Reingeniería del cambio
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Introducción
Las empresas líderes de los años ochenta ganaron las batallas de la productividad y
de la calidad. La empresa ganadora de los años noventa será la empresa en
movimiento, es decir, aquella empresa capaz de anticipar, de adaptarse y de
transformarse permanentemente y de manera más rápida que sus competidores para
reforzar cada vez más su posición competitiva.
En efecto, las condiciones del mercado se modifican, aparecen productos
sustitutivos y se imponen nuevos competidores más rápidos, mejor armados y mejor
adaptados. Los factores que aseguraban los éxitos ayer, ya no garantizan el éxito de
mañana. Desde ahora, ninguna situación se adquiere de manera definitiva, tal como lo
demuestra la evolución de la posición competitiva de las empresas citadas por Tom
Peters y Paul Waterman en su conocido libro «En busca de la excelencia».
Entre la cuarentena de empresas que hace menos de diez años figuraban como flor
y nata de la industria y dé los servicios de Estados Unidos, sólo el 30 % supo conservar
su posición de excelencia, mientras que casi la mitad de ellas ocupa hoy una posición
considerada débil e incluso en dificultades.
Por lo tanto, ninguna empresa podrá esquivar profundas y frecuentes
transformaciones si lo que quiere es sobrevivir. Sin embargo, la gestión del cambio es
un arte difícil. Los responsables se enfrentan a fenómenos extremadamente complejos
ante los cuales los métodos y modelos tradicionales de management resultan poco
eficaces. Es necesario inventar constantemente, adaptarse, probar... ya que gestionar
el cambio se ha convertido en algo indispensable.
Este libro, a través del método que presentamos, tiene por objeto ayudar a la alta
dirección y a los cuadros directivos de las empresas a conducir y lograr los cambios
necesarios. Muchos de estos cambios no son todavía tomados con la seriedad que
exigen, o son gestionados de manera defectuosa y hasta de forma peligrosa en los
casos en que no se sabe cómo concretarlos.
No se suministran los medios para el éxito y existe una negativa a correr los riesgos
que se imponen y de plantearse la subsistencia de las ventajas adquiridas. Asimismo,
el cambio es generalmente impuesto por el entorno, cuando sería mucho mejor
anticiparse y decidir desde el interior, en el seno de la empresa. Además, las mejores
empresas se sirven del cambio para reforzarse, para dominar mejor su actividad y su
futuro y para mejorar las condiciones a sus empleados.
Proponemos aquí un método práctico de gestión del cambio, es decir, el proceso de
gestión, los instrumentos y las enseñanzas surgidas a la luz de experiencias concretas.
Este método puede servir como soporte para la elaboración y puesta en marcha de un
cambio complejo a nivel de una empresa en su conjunto: reestructuración,
revitalización, fusión de dos grupos empresariales, etc. En este caso, puede ser
realizado y aplicado en su totalidad. Al mismo tiempo, el método también es susceptible
de ser utilizado por módulos o compartimientos cuanto que se trata de apoyar un
cambio más limitado, en el tiempo y en el espacio, de la empresa; o de modificar un
cambio ya en marcha; o, simplemente, de buscar las herramientas o los métodos que
deberá utilizar cotidianamente el responsable del cambio. Por ejemplo, si desea crear
una dinámica de cambio en el seno de la organización, podrá consultar al capítulo
«Clave 2: Movilizar», y si desea comprender cómo hacer para gestionar mejor las
resistencias que encontrará en la puesta en marcha de una nueva estructura, deberá
dirigirse al capítulo «Clave 7: Gestionar los aspectos emocionales» y «Clave 8:
Gestionar las relaciones de poder». Las claves están estructuradas de tal forma que
pueden ser utilizadas independientemente unas de otras y en función de las
necesidades de cada uno.
Más allá de la práctica de la gestión del cambio y, más globalmente, de la
transformación de la empresa, este libro presenta también la teoría correspondiente a
esta práctica, pues el dominio de esos dos niveles es necesario para una gestión eficaz
del cambio. La teoría suministra también el marco general que permite comprender la
lógica del proceso y de las acciones a emprender y, por tanto, tratar todas las
situaciones, mientras que la práctica permite la puesta en marcha del cambio sobre el
terreno. A lo largo de la obra, teoría y práctica se combinan para dar lugar a un método
operativo de aplicación universal. Esta combinación constituye lo que consideramos
uno de los mayores aportes de este libro.
Más que la simple presentación de un método y de su puesta en práctica —ya que
la manera de gestionar el cambio está estrechamente ligada a la naturaleza de la
propia empresa— esta obra describe implícitamente lo que debería ser la empresa del
mañana, la empresa que se transformará constantemente. Así como el cambio
permanente deberá convertirse en regla, la empresa se convertirá en una empresa en
movimiento.
LAS DIEZ CLAVES DEL CAMBIO
Clave 1: Definir la visión: fijar el objetivo del cambio y las grandes líneas de los
medios a poner en marcha.
Clave 2: Movilizar: crear una dinámica de cambio ante los empleados, validar los
mecanismos definidos en la visión y definir los principales ejes de mejora asociados.
Clave 3: Catalizar: definir la estructura del proyecto y el modo de funcionamiento
aptos para apoyar, facilitar y acelerar el cambio.
Clave 4: Conducir: definir y conducir el conjunto de las acciones que permitirán
guiar el proceso de cambio para asegurar su óptimo desarrollo.
Clave 5: Materializar: poner en marcha el cambio, es decir, materializar la visión en
la realidad operativa diaria; en otros términos, cambiar las estructuras, la manera de
actuar, las actitudes, la cultura... y generar los resultados económicos y cualitativos
esperados.
Clave 6: Hacer participar: lograr y garantizar la participación de todos los empleados
afectados a fin de enriquecer la visión y facilitar su puesta en marcha.
Clave 7: Gestionar los aspectos emocionales: eliminar las resistencias y los
bloqueos provocados por el cambio para permitir su realización definitiva.
Clave 8: Gestionar las relaciones de poder: reorientar las relaciones de poder para
asegurar su coherencia con la visión y para hacerlas intervenir en el proceso de cambio
de una manera eficaz.
Clave 9: Formar e instruir: aportar una formación tanto técnica como al nivel de las
relaciones interpersonales, con el fin de preparar a los empleados para que colaboren
en las mejores condiciones posibles en el proceso de cambio.
Clave 10: Comunicar intensamente: crear una comunicación abundante y
organizada que favorezca la participación y la implicación de todos. I
Capítulo 1
Las empresas y el cambio
1.1 LA NECESIDAD DEL CAMBIO
Las empresas1 están cada vez más preocupadas por el cambio. El cambio está
cada vez más presente. En la actualidad no se deja de hacer referencia a la
reestructuración, reorganización, reorientación; no se para de evocar a las nuevas
tecnologías, a las nuevas formas de distribución, a las fusiones y compras, a los
cambios de mentalidad. Fenómenos que en el pasado eran excepcionales se han
convertido en banales. Ninguna empresa se escapa de esta tendencia. Se desarrollan
y se desenvuelven en entornos que cambian rápida y constantemente. Una empresa
puede provocar el cambio o sufrirlo; pero necesita un cambio.
La evolución o la alteración del entorno no se controla. Sectores enteros como la
microinformática y el automóvil están obligados a cambiar continuamente: nuevos
productos, nuevas tecnologías, nuevas organizaciones; incluso cuando la rentabilidad
de la mayoría de los actores lucha en favor de una contención del movimiento. Las
tecnologías se hacen rápidamente obsoletas, la duración de vida de los productos de
acorta, la competencia innova cada vez más. Las empresas, en el sentido estricto de!
término, no son las únicas afectadas. Las administraciones, las asociaciones, las
cooperativas se ven también afectadas por el cambio. El ritmo y la frecuencia pueden
ser diferentes, así como también sus motivos, pero también cambian. Gozar de
i. A lo largo de la obra, utilizamos el término “empresa” para significar las
“organizaciones” en general, es decir, las empresas, las administraciones, las
asociaciones, las cooperativas, etc. Somos conscientes de las diferencias que existen
entre estos tipos de organización. No obstante, pensamos que nuestra propuesta es
aplicable a todas siempre y cuando se tome la precaución de tener en cuenta aquellos
aspectos específicos de cada una. como el modo de designación de sus dirigentes o la
finalidad de la actividad. De esta forma, podemos conservar el término “organización”
para connotar la forma en que están organizadas las “empresas”.
una posición de monopolio, hoy, ya no es sinónimo de inmovilismo. El cambio se
encuentra en todas partes.
El cambio es no seguir siendo el mismo, es el estado de lo que evoluciona, de lo
que se modifica. El cambio significa fenómenos muy diferentes por su amplitud y por su
extensión. Algunos cambios corresponden a grandes trastornos. Toda la empresa
resulta afectada por profundas modificaciones. Es el caso de las restructuraciones, que
se traducen en cambios importantes a nivel de la estrategia, de las estructuras, de los
sistemas, de los recursos humanos, de la cultura...
En otros casos, el cambio es profundo, pero limitado a una parte de la empresa.
Fue el caso, por ejemplo, en los años setenta cuando la empresa SAAB, imitada por
otros constructores de automóviles, revolucionó sus métodos de producción pasando
del trabajo en cadena al trabajo en equipo. En el otro extremo, encontramos cambios
de poca magnitud y de extensión muy débil, como el acondicionamiento de un proceso
o la introducción de la microinformática en uno de sus servicios. Estos fenómenos son
muy diferentes unos de otros pero se trata, en todo caso, de cambios, que pueden ser
gestionados con las mismas claves.
El cambio en sí mismo ha cambiado de estatuto. Hasta hace poco era percibido
como extraño a la empresa, como si fuera un paréntesis, era el medio de pasar de un
estado a otro y al cual se quería llegar. Era un mal necesario, una situación provisoria
que se trataba de reducir al máximo posible. Ahora, el cambio forma parte de la vida de
la empresa y está integrado en su funcionamiento; y a la búsqueda de la estabilidad le
ha seguido la del movimiento.
Existe consciencia de que nada es definitivo, que todo es rápidamente superado.
Una nueva tecnología será reemplazada, una nueva organización se verá modificada.
La duración de la vida de un producto o de un sistema varía de algunos meses a varios
años, pero desde el principio el carácter provisorio se percibe y la idea del cambio está
presente. Esto ocasiona múltiples problemas. La sensación de encontrarse en una
situación que terminará por cambiar podría desembocar en un menor compromiso, en
un nivel de exigencia menor en términos de competencias, de calidad, de
funcionamiento. Las imperfecciones y las disfunciones serán aceptadas más fácilmente
que la situación en la que se desarrollaron, que es percibida como no duradera.
El cambio se presenta entonces como una coartada ideal para no involucrarse
plenamente en la situación existente. Este fenómeno se observa claramente en las
empresas que modifican su organización reiteradamente. Poco importan las
debilidades actuales, ya que una próxima reorganización alterará las reglas del juego y
anulará los esfuerzos que pudieron haberse emprendido para mejorar la organización
presente. Asimismo, el técnico peligra si domina peor las técnicas; un buen dominio
exige, en efecto, importantes
esfuerzos concentrados en un breve lapso de tiempo. Ante la presión que significa
la necesidad de adquirir rápidamente el saber se suma ahora la toma de consciencia
de que el esfuerzo deberá ser renovado pronto para seguir la evolución de la
tecnología. Nada se. adquiere de forma definitiva y los cuestionamientos son
permanentes.
Simultáneamente, las-empresas apuntan a niveles de excelencia siempre más
elevados en todos los terrenos: calidad de los productos y servicios, plazos de
lanzamiento de nuevos productos, rapidez de respuesta a los pedidos de los clientes,
productividad, etc. Esta toma de consciencia de la modificación de la naturaleza del
cambio difiere según las empresas y los individuos. El cambio es frecuentemente
considerado como un estado inferior, como un simple medio para alcanzar un estado
estable. En la mayoría de las empresas, los cambios reiterados son generalmente
percibidos como el resultado de errores de la dirección o de sus responsables, como un
reflejo de sus indecisiones y de su falta de pericia ante la mutaciones del entorno (lo
que es generalmente el caso). Raras son aquellas empresas que, como 3M, han
institucionalizado el cambio.
El cambio no es un estado “natural” para las empresas. Éstas están hechas para
funcionar, no para cambiar; la finalidad de una empresa es producir, vender, satisfacer
sus clientes y remunerar a sus accionistas. Actualmente, el funcionamiento no es
sinónimo de cambio sino al contrario. Las empresas se esfuerzan por luchar contra el
desorden interno, contra la entropía, mientras que el cambio supone el desorden, el
desequilibrio, la inestabilidad. Los medios de los que disponen son adaptados al
funcionamiento y no al cambio. Los sistemas existentes sirven para hacer funcionar la
empresa en su estado: organización de procesos, definición de sus tareas y funciones,
sistemas de control y de previsión, etc. Todo converge a apuntalar la situación
presente.
Las empresas que mejor han perfeccionado su organización y su funcionamiento
son además aquellas que mayores dificultades tienen para cambiar. Su perfección las
paraliza. Todo está organizado, previsto, controlado, ordenado, pero sus capacidades
de reacción y de adaptación a los estímulos externos son muy limitadas. Pueden
efectuar fácilmente los ajustes necesarios para el ejercicio de su actividad, pero no
pueden llevar a cabo una transformación en profundidad. Las modificaciones del
proceso presupuestario, del organigrama de la organización comercial, del sistema
informático, etc. pueden ser absorbidas fácilmente, al contrario de la puesta en marcha
de un nuevo modo de relación con los clientes o de un nuevo modo dé compartir la
información, que reclaman cambios en profundidad a todos los niveles, incluso en la
manera de actuar y pensar. Empresas tan poderosas como General Motors, IBM,
Philips o Air France tropiezan con grandes dificultades para adaptarse a su nuevo
entorno. Prisioneras de lo que hizo posible su
éxito en el pasado, y que les habían situado en la cima de sus resultados, deben
empeñar todos sus esfuerzos importantes para reintroducir la fluidez que permita
cambiar realmente su cultura, sus sistemas de gestión, sus estructuras o sus sistemas.
British Airways, que desde hace diez años actúa así, invirtió miles de millones de
pesetas para cambiar su manera de trabajar a todos los niveles de la empresa. Todo el
personal resultó afectado por el programa de sensibilización y de formación puesto en
marcha por la dirección de la compañía.
El cambio, cualquiera sea su alcance y naturaleza, exige una desestabiliszación de
la situación existente. Cuanto más estable sea ésta, más difícil resultará practicar el
cambio. La perfecta adaptación a un entorno dado, cuando éste evoluciona, siempre
supone un pesado handicap. Todos los recursos de la empresa han sido movilizados
para explotar las mejores condiciones. Cuando estas últimas se modifican, la empresa
queda con escasa posibilidad de reacción. Cuando el entorno se mueve con progresiva
velocidad, como sucede actualmente, la capacidad de evolucionar rápidamente es un
objetivo mucho más importante que la perfección de la organización y de su
funcionamiento. La importancia creciente del tiempo en la creación de una ventaja
competitiva concierne también al cambio. La capacidad para cambiar rápido es
esencial para la supervivencia de las empresas y el cambio debe convertirse en algo
“natural” para ellas.
El cambio puede ser una acción elegida o padecida. Ninguna empresa escapa a la
necesidad de cambiar, pero los responsables de la empresa pueden obligarse a ello o,
por el contrario, ser obligados a hacerlo. No se trata de un simple juego de palabras. La
diferencia es considerable en términos de gestión del cambio, ya que el cambio
voluntario es mucho más confortable y a menudo más eficiente. La diferencia entre las
dos clases de cambio se da esencialmente en el momento en que se toma la decisión
de encararlo. El cambio voluntario es decidido cuando los resultados de la empresa son
buenos y no exigen, a priori, acciones de reorientación: la parte del mercado y la
rentabilidad corresponden a los objetivos, la satisfacción de los clientes es buena, el
funcionamiento es satisfactorio, la tecnología utilizada es exitosa. El cambio es decidido
ya sea para mejorar la situación, ya sea para anticipar una posible degradación de la
misma. En el apartado siguiente, abordaremos los móviles del cambio. En todos los
casos, los responsables de las empresas disponen de un margen de maniobra
importante para poner en marcha el proceso de cambio. No son prisioneros de las
fuertes obligaciones que reducen su libertad de acción y les obliga a forzar los
acontecimientos de manera a veces drástica con despidos importantes o el cese de las
actividades. Tales fenómenos caracterizan el cambio “padecido”. Se padece porque ha
sido encarado muy tardíamente. Y es entonces cuando se impone la necesidad de
hacer sobrevivir a la empresa o a aquella parte afectada de la misma.
Este retraso en la puesta en marcha del cambio puede tener varias causas, siendo
una de las más frecuentes la falta de previsión o de anticipación de la dirección. Se
piensa que la empresa no está amenazada y que sólo se requieren medidas menores,
cuando en realidad lo que se necesitan son cambios importantes. Los fabricantes de
automóviles norteamericanos, que estimaban que sus posiciones competitivas les
ponían a cubierto de sus competidores extranjeros, particularmente los japoneses,
ilustran bien este tipo de error de apreciación. Cuando se dieron cuenta de su error en
los años ochenta, se vieron obligados a adoptar con urgencia cambios enormes, en
difíciles condiciones, y con consecuencias sociales dramáticas. A pesar de .esta
vigorosa reacción, no pudieron recuperar su nivel de resultados precedente.
La demora en el inicio de las acciones necesarias es otro fenómeno que, con
frecuencia, conduce a “padecer” el cambio. Los responsables de la empresa son
conscientes de la necesidad del cambio, pero no toman la decisión, bien porque no
quieren asumir los riesgos asociados a toda transformación, bien porque rechazan sus
efectos sabiendo que son inevitables, como sucede con los despidos importantes o una
caída pasajera de la rentabilidad.
Finalmente, la incapacidad para poner en práctica el cambio es otro factor que
explica su carácter repentino. En una situación como ésta, la dirección es consciente
de la necesidad de transformar la empresa. Además, ha tomado la decisión de
emprender un proceso de cambio, pero éste no produce los resultados esperados. En
efecto, la decisión adoptada no se concreta. Las acciones emprendidas no
desembocan en los resultados esperados. Las transformaciones deseadas no se
realizan. La empresa no cambia, en un momento en el que las circunstancias habrían
permitido hacerlo voluntariamente, y termina por encontrarse en una situación, donde
se ve obligada a cambiar en unas condiciones más difíciles. Ésta es probablemente la
causa más frecuente. Es el reflejo del carácter “contranatura” que todavía asume el
cambio para numerosas empresas. Las empresas han aprendido a funcionar
eficazmente, a prever los cambios en su entorno, pero aún no han aprendido a
transformarse rápidamente.
Lograr el cambio exige una habilidad, un savoir-faire, específico, diferente de los
que habitualmente se aplican en las empresas actuales. El cambio se gestiona como
se gestionan las relaciones con los clientes, los equilibrios financieros, las tecnologías o
las competencias implantadas. Conscientes del hecho que la gestión del cambio es
cada vez más crucial para ellas, las empresas comienzan a crear “direcciones del
cambio”, “direcciones de transformación”, “direcciones de mutaciones”. Cuando el
mercado se convirtió en algo esencial para sus éxitos, las empresas crearon
“direcciones de marketing”. Cuando la imagen y la identidad crecieron en importancia,
aparecieron las “direcciones de comunicación”, de la misma forma que cuando la
calidad se hizo imprescindible vieron la luz “las direcciones de la calidad”. El mercado,