REP UBLICA DE COLOMEl A

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REP UBLICA DE COLOMEl A ?jgmmmmmmm mmmm IIlrnmlIllIlrnmrnrnlIllIl mmrnm III CONTENIDO j ue tra crónica; Linea de duelo. Tiempo anlo. Cricket. Fiesta amable. Galeda Diplo- I mática. Digno homenaje. del a- quetá, por Reg. Bogotá nnt(O'uo, por Alfredo Ortega. Libro y Revi la , por F. Martinez i Riva. Ilustraciones: amuel F. CoIlin , Lorenzo Codazzi. In stantánea de emana Sanla. Jun'a-I rlore de Cricket. rita. Ian ina de la Torre Cort6 . D. Lui Tanco Argáez. D. Florentino Calderón. General Rafael Reye . D. Elfa Re-I yeso D. 6slor Reye. D. El1I'ique Reye . Plazuela de an Cado . PiJa de San iCIO- ¡ rino. Casa del Bal'ón de IIumboll cl. Ba tione y jal'din de San Francisco. Ca a del Marqués de San Jorge. Ca a de {oneda. 9 mrnmmmrnmm mm Bogotá, bri 1 35 I I ¡ BOGOTA =----=---=- -=-- rnrnrnrnrnrnmmmrnM 8 CONDICIONES úmero suelto. . . ... . . . . . .. . . . . . .. 20 Id. en papel extrafino .•••.. ,.. . . • 50 la serie de 5 números . .. 100 I 91 lE AVIsos, pagIDa ............. oo ...... 200 13 - t íd .. " .................... 100 I - t íd ....................... 50.. 91 I Palabra en small-pica. ..•...•... ... .. 60 Avi os ilustrados, precio convencional 91 I lose admiten remitido. 91 La cOl'1'espondeneia debe dirigirse al Admini trador de BOGOT,t tLuS'I\ADO. Apartado de 9 correos número 159, Teléfono número 849' EJI Para todo [o foelacionado J con avisos enten- EII [ derse con el Sr. Pedro J.lJlendo za, calle /3, 9 I númerq /57, ó en la q.dminislración del periódico. EJI 91 I I Carla Tamayo. Calle 16¡ 9 Parque de antander, acera Norte, .0 112. si I g \lI!:!lwrnrnWlI1WglQ¡rnrnwrnrnrnrnrn IMPRENTA ELÉCTRICA-168, CALLE 10 1 9°7 Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.

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REP UBLICA DE COLOMEl A ============~~===

?jgmmmmmmm mmmm IIlrnmlIllIlrnmrnrnlIllIl mmrnm III ~

CONTENIDO j ue tra crónica; Linea de duelo. Tiempo

anlo. Cricket. Fiesta amable. Galeda Diplo- I mática. Digno homenaje. ~eeuerdo del a­quetá, por Reg. Bogotá nnt(O'uo, por Alfredo Ortega. Libro y Revi la , por F. Martinez i Riva. Ilustraciones: amuel F. CoIlin , Lorenzo

Codazzi. Instantánea de emana Sanla. Jun'a-I I~ rlore de Cricket. rita. Ian ina de la Torre

Cort6 . D. Lui Tanco Argáez. D. Florentino Calderón. General Rafael Reye . D. Elfa Re- I yeso D. 6slor Reye. D. El1I'ique Reye . Plazuela de an Cado . PiJa de San iCIO- ¡ rino. Casa del Bal'ón de IIumbollcl. Ba tione y jal'din de San Francisco. Ca a del Marqués de San Jorge. Ca a de {oneda. 9

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Id. en papel extrafino .•••.. ,.. . . • 50 u~cripci~n.á la serie de 5 números . .. 100

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trador de BOGOT,t tLuS'I\ADO. Apartado de 9 :~ correos número 159, Teléfono número 849' EJI I~ Para todo [o foelacionado J con avisos enten- EII [ derse con el Sr. Pedro J.lJlendoza, calle /3, 9 I númerq /57, ó en la q.dminislración del

periódico. EJI 9 1

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AO~IINISTI\ACIÓ:-¡; Carla Tamayo. Calle 16¡ 9 Parque de antander, acera Norte, . 0 112. si

I g \lI!:!lwrnrnWlI1WglQ¡rnrnwrnrnrnrnrn m¡¡¡rn~,

IMPRENTA ELÉCTRICA-168, CALLE 10

1 9°7

Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.

BOCOTA ILUSTRADO

• ~avarla

PRODUCTOS Y PRECIOS DE VENTA

Bogotá, Abril 1. o de 1907

Cerveza Pilsener, Lager y Dock, docena de media. bo tella ... . $ 100

docena de botell as dobles... .. .. 190 " " " " " Doppel Stout docena de media hotell as ... ... 130 " Cu lmbacher (marca Tlgre) docena de medias botell a ...... 130 " Tre Emperadores docena de medias botellas ... ... 200 " Higiénica docena de medias bo tell as .. .... 180 " en barril, PiJ. ener, Lager y Bock, el litro ............. .......... .. 10

Agua ga eo a pura, docena de medía botellas ... ... 60 Agua gaseosa COQ diferentes jarabes, docena de media botell a ..... . 66 Sparkling Bavaria Kola, docena de media botell as .. .. .. 80 Ginger le, docena de medias botellas.. .. .. 80 Bavaria Cider (Cidra e. puma a), doceua de media botellas ... ... 120 Extracto de !alta, docena de media botellas ...... 420: Hielo, por mayor, la libra ..... ... ........... ....... .. ....... ..... ... ............. ...... ... . 6 Carbón minel'al y veo-etal de Zipacón, vendemo á lo precios corrien-

te y él domicilio.

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PRECIO : on lo corriente del día del de pacho, aun en el caso de anticipacione de dinero.

B TELL ndemo y alquilamo botella cervecera. BARRILE : Para la enta de nuestra cer reza en barril hay harril~

dellde cinco litro .

CORCHO Y L UP L : Vendemo de muy buena calidad y á di­ferent s precios.

CEJ3ADA: ompramo al contado y á lo mojores precio de la plaza gra.ndc~ can tidades de echada en grano.

DEUTSCH CQLUMBIAN ISCHE BRAUEREI G. m. b. H.

El Gerente, LEO SIEGFRIED KOPP

Digitalizado por la Biblioteca Luis Ángel Arango del Banco de la República, Colombia.

Serie 1

Bogotá Ilustrado . . ...... ~ ...... .. .... '" _ • , ••• t • _

J;gb'til de fgo7

@ d&&¡(;¡í&d-, ~~&t/ 8~ftír/o. 8ó/u:'ttJ.rJft d upt?Úf, -~4&hí, $." ~(aíéMt., qpÚtad-

LINEAS DE DUELO

Caprichosa la muerte y altanerll , ya abate el &rbol -grande, ya el pequeño, cuando no frondoso arbusto ~ hu­milde planta rastrera ; de todo cae á su paso fatídico é ineludible, sin que nada ni nadie fuese crf>ado para la in­mortalidad. Entre montones de montones de vidas, para nosotros indiferentes, á nuestro lado acaba de arrebatar algunas que dejan huella imperecedera en el medio en que por largos años se agitaron, y dos especialmente sim­páticas, vidas de jóvenes, con pleno derecho á larga du­ración, que han terminado por la fuerza bruta de lo im­previsto, estrujadas no por e l desgaste normal de cada día, sino por ataque inesperado de la sue rte aleve y tor­nadiza.

ALFONSO PARDO DEFRANCISCO, alma sencilla, de ingé­ni ta bondad, que aún cre ía en los mentidos halagos del mundo, cae inerte á la fosa después de meses y meses de rudo sufrir, quizás llevando consigo el recuerdo de amigos puntillosos del a zul de sus escudos, que le disputaron el derecho de pagar una copa de champagne ......

Más feliz J UAN JosÉ LAGos, j0ven también, Il~no de bondadosa sinceridad, rindió su jornada en las turbias aguas del F unza, y de seguro en la angustia de su lucha final, tuvo algún cariñoso recuerdo para los que fueron sus amigos. Era miembro del simpático C. de los E. E., club que oficia en e l altar de la, amistad, y bien sabía que las lágrimas de sus consocios aum entarían, cuando fueran ellos á buscar su cadáver, las quietas ondas del apacible río, siempre traidoras.

Los dioses que quieren, según e l decir del poeta, la muerte de sus escogidos en plena juventud , cuidarán con cariño de la memoria de LAGOS y de P ARDO, á cuyas fami­lias enviamos sentido pésame y nuestros votos por que la santa resignación cristiana sea bálsamo de consue lo para su justo dolor.

~

I

Salnuel F. CollillS Nació e l 10 de J unio de 1834. Hijo del Coronel Sa­

mllel Coll ins, el compañero de Páez en La Cruz, el Caño­fístolo y los pasos de Apure, y de BoJfvar en toda la cam­paña del Sur. H eredó de su noble padre junto con la me­dalla de los R estauradores d<;1 P erú y. con la oruz de los

Libertadores de V f> nezuela, las cual idades características del ve rdade ro cabal1e ro ing lés. Recibi6 su educación en ~I antiguo Colegio de los Jesuítas, y desde niño tuvo que librar dura lucha para sostener á su madre viuda. En 1860 fue Ayudante dpl General Mosquera, y le toc6 colo­car en la Plaza de Bogotá la bandera de la R evoluci6n triunfante . La rectitud de su carácter, su honorabil idad reconocida y su ha bilidad en el manejo de los números, hicieron que desde mu y joven ocupara puestos' de respon­sabilidad que desem peñó siempre con lucimiento. Pocos meses después de la fundación del Banco de Colombia fue nombrado Caje ro auxiliar y luégo Caje ro principal, puesto que, á satisfacción del Banco y de l público, ocupó hasta su muerte.

Murió e l 3 del presente, dejando en su hogar y en la sociedad en que vivió, el dulce recuerdo de sus modes­tas virtudes.

Lorenzo Coclazzi Nació en . París el 28 de O.;tubre de 1840. Hizo sus

pr,imeros estudios en e l notable Instituto del Dr. José Joa­quín Qrtiz, y en otros Colegios de Bogotá. Ttabajando al lado de su ilustre padr,e lIeg-ó á ser uno de nuestros mejo­res ingenieros prácticos. Como aquél, consagró su vida servir á Colombia. En Oici mbre de 1865 fundó un hogar que fue mode lo de virtude . Italia, cuna de su distinguido padre, supo aprovechar las bellas cualidades de su cora­zón y de su inteligencia, y en varias ocasiones le confió el puesto de Cónsul General y de Encargado de Negocios. En 1904 le dio plenos poderes para el canje de los trata­dos de amistad y comercio entre los dos países. El Go­bierno italiano reconoció el acierto revelado en el desem­peño de estos puestos, y le confirió en Julio de 1892 el título de Caballero de la~ órdene~ de an Mauricio y an Lázaro, y en Marzo de 1904 el de Caballero ·de la Orden de la Corona de Italia. Fue también miembro de l Instituto y de la Sociedad Geográfica de Colombia. y miembro fundador de la Sociedad de Ing-enieros. Murió e1 3 de Abril de L907, ha biendo dejado como ciudadano,oomo Ingeniero y ~omo Institutor una hlJella de Lu z y de Citriño ~

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BOGOTA ILUSfRADO

<iiempo -Santo

\'

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., ,

Puede decirse bien que los días y los años pasan sobre este rinc6n bogotano sin que ciertas cosas ó determinadas costumbres sufran alteración ó mengua. Bogotá, hoy gran señora cargada con los arreos de una civilización naCIente, dama grande q ue aja seda y luce brillantes, conserva aún intactas ciertas líneas, y guarda sin alte ración ciertos de­talles de cuando era la ingenua y sencilla yamable antafé de Bogotá. A sí lo que se refiere al tiempo santo ; hoy, como años a trás fue, y como años adelante será, los dfa santos vinieron y pasaron entre la ferviente veneración y el recogimiento de todos, que en esta tierra de las águilas vive siempre en vigor e l espíritu religioso; y hoy, como antaño, los mismos monumentos y las mismas procesiones y los cultos de sie mpre conmemoraron la tragedia supre­ma que desarrolló sus escena s de sangre y de gloria y de redenoión bajo e l ci elo jerosolimitano; las calles y los tjemplos vieron la invariable concurrencia multicolor y lu­oesa del jueves santo, y e l idéntico desfile enlutado del día do la crucifixi6n, y los mismos grupos alegres del Domin­gt de Pascua. Bogotá a calló en un silencio ¡gua a de oros tiempos sus voces durante los d fas de martirio, y con a misma risa de a ntaño y e l mismo campaneo alegre re-

sucitó en la hora de la Resurrección. Todo igual, idéntico~ todo, sólo que en este año la lluvia cay6 sin misericordia obre esta pobre Bogotá, que hubo de verse toda enloda­

da y cubierta de niebla y llena de fr:o durante las horas de pasión . El agua irreverente hizo transferir y retrasar procesiones ; el agua despiadada descompuso 6 dejó sin lucir elegantes IO/'/elles, y, con una inoportunidad abomina­ble, tapó el alegre y brillante sol de Pascua que espetamos ansiosos todos los bogotanos tras de ese frfo que en cuer­po y alma nos habfan puesto los seis dfas dolora o .

Nada hay, por esto, de mención especial en esta nue -tra revista del tiempo santo. Todo ha pasado como siem­pre ; una revista esp cial de eso resultaría cuando menos fatigo a. En auxilio de estas Ifneas viene e l mosaico que hoy publicamos, formado con instantáneas que fueron obte­nidas en diferentes momentos de aquellos días. Una de es­tas fotograffas, tomada durante la solemne proce i6n de viernes santo, muestra á los re . Ministros de Instrucción Plíblica, Dr. Rivas Groot; Ministro de Obras Públicas, Dr. Manotas, y el Dr. Martín Restrepo Mejía, Subsecretario · de Obras Públicas. quienes condujeron el estandarte prin­cipal, dando así mayor realce á esta clásica procesión.

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, BOGOT A ILUSTRADO 9,1

~ricket Poco á poco van tomando carta de naturaleza entre

nosotros los distintos deportes dpl mundo civilizado, que tanto ayudan al desarrollo f!sico de la juventud ; ahora ha comenzado con empeño la afici6n por el Cricke/ en los te­rrenos del Polo Club, y si bien mayor parte toman en él ,los extranjeros que los nacionales, poco á poco aumentará ·el número de éstos, mayormente si la Prensa los excita á ello, como se propone hacerlo hoy BOGOTÁ ILUSTRADO, con la publicación de algunos incidentes de las últimas partidas.

Conviene parar mientes en esto, para convencer á nuestros j6venes de que la belleza varonil más está en la fuerza y en el desarrollo físico del hom ­bre, que en la elegancia y buen corte de la ropa con que se cubre, y que para algunos, vaya al decir los tilipi. chIlles, es el principal objetivo de la vida en la alegre edad df' los años juve. niles.

El Cn"cke/ es un juego de fuerza y de agilidad, y su ejercicio tiende al des . arrollo de una y otra de estas con· diciones tan útiles en la vida del hom­bre. De fuerza, para atender al mane· jo de la pelota maciza que ha de tocar los postes fijados á cada extremo del campo de juego; de agilidad, para po­der recorrer este campo las más ve­ces posibles, mientras va y viene la pe­lota; y se juega entre dos /eams 6 gru­pos de once jugadores cada uno, sobre un campo limitado, pi/ch, de veintid6s yardas de longitud, á cuyos extremos se fijan tres postes, wiCkels, que son la base de juego.

Fuera del pz'tch, se coloca un grupo encargado de lanzar la pelota sobre los wicke/s, y tratar de tumbarlos, con lo cual pone fuera del juego al jugador encargado de defender e l w¡(;kel caído; dentro del p¡'¡ch va el otro grupo con e l empeño de rechazar la pelota lo más lejos posible, de modo que (luien la re· chace tenga tiempo de recorrer el cam­po, antes que ella vue lva , una, dos. Ó más veces, marcando con cada carrera un punto para su partido. Gana el jue­go el leam 6 partido que haga más puntos.

Los capitanes á quienes u respecti­va gente debe obedecer, sortean el campo antes de principiar el juego, y el que gane decide si su partido toma pri­mero la ofensiva 6 la defensiva, es de­cir, si se queda afuera con la pelota, 6 si entra á defender los wickels.

Hecho esto, el capitán que está en el p¡'/eh pone en cada extremo un de­fensor de los wickels, armado con su pala, bat, para rechazar con ella la pelota que lo ataca, y evitar que la cojan en el aire sus contrarios, y arregla el resto de su gente como lo crea mejor para facilitar las carreras del ba/lltan 6 defensor, cuando logra rechazar la

.pelota; el capitán que queda afuera, pone de cada lado un bowler encargado de l'tnzar la pelota sobre los wicke/s, dando en tierra antes de tocarlos, y coloca el resto de sus hombres de modo que cojan la pelota cuando e l contra­rio la haya rechazado, y la devuelvan lo más pronto po. sible, á fin de evitar que aquél logre con sus carreras b'Je­nos puntos para su campo.

El defensor que deja caer un poste 6 wicket queda fuera de combate, y es reemplazado por otro de su cam· po, y cuando los reemplazos se acaban, los partidos se cam­bian, yentra al pi/eh el de afuera, á tratar de hac:er rplÍ-s puntos de los que su contrario haya hecho ..

Este animado juego, que sólo á grandes rasgos queda descrito, es uno de los más populares en Inglaterra, por la

fuerza y habilidad que exige de quienes toman parte en él y tanto se ha extendido su fama, que se juega con entusiaS: mo en todas las colonias inglesas, y es frecuente ver leams del Ca.nadá, de Australia, de la Nueva Zelandia y del Sur

. de Afnc.a que van ~ la madre patr a, año por año, á dispu_ tar el tnunfo i los Ingleses en sus propios jields.

Ehtre nosotro, apenas comienza la afici6n por el crickel, y ha tomado toda la importancia que salta á la vista de los fotograbados que completan esta cr6nica, y entre los cuales se notan estos jugadores:

1.0 Carlos A. de Veng-oechea. pala en mano, des-

En el Polo Club de Bogolá

. ,....,."

pué:; de rechazar la pelota; 2.° Los res. James S. Garson y Campkin, siguiendo el curso de la pelota para correr tras ella; 3.° El Sr. ~efevre en e l acto de arrojar la bola, y el Sr. Hickmann, Juez del juego; 4.° Vista gelleral del juego, destacándose e l juez, el Sr. Garson y el Sr. Lloyd Owen con su 'baJ 6 pala en la mano; 5.° El r. Lefe­bre al tomar una fotografía; y 6.° Varios jugadores

I descansando, entre los cuales Jos Sres. Hecking, Alfredo 1 ieto, Rickmann, Lloyd Owen, Frank Koppel, J. S . Gar­son, Carlos y Rernando de Vengoechea, W. G. Boshell J. vVhite, sentado, y Bernardo Espinosa Guzmán.

Es lástima que en esta última vista no figuren los otros once caballeros que tomaron parte en el juego de ese día, y muy especialmente S. E . el Sr. Francis \V. Stronge, Mi­nistro Residente de S. M. Eduardo VII, entusiasta partida­rio de todos los sporls que son fuente de salud para la ju­ventud de su patria y uno de nuestros huéspedes diplomá­ticos más apreciados en la culta sociedad bogotana.

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92 BOGOT A IL U STR'ADO

FIESTA' 'AMABLE , :

El Sr. D, S¡'món. de la Torre y su encantadora esposa la Sra. Corté de la Torre, obsequiaron en noches pa adas á algunos de u, amigos y relacion~­do de familia, con llna elegantí lma fi esta, tan senCI­lla como brillante, destinada á marcar con la raya blanca de la felicidad el comprorni o nupcial de su hij a la Srita. Manina, lujo y orgull~ de nue ,tra so­cIedad con el Sr. D. Rafael Orrantla CorneJo) Se­cretario de la Legació n del Ecuador, muy distinguido caballero que cuenta en Bogotá no sólo con numero­so grupo de amigos qu e lo apreci~~ en cuanto vale, sino también con parte de su famIlIa, que hoy está dividida entre la dos repúblicas hermana, c.onser­'vando siempre en uno y otro suelo el agrado fuego del hogar que les di era origen.

.. ~ \ " ' .. :" ;.

. ---....c..-.....-""'''--~_''--'_______ ___ • __

Srila, Manina de la Torre Corlés

o e ,pues, l r. rrantia un d sco nocido en nuestra sociedad , ino an tes bien carne e u carne y hueso de ti h ue os) que vale en tre u mi mbros que la honra n, y dig no p r lo mi. mo d la valiosa presea que ha conqui tado al prend r I fuego del amor n el corazón d la rita. de la TOI r , cuya ad­mirable belleza, que apenas s de taca n l adjunto retrato, unida á SllS virtud ,á u talento y á u ins­trucción, hacen d' cIJa joya muy apreciada ntre nosotr s, digna por todo c n pt d la f li idad que ha de guiar las velas d su nav cuando la JI ve Su

prometido de hoy, á navegar en los mares de Hi­meneo.

La elegante ' mansi,ón de los Sres. de la Torre, llena de luces y de flores) dió cariñoso abrigo en sus salones, para Eresenciar esta simpática fiesta de fami­lia) junto con numerosos caballeros, á las distingui­das Sras. Dolores Orrantia de Borda, Lucrecia D. de P érez Orrantia, Inés M. de la Torre) Inés de la T. de Vargas, Josefin~ M. de la Torre, Magdalena de la T. de Herrera, de Andrade, de Martins, Suárez de Souza, de Rodrfguez, Amalia Reyes de Holguín, Mercedes de Jimeno, Dolores V. de Argáez, Pau Jina S. de Restrepo, Paulina C. de Gaviria, Josefina Re­yes de Reyes, Emma C. de Echeverri y Ana Rosa U. de Escobar, y á las encantadoras SrÍlas. María Inés de la Torre, Dolores é Inés Herrera de la To~re, Pe­pita Pérez Orrantia, Nina Reyes, Elena Holguín, Sofía Carizosa, Isabel maña, Josefina Jimeno é Inés Argáez. Lo votos ele tan electos invitados y las ben­diciones de los padres de la Srita. de la Torre Cortés, son seguro augurio de que al unir sus manos para ra­tificar el juram~nto de u ,amor) los jóvenes novios han conquistado á precio de cariño su futura felicidad_

-~

El primer juguete Del libro inédito Marionetles

1

En fie ta de caridad, á lo niño que llegaban un día de avidad, dulces ó juguete daban.

y 1iguel, entre el enjambre el niño má tri te y pálido, cuyo cuerpecilo el hambre deJÓ trémulo y escuálido,

Impaciente, -j A mí!, gritó, - j Por favor, denme uno á mí! .. , -¿Qué pide? ¡, n dulc ? - j No! -¿ uiere un jug uete? -j Sí!

Y al obt nerlo Miguel, ollozaba de alegría,

porque era el juguete aquel el primero que tenía ........... .

II

A la mañana siguiente se le encontró en un jergón sin vida, y dice la gente qne murió de inanición .

y voló, al romper de prisa sus cortos terrenos lazo, con una dulce sonri a j y el juguete en tre los brazos 1 ....

MA UEL • PICHARDO ' Habana, 1907

{S{alería ~ip10mática Con el prop6sito de hacer conocer de nuestros lecto­

res aquellos de los empleados nacionales que prestan sus servicios en las Relaciones Exteriores, y tienen, por lo mis­mo, en sus manos, el buen nombre y la integridad de la Naci6n, abrimos hoy esta Galería para guardar los retra-

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BOGOTA ILUSTI~ 1)0 93

tos de los Ministros en el Exterior. comenzando por el del Perú. .

LUIs TANCO ARGÁEz, nuestro actual Ministro Plenipo­t~ndario en Lima, acaba de ser nombrado por el Excmo. St'o Presidente de la República, que tan acertado es en to­d~s sus designaciones, para desempeñar igual elevado car­g'o en la República Argentina, y esta prueba de confianza que hoy le da nuestra Cancillería es muestra palmaria de lo muy en alto que el Sr. General Reyes esti ma sus servi­cios anteriores, por cierto muy merecidamente, pues la la­bor del Sr. Tanco viene de largos años atrás: es uno de nuestros pocos diplomáticos de carrera. Estaba aún muy joven cuando el Gobierno de Colombia lo design6 para Secretario de la importante misi6n en las Repúblicas del Pacífico, confiada al inolvidable cuanto eminente colombia-

no, su padre, el Dr. D. Nicolás Tanco Armero.

/

D. Luis Tanco Argáez

Desde entonces el Sr. Tanco ha venido ascendiendo hasta llegar á la jerarquía más elevada en nuestro escala­fón diplomático.

La República no puede olvidar, nos decía el Sr. Sub­secretario de Relaciones Exteriores, los valiosos servicios prestados por el Sr. Tanco en la defensa de nuestros de­rechos territoriales ante la Cancillería del Rimac. Se le de­ben también en buena parte los pactos sobre arbitraje con el Perú, que acaba de aprobar la Honorable A~amblea Nacional. Su tino, su circunspecci6n, su cultura refinada, sus altas relaciones en la sociedad de Lima le han hecho menos difícil una labor de suyo delicada y ~n que muchos otros hubieran escollado.

Vaya el Sr. Tanco á orillas del Plata á recoger nue­vos lauros para su brillante carrera, y trabaje allá, como en otras partes lo ha hecho, por los inte reses y por el buen nombre de esta Patria, que sabe estimar en lo que valen los servicios y las prendas de sus servidores públicos y que, tarde 6 temprano, las pesa en justicia y les da su merecido galard6n.

I

DIGNO HOMENAJE . Hoy como -nunca ha e lado la capital <.le Colom­

~Ia á. la altura de su fama de ciudad cuila, justiciera, I~tehgente) enamorada de lo h~lIo en todas sus infi­ni I~s manif~ taciones; hoy mejor que nunca ha me­reCido su dIctado de Alenas uramericana , ésta que fue noble y leal ciudad de la corona española. IIemos rendido pleito homenaje á la memoria de lo herma­nos R~yes y de us compañeros en los viajes de ex­ploraCIón al travé da las dilatadas regiones amazóni­cas, y lo hicimos de manera digna de aquello á quie­nes lo consagrábamos y diO'na también de quiene de­s~an contar en el número de los ?uehlos cultos de la tIerra.

La Asamblea Nacional dictó merecida ley-que se teme tropi ece para su sanción en el escollo de la exqui ita delicadeza del Sr. Presidente,-por la cua 1 honra la memoria de Ellas, r éstor y Enrique Reyes y manda erigirles un monumento en esta ciudad, cos­teado con fondos nacionales, pues que ella de otros no puede di poner. o querrá el Sr. Presidente gra­var á la Nación con este gasto en loor de los que fue­ron sus amados hermano, y como ésla tampoco ha de permitir que el Sr. General Reyes lo ' haga de su propio peculio, lo natural será hacerlo por suscripción nacional, que más tardará en proponerse que en estar cubierta con lujo de espontaneidad. Con todo respeto lanzamos esta idea, fiel expresión del patriotismo, y si ella fuere acogida, ó siquiera permitida por la fa­milia de los hermanos Reyes, la Prensa toda forma­ría á nue tro lado para difundirla en el paí y rea­lizarla.

Desde por la mañana del día 30 de Abril, ani­ver ario de la inhumación de los restos de Enrique y éstor Re es en nuestra Iglesia Catedral, circula­ron los periódicos del día con los retratos de é (os y de su hermanos Elías y Rafael y artículos alusivos á la magna obra de los cuatro; á la una de la tarde depositó la familia coronas de siemprevivas sobre la tumba veneranda) y el Ilmo. Sr. Arzobispo Primado de Colombia, Dr. Bernardo Herrera Restrepo, rodea­do del Venerable Capítulo, entonó nn Responso, acompañado por maO'i tral músi¡;a agrada, que en sus nota solemnes repercutfa los ecos de la t~mpes­tad en lo desierto del Caquetá; después y sIempre­ante nnmerosa concurrencia, que de antemano había asistido al Palacio de San Carlos á saludar al Sr. Presidente de la República, se reunió en el foyer del Teatro Colón la Sociedad de Geografía, que consa­graba su sesión solemne para rendir á los explo~ado­res colombianos el tributo de la CienCIa. Su PresIden. te, D. Ricardo Santamaría, abrió el acto con breves y elocuentes palabras alu ivas á su objeto; su Secreta­rio, D. José Miguel Rosales, leyó una bien escrita con­ferenCIa sobre la obra de los hermanos Reyes y todo lo que vale para Colombia y para el mundo entero, y por último, el Sr. D. Agustín Mercad.o hi.zo el re­cuento de la hazañas y labore de los wtehgentes y abnegados colombianos que sacrificaron vida y for­tuna en las exploraciones del Caquetá y de us ríos­naveO'ables, abriéndole al país fuente de riqueza y vías de comunicación que serán en lo futuro ~ase inconmovibles de su progre o. Después la SOCIedad de ignó á Jos Sres. José Manuel Goenaga, Alberto Borda Tanco y Roberto Bunch para llevarle á ~ala­cio al Sr. General Reye , que excusó u pre encta en la di tintas ceremonias del día, una medalla de oro conmemorativa de la magna obra en que tomó pa rte tan importante.

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94 BOGOTA ILUSTRADO

Por la noche, y dando muestra la cu lta sociedad bogotana de su admiración por la virtud y el heroís­mo, llenó la amplia sala del Colón · para oír con reli­.gioso respeto el clásico concierto organ izado en honor á la memoria de los exploradores, por la Academia Nacional de Música, que reveló en esta ocasión los .admirables adelantos.Ya alcanzados en el divino arte y la habilísima Dirección que hasta esa perfección la la conducido.

En realidad de verdad, y sin que ello valga como agasajo a l patrio orgullo, la orquesta de la Academia cumplió u cometido con absoluta corrección, yejecu­tó como. i fuera orque la de Maestros y no de aprendi­-ces en u mayor parle, la Obertnra Idomeneus, de Mozart, la Canción de primavera, de Mendelssohn, la Marcha solemne, de Pierné, .y el Pizzicato, de Deli­bes, que el público le hizo repetir, . i por e los ntíme­ro mereció entu ia. ta aplausos, aún mayores fueron los que alcanzó con el acompañamiento al Maestro ALAR­có , Director de la Academia, del Gran concierto, en sól menor, de Mendel sohn. Gracia y mucha gracia es compartir con nue Iro ádmirable virtUQ.'lo sin dis­crepar lIn punlo, en la ejecución de aquel Gran con­cierto que larcón conoce y domina maravillosa­mente. Cuando se perclieron las última nota del p~ano. de la . orque la,. confundida en grandioso hImno de g lona, el públIco sembró de corona el ca­mino del in piradQ ejecutante y lo obligó al bis, oyén­·dole con reverente atención la Balada en sól menor, -de Chopín. Bravo, Maestro, bravo I

GUILLERMO URIBE, que con la orquesta, bajo la di­rección de su mágica batuta, y con el cuarteto para cuerda de chumman, en unión de José María Prado, violín 2.°, Ezequiel Bernal, viola, y Antonio Figueroa, violonchelJo, ya había merecido 'e truendosos aplau­sos, llegó á la cima del éxito cuando, venciendo las mil dificultades de la Polonesa de Vieuxtemps, la interpretó en su viol{n, acompañado con maestría por Federico Corrales en el piano, de tan correcta mane­ra como aquí no]o haya logrado mejor arco alguno. Como á Alarcón, el público ovacionó á Uribe con loco entusia mo, y éste le corre pondió deleitándolo con la Serenata de 1 ubelik, violinista ilTeprochal;lle que en el Colón habrfa tenido orgullo en aplauclir la interpre­tación de su célebre obra.

Todo fue bueno en el trabajo de lo profesores y alum':l0s de la Academia, y para mayor lujo de é ta, amemzó su Concierto la Sra. María E ter Ponce de León de Schlesinger, cantando con deliciosa voz y admirable limpieza y precisión el aria de Guarany, del Maestro GÓmez. El público fundió en uno los mil aplauso que le arrancaron lo jecutantes de ]a Aca­demia, para ofrecerlo estruendoso y continuado á esa

. inspirada artista, que es la más pura luz de cuantas irradian d la. corona de su padre, el inolvidable Pon­ce de León. La Prensa, por conducto del Sr. Director de El Porvenir, D. Arturo Quijano, le ofreció una medalla de oro y un ramo de flores con cintas de va­rios colores, en cada una de las cuales se leían estos nombres: R ev¡'sta de la Paz, X Y Z, El llevo Tiem­po, Trofeos, El Correo Nacional, El Republicano, El Artista, El Comercio, Vida Nueva, El Porvenir y Bo­GOTÁ Ir., ST1\ADO. La medalla tiene sencilla inscripción, en su anverso: La prensa de Bogotá á la ra. !llarta Ester Ponce de chleúnger, y en su r ver o ]a fecha del c!úsico día y algunas nota de la precio a aria del !lfaesfro Góm z.

El teatro, lleno de luz que cluebraba g lorio a . u rayos en el blanco y oro de la espléndida salo, des­bordaba IlermOSUl'u con la d las numero as damas <fue lucían n palcos yen plat a y que fueron como íltima corona en la fiesta d 1 día.

D . FlOl"entino Calderón

Nació este di tinguido ciudadano en Santa Rosa de Viterbo, en donde nacieron también sus tíos los Sre. General D. Rafael Reyes, Pre idente de la Re­pública, y D. EIía Reye, iniciadores de las explora­ciones obre lo afluente del Amazona, y D. Néstor y D. Enrique Reye, c¡ue rindieron su vida en ser­vicio de la humanidad, y cuya memoria nos propone­mos honrar hoy, recordándole al paí todo el méri­to de u actual Presidente, que desde niños oímos e 'altar con palabra de incero elogio, nada menQS que de boca de S. L el Emperador D. Pedro rr del Bra il. eguíamo lo cur os de Ingeniería de Minas en la Univer idad de Lieja, Bélgica, y como estudian­tes de Metalurgia, trabajábamos en los hornos de fundición de la gran ferrería de Cockquerill, cuando acertaron á vi i tar e ta empre a, que ocupaba cerca. de veinte mil obrero en u di tintos departamentos, desde lo alto horno ha ta la fabricación de loco­motora y toda uerte de máquina, ' . M. el Empera­dor y el General Guzmán Blan o, Pre ¡dente de Ve­nezuela. Viéndolo todo in ve tigándolo todo, con curio ¡dad de quiene e preocupan por la uerte de lo pueblos, prcO"un taron por lo e tudiante ricano que allí trabajaran . r entone tu imo ·1 ho­nor de erlcs pre entado . Uno. otrono trataron con e pe ial defer ncia, e merándo e en relatar cuanto u­pieran de Colombia, entonce 1 anciano Emperador mo ionad con el rccu rdo de la Patria an ente, re­

firió su entrevi la con 1 r. en eral R e y dilo con profética palabra todo 1 bueno que ColombIa debía e pral' de II illlelig ncia, de u valor de u en rgfa in ontra tablc. IIo)' que 1I pr die iones e han cumplido, ju Lo e unir u voz á la voz de la a­ción en lo l' t't 10 h rman Re.

El r. alderón, á qui n con ao'!'amo e La. )(n a , es di 'no ompañ ro de h mbr omo aquellos que dejamo nombrado.

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BOGOTA ILUSTRADO 95

Muy joven, en 1873 lo Cnl'ió su señor padre, que eA más e timaba la instrucción que la ri<{ueza, á con­tinuar sus estudios de literatura en esta cIUdad de Bo­gotá, cerebro de laintelectuahdad c.olombian.a, y cuan­do apenas llevaba un año de estudlOs, se deJó arreba­tar por el noble ejemplo Ije sus tío , á ql~ienes ya ha. bian seguido otros mIembros de su famlllfl, y en 1874 se puso en marcha pa.ra el territorio del Caq.uetá. De su vida allí durante dIez afios, epopeya admIrable de abnegado trabajo? nos da clata idea el ~rtícu.lo que pu­blicamos en segu~da y que hemos eSGn~o? vIOlentando su genial modestIa, de p~é de larga VI Ita en I~ gue lo oblio-amo puede dcclrse, á relatarnos sus VIaJes, ~ , . que transcribimos con fiándono á n ues~ro . prop.1O re­cuerdo y como si él se los con tara al publIco dIrecta­mente. Asl con ervaremos, á lo menos, la e pontaneidad y el vigor del relato.

EXCf,lO. SR. GENERAL RAFAEL REYES

El Sr. Calderón guarda como timbre de legíti­IDO orgullo, la seguridad de que jamás defraudó en lo mínimo los derechos de nadie durante sus viajes y excursiones al través ele medio continente y cuando hubo de entenderse con miles de personas en nego­cios propios ó ajenos. Satisfacción ésta que forma la mejor página de su biografía.

Terminada en 1884 la gigantesca empresa de los hermanos Reyes en el Caquetá, por la enorme baja del precio de las quinas, cuya extracción era el principal objetive de aquélla, Calderón se dirigió á P.asto y de allí á las mortíferas playas del río Patía, en donde, apro­vechando una exigua fu,ente de agua salada, fundó en 1885, cerca de la desembocadura del río Mayo, en cu­yas márgenes fueron asesinados el Mariscal Sucre .., el General Julio Arboleda, una fábrica de compactar sal que le dio muy buenos resultados y que vendió al ve­nirse para Bogotá, en donde sentó sus reales defini­tivos en J890, consagrándose con éxito feliz á la vida

de los negocios y en veces un tanto á la del polltico~ en la cual prestó siempre valiosos y decisivos servicios á los ideales y propósitos de sus simratfas. El fue, y fá­cil es decirlo sin temor de errar, e organizador de la vic~orja en la pasada lu c~a electoral, que trajo al Pa­lacIO de San Carlos á su Jefe y compafiero de labores. e~ la empresa de civilizar nuestra rica región amazó­Olca.

En 1896, tocado por el niño ciego que bendice á cuanto. hi ere, contrajo matrimonio con la dis tinguida Srita. Dofia Maria Rodríguez Chiari, y fundó hogar cristiano, en el cual es la felicidad reina y sefiora. Pa­seó entonces por Europa en viaje de bodas, y luégo­volvió á esta ciudad á continuar su vida de negocios y cuidar de la educación de u familia.

Hoyes miembro pnncipal de la Asamblea Na­cional Constituyente y Cónsul General de México en Colombia) únicos puestos públicos que haya querido­acep~ar.

BOGOTÁ l LU TRAOO, que consag ra hOy sus páginas de honor á la memoria de aquellos exploradores que se sacrificaron por el bien de Colombia, cree justo y natural adornar us columnas con el retrato del Sr. Calderón, su joven compafiero á orillas del Caquetá, y recoger las reminiscencias íntimas de éste para dar idea ele la labor de aquélJos, ya tomándola de lo pro­pios labios del narrador, como dijimos antes, ya de publicaciones que hiciera anteriormente sobre el mis­mo particular. Por iguales razones publicamos los re­tratos de los Sres. EJías y Rafael Reyes, que fueron Gerentes de la casa de Reyes Hermanos, á la cual sir­vió el Sr. Calderón durante los diez años de su per­manencia en aquellas desconocidas regiones.

Estos recuerdos del Sr. Calderón) que son dato­seguro para la his toria de nuestra región oriental,. pueden ordenarse así, como si él los relatara (1) :

"Muy joven todavfa, cuando apenas cursaba la primera asignatura de la Escuela de Literatura de la Universidad Nacional, regida entonces por el eminente Dr. Antonio­Vargas Vega, me atraía con irresistible curiosidad el estu­dio de la Geografía y soñaba con la vida de sufrimientos y de g loria de los descubridores de América. Un día) á mediados de 1873, recorriendo con los ojos los extensos desiertos del mapa de Colombia, me dejé llevar de mi loca fantasía y le dije á mi compañero de estudios, que es quien luéO'o ha recordado el incidente, estas Ó parecidas pala­br:s: "Seda feliz si pudiera recorrer el territorio del Caquetá y volver á referir mis viajes y aventuras y á dar noticia de las riquezas que de seguro guarda aquella comarca.

La suerte quiso ofrecerme la satisfacci6n de mis locos­deseos y cuando aún no contaba diez y seis años de edad,. me pu~e en marcha, en Agosto de 1874, hacia el Cauca, por la vfa de Manizales, y pronto tuve el placer de llegar á Popayán al lado de los míos, que me acogieron noble y­cariñosamente. Mi tío EHas, Gerente entonces de la Casa EHas Reyes & Hermanos, hombre de prodigiosa actividad, muy inteligente y bon~adoso, desconfiando segu~am~nte de mis fuerzas me ofreCIÓ un puesto en el escntOrIO de la Casa, pero yo, que llevaba en mientes mis deseos de viajes y aventuras, preferí seguir al Caquetá, en donde la Com­pañía había comenzado exploraciones, y me puse en mar­cha vfa de Pasto, en la amena compañía del inteligente y e~érgico D. Juan N. Núñez Uricoechea . Tres millas adelante de esta ciudad, en el sitio de La Laguna, hube de cambiar mis arreos de hombre civilizado por el traje del montañés, y emprendí á pie larga y penos!l correda hasta el centro del Caquetá, por senderos y nscos poco­mends que ignorados. Tras doce días de marchas peno sí-

(1) Estos recuerdos del Sr. Calder6n los public6 El R~ó¡;calU1, tomándolos de nuestras pá~inas, como si fueran escritos por cH, cuand<> en realidad de verdad son sencillo resul tado de la entrevista que tuV() la amabilidad de concedernos.

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BOGOTA !LUS'TRA·nO ·

simas, á du ras p'enas dominada "la fatiga pór el vigor de la juventud, sentí recompensadas tantas penalidades al abrazar en las ce rcan ías de Mocoa á mi tío Enrique Reyes, encargado entonces de la direcci6n de los trabajos de la 'Compañía en aquellas localidades. Puesto á sus 6rdenes como pequeño auxiliar, ya que mi corta edad á nada mejor daba derecho, me encomendó una comisi6n á Yun­guilla, caserío de indígenas á orillas del río Caquetá, en donde se encontraba mi hermano José María, el mayor de la familia, q uien muri6 poco después á consecuencia del paludismo contraído en aquellas selvas. Allí, con un baño

-en las correntosas aguas de nuestro gran río que va á morir al Amazonas, saludé la aurora del año nuevo de J875, creyendo hallarrr. e al principio de la realizaci6n de

lmis sueños.

D. Elías Reyes

Desde entonces y siempre á las órdenes de mi tío Enrique, un titán para el trabajo en la lucha con la natu_ raleza, la vida no fue de sosiego ni d e placeres, fue de lucha sin tregua, de sacrificios de toda clase y de sinsa­bores que á duras penas pueden imaginarse. Teníamos á nuestro servicio centenares de hombres sin Dios ni ley, ajenos á toda autoridad, cuyo manejo traía cada día un nuevo problema de valor, de destreza 6 de táctica diplo­mática para mantener por sobre todo la disciplina y á la vez complacer en lo posible las justas exigencias d e aque­llos indispensables compañeros. Así pasé año tras año, todos llenos de privaciones y sufrimientos, hasta fines de 1878, en que 11'1. Compañía, viéndome ya capaz de despre­ciar e l peligro y de afrontar toda suerte de penalidades premi6 mis servicios haciéndome su socio industrial y m~ encarg6 honrosa expedici6n hacia e l Amazonas.

11 E21 efecto (I~, en Jos pr~meros días del año de 1879, ac~mpanado por mi noble amIgo D. Antonio Angulo, hoy residente en el Sur del Cauca, partímos de Mocoa, capital del territorio del Caquetá, provistos de har in a de trigo y de cebada, sal, escopetas, municiones, p6lvora, fulminan­tes, anzuclos y un botiquín con quinina, ipecacuana y lini­mCAto. La distancia de Mocoa á Puerto Guineo es de unas seis leguas, que recorrimos á pie en un día. E n aquel

(1 ) Del (olleto publicado en 1902.

puerto, sobre el río del mismo nombre, tribut¡{ri6 de{Pu­tumayo, casi en su nacimiento, tomámos una pequeña canoa, manejada por indios de ese caserío. Después de dos días de na vegaci6n, llegámos á Cuembí, sitio habitado por indios semisalvajes y donde pueden atracar vapores que no calen más ~e cuatro pies. De este punto al Ama­zonas mide el río Putumayo, navegables por vapor, 1,200 milla~; y esa distancia íbamos á recorrer, provistos de una canoa m~s grande que la que tomámos en Guineo, y tripulada por ocho indios, á los dos días después de nuestra llegada á Cuembí, -último caserío en donde residen indios medio civilizados, partímos lanzando la embarcaci6n á la mitad del río. Ibamos á recorrer una enorme extensi6n : momentos por momentos nos alejábamos más y más de todo sér civilizado; pensábamos en los diferentes peligros que nos amenazaban, tales como la fiebre, un naufragio, el hambre, un ataque de los salvajes 6 de las fieras. En nuestro interior nos despedíamos tiernamente de lC's nués­tros, distantes centenares de leguas, y decíamos adi6s á nuestros compañeros de trabajo; nos encomendábamos á Dios; y sin tener por delante más que el inconmensurable desie rto, no sin te rror, avanzámos hacia su centro. Nave­galldo sin tregua todos los días y algunas noches, cuando la claridad de la luna nos señalaba el rumbo, vendamos aquellas enormes distancias; unas noches dormíamos en las playas, con harta zozobra por el temor á los salvajes y á las fieras; en otras, que navegábamos, nos turnábamos en la vig-ilancia con Angulo ; en las mañanas, acercándonos á la orilla de l río, hacíamos grand es provisiones de aves, como camaranas, paujiles, pavas, etc., lo mismo que de zaínos, venados, conejos, etc., y en la noche nos proveía­mos de pescado. Con frecuencia encontrábamos en las pla­yas numerosas tribus de antropófagos, que se ocupaoan en la pesca de tortugas; entonces dirigíamos la canoa á la ribera opuesta y nos ocultábamos en el rancho 6 cu­bierta de aquélla, para evitar que nos hiriesen las flechas envenenadas que nos dirigían; á una temperatura de 3~ á 35 grados centígrados, e l calor e ra la mayor de las pena­lidades que nos acompañaban, sin que dejara de mortifi­carnos también la inmensa cantidad de mosquitos y la estrechez de la embarcaci6n . sí pasaban los días sin que encontrá ramos signo alguno de la proximidad al Amazo­nas; á veces nos afligía 6 desesperaba e l no saber cuándo se pondría término á tan penoso viaje, hasta que al fin, después de veintiocho días de navegación, en una bellísima mañana, al dominar una gran curva del río, se present6 ante nosotros e l gigantesco Amazonas, y pocos momentos después, muy fatigados, pero llenos de júbilo, desembar­cábamos en Santo Antón, donde fui mos cariños~mente acogidos por sus habitantes, especialmente por D. Salva­dor Ferreira, anciano portugués.

Nos hallábamos en aquel puerto esperando uno de los vapores que debía bajar de Iquitos, para encaminarnos al Pará, donde habríamos de conseg-uir e l vapor 6 vapores que necesitábamos para subi r á Cuembí, cuando una no­che, sin esperarlo, atracó un vapor que subía e l Amazo­nas. Era e l vapor Ca1l/tllláll, que nuestros. consignatarios e n el Pará, los res. Manuel Pineiro & c.n, habían despa­chado para el Putumayo por orden y cuenta de nuestra Casa. Con mis compañeros de viaje me instalé á bordo, y al día siguient .. á la madrugada empezámos á zurea r las ondas del Putumayo, e l cual recorrímos, aguas arriba, en 32 días, navegando únicamente en el dta, hasta llegar á Cuembí, lugar en que se debla tomar e l cargamento de quinas. Hicimos ese viaje sin tropiezo alguno; el vapor, con toda su carga, tenía un calado de cuatro pies, y entre los pasajeros figuraba el cé lebre explorador francés M, Jules Crevaux, con quien penetrámos hasta alguna tribus de indios.

Precisamente no puedo olv idar aquí los incidentes ocurridos en una visita que hicimos á la tribu de antrop6-fagos llamada Benedó: atrac6 e l vapor en un punto con el fin de proveerse de leña; alguno de los indios que habían bajado e l río conmigo observ6 que se notaba un e trecho sendero que demostraba la existencia de a lguna tribu cer­cana; y como el vapor debía demorarse algunas horas anclado, se nos ocurri6 ir á buscar la tribu. En éfecto, sal­támos á tierra, provistos de escopetas, e l r. Crevaux, su

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-sirviente, llarri~do Apatau, D. Demetrio Salamanca, An­gula, unós seis marineros y yo, y nos dirigimos, sel va adentro, por la vereda; después de caminar unas rlos millas, encontrámos una gran semelitera de plátano, yuca, piñas y chontaduro (palma) ; penetrámos al centro de ella, y de pronto vimos cuatro enormes casas pajizas, de forma redonda, cubiertos en parte los flancos por guaduas, con muchas entradas; luégo sentimos grande algazara, obser­vando al mi mo tiempo que las indias hufan presurosas al bosque con los niño á cuestas, y que los varones se apres­taban con us armas-lanzas de guadua, grande macanas y flechas -para el ataque ó para la defensa; pero nos. otros, colocados en fila al frente de una de las casas llenos de terror ante lo numeroso de la tribu y el aspect¿ de los salvajes, resolvimos, fingiendo amable sonrisa, per­n:tanecer cnmpletamente quietos, con los brazos caídos y Sin hacer el más ligero movimiento ó ademán que pudiera parecer hostil. Entonces, d espués de pocos momentos, los indios bajaron un poco la voz, se colocaron en la entra­das de las casas, y por la que quedaba enfrente de nos­otros fueron acercándosenos dos gigantescos indios, ador­nados con plumas y dibujos en la piel, hechos con achiote y barro de diversos colores, hasta que, ya á nuestro alcance, empezámo de manera muy suave á tocarles el ho~bro y hacerles señas que les demostrasen que nue!:tra actItud era completamente pacífica. Persuadidos de ello, ~ueron . tomándonos de uno en uno de las manos y nos introdUje ron á la morada del Cacique; nos sentaron en sus hamacas ó chúlcltorros, y empezaron á hacernos los ho­nores regalándonos ollitas llenas de veneno que usan para la caza, plátanos en sazón, piñas, plumas, cuerdas aparen­tes para anzuelos, y pajaritos disecados con la mayor perfección. Cuando esto pasat a, nos sentíamos menos amenazados y algo repuestos de la impresión de terror; pero de cuándo en cuándo nos sobresaltaba la manera brusca con que ya varios indios á nuestro derredor exami­naban abismados nuestra ropa, la que suponían hacía parte integrante del cuerpo, así como les causaba grande admiración el color de oro de la abundante barba del Sr. Crevaux y el color de Apatau, negro fino y corpulento, de las Guayanas, que tan importante papel exhibe en las obras de aquel malogrado viajero, asesinado por los indios Tobas del Pilcomayo. Momentos después abandonámos los cómodos asientos en que nos habían colocado, y con paso muy mesurado, sin perder de vista los ademanes de los indios, que nos seguían en continuo hablar, empezámos á recorrer la h'l.bitación del Cacique y de los que constituían su dinastía y de los empleados de gobierno, los cuales se dis­tinguían por los adornos de plumas y por los dibujos hechos sobre la piel, más abundantes que en los demás de la tribu.

Como dije atrás, la casa era muy grande, de forma redonda, muy aseada, llena de pilares, donde, una debajo de otra, colocaban las hamacas de palmicha, admirable­mente tejidas; en e l centro tenían grandes ollas llenas de plátanos, yuca ó chontaduro en fermentación, con lo cual preparan el licor con que se embriagan, y una especie de barbacoa, encima de la cual había cantidad considerable de carne de zaínos, dantas, venados, monos, conejos y pes­cados, sometidas al humo y á un fuego lento. Nos dieron carne de zaíno, que aceptamos, y quisieron en vano que tomásemos su chicha, licor espeso que fermentan después de mascar sus componentes; pero luégo 'nos sorprendieron mos trándonos un arca hecha de maderos de palma, en la cual tenían considerable cantidad de cráneos humanos, que constItuían los trofeos de sus luchas con las tribus vecinas, cuyos prisioneros eran asados en medio de gran­des fiestas, y comidos en parte, menos la cabeza, que con­servan como reliquia, emblema del valor. El Sr. Crevaux se acercó al depósito de los cráneos, tomó uno, y en el momento e l indio que tenía á su lado se lo q uitó con tal fuerza, que el viajero vino al suelo. Después visitámos las otras chozas, y encontrámos muchos trozos de piedras muy finas, con filos cortantes, que les servían para derri­bar, á costa de mucho esfuerzo y de mucho tiempo, los seculares árboles que destruían para hacer sus plantacio­nes. Los indios que en ellas estaban experimentaron las mismas impresiones que los otros; pero fue ron menos

---------cu~plidos, porqu~ cuando ya resolvimos despedirnos, me q.ulté un saco de hno que llevaba puesto y se lo di al Ca­cIque, personaje que no nos abandonaba un instante; y al ver esto, los otros se arrojaron sobre nosotros á qui tarnos y á pedirnos li\. ropa que usábamos. Dímosles casi todo, á excepción de los pantalones interiores; y risa nos causaba ver cómo se arrebataban y ponían esas piezas: unos se colocaban los pantalones como turbantes; otros se a taban los pies, metiendo cada uno de ellos en las mangas de las camisas, y los más mordían las telas acaso para averiguar qué sabor tenían.

Eran ya las tres de la tarde, y como el vapor debía continuar su viaje, nos despedimos, instándoles por medio de señas que nos siguieran; pero ninguno quiso hacerlo. L1egámos á bordo sin olra mala nov~dad que el estrago causado por los mosquitos, que tan amplio campo encon­traron una vez que la mayor parte de nuestra ropa había quedado en manos de los visitados. Poco después de las cuatro y media de la tarde se movió e l vapor para na ve­gar unas dos horas, y cuando ya estábamos en medio del río, acudieron unos trescientos indios de todos sexos y tamaños: era la misma tribu que, llevada sin duda por la curiosidad, iba á conocer nuestra embarcación; pero en­tonces se presentó con gritos, acaso de entusiasmo ó de cordialidad, y con las mujeres y los niños, todos en com­pleto estado primitivo. Di orden al car>itán del buque que atracara nuevamente, con el propósito de atraer los indios á bordo, y así lo conseguimos. Tendida la plancha para saltar á tierra, y juzgando que las hachas y cuchillos podían ser para ellos un alici ente, puesto que, como dejo dicho, se servían de piedras cortantes para segar los mon­tes, tomé un hacha americana, nueva, con empuñadura, salté á tierra, y con toda mi fuerza empecé á cortar un árbol. Por el momento todos se quedaron quietos; mas al ver el servicio que el hacha prestaba, se arrojaron sobre mí, :ne la quitaron, la pusieron en manos del Cacique y éste empezó á experimentarla. Volví á bordo, tomé otra hacha, y desdE! la mitad de' la plancha empecé á llamarles la atenci6n y á ofrecérsela. Acercóse el Cacique, quiso tomarla; pero yo no estaba en tierra, y él no se atrevió á seguirme; á mis señales de ofrecimiento y en su deseo de obtenerla, hi zo que una de sus mujeres, hermosa india de veinte años, entrara á la plancha ó puenle. Cuando ya estaba en la mitad, empecé á retroceder poco á poco. La india, con una mano sobre el hacha, me seguía asustada, hasta. que estuvimos á bordo. Mientras esto pasaba, los indios, estupefactos, nos miraban en completo silencio, y yo me empeñaba en hacer subir á la india por las escaleras que conducían á cubierta; al fin lo conseguí. Una vez allí, con el capitán y otros empezámos á obsequiarle espejos y abalorios y todo aquello que le podía llamar la atención; le dimos una copa de vino que bebió, galletas y azúcar; luégo la tomé de la mano, y colocándosela en el manubrio de una caja de música II organillo que tratamos, empezó á tocar. Se asustó la india al principio, pero después sigui6 tocando sola. Los indios que estaban en tierra hacían esfuerzos por entrar á bordo, pero no se atrevían. alté á tierra, tomé de la mano al Cacique, y sin mayor esfuerzo conseguí que entrara al vapor. 1 ver esto, los demás lo siO'uieron con estrepitosa gritería y, cuando menos lo pen­s:mos, el vapor tenía á bordo casi toda la tribu. Siguió sonando el organillo tocado por la india; todos se acerca­ban á examinarlo, pero siempre cautelosos y asuc:tados. Les dimos lo mismo que á la india, agregando tabacos, aguardiente, hachas, machetes, cuchillos y ropa, artículos que el buque traía en gran cantidad para nuestros qui­neros. Todo lo que veían en el bUéjue les causaba admira­ción como era natural; pero lo que más les maravillaba , . . era por qué podían estar en un segundo piSO Slll caer, y frecuentemente pisaban con fuerza la cubierta y la toca­ban con las manos, se acercaban á dos espejos grandes que había en el saloncito y se miraban con la mayor sor­presa; hacían g estos, se ponían las manos en la cara-y palpaban y lamían el espejo; paseaban por todo el bu­que, mirándolo y cog iéndolo todo, con el deseo de lIeYar~ cuanto vefan. Mas como ya avanzaba la tarde , emprendl-

( ¡gue en la págIna 100)

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BOGOTA ILUSTRADO

El alma de NÉsTon REYES, i finnmente cultivllda pOI' su e ludio que ostentaron las de sus hermanos en las faenas, en la advel"idad y en de su raza con el mismo vigor, y hada florel'or en u corazón, igualmente rolsmos increíbles.

I I I

, en BoO'ot.1 y Tueva York, mostró la entereza indomable, 1 peliO'ro; en su ér go lpeaba la excepcional y r ica sangre e pléndida , las flore de lo grandes anhelos y de los 1e-

Abandonándolo todo, entró con us herm:lnos en In ohra de exploración, y con ello marcó hacia de conocidos horizontes su rumbo~ animado por ese soplo de mi trio y de gloria que han de ntir quiene así, hermo :lmente audaces, de afían lo i"'noto y miran cara á cara su propia suerte.

El, cOJ!l0 sus compañeros, hall? en e a ti rra que ,ello ~anab!ln para el proO're o l~umaoo, adver idade~ y sufrim~ntos; él soportó 1:1Ir.1>16n las rudas faena y VIO d fil ar len la!'; é Inlel'm lOahle las hora ele anO'u tIa J' de e peranza, baJO la marana de e-as selvas para ellos hostiles; él tarnJiién, fuert ó inflexible inl ió pa ar loda la amar""uras d aquellos días, sostenido iempre por una superior esperanza, consolado por la seguridad d que, i fl'aC:l Sa l'nn todos ello" u Patria había recibido un beneficio,

P ara él tambión vino, en aquellas comarca " v lrl?cnes, la hora del único re po o' la Muerte también le buscó allí, pero no como á su hermano Enrique, callada y suave, s ino de rnod In c pel'ado y tl'árrico,

Entre el silencio solemne de la montaña, hnjo el amparo de un ~I'hol enorme y viejo, ti hermano Rafael dio á esa tierra, an­tes no ,violoda, los restos de aquel oll'o héroe que ofrendó ni bien de todos u vida, gallarda y bravamente como cumple á lo héroe auténtICOS.

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El\1\IQUE RE) ES fue un "itroros? luchador, que de de ~1~y temprana edad oportó en. u !J1'azos, intrénüamenle aptos para las grandes faena, el peso de los más dehcado debere: u. e 'ptrllll, prcmaturamente .fortalec.ldo plH' la bl'etra y lleno de e a erenidad y ese valor que ponen) en lo más hondo del sér, los sUfrtn11entos temprano, .marco, con pIe firme) c1camino áspero que hubo de señalarle la vida. Alma qué ~aba el combate y donde holg'adame~l~ cambIan lo Olá altos anhel? ' domó siempre el re io obs­táculo y apartó la maleza eneml~aJ seguro de hallar, tl'as la ruda lidia en que se de trarraban u ngore, el amplio y bello éxito que corona á quienes así luchan her?ica y ~all~damente. " " .

J unto con sus hermano~ r~ahzó la ttlántea ~x'ploracl~n ?rl Amazona, y ?p.:>rto. con ánun,0 ,Inquebrantable y con inquebran­table serenidad, todos los sufrImientos de aquel Viaje, sufl'lmlento que, por u ¡nten ¡dad, se dma olorado má allá de la re is tencia humana.

Cuando empezaba á mirar de cerca su triunro, JogTado á travé de lanto increíble e fue/'zo, ,ino para su e píritll el de ean'o definitivo. La misma Muerte que llegó á bu carie así, en lejanas tierras ad"er a ,lejo de todo lo qnp. amó, cuando us manos tocaban la cumbre no logró hacer que vacilara su alma hel'oica. En la cubierta de u buque, tranquilo, re -ignado, anle las selvas que miraron su aud;cia) bajo el cielo indiferente y extraño, vio llegar la Muerte y le tendió los brazo que no vac ilaron entonee ,los brazo que 'DO habían vaCilado nunca, sus fuert es hrozos hecho rnra domeñar el Pc"t i nn.

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100 BOGOTA ILUSTRADO

mos la tarea de poner en tierra á nuestros visitantes, 10 cual conseguimos no sin trabajo, aunque siem pre con la mayor suavidad. Cerca de las seis de la tarde zarpó nue­vamente el vapor, navegámos hacia arriba unas cuatro míllas y fuimos á anclar á la ribera opuesta, pues no era prudente hacerlo en la otra.

Al día siguiente ~ la madrugada levó anclas el vapor y continuámos nuestra lenta y monótona marcha ; ll evá ­bamos ya quince días navegando en aguas del Putumayo, viendo el mismo ,bosque, matando de los mismos mosquitos, soportando el mismo calor y siempre angustiados con e l mismo temor de que el buque encallara ó fuera su casco he­rido por algún tronco oculto por las aguas. Mas á veces esa monotonía desaparecfa en presencia de indios que salían á las playas, de tigres, dantas zaínos, venados, monos de diferentes cIases y ta maños, culebras de varias dimensiones y colores, y otros cuantos animal es del de­sierto que encontrábamos á nuestra vista . Así continuámos muchos días más, hasta que al completar 32 de na vega­ción en el Putumayo, lIegámos á Cuembí, donde nos espe­raba Rafael Reyes, Director Gerente de la Empresa y fundador de la navegaci6n por vapor en aquel río. Preci­samente el primer vapor en que él lo subi6 perteneció á la Empresa, lo lIam6 TUlldama, y hoj' se halla hundido en La Sofía, puerto situado doce leguas arriba de CuembL

Al día siguiente á nuestra llegada empezámos á car­gar de quinas el vapor. Terminada esa C'peración, se fijó la hora de partida para el Amazonas, y se dispuso por el Gerente de la Empresa que yo debía regresar é ir al Pará á hacer armar en sus astilleros un vapor que en ews días debía haber sido despachad,o de los Estados Unidos por cuenta y orden de la misma Empresa, vapor que se pidi6 en reemplazo de El Colombz'a, tam bién de la Empresa, ar­mado en"\ illmington y que naufragó pocos días des pués de haber salido de an Thomas, sin que e hubiera sa lva­do ninguno de los tripulante~.

Al favor de una gran creciente del río, zarpó el Ca-1lUmál1, y empf>zámos nuevo viaje, ll evando yo el pec;ar de la ausencia de los míos, de mis compañeros de trabajo y de la Patria. A los seis días de na vegaci6n, aguas abajo, llegámos al punto de nuestra entrevista con la tribu Bme­ció; al acercarnos vimos dos indios que levantaban los brazos, y al llegar á la orilla notámo que la tribu, con las herramientas que les habíamos dado, había preparado una cantidad considerable de leña, que el vapor embarcó. Mientras esto sucedía, de pronto se nos pre entaron nueva­mente los indios, festivos, sin miedo, muy confianzudos y llevándonos piñas, plátanos y otras cosas. En esta vez no hubo necesidad de invitarlos á veni r á bordo; apenas lle­garon, pasaron el puente, subieron la escalera y se repitió por completo la escena de la primera <,casión. Embarcada parte de la leña, y ya dispuestos á continuar el viaje, nos ocupámos todos, de!>de el Capitán hasta el último marine­ro, en poner en tierra á los indios, haciéndolo con la ma­yor suavidad, á fin de que no les qu~dase el menor recuer­do desagradable. Partimos, no sin tristeza, al ver que los ¡nfelice volvían á continuar su vida absolutamente salva­je, sin que sintiesen como signo de civilización más que el favor de las herramientas y de los abrigos que en buena hora les obsequiámos.

Cinco días después, haciendo un viaje muy rápido, de­bido á lo crecido del río, terminámos la navegación del Putumayo y entrámos en el Amazonas; en Tunantins, puerto sobre el río del mismo nombre yafluénte de aquél, tomámos algunas provisiones y continuámos nuestra mar­cha, navegando día y noche sin tropiezo alguno, atracan­do únicamente en los puntos en que deblamos embarcar combustible y en alguna de las bellas poblacione que tie­ne el Amazonas en sus orillas. En aquella época navega­ban este río y sus afluentes 170 vapores, aparte de los transatlánticos que subían hasta Manaos, importantísima ciudad situada en la desembocadura del Rionegro, lo cual hacía que lñ navegación, lejos de ser mon6tona y cansada, como acontecía en el Putumayo, nos fuese animada y di­vertida. Todos esos vapores que surcaban las aguas de los ríos afluentes del AmMonas, iban provistos de víveres mercancías é inmigrantes, y regresaban al Pará plena:

mente cargados de caucho, castañas 6 nueces de! Pará, manteca de tortuga, maderas finísimas, cacao, bálsamos de Copaiba y de Tolú, zarzaparrilla, ipecacuana, tagua, maderas de tinte, etc., y todo esto constituía una enorme riqueza en fruto~ de exportación, que en halagadora abun­dancia se encuentran en las riberas de los ríos Putumayo, Caquetá y sus afluentes, especialmente en la zona cercana al Amazonas.

Siete días después lIegámos a~ Pará, distante apenas de la desembocadura del Amazonas en el Atlántico unas sesenta millas; y por demás sería enumerar las variadas y agradables impresiones que experimenté, después dI'! tantos años de desierto, al llegar á una ciudad bella, de gran movimiento, y que ?frece todas las comodidad e!> hijas de la civilizaci6n.

Pasadas unas cinco semanas, lleg6 el vapor desarma­do, á bordo de un gran buque de vela, y fue desembarca­do en el astillero, donde se emprendi6 en seguida la ar­mada; cuatro meses después se echó el buque al agua, registrado con el nombre de Caquetá, y aquel día se hizo la prueba acostumbrada. Lleno de júbilo, y acompañado por el Gobernador de la Provincia, sus Secretarios y los empleados superiores del Arsenal de Marina, veía yo que el vaporcito-izada la bandera :colombiana á proa y la brasil era á popa-recorría la bahía, pasando por en me­dio de algo más de cien barcos que estaban anclados.

Cumplida mi misi6n, únicamente esperé que llegara un considerable cargamento de mercancfa que la Casa había pedido á Europa y á los Estados Unidos, para em­prender el viaje, en que tenía que recorrer, ~guas arriba, unas 2,100 millas de Amazonas y 1,200 de Putumayo. Convenientemente tripulado el vapor, y con provisiones para tres meses, zarpámos del Pará á la madrugada, que es la hora adecuada para pasar la bahía de Maranhao en calma, y no sin muchas penalidades, por causa del excesi­vo calor, de los mosquito, de una alimentación dañina, etc., rendímos el viaje á los 52 días de navegación y llegá­mos á Cuembí.

En el PutuITlayo visitámos varias tribus de salvaj es, y, co mo en la de Beneció, encontrámos bastante leña prepa­rada por los indios de e a tribu, demorámos en aquel punto algunas horas y fuimos visitados nuevamente por aquélla: Estaba ya catequizada, y en esta vez nos volvie ron á ob­sequiar con lo mism o que en las demás ocasiones, agre­gando algo de caucho y de sarrapia, que usan en la parte superiúr de los brazos como adorno y como perfume. Un poco más acá de aquel punto, penetrámos en las chG'las de la tribu llamada Orejones, cuyo nombre se debe á que desde que nacen les perforan las orejas y van introdu­ciéndoles con frecuencia palos cada vez más g ruesos, has­te que con el tiempo les cae la oreja casi al hombro; pero esta tribu vive á la orilla del río en chozas pequeñas de vara en tierra; en el día permanecen en sus hamacas, á causa de la enorme cantidad de mosquitos, y por la no­che se consagran á la pesca, único medio de alimentación que tienen. Horror nos causó ver en ellos s6lo espectro consumidos por el hambre y por la tisis.

D escargado el vapor, se llenó luégo de quinas, y se embarc6 en él mi tío, el abnegado y laborioso Enrique Reyes, quien poco después y de regreso del río Yabari, rindló su vida á causa de una fiebre, á bordo de una lan­chita-vapor en que subía el Amazonas en direcci6n á Iquitos.

Partió el vapor, y yo permanecí en Cuembí acompa­ñado por los indios de aquel caserío. Después de disponer 10 conveniente para subir hasta Guineo, en pequeñas ca­noas, el cargamento de mercancías, compuesto de unos mil quinientos bultos, emprendí mi viaje en una canoita, y á los nueve días de navegaci6n á p¡tlanca lIeo-ué á Guineo, de donde al día siguiente continué viaje de á pie hasta Mo­coa, centro rle las operaciones de extracción de quinas. Justamente, en aquella época fue cuando hicimos podero­sos descubrimientos de quinas cupreas, con abundancia verdaderamente increíble: en la ribera oriental del Ca­quetá, al partir de Desc nse hasta la desembocadura de Horleguaza, es decir, en una extensión de unas 500 millas, á una temperatura de 24 á 30 grados centígrados, descu-

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BOGOTA ILUSTRADO 101

brimos quinales abundantísimos que, al hacer los respec­tivos análisis, nos dieran un resultado de 4, 3t , 4, 4t Y hasta 6 por 100 de alcaloides; estos quinal es existen en la base de la cordillera y en los lugares planos de hoya del do Caquetá; luégo, ascendiendo á una temperatura oe 16 á 18 grados centígrados, se encuentra la quina na­ranja, que en lo general da un resultado en alcaloides del

t3 por 100, y después', ya en la zona fría, á una tempera­tura de 12 á 14 grados, se halla la quina tuna, de una ri­queza del 3 al 4 por 100, también de alcaloides. Quizá no esté lejano el día en que esa gran riqueza pueda ser nue­vamente explotada con ventaja. Llegado el caso, se verá la importancia y utilidad del estudio que sobre las quinas de Colombia public6 el Dr. Nicolás Osorio."

Ganando siempre terreno continu6 sus trabajos la com­pañía empeñándose en fomentar la navegaci6n de los ríos, hasta 1882, época en la cual sal{ á Buenaventura con la em­presa de llevar gentes hábiles para el manejo de canoas en el Caquttá y sus afluentes; alll catequicé, por decirlo así, contra la opini6n de muchos comerciantes de la localidad, sesenta bogas del Dagua, de esos de quienes deela D. Julio Arboleda que cada boga es U1l héroe y cada palancazo un milagro, y los embarqué en el vapor inglés Glala con rumbo á Tumaco ; subí luégo por los ríos Patía y Telembí hasta Barbacoas, de donde, ya provisto de cuanto la Em­presa requería, asumí el oficio de capataz Ó domador, y en tan poco envidiable compañía, emprendí viaje á pie por la montaña hasta P/edra-ancha, pequeño caserío á ocho leguas de Túquerres, y después á Pasto, en donde se encontraba el jefe de la Casa entonces, mi tlo el Sr. Ge­neral Reyes, quien en vista de la clase de gente que me acompa ñaba y temeroso de los desmanes que pudiera cometer en la ci1ldad, me excit6 á seguir viaje inmediata­mente. Acepté tan prudente indicación, á pesar de lo mu­cho que necesitaba algún tiempo de descanso, y tomé camino del Caquetá. Mis compañeros, habituados á la vida mon6tona de sus canoas en el Dagua, sentían dolor intenso á cada paso que daban en los senderos del desierto, y bien se comprende cuántos sinsabores me ocasionaría la transi­ci6n harto penosa que aquellas gentes experimentaban en sus hábitos y en su género de vida. Después de quince días de viaje por montaña casi virgen, que ahora recuerdo como una pesadilla, agobiados por la fatiga, las escaseces y las penalidades del viaje, lIegámos á Puerto Lll11ón, ca­serío de indios á la margen derecha del caudaloso Caque­tá ó Yupurá, y allí distribuí mi gente y organicé la manera como debía prestarse el servicio para navegar ese río y sus aftuente~; en servicio de la Empresa, cuyos negocios marchaban cada día con mejor éxito y ya contabla para sus trabajos con algo más de mil hombres, fuera de lo!:. indios catequizados, con varios buques de vapor y un cre-

, cid o número de embarcaciones> menores, y con suficientes centros de operaciones 6 agencias, provistos todos de se­menteras de plátanos, yucas, arroz, maíz, caña de azúcar, café y pastos que ya empezaban á alimentar ganados lle­vados desde Pasto casi en hombros, si ' vale la expresi6n, de gigantes humanos.

Entonces, cuando todo pareela sonreímos y la Com­pañía creía asegurado el premio de sus labores, que vidas tan preciosas habían costado y tantos esfuerzos y tantos sacrificios, amén de ingentes sumas de dinero, vino como un rayo devastador, de aquellos que se desprenden sin lluvia, el enorme desastre que abatió no s6lo á Colombia sino también al Ecuador: la baja de las quinas, causada por las plantaciones hechas en la India con semillas lJeva­das de Pitay6, sitio cercano á Popayán ...

Con profundo dolor puse término á los trabajos de la magna empresa, seguramente la de mayor trascendencia que hasta ahora haya visto el país entre las de su clase, iniciada y sostenida con admirable constancia por los her­manos Reyes-Elías, Rafael, Néstor y Enrique-de los cuales tres rindieron la vida en su servicio; enterré allí los dorados sueños de 'Tli niñez, y abandoné para siempre las inmensas selvas del Caquetá, que á ¡ni juicio, Y á pe ar del desastre sufrido, son promesa de redenci6n para el progreso de Colombia.

/

En efecto, (/ el territorio del Caquetá (1) es la vasta regi6n comprendida entre la cordilJera de los Andes y los ríos Ag-uarico y Napo, por el Centro y Norte; el Amazonas­por el Sur, hasta la desembocadura del río Caquetá Ó Yu­purá; y este río, aguas arriba, por el Oriente hasta su nacimiento en la mencionada cordillera. Esta in~ensa ex­tensi6n de terreno está regado por los mencionados dos y sus afluentes, y, además, por el río Putumayo ó Icá y sus tributarios; todos eUos pueden ser en la parte baja en relaci6n á la cordillera, navegables por lanchas de v~por en trayectos más 6 menos largos, y por canoas hasta muy cerca de la conlil1era.

El clima del Caquetá es ardiente y algo maisano so­bre todo en los cambios de la estación de invierno á I~ de verano : son meses de verano los de Octubre á Marzo y de invierno los seis restantes del año ; la naturaleza del terreno es plana en casi toda su extensi6n, y anegadiza en su mayor parte durante la época de invierno por conse­cuencia de lo .,; grandes desbordes de los ríos; la fertilidad del suelo es asombrosa; el cacao se encuentra en estado­sil vestre; el b~nano, la . caña de azúcar y todos los pro­ductos de las ti erras cáhdas se desarrollan allí admirable_ mente; en la regi6n q'ue bañan los ríos Aguarico afluente del N~po 't San Mig,uel, que ll eva sus aguas al P~tumayo, hay nquíslmos aluvlOnes de oro, lo mismo que acontece en el río Caquetá y m~chos de !>us t ributarios. Asimismo en toda la ex~ensi6n d~1 territorio se encuentran, en mayo; Ó menor cantidad, segun la zona, el caucho de diferentes calidades, la zarzaparrilla, la ipecacuana, sarrapia, bálsa­mo del Tolú y de Copaiba, nueces llamadas del Pará, ta- . guas, fihras y superiores maderas de tinte y de construc­ción. La riqueza en quinas es verdaderamente sorpren­dente: encuéntranse en abundancia extraordinaria y de calidades diversas , según la zona, en una extensión de más de quinientas millas, partiendo del caserío llamado Des­canse, sobre el río Caquetá, casi en su nacimiento, hasta la desembocadura del Horteguaza, su tributario.

El caucho abunda en toda la región bañada por los ríos Caquetá Ó Yupurá, Putumayo 6 Id, apo y sus afluen­te,>, siendo de advertirse que, tanto la calidad como la can­tidad de árboles, es superior en la parte baja de los ríos á la de las cercanía!> á la cordillera, donde no se encuen­tran agrupaciones considerables de árboles; pero se ha observado que la región más rica en caucho es la hoya del río Caquetá y la parte baja del Putumayo, partiendo de Cosacuntí hasta el Amazonas."

Todo convida en el Caquetá para el trabajo. y pued~ aSf'gurarse que de esas regiones, hoy incultas, surgi rá et progreso de Colombia el día en qU t:: comience á dar sus fru tos la lección de valor y de constancia para el bien que allí nos dieron los abnegados hermanos Reyes, y que con su vida grabaron Nést"r y Enrique en las playas solitarias y silenciosas que los vieron morir.

Bien lo ha comprendido así el Gobierno, pues desde fines del año de 1890 el Congreso expidió la Ley 103, de 22 de Diciembre, que autoriza al Gobierno para crear misiones y policía en la región regada por los ríos Putu­mayo, Caquetá y sus afluentes; en ese año desempeñaba el cargo de Ministro de Gobierno mi esti mado y respeta­ble amigo Dr. Antonio Roldán, y él, movido siempre por los más altos sentimientos de progreso y de patriotismo y queriendo llevar á la práctica lo dispuesto en aquella ley, solicitó de mí una exposición sobre el establecimiento de la navegación en los citados ríos, así como de colonias y de misiones, la cual tuve el gusto de pasársela con fecha 10 de oviembre de 1901, pero desgraciadamente, en aquella época, nuestro Tesoro estaba muy exhausto, y no fue posible allegar los recursos que la ejecuci6n práctica demandaba.

Posteriormente, en Enero de 1893, una respetable casa de comercio <':stablecida en Nueva York solicitó tam­bién de mí una relación sobre el territorio del Caquetá y sus productos, y hube de enviársela con fecha 29 de Abril de aquel año.

De entonces para acá esta labor oficial ha continuado, y de seguro pronto será coronada con éxito brillante.

(1) Del folleto citado

' ANca DE

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102 BOGOT A ILUS fRADO

Bogotá anti euo APUNTES DE ARQUITECTURA

Por las obras de arquitectura que aparecen de vez en cuándo en Bogotá, puede medirse el progreso material que ha venido transformando á esta ciudad, haciéndole perder el aspecto de antigua vi lla y dán­dole un carácter más en armo nía co n las modernas -exigencia sociale.

El an tiguo es tilo español (fig. 1), de pesadas manifestacione y de severidad casi monástica, va

Plazoleta de San CarIo

desapareciendo diariamente, y no e tá tal vez muy lejano el día en que el arti ta ó el poeta que de een evocar el pa ado, vayan á ci udades de eo'undo ord'en á hu car aquella vetu las casa que, en la noches de luna, se iluminan melancólicamente y "iyen como en­vuelta en añeja ' mi terio as leyendas.

Antigua pila de San ictorino

En la Revista CO/tlempOrÚnN{ t u vi mos la o a­sión de hablar de aquel estilo d no dificil cla i11 a­ción y del cual da ulla idea BOGOTÁ IL "mAD n Jos gra~ado~ (IlH' nos .pr~ nta. Ello, m jnr que una larga y. ~lOuclOsa deScflpclón, nos hacen on cer la di po­slclón qu se daba á la fachada de e a vieja mansio­nes que, encorvadas por los años, ven apar er á u

lado nuevas generaciones de casas de distin tos estilos y esperan sonrientes y adornadas de flores las venta­nas y de ramos benditos los balconeS, el momento en que habrán de ser demolidas. Esas habitaciones ca­racterísticas de la época colonial están llamadas á desaparecer muy pronto de esta ciudad.

Las innovaciones en arquitectura se acentúan cada vez más en esta capital: la elegante fuente de bronce reemplaza , hoy el sitio ocupado por aquella pila histórica, que presenció los primeros retozos de nuestra independencia y que costó algunos reales al ca nónigo Andrade.

El cin cel que activa la

r

forma que imprime á la piedra el genio, y la pi­queta que diariamente esboza la faz que pre­sentará en lo futuro Bo­go táJ de truyeron en breve el conj u n Lo de cal y canto que adornaba la Plaza de Nariño.

Aquel pilón dórico (fig. 2) presentaba has­ta la altura del caveto un aspecto agradable, aun cuando su corona­miento era un estéril montón de piedras, so­bre el cual urg ían, con un roto farol, algunos vasos de tierra cocida, motivo ornamenta l muy empleado en la arqui­tectura del siglo XVllI .

Ostentaba en uno de u fren te el escudo de

arma de la ciudad. Una láp ida memorativa qt¡e interrumpía la metopas y triglifo del fri. 0, con el' aba la huella que en mo­mento de exalta.ci?n patriótica dejó el ardor bélico, al respetar la Cifra JH y borrar la in cripción.

El ba amento, que el u o de un iO' lo dejó de­truído, la de moronada taza y lo muro aO'riet.ados y

Ca a que habitó el Bl\rón de Ilumbold L

cubierLo. de liqu n, 1, daban un carácter Il1U ' pinto­re co y propio como fo nd o d animada e. cena de fon­tanera, 011 su cánlaro rojo caña de bambú con embud el lIemo.

E a fu nt no alcanzó d m '¡,('cer lo honore d un mu OJ pero . 11 Ilomhr , por lo meno fue recogi­do por la Hi. toria.

on una r tauración hábil hubiera c. perado el momento en qu 1 hronc , que con ervará la actitud que a umió el h r en Pa to, viniera á r mplazarla.

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BOGOT A ILUSTRA [ O 1°3 ----------------------~~-----------~

La casa aristocrática que hospedó el Barón de ~umboJdL (fig. 3) ha venido á menos con el tiempo y sirve hoy de modeslo mesón de provincianos. Las res­tauraciones que le han hecho manos chapuceras no la li?rar~n de la demolición á que está condenada por su sltuaclón central, que reclama un mejor edificio.

Los muros viejos caen y ceden su sitio á esbel­tas reja metálicas (fig. 4) que pI'otegen los jardines hechos en lo antiguos ba lIrero, y lo ro­sales cubren h o y de pétalos los machones agrietados, que fueron erigidos hace a mu­cho tiempo, por nues­uos antepasado, c n honor de su eguridad personal, gravemente comprometida por los temblores de tierra.

La ventana de hie­rro que cantó el poeta y que ostentaba en su parte más alta un in-descifrable blasón y un I'arque del Ob ervatorio ramo bendito, e de-rribada de su pue to para ser transformarla en cla­vos y herradura ,g-racia al e p(ritu de mercantilismo que informa el iglo actual.

El afán de reformar el p tilo antiguo también invade las iglesia. Lo altal'e de líneas r.omp/icada se reemplazan por otros que guardan mejor armonía con la estética; los decoradores ejercitan continua­mente su arte en las volutas y acantos de lo capite­les ó en la cornisas de los templos. Desgraciadamen­te el buen gusto no dirige iempre la innovacione , y por la imitación se cometen lamentable errores: los cielos rasos de nogal tallado se pintan con tierras de colores, y las bóvedas de piedra ó de ladrillo que cubren las torres, semejan mezquinas techumbre de hoja de lata, bajo la pintura de aceite con que e ha tratado de imitar la cubierta galvanizada de las man­sardas construídas recientemente.

La casa en que vivió el Marqués de San Jorge (fig. 5) puede presentarse como el mejor modelo de la arquitectura á que nos estamos refiriendo, y deseamos que el progreso pase por su lado Sin tocarla más que con los ligeros hilos con que á modo de tela de araña la envuelve.

Otra casa que conserva también su carácter anti­guo, no obstante las reformas que se le han hecho en distintas épocas, es la Casa de Moneda (fig. 6), de la cual no se sabe con precisión la fecha en que fue construida.

De Jos documentos del archi, o de esta casa, apa­rece que en el año de 1622 eran Tesorero el Sr. Alon­so TruxilJo de Tebra, y Escribano Estacio Sanguino Rangel. En aquel tiempo figuraba como Presidente, Gobernador y Capitán General del extin~uido Nuevo Reino de Granada el Sr. D. Juan de BorJa y Caballe­ro (de la orden de Santiago). . Fu! restaurada en 1756, según se deduce de la

sIguiente inscripción, que lleva el friso del pórtico de la entrada:

REINANDO DO FERNAD

DO VI EL JUSTO SE 1 CORPORO EN su REAL DOMI "lO

no REDIFICO AMPLIO'1 A ESTA REAL CASA DE MONEDA A-OD·1.756.

I I I ,

y en el arquitrabe se lee lo siguiente:

SIENDO VIRl\EY EL EXmo Sor D

U JOSEPll FOLCIID CARDONA y Pl\I¡\fER SUpor INTENDENto

EL SEÑOR MIGUEL DE SANTISTEVA .

Eo medio de esla última inscripción estaba el Escl~do Real d~ E paña, que fue destruido por los patnotas.del an? de ~9, y quedó converlido en testi­go de la mlran 1gencla humana.

Respecto. de la ~aquinaria de la caM, consta que los e pañoles llItroduJ~ron de Sevilla lo que necesita­ron durante l.a Colo,ola. De aquélla existe solamen­te ,una máquma para hincar los troqueles, que fue tralda en 1784. La demás fue introducida por el General Mosquera en 1848 Y por el Presidente Otálo­ra en el año efe 1883 (r).

. De e ta última fecha en ad el.ante muy poco se pi eocuparon Jos Gobernantes anterJOres al Gobierno del ,Excmo. General Reyes, del local y de su maqui­n~fla, hasta el .extremo de quedar esta última casi ol­VIdada en los rIncones del edificio.

Casa que habitó el Marqués de San Jorge

RI local de la Casa de Moneda era amplio y ha .... bia allí capilla, juzgados, cárcele , etc. etc. c~n sus correspondientes empleados, los cuales, a í 'como los obreros, gOZ& ban de fuero especial. Hoy e tá dividido en cuatro secciones distinta, una de la cuales ocupa la Litografía Nacional de de la época en que está vi­gente el régimen del papel moneda.

En el año próximo pasado se hizo restaurar es ta casa, y se arregló la maquinaria, que ya peligraba quedar convertida en ferralla inútil , por la capa de herrumbre y polvo con que el tiempo, á modo de su­dario, la cubría hacía ya más de vein te año. Todo aquel maravilloso mecani mo de pertó nuevamente, y dócil á la voluntad del hombre, ha continuado su in-

(1) Estos datos nos fueron uministrados ~alantemente por el Sr. D. Alberto \Villiamson, Admini trador de la Ca a de [0-neda-N. del A.

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1°4 BOGOTA ILUSTRADO

terrumpida marcha en tonando alegre un himno al .trabajo, entre los vetustos muros y techos refecciona­·dos ú ltimamcnte.

Casa de Moneda

EIl\1inisterjo de Obras Pública, para rememo­rar este h echo, hizo colocar en el ve tíbulo del edifi­-cio una placa de mármol con la iguien te inscrip--ción (2):

IlANC DQ;\LUN

AO MONETA CVDENDAi\[

DE YO IN Y U;l1 IN T A Vl\A YIT

RAPIIAEL REYES PRAE ES

A l OMe 11 ALFREDO ORTEG A

(Continuará)

Bib iografía.

Libros y Revi tao -El libro de la Sra. Mary Faythe Ideas y sClllilllzentos, es una am able colección de prosas que dan un conjunto delicado y senci llo. oso tras no sabemos cuánto peque este libro contra Jos actuales procedimientos iiter~rio~ y cuánto de 10 que haya en él no sea motivo de admlracl6n para el exigente lector de ogaño ; nosotros s610 sabemos que esta obra pone en evidencia que la Sra. Faythe es un excepcional esprritu que ha marchado ga­llardamente por la difícil selva de la Belleza y que ha sa­bido traer, en sus manos transparentes, un mont6n fresco de flores, que así no tengan ex6tico aroma, perfuman y consuelan. Bien haya e l alma femenil que bajo este medio enemigo se pone de pie firmemente y echa á andar por el camino del arte sin vacilaCIones y loado sea ese esprritu si cumple bellamente su faena. El libro de la ra. Faythe es demasiado frágil para aventurarse en medio del recio trá­fago literario de hoy; pero, y SU autora naja más quiere, es uno de esos libros que se abren carilosamente en las calladas y suaves hora cuando en el hogar hay fuego y hay en torno del fuego amadas y sencillas cabezas que se aprestan para escuchar.

(2) Esla inscripción fue hecha pOI' ,,1 Secretntio d J Ministc­l'Ío, el J r. Jlflll'lln I\csl rcpo Mcjla, hábil , pcdngogo y liog(lisln.

lj!

* * En los viejos caminos, por sobre cuyo silencio ha.n desfilado generaciones y generaciones; en los viejos carru­nos, invariables cauces por donde corren ríos de almas; en los viejos caminos, llenos de fatiga y de silencio, hay una honda tristeza que es como hecha con las huellas de to­d~s las tristezas que han pasado por ahí ; hay una silen­cIOsa melancolla que dijérase fo rmada con todas las gotas de sa~gre , de suqor y de . llanto rendidas sobre su indi­fe renCIa por tanto peregrino tortura do; dolor de las cara­va nas que pasaron en dolor ; ang ustia de los seres angus­tiados que lo recorrie ron ; ha mbre, sed y cansancio de los miserables que lo márcaron, todo va, como quedándose ahí metido bajo el polvo, enredado entre los guijarros prendido á los árboles, ocu lto en los matorrales, para uni­fica rse luégo y form ar un so lo espíri tu de honda tristeza,

¡Lo que saben esos viejos caminos! ¡Qué humano habrá en cuyos recuerdos más amados no estire su g ris cin ta un camino! sendero lleno de sol y de flo res por donde toda fresca pasó una mañana la bien a mada de nuestro cora­z6n; ca mino alegre y luminoso que desandaiste jubilosos el dfa del retorno; ru ta por donde se os fue para no vol­ver el sér más querido; cam ino que pisa iste soñando y llorando el día de la separaci6n ; send ero de felicidad 6 ruta de abrojos, en vuestros recuerd09 habrá siempre un camino.

Ricardo Arenales fue espíritu de poeta que sabe oír esta callada melancoHa de las cosas, prest6 su oído, y en cualquier mañana de sol 6 no im porta qué noche de luna, oy6 las voces lánguidas del sendero, y se dej6. como de suti l malla de lino, enredar en esas voces, y dej6 penetrar en su coraz6n el doloroso y trágico espíritu que manaba del sendero. De ahí su poesía.

En sus versos reg6 esa melancolía de los viejos cami­minos que han visto muchas cosas; puso en sus versos esa pena sin palabras; lIen6 con esas angustias las venas de sus versos. En La tristeza del camino vibran las voces que se quedaron entre los guijarros y l o~ matorra les y los árboles del sendero donde e l poeta escuch6 la maravillosa revela­ción.

¿ Que anotemos los defectos de la ejecuci6n? o, no los anotaremos. Bachilleres tiene la Santa Madre Iglesia que querrán hacerlo. osotros hemos gustado el espíritu de ese poema, sin ver si aquella línea se tuerce 6 ésta ~e exagera, hemos gustado el perfume 'que da ese montan de flores, sin inclinarnos á tnÍrar si hay ababol es entre ellas. j, Está bien? ¿ Está mal ?

y á usted le ~strechamos las manos cariñosamente, amigo poeta, que ha puesto en su flauta la quej1lmbrosa cantinela de los pobres caminos, de los viejos caminos, cargados de silencio, de fatiga y de tristeza.

**/If Arturo R. de Carricarte, el vigoroso escritor cubano

que ahora y siempre ha sostenido de gallardo modo la bella idea de acercar á todos los que en la mérica Lati­na hacen su faena en los medios del Arte, acaba de fun­dar en la Habana un nuevo peri6dico literario, América, en cuyo primer número, que galantemante se nos ha enviado, hallamos las firmas de los más di tinguidos poetas y escri-­tores de aquella amable tierra cubana . La R evista Crítica, peri6dico que a quí se ley6 con vivo interés, había hecho conocer ya 'el nombre de Carricarte como avanzado perio­dista; y el haber sido iniciador y fundador de la muy im­parlante asociaci6n li teraria I'ntcrllacz'ollal América había hecho que en el g rupo de intelectuales bogotanos se le admirase y se le quisiese como á espíritu amplio donde caben con holgura ideales tan hermosos como el de unifi­car á todos los que en mérica son hermanos en nuestra eñora la Belleza.

América ganará bellos lauros. El amiO'o Carricarte conoce ya muy bien I camino por donde se va al triunfo.

Iz.

númcro comi nza la cO'unda que cobral,á n el cur o del

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aOGOT A ILUSTRADO

Los l\ETl\A TOS de los Sres. Enriqu(; y Nést()r Re­yes nos fueron pre tados galantemente por el Sr. Di­rector de El Correo Nacional, y el dd General Re­yes pOI' el Sr. Director de El Imparcial. Gracias, cole­gas. Lo demás grabados son trabajo e pecial para BOGOTÁ ILUSTl\ADO, del siempre amable artista P~dro Carlos Manrique. Agradecemos á los Sra. Pedro A. Pedraza y Jorge Barr'iga Mac Alli ter las in Lantá­neas que nos obseqwaron para esLe número.

En nue tro número próximo publicaremos las ilustraciones de lo Juego Florales, el camino del Ca,l'ar{} y 11;\ mpresa del Sr. Tavera Nava, y los pro­gresos de la E cuela de Medicina.

EN EL Al\TiCULO Lioros y Revistas qu e publica­mos en este mismo número, e escap aro n, entre otros, los iguienLes errores: Arenales fue espirita, etc., léase: Arenales fino e píritu, etc. Cemo de sl¿til malla, léase: como en sutil malla. De ah! su poesta, léase : de a,hi su poema. O no importa qué noche, léase: ó no importa en qu e, etc. En los medios del arte, léa e: en los predio del arte.

E N EL MUNICIPAL ha conLinuado ac tuando el apa­ralo cronofónico con nuevo y noLable reper torio y bajo la dirección acer tada de nuesLro galante amigo el Sr. Morales. Que la Empre a siga, como hasLa hoy, lo­grando aplauso y peselas, son nuestros sinceros deseos.

EN LA DOS TAl\DE de lidia la nueva cuadrill a que di.rige el primer espada D. Antonio Olmedo, ha lo­grado un éx iLo, que si no se puede calificar de com­pleLo, débese en gran parte á las pocas condiciones de los bichos.

Valentin es un diestro fácil, alegre y acer tado con el trapo; cuelga unos pares superiúrísimos; maneja la flám ula como hay que manejarla; gasla unos riñones tremendos; pero en cuanlo entra á malar .... mejor es no meneallo. Moreno bien con el trapo y los pinchos; con los trastos de muerte, ioferiorísimo. Pulga, Cartu­janeJ y SOlO, muy bien.

" Trofeus " REVI TA DE LITERATURA COLOMBIANA Y ({XTR ANJ KR A

Direct0res : Víctor M. L ondoñll>, Ismael Lóp 'z-Esta Revista ha publicado en los ~e is (.lrimeros núm eros l- scri­tos inéditos de D. Rutino J. Cuervo, D. Miguel A . Caro, B. Sanín Cano, Antonio Górnez R estrepo, Guille rm o Va­lencia. Carlos Arturo Torres, Eduardo Posada, Max Gri­lo, Di ego Uribe, J avier Acosta, Pacho Valencia, e tc. e tc.

El valor de la suscripción á la nueva serie de 12 números, que principió en el 7.°, se ha rebajado de 180, que valía antes, á 5 120.

El númp.ro suelto, de $15, á 10. Se despachan suscripciones y números sueltos á cual­

quier lugar de la República donde haya estafeta, siempre que la solicitud venga acompañada de l valor respectivo.

La correspondencia debe dirigirse así,' Trof eos, Apar­tado 334. Por telégrafo: Trofeos. ~~~

DECRETO LEGISLATIVO NUMijRO 47 D~ 1906

( 1 2 DE SEPTIEMBRE)

~aere pren'sa ( Continúa)

Art, 44, Cuando la pené\. que deba aplicqrse al delito teng-a máximum y mfnimum, deberá declararse el1l~ s~ntel'Jcia el grado del delito.

Art. 45. En cada uno de los delitos habrá tres grados: el primero, ó el más grave de todos; e l segundo, 6 e l de inferior gra vedad, y el te rce ro, 6 el m@"g~ ~r,ª v~ Aa tl>clg§,

I ,

Art. 46. Al d.elito qe primer grado se le a?licará el m.áximum. de la pena; al de segundo grado, el término medIO, y al de te rcer grado, el mínimum.

Art. 47 . Cuando se señale pena fija y determinada no será necesario expresar el grado del delito. '

Art: 48. Cuan.a~ la producc~6n subversiva origine Ó contribuya á ong(nar los deli tos de rebelión, sedi­ci6n . motín 6 asonada, ade más de las penas estable­cidas en este Decreto, sufrirán los responsables las señalada" en el C6d igo Pena l para los delitos de esta clase , las cual es les serán impuestas por el Ministerio de Guerra, de a cuerdo con la Ley de Alta Policía Nacional.

TITULO VI

Del pr(lcedimienlo para la aplicación de las penas

Art. 49. Son llamados á juzgar de las contraven­ciones al presente Decreto y á ordenar la imposición de las penas en él señaladas :

1.° El Ministerio de Gobierno, en todo el territo­r io de la R epública, y el de Guerra, en el caso del art(cu lo 48 ;

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( Continuará)

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