Reporte de Lectur1

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Reporte de lectura.

Teoría del arte de vanguardia. Renato Poggioli.

Realizado por María José Pasos.

Publicado por primera vez en 1962, la Teoría del arte de vanguardia de Renato Poggioli

constituye una colosal reflexión y categorización del fenómeno de la vanguardia, quizá uno

de los momentos más decisivos para el desarrollo de la creatividad en el arte que, sin

embargo, no cuenta con numerosos estudios de la profundidad y extensión del texto d

Poggioli. A lo largo de sus páginas, más que un recuento historiográfico sobre los

movimientos de vanguardia, el autor realiza una radiografía de su constitución, y traza ejes

fundamentales para analizar este fenómeno, no sólo como un hecho estético, sino en sus

implicaciones sociológicas, psicológicas, poéticas, históricas , estéticas, poéticas y críticas.

Enfrentado a este objetivo, se parte por reconocer aquellas fuentes que antecedieron a esta

reflexión, para delimitar un estado del arte previo a la publicación del libro. Quizá el

antecedente más destacado sea Sobre la deshumanización del arte de Ortega y Gasset, que

indaga sobre las implicaciones sociales de los movimientos de vanguardia. Pero también

existe una mención importante a la obra de Lucács El significado actual del realismo

crítico, cuya valoración de la vanguardia como decadencia la liga con el arte burgués

alienante. Por último, los trabajos de Bontempelli en Aventura Novecentista, servirán como

un antecedente desde el punto de vista de un actor del fenómeno de la vanguardia.

Así, Poggioli parte por desentrañar el origen del término vanguardia, recogido del lenguaje

militar, y que, para no caer en anacronismos, puede ser rastreado a partir de la segunda

mitad del siglo XIX. En ese sentido, se enlaza el origen del término vanguardia en el

ámbito de lo artístico con la otra vanguardia: la política y revolucionaria. Como apunta el

autor, el término sufre un desplazamiento del término de lo político, quizá también

producto de la participación de poetas como los decadentistas franceses en el ámbito de las

revueltas revolucionarias, pero, una vez hecha la transferencia de lo político a lo estético, el

término vanguardia llega para quedarse y con el paso del tiempo adquiere mayores

resonancias.

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Abordar la vanguardia en su sentido múltiple y al mismo tiempo general, como fenómeno

de la cultura moderna, implica considerarla como un hallazgo dentro y fuera del arte

mismo, y conferirle una dimensión psicológica común, visualizarla como un hecho

ideológico único. Esta es la empresa a la que se dedica Poggioli. Su densa categorización,

que analiza las distintas aristas de la vanguardia, hace de su obra un objeto sumamente

difícil de resumir, por lo que, en función de este trabajo, intentaré puntualizar las ideas que,

a mi juicio, marcan las líneas conductoras del libro.

En primer lugar, la diferencia que entre Escuela y movimiento, que marca la diferencia

con las vanguardias y evitan caer en peligrosos anacronismos, nos resulta también útil a la

hora de considera la temporalidad de la vanguardia, ya que, si bien la perspectiva del autor

no es para nada cerrada en el tiempo, es muy cuidadoso de no caer en las trampas de

considerar fenómenos anteriores al surgimiento y aplicación del término como vanguardias,

propiamente como tales. En ese sentido, el Romanticismo marca la pauta de lo que sería un

movimiento estético, y diferenciado de la escuela, nos sirve para establecer esa distinción:

mientras que en una escuela, los adherentes conciben los principios estéticos que la rigen de

forma inamovible y en función de tal o cual maestro, y cuya preservación de sus propios

estatutos se resume en la frase ars longa vita brevis el movimiento se constituye como

dinámico. No se centra en un maestro, sino que entra en diálogo con otros factores que la

habitan y rodean.

La dialéctica de los movimientos funciona entonces para entender la vanguardia de forma

relacional, y no estática. Los momentos, relacionados unos y otros entre sí, serían: el

activismo, que se define por el entusiasmo por la velocidad, la confianza y valoración de la

tecnología y la velocidad, que junto con la idea de lo nuevo, propicia a la aventura como

guía. El antagonismo, por otra parte, funcionaría en tanto que se concibe un oponente, un

enemigo frente al cual levantar no sólo la estética, sino las estrategias para llevarla a cabo.

De esta forma, se crea en el movimiento un sentimiento de secta, de repliegue de filas en

contra del enemigo común, que podría ser tanto un ser individual como un concepto como

“arte burgués”. El nihilismo, por otra parte es la radicalización del antagonismo, y se

concibe como la destrucción por la destrucción misma. Pensemos en la radicalización del

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Dadaísmo, que desemboca en la disolución del discurso en la sinrazón y el goce del sonido,

la confrontación y la risa irracional.

Por último, el agonismo se plantea cuando el desinterés por el enemigo y su derrota plantea

la ruina del movimiento en sí, que, para ese momento, adopta tintes proféticos e iniciáticos.

El movimiento se repliega, y se protege de futuros plagios, se cae en una concepción de la

vanguardia como fundacional de un cierto período estético, después de lo cual nada puede

volver al mismo cause, pero tampoco puede alcanzar el momento cumbre que vivió con el

movimiento.