Resumen General Siglo Xx

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RESUMEN GENERAL SIGLO XX La guerra de España es la única ocasión histórica en ue nuestro pa!s ha "ugado un pap protagonista en la #istoria del siglo XX$ aunue %uera co&o su"eto paciente de un acon de enor&e repercusión' (an sólo en otro &o&ento$ &ucho &)s grato en sus consecuencias$ co&o %ue la transición a la de&ocracia$ España ha resultado protagonista de pri&era *l +ida de la #u&anidad' No puede e,trañar$ por tanto$ ue desde una óptica nacional o e, se ha-a considerado co&o e"e interpretati+o de nuestro pasado lo sucedido en el per!od ./0/' Este tipo de interpretación tiene un o3+io incon+eniente ue nace de considerar la tot #istoria española del siglo XX 4o incluso la anterior5 co&o un paso &)s ue$ de &odo i lle+a3a a la guerra entre dos sectores de la sociedad española en%rentados a &uerte' E por supuesto$ ue nada parecido a una guerra ci+il con centenares de &iles de &uertos otro pa!s del Occidente europeo durante el pri&er tercio del siglo XX - &enos aún en l posterior' Eso$ sin e&3argo$ no de3e hacer pensar ue el en%renta&iento +iolento %uera i&posi3le de eludir$ ni &enos aún ue estu+iera escrito en la #istoria co&o ine+ita3le siglo XIX o antes' #asta el últi&o &o&ento la guerra ci+il pudo ha3er sido e+itada' Lo presenciales$ en especial los ue ten!an responsa3ilidad pol!tica de i&portancia$ suel considerar ue no era as!$ pero ello se de3e ui7) al deseo de e,culparse por sus responsa3ilidades' La prue3a de ue se podr!a ha3er e+itado la guerra reside en ue de sido otro el co&porta&iento de 8asares 9uiroga o si hu3iera sido sustituido antes por :arrio$ el curso de los aconteci&ientos podr!a ha3er sido &u- otro' En realidad$ pocos originaria&ente la guerra$ aunue hu3iera &uchos a uienes les hu3iera gustado ue se con+irtieran en reales sus consecuencias$ es decir$ el aplasta&iento del ad+ersario' 8 transcurso del tie&po ese puñado de españoles ue uer!a la guerra consiguió la co&pli acti+a o pasi+a$ de sectores &)s a&plios - se ol+idó ue los %er+orosos entusias&os po lle+a3an a una España a desear i&ponerse so3re la otra i&plica3an$ para su reali7ación derra&a&iento de sangre' 8uando 6ste e&pe7ó - la 3ar3arie creó un a3is&o entre dos sec de la sociedad española$ %ue cuando la guerra ci+il resultó ine+ita3le' ;ero$ si no lo ha3!a sido en el pasado re&oto$ en ca&3io tu+o consecuencias decisi+as #istoria de España' #a- interpretaciones si&pli*cadoras ue atri3u-en a un supuesto ca nacional una procli+idad hacia la guerra ci+il o ue +en la causa de la de ./012./0/ e peculiaridades de una clase social$ sea la 3urgues!a o el proletariado' (odas estas caracteri7aciones no son ciertas$ pero s! lo es$ sin duda$ ue e,iste una peculiaridad #istoria española respecto del resto de las naciones europeas deri+ada de esta guerra nace$ por tanto$ de un rasgo ina&o+i3le del car)cter de todos o de una parte de los es sino de una e,periencia colecti+a$ co&o la de esta guerra peculiar - lo su*ciente&ente para crear trau&as di%!ciles de superar' En cierto sentido la guerra ci+il no conclu-ó durante el per!odo inter&edio$ desde ./0/$ todos los rasgos de la +ida española estu+i &arcados por la i&pronta 36lica= el r6gi&en del general >ranco no pod!a entenderse sin e,periencia 36lica ue engendró ade&)s$ a t!tulo de e"e&plo$ el nacional catolicis&o - condenación de toda una parte de la tradición cultural española 4la li3eral5' 8laro es ta&3i6n en la etapa &encionada se superaron esas situaciones$ pero a *n de cuentas al tie&po se segu!a +i+iendo en la ór3ita histórica de auel decisi+o aconteci&iento' El pue3lo español ha sido consciente de la realidad de esta in?uencia de la guerra ci+ presente' @urante d6cadas se ha sentido &al in%or&ado - luego apasionada&ente interesa #a pasado -a el &o&ento en ue no se ha3la3a de la guerra ci+il sino ue se discut!a s Ahora$ ui7)$ tras ha3er pasado +arias d6cadas desde la guerra ci+il$ la tendencia &)s es considerar ue se ha llegado -a a una saturación de in%or&ación acerca de ella' ;aralela&ente a este ca&3io ue se ha producido en el estado de la opinión pú3lica ace guerra$ el conoci&iento cient!*co de la &is&a ha ido progresando de &anera signi*cati+ 8on+iene tener en cuenta ue aunue desde hace d6cadas la 3i3liogra%!a acerca de la gu

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RESUMEN GENERAL SIGLO XX

La guerra de Espaa es la nica ocasin histrica en que nuestro pas ha jugado un papel protagonista en la Historia del siglo XX, aunque fuera como sujeto paciente de un acontecimiento de enorme repercusin. Tan slo en otro momento, mucho ms grato en sus consecuencias, como fue la transicin a la democracia, Espaa ha resultado protagonista de primera fila en la vida de la Humanidad. No puede extraar, por tanto, que desde una ptica nacional o extranjera, se haya considerado como eje interpretativo de nuestro pasado lo sucedido en el perodo 1936-1939.Este tipo de interpretacin tiene un obvio inconveniente que nace de considerar la totalidad de la Historia espaola del siglo XX (o incluso la anterior) como un paso ms que, de modo inevitable, llevaba a la guerra entre dos sectores de la sociedad espaola enfrentados a muerte. Es cierto, por supuesto, que nada parecido a una guerra civil con centenares de miles de muertos se dio en otro pas del Occidente europeo durante el primer tercio del siglo XX y menos an en la poca posterior. Eso, sin embargo, no debe hacer pensar que el enfrentamiento violento fuera algo imposible de eludir, ni menos an que estuviera escrito en la Historia como inevitable desde el siglo XIX o antes. Hasta el ltimo momento la guerra civilpudo haber sido evitada. Los testigos presenciales, en especial los que tenan responsabilidad poltica de importancia, suelen considerar que no era as, pero ello se debe quiz al deseo de exculparse por sus responsabilidades. La prueba de que se podra haber evitado la guerra reside en que de haber sido otro el comportamiento deCasares Quirogao si hubiera sido sustituido antes porMartnez Barrio, el curso de los acontecimientos podra haber sido muy otro. En realidad, pocos desearon originariamente la guerra, aunque hubiera muchos a quienes les hubiera gustado que se convirtieran en reales sus consecuencias, es decir, el aplastamiento del adversario. Con el transcurso del tiempo ese puado de espaoles que quera la guerra consigui la complicidad, activa o pasiva, de sectores ms amplios y se olvid que los fervorosos entusiasmos polticos que llevaban a una Espaa a desear imponerse sobre la otra implicaban, para su realizacin, el derramamiento de sangre. Cuando ste empez y la barbarie cre un abismo entre dos sectores de la sociedad espaola, fue cuando la guerra civil result inevitable.Pero, si no lo haba sido en el pasado remoto, en cambio tuvo consecuencias decisivas para la Historia de Espaa. Hay interpretaciones simplificadoras que atribuyen a un supuesto carcter nacional una proclividad hacia la guerra civil o que ven la causa de la de 1936-1939 en peculiaridades de una clase social, sea la burguesa o el proletariado. Todas estas caracterizaciones no son ciertas, pero s lo es, sin duda, que existe una peculiaridad en la Historia espaola respecto del resto de las naciones europeas derivada de esta guerra civil. No nace, por tanto, de un rasgo inamovible del carcter de todos o de una parte de los espaoles sino de una experiencia colectiva, como la de esta guerra peculiar y lo suficientemente decisiva para crear traumas difciles de superar. En cierto sentido la guerra civil no concluy hasta 1977 y durante el perodo intermedio, desde 1939, todos los rasgos de la vida espaola estuvieron marcados por la impronta blica; el rgimen del generalFrancono poda entenderse sin la experiencia blica que engendr adems, a ttulo de ejemplo, el nacional catolicismo y la condenacin de toda una parte de la tradicin cultural espaola (la liberal). Claro est que tambin en la etapa mencionada se superaron esas situaciones, pero a fin de cuentas al mismo tiempo se segua viviendo en la rbita histrica de aquel decisivo acontecimiento.El pueblo espaol ha sido consciente de la realidad de esta influencia de la guerra civil sobre el presente. Durante dcadas se ha sentido mal informado y luego apasionadamente interesado. Ha pasado ya el momento en que no se hablaba de la guerra civil sino que se discuta sobre ella. Ahora, quiz, tras haber pasado varias dcadas desde la guerra civil, la tendencia ms frecuente es considerar que se ha llegado ya a una saturacin de informacin acerca de ella. Paralelamente a este cambio que se ha producido en el estado de la opinin pblica acerca de la guerra, el conocimiento cientfico de la misma ha ido progresando de manera significativa. Conviene tener en cuenta que aunque desde hace dcadas la bibliografa acerca de la guerra civil espaola fuera ocenica, no quera decir que necesariamente fuera buena, sino que indicaba el grado de polmica al que se haba llegado en torno al acontecimiento.Acerca de la Revolucin rusa, un acontecimiento ms importante, el nmero de ttulos publicados era inferior hace unos aos al de los que se haban publicado sobre la guerra civil espaola. En realidad, slo a partir de los aos sesenta y setenta del siglo XX se inici la utilizacin de los fondos archivsticos espaoles, esenciales como fuentes. En la actualidad, los puntos de coincidencia de los historiadores de las diversas significaciones ideolgicas son muchos, en especial acerca de los factores estrictamente militares de la guerra. La conmemoracin del cincuentenario no dio lugar a grandes descubrimientos, pero s a la acentuacin del inters por determinadas cuestiones como larepresin, las colectivizaciones o elpapel de la Iglesiaen el conflicto. Sin embargo, quedan todava muchos aspectos que investigar, tanto sobre la evolucin de cada uno de los dos bandos en conflicto, como sobre determinados aspectos de la poltica exterior durante el mismo. La aportacin de algunos archivos pblicos y sobre todo privados habr de ser fundamental en el futuro para los avances historiogrficos. De todos modos, la actitud del historiador respecto de una cuestin como la guerra civil espaola necesariamente ha de ser humilde. Como se ha dicho respecto de la Revolucin Francesa, nunca podr escribirse una Historia definitiva de la guerra civil espaola por la sencilla razn de que afect demasiado gravemente a un nmero demasiado grande de personas.Con todo, el mayor problema del historiador respecto de la guerra civil espaola no es tanto el de las fuentes como el de la objetividad. Es, por supuesto, un propsito siempre en peligro y siempre difcil de alcanzar. Tanto es as que incluso afecta a la misma denominacin del conflicto y de quienes en l fueron contendientes; todava no estn tan lejanas la fechas en que los trminos guerra civil eran considerados como inaceptables. Todava existe un problema para el historiador en la denominacin de los contendientes porque las que resultan peyorativas o no corresponden a la realidad resultan frecuentes; incluso en libros recientes todava se representa con el color azul y el rojo a los beligerantes cuando probablemente, esos dos colores, en su significacin poltica, resultan una simplificacin. Quiz una buena terminologa consistira en recurrir a una denominacin negativa, anticomunistas y antifascistas, pero con ello se excluira a una gran parte de la poblacin que era ambas cosas. La contraposicin republicanos - nacionales o nacionalistas tiene el inconveniente de que en el bando de los primeros no slo haba quienes aceptaban esa definicin, mientras que tan nacional era una causa como la otra. Por tanto, quiz conviniera denominar a unos como los sublevados, la derecha o los franquistas (la persona deFrancosiempre represent muy bien la acumulacin de sectores polticos que dirigi), y a otros como los frentepopulistas, puesto que en realidad lo que sucedi en la guerra civil fue que elFrente Popular originariose ampli con la presencia de los nacionalistas vascos y los anarquistas.Segunda Repblica Espaola : Entre el 12 y el 14 de abril de 1931 tuvo lugar una de las cesuras ms caracterizadas de la historia contempornea de Espaa: la cada de laMonarqua borbnica, que encarnabaAlfonso XIII, y la simultneaproclamacin de la Segunda Repblica. Nacida en medio de una inmensa alegra popular, la Repblica fue depositaria de los anhelos de regeneracin y de las esperanzas democratizadoras de buena parte de los espaoles de la poca.Los gobernantes republicanos, dotados de un amplio respaldo democrtico tras las primeras elecciones parlamentarias, parecan en condiciones de poner en marcha o acelerar muchos de los procesos de modernizacin poltica y socioeconmica por los que venan clamando desde haca dcadas las mentes ms lcidas del pas: unareforma del sistemarepresentativo, que terminara con las lacras del caciquismo y consolidara un sistema de partidos de masas; un nuevo modelo de Administracin civil y militar, que dotara al Estado de mayor eficacia y que, al tiempo, lo descentralizara, abriendo paso a procesos deregionalizaciny autogobierno; un nuevo marco de relaciones laborales, que mejorara las condiciones angustiosas de gran parte de la poblacin asalariada; una reforma agraria, que satisficiera las demandas de tierra del campesinado y facilitara la racionalizacin de la agricultura; procesos de secularizacin, que pusieran fin al tradicional contubernio entre la Iglesia catlica y el Estado monrquico... Nacida en medio de un consenso casi general, la Repblica se frustr en breve plazo, dando paso a laguerra civilque asol las tierras de Espaa desde el verano de 1936.Transcurrido ya muchas dcadas desde su final, el perodo republicano es hoy uno de los mejor conocidos de nuestra contemporaneidad, campo para la continua publicacin de todo tipo de estudios, y referente obligado para la comprensin del presente y de los procesos histricos que se desarrollaron en la segunda mitad de la centuria pasada. La sntesis que aqu se inicia pretende, a partir de lo mucho publicado y debatido por los historiadores, algunas claves de interpretacin de aquella esperanza frustrada que fue la Segunda Repblica.El nacimiento de la Segunda Repblica, el 14 de abril de 1931, supuso la sustitucin o la reforma profunda de muchas de las instituciones vigentes con laMonarqua, conforme a la idea expresada porAzaade "cambiar el sistema poltico y la poltica del sistema". En la marcha hacia un ordenamiento constitucional acorde con los principios democrticos que inspiraban al nuevo rgimen era preciso cubrir una etapa de transicin. Ello implicaba levantar en muy poco tiempo un considerable entramado legal y poltico, cuya pieza maestra sera la Constitucin. Hasta que el Parlamento la aprobase, era al Gobierno provisional y luego a las Cortes Constituyentes a quienes correspondera la tarea de improvisar un marco legal que respondiera a las expectativas creadas por el cambio de rgimen.Entre los dirigentes republicanos, juristas en su mayor parte, imper desde el principio un notable afn por legitimar la situacin revolucionaria y cubrir los vacos legales provocados por la cada de la Monarqua. No haban escatimado esfuerzos para calmar a las llamadas clases conservadoras, hacindolas ver que la Repblica implicaba un cambio revolucionario de carcter poltico, pero sin que ello supusiera una modificacin radical del sistema social. En este sentido, la presidencia del Gobierno provisional y la responsabilidad del mantenimiento del orden pblico se encomendaban a dos polticos recin conversos al republicanismo, como eranAlcal ZamorayMaura. Por su parte, los socialistas, representantes del nico movimiento de masas organizado que apoyaba el nacimiento de la Repblica, aceptaran mantenerse en un discreto segundo plano, conscientes de la necesidad de no suscitar resistencias numantinas entre los monrquicos.El mismo 14 de abril, el Comit ejecutivo de la Conjuncin, actuando como ente depositario del poder revolucionario, promulg un Decreto encomendando a Alcal Zamora la presidencia del Gobierno provisional y, con ella, la Jefatura del Estado. Al da siguiente, se publicaban sendos decretos con el nombramiento de los miembros del Gabinete, el texto del Estatuto Jurdico por el que se regira el Poder Ejecutivo hasta la entrada en vigor de la Constitucin, y la concesin de una amnista para los delitos polticos. El primer Gobierno republicano recoga en su composicin las diferentes tendencias polticas y sociales que integraban la Conjuncin republicano-socialista. Figuraban en l desde antiguos ministros de laMonarqua, representantes de una burguesa conservadora y catlica, hasta dirigentes sindicales con un pasado obrero, pero predominaban los ministros procedentes de la pequea burguesa de profesionales y funcionarios, dotados de un marcado talante reformista y dispuestos a acometer un ambicioso plan de transformaciones polticas y de modernizacin de los aparatos del Estado.En la primavera de 1931, elEjecutivopromulg numerosos decretos, que luego ratificara como leyes el Parlamento. El conjunto de estas normas anticipa las grandes lneas delreformismo republicanoy las preocupaciones sociales que alentaban los representantes de la izquierda burguesa y socialista.En primer lugar, los llamados "decretos agrarios", impulsados por los ministros socialistas de Trabajo y Justicia,Francisco Largo CaballeroyFernando de los Ros, buscaban una mejora inmediata en las condiciones laborales del campesinado y preparar el camino a la reforma agraria prometida. Establecan la prohibicin de desahuciar a los arrendatarios de fincas; ampliaban al medio rural los efectos de la Ley de Accidentes de Trabajo; fijaban la jornada laboral en ocho horas; obligaban a los propietarios agrcolas a contratar trabajadores de la comarca (Decreto de trminos municipales) y a mantener sus tierras en produccin (Decreto de laboreo forzoso); y extendan a la economa agraria el sistema de Jurados Mixtos de arbitraje en asuntos laborales.En Instruccin Pblica, el ministroMarcelino Domingoadopt medidas para reforzar la presencia y el control del Estado en el sector educativo, dominado hasta entonces por la Iglesia catlica. Sus decretos establecan un plan quinquenal para crear miles de plazas escolares y que, en su primer ao, ampliaba en siete mil la plantilla de maestros estatales; aumentaban el sueldo a los maestros; disponan la coeducacin en la Enseanza Secundaria; supriman la obligatoriedad de la enseanza religiosa en las escuelas, y creaban las Misiones Pedaggicas para extender el mbito educativo a sectores de la poblacin hasta entonces marginados. Tambin desde el Ministerio de la Guerra,Manuel Azaainici en este perodo su plan de modernizacin de las Fuerzas Armadas con una serie de decretos: pase a la reserva con sueldo ntegro de los militares profesionales que lo solicitaran, para aliviar las plantillas sobrecargadas; supresin de regimientos y transformacin de las Capitanas en Divisiones Orgnicas; revisin de los ascensos por eleccin o mritos de guerra; cierre de la Academia General Militar, etc.Uno de los ejes delreformismo republicanoera el desarrollo de un proceso de secularizacin poltica y social, que permitiera superar la tradicional identificacin entre el Estado y la Iglesia catlica, hasta entonces uno de los elementos fundamentales de legitimacin de laMonarquadeAlfonso XIII. El nuevo orden constitucional deba amparar la libertad de conciencia y de cultos, y el clero catlico perdera su carcter de cuerpo estatal y de guardin de una moral pblica que se identificaba hasta entonces con los intereses y la ideologa de las clases dirigentes. Pero ni la Iglesia se iba a resignar a perder unos derechos adquiridos que la garantizaban una privilegiada situacin en el ordenamiento social y poltico, ni los gobernantes republicanos, herederos de una larga tradicin laicista y obsesionados por restar poder a un colectivo que consideraban hostil a sus proyectos de modernizacin, acertaran a dosificar los ritmos y alcances de un proceso secularizador a todas luces imprescindible.El hundimiento de la Monarqua situ a la Iglesia ante la incertidumbre de un triunfo de sus adversarios. Al producirse el cambio de rgimen, el Vaticano dio instrucciones a los obispos para que aceptasen a los nuevos poderes. La actitud de los eclesisticos fue, en general, prudente, y los obispos publicaron pastorales acatando la Repblica. Pero pronto surgieron algunos roces. El 1 de mayo, el cardenal primado,Pedro Segura, un fantico religioso y acrrimo monrquico, public una pastoral en la que alababa la figura deAlfonso XIIIy agradeca los beneficios inmensos que la colaboracin de la Iglesia con la Monarqua haba procurado a la primera. Tras estas alusiones tan poco polticas, el cardenal pona en guardia a los fieles contra el "dao a los derechos de la Iglesia" que implicaba la secularizacin del Estado y les animaba a actuar en "apretada falange" en laselecciones a Cortes Constituyentespara oponerse a "los que se esfuerzan en destruir la religin". La provocadora pastoral fue considerada una declaracin de guerra por muchos republicanos.El domingo 10 de mayo se inaugur en Madrid un Crculo Monrquico, destinado a organizar a los leales a Alfonso XIII para la prxima campaa electoral. Realizada la eleccin del Comit ejecutivo de la entidad, alguien puso en marcha un gramfono y pronto sonaron los acordes de la Marcha Real. Abajo, en la concurrida calle de Alcal, comenzaron a formarse corrillos de irritados republicanos. Encrespados los nimos, algunos viandantes intentaron forzar las puertas del inmueble. La extensin del falso rumor de que los monrquicos haban matado a un taxista en el forcejeo aument la tensin y, finalmente, oblig a intervenir a la fuerza pblica, que detuvo a varios de los directivos del Crculo. No contentos con ello, los republicanos se dirigieron en manifestacin hacia el edificio del diario monrquico ABC, con intencin de incendiarlo. La Guardia Civil logr evitar el asalto, pero en los violentos enfrentamientos murieron dos personas y varias ms resultaron heridas, y ello contribuy decisivamente a preparar la "quema de conventos" del da 11.En esa jornada, grupos de incontrolados incendiaron nueve iglesias, conventos y colegios en la capital sin que el Gobierno, desbordado por los acontecimientos, se atreviera a emplear la fuerza para detenerlos. Cuando por fin se proclam el estado de guerra en Madrid, los disturbios se haban extendido. Durante tres das, en Mlaga, Sevilla, Crdoba, Cdiz,Alicante, Valencia y otras ciudades ardieron ms de un centenar de edificios religiosos, con los que desaparecieron verdaderos tesoros artsticos, y fueron asaltados peridicos y crculos recreativos relacionados con la derecha monrquica.Los incidentes del 11 de mayo agriaron las relaciones entre el Gobierno y el Episcopado. El da 13, el cardenalSeguraabandonaba Espaa con direccin a Roma y cinco das despus, el catlico ministro de la Gobernacin expulsaba al obispo de Vitoria, Mateo Mgica, acusado de actividades antirrepublicanas en su dicesis. A finales de mayo se decretaba formalmente la libertad de creencias y de cultos, con lo que la Iglesia catlica perda su condicin de oficial. El Vaticano respondi negando el placer al nuevo embajador de Espaa, el republicano moderado Luis de Zulueta. El 11 de junio, coincidiendo con la publicacin de una dursima declaracin colectiva de los obispos, el cardenal Segura regres en secreto al pas. Pero las autoridades estaban al tanto y el ministro de la Gobernacin le hizo detener tres das despus enGuadalajaray decret su extraamiento. El primado se instal en Francia y se neg reiteradamente a renunciar a su sede toledana, como solicitaba el Gobierno y aconsejaba en aras de la conciliacin el nuncio vaticano. Finalmente, la detencin en la frontera pirenaica, el 14 de agosto, del vicario general de la dicesis deVitoriacon cartas deSeguraen las que daba instrucciones para la venta a testaferros de los bienes del clero y la colocacin de sus beneficios en el extranjero, dio a la Santa Sede motivo para forzar su renuncia y la de Mgica a sus sedes episcopales. Pero, desde el exilio, ambos clrigos monrquicos continuaran sulabor de oposicin a la Repblica.a primera cuestin que se discuti en lasCortes Constituyentesen torno al articulado fue la organizacin del Estado. Espaa era definida en el Ttulo Preliminar del proyecto de la Comisin como una Repblica democrtica, pero el radical-socialista Valera promovi una enmienda que la defina como Repblica de trabajadores. El nuevo texto fue rechazado por AR, por los radicales y por el conjunto de la derecha. Finalmente se lleg a un acuerdo mediante la frmula, "Espaa es una Repblica de trabajadores de toda clase, que se organizan en rgimen de Libertad y de Justicia". Con el singular "de todo clase" se evitaba la connotacin social, que la derecha haba denunciado como revolucionaria.Otros artculos de este Ttulo, que establecan la igualdad jurdica de todos los espaoles, la capitalidad de Madrid, la renuncia a la guerra como instrumento de poltica internacional, o el acatamiento a las normas del Derecho internacional, fueron aprobados sin grandes problemas. En cambio, el debate sobre el conflictivo artculo tercero, que estableca la aconfesionalidad del Estado, fue postergado, y suscitaron enconadas polmicas los prrafos que declaraban al castellano idioma oficial en todo el territorio nacional y constituan a la Repblica en un Estado integral o autonmico. Este ltimo punto, incluido en el artculo primero, oblig a las Constituyentes a pronunciarse sobre el modelo de Estado. La derecha defenda el unitario, mientras que los federales y loscatalanistasse pronunciaron por el federalismo puro. Los restantes grupos republicanos haban aceptado con mayor o menor sinceridad el principio federativo pero, tras la proclamacin de la Repblica, haban ido variando su opinin. El acuerdo entre el PSOE y AR permiti finalmente la introduccin del concepto de Estado integral que, con la vista puesta en una rpida solucin de la cuestin catalana, sancionaba un Estado unitario, ni centralista ni federal, sino compatible con la autonoma de los Municipios y de las Regiones.Pero donde se plante el verdadero debate fue en la discusin del Ttulo I-, Organizacin nacional, que se refera ms en concreto a las autonomas regionales. Aqu, los parlamentarios se enfrentaban a un hecho consumado. Conforme al acuerdo negociado en abril entre el Gobierno provisional y el autoproclamado Gobierno cataln, una comisin presidida por los juristas Pere Corominas y Jaume Carner haba redactado en el valle de Nuria (Gerona) un proyecto de Estatuto, elaborado segn una concepcin federal, que declaraba a Catalua Estado autnomo dentro de la Repblica espaola y la otorgaba un amplio autogobierno. Aceptado el 14 de julio por la Diputacin provisional del Parlamento cataln y aprobado en referndum el 6 de agosto por la mayora de los residentes censados en la regin, el llamado Estatuto de Nuria le fue entregado poco despus aAlcal Zamorapara que lo elevara, como ponencia del Gobierno, a las Cortes para su aprobacin. De esta forma, el Estatuto sera otorgado por el Parlamento de la nacin, con lo que, pensaban sus promotores, se soslayara cualquier connotacin separatista. La iniciativa catalana anim en otras regiones espaolas el inicio de procesos similares, lo que cre una profunda alarma entre los partidarios del Estado unitario. Apenas nacida, la Repblica se vea abocada a amparar una transformacin radical del modelo de Estado cuando ni siquiera se haban reunido las Cortes Constituyentes. Lo peligroso de este hecho para el rgimen haba quedado patente ya el 14 de junio, cuando representantes de la mayora de los ayuntamientos del Pas Vasco y Navarra, donde haba triunfado la derecha no republicana en las elecciones municipales, aprobaron en Estella un proyecto de Estatuto de autonoma antidemocrtico y ultracatlico, que despert una fuerte hostilidad en los medios izquierdistas.Tras la constitucin de las Cortes, el problema que planteaba el Estatuto de Nuria qued an ms patente. El proyecto de Constitucin que discutan los diputados estableca un techo de competencias autonmicas muy inferior al que pretendan loscatalanistas, y ni siquiera haba sido definida an por las Cortes la forma de Estado, federal o unitario, que debera condicionar de modo decisivo el alcance de las autonomas. El debate autonmico se realiz entre el 22 y el 27 de septiembre y forz complejas negociaciones. Mientras para la minora catalana, las competencias atribuidas a la Administracin central en el proyecto constitucional impedan el autogobierno, la derecha nacional, muchos parlamentarios republicanos y socialistas e intelectuales de la talla deOrtegayUnamuno, afirmaban que las autonomas eran un tema de Estado, y que su organizacin deba corresponder al Parlamento. Destacaba la actitud opositora de un sector del PSOE, que era el primer partido del pas. En las semanas anteriores, varios socialistas no se haban recatado de criticar duramente el proceso autonmico impulsado por la Generalidad, tras el que vean los intereses egostas de la burguesa local.Alcal Zamoraintent la conciliacin. A travs de un diputado de su grupo, Csar Juarros, haba presentado das antes una enmienda alproyecto constitucional, que recoga parte de las reivindicaciones de los catalanistas. El portavoz de stos, Carner, acept en el Pleno la enmienda de los progresistas, aun reconociendo que su grupo pretenda "una soberana plena y perfecta en todos las atribuciones que nosotros necesitamos para regirnos". La enmienda conciliatoria dividi profundamente a la Cmara. La Comisin se pronunci en contra, por entender que ello supona que el Estatuto de Nuria prefigurase el contenido de la Constitucin. Los radicales la calificaron de separatista y entre los socialistas se produjo una divisin de opiniones. Finalmente, a propuesta deBesteiro, el jefe del Gobierno se reuni con la Comisin constitucional y con los representantes de las minoras parlamentarias y concret un dictamen de armona que pretenda satisfacer a la Esquerra no entrando en el detalle de las competencias transferibles, lo que dejaba un amplio margen a la discusin particular de cada Estatuto regional. A cambio, los socialistas lograron que stos fueran discutidos artculo por artculo en las Cortes y que slo entrasen en vigor con su aprobacin, con lo que se evitaba la cesin de soberana a los entes regionales que demandaba el frustrado Estatuto de Nuria.Los Ttulos II y III, que establecan la nacionalidad y los derechos y deberes de los espaoles, despertaron menos polmica, con excepcin de los artculos de contenido religioso cuyo debate fue pospuesto a peticin deAlcal Zamora. Otro artculo que provoc vivos debates fue el 36, que otorgaba el voto a las mujeres. Defendi el proyecto la radicalClara Campoamor, a quien no apoyaron sus compaeros de grupo, temerosos de que la influencia del clero sobre el electorado femenino otorgase bazas a la derecha. El mismo temor manifestaba la izquierda republicana, que a travs de la diputada radical-socialista,Victoria Kent, solicit al Pleno que aplazase la medida por una cuestin de oportunidad para la Repblica. El apoyo socialista fue fundamental para que, por 160 votos contra 121, la Constitucin recogiese el artculo.Como hemos visto, el debate sobre lacuestin religiosafue relegado. En el Gobierno y en el Congreso de los Diputados eran mayora absoluta los laicos, pero los parlamentarios catlicos tenan tras de s poderosos medios de propaganda y una parte considerable de la opinin pblica. El Gobierno haba intentado evitar un enfrentamiento abierto, negociando la libertad de cultos y la separacin entre la Iglesia y el Estado. El clero catlico, en general, era reacio a desprenderse de sus privilegios y sus representantes exigan como mnimo el reconocimiento de un estatuto especial para su iglesia y el mantenimiento de derechos como la libertad de enseanza, la plena posesin de sus bienes materiales y la continuidad de la subvencin econmica del Estado, los llamados "haberes del clero". El entendimiento entre dos partes convencidas de su razn era prcticamente imposible, y la izquierda anticlerical, los llamados "jabales", iba a actuar en las Cortes con un criterio tan excluyente y fantico como el clericalismo de sus rivales, los minoritarios diputados catlicos, cuyo reaccionarismo les haba ganado el apodo de "caverncolas".La ponencia constitucional estableca en su artculo 3 la aconfesionalidad del Estado y dedicaba otros dos artculos -el 26 y el 27 de la Constitucin- a delimitar los derechos religiosos de los espaoles y la competencia del Poder pblico en la tutela de tales derechos. Se otorgaba a todas las confesiones religiosas igual trato como asociaciones sometidas a las leyes generales de la nacin y se prohiba al Estado auxiliarlas econmicamente. Se estableca la disolucin de las rdenes religiosas y la nacionalizacin de sus bienes y se limitaban las manifestaciones del culto al interior de los templos. Asimismo, se garantizaba la privacidad del derecho a practicar cualquiera o ninguna religin. Algunas de estas medidas eran elementales en un Estado democrtico y corregan seculares abusos de poder de la Iglesia catlica. Pero otras respondan ms a un deseo de ajuste de cuentas que a un ponderado propsito secularizador. El tema desencaden extraordinarias pasiones en la opinin pblica y sobre la Mesa del Congreso llovieron las peticiones populares en favor o en contra del texto de la Comisin.Las enmiendas parlamentarias fueron tambin muy numerosas. Algunas buscaban el reconocimiento de los derechos eclesisticos, otras pretendan reforzar el carcter anticlerical del articulado y otras, en fin, proponan un trmino medio, renunciando a la disolucin de las rdenes religiosas a cambio de una ley especial que las regulase y slo suprimiera algunas consideradas especialmente perjudiciales para el rgimen, como la Compaa de Jess. A la intransigencia de la izquierda parlamentaria, y en especial de socialistas y radical-socialistas responda la intransigencia de los diputados derechistas, entre los que haba varios sacerdotes, quienes realizaron una defensa tan desesperada como estridente de las posiciones clericales. Su portavoz,Jos Mara Gil Robles, exigi un pleno reconocimiento de la "personalidad jurdica de la Iglesia, como sociedad perfecta e independiente" y la provisin de recursos pblicos para sostenerla. Gil Robles anunci que si prosperaba la legislacin anticlerical, los catlicos espaoles rechazaran la Constitucin en su conjunto.La existencia de catlicos en el equipo ministerial planteaba un problema ms inmediato. El 10 de octubre, el propio jefe del Gobierno calific a la ponencia de "obra de una ofuscacin" y se opuso a las medidas contra las rdenes religiosas con tal energa, que qued patente la posibilidad de una crisis ministerial. El centro-izquierda, sin embargo, estaba dispuesto a evitar la ruptura de la coalicin gobernante. Diputados radicales, federales y de AR negociaban enmiendas que atemperasen los efectos del enfrentamiento. As, el da 13, la Comisin redactora acord suavizar el texto, comenzando por una moderada redaccin del artculo 3, que deca: "El Estado espaol no tiene religin oficial". Pero socialistas y radical-socialistas se opusieron y presentaron un voto particular que, dada su fuerza en la Cmara, hubiera podido detener la iniciativa.En un discurso que le consagrara como figura parlamentaria,Azaadefendi ese da las tesis que acabaran por imponerse. "La Repblica, dijo, ha rasgado los telones de la antigua Espaa oficial monrquica y en virtud del cambio operado, Espaa ha dejado de ser catlica". Esta ltima frase, sacada de su contexto -se refera a las pautas de la cultura oficial, no a las creencias personales de la poblacin- fue profusamente utilizada por la derecha para acusar a los gobernantes republicanos de pretender descristianizar el pas. Por otra parte, el lder de AR apreciaba en el tema religioso una cuestin bsicamente poltica: "El autntico problema religioso no puede exceder los lmites de la conciencia personal... Nuestro Estado, a diferencia del Estado antiguo, que tomaba sobre s la tutela de las conciencias y daba medios de impulsar a las almas, incluso contra su voluntad, por el camino de su salvacin, excluye toda preocupacin ultraterrena y todo cuidado de la fidelidad, y quita a la Iglesia aquel famoso brazo secular que tantos y tan grandes servicios le prest. Se trata, simplemente, de organizar el Estado espaol con sujecin a las premisas que acabo de establecer". Azaa pidi a la izquierda que renunciase a algunos de sus planteamientos en beneficio del futuro de la Conjuncin republicano-socialista.Esto hizo recapitular a la izquierda. Por fin, una nueva redaccin del texto, que recoga las propuestas del centro-izquierda, fue aprobada en el Pleno el 14 de octubre por 178 votos contra 59. Los artculos 26 y 27 definan a las confesiones religiosas como asociaciones sometidas a una ley especial y establecan que no seran subvencionadas por el Estado. Las rdenes religiosas que dispusieran de un cuarto voto de obediencia a autoridad distinta a la legtima del Estado -caso de los jesuitas- seran disueltas y se sometera a las dems a una ley que les prohibira adquirir bienes y ejercer la enseanza. Las propiedades del clero seran objeto de fiscalizacin estatal y podran ser nacionalizadas. Quedaba abolido el culto pblico, excepto con autorizacin gubernativa, y se secularizaban los cementerios de las diferentes confesiones.La aprobacin de estos artculos produjo una considerable agitacin en el pas y una tormenta poltica. Desde el bando catlico, agrarios y vasco-navarros anunciaron su retirada del Parlamento en protesta por la actitud de la mayora e hicieron pblico un manifiesto negando su acatamiento a la Constitucin. Paradjicamente, tambin haba sectores de la izquierda que, como los radical-socialistas, rechazaban el articulado religioso de la Constitucin, considerndolo demasiado favorable a los intereses eclesisticos. Sin embargo, la coalicin gobernante se rompi por su eslabn ms dbil, la DLR, llamada ahora Partido Progresista.Alcal ZamorayMauraabandonaron el Gobierno el mismo da 14, alegando razones de conciencia, aunque sin duda tambin pes en su decisin el rechazo de la mayora gubernamental al proyecto de reforma agraria preparado por el primero, y el deseo de ambos de romper el pacto con los socialistas. El presidente de las Cortes encomend aManuel Azaala direccin del gabinete y su reorganizacin. Constituido el da 15, la base parlamentaria del nuevo Gobierno era ms reducida que la de su predecesor, y basculaba hacia la izquierda, pero tambin se haca ms compacta. El da 17, Azaa expuso en el Congreso un programa de actuacin gubernamental que dejaba definitivamente atrs laetapa provisionaly contemplaba las grandes lneas de un ambicioso plan de reformas.Superado el tema religioso, las sesiones parlamentarias continuaron en un clima de mayor armona entre los grupos gubernamentales, mientras la ausencia voluntaria de agrarios y vasco-navarros reduca a su mnima expresin a las fuerzas de la oposicin. As, se aprob la legalizacin del divorcio y los artculos que otorgaban rango constitucional a las iniciativas del Ministerio de Instruccin Pblica: control estatal sobre el proceso educativo, escuela unificada y laica en el nivel primario y regulacin del derecho a crear centros docentes. El da 26 de noviembre se votaron los ltimos Ttulos, que hacan referencia a los rganos de representacin de gobierno del Estado y a las garantas y proceso de reforma de la Constitucin. El 9 de diciembre, con la abstencin de la derecha, el texto constitucional fue aprobado en su conjunto por 368 votos a favor -ms otros 17 ausentes, que se adhirieron despus- y ninguno en contra.El debate constitucional resulta fundamental para comprender el devenir de la Repblica y sudramtico final. La Constitucin de 1931 abra camino a unademocratizacin profundade las estructuras estatales y era avanzada en muchos aspectos en comparacin con otras Constituciones, como la alemana, la mexicana o la austriaca, que la inspiraron parcialmente. Su extensin, con un total de 125 artculos y su minuciosidad revelan el afn de sus redactores por hacer de ella un autntico cdigo para la reforma social y poltica de Espaa y por no dejar huecos a travs de los que la derecha pudiera en un futuro desvirtuar el espritu progresista que la informaba. Su meticulosidad hipotecaba, sin embargo, la actuacin de cualquier Gobierno, al otorgar rango constitucional a preceptos que hubieran requerido de mayor flexibilidad legislativa. La existencia de una sola Cmara legislativa, elCongreso de los Diputadosy los amplios poderes deljefe del Estadofavorecan las oscilaciones de las mayoras parlamentarias y los procesos de desgaste y radicalizacin de las coaliciones, con su secuela de inestabilidad poltica. Era una Constitucin de izquierda, fruto de acuerdos coyunturales entre los socialistas y la pequea burguesa republicana, y no de un consenso generalizado de las fuerzas polticas que, de todos modos, hubiera sido imposible en aquellas circunstancias. Pese al incuestionable mandato cvico de los diputados, el que no fuera ratificada por los ciudadanos en referndum ni se convocasen a continuacin elecciones a Cortes ordinarias impidi conocer el grado de identificacin popular con la nueva Constitucin y otorg argumentos a la derecha para rechazarla, alegando que no se corresponda con la opinin dominante en el pas. En cambio, para significativos, aunque minoritarios sectores del movimiento obrero, se trataba de una Constitucin burguesa, que cerraba el paso a la va revolucionaria que lacada de la Monarquales haba hecho esperar.Los dirigentes republicanosasumieron el Poderen medio de un gran vaco institucional. En los primeros meses de su existencia, el nuevo rgimen tuvo que establecer un sistema de representacin y de gestin pblicas que, sin romper todos los vnculos con el orden anterior, organizase la vida ciudadana bajo pautas ms acordes con la democracia republicana. La piedra angular de este ordenamiento fue laConstitucin de 1931. Con todas sus imperfecciones, era la ms democrtica de cuantas haban estado en vigor en Espaa. De su articulado surgieron las instituciones y el marco poltico imprescindible para el desarrollo del rgimen republicano.Fueron muchas las dificultades que haba planteado a lasConstituyentesla definicin de la forma de Estado. Frente a las opciones federal y unitaria centralista, se haba decidido en favor de una tercera va, la del Estado integral, constituido por municipios mancomunados en provincias v por las regiones que se constituyan en rgimen de autonoma. La Constitucin estableca el carcter irreductible del territorio nacional, lo que cerraba el paso a cualquier cesin territorial o proceso de autodeterminacin. Las provincias eran, a la vez, unidades administrativas gestionadas por la Administracin central y entidades de representacin de los municipios mancomunados que las constituan. La base de la organizacin territorial era, pues, unitaria, aunque la autonoma municipal y la existencia de las Diputaciones provinciales marcaban ciertas limitaciones a la centralizacin. La novedad se contena en los artculos 11 a 22 de la Constitucin, que introducan el modelo autonmico. La regin autnoma adquirira existencia cuando una o varias provincias limtrofes acordaran formar un ncleo poltico-administrativo, que se regira por un Estatuto particular y poseera Gobierno y Parlamento propios. El Estatuto deba ser propuesto por una mayora de los Ayuntamientos de la futura autonoma y aprobado en referndum por los ciudadanos afectados por el proceso. Tras ello, su texto sera discutido y validado por el Congreso de los Diputados, que podra enmendar o eliminar aquellos artculos que atentasen contra la Constitucin o las Leyes Orgnicas que la desarrollaban y que, por tanto, posean un rango superior al de los estatutos de autonoma.Uno de los caballos de batalla deldebate constituyentehaba sido la delimitacin de las competencias que la Administracin central deba transferir a las autonomas. Los parlamentarios haban actuado con suma cautela, estableciendo tres categoras de competencias poltico-administrativas, comunes a todos los estatutos:- Las que laAdministracin centralse reservaba en exclusiva, como la definicin, concesin o retirada de la nacionalidad, la delimitacin de los derechos y deberes constitucionales, las relaciones con las confesiones religiosas, la poltica exterior y de defensa, la seguridad pblica en los asuntos suprarregionales, el comercio exterior y las aduanas, el monopolio monetario y la ordenacin bancaria, las telecomunicaciones, la poltica general de Hacienda o la fiscalizacin de la produccin y distribucin de armas.- Aquellas competencias del Estado cuya aplicacin gestionaban y controlaban las regiones autnomas. Tal era el caso de la legislacin penal, social, mercantil y procesal, la proteccin a la propiedad intelectual e industrial, los seguros, las normas sobre pesas y medidas, el rgimen de aguas, la caza y la pesca fluvial, la radiodifusin y el rgimen de Prensa, los procesos de socializacin de la riqueza, etc. La iniciativa legislativa en estos asuntos correspondera siempre a lasCortesde la nacin.- Finalmente, las competencias especficas de las autonomas, que eran despachadas en el articulado como "aquellas materias no comprendidas en los artculos anteriores".Con ello, la capacidad de autogobierno de las instituciones autonmicas quedaba bastante limitada, lejos de lo que los nacionalismos particularistas entendan por una articulacin federal del Estado. LaConstitucinprevea, adems, la existencia de conflictos de competencias entre la Administracin central y las regiones autnomas. En tales casos, y previo dictamen delTribunal de Garantas Constitucionales, las Cortes generales dictaran las normas de obligado cumplimiento.En la prctica, el rgimen autonmico alcanz un desarrollo muy escaso, tanto por la brevedad del perodo transcurrido entre la aprobacin de la Constitucin y el comienzo de laguerra civil, como por el escaso grado de conciencia autonomista existente en muchas zonas del pas. La Constitucin autorizaba, pero no obligaba, a las provincias a integrarse en regiones autnomas y slo en algunas regiones exista una demanda popular de autogobierno. Pero incluso en estos casos, los procesos fueron lentos e irregulares. Al estallar la guerra, slo Catalua posea un Estatuto de autonoma en vigor, mientras que los del Pas Vasco y Galicia se encontraban cubriendo las preceptivas etapas de legalizacin.La aprobacin de la Constitucin oblig a replantear el rumbo de la autonoma catalana. El contenido delEstatuto de Nuria, aprobado por el Parlamento regional, rebasaba las condiciones de autogobierno establecidas por lasCortes, que no contemplaban la existencia de un modelo federal de Estados autnomos, ni un traspaso tan generoso de competencias estatales. Pese al compromiso deAzaade apoyar el acceso de Catalua a la autonoma, su Gobierno renunci a asumir un texto estatutario que consideraba inconstitucional y lo remiti, para su adecuacin, a la Comisin de Estatutos del Congreso de los Diputados, que lo estudi entre enero y abril de 1932. El proyecto, retocado, pas a la discusin en el Pleno el 6 de mayo y en torno a l polemizaron los diputados durante ms de cuatro meses sobre los lmites del regionalismo, sobre la unidad nacional y sobre la naturaleza del particularismo cataln.La actitud obstruccionista de la derecha nacional, que rechazaba el alto techo de competencias que exigan los catalanistas y denunciaba propsitos separatistas en ello, provoc honda irritacin en los medios catalanistas, que la atribuan a recelos y suspicacias sin fundamento. En las Cortes, los diputados de Esquerra Republicana denunciaron que haban sido engaados y la decisin de Azaa de sacar adelante el Estatuto apenas bastaba para mantener la cohesin del bloque gubernamental en torno al proyecto. Mientras, agrarios y tradicionalistas -stos, de vuelta ya de su pacto con los nacionalistas vascos- movilizaban en toda Espaa a un amplio sector de la opinin pblica en defensa de sus tesis unitaristas. Slo elfallido golpe de Estadodel generalSanjurjo, el 10 de agosto de 1932, vari el panorama. Los diputados republicanos, que hasta entonces no haban mostrado excesiva prisa en la votacin del articulado, reaccionaron ante lo que consideraban el fruto de una conspiracin monrquica acelerando la tramitacin de los proyectos parlamentarios pendientes. Finalmente, el 9 de septiembre, las Cortes aprobaron como Ley el Estatuto de Catalua por 314 votos a favor y 24 en contra.Conforme a la norma constitucional, el Estatuto proclamaba a Catalua "regin autnoma dentro del Estado espaol". La Administracin central traspasaba a la Generalidad la gestin territorial de algunas de sus competencias y ceda la competencia sobre otras al Parlamento autnomo. El organismo administrativo regional, el Consejo Ejecutivo de la Generalidad, se encargara de aplicar la legislacin estatal sobre seguros, rgimen minero, forestal y agropecuario, obras pblicas, servicios sociales y orden pblico, y compartira con las autoridades centrales la gestin tributara y el sistema educativo, lo que implicaba la existencia de escuelas dependientes del Gobierno central o de la Generalidad. Eran competencias exclusivas del rgimen autonmico la elaboracin y aplicacin del Derecho civil y el rgimen administrativo autnomo, incluyendo la red secundaria de transportes, la sanidad y la beneficencia. Los idiomas castellano y cataln seran cooficiales y el bilingismo sera norma en la Universidad de Barcelona, a la que se otorgaba autonoma bajo la gestin de un Patronato. La regin tendra su propio himno y su bandera. Se creaba un Tribunal de Casacin de Catalua, competente en los asuntos de Derecho civil y administrativo transferidos al ente autonmico.Una vez sancionado el Estatuto por elpresidente de la Repblica, se puso en marcha el proceso de normalizacin institucional. Las elecciones al Parlamento regional, celebradas en las cuatro provincias en noviembre de 1932, confirmaron la hegemona de la Esquerra, seguida a mucha distancia por la Lliga, segunda fuerza parlamentaria:Maci, confirmado por el Parlamento como presidente de la Generalidad, form un Consejo Ejecutivo integrado por miembros de ERC, que inici las negociaciones con el Gobierno para el traspaso estatutario de competencias.La iniciativa autonomista en el Pas Vasco sigui en sus inicios una doble va, fruto de las diferentes visiones que sobre el tema posean la derecha y la izquierda. Al tradicional enfrentamiento entre el PNV y el PSOE se una la cuestin religiosa al oponerse el primero, marcadamente clerical, a lalegislacin laica de la Repblica. Tampoco exista acuerdo sobre el procedimiento de elaboracin del Estatuto. El PNV y sus aliados electorales, los tradicionalistas y los conservadores independientes, impulsaron la iniciativa municipal. La izquierda apoyaba el papel de las Comisiones Gestoras provisionales de las Diputaciones provinciales, que haban sustituido el 21 de abril a los equipos monrquicos, y cuyos miembros, designados por los gobernadores civiles, eran en su mayora republicanos y socialistas.A comienzos del mes de mayo de 1931, los alcaldes derechistas encargaron a una asociacin cultural, la Sociedad de Estudios Vascos (SEV), la redaccin de un Estatuto General del Estado Vasco, que englobase dentro de un Estado autnomo a las provincias de lava, Vizcaya, Guipzcoa y Navarra. A medio camino entre el foralismo tradicional vascongado y el moderno federalismo, el proyecto parta del supuesto de la transformacin de Espaa en un Estado federal, y aplicaba igual modelo a la unin de las cuatro provincias, que los peneuvistas integraban bajo la denominacin de Euzkadi. Cada una de ellas recibira una amplsima autonoma interna y de su acuerdo emanara la dualidad de poderes legislativo y ejecutivo, que no quedaban claramente separados en el proyecto. El Estatuto de la SEV, que intentaba conciliar intereses muy dispares, fue rechazado tanto por la derecha como por la izquierda y no lleg a las Cortes.El 14 de junio, una Asamblea de Ayuntamientos reunida en la localidad navarra de Estella, y a la que no asistieron representantes de la izquierda, aprob un proyecto de Estatuto ms conservador y nacionalista que el de la SEV. Parta de la concepcin de Espaa como una confederacin de estados en la que las tres provincias vascongadas veran restablecidos sus Fueros, suprimidos por el Poder central en 1876, y constituiran con Navarra un Estado vasco. Las cuatro provincias seran divididas en zonas lingsticas eusqueras y castellanas a efectos administrativos y educativos. Las Asambleas provinciales podran ser elegidas mediante sufragio censitario, mientras que los inmigrantes espaoles con menos de diez aos de residencia careceran de derechos polticos. Las relaciones polticas entre el Estado vasco y la Repblica espaola quedaban reducidas al mnimo e incluso se dispona que el Gobierno autnomo, que tendra carcter confesional, negociara un Concordato particular con la Santa Sede.El 22 de septiembre, una delegacin de alcaldes entreg el proyecto al jefe del Estado para que lo presentara al Parlamento. Pero su articulado posea contenidos que lo situaban al margen de laConstitucin, por lo que su tramitacin qued cerrada en el primer escaln parlamentario. En diciembre de 1931, el Gobierno encarg a las Comisiones Gestoras de las Diputaciones de las cuatro provincias la elaboracin de un anteproyecto ms acorde con los preceptos constitucionales. Las Gestoras procedieron entonces a la creacin de una comisin interpartidista ad hoc, de mayora republicano-socialista, que redact un texto consensuado por la izquierda y un PNV ya distanciado del carlismo. En la Asamblea de Ayuntamientos celebrada en Pamplona en junio de 1932, el anteproyecto de las Gestoras fue aprobado, aunque con el voto en contra de la mayora de los representantes navarros, carlistas en un alto porcentaje, quienes renunciaron a participar en un proceso autonmico amparado por la Constitucin republicana. Ello oblig a una nueva redaccin, que reduca el mbito de la regin autnoma a las tres provincias vascongadas. El texto resultante fue aprobado por los Ayuntamientos en agosto de 1933, y en referndum popular el 5 de noviembre de ese ao, en plena campaa para las elecciones a Cortes, si bien en lava los votos favorables no alcanzaron la mayora del censo por la oposicin de los carlistas.El anteproyecto de Estatuto de las Gestoras declaraba a las Vascongadas ncleo poltico administrativo autnomo dentro del Estado espaol. Se mantena el reconocimiento de la autonoma individual de las tres provincias, pero rebajando su capacidad de autogobierno y su poder poltico en beneficio de un Gobierno y de un Parlamento comunes. El modelo electoral, basado en el sufragio universal, era mixto: la mitad de los parlamentarios seran elegidos en listas provinciales, en nmero idntico para cada una de ellas, y la otra mitad en una circunscripcin electoral nica, que englobara a toda la regin. El Ejecutivo, o Consejo Permanente, estara constituido por parlamentarios autonmicos, en nmero igual por cada provincia, y el sistema judicial interno dependera de un Tribunal Supremo Vasco. Los autores del Estatuto buscaron otorgar a la regin el mximo de competencias permitido por la Constitucin, y que ya se aplicaba en Catalua. El eusquera sera idioma cooficial con el castellano, pero su utilizacin slo sera obligatoria en las zonas euskaldunes. La regin poseera una Hacienda propia, "desligada de la del Estado", y contribuira a la Hacienda nacional conforme a los cupos marcados por el Concierto econmico de 1925. En cambio, los nacionalistas no lograron su propsito de obtener amplias competencias en materia religiosa, por el temor de la izquierda a que el Pas Vasco se convirtiera en un "Gibraltar vaticanista", refugio de lasfuerzas clericalesen su lucha contra la Repblica.De cualquier forma, el Estatuto de las Gestoras tampoco prosper. Cuando lleg a las Cortes, en diciembre de 1933, se inauguraba lasegunda Legislatura republicana, con mayora parlamentaria del centro y la derecha.Lerrouxofreci al PNV apoyar el proceso autonmico a cambio de su colaboracin con los radicales, pero la CEDA y otros grupos de derecha, cuyos votos en el Congreso eran mucho ms necesarios para posibilitar el gobierno del PRR,bloquearon el posible acuerdo. Slo tras el triunfo electoral delFrente Popular, a comienzos de 1936, fue posible desatascar el proceso. El texto fue retocado -desapareci, por ejemplo, el proyecto de una Hacienda vasca- pero a comienzos del verano se haba llegado a un acuerdo casi total. Sin embargo, el inicio de laguerra civilretras la aprobacin del Estatuto por las Cortes hasta el 10 de octubre de ese ao. Para entonces, gran parte de la nueva regin autnoma estaba controlada por los rebeldes y en el resto, la situacin blica dificultara la aplicacin del Estatuto hasta la definitivaocupacin del Pas Vascopor las tropas franquistas.Si el Estatuto vasco tard cinco aos en aprobarse, los de otras regiones no pasaron de las fases iniciales. El ms adelantado, el de Galicia, ni siquiera haba llegado a las Cortes cuando estall la guerra. Aqu, la proclamacin de la Repblica anim a los crculos regionalistas a poner en marcha el proceso estatutario. El 4 de junio de 1931 se reuni en La Corua una Asamblea pro-Estatuto convocada por la Federacin Republicana Gallega, que aprob un proyecto autonmico inspirado en el Estatuto de Nuria, que fue rpidamente abandonado al advertirse su incompatibilidad con laConstitucinque debatan las Cortes.En abril de 1932, el Ayuntamiento de Santiago de Compostela impuls un movimiento municipalista, que cuaj en junio con el nombramiento de una comisin de nueve miembros, autora de un nuevo anteproyecto inspirado en buena medida en el Estatuto cataln. A mediados de diciembre de ese ao, la Asamblea de Ayuntamientos y los diputados gallegos, reunida en Santiago, aprob el texto. El siguiente paso deba ser el referndum popular, y para prepararlo se design un Comit Central de Organizacin y Propaganda del Estatuto, integrado por Accin Republicana, el Partido Republicano Gallego, deCasares Quiroga, y el Partido Galeguista, dirigido por intelectuales nacionalistas comoCastelaoyOtero Pedrayo. Pero la consulta se fue postergando, primero por las disensiones surgidas entre las fuerzas polticas gallegas y luego por elparn autonmicodelsegundo bienio republicano. Slo el triunfo delFrente Popularpermiti desatascar el proceso y celebrar un referndum el 28 de junio, que revel una abrumadora mayora de la opinin favorable a la autonoma: 990.090 votos, frente a 6.161. El 15 de julio se entreg el texto del Estatuto al presidente de la Repblica para su preceptivo envo a las Cortes como anteproyecto, pero slo cuarenta y ocho horas despus se produca el golpe militar y Galicia, controlada en su totalidad por los sublevados, quedaba al margen del proceso autonmico.En el resto de Espaa no existan nacionalismos particularistas, o eran asumidos por sectores muy minoritarios de la poblacin. Pero, en cambio, se desarrollaba en muchas zonas una conciencia regionalista, sensible a las peculiaridades histricas, culturales e institucionales, y partidaria de la descentralizacin administrativa. En regiones como Andaluca, Aragn, el Pas Valenciano o Castilla, el comienzo del desarrollo estatutario -iniciativa, acuerdo de las fuerzas locales, redaccin de un anteproyecto- fue extremadamente lento y tropez con la falta de estmulo de los grandes partidos nacionales, que teman verse perjudicados por una regionalizacin de la vida poltica. En casi todas partes hubo que esperar al triunfo del Frente Popular, en febrero de 1936, para que cobrase forma un proceso que el casi inmediato comienzo de laguerra civilcort bruscamente. Pese a ello, estos intentos tuvieron cierta importancia en la vida poltica de la Repblica y marcaron el camino al rgimen autonmico consagrado por la Constitucin de 1978.SITUACION SOCIAL : La Espaa de los aos treinta era un pas mayoritariamente rural y poco poblado en comparacin con otros estados de la Europa occidental. No obstante, era perceptible una tendencia a la modernizacin de las estructuras demogrficas, que el crecimiento econmico del ltimo perodo de la Monarqua haba contribuido a consolidar. El carcter selectivo de tal proceso, condicionado por el desigual desarrollo capitalista de las primeras dcadas del siglo, confera a estos impulsos demogrficos una capacidad de dinamizacin y, a la vez, de generacin de tensiones sociales, que les convirti en un factor de cierta importancia en la vida de laRepblica.A comienzos de 1931, Espaa contaba con 23.563.867 habitantes, con una densidad de 46,7 habitantes por kilmetro cuadrado. En 1936, alcanz los 24.693.000. Un 48,8 por ciento eran hombres, y un 51,2, mujeres. La poblacin se reparta muy desigualmente por la geografa nacional. Era ms densa en las zonas costeras, en el rea de Madrid y en Andaluca occidental, mientras que las comarcas montaosas de Aragn y grandes porciones de Castilla la Vieja, Len y Extremadura estaban escasamente pobladas. El crecimiento vegetativo era sostenido, en torno a un once por mil anual, y se produca especialmente en Galicia, Extremadura y Andaluca, mientras que las cifras ms bajas, aunque no inferiores al 8 por mil, se daban en las provincias mediterrneas. La tasa bruta de natalidad baj de 28,3 en 1930 a 25,9 por mil en 1935, y la tasa de reproduccin -nmero de hijos por mujer- descendi casi a la mitad, de 1,8 a 1, durante el quinquenio, pero estas cifras se vieron compensadas por la continua bajada de la mortalidad, que siendo de 17,3 por mil habitantes en 1931, lleg a situarse en un 15,7 en 1935. La esperanza de vida, sin embargo, segua siendo baja, ya que no llegaba a los cincuenta aos para los varones y apenas los superaba en las mujeres.La tasa de analfabetos era elevada en 1930, un 30,8 por ciento -23,6 en los varones, 38,1, en las mujeres- pero haba descendido once puntos a lo largo de la dcada anterior, y durante los aos treinta lo hara en otro nueve por ciento. En el otro extremo, la enseanza superior posea una notable calidad, pero era muy elitista: en 1931 se contaban 35.000 estudiantes en toda Espaa. Como era lgico en un pas agrcola, las actividades delsector primarioocupaban a un sector muy grande de la poblacin activa, el 45,5 por ciento en 1931, frente a un 25,5 en el secundario y un 17,6 en los servicios, pero su porcentaje no dej de disminuir durante los aos republicanos.El proceso de urbanizacin haba progresado a buen ritmo en las ltimas dcadas. En 1930, el 43 por ciento de los espaoles viva en ncleos de ms de cien mil habitantes. Las siete principales ciudades -Barcelona, Madrid, Valencia, Sevilla, Mlaga, Zaragoza y Bilbao- aumentaron su poblacin en un 23 por ciento durante los aos veinte y las dos primeras, que rondaban el milln de habitantes, la cuadruplicaron entre 1900 y 1936. El xodo a los centros urbanos y a los ncleos industriales sustitua en muchos sitios a la clsica emigracin ultramarina y reforzaba en las grandes ciudades la presencia de un proletariado de aluvin, con fuertes races campesinas, poco cualificado y sometido a una permanente precariedad en el empleo. Las tradicionales regiones industriales -Barcelona, Vizcaya, Asturias- y los centros de desarrollo ms tardo, como Madrid, Valencia o Andaluca occidental, recibieron en las primeras dcadas del siglo un flujo inmigratorio indiscriminado, que se orientaba preferentemente hacia la construccin, la minera, la industria textil y el sector servicios. Otra salida tradicional de los excedentes de poblacin, la emigracin a Amrica, mostraba por el contrario una tendencia a la disminucin desde mediados de la dcada anterior.Pero estos desarrollos hacia la modernizacin demogrfica se ralentizaron durante los aos de la Repblica. Ello obedeci tanto a una situacin internacional adversa como a la incapacidad del mercado interior para seguir estimulando ininterrumpidamente unos ritmos de crecimiento econmico que posibilitaran un trasvase sostenido de poblacin. La tasa de nupcialidad cay, con la repercusin consiguiente en la de natalidad. El balance del flujo ultramarino pas a ser favorable a la inmigracin ante las barreras puestas por los pases de destino, afectados por laGran Depresin; entre 1931 y 1934 se efectuaron 106.243 entradas ms que salidas, si bien luego se produjo una leve recuperacin de la tendencia emigratoria. Por su parte, el saldo neto migratorio inter-regional se redujo a la mitad y el proceso de crecimiento urbano experiment una notable desaceleracin.El retorno de los emigrantes, las dificultades de la industria y la baja episdica de los precios agrarios repercutieron, adems, en un aumento del paro que, aunque inferior al de la mayora de los pases industrializados, tuvo efectos muy desfavorables en el terreno social. Pese a que las estadsticas de la poca son confusas, se puede afirmar que la tasa de paro se duplic en el perodo republicano. Algunas estimaciones dan una cifra total de 389.000 desempleados en enero de 1932, que alcanzara los 801.322 en junio de 1936, si bien incluyendo a aquellos empleados que trabajaban a tiempo parcial. Los porcentajes por sectores productivos variaban mucho. Las industrias vinculadas a la exportacin sufrieron ms los efectos de la crisis laboral, especialmente en la de materiales de construccin, la siderurgia y la minera de Madrid, Vizcaya y Asturias, mientras que otros sectores industriales, como el textil, y los servicios se vieron relativamente poco perjudicados. Por este motivo, por ejemplo, en Catalua la tasa de paro a mediados de 1932 era relativamente marginal, un 5 por ciento, mientras en Andaluca alcanzaba al 12 por ciento de la poblacin laboral, fundamentalmente porque era en el campo donde el problema se tornaba angustioso. En junio de 1932, ms de la mitad de los parados eran trabajadores agrcolas, sobre todo en Andaluca y Extremadura, proporcin que no dej de crecer hasta aproximarse a los dos tercios del total. En diciembre de 1934, estas dos regiones soportaban el 38,4 del total nacional de parados. El que los salarios subieran durante esta poca haca an ms pattico el contraste entre trabajadores empleados y desempleados. Y el problema se vea agravado por la carencia de un sistema estatal de subsidios y por lo limitado de otrossistemas de seguridad social. La Caja Nacional del Seguro contra el Paro Forzoso, creada en 1931 por el Ministerio de Trabajo, careca de recursos para socorrer a los parados, ya que slo reciba el 0,5 por ciento de los presupuestos estatales. La creacin en 1935 de la Junta Central contra el Paro, dedicada a promover obras pblicas que ocupasen a los desempleados, apenas pali el problema, ya que su asignacin equivala al dos por ciento del gasto pblico.En definitiva, la relativa suavidad de la recesin econmica permiti mantener una tasa de paro discreta, que algunos sitan en un mximo del 12,9 por ciento de la poblacin activa, mientras otras fuentes la reducen al siete o incluso al seis, muy por debajo de la alemana (ms del 30 por ciento) o de la norteamericana (25 por ciento). Pero era un problema cualitativo, ms que cuantitativo. La carencia de mecanismos sociales compensatorios dej en situacin sumamente precaria a miles de familias y contribuy a hacer de las bolsas de paro focos importantes de conflictividad que en ocasiones, como sucedi en Asturias y Vizcaya en octubre de 1934, coadyuvaron a desatar procesos abiertamenterevolucionarios.Los gobiernos republicanos dispusieron de un margen de actuacin escaso en materia econmica y aplicaron una poltica que casi todos los autores califican de conservadora. La izquierda hered las dificultades hacendsticas de los ltimos tiempos de laDictaduray, enfrentada a una fuerte recesin, no tuvo tiempo ni medios para llevar a la prctica las transformaciones que demandaba suprograma de reformas. El centro y la derecha, quegobernaroncon una situacin econmica ms favorable, intentaron compatibilizar una actuacin ortodoxamente liberal con una elevada cota de proteccin sobre los sectores empresariales ms afectados por la crisis. En lneas generales, los equipos econmicos se mostraron preocupados por estabilizar los precios y equilibrar el presupuesto, conforme a pautas deflacionistas, as como por garantizar el tipo de cambio de la peseta, frenando su "deshonrosa" depreciacin. Remedios clsicos y nada audaces que poco tenan que ver con los planteamientos deKeyneso con los modelos intervencionistas que aportaban en aquellos momentos el New Deal norteamericano y los fascismos europeos.El creciente endeudamiento del Estado convirti en obsesiva la idea de cuadrar el presupuesto de ingresos y gastos. A partir de 1930 y, sobre todo, desde 1933, las autoridades renunciaron a sostener una poltica expansiva y centraron su atencin en la reduccin del dficit pblico. DesdeArgellesaChapaprieta, pasando porPrietoy Carner, los ministros de Hacienda buscaron presupuestos de liquidacin, que corrigiesen lo que se consideraba despilfarro de la Dictadura y permitieran reorientar las prioridades del gasto pblico. Uno de los mayores problemas lo planteaba el peso que tenan los gastos no productivos -defensa,clases pasivas, Deuda- que llegaron al 58 por ciento del total y que eran difciles de reducir sin lesionar intereses muy amplios y arraigados. Adems, la crisis afect pronto a la recaudacin de tributos y el supervit de 50 millones obtenido con los recortes de 1930 se convirti en un dficit de 189 millones al ao siguiente. El desarrollo de los programas generales de gobierno introdujo las lgicas variaciones en la poltica econmica que, sin embargo, fueron menores de lo que poda esperarse de las fluctuaciones de mayoras parlamentarias.Al margen de las grandes lneas de la poltica de Hacienda, los gobernantes republicanos buscaron aplicar la iniciativa pblica a la mejora del sistema productivo y al reforzamiento de las estructuras comerciales, aunque sin interferir en la libertad de empresa. Ello condujo a la creacin de entidades de coordinacin como la Comisin Mixta del Aceite, el Instituto para el Fomento del Cultivo del Algodn, el Comit Industrial Sedero o la Junta Naranjera Nacional. Y tambin mereci la atencin de los responsables econmicos otro tema pendiente: la poltica hidrulica. Inspirados por el ministro de Obras Pblicas,Indalecio Prieto, y por su colaborador el ingenieroManuel Lorenzo Pardo, se lanzaron en 1932-33 diversos proyectos, como la Ley de Obras de Puesta en Riego, destinada a crear zonas de regado en Andaluca. Pero su meta ms ambiciosa era el Plan General de Obras Hidrulicas. Prieto pretenda transformar las Confederaciones Hidrogrficas en Mancomunidades ligadas por vnculos econmicos y controladas por el Estado. Dentro de este plan, el equipo del Ministerio trabaj en la construccin de pantanos, como el de La Maya, en Salamanca, o el del Portillo del Cjara (Badajoz), destinado a dar agua al campo extremeo, y en un proyecto de trasvase entre el Tajo, el Jcar y el Guadiana, cuyas aguas abasteceran al pantano de Alarcn y permitiran riegos regulares a las tierras de labor de Levante y de La Mancha. Pero el plan demandaba grandes cantidades de dinero y mucho tiempo -unos veinticinco aos- y la Repblica no dispuso ni de lo uno ni de lo otro. En otro orden de cosas, el ministro de Agricultura,Gimnez Fernndez, present en 1935 una Ley de Patrimonio Forestal del Estado, que buscaba proteger y aumentar el rendimiento de las superficies boscosas. Pero stas y otras iniciativas -cuya bondad se demostrara bajo el franquismo- se vieron frustradas, igual que otras medidas reformistas, por las carencias presupuestarias y por la falta de continuidad que impona a la planificacin econmica la inestabilidad crnica de los equipos gubernamentales.GOBIERNO DEL FRENTE POPULAR : Es muy generalizada la opinin de que en las elecciones del 16 de febrero se midieron dos bloques antagnicos, representativos de las dos Espaas que meses despus se iban a enfrentar en laguerra civil. Si nos atenemos al tono dominante en la propaganda electoral, a los resultados o, ms an, a las consecuencias de los comicios, stos reflejan, en efecto, la profunda e insalvable divisin de gran parte de la sociedad espaola. Pero a efectos del propio proceso electoral hay que matizar esta apreciacin. Como demostr el estudio precursor de J.Tuselly han confirmado las investigaciones posteriores, ni las dos coaliciones eran tan monolticas -la de derechas, ni siquiera cuaj- ni las fuerzas centristas parecan a priori tan incapaces de jugar un destacado papel. SiAlcal ZamorayPorteladecidieron disolver el Parlamento fue porque consideraron posible la consolidacin de un centro autnomo que pudiera evitar la bipolarizacin de las fuerzas republicanas y recuperar para ellas el control de la vida poltica.Pero aunque Portela levant un esbozo de Partido del Centro utilizando los aparatos gubernativos provinciales e intent concluir pactos con los radicales y otras fuerzas moderadas, la izquierda republicana se mantuvo fiel a su compromiso con las organizaciones obreras y acudi en la prctica totalidad de las circunscripciones en las listas del Frente Popular. El acoplamiento de los candidatos frentepopulistas, que no ofreci grandes dificultades, concluy el 5 de febrero. La izquierda ampli, adems, su capacidad electoral pactando con fuerzas regionales como el Partido Galeguista o la Esquerra Valenciana e integr en Catalua con ERC y otros partidos nacionalistas el Front d'Esquerres.En la derecha y el centro no hubo un consenso tan generalizado. La CEDA pretenda levantar un Frente Nacional Antirrevolucionario, que no slo evitara el triunfo de la izquierda, sino que garantizara a la Confederacin el disfrute del Poder sin los obstculos delbienio anterior. Ello supona negociar acuerdos con fuerzas muy dispares -monrquicos, republicanos de derecha y radicales- a las que slo se poda aliar renunciando a pactar una coalicin postelectoral y un programa comn que no fuera la lucha contra el peligro revolucionario. Los monrquicos, que exigan la restauracin de laUnin de Derechas de 1933como pacto electoral exclusivo, se encontraban muy divididos, y los tradicionalistas no quisieron fundirse con las candidaturas alfonsinas, presentadas en muchos sitios con la engaosa etiqueta del Bloque Nacional. Falange Espaola, que acuda a las elecciones a lograr la inmunidad parlamentaria para sus dirigentes, qued excluida de las negociaciones y se present en solitario. En cuanto a los radicales, no se fiaban de sus recientes aliados gubernamentales y no deseaban aparecer mezclados con los monrquicos, lo que les llev, como a la derecha republicana, a dispersar sus candidaturas en todo tipo de combinaciones electorales, desde los portelistas hasta la CEDA. El centro y la derecha, que se presentaban con una imagen deteriorada por su accin de gobierno, limitaron por lo tanto an ms sus posibilidades al hacer patente ante el electorado lo profundo de sus divisiones.La primera vuelta electoral se celebr el 16 de febrero y la segunda, que afect a muchas menos circunscripciones que en1933, el primero de marzo. La participacin fue alta, un 72,9 por ciento en la primera vuelta, lo que se atribuye en parte al voto anarquista, ausente en las elecciones anteriores y ahora favorable al Frente Popular. Los resultados, que han sido objeto de muy variados anlisis, mostraban una polarizacin del electorado entre la izquierda y la derecha, mientras el voto propiamente centrista se reduca a la mnima expresin. Conforme a los datos que ofrece J. Tusell, la izquierda haba obtenido el 47,1 por ciento de los sufragios, la derecha el 45,6 y y el centro el 5,3. En cambio, J. J.Linzy J. M. de Miguel calculan, respectivamente, un 42,9, un 30,4 y un 21,1 por ciento para las tres opciones. Ello es prueba de la dificultad de clasificar a un centro amplio, pero subjetivo y en estado casi gaseoso, cuyas alianzas eventuales con la derecha y la izquierda restan fuerza a la imagen de un electorado decantado a favor de las tendencias ms extremas. En este sentido, varios autores han insistido en el hecho de que los candidatos ms votados fueron los que representaban opciones ms moderadas dentro de sus respectivos bloques de referencia. Respecto a la distribucin geogrfica del voto, las elecciones confirmaron las direcciones apuntadas en 1933, y que J. Bcarud resume con concisin: "Tendencia de las derechas a concentrarse en la Espaa interior, sobre todo en la parte norte; arraigo de las izquierdas en las grandes ciudades, las zonas de concentracin proletaria y las regiones perifricas, especialmente aquellos que aspiraban a la autonoma"Las manifestaciones de jbilo popular que acompaaron lavictoria frentepopulistaaumentaron los temores del amplio sector de los espaoles que haban votado a otras opciones. El miedo a una revancha poltica de la izquierda, a un desbordamiento de los cauces legales por la presin reivindicativa de las asociaciones obreras o, incluso a un golpe de tipo bolchevique a cargo de comunistas y socialistas, gui muchas de las convulsas actuaciones que se sucedieron en los das siguientes. Los dirigentes derechistas, estupefactos an por las dimensiones de la derrota, intentaron frenar la entrega de poderes a los vencedores.Gil Robles, que ya en diciembre haba pulsado la opinin de varios generales en torno a un golpe de fuerza, intent sin xito quePorteladeclarase el estado de guerra y anulara los comicios, gestin a la que se sumaronCalvo Soteloy el generalFranco. Este ltimo, an jefe del Estado Mayor del Ejrcito, se adelant a dar las rdenes pertinentes a los mandos militares, pero fue desautorizado por el todava jefe del Gobierno.El traspaso de poderes se hizo de forma irregular, temeroso Portela de que la dilacin del trmite impidiese a los nuevos ministros refrenar los entusiasmos de sus votantes.Azaaacept el da 19 formar unGobiernoen el que, conforme a lo pactado con sus aliados antes de las elecciones, slo entraron miembros de los dos partidos republicanos incluidos en el Frente Popular. La situacin del nuevo Gobierno era bastante precaria. Los partidos representados en l no controlaban ni la cuarta parte de los escaos delCongresoy pese al abierto respaldo de socialistas y comunistas, su estabilidad no estaba totalmente garantizada al no haberse comprometido la izquierda obrera en la gestin del Ejecutivo y ser el del Frente Popular un programa mnimo, que no entraba en aspectos fundamentales de la obra de gobierno.Entre febrero y julio de 1936, el Gobierno Azaa primero, y el GobiernoCasaresdespus, se esforzaron por desarrollar medidas que facilitaran el retorno a la poltica reformista delprimer bienio, pero abordndola de un modo ms decidido. El creciente deterioro del orden pblico, las escasas sesiones ordinarias celebradas a lo largo de la primavera y las primeras semanas del verano por las Cortes, muchos de cuyos diputados prestaban ms atencin a los enfrentamientos personales que a la tarea legislativa, y las tensiones surgidas entre los socios gubernamentales y no gubernamentales del Frente Popular, impidieron que cuando estall laguerra civilse hubiera realizado gran parte de la labor proyectada. Aun as, los dos gabinetes frentepopulistas desarrollaron varias lneas de actuacin.Apenas constituido el GobiernoAzaa, sus ministros hubieron de adoptar varias medidas de considerable alcance, cuya aplicacin inmediata vena impuesta por el cumplimiento del programa electoral y por la presin popular. La ms urgente era la amnista, clamorosamente exigida en las masivas manifestaciones de los das siguientes al triunfo electoral, y que ya haba conducido a la apertura de varias crceles, con la consiguiente salida de delincuentes comunes. Sin esperar a la constitucin de las nuevasCortes, la Diputacin Permanente de las anteriores, que se mantena en funciones y responda en su composicin a la ya desaparecidamayora de centro-derecha, aprob el 21 de febrero la medida de gracia, que afectaba a unos treinta mil presos polticos. Un Decreto de 28 de febrero dispuso la readmisin de los trabajadores despedidos por motivos polticos o sindicales, a los que las empresas tendran que indemnizar. Los Ayuntamientos vascos suspendidos a raz de lossucesos de octubre de 1934, fueron repuestos en sus funciones.Otro punto del programa que no poda esperar era la puesta en pleno vigor delEstatuto de Catalua, que los grupos del Front d'Esquerres deseaban realizar de inmediato. Tras la puesta en libertad deCompanysy de sus consejeros, beneficiados por la amnista, un Decreto de 1 de marzo autoriz al Parlamento autonmico a reanudar sus funciones y a reponer en sus cargos a los miembros del Consejo Ejecutivo de la Generalidad. Esta recuper enseguida sus competencias anteriores al 6 de octubre de 1934 e incluso, en armona con la nueva lnea del Gobierno central, empez a aplicar la polmica Ley de Contratos de Cultivo. El Ejecutivo regional negoci adems la readmisin de miles de trabajadores despedidos a raz de la Revolucin de Octubre, lo que evit una escalada de huelgas similar a la que se produca en otras zonas de la nacin. Con ello, el problema cataln entraba en una nueva fase, marcada por una moderacin de las exigencias de los catalanistas y un mejor funcionamiento de las instituciones autonmicas y de los mecanismos de mediacin social, que contribuiran a la imagen, slo parcialmente cierta, del oasis cataln, difundida por los nacionalistas en unos meses en los que la conflictividad social se converta en una amenaza mortal para la convivencia civil del conjunto de los espaoles.Las restantes medidas del programa gubernamental se dirigan a restaurar los proyectos reformistas alterados por los equipos ministeriales delsegundo bienio. El 1 de marzo, coincidiendo con una gigantesca manifestacin frentepopulista en Madrid, el Gobierno promulg un Decreto disponiendo la readmisin de todos los trabajadores despedidos por causas polticas o sindicales. Y cuando, el da 15, comenz a funcionar el nuevo Parlamento -para cuya presidencia fue elegidoMartnez Barrio- la izquierda estuvo en condiciones de seguir legislando las reformas. No obstante, la discusin de las actas parlamentarias, sumamente prolija y apasionada, ocup a los parlamentarios hasta el 3 de abril y como las sesiones se suspendieron por la eleccin depresidente de la Repblicahasta el 15 de ese mes, fue muy poco el tiempo que dispuso el Congreso, antes del estallido de laguerra civil, para adoptar iniciativas legislativas.El tema agrario era prioritario, ya que amenazaba con provocar graves conflictos sociales en el campo si no se abordaba con rapidez. A los pocos das de las elecciones, unos ochenta mil campesinos andaluces, manchegos y extremeos, convocados por la FNTT, se lanzaron a ocupar las fincas de los que haban sidodesalojados en el invierno de 1934-35. Se produca as un hecho consumado, que oblig al Ministerio de Agricultura a adoptar las medidas oportunas para volver a poner en vigor la legislacin del primer bienio. Por Decreto de 28 de febrero, el Gobierno anul los procesos de desahucio de colonos y aparceros, salvo cuando hubiera falta de pago, y el 3 de marzo, otro Decreto devolvi a los yunteros extremeos el arrendamiento de las tierras que haban ocupado durante el primer bienio en virtud del Decreto de Intensificacin de Cultivos de 1932, que el Ministerio de Agricultura restableci en su plenitud el da 14. Un Decreto de 20 de marzo ampli a todo el territorio nacional la extensin de tierras disponibles para la reforma, dio va libre para expropiar temporalmente con indemnizacin fincas declaradas de utilidad pblica en virtud, extraa paradoja, del artculo 27 de la Ley de contrarreforma del ao anterior -la ley Velayos- y autoriz la extensin de la medida a las tierras de pastos. En ese mes de marzo se ampli mucho el volumen de tierras distribuidas, asentndose a 71.919 campesinos, en gran medida yunteros extremeos, sobre unas 232.919 ha. Segn datos del Instituto de Reforma Agraria, en el mes de julio habra ya asentados 114.343 campesinos, sobre 573.190 ha.El 19 de abril, present en lasCortesel ministro de Agricultura, Ruiz-Funes, cinco proyectos de Ley, tres de los cuales fueron discutidos en las semanas siguientes. El ms urgente era el de Revisin de desahucios de fincas rsticas, que recoga los trminos del Decreto ministerial de 20 de marzo, en virtud del cual se reponan en el derecho de explotacin de la tierra a los arrendatarios y aparceros desahuciados en virtud de la Ley sobre contratos de arrendamiento, de marzo de 1935. La Ley, que suscit duros debates, fue aprobada el 30 de mayo, con la abstencin de los diputados derechistas. El segundo proyecto, aprobado por las Cortes el 11 de junio, fue la derogacin de la Ley de Reforma de la Reforma Agraria de agosto de 1935 y la puesta en vigor de laLey de Bases de 1932, a la que se aadieron las especificaciones del reciente Decreto de 20 de marzo. Ruiz-Funes lleg a presentar un tercer proyecto a la Cmara, una Ley sobre rescates y readquisicin de tierras comunales, que pretenda la reintegracin del antiguo patrimonio comunal de los municipios rurales, rectificando as parte de la obra desamortizadora del siglo XIX. Pero el proyecto, que hubiera debido ser debatido en la primera mitad del mes de julio, qued relegado ante la gravedad de la situacin poltica, y lo mismo sucedi con otros dos, una Ley sobre adquisicin de propiedad por arrendatarios y aparceros y una nueva Ley de Bases de la Reforma Agraria, que ni siquiera llegaron al Congreso.La poltica militar ya no la desarrollabaAzaa, sino uno de sus antiguos colaboradores, el general Masquelet. Entre sus primeras medidas figuraba una combinacin de mandos que intentaba alejar de los centros de poder a los generales ms proclives al golpismo:Godedfue destinado a la Comandancia militar de las Baleares,Francoa la de Canarias yMolaa la guarnicin de Pamplona. Otros antiazaistas significados, comoOrgaz, Villegas,FanjulySaliquet, quedaron en situacin de disponibles y fue detenidoLpez Ochoa, de intachable historial republicano, pero que haba actuado a las rdenes del general Franco contra la rebelin de los mineros asturianos en octubre de 1934. Por lo dems, el Ministerio de la Guerra retorn a la lnea reformista del primer bienio.El triunfo del Frente Popular supona el retorno delenfrentamientoentre el Estado y la Iglesia catlica. Sin embargo, por lo menos en un primer momento, el conflicto pareci haber perdido virulencia, e incluso el Vaticano dio el placet a Zulueta, el embajador rechazado en 1931. Quedaba pendiente la cuestin de la sustitucin de la enseanza confesional, conforme estableca la Ley de Congregaciones, pero hasta el 2 de mayo, ya con el GobiernoCasares, no se adopt la primera medida legal, con un Decreto estableciendo patronatos provinciales que estudiaran la rpida sustitucin de los docentes religiosos por personal interino laico. A finales de ese mes, se decret el cierre provisional de los colegios de la Iglesia. En el terreno educativo, el Gobierno adopt otras medidas que no podan sino disgustar a la derecha y al clero. Se restableci la coeducacin en las aulas, se habilit presupuesto para dotar 5.300 nuevas plazas de maestros estatales y se complet la transferencia de las competencias estatutarias sobre educacin a la Generalidad catalana.Constituidas lasCortesel 3 de abril, la izquierda se apresur a destituir aAlcal Zamora. Lanormativa constitucionalexiga para ello el acuerdo de las tres quintas partes de los diputados, cifra que no alcanzaba el Frente Popular. Pero se obvi la dificultad recurriendo, a propuesta deIndalecio Prieto, al artculo 81 de la Constitucin, que permita cesar al jefe del Estado si ste haba disuelto las Cortes dos veces y la nueva Cmara estimaba que la ltima disolucin haba sido improcedente. El 7 de abril, por 238 votos contra 5 -la derecha se abstuvo, tras haber apoyado la medida- elpresidente de la Repblicafue destituido por el Parlamento.Martnez Barrioasumi interinamente la Presidencia de la Repblica y puso en marcha el proceso sustitutorio. La candidatura deAzaa, propuesta por UR, concit desde el principio amplios respaldos. Entre los partidos de la mayora, slo la izquierda del PSOE se opuso por preferir al ms radical lvaro de Albornoz. No falta quien ve la mano de Prieto tras la promocin de la candidatura del jefe del Gobierno. Segn esta versin, el lder socialista pretenda vencer la resistencia de su partido a comprometerse en tareas de gobierno, sustituyendo l mismo a Azaa a la cabeza de un Gabinete de coalicin republicano-socialista.Conforme a la Constitucin, el jefe del Estado fue elegido por sufragio indirecto. Las elecciones de compromisarios se celebraron el 26 de abril y dieron 358 mandatos al Frente Popular y 63 a la oposicin, parte de la cual se haba abstenido de concurrir a los comicios. El 10 de mayo, en el Palacio de Cristal, de Madrid, diputados y compromisarios votaron al nuevo presidente, con el siguiente resultado: 754 votos paraAzaa, 88 en blanco -los de la CEDA- y 32 para otros polticos:Largo Caballero,Primo de Rivera,Lerrouxy Gonzlez Pea. Al da siguiente, Azaa tom posesin de la Jefatura del Estado e inici las consultas para la formacin de un nuevo Gobierno, mientras un ministro de su partido, Augusto Barcia, se haca cargo interinamente de la jefatura del Gabinete. Se comprob entonces que el Frente Popular no cuajaba como coalicin de gobierno.Prieto, a quien Azaa consideraba el hombre ms adecuado para presidir el Consejo de Ministros, se encontr con el veto de la minora parlamentaria socialista, controlada por la izquierda caballerista. Finalmente, fueCasares Quiroga, considerado hechura del nuevo presidente de la Repblica, quien form un Gabinete con lospartidos republicanos del Frente Popular, al que se incorpor la Esquerra.Se ha juzgado muy duramente la actuacin del GobiernoCasares, acusado de debilidad frente al incremento de la conflictividad y de falta de visin poltica. Tampoco faltan las proyecciones ucrnicas sobre lo que hubiera sido de la Repblica siAzaahubiera seguido en la jefatura del Gobierno o le hubiera sucedidoPrieto. Algunos analistas estiman que uno u otro hubieran hecho ms que el poltico gallego para amortiguar el deterioro de la autoridad del Estado que condujo algolpe militar de julioy ala guerra. Pero eran precisamente las circunstancias que hicieron inevitable el conflicto las que frustraron estas posibles salidas. La divisin del socialismo, que impidi la opcin de gobierno prietista, era un elemento desestabilizador de gran importancia aunque no tanta, desde luego, como el insurreccionalismo de la derecha, lanzada abiertamente a la destruccin del rgimen.Por supuesto, las causas de la guerra de 1936-39 son muy complejas, y aqu no pueden ni esbozarse. Pero el proceso de destruccin de la convivencia civil fue personificado por una serie de agentes, cuya evolucin durante la primera mitad de 1936 influy en el alineamiento definitivo de los dos bandos.Pese a la evidencia del voto anarquista en febrero, la CNT se haba mantenido en su lnea, llamando a la abstencin electoral, y mostr rpidamente su abierta hostilidad al Gobierno burgus del Frente Popular. En esta poca, tericos como Diego Abad de Santilln,Federica Montsenye Isaac Puente contribuyeron a reforzar los contenidos utopistas del anarcosindicalismo, potenciando la fe de las bases en un modelo especfico de revolucin que llevara a una sociedad sin clases, estructurada en comunas libertarias. El Pleno Nacional celebrado por la FAI a comienzos de febrero rechaz la poltica obrera de alianza con la burguesa y se pronunci por el mtodo insurreccional para la conquista de la riqueza social. Pero, por otra parte, se iban imponiendo en los sindicatos cenetistas las tesis favorables a la unin del proletariado. El primero de mayo se reuni en Zaragoza un Congreso Confedera] de la CNT. Los delegados, que representaban a 612.707 afiliados, se pronunciaron por la va libertaria al comunismo, pero manteniendo las tcticas sindicales y de lucha armada. De la reunin sali una invitacin a la UGT para suscribir una alianza revolucionaria cuyo fin sera destruir completamente el rgimen poltico y social vigente, y cuya firma hubiera supuesto la ruptura inmediata del Frente Popular.Pero el socialismo segua rumbos muy distintos. La definicin ante la alianza con los republicanos haba aumentado las diferencias entre el sector encabezado porPrieto, que se mostraba partidario de la colaboracin, y la izquierda que segua aLargo Caballero. Este prefera mantenerse al margen de cualquier responsabilidad de gobierno, reforzando el entendimiento entre las organizaciones obreras de la coalicin y esperando el momento en que el fracaso de la burguesa republicana facilitara la conquista del Poder por el proletariado. Desde finales de diciembre de 1935 hasta finales de junio de 1936, ambas corrientes sostuvieron una enconada pugna en torno a la eleccin de una Comisin ejecutiva del PSOE, que sustituyera a la anterior, de mayora caballerista. Finalmente, la batalla electoral se decidi en favor de los primeros, pero ello no hizo sino enconar las rivalidades en el seno del partido. Por otra parte, los caballeristas conservaban el control de la UGT y de la minora parlamentaria, as como de la importante Federacin Madrilea del PSOE y se apoyaban en las an ms extremistas Juventudes Socialistas.La divisin en el seno del socialismo, que durante la primavera de 1936 condujo a enfrentamientos violentos entre los miembros de sus fracciones, facilit las tcticas de aproximacin de un PCE sumamente disciplinado, cuyos efectivos crecieron espectacularmente en esos meses. Los comunistas mostraban un firme apoyo al Gobierno republicano, e incluso moderaron su exigencia de una reforma agraria revolucionaria y trataron de evitar la escalada de conflictividad laboral que se produjo a lo largo de la primavera. El PCE llevaba tiempo induciendo la bolchevizacin de la izquierda socialista, pese al fracaso de su tctica de reconstruir lasAlianzas Obreras. El ingreso de su central sindical, la CGTU, en la UGT, en noviembre de 1935, reforz esta tendencia, que comenz a ser una realidad cuando las juventudes de ambos partidos concluyeron su proceso de acercamiento fusionndose en junio como Juventudes Socialistas Unificadas, puestas bajo la direccin del secretario general de las JJ.SS.,Santiago Carrillo.Tambin en la derecha los extremistas ga