Relato Tristán Boj

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Los dos estaban siempre quietos, mirándose el uno al otro sin decirse nada. Los huecos duelen cuando no hay nada que los cubra completamente. Bailando al ritmo de la canción seguido por los latidos del corazón, piernas largas y suaves son responsables de marcar los pasos de la canción. Dos ojos ladrones, culpables de robar el color azul del cielo encajaban con el color oscuro de su pelo y los labios de color cereza que pararon los movimientos tan sensuales de su boca. Su cuerpo delgado como el tronco de un árbol, envuelto en un vestido azul blanco, sentía la música alta y volaba, volaba tan alto, hasta tocar el cielo, viajando por la galaxia cómo un rayo. Cuando baila parece perder el control pero su cara la delata. Oigo el sonido de un tren, sentado, en compañía de muchos títeres, veo fuera de la tienda, en la calle, un chico jugando con una avioneta, acercándose al escaparate. Asombrado por la avioneta grande del escaparate, dejó caer la suya al suelo y se fue corriendo. Debajo de la gran avioneta, hay un muñeco que me representa a mí y otro que la representa a ella, estábamos cerca y a la vez lejos. Miré por la ventana con cara triste y suspirando, vi una avioneta volando y los copos blancos y brillantes de la nieve, cayendo lentamente. Las agujas del reloj marcaban las siete menos diez, me acerqué a la silla y apoyé mi mano en su respaldo. Me sentía como un piano mudo que se había tragado las canciones de sus pasos. En mi alma llovía con gotas enormes de amor y se perdieron todas las lágrimas que no encontraron el camino hacia los ojos y hacia el corazón. Ella ensayaba, en una sala grande con techo amarillo carne, con paredes verdes y blancas y ventanas grandes. Había un piano reproduciendo la música con notas musicales y la barra donde se apoyaba para ensayar. Tenía una profesora que no paraba de dar golpes con el bastón y decir plie, plie, un, deux, trois… Y me senté en la silla de mi casa sin saber que hacer, perdido entre los pensamientos y callado. Cuéntame sobre el silencio que hay en medio de tus palabras, de tus pensamientos que encontraron signos de puntuación al pestañar tus ojos. Las palabras, eran el polvo que se asentaba encima del silencio. El silencio, cuando mi alma ponía preguntas a tu alma sin esperar respuestas a cambio pero la poesía, es cuando las palabras besan el silencio. Nuestros corazones hablan en una lengua desconocida con letras luminosas y silenciosas. De repente me llegó una carta. El niño entra en la tienda. Tiene una bufanda marrón, una camisa clarita y un chaleco de punto marrón. Es moreno con el pelo rizado, ojos marrones y labios carnosos. Entra en la tienda y toca los títeres pero mi

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Relato sobre el corto de Paula Ortiz

Transcript of Relato Tristán Boj

Los dos estaban siempre quietos, mirándose el uno al otro sin

decirse nada. Los huecos duelen cuando no hay nada que los cubra

completamente.

Bailando al ritmo de la canción seguido por los latidos del corazón,

piernas largas y suaves son responsables de marcar los pasos de la canción.

Dos ojos ladrones, culpables de robar el color azul del cielo encajaban con

el color oscuro de su pelo y los labios de color cereza que pararon los

movimientos tan sensuales de su boca. Su cuerpo delgado como el tronco

de un árbol, envuelto en un vestido azul blanco, sentía la música alta y

volaba, volaba tan alto, hasta tocar el cielo, viajando por la galaxia cómo

un rayo. Cuando baila parece perder el control pero su cara la delata. Oigo

el sonido de un tren, sentado, en compañía de muchos títeres, veo fuera de

la tienda, en la calle, un chico jugando con una avioneta, acercándose al

escaparate. Asombrado por la avioneta grande del escaparate, dejó caer la

suya al suelo y se fue corriendo. Debajo de la gran avioneta, hay un

muñeco que me representa a mí y otro que la representa a ella, estábamos

cerca y a la vez lejos.

Miré por la ventana con cara triste y suspirando, vi una avioneta

volando y los copos blancos y brillantes de la nieve, cayendo lentamente.

Las agujas del reloj marcaban las siete menos diez, me acerqué a la silla y

apoyé mi mano en su respaldo. Me sentía como un piano mudo que se

había tragado las canciones de sus pasos. En mi alma llovía con gotas

enormes de amor y se perdieron todas las lágrimas que no encontraron el

camino hacia los ojos y hacia el corazón. Ella ensayaba, en una sala grande

con techo amarillo carne, con paredes verdes y blancas y ventanas grandes.

Había un piano reproduciendo la música con notas musicales y la barra

donde se apoyaba para ensayar. Tenía una profesora que no paraba de dar

golpes con el bastón y decir plie, plie, un, deux, trois… Y me senté en la

silla de mi casa sin saber que hacer, perdido entre los pensamientos y

callado. Cuéntame sobre el silencio que hay en medio de tus palabras, de

tus pensamientos que encontraron signos de puntuación al pestañar tus

ojos. Las palabras, eran el polvo que se asentaba encima del silencio. El

silencio, cuando mi alma ponía preguntas a tu alma sin esperar respuestas a

cambio pero la poesía, es cuando las palabras besan el silencio. Nuestros

corazones hablan en una lengua desconocida con letras luminosas y

silenciosas. De repente me llegó una carta.

El niño entra en la tienda. Tiene una bufanda marrón, una camisa

clarita y un chaleco de punto marrón. Es moreno con el pelo rizado, ojos

marrones y labios carnosos. Entra en la tienda y toca los títeres pero mi

titiritero se encarga de decirle que pone bien claro que no se puede tocar,

que son las normas de la tienda aunque sea un niño.

-No lo iba a tocar…Oiga este se parece a usted (refiriéndose al

titiritero que le dijo):

-He dicho que no se toca.

-Qué triste está este (dijo el niño señalándome).

-Si, porque sabe que su vida pende de hilos.

-Yo creo que le pasa algo más.

-¿A sí? ¿Qué? (silencio).

-Lo que le pasa es que está vacío (dijo el titiritero).

-¿Vacío?

-Si, vacío, vacío. Mira él se tiene que ir muy lejos y ella se queda.

-¿Ella? ¿Cómo que ella?

-Mira, cuando tienes que dejar atrás, algo que amas, es como si tu

corazón no quisiera ir contigo.

-No lo entiendo.

-No lo entiendo, no lo entiendo ¿es que a tu edad todavía no sabes

nada?

Abrí la carta en la que ponía:

Espérame a las ocho en la estación. Me iré contigo en el tren del

Himalaya.

Firmado: Bailarina

Levanté la vista hacía el reloj que marcaba las siete en punto. Ella

seguía bailando. Plie, plie y eran las siete y diez. Me fui hacía la estación.

Llegué y me senté en un banco esperándola con mi maleta en la mano,

mirando el reloj, las siete y veinticinco minutos. Pasó por mi lado el títere

que se parecía al titiritero. ¿Llegará o no llegará? Estaba soñando en voz

alta, estaba a mi lado, la estaba acariciando pero ella no podía sentirlo.

Quería correr como la velocidad del sonido, estar cerca y ver como alcanza

el cielo. Pude sentir su amor cuando la estaba abrazando fuertemente. ¿Qué

es el amor? Un único juego donde ambos pueden ganar, el espacio, el

tiempo medido con el alma. Una lengua que los sordos pueden oírla y los

ciegos pueden verla. Un cuento antiguo que se mantiene siempre nuevo. Un

sentimiento simple y profundo, un hecho de vida no una ilusión. No es

ciego, solamente no quiere decir lo que ve y marca el triunfo de la

imaginación por encima de la inteligencia. Cuando el amor habla, las voces

de los dioses parecen dormidas en la armonía del cielo. En un beso,

nuestros labios se susurran secretos…

-Bueno, ¿entonces que es lo que quieres niño?

-Quiero la avioneta.

-¿Cuál?

-La del escaparate.

-Esa no te la voy a dar (dijo el titiritero suspirando).

-Pero, si la necesito.

-No es para ti.

-¿Porqué si tú sabes que son las únicas que pueden llegar hasta lo

más alto del Himalaya?

-Ya, ya lo sé, lo siento pero esa avioneta no es para ti.

-¿Qué? Tengo dinero (dijo el niño sacándose el monedero). En ese

momento el titiritero le saca la avioneta que el niño dejó caer el otro día

mirando el escaparate.

-Esa avioneta es mía.

-No, no, ya no y tú sabes porque. Shhh…Mira vas a perder cosas

mucho más importantes que esa avioneta pero no pasa nada, vas a aprender

a vivir sin ella y bueno sin muchas otras cosas igual que él (señalándome

con la mirada) O… tengo una cosa (el titiritero se gira y el niño coge la

avioneta y corre fuera de la tienda. El titiritero sonríe.).

Yo esperaba el tren y a ella pero la bailarina bailaba. Plie. Su

profesora la había regañado. Eran las ocho menos cuarto pasadas. El tren

ya había llegado y ella no estaba. Me levanté triste y decepcionado.

Sentimientos peligrosos estallaban mi alma, era sólo el significado de estar

solo. La bailarina estaba regañada por su profesora. Yo la buscaba con la

mirada, pero no la veía, No la encontraba y me acerque al tren eran las

ocho menos algo. En sombras oscuras ella bailaba un, deux, trois,

plie…observada por la profesora nerviosa que hacía ruido con el bastón.

Era anciana, pintada, labios y ojos negros como la oscuridad. Llevaba un

vestido azul marino con un lazo atado atrás y detalles blancos abajo en el

vestido. Golpeó el suelo con el bastón:

-¡No!

La bailarina está cansada no podía bailar más y la profesora le corta

los hilos dejando caer al suelo su cuerpo frágil. Respirando

dificultosamente dijo:

-Me ahoga el aire, no puedo respirar. Duele la soledad.

El niño pasa por delante de la tienda mira el escaparate y en el

interior y se va.

Las 8:00. Yo estaba en el tren sentado, fuera caían copos de nieve

lentamente. Me levanté y miré fuera, miré atrás con una mirada vacía. Su

vida se transformaba en una novela que no vale la pena leerla hasta el final

porque cualquiera que sea el final el sabor amargo de la boca no

desaparecerá. Tú sonrisa es una hermosa mentira.

Ella susurraba:

-La vida no es más que un largo viaje hacía la misma estación

oscura. Quizás ni siquiera existo, puede que me haya perdido entre los

granos de arena del tiempo. Quizás es la hora de volver a ponerme la

máscara y bailar. Un pensamiento en pijama se pone a mi lado y te susurra:

si piensas que he bailado bien la obra de mi vida, aplaude la obra...

Sigo mirando atrás, me miro al pecho oigo un latido, echo un

suspiro. Susurro palabras vacías con voz fría.

-¿Qué le has hecho a mi corazón? Porque ya no me pertenece.

Y poco a poco sentía como me quedaba vacío, que algo me faltaba

y un hueco enorme se me abre en el alma.

-Mira ya no está la avioneta.

-Igual se ha ido al Himalaya.

-¿Y ahora que vas a hacer? ¿Ir a buscarla?

-No sé, a lo mejor, si me marcho me sale un agujero dentro y me

quedo vacío.

El titiritero se le quedó mirando.

-Venga vámonos ya encontrarás otra avioneta.

Y aquí sigo yo, con la misma mirada vacía como la de aquel día.