REPORTAJE [03] · EPS19 tra libertad, nuestra democracia y nuestra coca-cola”, escribe Desson...

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18 EPS La política exterior estadounidense de los noventa no estuvo marcada por el síndrome de Vietnam, sino por el síndrome de Somalia, por lo que ocurrió el 3 y el 4 de octubre de 1993 en Mogadiscio, cuando 150 soldados de élite del Tío Sam, los tipos más duros y mejor armados del planeta, se me- tieron en la boca del lobo de un poderoso señor de la guerra y la Casa Blanca acabó humillada. Poco importa que su misión imposible fuese un éxito –capturar a dos lugartenientes de Mohamed Fará Aidid en el mismo corazón de su feudo–: 18 milita- res estadounidenses y casi un millar de so- malíes murieron, decenas resultaron he- ridos, dos helicópteros de alta tecnología fueron derribados, y todo el mundo pudo ver las imágenes de los cadáveres de dos soldados estadounidenses arrastrados y mutilados por la turba. La Administración de Clinton decidió cerrar el grifo de las operaciones humanitarias: dejó de acudir con tropas a conflictos en los que no tenía intereses directos, como el de Bosnia. La historia de aquellos ‘rangers’ y miembros de la Fuerza Delta, un cuerpo tan poderoso y tan secreto que el ejército de EE UU ni siquiera reconoce oficialmente su existencia, se ha convertido en la última película de Ridley Scott, Black Hawk derri- bado, que ha contado con un presupuesto de 90 millones de dólares; a su vez es una adaptación del libro de Mark Bowden La batalla de Mogadiscio, que está a punto de ser editado en castellano por RBA. Publi- cado primero por entregas durante 29 días en el diario The Philadelphia Inquirer y luego como libro en 1999, el texto de Bow- den es ya un clásico de ese género tan an- glosajón llamado literatura militar. Es Sal- var al soldado Ryan en las destartaladas ca- lles de la ciudad más peligrosa del Cuerno de África, o sea, del mundo. Tiene los he- licópteros y la fuerza de Apocalypse now, las luchas callejeras de La chaqueta metáli- ca, el dolor y la soledad de los soldados de Uno Rojo: división de choque. Y ha recibido una aceptación unánime de la crítica, de la que también ha gozado la película de Scott, que el fin de semana de su estreno recaudó 29 millones de dólares, lo que no impidió que Black Hawk derribado fuese polémica incluso antes de su estreno, el 18 de enero. “El filme de Scott es un asalto a la confian- za norteamericana, y a la idea, que parecía inalterable, de que el mundo necesita nues- Fort ApacheenSomalia Fueron unas horas que cambiaron la historia. Los soldados mejor armados del mejor ejército del mundo se vieron envueltos, en el centro de Mogadiscio, en una salvaje batalla que no esperaban. Ridley Scott lo ha contado en una película basada en un libro de Mark Bowden. Por Guillermo Altares. [03] REPORTAJE FOTOGRAFÍA DE COLUMBIA TRISTAR

Transcript of REPORTAJE [03] · EPS19 tra libertad, nuestra democracia y nuestra coca-cola”, escribe Desson...

18 EPS

La política exterior estadounidense

de los noventa no estuvo marcada por el

síndrome de Vietnam, sino por el síndrome

de Somalia, por lo que ocurrió el 3 y el 4 de

octubre de 1993 en Mogadiscio, cuando 150

soldados de élite del Tío Sam, los tipos más

duros y mejor armados del planeta, se me-

tieron en la boca del lobo de un poderoso

señor de la guerra y la Casa Blanca acabó

humillada. Poco importa que su misión

imposible fuese un éxito –capturar a dos

lugartenientes de Mohamed Fará Aidid en

el mismo corazón de su feudo–: 18 milita-

res estadounidenses y casi un millar de so-

malíes murieron, decenas resultaron he-

ridos, dos helicópteros de alta tecnología

fueron derribados, y todo el mundo pudo

ver las imágenes de los cadáveres de dos

soldados estadounidenses arrastrados y

mutilados por la turba. La Administración

de Clinton decidió cerrar el grifo de las

operaciones humanitarias: dejó de acudir

con tropas a conflictos en los que no tenía

intereses directos, como el de Bosnia.

La historia de aquellos ‘rangers’ ymiembros de la Fuerza Delta, un cuerpo

tan poderoso y tan secreto que el ejército de

EE UU ni siquiera reconoce oficialmente

su existencia, se ha convertido en la última

película de Ridley Scott, Black Hawk derri-

bado, que ha contado con un presupuesto

de 90 millones de dólares; a su vez es una

adaptación del libro de Mark Bowden La

batalla de Mogadiscio, que está a punto de

ser editado en castellano por RBA. Publi-

cado primero por entregas durante 29 días

en el diario The Philadelphia Inquirer y

luego como libro en 1999, el texto de Bow-

den es ya un clásico de ese género tan an-

glosajón llamado literatura militar. Es Sal-

var al soldado Ryan en las destartaladas ca-

lles de la ciudad más peligrosa del Cuerno

de África, o sea, del mundo. Tiene los he-

licópteros y la fuerza de Apocalypse now,

las luchas callejeras de La chaqueta metáli-

ca, el dolor y la soledad de los soldados de

Uno Rojo: división de choque. Y ha recibido

una aceptación unánime de la crítica, de la

que también ha gozado la película de Scott,

que el fin de semana de su estreno recaudó

29 millones de dólares, lo que no impidió

que Black Hawk derribado fuese polémica

incluso antes de su estreno, el 18 de enero.

“El filme de Scott es un asalto a la confian-

za norteamericana, y a la idea, que parecía

inalterable, de que el mundo necesita nues-

FortApacheenSomaliaFueron unas horas que cambiaron la historia. Los soldados mejor armados del mejor ejército del mundose vieron envueltos, en el centro de Mogadiscio, en una salvaje batalla que no esperaban. Ridley Scott loha contado en una película basada en un libro de Mark Bowden. Por Guillermo Altares.

[03]REPORTAJE

FOTOGRAFÍA DE COLUMBIA TRISTAR

EPS 19

tra libertad, nuestra democracia y nuestra

coca-cola”, escribe Desson Howe en The

Washington Post, en una crítica, por otra

parte, muy favorable.

No se puede olvidar que uno de lospróximos escenarios de la Operación Li-

bertad Duradera puede ser Somalia. De he-

cho, se cree que entre las tropas de Aidid

que aquel día se enfrentaron a los solda-

dos estadounidenses había militantes de

Al Qaeda, la organización de Osama Bin

Laden. “Ahora, Estados Unidos se prepara

para otra misión en Mogadiscio”, ha es-

crito el cineasta Alex Cox en una crítica al

filme en el diario británico The Indepen-

dent. “Puede tomar la forma de un bom-

bardeo o de acoso por parte de la CIA y del

Departamento de Estado para lograr el sa-

crificio del primer ministro. El negocio del

petróleo es muy poderoso y debe ser obe-

decido”, asegura Cox, quien, sin embargo,

reconoce las virtudes del trabajo periodís-

tico de Bowden, que en ningún momento

oculta la devastación que provocó la po-

tencia de fuego de las tropas de élite esta-

dounidenses en la capital somalí.

La otra polémica que ha envuelto a la

película tiene que ver con el personaje

principal, que interpreta Ewan McGregor.

El ranger John Grimes en el filme es, en

la realidad y en el libro, John Stebbins,

Stebby, que fue condenado en junio de 2000

a 30 años de cárcel por la violación de una

niña de 12. El Pentágono pidió al produc-

tor Jerry Bruckheimer que cambiase el

nombre para evitar controversias, y éste

aceptó. “Los productores van a ganar mi-

llones con esta película, en la que Stebby

aparece retratado como el gran héroe ame-

ricano que no es”, escribió en una carta a

The New York Post la ex mujer del ranger,

Nora. La idea de que un tipo puede ser un

héroe en el campo de batalla y un violador

es algo que Bruckheimer, productor de fil-

mes como 60 segundos o Armageddon, pre-

firió ocultar al público. Pero en el salvaje

país del Cuerno de África cualquier cosa,

normalmente mala, es posible.

Somalia es uno de los grandes agujeros

negros de la política internacional. Tras el

derrocamiento de la dictadura de Moha-

med Siad Barre, en 1991, se desató una fe-

roz lucha de clanes que sumió al país afri-

cano en el caos y en la hambruna. La ope-

ración de la ONU y de Estados Unidos

–había cascos azules y soldados norteame-

ricanos con mandos diferentes– para in-

tentar mejorar las cosas fue un cúmulo de

despropósitos. La idea, según han señala-

do numerosos analistas, no era sólo arre-

glar el terrorífico problema de la falta de

alimentos, sino hacer más seguro un terri-

torio con unas inmensas reservas de hi-

drocarburos.

Eso es lo que interesaba sobre todoa la Administración de Bush, padre, cuan-

do empezó la operación, que continuó

Clinton. El 7 de mayo de 1993, la prensa ca-

nadiense hizo estallar el primer escánda-

lo al publicar que los cascos azules cana-

dienses habían torturado y asesinado a un

Somalia puede ser escenario de la Ope-ración Libertad Duradera. En la tropa deAidid pudo haber militantes de Al Qaeda

MISIÓN EN SOMALIA.En la página de la izquier-da, secuencia de la pelí-cula. En esta página, arri-ba, desembarco de lastropas estadounidensesen Somalia, en diciembrede 1992; a la izquierda, elpiloto Mike Durant en elvídeo que grabaron suscarceleros somalíes trassu captura, y a la derecha,el helicóptero de Durantsobrevuela Mogadiscioantes de ser derribado.

FOTOGRAFÍA DE ASSOCIATED PRESS / CABLE NEWS NETTWORK / SHAWN NELSON

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adolescente, Shidane Arone. Y tenían

fotos. Luego llegó la batalla del Mar

Negro, o, como la llaman los somalíes,

Ma-alinti Rangers (El Día de los Ran-

gers), nombre con el que se conoce lo

que ocurrió en aquella tarde y noche del

3 al 4 de octubre, fruto del empeño de la

Administración de Bill Clinton por aca-

bar con el más poderoso señor de la gue-

rra somalí, Mohamed Fará Aidid, al

que consideraban responsable, con toda

razón por otra parte, de gran parte del

caos que padecía este país.

Hasta la retirada de las tropas in-

ternacionales murieron 100 pacificado-

res, incluyendo los 18 estadounidenses,

y los 4.000 millones de dólares que la co-

munidad internacional invirtió en So-

malia apenas se notaron. Sólo en el año

2000, después de unas conversaciones

de paz, se convocaron elecciones libres,

de las que salió elegido Abidiqassim Sa-

lad Hassan, el primer presidente desde

1991. En este país de siete millones de

habitantes los enfrentamientos entre

clanes son habituales, y son ellos los

que dominan una parte importante del

Estado, que cuenta con dos países que

reclaman su independencia en el inte-

rior, Somaliland y Puntland, mucho

más estables que la propia Somalia.

Pero el libro de Bowden, aunquelo trata, no intenta aclarar este comple-

jo contexto. Es la historia de 150 solda-

dos, los más preparados de la Tierra

–“los fabricantes de armas los equipa-

ban de la misma forma que Nike vestía

a los deportistas”, dice–, los más duros,

que de repente se encontraron sumer-

gidos en la guerra de verdad. Es tam-

bién la historia de los somalíes que vi-

vieron la guerra desde el otro lado. La

batalla de Mogadiscio, que fue finalista

en 1999 del National Book Award y que

estuvo durante semanas en las listas de

libros más vendidos, aunque Bowden

tardó meses en encontrar un editor, es

el fruto de cientos de entrevistas con

soldados y con miembros del clan Gidr,

al que pertenecía Aidid, en Mogadiscio,

y es un ejemplo perfecto del más poten-

te y paciente periodismo estadouniden-

se. Como en las mejores películas de

guerra, cada personaje tiene una histo-

ria, un pasado y un futuro, que muchas

veces acaba cercenado por un balazo o

por un disparo de RPG, una potente

granada lanzada desde un fusil capaz

de derribar un helicóptero o de destro-

zar a un hombre. Durante aquella no-

che, los somalíes dispararon cerca de

mil RPG, y muchas dieron en el blanco.

“El libro evita hacer cualquier de-claración de intenciones política. En

realidad trata sobre soldados, y sobre

qué pasa por sus cabezas, y sobre la ex-

periencia de combate”, ha dicho Bow-

den en una entrevista con motivo del

estreno de la película. “Las tropas esta-

dounidenses se enfrentaron a una mi-

sión muy peligrosa y la cumplieron, con

un altísimo coste en vidas, de america-

nos y de somalíes. Creo que eso es lo

que muestran tanto el libro como la pe-

lícula. La gente que llevó a cabo esta mi-

sión lo hizo de forma heroica y profe-

sional. El hecho de que olvidasen llevar

aparatos de visión nocturna o de que no

tuviesen agua me remite al escenario de

cualquier batalla de la historia. Cuando

empiezan a disparar contra ti, las cosas

siempre van mal. Los que creen que la

misión fue una debacle porque mataron

a soldados estadounidenses no entien-

den de qué va la guerra”, agregó.

A sus 52 años, Bowden nunca ha

sido soldado, ni siquiera hizo el servi-

cio militar; pero conoce la guerra de

cerca: como periodista y porque su hijo

pequeño, BJ, es un cabo del cuerpo de

los marines. Durante sus 20 años en The

Philadelphia Inquirer ha tocado todos

los géneros: cronista de deportes y de

ciencia, reportero para el suplemento

dominical, enviado especial… Fue fina-

lista del Pulitzer y es autor de otros tres

libros: Doctor dealer (1987), sobre un li-

cenciado universitario que llegó a do-

minar el tráfico de cocaína en Pensil-

vania; Bringing the heat (1994), sobre

una temporada del equipo de fútbol

americano Philadelphia Eagles, y el

más reciente, Matar a Pablo Escobar

(2001), que fue publicado el año pasado

por RBA. Dice que su larga experiencia

como cronista deportivo le ayudó mu-

cho a la hora de escribir La batalla de

Mogadiscio: el fútbol americano es un

juego muy táctico, en el que la prepa-

ración de cada movimiento conjunto es

esencial, y eso es algo que los jugadores

comparten con los soldados de élite.

Están profundamente integrados y han

estudiado miles de tácticas; pero luego,

en el campo o en la batalla, todo puede

cambiar en unos instantes. La diferen-

“Los fabricantes de armas equipabana los ‘rangers’ de la misma forma queNike a los deportistas”, dice Bowden

[03] Fort Apache en Somalia

LA MUERTE. Arriba, un foto-grama del filme de Scott. Enel centro, la multitud arrastrapor Mogadiscio el cadávermutilado del oficial Bill Cleve-land. Abajo, los ‘rangers’ AlanBarton, Ron Galliette y RobPhipps antes de una misión.

FOTOGRAFÍAS CEDIDAS POR: COLUMBIA TRISTAR / PAUL WATSON / SHAWN NELSON

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cia está en lo que se juegan: unos

arriesgan su vida; otros, un marcador.

“Era la tarde del 3 de octubre de1993. La Tiza Cuatro [escuadrón de 12

soldados que viaja en un helicóptero]

de Eversmann [uno de los soldados] era

parte de un cuerpo formado por ran-

gers del ejército de Estados Unidos y

operadores de la Fuerza Delta, y esta-

ban a punto de saltar de forma inad-

vertida sobre un grupo de líderes del

clan Habr Gidr en pleno corazón de Mo-

gadiscio. El objetivo de aquel día eran

los lugartenientes de Aidid. Era una

misión de llegar, ver y vencer”, escribe

Bowden casi en el arranque de su libro.

“En mayor cantidad que de costumbre,

los hombres se habían llenado de mu-

nición: tenían las recámaras cargadas,

granadas en los bolsillos y cartucheras

disponibles en los arneses. Habían de-

jado atrás cantimploras, bayonetas, ga-

fas de visión nocturna, así como cual-

quier otro artefacto considerado un las-

tre para una incursión diurna. No les

preocupaba la perspectiva de meterse

en apuros. Les apetecía. Ellos eran

unos predadores, unos vengadores du-

ros, imparables e invencibles. Pensaban

que, después de seis semanas de rutina,

por fin iban a dar una patada de verdad

a algún culo somalí”.

Aquellos días de octubre, Mogadis-

cio era un violento caos: los miembros

de los clanes, armados hasta los dien-

tes, circulaban por sus calles impo-

niendo su ley. Los cuarteles de Nacio-

nes Unidas y de las tropas estadouni-

denses eran objeto, casi de manera

constante, de fuego de mortero. Los po-

tentes helicópteros Black Hawk y Little

Bird de EE UU sobrevolaban la ciudad,

y los enfrentamientos eran muy habi-

tuales. Los rangers y los chicos Delta

iban a meterse en mitad de aquel in-

fierno, en la zona que dominaba el clan

de Aidid, para atrapar a sus lugarte-

nientes y salir pitando de allí en menos

de una hora. Se deslizarían con cuerdas

desde los helicópteros, y unos se dedi-

carían a la caza y captura mientras

otros aseguraban la zona. No tenían

miedo. Nadie había sido capaz de de-

rribar sus pájaros blindados. Tenían el

mejor armamento. Habían sido entre-

nados para entrar en combate y sus ofi-

ciales les habían convencido de que

eran los mejores. Creían que su fuerza

era tan invencible como su país. No te-

nían miedo. Pero se equivocaban: debe-

rían haberlo tenido. Estaban en el lugar

adecuado en el momento equivocado;

pero, aunque se lo creían, no eran ni

John McClane, ni Rambo. Tanto la pelí-

cula como el libro han sido descritos

como “los primeros 20 minutos de Sal-

var al soldado Ryan”, pero durante

hora y media o más de 300 páginas.

Al principio todo fue bien. Los sol-

dados se desplegaron según lo previsto,

tomaron los objetivos, y parecía que

controlaban la situación, aunque los

disparos eran cada vez más intensos y

los somalíes quemaban cada vez más

neumáticos, una forma de avisar a los

miembros de su clan de que hay jaleo y

necesitan refuerzos. Pero las cosas se

torcieron. Un miliciano somalí llamado

Aden (los detalles que proporciona

Bowden en su libro son realmente alu-

cinantes) apuntó el cañón de su RPG

hacia arriba y disparó a un helicóptero

por detrás. Dio de lleno. Las calles em-

pezaron a llenarse de gente y los solda-

dos disparaban contra todo lo que se

movía. Otro helicóptero fue derribado,

un convoy que partió para rescatar a los

supervivientes se perdió en el laberinto

de Mogadiscio. Los soldados quedaron

atrapados toda la noche en un autén-

tico Fort Apache mientras aumentaban

las bajas y no se podía evacuar a los he-

ridos. Tardaron más de doce horas en

rescatarlos, con un convoy inmenso

formado por decenas de vehículos;

pero no lograron impedir que los so-

malíes, enfurecidos, arrastrasen los

cadáveres de dos soldados por las ca-

lles. El piloto Mike Durant fue captu-

rado, aunque Aidid acabó por soltarle

11 días más tarde.

La diferencia estaba en que los es-tadounidenses tenían miedo a la muer-

te, pero los guerrilleros somalíes no. El

sargento Eversmann relató una de las

tácticas de combate del enemigo: para

hacer emboscadas se colocaban a los

dos lados de la calle y disparaban a saco

contra los vehículos que pasaban por

allí, con el peligro de alcanzar a los su-

yos. “Tuvo la sensación de que aquella

gente no respetaba ni su propia vida.

¡Les importaba un bledo!”, escribe. Los

rangers y los chicos Delta eran real-

mente duros –les arrancaban de un dis-

paro un dedo (que quedaba colgando),

se ponían una venda y seguían luchan-

do–, su forma física era impresionante

y sus equipos eran insuperables; pero

los tipos que tenían enfrente se conta-

ban por miles y estaban dispuestos a

dejarse la piel. Estaban hartos de los

helicópteros, que al volar a baja altura

levantaban los tejados de hojalata de

sus casas; de los extranjeros, y desde

luego no iban a admitir que capturasen

a sus jefes en el salón de su casa.

Además del relato de las tácticasmilitares, de la sensación de peligro y

de batalla que logra transmitir a los lec-

tores, en el libro de Bowden hay dos co-

sas especialmente alucinantes: no hay

un solo soldado anónimo y la minucio-

sidad con la que describe las heridas

que sufrieron las tropas. Un ejemplo:

“Kowalewski era nuevo en la unidad y

discreto. Acababa de conocer a una

muchacha con la que quería casarse y

había expresado su intención de dejar

el regimiento apenas finalizado aquel

despliegue, al cabo de unos meses. Su

sargento quería que se quedara. Minu-

tos después de que Othic se deslizara

junto a él recibió un balazo en el hom-

bro. […] Othic forcejeaba en el reducido

espacio para aplicar un vendaje al con-

ductor cuando les alcanzó el RPG. Les

llegó por la izquierda, cercenó el brazo

izquierdo de Kowalewski y se incrustó

en su pecho. No explotó. El misil, de

más de sesenta centímetros de largo, se

absorbió dentro del muchacho: las ale-

tas le sobresalían por su costado iz-

quierdo bajo el brazo perdido, la punta

asomaba por el costado derecho. Estaba

inconsciente, pero con vida”.

Kowalewski nunca se casaría, Bill

Clinton tardó unos pocos meses en re-

tirar a sus soldados de Somalia, los res-

ponsables de las tropas estadouniden-

ses fueron poco a poco retirándose de la

carrera militar, los lugartenientes de

Aidid fueron liberados. Muchos de los

que participaron en la batalla del Mar

Negro están ahora en Afganistán o pre-

parando una nueva y desconocida in-

tervención. Aquellas horas del 3 al 4 de

octubre de 1993 quizá cambiaron la his-

toria. Si Estados Unidos no hubiese sa-

lido con una sensación de derrota, tal

vez las cosas, incluso el 11 de septiem-

bre, hubiesen sido diferentes. Lo que sí

cambió es la existencia de los 18 esta-

dounidenses y cientos de somalíes que

murieron aquel día. De eso es de lo que

va la guerra. ●

[03] Fort Apache en Somalia

La diferencia estaba en que los esta-dounidenses tenían miedo a la muer-te, pero los guerrilleros somalíes no

* La película ‘Black Hawk derribado’ seestrena en España el 22 de febrero.El libro de Mark Bowden ‘La batallade Mogadiscio’ se publica la semanaque viene por RBA.

Howard E. Wasdin es hoy un apacible médico que vive en una casa

al sur de Georgia. Pero formó parte del Team Six de los Navy SEAL,

el más mortífero comando estadounidense que hace un año acabó

con la vida de Bin Laden en Pakistán. Por primera vez sale a la luz el

testimonio de un miembro de esta unidad de élite. Esta es su vida.

Por QUINO PETIT

ASÍ MATAUN ‘NAVY SEAL’

“LA DECISIÓN ES MÍA”.Ese es el lema de los francotira-dores del Team Six de los Navy SEAL. “Yo decido cuándo debe

caer un objetivo en la mirilla de mi fusil”. A la izquierda, Howard E. Wasdin en un entrenamiento

a bordo de un buque y en un retrato actual.

El 6 de mayo de 2011, cinco días

después de que un comando del

Team Six de los Navy SEAL aca-

base con la vida de Osama bin

Laden en Pakistán, el presidente

estadounidense, Barack Obama, viajó hasta

la base del 160º Regimiento en Fort Camp-

bell (Kentucky). Obama quería felicitar per-

sonalmente a los ejecutores de la Operación

Lanza de Neptuno que él mismo ordenó

para capturar o matar al líder de Al Qaeda.

Cuando estuvo frente a los hombres que lle-

varon a cabo la misión, el mandatario y pre-

mio Nobel de la Paz dijo: “Son ustedes, lite-

ralmente, la mejor fuerza reducida de

combate que jamás ha existido en el mun-

do”. Pero, como contó el periodista Nicho-

las Schmidle en Th e New Yorker, lo que el

presidente no les preguntó fue quién había

realizado el disparo mortal que acabó con el

enemigo público número uno de Estados

Unidos. Ellos tampoco se ofrecieron a decír-

selo. De no haberse retirado como francoti-

rador del mismo Team Six de los Navy SEAL

hace años, Howard E. Wasdin podría haber

sido ese hombre que mató a Bin Laden.

El señor Wasdin es hoy un apacible qui-

ropráctico que atiende a 150 pacientes se-

manales y vive en una casa con jardín al sur

de Georgia. Cuando era joven jamás imagi-

nó que llegaría a celebrar su 50º cumplea-

ños hace unos meses. Su destino como

miembro de la más mortífera fuerza arma-

da de élite estadounidense parecía escrito

bajo un sencillo esquema: vivir deprisa, mo-

rir joven y dejar como todo legado un lus-

troso cadáver. Estuvo a punto de cumplir

ese guion en 1993, durante la infernal bata-

lla de Mogadiscio (Somalia). A pesar de su

actual retiro en la vida civil, sigue estando

fuertemente armado con todas las modali-

dades de pistolas y rifl es que pueden custo-

diarse legalmente en una vivienda de Esta-

dos Unidos. Pero el único destinatario de

los balazos de sus semiautomáticas Sig

Sauer sería hoy algún despistado que osara

pisar su jardín. “Bueno, ¡ja, ja, ja! No escriba

eso. En serio: ahora solo disparo a objetivos

de papel de periódico”.

La imagen del doctor Wasdin dista hoy

mucho de la de aquel francotirador guape-

ras del Team Six de los SEAL que se encara-

maba a los tejados de Mogadiscio con un

lanzagranadas al hombro. No ha resultado

fácil tenerlo al otro lado

del teléfono. Tras varias

tentativas que acabaron

posponiendo la conver-

sación, su voz retadora

llega finalmente desde

la consulta médica don-

de presta servicios. En-

tre la avalancha de libros

(como Manhunt, del pe-

riodista Peter Bergen),

documentales y películas (como Acto de va-

lor, protagonizada por navy seals en activo,

o la versión de Hollywood sobre la Opera-

ción Lanza de Neptuno, que ha contado con

asesoramiento de la CIA y el Pentágono), de

las que vamos teniendo noticia en el primer

aniversario de la muerte de Bin Laden, el

doctor Wasdin ha publicado ahora en caste-

“NO CREO QUE NINGUNA MUJER PUEDA SUPERAR LAS PRUEBAS DE ACCESO. Y SERÍAN UNA DISTRACCIÓN”

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llano el relato donde plasmó con ayuda de

Stephen Templin sus memorias como fran-

cotirador de la misma unidad de élite que

liquidó al líder de Al Qaeda. Bajo el título de

Seal Team Six (Crítica), Wasdin rememora

con el vertiginoso ritmo de un thriller sus

años en el cuerpo de los caballeros Jedi de

los equipos de la Marina de Estados Unidos

de Mar, Aire y Tierra (SEAL es acrónimo de

Sea, Air, Land). Es la primera vez que sale a

la luz el testimonio de un miembro de esta

unidad, cuyo alcance sintetiza el propio

Wasdin: “Cuando la Marina de Estados Uni-

dos envía a su élite, manda a los SEAL. Cuan-

do los SEAL envían a su élite, mandan al

Team Six de los SEAL, el equivalente de la

Marina a la Delta Force del Ejército de Tie-

rra, que tiene encomendada la misión de

antiterrorismo y antiinsurgencia”.

Son la élite de la élite militar. Solo los

mejores de entre los mejores han logrado

integrar sus fi las. Para ellos, el único buen

día fue ayer. Hoy puede ser el último. Ac-

túan siempre en secreto como una fuerza

de ataque ultrarrápido que maneja el fac-

tor sorpresa como estrategia básica. Los co-

57EL PAÍS SEMANALASÍ MATA UN ‘NAVY SEAL’

mandos especiales estadounidenses Navy

SEAL nacieron como una apuesta de John

Fitzgerald Kennedy a principios de los se-

senta para acciones de contraterrorismo.

Tras el intento fallido en 1980 de rescatar a

unos rehenes estadounidenses de la Emba-

jada de EE UU en Teherán, se creó el Team

Six bajo mandato de Carter para seleccio-

nar a los mejores entre los SEAL: el All Star

Team, especializados en el rescate de rehe-

nes en localizaciones marinas, complemen-

to a la seguridad de bases militares y emba-

jadas y apoyo de operaciones de la CIA. No

admiten mujeres. Las especulaciones sobre

el número de miembros son constantes, así

como todo lo relativo a presupuesto, orga-

nización y operaciones. “No puedo hablar

de nada relacionado con cifras o capaci-

dades”, dice el doctor Wasdin desde Geor-

gia. “Como sabe, es muy difícil superar el

adiestramiento de los SEAL. En el Team Six,

apro ximadamente el 85% de aspirantes son

descartados. Personalmente no creo que

ninguna mujer sea capaz de superar las

pruebas. E incluso si consiguieran entrar,

supondrían una distracción en combate.

Cuando entras en acción, no quieres pensar

SOBRE LOS TEJADOS DE ‘MOG’.Arriba, miembros del Team Six de los Navy SEAL en un tejado de Mogadiscio (Somalia). A cara descubierta y en la foto de abajo, Howard E. Wasdin. A la izquierda, un ‘seal’ realizando la puesta a punto para una operación.

en nadie salvo el enemigo. En cuanto al pre-

supuesto, solo puedo decir que cuando yo

servía en el Team Six se estimaba que el di-

nero empleado en balas de 9 mm durante

un año superaba a todo el presupuesto ba-

lístico de los marines estadounidenses”.

Como explica el doctor Wasdin, la mayo-

ría de las misiones del Team Six permanecen

ocultas al público en general, a sus propias

familias y a los otros compañeros seals. No

ocurrió así con la Operación Lanza de Nep-

tuno, que acabó con Bin Laden en Pakistán

durante la noche del 1 al 2 de mayo de 2011.

Las informaciones al respecto revelaron que

nueve años, siete meses y 20 días después

de los atentados del 11-S, un miembro del

Team Six tuvo a tiro al líder de Al Qaeda en

una casa de la localidad paquistaní de Abbo-

ttabad. El primer balazo le alcanzó en el pe-

cho. Mientras caía, el seal disparó por segun-

da vez, acertando en el ojo izquierdo. Acto

seguido empuñó la radio e informó: “Por

Dios y por mi país, Gerónimo, Gerónimo,

Gerónimo… Gerónimo EKIA [Enemy Killed

In Action, enemigo muerto en acción]”.

tras liquidar a bin laden y a otros habi-

tantes del complejo de Abbottabad, los seals

se incautaron de más de 6.000 documentos,

algunos de los cuales han sido recientemen-

te publicados por el Centro de Lucha contra

el Terrorismo de West Point. Las llamadas

cartas de Abbottabad han revelado que los

últimos días de Bin Laden no correspondían

con los de un supuestamente avezado estra-

tega del yihadismo mundial, si bien el capo

de la organización terrorista Al Qaeda seguía

planifi cando ataques contra Estados Unidos.

Y ese es precisamente el objetivo principal

de los SEAL. Un quehacer que el doctor Was-

din sintetiza desde su propia experiencia:

“Cuando fui navy seal, ayudaba a mantener

Estados Unidos libre de terrorismo. Ahora,

como doctor, creo que sigo ayudando a la

gente. Pero sin pistola”.

Howard E. Wasdin llegó al mundo el 8

de noviembre de 1961 en Florida. Su madre

le parió a los dieciséis años en una clínica

pública y le llevó a casa en una caja de zapa-

tos. Ella trabajó duro en una fábrica de cos-

tura para mantenerle a él y a sus hermanas

mientras que su padre biológico tomaba las

de Villadiego. Quien acabó siendo su pa-

drastro, de nombre León, acostumbraba a

abofetearle hasta hacerle comerse su propia

sangre. Tras reclutarse en la Marina, acabó

picando la puerta de un ofi cial y solicitó que

le destinasen a las temibles pruebas BUD/S,

el training de los SEAL, para reengancharse

antes de que terminara su contrato. La res-

puesta del ofi cial al mando fue: “Coge el di-

nero, vuelve a casa y acaba tus estudios. No

tienes ni idea de lo que hace falta para con-

vertirse en un seal”. Finalmente le destina-

ron al BUD/S y superó todos los retos, cáma-

ra hiperbárica de presión incluida. Fue el

único de cientos de candidatos en lograrlo.

Entre las lindezas que tuvo que superar esta-

ban desafíos con nombres como Prueba de

ahogamiento y Semana del infi erno. Hipo-

termias, espasmos, escalofríos… buceo, téc-

nicas de na vegación sub-

marina y de sabotaje de

embarcaciones… “¡Hoo-

ya!”. El grito de guerra esta-

dounidense ruge en las

memorias del doctor Was-

din, quien proclama en el

libro Seal Team Six que

todo ese adiestramiento

tiene como fi n convertirles

en armas humanas que no

conocen la palabra rendi-

ción. “El nuestro es un có-

digo no escrito: es mejor

quemarse que apagarse, y

hasta el último aliento nos

llevaremos por delante

tantos enemigos como po-

damos”.

Para lograr tales propó-

sitos, el doctor Wasdin re-

cuerda la actitud converti-

da en tradición de los SEAL:

“Dame una patada en los cojones,

que lo puedo aguantar”. No está de

más añadir enseñanzas como

aprender a construir una cueva de

nieve cuando la temperatura exte-

rior ronda los 40 grados bajo cero o

acumular experiencias de este tipo:

“Si nunca has estado tumbado en un

charco llevando un traje ghillie em-

papado, con la lluvia aporreándote y

el viento aullando, mientras intentas

concentrarte en tu mira y hacer tu

trabajo, estás perdiéndote una de las

mejores cosas de la vida”. Así fue

como Wasdin se convirtió en Waz-

Man, su apodo mientras perteneció a

los comandos especiales estadouni-

denses. “El entrenamiento nunca aca-

ba. Pasas el resto de tu vida haciendo

de ti mismo un arma de alta precisión”.

Mucho más casado con los SEAL que

con su propia familia, Wasdin quiso conver-

tirse en francotirador de la élite absoluta del

Team Six tras formar parte del Team Two.

“En mi búsqueda incesante hacia ser el me-

jor de los SEAL, decidí ingresar en la acade-

MATAR A BIN LADEN.Los ‘navy seal’ que liquidaron a Bin Laden en una casa de Abbottabad

(Pakistán, imagen del centro) destruyeron uno de los helicópteros

accidentados durante la misión. Sobre estas líneas, Howard E. Wasdin.

58 EL PAÍS SEMANAL

lo. Llegados a este punto, nadie diría que

Pakistán estuvo refugiándolo. Pero acep-

tando el hecho de que estaban ocultando al

hombre más buscado del planeta, ¿por qué

debería importarle a ellos o a cualquiera

que fuéramos a Pakistán y lo trincásemos?”.

El doctor Wasdin habla como si aún lle-

vara los 45 kilos de equipo y el armamento

de alta precisión de un seal del Team Six.

Describe en primera

persona del plural las

acciones de esta uni-

dad, acaso en un arre-

bato de añoranza por

no seguir sirviendo en

ella. Donde sí participó

hasta las últimas con-

secuencias fue en la

Operación Serpiente

Gótica, que acabó con -

vertida en la afamada ba talla de Mogadiscio.

De los recuerdos de aquella misión para

capturar al señor de la guerra somalí Moha-

med Farrah Aidid y a sus lugartenientes

queda constancia en sus memorias con de-

fi niciones espeluznantes de apenas un par

de renglones: “Mogadiscio olía a orín y ex-

crementos humanos mezclado con ese olor

tangible a hambre, enfermedad y desespe-

ranza”. El 5 de septiembre de 1993, los

miembros del Team Six desplegados en la

capital de Somalia tuvieron a tiro al señor de

la guerra Aidid. Pero la petición de disparar

fue denegada.

–¿Cree que si aquel día hubieran recibi-

do la orden de disparar contra Aidid habría

sido posible evitar la batalla de Mogadiscio

un mes más tarde?

–Sí, porque habría sido liquidado o captu-

rado. Mi opinión personal es que, llegados a

ese punto, el Gobierno del presidente Bill

Clinton estaba desesperándose por sacarnos

de allí. Desde ese día, el gran error que co-

metimos fue salir a patrullar a la luz del sol.

El mal recuerdo de lo que pasó en Mo-

gadiscio el 3 de octubre de aquel año per-

manece todavía en el imaginario bélico

estadounidense. Las milicias del señor de

la guerra Aidid lograron abatir dos helicóp-

teros Black Hawk durante un enfrenta-

miento con las tropas de EE UU desplega-

das en Somalia, que sufrieron 18 bajas.

Clinton ordenó a partir de entonces la reti-

rada total de la zona. A pesar de que Black

Hawk derribado, la trepidante película

donde Ridley Scott recreó aquel combate

de manera magistral, no menciona la pre-

sencia de los miembros del Team Six, el

doctor Wasdin estuvo allí con otros solda-

dos de esta unidad. Combatió codo con

codo con los Delta Force y no duda en reco-

nocer la extraordinaria valía de esta otra

fuerza de élite estadounidense, “a pesar de

que a muchos seals no les gustaría oír algo

semejante”. Asegura que no le afectó per-

sonalmente que el Team Six quedara omi-

tido en la exitosa versión hollywoodiense

de la batalla de Mogadiscio. Tenía 32 años

y le faltó poco para palmarla, cumpliendo

el guion previsto desde que entró en los

SEAL. Volvió a casa con tres balazos y estu-

vo a punto de perder una pierna. Nada vol-

vió a ser lo mismo para él.

wasdin afrontó el principio del fi n con

resignación. También admite la difi cultad

de estar más de un decenio sirviendo a ese

nivel. Como muchos otros colegas que no

murieron ni acabaron entrenando a los

recién llegados o trabajando para el sector

bélico privado, se recicló en la vida civil.

En su caso, a través de la medicina. Padre

de familia, casado en segundas nupcias,

seguidor de la fe cristiana y políticamente

declarado como un “independiente” que

odia “a los medios de comunicación pro-

gresistas”, no se arrepiente de nada de lo

que hizo en combate. Lo que más echa de

menos de aquellos años como intrépido e

implacable francotirador es la adrenalina.

“Sobre todo extraño mucho saltar de un

avión en plena noche a 27.000 pies de altu-

ra. Ya sabe, ese tipo de cosas que ningún

ser humano en sus cabales haría. Somos

los tipos mejor entre nados del planeta. Es

algo muy superior a pertenecer al equipo

que gana la Superbowl o la Copa del Mun-

do de fútbol. Podríamos cascar cualquier

día. No hay ningún deporte profesional ni

conozco ninguna otra sensación que se

parezca a eso”.

–Si mira hacia atrás, ¿cree que usted ha-

bría acabado convirtiéndose en francotira-

dor del Team Six de los SEAL de no haber

recibido toda aquella violencia y maltrato

por parte de su padrastro cuando era niño?

–Esa es una buena pregunta. No sé si

tuvo algo que ver. Lo que está claro es que

todo aquello, en vez de anularme, fortaleció

mi actitud a la hora de soportar el dolor. Mi

carácter se forjó a base de no abandonar ja-

más. Ni ante nada ni ante nadie. �

MISIÓN NOCTURNA. Miembros de los Navy SEAL estadounidenses esperan la ordende comenzar una incursión para capturar líderes insurgentes en Fallujah (Irak).

“EL ENTRENAMIENTO NO ACABA NUNCA. PASAS TU

VIDA HACIENDO DE TI MISMO UN ARMA DE PRECISIÓN”

Foto

gra

fía

de

Joh

n M

oo

re (

Get

ty Im

ages

)

tenían experiencia en operaciones a lar-

ga distancia, baja altura y con gafas de

visión nocturna. Mientras, 100 pilotos

del Ejército que estaban mucho más ro-

dados se quedaron en tierra”. Tras De-

sert One, Beckwith fue apartado de Del-

ta Force y del generalato. Abandonó el

Ejército. Creó una empresa de seguri-

dad, escribió un libro. Poco antes de su

muerte, en 1994, le preguntaron para

qué servía Delta Force: “Para pegarle

dos tiros en la cabeza a un terrorista sin

pensárselo dos veces”.

Su discípulo favorito, el general

Schoomaker, relataba en 1997 su expe-

riencia en Irán: “Esa noche aprendí que

en operaciones especiales debes ser ca-

paz de hacer lo que dices que sabes ha-

cer. Ni más ni menos. En un momento

de crisis, si has mentido, todo se puede

venir abajo. Siempre he desconfiado de

los machos. Aquellos pilotos que decían

que eran los mejores volando de noche

y resulta que sólo habían entrenado 15

horas al año. La jodida diferencia es que

hoy tengo gente con 4.000 horas de vue-

los con gafas de visión nocturna; y apa-

ratos especializados en volar por la no-

che; y un programa de entrenamiento;

y los medios para llevarlo a cabo”.

Solos, sucios, hambrientos. Rodea-

dos por el enemigo. El entrenamiento es

lo único que puede salvar la vida de un

comando en acción. Un boina verde es-

pañol habla de una fase de endureci-

miento con marchas diarias de 30 kiló-

metros con 40 kilos a la espalda; gimna-

sia y natación. Un par de horas diarias

de defensa personal hasta tener al me-

nos cinturón rojo. “Luego te metes en la

montaña. Es lo peor: debes pasar como

mínimo 10 días al mes viviendo en el

campo. Instrucción y orientación noc-

turna; buceo, esquí, manejo de todo tipo

de armas y explosivos. Lanzarte del he-

licóptero en rapel. La prueba de fuego

es pasar 15 días en el monte sin nada

que comer ni tienda de campaña. ¿De

qué te alimentas? Caracoles, raíces,

lombrices, pescas algo. Todavía no se ha

muerto nadie. Pero son circunstancias

en que el espíritu de equipo y las habi-

lidades de cada uno son fundamentales

para sobrevivir. Por eso, siempre son

bienvenidos a tu grupo los guarnicio-

neros, curtidores, carniceros…”.

“Es imposible fabricar comandos

en masa”, suele pregonar Peter Schoo-

maker. Según su teoría, cada soldado es

único e irremplazable. Es demasiado

caro en tiempo y dinero formar a un

profesional de operaciones especiales.

En Estados Unidos, la formación delas fuerzas especiales de cada Ejército

se lleva a cabo en una base distinta. Los

Rangers, Boinas Verdes y Delta Force,

en Fort Bragg. Un micromundo polvo-

riento a las afueras de Fayetteville (Ca-

rolina del Norte). Creado al filo de la

Primera Guerra Mundial, el segundo

acuartelamiento más grande de Estados

Unidos alberga 150.000 personas, a las

que hay que añadir los profesionales de

la vecina base aérea de Pope. Miles de

hectáreas. Muchas adquiridas a los Roc-

kefeller. Escasa vegetación. Tráfago de

helicópteros. Todo tipo de instalaciones

militares, incluyendo el acuartelamien-

to de Delta Force, rodeado de dos barre-

ras de alambre de espino. Tiendas, igle-

sias, un campo de golf, cines, escuelas.

Una unidad específica con la función de

reforzar la moral de las familias cuan-

do sus miembros entra en combate. Sin

olvidar la universidad de las Operacio-

nes especiales: la Escuela JFK de Gue-

rra Especial, en la que se entrenan cada

año 10.000 alumnos de todo el mundo.

Por ella han pasado los profesionales de

la Contra nicaragüense y fuerzas para-

militares de toda Latinoamérica. En

Fayetteville viven tantos antiguos vete-

ranos de Vietnam que la llaman fayette-

nam. Es el gran templo de las operacio-

nes especiales. “Testosterona en bru-

to”, según la definición del periodista

Tom Wolfe.

Los comandos del Ejército del Aire

son adiestrados en Hulburt Field (Flo-

rida); los Seal de la Marina, en la Base

Naval Coronado (California). Entrenan

seis meses en condiciones de dureza ex-

trema. El adiestramiento de sus oficia-

les dura un año. Los aspirantes son su-

mergidos en agua helada hasta la hipo-

termia; arrastran lanchas de goma

entre los rompeolas; sufren interroga-

torios al borde la tortura, y llegan a ser

disparados desde los lanzatorpedos de

un submarino: una experiencia no apta

para personas con claustrofobia perfec-

ta para que los comandos alcancen por

mar las líneas enemigas. Otra de sus ha-

bilidades es la infiltración con paracaí-

das HALO (high altitude, low opening).

Saltos a 8.000 metros con caída libre

hasta los 600 metros del suelo para no

ser detectados, que se realizan con bo-

tellas de oxígeno y que en ocasiones

acaban con la rotura del paracaídas y la

muerte del comando.

¿Cuál es el fin de tanto entrena-

miento? Según un oficial de operacio-

nes especiales español: “Que adquieran

fuerza y estabilidad emocional. Tan im-

portante es lo uno como lo otro. Que

piensen; que analicen. Que tengan dis-

ciplina y madurez. Que tomen decisio-

nes sobre la marcha. No queremos un

Delta Force sirve, según sufundador, para “pegarle dostiros a cada terrorista”

capitanes generales, que podían decidir, por ejemplo, queprestaran protección especial durante el juicio a miembrosde ETA en Burgos, en 1970. En 1979, las compañías sedisuelven y se organizan en tres grupos (GOE), con sedeen Barcelona, Valencia y Ronda (Málaga). En 1999 sus2.000 hombres se funden en un mando único (MOE),bajo la dirección de un general de brigada, en Rabasa (Ali-cante), y a las órdenes del jefe del Mando de Maniobra.

El Ejército del Aire tiene una fuerza de operaciones es-peciales, la Escuadrilla de Zapadores Paracaidistas (muyactiva en Bosnia y Kosovo), y la Armada, una unidad pro-pia integrada en la Brigada de Infantería de Marina. ●

Guerrilleros españolesAunque algunos oficiales de operaciones especiales es-pañoles buscan las raíces de su actividad en Viriato y ElEmpecinado, la realidad es que los actuales guerrillerosdel Ejército español nacen en 1956 en la Escuela Militarde Montaña de Jaca, Huesca. Hasta 1962, la formaciónde operaciones especiales sólo se realizaba con oficiales.Es a comienzos de los sesenta cuando el capitán JavierCalderón es encargado de organizar las primeras com-pañías. El modelo era el americano, aunque sin perder devista el trabajo de los partisanos griegos.

Hasta 1979 había en España 20 compañías (COE).Su trabajo era autónomo. Dependían directamente de los

62 EPS

amos siempre por delante.

Entre penumbras. Sin llamar la atención.

Nuestro trabajo se inicia antes de que haya

tiros. Cuando nadie prevé una crisis. Y

cuando parece que empieza el conflicto, no

es así: había empezado mucho antes…

pero nadie se había dado cuenta”.

Fort Bragg. Carolina del Norte. Abril

de 1980. Cindy Petroski nunca olvidará el

día que descubrió que su marido era un

oficial de Delta Force, la unidad de comba-

te más opaca y mortífera del Ejército ame-

ricano. La élite de la élite. Un cuerpo cuya

existencia el Pentágono nunca reconoce.

De la noche a la mañana, Peter J. Schoo-

maker, un atractivo oficial de infantería de

34 años, 1,90 de altura y 120 kilos de peso,

jugador de fútbol americano y veterano de

Vietnam, se veía obligado a confesar a su

mujer su verdadera ocupación: “Cariño,

soy comandante de un escuadrón de las

fuerzas especiales”. La revelación tenía

sentido: horas más tarde, el mayor Schoo-

maker y su equipo partían con dirección a

Irán para rescatar a 52 estadounidenses se-

cuestrados en noviembre de 1979 por se-

guidores del ayatolá Jomeini. El último en-

vite del presidente Jimmy Carter para des-

pachar la crisis. “Nunca pensamos que

Carter iba a tener cojones para seguir ade-

lante”, declaraba años después el coronel

Charles Beckwith, director de la operación

y creador de Delta Force en 1977. Una mi-

sión suicida en la que muchos no creían.

Con razón. Fue un completo fracaso.

Madrugada del 25 de abril de 1980 en

un punto indeterminado del desierto iraní

denominado Desert One por los servicios

de inteligencia. Una columna de fuego se

eleva al cielo rompiendo la oscuridad de la

noche. Explosiones. En aquel momento,

Schoomaker llegó a pensar que ni los cuer-

pos de operaciones especiales ni su propia

carrera podrían superar la tragedia que se

desarrollaba ante sus ojos. Las llamas azu-

les del queroseno consumían un helicópte-

ro RH-53s del cuerpo de Marines y un

avión de transporte Hércules EC-130. Mi-

nutos antes se habían estrellado. Ocho co-

mandos carbonizados. Trece con quema-

duras. Imposible llegar a Teherán en esas

condiciones. Había que abortar la opera-

ción. A la carrera, los supervivientes ocu-

paron el otro Hércules. Mientras el avión

se deslizaba sobre la pista de tierra, aún

pudieron contemplar la chatarra humean-

te iluminando el perfil de los cuatro he-

licópteros abandonados intactos.

Esa misma noche, la red de espionaje

estadounidense aún existente en Irán era

desarticulada. Y los rehenes, dispersados

por todo el país. El fracaso le costaría a

Carter la reelección con ocho millones de

votos de diferencia. Y propiciaría la llega-

da de Ronald Reagan a la Casa Blanca. El

21 de enero de 1981, el mismo día de su ju-

ramento, los secuestrados eran liberados

tras más de un año de cautiverio. Era el

epílogo de la Operación Eagle Claw.

“… Al morir sus hijos vendrán / lle-

varán Boinas Verdes / para luchar / por la

libertad”. Diecisiete años más tarde. Patio

de honor de Fort Bragg. Estados Unidos.

Atruenan los acordes del lacrimógeno

himno de las fuerzas especiales. Desfile de

banderas. Botas como espejos. El jefe del

Estado Mayor del Ejército inicia su aren-

ga: “¿Quieren que les enumere las creden-

ciales de este soldado? Todo lo que tienen

que saber es que ha combatido en Desert

One, Granada, Panamá, Irak, Haití…”. La

hoja de servicios de un auténtico oficial de

Operaciones Especiales. Protagonista en

todas las crisis de los últimos 20 años. Oc-

tubre de 1997. Peter J. Schoomaker recibe

su cuarta estrella de general. El máximo

grado al que puede aspirar un oficial en

Estados Unidos. Y la dirección del podero-

so Mando de Operaciones Especiales, si-

tuado en la base aérea MacDill, en Tampa

(Florida). Su sueño hecho realidad. Un uni-

verso de posibilidades.

Y de ambigüedad. Un manual del De-partamento de Defensa define así las ope-

raciones especiales: “Aquellas llevadas a

cabo con medios militares no convencio-

nales con el fin de conseguir objetivos polí-

ticos, económicos o psicológicos en terre-

no hostil. Se pueden realizar en guerra o

fuera de ella, de forma independiente o co-

ordinadas con fuerzas convencionales.

Para su éxito requieren clandestinidad, en-

cubrimiento o baja visibilidad. Difieren de

las operaciones convencionales en el grado

de riesgo físico y político que entrañan, en

la forma de operar, en la independencia del

soldado respecto a los apoyos clásicos y su

mayor dependencia respecto a las fuentes

de inteligencia y las fuerzas indígenas em-

plazadas tras las líneas enemigas”.

Ésa es la teoría. Para llevarla a la prác-

tica, Rangers, Boinas Verdes, Delta Force.

Comandos Seal de la Armada, los pilotos

más avezados en vuelo sin visibilidad.

Treinta mil hombres. Treinta mil máqui-

nas de matar por tierra, mar y aire. Vein-

te mil más en la reserva. Buceadores y pa-

racaidistas. Médicos. Un presupuesto de

750.000 millones de pesetas al año. Equipos

a medida. Aviones y helicópteros capaces

de volar a baja altura evitando el barrido

de los radares; con cañones mortíferos,

blindajes especiales y depósitos de com-

bustible de emergencia. Lanchas ultrali-

geras que alcanzan los 50 nudos. Motoci-

cletas de montaña. Las mejores gafas de

visión nocturna; equipos portátiles de

transmisión y cifrado. Confidencialidad

absoluta sobre sus adquisiciones. Efecti-

vos desplegados en todo el mundo. Entre-

namiento a fuerzas armadas en 90 países.

Reconocimiento tras las líneas enemigas.

Señalización de objetivos con láser para

que sean destruidos por la aviación sin

producir efectos colaterales. Localización

y destrucción de armas nucleares, bioló-

gicas y químicas…

Es un aperitivo. Las fuerzas de opera-

ciones especiales son la punta de lanza de

las nuevas misiones de los ejércitos actua-

les. Luchar contra la droga en Latinoamé-

rica. Capturar al general panameño Ma-

nuel Noriega; destruir plataformas de mi-

siles Scud en Irak; asesinar al narco

colombiano Pablo Escobar. Acabar con el

dictador Raoul Cedrás en Haití. Atrapar

criminales de guerra en Bosnia. Acciones

antiterroristas dentro y fuera de sus fron-

teras. Actuaciones encubiertas (en las que

nunca se debe saber el promotor) en cola-

boración con la CIA. Para un teniente ge-

neral español especialista en operaciones

especiales (y que pide anonimato, como la

mayoría de las fuentes de este reportaje):

“Unidades para hacer todo lo que no pue-

des hacer con una unidad convencional”.

–¿Al margen de la ética militar?

–Cuál es la ética militar? Lo de guerra

limpia es una ficción. Todas las guerras

son sucias. ¿O es que la guerra convencio-

nal es limpia? ¿Fue limpio el bombardeo

de Dresde? Eso sí, a la hora de intervenir

en una guerra irregular puedes pisar el

lodo intentando mancharte lo menos posi-

ble o ponerte a chapotear. Recuerde a los

boinas verdes en Vietnam y sus atrocida-

des. En cualquier caso, este tipo de guerra

irregular exige otro tipo de ética. Un co-

mando no puede dejar prisioneros detrás

V

El Mando de Operaciones Espe-ciales de EE UU tiene un presu-puesto de 750.000 millones

EPS 65

EN SILENCIO.El entrenamiento y elequipamiento son lasarmas del comando. Enla imagen, adiestramien-to con ametralladora.FOTOGRAFÍA: REUTERS, AGENCIA FRANCE PRESSE Y CORBIS

60 EPS FOTOGRAFÍA: AGENCIA FRANCE PRESSE

LA CAZADEL HOMBRE

LOS NÚMERO UNO.Los Rangers, o ‘boinasrojas’, son la unidad másnumerosa de las fuerzasde operaciones especia-les de Estados Unidos.En la imagen, durante unentrenamiento.

Son el ejército del futuro. Han aprendido de guerri-lleros y terroristas. Pocos, bien entrenados y con unequipamiento de ciencia-ficción, los comandos sonmáquinas perfectas de matar destinadas a las nuevasguerras irregulares. El conflicto mundial surgido el 11de septiembre será su banco de pruebas. Por Jesús Rodríguez.

superman que se líe a bofetadas en un

bar. Lo que buscamos es un soldado que

piense que en ese bar puede tener pro-

blemas y le conviene no entrar. Esa es la

clave. Un comando no está para enfren-

tarse con nadie. Tiene que infiltrarse,

actuar y huir. Y así es como tendrán que

operar en Afganistán. Como decía Mao

(junto a Che Guevara, el gran maestro

de la guerrilla), la huida es parte de su

estrategia. Su actividad es dispersa y

descentralizada. Tiene que explotar las

vulnerabilidades del enemigo. Y rehuir

el combate porque está en inferioridad

de condiciones”. ¿Cuáles son las condi-

ciones para que una operación tenga

éxito? Según un mando de Infantería de

Marina: “Simplicidad, seguridad, sor-

presa, rapidez y un propósito claro”.

La cuestión no es pegar tiros. “De

hecho, cuando hay tiros es que algo ha

ido mal”, explica un coronel español.

Seguramente la parte menos conocida

de las operaciones especiales son las

denominadas “operaciones psicológi-

cas”, una materia que también se im-

parte en la Escuela JFK de Fort Bragg.

Otra forma de luchar. Su objetivo, crear

una opinión positiva en el territorio

enemigo a favor del bando propio. Di-

fundir noticias sobre los cambios bene-

ficiosos que está efectuado la potencia

invasora en el territorio ocupado. “Así

logras atraer al enemigo a tus filas o,

por lo menos, que deserte. En el caso de

Irak, el leitmotiv que se transmitía a los

iraquíes era el inmenso poder de la coa-

lición a la que se enfrentaban, el aisla-

miento internacional en el que estaban

sumidos y las sanciones que les espera-

ban. Las fuerzas de operaciones psi-

cológicas lanzaron 29 millones de octa-

villas y realizaron retransmisiones de

televisión y radio durante 40 días. Con-

siguieron que unos 70.000 soldados ira-

quíes se rindieran sin presentar bata-

lla”, afirma un oficial español.

Dos jefes del Ejército español coin-ciden en alabar la forma en que EE UU

está tratando a la Alianza del Norte de

Afganistán con envíos de material hu-

manitario: “Repartir alimentos en vez

de armas es un buen ejemplo de guerra

psicológica. Estás premiando zonas afi-

nes y aislando focos rebeldes. Estás

creando un efecto psicológico, igual que

hace el terrorismo. No derrotas al ene-

migo, pero le desestabilizas. Y, al mismo

tiempo, le aterrorizas destrozando sus

centros de mando, control y comunica-

ciones. La tercera pata es entrenar a un

ejército nativo que se enfrente a sus

compatriotas. La cuestión es atraer a

una facción del país a tus filas, o, por lo

menos, que entiendan tu posición y te

ayuden. Y, sobre todo, te presten infor-

mación. Es imposible una guerra de

guerrillas sin nativos ni información”.

“Y eso no lo han sabido hacer los

americanos nunca”, analiza un tenien-

te general español. “Ni en Vietnam,

donde se granjearon la enemistad de la

población que les veía como invasores,

ni en Centroamérica. Ahora veremos si

han aprendido algo de Mogadiscio (So-

malia), donde entraron en 1993 en plan

sheriff (el almirante Howe ofreció 20.000

dólares por la cabeza de Aidid) y salie-

ron con 18 miembros de las fuerzas es-

peciales en bolsas de plástico. Les faltó

la información y el ganarse a la gente”.

“Sobre el terreno, los comandos

americanos son impresionantes”, ex-

plica un coronel español. “Máquinas

muy precisas. Yo he trabajado con los

boinas verdes en medio de la montaña.

Y tener previsto un suministro por vía

aérea a las 00.00. Encender luces quí-

micas para orientarles a las 23.55. A las

23.59 comenzar a escuchar los motores

Según la doctrina de Mao, lahuida del guerrillero trasactuar es parte de su trabajo

Comandos con historiaTodo empezó con David Stirling, un oficial británico queen la convalecencia tras un accidente en paracaidas ideóuna fuerza pequeña, rápida y que utilizara el factor sor-presa para debilitar al mariscal Rommel en el norte de Áfri-ca. Era 1941. Había nacido el Special Air Service (SAS).Su primer éxito, destruir 61 aviones alemanes en diciem-bre de 1941. En 1990 fue nombrado caballero por la rei-na. En 1962, un oficial americano estuvo un año entre-nando con esta unidad británica. Era Charles Beckwith.Tras pasar por Vietnam como boina verde, se empeñó encrear una unidad antiterrorista en Estados Unidos Asesi-nos sin contemplaciones. Lo logró en 1977 con Delta For-

ce: seleccionados entre los mejores rangers y boinas ver-des. Tras el fracaso de la operación para liberar a los re-henes de Irán, en 1980, Beckwith fue apartado del man-do. Sus discípulos fueron Hugh Shelton y Peter Schoo-maker. Los dos llegarían a la cima del Ejército de EE UU.El primero, como presidente de la Junta de Jefes de Esta-do Mayor, y el segundo, como jefe del Mando de Opera-ciones Especiales. De su nivel en el Reino Unido, el ge-neral Michael Rose, que mandó el SAS en el conflicto delas Malvinas. Sin olvidar a Pervez Musharraf, hoy jefe deEstado de Pakistán, que siendo general de brigada dirigióel Special Services Group en la guerra de Afganistán. ●

SEIS HOMBRES SIN PIEDAD. La historia de las operaciones especiales: de izquierda a derecha, coronel David Stirling, coro-nel Charles Beckwith, general Hugh Shelton, general Peter Schoomaker, general Michael Rose y general Pervez Musharraf.

EPS 61

EPS 63

de él porque pondrían en peligro su huida.

Un comando tiene autonomía absoluta.

La propia del soldado que pasa semanas en

territorio enemigo lejos de la cadena de

mando. Sin órdenes. Sin reglamentos. En

la operación Tormenta del Desierto, en

Irak, hubo comandos aislados de cualquier

contacto con el exterior durante un mes.

“Utilizan métodos de ataque similares a

los de los terroristas. Y tienen esa capaci-

dad de minar la moral de sus víctimas. Ése

es su poder”, explica un coronel español.

Un ejército dentro del ejército. En el

campo de batalla suplen su desventaja

numérica con su preparación y equipa-

miento. Su arma es la sorpresa: tiempo, lu-

gar y procedimiento. Y la movilidad.

Soldados autosuficientes. La organiza-ción básica de los boinas verdes america-

nos son los A-Team: grupos de

12 hombres en los que cada

uno de sus miembros cumple

una misión concreta: armas,

comunicaciones, explosivos,

sanidad. Cada puesto está du-

plicado ante posibles bajas en

campaña. Sus operaciones du-

ran entre tres días y tres meses

y exigen una profunda inmer-

sión en territorio enemigo.

Una vez localizado el objetivo y

ejecutada la acción, la cuestión

es escapar. Se suele llevar a

cabo mediante helicópteros rá-

pidos y fuertemente armados.

Sus grandes rivales, los

Seal de la Armada, creados por

John F. Kennedy en 1963, están

destinados a objetivos más rá-

pidos. Más cercanos a las ope-

raciones antiterroristas. Sus

misiones duran de tres horas a tres días y

la infiltración de sus pelotones de 16 solda-

dos suele hacerse desde el mar. Su compo-

sición es secreta. Alrededor de 2.000 hom-

bres que habrían actuado en Granada, gol-

fo Pérsico, Panamá, Haití y Bosnia.

Todo apunta a que Afganistán será el

gran banco de pruebas de este tipo de uni-

dades. Sin embargo, la guerra de helicóp-

teros, surgida en Vietnam y que se adapta

perfectamente a las operaciones especia-

les, puede pinchar en Ásia Central. Estre-

chos cañones y tormentas de arena. Nieve

y ventiscas. Cordilleras de 4.000 metros. Un

teatro de operaciones donde sus sofistica-

dos Little Bird y Black Hawk difícilmente

podrán volar. Ese es el duro escenario de la

primera guerra del siglo XXI: “La primera

guerra irregular de la historia”.

Así la define Joaquín Villalobos, ex co-

mandante del Ejército Revolucionario del

Pueblo, de El Salvador. Villalobos comba-

tió como guerrillero contra el ejército or-

ganizado en su país por Estados Unidos en-

tre 1981 y 1992. Sabe cómo luchan los boi-

nas verdes. “Va a ser una guerra irregular,

sin frentes ni gran masa de fuerza. Una

guerra de fuerzas irregulares. Eso lo

aprendió EE UU en El Salvador: no puedes

combatir a un ejército irregular con un

ejército regular. Es la trampa en que caye-

ron, en Afganistán, el Reino Unido en 1839

y Rusia entre 1979 y 1989. Los rusos no

abandonaron Afganistán por las bajas ni

por falta de medios. Tenían de sobra. Pero

los muyahidin les hundieron la moral. Lo

mismo que el Vietcong a los americanos.

Los yanquis aprendieron la lección en El

Salvador. Al final, combatían a nuestra

guerrilla con guerrillas. Ésta va a ser una

guerra de guerrillas contra el Estado afga-

no, en la que EE UU tiene la ventaja de su

impresionante tecnología y para la que ne-

cesita el imprescindible suministro de in-

teligencia que les proporcionen Pakistán y

Rusia”.

–¿Están preparados los americanos?

–En una fuerza irregular lo importan-

te es la moral; la disposición al sacrificio.

Nuestros guerrilleros pasaban días enteros

bajo tierra; solos; sin moverse, comiendo y

haciendo las necesidades allí mismo para,

llegado el momento, ejecutar su parte del

plan. Eso lo haces por motivación. Y los

6.000 muertos de las Torres Gemelas pue-

den proporcionar a los soldados america-

nos esa motivación que les ha faltado tan-

tas veces. Por ejemplo, en Vietnam, donde

perdieron la guerra en la retaguardia.

Operaciones baratas, ambiguas, opa-cas ante la opinión pública, sin efectos co-

laterales. Pocos ataúdes propios y cero

imágenes de niños muertos por los bom-

bardeos. La herramienta perfecta para en-

frentarse a los nuevos conflictos no con-

vencionales. El nombramiento del general

Hugh Shelton (un auténtico duro), en oc-

tubre de 1997, como presidente de la Junta

de Jefes de Estado Mayor fue la evidencia

de que las acciones de las operaciones es-

peciales cotizaban al alza. En la carrera ha-

cia el cargo, Shelton pasó por encima de ge-

nerales de la brillantez intelectual de Wes-

ley Clark o Joseph Ralston. Casi dos

metros, perfil pétreo, ex jugador de fútbol

profesional; boina verde en Vietnam; para-

caidista en combate, Shelton ha ocupado

todos los puestos a los que un militar de ac-

ción puede aspirar en EE UU. Sin embargo,

en este general de cuatro estrellas también

se adivina un nuevo perfil de soldado-di-

plomático consciente de la importancia

política de cada acción militar y de la fis-

calización de los medios de comunicación.

Lo demostró en 1994 al mando de la Opera-

ción Uphold Democracy, destinada a depo-

ner al general Raoul Cedrás, jefe de la san-

grienta junta militar de Haití.

Shelton convirtió un previsible

baño de sangre en una opera-

ción humanitaria: “Lo último

que pude pensar es que nues-

tras fuerzas especiales aca-

barían trabajando con el Ejér-

cito de Haití en la pacificación

del país en un ambiente de res-

peto mutuo”. Lo hizo bien. El

presidente Clinton tomó nota.

(Sin embargo, Hugh Shel-

ton no dirigirá la campaña de

Afganistán. El 1 de octubre, en

plena crisis, pasó a la reserva y

fue sustituido por el general

del Aire Richard Myers. Pese a

todo, George W. Bush le ha con-

servado como consejero: su ex-

periencia militar y política y

su sangre fría serán básicas en

una guerra irregular).

Los restos carbonizados de Desert One

fueron su trampolín. De Shelton, Schoo-

maker, Delta Force y del concepto de fuer-

zas especiales como pieza clave del ejérci-

to del futuro. Había que reactivar las ope-

raciones especiales. Hacía falta un mando

único para enfrentarse a situaciones mili-

tares distintas a las de la guerra conven-

cional. Una fuerza aérea propia, rápida y

mortífera. Y miles de profesionales bien se-

leccionados, entrenados y equipados. En

1987, el Pentágono creaba el Mando de Ope-

raciones Especiales, de los tres ejércitos. El

mítico coronel Charles Beckwith, creador

de Delta Force en 1977, analizaba así el fra-

caso de Irán: “En 1980 no estábamos pre-

parados. La coordinación fue un desastre.

No era un equipo: era un rompecabezas.

Había mandos de distintos cuerpos. El ser-

vicio de meteorología no previó la tormen-

ta de arena en la que se perdieron nuestros

helicópteros. Y, sobre todo, los pilotos (una

mezcla de marines, marinos y del Ejército

del Aire) no sabían repostar en vuelo. No

EQUIPOS A. La autonomía de cada grupo de comandos es una desus características. En la imagen, a bordo de un Black Hawk.

FOTOGRAFÍA: REUTERS

A LA CARRERA.La guerra de helicópte-ros surgida de Vietnames pieza clave en lasoperaciones de coman-dos. Arriba, gurjas enYugoslavia. Abajo,comandos británicosoperando en el Congo.

del avión y a las 00.01 tener el paquete

en el sitio exacto. Increíble. Pero luego

les falta sensibilidad. No saben mover-

se entre la población civil. Tienen una

tecnología portentosa, cascos de kevlar

con vídeo; navegadores GPS; pero eso

no puede sustituir al hombre. No en-

tienden más símbolos que los suyos. Y

dudo que sepan lo que supone el islam.

Un montón de rambos sueltos pueden

meter mucho la pata”.

De sus derrotas, los generales ame-

ricanos han aprendido algo: el comando

no puede operar en Somalia igual que

en Panamá. Tiene que seguir la reco-

mendación de Mao: “El guerrillero tie-

ne que moverse en territorio enemigo

como pez en el agua”. Hoy toda la infra-

estructura de fuerzas especiales del

Ejército estadounidense está organiza-

da de forma regional. Cada grupo de

operaciones especiales está especializa-

do en una zona del mundo. Su entrena-

miento y equipamiento es específico

respecto al terreno y condiciones que va

a encontrarse. Además, reciben clases

de idiomas y cultura de la zona del

mundo que les es asignada. Por ejem-

plo, el Primer Grupo de Boinas Verdes

está destinado al Pacífico; el Tercero, a

África; el Quinto, a Ásia Central; el Sép-

timo, a Suramérica. Todo este entrama-

do pasará un examen si, además de a

Afganistán, las fuerzas especiales son

enviadas contra otros supuestos san-

tuarios del terrorismo islámico en Su-

dán, Libia, Indonesia o Yemen.

En esta táctica regional, las fuerzasde operaciones especiales americanas

van a la zaga de los británicos. “Los in-

gleses del SAS son los expertos”, expli-

ca un militar español. “¿Su principal

cualidad? Pasar largos periodos detrás

de las líneas enemigas sin ser detecta-

dos. Se camuflan perfectamente. Y tie-

nen una sensibilidad especial para

adaptarse, quizá por haber tenido mu-

chas colonias y conocer territorios dis-

tintos y muchas razas y religiones. Sa-

ben ganarse a la gente. Se quitan la go-

rra se ponen una kufiya y se echan a

andar. En Afganistán pueden llevar me-

ses infiltrándose y exfiltrándose”.

Según los expertos, el SAS (Special

Air Service Regiment) y su unidad

acuática (Special Boat Section) son el

ejemplo a seguir. Disciplinados y mortí-

feros. Sesenta años de vida. Una trayec-

toria que va desde los primitivos co-

mandos de sir David Stirling contra el

mariscal Rommel en el norte de África,

en la II Guerra Mundial, hasta perse-

guir criminales nazis. Y de allí, a las sel-

vas de Malaisia y Borneo; las llanuras

de Omán; las desoladas islas Malvinas,

donde volaron un campo de aviación

con 11 aparatos argentinos en Pebble Is-

land; Bosnia o Irak, donde su misión fue

destruir plataformas de misiles Scud.

El SAS fue el modelo del coronel

Charles Beckwith a la hora de crear

Delta Force y la primera unidad en en-

trenar fuerzas antiterroristas tras el se-

cuestro y posterior carnicería de atletas

israelíes en Múnich, en septiembre de

1972. El SAS comenzó a patrullar inter-

mitentemente en Irlanda del Norte a fi-

nales de los sesenta y a partir de 1974 de

forma continuada. Entre 1976 y 1987 eje-

cutaron a 25 miembros del IRA. Y fue

sangrienta la operación que llevó a cabo

un equipo de 16 hombres del SAS el 6 de

marzo de 1988, eliminando a tres acti-

vistas desarmados del IRA en Gibraltar.

La primera ministra, Margareth That-

cher, que había dado en persona la or-

den de actuar, les felicitó.

Los expertos consultados coinciden

en que en una guerra irregular, donde

prima la calidad sobre la cantidad, los

británicos van a tener un papel estelar.

Conocen bien el terreno. Conocen a los

muyahidin, a los que entrenaron a fina-

les de los setenta. Conocen a las fuerzas

especiales paquistaníes, a las que ama-

mantaron desde su creación. Para un

coronel español: “Van a tener un papel

protagonista en este tipo de operación”.

Puede ser la primera guerra irregu-

lar de la historia. Las fuerzas especiales

parten con ventaja. La sentencia es de

un general ruso que luchó en Vietnam:

“En una guerra irregular, el ejército re-

gular, si no gana, pierde. En cambio, el

guerrillero, si no pierde, gana”. ●

Según los expertos, loscomandos del SAS son elejemplo a seguir por EE UU