Recuerdo de Bunuel

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15 al 28 de agosto de 2008 16 / ALDEA GLOBAL P arece increíble que hayan pasado 25 años desde la muerte de Luis Buñuel. Lo conocí de la manera más casual en México en 1982, meses antes de su muerte. Un día, en la esquina de mi casa en la Colonia del Valle vi a un señor mayor, ca- minando solito por la calle Félix Cuevas. Su rostro de ojos saltones era inconfundible. Me acerqué y cuando le dije que era ci- neasta boliviano abrió aún más los ojos salto- nes y me dijo con una expresión de sorpresa: “Vaya, no he encontrado a ningún boliviano desde que estuve exiliado en París durante la guerra”, o algo parecido. Le ofrecí un ejem- plar de mi Historia del Cine Boliviano y de mi libro Bolivia (1981) que publicó en Francia la editorial Le Seuil en la colección Petite Planete. Me dio la dirección de su casa en la Cerrada de Félix Cuevas, número 27, a dos cuadras de mi propia casa, y al día siguiente le hice llegar los ejemplares prometidos. Una semana más tarde llamó su mujer para invitarme a “tomar un té” en su casa. Jeanne, que en la intimidad llamaba a Buñuel “mi moro”, me hizo por teléfono estrictas recomen- daciones: que Luis recibiría solamente una hora, que estaba muy cansado, que casi nunca atendía a otras per- sonas, etc. Afortunadamente las cosas sucedieron de otra ma- nera, porque una vez en su casa nos embarcamos en una agradable conversación que duró más de dos horas y no en torno a una taza de té, sino de unos vasos de whisky y de dry martini, su bebida favorita. Me contó cosas sorprendentes, “que nunca las he comentado con nadie antes, porque usted es el primer boliviano que conozco”, que luego publiqué en un artículo en el dia- rio Excelsior de México, a su muerte. “He sido boliviano…” Buñuel sentía cierta fascinación por Bolivia y en un momento dado espetó: “Yo he sido boliviano…”. Al ver mi cara sorprendida explicó que cuan- do vivía en Francia en 1937, indocu- mentado, durante la Guerra Civil de España, la única delegación diplomá- tica que lo ayudó con un pasaporte fue la de Bolivia. Añadió que nunca llegó a usarlo, pero que se sintió desde en- tonces agradecido a Bolivia. Había revisado los libros que le dejé y comentó sobre el cine bolivia- no. Me dijo que quería dedicarme uno de los primeros ejemplares de su auto- biografía, Mon dernier soupir, que acababa de publicarse en Francia. Todavía no existía la edición en castellano. Me pidió que lo acompañara al segundo piso de su casa para buscar el ejemplar del libro en su dormitorio. Po- cas veces he visto un ambiente más sencillo y austero. Una estrecha cama, nada en los muros, ningún otro ob- jeto a la vista. Buñuel vivía como un monje de claustro. Me hizo pensar en don Juan Lechín, que vivía con esa misma sobriedad. Recuerdo de Buñuel Alfonso Gumucio Dagron* La imagen del lugar donde Buñuel dormía me ha quedado grabada; y su gesto de llevarme a su espacio íntimo lo he valorado aún más cuando leí un comenta- rio de Carlos Fuentes en el que afirma que a pesar de ser un estrecho amigo de don Luis y de haberlo visitado regularmente todas las semanas durante muchos años, nunca conoció su dormitorio. Con motivo de los 25 años de su muerte se es- tán publicando numerosos artículos sobre su vida y su obra, que se extiende a lo largo de 32 películas, desde Un chien andalou (1928) hasta Ese oscuro objeto del de- seo (1977), pasando por El Ángel Exterminador (1962), de su etapa mexicana, por la que tengo una debilidad especial. Buñuel no veía sus propias películas una vez terminadas. Me dijo que muy rara vez iba al cine a ver películas de otros. Desde todo punto de vista era un ave rara en el cine mundial. No era frecuente que hiciera comentarios sobre cine, pero cuando los hacía eran memorables: “Una película debe defender y co- municar indirectamente la idea de que vivimos en un mundo brutal, hi- pócrita e injusto… Debe producir tal impresión en el espectador que éste, al salir del cine, diga que no vivimos en el mejor de los mundos”. Con Jeanne Rucar, su mujer, fue tremendamente posesivo, según cuenta ella en sus Memorias de una mujer sin piano, aun- que lo aceptó como era y cedió todo en su propia vida por acompañarlo con sometimiento desde que empeza- ron a enamorar en 1926. Él y los surrealistas La biografía de Buñuel, que muchos autores han resca- tado en sus mínimos detalles, es muy curiosa por su ac- cidentado itinerario. Su primer corto de 18 minutos lo hizo saltar instantáneamente a la fama, con el respaldo de los surrealistas que conoció en París y sobre los que escribió en sus memo- rias: “Eran todos guapos, belleza luminosa y leonada de André Breton, que saltaba a la vista. Belleza más sutil la de Aragon, Eluard, Crevel y el mismo Dalí, y Max Ernst con su sorprendente cara de pájaro de ojos claros, y Pierre Unik y todos los demás: un grupo ardoroso, gallardo, inolvidable”. Los surrealistas lo cautivaron porque “luchaban contra la sociedad a la que de- testaban, utilizando como arma principal el escándalo”. Buñuel sentía el mismo rechazo por “las desigualdades sociales, la explota- ción del hombre por el hombre, la influencia embrutecedora de la religión, el militarismo burdo y materialista”. Fue tan estruendoso su estreno como cineasta, que luego de realizar La edad de oro en 1930 –apenas un año después de Un pe- rro andaluz– recibió una oferta de trabajo en Hollywood, contratado por la Metro Gold- wyn Mayer como “observador”, pero no pudo aguantar mucho tiempo y regresó a España para dirigir Las Hurdes (1932). Curiosamente, hasta 1947 no realizó ninguna nueva película. Fueron 15 años de trayectoria errática durante los cuales hizo diversos trabajos en películas de otros, o como supervisor de doblajes al castellano en la Paramount o en la Warner Bros. A principios de los años 1940, de nuevo en Estados Unidos, trabajó una temporada en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, y luego produciendo documentales para el ejérci- to de Estados Unidos y doblajes en Hollywood para la Warner Bros. Sus proyectos personales no prosperaron en esta etapa. Y luego viene la etapa mexicana, en la que se mez- clan obras geniales junto a películas mediocres, que el propio Buñuel despreciaba: “El bruto (1952) es un film muy vulgar, aunque pudo ser interesante. La ilusión viaja en tranvía (1953) es una tontería. El río y la muerte (1954) es otra cosa mediocre. Creía que ya no existían y ahora se están paseando por todas las cinematecas de Europa”. “Gracias a Dios soy ateo” Gracias a Dios soy ateo, acuñó Buñuel, y su sarcasmo so- bre la religión es claro en muchas de sus obras, algunas de las cuales lo enfrentaron con la Iglesia Católica. Su representación de la última cena en Viridiana (1961) con una mesa llena de mendigos (o más bien méndi- gos, como dicen en México) fue un golazo a la censura franquista. Casi recibe un premio católico por Nazarín (1958): “Si me lo hubiesen dado, me habría visto obli- gado a suicidarme”. El suicidio fue una tentación a la que nunca cedió, pero luego de fallecer a los 83 años, como se dice “de muerte natural”, su viuda encontró dos cartas, una de- clarando que ella había sido la mujer de su vida, y otra que pedía que no se culpe a nadie por su suicidio. * Escritor, cineasta, periodista y fotógrafo. Los surrealistas lo cautivaron porque “luchaban contra la sociedad a la que detestaban, utilizando como arma principal el escándalo”. Buñuel sentía el mismo rechazo por “las desigualdades sociales, la explotación del hombre por el hombre, la influencia embrutecedora de la religión, el militarismo burdo y materialista”. Pocas veces he visto un ambiente más sencillo y austero. Una estrecha cama, nada en los muros, ningún otro objeto a la vista. Buñuel vivía como un monje de claustro.

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por Alfonso Gumucio-Dagron Parece increíble que hayan pasado 25 años desde la muerte de Luis Buñuel. Lo conocí de la manera más casual en México en 1982, meses antes de su muerte.

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15 al 28 de agosto de 200816 / ALDEA GLOBAL

Parece increíble que hayan pasado 25 años desde la muerte de Luis Buñuel. Lo conocí de la manera más casual en México en 1982, meses antes de su

muerte. Un día, en la esquina de mi casa en la Colonia del Valle vi a un señor mayor, ca-minando solito por la calle Félix Cuevas. Su rostro de ojos saltones era inconfundible.

Me acerqué y cuando le dije que era ci-neasta boliviano abrió aún más los ojos salto-nes y me dijo con una expresión de sorpresa: “Vaya, no he encontrado a ningún boliviano desde que estuve exiliado en París durante la guerra”, o algo parecido. Le ofrecí un ejem-plar de mi Historia del Cine Boliviano y de mi libro Bolivia (1981) que publicó en Francia la editorial Le Seuil en la colección Petite Planete. Me dio la dirección de su casa en la Cerrada de Félix Cuevas, número 27, a dos cuadras de mi propia casa, y al día siguiente le hice llegar los ejemplares prometidos.

Una semana más tarde llamó su mujer para invitarme a “tomar un té” en su casa. Jeanne, que en la intimidad llamaba a Buñuel “mi moro”, me hizo por teléfono estrictas recomen-daciones: que Luis recibiría solamente una hora, que estaba muy cansado, que casi nunca atendía a otras per-sonas, etc.

Afortunadamente las cosas sucedieron de otra ma-nera, porque una vez en su casa nos embarcamos en una agradable conversación que duró más de dos horas y no en torno a una taza de té, sino de unos vasos de whisky y de dry martini, su bebida favorita. Me contó cosas sorprendentes, “que nunca las he comentado con nadie antes, porque usted es el primer boliviano que conozco”, que luego publiqué en un artículo en el dia-rio Excelsior de México, a su muerte.

“He sido boliviano…”Buñuel sentía cierta fascinación por Bolivia y en un momento dado espetó: “Yo he sido boliviano…”. Al ver mi cara sorprendida explicó que cuan-do vivía en Francia en 1937, indocu-mentado, durante la Guerra Civil de España, la única delegación diplomá-tica que lo ayudó con un pasaporte fue la de Bolivia. Añadió que nunca llegó a usarlo, pero que se sintió desde en-tonces agradecido a Bolivia.

Había revisado los libros que le dejé y comentó sobre el cine bolivia-no. Me dijo que quería dedicarme uno de los primeros ejemplares de su auto-biografía, Mon dernier soupir, que acababa de publicarse en Francia. Todavía no existía la edición en castellano. Me pidió que lo acompañara al segundo piso de su casa para buscar el ejemplar del libro en su dormitorio. Po-cas veces he visto un ambiente más sencillo y austero. Una estrecha cama, nada en los muros, ningún otro ob-jeto a la vista. Buñuel vivía como un monje de claustro. Me hizo pensar en don Juan Lechín, que vivía con esa misma sobriedad.

Recuerdo de BuñuelAlfonso Gumucio Dagron*

La imagen del lugar donde Buñuel dormía me ha quedado grabada; y su gesto de llevarme a su espacio íntimo lo he valorado aún más cuando leí un comenta-rio de Carlos Fuentes en el que afirma que a pesar de ser un estrecho amigo de don Luis y de haberlo visitado regularmente todas las semanas durante muchos años, nunca conoció su dormitorio.

Con motivo de los 25 años de su muerte se es-tán publicando numerosos artículos sobre su vida y su obra, que se extiende a lo largo de 32 películas, desde Un chien andalou (1928) hasta Ese oscuro objeto del de-seo (1977), pasando por El Ángel Exterminador (1962), de su etapa mexicana, por la que tengo una debilidad especial. Buñuel no veía sus propias películas una vez terminadas. Me dijo que muy rara vez iba al cine a ver películas de otros.

Desde todo punto de vista era un ave rara en el cine mundial. No era frecuente que hiciera comentarios sobre cine, pero cuando los hacía eran memorables: “Una película debe defender y co-municar indirectamente la idea de que vivimos en un mundo brutal, hi-pócrita e injusto… Debe producir tal impresión en el espectador que éste, al salir del cine, diga que no vivimos en el mejor de los mundos”.

Con Jeanne Rucar, su mujer, fue tremendamente posesivo, según

cuenta ella en sus Memorias de una mujer sin piano, aun-que lo aceptó como era y cedió todo en su propia vida por acompañarlo con sometimiento desde que empeza-ron a enamorar en 1926.

Él y los surrealistasLa biografía de Buñuel, que muchos autores han resca-tado en sus mínimos detalles, es muy curiosa por su ac-cidentado itinerario. Su primer corto de 18 minutos lo

hizo saltar instantáneamente a la fama, con el respaldo de los surrealistas que conoció en París y sobre los que escribió en sus memo-rias: “Eran todos guapos, belleza luminosa y leonada de André Breton, que saltaba a la vista. Belleza más sutil la de Aragon, Eluard, Crevel y el mismo Dalí, y Max Ernst con su sorprendente cara de pájaro de ojos claros, y Pierre Unik y todos los demás: un grupo ardoroso, gallardo, inolvidable”.

Los surrealistas lo cautivaron porque “luchaban contra la sociedad a la que de-testaban, utilizando como arma principal el escándalo”. Buñuel sentía el mismo rechazo por “las desigualdades sociales, la explota-ción del hombre por el hombre, la influencia embrutecedora de la religión, el militarismo burdo y materialista”.

Fue tan estruendoso su estreno como cineasta, que luego de realizar La edad de oro en 1930 –apenas un año después de Un pe-rro andaluz– recibió una oferta de trabajo en Hollywood, contratado por la Metro Gold-wyn Mayer como “observador”, pero no

pudo aguantar mucho tiempo y regresó a España para dirigir Las Hurdes (1932).

Curiosamente, hasta 1947 no realizó ninguna nueva película. Fueron 15 años de trayectoria errática durante los cuales hizo diversos trabajos en películas de otros, o como supervisor de doblajes al castellano en la Paramount o en la Warner Bros. A principios de los años 1940, de nuevo en Estados Unidos, trabajó una temporada en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, y luego produciendo documentales para el ejérci-to de Estados Unidos y doblajes en Hollywood para la Warner Bros. Sus proyectos personales no prosperaron en esta etapa.

Y luego viene la etapa mexicana, en la que se mez-clan obras geniales junto a películas mediocres, que el propio Buñuel despreciaba: “El bruto (1952) es un film muy vulgar, aunque pudo ser interesante. La ilusión viaja en tranvía (1953) es una tontería. El río y la muerte (1954) es otra cosa mediocre. Creía que ya no existían y ahora se están paseando por todas las cinematecas de Europa”.

“Gracias a Dios soy ateo”Gracias a Dios soy ateo, acuñó Buñuel, y su sarcasmo so-bre la religión es claro en muchas de sus obras, algunas de las cuales lo enfrentaron con la Iglesia Católica. Su representación de la última cena en Viridiana (1961) con una mesa llena de mendigos (o más bien méndi-gos, como dicen en México) fue un golazo a la censura franquista. Casi recibe un premio católico por Nazarín (1958): “Si me lo hubiesen dado, me habría visto obli-gado a suicidarme”.

El suicidio fue una tentación a la que nunca cedió, pero luego de fallecer a los 83 años, como se dice “de muerte natural”, su viuda encontró dos cartas, una de-clarando que ella había sido la mujer de su vida, y otra que pedía que no se culpe a nadie por su suicidio.

* Escritor, cineasta, periodista y fotógrafo.

Los surrealistas lo cautivaron porque “luchaban contra la sociedad a la que detestaban, utilizando como arma principal el escándalo”.Buñuel sentía el mismo rechazo por “las desigualdades sociales, la explotación del hombre por el hombre, la influencia

embrutecedora de la religión, el militarismo burdo y materialista”.

Pocas veces he visto un ambiente más sencillo y austero. Una estrecha

cama, nada en los muros, ningún otro objeto a la

vista. Buñuel vivía como un monje de claustro.