reelecciones - UNAM · Gil, el Ing. don Pascua1 Ortiz Rubio y los generales don Abeiardo Rodríguez...

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E s INEVITABLE QUE EN LA democracia incipiente de un pueblo atrasado y, por lo tanto, de voluntad débil y esporádica, el caudillo único retenga indefinidamente la autoridad suprema mediante reelecciones continuas, como lo hizo e1 Presidente Diaz durante más de treinta años. Cuan- do el sentimiento antirreeleccionista que engendran las re- elecciones indef~nidas lega a materializar en la bandera de un movimiento subversivo popular como el maderista, que triunfa y hace encarnar dicho sentimiento en un precepto constitu- cional, pero que después este precepto limita su prohibición a las reelecciones inmediatas o continuas, aparece la reelec- ción discontinua del ex-Presidente Obregón. Si se vuelve absoluta la referida prohibición -de esencia antidemocrática como toda restricción de la voluntad soberana del pueblo- la autoridad del único hombrc rebasa el límite de su periodo presidencial a través de los Presidentes, faltos de personali- dad, que al efecto impone. Por lo demás, posesionado del gobierno un p po de políti- cos del sector revolucionario del país en el que, después de muerto el ex - Presidente reclecto Gral. Obregón, sólo el Presi- dente Calles mandaba y todos los demás obedecían, la exalta- ción de uno de éstos a la Presidencia Interina de la República por el Congreso, cuyos miembros se contaban entre los citados siervos poiíticos y como uno de sus actos habituales de obe- diencia, no podía cambiar la índole y las costumbres del grupo. Estas condiciones determinaron en el morbo continuista de nuestro atraso democrático 4 n t o n c e s en estado latente y que antes se había manifestado en las continuas reelecciones del Presidente Díaz y la discontinua del ex - Presidente Obregón la forma vinilenta impedida para el Presidente Carranza por el triunfo de Agua Prieta y que dio lugar al Continuismo Callirtu o www.senado2010.gob.mx

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E s INEVITABLE QUE EN LA democracia incipiente de un pueblo atrasado y, por lo tanto, de voluntad débil y esporádica, el caudillo único retenga indefinidamente

la autoridad suprema mediante reelecciones continuas, como lo hizo e1 Presidente Diaz durante más de treinta años. Cuan- do el sentimiento antirreeleccionista que engendran las re- elecciones indef~nidas lega a materializar en la bandera de un movimiento subversivo popular como el maderista, que triunfa y hace encarnar dicho sentimiento en un precepto constitu- cional, pero que después este precepto limita su prohibición a las reelecciones inmediatas o continuas, aparece la reelec- ción discontinua del ex-Presidente Obregón. Si se vuelve absoluta la referida prohibición -de esencia antidemocrática como toda restricción de la voluntad soberana del pueblo- la autoridad del único hombrc rebasa el límite de su periodo presidencial a través de los Presidentes, faltos de personali- dad, que al efecto impone.

Por lo demás, posesionado del gobierno un p p o de políti- cos del sector revolucionario del país en el que, después de muerto el ex - Presidente reclecto Gral. Obregón, sólo el Presi- dente Calles mandaba y todos los demás obedecían, la exalta- ción de uno de éstos a la Presidencia Interina de la República por el Congreso, cuyos miembros se contaban entre los citados siervos poiíticos y como uno de sus actos habituales de obe- diencia, no podía cambiar la índole y las costumbres del grupo. Estas condiciones determinaron en el morbo continuista de nuestro atraso democrático 4 n t o n c e s en estado latente y que antes se había manifestado en las continuas reelecciones del Presidente Díaz y la discontinua del ex - Presidente Obregón la forma vinilenta impedida para el Presidente Carranza por el triunfo de Agua Prieta y que dio lugar al Continuismo Callirtu o

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prolongación por el ex-Presidente de la autoridad legalmente extingwda el 30 de noviembre de 1928, pero de hecho perduró hasta mediados de junio de 1935, es decir, durante algo más de seis años y medio, por el control que ejerció dicho ex-Presiden- te sobre las sucesiones presidenciales verificadas en ese lapso y su dominio sobre os Presidentes que de ellas resultaron.

Este Continuismo también fue llamado Maximato Calma porque algunos de sus paniaguados confineron al ex-Presi- dente Calles el titulo de Jefe Máximo de la Revolución, con funciones extra-oficiales, cultas, irresponsables y de jerarquía superior a las del Presidente de la República.

El Continuimo o Maximato Callista comprendió cuatro designaciones presidenciales: las del Lic. don Emilio Portes Gil, el Ing. don Pascua1 Ortiz Rubio y los generales don Abeiardo Rodríguez y don Lázaro Cárdenas. Sólo los prime- ros seis meses de gobierno de este úitirno pueden ser conside- rados dentro del Marirnato Caliista porque la personalidad y fuerza que adquirió durante la campaña electoral a pesar del Partido Nacional Revolucionario- y en un semestre de Pre- sidencia le permitieron emanciparse de su tutor.

Seguí en la Legación de Pans bajo los Presidentes Portes Gil y O& Rubio; bajo éste fui removido a la Embajada de Madrid y después llamado a México para encargarme en fe- brero de 1932, por segunda vez, de la Secretaria de Hacienda y Crédito Público y desempeñe este cargo hasta septiembre de 1933 que renuncié ante el Presidente Rodríguez poniendo punto final a la etapa de mi vida pública que es el objeto de la segunda parte de estos "Apuntes Autobiograj5cos".

Al tocar esas Administraciones con el relato de mi actua- ción, trataré de caracterizarlas brevemente.

En la ceremonia de inauguración de su gobierno, el Presi- dente Portes Gil pronunció un discurso en el que declaró:

"El Gral. Cdes hizo bastante con marcar el sendero de la depuración administrativa al introducir su severo plan de eco- nomías, que le permitió cristalizar constructivamente el pro- grama de la revolución con obras económicas tan perdurables como el Banco de México y con obras materiales de un sentido humano tan alto como los caminos, escuelas e irrigación".

En el Gabinete Presidencial conservó a cinco de los cola- boradores inmediatos de su antecesor. Estos fueron: don Genaro Estrada, en la Secretaría de Relaciones Exteriores; don Luis Montes de Oca, en la de Hacienda y Crédito Públi- co; el Gral. don Joaquín Amaro, en la de Guerra y Marina; don Julio Freyssinier Morín, en el Departamento de Contralona y el Dr. don José M. Puig Cassauranc, en el Departamento del Distrito Federal, a donde lo llevó de la Secretaría de Indus- tria, Comercio y Trabajo "porque en eiio dice el Lic. Portes Gil en la página 78 de su libro "Quince Años de Polirica", en 1941- se interesó vivamente el señor general C d e s que le profesó siempre un cariño paternal. Completó su Gabinete confiando a don Ramón i? de Negri, amigo íntimo del ex-Presi- dente, la Secretana permutada por el Dr. Puig Cassauranc; al Ing. don Javier Sánchez Mejorada, introducido al calLsmo por el señor Montes de Oca, la de Comunicaciones y Obras Pú- blicas y los otros puestos a algunos amigos personales suyos, como cl secretario de Educación Pública Lic. don Ezequtel Padilla y el de Agricultura y Fomento Ing. don Marte R. Gómez, pero todos, naturalmente, caflistas.

Sobresale por su trascendencia entre los actos gubernamen- tales del tiempo del Presidente Portes Gil el de la creación totalitaria del órgano electoral del gobierno, bajo la forma de Partido Poiítico, con el monopolio de provisión de todos los funcionarios de elección popular -desde el Jefe del Ejecuti- vo Federal hasta un Munícipe del último viiiori- a gusto de dicho jefe o de quien realmente ejerza su autoridad. Para sos-

tener económicamente el Partido Oficial se ordenó un des- cuento en los sueldos de todos los funcionanos y empleados públicos. Protesté telegráficamente en nombrr propio y en el del personal de la Legación por la inconstitucionalidad de este descuento, pero ni siquiera fue contestado mi telegrama. El Partido Oficial llenó su función de vigorizar el Maximato Callita. Más que eso: ha sido, en general, un poderoso factor de vitalidad del morbo continuista del Nuevo Régimen y, por lo tanto, un obstáculo a nuestra evolución democrática y un seguro índice de su atraso.

o t r o acto gubernamental de vigorización del Maximato Callista porque hizo cesar una de sus causas de desprestigio, pero también de beneficio nacional en grado extraordinario, fue el convenio que solucionó el conflicto entre el Gobierno y la Iglesia Católica y liquidó el retroceso a la barbarie de la rebelión htera, que estaba ensangrentando al país desde hada tres años.

Como en la Convención del Parido naufragó la candidatura presidencial del Lic. don Aarón Sáenz, por su pesado lastre de tradición obregonistu, la función electoral de 1929 designó Presidente de la República para el tiempo que quedaba del sexenio del ex-Presidente Obregón, reelecto y asesinado, al Ing. don Pascual Omz Rubio.

Apenas verificada la elección presidencial del Ing. Ortiz Rubio, el ex-Presidente Calles hizo un viaje a Europa. Seguro del acierto de tal elección, me preguntó con cierta jactancia al verme:

-<Qué la parece a usted nuestro Presidente? S i hubiera usted dispuesto -le contesté- de la linterna

de Diógenes para buscar, entre los dieciséis d o n e s de mexi- canos, al menos apropiado para Presidente, seguramente ha- bna usted dado con el Ing. Ortiz Rubio o...conmigo.

-<Usted lo conoce? -interrogó sorprendido.

-Desde la escuela. Empezó conmigo a estudiar, él para Ingeniero de Minas y yo para Ingeniero Civil, pero sólo se recibió de Topógrafo y entiendo que después de mí. Poste- riormente lo encontré en Ciudad Juárez, durante la Revolu- ción Constitucionalista. Con la autorización del primer Jefe lo encargué de la Oficina Selladora de Billetes. TKI volw' a ver en Veracruz. Tenía tal afición a la carrera de las armas que se uniformaba sin ser militar. Le ocasioné un gustazo invitándo- lo a que ayudara al Cnel. don Emilio Górnez, antiguo alumno dcl Colegio Militar y Jefe del las fuerzas de Seguridad de los Ferrocarriles, a dar instrucción a los soldados. Supe que había sido Gobernador de Michoacán y que, como tal, se había ad- herido al Plan de Agua Prieta. Posiblemente por esa hazaña el Presidente Obregón lo iiamó a la secretaria de comunicacio- nes y Obras Públicas, pero pronto se arrepintió de haberlo llamado y provocó su renuncia, muy descontento de la mar- cha que su colaborador había impreso a esa secretaria. El Ing. Ortiz Rubio se fue entonces a Europa y se estableció en Bar- cclona. La pasaba con excesiva estrechez y yo obtuve de la generosidad del Presidente Obregón que le fuera extendido un nombramiento cualquiera que le diera derecho a cobrar un sueldo para vivir. Acogieron tan fielmente mi vaga petición de un nombramiento cualquiera -por ejemplo, el de Inspec- tor de la presa de Assuán- que lo comisionaron para que estudiara esa presa, que ni siquiera está en Europa, pero na- turalmente no hizo más que cobrar el sueldo. Logró después ingresar al Cuerpo Diplomático, que es, como si dijéramos, el Museo Zoológico de México enviado al extranjero y despa- rramado en las hospitalarias naciones amigas, que yo tendí inúuimente a humanizar y civilizar cuando fui Secretario de Re- laciones Exteriores y del que soy ahora un raro ejemplar que sigo conmigo mismo igual tendencia, haciendo la menor suma posi- ble de diplomacia y dedicándome también a otras actividades ...

El ex - Presidente Caiies sonrió y yo agregue

- Fue Ministro en Berlín 4 o n d e usted lo vio en su viaje anterior- y Embajador en Río de Janeiro. De alü se le ha tomado para llevarlo a la Presidencia de la República ...

Cuento toda esa historia para demostrar que lo conozco y para fundar, con mi creencia de que fue desacertada de su designación, mi desfavorable pronóstico de su Gobierno. Como ha sido y es buen amigo mío, lamento sinceramente que se le haya encumbrado hasta una altura que podrá hala- gar su vanidad, si la tiene, pero acosta de muchos y graves daños. Y lo peor del caso es que el país sufrirá más aún.

El ex-Presidente Calles probablemente creyó que yo exage- raba. Regresó a México y pudo todavía recrearse en su obra, concurriendo a la ceremonia de la protesta presidencial ante el Congreso, celebrada en el Estadio, presenciando el abrazo de los dos Presidentes - e l que salía y el que entraba- y conmoviéndose paternalmente con el ruidoso aplauso de una muchedumbre atraída por aquel espectáculo gratuito y teatral.

Apenas terminada esa Ceremonia, comenzó al calvario del Presidente ungido. Se dirigió a tomar posesión de las oficinas presidenciales y al llegar a la puerta del Palacio Nacional fue víctima de un atentado: recibió en la quijada un balazo que pudo haber sido generoso matándolo y que ni siquiera lo puso en estado de gravedad. Fue amistosa, en ese caso, mi prefe- rencia de la muerte al ridículo. La tendría, sobre todo, si de mi se tratara. Pero la altura a que se hallaba el Ing. Ortiz Rubio le impidió ver daridad. Un Presidente auténtico de México ha- bna aprovechado el frustrado crimen para consolidar su si- tuación. Si al día siguiente o a los pocos días recorre a pie, vendado 4 así lo demandaba su herida- y enteramente solo las d e s que conducían a sus oficinas, lo hubim seguido una multitud adamándolo y conííímando popularmente la imposición oficial de que procedía En vez de esto, se encmó a piedra y lodo en sus habitaciones, se voivió inmediatos y se rodeó de toda suerte de pre-

cauaones contra una posible repetiaón del atentado. Aqueiio, con- siderado como manifestación de miedo, bastó para que el Presiden- te Oráz Rubio perdiera toda la autoridad de su investidura. Más que eso: el pueblo agotó su ingenio y u e es grande + escarnecerlo.

Presencié tal situación, con honda pena, algunos meses des- pués de inaugurado el Gobierno al volver de Europa a pasar una temporada de vacaciones. Circulaban de boca en boca muchos epigramas y chascardos que lo ridiculizaban. Una mañana apareció en la puerta del Castiüo de Chapultepec este distico burlesco e insultante:

Aquí vive el Presidente y el que manda vive enfrente.

El ex-Presidente Calles, en efecto, habitaba en la caiie dc ilnzures, límite del Bosque que rodea al Castillo.

Sólo recordaré, como muestra, uno de los muchos chasca- rniios circulantes. Se refería una supuesta o verdadera visita oficial al Manicomio de "La Castafieda". El Presidente sim- patizó e hizo migas con un loco. Este, después de un rato de conversación con él, inquirió:

-A todo esto ?tú quién eres? S o y el Presidente de la República --contest6 el interpelado. -Cállate -le encareció amigablemente el loco- pues a

mi, nomás porque dije que era Napoleón, me tienen aquí recluido desde hace más de tres años.

Obligado a pasar en México una temporada de varios me- ses, busqué una ocupación gratuita, agradable y útil que Ii- brara de tan larga ociosidad. Es natural que la haya encontra- do de acuerdo con la preferente de mis aficiones. Me dediquk a estudiar el problema de los Museos. La economía aconseja- ba la concentración, en un solo edificio bien situado, de las

numerosas obras de arte que el Gobierno conservaba en el museo Nacional de Arqueología e Historia y en la Academia de Bellas Artes, que eran viejas casas mal acondicionadas, en peor estado de conservación y considerablemente alejadas de las arterias principales de la circulación urbana. Deseché desde luego la idea de proyectar un edificio ad hoc -la mejor de las soluciones- porque el costo de adquisición del terreno en lugar céntrico de la ciudad y de construcción del edificio proyectado, indudablemente habría rebasado las posibilida- des pecuniarias y la convivencia política del Gobierno, estando aún en suspenso el pago de cuantiosas obligaciones externas e internas y la satisfacción de otras muchas necesidades nacionales, ineludibles y dispendiosas. No quedaba más solu- ción que la de buscar un edificio barato, bien situado y fácil- mente adaptable.

Al proceder a la investigación del primer dato del proble- ma, esto es, el de la capacidad del local que pudiera destinar- se al objeto propuesto, encontré tan absurdamente almacena- da la colección pictórica de la Academia de Bellas Artes que, para poder determinar la extensión de los muros en que pu- diera ser técnicamente exhibida. Era preciso emprender la ardua tarea de clasificarla por escuelas y épocas, rectificando algunas atribuciones equivocadas, separar de ella las copias y las clasificaciones y almacenarla de nuevo -ya que la peque- ñez del espacio disponible no permitía exhibirla propiamen- te- de acuerdo con tal dasificación depurada. En esta tarea tuve la fortuna de contar con la cooperación del pintor don Juan de M. Pacheco, con quien había yo estudiado en París el arte de restaurar pinturas y que a la sazón estaba encargado de las Galerías de la Academia.

Aunque la depuración selectiva que emprendimos no pudo ser más benigna, nos vimos en el penoso caso de tener que separar también las veintinueve o treinta detestables pinturas

de la antigua escuela mexicana que había adquirido el Secre- tario de Hacienda señor Montes de Oca para enriquecer la Colección oficial. Quedaron sepultadas en el olvido de la bodega y hasta ahora nadie se ha atrevido a exhumarlas.

La Colección requeriría otra depuración mas severa y, ade- más, para llegar a construir el contingente pictórico completo dc un Museo de primer orden, la adquisición de algunas obras maestras características de las diferentes escuelas y épocas en ella representadas. Aunque así haya sido, como entre las pinturas españolas, italianas, francesas, holandesas, flamen- cas e inglesas de los siglos XV a XX, que alcanzaban el nú- mero de trescientas diez, muchas eran dc autenticidad y mé- ritos artísticos indiscutibles, a las que brindaría sitios de ho- nor cualquier Museo del mundo, y como, principalmente, la colección de pinturas mexicanas constaba de doscientas veintio- cho piezas y podía reforzarse con los bellísimos códices 4 x u a o r - dinatios ejemplares de la pintura indígena primitiva- que conser- vaba el Museo de Arqueología e Historia y cuyo interés artístico es comparable, quizá con ventaja, al histórico, la Colecaón resultaba de una alta importancia educativa y tdstica -seguramente supe- rior a cualquiera de latuio-américa- y merecía ser adecuada- mente exhibida.

Libre la Colección de sus ejemplares de calidad inferior, volvió a quedar almacenada en las estrechas galerías de la Academia de Bellas Artes, pero agrupadas las pinturas en cs- cuelas y épocas para hacer más perceptibles el rasgo común de cada grupo, las relaciones entre eilos y la historia de la producción pictórica. Además, para enaltecer la memoria de los más grandes Maestros de la Escuela Mexicana bautiza- mos las Salas destinadas a sus obras y a las de sus discípulos -directos y continuadores de su tendencia artística- con los nombres de dichos Maestros. Así resultaron:

la Sala "Baltasar de Echave, el viejo", excelente pintor his- pano de principios del siglo XVII que, con Alfonso Vázquez

- d e fines del siglo anterior y del cual, por desgracia, la Acade- mia sólo poseía un cuadro de grandes dunensiones- compar- te la gloria de haber fundado la Escuela Colonial Mexicana;

la Sala "Pele+ Clave", artista de Barcelona que obtuvo por oposición entre los mejores pintores radicados entonces en Roma, el puesto de Profesor de Pintura en la Academia de México; que colaboró abnegada y sabiamente con los insig- nes Directores de la misma, don Javier Echeverría y don Ber- nardo Couto, en reorganizar dicho plantel de enseñanza y en formar el conjunto de pinturas del que proceden la mayona de los cuadros que componen la colección actual; que, por más que su obra artística haya adolecido de grandes defectos -producto natural de la época en que floreció- supo ilumi- nar con una ráfaga de alegre y fresca poesía las oscuras visio- nes de los viejos y rutinarios pintores religiosos y fijar esta nueva tendencia en un grupo de aventajados discípulos y fi- nalmente.

la Sala ''José Mana Velasco", pintor paisajista mexicano que superó a su maestro don Eugenio Landesio, de Roma, y tuvo también numerosos discípulos e imitadores: vanas de sus obras -capaces de rivalizar con las de los paisajistas euro- peos más afamados de tendencia pictórica semejante- enri- quecían la referida colección.

La Academia poseía, además, los dibujos de mi Primera Colección, que había sido incorporada a la oficial en 1926. Eran cuarenta piezas originales o justificadamente atribuibles a grandes pintores italianos, españoles, flamencos, holande- ses y franceses del Renacimiento, entre los que descollaba un magnífico estudio anatómico -desnudo masculino- de Miguel Angel. Estos dibujos quedaron en el extremo de las dos Galerías destinadas a las pinturas de las escuelas euro- peas antiguas. Tuve noticias, por Úitimo, de que la Dirección de la Academia conservaba una importante colección de gra- bados antiguos y modernos.

Como eran muy pocas y de escaso mérito las obras escultóricas originales que poseía la Academia, la Colección de Pinturas, Dibujos y Grabados a que me he venido refxien- do en los párrafos anteriores y las colecciones -también al- macenadas en el Museo de Arqueología e Historia- de es- cultura y muebles coloniales, de cerámica antigua y moderna, de telas, bordados, alhajas, etc., y sobre todo la de escultura precortesiana -la más rica colección de arqueología amen- cana en todo el mundo- eran los contingentes artísticos dis- persos y mal exhibidos cuya concentración en un edificio ade- cuado y céntrico me permití iniciar ante las Secretarías de Hacienda y de Educación Pública para constituir el Museo Nacional de Arqueología y Artes Plásticas.

Me fijé desde un principio en el Hotel Iturbide como el edi- ficio que mejor podía responder a los requisitos impuestos de situación, adaptabilidad y baratura, por las razones siguien- tes: ubicado en la avenida Francisco 1. Madero, esto es, en el corazón mismo de la ciudad, ocupaba una superficie --el edi- ficio y sus anexidades posteriores que se prolongaban hasta la caile de San Juan de Letrán- de más de tres mil seiscientos metros cuadrados y como, aparte de las causas transitorias de depreciación general de la propiedad, el inmueble en cues- tión había quedado sujeto, para su utilización, a las restric- ciones de la ley de monumentos- al interés histórico se aña- día la circunstancia de ser un bello ejemplar arquitectónico del siglo XVIII- tenía que haber descendido considerable- mente su valor comercial.

Los trabajos ejecutados en la Academia de Bellas Artes para depurar la colección de pinturas y reacomodarla, así como la de dibujos, y la selección realizada en el Museo Nacional de Arqueología e Historia demandaron casi dos meses de mis vacaciones. El resto de ellas lo consumí en formar, con la colaboración de un arquitecto, el proyecto para la conversión

del Hotel Iturbide en un Museo de Arqueología y Artes Plás- ticas. Además, emprendí negociaciones extra-oficiales para la posible compra del inmueble y logré que su dueño bajara el precio de venta hasta la suma de $1.200,000.00, con facilidades de pago. Como las obras de adaptación sólo habían costado alre- dedor de dos miiiones de pesos, con una suma insignificante de dinero se podría haber asegurado la propiedad del citado edificio monumental y la satisfacción de una necesidad urgente. -

El 11 de agosto de 1930 entregué a las Secretarías de Ha- cienda y de Educación Pública, a sabiendas de que sena rele- gada a los respectivos archivos --como en efecto sucedió- la Monografía del Proyecto con los once planos en que estaba desarrollado.

El Presidente O& Rubio me hizo la distinción de ofrecer- me la Jefatura del Departamento del Distrito Federal. Si hay en la Administración algún puesto que yo pudiera desear es, precisamente, ese. Impulsado, más que todo, por mi cariño a nuestra Capital, fui dos veces Director General de Obras Públicas con el solo fin de recoger los datos con que formé el libro "La H&'ene en México" editado en 1916 y que plantea y estudia, para esa Ciudad, los principales problemas de la vida humana en relación con las condiciones del medio urbano.

Es cierto que la Ley del Trabajo prescribía ya en 1930 el salario mínimo con monto capaz de responder a las necesida- des de la vida decorosa de una familia, cuya implantación había urgido "La Higene en México" presentando, por primera vez entre nosotros, un ensayo de investigación científica so- bre la materia. Es también cierto que ya funcionaba entonces el Departamento de Salubridad -ahora ascendido al rango de Secretaria de Estado- de acuerdo con la iniciativa conte- nida en el mismo libro y acogida favorablemente por el Pri- mer Jefe y los Constituyentes de 1917 de mejorar la acción

sanitaria del Gobierno extendiéndola y sustituyendo las Icn- tas e irresponsables resoluciones parlamentarias del antiguo Consejo Superior de Salubridad por el rápido funcionamiento responsable de un órgano ejecutivo. 'Es cierto, igualmente, que siendo anteriores al Departamento de Salubridad los factores urbanos de la pavimentación asfáltica y de las obras de saneamiento y de provisión de agua potable, procedía radicar principalmente en los demás servicios de dicho De- partamento, más eficientes que los del precedente Consejo, el rápido descenso progresivo del coeficiente de mortali- dad, a partir del de más de cuarenta defunciones anuales por cada mil habitantes que denunció para la Capital de la República mi referido libro. La mortalidad de 1940, por ejem- plo, sblo fue de veinticuatro defunciones por las mismas unidades de tiempo y población, según el "Anuuno EstudÍs- tico de los Estados Chidos Mexicanos" de ese año. Así pues, ya habían sido atendidas algunas de las más trascendentales recomendaciones de mis tantas veces citado libro, pero el hecho de que estuvieran aún pendientes -y lo están toda- vía- muchas de eiias, que caían dentro de la jurisdicción del Departamento del Distrito Federal o que podían ser rea- lizadas por su cooperación con el de Salubridad, tal hecho -decía- daba un interés particular a la Jefatura de aquel Departamento. Mi personal interés crecía, primero, por la circunstancia de tratarse del único cargo, entre los que se me habían conferido, para el cual yo me encontraba, al me- nos, parcialmente preparado y, segundo, por las posibilida- des, que ejercían sobre mi una gran atracción, de mejorar y

Presentó y fundó la iniciativa ante el Congeso Constituyente el Diputado Dr. don Jost. M. Rodríguez, que presidía el Consejo Superior de Salubridati. Mc había manifestado dicho Doctor su desagrado por la aparición dc "La Higiene en hléxico" censurando, no el contenido del Lbro, sino "la indebida intrornisibn de un Ingeniero en el terreno ~xclusivo dr los Médicos".

embellecer la Ciudad de México y las pequeñas poblaciones aledañas.

Me vi, sin embargo, en el caso de tener que rehusar la ten- tadora oferta del Presidente porque la Ley exigía un requisito de residencia inmediatamente anterior al nombramiento, que no podía yo llenar. Aunque el Presidente llevó su bondad hasta el punto de sugerirme que zanjara esa dificultad aplicando, como Diplomático, el principio de la extraterritorialidad, me permiti objetar que, aparte de ser ese principio una mera fic- ción, podna ser admisible prolongar hipoteticamente el terri- torio nacional al edificio de la Legación de París donde yo residía para determinados fines, pero de ninguna manera res- tringido tal territorio al fragmento del Distrito Federal para satisfacer el requisito en cuestión.

En mi estancia de 1930 en México tuve la ocasión de char- lar con el ex-Presidente Pones Gil. Le confié mi preocupa- ción por la manifestada tendencia del Secretario Montes de Oca a desviar regresivamente su gestión de los rumbos mar- cados por el programa que había yo implantado para poner la poiítica hacendaria en consonancia con las aspiraciones del Nuevo Régimen. Se producían esas desviaciones a pesar del natu- ral arraigo revolucionario del programa y de que la Secretaría contaba con órganos de propulsión del mismo, tales como su Departamento Técnico Fiscal -creado con ese objet- y las Comisiones Permanentes de las Convenciones Fiscal y Bancaria.

-Quizás hubiera bastado -comenté- una tarea similar a aquella con que el primer Secretario de Hacienda del Nuevo Régunen extenotizó su criterio conservador y expresó meta- fóricamente su admiración por el último de la Dictadura, su antecesor inmediato: la de renovar la cuerda al reloj cada vein- ticuatro horas, para que no detuviera su bienhechora marcha. Es claro que el Secretario Montes de Oca no tenía motivos

para admirar a su antecesor, pero si para superarlo revolucionariamente o siquiera para no rectificarlo con las tendencias regresivas de su gestión ...

Señalé algunos de los indicios de esas tendencias en cada sector del programa hacendario. En el fiscal, no haber convo- cado a la Segunda Convención, que la Primera recomendó para 1929, ni mostrar intención de celebrarla alguna vez; de- jar dormida en la Secretaría de la Cámara de Diputados la Iniciativa de Reformas a la Constitución, enviada por el Eje- cutivo desde 1926, para definir las jurisdicciones impositivas de la Federación, de los Estados y de los Municipios y no procurar la expansión del impuesto sobre la renta y de su pro- ducto para proseguir la depuración revolucionaria del siste- ma con los fines de armonizarlo más con el desenvolvimien- to económico del país y de continuar trasladando su peso de las espaldas de los pobres a las de los ricos. En el sector ban- cario, haber tolerado que el Banco de México, S. A. -alrede- dor del cual se había planeado la reforma relativa- se siguic- ra desentendiendo de sus funciones esenciales, las relativas a la moneda, al crédito y a los Bancos privados, para dedicarse casi exclusivamente a sus funciones subsidiarias de lucro, operando con los particulares y compitiendo con los Bancos de Depósito y Descuento, en vez de atraerlos y completar y perfeccionar con su asociación el Sistema Bancario Comcr- cial de la República, dotar a ésta de una moneda sana y con- trolar el crédito. Con referencia al sector de la Deuda Pública, haber tenido que suspender sus pagos por el estado deficita- rio en que dejó caer la Hacienda Fedcral desde el primer año de su gestión. Y lo peor es que, sin restablecer el equilibrio presupuestal, ni existir causa política que lo obligara a elio, olvidándose de las crecientes repercusiones de la crisis mun- dial y dando preferencia a los acreedorcs extranjeros sobre los nacionales, se haya empeñado en negociar con el Comitt

Internacional de Banqueros la reanudación del servicio de la Deuda Exterior, con el sólo probable resultado de exponer al Gobierno a faltar nuevamente a sus compromisos o agravar su situación y la de nuestra maltrecha economía por los efectos de la emigración de los capitales que demandare el seMcio reanudado. Pero como había habido un Convenio "Lamont- De la Huerta" y una Enmienda "Pani-Lamont" ¿por qué no ha de haber otro Convenio en el que figure su nombre?

El ex-Presidente Portes Gil declaró paladinamente: -En efecto, la gestión hacendaria de Montes de Oca ha

sido muy mala. Gustosamente lo habría yo sacado de mi Ga- binete si me lo hubiera permitido el Gral. Calles.

Doy un salto momentáneo a 1941 sólo para mostrar, de paso, el cambio de opinión sufrido por el Lic. Portes Gil con la desaparición del ~avimato ~ a l / i s i y algunos de los comen- tarios que pueden hacerse respecto de dicho cambio. En las páginas 77 y 78 de su libro "Qtiince Años de Polítca Mexicana" se lee:

"..... Al señor Luis Montes de Oca creí conveniente conser- varlo en la Secretaria de Hacienda y Crédito Publico porque su labor en d a había sido benéfica para el país y enérgica para evitar los despilfarros a que tan afectos son en México los funcionarios públicos ya que, además, yo no podía, de ninguna manera, en 14 meses, cambiar el programa fmancie- ro, sin duda defectuoso, que se venía desarrollando desde hacia cuatro años".

Esta declaración contradice tanto la que me hizo privada- mente diez años antes sobre la gestión hacendaria del señor Montes de Oca, que he recordado en uno de los párrafos que anteceden, como la que hizo públicamente al inaugurar su propio Gobierno, en elogio del ex-Presidente Calles y que tam- bién he copiado en la parte relativa de estos "Apuntes". La verdad seguramente está en las declaraciones coetáneas al

bfmmato Callisa y no en la posterior que niega la existencia de tal suceso.

Nadie puede alterar los hechos pasados para conformarlos a deseos o intereses posteriores. Lo único posible es falsear la verdad y se sabe que esta práctica es sólo utilizable en las novelas -que de todos modos requieren verosimilitud- y en los cuentos de hadas para la recreación infantil. Pero la historia -que es la narración de los hechos tal como real- mente pasaron y no como se quisiera o convendría que hubieran sido- no debe ser suplantada por la novela o el cuento de hadas. A este comentario general dan lugar las contradicciones indicadas. Concretemos.

Es inadmisible que el Tic. Portes Gil presente ahora el he- cho de haber conservado en su Gabinete Presidencial al Se- cretario de Hacienda del Presidente que 10 antecedió como un acto de su propia voluntad soberana e independiente, por- que eso equivale a negar tanto su confesión anterior de no haber podido remover al señor iMontes de Oca sin el permiso del Gral. Calles como la existencia de un maximato al que, como el primer Presidente de los cuatro que engendró, sirvió con lealdad.

Huelga repetir que el Maxi%ato Caliista no fue más que un natural incidente de la evolución democrática de México. Un episodio de la historia del Nuevo Régimen. Nadie hubiera podido impedir su advenimiento, quizá ni el propio Presiden- te Calles, a menos de suponerle características de super-hom- bre que ni él mismo pretendía tener, pues el medio de adula- cicin en que vivía lo hizo concebir el temor -muy humano y hasta patriótico- de lanzar al país, con su ulterior retiro de la cosa pública, a una confusión anárquica o a la tiranía mili- tarista. Tampoco hay quien ignore la existencia de tal régi- men, subrayada con el hecho de haberse conferido al ex-Presidente el titulo extra-oficial de Jefe Máximo de la Revo-

luúón. Este título y las funciones que implicaba no fueron vitalicios o, al menos, no se prolongaron más tiempo sólo porque el Presidente Cárdenas, a mediados de 1935, tuvo la fuerza necesaria y se halló en condiciones propicias para re- belarse contra el Maximato y destruirlo. Pero a nadie menos que al ex -Presidente Portes Gil, que lo inició y lo siMó leal- mente -según he dicho- conviene borrarlo de la historia porque borrana también la cuiminación de su carrera poiíti- ca, esto es, su paso por la Presidencia de la República.

Por lo demás, descontando la mayor responsabilidad que corresponde a las generaciones pasadas por el atraso demo- crático que sintomatizó el Maximato Callista, habna que pul- verizar la pequeña parte restante para repartirla entre el Gral. Calles, sus cuatro sucesores en la Presidencia -incluído el Gral. Cárdenas- los que servimos oficialmente a niveles je- rárquicos más bajos y ... todo el país, que toleró ese régimen. Tuvo cada funcionario, para justificarse, el recurso de com- pensar o superar la partícula de responsabilidad que le hubiere tocado con un saldo progresivo del balance de su actuación, que no podía resultar sino de una labor eficaz para el adelan- to del país, esto es, capaz de segur cavando la tumba de todo continuismo antidemocrático. Por ejemplo, de los dos actos gu- bernamentales que he mencionado de los tiempos del Presi- dente Portes =l, uno -la creación del órgano electoral del Gobierno, no sólo favorable al Maximato CalLista que servia, sino a todos los posibles continuirmos posteriores de cualquier tipo- es ciertamente una partida del pasivo, pero el otro -su contribución al arreglo con la Iglesia Ca- tólica para hacer cesar la rebelión cristeru- debe figurar con un alto valor en el activo del balance de su gestión presidencial.

Es que probablemente los errores están lubricados y tie- nen, para atacar, la infalible estrategia de formarse en pen-

dientes, porque quien cae en uno de ellos resbala al que le sigue y asi de modo sucesivo. De la falsa especie con que inicia el Lic. Portes Gil, ya liquidado el Maximato Calíista y caído el Jefe Máximo de la Revolución, su declaración de 1941, afirmando que ratificó libremente, trece años antes, el nombra- miento de Secretario de Hacienda a favor del señor Montes de Oca, resbala, al tener que explicar los motivos de dicho acto, a otras afirmaciones igualmente falsas y contradictorias de las hechas por él mismo bajo el imperio de tal hfaximato. Califica de benéfica para el país -contrariamente a la sincera confidencia verbal de nuestra charla de 1930- la anterior actuación en el ramo de Hacienda de la persona nom- brada y al encomiar su energía para evitar el despilfarro, cen- sura "el programa financiero, seguramente defectuoso -pa- labras textuales suyas ....y ue se venía desarrollando desde hacia cuatro años", esto es, a partir de 1924, siendo que tal ejercicio -n que el señor Montes de Oca aún nada tenia que ver con la Secretaria de Hacienda- se singularizó, precisamente, por estos dos hechos: primero, el de haber suprimido los desenfrc- nados derroches instituidos por mi antecesor e introducido eco- nomías que, llegando hasta la reducción de más de cien d o - nes de pesos respecto de los egresos autorizados y ejercidos en 1923, transformaron el déficit en superávit y, segundo, el de haber opuesto a la inercia de la Dictadura, sobre la base de las economías realizadas, un programa hacendano orientado ha- cia la satisfacción de las demandas revolucionarias.

No objeto la confesión de incapacidad del Lic. Pones Gil en la misma declaración para cambiar, durante su corto Go- bierno, tan d ~ c t u o s o programa, pero si hago constar, por un lado, que en efecto podían ser insuficientes catorce meses para resolver algunos de los problemas hacendarios de enton- ces, pero que seguramente eran excesivos, conociendo talcs problemas, para plantearlos y orientar la marcha de la Secre-

taría de Hacienda en el sentido de la solución y, por otro lado, que dicho abogado incurrió en un lamentable olvido: el de haber reconocido solemnemente en el discurso que pronunció en la ceremonia inaugural de su Gobierno --que inauguraba también al Maximato C a l l s t e los dos hechos verificados en 1924 que acabo de recordar, refiriéndose naturalmente con elogio, al revés de cómo lo hizo trece años después, al "seve- ro plan de economías" que permitió al Presidente Calles -vuelvo a repetir expresiones literales de su discurso-

...." cristalizar constructivamente el programa de la revolu- ción con obras económicas tan perdurables como el Banco de México y con obras materiales de un sentido humano tan alto como los caminos ..... y la irrigación".

Sólo queda fuera de las palabras anteriores, para el total reconocimiento laudatorio del programa hacendario implan- tado en 1924 y proseguido bajo el Presidente Caiies, la men- ción de la n&nnafiscal, o sea, la sustitución de la tendencia dictatorial de agobiarfircalmente alpobre y favorecer a/ rico, por la repartición equitativa de los impuestos, ?es entonces este cambio el que desagradó al Lic. Portes Gil?

Por lealdad, y con espíritu de cooperación y puesto que mis relaciones con el señor Montes de Oca eran cordiales, intenté comunicarle mis impresiones sobre su gestión hacendaria. Eludió todos mis intentos. El mejor día supe que había pam- do para New York. Poco después anunciaron los periódicos que había firmado con el señor Lamont un Convenio para la reanudación del seMcio de la Deuda Exterior. Volvió a Méxi- co, pero no logé obtener una copia y ni siquiera detalles ais- lados del Convenio. A punto de terminar mis vacaciones, el señor Montes de Oca nos invitó a desayunar en Samborn's al Lic. don Luis Cabrera y a mi. De todo se habló menos del Convenio recientemente firmado y todavía no dado a cono- cer. Quise aprovechar la ocasión para exponer mis ideas a ese

respecto, comenzando con la de inoportunidad, ante la gravísima crisis económica que estaba asolando a México y al mundo entero. Como mi interlocutor me cortó casi la palabra replicándome que el Comité Internacional de Banqueros es- taba perdiendo prestigio y corría el riesgo de desbandarse por culpa dc nuestra demora en reanudar los pagos, me pareció que tan ingenuo argumento sólo podía esgrimirse con el pro- pósito de hacerme comprender su voluntad de no escuchar- me y cambié prudentemente el tema de la conversación.

Sali dc México para volver a mi puesto de París y a los dos días fue aprobado el Convenio "Montes de Oca-Lamont" en Consejo de Ministros y ratificado por el Presidente Ortiz Ru- bio, quien, además, felicitó al Secretario de Hacienda por tan satisfactoria solución de un problema de tamaña trascenden- cia. Al pasar por New York, el señor Lamont me facilitó de modo confidencial -puesto que no había sido aún publica- do por el Gobierno- un ejcmplar del Convenio, que leí y dosé a bordo del trasatiántico "Bremen" durante mi travesía hacia Cherbourg.

Tan pronto como llegué a París - e l 25 de agosto- remití al Gobierno un largo Memorándum con mis observaciones sobre el Convenio, para que, siendo contrarias al parecer ofi- cial, fueran al menos conocidas antes de pedir al Congreso que ratificara o que el Secretario de Hacienda acababa de pactar en New York.

Desde luego, sin responder a una necesidad internacional como en el caso del Convenio "Lamont-De la Huerta"; en creciente estado deficitario de la Hacienda Pública y sin espe- ranza 3 1 p a de restablecimiento del equiiibrio presupuestal y en plena crisis económica interna, agravada por las inevitables re- percusiones de la crisis mundial -ni siquiera en declinacibn, sino en franco desarrollo- la reanudación del servicio de la Deuda Exterior obligaría a extraer de las Cajas dcl Gobierno

y de la Cía. de los Ferrocarriies Nacionales de México, S. A,, fuertes sumas de dinero destinadas fatalmente a emigrar.

Respecto de los acreedores extranjeros -pues no preocu- paban los nacionales cuyo dinero al menos podía quedar den- tro del país- el Gobierno sustentaba una doctrina estrafala- ria que posteriormente fue expuesta en un banquete por el Secretario de Hacienda y aplaudida por otros miembros del Gabinete Presidencial y por algunos Diputados y Senadores. Se afirmaba que la época más amenazante de una grave crisis económica, es decir, la de mayor penuria para el Estado, era la más propicia para pagar la Deuda Exterior,

Además, el Convenio negociado y firmado por el Secreta- rio Montes de Oca, aprobado por el Consejo de Ministros y ratificado por el Presidente Ortiz Rubio era a todas luces in- admisible desde el punto de vista mexicano. Adolecía de dos defectos capitales: el reconocimiento del valor nominal de Los bonos y la obligación de pagarlos en dólares.

Para poner de relieve el primer defecto me bastó comparar los valores comercial y nominal de los bonos representativos de la Deuda. Durante mucho tiempo, desde la suspensión de pagos de 1914, la especulación había venido abatiendo los precios de esos bonos hasta envilecerlos: se cotizaban a unos cuantos centavos por peso y algunas cotizaciones no llega- ban ni a un centavo. Adoptando, para calcular el valor comer- cial de los bonos incluidos en el Convenio, los más altos pre- cios de venta, mayores que los de compra, a que circulaban en el mercado de Nueva York en el mes sigutente al de la firma del Convenio, esto es, después de haber prometido el Secretario de Hacienda de México que se procedería a redi- mirlos a su valor nominal, resultaba la cantidad de $77.745,374.00 como estimación máxima del valor real de tales bonos. Ahora bien, para ampliar hasta cuarenta y cinco años todos los plazos de amomzación y unificar en cinco por

ciento anual los intereses de todos los bonos, éstos se canjea- rían, según el Convenio "Montes de Oca-Lamont", por los de una nueva emisión con valor de $ 534,986,500.00, es decir, de cerca de siete veces mayor que el valor comercial de los bonos circulantes.

Dato curioso e ilustrativo: el desembolso total necesario para redimir en las condiciones convenidas los bonos nueva- mente emitidos, subiría a la fabulosa suma de $1,311.490,000.00, cifra que casi equivale a diecisiete veces la que expresaba el valor comercial de los mismos bonos.

Por vía también de curiosidad ilustrativa del defecto que quería señalar, consigné el hecho de que el sólo importe de las tres primeras anualidades excedía del valor comercial de los bonos. El Convenio "Montes de Oca-Lamont" pondría, pues, al Gobierno en el caso de saldar su adeudo y quedar todavía obligado a satisfacer las restantes cuarenta y dos anua- lidades de $ 30.000.000.00 cada una.

Evidencié el segundo de los dos defectos más salientes del Conveni* el de haber pactado todos los pagos en moneda americana- con la consideración de que sólo el anuncio de los pasos encaminados a la ejecución del Convenio sena sufi- ciente para perturbar el tipo de cambio desfavorablemente a l peso e inflar los referidos pagos. Estos, en efecto, si el Conve- nio hubiere sido ratificado por el Congreso y cumplido, habrían montado hasta $ 90.000,000.00 y actualmente serían, al tipo de $ 4.85 por dólar, de $ 72.750,000.00 anuales.

Nadie se quería dar cuenta de los defectos que denunciaba mi Memorándum. En el mismo documento me permiti también deshacer la única ventaja aparente del Convenio: una supuesta condonación de casi cuatrocientos d o n e s de pesos de intere- ses atrasados, como consecuencia de la redención de los títulos

'Al tipoactualde $8.65 por un dólar, cl pagoanual subiría a$129.750,000.00.

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respectivos con sólo veintitantos millones. Para reducir esta ope- ración a sus dunensiones financieras reales, calculé el valor co- mercial de dichos títulos y éste ni siquiera llegaba a la mitad de la suma de dinero destinada a tal redención. Sin embargo, la prensa local seguía refiriéndose cada vez más diárámbicamente a la cuan- tiosa condonación lograda por la habilidad del negociador mexi- cano y el Gobierno mantenía inexplicablemente su obcecado propósito de obtener la ratificación congresional del Convenio para ponerlo en ejecución. A cada acto o dedaración del Presi- dente de la República o del Secretario de Hacienda con tenden- cia a ese fin, escribía yo al primero de dichos funcionarios una carta que aportaba más argumentos contra el Convenio y más pronósticos fatídicos para el país.

Desgraciadamente mis pronósticos se cumplían. Me escri- bió de México a principios de 1931 mi amigo el Ing. don Lo- renzo Hernández, Tesorero General de la Nación: "... Las gráficas de las fluctuaciones del valor de la moneda parecen las del sismógrafo cuando registra un temblor del sexto grado, como el que hace poco nos sacudió en esta ciudad ..." Por la misma época, la Secretaría de Hacienda anunciaba un corte presupuesta1 de cuarenta o cincuenta millones de pesos para hacer frente a la alarmante disminución de las rentas públi- cas. Llegó al colmo en este respecto la Convocatoria del Eje- cutivo para un período extraordinario de sesiones con el ob- jeto, según "El Uniuersaí" del 18 de abril de 1931, de discutir y en su caso aprobar, entre otras, dos iniciativas antitéúcas e incompatibles: las relativas al Convenio de reanudación del servido de la Deuda Exterior y las medidas necesarias para contrarrestar la considerable disminución de los ingresos.

Así, pues, empeoraban las situaciones de la economía del país y del Erario Federal y nuestro peso continuaba bailando y depreciándose en los mercados internacionales, y el Go- bierno, admitiendo todo eso, se aferraba en su catastrófica

obcecación. Para no seguir predicando en desierto suspendí mi correspondencia con el Presidente. Le escribí la última vez el 15 de mayo sobre la absurda Convocatoria menciona- da. Las páginas 126 a 144 de "Tres Monograafí" condensan los contenidos de mi Memorándum del 25 de agosto de 1930 y de las cartas complementarias con que estuve sosteniendo durante casi nueve meses y desde mi puesto diplomático de París una patriótica campaña, sin resultados positivos inme- diatos, contra el Convenio "Montes de Oca-Lamont".

Mi hija tenia grandes deseos de hacer un viaje a Espatia. Le ofrecí satisfacérselos a condición de que escribiera un libro. Se puso a trabajar y dos meses después me entregó el original cn francés -idioma que conocía tan bien como el propic-. de "Tiko, Memoriei &n chien de kttres". Tuvo la ingeniosa y sud ocu- rrencia de escribir la biografía de su inteligente perro shoq dicta- da por él mismo. Su libro mereció un laudatorio prólogo de lz célebre escritora m a n a h e . Hélene Vacaresco que termina- ba pronosticando el ingreso dc Eku a la Academia de la Lengua.

El costo del viaje de mi hija estuvo lejos de compensar la satisfacci6n que me procurcí con su libro y que valía infinita- mente más.

Estando ella en Madrid fui nombrado Embajador en Espa- ña. Cuando, después de algunos meses de esta misión diplo- mática, volví con mi familia a México, la autora de "Tiko" hizo la versión española de su libro, que fue editada con co- mentarios muy honrosos de los distinguidos escritores mexi- canos don Alfonso Reyes y don Francisco de Montarde. Me doy el placer de reproducir los conceptos finales de estos co- mentaristas.

De uno de ellos:

...' 'Juzgando por los síntomas que tiene el animal," como en El Key que rabió, la autora deja al perro en su función hu-

milde y orgullosa de perro, sin querer deletrearlo al revés, ha- ciendo, según el chiste de Chesterton, del dog un god. Pero hay una ansia de humanización en los ojos con que nos con- templa el gracioso Tiko, y su lenguaje universal de ladridos es ya una manera de decimos algo. Seductores son los esfuerzos para recorrer la frontera liminar de la bestia al hombre."

"También es lenguaje universal el francés en que está escri- to el libro. Pero yo formulo elvoto, y me autorizo con el claro ejemplo de Victoria Ocampo, de que la autora -a quien van mis dos manos- se traslade prontamente a nuestra lengua, antes de que cuajen de todo sus hábitos de expresión literaria. De otra suerte, nos quitaría, en cierto modo, el don que nos trae."

A-fonso Reyes.

Y del otro:

....." Todos los aciertos del libro de este chien de Lettres, se deben a la buena elección de colaboradora. Eiia supo esquivar con talento el peligro de hacer un volumen de memorias que resultara muy ingenuo para un hombre o de una gravedad excesiva para Tiko. Lo salvó -recurso hábil- ese modo de hacer previamente concesiones irónicas a la inteligencia de aquél, sin que llegara a sentirse demasiado la superiori- dad de Tiko, aunque él se h d e seguro de que existe."

"Excelente colaboradora que depura la experiencia ajena y afila su penetrante observación personal, para trasladarla, fina, imperceptiblemente, al animal predilecto, hasta identificarse con el punto de vista -imagmari- del narrador, Tiko "pe- rro letrado, amigo y colega."

Francisco Monterde.

Las transcripciones anteriores me dispensan de un juicio acusador de mi ignorancia en materia literaria y seguramente contaminado de o&/o paterna/.

Caído el régimen monárquico en España y substituido por el republicano, su representación diplomática en México y la de este país en aquél fueron elevadas a la categoría de Emba- jada. A fines de junio o principios de julio de 1931 me tele- grafió gentiimente el Gral. Caiies preguntándome si deseaba ser el primer Embajador mexicano en Madrid. Contesté agra- deciendo tamaña distinción -la máxima que el Gobierno po- día entonces dispensar- y aceptándola. A los pocos días me favoreció un telegrama del Presidente Ortiz Rubio comuni- cándome el nombramiento y el envío de las respectivas car- tas credenciales.

Esperé esos documentos en Madrid. Apenas recibidos, pro- cedía a gestionar lo necesario para su entrega al Presidente don Niceto Alcalá Zamora. En la ceremonia de presentación de credenciales que, con la solemnidad de estiio, tuvo lugar el 22 de julio, estaba él acompañado de todo su Gabinete. Pro- nuncié estas palabras: Señor Presidente:

Es para mi motivo de alta honra y ocasión de justificado orgullo el haber sido designado por mi Gobierno como el pri- mer Embajador Extraordinario y Plenipotenciario ante el Gobierno de la naciente República Española. Las palabras, que han venido gastándose de tanto ser repetidas en las acos- tumbradas fórmulas protocolarias del convencionalismo di- plomático, recobran su fuerza original en esta ceremonia, por- que la elevación de nuestras respectivas Legaciones al rango dr Embajada -como efecto casi inmediato, en el campo in- ternacional, de la presente transformación poiítica y social de España- tiene un significado que traspasa los limites de un simple acto de cortesía o conveniencia entre dos paises ami- gos para marcar bellos augurios de solidaridad racial y, por tanto, de incremento de civilización.

Debido a la inmensa extensión geográfica de la Monarquía española de los Siglos XVI a XVIII; a su inconmovible nú- cleo gubernamental, robustecido a través de los Siglos por las glorias de la Reconquista, de la unidad nacional y relyosa, del descubrimiento de América y de la consiguiente expan- sión imperialista; a las grandes distancias que separaban la Metrópoli europea de sus colonia americanas y a las dificulta- des de comunicación entre éstas, sólo era posible, biológicamente, que la evolución de tan dilatado organismq poiítico hacia el régimen republicano se realizara de la perife- ria el centro. Este proceso evolutivo, que inició América en los albores del Siglo XIX con las luchas democráticas que desmembraron el imperio colonial, diferenciándolo en diver- sas repúblicas independientes y soberanas, culmina ahora con el advenimiento de la República Española, tras una magnifi- ca explosión de civismo, que ha repercutido en el corazón de los pueblos iberoamericanos -unidades de una misma civili- zación- como el eco secular de sus propias luchas y pregón de una deslumbrante perspectiva de solidaridad racial.

La "Nueva España" de ayer que, republicanizada, ha senti- do intensamente el imperativo de la justicia social y el espiri- tu de la raza -actuando ambas fuerzas en la organización de la vida nacional mexicana como causas de violentas, doloro- sas y a menudo calumniadas vicisitudes, e impulsos de gran- des esperanzas -saluda a la Nueva España de hoy, no sólo con la emoción mística de los recuerdos, sino también -y sobre todo- con la simpatía que le inspira su presente simi- litud de aspiraciones políticas y sociales y el entusiasmo de la posibilidad de una cooperación efectiva entre las nuevas de- mocracias de la Península y las naciones jóvenes de América, agrupadas en fraternal anfictionía ante el futuro Templo de la Paz para resolver, en forma civilizada, todos sus problemas internacionales.

N poner en vuestras manos, con la carta de retiro de mi predecesor, la que acredita mi calidad de Embajador Extraor- dinario y Plenipotenciario de los Estados Unidos Mexicanos ante el Gobierno de la República Española, me es grato trans- mitir a Vuestra Excelencia los votos que formula el señor Presidente de mi país por vuestra ventura personal y el men- saje de entusiasta simpatía y renovada amistad que, en estos trascendentales momentos para el porvenir de los pueblos de abolengo ibero, envía México a España.

El Presidente me contestó: A la satisfacción intensa que hubo de producirme el acor-

dar no hacer mucho tiempo el Decreto elevando al rango de Embajada la representación diplomática de España en Méxi- co, se suma hoy la de recibir de vuestras manos las cartas credenciales que os acreditan como el primer Embajador Extraordinario de la República de los Estados Unidos Meji- canos. Esta iniciativa --de la que tan acertadamente habéis dicho que traspasaba los límites de un simple acto de cortesía o conveniencia entre dos países amigos para marcar bellos augurios de solidaridad racial y, por tanto, de incremento de civilización -ya es una realidad. A los Gobiernos de los dos países y a los hombres encargados de representarlos incumbe ahora poner en obra lo mejor de su esfuerzo para que esos augurios vayan convirtiéndose en hechos positivos y prácu- cos. Pensad que muchas dc las dificultades que constituyen un obstáculo para la perfecta inteligencia de los pueblos no existen entre nosotros, y pensad también que a los vínculos que unían a nuestras dos naciones se añaden ahora la simili- tud de la forma de gobierno y la de muchas de sus aspiracio- nes políticas y sociales.

¡Que bella y dilatada obras nos aguarda, tanto en provecho de nuestros intereses directos y recíprocos como en beneficio de los de la Humanidad en general!

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Podéis estar seguro de que el Gobierno de España ha de esforzarse en procurar y conseguir que las relaciones entre nuestros dos pueblos sean cada día más cordiales, frecuentes y fecundas en el acrecentamiento de sus sentimientos de amis- tad recíproca, y en cuanto a esos nobles propósitos de frater- nal anfictionía a que habéis aludido, no ha de desperdiciar tampoco ocasión para colaborar con el mayor empeño en su logro, aprovechando las oportunidades de nuestras relacio- nes amistosas y las que puedan brindarle organizaciones in- ternacionales como la de Ginebra, en la que todos, y España con más afán que nadie, debemos desear el ingreso de la Re- pública mejicana, en las condiciones de plena dignidad a que le dan derecho su personalidad y su historia.

Os ruego, señor Embajador, seáis intérprete cerca del Pre- sidente de vuestro país de mi sincero agradecimiento por los sentimientos que en su nombre me habéis expresado. Tam- bién me permito encargaros transmitáis al pueblo mejicano el saludo, lleno de afecto y simpatia, de España. Yo os deseo, señor Embajador, una grata estancia en tierra española y un continuo acierto en vuestra gestión.

La prensa española -a pesar de tener concentrada su aten- ción en sucesos de palpitante actualidad nacional- recogió y comentó con manifiesto interés esos discursos, contraria- mente a lo que pasa con piezas protocolarias de tal índole, subrayando la importancia y el alcance de la nueva onenta- ción marcada a la política internacional iberoamericana. El Presidente Alcalá Zamora confirmó esa orientación, seis días después, en su discurso ante las Cortes Constituyentes al re- signar los poderes del Gobierno Provisional por él presidido y que en la parte relativa decía: ".....De suerte que hemos sabi- do tener una política exterior y por primera vez (me atrevo a decirlo) una política americana que se salga de la solución

verbalista y vaya a la realidad, dándoles a los pueblos del otro lado del Atlántico la sensación, no de una supremacía que pretendiera sujetarlos con el yugo de una institución que ellos habían sacudido, y si la semejanza de ideario, de fórmulas políticas y de estructura social que permitiera en una confra- ternidad igual convivir, sin que hubiera más diferencias que aquella veneración que en ellos sc mantiene y aquel amor que en nosotros es natural ...."

Había llegado solo a Madrid, alojándome provisionalmente en el Paiace Hotel. Aparte, pues, de las ocupaciones protoco- larias de mi nuevo puesto ciiplomático y de la que yo mismo me impuse de concurrir a las diarias sesiones de las Cortes para presenciar los torneos de sabiduría y elocuencia que cris- talizaron en la Constitución de la República Española, me tuve que ocupar en buscar una casa adecuada para alojarme definitivamente con mi familia e instalar las oficinas de la Cancillena. Encontré disponible la magnífica residencia del Marqués de Triano, situada en la Calle de los Hermanos Bécquer, cerca del Pasco de La Castellana, porque su dueño acababa de radicarse e11 Bilbao. La alquilf. Con las pequeñas obras que emprendí en la parte destinada a oficinas, la citada residencia iienó todos los requisitos del caso.

I'ude continuar en Madrid -que es centro de arte de pri- mero orden- mis actividades de esparcimiento artístico y dc Coleccionador de pinturas. Agregué tres primitivos a mi Co- lección: uno de Berruguete, otro de Baco Jaime, llamado Jacomert y otro de un Maestro de Castilla del Siglo XV.

Aparte de la satisfacción de palpar, desde los primeros mo- mentos de mi estancia en Madrid, la simpatía del pueblo es- pañol hacia todo lo mcxicano, con el recuerdo de nuestro Congreso y las frescas impresiones del Parlamento francés, me sorprendieron, también gratamente, las reservas de compe- tencia y de moralidad que me pareció percibir en las Cortes

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Constituyentes de España: ocupaban sus escaños los más al- tos valores de la intelectualidad republicana, por más que al- gunos no dejaran de manifestar su descontento por la posible realidad, muchas veces alejada de lo que ellos teóricamente se habían forjado. Me fue asimismo muy grato oír que repeti- das veces se mencionara con elogio nuestra Constitución de 1917.

Pero en la sociedad seguían imperando las viejas familias linajudas. El Gobierno, a causa de su orígen plebiscitario y del modo de constituirse por la sola incrustación de algunos elementos republicanos en la secular máquina administrativa del régimen monárquico, me traía a la memoria nuestro infor- tunado Gobierno maderista. España quedó debiendo después de la huida de Su Majestad don Alfonso XIII, como México después del Pacto de Ciudad Juárez -toute proportion gardée- el precio en sangre, riqueza y sufrimientos del cam- bio político perseguido, pero como era mayor la brusquedad de este cambio en el caso de España que en el de México dicho precio subió hasta el punto de no poder ser todavía acabado de pagar .... Mas no marchemos tan de prisa y, sobre todo, no nos salgamos del estrecho marco de estos "Apuntes", en el que apenas cabe el comienzo romántico de lo que des- pués fue la malograda República española, que derribaron, como al Gobierno maderista de México, las fuerzas reacciona- rias y la complicidad extranjera: en el caso de aquélla, con las tropas italianas y alemanas y en el de éste, con las intrigas y maquinaciones de Embajador americano y otros diplomáticos.

Mientras tanto, en México la declinación de los ingresos del Gobierno se verificaba de modo continuo y acelerado. No íueron suficientes para corregir el desequilibrio presupuesta! la enorme reducción de los egresos -los ejercidos en 1931 fueron cerca de setenta millones de pesos menores que los

autorizados originalmente- ni la imposición de nuevas u r - gas fiscales. En este último terreno se llegó a extremos desesperados e increíbles: recuerdo, en efecto, la contribu- ción extraordinaria del 1% con que fueron gravados los ingresos brutos producidos en el curso del año anterior por el ejercicio del comercio, de la industria y de la agricultura y por la inversión de capitales. Esta gabela, injusta, absurda y retroactiva fue más bien un atraco

La depresión de las rentas federales era una de las conse- cuencias del creciente desarrollo de la crisis económica. Esta se exteriorizaba también en manifestaciones tan nocivas como la astringencia del crédito y la depreciación de la moneda de plata -que formaba la parte preponderante del stock mone- tario- frentc a la moneda de oro, que era tesauritada o ex- portada y en efectos tan deplorables como la rápida paraliza- ción de la industria y el comercio, que, consigwentemente, abatía la tasa de los salarios, aumentaba el número de des- ocupados y extendía la miseria, intensificándola. Semejante situación fue considerablemente agravada por la Ley Mone- taria de 25 de julio de 1931.

La primera noticia que recibí de dicha Ley fue la de que había sido iniciada por el Secretario de Hacienda bautizándo- la con el nombre de "Plan Calles" -probablemente no svlo con el propósito adulatorio, sino también político: el de ma- tar, antes de que nacieran, las resistencias que pudieran oponérsele- aprobada aclamatoriamente por el Congreso a 10s inconcebibles gritos de jviva la plata! y jmuera el oro! y promudgada por el Ejecutivo. No dejó de desconcentrarme el extracto de la Ley comunicado en circular telegráfica por la Cancillería a todas las misiones diplomáticas y agendas con- sulares. El primer ejemplar del texto íntegro de la Ley que Uegó a mis manos, por cierto, con bastante retardo -hasta fines de agosto- me llenó de alarma. Me pareció que aca-

rreana desastrosas consecuencias al país. Vacié la impresión que me causó la lectura de la Ley en una carta que, por su- puesto, no mandé al Presidente -recordando la inutilidad de mis comunicaciones a él dirigidas sobre el Convenio "Montes de Oca-Larnontu- sino al Gral. Caiies, quien, por lo demás, aparecía como el autor o, al menos, el patrocinador del des- aguisado.

Eran tres las ideas medulares de la Reforma Monetaria de 1931, a saber:

desmonetizar el oro y permitir su libre exportación; hacer del peso-plata la unidad del sistema, dotándolo de

poder liberatorio ilimitado para un valor equivalente al de setenta y cinco centigramos de oro puro, bastante más alto que el intrinseco y sin más garantia que la incumplible pro- mesa del Gobierno -o cumplible a las calendas griegas- de llegar a constitair una reserva metálica capaz de asegurar di- cho valor monetario, principalmente, con indeterminadas y remotas asignaciones presupuestales futuras y

prohibir las acuñaciones ulteriores de pesos-plata, iimitan- do la cantidad de las monedas metálicas circulantes a la exis- tente en momentos de la Reforma, que valía algo más de dos- cientos millones de pesos.

Es increiole que el Secretario de Hacienda que dirigió la factura de la Ley que contenía las citadas ideas medulares y los autores técnicos de la misma hayan pensado que de eiia podía y debía surgir un sistema depatrón de oro con monedas circu- lantes deplata. Afirmaba, ciertamente, la Exposición de Mo- tivos de la Ley que se tenía el propósito de conservar el patrón de oro -que, por lo demás, regía defectuosamente desde 1918- dándole la modalidad indicada. No es otro el significado de su artículo primero, que fijaba a la unidad monetaria una equivalencia en oro. En este respecto estuvo

más acertado el vulgo -comprendidos bajo tal donominación no sólo el público en general sino también los periodistas que clogiaron la Ley, los miembros del Con- greso que la aclamaron y el Presidente de la República que la promulgó -no viendo en ella más que un medio como otro cualquiera de abandonar el patrón de oro. Aunque el Director del Banco de México se colocó en ese terreno, lo hizo desbarrar su prurito de alabanzas al llamado "Plan Ca- lles" y lanzó la especie, que acogió y propagó la prensa, de que Inglaterra y las naciones cuyas monedas eran satélites de la libra esterlina, al abandonar menos de dos meses des- pués el patrón de oro, no hacían más que seguir el ejemplo que México acababa de ponerles. Si cabe alguna compara- ción entre los dos casos es precisamente para marcar estc contraste: mientras que cn dichas naciones se abandonaba el patrón de oro para defender y usar mejor sus reservas de oro, nuestros formadores pretendían conservar el patrón de oro facilitando y aún fomentando la fuga en masa del poco oro que quedaba en el país.

La Ley que realizó la Reforma Monetaria de 1931 no podía engendrar, como lo anuncié en mi carta al ex-Presidente Cdes, más que la circu/aciónlidttciarioónduano delpeso$lata. El único valladar de un sistema semejante contra la depreciación de la unidad monetaria hacia su valor real está en la confianza ca- paz de inspirar la entidad emisora responsable. Ahora bien, esta entidad era un Gobierno que en su rápida carrera al desprestigio ni siquiera se había detenido en el punto co- rrespondiente a la pérdida total de la confianza y seguía su ininterrumpida y precipitada marcha por la zona imaginaria de las cantidades negativas, que sólo expresaban desconfian- za. A propósito de este lamentable hecho, me permití exhor- tar al ex-Presidente, en la carta que le escribí sobre el "Plan Calles", para que dejara las barnbalinas y saliera francamente

al escenario público asumiendo la responsabilidad de su man- do, sujeto a torcerse y desvirtuarse ejercido a través de un Presidente a quien ya nadie respetaba ni obedecía. Ni ejerci- da directamente su autoridad sobre los Secretarios, pero de modo oculto, era segura una perfecta coordinación de todas las actividades gubernamentales.

El Banco de México, por otro lado, al persistir en su equi- vocada actitud de competidor privilegiado de los Bancos pri- vados, mantenía cerrados los canales del redescuento y se incapacitaba para mejorar la rígida circulación metálica -más enrarecida por una desenfrenada tesaurización- con el derrame bienechor de sus biüetes. Además, cuantiosas ope- raciones de favor contrarias a su ley constitutiva, a las prácti- cas bancarias y a su conveniencia congelaban a gran prisa la cartera del mismo Banco.

La incapacidad del citado órgano emisor de biüetes y las absurdas limitaciones al stock monetario impuestas por el "Plan Calles" se resolvieron en una aguda deflación que em- peoró la situación económica, a s f ~ a n d o catastróficamente al país. Se cumplían, pues, los fatídicos presagios de mi arta

al ex-Presidente Caües. Comenté más dedadamente esa carta en las p á g m 146 y 156 de "Tres Monogrqkr", reproduciéndola par- cialmente y condensando las partes no transcritas

Las manifestaciones fiscal y monetaria de la crisis econó- mica, exacerbada por el "Plan Calles" y la marcha equivoca- da y ruinosa del Banco de México, S. A,, se reve!aron en el enorme déficit de 1931 y en una depreciación tal del peso- plata que elevó hasta cifras fabulosas las rninistraciones, pac- tadas en dólares, que demandana la reanudación del servicio de la Deuda Exterior. Tales efectos fueron los que por fin llevaron al Gobierno a desistir de su obcecación, obligándolo a decretar en enero de 1932 la suspensión indefinida del Con- venio "Montes de Oca-Lamont." Esto, por lo demás, no se

hizo sino después de que una crisis política, que nada tenia que ver con los acontecimientos que vengo relatando, había sacado al Secretario de Hacienda, con otros de sus colegas, del Gabinete Presidencial.

El Gobierno español, por aquel entonces, se sirvió conce- derme la Gran Cruz de Isabel la Católica, como el Gobierno francés, poco antes de que terminara mi primera misión di- plomática en París, me había otorgado la condecoración de Comendador de la Legión de Honor y posteriormente la de Gran Oficial.

A propósito de esas distinciones recuerdo que siendo yo Secretario de Relaciones Exteriores en el Gabinete del Presi- dente Obregón recibí la Cruz de la Orden de "El Mérito" de Chile y estas Grandes Cruces: la de Royacá, en grado extraor- dinario, de Colombia; la de "El Sol", de Peni; la de "La Espi- ga de Oro", de China; la de "El Son Naciente", del Japón; la de "La Corona de Italia" y la de "Leopoldo", de Bélgica.

No se proyecta sobre ese recuerdo la más ligera sombra de presunción. Sólo lo anoto como dato histórico de las veces en que algunos Gobiernos extranjeros quisieron honrar a Mtxico en mi persona. Generalmente no se otorgan las con- decoraciones por méritos personales; proceden de oportuni- dades en que no es ajena la casualidad. En ninguna selección humana, como tratándose de tales homenajes, es tan cierto aquello de que "ni son todos los que están, ni están todos los que son".

Vacante la Cartera de Hacienda y Crédito Público, el Gral. CaUes se sirvió telegrafiarmc preguntándome si acceden4 a encargarme nuevamente de ella. En vista de mi carta anterior y teniendo noticias sobre las difíciles condiciones por quc atravesaban el Gobierno y el país, no me consideré con el

derecho de rehusar y contesté afirmativamente. A los pocos días el Presidente Ortíz Rubio me comunicó, también telegráficamente, que me había nombrado para suceder al señor Montes de Oca. Regresé, pues, a México y tomé pose- sión de la Secretaria, por segunda vez, el 14 de febrero de 1932.

Mis juicios sobre el Ing. Ortiz Rubio, como Presidente Electo, y mis pronósticos sobre su probable actuación gubernamen- tal, por desgracia cumplidos según he relatado en párrafos anteriores, así como el reconocimiento de los hechos que con- signa ahora este relato -para ser verídico, tuvo que resultarle desfavorable- eran independientes de mi vieja amistad ha- cia él, que se conservaba inalterable desde que fuimos estu- diantes en la Escuela Nacional de Ingenieros. Por eso mismo era en extremo delicada y difícil mi tarea en su Gabinete: servir al país lo mejor posible - e s t o ante todo y sobre todo- y, animado del sincero propósito de contribuir a mejorar la posición de mi amigo, subordinada a la autoridad del Jefe Máximo de la Revolución, no desconocer que a éste era debi- do mi nombramiento y que en él -y no en el Presidente- radicaba la energía en que necesitaba apoyarse mi futura la- bor, para poder ser fructuosa. Sin el ex -Presidente Cailes detrás, ejerciendo el mando supremo del régimen, seguramente yo no habna admitido encargarme de la Secretaría de Ha- cienda. Por fortuna para mí, el Ing. Ortiz Rubio reconocía y aceptaba su estado de subordinación. Siempre que se le pro- ponía un Acuerdo trascendental, antes de aprobarlo pregun- taba:

-¿Consultó ya al Gral. Cailes?

El problema por resolver había sido creado en los cinco años que duró la labor hacendana de mi sucesor en 1927 y antecesor en 1932, desviándola en todos sus sectores de las orientaciones marcadas por el programa que formulé e im- planté en 1924 y desarrollé durante el trienio 1924-1926 y

que he llamado -repito- del Nuevo R é p e n porque, me- diante la distribución equitativa de las cargas fiscales y la de- mocratización del crkdito, tendía a la redención económica del proletariado. Además, exacerbó los efectos del abandono de este programa en todo un quinquenio la asfxiante deflación que desencadenó en el país la Reforma Monetaria de 1931. Había, pues, que reanudar el programa hacendario abando- nado, comenzando por corregir la deflación.

Para obrar con mayores probabilidades de acierto, quise conocer previamente opiniones extrañas autorizadas. Esta fue mi ocupa- ción en los p h e r o s días de Secretario de Hacienda. Convoqué a técnicos, banqueros y hombres de negocios y platiqué con ellos. Esta exploración me enseñó algo curioso que no esperaba: unos, a pesar de que lamentaban el sufrimiento general y pan5cipaban el él, persisúan en sus ideas deflacionistas y otros, al contratio, abo- gaban por las inflacionistas. Las opiniones consultadas sólo cono- cían esos dos campos. Hui de todas elias y enuncié la cuestión diciendo que consistía, precisamente, en sacar al país de la deflación, pero sin lanzarlo al exuemo opuesto de la inflación.

En la Ley o Reforma Monetaria de 1932 que inició la reali- zación de esa fórmula colaboraron los Licenciados don hfa- nuel Gómez Monn y don Fernando dc la Fuente. Es claro que un Secretario de Hacienda recién desembarcado no po- día ni debía, por decoro del Gobierno, derogar de modo ex- preso el "Plan Calles", que casi acababa de aclamar el Con- greso y de promulgar el Presidente de la República; pero si lo modificó en forma que superó a su simple derogación puesto que lo orientó en el sentido diametralmente opuesto.

Suscitaron muchas discusiones, en el curso de la elabora- ción de esa Ley, las diferencias de criterio del Lic. Gómez Morín. Sostenía él la conveniencia de atacar integralmente el problema general, es decir, de resolver de modo simultáneo y no sucesivo las diversas cuestiones en que tal problema po- día descomponerse, aunque para ello hubiera que esperar al-

gún tiempo. Yo, al revés, creía necesaria una acción inmedia- ta, aunque fuera parcial, comenzando con la solución de la más imperiosa de las citadas cuestiones. Además, él censura- ba la reanudación de las acuñaciones de plata y, sobre todo, que fuera autorizada la Secretaría de Hacienda para hacer directamente la que se había prescrito, siendo esa una facul- tad privativa del Banco de México. Con la prescripción relati- va de la Ley yo perseguía, más que la ampliación requerida del stock monetario -la capacidad de la Casa de Moneda apenas llegaba a cinco millones de pesos mensuales- una expresión espectacular de mi propósito de seguir un rumbo opuesto al de la Reforma deflacionista de 1931 y me empeñé en que por esa sola vez no se dejara al Banco de México ejer- cer su facultad de acuñación porque justificadamente consi- deraba a su Consejo de Administración inoculado de deflacionismo. Finalmente, el Lic. Gómez Morín vació, con la sinceridad de sus convicciones y la f m e z a de su pamotis- mo, los esuúpulos y temores que le inspiraban mis planes deflacionistas en un extenso MEMOFL~NDUM que me entregó en la mañana del 8 de marzo.

Decía así elMemorándum: "1.- He procurado despojarme hoy de todo perjuicio nacido de mi parti- cipación en la Ley Monetaria y entender las razones que justifiquen, como medidainmediata de un programa, no sólo el restituir al Banco de México sus facultades de acuñar, sino de ordenar desde luego una acuñación directa por el Estado; pero ahora, a solas, al volver a casa, analizo de nuevo la situación, pienso en los elementos que han de intervenir para resolverla y veo con dandad mayor la debilidad de los argumentos en que la nueva Ley se funda y la gravedad de la amenaza que para el País constituyen medidas -como la acuñación inmediata- que si no peligrosas cuando sean adoptadas oportunamente, una vez que se tenga la certeza del saneamiento funcional de nuestro sistema de uédito y de su capacidad de cooperación y cuando se establezca un sentimiento de confianza quela especulación ha contribuido últúnamente a desmedrar, pueden ser el principio de un incontenible desli- zamiento hacia los males gravísimos de la inflación, si se llevan a cabo aisla- damente o como paso inicial o previo de un programa".

Confieso que la lectura de dicho MEMORANDCM me descon- certó y que necesité toda la fuerza de mis convicciones y de mi carácter para no vacilar ante su brillante contenido, el alto nivel intelectual y moral de su autor y el afecto que yo le profesaba. Llamé al director del Departamento de Crédito Dr. don Une1 Namrro. Ixego que se hubo enterado del Memo- rándum inquirió con cierta curiosidad mi resolución. Le dije:

Acuñación por el Estado " 2 . Comprendo bien y, aun cuando no creo en la opormnidad de comenzar por ella, reconozco lanecesidad de una disposición que restimya alBanco de hlixico su facultad de acuñar para s u p h las insuficiencias desiock metálico: no entiendo, en cambio, por que, aun suponiendo necesaria una acuñación inmediata, talacuñación deba ser hecha por el Estado -no por el Banco. Si la forma o la aplicacion de la acuñación inmediata fuesen distintas de la forma y de h aplicación que puede trner una acuñación hecha por el Banco; si el Estado, con un excedente de sus propios recursos, tuviera que suplir los recursos deficientes del Banco para pagar la acuñación; si, siquiera, el Estado fuera a obtener un provech<i presupuesta1 de la acuñación, entendena mejor el por qué de tal acuñación. Pero si el proyecto mismo de Ley da a csta acuñación hecha por el Estado exactamente la misma aplicación que tendrían las acuñadones que elBanco haga, no hay ratón aiguna aparente para romper con el principio básico queauibuye facultades privativas monetarias al Banco de México. Indudablemente que csta falta de visible motivación, despertará la suspicacia del hombre de la calie y le parecerá un seguro indicio de que la medida se inspira en designios distintos de los declarados". Ncccsidad de Acuñación "3.- Pongo en duda la necesidad de una acuñación inmediata, aún cuando conozco la extensión del proceso acmd de ocultación y atesoramiento, por- que sé bien que el trabajo adecuado del Banco de México y la reanudación debida de las operaciones de crédito, permitiránintroducir luego enla circu- lación, además de una fuerte suma de bietes por redescuento, una conside- rable cantidad adicional de moneda metáljca en operaciones directas de los bancos, sumando entre ambas cantidades un importe igual, si no mayor, que el que puede tener la mas audaz acuñación en estos momentos y con la ventaja adicional de que esta cantidad dc moneda se introducirá al mercado sin riesgo alguno de precipitar una baja, con estricto apego al régimen técnico adoptado y con una serie de ventajas que en ningún caso puede ofrecer la acuñación, ya que ésta, sobre todo si es hecha directamente por elEstado, no

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-Con el fin de no dar tiempo a que nazcan nuevas rrsis- tencias del Memorándum de nuestro amigo el Lic. Gómez Morín, ruego a usted ordenar que se hagan inmediatamente los ejemplares necesarios de la Ley para promulgarla mañana mismo y publicarla en la prensa local independiente con la declaración que escribiré esta tarde, explicándola y exponien- do los heamientos principales del Plan General de que for- ma parte y cuya ejecución inicia.

presrará el mismo servicio público que la inyección moral de la moneda por la vía del crédito y sí podrá dar lugar a una baja en elvalor en cambios y en el poder adquisitivo de la moneda nacional (a 3.50 ó 4v. g.) provocando con d o una nueva explotación de capitales y aun, probablemente, un nuevo "run" contra los bancos, con el conocido cortejo de una nueva crisis de confianza, de un enrarecimiento de crédito y de una deflación mayor que la actuai, o creando, si !a baja es muy severa (más de 4, por ejemplo) y de tendencia permanente, un estado de cosas que imponga abiertamente la inhción con todas sus terribles consecuencias". Oportunidad del Proyecto "4.- Dudo, también y principalmente, de la opormnidad de la Ley en proyec- to, porque aun en el supuesto de quela acuñación sea necesatia y que deba ser hecha por el Estado, talacuñación, no existiendo el propósito inflacionista, es nada más una de !as medidas secundarias en un progama económico que se basa en más esenciales proyectos, como el de la organización de un régi- men nacional de crédito, que si es un verdadero cimiento de un buen sistema moneta!io y, a lavez, un cuadro indispensable en !a esttucturación económi- ca y social del País". "Aún siendo una medida aventurada, la acuñación no tendría mayores in- convenientes si fuera hecha para ampliar el campo de acción de un sistema bancario ya constituido y funcionando normalmente o, por lo menos, si hiera hecha contemporáneamente a !a formación de ese sistema y como una condición material, externa, de su funcionamiento; pero autorizada y ejecu- tada antes de hacer el esfuerzo de organizar el crédito, como medida prefe- rencial de un programa que N siquiera se enuncia terminantemente, puede levantar una ola de desconfianza de tal naturaleza que, encontrando un régúnen bancatio desorientado todavía y viciado de especulación, podrá dar margen en unos cuantos días a la creación de una situación que hará imposible después la ejecución de los otros puntos realmente esenciales del programa".

Aprobados por el ex-Presidente Caiies la Ley y el Plan, aqué- iia fue firmada por el Presidente Ortiz Rubio.

En uso de las facultades extraordinarias de que gozaba el Ejecutivo en el ramo de Hacienda, la nueva Reforma Mone- taria fue promulgada el 9 de marzo de 1932.

Los efectos saludables para la economía de la úitima refor- ma Monetaria superaron todas mis esperanzas y fueron inme- diatos.

"No atestiguo con muertos ni invoco la historia antigua.]ustamente está ustcd pensando en reformas a la Ley Monetaria porque la deficiencia del régunen de crl.dito -deficiencia cuya corrección, por debilidad esencialmente, se dejó para más tarde impide la acción de los elementos calculados en la Ley para evitar la deflación actual que era cl verdadero peligro de la reforma monctaria. Así ahora, y con mayor razón, si con la acuñación inmediata usted da pábulo a la especulación y a las peores tendencias del sistema ban- cario, sin tomas o antes de tomas las providencias necesarias para suirtar, limpiar y orientar dicho sistema bancario, ese sistema se lanzará por el cami- no de la especulación o se refugiará cn el mayor retraimiento, acabando por crcir una siniación de hecho, comolo hizo dc julio de 1931 a la fecha, que hará por lo menos imposible la descada transformación del régimen dc crédito y aun podrá llegar a imponer nuevos y más comprometedores pasos en el ruinoso camino de la inseguridad monetaria". "5.- No es, le aseguro, un fctichismo de cambio el que inspira mis temores, aunque el cambio internacional y el podcr adquisitivo interior son asuntos que van más juntos de lo que generalmente se cree, como lo muestra el hccho dc un aumento enorme de precios al menudeo, coincidiendo con las últimas bajas en la cotización del peso. No es un fctichismo de cambios, sino el conocimiento de las fuerzas e intereses que, opuestos a la renovación del régimrn del crédito, sevaldrán una vez más de un hccho externo y accidental para hacer fracasar los propósitos de la secretuia. Ahora se piantea ante ustcd como más ingente la necesidad de la acuxiación, aun dándole aspectos de requisito \%al para elPaís. hfañana, la especulación intlacionista o unareno- vada deflación (que las dos cosas son alternativ~mente posibles), obligarán a la Secretaria a nuevas medidas de excepción y transitorias para volver a crear la posib~lidad de realizar las proyectadas reformas bancarias, la definitiva esia- bilización de la moneda y los deniás elevados piapósitos del programa que usted piensa cumplir. Y de este modo, por la falta de un plan completo, racionalmente trazado y desarrollado con vigoroso y punmal entusiasmo,

Entre paréntesis diré que me fue particularmente grato que mi resolución contraria a los consejos de Lic. Gómez Morín no alterara nuestra amistad y que, ante dichos efectos, él rec- tificara su equivocación al seguir prestándome su valiosa y desinteresada cooperación. Los Lics. Gómez Morín y don Miguel Palacios Macedo d e los más sólidos economistas mexicanos que entonces conocía- nunca quisieron acceder a que fueran remuneradas las comisiones que les conferí y

seguiemos viviendo "au jour le jour", transitoriamente, entre esperanzas siempre más lejanas y "transitoriedades" cada vez más permanentes" La Acuñación, Medida Secundaria "6.- Más todavía que una conviccióngeneral de la inconveniencia de principio de la medida proyectada; más, aún, que mi convicción de que la acuñación es innecesaria, me hace pensar la creencia de que la medida es inopornina si se Uwa a cabo, repito, dándole el aspecto de algo fundamental, de un paso inicial o previo a la realización de un ptograma, en vez de hacerlo aparecer como un simple corolario o como una mera condición externa de realización de ese programa". "Sé muy bien que en la mente de usted el programa general existe, que probablemente sólo unos cuantos días transcurrirán antes de que usted quiera o pueda enunciar sus propósitos más esenciales; pero creo que el transcurso de esos cuantos días y el aspecto de "esencialidad" que inevitable- mente dará a la acuñación su anuncio previo a la dedaración del programa, pueden ser fatales para éste". "Concedo que el peligro, por tratarse de sólo un lapso de días, pueda ser pequeño; ¿pero no seria, acaso, mucho más pmdente evitar este peligro pequeño? "Es de&, desisaendo ya de toda consideración pesimista sobre la conve- niencia o necesidad de la acuñación, ¿hay alguna razón fundamental para que se hagan las cosas de manera de hacer pensar al País que en vez de una solución seria y concreta, usted trae un arbitrio que, para aquellos mismos que lo piden a gritos como una panacea, es un puro camino circunstancial, condenado por la historia y que deja intactos realmente, o empeorados, los verdaderos problemas hondos de nuestra economía? "¿No piensa usted que, aparte del efecto puramente mecánico (mecánico aun en lo espkinial), que el anuncio de la acuñación como medida esencial pueda causar en el público, el hecho de comenzar usted por ese principio una tarea que todos esperamos como esencial para la vida del País, reduzcan la fe con

cuyo desempeño demandó largas temporadas de trabajo con- tinuo y pesado.

Volvieron la confianza en el Gobierno y el dinero atesorado a la circulación y desaparecieron los tesaurizadores. Esta sig- nificación tiene el hecho de que, después de la fuerte reduc- ción en los depósitos bancarios a la vista verificada durante todo el tiempo de vigencia del "Plan Calles", dichos depósi- tos hayan subido bruscamente al expedirse la Reforma Mo-

lo que ha sido usted recibido y disminuyan con ello las posibilidades quc usted tiene en las manos para hacer reaccionar la confianza vital del País y obtener su adhesión a un programa seno y hondo de rehabilitación econó- mica? "7.- Por estos motivos, yo me atrevo respetuosamente a sugeii uno de rstos dos programas: A,- pornando en cuenta todas las dudas y temores sobre la conveniencia general, sobreia necesidad y sobre los efectos de la acuñación; pero adnutien- do la necesidad de abrir las puertas a posibles acuñauones futuras): a) Elaborar en unos cuantos días más el programa mínimo completo sobre los tópicos fundamentales de crédito y moneda y promulgarlo o darlo a

conocer en conjunto, como una unidad; b) Dar cn esc programa la jerarquización debida a las medidas que se pro- pongan, según su grado de importancia y haciendo de la posibilidad de acuñacibn, aun inmediata, un asunto secundario y meramente condicional; c) Tomar desde luego las providencias, no yalegales o teóricas, sino de acción inmcdiata,para ahrirhs operaciones decrédito y para encauzar firmemente el Banco de México y los demás Bancos, por el camino definitivo que la Ley trazará después; d) Abandonar el proyecto de la emisión directa por el Estado, y atenerse exciusivamente al principio de la competencia privada el Banco de México; e) ,\un llegar a establ.llecer, si se considera conveniente dejar abierto ese recurso presupuestal para posibles eventualidades, que sobre toda acuñación qur el Banco deMéxico baga, el Estado tendrá derecho a pedir a l propio Banco un anticipo igual a una parte sustancial de las utilidades que la acuñación pro- duzca, bien que ese anticipo se use para gastos normales del Gobierno, bien que sea destinado a ernprrsas o s e ~ c i o s de orden público y siempre con un interés tal que quite alBanco dehltxico todo posible deseo de acuiar exccsi- vamente, más allá de sus necesidades. p a l disposición no sería excepcional, como lo muestran los contratos que el Estado ha hecho con los Bancos

netaria de 1932. Bastaron unos cuantos meses para que recu- peraran su valor anterior a dicho Plan.

El sentido descendente que tomó el movimiento de las ren- tas federales desde 1929 en que principió la crisis económica, considerablemente acentuado por el "Plan Caiies", se volvió ascendente al quedar éste prácticamente derogado. La dismi- nución de cosa de quince millones de pesos en los ingresos de 1930 respecto del año inmediato anterior, saltó a cerca de

Centrales en Francia, en España, en Inglaterra, v.g., dando alBanco posi- bilidad de ampliar la circulación; pero exigiéndole anticipos al Estado o inversiones de interés público, en compensación al derecho de ampliar la circulación). B).-(Sin considerar dudas o temores sobre los efectos, la necesidad y la conveniencia de la acuñación): a) No promulgar la Ley proyectada, sino con posterioridad o al mismo tiempo, por lo menos, que se promulguen las otras leyes o disposiciones relativas a los demás tópicos fundamentaies del programa; b) Por lo menos, no promulgar la Ley proyectada sino con declaraciones precisas y categóricas sobre el programa total y dando ala acuñación el papel secundario que en ese programa le corresponde; c) Abandonar la idea de la acuñación directa por el Estado o, por lo menos, darle una motivación, un propósito, una aplicación distintos, de los que tengan las acuñadones delBanco de México, para no plantear ante el público una incógnita, sino marcarle una orientación; d) Preparar rápidamente la ejecución legal y la ejecución práctica, sobre todo, de las demás medidas del programa; pero particularmente de las relativas al control y encauzamiento de crédito; e) Tener la preparación adecuada para evitar o contrarrestar un "run" proba- ble y una alza inmoderada de los cambios y de los precios al menudeo, alza que puede producirse originando el desprestigio total del programa antes de que haya la posibilidad, siquiera, de empezarlo a poner en práctica. Conclusión: Le suplico, en primer lugar, disimule mi pesada insistencia, en gracia a que es debida al fervor con que pienso en la realización de una obra seria y de alíos vuelos y al grande temor de verla, una vez más, Gustrada por un accidente, por una pequeñez. La popularidad de una acuñación hecha en la forma propuesta, será sólo de unos cuantos días y pronto quedará cambiada por un deplorable desconcier-

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setenta d o n e s en 1931 para bajar a diez y seis en 1932, correspondiendo la casi totalidad de esta suma al primer tr- mestre del año. La Ley que modificó el "Plan Calles" fue el punto de partida de una alza en las rentas federales que, prolongándose, ha culminado hasta niveles sin precedente en la Historia de la Hacienda Pública Mexicana.

tu, una pérdida de fc en quien ha sido recibido como Mésias económico y una más negra desesperanza. Si no se ponen en prácticavigorosamente hs medidas necesarias para activar la vitalidad desmedrada del País y para encauzar firmemente la vida cconó- mica, la acuñación no dejará de causar por pura razón mecánica, un profundo desequluhrio, tan grave, quc hará peligrar la realización posterior de las dc- más medidas fundamentalcs. Sin olvidar un momento la situación dc usted, esforzándomr entenderla como procuro entender el problema inismo, me es imposible alcanzar la razón que pueda existir para precipitarlo a comprometerse cn la acuñación como paso previo de un programa que podría funcionar sin él o que, por lo menos, sólo requiera incidentalmente. Creo, sin vacilar, queustcd puede hacer ahora cosas admirables paraMéxico, qiie la situación es magnífica para ello y que usted tiene la voluntad y los medios de realizaci6n que hacen falta;pero vco con angustia un primer paso dado en faiso, sobre todo cuando no hay motivo +no que imponga la necesidad de darlo así. Y he optado en csta nueva noche de imsomnio, por escribu estas notas, para s u p h con ellas mi deficiencia de expresión vcrbal y para someterlas a k más reposada consideración de usted, esperando que usted las verá como la opinión sin reservas de un verdadero amigo, como el fmto de un apasiona- do, pero chro y experimentado interés en la vida del País. <:orrogustosamsntc el desagradable riego de aparecer ante usted comoinso- portahlemente obcecado y como petulantemente casado con mis propias opiniones. Ojalá y éstas sean totalmente equivocadas. No lo creo, por su- puesto, pero aun cuando tuviera dudas, las pondría a la meditación de usted, porque no van encaminadas a inipcdir o a desvalorizar la acción que usted proyecta, sino a cooperar a la realización y a apoyar la frmeza y la mayor elevaciRn del contenido de su programa.

Rcspetuosarnente. Noche del lunes 7 de marzo dc 1932.

Manuel Górnez Morin.

(firmado)

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La Ley de marzo comenzó también a curar la parálisis de la industria y el comercio del país.

Pero era preciso completar la acción inmediata de la Refor- ma, según indiqué en las declaraciones que publiqué al expe- &la, con una acción mediata que comprendía la reanudación, después de cinco años de punible abandono, del programa hacendaio del Nuevo Régimen.

Aunque la letra de las enmiendas al "Plan Caiies" no inclu- yó su artículo primero - e l que arbitrariamente asignaba una alta equivalencia en oro al valor de la unidad monetaria- pero existiendo el propósito de seguir un rumbo contrario al de dicho Plan, hice que se renunciara a las costosas prácticas de revalorar el peso-plata para mantener artificialmente su utópica paridad legal. Esta medida, con las posteriores de la política hacendaria reanudada, prepararon el terreno para la posterior estabilización definitiva de nuestra moneda y su aba- ratamiento en el campo internacional fue un estímulo para nuestra exportación, que intensificó el impulso que se había ya dado a la producción y el trabajo nacionales.

Dije arriba que la acción mediata también tendía a corregir la equivocada gestión hacendaria del pasado quinquenio, re- anudando las orientaciones del programa anterior. Me referi- ré rápidamente a cada uno de sus sectores.

Para aumentar más aún los ingresos de la Tesorería al reanu- dar la reforma fiscal, procuré desarrollar el impuesto sobre la renta, extendiéndolo y mejorando sus medios de recaudación, en vez de rebasar los extremos, ya insuperables, a que se ha- bía llevado el procedimiento simplista de crear nuevos gravámenes y de subir las cuotas de los existentes. En muchos casos la suspensión de u n gravamen no afecto al volumen total de los ingresos y la reducción de una cuota lo infló. Por otra parte, tuvo lugar al fin, a principios de 1933 y con muy buen

fruto, la Segunda Convención Nacional Fiscal que debió ha- berse verificado desde 1929. Me ayudaron en todas estas ta- reas el Lic. don Eduardo Bustamante, Jefe del Departamento Fiscal, y un grupo de jóvenes abogados entre los que descolla- ban don Ignacio Navarro y don José Vázqnez Santaella. Tam- bién el Ing. don Marte R. Gómez, que colaboraba conmigo en

la Secretaria sin puesto determinado, intervino eficazmente en los trabajos de la Convención.

De paso y a propósito del Ing. Gómez: estaba entonces dis- tanciado del ex-Presidente Calles, quien no disimulaba la antipa- tia que senáa por él. Yo procuraba en mis conversaciones, s i

que lo notara el ex-Presidente, de destruir aquel sentimiento. He dicho que la máxima depresión de las rentas federales

se produjo inmediatamente antes de la Ley del 9 de marzo y del anuncio de restablecer las orientaciones del programa hacendario de 1924 y que a raíz de estos hechos se volvió ascendente el movimiento de tales rentas y se pronunciaba este ascenso a medida que se cumpüa el citado anuncio. Al cabo de cinco meses había ya desaparecido la depresión.

Para reanudar las reformas bancaria y monetaria, después de haber disparado los certeros tiros de la Ley de marzo con- tra la deflación, se requería reconstruir el sistema bancario comercial de la República con el Banco de &léxico, S. A., como Instituto Central. Había, pues, que reorganizar y orien- tar adecuadamente este Banco, comenzando por sanear su cartera, principalmente, de los créditos dudosos e ilegales de favor que la congelaban. La cuantía de estos créditos -entre los que se hallaban el de "El Mante", empresa en la que esta- ban interesados algunos familiares y amigos de eiios, y a la que, para facilitar el crecido préstamo ilegal del Banco, el Se- cretario Montes de Oca habia indebidamente solidarizado la responsabilidad del Gobierno- obligó a reducir a la mitad el monto primitivo de cien millones de pesos de su capital social.

En la práctica se presentaba una dificultad más seria: la substitución del Director del Banco de México. En nuestro país suelen ser más difídes los conflictos de las personas que los de los principios. La ciega consideración a ellas o la iner- cia que las favorece son la causa de que los males se perpe- túen. El señor Mascareñas, además, se jactaba de gozar de una inamovilidad absoluta que hacía derivar de su amistad con el ex-Presidente Calles. Pero de nada habna servido sa- near la cartera del Banco, reorganizarlo y prescribirle la debi- da orientación si se dejaba al Director que se había manifes- tado tan entusiasta por la Reforma Monetaria de 1931, quizá caldeado ese entusiasmo por el apodo de "Plan Calles"; que había sido el conductor del Banco al abismo en que tuvo que precipitarse el sistema bancario formado a su derredor y en que estaba a punto de precipitarse el mismo Banco y que desgastaba censurando la Reforma de 1932 y mis propósi- tos: quizás hubiera tratado de seguir la orientación prescrita, pero de mala gana y teniendo, sin perder por eiio su reputa- ción de banquero, al antiguo nunbo de desorganización y nii- na. El ex-Presidente Caiies así lo comprendió y, contra lo que esperaba el señor Mascareñas, autorizó la remoción que yo propuse.

La nueva Ley Constitutiva del Banco de México, S. A., que circunscribió sus funciones a las de un Banco Central y las hizo efectivas y expansionables, fue promulgada el 12 de abril. Fueron correlativamente modificados su Escritura Social y sus Estatutos, así como su organización administrativa y su personal directivo. La Ley del 19 de mayo señaló las institu- ciones privadas obligadas legalmente a asociársele, incluyen- do a las sucursales de los Bancos Extranjeros, cuyo régunen fue definido sobre la base de una positiva cooperación con el Banco Central. La Ley General de Instituciones de Crédito del 28 de junio reformó la de 1926 con los fines de relacionar

el sistema bancario comercial del Banco de México con el de canalización general del crédito en la República y de posibili- tar el crecimiento de esta canalización en consonancia con el progreso nacional. Finalmente, fue expedida el 26 de agosto la Ley de Títulos y Operaciones de Crédito que, llenando los huecos y corrigiendo los defectos de que adolecía el vigente Código de Comercio, en sus partes relativas, creó la estruchi- ra jurídica indispensable para la máxima movilización posible de la riqueza. Se tendió, en una palabra, a promover, expansionar y diversificar el crédito en las numerosas modali- dades que era susceptible de revestir y, por decirlo así, difun- dirlo de manera que, en vez de continuar siendo el exclusivo patrimonio de un ínfimo grupo de privilegiados, pudiera vivi- ficar todas las actividades y volverse accesible a todos los miembros de la comunidad.

En las páginas 156 y 177 de "Tres Monopfius" se relata más extensamente mi actuación hacendaria de marzo a octubre de 1932.

A lo ya expuesto relativamente a la Ley Monetaria de mar- zo, añadiré que en el estudio y la redacción de las modifica- ciones heclias en 1932 a la Ley Constitutiva del Banco de México, S. A,, y a su Escritura social y sus Estatutos colabo- raron los Lic. Gómez Morín y De la Fuente; en las reformas de 1933 a la misma institución y en las disposiciones relacio- nadas con la estabilización del cambio internacional, el Lic. Palacios Macedo y el Dr. Navarro; en la Ley General de Insti- tuciones de Crédito, los Lics. Palacios Macedo, don Eduardo Suárez y don Juan B. Amezcua y el Dr. Navarro, y en la Ley del Banco Nacional Hipotecario Urbano y de Obras Públi- cas, S. A., los Lics. Gómez Morín y Palacios Macedo. Apro- vechando algunos de los estudios de la Comisión Redactora del nuevo Código de Comercio -designada desde hacía va-

nos años por la Secretaría de Industria y Comercio y Traba- jo- fue encomendada la ardua y delicada tarea de confec- cionar la Ley de Títulos y Operaciones de Crédito a los Lics. Gómez Morín, Palacios Macedo y Suárez. Coadyuvaron con estudios especiales sobre las Bolsas de Valores y la Institu- ción del Fideicomiso, respectivamente, don Rafael Fernández del Castiüo y el Lic. don Pablo Macedo. Además, don Agustín Rodríguez, entonces Secretario de la Comisión Nacional Ban- caria y don Agustín Legorreta, Sr., Director General del Ban- co Nacional de México, S. A,, aportaron importantes datos, conse- jos y sugestiones para la formación de las Leyes Constitutivas del Banco de México, S. A. y General de Instituciones de Crédito.

Sobrevino en los primeros días de septiembre de 1932 un acontecimiento de cierta resonancia política, pero que no afec- tó mi actuación hacendaria: la renuncia del Presidente Ortiz Rubio ante la Cámara de Diputados y la designación por el Congreso del Gral. don Abelardo Rodnguez para sustituirlo. Sin embargo, el recuerdo de algunos antecedentes de ese su- ceso, relacionados conmigo, me obliga a detenerme unos momentos para relatarlos.

No puedo precisar la fecha exacta de una visita del Presi- dente Ortiz Rubio a la Suprema Corte de Justicia de la Na- ción, pero sucedió que el distinguido visitante declaró a los Magistrados:

-La causa de que todavía no tengan ustedes un edificio ad hoces que el Secretario de Hacienda, contra lo que esperába- mos, me ha resultado vano.

Me contó este sucedido un buen amigo mío, que era Magis- trado. Como no cabía duda sobre su veracidad, me dirigi acto continuo al ex-Presidente Cales para comunicarle mi propó- sito de dunitir. El ex-Presidente me rogó amablemente que aplazara algunos días la presentación de mi renuncia.

Mientras tanto, concedí a un tal Mr. Kreager, politicastro del sur de los Estados Unidos, una audiencia en mi oficina.

Me habló de la poderosa sociedad que acababa de orga- nizar para construir todas las carreteras de México de acucr- do con las promesas de su gran amigo el Presidente Ortiz Rubio y, de buenas a primeras, me hizo saber que habia reser- vado un paquete de acciones de dicha sociedad para mi.

-No tengo dinero para eso -repuse- y aun en el caso de tenerlo no lo invertiría, siendo Secretario de Hacienda, en acciones de una empresa fundada para construir las carrete- ras de México.

Aparentando no entender la segunda parte de mi repulsa, mc rcplicó con fingida ingenuidad:

-No prctendo que usted compre las acciones que le he reservado. Son un regalo.

Rechacé con indignación el intento de cohecho. Sorprendi- do por mi actitud, me dijo que otros funcionarios habia acep- tado obsequios semejantes ofreciendo ayudarlo y me dio a entender que siendo ése el camino más seguro en México, confiaba, para el buen éxito de su empresa, en dichas ayudas y, sobre todo, en su amistad con el Presidente Ortiz Rubio.

Cerré tan enojosa entrevista con este aviso al cínico y em- pedernido sobornador:

-Por mi parte, quiero también ofrecerle algo: que mientras sea yo Secretario de Hacienda, su sociedad no hará en Méxi- co ni un metro de carretera.

Fundaba esta amenaza en que todo Acuerdo Presidencial autorizando trabajos de construcción de carreteras tenía que estar refrendado, para ser válido, por las Secretarias de Co- municaciones y de Hacienda.

Invité al Gral. don Miguel Acosta, que era el Secretario de Comunicaciones, para que se uniera a mi propósito de no refrendar el Acuerdo Presidencial relativo, si llegaba a bajar.

El Gral. Acosta no aceptó mi invitación, pero si accedió a mandarme el Acuerdo antes de refrendarlo, si lo recibía pn- mero que yo. Así lo hizo mediante sus oficios números 1204 y 1259 de 21 de julio y 4 de agosto de 1932, respectivamente. El Acuerdo Presidencial tenía el número 1014 y era del 14 de julio. Se me mandaba también una copia simple del Contrato que se pretendía celebrar con la Compañía "Arnasco", S. A,, en cumplimiento de tal Acuerdo y con importe de $18.610,000.00. Fueron contestados los citados oficios con el mío el 8 de agosto -número 29-V-3063- que terminaba con estas palabras: "...En consecuencia, el Secretario de Hacienda y Crédito Público que suscribe, se ve en la irnpres- dndible necesidad de abstenerse de refrendar, para su vali- dez, el Acuerdo Presidencial número 1014, de conformidad con la facultad que le concede el artículo 92 de la Constitu- ción General de la República".

Esta resolución fue ratificada por el oficio número 29-V.- 3064 de igual fecha.

En mi archivo se encuentra también la copia de otro oficio marcado con el número 21-1-1931 del 20 de agosto y fumado por mí contestando dos de la Secretaría de Comunicaciones del lo. del mismo mes que adjuntaban los Acuerdos Presiden- ciales números 1967 y 1068 del 22 de julio "relacionados con los contratos celebrados con la Compañía Amasco, S. A," En mi oficio me negué también, por las razones expuestas en el anterior a refrendar los dos nuevos Acuerdos Presidenciales.

Ocurri nuevamente al ex-Presidente Calles para confmar- le mi propósito de renunciar y manifestarle que no me era ya posible seguir posponiendo su ejecución, después de haber devuelto al Presidente sus úitimos Acuerdos, negándome a refrendarlos. Tal hecho de seguro no tenía precedente en la historia administrativa de México. El Gral. Calles reiteró su deseo de que aún aplazara mi dimisión, asegurándome que

esa vez la espera no sena larga. En efecto, fue solo de unos cuantos días, pero me pareció interminable por lo molesta. Todavía tuve con el Presidente Ortiz Rubio -que mantuvo conmigo su acostumbrada cordialidad- los contactos moti- vados por la preparación del Mensaje Presidencial del lo . dc septiembre y por la ceremonia de su lectura ante el Congreso.

Al día siguiente dc esa ceremonia me Uamó el ex-Presiden- tc Calles para mostrarme una carta del Presidente en que le notificaba su resolución de dimitir y la que él pensaba enviar- le. Me permití sugerirle que cerrara un pequeño resquicio en su respuesta por el . que, en mi concepto, podía colar el Presi- dente un cambio o aplazamiento del propósito que anuncia- ba. E1 Gral. Calles se sirvió atender mi sugestión.

Ese mismo día o el siguicnte el Presidente Ortiz Rubio nos cr~nvocó al Castillo de Chapultepec a los altos funcionarios de su Gobierno. Difícilmente podré olvidar el dramatismo de aquella junta. El Presidente, en actitud y con frases patéticas, explicó el objeto: darnos a conocer el texto de su renuncia e inquirir nuestras opiniones. Sólo el Procurador General de la Kepúbiica, que le era muy adicto, le aconsejó que desistiera de su propósito de abandonar la Presidencia y le reiteró sus protestas de lealtad. Nadie más habló. En una escena luctuo- sa como aquella el silencio es discretamente expresivo. En cuanto a mi, juro que olvidé todo motivo de resentimiento y que lamenté sinceranierite que se hubieran cumplido mis som- bríos vaticinios sobre su Gobierno, que el pueblo lo hubiera cmelmente escarnecido y que el bien del país exigiera su cam- bio. Sentí piedad por el viejo amigo, que parecía no ver todo eso o que, a pesar de verlo, le sabría a gloria su situación. Se antojaba que se le había encaramado a la cumbre más alta scilo para que se espinara en ella y después dejarlo lastimosamente caer. Hados y lados hacen dichosos o desdi- chados, afirma la sabiduría popular y compnieba maravillo-

samente la desdicha producible la infausta aventura presi- dencial del Ing. Oaiz Rubio.

Presentada mi renuncia, fue aceptada por la Cámara de Di- putados el día 4.

El ex-Presidente Calles nos había reunido a los miembros del Gabinete Presidencial en su casa de Cuernavaca para dar- nos a conocer la forma en que tenía decidida la solución del problema creado por la renuncia: dar una terna de candidatos a sucesores del dimitante al Gral. don Manuel Pérez Trevio, que presidía el Partido Nacional Revolucionario -así se lla- maba el órgano electoral del Gobierno- y el conducto para hacer la consigna relativa al Congreso. En esa terna se men- cionaba mi nombre en primer lugar y después, sucesivamen- te, los de los Generales don Joaquín Amaro y don Abelardo Rodríguez.

Estaba muy agradecido por tamaña distinción, pero confie- so que no fue esto lo que ahuyentó mi sueño aquella noche, sino la preocupación que me causaba la flamante terna, tanto mayor cuanto que yo imaginaba que el orden de los nombres que incluía posiblemente indicaba también el de las preferen- cias del Jefe Máximo de la Revolución. Francamente, no me halagaba suceder al Ing. Ori iz Rubio en la Presidencia de la República por la sola voluntad de un hombre -el ex-Presi- dente Calles- y como resultado de una consigna suya a la manada de borregos del Congreso. Así es que al grupo de Diputados que estuvieron a verme en la mañana del día 3 para manifestarle su adhesión, les rogué que no votaran por mi. Al punto que me preguntaron:

-Entonces, ?por quién? S u m e n sus votos -me permití aconsejarles- a los de la

mayoría. Si eran verdaderos partidarios míos, probablemente pensa-

ron que la mayor parte de los Diputados y Senadores se incli-

nana hacia la candidatura que ocupaba el primer lugar en la terna y sin replicar me prometieron seguir mi consejo.

Corrí entonces a la casa del ex-Presidente Calles y le supli- quk, con gran encarecimiento, no ser yo el agraciado. Me hizo la misma pregunta que los Diputados más en tono de réplica que con propósito inquisitivo. Yo intencionalmente tomé el dtimo sentido y señalé la persona del Gral. Rodríguez, quien, según parecía, si deseaba ser Presidente de la República. Nada dije del Gral. Amaro: supuse, por su inactividad, que se halla- ba en mi mismo caso y que permanecía tranquilo por ocupar su nombre el segundo lugar de la terna.

A mi gestión correspondió la del mismo Gral. Rodnguez que, acompañado del Gral. don Miguel Acosta, solicitó para él la sucesión del Ing. Ortiz Rubio. El ex-Presidente Calles, al fin, dio gusto a todos, pues, verificadas las sesiones de Blo- que y de Congreso, fue designado, por unanimidad de votos, el ultimo candidato de la terna. Hasta los miembros de la Diputación de Veracruz que había pedido que también figu- rara, como cuarto candidato, el Gral. don Juan José Ríos, lo olvidaron en los momentos de la votación para obedecer la consigna.

Revisando en la Hemeroteca Nacional los periódicos de aquelia época para comprobar las fechas que he consignado, me sorprendió algo que entonces pasó desapercibido y que ahora encuentro sencillamente inaudito, pero confirmatorio del continuismo tutelar de la época: además de las Comisio- nes prescritas por el Reglamento del Congreso para participar al Ing. Ortiz Rubio la aceptaci6n de su renuncia, al Gral. Rodríguez su nombramiento y al Poder Judicial la sucesión de Presidentes, con las mismas formalidades e igualmente inte- grada por Diputados y Senadores fue designada otra Comi- sión, extra-Reglamento y -cabria agregar- como mucstra de la subordinación del Poder Legislativo a la Autoridad Su-

prema, para hacer también esa participación al ex-Presidente Calles y darle así el respetuoso aviso de que sus órdenes ha- bían sido fielmente acatadas.

El 4 de septiembre de 1932 protestó, pues, ante el Congre- so el Gral. don Abelardo Rodríguez como Presidente de la República, tercer del maximato CaLhta y de la terna de candi- datos propuesta por el ex-Presidente Calles para substituir al Ing. O& Rubio durante los quince meses que quedaban aún del sexenio 1928-1 934.

Once años después, es decir, a principios de septiembre de 1943 fui a ver al Gral. Calles -retirado desde hacía mucho tiempo, como yo, de la cosa pública- y encontré en la sala de espera al estimable Gral. don José María Tapia. Charlé con él. Recordó, justificándome, los infructuosos esfuerzos del Presidente Ortiz Rubio encaminados a complacer al Gral. Rodnguez, entonces Secretario de Industria, Comercio y Tra- bajo, nombrando al Gral. Tapia, que yo no tenía el gusto de conocer, Oficial Mayor de la Secretaría de Hacienda y me contó que por los días de la renuncia del Presidente Ortiz Rubio fue, con otros militares, a visitar al Gral. Calles y como de su plática sacaron la conclusión de que yo era a quien él prefería para ocupar la vacante presidencial -esta plática fue probablemente anterior a mi ruego de abandonar tal pre- ferencia en el caso de e x i s ~ - se apresuró a comunicarla al Gral. Rodríguez, a quien encontró en la casa de dicho Gene- ral, acompañado del Gral. Acosta; que ambos se manifestaron visiblemente desconcertados, separándose de él algunos pasos para cuchichear, pero que, sin embargo, había podido enterarse de que consideraban de suma urgencia hablar desde luego con el Gral. Calles y que sin pérdida de tiempo habían subido al auto- móvil para dirigirse a ~uernavaca. ~u;á h e en esa ocasión cuan- do imploraron para el Gral. Radríguez la grada del ex-Presidente Calles, sucediendo la importación de eilos a mi excusa.

Lo referido entonces por el Gral. Tapia encaja bien en mi relato y no sólo concuerda con él, sino que lo comprueba.

Dije antes que el hedio poliúco de la sucesión presidencial Ortiz Rubio-Rodríguez no había alterado el personal y el pro- grama de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público. Enteré al nuevo Presidente de dicho programa apenas hubo confir- mado mi posición oficial.

A los dos días de haber tomado posesión de su cargo lo invité a que visitara las obras de terminación del Gran Teatro Nacional y en el curso de la visita le expliqué, por un lado, las razones por las que, de acuerdo con el Secretario de Comuni- caciones, se había colocado a las citadas obras dentro de una jurisdicción admuiistrativa diferente de la señalada por la Ley de Secretarías de Estado y, por otro lado, que se tendía a democratizar el primitivo concepto aristocrático porfiriano del Teatro, simplificando y uniformando la decoración en to- das sus localidades, aumentando la capacidad de la Sala de Espectáculos y haciendo utilizables los vastos espacios cir- cundantes para construír la posible sede de un futuro Instituto de Beiias Artes. Se pensaba completar la solución del problema cultural acometido con la erección posterior de un barrio popu- lar de otro Teatro de capacidad mucho mayor -ocho o diez mil almas- para poder repetir a precios bajos los espectácu- los caros del primero.

Se manifestó el Presidente Rodriguez muy complacido de su visita.

La acuñación de pesos-plata hecha a toda la capacidad de la Casa de Moneda; el restablecimiento de la confianza, que restituía a la circulación el dinero atesorado; el creciente de- rrame de billetes y la extensión del crédito, como resultados de la legislación promulgada durante el Gobierno del Presi- dente Ortiz Rubio, siguieron reanimando a la Industria y al

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comercio y, en suma, mejorando las situaciones monetaria, fiscal y económica.

El Banco de México, S. A,, que desde su nacimiento se le había incapacitado para ejercer la función emisora de bille- tes, pudo hacer llegar sus emisiones, a los tres meses de reor- ganizado, a un valor que excediá de veintiséis millones de pesos y esta cifra, un año después, se había triplicado.

Por Decreto del 22 de marzo de 1933 fue cancelada la fa- cultad de acuñación transitoriamente concedida a la Secreta- ria de Hacienda, en vista de que, aun en el caso de subsistir todavía la insuficiencia de signos de cambio, el Banco de México, S. A,, estaba ya capacitado para suplirla en la forma y la cuantía que exigieran, en cada momento, las necesidades transaccionales del país. El mismo decreto que restituyó al Banco Central la facultad de acuñación creó la Reserva Mo- netaria para sostener el valor de la moneda nacional, regular su circulación, gobernar el cambio sobre el exterior y garanti- zar la emisión de billetes. Nació con un valor de poco más de veinticuatro millones de pesos y seis meses después pasaba de ochenta y seis millones.

Abandonado el dispendioso camino de la revaloración art- ficial del peso-plata hasta la elevada y quimérica paridad asig- nada por el "Plan Calles", quedó abierto el de la rectificación de su valor en relación con los preciso de las mercancías de consumo doméstico. Desde la creación de la Reserva Mone- taria y a medida de su crecimiento y con el concurso de otros factores económicos derivados de las Leyes expedidas, nues- tra divisa se depreciaba menos y se acortaba la amplitud de oscilación de sus cotizaciones internacionales hasta inmovilizarse a nivel de $3.50 por un dólar -punto alrede- dor del cual parecía encontrarse el equilibrio más estable en- tre la oferta y la demanda de cambi- y conservar tan de- seada horizontahdad a partir de julio de 1933.

A fines de ese año mi sucesor en la Secretaría de Hacienda Uevó el valor del dólar a $3.60, precio al que se mantuvo como consecuencia de las medidas de estabilización dictadas desde el principio de 1932, hasta que la expropiación petrole- ra, verificada en marzo de 1938, determinó el alza de dicho precio, culminando en $6.00 para descender a $4.85 en que se ha estacionado hasta ahora."

Además, el Banco de México, S. A., adoptó condiciones de redescuento que abatieron el tipo de interés de los préstamos bancarios al público y contribuyó financieramente con la le- gislación que impulsaba, por un lado, la iniciativa privada, sobre todo, en las zonas ya exploradas de costeable expan- sión del crédito y, por otro lado, a la acción del Estado enca- minada, principalmente, a fundar o promover la fundación de instituciones que abrían al crédito nuevas zonas de penetra- ción. Sólo en el último año de n i gestión hacendaria, según la noticia inserta en el Mensaje Presidencial del lo. de septiem- bre de 1933, subió en 32 el número de instituciones de créd- to existentes y en 4 el de Almacenes Generales de Depósito. Entre estas instituciones cabe mencionar el primer Banco Capitalizador de Ahorros; el Banco de Sinaloa, el Agrícola Sonorense y el Algodonero Refaccionario y el Banco Nacio- nal Hipotecario Urbano y de Obras Públicas, para cuya fun- dación el Gobierno aportó la mayor parte del capital social y que comenzó a trabajar concentrando toda su fuerza en las operaciones de manifiesta orientación social y de mayor ur- gcncia, tales como los servicios de urbanización e higieniza- ción de las pequeñas ciudades y los poblados de fuera del Distrito Federal.

IUEn julio de 1948, el Banco de Rléxico, S. A,, sc retiró nuevamente del mercado de cambios y el precio del dólar subió fluctuando entre $8.00 y $9.00. N fin fue estab~hzado a $8.65.

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Creí que la más trascendental de esta serie de realizaciones había sido la constitución de un fondo de dinero en el Banco de México, S. A,, para que éste iniciara, independientemente de sus demás funciones y de cuerdo con el Decreto promul- gado al efecto, la creación de un sistema de Crédito Popular, pero por desgracia esa idea murió casi en su cuna, pues no le interesó a mis sucesores, que nada hicieron por proseguir su ejecución. Había estado comprendida -junto con el estable- cimiento de un régimen de crédito agrícola y la organización del crédito a largo plaz- en el plan que originó, desde 1925, la fundación de aquel Banco. Con el fin de hacer realizable ese propósito, en la Ley General de Instituciones de Crédito habían sido incluidas las ordenanzas para la organización y el funcionamiento de Uniones, Asociaciones y Sociedades des- tinadas a fecundizar las zonas -antes substraídas a los bene- ficios del crédito- en que trabajan las clases de más modes- ta situación económica.

Finalmente, en cuanto a la Deuda Pública, persistí en u n criterio diametralmente opuesto al de mi antecesor. Dejé por supuesto de cubrir los Dls. 5.000,000.00 -equivalente a... $ 17.750,000.00- antes del lo. de julio de 1933, que era la obligación pactada en enero de 1932 para poder despertar de su sueño el Convenio "Montes de Oca-Lamont" y ejecutarlo. Creí que el Gobierno debía esperan condiciones más propi- cias y negociar bases menos ruinosas para saldar a los acree- dores extranjeros. Acometí, al contrario, el pago de la Deuda Interior, ya que el dinero recibido por los acreedores naciona- les podría, en vez de emigrar, incorporarse a nuestra economía y conmbuir a mejorarla. Excedían de veinticinco d o n e s de pesos las erogaciones hechas hasta septiembre de 1933 para redimir bonos agrarios y bancaiios y los créditos que el Go- bierno reconocía a los antiguos bancos de emisión y se ha- bían titulado múltiples obligaciones pospuestas desde tiem-

po inmemorial mediante la emisión, autorizada por el Con- greso, de cien d o n e s de pesos de "bonos de la Deuda Pú- blica Interior, 40 años".

Tengo que retroceder hasta el Gobierno del Presidente O N Z Rubio para llenar el hueco que he dejado en el relato de mi gestión como Secretario de Hacienda y que correspondía al propósito de fomentar el turismo para agregar otros factores de desenvolvimiento económico del país a los de la construc- ción de carreteras y grandes obras de riego del primitivo pro- grama hacendario.

Fracase en mi intento de formar una Alta Comisión de Tu- rismo que se encargara de coordinar las actividades dispersas que se encargara de coordinar las actividades dispersas de las diferentes dependencias del Ejecutivo y de provocar la mul- tiplicaciún de las mismas dentro de tal acción coordinadora. Habría sido el primer paso hacia la constitución del Departa- mento o Secretaria de Estado que tuviera bajo su jurisdic- ción, de acuerdo con un régimen especial de promoción y desarrollo del turismo, las zonas del país susceptibles de su benéfica influencia. Repeti esta Iniciativa en la página 258 de "Tres Monografias".

Vacante la Jefatura del Departamento del Distrito Federal por renuncia del Gral. don Juan Cabral, pedí al Presidente Rodnguez que la llenara con una persona capaz de colaborar, para el mayor provecho posible de la ciudad, con la Sccreta- ría de Hacienda. Propuse, al efecto, al Lic. don Aarón Sáenz o al Ing. don Marte R. Gómez. El Presidente me dijo:

-Por mi parte no hay inconveniente, pero consúltelo con el Gral. Cailes.

En el camino a Cuernavaca para hacer esa consulta pensi- proponer sólo al Lic. Sáenz porque el Ing. Gómez, además de que, como he dicho, se hallaba distanciado del Gral. Calles,

ya trabajaba conmigo en la Secretaría. El ex-Presidente apro- bó sin repasos mi propuesta y, designado el Lic. Sáenz para ocupar la vacante, uno de sus primeros actos fue la expedi- ción de la Ley que, estudiaba en mi Secretaría, le permitió contar con la cooperación económica del vecindario para rea- lizar mejoras tan importantes como la apertura o el ensancha- miento de cénuicas vías urbanas.

Yo mismo emprendí obras de embeilecimiento de la ciudad y culturales de marcado interés turístico.

Para las obras de embellecimiento, me fijé preferentemen- te, en tres de los lugares más visibles de la ciudad y más merecedores de atención: el Zócalo y las Plazas donde la Dic- tadura porjiriana había comenzado a elevar los ostentosos edificios del Teatro Nacional y el Palacio del Poder Legislati- vo y que el abandono del Nuevo Régimen -acusador de desi- dia o de impotencia- había convertido en vergonzosos mu- ladares.

Como parte del plan arquitectónico que concebí para el Zócalo o Plaza de la Constitución, fueron adquiridos y derri- bados los ventustos edificios que estaban adosados al costa- do Oriente de Catedral, ocultándola parcialmente. Dejando un espacio libre para dar acceso a la puerta de este lado de Catedral y prolongando el alineamiento lateral del Sagrario, se proyectaron, siguiendo el estilo de éste, el Museo de Arte Religioso y las Oficinas de la Mitra. La ejecución de este pro- yecto requería también derribar el edificio del lado poniente para aislar en un rectángulo perfecto el conjunto de carácter religioso de la Catedral, el Sagrario y el Museo, y ampliar la Plaza hasta la Avenida Guatemala: pensé, asimismo, en colo- car la estatua ecuestre de Carlos IV entre el Sagrario y el Museo, pero fuera de su alineamiento; expulsar de la Plaza los tran- vías y camiones y establecer una dictadura estética para los edificios circundantes, procurando la cooperación de sus pro-

pietarios. Desde mi gestión hacendaria anterior había inicia- do esta labor de mejorar el ambiente arquitectónico de la Pla- za reparando las fachadas del Palacio Nacional y añadiéndole un piso.

Pero la parte esencial de mi plan consistía en corregir el defecto más saliente de la Plaza, esto es, su falta de ejes, marcando dentro de ella los de los dos edificios que, además de dominar por sus masas entre los que circundan la Plaza, son los asientos de los Poderes Religioso y Civil, cuya pugna, a veces sangrienta, ha llenado muchas páginas de nuestra his- toria. El eje de la Catedral se marcaría con la apertura de la grandiosa Avenida del "20 de Noviembre" -conmemorati- va del movimiento revolucionario de 1910 y realizada por el Departamento del Distrito Federal- y el del Palacio con la crccción de un monumento que perpetuara la leyenda de la fundación de Tenochtitlán y el origen del Imperio Azteca: un espejo de agua de donde aflorara un islote de rocas coronado por el águila sobre un nopal y devorando una serpiente. El Arq. Don Manuel Ortiz Monasterio fue quien dio forma a esta idea.

El arreglo proyectado para la Plaza del Teatro Nacional comprendía la terminación de este edificio -a la que des- pués me referiré- como motivo priicipal y, además del re- cinto destinado a estacionamiento de coches, el derrumbe, para ensanchar la Plaza, de la pequeña manzana de casas de- limitada hacia el Norte y el Sur por las Avenidas "Madero" y "5 de Mayo" hasta la fachada del Palacio de los Azulejos.

En vez del ensanchamiento proyectado, el Banco dc México, S. A., ha erigido un edificio. Nada tendría de censurable tal ercc- dón -repito el juicio que formule en las páginas 229 y 230 de "?&S A/lonogr&as"- sin con eila se hubiera realizado aquello de que siendo el espacio un belio don de la naturaleza, el arqui- tecto que lo ocupa con sus obras está obligado a dotarlas de un valor plástico que supere, o al menos, iguale la belleza del espa-

cio substraído. Pero se tuvo, al contrario, tan poco respeto no sólo del espacio materialmente ocupado, sino también del m - biente arquitectónico que ya existía y lo circundaba, que el nue- vo edificio, en su tonta pretensión de dominar a toda costa y careciendo del único medio legítimo para ello -la monumentalidad- rompió sin misericordia la h e a de comisas bellamente sostenida por los edificios del Correo y del Banco de México y se excedió en tamaño y pesadez. Su actualidad difici- . * mente podrá surgir de los espesos muros de piedra cortada que ostenta. Sus fachadas, compuestas según los heamientos clási- - tos, están modernizadas dando a las columnas de piedra las pro- porciones que corresponderían a otros materiales -fierro o fe- rro-concret- y suprimiendo los capiteles y las bases. Es, en suma, un edificio discrepante, anacrónico y de un modernis- mo trágicamente simplista.

El arreglo arquitectónico de la Plaza de la República giraba, como en el caso precedente, alrededor de los ruinosos restos del edificio que en ella se había comenzado a construir - e l Palacio Legislative y cuya estructura metálica venía siendo desmantelada del tiempo en tiempo, quedando aún la de la cúpula. Desde once años antes, siendo yo Secretario de Rela- ciones Exteriores, había manifestado mi deseo de que la ciu- dad la conservara, encomendando al autor del proyecto de di- cho Palacio - e l notable arquitecto M. Emile Bernard- que, aprovechando la parte central de la estructura, proyectara el Panteón Nacional. Hizo un proyecto muy hermoso. Sin em- bargo, el monto elevado de su presupuesto resultaba casi pro- hibitivo. Por otra parte, la frecuencia con que los hombres que ejercen en México la autoridad sobreponen las transitorias con- veniencias políticas o personales a los intereses permanentes de la Nación, no garantizaba el carácter de consagración histó- rica a las admisiones en el Panteón Nacional. Esta razón fue decisiva para hacerme prescindir de la idea de erigirlo.

Tuve, pues, que idear rápidamente otro medio de salvar la cúpula cuando, a principios de enero de 1933, recibí la noti- cia de que había sido vendida comofierro viejo por la Secre- taría de Comunicaciones, autorizada por un Acuerdo Presi- dencial, y que sus compradores habían empezado ya a desar- marla. Consideré que nadie objetana la idea de levantar un monumento a la Revolución. Con el fin de demostrar que era

posible realizarla, di instrucciones al Arq. don Carlos Obregón Santacilia para que me dibujara a toda prisa un antc-proyec- to. Pensé que si, además, esa idea estaba también suscrita por ei ex-Presidente Calles, tendría toda la fuerza para derogar cualquier Acuerdo Prcsidencial y la operación de compra-ven- ta basada en tal Acuerdo. Escribí la Iniciativa ", ilustrada con

"Fechada la Iniciativa el 15 de enero de 1933, decía asi: Después de haber logrado rectificar, venciendo inveteradas inercias similares, alas orientaciones dela vida nacional en sus órdenes político, social y econó- mico, el impulso corrector del régimcn revolucionario no podía haberse dctcnido ante las obras matcriales inconclusas más genuinamente reprrscn- tadas de la Dictadurapo$bann: la del Teatro Nacional, en el costado Oricntc dc la Alameda, y la delPalauo Legislativo, enla Plaza de la República. "Con el carácter, común a ambos edificios, de rica y fastuosa apariencia, contrastaba el detestable gusto con que había sido concebido elTeatro Na- cional antbjase, propiamente, una arquitectura dcp~~ermochéejecutada cn mirmol de Carrara- con la bella y elegante composición arquitectónica del Palacio Legislativo. Muy costosala ejecución de los dos proyectos, demanda- ba una erogación considerablemente mayor, por desgracia, la del segundo que la del primero. A la caída de IaDictadura, además, los trabajos relativos presentaban tan desigualgrado de adelanto que, para concluit el Palacio, se requena un cuantioso desembolso- quizás no menor de cincuenta millones de pesos- mientras que para demoler eiTeatro se necesitaba, seguramente, tanto o más dinero que para terminarlo. Así, pues, elementales razones de índole económica obligaron al Nuevo Répnen a suspender temporalmente los trabajos de construcción del Teatro Nacional y abandonar definitivamen- te 10s del Palacio Legisiativo. El Acuerdo Presidencial No. 101 1 del 7 de julio del año próximo pasado autorizó al Secretario de Hacienda y Crédito Público para encargarse de la terminación delTeaeo Nacional, "haciendo las modificaciones que considere

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el referido ante-proyecto, e invité a que la firmara conmigo al Gral. Calles, que se sirvió complacerme.

Como yo lo esperaba, el Presidente Rodríguez aprobó in- mediatamente la Iniciativa y firmó el Acuerdo que con elia le propuse tanto para designar la "Gran Comisión de Patronato del Monumento a la Revolución", presidida por el mismo Gral. Calles e integrada por los miembros del Gabinete, por los Gobernadores de los Estados y por el Presidente del Partido

necesarias en los planos originales con los fmes de modernizarlo, reducir su costo y obtener su mejorutiiización". En uso de tal autorización, se proce- dió a modificar el primitivo proyecto del Teatro ....y, de conformidad con tales modificacioncs, fueron reanudadas las obras -después de veinte años de intermpción- y se prosiguen con la actividad necesaria para poder inau- gurar el próximo mes de septiembre el edificio que, exclusivamente dcstina- do a Teatro en un principio, y alojando ahora, además, un conjunto de instituciones dedicadas a otros propósitos, será más justificadamente desig- nado con el nombre de "Palacio de Bellas Artes". En cuanto al Palacio Legislativo, parados los trabajos de construcción cuan- do apenas se había erigido la estructura metálica, al quedar ésta abandonada, pronto comenzó a oxidarse por falta de protccción contra la intemperie. Además, los desiguales hundimiento de la plataforma de cimentación le ocasionaron muy seria dislocaciones, principalmente, en las crujías perimetrales. Con el fin de evitar la pérdida de tan importante tonelaje de fierro, se procedió a desmontar la estructura hasta dejar en pie, únicamente, la porción que sustentalagran cúpula central. Formando parte de una estructura mayor, o bien, aislada y sola -tal como ahora se encuentra- es un hecho que la cúpula del proyectado Palacio Legisla- tivo ha dominado en altura y ha lucido la elegancia de su silueta, durante largos años y en preferente localización, hasta llegar a incorporarse fuerte- mente a la fisonomía de la ciudad. No es ya posible derribar esa cúpula sin produdr una lamentable mutilación urbana. Tampoco es posible c o n s e m - la indefinidamente en el estado de desnudez e inutilidad de una simple estructura metálica, como vivo testimonio de la equivocación del Gobierno que la erigió, y de la impotencia de los Gobiernos que no han podido revesbrla y aprovechada. Dadas las colosales dmensiones de la referida cúpula, en p h t a y en alzado, el intento de udizarla como motivo principal de un edificio público cual- quiera, conduciría indefectiblemente -por imperiosas necesidades de pro-

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Nacional Revolucionario y el "Comité Ejecutivo" de la cita- da Comisión presidido por el Secretario de Hacienda y com- pletado con el Secretario de Comunicaciones y el Jefe dcl Departamento del Distrito Federal, como para expedir esta orden:

"Destínese la parte que se conserva aún de la estructura metálica del Palacio Legislativo al uso señalado por la Inicia- tiva que da lugar a este Acuerdo y póngase a la disposición

porcionalidad- a un proyecto de magnitud semejante al del fracasado Pala- cio Legislativo y de costo quizás inabordable. Tendría, además, el inconve- niente de reducir el espacio libre de la Plaza. Por fortuna, la porción de la estructura que se conserva, conla cúpuia como coronamiento, contiene en si misma los elementos requeridos de forma, tamaño y proporciones para que, simplemente recubierta de materiales adecuados, cs decir, en las mejores condiciones posibles de baratura, resulte una composición arquitectónica completa y con caracteres de belleza y monumentalida de exuaordinzia fuer- za conmemorativa. N o cabe duda que el monumento, así compuesto, scría el más grandioso de la Capital de la República. Habría, pues, que destinarlo a conmemorar el hecho más grandioso de nuestra Historia y es claro que, bajo este aspecto, ninguno otro podría superar a l sacrificio del pueblo mexi- cano, a través de los tiempos, en su dura e inacabable tarea de c o n s t ~ i - c o n aquel único material resistente para semejante construcción- unaverdadera Patrb. La histona de México, en cfccto, está totalmente ocupada por ci relato de los incidentes militares y políticos de la lucha del pueblo por la conquista de sus dcrechos y esa lucha ha culminado en tres conwlsiones particularmente sangrientas y dolorosas: las etapas, hasta ahora vividas, de la gran Revolu- ci6n hlexicana. La primera rtapa -que es la de la emancipación politica- comprende el lapso de 1810 a 1821 durante el cual fue drsenvuelta lagucrra que indcpendizó al pueblo mexicano de la Corona de España. La segunda Ctapa- la de la emancipación espiritual- está scñalada por el triunfo de las armas y las ideas liberales sobre las del clcro y de las clases conservadoras, triunfo que, al haber hecho fracasar la Intervención Francesa y la pretendida imposición de un Príncipe católico extranjero como Emperador, consagró de modo d e f ~ t i v o la Constitución de 1857 a las Levcs de Reforma. Provo- cada, fmalmente, por una tiránica oligarquía que oprimió al pueblo durantc más de treinta años, la tercera etapa -la de la emancipación económica- dio desheredados contra todos los privilegios para lograr una mayor participa-

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del "Comité Ejecutivo de la Gran Comisión del Patronato del Monumento a la Revolución".

El proyecto debió haber sido el resultado de un concurso público. Sin embargo, la circunstancia A j e en las págmas 233 y 234 de "Tres Monograj?as"- de tener que obrar de prisa y calladamente, pues la cúpula estaba siendo ya desarmada por su comprador, me obligó a utilizar los servicios del arqui-

ción popular en el Gobierno y una repartición más equitativa de la riqueza, a la tendencia socialista manifestada en los nuevos principios que encarna la Constitución de 1917. "Constituido el monumento del modo que ha sido indicado, esto es, limi- tándose a recublú. con material pétreo la estructura metálica existente, revistirá la forma más apropiada -la de un Arco de Triunfo- para conmemorar la marcha evolutiva de México hacia su progreso político y social. Podrán que- dar marcadas en el monumento las etapas ya recorridas de esa marcha, esto es, la uiple culminación del sacrificio del pueblo en los episodios históricos que determinaron, sucesivamente, la emancipación política, la emancipación espintuai, y la emancipación económica del país, rematando los cuatro maci- zos angulares que soportan la cúpula con alegorías escultóricas que simboli- cen la Independencia Nacional, la Reforma, la Redención del Campesiio y la del Obrero". Al expresar así el propósito del monumento, se precisa también su caracte- rística fundamental: no será erigido a la gloria de determinados héroes, mártires o caudiUos porque, aparte de que las selecciones resultan con fre- cuencia superabundantes y las omisiones son siempre injustas einevitables, como obreros de la labor colectiva, no debe desvinculárseles de la sufrida masa de luchadores anónimos que, al igual que ellos, aportaron generosa- mente su sacrificio y se hicieron merecedores de la gratihid nacional. En el monumento, por tanto, no habrá nombres ni retratos de personas. Glorifi- cará, en abstracto, la obra secular del pueblo. Pero como el alma de la Patria palpita no sólo al impulso místico del recuerdo de los sacrificios pasados, sino también a los impulsos material y ético, respechvamente, del goce del bienestar presente y de la conciencia del deber que tiene cada uno de sus hijos delegar esta suma de bienestar, aumentada, a las generaciones venideras, el pueblo mantendrá vivos, indefmidamente, su espíritu renovador y su aco- metividad patriótica para cumpiir el deber de mejorar la herencia recibida y hacer, cada vez más realizables, los propósitos del desenvolvimiento politi- co institucional enunciados en el Mensaje que el ex -Presidente que suscribe

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tecto que tenía más a la mano para que confeccionara pronta- mente el anteproyecto que sirviera de fundamento a la Inicia- tiva y que, con ella, fue aprobado. Aunque dicho arquitecto, al desarroiiar su anteproyecto y ejecutarlo, corrigió algunos dc los defectos consiguientes a la premura con que tuvo que ser confeccionado, no percibió, por desgracia, los dos más graves. Estos, después de todo, no eran achacables a tal pre- mura. Uno de ellos provino de que el arquitecto no supo re- solver el problema fundamental de la adaptación arquitectó- nica, consistente en hacer lucir la cúpula cuyo trazo era de un gran acierto plástico y que arruinó totalmente el Monumento dividiéndolo en un tambor de piedra y un casquete esfkrico de cobre y acentuado esta división con tan brusco contraste en- tre ambos materiales. El otro error fue cl de haber conservado los arcos de tres centros proyectados tan lógicamente por el ar- quitecto Benard en la composición de la Sala de Pasos Perdidos del lamentablemente fracasado Palacio del Poder Legislativo Federal, ya que en dicha Sala estaban destinados a ser vistos sólo del interior, muy de cerca y, más bien, de abajo hacia arriba. En el monumento, al contrario, la distancia presenta estos arcos re- bajados casi en geometral, causando la impresión de que han sido aplastados por el pcso de la cúpula. Sabido es que en arqui-

esta Iniciativa dirigib al f l . Congreso de la Unión el 1". dc septiembre dc 1928: cl monumento, por tanto, deberá prolongar su acción conmemorati- va, también hasta un hruro indefinido, glorificando "a la KeuoluRdn de qer , de ha5 de mañana, de riempd'. Tal cs, señor Presidente, el monumento cuya construcción nos permitimos proponcr a usted, aprovechando la partc que sc conserva aún de la estructura metálica dcl Palacio Legislativo. /U efecto, remitimos a usted, sometiéndola a

su alta consideración. lavista prrspectiva dclproyecto que, con esmcto apego a las idcas contenidas en la exposlciún anterior, ha desarrollado por encargo nuestro el Arquitecto don Carlos Obreg6n Santacilia. Creemos que la índole niisina del monumento exige que su costo sra cubierto por suscripción nacional.

tectura lo estético tiene que ser, ante todo y sobre todo, estático, más en su apariencia que en la realidad.

Las obras de constmcción del Monumento a la Revolución estaban ya bastante adelantadas cuando, en septiembre de 1933, saií de la Secretaría de Hacienda.

Descrita la parte que tomé a mi cargo del embellecimiento de la ciudad de México, me referiré ahora a las obras materia- les de índole cultural que emprendí o intenté emprender en cumplimiento del sector turístico añadido a los factores de propulsión económica del programa hacendario reanudado. Estas fueron: la terminación del Teatro Nacional, la amplia- ción y mejoramiento del edificio que ocupa el Museo de Ar- queología, Etnología e Historia y la creación de un Museo de Arte Religioso.

El propósito aristocrático de eregr un teatro suntuoso para el exclusivo solaz del pequeño número de privilegiados de la socie- dad metropolitana, había uistaiizado arquitectónicamente en una estrechisima Sala de Espectáculos dentro de un colosal edificio ostentoso y de mal gusto. Fue comenzada la consmicción en 1904 y suspendida en 1913. El Acuerdo Presidencial que me confió su reanudación, en 1932, me autorizaba a modificar los planos o w - nales para modernizar el edificio, democratizarlo y obtener su me- jor utilización. Las modificaciones hechas al efecto consistieron:

a) en simplificar la recargada decoración interior; b) en ampliar la Sala de Espectáculos y atenuar las di- ferencias, en aspecto y comodidad, entre las diversas categorías de localidades; y c) en aprovechar los enormes espacios que rodeaban superfluamente la misma Sala mediante el acondiciona- miento de locales para tres Museos permanentes --el de Artes Plásticas, el de Artes Populares y el del Libro- para la Sala de Exposiciones Temporales, para la Sala de Conferencias y para la Biblioteca. Las obras exteriores se

limitaron, puesto que las fachadas estaban casi termina- das, a recubrir la cúpula, adaptar la pérgola a Mercado de Flores y Fmtas y disponer en la Plaza de un sitio adecua- do para el estacionamiento de coches. El proyecto con cuya ejecución se quiso realizar las ideas que preceden fue hecho por el Arquitecto don Federico Mariscal.

Tendía yo, fundamentalmente, a convertir el edificio del Teatro Nacional en un Palacio de Beiias Artes o sede de una institución de servicio social destinada a organizar y presen- tar nuestras manifestaciones arústicas -teatrales, musicales y plásticas, incluyendo las populares- no dispersas y aisla- das como siempre se había dicho, sino debidamente articula- das en un todo coherente -el arte mexicano- y conectadas con las relativas del resto del mundo para promover su ade- lanto.

La ampliación y el mejoramiento del viejo, estrecho mal adaptado inmueble en que se encuentran almacenadas nues- tras magníficas colecciones arqueológicas en locales que más parecen bodegas de anticuario que salas de exposición de un Museo Oficial, fueron estudiados hasta el detalle con la co- operación del Arquitecto don Manuel Ituartc, desgraciada- mente falleció. El alto costo de la construcción de un nuevo edificio digno de los tesoros que encierra el Museo Nacional de Arqueología, Etnología e Historia limitó mis pretensio- nes, por el momento, a la adaptación del ya existente. Pero ni tan modesta empresa tne fue posible acometer, pues bastó la explotación de los cimientos ordenada por mi en una depen- dencia administrativa del Secretario de Educación Pública, para que este montara en cólera e impidiera la ejecución del proyecto.

Al hablar del arreglo de la Plaza de la Constitución dije que para completar el rectángulo del espacio quc ocupan, en plan- ta, la Catedral y el Sagrario, había que prolongar el alinea-

miento lateral de éste y su estilo arquitectónico, dejando libre la entrada de aquella, en un edificio destinado a guardar y exhibir de modo adecuado los objetos artísticos, algunos real- mente notables, que el Gobierno Federal había recogido de diversos lugares del país. El proyecto de este Museo de Arte Religioso fue también desarrollado bajo la competente direc- ción del Arquitecto Ituarte. Sólo se comenzaron a tallar las piedras de tezontle para el recubrimiento de las fachadas; pero fueron suspendidos estos trabajos a raíz de mi salida de la Secretaría de Hacienda y hasta ahora 4 s c n b o las presentes líneas casi once años después- no han sido reanudados.

Es natural que, proponiéndome acometer y, de hecho, aco- metiendo obras de atracción turística tan importantes como las que he enunciado, me preocupara también el problema de la falta de hospedajes cómodos. Nuesu-a capital era manifies- tamente superada, en ese respecto, por cualquier ciudad ame- ricana de población cinco veces menor. La erección de bue- nos hoteles en los lugares del país susceptibles de interesar a los visitantes foráneos era una necesidad del turismo. Erigirlos en la Ciudad de México, aparte de constituir un saludable ejem- plo que pronto cunduía en aquellos lugares, era también cues- tión de decoro. Su promoción, mediante el estímulo necesa- no a la iniciativa privada, cabía pues, dentro del grupo de actividades acometidas o intentadas que vengo presentando como parte de un programa hacendano que tendía a ha reha- bilitación económica nacional. Me vino, como consecuencia, la idea de promover la construcción de dos hoteles: uno en la zona comercial, grande, barato y destinado a la porción de las corrientes turísticas ya establecidas y para la cual resultaban inabordables tanto los llamados hoteles de primera clase por sus altos precios, como los restantes por su mal seMcio y el bajo nivel social de sus clientelas, y otro en la zona residen-

cial, de capacidad menor y de calidad comparable a los mejo- res de las grandes urbes del mundo civilizado con los fines de elevar la categoría de la capital de la República y de ofrecer comodidades y atraer, no al turismo pobre de las excursiones de precio fijo que ya nos visitaba, sino a los turistas que de veras gastan e invierten el dinero y pueden contribuir posiu- vatnente a la prosperidad nacional.

De ahí las facilidades que la Secretaría de Hacienda estuvo dispuesta a otorgar y que otorgó -previo el correspondientc Acuerdo Presidencial- a la persona que, comprometiéndose a construir el Hotel de tipo comercial, solicitó que le fuera vendido para ese fin el predio que la Nación poseía en la Avenida Juárez, entre las calles de Revillagigedo y Azueta. Dos Gobiernos anteriores -los de los Presidentes Díaz y Obregón- habían manifestado su disposición a ceder gra- tuitamente este predio con un destino semejante. El presidi- do por el Gral. Calles cedió una fracción del mismo para el edificio del Centro Nacional de Ingenieros. Abandonada la obra apenas cimentada, el terreno volvió al dominio de la Nación. En vista de estos antecedentes, pero careciendo de base legal la cesión gratuita en el caso que ahora me ocupa, se pactó la operación de compra-venta en condiciones factibles para el comprador pero también, naturalmente, procurando asegurar el cumplimiento de los propósitos gubernamentales.

La dificultad para consumar la operación estaba en que el valor catastral del terreno, adicionado al costo de constmc- ción del edificio y de adquisición de los equipos y muebles, h2bria vuelto incosteable la empresa hotelera en prospecto o, al menos, de resultados financieros tan exiguos o dudosos que no se hubiera encontrado inversionista o grupo de inversionistas capaz de afrontada. Se salvó el escollo acep- tando el pago del terreno en criditos -previamente depura- dos por la Comisión Ajustadora de la Deuda Interior- a car-

go del Gobierno federal, que éste tenía que cubrir a la par y que en el mercado corrían depreciados. Para asegurar, en cam- bio, el objeto de la venta se impuso al comprador, entre otras, la condición de que, aportando el terreno a la Sociedad orga- nizada expresamente para erigir el hotel, se depositara en la Comisión Monetaria la totalidad de las acciones que arnpara- ban tal aportación para sólo poder ser rescatadas en la pro- porción del cincuenta por ciento de las aportaciones en efec- tivo que siguieran engrosando el capital social.

Constituida la Sociedad el 5 de abril de 1933 con un capital inicial de un millón de pesos aumentable hasta cuatro d o n e s ; aprobado por la Secretaría de Hacienda el proyecto para el edifi- cio; aumentado el capital social a la suma de .... $2.300,000.00 y adquiridos, por la Sociedad y de diversos particdares, otros lotes de teiireno para completar el rectángulo que comprendía dicho proyecto, se procedió a la ejecución de éste.

Confieso que mi acometividad, crecida en esta ocasión hasta el tamaño de la necesidad por satisfacer, hizo que me desen- tendiera de dos requisitos legales de poca monta. Se vendió el terreno a la persona que se comprometió a edificar un Ho- tel en las condiciones fijadas por la Secretaría de Hacienda y no mediante una subasta pública, que seguramente habría desviado dicho terreno del destino que el Gobierno se propo- nía darle. Además, no se preguntó previamente a las otras Secretarías de Estado si deseaban utilizar el predio que iba a enajenarse porque se consideró que en el Acuerdo Presidencial que ordenaba la venta, estaban implícitamente contenidas las respuestas negativas de tales dependencias. Sin embargo, es- tas justificadas y pequeñas irregularidades dieron lugar, ya retirado yo a la vida privada, a una burda intriga en la que basó la Secretaría de Hacienda su absurda intervención a con- secuencia de la cual se ha alargado ya --estamos en octubre de 1944- hasta más de once años la duración de la obra

no terminada todavía. Me referiré a este suceso en el lugar que cronológicamente le corresponde en la Tercera Parte de estos "Apuntes Autobiqpra~cos" .

Vuelvo a retroceder, pero esta vez una distancia mucho menor, sólo hasta diciembre de 1932. Recuerdo que a princi- pios o mediados de este mes convocó el Presidente Rodrígiiez a un Consejo de Ministros para someter a su consideración el Plan con que el Secretario de Relaciones Exteriores don Ma- nuel Téllez se proponía solucionar la cuestión de "El Chamizal", mejor dicho, la situación creada por la desobe- diencia del Gobierno americano al failo arbitral dictado por el Dr. Lafleur. Recibí con la convocatoria una copia del Plan.

Como no la conservo ni en la memoria, no puedo transcribirla ni condensarla. Pero si decir que, leida con toda atención, encontré el Plan lesivo para la dignidad nacional. De acuerdo con mi costumbre de preguntar a quién más sabe cada vez que se me presentaba una cuestión grave, llamé a mi amigo el Lic. don Fernando González Roa. Le comuniqué mis ideas y temores y, manifestándose conforme con eiios, le rogué que formulara un memorándum.

Concurrí al Consejo con ese documento en la bolsa. El se- ñor Tkllez leyó su plan. Excepto algunos anglicismos o tra- ducciones literales de expresiones genuinamente inglesas y de muy pocos de los circunstantes podrían percibir y segura- mente ninguno a primera vista y que denunciaban una proce- dencia inconfesable o daban lugar a que se sospechara de ella, el Plan estaba tan bien expuesto que, al acabar su lectura el señor Téllez, el ambiente que se respiraba le era marcadamentc favorable

hIc preparaba yo a lanzar la nota discordante de mi censura y me facilitó ese esfuerzo o, más bien, lo apresuró el mismo señor Téilez que, probablemente creyendo remachar su triun- fo, dijo:

calismo, porque comprendo que tal cosa es impracticable en nuestra Patria. Este último punto de vista los autoriza para declarar que soy un candidato viable para ustedes que hacen "profesión de fe liberal y de sustentar ideales sencillamente conservadores". Sin subrayar la contradicción que implica Ila- marse al mismo tiempo liberales y conservadores, porque, independientemente de la connotación que en México han tenido ambas palabras, es un hecho que dentro de la actual organización de los partidos políticos en el mundo, liberales y conservadores caminan unidos y están alineados en las filas de la reacción, si quiero hacer resaltar lo antitético que resul- ta ser "revolucionario puro" y abominar de toda manifestación

1 de radicalismo. Ni en mis antecedentes como revoluciotmio, N

I en mis aaMdades en los distintos puestos administrativos que los

: Gobiernos de la Revolución me han conliado, creo que pueda

l traslucirse la menor oposición a las reformas radicales que México necesita. Todo lo contrario: esos antecedentes y esas actividades, dentro del plan de reformas que establece la Constitución de 1917 - q u e es el Código en que la Revolución ha cristalizado sus anhelos- me colocan en el puesto de m m a i ~ u i e r h que no debo ni quiero abandonar. Las únicas diferencias que puede haber entre los revoluuonarios de esta denominación no radican

1 ciertamente en la finalidad -que es común en todos dos- de sus tendendas o de sus ideales, sino más bien, en el procedi- 1

I miento para realizar la reforma, que puede tomar diversas moda- lidades según sean el temperamento, la inteligencia y la cuitura

del funcionario encargado de realizarla. 1 ! Debo rectificar, por último, sus conceptos sobre que "ya es ! hora de que el Gobierno del país pase a manos de un hombre

de reconocidos méritos y de la estimación general del pueblo, ya que hasta el presente la gran mayona de nuestros gober- nantes se han sostenido por el apoyo rninoritaxio de los p p o s terroristas". Me permito recordar a ustedes, en este respecto,

que al haber yo colaborado en cargos de responsabilidad con todos los Gobiernos revolucionarios que se han sucedido des- de la caída de la Dictadura potfin'na, me he solidarizado con ellos -tal como les ha acontecido a todos los que se han encontrado en mi caso- en la forma indisoluble de una ver- dadera y leal colaboración: si, pues, desean ustedes un cam- bio de hombres, tienen forzosamente que buscar su candida- to fuera de los hombres de la Revolución".

A los pocos días recibí este mensaje de "El Sauzal", Baja Cahfornia:

"Estoy enteramente de acuerdo y lo felicito por contesta- ción que dio usted al Partido Civilista Renovador-

Afectuosamente. Gral. P. E. Ca//er".

Las investigaciones practicadas por el Servicio Confiden- cial de la Secretaria de Hacienda confirmaron mi presunción de que se trataba de una trampa tendida por un político o sus secuaces interesados en desprestigiarme como revoluciona- no. Dichas investigaciones pusieron en claro, efectivamente, que los que aparecían como organizadores del Partido y fir- mantes del Manifiesto eran de antecedentes detestables y agentes del Cnel. don Adalberto Tejada -Gobernador de Veracruz, comunista y aspirante a la Presidencia de la Repú- blica- que, no conociéndome, creyeron ingenuamente po- der hacerme caer en la trampa con la seducción de la candi- datura e ignoraban que estaba yo decidido a no figurar como candidato en ninguna liza electoral.

Yo no deseaba ser Presidente de la República, sobre todo, porque estaba convencido de que para poder gobernar a Méxi- co era necesario matar. A esta conclusión llegaba nuestra his- toria, desde la Independencia, y que estaba aún demasiado fresco el recuerdo del contraste que presentaron el Presiden-

te Díaz, que pudo reelegirse muchas veces, y a quien se acha- caba la orden de "mátalos en caliente" y el Presidente Made- ro derrocado y muerto por haber respetado las vidas de sus enemigos, aun de los condenados legalmente a sufrir la últi- ma pena por el delito de rebelión. Repito por centésima vez: es claro que el Cuartelazo de "La Ciudadela" no habría esta- llado si se hubiera cumplido en sus autores -los Generales Félix Diaz y Bernardo Reyes- la sentencia dictada por un Consejo de Guerra contra el primero y la que otro Consejo habna seguramente dictado contra el segundo.

Pero aparte de que, quien no quiere llegar a la Presidencia de la República ni se postula ni accede a que otros lo postu- len -generalmente estas postulaciones son la prolongación de la propia- no me halagaban los dos únicos caminos que podían conducir a esta meta, es decir, figurar,

a) como candidato oficial y ser fraudulentamente condu- cido a la silla presidencial por el mismo Gobierno a ua- vés del Partido Nacional Revolucionario -antes se ha- cía por conducto de la Secretada de Gobernación-; o, b) como candidato independiente y marchar a una de- rrota segura en los comicios para, en caso de contar con el favor del pueblo o del ejército y de tener estatura de caudillo militar, protestar con las armas contra el fraude electoral, derrocar al Presidente impuesto y trans- formarse en candidato oficial bajo un Substituto com- placiente.

Este último fue el camino que tuvo que seguir el señor Madero. Repito también y complemento la lista de los Presi- dentes de origen electoral. El señor Cananza, después de la rebelión constitucionalista, fue candidato oficial y único. El Gral. Obregón, mas acometedor e impaciente que el señor Madero y disponiendo de medios más expeditos que los su- yos, se anticipó a la consumación del fraude electoral e hizo

con la ayuda del ejército lo que su antecesor había hecho con la del pueblo. El Gral. Calles fue candidato oficial y lo irnpu- so la Secretaria de Gobernación. El ex-Presidente Obregón fue reelecto como candidato oficial. Tuvo el nusmo carácter y fue también impuesto por el Gobieno, pero a través del Partido Nacional Revolucionario -creado al principio del maximato Callsta- el Ing. Ortiz Rubio.

Tal habia sido, en suma, la historia electoral del Nuevo Ré- gimen. En cuanto a los Presidentes Interinos o Substitutos nombrados por el Congreso, éste sólo había obedecido las consignas del Caudillo que ejercía el mando: del señor Made- ro, en el caso del Presidente De la Barra; del Gral. Obregbn, en el del Presidente De la Hucrta y del Gral. Calles, en los de los Presidentes Portes Gil y Rodnguez.

Si, pues, no me había halagado el nombramiento del Con- greso para suceder al Presidente Ortiz Rubio cn los Últimos quince meses del sexenio para el que había sido reelecto el ex-Presidente Obregón, menos podía atraerme la designación electoral como candidato del Partido Nacional Revoluciona- rio, para todo un sexenio y mucho menos ir como candidato independiente a la derrota en los comicios, aunque pudiera seguir esta derrota -todavía peor- un movimiento armado del pucblo que, por lo demás, era improbable o imposible que triunfara.

Se iniciaba la agitación política de la contienda electoral con rumores y cuchicheos al rededor de los nombres de los posibles candidatos presidenciales: el del Cnel. don Carlos k v a Palacio, el amigo más íntimo del ex-Presidente Calles y miembro prominente de su camarilla; el del Gral. don Manuel Pkrez Trevitio, que habia dirigido o dirigía el Partido Nacio- nal Revolucionario; los del Cnel. don Adalberto Tejeda y el Gral. don Lázaro Cárdenas, paladines del radicalismo revolu-

cionario y el mío, a pesar de mi carta al Partido Civilista reno- vador y mi resolución -reiterada públicamente muchas ve- ces- de no intervenir como candidato en la liza electoral y de mi abstención de toda actividad que pudiera alentar, en ese sentido, a mis amigos o simpatizadores.

Parecían no creer en la sinceridad de mi resolución. Progresi- vamente perdían fuerza en el ánimo del público las tres pre-can- didaturas primeramente mencionadas, per no la mía. Por fortu- na, se propagaba de preferencia en los sectores más tranquilos del país, aunque la prensa seguía haciendo ruido. Mis viajes a "El Sauzal", Baja California -propiedad del Presidente RodngUez, donde pasaba una temporada el Gral. C a l l e s y a Washuigton, invitado por el Gobierno americano, eran más rela- cionados por los reporteros, no obstante mis declaraciones adaratorias, con la sucesión presidencial que con la Conferencia Económica y Monetaria Mundial próxima a verificarse en Lon- dres. La perspicacia periodística dio significación electoral hasta a las atenciones especiales con que tuvo a bien distinguirme el Presidente Roosevelt.

Por otro lado, los líderes y demagogos radicales llevaban su iqwierdismo hasta más allá del marco legal de nuestra Revolu- ción, mientras que yo había situado el mío, según la carta que escribí a los Directores del Partido Civilista renovador, en el extremo de dicho marco, pero sin salir de él, quedando de todos modos a la derecha de ellos. Como no podían concebir mi carencia de aspiraciones políticas personales, me califica- ron de reaccionario y me atacaron haciéndome el honor de considerarme el más serio enemigo de la nueva tendencia comunista. Por influjo de la demagogia radical las masas es- peraban de la Komitern de Rusia utópicas bienandanzas que la Constitución de México no podía reaüzar. Contesté los ata- ques con quietud y silencio y rogué que hicieran lo propio a quienes me comunicaron su propósito de actuar. Era natural

que, en tales condiciones, la opinión revolucionaria cristali- zara en favor del Gral. Cárdenas y, como consecuencia, que el ex-Presidente Caiies recomendara su candidatura y la apo- yara. Se contó, para estos resultados, con tan fuertes ayudas como la del mismo Presidente Rodriguez, la del Lic. Sáenz y la de don Rodolfo Caiies, Gobernador de Sonora e hijo dilec- to del Jefe Máximo de la Revolución.

El Partido Nacional Revolucionario celebró, pues, su convención y el Gral. don Lázaro Cárdenas fué designa- do Candidato a la Presidencia de la República -cuarta y última sucesión presidencial del maximato Callirta- para el sexenio 1934-1940.

Vuelvo al relato de mi gestión hacendaria en el Gobierno del Prcsidentc Rodriguez para ponerle punto final después de referirme a la parte de tal gestión que me tocó desempeñar no en México, sino en Washington y Londres.

Fuí a la Capital de los estados Unidos, invitado por el Go- bierno de ese país y pasando por la residencia temporal del ex-Presidente Calles en el Norte de Baja California, para cam- biar impresiones con los funcionarios respectivos de dicho Gobierno sobre algunos puntos de interés común de la Agen- da que nunciaba los trabajos de la Conferencia Económica y Monetaria Mundial convocada para fecha próxima en la Ca- pital de Inglaterra. Me acompañaron a Washington el Lic. Gómez Morin, algunos funcionarios de la Secretaria de Ha- cienda y mi hijo Alberto R. que tenia ya veintitrés años de edad, y en dicha ciudad se nos agregó nuestra Embajador, el Lic. don Fernando González Roa, excelente amigo mío.

Tuvimos la satisfacción de llegar con la Administración Americana a importantes acuerdos que dcspués influyeron en la concertación y firma, durante la Conferencia Mundial de Londres, de un Tratado sobre la plata que fue de gran be-

neficio nacional. Fueron también gratas para nosotros y pro- vechosas para México las manifestaciones de simpatía del Presidente Roosevelt y su Secretario de Estado hacia nuestra poiítica arancelaria, tradicionalmente proteccionista, pero entonces con tendencia al libre-cambio y la ocasión de pre- sentar ante ellos nuestro punto de vista, que situaba en sus tarifas la principal causa de depresión del comercio entre los dos países, puesto que, impidiendo la introducción y venta en los Estados Unidos de los productos mexicanos, se redu- cía al poder adquisitivo de México y, por lo tanto, la corriente comercial contraria, es decir, las importaciones a nuestro país de los productos americanos.

Las satisfacciones de nuestra corta estancia en Washington -tres o cuatro días- fueron asimismo de carácter social. Habían estado ya las Delegaciones de casi todos los otros países del mundo, con igual objeto y también invitadas por el Gobierno Americano, y el Presidente Roosevelt, como lo ha- bía hecho con eilas, ofreció a la nuestra una comida en la Casa Blanca, a la que asistieron los miembros de su Gabinete y algunos prominentes Diputados y Senadores. Establecida la práctica de que no hubiera brindis, el Presidente tuvo la gentileza de romperla en nuestro caso, porque, según dijo, no podía resistir a la tentación de brindar -naturalmente con agua, pues todavía imperaba el estado s e c e por un viejo amigo cuya amistad se remontaba hasta fines de 1916 siendo yo uno de los Delegados mexicanos a las Conferencias de New London y Atlantic City, que trabajaron por la paz entre los dos países, y éi, S u b s d o de M a h en el Gabinete del PKsi- dente Whon, amisfad movada aes años después, cuando a p8nci- pios de enero de 1919 hicimos juntos, él y yo, una deliciosa mvesía a E w p a en el uansatlántico ameEcano "George KAmgton".

En cuanto al viaje a la Capital del Reino Británico, sa!imos de Nueva York en el "Rex", magnífico barco italiano, desem-

barcamos en Viüefranche, de la Costa Azul francesa, nos de- tuvimos en Pans un día y llegamos a Londres la víspera de la inauguración de los trabajos de la Conferencia. Estos dura- ron el lapso del 12 de junio al 27 de julio de 1933.

Formábamos la Delegación Mexicana: los Lics. don Fernando González Roa y don Eduardo Suárez, el Ing. don Marte R. G6mez y yo, que la presidía. Mi hijo era Agregado Civil, pero anticipó una o dos semanas su llegada a Europa. Nos acom- pafiaron también, en calidad de Asesores, algunos Técnicos de la Secretaria de Hacienda.

El Gobierno Inglés ofreció a los Delegados en el Grosvernor House un banquete de más de seiscientos comensales y a la Mesa de Honor fueron sentados alrededor de sesenta de ellos y estaba presidida por el Primer Ministro señor Ramsay McDonald. Como México estaba en turno en la Presidencia de la Sociedad de las Naciones, en cuyo seno se había inicia- d o y preparado la Conferencia, sólo me precedieron protocolariamente en esa Mesa los señores Henri Daladier y Cordell H d , Presidentes de las Delegaciones francesa y ame- ricana. Tuvimos oportunidad de concurrir, entre otros agasa- jos, a una s a n fiesta de la alta sociedad londinense: el baile que, dedicado a los miembros de la Conferencia, celebró el Marqués ............ y los Reyes ofrecieron un Garden Party, con igual dedicación, en el parque del Palacio de Windsor. Se hizo a mi país el honor de conferirme uno de los ocho o diez asien- tos de la Mesa Directiva de la Conferencia.

Procede que repita nuevamente algunos de los conceptos sobrc la Conferencia expuestos por primera vez en el libro "Mi Contribución a/ Nuevo Rtgzmen (1910-1933)" y reproduci- dos en "Trer Monografías".

Es claro que tenía que satisfacerme el hecho de poder mar- car, ante el imponente grupo de delegados y expertos de todos los otros países, los puntos de contacto entre nuestro programa

de rehabilitación económica nacional emprendido en 1924 y reanudado en 1932 y la Agenda ulteriormente formada y ano- tada, para la Conferencia Mundial, por la Comisión Preparato- ria de Expertos de la Sociedad de las Naciones. México, en efecto, se había anticipado en la orientación de su política ha- cia las soluciones sugeridas por la Agenda para ciertas cuestio- nes fundamentales -entre las numerosas que enunciaba y planteaba con el fui de resolver el problema general de la restauración del equilibrio económico del m u n d e y, como consecuencia de tal anticipación, había logrado realizar tan im- portantes progresos en los campos de su economía afectables por la acción gubernamental que, al ser inaugurada la Confe- rencia, pude significar --discurso pronunciado en la Sesión Plenaria del 14 de junio- que México ofrecía, desde luego, la conmbución experimental de esos avances a los procedirnien- tos aconsejados por la Agenda; que el total restablecimiento de su equilibrio sólo era ya estorbado por la inevitables repercu- siones de la anormalidad exterior y que, no obstante eso, se obligaba a no limitar su cooperación al envío de una Delega- ción a la Conferencia, sino a extenderla hasta la aceptación de los sacrificios que fueren necesarios "para salvar la civiliza- ción y acallar los actuales sufrimientos de la humanidad".

Me place señalar también la identidad de los conceptos ver- tidos por la Delegación Americana, casi al fuial de la Confe- rencia, para explicar los motivos por los cuales el Presidente Roosevelt se negaba a acceder a la tregua de desvaloración del dólar pedida por los países de patrón de oro, con los que yo había expuesto en la parte relativa del discurso que pro- nuncié el 14 de junio, es decir, en los comienzos de la Confe- rencia. Quedó así evidenciado que con la sola diferencia de haberse anticipado México a los Estados Unidos, más de una año, en el camino de la rectificación del valor de su moneda en relación con los precios de las mercancías de consumo

interior, ambas poiíticas monetarias partían de los mismos principios y perseguían igual finalidad.

Aunque la Conferencia de Londres haya constituido un fra- caso como propósito de solución de conjunto de los varios aspectos de la crisis económic:a mundial o, particularmente, para tal o cual país o para la mayoría de los que en ella parú- ciparon, no pude ni debe decirse otro tanto en lo que concier- ne a México, cuyo verdadero interés estaba en la solución internacional de las cuestiones que escapaban a la acción ex- clusiva de su propio Gobierno y que, en proporción bastante apreciable, ha venido resolviendo hasta ahora gracias a la for- ma en que fueron orientadas o planteadas, directa o indirec- tamente, por la Conferencia. Aun el hecho mismo de que los países de patrón de oro no hayan logrado del Gobierno Amen- cano la aceptación de la tregua nionetaria o suspensión tempo- ral de la política de desvaloración del dólar y que, como conse- cuencia de eiio, se haya producido el conflicto que determinó el fracaso de la Conferencia, resultó provechoso para México, puesto que dicha política tendía principalmente hacia la reha- bilitación de los precios de las mercancías producidas en los Estados Unidos y, por consiguiente, de la mayor parte de nues- tras materias primas exportables.

Pero hubo algo que, por su influjo en todos los campos de la economía mexicana, concretó mejor y volvió tangibles las ventajas obtenidas por nuestro país respecto de las cuestio- nes para cuya solución no bastaba la acción aislada de su Gobierno: el Convenio Internacional negociado y concertado con los fines de rehabilitar y estabilizar el precio de la plata y firmado en Londres el 22 de julio de 1933 por los represen- tantes de China, España e Italia, como los principales países poseedores o consumidores de dicho metal, y de Austria, Canadá, Estados Unidos, México y Perú, como los principa- les productores. México ha derivado de este Convenio el re-

dente auge de una industria -la minera- que por la cuantía de los capitales en eiia invertidos, el volúmen de su produc- ción, el número de trabajadores que emplea, los sueldos y salarios que paga y los impuestos que cubre, es factor impor- tante de prosperidad económica y fiscal.

La Conferencia Económica y Monetaria Mundial no me permitió holgar para volver a entretenerme en la paciente búsqueda de obras de Arte desaparecidas, pero sí pude apro- vechar mi estancia en Londres y, terminada la Conferencia, pasar una semana en Madrid para comprar, por cuenta del gobierno y a precios bastante reducidos, ocho importantes tablas de las Escuelas Catalana, Valenciana, Aragonesa y Castellana del Siglo XV, entre las cuales se haya un "Berruguete"; las telas "San Francisco" del Greco, "Magda- lena Arrepentida" de Zurbarán, firmada, y "San Simón" de Velázquez, las tres con certificados de autenticidad del Pro- fesor Augusto L. Mayer; "Retrato de Hombre" de Del Mazo; "La Adoración de los Reyes Magos" y "La Presentación de la Virgen al Templo" de Valdés Leal, pertenecientes a una serie de seis escenas de "La Vida de la Virgen" mencionadas en la monografía de Paul Laford "Valdés La / ' (págs. 88-90) y en "Die Sevillaner Materschule" del Prof. Augusto L. Mayer (1911, pág. 194) y que, procediendo de la Colección de Sir Edgard Vincent, fueron exhibidas de 1912 a 1914 por "The Grafton Caileries" de Londres; la "Cocina de Brujas" de Goya, que figura en las principales monograflas sobre este gran Pintor y proviene de la Casa Ducal de Osuna; "Adán y Eva" de Lucas Cranach, el viejo, tabla f m a d a con el monograma del autor y de autenticidad certificada por Tancred Borenius; "Judith y Holofernes" del Tintoretto, con certificados de autenticidad de Tancred Borenius y Lionello Ventur y un "Retrato de Hom- bre", también del Tintoretto y con certificado de autentici- dad del Barón von Hadeln. A este selecto grupo de pinturas

se agrega el estudio de Goya para su capricho No. 68 -"Lin- da Maestrav- dibujado a la sanguuia y fumado.

Dichas compras, lejos de haberse efectuado al azar, se hi- cieron con sujeción a la idea de que el p e s o de1 contingente para integrar el futuro Museo de Artes Plásticas --el motivo predominante, después de la Sala de Espectáculos, en el plan que formé al reanudado, el año anterior, los trabajos de cons- tmcción del edificio del Teatro Nacional -procedería de las Galerías de Pintura de la antigua Academia de Bellas Artes, cuya Colección no era sólo susceptible de una selección más severa que la que antes habíamos llevado a cabo el pintor don Juan de M. Pacheco y yo -trabajo al que destiné dos meses de las cortas vacaciones que pasé en México el año de 1930- sino que, para cumplir mejor el destino que le reser- vaba mi plan, requena, aparte de la incorporación de algunas obras características de las Escuelas en ella representadas, que, sobre todo, se colmaran las lamentables lagunas de la Escuela Española, de Ia que arranca el origen de la pintura mexicana y a la que su desarrollo tiene que estar más estre- chamente vinculado.

Las adquisiciones arriba citadas se ajustaron tan bien a ese criterio, que, en primer lugar, la pequeña sección de primiu- vos de la Colección Oficial, yue sólo contenía algunos fla- mencos y holandeses, fue enriquecida con ocho magníficas tablas españolas del siglo XV y una alemana -nada menos que la Granach- y que, en segundo lugar, siete de las nueve pinturas restantes pertenecían también a la Escuela Española y la incorporación de todas ellas produjo los efectos deseados de llenar huecos de pintores ausentes -casos de Valdés Leal y Del Maz- o de complementar la representación de los ya presentes, como sucedió en cuanto a Velázquez, Zurharán y el Tintoretto. En efecto: el ''San Simón" de Velázquez es una obra de juventud, anterior al viaje a Italia del colosal pintor

hispano y, por tanto, al retrato del Papa Dona cuyo estudio preliminar procedente de mi Primera colección, conservaba la Academia, la "Magdalena Arrepentida" de Zurbarán permite admirar a este Maestro en un aspecto distinto del único que por "Los Peregrinos de Emaus" se conocía en México y de las dos telas del Tintoretto, la mayor asume una importancia, en composición y en tamaño, que está muy lejos de tener el "San Gerónitno" de nuestras Galerias y la menor muestra las nota- bles cualidades, como retratista, del insigne Maestro veneciano.

Ante mi aparecía tanto más apremiante la necesidad de mejorar la Colección de Pinturas del Gobierno, tal como co- mencé a hacerlo con las compras verificadas en Londres y Madrid, cuanto que los trabajos para la terminación del edifi- cio del Teatro Nacional avanzaban rápidamente y que la refe- rida Colección tenía que intervenir como uno de los factores principales -según dije antes- en la realización del fin que me decidió a reanudar dichos trabajos.

Volví de Europa a tiempo para escribir la parte referente a la Secretaria de Hacienda y Crédito Público del Mensaje que el Presidente tenía que duigir al Congreso el lo. de septiembre de 1933. Con la lectura de ese Mensaje y la de la contestación de la Presidencia del Congreso se inauguraría, siguiendo la prácuca anual establecida, el periodo ordinario de sesiones de las dos Cámaras colegisladoras. Con motivo de este acto recuerdo algunos incidentes chuscos que pudieron estar rela- cionados con mi salida de la Secretaria de Hacienda.

Antes de la ceremonia nos reunimos en la Oficina del Pre- sidente de la República, éste y quienes teníamos que acom- pañado, es decir, los miembros de su Gabinete y de su Esta- do Mayor y los Diputados y Senadores nombrados al efecto. Alrededor de veinticinco personas. Estábamos alineados a uno y otro lado del Presidente, cerca de los muros del cuarto.

Sólo faltaba el Secretario de Educación Pública, con quien, siendo él muy quisquilloso, yo había tenido dificultades por motivos baladíes. Al fin apareció casi cuando los ya reunidos íbamos a S&. Se dirigí6 al Presidente para saludarlo. Comen- zó a hacer lo propio con cada uno de los demás: con el Gral. Acosta, que estaba junto del Presidente, con el Iic. Sáenz que seguía y así sucesivamente; pero al llegar a mi, me saltó sin decirme nada ni tendcrme la mano y continuó su tarea. Inmediatamente avancé dos pasos, exclamando:

-No me imaginaba que tan pronto encontraría aplicación a un verso de Fidel que estaba recordando al entrar aquí.

-?Cual? -se apresur6 a preguntar el Presidente. Recité en voz alta para que todos me oyeran:

Hombres por antonomasia, Para que ustedes lo vean ... Bien dice doña Pancracia: -De que uno está de desgracia ihata los perros le mean!

Al pronunciar las últimas palabras alusivas alcé mas la voz y señalé al grosero que me había privado públicamente de su saludo.

Estalló la carcajada del Presidente y la corearon las de to- dos los circunstantes. Anonadado cl Ministro aludido con aquella burla tan general y ruidosa, interrumpió violentamente sus saludos y se refugió en un rincón de la Oficina.

Acto seguido salimos todos de la Oficina Presidencial para dirigirnos al edificio de la Cámara de Diputados donde nos esperaba el Congreso.

El Mensaje constaba de un exordio, la reseña de las labores del Ejecutivo en cada una de sus dependencias administrati- vas, de acuerdo con el orden en que son enunciadas por la Ley de Secretarias de Estado, y la concluszón que comentaba dichas labores y fijaba las orientaciones de la futura poiítica

presidencial. La primera y la última partes eran confecciona- das en la Secretaria Particular de la Presidencia, que interca- laba las otras partes -procedentes de las citadas dependen- cias- después de modificarlas, a veces, mutiiánciolas. Para no exponer mi parte a ese atropello, acostumbraba entregarla a última hora, unos cuantos minutos antes de la ceremonia.

El Presidente iniciaba y terminaba la lectura del Mensaje con el exordio y la conclusión. De las partes intercaladas, cada Secretario o Jefe de Departamento leía la suya. Sucedió aquella ocasión que los Diputados y Senadores y el público, que era numeroso, aplaudieron mucho más la parte correspon- diente a la Secretaria de Hacienda que al resto del Mensaje, incluso lo leído por el Presidente. Sucedió también que uno de los Secretarios Uenó tan torpemente su cometido que dejó la impresión de que apenas sabía leer. Se dijo que el Presidente Rodríguez, después de la ceremonia, no disimulaba su contra- riedad por la entusiasta preferencia que el auditorio había ma- nifestado por la parte mía del Mensaje. El siguiente año, fueron sintetizados los informes de las Secretarías y los Departamen- tos y el Mensaje, más corto, fué todo leído por el Presidente. Se ha conservado esta práctica hasta ahora

Sin ser un político de oficio, manteniendo en la cúspide de mis sentimientos el de la dignidad personal y dispuesto siem- pre a dimitir, la duración alcanzada por mi vida oficial eran extraordinaria y excepcionalmente larga: de cerca de veinti- dós años, contada desde el nombramiento de Subsecretario de Instrucción Pública y Bellas Artes con que tuvo a bien distinguirme el Presidente Madero. Los primeros servicios que rendí al Régimen sucesor de la Dictaduraporfiriana, se re- montan a la campaña electoral de 1910.

Fueron las causas principales de tan raro fenómeno la con- fianza que en mí depositaron mis superiores y las atenciones

que me dispensaron. Habiéndome permitido rehusar varias invitaciones para integrar al Gabinete Presidencial en calidad de Secretario de Estado, porque su contenido de confianza no me habia parecido suficientemente fuerte, tras el desem- peño de comisiones que reforzaron ese contenido accedí a fundar la Secretaría de Industria y Comercio; pero mi primcr acto fué, inmediatamente después de nombrado, presentar mi renuncia al Presidente Carranza, rogándole que la retuvie- ra en su poder para hacerla efectiva cuando a su juicio hubiere disminuido, aun en proporción infinitesimal, la suma de con- fianza que me habia decidido a aceptar dicho cargo. Desde entonces, cada vez que he creído que desaparecía o se amor- tiguaba el depósito de confianza que sostenía mi actuación oficial, he dimitido; pero casi instantáneamente esa confian- za era renovada en forma que me obligaba a retirar mi renun- cia. Así me pasó bajo los Presidentes Carranza y Obregón. Bajo el Presidente Calles la renovación de su confianza no bastó para retenerme en la Secretaría de Hacienda, pcro si para servir otro puesto de su Administración fuera del Gabi- nete Presidencial y del país.

El Presidente Rodnguez habia superado a todos sus prede- cesores del Nuevo Régimen en atenciones y muestras de con- fianza. Supe estimar y agradecer debidamente esta supererogación. Aunque obligara aún más mi gratitud, me era pcnoso que el Presidente soliera calificar de "insustituible" mi colaboración, sobre todo, cuando lo hacia en presencia de otros colegas. Sus deferencias no eran únicamente verbales. Recuerdo que, verificado el matrimonio de mi hija en agosto, algunos días antes de la ceremonia de apertura del Congreso a que me he referido, no satisfecho el Presidente con su regalo de boda -que seguramente respondía, con creces, a la obligación social derivada de la cordialidad de nuestras relaciones oficia- les- y sabedor de las aficiones hipicas de mi hija, le envió tm-

bién un caballopzírsang. Pero eso no fue todo. Un General, Agre- gado a nuestra Embajada en Washington, tuvo la feliz ocurren- cia -quizás en pago de un favor que hice a su padre, que había trabajado en la Secretaría de Hacienda- de publicar un foiieto en que me atacaba duramente por los regalos que había recibido mi hija, en ocasión de su mauimonio y de acuerdo con una cos- tumbre inveterada de todas las clases sociales. Reconozco la generosa moderación de mi censor porque pudo asimismo, sin acentuar su tontería, haber censurado la erupción de un volcán o un edipse de sol y habérmelos achacado. Aunque en México no hay sanción para la imbeddad de un funcionario -menos aún cuando se trata de un militar y, por añadidura, diplomáti- c- el Presidente Rodríguez hizo con él y en obsequio mío algo inusitado: ordenar que fuera destituido. Los Gobiernos posterio- res han restablecido la normalidad mexicana utilizando sus ser- vicios en los más altos puestos diplomáticos.

En suma: la gran estimación que el Presidente Rodn'guez me había manifestado con palabras y hechos me hizo poner en duda el disgusto que, según se dijo, le había ocasionado la entusiasta preferencia del Congreso y el público por la parte del reciente Mensaje Presidencial relativa a la gestión hacendaria de su Gobierno.

En el último o el penúltimo acuerdo que celebré con el Pre- sidente Rodnguez -menos de una o dos semanas antes de la crisis final- me comunicó su resolución de pasar las obras del hoy Palacio de Bellas Artes, de conformidad con las juris- dicciones establecidas por la ley, de la Secretaria de Hacienda a la de Comunicaciones y Obras Públicas. Me mostró, para fundar su resolución, el dictamen de un abogado. Le recordé que a sabiendas de lo que decía ese dictamenperogm//esco, esto es, que /as comunicacionesy /as obraspEíbiicm debían caer bajo la jurisdicción administrativa de la Secretaría de Comunicacio- nes y Obras Públicas, pero en atención, primero, a que no

existía disposición alguna en nuestras leyes que prohibiera al Presidente de la República confiar el desempeño de una labor determinada a cualquiera de sus colaboradores y, segundo, a que resultaban beneficiosos para las obras por emprender mi entusiasmo de iniciador y ciertas circunstancias de índole pro- fesional que en mí concurrían, se convino - c o n la sensata aqiescencia del Secretario de Comunicaciones y Obras Públi- cas- que yo compartiera gratuitamente con el arquitecto Mariscal la dirección de dichas obras y que las mismas depen- dieran de la Secretaria que estaba a mi cargo.

-Enteré a usted de todo esto -concluí diciendo al Presi- dente- en la visita que hizo usted a las referidas obras pocos días después de inaugurado su Gobierno y usted se dignó ra- tificarlo. Pero no obstante éso y a pesar, también, de que la confusa maraña de leyes que regulan la Administración y que a menudo estorban su marcha, ha acabado por volverme, ante cualquier obra de interés público, más acometedor que lega- lista, si sólo viera en su reciente resolución el propósito de una mejor acomodación a las jurisdicciones legales, la acata- ria gustosamente; pero como, por desgracia, ofrece más bien el aspecto de una complacencia con el Secretario de Educa- ción -a quien tanto ha contrariado que yo intervenga, y no él, en la construcción de un edificio destinado a su Secreta- ria, que hasta me ha retirado el saludo- la mencionada reso- lución lesiona mi dignidad personal y me obliga a presentarle mi renuncia.

El hecho de que el Presidente no haya aprovechado esta ocasión para provocar de modo tan fácil y decoroso mi salida de la Secretaría de Hacienda, pues para ello le habría bastado negar la aludida complacencia con el Secretario de Educa- ción y atrincherarse en un celoso legalismo que ni yo le hu- biera podido censurar; sino que, muy al contrario, ante el solo anuncio de mi renuncia haya reconsiderado el caso y retirado

su resoludón, me iievó al convencimiento de que el Presi- dente no quería que abandonara el puesto que ocupaba en su Gabinete.

Pero el hecho citado también me indicó estas dos cosas: primera, que se continuaba inmgando en mi contra y, segun- da, que las intrigas fraguadas comenzaban a mellar la con- fianza del Presidente al ser acogidas por él, aunque de modo momentáneo.

Siempre que platicábamos el ex-Presidente Caües y yo, nues- tra conversación rodaba fatalmente a las cuestiones econó- micas del sector de mis actividades oficiales y por las que él mostraba una gran afición. La plática que tuvimos una maña- na de la segunda quincena de septiembre giró principalmente alrededor del mejoramiento material del proletariado, proble- ma en cuya solución poco o nada se había logrado a pesar de constituir un objetivo cardinal de la Revolución.

-La causa del fracaso -opiné- es que ese problema se ha planteado de modo simplista y falso con la sola elevación de los salarios, sobre el valor mínimo autoritaria e insuficien- temente fijado y sin impedir o estorbar sus inevitables reper- cusiones de encarecimiento en el costo de la vida. Lo que interesa aumentar no es el valor nominal o expresión moneta- ria de los salarios, sino su poder adquisitivo sobre un mínimo capaz de subvenir a las necesidades de casa, alimento, educa- ción y recreo de una familia. Se requiere también que haya trabajo para todos y que el salario, en vez de ser derrochado en vicios, se aplique a la satisfacción de esas necesidades.

Diserté sobre ese tema y mencioné algunas de las principa- les medidas que, en mi concepto, concurrían a los fmes ex- presados. El ex-Presidente, de acuerdo conmigo, dijo:

-Partiré esta tarde a Tehuacán, donde pienso permanecer varios días en compañía del Presidente Rodrípez, que saldrá

mañana. Le hablaré de estasy oims cosasy seguramente llamaremos a ustedpara que amplíe La exposición que me ha hecho y dictemos los acuerdos que dejinan nahnalmente la poktica rekahva.

No fui llamado a Tehuacán y el Presidente Rodriguez, a l descender del coche en que regresó a México, encomendó al Lic. don Francisco Javier Gaxiola, su Secretario Particular, la misión de trasmitirme un recado verbal suyo pidiéndome la renuncia de mi cargo y expresándome los motivos de tal de- manda.

Para recibir al Lic. Gaxiola tuve que suspender la redacción de una carta al Dr. Puig Cassauranc, Secretario de Relaciones Exteriores, con mi opinión adversa a las alteraciones por él introducidas en el Proyecto de la Secretaría de Hacienda para el Capítulo IV de la Agenda de Labores de la VI1 Conferencia Panamericana. Dejé inconclusa esta cana, pero inserté la parte escrita en las páginas 372 a 379 de "Mi Contribución al Nuevo Régimen (1 9 1 O- 1933)".

El Lic. Gaxiola, me comunicó, apenado, el objeto de su visita y las razones de la repentina determinación presiden- cial. Me sorprendió aquél más que por lo inesperado por la falsedad de éstas.

Es claro que yo estaba bien enterado del origen común de los Presidentes Ortiz Rubio y Rodríguez -la voluntad omnúnoda del Gran Elector- y de los vínculos semejantes que necesariamente los ligaban a él, pero mediaba una dis- tancia enorme entre eso y equiparar a dichos Presidentes y tener con ambos igual trato, como, según el Lic. Gaxiola, al- gunas personas habían hecho creer al Presidente Rodnguez, desentendiéndose, por un lado, de que yo había pugnado por la úitima sucesión presidencial, es decir, por la renuncia del Ing. Ortiz Rubio y el nombramiento del Gral. Rodnguez y, por otro lado, de que naturalmente procuraba sostener el pa- pel que me había tocado desempeñar en esa comedia, guar-

dando con el Presidente Rodnguez -a quien, además, esta- ba agradecido por sus atenciones- las formas de la ley y el decoro, mucho más escrupulosamente que con el Presidente Ortiz Rubio, que me tenía resentido. Mientras que en tiempo de este último recababa los acuerdos más trascendentales di- rectamente del Gral. Calles, bajo el Gobierno de su sucesor no recurría, como subordinado, a dicho General sino en los casos por él ordenados, como el de mi sugestión de llamar al Lic. Sáenz para cubrir la vacante de Jefe del Departamento del Distrito Federal.

Me dijo también el Lic. Gaxiola que el Presidente estaba disgustado porque, según le habían informado, mi hijo se expresaba mal de él y que precisamente la víspera de ese día --el 26 de septiembre- lo habia hecho en un ban- quete celebrado en Cuernavaca, con la circunstancia agra- vante de que mi Secretario Particular, que estaba presente, había autorizado con su silencio las palabras despectivas de mi hijo. Desde muy joven tuvo criterio propio mi citado hijo y ha gozado de libertad para expresarlo y, además, ya hacía cinco años que habia cumplido la mayor edad y estaba legal- mente emancipado. Pero, además, las imputaciones que se le hacian eran falsas de toda falsedad. Le simpatizaba el Gral. Rodríguez, siempre hablaba bien de él y e/ día del banquete de marras ni siquiera había ido a Cuernavaca..

El Lic. Gaxiola interpretó mal mi sorpresa y mis explica- ciones puesto que me advirtió:

-Es inútil que intente usted ver al señor Presidente o ha- blarle por teléfono o hacer cualquier cosa que tienda a impe- du o retardar su renuncia. Tengo también el encargo de decir- le que es una resolución definitiva que nada ni nadie podrán alterar.

-Lo que he dicho sólo ha tenido por objeto mostrar a us- ted lo absurdo del proceder del Presidente. Es lo único que

lamento, por él y no por mí. Tanto más cuanto que era inne- cesario, pues el Presidente sabe que siempre he estado dis- puesto a presentar espontáneamente mi renuncia y a renovar la que hace menos de una semana se negó a aceptar. Aun en el caso de no ser definitiva la resolución de sustituirme, yo la tomaría como tal para aprovecharla y volver al fui a la vida pr~vada'~.

Tuve el propósito de enviar inmediatamente mi renuncia. 1-Iubo, sin embargo, que esperar al día siguiente porque el honorable y eficiente Subsecretario de Hacienda Ing. don Octavio Dubois recibió esa misma tarde una nota de la Presi- dencia en que groseramente se le destituía y le aconsejé que rompiera dicha nota, formulando ante mi su dimisión con fecha anterior. Así lo hizo. Le contesté accediendo, por razo- nes aludidas, a que abandonara la Subsecrctana, agradecién- dole su eficaz cooperación y sintiendo que cl Gobierno y el país tuvieran que privarse en lo sucesivo de sus buenos servi- cios en el cargo que dimitia.

"Presumí desde luego que el Gral. Calles había consentido en que el Presi- dente provocara la presentación de mi renuncia -cosa facilisima- y que la aceptara. Hasta puedo admitir que en vez de solo consentir haya ordenado. Sin eso el Presidente no habría actuado como lo hizo. Por lo demás, confu- mó nu presunción la lectura, cntre heas , del informe sobre los comentarios del Gral. Calles, escrito por la honorable persona que sc sirvió llevarle las copias delos documentos de mi rcnuncia y reproducido al principio de la Terceral'arte de este relato. Como, por un lado seguramente se creyó respon- der con tal autorización a una necesidad c> conveniencia política y siempre, en las condicioncs similares de mi larga vida pública, cstuve dispuesto a recono- cerla y someterme a ella, sin averiguar si realmente existía y, por otro lado, muy lejos de perjudicarme, respondía también a mi desco, no sentí la menor dcsazón y seguí siendo amigo del Gral. Caiies y jamás, en nuestras charlas, se legó a aludu directa o indirectamente a mi saiida del Gobierno. Como, por último, la fonna innecesriamcntc brusca en que ésta sc verificó, czsi confun- diéndose con una destimción,/ue obra exc/u~iuay notonkmente iyush$cr?day t o q e deli'residente Kodnguez. tampoco me afecto de modo sustancial.

Escribí mi renuncia contrayéndola secamente a su objeto y una carta al Presidente en la que después de mostrar, como lo había hecho verbalmente al Lic. Gaxiola, la falsedad de las razones aducidas para hacerme salir del Gabinete Presiden- cial, basado en la puerilidad de dichas razones me considera- ba autorizado para

"suponer -palabras textuales- que hay otras y que esas otras, por motivos que sólo a usted toca calificar, no se desea ponerlas en mi conocimiento, al menos por hoy".

Y añadí para concluír:

"Si se trata simplemente de resolver el principio de crisis que mi distanciamiento con el Secretario de Educación Pú- blica planteó y al cual en un Acuerdo anterior me permití aludir, nada tengo que agregar. Usted está en su perfecto de- recho de elegir, entre dos de sus colaboradores, el que más útii le parezca y puede muy bien reservarse los motivos de su preferencia".

"Si, por el contrario, hay algo en la orientación y en la eje- cución de mis actividades que implique transgresión a los prui- cipios de la Revolución a la que sirvo desde 1910, o a las normas legales que nos rigen, yo debe pedir desde luego y, en efecto, pido que se haga la depuración de mi conducta y que se me dé oportunidad de explicar el cómo y el por qué de cada uno de mis actos".

Recibí la respuesta de mi renuncia, aceptándola, el mismo día 28 de septiembre de 1933, una o dos horas después de haber sido enviada. La carta no me fue contestada.

Aquí cierro la historia de esta etapa de mi vida.

TERCERA PARTE MI RETORNO A LA VIDA PRIVADA

o ~ v i A LA VIDA PRIVAD.^ despuis de servir exclusivamen- te cargos gubernamentales prominentes dentro y fue- ra del país durante cerca de veintidós años desde el v

Gobierno del Presidente Madero. Uso el término "exclusiva- mente", habiendo servido también en ese lapso los dc miem- bro de la Junta Directiva de la Compafiia de los Ferrocarriles Nacionales de México, S. A., y Presidente Ejecutivo de la misma, porque, aparte de haber ocupado poco tiempo dichos puestos, sus funciones estaban comprendidas en las dc Di- rector General de los Ferrocarriles Constitucionalistas que desempeñé simultáneamente a aquéllos.

En la Tercera Parte de estos "Apuntes Autobiogrújicor" relataré, primero, los efectos de la renuncia a mi d h o cargo oficial - e l de Secretario de Hacienda y Crédito Público- no ciertamente en el mundo financiero, según temores que infundadamente asal- taron al Presidente Roclríguez a juzgar por la categona de la per- sona que nombró para sucederme a la premura con que lo hizo; segundo, mis actividades de gratuita colaboración con el Go- biemo y mis intentos frustrados en igual sentido y, tercero, mis trabajos de carácter particular. Subdividiré, pues, su texto en tres Secciones que se llamarán succsivarnente:

LAS CONSECUENCIAS DE MI RENUNCIA, MIS PROP~SITOS DE

COOPERACION CON EL GOBlERNO Y MIS TRABAJOS PRIVADOS.

Son cortes longitudmales diferentes de una parte de mi vida. He optado por estos cortes o Secciones en que subdivido mi relato, en vez de la sucesión cinematográfica de los cortes transversales, para hacer mas clara la exposición.

Aplicaré el mismo método respecto de los diversos asuntos contenidos en cada una de dichas Secciones, aunque a veces tenga que romper momentáneamente el orden cronológico que, al íin y al cabo, quedará señalado siempre con las fechas incluidas.