otros países, comoHolanda y Alemania, se usa el término Rector (Rector). Lo mismo ocurre en América La-tina, donde se hace una distinción entre “Rector”, “Vice-rector” (el responsable de unacierta área), y “Director”, uno que encabeza un Departamento, Instituto de Investigaciónu otra unidad similar. La literatura especializada en inglés sobre la educación superiorcomparativa suele preferir el término “Rector”.

30 De Vries et al., 147.

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universidades públicas cayó de 710 a sólo 510 millones de dólares. En elmismo periodo, el gasto global en la educación superior bajó de casi 4por ciento a menos de 2 por ciento del PIB.31 Mientras tanto, la BUAP si-guió contratando más personal, académico y no académico, a pesar delos cada vez más reducidos subsidios federales.

Esto se explica en parte por la “balcanización” de la estructura de po-der, la cual propició que grupos y facciones rivales se esforzaran por am-pliar sus bases de poder mediante el reclutamiento de más seguidores;se relaciona además con el poder que logró acumular el sindicato de launiversidad y con su enorme influencia en las prácticas de contratación;a menudo, se utilizaron criterios no académicos (es decir, políticos). Estasituación se volvió más difícil aún cuando el gobierno federal decidióque sólo financiaría los puestos que el mismo autorizaba. Para entonces,la universidad tenía unos 1 200 empleados no autorizados por la Secre-taría de Educación. Esto significó que cada quincena se gastara casi todoel subsidio en nómina, sin dejar dinero para los gastos operativos.32

Los problemas financieros se agravaron en 1987 cuando una facciónpolítica que había estado marginada ganó la rectoría. El grupo entrante,encabezado por el nuevo rector, Samuel Malpica, chocó inmediatamentecon sus predecesores; no sólo con sus líderes visibles sino con todos losque habían logrado puestos de influencia en la burocracia, las escuelas,los centros de investigación, el Consejo Universitario y el sindicato en elrégimen anterior. Además, el poco experimentado rector provocó un en-frentamiento con el gobierno. En casi todas las ramas de actividad nor-mal (educativa, administrativa, política, financiera, académica), el mo-delo para dirigir la universidad había llegado a su límite. La imagen deesta –alguna vez– prestigiada universidad pública de Puebla estaba muydeteriorada, un hecho especialmente grave, puesto que en esa mismaépoca se fundaron en el estado varias instituciones nuevas de educaciónsuperior privadas. Hoy, Puebla ocupa el segundo lugar en el país en lacantidad de instituciones de educación superior.

A finales de 1989, esta parálisis llegó a su clímax cuando, por los cre-cientes problemas financieros, las autoridades sólo pudieron pagar a los

31 Kent 1996, 109.32 De Vries et al., 161.

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empleados dos terceras partes de sus sueldos. Entonces la universidadse dividió en dos campos, situación que no se resolvería sino hasta queel gobierno federal interviniera de forma indirecta, obligando al rector arenunciar.

En 1990 hubo nuevas elecciones y sus resultados dieron inicio a unanueva etapa de la agitada historia de la BUAP.

NARRATIVAS DE IDENTIDAD INSTITUCIONAL

Después de 1990, la BUAP entró en un profundo proceso de transforma-ción y transición. La nueva administración universitaria implementóproyectos de reforma en casi todos los sectores de la institución: se reor-ganizó el sistema administrativo, se reordenó la rama de enseñanza, seremodeló la estructura de la nómina del personal académico y se imple-mentaron varias iniciativas encaminadas a impulsar la investigación.Además, se modificó la estructura del gobierno interno y, quizá lo másimportante de todo, se modificaron sustancialmente las relaciones políti-cas entre las distintas fuerzas dentro de la institución así como entre laselites institucionales y destacados actores externos. Parte crucial de esteúltimo cambio fue la virtual destrucción del sindicato universitario y sueliminación como un actor político mayor dentro de la institución.33 Latransformación y transición de la universidad penetró hasta el corazónde la actividad académica; afectó las posiciones de los actores y cambióel lugar que la institución ocupaba en el “campo de fuerzas” regionales.Pero este proceso también suscitó varias preguntas básicas: ¿Cuál es elpapel de la universidad pública en la sociedad? ¿Cómo se relacionará laBUAP con su propio pasado? ¿Cómo deberá verse en el futuro cercano?En resumen, al inicio de los noventa, la BUAP enfrentó cuestiones clavessobre su propia naturaleza e identidad institucional. Como sugiere Czar-niawska, estos “actos organizativos autobiográficos” suelen tener lugaren las organizaciones, “pero quizá con mayor frecuencia y premedita-

33 Véase Wil G. Pansters, “Building a Cacicazgo in a Neoliberal University”, enA. Knight y W. Pansters (eds.), Caciquismo en 20th-century Mexico, Londres, ILAS, 2005,296-326.

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ción, en momentos de desafío y turbulencia”.34 En el campo de la antro-pología y sociología organizacional se han producido varios estudios deestas cuestiones en años recientes.35

En un trabajo fascinante sobre el comercio al menudeo en Inglaterra,el sociólogo Du Gay analizó cómo los discursos empresariales neolibera-les propiciaron una reimaginación de las identidades organizacionales,explicando que las representaciones, tecnologías y prácticas impuestasdesde arriba se tradujeron en “nuevas formas en que la gente está en eltrabajo”, siendo apropiadas de manera ambigua por los miembros de laorganización en niveles menores. Du Gay se interesa particularmente enla forma en que los nuevos discursos de identidad organizacional nece-sariamente confrontan las relaciones culturales existentes y se inscribenen biografías personales e historias institucionales específicas.36 La an-tropóloga Schoenberger, por su lado, ha estudiado la influencia de laidentidad corporativa en la toma de decisiones estratégicas; algunasgrandes firmas estaban tan envueltas en una cierta identidad y eran tanincapaces de reaccionar frente a un entorno cambiante y frente a nuevasmaneras de pensar, que casi perdieron sus negocios.37 Alvesson, por suparte, ha argumentado que el estudio de la identidad en las organiza-ciones debe tomar en cuenta tanto el tipo de organización como las re-laciones entre ella y su entorno;38 su examen del sector publicitario enSuecia pone en claro que la representación, narrativa y simbolismo sonespecialmente importantes en el sector servicios, porque este tipo de tra-bajo, así como sus resultados y sus relaciones con los clientes, son intan-gibles, fluidos y ambiguos. Alvesson también afirma que la necesidad departicipar en el trabajo identitario es mayor cuando se trata de organiza-ciones en el entorno institucional que dependen fuertemente de la con-firmación o crítica por parte de otros actores.39 Estas ideas son aplicablesa la educación superior y al caso de la BUAP, especialmente el segundo

34 Czarniawska 1997, 53.35 Una importante obra general es la de Martin Parker: Organizational Culture and

Identity. Unity and Division at Work, Londres, Sage, 2000.36 Du Gay 1996, 119-177.37 Schoenberger 1997.38 Alvesson 1998.39 Ibíd. 991.

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punto, ya que las iniciativas de reorganización de la universidad en unentorno político y discursivo fluido y cambiante requiere mucho mástrabajo simbólico e identitario que pretende “reparar” los efectos inelu-dibles de la fragmentación, la inseguridad, la ambigüedad y la rupturaque tan a menudo genera el cambio profundo.

En este contexto, no sorprende que los dirigentes de la universidadelegidos en 1990 y reelegidos en 1993, se dieran a la tarea de elaboraruna narrativa capaz de explicar y legitimar la enorme transformaciónque ellos mismos habían emprendido y de establecer un nuevo lugar eidentidad para la BUAP. Valiéndose de varios medios –discursos oficiales,boletines de prensa, entrevistas, publicaciones universitarias, reunio-nes– el rector Doger y otros miembros prominentes de su administraciónhablaron de lo que la universidad había alguna vez representado, de loque debería representar y procurar en el futuro cercano y de cómo sepretendía lograrlo. Emergió paulatinamente una narrativa más o menoscoherente de la historia, propósitos, desafíos y, al final de cuentas, de laidentidad de la BUAP. En la construcción de esta nueva narrativa e identi-dad, varios actores aprovecharon una amplia gama de discursos, algu-nos asociados con agencias globales como el Banco Mundial o el BancoInter-Americano de Desarrollo; otros acogieron el discurso neoliberal dereforma y liberalización que pregonaba el gobierno federal, mientrasque algunos se nutrieron de discursos y experiencias locales.

Los temas centrales de la gran narrativa elaborada a inicios de losnoventa articularon el cambio ideológico y programático que los líderesde la institución pretendían implementar: habría que distanciarse de la“universidad democrática, crítica y popular” que para entonces era vistacomo un proyecto que había privilegiado las “acciones políticas y, en elsentido estricto, la lucha para el poder en la universidad”.40 Este llama-do “proyecto políticamente informado” debía se ser reemplazado poruna estrategia que enfatizara el desempeño académico y la “excelencia”.Al inicio del segundo periodo de Doger, esta nueva narrativa, con su in-terpretación del periodo anterior a 1990 y su bosquejo de la “nueva uni-versidad” de “excelencia académica y compromiso social”, quedó incor-porada en un plan estratégico llamado “Proyecto Fénix”. Uno de los

40 Doger 1993, 6.

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elementos básicos de este proyecto consistió en trazar una clara líneadivisoria entre la “nueva” y la “vieja” universidad. Transformar a laBUAP implicaba “un examen crítico de sus tradiciones académicas einstitucionales, un análisis de sus fortalezas y debilidades y una revisiónde sus valores y creencias internos”.41

Emergió poco a poco una imagen del periodo anterior a la adminis-tración de Doger en que la universidad representaba la antítesis deltrabajo y de los valores académicos. El mensaje ideológico era claro: ¡en-tre más oscuro fuera el pasado, más clara sería la necesidad de reformasy más glorioso lo que Doger y su equipo estaban logrando!

Esta ambición estaba explícitamente ligada a ciertos procesos socia-les que generaron nuevas demandas sobre el sistema de educación supe-rior: cambio tecnológico, profesionistas en nuevos campos más allá demedicina y leyes, emergencia de nuevas formas de organización del apa-rato productivo, aspecto de especial relevancia dada la participación deMéxico en el Tratado de Libre Comercio. Calidad, competitividad, coo-peración (con actores externos), movilidad y eficiencia se convirtieron envalores básicos de la educación superior. Era urgente poner al día lasprácticas administrativas, las estructuras y los procesos institucionalesasí como la actitud y conducta de todos los involucrados.

Esa firme línea divisoria entre pasado y presente fue resaltada porimágenes contrastantes en torno a las formas en que la universidad serelacionaba con diversos actores del entorno regional. Por muchos años,las intensas batallas entre, por un lado, los reformadores universitariosy, por el otro, el gobierno del estado, la burguesía regional y la Iglesia,habían sido potentes símbolos e indicadores de la identidad institu-cional. Varias de las ceremonias, rituales y discursos oficiales de la refor-ma universitaria giraron en torno a la memoria de las víctimas de la vio-lencia política de los sesenta y, especialmente, principios de los setenta.Los líderes comunistas que fueron asesinados a sangre fría en los díasnegros de la crisis política de la universidad en 1973 devienen en íconosde la independencia institucional y de la universidad “popular, demo-crática y crítica”. Los valores de esa época contrastaban marcadamente

41 BUAP 1994, 14.

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con los de la burguesía “retrograda” de Puebla y de las elites autoritariasdel estado capitalista. El izquierdismo político y el liberalismo moraltambién chocaron con las clases medias urbanas conservadoras y con lajerarquía eclesiástica de Puebla. Todo esto dio lugar a un autoproclama-do aislamiento institucional: la Benemérita Universidad de Puebla erauna isla progresista en medio de un mar de conservadurismo. Aunquela universidad siempre había estado vinculada con otros actores y movi-mientos en la región, y a pesar de que reestableciera su relación de traba-jo con el gobierno regional a inicios de los ochenta, estos símbolos y laorgullosa narrativa de su aislamiento siguieron siendo muy poderosos.De hecho, fueron movilizados durante el malogrado rectorado de Sa-muel Malpica (1987-1989), cuando éste emprendió un camino de con-frontación política con el gobernador, con el Estado federal y con la “in-fame derecha de Puebla”, usando el lenguaje de reforma y de autonomíauniversitaria.

Después de 1990, fueron abandonados paulatinamente los discursosy las prácticas de identidad institucional conformadas en contraposicióna las elites regionales. Todo proceso de formación de identidad precisade alguna noción de “el otro”. Lo que vemos en el caso de la BUAP es unapolítica de identidad que camina desde una “otredad” sincrónica combi-nada con el aislamiento lateral, hacia una “otredad” diacrónica y la inte-gración lateral: si bien antes de 1990 el principal límite entre el ser insti-tucional y ese “otro” se trazó sincrónicamente entre la universidad y losactores e instituciones rivales de manera que surgió el aislamiento, des-pués de 1990, el límite primario entre el ser institucional y ese “otro” setrazó en la historia de la propia institución (es decir “antes” y “después”de Doger).42 Este dramático ajuste se logró en parte mediante la imple-mentación de la integración lateral (institucional y política) en lugar delaislamiento lateral (también institucional y político).43 La construcción

42 En otras palabras, la construcción de identidad se desplazó desde una línea divi-soria social hacia una línea divisoria histórica.

43 La idea del desplazamiento desde el aislamiento y hacia la integración tambiénpuede observarse en otros terrenos, como la economía y el comercio. La misma elite uni-versitaria, por ejemplo, se involucró cada vez más en las actividades comerciales, peroestos temas no serán tratados en este ensayo.

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de una nueva identidad institucional se realiza en parte a través de la re-novación o el establecimiento de vínculos con otros grupos de interés einstituciones en Puebla, con los cuales la universidad tenía relacionestenues o, en algunos casos, abiertamente hostiles. Se trata de un proyec-to procurado y ejecutado de forma consciente, a menudo en forma de ri-tuales públicos que, además, encajaron con un aspecto clave del discur-so gubernamental sobre la educación superior: el énfasis en la urgenciade mejorar los nexos entre universidades públicas, economía y sociedad.

REPRESENTADO LA INTEGRACIÓN LATERAL

Nuevas identidades e identificaciones son constituidas, negociadas y re-producidas no sólo en narrativas sino también, y quizá de manera prin-cipal, en la interacción social, las representaciones, el ritual y las prácticasmateriales, siempre en un contexto específico de relaciones de poder.44 Enesta sección analizo a detalle varios rituales de la universidad pero, antesde hacerlo, debo comentar brevemente algunas de las formas socialesque adquirió esta reorientación de la identidad institucional.

Desde su inicio, el primer periodo de la administración Doger exhi-bió elementos de un nuevo discurso del ser institucional (por ejemplo,rigor financiero), aunque todavía contenía referencias al pasado inme-diato y a la cultura institucional de la BUAP forjada en los años de domi-nio izquierdista. Al asumir el poder en octubre de 1990, Doger hablósobre las políticas de la Secretaría de Educación, diciendo: “la políticamodernizadora y exigencias de evaluación interfieren en el autogobier-no de las universidades públicas, condicionando anticonstitucionalmen-te el subsidio”. Además, mencionó “visiones neoliberales en la univer-sidad” e hizo un llamado a la comunidad universitaria a fortalecer sucompromiso con las fuerzas progresistas del país.45 Sin embargo, dosmeses después, durante su intervención en una reunión muy simbólica,la cena de fin de año de los empresarios poblanos, Doger estableció cla-

44 Alvesson 1998, 991.45 Doger 1990.

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ramente frente a dicha comunidad, y la sociedad en general, la direcciónque pretendía seguir. Aunque asistió en calidad de “invitado honora-rio”, se rumoraba que él se había “autoinvitado” al evento. La reunión,que tuvo una amplia cobertura en los medios locales, se celebró en unrestaurante propiedad de Eduardo García Suárez quien, según un diariolocal, veinte años atrás había sido uno de los “más conspicuos ideólo-gos” del grupo derechista Frente Universitario Anticomunista durantela zozobra política y cultural en Puebla.46 En efecto, en los años setentaSuárez fue uno de los líderes más estridentes y extremistas del movi-miento estudiantil. Luego, en los ochenta, se transforma en un impor-tante miembro de la burguesía regional, muy activo en las organizacio-nes empresariales. En contraste, Doger como estudiante, como profesory como administrador, había estado vinculado al grupo comunista quedesalojó a los conservadores de la BUAP. Esta reunión, de cinco horas, fuepercibida “un acto de reconciliación”. Para Doger significó “un paso a lareidentificación y reintegración de la BUAP con la sociedad”, e invitó ala comunidad empresarial de Puebla a acercarse a la institución con suspreguntas y sus necesidades comerciales.47 No obstante, fue García Suá-rez y sus compañeros empresarios quienes más aprovecharon la ocasión;el evento era prueba de que ellos siempre habían tenido la razón y quelos treinta años de conflicto habían terminado porque la izquierda habíasido derrotada. El triunfo del capitalismo simbolizado en la caída delMuro de Berlín en 1989 reverberaba en ese restaurante en Puebla pero,al mismo tiempo, se articuló con profundos conflictos locales. Los líde-res empresariales entendían que, por fin, Puebla iba a incorporarse a lamodernidad.48 La posición de Doger en la BUAP, y fuera de ella, no eraaún lo suficientemente fuerte como para permitirle “mandar”, pero nole costarían muchos años aprender a emular el estilo de aquellos exito-sos hombres de negocios y convertirse también en un próspero empresa-rio. Quizá fue el abierto triunfalismo de García Suárez lo que despertóla preocupación de muchos universitarios que seguían identificándose

46 El Heraldo, 24 diciembre 1990.47 El Heraldo, 24 diciembre 1990; Cambio, 21 diciembre 1990.48 Cambio, 21 diciembre 1990.

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de manera estrecha con la narrativa que había nutrido la ruptura entrela BUAP y la comunidad empresarial de Puebla y, más particularmente,con las élites asociadas a García Suárez.49

Después de esta reunión de Doger con los líderes empresariales re-gionales, la nueva relación se consolidó en varios sentidos. La negocia-ción de una serie de acuerdos con la comunidad comercial regional y va-rias agencias del gobierno constituyó una de las manifestaciones másclaras de esta integración lateral. Después de un año en el puesto, Dogerpresumía de esta intensificación y diversificación de relaciones entre laBUAP y la sociedad; de hecho firmó más acuerdos de colaboración en unaño que sus dos predecesores juntos, incluidos convenios con organiza-ciones empresariales, el ejército, sindicatos, el clero, agencias del gobier-no y universidades nacionales y extranjeras.50

En la mayoría de los casos, estos pactos abrieron oportunidades paraque los alumnos pudieran prestar su servicio social en instituciones pri-vadas. Por ejemplo, sólo en el 1991, la BUAP firmó tres convenios con elmunicipio de Puebla.51 El alcalde de la ciudad recibió con gusto estas ini-ciativas de colaboración y se pronunció “complacido” por el “aceleradoproceso emprendido por la universidad para vincularse a todas las acti-vidades de la vida social”.52 En los años siguientes, Doger firmó muchosconvenios más con numerosas instituciones. Por ejemplo, en 1992 laBUAP acordó colaborar con el Tribunal Superior de Justicia; con la Comi-sión Nacional del Agua se estableció un acuerdo para el desarrollo deprogramas y la búsqueda de soluciones al problema del escaso abastode agua en Puebla.53

49 Los hombres de negocios más conservadores y políticamente activos en Pueblasolían ser dueños de empresas de tamaño mediano, a menudo en los sectores económi-cos tradicionales como la rama textil, la industria alimenticia, los servicios urbanos y laespeculación.

50 La Jornada de Oriente, 2 octubre 1991.51 Uno tenía que ver con la colaboración y consejos para las llamadas “juntas auxilia-

res”, mientras que otro trataba del “Central de Abastos”, y el tercero del área de la arqui-tectura y desarrollo urbano. Este último acuerdo planteaba crear quizá 4 000 oportu-nidades para hacer el servicio social.

52 Cambio, 4 octubre 1991.53 Universidad 1992, 7.

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En 1992, un financiamiento del gobierno federal hizo posible fundarla Promotora Empresarial de la BUAP, órgano establecido para intentardiversificar las fuentes de ingresos de la universidad al procurar contra-tos comerciales con empresas privadas y del sector público relacionadoscon la investigación y la capacitación profesional. Se nombraron a hom-bres de negocios y a funcionarios del sector público para integrar el Con-sejo de Administración de la Promotora.54 Más tarde, la universidad fir-mó también un acuerdo de cooperación con el Congreso Regional quepretendía fortalecer el gobierno local mediante la participación de laBUAP en proyectos de investigación, planeación y desarrollo.55 En los últi-mos años de su segundo periodo, Doger llegó a un acuerdo con el sectorprivado que era, sobre todo, altamente simbólico. En una reunión conlos dirigentes del Consejo Coordinador Empresarial, el rector mostró elCentro de Tecnología Educativa, un costoso y futurista edificio en Ciu-dad Universitaria, que llegó a ser el emblema de la modernización entérminos de infraestructura (el edificio alberga el departamento de launiversidad que administra los exámenes de admisión).

Parecía que Doger buscaba una muestra explícita de apoyo a sus po-líticas por parte de los dirigentes más prominentes de la comunidad em-presarial poblana. Se acordó que la investigación debía “sintonizar” conlos requerimientos de la industria. Los líderes comerciales se comprome-tieron a abrir a los estudiantes espacios para hacer su servicio social, alparecer porque ya estaban convencidos de que la BUAP “sólo admitía alos mejores”. Además, accedieron a apoyar la innovación tecnológica. LaAsociación de Empresarios de la Industria Textil se prestó para orientara la universidad en la elaboración de un programa de estudio para unanueva carrera: Ingeniería Textil.56 Cabe resaltar este último suceso pordos razones: primero, para entonces la industria textil –tradicionalmen-te un sector clave de la economía regional– había perdido gran parte desu importancia económica, hecho que hace dudar de la relevancia realdel plan; segundo, la burguesía textil era el grupo empresarial más

54 La Jornada de Oriente, 18 marzo 1992.55 Obviamente, esto iba de la mano con el énfasis del gobierno federal en la munici-

palización. Véase La Jornada de Oriente, 8 mayo 1996.56 La Jornada de Oriente, 3 julio 96; véase también Gaceta Universidad 1996, 3-6.

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“arraigado” en Puebla y por décadas había constituido el adversariomás férreo de la universidad. Está claro que el plan tuvo objetivos tantopolíticos como simbólicos. Sin embargo, y a pesar de todo, un año des-pués, la carrera en Ingeniería Textil quedó oficialmente inaugurada. Enuna conferencia de prensa celebrada unos meses antes de dejar su pues-to, Doger afirmó que esta nueva relación con los “sectores productivos”en el estado no correría ningún riesgo con su sucesor.

No es éste un lugar para evaluar el impacto concreto de los acuerdos,convenios, cartas de intención y cooperación entre la BUAP, las agenciasgubernamentales y el sector privado. Sin duda, esto incrementó lasoportunidades para los estudiantes y mejoró la imagen global de la uni-versidad, especialmente entre grupos que le habían sido abiertamentehostiles por muchos años, como expresó el presidente del Colegio deAbogados en Puebla cuando declaró que en el pasado ciertos grupos na-cionales y extranjeros habían controlado a la universidad “[haciendo] deella un botín económico”; una “plataforma política, plataforma que porsu ideología irrealista la aisló y puso en contra de la sociedad…”57 Sinembargo, otro aspecto importante del significado político de la firma deestos pactos formales fue el de su presentación pública.

Los rituales organizados en torno a esos actos son significativos nosólo por su contenido, sino –quizá especialmente– por su forma y susimbolismo. Los discursos, el escenario físico y la presencia de reconoci-das personalidades del sector comercial, del gobierno y de las artes enlos eventos organizados por la BUAP y, más importante aún, por el mismoDoger, frente a la prensa y los medios, constituyeron foros para difundirmensajes y para proyectar poderosos significados e imágenes. En unareunión con el presidente municipal de Puebla, Doger se distanció clara-mente del pasado izquierdista de la BUAP al declarar que quería empujara los estudiantes hacia las calles, aunque “no en el sentido de las famosasmanifestaciones, sino volcarlos en manifestaciones de cultura y de apo-yo al servicio social”.58 En varias otras ocasiones, el rector y otros orado-res enfatizaron que la BUAP había logrado un nuevo comienzo, que esta-

57 El Sol de Puebla, 9 octubre 1991, énfasis agregado58 El Heraldo, 4 octubre 1991.

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ba entrando en la “modernidad” (el líder empresarial García Suárez), yque había “retomado el camino de la universalidad” (el arzobispo Ro-sendo Huesca y Pacheco). Después de 1993, año en que Manuel Bartlettse convirtió en el gobernador de Puebla, éste estuvo presente en muchasocasiones ceremoniales, aunque a menudo sólo como “testigo de ho-nor”. Su sola presencia llamaba la atención de los medios y de grupospolíticos dentro y fuera de la BUAP, resaltó sus nexos con Doger y forta-leció la posición del último. En la sección que sigue, analizo con mayordetalle algunos de los más destacados rituales universitarios.

RITUALES DE IDENTIDAD INSTITUCIONAL E INTEGRACIÓN LATERAL: EL ANUNCIO DEL “PROYECTO FÉNIX”

Una ocasión paradigmáticamente simbólica del proceso de rearticula-ción de la BUAP con las elites regionales, fue la presentación pública delPlan de Desarrollo de Doger en mayo de 1994, el llamado “Proyecto Fé-nix”. En los meses anteriores, borradores del Plan habían sido discutidosen el Consejo Universitario y por miembros de la comunidad universita-ria, pero para su anuncio oficial Doger organizó un evento orientadomás bien hacia actores externos a la institución. El 13 de mayo, el rectordio la bienvenida a los más altos funcionarios gubernamentales, entreellos el gobernador Bartlett, el alcalde Rafael Cañedo y el presidente delCongreso estatal, a los presidentes de asociaciones empresariales comola CCE y CANACINTRA, a muchos otros destacados empresarios y al repre-sentante del arzobispo. En una presentación de diapositivas que duróunos 40 minutos, Doger habló de los principales componentes del Plan:la introducción de nuevas tecnologías, el mejoramiento de las bibliote-cas, aumentos del personal con estudios de postgrado, etcétera. Está cla-ro que dicha presentación tuvo lugar en el marco de un objetivo políticomás amplio: obtener el reconocimiento y la aprobación de esos otroraenemigos de la BUAP, como sugiere el uso del slogan “El Plan de Desa-rrollo de la BUAP. Una nueva relación con la sociedad”. El acomodo delos muebles también tuvo un significado simbólico: dos largas mesas enparalelo con sillas para 25 personas cada una, unidas por una pequeña

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mesa del presidium donde cabían sólo tres individuos: Bartlett en el cen-tro, Doger a su derecha y Manuel Espinosa Iglesias a su izquierda.59 Elanciano Espinosa Iglesias fue uno de los más exitosos empresarios po-blanos de la posguerra; como presidente de BANCOMER y de la FundaciónMary Street Jenkins, acumuló una enorme fortuna y, en 1969, donó a launiversidad un terreno en las afueras de Puebla para que construyeraallí su plantel.60 Además, financió la construcción de varios de sus edifi-cios. Veinticinco años después, Doger elogió la filantropía de Espinosa yanunció la intención de proponer al Consejo Universitario la creación dela Medalla Melchor de Covarrubias, presea que sería otorgada a perso-nas que sin ser integrantes de la comunidad universitaria se distinguíanpor su apoyo a la BUAP. Anticipando una respuesta favorable a su pro-puesta, el rector anunció ahí que Espinosa Iglesias sería el primero en re-cibir ese honor. Aun cuando el prominente lugar que ocupó este filán-tropo en el evento se justificó oficialmente por un donativo que habíahecho 25 años atrás y dado que el premio ni siquiera existía, el significa-do real fue que Espinosa, figura perfecta y no controvertida, le permi-tiría a Doger congraciarse con la burguesía poblana.61

Pero eso no fue todo. Cuando Doger concluyó la presentación de lospormenores de su Plan, invitó a los líderes comerciales a trabajar a favorde la BUAP diciendo: “No desconocemos los problemas internos de launiversidad, las confrontaciones de otros tiempos de la universidad conalgunos sectores de la sociedad. Ahora esos problemas ya pasaron, porlo que debe prevalecer el compromiso, la corresponsabilidad entre uni-versidad y sociedad…”62 Finalmente, anunció la creación del ConsejoSocial Consultivo de la BUAP, un órgano de consulta para la relación dela BUAP con su entorno, cuyo primer presidente sería Antonio Kuri Alam,

59 La importancia de la distribución espacial para el entendimiento del ritual ha sidoenfatizado por Parkin, 1992,11-25.

60 Es interesante notar también que en 1994 Espinosa Iglesias era el propietario de lamás cara de todas las universidades particulares, la Universidad de las Américas (UDLA).

61 Espinosa Iglesias recibió el premio, por fin, en 1996, poco después de que la crea-ción de ese honor fuera aprobada por el Consejo Universitario (Acta de la I Reunión delH. CU, 22 mayo 1996. Véase asimismo Gaceta Universidad, 8 agosto 1996).

62 Universidad, 7 junio 1994, 7.

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prominente miembro de la comunidad comercial mexicano-libanesa enPuebla. Para terminar, el gobernador Bartlett elogió la “voluntad políti-ca y el coraje” de Doger y su equipo; prometió todo su apoyo, desde lue-go, “dentro del respeto a su autonomía”.63 En suma, el anuncio públicodel “Proyecto Fénix” fue un evento singular, aunque integrado por unaserie de rituales con características particulares que fueron organizadosdurante los primeros años del régimen de Doger; mediante el escenariofísico, la distribución del espacio, un lenguaje y sus prácticas rituales,concentró un conjunto de significados que enfatizaron la simultáneaconstrucción de la otredad diacrónica y de la integración lateral. Esto fuelo que motivó a un periódico local a publicar el siguiente comentariocínico: “los únicos que faltaron fueron los universitarios porque, quizá,no sean muy presentables en eventos sociales de tal envergadura y antetan distinguida concurrencia”.64 Esta nota es muestra de que existen in-terpretaciones alternativas de lo que estaba ocurriendo en la universi-dad así como lecturas enfrentadas del ritual “Fénix”. Dado que los ritos,como el que acabo de describir, abarcan múltiples participantes y públi-cos (aquí, autoridades, elites regionales, varios sectores de la comunidaduniversitaria, etcétera), no sorprende el que sus significados sean con-textualmente interpretados. En esta visión, el ritual se convierte en un“espacio contestado de acción social y de política de identidad”.65

Aunque está más allá del alcance de este escrito indagar en detalle lanaturaleza de los potenciales marcos de interpretación alternativos, esobvio que hay en la BUAP otras narrativas que desafían la narrativa de laelite dominante de la institución y las formas en que ésta fue ritualiza-da. Una narrativa alternativa importante mostró un resentimiento porlos cada vez más cercanos nexos entre la BUAP y las elites regionales e im-pugnó la afirmación de que había una clara línea divisoria entre la uni-versidad “antes” y “después” de 1990. En lugar de verlos como señalesde un nuevo y prometedor comienzo, los ritos tan publicitados (como elanuncio del “Proyecto Fénix”) fueron percibidos más bien como espec-

63 Ibíd.64 La Jornada de Oriente, 18 mayo 1994.65 Hughes-Freeland y Crain, 1998, 2.

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táculos en los que se “vendía” la autonomía universitaria al estado y ala burguesía regional.66

RITUALES REITERATIVOS: EL INFORME ANUAL DE LABORES

La ley que rige el funcionamiento de la BUAP establece la obligaciónanual del rector de presentar en público y frente al Consejo Universitarioun resumen de sus labores y del “estado” de la institución.67 El así llama-do “Informe Anual”, no sólo es un documento que resume la adminis-tración y gobierno de la universidad; es al mismo tiempo uno de loseventos más importantes de toda institución pública en México. Comouna ocasión formal celebrada año con año, el “Informe” correspondemuy bien a la definición de ritual de Kertzer como un “comportamien-to simbólico estandarizado y repetitivo”.68 Al igual que en el caso del“Informe Presidencial” y del gobernador, implica una enorme labor depreparación y la participación de muchas personas; además, le brinda alejecutivo un escenario adecuado para resaltar en público los logros de sugobierno y comunicar las ideas generales que guían sus políticas. En ge-neral, los informes son eventos de muy alto perfil entre los medios, a pe-sar de que en el apogeo del predominio priísta el “Informe Presidencial”se volvió muy largo y tedioso.

En años recientes, sin embargo, el “Informe Presidencial” se ha vuel-to políticamente más vivaz y a veces hasta espectacular, ya que cada vezmenos diputados opositores están dispuestos a adoptar la requerida acti-tud de reverente conformidad con el poder presidencial y, en su lugar,aprovechan la ocasión para expresar enérgicamente sus puntos de vistay criticar al presidente y su equipo. Es posible argumentar que el “Infor-me” ha experimentado un proceso de politización en la que se expresanlas cambiantes circunstancias políticas del país.

66 Esta afirmación se basa en un gran número de entrevistas realizadas en la universi-dad y en una revisión exhaustiva de los periódicos locales y de las publicaciones de la BUAP.

67 Ley y Estatuto Orgánica de la BUAP 1991, 5-6.68 Kertzer 1988, 9.

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En la BUAP, el Informe también ha sufrido una transformación desdeque Doger subió a la rectoría en 1990, aunque este cambio apunta en unadirección muy distinta. Si bien las características formales básicas del ri-tual permanecen sin modificaciones importantes, la forma que ha adop-tado el Informe y el marco en que se escenifica han cambiado notable-mente. En términos generales, el Informe se transformó de una prácticaritual que miraba sobre todo hacia el interior de la institución, a un even-to teatral orientado cada vez más hacia el exterior, en que el rector apa-rece acompañado de prominentes autoridades y personalidades no aca-démicas. La BUAP, con sus impresionantes salones barrocos donde elInforme suele presentarse, se convirtió poco a poco en el escenario deuna obra dirigida a un público no universitario en que participan actoresajenos a la comunidad académica. Entendido de esa forma, el rito con-densa la más profunda y significativa transformación mediante la cuallas autoridades universitarias estrecharon cada vez más sus vínculoscon las elites y los procesos políticos y económicos de Puebla y más alláde ese estado. Para los actores universitarios claves, el entorno interior dela BUAP se volvió cada vez menos relevante. Conforme pasaron los añosnoventa, el control político del equipo de Doger se consolidó, el campode juego de él y, más tarde, de su sobrino, Enrique Doger (elegido en1997, sirvió hasta el 2004) se alejó cada vez más del campus universitario.Se podría llegar a una conclusión similar respecto del análisis de otro ri-tual, éste sí de naturaleza académica: la entrega de doctorados HonorisCausa, que examino a continuación.

Aunque de manera paulatina el Informe cambió de forma y signifi-cado, era claro desde el inicio que Doger aprovecharía la ceremoniacomo una plataforma desde la cual podía escenificar simbólicamente suspolíticas. El objetivo estratégico más importante consistió en representarsimbólicamente la integración lateral, proceso que se dirigía a tres acto-res claves: la comunidad empresarial poblana, la Iglesia y el PRI/gobier-no. Si bien, a final de cuentas, la transformación de las relaciones de launiversidad con el gobierno fue quizá la más importante, todo fue or-questado en público con gran cautela. Volveré a este punto más abajo.

La escenificación del primer Informe de Doger fue notable por unaimportante ruptura simbólica: fue invitado el arzobispo de Puebla,Huesca Pacheco. Ésta fue la primera ocasión, en más de veinte años, que

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un clérigo entrara en la universidad y el hecho no pasó desapercibido.En los años sesenta y setenta, las tensiones entre la jerarquía de la Igle-sia y los grupos liberales y de izquierda de la BUAP alcanzaron una in-tensidad sin precedentes. La Iglesia católica en Puebla, encabezada en-tonces por el arzobispo Octaviano Márquez y Toriz, era una de lascorrientes más conservadoras y enérgicas de todo el catolicismo mexica-no; dicha corriente fue protagonista central de la extrema polarizaciónpolítica e ideológica que caracterizó a la región en esa época. Para lajerarquía eclesiástica, el proyecto político de los grupos influyentes quecontrolaron la universidad, constituyó un ataque contra la idiosincrasiamoral y política de la región. La relación entre ambas instituciones estu-vo caracterizada por recriminaciones y acusaciones mutuas y una pro-funda desconfianza. Ya que para inicios de 1990 la mayor parte delpersonal universitario había sido socializado en estas hostilidades, la in-vitación que extendió Doger al arzobispo estaba impregnada de signifi-cado simbólico. El obispo sabía que su asistencia al Informe sería contro-vertida y declaró que no debía ser interpretada como “una intromisiónen el recinto universitario”, comentario que tocó un símbolo central dela educación superior en México: la autonomía universitaria, que habíaadquirido significados locales particulares en Puebla en las décadas deconflicto de los sesenta y setenta. Inevitablemente, el proyecto político eideológico de integración lateral y separación temporal del clan de losDoger impulsó una redefinición del significado de esta “autonomía”, nosólo respecto de un gobierno que estaba implementando políticas que con-dicionaban cada vez más el reparto del gasto público, sino también fren-te a otras instituciones. Al mismo tiempo, en sus esfuerzos por legitimarsu presencia en la universidad, el arzobispo desestimó la historia de lastensas relaciones con la institución, afirmado en forma inverosímil que:“Entre la Iglesia y la Universidad nunca ha habido enfrentamiento”.69

Aunque Huesca Pacheco mostró cierta sensibilidad política en estecomentario sobre la autonomía universitaria, no ocurrió lo mismo cuan-do añadió que las relaciones con la universidad jamás habían sido tanbuenas y que en un futuro cercano posiblemente entrarían nuevamente

69 El Sol de Puebla, 5 octubre 1991.

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los sacerdotes a impartir clases en la BUAP.70 En cualquier caso, a partir de1991 el arzobispo asistió cada año al Informe. Esta nueva relación con laiglesia en Puebla se confirmó ritualmente en 1995, en un evento que exa-mino más adelante.

Las relaciones entre la BUAP y las autoridades gubernamentales loca-les y regionales habían sido tensas por varias décadas. Cuando en 1973las fuerzas de izquierda lograron una posición predominante en la uni-versidad, los conflictos políticos abiertos con el estado se desvanecieron.El clan que gobernaba la universidad mantuvo su postura crítica haciael gobierno, en sus diferentes niveles, y hacia sus políticas, pero estable-ció al mismo tiempo una relación de trabajo con el gobernador y las au-toridades federales. El símbolo clave y la prerrogativa legal que regula-ba la interacción entre la BUAP y el estado fue el de la “autonomía”.Aunque el gobierno respetaba la autonomía política y administrativa dela universidad, las autoridades universitarias sabían perfectamente que,en última instancia, su institución era totalmente dependiente del finan-ciamiento gubernamental (federal y estatal), de manera que los dos pre-cisaban de alguna relación de trabajo. Esta ambigua situación encontrósu expresión simbólica en la regla no escrita de que el gobernador o pre-sidente jamás entraría en la universidad; una regla que quedó grabadaen la cultura política de la BUAP. No sorprende, entonces, el que el pro-yecto de integración lateral emprendido por la administración Dogerfuera manejado con sumo cuidado cuando se trataba de redefinir la re-lación con el gobierno del estado.

Cuando Doger asumió la rectoría de la BUAP, el gobernador de Pue-bla era Mariano Piña Olaya. La relación ambigua pero funcional entre elestado y la universidad fue reafirmada simbólicamente al inicio de laadministración de Piña, cuando ese gobernador tomó la iniciativa deotorgarle a la universidad el título honorario de Benemérita. Contra to-das las expectativas, sin embargo, el gobernador pronto se vio inmiscui-do en un conflicto.

Con la elección de Malpica como rector en 1987, las relaciones de launiversidad con el estado se deterioraron rápidamente, pues el nuevo rec-

70 La Jornada de Oriente, 9 octubre 1991.

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tor provocó abiertamente al gobierno con sus críticas y con varias mani-festaciones estudiantiles. Aunque las tensiones y los conflictos dentro de launiversidad continuaron profundizándose, el gobernador permaneció almargen hasta que los grupos de oposición lograron desalojar a Malpica.Las autoridades estatales y federales no tardaron en expresar su apoyo alas nuevas autoridades interinas y, después, al recién elegido rector, Doger.

Con este trasfondo, gobierno y universidad buscaron establecer unanueva relación, pero Doger se vio forzado a hacerlo desde una posiciónmuy débil: la tesorería de la universidad estaba vacía, las relaciones po-líticas internas eran tensas y la imagen pública de la institución estabaseveramente dañada. Al mismo tiempo, la Secretaría de Educación Pú-blica federal, encabezada por Manuel Bartlett, instituyó una estrategiatotalmente nueva al adoptar una serie de políticas respecto de la educa-ción pública superior que colocaron a las universidades en una posiciónde mayor dependencia. La “autonomía” universitaria nunca había esta-do bajo una presión similar. Doger realmente no tuvo más opción queaceptar las “nuevas reglas del juego” aunque, a juicio de un periodistacrítico local, el rector había dejado de ser la cabeza de una institución au-tónoma y respetable para convertirse en “un funcionario más que acudecomo cualquier burócrata a los actos públicos y habla en nombre de lospoderes del estado”. Este periodista expresó un sentimiento compartidopor muchos universitarios cuando ridiculizó el hecho de que Doger de-jara de ser representante de la comunidad académica y cabeza de unauniversidad independiente por:

[…] una posición cómoda en la que el gobierno le dio una nueva estructurajurídica, le resolverá todos los problemas económicos y lo colocará en la pri-mera fila de todos los presidiums, a cambio de su silencio, muchas vecescómplice, pero sobre todo de abandonar el papel crítico y de actor que ledaba equilibrio a una sociedad sumamente politizada.71

A la luz de estos acontecimientos, podría parecer sorprendente queel gobernador no hubiese asistido al primer Informe de Doger, pero elcruce de los límites simbólicos entre estado y universidad debió sermanejado con cuidado extremo.

71 Cambio, 16 diciembre 1991.

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En diciembre de 1991, dos meses después del Informe, Piña Olaya vi-sitó la universidad por primera vez, al reunirse con Doger para inaugu-rar una exhibición en el Museo Universitario. El significado simbólico deeste encuentro es importante, porque si bien el Museo es parte de la uni-versidad, es también un edificio público abierto a todo el mundo. Así, lapresencia de Piña Olaya no pudo ser interpretada como una violación dela autonomía universitaria.72

No obstante, las cosas pronto cambiarían por circunstancias asocia-das al arribo de Bartlett Díaz a Puebla como la nueva fuerza política.Tras renunciar al puesto de Secretario de Educación, el presidente Sali-nas le encarga a Barlett encabezar la “Comisión de Evaluación del Pro-grama Nacional de Solidaridad para los Estados del Centro del País”, unórgano establecido con la intención explícita de asegurar que ese per-sonaje fuera candidato al gobierno de Puebla. En su nuevo puesto, Bar-tlett empezó a intervenir en Puebla desde 1992 y estableció, o renovó, re-laciones políticas con Doger, entre muchos otros personajes. Al asumirBartlett el gobierno a principios de 1993, todas las reservas políticas ysimbólicas que pudieron haber existido en la etapa anterior fueron eli-minadas y el gobernador empezó a frecuentar la BUAP, visitando no sólolos sitios “neutrales” como el Museo, sino también el Edificio Carolino,sede de la Rectoría, considerado generalmente, símbolo emblemático dela universidad. Este hecho no escapó a la vista de un periodista localquien escribió en octubre de 1993 –poco después del Informe de Dogery a menos de un año de que Bartlett asumiera el gobierno– que el nue-vo gobernador asistió a un evento en una famosa biblioteca de la univer-sidad: “Con naturalidad, el gobernador entró al vetusto inmueble paratrasladarse de inmediato a la Biblioteca Lafragua”.73

El Informe de 1994 impuso un nuevo estándar para la escenificaciónde este importante rito institucional. En el Salón Barroco recién pintado,Bartlett se sentó en la primera de las hermosas sillas ceremoniales demadera del presidium, entre Doger y el Secretario General de la univer-

72 El Sol de Puebla, 12 diciembre 1991. A finales de febrero o principios de marzo de1992, el presidente Carlos Salinas de Gortari también visitó la BUAP, también en el MuseoUniversitario.

73 El Sol de Puebla, 23 octubre 1993.

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sidad. Entre los invitados había representantes de los órganos legisla-tivos y judiciales, miembros del gabinete de Bartlett, presidentes munici-pales, generales del ejército, rectores de otras universidades, destacadosempresarios, jerarcas de la Iglesia e, incluso, representantes de las emba-jadas de Estados Unidos, Francia y Polonia. Otra invitada fue CeciliaSoto, excandidata presidencial, quien acaparó la atención de los medios.Concluida la presentación del Informe de Doger, apoyada por los últi-mos avances en la tecnología audiovisual, el gobernador Bartlett ofrecióun discurso en el que enfatizó su compromiso de apoyar a la universi-dad e invitó a la institución a colaborar con su gobierno en la elimina-ción de la injusticia. En el espacio de unos pocos años, entonces, el In-forme se había convertido en “uno de los más importantes eventos enPuebla”.74 Antes y después del evento, los diarios locales publicaronanuncios enviados por instituciones y empresas particulares que felicita-ban a Doger por su “obra trascendental”. El rito del Informe de 1994 fueun digno complemento de la presentación espectacular del “ProyectoFénix”, celebrada anteriormente en el mismo año, porque expresó y rea-firmó la integración lateral de la universidad, proceso que iba de lamano con la separación temporal. En su último Informe, en 1997, Dogerse refirió a la época anterior a su gestión como “el periodo del oscuran-tismo”.75 Este ritual confirió a las autoridades –y especialmente al mismorector– un enorme poder; resaltó su “poder de convocatoria” y sugirióque su “público” venía más bien desde afuera de los confines de los edi-ficios coloniales de El Carolino. El Informe se había convertido en unaplataforma para proyectar a la universidad y, más importante, a la figu-ra del rector hacia el escenario político y empresarial del estado. Un am-bicioso líder político, Doger, logró colocarse en el centro de ceremoniasclaves y rodearse de poderosos símbolos (altos funcionarios, arquitectura,tecnología, cámaras) que dieron a sus presentaciones un aura de legitimi-dad y poder. Como Kertzer se atreve a afirmar: “Lo importante es la re-presentación pública, no la acción substantiva.”76 Al tiempo que en la

74 Momento, 5 octubre 1994, El Sol de Puebla, 5 octubre 1994, La Jornada de Oriente, 5octubre 1994.

75 La Jornada de Oriente, 8 septiembre 1997.76 Kertzer 1988, 107.

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ciudad de México el Informe Presidencial perdía paulatinamente su ca-rácter presidencialista y reverencial, en la BUAP el Informe Anual del Rec-tor adquiría el tono tradicionalmente asociado con el presidencialismo.

LOS RITUALES ACADÉMICOS Y EL FIN DE LA HISTORIA

Un importante ritual académico en la mayoría de las universidades es laentrega del Doctorado Honoris Causa. Algunas instituciones aprove-chan ocasiones especiales para otorgar este reconocimiento; otras optanpor hacerlo de manera ad hoc. Éste es el caso de la BUAP, donde en cual-quier momento el rector y el Consejo Universitario pueden tomar la ini-ciativa de otorgar un grado honorario. En la práctica, lo que sucede esque el rector propone un candidato para dicho honor al Consejo, el órga-no encargado de tomar la decisión final. Por muchos años, otorgar elDoctorado Honoris Causa fue una práctica poco común en la BUAP; du-rante el periodo de predominio izquierdista en la institución (1976-1988),solo 11 doctorados fueron entregados (¡comparado con 34 entre 1990 y2002!). Acorde con el espíritu de aquel periodo, la retórica de la “reformauniversitaria” y la propuesta de una “universidad crítica, popular y de-mocrática”, varias de los personajes galardonados recibieron ese honorpor criterios más bien de índole político, como fue el caso del reconoci-miento del líder comunista chileno Luis Corvalán (1976); del comandan-te sandinista nicaragüense, Tomás Borge –elogiado por sus méritos comoun “intelectual revolucionario, miembro del Gobierno Revolucionariode Nicaragua y nítido paladín de las luchas de los pueblos de AméricaLatina”– (1981);77 del general de izquierda uruguayo Liber Seregni, fi-gura que fue objeto de una semblanza escrita por Mario Benedetti y pu-blicada en la gaceta universitaria (1983);78 de la viuda del fallecido presi-dente de Chile, Salvador Allende (1988); y, finalmente, del anteriorrector de la propia BUAP, y venerada figura de la izquierda universitaria,Luis Rivera Terrazas, aunque este último sí tuvo ciertos méritos acadé-micos gracias a su carrera como físico (1984). En aquel tiempo la ce-

77 Universidad, noviembre 1981, 3.78 Universidad, 8 diciembre 1983:2-5.

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remonia de entrega era un modesto rito al que asistió casi únicamente lacomunidad universitaria. Durante los años de inestabilidad política(1988-1990), no se otorgó un solo Doctorado Honoris Causa, pero estocambió de repente cuando Doger llegó a la silla del rector. En su primerperiodo de tres años, siete personas recibieron grados honorarios y en elsegundo (de cuatro años) otras trece fueron reconocidas. La mayoría delos premiados fueron distinguidos académicos –como el sociólogo yexrector de la UNAM, Pablo González Casanova– pero hubo excepcionesnotables.

El primer grado honorario que entregó Doger fue para Héctor AzarBarbar, un célebre y prominente productor de teatro, originario de Pue-bla, que tenía buenas relaciones con la elite regional y nacional. Más tar-de, Azar se convertiría en el Secretario de Cultura de Puebla en el gobier-no de Bartlett. Su selección inició una tendencia que se acentuaría en elresto de los noventa y en los años posteriores, cuando el rito académicode entregar Doctorados Honoris Causa vino a formar parte de la estrate-gia que yo llamo “integración lateral”, que colocó a la universidad y, es-pecialmente a su rector, en una plataforma de intensa atención mediáti-ca y de autoridad política y simbólica. Los criterios académicos perdíanimportancia en la toma de decisiones; la selección de candidatos paraeste honor provenientes de las esferas académica, política y de literariafue guiada cada vez más por la idea de aumentar la posibilidad de cons-truir nuevas relaciones con importantes actores de la sociedad.

En la ceremonia en honor a Azar, a la cual asistieron los gobernado-res de Tlaxcala, Tabasco y Guerrero, el rector Doger mencionó “los nue-vos retos y desafíos que enfrenta la universidad pública mexicana en lorelativo a su necesaria vinculación con su entorno social”.79 Pocos añosdespués, la BUAP reconoció, in memoriam, a Vicente Lombardo Toledano,líder sindicalista y prolífico escritor también de origen poblano, quienjugó un papel clave en la construcción del orden corporativista posre-volucionario en los años de 1930 y 1940. Lombardo es considerado, porlo general, como un ícono de la “historia oficial” de México y, por lo tan-to, un símbolo efectivo para el proceso de reconstrucción de las relacio-

79 BUAP, Cuadernos del H. Consejo Universitario, diciembre 1991, 15.

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nes entre la BUAP y el estado. La tendencia de convertir a la ceremonia deentrega de este reconocimiento en eventos que proyectan a la BUAP, y asu rector, hacia el escenario nacional, que llaman la atención de los me-dios, y que complacen a las elites políticas y culturales regionales y na-cionales, se acentuó cuando Doger dejó el puesto y su sobrino, EnriqueDoger, tomó su lugar. Es particularmente interesante notar aquí que unnúmero importante de estos doctorados honorarios fueron otorgados apersonajes del área de “filosofía y letras” con reputación nacional e, in-cluso, internacional; por ejemplo, el poeta Germán List (post mortem,1998), el ensayista Carlos Monsiváis (2000), y los escritores Carlos Fuen-tes (2001), Elena Poniatowska (2002) y Ángeles Mastretta (2003). Otra cé-lebre figura galardonada fue el juez español Baltasar Garzón, cuya famamundial se debió a su muy publicitado juicio a Augusto Pinochet.

Aparte de atraer la atención de los medios locales, esta tendencia enla entrega del grado de Doctorado Honoris Causa también refleja un cla-ro distanciamiento respecto del trabajo científico-académico, que pareceprobar que la BUAP sí se está convirtiendo más bien en una plataformapara los intereses extrauniversitarios de sus dirigentes, a la vez que estádejando de lado su principal razón de ser. Además, entregar estos hono-res con toda pompa a prominentes figuras públicas le permite al rectorparticipar en el “juego de generosidad y estimación” que “va plantandolas semillas de obligación sociopolítica”, facetas claves de la demostra-ción de liderazgo y poder en las culturas personalistas.80

Sin embargo, el cambiante significado y papel del rito de la entregadel Doctorado Honoris Causa en la BUAP no se limita a reconfigurar la re-lación entre la universidad y las instituciones, organizaciones y actoresexternos, ni a intensificar el liderazgo y poder personal. Hay, además,una dimensión explícitamente política, relacionada con aquella narrati-va institucional que trazó la línea divisoria entre la “vieja” universidadpolitizada y de izquierda, y la nueva universidad no política y de exce-lencia académica. Una clara señal de esta ruptura que comenzó en 1990es que ningún líder o figura política de la izquierda recibió una distin-ción académica de parte de la BUAP. Cuando Azar recibió su honor en

80 Dealy 1992, 129.

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1991, un diario local notó este cambio y comentó: “es la primera vez des-de hace muchos años en que el reconocimiento se concede por méritospropios y exclusivamente académicos y no por consideraciones políti-cas, como ocurrió con otorgamientos anteriores”. Pero esto sólo es verí-dico hasta cierto punto, ya que este mismo discurso de despolitizacióntambién es, en sí mismo, un acto político.81 Después de todo, la políticano desapareció de la universidad; lo que sucedió fue que se deshizo unproyecto político en particular: el de las fuerzas de izquierda de los añossetenta y ochenta.

En su lugar, las elites institucionales de la BUAP construyeron unanueva red de alianzas y relaciones con el Estado federal y regional y, mástarde, con el PRI. Además, dentro de la institución, la nueva dirigenciaestaba afinando otro proyecto político, uno que vendría a alterar dra-máticamente las relaciones de fuerza entre los diferentes actores insti-tucionales.

No obstante, el momento más explícito de la articulación simbólicadel discurso oficial de despolitización llegó, precisamente, con la entre-ga de dos Doctorados Honoris Causa. En septiembre de 1995, en unareunión del Consejo Universitario, el rector Doger entregó a sus 146miembros los nombres de tres candidatos a recibir esa distinción. El pri-mero fue Guillermo Ruiz Reyes, un nacional e internacionalmente reco-nocido especialista en hematología de Puebla que, aparte de su obra aca-démica, estuvo activo durante toda su carrera profesional en hospitales,clínicas y laboratorios en la región poblana. Esta propuesta la ratificó elConsejo por unanimidad, con una sola abstención.82 Pero los otros dosnombres fueron mucho más controvertidos, ya que se trataba de FidelCastro y del arzobispo de Puebla, Huesca Pacheco. El hecho de que estos

81 Esto no quiere decir que la Universidad de Puebla no había sido el escenario deintensos movimientos y conflictos políticos. También es cierto que después del turbulen-to periodo de 1985-1990, los primeros años del régimen de Doger dieron a la instituciónmás estabilidad y tranquilidad política, pero no se podría pensar de ninguna manera queesto equivalía a una “ausencia” de política. En otra publicación he examinado explícita-mente la dimensión política de los cambios. Véase Pansters, “Building a Cacicazgo” (enprensa).

82 Para más información sobre Guillermo Ruiz Reyes, véase BUAP, Cuadernos del H.Consejo Autónoma de Puebla. Serie Reconocimientos y Méritos, núm. 14 noviembre 1995.

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dos candidatos fueran propuestos al Consejo al mismo tiempo, dio alasunto un enorme significado simbólico y político. Es muy probable queesta decisión haya sido tomada con una doble intención: demostrar quela universidad había superado la cultura de politización y antagonismode la época de hegemonía izquierdista y, lograr la aprobación de partedel Consejo. Obviamente, la propuesta de reconocer sólo a Castro no hu-biera sido bien vista por las elites política y económica de la región; enel mismo sentido, la idea de entregar este honor sólo al arzobispo habríasuscitado la oposición de importantes grupos dentro de la universidad.Entonces, poner a la consideración del Consejo este “paquete” es mues-tra de una astuta ingeniería simbólica diseñada para articular el cam-biante contexto ideológico de la universidad y para cortejar dos públicosdistintos pero muy importantes. La elección de Ruiz Reyes pretendíaapoyar al discurso oficial que enfatizaba la “excelencia académica” y acomplacer a la comunidad académica universitaria, mientras que el nom-bramiento de Huesca Pacheco reflejaba la estrategia del rector de recons-truir las relaciones con los viejos enemigos de la universidad en la región.

Finalmente, reconocer a Castro complacería a multitudes en la uni-versidad, incluido el propio Doger, quien por muchos consideró al co-mandante cubano como uno de los más importantes protagonistas e íco-nos de América Latina. El Consejo aprobó esta última propuesta por unamplio margen; sólo hubo un voto en contra y diez abstenciones, pero elcaso de Huesca Pacheco fue más tenso. Hubo 22 votos en contra y 36abstenciones; es decir, casi 40% de los miembros del Consejo tuvo seriasreservas respecto de este nombramiento.83 El hecho de que anterior-mente en ese mismo año Doger había anunciado que ciertos universita-rios y “grupos de la sociedad” tuvieron la idea de otorgarle este honor aHuesca (un claro intento por “preparar el terreno”) no fue suficiente, ysufrió una sensible derrota política.

Para entender el significado simbólico más profundo de este evento,debemos recordar que las fuerzas de izquierda de la BUAP surgieron de

83 Es interesante notar que las minutas del Consejo Universitario tienen referenciasal debate sobre Fidel Castro, pero ninguna a la controvertida decisión en el caso deHuesca Pacheco. Acta de la VIII reunión del H. Consejo Universitario, 26 septiembre 1995,Archivo Secretaría General BUAP (ASG BUAP).

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un movimiento estudiantil que apoyó la revolución de Castro y se opusoal intento de Estados Unidos de sacarlo del poder en 1961 (“Cuba sí,yanquis no”). A partir de ese momento, Cuba y Castro se convirtieron enpoderosos símbolos en la institución. En esa época, la iglesia poblana eraférreamente anticomunista, no sólo en general, sino específicamente enrelación a la universidad pública de Puebla. Por años, el antecesor deHuesca, Márquez y Toriz, fue percibido por muchos miembros de la UAP

–alumnos y personal– como uno de sus principales adversarios (coludi-do, claro está, con los empresarios de la región). Así, Castro y Huesca Pa-checo simbolizaron los dos polos del hondo antagonismo político, cultu-ral y moral en que la universidad estuvo sumergida por muchos años.La decisión de Doger de proponer a estos dos hombres para el grado deDoctorado Honoris Causa en la misma reunión del Consejo sólo puedeentenderse en el marco de esta particular historia institucional y cultur-al (aunque Huesca Pacheco, ciertamente, había sido mucho más conci-liatorio en su trato con la izquierda de la BUAP). La idea fue balancear lossignificados ideológicos y políticos asociados con estos dos hombres/símbolos y abrir el camino para una narrativa –a la Fukuyama– del “finde la historia institucional”.

Visto así, también podemos entender por qué en su discurso durantela ceremonia en honor a Huesca, Doger habló de la virtud del pluralis-mo: “Porque sólo cuando se concibe a la sociedad como el resultado demúltiples influencias concertadas es posible la pluralidad, la aperturahacia todas las verdades de la vida”. Según él, el pluralismo y la idea dela perfectibilidad del hombre encajan bien con uno de los valores centra-les de la era “postideológica” (y neoliberal), el esfuerzo personal y eléxito individual: “conseguir la eficiencia de la sociedad humana […] lade ser cada día mejores como individuos y entonces ser capaces de pro-piciar cada día mayor bienestar para sí mismos, para cada uno de noso-tros, y simultáneamente para la comunidad”.84 Vestido en ropa de civil,el arzobispo también dijo que la universidad debía abandonar su aisla-miento (académico) y acoger a las instituciones que la rodean, la idea deintegración lateral: “El estado, la industria, el sindicalismo, los organis-

84 Cuadernos del H. Consejo Autónoma de Puebla. Serie Reconocimientos y Méritos,núm. 13, octubre 1995, pp. 30, 31.

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mos culturales, religiosos […] le presentan sugerencias, exigencias, re-clamos, responsabilidades, servicios nuevos”.85 El evento en que el arzo-bispo recibió su reconocimiento tuvo una amplia cobertura en la prensa.Un diario habló de “un momento histórico en la BUAP”; otro adoptó untono irónico al hablar de las reservas de muchos universitarios, dicien-do que el rito fue mejor organizado que el mismo informe del rector yque era “un deleite para la vista y el olfato…”86

EL RITUAL COMO TRANSICIÓN EN LA BUAP

Mi análisis de rituales universitarios como el anuncio del “ProyectoFénix”, el Informe Anual y la entrega del Doctorado Honoris Causa re-salta ciertas facetas de la transición política y cultural de la BUAP.

El examen de estos ritos por separado nos enseña cómo participanactivamente en la construcción de nuevas identidades y políticas, y en lageneración de efectos de poder. Pero, ¿qué podemos aprender de la tran-sición política y simbólica en la BUAP si examinamos estos rituales desdeuna perspectiva incluyente? ¿Puede la idea de transición, como procesoritual (comprensivo), ayudarnos a entender mejor los significados de losritos y ceremonias individuales, al enfocar nuestra atención en los víncu-los significativos entre ellos? Hace unos años, Edles sugirió que debía-mos tratar de entender la transición española como un proceso ritual, ca-racterizado por las fases de separación, liminalidad y reincorporación;

85 Ibíd., 36. Véase también Gaceta Universidad, año VI, núm. 12, diciembre 1995, 14-15.86 Momento, 31 octubre 1995; La Jornada de Oriente, 1 noviembre 1995. Obviamente, las

condiciones no permitieron a Castro viajar a Puebla para recibir su reconocimiento enpersona. En lugar de esto, Doger encabezó una delegación de 40 personas que fue a LaHabana en junio de 1996 para hacer la entrega al líder cubano por “la contribución sobre-saliente que el comandante Castro Ruz ha dado a la educación, a la cultura y al deporteen la Patria de Martí”; véase Gaceta Universidad, año VII, núm. 6, junio 1996, 16. Se escu-charon voces que criticaron este costoso viaje a Cuba y su objetivo. Un miembro del PRD

poblano declaró que “El Doger pretende surgir, tanto local como nacional [sic], como unrector que en base a una supuesta “Universidad de Excelencia” busca convertirse enalguien que a lo mejor pueda encabezar una lista de diputados”, véase Momento, 11 junio1996.

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siguiendo el trabajo de Victor Turner, argumenta que la separación se re-fiere a que se “deja atrás” un anterior “estado social” o se despega de unmomento anterior en el tiempo y en la estructura social. En la fase limi-nal, las características del sujeto del rito son ambiguas. Ocurre, claroestá, algo peculiar cuando concebimos a la fase liminal de un ritual detransición ya que, como dice la misma Edles, “una transición política es,por definición, una etapa “liminal” entre dos diferentes estados sociales,y el objetivo de la transición política consiste en dejar atrás, exitosamen-te, el viejo estado social y consumar el nuevo”.87 A pesar de esto, Edlespresta mucha atención a las representaciones simbólicas de la limina-lidad y resalta la homogeneidad y comunalidad que experimentaronvarios actores políticos de la España postfranquista. Los símbolos dis-cursivos claves en esta fase fueron la “reconciliación nacional” y la “con-vivencia”, que se articularon en los “críticos momentos y eventos deconsenso”. Para Edles, la redacción de los Pactos de Moncloa en octu-bre de 1977 constituyó uno de esos eventos, donde los otrora enemigosse juntaron en el Palacio de Moncloa para discutir sus diferencias e in-tentar resolver complejos problemas económicos y políticos; todo estoera necesario para lograr un avance cualitativo desde el autoritarismo deFranco hacia una sociedad democrática. Según Edles, en las reunionesde Moncloa se escenificó la convivencia y se reafirmó “el estado comu-nal de liminalidad en el proceso ritual de transición”.88 Después de todo,en la fase liminal, los neófitos son despojados de su condición anterior yreunidos en un estado marginal, “en anticipación de un estado social fu-turo (y mejor) en el cual serán reincorporados”.89

En el caso español, el momento de la reincorporación se relacionacon la manera en que la “democracia” llegó a simbolizar el destino sa-grado de un proceso ritual que se concretó con la redacción de la Cons-titución de 1978. Ya que la reincorporación marca el cierre del proceso ri-tual de transición, incluye un proceso de clausura discursiva.

Es importante notar que el sugerente análisis cultural de Edles de latransición en España se basa en una distinción fundamental entre los

87 Edles 1998, 24.88 Ibíd., 81-97.89 Ibíd., 86.

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ritos de pasaje primitivo y/o individual y las amplias transiciones políti-cas. Éstas últimas no son predeterminadas, sino que ocurren en buenamedida mediante representaciones, es decir, interpretaciones política-mente informadas de separación, liminalidad y reincorporación. Ade-más, su resultado es desafiado y contingente, en contraste al de los ritosde pasaje individuales que son altamente formalizados y cuyo resultadoes predeterminado. Los complejos rituales de transición no operan deacuerdo con ningún “guión”, sino que “son logrados, a menudo contratodas las probabilidades”.90

En el contexto de este ensayo no es posible explorar todos los aspec-tos que sugiere esta perspectiva, pero no es difícil colocar algunos de losrituales analizados arriba, y a otros eventos y ritos importantes que tu-vieron lugar en el periodo de 1989-1994, en un marco que abarca lasfases genéricas del proceso ritual. Por una parte, el momento de la sepa-ración ocurrió a finales de 1989 con el espectacular colapso de la estruc-tura de poder de la universidad y el desalojo del rector Malpica. Ya hemostrado la forma en que este evento fue representado más tarde comoel momento clave de la separación de la historia y posición social de laBUAP. La referencia del propio Doger –antes de asumir el poder y anun-ciar su proyecto de reforma y cambio– al periodo anterior como el del“oscurantismo” es constituyente de la simbolización de separación y dela representación de un “nuevo comienzo”. En efecto, la construcción deuna nueva identidad organizacional que seguía la línea de una “otre-dad” diacrónica se centró en buena medida en este momento de ruptu-ra que iba delineándose con cada vez mayor nitidez. La idea de Turnerde que la separación histórica y social van de la mano es reafirmada porla simultaneidad de la construcción de la otredad diacrónica y de la inte-gración lateral –o social y política– por medio de las cuales la BUAP ad-quirió una posición totalmente nueva en la estructura social y políticadel estado.

El evento en la transición de la BUAP que simbolizó con más nitidezla fase liminal no la he analizado aún: se trata del llamado CongresoConstituyente. En el verano de 1991, la universidad fue sede de varias

90 Edles 1998, 24.

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discusiones y reuniones en que se discutió su futuro. Si bien poco antesfue ratificada la nueva Ley Orgánica, muchos aspectos organizativos,administrativos y políticos que formaron parte importante de este esta-tuto aún no habían sido elaborados en detalle, entre ellos algunos temasbásicos como los procedimientos electorales y la distribución de autori-dad en la toma de decisiones. Luego, la comunidad universitaria fueconvocada a preparar plataformas y propuestas que se discutirían enuna asamblea general programada para durar del 10 al día 30 de sep-tiembre. En ese periodo, todos los grupos y facciones políticos en la BUAP

participaron en “debates fundacionales” sobre su futuro. El nombre ofi-cial de la asamblea fue el Consejo Universitario Constituyente, aunquela gente la llamaba más bien el Congreso Constituyente.91 Así, el 10 deseptiembre de 1991, 117 miembros del Consejo Universitario se reunie-ron en el Hotel del Alba –un terreno neutral– para discutir las más decien propuestas que fueron entregadas al secretario de la asamblea.Aunque las elites políticas, especialmente el rector Doger y sus conseje-ros, jugaron un papel importante en las deliberaciones, la percepción ge-neral del Congreso fue que se dio a todos la oportunidad de presentarsus ideas, en parte porque se discutieron todas las propuestas pero, ade-más, porque era necesario forjar acuerdos y tomar decisiones difíciles,especialmente respecto del manejo político de la institución. Al princi-pio, Doger habló con claridad de su meta: “en la BUAP no deben repetirseaquellos vicios históricos por los cuales se dio pauta al desarrollo de losprocesos clientelares, populistas y seudodemocráticos de votación uni-versal, directa y secreta…”92 El tema central de estas reuniones fue quese trataba de poner los cimientos de un “nuevo comienzo”. También erabien sabido por todos que si iba a haber reformas dramáticas tambiénhabría perdedores.

La única fuente de oposición fue un pequeño grupo de seguidores deMalpica que se oponía a modificar el viejo sistema de votación univer-

91 El uso de este nombre recuerda muchos significados muy enraizados en la histo-ria de México, desde el famoso Congreso Constituyente de la Revolución que condujo ala progresista Constitución de 1917, al largo Congreso Universitario en la UNAM a media-dos de los ochenta, resultado de un fuerte movimiento estudiantil.

92 El Sol de Puebla, 11 septiembre 1991.

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sal. Al igual que en las reuniones de Moncloa diez años antes, “era sen-sato hacer pactos”,93 y en este sentido el Congreso ejerció los efectos ho-mogeneizadores y de comunalidad característicos de la liminalidad.94

Este evento fundacional produjo un marco jurídico y simbólico quepermitió la elaboración de un proyecto más “sustancial”, que compren-dería la etapa final de reincorporación. El mejor símbolo del momentode la reincorporación fue el anuncio del “Proyecto Fénix” en 1994 –¿po-dría haber una mejor metáfora de un nuevo comienzo?– que resaltó lamoderna idea de una “universidad de excelencia y compromiso social”a la vez que descartó el viejo concepto de la “universidad crítica, demo-crática y popular”. El ritual en el que se anunció este proyecto, con su yamadura narrativa de separación temporal, de un nuevo proyecto elabo-rado para la institución y de la simbolización de la integración políticalateral, junto con los ritos del informe anual y de la entrega de gradoshonorarios, sólo adquiere su pleno significado cuando son vistos comolos momentos claves por medio de los cuales la universidad logró con-sumar su nuevo estado social y simbólico; es decir, como la última fasede un prolongado proceso ritual de transición institucional. Así, el análi-sis más incluyente de estos ritos individuales destaca el papel funda-mental que jugaron en llevar a fruición una profunda transición políticay simbólica dentro de esa universidad.

CONCLUSIÓN

Inicié este ensayo con una reflexión sobre la relación entre transición yritual. Por mucho tiempo, el ritual ha sido visto, sobre todo, como unelemento instrumental en la conservación de la armonía social y delstatus quo en ciertas sociedades y sistemas políticos. Sin embargo, uno delos argumentos claves del trabajo de Kertzer sobre ritual y política esque el primero también juega un papel central en conflictos políticos, re-

93 Edles 1998, 9.94 Sé que se requiere un análisis más extensivo del desarrollo del Congreso y, particu-

larmente, de la manera en que se llegaron a los acuerdos y de los símbolos discursivosque se movilizaron.

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voluciones, rebeliones y, en términos más generales, movimientos decambio y de transición. Mi punto de partida fue que la Universidad dePuebla pasó por un proceso de cambio precisamente de esta naturalezaen la primera mitad de la década de 1990. Después, pregunté sobre laforma en que el estudio de los rituales universitarios pudiera ampliarnuestro entendimiento de las dimensiones políticas, culturales y simbó-licas de dicho proceso. Son varias las conclusiones que surgen de mishallazgos.

Primero, la idea de transición presupone la existencia de un punto deruptura. En el caso de la BUAP hubo varios rituales que jugaron un papelcrucial en representar y propiciar este rompimiento. Importantes ritosinstitucionales –el Informe, el anuncio del “Proyecto Fénix”– brindaronamplias oportunidades y técnicas para hacerlo; por ejemplo, invitar apersonas que no hubieran sido bienvenidas en la institución unos cuan-tos años antes; tratarlas como personajes destacados, lucirse en la deco-ración del recinto (el caso de Espinosa Iglesias), o entregar un prestigio-so reconocimiento (el caso del arzobispo de Puebla). Más que reflejar elpunto de ruptura, estos eventos la constituyeron. El hecho de que el go-bernador del estado ocupara la silla de honor en el más importante ritoanual público de la universidad lo convirtió en un participante clave enla institución al mismo tiempo que incrementó el poder del rector.

Segundo, logré demostrar el papel que jugó el ritual en la política deidentidad organizacional. Varios eventos rituales claves jugaron papelesimportantes en mover una línea que se había trazado sincrónicamente,antes de 1990, entre la universidad y los actores e instituciones, hacia unlímite trazado diacrónicamente entre la identidad institucional y la“otredad” en la historia de la propia institución; es decir, el “antes” deDoger y el “después” de Doger. En el nivel simbólico, esto significó lapromoción de un profundo cambio en la identidad institucional: la na-rrativa de la universidad “popular, democrática y crítica” fue abando-nada y reemplazada por una versión nueva que resalta “excelencia aca-démica”, “eficiencia” y, en general, el “nuevo papel” de la universidaden la sociedad y la economía. En lo político, esto hizo posible la (re)cons-trucción de las relaciones entre la universidad, el gobierno, el PRI, la claseempresarial regional y la iglesia en Puebla y en la ciudad de México. Elhecho de que los dos últimos rectores de la BUAP, José y Enrique Doger,

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ahora (principios del 2005) son miembros prominentes del estableci-miento PRI/gobierno del estado ejemplifica este efecto político y,95 altiempo que desmitifica la afirmación de que la transición haya conlle-vado a un proceso de depolitización de la BUAP. El resultado de la tran-sición ciertamente fue un reacomodo de lo político –nuevas relacionespolíticas, jerarquías y símbolos– pero de ninguna manera su desapari-ción. Afirmar tal cosa sería en sí ideológica y, como tal, un acto profun-damente político; además, la lógica y cultura básicas de las prácticaspolíticas personalistas siguieron siendo iguales.

Tercero, he intentado mostrar que el cambio simbólico y político pue-de entenderse mejor si adoptamos una perspectiva multifacética queexamina los rasgos propios de los ritos individuales así como su signifi-cado y sus efectos globales en periodos de transición y cambio más lar-gos. En este sentido, el periodo de la historia de la BUAP entre 1989/1990y 1994 puede ser analizado como un proceso ritual comprensivo. En va-rios niveles y dominios, la BUAP es ahora muy diferente a lo que era vein-te años atrás. Los primeros años de los noventa condensaron este proce-so de cambio, tanto simbólica como políticamente.

Cuarto, mi análisis de varios eventos rituales sugiere la creciente im-portancia de la persona del rector. Su presencia en cada vez más presen-taciones públicas (en parte porque el peso político y simbólico de otrasfiguras se reflejó en él al mismo tiempo que mostró su poder de convoca-toria), constituye y representa un proceso de centralización política.Contra el trasfondo de los intensos conflictos y la violencia en la univer-sidad que culminaron con la salida del anterior rector y un periodo dedisputas faccionales e inestabilidad en 1989 y 1990, ésta renovada cen-tralización política y simbólica también significó el nacimiento de un li-derazgo fuerte y efectivo en un nivel nunca visto antes. Hasta ciertopunto, la transición en su totalidad puede –y debe– ser concebida comola reconstitución del liderazgo ejecutivo personalizado a costa de loscontrapesos institucionales. En este sentido, está claro que la transiciónen la BUAP no ha generado un sistema de gobierno –ni una cultura políti-

95 Cabe señalar que Puebla es uno de los estados en México donde el gobierno real-mente nunca ha estado en peligro de caer en manos del PAN o del PRD, mucho menos enlas de un movimiento de coalición, como sucede en algunos otros estados.

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ca– horizontal y democrática. Sin duda, algunos estudiosos preguntaránsi esto realmente merece llamarse una “transición”.96

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96 No trato de contestar esta pregunta aquí, porque requeriría un análisis sociológicomucho más amplio de las relaciones políticas en el interior de la universidad. Parte deeste análisis puede encontrarse en Pansters, “Building a Cacicazgo” (en prensa).

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Traducción de Paul C. Kersey

FECHA DE RECEPCIÓN DEL ARTÍCULO: 30 de enero de 2006FECHA DE ACEPTACIÓN Y RECEPCIÓN DE LA VERSIÓN FINAL: 14 de junio de 2006

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