Rescátame y te llevaré conmigo

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Rescátame y te llevaré conmigo

Luna González

Primera edición en digital: Abril 2017

Título Original: Rescátame y te llevaréconmigo

©Luna González

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©Editorial Romantic Ediciones, 2017

www.romantic-ediciones.com

Fotografía: Izquierdo Fotógrafo.

Diseño de portada: Borisgrafic.

ISBN: 978-84-16927-30-2

Prohibida la reproducción total oparcial, sin la autorización escrita de lostitulares del copyright, en cualquiermedio o procedimiento, bajo lassanciones establecidas por las leyes.

Índex

Prólogo

Page 4: Rescátame y te llevaré conmigo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

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Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

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Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

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Capítulo 31

Capítulo 32

Agradecimientos

A Antonio

Vuela alto

PRÓLOGO

“You give me something” JamesMorrison

DANIEL

Año 2012. Herat, Afganistán.

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El rebufo de los rotores había levantadouna gran polvareda. Un grupo de casasde barro y algún curioso que nosobserva con cautela, es lo único que veodesde la cabina. Mientras la enfermerade vuelo, un rescatador y dos soldadosde protección están comprobando cuáleshan sido los daños ocasionados por unaexplosión en una de las casas delpoblado, nosotros no dejamos deinspeccionar a nuestro alrededorcualquier movimiento extraño.

—Daniel, ¿un chicle? —preguntaAndrés, mostrándome un paquete azul.

Sin dirigirle la mirada a mi compañero,extiendo la mano, cojo una gragea y la

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meto en la boca.

Me inclino ligeramente para comprobarla situación en la que se encuentra elresto de la tripulación en tierra.Apostado en lo que queda de puerta, veoa uno de los soldados sujetando su armae intuyo que los demás estarán en elinterior. Le observo mientras vigila a sualrededor y, al instante, acompañado delos demás, camina hacia el helicóptero.

—Ya vuelven —informo al copiloto, elcual empieza a comprobar que lossensores están en la posición correcta.

Aumento la potencia del motor,preparándolo para el despegue. Abro ycierro las dos manos para, sin perder un

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segundo, poner la izquierda en el mandocolectivo y la derecha en el cíclico.

—Un herido y una baja —notifica elsargento, que acaba de subir al aparato.

—Avisad cuando estéis listos para eldespegue —indico. Les escucho hablarmientras se

van posicionando en la parte trasera yayudan a sujetar al herido. Un golpeseco me anuncia que todos están a bordoy han cerrado la puerta.

—Preparados para el despegue —meavisan.

El ruido del rotor acompaña a la

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inmensa nube de polvo que se haformado al empezar a

elevarnos y, cuando la distancia delsuelo lo permite, voy cediendo el morrocon suavidad hacia adelante paraemprender el vuelo de regreso a la base.

Llevamos varios minutos de trayecto,cuando la enfermera de vuelo se pone encontacto

a través del intercomunicador:

—Capitán. —Escucho por elintercomunicador, tras varios minutos devuelo. Levanto las cejas, sorprendidopor su forma de dirigirse a mí. Nunca lohace por mi rango, sino por mi nombre,

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y en este caso, además, está esperandoconfirmación para hablar. Algo no vabien.

—Dime.

—Está rasurado —me comunica y en sutono se adivina preocupación.

—No te entiendo, ¿qué pasa? —pregunto con el fin de comprender suinquietud.

—¡Que le he quitado la ropa y estátotalmente rasurado!

No me altero e intento no alarmar alresto. La proximidad del pueblo a unade las vías utilizadas por los vehículos

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del ejército, junto con lo que me acabade comunicar la enfermera, cambia deltodo el resultado del rescate. Es muyposible que estemos trasladando aalguien a quien le ha estallado unabomba mientras la fabricaba. Unabomba, con toda probabilidad, destinadaa atentar contra los nuestros. La ausenciade pelo, podría ser una señal de quetenía previsto adherir a su piel algúntipo de artefacto.

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—Andrés, comunica la información aCamp Arena .

Como esperaba, ante la posibilidad deque sea un terrorista, las instrucciones

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que llegan son las de inmovilizar alherido.

—Esposadle y no permitáis que semueva —comunico a la tripulación de lamanera más aséptica que puedo, pero enmi interior se mezclan sentimientos derabia y confusión.

—No te preocupes, las heridas sonbastante graves y he tenido que sedarleantes de la

intubación.

Las colinas áridas de Afganistán sesuceden sin apenas vida y la crudeza delterreno no deja nunca de impresionar. Laausencia de color y movimiento suscita

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extraños interrogantes: ¿Es este elaspecto de un lugar en el que las cosasestán por llegar y crearse?

O, por el contrario, ¿es el resultado dehaber arrasado con todo lo existente enel pasado, acercándose lentamente almundo de la nada? Y te cuestionas si elpaisaje es el reflejo de su pueblo, o solodel engaño de unos pocos que nopermiten que la libertad llegue a susgentes. Pero luego recuerdas qué te hallevado allí: la esperanza y el propósitode ayudar a hombres y mujeres del otrolado del mundo para que una pazdeseada y ansiada reine en

cualquier rincón.

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—¡Francotirador a las dos! —exclamandesde la parte de atrás.

—¡Sujetaos! —ordeno, mientras realizoun viraje brusco a la izquierda, dejandola panza del aparato expuesta a losdisparos—. ¿Alguien ve otro? —pregunto al tiempo que

enderezo, tras el cambio de trayectoria.

—¿Respondo al fuego? —pregunta unode ellos.

—Ya ha quedado atrás, déjalo. No nospuede alcanzar.

Andrés comprueba los parámetrosmientras yo corrijo el curso para llegar

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a destino.

—¡Sobre la colina de la izquierda! —grita nervioso un chico que vuela connosotros por primera vez.

—No veo nada —dice Andrés, quedesde su posición tiene mejor visión dela zona—.

¡Joder, son un puto grupo de cabras!

—¡Lo siento! —responde el pobrenovato.

Oigo su respiración alterada por elintercomunicador. En cuanto te plantasen el país tus sentidos se disparan paraestar en estado de alerta en todo

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momento. Y te pones en guardia si noves con claridad el trasero de uncamello, imaginando que puede ser unposible

atacante.

—Y ahora, a ser posible —imploraAndrés, mientras no cesa de controlarcualquier movimiento en tierra—,¿podríamos volver a la base sin ningúnincidente más?

—Mañana me largo —le contesto—, asíque ten por seguro que vas a llegar atierra de

una pieza.

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—Capitán Pagán —interviene laenfermera de vuelo y, por su entonación,adivino que

está sonriendo—. ¿Tiene previsto volveren breve?

Ese tono de voz y la mirada que intuyodebe dirigir a la cabina, hace quelleguen a mi mente los momentos en quenos hemos perdido en los rincones másoscuros del hangar.

Encuentros en los que, en más de unaocasión, ni nos entreteníamos enquitarnos por completo el uniforme, soloborrábamos de nuestra mente tensiones ypreocupaciones, mientras nuestraspieles, libraban una guerra muy diferente

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a la que existía fuera de esas paredes.La verdad es que habíamos pasado muybuenos ratos juntos.

—Como vuelva, le darán lanacionalidad —se mofa Andrés—. ¿Opiensas batir algún

tipo de récord?

—Esa rivalidad te va a matar,compañero.

A pesar de las frases que cruzamos,todavía noto el nerviosismo en larespiración del chico nuevo.

—¿Crees que el teniente Morrison tieneintención de despedirse de mí? —digo

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intentando relajar el ambiente.

—¡Síííííí! —grita ella—. ¡Cómo voy aechar de menos esto!

Andrés sonríe y manipula el canal queestamos utilizando para nuestros

intercomunicadores.

Empieza a sonar You give me something,de James Morrison, y pienso en lo queAfganistán me ha dado. Mentalmente medespido de un país que, tras visitarloocho veces, despierta en mí ilusión porun nuevo futuro y recelo de un presentemuy oscuro, a partes iguales.

Una llanura desértica se presenta frente

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a nosotros y, tras descartar laposibilidad de peligro, viro consuavidad el aparato hacia la izquierdapara luego recuperar la posición y hacerlo mismo por la parte derecha.

Andrés, la enfermera de vuelo, elsargento y yo, cantamos como en otrasocasiones, sintiendo la belleza de unacanción, en un lugar donde, a pesar deque hemos comprobado las atrocidadesde las que es capaz el hombre, tambiénhemos crecido como personas, tomadoplena conciencia de la importancia denuestra profesión y multiplicando pormil nuestra consideración haciaconceptos como la amistad y elcompañerismo.

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CAPÍTULO UNO

“Hold my hand” Jess Glynne

NATALIA

Año 2015. Palma de Mallorca.

—Dos gin tonics de Seegrams, uno deBombay y una cerveza.

Me muevo rápida tras la barra, cojo trescopas grandes, las lleno de hielo y lasdejo frente a la chica que me las hapedido. Jess Glyne canta y yo medesplazo hacia la derecha y, mientrassigo el ritmo con la cabeza, agarro unabotella de ginebra en cada mano. Tengoque frenarme en seco para no chocar con

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Hugo, que pasa por mi lado con tresvasos de tubo en una mano y una botellade JB en la otra. Cuando me agacho parasacar los botellines de tónica de dentrode la cámara, oigo la voz de Lucas queme grita:

—¡Natalia, cuidado! Que te pongo unabanderilla.

Miro sobre mi hombro y le veo casipegado a mi trasero mientras lleva unacaja de cervezas.

—Ya te gustaría a ti.

Seguimos de un lado a otro, atendiendoa todo el que llega a nuestra barra.Como cada

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viernes, Dralion está a reventar y lagente se apiña para pedir su bebida.

—¡Perdona, guapa! —me llama un tipomientras acabo de servir la comandaanterior.

—Un momento, ahora le atiendo. —Espero que haya notado que no estoypara

chorradas de machitos ridículos. Si no,ya lo hará cuando su copa caiga poraccidente sobre sus pantalones.

—Ya me encargo yo, Natalia —meindica Lucas, rescatándome del babosode turno mientras se acerca a él paraservirle.

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Devuelvo el cambio a los últimosclientes y me dirijo al lado opuesto,donde ha llegado un grupo de chicas,cuando oigo un grito inconfundible:

—¡Malditos sean sus ojos!

—¡Lo siento, llega usted tarde! —respondo a la vez que me doy la vuelta,para ver a una de las pocas personas quesabe que esta frase de la película Eljovencito Frankenstein siempre mehace reír. Con la cantidad de veces quela hemos visto y seguimos riendo concada escena como si fuera la primeravez—. ¡Rubia! —grito a la vez quecorro para tirarme en sus brazos.

Mara y yo nos conocimos cuando

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éramos niñas y nuestros hermanosjugaban al fútbol

en el mismo equipo. Domingo adomingo, partido tras partido, nuestrasfamilias vivían a merced del calendarioliguero y ahí, junto a nuestra otra amigaLina, nos convertimos en inseparables.

—¿Cuándo has llegado? —le preguntocon voz demasiado alta. Entre el sonidode la música y el alboroto del grupo deniñatas que acaba de llegar no hay quienmantenga una

conversación.

—Hace solo unas horas. He cenado conla familia y he venido hacia aquí.

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—¡Jefa! Se te acumula el trabajo —meavisa Hugo—. ¡Hola, Mara! París tesienta de

miedo —suelta con gesto provocativo—. ¿Cuándo vamos a quedar tú y yo?

—Cuando me moleste la ropa te aviso,pero por el momento creo que seguirévestida.

—Continúo con lo mío —digo,señalando a la gente que espera en labarra y que no parece estar muy deacuerdo en que mi amiga y yo sigamosponiéndonos al día.

—¿Por qué no me pones una cervezamientras me doy una vuelta a ver a quién

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me encuentro?

Llevamos un par de horas sin parar, peroen este momento nadie necesita seratendido

así que yo estoy bailando con Hugo alritmo de Uptown Funk, de Bruno Mars.Adoro a mis dos compis de barra. Mioasis ruidoso, estresante y bullicioso locomparto con dos ángeles-diablos que lerobaron al cielo un gran corazón y alinfierno unos cuerpos diseñados para lalujuria. A pesar de ello, mi relación conellos es casi fraternal, lo que dicemucho de mi inexistente interacción conel sexo opuesto en temas de lujuria.Nunca, y cuando digo nunca es nunca,

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los he mirado con intenciones que fueranmás allá de la camaradería que ahoranos une. Hugo y Lucas son más jóvenesque yo, como el resto de

camareros de la sala, y ellos, adiferencia de mí, concentran todos susesfuerzos en el acercamiento hacia elsexo opuesto. Al cabo de poco tiempo,ya nos entendíamos a la perfección. Yoles ayudaba en sus propósitos,echándoles algún cable cuandonecesitaban cubrir su objetivo, ymientras ellos se habían convertido enmis fieles protectores impidiendo quenadie invadiera mi espacio más de lodeseado.

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Lucas se une al baile y empezamos adescontrolarnos. Con canciones comoesta, nos dejamos llevar y,aprovechando que a los tres nosapasiona bailar, damos un poco deespectáculo y animamos a los que estánmás cercanos a la barra. El ritmo de lamúsica crece, nuestros movimientos sonmás intensos y la gente se une,llevándonos a una fiesta en la que todosacabamos saltando enloquecidos.

Recupero el aliento poco a poco,mientras el resto de la clientela siguecon la juerga ya por su cuenta y yoaprovecho para acercarme a mi amigaque ya ha acabado con su ruta dereconocimiento.

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—¿Has visto algo interesante? —lepregunto mientras recojo mi pelo en unacola alta,

con el fin de dejar mi nuca despejada.Este baile bien ha valido como mediaclase de step.

—Los mismos buitres, cotorras, víborasy zorros de siempre —responde conhastío y la

mirada fija en la pista—. Chica, trabajasen Natura Park.

Intento reprenderla, pero mis carcajadashacen inteligibles mis palabras. Cuandoconsigo recuperar el habla, me acercoun poco más poniendo mi mano sobre el

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antebrazo

de ella.

—Hay gente muy maja, Mara —le digo,intentando liberarla de esa cara de ascocon la

que me mira.

—Claaaro —suelta con clara ironía—,por eso tú estás rodeada de hombres

encantadores a tu alrededor. —Hace unapequeña pausa y con un gesto casiimperceptible señala la pista—. Ya megustaría verte a este otro lado de lafrontera.

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Mara es fotógrafa profesional y decidióirse a París a probar suerte antes declaudicar y dedicar su talento a retratarcomuniones y bodas. Por fortuna, eldestino ha sido justo y ha conseguidotrabajar para una agencia que se dedicaa reportajes de moda.

—¿Qué le regalamos a Lina por sucumpleaños? —pregunta, mientras sebebe su tercera cerveza.

—No te preocupes, yo ya me heocupado de ello, pero… —dudo unsegundo de cómo

continuar—. Yo no sé si mañana…

—Mañana es el cumpleaños de Lina y

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vas a ir.

Soplo y desvío mis ojos hacia el otrolado de la barra buscando algún clienteque me rescate de la que me va a caerencima.

—Me da igual todas las chorradas queme sueltes para escaquearte. —Seacerca más a

mí para ser todo lo contundente que ellasabe hacerlo—. Vas a ir y punto.

—Sabes que los fines de semana,cuando no estoy aquí, me gusta dormir,descansar y

perrear todo lo que puedo.

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—A otro perro con ese hueso. No me lotrago —protesta y bebe de su cerveza.

—No conozco a toda esa gente —digocasi en un susurro, y el “casi” es porqueen un

bar de copas no se puede susurrar.

—¡Por el amor de Dios, Taly! —gritacon las manos levantadas—. ¡Quécansina puedes

llegar a ser!

Taly es como me llama mi pandilla, esdecir, Mara, Lina y nuestros hermanos.Nadie,

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absolutamente nadie, me llama así, aexcepción de ellos. Entre otras cosas,porque yo no se lo permitiría. Es algonuestro, que para mí tiene un significadomuy especial.

—Cualquiera diría que vamos a unaaudiencia en el Palacio Real —siguediciéndome mientras mueve la cabezamostrando su desacuerdo—. Somosnosotros y los amigos de Javi.

—Amigos de Javi. —Mi fuerza devoluntad a la hora de atreverme a asistira la fiesta ha vuelto a caer un par deenteros—. Este es otro tema. Mara, ¡sonpilotos del ejército! —

exclamo dejando claro mi desagrado.

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—¿Y? —suelta dándole la mínimaimportancia a mi comentario.

—Pues que seguro que estará lleno delespécimen machito prepotente, altivo ysoberbio. —Suelto un bufido y desvío lamirada—. Es justamente el perfil dehombre con el que no deseoencontrarme.

—¡Que son hombres, no orcos deMordor! —exclama dejando claro queya está

cansada del tema. Con la mano hace ungesto para que me acerque más y presteatención a sus palabras—. Además,¿desde cuándo no podemos quitarnos deencima a cualquier impresentable? —No

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estoy muy convencida pero aun asíafirmo con la cabeza—. Al primero quese pase, aquí la rubia, empezará arepartir tortas como panes y entonces

aprenderán lo que es volar de verdad.—Intenta hacerme reír para que se vayanaplacando todas mis reticencias—. Taly,mañana iremos a la comida, seremossimpáticas y nos comportaremoscorrectamente. —De repente me coge elbrazo, y me mira a los ojos de manerafirme, pero transmitiendo también unagran dosis de comprensión en su mirada—.

¿Sabes por qué? Porque eso hará feliz aLina.

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Le doy la razón, consciente de que ya nohay nada que hacer y le dedico unasonrisa,

que expresa lo mucho que la quiero. Ellaes única para espabilarme cuando yo meobceco en tonterías, cosa que en losúltimos tiempos pasa más de lo deseado.

Empezamos a comentar el regalo quetengo preparado, cuando un chico seacerca a Mara por su espalda.

—Perdona, ¿nos conocemos de algo? —le dice acercándose demasiado a miamiga.

Angelito, le va a caer la del pulpo.

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—No lo creo, no soy de aquí —contestaMara, sin dirigirle la mirada.

—¡Ah! Entonces, ¿estás aquí por trabajoo placer? —sigue preguntando curioso yacercándose al acecho como un gato encelo.

A estas alturas ya tengo claro que, enbreve momentos, seré testigo de unaejecución en directo. La paciencia deMara con los moscones de barra esinexistente. Y el topicazo de lapreguntita se las trae.

—Por trabajo —contesta Mara—. Estoyaquí por trabajo.

¿Trabajo?, pienso. ¿Qué puede estar

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pasando por esa cabecita para que leconteste que

está en la isla por temas laborales?

Mara endereza la espalda y, luciendo sumejor sonrisa, se gira para quedar frentea frente con su nuevo admirador.

—Soy uróloga.

¡Esa es mi chica! ¡Empieza elespectáculo!

—¿Uróloga? —dice el pobre casigritando a la vez que, por un instinto deprotección masculino, cruza las piernaspara poner a buen recaudo suentrepierna—. Qué interesante… —

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continúa balbuceante, mientras intentarecuperarse de la impresión.

—Sí, mucho. Estoy en un proyecto quepromete ser de gran interés en el futuro.—

Dando un respingo, Mara se lleva lasmanos a la cara para continuar hablandocon los ojos muy abiertos—. A lo mejorte interesaría formar parte del estudio.Necesitamos voluntarios.

—¿Voluntarios?

En estos momentos está claro que él yano tiene capacidad para elaborar unafrase más

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larga. Su gesto le delata y se nota que sucabecita en lo único que está trabajandoes en cómo desaparecer.

—Sí, es muy sencillo. Los datos queestamos recabando son muy básicos.Grado de rigidez del miembro, ángulodel mismo durante la erección y tiempode recuperación entre diferenteseyaculaciones. Por cierto… —Coge suteléfono y teclea con rapidez—. ¿Qué

edad tienes? Creo que podría incluirteen un grupo —Realiza una pausa queaumenta la tensión facial del pobrechico—. Para este mismo lunes. —Marano levanta la vista de la pantalla de sumóvil y pone gesto angustiado—. Lo

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único es… —Se lleva el dedo índice ala boca y le pregunta—: ¿Has tenidorelaciones en las últimas 48 horas?Necesitamos que todos los presentesestén en igualdad de condiciones.

En muchas ocasiones ser amiga de Maraimplica contener los espasmos cuando larisa

es casi inaguantable. Y aquí estoy yo,con expresión inescrutable, a la esperade saber si aquel pobre chico habíatenido relaciones en los dos últimosdías.

—El lunes estoy de viaje, no va a poderser —le responde mientras empieza asepararse

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de la barra con intención de alejarse denosotras—. Lo siento, pero tengo quedejaros, me esperan mis amigos. Hasido un placer.

Y huye. ¡Por supuesto que huye! A loshombres les puedes hablar de cualquiercosa, pero es oír urólogo (en este casouróloga) y cierran las piernas mientrascorren en dirección contraria.

—¡Recuerda que a partir de los cuarentaes conveniente que os realicen un tactorectal para evaluar vuestra próstata! —grita Mara a todo pulmón mientrasperdemos de vista al que, por unmomento, había sido nuestro primervoluntario para un estudio que, si no se

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ha hecho ya, creo que alguien deberíaplantearse muy seriamente llevarlo acabo.

***

Después de dormir menos horas de lasque me apetecen y con la inquietud queme genera conocer gente nueva, aquíestoy, aparcando mi coche cerca de laentrada del Club Militar donde vamos acelebrar el cumpleaños de Lina.

Javier y mi amiga se conocieron hacepoco más de un año y entre ellos seprodujo el flechazo del que solo oímoshablar en los libros románticos. Chicoconoce chica, chica mira a chico, lesonríe y… amor en toda regla. Tampoco

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era muy extraño en su caso. Los planetasse habían alineado para que una de lasmejores mujeres que he conocido seencontrara con un extraordinarioespécimen de varón en vías deextinción, es decir, uno que cuenta conmi aprobación. Y es que, tras algunosacontecimientos ocurridos en mi pasado,estoy más a favor de la lucha en defensade las ballenas, que de salvar a lamayoría del género masculino. Puesbien, Javier, salvado.

Él se había encargado de prácticamentetoda la preparación del cumpleaños deLina, incluso de intentar convencermepara que asistiera a la comida. Entre suinsistencia y el ultimátum de Mara, no

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me ha quedado más opción que asistir. Amodo de mantra, me repito lo mucho quequiero a Lina, a ver si de esta maneraempieza a cambiar mi actitud de rechazoa cualquier concentración de gentedesconocida, sin barra de por medio.

Lo siento, pero ahora mismo no estoy enmi etapa vital más sociable y pensar quevoy a estar rodeada de desconocidos megenera una ansiedad que, sumada a mifalta de sueño, se traduce en un humorde perros.

Tras cerrar mi coche, empiezo a caminarhacia la entrada del club. Me abro unpoco la

cazadora y, cuando me dispongo a

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entrar, una voz se dirige a mí con másautoridad de la que mi ánimo es capazde tolerar en este momento.

—¡Señorita!

Me giro y me encuentro con un hombrede unos sesenta años, con más barrigaque pelo

y vestido de uniforme, que me haceseñas para que me acerque a la garita enla que se encuentra.

Levanto las cejas y abro los ojos,sorprendida. Miro a mi alrededor, antesde meter la pata y atribuirme unllamamiento que no corresponde, y al nover a nadie por allí, me señalo el pecho

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con un dedo en actitud inocente

—Sí —contesta a mi silenciosa preguntamientras examina de abajo a arriba misdeportivas lilas y mis vaquerosdesgastados para, al final, alzar suescrutadora mirada hacia mi cazadorade piel, sin que parezca que ninguna delas prendas haya logrado su aprobación.— ¿Tiene usted invitación?

—¿Perdone? No le entiendo —le digoladeando la cabeza, dando a entender miabsoluto desconocimiento de lo que meestá preguntando.

—Lo siento, pero sin autorización no meestá permitido dejarla pasar. Tiene queentender que este es un recinto militar y

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no puede entrar cualquiera.

¿Cualquiera? ¿Ha dicho cualquiera? Enmi cabeza empiezo a repetirme cuántoquiero a

Lina y todo lo que ha hecho por mí parasentirme en deuda con ella y, de estamanera, obligada a seguir frente a aquelhombre.

—Verá —digo, mientras intento adivinarcuál será la mejor fórmula para que esteencuentro acabe cuanto antes—, quizásno le he mencionado que estoy invitadaa una comida que se celebra aquí y meestán esperando.

—¿Y tiene invitación? —insiste en su

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discurso.

Aprieto los labios, conteniendo lasganas de ponerme a chillar que no tengola dichosa invitación.

—Si me permite hacer una llamada, creoque solucionaremos este malentendido—le digo mientras cojo mi móvil ymarco a toda velocidad—. Mara, soyyo. Estoy en la puerta y no me dejanentrar. Dile a Javi que si en dos minutosexactamente no hay alguien aquí, mevoy. —Cuelgo y levanto la mirada deinmediato para dirigirla al guardián delcastillo, el cual continúa con suescrutinio—. En dos minutos, para bieno para mal, nuestra conversación habrá

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acabado. —Así, con el deseo de quenadie haga acto de presencia, le doy laespalda, levanto la barbilla con gestodesafiante y fijo mi mirada en lacarretera.

En el mismo momento en el que secumplen los dos minutos que yo habíadado de margen antes de mi ansiadahuida, alguien se dirige a mí y su voz mesobresalta, ya que estoy segura de queno se trata de la misma persona que hallevado a niveles insospechados mi malhumor.

—Hola, ¿eres la amiga de Lina?

—Sí, y por lo visto un peligro para laseguridad nacional al que no dejan

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entrar.

La contestación sale de mi boca antes demirar siquiera a quién me dirijo. Unresoplido que proviene de la cabinadonde se encuentra mi amigo “no puedepasar cualquiera” me obliga a alzar lavista justo a tiempo para toparme con sumirada reprobatoria.

—Está con nosotros —indica otra vez lavoz a mi espalda.

¿Pero esto qué es? ¿La mafia? “Está connosotros”. Aquello me suena a “es unode los nuestros”, “personalautorizado”, “miembro del equipo” ymi falta de control se lanza a laaventura.

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—Estar, lo que se dice estar, estoy en lacalle, ya que aún no me han dejadopasar de la puerta.

De repente, el hombre que hasta elmomento estaba detrás de mí, se inclinahacia la ventanilla de la garita ycontinúa hablando con el responsable dela puerta sin hacer caso de micomentario.

—¿Quiere que firme yo en el registro?—pregunta el recién llegado, a la vezque veo

cómo el hombre de la garita le facilitaun bolígrafo para que firme una hoja.

—¿No me van a cachear? —intervengo

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intentando provocar alguna reacción conmis palabras.

¿Os había dicho ya que mi falta decontrol campa a sus anchas y mis ya depor sí escasas reservas de autocontrol sehabían agotado, verdad?

—Quizá lleve un bazuca metido en loscalcetines —continúo, visto el pocoéxito de mis

pullas contra ellos.

Una vez cumplimentado el registro, notocómo la mano del desconocido secoloca en mi espalda dando a entenderque me mueva y que ha llegado elmomento de acabar con

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esta situación. Pero, sobre todo, imaginoque lo que desea es que deje de hablar.

Él camina a mi izquierda y, al igual queyo, lleva las manos metidas en losbolsillos de su cazadora. Aún no le hemirado a la cara, ya que para hacerlotendría que levantar la vista bastantescentímetros. Además sigo enfadada, asíque mantengo una actitud muy digna.

—Me ha puesto histérica —digo pararomper el hielo—. Primero no medejaba entrar y

luego solo me miraba.

—A lo mejor, como se pasa tantas horasahí dentro, estaba aburrido y te miraba

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sin mala intención.

Aquel tono pausado hace que mi firmeconvicción sobre la injusticia a la quehabía sido sometida se esfume y pierdatodo sentido.

—¡Aaaah! —grito, siendo consciente dela falta de razón en toda mi actuación—.Es que tengo sueño y soy muy bordecuando no duermo —le explico entrepucheros, mientras

un sentimiento de culpa me invade—. Yale dije a Mara que no era buena idea queviniera sin dormir, porque seguro queacababa mordiendo a alguien —sueltolevantando las manos—. Pues aquí lotiene. La he liado antes de entrar.

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Al segundo siguiente noto cómo él sedetiene y le veo por primera vez. Mimetro sesenta me obliga a levantar lavista para observarle. Pelo castaño algorevuelto, rostro anguloso con un hoyuelono demasiado marcado en la barbilla yuna nariz ligeramente desviada, víctimade algún percance, estoy segura. Llevaunas gafas de aviador, cómo no, concristales de espejo que, ¡vaya por Dios!,son idénticas a las que llevo yo. Pero,sin

lugar a duda, lo que concentra miatención y me impide proseguir con mitorpe tentativa de justificar micomportamiento, es su sonrisa. Es pícarae infantil al mismo tiempo, lo que en mi

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idioma tiene una traducción muy simple:“peligro, peligro, peligro”.

—Por cierto, soy un desastre, ni te hepreguntado quién eres —digo en unmomento de

lucidez, mientras dejo caer mishombros, intentado demostrarle quetengo claro lo inapropiado que ha sidomi comportamiento.

Abatida y cansada, me quedo mirandomis zapatillas.

—Daniel — responde divertido.

—Yo, Natalia. —Hago una pausa ylevanto la mirada del suelo intentando

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ser lo más agradable posible—. Graciaspor hacer que no me encerraran en unaprisión militar o a donde llevéisvosotros a los que se rebelan y sondesagradables.

Él acentúa su sonrisa y con voz másprofunda de lo que yo esperaba, susurra:

—Yo no daría todavía las gracias. Deaquí, lo difícil es salir.

Me planta dos besos y reanuda lamarcha. Yo me quedo paralizada comosi fuera el hombre de hojalata del Magode Oz, esperando que alguien venga arociarme con aceite.

Tendría que haber recordado que estoy

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en un recinto militar y seguro que esosdos besos, unidos a su tono de voz, es unarma química en proceso experimental.Pues si quieren mi opinión, funciona.Tanto es así que hasta que unos niños nogolpean mi pierna con una pelota poraccidente, yo no reacciono.

Una vez me recupero del estado deidiotez en el que me encuentro, aceleroel paso para alcanzarle y vuelvo acolocarme al lado de Daniel, que pareceno tener intención de entablar muchaconversación y además desaparece encuanto llegamos al destino.

Accedemos por una rampa al lugardonde está prevista la comida. No atino

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a enmarcar

este patio en ningún estilo arquitectónicodefinido. Yo creo que el que ideó esteespacio, lo único que tenía claro es quese lo quería pasar muy bien. A un lado,un par de parrillas destinadas abarbacoas, dan señales de habercumplido con su misión infinidad deveces.

Es justo ahí donde descubro a Alex, elhermano de Lina, que se está peleandocon la leña para que prenda por igual ypueda lucirse con una de susespecialidades, las macro paellas.

A pesar de las fechas, le veo acaloradomoviéndose de un lado a otro en mangas

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de camisa y muy concentrado en lafaena, que siempre suele realizar conalguna copa en la mano. La ubicacióndel fuego le es favorable, ya que junto alas barbacoas hay una especie de barprovisto de cámaras frigoríficas y variostiradores de cerveza. ¡Gracias a Dios ya las Fuerzas de Seguridad por tanadecuado presente! Un par de cañitasayudarán a mis habilidades sociales.

El jaleo de charlas y risas del resto deinvitados me obliga a cambiar de ángulomi mirada para dirigirla a un granporche cubierto, con largas mesas demadera y sus correspondientes bancos.Todas las paredes son blancas y en estazona en concreto están decoradas con

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escudos que no había visto en mi vida.No creo recordar un sitio así en ningunade las escenas de Top Gun, aunquepensándolo bien, qué sabrán ellos deuna buena fiesta.

La mayoría de los asistentes, seencuentran bajo esa especie decobertizo, dando cuenta

del aperitivo que se encuentra sobrecoloridos manteles de papel. Me acercocon cierto recelo, buscando a misamigas entre la gente. Lina es la primeraque advierte mi presencia y, antes dedarme cuenta, ya ha cruzado corriendola distancia que nos separa y la tengocolgada de mi cuello gritando como una

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loca.

—¡Has venido! ¡Has venido!

¡Ay, mi niña, que me la como! Nadieabraza como nuestra Lina. Nuestro ositoparticular. Mara y yo somos un pocotacañas en lo que a muestras de afecto serefiere, pero ella no. No es de esas tíasempalagosas que se pasan el díadiciendo que te quieren.

¡Gracias a Dios! Porque nosotras somosmás del lado oscuro y no la hubiéramossoportado. Ella lo que hace es quererincondicionalmente de formaespontánea, sincera y natural.

—Gracias por venir. —Escucho decir a

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Javi, justo detrás de mí.

Me giro y le doy un abrazo acercándomea su oído.

—No te fíes de ella. Con esa cara deángel hace de nosotros lo que quiere.

—No lo dudes, yo ya estoy perdido —me contesta con una sonrisa en loslabios y veo

en su mirada el agradecimiento por estarallí.

¡Menuda pareja! Estoy convencida queengendrarán Premios Nobel de la Paz.

—¡Pero si Taly ha venido encantada! —

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dice mi rubia, apareciendo por miespalda—.

Apenas le mencioné lo de la comida, yaestaba eligiendo modelito. Por cierto,¿se puede saber qué llevas puesto? —Laversión más ácida de Mara nos deleitacon su presencia.

—¿Se puede saber qué le pasa a miropa? —le contesto, mirándome.

—Es broma, petarda —contestadándome un beso en la mejilla—. Estásestupenda.

Viéndote, incluso he pensado enempezar a hacer footing. —Nos miramoslas dos con cara de sorpresa y al

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momento, estallamos en risas. Mara nocorrería ni que la persiguieran un grupode zombies.

¿Os he mencionado que, desde que salgoa correr, se me ha puesto un trasero en elque

se pueden partir nueces? Es una penaque en el momento que mejor cuerpotengo, menos

lo aproveche. Ya me entendéis…

—¡Mira quién está aquííííí! —Oigo lavoz cantarina de Álex, el hermano deMara, con

la pequeña Valentina en sus brazos.

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—¡Princesaaaaa! —grito al tiempo quese la arrebato a su padre.

Álex fue el primero de la pandilla quese casó. Bueno, el primero y, hasta lafecha, el único de los seis. ¡Nuestraspobres madres no veían el momento deque esa proporción aumentase!

Dos años después de su boda conSandra, la pequeña Valentina habíallegado para volvernos locos a todos.

—¿Estás contenta de ver a tía Natalia?—Río, mientras sostengo a nuestrapequeña ladrona de corazones que nodeja de hacer ruiditos y me golpea consus pequeñas manitas, llena de emoción.

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La pequeñaja se mira en los espejos demis gafas de sol y los destellos la ponenfrenética. Abre los ojos y mueve lacabeza mientras babea descontrolada.La tengo que sujetar fuerte para que nose me caiga y para que Mara capte susgestos con la cámara de fotos.

Una vez Valentina se calma, se ladevuelvo a sus padres y voy en busca deuna cervecita al barreño donde lastienen en fresco. Desde que he llegadotodavía no he saludado a nadie nuevo ycreo que ya es hora de socializar y sersimpática, aunque me vaya la vida enello.

Pero cuando me giro, veo a Mara

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sentada en una silla con los piesapoyados en un banco, sola y mirandofijamente al frente. Aún podré retrasar eltrance de tener que darle palique a algúndesconocido y dedicarme a hablar conmi amiga.

—Cuéntame, Cruela de Vil —le digojusto cuando me acerco a ella.

—¿Perdona? —me contesta casi condejadez, con una ligera sonrisa y muyatenta a lo

que estaba observando.

—Conozco tu cara y sé cuándo estásdisfrutando con el sufrimiento dealguien.

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—Siéntate —me ordena, ofreciéndomeun bol de ganchitos y golpeando elasiento.

—¿Qué estás mirando? —Busco con lamirada qué es lo que llama tanto suatención.

La conozco desde que teníamos cuatroaños y, una vez más, no me heequivocado. A unos metros de dondeestamos sentadas, Daniel, el tipo que merescató en la puerta, charla con unachica con el pelo rubio recogido en unacoleta alta. Por su vestimenta, másacorde con un gran slam que para unbrunch, diría que viene de jugar al tenis,aunque no hay ni rastro de cansancio en

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su perfecto aspecto. Balancea la bolsade deporte sin cesar y me está poniendode los nervios. ¿Es que no se da cuentade que su intento de coquetear con él,solo la hace parecer tonta?

—Basada en el best seller “Voy de pija,pero en mí vive un zorrón”, llega a laspantallas

“Por mis perlas cultivadas que albuenorro me lo agencio” —ironizaMara que no ha dejado de comerganchitos del bol.

La recién denominada por Mara “pija-zorrón” se acerca melosa,aprovechando cualquier oportunidadpara rozarle y sobarle.

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—Y de los productores de “Dejad quelas chicas se acerquen a mí”, se estrena“En buena hora me la tiré”—remato,siguiendo el espectáculo encantada.

Y es que Daniel, a pesar de no ser enningún momento desagradable, parecetenso e incómodo. Ella da dos pasitoshacia el guaperas y él retrocede otro. Larubia se acerca por la izquierda y élcambia su peso sobre el lado contrario.A la que la chica se inclina hacia él parahablarle, Daniel se mueve ligeramentepara esquivarla.

—¿Eso es un cha cha chá, verdad? —pregunto.

—Pues como ella siga sin bajar el ritmo,

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acabará siendo zumba. —Mara baja susgafas

de sol, me guiña un ojo y continúa—:Porque a esta se la zumba.

Las dos nos estamos partiendo de risacuando aparece Lina, coge una silla y sesienta

junto a nosotras.

—¿Contra quién confabuláis? —pregunta.

—Siento comunicarte, queridísima Lina,que hoy nosotras no somos las causantesdel sufrimiento de nadie —respondo,señalándole con la barbilla a la pareja

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de moda—. ¿Nos podrías dar másinformación del portento y la actrizrevelación?

—Él es Daniel, compañero de estudiosde Javier y se podría decir que su mejoramigo.

Le han destinado aquí y ahora será sucompañero de piso.

—¿Me estás diciendo que cabe laposibilidad de que tú pernoctes con esosdos hombres

bajo el mismo techo? —pregunta Mara.

—Pernoctar, sí.

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—Y si te dejan, lo otro también —aseguro.

—Sois increíbles —nos recrimina ycontinúa con lo que nos contaba—: Porlo que me

ha comentado Javi, Daniel es un fuera deserie en lo suyo.

—¿Y lo suyo qué es? —pregunto conpicardía.

—Está claro, Taly —afirma Mara—,empotrar hasta tirar el muro de Berlín.

—El muro de Berlín ya lo tiraron —replica Lina.

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—Pregúntale dónde estaba en esasfechas.

—¡Mara! Por favor —salta Lina,haciéndose la escandalizada, mientrasyo me carcajeo

con ganas—. ¡Qué burra eres! —Pero,tras una ligera pausa, continúo—:Aunque no os voy a negar que tiene pintade estar bien dotado, porque con esecuerpo…

No había acabado de hablar, cuandoMara y yo, como una perfecta pareja denatación

sincronizada, inclinamos nuestrascabezas al unísono para tener mejor

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ángulo de la entrepierna del susodicho.

—¡Queréis parar, que os va a ver! —nosriñe Lina.

—Querida amiga —dice concontundencia Mara—, ahí por lo menoshay broca del diez.

—Y, siguiendo con lo que nos decías,¿quién es ella?

—Se llama Isabel y es la hija de un altomando. Por lo visto, ya le tenía echadoel ojo desde hace tiempo y ahora que hasido destinado a la isla, está en plenoacoso y derribo para conseguir susatenciones.

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Seguimos calladas unos minutosobservando a la pareja y el flirteo másabsurdo del planeta: ella se apoya en subrazo, ríe y levanta una pierna con gestocursi… Por favor, ¡si parece unflamenco!

—Me da pena Daniel —dice Lina—. Levoy a echar un cable. Mara, ¿me dejas lacámara?

—¿La cámara? —exclama sorprendida.

—Sí, no seas rancia y pásamela.

Una vez con la Canon Reflex 2000 ensus manos, Lina se gira y se dirige aDaniel elevando la voz:

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—Daniel, por favor, ¿podrías venir?

—Sí, por supuesto. —Y, tras disculparsecon su acompañante, empieza a caminarhacia

nosotras.

—Rectifico, broca del 15 —susurraMara.

Las tres nos levantamos mientras seacerca. Tiene un caminar pausado,chulesco y muy

armonioso para su altura. Él lo sabe.¡Vamos si lo sabe! Y, por segunda vezesta mañana, veo esa sonrisa “peligro”,que debe desintegrar bragas a pares.

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—Hola. —Saluda con un movimiento decabeza.

—¿Conoces ya a mis amigas? —pregunta Lina a la vez que nos señala—.Ellas son Natalia y Mara.

—Hola —dice Mara acercándose adarle dos besos.

—Encantado —contesta él, para luegoponer sus ojos sobre mí—. A Natalia yahe tenido el placer de conocerla antes.

—¿Ah, sí? —pregunta extrañada Lina.

—Sí. —Tras una pausa en la queaprovecha para cruzar los brazos sobresu pecho, continúa—: He sido testigo de

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su habilidad a la hora de entablar lazosde fraternidad con el ejército. Loscascos azules podrían aprender muchode ella en lo que a acercamientos deposturas se refiere. —¡Será gilipollas!,grito en mi cabeza. ¡Eso es lo que legustaría a él!

¡Acercamientos y posturas!—. Laverdad es que el cuerpo diplomáticotendría mucha suerte de contar con ellaentre sus filas —sigue, socarrón.

¡Ya te diré yo qué cuerpo tiene la suertede contar conmigo! ¡Imbécil!

Mis amigas nos contemplansorprendidas, sobre a todo a mí, ya queno les he comentado nada de mi entrada

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triunfal y, mucho menos, que él ha sidoel que ha conseguido que entrara. Lopeor de todo es que mi furia eclipsa todacreatividad y no soy capaz decontestarle como a mí me gustaría. Memuerdo el labio inferior para contener laretahíla de insultos que me apetecededicarle al amigo y Lina, consciente deello, sale a mi rescate desviando laconversación hacia otro tema.

—¿Podrías hacernos una foto a las tres?—dice, pasándole la cámara de Mara.

—Por supuesto. —Se acerca a la mesaque hay junto a nosotras para depositarallí sus

gafas de sol.

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Cuando se gira, me fijo en sus ojos porprimera vez. Son marrones, ligeramenterasgados y dulces, muy dulces. Encajantotalmente con el hoyuelo de su barbilla,su mandíbula marcada y la sonrisa“peligro”. ¡Cómo podía ser tan bello yatractivo el rostro de un auténtico…imbécil!

—¡Chicas! Quitaos las gafas, que se nosvea bien la cara —nos indica Lina—.Que, desde que nos hacemos fotos con elmóvil, siempre salimos haciendo eltonto.

Mara y yo nos quitamos las gafas ytambién las dejamos sobre la mesa para,luego, ponernos cada una a un lado de

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Lina. Daniel se coloca frente a nosotrasy con… sí, esa sonrisa pícara otra vez,canturrea:

—Chicas. —Y se detiene guiñándonosun ojo—. Mirad al pajarito.

—Tú dales ideas —susurra Lina entredientes.

—Eso, eso, a la broca —continúa Mara.

Y las tres empezamos a reír como tantasy tantas veces hemos hecho duranteaños. No

sé cuántas fotos nos hace mientrasreímos, pero estoy segura que en esasinstantáneas se capta lo que somos: tres

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amigas cómplices, traviesas y felices deestar juntas, como solo pueden serlo lasque se quieren con toda el alma. Lasbrujas de Eastwick, como nos apodaronnuestros hermanos.

Daniel nos devuelve la cámara cuandoIsabel, su ya acosadora personal, seacerca a nosotras.

—¡Hola, Lina! —saluda, dándole a miamiga los besos más sosos de la historia—. Me

han dicho que es tu cumpleaños.¡Felicidades!

¡Guau! Era peor de lo que imaginaba.Tamara Falcó es una estrella de Pressing

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Catch a

su lado. Cada vez que dice una frase,ladea la cabeza hacia un lado y eleva loshombros para darle más énfasis. Mefijo, una vez más, en su atuendo.Zapatillas, calcetines, minifalda,camiseta, coletero y bolsa de deporte…¡rosa! Todo, a excepción de unosenormes pendientes de perlas, es rosa.Juro que en las próximas eleccionesvotaré al partido que en su programaelectoral proponga un límite de prendasde ese color por persona. Y mientrasimagino futuros pactos electorales entreel “partido a favor de la legalización dela marihuana” y el de “no al rosa”, unaidea viene a mi retorcida cabeza.

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—¡Hola! —Giro de cabeza y elevaciónde hombros—. Me llamo Natalia. —Nuevo giro

de cabeza y nueva elevación de hombros—. ¿Imagino que te quedas a comer connosotros? —Giro de cabeza definitivo yelevación de hombros definitiva.

Como esperaba y deseaba, la miradafuribunda de Daniel se clava en mí,borrando de su

cara la sonrisa “peligro” y abriendocomo platos sus bonitos ojos marrones.

—No querría molestar —responde ellaesbozando una ridícula sonrisa.

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—¡No! ¡Por favor, mujer! ¡Solo faltaría!—Qué mona y educadita soy cuandoquiero—.

Además, siendo amiga de Daniel, seguroque él está encantado de que te quedes.

«¡Chúpate esa, guapete!» grita miinterior más macarra.

—Pues, si os parece bien, voy a dejar labolsa en el coche y vuelvo —dice laversión

pija de la pantera rosa, radiante defelicidad.

Me acerco a la mesa, cojo mis gafas desol, me las pongo lentamente, agarro mi

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cerveza, le doy un sorbo y, tras pasarmela lengua sobre el labio superior,empiezo a caminar pasando por delantede Daniel.

—Al final, va a ser verdad que soybuena acercando posturas.

CAPÍTULO DOS

DANIEL

¡Menudo bicho la pequeñaja que herecogido en la puerta!

Javier me había pedido que fuera a poruna amiga de Lina a la entrada del cluby, sinceramente, no es el tipo de mujerque pensaba encontrarme. Aunque la

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verdad es que

no me había parado a pensar mucho enello, tratándose de una amiga de Linanunca hubiera esperado tener que lidiarcon un miura en miniatura.

En lo que a mujeres se refiere soybastante pragmático y, a pesar de que —como todo el mundo— mis gustos estánclaros, lo único que no me interesa escomplicarme la vida.

Hasta la fecha, mi carrera profesional hasido la que ha regido mis movimientos.Tengo clarísimo a dónde quiero llegar,he trazado mi ruta y no pienso desviarmede ella, así que en mi plan de vuelo nohay lugar para según qué distracciones

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como, por ejemplo, una relación de esasque otros denominan “serias”.

Aunque, siendo sincero, he de reconocerque nunca he puesto a prueba lafortaleza de

mis convicciones ya que, hasta hoy,siempre he elegido yo con quiéncompartir mi cama y nadie me hainteresado lo suficiente como paraplantearme siquiera un ligero desvío derumbo.

Adoro a las mujeres que entienden elsexo como yo, lleno de pasión, entrega yvacío de sentimientos, compromiso ycomplicaciones. No me malinterpretéis,las mujeres me vuelven loco y entre mis

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máximas están las de ser atento,considerado y complaciente.

Entre mis sábanas, de momento, no hahabido una sola queja, pero que noesperen flores ni canciones románticas.

Mi madre mantiene la típica teoría deque es porque no se ha cruzado en micamino la

mujer de mi vida. Pero hace añostambién aseguraba que ella nuncatendría móvil, y la semana pasada metuvo media hora al teléfono explicándolecómo podía actualizar los emoticonosdel WhatsApp.

Aunque, en lo a que mis preferencias en

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materia femenina se refiere, no tengoningún

perfil claramente definido, lo que sítengo claro es lo que no soporto bajoningún concepto: tener que discutir conuna mujer.

He peleado como una mala bestia parallegar a tener las puntuaciones más altas,ser el mejor de mi promoción y ascendera un rango al que muchos de miscompañeros tardarán

en llegar. Pero por un polvo… lo siento,pero no. No soporto a las tías con lasque tienes que justificar cada mínimodetalle o debatir cualquier punto devista. Y hoy me he topado con un

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magnífico ejemplar de esa especie.

Aún estoy asimilando la encerrona delbichillo, cuando alguien golpea miespalda.

—¿Cómo va colega? —me saludaCarlos, otro compañero de la base. ¡Porfin

refuerzos!

—Bien —contesto.

—¿Qué tal por aquí? ¿Algo interesante?—pregunta sonriente y levantando lascejas.

—Necesito que me hagas un favor —le

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pido y recibo a cambio una miradaextrañada,

pero no tarda ni un segundo eninteresarse por mis intenciones y, con ungesto de la mano, me anima a continuar—. Resulta que Isabel, la hija de Sáez,se queda a comer con nosotros…

—¡No jodas!

—No, y con ella menos —digo, ya queél conoce perfectamente la situación—.Por lo

que más quieras, quítamela de encima.

La carcajada suena en todo el patio,mientras yo me paso las manos por el

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pelo con gesto derrotado.

—¡Ay! Daniel, Daniel… —dicepasándome el brazo por encima delhombro—. ¡Qué dura es la vida delrompecorazones!

—¡Vete a la mierda, Carlos! —protestoy me aparto el brazo de encima paracoger las

gafas que había dejado sobre la mesa.

—No sabía que fuera amiga de Lina —continúa.

—Y no lo es. —Suelto un bufidodejando claro lo que me incomoda lasituación, pero

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continúo hablando viendo que a él encambio le divierte muchísimo—. Es unahistoria muy larga. Ya te contaré. Pero,por favor, no dejes que se siente a milado.

—¿Y Lina no tiene suficientes amigascomo para que no tengamos que aguantara Isabel?

—Sí, Carlos, ya lo creo que las tiene. —Ahora soy yo el que le pone el brazosobre el

hombro mientras comenzamos a andarhacia el comedor—. Y además te van aencantar.

La castaña creo que es tu tipo. Toda una

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joya. Yo de ti intentaba acercarme.

—Hombre, gracias por la ayuda.

—Te aseguro que no hace falta que melo agradezcas.

Cuando entramos en el comedor ya estántodos sentados, a excepción de Isabel,Carlos

y yo, y, al ver los tres sitios libres a unlado de la mesa, sitúo a Carlos en mediocomo escudo humano y me sientorápidamente para que no haya cambiosde última hora en la

ubicación.

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Una vez acomodado, levanto la vista yveo que justo delante tengo a las amigasde Lina, que me dedican una sonrisitatriunfante y luego dirigen su miradahacia Isabel, que acaba de aparecer y sesienta junto a Carlos. Está claro que hanganado esta batalla, no puedo negar laevidencia. Conseguir que mi hostigadorapersonal esté a dos sillas de mí, desdeluego que puede considerarse una másque notable victoria. Pero la guerra… laguerra no ha hecho más que empezar.

Cuando llevamos un rato sentados, elbebé que habían traído los amigos deLina se pone a llorar y Natalia selevanta con agilidad.

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—¡Me lo pido! —grita, apresurándose acoger a la pequeña en brazos.

—¿Cuántos años tieeeneeee? —preguntaIsabel con su característico tono de vozcargante.

—Uno. Va para dos —contesta Álex, elpadre de la criatura, con esa sonrisababeante,

típica de los padres primerizos.

—¿Lo ves, Taly? —chilla Maradirigiéndose a Natalia—. Mi hermano seha vuelto definitivamente idiota.

—¿Se puede saber qué he dicho ahora?—interviene el pobre chico con cara de

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sorpresa.

—Vamos a ver, Álex —empieza aaclarar Natalia—. Se supone que sitiene uno, va para

dos, no irá para quince.

—¡Y después dice mi madre que cuandose le cayó de la cuna fue un milagro queno le

pasara nada! —protesta Mara.

Natalia continúa de pie con la niña enbrazos meciéndola mientras esta seduerme.

—A papá —susurra al bebé con voz

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dulce— solo le tienes que hacer casocuando te hable de música, Star Warsy… —Hace una breve pausa paracontinuar hablando, bajo la

atenta mirada de la pequeña—, y nadamás. Para el resto, le preguntas a tusanta madre y a tus tías.

Lina y Sandra, la mujer de Álex, siguenla conversación divertida esperando laréplica del chico.

—Vosotras no estáis contentas si no medais caña, ¿verdad? —Él mira fijamentea Natalia y Mara, recostado en su sillacon expresión ofendida.

—¡No! —contestan las dos al unísono.

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—Álex, no te pongas así —intervieneLina—, mi hermano y Sergio no están,por lo que

no tienen otra diana a la que puedanlanzar sus dardos envenenados.

Se forma un gran revuelo con las risasde todos, pero ello no evita que oiga aNatalia.

—No te preocupes, algo encontraríamos—suelta ladeando la cabeza casi demanera imperceptible y tengo lasensación de que su mirada, oculta bajosus gafas de sol, se dirige a mí. ¿Es estoun reto? ¿He visto salir volando unguante que me invita al duelo?

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—Por cierto, Natalia —dice Sandra,intentando cambiar de tema, a pesar deque se nota

que no le preocupan esas pequeñasdiscusiones—, el otro día fuimos alhospital porque teníamos hora con elpediatra de Valentina y nos encontramoscon tu cuñado. Es un bombón de hombre.

—Es un amor —afirma Natalia mientrasse acerca al cochecito para dejar a laniña, que

ya se ha dormido—. Mis padres estánfelices, por fin alguien aguanta a algunode sus hijos. Es una pena que no hayanpodido venir. Cuando vuelvan del viajeorganizaré una cena en casa y venís

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todos.

Mientras seguimos comiendo, mesorprendo mirando a Natalia en un parde ocasiones.

Si he de ser sincero, mi curiosidad sehabía despertado antes de que memetiera el gol con la hija de Sáez. Pero,entre su entrada triunfal y la llegada deIsabel, no me había detenido a mirarla.Su melena es larga y ondulada de uncastaño oscuro. No es muy alta, pero lotiene todo en su sitio y, además, muybien puesto, por lo que he podidoatisbar. Cierto es que su manera devestir informal no me deja ver conexactitud lo que hay debajo, pero estoy

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seguro de que, tras años de práctica, miojo clínico no me falla. Aunque, cuandome

ha dejado noqueado ha sido al mirarla através del objetivo de la cámara. Se haquitado las gafas, unas Ray Banidénticas a las mías, y, de repente, hasido como si me sumergiese en eseMediterráneo que acostumbro a verdesde el aire. El color de sus ojosrecuerda al del mar llegando a la orillade las costas del sur de la isla, donde laarena es muy blanca. Son de un turquesalimpio y transparente, nunca había vistoalgo así. Y ahora no puedo evitar elintentar volver a verlos, para adivinar sitienen la calidez de las cristalinas aguas

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de las playas o la frialdad del hielo.Espero que vuelva a quitarse las gafas yme sorprendo a mí mismo mirándola devez en cuando.

—Natalia —vuelve a llamar su atenciónSandra—, creo que un día de estos meapuntaré

a correr contigo.

—¿Te gusta salir corriendo? —preguntoirónico. Me agrada provocarla y creoque he encontrado una buenacontrincante con la que poder ejercitarmi lado más guerrero en el combatedialéctico.

Su gesto cambia y pasa a ser más

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desafiante.

—Me gusta correr —me responde entono seco al tiempo que se quita lasgafas y me

mira desafiante—. Aunque no menegarás que a todos en algunasocasiones nos gustaría

salir huyendo de alguien, ¿verdadDaniel? La pena es que no siempre nosdejan y tenemos que quedarnosaguantando el chaparrón. Una lástima.

Ni orillas cálidas, ni cielos soleados.Sus ojos son puro hielo, frío y cortante,y los dirige directamente a mí. Ningunode los dos desvía la mirada, ni hace

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amago de retirarla, como lanzando alotro un desafío que casi puedepercibirse flotando en el ambiente. Nosé cuánto tiempo más se habríaprolongado nuestro “duelo visual” sinadie hubiese intervenido, cosa queIsabel se encarga de hacer.

—Tienes unos ojos precioooooosos —dice dirigiéndose a Natalia y haciendoque los dos nos giremos hacia ella—.¿Te lo habían dicho alguna vez?

—No, nunca —suspira Natalia, dejandoentrever que miente. Y no solo eso, senota que

le aburre el tema de manera soberana.

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Sus amigas sonríen, cómplices de suspocas ganas de continuar por esecamino. La verdad es que Natalia meresulta muy sorprendente. Lo normal enuna mujer con esos ojos sería que lessacara el mayor partido posiblemostrándolos con coquetería, pero ella,al contrario, parece que se empeñe enocultarlos. De repente, vuelve a cogerlas gafas con intención de ponérselas denuevo, pero Mara es más rápida y se lasarranca de las manos para dejarlas lejosde su alcance. No me cabe duda de quecon ese gesto lo que pretende esesconderse, camuflarse tras las lentes deespejo para no mostrar la belleza de susojos y, sobre todo, lo que expresan enese momento. Natalia la mira con gesto

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serio y, tras unos momentos que a mí meparecen eternos, sigue comiendo con lavista ahora concentrada en su plato.

—Para mí, los ojos son una parteimportante a tener en cuenta —diceIsabel, que con

ese comentario sin venir a cuento, se haganado la atención de todos los queestamos a su alrededor. Tengo que evitarresoplar con hastío al escuchar esa risitainfantil con la que acompaña todo lo quedice. ¡Es insoportable!—. Pero, nadacomo unas buenas manos fuertes,grandes y cuidadas.

—Creo que no he mirado unas manos enmi toda vida —comenta Carlos

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divertido.

—¡Ay! ¡Cómo sois los hooooombres! —replica Isabel—. Seguro que tú te fijasen otras

cosas…

—Pues sí, en los culos y en las tetas.

—¡Qué ordinaaaaario, Carlos! —leriñe, mostrando su disconformidad.

—Seguro que tú también miras otraspartes, no te hagas la tonta.

Natalia, que guarda silencio desde hacerato, niega con la cabeza mientras Mara,que no pierde detalle del debate entre

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Isabel y Carlos, ríe abiertamente.

—La boca —se defiende Isabel—. Unoslabios grandes y bien definidos son muybonitos.

—Piernas kilométricas, subidas en altostacones —sigue argumentando Carlos—.¡Eso

sí que me gusta!

Las chicas, que están sentadas frente amí, se revuelven en sus asientos y, devez en cuando, cruzan las típicasmiradas de complicidad femenina conalzamiento ocasional de cejas. Laverdad es que esta improvisada clase degustos anatómicos tampoco me parece

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de lo más entretenido. Natalia continúanegando con los codos apoyados sobrela mesa ante la sonrisa de su amiga a laque parece divertirle mucho la situación.Si cree que así va a hacer desaparecerla escena…

—Y tú, morena de ojos bonitos, ¿quéopinas? —pregunta Carlos ante misorpresa—.

¿No estás de acuerdo con lo quedecimos?

Natalia levanta la cara despacio, muydespacio, y le mira casi sin pestañear.Luego, sin contestarle, se gira paradirigir sus palabras a Mara.

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—¿Se refiere a mí?

—Espero que sí —le responde Maraque levanta las manos al tiempo queretiene la sonrisa—, porque con eldineral que me cuesta este rubio platino,si es a mí, le parto la cara. Además, nonos engañemos, mis ojos han vistograndes cosas pero no son tan bonitoscomo los tuyos.

Tras la respuesta, Natalia gira la cabezahacia Carlos. Algo en sus fríos ojos medice que ahí está la víbora que seesconde bajo ese aspecto casual yreservado. Estoy convencido de quepronto tendré una muestra inequívocadel temperamento de esta mujer.

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—No, no estoy de acuerdo. Al menos,no en términos absolutos.

—Entonces, ¿tú en qué te fijas? —leinterroga Carlos, que se reclina sobre elrespaldo de la silla y espera sucontestación. Creo que se ha equivocadode mujer a la que debe entretener y correserio peligro, pero, por curioso queparezca, yo también estoy interesado ensaber cuál es la respuesta de Natalia, ypor el silencio que se ha creado, creoque todos la esperan.

—Es verdad que todos, en algúnmomento, nos fijamos en la perfecciónde una parte determinada del cuerpo dealguien. Pero, por mucho que se ajusten

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al canon de belleza griego, romano,renacentista, decimonónico o al quetoque en cada momento de la

historia, por muy perfectos que seanesos parámetros anatómicos, no dejan deser más que eso, números, líneas,volúmenes y proporciones. No niegoque eso baste para deleitar e inclusoextasiar momentáneamente al personal,pero es un billete para un viaje derecorrido muy corto. Como si nossubiéramos al tren pero no llegásemos asalir nunca de la estación.

—Creo que no te sigo. ¿Me podríasaclarar un poco tu teoría? —preguntaCarlos, el cual está disfrutando de

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escuchar a Natalia y, que al igual que elresto, siente curiosidad por continuaraveriguando cuál es la opinión de ella.

—Por muy perfectas que sean, nadie sefija en las manos de otra persona másallá de unos minutos. Lo que de verdadhace que no podamos apartar la vista deellas es sentir cómo se eriza nuestra pielcon solo imaginárnoslas acariciandosuavemente cada centímetro de ella. —Por un momento se detiene, desviando lamirada hacia la mesa para, acontinuación, levantarla y mirar con másdeterminación a Carlos—. Nos gusta laboca de alguien porque soñamos con esemomento mágico en que sus labios y losnuestros se fundan en un beso perfecto y

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su lengua explore cada rincón de nuestrocuerpo hasta hacernos estremecer. A ti tefascinan las piernas largas porquepiensas en ellas rodeando tu cinturamientras posees a esa mujer en unmomento de pasión arrolladora. Porsupuesto que te vuelven loco los pechos,sobre todo cuando las palmas de tusmanos cubren las suaves redondeces ycuando se aprietan contra tu cuerpo ysientes su voluptuosa femineidad. Y estáclaro que nos encantan los culos porquepensamos en agarrarlos y arañarlosmientras alguien nos posee, esperandollegar al éxtasis más maravilloso. Elcolor de unos ojos puede parecerteprecioso los primeros diez minutos,pero lo que hace que quieras perderte

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dentro de ellos es que te vean comoalguien especial y te hagan sentir lapersona más deseada en el mundo. Labelleza física les gusta a todos, noestamos ciegos, pero lo que nos arrebatay nos cautiva es la ilusión, la esperanza,la promesa en el mejor de los casos, delo que pueden llegar a hacernos sentir.Ese sí es un billete para el tren de largorecorrido.

El silencio atraviesa la mesa de un ladoa otro, dejándonos a todos sinrespiración.

Tengo la certeza de que ninguno de lospresentes esperaba una confesión comola que acabamos de presenciar. Yo me

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debato entre la sorpresa por la evidentereacción de mi entrepierna a un discursoplagado de sugestivas escenas de deseoy pasión, y el gran desconcierto que meproduce el que esas palabras hayansalido de la boca de Natalia.

Hace apenas unos minutos casi mecongela con su mirada, y ahora, con solounas cuantas frases, ha logrado que uncalor acuciante recorra mi cuerpo. No essolo lo que ha dicho, sino la conviccióncon la que lo ha comentado. Se la veíasegura, apasionada y ardiente. Parecíasaborear todas y cada una de palabrasque salían de su boca, una boca queahora me parece de lo más sensual.¡Joder! ¿No corrobora esto su teoría?

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Una vez acabado su argumento, veocómo se relaja, coge su tenedor ycontinúa comiendo tranquilamente, comosi no nos hubiera dado a todos unalección de lo más útil.

—¿Se puede saber qué demonios estásbebiendo? —bromea Mara llevándoseel vaso de

Natalia a la nariz para adivinar sucontenido.

—¿Quién eres tú y qué has hecho conTaly? —exclama Álex desde el otro dela mesa.

Las reacciones de sus amigos devuelvenla sonrisa a Natalia, que los mira

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divertida.

—Pues a mí me ha parecido alucinantelo que ha dicho —afirma Isabel,mientras los demás aún intentamosasimilarlo—. Hay veces que algo se temete en la cabeza y…

—A eso, querida, se le llama lobotomía—le responde Natalia, cortante—. Y loque he

dicho es alucinante porque es la mayorestafa de la historia. —Su semblante sevuelve de nuevo seco y distante—.Somos tan ingenuos que nos engañamosa nosotros mismos imaginando el deseoque nace en las otras personas. Basamosen nuestros íntimos anhelos las futuras

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reacciones de los demás. Creemospoder predecir con exactitud lassensaciones que nos invadirán al estarcon esa persona, cuya ilusión hemosfabricado a medida de nuestrasnecesidades. Pero hazme caso —diceinclinándose hacia delante—, esapersona,

no existe, nunca lo ha hecho. —Unasonrisa cínica y distante llega a suslabios—. De repente, un día te dascuenta de que esas manos que sostienesentre las tuyas ya no ansían recorrercada rincón de tu cuerpo como solíanhacerlo. En esos ojos perfectos, en losque una vez viste verdadero ardor, ahorasolo encuentras reproches. Y de esos

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labios antes dulces y dispuestos, saldránlas palabras que pondrán fin a eseestado de gracia en el que creíasencontrarte, que harán que dejes decreer en sueños románticos y, en el peorde los casos, que dejes de creer en timisma. Y ahí está la trampa. Llega unmomento en el que preferimos cambiarnuestros deseos, a pensar que nos hemosequivocado y entonces empezamos atransformarnos en alguien que no somospara encajar con el otro. Pensamos

que lo que nos ofrecen es lo quenosotros deseamos, y así seguimoscreyendo que nuestro sueño románticose ha hecho realidad. Cuando la únicarealidad es que nos hemos vuelto

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gilipollas.

Reconozco que, antes, el manifiesto deNatalia sobre el deseo y la pasión mehabía sacudido y seducido dejándomesin palabras. Pero ahora, tras su últimadisertación, lo que me falta es larespiración. No hace ni dos horas queconozco a esta mujer y mi interés porella parece estar sometido a los mismosvaivenes que un péndulo.

Tras ser testigo de su actitud beligerantedurante el episodio de la entrada delclub, creía tener muy claro que setrataba de una tía dura y distante. Vale,no es la primera que conozco. Mi interésduerme a pierna suelta.

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A los pocos minutos, se pone a hacerpucheros y le preocupa haber sidodesagradable.

Bueno, también es una personavulnerable. Mi interés abre un ojo.

Más tarde, en respuesta a misprovocaciones, me da una soberanapatada en el culo en

forma de una encerrona hábilmenteimprovisada. De acuerdo, ahora resultaque la señorita además es lista y muyguerrera. Mi interés abre el otro ojo y sedespereza.

Hace unos minutos, sus evocadoraspalabras han conseguido que me

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encienda como un

árbol de Navidad. ¡Genial!, es una mujerintensa y ardiente. Mi interés ha saltadode la cama y está haciendo abdominales.

Y ahora… ahora esa mujer acaba dedesvanecerse ante mis ojos para revelara la…

¿verdadera? Natalia. Sus conclusiones,plagadas de ironía y desencanto, solopueden ser la consecuencia de una grandecepción. Y lo que más me sorprendees darme cuenta de que

sus duras palabras no iban dirigidas anadie más que a sí misma. Añadamos asu ya abultado perfil que a Natalia

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alguien le ha hecho mucho daño. Unamujer, ante todo, sensible. Mi interés, talcomo solía conocerlo, ya debería estar avarios kilómetros de aquí pero, por raroque parezca, ha dejado de hacerflexiones y está sentado mirando haciael

infinito sin parpadear.

Mi teoría se confirma cuando veo lareacción de sus amigos. Mara se acercaa ella casi de manera imperceptible ypega su brazo al de Natalia mientrascierra los ojos. Lina dirige su miradahacia la pared con un ligero suspiro yÁlex entrelaza las manos frente a él contanta fuerza que sus nudillos se vuelven

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totalmente blancos.

Tras sus palabras, nadie es capaz demirarla directamente. El ambiente sevuelve denso, incómodo, inclusomolesto. Hasta que un grito rompe elsilencio.

—¡Señoras y señores! ¡La reencarnaciónde Corín Tellado ha vuelto! —sueltaÁlex y,

dirigiéndose después directamente aella, le pregunta—: ¿No has pensado endedicarte a la novela romántica? Creoque tienes madera.

—Chica, ¡qué susto me has dado! —diceMara ya con una expresión más relajada

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—.

Pensaba que me habías abandonado enel lado oscuro para convertirte en unamoñas como

Lina.

—¡Oye! Que yo no soy moñas —replicaLina.

—¡Por el amor de Dios, Lina! —exclama Mara—. Si creías que Bisbal yChenoa estarían juntos toda la vida.

—Algún día te veremos corriendo trasun hombre y entonces hablaremos dequién es moñas.

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—Eso es imposible —dice Natalia, queya ha recuperado la sonrisa y se la vemenos tensa—. Mara no sabe correr.

—¡Idiotas!

Todos estallamos en carcajadas mientrasMara se dedica a golpear los hombrosde sus

dos amigas que no dejan de reír, viendosu indignación. Cuando el forcejeo entrelas amigas acaba, Natalia dirige lamirada hacia Carlos y vuelve a hablar.

—Oblicuos.

—¿Perdona? —le pregunta Carlos,confuso.

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—Que la parte que más me gusta delfísico de un hombre son unos oblicuosmarcados y

definidos.

—Esa parte no cuenta —aclara Carlos—. No se ve. No es como porejemplo… unos pechos.

—No me gustaría ser desagradable —lereplica ella—, pero ¿puedo preguntarteuna cosa?

—Por supuesto —le contesta él.

—¿Cuánto tiempo hace que no ves unsujetador? Te informo de que la mitad delos avances en ingeniería de los últimos

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tiempos se han dedicado a esa zona. —Se queda un

momento pensativa y luego empieza aenumerar—: Aros, rellenos de espuma,gel, push up, media copa con relleno,balconet… No hay nada menospredecible que la realidad de un pecho.

—Así que tú crees que es más fácilrecrearse en unos oblicuos.

—En los de Adam Levine, por supuesto—afirma.

—¡Amén, hermana! —gritan al unísonoMara y Lina, que levantaban un brazocomo si

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asistieran a un oficio religioso de untelepredicador americano y hubieranescuchado una de las grandes verdadesde la humanidad.

—¿Quién es Adam Levine? —preguntaIsabel, a la cual yo ya había olvidado.

—¡Me estáis dando la mañana! —exclama Mara lanzando la servilletasobre la mesa.

Quizás sea una escena excesivamenteteatral, pero entiendo que las siempreinoportunas intervenciones de Isabel,hacen exasperar a cualquiera—. Así nohay quien coma.

—¿De verdad que no sabes quién es

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Adam Levine? —pregunta Lina abriendolos ojos

con cara de sorpresa.

—Pues la verdad es que no —respondeIsabel en tono acobardado ante lareacción de

las chicas.

—Es el cantante de Maroon 5 —diceNatalia.

—No les hagas caso —interviene Álex—. Tratándose de él, no son objetivas.

Isabel empieza a buscar en su iPhonealguna imagen del cantante hasta que por

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fin parece encontrarla y empieza a mirarla foto con curiosidad.

—¡Uy! No es mi estilo —dice poniendocara de desagrado—, con todos esostatuajes.

¡Buf! ¡Qué vulgar! ¿A que ninguno devosotros lleva uno?

Y en cuanto acaba de decirlo, sé concerteza que está a punto de comenzarotro momento incómodo, y no meequivoco. La primera en reaccionar esNatalia, que con un

golpe seco, coloca su brazo derechosobre la mesa y descubre seis pequeñasestrellas en la parte interior de la

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muñeca. A continuación, Mara imita elgesto mostrando el mismo dibujo en elmismo sitio. Les siguen Álex y Linaquienes, orgullosos, muestran aquellamisteriosa marca, para consternación deIsabel.

—Lo siento Isabel, pero creo que estáclaro, no todos opinan lo mismo —suelta Carlos,

divertido ante el gesto de espanto deella, que no deja de mirar aquellosbrazos extendidos y las caras desatisfacción de sus dueños.

—¿Y no os hizo daño cuando os lohicieron? —pregunta ella, que sigue sindar crédito.

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—No —responde contundente Natalia.

—Taly, tú ibas tan borracha que no tehabría dolido ni una operación acorazón abierto

—interviene Mara mirando a Natalia.

—Odio las agujas y todo lo que tengaque ver con hospitales, ya lo sabéis.

Mientras vuelve a bajar la manga de sucamiseta, me quedo mirándola y mepregunto

qué la impulsó a superar el miedo a lasagujas para hacerse ese tatuaje. Ademásme sorprende que los otros tres lleven elmismo y en idéntico lugar. Supongo que

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tarde o temprano me enteraré.

—Bueno —dice Lina levantando elvolumen y golpeando un vaso con uncuchillo para

llamar la atención de todos—,aprovechando el momento deromanticismo que mi querida amiga Talynos ha regalado —continúa mientrassonríe cómplice a la mencionada, que le

devuelve el gesto. Veo que Javier seacerca y la envuelve con sus brazos porla espalda—, a Javier y a mí nosencantaría deciros… ¡que nos vamos acasar!

¿Ha dicho casar? ¿Javier? Pero ¡por

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favor! ¡Si solo llevan un año juntos! Yen cuanto le miro veo que, a excepciónde Lina, no hay nadie más feliz en lamesa que él. ¿Será posible verlo tanclaro como parecen hacerlo ellos?Javier gira a su chica entre los brazos, lamira con devoción y la besa, sellandoasí sus palabras. Todos gritamos,jaleamos y vitoreamos que paren y nosacercamos para darles la enhorabuena.

Cuando me estoy aproximando a Javi,me señala con el dedo índice y empiezaa afirmar

entre risas:

—Algún día tú también caerás, así queno te rías de esa manera, compañero.

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—¡Ni de coña! —le contesto mientras leabrazo—. Y menos desde que tú noestás disponible.

Tras las felicitaciones han sacado unagran tarta de chocolate con suscorrespondientes velas, que Lina hasoplado entre nuestros aplausos.Después todos le vamos entregandoregalos, que ella abre con ilusión, hastaque al final solo falta el de sus dosamigas.

—Pues como hoy ha quedado claro queno soy la reina del romance —proclamaNatalia

con una media sonrisa—, espero almenos haber acertado con el regalo.

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—Esperamos, que el regalo es de lasdos —aclara Mara y, a continuación,sacan una bolsa de debajo de la mesapara entregársela a Lina.

La cumpleañera la agarra con rapidez yla esconde bajo la mesa mientras lasatraviesa

con una mirada incrédula.

—¿Os habéis vuelto locas?

—Muy al contrario, estamos seguras quete va a encantar, ¿verdad Taly? —contesta Mara.

Natalia la mira fijamente mientras chupasugerente la cuchara con la que se está

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comiendo un trozo del pastel.

—No seas tonta Lina, lo único quehemos hecho es hacer posible que tengasel caprichito que tú no eres capaz dedarte y que sabemos que, en el fondo,deseas.

—Pero ¿se puede saber qué es? —pregunta Carlos lo que todos queremossaber.

—No me hagáis esto, chicas. ¡Por favor!

—¡Venga ya, Lina! Ábrelo y así todossabremos si es el modelo y talla quebuscabas —

suelta Mara azuzándola.

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Lina, con gesto dubitativo, empieza asacar la bolsa de su escondite hastacolocarla sobre la mesa. Es una bolsa decartón, plateada, con un gran lazo en elcentro de la parte superior y unas letrasnegras que rezan “IN & OUT. Sex shoponline”. Se oyen silbidos y risas entrelos asistentes, lo que hace que lahomenajeada se sonroje más todavía.Empieza a deshacer lentamente la lazaday, al final, se decide a meter la mano enla bolsa para sacar

una caja blanca de su interior. Una vezla tiene en las manos, se quedaparalizada mirándola y en un instante surostro cambia de la incomodidad a laalegría.

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—¡No! —dice mirando a sus amigas,que asienten al unísono—. ¡Me va a daralgo! —

grita mientras la abre y saca unoszapatos—. ¡Unas Le Boton Army!

—Sabíamos que te gustan y no te atrevesa comprártelas, así que aquí las tienes,unas

manoletinas Le Botón Army para tisolita.

Lina se levanta para abrazarlas,momento que Javier aprovecha paracoger la bolsa otra vez y mirar concuriosidad en el interior. ¿Unos zapatos?¿Eso es lo que escondía el envoltorio

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del sex shop? ¡Menuda jugarreta, amigo!

—Sentimos lo de la bolsa, pero es laúnica que tenía por casa —dice Nataliaguiñándole un ojo.

—¿Y tienes muchas de estas? —intentaaveriguar Javier con una sonrisasugerente.

—¿Vosotros qué creéis? —nos preguntaprovocadora.

¿Así que tenemos a una consumidorahabitual de sex shop? ¿Quién lo hubieradicho?

Mi interés ha dejado de mirar al infinitoy se está frotando las manos mientras se

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humedece los labios con la lengua.

—Bueno, con el permiso de lospresentes, aquí una servidora se va adormir un rato para poder trabajar estanoche —indica Natalia mientrasempieza a ponerse su chaqueta.

—¿En qué trabajas? —pregunta Isabel,que aprovecha cualquier situación paraabrir la

boca.

—En un bar de copas.

—¡Uy! Yo no podría —declara con carade desagrado—. Estar ahí, con todo elmundo

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pidiendo, y todas esas botellaspringosas, la gente mirándote…

Natalia la mira con gesto serio, paraluego dirigirse a Mara:

—¿He dicho bar de copas o top less?

—Yo creo que has dicho bar de copas—responde su amiga—, pero ya sabesque muchas veces no te escucho.

—Quizá podrías bailar sobre la barra yasí te ganarías un sueldo extra —añadeLina.

Los límites de mi paciencia con respectoa Isabel están llegando a su fin. Esindiscreta, sus comentarios

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desafortunados y sus insinuacionestotalmente fuera de lugar. Natalia, queestá demostrando mucha más educaciónque la señorita insoportable, hace casoomiso de

sus palabras y, antes de marcharse, sedirige a Lina con un plato de plásticoque acababa de coger de la mesa.

—Cariño, me llevo un trozo de tarta dechocolate. —Parte el pedazo de pastel,coge también un cubierto y, tras darle unbeso a su amiga, se despide—. Nosvemos esta noche.

¡Adiós a todos!

Al cabo de un rato, el tema de

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conversación ya gira en torno a la reciénanunciada boda y sus preparativos.Nosotros nos decantamos por ladespedida de soltero y ellas,

básicamente, se dedican a todo lodemás.

—¿Ya has decidido quién será elfotógrafo? —pregunta Isabel.

Al instante, el fogonazo de un flash ladeslumbra. Mara la mira divertida trassu cámara.

—Creo que lo tiene claro —responde larubia—. Y, antes de que le sugierasquién debe

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hacer las invitaciones y demás, teinformo de que ya tiene también aalguien que se encarga de eso.

—Sí —afirma Lina—. Y sé que harán untrabajo excelente.

—¿Quién es? A lo mejor lo conozco,Palma es tan pequeeeeña.

—Sí, la conoces —responde esta vezÁlex—. Es la aspirante a madame deburdel que

se ha ido hace un rato —remarca,dejando clara su disconformidad por elcomentario anterior—. Natalia es lamejor diseñadora gráfica que hayasconocido, y además trabaja para mí.

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—Entiendo. Y has pensado…

—Isabel, creo yo que Lina sabráperfectamente cómo celebrar su boda —digo, dando a

entender que ha llegado el momento deque cierre la boca—. Ha demostrado subuen gusto eligiendo al novio, así que nocreo que nos defraude con el resto.

Ese comentario, viniendo de mí, quesiempre había sido muy correcto ypaciente con ella, se nota que no le gustanada.

—Tienes razón, Daniel —dice mientrasse pone de pie—, creo que ha llegado elmomento de irme. Lina, felicidades y

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enhorabuena por la boda. Espero quenos veamos pronto.

Y desaparece rápidamente, para alivio yalegría de todos.

—¿De verdad crees que ha acertadoeligiéndome a mí? —me pregunta Javi.

—La pobre no sabe dónde se mete.

Una hora más tarde, decidimos irnos yvolver a vernos esta noche para tomarunas copas. Me dirijo a mi coche y,cuando estoy a punto de salir del club,veo que el portero está comiendo pastelde chocolate.

—Perdone, capitán —me dice

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limpiándose la boca.

—No se preocupe —le digo sonriéndole—, está buenísima. Coma, coma.

—Una chica sorprendente, su amiga.

Y pienso en todos los detalles que heido almacenando sobre ella en las pocashoras que la conozco.

—Yo no lo hubiera dicho mejor,sorprendente.

CAPÍTULO TRES

“Moves like Jagger” Maroon 5

NATALIA

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Son las diez de la noche cuando entro enDralion. Me gustaría haber dormido unpar de horas más, pero contra todopronóstico, no ha estado del todo mal elcumpleaños de Lina.

Incluso la peculiar Dama de Rosa, haacabado divirtiéndome, hasta el puntode pensar en ella cuando me vestía encasa, barajando la posibilidad deponerme algún vestido de lo másfulanil, por si al final se acercaba allocal y podía seguir provocando suespanto. Al final de negro de pies acabeza con algún toque sexy, pero porahora sin ganas de llamar la atención.Además, no creo que venga. Comomucho se animarán a visitarme mis

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chicas,

Javi y algún compañero de este, de esosa los que les gusta buscarme lascosquillas. Pues si en la comida no hetenido problema para capear eltemporal, aquí en mi territorio, será unpaseo dejarles fuera de combate.

—¿Cómo estás, Natalia? —me saludaÍñigo, el dueño del local en cuanto meve entrar.

—¡Para comerme! —le respondo y veocómo sonríe.

Íñigo también es amigo de nuestroshermanos y cuando abrió el negociovino a la agencia de publicidad donde

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trabajo con mi hermano y Álex, paraencargarnos la campaña de marketing,con motivo de la apertura de Dralion.Allí me encontré con él después demuchos años sin vernos y, tras contarleque no estaba pasando por un buenmomento, me

ofreció trabajar en el bar. La verdad esque en un principio el mundo de lanoche no me atraía, al contrario, meparecía vacío. Pero cuando mi hermanopuso el grito en el cielo, mi venarebelde vio en aquel ofrecimiento laoportunidad de obligarme a salir,divertirme y relacionarme. Eso sí,siempre guardando las distancias,exactamente medio metro. Y la verdad

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es que tras esa barra, a pesar de quemuchos no lo entiendan, he encontradomás paz y seguridad de la que nuncatuve en la soledad de mi casa.

Saludo a los chicos y al resto decamareros y me pongo a revisarexistencias para que no falte algo amitad de la noche. Abro las cámaras,miro las estanterías de licores ymientras charlamos.

—¿Qué tal con la rubia por aquí, jefa?—me pregunta Hugo, que siempre serefiere a

Mara con ese apodo.

—Hemos estado en el cumpleaños de

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Lina y nos ha dado un notición. ¡Se va acasar!

—¿Con el piloto?

—¿Con quién si no? —Seguimosvaciando cajas y poniendo las botellasen su sitio—.

Esta noche vendrán a celebrarlo.

De repente, las palabras de Lina vuelvena mi cabeza. “Quizá podrías bailarsobre la barra…” y automáticamentedecido hacer de esta una noche especial.

—Chicos, voy a darle una sorpresa aLina y necesito vuestra ayuda —lesinformo poniendo cara de pilla.

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—Por tu expresión deduzco que novamos a soplar una tarta y cantarcumpleaños feliz.

—¡Cómo me conoces!

—Cuenta con nosotros.

***

Dralion ha abierto hace unas horas y ellocal está lleno. Nosotros no paramos yen nuestra barra, como siempre, no hayun sitio libre. Vuelvo a mirar mi móvilpara ver si hay noticias de mis amigos,que hace ya un rato que deberían haberllegado. Un par de canciones después,veo cómo mis amigas llegan y empiezana hacerse sitio de forma no

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muy ortodoxa, dando algún que otrocodazo hasta conseguir conquistar untrozo de barra para ellas solitas.

—¿Se puede saber dónde os habíaismetido? Pensaba que no llegabais.

—No protestes, que ya estamos aquí.¡Dame un beso! —grita Mara, que seestira sobre

la barra y me agarra la cara con ambasmanos para estamparme un beso en loslabios.

Por lo que veo, en la cena han caído máschupitos de la cuenta y las dos vienenmuy animadas.

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Tras ellas observo que han llegadoacompañadas de Javi, Carlos y, porsupuesto, a Daniel, que los sigue a ciertadistancia atrayendo a su paso lasmiradas de la mayoría de mujeres yalgún que otro hombre. Tengo quereconocer que cumple todos losrequisitos anatómicos para recibir lacalificación de “tío cañón cum laude” ypoder entrar en cualquier lugarabarrotado de gente con una dosis dearrogancia relativamente comprensible.He visto a docenas de tíos entrar en elDralion con esa facha y esa actitud,pero hay algo en su forma de moverse,seguro y confiado, que va más allá de lachulería del típico guaperas que esconsciente de ello. Daniel tiene aplomo

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y eso es lo que hace que destaque entretodos los demás. Solo cuando me dirigeun gesto a modo de saludo, soyconsciente de que no he podido apartarmis ojos de él desde que ha entrado enmi campo visual. Sacudo la cabeza algomosqueada conmigo misma y me dirijoal otro lado de la barra para hablar conmis compañeros.

—Preparaos, en diez minutos la liamos.Voy a avisar al resto —les advierto y medespido para pasar por debajo de latrampilla que tenemos para salir.

Cuando ya les hemos servido a todos susbebidas, miro mi reloj y veo que hallegado la hora.

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—¡Chicos, despejad la barra!

Rápidamente, Lucas y Hugo empiezan alimpiar la superficie y a pedir a losclientes que sostengan sus bebidas unrato. Cuando, de repente, la metálica vozdel DJ sorprende a todos los asistentes:

— Esta noche, todos los quetrabajamos en Dralion tenemos unasorpresa para una persona a la quequeremos mucho. Lina, felicidades yenhorabuena.

La homenajeada se lleva las manos a laboca y me mira emocionada. Entoncesempieza

a sonar una canción que para nosotras es

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muy especial. De un salto, Lucas, Hugoy yo, nos subimos a la barra. Yo mesitúo en el centro y señalo a las otrasdos barras, donde los otros camareroshan hecho lo mismo.

Empiezo a mover sensualmente lascaderas al ritmo del silbido de Moveslike Jagger de Maroon 5. Me suelto elpelo y agito la cabeza con ademánsalvaje, balanceándolo sobre mishombros. Sin dejar de moverme,comienzo a levantarme la camiseta, loque provoca

que la gente empiece a silbar, y se lalanzo a mis amigas quedándome solocon un top negro que deja mi abdomen

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descubierto. El ritmo de nuestrosmovimientos se va incrementando a lapar que el de la canción.

Bailamos de un lado al otro de la barraseduciendo y provocando al personal.Cojo a Lucas por la espalda, Hugo sepega a mí por detrás y de esta formaempezamos a descender,contoneándonos al ritmo de la música,para luego ascender con unacoordinación digna del mejor cuerpo debaile. De reojo miro a mis amigas, quegritan y bailan como locas, contagiadasdel desenfreno creado por nuestro baile.

En el momento en que ChristinaAguilera empieza a cantar, me acerco a

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Lucas y él, como ya teníamos acordado,se queda parado poniendo cara deestupor. Me pego a su espalda y paseomis manos por sus costados hasta llegara los brazos, que agarro y sitúo sobre sucabeza. Las mujeres empiezan aanimarme mientras deslizo mis manospor su abdomen hasta coger el borde desu camiseta y se la voy subiendo hastaacabar librándome de ella, lanzándoselatambién a mis chicas, que la recogencomo un trofeo.

Con un golpe de cadera, me doy lavuelta y, mientras me muerdo el labioinferior, voy

contoneándome provocativa en

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dirección a Hugo, que me esperasonriente. Me sitúo frente a él y mepongo la mano en el oído solicitandoinstrucciones de nuestro entusiastapúblico.

—¡Quítale la ropa! —Se escucha.

Y yo, solícita a la petición, empiezo aquitarle la camiseta y a pasear mismanos por sus abdominales, que estántan trabajados como los del mismísimoAdam Levine.

La camiseta de Hugo vuela hasta lasmanos de mis amigas, que a este pasovan a poder

montar un mercadillo de ropa de

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segunda mano y, llegados a este punto,los dos me atrapan entre ellos y, a pesarde que tienen prohibidísimo tocarme unpelo, nos movemos con tanta intensidadque nadie parece percatarse de ello yconseguimos dar todo un espectáculoprovocativo y sensual. Levantamos losbrazos, muevo mi pelo de un lado al

otro, ellos se contonean mostrando sustorsos cubiertos de innumerablestatuajes y los tres nos deshacemos enmiradas provocadoras hacia todanuestra audiencia.

Cuando acaba la canción, la genteaplaude y nos vitorea, nosotrossaludamos y yo me

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dirijo todo lo rápido que puedo haciamis amigas. La adrenalina corre portodo mi cuerpo, como si fuera una niñaque acabara de hacer una travesura.Cuando me dispongo a bajar

de la barra de un salto, noto cómo dosmanos me agarran por la cintura. Songrandes y abarcan gran parte de miabdomen y mi espalda. Entre la falta deluz, la excitación que aún siento debidoal baile y lo rápido que pasa todo, nosoy capaz de ver quién me ha cogido. Encuanto mis pies tocan el suelo, levantola mirada para ver la cara del tipo queme ha sujetado y me encuentro con lamisma sonrisa traviesa que parecehaberme perseguido sin tregua durante

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todo el día.

—¡Ni se te ocurra volver a ponerme unamano encima! —grito mientras golpeo elpecho de Daniel, haciendo queretroceda.

—¡Oye!, que yo solo quería ayudarte —se defiende él que se aproxima hastaquedar pegado a mi cuerpo.

—¿Y se puede saber quién te ha dichoque necesito ayuda? ¿O quizá es unamala excusa para manosearme?

—¿¡Manosearte!? —exclama con carade sorpresa para luego acercarse a mioído y añadir en tono ya mucho máscalmado—: Si crees que a eso se le

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puede llamar manoseo,

es que nunca te han tocado encondiciones.

Y justo cuando mi mano está cogiendoimpulso para estamparla en la cara deDaniel, Lina y Mara me agarran pordetrás eufóricas.

—¡Glorioso! ¡Increíble! ¡Inolvidable!—chilla Lina totalmente fuera de sí.

—Solo una pregunta, Taly. ¿El regaloera para Lina o para ti? —me preguntaMara levantando la cejas—. Porque, queyo sepa, aquí la única que se ha puestolas botas, magreando a esos dos adonis,has sido tú.

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Desde la barra, Hugo y Lucas nos hacenseñas llamando nuestra atención.

—Perdonad, pero ¿nos podríaisdevolver las camisetas?

—Pues, la verdad —contesta Mara—apetecerme, lo que se dice apetecerme,no me apetece mucho, que digamos.

—¿Y si os las ponemos nosotras?

—¡Lina! — exclamamos sorprendidasMara y yo.

—¿Qué pasa? —nos contesta extrañada—. Les estoy proponiendo ponerlesropa, no quitársela.

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Entre la gente veo aparecer a Íñigo, quese planta frente a mí, levanta las cejas yme pregunta señalando con la cabeza ala barra:

—¿Se puede saber qué ha sido eso? —Yo me sonrojo y sonrío con un mohíninfantil—.

¿Es que a partir de ahora también voy atener que solicitar la licencia para quese realicen en este local espectáculospara adultos?

—¡Íñigo! —grita Hugo desde la barra—. Me siento utilizado.

Yo abro los ojos y la boca mirándoleincrédula. ¡Pero tendrá morro!

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—Estamos acosados sexualmente —interviene Lucas reforzando elargumento.

Cojo las camisetas de las manos de misamigas y se las tiro a cada uno a la cara.

—¡Desagradecidos! Esta noche habéisamortizado la mitad de la tinta quelleváis en el

cuerpo. Con las obras de arte que creépara que lucieran en vuestros cuerpos ynunca se os ven —les digo poniendo losbrazos en jarras. Soy tan tonta, que enlugar de admirar esos dos torsos queahora se muestran desnudos, lo únicoque hago es contemplar los tatuajes quediseñé para ellos mezclando símbolos

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de ángeles y demonios—. Y con estebailecito

os puedo asegurar que vuestra cama nopasará una noche libre en meses.

—Visto así… —dice Lucas mirando asu compañero.

—Es un placer trabajar para ti, jefa —remata Hugo.

—Trabajáis para mí, el jefe soy yo —replica Íñigo.

—Lo siento Íñigo, tú eres el dueño, perola jefa es ella.

Me giro hacia Íñigo y le guiño un ojo.

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Luego vuelvo a mirar hacia la barra.

—Bien, pues ahora que está claro quiénmanda… ¡a trabajar! —Y señalando aJavi, Carlos y Daniel, que han sidotestigos de toda esta charla, les hago ungesto agitando la mano—. ¡Vosotros!¿Seríais tan amables de apartaros unmomento de la barra?

Los tres se mueven, unos más conformesque “otro”. Una vez libre, cojo impulsoy salto con agilidad hasta quedar al otrolado. Una vez dentro, no lo puedo evitary me giro buscando a Daniel. Cuandoveo que me mira, me llevo las manos ala boca y pongo cara

de sorpresa.

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—¡Guau! ¡He podido yo sola!

Y vuelvo la cabeza antes de ver cómo,seguramente, me mira con cara de odio.

Una parte de mí me reprende por micomportamiento. Con sinceridad, nocreo que tuviese mala intención cuandome ha cogido en volandas, pero hay algoen él que me hace estar en guardia eintentar mantenerle alejado y, la verdad,manosearme…, quizás no ha sidoexactamente así. En cuanto lo pienso,noto una oleada de calor justo en ellugar donde han estado sus manosfirmes, fuertes y seguras .

—Natalia, creo que tus amigos quierenpedir —dice Hugo llamando mi atención

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y sacándome de mis pensamientos,aunque no van a irse muy lejos, ya queson Carlos y Daniel los que esperanpara pedir. Respiro y me propongorebajar esa tensión que hay entrenosotros, la cual creo que he creado yosola en mi cabeza.

Me acerco a ellos mientras me recojo elpelo con un elástico y, cuando los tengodelante, veo cómo Carlos me estámirando el pecho con descaro, tanto quehasta su compañero se da cuenta de ello.

—Bien, Carlos, ¿puedes decirme quévas a tomar? Luego puedes continuarintentando

averiguar si llevo relleno o lo que se

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adivina es natural —le digo al mismotiempo que hago un movimiento depecho hacia él. Por su cara de espantoentiendo que no me he equivocado endeducir el escrutinio al que ha sometidoa mi delantera. Será que le ha gustado loque escondo bajo la camiseta.

—Cerveza —contesta todavía un pocoavergonzado por su falta de discreción.

Después me dirijo a Daniel y,dedicándole la que creo que es miprimera sonrisa amable y sincera, lepregunto a él.

—Lo mismo —responde en un tono queme resulta conciliador.

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Pongo las botellas frente a ellos, Carlosme paga y se va llevándose su cerveza.Cojo el dinero y veo que Daniel hasacado a su vez un billete de la cartera,lo ha dejado sobre la barra y se disponea retirar la mano, pero justo antes de quepueda hacerlo, pongo mi mano sobre lasuya.

—Invita la casa. —Me mira sorprendidoy siento cómo su mano se tensa bajo lamía—.

Siento lo de antes.

Y me marcho sin darle pie a mantenerningún tipo de conversación.

CAPÍTULO CUATRO

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“Everglow” Coldplay

“Better when I’m dancing” MeganTrainor

DANIEL

Coldplay suena en mi habitaciónmientras me visto. He llegado haceapenas tres horas a casa y necesitabadescargar tensión después de unasemana llena de problemas y avisos.

Un buen afeitado y veinte minutosdebajo del agua caliente no lo curantodo, pero ayudan bastante cuando setrata de sentirme mucho mejor. Ahorame preparo tranquilo para una

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noche de viernes con apuesta segura.

Greta me llamó a mediados de semana yme hizo saber que este fin de semanaestaría en

la isla. Nos conocimos hace un par deaños por amigos comunes y nosseguimos la pista

allí donde nos destinan. Ella es azafata,por lo que cambia con más frecuencia debase que yo. Siempre que coincidimosen una ciudad, nos llamamos y, sinnecesitar excusa, estrategia o planpreconcebido, sabemos perfectamentequé es lo que buscamos los dos, que ennuestro caso es lo mismo. Una nocheagradable, sin dobles sentidos, sin

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indirectas, sin malos entendidos, soloconversación relajada entre amigos, quesiempre acababa en una cama ocualquier superficie que nos dé pie a unabuena sesión de satisfactorio sexo sincompromiso.

Dejo la botella de CH Men sobre lacómoda de mi dormitorio, y me giropara ver si todo está en orden. Al habervivido en academias y pisoscompartidos, me he convertido en unmaniático del orden en lo que a miespacio personal se refiere, ya quenunca se sabe lo que se puede unoencontrar en las zonas comunes. Porfortuna, mi actual compañero es bastanteordenado y está siendo una convivencia

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muy relajada.

Esbozo una sonrisa cuando abro el cajónde la mesita para abastecerme de

preservativos, y es que con Greta nuncase sabe. Además de tener el cuerpo deuna diosa, tiene la resistencia de unatleta de élite, seguirle el ritmo escuanto menos un reto.

Cartera, móvil, llaves y mientras mepongo mi reloj de acero, me dirijo haciael salón donde están Lina y Javi mirandola televisión.

Javi coge a su prometida, la tumba sobreel sofá y le tapa los ojos.

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—¡Cariño! ¿Se puede saber qué pasa?—grita Lina que ha comenzado apatalear.

—Si le ves, no vas a querer casarteconmigo —contesta mi compañero—.Joder, Daniel,

eres demasiado guapo hasta para mí.

—Lo siento —le contesto irónico—,pero no me permito fijarme en hombres

comprometidos.

Lina se incorpora y consigue recuperarla visión, retira las manos de su chico dela cara y veo cómo intenta enfocar hastaverme bien. Se queda callada y, de

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repente, da un giro inesperado decaderas, se pone a horcajadas de Javi yle coge la cara con ambas manos,dejándonos a ambos con la boca abierta.

—Cariño, te quiero, te querré toda lavida y por supuesto que me casarécontigo. Pero si por esos avatares de lavida, decides dejarme o serme infiel,que sepas que al primero que

buscaré será a él —remata señalándomecon el brazo extendido—. ¿Pero tú quécomes? —

me pregunta.

—Está bien —les digo—. Iba apreguntaros qué os parecía mi aspecto,

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pero creo que me ha quedado claro.Bueno pareja, yo no vendré a dormir. Aser posible, que los vecinos no tenganque llamar a la policía por escándalo.

—Te aseguro compañero, que haré todolo que esté en mi mano para que elcuerpo de

policía entero, se vea obligado a venir—bromea, al tiempo que tumba a Linasobre el sofá y se tira sobre ella.

Cuando salgo y cierro la puerta, aúnoigo las risas de la pareja. La policíaviene seguro.

***

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Estoy sentado en la mesa de restaurantedel Club Náutico de Palma, dando unsorbo a la

copa de vino que ya me han servido ydisfrutando de sus maravillosas vistas,cuando veo llegar a Greta. Me dejo caersobre el respaldo de la silla y medeleito con su entrada. Tiene una melenarubia que cae sobre los hombros, miradafelina y un cuerpo con curvasprovocadoras, que hoy ha decididocubrir con un ajustadísimo vestidoestampado en blanco y negro, que dejapoco a la imaginación y mucho al deseo.Muchos de los comensales de otrasmesas han dejado de mirar hacia elPaseo Marítimo para dirigir ahora sus

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ojos a su cuerpo, y la verdad les alaboel gusto.

— Hello, darling —me saludadepositando un suave beso en mislabios.

—Preciosa, como siempre —le digo eninglés.

La primera vez que nos vimos fue enDublín y desde entonces hemosmantenido la costumbre de hablar eninglés, a pesar de que ella es alemana yyo español.

—Me encanta cuando entras y todos temiran. Por eso siempre procuro llegarantes —le

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digo con una sonrisa ladina.

—Te equivocas, cielo, lo que pretendenaveriguar, es quién es la bruja que te vaa llevar a la cama hoy. —Hace unabreve pausa, para luego mirarme pícara—. Y saben que voy a

ser yo.

Nos reímos cómplices y relajados paraempezar a disfrutar de una veladaincreíble.

Le cuento mi llegada a la isla. Ella laconoce bien y coincidimos en que tienenrazón los que la sitúan en uno de losmejores lugares del mundo para vivir.Greta conoce a Javi, y se burla de

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nuestra situación como pareja de hechouna vez más. La pongo al corriente delos últimos acontecimientos entre losque se encuentra el compromiso de miamigo y no da crédito. Entiendo sureacción, siendo ambos espíritus libresmuy escépticos a la hora de creer enrelaciones estables.

—¿Alguien especial? —me preguntacuando el camarero se aleja tras dejarnuestros platos.

—No —respondo—. ¿Y tú? —Nuncahemos tenido problemas a la hora dehablar de otros amantes.

—Tampoco. —Deja los cubiertos sobrela mesa y me mira—. Daniel, si aparece

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alguien

en la vida de cualquiera de los dos, seacabarán estos encuentros, ¿lo tienesclaro, verdad?

—Siempre lo he tenido —le digo contotal sinceridad—. Pero prométeme quenuestra amistad seguirá. Eres una mujerexcepcional y sentiría mucho perdertecomo amiga.

—Tranquilo, eso no pasará. —Se acercahasta susurrarme al oído—: Pero hastaque llegue ese momento, nos quedamucho por disfrutar.

Los dos sonreímos con picardíateniendo clara la intención de sus

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palabras y lo que ello significan.

Al salir a la calle, decidimos ir a tomaruna copa y se me ocurre ir al bar dondeestuvimos en el cumpleaños de Lina.Mis labios se arquean levemente haciaarriba al pensar que cabe la posibilidadde ver a su amiga Natalia.

Un taxi nos deja en la entrada deDralion y paso un brazo por loshombros de Greta para acercar sucuerpo al mío y mitigar un poco el fríode la noche. Todavía es pronto, por loque el local no está muy lleno, pero esome da la oportunidad de ver con másdetenimiento la decoración. El recintotiene una forma muy irregular por lo que

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veo y algunos rincones se hanaprovechado para crear ambientes enlos que se pueden encontrar mesas altasy taburetes o por el contrario cómodossofás, ideales para la conversación.

Aun así, mis pies se dirigen a una barraya conocida por mí y situada al fondo.

Me descubro buscando a una camareraque ya no me es desconocida, pero queno tengo

ni idea de cuál será su actitud respecto amí hoy. La verdad es que el día que laconocí, hubo tantos cambios en su humory carácter, que no me atrevería a decircómo es normalmente. Mientras hablocon Greta, me sorprende un fuerte

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silbido que hace que se

giren los dos camareros y la veo al finalde la barra.

Deposita seis botellas, que deduzcohabrá ido a buscar al almacén, y loschicos las recogen para colocarlas ensus correspondientes sitios, en laestantería que tienen a la espalda.Luego, sin más preámbulo, veo a Nataliacómo salta por encima de la barra y, unavez se incorpora, levanta la cara paraencontrarse con mi mirada. Me sonríe yyo le devuelvo la sonrisa. No puedoevitar levantar el pulgar para darle miaprobación al salto que acaba de dar. Acambio, recibo su sonrisa como

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recompensa y viene hacia dondeestamos.

—¡Hola! —me saluda, apoya una manoen la barra y la otra la coloca en sucadera—.

¿Cómo estás?

—Muy bien, gracias —respondo alegreal ver que se muestra simpática, lo queme agrada sobremanera.

—¿Has venido con tus compis?

¡Ostras, Greta! ¿Pero quién en su sanojuicio puede olvidarse de ella, cuandotodo el local la está mirando menos yo?

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—No —digo al tiempo que golpeosuavemente el hombro de Greta para quese gire—.

Os presento. Natalia ella es Greta.Greta…

Al dirigirme a mi acompañante no medoy cuenta de que no lo hago en español,pero

antes de poder reaccionar y traducir mispalabras, Natalia me sorprendepresentándose en un perfecto inglés ycon una amabilidad que todavía no sé sicorresponde a su profesionalidad, o esque solo es arisca conmigo.

La observo tomar nota del vodka con

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naranja que acaba de pedir Greta y meresulta curiosa la forma que tiene detamborilear sobre la barra mientrasrepite la comanda.

—¿Y tú? ¿Qué vas a tomar? —mepregunta, pillándome desprevenido. Voya tener que

hacer algo con estos momentos deevasión que tengo últimamente.

—Sorpréndeme —le respondo junto conun guiño. Ni yo sé a qué ha venido esegesto

juguetón, al que ella responde pensativaa la vez que divertida. Entiendo que leparece una aventura que me fíe de ella,

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pero me ha hecho gracia la apuesta.

La verdad es que el ambiente me gustamucho. No hay gente demasiado joven yse nota

que los que van, tienen ganas de pasarlobien. La música no es la típicaelectrónica de otros locales, ni conritmos latinos, que nunca me hangustado. Canciones conocidas, bailablesy animadas, de las que cuando suenan enla radio, empiezas a golpear el volante ya mover la cabeza siguiendo el ritmo.

Tengo mis manos en la cintura de Greta,que se mueve delante de mí, cuando oigocómo en la barra acaban de dejar unvaso con hielo, lo que imagino debe ser

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vodka.

Cuando intento investigar dónde está lomío, me encuentro a Natalia frente alestante donde tienen el whisky, con lamano en la barbilla, intentando decidirqué ponerme. Al final, asiente con lacabeza y se decide por una botella queestá en la parte superior. Ella se estirapero no alcanza, cuando de repente, unode los chicos se acerca por detrás, sinprevio aviso, y la levanta por laspiernas, para que la coja. Si llego asaber que este tío la tiene que tocar deesa forma, me pido una cerveza. ¿Peroqué me importará a mí quién la levante?

—Aquí tenéis chicos. Espero que os

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guste.

Le dejo un billete sobre la barra, y alcabo de un minuto me devuelve elcambio.

—Si no te gusta el whisky que te hepuesto, dímelo y te sirvo otro.

—No te preocupes, seguro que me gusta.

Y se va con esa sonrisa que no hedejado de mirar en toda la noche.

—Me gusta este sitio —me dice Gretaacercándose a mi oído—. No esperabaque me

trajeras a un local tan animado y, la

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verdad, me alegro.

—Es alentador que pienses que porahora voy bien, veremos cuando acabela noche.

Ella se acerca más, quedando totalmentepegados.

—Tú siempre aciertas.

Cuando voy a seguir con nuestrasugerente conversación, contándole aloído qué se me

pasa por la cabeza para cuandosalgamos de allí, oigo cómo uno de loscamareros, que está sirviendo junto anosotros, levanta la voz:

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—¡Jefa, esta es la tuya!

Natalia comienza dar pequeños saltitos,que el otro camarero secunda. SuenaBetter when I’m dacing, de MeganTrainor, y mientras una rubia de metroochenta se pega a mi bragueta, me hequedado enganchado a una morenapequeñaja, con una coleta mal hecha,

una camiseta blanca con el símbolo delos Rolling Stone en pequeños cristalesbrillantes,

vaqueros y… ¡deportivas! Vuelvo miatención a Greta, que me sonríe mientrasme agarra por la camisa y me obliga amoverme con la música. Yo la sigo ygiramos sobre nosotros mismos, hasta

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que mi mirada se dirige de nuevo alinterior de la barra.

La gente empieza a animar a Natalia y asu compañero, que no cesan en su baile.Todo

el mundo comienza a apoyarse en labarra para admirarles. Incluso Greta hasentido curiosidad ante la reacción detodos los allí presentes y también seasoma a ver el improvisado espectáculo.No tiene nada que ver con lo ocurridosemanas atrás sobre aquella mismabarra. Es un baile desenfadado, inclusoen algunos momentos, casi cómico.

Natalia propone un paso repitiéndolo unpar de veces y luego lo repite su

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compañero y empiezan una especie debatalla, donde uno marca el movimientoy el otro le sigue. No dejan de moverseen ningún momento. Se cruzan agitandocon energía los hombros y sin

dejar de menear los pies. En algúnmomento saltan dando palmas, que losdemás siguen

animándolos. Sus pies no dejan decambiar de posición y direcciónmientras no cesan de botar. Nataliairradia felicidad y casi se la ve con ungesto infantil. Da vueltas sobre sucuerpo, sacudiendo a toda velocidad lacadera, dejando al descubierto sucintura desnuda.

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Luego levanta los brazos frente a su caray empieza a hacer un molinillo conellos, que lleva de un lado a otro. Elotro camarero se les suma y los tresempiezan a dar saltos que siguen losclientes para luego ir corriendo de ladoa lado de la barra. Parece más una clasede gimnasia que un bar. Acaba lacanción y su improvisado públicoaplaude haciéndoles

reír.

Oigo una voz en la distancia y mesobresalto, al darme cuenta que esGreta.

—¿Has oído lo que te he dicho?

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—Perdona —me excuso—, estabapensando.

—No te preocupes, cariño. —Yempieza a deslizar su mano lentamentepor mi pecho—.

¿Te preguntaba si crees que es buenmomento para irse?

—Para irme contigo siempre es buenmomento —le respondo con una miradacargada

de deseo.

Seis horas más tarde, mientrasdescansamos desnudos sobre la cama,estoy despierto mirando al techo.

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Después de una sesión alucinante desexo, tres orgasmos y haber puesto aprueba todas las superficies de estahabitación de hotel, estoy intentandoaveriguar por qué he estado la mitad deltiempo, con la imagen de una melenacastaña deslizándose por mi cuerpo eimaginando cómo sería arrancar unacamiseta con la marca de los RollingStones.

—¡Joder, Daniel! —me digo mientrasme doy la vuelta para intentar dormir.

CAPÍTULO CINCO

“Somebody to love” Queen

NATALIA

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Si no me coloco esta banda en la frente,cuando llevo diez minutos corriendo,tengo todo el pelo pegado a la cara.Sujeto la melena en una cola y me sientoen la cama para atarme las deportivas.Cuando acabo, me miro en el espejo yluego dirijo un vistazo a mis fotos de lapared.

—¿A que estoy buenísima, Bradley?

En mi dormitorio, junto a mi armario,mis amigas tuvieron a bien poner fotosde los hombres más guapos y atractivosdel universo, para que tras la ruptura demi última relación, me reconciliara pocoa poco con el género masculino. EstánHenry Cavill, Sam Worthingyon, Justice

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Joslin, Camille Lacourt… Hay paratodos los gustos. Nacionales,extranjeros, actores, cantantes,deportistas, entre otros. Así hastaveinticinco. No me preguntéis por quéeste número. Además, no penséis queson fotos tipo carnet, ¿para qué serdiscretas? Todas miden veinte porveinticinco, y a esto, añadid el marco.Pero la genialidad no acaba ahí. Cadauna de ellas está dedicada a mi persona,con un mensaje que, según ellas, esmotivador y esperanzador. Una pérdidade papeles en toda regla, pero me hizotanta gracia, que ahí siguen. Las queestán más a mano son las de AdamLevine y Bradley Cooper. En la deAdam reza la inscripción: “Mis

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oblicuos anhelan sentir de nuevo elroce tus dedos. Vuelve pronto”, y en lade Bradley: “En ningún rincón delmundo encuentro la paz que sientodentro de tu cuerpo”. Lejos de ayudar ami estabilidad mental, la han anuladoaún más, ya que no solo no me pareceextraño, sino que hablo con ellos. Entemas de ropa le pido opinión a AndrésVelencoso y sobre música a BlakeShelton.

Sin que lo espere, llaman a la puerta yno tengo ni idea quién puede ser unmiércoles a las seis de la tarde. Le doyun beso a Bradley, que siempre mesonríe, y voy a abrir.

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—Hola, Taly, ¿puedo pasar? —mepregunta Lina en un tono extraño.

—Por supuesto, cariño. —Me apartopara dejarla entrar, pero en cuanto pasapor mi lado la cojo del brazo—. ¿Quépasa Lina?

Ella rompe a llorar y la abrazopreocupada. Todo su cuerpo tiembla ycomo puedo, la

llevo hasta el sofá. En cuanto se serena,me separo poco a poco y la miro a losojos, todavía llenos de lágrimas.

—¿Qué pasa mi amor? —le susurro concariño.

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—Javi —me contesta, sin dar más datos.

Está claro que se impone un momentochocolate, y por la cara que trae miamiga, intenso y espeso para que puedacalmar la angustia que veo reflejada ensu rostro. En cuanto se lo comento aLina, acepta mi ofrecimiento encantaday, después de un abrazo y una caricia,me dirijo a preparar el eterno remediopara todos los males.

Cuando los chicos empezaron a jugar afútbol, la madre de Mara impuso latradición de

celebrar derrotas y victorias de lamisma manera, con chocolate. Desdeentonces, siempre recuerdo tomar

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grandes tazas de cacao en confesionesentre las chicas, los seis tirados

viendo películas hasta las tantas,después de alguna discusión entrenosotros, cuando alguno se ha ido avivir a otro país, cuando alguienregresa. Es como un nexo con lo que nosemociona en ese momento, sea lo quesea.

Vivo en la casa donde mis padres nostraían en verano cuando éramos niños.Está en primera línea de mar, cosa queahora es impensable. Cuando decidívivir sola, les propuse comprársela amis padres y al negarse a que les pagaranada, decidí reformarla, para convertirla

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en el hogar donde paso mis días.

En cuanto entro en el salón, descubro aLina en el ventanal frente a un martranquilo y en calma, que parece haberapaciguado en parte la desazón con laque ha llegado a casa.

Le ofrezco la taza sin mediar palabra yella la coge disfrutando del calor quedesprende en sus manos. El silencio serompe por el avión que pasasobrevolándonos y que está a punto detomar tierra. Las pistas del aeropuertoestán próximas y el sonido de losaterrizajes es algo que los que vivimosen la zona, está totalmente interiorizadoa lo que no echamos cuenta, pero a Lina

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la saca de su estado de ensoñación.

—Cuando era pequeña, pensaba queesta era la casa más bonita del mundo.Me maravillaba que se pudiera ver elmar —me confiesa en un tono lleno deternura y un poco de nostalgia.

—Sabes que puedes venir siempre yestar todo el tiempo que quieras.

Seguimos en silencio un par de minutosmás hasta que Lina comienza a hablar:

—Me he peleado con Javi.

—Entiendo.

Se gira y vuelve a sentarse en el sofá

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donde estaba antes.

—Estábamos hablando sobre lospreparativos de la boda, cuando no séqué ha pasado,

hemos empezado a discutir y me hemarchado de su piso.

—Lina, sabes que no tienes por quécontarme nada.

—Quiero hacerlo.

—Pues adelante —la invito a continuarcon un gesto de la mano y me acomodoen el

sofá dispuesta a escuchar a mi amiga.

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—Es el hombre de mi vida, le quierocon todo mi corazón y sé que él tambiénme quiere, pero… —empieza amasajearse las manos, nerviosa—. Aveces tengo miedo de equivocarme.

Me mira y yo sigo atenta, tanto a suspalabras como a sus gestos.

—No sé cómo ha ocurrido, pero derepente me he dado cuenta de que dabapor sentado

que nos casaríamos en Asturias y yo hepuesto el grito en el cielo. Él me hadicho que ya que vamos a vivir aquí, lonormal es que nos casemos en su tierra yasí su familia puede participar más entodos los preparativos. Yo le he dicho

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que a mí me gustaría casarme aquí,porque siempre he soñado que sería así.Y sin darnos cuenta hemos empezado adiscutir y decirnos barbaridades. —Rompe a llorar—. Taly, yo no quieroceder a sus caprichos y dejar de ladomis ilusiones —me dice entre sollozos—. No quiero que…

—Que te cambie —le finalizo yo lafrase.

—Sí —me dice ella, sin mirarme a lacara.

—Y por eso has venido a verme,¿verdad? —le digo mientras le vuelvo aacariciar el pelo—. Porque no quieresque te pase lo que me pasó a mí.

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Lina levanta muy despacio la cabeza,con expresión avergonzada, peroconfirmando mis sospechas.

TRES AÑOS ATRÁS, EN EL MISMOLUGAR.

—¡No pienso abrir! —grito—. Así queya podéis llamar lo que queráis.

—Taly, soy Óscar. Déjate de chorradasy abre de una puñetera vez, que tengoque ir al

baño.

Abro de mala gana y me encuentro conlo que, comparado conmigo, es ungigante. Pelo

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negro muy corto, gafas oscuras ycamiseta gris ajustada, marcando unosbrazos tres veces más grandes que losmíos.

—¿Vienes con tu hermana?

—Qué va. Lina estaba en casa cuando hesalido —me dice mientras pasa pordelante de

mí, casi sin prestarme atención.Desaparece por el pasillo y al cabo deunos minutos regresa con el pelohúmedo y ya sin gafas. Mira el desordenque hay por todo, para luego dirigirse ala zona de la cocina.

—Creo que el chocolate hoy no nos

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vale. ¿Tienes cerveza?

—En la nevera —le digo con desgana.

Se queda tras la barra que separa lacocina del salón, con una mano en elbolsillo trasero del pantalón vaquero yla otra sosteniendo la cerveza.

—¿Y tienes intención de seguir muchotiempo con esto? —dice señalando conla parte

baja de la botella, los trastos que haydesperdigados por todo.

—El que me dé la real gana.

—Perfecto. —Vuelve a dar un trago a la

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cerveza—. Pues que sepas que apesta.

—¡No apesta! —me indigno,poniéndome de pie—. ¡Solo estádesordenado!

—Lo que tú digas. —Se deja caer en elsillón y pone los pies sobre la mesa, nosin antes darle una patada al montón deropa amontonada. Hasta que no consiguetirarla al suelo no se queda a gusto.

Le miro y ni se inmuta. Bosteza y serasca el pecho, mientras sigueobservando el caos que nos rodea.Cuando lleva diez minutos sin hablar,soy yo la que no puedo seguir callada.

—¿No me vas a preguntar qué ha

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pasado?

—No. Ya me lo han contado los otros yme parece una idiotez.

—¿Qué? —exclamo sin poder creer loque acabo de oír.

—Lo que has oído. —Se incorpora, bajalas piernas de la mesa y acaba apoyandolos

codos en sus rodillas—. Tendrías queestar dando saltos de alegría. ¡Te hatocado la lotería!

—Tres años siendo la amante, cuando sunovia de toda la vida le esperaba enMadrid —

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grito, moviéndome sin sentido por lahabitación—. ¡Y yo sin enterarme denada!

—Suele ocurrir así —me dicedejándose caer otra vez sobre el sofá.

—¡Se casa la semana que viene! —vocifero, descontrolada—. ¡Y hacequince días que

me dejó!

Voy de un lado al otro de la habitacióncon intención de entender algo, pero nopuedo

asimilar todo lo que ha ocurrido.

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—¿Sabes qué fue lo último que me dijo?

—Me importa una mierda —me contestaÓscar con dejadez—. Pero imagino queme lo

vas a decir.

—¡Que solo era un par de ojos bonitos,pero que no tenía la clase que necesitabala mujer que estuviera a su lado!

Con toda la rabia que tengo acumulada,cojo una taza de chocolate que habíasobre la

mesa, desde no sé cuándo, y la estampocontra la foto gigante que Mara hizo demis ojos, la cual preside la sala. Es en

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blanco y negro, exceptuando mi iris.

A pesar del estruendo que ha hecho lataza al romperse en pedazos, Óscar nose altera lo más mínimo y me miraimpasible.

—¿Y estás enfadada?

—¿Que si estoy enfadada? ¡Eso es uneufemismo! Estoy furibunda, colérica,rabiosa…

—¿Con quién?

—¿Perdona? —le pido que me repita,con cara de no entender.

—¿Que con quién estás enfadada?

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—¿Con quién va a ser? —le digo, conlos brazos abiertos ante la evidencia.

—¿Con él, con ella, con el resto delmundo…? —Se para y me mira muyserio—. ¿O

contigo?

Me quedo paralizada, mi respiración seacelera y a pesar de tener los ojos muyabiertos, no tengo claro lo que veo.

Óscar se levanta, me abraza y me llevacon él hasta el sillón. Luego, me sientaen su regazo y yo me apoyo en su pecho.Sin apenas darme cuenta, las lágrimasempiezan a resbalar por mis mejillas.

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—Taly, estás así porque compartiste conun impresentable más de tres años ylejos de

darte cuenta de que era escoria, poco apoco dejaste de ser tú, para convertirteen lo que él quería que fueras. —Aprietami cabeza contra su pecho y siguehablándome, tras besarme en lacoronilla—. Sácate a ese tío de lacabeza para volver a ser la Taly desiempre. Llevas días sin dormir nicomer. Tu hermano y los demás estánmuertos de preocupación, porque tequieren y ya no saben qué hacer. Y tú, enlugar de seguir con tu vida, pensando entu

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futuro y en tus ilusiones, estás aquíregodeándote en un problema que ya seacabó. —Con esas grandes manos quetiene, me coge la cara con ellas y con lamayor de las delicadezas me separapara hablarme mirándome directamentea los ojos—. Él ya no está. Ahora solo

estás tú. La que puede con lo que sepropone, porque es más cabezota queuna mula y así te hemos queridosiempre. Taly, basta. Se acabó.¿Entendido?

Asiento con la cabeza y me lanzo a sucuello para abrazarme y romper a llorarcon fuerza.

Media hora más tarde, aún no me he

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movido de su regazo.

—Gracias, Óscar.

—Os pensáis que porque soy tan guapo,no entiendo de estas cosas. —Hace unapausa y

continúa—: ¿Crees que debería dejar laingeniería para dedicarme a esto?

—Tampoco te pases —le digoponiéndome de pie.

—Tengo tanto talento desaprovechado.

Quizá su fachada de tipo duro einsensible, pueda confundir a quienes nole conocen.

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Pero yo veo tras toda esa autosuficienciay chulería, al tipo sensible, protector delos suyos y con valores inquebrantables,al amigo que quiero desde hace años yque sé que está en el salón de mi casaporque le preocupa la posibilidad deque uno de nosotros sufra.

Con gesto despreocupado, coge con dosdedos una camisa que estaba sobre elrespaldo

de una silla, me la tira a la cara y yo merío.

—¿Se puede saber por qué hay ropa portodas partes? —pregunta, señalando a sualrededor.

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—En mi proceso de idiotez absoluta, nosolo me corté el pelo… —Y me agarroun mechón de cabello que ahora mellega por debajo de la oreja—, sino quetambién empecé

a cambiar mi vestuario para estar a laaltura de un señorito de su posición ycategoría —le digo de manera irónica—. Te juro que tengo unas ganas decogerlo toda y pegarle fuego.

—¿Y a qué esperas?

—¿A qué te refieres? —le pregunto aúnsin entender.

—Quémala si es lo que te apetece.

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Y me quedo mirándole como si derepente se hubiera convertido en BartSimpson. Pero

me doy cuenta que lo está diciendo deverdad, y entonces la locura empieza aperder fuerza, para convertirse en unaopción. El fuego purificador, sanador,liberador… y mi ánimo aumenta. Cojola camisa que tengo en la mano, la miroy luego miro a Óscar con

una brillante sonrisa.

—Voy encendiendo la barbacoa —anuncia él mientras se dirige a laterraza.

Y yo empiezo a chillar y a recoger toda

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aquella ropa con la que, durante losúltimos años, me había disfrazado dealguien que solo era una mala copia demí misma.

EN LA ACTUALIDAD.

Lina se ha quedado callada y no sabecómo continuar, porque sé que no quiere

molestarme. Nunca hablamos de lo quepasó en aquella época, por eso estoysegura que ella teme que estaconversación abra viejas heridas.

—Lina, mírame —le digo con dulzura—. Eso nunca te pasará, porque no erescomo yo.

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Ni tu situación es como la que yo tuve ensu momento.

Me coge las manos y noto que sigueinquieta, a pesar de que ya no llora y susemblante ya no es tan serio. Mearrodillo frente a ella y pongo mismanos en sus hombros. Me mira, a laespera de aclarar los miedos que la hanatrapado.

—Siempre he pensado que eras la mejorde las tres. —Baja la cara avergonzada—.

Mara y yo somos las reinas del ruido yel espectáculo. Parece que nos vamos acomer el mundo, mientras dejamos quesea este el que nos muerde y nos deja

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heridas. Estamos siempre a la defensiva,dispuestas a atacar y en realidad notenemos ni idea de cómo defendernos.Pero tú no eres así.

—Mira tus zapatos, Lina —le digo condecisión—. Mientras nosotras noscalzamos unos tacones de espanto parasentirnos seguras y fuertes, tú vas contus manoletinas planas y transmites entus pasos una fuerza que Mara y yonunca tendremos. —Ella se ríeligeramente, ante la comparación—. ¿Ysabes por qué consigues eso? Porque túsigues creyendo en las personas, siguesconfiando y apostando por aquel que secruza en tu camino sin ningún tipo derecelo sobre lo que te pueda hacer. —

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Callo y le cojo la cara entre mis manos—. A eso se le llama vivir libre. Y esosolo los que son auténticos de verdad,son capaces de hacerlo. Nadie cambiarálo que eres, porque tu identidad no tieneque ver con lo que haces sino con lo quetienes aquí. —Y le pongo la mano sobreel corazón.

Se lanza sobre mí y caemos al suelomientras empezamos a reír.

—Gracias, Taly. —La oigo deciraliviada—. Me asusté.

Se retira para tumbarse a mi lado y deesta manera, quedar las dos sobre elsuelo mirando al techo.

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—Es normal, cielo —le digo—. Yseguro que vas a tener que ceder encosas. No puedes

pretender que Javi acceda en todo y nodecida qué hacer el día de vuestra boda.

—Pobrecito. —Hace un mohín de lomás gracioso—. Es tan bueno.

—Además, si te casas en Asturias te vasa quitar mucho trabajo de encima.

—¿Tú crees?

—Y lo más importante. —Veo que memira curiosa por el rabillo del ojo—. Yono conozco Asturias.

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En ese momento, en el que ambasreímos, el teléfono de Lina empieza asonar. Ella se

incorpora a toda velocidad y cuandomira quién llama se le ilumina la cara.

—¡Cógelo! —la animo—. Que aún se vaa largar de verdad.

—Hola. —Oigo que dice mientras seretira hacia el ventanal y yo aprovechopara ir a

mi habitación, y así dejarle másintimidad.

Una vez me he colocado la chaqueta, meajusto el brazalete en el que llevo mi

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mp3 y

vuelvo al salón. Ahora, más que nunca,necesito mi momento de soledad junto almar, corriendo con la única distracciónde la selección de música que me esperaa través de los cascos y el ritmo de mispulsaciones, marcadas por un corazón alque aún le duele recordar el pasado.

—En cinco minutos estará aquí pararecogerme —me informa entre suspiro ysuspiro.

—Pues vamos fuera y, mientras leesperamos, empiezo a estirar.

Lina me mira de arriba abajo condescaro y una mirada que ha recuperado

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su brillo habitual y que tanto me gusta.Su pose chulesca, cruzada de brazos ycon el peso del cuerpo sobre una piername dice que estoy a punto de escucharuna de sus perlas.

—¿Has contemplado la posibilidad deque alguna prenda de las que utilizaspara correr

sea de un color… cómo decirlo…discreto?

—Así me ven llegar y nadie chocaconmigo.

—Que te ven, te lo puedo asegurar. Esmás, yo creo que desde el Meteosat se tepuede

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localizar.

Justo delante de mi casa hay un paseopeatonal, que es por donde acostumbrosalir a correr y, en el banco que hayenfrente, empiezo a estirar todo micuerpo antes de irme.

Lina continúa hablándome de lospreparativos de la boda mientras mededico a estirar

mis músculos, preparándome para elrecorrido de hoy. De repente, su charlaanimada se detiene y escucho cómo uncoche para a mi espalda. No me hacefalta volverme para saber que Javiacaba de llegar. Lina sale disparadahacia él, que la espera con los brazos

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abiertos y no duda ni un segundo enbesarla apasionadamente. Sonrío,complacida, pues el universo siguealineado como debe ser.

—Lo siento, cariño. —Escucho a Javi.

—No, soy yo la que lo siente, mi amor—le interrumpe Lina—. Nos casaremosdonde

quieras, no me importa, mientras seacontigo.

—No, no… Donde quieras tú —le diceacariciando su mejilla con un dedo.

—Nos casaremos en Asturias y será unaboda preciosa —le confirma ella que

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apoya su

cabeza en el hueco del cuello y loabraza con fuerza.

—Te quiero, mi niña —le susurramientras la tiene atrapada entre susbrazos.

La emoción que siento mirándoles serefleja en mis ojos que se humedecen, yen mi garganta aparece un peso que nohabía hacía un minuto. Tengo la certeza,de que aunque yo no juegue en esta liga,el amor auténtico existe y soy feliz alver cómo ellos lo han encontrado.Viéndolos abrazados, te das cuenta deque es como tiene que ser y que la frase

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“el uno para el otro”, sin dejar el tópico,se hace realidad en ellos.

—Hola. —No puedo creer que no mehaya dado cuenta de que Javi no veníasolo.

Daniel se sienta en el respaldo delbanco en el que estoy haciendo misestiramientos mientras tambiéncontempla a la pareja—. Menudos dos—dice sin que yo aún le haya devueltoel saludo.

—Sí, sí… —afirmo regresando a misejercicios.

De repente, me entran unas ganas decorrer casi incontrolables.

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—Bueno, pareja —les digo a pesar deque no me escuchan, ya que no paran debesarse

—, ya podéis ir a dar el espectáculo aotro barrio, que este es muy decente.

Daniel ríe el comentario, al tiempo quelos susodichos se separan paradedicarnos su atención, con cara defelicidad.

—Mi sesión de terapia ya ha finalizadoasí que, si no os importa, tengo cosasque hacer.

—Empiezo a saltar en el sitio conintención de echar a correr en cualquiermomento.

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—¿Cuánto tiempo entrenas? —mepregunta Daniel que continúa sentado.

—Una hora, más o menos. —Consultomi reloj, para ver qué hora es—. Perohoy los

amantes de Teruel, creo que van aconseguir que sea un poco menos.

Lina se acerca y, a pesar de mis botes,me da un beso en la mejilla.

—Gracias por todo, Taly.

—Estaré ahí siempre que quieras —lecontesto y a continuación le doy un azoteen el

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trasero—. Y ahora, una que se va.

Levanto la mano a modo de saludogeneral, me pongo los cascos yescuchando a Queen

emprendo la marcha. La presencia deDaniel, me ha desconcertado un poco.No lo esperaba y me he puesto nerviosa.Pero por nada en especial, ¿verdad?Sacudo la cabeza para alejar estepensamiento mientras empiezo a apretarel ritmo. Cuando ya he recorrido un parde metros, suelto el aire que llevabaretenido, y un suspiro sale de mi boca yqueda silenciado por el paso de otroavión.

CAPÍTULO SEIS

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“Adventure of a livetime” Coldplay

DANIEL

—¡Ya tenemos al herido! —mecomunican. Lo que me deja claro que lacamilla ya se

encuentra dentro de la aeronave.

—Sujetadlo bien y procurad que nospodamos ir lo antes posible. En cuantoel rescatador suba, nos dirigiremoshacia tierra.

Acabamos de recoger a un marinero deun barco de pesca a 90 millas de lacosta, para

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evacuarlo al hospital. Parece ser quepodría estar sufriendo un ataque alcorazón, de ahí que nos hayan llamado.El rescatador que ha subido con lacamilla entra e informa de los síntomasque presenta el herido.

—Dolor torácico, sudoración,problemas respiratorios, palidez…

—Daniel, creo que se confirma eldiagnóstico. Voy a monitorizarlo yponerle oxígeno

—me comunica la enfermera.

—¿Lo tienes controlado? —pregunto através del micro.

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—Sí, no te preocupes. Le coloco una víapara administrarle morfina y quedaráestable.

2

—Nos quedan quince minutos parallegar a Son Espases .

—No creo que haya problema.

Una vez hemos tomado tierra en elhelipuerto del hospital, veo cómo lossanitarios se

acercan al aparato corriendo y llevandouna camilla con ruedas para trasladar elenfermo.

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—Todo listo —me comunica uno de losrescatadores.

—De acuerdo, sujetaos todos que nosvamos.

De regreso, hemos tenido que estarorbitando un buen rato, hasta que la torrede control, nos ha autorizado a cruzarlas pistas de Son Sant Joan y aterrizar enla base.

Es la una y media de la madrugada,cuando Javier y yo caminamos por elparking. No

coincidimos en todos los turnos, perocuando lo hacemos, solemos venir juntosen el mismo coche.

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—He quedado con Lina en Dralion paratomar algo —dice cuando arranca—.¿Por qué no te vienes?

—No sé —respondo mirando por laventanilla—. Hoy ha sido un día largo.

—Te sentará bien despejarte.

—¿Pero os retirareis pronto?

—Si voy contigo, seguro que nos vamosantes.

—Así que lo que quieres, es que venga,para poderte llevar a Lina a casa cuantoantes

—le digo socarrón.

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—Para nada. Solo quiero tomarme unacopa contigo. —Pero al cabo de un ratocontinúa

—: Si no vienes me va a tener toda lanoche de juerga. Necesito ayuda, estamujer no se cansa nunca.

—¿Nunca? —Esta vez acompaño mipregunta de una ceja levantada y sonrisaladeada.

—Nunca —responde sin desviar lamirada de la carretera. Sus labios searquean dibujando una sonrisa.

Antes de entrar en el local hemosdecidido tomar algo en lahamburguesería de al lado.

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Llevamos horas sin comer nada y partede mi humor de perros se debe a losrugidos de mi estómago. A Javi leparece una buena idea y, por la cantidadde comida que ha pedido, es posible quefuera su estómago el que hacía coros conel mío.

Entramos en un abarrotado Dralion, enel que es difícil dar un paso. Si no fueraporque al entrar oigo a Coldplay, cosaque tomo como una señal paraquedarme, Javi se quedaría solo.

Me hace señas para que avancemos poruno de los laterales y así llegar a labarra del fondo, donde seguroencontraremos a su chica. Estoy a punto

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de llegar y veo a Lina ya colgada delcuello de mi compañero, cuando un parde idiotas me empujan y me tiran unacopa en la camisa.

—Tío, no te había visto —me farfulla elborracho que me ha dejado empapado.

Yo miro la gran mancha de no sé québebida y la tela se me pega al cuerpo.Mi cara debe ser un poema, porqueenseguida tengo a Javi a mi ladopreguntándome si estoy bien.

—Tu amigo se ha tirado encima de mí yno he podido hacer nada —continúa elrubiales, que no debe acordarse decómo se llama su madre.

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Levanto la cara incrédulo ante lo queacabo oír y a mi incomodidad se une ungran enfado. Me entran unas ganastremendas de partirle la cara. Aprietolos puños a cada lado del cuerpo,intentando controlar la ira, ya que merepito que yo voy completamente sobrioy que con un simple empujón, podríatumbar al impresentable este. Pero antesde hacer nada, la situación cambia en unabrir y cerrar de ojos.

—¡Tú! ¡Se acabó la noche! —gritaNatalia arrebatándole el vaso de lasmanos y cogiéndole de la camisa parahacer que se mueva—. Ya te lo headvertido un par de veces.

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En ese momento, aparece el que creorecordar es el dueño del local y secoloca frente a Natalia y el borracho.

—¡Íñigo, llévatelo fuera! —le diceseñalando la salida—. Lleva un buenrato haciendo

el tonto y está molestando.

Yo me quedo fascinado mirando cómoentre todos aquellos hombres que lesacan como

mínimo una cabeza, la pequeñaja, lejosde achantarse, maneja la situación conuna determinación que ya le gustaría aalguno de los compañeros con los quehe compartido

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servicio.

—Y si vosotros queréis seguir, yasabéis lo que toca —amenaza señalandocon el dedo a

los amigos del borracho—. ¡A laprimera tontería os pego una patada enel culo que salís disparados por lapuerta!

Nadie dice nada y todos los que estabana nuestro alrededor mirando lasituación, se giran sin dar másimportancia a lo ocurrido.

—¿Te ha mojado mucho? —me preguntamirándome la camisa en lugar de lacara.

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—Pues… —Y antes de poder responderme coge de la mano y empieza a caminara través de la gente, cruzando el localconmigo detrás.

Llegamos a una salida de emergencia,que se encarga de abrir con la cadera yentramos

en un pasillo poco iluminado, hasta quesin dejar de caminar ni mirar, aprieta uninterruptor que está a mitad de camino yse encienden un par de focos.

—Este es nuestro vestuario. Si quierespuedes limpiarte e intentar arreglar elestropicio de la camisa. —Me señala elmanchurrón que me ocupa casi todo elpecho. Lo dice todo

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de un tirón y casi sin respirar. Estáparada en la entrada y me mira porprimera vez desde que llegué al local.

—Hola —le digo con un ligeromovimiento de mis cejas, perointentando disimular que

cada vez que la veo, creo que es másguapa.

Empieza a reír, cosa que me dejadescolocado una vez más esta noche. Serevuelve un

poco el pelo, que hoy lleva suelto, y mepone la mano en el antebrazo antes depasar por mi lado con intención de irse.

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—Sí, sí, hola —responde y sigue con surisita—. Cuando acabes te esperamos enla barra, guapete. —Y desaparece por lapuerta de emergencia por la que hemosentrado.

Una vez en la barra, Lina me saluda muyefusiva, preguntándome por mi estado yel de

mi camisa, que a pesar de no estarperfecta, he conseguido que se disimulebastante.

Antes de que me ponga a localizar uncamarero, para poder pedir una copa,veo dos pequeñas manos apoyadas en labarra por la parte interior.

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—¡Hola, caballero! ¡El personal deDralion le da la bienvenida y esperaque su estancia sea de lo más agradable!—Veo que se detiene, intentando que nose le escape la sonrisa que lucha poraparecer—. ¿Desearía beber algomientras disfrutamos de su presencia?

La verdad es que no puedo más quesonreír ante su ocurrencia y sudesparpajo. Luego,

apoyo los dos brazos en la barra y meinclino hacia delante, acercándome unpoco.

—Mucho mejor así. Veo que el serviciova mejorando —le digo—. Me gustaríatomar

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un whisky con agua.

—Será un placer —me responde,haciendo una pequeña reverencia yretirándose para prepararme la copa.

Cuando vuelve, pone el vaso con hielossobre la barra y la observo mientras vaderramando en su interior el licor. Dejala botella de whisky a un lado alempezar a verter el agua, veo cómo sehumedece el labio inferior retirándosede la cara un mechón ondulado que lehabía caído rebelde. En ese momento,recuerdo las imágenes que acudían a micabeza mientras estaba con Greta y lamisma sensación de excitación, visita mientrepierna de manera inmediata. Sus

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mejillas están sonrosadas, posiblementepor la temperatura del local, y bajo mimirada por un cuello fino y estilizado,que dirige un camino hacia el escote deuna camiseta gris de tela muy fina, por laque se puede entrever

lo que podría ser un sujetador deencaje…

—¡Aquí tienes! —exclama de pronto, yme devuelve al bar, a esa barra y a lamúsica

que casi había desaparecido de micabeza.

Arrastra el vaso y la botella hacia mí yyo, intentando recuperar la normalidad

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de mis pensamientos, saco un billete demi pantalón y se lo doy con rapidez.

—Gracias.

—De nada —dice ella y cuando está apunto de irse, se gira y vuelve ahablarme—.

Cuidado con lo que bebes hoy. Recuerdaque ya llevas una copa encima. — Meguiña un

ojo, y se marcha a servir al grupo dechicos que acaba de llegar. No puedoevitar sonreír como un bobo mientras mellevo el vaso a los labios.

Decidido a olvidar todo, me doy la

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vuelta y apoyo mi espalda en la barra,para empezar a hablar con Lina y Javi.Un grupo de chicas se ponen a nuestrolado y una de ellas se ha sentado junto amí, de manera que nuestros brazoschocan un par de veces. Al finalempezamos a charlar y nos tomamos otracopa, que gracias a Dios, nos sirve unode los

chicos. Es una morena de pelo corto ymirada decidida, con la que parece quenos podemos entender con facilidad.

Javi me toca el hombro, para llamar miatención y yo me acerco paraescucharle.

—Nosotros nos vamos —me dice y me

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da las llaves del coche—. ¿Teimportaría llevarte el coche de Lina acasa? Iremos con el mío y así no hemosde dejar el suyo aquí.

Te mando un mensaje con la matrícula yla posición.

—Ningún problema —contesto,cogiendo las llaves y metiéndomelas enel bolsillo.

Se despiden y se marchan. Pero al cabode un rato, cuando el tono de laconversación

entre la morena y yo está pasando aotros niveles, mi móvil empieza a vibrary lo cojo para ver qué ha ocurrido.

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Cuando veo que es Javi me preocupo ydescuelgo, pero con el ruido me esdifícil oír algo. Me tapo un oído y cierrolos ojos para poder escuchar a micompañero de piso.

—¡Daniel! —Oigo que chilla pero yo loescucho muy lejano.

—¿Ha pasado algo? —le digoacercando el micro a mi boca todo loque puedo.

Durante este tiempo me he acercadohasta los aseos para ver si allí puedohablar mejor.

—No, tranquilo. —Le oigo y también aLina que habla de fondo—. Resulta que

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Lina se

acaba de dar cuenta que tenía queacompañar a Natalia. Y ahora, noshemos ido sin decirle nada y dejándolasin coche para volver a casa. ¿Tevendría bien acompañarla? Si te va malda igual, sé que estás cansado y es tarde,pero bueno…

—No te preocupes hablaré con ella y…

—¡Daniel! Soy Lina, dile a Taly que losiento, la culpa es de tu amigo. —Empieza a reír y, a pesar de que estátapando el auricular, les oigo de fondo—. ¡Quieres estarte quieto! —

le grita ella e intuyo que las manos de mi

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amigo han encontrado en qué ocupar eltiempo de espera.

Una vez cuelgo el teléfono, me miro enel espejo intentando encontrar la fórmula

mágica, en la que pueda acompañar aNatalia y, por supuesto, tirarme a lamorena.

Aprovecho para utilizar el servicio,lavarme las manos y mojarme el pelo.

En cuanto salgo, me dirijo a la barra yllamo la atención de Natalia.

—Me acaba de llamar Javi. Él y Lina sehan ido y yo me he quedado su coche.Me han

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dicho que te acompañe a casa.

Apenas hay unos pocos centímetrosentre nosotros y vuelvo a ver ese ruboren sus mejillas que ahora tengo tancerca. Me repito que está ahí trabajandoy es normal que tenga calor.

—¿Acompañarme? —me dice con carade sorpresa—. No te preocupes por mí.Yo me

arreglo. —Mira su reloj y vuelve aacercarse—. En una hora y media acaboy me voy a

casa.

—¿Quieres que te espere? —le

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pregunto.

—Gracias por el ofrecimiento, pero noes necesario. Me las apañaré.

—De acuerdo. —Miro hacia donde estála chica que he dejado antes, y veo queme observa con curiosidad. No tengonada más que hacer delante de Natalia,así que levanto una mano a modo dedespedida y me marcho.

La morena, que se llama Celia, se haacomodado entre mis piernas, mientrasyo estoy

sentado en el taburete y cada vez que mehabla, su nariz acaba rozando mi cuello.Mis manos ya han traspasado la línea de

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la cintura y poco a poco van tomandoposiciones, por lo que con una mirada yun gesto de la cabeza, le propongo quenos vayamos.

Ella recoge sus cosas y yo, sin casidarme cuenta, miro hacia la barra y meencuentro

con Natalia mirando al infinito, paraluego beber a morro un botellín de agua.El pensamiento de que quizá deberíaquedarme, me pasa por la cabeza, peroCelia se acerca y coloca su mano en mipecho, para avisarme de que ya estálista.

Aparco el coche donde me ha indicadoella y una mirada ha bastado para que

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empecemos a besarnos. Primerolentamente para ir subiendo el tono atoda velocidad. Está inclinada contra míy me abraza por el cuello como si fueraa escaparme. Paseo mis manos por sucuerpo sin dejar ni un solo sitio a dóndeasistir.

Si cuando he hablado con Natalia lefaltaba una hora y media, hemos estadomás o menos tres cuartos en el local yahora llevamos unos veinte minutos…

¡Pero se puede saber en qué estoypensando! Vuelvo a lo mío y dejo mimano llegar hasta un pecho, rozándolocon suavidad, hasta que un gemido salede su boca, dando su

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aprobación. Deslizo la mano por elcuerpo hasta dar con el final de suvestido y empiezo el ascensoacariciando la piel de su muslo. Ella meabre un par de botones de la camisa yluego acaba poniendo su mano sobre mierección, que ya es considerable. Mebesa el cuello y va bajando mientraspasea su lengua por mi pecho. Cuandoestá cruzando mi abdomen de repenteabro los ojos. Las cinco menos diez enel reloj del salpicadero del coche.

—No te lo vas a creer… —Y yotampoco—, pero me tengo que ir —ledigo.

Ella levanta la cara con expresión de

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estupefacción, mientras yo la veo a solodos

centímetros, de lo que iba a ser un grandestino.

No sé ni cómo, ni de qué manera, mispalabras han salido de mi boca. ¿En quémomento he decidido que me tenía queir?

—Una urgencia, lo siento. He recordadoque a las cinco tengo que estar en unsitio.

—¿A las cinco de la mañana?

—Es que no te puedo contar nada, soncosas de trabajo. —Veo cómo va

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recomponiendo

su ropa sin abandonar la cara deincredulidad—. De verdad, no sabescómo lo siento.

—Espero que no sea nada grave.

—Bueno, en realidad un poco. —Tengoun grado de idiotez grave, sí, lo admito.

Le cojo la cara con suavidad y laacerco.

—De verdad que estaba siendo unamaravilla, pero me tengo que ir. Esperoque un día

de estos lo podamos retomar donde lo

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hemos dejado.

—Yo también —dice ella un pocodubitativa, pero creo que conforme.

Sale del coche y yo arranco. Y medirijo, no sé muy bien porqué, hacia unbar de copas en el que una camareradebe haber puesto algo en mi bebida.

CAPÍTULO SIETE

NATALIA

Echo un vistazo a las cámaras y a laestantería de licores, para ver cómoquedan. Hoy

me voy la primera, por lo que los chicos

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se encargarán de llenarlas antes de irse.

—¡Chicos me voy, es la hora! —les digomientras me acerco a darles dos besos acada

uno—. Nos vemos la semana que viene.

Paso por encima de la barra y me dirijoa los vestuarios. De camino, recuerdohaber hecho el mismo recorrido estanoche de la mano de Daniel y mi boca seconvierte en una sonrisa de adolescente.Ha sido todo un poco extraño. No es laprimera vez que un cliente se ponepesado, incluso, como hoy, molesta a lagente. Además, yo siempre intentomediar para que la cosa no pase amayores, ya que en un local con tanta

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gente, podría ser peligroso. Pero me hevisto en medio de ellos, casi sin haberlocalibrado. En un momento dado, heparecido un enano en el país de loselfos. Todos los que me rodeaban eranmucho más grandes que yo, pero me heasustado al pensar que Daniel, y enconsecuencia Javi, se pudieran meter enproblemas, así que he saltado muydecidida y no he dudado a la hora degestionarlo. De todas formas, imaginoque la adrenalina me ha hecho sentirmerara después. Cuando he cogido la manode Daniel, he empezado a caminardelante de él a toda pastilla, para que nome viera la cara. ¿Pero qué hago a misveintinueve años sonrojándome? Me hepuesto roja por darle la mano nada

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menos. Seguro que ha sido la adrenalina.Sí, debe ser eso. Sin embargo, lo quedesmonta del todo mi teoría, es que aúndespués de un par de horas, me acalorocuando pienso en su ofrecimiento dellevarme a

casa.

Llego al vestuario con este pensamientoy me siento en el banco, para luegocolocar los codos en las rodillas yapoyar la cabeza en las manos. No dejode pensar en lo ridículo que es, que mealtere por un chico, cuando a lo largo dela noche atiendo a muchísimos y no pasaabsolutamente nada.

Me levanto decidida y acabo con todas

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estas reflexiones. Además, no llevan aninguna

parte desde el momento en el que elsusodicho, se ha marchado con unamorena de infarto.

Este punto me deja más tranquila, asíque me recuerdo que mañana esdomingo y voy a

dormir mil horas, que es lo que más megusta en el mundo.

Me pongo mi abrigo y la bufanda, cojola mochila y salgo a la calle. Medespido de Íñigo, que está en la puerta yme dirijo a coger un taxi en la siguientecalle, por donde suelen pasar con

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regularidad. Una vez llego, no veo quese acerque ninguno y mis pies empiezana tener frío, así que empiezo a darsaltitos para que entren en calor. Sinmás, veo el coche de Lina parado frentea mí y el cristal bajando.

—¿Podrías entrar en el coche cuandoacabes tu danza de la lluvia? —Mequedo paralizada mirando a Daniel en elcoche. Miro mi reloj, las cinco y cuarto.

—Pero ¿se puede saber qué haces aestas horas por aquí? —le digo mientrasél niega con la cabeza y se inclina paraabrir la puerta.

—Tendría que decir que me pilla decamino, pero lo cierto, es que temo que

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Lina tome

represalias.

—Te he dicho que no hacía falta. Ahoraiba a coger un taxi que…

—No le des más vueltas. Te llevo y yaestá.

Me acomodo en el asiento y me pongo elcinturón, mientras mi cabeza intentaasumir

que estoy en el coche de Lina, conDaniel y este me va a llevar a mi casa.De repente, una pregunta viene a micabeza: ¿dónde está la morena? Pues sila ha dejado con un palmo de narices

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por mi culpa, lo lamento mucho.

Bueno, tampoco tanto.

—Siento haberte cortado el rollo —ledigo con la mirada fija en la carretera,aunque veo por el rabillo del ojo que seha vuelto para mirarme.

—No me has cortado ningún rollo.

—Sí, lo he hecho.

—Y yo te digo que no —replica él cadavez con más ímpetu.

—Mira, Daniel… —Me giro paramirarle—, Lina y yo somos las últimasque nos hemos montado en este coche.

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Ella usa Madmoiselle de Chanel y yoCarolina Herrera, y

en este coche apesta a Jean Paul GautierFemme. Por lo que “sí” te he cortado elrollo.

Nos hemos parado en un semáforo y segira con la sorpresa impresa en la cara.

—¿Se puede saber cómo hacéis lasmujeres para deducir todo eso y a esavelocidad?

Yo doy un pequeño saltito y me recolocoen mi sitio con cara de satisfacción, alconfirmar que he acertado.

—Porque venimos de serie con un sexto

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sentido que no lleváis la mayoría de loshombres. Mi madre estaba en su camacuando llegábamos de marcha y sinnecesidad de

levantarse, sabía si habíamos fumado encuanto entrábamos por la puerta de casa.

Las carcajadas resuenan en todo elcoche y apoya la frente en el volante,hasta que el coche de atrás le pita y seda cuenta que ha de retomar la marcha.

—Así que siento haberte cortado elrollo —repito.

—Y quién te dice a ti que me lo hascortado —dice con tono arrogante ybrabucón.

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Yo me quedo reflexionando la frasehasta que caigo en la cuenta y, como siuna repugnante araña se me hubieracolado en la camiseta, me suelto elcinturón y pego un bote, alejándome delasiento todo lo que soy capaz. La ideade que Daniel y esa otra chica hayanestado haciendo… aquí… agggg.

—¿¡Pero qué pasa ahora!? —gritaDaniel debido al susto que le he dado.

—¡Dime que ha sido en el asiento dedetrás! —exclamo, mientras voytomando posturas aún más extrañas, paraquedar casi sentada en el hueco que estádelante del asiento.

—¿El qué? —pregunta mientras intenta

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estar atento a la conducción y a mí, queya estoy sentada en el suelo.

—¡Que te la has tirado en el asiento dedetrás! ¡Dime que no te la acabas detirar aquí

mismo! —le digo, señalando el sitiodonde estaba sentada yo hace uninstante.

—¡No me he tirado a nadie en ningúnsitio! ¡Y ahora vuelve a sentarte yponerte el cinturón!

Tiene la respiración acelerada, el gestoalterado y se pasa nervioso la mano porel pelo.

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Yo me siento y me pongo el cinturón,intentando no molestarle más. Al cabode unos minutos no puedo evitarlo eintento arreglarlo.

—Es que cuando lo he pensado… —digo con tono suave y encogiéndome dehombros,

casi disculpándome—. He hechocálculos y claro…

—Haces demasiados cálculos —comenta, seco, con el codo apoyado enla puerta y la

otra sobre el volante.

Me siento fatal por haberle enfadado

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cuando él solo pretendía acompañarme acasa. Un

nuevo descubrimiento cruza mi cabeza yyo no tardo en dejarlo salir.

—Estoy contenta de haberte cortado elrollo.

—¿Que estás contenta?

—Sí. —Me acomodo para quedar frentea él y empiezo a enumerar con los dedosde la

mano—. Te has ido hace poco más deuna hora, has acompañado a la chica asu casa, muy

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guapa por cierto, y has vuelto abuscarme. —Levanto los brazos como sile estuviera descubriendo una sorpresa—. Eso te dejaba en muy mal lugar, en elcaso de haber llegado a consumar.

—¿Acabas de calcular el tiempo de misacciones, incluyendo un polvo ficticioque ni siquiera he pegado?

Cierro los ojos intentando seguir el hilode la pregunta que me ha formulado.

—Creo que sí.

Y empieza a reír. Primero casi sin emitirningún ruido, para ir incrementando elsonido y acabar en carcajadas. Nopuedo evitarlo, me contagio y de esta

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manera llegamos al siguiente semáforoen el que tenemos que detenernos.

—Daniel —le digo con mucha cautela—, ¿sería mucho problema que nosparásemos en

un sitio un momento antes de dejarme enmi casa? Será un momento.

—Sabes que mi profesión engendracierto peligro, sobre todo en zonas deconflicto, en

las que me ha tocado estar. —Se parapara coger aire y continúa—: ¿Tepuedes creer que me da más miedopensar en lo que es capaz de idear esapequeña cabecita que tienes?

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—Por fi… —le ruego juntando lasmanos a modo de súplica.

—¿Dónde? —claudica, y tras aplaudirun par de veces, empiezo a darle lasindicaciones

para llegar al lugar al que quiero llegar.

—Espera aquí un momento. —Abro lapuerta y salgo del coche antes de queDaniel pueda decir nada.

Como siempre, la panadería estácerrada y yo golpeo la barrera, con elmismo número

de toques que vengo dando desde haceaños. Sale Bernat y me da los buenos

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días, con el

buen humor con el que me recibesiempre.

—Buenos días, guapa. ¿Cómo ha ido lanoche?

—Bien, gracias. Y tú, ¿cómo lo llevas?¿Te irás pronto?

—No creo, tengo un pedido especialpara mañana. ¿Qué te vas a llevar hoy?

—Pues me vas a hacer tres paquetes.

Al rato salgo de la panaderíaagachándome para que Bernat no subamás la persiana y

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así no hacer ruido. Cuando entro en elcoche, Daniel me mira incrédulo.

—¿Qué es todo esto?

—La bandeja grande es para tu casa. Nosé Javi, pero Lina se levanta con unhambre

salvaje. La pequeña es para mí y estaotra…

El olor a ensaimada, empanadas ycroissants recién hechos llena elvehículo y a Daniel poco a poco le vacambiando la cara.

—Una última paradita y a casa.

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—¿Otra?

Antes de que ponga más pegas, empiezoa dirigirle para llegar rápidamente a mivendedor de periódicos favorito.

Cuando veo a Hans, un alemán afincadoen la isla, le empiezo a hacer señas paraque

me vea.

—¡Hola, Natalia! ¡Buenos días!

—¡Hola, Hans! Toma tu ensaimada. —Yle entrego el paquete más pequeño—.Me das

lo de siempre y hoy también el AS. —

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Me percato de que Daniel mira todo elproceso, pero que no ha dicho nada—.¿Quieres algún periódico?

—El Mundo.

—Pues lo de siempre, el Marca y otrode El Mundo —dice mi querido Hans.

Me pasa una bolsa con toda la prensa yyo le pago, para despedirme hasta lasemana que viene.

—¡A casa!

—¿Estás segura? —me pregunta y veoen su rostro cansancio.

—Gracias por todo —le digo y me

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siento dispuesta a no hablar hasta llegara mi casa.

Pero esta vez es él el que me habla:

—¿Qué le has comprado a Hans?

—El Hola, así si mañana voy a casa demi madre lo ojeamos juntas y reímos. ElSport…

—Para tu padre —me interrumpe él.

—No —digo muy absoluta—. El Sportes para mí.

—¿Te gusta el fútbol?

—Me encanta, pero otro día te hablaré

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de ello, porque me pongo muy pesada.—Luego

vuelvo a enumerar la compra—. ElMundo para ti y otro para mí, y el Marcaes para que

se lo dejes a Lina junto al desayuno.

—¿A ella también le gusta?

—Todos somos del Barça y esta será mipequeña venganza por obligarte apasearme a

estas horas.

Estamos frente a mi casa y Danieldetiene el coche.

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—Antes en el bar… —Se gira paraacomodarse en su asiento—. No tendríasque haberte metido. Te podrían haberhecho daño.

—Muy al contrario —le digo segura—.Si hubiera sido un hombre el que sehubiera interpuesto entre vosotros, aquelmuchacho, que por cierto iba muyborracho, se hubiera ofendido más.Cuando me ven a mí se desorientan y nole dan más importancia. Una pequeñaenana parloteando no es competencia.No se sienten atacados. Además, Hugo y

Lucas siempre están al tanto por sitienen que intervenir. —Me coloco elpelo detrás del hombro y mi cara queda

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despejada. Empiezo a mirarme lasmanos, que no sé dónde colocarlas—.Muchas gracias, de verdad. Espero quete guste el desayuno.

—Solo por curiosidad —me pregunta—.¿Ahora te vas a dormir?

—Aún no —respondo rápida—. Antesme ducho, desayuno con la prensa y adormir hasta destrozar el colchón.

Nos quedamos los dos callados,sentados uno frente al otro, en un extrañomomento de

los que alguien tiene que marcar lasalida. Él se acerca ligeramente, ya sinel cinturón de seguridad puesto y noto

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cómo por mi estómago corren un grupode búfalos.

—A pesar de todo… —Se para,ampliando su sonrisa—, ha sido unplacer. Que descanses.

Por un momento, por una milésima desegundo, siento el impulso de acercar miboca a

la suya y probarla gustosa. Cerrar losojos y disfrutar del roce de su lenguasobre mis labios. Nos acercamosmirándonos a los ojos, como nunca lohabíamos hecho,

deleitándonos en el otro. Mi boca seabre ligeramente casi por instinto y, por

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un momento, puedo notar su aliento.Cuando un perfume de mujer, que no esel mío inunda mi olfato, recordándomeque en ese coche, hace pocas horas, otramujer estaba con él, seguramente con elmismo pensamiento que estoy teniendo.

Con una maniobra rápida cambio latrayectoria y le doy un beso en cadamejilla, para

empezar a recoger mis bolsas ypaquetes.

—Gracias, y perdona que te hayaestropeado la noche.

Y sin esperar más contestación, salgodel coche y me dirijo a mi casa en la que

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entro sin mirar atrás.

CAPÍTULO OCHO

DANIEL

¿Estábamos a punto de besarnos,verdad? Al menos yo he entendido quelos dos estábamos buscando ese beso.Una vez más en esta noche, sigo sincomprender qué ha pasado. Tengo lasensación de que he hecho algo que le hamolestado. ¿Pero el qué?

Menudo misterio. A saber.

Llego a casa y subo con la bandeja enuna mano y los periódicos en la otra.Abro la puerta y lo dejo todo en la

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cocina. Recuerdo la frase de Natalia:“Ahora me ducho, desayuno con laprensa y a dormir hasta destrozar elcolchón”, y no me parece una malaopción, así que me voy al baño.

Una vez duchado, con un pantalón dealgodón negro y una camiseta gris,empiezo a preparar la cafetera. Abro elpaquete y veo la cantidad de cosas quehay. Cuatro ensaimadas, dos croissants ytres empanadas de carne. Estas últimasme sorprenden, pero desde luego he deadmitir que todo tiene una pintabuenísima. Pongo una ensaimada en unplato y cojo mi taza de café con leche.Me sitúo en la mesa del salón y frente amí, coloco el periódico. Reconozco que

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es un momento de deleite y lo estoydisfrutando con tranquilidad.

—¿Has conocido a Bernat? —mepregunta Lina con voz somnolienta,apareciendo por

la puerta del dormitorio de Javi—. Lohe olido desde la cama.

—Hay una bandeja entera en la cocina ycafé recién hecho.

—Uhmm —dice pasando con el peloalborotado y vestida con camiseta yunos bóxeres,

que deduzco que son de Javi—. Si teacostumbras a estos vicios, te aseguro

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que luego es difícil abandonar el hábito.

Al cabo de un minuto, aparece con otrataza de café y un croissant en unaservilleta de papel. Come en silencio ycasi sin abrir los ojos. Tiene el brazoflexionado sobre la mesa y la cabezaapoyada en él. Seguimos comiendo sinhablar y una voz de ultratumba llamanuestra atención.

—Lina, ¿se puede saber qué haces? —dice Javi apoyado en el marco de lamesa.

—Estoy desayunando.

—¿A estas horas?

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—Ajá —contesta mientras se levanta yvuelve a aparecer con otra ensaimada—.Un día

es un día —resuelve, y se deja caer enla mesa para seguir comiendo.

—Natalia me ha dado una cosa para ti.—Saco el Marca de debajo de miperiódico y se

lo entrego con reticencia. No sé pordónde me va a salir.

—¡Será…! —Empieza a reír acarcajadas—. La muy…

—¿Qué pasa? —pregunta Javi, mientrasle quita un trozo de ensaimada a su

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novia para

llevárselo a la boca.

Lina se levanta rápidamente y con elperiódico en la mano se dirige a todavelocidad al dormitorio. La oímostrastear y reír mientras Javi acaba con eldesayuno que ella había

empezado.

—¿Podéis venir los dos a la habitación?—nos grita desde el dormitorio.

Javi y yo nos miramos con sorpresa.Levanto las manos, dando a entender ami amigo

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que yo no tengo que ver con lo que pase.De todas formas, la curiosidad nospuede y nos dirigimos hacia eldormitorio.

Lina está en la cama, sentada con laespalda apoyada en el cabecero y elperiódico en la mano.

—Javi, cariño, quítate la camiseta ymétete en la cama. —Javi me mira, seencoge de

hombros y se quita la camiseta, tal ycomo le ha pedido su chica—. Y tú,Daniel, ¿nos podrías hacer una foto?

Empiezo a entender por dónde va todoel montaje y me acerco para coger el

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móvil de

manos de Lina. De repente, elladesaparece bajo las sábanas y vemoscómo estas se mueven como si cuatrogatos se estuvieran peleando debajo.Tras unos segundos, sale con cuidado yse coloca pegada a Javi con los hombrosdesnudos.

—Cariño, abrázame mientras miramosel periódico y tú, Daniel, ponte un pocohacia la

derecha, que nos dará mejor la luz.

He dejado plantada a una chica cuandoestaba a dos centímetros de lacremallera de mis pantalones, he tenido

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el trayecto en coche más extraño de mivida, y ahora, son casi las siete y mediade la mañana y me encuentro haciendofotos a mi compañero de piso con sunovia en la cama. Menuda nochecita.

Les hago varias fotos y le devuelvo elmóvil a Lina. Ella mira la hora y sueltauna risilla que no augura nada bueno.

—Todavía estará despierta —murmuramientras teclea.

—¿Podemos dormir ya? —dice Javi,que acaba bostezando, y yo contemplo laescena,

creo que por inercia y no saber qué va apasar a continuación.

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El teléfono emite el sonido del Elpájaro loco y Lina abre enseguida elmensaje, para, a continuación estallar encarcajadas.

—Os lo leo —dice secándose unalágrima—. A la pareja protagonista dela imitación

más desastrosa de Yoko Ono y JohnLennon: Primero: Yoko Ono, quecarecía de cualquier tipo de atractivonatural, tenía mejor aspecto que tú; ysegundo, Javi es más penoso que JohnLennon de marihuana hasta las cejas.Por cierto, ¿cuántos periodistas tienesfrente a tu cama?

Vuelve a reír mientras escribe.

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—Uno. —Se queda mirando la pantallaa la espera de respuesta, hasta que unaseñal le

avisa de la llegada—. Leo: Imagino queese periodista debe ser Iker Jiménez,porque esa foto podría ser comentadaen su apartado de fotografías conapariciones

fantasmagóricas.

Un pitido nos indica la llegada de otromensaje. Lina lo abre sonriente, para derepente abrir los ojos como platos ydirigirme la mirada:

—¡¿Has intentado tirarte a Taly?! —megrita con la cara desencajada.

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—¿Desde cuándo te quieres acostar conNatalia? —me pregunta Javi, quetambién ha leído el mensaje.

En un primer momento no puedo niresponder, sorprendido por laspreguntas y luego contesto concontundencia.

—¡No me he tirado a nadie! ¡Lo juro! —digo, pasando mi mirada de Lina a Javi—.

¿Pero se puede saber qué ha puesto?

Lina empieza a leer:

— Por cierto, aún no me hasagradecido el desayuno que te he

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hecho llegar, después de recorrermemedia ciudad en tu coche apestando a“coitus interruptus”, mientras túagotabas al pobre Javier, como quedapatente en la foto que me has mandado.

—Tu amiga está como una cabra —digosin entender cómo el día podía acabarde aquella manera.

—Ha llegado otro —informa Lina—.Desconecto el teléfono y me voy ahibernar.

Tenéis todo el día para preparar unabuena versión de “Imagine” ymandarme el vídeo, para que melevante pensando que es mejor hacer elamor que no la guerra, aunque en estos

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momentos lo único que pienso es quemejor sola que mal acompañada. Ciaopescao.

—Deja de leer para volver a mirarme—. Daniel, ¿a qué huele mi coche?

—Me voy a dormir y ahora sí esdefinitivo —me niego a contestar, y meretiro mientras

los dos se miran extrañados. Al menoslas ocurrencias de esa pequeña arpía mellevan a la cama con una sonrisa en loslabios.

***

Llego a Barajas con mi bolsa al hombro

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y mientras me dirijo a coger un taxi, veouna

pasajera que acaba de salir del avión,con la típica caja de ensaimada en lamano, y no puedo más que sonreír, alpensar en la noche que hace diez díasme llevó de sorpresa en sorpresa y queno entiendo por qué repaso una y otravez.

Veo a Natalia entre el borracho y yodando instrucciones, para luego cogermi mano y

caminar juntos por el local. Mesorprendo visualizando su sonrisa albromear o cómo se humedecía el labioinconscientemente al ponerme la copa.

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Su cara de sorpresa al recogerla en lacalle, su manera de moverse y hablarcontando sus teorías. Tirada en el suelodel coche gritando y sorprendiéndome acada momento con cada gesto o palabra.Saliendo de

la panadería cargada con las bandejas osu amabilidad con el repartidor deperiódicos.

Pero lo que llevo clavado, y no deja deatacar mi tranquilidad, es su mirada alacercarnos, la imagen de sus labiosdirigiéndose a los míos y a la emociónen la anticipación de un momentoespecial. El deseo de un beso, que micuerpo se niega a dejar pasar. Las ganas

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de descubrir a alguien, que me atrae sinsaber exactamente por qué razón y llamami atención en cuanto estoy junto a ella.Desde el primer segundo que la vienfadada y rebelde, ya no me fueindiferente. Su manera de bailar sensualsobre la barra o cuando, anima a lagente con sus movimientos desenfadadosy alegres. Y mientras miro por laventana del taxi, con el que atraviesoMadrid, decido que voy a acercarme aella y así descubrir el porqué de todaesta incertidumbre.

Paso el control de seguridad del edificiodel Ministerio de Defensa y subo altercer piso.

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—Buenos días, sargento. ¿Podría hablarcon el general? —le pregunto al joven alque

nunca he visto allí. Se levanta y mesaluda, si saber bien cómo hacerlo. Hoyvoy vestido de civil pero creo que hanotado en mi voz la suficiente autoridadcomo para no descartar la posibilidadde ser militar.

—¿Quién le digo que desea verle? —mepregunta levantando el auricular delteléfono

que está en su mesa.

—El capitán Pagán.

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Me invita a seguirle en cuanto cuelga elteléfono. Al llegar a la puerta de misuperior, es el muchacho el que llama yabre por mí, demostrando ser todo unejemplo de cortesía.

Al entrar la luz que entra por lasventanas que hay tras la mesa dedespacho, me deslumbra, pero alinstante mis pupilas se adaptan a laintensidad y veo la estancia tal y comoestoy acostumbrado a verla las vecesque paso por aquí. Tras los cristales seven las copas de unos árboles frondosose imponentes como el hombre que estáfrente a mí y que se incorpora mientrasle saludo de forma acorde a sugraduación.

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—General —pronuncio firmelevantando mi brazo para cuadrarme,independientemente

a que yo no vaya de uniforme.

—Capitán —me responde rodeando lamesa para situarse frente a mí, y mepregunta—:

¿Me dirás que no te ha reconocido?

Yo sonrío porque sé que eso le hacerabiar.

—Imperdonable —le digo simulandoestar indignado.

—¿Pero si eres igual que yo cuando era

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joven? ¿El apellido no le ha dado algunapista?

—Lo sé papá, pero a lo mejor el chicono colecciona fotos tuyas en tu época dejuventud.

—¿No me vas a dar un abrazo?

—Pensaba que antes tendríamos quearrestar a tu nuevo ayudante.

—Lo dejaremos para más tarde. —Seacerca para abrazarnos como hacen doshombres

que se admiran cuando nadie les ve.

—¿Cómo estás, hijo?

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—Bien, estudiando y haciéndome con laisla.

3

—¿Cómo llevas la monografía ? —Eslógico que compartiendo profesión seinterese por el estado del curso queestoy realizando para convertirme encomandante y la preparación para eltrabajo final, aun así, tengo la sensaciónde haber traído las notas de octavo deEGB para que me las firme.

—Lo mejor que puedo. Ahora me voy aver a mi tutor y estaré con él esta tarde.

Seguimos charlando un rato y luego memarcho, no sin antes pararme un

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momento a hablar con el chico de laentrada.

—¿Qué tal se porta mi abuelo? —Pagaría cualquier cosa por ver la carade mi padre cuando el pobre chico lecomente la visita del “nieto” delgeneral.

—Muy bien, señor —me contesta eljoven azorado.

—Me alegro. —Me despido con lamano y me marcho reprimiendo lacarcajada que me

sube por los labios.

Paso toda la tarde con el que es mi

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preparador en mi curso de capacitaciónpara el ascenso al empleo decomandante, que espero acabar en unpar de meses.

A las nueve de la noche ya estoy encasa. Mi madre se emociona cuandoestoy aquí. Me

fui a la academia con diecinueve años ydesde entonces, he ido de destino endestino sin volver bajo su ala. Ella es laque más me echa de menos y he dereconocer, que a pesar de estar haciendolo que yo quiero, cada vez añoro másestar rodeado de mi familia y conversartranquilamente con ellos.

Estoy en la cocina cuando llega mi

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hermana Olga.

—¡Daniel! ¡Qué alegría, hermanito! —Salta para abrazarme como si aúntuviera doce

años y no los veintisiete ya cumplidos.

—Hola Daniel, qué bien tenerte por aquí—me saluda mi otra hermana, Sara, quese acerca a mí con tranquilidad.

Son mellizas y lo único que compartenes el día del cumpleaños. Sondiametralmente opuestas. Olga esextrovertida, alocada e impulsiva y Sarasensible, tranquila y serena. Me acercotambién a Sara para abrazarla y mequedo con ellas dos entre mis brazos. Yo

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tengo la complexión grande de papá, encambio ellas son más menudas, comomamá, y puedo

abrazarlas a las dos y retenerlasmientras se acurrucan en mi pecho.

Olga se acerca a mi cuello y noto cómome olfatea.

—¡Uy! Has cambiado de colonia.¿Carolina Herrera Prive?

—Otra con súper poderes olfativos —protesto pensando en Natalia y en lastodas las conclusiones que fue capaz desacar a raíz de un resto de perfume.

—¿Otra? —pregunta separándose de mí

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para mirarme a la cara—. ¿Quién es laotra que

te huele?

—A mí no me huele nadie —respondoraudo y veloz.

—Tú has dicho otra con súper poderes,eso quiere decir que hay otra. —Se giracon determinación hacia mi madre,empieza a gritar y a dar palmaditas en elaire—. ¡Mamá,

Daniel se ha echado una novia enMallorca!

—¡Ay, qué ilusión hijo! Aunque tenernietos en la isla va a ser complicado

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para verlos, pero lo importante es que túseas feliz. —Me peina con las manoscomo si tuviera cinco años.

—Mamá, ¿quieres no hacer caso aOlga? No tengo novia, joder —digointentando no seguir con el tema.

—¡Daniel, habla bien!

—Lo que está claro es que alguien quele gusta, le huele —dice Olgasentándose en una silla de la cocina—.Mírale, se ha puesto colorado.

—Olga, de verdad que estásdesvariando y no me he puesto de ningúncolor. —A pesar

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de que noto un cierto calor en lasmejillas—. Sara por favor, rescátame deellas y llévame a algún sitio para que nome agobien.

Cojo a Sara por el hombro y salimos porla puerta, mientras a mi espalda sigooyendo la conversación de mi madre yOlga.

—Si se casa en la isla, lo más seguroque sea en verano, ¿verdad? —Oigo ami hermana.

Llegamos al salón y nos sentamos en elsofá.

—Y tú, ¿por qué no me defiendescuando empiezan a desvariar?

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—Porque mientras te acosan a ti, no sefijan en mí —dice con esa caritaangelical que

tiene—, y no adivinan si oculto algo.

Me llevo la mano a la boca y abro losojos de par en par.

—¿Has conocido a alguien? —lepregunto ilusionado.

—¡Calla! Que al final se van a enterar.

La arrastro hasta que la siento sobre mispiernas como si fuera una niña pequeña,mi niña pequeña.

—Es director de orquesta —me confiesa

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tímida y bajando la mirada—. Nosconocimos

colaborando en un proyecto. Un día, elensayo no iba bien y él se enfadó.Repetimos y repetimos hasta que al finalsalió como tenía que ser. Cuandoacabamos, todos se fueron y yo le vicansado mientras recogía. Me acerqué apreguntarle si estaba bien y no sé cómo,acabamos tomando un café frente alconservatorio.

—¿Y ha pasado algo? —le preguntocurioso bajando la voz.

—No, no —responde ella rápidamente—. Pero no sé cómo explicártelo.¿Sabes cuándo

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alguien hace que tú reacciones de unamanera que desconocías que estaba enti? ¿Cuándo te cuestionas la atracciónque sientes a raíz de gestos totalmenteinsignificantes? —Eleva la mirada haciael techo del salón pensando, hasta queparece haber encontrado la respuesta—.¿Alguna vez has sentido la mismacantidad de ilusión que de miedo viendoa alguien, porque desconoces a dónde tepodría llevar eso?

—Pues después de escucharte, laverdad, no lo sé. Aunque… —le digopensativo.

—¡A cenar! —nos avisa Olga entrandoen el salón para salir a la misma

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velocidad.

Sara y yo nos levantamos y la cojo pordetrás mientras caminamos y le hablo aloído:

—Espero que me tengas informado —susurro.

—Tú también a mí. —Oigo que me dice.

—No hay nada que contar.

—Espero que te equivoques —me dicedejando un beso en mi mejilla.

Llegamos a la cocina y la mesa ya estádispuesta para sentarnos, cuando oímosque se abre la puerta de la calle.

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—Daniel, ¿te va bien que venga a pasarel fin de semana a Palma en dossemanas? —

me pregunta Olga.

—Sí, por supuesto. Ya me llamarás.

En ese momento entra mi padre en lacocina.

—¿Se puede saber desde cuándo tengoun nieto? —exclama con su potente voz.

—¡Ay, mamá! ¿Ves cómo está conalguien?

CAPÍTULO NUEVE

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“This is the last lime” Keane

“Everybody’s chaning” Keane

“Sax” Fleus East

NATALIA

Hoy he decidido que mis compañeros detrabajo sean el grupo inglés Keane, a losque

escucho tomándome un café con lecheque he ido a buscar a la pequeña cocinaque tenemos en la oficina.

Soy afortunada por tener una cueva paramí solita, en la que puedo trabajar con lamúsica tan fuerte como quiero sin

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molestar a nadie. Al trabajar conimágenes, me gusta rodearme de todotipo de melodías que me inspiran y meevocan cosas que pasarán de ser notas amaterial gráfico. Con mis piesdescalzos, que es como voy siempre enmi pequeño rincón, golpeo el parqué alritmo de “This is the last time” y luchoporque el espacio que tengo en micabeza, tome forma en la pantalla. Llevodos días trabajando en las imágenes queaparecerán en una web de ropa infantilonline. En mi mesa, dos pantallas estánconectadas, pero ahora solo trabajo conmi último capricho profesional, unapantalla de iMac de veintisiete pulgadasque me he comprado hace pocos días ycon la que disfruto

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como una enana.

Cuando consigo que la tortuga que hediseñado y con la que llevo tres horaspeleándome, se mueva por la pantallaasí como había imaginado, levanto losbrazos en señal de victoria, me pongo depie para empezar a bailar “Everybody’schaning” y canto a todo pulmón.

No ha acabado la canción cuando mihermano y Álex entran por la puertaeufóricos.

—¡Nos la han dado! —grita Álex.

Yo les miro a los dos abriendo los ojos,intentando averiguar si lo que dicen eslo que yo creo que es.

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—¡DGM es nuestra! —Y mi hermanome levanta por los aires mientrasempezamos a

gritar los tres juntos.

Llevábamos un par de meses luchandopara conseguir que esta cadena hotelerafirme con nosotros la gestión de suimagen y sus próximas campañas. Álex ySergio han trabajado muchísimo paraconvencer a los directivos de estacadena que nuestra pequeña compañíaera la adecuada para dar el pasodefinitivo, en un mundo tan complicadoy complejo como es el hotelero,teniendo en cuenta que en la isla lacompetencia es feroz.

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—¡Esta noche lo celebramos! —diceÁlex lleno de felicidad.

—Hoy me es imposible, pero celebradlovosotros y otro día montamos otra —seexcusa

mi hermano que me tiene abrazada porlos hombros.

Yo casi no he abierto la boca, perodisfruto tanto de verles, que ahoramismo me apuntaría a una romería.

—Álex, llama a tu hermana y dile quehoy cena antes de que me vaya a trabajar—le

digo antes de que desaparezca por la

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puerta.

—Hecho, guapa, hoy te concedo lo quequieras.

—¿Otro Mac? —le pregunto.

—Buen intento. —Oigo que me dicedesde el pasillo.

Por la noche, llego al restaurante conÁlex y su mujer, que han pasado por micasa a recogerme.

—Me ha comentado mi cuñada que Javivendrá con unos amigos a cenar —medice Sandra al traspasar la entrada dellocal.

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Y antes de que reaccione, ya los veo atodos sentados en la mesa. Lina y Javi, asu lado Carlos y junto a ellos Daniel,con una chica de cara vivaracha, que enesos momentos habla con Lina.

En cuanto llegamos, todos se levantan asaludarnos. Lina es la primera que seacerca a su hermano y a mí,abrazándonos a ambos.

—¡Enhorabuena a los dos!

—Dáselas a tu hermano —la corrijo—.Yo no he hecho nada.

—Tonterías —me dice Álex—. Si nofuera por el trabajo que hacéis todos, nohubiera

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sido posible.

Javi y Carlos también se levantan asaludarnos y acompañan sus abrazos conlas pertinentes felicitaciones por lacuenta de los hoteles. Daniel continúasentado junto a la misteriosa chica, algoque me causa bastante incomodidad. ¿Oes la forma como me mira

la que despierta algo en mi estómago?Tal vez solo sea hambre.

—Olga, Javier es el hermano de Lina yella su esposa. —Escucho a Danielpresentando

a su acompañante y creo que no podréevitar que la próxima en conocerla sea

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yo.

Ella les saluda educadamente dando dosbesos a los mencionados y acontinuación, Daniel se acerca a mí y mequedo sin respiración. Aún recuerdo laúltima vez que estuvimos tan cerca. Meda un beso en cada mejilla y me sonríe.

—¿Qué tal? —me pregunta.

—Bien, gracias —respondo sin sabercómo he sido capaz de articular ese parde palabras.

—Olga —dice mientras veo cómo lacoge con suavidad por el brazo—. Ellaes Natalia,

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una amiga. —Se gira y me clava sumirada como si quisiera meterse en micabeza—.

Natalia, ella es Olga. —Noto cómo haceuna pausa intencionada, para continuar alos pocos segundos—: Mi hermana.

Ella y yo nos saludamos, a la vez que mereprendo interiormente, por habermedejado

llevar por un ataque de celos, unridículo e infundado ataque de celos. Measusta pensar en las consecuencias quepodría tener el hecho de que me afecteun hombre, que puede estar con unamujer diferente cuando él decida. Queme importe que sea otra la que pueda

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compartir besos que mi cuerpo ansía yque mi mente, lucha por no imaginaraunque fracasa estrepitosamente en elintento. En estas semanas, no he paradode rememorar una

y otra vez, ese instante en el que penséque íbamos a besarnos. En lo cerca queestuvimos uno del otro y sobre todo, enla bofetada que sufrió mi deseo alrecordar que esa misma noche, otramujer había estado entre sus brazos.Para mi salud mental, en el últimomomento mi parte más cerebral controlómis actos y conseguí sobrevivir alimpulso de dejarme arrastrar y acabarsabiendo cuál es el sabor de sus labios.No sé cómo gestionar esta situación, ya

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que llevo mucho tiempo huyendo de unaatracción como la que ahora siento y laúnica certeza que tengo es quemanteniéndome alejada de hombrescomo él, he dejado de sufrir aunque elprecio haya sido dejar de sentir.

Durante estos últimos años no hecompartido absolutamente nada con unhombre, ni el

más casto de los besos. Pero me ha sidomuy fácil, ya que en ningún momentohubo deseo de tener cerca a nadie.Ahora es diferente, la lucha interna tienecara y nombre, lo que me obliga aplantearme si debería darme unaoportunidad y disfrutar, aunque fuera por

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el puro placer de una noche sin frenos nirecelos. Pero le miro de reojo y veo quees imposible, porque sé que él podría irmás allá de mi cuerpo y volver allevarme a la locura de la que heconseguido huir.

Abandono mis pensamientos y vuelvo alrestaurante, donde procuro sentarme lomás alejada de él que me sea posible.En concreto, junto a Carlos, con el queen las últimas semanas he cogidobastante confianza en nuestras charlas enla barra de Dralion. Él bromea conmigoy a mí me gusta el juego.

—Pues he decidido que voy a sentar lacabeza —nos comunica intentando

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parecer formal—. Natalia, yo de ti nodejaría pasar la oportunidad. En cuantocorra la voz, las posibles madres de mishijos se pelearán por mí.

—Deja que me lo piense un momento…—respondo y me llevo la mano a labarbilla

pensativa—. Definitivamente, no —contesto y con mi tenedor pincho unapatata de su plato para llevármela a laboca, sonriente.

—Te vas a arrepentir —dice mientrassigue comiendo— pero yo ya te lo headvertido.

Todos ríen y yo choco mi hombro con el

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suyo, como gesto de complicidad.

—Además, todos sabemos lo que túbuscas de una chica —le digo.

—Te equivocas totalmente. —Y me miraserio—. ¿Crees que no le puedo gustar auna

chica?

—Menuda tontería —le respondo—.Pues claro que puedes gustarle a quiéntú quieras.

—¿Entonces por qué te sorprende tanto?—me pregunta.

Me doy cuenta que toda la mesa sigue la

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conversación, unos más divertidos queotros.

—Vamos a ver Carlos, digamos que tusmétodos quizás no sean los mejores parauna relación estable —respondo yacompaño mis palabras de losmovimientos de mis cubiertos.

—Ayúdame tú.

—Venga ya —digo, soltando unapequeña risita.

—Lo digo en serio. Ayúdame a tratar auna mujer como se merece y así teneruna oportunidad.

Inclino la cabeza y le miro seriamente.

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Cojo la servilleta de mi regazo y melimpio la boca para dejarla otra vez ensu sitio.

—Veamos si lo he entendido —puntualizo—. ¿Tú serías capaz de seguirtodas las pautas que yo te marque yhacer lo que yo te diga, en lo que serefiere a una chica?

—Sí —afirma incluso con un gesto decabeza.

Me dejo caer en el respaldo de mi sillay cruzo los brazos sobre el pecho,mirándole pensativa. El resto de la mesanos observa y esperan mi contestación

—De acuerdo —le respondo

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tendiéndole una mano para sellar nuestroacuerdo.

—Voy a ser un alumno ejemplar —mepromete con la mano en el corazón.

Y todos ríen ante la situación.

—Pues cuando acabes con él, puedesempezar con mi hermano —suelta Olgamirando a

Daniel, que se atraganta y empieza atoser—. Aunque estoy segura que ya estácon alguien.

Todos menos yo, que intento disimular,le miran esperando su reacción.

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—¿Es verdad, tío? —pregunta Javi.

Él va a responder, pero su hermana seadelanta.

—Él lo niega, pero estoy convencida deque hay alguien. Así que me hepropuesto averiguar quién es. Necesitoque me deis pistas.

—Ha de estar muy buena —puntualizaCarlos.

—Gracias, amigo —le dice Daniel queestá totalmente abochornado.

—¿Y tú, Javier? —continúa Olga con elinterrogatorio—. Vives con él. ¿Qué hade hacer una mujer para gustarle a mi

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hermano?

—Respirar —contesta Javierprovocando la risa de todos.

Como a mí, el tema me empieza aagobiar, miro instintivamente mi reloj ydescubro que, gracias a Dios, es la horade irme. Me levanto intentando nomolestar demasiado a nadie.

—Yo me voy a trabajar —digo mientrasempiezo a ponerme la chaqueta—. Nosvemos

luego. —E intento salir del sitio dondeestaba sentada.

—Natalia —me llama Olga—, antes de

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irte, tú también tienes que darme algunapista

de cómo le gustan las mujeres a mihermano.

—Olga, creo que ya está bien —lareprende Daniel.

Yo bajo la mirada, intentando que novean mi expresión de apuro. Y cuandoestoy a punto de alejarme de la mesa megiro y le contesto:

—Busca entre las que usan Jean PaulGaultier Femme. Parece que ese tipo deperfumes

son los que le ponen.

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Mi comentario no ha sido acertado.Daniel se tapa la cara con una mano y suhermana

empieza a abrir tanto los ojos, queparece que se le van a salir de lasórbitas. Pero antes de

que alguien pueda añadir algo más,decido desaparecer.

Han pasado un par de horas, yo estoytrabajando tras la barra, todos misamigos han llegado y están cercabebiendo y bailando. Yo me acerco aratos para participar de la noche. En unmomento dado, veo que Olga estáapoyada en la barra y decido acercarme.

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—Hola —la saludo mientras piensocómo seguir—. Antes en el restaurantequizá no tendría que haber dicho nadasobre lo del perfume. Pero como creíque llevabas J’Adore de Dior pensé…

—No, no —me dice mientras pone sumano sobre mi brazo—. Solo es que me

sorprendió el comentario. Y cuéntame,tú…

Como de la nada, Daniel aparece junto asu hermana y nos mira con ojosindescifrables.

—Hola, chicas, ¿qué tal? —pregunta yantes de que pueda contestar veo cómosujeta a

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su hermana del brazo—. Si nosperdonas, Olga y yo tenemos que hablarun momento. —Y

se alejan mientras su hermana me dedicauna pícara sonrisa.

¿Tan rara debe pensar que soy, comopara no dejarme hablar con su hermana?Los veo

hablar un poco distantes de los demás.Él se pasa la mano por el pelo, encambio ella sonríe y mira hacia mí.Seguro que le está contando la que lie enel coche el día que me acompañó a casa.Me aparto de la barra y voy junto a miscompis que, como no hay mucho trabajoen ese momento, me esperan bailando.

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Pues si piensa que soy rara, me da

igual. Soy como me gusta y no piensocambiar nunca más. Bailo sin pensar ennada ni en nadie que no sea yo,entregándome al ritmo de Sax de FleusEast.

Lo que tengo que hacer es desviar miatención a otra cosa y así no estarpendiente de él.

Me balanceo con la música e intentodistraerme. Cuando una voz femenina mesaca de mis pensamientos.

—Perdona.

Perdonada, digo para mí, y al darme la

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vuelta me encuentro con una chica rubiade pelo rizado, cara delicada y sonrisadulce. Me acerco y tomo nota mental delas consumiciones de ella y sus tresamigas. Coloco los vasos y empiezo apreparar las combinaciones que me hanpedido.

—Creo que antes estabas metida en tuspensamientos y te he molestado.

—¡Oh, no! Para nada. En el fondo creoque me has hecho un favor. Estaba dandodemasiadas vueltas a cosas sin sentido—le digo, devolviéndome la sonrisa queella me brinda.

—A mí a veces también me gustaríapensar menos y dejarme llevar. Pero

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suele ser complicado, ¿verdad?

—Si lo consigues, dedícate a dar cursosy te vas a forrar.

Y las dos reímos. Termino de prepararsus bebidas y me despido.

—Ahora disfruta de la noche y pásatelobien —le digo.

—Lo intentaré —responde.

Al cabo de unos minutos, me giro yvuelvo a mirar a la chica con la que hehablado. Ríe

y habla con sus amigas cuando se meocurre una idea.

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Voy directa a mis amigos y llamo aCarlos.

—Lo que me has dicho en el restaurante,¿iba en serio? —pregunto en cuanto secoloca

frente a mí.

—¿Te refieres a que seas mi coachsentimental?

—Sí —digo rotunda.

—Pues claro que lo decía en serio.

—¿Y de verdad harás todo lo que yodiga? —insisto.

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—Sí, pero que conste que ahora meestás asustando.

—Está bien. Necesito que busques aalgún amigo tuyo y me lo traigas.

Al cabo de un par de minutos vuelve conDaniel. ¿Tenía que ser él? Medioescuadrón en

el bar y lo tiene que traer a él.

—Intentaremos que sirva —digomirando al recién llegado.

—¿Perdona? —me recrimina Daniel.

Yo no le hago ningún caso y me acerco aCarlos para explicarle el plan.

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—Al final de la barra hay un grupo dechicas. —Y los dos levantan la cabezapara localizar al grupo—. Nuestroobjetivo es la rubia de pelo rizado. —Veo que Carlos agudiza la visión paraverla con más detenimiento—. Hazmecaso, creo que es una buena

candidata. Yo ahora me acercaré a ellacon la excusa de invitarlas a tomar unchupito, diciéndoles que son de tu parte.—Tanto Carlos como Daniel siguenatentos a todo lo que voy diciendo—.Luego te acercarás y las saludarás. A laúltima que te acercarás será a ella y tequedarás a su lado. Le dirás que esmentira que les hayas invitado a unchupito.

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—¿Por qué? —me pregunta.

—Porque la verdad es imprescindibleen estos casos. —Me giro paradirigirme a Daniel

—. En ese momento entras tú en escena.—Amenaza con esbozar una sonrisapero acaba

controlándose—. Tienes que conseguirdistraer a las amigas.

—¿Qué?

—Lo que oyes. Ninguna más que larubia, tiene que fijarse en Carlos.

—¿Y cómo lo hago? —me pregunta

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Daniel.

—¡Por Dios, Daniel! —digo levantandolos brazos—. Cómo lo has hecho toda lavida.

No te hagas el tonto conmigo. —Fijo miatención en Carlos para no dedicarlemás tiempo a su amigo—. Entonces ledices que a pesar de que la invitación nohaya sido tuya, estarías encantado depedirles otra ronda.

—Carlos, ¿de verdad le vas a hacercaso?

—Ssshh —le hace callar su amigo.

—¡Ah! Otra cosa. Daniel, quítate el

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jersey.

—¿Y ahora a qué viene esto?

—¡Quieres hacerle caso! —le riñeCarlos.

—De verdad que me estáis preocupandolos dos —continúa hablando mientras sequita

el jersey para quedarse solo con lacamisa.

—Ponte el jersey por los hombros ycuando llegues junto a ellas, lo dejassobre el montón que han hecho con susabrigos.

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—De acuerdo.

—Os tendríais que oír, de verdad.

—¡Ssshh! —Ahora somos los dos losque le hacemos callar.

—Les invitarás a una ronda de chupitosque tú pagarás y en cinco minutos tedespides

dejando el jersey en el taburete. ¿Lo hasentendido?

Carlos está concentrado y parecerepasar los pasos.

—Sin problema.

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Daniel niega con la cabeza y nos miracomo si fuéramos vestidos de tiroleses.

—Pues empieza la función —anuncioencantada—. ¡Ah! Y tres cositas más.Primera: que no te confunda laoscuridad del local, esto no esAtapuerca, así que no te comportescomo un troglodita. Segunda: te estoyponiendo en bandeja una talla 95 copa Bsin relleno, no lo desperdicies. Ytercera y más importante: no intentes serquién no eres, el Carlos que yo conozcopuede encandilar a cualquier mujer condos dedos de frente. —Le guiño un ojo yme doy media vuelta.

Me acerco al grupo de chicas y me

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dirijo directamente a la rubia.

—Hola —saludo sonriendo—. El chicoque está al final de la barra, el que llevaun jersey sobre los hombros, querríainvitaros a un chupito. ¿Qué osapetecería?

Veo cómo la chica rubia se sonroja ymira discretamente por encima de mihombro para

ver a Carlos.

Les sirvo los vasitos y ellas en ladistancia brindan con Carlos y se bebensu contenido.

Me alejo de ellas y empiezo a tontear

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por en medio de la barra esperando aque empiece la ofensiva. Veo cómo loschicos se acercan y empiezan a hablarcon ellas. Tal y como les he dicho,Carlos se queda junto a la chica rubia ala que noto algo nerviosa ante supresencia, mientras Daniel, siguiendomis indicaciones, charla animado conlas otras tres.

En un par de minutos, mi reciénestrenado pupilo me hace una señal y meacerco.

—Por favor, Natalia, ¿nos podrías ponerotra ronda?

—Por supuesto —le digo conindiferencia y profesionalidad.

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Cuando les estoy sirviendo, me fijo queCarlos todavía lleva el jersey sobre loshombros y empiezo a hacerle pequeñosgestos para que se dé cuenta. Al final mecapta y se lo quita para dejarlo en eltaburete sobre los abrigos. Yo vuelvo aalejarme y me coloco al otro lado de labarra. Al cabo de cinco minutos, veocómo se despiden y se colocan enfrentede mí.

—¿Qué tal he estado? —me preguntaCarlos.

—Muy bien.

—¿Y yo? —pregunta Daniel.

—Sí, sí —le respondo sin mirarle

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agitando la mano para quitarleimportancia—. Ahora

viene lo fundamental —le digo a Carlosque se acerca para escucharme mejor—.Si todo

va según lo previsto, la chica seacercará a traerte el jersey. —Los dosabren los ojos ante mi deducción—. Túse lo agradecerás y luego cogerás concuidado el colgante que lleva

prendido al cuello. Es un escarabajoegipcio —aclaro—. Le preguntarás sisabe cuál es su significado. —Los dosme miran sin perder detalle—. Le dirásque protege del mal y que da fuerza ypoder. Si ves que reacciona bien, le

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comentas que en la Fundación La Caixahay una exposición sobre Egipto y lepreguntas si le apetece acompañarte averla.

—Yo alucino. —Oigo que dice Daniel,al que no presto ninguna atención.

—Dato importante, tienes que quedarcon ella antes de las seis de la tarde,porque os tenéis que ver de día y…

—Perdona. —Advertimos que dicealguien tras ellos.

Nos giramos y vemos a la chica con eljersey en la mano, mirando tímida aCarlos, al

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que se le ha iluminado la cara. Él seacerca para hablar con ella y yo agarro aDaniel del brazo.

—Habla conmigo —le ordeno.

—¿Cómo?

—Que hables conmigo para dejarles unpoco de intimidad.

—¿Y tengo que decirte algo en concretoo me permites improvisar?

—No te pases de listo.

—¿A mí también me ayudarías como aCarlos?

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—No.

—Crees que no lo necesito —me dicesocarrón.

—Creo que eres el que más lo necesita,pero el que menos cree necesitarlo.

Su mirada se vuelve dura y su expresióncambia ante mi comentario.

—¿Y qué ha hecho que pienses…?

—El jueves a las cinco y media en lapuerta del Teatro Principal —nos diceCarlos con

la respiración alterada.

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—¡Bien! —Celebro mientras le cojo lamano—. Pues ahora lárgate a casa.

—¿Qué?

—Que te vayas. ¿No ves que si tequedas nos podríamos cargar todo loque hemos conseguido?

—Pues a lo mejor tienes razón —reflexiona pensativo Carlos—. Me voy.

—Y ahora te voy a dar la clave para lacita del jueves. —Los dos se acercanpara escuchar lo que voy a decirles—.Ni se te ocurra besarla.

—¿Qué? —exclama Carlos.

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—Esto es increíble —suelta Daniel.

—Dijiste que me harías caso.

—Ya, pero…

—Ni peros, ni peras —digo al más puroestilo madre—. He dicho que nada debesos.

—Espero que sepas lo que haces,Natalia.

—No tienes otra opción. —Lo cojo delos hombros para darle la vuelta—.Venga, a casa.

—Pues adiós —se despide Carlos ydesaparece entre la gente.

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Daniel se ha quedado mirando cómo sealeja su amigo.

—¿Has estudiado estrategia militar? Enla OTAN no tendrías precio.

CAPÍTULO DIEZ

DANIEL

Olga está a punto de pasar el control dela Guardia Civil en el aeropuerto.

—Cuídate, pequeñaja —le digoprotector, acariciándole la cabeza.

—¿Me vas a reconocer que tienes algocon Natalia antes de irme?

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Resoplo, niego con la cabeza y cierrolos ojos.

—Te prometo que no hay absolutamentenada. No insistas.

—Pero a ti te gustaría, ¿verdad?

—Mira que eres curiosa.

—Entonces, no me lo niegas —me diceseñalándome con un dedo, triunfante—.¡Te pillé!

—Anda, anda —le digo, dirigiéndolahacia el control a la vez que le doy unligero empujoncito—. Vas a perder elavión.

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—Que sepas que me encantaría. ¿Metendrás al corriente?

—Adiós.

—¿En cuánto pase cualquier cosa me lodices?

—Dales un beso a papá y mamá.

—Yo creo que tú también le gustas.

—Y dile a Sara que venga ella tambiéna pasar unos días.

—No desaproveches la oportunidad.

Ya no le contesto a nada más, así que medoy la vuelta para alejarme y levanto

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una mano para despedirme. No quiero nipensar en la versión del fin de semanaque puede contar Olga al llegar aMadrid. Entre las cosas que se haimaginado y las que se va a inventarpara adornar la historia, será un fin desemana totalmente diferente al que hevivido yo.

La semana pasa tranquila entre eltrabajo y las jornadas de estudio, aunquemás que relajado lo que estoy es tanocupado que no veo ni los segundos enel reloj. A medida que se acerca elmomento de la prueba para comandante,me siento más nervioso y eso me obligaa esforzarme mucho. No quiero fallar, nopuedo fallar. Ya habrá tiempo para dar

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rienda suelta a todas las demás cosasque hay en mi cabeza.

Acabamos de aterrizar, tras realizar unvuelo de entrenamiento, y entro en elvestuario para ducharme y cambiarme.

—Esta noche me tienes que acompañar—me asalta Carlos, al que no habíavisto llegar.

—Hola, colega —le replico y sigo haciami taquilla.

—Ayer tuve mi cita con Patricia, lachica que conocí gracias a Natalia. —Ahora sí que

me detengo para mirarle.

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—¿Qué tal fue? —le preguntosentándome en un banco, intrigado yesperando saber cómo ha ido elencuentro.

—Genial. No te lo puedes ni imaginar—me cuenta emocionado—. Hemosquedado en

Dralion esta noche, así que tienes queacompañarme, porque no puedo llegarsolo.

Además, tengo que preguntar a Nataliaqué debo hacer para no estropearlo.

—Carlos, por favor. ¿Me vas a decirque necesitas que te digan que has dehacer?

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—¿Qué quieres que te diga? Hasta ahoraella ha acertado y no me gustaría fallar.

Espera cauteloso mi contestación y yome froto los ojos, dando cuenta de micansancio.

—La verdad es que no pensaba salir.Además, mañana estoy de guardialocalizada.

—Pero…

Veo claro que no tengo salida y que alfinal acabaré claudicando ante lapetición de mi amigo.

—En cuanto ella llegue y habléis, yo melargo y os dejo solos.

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—Me vale —dice inmediatamente,temeroso de que me vuelva atrás en midecisión.

—No dejes que nunca parezca tandesesperado como te veo a ti en estosmomentos.

—Tú te lo pierdes, te lo aseguro.

Llegamos sobre las doce de la noche alpub y nos dirigimos directamente a labarra de

Natalia. En cuanto nos ve, viene hacianosotros.

—¡Hola! ¿Qué tal la semana? —Levantalas cejas y mira a Carlos, del que espera

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contestación.

—Muy bien, Natalia —me adelanto parafastidiar a los dos estrategas—. Graciaspor preguntar.

Natalia me mira un segundo como situviera tres cabezas. Luego, con unamueca de sus

labios, bastante graciosa, todo hay quedecirlo, me deja por imposible y vuelvela atención a Carlos. Mi amigo está alborde de un ataque de nervios desdehace horas y parece que solo laspalabras de Natalia pueden calmarlo.«Pobre diablo».

—Patricia es genial —comenta con

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entusiasmo como preámbulo de loocurrido durante

la cita—. Lo que pasa…

—¿Qué pasa Carlos? —pregunta ella.

—Es que…

Veo cómo Natalia se inclina haciadelante, quedando totalmente apoyadasobre la barra.

—¡La besé! ¡Ya está, lo he dicho! —confiesa y mira al techo, mientras con elrabillo del ojo vigila a Nataliaesperando su reacción.

—¿Y yo qué te dije? —le interroga ella.

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—Que no lo hiciera.

—¿Y por qué lo hiciste? —Espera larespuesta con una expresión que aún norefleja

exactamente la intención de su pregunta.

El pobre Carlos se mira las manos,luego dirige la mirada hacia la izquierday al final, tras soltar de un bufido el aireque tenía contenido, responde condecisión:

—Porque me apetecía muchísimo.

En ese momento, para sorpresa de losdos, Natalia empieza a aplaudir y darsaltos al tiempo que gira sobre sí misma.

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Cuando acaba con su peculiar bailecito,se vuelve hacia Carlos y le coge lasmanos.

—Estoy muy contenta, Carlos.

—Yo también —replica él—. Pero noentiendo por qué estás tan emocionada.

—Mira… —Suspira y continúahablando con Carlos encantada—, lomás importante de

un beso, es que sea deseado. Y tú, apesar de lo que te dije, lo hiciste porquete apetecía mucho y eso es maravilloso.—Luego busca su mirada, paraaveriguar más—. No creo equivocarmecuando aseguro que fue un gran beso.

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—Maravilloso —contesta conentusiasmo y ahora más relajado.

—Debió serlo. —Levanta la barbilla yseñala hacia la entrada del local—.Porque creo

que alguien te busca.

Carlos se gira de inmediato y veo cómola chica rubia busca con disimulo entrela gente hasta que, en la distancia, seencuentran con la mirada.

Cuando Patricia se acerca, veo cómo miamigo traga saliva con dificultad,aunque no deja de sonreír en ningúnmomento. Él nos la presenta muyorgulloso, para luego seguir hablando a

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solas, ya sin prestarnos más atención.

Natalia se aleja unos pasos hasta lacámara frigorífica, de la que extrae unacerveza que no tarda en poner delante demí. Luego, se agacha para echar unvistazo debajo de la barra hasta que dacon su botellín de agua.

—Vamos a celebrarlo —me dicemientras choca su botella de plásticocontra la mía de

cristal—. Invita la casa.

—¿Vas a brindar con agua? —lepregunto, creo que por fastidiar—. ¿Noda mala suerte?

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Ella se encoge de hombros y da un tragoa su botellín.

—A mí no me preocupa —responde conla mirada fija en Carlos y Patricia, quehablan

sonrientes y cómplices.

—Lo has conseguido —digo mirándoladirectamente—. ¿Estarás contenta?

—Yo no he logrado nada. Ha sido él consu interés y su ilusión. —Se entretieneen mirar a la gente que nos rodea—. Aveces es más fácil ver las cosas clarasdesde fuera —

continúa mientras empieza a quitar el

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papel que está pegado al botellín—. Soytestigo de muchas historias desde aquídentro —dice señalando la barra—, y heaprendido que a veces, los detalles másridículos, son los que evitan que lasparejas funcionen y sean realmentebonitas.

—Y si lo ves tan claro, ¿por qué tú…?—Me callo cuando veo que he sidoindiscreto e incluso un pocoimpertinente. Puedo ver cierta expresiónrecelosa en sus ojos, como si escondieraalgo que no desea que yo descubra yestuviera acostumbrada a defendersealzando muros con esos preciosos ojos.

—¿Por qué yo estoy sola? —Ahora lo

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veo claro, la pregunta le ha afectado, yel azul de su mirada ha perdidointensidad.

—Lo siento —intento rectificar—, no hedebido…

Se va hacia el otro lado de la barradonde acaban de llegar nuevos clientes.Agarro con rabia mi cerveza y la aprietocon fuerza. Me arrepiento de haberpreguntado eso. No sé exactamente lahistoria de Natalia, pero intuyo quealgún desengaño la ha herido y aún sufrepor ello. La verdad es que yo nunca hetenido una relación que pudieraafectarme de esa manera, pero entiendoque cualquier decepción o desengaño,

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puede marcar a una persona cuando haentregado parte de ella. Me doy lavuelta, apoyo mi espalda en la barra yme quedo pensativo mirando al frente.

—¿Qué ingredientes lleva el pan? —Escucho a mi espalda.

Me giro y veo cómo Natalia me mirafijamente, con la espalda rígida y labarbilla ligeramente levantada,demostrando seguridad.

—No entiendo —respondo.

—¡Que me digas qué ingredientes llevael pan! —reitera más contundente.

—Harina… agua… levadura y, ¿sal? —

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enumero dubitativo.

—¿Y cómo se hace? —sigueinterrogándome.

—Se mezcla, se deja reposar y sehornea, ¿no?

—¿Cuántas veces has hecho pan?

—Ninguna.

—¿Por qué?

Me duele ver cómo aguanta la mirada,mientras veo que me pregunta e intentaaparentar

que no le duele.

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—Imagino que… porque supongo queme quedaría una porquería.

Cuando acabo de hablar, por primeravez baja la mirada y la dirige al suelo.Deja que su cuerpo repose sobre unasola pierna y mete las manos en losbolsillos de sus pantalones.

—Pues eso me pasa a mí. —Levanta unpoco la cara, pero sigue sin mirarme—.Sé cuáles son los ingredientes, sé cómose hace, pero… —Y ahora sí que clavaen mí su mirada—, a mí me sale unaporquería. Por eso no hago pan.

Nos miramos y no decimos nada. Meencantaría abrazarla y convencerla deque ella no

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tendría que hacer pan, porque esrepostería de la más fina y delicada.Decirle que se merece una historiamaravillosa y que ahora mismo lepartiría la cara al desgraciado que la hallevado a pensar que eso es así.

Sin volver a decir nada, se encaminahacia el fondo de la barra. Creo que hadado por

concluida la conversación pero yotodavía tengo algo qué decir. No megusta el sabor amargo que se me haquedado en la boca, ni la presión quesiento en el pecho. No quiero que ella sequede con la última palabra si las míaspueden arrancarle una sonrisa.

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—¡Yo como pan congelado! —grito.

Al instante la tengo de regreso y ya nohay ni rastro de la tristeza que había enesos ojos azules hace un momento.Cuando apoya los brazos en la barra meanimo a imitar su gesto y nuestrosrostros quedan a la misma altura.

—Se nos está yendo de las manos eltema de las metáforas —me suelta y ríecuando lo

dice.

Me alegra ver que vuelve a sonreír yque hemos podido reconducirlo. Sientolo importante que es para mí verla felizy su gesto ahora me tranquiliza.

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—Lo siento —susurro acercándome a suoído y noto que un suspiro sale de suboca cerca de mi cuello.

—No te preocupes, ya está. —Depositaen mi mejilla un rápido y suave besopara luego

volver a ponerse a trabajar, dejándomeparalizado.

No esperaba que un gesto como aquel,tan sencillo y espontáneo, pudieraprovocar el dolor y la presión que sientoen el estómago. Tengo la mirada fija enla superficie pulida de la barra e intentoadivinar a dónde me llevan todas estassensaciones.

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De repente, un fuerte ruido de cristales yun grito hacen que vuelva la cabeza atoda velocidad. No sé ni cómo hesaltado la barra, ni cuándo me hecolocado en el suelo junto a Natalia. Lesujeto el brazo mientras veo cómo lasangre empieza a caer al suelo. La gentese asoma para ver lo que está pasando ylos dos camareros están junto anosotros.

Natalia no deja de mirar los doscristales que tiene clavados en la palmade la mano. Me coloco a su espalda,cogiendo su brazo con una mano y con laotra, la sujeto para que no se caiga en elcaso de que se maree.

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—Natalia, te voy a quitar estos doscristales y luego iremos al hospital —lehablo suave acercando mi cara a la suya.

Ella no puede hablar y me mira con ungesto que demuestra que está muerta demiedo.

Aprovecho que sus ojos están clavadosen mi rostro para, con un gesto rápido,indicarle a Lucas lo que debe hacer. Elcamarero me entiende a la perfección y,con un movimiento rápido y preciso,extrae los cristales sin que le tiemble elpulso.

—¡Aaaah! —grita ella y en ese momentoreacciona y comienza a llorar.

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De inmediato, el otro camarero, concara de no gustarle ni un pelo la sangre,me alcanza un trapo limpio con el que leenvuelvo la mano con mucho cuidado.

—¿Podrías ir a por las cosas de Nataliay nos las llevas a la puerta? —le digo alchico.

Creo que se llama Hugo.

Carlos se asoma a la barra, con Patriciaa su lado, y se quedan mirando fijamentela mano de Natalia. Sin demora, extraigolas llaves de mi coche y se las lanzo ami amigo, que las pilla al vuelo.

—Tráeme el coche a la puerta, rápido—le pido con calma, pero dejando ver

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la urgencia en mi tono. Él asiente sinpedir más explicaciones y desaparece.

Levanto a Natalia y, con la ayuda deLucas, la pasamos por encima de labarra. Me apresuro a saltar yo también yrecogerla.

—¿Puedes andar? —le preguntomientras la agarro por la cintura.

Ella asiente con la cabeza y nosdirigimos hacia la puerta.

Hugo nos da el abrigo y el bolso deNatalia justo cuando Carlos medevuelve las llaves del coche, que estáestacionado en la entrada del pub.

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Íñigo sale apresurado por la puerta,cuando casi ya nos vamos.

—Tenemos un seguro que cubre…

—¡No! —interrumpe Natalia—.Llévame al hospital donde trabaja micuñado.

—Donde tú quieras. —Miro a Íñigopara que cierre la puerta y así poderirnos—. Te llamaremos.

Y salimos en dirección al hospital.

El paño que le han puesto empieza ateñirse de rojo. Tiene los ojos cerradosy se coge la muñeca de la mano quetiene envuelta. Recuesta la cabeza en el

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respaldo y veo cómo una lágrima sedesliza por su mejilla.

—No puedo ver sangre, ni agujas, odiolos medicamentos y me repugna el olor ahospital —dice con la voz ya tomadapor el llanto—. No quiero que me hagandaño. Por

favor, Daniel, no dejes que me hagandaño. —Rompe a llorar y la veo frágil eindefensa.

Por segunda vez en una noche la veosufrir y no puedo soportarlo. Durantenuestra conversación en el bar, su dolorestaba compuesto de amargura y casi dederrota. Pero en este momento veomiedo y angustia. Pongo mi mano sobre

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su muslo, intentando transmitirle apoyo yserenidad. Solo tengo ganas de parar elcoche y abrazarla para que deje de sufriry desaparezca todo el dolor. Otralágrima corre por su rostro y tengo queaferrarme al volante para no retirárselacon la yema de mis dedos. Al escucharun ligero sollozo, que intenta controlarsin éxito, aumento la presión de la manoque tengo sobre su pierna para me sientaa su lado. Ella me mira y una pequeñasonrisa que asoma entre un rastro delágrimas que le reconforta mi presencia.

En cuanto llegamos al hospital, salimosdel coche y nos dirigimos a recepcióndonde nos atienden rápidamente al verla sangre en el trapo.

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—Por favor, han de llamar urgentementeal doctor Capdevila, es mi cuñado y élsabe qué tiene que hacer.

—De acuerdo —le dice el celador, quenos ayuda a llegar al mostrador.

—Es muy importante que le llamen —repite con urgencia.

—Espere un momento, ahora la llevarána un box —le explica la enfermera paraluego

dirigirse a mí—: Usted puede esperar enla sala de la izquierda.

—¡No! —exclama Natalia que se agarraa mi camisa con desesperación—. Sin

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mi

marido no iré a ningún sitio.

Intento no alterar mi gesto para que laenfermera no descubra la nuevainvención de Natalia.

—A esta zona solo puede entrarpersonal autorizado —le indica conamabilidad la mujer que nos atiende.

—¡Ah! Por eso no se preocupe, mimarido rescata gente y cosas de esas.

¡Cosas de esas! ¿A qué parte de miprofesión se debe referir con eso de“cosas de esas”?

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Pero no es el momento de ofenderse, yase lo recordaré más adelante. ¡Cosas deesas!, será posible.

—Si quiere podemos hablar con elmédico —intervengo—. Mi esposa sepone muy nerviosa y solo está tranquilasi estoy yo. Ya sabe, cosas del amor.

Ahora es la espalda de Natalia la que setensa bajo mi mano.

Al final nos dejan pasar a los dos yentramos en un box donde Natalia sesienta sobre

una camilla cubierta por un papel. Enese momento, entra un médico con batablanca que se presenta y se coloca junto

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a ella.

—¿Dónde está el doctor Capdevila? —pregunta Natalia con cara depreocupación.

—Seguramente se pasará en cuantopueda, pero ahora voy a examinar sumano.

—No, lo siento. Creo que no me heexplicado —dice mientras se levanta yhuye al otro

lado de la camilla—. Solo me va aexaminar el doctor Capdevila.

Yo observo la secuencia, silencioso,pendiente de las reacciones de Natalia,

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que está muy alterada.

—Quizá si le diéramos un tranquilizante,sería más fácil para todos solucionar suproblema —le sugiere el médico.

—No, no, no, no… —niega sin dejar demover la cabeza.

El doctor me mira como si yo pudierahacer algo al respecto, pero en aquelmismo instante otro médico entra en lahabitación.

—Natalia, ¿se puede saber qué te hapasado? —dice casi sin aliento—.Cuando me han

dicho que mi cuñada había venido con

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su marido, casi me mato por el pasillo.

—¡Alberto! ¡Me quieren dartranquilizantes! Diles que tú me curarásy que no necesito

pastillas.

El recién llegado se dirige a sucompañero y le habla mientras se acercaa Natalia.

—Ya me encargo yo —le dice—. Sinecesito algo ya os llamo.

Cuando nos quedamos los tres, Nataliase vuelve a sentar y el médico se dirigea mí.

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—Hola, ¿qué tal? Por lo visto eres micuñado, ¿verdad? —Se gira para mirar aNatalia.

—Por lo visto —le digo tendiéndole lamano.

—Vamos a ver qué tenemos aquí. —Toma un taburete con ruedas que haybajo la camilla y se sienta junto aNatalia, que lo mira con ojos decervatillo indefenso.

Con mucho cuidado, le destapa la manoy empieza a examinarla. Natalia cierracon fuerza los ojos y yo me acerco paraagarrarle la mano que no está dañada.

—Bien —empieza a decir Alberto—,

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creo que no hay ningún cristal y lo únicoque tenemos que hacer es limpiar bien laherida. Volveremos a revisar que nohubiera algún pequeño trocito y con unpar de puntos esto estará listo.

—No, no. Puntos no.

Yo me acerco y la abrazo un poco paraque se tranquilice. El médico le dedicauna mirada cariñosa y cargada deternura, que ella evita bajando la cabezaderrotada.

—Cariño, serán pocos y no queda otroremedio —le asegura su cuñado.

—¿Y no me podrías poner algún tipo depegamento, o gel, o láser…? —sugiera

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ella.

—¿Láser? —pregunta tan sorprendidocomo yo—. ¿Pero tú qué te crees quesoy, un Yedi?

—Bueno, tú curas gente y cosas de esas—le replica ella.

—¿Cosas de esas? ¿A qué te refierescon “cosas de esas”?

—Eso, eso, ¿a qué te refieres con eso de“cosas de esas”? —repito aprovechandola situación para tranquilizar mi orgullo.

Ella baja la cabeza y deja caer loshombros con gesto derrotado. Ahora meparece realmente pequeña y adorable.

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—Por favor —ruega, casi en un suspiro.

Los dos la miramos como la niña en laque se ha convertido ante nuestros ojos.

Temerosa y asustada.

—Alberto, me gustaría proponerle unacosa a Natalia —intervengo conserenidad mientras paso mi mano por laespalda para consolarla—. Natalia,mírame —le digo cogiéndole la barbilla—. ¿Ves esta cicatriz de aquí? —Lemuestro un lateral de mi mano.

Ella asiente. Las lágrimas se derramanpor las mejillas y me mira a los ojos, laniña que he descubierto esta noche—.Cuando yo era pequeño, era muy bueno.

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—Le guiño un ojo que

la hace sonreír—. Y, sorprendentemente,un día, saltando una valla, me corté aquí.—

Sigue mi historia muy atenta y de reojo,veo cómo su cuñado nos observasonriente—.

Cuando llegamos a la enfermería de labase donde vivíamos, yo no estabadispuesto a ponérselo fácil a losmédicos y mi madre tuvo una idea. —Lepido a Alberto que se levante paraocupar yo su lugar en ese taburete.

Entonces muy despacio, y con muchadelicadeza para que ella no se altere,

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pongo mis

manos en su cintura y la bajo de lacamilla para sentarla de lado en mispiernas. Le paso el brazo que tiene librepor encima de mi hombro y, concuidado, coloco su cabeza mirando porencima de mi espalda.

—Ahora pon la mano que te van a curarsobre la camilla —susurro para noalterar el ambiente que se estárelajando.

Alberto asiente con la cabeza aprobandola estrategia. Pero para mí empieza eltormento. Tengo a Natalia sobre mispiernas, que en nada se volverángelatina, y su pecho

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pegado al mío, mientras la cabeza estáapoyada en la mía y el brazo descansasobre mi espalda. Por Dios, quémaravilla.

—Si te duele —le indico—, no muevasla mano y agárrame fuerte hasta quepase.

Una vez dispuesto el instrumental sobrela camilla, veo que prepara unajeringuilla.

—Ahora te voy a anestesiar un poco lamano para que así no sientas dolor —leinforma

y me mira avisándome de susintenciones.

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En cuanto clava la aguja en la mano deNatalia, ella me agarra, presionando conlas uñas, y esconde su cara en mi cuello,mientras emite unos extraños ruidos.

—Por favor, Alberto, date prisa —ledigo con gesto de dolor—. Este plan esun desastre. Me tendrías que haberpuesto primero la anestesia a mí en laespalda.

El médico sonríe y vuelve a pincharla.Esta vez abre la boca por el dolor y,como la tiene cerca de mi cuello, susdientes me rozan la piel.

—Natalia, por Dios, no me muerdas quete veo venir.

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—Has sido tú el que ha tenido la idea dejugar a papás y a mamás. Haberlopensado antes.

Miro a Alberto cómo empieza a limpiarla herida y se ven claramente dos cortescasi paralelos. Siento cómo empieza arelajarse, posiblemente porque laanestesia le está haciendo efecto.

—Ni se te ocurra aprovecharte de lasituación para meterme mano, te loadvierto —me

dice hablando del tirón.

—Tranquila, soy consciente de que solote han dormido una mano y aún tienes laotra

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para darme una torta.

La cura continúa y aunque no se muevenoto que está nerviosa.

—Además, ¿quién te ha dicho quequisiera meterte mano?

Ella se incorpora y me mira a los ojos,sin pudor.

—¿Tan rara me encuentras que no memeterías mano si estuviera a tiro?

La cojo por la nuca y vuelvo a colocarlamirando por encima de mi espalda.

—Tampoco he dicho que no meapeteciera.

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—Con la pregunta lo has dado aentender. Alberto, ¿a que lo hainsinuado? —interroga

a su cuñado.

—A mí no me metáis en discusiones depareja, que hasta hace unos minutos noexistía

ningún cuñado.

—Y no existe —dice ella, contundente—. Si tú tuvieras un cuñado, ten porseguro que

me querría meter mano en cualquierrincón, y lo haría de fábula.

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—Natalia, te lo advierto —la aviso—.Vuelve a insinuar que no tengo ni ideade tocar a una mujer y te tumbo encimade la camilla para demostrarte si sé ono.

Se separa un poco de mí para así podermirarnos.

—No te atreverías —me dice ella,desafiante.

—Alberto, ¿qué te falta? —le preguntosin retirar la mirada de los ojos que mevuelven loco.

—¡Esto ya está! —sentencia resuelto elmédico.

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—Pues sal de la habitación que hayalguien que quiere saber de qué soycapaz —le ordeno dejándolo atónito.

Natalia da un brinco y se pone de piejunto a su cuñado.

—Vale, vale. Tú ganas. —Me da laespalda de repente, y se dirige a Alberto—: Gracias

por tu paciencia una vez más.

—Otra cosa. Ahora tienes la manoanestesiada, pero dentro de un rato te vaa doler.

Tendrías que tomarte algunas pastillaspara que el dolor no sea mayor.

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—Sabes que eso no —replica y dirigesu mirada al suelo.

Alberto le pone un brazo sobre loshombros y la atrae hacia él con muchocariño.

—Solo un par de días —le pide. Luegole coge la cara con la mano que tienelibre para

mirarla de cerca—. No pasará nada.

Y le da un beso en la frente para, acontinuación, abrazarla por completo.

—Dámela antes de que me arrepienta.

Alberto le da un vaso de agua junto con

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la pastilla y ella tras mirarla, se la meteen la boca y se la traga.

—Vete a casa y descansa. Cuandotermine el turno paso a verte. Llevaré eldesayuno.

—Vale.

Cuando vamos a salir, me acerco almédico para despedirme.

—Encantado —le digo sonriente.

—Ha sido una relación familiar cortapero a la vez curiosa.

—Con ella nunca se sabe —le confieso.

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—Veo que empiezas a conocerla.

—Estoy aquí. Me veis, ¿verdad? —interviene ella poniéndose entrenosotros.

Salimos del hospital y tras montarnos enel coche, nos dirigimos a su casa. Ellase ha vuelto a recostar e incluso hadoblado las piernas subiéndolas alasiento. Tiene la mirada un poco perdiday creo que la pastilla la empieza aadormilar.

—Tienes el pantalón y la camisamanchados de sangre —me dice.

—Tú también.

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Se mira pero no le da ningunaimportancia y continúa en esa posturarelajada hasta que llegamos a su casa.

—¿Quieres que te acompañe?

—No hace falta, gracias. Además,Alberto llegará enseguida.

La situación se vuelve a repetir y losdos estamos sentados, mirándonos ensilencio frente a su casa.

Me encantaría besarla antes de que sefuera. Un beso suave que la reconfortaradespués de un día complicado. Pero noes el momento. Está cansada, dolorida,molesta… y yo quiero que cuando labese pueda robarle toda la intensidad

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que sus labios me prometen.

De todas formas, no sé cuánto tiempoestaré sin intentarlo ya que cada día laatracción que siento por ella es mayor.No sé de dónde surgen todas estassensaciones ni qué las provoca, peronecesito saber si es una atracción comolas que he experimentado en otrosmomentos, de las que pierden fuerza unavez conseguidas o hay algo más. Así quedecido no dejar escapar ningunaoportunidad.

—Mañana no irás a trabajar y yo tengoguardia localizada, por lo que no puedosalir de según qué manera. —Ella abreun poco más sus ojos, algo adormilados,

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y ahora expectantes de lo que le voy adecir—. Había pensado que quizáspodríamos ir al cine.

—¿Tú y yo? —me pregunta.

—¿Quién si no?

Se muerde el labio inferior y se quedapensativa.

—¿A qué hora?

—¿Eso es un sí?

Asiente con la cabeza. Le paso la manopor el pelo y me despido para que sevaya a descansar. Además, mañana voya verla a solas y quizá muchas de las

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dudas que tengo se aclaren.

—Vendré a buscarte sobre las ocho. —Ella asiente y me despido—. Mañananos vemos.

—Muchísimas gracias por lo de estanoche. No te imaginas lo que me hasayudado.

—Me lo contarás en otro momento, peroahora ve a dormir.

—Vale. —Me regala una de esassonrisas, que esta vez sí ilumina susojos. Sus preciosos y maravillosos ojos—. Tenías razón con lo de brindar conagua. Nunca más.

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CAPÍTULO ONCE

NATALIA

Mi pie golpea el suelo y mis chicos delmuro de la reconciliación me miran conla misma adoración de siempre.

—Vamos a ver chicos, no os pongáiscelosos. No es una cita sino un “ya queno tengo

nada que hacer y tú tampoco”. Ademásel cine es más de amiguetes. Y en miestado la posibilidad de hacer manitasse reduce al cincuenta por ciento.

Aún falta una hora para que Daniel mevenga a recoger, pero mis limitaciones

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para el

movimiento son muchas, así que hedecidido empezar pronto.

Ayer cuando llegué me quité la ropa, nosin esfuerzo y algún que otro golpe, parameterme en la cama. Me apetecía muchodarme una ducha, sobre todo después deestar en

el hospital, pero imaginé que no seríaempresa fácil, y no me equivocaba. Hoy,lavarme el pelo ha sido una aventura dela cual he salido tan agotada, que cuandohe acabado he decidido darme un bañorelajante y para este, sí que no he tenidoproblemas.

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Empiezo a dejar la ropa que me voy aponer sobre la cama cuando suena mimóvil y contesto tras mirar la pantalla.

—Has tardado mucho en llamar.

—Taly, ¿pero por qué no me has dichonada? —me riñe Lina sin saludarmeantes—. Me

he tenido que enterar por Javi y este porDaniel. Por cierto, me ha dicho que porcómo llevaba la ropa, parecía que veníade una matanza. Después, Íñigo hallamado a mi hermano, que a su veztambién me ha llamado a mí.

—Lo que me extraña, es que a esta horano te haya llegado ningún comunicado

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de alguna agencia de noticias.

—Pues que sepas que ya he llamado aMara y te llamará en cuanto cuelgues.

—No fue para tanto.

—Conmigo no te hagas la tonta, guapa.Las dos sabemos lo que debió ser parati.

—Pero ya está, de verdad. Además, hedescansado durante todo el día. Y mihermano

ha estado aquí hasta hace un rato.

—¿Cómo te encuentras?

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—Me molesta, no te lo puedo negar,pero Alberto me dio unas pastillas parael dolor y

al menos consigo controlarlo.

No se oye nada al otro lado de la línea ysé que Lina está haciendo el mismoviaje al

pasado que yo.

HACE TRES AÑOS

Óscar está sentado en una silla deplástico junto a la barbacoa, paracontrolar que todo lo que voy poniendoencima arde por completo.

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—Mira esta camisa —le digoponiéndole la prenda delante de la cara—. Tiene mariposas. ¿Desde cuándo megustan a mí las mariposas? —La tirosobre el montón que

ya prende con fuerza.

—Desde que sales con capullos —mecontesta y da otro trago a su cerveza—.Cuando

vuelvas con otro cargamento para laquema, ¿me podrías traer algo parapicar?

Entro en mi casa por el ventanal de laterraza y cuando estoy en medio delsalón, giro sobre mí misma para ver si

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encuentro algo más de lo quedeshacerme. Al no encontrar nada, meagacho y miro bajo el sofá, dondelocalizo un bulto arrugado al fondo. Metiro al suelo y meto el brazo hasta quemis dedos consiguen rozar la prenda ysacarla. ¡Una rebeca de cachemir, por elamor de Dios! Salgo a la terraza conpaso acelerado hasta lanzar la chaquetaa las llamas.

—¿No me has traído nada paraacompañar a la cerveza? —me pideÓscar.

Le miro desconcertada sin saber de quéme está hablando.

—¿Qué me has preguntado?

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Y de repente me encuentro un pocodesorientada. Miro a mi alrededor ynoto cómo me

cuesta procesar la secuencia. Observolas llamas y me quedo totalmenteabsorta mirando los colores de lasprendas, que cambian a medida que seconsumen. El olor a humo y el

crepitar del tejido ardiendo meenvuelven y solo soy capaz de centrarmeen ello.

—Natalia —la voz de Óscar es mássuave que su habitual tono chulesco—.¿Estás bien?

Me siento aturdida, hasta el punto de no

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recordar exactamente qué estoyhaciendo frente al fuego. Los brazosempiezan a pesar y los dejo caer aambos lados de mi cuerpo. Noto lagarganta seca y se me hace difícil tragar.

—Tengo sed —le digo a mi amigo.

Él me pasa uno de sus enormes brazospor mi cintura y empieza a caminarmientras me

coge.

—Vamos dentro.

Me siento en una de las sillas de lacocina y Óscar empieza a servir CocaCola en dos

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vasos, para luego ofrecerme uno que yocojo. Bebo con ganas, noto cómo serefresca mi

garganta y eso me relaja.

Mi amigo se sienta frente a mí y ponesus manos en mis rodillas mientras memira.

—¿Cuánto días llevas sin dormir?

Yo bajo la cabeza y muevo los hombros,dejando claro que no tengo ni idea.

—¿No crees que ha llegado el momentode hacer algo?

Asiento y empiezan a rodar las lágrimas

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por mi cara.

—El médico me dio unas pastillas, perono he querido tomarme ninguna.

—¿Y qué piensas hacer?

Vuelvo a afirmar con la cabeza y él meacerca para darme un beso en lacoronilla.

—Hoy yo me quedaré a dormir contigo.Tu hermano está agotado. Lleva muchosdías pendiente de ti. Le he dicho que hoyyo estaré aquí. —Antes de que puedamostrar mi disconformidad, me pone undedo en la boca para que me calle—.Hasta la fecha, ninguna mujer me haechado de su cama. No vas a ser tú la

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primera.

Es imposible que él no me haga sonreír.Lo ha conseguido desde que éramospequeños

y sé que siempre lo hará.

—Ahora voy a ver cómo va la hoguera,que ya empiezo a pensar que es unaexcusa para

conseguir que vengan los bomberos.Pero te advierto que no todos estáncachas y además…

Se va hablando solo hacia la barbacoamientras me quedo en la cocinapensando en cómo cambiar mi situación.

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Me levanto y abro el armario, que estáen la pared de la cocina, para coger elbote de pastilla que me dieron. Lo abro,pongo dos píldoras en la mano y me lastrago con ayuda de lo que me quedabade refresco.

Una hora más tarde estamos preparandoun poco de pasta con tomate para cenar.

—Y hasta que el banco no me conteste yme diga si me han concedido elpréstamo, no

sé qué haré. —Abro un armario paracoger un bote de albahaca—. Está claroque los bancos han cerrado el grifo y escomplicado.

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Passenger suena desde el salón y toda latensión de la tarde se disipa poco apoco.

—Si necesitas pasta, sabes que solotienes que pedírmelo.

Yo me acerco y le doy un beso en lamejilla.

—Gracias cariño, pero no seránecesario. Mi padre también se haofrecido.

—La verdad es que esta casa, conalgunas reformas, será una maravilla.

—Lo que tengo más claro es ampliar elventanal que da al paseo. —Me apoyo

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en la encimera y me quedo pensativa—.Tardes enteras en el sofá mirando elmar, con un chocolate en la mano, ¿teimaginas?

—Al final me quedaré a vivir contigo.

Tener proyectos en mente será de granayuda para construir mi nueva vida.Sonrío y siento cómo vuelve a mí unaparte de la esperanza que se haescapado en las últimas semanas.Construiré nuevos sueños y los llenaréde ilusión, haré caso al médico y tomaréla medicación que me dio y que hastaahora me he resistido a empezar. Medirijo decidida donde guardo losmedicamentos, cojo el frasco de las

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pastillas, me meto dos en la boca y lastrago con un poco de agua.

—Taly, la mesa ya está puesta.

—Voy —respondo contenta porque séque algo ha cambiado en mi interior.

Tras una hora de risas, confesiones ycharla desenfadada, estamos en el sofácon una taza de chocolate en las manos yyo con la cabeza recostada sobre elhombro de Óscar.

Noto cómo su compañía me relaja y mesiento bien.

—Está claro que este será el mejor sitiode la casa —digo mientras observo a

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través de la ventana, cómo se reflejanlas luces en el agua.

—Yo antes de decidirme por un lugar,tendría que probar tu cama y creo que nome vas a dejar.

—Mi cama la has probado muchasveces y hoy, por lo visto, volverás ahacerlo.

—Pero eres una estrecha y nunca medejas que intente nada.

Me levanto y me dirijo a la cocina conlas tazas ya vacías.

—Vamos a la habitación, a lo mejor hoyme dejo.

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—Sabes que nunca perderé laesperanza, pero hoy creo que prefieroque descanses. —

Asoma la cabeza por la puerta de lacocina—. Pero por la mañana no teaseguro nada.

—No soy de polvos mañaneros, te loadvierto —digo elevando el tono ya queél ha vuelto al salón.

—Por el momento, tómate esas pastillasque te ha dado el médico y vamos adormir.

—Lo que tú digas, papá.

Y haciendo lo que me ha dicho mi

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amigo, cojo dos comprimidos y me losllevo a la boca.

EN LA ACTUALIDAD

—¿Taly?

Me doy cuenta que por un momento mispensamientos no han estado en mi amiga.

—Perdona, me he despistado. —Sacudola cabeza con la intención dedeshacerme de mis recuerdos—. Oye,Lina, mejor hablamos mañana, me voy alcine, que me estoy vistiendo.

—De acuerdo cariño, mañana hablamos.Por cierto, ¿con quién vas?

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Sopeso la posibilidad de mentirle, perono lo he hecho nunca y no voy a empezarporque haya quedado con alguien conquien está claro que no va a pasar nada.

—Con Daniel.

—¿Qué? —dice sorprendida.

—Quedamos ayer al volver del hospitaly vendrá en un rato a buscarme.

—Pero…

—Lina, por favor, no veas cosas dondeno las hay. Y ahora te tengo que dejar.

—Es que…

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—Mañana hablamos, guapa.

—Espero que tengas claro que mañanano me podrás tapar la boca tanfácilmente.

Pásatelo bien.

—Ja, ja, ja… —Río imaginándome loansiosa que debe estar en estosmomentos—. Lo

tengo claro. Adiós.

Tras pensarlo durante mucho rato, milook no será informal, casual o urbano,sino que por exigencias del guion seráelástico. Acabo de descubrir que nopuedo abrocharme nada sin que la mano

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no me duela horrores. Así que leggins,jersey ancho y botines que sean fácilesde poner. Y sin haberlo pensado antes,me encuentro cara a cara con lo que va aser un problema, el sujetador. Me pasolos tirantes y empiezo a moverme paraconseguir abrochármelo sin utilizar lamano. Quince minutos después heconseguido que quede enganchado.

Suena el timbre justo cuando acabo devestirme y abro ya preparada para salir.

—Hola. —Me recibe Daniel en elexterior—. ¿Cómo te encuentras?

—Hola —le saludo mientras salgo ycierro la puerta—. Agotada, no sabes lo

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complicado que es todo con una solamano.

Sonríe de esa manera que me recuerda aun niño travieso y nos dirigimos alcoche. Me

abre la puerta del copiloto y me siento.Mientras él se coloca en su asiento,decido poner mi abrigo y mi bolso en elasiento de detrás para ir más cómoda,así que me doy media

vuelta con ellos en la mano sana ycuando los estoy dejando, noto cómo misujetador se suelta como un tirachinas.¡Joder! Me incorporo rápidamente en miasiento y me quedo inmóvil, evaluandola situación.

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—¿Te ayudo a colocarte el cinturón?

¡No! Quiero gritarle, pero antes depoder protestar, lo tengo inclinado sobremí, tirando del cinturón mientras mispechos, con voluntad propia, quedanlibres bajo el jersey y el sostén empiezaa subir.

—Imagino que le has contado a Lina queíbamos al cine —me dice mientras yotengo

mis pensamientos en la parte superior demi ropa interior.

—Sí, ¿no podía decírselo? —pregunto.

—No es eso. —Levanta una ceja para

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hacerse el interesante—. Hace un rato herecibido

una llamada de Javi, para preguntarmequé hacía hoy y me ha dado la sensaciónde que lo realizaba bajo coacción.

Yo casi no le hago caso. Mi mente seencuentra evaluando posibles opcionespara poder

encontrar una solución a mi problema.Por más que pienso no se me ocurrenada que evite el más absolutobochorno.

Llegamos al aparcamiento. Daniel apagael motor y yo veo que no tengo salida.

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—Daniel —murmuro, y me quedocallada porque cada palabra que voy adecir me va a

costar la misma vida.

—Dime.

—Verás, te va a parecer muy raro, ¿perote puedo pedir un favor?

—¿Qué pasa? —me pregunta extrañado,consciente de mi agobio.

—¿Te importaría…? —Cuanto más seacerca el momento más claro tengo queeste será

uno de los recuerdos más surrealistas de

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mi vida. Daniel me mira esperando quehable mientras yo me muerdo el labioinferior y cierro los ojos intentando nover el desastre—.

¿Podrías abrocharme el sujetador?

En el interior del coche se hace elsilencio. Se puede decir que me heconvertido en una estatua, porque soyincapaz de moverme ni para mirar aDaniel y la expresión que debe tener enestos momentos.

—Hubiera apostado que quedar contigosería interesante, pero te juro que acabasde hacer saltar la banca. —Seguro quedebe pensar que no hay nadie másextraño en el universo, pero en esta

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ocasión tengo que darle la razón—. ¿Ycómo se supone que tengo

que hacerlo?

Suelto un bufido y me giro quedando deespaldas a él.

—Mete las manos bajo el jersey eintenta encontrar las dos partes.

Oigo cómo se mueve en su asiento y loque parece una risita contenida. Mijersey empieza a subir por mi espalda y,sin esperarlo, unas manos heladas rozanmi piel. Es tal mi sorpresa que mesobresalto y doy un bote hacia delantegolpeándome la cabeza con el cristal.

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—¡Aaaah! —Y me froto la frente con miúnica mano útil.

—¿Estás bien?

—¡De lujo! —Solo me faltaría que mesaliera un chichón en la cara—. ¿Eres unvampiro? ¡Tienes las manos heladas!

Estoy muy nerviosa y la situación esridícula. Quizá por eso no puedo evitarreír a carcajadas. El desconcierto deDaniel se transforma en diversión a lospocos segundos y continuamos riendodurante un buen rato.

Cuando ya paramos, creo adivinar quese frota las manos para calentarlas.

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—Voy a intentarlo otra vez, así queprepárate.

En esta ocasión, ya estoy un poco mástranquila y noto cómo sus dedosempiezan a deslizarse por mi espaldabuscando la tela del sujetador. Cierrolos ojos y me relajo ante su tacto. Metoca lentamente, dedicando a cadacentímetro de piel que recorre, unadelicada caricia que hace que meestremezca y tengo que hacer unarespiración profunda que no puedoevitar. Encuentra una de las partes, luegola otra y me lo abrocha, sin utilizar paraello ningún gesto brusco. Una vez acaba,noto cómo si sus manos se despidierande mí con una caricia.

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Volvemos a estar en silencio y todavíano me he movido. Por un segundo, unsolo instante, deseo que Daniel esté tanafectado como yo por el hecho de tocarmi piel, pero de inmediato decidodesterrar la idea. Así que me centro envolver a la realidad y dejar para otrorato el descubrir qué es el peso que seha asentado en mi pecho.

Me coloco en mi asiento e intentodisimular, para que él no note que, muy ami pesar,

empiezo a reconocer que Daniel meatrae más de lo que yo imaginaba.

—Gracias —le digo queriendo parecerdesenfadada y sonriendo ampliamente

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—.

Deberíamos irnos antes de que provoquealgún otro desastre.

No recibo contestación. Miro a Daniel yveo que su gesto se ha tornado serio,pero no

acierto a saber por qué me mira de esamanera. De pronto, sin previo aviso,abre la puerta del coche y sale. Una vezfuera veo cómo se apresura por la puertatrasera para coger mis cosas.

—¿Te ayudo a ponerte el abrigo? —medice sin ni siquiera mirarme.

—Pues si no te importa, la verdad es

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que me resultaría más fácil. Gracias.

Abre el abrigo y con cuidado empiezo ameter mis brazos por las mangasquedando de

espaldas a él, pero con un movimientorápido me muevo para no quedar pegadaa su cuerpo.

—¿Has decidido qué película te apetecever? —le pregunto mientras empiezo acaminar, y él se sitúa a mi lado.

—Veamos qué hay.

Nos detenemos frente a los cartelesanunciadores y empezamos a mirar lostítulos.

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—¿Alguna sugerencia?

—No, así que mejor elige tú —le digo.

—Tienes que ayudarme o acabaremosviendo Kung Fu Panda 3. —Me miradivertido.

—Ya la he visto —le respondo,arrepintiéndome al instante.

Con la sorpresa vuelve a mirar loscarteles y vuelve a preguntar:

—¿El cuento de la princesa Kaguya?

—Ya la he visto.

Sus ojos se abren y como si de un

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concurso se tratara vuelve a intentarlo.

—¿El recuerdo de Marnie?

Cambio el peso de mi cuerpo de piernay miro hacia un lado.

—También la he visto.

Se cruza de brazos y se pone frente a mí,esperando que le diga algo.

—Me gusta el cine de animación, ya losabes. Y ahora elige cualquier películainterpretada por personas de carne yhueso.

CAPÍTULO DOCE

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DANIEL

No ha sido buena idea acariciar suespalda. He estado tan nervioso desdeque la he recogido, que hasta se me hanenfriado las manos. Pero ha sidoimposible evitarlo. En lugar de ser másdirecto a la hora de buscar los cierres,me he regalado un paseo por unaespalda suave, de piel sedosa y unacalidez deliciosa que me ha dejado enun profundo estado de idiotez, que aúnme dura.

Después de comprar las entradas noshemos decidido por una hamburgueseríaen el mismo centro comercial donde seencuentran las salas de cine y tras

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ayudar a Natalia a quitarse el abrigo, mehe disculpado para ir al baño y aquíestoy aún sorprendido por mi reacción ypor lo que una caricia me ha provocado.

He tenido la suerte de recorrer con mismanos kilómetros de piel de otrasmujeres hermosas. Lo he hecho condeseo y placer, disfrutando de ello todolo que el momento me ha dejado. Perohoy el roce de una simple espalda me haasustado y me ha colocado en un lugarque me afecta porque es un territorio quedesconozco. No ha habido ningún gestode provocación por su parte, ni laintención de que fuera algo más allá deuna situación, cuanto menos divertida.Intento una vez tras otra no dejarme

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llevar por esta extraña atracción, perose me escapa.

Vuelvo a la mesa y me siento frente aella, que está mirando de reojo unpartido de fútbol, en una de las pantallasgigantes del local.

—Así que te gusta el fútbol y losdibujos animados.

—Bueno dicho así, da la sensación deque hablaras con un niño de ocho años.Prefiero

llamarlo cine de animación y me gustantodos los deportes, pero sí, el fútbol megusta mucho.

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—Y eres del Barça.

—Sí, lo somos.

—¿Somos? —pregunto extrañado.

—Es que lo suelo ver con mis amigos ymi familia, así que por eso lo he dicho.

Me doy cuenta, de lo poco que nosconocemos, pese a las situacionesextrañas en las que hemos estado juntos.

—E imagino que lo de la animación espor tu profesión de diseñadora gráfica.

—Se podría decir que mi profesión espor culpa de los dibujos animados —meaclara y

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sonríe, infantil.

No parece que vaya a continuar dandoexplicaciones sobre su trabajo. Semuerde el labio inferior como si noestuviera segura en continuar o no y yome quedo embobado mirando su boca.

—Cuando éramos pequeñas, Mara yLina llevaban al campo, muñecas.

—¿Al campo?

—Sí, nuestros hermanos han jugado todala vida juntos al fútbol. Nosotras nosconocimos esperando en entrenos ypartidos. Teníamos más o menos lamisma edad así que congeniamos y deahí, a amigas del alma. —Poco a poco

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sus hombros se relajan y empieza ahablar con más seguridad—. Ellasllevaban a Barbie y yo a Pelikan oCarioca,

¿sabes lo que son, no? —me preguntaacercándose un poco.

—¿Rotuladores? —Ella asiente yprosigue.

—Pintaba en cualquier sitio y sobrecualquier superficie, lo que me llevó amás de un

castigo. Siempre he disfrutado pintando,coloreando y cuando empecé a disfrutarde lo que se podía hacer combinando lasartes plásticas con la tecnología, supe en

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qué me convertiría. El diseño gráfico meparece apasionante, es algo que no sabesa dónde llegará en el futuro.

Ahora el que se relaja soy yo viendocómo su conversación la acompaña cadavez de más pasión. Mueve las manos,incluso la que lleva vendada y me hablade programas, efectos y diseños. Inclusoen algún momento se ríe de ella misma,confesando sus pequeñas manías a lahora de trabajar.

—También es cierto que he tenidomucha suerte porque puedo trabajar enla agencia con los chicos y ellos confíanmucho en mí.

Se acerca la camarera y nos toma la

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comanda. Pedimos dos hamburguesas dela casa y

dos refrescos, como si fuéramos dosadolescentes.

—¿Lo ves? —Niega con la cabeza comoexcusándose—. Cuando hablo de mitrabajo no tengo medida. Ahora tú.

—¿Yo?

—¿Siempre quisiste ser piloto? —mepregunta.

Me acomodo poniendo los brazos sobrela mesa, mientras ella me observa,esperando.

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—Imagino que cuando crecesprácticamente en la Academia Generaldel Aire, se te pasa por la cabeza quealgún día volarás en uno de los aparatosque has conocido desde pequeño. A lamayoría se le suele pasar, pero por lovisto a mí no. —Revivo imágenes de miinfancia, cuando me escapaba de lamano de mi madre, para ir hacia mipadre que acababa de aterrizar. De laprimera vez que me llevó a volar con él,recuerdo el ruido, lo que se agitabatodo, la potencia de los motoresrugiendo. Quedarme junto a mi padremientras conversaba con sus amigos enla cantina de la base, con sus uniformesque a mí me parecían trajes desuperhéroes—. Creo que nunca he

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querido hacer otra cosa.

—¿Y tú qué eres? —me pregunta.

—No sé a qué te refieres.

—A qué cargo tienes, si eres importanteo…

—Soy capitán —le corto antes de quevuelva a oír “cosas de esas”—. Ahoraestoy preparándome para sercomandante.

—¡Guau! —exclama—. Eso suena ajefe.

—A jefe —repito.

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—Sí. —Sonríe con picardía y empieza amoverse con un ligero balanceo dehombros, como si bailara—. Capitán, simi capitán. Es más, te voy a decir unacosa, parece que es más jefe quecomandante. —Yo la miro incréduloesperando ver hasta dónde llegarán sus

conclusiones—. Piénsalo. El CapitánAmérica, Capitán Haddock, el CapitánTrueno, Capitán Harlock… —enumeramientras me mira como si me estuvieradescubriendo un gran secreto—. Perocomandante… ¿Comandante, qué?

—Lo tendré en cuenta y lo comentarécon mi preparador.

Ella empieza a beber satisfecha por su

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descubrimiento y al cabo de un rato seacerca, apoyándose más en la mesa.

—¿Por qué no se cae un helicóptero sino va hacia delante ni hacia atrás? Pesaun montón —me aclara.

—Un montón —repito como unpapagayo, completamente alucinado, ypienso si es necesario intentarreconducir la conversación por cauceslógicos—. No se cae, porque en elinterior se inflan unos globos que lohacen flotar.

Natalia se incorpora hasta tener laespalda recta.

—Estás de broma, ¿verdad?

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No puedo evitar empezar a reír, lo queprovoca que ella se levante y me dé unmanotazo en el hombro.

Le respondo a unas cuantas preguntassobre el mundo del ejército, loshelicópteros y que nos dedicamos a máscosas que a “rescatar gente y cosas deesas”.

—¿Y has estado en algún lugar deconflicto?

—En Herat, Afganistán.

—¿Y cómo es estar allí?

—Es difícil de explicar. Una situaciónasí da sentido a todo para lo que nos

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hemos preparado. Los medios decomunicación a veces magnifican lasnoticias para conseguir audiencia. Peroen este caso, a pesar de que se hablabastante de ello, nadie se imagina lo quepasa allí hasta que llegas.Profesionalmente es todo un reto. Tepuedes encontrar volando mientras tedisparan o llegar a un lugar donde soloencuentras los restos de una masacre yno puedes hacer nada. —Me observacon los ojos muy abiertos y los labiosapretados—. Durante los diez años queestuvo allí el destacamento español,hubo incidencias como para rodar unapar de películas bélicas al más puroestilo americano.

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Accidentes, ataques, operacionescomplicadas… pero por una razón queno entiendo, a veces creo que lesapetece más que la gente piense que solonos dedicamos a pasear y repartirvíveres. El trabajo de todos los que allíhan estado influirá en losacontecimientos a los que se acerca esepaís. Aunque te puedo asegurar que notengo ni idea de cuál es el futuro que lesespera. —Natalia está atenta a todo loque digo y el respeto con el que meescucha, me anima a continuar—: En elaspecto personal, una vivencia como esate cambia. Sorprendentemente, formarparte de una situación en la que haypersonas que acaban con la vida deotras sin miramientos, consigue que tus

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prioridades cambien, para pasar a sermás profundas y humanas. En el lugardonde muchos descubrimos cómo puede

ser la muerte, es donde más hemosaprendido a valorar la vida.

—Es curioso. Nunca me había parado apensarlo desde ese punto de vista. —Esboza una sonrisa amable y continúa—: Imagino que para comprender unaprofesión como la tuya, si no la vives enprimera persona, no puedes entenderlaen su totalidad.

—Supongo que no siempre es fácil vistodesde fuera —declaro con la mirada fijaen el

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plato vacío. Me siento cómodo hablandode esto con ella. Hacía tiempo que nocompartía mis pensamientos con unapersona que no se dedicara a lo mismoque yo—. A veces la gente tiene unaimagen equivocada, pero creo que partede la culpa la tenemos nosotros. Sibuscas noticias sobre nuestrasactividades, la mayoría son del tipo“Acto de…”,

“Celebración de…”, “Visita a la basede…”, pero en realidad es totalmentediferente. En un mundo como el quetenemos hoy en día, aunque parezca locontrario, que haya alguien que seencargue de organizar las laboreshumanitarias, ayudar a los pueblos en

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conflicto o proteger nuestra sociedad deamenazas que cambian y crecen, tienemás sentido que nunca. Es unanecesidad. —Un camarero llega connuestros platos y coloca cada uno de

ellos frente a nosotros—. Lo siento, nome gustaría que pensaras que me dedicoa hacer campaña propagandística, perono puedo evitar sentirme orgulloso de loque hago y de lo que soy.

Nos quedamos en silencio y empiezo asentirme un poco incómodo debido acómo me

mira. Natalia parece darse cuenta deello y reacciona quitando emotividad almomento.

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—Pues tendrías que pensártelo. —Seinclina sobre la mesa para remarcar loque va a decir—. Me refiero a lo dehacer campaña. Se te da bien. Si ahorame pidieras que me hiciera socia, tedaría mi número de cuenta sin pensarlo.—Río ante su ocurrencia y agradezcoque la situación se vuelva más relajada—. Si algún día te borras… —Pone carade preocupación—, o te borran, nodudes en decírmelo. Te podríamosbuscar algo en la agencia de publicidad.

—Lo tendré en cuenta —contestodirigiendo mi mirada al plato—. Yahora, a cenar.

Es una hamburguesa con todos los

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complementos que se le pueden poner.La cojo y cuando voy a darle el primerbocado, veo a Natalia parada mirándola.

—¿Pasa algo?

—Yo no puedo comer esto —murmura,enseñándome a continuación el vendaje.

—¡Claro! —Me doy cuenta de que nohemos pensado en las limitaciones decomer con

una mano—. Espera me sentaré a tu lado—digo mientras coloco mi plato y miscubiertos

junto a ella—. Te cortaré trocitospequeños para que puedas cogerlos.

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—Mira. —Me señala—. Me heconvertido en otra de tus campañashumanitarias.

¡Rescatando a la desvalida!

Reímos y damos comienzo a una cena enla que cuanto más hablamos, todo setorna relajado e íntimo. En algúnmomento se acerca a mí para haceralguna confesión y luego se alejamientras ríe, con esa maravillosasonrisa que lo ilumina todo. Después,vuelve a escucharme atenta y yo mesiento cómodo explicándole detallessobre los sitios en los que he vivido y laconvivencia con compañeros.

—¿Cómo acabaste en la barra de un bar

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de copas?

—¡Buf! Creo que por cabezota. CuandoÍñigo me lo propuso no era un buenmomento

para mí, y pensé que no me convenía lomás mínimo estar en un sitio con tantagente, cuando lo que estaba haciendo erahuir de ella. Pero luego, todos seempezaron a pronunciar y a opinar sobrelo que debía o no debía hacer. Decíanque sería un error, que yo no podía estarallí, que era lo menos adecuado yentonces acepté. —Suspira y luego miraal infinito—. A veces, hay cosas que noesperas, que nunca has imaginado y que,de la manera más sencilla, cambian tu

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vida. —Al escucharla pienso si eso eslo que precisamente me está pasando amí. Es cierto que siempre he pensadoque tendría pareja y familia, pero quizánunca me había planteado cómo sería lamujer con la que compartiría todo eseproyecto de vida y sobre todo, lo quetenía muy claro, era que todavía faltabamucho tiempo para que eso llegara—.Me encanta sentir la alegría de laspersonas que vienen al local a pasarlobien. Es contagioso. Algunos díasacabas cansada y a lo mejor has tenidoque lidiar con alguien que no estaba enmuy buenas condiciones, pero lamayoría de los días es muy entretenido.Además, es una manera de obligarme asalir y cuando empecé en Dralion, eso

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era muy difícil conseguir.

—¿Has dicho que huías de la gente?

—Bueno, en realidad no huía, pero síque desconfiaba mucho de todo elmundo.

Me muero por saber la razón que lallevo a sentirse así, pero esta vez sí quedecido estar callado, por lo que memantengo en silencio y doy un trago a labebida. Ella baja los brazos y los dejasobre sus piernas al tiempo que mira ala pantalla donde están emitiendodeportes.

—Estuve tres años con una persona —dice sin apartar la mirada del partido,

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como si no

fuera ella la que estuviera hablando—.Me dejó de la noche a la mañana y almes se casó con su novia de toda lavida. Cuando digo de toda la vida,incluye mientras estaba conmigo. Si mevas a preguntar cómo no me di cuenta,ahórratelo, yo aún no lo entiendo.

Sigue pendiente de las imágenes, aunqueapostaría que no sabe ni qué estánemitiendo.

Veo en su gesto lo que le ha costadoconfesar esa pequeña parte de su vida ydesconozco hasta qué punto siguesintiéndose herida.

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—¿Vas a querer algo de postre? —lepregunto.

Se me queda mirando fijamente,mientras cojo la carta y leo.Seguramente esperaba alguna pregunta,o tener que dar explicaciones. Pero noquiero que, de ninguna manera, pase unmal rato. Entre nosotros ahora nada esincómodo ni tenso, y no voy a permitirque eso cambie. De reojo, observocómo se relaja y, tras una respiraciónprofunda, me contesta:

—Cualquier cosa con chocolate y cuantomás fuerte mejor.

La conversación continúa distendidahasta que llega la hora de ir al cine. No

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hay cola por lo que nos dirigimosdirectamente hacia la sala dondeproyectan nuestra película, pero antes deentrar, Natalia se detiene frente al puestode palomitas.

—¿Una pequeña a medias? —mepregunta señalando los diferentestamaños de cubos.

—¿Ha de ser pequeña? —respondodirigiéndome ya al stand—. Creo quepodría ser grande.

Ella me sonríe y asiente cómplicemientras esperamos nuestro turno.

—¿Daniel? —Oigo a mi espalda y megiro.

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Hago una rápida revisión a mi base dedatos mental intentando ubicar a la chicamorena de pelo corto que me mira, y derepente, su cara sensual y sus labiosdescendiendo por mi pecho, viene a mimemoria. No entiendo cómo me saludadespués de haberla dejado tirada deaquella manera para irme como almaque lleva el diablo.

—¡Hola! —saludo sin recordar todavíasu nombre.

—¿Qué tal? ¿Cómo fue la urgencia?

—¿Urgencia? —pregunto y al instanteme arrepiento.

—Sí, la del otro día, a las cinco de la

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mañana.

Natalia empieza a toser, pero yo no lehago ni caso. Veo cómo lleva la mano asu boca, que se ensancha con unaplacentera sonrisa.

—¡Ah! Al final se solucionó bien.

—Me alegro, porque te fuiste tan derepente —comenta, un tanto desanimada.

No sé decirle a la pobre chica, cuandoni yo sé por qué lo hice, pero ahí estáella esperando algún tipo de aclaraciónque responda a mi falta de corduraaquella noche. A lo mejor si le cuentoque los aires de la isla me estántrastornando y que últimamente me

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comporto de una manera extraña que niyo reconozco, me diría que es elresultado de ir con compañías como laque llevo ahora, ya que no es normal quealguien cante en medio

de un cine. ¿Cantando? ¿Pero se puedesaber qué está canturreando Natalia?

— Cuando crees que me ves, cruzo lapared, hago chas y aparezco a tu lado.

¡Oh Dios mío! Esta cola no se mueve, yyo atrapado entre una mujer a la queabandoné

cuando tenía mi mano bajo su vestido yotra con la que no dejo de vivirsituaciones surrealistas.

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—Ya —digo pensativo.

—Pues a ver si un día nos vemos.

Ha acabado de canturrear, gracias alcielo. Pero ahora la veo caminar de unlado con el móvil en alto.

—Me he quedado sin cobertura. Notengo cobertura. ¿Perdona? —dicedirigiéndose a…

¡Celia! Se llamaba Celia—. ¿Tienescobertura?

—Pues… —Al igual que yo, ella nopuedo contestar, ya que no da crédito alcomportamiento de mi acompañante.

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—¡Dos rayitas! —celebra Natalia—. Detodas formas, gracias.

Y va hacia el mostrador, donde ya nostoca.

—Creo que es vuestro turno —meindica, en lo que creo que es un intentode librarse de nosotros. Yo haría lomismo.

—Bueno, hasta otra —digo dando fin ala conversación y poniéndome junto aNatalia

que está absorta mirando los cubos depalomitas.

Cuando nos dirigimos a la sala, veo

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cómo mi sorprendente acompañantelucha por controlar una sonrisa que ya esvisible.

—Ni una palabra —digo intentandomantener una seriedad que no poseo.

—No te preocupes, estoy tanemocionada, que no puedo ni hablar.

Entonces no reprime más la carcajada yyo la miro con cara de odio fingido, yaque en

mi interior la situación ha acabado pordivertirme tanto como a ella.

—¿Se puede saber a qué ha venido lo dela cobertura?

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—Es que quería verle la cara —dicecon gesto de perro abandonado.

—Anda, pasa —le digo mientras ladirijo con mi mano en su espalda haciadentro de la

sala y en mi interior río divertido.

Nos sentamos y yo sostengo el cubo paraque quede entre los dos. Cada vez quecoge

palomitas se acerca más a mí y al finalnos quedamos pegados. Las luces seapagan y empiezan a anunciarse otrosestrenos. Sin hacer ningún movimientoque me delate, intento mirarla y veocómo su rostro brilla con luces de

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diferentes colores. Repaso su perfil, suforma de mover los labios cuando comey su pelo enmarcando la cara. Pienso entiempos

en los que el cortejo era en el cine bajolas sombras. Cuando las manos serozaban inocentes para acabarentrelazadas hablando entre ellas, lo quela boca no decía. Imagino besos robadosbajo la buscada oscuridad. Y sonríopensando qué pasaría si yo me decidieraa dejar las palomitas a un lado y pasarmi brazo sobre sus hombros paraatraerla a mí, para besarla iluminadospor imágenes que cambian, mientrasnosotros seguiríamos abrazados. Y mipantalón empieza a vibrar. Más bien mi

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teléfono. Cuando lo miro no me

lo puedo creer.

—Salgo un momento, es de la base —lesusurro al oído.

Como imaginaba, tengo que irme y saliren media hora. Me meto el teléfono en elbolsillo y me quedo en medio delpasillo con las manos apoyadas en lacintura, pensando cómo decírselo aNatalia. Decidido, me giro para volver aentrar en la sala, cuando la veo tras demí con los abrigos en la mano. Me miratranquila y con una sonrisa.

—Volveremos otro día. —Y acompañasus palabras con un gesto para que coja

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los abrigos.

Me pongo el mío y me quedo a suespalda después de ayudarla con elsuyo. Mis manos

no se apartan de las solapas de suchaqueta y, llevado por mi atracciónhacia ella, me acerco un poco más parasusurrarle al oído.

—Lo siento.

—No te preocupes —responde muyquieta—. Será mejor que nos vayamosvolando. —

Adopta una mueca de sorpresa y hace ungesto con la mano que me desconcierta

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—.

Volando, ¿lo pillas? Como tú.

No hay en ella ningún rastro de malestar,incomodidad o incomprensión. Lesonrío con

sinceridad en agradecimiento, y notocómo el pulso se me acelera cuandocuela su pequeña mano entre las mías ytira hacia la salida.

—Date prisa, porque si no, se va aenfadar uno que es más jefe que tú y tevan a poner

en un calabozo a pelar patatas.

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—Como sale en los cómics —apunto,dejándome arrastrar por su ímpetu.

—Efectivamente. ¿Lo ves? Los dibujosson más interesantes de lo que la gentese cree.

El corazón me va rápido, no por lacarrera que nos hemos dado hasta elcoche, sino por la sensación de estar tancómodo con alguien. Pero lo que más meinquieta es que quiero que siga siendoasí. Quiero más momentos como este.Deseo esa complicidad y la quiero

con Natalia.

En un par de minutos estamos en su casay ella se baja rápido.

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—¿Qué haces la semana que viene? —lepregunto, consciente de que me tengoque ir

rápidamente.

—Creo que me voy a París. —¿Perdona? Me parece que no heescuchado bien.

—¿París? —pregunto.

—Sí, a ver a Mara. Como no podrétrabajar y todavía no he ido a verla, creoque aprovecharé.

—Pues ya nos veremos, entonces. —Quiero sonar firme y que mi voz norefleje el punto de decepción que siento.

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Natalia se encoge de hombros, en esegesto tan suyo que me encanta, yempieza a caminar hacia el portal.Cuando está a punto de entrar se gira.

—¡Daniel! —grita.

—¿Sí? —respondo a través de laventana del coche.

—Ten cuidado —me pide, y me guiña unojo.

Espero hasta que desaparece y aceleroal mismo ritmo que mi ansiedad.

CAPÍTULO TRECE

“How deep is your love?” Calvin Harris

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“Adventure of a livetime” Coldplay

NATALIA

Una semana en París puede enamorarte,hacerte soñar o darte un escenariodiferente y

especial en el que pensar y replanteartemuchas cosas. Esto último es lo que laciudad del amor me ha dado. Laoportunidad de bajarme de mi día a díay ver hacia dónde quiero dirigir mispasos.

Hacía tiempo que necesitaba un cambiode aires para recuperar perspectiva. Hepensado

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en mi futuro en el bar. Mi profesión cadavez me requerirá más y necesitaré misespacios de descanso. Además creo queha llegado el momento, aunque no sea demanera inminente, de dar el salto al otrolado de la barra.

Creo que llevo un tiempo justificando miactitud, con la excusa de la recuperaciónemocional que necesité en su momento.Pero siendo sincera, ha llegado la horade ponerme en marcha y correr riesgosque me hagan sentir más viva. Es elmomento de dejar de ser meroespectador y participar en la obra, seacomedia o drama.

A pesar de que ha sido una semana

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agotadora, gracias al frenético ritmo devida que lleva Mara en la capitalfrancesa, vengo llena de ilusión y confuerzas renovadas.

Después de una cena de lo másentretenida con mi hermano Sergio en elque le he puesto al día de mis aventurascon Mara en la capital gala, me acerca ala puerta de Dralion.

—¿Estás segura que puedes trabajar conla mano así? —me dice preocupado, yaque no

está muy convencido de que empezar atrabajar sea lo más adecuado en miestado—. Aún

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llevas puntos.

—No te preocupes, iré con cuidado. Loque no pueda hacer, se lo pediré a Hugoo a Lucas —respondo y le pellizcosuavemente la mejilla—. No te pongasen plan hermano mayor.

—Y tu hermano mayor te puede decirque estás muy guapa.

Me tiro a su cuello mientras le doy uncargamento de besos.

—¡Es que eres más majo que laspesetas! —Me aparto un poco y me mirode arriba abajo—. ¿Pero a que estoymona?

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Sergio ríe y se va haciendo todo el ruidoque una Kawasaki ZX10 R puede hacer.

Entro en el local y al primero que veo esa mi querido Íñigo.

—¿Cómo estás? —me pregunta a la vezque me abraza.

—Para mojar pan —le respondodevolviéndole el abrazo.

—No hacía falta que vinieras aún.

—Me apetecía estar aquí. Os echo demenos.

—Si veo que te molesta la mano o quehaces algo que no te conviene, te saco a

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la calle.

—¡Vaaaale!

—Por cierto, París te ha sentado muybien —me grita mientras camino haciael vestuario para dejar allí mis cosas. Letiro un beso con la mano.

Abro muy lentamente la puerta y escuchovoces en el interior.

—¿Alguien me ha echado de menos?

Todos celebran mi entrada, sobre todomis dos chicos.

—Jefa, sin ti la barra es un aburrimiento—me dice Hugo que me abraza

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levantándome

del suelo.

—Seguro que habéis ligado comoanimales.

—Solo para no notar tu ausencia.

—¡Qué morro!

Lucas me coge de la mano derecha y mehace girar sobre mí, observándome condetenimiento.

—Siento lo de tu mano, pero he dedecirte que te ha sentado de miedo.

—Gracias mi amor, pero es el pelo.

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—¡Es verdad! ¿Qué te has hecho? —pregunta mientras me toca un mechón.

—He estado una semana en París conMara y sucumbí a los encantos de susamigos que

me dieron este nuevo aire. De todasformas, solo me lo he escalado ¿Tanto senota?

—No sé, te veo diferente.

Cojo el móvil, meto el bolso en lataquilla para a continuación quitarme elabrigo.

—Lucas, hoy nos tendremos que pelearpara que no acosen a la jefa.

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—Jefa, ¿ha pasado algo en París que nostengas que contar?

No es que sea muy amiga de llamarmucho la atención con mi ropa, pero hoyhe decidido estrenar lo que me comprécon Mara. Es un mini vestido negro sinmangas con

piezas de piel que cruzan de un lado aotro, leggins negros y unos botines concadenas en el tobillo. Pero lo que másme gusta, es un guante de piel sin dedosque me llega al codo.

Ha sido la forma más discreta de taparmi mano vendada y además protegerla.Y he de reconocer que ese toqueroquero me encanta.

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—Si ha pasado algo, os aseguro quevosotros seréis los últimos en saberlo,porteras.

Que sois unos cotillas.

Cuando empezamos a trabajar, pienso enmi decisión de abandonar la barra y megenera

un poco de tristeza, porque esto meencanta. Disfruto de los comentariosfugaces cuando nos cruzamos, los bailesalocados y los momentos en los que haymucho trabajo y la tensión nos muevecomo orquestados de un lado al otro.

Mis pensamientos desaparecen al poco.No se cómo ni porqué, pero de repente,

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tengo

una sensación extraña. Y no puedoevitar levantar la vista, porque sé queestá ahí. Noto

cómo ha llegado y se mueve entre lagente. El local está lleno y tengo laseguridad de no equivocar mi intuición.Cuando aparece en la barra, el estómagobaila al ritmo de “How deep is yourlove”, de Calvin Harris. ¿Será posibleque en quince días esté aún más guapo?

— Bonne soirée, mademoiselle —mesaluda con una ligera inclinación decabeza.

— Bonne soirée, monsieur —contesto

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coqueta.

—¿Comment a été le voyage?

—Daniel, he estado una semana y teaseguro, que el idioma no ha sido lo quemás me

ha interesado.

—¿Ah, sí? —Cierra un poco los ojos yse acerca curioso—. ¿Y se puede saberqué es lo

que más te ha interesado?

Niego con la cabeza y me separo de labarra para alejarme misteriosa. Duranteunos minutos lucho conmigo misma para

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girarme y mirarle. No pasa ni un cuartode hora cuando no lo puedo evitar más y,con mucha discreción, echo un vistazohacia donde está.

Carlos, Patricia y algunos compañerosque he visto otras veces lo acompañan.Intento ser discreta y le miro otra vez, loque me hace suspirar. Entonces merecuerdo lo que he decidido, ser másatrevida y dejarme llevar un poco. Asíque salgo de la barra y me dirijo al dj.

Sé que le gusta esta canción, porque apesar de no ser muy bailarín, cada vezque la ponen me fijo en cómo se muevesiguiendo el ritmo, incluso veo cómo suboca va repitiendo la letra. Y no falla,

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en cuanto Adventure of a live time deColdplay suena, veo cómo empieza allevar el ritmo con la cabeza y luegosiguen los hombros. Parece que supieraque le observo, porque se gira y nosencontramos. Yo le sonrío mientras lemiro y golpeo con mi mano derecha micadera al ritmo que marcan las palmadasde la canción.

Por primera vez nos retamos con losojos, sonrientes y sin intenciones de vernada más que no seamos nosotros. Éltambién sonríe y noto cómo un calorempieza a recorrer mi cuerpo, lo que meobliga a entreabrir la boca, para cogermás aire. Nunca he sido una mujer dearrebatos apasionados y desenfrenados

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pero, en este momento, lo encerraría enel almacén y no lo dejaría salir hastaque no hubiera pared sin probar.

Agua, necesito agua. Cojo una botella yempiezo a beber, aunque lo que meconvendría

sería una ducha fría. Menos mal queLucas se acerca y me sujeta la caderamientras bailamos. Eso me hacerelajarme.

Espero bastante hasta volver a unirme algrupo, pero reúno la valentía necesaria yllego a donde están. Carlos y Patriciaestán junto a Daniel, hablando pegados ala barra.

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—¿Cómo va esa mano? —me preguntaCarlos.

—Progresa adecuadamente —respondomoviéndola.

—Menudo susto, Natalia —dice Patriciallevándose la mano al pecho.

—Ya pasó. —Le resto importancia conun ademán—. ¿Qué queréis que osponga?

Una vez les sirvo, Patricia se excusapara ir al servicio.

—Natalia, tenemos que hablar —seapresura a decir Carlos, que se inclinaen la barra de

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modo confidencial.

—Si queréis me voy —dice Danielmientras levanta su cerveza.

—No, puedes quedarte, es más, a lomejor puedes ayudar.

Yo me apoyo con los brazos en la barray le escucho atentamente.

—Creo que ha llegado el momento deque hablemos del siguiente nivel.

No entiendo de qué me está hablandohasta que un sutil levantar de cejas porsu parte, me abre los ojos y comprendoqué quiere decir. Como si la barraquemara, me separo de

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ella y Daniel, que parece haberse dadocuenta al mismo tiempo que yo, seatraganta y empieza a toser.

—¿No estarás hablando de lo que creoque hablas? —Le señalo amenazante conel dedo

índice.

—Cuanto mejor lo planeemos, menormargen de error habrá.

—¿Planeemos? —interroga Daniel—.¿Qué es esto, un plan de grupo? Porfavor, Carlos, esto se te ha ido de lasmanos.

Él no entiende nuestra reacción e intenta

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justificarse.

—Un fallo en este tema, podría hacerque todo se acabe. Esta rubia me havuelto loco y se merece que todo seaperfecto.

Levanto las manos pidiendo serenidad.

—Antes de seguir con estaconversación, me gustaría aclarar unacosa. Carlos, ¿estamos hablando desexo?

—Por supuesto.

Me llevo las manos a la cabeza yempiezo a moverme por la barra, sinsaber muy bien

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porqué.

—Vamos a ver —empiezo a hablarponiéndome frente a él—. ¿Me estáspidiendo consejo en… ese terreno?

—Sí —contesta rotundo. La expresiónde su rostro se vuelve abatida y baja lacabeza

como si se avergonzara de lo que acabade pedir—. Natalia, necesito saber quéfallos no puedo cometer.

—Y yo necesito pensar.

—Natalia, ¿no estarás pensando enseguir con todo esto? —me reprendeDaniel, mientras me mira con

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incredulidad.

—El chico quiere hacerlo bien y esotiene mucho mérito. Al menos se mereceque me lo

piense.

—¡Estamos hablando de sexo! —exclama Daniel remarcando cada silaba.

—Pues te diré una cosa. —Lo señalocon un dedo y me acerco quedandocerca de su cara—. Puede que tú seasdoctor Honoris Causa en la cama, pero alo mejor la mayoría de los mortalesimperfectos, podríamos mejorar algo sialguien nos diera un buen consejo.

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—Pues adelante, listilla —me desafíaDaniel—. Ilumínanos con tu sabiduría.

Hemos quedado a muy pocoscentímetros uno del otro y noto surespiración, mientras la

mía está alterada. No podemos estarmucho tiempo así, si no nos separamos,mi aventajado alumno tendrá una clasepráctica frente a él. Cierro los ojos yempiezo a retirarme. Una vez másserena, me coloco delante de Carlos.

—Yo no puedo decirte qué debes haceren estos casos. Valoro mucho que tepreocupe

no cometer fallos, ya que eso demuestra

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lo que te importa Patricia. Pero el sexoes la mayor expresión de pasión, entregay generosidad, por lo que es diferente encada uno de nosotros. Te puedo dar mivisión personal, si te parece. —Élasiente y yo continúo—: El placer esfácil de obtener y cada uno de nosotrossabe cómo conseguirlo de una u otramanera. Lo realmente diferente, escuando ese gozo lo encuentras en eldelicioso éxtasis del otro. Cuando loque más te estremece es el temblor de lapiel que acaricias y entonces todoadquiere una dimensión especial.

Es tal la intensidad que sientopronunciando estas palabras, que tengola sensación de que los tres estamos

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atrapados en una burbuja desensualidad, que nos aísla de las luces,la música y el resto del mundo. Miinterior está despertando de un letargoen el que mi piel no reaccionaba al calorde otro cuerpo y no creo que en estepunto pueda dar marcha atrás.

—¿Quieres un consejo? Utiliza la boca—le digo. Los ojos de Carlos y creo quelos de

alguien más, se abren sorprendidos—.Bésala con cariño en unos momentos, ycon pasión

en otros. Saborea su piel de manera quesientas que no te saciarás nunca. Pero lomás importante, díselo. El sexo no se

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limita a una cama, puede estar en unsusurro donde confieses lo que significapara ti, haciéndole saber qué te gusta deella y, cómo no, para que entienda eldeseo que sientes. Con esas palabraspuedes llegar a sitios a los que tusmanos no alcanzan. —Como no utilizoun tono de voz demasiado alto, los tengoa los dos pendientes y cerca de míescuchándome con atención—. Perotodo lo que te he dicho, no

servirá absolutamente de nada si no losientes. Te puedo asegurar que pormucho que estés entre unas piernas, si note mueres por estar ahí, eso se nota. Hazsolo lo que te apetece para que seaverdad. Trátala como si no hubiera

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ninguna otra mujer en el mundo, perosolo si sientes que realmente es así.

Me incorporo y respiro profundamente,dejando claro que he acabado con lo quetenía

que decir. Puedo ver cómo Carlosprocesa lo que he dicho y de repente segira hacia su amigo.

—¿Tú también te has puesto cachondo,verdad? —resopla.

Daniel, que tiene los brazos apoyados enla barra, se tapa la cara con las manosmientras niega con la cabeza.

—Eres tú el que has preguntado, así que

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escucha y a mí déjame tranquilo.

Yo retomo la conversación intentandoque esta acabe cuanto antes.

—Por último, una cosa muy importante—digo, consiguiendo nuevamente laatención de los dos—. La próxima vezque me preguntes algo sobre tu relacióncon Patricia, espero que sea si le regalasuna pulsera o un bolso, porque ya teadvierto que este consultorio ha cerradosus puertas definitivamente. —Respiropara recuperar un poco la serenidad—.Y

ahora si no os importa, voy a ver qué lepasa al aire acondicionado de este local,antes de

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que alguien muera de un golpe de calor.

Me escabullo y salgo de la barra, para iral vestuario unos minutos. En cuantollego, abro el grifo y empiezo arefrescarme.

¿Quién me manda a mí hablar de sexo aun metro de Daniel? La imagen de suboca en

un recorrido infinito por mi cuerpo, meha dejado totalmente trastornada. Memojo la nuca y la muñeca que no llevocubierta, para refrescarme un poco.Pensar en la posibilidad de que nuestroscuerpos se busquen rebosantes de deseo,me provoca un calor que no parecedesaparecer bajo el agua del grifo.

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Tras un par de minutos decido volver ala barra y ponerme a trabajar. Necesitodistraer mi mente de este festival eróticofestivo que se ha declarado en micabeza.

Durante la siguiente hora me empeñotanto en trabajar duro para olvidarme delo sucedido que la mano comienza aresentirse. Son las cuatro de la mañanay, puesto que mi hermano se haempeñado en recogerme para llevarme acasa, le mando un mensaje para

avisarle del tiempo que me queda y paraadvertirle que no se retrase.

—Natalia. —Levanto la vista y meencuentro a Patricia, que me mira

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sonriente—.

Todavía no te he agradecido que mepresentaras a Carlos —dice sonrojada.

—Pues espera y verás —murmuro paramí.

—¿Cómo? —me pregunta, extrañada.

—Nada, no me hagas caso.

—El día que nos conocimos, me dijisteque le estabas dando vueltas a cosas sinsentido.

Si algún día necesitas algo, no dudes enpedírmelo, estaré ahí aunque seasimplemente para escucharte. A todos

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nos va bien.

Le cojo la mano y se la aprieto.

—Carlos es muy afortunado, si consigueconvencerte de que estés con él.

Ríe tímidamente, cuando su chico llegadonde estamos, la abraza por detrás y leda un

beso en el cuello.

—Bueno chicos, aprovechando elmomento vampiro meloso, me voy. Nosvemos otro

día —me despido.

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Veo a Daniel cerca de nosotros y caminolos pocos metros que nos separanintentando

mantener la calma que él me robacontinuamente. Cuando se da la vueltame regala una

sonrisa que, unida a la conversación quehemos mantenido con Carlos hace ya unrato, va a conseguir que acabe ardiendopor combustión espontánea. ¡VamosNatalia! Me reprendo. Despídete y salpitando antes de que empieces adesnudar a este hombre en tu lugar detrabajo.

—Yo, a casa. —¿Se puede ser másridícula? Definitivamente me tengo que

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quitar de en

medio, antes de empezar a hablar porsignos.

—¿Ya te vas? —me pregunta extrañado.

—La mano me empieza a molestar y esmejor que no la fuerce hasta que mequiten los

puntos.

—¡Aún llevas puntos y estás aquí! —mereprende.

—¡Ah, no! Hoy ya he tenido demasiadaspersonas tratándome como una niña. —No he

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conseguido avanzar ni un paso cuandonoto una mano que me coge condelicadeza.

—Lo siento. —Hace una pausa—.¿Quieres que te lleve a casa?

—Gracias, ya vienen a buscarme.

—De acuerdo. Que tengas una buenanoche. —Suelta mi brazo con desgana.

—Igualmente —le contesto y le mirointentando grabar su rostro en mi mentey recrearlo una y otra vez cuando lleguea mi casa.

Me dirijo a la salida y, como si fuera ungesto reflejo, pongo mi mano sobre la

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parte de mi brazo donde ha estado haceunos segundos la suya.

Llevo un rato esperando a Sergio en lacalle, cuando oigo que me llaman. Aldarme la

vuelta veo cómo salen los tres del local.Patricia, que es la que me ha vistoprimero, se acerca apresurada,extrañada de verme sola en medio de laacera.

—¿Qué haces aquí?

—Espero a que me recojan.

—¿Quieres que nos quedemos mientrasesperas? —me pregunta, atenta.

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—No hace falta, gracias. Seguro queestá a punto de llegar.

En ese momento, por el inconfundibleruido que escucho, sé a ciencia ciertaque Sergio se acerca. No es que llegue amucha velocidad, pero la frenada esseca. Noto cómo todos los presentes sequedan en silencio, observando elespectáculo. Mi hermano y yo notenemos nada que ver físicamente, asíque lo que han visto llegar ha sido unamáquina potente y ruidosa, en la que vamontado metro noventa de rubio con elpelo lo suficientemente largo como paraque le sobresalga del casco por la nuca.

—Y yo preocupada por Natalia —

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susurra Patricia, con cara de sorpresa.

Me río por el comentario y empiezo acaminar hacia la moto, contoneándomehasta llegar a Sergio. Sí, lo estoyhaciendo a propósito y, la verdad, mesiento fenomenal. No sé si mi actitudseductora tendrá efecto en el hombre alque va dirigida, pero estoy convencidade que algo se removerá en su interior,del mismo modo que se agita en el mío.Me apoyo en el reposapiés de la moto yme agarro al hombro de mi hermanopara pasar lentamente la pierna al otrolado y quedar sentada, pegada al cuerpodel rubio recién llegado. Cojo el cascoque me ofrece Sergio y cuando voy aponérmelo, no puedo evitar

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volverme y fijarme en la expresión deDaniel.

Su gesto es duro e incluso, podría decir,reprobatorio. Tengo la tentación de bajary acercarme para decirle que el moteromisterioso es mi hermano y que al únicocuerpo que me apetece abrazarme es elsuyo, pero Sergio me da dos toques en lapierna, haciéndome saber que me he deponer el casco porque nos vamos. Lehago caso y antes de que arranque medespido con la mano, señal a la queDaniel no contesta. Veo cómo se queda

inmóvil, de pie en la acera y yo me alejocon la sensación de haber dado dospasos hacia atrás en mi camino hacia él.

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CAPÍTULO CATORCE

DANIEL

¿Por qué estar junto a Natalia es vivir enuna montaña rusa? Cuando llegué al bareste fin de semana tuve que haceresfuerzos para aparentar tranquilidad.Era como si en toda mi vida nuncahubiera visto una mujer preciosa y sexyy ella fuera la primera. Su pelo tenía unaspecto diferente y aquel vestidito tanceñido y corto, hizo que durante lanoche dejara ir más de un suspiro. Alsaludarla me di cuenta del brillo en susojos y que su sonrisa resplandecía másrelajada que en otras ocasiones.

En cuanto le pregunté por París, se hizo

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la misteriosa y me dejó intrigado. Derepente, me encontré maldiciendo laTorre Eiffel, el Sena y los CamposElíseos de arriba abajo. Me la imaginécon su amiga Mara, disfrutando delviaje, conociendo gente nueva,divirtiéndose en ambientes diferentes…y me consumieron los celos. Así quepasé de la alegría de verla, a caer enpicado sintiendo envidia de losparisinos durante aquella semana.

Al cabo de unos minutos en los queninguno hizo por acercarse, sonóColdplay y como

en otras ocasiones me levantó el ánimode inmediato. Al principio, simplemente

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cerré los ojos y me dejé llevar por elritmo, hasta que una sensación extrañarecorrió mi nuca.

Como llevado por una llamada extrañame di la vuelta y me encontré con sumirada. Fue

como una conversación sin palabras,quedando perdidos el uno en el otro. Porunos instantes, nos encontramos solos enel local, los dos sumergidos en nuestrosojos al ritmo de aquella música que nosunía de manera especial. Fue tan intensoque hasta pensé en la posibilidad de queella hubiera puesto esa canción, lo quepor supuesto descarté, ya que eraimposible que supiera que ellos son mi

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grupo favorito.

Con la inestimable ayuda de Carlos,pasamos por la tortura de tener que oír aNatalia hablar de sexo, cosa que intentéevitar por todos los medios, pero me fueimposible. Era una locura imaginarla,como ya había hecho en otras ocasiones,entregada a mí y llevándome al éxtasiscon su cuerpo. Me vi obligado aesconder mi cara entre las manos, paraque mi expresión no me delatara y vierael deseo que sentía en esos momentos.Hasta Carlos me preguntó si estabacachondo. ¡Pues claro que lo estaba!Cachondo como un marinero mercanteque llega a casa tras meses de travesía.Por un segundo pensé que hasta ella se

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había alterado, pero desapareció antesde que pudiera fijarme con detenimiento.

Pero toda esa conexión que habíaimaginado y mi deseo por ella, seestrellaron contra

una pared de piedra, haciéndome sentircomo un verdadero idiota. Aún tengo suimagen

sobre aquella moto. Una máquina sobrela que llegó el causante de todos miscambios de humor de los últimos días.

Una parte de mí, me repetía que eraimposible que Natalia estuviera con otrapersona.

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Me había hablado de su anteriorrelación y en ningún momento tuve laimpresión, de que se viera con alguien.Si a eso le sumamos la sorpresa de sucuñado en el hospital y que Lina llegó apensar que había intentado acostarmecon ella, parece quedar claro que no hayrelación a la vista. ¡Pero el rubio moteroestá ahí! Además se veía complicidad,sus movimientos eran espontáneos entreellos y con pocos gestos se entendierona la hora de marcharse.

Todos estos pensamientos y muchos más,en torno a la misma persona, me teníanatrapado los últimos días. Por fortuna,cuando estoy trabajando mi capacidadde concentración es máxima y nunca me

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permitiría que fuera de otra manera.

—Barco a la vista —informa Javi pararevisar las coordenadas que nos hanfacilitado antes de salir.

A medida que nos acercamos, confirmolo peligrosa que es la irresponsabilidadde mucha gente. Parece mentira que hayaquien todavía se atreve a pasar por altolas alertas meteorológicas, como sifueran simples comunicados sinimportancia. Hace apenas una hora quenos han dado aviso para un rescate deuna persona con una rotura abierta en elbrazo.

—Estamos llegando —me dirijo alequipo que está en la parte trasera—.

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Preparad el rescate.

—Listos para el descenso —respondeuno de los rescatadores que intervendránhoy.

Observo que se trata de un velero deunos catorce metros, el cual está siendozarandeado por olas de gran tamaño. Séque Javi está analizando la situación sinni siquiera mirarle. En nuestra sueltacomo pilotos estuvimos juntos. Laprimera vez que vuelas solo, siempre esespecial y compartir esa experiencia conél hace que sea un recuerdo inmejorable.Ahora, después de muchas horas devuelo, los dos sabemos perfectamentequé piensa el otro.

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—¿Empezamos reconocimiento alto? —pregunta, a lo que yo asiento y procedo ahacer

una pasada rápida sobre el barco.

—Lo tengo —afirmo, dejando clarocómo proceder a continuación.

—Pues vamos a reconocimiento bajo.

Cuando nos acercamos vemos cómo elmástil se mueve, lo que puede dificultarel rescate.

—¿Frustras? —me pregunta Javisonriendo, sabiendo que es la mejormanera de provocarme, ya que sabe queno voy a dar por imposible la maniobra.

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—Voy para tráfico —respondocomunicando así que empiezo con laoperación.

Inicio la aproximación, dejando que mishombros se relajen y mis manos setornen más

firmes y seguras. Miro hacia abajo paracomprobar que me estoy situando en lazona correcta para quedar enestacionario.

—¿Estáis todos atados? —confirmo conlos rescatadores y el enfermero devuelo.

—Sí.

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Las maniobras se vuelven más precisasy casi imperceptibles para los demás,que no para mí. Mi mano derecha realizapequeños movimientos, mientras laizquierda se mueve

casi imperceptiblemente. Siento elaparato en las yemas de los dedos, comosi formara parte de mí.

—Permiso para abrir puerta —solicitanuna vez que estamos prácticamenteinmóviles,

suspendidos en el aire.

—Adelante.

En menos de un minuto el responsable

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de la grúa debe tenerla a punto para eldescenso.

El rescatador empieza a bajar e imaginoque los demás están preparando lacamilla para cuando este la solicite.

—¿Cómo va? —pregunto a la vez queno varío mi posición y repaso losdiferentes indicadores.

—Ha entrado en la cabina con elhombre que le esperaba en cubierta. —Imagino al rescatador que está arriba,sujeto pero con parte del cuerpo fueradel helicóptero, para observar posiblesseñas que nos hagan desde el barco.

Tras unos minutos en los que no es fácil

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estar inmóviles debido al viento,informan que empiezan con el ascensodel rescatador junto con otra persona,que al llegar al aparato, descubrimosque es un niño.

—Quedan tres personas. Una niña, lamujer que está herida y un hombre. —Escucho que informa el recién llegado asu compañero—. Hay una vía en elcasco y el agua está

entrando rápidamente.

—Tiene como mucho quince minutos —les indico con tono seco.

Al rato, la niña también se encuentra enel interior de la aeronave y el rescatador

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nos ha informado que el ascenso de lamujer herida lo realizará mediante elarnés para no ralentizar el proceso.Ahora ya no hay tiempo para seguir elprotocolo.

Una vez llega arriba, la enfermera devuelo se hace cargo de ella y empieza aatenderla y estabilizarla para poderrealizar sin peligro el vuelo de vuelta.

El cable con el arnés baja y en cuantollega, oigo blasfemar a uno de los dosmiembros de la tripulación, que estánayudando la recepción de los tripulantesdel barco.

—Hidalgo se queda abajo y solo sube elhombre.

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—¿Qué ha pasado? —A pesar de que elviento interfiere en la comunicaciónoigo perfectamente todo lo que comentanentre ellos dos.

—El último rescatado es muy grande yel peso no habría dejado subirlos juntos.

—Volad para subirle, que nos largamosya.

—No te preocupes, así lo haremos.

Cada vez me cuesta más mantenerestable el aparato y además Javi me haseñalado un

par de veces el indicador delcombustible. Tendremos problemas si no

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empezamos el retorno de inmediato.

—En cuanto esté atado y subiendo librede obstáculos, me avisáis.

Tengo plena confianza en toda latripulación y sé que atrás se estáhaciendo todo lo posible para finalizarcuanto antes.

—¡Subiendo!

—Pues sujetadle bien. —Javi se gira yme mira adivinando el siguientemovimiento.

Sin esperar a que el rescatador esté enel interior, empiezo a mover la navepreparándonos para salir pitando. A

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pesar de que imagino que el compañeroque está todavía ascendiendo y que debeestar balanceándose en el aire, conseguridad se está acordando de parte demi familia, intento no hacer movimientosbruscos.

—¡Lo tenemos!

—Cerrad puerta y todos atados.

Antes de oír la confirmación de que lapuerta ya está cerrada, el morro delhelicóptero desciende y la velocidad seincrementa para comenzar el viaje devuelta en el menor tiempo posible.

—¿Teníamos prisa? —me preguntaHidalgo, que ya se ha colocado los

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cascos.

—¡Ah! Pensaba que te quedabas —respondo mientras no paro de hacercálculos sobre

el recorrido y las reservas decombustible.

Javi, que ha estado haciendo lo mismoque yo, me levanta el pulgar y confirmaque he

acertado en que no tendremos problemasde autonomía.

Veinte minutos más tarde, oigo a travésde los micros de los miembros de latripulación lo que creo que es el llanto

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de un niño.

—Hidalgo, ¿alguien llora?

—Sí, Daniel, el niño.

—¿Están bien? —pregunto.

—Sí.

—Tráelos a cabina a los dos.

Los rescatadores les han puesto suscascos a los dos niños que asoman sucabeza a nuestras espaldas.

—Menudo día, ¿eh? —les suelta Javigirándose un instante para mirarlos.

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—Mamá está herida y el barco se hahundido. —Observa el niño, con vozaún tomada

por el llanto.

—Ahora llegaremos al hospital yatenderán a vuestra madre enseguida.¿Habíais volado

alguna vez en un aparato como este? —les pregunto.

—No —responden al unísono.

—Lo del barco es una verdadera pena.—Hago una pausa y continúo—: Pero enla lista

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de medios de transporte que molan quete mueres, os aseguro que el helicópterogana de calle a cualquier barco.

Una risita llega a mis oídos y veo que novamos muy mal.

—Mis amigos van a alucinar cuando selo cuente —nos revela el pequeño, yamás tranquilo.

—Los míos aún no se lo creen, así quesuerte, colega —afirmo provocando larisa del

resto.

Tras dos aterrizajes, uno en el hospital yotro en la base, estamos rellenando los

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informes que vamos a presentar acercade la misión real de hoy.

—¿Nos tomamos algo en el bar? —mepregunta Javi y sin necesidad decontestarle ya

estamos caminando hacia la cantina.

Tranquilos y relajados tras aparcar latensión del día, andamos sin hablar,sabiendo que la confianza que nostenemos, permite no obligarnos a forzarninguna conversación.

Avanzamos por el pasillo del pabellón ya medida que nos acercamos a lacantina, empezamos a oír voces en suinterior. En muchas ocasiones nos

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reunimos allí al finalizar la jornada paracharlar. Al llevar poco tiempo en estabase, para mí es una oportunidad para irconociendo al personal y crear lazos deamistad, que más tarde son importantes ala hora de trabajar en equipo. Pero enesta ocasión la frase que escucho no sési va a conseguir que logre acrecentar lacamaradería.

—¿Y qué quieres? Seguro que todo loque ha conseguido, es por ser hijo de ungeneral

de esos.

Javi me mira y veo la preocupación ensu rostro mientras a mí me empieza ahervir la

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sangre, como en anteriores ocasiones.

—¿De cuáles? —Yo entro en el bar ytodos se callan—. Pregunto a qué tipode generales te refieres cuando hablasde mi padre, y para ti, el general Pagán.

El autor de las palabras, que handesencadenado una ira ya conocida pormí ante los mismos comentarios,palidece y me mira sin poder articularpalabra.

—Haré que te llegue una copia de miexpediente y del de mi padre. Si ves unasola calificación que no sea merecida,un permiso que no fuera idéntico al demis compañeros, un destino que no mehubiera ganado, una oportunidad que no

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esté dentro de los cauces

reglamentarios, te juro por Dios que metatúo tu nombre en la frente. Hastaentonces ni se te ocurra insinuar que mipadre podría utilizar su influencia paracolocar a su hijo.

Apoyo mi mano en la barra donde seencuentran apostados todos lospresentes y cambio

el peso del cuerpo a mi otra pierna.

—En toda mi carrera, nunca me hevalido de mi apellido para conseguirnada, pero no

te equivoques, nadie en este mundo se

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siente más orgulloso de su padre que yo.Y cuando dices un general de esos,espero que sea de los que llegan a dondeestán por méritos propios y porque consu trabajo ha hecho que el Ejercito delAire, del cual hoy tú formas parte, seaobjeto de orgullo.

—Discúlpeme, no volverá a ocurrir.

Y la imagen de mi padre durante lasinnumerables charlas que he mantenidollega a mi

mente, en un recuerdo cálido que mereconforta. Le oigo hablar de respeto, devalores, de principios y de lo firmes quehan de ser todas las columnas en las quese sostiene nuestra persona. Recibo su

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voz pronunciando las palabraspaciencia, autocontrol, esfuerzo, empatíay humildad.

—¿Qué tomas? —le pregunto alsargento al que me he encarado,provocando

desconcierto tanto en él como en el detodos los presentes.

—Eeeeh… —Mira a la barra paraadivinar que estaba tomando—. CocaCola.

—Por favor —aviso al camarero—.¿Nos puedes poner dos Coca Colas? —Pero cuando

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está a punto de retirarse le llamo—:¡Espera, por favor! Javi, ¿tú quéquieres?

—Ahora me tomaría un gin tonic, perocomo creo que esto aquí es imposible,con una

tónica va a ser suficiente.

Cuando todos estamos servidos, el chicojunto al que ahora estoy sentado, sevuelve a

dirigir a mí.

—Capitán, le aseguro que no volverá aocurrir.

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—Lo sé —afirmo cortante para luegodirigirle la mirada—, y me llamoDaniel.

Choco su vaso con el mío y bebo hastaacabar mi refresco. El alivio llega a surostro y veo cómo su postura se relaja.Miro a Javi y sabe que me muero porsalir de allí.

—Pues nosotros nos vamos —anunciami amigo—. Hasta el lunes.

Todos nos despiden y nosotrosdesaparecemos por la puerta.

Sin cambiarnos de ropa, nos dirigimosal coche con nuestras bolsas a cuestascruzando

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el parking.

—Ya nadie te ve. —A veces, que meconozca tan bien me asusta.

Empiezo a golpear la rueda de su cochecon mi bota y toda la mala leche quetengo guardada.

—Joder, joder, joder…

—¿Te podrías desahogar con otra ruedaque no sea la de mi coche?

Abre su puerta y se sienta, dejando labolsa en el asiento trasero. Yo imito lamaniobra y me pongo el cinturón.

—Nunca me libraré de esto —gruño

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rabioso—. ¿Qué tengo que hacer?Dímelo. —Javi

no aparta la vista de la carretera y yosigo protestando—. Tú lo has vistodurante años. En la academia, luego enlos diferentes destinos… ¡Siempre hayalgún listo que empieza a divagar sobrecómo mi padre mueve los hilos de todolo que rodea! —Ahora miro por el

cristal lateral y descanso mi cabeza enel asiento—. Fui el primero en nuestrapromoción, me he presentado voluntarioa todo lo que me han propuesto…

—Tú no puedes hacer nada —me cortaJavi—, simplemente aceptarlo y nodarle importancia. Eres el hijo de un

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general y eso es así. Eres moreno, altoy… Por cierto, ¿has crecido?

—Metro ochenta y cinco, como hacediez años.

—Pues al chico lo has acojonadocuando te has acercado.

—Tonterías.

Veo cómo empieza a accionar el manoslibres del coche y en el interior delvehículo se empiezan a oír tonos dellamada.

—¡Hola, cariño! —responde Lina convoz cantarina.

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—Manos libres —avisa Javi.

—¡Hola Daniel! Porque vas con él,¿verdad?

—Y el equipo nacional de vóley playade Brasil —intervengo yo.

—¡ Olá, meninas! —saluda ella y lostres reímos.

—Cariño, ¿tenías pensado algo paraesta noche?

—No, y la verdad es que estoy muerta.

—Es que voy a tener que llevar alcompañero a cenar. Está en plenosíndrome premenstrual y no creo que

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nadie más lo aguante.

—Perdona que lo dude —opina ella.

—¡Oye! ¿Qué insinúas?

Yo río testigo de la conversación de lapareja.

—Daniel, chocolate. Te garantizo que sete pasará todo.

—Te haré caso, muchas gracias. —Mihumor ha cambiado y me animo—.Entonces,

¿me lo dejas esta noche?

—Tú mismo —me avisa—, pero a

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medianoche se pondrá mimoso y nosabrás cómo quitártelo de encima.

—Estoy aquí —protesta Javi.

—Le daré chocolate.

CAPÍTULO QUINCE

“King of anything” Sara Bareilles

“Catch & Release” Matt Simons

NATALIA

Esta semana ha tenido como mínimodoce días, con más de treinta y ochohoras cada

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uno. Y esta tarde ha sido casi peor,porque estaba en la oficina y miraba elreloj esperando que de una vez llegarala noche del viernes. Al cabo de cincominutos, volvía a consultar la hora ysolo habían pasado dos. Puede parecerque mi razón se haya visto afectada,pero… vale sí, muy equilibrada noestoy. Por un momento incluso pensé enla posibilidad de quedar con Lina yJavi, para ver si por casualidad aparecíaDaniel. Y es que no consigo arrancar demi mente su cara en la puerta deDralion, mientras yo me alejaba en lamoto con Sergio.

—Parecía que le importaba con quiénme fuera, ¿verdad? ¿O veo cosas donde

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no las hay? —pregunto a mi muro de lareconciliación, donde acabo de fijar mimirada en Justice Joslin—. ¿Tú quéopinas, guapo?

He puesto a Sara Bareilles mientras mevisto, necesito cargar mis reservas depositividad. Paseo por mi habitación enropa interior divagando mientras miro elinterior del armario, intentando decidirqué ropa me pongo.

—Ni siquiera es seguro que venga hoy.—Me cruzo de brazos y fijo mi miradaen la parte donde tengo los pantalones—. Debe pensar que estoy liada conSergio. —Resoplo y

agarro unos vaqueros oscuros. Me los

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pongo, me los abrocho y vuelvo alevantar a la vista hacia mi público.

—¡Pero si ni siquiera le debo gustar!¿Por qué va dedicar tiempo a pensar conquién estoy y con quién no?

Una vez me decido por una blusaestampada, que deja mis hombrosdespejados, me siento en la silla delescritorio que tengo frente a mi camajusto debajo de las fotos, para calzarmeunas botas altas.

—Chicos, la verdad es que sois muyguapos, pero no me ayudáis nada —lesreprocho a

mis admiradores de papel. Delante del

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espejo, me repaso de arriba abajo—.¡Pues él se lo pierde! —Me doy un azoteen el trasero y me dispongo a salir—.¡Guapetona!

Ir en la moto con Sergio tiene susventajas. Por ejemplo, poder refugiartetras un enorme muro y así evitar que elviento te congele en estas fechas. Voyagarrada a su cintura y con la cabezaapoyada en su espalda. Veo cómodejamos atrás coches, las luces de lasfarolas y el balanceo que produce iresquivando a los otros vehículos merelaja.

Cuando llegamos al semáforo que está alfinal de la autovía, donde da comienzo

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la ciudad, mi hermano frena y bloquea larueda delantera provocando que latrasera de la moto se levante un poco.

—¡Qué macarra eres! —le digo con ungolpe en la espalda, para a continuaciónvolver a

recostarme y agarrarme a él con fuerza.

—¿Natalia?

Un coche se ha detenido junto a nosotrosy el conductor me saluda por mi nombre.

Levanto la visera y veo que es Javi, y nova solo. Intento convencerme de que eldestino no puede ser tan cruel conmigo,pero es inútil.

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—Hola, Javi. —Me inclino un pocopara ver a su acompañante y missospechas se hacen realidad—. Daniel.

Ni me dirige la palabra, simplemente mehace un gesto con la cabeza. Los dos vanvestidos con un mono verde que deduzcodebe ser su uniforme.

—¿Vas a trabajar? —pregunta Javi.

—Sí. —Le señalo con una mano—. Yvosotros imagino que salís.

Javi se mira la ropa.

—¿Lo dices por esto? —pregunta,agarrándose la prenda—. ¡Qué va! Estendencia. No

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veas lo que estiliza.

Veo cómo Daniel, que no me mira ymastica chicle con un estilo muychulesco, sonríe

ante la ocurrencia de su amigo.

Sergio me golpea el muslo, dándome aentender que reanudamos la marcha.Bajo la visera de mi casco, me despidocon la mano y vuelvo a agarrarme a mihermano, que una

vez más, ha decidido no salir de maneradiscreta. Y como ya es costumbreúltimamente,

me alejo subida a la Kawasaky de

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Sergio, dejando a Daniel con cara agria.

Llegamos a Dralion y bajo de malagana, quitándome el casco.

—Nos vemos más tarde.

—Haz lo que te dé la gana —lecontesto, enfadada.

—Y ahora, ¿qué te pasa?

No me molesto en responder. Lo únicoque quiero en este momento es patalearcomo una niña pequeña y descargar mifrustración.

—¡Pero cómo se puede tener tan malasuerte!

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Sergio se gira para mirar el asientotrasero, mueve la cabeza a un lado y aotro y al no ver nada extraño, se acercaun poco para susurrarme:

—¿Tendría que darme cuenta de algo?

Y me tiro sobre su pecho, apoyando lacabeza en él como he hecho desdesiempre.

—Déjalo, es muy largo de explicar —reflexiono y continúo—. Ni siquiera sési lo que

pienso, en realidad, no son más queimaginaciones mías.

Mi hermano me aparta, pone el

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caballete, apaga la moto, se quita elcasco y desmonta.

Me coge del brazo y nos sentamos en elbordillo.

—De verdad, Sergio, que no es nada.

Su mirada me indica que aunque nohable está esperando una explicación ami arranque

tan infantil. Me miro las manos quejuegan con el casco, mientras mis brazosdescansan sobre las rodillas.

—¿Sabes cuándo una persona llevamucho tiempo sin trabajar, lo que lecuesta luego incorporarse al mercado

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laboral, verdad? —Él ni siquiera semueve y yo sigo hablando—: Pues asíme encuentro, sin saber qué hacer paraconseguir el puesto de trabajo quesiempre he soñado.

—¿Cómo?

Ante la cara de estupefacción de mihermano, que no ha entendido de qué vami metáfora, me veo obligada a darlemás explicaciones de las normales.

—Tranquilo. —Me acerco a su brazo yapoyo la cabeza en el hombro quesiempre está

ahí para mí—. Digamos que el laboralno es precisamente el mercado al que

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me cuesta incorporarme.

—Me alegro. Por un momento pensé quequerías dejar la agencia.

—No seas tonto —le digo—. No es eso.No sé si me equivoco a la hora deinterpretar

las reacciones de las personas, siconsigo adivinar lo que piensan, o por elcontrario, invento historias alejadas dela realidad. A lo mejor no conozco a losdemás tanto como creo.

—¿Y con esa persona de la quehablamos, has tenido algo? —Se lleva lamano a la boca

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y abre mucho los ojos—. ¿Querías quesiguiéramos hablando en plural?

Hace que me ría y luego pasa su brazosobre mis hombros.

—No, y a este paso no sé si llegará apasar nunca.

—¿Te gusta mucho?

Escondo mi rostro en mis manos y cierrolos ojos.

—No me hagas reconocerlo, cuando yono me lo permito todavía.

—De acuerdo. Y tú no sabes si legustas, ¿no?

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Niego con la cabeza sin levantarla.

—Además, creo que piensa que estoycon alguien.

—¿Tú? ¿Con quién?

Ahora sí que la levanto un poco y lemiro para ver su reacción.

—Contigo.

—¡¿Qué?!

Me encojo de hombros y vuelvo a miposición avestruz, escondiendo lacabeza.

—El otro día vio cómo nos íbamos en la

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moto y hace un rato nos ha vuelto a ver.

Tendrías que haber visto su cara.Apenas me ha mirado.

—¡Pues eso es buena señal! —Coge mibarbilla y me levanta la cara—. Pero tedigo una cosa, si no es capaz de lucharpor algo que realmente le importa, esque es un cobarde que no vale la pena.No está mal ver cómo reacciona ante unobstáculo.

—Visto así…

Suspiro y empiezo a levantarmemientras compruebo mi reloj.

—Me voy a trabajar, cariño. —Me

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pongo de puntillas y estiro el cuello paradarle un beso en la mejilla—. Ya tecontaré y, por favor, no le digas nada anadie.

***

Me despierto y me muevo perezosa entrelas sábanas. Adormilada, me dejoacariciar por el roce de la tela y deslizomis manos por el vientre, que juegan conel elástico de mi pantalón de pijama.Los dedos juguetones se internan en miropa interior y oigo la voz de Danieldiciendo mi nombre en tono cálido.

—Natalia.

Me incorporo como con un resorte y me

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quedo sentada en la cama. ¿Pero qué hasido

eso? He pasado de la ensoñación a unatotal consciencia algo alterada. Creo quemi cuerpo ha acusado que ayer mepasara toda la noche esperando lallegada del hombre que ansío

que diga mi nombre, mientras mi cuerpose deja llevar.

Enciendo la luz de la habitación ytodavía respiro excitada. Miro a misadmiradores de la pared y frunzo elceño, malhumorada.

—¡¿Y vosotros dónde estáis cuando seos necesita?! ¡Sois veinticinco, por

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Dios!

Tendríais que ser suficientes para cubrirtodas mis fantasías.

Ya no tengo escapatoria, Daniel megusta. Me gusta mucho. Así que en lugarde acabar

perdiendo la razón, gracias a laincertidumbre, voy a poner cartas en elasunto.

Cojo mi móvil de la mesilla de noche ylo conecto mientras me tumbo otra vez.

—¡Buenos días, Bella Durmiente! —contesta Lina tras un par de tonos—. ¿Aqué debo

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el honor?

—No seas tonta. ¿No puedo llamarte?—Me muerdo el labio inferior,consciente de que

Lina tiene razón. Entre semana,hablamos prácticamente todos los días,pero el fin de semana estoydesaparecida—. Me he despertadopronto y he pensado llamarte para queme contaras algo interesante.

—Mi madre quiere que vayamos lasemana que viene a Asturias, paraempezar con los

preparativos de la boda. Habla todos losdías con mi futura suegra y creo que la

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ciudad no va a ser lo único que no puedadecidir.

La verdad es que, a pesar de que meilusiona la boda de Lina, no eraprecisamente esta la conversación queme apetecía tener.

—Paciencia, chica. Imagino que esnormal que estén ilusionadas.

—Lo sé, por eso no digo nada. Y Javiestá contento de ver a su madre tanemocionada.

Hablando de mi futuro esposo… —Porfin nos vamos acercando—. Ayer saliócon Daniel.

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¿Estuvieron en Dralion?

—No. —Me incorporo ansiosa y mesiento, apoyada en el cabezal de la camaen el que

he colocado un cojín.

—Pues parece ser que se bebieron hastael agua de los floreros. —No intervengopara

que ella continúe soltando información,sin que yo parezca demasiadointeresada, pero me

mata la curiosidad—. Le he llamado porteléfono hace un rato y el olor a alcoholllegaba a mi casa.

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—¡Ya será menos! —exclamo con unacarcajada.

¿Dónde debieron estar? Y sobre todo,¿con quién?

—¿Y no sabes dónde fueron?

—No he querido ni saberlo.

¡Oh Lina! Yo sí quiero, me encantaríasaber qué hicieron.

—¿Y entonces hoy no saldréis? —pregunto con los dedos cruzados.

—¡Ah, no! Si el señorito ayer pudoquemar las naves con su compi, hoy letoca sacarme

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a mí. Es más, iré a su casa y los obligaréa los dos a que me inviten a cenar yluego a tomar algo.

¿Estoy saltando sobre mi cama? Adoro aLina. Si no fuera ya una de mis mejoresamigas, en este mismo momento leadjudicaba el título.

—Pues, muy bien —le digo intentandosimular normalidad y que no note mi

celebración sobre el colchón—. Nosveremos esta noche. Ciao pescao.

—Nos vemos.

Esta noche se acabaron las incógnitas,los malentendidos y los miedos.

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—A por todas, Natalia —me convenzo.

***

Como todavía es muy pronto, la músicaque suena en el bar tiene un ritmo máscalmado. Lucas ha salido un momento, yHugo y yo estamos solos. Suena MattSimons con Catch & Release y meabandono a la música. Cierro los ojos ybailo, dejándome mecer por las notas.Siento los brazos ligeros, en algunosmomentos incluso los muevo como si setrataran de alas, y en lugar de bailar,volara. Pequeños pasitos me llevan alcompás de un lado al otro de la barra.Elevo los brazos por encima de micabeza, lo que sube el cuerpo negro que

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me he puesto y al llevar los pantalonesde cintura baja noto cómo parte delabdomen y mi espalda quedandescubiertos, y eso me incita a mover lacadera.

Por un momento, he dejado mi mente enblanco y sonrío al sentirme tan liviana yrelajada.

—Sírvame lo mismo que a ella.

Abro los ojos y veo a Lina, a Javi y aDaniel apoyados en la barra,observándome, sonrientes. La pareja ríey él por fin tiene una expresión diferentea la de nuestros últimos encuentros. Mequedo enganchada a su mirada, mientrasle sonrío e intento decirle cientos de

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cosas con la mirada. Hace un par demeses, no me preocupaba si podíaagradar a algún hombre, ya que ningunodespertaba mi interés. Ahora casisuspiro al verle sonreír.

—Te parecías a esa actriz rubia, de esapeli antigua… Esa en la que están en unbar, y ella hace como que… —Laverborrea inacabada de Lina hace queJavi ponga los ojos en

blanco.

—¡Cuando Harry encontró a Sally! —responde su novio con infinitapaciencia.

—¿De verdad parecía Meg Ryan

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fingiendo un…? —pregunto.

—¿Antes o después de operar? —puntualiza Lina.

—Me falta información sobre tusorgasmos para saber cómo finges.

—¡Javi! —recriminamos el comentariolos tres a la vez.

Estallamos en carcajadas y,aprovechando el momento distendido,me decido a dar un

paso con el que pueda acercarme aDaniel. Le doy dos besos a Lina, luegome acerco a Javi e intentando aparentarnormalidad me aproximo a quien deseo

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besar más que a nadie.

A pesar de que ha sido rápido, lovisualizo a cámara lenta. Cuando meacerco aspiro el aroma de su colonia tanvaronil y sexy como él. Cierro los ojos yme acerco decidida a su mejilla, hastaque el contacto de su boca en mi cara meestremece y cuando me dirijo a besarlepor segunda vez, dejo que mis labios seposen en su rostro deleitándome en lasensación que me provoca su piel.

Haciendo acopio de toda la fuerza devoluntad que tengo, les preguntorápidamente qué

van a tomar y me alejo a toda velocidad,para no desvelar lo afectada que estoy.

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Durante los momentos en los que notengo trabajo, procuro hablar con ellos.Lo hacemos los cuatros, así que Daniel yyo en ninguna ocasión conversamossolos.

Pasadas dos horas, Javi está sentado enun taburete y su cara refleja que la nocheanterior le está pasando factura.

—Nosotros nos vamos —nos avisa Lina—. Daniel, ¿vienes o te quedas?

No quiero que se vaya de ninguna de lasmaneras, por lo que a pesar de parecerdistraída, espero la contestaciónexpectante.

—Me quedaré un rato más. ¿Queréis

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llevaros mi coche?

—No tranquilo, con lo cansado que estáJavi, mejor cogemos un taxi y llegamosantes.

Se despiden, dejándonos solos porprimera vez en mucho tiempo. En miintento de parecer relajada, apoyo mibrazo en la barra y de repente noto cómosu mano atrapa la mía.

—¿Qué tal esta mano? —Mira fijamentelas cicatrices rosadas de mi palma.

La boca se me seca y por un momentocreo que no podré hablar.

—Bien —digo mirando cómo su mano

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sostiene con suavidad la mía—. Lascicatrices apenas se ven.

Noto cómo empieza a acariciar la palmay entreabro mis labios al notar que mefalta el aire. Ninguno de los dos levantala vista y noto cómo el tacto de susdedos parece estar por todo mi cuerpo yno solo en la mano.

—Natalia, voy a buscar otra bolsa dehielo —me grita Hugo.

Me retiro sobresaltada y al cabo de unsegundo pienso que así como estoy, coneste calentón, con una bolsa de hielo nova a ser suficiente.

Intento distraerme y no dejo de atender

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clientes, sin dedicar ni una sola mirada aDaniel

al que percibo cerca aún sin verlo.Cuando acabo de servir a un grupo dechicos, veo cómo me llama y me acercoa él.

—Quería comentarte una cosa. El otrodía la cuñada de Javi me llamó desdeAsturias y

me comentó que les gustaría hacer unmontaje de fotos de Javi, desde quenació hasta ahora, para poder ponerlo enla boda. Y he pensado que tú…

—Sí —contesto rápida y él se ríe.

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—Si aún no te he dicho de qué se trata.

—Fotos, boda y diseñadora gráfica. Nohace falta pensar demasiado.

—Me ha dicho que un día de estos memandará el material y si me das tuteléfono te

podría llamar cuando lo reciba —dice,sacando su móvil del bolsillo.

Yo lo cojo y añado a su lista decontactos mi número.

—Estaré encantada —respondo condemasiado entusiasmo y le devuelvo elteléfono—.

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Llámame cuando quieras.

Al cabo de unos minutos, mientrascoloco unas botellas en su sitio, notocómo mi teléfono vibra en el bolsillotrasero. Me extraña debido a la hora quees, así que lo cojo enseguida. Hay unmensaje de un número que no tengoregistrado.

Uno, dos, probando.

Levanto la vista y Daniel sonríe con elmóvil en la mano.

¿Tantos teléfonos falsos te han dado?Pobre Daniel, menudo golpe para suego.

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Disfruto de esta complicidad reciénestrenada a la hora de enviarnosmensajes.

¿Tan pocos admiradores tienes quesabes que soy yo?

Aun sintiendo que el nerviosismo metiene atrapada, decido que ha llegado elmomento

y empiezo a escribir.

No sabía que fueras un admirador.

¡Hala! Ya lo he dicho.

Hay muchas cosas que no sabes.

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Leo. Ahora no te puedes echar a atrás,Natalia.

¿Como por ejemplo?

Le pregunto.

Que me muero por besarte.

CAPÍTULO DIECISÉIS

DANIEL

No sé si ha sido de cobardes decirle loque sentía por mensaje, pero ya estáhecho.

Cuando hemos entrado en el local y lahe visto bailando, he seguido la

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corriente a Lina y Javi, para noquedarme como un bobo admirándola.Parecía un hada moviéndose por elbosque, rodeada de magia. Su rostrobrillaba lleno de paz y con gestosdelicados y suaves, parecía atraerte conun hechizo cautivador, en el que yo hecaído. Sus labios dibujaban una sonrisadulce y sabrosa, que ha conseguido,como le he dicho, que me muriera porbesarla.

En lo último que he pensado ha sido enmotos, rubios y demás obstáculos. Siestoy equivocado, quiero saberlo porella, pero si no es así, nada ni nadieevitará que muchos de los sueños queme persiguen sean una realidad.

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No sé qué debe estar pasando por sucabeza en estos momentos. Tras enviarleel mensaje, he esperado a que lo leyeray cuando he visto que el móvil casi se lecae al suelo y que sus manos volabanpor atraparlo, me he ido del local sindecirle nada más. Llevo horas dandovueltas por la ciudad y ahora estoysentado en el que, si no me equivoco, essu coche, esperando que salga del local.

Tengo las manos en los bolsillos de lacazadora, porque ya no sé qué hacer conellas y cuando la veo salir del bar,aprieto los puños para evitar moverme.

Me ve desde lejos y se acerca despacio.Lleva los brazos cruzados en el pecho,

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abrazándose, y la cabeza ligeramenteinclinada. Una vez llega a donde yo meencuentro, baja la acera y se apoya en elcoche que hay aparcado junto al suyo.Mira al suelo y no dice nada. Esperounos segundos, dándole la oportunidadde que me diga algo que haga que meretire de esta batalla. Pero al ver quecontinúa callada soy yo el que habla.

—Has leído el mensaje —afirmo, y ellame lo confirma con un gesto de cabeza—.

Estamos separados por apenas un metro.—Levanta por primera vez la mirada yveo sus

ojos expectantes—. Contaré hasta tres y

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si no te vas, te besaré.

Veo cómo se humedece el labio inferiory lo atrapa con los dientes en un gestoque adivino espontáneo.

—Uno…, dos…

Tengo su rostro entre mis manos y mislabios no dejan de buscar esa boca queme lleva

a la locura y que, ahora que he probado,no dejaré de soñar. Mi lengua pasea porsu labio inferior hasta que se encuentracon la suya y dejo que se reconozcan enuna bienvenida que me está dejando sinrespiración. Las manos de Natalia subenpor mi pecho hasta que consigue rodear

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mi cuello y me atraen más hacia ella. Laabrazo y la dejo atrapada entre micuerpo y el coche, elevándola hastatenerla a mi altura. Ladeamos nuestrascabezas para profundizar en el beso ynuestras manos se deslizan descubriendoal otro.

Tras unos minutos, unos maravillososminutos, separo mi boca y apoyo mifrente en la

suya para recuperar el aliento.

—¿Y el tres? —me pregunta en unsusurro.

—Soy muy malo para los números —lerespondo y dejo un suave beso en sus

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labios—.

¿Pensabas retirarte en el últimomomento?

—No, iba acercarme yo.

Nos acariciamos y paseamos por laboca del otro con suavidad, pero poco apoco la intención de nuestrosmovimientos nos acelera. Un levegemido llega a mis oídos, acompañadode su aliento, dulce y cálido.

—Por favor, no me dejes esta noche. —Oigo que me dice.

—No pensaba hacerlo —digo mientrasla dejo en el suelo y acaricio su mejilla.

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Creo ver en ella un cierto nerviosismo,me apoyo en el coche y la atraigo haciamí hasta dejarla pegada a mi cuerpo.

—¿Qué quieres que hagamos ahora? —le pregunto disfrutando por fin del tactode su

pelo entre mis dedos.

—Ven a mi casa —dice muy bajito.

Le levanto la cara y sonrío feliz.

—Tengo que coger algo antes.

Me separo, le cojo la mano y empiezo acaminar hacia mi coche, que está un parde metros más abajo. Ella atrapa mi

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mano con las suyas y me aferra confuerza. Las acerco a mi boca y las besomientras andamos.

Abro la puerta trasera del coche y cojolos paquetes que tenía preparados.Cuando me

giro, ella me mira sorprendida y se llevala mano al pecho.

—¿Pero cómo…?

En una mano tengo una gran caja de lapastelería de Bernat, al que he conocidoy me ha atendido con mucha amabilidadcuando le he dicho que me pusiera todolo que Natalia pedía. En la otra, unabolsa con revistas, prensa nacional y

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deportiva. Creo haber acertado, pero loconfirmo definitivamente cuando ella seacerca, me coge la cara y me besa contoda la ternura del mundo.

—Natalia, por favor, salgamos de esteparking antes de que tengamosproblemas por escándalo.

Se ríe y me quita la bolsa de prensa parallevarla ella. Así que, con una manolibre, aprovecho para pasar mi brazopor sus hombros y pegarla a mí mientrascaminamos.

Durante el trayecto observo que estáinquieta, pero decido no decir nada parano incomodarla.

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—Ya estamos aquí —dice sin mirarme yabre la puerta del vehículo con decisión.

Cuando llegamos a su casa, saca lasllaves de su mochila y abre—. Esta erala casa donde veraneábamos cuandoéramos pequeños. —Se gira, me coge labandeja y la bolsa, para dejarlas en unabarra que separa la cocina del salón—.Hace un par de años hice una reforma.—Me da la espalda y no se mueve—.Creo que ha quedado bastante bien.

Veo que no es fácil para ella y decidoacercarme para intentar calmarla. Mepego a su

espalda y retiro su pelo a un ladodejando el cuello despejado.

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—Es preciosa —le digo, besando laparte de piel que he descubierto.

La oigo respirar profundamente y apoyasu cabeza sobre mí.

—He tenido mucha suerte —dice con larespiración entrecortada.

—Es perfecta —susurro con mi bocajunto a su oído y paso mis manos por sucintura

para abrazarla.

Ella se gira sobre sí misma, se queda aescasos centímetros de mí y me mira alos ojos.

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—Daniel, yo…

No la dejo acabar porque empiezo abesarla, a lo que ella reacciona con lamisma intensidad. La levanto del suelo yella me rodea la cintura con sus piernas.La aprieto contra mí mientras me besa elcuello y mi cuerpo ya da señalesevidentes de que la desea.

La siento temblar, y del mismo modoque se ha aferrado a mí, me suelta,avergonzada.

Pero en lugar de retraerse, como creoque va a hacer, me coge de la mano y melleva por el pasillo hasta el dormitorio.Regula la intensidad de la luz y empiezaa quitarse la chaqueta.

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Luego, se dedica a despojarme a mí dela mía, con mucha lentitud, tanta que nocreo que podré soportarlo.

Bajo la cabeza y nuestras frentes quedanpegadas. Mis manos se aventuran bajosu ropa

para acariciarla y el increíble tacto desu piel me sacude, obligándome a frenarmis deseos, dejando en sus manos mivoluntad para obedecer a la suya.

Natalia se separa lo justo para poderquitarse la camiseta dejándola caermientras yo me deleito mirando su pechocubierto por un sujetador de encaje lila.

No dejo de pelear contra mis deseos de

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arrancar cualquier prenda que me separede su

cuerpo, al mismo tiempo que me llenauna sensación nueva de placersaboreado a cada bocado.

La llevo junto a la cama y me sientocolocándola de pie entre mis piernas.Acerco mi

cara a su abdomen recorriéndolo conmis labios, atrapando el olor de su piely disfrutando del sabor que su pielreserva para mí. Sus manos se enredanen mi pelo tocándolo con cariño.

Mis manos ascienden por sus piernashasta agarrar sus glúteos, atrayéndola

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más hacia

mí para acabar mordiéndola suavementecerca de su ombligo.

Rodeo la cinturilla de su pantalón hastallegar al botón. Lo desabrocho yempiezo a bajarlo con tanta parsimoniaque incluso ella se desespera porquellegue a los tobillos de una vez.

Respiro profundamente con la frenteapoyada en ella, e intento recuperar lacalma que

su cuerpo destruye cada vez que semuestra para mí. Pero me es imposibley, con parte de la fuerza que estoycontrolando, me quito la camisa por la

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cabeza, sin ni siquiera desabrocharla.Pero al sacar la cabeza, la miro y veo ensu cara no sé si preocupación o miedo.

—¿No querías que me la quitara? —lepregunto y dejo que la tela resbale denuevo por

mi pecho.

Ella niega con efusividad y no duda unsegundo en estirar de la tela haciaarriba.

Durante un momento peleamos con lacamisa hasta que la dama gana y, con unfirme movimiento de su mano, la prendaacaba junto a su camiseta, en el suelo dela habitación.

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—Sí, quiero.

—Entonces, ¿qué pasa? —le pregunto yla acomodo sobre mis piernas.

—Es que… —duda y entierra su cabezaen mi cuello—. No te lo vas a creer,pero…

—¿Pero qué? —digo intentando ser lomás suave que puedo.

—Estoy muy nerviosa.

La abrazo y arropo con mis brazosmientras beso su cabeza.

—Me iré cuando tú quieras y no pasaránada que no desees.

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Se separa para mirarme y posa su manoen mi mejilla.

—Te deseo y no quiero que te vayas,pero tendrás que ayudarme.

El corazón me late a toda velocidad y séque mi avidez va más allá de su cuerpoy del

sexo.

Me levanto con ella entre mis brazos yla dejo con cuidado sobre la cama.Tumbado a

su lado acerco su cuerpo al mío ynuestras bocas se unen en un delicadooleaje de besos entregados con dulzura y

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calidez.

Mis manos pasean despacio por sucuerpo y ella responde de igual manera.Noto sus dedos cómo ascienden por miespalda y su boca me dice sin palabrasque me desea y que

confía en mí.

Bajo un tirante de su sujetador con mimirada anclada a sus ojos y cuandosonríe, busco en su pecho con mi lenguahasta encontrar el pezón que acabo dedestapar. Mientras disfruto de cómo elcuerpo de Natalia responde, con mimano acabo de quitarle la prenda.

Las manos de ella se aferran a mis

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hombros y yo continúo acariciando,lamiendo y besando su cuerpoavanzando por el camino descendenteque me lleva frente a su ropa interior.Me incorporo, empiezo a retirársela yella me mira. La veo exquisita ypreciosa.

Me quedo de pie junto a la cama y trassacar de mis pantalones un par depreservativos, me deshago de lo que mequeda de ropa.

Natalia baja la cara avergonzada y susmejillas se tiñen de un delicioso rubor.Verse expuesta ante mí la pone nerviosa,pero no permitiré que la Natalia a la queestoy descubriendo desaparezca, no

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podría soportarlo. Vuelvo junto a ella ycojo su cara entre las manos para queme mire.

—Entiende esto. Eres simplementeperfecta y me estás volviendo loco.

Sus ojos brillan y yo empiezo a besarla,ya con el deseo que se despierta en mí altener nuestros cuerpos desnudos unosobre el otro. A partir de ese momento,ya no sé si ella es la que me besa o soyyo. Quién acaricia o quién se estremece.Cuándo me atrae Natalia o soy yo el quela busco.

Sus piernas se abren y quedo entre ellasnotando en mi piel su excitación ysabiendo que nada puede impedir que el

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destino de mi cuerpo sea estar en ella.No puedo más, estoy

al borde de un abismo que amenaza convolverme loco. Estiro la mano paraalcanzar uno de los preservativos y, conmanos temblorosas, como si fuera laprimera vez, me preparo para lo queestá por venir.

—Natalia, por favor, mírame.

Lo hace cuando empiezo a entrar en ella,despacio, sabiendo que ninguna mujer enel

mundo puede hacerme sentir tancompleto y feliz como soy en estemomento.

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Nos movemos a un ritmo descomunal,acariciándonos con todo el cuerpo,ahogando nuestros gemidos en la bocadel otro y dejando claro el placer quesentimos entregando nuestros cuerpos.El mundo gira a nuestro alrededor deuna forma vertiginosa, nuestras manos seenlazan con fuerza, el aire no llega parallenar nuestros pulmones y, tras perderla noción del aquí y el ahora, llegamosal éxtasis y explotamos como unasupernova que lo llena todo de luz ydonde lo único que se oye son nuestrasvoces que gritan lo que el resto denuestros cuerpos no puede.

Los minutos pasan y siento que formanparte de un tiempo nuevo, de una nueva

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vida.

De una era en la que su olor, el tacto desu piel y el sabor de sus besos pasan aser tan esenciales como el aire. Sualiento sobre mi pecho me caldea elalma y me despoja de antiguospensamientos que ahora ya no me sirven.El placer que he experimentado junto alcuerpo que no puedo dejar de acariciar,ha pasado a ser una necesidad yentiendo que toda mi vida he voladopara llegar a este momento. Para llegar aella.

Mis dedos no dejan de pasear pausadospor su espalda, mientras Nataliadescansa en mi

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hombro y dibuja formas abstractas sobremi pecho.

En algún momento me dejo llevar porimpulsos caprichosos y depositosuculentos besos

sobre ella, buscando con ello laconfirmación de que es real y no unsueño. Ella se mueve acoplándose a micuerpo y sujetándome como si fuera adesaparecer.

De repente, algo frente a nosotros llamami atención. Estiro mi brazo y aumentola intensidad de la luz. Ante mí hay unapared llena de fotografías de hombresentre los que puedo reconocer a algúnactor o cantante. Miro a Natalia que está

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sobre mí con los ojos cerrados y no seha dado cuenta de mi hallazgo.

—¿Se puede saber qué es esto? —pregunto realmente sorprendido.

—¿El qué? —Abre los ojos y seincorpora para poder seguir la direcciónde mi mirada.

—La pared.

—¡Ah! Eso. —Vuelve a cerrar los ojosmientras se recoloca en mi costado—.Tengo por

costumbre colgar una foto de todos loshombres con los que me acuesto. Asíque cuando

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te vaya bien, me puedes hacer llegar unatuya. De veinte por veinticinco, no megusta hacer diferencias.

Contengo la risa y vuelvo a mirarlas.

—Es un poco extraño que estén ahímirándonos, ¿no?

—Tranquilo, solo me miran a mí. Meadoran.

La cojo desprevenida cuando me giro yla llevo conmigo hasta dejarla debajo demi cuerpo, apresada por las muñecas.

—Pues no sé si eso me gusta mucho.

—No puedo evitarlo —dice

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esforzándose por no reír—. Están locospor mí. No sé qué

les doy.

Está tan guapa así riendo, con el peloalborotado sobre las sábanas y esos ojostan azules que casi me desintegran el díaque la conocí, y ahora derrochan calidezy dulzura.

—Pues yo sí lo sé.

Y empiezo a besarla pegando mi cuerpoal suyo y dejándome llevar ahora ya sinel recelo de molestarla. Ella recibe misbesos envolviéndolos en sus labios y

devolviéndomelos envueltos en ternura.

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Nos devoramos mutuamente ycompruebo que nos invade el mismohambre que nos lleva a gestos y cariciasa momentos dulces y tiernos para pasarluego a ser fieros y salvajes.

Nos hacemos arrumacos y tonteamoscomo adolescentes. Hablamos y nostocamos con

necesidad para saber todo lo posible delotro. Me gusta cuando bromea,mostrando su ilusión, compartiendoalguna historia, su manera deacariciarme, verla mientras cierra losojos, descansando junto a mí, y meprometo que haré lo que sea por verlasiempre así, tan feliz.

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—¿Cómo era aquella rutina tuya?¿Ducha, desayuno y cama?

—Hoy está siendo un desastre. Heempezado la casa por el tejado.

—Perdona por la parte que me toca.

—Ya está, qué le vamos a hacer.

—Vamos a ver cómo puedo solucionarlo—digo al tiempo que la cojo y la colocosobre

mi hombro—. ¿Dónde está la ducha?

Ríe a carcajadas y voy decidido hacia lapuerta.

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—Tú dirás, ¿izquierda o derecha?

—¡Derecha, derecha!

Nos duchamos y volvemos a hacer elamor bajo el agua con las mismas ansiasque la

primera vez. Ella sale antes y yo mequedo recuperándome bajo el chorro deagua.

Cuando salgo, encuentro sobre el lavabouna toalla doblada y un montón de ropade hombre. Me seco y me visto con loque me ha dejado. No me queda mal,pero es una talla más grande que la mía.

Llego al salón, veo cómo ha dispuesto

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todo lo que trajimos de la pastelería yestá junto a los fogones. Es sexy, muysexy, y algo me dice que lo sabe.

—¿Qué haces? —pregunto mientras laabrazo por la espalda y deposito besossobre la

parte del cuello que me ofrece.

—Chocolate y café —responde mientrascontinúa removiendo el cazo—. ¡Ah!,también

hice zumo de naranja.

—Madre mía, menudo despliegue.

La aprieto más contra mí y continúo

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besándole el cuello. Ella se muestraencantada con todas las muestras decariño que le regalo y yo no me canso demimarla.

Nos colocamos en la barra, que esmucho más ancha que las normales, ynos sentamos

en unos taburetes altos. Empezamos aservirnos mientras hablamos y veo cómoella coge

un periódico y me ofrece otro. Pero, depronto, un ruido altera el momento, almenos para mí. La puerta que hay al otrolado, y en la que no había reparado, seabre y aparece una especie dehighlander rubio, sin camiseta y

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pantalones de algodón, que le caen pordebajo de la cintura.

—¡Hola! —dice pasando por mi espalday dándome una palmada amistosa—.Buenos

días, Taly.

—Buenos días, cariño —¿Cómo quecariño? ¿Y por qué lo besa como sifuera lo más

normal del mundo?

Creo que soy el único al que la situaciónle sorprende. Es más, no tengo claro sihe contestado a su saludo.

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—¡Chocolate! ¡Qué bien! —Rebuscauna taza y empieza a llenarla con el cazo—. ¿Qué

tal la noche?

—Como siempre —contesta Natalia y elrubio empieza a toser casi ahogándose.

Natalia se tapa la cara para luegomirarme, riendo contenta.

—Daniel, te presento a mi hermano,Sergio. —Luego se gira hacia suhermano—.

Sergio, él es Daniel.

—Encantado. —¡Y tan encantado! ¡Es su

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hermano!

—Igualmente —responde Sergio—.Bonita ropa.

Me miro y me doy cuenta de que debeser suya. Me acerco un poco a Nataliapara poderle preguntar.

—¿Dónde está mi ropa?

—En la lavadora.

—¿En la lavadora? —preguntoextrañado.

—Bienvenido a mi mundo —suelta suhermano—. Si ahora te quitaras lacamiseta que

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llevas y la lanzaras, antes de que tocarael suelo ya estaría en un programa delavado largo.

—Ya me extrañarás el día que te vayasde aquí, que te aviso será pronto —lereprende

Natalia—. ¿Qué vais a hacer hoy?

—Me llevo a Alberto a hacer una rutade montaña en bicicleta.

—Lo vas a matar, pobre. Pero si sabesque no le gusta.

—Sí que le gusta.

—Lo hace porque está loco por ti, pero

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en el fondo estas cosas lo aterrorizan. —Y

empieza a girar las páginas delperiódico.

De repente empiezo a cuadrar cosas enla cabeza. Alberto era el médico que nosatendió

en la clínica y debe ser la pareja deSergio.

Su hermano sale de la cocina y se dirigehacia su habitación, pero antes dedesaparecer da media vuelta y regresaunos pasos hacia nosotros.

—Por cierto, espero que no le hayas

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echado ningún mal de ojo a mi moto.

¡Joder, es el rubio de la moto!

CAPÍTULO DIECISIETE

NATALIA

Imagino que este periódico es comotodos los demás, pero yo lo único queveo son manchas de tinta sobre papelblanco.

¡Oh, Dios mío! ¡Está en mi casa! Mialegría es directamente proporcional almiedo que

siento pensando en que todo se acabe.

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Casi rompo mi móvil cuando leí elmensaje y dejé de sostenerlo por laimpresión. La noche ha sido un martirio.La hora del cierre no llegaba nunca y,además, después de desaparecer,tampoco tenía muy claro si lo volvería aver.

Cuando estaba frente a él me quedédefinitivamente sin habla, solo pudeasentir. Y me

besó. ¿Desde cuándo se besa así? ¿Quéme he perdido? Y eso seguro que no seenseña en

la academia militar. Sus labios sonfirmes y seguros, me hace sentirlospoderosos sobre mi boca. Pero en

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cambio, la caricia de su lengua eraliviana, suave y delicada. Solo con losbesos que me ha dado en el parking,hubiera sido la mejor relación sexual demi vida. Pero luego…

No voy a olvidar jamás esta primera vezcon él. A cada paso, en cualquier gestome veía entrar en lo desconocido porquenunca me había sentido así. A medidaque nos acercábamos, descifrábamosnuestras sensaciones que aumentabancomo la tormenta que

crece para dejar un mar embravecido yagitado. No solo he conocido su cuerpo,sino que he descubierto el mío. Me hevisto envuelta en incertidumbre pero él

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me ha abrazado, ha protegido mi cuerpoy mi alma para que me sintiera segura, yme he dejado llevar.

Sentados uno junto al otro aparentonormalidad, pero no dejo de pensar queen cualquier momento esto puededesaparecer y mi inseguridad ataca lacalma.

Noto cómo la mano de Daniel se colocasobre la que tenía en la mesa y me aferrasuavemente. Me quedo mirándolasunidas sobre la fría superficie y poco apoco levanto la vista hasta encontrarmecon sus ojos.

—¿Te molesta? —me dice mientras consu pulgar acaricia el dorso de mi mano.

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Otra vez vuelvo a quedarme sin habla yniego con la cabeza, ya que en migarganta no

hay cuerdas vocales, solo un nudo deemoción que no sé si podré controlar.

Me sonríe y continúa leyendo. Quierohacer lo mismo, parecer natural, pero loúnico que veo es mi propia felicidad.

Nuestros dedos se mueven perezosos,hasta noto que la presión de Danielsobre mi mano crece. Antes de que medé cuenta, tira de mí y me coloca entresus piernas. Me abraza y me besa.

—Llevaba demasiado tiempo sin ti. —Si me suelta caeré a sus pies, no sé si

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porque me

he desmayado o porque le venero comoa un Dios—. Así que me has secuestradoy has tomado mi ropa como rehén. —¿Lehe secuestrado? ¡Bien por mí!—. Creoque tengo síndrome de Estocolmo —medice, su mirada se torna más profunda ysu gesto se vuelve

serio—. Natalia, yo…

Y le beso. Le beso con intensidad, antesde que acabe la frase. Antes de queestropee el

paraíso que tengo esta noche entre susbrazos. No quiero oír “Natalia, yo nocreo en las relaciones” o “Natalia, yo no

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estoy hecho para el compromiso”. Asíque le beso y no le dejo hablar. Quieroque se quede conmigo. Por algo le hesecuestrado, ¿no?

Cuando creo que ya habrá olvidado loque iba a decir, me separo despacio y,antes de

moverme, sello su boca con un últimobeso.

—Recojamos esto y vayamos adescansar, es tarde.

—A las órdenes —me respondegracioso dándome una palmada en eltrasero.

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En el dormitorio le miro de reojoaprovechando que no me ve y tengoganas de empezar

a gritar: ¡Está en mi habitación! Verlerodeado de mis cosas me emociona y nopuedo dejar de sonreír. Consulta sumóvil, se tumba y yo sigo de pieobservándolo como si fuera adesaparecer si le pierdo de vista.

—¿Vienes? —pregunta.

—¡Oh! Sí, sí… —respondo saliendo demi estado catatónico.

Pero, al pasar por encima de él, meatrapa y quedo sentada a horcajadassobre su cuerpo. Tiene mis muñecas

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sujetas y veo cómo su mirada queda fijaen la que tengo tatuada.

—Explícame lo de las estrellas.

—Un momento —le digo mientras meretiro.

Voy hasta mi escritorio para volver conun marco de fotos en la mano. Me tumboa su

lado y empiezo a hablar:

—Estos somos nosotros. —En lafotografía que le muestro aparecen seisniños durmiendo apelotonados en unsofá cama—. Aquí, nosotras teníamosmás o menos seis o

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siete años, y ellos nueve o diez. —Suspiro emocionada y continúo—: Estees Sergio, mi

hermano y junto a él, Lina. —Me coge lamano para acercarse la foto y verlamejor.

—¿Lina?

—Sí, ¿a que era un angelito? Luego estáÁlex y, a su lado, yo.

—A ver, a ver. —Río ante su curiosidady veo cómo me observa—. Eras muyguapa.

—¿Era?

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—Continúe, señorita susceptible.

—Y estos dos son Mara y Óscar.

—Pero Mara…

—¿Por qué te crees que la llamo rubia?Porque no lo es. —Está muy atento a loque le

cuento y me gusta la sensación que meproduce que conozca un poco más de mihistoria y de la gente a la que quiero—.A Óscar, el hermano de Lina, no loconoces porque ahora

vive en Alemania. Se fue allí hace unosaños y su trabajo no le permite venir tana menudo como a Mara. —Suspiro con

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nostalgia—. Él es el guardián de todos,aunque esté lejos. Es muy protector, aveces incluso demasiado. Nuestraadolescencia, la de las chicas, fue uninfierno para él. —En mi cabezaaparecen algunos recuerdos del pasadoque me hacen reír

ante los ojos de Daniel—. Hace un parde años fuimos juntos a la feria deMálaga y nos tatuamos una estrella porcada uno de nosotros —le explico,enseñándole mi muñeca y luego vuelvo amirar la foto—. Esta es mi fotografíafavorita.

—¿Seguro que no es alguna de esas dela pared?

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—Ssshh… —Le hago callar—. Tepueden oír y son muy sensibles paraestas cosas.

Se mueve sin soltarme y agarra el móvilque tenía en la mesita de noche.

—Veamos si podemos conseguir unanueva para tu particular ranking de fotos.

Me abraza más fuerte y me sube un pocodejando mi cara junto a la suya. Encuanto nos

veo a los dos en la pantalla del teléfono,me sorprendo viendo mi imagen, estoyradiante y feliz como hacía tiempo. Él esel causante de esa transformación y lomiro como si fuera el único hombre

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sobre la faz de la tierra. Cuando me doycuenta, él ya ha accionado el disparador.

—Esta será mi fotografía favorita ahora—me dice.

—Pero si no se me ve bien la caraporque te estoy mirando.

—Por eso la elijo.

—¿Porque no se me ve la cara?

—Porque me miras.

Nos miramos y vuelvo a quedarprendada de sus ojos fijos en los míos.Pequeños pedazos de nosotros bailan enlas retinas del otro reconociéndonos. Ni

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el pasado, ni las teorías, ya ni la piel niel aire son barreras entre nosotros. Hayalgo etéreo que desconocía y que nosestá fundiendo al calor de las emocionesdesbocadas. Mientras estamos así, haceotra foto sacándome del encantamiento yempiezo a reír. Nos fotografiamosriendo, mirándonos, con gestos absurdosy besándonos. Durante una de las fotos,veo cómo Daniel deja caer el móvil, queacaba en el suelo y empieza a besarmecon ansia y un deseo al que sucumbimospara unirnos una vez más.

Ver nuestra imagen ha hecho que tomeconciencia más aún de lo que estásucediendo.

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Le abrazo atrayéndole hacia mí y lerodeo con mis piernas, para sentirmemás engarzada a él. Nos desnudamos eluno al otro con urgencia. No puedo dejarde besarle. Recorro su rostro para luegollegar a todo su cuerpo. Me eleva y mesienta sobre su erección, dejándomeanclada a su cuerpo como él ya lo estáen mi corazón. Mientras me muevo a

las órdenes de su necesidad, Daniel seincorpora quedando enterrado en mipecho, colmándolo de besos yexcitándome, al tiempo que su lengua ysu boca dejan un sello imborrable en mipiel. Caemos sobre el colchón y meexige que coloque los brazos por encimade mi cabeza, castigándome con besos y

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ligeros mordiscos por el cuello y elpecho. No deja un rincón de mi cuerposin que sus manos lo disfruten, sin quesu boca lo saboree.

Al notar su aliento en mi sexo no puedoevitar retorcerme y me sujeto alcabecero de mi cama tan fuerte que dejoque el hierro se marque en mí. Con susbrazos sujetándome fuertemente y una demis piernas por encima de su hombro,caigo en un mar de placer en el que flotoy me ahogo por igual. Recupero elaliento segundos después, con su bocaen la

mía, con el sabor de mi placer sobre mislabios. Entra en mí con fuerza, entierro

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la cara en su cuello y, por un ínfimoinstante, creo que las lágrimas caeránpor mis mejillas provocadas por laemoción que siento. En mi vida habíapertenecido tanto a alguien como ahora.

Lo oigo, lo siento pegado a mi espalda,a mí, a mi corazón. Me tiene sujeta entrelos brazos y eso le impide a mi pulsonormalizarse. Tiene que ser conscientede lo que me transmite estar así, al igualque yo soy consciente de algo para loque no tengo nombre aún. Su forma dehacerme el amor es arrolladora y mi pielreacciona con su aliento, mis sentidos seagudizan con el roce de sus manos, mirespiración se altera con su mirada yprefiero morir mil veces que privarme

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de estar cobijada entre sus brazos, tal ycomo me sostiene ahora.

—Nunca me había pasado esto. —Leescucho cerca de mi oído—. Llevarsemanas intentando seducir a una mujerpara acabar haciendo el amor con otra.—Ese es un golpe que no he visto venir,que se hunde en mi estómago y todo micuerpo se tensa. Mis ojos se humedeceny me falta el aire, pero él me abraza conmás fuerza para que no me deshaga

de su abrazo—. Conocí a una mujerfuerte y peleona, que me enfrentaba sindejarse atrapar. Con unos maravillososojos azules dispuestos a lanzarme hielo.Estratega de historias románticas y

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creadora de las más inverosímilessituaciones. Capaz de defenderme deborrachos impertinentes, para luegosaltar una barra sin necesidad de ayuda.—Cierro los ojos y noto cómo caenlágrimas—. Y ahora estoy abrazando auna mujer dulce, deliciosa y cariñosa.De piel luminosa y suave, que no puedodejar de tocar.

La veo junto a mí y me siento otro,alguien que es mejor. Deseo que susojos azules me miren y sus dedos meacaricien. Pero las dos saben que memuero por besarlas.

Trago saliva e intento no caer en elllanto que me cierra la garganta.

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Daniel, que no se había percatado delefecto de sus palabras, en cuanto se dacuenta, me gira y se sienta sobre mí,acogiendo mi rostro entre sus manos.

—No, no, no. —Noto su angustiamientras me seca la cara—. Natalia, yono quería…

Al inclinarse sobre mí, me lanzo a sucuello con mis brazos y lo aprieto tanfuerte como puedo.

—Pase lo que pase, ocurra lo queocurra, gracias, Daniel, por ser perfectoesta noche y hacerme sentir especial. —Aflojo el abrazo y, poniendo mi mano ensu boca, le hablo en tono suave—. Yahora por favor, dejémoslo aquí y

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descansemos. Si quieres hablamos en

otro momento. ¿Vale?

Su pecho se mueve con la misma fuerzaque me miran sus ojos. No dice nadapero sé

que quiere hablar. No quiero, no puedo.No voy a permitir que se estropee lo queya es perfecto, lo que no sé si volveré atener. Quiero retenerlo impecable en mimemoria.

Por un lado me siento plena, llena deemociones, de todo lo deseado ysoñado. Feliz de haber disfrutado deldeseo, la pasión y la piel. Pero eso seenfrenta al vacío causado por mi

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entrega. Me he dado por completo a él yno he sido consciente, hasta me ha dichola manera en la que me desea. Novolverá a ser igual nunca más. He sidosuya y eso ya nunca cambiará. En todaslas relaciones damos un trocito denosotros que acompañará a

esa persona siempre. Y en una solanoche entre sus brazos no he sabidocontrolar la

medida y se lo lleva todo con él. No séqué ha sido, es o será este nosotros,pero si acaba aquí, siempre guardarécon mimo un recuerdo maravilloso de lanoche más especial de mi vida.

Se aparta lento y se tumba a mi lado.

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Respeta mi petición y no dice nada más.Al menos con palabras. Coloco micabeza en su pecho y él me abraza,dejándonos pegados. Extiende el brazo,apaga la luz, suspira y se recoloca,afianzando nuestra unión.

—Sueña conmigo, te prometo hacer lomismo.

Y un beso en mi cabeza me arropa y melleva al más maravilloso de los sueños,el que

no se acaba cuando abres los ojos.

***

Estoy en el salón mirando por el

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ventanal, con una taza llena de chocolatecaliente del

que hice esta mañana. El mar estátranquilo y calmado, como yo.

Oigo una puerta que se abre y me giropara verle llegar.

—Buenas tardes, dormilón. —Le regalouna sonrisa a la luz del día.

—Esta cama tiene un sistema de comainducido.

—Exagerado.

—¿Qué tomas?

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—Chocolate.

—¿Otra vez? —Se extraña y se pasa lasmanos por el pelo intentandodespertarse del todo.

—Es un vicio al que nos hizo adictos lafutura suegra de Javi. Lo utilizamos paratodo.

—Miro la taza y luego al mar—. Pararecordar, para olvidar, para celebrar, ypara que te reconforte.

Se ha acercado bastante, pero añoro máscercanía.

—He visto mi ropa en la habitación,creo que voy a cambiarme.

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—De acuerdo.

Da dos pasos pero se detiene paramirarme.

—¿Y tú por qué lo tomas?

—Porque me siento viva.

Camina rápido hacia mí y no se detienehasta abrazar mi cintura y besarme,sujetándome con firmeza de la nuca. Loconfirmo, no ha sido un sueño, besa demaravilla.

—Hola —me dice con una enormesonrisa.

—Hola. —Le correspondo, apoyo mi

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cabeza en su pecho y dejo de sentirmesola.

Un par de horas después estamos en elparking donde nos besamos la nocheanterior.

—Otra vez aquí —comenta mirándomede reojo.

—Repite conmigo: uno, dos, tres. —Yle cojo la mano. Al llegar al tres, lasensación del primer beso me envuelvecomo una manta cálida en plenoinvierno.

—Lo escribiré cien veces, señorita.

—¿Cien veces? —le pregunto—. Te

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recuerdo que solo sabes contar hastados.

Cada uno apoyado en su coche nosmiramos sin saber muy bien cómoactuar.

—Será mejor que me vaya —dice, alfin, mientras juega con las llaves de sucoche.

—Nos veremos pronto. —Me adelanto yle doy un breve beso en los labios.

Ya estoy avanzando de regreso a micoche cuando su mano me detiene y meobliga a

dar la vuelta. Su expresión es intensa y

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mi corazón se detiene, sorprendido porlo que él le transmite.

—Ayer… —Se queda en silencio soloun momento—. No vuelvas a darme lasgracias.

Solo se agradece algo que ya está hecho,que se ha regalado o ha pasado. Peroesto va a volver a pasar, tiene quevolver a pasar, así que por favor, novuelvas a hacerlo.

Me deja sin palabras y casi sinrespiración. No soy capaz de hablar ycallada le veo alejarse mientras intentoretener la intensidad de este últimobeso, que al igual que todos los de estasúltimas horas se han hecho dueños de mi

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boca. Satisfecho con mi aturdimiento,me regala un guiño de lo más sexy antesde desaparecer en su coche. Ya no haymarcha atrás. Un vacío se asienta en laboca de mi estómago y él es el únicocapaz de llenarlo.

CAPÍTULO DIECIOCHO

“Wonderful world” James Morrison

DANIEL

Voy conduciendo y de lo único que tengoganas, es de dar media vuelta y volverjunto a ella. ¿Así que esto es estarenamorado? Pensaba que cuando llegarael momento, estaría contento, perohabría una cierta parte de mí que lo

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tomaría como una pérdida, queaparecería el miedo a perder mi libertado a obligarme a ser diferente. Y nadamás lejos de lo que siento. Es verdadque en cierta manera me noto diferente,pero lo extraño es tener la sensación deque soy más libre que nunca porqueestoy donde deseo estar. Porque demanera no orquestada, pensada yorganizada, sé que mi decisión esNatalia. Y me entra la risa pensando quesi yo mismo me viera, pensaría que soyridículo.

Suena mi teléfono y conecto el sistemade manos libres.

— Hello, darling, how are you?

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—¿Greta? —pregunto, desconcertado.

—¿Te alegras de oírme?

Y cuando lo pienso sonrío. Ahora soloexiste una mujer que pueda alegrarme eldía y

ella es la razón por la que tener alteléfono a Greta sea una oportunidadinigualable.

—Pues la verdad es que sí. Tenemos quehablar.

—¿Hablar? Eso suena a novedades.

—¿Cuándo vendrás?

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—He llegado esta tarde y me voymañana por la mañana. Solo te llamabapor si te iba

bien que nos viéramos esta noche.

Estoy muy cansado, pero necesito cerrareste tema cuanto antes. Me dice que estáen el hotel Saratoga y, teniendo encuenta la situación, le propongo quedaren el bar del ático.

—¿Qué te parece si nos vemos en… uncuarto de hora?

—Perfecto, en el bar en un cuarto dehora. Te voy pidiendo una copa.

Mientras subo en el ascensor no puedo

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evitar mirar las fotos que nos hicimosesta mañana, Natalia y yo. Las paso unaa una fijándome en cada detalle hastaque me sobresalto con el timbre queanuncia mi llegada a la planta. Guardoel teléfono y empiezo a buscar a Gretaentre las mesas. Cuando la localizo, medirijo hacia ella y la saludo con dosbesos.

Las vistas son impresionantes. La bahíade Palma coronada con el Castillo deBellver y de fondo la sierra de laTramuntana al atardecer, es una de lasimágenes más impresionantes que hevisto. Cuando veo el mar, recuerdo estarjunto a Natalia admirándolo desde sucasa, ella apoyada en mi pecho y yo

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abrazándola, así que un día de estos latraeré aquí. Una sonrisa sube a mislabios y me es imposible sentirme enuna nube pensando en ella.

—¿Cómo se llama? —me preguntaGreta a la que devuelvo mi atención.

—Natalia.

Ella sonríe, seguramente por la cara debobo que debo tener.

—¿Hace mucho que estáis juntos?

Estiro el brazo para retirar mi camisa ymiro el reloj.

—Aproximadamente, quince horas. —

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Me recoloco en la butaca para mirarlaorgulloso.

—A eso se le llama velocidad. —Ríe,tapándose la cara y negando incrédula.

No desvío mi mirada de ella, que hadejado de reír de súbito y ahora meobserva curiosa.

—Entonces, ¿lo que cuentan es cierto?

Entiendo su pregunta. Hemos sidoamantes bastante tiempo y nunca noshemos

preocupado de incluir ningún tipo desentimiento en nuestra relación, más alláde una amistad sincera, sin exigencias ni

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reproches. Y en el fondo, creo quedisfrutábamos de lo que teníamos,porque pensábamos que era el mejoracuerdo al que se podía llegar.

—Es mejor —respondo contundente—.Sé que pensarás que estoy loco y que es

imposible que esté tan seguro de lo quehablo. Pero lo único que siento escerteza de que es así.

La miro con cariño y espero que mecomprenda. Hasta ahora ha sido miamante, pero

me gustaría que fuéramos amigos. Laaprecio, es una buena chica, y no megustaría perderla.

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—No te lo creerás —dice inclinándosehacia delante y cogiendo mi mano—.Pero me

alegro muchísimo por ti.

Quizás sea la despedida a una relación ya una etapa, pero en este momento, entrenosotros, sé que lo único que hay escariño y respeto mutuo. Me adelanto ycubro su mano con la mía.

—Lo sé. Gracias.

—¿Daniel?

Me giro y veo a Lina y Javi que estánjunto a nosotros, sonrientes.

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—¡Hola! —les saludo mientras melevanto—. ¿Qué hacéis por aquí, pareja?

—Hemos venido a tomar algo —meresponde Lina.

Greta se levanta y yo procedo apresentarlos. Después, ellos se colocanen otra mesa y nosotros volvemos asentarnos.

—Bueno, pues ya está —sentencia ella.

—Te dije que cuando esto terminara,quería que siguiéramos siendo amigos.

—Lo sé, y espero que nos veamospronto. Pero Daniel, a ninguna mujer legusta que su

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hombre se vea con la que ha sido suamante. Por fantástica que sea esa chica,nosotros no podremos ser unos amigosde los que se ven de vez en cuando asolas para charlar de sus cosas. —Vuelve a coger mi mano, agarrándolacon fuerza—. Seamos tan sinceros como

hemos sido hasta ahora, ¿de acuerdo?

Es estupenda y estoy convencido queencontrará a la persona que la harásentir de la misma manera que me sientoyo ahora mismo.

—Ha sido un placer, Greta.

—Nunca mejor dicho —coincide y meguiña un ojo.

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***

La semana ha sido diferente. Cada nochele he mandado una de las fotos que noshicimos, con el mensaje “sueñaconmigo, te prometo que yo haré lomismo”. El lunes, ella me contestó porla mañana con un “Mis chicos te hanechado de menos”. Al día siguienteempecé el día leyendo “Un globo, dosglobos, tres globos. La luna es un globoque se me escapó”. “Separando rehenesblancos o de color”, fue lo que medespertó el miércoles.

Pero hoy el mensaje ha sido diferente.“Miro el mar desde el salón de mi casa,siento frío en mi espalda y no tengo

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nada que ponerme. Una pena”. Creoque perdí años de vida del esfuerzo quetuve que hacer para ir a trabajar, enlugar de correr a su casa para abrazarlaotra vez mientras disfrutábamos de lavista.

Estamos llegando a la base y contactanconmigo desde la torre.

—Notifique con toma asegurada.

—En tierra sin novedad. Si no quierenada, terminado. Muchas gracias y buenservicio.

Acabamos de llegar de unas maniobrasentre Cartagena e Ibiza. Han sidomuchas horas

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realizando simulacros y estoy reventado,pero la puesta de sol que podemoscontemplar justo antes de tomar tierra enpista, me alivia el cansancio. Es unavisión maravillosa que me lleva apensar en ella. Y me da por silbar, comoen los últimos días, en los que mi vidase ha convertido en un maldito musical.Javi me mira con una sonrisa mientras sequita los cascos.

—¿Se pueden hacer peticiones? —pregunta mientras abandona el asiento.

Yo me levanto y le sigo.

—¿Perdona?

—Como llevas un par de días que no

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dejas de silbar, pensaba que me podríasdedicar

alguna canción.

Río y cambio de temaintencionadamente.

—¿A qué hora llega Andrés?

—A las nueve. —Mira su reloj ycontinuamos caminando hacia el edificioprincipal—.

Aún nos queda una hora.

—Dijo que llamaría cuando aterrizara.

Este fin de semana viene Andrés, un

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compañero con el que, tanto Javi comoyo, coincidimos en Afganistán. Desdeentonces se ha afianzado una amistadmuy especial entre nosotros.

Una hora y cuarto más tarde estamosesperándole a la salida de la terminal dellegadas

del aeropuerto. Él pertenece alEscuadrón 802 de Canarias y hadecidido venir a visitarnos ahora queempiezan sus vacaciones.

Nada más poner un pie en la calle, enlugar de mirarnos a nosotros, sigue conla vista el trasero de una chica que enesos momentos está entrando. Retoma lamarcha y nos encuentra sentados en el

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coche observando su maniobra dereconocimiento.

—Vaya mierda de color de piel tenéispor aquí —nos suelta antes de acercarsey darnos

un abrazo a cada uno.

Metemos su bolsa en el maletero y nossentamos en el coche. Al dar al contacto,la radio se pone en marcha y suena el cdque tenía preparado para recibirle.

—Joder, Pagán, por cursiladas comoesta, mi lado femenino se desarrolló en

Afganistán. No soporto a este tío.

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—Te encanta James Morrison —afirmo.

—Aunque he de reconocer que a las tíaslas vuelve locas, es ponerlo y empezar acaer la ropa.

Andrés vuelve la cabeza para hablar conJavi, que va sentado en el asiento deatrás.

—¿He oído que alguien se casa?

—¿Quién? —pregunta Javi siguiéndolela corriente—. Cuenta, cuenta.

—Que conste que esta visita no cuentacomo despedida de soltero. Así que noseáis cabrones y avisadme con tiempopara apuntarme.

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Mi compañero de piso se incorpora y sucabeza aparece entre nosotros dos.

—Hablando de eso. Tampoco es tannecesario, ¿verdad?

—¡¿Qué?! —gritamos desde la partedelantera del vehículo.

—¿No me digas que tu novia no quiereque hagas despedida? —le interrogaAndrés.

—Al contrario —contestaacomodándose en el asiento—. Susamigas se la van a llevar

de viaje y os aseguro, que a pesar de serencantadoras las dos, no me fío un pelo

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de ellas.

—Solo reímos dos, ya que en la partetrasera no hay risas. En cierta manera leentiendo.

Lina, Mara y Natalia, en un destinodesconocido, es preocupante—. Loúnico que me viene a la mente son laspalabras tatuaje, piercing, accidente,alcoholemia…

Volvemos a reír, pero mi risa empieza aperder fuerza. ¡Uy! Que esto se empiezaa complicar. Sé que a partir de ahoraesas palabras también estarán en micabeza.

—Cada vez me apetece más conocerla.

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¿Cuándo podré ver a esa maravilla? Ysobre todo… —Me golpea con el codo—, ¿cuándo tendré oportunidad deconocer a esas amigas

tan peligrosas?

Esto no lo tenía previsto. Hablaré conNatalia en cuanto la vea para saber sipuedo avisar a buitres como el que llevoahora de copiloto, de que ella no espresa para él.

—Hay una rubia y una morena. Puedeselegir —le informa Javi.

Ni hablar, aquí el único que elige soyyo.

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—No tengo ninguna preferencia, asíque… ¡fuego a discreción!

¡Y una mierda a discreción! Se acabó.

—¿Cómo llevas los preparativos de lamonografía? —Andrés me miraextrañado y empieza a hablar mientrasniega con la cabeza.

—Te estás echando a perder, Daniel.Estamos hablando de tías y me preguntaspor la preparación a comandante. —Intento aparentar indiferencia y él siguecon la conversación que mantenía conJavi—. ¿Pelo largo o corto, altas obajas, guapas o feas, cuántas tetas cadauna? ¡Vamos, tío, necesito datos!

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Voy a arrancar el volante de un momentoa otro. Y Javi tampoco es que ayudedemasiado.

—La rubia, pelo corto, la morena, largo.No son altas, pero sí muy guapas. Ysobre lo

de las tetas, dos cada una.

—Qué gracioso.

—No te preocupes, mañana hay unafiesta en casa de Carlos, ¿te acuerdas deél? Y hace

un rato Lina me ha mandado un mensajepara decir que vendrán las tres.

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Vuelve a mí el buen humor y pienso“será una gran fiesta”.

CAPÍTULO DIECINUEVE

“A sky full of stars” Coldplay

“Tears dry on their own” AmyWinehouse

NATALIA

Llevo cuatro días eternos viviendo en elmundo del algodón de azúcar. Me quedofrente

a la pantalla embobada, rememorandouna y otra vez las imágenes que hanquedado grabadas en mi cabeza.

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Evidentemente, eso me ha llevado a másde un calentón que no me ha abandonadoni con duchas frías.

Coldplay suena a todo tren en midespacho y en mi casa. Sin ir más lejos,ayer Sergio

entró en mi pequeña cueva y meencontró saltando a ritmo de “A Sky FullOf Stars”, gracias a Dios no es laprimera vez y, en lugar de extrañarse, seunió a mí.

Lo que sí podría sorprender a Sergio essaber que no he lavado las sábanasdesde que

Daniel estuvo sobre ellas. Es una

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guarrada pero no puedo evitarlo.Duermo abrazada a la almohada queutilizó, y encuentro el sueño con la narizenterrada en ella.

La risa floja es mi manera decomunicarme con el mundo, si no, que selo pregunten a

la chica que el otro día me atendió en elstand de Carolina Herrera del CorteInglés.

Gracias al cielo era un encanto, porqueotra no hubiera entendido mi obsesiónpor el probador de la colonia Classicpara hombre. Al final, no pude evitarlo,y me la compré.

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Me ha costado una pasta, pero no sabéiscómo huele mi habitación a la hora dedormir.

Y luego, cuando ya me he acomodadoentre mis sábanas y agarrada a mialmohada, espero la llegada de unanueva fotografía.

—Chicos, tenéis los días contados —digo mirando al muro de mi exreconciliación.

Porque me he reconciliado con el géneromasculino y por todo lo alto.

Hoy es jueves y Mara ha llegado deParís. Normalmente llega los viernespero esta vez

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ha podido arreglarlo para estar un díamás. He adelantado trabajo, no sé cómo,debido a mi falta de concentración, asíque esta tarde no iré a trabajar.Comeremos las tres en la terraza de micasa y así aprovecharemos para tomarun poco el sol.

Mara está en la tumbona, Lina mira unarevista y yo me pinto las uñas.

—Mañana hay una fiesta y me gustaríaque vinierais.

—¿Fiesta? —pregunta mi rubia.

—Sí, en casa de uno de los compañerosde Javi. —Me mira y hace un gesto conel brazo—. Carlos. Taly, tú le conoces.

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Fiesta más compañeros de Javi, igual agrito interior. Imagino que él tambiénestará y mi estómago se marca unabachata.

—La mayoría son tíos —continua Lina—. Y las chicas que suele haber… Noes que no

me caigan bien, pero no son muy de miestilo.

—Unas perras —dice Mara sin abrir losojos.

—Sin collar —sentencia Lina—. Sin irmás lejos, el domingo Javi y yo fuimos atomar algo al ático del hotel Saratoga ynos encontramos a Daniel haciendo

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manitas con una rubia. Yo no sé dedónde salen estas chicas, pero eraimpresionante. —No me muevo. No

respiro. No puedo—. Altísima con uncuerpazo que te mueres. Parecíasimpática, pero como solo hablaba eninglés tampoco me enteré de mucho. —Quiero salir corriendo, pero

mi cuerpo no me lo permite—. Javi nome contó mucho pero, por lo visto,tienen una relación un poco especial —comenta mientras con los dedos hace ungesto imitando a las comillas—. A mí laverdad que me costaría estar con alguiencon la que solo comparto cama. —Dejala revista y cambia su tono para hablar

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como si nos contara un secreto—. En lacama deben ser dignos de ver porqueentre que Daniel está muy, muy bien yella podría ser la portada la protagonistade una campaña de ropa interior…

—¿Ahora te va el rollo voyeur? —lepregunta Mara, que continúa relajadatomando el sol.

—Os lo digo en serio, cuando se fueronno sé cómo no notamos que el hotel semovía,

porque estaba claro hacia dónde iban.—Las oigo pero empieza a costarmeenfocar la vista

—. A estos os digo que no les van las

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tías como nosotras. Buscan algo másexótico, más espectacular y claro yo…

—No digas tonterías —la riñe Mara—.Tú eres más guapa que cualquiera deellas y tu

querido Javi ni las ve. O más leconviene no verlas.

Una inspiración profunda me devuelveun poco de fuerza que aprovechorápidamente.

—Voy un momento al baño —digo antesde entrar en la casa.

Tengo que poner una mano en la pareddel pasillo mientras camino hacia el

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baño.

Cuando llego, me apoyo en la pared quehay frente al lavabo y empiezo adeslizarme hasta acabar sentada en elsuelo.

Otra vez no, me repito. No puedepasarme otra vez. Un dolor me oprime lagarganta y

baja hasta mi estómago. Me abrazointentando que desaparezca la sensacióny en ese momento a mi cabeza llega laimagen que no quería ver.

Daniel en la barra de Dralion. Tiene auna rubia espectacular cogida por lacintura y ella le habla al oído. Se miran

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con ojos cargados de apetito carnal ydeseo. Luego, él me la presenta yhablamos en inglés. Después se alejancogidos, abandonando el local.

Estoy sumergida en un viaje al pasadoque me retuerce las tripas. Creo que voya vomitar y con las fuerzas, que por lovisto aún me quedan, me levantoagarrada al lavabo.

Tras un amago de arcada, me veo en elespejo y me reconozco. Soy la mismaque hace tres años. Una tonta a la que sepuede engañar. Una muñeca a la quemanejar sin que se dé cuenta. Esa a laque unas promesas le tapan los ojos ydeja de ver la realidad tal y como es.

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“Sueña conmigo, te prometo que yoharé lo mismo”. Te prometo. Todomentira, todo falso.

Por lo visto llevo un rato llorandoporque mi cara está húmeda, pero yo nosoy consciente. Abro el grifo y mepongo agua en la nuca, para que elcontraste de temperatura me hagareaccionar. Miro mis manos y tengo losnudillos blancos por la fuerza con la queagarro el lavabo. Y esa imagen es paramí como una revelación.

“Aférrate con fuerza”, oigo en mimente. Empiezo a levantar la cabeza yvuelvo a mirarme, pero esta vez conotros ojos.

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No dejaré que vuelva a pasar. Hepeleado para volver a ser la quesiempre fui y nada ni nadie puederomperme ahora. No tendré amor, perotampoco sufrimiento, porque me desharéde él en la lucha.

Empiezo a recuperar mi respiración. Mihistoria es mía y yo la escribiré. Nohabrá en

ella sitio para la derrota, ni el abandono.Marcaré mi camino, mi destino, misreglas. Seré la protagonista de unaleyenda en la que una prisionera seconvirtió en guerrera. Donde losdragones que la atacaban se acababanahogando con su propio fuego. Inventaré

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un nuevo

final sin príncipe azul y esta vez, lasperdices serán solo mías.

Me seco las lágrimas con la mano yempieza a asomar una sonrisa.

—Solo ha sido un golpe, pero no hascaído.

Salgo decidida hacia mi habitación y melanzo sobre la cama. Empiezo a arrancarlas sábanas con tanta fuerza, que creoromperlas. Con ellas en la mano medirijo a la terraza donde mis amigassiguen hablando.

—Iremos a la fiesta —digo solemne,

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mientras ellas miran lo que llevo en losbrazos—.

Y ahora levantad el trasero que nosvamos de compras.

***

Aún recuerdo la cara de mis amigascuando me probé el vestido. Estoysegura que pensaban que no me locompraría, pero ayer no existía nadacapaz de frenarme. Es de cuerpo amplioatado al cuello, sin mangas y conminifalda estrecha. Llevo los ojosahumados, lo que combina con el grisoscuro de la tela y destaca mis ojosazules. Diez centímetros de tacón llenosde incrustaciones en negro y forrados en

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azul. Accesorios en plata y el ánimo enrojo.

Hemos llegado, Carlos ha abierto lapuerta y no se ha esforzado en ocultarque me repasaba con la mirada.

—¿Estás infiltrada en algún planmaquiavélico de esos tuyos? Porque silo que pretendes es acabar con lacordura de algún pobre mortal, te hagosaber que vas por muy buen camino.

—Has sido mi mejor alumno, pequeñosaltamontes.

—No olvides decírselo a Patriciacuando la veas ahora.

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Camino decidida con unas piernas degelatina y finjo tranquilidad mientras miinterior ruge. Javi, al que he pillado unpar de veces mirándome extrañado, nosha traído unas caipiriñas a las tres.Nunca bebo cuando voy a trabajar, peroa pesar de que en dos horas estaré enDralion, esta copa la necesito como elaire.

La mayoría de los que están en la fiestason clientes habituales del bar, por loque me conocen y no dudan en acercarsea saludarme. Hablo con todos ellos y medejo querer.

Lina habla con otros invitados, peroMara está a mi lado y me observa.

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—¿Me vas a contar qué está pasando?

Yo me hago la tonta, pero sé que va a sermuy difícil que mis amigas no se dencuenta de la batalla que estoy librandoyo sola.

—No sé de qué me hablas.

—Vuelve a tomarme por tonta y melargo.

Resoplo y me tomo el tiempo necesariopara no claudicar ante ella y acabarcontándole

todo lo que ha pasado.

—¿Me estás diciendo que lleváis tres

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años persiguiéndome para que salga, merelacione

y dé una oportunidad a que algúnhombre se me acerque, y ahora que lointento tampoco

lo hago bien?

—Una transformación asombrosa entiempo récord.

—Escúchame, Mara. —La rabia queintento controlar está a punto deestallarle a quién

menos se lo merece—. A lo mejor solome hacía falta dar el salto. Así que porfavor, déjame que lo intente a mi

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manera.

Me coge la barbilla y me habla muycerca.

—Ten cuidado, por favor —me ruegacon preocupación y acaba dándome unbeso en la

mejilla, lo que viniendo de ella, medesconcierta.

Si hubiese sido Lina hubiera sido másfácil que no me afectara, ya que estoyacostumbrada a sus muestrasespontáneas de cariño. Pero Mara esdiferente y temo no llegar losuficientemente entera al momento quellevo esperando desde ayer por la tarde.

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Bebo de mi copa y respiro pararecuperar la tranquilidad.

De nada sirve imaginar en tu cabeza unay otra vez cómo reaccionarás cuando teencuentres frente a una situación límite.Por mucho que pensé en lo doloroso quesería oír su voz, ni se acercaba alimpacto que siento ahora.

—¿Natalia?

Ahí está, a mi espalda y solo a un par depasos. Parpadeo un par de veces paraevitar

que se humedezcan mis ojos y tragosaliva para deshacerme del nudo quehay en mi garganta. Me vuelvo con

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lentitud para quedar frente a él. Meobserva con detenimiento, veo cómo esaexpresión que te hace sentir deseada, yque debe tener tan ensayada, vuelve aestar ahí. Pero no es real. La farsa debeser un juego del que yo me empeño enconocer a sus mejores jugadores. Enalgo estoy de acuerdo con él, soy fácilde engañar, porque hasta hace unashoras pensaba que el lugar másmaravilloso del mundo se encontrabaentre sus brazos.

—Hola, Daniel —respondo seca pararápidamente dirigirme al chico que estájunto a él

—. Tú eres nuevo.

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—No sé si nuevo, pero estoy seguro quesi te conociera me acordaría.

—Soy Natalia.

—Andrés.

Me acerco para darle dos besos, colocouna de mis manos en su pecho y lededico una

mirada descarada mientras me separo deél.

—Andrés, esta es mi amiga Mara. —Ella se acerca y le saluda también.

Sonrío forzada, lo más natural que mislabios pueden, y me obligo a no desviar

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la mirada para ver a Daniel.

—Así que vosotras sois las amigaspeligrosas de Lina —comenta Andréscon un tono

sexy y atrayente.

—Pues si eso te han dicho debe serverdad, así que no será necesario queesta noche interpretemos el papel deniñas buenas.

Mara me mira extrañada y yo no separomis ojos de Andrés, porque cualquierade los

otros dos presentes podría afectarmedemasiado y no lo voy a permitir.

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—¿Y qué estás haciendo por aquí?

—He venido a ver a mis amigos y aconocer gente nueva.

—¡Pues estamos de suerte! —Ya nopuedo aguantar más y decido retirarmeun rato para

reponerme de su presencia—. Esperoverte por aquí y si no, luego estaré en elbar donde van todos estos canallas abeber.

—Te lo prometo.

Aprieto los dientes y respiroprofundamente para no gritar. Me acercomucho a él, descanso mi mano en su

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brazo y hablo lo suficientemente altopara que los otros lo oigan.

—Un consejo, no prometas cosas tan ala ligera. La mayoría no suelen serverdad.

Levanto la mirada y la fijo en Daniel, alque noto sorprendido. No tiene ni ideade lo que está pasando en ese momentopor mi cabeza.

—Mara, ¿nos vamos?

Mi amiga me sigue hasta la mesa de lasbebidas y, sin dirigirnos una palabra,llena dos vasos de caipiriña de la quehay preparada en jarras.

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—Que sepas que hacer de fulana se teda de pena.

—La práctica lo es todo. —Bebo todolo que puedo de un sorbo—. Voy albaño.

Dos lágrimas han dibujado líneas negrasque cruzan mi rostro. Debe ser la rabiacontenida, porque me niego a reconocercualquier otro sentimiento hacia él. Cojopapel y me limpio la cara. Sentada sobrela tapa del váter me abanico con lasmanos mientras respiro lentamente porla nariz para tranquilizarme.

En media hora me iré a trabajar, así quesolo me queda un último esfuerzo ysaldré de

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esta casa. Me vuelvo a mirar en elespejo y recoloco el pelo y el vestido.Cuando voy a salir, Daniel estáesperándome, apoyado en la pared delpasillo. Mi cabeza piensa rápidointentando huir lo antes posible.

—¿Estabas esperando? Pues ya puedespasar. —No me dan las piernas paracaminar con toda la indiferencia delmundo y, al instante, su mano en mibrazo me detiene.

—Natalia, ¿qué pasa?

Levanto los hombros y finjo una sonrisaalegre.

—Nada. —Es el momento para acabar

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con lo que he venido a hacer aquí—.Mira, Daniel. Lo del otro día estuvobien, pero los dos sabemos cómofunciona esto. Además, siendo amigosde Lina y Javi, mejor que lo olvidemos,para que no sea incómodo para nadie, yame entiendes. Y ahora si me permites,voy a disfrutar un rato más de la fiesta.

Veo cómo traga y sus ojos me mirancomo si no me conocieran. Creo que vaa decir algo cuando consigo zafarme desu agarre. Tengo que marcharme de supresencia cuanto

antes, pero no sin poner la puntilla atoda aquella situación:

—Solo una cosa más, las fotos del otro

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día, te pediría que las borraras. Fueronun error y hoy en día cualquiera podríaconseguirlas, lo que daría una impresiónequivocada de lo que son. —Hago unapausa y disparo una última bala—: Yoya lo he hecho.

Ahora sí que no paro y mis pasos seaceleran cada vez más. Busco a mialrededor a mis

amigas y, una vez las localizo, me dirijoa ellas.

—Me tengo que ir antes al bar. Me hanllamado.

—Yo te acompaño —dice Mara.

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—No —la corto levantando una mano—. Quiero irme sola.

Salgo todo lo rápido que puedo y huyode él, de mis recuerdos, de missentimientos. Me repito infinidad deveces que no puedo caer y que no cabeuna mentira más en mi vida.

Entro en mi coche y me tiemblan lasmanos, pero agarro el volante intentandocalmarme.

Conecto el equipo de música y subo elvolumen hasta el punto de ser casimolesto. Si voy a llorar que seaacompañada de Amy Winehouse, quehace años ya me acompañó. No penséque volvería a cantar este estribillo,

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porque habría aprendido algo de tantorepetirlo, pero parece ser que no fue así.Ha sido una mala idea pintarme tanto losojos, pero ahora necesito llorar o meahogaré.

I shouldn’t play myself again,

I should just be my own best friend,

“Not fuck myself in the head withstupid men”,

He walks away,

The sun goes down,

He takes the day but I’m grown,

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And in your way, in this blue shade

My tears dry on their own.

(No debería jugar conmigo misma denuevo,

Simplemente debería ser yo misma mipropia mejor amiga,

“No jodas mi cabeza con hombresestúpidos”,

Él se marcha,

El sol se oculta.

Él se lleva el día pero yo soy madura,

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Y en tu camino, y en esta triste sombra,

Mis lágrimas se secan por sí solas).

CAPÍTULO VEINTE

DANIEL

Último mensaje, ayer por la noche. Estamañana ella ya no me ha mandado elsaludo matutino al que me habíaacostumbrado. Llego a la fiesta y…Repaso mentalmente una vez tras otra loocurrido en las últimas horas. Pero noencuentro nada que me llame laatención. Estoy encerrado en el baño delque ella ha salido, apoyado en la paredy con las manos en la nuca, intentandoconcentrarme lo más posible.

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Ella no es así. La que me ha mandadoprácticamente a paseo en el pasillo, noera ella.

La noche que estuvimos juntos nosdesnudamos más allá de lo físico y séque no hubo máscaras ni falsas posesentre nosotros. No puede ser, esimposible. Alguien puede fingirpalabras y gestos, pero la piel no mientey la suya me contó muchas cosas. Porquetemblaba frente a mí, confesándome queno era habitual en ella dejarse llevar poruna simple razón de deseo y sé que medeseaba al estremecerse con cadacaricia de mis manos.

No es posible que sus ojos me

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mintieran. Saco el teléfono y vuelvo amirar las fotografías. En esa mirada solohay verdad. Incluso amplío la imagen ylos sigo viendo sinceros. Es imposiblefingir ese brillo cargado de emoción yternura.

Ha pasado algo que no acierto aadivinar, y tengo que descubrir cuantoantes qué es.

Porque tan convencido estoy de lasinceridad de sus ojos la noche quepasamos juntos, como de la rabia y eldesprecio que había hoy en ellos. Nomintieron entonces, y no lo han hechohace unos instantes.

Salgo del baño, me dirijo directamente a

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la mesa de bebida y empiezo a ponerhielo en

un vaso. Hoy la cerveza no me basta ynecesitaré whisky, como mínimo. Loremuevo un

poco para que baje la temperatura dellicor y doy un trago casi consumiéndolopor completo. Agarro la botella ydecido ir en busca de respuestas.

Tras mirar en diferentes estancias,encuentro a Lina y a Javi sentados en laterraza. Les saludo, me siento junto aellos y dejo la botella sobre la mesa. Miamigo, extrañado, mira la botella yluego a mí.

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—¡Buenoooo! Estamos contentos estanoche, ¿no?

Lina está sentada enfrente. En esemomento, Mara sale de la casa y ocupael sillón pegado a Lina.

—Acabo de hablar con Sergio y él no hanotado nada esta semana. Al contrario,dice que estaba muy contenta, casi másde lo habitual.

—Yo he llamado a mi hermano —interviene Lina, ensañando su móvil—.Dice que habló con ella esta semana,pero que no notó nada extraño. Rieron ycharlaron normalmente. He tenido quedisimular mi preocupación, porque estea la mínima se nos presenta aquí.

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Por lo que puedo observar, sus amigasestán tan sorprendidas como yo, lo queme preocupa, porque ellas no van apoder ayudarme a averiguar lo que hapasado.

—La verdad es que yo la he visto raranada más verla —dice mi compañero depiso—.

No parecía la misma de siempre.

Nos quedamos en silencio, sumidos ennuestros pensamientos. Dejo mi vasosobre la mesa que tenemos entre loscuatro y me apoyo en el respaldopasándome las manos por el pelo yanalizando cualquier cosa que me puedaaclarar la situación. Javi me mira y me

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da un manotazo en el hombro.

—¿Y a ti qué te pasa? —me preguntadespreocupado—. Toda la semanasilbando, llegamos aquí y te quedasmudo. Menuda noche, primero Natalia yahora tú.

Retiro la mirada y la dirijo a las vistasque hay desde la terraza.

—¡Oh, Dios mío! —dice Linamirándome fijamente y con las manos enla boca—. No

puede ser.

La miro y mi respiración se acelera.Ella ha caído en la coincidencia y no

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soy capaz de negar nada.

—Daniel —su tono es más débil queantes—. Ayer les estuve contando aNatalia y a Mara que te vi en el Saratogacon una amiga —dice, remarcando lapalabra amiga.

¡Ahí está! La razón es Greta y miencuentro del domingo. ¿Cómo no lo vi?Al no tener

ninguna duda sobre lo que pasó en elbar, no fui capaz de imaginar que algúntipo de información no fiel a la realidadle podía llegar. Ella cree que estuve conotra cuando nos despedimos y piensaque la he engañado. Apoyo los codos enlas rodillas y me tapo la cara con las

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manos.

—¿Daniel? —pregunta Lina.

Levanto lentamente la cabeza, la miro ynoto cómo mi ansiedad me oprime elpecho.

—Te juro, por lo que más quiero, que nopasó nada —respondo, hablando muydespacio

para ser más contundente.

Mara nos mira a los dos extrañados.

—¿Se puede saber de qué estáis…? —Enmudece de golpe. Niega con la cabezay cierra

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los ojos—. Otra vez no. No puede ser.

—¿Alguien me explica algo? —Se oyede fondo a Javi, curioso.

Mara se levanta rápidamente, deja sucopa y coge su bolso.

—Nos vamos —ordena, a lo que Linaresponde levantándose.

—Os juro que no he hecho nada quepueda herirla. —Yo también me levantoy noto que

mi nerviosismo va creciendo.

—¡Joder! —grita Javi y ya todossabemos de qué hablamos.

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Lina está más desconcertada y no semueve con la misma rapidez, pero suamiga ya está

a punto de entrar en la casa conintención de abandonarla de inmediato,pero de repente se gira y me miradesafiante.

—Ni se te ocurra acercarte a ella.

—Lo haré todas las veces que seannecesarias, hasta que entienda que noexiste nada de qué arrepentirme. —Soyrotundo y no dudo en mantener firme mipostura.

Busco apoyo en mis amigos pero Javiestá tan sorprendido que no reacciona y

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Lina no es capaz de mirarme.

—Lina, piensa en lo que viste. Era unaconversación entre amigos.

—Sinceramente, Daniel, ahora mismono sé qué creer.

Javi nos mira a los dos dudando decómo intervenir.

—Lo único que sé, es que es muy cruelque le pase a ella esto. —Se acerca aJavi y le

da un beso—. Nos vemos luego. Yasabes dónde estaré.

En cuanto se va, vuelvo a sentarme, cojo

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mi copa y la apuro de un sorbo.

—Tengo que ir al bar —le digosujetándome con fuerza el puente de lanariz.

—Así, te aseguro que no. Tranquilízate yte llevaré. —Se sienta a mi lado yestamos un rato en silencio, en el queaprovecho para rellenar la copa—. Noquiero defender a Lina, pero entiendeque la situación podía dar a confusión.Greta y tú…

—¿Tú crees que si yo tuviera intenciónde acostarme con Greta tras estar conNatalia,

no hubiera intentado ocultarlo?

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—Hombre, visto así.

—Quedé con ella para decirle que habíaalguien importante en mi vida y que lonuestro

no se repetiría jamás. ¿Hubiera sido máscorrecto decirle “corto y cierro”después de años viéndonos?

Nos quedamos en silencio. Yo continúopensando cómo solucionar elmalentendido.

—¿Realmente es importante para ti?

—Ni te lo imaginas —digo con pesar.

—Hace años pasó algo, por lo que todos

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siguen muy pendientes de ella.

—Me contó que su ex la engañó duranteaños.

—No me refiero a eso. —Despierta micuriosidad y le miro interrogante—.Lina nunca

me lo ha contado, pero sé que en algunaocasión, cuando habla con su hermanopor teléfono, él le pregunta por suestado.

Mi angustia se incrementa, e imagino loque puede estar pasando por la cabezade Natalia. Pensar que puede estarsufriendo me anula por completo, meconvierte en un desgraciado.

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—Creo que no debes seguir —me avisaJavi al ver que vuelvo a rellenar elvaso.

De repente no puedo contener la risa.

—¿Sabes lo más gracioso de todo? Quepor una vez que yo quiero tener unarelación

importante con una mujer, voy a tenerproblemas por un polvo que no hepegado. Es de

locos. —Sacudo la cabeza.

Javi se ha negado a que cogiera elcoche. Y la verdad es que entre midesconcierto, preocupación, ansiedad y

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más de media botella de whisky, nocoordino demasiado bien.

Llegamos a Dralion y voy directamentea la barra de Natalia. Cuando la veo,por

primera vez siento realmente miedo. Noquiero perderla, porque sé que la tuve.Esa noche fue mía, al igual que yo lepertenecí. La miro y sé que aún soysuyo.

Lleva un vestido muy sexy y, a pesar deque ha cambiado los zapatos por unasbotas muy ajustadas, entiendo que lamayoría de los hombres que hay en labarra la sigan con la mirada. Pero a mílo que me deslumbra es ella. Para mí es

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preciosa siempre, pero hoy estáespecialmente espectacular.

Todavía no me ha visto observarla. Estámuy seria y concentrada. Al otro lado dela barra, Mara y Lina sí me handescubierto. Me acerco y cuando latengo cerca no dudo en dirigirme a ella.

—Natalia. —Levanta la cabeza y memira sorprendida—. Tenemos quehablar.

—Lo siento, pero no opino lo mismo.

Se aleja y yo esquivo a los queencuentro en mi camino para llegar aella. Cuando llego al otro lado, laencuentro hablando con un Andrés muy

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sonriente. Me quedo junto a ellos con lamirada fija en esos labios que sonríen yque ocultan la amargura que yo mismosiento en la boca.

—¿Quieres algo, guapete? —mepregunta.

—Sí.

Se la ve molesta pero después dededicarle una nueva sonrisa a Andrés, sealeja un poco para regresar con unacerveza.

—¡Hala! Ya tienes una cerveza. Y ahora,¿me dejas hablar con tu amigo un ratito?

Me acerco un poco más, ignorando la

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botella que me ha traído.

—Por favor.

Resopla y sus ojos son más fríos quenunca.

—Voy a ver si alguien necesita que leatienda —anuncia con un resoplido, y semarcha.

Intento acercarme en un par deocasiones y, tras perseguirnos como elgato y el ratón, consigo estar frente aella y cogerle la mano para que no sevaya.

—Daniel, suéltame.

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—Cariño, hablemos un momento, porfavor.

Sus ojos se abren de par en par y notocómo empieza a tirar de su brazo.

—Ni soy tu cariño, ni soy absolutamentenada tuyo, y ahora haz el favor dedejarme en

paz.

—No pasó nada entre Greta y yo. Siquieres me disculparé las veces quehagan falta, pero te prometo que no hicenada que pueda herirte.

—¡No me importa lo que hagas! —exclama con los brazos abiertos y una

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sonrisa sarcástica—. Pero deja que tediga algo, cariño: por muy ingenua quesea, eso no hay quién se lo trague. —Memira de arriba abajo, con desprecio, conasco—. Al menos podrías agradecermeque te fuiste a verla con la ropa limpia.

Da un tirón del brazo y se va.

Decido no seguirla y quedarme aobservarla desde donde estoy. Va junto aAndrés y los

demás amigos que estaban en la fiesta.En cuanto acaben de hablar, llevaré a miamigo a algún lado para decirle que nose acerque a Natalia.

—¿Daniel?

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Al darme la vuelta para responderconfirmo mis sospechas. El alcohol meha afectado

demasiado y me cuesta enfocar. Tengodelante a una chica, de pelo corto,morena, que me mira fijamente. ¡La delcoche! ¡La del cine! ¿Cómo se llamaba?¡Celia!

—Hola, Celia.

—Te veo muy solo —dice mientras secoloca apoyada en la barra a mi lado—.¿Te aburres?

—Te juro que aburrirme hoy seríaimposible.

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Apoyo mi cabeza en el brazo que tengoen la barra. Me siento cansado,desorientado y

muy nervioso.

—¡Pero bueno! —Escucho de repente.La aparición de Natalia no es buenaseñal—.

¡Con lo que me gustan a mí losreencuentros! Me llamo Natalia —ledice a la chica dándole la mano.

—Encantada.

—Tú eres amiga de Daniel, ¿verdad? —Guiña un ojo y continúa—. Me hahablado de

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ti.

La chica nos mira extrañada y no dicenada. Natalia coge dos vasos dechupitos y empieza a servir whisky.

—Estaba muy afectado porque te tuvoque dejar plantada una noche por culpadel trabajo. —Me mira y sonríe irónica—. Ya sabes, si él dijo que tenía trabajo,eso debía ser, porque te aviso de queDaniel nunca miente.

—Ya me imagino —dice ella concautela.

No es justo. Dejé colgada a Celia por ira buscarla a ella, quedé con Greta parazanjar nuestra relación, si se le podía

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llamar así. ¡Y ahora el malo soy yo!

—Imagina, imagina —repite Natalia—.Estos chupitos son a cuenta de la casa.Pasadlo

bien.

—Natalia —suelto a modo de reproche.

Pero ella me mira de soslayo y semarcha para colocarse junto a Andrés.Se le acerca y le habla al oído melosamientras él abre mucho los ojos. Ella ríecoqueta y sale de la barra por latrampilla. Empiezan a moverse entre lagente y pasan junto a nosotros. Natalia lelleva cogido de la mano y él sonríeencantado. Justo cuando están a nuestra

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altura veo cómo ella me dirige lamirada. Es fría y desafiante. Cuandoreacciono y voy a coger el brazo de miamigo para detenerlo, ya está fuera demi alcance y, en mis condiciones, noestoy para grandes carreras.

Les observo a lo lejos y veo cómoentran por la puerta que lleva alvestuario. Si no fuera porque ya esoficial que mi borrachera me nubla lossentidos, diría que me mira antes deentrar.

Agarro el chupito con toda la rabia quecorre por dentro, lo choco con el deCelia y me lo bebo de un golpe.

—Me voy —le anuncio.

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—¿Estás bien?

—Podría decirse que no es el mejor díade mi vida. —Levanto la vista y meencuentro

con la mirada acusadora de Mara al otrolado de la barra.

—Te acompaño afuera —me dice Celiacogiendo mi brazo.

Paso junto a la puerta del vestuario yempieza a hervirme la sangre. Tengoganas de dar una patada y entrar. Pero lacobardía me puede y no creo que fueracapaz de ver a Natalia besarse oabrazarse a Andrés. Siento cómo mefalta el aire y necesito urgentemente

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salir de allí cuanto antes. No puedocreer que ella esté con Andrés. No esposible. Pero la evidencia es que estánallí juntos.

Noto cómo me golpea el aire delexterior y me apoyo en un coche,esperando serenarme.

—¿Te encuentras mejor? —Oigo a Celiamientras pone su mano en mi brazo.

La miro y la imagen de Natalia cogidade la mano de Andrés me golpeadespiadada. No

es el mejor momento para pensar, nipara hacer nada que no sea marcharme acasa, pero

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no es eso lo que opina mi mente ebria ycabreada.

En un arrebato de gilipollez absoluta,cojo a Celia de la nuca con una mano,mi brazo

rodea su cintura y la beso cargado derabia y locura. La encierro entre elcoche y yo, y aprieto fuertemente miboca contra la suya. Mi lengua la asediacon ansia. Mientras su mano me acariciala mejilla, hasta que descubro que no esNatalia. Que no es el tacto de sus dedosy que no encuentro consuelo en esosbesos porque no son los suyos. Meseparo tan brusco como me acerqué, mequedo mirando a Celia y me aterroriza

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darme cuenta de

lo que ha pasado.

—Lo… lo siento —farfullo.

—Daniel, tranquilo.

Me muevo de un lado a otro con lasmanos sobre mi cabeza.

—¡Dios mío! ¿Qué he hecho?

—No pasa nada, tranquilízate.

—Tengo que irme. —Y me tambaleo unpoco confuso.

—Espero que no vayas a coger el coche.

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—No. Cogeré un taxi.

A lo lejos se ve una luz verde y Celiapara el vehículo.

—Vete a casa, Daniel.

—Otra vez, lo siento, Celia. Cuando nosvolvamos a ver te doy permiso paradarme un

puñetazo, me lo merezco. Pero hoy nocreo que lo aguantara.

Ella ríe y me pasa la mano por la cara.

—Da gracias a que eres un tipo guapo.Si no, te aseguro que el puñetazo te lodaría ahora mismo. Cuídate.

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—Eres un encanto. Gracias —le repito yme dejo caer en el interior del taxi.

Cuando llego a casa no tengo fuerzas nipara llegar a la cama y caigo rendidosobre el sofá. Un par de horas más tarde,el sol me da en la cara y me molesta. Mecuesta abrir los ojos y empiezo a tomarconsciencia de mi malestar general. Meduele la cabeza, tengo la boca pastosa ysiento el cuerpo pesado. Me incorporolentamente y me muevo a medida

que se despiertan mis extremidades.

Voy hasta la cocina lentamente y abro lanevera para coger una botella de aguamineral.

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Bebo mientras camino por el salón paradejarme caer otra vez sobre el sofá.Cierro los ojos y justo cuando empiezo apensar en qué pasó la noche anterior,oigo cómo se abre la puerta de laentrada.

—¡Madre de Dios, Daniel! Menudacara.

En cuanto le tengo delante recuerdo laúltima vez que le vi. Sonriente, cogidode la mano de Natalia y entrando poraquella puerta.

—¿Qué tal anoche? —pregunto cauto.

—Sabes que soy un caballero y quenunca contaría según qué intimidades.

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¿Ha dicho intimidades? Voy a vomitar.Mi estómago se contrae y respiro pararecuperar

la normalidad. No sé si mis arcadasestán provocadas por el exceso dealcohol que bebí anoche, o por lo queme repugna imaginarme a Natalia conAndrés de manera íntima.

Él se va hacia el dormitorio que lehemos preparado para que duerma ycuando está a

punto de entrar, se da la vuelta conexpresión canalla.

—Menuda noche, tío. ¡Qué mujer! —Ríea carcajadas—. Te juro que casi me

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mata.

¡Qué maravilla! Solo te digo que no sési voy a poder repetir al mismo nivelesta noche.

Ahora sí. Salgo corriendo al baño, metiro sobre mis rodillas y empiezo avomitar. Por mi garganta sale el whiskyque ayer entró, pero también sale odio,rabia y dolor, mucho dolor.

Se ha acabado. Ella no era como yocreía. No puede ser. Mi cuerpo protestadolorido,

pero ni se aproxima al sufrimiento quemi interior está clamando.

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Imagino cómo su piel ha sido tocada porotras manos, su boca ahogando losgemidos en

la de Andrés y me siento morir. Mismanos tiemblan, noto cómo mi pulso seacelera y me martillean las sienes.

Oigo los golpes que suenan en la puertay Andrés entra a continuación.

—¿Tío, estás bien? —me pregunta concara de preocupación.

Asiento, pero no levanto la mirada delsuelo.

—Pues me voy a dormir que esta nochehe quedado y necesito recuperar fuerzas.

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Tú ya

me entiendes.

Ni se imagina cómo le entiendo. Yvuelvo a pensar en que él ha estado enmi lugar, donde yo fui feliz y donde novolveré a estar. Antes de que me décuenta, le llamo.

—¡Andrés! —grito y parece que meestalla la cabeza.

Él vuelve a aparecer por la puerta y sequeda apoyado en el marco.

—Dime.

—¿Has quedado con ella para cenar esta

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noche?

—Sí —responde.

—¿Te importaría que fuéramos cuatro, ote apetece cenita de pareja?

—¡Qué va! Estaría genial. —Y me miradudoso—. ¿Pero tú estarás encondiciones?

—Ni te imaginas en las condiciones queestaré.

Me tomo un par de analgésicos y meacuesto. Estoy muy alterado, pero apesar de eso

mi agotamiento acaba ganando y me

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duermo.

***

Estoy sentado en la mesa del restaurantecon Noelia, una chica que conocí nadamás llegar a la isla y de la queconservaba el teléfono por casualidad.Creo que el hecho de llamarla nos hasorprendido a los dos y allí, hablandocon ella, soy consciente de que estoy enel punto álgido del momento máspatético de mi vida.

Ella habla sobre no sé qué programa detelevisión y yo procuro parecerinteresado, pero lo único que capta miatención es la llegada de Natalia junto aAndrés.

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Mi orgullo quiere tenerla de frente ymirarla hasta averiguar quién esrealmente. En cambio, en un rinconcitode mi interior, la tristeza me invadedesde ayer y la echo mucho de menos.

Era mi chica. Yo lo creí de verdad. Porprimera vez en mi vida me vi en alguieny pensé que era posible.

Desde que me he despertado no hedejado de pensar en ella. La recordabaenfadada la

primera vez que la vi en la puerta delclub, sentada sobre mí en el hospital,sujetando nuestros abrigos en la puertadel cine cuando me llamaron de la base,y todos y cada uno de los instantes de

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aquella mágica noche en la queestuvimos juntos.

—Ya estamos aquí. —Oigo a mi espaldacómo Andrés nos saluda con vozcantarina.

Llegó el momento. Retiro lentamente lasilla hacia atrás y empiezo a levantarmemientras hago una respiración profunda,preparándome para encararme a lamujer que creí que me había hecho suyo.

—Daniel, te presento a Clara.

¿Dónde está Natalia? ¿Quién es estarubia que va con mi amigo? ¿Por qué nopuedo

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hablar?

—Encantada —dice ella adelantándosepara darme dos besos.

—Yo soy Noelia —dice miacompañante a la que no recuerdo haberdirigido la palabra

aún.

Ellos se saludan y ríen mientras yo estoyparalizado y no logro entender lo queestá pasando. Cuando consigoreaccionar cojo con fuerza el brazo deAndrés y me dirijo a las chicas.

—¿Nos disculpáis un momento? —digocon amabilidad—. Andrés y yo tenemos

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que hablar.

Arrastro a mi amigo por el restaurante ylo saco de malas maneras a la calle.

—¡Se puede saber qué cojones….!

—¡¿Dónde está Natalia?!

—¿Natalia? —repite como un loro y sucara de desconcierto crece pormomentos—.

¿De qué estás hablando?

—Pero tú y Natalia… ¡Os vi entrandoen el vestuario!

—Estábamos hablando de motos y ella

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me comentó que su hermano tiene una

Kawasaki 10Rz, ¿te imaginas? Como notenía el móvil en la barra fuimos alvestuario para enseñarme unas fotos.Por cierto, menuda máquina maneja elhermanito.

Creo que voy a volverme loco de unmomento a otro. Mi descontrol interiores absoluto.

No entiendo nada, no logro aclarar misideas y mi angustia se dispara.

—¿No te acostaste con Natalia anoche?—le pregunto mientras apoyo las manosen la

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pared como si intentara mover eledificio.

—¿Qué? —La confusión de mi amigo yaes máxima—. Te juro que no entiendonada.

—Se detiene delante de mí y veo cómose pone a pensar—. Claro, cuandosalimos del vestuario vimos que te ibascon aquella chica y ya no regresaste.

—No, no, no.

Golpeo mi mano contra el muro yempiezo a sentirme totalmentedescontrolado.

—Después volvimos a la barra. Llegó

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Clara y Natalia la invitó a una bebida demi parte, cosa que se había inventadoella solita. Empezamos a hablar y nosfuimos al cabo de un par de horas.

—Entonces, tú y ella…

—No pasó nada, además ella… ¡Oh,Dios mío! ¿Tú y ella?

—Tengo que irme. Despídeme de laschicas.

—Pero ¿cómo que te vas?

—Voy a arreglar todo estoinmediatamente.

Correr. Necesito correr y gritar. Sacar

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de mí toda la angustia y dolor que hepadecido las últimas horas. Andrés medice algo sobre las chicas, pero ni lehago caso. Por mí como si

se montan un trío. Ahora solo hay unacosa en el mundo que me mueve y esllegar hasta Natalia. Tiene queescucharme y tiraré la puerta abajo si esnecesario para que lo haga.

Soy un hombre de acción y no es elmomento de quedarse en la reservaesperando.

CAPÍTULO VEINTIUNO

“Sorry” Justin Bieber

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NATALIA

Estoy agotada. Desde que supe queDaniel había estado con Greta, mispensamientos no

paran de darle vueltas a eso. El viernespor la mañana en la oficina, cuando mehablaban de algún trabajo, no entendíalo que me decían. En mi cabeza solo serepetían las palabras de Lina en bucle:Haciendo manitas con una rubia,tienen una relación un poco especial,en la cama deben ser dignos de ver,estaba claro hacia dónde iban… Elpatrón se volvía a repetir. Alguien teníauna relación con otra mujer mientrasestaba conmigo. En muchos momentos

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mi instinto me decía que no podía ser.Que el hombre con el que había estado,no podía acostarse con otra después demirarme, acariciarme y poseerme comolo había hecho Daniel. Sus palabrasfueron apasionadas, románticas ycariñosas, pero podía ser que solohubieran sido eso, palabras. ¿Pero, y susojos? ¿Cómo habían podido ser falsaslas miradas como las que él me habíaregalado? ¿Acaso yo las imaginé porquedeseaba que

fueran así?

Sentada en un taburete del bar, miro lasestanterías de la barra y anoto en unpapel qué es lo que hemos de reponer

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antes de abrir. Apunto dos marcas devodka y vuelvo a sumirme en mispensamientos. No me las imaginé. Loveo en las fotos, las que he mirado una yotra vez. No es posible que yo hayaconseguido encontrarme con los doshombres

que mejor mienten en el universo. ¿O sí?Vuelvo a sacar mi móvil, busco las fotosy, mientras las miro, una pena inmensame invade. Se nos ve tan felices. Es laimagen en la que cualquiera querríaverse.

—Yo tampoco las he borrado. —Oigo ami espalda e imagino que entro enshock, porque no me puedo mover—.

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Míralas y dime si es posible que teengañara. —Veo el teléfono moversedebido al temblor de mis manos—. Porfavor, déjame que hable contigo.

—No puedo —digo casi en un susurro,que es lo máximo que soy capaz deemitir.

Noto cómo la silla se gira rápidamente yquedo frente a Daniel. Su mirada es uncúmulo de sentimientos que no sédescifrar. No tiene buen aspecto yrespira alterado. ¿Cómo lo puedo vertan perfecto aun cuando ha destrozadomi corazón? Y antes de que puedaapartar la mirada, sus manos seapoderan de mis brazos y me encuentro

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boca abajo sobre su hombro.

—Por supuesto, que vas a poder.

La brusquedad del gesto hace quereaccione y noto cómo una fuerzagenerada por mi indignación me llena.

—¡Suéltame! ¡Suéltame! —gritomientras no paro de golpear su espalda.

Él sigue caminando hasta que se para enseco.

—Déjala inmediatamente. —Escuchoque le dice Hugo.

—Me la llevo y nadie lo va a impedir.

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—Tío, ella te está pidiendo que lasueltes, así que hazlo.

Noto la tensión en el ambiente y measusto pensando que alguno de los trespudiera salir perjudicado de estasituación.

—¡Hablaré contigo! Pero por favordéjame en el suelo. —Me baja muydespacio hasta

que mis pies tocan el suelo.

Echo un vistazo a su espalda y veo aHugo y a Lucas frente a nosotros, amboscon una

expresión nada calmada.

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—Chicos, no pasa nada. Voy unmomento con él al almacén, hablamos yluego vuelvo.

—¿Estás segura? —pregunta Lucas sindejar de mirar a Daniel.

—Sí, de verdad. Todo está bien.

Cojo la mano de Daniel de formainstintiva, como si quisiera protegerlode mis dos compañeros con ese simplegesto. Empezamos a andar y cuandopasamos frente a los chicos los tres semiran desafiantes. Llegamos al almacén,abro la puerta, dejo que él pase primeroy luego paso yo, cerrándola a miespalda.

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Ninguno de los dos dice nada. Él estáparado en medio de la habitación y yodoy unos

pasos hasta quedar junto a unas cajas derefrescos, de espaldas. La situación noha sido en absoluto agradable, pero elhecho de haber tenido contacto y volvera oler su perfume, me ha afectado.

—¿Por qué? —pregunto, de pronto, yesa simple cuestión hace que misbarreras se destruyan y empiezo a llorar—. ¿Tan horrible fue estar conmigo quetuviste que correr esa misma noche a losbrazos de ella?

Oigo sus pasos y antes de darme cuenta,estamos frente a frente. Sus manos

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enmarcan

mi cara y veo que, al igual que yo, estásofocado.

—Fue la noche más maravillosa de mivida y no solo volvería a repetirla, sinoque es lo único que deseo.

Intento bajar la mirada porque me duelemantenerle el pulso a esos ojos.

—No puedo dejar de verte con ella en labarra la noche que estuvisteis aquí.Recuerdo

perfectamente cómo os comportabais yteníais una conexión sexual…

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—Llevabas una camiseta blanca con elsímbolo de los Stones. Bailabas con tuscompañeros y reías alegre mientras lohacías. —Le miro sorprendida mientrassigue agarrándome—. Esa noche, porprimera vez en mi vida, me acosté conuna mujer pensando en otra. —Tiembloante sus palabras y mi corazón late en migarganta, intentando ver esperanza en loque me dice—. El domingo quedé conella para hablarle de ti. Teníamos claroque si alguno de los dos conocía aalguien especial, no volveríamos a estarjuntos. —Dos lágrimas vuelven adescender por mis mejillas pero ahoradebido a la emoción. Me suelta la cara yme rodea con sus brazos, dejándomepegada a él—. Todo lo

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que te dije es cierto. Estando contigo nopude ocultar nada y sé que eresconsciente de que para mí no fue unanoche cualquiera.

—Lo que ocurrió en el pasado destruyómi confianza en los demás, pero merecuperé y

a medida que te iba conociendo penséque podría tener una nueva oportunidadde ser feliz.

Pero cuando Lina me contó que te viocon ella, volví a la casilla de salida,sintiéndome

una idiota traicionada.

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—¡Pero yo no te engañé! ¿Cómo voy ahacerlo si no puedo dejar de pensar enti, en lo

que compartimos? No te dije nada deGreta porque no pensé que fuera aperjudicarnos.

Desde luego, la interpretación que Linadio de mi encuentro con ella, no fue muyacertada, pero debes creerme, siento loque ha pasado. —Una de sus manos hadejado mi cintura para acariciarme elrostro con devoción. No puedo evitarcerrar los ojos y rendirme al calor deesos dedos que tanta tranquilidad meaportan—. Lo siento, lo sientomuchísimo.

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Perdóname si te he hecho daño.

Suspiro con fuerza y ahora soy yo quienle abraza, con la cara apoyada en supecho. Me aferra con fuerza y recuperotoda mi ilusión. Sé que es cierto, que élse siente tan afectado como yo, que lonuestro no ha sido un simple encuentrocasual porque la huella de lo quesentimos es grande en nosotros. Notocómo nuestros cuerpos se relajan yempiezan a respirar acompasados.

—No más mentiras, por favor. Noquiero sufrir más, no quiero que nadieme destruya

como pasó la otra vez. No lo podríaresistir.

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—Te prometo que nunca te engañaré. Nodejaré que entre nosotros exista ningunamentira.

Le aprieto con fuerza e inspiro,llenándome de su calor, su aroma… deél. Mi sonrisa

vuelve y siento cómo la felicidad nodeja ningún rincón de mi interior libre.Es mío y soy suya.

—Entonces —le digo picarona,mirándole con la intención de poderbesarle otra vez—,

¿aún soy la última chica a la que hasbesado?

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Su rostro palidece y la tensión seapodera de su cuerpo. No habla ni semueve. Veo cómo traga y su mirada estállena de confusión. Es como si estuvieraviendo la televisión y hubiera cambiadoel canal. Acabo de pasar de una películaromántica a una de terror.

Empiezo a separarle de mí y casiescucho el silbido de una bomba queestá a punto de estallar.

—Daniel —pronuncio despacio, con lamirada fija en él. Abre la boca perosigue sin decir nada. Su respiración esmás profunda y yo empiezo a retroceder—, te lo pregunto por última vez, ¿soy laúltima a la que has besado?

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—Fue una tontería. —No oigo nada más.Empiezo a correr hacia la puerta pero élme

alcanza—. Te prometo que…

—¡No me prometas nada! —gritomientras empiezo a golpearle fuera demí—. ¡No quiero oír una palabra más!

—Ayer…

—¿Ayer? ¿No me digas que fue con lachica que habías dejado tirada la otravez? —Me

llevo las manos a la cabeza y doyvueltas sobre mí misma—. ¡No me lopuedo creer!

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—Natalia, no es lo que tú piensas.

Lo miro fijamente con los puñosapretados a ambos lados del cuerpo,intentando contener mi ira.

—Daniel, ¿soy o no soy la última a laque has besado?

Baja la cabeza como signo de derrota ycoge aire antes de responder.

—No lo eres.

La tristeza y la furia luchan por ganarterreno, pero no sé cuál de las dossensaciones duele más.

—Tú no solo eres el último hombre al

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que he besado, sino el único en años.Puede que

yo desconfiara de ti durante unas horas,pero tú tardaste minutos en besarte conotra cuando me viste con Andrés. Tedigo una cosa, si hubiera querido, mepodría haber acostado con él y no lohice, ¿sabes por qué? Porque no pude.No soy tan rápida en olvidar.

Acabo de hablar, abro la puerta y mevoy, dejándole solo en el almacén.Quiero correr

pero no puedo, mi cuerpo no reacciona amis deseos. En el bar ya han puestomúsica y las luces empiezan a bailar porlas paredes del local. Suena Sorry de mi

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odiado Justin Bieber.

Lucas y Hugo me observan para adivinarcómo me encuentro, cuando alguien tirade mi

brazo.

Daniel vuelve a estar a mi lado. Lasduras facciones me demuestran cuántarabia contenida trata de controlar. Ladeterminación en su mirada me asusta,pero me obligo a no apartarla. En dosrápidos movimientos de sus manos, metiene cogida por la cintura y sujeta mimentón, obligándome a mirarle.

—Me equivoqué durante un segundo y lopagaré. Pero voy a demostrarte que

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siempre

podrás confiar en mí y que aunquebesara a otra, a la única mujer en elmundo a la que deseo besar es a ti.

Sus labios atrapan los míos y yo no soycapaz de rechazarle. Es un beso intenso,en el que se declaran deseos eintenciones. Separa su boca, para luegovolver a besarme sellando el momento.Noto cómo afloja su agarre, hastasoltarme por completo. Se aleja y elgolpe de gracia me lo dan sus ojoscuando se gira al llegar a la puerta. Esaúltima mirada cargada de significado meprovoca un vuelco en el estómago. Soyla única mujer

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en el mundo a la que desea besar pero¿cuánto de verdad hay en esas palabras?

***

Me estoy duchando después de unanoche en la que hubiera sido mejor queme hubiera

ido a casa, porque no he hecho nada másque estorbar. No entendía lo que mepedían, equivocaba los pedidos, mequedaba parada como un pasmarote y nodejaba paso a los chicos. La verdad esque hoy se han portado como unossantos. No me han comentado nada de loque han visto y no me han recriminadoninguno de mis fallos.

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Todo es tan confuso. En un momentoestoy en el cielo y al siguiente me sientoentrar en barrena, dirigiéndome a todavelocidad contra el suelo. Todas misreflexiones son inseguras y no me veocon fuerzas para tomar ninguna decisión.Siento que todo lo que está pasando a mialrededor me supera y necesitotranquilizarme, porque a cada momentome sorprendo con algo insospechado.Cómo podía imaginar que al salir delbar y llegar a mi coche encontraría unacaja sobre el capó.

En un primer momento, y teniendo encuenta el estado nervioso en el que meencuentro,

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incluso me he asustado. Pero alacercarme he visto una nota pegada en latapa.

“Te vuelvo a prometer que soñarécontigo

y espero que un día tú hagas lo mismo.

Que tengas una buena noche”.

La abro con cuidado y me encuentro conun paquete en el que intuyo está midesayuno,

sobre periódicos y revistas. Durante uninstante he pensado dejarlo en la acera,pero este fin de semana ya no tengofuerzas para alterarme una vez más. Los

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cojo, los meto en mi coche y salgodirecta a refugiarme en casa.

Me pongo el pijama y, con el pelotodavía un poco húmedo, voy hacia elsalón. Aún es

de noche, pero decido sentarme frente alventanal y no en la barra de la cocina.Mientras me como un croissant, que voymojando poco a poco en mi taza dechocolate, oigo abrirse la puerta de lahabitación de Sergio.

—¿Cómo es que te levantas tan pronto?

—Me he despertado hace un rato y mehe desvelado. ¿Hay más chocolate?

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—Sí.

Yo sigo en silencio y me agarro a mitaza mientras veo cómo amanece. Mihermano se

sienta a mi lado y empieza a comer.

—Sergio.

—Dime.

—Quiero que te vayas de casa. —Memira confuso—. Alberto hace tiempoque se muere por vivir contigo y tú solohaces que retrasarlo porque sientes quetienes que protegerme. —Sigo mirandoel horizonte y mi tono es muy pausado—. Necesito estar sola

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para hacerme más fuerte. Quierodemostrarme que puedo cuidar de mímisma. Quizás al

principio no sea fácil pero sé que puedohacerlo. —Levanto la mano y acaricio lamejilla de mi grandullón mientras lemiro con el corazón lleno de ternura—.Si me hace falta algo, serás el primeroen saberlo.

—Solo esperaba a que me echaras —medice, acercándose y pasando su brazopor mis

hombros—. Ahora sé que me puedo ir.

Y nos quedamos esperando a que el sollo ilumine todo en un nuevo día y un

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nuevo comienzo.

CAPÍTULO VEINTIDÓS

DANIEL

Siempre he sido una persona de rutinas.Las he necesitado en mis estudios y enmi día a día. No es que no me gustedescubrir cosas nuevas o empezarproyectos, pero el descontrol y ladesorganización nunca me han hechosentirme cómodo.

En la academia tuve la suerte decoincidir en la habitación con Javi, queen ese aspecto se parece mucho a mí.Éramos muy meticulosos a la hora deorganizar nuestros horarios

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de estudio y la preparación de lostrabajos, lo que provocó más de unabroma por parte de los demáscompañeros. Pero tampoco eso nosconvertía en unos empollones aburridos,ya

que dentro de nuestra rutina, si se teníaque salir de copas, se hacía.

Cuando supe que me habían destinado aMallorca, le llamé y tardamosexactamente…

nada, en decidir que viviríamos en lamisma casa. Para su suerte, no será pormucho tiempo, ya que cuando se case nocreo que me quieran adoptar.

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Llevo casi medio año preparando miascenso a comandante y en todo estetiempo, junto

con mi tutor, hemos organizado el ritmoa seguir. Hasta ahora lo hemoscumplido, aunque en algunos momentoshe tenido que suplir que miconcentración no está en su mejormomento con más horas de estudio.

Voy de la base a casa todos los días, algimnasio tres veces a la semana y dossalgo a correr. Hasta que llega el fin desemana, el resto de las horas las paso enmi habitación, sentado en mi escritorio,estudiando. Cuando llega el fin desemana pongo en práctica una rutina un

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poco diferente. Durante el día estudio,falta poco para irme a hacer el curso yhe de apretar, pero por la noche es otrahistoria.

Todos los viernes y sábados voy aDralion sobre las doce de la noche, mesiento en la barra donde trabaja Nataliay dejo que pase el tiempo.

La primera noche me sorprendió queHugo fuera el que se acercara, pero enel fondo creo que lo entendía.

—No me va a servir ella, ¿verdad? —lepregunto.

—No, si quieres algo nos lo tendrás quepedir a nosotros.

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—Ya veo —me resigno—. Ponme unacerveza.

No puedo dejar de mirarla y aunqueestoy seguro de que sabe que estoy aquí,su indiferencia es total. He visto cómoHugo y Lucas me vigilan con prudenciay eso, lejos de molestarme, me agrada.Son sus fieles guardianes y la protegen yarropan desde el cariño que le tienen.

—Vas a venir bastante, ¿no? —mepregunta Hugo mientras deja frente a míla cerveza.

—Si Natalia no me lo impide, el tiempoque necesite ella para volver a confiaren mí.

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Es un chico joven aunque su estatura ycorpulencia puedan llevar a engaño. Seapoya en la barra con una sola mano yme mira, examinándome. Tengo lasensación de que, en cierta manera,aprueba mi decisión. Sonríe ligeramentey se acerca hasta que solo puedo oírleyo.

—Tengo una noticia buena y una mala.La buena es que ella no nos ha pedidoque te echemos, por lo que creo que esote alegrará. Pero Lucas y yo estamosobservándote y de ti depende que esa nosea la mala.

Desde ese día, cada noche que me sientoen la barra, Lucas y Hugo me sirven y en

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alguna ocasión les veo reír entre ellos alcontemplar mi constancia.

Estoy un par de horas, las que dedico aobservar a Natalia. Procuro no ser muydescarado para no incomodarla. Duranteeste tiempo he conseguido conocernuevos aspectos de su personalidad ycada cosa que descubro me atrapa más.Siempre tiene una

sonrisa amable para todo el mundo.Bueno, en la actualidad, para todo elmundo menos para mí. Siempre estáatenta a cualquier detalle y procura quela gente no esté desatendida en ningúnmomento. Otra de las cosas que me hanagradado es la relación que tiene con

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los otros dos chicos. Veo cómo ellos larespetan mucho y ella los dirige enmuchas ocasiones solamente con cariñoy buenas maneras. A lo largo de lanoche todo el personal del local pasapor la barra y ella siempre los recibesimpática y alegre. Sé que le gusta OllyMurs, le encanta Jess Glyne y muere porBruno Mars. Durante todas estas horas,solo hay un instante al que me agarro ala hora de no desfallecer. Cuando suenaColdplay ella sonríe y, en algunaocasión, la he pillado mirándome dereojo.

Sobre las tres me voy a mi siguienteparada: Bernat el panadero. Nos hemoshecho muy

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amigos. Un día le pedí que me enseñaraa elaborar pan, recordando lo que medijo hace

tiempo Natalia, al comparar el hacer pancon tener una relación de pareja. Élpensó que era una broma y no insistí.Hemos hablado mucho en todas estassemanas y he descubierto en él lasabiduría de las personas que trabajanduro toda su vida y que dan valor a lascosas realmente importantes.

Hans es otro de los personajes que hallegado a mi vida sorprendiéndome deforma grata. Llegó hace años desdeAlemania atraído por las ofertas detrabajo en el sector de la hostelería, que

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cada vez más se dirige al públicoalemán. Las malas compañías, la nochey el alcohol se cruzaron en su camino ehicieron que todos sus sueños se fueranal traste.

Ahora está rehaciendo su vida y trabajapor las noches vendiendo periódicos enun semáforo.

Una vez dejo la caja en el coche deNatalia, se acaba mi turno de noche,menos en alguna ocasión en la que me hequedado escondido a cierta distanciapara verla sonreír cuando la recoge y lamete en su coche.

Y así pasan las semanas y, pese a quealgún día mi ánimo flaquea, sé que esto

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no puede acabar así y que un día elladará a nuestra historia la oportunidadque merece.

Golpean la puerta de mi habitación yescucho a Javi:

—¿Puedo pasar?

—Pasa, pasa —respondo sin levantar lavista del ordenador.

—¡Oooooh! —Oigo el grito de sorpresade Lina a mi espalda y cuando mevuelvo, la

veo con los ojos muy abiertos y la manocubriendo su boca.

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Tiene la mirada fija en la pared que haysobre mi escritorio y en todas las fotosque he colgado de Natalia. De repente,empieza a llorar y Javi y yo nosacercamos a consolarla.

La sentamos en mi cama, Javi se sienta asu lado y yo me arrodillo frente a ella.

—Lina, ¿qué pasa? —le preguntomientras cojo sus manos, intentandocalmarla.

Ella sigue llorando hasta que de manerasorpresiva, se levanta y se pone frente ala pared con el brazo señalando lasfotos.

—¿Qué es esto?

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Me siento en el suelo y sé quecualquiera podría pensar que soypatético, pero a mí no me importa enabsoluto.

—¿Cómo lo llamáis vosotras? ¿Muro dela reconciliación? A ella le funcionó, almenos

eso creo. Así que espero que a mítambién.

—Todo esto es culpa mía. Yo no tendríaque haber dicho nada —dice de regresoa la cama. Los sollozos le sacuden elcuerpo. Me levanto y la abrazo paracalmarla.

—No, Lina, esto no es culpa de nadie.

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Es verdad que todo se ha complicado,pero si algún día ella y yo volvemos aestar juntos, te prometo que después detodo esto, no habrá nada que nos separe.

Como era de esperar, vuelve a llorarcon fuerza y esta vez la dejamos que sedesahogue.

Minutos después está más tranquila, Javise ha tumbado en la cama, yo estoysentado en el suelo apoyado en la paredy Lina se ha sentado con las piernascruzadas junto a Javi.

—Al final mis amigas tendrán razón conque soy una moñas. —Los tres reímos yella

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vuelve a mirar las fotos—. Sonpreciosas —dice emocionada.

—Sí, lo son —sentencio.

Ya tranquila, se levanta de la cama y seacerca a mirarlas.

—¿Ella las tiene?

—Yo se las mandé, no sé qué ha hechocon ellas.

—Estoy segura que las conserva comoun tesoro. Cariño, tendríamos quehacernos unas

iguales, son alucinantes.

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—Si queréis os las hago yo. No sería laprimera vez que os fotografío en lacama.

Javi me tira un cojín y yo me río.

Lina mira fijamente las fotos, se abrazay la veo ponerse seria.

—Él era un imbécil —empieza a contar—. Aún me pregunto cómo pasó. No erapara

nada el tipo de Natalia. Un chulomadrileño con aires de grandeza, queestoy segura que mentía más quehablaba. Tenía un par de restaurantesaquí e iba y venía casi todos los fines desemana. —La escucho atento y ni mi

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amigo ni yo nos atrevemos ainterrumpirla

—. Por lo visto era muy buenonegociando y, con esa habilidad deencantador de serpientes, empezó aminar la autoestima de Natalia. Cambiósu manera de vestir y peinarse. Sucomportamiento comenzó a ser máscomedido. ¡Ella, que la habíamosbajado

de la mitad de los altavoces de lasdiscotecas de la isla! —exclamalevantando las manos

—. No reía igual. Lo hacía contenida,como si temiera no hacerlo de maneracorrecta.

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Cada vez nos veíamos menos, perotampoco iban con los amigos de él, y yocreo que

pensaba que se avergonzaba de ella.Luego supimos por qué lo hacía. —Escurioso cómo veo a Lina mover loslabios mientras habla pero en mi cabezasolo percibo la imagen de Natalia—.Todos deseábamos que le dejara. ¡No osimagináis cómo estaba Mara! —grita

llevándose las manos a la cabeza—. Ymi hermano en más de una ocasión penséque lo

cogería y lo tiraría al mar. Álex y Sergioson dos trozos de pan de diferentemedida, pero ambos unos santos y

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aguantaban como podían. —A medidaque habla me entran unas ganas terriblesde retorcerle el cuello a esemamarracho. Por otro lado, me alegraver lo unidos que están los seis y cómose preocupan por ella—. No lo viovenir. Ni ella ni nadie.

Un día llegó, le dijo que se había dadocuenta de que no era la mujer que queríatener a su lado y que se había acabadotodo. El muy cerdo le dijo que tenía queentender que alguien de su posiciónnecesitaba a una persona mejor, que ellaera solo un par de ojos bonitos y nadamás. Algunas semanas más tarde, Sergiose enteró de que sus restaurantescerraban e hizo averiguaciones.

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Entonces supimos que el dueño de losrestaurantes se casaba y que por eso noquería tener negocios en la isla, para asíno tener que desplazarse.

—Hijo de puta —mascullo entredientes. Doblo las piernas y me paso lasmanos por el

pelo, mientras una tristeza inmensa meinvade al pensar en lo que debió sufrir.

—Lo que pasó después yo no tengoderecho a contártelo, solo ella puede. —Hace una

pausa en la que se queda pensativa—.Cuando te vi en el hotel, yo noimaginaba que estuvierais juntos, ya que

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ella había rehuido de todo hombre quese le acercaba. Además, su vida selimitó al trabajo, el bar y gracias a Dios,a nosotros. —Se levanta y queda encuclillas frente a mí—. Espero queentiendas por qué ninguno de nosotros tecreímos, ni estuviéramos dispuestos aayudarte. No queríamos verla mal otravez.

—Lo sé —le digo cogiendo sus manos—. Y lo entiendo.

—Pero ahora que sé que te importa, tepido que no tires la toalla.

—No pienso hacerlo.

—Cariño —dice Javi levantándose de

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la cama—. Te puedo asegurar que si enmi vida

he conocido a alguien que nunca tiraríala toalla, es este señor de aquí. Ahora,después de esta fiesta de pijama tanmolona que hemos montado, ¿qué teparece si nos vamos? Te recuerdo que estu madre la que nos espera.

Lina se agacha y se tira a mi cuello paradarme dos besos.

—Eso sí que no. —Oigo a mi amigo—.Hasta aquí podíamos llegar.

La coge por la cintura y la levanta delsuelo para sacarla de la habitación.

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Yo aún me quedo un rato en la mismapostura, repasando la historia que me hacontado

Lina. Sabía lo que había pasado, perooír los detalles me ha noqueado. Noentiendo qué clase de persona es capazde destruir a otro sin ningún tipo demiramiento. Pero lo que tengo claro esque si hay alguien en este mundo quemerece que la quieran, es Natalia.

Tres días más tarde es viernes y vuelvoa estar en mi rincón particular deDralion. Un lateral de la barra estácerrado con unos gruesos cordones quelimitan la zona, pero no tengo claro conqué fin. Cuando he llegado me ha

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llamado la atención la expresión deNatalia. Está muy seria, pero noaparenta enfado sino tristeza. Siempreprocura sonreír cuando alguien le pidealguna bebida pero hoy, simplemente sela sirve y apenas

intercambia un par de palabras con cadacliente.

Llevo diez minutos y nadie se haacercado para que pueda pedir. Lucas yHugo sé que

me han visto, pero no vienen como losotros días. Ella abre la nevera, coge unacerveza y se dirige hacia mí. Todo micuerpo se tensa ante la posibilidad deque esté conmigo aunque sea un

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momento. Cuando pone la cerveza frentea mí, noto un nudo en la garganta debidoa la emoción de tenerla tan cerca.

—A esta te invito yo —me dice sin casimirarme.

—¿Y eso? —Se encoge de hombros yme dedica una sonrisa que no llega a susojos—.

Natalia, ¿estás bien?

No habla pero asiente, y se aleja otravez. La preocupación de que algo lehaya pasado crece y decido preguntar aalguno de los chicos, en cuanto logreque me presten un poco de atención.

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Un tipo enorme, mucho más alto que yo,se ha apoyado a mi lado en la barra,mientras

espero a Lucas o a Hugo. Llama laatención porque tiene un aspectobastante intimidante, con una camisetanegra ajustada y tatuajes por los brazos.

—¿Será verdad que aquí las camarerasestán muy buenas pero no tienen ni ideade servir una copa? —grita el reciénllegado.

En ese momento me importan un cominola camiseta, los tatuajes y que puedadarme una paliza, pero que se dirija aNatalia de esta manera hace que meponga de pie. Pero antes de que pueda

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intervenir, miro hacia la barra y lo queveo me deja de piedra.

Natalia está paralizada con las manostapándose la boca y de repente empiezaa correr

hacia donde estamos. Sube por lasneveras y se lanza a los brazos del tipo.

Él la tiene sujeta y ella le abraza conbrazos y piernas como si fuera un koala.Vuelvo a sentarme mientras intentoadivinar lo que está pasando. La espaldade Natalia empieza a agitarse y creo queestá llorando.

—¡Está llorando! ¿Así cuidáis de michica, pandilla de inútiles? —Oigo

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cómo el tipo se dirige a alguien que estásituado a mi espalda, recriminándole elestado de Natalia.

—Os dije que no era buena idea noavisarla —me sorprende la voz de Linaen cuanto la

oigo.

Están todos. Su hermano con su novio,Alberto, Álex y su mujer, Sandra, Javijunto a

Lina y delante de todos, Mara.

—Si cuando me veas a mí te tiras así,acabaremos espatarradas en el suelo.

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Al oír la voz de su amiga, ella gira lacabeza mostrando su cara llena delágrimas. Se suelta del chico que la tienecogida y se abraza a Mara.

Las tengo junto a mí y puedo oír a Maramientras Natalia llora.

—¿De verdad pensabas que noshabíamos olvidado de tu cumpleaños,petarda?

¿Su cumpleaños? ¿Hoy es sucumpleaños? Mi cara debe ser un poemaporque desde hace unos minutos no doycrédito a todo lo que está pasando.

Noto cómo una mano se coloca sombremi hombro y veo que es Javi. Con la

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barbilla me señala al recién llegado, quevuelve a tener a Natalia en brazos.

—Ahí tienes a mi cuñado, Óscar. ¿Quéte parece?

CAPÍTULO VEINTITRÉS

“Reality” Lost Frequencies

NATALIA

Óscar, como siempre, me levanta comosi pesara lo mismo que la cazadora depiel que

lleva en el otro brazo y a mí me encanta.

Tenemos la costumbre de que cuando es

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el cumpleaños de alguno de nosotros,competimos para ver quién le felicitaprimero. Cuando éramos pequeñosesperábamos ansiosos junto al teléfonocon un reloj en la mano. Al vivir en trescasas, la pugna era entre dos equipos ysi conseguías ser el primero, eras casitan feliz como el que cumplía los años.Desde la llegada de los móviles es unaauténtica batalla. Siempre hay quienhace trampas y adelanta el reloj de suteléfono para ganar.

Son las dos y media. Para ser másexactos las dos y treinta y siete minutos.Llevo dos horas y treinta y siete minutossintiéndome terriblemente sola. Unoestaba lejos porque mi cabeza se niega a

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dar un voto de confianza a un hombreque mi corazón anhela cada día.

Los otros no lograban entender por quérazón no se habían acordado de mí. Enun intento de dejar de regodearme en misoledad, me acerqué a Daniel y le invitéa una cerveza como celebración de mianiversario.

Durante estas semanas he procuradoestar entretenida. Sergio se mudó conAlberto la misma semana en la quehablamos y, tras ayudarle con eltraslado, me he entretenido haciendopruebas con el mobiliario de mi casa.Muevo mesas, cambio de lugar lossofás, pero al final siempre acabo

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dejándolo todo donde estaba. El únicolugar que va a sufrir cambiosimportantes será el dormitorio de Sergioque al quedar vacío, va a convertirse enun estudio donde volver a pintar. Laanimación digital me encanta, pero loque arrancó mi creatividad fue el papely los colores en todas sus versiones.Ceras, rotuladores, lápices, témperas,acuarelas… cualquier cosa que me dierala oportunidad de crear las formascoloridas me volvían loca. Esto hahecho que me sienta mejor y que miánimo, poco a poco, se vayarecuperando. Pero esto no es lo que meda la ilusión.

Es cierto que la habitación de Sergio en

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un futuro próximo será un estudio, peroahora para lo único que sirve es paraguardar las cajas que me dan la vida.Llega el fin de semana y espero ansiosaverle aparecer por la puerta. Se sientaen la barra y está allí recordándome lotonta que soy. El dj tiene instruccionesde poner Coldplay en la franja horariaque él suele estar. Durante el tiempo quedura la canción me siento menosculpable y me da la sensación de que leestoy haciendo un regalo.

Cada día le echo más de menos, pero sihe de ser sincera, volver con él ahorasería un error ya que, tarde o temprano,algún reproche o recordatorio acabaríapor romper algo de lo que nos ha unido.

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En este debate entre mi corazón y mimente, he llegado a mis 30 años, amandoa un hombre al que yo no permito que seacerque. Sé que casi nadie podríaentender mis razones, pero son honestasy no actúo así por capricho, sino porquerealmente me importa lo que pase entreDaniel y yo.

Cuando he visto a Óscar casi me da unataque. Olvidad el casi, me ha dado unataque.

Son todos tan importantes para mí queno tenerlos cerca a todas horas, meentristece.

Óscar y Mara son dos pilaresimportantísimos en mi vida y no llevo

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bien que esté tan lejos.

A Mara al menos la veo más a menudo,pero a Óscar, a pesar de que hablamoscada semana un par de veces, hacemeses que no venía.

—Pero vamos a ver —dice Óscar—,¿realmente pensabas que nos habíamosolvidado

de tu cumpleaños?

Asiento. Aún intento controlar el llanto.

—Llevamos toda la vida llamándonos alas doce en punto, pero al señor lepareció divertido darte una sorpresa,para hacer algo diferente —le reprocha

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Mara.

—Rubia, déjalo ya.

—Hombre… —digo intentandososegarme—, una sorpresa ha sido.Pero…

—No te preocupes, Taly, para elcumpleaños de Óscar le depilaremos ala cera y entonces sí que conseguiremosuna fiesta diferente.

Siguen igual que siempre. Mara peleonay Óscar provocador.

El aludido la mira conteniendo elpróximo comentario y decide prestarmeatención a mí. Me coge y me sienta en la

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barra para que quede a su altura.

—Sergio está con Alberto y se le podíahaber pasado —explico—. Álex estádemasiado

liado con la niña y están agotados porlas noches. Lina está preparando la boday era normal que se le pudiera escapar.Y vosotros dos estáis tan lejos…

—No vuelvas a pensar que nosolvidamos de ti ni por un momento.¿Qué mierda crees

que es esto? —me pregunta, mostrandolas estrellas que lleva tatuadas comotodos nosotros—. Vosotros sois paratoda la vida.

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—Por Dios, Óscar, tus estrellitas notienen mérito. Hay más dibujos en tucuerpo que en el techo de la CapillaSixtina. —Empiezo a reír al escuchar elcomentario de Mara y los dos me miran.

—¡Os tengo aquí! —grito tirándomesobre ellos.

Cuando estoy en el suelo, me doy cuentade que Daniel nos mira. Seguramente éltambién está tan sorprendido como yo.Cojo a Óscar de la mano con fuerza yme acerco a él.

—Me gustaría presentarte a Daniel. Esun amigo y el compañero de piso deJavi. —Él

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me mira mientras hablo y se levanta deltaburete para saludar.

—¡Hombre! —exclama Óscar—. ¿Cómose porta mi cuñado?

—Llevo casi más tiempo viviendo conél que con mi madre, así que ya me heacostumbrado. Espero que tu hermanatambién llegue a hacerlo y no me lodevuelva. —Se

estrechan la mano y yo vuelvo a mirar aDaniel, al que tengo más cerca quecualquier otro momento en las últimassemanas—. Creo que te echan mucho demenos —dice fijando sus ojos en mí—.Me han hablado muy bien de ti.

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—Que conste que no he sido yo —interviene Mara, que se ha acercado anosotros. Su mirada hacia Daniel esfulminante y el saludo seco—. Hola yadiós —dice, sin prestarle más atención—. Taly, voy al coche, vuelvoenseguida.

Cuando ya se ha ido, Óscar vuelve adirigirse a Daniel:

—Veo que no solo es borde conmigo.

—No creo que sea para tanto. —Laexcusa, y yo me siento fatal porque séque Mara se

comporta así por lo que pasó entrenosotros.

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Observo la llegada de mi cuñadoAlberto y me da hasta vergüenza quecoincida con Daniel después delespectáculo que di en el hospital. Elsaludo entre ellos despierta lacuriosidad de Óscar que, con una cejalevantada y nada disimulado, alterna lamirada de uno a otro.

—¿Os conocéis? —pregunta Óscar.

—Se podría decir que fuimos familiadurante un breve espacio de tiempo —responde Alberto, reprimiendo unamueca graciosa.

Daniel y yo nos miramos y sonreímosrecordando nuestro paso por el hospital,cuando

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todavía no éramos conscientes de lo queviviríamos. Y nos quedamos colgados eluno del otro hasta que nos interrumpen.

—Sería mejor que pasáramos alreservado —dice mi cuñado.

—¿Es para nosotros? —preguntosorprendida.

—Pues claro, cariño. —Óscar meagarra por la cintura y me da un beso enla mejilla—.

Un reservado para mi niña el día de sucumple. —A continuación vuelve suatención hacia Daniel—. ¿Te vienes connosotros?

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Veo que duda. Desde que viene todas lasnoches a estar en la barra, siempre hasido muy paciente y ha aguantado sinque yo le hiciera caso.

—Me gustaría que vinieras —digosuavemente y sueño con que nadahubiera

estropeado las cosas desde aquellamaravillosa noche en la que nosentregamos confiados y sin reservas. Sinel miedo que no dejo de sentir y quelucha con las ganas que siento deabrazarle, de decirle lo que le echo demenos. Poder entrelazar nuestras manosy besarle hasta que todo a nuestroalrededor desapareciera. Pero mis

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temores continúan atrincherados en miinterior batallando contra mis deseos.

—Estaré encantado de ir.

—¡Pues no se hable más! —exclamaÓscar, que me levanta otra vez del suelopara llevarme con un brazo hasta elreservado. Mientras, no dejo de mirar aDaniel, los dos sonreímos al fin y creoque una barrera de las que nos separanse desploma con un estruendo que solonosotros escuchamos.

Pasan las horas y mi felicidad, junto ami nivel de alcoholemia, va en aumento.No paro de reír mientras hablo con misamigos, recordando anécdotas ycontándoselas a los demás.

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Daniel está con nosotros y verle junto ami gente provoca en mí una especie deeuforia que empieza a descontrolarme.Le miro menos discreta y él meresponde de igual manera.

Cuando el local se cierra al público nosquedamos e Íñigo se une a nosotros paraseguir con nuestra fiesta privada.

Sergio y Alberto que habían salido,regresan con bandejas que reconozco deinmediato.

En ese preciso momento, Daniel está ami lado y también las reconoce.

—Me ha dicho Bernat que últimamentele tienes un poco abandonado —dice mi

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hermano—. Por lo visto, ahora te va másel servicio a domicilio. —Sonríe y meguiña el ojo. Daniel también lo ha oído ydisimula, aunque veo que le agrada elcomentario.

Cuando ya llevamos un rato comiendo yestabilizando nuestro estado etílico

escuchamos a Álex.

—Voy a poner un poco de músicadecente, que este bar cada vez se parecemás a un colegio de señoritas.

Trastea y nos hace una señalindicándonos que ha encontrado lacanción que buscaba.

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Suena Reality, de Lost Frequencies, yÓscar empieza a silbar celebrando laelección.

Vemos cómo mi hermano se recoge elpelo en un moño estilo japonés y, juntoal hermano

de Lina se dirigen a la pista al ritmo dela canción.

—Son como de otra especie —diceSandra mirándolos—. Son enormes.

—No te lo puedes ni imaginar —confiesa mi cuñado y tras la sorpresa detodos por el

comentario, empezamos a reír, en

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especial Alberto que va un pococontento.

Ellos se colocan uno frente al otro yempiezan a bailar mientras chocan sushombros como si fueran luchadores.Mara sale del baño y me mira en ladistancia asintiendo, para darme aentender lo que va a hacer. Empieza acorrer y se lanza sobre la espalda deÓscar, que la atrapa y sigue el baile conella enganchada.

Alberto habla con Sandra, la mujer deÁlex, emocionado disfrutando delmomento y nuestro encuentro.

—Saca el móvil que esto hay queinmortalizarlo.

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Llevamos tantos años juntos que sonpocos los gestos que necesitamos para

entendernos. Los lugares no son losmismos, las épocas son diferentes y lascanciones nuevas, pero nosotros no.

—¡Sergio! —grito a mi hermano lo quele alerta y en cuanto me guiña un ojoempiezo a

correr hacia él, que me espera con unapierna flexionada sobre la que pongo unpie para impulsarme y acabar sobre sushombros.

Me dejo llevar por la melodíabalanceando mis brazos sobre micabeza. Cierro los ojos

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arrastrada por el ritmo y sé con certezaque mi hermano debe estar haciendo lomismo.

Vuelvo a abrirlos para captar estemágico momento. Óscar tiene a Maraentre sus brazos mientras ella rodea sucuerpo con sus piernas y a pesar de suscabezas se mueven al compás de lamúsica, sus miradas están conectadascomo con una fuerza eléctrica que losaísla del resto del mundo.

Álex se une a nosotros y se coloca frentea mi hermano que continúa conmigoencima.

Él se acerca a Sergio y después deintercambiar solo un par de palabras, les

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veo sonreír sabiendo cuál es el siguientepaso. El hermano de Lina se colocadetrás de nosotros y

cuando mi hermano me da una palmadaen la pierna, me dejo caer como hehecho muchas otras veces. Álex mesujeta y hace que dé la vuelta en el aire.

—¡No hagáis eso! —grita Lina y mihermano se va hacia ella.

—¡Dile a mi hermana que deje dehacerse la pija! —exclama Óscar, queya ha soltado a

Mara.

Cuando Lina llega cargada por Sergio,

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los seis empezamos a saltar y a bailarrecordando veranos, navidades, fútbol,fiestas, noches, tardes y mañanas. Encada salto parece que tenemos una edaddiferente diez, quince, seis, veinte…Años en los que siempre hemos estadojuntos, pero que solo son los primerosde los que compartiremos.

Tras el baile, Mara y yo damos cuenta aun par más de chupitos brindando porlas cosas más inverosímiles.

Observo que Daniel va hacia el baño yyo, totalmente despojada de cualquiertipo de sentido común, decido seguirle.Cuando sale, me encuentra en el pasilloy le sujeto la mano mientras lo conduzco

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hasta el almacén.

Mi borrachera es oficial y mi estadodesinhibido da fe de ello. Me acerco aél, mirándole con toda la intensidad quepuedo y cuando lo arrincono contra lapared, me pego a su cuerpo.

—¿Qué haces, Natalia?

—Cobrarme mi regalo de cumpleaños.

Tiro de su camisa para acercar su cara yen cuanto lo tengo cerca, empiezo abesarle, pasando mis brazos por sucuello. Lo beso con ansia y mucho deseoacumulado. Mientras

mi lengua baila buscando la suya, Daniel

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aprieta mi trasero pegándome más a él ynoto cómo su cuerpo siente la mismanecesidad que yo. Me eleva y me dejaentre él y la pared, abriéndome laspiernas y excitándome al notar, a travésde la tela de nuestros pantalones, que suerección se clava en el mismísimocentro de mi feminidad.

Le muerdo los labios, los chupo y nodejo de lamerlos. Él mete su mano bajomi camiseta y agarra mi pechotorturándolo con caricias. Gimo sinningún pudor ni miedo a que nos oigan.Su otra mano, la que me acariciaba laespalda, se mete por mi pantalón yempieza a bajar.

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De repente se para en seco. Separanuestras bocas y ambos tenemos larespiración acelerada, al igual que elpulso.

—Así no —dice mientras intentarecuperar el aliento—. Tú estás unpoco…

—No, un poco no, estoy muy borracha.Pero no puedo dejar de desearte… —Yle beso

mientras hablo—, de besarte, detocarte…

—Y yo también, pero después de todolo que ha pasado, no quiero acabarhaciéndote el

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amor en un almacén contra una pared,mientras el local está lleno de gente quete espera.

—Sé que soy una tonta y que corro elpeligro de perderte, pero no puedo.Todavía no.

Tenemos las frentes unidas y él todavíame acaricia la piel de la espalda bajo lacamiseta.

—No corres ningún peligro. Noconmigo. —Me besa suave y medeposita en el suelo

—. Sal ahí fuera con tus amigos ydisfruta de tu cumpleaños.

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Estoy confundida por el alcohol, eldeseo y sus palabras. Él tiene razón yestoy segura de que mañana se loagradeceré. Cuando voy a salir habla ami espalda:

—Sobre lo del almacén y la pared,hablaba de hoy, pero otro día creo quepodría estar

bien.

Río y me voy, dejándole solo en el lugaren el que le he odiado y deseado apartes iguales.

Llego a la barra y me siento junto aMara.

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—¿Dónde estabas? —me pregunta ella.

—Intentando tirarme a Daniel, perotranquila, no se ha dejado, es demasiadobueno para mí.

—Lo que es, es tonto. Hasta yo tepegaría un polvo de lo buena que estás.

Y empezamos a reír a carcajadas ante loabsurdo y ridículo de la situación, paraluego seguir bebiendo hastaprácticamente caer inconscientes.

Cuando todos estamos en la calle, Maray yo nos sentamos en un portalesperando que

organicen la vuelta a casa.

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—Yo no he bebido, ¿a cuántos me llevoaparte de lo que queda de mi marido? —dice

Sandra

—A tu cuñada y a mí que estamos máscerca. Javi, ¿qué has bebido? —pregunta Óscar

que se pone al frente de la organización.

—Hace dos horas que bebo agua —responde mi compañero.

—Pues te tocan mi hermana, el rubio yel médico.

—Yo no he bebido desde hace horas,

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puedo llevar a Natalia —intervieneDaniel.

—Pues ya está. Mañana los que esténvivos, paella en casa de los padres deTaly y Sergio.

—Por favor, lleváoslo al ejército —diceMara desde el suelo—. Será taaaan felizdando

órdenes.

Óscar se acerca, la ayuda a levantarse yla coge en brazos.

—Cállate rubia, que con la boca cerradaestás aún más guapa.

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Y se van cada uno por un ladodejándonos a Daniel y a mí solos.

Continúo sentada sobre el escalón de laentrada del edificio, con la cabezaapoyada en la pared. Daniel se agacha yme mira sonriente.

—¿Podrás llegar hasta el coche?

—Por supuesto —le contesto.

Me levanto y cuando estoy a mediocamino, vuelvo a caer de culo.

—Pensaba que era más fácil —digo yade manera casi inteligible.

Oigo a Daniel reír y al cabo de unos

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segundos noto cómo me elevo y meacomoda contra su pecho. No meresisto, ni tengo intención de hacerlo.Acerco mi nariz a su cuello y empiezo aolerle con descaro.

—Carolina Herrera está loca. Tendríaque mandar a paseo a todos esosmodelos de pacotilla que tiene y fichartea ti. Eres mucho más guapo y sexy.

—Se lo diré cuando la vea.

—Dile también si me puede regalar unpar de botellas.

Llegamos al coche y me ayuda a entraren él.

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—Dame las llaves de tu casa, antes dedormir la mona.

Meto la mano en el bolso y empiezo abuscar sin abrir los ojos. Cuandoencuentro las

llaves se las tiendo y él las coge.

—Tampoco he bebido tanto —digointentando recuperar algo de dignidad.

—Natalia, no soy tu madre.

—Vale, pero si un día la conoces, no ledigas que su hija es una borracha.

Oigo cómo arranca el coche y creo quenos ponemos en marcha, pero en mi

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estado no

puedo asegurarlo.

—Intentaré no mezclar los mensajes deCarolina Herrera y tu madre. —Sé queestá sonriendo mientras me habla.

—Tranquilo, no los confundirás. Mimadre estoy segura que te habría elegidoa ti para

las campañas de publicidad, tenemos losmismos genes.

Duermo plácidamente sabiendo queestoy tan cerca de Daniel, pero al pararel coche recupero un poco la conciencia.Me despierto lo justo para pensar que si

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sigo haciéndome la dormida me cogeráen brazos y lo tendré para mí un poquitomás.

—Natalia. —Le oigo que dice suave—.Natalia.

Tengo que reprimir la risa, porque apesar de que estoy agotada, sigoborracha y la situación me parece de lomás divertida.

Mi estrategia triunfa y me dirijo a casaen brazos del hombre al que no puedodejar de desear y soñar.

Mientras intenta abrir la puerta, no sindificultad, tengo con contener mi sonrisauna vez más, pero vista la eficacia del

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plan, no abro la boca, ni me muevo. Ensus brazos se está muy bien.

Llegamos a mi habitación y me deja concuidado sobre la cama. Siento cómo estácerca

de mí y empiezo a suplicar internamenteque se acerque más.

—Natalia no puedes dormir así, has dequitarte la ropa o estarás muy incómoda.

¡Esto se pone interesante! ¡Aquí no vaabrir un ojo nadie!

Le oigo resoplar y caminar por eldormitorio, hasta que, de repente, notocómo el

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colchón se hunde a mi espalda.

—Joder, me merezco una medalla —protesta.

Me quita los zapatos y yo rezo para quetambién me quite los calcetines. Mesaldría cara la broma si me quedo enpelotas con los calcetines puestos. Esonunca. Gracias a Dios, me los quita.Luego me gira boca arriba y empieza adesabrocharme el pantalón. Vuelve asoplar y continúa con su tarea. Empiezaa deslizar los vaqueros por mis piernasy, en ese momento, pienso qué conjuntode ropa interior me he puesto esta noche.

—Madre mía, qué difícil va a ser esto.

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Su manera de pronunciar la frase mehace recordar que llevo el color burdeosde tanga y sujetador de balconet. Lasuerte de la cumpleañera me acompaña,porque este en concreto me sienta demuerte.

Una vez finalizada la parte inferiorpercibo que se sienta un poco másarriba. Empieza a subirme la camiseta ycuando ya ha descubierto mi sujetadorbloqueo con mis brazos la prendadejando mi pecho expuesto eimpidiéndole seguir con su tarea.

—Por favor, no te muevas. Colabora unpoco.

Me da pena y dejo que acabe con lo que

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hacía.

Llegados a este punto creo que los dosnos preguntamos si continuará o no.Empieza a

mover el edredón y eso me comunicaque el striptease ha finalizado.

Me deja entre las sábanas, pero para misorpresa mete las manos bajo ellas y medesabrocha el sujetador ¡Aún hayesperanza! Siento su respiración muycerca de mi cara mientras empieza adespojarme de la prenda. Cuando yacasi ha acabado de quitármela, sientocómo su mano acaricia suavemente unode mis pechos. ¡Ese es mi chico! Sabíaque no me defraudaría. ¡Dios mío!

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Borracha soy de lo más golfa. Despuésde un par de caricias más, retiralentamente la mano, pasándola delicadasobre la piel de mi espalda.

Ha salido de la habitación pero le oigoregresar e intuyo que ha dejado un vasode agua sobre la mesita de noche. No sepuede pedir más. Bueno sí, que duermaconmigo, que es

lo que yo le he prohibido hacer.

Esta ha sido una noche que empezóextraña, pero que ha acabadomaravillosa. Lo que

me hace pensar que a partir de mañanatengo que empezar a replantearme qué

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hacer con

respecto de Daniel.

El colchón vuelve a acusar su peso juntoa mí y sus manos se enredan en mi pelo.La

ternura de sus movimientos me empujaal sueño, pero me resisto. No quierodormirme, no quiero que se vaya.Abriría los ojos solo para pedirle que sequede a mi lado cuidando de mí. Voy adecirle que se quede y me abrace, peroantes de abrir la boca, su voz resuena enmis oídos.

—Feliz cumpleaños, mi amor —susurray me besa.

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Acabo de recibir el mejor regalo de mivida.

CAPÍTULO VEINTICUATRO

“Love Someone” Jason Marz

DANIEL

Estar sentado frente al mar, hace querepase los recuerdos de una de lasépocas más felices de mi vida.

Mi infancia transcurrió en la Ciudad delAire, en San Javier, Murcia, junto a laAcademia General del Aire, donde mipadre era profesor instructor. Vivíamosen casas militares que se les asignaban alos trabajadores de la base.

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Aprendí muchas cosas de la vidadurante el tiempo que viví allí. Nadietenía a su familia cerca, por lo que nosapoyábamos unos a otros. Nuestrasmadres, en algún momento, pasaban porlas ausencias de sus maridos y lasdemás siempre estaban para ayudarlas,ya que nadie las podía entender mejor.La ropa, los juguetes, incluso los librosdel colegio, pasaban de una casa a otrasegún las necesidades. Cuando iban anacer mis hermanas, tengo imágenes delas vecinas en mi casa cosiendo, parapreparar toda la ropita de las reciénnacidas. Si a alguien de repente se lepresentaba algún problema en casa, notenía más que salir a la calle y llamar acualquier vecino.

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Recuerdo perfectamente volver delcolegio Virgen de Loreto y tirar la bolsaen el jardín de casa, donde mi madre meesperaba con el bocadillo, para luego ira jugar con los amigos. Allí aprendimosa jugar al fútbol, a montar en bicicleta, anadar y a pescar.

Muchos sábados por la mañana mimadre nos llevaba a mí y a mishermanas a la playa

que teníamos junto a la casa para quejugáramos. Ellas eran unos bebés y loúnico que hacían era balancearse ygatear en la toalla que mi madre poníabajo una sombrilla. Yo en cambio, meiba a algún pantalán a pescar solo o con

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amigos. El momento más mágico era

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cuando dejaba de estar pendiente de lacaña y observaba acercarse a los CasaC-101 de la Patrulla Águila hasta quepasaban sobre nosotros. Era muypequeño para identificar según quésentimientos, pero cuando levantaba lavista adivinando en cuál de ellos iba mipadre, mi pecho se hinchaba y no podíaparar de sonreír.

Ahora estoy sentado mirando el mismoMediterráneo, pero ya no espero que mesobrevuelen aviones acrobáticos ni queningún pez pique. Quizás en el fondo síque espero que piquen, pero no

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precisamente un pez.

Natalia sale a correr casi todos los díassobre esta hora y he pensado quesentándome

frente a su casa, podía esperarla y asísorprenderla. Me daba miedo que noquisiera hablar conmigo y hoy no puedodejar de hacerlo.

Creo que la veo a lo lejos e intentoenfocar mejor para confirmarlo. Sucolorida indumentaria ha hecho que laidentifique más rápido. Su pelo estárecogido en una coleta, cubre sus ojoscon gafas de sol deportivas e intuyo queescucha música porque lo que lleva enel brazo es un brazalete con un

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reproductor de música. Lleva unamarcha bastante regular, hasta que en unmomento dado, acelera el ritmo y lavelocidad.

Cuando se acerca donde me encuentrosentado, afloja la carrera. Creo quetodavía no me ha visto. Su ritmo se hacemás pausado y es en esos minutos en losque mi vista se da un festín con lasformas de su cuerpo. Al final se detienecerca de un banco del paseo y

comienza una serie de estiramientos quellama la atención de más de un corredor.Algún gilipollas acabará cayéndose pormirarla con tanta fijación, estoy seguro.

Al dirigirse a su casa se quita las gafas y

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me ve. Se acerca con las manos en lacintura, regulando la respiración. Yo meesfuerzo para que no se note cómorecorro todo su cuerpo con la miradadetrás de las gafas de sol.

—¡Hola! —saluda sonriente.

—¿Cómo ha ido la carrera?

Ella ríe y con un brazo señala el paseo.

—Siempre va bien. Además, con estasvistas es un lujo.

Su pecho se mueve por su respiraciónalterada a causa del esfuerzo y esperoque un poco también debido a lasorpresa de verme.

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—¿Qué escuchas mientras corres?

—Queen.

—¿Queen?

—Bueno, Queen y algunos otros gruposun poco más roqueros. Pero empiezo yacabo

con Queen. Es una herencia de mi padre.

—Así que ellos son los causantes delsprint.

Ríe y se tapa la cara con una mano, algoavergonzada.

— Don’t stop me now. No puedo

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evitarlo. —Se justifica alzando lasmanos—. Es más, no sé cómo la gentepuede escuchar esta canción y no correr.

—Algún día lo probaré.

—No lo hagas en el coche, puede serpeligroso. Te lo digo por experiencia.

Tras unos instantes veo que en su rostrose refleja la curiosidad y yo espero quesea ella la que me pregunte qué hagoallí.

—¿Y tú? —pregunta escueta.

—Prefiero otro tipo de música, peroprobaré a Queen.

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Reímos los dos y disfruto de bromearcon ella.

—Digo que tú qué haces aquí.

—He venido a traerte un regalo decumpleaños. —Levanto una bolsa decartón blanca.

—¿Un regalo? —dice abriendo los ojos.

—Y también quería hablar contigo unmomento. Si te va bien, claro está.

No ha dejado de moverse en todo eltiempo y ahora se mira los pies.

—Podrías venir a casa a tomar algo. —Señala y continúa hablando—. Me

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gustaría cambiarme.

—Perfecto.

Caminamos en silencio hasta la entradade su casa. Saca las llaves que llevacolgadas al cuello con un cordel y sesonroja al ver mi mirada fija en elnacimiento de sus pechos.

¡Céntrate, Daniel!

Una vez dentro, los recuerdos de lanoche que estuvimos juntos llegan a mimemoria de

nuevo. Estar en esa casa es una torturapara los sentidos y creo que Nataliacomparte mi opinión. Se ha puesto un

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poco nerviosa y tengo la certeza de queen su cabeza todavía hay hueco para lasimágenes que tan bien recuerdo.

Dejo la bolsa sobre la barra y ella memira.

—Preferiría que lo abrieras cuando mefuera, si no te importa.

—No me importa, pero acabas dedesatar mi curiosidad.

Imagino que a mí me pasaría lo mismo,pero ya me ha costado suficiente traerlo,como

para no ver la reacción que me gustaría.

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—Coge lo que quieras de la nevera. Meducho en un momento y nos tomamosalgo en

la terraza, ¿si te parece bien?

—Perfecto.

Ella desaparece por el pasillo y yo medirijo a la cocina, para acabar cogiendouna Coca Cola de la nevera.

Salgo a la terraza y coincido con ella enque las vistas son maravillosas. Laciudad se ve al otro lado de la bahía y lasierra la arropa detrás. Me apoyo en labarandilla e intento tranquilizarme parano estropear esta tarde. Significa muchopara mí que hoy no exista ningún tipo de

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tensión o malentendido. Estas semanasde guardia en la barra, han sido unentrenamiento fantástico para poderestar de manera comedida junto a ella.

—¡Ya está!

Me sobresalto al escucharla. Lleva unacamiseta verde bastante grande y unospantalones grises ajustados. El pelomojado y una sonrisa que me alegra elcorazón.

—He pensado que, siendo la hora quees, quizá te gustaría picar algo. —Antesde que

yo pueda contestar, ha vuelto al interiorde la casa y la sigo—. Mi madre me dio

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el otro día un trozo de queso que no séde dónde lo han traído y creo que estarábien.

Al pasar junto al equipo de música le daa un botón, lo enciende y suena LoveSomeone de Jason Mars. Hablaatropellada mientras se mueve por lacocina y yo me coloco al otro lado aobservarla.

—Creo que tengo por aquí un paté queme trajo Mara la última vez que vino —me explica con nerviosismo y se agachapara buscar dentro de un mueble.

Sigue hablando y yo no digo nada,porque estoy disfrutando viéndola. Cogeuna tabla y

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un cuchillo para empezar a cortar elqueso. Se coloca en la encimera junto alos fogones, quedando de espalda a mí.

Cuando deja de hablar, aprovecho elsilencio.

—Natalia, he venido a despedirme.

Ha dejado de cortar, no veo sus brazosmoverse sobre la encimera y headvertido con claridad cómo su cabeza ysus hombros han perdido rigidez paracaer abatidos.

—Lo entiendo —dice ella—.Cualquiera lo habría hecho hace tiempo.

—¿Hace tiempo? —pregunto extrañado.

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—Es normal, no te preocupes. —Suspalabras salen un poco más aceleradas.

No entiendo muy bien lo que quieredecirme, pero me he prometido nopresionarla ni

decir nada inapropiado.

—La semana que viene empieza el cursoy dura un poco más de tres meses, asíque este

tiempo…

—Daniel… —Hace una pausa y yo mecallo de inmediato—. ¿Has venido adespedirte

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porque te vas a un curso que dura tresmeses?

—Sí.

Observo cómo deja el cuchillo, apoyalas dos manos en el granito y suelta elaire con

fuerza.

—Cuando me tengas que decir algo,¿podrías hacerlo un poco más rápido?

—¿Rápido?

—Sí, algo del estilo: “Natalia, vengo adespedirme porque me voy a un cursoque dura

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tres meses”. Así, de corrido.

—No entiendo.

—Es que la modalidad “Natalia, vengoa despedirme”, silencio, y lo del cursomuchos

segundos después, no es una buena ideapara una cabeza como la mía, porquepuede empezar a generar conclusiones atoda velocidad.

Entonces me doy cuenta que ella hapensado que me iba definitivamente.Sigue hablando y ahora lo hace amuchísima más velocidad.

—Podría llegar a pensar: “Natalia, ¿qué

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esperabas?, no puedes torturar a la gentey esperar que no te manden a paseo”. —Me acerco poco a poco a su espalda—.O por ejemplo: “¿crees que no haymujeres por el mundo mucho menoscomplicadas que tú, que

se pegarían por él?”. —Estoy casipegado a su espalda mientras ella vamoviendo una mano a la que vez quehabla sin parar—. O del estilo: “nadieen su sano juicio esperaría a queaclararas todo lo que te pasa, para estarcontigo”.

Pongo una mano a cada lado de sucuerpo y mi pecho ya toca su espalda.

—¿Por qué no me lo cuentas?

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—¿El qué?

—Lo que intentas aclarar.

Ella se da la vuelta muy lentamente yapoya su frente en mí. La abrazo y merodea la

cintura con sus brazos. Estamos un ratoasí hasta que la beso en el pelo, laaparto cogiéndole la mano, empiezo acaminar hacia el salón y nos sentamos enel sofá. Me

encantaría sentarla en mis piernas, perome contengo. Ella sube los pies paraacabar rodeando sus piernas con losbrazos y colocando su cabeza sobreellas.

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—Si me dices lo que pasa, a lo mejorentre los dos…

Ella juega con el bajo de los pantalonesy no me dirige la mirada.

—Una parte de mí lo tiene claro.

—¿Y puedo saber cuál es esa parte? —Sus contestaciones se hacen esperar y yointento

mantener la calma.

—Mi corazón.

No es que yo esté más tranquilo queella, pero al menos lo aparento.

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—¿Y qué es lo que tiene claro?

Ahora mueve los pies inquieta, semuerde el labio inferior y antes decontestar cierra los ojos.

—Que estoy enamorada de ti.

El corazón está a punto de salirme por laboca y me muevo un poco en el asientopara

no saltar sobre ella.

—Pero…

—Pero mi cabeza no juega en el mismoequipo.

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Me mira y veo que tiene los ojosbrillantes.

—Solo he tenido una pareja y ya sabescómo acabó todo. A pesar de ello, tengomuy claro cómo no quiero que sea mifuturo.

—¿Qué es lo que no quieres? —lepregunto para ayudarla a concretar.

—No quiero desconfiar de quien estéconmigo. No quiero estar todo el díaenviándote

mensajes para saber dónde y con quiénestás. No quiero que si algún día te vasa tomar algo con los amigos, yo estépensando si en realidad no estarás en

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algún hotel con otra mujer. No quieroacabar como una loca que huele lascamisas para encontrar algún perfumeque no sea el tuyo o mirar si tienesmensajes en tu móvil. No quiero quetengas que justificar todas y cada una detus decisiones por miedo a que yodesconfíe. ¡No lo quiero! —Mueve lasmanos acompañando las palabras y ensu cara veo preocupación—.

No nos merecemos eso. Ni tú ni yodebemos estar con alguien que no se fíede nosotros.

No quiero volverme loca, sino ser felizy hacerte todo lo dichoso que pueda.

Después de escucharla mi contención se

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evapora y la arrastro hasta dejarla sobremi regazo. Nos miramos fijamente apocos centímetros, mis manos selevantan para ponerlas en su rostro yevitar que desvíe los ojos haciacualquier otro lado.

—Dile a tu corazón que tiene cuatromeses para darle una paliza a esa cabezatan testaruda. Porque yo también soymuy cabezota y no pienso dejar deintentar convencerte.

Nos merecemos mucho más y sería unalástima que no lo tuviéramos.

En cuanto acabo de hablar, sus brazosme rodean el cuello mientras me besacon desespero. Se mueve sin separar

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nuestros labios, colocándose ahorcajadas sobre mí. Yo la

abrazo, apretándola contra mi cuerpo altiempo que mi corazón late frenético.Mis manos la recorren ansiosas y antesde que me dé cuenta, nos estamosdesnudando. Cuando ella ya no lleva nila camiseta ni el sujetador, yo no tengopuesta la camisa y me levanto sinsoltarla, dirigiéndome a su dormitorio.

Está anocheciendo y a medida que cae elsol, crece nuestra pasión. Nosapresuramos a

deshacernos de la ropa del otro, inclusoentorpeciéndonos en los movimientos.No puedo dejar de mirarla, su corazón

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es mío y su cuerpo me lo estáofreciendo. Me siento llevado por lalocura y el deseo, mientras ella se aferraa mí con fuerza, buscándome a cadasegundo. En un momento, Natalia estásobre mí, para de repente rodar sobre lacama y tenerla bajo mi cuerpo. Nosquitamos la ropa como si nosoportáramos tenerla puesta y lo únicoque quisiéramos que nos arropara fuerala piel del otro.

Antes de darle una patada a mispantalones saco mi cartera y cojo elpreservativo que

llevo en el interior. No voy a detenerme,ella no quiere que lo haga, y no seré yo

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quien dicte el sentido común a estadespedida.

Cuando entro en ella, algo pasa y pareceque el mundo se detiene para nosotros.No consigo moverme ni dejar demirarla. Los dos estamos quietos y solonuestros ojos hablan.

Se dicen palabras hermosas, llenas deamor y ternura que ninguno hapronunciado nunca.

Nuestros cuerpos empiezan a moversecon extrema lentitud y ahora el placer,unido a todos nuestros sentimientos, nosguía. Ella arquea la espalda y yoentierro mi cara en su cuello cuando eléxtasis nos llega, para luego abrazarnos

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con fuerza temiendo perdernos el uno alotro.

Quedamos unidos sin poder movernos.Lo único que cobra vida son nuestrasmanos. Yo

le retiro el pelo de la cara, repaso suóvalo para acabar pasando mi pulgarpor sus labios.

Ella recorre mi rostro como si loacabara de descubrir. Pasa sus dedospor mi frente, las cejas y cuando cierrolos ojos también los acaricia.

—Duérmete —le digo besando suhombro.

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—Cuando despierte ya no estarás,¿verdad?

—No.

Intensifica el abrazo y yo la cojo paracolocarla sobre mí.

—Después del curso estaré unos días encasa de mis padres, así que no nosveremos hasta que estemos en Asturias,para la boda de Javi y Lina.

—Entiendo.

—Valoro mucho lo que me has dicho ypara mí también es importante tenerclaro lo que

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queremos y estamos dispuestos a dar denosotros para estar juntos.

Atrapo su mano y la coloco en mi pechojunto a la mía.

—No quiero dormirme y quedesaparezcas —me susurra, como si loque estuviera diciendo no importara y loúnico que hubiera en su cabeza fuera mimarcha esa noche.

—Y yo no quiero despedirme, perotengo que irme. Aún no he acabado dehacer la maleta y me voy a primera hora.

—Te secuestré una vez, podría volver aintentarlo.

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Me encanta tenerla entre mis brazos,mimosa y cariñosa.

—Cuando vas a hacer el curso, te ponenun chip bajo la piel para localizarte entodo momento. Es más, mis profesoresdeben saber lo que he estado haciendotoda la tarde.

—Pues te van a suspender, porqueestarán muertos de envidia.

Cojo su barbilla y la levanto hacia mí.

—Me tengo que ir —le digo yacompaño mis palabras con un beso quenos provoca a

ambos un estremecimiento.

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—Vaaaale —responde, separándose demí y tirándose sobre el colchón.

Me levanto y empiezo a recoger miscosas.

—¿Vas a mirarme mientras me visto?

—No lo dudes. A estos… —Y señala alas fotos de la pared—, no hay manerade quitarles la ropa. Así que eres lomejor que ha entrado en esta habitación.

Voy a por mi camisa al salón y vuelvo ala habitación, ya dispuesto a marcharme.Me

siento en la cama junto a ella, que solova cubierta por la sábana.

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—Estos preciosos ojos me verán antesde lo que crees.

—Mentiroso.

Me agacho y nos besamos un poco másde lo que tenía previsto.

—Nos vemos pronto —digo y cojo lasábana para dejarla caer al suelo.

—¡Eh! —protesta ella.

—Es solo un último vistazo.

—¡Pervertido!

—Ni te imaginas cuánto.

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Cuando llego a la puerta de lahabitación la miro una última vez.

—Adiós, preciosa.

—Adiós, guapete.

Cuando estoy cerca de la puerta de lacasa, la escucho moverse dentro de lahabitación.

Tengo que cerrar los ojos y tomar aireantes de salir de allí, algo bastantedifícil cuando lo que de verdad deseo esquedarme y hacerle el amor de nuevo.Cuatro meses son muchos y

sé que el tiempo se me hará eterno, perome ha dicho que está enamorada de mí y

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guardaré esas palabras en mi memoria eltiempo que esté sin verla.

—¡Eh! —La escucho gritar a mi espalda—. ¡Prometo soñar contigo!

Y me voy inmensamente feliz, echándolade menos.

CAPÍTULO VEINTICINCO

NATALIA

—¿Cuántos jugadores se puedensustituir en un partido de fútbolamistoso? —pregunta

Álex tapando la tarjeta que tiene en lamano.

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—Los que ellos quieran —contestaÓscar.

—¡Pero cómo los que quieran! —replica Mara, con la que hoy le hatocado hacer de pareja.

Para evitar discusiones cuando jugamosal Trivial, los equipos están formadospor los dos hermanos. Al estar Linaocupándose de gestiones de la boda ycontar con Sandra, la mujer de Álex,Óscar y Mara tienen que jugar enequipo.

—He dicho que los que quieran.

—Óscar, por favor, en el deporte hayreglas. —Él está sentado con la espalda

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en el respaldo del sofá, mientras ella lehabla incorporada—. Han de ser losmismos que un partido normal.

Los demás les observamos mientrasdiscuten, pero nadie les ayuda, nisiquiera gesticulamos dándoles algunapista.

—Mara, llevo toda la vida jugando alfútbol. —Él da sus argumentos en untono más reposado.

—¡Y yo llevo toda la vida viéndoosjugar!

—Chicos, no podemos estar toda latarde esperando. Además, es pregunta dequesito.

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—Si no respondéis ya, pasamos a otra—amenazo, con el fin de presionar.

Las tres familias hemos alquilado unacasa rural en Asturias, un llagar, comolas llaman ellos. Llevamos aquí tres díasy mañana se casa nuestra niña. Hoyhemos decidido no hacer ningunaexcursión para no cansarnos y estarfrescos para la boda.

Y aquí estamos, jugando una partida deTrivial, Óscar con Mara, Álex conSandra, y yo

con Sergio. Alberto está leyendosentado en un sillón y levanta la vistapara observar cómo va el juego.

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—Venga, Óscar, por favor. Por una vez,hazme caso.

Él la mira y cierra los ojos pararesponder.

—Lo que ella diga.

Mara sonriente, da un saltito sobre elsofá y mira directamente a Álex.

—Los mismos que en un partido normal.

—La respuesta correcta es: Los queacuerden los equipos.

Mara intenta huir pero Óscar la atrapacasi al vuelo. Mientras los demásreímos a carcajadas, ellos caen entre el

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sofá y la mesa donde tenemos el tablero.

—¡Pasadme la miel! —grita Óscarseñalando la bandeja donde están loscafés y donde

se encuentra una tarrina del pringosodulce.

—¡Noooooooo! —protesta ella.

—Pasádmela o será vuestra cara la quepringue.

Todos nos levantamos a la carrera,porque si él hace una promesa de estetipo, no duda en llevarla a cabo.

Se la damos mientras Mara se retuerce y

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da patadas.

—En el fútbol hay reglas —la imita convoz chillona y el primer hilo de mielempieza a caer sobre la cara de Mara—.Llevo toda la vida viéndoos jugar.

—¡Aaaaaaah! —grita Mara.

—¡Por una vez hazme caso! —continúa,más alto, y empieza a esparcir la mielcon la

mano por toda la cara.

Para sorpresa de todos, la rubia empiezaa reír y con ella Óscar, que la suelta y seretira ayudándola a levantarse.

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—Cuando se trate de fútbol no vuelvas acontradecirme.

—Ya veremos —dice dándose la vuelta—. Voy a limpiarme la cara. Ni se osocurra tocar el tablero.

—Voy contigo y me lavo las manos.

Yo, que estaba sentada en el suelo entrelas piernas de mi hermano, también melevanto para ir a buscar una botella deagua. Una vez regreso al salón me quedode pie en la puerta con una sonrisa.Sergio continúa en el suelo y tiene lacabeza en el brazo del sillón donde estásentado Alberto. Este, que sigueleyendo, le acaricia el pelo una y otravez, mientras mi hermano tiene los ojos

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cerrados. Sandra se ha sentado sobreÁlex y veo cómo ríen de lo que ella lesusurra al oído, mientras él la abrazaatrayéndola más hacia él.

Estos cuatro meses han servido paraaclarar más que mis sentimientos, mis

pensamientos, y ver si estoy preparadapara iniciar una relación. Había oídomuchas veces que el amor a veces nobasta, pero tras muchas tardes frente alventanal de mi casa mirando al infinito,sé que por amor vale la pena intentarlo.

El día que Daniel vino a casa adespedirse, en cuanto se cerró la puerta,sentí frío y me tapé enseguida. Pero apesar de las fechas en las que estamos,

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no llego a entrar en calor.

A medianoche, me levanté para beberagua y vi la bolsa con el regalo, la queya había

olvidado. La cogí para llevarla a lacama y una vez sentada en ella, la abrícon la ilusión y la curiosidad de unaniña. Dentro encontré una caja, tambiénblanca, que coloqué sobre mis piernas yabrí con cierta ansiedad. Y la vi. Retiréel papel de seda y allí estaba, una fotode Daniel en blanco y negro y sobre ellauna nota.

“Es de 24x30. No lo he podido resistir.Soy muy competitivo. Felicidades”.

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Toda la noche estuve abrazada a ella, aexcepción de los momentos que laseparaba para volver a leer lo que habíaescrito en la imagen. Todas mis fotostenían mensajes puestos por mis amigas.Pero ninguno era tan directo ni tanrevelador.

“Para la única mujer a la que heamado”.

Me he quedado una vez más colgada demis pensamientos y cuando me doycuenta, me

espabilo y entro en el salón.

—¿A quién le toca ahora? —pregunto.

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—A nosotros, Taly, y a mí no me hagascomo la rubia, si es de fútbol contestoyo —

contesta Sergio. Me vuelvo a sentarentre sus piernas y él se acerca a mioído, para que nadie más lo oiga—. Sies de pilotos te dejo contestar a ti.

Mi cara debe ser un poema, porque élenseguida se pone a reír. Y es quemuchas veces,

se me olvida que mi hermano le conocióen mi cocina, con su ropa y desayunandocon su

hermana tras haber estado en su cama ysu ducha.

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—De todas formas la pregunta no estababien formulada. —Entra Mara hablando.

—Siéntate y recuerda, prensa delcorazón, espectáculos y fotografía. Paralo demás…

—Óscar se señala a sí mismo con elíndice.

Lanzo el dado y muevo nuestra ficha.Álex coge la caja de las preguntas y sedirige a

nosotros dos:

—Pregunta: ¿Cuál es la causa de cadamuerte humana?

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Los otros cuatro participantes nos miranexpectantes.

—Ni se os ocurra mirar a Alberto —dice amenazante Mara.

—Alberto, no puedes abrir la boca —sentencia Álex que nos señala con elíndice.

Hay que reconocer que no jugamos pararelajarnos. La rivalidad nos posee, peroes difícil no parar de reír mientras tanto.

—No me parece justo que mi novio nopueda hablar conmigo. Os estáisdejando llevar

por vuestra inseguridad —comenta

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Sergio con dejadez.

—Déjate de gilipolleces y contesta —leacosa Óscar con su expresión másmacarra.

Miro de reojo a mi cuñado y sonríe.

—Alberto y yo hemos hablado sobreeste tema muchísimas veces y no tengoninguna

duda —comenta Sergio, como aldescuido. Estoy segura que no tiene niidea pero quiere

ganar tiempo.

—Me duele la cabeza —digo

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levantándome del suelo—. Me voy adescansar. Alberto

puedes jugar por mí.

—Ni se te ocurra moverte de ahí, Taly—me advierte Álex—. ¿Sergio?

Carraspea y, antes de contestar, cruzalos brazos sobre el pecho como poseautosuficiente.

—Falta de circulación sanguínea en elcerebro.

Alex mira la tarjeta y lee alucinado.

—Falta de circulación sanguínea en elcerebro.

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Óscar frunce el ceño y se coloca con losbrazos en jarra.

—¿De verdad habláis de eso?

Desde la cocina se oye un grito, quepuede provenir de cualquiera denuestras madres.

—¡Niños!

Alberto se levanta dejando el libro en elsillón y cuando empieza a caminar,Sergio le coge por los hombros. Antesde salir del salón, mi hermano se gira yse dirige a Álex:

—Por cierto. Has de tapar lasrespuestas de las tarjetas.

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Todos corren tras él, que ya hadesaparecido a toda velocidad, mientrasAlberto y yo reímos a carcajadas.

Les oímos correr y gritar, y de fondo seoye a la madre de Mara y Álex pidiendoque

paren.

Yo me cojo al brazo de mi cuñado yempezamos a caminar hacia la cocina.

—Te juro que cuando ha contestadocorrectamente, casi me da algo —confiesa Alberto.

Y volvemos a reír.

Page 956: Rescátame y te llevaré conmigo

En cuanto llegamos a la cocina, apareceLina con sus padres y los quince nossentamos

a una mesa larguísima de madera.Empezamos a pasarnos bandejas conquesos, pan, embutidos y el bulliciollena cada rincón de aquella cocina.

—Recemos para que mañana nos quepala ropa —digo mientras me meto en laboca un

trozo de chorizo.

—Me gustaría decir unas palabras —nos anuncia Lina, sorprendiéndonos atodos y poniéndose en pie.

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La recibimos con una gran ovación ycuando nos quedamos en silencioempieza a hablar:

—A mis padres ya les he dicho algunascosas que quería que supieran, peromañana no

creo que tenga tiempo de hablar con elresto de vosotros como quisiera, por esovoy a aprovechar ahora. —Hace unapequeña pausa y empiezan a brillarle losojos como a la mayoría de los queestamos a la mesa—. He tenido muchasuerte de encontrarme con Javi

y os aseguro que nadie se puede casarmás enamorada que yo. Solo por eso metendría que sentir afortunada. Pero yo,

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ya hace mucho tiempo que tuve suerte enel amor y fue encontrándoos a todosvosotros. —Las lágrimas ya han tomadola mesa—. Javi y yo mañana formamosnuestra propia familia y no dejaremos decuidarnos el uno al otro el resto denuestras vidas, pero hoy quiero daroslas gracias por cuidarme todos estosaños.

—Señala con una mano a nuestrospadres—. A vosotros seis, deciros queno me asusta casarme porque os he vistodesde pequeña. A pesar de que sé queno siempre será fácil, tengo la certeza deque los matrimonios felices existen. —Pone una mano sobre Óscar, que se tapala cara con las manos apoyado en la

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mesa—. En la vida todo se aprende,incluso a querer y en eso mi maestro hasido Óscar. Mi primer recuerdo es estaren brazos de mi hermano sabiendo queestaba segura. Aunque ahora estemoslejos, los kilómetros nunca conseguiránque dejes de ser mi héroe. Estoy seguraque algún día una mujer se sentirá igualde segura cuando la abraces y te haráfeliz, porque nadie se lo merece más

que tú. —Se seca las mejillas y cuandonos mira, Sergio, Álex, Mara y yo, ya noocultamos ni nuestra emoción ni nuestrollanto—. Todo el mundo puede encontrarun grupo de amigos en un campo defútbol, lo que no es tan común esconseguir lo que yo

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tengo con vosotros cuatro. Mi vida no sepuede escribir sin que en cada dosfrases esté alguno. He descubierto lavida a vuestro lado y no quiero otro queno sea el mundo en el que estáisvosotros. La Lina que mañana se casa, lahe construido yo, pero los cuatro mehabéis ayudado a que brille más. —Muestra su muñeca tatuada y continúa—: El día que

nos lo hicimos, dijimos que era paratoda la vida y no dudéis que así será.Bueno, lo que quería deciros a todos, esque a pesar de que en los tiempos quecorren no es muy común oírlo, ¡soy muyfeliz!

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Lo que no sé es cómo no acabamostodos en el suelo. La abrazamos, labesamos y nadie

quiere separarse para que otro lleguehasta ella. Lágrimas, risas, abrazos,incluso la alzaron del suelo en variasocasiones. Y así empezó una de lasmejores cenas de mi vida, donde en lamesa, la alegría, el cariño y la felicidadfueron los platos principales.

Como todas las noches mispensamientos viajan lejos, junto aDaniel. Estoy sentada en

la ventana y en mi mano tengo el móvildonde voy pasando las fotos que tengojunto a él.

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Después de cuatro meses, mañana loveré y el nerviosismo no sé si me va adejar conciliar el sueño. Para mí, estetiempo ha sido una guerra de pequeñasbatallas en las que he derrotado miedose inseguridades. En donde me heconvencido de que Daniel quiere deverdad estar conmigo y que no he depermitir que los miedos, nos separendurante más tiempo.

Mara sale del baño de nuestrahabitación y, cuando me ve, se acerca.Se sienta frente a mí, mira el teléfonoque tengo en las manos y me dirige unasonrisa cómplice.

—Así que me abandonas en el lado

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oscuro.

—No te abandonaré en ningún sitionunca. Pero si te refieres a Daniel, sí,voy a intentarlo.

—Me alegro. De todas formas arruinastodos los planes que tenía para nosotras.

—¿Y se puede saber cuáles eran esosplanes?

—Tenía pensado que al no encontrarquién nos aguantara, ahorraríamos todoel dinero

que ganáramos con nuestros trabajos ycompraríamos los apartamentos de tubloque.

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—Mara, son tres pisos.

—Ya lo sé, pero dicen que cada hijo escomo comprarte una casa. Pues treshijos entre

las dos, no era tan descabellado.

Siempre me hace reír con sus historias.

—Entonces, convertiríamos el bloque enuna casa de huéspedes y acogeríamos aestudiantes nórdicos de intercambio.

—¿Nórdicos?

—Ya sabes que a mí no se me dan bienlos morenos. —Hago amago depreguntar pero

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me lo impide con un gesto de la mano.Me ha leído el pensamiento y por lo queveo en sus ojos no le gusta nada lo queestoy pensando.

—Estudiantes nórdicos. Continúa —ledigo.

—Nosotras nos sentaríamos en cómodastumbonas en la terraza mientras ellosestudian

para los exámenes de septiembre,evidentemente sin camiseta.

—Pues la verdad es que ahora meenfrento a un gran dilema. —Hago unmohín con gesto pensativo—. Danielaún no sabe cuál es mi decisión, así que

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todavía estoy a tiempo.

—Si quieres un consejo, yo de ti estanoche lo consultaba con la almohada.

Se oyen unos golpecitos en la puerta ylas dos nos levantamos para ir a abrir.

—¿Puedo dormir con vosotras? —nospregunta la novia.

—¡Noche de chicas! —grito yo.

Mara la agarra del brazo y la mete ennuestro dormitorio a toda prisa.

—No me apetecía dormir sola —nosconfiesa mientras nos sentamos las tresen la cama.

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—A partir de mañana te vas a hartar dedormir acompañada.

—Pues procuraré dormir solo lo justo—suelta, guiñándonos un ojo.

—¡Guarrilla! —exclamo y empiezo apegarle con un cojín.

—Callaos —nos interrumpe Mara y seacerca a la puerta—. He oído golpes.

Los golpes se repiten y las tres corremosa abrir.

—Servicio de habitaciones —nos diceÁlex—. Dejadme pasar.

—¿Pero se puede saber qué haces aquí?

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—pregunta Lina.

—¡Noche de chicas! —gritan al unísonoSergio y Óscar, cargando cada uno deellos con

un colchón.

Los colocan en el suelo y Álex dejasobre ellos unas sábanas que no noshabíamos fijado que llevaba.

—Y ahora, ¿nos pintamos las uñas? —dice Álex.

—Yo no tengo claro qué voy a hacermañana con mi pelo —dice Sergio.

—Un recogido creo que es lo que más te

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favorece —le sugiere Óscar—. Yo alfinal lo

llevaré suelto.

Las tres, que estamos en la cama dematrimonio, reímos a carcajadas y ellosnos miran

muy serios, lo que hace que nosanimemos más. Cuando dejamos de reírles miramos divertidas en estaimprovisada fiesta de pijamas.

—Bien, hermanita, aquí mis amigos yyo, hemos pensado que tendríamos quecontarte

algunas cosas con las que posiblemente

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tengas que enfrentarte mañana por lanoche.

Los escuchamos divertidas y ellos noparecen tener intención de callar.

—¿Qué versión utilizamos? —preguntaÁlex—. La abeja y la flor, la semillita ola de la serpiente de un solo ojo y lacueva.

—A mí la de la serpiente me haparecido siempre muy esclarecedora —interviene Sergio.

—La abeja y la flor, la abeja y la flor —repite Óscar tapándose los oídos.

Nos levantamos las tres y nos tiramos

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sobre ellos, quedando los seis en losdos colchones del suelo.

—¿Alguien cree que somos demasiadomayores para esto? —pregunta Maramientras acomoda su cabeza en elhombro de Óscar.

—No —responde Lina recostada sobreel pecho de Sergio.

—Lina, haz que Javi firme un contratoprematrimonial, en el que permita quetodos nos

metamos en vuestra cama —digo yo, queme abrazo a Álex.

—Lo que llegaríais a aprender si os

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metierais en nuestra cama.

—La abeja y la flor, la abeja y la flor —nos interrumpe Óscar con el fin dezanjar el tema.

Al cabo de un rato, decidimos bajar elcolchón de la cama de matrimonio yjuntarlos todos, para estar un poco máscómodos. La luz está apagada y todossabemos que estamos despiertos a pesardel silencio.

—Os quiero.

—Os quiero.

—Os quiero.

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—Os quiero.

—Os quiero.

—Os quiero.

Y tras estas seis declaraciones de amor,nos abandonamos al sueño esperandoque cuando salga el sol, seamos tanfelices como ahora o incluso más.

CAPÍTULO VEINTISÉIS

DANIEL

—¡Ya estáis aquí! —Nos recibe mimadre, con la ilusión de tener a todossus niños junto a ella.

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Por mi culpa son tan pocas las veces quenos disfruta así, que me alegra verlacontenta.

Entramos en casa cargados con bolsas,que llevamos hasta la cocina yempezamos a dejarlas en la mesa y lasencimeras.

—Creo que nos hemos dejado algo —dice Olga dando un repaso ocular atodos los bultos.

—No me lo puedo creer —comento paramí—. Hermanita, es imposible habersedejado

algo, después de estar toda la tarde detienda en tienda.

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—Ella aún podría ir a diez más y nosintentaría convencer de que todo lo quecompra

son artículos de primera necesidad —aclara Sara.

—Para una vez que mi hermano mayorse deja aconsejar, nada me parecesuficiente.

—Por lo visto, os lo habéis pasado bien—nos dice mi madre, sentándose en unasilla y

mirando todo lo que hemos comprado.

Creo que es la primera vez que voy decompras con mis hermanas. No me gusta

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que mi

aspecto parezca descuidado, perotodavía no entiendo el ir de tiendascomo una diversión.

Aunque he de reconocer que estar conellas paseando y riendo, me ha hechomucha ilusión, por lo que me he juradoque no será la última vez.

—¡Oh, mamá! Tendrías que ver la carade bobas que se les ponen a lasdependientas cuando ven a Daniel.

—Olga, por favor —la recrimino.

—Lo siento, guaperas, pero esta veztengo que darle la razón —interviene

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Sara—. No

entiendo cómo no se cortan un poco eintentan disimular.

Mi madre se ríe y yo cojo una CocaCola de la nevera, no dando importanciaa sus comentarios.

—Las mejores, las de la tienda devaqueros. Se han quedado hipnotizadasmirándole el

culo —continúa Olga.

—No exagera —puntualiza Sara—.Hazme caso. Era escandaloso.

—Dejad de decir tonterías.

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—La próxima vez lo quiero ver enpersona, así que ya sabes, de comprascon tu madre

en tu siguiente visita.

En ese momento mi padre aparece, de nosé dónde, para unirse a nosotros. Miralas bolsas y las señala con el índicepara dirigirse a Olga:

—Todo esto, imagino que lo paga elcomandante, ¿no? —pregunta mi padre,que cargado de orgullo aprovechacualquier ocasión para mencionar minueva graduación.

—En la tarjeta ponía Pagán, pero creoque no era yo —le respondo.

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Olga, que es muy zalamera con papá, seacerca y le abraza.

—Parece más de lo que es. El tamañode las bolsas te puede confundir. —Levanta las

manos como signo de inocencia—.Además, la mayoría de la ropa es deDaniel, que por lo visto, debe quererimpresionar a alguien, porque harenovado el armario.

—¡Me he comprado todo esto porque nome habéis dado opción! —me defiendo.

—A mí no me metas —interviene Sara—. Por mí solo te habrías quedado conlos vaqueros, porque no me extraña que

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te miraran, te quedan de miedo.

Resoplo hastiado y me siento en la sillaque hay junto a mi madre.

—Pues no me extrañaría nada que tuhermano estuviera con alguien. Con loguapo que

es, en mi época no lo hubieran dejadoescapar —me defiende mi progenitora.

Y se abre un debate sobre mi vidasentimental, que añadido a miincertidumbre en el tema, me poneirremediablemente en tensión.

Estos cuatros meses han sido muy durose intensos. Apenas he hecho otra cosa

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que no

haya sido estudiar. Clases, reunionescon mi tutor, horas de estudio… Todo unprograma exhaustivo, que ha tenido mimente ocupada y centrada, únicamenteen mi acceso a comandante.

Quizá no sea muy exacta estadescripción, ya que alguna distracciónhe tenido, concretamente una. Su caraentre mis manos, su voz en mi oídomientras hacíamos el amor, su cuerpoatrapado en mis brazos retorciéndose deplacer… Eso era algo que ningún cursopodía eliminar de mi cabeza.

Pero sobre todo la incertidumbre de loque podía pasar a partir de mañana. A

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primera

hora salgo hacia Asturias y no sé concerteza lo que encontraré allí. Yotambién he reflexionado mucho y susinceridad a la hora de expresar lo quesentía me confirma que es una mujernoble y valiente. Nunca nadie me habíaconfesado estar enamorado de mí. No

sé si alguna otra vez, una mujer hasentido esto, pero la verdad es que nome importa porque solo ahora deseo sercorrespondido.

En cuanto a su necesidad de tener unaconfianza plena, reconozco que yotampoco deseo una relación llena derecelo y sospechas de infidelidad. Yo

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confiaré totalmente en ella, pero es muyimportante que no dude de mí.

Y vuelvo a tomar consciencia de queestoy en la cocina de mis padres yempiezo a oír

de fondo la conversación.

—Los hombres sois demasiadoherméticos para contar las cosas y yaveréis cómo el día

menos pensado nos suelta una bomba. —Olga se mueve de un lado a otrobuscando algo

entre las bolsas.

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—Os aseguro que el día que haya algoos lo diré, mientras tanto…

—No tienes por qué darnosexplicaciones, hijo.

Me tenso porque ni yo sé si tengo o voya tener una relación, cuando es el asuntode debate de la cocina de mis padres.Me centro para mantener la calma y noser

desagradable, cosa que no meperdonaría. Ellos me ven poco y notengo intención discutir.

Sara me mira hace unos minutos. Ella esmucho más callada que Olga y a la vezmucho

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más observadora. Estoy seguro que enparte es consciente de mi malestar.

—Si el chico no quiere contar nada, élsabrá porqué —dice mi padre.

—Tengo novio —afirma contundenteSara.

La miro y ella me sonríe. Ha intuido quenecesitaba que me echaran un capote ylo ha

hecho sin dudar.

—¿Quién es?

—¿Desde cuándo?

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—¡Pero si eres una niña! —acabaexclamando mi padre.

Ella está relajada y creo que también seha quitado un peso de encimaconfesándolo.

—Un director de orquesta que conocí enel conservatorio, desde hace tres mesesy según mi carnet de identidad tengo 28años, por lo que creo que soy mayor deedad. —Se levanta, ante la sorpresa detodos—. Daniel, me apetece heladodespués de cenar, ¿me acompañas acomprarlo?

Me levanto rápidamente y la aprietocontra mi pecho dándole un beso en elpelo.

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—Por supuesto —contesto.

Nos dirigimos a la puerta y aún oímos alo lejos que el interrogatorio continúa,pero nosotros nos vamos.

—¡No te puedes ir así, hija!

—Ese chico tendrá que venir a hablarconmigo.

—¿Estás embarazada porque quiereshelado para la cena? —Olga siempre tandirecta.

Sara pone los ojos en blanco antes deabrir la puerta y me empuja para quesalga.

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—Me debes una buena.

Durante la cena, como era de esperar, miposible relación ha desaparecido delorden del día y Sara, a mi juicio, hasabido salir airosa del tercer grado alque la han sometido.

Estoy en la terraza, pensando en mi viajea Asturias y en la reacción de Nataliacuando nos veamos. Oigo la puertacorredera del salón abrirse y veo que esmi padre el que sale a hacermecompañía.

—Debes estar cansado, después depasarte encerrado estos meses.

—Era lo que quería y ha ido todo lo

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bien que hubiera deseado.

Mi padre se apoya en la barandilla y yoimito el gesto mientras los dos nosquedamos en silencio mirando el cielo,que hoy se muestra un poco nublado.

—¿Te he contado muchas veces cómomontamos la Patrulla Águila?

—Papá, la cifra tiene decenas de millar.

Él sonríe porque sabe que es verdad. Apesar de que todas y cada una de esasveces, le he escuchado con gusto.

—Mis compañeros y yo estábamosdesesperados volando en los aviones dela

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academia. Veníamos de pilotar los EF-1,que en aquella época era lo mejor. Loteníamos difícil para disfrutar de laadrenalina a la que estábamosacostumbrados y lo que ahoramanejábamos se nos quedaba muy corto.Un día, tras unos entrenamientos, no séquién sacó el tema de las patrullasacrobáticas inglesas. Entre nuestrasganas de volar como lo hacíamosanteriormente y la falta de contar conalgo así en España, empezamos asopesar la idea de crear un escuadrónacrobático.

El hecho de que mi padre estuvierapresente en un acontecimiento quepertenecería a la historia de la aviación,

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me llenaba de orgullo, pero lo querealmente me emocionaba, era que todaslas veces que le he oído hablar de ello,la pasión está en cada una de suspalabras. Conociéndole a él y a mis tíos,estoy seguro de que ninguno se apuntó aaquella aventura buscandoreconocimiento o halagos por parte denadie. Yo le entiendo a la perfección, yaque tenemos la inmensa suerte detrabajar sintiendo la misma cantidad deresponsabilidad que de libertad. Es unasensación extraña, en la que se mezclaun camino lleno de esfuerzo y sacrificio,con el agradecimiento de conseguirhacer tuyo, en cada vuelo, un trocito delcielo que surcamos.

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—Pero creo que nunca te he contadocuál fue la clave del éxito de aquelproyecto.

Quizás, para que lo entendieras, teníasque estar en un momento como en el quete encuentras. —Me sorprende laconfesión y con esa duda, le sigo hastasentarnos los dos en las butacas de laterraza—. Nuestras obligaciones en laacademia nos impedían dedicar horas alentrenamiento, por lo que tendríamosque sacrificar parte de nuestro tiempolibre, si queríamos seguir adelante. —Sedetiene y creo que la emoción le obligaa respirar un par de veces antes decontinuar—. Tu madre tenía veintiúnaños cuando se casó conmigo.

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La pobre se enamoró de un chaval que leofrecía una vida llena de sacrificios,esfuerzos y no ser la primera de la listaen demasiadas ocasiones. Pero yo, queestaba loco por ella, nunca me esforcémucho en quitarle la idea de la cabeza.

—Sigue siendo imposible llevarle lacontraria —comento como al descuido.

Los dos reímos cómplices y sé que estees uno de los momentos que no olvidaréen mi

vida.

—Recuerdo el día que llegué a casa conla intención de comentarle lo quequeríamos hacer. Estaba entusiasmado

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con el proyecto de la Patrulla, peronecesitaba contar con ella a la hora detomar la decisión. Al principio, habíapasado semanas sola, ya que yo entrabaen la base el viernes a mediodía y salíaal domingo siguiente. Estábamos lejosde nuestras familias y la ayuda solopodía venir de los otros compañeros,que se encontraban en las mismascircunstancias. Yo le dedicaba muchashoras a la academia y no podía ayudarlatodo lo que se merecía.

—Lo sé, recuerdo muchos de esosmomentos —afirmo con la miradapuesta en un punto lejano del horizonteoscuro.

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—Pues allí estaba yo, en la cocina,sentado en una silla mientras ellaacababa la cena, contándole quehabíamos pensado crear algo nuevo,pero que para ello tendría que entrenarlos viernes por la tarde y los sábados,reduciendo a un día y medio mi tiempo

libre. ¿Sabes qué me preguntó cuándo selo conté? —Niego con la cabezatotalmente absorto en lo que me cuenta—. Que si vendría antes o después decomer. Nunca escuché

un reproche, un ultimátum o amenaza. Lahistoria no sería como te la he contadotantísimas veces, sin las patrulleras. Sinel apoyo de tu madre y tus tías, nunca lo

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habríamos conseguido. En ocasiones hellegado a pensar que es más militar queyo y que los muchos o pocosreconocimientos que he tenido en micarrera, se los tendrían que dar a ella.

—Es una gran mujer, sin duda —reconozco, y no puedo evitar que laimagen de Natalia

se cuele en mi cabeza.

—Puede que lo que te voy a decir, ahorasea injusto, pero espero que la mujerque te tiene alterado sea tan valiente yfuerte como lo es tu madre, porquenuestra profesión no es fácil y ellasmuchas veces son víctimas de ello.

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—Cómo se nota que te vas a jubilar,Pagán —dice mi madre que sale a laterraza y logra que mi padre y yo nospongamos firmes al escucharla hablar—.Cada vez dices más

tonterías.

Los dos reímos y la miramos conadmiración, mientras ella se sienta entrenosotros.

—No hay mujeres especiales paraninguna profesión. Es complicadoacompañar a un panadero, un médico oun pescador. Lo único necesario paraestar contigo, es que elijas a alguien quete quiera mucho. —Se para y mirasonriente a mi padre—. Vosotros habéis

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visto muchísimas veces las exhibicionesde la Patrulla y siempre sonimpresionantes. Pero te diré una cosa, loque era verdaderamente un espectáculo,era verles llegar de los entrenamientos,exultantes de felicidad. Ese era mipremio y te prometo que no lo cambiopor ninguna medalla.

Mi madre me acaricia la cara y me miracon la misma ternura que cuando yotenía cinco

años. No soy capaz de decir nada. Laemoción del momento, y sentirmeafortunado por tenerles, me deja mudo.

—Si te vas a ir pronto, ¿no tendrías queacabar de hacer la maleta? —me dice mi

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padre

invitándome a irme.

—Nos vemos por la mañana —medespido dándoles dos besos y me retiro.

Cuando estoy en mitad del salón lasrisas de mi madre me llegan desde laterraza y estoy seguro que hoy el generalno dejará escapar a su patrullera.

***

Andrés, Carlos y yo, estamos en elmismo hotel, del cual salimos paracoger un taxi que

nos lleve a la boda de Javi y Lina. Una

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vez en la calle veo cómo nos miran, porlo que intuyo que en Pola de Siero nodeben ver muy a menudo a oficiales delEjército del Aire vestidos de uniforme.

Me he hecho la corbata tres veces, mesudan las manos y si no llega a ser porCarlos me dejo la gorra de plato y losguantes. Mientras he estado estudiandono dedicaba todos mis pensamientos aNatalia, pero finalizado el curso yfaltando tan poco tiempo para verla, miestado nervioso está ya en alerta cinco.

—Bodorrio, bodorrio —comenta Carloscuando salimos del taxi, para acontinuación, soltar un silbido.

La boda se celebrará íntegramente en el

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Palacio de Meres, una gran casa típicade Asturias, que impresiona a cualquieraque la ve por primera vez.

Pasamos por unos jardines como nosindican los organizadores de la boda, ynos dirigirnos a la capilla dondeencontramos al novio junto con otros denuestros compañeros, que también hanvenido.

—¡Dios! ¡Esas estrellas de ocho puntastan brillantes me están dejando ciego! —

exclama Javi en cuanto me acerco y secuadra ante mí, en señal de respeto.

—Será mejor que te preocupes por elbrillo de la alianza que te van a colocar

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en un momento. —Abrazo con fuerza ami amigo y me siento muy feliz por él.

Los invitados van entrando mientras él yyo nos quedamos hablando. Aprovechopara

mirar a mi alrededor en busca deNatalia.

—Todavía no ha llegado —dicecolocándose la chaqueta del uniforme.

—¿Perdona? —le pregunto intentandodisimular.

—Llegará con la novia.

Yo ya no intento ocultar lo evidente y le

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sonrío.

—¿Tú la has visto?

—Llevan cinco días en Asturias. Hanalquilado una casa cerca de aquí, dondese han instalado las tres familias.

—¿Las tres familias?

—La de Lina, Natalia y la de Mara.

No quiero preguntar nada más por noparecer desesperado, pero cuanto másse acerca el

momento de verla, mi inquietud crece.

—Hazme un favor —me pide Javi—,

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guárdame el teléfono durante laceremonia. —Me

lo entrega y me dispongo a meterlo enmi bolsillo del pantalón—. Esta mañaname he despertado con un vídeo muyinteresante. Mientras esperamos,podemos verlo si quieres.

Frunzo el ceño sin comprender lo quepretende.

Me vuelve a coger el móvil y buscahasta que me muestra la pantalla.

Natalia está en lo que deduzco es unbaño, con el pelo revuelto y cara derecién levantada.

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—Buenos días —susurra con vozsomnolienta—. Hoy es un día muyespecial, por dos

razones. Una porque he sido la primeraen levantarme, cosa muy rara en Natalia,la marmota, y otra porque se casa Lina.—Al estar grabándose a sí misma laimagen se mueve bastante—. Vamos aver cómo se levanta una novia el día desu boda.

Se pone el dedo índice en la bocapidiendo silencio y sonriendo traviesa.Abre una puerta y enfoca la habitacióndonde está entrando. En el suelo haycolchones y gente

durmiendo apelotonada sobre ellos.

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Se vuelve a enfocar y ríe divertida.Devuelve la imagen a los que todavíaestán dormidos y, de repente, empieza agritar.

—¡Viva la noviaaaaa!

Javi y yo reímos ante la gamberrada. Laescena es muy borrosa pero se ve cómose sobresaltan mientras Natalia ríe. Linatoma consciencia de todo y empieza asaltar sobre el colchón.

—¡Me voy a casaaar!

Natalia se le une y la imagen sube y bajamientras ella salta. Poco a poco se vanincorporando al baile los otros y ahoraveo cómo se van pasando el teléfono

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para salir todos en la grabación. Losreconozco a los seis mientras lesobservo, riendo medio dormidos, y seabrazan a Lina que está radiante,imagino que como buena novia.

—Los testigos tenéis que pasar delante—me dice Javi llamando mi atención—.Y será

mejor que entres ya porque Natalia, lamarmota, está llegando.

Mis pies se clavan en el suelo, pero elnovio me da un golpe en la espalda quehace que me ponga a caminar. Paso porel pasillo central que está adornado convelas y flores, y cuando llego a losprimeros bancos una chica de la

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organización me indica dónde sentarme.

Los asientos de los novios, frente alaltar como es lógico, y dos bancosperpendiculares a cada lado, dondeestamos los testigos. Los del novioestamos a la izquierda y yo ansiosoespero que lleguen los de la novia.

Oigo un pequeño revuelo en la entrada yal poco tiempo empiezo a ver cómoaparecen

todos ellos. El primero es Óscar, quecomo todos los demás, viste deesmoquin; Álex llega con Mara de lamano y, por último, Sergio con Nataliadel brazo.

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Me cuesta tragar saliva y el nudo de lagarganta no me deja respirar confacilidad.

Llevo cuatro eternos meses viendo susfotos y recreándome en su belleza, perola miro

y los latidos me confirman que esasinstantáneas no hacía justicia a la diosaque en estos momentos está a unosmetros de mí.

No puedo apartar mis ojos de ellamientras se van colocando los cinco enel banco que

tengo enfrente. Natalia aún no me hamirado y no quiero perderme su

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reacción cuando volvamos aencontrarnos al fin, ese momento estaráguardado en mi mente para siempre.

El movimiento de su cabeza es lento,casi temeroso. Poco a poco levanta sucabeza y su mirada vuela hasta mí.Cuánto he echado de menos esa sonrisa.Se le ilumina el rostro con cada segundode tiempo suspendido y el azul de susojos cruza el espacio que nos separapara llegar a mí y sacudir los cimientosque me han mantenido cuerdo estoscuatro meses sin ella.

Y teniéndola frente a mí, en este lugarsagrado, siento cómo la paz me invade.

CAPÍTULO VEINTISIETE

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“Canon de Pachelbel” Johann Pachelbel

NATALIA

Estoy frente al espejo de la habitación ylo que veo no es solo el resultado decompras y preparativos. La mujer a laque ahora estoy observando, casi dejóde existir hace un tiempo, pero ahora,con fuerzas renovadas, transmite ganasde comerse la vida sonriendo a cadabocado.

Mi vestido es toda una declaración deintenciones, cargadas de optimismo yalegría. Es de color azul celeste y lafalda tiene mucho vuelo, gracias al tulque lleva debajo y que le da un volumenmuy extremo. El cuerpo está salpicado

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de pájaros exóticos de mil colores y apesar de que por delante se ve undiscreto cuello barco, la espalda quedaal aire en un pronunciado pico que llegahasta la cintura. Y en mi propósito, estáel caminar con decisión sobre estosaltísimos tacones en color fucsia.

Mi imagen deja claras muchas cosas.Primero, la discreción no es unacaracterística de mi indumentaria, por loque no cabe duda, ya no me escondo denadie ni de nada.

También, que el color de mis ojos ya nome trae malos recuerdos, así que hedecidido resaltarlos con la tela en azulcielo. Y el estampado elegido, con toda

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la intención del mundo, anuncia quemuero por todo lo que vuela.

Creo que tomé la decisión en cuantoDaniel salió de mi casa. Mi corazónempezó a añorarle, mientras mi cabezase dedicaba a hacer listas de pros ycontras. Cuando sopesaba la posibilidadde dejarle marchar de mi vida, en larelación de puntos a favor anotaba: “nomás desengaños”, “no tener que sufrir sime abandona”, “no pensar en nadie queno sea

yo”. Pero en contra solo colocaba unarazón, por la que todo lo demás dejabade tener sentido: “estar sin él”. Eso noera posible, no ahora, no para mí.

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Rompí listas, abrí barreras, derrumbémuros y solté todas las ataduras que memantenían inmóvil.

Llaman a la puerta y aparece Óscar.

—¡Madre mía, Taly, estás espectacular!

Doy una vuelta sobre mí mismaexhibiéndome y luego me acerco a él.

—Usted tampoco está nada mal, señorBond.

Nada mal no, es la fantasía de cualquiermujer. Enfundado en un perfectoesmoquin, luce una impecable pielmorena y pelo negro brillante,controlado por la gomina.

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—Me he puesto lo primero que heencontrado —responde mientras secoloca los puños

de la camisa en los que luce unosgemelos de azabache—. Por cierto, ¿esafalda cabrá en el autobús que va arecogernos?

Antes de que pueda contestar, la puertade nuestro baño se abre y aparece Maramirando un pequeño bolso.

—Taly, ¿te cabe mi pintalabios en tubolso? En el mío no cabe nada…

Levanta la cabeza y se encuentra con unÓscar, que desde que ella ha aparecido,ha dejado de respirar.

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El bolso cae al suelo pero parece serque la única que se ha dado cuenta soyyo. Creo que por un momento, a pesar dellevar el vestido más llamativo de mivida, soy transparente.

Óscar traga saliva y su mandíbula setensa, por lo que deduzco que aprietacon fuerza

los dientes.

El vestido de mi amiga es muy ceñido alcuerpo, en rosa cuarzo, hasta debajo delas rodillas y atado al cuello. Hapeinado su pelo rubio platino con untupé alto y en los pies luce unos minibotines peep-toe, color plata brillante,de Jimmy Choo, que según ella la

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tendrán hipotecada el resto de sus días.

Se mantienen la mirada y soyespectadora de mensajes de pasión, dedeseo, pero sobre

todo, de tristeza.

En un movimiento rápido, Óscar se giray se dirige a la puerta.

—Nos vemos abajo —se despide ydesaparece sin más.

Mara sigue inmóvil, mirando el lugarpor el que se ha marchado nuestro amigoy yo me

acerco para recoger su bolso del suelo.

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Una vez me incorporo, la miro y meencuentro con unos ojos húmedos que notardan en desviar la mirada.

—Algún día tendremos que hablar, Mara—digo mientras ella se dirige al otrolado de

la habitación, buscando no se sabe muybien qué.

—Me prometiste que nunca meobligarías a hablar de ello.

—He estado callada durante más de diezaños, pero no creo que el silencio vayaa ayudar a nadie. —En mis palabras sepuede adivinar mi preocupación—. Osquiero a los

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dos y no puedo veros así.

Ella se da la vuelta decidida y meencara, tras haber recuperado lafortaleza.

—Por eso mismo, no creo que tenga quehablar contigo de esto. No quiero queafecte a

nadie. —Mira por la ventana y se sujetalas manos—. De todas formas no creasque hay

mucho que hablar. Ya no hay nada ysobre todo nunca lo habrá.

La rodeo con los brazos, ella medevuelve el abrazo y nos quedamos así

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un rato.

—Vamos a disfrutar de la boda —susurra y me suelta intentandorecomponerse de la emoción—. Almenos Lina sí que sabe de finalesfelices.

—Imagino que lo sabes pero… el escotedel vestido que llevas, fundirá lasretinas de más de uno.

Ella sonríe y se mira el pecho.

—El día que yo nací, se ve que andabanfaltos de sentido común, pero estabangenerosos con las tetas —bromea altiempo que se coloca el vestido y meguiña un ojo.

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El autobús nos ha dejado en el Palaciode Meres y parece ser que somos losúltimos en

llegar, ya que veo cómo una grancantidad de invitados empiezan a entraren la capilla.

Gracias al largo de mi falda y las variascapas de tul que lleva, no se ve cómo metiemblan las rodillas. En cuanto heempezado a ver uniformes, he tenido quesujetarme al

brazo de mi hermano, para no caer.

Cuando llegamos a la capilla, en elexterior solo quedan Javi y su madre,listos para entrar.

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El novio deja caer la mandíbula y abremuchísimo los ojos.

—Cuando entréis, harán la ola bancopor banco —nos dice mientras se acercaa saludarnos—. Estáis preciosas.

—Espera a ver a la que viene de blanco—le contesto—. Procura tener algocerca en lo

que apoyarte si no quieres acabar en elsuelo.

Él ríe y entramos en la iglesia. Óscar vael primero para situarse en el banco, lesigue Mara con Javi y después yo, sujetaal brazo de mi hermano.

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—Vosotros os colocareis a la derecha.

No mirar a la izquierda, no mirar a laizquierda, repite mi cabeza, ya que séquién estará allí y quiero estar yasituada en el banco cuando le mire.

Estoy intentado no levantar la vista demis manos que tiemblan nerviosas.Menos mal

que Sergio me ha dejado sentada en elbanco, junto a Óscar, porque no sé simis piernas, subidas en estos tacones devértigo, me hubieran aguantado al verlo.Sé que está ahí y puedo percibir sumirada clavada en mí, a la espera de quelo mire.

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Cuando nuestros ojos se encuentran nosoy capaz de pensar en nada, solo endeleitarme

mirándolo como he deseado hacer todoeste tiempo que hemos estado lejos eluno del otro.

Nunca le había visto vestido deuniforme y creo que me desmayaré de unmomento a

otro. No sé si tiene que ver con eltiempo sin verlo o con su aspecto en estemomento, pero lo encuentro más alto,más guapo, más… “más”. Esa ropa solohace que me acuerde de él

sin ella y, al pensarlo, el rubor cubre

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mis mejillas y una ola de calor mesacude el cuerpo.

No creo que sea correcto pensar en unhombre desnudo en una iglesia pero¿cómo evitarlo cuando me mira como lohace él?

—Madre mía, esto es el Eurodisney deluniforme. —Oigo que dice Mara.

—Tengo la sensación de que van aempezar a hacer un striptease, de unmomento a otro

—le replica Sergio—. ¿Soy el único quese los imagina arrancándose lospantalones?

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—Tú sujeta bien a tu hermana antes deque se desmaye. Y los demás procuradno pisar

el charco de baba que está dejando en elsuelo —avisa Álex.

Todos nos reímos, hasta que empieza asonar el Canon de Pachelbel que anunciala entrada de los novios.

Tenemos un cuarteto de cuerda a nuestraespalda y las notas aumentan la emociónque

sentimos en un momento tan especialpara nosotros. Javi ya se ha colocadofrente al altar, junto a su madre, y Linaha empezado a caminar entre las velas y

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las flores que adornan el pasillo central.

Veo a Óscar sujetarse con fuerza elpuente de la nariz, para luego girarse aver llegar a su hermana con los ojosllenos de lágrimas. Me acerco y le cojola mano. Él la agarra con fuerza y yoespero ver a mi amiga de un momento aotro, lo que me obliga a suspirar con

fuerza. Noto las manos de mi hermanoen mis hombros y cuando le miro, veocómo se contiene al aparecer Lina. Álextiene agarrada a su hermana por lacintura y Mara ya no retiene laslágrimas. Y de esta manera vemos cómonuestra pequeña se dirige a un lugardonde solo se llega por amor.

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Es la imagen de la más pura felicidad.Javi y ella se miran con adoración mutuamientras entrelazan sus dedos, y tengo lasensación de que para ellos no existenada más que no sea el otro. Somostestigos indiscretos de un momento depromesa, compromiso y

esperanza en un futuro unidos.

La ceremonia comienza y nos sentamos.

—Ya me contaréis cómo ha ido todo —susurra Óscar—. La falda de Taly no medeja

ver nada.

Le doy un discreto codazo y él ríe.

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Todos miramos al frente, yo más quenadie, pero seguimos pendientes de losdemás.

—¿Sabéis quién lleva las arras?—pregunta Álex—. Mi hermana podríallevar la

bandeja en el escote.

Todos tenemos cara de póker como sinada pasara.

—¡Qué graciosos los camareros! —semofa Mara refiriéndose a losesmóquines—.

Cuando acabéis con las frasesingeniosas, traedme un Martini.

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—… Y echaron a los testigos de lanovia por no saber comportarse —dicemi hermano

entre dientes. Está guapísimo. Es elúnico que no se ha decantado por unesmoquin clásico. Su camisa es negracomo la pajarita, pero la chaqueta esgris oscuro con un estampado japonés.Se ha recogido el pelo en una coleta quele despeja la cara y es un espectáculomirarlo.

—Habló el último samurái —comentaÓscar, pero se calla cuando su madre,desde el primer banco nos mira con carade querer levantarse y empezar a pegarcollejas.

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Desmiento tajantemente el dicho de quelas mujeres son capaces de hacer variascosas a la vez. No puedo mirar a Daniel,contemplar cómo se casa mi amiga yrespirar todo al mismo tiempo. Cierrolos ojos y de manera instintiva empiezoa rezar.

— Sé que no te hago mucho caso, peroesto es una urgencia. Necesito que nome haya

olvidado y que quiera estar conmigo.Por favor, por favor…

—Taly, ¿estás rezando? —me preguntami hermano.

Disimulo y empiezo a alisar la tela de la

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falda.

—Estaba repasando una lista.

—Al salir de aquí, ¿piensas ir al súper?

Hablamos muy bajito al oído del otro.

—Haz el favor de no ponerme másnerviosa.

—Puedes estar tranquila. Un hombre quete mira como lo hace él, no creo que tedeje

escapar.

—Dios te oiga —le digo suspirando—.Y lo digo textualmente.

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Me sonríe para tranquilizarme y vuelvoa mirar a Daniel, esperando que algúngesto me

saque de la duda.

La ceremonia es preciosa y los noviosson un espectáculo de ilusión, felicidady amor.

Cuando todo acaba, el sacerdote seacerca y nos pide que pasemos a firmarel acta matrimonial todos los testigos.Veo cómo el momento se acerca y misistema nervioso está cerca decortocircuitarse.

Óscar me arrastra con él y somos losprimeros en firmar. De reojo veo a

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Daniel en la

cola unos puestos más atrás. Una vez hefirmado, me hago la remolona para versi alcanzo a saludarle pero justo cuandosuelta el bolígrafo, oigo la voz de Mara.

—Taly, te esperan para una foto con lostestigos.

Me acerco donde me espera mi amiga yme sitúan a un lado de los novios, paraluego

observar cómo Daniel queda en el ladoopuesto. Cuando el fotógrafo que hacontratado Lina, para no dejar todas lasfotos en manos de Mara, ha acabado,miro si le localizo.

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Levanto la vista y mi madre me cogepara que la acompañe fuera y noentiendo qué me

está diciendo, pero no me queda otraque seguirla.

Estoy con Sergio y Alberto fuera de lacapilla observando cómo Mara va de unlado a

otro con la cámara. A pesar de quefotografiar a Lina el día de su boda erasu ilusión, los novios acordaron quehabría otro fotógrafo para que ellapudiera disfrutar de la fiesta. Aun así, nopierde la oportunidad de captarcualquier imagen que le parezcainteresante.

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Alberto coloca la pajarita de mihermano mientras este le miraencantado.

—Creo que le gustas —digodespreocupada.

—¿Tú crees? —duda mi cuñadomientras Sergio le continúa mirando—.No es para nada mi tipo. Demasiadoguapo para mí.

—No se puede tener todo, Alberto, tetendrás que conformar con el guapo.

—¡Qué se le va a hacer! La vida es así.

Los tres reímos y yo me acerco a los dosa besarles. Les adoro y no puedo pedir

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mejor

pareja para mi hermano que él.

—¿Sabes, Natalia? Yo también creo quele gustas.

—¿A quién?

—Al que se acerca a saludarnos.

La cara me va a estallar de lo que me hesonrojado.

—Respira —me sugiere Alberto muybajito.

Y por primera vez en cuatro meses oigosu voz.

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—Hola —saluda y veo cómo les tiendela mano a los dos.

Ellos sonríen encantados mientrasDaniel se coloca de forma estratégicahasta estar frente a mí.

—Hola, Natalia.

—Hola, Daniel.

Y me da dos besos mientras su manorecae en mi cintura y la siento atravesarla tela de mi vestido.

—Tu madre nos llama —dice Alberto.

Mi hermano mira a los dos ladosintrigado.

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—¿Dónde está?

—Yo la veo —dice mi cuñado—. Si nosdisculpáis. —Agarra a mi hermano delbrazo

obligándole a dejarnos solos.

Creo que debo tener cara de tonta, perome encanta tenerle cerca.

—¿Cómo ha ido el curso?

—Muy bien, gracias.

—Eso quiere decir que ya eres…

—Comandante. Sí.

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—Felicidades.

—Gracias.

Y nos quedamos en silencio, solodisfrutando de estar tan cerca otra vez.

—Ha sido todo precioso, ¿verdad? —digo para romper el hielo.

—Incluida tú.

Me quedo muda mirándole y creo quevoy a llorar de la alegría. ¿Esto quieredecir que

aún quiere estar conmigo? Porque nocreo que la frase sea: “Estás preciosapero he pensado que no sería buena idea

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seguir con lo que pasó”. Me sujeto lasmanos y las retuerzo nerviosa, aunque loque me apetece es coger las suyas.

—Hola, Daniel —saluda Mara.

—Hola —contesta dándole dos besos—. También estás muy guapa.

—Gracias.

Cómo me ha gustado ese “también”.

—¿Cómo os ha ido por Asturias? Mehan dicho que lleváis unos días aquí.

Mara me mira y, al ver que noreacciono, contesta ella:

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—Taly, deja que lo cuente yo, aunque séque te mueres por hablar. —Hace unapausa y

se dirige a Daniel—. Hemos dejado enpeligro de extinción todas las especiescomestibles a doscientos kilómetros a laredonda y estoy segura que algunacostura de nuestros trajes explotaráantes de que acabe la boda, yo de tiestaría atento. Por lo demás,maravilloso. —

Daniel ríe ante la descripción del viajede mi amiga—. Tú también estás muyguapo —

añade Mara y yo asiento con efusividad.No se puede ser más ridícula—. Estos

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uniformes son mucho más masculinosque esos trajes de primera comunión delos americanos. La

guerra psicológica la tenéis ganada.

—Me quedo mucho más tranquilo.

Tras las conclusiones de Mara sobre launiformidad del ejército español, unarepresentación de él se acerca asaludarnos. Carlos me abraza muyefusivo, alabando mi aspecto, y deAndrés recibo tantos halagos, que acabosonrojándome ante la atenta mirada deDaniel, que disfruta viéndome en mifaceta más tímida.

Al cabo de unos minutos nos

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despedimos hasta más tarde para ir connuestros amigos.

Durante todo el aperitivo, el reciénestrenado matrimonio se acercasonriente a donde nos encontramos. Enun momento dado nos quedamos las tresjuntas hablando un poco apartadas detodos.

—Aún no me puedo creer que te hayascasado, Lina —le digo cogiéndole lamano.

—Os prometo que no puedo ser másfeliz —nos confiesa la novia con unarisa nerviosa.

—Pues que sepas que tenía un plan para

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nosotras de lo más prometedor.

—¿Ah, sí? —pregunta Lina extrañada.

—Las palabras claves eran “Estudiantesnórdicos de intercambio sin camiseta”.

—Parece realmente interesante, perocreo que me lo comentas un poco tarde.

—No me sois de ninguna ayuda. Alfinal, me voy a hartar de rubios fornidosyo sola.

La tarde es espléndida y a medida quese acerca la noche los colores vancambiando.

Estamos en el césped, bajo un

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majestuoso ficus y rodeados dehortensias y rosales que llenan de colorel espacio. Es un lugar maravilloso paraun encuentro romántico, una cita deenamorados paseando, un rincón dondeperderse entre las sombras de losárboles.

Daniel y yo no hemos dejado demirarnos en la distancia, de controlardónde estábamos y sonreírnos concomplicidad. Conversamos con unos yotros, pero nunca nos perdemos de

vista. Me muero de ganas de estar conél, de que me abrace y besarle otra vez.Pero hay algo mágico en este juego demiradas.

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Un camarero nos comunica que es elmomento de pasar al patio interior delpalacio, donde tendrá lugar el banquete.Dejo de ver a Daniel, el cual hadesaparecido entre todos los invitadosque se disponen a ocupar sus mesas.

Camino junto a Sandra, la mujer deÁlex, que empuja el cochecito en el queva Valentina. Sergio, al que vemos porencima de los demás invitados, nos haceseñas para que nos acerquemos a lamesa que se nos ha asignado. Miro haciaatrás y sigo sin ver a Daniel, suspiro ydecido que continuaré con la búsquedacuando haya acabado la cena.

Las parejas empiezan a sentarse juntas y

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Óscar, Mara y yo nos quedamos de piedecidiendo como sentarnos.

—¡Hola! —saluda Lina a nuestraespalda.

Cuando me giro, una novia sonrienteestá escoltada por Daniel, que me miradirectamente.

—Como sois impares y todos conocéis aDaniel, he pensado que se podría sentarcon

vosotros.

Agarro el respaldo de la silla que tengojunto a mí, para no lanzarme al cuello deLina y empezar a darle las gracias a

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gritos.

Óscar consulta su reloj y mira a suhermana.

—Llevas solo dos horas casada y yaintentas emparejar a los demás. Debesestar batiendo algún tipo de récord.

Todos, incluido Daniel, contienen la risamenos yo, que siento cómo me arden lasmejillas.

—No le hagas caso, Daniel, los padresde Lina decidieron educar solo a uno desus vástagos. Creo que está claro quiénfue la afortunada —puntualiza Mara—.Y ahora, sentémonos. Daniel, ¿te va biensentarte entre Natalia y yo? Me gustaría

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tener un caballero a mi lado, paradespués comparar con… —diceseñalando a Óscar.

Nos sentamos entre risas mientras ellossiguen atacándose.

—¡Oh, Sandra, qué alegría sentarme a tulado! —exclama Óscar—. Estoyencantado de

sentarme junto a una mujer que haamamantado a su bebé y no solo hautilizado sus pechos para enseñarlos,para después comparar con… —Y conla mano señala a Mara.

Río como los demás, pero en el fondome apena que solo les una la tensión del

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enfrentamiento verbal.

Una vez sentados me coloco la faldapara que no se arrugue, cuando notocómo una mano sujeta la mía bajo lamesa. Me quedo mirando el plato ysonrío mientras la caricia en la palma demi mano se hace más intensa.

—¡Qué sabrás tú de mis pechos! —reprocha Mara.

—Ibiza, agosto de 2007 —intervieneÁlex.

—¡Oye! Tú eres mi hermano, tendríasque estar a mi favor y no intervenir enuna conversación que trata sobre estaparte de mi cuerpo. Además, me extraña

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que recordéis algo que no sea lahabitación por la que pasaron cientos dealumnas de colegios femeninos.

El pulgar de Daniel sigue su recorridopor mi mano y yo también acaricio lasuya con la yema de los dedos.

—Óscar y Álex te podrían enumerartodos los viajes de estudios quepusieron un pie en

la isla ese verano —le comenta Sergio aAlberto.

—¡Por partes! —exclama Óscarponiendo orden y dirigiéndose en primerlugar a Álex

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—. ¿De verdad fueron cientos?

—Yo me he casado y ahora tengo quenegarlo todo —contesta Álex mientrasrecibe un

golpe en el hombro por parte de Sandra.

—Y tú —dice señalando a mi hermano—, eres gay no un monje budista.

La mano de Daniel pasea por mi muñecay me esfuerzo por no suspirar.

—Si puedo elegir —replica mi hermano—, me gustaría más monje shaolín.

—¿Los monjes shaolín no practicansexo? —pregunta Alberto.

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Noto cómo Daniel y yo respiramosacompasados mientras nuestras manosse

encuentran bajo la mesa.

—¿Cómo va todo por aquí? —preguntala madre de Lina y Óscar a mi espalda,lo que

hace que suelte a Daniel al instante.

—Mamá, ¿tú sabes si los monjesshaolín tienen sexo?

Ella niega con la cabeza mientras mira asu hijo.

—Menos mal que hemos casado a una

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hija, porque contigo vamos a necesitarun milagro.

—Cuánta sabiduría en esas palabras —reflexiona Mara en voz alta.

—Espera un momento —dice Óscarllevándose una mano a la cara pensativo—.

¿Dónde he escuchado esta fraseanteriormente? —Se queda callado y derepente da una palmada—. Ya lo tengo.En la boda de tu hermano, rubia.

Es cierto que siento que no haya algomás, pero peleándose no tienencompetencia.

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—Hola, soy la madre de Lina, creo queno nos conocemos —se presenta lamujer, desviando la atención haciaDaniel.

Él se levanta rápidamente y la saludacon excesiva formalidad.

—No te levantes, por favor —le ruegaella.

—Faltaría más.

La madre de Lina pone la mano sobre elbrazo de Daniel.

—Qué chico más educado. —Se gira ymira al resto—. Con el dinero quehemos gastado en vosotros… Qué pena.

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Está claro de dónde ha salido la venaácida de Óscar. Lina tiene el carácterdulce de su padre.

Se despide de todos y empezamos acenar. Cuando nos sirven el segundoplato estamos

todos en silencio.

—¿Lo habéis notado, verdad? —pregunta Álex.

—No he dicho nada por discreción —puntualiza Óscar.

—Creía que había sido el único endarme cuenta —suelta mi hermano sinlevantar la vista del plato.

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El resto menos Mara, que les haentendido perfectamente, se miranextrañados.

—¿Se puede saber de qué estáishablando? —dice Sandra mirando a sumarido.

—De Natalia, alias lengua afilada —contesta Óscar—. No nos ha ayudado a

descuartizar a nadie en toda la cena.

Empiezo a toser y cojo la copa de vinorápidamente.

—Yo creo que teme que contemos algoinapropiado —dice Álex—. Nuncanarraríamos

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la fiesta de la espuma en Pacha.

—¡No, por Dios! —exclama Óscar—.Ni su paseo sin camiseta por todoPollença. No

querríamos que nadie se enterara.

Me quiero morir y Daniel intenta no reír.Esto es bochornoso. Les voy a matar.

—Me acabáis de tirar dos litros deCoca Cola por encima. Estaba súperpringosa.

—La Coca Cola iba acompañada de rony tú bebías mientras te la tiraban —apunta Mara.

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Se acabó, quieren que hable pues ahí va:

—Si estas tenemos, de acuerdo. —Dejolos cubiertos y la servilleta sobre lamesa—.

¡Tú!, si no quieres que hablen de tupecho no lleves ese escote. —Mara seha quedado con el tenedor a mediocamino de su boca—. ¡Moreno!¿Cientos? No te lo crees ni tú. Unadocena y no todas contentas. —Óscar vaa hablar pero levanto la manoimpidiéndoselo—.

¿Monje? En Ámsterdam hay bares quetienen una placa con tu nombre. —Sergio me mira

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como si no me hubiera visto nunca—.¡Álex! Perdona que te diga, pero si nohablas delante de tu mujer, es porqueella ha tenido un pasado mucho másinteresante que el tuyo.

—Me giro, para sorpresa de Daniel, y leseñalo—: Y tú te libras porque es elprimer día, porque todos tenemoscadáveres en el armario y no sé por qué,me da que yo conozco a

algunos de ellos. —Vuelvo a colocarmela servilleta y cojo los cubiertos—. ¿Noos parece que este solomillo estábuenísimo?

La mesa se queda en silencio y todos losojos caen sobre mí. ¿No querían a

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Natalia, alias lengua afilada? ¡Ea! Puesaquí está.

—Vosotros sois los que habéisdespertado a la bestia —dice Albertoque junto conmigo

es el único que sigue comiendo.

—¿Y Alberto? —pregunta Mara.

—Con los médicos no me meto, quealgún día estaré en sus manos.

Todas las mesas se giran tras laexplosión de carcajadas que proviene dela nuestra.

A partir de ese momento las risas no

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cesan en ningún momento. Es cierto queel vino

ayuda, pero la confianza que dan losaños vividos y el cariño que nostenemos, son los que nos dan la alegríaque transmitimos cuando estamos juntos.

CAPÍTULO VEINTIOCHO

“Volar” Macaco

“Everlasting love” Gloria Estefan

“Sugar” Maroon 5

“Adventure of a livetime” Coldplay

“Like I’m gonna lose you” Meghan

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Trainor

“Because of you” Kelly Clarkson

DANIEL

Estar sentado con Natalia entre lossuyos, ha sido una nueva manera deconocerla. En

algún momento llego a perderme entresus comentarios. La velocidad a la quese cruzan

recuerdos, situaciones, acusaciones yreproches, es muestra del tiempocompartido. Los miro uno a uno y mefijo en sus reacciones. Sus risas sonfrescas y sinceras, como las que solo se

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dan entre los que también han lloradojuntos.

Recordando una noche de verbena,Natalia empieza a reír tanto que llora yacaba apoyando su cara en mi brazo. Esun gesto cómplice y cargado de ternura.Ella lo ha hecho de manera espontánea,incluso tras hacerlo, sigue hablando sindarle más importancia al gesto y eso megusta aún más.

En algún que otro momento nuestrasmanos se han buscado bajo el mantel ycon pequeñas caricias nos hemos dichograndes cosas.

Creo que tanto Sergio como Mara sonconscientes de todo, al estar sentados

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junto a nosotros, pero ninguno ha dichonada de nuestros gestos de cariño.

—Y cuando salgo del agua —le cuentaÁlex a Alberto—, llego a la tumbona enla que

habíamos dejado la ropa y no la veo. —Óscar y Sergio se tienen que recostar ensus sillas debido al ataque de risa quetienen—. Lo primero que pienso, es quedebía estar en otra.

Así que en pelotas y de noche, empiezoa buscar por toda la playa.

Los demás también reímos con lahistoria sin perdernos ningún detalle.

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Lina y Javi aparecen en la mesa al ladode Óscar.

—Hazme un sitio —le pide y suhermano la sienta sobre sus piernasmientras su ya marido se queda detráscogido al respaldo de la silla.

—A los diez minutos tenía claro queestos dos cabrones se habían llevado miropa, dejándome allí sin nada.

—Eso no es verdad. Te dejamos laszapatillas —dice Sergio fingiendoseriedad.

—Zapatillas que utilicé para taparmemientras iba hacia la casa. —Álex seinclina hacia delante, con la intención de

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llamar más nuestra atención—. Megustaría dejar claro que tuve que utilizarlas dos zapatillas, para taparmecompletamente mis partes íntimas.

—Tienes los pies muy pequeños —remata Óscar.

Entre risas se acaba la cena y despuésde algún que otro brindis, nos indicanque hemos

de cambiar de estancia. Llegamos a unsalón muy grande, que aun manteniendoel estilo rústico, está acondicionado conequipos de imagen y sonido, preparadospara el baile.

Me reúno con mis compañeros mientras

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veo a Natalia y Sergio, frente a unordenador

portátil que acaban de colocar. Ellosdos han sido los encargados de elaborarel montaje de fotos que me pidió lacuñada de Javi, la cual ahora se acerca amí.

—Gracias por encargarte de recopilarlas fotos de sus compañeros. He habladocon Natalia un par de veces y ha sido unencanto. Al final decidimos que fuera unmontaje con fotos de los dos. Creo queserá un recuerdo muy bonito.

En cuanto la menciona, sonrío ydiscretamente la miro en la distancia.

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—Lo único es que no ha dejado quenadie lo viera.

—Confía en ella. Es muy buena en sutrabajo —la defiendo, mientras piensoque no he

visto ninguno de sus trabajos, aparte dela invitación a la boda, de la que he oídoalabanzas en varias ocasiones.

Los novios no están muy lejos, mirancuriosos a sus amigos y cómo unapantalla empieza a desplegarse en lapared del fondo del local. Las luces seapagan y una voz masculina pidesilencio, así como que los novios seacerquen.

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Al medio minuto, acompañados de“Volar” de Macaco, nadie es capaz deretirar la vista de las imágenes que seproyectan. Las fotografías de los noviosse van transformando en dibujos que seentremezclan. Tras ver a Javi cuando eraaún bebé y a Lina a la misma edad, lasdos imágenes se transforman en dibujosque empiezan a moverse y vemos cómo

los novios siendo unos recién nacidosjuegan juntos. Lina llora abrazada a Javimientras ve cómo la imagen de ellos dossiendo niños, se convierte en unaanimación en la que su marido la empujamientras ella se columpia a la sombra deun árbol. Las etapas se suceden y lamagia crece. En algunas de las fotos,

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que aparecen junto con sus amigos,aparecemos tanto Natalia como yo. Juntocon mis compañeros, reímos cuando unafoto de Javi, vestido con su mono devuelo, se transforma en un dibujoanimado que vuela en un helicóptero yllega a una nube donde le espera Linasentada. Solo por un instante aparto lavista de la proyección para ver cómovive este momento Natalia.

Cogida a la cintura de su hermano, estánde espaldas a la pantalla para ver lareacción de los novios. No veo suslágrimas emocionadas en la distancia,pero sí su mano cuando limpia susmejillas y no oigo su voz, pero su bocarecita con emoción la letra de la

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canción.

“Volar, volar

Subir, bajar contigo

Sin alas, volar”.

Y en ese momento nos encontramos enmedio de la canción y sé que laspalabras que va

pronunciando, me las dedica a mí.

En cuanto acaba la proyección losnovios se dirigen a los hermanos,abrazándoles emocionados por sutrabajo.

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La gente va acercándose para darles laenhorabuena y no puedo evitar hacer lomismo.

Natalia, que está de espaldas recibiendofelicitaciones, se da la vuelta y ve cómome acerco. En su rostro hay una mezclade emoción, felicidad y tranquilidad.

—¿Qué te ha parecido?

—Ha sido alucinante —respondo, y lecojo la mano, en lugar de levantarla delsuelo y

no dejar de besarla durante horas.

No es el sitio para según quédemostraciones de afecto, pero cada vez

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me cuesta más controlarme.

—Taly, una vez recogidos los laureles,prepárate para la caída —le anunciaÓscar pasando por su espalda.

Natalia cierra los ojos y se muerde ellabio inferior. Después a la mano quetengo cogida se une la otra, mientraspoco a poco levanta la cara y me mira.

—Por favor… —Veo preocupación yduda—, no cambies de opinión.

No entiendo nada.

—Veas lo que veas, te ruego que no meolvides, ni me odies.

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La chica fuerte y decidida ahora vuelvea ser una niña preciosa y delicada, queme mira con dulzura. Yo me inclino,poniéndome a su altura, y le hablo aloído:

—Si vuelves a rogarme así, te besarédelante de todo el mundo.

—¡Esa es la actitud! —exclama—. Fijaese pensamiento en tu mente —meindica mientras empieza a separarsepara ir hacia sus amigos—. Pase lo quepase no dejes de pensar en eso.

Ninguno de los dos quiere perder al otroy ya no nos esforzamos por ocultarlo.Bueno,

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más bien ella, porque yo ya hace tiempoque no escondo mis sentimientos.Imagino que

mi carácter directo y cabezota, no medeja actuar de otra manera. Cuandoquiero algo, lucho por ello y no meimporta lo que opinen los demás.

Álex ha traído una bolsa de deportenegra y veo cómo los cinco miran en suinterior.

Todos se sientan, se quitan los zapatos yse ponen… ¿unas deportivas? Lina, quetambién los mira, hace señas para queme acerque.

—¿Sabes qué traman?

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—No tengo ni idea —le contestopreguntándome lo mismo.

Sergio vuelve a conectar el proyector eindica a Alberto lo que al parecer, letoca hacer.

Los demás están colocados bajo lapantalla ocupando la zona que pareceser utilizarán como escenario, para algoque nadie se atreve a adivinar.

Cuando los cinco están preparados,Óscar coge un micro y empieza a hablar.

—Cuando empezamos a pensar en loque podíamos hacer para sorprender alos novios

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en un día como este, al principio nosdecantamos por un detalle bonito, tiernoy que atesoraran como algo precioso ensu corazón. Pero una vez supimos quehabría un montaje como el que hemosvisto, nos pasamos al otro extremo ydecidimos que para que nos recordaran,debíamos perder nuestra buenareputación, también en el Principado de

Asturias. Para hacer honor a la verdad,hemos de reconocer que no es laprimera provincia española dondeocurre esto.

Los invitados ríen y veo también lohacen los cuatro amigos que están trasÓscar.

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—Madre mía, qué miedo me dan. —Oigo a Lina que los mira con curiosidady fingida

preocupación.

—Pero ya que nosotros íbamos atirarnos de cabeza, se nos ocurrió que lanovia también debía participar.

Los ojos de Lina se abren de par en par,mientras Javi la mira alegre.

—Lina, ¿te apuntas a otra locura los seisjuntos?

Lina pasa de la incredulidad a laemoción y parece que va a llorar. Sueltala mano de

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Javi y se dirige hacia sus amigos,observada atentamente por todos losinvitados.

Su hermano le pasa un brazo por loshombros y cuando la tiene bien cogidaempieza a

hablar:

—Agosto de mil novecientos noventa ycinco. —Lina abre la boca y se lleva lasmanos

a la cabeza—. Nosotros teníamos más omenos trece años y nuestras hermanascuatro menos, aproximadamente. —Seoyen risas entre la gente mientras élhabla—. Después de

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muchos comentarios por parte de loschicos sobre su afición a bailar, ellasnos lanzaron un reto. —Natalia seacerca a Lina, quien niega con la cabezasin poder creerse todavía lo que va aocurrir, y le da unas deportivas que ellaempieza a calzarse—. Si jugábamos unpartido de fútbol y ellas conseguíanmarcarnos un solo gol, nosotros noscomprometíamos a aprender una de suscoreografías. —Las risas van enaumento, mientras Óscar sigue dandoexplicaciones—. Tras un gol, quecontinuamos pensando que fue ilegal…—Las tres chicas le miran con gestodesafiante—, no nos quedó más remedioque cumplir con

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nuestra palabra.

Óscar le hace un gesto a un sonrienteAlberto, que está en el ordenador y derepente la pantalla nos empieza adesvelar el misterio.

La imagen es la de seis niños a los querápidamente identifico.

—Nuestra intención hoy, es comprobarsi hemos mejorado nuestras dotes parael baile.

Deja el micro, vemos cómo los seistoman posiciones y se colocan todosgafas de sol.

La música empieza a sonar y tanto los

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niños en la pantalla como los adultos enla pista empiezan a bailar.

“Everlasting love”, de Gloria Estefan,suena y seis amigos sonrientes estánpreparados para su actuación. Laschicas, al igual que en el vídeo, estándelante y cada uno de sus hermanosdetrás de ellas.

Es imposible no intentar encontrar entrelas dos imágenes similitudes ydiferencias. Para empezar, parece serque los niños se lo tomaban más enserio, porque los que actúan en directono dejan de reír divertidos. Pasito a unlado, vuelta y otro pasito.

Una pequeña morena de ojos claros,

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baila muy concentrada con un delgadorubio detrás

de ella. Es una preciosidad conpantalones cortos rojos y camiseta arayas blancas y azules. Cuando mueve lacabeza, una coleta alta va de un lado aotro.

La gente aplaude y ellos ríen mirándoselos unos a los otros. Ellas se giran y lesdan una mano a los chicos para empezara dar vueltas. Óscar pelea con el vestidode novia de Lina, mientras ella no parade soltar carcajadas. Se cruzan entreellos, se cambian las posiciones y giransiguiendo el modelo grabado en VHSque se ve en la pantalla. Sus pies,

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caderas, brazos y sonrisas van de unlado a otro a toda velocidad. Al finalestán los seis situados en línea, laschicas se inclinan hacia delante y loschicos hacia atrás, para luego hacerlo ala inversa. El resto de los invitados seapunta a la fiesta y también sigue elritmo.

Una ovación general estalla en cuantoacaban. Los seis se abrazan eufóricos yfelices.

Los reflejos no me fallan y saco miteléfono a toda velocidad, parainmortalizar el momento. Miro la foto yes la imagen de la verdadera amistad.

Al cabo de unos minutos, el grupo aún

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comenta la actuación junto con los quecreo son

los padres de todos ellos. Natalia estácogida a la cintura de un hombrebastante alto y rubio el cual debe ser supadre. Él la mira, la besa y deduzco queuna confidencia al oído, hace que ella seabrace con más fuerza.

Tras recoger todo el material que habíandispuesto para las sorpresas, veo cómoNatalia se dirige a mí y yo la recibo muyserio.

—¿Ha sido muy terrible? —me preguntapreocupada.

—Tenías razón. —Miro al suelo y

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endurezco el gesto—. He cambiado deopinión.

Natalia agranda la mirada e inclinalevemente la cabeza para adivinar quées lo que voy a decir.

Me acerco a su oído y ella se ponerígida en cuanto estoy cerca.

—Ahora estoy colgado de una niña denueve años.

—Pues que te aproveche con esarenacuaja caprichosa y cabezota —contesta muy digna, aunque tambiénfingiendo—. Pero te lo advierto, esilegal llevártela a la cama.

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Y con esa frase se da la vuelta,añadiendo teatralidad a la escena con unligero levantar de su falda y haciendocon el movimiento que se abra como unacarpa de circo. A los dos pasos sedetiene un segundo y se gira paraguiñarme un ojo.

La fiesta, al igual que la música,aumenta en intensidad. Diferentes ritmospara todas las edades hacen que elcentro del salón no deje de estar llenoen ningún momento.

Hablo con amigos a los que heencontrado en la boda y que hacíatiempo que no veía.

Las conversaciones pasan de un grupo a

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otro y el ambiente cada vez más festivo,ha contagiado a todos los asistentes.

Lo que no se puede negar, es que tantoNatalia y sus amigos, al igual que suspadres, no tienen intención de dejar lapista. Salsa, rumba, disco, funk… Nohay estilo, al que no le pongan ganas. Laverdad es que yo soy más de barra, peroal verles, es inevitable pensar en unirtea ellos.

Natalia no para de bailar y si no fueraporque cuando lo hace estátremendamente sexy, parecería una niñaa la que han vestido de princesa, ya quea la mínima ocasión no duda en levantarel vuelo de la falda dejando a la vista el

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tul que hay debajo. Lo que nuncaentenderé es cómo ella y Mara puedenbailar con esos zapatos, sobre todoteniendo unas

zapatillas a mano. Lo sé, es unpensamiento de hombre.

Suena Sugar de Maroon 5 y las tresamigas gritan, para ponerse en el centrode la pista, bailando a la vez que cantan.Óscar se coloca entre ellas y estasempiezan a danzar provocativas a sualrededor. Las que creo que son susmadres se acercan y las retiran paraocupar su sitio, lo que provocaexclamaciones y silbidos. Él, lejos deachantarse, baila con ellas,

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dedicándoles atenciones a cada una deellas.

Veo a Natalia hablando con el dj ycuando oigo a Coldplay adivino lo quele ha pedido.

Ella me mira haciéndome un mohín y nosoy capaz de negarme. Bebo un buentrago y me

dirijo a la pista.

—¡Uuuh! Daniel se anima —grita Maralevantando los brazos.

—No te hagas ilusiones. No conseguirásmás baile que lo que ves —digo

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balanceándome ligeramente de un lado aotro.

Natalia se mueve frente a mí intentandoque parezca un inocente baile. Pero nopuedo

evitar comérmela con los ojos, a lo queresponde de igual manera.

—Voy a bailar con mi suegra, antes deque se dé cuenta de que estáis a punto demontar un número en la pista —nos diceAlberto pasando entre nosotros.

El comentario desata nuestras risas yayudado por Natalia, que coge mi mano,consigo

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dar un par de pasos más de los que tengopor costumbre.

Al cabo de un par de horas, el dj da unapequeña tregua a los bailarines másentregados, cambiando de tercio yponiendo música más lenta y romántica.

Me giro hacia la pista y no logro ver aNatalia. Las parejas han tomado elmando, bajo unas luces mucho mástenues y menos coloristas.

—Tienes que hacerme un favor —mepide Natalia apareciendo de la nada ycogiendo

mi mano.

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Ve mi cara y reconoce mis intenciones.

—Ese no, otro. —Pero a pesar denegarse a lo que yo estaba imaginando,ríe picara—.

Necesito que saques a Mara a bailar y lemetas mano.

No doy crédito y la interrogo con elgesto, ya que no logro entender qué mepide.

—Bueno, más concretamente, queparezca que te estás insinuando.

Sigo sin entender mientras ella mearrastra por la sala.

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Al fondo están Mara y Óscardescansando, sentados y bebiendo.

—La coges y te pones a bailar delantede él.

Ahora sí lo entiendo. Otra actuación deNatalia en modo estratega del amor. Sinpensármelo un momento y arrepentirme,empiezo a caminar hasta donde estánellos.

—Mara, ¿te apetecería bailar? —lepregunto con toda naturalidad, mientrasa ella se le cambia la cara, no dandocrédito de la propuesta.

—Vale —me contesta un pocodubitativa.

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Se levanta y cuando me coloco en elpunto de mira de Óscar, la agarro por lacintura con seguridad. “Like I ‘m gonnalose you” y veo a Natalia haciéndomeseñas. Acerco más su cuerpo y bajo unpoco la mano hasta dejarla en la partebaja de la espalda, casi en pleno trasero.

—Daniel, ¿se puede saber qué estáshaciendo?

Se esfuerza para que la pregunta sueneserena, pero adivino que la situación laestá incomodando.

—Por lo visto, intentar que me partan lacara.

En cuanto le contesto, me mira

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fijamente, para luego buscar a amboslados, hasta que

localiza a su amiga sonriente,mirándonos. Vamos girando sobrenosotros y al cambiar de perspectiva, seencuentra con la cara de un más queenfadado Óscar.

—La voy a matar —susurra y noto quese relaja cuando comprende la jugada.

Nos quedamos en silencio mientrasbailamos hasta que ella empieza ahablar.

—¿Vas a hacer todo lo que ella te pida?

—Pues eso parece.

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—Te volverá loco.

—Ya lo ha hecho.

Me mira y veo una Mara que no habíavisto anteriormente. Su sonrisa no essarcástica,

sino dulce y su mirada cálida y cercana.Me abraza y me demuestra que le alegrami relación con su amiga.

—¿Hace mucho tiempo que a ti te…? —le pregunto.

—¿Tiempo? —Eleva los hombros comoquitando importancia—. Todo esrelativo.

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Continuamos con el baile y yo no meatrevo a insistir.

—Yo tenía seis años, así que imaginoque… Sí que hace tiempo.

La canción acaba y me atrevo a darle unbeso en la mejilla.

—Suerte —le deseo mientras le aprietola mano.

—Me toca. —Escuchamos y no tengoninguna duda de a quién pertenecen estas

palabras.

Una vez me separo de Mara, paso juntoa Óscar que está parado a su espalda y

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le doy

una palmada en el hombro.

Natalia está sentada en una silla, con suvestido de princesa y la cara llena defelicidad.

Me siento a su lado sin decir nada ymiro en la misma dirección que lo haceella.

Mara y Óscar se podría decir que estánbailando al ritmo de “Because of you”,pero a

pesar de estar abrazados apenas semueven. Lina sonríe a mi amigo, yaconvertido en su marido y él le habla

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muy cerca de su boca. Sandra y Álex sebesan lentamente al ritmo de la música.Y justo delante de nosotros están Sergioy Alberto. El hermano de Natalia ya nolleva chaqueta, ni pajarita y rodea consus brazos a su novio, casi cubriéndolopor

completo, debido a su diferencia dealtura.

La cara de Natalia rebosa felicidadmirándolos y los repasa uno a uno.

—Verles me hace feliz.

—Me alegro —le digo pasando mibrazo y dejándolo en el respaldo de susilla.

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—¿Hace mucho que tu hermano yAlberto están juntos? —preguntocurioso.

—Tres años —contesta orgullosa.

—Son una pareja curiosa —comentomientras los observo.

—Un motorista, creativo y fan númerouno de Macaco, con un médico deurgencias, aficionado a la novelahistórica y el cine de autor. —Me mirasonriente—. Un poco sí,

¿verdad?

—¿Cómo se conocieron?

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La cara de Natalia se transforma, perono atisbo a adivinar en qué sentido. Seapoya en el respaldo donde está mibrazo y empieza a jugar con la tela delvestido entre sus nerviosas manos.

—¿Cuánto tiempo has llegado a estar sindormir?

—No sé —respondo desconcertado—.¿Veinticuatro horas, treinta…? No sé.

Inspira profundamente y comienza ahablar en un tono suave, como si noquisiera alterar las palabras que quieredecir.

—Yo estuve días. Cuando mi ex medejó, no conseguía dormir. A lo mejor

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caía media

hora, pero luego me despertaba nerviosay volvía el insomnio. Pasas de la tristezaprofunda a la rabia en segundos. Elcansancio duele y no logras descansarde ninguna manera, porque cuandocierras los ojos, lo único que oyes es tuvoz diciéndote lo idiota que eres, lociega que has estado y que por pocodejas de ser tú. Todo sin darte ni cuenta.

Mi mano se coloca en su hombrointentado transmitirle calma.

—Mi hermano no me abandonaba ni asol, ni a sombra. Aguantaba mi malhumor, mis

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desplantes y rabietas. Al final, estabacasi tan agotado como yo. Un día, Óscarse presentó en mi casa y le mandó a él acasa de mis padres, que por supuesto nosabían ni saben nada, para que pudieradormir.

Levanta la mirada y mira a Óscar quecontinua abrazado a Mara.

—Él fue quien me hizo reaccionar.Aquel día decidí que tenía que acabarcon ese estado de semilocura y volver aretomar mi vida. El médico me habíarecetado unas pastillas, para que mefuera más fácil dormir y ese día penséque era lo que me podía ayudar.

Baja la cabeza y durante un par de

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segundos calla.

—Solo quería dormir.

Y vuelve a quedarse en silencio.

—Cuando Óscar llegó al dormitorio yoestaba sobre la cama y cuando memovió, notó

que algo no iba bien. Intentódespertarme como pudo y al ver que noreaccionaba, me

cogió y me llevó al hospital. Lleguétodavía inconsciente, sin saber nadiequé me pasaba.

Con una analítica descubrieron que tenía

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una sobredosis. Por lo visto me tomabalas pastillas, pero dado mi estado, loolvidaba y al cabo de un rato volvía ahacerlo.

Los dos estamos afectados por lasituación, pero ninguno demuestra estaralterados.

—Te juro que no fue conscientemente.

Me mira y ahora sí que veo sus ojoscargados de angustia y lágrimas.

—Yo solo quería dormir y por eso metomaba las pastillas. Imagino que a ellossiempre

les quedará la duda —dice mirando

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hacia la pista—. Pero nunca haría algoasí. ¿Me crees, verdad?

Yo asiento firme, intentando no dejarninguna duda. Mi mano aprieta suhombro para luego acariciarlo con elpulgar.

—Óscar lo pasó fatal y le afectó mucho.Entiendo que ver a alguien al quequieres en

esas condiciones, debe ser horrible. Poreso tengo una relación tan especial conél. Tengo la sensación de que me salvóla vida y no solo por llevarme alhospital. —Cambia el gesto y unairónica sonrisa parece asomar—.Imagínate a mi hermano. El único día

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que no está conmigo y me encuentra enel hospital, sin conocimiento y pensandoque había cometido

la mayor tontería de mi vida. A pesar deque los médicos, al ver los niveles defármaco, entendieron que había sido unaccidente y así se lo dijeron, él se pusocomo loco y empezó a golpear una paredhasta que se rompió un par de huesos dela mano.

Ahora la sonrisa se amplía mientrasmira a la pareja.

—A Alberto le pareció un motero que sehabía liado a puñetazos con una pared yque

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además, estaba muy alterado. Cuandoacabó de curarle y colocarle laescayola, aquel gigantón rubio sedesmoronó y se puso a llorar. Mi cuñadome contó que no había manera deconsolarlo, así que se acercó para darleapoyo y mi hermano se abrazó a él.

Me señala con la barbilla donde seencuentra la pareja.

—Y aún siguen abrazados. Doy graciasa Dios que de aquella noche tanhorrible, saliera algo tan bello como loque tienen ellos. No he visto dospersonas más diferentes y más perfectasel uno para el otro.

Retiro mi brazo y me pongo de pie. Ella

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sigue mis movimientos con la mirada yyo le

tiendo una mano.

—Baila conmigo.

Su cuerpo parece desinflarse y perdertoda la tensión que ha acumuladomientras hablaba. Se levanta y coge mimano. En lugar de quedarnos allí mismo,empiezo a caminar hasta salir del salóny llegar a los jardines, desde donde sepuede escuchar la música. Estamossolos y creo que hemos empezadobailando, pero ahora lo único que sé yquiero saber, es que la beso. Coloco mimano en su nuca y me ayudo con ella,para llegar a todos los rincones de su

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piel. Recorro su cuello y toda su caracon mi boca. Ella rodea mi cuello conlos brazos, lo que aprisiona nuestroslabios y nuestras lenguas se buscansaboreándose.

Sus pies ya no tocan el suelo desde haceun rato y yo cada vez aumento la fuerzade

nuestro abrazo, casi dejándola sinrespiración. Ella acaricia mi pelo, enocasiones con suavidad y al momento,con pasión aferrándose a él.

Abro los ojos y veo un árbol a pocosmetros de donde estamos. La apoyocontra la rugosa madera y mis manosempiezan a pasear por su cuerpo,

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dejando un rastro por sus

pechos, su cadera y sus glúteos, quesujeto fuertemente para acercarla más amí. Su mano baja por mi abdomen y secoloca sobre mí, ya más que notableerección, que está cubierta por mipantalón. Nuestros gemidos nos alientany nuestro deseo crece.

Un segundo de lucidez, evita que no lequite el vestido allí mismo y me obligo aapoyarme en el tronco mientras meseparo un poco de ella.

—Te deseo tanto, que voy a arrancartetodo lo que llevas encima y te haré elamor sobre la hierba —digo casi sinpoder hablar.

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Ella me sujeta la cara mirándome con lamisma pasión que siento yo.

—Lo sé y te juro que deseo que cumplastus deseos, porque son los mismos quelos míos.

Mi lengua busca su boca que le sale acamino y volvemos a besarnos.

—Cariño, hemos de parar ya, o nopodremos —dice con voz jadeante.

Apoyo mi frente en la suya y empiezo aregular la respiración.

—No voy a poseerte contra este árbol,porque no es el momento, ni el lugar yademás,

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tendré mucho tiempo para resarcirme.—Arropo su cara entre mis manos y lamiro a los

ojos—. Pero te juro por Dios, que en lavida había deseado a nadie como tedeseo y que nunca pensé que podríavolverme tan loco como lo estoy por ti.

Y sin dejarle decir nada, la beso yvuelvo a levantarla del suelo mientrasme rodea el cuello con los brazos.

Empiezo a caminar para volver a entraren el salón, pero cuando estoy en mitaddel jardín, empiezo a girar haciendo quevuelen las piernas de Natalia mientrasella grita de felicidad. Y lo sé. Es elmejor momento de mi vida. La quiero, y

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es mía.

CAPÍTULO VEINTINUEVE

“Lush life” Zara Larsson

NATALIA

Suena mi teléfono y veo, por segundavez hoy, que es Daniel.

—Hola, preciosa.

—¿Quién eres? —le pregunto,intentando que no note que estoy riendo.

—¿Cuánta gente te llama así?

—¿Pedro?

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—Natalia, sabes quién soy. —No mecanso de oír su voz por teléfono.

—¿Rafa?

—Tienes mi número registrado.

—¿Policía?

Desde que nos vimos en la boda, nosllamamos cada día. Él todavía no haregresado a

Mallorca, pero esta noche, por fin, lotendré de vuelta.

Lina nunca olvidará su boda, pero estoysegura que yo tampoco. Él era mipríncipe, incluso con uniforme azul y yo

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una princesa que se ha vueltoinsoportablemente cursi, empalagosa ymoñas. La recién casada, es unaaficionada a mi lado. Por las noches,cuando hablo con Daniel incluso caigoen el ridículo: “cuelga tú, no tú”. Me heechado a perder por culpa de un hombreguapísimo, atento, romántico, cariñoso yuna máquina sexual. Lo sé, soy una chicafácil, pero no lo he podido evitar. Estoytan enamorada, que en el despachopongo bandas sonoras de películasrománticas y el otro día mi hermano yÁlex me encontraron cantando “Let itgo, let it go”, como si fuera la reinaElsa en Frozen.

La diferencia es que ella es la reina del

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hielo y yo la princesa del calentónesperando al príncipe.

—¿Dónde estás?

—Todavía en Madrid. Por ahora,tenemos una hora de retraso y no meextrañaría que

fuera más.

—Jefe de helicópteros, pero pringascomo los demás mortales. ¿No tienesuna especie

de placa, como la de los policías, con laque poder entrar en cualquier avión ydecir “me llevo el avión, es un asuntoconfidencial”?

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—Pues no lo había pensado. —Adivinoque sonríe por su voz—. Si en una horano salimos, lo pruebo.

—Di que eres capitán, ya te dije quesuena más jefe.

Hablo con él mientras pongo otralavadora. Una vez lista, miro el reloj yveo que todavía me queda tiempo paraarreglarme, así que me siento en el sofá.Ayer llegaron Lina y Javi de su viaje aCanadá, así que hemos decidido quedarpara cenar junto a algunos amigos.

—Yo iré directamente al restaurante —me anuncia con pesar—. Tengo quepasar por la base, a recoger mi coche.

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—De acuerdo, nos veremos allí. —Cojoel teléfono y lo dejo caer con cuidadosobre la

mesa de centro de la sala. Lo recojo yvuelvo a ponérmelo en el oído—. ¡Uy!Lo siento.

Me estoy desnudando y se me ha caídoel móvil.

La línea se queda en silencio y yo sonríovictoriosa.

—Me llevo el avión, es un asuntoconfidencial. —Oigo que dice, antes degruñir.

Llego con los recién casados al

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restaurante y no tardo un segundo enverle. No sé si es muy romántico, peroaún no le he mirado la cara ya que misojos se han clavado en su trasero.Consigo retirar la vista de sus vaquerostras el codazo de Lina, que con un gestome llama la atención para que disimule.

Él se acerca y, tras saludar almatrimonio, viene hacia mí. En lugar dedarme dos de esos besos insulsos decortesía, como los que se suelen dar, suslabios húmedos sellan mis mejillaslentamente y una de sus manos se posaen mi culo. ¿A él nadie le da un codazo?

Vamos a tener que hablar otra vez sobreeso de disimular, porque yo no creo que

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pueda

hacerlo. Me he quedado con el cuelloestirado y poniendo unos morritosridículos. Solo me faltan las manchaspara parecer una jirafa

—Daniel, me he olvidado lo tuyo en elcoche —dice Lina con cara de fastidio.

—¿El qué? —pregunta extrañado.

—Lo que me pediste —insiste y abre losojos mientras mueve la cabeza demanera extraña—. Taly, ¿puedesacompañarle al coche? Tú sabes dóndelo hemos aparcado.

Debe ser la sabiduría de la mujer casada

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lo que le ha hecho reaccionar másrápido que a nosotros dos.

—Por supuesto —respondo y mi vozsuena nerviosa.

Empiezo a caminar delante de Daniel,cuando oigo a mi amiga.

—¡Taly! Las llaves del coche —meavisa negando con la cabeza.

Daniel ríe y los demás, creo que no sedan cuenta de mi torpeza y falta dereflejos.

No nos hemos alejado ni cuatro metrosdel restaurante, cuando ya estamosrefugiados en un portal besándonos.

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Adoro que me abrace con fuerza,abarcándome casi por completo.Recupero el sabor de su boca, el olor desu piel, el tacto de su pelo y los sonidosque emite cuando me besa con estaansia. Muchas veces cuando recordamoscosas que nos

agradan, tendemos a idealizarlas ymagnificarlas, pero en su caso no es así.Sus besos son aún mejores que los queañoro y su cuerpo me provoca más de loque yo creo desearle.

—Hola —susurra para luego pasar sulengua por mis labios.

—Sí —respondo con los ojos cerrados.

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—Sí, ¿qué?

—Lo que sea.

Abro los ojos de golpe y veo cómosonríe ante mi estado de aturdimiento.Le golpeo suavemente, como señal deenfado inexistente y ridículo, por reírsede mi reacción.

—Pasemos de la cena. —Le oigo bajitomientras me besa el cuello y su manoacaricia

la piel de mi espalda.

—Ni hablar, tengo mucha hambre —digo esperando su reacción.

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—Yo secuestrando aviones para llegarantes, y tú me abandonas por comida.¡Qué bonito!

—Piensa que necesito cargar energíapor si luego la necesito —replicoinsinuante y atrapo su labio inferior conlos dientes.

—¡A cenar! —Me gira, me da unapalmada en el culo y entre risasregresamos al restaurante donde nosespera el resto.

Nada más entrar, Carlos me avisa.

—Natalia siéntate a mi lado, tenemosque hablar.

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Veo a Daniel recorrer con la mirada lamesa y comprobar que, si me siento conCarlos,

no podremos estar juntos. Yo estoyparada sin saber muy bien cómoreaccionar, pero antes de que me tengaque ver en esa encrucijada, veo cómo michico hace levantar a todos los que yaestaban sentados para que se desplacenun sitio.

—Lo siento —dice él—, pero no me fíode ellos solos. —Y nos señala a Carlosy a mí

—. Tengo que supervisar sus estrategias.

Lina y Javi ríen observando los trucos

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de Daniel, que al final consiguesentarme a su lado, dejándome entreCarlos y él.

Somos unos doce a la mesa, en unatrattoria del barrio de Santa Catalina.Nos reparten las cartas y empezamos amirarlas para elegir los platos.

—¿Sabes qué vas a pedir? —mepregunta Daniel.

—Dudo entre una pizza y pasta.

—Si quieres pedimos las dos cosas ycompartimos.

—Perfecto —contesto sonriéndole—.Tú elige la pasta y yo la pizza.

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—Genial.

Cuando creo que nadie se ha percatadode nuestro gesto de complicidad,compruebo que no es así.

—Cariño, ¿por qué nosotros no pedimosa medias? —le pregunta Lina a sumarido.

—Porque estamos pasando por unacrisis —responde Javi sin levantar lamirada del papel—. Tranquila, estanoche nos reconciliaremos.

—Cuando lleguemos a casa, recuerdaque es una crisis muy grande y necesitauna gran

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reconciliación.

—Prometo no olvidarlo.

En cuanto anotan la comanda de losplatos, Carlos toma la palabra:

—Natalia, mientras esperamos lacomida, me gustaría hablar de un tema.—Todos nos quedamos atentos a suspalabras, esperando que continúe—.Está claro que si no llega a ser por tuayuda, Patricia y yo no estaríamosjuntos. Por cierto, te manda recuerdos,hoy tenía turno de noche en el hospital.—Hace una pausa, que aprovecha parabeber—. Por

esa misma razón, me veo en la

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obligación de ayudarte a encontrar unbuen novio.

La expresión de Daniel se asemeja alcuadro de El Grito de Munch, a Lina lesale el agua que estaba bebiendo por lanariz y Javi, tras soltar una carcajada, seincorpora hacia delante.

—Después de lo que te ayudó, creo quees lo mínimo que puedes hacer, Carlos—lo anima Javi que dispensa miradas asu excompañero de piso y al autor de lapropuesta con una sonrisa lobuna.

Yo no me pronuncio e intento controlarlas reacciones de todos. Daniel seremueve inquieto en la silla, mientrasCarlos retoma su discurso.

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—No sé si me equivoco, pero tengo lasensación de que tú… —me señala muyserio—,

al estar en la barra, ves a tíos como erayo antes o como puede ser Daniel, quese lían con una mujer diferente cadanoche, y creo que eso, puede habermermado tu confianza en los hombres.

—Yo no me lío con una mujer diferentecada noche —se defiende Daniel—. Ytú antes

tampoco lo hacías. Ya te hubieragustado.

Carlos le ignora y sigue hablándome:

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—Puede que ahora no lo veas claro, yoal principio también dudé un poco denuestro

plan. Pero al final todo fue de maravilla.

Me ha cogido la mano y espera que leconteste a su proposición.

—La verdad, Carlos, es que no me loesperaba —digo moviéndome entre lasorpresa y

la duda—. Pero no estoy segura de queconmigo vaya a funcionar.

Carlos me mira cariñoso para acabarabrazándome fraternalmente.

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—Natalia, sé optimista. Ya verás cómoentre los dos lo conseguiremos.

—De acuerdo —le contesto. El vaso deDaniel queda a medio camino entre lamesa y

su boca. Lina y Javi me da la sensaciónde que, de un momento a otro, van asacar de debajo de la mesa palomitas,porque se lo están pasando genial con elespectáculo—. Pero te aviso que soymuy rara y puede que eso sea unproblema.

—No te preocupes —contesta, contento—. Estás muy buena y eso juega anuestro favor.

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Miro de reojo a Daniel y le veo un pocoincómodo. Con un gesto rápido melevanto de

la silla y me excuso para ir al aseo.

Por el camino le mando un mensaje a michico, para que se reúna conmigo. Encuanto

llega, lo cojo de la camisa, lo meto en elbaño y cierro la puerta. Él me mira y yome estiro para darle un beso rápido.

—Tengo un plan —le digo.

—Eso ya lo he visto —contesta y mesuena un poco a reproche. Pensar queestá un poco celoso, me parece

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adorable.

—Podemos sacar partido a todo esto.

—Tú, sobre todo —dice aún no muyconfiado.

—Cariño. —Cuando me oye llamarleasí, recupero su atención y me abraza,aunque un

poco remolón—, ¿no has visto la ilusiónque le hace al pobre? Es tan mono.

—Entonces has decidido hacer lo que élte sugiere y probar a conseguir un novio.

—Exacto.

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Él abre mucho los ojos, sin poder creermi respuesta.

—Tú vas a ser mi candidato a novio. —Como por arte de magia su pose y sugesto cambian—. Le has de decir, queyo te gusto y que quieres intentar algoconmigo. —

Empieza a sonreír y eso me anima—.Así, empezaremos a estar juntos de caraa los demás y a él, le haremos feliz.

—Eres tan maquiavélica como guapa.

—¿Y soy muy maquiavélica? —lepregunto mimosa.

—La que más —contesta.

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Me besa y yo me dejo hacer.

Una vez en la mesa continuamos con laconversación que Carlos controla.

—Necesito unos cuantos datos. ¿Cómote gusta un hombre?

Me quedo pensativa unos instantes, paraluego empezar a enumerar virtudesdeseadas en una pareja.

—Me gusta que me sorprendan, por loque no puede ser un aburrido. Queentienda mi

sentido del humor y tenga paciencia paramis locuras. —De reojo veo la sonrisade Daniel

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—. Si puede ser que sea guapo, pero loimportante es que sea noble y leal. Quesea lo suficientemente valiente, comopara luchar cuando las cosas se pongandifíciles. —Bajo la mirada y me mirolas manos—. Quiero que cuando memire, yo sienta que soy especial para ély que cuando me abrace, no quiera estaren ningún otro lado. Sé que suena atópico, pero quiero que me haga feliz.

Los cinco nos quedamos en silencio.Lina y Javi sonríen encantados mientrasnos miran. Daniel tiene las manos unidassobre la mesa y por su expresión,adivino que sabe que esas palabras ibandirigidas a él. Pero Carlos niega con lacabeza.

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—Esto va a ser muy difícil —diceapesadumbrado.

—Bueno. —Me quedo pensativa y luegolevanto las manos—, pues si es bueno enla cama, será suficiente.

—Veré qué podemos hacer. Daniel,necesitaremos tu ayuda. —Todos lemiramos

esperando que concrete—. En algúnmomento tendremos que poner celoso alcandidato y

para eso nos puedes servir.

Junto las manos y le miro suplicante.

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—Por favor, Daniel, hazlo por mí.

—Si no queda más remedio —responderesignado—. Contad conmigo.

—Pues esta noche nos pondremos manosa la obra —dice Carlos feliz.

La cena continúa y como habíamosquedado, Daniel y yo compartimos losplatos.

—¿Vais a venir al bar? —le pregunto aLina—. Sergio y Álex van a venir luego.—

Suspiro preocupada y le comento lasituación—. Esta tarde han quedado conel gerente de la cadena hotelera con la

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que hemos firmado. Han llevado todaslas propuestas, incluidos mis diseños yahora deben estar cenando.

—Todo irá bien. —Oigo decir a Daniely yo le miro agradecida.

—Mi hermano y Álex han hecho untrabajo extraordinario. Son geniales porseparado,

pero en equipo son increíbles.

—Siempre le puedes emborracharcuando vaya al bar —sugiere Javi queya está acabando con su plato de pasta.

—Es una idea a tener en cuenta —respondo.

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Yo he llegado hace dos horas al bar,dejándolos a ellos en el restaurante, y enbreve estoy segura que aparecerán.

Cuando veo a Daniel ya apoyado en labarra, pienso en las noches que se pasóallí sentado, sin que yo le hiciera caso yme emociono al recordar su constancia.Todo ha valido la pena, estoy segura. Loque él ha luchado y las barreras que yohe derribado. A pesar de que soyconsciente de que nuestra relación esmuy intensa para el poco tiempo quehemos estado juntos, también es verdadque creo que nos lo merecemos.

Nuestra historia no ha surgido de lanecesidad de encontrar a alguien, sino

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de que cuando los dos hemos estadopreparados, para que nuestra vida fueracompartida con otros, nos hemosencontrado. Daniel ha perseguidosueños que ha logrado a base deesfuerzo y ha trabajado duro para ser elhombre que es hoy. Por mi lado, estosaños han conseguido que me reconocieratal cual soy, incluso viendo misdebilidades. Tengo una seguridad en míque se ha basado en la superación demalas experiencias y la esperanza enunas nuevas vivencias. Sé que para él nodebe haber sido fácil, ya que yo henecesitado mi tiempo para sentirmesegura a la hora de dar el salto. Y yo hetenido que ser firme a la hora de nodejarme arrastrar y tener ahora la

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certeza de que soy la dueña de mielección.

Les sirvo sus bebidas y observo cómoDaniel habla con Carlos. Por su cara desorpresa, intuyo que nuestro plan hadado un paso más y ahora le debe estarcontando su deseo de intentar algoconmigo. Abre mucho los ojos y memira. Yo disimulo y me pongo a hablar

con los chicos, sin perderles de vista.Sigue su conversación y el que ahorarefleja la sorpresa en su rostro, esDaniel. Al cabo de unos minutos, veo aCarlos alejarse hacia el baño y yo medirijo a averiguar qué han hablado.

—¿Qué te ha dicho? —digo

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entusiasmada por la curiosidad.

—Que no puedo tener sexo en semanas,para demostrarte que soy un chicoformal.

—Este plan no se sostiene —digo,negando y provocando su sonrisa—. Nole hagas ni caso.

—Por ahora, solo se me permite seramable e invitarte en alguna ocasión atomar un café, para con el tiempo llegara una cena romántica.

—Yo apenas tomo café. —Suelto unbufido con pesar—. Afortunadamente,no va a ganarse la vida con esto. Seríauna catástrofe.

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—Pues a mí me gustaría intentar algo.

—Soy toda oídos —le digo mientras meacerco más para escucharle mejor.

—¿Te apetecería cenar conmigomañana? —Coge mi mano y la mira—.Los dos solos.

Sin espectadores ni estrategas.

—Me encantaría, pero no sé si debocontestarte, sin consultar a Carlos.

En ese momento, aparecen mi hermano yÁlex. Tras los saludos y prepararles unacopa,

les pregunto sobre lo que me preocupa.

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—¿Cómo ha ido la reunión?

—Pues aún estamos en ello —respondemi hermano.

—Hemos quedado de encontrarnos aquí,así que debe estar al llegar.

—¿Qué tal es?

—La verdad es que muy buena. Haentendido todo lo que le hemosexplicado y por sus

preguntas, demostraba que sabía de loque hablaba.

—¿Es una mujer? —preguntosorprendida, viendo cómo Daniel sigue

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la conversación.

—Con más pelotas que la mayoría delos hombres que conozco.

—Hablando del rey de Roma —comunica mi hermano que por su alturala ve llegar—.

Ahora te la presentamos, Taly, estáencantada con tu trabajo.

El comentario me relaja pero solo porun segundo, ya que a continuación, se mehiela

toda la sangre del cuerpo.

—Natalia, te presento a Celia Robles, la

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gerente de la cadena.

No quiero ni mirar la expresión deDaniel al comprobar que la relación conuno de los

mejores clientes de nuestro despacho,pasa por la aprobación de una mujer, ala que ha dejado colgada en dosocasiones, además de manera muy pocoapropiada.

—Hola, Celia —digo con un hijo de vozy tendiéndole la mano temblorosa.

—Menuda sorpresa —dice ella que nosmira a Daniel y a mí—. Ya dicen queMallorca

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es pequeño, pero no imaginaba quetanto.

—¿Qué deseas beber? —le preguntotemerosa.

Ella pide su consumición, con laseguridad que da tener la sartén por elmango y yo me quiero morir. Eldespacho de los chicos está creciendomás de lo que imaginábamos en unprincipio, pero todavía no contamos conlos suficientes clientes importantescomo para estar tranquilos. Soyconsciente de que Daniel no se portóbien con ella, pero también es

cierto que las situaciones eran cuantomenos peculiares. No quiero cargar

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sobre mis espaldas responsabilidadesque no son mías, pero no puedo evitarsentir que tengo algo de culpa.

Hago un gesto a mi hermano con lacabeza, citándole al otro lado de labarra.

—Hay algo que no sé si te va a gustar —le adelanto—. Resulta que Daniel tuvoun par

de desencuentros con Celia y no sécómo va a afectar esto al negocio.

Mi hermano apoya los codos sobre labarra y deja caer la cabeza, como signode derrota.

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—¿Qué pasa? —pregunta Álexapareciendo por detrás.

—Pues que por lo visto, Daniel se hatirado a Celia y ahora tenemos unproblema.

—No llegó a tirársela —digodefendiendo a Daniel, pero luego medoy cuenta, que es

casi peor—. La dejó tirada para venir abuscarme a mí.

—No me lo puedo creer —se lamentaÁlex llevándose la mano a la cabeza.

Me giro y veo hablando a Daniel con lagerente. Los dos están serios y no atisbo

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a saber sobre qué están conversando,aunque me lo imagino. Ella me mira,para luego volver a poner su atención enél. Daniel baja la cabeza y se pasa lamano por el pelo, notándolepreocupado.

Vuelvo a ponerme de cara a mi hermanoy Álex.

—Lo siento, chicos. Por favor, no latoméis con Daniel.

—¡Hola!

El saludo de Celia, nos pilla porsorpresa a los tres, que la miramos concara de preocupación.

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—Sé que no es el mejor sitio parahablar de trabajo, pero me gustaríacomentar algo con Natalia.

—Por supuesto —dice mi hermano,retirándose de la barra y dejándolepaso.

Ellos dos se alejan y nosotras nosquedamos solas.

—Puedes quitar esa cara de susto quetienes —dice y no sé si eso metranquiliza o me

pone todavía más nerviosa—. No hellegado a este puesto mezclando trabajocon revanchas personales. —La miroesperanzada, ante la noticia de que no

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tiene intención de tomar represalias—.Tu trabajo me ha gustado mucho y nopienso ser tan tonta como para dejarescapar tu talento, solo por el hecho deque me dejaran tirada tras cuatro besos.

—Álex y Sergio son grandesprofesionales —le comento—. Y creoque su trabajo habla

por ellos. Si dejas que sigan llevandovuestra imagen, te sorprenderán.

—Ya me han sorprendido. Han hecho untrabajo excelente, teniendo en cuenta lojoven

que es la empresa. Pero no es el únicoque me ha dejado impactada. —Por un

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momento

me pasa por la cabeza la posibilidad deque me proponga dejarle a Daniel acambio de seguir adelante con nuestrosnegocios—. No soy tonta y la primeravez que Daniel salió pitando como almaque lleva el diablo, sabía que era poruna mujer. Cuando nos

encontramos en el cine, pensé que seríasuna más de las que podían estar en lalista de un hombre tan guapo como él.Pero el último día que nos vimos, suactitud no era la de un casanova, sino deun hombre desesperado por amor.

No soy capaz de mirarla a la caramientras habla de Daniel, pero su

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discurso me emociona, ya que merecuerda momentos que hemos idosuperando él y yo.

—Nunca había visto un hombre tanpreocupado como el que me acaba dehablar hace

unos minutos. —Se para y espera a quela mire, cosa que hago—. Te vengo a darla enhorabuena por tu trabajo y porqueese hombre te adora.

Sonrío agradecida y mucho mástranquila.

—Gracias.

—De nada —responde y se levanta del

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taburete en el que se había sentado, parahablar

conmigo—. Espero que nos veamospronto. Y ahora, si te parece, voy atranquilizar a Sergio y Álex antes de quepiensen que soy una bruja despechada yque nuestra relación laboral va a ser uninfierno.

Miro hacia donde está Daniel y, a pesarde que está hablando con suscompañeros, noto

la preocupación todavía en su cara. Élha sido más valiente que yo en nuestrahistoria.

Posiblemente si de mí hubiera

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dependido, no habría pasado nada, yaque mis miedos me

tenían paralizada. Así que ahora decidoser yo la que mueva pieza.

Suena Lush life, de Zara Larsson,cuando me subo a la barra, parasorpresa de Hugo y Lucas. Empiezo abailar y a avanzar lentamente a medidaque los clientes retiran sus bebidas. Devez en cuando, doy una vuelta sobre mímisma o me marco algún paso que

llame la atención. Casi he cruzadototalmente la barra llegando a midestino, cuando consigo que todo elmundo me mire, en especial Daniel ytodos los que le acompañan. Me sitúo

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frente a él y empiezo a bajarprovocativa hasta quedar sentada sobrela barra. Sin que nadie más que yo loespere, le agarro por la camisa y leatraigo con fuerza hasta colocarlo entremis piernas. Una vez lo tengoacorralado, le miro provocativa y, trasrodear su cuello con mis brazos, le besocon toda la pasión que él me despierta.Ninguno de los dos oye los silbidos,vítores y aplausos. Él tiene mi cinturaatrapada por sus brazos y lo único quenos separa es la ropa.

—A pesar de que ahora mismo tecogería y te llevaría a ese almacén quetengo pendiente, me gustaría saber quéha pasado.

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—Quiero que todo el mundo sepa queestoy loca por ti.

Me da un rápido aunque cálido beso yme aprieta contra él.

—Pues creo que lo has conseguido.

Miro por encima de su hombro y veo lareacción de los demás. Lina aplaudemientras

da pequeños saltos y Javi me guiña unojo. A muchos de los compañeros deDaniel, se les nota que no dan crédito,pero aun así, ríen.

—Vamos a ver…—Oímos a Carlos trasde nosotros.

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No le doy tiempo a que hable y leinterrumpo:

—Gracias, Carlos —digo llevándome lamano al pecho—. Yo no sé lo que le hasdicho

a Daniel, pero te lo agradeceré siempre.

Carlos mira a Daniel que le pone unamano en el hombro y le sonríe.

—Me has abierto los ojos, amigo. —Como empiezo a conocerle bien, sé queestá aguantando la risa—. Siempre lorecordaré.

El pobre no sabe qué decir, pero al finalse acerca y nos abraza a los dos.

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—Lo he visto claro desde el principio—nos confiesa al oído—. Enhorabuena.

El resto de la noche, me acerco de vezen cuando a mi chico y le besofugazmente, a la espera de que estemossolos.

—Voy a ver a Bernat y comprarle algopara esta noche. Te recojo a la salida.

—Si estás cansado podemos vernos otrodía.

Se incorpora sobre la barra y quedamosuno muy cerca del otro.

—Prefiero venir a buscarte, en lugar delevantarme más tarde, mientras aporreas

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la puerta de mi casa.

—Le veo muy subidito, señor Pagán.

—No te haces una idea de lo subiditoque estoy. Unas partes más que otras.

***

La bolsa, con todo lo que nos hapreparado Bernat, está en el suelo decualquier manera

al lado de mi bolso. Las llaves hanvolado a la vez que dábamos un portazo,que seguro ha movido los cimientos deledificio. Estamos dentro de mi casa, yoapoyada en la puerta de entrada y Danielaprisionándome. Nuestras manos vuelan

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de un lado a otro y las bocas se devoransalvajes.

—Esto no cuenta. —Oigo a Daniel,abriéndome la camisa y haciendo saltarun botón.

—¿Cómo que no cuenta? —preguntomientras paseo mis manos por su pecho,que he

descubierto.

—Llevo un calentón de cinco meses yesto va a ir muy rápido. —Ya no llevocamisa y

en lugar de quitarme el sujetador, me loha bajado hasta dejarlo en mi cintura.

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—¿Crees que yo tengo intención de batiralgún récord? —puntualizo a la vez queme peleo con los botones de su pantalón.

Él ha sido más rápido que yo y empiezaa bajarme los vaqueros junto con la ropainterior. Yo sigo quitándole las prendasque aún le quedan, pero en cuanto tengosu trasero desnudo no puedo evitarclavarle los dedos y apretarle contra mí.

—Joder, la cartera. —Le oigo protestar,mientras intento sacar una de mispiernas de los pantalones.

—No hace falta, hace dos meses quetomo anticonceptivos —le confieso y sindarme tiempo a que los vaqueros sedesenganchen de uno de mis pies, ya me

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ha levantado y rodeado su cintura conmis piernas.

Me penetra con fuerza y yo le recibo,con todas las ganas que he acumulado eneste

tiempo que hemos estado separados. Mesujeto a él mientras se mueve y muerdosu cuello y su clavícula, para luegopasar mi lengua sobre ellos. Danielatrapa uno de mis pechos, lo amasa parallevárselo a la boca y lo saborea congusto. Su deseo al poseerme me excitaaún más y creo que si sigo así, me voy amarear por la intensidad de nuestrapasión.

—Al suelo —le digo.

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—¿Al suelo? —me pregunta mientrasme busca con la mirada llena de deseo.

—¡Cuerpo a tierra, Daniel! —le ordenoy empezamos a deslizarnos por lapuerta.

Siento en mi espalda el frío de lasbaldosas y el calor del cuerpo de Danieldentro y sobre mí, un maravillosocontraste que me lleva un aluvión desensaciones. Mi interior lo aprieta y lesiento a través de la piel más íntima. Susmovimientos son bruscos y yo memuevo, dejando claro que los quiero así.Creo que nos estamos desplazando acausa de las embestidas que recibo, queaumentan cada vez su intensidad.

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El orgasmo que me recorre consigue quedeje de gemir y casi de respirar, parasoltar un grito que se une a la voz de él,mientras se deja ir en mi interior.Nuestros cuerpos sudorosos serecuperan entre respiracionesentrecortadas y réplicas de lostemblores de éxtasis.

Recobro un poco la consciencia delmomento e intento mirar la situación demi cuerpo.

—¡Qué desastre! —exclamo llevándomela mano a la cara.

—¿Desastre? —me interroga atónito.

—¡No me mires! —le digo atrapando su

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cara con mis manos—. Estoy tirada en elsuelo

con el pantalón enganchado de unapierna y el sujetador enroscado en lacintura. Debo tener un aspecto horrible.

—¿Se lo estás diciendo al que lleva lospantalones en los tobillos?

Nos miramos, estallamos en carcajadasy descubro lo bueno que es el sexo

desenfrenado rematado con unas buenasrisas.

CAPÍTULO TREINTA

DANIEL

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Hace solamente unos meses me gustabanlas mujeres de todo tipo y ahora solo megusta

una, de cualquier manera. Duermetranquila, boca abajo, con el pelo sobrela cara. Se lo retiro con cuidado, parano despertarla y la observo. A pesar deque cuando la conocí me pareció unbicho contestón, desde que la vi en lagrabación del baile en la boda de Javi,no puedo de dejar de verla como unaniña. El color de sus ojos llama laatención de cualquiera que los ve, peroahora así dormida, su aspecto no esllamativo, sino delicado y exquisito. Lafuerza de su personalidad y carácter setorna ternura observándola de esta

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manera.

Ayer con las prisas de la llegada y laducha posterior, se nos olvidó bajar laspersianas y ahora entra la luz por lasventanas. Cierro los ojos, aunque ya nocreo que vuelva a dormirme, me muevoun poco para recolocarme e intentorelajarme.

Me equivoqué y sí me dormí, pero fueuna suerte porque ahora me estándespertando con besos suaves por mifrente, mi nariz, mis mejillas… Cuandollegue a la boca, no la dejaré escapar.En cuanto sus labios rozan los míos, memuevo rápido y la atrapo bajo micuerpo.

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—¡Te pillé, ladrona de besos!

—¡Madre mía con las Fuerzas deSeguridad del Estado! —La veo sonreírdebajo de mí

—. Tenga compasión de mí, CapitánAmérica. Solo iba a coger un beso pornecesidad.

—Señorita, para empezar soycomandante, ¿o es que no ve la estrella?

—Si le digo lo que estoy viendo, acaboen un calabozo de máxima seguridad,por desacato a la autoridad —murmura yla veo mirar hacia abajo.

—A esta autoridad creo que ya la ha

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desacatado usted demasiadas veces. —Empiezo a

rozar su cuello con mi nariz. No haynada que me ponga más a cien queescuchar sus ronroneos cuando lo hago.

—Pues si cree que me lo merezco,aceptaré mi castigo. —Su voz hacambiado y ahora

ya se entremezcla con una respiraciónmás profunda.

Después de impartirle sucorrespondiente y fantástico castigo,quedamos exhaustos sobre la cama.Mientras disfruto del relax que deja unabuena sesión de sexo, me viene a la

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cabeza un detalle.

—Si tu hermano no nos oyó ayer, lohabrá hecho ahora.

—Es posible, porque se nos ha debidooír hasta en casa de Alberto. —Noentiendo lo

que me dice y mi gesto se lo hace saber—. Sergio hace meses que no vive aquí.—La levanto un poco y la coloco sobremi pecho, para que siga contándome estecambio—. La

noche que discutimos tú y yo en elalmacén de Dralion, le pedí que sefuera. Alberto hacía tiempo queesperaba que ocurriera, pero mi

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hermano no se atrevía a dejarme sola.

—¿Y por qué esa noche?

—Sentí que quería estar sola. No erapara alejarme de nadie, sino paraacercarme más a

mí.

—Eres una mujer tremendamente fuertey valiente, solo tenías que creértelo.

Cruza sus manos sobre mi pecho y apoyasu barbilla sobre ellas, para dirigirme lamirada.

—No es el único cambio que ha habidoen mi vida.

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Sé que no puede ser algo malo, perosiento mucha curiosidad por todo lo queha pasado

durante estos meses en los que no heestado.

—Esta noche será la última noche quetrabajaré en el bar. —No me lo esperabay ella se da cuenta de lo que mesorprende—. A partir de ahora voy atener más trabajo y me apetece disfrutarde mi tiempo libre. —Me parece unadecisión maravillosa y espero que esetiempo libre lo comparta, al menos unpoco, conmigo—. Además, mientraspreparaba

el montaje para la boda de Lina, volví a

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pintar y me gustaría probar con el mundode la animación.

Mi cara debe ser un cuadro de felicidadcuando la levanto para quedar frente aella. La suya no puede ser másexpresiva. Los ojos le brillan con esaluz especial que se refleja cuando estásatisfecha, la sonrisa amplia y sincerame demuestra que no se arrepiente desus decisiones y el nerviosismo quedenota su cuerpo me habla de cuántonecesita que le dé mi opinión. Nataliaestá aprendiendo a compartir conmigodecisiones que solo puede tomar ella, yeso es un orgullo para mí. No ladefraudaré, velaré por mantener esamirada, esa sonrisa y esa dicha que me

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regala en este momento.

—No te puedes imaginar lo feliz que mehace escuchar todo esto. —La abrazo tanfuerte que temo haberle hecho daño—.Estoy seguro de que es tu momento yserás muy

feliz con ello.

Ella ríe al ver mi reacción y resplandeceentre mis brazos.

—¿Quieres ver a lo que he dedicadoestos últimos meses?

Asiento ilusionado y nos levantamos conagilidad. Nos ponemos la ropa justapara no

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pasear por la casa como Dios nos trajoal mundo y después cruzamos la casacogidos de la mano. Cuando llegamos ala puerta, veo que la abre con la mismailusión que lo haría con un regalo el díade Reyes.

Hay un par de mesas abarrotadas contodo lo necesario para pintar ycompruebo lo mucho que ha trabajado.Las paredes están forradas de corcho ycasi toda su superficie está cubierta delos dibujos que vi en movimiento, en lapresentación de fotos de la boda.

No puedo evitar tocarlos y deslizar misdedos sobre ellos. Los bebés, la niña enel columpio, Javi en el helicóptero…

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Los bocetos están en diferentesposiciones y algunos solo son unascuantas líneas en las que se intuyealguna forma.

De repente, uno capta mi atención. Nopuedo dejar de mirarlo. Es un niñosentado en el suelo, con la miradalevantada hacia un avión de papel quesurca el cielo. Sonríe y tiene los ojosmuy abiertos, emocionado por la visión.

—Eres tú. —La oigo decir a mi espalda.

Desde el mismo instante en que lo hevisto, sabía que era yo, porque es asícomo me

recuerdo. Lo que me ha sorprendido es

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comprobar cómo Natalia sabe entrar enmi interior.

—Lo quiero.

Ella me rodea y retira la chincheta quelo tenía prendido con cuidado.

—Siempre ha sido tuyo —susurra en mioído al tiempo que me lo entrega.

La abrazo y me siento en casa. Ella serámi base. A partir de ahora, volarépartiendo y regresando siempre aNatalia.

—Quiero otra cosa —le digo mientrasveo cómo me mira sonriente—. Quieroverte dibujar.

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La petición la sorprende y ríe.

—No puedo. Me pondrás nerviosa.

—Quiero que dibujes cómo me ves.

Baja los hombros derrotada, me suelta yempieza a caminar hacia la mesa dedibujo.

Una vez sentada, coge una lámina de unmontón que tiene en la estantería lateral.

Agarra un lapicero y empieza a trazarlíneas y curvas que intento adivinar quéson.

La levanto de la silla sin que ella loespere, para ocupar su lugar y colocarla

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sobre mis piernas. Asomo mi cabeza porencima de su hombro y me deleitoviéndola trabajar.

Veo cómo empiezan a intuirse unosbrazos fuertes y musculosos, lo queprovoca que instintivamente me mire losmíos. La verdad es que no están mal,pero creo que el amor la está afectando.Empieza a dar forma al tronco y serecrea dibujando unos abdominalesmarcados y definidos. Mi ego se anotaun punto y doy por bien empleado eldinero y las horas utilizadas en elgimnasio. Continúa con un pechorobusto y duro, pero cuando miautoestima está a punto de alcanzar cotasinexploradas, su mano empieza a dibujar

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un murciélago en medio del cuerpo.

—Este es Batman —digo enfurruñado.Menuda decepción me he llevado.Natalia

vuelve la cabeza al escuchar mi tonoabatido y me mira sorprendida, como sino entendiera el motivo de midesconsuelo.

—¿No te gustaría ser Batman? Vuela enunos trastos alucinantes.

En cuanto empiezo a negar con lacabeza, ella se deshace de mi abrazo ysale corriendo de la habitación. Yo lapersigo, pero se escabulle saltando porencima del sofá. Seguimos

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persiguiéndonos por la terraza, hastaquedar cada uno a un lado de la mesaque hay en el exterior.

—No me digas que no sería bonito. Losdos paseando de noche y, de repente, laBatseñal en el cielo. —Eleva su brazotrazando una línea imaginaria—. Tú memirarías a los ojos y me dirías: “cariño,me voy a cumplir con mi deber”. Seríaincreíble.

—Tú eres increíble —la piropeomientras empiezo a rodear la mesa paraatraparla.

Ella se dirige rápidamente hacia elinterior de la casa y una vez dentro,cierra la puerta de cristal.

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—Natalia, estoy en calzoncillos en laterraza, me ven desde el paseo.

—Reconoce que te gustaría ser Batman—grita a través del cristal.

—Me volvería loco ser Batman.

—Y ahora promete que no me vas aperseguir más.

—No te perseguiré nunca más —lemiento.

Abre poco a poco y en cuanto entro, laagarro para cargarla en mi hombro,dirigiéndome al dormitorio. La dejocaer sobre el colchón y me colocoencima de ella disfrutando de los juegos.

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—La culpa es tuya —se justifica—.Nunca me explicas nada sobre tutrabajo.

—¿Qué quieres saber? —Le muerdosuavemente el cuello.

—Por ejemplo, cómo aterrizas.

Me incorporo y la miro con una miradaladina.

—Atenta a los pasos.

—Sí, mi… jefe.

Cierro los ojos dando por perdido elhecho de que se aprenda las diferentesgraduaciones. La coloco en el centro del

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colchón y yo me sitúo a su lado.

—Lo primero que tienes que tener claroes saber dónde vas a tomar tierra. —Voyrecorriéndola con la mirada de arribaabajo. Sus labios dibujan una sonrisapícara que despierta esa parte de mianatomía que tantas atenciones tiene enlas últimas horas.

—Luego empezamos un reconocimientoalto —le indico mientras le retiro lacamiseta

—. Y nos aseguramos de que no hayaningún obstáculo que dificulte elaterrizaje. —

Engancho sus braguitas con dos dedos y

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empiezo a deslizarlas por sus piernas.Su boca está entreabierta y sigue con sumirada todos mis movimientos.

—Nada de obstáculos —repite con larespiración alterada.

—Una vez que tenemos claro que no haynada que nos impide la maniobra… —Con un

dedo recorro su cuerpo desde el cuellohasta la unión de sus piernas—,empezamos el reconocimiento bajo, máscercano y exhaustivo. —Con mi lenguarodeo un pezón y luego

el otro.

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—Me gusta el reconocimiento bajo…

Sus dientes se clavan en el labio inferiory su mirada ya se ha tornado un pocomás anhelante.

—Ahora que sabemos que la zona estálista para que la ocupemos, indicamosque vamos para tráfico. —Ella observacómo me deleito con su cuerpo muylentamente—. Es

importante que la cola no cuente conningún tipo de obstáculo —indico,mientras me quito los bóxeres.

—Ya lo he dicho antes, nada deobstáculos en ninguna parte —afirma ysu respiración

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ya es más profunda.

—Nos situamos con el viento cruzado—continúo, y soplo con suavidad suspechos que

se tornan más erectos con el aire—, paradespués tener el viento en cola. —Mecoloco entre sus piernas abriendo lassuyas. La miro estando sobre ella y veoque desea tanto como yo, tomar tierra—.Y para finalizar, me tiro a base —murmuro en su oído mientras

me interno en ella con una suavidad queme cuesta la vida.

—¡Dios! Mi trabajo es un asco. —Oigoque exclama y doy por buena mi clase

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de instrucción.

***

Hemos cenado en casa de Natalia, antesde que se vaya a trabajar por última vez.Se le

ve tranquila, como si fuera una nochemás, pero hay algo en la forma demoverse por la cocina que no meconvence.

Me desperezo, cansado, y me levanto dela silla para recoger lo que queda sobrela mesa mientras ella limpia la encimerade restos.

—Qué pereza, todavía tengo que

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deshacer las maletas —digo mientrasdejo los platos

en el fregadero.

—Quédate esta noche y ya lo harásmañana.

—La verdad es que me apetece más. —Le doy un beso en la mejilla y meto elagua en

la nevera.

—¿Qué vas a hacer con el piso ahoraque no está Javi? —me pregunta.

—Tengo que pensarlo. Para mí solo esdemasiado, pero buscar a alguien que no

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conozco para compartirlo, tampoco meapetece mucho.

—Te entiendo. De todas formas, tambiénte digo que vivir solo tiene sus

inconvenientes. —Coloca los vasos enel lavavajillas y se enjuaga las manosbajo el grifo del fregadero—. Pero tedoy la razón. Para vivir con alguien hayque conocerse muy bien.

—O no.

Mis palabras han salido solas y yo estoytan sorprendido como la veo a ella. Asíque no digo nada más y empiezo a miraruna revista que hay sobre la barra.

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Natalia está con las manos sobre laencimera mirando a la pared. No semueve, diría que ni respira, y empiezo aasustarme por las consecuencias de misinocentes palabras.

—El humo que sale de tus orejas tedelata. ¿Qué piensas?

Se vuelve hacia la puerta y caminarápida hacia el dormitorio.

—En nada.

Yo la sigo y ella acelera el paso.

—Dímelo.

Está en el centro de la habitación y mira

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a su alrededor, confusa.

—Es una locura y no voy a decir nada.

—Dilo.

Ella me encara y empieza a haceraspavientos.

—¿Pero tú sabes la velocidad quellevamos? —me pregunta, alterada. Noparece que esté enfadada, solo nerviosa,muy nerviosa. ¿Qué coño has hecho,Daniel?

—Sí. —Estoy casi tan abrumado comoella, pero es lo que de verdad deseo.

—Daniel, tú eres el más sensato de los

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dos. No puedes hacerme esto.

—¿No quieres?

—¡Claro que quiero! ¡No quiero quedeshagas maletas en ningún otro sitio!¡Pero es de

locos!

—Pídemelo. —La atraigo hacia mí y memira confusa. Apoya su mejilla en micuerpo y

también me abraza—. Si crees que nohay ninguna oportunidad de que salgabien, olvídalo. Pero, si a pesar de que esuna locura, lo deseas, pídemelo.

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Se pega más a mí y entierra su caratotalmente en mi pecho.

—¡Oh, Dios mío! ¿Vamos a hacerlo,verdad? ¿Nos vamos a meter en este lío,no es cierto? —Suspira y levanta elrostro, en el que descubro una mezcla deilusión y expectación—. Daniel, ¿tegustaría venir a vivir conmigo?

Mi instinto kamikaze no me permitequedarme así, por lo que doy una vueltamás de tuerca.

—Tengo que hacer una llamada.

—¿Quéééé?

Me dirijo a la mesilla de noche, donde

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está mi teléfono, me siento en la cama yempiezo a marcar. Su cara deestupefacción me da cierta pena, pero nopuedo evitar sentirme así y necesitohacer esto. A los tres tonos contestan ytengo que aclararme la voz para quesalga firme.

—Sara, soy Daniel. —Los ojos deNatalia se abren hasta ya no poder más.

—Hola, hermanito, ¿qué tal?

—Muy bien, cielo —le respondo conuna sonrisa. Siempre es bienvenida lavoz pausada

de mi hermana. Natalia se ha apoyado enla pared que hay frente a mí y me mira

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con instinto asesino—. ¿Estás en casa?

—Sí, ahora íbamos a cenar.

—Perfecto. Necesito que me hagas unfavor. —Está caminando mientras hablaconmigo

—. ¿Estáis todos?

—Sí —contesta, y escucho cómo apartaun poco el móvil—. Familia, es Daniel.

Oigo voces alegres que me saludan yhacen preguntas pero Sara no suelta elteléfono y

me alegro por ello. Lo que estoy a puntode hacer solo lo podré controlar si es

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ella quien maneja al resto de los Pagán.

—Escúchame bien. —Frente a mí,Natalia ya se ha deslizado por la pared,para acabar

sentada en el suelo. No sé qué creeráque estoy haciendo, pero ha perdido elcolor y sus ojos parecen algo apagados.Me obligo a sonreírle y le guiño un ojopara que se tranquilice

—. Las instrucciones son las siguientes:si alguno de ellos te quita el teléfono,colgaré.

Solo hablaré contigo.

—¡Madre mía! Me estás asustando.

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Repite mi mensaje y no oigo ni un solocomentario.

—Diles que estoy muy enamorado —pronuncio con suavidad, con la miradafija en la

mujer a la que amo. Natalia coge airecon brusquedad y se tapa la boca con lasdos manos.

—¡Ahhhhhh! —grita sorprendida mihermana antes de repetir mi mensaje.

—Se llama Natalia y sé que os va aencantar. —Sara retransmite mispalabras con la voz tomada por laemoción—. Hemos pensado queseríamos muy felices viviendo juntos y

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eso es lo que vamos a hacer. —Nataliase levanta, sus ojos brillan, sus manostiemblan, pero sus labios sonríen, y esees el mejor regalo de mi vida—. Esperoque vengáis pronto a conocerla, asícomprobareis que es maravillosa.

En la cocina de casa de mis padres elrevuelo me impide escuchar a nadie conclaridad.

Los gritos de alegría se mezclan con lossuspiros y con las amenazas de mimadre hacia Sara para que le dé elteléfono de una vez. No lo hará, mihermana es la persona más fiel queconozco y se mantendrá firme como unabuena Pagán.

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—Daniel, me alegro mucho —mefelicita mi hermana.

—Y yo, cariño. Os llamo en otromomento —me despido, sin dejar demirar a la mujer

que tengo enfrente.

Dejo el teléfono en la mesilla de nuevocon una calma que no siento y me pongodelante de ella, a pocos centímetros desu cara.

—Te quiero, Natalia —declaro, contotal convencimiento—. Y sé que noquiero estar en

otro sitio que no sea contigo.

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—Te quiero.

Y tras confesar definitivamente nuestrossentimientos, nos besamos con unafelicidad hasta el momento desconocidapor los dos.

CAPÍTULO TREINTA Y UNO

NATALIA

Hace un mes que Daniel y yo vivimosjuntos.

Posiblemente la atracción más peligrosade un parque, sea la que te haga sentir elmayor subidón de adrenalina. Pues en micaso, la mayor locura de mi vida, estásiendo la que me hace más feliz. Nuestra

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arriesgada decisión se ha convertido enuna fantástica aventura, de la cual no noshemos arrepentido ni un solo segundo.Ha sido un shock para todos, tantofamilia como amigos, pero en cuanto nosven juntos, las piezas empiezan aencajar. No hubiera recomendado anadie que tomara una decisión como lanuestra, pero creo que el

efecto sorpresa ha sido una constante ennuestra relación.

Al ser la casa bastante grande, no hemostenido problemas a la hora de encontrarsitio para las cosas de él. También escierto, que los hombres funcionan conmenos equipaje que nosotras y sus

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objetos personales equivalen a unacuarta parte de los míos. Los primerosdías cualquier detalle me emocionaba.Los dos cepillos de dientes, espuma deafeitar en mi baño, más de una toalla enla ducha… Me parecieron adorablesnuestras dos botellas de colonia unajunto a la otra. Las dos de CarolinaHerrera.

Adoro dormir a su lado, y espero que élpiense lo mismo, a pesar de los codazosque ha recibido durante este tiempo.Siempre he sabido que no me estoyquieta mientras duermo.

De hecho, cuando era pequeña, Óscarsiempre me decía que parecía una

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ladilla, lo que me hizo mucha graciahasta que supe qué era. ¿Cómo puedetener un nombre tan bonito un bicho tanrepugnante?

Colocar sus fotografías personales juntoa las mías, nos emocionó más de lo quepodíamos imaginar. Así como el día querecibimos por correo un paquete desdeParís, en el que había una foto nuestra enla boda, que Mara nos tomó sin darnoscuenta.

Está en mi personalidad dar teatralidada algunos momentos, pero Danielaprende a marchas forzadas. El día quedecidimos desmontar el muro de lareconciliación, yo fingí estar apenada, a

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lo que él pareció ceder. Al día siguienteencontré la pared opuesta, llena defotografías de un desfile de VictoriaSecret’s. Él alegó estar en pleno procesode reconciliación con las modelos deropa interior y yo le entendí a laperfección. Mis chicos acabaron en unacaja y ellas en la basura.

Salimos a correr por el paseo un par deveces por semana, y a pesar de queDaniel es

más grande que yo y su zancada másamplia, en alguna ocasión mi estado deforma física le ha dado una buena paliza.Lo que en los siguientes días me dedicoa recordarle a la mínima oportunidad.

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Hoy sus padres llegan a la isla y estanoche les conoceré en una cena juntocon sus hermanas. Durante esta semana,la pregunta ha sido siempre la misma:“¿Qué me pongo? ”. Su respuestatampoco ha variado desde la primeravez que tuvo que contestar pero, en unprimer encuentro con los padres de tunovio, decir que debo vestir “normal”,carece de sentido. Necesito pistas deltipo “arreglada para no parecer unaperro-flauta” o

“sport evitando ser remilgada”. Perono, él ha seguido con la suya. Estoyesperando que un día de estos, despuésde hacer el amor, me pregunte: ¿qué tal?Le va a caer un

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“normal” como un piano.

Para no estar pensando todo el día en lacita familiar, he decidido organizar unabarbacoa en casa. Primero pensé en Javiy Lina, con los que, como es lógico, nosvemos bastante. Luego en la oficina selo propuse a Sergio y Álex, que hanvenido con sus parejas y la pequeñaValentina. Así que a lo tonto, hoycomemos nueve en casa.

Empezaremos un poco tarde, ya queDaniel ha tenido que salir a volar estamañana y le

esperaremos con un picoteo, que ahoraque lo veo, parece un buffet de hotel.Cuando propones a los invitados que

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cada uno haga un plato, la siguientesemana tu nevera está a rebosar detuppers.

—Sergio, el humus te ha quedadoexquisito —dice Javi llevándose a laboca otro trozo

de pan de pita pringado con la crema.

—Pues tendrías que probar su lasaña deverduras. —Alberto pone los ojos enblanco, dejando claro la maña que tienesu chico en la cocina.

El terreno culinario no se me da nadamal, pero hay que reconocer que mihermano ha

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heredado las manos mágicas de mimadre.

—Bueno, Taly, cuéntanos. ¿Preparadapara la cena con tus suegros?

Subo los pies a la silla y me tapo la caracon las manos.

—No me lo recuerdes. —Resoplointentando relajarme—. Solo pensar quevoy a cenar

con el coronel y la familia…

—Natalia, general, el padre de Danieles general —niega Javi, consciente demi insistencia en cambiar lasgraduaciones—. Pero ahora está en la

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reserva. —Le miro sin entender lo queme está diciendo y espero algún datomás—. ¡Jubilado!

—¡Ah! Vale. —Entiendo al fin y caigoen la cuenta de que él me puede dar másinformación—. Javi, tú les conocesbien. ¿Cómo son? —Javi abre la bocapara contestar, pero yo le detengo conuna mano alzada—. Y no me digasnormal, que te tragas todo el

humus.

Él ríe y empieza con la explicación:

—Su padre, teniendo en cuenta que haostentado cargos de importancia, es delo más campechano. Su madre es una

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mujer extraordinaria, que como teimaginarás se muere por

su hijo Daniel. Aunque tranquila, no esuna mujer celosa. Se ha acostumbrado aestar lejos de él. En cuanto a lasmellizas, a Olga ya la conoces, es untorbellino y Sara un amor de niña. Asíque puedes estar tranquila.

—Estará tranquila cuando sepa quéponerse —añade Lina—. ¿Lo tienesclaro ya?

—No tengo ni idea.

—¿Son altos? —pregunta Sandra, quetiene a Valentina en brazos. Todos lamiramos sin

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comprender a qué se refiere y, ante lasmiradas interrogantes que ve en nuestrascaras, suelta una carcajada—. Merefiero a la familia. Por la estaturapuedes decidir qué ponerte.

—Su padre sí, como Daniel, más omenos —explica Javi, que hacememoria con un ojo

abierto y otro cerrado—. Ellas seránmás o menos como tú, un poco más altasquizá, pero no mucho.

—Tacones —sentencia Lina—. Hay queestar a la altura.

—Cuando Olga estuvo aquí me parecióun poco gamberra, pero muy femenina.

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Yo me

decantaría por un vestido —diceSandra.

—El blanco con un hombro descubierto.No es demasiado ceñido y como estásmorena

te quedará muy bien —sugiere Lina.

—Con el collar de turquesas, queresaltan el color de tus ojos. Y lassandalias de cuña.

—¿Dónde habéis estado toda estasemana? —pregunto aliviada.

Los hombres no han abierto la boca y

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nos miran como si estuviéramoshablando de física cuántica.

—Yo lo único que te sugiero es que novayas como ahora —interviene mihermano—.

Pareces sacada de un programa desupervivencia extrema.

Me miro y es cierto que mi aspecto dejamucho que desear, pero todo tiene unaexplicación.

—No soporto que la ropa me huela ahumo, así que me he puesto estos shortsrotos y

esta camisa, que aunque es vieja, me

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parece muy mona.

—Es mona —confirman al unísono lasdos chicas.

Me levanto y me miro mis chanclas deplástico esperando que mi hermano norepare en

ellas. Pero él cambia de tercio en laconversación.

—He pensado que después de comerpodríamos jugar un Trivial.

—Nosotros nos tenemos que ir pronto—se excusa Álex.

—Yo ayudaré a Taly, a que se empiece a

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arreglar —se justifica Lina.

Yo soy su hermana y tengo claro que nome voy a ir por las ramas.

—Sergio, no jugaremos contra vosotros—le digo señalándolo a él y a micuñado, que

acaba de apartar los ojos del periódicoque está leyendo—. Lo siento, pero nohay nada que hacer. Contra ti noganaremos nunca —le suelto a Alberto,que ríe satisfecho.

—No pongáis excusas. Nunca habéissabido perder —se queja Sergio.

—Y a ti te gusta mucho ganar —le

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responde Álex.

Todos reímos y continuamos dandocuenta del excesivo aperitivo quetenemos en la mesa.

El teléfono de Javi suena y cuando mirala pantalla se extraña, pero rápidamentelo coge. Su semblante pierde todo elcolor, las palabras se le quedanatascadas en los labios y se pone de pie,como con un resorte.

De repente, el ambiente distendido yfamiliar que reinaba en la terraza seevapora y todos prestamos atención a laconversación que mantiene.

—Entiendo. —Hace una pausa y me

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mira fijamente, lo que desata mipreocupación—.

Ahora voy hacia la base.

—¿Javi? —pregunto casi sin aliento. Élse acerca despacio y se pone encuclillas frente

a mí, mientras los demás guardansilencio con el gesto trasmudado—. ¿EsDaniel?

Él asiente, pero me sujeta una mano conel fin de calmarme.

—No sé mucho todavía, pero parece serque… —Se pasa la mano por la cara yvuelve a

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mirarme—, parece ser que elhelicóptero ha tenido algún problema.—Le observo intentando adivinar lagravedad del suceso—. Tranquila,seguro que no será nada grave.

Me voy a la base y en cuanto sepa algote llamo.

Me incorporo a toda velocidad,trastabillando con mis propios pies.

—No, yo voy contigo.

No me contradice y asiente mientrascoge mi mano para irnos, dejando a losdemás tan

preocupados como nos vamos nosotros.

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Durante el trayecto, Javi y yo nohablamos. Puedo oír mis latidos y elaire entrar y salir de mi cuerpo. Lasmanos se sujetan entre ellas y no puedendejar de moverse. Me repito una y otravez que si hubiera pasado algo grave yalo sabríamos. Pero soy consciente deque las noticias malas viajan a la mismavelocidad que las buenas.

Mi mente empieza a recrear imágenes einstantes vividos junto a él. Y me niegoa seguir con ello. Intento convencermede que esto no es como cuando estás enuna situación límite y dicen que lapelícula de tu vida pasa ante tus ojos. Yono tengo la necesidad de rememorarmomentos con él, porque lo tendré a mi

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lado enseguida.

Nunca había entrado en la base ymaldita la hora por hacerlo en estascircunstancias.

Una vez aparcamos, caminamos deprisahasta el edificio principal. Hay mucho

movimiento y no consigo entenderapenas nada de lo que allí se dice.

Hemos llegado a una sala, donde haymás personas vestidas de civil. Tienenla misma

cara de preocupación que yo, pero nisiquiera reparan en mi llegada. Javi melleva a una silla y me pide que le espere

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allí.

Me aferro al asiento con tanta fuerza quemis nudillos pierden el color. Mi cuerpose balancea intentando encontrar alivio,pero es totalmente inútil.

De repente, unos pies de hombre separan frente a mí y yo levanto la vista.Me llevo la mano a la boca paracontener el grito y luego la retirolentamente, para hablar con mástranquilidad.

—Son iguales —digo con un tono muypausado.

—Ya era hora de que alguien se dieracuenta —comenta el aludido. Es el

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padre de Daniel. Se agacha frente a mí,coge mis manos con las suyas y mededica una sonrisa sincera, a la quecorrespondo sin mucha gana—. Es muybuen piloto, seguro que no le ha pasadonada.

Yo asiento, intentando contener laslágrimas, y en ese momento llega unamujer morena

de pelo corto y una bellezaincreíblemente elegante. Me sonríe y sesienta junto a mí. Al ponerme la manosobre la pierna, noto que ella tambiéntiembla, así que entiendo que no es laprimera vez que pasa por esto, pero quesigue afectándole de igual manera.

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Antes de que ella y yo podamos cambiaruna sola palabra, entra Javi como unciclón,

dirigiéndose a nosotros, pero hablandode manera que le oyen todos.

—Daniel está bien. He dadoinstrucciones de que le informen de queestamos aquí en cuento llegue.

—¡Qué alegría! —exclama su madre.

—¿Y los demás cómo están? —preguntorápidamente.

—También bien.

Los tres me miran sonrientes y yo no

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entiendo su expresión.

—¿He dicho algo…?

—Has preguntado lo correcto, no tepreocupes —dice el padre de Daniel.

Empezamos a intercambiar algunasfrases cortas, pero los tres estamos aúnmuy nerviosos.

Al cabo de unos minutos, miro hacia elsuelo y sin que nadie lo espere, empiezoa reír, cada vez con más fuerza.Haciendo un esfuerzo sobrehumano,consigo controlarme, pero

veo que mis posibles suegros me miransonrientes, pero a la vez expectantes.

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—Lo siento, pero… —Levanto mis piesenfundados en las chanclas de plástico—, llevo

toda la semana pensando qué podíaponerme para causar una buena primeraimpresión, y

este aspecto no estaba entre las posiblesopciones.

Los dos ríen entendiendo la explicación.

—Te aseguro que no podía ser mejor —me dice su madre.

—Además, eres tan guapa como me dijoDaniel.

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Me sonrojo e intento ser lo mássimpática posible.

—Pues espero que recuerden solo eso yno mi indumentaria —bromeo mientrasintento

estirar mis deshilachados shortsvaqueros.

De repente, se oye un gran revuelo y porla puerta empiezan a aparecer chicoscon uniforme militar. Deben ser loscompañeros que iban con Daniel,porque el resto de personas que esperanen la sala se abalanzan sobre ellos.

Cuando él aparece por la puerta, mequedo paralizada. Su madre corre y se

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tira a su cuello. Daniel la recibe y lacalma con palabras que no logroescuchar. Mis fuerzas comienzan adesvanecerse y toda la tensióncontenida, empieza a rebosar.

Daniel abraza a su padre y se miran, conla angustia todavía en el rostro.

No me puedo levantar de la silla, nisiquiera me puedo mover. No puedocontener el llanto y mis lágrimasempiezan a caer.

Después de luchar durante este tiempopara no caer en el pesimismo y lanegatividad,

ahora siento cómo me invade la

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posibilidad de haberlo perdido, cuandoapenas he empezado a tenerlo.

Él se acerca y, en cuanto está encuclillas frente a mí, mi llanto se vuelvemás enérgico y desesperado. Seincorpora rápidamente para colocarseen el asiento contiguo al mío y me agarrapara sentarme sobre sus rodillas, con lacara sobre su pecho mientras me abrazay

me acaricia la espalda. Noto cómo mebesa en la cabeza y yo aún no puedoparar de llorar.

—Ya ha pasado, mi amor. Estoy aquí.

En cuanto escucho su voz, algo dentro de

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mí explota y me aferro a su cuello,abrazándole, desesperada.

—¡¿Así piensas hacerme feliz?! Porquelo haces de pena. —Me aparto lo justopara mirarle a los ojos—. Casi memuero. —Le beso suavemente y mirootra vez su cara, esta

vez paseando mis manos por ella—.¿Estás bien?

—Sí —afirma contundente.

Tras darle otro fuerte abrazo, y yatomando conciencia de dónde estamos,me levanto e

intento recomponerme frente a sus

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padres.

—¿Qué ha pasado, hijo?

—Una rotura de la transmisión del rotorde cola, justo cuando nos levantábamos.

—Entonces no estabais a mucha altura—afirma su padre, con alivio.

—No, para nada —nos explica, mientrasaún me tiene sujeta por los hombros—.

Estábamos haciendo tomas deentrenamiento y, de repente, el aparatoha empezado a girar.

—Imagino que ahora vendrá el comitéde investigación.

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—Sí. —Me mira—. No sé cuántotiempo tendré que quedarme.

—No te preocupes, me iré a casa conJavi. —Ha estado todo el tiempo junto anosotros

y mi mirada de agradecimiento se lodice todo. Es el mejor amigo que sepuede tener.

Daniel mira a sus padres y le veo unpoco apurado.

—Menuda visita —les dice con cara decircunstancia.

—Prefiero que haya pasado estandoaquí, que en Madrid —le consuela su

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madre—. Por

nosotros no te preocupes, ya nosarreglaremos.

El asiente y yo, que no puedo dejar demirarle mientras habla con ellos, doy unpaso al frente.

—No sé si les apetecerá —intervengoatrayendo todas las miradas—, pero ¿lesgustan

las barbacoas?

Daniel me abraza con más fuerza y séque está contento con mi propuesta. Asíque de

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esta manera he conocido a los padres demi chico, calzada con unas normaleschanclas de plástico.

***

Hoy hemos ido a cenar los dos solos yestamos en un restaurante en la zona delPortixol. Daniel atrapa mi mano y yosuspiro soltando todo el aire que mequeda en los pulmones, como si para mífuera más importante su tacto que elhecho de respirar. Un matrimonio decierta edad pasa junto a nuestra mesa yella me dedica una sonrisa cómplice. Yome sonrojo visualizando la escenaromántica que estamos protagonizando.

Para nosotros muchos detalles básicos

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en una relación son nuevos y además ennuestro

caso un poco diferentes. Por ejemplo,nuestra primera cita como novios latuvimos cuando ya vivíamos juntos, algoque de buenas a primeras no seentendería, pero así fue. Ese día yo meestaba vistiendo cuando sonó el timbrede la puerta.

—Daniel, ¿puedes abrir?

Al no responder, decidí ir yo.

—Creo que tenemos una cita. —Encontré a Daniel en la calle con unarosa en la mano y

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apoyado en el umbral de la puerta. Mepareció tan maravilloso el detalle deque me viniera a buscar a nuestra casa,que tuvimos la cita al día siguiente, yaque esa noche tampoco salimos.

La voz de Daniel me devuelve alpresente:

—En dos semanas es el cumpleaños demi padre y hoy me ha llamado mi madrepara

saber cuándo iríamos.

—Yo tengo claro qué le voy a regalar.Tú tendrás que buscarte el tuyo.

—¿Qué has pensado? —No sé si me lo

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pregunta con curiosidad o miedo.

—Un Trivial. El día de la barbacoa,quedó claro que a tu padre le encantó.

—Lo que tú quieres es que practique,porque es el único capaz de ganar aAlberto.

Cómo me conoce el puñetero. Pero no lopuede saber, de ninguna de las maneras.

—No digas tonterías. Pensé que comosus compañeros también se estánjubilando…

—Están en la reserva.

—Eso, se están jubilando —repito—.

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Pues que se lo podrían pasar tan biencomo lo hacemos nosotros.

—No es mala idea.

Desde luego que no es mala. Parahabérmela inventado sobre la marcha, esfantástica.

Acabamos de cenar y, antes de ir atomar una copa a Dralion, decidimos darun paseo

por el muelle.

Me encanta cuando parecemos dosadolescentes que están descubriendo eldeseo y dan

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por bueno cualquier sitio para seguiraveriguando qué más nos pueden darnuestros besos y caricias. Estamos juntoal rompeolas y Daniel me abrazaapoyado en el murete, mientras yo estoyentre sus piernas con los brazosrodeándole el cuello. Nos besamos aratos de forma lenta, para luegoaumentar el énfasis, que no nos quedamás remedio que apaciguar.

Estamos en un lugar público y no creoque lo más aconsejable sea que a estasalturas nos tengan que llamar la atenciónpor escándalo. Aunque reconozco quetiene cierto morbo no estar entre cuatroparedes a la hora de saciar nuestra sedde pasión. Es más, el otro día le

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sorprendí llevándole a una zonadespejada y alejada de cualquier casa,para meternos mano en el coche. Alprincipio él rio ante la propuesta, ya quele debió parecer infantil, pero al finalacabamos haciéndolo en el asientotrasero.

—¿Qué haces? —me preguntó aúnmedio tumbado en el asiento.

—Pintar —le respondí, mientras con undedo escribo nuestros nombres en loscristales

empañados, unidos por un corazón.

Con gesto posesivo me atrajo a él, paraquedar sobre su pecho mirándole.

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—¿A qué hora tienes que estar en casa?—La pregunta me sorprendió pero deinmediato vi cuáles eran sus intenciones.A mí también me gustaba jugar a esejuego.

—Le he dicho a mi madre que dormía encasa de Lina.

—Eres muy traviesa.

Hoy en cambio, no tengo intención dellevar a cabo ninguna práctica indecenteen un vehículo, con un hombre de metroochenta y cinco, con el que el sexo seconvierte en contorsionismo.

Llegamos al bar y nos sentamos en labarra de mis niños que, desde que yo me

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fui, tienen una nueva compañera. Seacercan a saludarnos y charlamosanimadamente.

Al no trabajar aquí, me gusta disfrutarde lo que durante años he visto desde elotro lado. Bebo alguna copa, cosa queantes no me permitía, pero tengo que ircon cuidado ya que debido a la falta depráctica me sube enseguida. Tambiénbailamos, disfrutando de la música que amí tanto me gusta. En nuestro caso eltérmino “bailamos” se define como, yobailo frente a Daniel, que está sentadoen un taburete alto o apoyado en la barray, de vez en cuando, me coge la manopara darme una vuelta.

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La chica que me sustituye se llamaSilvia. Es rubia, con una larga melenalisa, ojos grandes y boca carnosa. Por loque he averiguado, estudia derecho ytrabaja los fines de semana para ayudara sus padres con los gastos de lacarrera. En algunos aspectos merecuerda a mí, ya que a diferencia deotras de las camareras del local y lamayoría de las que trabajan de noche, noviste de manera llamativa, ni va pintadaen exceso. La observo desde lejos y sumanera de atender a los clientes esamable y simpática. En ese momento,aprovechando que no hay demasiadosclientes, Hugo viene a vernos.

—¿Qué tal la chica nueva? —pregunto.

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Él la mira mientras niega con la cabeza.

—No creo que funcione.

—¿Por qué? —intento averiguarsorprendida, mientras la veo limpiar labarra

enérgicamente.

—No es como tú.

Yo sonrío halagada y cojo su mano.

—Gracias, pero nadie será como yo —presumo con falsa soberbia y me retiroel pelo

muy diva.

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—Es que no creo que encaje en elpuesto.

—¿No sirve bien a los clientes?

—No, en absoluto. La gente estáencantada, algunos incluso en exceso.

Los tres la miramos y ella ríe junto aLucas.

—¿Está atenta a todo lo que le dices?

—Imagino que sí. Es que…

Sin esperarlo, Daniel entra en laconversación.

—Tengo que confesarte, Hugo, que yo

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también lo he visto. —El camarero y yole miramos atónitos—. Creo que elproblema reside en que tu experiencia seha de valorar más.

No entiendo sus conclusiones, mientrasveo a la pobre chica cómo se mueve

rápidamente atendiendo a un gruporecién llegado.

—Podría ser —dice Hugo pensativo.

—En todas las cosas de la vida hayjerarquías y es necesario que serespeten.

Alucino con los comentarios de Daniel.No comprendo nada en absoluto.

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—Si quieres un consejo, desde miexperiencia en el campo del respeto alos superiores… —Está muy serio yHugo lo escucha tan atentamente—, yoen tu lugar, cogería a esa chica ahoramismo y la llevaría al almacén, paraexplicarle tranquilamente que si siguetus consejos, el funcionamiento de labarra será mucho mejor.

Hugo se incorpora, mira a Silvia, luegoa Daniel y empieza a asentir con lacabeza.

—Creo que tienes razón.

Se acerca a Lucas, que le escucha atentoy luego le habla al oído a la chica, quiense ve arrastrada de una mano cruzando

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el bar, antes de que pueda contestar.

—¿Se puede saber por qué le has dichoeso? Esa niña parece una monada y…

—En veinte segundos la tiene empotradacontra la pared de ese maléfico almacén—me

informa Daniel, con tono tranquilo,mirando hacia la pista.

Me llevo las manos a la boca y mis ojosse agrandan hasta no poder abrirse más.

—Pero… Pero… —Intento hablar—.¿Cómo no lo he visto antes?

Daniel se encoge de hombros, pero por

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su sonrisa puedo adivinar que estáencantado con su actuación.

—¡Ah! —grito llamando la atención deuna pareja que está cerca de nosotros—.¡Es por

la cama! —concluyo—. Me estásquitando mis poderes a través del sexo.

Se acerca cogiéndome del trasero ypegándome a él.

—No te preocupes, cuando hayaacabado de robarte tus poderes a basede revolcones, te

doy permiso para que tú me los quites amí.

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—Visto así, no es un mal trato. Serácomo si estuviera en barbecho —concluyo y coloco

mis brazos sobre sus hombros dejandocaer el peso de mi cuerpo sobre el suyo.

Nos besamos, hasta que Lucas empieza agolpear la barra llamando la atención.

—Por favor, un poco de contención, queme alteráis a los feligreses.

—Si te animamos a las parroquianas,seguro que tú saldrás beneficiado.

—Pues entonces, a lo vuestro —nosanima, dándonos su beneplácito paraseguir mientras nosotros le miramos

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divertidos.

Al cabo de unos minutos, Hugo y Silviaaparecen nuevamente en la barra. Ellatiene las mejillas arreboladas y élintenta controlar una sonrisa que no teníacuando se fue. Cada uno se pone a lafaena en un lado opuesto de la barra,pero durante un instante, observo cómose miran, cómplices y risueños.

—¿Cómo ha ido? —le pregunta Daniel aHugo en cuanto lo tenemos cerca.

—Es una chica más comprensiva de loque esperaba —nos comenta sinmirarnos a la

cara—. Creo que tampoco lo hace tan

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mal. Quizás yo me he dejado llevarporque estaba

acostumbrado a Natalia, pero es posibleque funcione.

Daniel y yo contenemos durante unmomento la risa, pero en cuanto nosmiramos, estallamos en carcajadas,provocando la ira de Hugo que se alejaofendido.

Al cabo de un rato, decidimos irnos acasa y nos despedimos de todos,incluida Silvia

que luce una espléndida sonrisa.

Empezamos a caminar entre la gente

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para dirigirnos a la puerta, cuandoDaniel me detiene y se acerca a mi oído.

—¿Tú crees que el almacén…?

La reacción de mi cuerpo a este hombrees inmediata. No ha acabado la frase,cuando

yo ya he empezado a ver imágenes de loque podría ser en estos momentos unarrebato pasional, en el mismo lugardonde nos hemos besado y hemosdiscutido. Y antes de pensármelo dosveces, tiro de su mano, con el propósitode hacer realidad todo lo que miimaginación está generando.

CAPÍTULO TREINTA Y DOS

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DANIEL

Aprovechando el puente, hemos ido aMadrid a visitar a mis padres. Desdeque estoy con Natalia, les hacemos unavisita en cuanto podemos y a ellos lesencanta. Ya hace más de un año y medioque estamos juntos y en ese tiempo, solonos hemos separado en dos

ocasiones, ambas por unos cursos quetuve que hacer en el extranjero.

Ella y mis hermanas han conectado demaravilla, como era de imaginar. ConSara comparte la vena creativa yartística. En cambio, con Olga, su ladomás extrovertido y alocado.

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Salgo de la que antes era mi habitación yque mi madre, con toda la ilusión delmundo, convirtió en la nuestra, y medirijo hacia el salón. Antes de llegarescucho a Sara hablando por teléfonodesde la cocina. Me acerco y la veocaminar sonriente con cierto airesoñador y a la vez coqueto. Imagino quehabla con su novio, que está de giradando unos conciertos por el sur deEspaña. Decido dejarla, pero escuchocómo se despide y cuelga.

—Sara, tengo que pedirte un favor. —Me hace un gesto con la mano para quesuelte lo

que sea que me tiene con esta cara de

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amargura que no me aguanto ni yo—. Megustaría

que le dijeras a Natalia, que esta tardenecesitas que yo te acompañe a un sitio.

—¿A dónde?

—Ya te lo contaré. Cuando se lo hayasdicho, tú y yo nos vamos.

Si se lo hubiera pedido a Olga, seguiríaacribillándome a preguntas, pero Sarareacciona de manera totalmentediferente. La primera fase de laoperación que tengo en mente, está enmarcha y eso desata mi ansiedad.

Llegamos al salón y ella está junto a mi

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padre, hablando.

—Natalia, ¿te importa si te robo aDaniel un rato? Necesito que meacompañe a un sitio.

Yo levanto las manos intentandoexcusarme por dejarla allí sola.

—No te preocupes —contestarápidamente.

—Yo me encargaré de esta jovencita envuestra ausencia —dice mi padreencantado.

—Lo siento —digo con vozapesadumbrada.

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—No te preocupes, cariño —me dicemientras pestañea de manera inocente,lo que me

pone en alerta—. Tengo el lujo de podercharlar con un general del Ejército delAire en la reserva, con un millón deanécdotas a sus espaldas. —Pone sumano sobre el brazo de mi padre y lemira con admiración—. La formación dela Patrulla Águila debió ser increíble,volar con un Casa C-101 debía serapasionante.

¡Me entran unas ganas tremendas deestrangularla! Desde que nos conocimosni una sola vez ha atinado congraduaciones, modelos de helicópteros o

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términos aeronáuticos y ahora meprovoca, dejándome claro que me tomael pelo constantemente. Si fuera Darth

Vader la asfixiaría, solo un poquito, portelepatía.

—Pues entonces, todos contentos —dicemi hermana—. Nos vamos. Volveremosen un rato.

—Señorita, vamos a la terraza,estaremos más cómodos y te contarétodo lo que quieras

saber sobre esa época.

Natalia se acerca pizpireta a despedirse.Cuando está junto a mí se pone de

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puntillas para besarme. Yo la abrazo y,tras devolverle el beso, me acerco a suoído:

—Espero que disfrutes hablando con elgeneral de una de sus pasiones. ¿Sabesalgo que

también le vuelve loco? Los niños. Asíque a lo mejor aprovecha vuestramaravillosa charla para hablar de ello.Mucha suerte, cariño.

La dejo en medio del salón con lamirada perdida y sin poder articularréplica alguna a mi mensaje.

¿No tenía ganas de jugar? Pues ahí vaesa.

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Me doy la vuelta, triunfante, y empiezo acaminar junto a mi hermana. Sara y yocogemos nuestros abrigos y, cuandoestamos a punto de salir por la puerta,veo una foto de mis hermanas reciénnacidas en el recibidor y una palabraretumba desde unos gigantes altavoces.¡Niños!

Acabo de darme cuenta de lo que le hedicho a Natalia y mis piernas tiemblancomo supongo que lo están haciendo lassuyas. Siempre he deseado tener familia,pero no había pensado en ello hasta quelo he utilizado como arma arrojadizacontra Natalia y ahora, esa foto delrecibidor podría acabar estando en micasa.

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Sacudo mi cabeza ya llegando alaparcamiento para alejar esepensamiento, que auguro

me preocupará más adelante.

Una vez arranco el coche, salimos delgaraje y nos dirigimos hacia el centro.

—No quiero ser indiscreta —me avanzami hermana—. ¿Puedo saber ya dóndevamos?

—A una joyería.

En toda mi vida había oído a Saraalcanzar tantos decibelios. Agradezcomi entrenamiento para mantener la calmadurante el pilotaje, porque si no fuera

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así, habríamos acabado en el arcén.

—¿Una joyería? —dice agarrándose alsalpicadero.

—¡Sara, tranquila! ¡Si quisiera gritos selo habría dicho a Olga!

Ella me mira todavía sorprendida.

—Por favor, ayúdame un poco. Losnervios me están matando y necesitoserenidad.

Asiente con la cabeza y se colocacorrectamente en el asiento.

—¿Le vas a pedir que se case contigo?—me pregunta con la voz más suave

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pero emocionada.

—Sí.

—El día menos pensado, nos dices queestáis pensando en tener hijos.

—Te aseguro que hoy no es ese día —respondo y soplo al recordar la foto demis hermanas.

—¡Oh, Daniel! Estoy tan contenta.

—Tu grito me ha dado una idea. —Semantiene en silencio y luego me mira

interrogante. Sé que podría seguir sinque yo le diera ninguna explicación,pero creo que se la merece y, además,

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necesito hablar de esto o me volveréloco—. Yo la voy a querer igual siestamos casados como si no. —Ella memira con los ojos vidriosos—. Desdeque

la vi supe que nunca me sería indiferentepero, cuando reconocí que la amaba,entendí que no podría dejar de hacerlonunca. —Suspiro con fuerza y continúo—: Llámame clásico, pero estoycansado de utilizar fórmulas como mipareja, mi chica, mi novia… cuando en

realidad, Natalia es mi mujer. —Mihermanita se seca unas lágrimas, que sé,son de felicidad—. Yo lo siento así y lovivo de esta manera. Por eso he

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decidido dar el paso.

—Eres bastante mayor que yo —empieza a decir y yo levanto las cejassorprendido—,

aunque no se note —aclara, paradejarme más tranquilo—, y oírte hablarasí significa mucho para mí.

—Gracias, pequeña. —Quito una manodel volante y cojo la suya.

—Siempre me has parecido tan valiente,tan fuerte, tan importante. —Niego conla cabeza para quitarle la razón—. Ypensar que alguien al que admiro tantosiente el amor de esta manera, hace queme sienta muy orgullosa de ti.

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No recuerdo si en algún momento de mivida, mis hermanas me han visto llorar,pero

como siga así, lo va a conseguir. Aprietosu mano para agradecerle sus palabras ytrago saliva antes de hablar.

—Os quiero mucho, a las dos por igual.Y aunque seáis mis hermanas pequeñas,muchas veces he sido yo el que haaprendido de vosotras. Estoy muycontento de compartir este momentocontigo, Sara.

—Gracias.

Creo que fue con Natalia con quienverbalicé mis sentimientos por primera

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vez. Y por

lo visto, ha sido abrir la caja de Pandoray ahora es un no parar.

Nos quedamos en silencio un minuto,antes de hacerle una aclaración:

—Que conste, que con Olga estaría igualde contento.

—Sí, pero te aseguro que conmigo tesaldrá más barato —comenta risueña, yel nudo de

mi garganta, creado por la emoción, sedeshace a base de risas.

***

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Estoy con Javi consultando unosmanuales que acaban de llegar aunquerealmente mi cabeza se encuentra amucha distancia de las páginas que finjover.

Mis dedos se entretienen con elmecanismo de un bolígrafo que no hedejado de presionar desde que nossentamos en aquella mesa y el constanteclic, clic, es lo único que me mantieneaferrado al lado de mi amigo.

—Novecientos noventa y nueve milnovecientos noventa y nueve y… ¡unmillón! —

exclama, levantando los brazos al techo.Le miro sin saber de qué está hablando

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—. Si estás poniendo a prueba laresistencia del muelle de ese bolígrafo,está más que comprobada.

Soplo y me apoyo en la mesa aguantandomi cabeza con la mano.

—Lo siento, estaba dándole vueltas auna cosa.

—¡Venga ya! Sabes que puedes contarconmigo para lo que necesites.

Le miro y decido confesar lo que meatormenta.

—Si te cuento una cosa, ¿prometes queno se lo contarás a Lina?

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—Hombre…

—Voy a pedirle a Natalia que se caseconmigo.

—¡No se lo contaré a Lina! —afirmacontundente recostándose sobre elrespaldo.

Imito su pose y empiezo a expresarle mipreocupación.

—Me siento perdido.

—¿Por?

—Porque no sé cómo hacerlo —confieso con evidente malestar—. Si lohago de manera llamativa, con una gran

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sorpresa y gritándolo a los cuatrovientos, tengo miedo de que se sientapresionada o que le parezca demasiadoforzado viniendo de mí. —Javi asiente,comprensivo, y me mira serio mientrasme escucha—. En cambio si lo hago demanera sencilla, simplementepidiéndoselo y dándole el anillo, temoque crea que no he dado importancia aun momento tan especial.

Él está atento a lo que le digo y cuandoacabo, se incorpora hacia delanteapoyando sus codos sobre las rodillas.

—Lo siento amigo, pero pensé que ya tehabrías dado cuenta que con ellas no sepuede

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estar seguro al cien por cien. Nuestrosbaremos no funcionan como los suyos.Es más, nuestras clasificaciones sondos. Bien o mal. En cambio ellas tepueden inundar de matices. Viviremosen un maravilloso campo de minasdurante toda nuestra vida. Gracias aDios, ellas ven mucho más lejos ymuchos más detalles que nosotros, peroeso es un arma de doble filo cuando lasquieres impresionar. —Yo sonrío ante loque me está contando como si fuera unarevelación—. No te preocupes, Nataliate quiere y seguro que todo saldrá bien.

Nos quedamos pensativos e imagino quecada uno pensando en su historiapersonal.

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—¿Tú cómo lo hiciste?

Él se pone a reír y se recuesta poniendosus manos en la nuca.

—Mi ejemplo no creo que te sea útil.

—¿Qué pasó?

Me mira y suspira cogiendo impulsopara comenzar a relatarme suexperiencia.

—Se podría decir que tú tienes algo quever.

—¿Yo?

—Cuando me llamaste para decirme que

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te habían destinado aquí, yo ya llevabaunos

meses con Lina y pasábamos muchotiempo en mi casa. Así que pensé quecuando tú vinieras, no sería lo mismo yeso me hizo reaccionar. Desde elprincipio sentí que no había estado entoda mi vida tan a gusto con nadie.

—¿Conmigo tampoco? —le preguntoponiendo morritos. Javi me lanza unbeso y

continúa hablando:

—Así que decidí, que si me angustiabapasar menos tiempo con ella, era porquequería

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estar así toda la vida.

—¿Qué nos ha pasado, compañero?Parecemos una puñetera comediaromántica.

Asiente dándome la razón y se rasca lacabeza.

—Una vez tomada la decisión, solofaltaba darle forma y puse mis cincosentidos en ello. Reserve una suite en unhotel de lujo con terraza y contraté uncatering especializado en eventos paraque le dieran un toque único.

—¡Menudo despliegue!

—Creo que aún lo estoy pagando —me

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responde serio—. Pero esa tarde, antesde llevarla al hotel, estábamos viendouna película en casa y a lo tonto a lotonto, nos pusimos en faena. Y en mitaddel revolcón, llevado por la pasión, selo pedí.

—¿Se lo pediste en medio de un polvo?—exclamo sin poder dar crédito.

—Efectivamente, amigo. A la chica másromántica y dulce del mundo le pedí quese casara conmigo mientras me la estabatirando.

—¿Y ella qué dijo?

Él se acerca, abre los brazos y empiezaa agitarlos.

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—¡Que sí! No me dijo nada más. Yohabía preparado la petición perfecta,implicando a

media isla y por lo visto, le gustó que selo pidiera llevado por la pasión.

Los dos reímos hasta que nos saltan laslágrimas.

—Por favor, que esto no salga de aquí—me dice señalándonos a los dos,mientras aún

se oyen mis carcajadas—. Por eso tedigo que nunca se sabe. Tú intentahacerlo sintiéndote cómodo y seguro delo que vas a hacer, lo demás ya lo irásviendo sobre la marcha.

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Y como una revelación, aparece larespuesta a todas mis dudas.

—Necesito tu ayuda.

***

Natalia está sumergida en la nuevacampaña de la cadena hotelera dondetrabaja Celia,

con la que sorprendentemente hemostenido muy buena relación las veces quenos hemos

visto. También es cierto, que el hecho deque esté saliendo con Íñigo, al que Álexy mi cuñado Sergio amenazaron demuerte si le hacía alguna jugarreta, ha

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ayudado mucho.

En esta ocasión le han solicitado a laagencia buscar posibles clientes, entrelos que valoran algo más que elchiringuito de playa, resaltando todaslas maravillas naturales, culturales ydeportivas de la isla. Así que Natalialleva dos semanas buscando imágenesde paisajes y lugares típicos deMallorca.

Para animarla y ayudarla, le hepropuesto que nos acompañe en un vuelode reconocimiento para que puedaobservar su tierra desde el cielo. El díaque se lo comenté se puso como loca, yaque le pareció una idea maravillosa para

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romper con el bloqueo que según ellatiene.

—¿Podré hacer fotos? —me preguntamientras nos dirigimos a la base.

—Por supuesto —respondo y mis manosestán ya tan sujetas al volante, que dudopoder

soltarlas al llegar al aparcamiento.

—Me voy a buscar un amante capitán…—me informa, haciendo un gesto con losdedos a modo de comillas— de barco,para poder ver la isla desde el mar.

—Busca otro espeleólogo para podervisitar las grutas y cuevas, tengo

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entendido que también hay muchas. —Me pregunto cómo demonios he podidopronunciar espeleólogo,

con lo nervioso que estoy.

En cuanto llegamos, vemos a Carlos yJavi acercándose al coche.

—Cariño, ¿esta noche podrías traer elmono de vuelo a casa? —me preguntamientras

los ve venir hacia nosotros—. No veascómo me pone.

—¿El mono?

—Tú, con el mono —arrastra las

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últimas letras—. Estás muy sensible hoy.Cuando volvamos te haré chocolate.

Ellos la saludan y nos dirigimos hacia eledificio.

—Hemos pensado que para que sea algodiferente, hoy te dejaremos un monopara ir como nosotros.

Abre la boca y los ojos mostrando lailusión que le ha hecho la proposición.Empieza a saltar, levantando los brazos,mientras los tres miramos a nuestroalrededor para confirmar que nadie lave.

—¡Guau! ¡Qué pasada! Voy a parecerTom Cruise. —Carga todo su peso sobre

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una pierna y nos guiña un ojo—.Maverik, potro mío, llévame a la camao piérdeme para siempre.

Me tapo los ojos con la mano, mientrasoigo a mis amigos reír.

—Vamos —le digo cogiéndola de brazo—. Es de la enfermera de vuelo que nosacompaña casi siempre. Imagino que teirá bien. —La miro y ella me sonríeemocionada

—. Puedes cambiarte en esta habitación.Yo lo haré en los vestuarios —le indicomientras me dirijo a la puerta—. Cuandome veas procura no tirarte sobre mí.

—No te prometo nada.

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Cuando acabo de vestirme, me siento enun banco y hago unas cuantasrespiraciones para relajarme. Espero noequivocarme y que todo salga bien.

Natalia sale de la enfermería donde seha cambiado y da una vuelta sobre símisma, para acabar señalando suszapatillas plateadas.

—¿No me diréis que no queda muchomejor con estas deportivas?

Ninguno de los tres contesta. Ella nossigue encantada, y se pone junto anosotros.

Mientras caminamos por la base, suactitud es seria y correcta. Observa todo

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a su alrededor sin perder detalle.Cuando llegamos al helicóptero y laayudo a subir, me dedica una mirada enla que veo admiración y orgullo, peroque más me emociona es verme a travésde sus ojos.

Se sienta donde le indicamos y la sujeto.

—Ahora vuelvo. —Me dirijo hacia laparte delantera con tal temblor depiernas y manos que no atinaría a llevarni un avión de juguete.

Javi es el que va a pilotar y Carlos leacompañará a su lado. Yo me quedomirando desde la entrada de la cabina.No puedo evitar despegar sin estar cercade los mandos, aunque sea otro quien los

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lleva. Nunca dejaré de sentirmeconmovido por el hecho de poder volar.

Ya en pleno vuelo observo a Nataliamirando fascinada por la ventanilla.

He decidido que la zona sur de la islasería la más adecuada para el vuelo dehoy, así que empezamos a sobrevolaresas aguas, las mismas que en su día mevinieron a la memoria al ver los ojos deNatalia.

Les hago un gesto a mis compañeros yellos sonríen levantando ambos supulgar, en este caso deseándome suerte.

Como hemos acordado, desconectan susintercomunicadores para darnos

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privacidad y no escucharnos a través deellos.

Ella me ve llegar y me sonríeemocionada mientras señala haciaabajo, mostrándome lo

que está mirando.

Reviso que está bien sujeta y me ato yo.Cuando me dirijo a la puerta y empiezoa abrirla, su cara de sorpresa medivierte. El viento entra con fuerza porlo que en este momento, entre el ruidode los rotores y el aire entrando no sepuede oír nada, a no ser que sea a travésde los cascos. Se agita otra vez en suasiento mientras empieza a escuchar “Iwon’t let you go”, de James Morrison,

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la que tenemos preparada en un buclepara que no deje de sonar y en suslabios leo cómo me dice “música”.

La acerco un poco para que vea elpaisaje desde el portón, sin que ningúncristal la separe de la belleza quesobrevolamos. Me siento tras ellaponiendo mis piernas una a cada lado desu cuerpo y sujetándola por la cintura.Noto su mano colocándose sobre la míaaferrándola con fuerza. Suspiroprofundamente y me decido a ser yo estavez el que dibuje, en este caso, nuestrofuturo. Llevo mis manos hasta el bolsillosuperior derecho de su mono y empiezoa abrirlo para sacar de él un papel quesujeto con fuerza para que no salga

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volando. Una vez lo tengo seguro, loabro y lo pongo frente a ella para queempiece a leer.

“Mi querida Natalia, amor de mi vida:

Desde siempre he mirado el cielopensando que ahí se encontraba mifelicidad y ahora que estás tú aquí, séque no me equivocaba.

El día que sobrevolé estas aguas,contemplé impresionado su color ydeseé sumergirme en ellas. Lo que nosabía, era que lo que estabadescubriendo es que sería en tus ojos,en los que no me cansaría de vermenunca.

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Mi sueño era el cielo y tú me lo hacestocar con los dedos. Una vez dijiste quequerías a alguien que cuando te tuvieraentre sus brazos, no desearas estar enningún otro sitio, por eso quieropreguntarte si soy yo el hombre queconsigue hacerte sentir de esa forma.

Si es así, por favor abre el bolsilloizquierdo de tu mono”.

Su espalda se agita indicándome queestá llorando. Sus manos trémulas abrencon cuidado el bolsillo y estiran de uncordel del que cuelga un anillo y uncartón.

Ella los sostiene, pero le tiemblan tantolas manos que no es capaz de moverlas.

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La levanto un poco para poder ladearlay así verle la cara. Veo sus lágrimas ycómo la emoción la tiene bloqueada.Cojo el cordón y le muestro el cartón.

“Por favor, cásate conmigo”.

Ella empieza a llorar con más fuerza ycon un dedo levanto su barbilla para verbien su cara.

Yo también me emociono, cojo el anillocon una mano y con la otra, la suya.Sitúo el

anillo justo en el extremo de su dedoíndice y la miro esperando que me hagaalgún tipo de señal.

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Me mira y posa su mano libre en mimejilla, para de repente empezar aasentir con fuerza y sonreír como nuncala había visto hacerlo. Deslizo el anillopor su dedo y cuando ya está colocado,suelto su mano para atrapar su cara.

Sé que no me puede oír, pero no puedoresistirme y tengo que decírselo.

—¡Te quiero!

Ríe y llora a la vez, mientras salta a micuello para besarme, como le hepropuesto que hagamos el resto denuestras vidas.

Tras unos minutos la música se para yescuchamos la voz de Carlos:

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—Solicitamos confirmación de laoperación.

Veo cómo su cabeza se asoma por lacabina y yo levanto mi pulgar,haciéndole saber que la que está sentadasobre mis piernas, se va a convertir enmi mujer.

El helicóptero realiza un virajepronunciado hacia la izquierda y la vozque escuchamos a continuación, es la deJavi:

Rescate efectuado con éxito.

Comandante a salvo.

Regresamos a la base.

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FIN

AGRADECIMIENTOS

Dicen que es de bien nacidos seragradecidos y a pesar de mis pesares,sigo dando gracias todos los días por lavida que me ha tocado vivir, con sussombras y sus luces.

Cuando publiqué “Y yo en Zapatillas!”intenté dejar por escrito miagradecimiento a muchas de laspersonas que me han acompañado a lolargo de toda mi vida, acompañándome,animándome y sobre todo queriéndome.

En este caso, voy a dar gracias a los queme habéis ayudado durante el proceso

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de creación de “Rescátame y te llevaréconmigo” y los que durante esta aventuraen el mundo de la novela románticahabéis estado a mi lado.

A Aina por ser la que estrena mispalabras al leerlas antes que nadie.Gracias por todas las noches que hasestado pendiente de que te llegara otrocapítulo. Gracias por mirar al cieloconmigo para buscar un helicóptero yser mi confidente cuando la vida mesorprende.

A Víctor y Chito por vuestra amistad,pero también por prestarme vuestraprofesión, pasión, recuerdos y ese cieloque os ha hecho tantas veces felices.

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Gracias por permitirme ver a personastras los personajes y estar en todos losmomentos que os he necesitado.

A Patricia Ruiz por ser la primera queme ayudó con la tijera, la aguja y el hilo.Gracias por desquiciarte y serenarte enuna barbacoa que siempre me recordaráa ti.

A Patricia Miller. A sus pies mimaestra. Nadie como tú ha vivido estanovela. Con estas líneas no podréagradecerte suficientemente lo que hashecho por Daniel, Natalia y por mí.

Un día me dijiste “me he acostumbradoa tenerte”, pues yo ahora te digo“necesito tenerte”. Que sería de este

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pequeño saltamontes sin tus consejos,broncas, confesiones, locuras y risas,muchas risas. La vida nos sorprendiócruzando nuestros caminos y será difícilvolverlos a separar.

A Javi y su infinita paciencia. Porapaciguarme con risas e ironía. Losiento, pero no creo que nunca te libresde mí.

A Carlos y Marga, por prestaros aformar parte de esta aventura y hacerque Daniel y

Natalia se abracen a los ojos de todos.

A Ricardo Izquierdo, por su ayuda a lahora de que un sueño se convierta en una

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imagen.

A todas mis lectoras 0 (amigas delalma) que me hacen revivir la emociónde la historia cada vez que ellas la leen.

A Romantic Ediciones, por soportar aesta loca y sus ideas.

A Mariah Evans por su generosidad yser la primera que me ayudó a caminareste mundo de sueños y letras.

A Saray García. Las novelas nos unierony la locura nos mantiene. Gracias portodo flor!.

A Anna Garcia primero me deslumbró tumanera de escribir, pero lo que ahora

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realmente admiro es a la mujer. Graciaspor ayudarme a tener los pies en latierra con nuestras conversaciones.

A Lorraine Coco por tu dulzura, tucariño y tus palabras de color rosa.

A las románicas mallorquinas, LizHaley, Isa Jaramillo, Jane Kelder, PaulaRosselló, Olalla Pons… Viva elromance mallorquin!!!

A las compañeras de RománticEdiciones. Caminar en vuestra compañíaen un mundo

de sueños y letras, es un verdadero lujoy una gran enseñanza.

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A todas y cada una de las personas quese han puesto en contacto conmigo paradarme

su opinión sobre “Y yo en zapatillas!”,espero poder cumplir vuestrasexpectativas con este nuevo título yconseguir que paséis un buen rato.

A todas las autoras que día a día creáishistorias que consiguen que no podamosevadir de los problemas, teneresperanza e intentar ser más felices.

Y sobretodo, gracias a mi metrocuadrado, mi marido y mis peques. Sinvuestra ilusión, nada de esto seríaposible. Por vosotros todo vale la pena.Prometo devolveros todos los momentos

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que he dedicado a escribir y no os hehecho el caso que merecéis. Os quiero.

A todos los que acompañáis mis pasos,besos de colores!

Notas

[←1]

Camp Arena. Base del Ejército españolen Afganistán.

[←2]

Son Espases. Hospital Universitario dePalma de Mallorca.

[←3]

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Monografía. Trabajo esencial en elproceso de ascenso de rango decomandante.

[←4]

CASA C-101 Aviojet. Avión dereacción monomotor de entrenamientoavanzado y ataque ligero. Es el modeloutilizado por la Patrulla Águila en susexhibiciones de acrobacia aérea.

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Notas

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