Reportaje adopción!

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Adopciones fallidas El no de los niños Tras cumplir todos los requisitos que la Ley de Adopción en Chile establece, Amada y Jorge lograron hacer realidad el sueño de Anita: acogerla para siempre. Hoy, después de dos años, en el dormitorio que ocuparía la pequeña se ven juguetes sin tocar, regalos sin abrir y fotos de ella que confirman aún más su ausencia. Conozca qué sucede cuando las adopciones no resultan. L a venta de jardín está funcionando a la perfección. Todos los muebles que sobraban para la pequeña casa de los Cornejo Rojas ya se han ido y de los 52 artefactos contabilizados, quedan sólo 13. Amada Rojas, la dueña de casa, se ve radiante y regala sonrisas a quien le pregunte el precio de algo, compre o no. De pronto, la niña que lleva más de 15 minutos hurgando la caja de los juguetes, encuentra algo de su agrado y se acerca hacia el mostrador para preguntar su costo. Los ojos de Amada de súbito se empañan, mientras las pupilas permanecen fijas observando una pequeña muñeca de trapo, con largas trenzas rubias que casi topan el suelo. “Esto no está a la venta”, replica la mujer al tomar la muñeca entre sus huesudos dedos, cruzando el jardín para entrar a la casa. “Esto es de mi hija”, añade Amada abriendo la puerta que da a un dormitorio de paredes rosadas, repleto de juguetes y con muchas fotos en donde se ve a los dueños de casa abrazando a una pequeña niña. “Esto es de mi hija”, repite la mujer mientras se sienta sobre la cama que Anita, la niña que el matrimonio trató de adoptar hace dos años, debería estar ocupando. La casa de los Cornejo Rojas siempre estuvo llena de gente y era la favorita para celebrar cuanta reunión familiar apareciese por delante. Sin embargo, a principios del 2003 los hijos mayores –Jorge, 29 años y Felipe, 25- decidieron independizarse y abandonar el hogar, dejando a sus padres y hermana. “Quedamos solitos”, cuenta una Amada risueña “y los fines de semana los pasábamos sólo mi hija pequeña (Belén) y yo. El papá jugaba a la pelota o se iba a cachurear al persa”, dice esta dueña de casa al mismo tiempo que estira una arruga de su falda. El pre-adopción

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Adopciones fallidas

El no de los niños Tras cumplir todos los requisitos que la Ley de Adopción en Chile establece,

Amada y Jorge lograron hacer realidad el sueño de Anita: acogerla para siempre. Hoy, después de dos años, en el dormitorio que ocuparía la pequeña se ven juguetes sin tocar, regalos sin abrir y fotos de ella que confirman aún más su ausencia. Conozca qué sucede cuando las adopciones no resultan.La venta de jardín está funcionando a la perfección. Todos los muebles que sobraban para

la pequeña casa de los Cornejo Rojas ya se han ido y de los 52 artefactos contabilizados,

quedan sólo 13. Amada Rojas, la dueña de casa, se ve radiante y regala sonrisas a quien

le pregunte el precio de algo, compre o no.

De pronto, la niña que lleva más de 15 minutos hurgando la caja de los juguetes,

encuentra algo de su agrado y se acerca hacia el mostrador para preguntar su costo. Los

ojos de Amada de súbito se empañan, mientras las pupilas permanecen fijas observando

una pequeña muñeca de trapo, con largas trenzas rubias que casi topan el suelo. “Esto

no está a la venta”, replica la mujer al tomar la muñeca entre sus huesudos dedos,

cruzando el jardín para entrar a la casa. “Esto es de mi hija”, añade Amada abriendo la

puerta que da a un dormitorio de paredes rosadas, repleto de juguetes y con muchas

fotos en donde se ve a los dueños de casa abrazando a una pequeña niña. “Esto es de mi

hija”, repite la mujer mientras se sienta sobre la cama que Anita, la niña que el

matrimonio trató de adoptar hace dos años, debería estar ocupando.

La casa de los Cornejo Rojas siempre estuvo llena de gente y era la favorita para

celebrar cuanta reunión familiar apareciese por delante. Sin embargo, a principios del

2003 los hijos mayores –Jorge, 29 años y Felipe, 25- decidieron independizarse y

abandonar el hogar, dejando a sus padres y hermana. “Quedamos solitos”, cuenta una

Amada risueña “y los fines de semana los pasábamos sólo mi hija pequeña (Belén) y yo.

El papá jugaba a la pelota o se iba a cachurear al persa”, dice esta dueña de casa al

mismo tiempo que estira una arruga de su falda.

El pre-adopción

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Como la ausencia de los hijos trajo un silencio inusual a la casa, Amada

comenzó a analizar la posibilidad de adoptar una niñita que, además de llenar el espacio

vacío, fuera amiga de Belén, de 10 años en ese entonces. “Mi hija se aburría mucho,

estaba acostumbrada a jugar con sus hermanos grandes y siempre me pedía que le diera

una hermana”, relata Amada agregando que a su edad -52 años- tener un hijo

inevitablemente arriesga su salud. Después de una conversación en la cual le explicaron

a su hija que sí le darían una hermanita, sólo que no biológica, el papá-Jorge Cornejo-

comenzó a telefonear a todos los centros de

menores que encontró, mientras Amada

realizaba las visitas.

Así, dieron con el hogar de menores de la

Fundación Niño y Patria -ubicado en Ñuñoa-

y conocieron a Anita. “Me preguntaron qué

tipo de niñita andaba buscando”, comenta

Amada, “y yo contesté que me daba igual,

sólo quería una niñita que ojalá no tuviera a

nadie”. Después de unos segundos, trajeron a

una pequeña y delgada niña, llena de

magulladuras y de la cual lo único que se

sabía es que sus padres eran gitanos y la abandonaron al nacer. “Fue algo súper

impactante cuando la vi por primera vez. Estaba toda cochina y era flaca, muy delgada y

baja para los 9 años que tenía”.

Cuando Amada tomó en brazos a la pequeña se dio cuenta de lo liviana que era:

las carabineras encargadas del hogar le dijeron que no pesaba más de 20 kilos.

A partir de ese momento, la familia Cornejo Rojas comenzó a visitar todos los

domingos a la pequeña, con los hijos mayores incluidos. “Íbamos a tener una nueva

hermanita”, cuenta Felipe, “entonces queríamos conocerla, saber cómo era, qué le

gustaba y ver si éramos compatibles”. Y así fue.

Desde el primer día, los hijos de la familia Cornejo Rojas se encariñaron con la

niña y Belén no paraba de jugar con ella. “Más sufría yo que la Anita cuando se acababa

la hora de visita”, dice Belén entre risas mirando la foto de su “hermana” que cuelga en

la pared del living. Hasta que llegó el domingo en que la decisión de comenzar los

trámites para la adopción de la pequeña se apresuró. “Nos dijo papá, mamá, yo quiero

irme con ustedes”, dice Jorge, “aquí en el hogar las niñas me pegan y las carabineras no

Los requisitos legales que deben cumplir las personas interesadas en adoptar son los siguientes:

Ser mayores de 25 años y menores de 60 años.Que exista una diferencia de edad con el adoptado de por lo menos 20 años.Si se trata de matrimonios, al menos dos años de casados, lo que no será exigible en caso que uno o ambos cónyuges sean infértiles.Haber sido evaluados como física, mental, sicológica y moralmente idóneos por el Servicio Nacional de Menores o algún organismo acreditado ante él para desarrollar programas de adopción.

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me quieren”, agrega con los ojos llorosos diciendo que no sabe qué le dio mas emoción,

si el hecho de que los llamara papás por primera vez o que se quería ir con ellos para

recibir amor y cariño.

Las reglas de AnitaSentada en un rincón del patio, Anita observa como sus compañeras del hogar

juegan al papá y la mamá mientras acaricia insistentemente el único brazo de la muñeca

que tiene en sus manos. “Yo tuve papá y mamá”, cuenta la niña, “y eran buenos

conmigo. Me trataban bien, me hacían cariño, me daban besitos y no me decían ni un

garabato”, dice apuntando a sus amigas, quienes entre groserías y malas palabras,

deciden quién será la mamá en el próximo juego.

“Los Cornejo Rojas eran una familia excepcional”, interrumpe la sicóloga del hogar,

Francisca Osteter, sentada al lado de Anita, observando cómo juegan las niñas. “Se

notaba que se querían entre ellos y, por ende, el cariño que sentían por Anita era

verdadero”. La doctora explica que después de dos meses de visitas, se le dio permiso a

la familia para sacar a la niña todo el fin de semana y devolverla el domingo a las 6 de

la tarde. “Al poco tiempo los tenía en mi oficina para realizar las respectivas pruebas

sicológicas que el sistema de adopción en Chile requiere”, cuenta Osteter mientras se

despide de las pequeñas que ya van saliendo al colegio. Tras cumplir todos los

requisitos de la ley, los Cornejo Rojas obtuvieron el papel que los acreditaba como

tutores de Anita. “Los tutores, primero, viven con la niña durante un año, a modo de

prueba por ambas partes. Luego, si todo va bien, la adopción entra en su etapa final y la

pequeña se puede quedar en la casa para siempre”, afirma la asistente haciendo hincapié

en que durante el año de prueba –como lo suelen llamar los sicólogos- es cuando más

problemas se reportan. Y justamente en este lapso los inconvenientes comenzaron a

surgir.

“La Anita alcanzó a vivir con nosotros cuatro meses y medio”, cuenta Amada,

“y todo marchó bien hasta el tercer mes”. Al cuarto, la niña empezó a escaparse del

colegio, a responderle mal a los profesores e incluso a ofender a sus compañeras si es

que no hacían lo que ella quería. “Y en la casa era peor”, comenta la mujer, “la Anita

peleaba todo el día con la Belén y cada vez que la mandaba a hacer algo, sus gritos se

escuchaban hasta en la casa de la vecina”. Cuando Anita enterró un lápiz en la rodilla de

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su hermana por no prestarle un juguete, Amada supo que las cosas estaban fuera de

control.

“Yo sé que mis papis me amaban”, cuenta Anita al llegar del colegio, “pero

querían que me bañara todos los días, que hiciera todas las tareas, que anduviera

siempre con zapatos”. Las reglas del hogar exigen sólo una ducha cada dos días y como

las guardias no pueden vigilar a todas las niñas, Anita aprovecha para andar descalza y

pedirle a las más grandes que le hagan su tarea. “Y su jardín era muy chico, no había

árboles para colgarse de los troncos y a los perros no les podía pegar porque mi mami

me retaba si lo hacía”, reclama la pequeña haciendo referencia a una vez en que Coca –

la perra labrador de la familia Cornejo Rojas- terminó en el veterinario porque Anita le

echó cloro a su comida.

La sicóloga Osteter explica que la reacción de Anita es natural. “Los niños que

vienen de centros de menores están acostumbrados a vivir sin normas. Es una etapa de

cambio que generalmente se da durante el primer mes. Por supuesto, hay pequeños que

nunca se acostumbran”.

Mientras Amada y Jorge esperaban que Anita se acostumbrara a su nuevo medio

ambiente, la niña siguió con mala conducta. “Nos dijo que en el hogar ella podía hacer

de todo, mientras que aquí muchas cosas le estaban prohibidas y se aburría”, dice

Amada mirando hacia el suelo, como si quisiera que no se le notara la pena.

Al cuarto mes, y como Anita seguía portándose mal, Amada visitó a la sicóloga

Osteter en busca de una solución y con la esperanza de que la pequeña lograra

adaptarse. Pasada una semana, la pequeña fue descubierta robando en un supermercado,

hecho que las carabineras encargadas del hogar no pasaron por alto y tras una serie de

conversaciones, tanto con las guardias del centro como con sus papás, Anita puso fin a

la historia. “Les dije que muchas gracias por todo lo que habían hecho por mí”, cuenta

Anita, “pero que echaba de menos a mis amigas del hogar y que no podía seguir

viviendo con ellos”. Al día siguiente, la pequeña se fue dejando sobre la cama todos los

vestidos y juguetes que sus papás le compraron.

El post-adopciónCon las pupilas clavadas en las fotos de la niña y encendiendo un cigarrillo tras

otro, Jorge Cornejo explica que la ausencia de Anita lo afectó mucho más que las de sus

propios hijos. “Teníamos una relación tan linda. La llevaba a pasear, a conocer lugares y

ella siempre tomaba mi mano y reclamaba para que le enseñara más”, dice.

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El día que se fue, Anita les pidió a sus papás que no se enojaran con ella. “Entró

a mi dormitorio y dijo que no estuviéramos tristes porque nos quería mucho y siempre

seríamos su papis. Quería irse porque se aburría y propuso vernos sólo los fines de

semana. Así, ella se divertía y nosotros la seguíamos viendo”, comenta Jorge. “Caí en

depresión”, completa el hombre con un hilillo de voz, mientras Amada toma

fuertemente su mano y lo mira con expresión reflexiva.

“Ver a mi papá así ha sido una de las cosas más fuertes que me ha tocado vivir”,

cuenta Belén agregando que nunca imaginó que su padre se encerraría una semana,

rehusando siquiera a comer o hablar con alguien. “Como nunca lo había visto llorar,

sentí que el papá quería más a la Anita que a mí”.

“Fue duro”, contesta Amada al preguntarle cómo vivió ella la ausencia de Anita.

“Me sentí sola, porque mi marido estaba viviendo su pena, pero yo no podía. Estaba la

Belén, tenía que salir adelante por ella”.

“Se podría decir que la familia se desmoronó un poco”, dice la sicóloga Osteter,

quien ayudó a los Cornejo Rojas a superar la crisis. “Es complicado cuando los niños no

quieren renunciar a su estilo de vida aún sabiendo que otro mejor les espera” explica

agregando que los pequeños de centros de menores prefieren sufrir hambre antes que

vivir con reglas.

“Allá tenía más comodidades”, dice Anita, “pero acá soy feliz porque estoy con amigas

que son iguales a mí y que no se impresionan si le pego a un mayor”, agrega señalando

con el dedo a su mejor amiga, quien está dando puntapiés a las piernas de una guardia.

“Igual echo de menos a mi papá, que es el que menos me viene a ver”, cuenta la

pequeña, “pero mi mami y hermana están todos los fines de semana de las primeras

haciendo la fila para entrar”.

En Chile una de cada 100 adopciones no resultan, siendo uno de los motivos más

recurrente, la falta de adaptación del niño más que de los padres. Es difícil de creer que

habiendo niños abandonados y padres sedientos de amor, existan situaciones como estas

en la que estos “hijos del corazón”, como son usualmente llamados, no sólo se niegan al

calor cotidiano de un hogar, sino que también a vivir una infancia llena de recuerdos

que serán más que juegos, disfraces y canciones de Mazapán. Rechazan compartir bajo

las reglas de otro puesto que sienten que no son queridos por lo que realmente son

“Aquí nadie me manda”, grita la pequeña Anita con la boca llena, mientras corre tras

una de sus amigas, le tira el pelo y le quita el dulce que ésta llevaba entre las manos.

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Columnas anexas:

Actualmente en Chile, el 10% de las adopciones no llegan a buen término debido a la falta de adaptación, tanto por parte de los tutores como de los menores a acoger.

Fuente. SENAME

Año Adopciones Adopciones Niños salidos Nacionales Internacionales del país con

fines de Adopción

2003 951 36 ---

2004 458 87 ---

2005 413 70 ---

2006 425 90 ---

2007 116 30 ---

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Reportaje Nº 2

“El No de los niños”

La falta de adaptación en los niños adoptados

Alumna: Javiera Berti

Curso: Narración de no ficción

Profesor: Marcelo Simonetti

Fecha: 26 de Junio 2008

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