Reflexiones Para Elegir Carrera y Mantenerse en Ella o[1]
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Reflexiones para elegir carrera y mantenerse en ella o
Del por qué estudio filosofía y de qué voy a vivir.
Por Miriam Nazario C.
Una vez un joven estudiante de dieciocho años escribió lo siguiente:
La gran preocupación que debe guiarnos al elegir una profesión debe ser la de servir al bien
de la humanidad […] los más grandes hombres de los que nos habla la historia son aquellos
que laborando por el bien general han sabido ennoblecerse a sí mismos [ya…] que el hombre
más feliz es el que ha sabido hacer felices a los demás…
Precisamente hace unos días un profesor me hizo recordar esta cita cuando después de decirle que
estoy estudiando filosofía me preguntó: – ¿y de qué vas a vivir?-. De inmediato me enteré de qué se
trataba su pregunta: –money- me dijo. Independientemente de lo que le conteste comencé a pensar en la
siguiente pregunta:
¿Es el sueldo que vamos a ganar o los empleos que podremos conseguir lo único a tomar en cuenta a
la hora de elegir qué carrera estudiar?
Curiosamente resulta que la pregunta que el profesor me hizo (un profesor de idiomas que
originalmente quería ser actor -¿qué lo habrá hecho cambiar de vocación?-) es la pregunta más común
que se les hace a los filósofos en proceso, incluso esta la más famosa paráfrasis de esa misma pregunta:
“Te vas a morir de hambre” Pues bien, si la respuesta a la pregunta anterior es: sí, sí hay que pensar antes
que nada en cuánto vamos a ganar como profesionistas y en qué empleos vamos a conseguir al elegir qué
carrera vamos a estudiar, entonces tiene sentido el que a estudiantes de medicina, de ingeniería, de
informática o de contaduría, no se les haga la misma pregunta que a mí, ni se les augure una barriga
predominantemente vacía.
El punto aquí no es el menosprecio que se le ha dado a la filosofía en el ámbito de las carreras
profesionales (como a cualquier otra carrera que tenga que ver con las humanidades o las artes) sino que
nunca hayamos reparado en lo que nos conduce a elegir por profesión derecho en vez de teatro,
enfermería en lugar de historia o administración en vez de letras por ejemplo. Mi pregunta es ¿cada
cuándo los estudiantes a nivel licenciatura nos preguntamos a nosotros mismos por qué estamos
estudiando lo que estamos estudiando? Probablemente ni siquiera hemos concebido esa pregunta. Quizá
el único cuestionamiento que tuvo lugar alguna vez fue el de ¿qué voy a estudiar? Sin embargo tener
claro el qué es distinto a tener conciencia del por qué. Pudiera ser por ejemplo que los padres de un chico
elijan para su hijo la carrera de arquitectura puesto que ésta sí le asegura un buen futuro y no como los
libruchos de un tal Aristo Telas que se la pasa leyendo y que solamente lo pervierten y le quitan el
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tiempo. En ese caso el joven ha de ver claramente lo que va a estudiar pero sin duda dejará de pensar en
el por qué lo hará si es que pretende conservar la gracia y el sustento económico de sus padres.
La pregunta de por qué son solamente diez las carreras saturadas y más solicitadas en una universidad
que imparte setenta carreras de licenciatura y cuarenta de posgrados, recorre el mismo camino y descubre
la misma respuesta. Ciertamente no creo que la UNAM tenga mejor nivel en la enseñanza de la
informática que en la antropología o que la carrera de psicología tenga mejores maestros que los de letras
clásicas. Si ese fuera el caso nuestra querida universidad no contaría con el prestigio internacional del que
goza hoy en día, es decir, las universidades no entran en los rankings mundiales de mejor nivel por ser de
excelencia académica solamente en dos, tres o cinco carreras.
Si no es el nivel académico que demuestran las licenciaturas en la mejor universidad del país ¿qué nos
lleva entonces a saturar los salones de las facultades de derecho, economía, medicina, ingeniería,
arquitectura, contaduría etc., y a reducir los espacios de las facultades de filosofía y Letras y de Ciencias
políticas y Sociales, así como de enviar a la periferia del campus (cuando no al exilio) a las artes plásticas
y visuales? ¿Será que no hay suficientes doctores y abogados? ¿Será que hacen falta administradores,
contadores e ingenieros en este país? Supongo que los índices de desempleo contestan a estás preguntas.
Mis conclusiones son muy sencillas. Hipótesis: Escogemos primordialmente las carreras más
demandadas porque pensamos -como mi maestro- que son las únicas que pueden darnos para vivir
cómodamente. Si esto es cierto entonces cada estudiante que diseña un proyecto de construcción o cada
investigador que descubre un nuevo uso para tal o cual compuesto químico (por poner algunos ejemplos)
trabaja no para su país, su pueblo, su nación o su universidad, sino para los intereses de las grandes
industrias (nacionales o transnacionales) que puede pagarle un sueldo medianamente decente. Entonces
los profesionistas egresados de la UNAM, como de cualquier otra universidad, compiten con sus títulos
en mano contra otros profesionistas igual o mayormente preparados, para conseguir un puesto de trabajo
dentro de las grandes empresas (que pueden ser del consumo, de la comunicación, de la salud, de la
educación, etc.). La ley del más fuerte, la del sálvese quien pueda y la de que cada quien se rasque con
sus propias uñas se instalan como axiomas en el mundo laboral. Esto sucede porque la vocación de los
estudiantes que se formaron profesionistas fue, antes que nada, la del bienestar monetario y el beneficio
individual. De lo que pocos se dan cuenta es que de este modo se incluyen alegremente en la lógica del
capitalismo y la modernidad: nuestro trabajo alimenta a las industrias que nos alimentan a nosotros, solo
que mientras los profesionistas alimentan a las industrias con productividad y riqueza, las industrias
alimentan a sus trabajadores a veces con tecnologías innecesarias, a veces con modas pasajeras, otras
veces con cosméticos y decenas de suplementos alimenticios inservibles pero imprescindibles, y casi
siempre con endeudamientos de tarjetas de crédito.
En general en esta lógica tan simple todos son felices (si fuera lo contrario no podría explicarme cómo
es que este sistema ha sobrevivido por más de dos siglos) pero hay un pequeño problema. Y es que de por
medio quedan excluidas todas aquellas actividades profesionales que “no producen”, que “no son
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rentables”, por ejemplo la reforestación, la descontaminación del medio, la recuperación de las reservas
naturales, la educación en zonas rurales, la defensa del indígena inocente, el ejercicio filosófico por
supuesto, y casi todas las actividades culturales y artísticas dirigidas a la educación del pueblo y no sólo
de la élite del país.
Regresemos ahora a la cita con la que iniciamos estas líneas. Si lo anterior ha quedado demostrado
entonces es claro que el servir al bien de la humanidad seguro no entra en nuestra lista de preocupaciones
a lo largo de la carrera y de las reflexiones que nos hacemos desde el papel que como tal o cual
profesionista jugamos en la sociedad en que vivimos. Esto afecta de manera negativa nuestras nociones
de bienestar, comunidad, desarrollo profesional, felicidad, solidaridad, y en general todos los conceptos
que nos permiten despertar a la conciencia de ser pueblo más allá de ser individuo. Es decir que mientras
más pensemos lo concreto desde lo concreto, sin fijarnos antes en sus fundamentos abstractos, o dicho de
otro modo, mientras tratemos de solucionar los problemas sociales en general (políticos, económicos,
culturales, etc.) desde la superficie sin tratarlos verdaderamente de raíz, lo que haremos seguirá siendo
tapar el pozo después de ahogar al niño. En este sentido nuestro tan anhelado “progreso” esta condenado
a ser en realidad un “retroceso” (del que existen ahora inocultables evidencias, por ejemplo el
calentamiento global) colectivo.
Muchas líneas más se podrían escribir a partir de esto pero mi intención no es definir ni afirmar algo
sino plantear interrogantes como ejercicio reflexivo y de autoevaluación. Para terminar entonces debemos
reconocer que el cuestionamiento que nos lleva a la elección de carrera casi nunca va de la necesidad del
pueblo a la responsabilidad del sujeto, casi siempre toma por ruta la necesidad del sujeto como individuo.
No dudo sin embargo que existan hombres y mujeres que han sabido con su trabajo servir al bien general,
pero son tan pocos y extraordinarios que sus nombres caben en un volumen de historia. Valdría la pena
entonces preguntarnos unos a otros no cuánto ganas, o de qué vas a vivir o si tu profesión tiene buena
oferta de trabajo, sino si lo que estás haciendo lo haces en orden de servir a la humanidad (léase también
pueblo, comunidad, país, nación, patria, universidad, etc.,) o en orden de servirte de la humanidad (léase
también pueblo, comunidad, gente, país, nación, patria, universidad, etc.,). Mi esperanza es que cada vez
más estudiantes y profesionistas demuestren estar haciendo lo primero para que el porcentaje de la
población que se dedica más bien a lo segundo, sea a su vez menor. Solo así, ese otro mundo que es
posible, se volverá concreto es decir real.
Por cierto el jovencito que escribió lo que al inicio cité vivió y murió casi en la miseria pero
contribuyó, con enorme importancia, en la política, la economía y la filosofía de su tiempo y aunque sus
aportaciones tienen cerca de dos siglos siguen teniendo suma actualidad. Entre cuadernos de notas y
ensayos su más grande obra, pieza angular de la crítica a la economía moderna fue El capital. Lo citado al
inicio pueden encontrarlo en Karl Marx “Reflexiones de un joven al elegir profesión” en Obras
fundamentales, v. 1, 1982, México, FCE.