Relato pedagógico

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Relato pedagógico

Mi llegada a la escuelita aborigen del Barrio Toba en General San Martín significó una ruptura con todo lo conocido hasta ese momento en mi carrera docente. Estaba claro que había trabajado en el mentado “Impenetrable” chaqueño pero esto. . me sacudió fuertemente. La escuelita mostraba un marcado deterioro; las paredes con agujeros como un enorme queso gruyere. Los salones con improvisadas divisorias debido a la elevada matrícula del barrio. El patio, mínimo. Desde el primer momento pude reconocer el enorme vacío que traía para poder atender a estos alumnos, unos, silenciosos, de mirada huidiza que me miraban de soslayo, con tanta curiosidad como yo a ellos y otros, los “criollos”; supe por otros colegas que así le decían. Un grupo muy heterogéneo La bibliografía que tomé para obtener una muestra de sus destrezas lectoras y comprensivas develó aquello que yo intuí y que después quedó completamente al descubierto: no querían o no sabían leer. Aquella actitud sería conocida por mí, un tiempo después.

Recordé a mis alumnitos de Taco Pozo, los que habían quedado lejos con mi traslado. Sus características tan autóctonas, amantes del folklore y las comidas criollas, viviendo en sus casitas con “techos vivos” como le dicen ahora. Al principio también me sentí algo “desubicada” respecto de sus intereses y la manera de encarar mis clases con ellos. Una mirada retrospectiva me alentó porque así como salí de aquella situación aquella vez, seguramente saldría de este nuevo desafío.

Las clases siguientes alternaron entre uso del diccionario, oraciones, lecturas entrecortadas y a media voz, escrituras lentas, falta de lapiceras. Con este ritmo no tenía muchas expectativas.