Recuerdos de la guerra con Chile (memorias de un...

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u 1 LLINOI S UNIVERSITY OF ILLINOIS AT URBANA-CHAMPAIGN PRODUCTION NOTE University of Illinois at Urbana-Champaign Library Brittle Books Project, 2012.

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u1 LLINOI SUNIVERSITY OF ILLINOIS AT URBANA-CHAMPAIGN

PRODUCTION NOTE

University of Illinois atUrbana-Champaign LibraryBrittle Books Project, 2012.

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_RECUERDOS

GUERRAC CQ- HLE

(MEMORIAS DE:UN DISTrINGUIDO)j.

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RECUERDOS

DE L.A

GUERRA CON CHILE

(IEIORIAS DE UN DISTINGUIDO)

POR

JOSE T. TORRES LARA-

La batalla de Miraflores

LIl A.

IMPRENTA Y LIBRERÍA DE C, PRINCECalle de Polvos Azules o. 173

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RECUERDOS

DEO LA GUERRA CON CIHLE(MEMORIAS DE UN DISTINGUIDO)

LA BATALLA DE MIRAFLORES

Lo que cantaban los pájaros

y lo que pensábamnos nosotros lamañana de Mirafores

EN cuanto el Sol se alzó sobre las crestasde los Andes desarropándose de sus

albos mantos de nubes, nos alzamostambién nosotros del suelo en demandadel abrigo de sus rayos, suavizados porel frescor de la mañana; y nuestros cuer-pos friolentos los absorbieron con placerbasta que, aumentando sus reflejos, seconvirtieron en focos ardientes é inso-

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Cantaban los pajarilloe su canci6tsiempre alegre, como si quisieran convidar á la paz, á la dicha y á la vida á loque habían ido á turbar la tranquilidadde sus campos con los ruidos atronanteode la guerra, y á tronchar las ramas delas que pendía el nido de sus amores yde sus polluelos con el horrible vendaba]de plomo y hierro con que se extermi.naban.

Si; esos pequeños seres humildes y tí.midos en las alturas en que viven, quese alzan sin soberbia hasta las nubes,siempre contentos en sus ramas, pare-cían decirnos:

-No os matéis, hombres, no os ma-teis: Dios nos di6 la vida para la alegría,para la paz, para el amor; para que go.záramos sus criaturas: é1 nos la di6, de.jemos que 1é nos la quite.

-¿No os convida á la fiesta de la vidaeae Sol que se ha levantado ya á fecun-dar la tierra y á regocijarla? ¿Por qué enlugar de alistaros para nuevas matan-zas no unclís la yunta y rompéis el senode la tierra que estáis manchando eónsangre para echar en ella la semilla quedespués será cosecha ubérrima? Porqueno ea la tierra, nó, la que os veda susftto 0 s1oia vosotroe los que o lo veo

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dáis unos a otros 6 la hacéis estérilarrasándola.

No seáis ingratos con Naturaleza quenos da sus campos fecundos y sus díasbrillantes; sus fuerzas para el trabajo; elamor para la dicha y el sueño para nover las horas tristes y negras de la no-che; y después de cumplido el feliz desti-no; la muerte como un sueño más dulcetodavía.

SEa, hombres! contemplad ese astroresplandeciente y escuchad nuestro con-sejo: -Desechad vuestra cólera é id ábuscar á vuestra hembras, y en lugarde hacer de este df~ un día de luto dan-do la muerte á vuestros semejantes, ha-cedlo de fiesta dando la vida á otros se-res que maiana os llamarán padre:¡Alegría, amor, paz!

Ah! pero no era esa música dulce ydeliciosa la que podfa llegar hasta nues-tros duros corazones de guerreros, sensi-bles 61lo al brocíneo son de las cornetasque tocaban diana: ni estábamos paraofr discursos de pájaros; ¡que hombreséramoe, y tan hombres, que ardíamos endeseos de irnos de nuevo á las manoscon los chilenos y contramatarlos 6 que,nos contramataran de una ves!

Pero en verdad que este nuestro ar-diente deoco era vrvamente contrariado

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por la noticia 6 el rumor, más bien di-cho, de que se habian iniciado ó se iban áiniciar arreglos de paz; y en verdad tam-bién que la tranquilidad de las primerashoras de la mañana parecía presagio deese anhelo de las almas tímidas como lade los pajarrillos cuyo lenguaje he tra-ducido.

Pero el desfile de nuestra caballería,unos trecientos jinetes, de derecha á iz-quierda, empezó á variar la tranquili-dad de la espectativa.

Cuando se disipó la nube de polvo le-vantada por los c aallos, escudriñandoel campo enemigo Plesde la tapia sobrela que estábamos sentados, pudimos notar grande y bien ordenada actividad enél; y ya estaba bastante entrado el día,cuando observamos que, efectivamente,se ponía en marcha hacia el Barranco.IQué! ¿iban sus tropas á acampar entrelas hogueras que exprofeso habían pren-dido y que les negaban ahora el.abrigode un techo?...... Pero bien pronto lavanguardia¡ que era compuesta por suartillerfa, descabezó el pueblo y conti-uuó avanzando en medio de densas nu.bes de polvo hacia nuestra linea. Almismo tiempo sus naves de guerra ha-blai surgido de la rada de Chorrillos y

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venido á ocupar la enfilada dé nuestralínea de batalla.

Sentados siempre sobre la tapia, connuestros rifles entre las piernas, sin sen-tir ya el calor del Sol del medio dia, con.tinuamos mirando atentamerite los mo.vimientos del enemigo.

¿Se romperia el armisticio?... pensába-mos; y lo deseábamos con la irreflexi6nde nuestro entusiasmo y de nuestro pa-triotismo exitado por el recuerdo de laderrota.

El sargento Arroyo, mozo serranocredo y valientazo, hermano de mi capi-tán caído en San Juan, como caerIa é1 enMiraflores, se acercó á Porfías y á mí,diciendo:

-Miren la gracia de los chilenos, mien-tras su ejército nos va á atacar por elfrente, sus buques nos flanquearán pormar...... ¡Cobardes!...... Miserables!

-No me llega el susto al pecho, le re-pliqué, como no nos llegarán sus bom-bas......

-Y á mi aunque lleguen, interrumpiócon su bravío tono el sargento.

-- ¿No llegaráh ?...... interrogó Porfias.-No, le contesté con seguridad, por-

que la distancia á que tendria que obrarp artillerk rmtate para lograr angulo

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de tiro seria superior al alcance de sucañones.--¿Y con sus obuses?-Sucedería lo contrario, tendrían que

acercarse á tiro de la bateria "AlfonsoUgarte" que ya los tiene escarmentados.

Mi aplomo y mi seguridad, que desdeluego trataba de infundir á los que merodeaban, para prevenir la depresivainfluencia que la actitud de la escuadraenemiga podía ejercer en su ánimo, noeran, en verdad, fingidos, porque llenode vanidad, creía saber mucho: todavíano habIa comprendido cuánta era miignorancia en un ramo que, si no creíaconocer á fondo, imaginaba saber de éllo bastante para expresar con seguridadverdadera la opinión que afirmaba.

II

LOS HEROES SIN TUMBA

De pronto interrumpieron nuestrasobservaciones sobre el campo chileno, laaparición y la voz desfallecida de un sol-dado de aspecto cadavérico que, con unamano apoyándose en la tapia y con laotra eujetándose las pantalones, ec acer-c6 á nosotros interrogando:

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-¿De verás chelenos veeniedo?A lo que otro le contestó:-Sí, ya vienen; anda vete mejor, Ra.

mos: tu uo puedes pelear y te van ámatar sin defensa.

-No matarán sen defender-contestóel enfermo exaltándose-todavea podien-do con refle......

i RAMos....... ¿ Quién era Ramos ? Unindio bruto que ese día dió su vida, infe.liz, enferma por la patria; un indio brutoque como muchos miles de indios brutos,dió ese día un mentís solemne á los quehablan de la degeneración irremediablede la raza nacional; un indio bruto quedió un ejemplo que imitar hasta á losque no son indios ni brutos.

¿Pero quién era Ramos? Ya lo he di-cho: uñ indio bruto. A causa de la cañaverde que había comido en San Juan lehabía acometido una disentería, que seagravó con la agitación y los alimentosde campaña. Después de San Juan em-peoró su gravedad, al extremo que cre-yeron los jefes humano darle de baja. nosiquiera al hospital, sino de bajá total;pero cuando fueron á decirle que podíairse, él contestó llorando:

-Yo no querer baja ¿qué haciendo?¿por qué querer botar mí?

Le contestaron que no lo hacan por

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l 1 -botarlo, sino para que fuera á curarse, yél replicó:

-Cuando acaband6 guerra, corando;no quetame refle.

Y tuvieron que dejarlo por no echarleá la fuerza, á pesar de su extremada gra-vedad.

Era tanta ésta, en efecto, que apenaspodía moverse para practicar la opera.ción que determina esa enfermedad, ycomo ella se repetía con inusitada fre.cuencia y tuviera queps4ar al otro ladoda la tapia, había concluido por quedar-se allí .............................................

Y allí se quedó...... y se quedó parasiempre ese que fué dos veces heroe, por-que despreció ,deliberadamente las dosmuertes que amenazaban y acabaroncon su vida.

III

VOLAR YA!.....

Dos ó tres horas llevávamos ya de in-tensa espectativa: el enemigo, aprove.chando del tácito armisticio, puesto queno ee habia pactado aúin éste expresa.mente, y abueando de una situación in.

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ciert, aigui6 avanzando con su artille.ría solamente al principio, y deepués dealgún tiempo con su infanterIa, hastauna distancia de trecientos metros. colo-cándose así en situación de ser batidas,aniquiladas con ventaja sus columnasespesas antes de pasar del orden de mar-cha al de batalla; pero, y es prueba cier-ta de nuestra buena fe en las negociacio.nes de paz que se iniciaban, el que noaprovechásemos tan ventajosa ocasión,no obstante la malicia que revelaban lasmaniobras de ellos.

Una voz, una llamada muy interesanteen esos momentos vino á perturbar miatención en este punto. Como al cuerpoque estaba á. nuestra derecha, que era el"Zepita," le habían proporcionado unapaila en la que habían cocido un ranchoenvidiable por lo apetitoso; y como lesresultara un exceso de caldo, los ranche-ros generosoe pasaron la voz á los veci-nos inmediatos.

-Los que gusten tomar un poco decaldo, vengan-fué la voz-y yo me acor.dé de aquel consejo de soldado viejo: elsoldado debe tener siempre un sueño yuna comida adelantados,

No era, por cierto, hora de pensar enlo primero, porque, al contrario, debia.mos estr con lo0 ojos muy abiertos;

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pero la invitación llegó6 pelo para elcumplimimiente de la segunda partedel consejo. Me presenté, pues, entrelos convidados y pidiendo una cacerolaprestada, me la sirvieron coltnada decaldo gordo y conchudo. Como estuvie.ra caliente per demás me puse a espe.rar á que se enfriara un tanto, cuandose dejó oir la corneta del cuartel gene-ral que tocó atención larga, muy larga,como preludio del solemne y en esosmomenios más solemne toque de Gene-rala: "Volar ya-volar ya-con las ar-mas á formar-Volar ya--Con silencio éigualdad. Volar-volar." Una llamara.da salida no sé de donde hizo arder todami sangre y apuré de un trago el caldoque hasta frío me pareció ya, y volé, volési, ya que obedecer á la voz de la cornetano era sino seguir al más vehemente demis anhelos. En lo que si no obedeciónadie fué en aquello de con silencio, por-que un clamor de entusiasmo recorriócomo un eco toda la línea de derecha áizquierda.

Después de esto se prohibió á la tropaque subiera á las tapias; pero ya no ne-cesitábamos de ningún mirador para veral anemigo, cuyo despliegue indicabansus banderas y la ligera línea que coro.

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naba las tapias, detrás de las cuales seefectuaba; 6 bien era denunciado por elpolvo que su paso levantaba.

IV

MI CAMPO DE ACCIÓN

Antes de entrar en la narració6n deesta tan desastrosa como memorablejornada, de lo que hice y vi entre elfuego y el torbellino de la batalla, voy ápocurar hacer la descripción del campocn que se desarrolló la parte del com-bate en que actué.

A unos quinientos metros adelante dela estación de Miraflores, se encontrabael segundo reducto, que fué el núcleode la resistencia en la sección en que yome batí. Se componía éste de un sector6 media luna formado de un recio para.pato de sacos de tierra, con un murocapaz de resistir no sólo la acción dcla fusilería, sino los fuegos de la artille-rfa enemiga; su altura es mucho mayorque la de un hombre, y se eleva sobretres tramos. si no recuerdo mal de mo.do que, mientras que en el superior sebatiera una parte de la tropa, en el infe.rior podía esperar el resto au turno. coatoda segridad' pues ol recinto quo

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comprende se halla totalmente desenfi*lado por sus flancos, y por la gola supleol parapeto una tapia que, aunque noparalela á la cuerda, cierra la retaguar-dia de la obra; más su oblicuidad contri.buye á la seguridad del fuerte; y cierta.mente que hubiera sido fácil hacerloaún mucho más, levantando con losmismos sacos de tierra su altura hastacierta parte. Su frente se había hechoinaccecible con una honda zanja ó pozoanegado de mayor profundidad que latalla de primera de un hombre, y de unaanchura insalvable. La izquierda estáademás flanqueada por una huaca que,á la vez que al reducto, desenfila á partirde ella, reciprocamente la izquierda y laderecha de la línea. Al pie de ella, ysiempre hacia la izquierda, estaba si-tuada la artillería volante ó una partede ella; en el mismo orden seguía el res-to de lo que fué el batallón "Zepita" ydespués mi batallón, el "Concepción;"estas tres fuerzas dentro de un gran po.trero cuyo frente arrancaba de la citadahuaca. A la altura de la 3, compaiía demi batallón, el potrcro forma un ángulorecto saliente, lo que, en mi concepto,contribuía 4 la solidez de esta parte dela línea. Segula después la tapia la di.

¢cvcibn general; no aidonme poible

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dar detalle alguno de la línea más alláde la izquierda de mi batall6n, por no

serme conocida. En el frente que ocu-pábamos, finalmente, algunos soldadosabrieron con sus bayonetas huecos que,i manera de troneras, sirvieran paraapuntar sus fusiles.

A la derecha del reducto, pasados losrieles, habia un parapeto ó fortín, creoque artillado; luégo la serie de potreros,de los euales sólo conocí dos durante laaceión, no siendo el ancho de cada unode ellos más de cien metros á ojo debuen cubero. También en esta parte dela linea se habían oradado las tapias.

Puedo decir, sin riesgo de equivocar-me, que nuestra línea de batalla en todasu extensión estaba constituida por laserie de potreros, cuadriláteros de unancho variable entre 100 y 200 metros,que puede decirse otros tantos camposparciales con tapiales por parapetos ásu frente y con sus flancos desenfiladospor iguales tapias.

Esta constitución de la linea procuraba, en mi concepto, una' gran economíade fuerzas y sustitula, con sus ventajasestratégicas las deficiencias tácticas denuestro ejército y su inferioridad per*sonal respecto A los chilenos.

0l front habia sido despjado8, aunque

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no perfectamente, de tapiales que favo.recieran al enemigo; no perfectamente,decimos, porque algunos trozos habianquedado en pie, y los adobones voltea-dos no habían sido completamente des.hechos para que no prestaran abrigo álos asaltantes. Además, todo el campoestaba sembrado de trecho en trecho,de mogotes ó huaquitas de piedra queá su tuyno aprovecharían los comba-tientes.

Finalmente, perpendicular á la lineade batalla corría la linea ferrea: preciosoelementoo cstratégico que hubiera podi-do acercarnos á la victoria á paso deloeomotora; pero cuya importancia qui.zá sólo ho sabido apreciar un soldadoque no tenía más atribución en la bata-lla que la que determinaba su fusil,

LOS PRIMEROS FUEGOSLos chilenos efectuaban su desplies

gue, como ya he dicho, á trecientos me-tros cuando mucho de nuestra linea, yen partes se aproximaban hasta muchomenos de ella. Haberlos dejado colocaras tan cQrtrt~a distania, ha bia, side p.p

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nuestra parte renunciar al triunfo parcial que se nos brindaba, el que bienpodía ser que nos condujera á un triun.fo completo. Pero por haber permane-cido quietos y mudos nuestros cafionesy nuestros fusiles, el triunfo parcial fuépara el enemigo; pero este triunfo par.cial, con todo, no hubiera sido para élcamino á la victoria. total y completa,sino un rechazo sangriento, si un deste-llo de genio militar, que desde luego nohay obligación de exigir, hubiera encen-dido la inteligencia del jefe que manda.ba el ala derecha de la línea; supuestoque el enemigo tenía descontada la vic.toria por los medios doctrinarios de latáctica y de la estrategia ...........................,."".."""....o.....o ........ . ..

¿Pero por qué habían avanzado los chi-

lenos con tanta confianza? Por aquella

misma ceguera que los había llevado al

desastre en Tarapacá. Creyeren enton.

ces, como creían ahora, que la derrota

nos había amilanado completamente, y

cuando vieron que los habiamos dejado

posesionarse a tiro corto de rifle con

granq ahorro de sangre, lo atribuyeron

á eso, y no como era, á un exceso de

=lealtad y de consideración al cuerpo di

plomático que había intervenido, y que

precisamente comenzaba en esos momen-

tos se tratos con el Jefe Supremo,

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¿Pué ese concepto de nuestro apoca-niento 6 fut el deseo de provocar inme-diatiaiente la batalla, lo que detertminóla coi'dcta de los jefes chilenos? Nosabremos decirlo.

He aquí ahora que, como si no basta-ra el que les hubiéramos conientidotodo lo ya sabido; he aquí qne apareceun grupo á caballo, esto es, un jefe consu escolta respectiv, y avanza tranqui-lo como quien va á vihitar á un amigovecino; ,luégo se detiene y se pone á ob-servar con un anteojo, cuando más des-de una distancia de trescientos metros,lo que tanto le interesaba; y al notarque se lo facilitaba nueseta mansedum-bre, quiso ver máa.... sin duda el inú-mero de nuestros shakos 6 los botonesde nuestras chaquetas ..... y pic6 el cor.cel blanco...... y adelante. Era llegadoel caso de decirle al guaso:

-No seais leso, pú ñor Baquedato,porque él erai el mismo! desde el princi.pio lo habíamos conocido, por eso... porlo huaso.

Sonaron en este punto tiros repetidos;el pelotó6n enemigo volvi6 grpas apre-suradamente; uno de los jinetee cayó yau caballo solo sigui6 disparado. Eltiroteo se hizo, en seguida, más nutrido,y doa minuto despuTs la acci6n -estaba

ecniarmente empefada á la derecha de Ja

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vía ferrea. Achaques quiere la muerte:¿era esto lo que querían los chilenos?Pues ya se daban gusto; ..... pero el gus-to no era para ellos solos: nosotrostambién nos dábamos gusto..... por lomismo.

ESCENAS C6MICAS Y TRÁGICAS

Había comenzado la batalla de Mira-flores, y rotos eñ tierra los fuegos, losbuques chilenos no demoraron sino eltiempo necesario para cargar rápida.mente sus cañones para entrar tambiénen acción.

Desde los primeros momertos de labatalla el fuego de la artillería era casitan nutrido como el de la fusilera: tro-naban los cañones de gran calibre de laescuadra enemiga; tronaban loa caño-nes de nuestra bateria "Alfonso Ugarte"'

y tronaba la artillería de ambos ejérci-tos: la batalla era un trueno prolon.gado.

Suprimido, por lo corto de la distan-cia, el combate preliminar de las bata-llas, ésta se empeñó desde su comienzocon toda la yabia de dos ejrcitos, uno

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que enorgullecido y envalentoiado coasus victorias- quería coronar la serie deellas y concluir la guerra con un éxitofinal; otro que, vencido y humillado,ansiaba vengar el ultraje 6 ensangren-tarlo más.

Surcaban los proyectiles de los catio.nes enemigos nuestro campo en direccio-nes que se cruzaban, vinieran; del mar,ya de tierra: sus grandes bombas seme-jaban gigantezcos buscapiques, é ibanen sus rebotes levantando oleadas ytorbellinos de tierra, y cuando daban enalgua huaca ú otro lugar pedregoso,multiplicaban mortíferos proyectiles, seaque explotaran 6 no.

Habíanos encontrado la hora delcombate con Animo batallador y serenoy la muerte quiso divertirnos con susironías- Venía el ordenanza del mayorPeñaloza halando su yegua, cuandouna bomba que estalló casi debajo deella la hizo desaparecer lo mismo que Asu conductor; pero un momento despuésvimos ponerse de pie á éste con las rien.das en la mano todavía y mirar con sor-presa y estupor á su alrededor...... parareconocer, sin duda, entre qué clase degente se encontraba en el otro mundo;pero el mayor le hizo observar que to-davía estaba en éate, preguntándole:

Dideanzal ¿dónde esta mi yegua4

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Y el ordenanza le respondió con sim-pleza:

-Se ha volado me mayor.También nosotros habíamos roto los

fuegos, y aunque teníamos al enemigo ánuestro frente, se nos ordenó oblicuar ála derecha. Se comprende que nuestraizquierda se encargaría de ofender áaquéllos.

Pasado algún tiempo se ordenó cal-marlos, de modo que sólo de rato en ra-to nos acercábamos á la tapia y dispa-rábamos.

En uno de estos intervalos, ciertocompafiero profirió en estas palabras:

-Caballeros, un cigarro.Corrimos á la llamada., y distribuidos

los cigarros, nos pusimos á fumarlos contoda tranquilidad, cuando el sargentoCoz, que estaba entre los invitados......reventó...... si, reventó, no una, sino dos,tres, no sé cuántas veces, y al mismotiempo que reventaba, se arrojaba alsuelo exclamando:

-Jes, qué es esto! iJesús, qué esesto!

Era, simplemente, que una bala chile-na habla penetrado por una de las tro-neras abiertas en la tapia, y dando so-bre el morral de municiones habia hechoestallar algunas de ellas, Para hacer

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más raro el suceso, nadie sufrió ni unrasguño.

Un momento después me acerqué á latapia á disparar. Como el enemigo,parapetado también, sólo ofrecía unbla co diminuto y fugaz, apuntaba de-tenidamente tratando de que mis dispa-ros fueran itiles. Una vez más iba ahacer esto, cuando en el instante en queiba á sacar la cabeza, me caveron alrostro y me segaron las migajas de latapia rota en el sitio que señalaba laaparición de mi cabeza: un regalo quequiso hacerme un chileno á quien no co-nozco.

Incidentes como los referidos puedendecirse la sal de la batalla; pero otracosa es el acíbar. En otro lugar de lamisma tapia, el cabito Monasterio de la5.", al asomar la cabeza para apuntarrecibía una bala en su frente de 14años. Cayó, decía un soldado viejo, co-mo un angelito sin decir ni iay! Pero supadre, el teniente de la misma compa-ñíia, enloqueci6ó de dolor al ver tendidoy ensangrentado al hijo amado que lagloria le habia arrebatado.

En otro sitio, un proyectil de artille.ría mutilaba horriblemente, dejándolomuerto a un soldado, 6 mejor dicho ádos, pues el otro fué retirado con un

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brazo arrancado de raiz con hombro ytodo. Por toda la linea empezaba á ver-se ya gente estirada en el suelo.

VII

iA LA CARGA!

Rodeado de su Estado Mayor, queatraía la atención del enemigo, pasó elJefe Supremo, imperturbable, bajo el di.luvio de balas que aquél dirigía. Al ver-lo proferimos en ¡vivas! al PerS; algunosgritaron ¡viva el jefe supremo! y él noscontestó con tono de lección ó de repro-che: ¡Viva el Perú! ¡ iva el Perú!

Nuestra acción hasta estos momentoshabía sido secundaria y no correspondíaal ardor belicoso de que nos sentíamosposeidos desde el principio de la batalla;¿iba á desperdiciarse. á despreciarse tor-pemente nuestro entusiasmo, ó á apro-vecharlo, como en San Juan, cuando yafuera tarde para la victoria?

iCon qué impaciencia llegaban á noso-tros, corriendo por las filas, las noticiasde lo que estaba aconteciendo en otroslugares de la línea!

' Marina". había cargado á la bayo-neta; "Guardia Chalaca", había seguido

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idéntico movimiento, y también el "Can,ta" y el "Jauja"...... y nosotros, tras denuestras tapias, empotrerados como po.tros chúcaros......

Por eso, cuando poco despis de ha-ber pasado el jefe supremo la cornetadejó oír el belicoso toque de armar labayoneta, un clamor que llegaría comomensaje de reto y de muerte á las filasenemigas. lo acogió, y un minuto des-pués saltábamos la tapia y avanzába-mos al trote, al toque de;

"A la carga cazadores,con brío y con valor.A la bayoneta,á la bayoneta,id al campo del honor".

Enardecía más nuestro coraje exitadopor el belicoso toque la presencia de unafuerza enemiga, que á su vez había sal-tado la barrera que defendía sñ campoy nos venia al encuentro.

A nuestro frente, un poco á mi dere-cha, marchaba éel capitán Sotillo, de la2.a, apuntando con su espada al enemi-go. Detúvose éste, parapethndose enunas huaquitas de piedras y tendiéndosepor el suelo; pero no tuvimos nosotrosla marcha por eso y el enemigo empezóá retirarse así que estuvimos á una ena-dra, máas menos, de ellos; pero para

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parapetarse en otros montiículos igualesmás allá.

Mientras tanto, habían ido cayendo elcapitán Sotillo. que herido de gravedadon el rostro, fué llevado á la lInea pordos de sus soldados; un sargento Bravode apellido y no menos de condición, yun soldado de mi compalía de nombreespañol, Vargas, pero indio bravo deraza, también cayeron cerca de mí ...... ylos demás que no vi, porque cuando semarcha adelante no se ve á los quecaen.... y en retirada no se les mira.

Al pisar el terreno ocupado hasta po.cos momentos antes por el el enemigo, unchileno, que parecía muerto, se incor.poró repentinamente y disparó sobreuno de los nuestros dejándolo sin vida;pero tampoco quedó con ella el temera.rio y no necesitó fingir otra vez el muer.to. Ultimados á plomo y acero lo fue-ron igualmente algunos que quedaroncortados en uno de los parapetos refe-ridos.

Contrastando con los hechos de emo-ción intensa que caracterizan semejan.tes situaciones, exitó verdaderamentemi admiración el ver qve uno de losnuestros sacaba sus botas á un muertoenemigo, y tras del monticulo, se quita-ba sus zapatos viejos y se las calzaba.Posteriermente pude comprobar que no

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era singular el hecho en mi batallón; ybastante que me pesó después no habersido de los que cometieron igual despo.jo y puéstome las botas sobre el mismoterreno; sólo que quizá no las hubieraencontrado á mi medida en la zapateríadonde calzaban los soldados chilenossus patasas.

El enemigo, como he dicho, se habiadetenido parapetándoss de nuevo en lasnaturales defensas que el terreno lebrindaba; igual cosa hicimos nosotros,pues era un hecho del que al principiono me apercibi, que sólo habiamos em.prendido el ataque la 1.*, 2.a y unoscuantos soldados de la 3.a; pues yo; queformaba en las primeras hileras de estacompafila, me encontraba de los últimosde la izquierda. Seguramente la ordende ataque se había dado para las dosprimeras compañías, y los de la 3.a noshabíamos plegado á é1 sin advertirlo;pero es lo cierto que advertidos hubié-ramos hecho otro tanto.

Es indudable que, emprendido el ata-que con toda la fuerza del batall6n, eléxito contra la enemiga que combatía-mos hubiera sido completo, echándolo,no ya de las huaquitas, sino hasta másallá de las tapias; pero fué lo contrariolo que sucedió.

Isas tapias del campo eneigoO se cue .

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brieron de pronto de uniformes negros,y un número de tropas notablementesuperior al nuestro avanzó en bien nu-tridas filas á reforzar á los suyos; sulínea mucho, mis extensa, rebalzabacon con gran exceso nuestra izquierda.

No había, pues, más remedio que laretirada; no podré decir si la iniciativa'se dió en nuestras propias filas 6 si laorden la recibimos de la línea por el 6r.gauo de la corneta, porque hay momen.tos en que las percepciones son ten fu-gaces que se confunden con los actos:todo lo que sé es que la emprendimosal trote, pero con calma y orden, sin de-jar por un momento de hacer frente alenemigo. Demás es decir que éste su.fria también los fuegos de nuestra línea,que no lo dejaron avanzar mucho te.rreno.

VIII

EN EL HERVOR DE LA BATALLA

No eé si porque al emprender el avan-ce hubiéramos oblicuado nuestra mac-cha.á la derecha, ó porque en la retiradalo hubiéramos hecho á la izquierda, re-sultamos al llegar á la linea un poco ála derecha de nuestra posición, por el

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lugar donde estaba situada la artilleríaque flanqueaba la izquierda del reductoN.o 2; y como ésta se batía también, heaquí que iba á abocar ya uno de los por.tillos por donde asomaban su boca los ca-nones, cuando advertido por el ¡ atrás! deuno de los artilleros, en el instante mis.mo en que tiraban el estopin, me detu-ve rápidamente, librándome de ser ca.iñoneado á boca de caf0ón. Pero el efectode la detonación en el timpano auditivome dura aún al escribir estas líneas (1):un silbido tenaz que no cesa un momen-to y que al principio me atormentaba alextremo que poco me faltó para enlo-quecer. Pero en esos momentos, pasa.da la emoción instantánea, ese efectodesapareció confundido con los mil rui.dos del combate.

Ahora bien, ese cambio en la direcciónde nuestra marcha, determiró el queuna parte, si no toda la fuerza del "Con.cepción", pasara á batirse á la derecha.

Pues es el caso que como al penetraren la línea nuevamente nos encontra-mos con el batall6n "Unión" que desfi.laba á la derecha, creí yo, y sin dudatodos, que era la línea la que se corría,y seguimos todos la misma dirección.

(1)-Y perdura adn, ahorp que las publico.

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Ño me pesó este error, porque i1 m~permitió tomar en la batalla la parte que

yo hubiera deseado.He hecho notar ya en el capítulo: Mi

campo de acción, que el segundo reduc.to estaba flanqueado por su izquierdapor una huaca, así como también lascondiciones estratégicas de ésta; peroal efectuar nuestro paso al reducto, poruna falsa dirección, por precipitación 6sea por desconocer el camino cubiertoque iba por su base, lo hicimos por sucima, exhibiéndonos en nuestro desfileal enemigo, que en un momento la cu.brió de muertes. Imagino que el errorfué enmendado inmediatamente con lalección.

Lo primero que observé al penetraren el reducto fué un grupo de soldadosdel '"Unióa" y de mi batall6n arremoli-nados al pie de un rimero de cajas demunición; al punto me imaginé que per.tenecían al batallón N.O 4. cuyo arma.mento, como se sabe, era Rewin gton, ycorrí á advertirles au error, que podiaacarrear consecuencias funestas, y enseguida llamé la atenci6n de un senforoficial de la reserva hacia- el mismo he.cho.

La animaci6n que en esos momentosreinaba en el reducto es indescriptible:la confianza y el entauiasmo se vean re

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flejidos en todas las fisonomías, y loslabios proferían en exclamaciones queanunciaban la más enérgica resolución.La banda, que tocaba el ataque de Uchu-mayo, daba su nota más alta en aquelconcierto belicoso. Mi propio entusias-mo fgera motivo bastante para agregará ese clamor patriótico mis ¡vivas! alPerú; mas aparte de esto necesitaba lla-mar la atención allí donde, según hereferido, se había comentado desfavo.rable é inmerecidamente, como bien seha viato, la conducta de mi batallón.

Procuré pues hacer bastante para sernotado aún en ese momento de álgidoentusiasmo, lo que en parte conseguí;pues mi actitud en esos momentos fuérecordada posteriormente por varios delos que me conooían y me reconocieron.Y fué el primero entre éstos el subayu.dante Arturo Flores, mi intimo y cor.dial amigo desde nuestros más tiernosafos, como ya lo he dicho. Al encontrar-nos en ese momento nos estreehamoscon un abrazo de amistad y patriotismo,y en aeguida le pregunté por sus her.mianos Ernesto y Oscar,

é-Vl1os, me contestó sefalndome elsitio de la cortina en que se estabanbatiendo como dos veteranos,

Le interrogué lu¿go por mi tío, el ca*pitAn Rocavero, y me lo ~eoa!6 á la de,

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recha del reducto; y siguiendo mi cami-no me dirigí á él. Allí estaba, sf; pormás señas fumaba su puro de costumr.bre, un rico habano cuyo grato perfume

y su humo blanco eran absorbidos porel ambiente acre y el humo negro delcombate, pero que conservaba integrasu corona de ceniza. Señal de la buenacalidad del tabaco, dicen los aficionados;señial de que no temblaban ni la manoque lo tenía ni los labios que lo fuma-ban, digo yó. Pero se conmovi6 profun.damente cuando me reconoció, abra-zándome con efusión, y al desprender-me de de l me retuvo ligeramente, dicién.dome:-Quéddate aqui, hijo;-pero com-prendiendo que no debía insistir, medejó contihuar mi marcha--diciéndomecon voz emocionada y cariñosa:-Cúida.te. hijo cúidatel

Salí por el extremo derecho del re.ducto en unión de un soldado de mi ba-tallón, llamado Poma. Al lado de lalínea fer rea me encontré con un coro-nel que estaba con algunos individuosde tropa tras el parapeto, y le interro-gue, 6 mejor dicho, le pedí 6rdenes: meindicó que la acción se esate nia á van.guardia, y entouces uno exclam6: ¡mu.chachos, A la bayoneta y como no erabaladronada lo que decía, saltamos elparapeto y non echamos campo adela

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te fc meegu lan Poma y varioa otros.Tomamos indeterminadamente por laizquierda de los rieles y muy prontoestuvimos en lo más ardiente de laacción.

Todo el campo estaba sembrado degente acostada por el suelo; pero notoda se batía;...... no se batía porque es.taba muerta. Uno sólo de mis compa-ieros, el inseparable Poma, estaba yaconmigo. ¿Los otros?........ Se habríandispersado buscando abrigo para batirse;algunos habrían caído. Los dos nos di.rigimos á uno de los tanto mntos montecitosde piedra que he citado: varios muertoslo rodeaba, y á su abrigo se quejaba unherido cuyos clamores no nas lastima.ban, porque ¡ah! en el fragor de la ba-talla se pasa sobre los muertos y no seescucha la súplica de los heridos. Unosólo, un muchacho de ánimo sereneo,que es la prueba más elocuente del va-lor, se batía allí. Al encontrarse connuestro refuerzo y oportuna compafifa,nos seflaló una bandera enemiga dicién-donos:-Apunten allá.

Oadeaba aquélla tras de la tapia hu.meante con el fuego que -nos hacían losfusiles enemigos que vomitaban oleadasde muerte;pero en cambio, advertiré depaso, nos encontrábamos libres del efec.to de la artilleria enemiga, tanto de mar

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como de tierra; lo que no es necesariodetenerse á explicar.

Por algunos momentos observé laadvertencia del compañero, dedicandomis fuegos á aquella insigúia odiosa;pero reflexionando luégo que muchos es-taríamos haciendo igual cosa, y que elabanderado se hallaria á cubierto bur-lándose de nuestras laudables intencio-nes, torné mi mira á punto más seguro.La lluvia de balas, entretanto, era tanconstante y tan bien dirigida, que no ce-saban de salpicarnos los pedruzcos yguijarros que levantaban.

Pasó algún tiempo, cuando un chas-quido distinto del producido por el cho-que de las balas en el suelo, me hizo vol-ver la cabeza á la izquierda, y vi á micompañero que se incorporaba y en se-guida caía con un chorro de sangre ef lafrente; se agitó un instante convulsiva.mente y quedó inmóvil: había acabadosu tarea, su juventud y su vida. Otrorato más pasó hasta que el único com-pañero que me quedaba exclamó:--Yacayó! ¡ya cayó! En efecto, la banderayano ac vefa; pero un momento despuésreapareci6 á este lado de la tapia al fren.te de los suyos que avanzaban. El mis.mo, más advertido que yo, me hizo ob.servar en eate punto la situaci6n en quenas encontr4 mos,-DiPstinguide, ~rsQ

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derecha ha retirado, me dijo en su len-guaje incorrecto; y mirando con todaatención á esa parte del combate, pron-to me cercioré de lo oportuno de su ad.vertencia; pues reconocí, en efecto, quefuerzas chilenas batían ya nuestra líneacasi á la misma'altura en que nos encon-.trábamos; en consecuencia emprendimosla retirada sin más dilación.

El Reducto había abierto totalmentesus fuegos ante el avance de los chilenos,y al volvernos á la línea parecía un vol-cán en erupió6n.-Capaz van á matar.nos...... ! exclamó mi compafero expreésando un temor que yo también abri'gaba: entre la espesa nube de humo ypolvo que nos envolvía, no era dificilde que alguna parte de la línea ñosconfundieran con el enemigo.

Y no consistía en esto solo el pe-ligro: sabía yo perfectamente que hablanmuchos, quizá la mayor parte, que nohacían sino sacar sus fusiles y tirar ade.lante. Con el fin de cubrirme y salir dela zona batida por el Reducto, me intro-duje, todavía seguido de Poma, por lazanja que hay al lado de los rieles; peroparecía que aquella era el lecho de unrío, un río, sí, de plomo: ¡aquello sí eracorrer bala! Volví á salir y, pasando losrieles, me encaminé diagonalmente á laizquierdas (derecha de la línea), precisa-

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mente á donde estaba todo el hervor dela batalla. Ya Poma no me segui: ha-bría caído 6 habría continuado por lamisma zanja.

Los chilenos, que avanzaba ya en grannúmero, no se fijaban en mí, como suce-de con frecuencia en la confusión de loscombates, 6 no me juzgaban blanco dig.no de hacer punto, avanzando¡ como loverific ban, á fuego rasante. Yo conti-nué á la carrera llevando mi shakó en loalto y agitándolo para prevenir la con-fusión cuyo temor he expresado, llegan-do por fin á la tapia, que paé de un sal.to, escuchando la voz del cabo Rodrí-guez de la 1". de "Conceción)' que medecía: Compañiero, te había visto y des.de lejos te conoíe; y siendo recibido 6 me-jor dicho contenido mi impulso al saltarpor éste y otro soldado, 4 fin de que nohollara al caer el cadáver de un joven te-niente que yacía al pie de la tapia. Coila parte superior del rostro, donde es+a-ba la herida, cubierta por un pañuelo,sólo se le veía al muerto la parte infe-rior, sobre la que, contrastando con lapalidez cadavérica, resaltaba un bigotenegro y fino, casi un bozo todavía, queindicaba su juventud troñchada.

No pasaré adelante sin hacer una rec-tificacación de justicia, por más que elúnico causante de la falta de ella fuera

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dI miismo sobre'quien cayera la omisión.He nombrado al cabo Rodríguez: ¿Quéha sido de él? ¿tuvo como yo la fortunade librar su vida de la hecatombe de laderrota. 6 cayó y su nombre va á que-dar borrado de la lista de los que deja'ron séii despojos en el campo? Ah! si lecupo tan gloriosa suerte, Aépae que esosdespojos que ahí se co n, fundieron en lamisma huesa con los de amigos y ene'migos, no -son los despojos de ningúfRodríguez, sino los de Maximiliano Ar-boleda, un muchacho creo que trujillano,que se había venido escapado del colegioá sentar plaza en el batallón "Callao" alprincipiar la guerra, y que, por no séqué causa 6 qué capricho, encontré conel nom bre cambiado en el "Concepci6an",

Ix

LA HEROINA

Descaneaba sh momento de la fatigade la batalla, cuando vi por la derechauna mujer que iba con an balde de agua,apresurando el paso para esquivar los

amuhob a: Ii l peau~k Yo tba p4 .

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denis sediento y cotrí hafiella, qéie t1ese momento echó á correr también, pawra llegar a dos sayo on algo de u pre-cioso liquido: la alcaied ya en el patodonde la esperaban,'que era mas 6m enola parte tercia del potrero (partietido dela derecha; y apunto este detalle paraexplicar lo que va á suceder). Di6 de be-ber primero al que debía ser su marido;y después á sus amniges: casi al último,y cuando ya había perdido la esperanzade humedecer mis fauces ardientes por elsol de enero y el fuego de la batalla, sevolvió hacia fmí, y alcanzándome mi par!te me dijo:-También hay para ustedpaisano.

Durante los momentos distraídos poresa causa á la atención de la batalla,ésta continuaba con todo ardor; pueslos chilenos avar zabari por.nuestro fren*te con notable resoluci6n; río habla,pues, tregua ni descanso posible, y mearrimé de nuevo á la tapia : seg.uir mitarea que ya se iba hbciendo larsga; puesdebo advertir lo que he amiti do rtes~,y es que en lasrt..das q he referido,por dos veces h ' recogi n el mo e ral. decepsulas de otroe -tantos ca.dos, Al con-tinuar ahora la tarea, que -a se duplicaba, digo, la batalla llegaba á uno de susmomentos más agudos. Como olas deun mar tempestuoso venían avanzando

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los chilenos, arremolinAndose entre tor.bellinos de humo y polvo: de pronto unjinete en un caballo polvoriento y de be*licosos bríos, surgi6 magnifico come unaaparición del fondo oscurecido, llevandoen alto y agitando su bandera, tras dela que se precipitaron las filas que á lasnuestran avanzaban; pero como unaaparición se hundieron jinete y caballofulminados por nuestros fusiles El ene-migo había sido una vez más rechazado,6 mejor dicho cóntenido, y sucedió unmomento de calma, como un sagio enla borrasca.

Yo estaba excesivamente cansado yel hombro derecho, por efecto de lo reciode los culatazos del Peabody, me dolfaya bastante; motivos ambos por los queme senté á descansar sobre el borde dela acequia 6 zanja que corria cerca de latapia. La mujer que nos había dado suagua, y que ahora nos daba -sus brios,puesto un sombrero de junco con cintade los colores nacionales, el traje enro.liado en la cintura y su dotación de tirosen su falda, y su rifle en la mano, se meencaró diciéndome:-jNo nos ganan loschilenos ¿diga paisano?-No, si todosse paran firmes.,,,, como Ud.,-agregu;pues era la única galantería que podiadEire~ ae eess momentos a semejante

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hembra.-¿Han oído lo que dice? Parar-se pues, c......

Ni aunque tuviera, ni aunque usuarpa-ra, quiero decir, la libertad de un VíctorHugo, escribiendo con todas sus letrasla palabra indicada con esa inicial, po-dría sugerir su elocuencia magnifica enaquellos momentos en que 6 anonadacomo un trueno, ó reanima como unacorriente eléctrica.

En la misma expresión profirió unsoldado agregando:--Otra vez, se atra-c6 el rifle.....!1 y sacando la baqueta er*pezó á desembarazar su ánima.

He dicho que habla sobrevenido unmomento de calma; esto es, los fuegoseran un poco menos intensos, porqueunos nos habíamos apartado momen*táneamente de la tapia para descansary para que se enfriaran nuestros rifles,motivosgambos que concurrían general'mente; y porque los que los sostenían lohacían con menos celeridad. En el inter*medio de esta calma fué que una vezmás se le habia atracado el casquillo :aquel soldado, al que me acerqué yodiciéndole:-Lo que pasa es que han topmado municiones de Remington en elreducto..,..; vamos escogiéndolas pron :to,-y me acercaba para ayudarlo.....cuando alzando la cara vi un soldadoque tstaba mraado la derecha; n ~j

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rada at6nit, sue pupilas dilatadas, siexpresión toda de una impresió6n intensa, me revelaron lo que inmediatamentedespués cotfirmaron éstas palabra :

iC ...... , ve los chilenos dónde estánya......!

De un salto estuve en pie.-Es el bata'llón Callao que se retira, dije--iQué Caliao ¿no ve la botamanga? Si, y la botatambién la veia ya. Estaban pasando enese momento por delante del portillo dellado opuesto del potrero de nuestraderecha, y esta fué la revelación de quela línea habia sido rota y de que el enemi.go iniciaba un movimiento envolvente.-iA la tapia, á la tapia! gritamos va-rios ..... ; es decir, á la tapia del costadopara cubrir el flanco derecho. .... , peroen ese mismo instante la del mismo po"trero de la derecha (del frente) ce cubri6de enemigos que saltando sobre ella pe"netraban al potrero y avanza ban sobrela misma que corríamos á cubrir, comosi nos citáramos para un d-uelo á ridemordido sobre ella . En eee mismo ins-tante se dej6 oír la voz dura, sigular-mente enérgica de la muger que gritaba.-¡Qué es eso...... por qué corren......!-ála que hacíamos coro los que queríamosllevar la defensa á la tapia citada; masen vano. Los de la derecha; los que, ájuzgar con un criterio simole y vulgar

···· b~~ c~4

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debieran ser los primeros en apercibirsedel avance envolvente de los chilenos, yeran los 6ltimos que los descubrian, enlugar de correr amparar la tapia delflanco amagdo, se ponían en salvo: esque al dispertar tardiamente su atenci6nhabian visto más de lo que nosotros es't ábamoa viendo ....................... ............

EL PRINCIPIO DEL FIN

La ponderación de la vida en ciertosinstantes es inconcevibie al discernimien*to nornal;-y s61o mediante un podero-so esfuerzo mental puede uno reprodu*cirse lo q .u en esos instantes pasó, máscomo una imaginci6n aue como recuer-do de una realidad: así fué el cuadro quepor un instante se desarrolló ante misojos y un instante despus desapareci6,como esas pesadillas, .como esos sueñoscuyas imágenes espantosas, fugitivas éinverosimiles, se ofuscan, al.despertar, enla memoria.

L4o chilenos habian penetrado- en

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nuestra linea y llegado casi sin sentirlohasta nuestro costado ¿cómo explicarsetan extraordinaria sorpresa? Lo queuna técnica vulgar explica solamentepor la táctica y la estrategia, tiene, antetodo, una generación sicológica. Segura.mente pueden los técnicos mencionar co-mo causa inmediata y eficiente de la de.rrota, el hecho de que el ataque del ene-migo, impulsado por su iniciativa y pre,sionado por sus costados por el fuegoconvergente de los reductos, había dadocomo resultante mecánica una clava,una cuña encajada en la parte media delos Reductos lo. y 20.; explicándose conésto y con la falta de oportuno refuerzola rotura de la línea peruana y su derro-.ta consiguiente; y afin se puede agregar,que el descuido ó el aturdimientó de losjefes,- causa de la falta de vigilancia, tannecesaria en la batalla, lo fué tambiénde que no se efectuara una retirada enorden, cuando las condiciones naturalesdel terreno facilitaban sobremanera efec.tuar con gran daño para el enemigo; co-mo lo prueba el hecho de que aún sinorden fuera el final de la batalla tanhostil por nuestra parte como lo habasido su principio; porque Miraflores fu4una batalla especialmente estratégica.,Vamon ahora & la explicaci6n 0icol

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El espíritu de asociación, que en el cur.so normal de la vida procede por refle.xión ó raciocinio, 6 por habito, al llegaruno de estos momentos anormales, ex-cepcionales, vuelve á ser el instinto gre-gario que originó esa facultad. El fuegodel enemigo, más avanzado á nuestralínea en la zona neutra 6 menos hostilizada por el oblicuo de los reductos, eramás mortífero para las tropas nuestrasque se le oponían, y conforme éstas mer-maban, por un movimiento de contrac-ción instintivo se iban replegando á de-recha é izquierda, atraidos por los nú-cleos de resistencia; hasta que la líneaadelgazada se rompió; porque sus últi.mos defensores fueron inmolados en supuesto, 6 al ver su abandono se retiraron,no ya hacia la derecha 6 la izquierda, si-no hacia retaguardia, á Mirsfl )res. Deesta manera se estableció allí una solu-ción de continuidad; y la tapia que antesfué nuestra defensa, era ahora el para.peto para el enemigo. Este que, porinstinto, avanzaba arrastrándose pordepresiones del terreno y por otros ac.cidentes, esquivando nuestras balas,encontró, pues, abrigo seguro, mien.,tras tomaba aliento y aumentaba su ni.mero para. el paso final,

]$ soldado en la batalla, como aquellosde quienes as dice que no ven 4ma all4

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de stís narices, no ve sino donde a~sisnta su fusil: he ahí la explicación final dellance trágico, de la situaci6n que sobre.vino; y lo que sobrevino, debo advertiruna veza ms, fué tan rápido, tan fugiti-VO, que ni a~n los chilenos pudieranabarcarlo en todas sus fases .................

La línea se rompió instantáneamenteea milpedazos, como un objeto de finocristal dejado caer sobre un pavimentode piedra; y en medio de esos instantesde ponderación infinita en que la vida secotiza por fracciones" de segundo.... vique una parte, la mayor parte, sin duda,se corría á la izquierda, al portillo delque yo me encontraba azaz distante; meparece que vi otros que, agachados trasla misma tapia, escapaban bajo las pro-pias narices de los chilenos; y otros, enfin, que, A gatas, pegándose al suelo, seiban á ganarla tapia paralela á retaguar.dia. Seguí por instinto á éstos, y acer-te en mi camino, pues no había otro queseguir, salvo la resolución hero ca dequedarse á vender cara la vida...... Procurando cubrirme con los bo: des de lossurcos de un campo cosechado ¡vanadefensa! por momentos esperaba el gol.pe que me clavara en el suelo por el queiba arrastrándome; pero, cosa que en

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e #s momentos no hubiera podido ex-plicarme, no recuerdo haber percibidoni el silbido de una bala: ¿sería efectode la honda perturbci6a que en aque.los momentos debia embargarme?jCuando recuerdo que recori así unacudra 6 m s, a la dist.no.ia de 50 6 60metros de donde estaban pariapetákdo-se los chilenos, fusilándonos á mansal-va, me parece suello la vida que vi-vo......!

Los fenómenos que en esos lances ex.traordinarios se nos presntan comoinexplicables, como milagrosos, no sonal cabo sino muy naturales: es que lossignos en la vida se invierten, ya lo he.mos dicho, como en el álgebra, y sólo elanálisis nos puede revelar su valor ver-dadero inexplicable es á la simple vista,Y, cosa singular, que fueran los que es.taban má inmediatos á ellos los últimosque se aperibiran de la a aprximaci6nde los chilenos; paro ea$o s puede ex-plicar simplemente por el hecho de quela tapia limitaba su perspectiv; y cosamás extraordinaria parece ser el que

ates, apare ntemente más exputestosSlas ofenoss del enmigo Oie-an m

espacio epoy s t p para escapar; pueshe aqu, que ada fu6 natural,

Una, de las fases de a conf ai6n deesqsgo _tlntes~ consistien, qi e l m-

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4~

yor parte de nuestra gente sorprendidas6o atin6ó á correrse instintivamcnte 6la izquierda, hacia el portillo de comu-nicación de la línea, en donde arremoli.nada y confusa se obstruyó mútuamenteel paso con su aglomeraci6n, formandouna masa compacta: era cato lo pri-mero que veían los chilenos que ibanllegando con todo el furor de su odio ex-traordinariamente excitado, y fascinadasu mirada por ese espectáculo, por elrico festín que se ofrecia á la boca desus fusiles, no miraban más: apunta-ban, disparaban y se inclinaban á car-garlos otra vez rápida, frenéticamentepara no perder la presa que trataba deescapárseles.

A esto hay que agregar otra causa,matemática diremos: la altura y el an.cho de la tapia determinaban una zonacegada á sus miradas, un ángulo muer*to, dentro del cual, seguramente, se des'lizaron algunos.

Pero nuestra seguridad sólo duró has"ta- el momento en que nos pusims enpie para saltar el nuevo parapeto, enque empezaron á cobrarnos con usurala tregua que nos habían dado para llegar hasta allí: ipafl Ipaf! ¡pafl sonaron eneste punto al estrellarse contra la ta-pia las balas que llovían, y que ¡ah! nollovían on vano; porque muchos no Ue'

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garon a montar sobre ella desploms ndose a mitad de su ascensión, y otros ibaná caer precipitados, aventados al otrolado. Cuestión de más ó menos agilidadalsa ltar; quizá,¡también, algo de suerte.

No bajariamos de 20 á 30 los que nosencontramos ilesos al otro lado de latapia; ilesos de cuerpo, diré, porquehay en las batallas otra herida más de.sastrosa que las mortales: y esa heridaque se llama pánico, ya empezaban al.gunos á sentirla. Un capitán del "Can.ta", con elbrío y la energía de un héroe,retuvo la mayor parte de esta gente ycontinuamos allí la lucha: fieles á la con.signa del deber y obedientes á la voz delcapitán, nos repusimos inmediatamentey nos cuadramos de nuevo ante el ene.migo.

La batalla en esta parte, e'lhabía tomadotodo el aspecto de una partida de aje.drez dentro del cuadro de los potreros.Al extremo de la diagonal del ángulo enque estábamos, se encontraba el porti-Ilo desastroso, delante del cual se veíael tendal de muertos y heridos palpitan.ces; y detrás de la tapia chorreada desangre, asomaban las cabezas do los quehabían salvade por esa parte, y se veíanlos fogonazos de sus fusiles, ansiosos devenganza. Nosotros tomamos á los queacababan de ocasionarnos el desastre

P-í $bty _

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por una oblícua insignificante; pero latapia, tque casi se confundia cen ella,nos impedía ofenderlos como deseába-mos, cuando nueatro bravo capitán nosindicó, pasando él el primero sobre eladobón.volteado un poco á retaguardia,al potrero de la derechn, desde el queabrimos un fuego de enfilada tan segu-ro y tan mortífero sobre los que pocosmomentos antes nos habían fusiladoimpunnemente, que en menos de dosminutos despejamos la tapia: los queno quedaron tendidos al pié de ella laabandonaron precipitadamente.

Nuestra acción habla sido eficaz; perodesgraciadamente no pudo prolongarse;porque ahora nos tocaba la recíproca.A su vez aparecieron los chilenos pornuestra derecha, anunciándose con susfuegos de flanco que nos obligaron á co-rrer á buscar el amparo de l tapia, de-jando en un minuto buena parte denuestra gente que cay6ó tambin bajo sufuego de enfilada. Parapetados nueva-iente, y formando martillo, sobre losdos lados del áD.galo de Ia esquina, con'tinuamos hostilizando al enemigo porfrente y flanco; pero sus fuegos, sobretodo los del flanco, se hacían á cada mo'mento ms insoportables. BEl oldadoque mo batía A mi derecha- cay, comotala set oao, ait9dse do l4as l

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en la cabeza: -"'"uitele las municionesy démelas" me dijo el capitán; pero ape-nas había empezado á ejecutar la orden;cuando lo vi doblarse por las rodillas,caer on cuclillas y estirarse mirando alcielo con los ojos fuera de sus órbitasihabía recibido una bala ei la sien dere.cha, y murió sin quejarse como un heroe.

La posición era, en verdad, insosteni-ble: reducidos al ángulo del potrero, losproyectiles de los fusiles enemigos afoca-dos á él habían reducido nuestro número, que no bajaría de doce ó quince aliniciarse su defensa, á seis 6 siete; todoslos demás habían caído muertos ó mo-ribundos, incluso nuestro jefe, y excep.tuado un herido que ño lo estaba mor.talmente, en un espacio de tiempo queno llegaba á veinte minutos.

Resueltos á retirarnos, los soldadosdel '"Canta" quisieron cargar con el cuer-po del capitán; pero con mejor criterioy más humanidad, optaron por alzar alcompañero herido que les rogaba no loabandonaran. Nos retiramos, pues, co-rriéndonos sobre la izquierda hasta latapia desde la que se había reanudado eleombate de flanco. Los compañeros delherido siguieron retirándose con él paraponerlo á salvo, decían; y aunque no hu.biera ningdn motivo, no habia ya auto.ri d que pi r hacer b tirs r pino

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los que buenamente quisieran seguir ha.ciéndolo: las piezas nobles de nuestrotablero iban desapareciendo, quedandosolamente peones. De este número éra.mos los cuatro que nos quedamos allí.

Nuestra situación (la de los cuatro)era bastante segura y nos pusimos átirotéar á los chilenos, diagonalmente ála izquierda al principio, al frente luego,cuando se presentaron por él aquéllos.Pasados algunos momentos, la izquier-da, quiero decir, la línea principal á estamano, abandonó la tapia emprendiendorápida retirada: habian descubierto átiempo una maniobra embozada deleremigo semejante á la anterior; de loque tuvimos muy pronto la pruebacierta.

Como la posición de nosotros los cua-tro era la misma esquina de un potrerode los que estaban en segundo orden, esdecir, A retaguardia de la línea de bata.-lla, no teníiamos sorpresa alguna quetemer, por lo que no nos movimos, yantes activamos más los fuegos A fin defacilitar la retirada de aquéllos. Pudi.mos, pues, ver con bastante seguridad,para mayor eficacia de nuestra acción,que el enemigo -que enfrentaba á aqué-llos, al notar que se alejaban, saltó latapia, con gran contento de nuestrosfusiles que por un .momento hicieron su

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agosto; por un momento, digo, porqueoportunamente tuvimos á nuestro tur-no que correr á ampararnos de la otratapia. Pero habíamos tenido en esteúltimo trance la fortuna de hacer dañomuy apreciable al enemigo sin experi-mentar ninguno. Al saltar la tapia yal penetrar por el portillo, los habíamosafocado con tuestros cuatro rifles con elmás eficaz efecto, repito, pues, indecisosy desconcertados por dos 6 tres minu.tos, muy pocos de los que se habfatiaventurado en la maniobra pudieronregresar al parapeto.

Nos encontrábamos ahora, después dela dura labor realizada, en la penúltimade las posiciones que nos tocara defen-der durante el sangriento torneo. Eraésta la tapia corrida á la derecha dela linea férrea, y fuimos á formar el ex.tremo derecho, una especie de sostén,mejor dicho, de los que en esta partecontenían al enemigo, que se encontra-ba ya sobre la tapia contraria, en nú-mero notoriamente superior al nues-tro; toda la tapia de ellos humeabacomo si se estuviera incendiando y laneestra parecía que se iba á venir abajodesmoronándose: habíañ lo menos tresfusiles contra uno, y apenas sacábamosla p arte del cuerpo necesaria para apun-tar, una lluvia de balas nos soplaba su

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ale n tO a4ldo 8oldados expetor delenemigo, con la segaridad que les pro-porcionaba su mayor número, observa-rían, tal cual sabíamos hacerlo tambiénnosotros, la aparici6n de nuestra cabezacon la punteria tomada.

Aconsejé á mis compañeros no apare-cer dos veces en el mismo sitio, lo queno dudaron en poner en práctica; y uno,excediéndose de listo, recurrió á este ar-did, en verdad, ingenioso: sacaba elshakó sobre la tapia, é inmediatamentedespués la cabeza por un lado para ti-rar; pero no hay treta que engañe á laimplacable homicida, y como encoleriza-da contra el mortal que pretendía bur-larla, he aquí que primero una balaarroja lejos el shakó, y luégo otra arrojade espaldas con la frente rota al esquivosoldado, que descansó de su noble tarea,sin dolor, sin agonía.

,Un cuarto de hora más duraría estedesigual duelo, durante el cual no sólonos mandábamos balas, sino que nosgritábamos sendas desvergil nzzs é im-properios. Nuestro número disminuíaá cada momento por los tiros del ene.migo que casi no herían sino para matar, y el desaliento empezó luego á mor.der el alma acerada de los últimos com.batientea. Una parte de éstos veniaCarriadoQe A la derecha, y al lieg ar

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donde estbamos quise inducirlos i queno abandonaran el campo; me contesta.ron que apenas tenían muaniciones é ibaná buscarlas. Pretexto ó verdad, yo nopodia detenerlos; pero si no era lo pri-mero, todavía encontrarían campo útilpor allá.

Entre los tres que quedábamos de loscuatro que habíamos sido, se había soldado esa alianza tácita que une á lcshombres, cualesquiera sea su condición,cuando una causa comrún exalta en ellosel mismo sentimiento. Media hora an-tes no conocía A ninguno; media horadespués, despojados del uniforme y la-vadas las caras del humo y del polvo dela batalla, no hubiera sabido quiéneseran; pero en esos momepntos el másnoble y desinteresado sentimiento deamor patrio bacía de los tres uno solo:tal es la virtud de las pasiones tdobles yelevadas, así como es propiedad de lasbajas y ruines la disolución.

Siguiendo dirección contraria á losque se retiraban del combate, nos corri-mos á la izquierda, hacia el reducto, ynos encontramos un momento despuésal pie del portillo que daba salida alpotrero, ante el cual habianse detenidolos que verificaban el mismo movimiento: es que el pasar delante de l era en

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aquel momento uta suerte que teníamás probabilidades en contra que en pro.Todo el fuego de los chilenos se habaconcentrado allí y su mortífero efecto loponiar de manifiesto como media doce-na de muertos y otros tantos heridos.....que pronto lo serian también. Los quehabían logrado pasar ilesos, así comolos que esperábamos el turno, apenasosábamos apuntar rápidamente nues-tros fusiles, y menos pasar delante delvano mortal: nos hallábamos en uno deesos momentos de desfallecimiento mo-ral que sobrevienen como consecuenciade la tensión de un esfuerzo continuado.De pronto uno se anim6 y exclamando:-¡Que tanto miedol...... se arrojó y......su cuerpo fué á dar allá pesadamente, áaumentar el número de los que medíanel suelo.

Se volvió á nosotros contrayéndose dedolor y nos dijo: -iHermanitos, no medejen padecer, acábenme de matar!

La indecisión y el desaliento aumen-taron con este incidente, y cuando ya va.rios proponían emprender la retirada á

Mira flores, vi que uno colgaba su mo-rral y ponia su shak6 sobre el cañóndel rifle; en seguida lo presentaba y actocontinuo pasaba de un salto: había sa-cado la suerte lomismo que seis 6 ochoque instauntueamente no presipitamoa

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tras de él. He dicho mal; no todos saca-ron la suerte: uno más había ido á au-mentar el número de muertos, y mi últi'mo compañero de "'Concepción" tuvola mano derecha destrozada. Saqué mipañuelo sucio, y desgarrando una tira lelié fuertemente el antebrazo para limitarla hemorregia, y con el resto le cubrí laherida.

En. seguida le aconsejé que se retira-ra inmediatamente; y era mi intenciónque lo hiciera por el reducto, rodeandopara librar de la zona más batida; perovimos mudos, estupefactos por la sor-presa, que, sea aturdimiento, sea reso-lución extrema, se volvió y atravesó conpaso inseguro y sin recibir el menor da.fño, el vano de la tapia delante el cual yanadie osaba pasar; pues los pocos quehabian quedado del otrolado, se corríanya hacia Mirsflores, si bien no dejabande hostilizar al enemigo con sus fue-gos.

Es demás decir que era de la mayornecesidad no desamparar la tapia queflanqueaba el Reducto á 50 metros desu costado derechoj y. que deblamoscontinuar defendiéndola siquiera lospocos que habiamos quedado; pero, co-mo no había ahí nadie que mandara,uno Í uno se fueron desprendiedindo too,) dirigiAndose eso centro de la ac,

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ci6n, yno era cosa de quedarse solo:se quedaron inicamente lo infelicescuyas heridas los tenían postrados Ah! ysi el nervio de la sencibilidad no estu.viera adormecido en aquellos momen-tos, hubiera sido cosa de echarse & llo-rar al escuchar las invocaciones que nosdirigía un pobre herido que; para com-.pleta desgracia suya, se encontraba delotro lado del portillo, cuyo vano había.mos pasado rápidos y esquivos paraf alvar nuestras vidas, y no íbamos áarrostrar otra vez una muerte inminen-te para intentar salvarlo. Al alejarnosle dije para no dejarlo sin consuelo:-Voy a hacer que venga la ambulancia-;y cuando ya me encontraba á la entradadel Reducto, oí su voz desesperada quese elevaba diciendo: ¡Que apure la am.bula ncia!

XI

LA ÚLTIMA OLA

Al penetrar por segunda vez en el Re-ducto, ya no alentaba en mi pecho elbrfo de la esperanza, ni la animación queen él reinaba era la misma que la ante-

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5,7 ElC.i~É~

rior; la bañde no tocaba a ya us belicosanotas porque los músicos se estabantambién batiendo; y contrastaba con elruido atronador del combate el silenciosiniestro de los labios, que expresabacon más elocuencia que las palabrascuál era el secreto que querían guar-dar: el pensamiento de la derrota.

Por todo el Reducto se veían soldadosde linea que se habían replegado á éltras duro batallar; acostados en el suelo6 en el tramo irferior de la obra, revela.ban el consancio que los agobiaba y eldespteihc; algunos se batían arriba, allado de los reservistas, y otros no sebatían por falta de municiones. Uno,cuya fisonomia no me era desconocida,en actitud de meditación ó atonía, atra.jo mi atención y me dirigí á él; al vermese anticipó á decirme con aire de sor.presa y admiración:-- ¡Compañero, ¿usted también se ea-

capó...... ?-¿Y la mujer? le interrumpí.-De seguro la han matado, me contes.tó, porque no la he visto escapar. ¡Ma-ría Santisima! el portillo se atrancó conmuertos.... -¿Y cómo pudo salvar?

volví á interrogarle,-Trepándome porla tapia....

No pude continuar el diálogo, que eracon el de las municiones trocadas, nidescanear u n momento porque wa.

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voz alarmada dijo desde arriba, que elenemigo nos entraba en gran número.Subí al tramo superior, desde el que sedominaba un amplio espacio, y con-templé el espectáculo imponente quevoy á procurar recordar.

Era el avance arrollador de los chile.nos que daban la carga á fondo de lajornada; un regimiento, dos ¿quién sa.be? una ola enorme; la ola que nos ibaá ahogar. Desde el punto dominantedel que contemplaba el grandioso es.pectáculo, mi mirada se extasiaba tra-tando de fijarse hasta en los detalles deese vórtice indescriptible; como que nolo vería nunca quien no lo viera enton-ces. En su marcha oblicua á l% brechaabierta, desfilaban á la carrera, y suscostados derechos se acercaban hastauna cuadra del Reducto. Vela unosque hincaban la odilla y apuntaban confijeza;pero la mayor parte disparaban desu costado á la carrera y sin detenerse.Y veia otros que se hincaban también..pero no para apuntar, sino porque susrodillas se habian doblado al frseles lavida; y otros calan de bruces; y otroscalan de espalda abriendo los brazosComo buscando donde apoyarse; y otrosse arrastraban heridos en demanda dealgún abrigo,e,,, ¡Qé cuadro aqu6él

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¡Qué grandiosa, qué terrible es la c61o.ra del hombrel

Y avanzaban y avanzaban como un to-rrente incontenible por su cauce. ¡In.contenible...! ¡Qué! ¿No habría mediode contenerlos en su impetuosa carre.ra, de poner dique al torrente arrasa-dor......? Venían los regimientos asal.tantes por la carretera á cuyo lado,como so sabe, corre la línea ferrea, y,acosados por nuestros fuegos, se intro-ducan entre las zanjas abiertas á suscostados, tratando de cubrirse con elalto relieve del terraplén; luego desbor-daban por su izquierda, siguiendo elcauce abierto á su irrupción ......

Ab! si en-aquellos momentos en queaún la batalla rugía á la derecha; enque los restos de la la nea rota disputa-ban palmo á palmo el terreno, como lodemostraba el fuego intenso que sepercibía del lado de Miraflores, y desdeel segundo Reducto hacia la izquierdala linea iatacta se batia con furor; si enaquellos momentos, digo,hubiera apare-cido una de nuestras baterías rodantesconvertida en Reducto movible, y comoun monstruo invulnerable e hubierametido entre sus filae vomitando lamuerte á diestra y siniestra, ¿cuál hu-biera sido el efecto terrible, desastrosoque ea maniobra etraordin·aria, e

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ctrg~a pasó de locownotora hubiera pro.ducido entre aquéllos, tan castigadosya por nuestros fuegos? No es dificilimaginar lo que á ciencia cierta hubieraacontecido: como las invencibles legio-nes de Roma al verse acometidas porlos elefantes de las falanjes de Pirro enlos campos de Heraclea y Ascalum, susregimientos hubieran sido rotos confracaso sólo comparable al mpetu de suacometida por ese monstruo, por eseelefante de hierro invulnerable 6 inacce-sible, más terrible y destructor quecien elefantes de carne y hueso. Y co-mo semej ánte pensamiento,al brotar dela mente de alguno de nuestros caudi-llos,no hubiera brotado solo, las fuerzascuya animosidad se probaba en esosmomentos de pugna desesperada hu-bieran sido lanzadas á empujar, á pre.cipitar con la punta de sus bayonetasal abismo del desastre el enemigo queya se creía vencedor. Si, sí había un di-que que oponer al torrente que parcdainconten ible ......

Despierto de mi ensuefño para seguirnarrando el duelo sangriento á cuyo finvamos llegando; sueñio, sí: el pensa-miento que hubiera podido ser el pen-samiento de la victoria, sólo brotó enesa hora en la mente de un soldado queao ejercia en la batella más funci6a que

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la que el lector ha viato y va ásguliviendo.

¿Creais acaso que habla subido ámirar y contemplar? No, sino que re-quiriendo mi rifle, reemprendi con másardor que antes la tarea de la jornada,haciendo al principio fuego rasante,porque, como ya creo haberlo dicho, elhombro y el brazo derecho les tenía onextremo doloridos; pero luego lo conti-nué con intención y puntería, porqueno era tiempo de sentir dolor; ¿cómodesperdiciar el blanco y la ocasión?

Cuando estaba allá ...... en mi casa, enpaz y amor cen todo el mundo, sin pen-sar en matar más que patos, lobos ypalomas, tenía un amigo inglés que hu-biera querido estuviera á mi lado en lajornada que estoy refiriendo; y van ásaber por qué. Solíamos juntarnos almedio día para tomar un vaso de cer*veza y después decidir quien debía pa-garla; lo que dispeutábamos á balazo. ...Pues, concluido de beberla, la poníamosde blanco á la distancia á unos cien me-tros, se jugaba á la suerte quien habiade tirar primero, y el que salía de se"gundo decía á éae:-Ya sabes que si tela tomas toda la pagas. Quiere decir,que al primer tirador no le era permitido botar sino la parte superior, dejan'do la parte inferior para el seglo, A

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veces perdía el primero, porque era po'sible dar al blanco en punto inferior alde gravedad; pero era considerado co*mo chiripa, como caso extraordinario,el que alguno perdiera por no dar alblanco.

Ahora bien, y he aquí porqué hubie*ra querido tener á mi amigo á mi lado:lo general era que el juego saliera ta*blas y que la paga la decidiera la suerte.Pues ..... si los chilenos se acercabanhasta una distancia igual á la de la bo-tella y erán un b'anco algo más grande¿cuántas veces daría en él? Desconta.das las fallas por la precipitación al dis-parar, el movimiento del torbellino, laalteración del pulso por causas que secomprenden, creo que si me fueran átomar en cuenta los homicidios quecometí en esa jornada, tendria peniten-ciaría para siglos.

Con intención y puntería, he dicho,me .batía, y con tanta rapidez que en unmomento mi rifle, ya bastante caliente,por el fuego poco interrumpido q' veníahaciendo desde el principio, se puso enestado de casi no poder tenerlo; que-maba hasta la caja, que parecía iba áentrar en ignición, y amenazaba reven.tar; pero el remedio no estaba lejos. Mevolví al compafero del diálogo, que per-maneciía donde lo dejé, á pocos pasos,

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y le dije:---Ya usted no tiene municio.nes, páseme su rifle que el mio va Areventar. Vaciló un momento, pero lué.go extendiéndomelo, me contestó:-Has.ta que se enfríe el suyo, nada más.....;carilio del soldado al arma que guardasu vida y su consigna, ¿pero iba a habertiempo para -que se enfriara? Beo es loque vamo á ver.

Ocupé de nuevo mi puesto con armafresca, expedito para continuar sin te-.mor de quedar desarmado por aquellosmotivos; pero antes ¡ah! como sintieramuy menguado el peso de mi últimomorral de municiones, cogi un puñiadoy las puse en el bolsillo del pantal6n...para sl retirada; y otra vez al fuego.

Tenía á mi derecha, casi en el extre-mo del Reducto, un mozo reservistaque se batía con verdadera magnificen.cia; ni se ocultaba para cargar y tirabaal blanco; pero en cambio, a mi costadoizquierdo se encontraba otro que no lesenseñaba ni las manos á los chilenos:ponía el rifle al canto y tiraba al cielo.El de la derecha, que lo había tenido allado hasta que yo me interpuse, le es-taba increpando á cada momento sumanera inútil de batirse, y al volversecon tal objeto, me miró y abrazándomerápida y fuertemente, me dij :- ¡Com-pafiero, d6nde gos hemos venido á en%

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ontrar,...-,!y en seguida, dirigi4ndoadal otro:-Saque el cuerpo como noso-tros,...... La que viene derecho no traearrugal Es fatalismo, pero fatalismo devalientes. Pero no lo oía, 6 no le hacíacaso, hasta que yo, impaciente por lomismo, asenté rudamente la mano so.bre el cañón del rifle en el momentopreciso en que disparaba, diciéndole:-¡Tire abajo, p¿rée usted que los chilenosestán bajando del cielo......? Y el re-troceso del rifle le dió tan fuerte golpeen el rostro.... que enmendó su pun-tería- Lo que sí no logré fué saberquiéa era mi desconocido amigo, ceyafisonomía ofuscada por el hum-> y elpolvo de la batalla, no me era dable re-conocer en ese momento...... en ese m )mento en que llegaba el término delhorrendo naufragio.

Cinco, diez veinte minutos, ¿cuántotiempo duraba ya esta acción de la ba-talla? Imposible me sería decirlo; enesos momentos ó se pierde la noción delti( mpo 6 la facultad de apreciarlo.

La avalaecha enemiga, entretanto,semejante al impetuoso huaico, empeza-ba á agotarse; alguna fuerza destinadaá entretener nuestra atención, 6 las úl-timas reservas 6 los rezagados que ibaná la zaga esquivos, semejaban los ilti-mos fi letes de la avaida, y comeo aqbua

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deja charcos y despojos sobre la tierrque ha arrasado, así habían quedadojloscaídos en el asalto, ¿Pero dónde estabanlos que no habían sido exterminadospor el plomo de nuestros fusiles?...No se los había tragado la tierra.

Derrepente sentí que me tiraban de lapierna de los pantalones, y al volvermeimpaciente á ver quién y por qué me in-terrumpian,..... ¡mi rifle! > me decíia,cogiéndomelo rápidamente y dejándomeel míro, que aún estaba bastante cal-deado, el dueño del que tenía en la ma-no. Como explicación de su exabruptoproceder, vi que la tapia, de atrás sehabía cubierto de gente de linea quehacia fuego sobre la tapia ya referida,que nas flanqueaba por la derecha; y ví,también, un grupo de jinetes,y entreellos al comandante general don PedroCorrea y Santiago, quien, empinándosesobre los estribos y con el revólver en lamano, miraba con la más grave aten.ción hacia ese lado. No necesité sinovolver la vista para saber lo que tanansiosamente miraba: los chilenos eata.ban ya alt.

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XII

ESFUERZOS VANOS

No tenía por qué sorprenderme estesuceso, pero tampoco podía ccultársemeque el terrible desenlace se aproxmiaba.Los chilenos asomaban furtivamente ydisparaban. Debían ser pocos, pues sóloapareIan por el ángulo del pctre o yno podían ofender sino á los que estába"mos en la derecha; pero tan luego comoaumentara su aúmero y se corríeran ála izquierda, los defensores del reductoserían tomados de revés y fusilados porla espalda. Cierto que de la tapia quehe citado, amparada por gente de líneaveterana y voluntaria, se hacia buenalabor; pero esto no hacia sino aplazarpor breve tiempo el desenlace,y deýgra.ciadamente no hubo ningún jefe con se-renidad bastante para aprovechar losinstantes y organizar una retirada quepreviniera la inmolación segura é inútilde más de un cer'tenar de reservistas ysoldades de línea, ó6 el pánico lo hizo ir.poaible,

Con el corazós oprimido, lleno de ra-bia y: de despecho, procuraba aprove-

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char mis últimos momentos en el re.ducto y mis postreros tiros, que apun.taba a los esquivos enemigos que apa-recían y desaparecfan instantáneamentetras la tapia...... Derrepente ..... algo ex-traordinario, muy extraordinario,de queen el momento no pude darme cuenta,paralizó mi acción; igual impresión expe.rimentaba mi desconocido amigo,quien,al mismo tiempo que yo; se volvía a laizquierda preguntando: ¿Qué es eso?, loque repitió gritando: ¡Qué es esol ¡Quées eso!

Así como cuando se está en soledadady silencio, un ruido atronador que so-breviene súbito causa sorpresa y estu-por, si en medio de un ruido ensorde-cedor éste cesa súlbitamente, la impre-sión es recíproca. S6lo que nuestra sor-presa en el caso presente fué conster-nación al mismo tiempo.

Eta, he dicho, ese el momento en quepodíase aún y debiase emprender unaretirada útil, eficaz, que hubiera mante-.nido en respeto al chileno y ahorradomuy preciosas vidas: al abrigo de la mis.ma tapia á cuyo amparo íbamos á salirfugitivos, hubiérase podido ir con rapi-dez, si, pero sin la indecible confusiónque se va á ver; y hubieran podido salirtodos los defensores del reducto, todossin excepci6n, así como pudieron salit

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en medio del más funesto pánico, onsus braos armados para la última citade sangre, no ya para tdefender el suelosanto de la Patria, sino para defenderla propia vida.....

Yorque lo que habla dejado en susapenso nuestra acción y hecho pregun-tar A mi amigo: ¿qué es eso? es que re-pentinamente los fuegos descendierondor una escala rápidísima hasta cesarca1i completamente y lo que le hizo re-petir en tono herido: iQutl es eso! ¡Quées eso! Era que la masa de los defenso-tes del reducto escapaban ya en tropelarrastrando á losútitmos,que descendi.mos -también r ápidamente de nuestropuesto de combate; y era lo peor y loque me dejó consternado, que casi te-dos se iban dejando sus armas; algunosalzaban sus maleteras, pero no todossus rifles; y marchában, así, inermes,con rapidez extraordinaria, como si tu.vieran prisa por entregarse á un sacri.ficio barato y seguro para nuestro ene-migo iimplacable.... ¿Cómo no preveerque esa muchedumbre sedienta denuestra sangre que habiamos visto pa-sar ante nuestros ojos, nos iba á tomar,si no nos habia ya tomado de revés...?

La soluci6n s;wpzema de la vida se mepresent .n eos momentos de indecible.jnfusión t a e tL 4E ;rn

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blima geométrico de doble soleui6niQuedarme.... ! ¡renunciar á la vida,decidirme á morir luchando como unhéroe contra cien enemigos, testigosúnicos de mi glori:-... iHuir... .! ¡Mo-rir fusilado por la espalda! ¡siempre lamuerte cruel! pero sin mérito y sin glo.ria; castigádo quizá con el martirio pos-trero del repase.....

Pero.... video meliora, proboqne; de"teriora sequor...... S, ya lo había dicho elfilósofo:-veo lo mejor y lo pruebo; perome inclino á lo peor.

Qu6e es eso! había gritado mi amigo,saltando al mismo tiempo que lo hacíanaquellos á quienes increpaba; y yo ta m.bién había saltado gritando como un lo.co: Ls rmas armas, las armas, no boten lasarmas...... ¿Escuchó alguno el eco demi voz...?

Lo actos que nacen del instinto, enlos que la reflexión o interviene, sonirresistibles, sean que procedan del ani.mal hombre 6 de otra especie de animal,por eso es que los movimientos colecti.vos son incontrastables y generalmeoý-.te funestos. ¡Ay del hombre cuando esafiera que se lia ma inaslinto s escapa dela jaula de la raz6n...!

No era yo menos hombre que ningu'no de ios otros pra sutraerme iá la vopatulra que n eye momento ~so obr,

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ponia á todo sentimiento de honor; sól6oque no arrojé mi arma, como segura*mente tampoco la arrojarian otros enquienes el instinto no llegó hasta ani-quilar la raz6n, la reflexión; y... ¡sólo quetodavía tuve que detenerme.... quedetenerme en aquellos momentos deincontenible fuga... y no para hacerfrente á los chilenos una vez más... !

Seguramente el lector conocerá elorigen de aquella frase: 1 Ml reino porun caballo! Y si no lo conoce, no im-porta, que no es de urgencia saber his-torias ajenas, ni ocasión de contarlas:sólo quiero decir que no hubiera podidoimitar al que la profirió, en ocasión pa-recida á la presente, diciend: j Mi rei-no por un par de zapatos! no tanto por-que no tenía reino que ofrecer, sino porque no hubiera tenido tiempo para po-n6rmelos...Es, pues, el caso, que mi tio,mi nunca olvidado y nunca bien lamen.tado tío el capitán Rocavero, me habíaaconsejado repetidas veces:

-- Si te das de alta y sales á campafla,lo primero que debes hacer es llevar tupar de botines de repuesto.

No of su consejo. ¡Por qué no lo of! Ytuve la temeridad de llevar la miseriaal extremo de no hacerlos traer al caam.pamento con el chino que diario venia

ver lo que ae ofrecía; ¿y todo por

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qué? por encontrarlo nuevecitos comolos dejé... para que se los pusiera otroque llega ia primero.

Ahora, Ies que llevaba puestos, comoya ln he dicho antes, estaban en extre-mo usado: el uno se habia abierto com.pletamente por la -unta; el otro se ha-bía gastado enteramente por la planta,y de ambos modos el cascajo del caminose me introducíI, maeimpedía andar conlibertad y me despeaba. Naturalmentehabía acudido á remediar el desperfec-to con artificios: habiá tratado de reem-plazar la suela gastada con trozos depellejo; pero éstos 6 se pudrían ó se po.níian tiesos y agravaban el mal, por loque tuve que recurrir á tapar con pa.peles 6 trapos el hueco, expediente mo-muentáne que tenia que repetir variasveces al dia; y trataba de mantener ad-herida la suela del otro con pitas 6 tiras,lo que también tenia que hacer conti.nuamente; pero las pititas y las tiritassoe acabaron pronto se dia de fuego ytorbellino..... !y ved aquí á qué horavenían á hacer falta.....1 ¿No os ha suce-dido alguna vez el que se os hayan in-ýtreducido entre Ja suela y vuestra pielpedruscos ú otros objetos ar gulosos quehieren vuestra planta como clavos y quecomo clavor clavan vuestros pias impi.diendoo dar un solo paso hasta que 1Oo

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extraéis...? ¡Pues esto es lo que me su.cedió en ese momento en que tena quedar, no un paso, ni veinte,sino quinien*tos para que no me me mataran.. Ser-tir aniquilado el valor que me habiahecho arrostrar con serenidad y conplacer la muerte cien veces ese di; nohaberme podido sobreponer al grito delinstinto que me griitaba: !slAvate...! yno poder dar un paso...! ¿Que sólo paramí habían abrojos en el camino...? Eldemonio me los ponía, sin duda, parallevarse mni alma... porque iba á morirpor la espalda y desesperado con el de-seo infinito de vivvir...! Pero si tal erasu intención, por esta vez no se saldríacon la suya, se quedaría con sus ganas.Un destello de lucidez me iluminabaaún en ese momento de perturbacióngeneral y me quedaba un poco de sere-nidad: comprendí que era perdermeseguir con una trampa en mis pies yme senté..., no, me deje caer; con m nopronta y firme arranqué el botín del pieizquierdo, y.... la mitad del derecho...El diablo lo haría para divertirse, yaque no podía llevarse mi alma, para di-vertirse viendo correr á un hombre condes pies con medio zapato.

¿Cuánto demoraría en los cuatro rá-pido movimientos que hice? Segundos

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solamente; pero ya iba á debir, no cier-tamente como el poeta:

¡Dios mfo, que solos se quedan..los vivos

Al abandonar el reducto volví el ros.tro y aún no entraban los chilenos; unmomento después miré otra vez porsobre la tapia, y vi uno que saltaba la deallá en ese momento y unos tres ó cua-tro que par cia no se atievían á saltar-la; y esto Wino á confirmarme cuán fácilhubiera sido efectuar una retirada me-dianamente ordenada, ofendiendo siem-pre al enemigo como lo hacia yo- al dis.pararles mi último tiro desde dondeacababa de verlos,

Por allá, por la parte central del po.trero, en gran confusión tambié0, perohaciendo vivo fuego, se retiraban lastropas de línea (1); el enemigo nos lohacia 6 su vez por retaguardia, causan-do gran estrago en aqvuéios; pero seaporque dada la situaci6n de la batalla,sus fuegos fueran muy discretos, 6 por.quc la huaca situad. á la izquierda noscubría, y quizá por ambos motivos jun-tamente, los que marchábamos arrima.

(1) Hay en esta parte de la batalla, como esnatural, una gran ccnfusa!, que s6lomucho des.puds me ha ' di poeible aclarar en parte, comos. vcrá h so o ~l OtuniZdad

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dos á la tapia no suf iamos casi susefectos. No sufríamos casi digo, porquefué entonces que cayó la víctima mássentida para mi de la b talla.

Apenas me habia alejado unos cuan.tos pasos del reducto; un joven oficialde la artillería do reserva marchaba unpoco adelante hacia la derecha: derre*pente se fué de bruces como si habieratropezado: habia sido herido en la pier'na. Se incorporó luégo :t égo, dando sal'tos extraños. Una mula mora ó blancapasaba en ese momento disparada, en*loquecida por el pánico. Esa mula, esamula... atájenla...! grit6 el herido. iIn*fclidz en esa hora sól61o se salva el quepuede. .Pero he ahí que, como si obede'ciera á un conjiro misterioso,el animalse detuvo. Ab! es que habla pisado elcabestro que iba arrastrando, y un mo*mento deapués seguía su arrebatada yloca carrera. Pero otra vez pis6 el ca-bestro, y, más á firme ahora, dió lugará que el herido se aproximara hastaella. De un salto, con uno de esos es'fuerzos de que es capaz el hombre sóloen los instantea de desesperación en

que el dinamismo de toda una vida seconcentra en un acto supremo; de uasalto, digo, estuvo muy poco menos quesobre la grupa de la bestia; pero éstt-mbin did un s to y aal pore he,

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rido, que en vano permaneció por uninstante prendido de los arreos: la bes-tia enfurecida, desembarazada nueva*mente de su traba, lo despidió á coces,anticipándose quizá al repase del ene-migo.

XIII

¿UN MUERTO QUE SALVA

A UN VIVO?

Seguramente queeas necesario que lasescenas de sangre que en esos instantesse desarrollan lo sean muy inmediatas ánosotros, ó que tengan un relieve muypronunciado, para que fijemos en ellasnuestra vista atenta ó61o á buscar el ca-mino seguro de la salvación; 6 bien quela victima que cae sea de aquellas que,ligadas á nosotros por los vinculos es-trechos del amor 6 de la sangre, nopodamos contemplarla sin sentir nues-tra alma desgarrada por su pérdidairremediable.... Y ahora, todavía no seapartaba mi vista de la terrible escenadel joven artillero, cuando miraba ten-dido en enl camino otro herido; y era ¡ahan herido 6 quien yo no podia abandol

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f ar, á quien no podía fiegar el auxiliode mi brazo ...... Sobre su costado iz-quierdo, con la faz descolorida por lalividez de la muerte, no sé si contem-plando cl último panorama de la exis-tencia 6 viendo si llegaba alguno quealzara su herido cuerpo, yacía el capitánRocavero, que después de inútil esfiuerzopara contener la disper ión, primero,para ordenar la retirada de su compa-ñía, luégo, ee había retirado de los úilti-mos. Yo llegué y lo alcé. Era algo ins-tintivo lo que hacia, a~nque no, segura-mente, de instinto de conservación; por-que éte,as cnomo la reflexión, sai bierameditado el acto que realizaba, nae hu-bieran aconsejado todo lo contrario......Pero he aquí que, por una contradicciónmás aparente de la lógica, el esfuerzoinútil que iba á practicar para salvar alpobre herido, iba á ser, no diré causainmediata de la salvacióu de mi vida,porque nadie puede afirmar lo que noha llegado á convertirse en hecho;, peroal menos causa probable.

Van á ver los que esto lean, qué estra-ñas contradicciones se entretejen ennuestra existencia .... Qué extrañas, íi;porque este hecho no tuvo para mi sola-mente la contradicci6n que refiero ......

Alcé a he ido p oaaAendole por debajomi bro izquierdo y atray6ndolo fer-

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77-"~9·~

temente i m. Un soplo de esperansa loreanimó al escuchar palabras de aliento,y al sentir que un brazo amigo hacía es-fuerzos por salvarlo, trató de agregarlos propios sayos; pero eran ¡ah Yanos,porque la vida se le escapaba con la san-gre cuyo calor sentía en el brazo conque lo tenia.

En el primer momento se sostuvo depie; pero muy luégo su ser faqu6 y fuecasi arrastrando que pude hacerlo avan.zar unos cincuenta 6 resenta metros,sintiendo angustiado y oprimido, qneese cuerpo pesado como un plomo ......tendría que dejarlo para salvar una delas dos vidas que idéntico peligro uníaen el momento en que ae iban á separarpara siempre en este mundo.

¡Un esfuerzo! ¡valor para salvarnos...!-No puedo ..... no puedo más.....

Sálvate tú. ....-. -fueron las úiltimas pa-labras que escuché de sus labio..

SPero el enemigo...... ¿no había en-trado al reducto? ¿no venía á la zaga?En medio de la angustia que me causa.ría -situación semejante; en el último ex-tremo de la indeci i6n entre abandonarya al herido 6 cargarlo y seguir con él;en ese instante, que puedo llamar el di-Vortium de la vida y de la muerte, nopodré decir l fue porque percibi el rugiedo aterrador de l~ mtanz 6 Fpar8a

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rientarme, que alcé la cabeza sobre latapia..... Entonces vi...... ¿Vi?......Sería mejor decir adiviné la última esce-na, la que ya había presentaido en el ins-tante en que se inii6 la dispersión....Vi allá, casi al llegar á la estación deMiraflores, un torbellino de gente en-vuelta en nn torbellino de polvo: vi queen vez de seguir, retrocediían...... y no vimás; no vi á los chilenos, pero adivinéque estaban emboseados en la estci6n6 en las tapias de los potreros próximosy desde alli exterminaban á los míos:era, sí, la matanza inerme que habia pre-sentido...... á cuya cita marchaba in-consciente eiguiendo el camino empren-dido por todos, aunque no para moririnerme, sino resuelto á abrirme paso conmi rifle y mi bayoneta 6 moiir luchandohasta lo último; pero he aquí que los mi-natos que había creído perdidos en eseplazo funesto por auxiliar al herido. re-sultaban ser el descuento del peligro,cuando no el descuento de la muerte.

Solo, el último de todos los que se re-tiraban del reducto, habia recobradopor fortuna toda mni serenidad! depositéal herido en el suelo que iba á ser ¡ah!su lecho de muerte y de martirio, arméla bayoneta y cargué mr rifle con todala rapidez que el momento demandaba,

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y me abrf á la derecha tomando por ladiagonal.

Un instante despaés pasaba junto ála mula blanca, que ya no corría sinoque, tirada en el suelo, agitaba violen.tamente sus cuatro remos como si creye-ra, seguir todavía su enloquecida fuga-

Un momento tmás, y escuchaba A misespaldas el grito ominoso: ¡ Cómo arran-can! en que profería el enemigo, seguidode una lluvia de balas que zumbaban enmis oídos; y aún un istante, y mi riflevolaba de mi mano arrebatado por unabala en la culata Y yo también caf......y aquéllos creerían que era muerto; perono, me agazapé para recogerlo, y antesde levantarme me volví: sobre la huacahabía un grupo de enemigos que tirabandesaforadamente, no ya sobre mí por.que me creían asegurado; pero yo sí lohice sobre ellos é inmediatamente saltéy continué mi camino; .mi camino que¡ah! era asaz largo.

Al punto volví á percibir el zumbidomortífero; ain detenerme cargué de nue-vo mi rifle y echandomelo sobre el hom-bro, disparé, y otra vez más practiquépor única vez en mi vida esta especie detiro.

Allá, al otro lado de la tapia á la queme dirigía, veía asomar la cabeza y lositiles de gente que no pod0í f rs sII

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nuestra; vrea sus fogonazos á cada momento; ¡pero qué lejos me parecíal

Por fin estuve á cincuenta, á veinte, ádiez metros.... ly todavía no había caf-dol ¡ni una gota de eas diluvio mortalme tocabal Ahora estoy A dos metrosarrojo adelante mi fusil, iue con el im-pulso de la carrera vuela sobre la tapia;y tocándola apenas con mis manos, vue-lo yo tras de él. ¡Sálvado...! No. IPerdi-do...,

No fué el placer, la dicha suprema dever mi vida libre de la muerte que mehabía venido siguiendo, lo que experi-menté al verme del otro lado de la tapia,sino la desesperación; esa desesperacióninfinita que había visto reflejada en lafisonomía de los que había encontrudocaidos.

¡La rótula destrozada; la herida queimposibilita y no mata en el instantelY junto con el dolor agudo, intenso enla rodilla izquierda, sentí que enloquecífde desesperación.

Alcé mi faz angustiada y me encontrécon la de un soldado de la Escolta, quese batía deede su caballo y se había vuel-to para mirarme. ISálvamel exclamé,¡échame á la grupa...! y arrebatado porel rapto en que proferí mi impetración,me puse en pie; y tuve con esto la intui-ciOn de la realidad y cant rcstablccdo

8t -- ··

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mi equilibrio y restaurada mi esperanza.81 de caballería me dijo:-Dame municiones para proteger tu

retirada.Me quité el morral y se lo di; no me

quedaba sino con las municiones que mehabía puesto en el bolsillo del pantalón.Al recibirlas aquél, volvi6 á decirme:

-Ahora anida vete por ese potrero......y apúrate ligero.

Yo no podía ver el campo de batallaporque la tapia era, para favor de losque ños cubriamos con ella, bastantealta para que pudiera batirse un hom-bre A caballo; sólo hacia la izquierdauna elevación del terreno permitía áunos cuantos infantee dar su despedidaal enemigo; pero la iltima advertenciay lo que había visto antes; y, más quetodo, lo que creía mi herida, aunque nola creyera ya grave, me indujeron á se.guir inmediatamente la dirección indi-cada.

XIVESCENAS DE LA RETIRADA

Apenas había avanzado media cuadra,cuando sentí el galope del caballo deaquél, que pasó á mi lado como unaexhalación diciéndome:

-tYa están ahi!

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Y uas momento después me daban al.cance y me hubieran dejado atrás, lamedia docena de infantes que se habíanestado batiendo en la misma tapia, yque se retiraban por el mismo motivoque el de á caballo, ei no hubiera sidoporque el sargento á quien obedecíancomo jefe y acompañaban como amigo,se les iba quedando atrás; de suerte quellegaron aquéllos y llegué yo mismo an-tes que él á la tapia inmediata.

-iApúrese, por Dios, mi sargento?gritaron aquéllos, que lo esperaban; yun momento después legó el sargento,un hombre viejo y obeso, ahogándosede fatiga. Uno le recibi6 el rifle; otro letomó una mano, y aunque la tapia noera muy alta y ofrecía estribo en queapoyar el pie, aún hubo necesidad deque acudiera en su ayuda otro de suscompañeros y redoblar sus esfuerzor.....En vano: cuando oscilando sobre la ta-pia iba el viejo soldado á descender, fuéarrojado bruscamente de bruces, y unchorro de sangre,, que se elevó como unsurtidor á más de un metro, le brotó delceret ro.

Aunque era la centésima muerte quemiraba ese día, y aunque profundamen-te afectado por el herido que acababade dejar moribundo, me causó pensible

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Impreai6i la muerte del viejo soldado,ief por las circunstancias en que tenialugar, cuanto porque su edad lo hubierahecho eludir su presencia en la batalla,si no fuera el patriotismo quien lo habíahecho acudir á la defensa de la patriapor la que moría. Mayor aún fué la pe-na de sus compañeros, cuyo afecto aca-baban de probar; y se detuvieron toda-vía un momento más para extraer desus bolsillos objetos que serían reliquiasde amistad y patriotismo. Yo recogiunas cuantas cápesulas que se habían es-parcido por el suelo; uno alzó el rifle delmoribundo, que en sus últimos momen-tos arañiaba el suelo desesperadamente,y continuamos nuestra retirada.

Sentíase en aquellos momentos haciala izquierda el fragor de la refriega: erael tercer redu- to que hacía la última, pe-ro la más heroica resistencia del día: erael N. 6 de la Reserva de Lima, elbatallónmáutir de Mirftl ares, que al cerrar el pa-so al vencedor, quedaba la mitad en elcampo junto con su primerjefe, don Nar-ciso de la Colina, y su segundo, don Na-talio Sánchez.

Tras de la tapia siguiente se habíandetenido expontáneamente algunos dis-perpos y hacan fuego; nosotros nos ad-

aitimosi cllos p~~a cotrib~isr 4 la sal*

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vaci6n de aquellos que an #e batlan eilprimera llnea.

Pasados algunoe minutos los fuegosse fueron calmando allá, reduciéndoseal fin á un traqueteo extenso pero pocointenso, que nos anunció que la resisten-cia había cesado por parte de los nues-tros, y que esa prolongación de los fue-gos era sólo el epilogo natural de todaslas batallas de esta guerra sin cuartel:la ultimación de los heridoe.

Ibamos ya á retirarnos, cuando el re-soplido de un tren nos detuvo, y un ins-tante después lo vimos pasar hacia laestación, arrastrando su negra cola dehumo como un estandarte desplegadode guerra á muerte; sentimos en segui-da el estridor de sus cañones y un nutri-do fuego de fusileria. Redoblamos tam-bién nosotros nuestra acción; pero nopasó mucho tiempo cuando vimoe vol-ver sobre los rieles el convoy guerrero,cuya acometida extemporánea había si-do rechazada En esos mismos momen-tos resonó el prolongado y agudo toquedel clarín de la caballería chilena, y com-prendimos que era hora de alejarnos deltodo; lo que hicimos previo el pacto ver-bal de no separarnoe, á fin de poder de-fendernos en grupo si noe alcanzaba lacaballeria.

Mas tranquilo us momento despuét,

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examinaba mi rodilla dolorida, y medaba cuenta de lo que me. había sucedi-do: al saltar la tapia, que ya he dichoera bastante elevada, había caído contodo el peso del cuerpo sobre ella, oca-sionándome la fuerte y dolorosa contu-si6n, que, con ser un poco más seria, mehubiera inutilizado de veras y hubierasido causa de que me perdiera irreme-diablemente donde debía salvarme.

Prosiguiendo nuestra retirada por en-tre los potreros, alcé un rifle que hallébotado en mi camino, imitando á otrosque también llevaban dos á cuestas; pe-ro al poco tiempo se me acercó un joven-cito de la Reserva suplicándome se lo ce-diera 6 él que no llevaba arma. Uno demie compañeros se oponía diciendo:-No se lo des; que se.... ¿porqué botó elenyo? El joveucito insistía en sus rue-gos; decía ser uno de los defensores deArica y nos mostraba la cicatriz autén-tica de un balazo en la pantorrilla. Enverdad que no merecía mucha severidadpor haber arrojado su arma una criatu.ra 6 poco meños, cuando tantos hom-bres robustos habían hecho cosa igual;pero si cedí no fué por consideración áél, sino á mi mismo; pues es lo cierto quesi no se lo hubiera dado,lo hubiera vuel"to á votar mas allá; porque á medidaque adaba y mi pieruA contuaa rso-

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braba toda su habilidad, mis pies des-calzos recobraban su sensibilidad que lainminencia del peligro parecían haberleshecho perder y se me hacia más y másdificil caminar.

IMiren! ,exclamó de pronto uno con elbrazo extendido hacia el Oriente; y to-dos nos volvimos á mirar allá: un her*moso arco iris ostentaba sus divinoscolores sobre el aznl celeste de la bóvedadel mundo ....

¡Y todavia resonaba el tiroteo comoel estertor de la agonía de la batalla...!

¡Pazl iSi, paz para los nuestros......Sonaron otra vez tiros, no ya en el

campo de batalla, sino adelante, vemoslo fusiles que se han bajado y el fogona*zo y el humo.... ¿Qué nueva escenade carnicería? Apresuramos el paso y llegamos al lugar de ella; un pobre diabloyace en el suelo acribillado y muerto; ásu lado, una botella agotada; mas allá,una piara de cinco 6 seis mulas cargadas de municiones y una de montura.La explicación surge: ese miserable eraun soldado del parque que conducía esecargamento, que en día tal era un teso'ro; se había emborrachado y la justiciaimpersonal de los vencidos lo había he*cho pasar del sueño de la borrachera alde la muerte.,Un grupo de reagado Qonduciha

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an pobre herido que A cada momentoexclamaba: IAgual ¡agua! En esto pasá'bamos por delante de un gran portó6 ámedio abrir, y ahí un chino que preg n'taba con afán:--¿Viene chileno? ¿Vienechileno?-Agua, sgua! volvió6 clamarel herido, y uno de sus compañeros se'parándose del grupo, se dirigió hacia lapuerta diciendo:-Saca agua, chino. Elchino lo miró u instante, una impre.sión de espanto se pintó en su fisonamía,y, retirándose rápidamente, cerró degolpe la puerta...... pero junto con elruido del cerrojo que se corría, sonaronvarios disparos y la puerta fué acribilla'da A tiros ¿Y el chino......? Estabaharto de ver sangre y muertos, y me a.lejé sin averiguar el final de la escena.

La que en cambio contemplé mas alláfué una escena edificante, lena de un*ción patriótica, y de grandiosidad enmedio de su sencillez. Unos reservistasque conducían también á un herido sehabían detenido á la entrada de un po'trero en el que pastaban varias bestias;me llamaron y me instaron para quecogiera una de ellas á fin de facilitar laconducción de su preciosa carga; perohube de convencerlos de que no era porfalta de voluntad el que no cumplierasus deseos, sino por la imposibilidad de

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poderlo hacer por no haber un lazóo lamano.

Estaba, entretanto, el herido reclina'do en el suelo que enrojecía con su san'gre: era un sefior ya anciano, á quiensus respetuosos compaiñeros daban el ti'taulo de doctor, y que ni aún en esos mo'mentos demostraba la debilidad que losaflos y la herida debieran naturalmenteacarrearle.

A unos pasos de él yacfa uno de losenormes proyectiles de los blindados chi'lenos; que había llegado rebotando has*ta ahí sin explotar; y al ver á esos dosseres acostados sobre el mismo suelo,me parecía contemplar el símbolo de lapugna en la que ambos acababan decaer: el uno era la representación ani.mada del deber, del amor á la patria,eternos en el coraz6n de los hombres; elotro era la fuersa inanimada, que puedevencer y sojuzgar en un momento dado,pero nunca prevalecer contra aquéllos...

Después supe que el herido había sidoel doctor don José Manuel Pino, vocalque fué de las eortes de Puno y Lima,antiguo prefecto y periodista; al caerherido era consejero de estado, y pocosdas deepués moría de la herida, legan-do el elemplo más elevado de lo que esel deber y el patrictismo; el deber y elpatriotismo que renuevan el vigor de Ia

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vida rejuveneciendo á 'los ancianos, é

inspirando á los jóvenes las ambicionesmás sublimes......

Bra ya noche cuando penetré á la ca-rretera por el lado derecho; habia pasa-do, sin apercibirme, durante la retiradade un lado al otro de ella -Iban ya sólolos rezagados y los heridos, unos condu-cidos á cuestas, otros en mantas ó ca-millas de la ambulancia, ó bien ayuda-dos á marchar por algún compañero losque no lo estaban de gravedad; llenabanel aire los clamores que les arrancaba eldolor; mas en medio de él ¡cuán feliceslos que hablan encontrado un brazoamigo que los alzara y los retirara delcampo de la matanzal

xv

MATER DOLOROSA

Llegamos á la Exposición. Un pelotónde jinetes en espera de los dispersos losencamina á sus respectivos- cuerpos. De-lante de la puerta del parque diviso unamancha de gente tirada enl uelo,,,1,,

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un poco más de ciento... ¡el batallón!.,..¿Los otros Unos duermen allá sobre ellecho rojo de su sangre, en el regazo dela madre querida que pronto los abraza.rá en su seno para no más soltarlos, 6gimen en los hospitale....... Los cobar-des tomaron desde temprano el caminodel remoto terruño. Acaso s61o los na-tivos de Concepción y los voluntarioscomo el que esto escribe, acompañaronal abnegado coronel Valladares hasta elfin de la batalla.¡Cuántos han caído! El mayor Pe~a-loza, el capitán Pérez, el capitán Sotillo,el teniente Dianderas;...... no recuerdolos nombres de los otros, pero pasan deseia aquellos de quienes hay constanciade estar muertos ó heridos entre jefes yoficiales; de otros no se sabe el parade-ro, y es de presumir estuvieran aumen-tando ese número.

En cuanto A la tropa era imposibleapreciar las bajas ni aproximadamente;pero dado el hecho de que la parte delbatallón que salió fuera de parapeto ydespués se corrió A la derecha, había su-frido pésdidas de gran magnitud, y elque la parte que no se dispersó mantuvo sus posiciones hasta el fin de la bata,lía, puede presumirse que su pérdida fuédoble de la experimentada el 13.

La l ;na, comQo a 16mpaea fncrari

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encendida en el cielo por los genios de laPatria y de la Gloria para velar el oratuorio del campo de batalla, iluminabala ciudad cuando penetramos por suscalles. Sombríos y mustios por el dolorpor loe muerto, y por la vergtlenza deno haber muerto, nos deslizabamos porla penumbra, silenciosos, temiendo escu-char de las ventanas sin celosía los denuestos de las majeres cuyos hogares nohablamos sabido defender con la victo-ria, y me parecía que ,iba A oir de los la-bios de las madres y de las hermanas, delas esposas y de las hijas de los que ha-blan caído, esta terrible imprecación:

-i Cobardes ! ¿Por qué no han muertoustedes también ......

No, no, no eran esas sua palabras;más piadosas acaso que nuestra propiaconciencia, pensarían que la muerte nonos había querido y por eso volvíamosvivos; algunas nos ofrecían pan y agua;y todas lloraban; unas á sus muertosqueridos, otras esu patria perdida......

Después de permanecer un largo espa-cio en palacio, tornamos A ponernos enmarcha al estado mayor. En una de lascalles del transito salió A su puerta ánuestro paso una mujer. Vestida de ne-gro por el luto de la patria, que ya eratambién luto de su hogar, la luna ilumi-lana su rostro pálido como el marfil y

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iheca brillar las canas, quiíA prematt.ras, que chispeaban entre su negra ca.bellera. ¡Bella y triste como una Dolo-rosa era! Al pasar ante ella nos inter.pel6 coi una voz trémula, como sitemiera escuchar la respuesta ¿Vienenaún otros atrás? Y como nadie respon.diera á su primera interrogación repiti6con acento más trémulo adn:-Diíganmeo por el amor de Dios ¿vienen otrosatrás? El mismo silencio se prolongóalgunos instantes como si nadie quisie.ra preferir la palabra que iba á dar laúltima puñalada al coraz6n de la madrehasta que una voz clara y dura como elacero sali6ó de las filas.--No! La mujeralzó al cielo su pálida fisonomia paraqueviera Dios el dolor infinito con que lahabía herido, ahorrándola á su miseri-cordia, juntó las manos para implorar yse oyó un grito, el desgarramiento del al.ma de la madre que ya no verá á su hi-jo. Otra mujer la estrechaba tiernamen-te ea silencio, convencida de la impo-tencia de la lengua para consolar tangran dolor; y al alejarnos y al escucharsu llanto inconsolable pensé yo:-¡Llora,sí, llora, porque los que no han llegadoya no llegarán!

Era la media noche,

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XVI

ULTIMO DIA DE CAMPAÑA

En el Estado Mayor nos distribuye-ron raci6n doble de pan. IQué amargoel pan del desastre! Uno de mis compa-fieros al verme con los panes en la ma-no se me acercó:--Si no los quieres dá-melos-me dijo, y se los df.

Soldados de distintos cuerpos habanarrojado sus fusiles en la fuga: durame -te censurados por sus jefes, procurabanarmarse nuevamente aprovechando deldescuido de los que los habíamos con-servado; y sin duda se proponían velarnuestro suefio, que era la ocasi6n propi-cia para realizar aus fines.

Era, pues, necesario cuidarse muchode escs merodeadores que voltejeabancomo zorros; y discurriendo sobre lamanera más segura de hacerlo, me pro-curé una porción de alambre; lo pasépor uno de aus extremos por el ojo de labaqueta, y el otro me lo enrollé con do-ble vuelta sobre el puño; hecho lo cualextendí mi rendido cuerpo sobre el suelo

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procurando dormirme, seguro de quenadie podrfa arrebatarme la prenda máspreciosa del soldado. Pero mis nervios,intranquilos naturalmente, no me per-mitian el ansiado reposo; el ruido delva y ven en escaleras y corredores, eltropel de los caballos en los patios, medispertaban sobre-saltado apenas em-pezaba á dormirme; la precaución resul-taba, pues, superabundante.

Pero, sea que la resistencia de mi cere.bro llegara A su extremo, 6 que se cal-mara el movimiento, el silencio se hizo;el silencio que no se siente, el silenciodel sueño. iQué dicha olvidar la ifeli-dad presente, dormir sin soñar como sinada existiera en el mundo! Y dormí,dormí sin soñar nó eé cuanto tiempo;deepués...... soñé...... soñé que estaba enel colegio: era el dulce murmullo de lassantarositas que evocaban entre sueñosel recuerdo de esas mañanas en que, másmadrugadoras que nosotros, se levan-taban al alba, y nos decían con su gra-ciosa armonía que no fuéramos holga-zanes. Ah! y piaban ahora con su ale-grfa eterna ¿qué les importaba la desdi.cha de los hombres inhumanos que, nocontentos con matar A los animales co.mo ellos, se entretienen en exterminarserecfprocamente ... .

T luégo tras el ensueo de la infancia,

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la memoria, el recuerdo, el presente lavíspera trágica: la batalla, el entusias-mo, la locura de la guerra; la lucha de-sesperada, la derrota, la persecución, elmoribundo abandonado; el mustio yvergonzoso desfilar por las calles de Li-ma á la ambigua luz de la Luna; el llan-to de las mujeres, la madre inconsola-ble; el Estado Mayor...... los cobardesque habían arrojado sus rifles y ahoraronceaban en torno nuestro como cor-sarios para quitárnoslo al descuido......

¿Si......? lo que es A mi no será, porquelo aseguré perfectamente; aquí siento enel puño el alambre......; y al mis mo tiem.po que recojo la una extiendo la otramano para acariciar a mi fiel y queridorifle .... Aquí lo tengo......

iNo, no! ino lo tengo, tengo s610o labaqueta! Y salto sobre mis pies estro-peados y corro como si viera que se meescapa; y al ruido que hago con mis gri.tos despiertan todos, y veo mi espejo enla fisonomía de otro a quien le han ju-gado la misma; y todos empufian susrifles y me rechazan al acercarme y meamenazan con sus culatas......! Un ofi-cial, cuyo sueño bienhechor he interrum-pido con mi alharaca, me impone Aspe-ramente silencio. Me calmo, pero nome resigno: hay que buscarlo, hay queencontr~4 y q e t c U iec rarlo,

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Con esta intenci6n y con el mayor diasimulo di principio á mi investigaci6Pial fin me cercioré de que no estaba mirifle por ahí. Baié la escalera, y lo pri.mero que ee me presentó á la vista fuéun soldado que dormia en un rincónmuy abrazado á su rifle, ¡ah! y no teníabaqueta; miro absjo y veo la culata en.vuelta en un trapo: I ese es mi rifle!¿Pero cómo quitárselo? No fme lo per;mitirían.

En esto veo venir un mayor del Esta.do Mayor; me le cuadro y le digo:....todo un discurso patriótico: que me ha-bía batido con toda resolución; que ha.bía quemado doscientos tiros, y creoque muerto la mitad de otroa tantoschilenor; que estaba resuelto á volvermeá batir y hacer otro tanto y más.,....pero mi rifle...... --¿D6nde está su rifle?--Mi Mayor, me quedé dormido, y......,.

-Al camar6n que se duerme se lo llevala corriente.. , ... -- Mi Mayor, le inte-rrump á mi vez, con todo respeto, peromuy calurosamente, ¿ c6mo es posibleque los cobardes, los que no han sabidocumplir cor su deber se armen á costade los que hemos estado y estamos re.sueltos A cumplirlo hasta el sacrificio?.,,-¿Pero, qué quiere usted que haga yóinterpel6 el indulgente jefe, A quienhabla logrado interesar, .Ante toda

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le diré, mi Mayor, mi rifle está sin labaqueta, supuesto que la tengo yo; lasdos últimas cifras de su numeración son47; y, señal particular inerrable, estádespostillado al pie mismo de la planchade la culata y marcada además la huellade la bala...... -Pero dónde está? vol-volvió á inquirir el jefe.

Entretanto, el ladrón y el cobarde, co-mo había pasado la mayor parte de lanoche en vela para cometer su burto, lehabía llegado á su vez la de dormir, yestaba á cuatro pasos muy ajeno depensar en lo inítil que le iba a resultarsu velada y su hurto; pues al vermeapoyado, y al preguntarme ese jefe:¿Dónde está su rifle? -Aquí está, le con-testé, y abalanzandome sobre aquél,recuperé sin gran esfuerzo mí arma.

Y fué tan rápida la escena y tan repen-tina, que cuando los oficiales y el mis.mo soldado se dieron cuenta de ella, yayo estaba trepando la escalera.

Había recuperado con mi rifle la mi.tad de mi eficiencia; la mitad, porquehasta que no calzara mis pies estropea.dos no podriía entrar eñ mi integridadcombativa. A este fin we encaminaronen seguida mis instancias; y después dedar mi palabra de soldado y de patrio-ta..... y de caballero..... ¿pues que nopueden haber caballeros sin zapatos?

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después de dat mi palabra de que no de.moraría sino el tiempo estrictamentenecesario mara ir á casa y calzarme, meencaminaba á la puerta, con el respecti-vo permiso, cuando se presentó seguidode su ayudante el coronel don JustoPastor DAvila. Su llegada podía ser in-diciO de alguna grave resolución y volviapresuradamente á las filas.

Pasó el citado jefe una rápida revistaá las tropas ahí acantonadas; al ver álos cholos de mi betall6.n con botas chi-lenas exclamó: Estos se pusieron lasbotas.....; después confundió con unamirada díscola y anonadó con la ame-naza de fusilar , los miserables que es-taban desarmados y..... se fué sin matará nadie; sus palabras no llegaban hastala intención.

Después del medio día se introdujeronal cuartel varios soldados de la guarni-ción del Callao, y sumamente exaltadesse pusieron á perorarnos contra loe chi-lenos y también contra los cobardes, queera necesario fusilar; á uno, de inten.ci6n ó de casualidad, se le escapó un ti-ro, y esto puso término a inncidente,pues fueron desarmados.

No había resuelto insistir en salir á micasa, porque me enteré oportunamentede que ya no se pensaba hacer resisten-cia al enemigo y que luego Ibamoa á ser

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licenciados. En efecto, las tropas se fue.ron retirando del cuartel desde antes delmedio dia, y al caer la tarde nos llegó eltirno. Et coronel Valladares hizo for-mar su reducida columna y después deentregar nuestras armas, los que nosquedábamos en Lima, desfiló aquél consu poca, pero buena gente: era el restodel clan de Concepción; eran los que fieles á la consigna patriótica y al ejemploque les habia dado su digno y abnegadojefe. lo habían acompañiado sin vacilaren las funciones de armas sucedidas, enel desastre y en la retirada

Con verdadero pesarme habia deshe.cho de mi rifl ; objeto material, sí, peroal que pareca unirme en esos instantesun lazo doloroso al romperse; y viva-mente contristado, vi en seguida alejar-se a aquellos con quienes habia compar-tido las penalidades, las emociones y lospeligros de la guerra.

Ba esguida me encaminé, paso á paso,al hogar consternado del capitan Ro.cavero, á reanimar con mi presencia elduelo acerbo de la viuda; de la viudaque ahl pensaría en en el egoismo de sudolor, que por haber faltado voluntada mi brazo es que era -solamente mensaoato d s aP fúltimas palabraN:**, .),

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, 101 iCuando poco después tomaba un ba.

hIo para aseo de mi cuerpo, encontré en1 una mancha que no limpiaba el jab6n:

era una extensa mncha negra que cubrla la parte derecha y nmusculosa delpecho y del brazo del mismo lado: eran,en fin, los doscientos culatazos del Pea.body que habia soportado.

Apenas aclaró el siguiente día nie hi.cieron dejar el lecho á pesar de mis pro-testas contra. semejante inhumanidad.Me dijeron que á la media noche habíanhecho esfuerzos inauditos, pero vano.,para despertarme, por motivo de quedurante toda ella habíase sentido unfuerte tiroteo, gritos y habian tenidolugar muy graves desórdenes. Abhoradebíamos ir á presentarnos á la autori-dad que existiere para acudir, no ya ádefender la patria contra los chilenos,sino á sofocar esos desórdenes, que aancontinuaban; pues, se sentía el traque-teo intermiténte de la fusilería.

Sólo elhecho de que se pusiera al fren-te el mayor de nuestros parientes, nues-tro tío don José M. Rodríguez Ramirez,pudo hacerme aceptar sin urmmurar lanueva situación: me era en verdad duroexponerme á recibir un tiro de la genteperdida que Ibamos s ometer, despué

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de haber tenido la fortuna de salir ilesoden las duras jornadas referidas.

Afortunadamente no fué necesarianuestra cooperación, y regresamos á ca-sa después de contemplar las huellas deesos sucesos vergonzosos. Había vistomuchos meertos, sobre todo en los alre-dedores de Palacio; almacenes saquea-dos. Uno de éstos, en la calle de Mlhor.malo; sus escaparates completamentevacíos. ¿Dónde estaban sus dueños?.....

Ah! sus dueños ya no existían; allá enlos reductos de Miraflores estaban suscadáveres enlazados, como un símbolodel patriotismo y del afecto fraternal:era el almacén de los hermanos Maximi.liano y Carlos Piñateli, á cuyo hogar,huérfano por la guerra, llevaba la mise.ria la infame y vil canalla.

XVII

GLORIA A LOS MUERTOS!

il 17' intentamos ir al campo de bata.lla el padre mercedaiio Espinosa, confe-sor de las mujeres de la casa, y el queAuscribe; pero sólo el 18 nos lué dablecumplir con el último deber que no ina.ponia el glorioso muerto,

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1083

Componiast' la fúnebre comitiva delmayor de los deudos de la víctima donJosé M. Rodríguez Ramírez, del hermanopolítico y otros dos más de la familiacon el que esto escribe; y además el reli-gioso nombrado antes. En la estaciónse nos unió un individuo natural de Mi-raflores llamado Camacho, creo, que po-sefa una propiedad en la desdichada vi-.lla é iba con el objeto de verla Estabaeste sujeto sumamente emocionado, loque naturalmente atribulamos á la si-tuación.

Desde medio camino 6 antes, comen-%aron á percibirse las emanaciones delcampo de batalla, y á medida que nosaproximábamos se iban haciendo másinsoportables, á pesar de las esenciasque llevábamos para contrarrestarlas,Poco despnés comenzábamosA~ ver porlas ventanillas los despojos de nuestrosmuertos en la carretera y potreros ad.yacentes.

Al desembarcar, la exitación de nuestro acompafiante era ya extrema, peroaún lo atribuimos á un exceso de sensi-bilidad. Atravesamos guiándonos lt porentre los chilenos, cuyos rostros no mi.rábamos para no encontrarnos-con s¡insolencia, y nos dirigimos á su casa si-tuada en uno de los girones perpendicuelare al camino, u1, llegar ella fu ll

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gar tabi nuestro safeto ls graadode exitación ya inexplicable. ¿Qué lepasa ~le preguntamos, yr é nos contestóbalbuciente: --Véan que no venga al.g6in chileno-y al hablar miraba un tro.zo de tapa de cajón tirado en el suelo enel zaguán; luégo se inclinó, levant6 latabla y alzó.... ¿ qué? I Pues una talega!1Qué es esol exelamamo abalanzándo.nos A él -El trabajo de toda mi vida,nos eoñtestó.Era el hombre de tan raro suceso, un

sujeto que cifraba ya en los sesenta;había pertenecido A la zona de Miraflo-res y se había batido como bueno hastael último momento. Perdida la batalla,se había encaminado á salvar su tesoro,pero al salir de su casa se encontró blo-queado. Tuvo la inspiración ...... ó elaturdimiento de arrojar la talega al sue.lo y botar sobre ella ese trozo de tabla;en seguida se escap6 por detrás á unahuerta y allí se estuvo encomendándoseá Dios y á sus santos hasta que las ti-nieblas y el conocimiento del terreno lefacilitaron la salvación. He aquí unhombre que puede decirse que salvó enuna tabla, y que, sin bipérbole, salvó sutesoro en una tabla. Y he aquí tambiénuno, seguramente el único, para quienno habla sido una romería enteramenteff4nebre la ida ese campo desoladg.

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Provistóa de herramientas pra abritrla fosa, y cargando su tesoro aqui, nosencaminamos á buscar los despojos porcuya causa íbamos. Trazaban nuestraruta el tendal de nuertos que sembra.ban el suelo hasta el portillo que desem-bocaba hacia la carretera y la estación.La mayor parte de esos despojos perte.necáan á reservistas del batallón "Rivei.ro" (N.O 4) víctimas de su abnegadaobstinaci6n en la defensa del reducto 2.0Por más que íbamos contemplándolosatentamente, se hacía difícil reconocerq 'iénes fueron en vida. ¡Ah! los que ha.bían sido cumplidos y galantes caballe"ros, hermosos y delicados mancebos,erañ ahora monstruos jigantezcos defaz violada 6 negruzca, pertenecientes áuna raza ignota venida de no se quéantros misteriosos..... Y pensaba yo:Si pudieran oir los clamores que el amory el dolor unidos arrancan á los suyos;si se levantaran y volvieran..... ¡Ay!la esposa que llora al pie del tálamo,frío desde que su amante compañero loabandonó para acudir á la llamada dela patria, la esposa tierna y desolada,huiría espantada del lecho de sus amoresá la aparición del que antes lo entibiaracon el calor de sus caricias ...... .. Ay1 lacasta y tierna prometida cuyos labiosjuraron 4a propea de .1n apir eterno,

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huiría del sitio de la cita antes dichosa,á la presencia de ese fantasma aterra*dor ....

Só6o uno fué reconocido por mi tfo:-Este es Arríi, exclamó: hace un mes sedespidió6 alegre y entusiasta como paraacudir á una fiesta.... ¡C6mo te vuelvoá encontrar, pobre amigo!.... Por estaparte del gran potrero de tantos recaer.dos para mi, no habían muchos muer-tos; uno que otro solamente jaloneabala fúnebre ruts; por el centro, con suspatas estiradas, tamaña como un ele-fante, la mula blanca del episodio. Auna cuadra 6 poco más del reducto, es-taban los despojos que buscábamos; unarco de sangre señalaba en la tapia elsitio en el que lo recliné un momento, yla traza de su cuerpo al descenderlo paraacostarlo. Ahí estaba, si; enormementecrecido, negro como los otros de la razamisteriosa, rechazándonos con sus ma-nos crispadas, su aspecto hórrido y consus emanaciones, el que antes nos atraíacon su afecto; lleno de muerte el quecontemplábamos lleno de vida.

Después de contemplarlo un momen.to profundamente emocionadcs, dimosprincipio á la fúnebre tarea de abrir lafosa; pero la tierra era dura, todos est.bamo trastornados por el ambiente, yla tarea se hacia larga y peada

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Dentro del potrero habían dado sueltaá una caballada, sin duda con el objetode que ae refrescara; pues el alimento,si no ve lo daban en pienso, no lo halla-ría ahí ni ni aún cabando la tierra. Cuida-ban los caballos dos soldados que alvernos se aproximaron, el uno directa-mente, el otro con disimulo. El primero,con fisonomia abierta y aspecto no an-tipático, después de saludar con un rea.peto verdaderamente chocante, dijo ámi tío: -- i Cuanta jiente muere en laguierra pd ñor! -Cuáta! contest& mitio; cuántos huérfanos, cuántas viu-dae.... -Pero siquiera tienen el consuelode enterrarlos, pu flor, mientras que álos chilenos. no los pueden recoger susfamilias. Si esto no lo hubiera dicho entono de lamentación, hubiera sido elcaso de contestarle lo que merecía,

Un momento después, al ver que uno.de mis primos dejaba la herramienta yse tiraba al suelo desvanecido, exclamó6-- Mire, que no van á acabar nunca, yechando mano al azadón se puso á romper la tierra, recordando, sin duda, suoficio nativo de labrador. Su compafleoro, entre tanto, se habla aproximado ylo miraba al contrario de él, su oscafisonomía, que hacia más severa unabarba negra é hirsuta, decía por s solao hosail de ca r cacter. MI to at vcrlo

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se dirigió al primero, diciéndole:-LlameSau compaftero para que le ayude,...., le

daré una gratificaci6n.Cuarido ya tenía la osa la profundi-

dad necesaria, rimos que se aproxima'ba un oficial El de la barba hirsutadej6 el azad6n y se alejó: el otro conti'nu6 y mi tío le dijo: -¿No se molestaráua jefe?...... -Por qué pu flor, contestó;

toos somo cristianos. El oficial llegó yse puso á contemplar la labor.

Estando ya la tierra lo suficientemen*te ahondada, procedimos al sepelio. Elque nos presidía pronunci uana oraciónpiadosa, que todos repetimos con reco'gimiento y fervor; dimos el adios pos-trero á los restos echando sobre ellopeunpuñado de tierra y desapareció de estemundo el que había sido Manuel Roca-vero.

Me faltaba ahora dar el último adiosá los que estaban allá; á los compañerosgloriosoa que habían caído cuando yocombatía á su lado.

-¿Se puede ir?...... interrogué al oficialque había cambiado con mi tío algunasexpresiones de respetuosa urbanidad.

-¿Como nó? me contest6; ano han ve-sido ver. á eus muertos?-Y agregó6

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-~Vaya á ver lo que no volverá á ver ensu vida. Y en seguida agregó: -Voy áenseñarle el fenómedo más raro de laguerra; y pasando él la tapia y yo de.trás, nos encaminamos hacia la que flan.queaba el costado derecho del reducto.Al llegar al portillo que tan peligrosohabía sido en los peniltimos momentosde la batalla, reconocí por su posició6,que no por su figura, al que con tantadesesperación había clamado por la am-bulancia; y llegamos ante el fenómeno.

i¡Qué odiosa profanación; hacer de unmuerto, de un héroe quizá, un histri6n.fué mi primer pensamiento; pero no, nopodía ser una bro ma infame y sacrílega.

Estaba el muerto con la cabeza haciaabajo y sólo se apoyaba en el suelo conla mano derecha y en el borde de la ta-pia con la corba contraria; la otra pier.na surgía recta apuntando al cielo conel pie. Su cabeza, que purgaba por to.dos sus capilares, semejaba la cabeza' de-Medusa con sus mil sierpes encrespadas;de su boca abierta en toda su extenai6n,parecia que ibamos A escuchar no sé siuna oraci6n de blafemias que accionanba con su mano siniestra crispada yrecta hacia nosotro s 6 una carcajada in,fernal; y en la etis cas de sus ojos velase

sLn a que brto siniesXtr, com o el relejo

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de una luz enlas aguas de alguna laguna Estigia.

-Este era un cabo del regimiento San-tiago, me explicd el chileno; al saltar latapia recibió la muerte y quedó sobreella en equilibrio. Después, durante lanoche, seguramente la tapia se deomo-ronó y el cuerpo, que ya había adquiridola rigidez cadavérica, se deslizó suave-mente, quedando en la posición en quese encuentra.f En la ranja del terraplén de la línea

terrea contemplé otro fen6meno de esta-lea, aunque no tan raro Era un chile-no, también; tenia una rodilla en tierray avanzaba la otra pierna en la actitudde tirador, en la que scguramente fuémuerto: con su faz violada, en la que sereflejaba, no la cólera sino el dolor, co asu vista vidriosa alzada al cielo y consus brazos extendidos como en actitudde súplica; parecía, salvo el traje, un-verdadero Nazareno,

Avanzamos un poco más y nos encon-tramos en el terreno en el que habíatenido lugar lo más tempestuoso de lalucha; casi no h bía ahí un palmo detierra que no hubiera sido regado cen lasangre de algún peruano 6 con la de al-gún chileno. Para abarcar mayor es-pacio nos encamidamos, pasando pordelante del reducto, á la huaca que so

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bresalfa en esta parte del gran escena-rio; atravesé por entre los muertos conla cabeza descubierta para que me per-donaran la profanación al pisar su glo-rioso lecho.

Lo primero que triré al llegar á la me-seta fué el cadáver de un chileno, y vi-nieron á mi memoria los incidentes con-secutivos al momento en que tuve queabandonar al herido: los gritos de retoy agravio que escuché; el balazo que mearrancó el rifle de la mano; el arrojarmeyo al suelo á recogerlo y el volverme áresponder por la boca de mi fusil al retoy al agravio. ¿No sería el matador delque yacía á mis pies?......

Senti que mi pecho se dilataba henchidode una emoción inefable, y balbucié convoz ahogada: ¡Gloria á los muertoes.....¡Gloria á los muertos! repiti6ó el chileno.

Tenía ante mis ojos el campo en el quehabía sido toda la gloria de la batalla;sólo tres veces se había puesto el Solsobre él; todavía estaban insepultos losesforzados que cayeron ¡pero cuán dis-tinto el espectáculo de entonces de elque ahora contemplaba lleno de recogi-miento y de veneración, de amor y degratitud!...... El tronar de los cañonesy de los fusiles; las múgicas marciales,las cargas impetuosas, los gritos de loscombatientes . .. la exaltación suprema

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de la vida;.... ahora ..... la quietud, elsilencio infinito de la muerte!...... S6lopor allá, por el linde del campo, el gol.pe seco de los enterradores y el polvo li-gero que levantaban las palase osabanturbar la soleminidad del silencid, el re.poso de los héroes que dormían su ilti.mo sueño.

¡Qué contraste, sí! Ahí donde los ba-tallones peruanos y los regimientos chi.lenos se habían abalanzado unos contraotros, como olas encrespadas de un marensoberbecido por el huracán; en dondehabian vibrado como cuerdas de acerolos nervios de los guerreros y palpitadolos corazones al impulso del odio impíode la guerra, y rugido los pechos contodas las cóleras del patriotismo; dondehabía sido el torbellino y el furor de lamatanza...... ni un suspiro, ni un alientoya !...... La muerte segó las vidas comomieses y hel6 las olas encrespadas porel huracán!......

Por todas partes la muerte con su es.pantosa vejetación, con su impondera.ble lujuria, con su omvipotente prepo.tencia .... ,..

A la izquierda se perfilaban las tapiasque babian sido la posición de mi bata.lói: hasta donde alcanzaba la miradaal pie de ellas la fila de muertos, que pa*itc~n dormir esperando que la Patria

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los dispertara para morir otra vezpor ella. Ahi estaba Ramos, el sol.dado enfermo que esperaba se acabarala guerra para curarse, gozando de lagloria de su doble martirio; ahí estabaPorfias con una estrella roja en la fren.te, contemplando á su alma viajera enotra estrella por los mundos en dondelos ideales son las realidades; ahl su pa-dre, que quería morir para que resucita.ra du alma en el espíritu de su raza.

¡Sólo muerto ......! ¡Todos muertosl....Y al verlos rodeados de la auteola de sugloria Iqué hermosos me parecian! ¡quédivinamente bellos esos semblantes enlos que miraba juntas la majestuosa se,ienidad del no ser y la exhaltación está-tica de la pasión y del pensamiento sunpremosque sólo la muerte sabe escul.pir ..... ! Al contemplarlos con su figu-ra y su actitud hieráticas. ae parecíaestar en un templo gigantezco de cuyosaltares hubieran sido: ýderribados losDioses por no a~ qué 0acrílegos icono-lastas.

Ah! no tenía el arpa de David paraentonar la endecha inmortal que mere-cla sa memoria; pero rai alma, sublima-da por la grandiosidad de la eseena,bal.buceaba su gratitud y su admiració6n

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(Gloriosos sean eternamente los cam-*pos que fueron regados con vuestra san.gre generosa, los campos sobre los quecaistéis destrozados, y gloriosa sea eter.namente la memoria de los esforzados!Porque fueron traspaeados vuestros pe.chos fué la Patria vencida, y por esovisten de duelo vuestras espose y vues.tras madres, vuestras hermanas y vueestros hijos; y por eso lloran triates ende-chas las quenas en la serrauia solitaria !

S, eterno sea vuestro recuerdo, paraque sea imitado vuestro ejemplo cuan-do la patria llame otra vez A sus hijosela defensa de la justicia y de sus leyes, desu integaidad y de eu honor.

FIN DE LA BATALA DE MIRAFLORES

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FE DE ERRATAS

PAg Líieca rUce Loase

13 12 se encontraba se encuentra13 15 se componía se compone13 17 con un muro casi un muro14 25 arrancaba arranca16 17 ho ha22 11 segaron cegaron27 5 rebalzaba rebasaba34 18 de que que de45 19-20 inexplicable Inexplicable

es A la simple es á simplevista, I vista, y

43 7 al potrero el potrero49 5 on en53 20 bacia hacia60 22 el al63 9 vamo vamos66 24 corazón coraz6n68 10 dor por

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MATERIAS Pag.

Rcuerdos de la guerra con Chi-le (memorias de un distinguido)La batalla de Miraflores ........... 3I Lo que cantaban los pájaros

y lo que pensábamos noso-tros la mañana de Miraáo-res.

II Los héroes sin tumba........... 8III Volror yal.................................... 10IV Mi campo de acción........... 12V Los primeros fuegos............ 16VI Escenas e6micas y trágicas.... 19V II i¡ la carga!........ .. . . . . . . . . . . . .. . 23VIII En el hervor de la batella..... 27IX La heroína ............................. . 36X El principio del fin............. 41XI La iúltima o1a................. 56XII Usfuerzos vanos.................. 66XIII ¿Ua muerto que salva a un

vivo? .............................. . 75El capitán Manuel Rocaveroy el autor del episodio (gra.bado) .................................. 78

XIV E.cenas de las retirada....... . 82XV Mater dolorosa ..................... 90

XVI Ultimo dia de campafia ..... 94XVII IGloria loo muertool se..,,, 10

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UNIVERSITY OF ILLINOIS-URBANA

TOM OL I3lo, o~~oI0112055242082;

PRECIOS

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EN LIMA

Recuerndos de la guerracon Chile. -Memorias de un distirguido, batalla de San

Iya batalla de Miráflores ...... ....... 30

Ló que ýs :lalv I inte-,ridd de Lore to an:taio..:.... q Loqe ilásalva?.r ............ 0.20

¿Por. que no e ,ca anu stras j6venes? , .. o:2zo

E0~ PROVi1,1AS1

fr

'0.30

,'-EN- 1P RÍ E N SARecuerdos de la guer ara p Chile.-

Lanltima noche de PorH asI

ADYERT'rNCIA.-Las personas de fuerade La quedeseen adqiirit alguno delos tomos indicad'os, pueden di rgirse en-viando su +alor al autor, y se les remiti-rá su pedido certificad6 .

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