Resumen Tristes Trópicos

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Tristes Trpicos

Tristes trpicos es la obra en que Lvi-Strauss atiende con mayor detenimiento su experiencia de campo con varias sociedades de la selva amaznica caduveos, bororos, nambiquaras..., all por los aos treinta, veinte aos antes, por tanto, de la publicacin del original francs del libro. Aqu, ante todo, se habla de aquellos salvajes civilizados, como los designaba en uno de sus primeros trabajos, de los que extrajo una materia prima etnogrfica que nunca haba dejado ni dej de elaborar tericamente y a quienes dedicara las ltimas palabras de su discurso de toma de posesin de la Ctedra de Antropologa Social del Collge de France, para declararse pblicamente su discpulo y su testigo. Claude Lvi-Strauss, nacido en Bruselas, Blgica, fue un antroplogo con una gran fama por sus grandes obras que influyeron mucho en el siglo XX. Tristes Trpicos es una obra que relata su primera expedicin etnogrfica.

Este es un libro que trata sobre cmo y por qu alguien puede llegar a hacerse etnlogo, y sobre cmo se integran las aventuras del explorador y las investigaciones del cientfico hasta que juntando todo esto se puede llegar a formar la experiencia propia del etnlogo.

La partida inicia en que Lvi-Strauss se dispone a relatar sus expediciones. Y que hace 15 aos que haba dejado por ltima vez Brasil se haba propuesto escribir este libro pero una especie de vergenza y aversin siempre se lo impeda. A mi parecer lo que realmente le impeda escribir este libro era que no quera contar todos los detalles y acontecimientos que haba experimentado ya que le parecan insignificantes. Para l, el objeto negativo de su oficio era que se necesitaba de mucho esfuerzo para poder alcanzar el objeto de su estudio, era ms bien una carga para un etngrafo aventurarse.

Para Lvi-Strauss ser explorador es un oficio; un oficio que no slo consiste, en descubrir, por medio de aos de estudio, hechos que permanecan desconocidos para los dems, sino en recorrer varios kilmetros y acumular proyecciones, fijas o animadas, si es posible en colores, gracias a lo cual varias personas estarn ms que impresionadas, para quienes vulgaridades y trivialidades les parecern como revelaciones, por la nica razn de que, en vez de plagiarlas en su propio medio, el autor simplemente las santific por haber recorrido 20, 000 kilmetros.

Nos pregunta qu es lo que leemos en libros o que es lo que escuchamos en conferencias, y que todo se reduce a que solo son ancdotas mezcladas con migajas inspidas de informacin las cuales no titubean en mostrar como un descubrimiento original, claro tambin reconoce que hay excepciones y que si existen algunos viajeros responsables, su propsito no fue denunciar mistificaciones ni otorgar diplomas, sino ms bien fue tratar de comprender un fenmeno moral y social muy caracterstico de Francia.

En el libro cuenta que haba sido alumno de Georges Dumas en la poca del Tratado de psicologa. Y que una vez por semana reuna a los estudiantes de filosofa en una sala de Sainte-Anne, en donde tena un muro cubierto por alegres pinturas de alienados y que l se senta expuesto a una particular especie de exotismo; Dumas se instalaba sobre un estrado, Dumas, describe a Dumas como de cuerpo robusto, coronado por una cabeza abollada, la cual la comparaba con una gruesa raz blanqueada y desollada por una estada en el fondo del mar; y que su tono ceroso unificaba la cara y el cabello blanco. Y que era curioso cmo se volva humano de pronto por una mirada oscura como el carbn la cual acentuaba ms la blancura de la cabeza, tambin usaba un sombrero de alas anchas, la corbata anudada a lo artista y el traje, siempre negros. Tambin habla de que sus cursos no enseaban gran cosa ya que no los preparaba. La segunda hora, y a veces la tercera, la dedicaba a la presentacin de enfermos; y que quien haba merecido la atencin del maestro era recompensado con la confianza que ste le concediera una entrevista particular con un enfermo. Cuenta que para l ninguno de los primeros contactos que tuvo con indios salvajes lo intimid tanto como esa maana que pas junto a una viejecita quien usaba ropa de lana, que se comparaba a un arenque podrido dentro de un bloque de hielo: en apariencia intacta, pero con peligro de quebrarse apenas se fundiera la envoltura protectora.

Siempre lament no haber conocido en plena juventud a Dumas, cuando, moreno y atezado como un conquistador y estremecido por las perspectivas cientficas que abra la psicologa del siglo XIX, parti a la conquista espiritual del Nuevo Mundo. En esa especie de flechazo que se produjo entre l y la sociedad brasilea se manifest, un fenmeno misterioso, cuando dos fragmentos de una Europa de 400 aos de edad se encontraron y casi volvieron a soldarse. Para l el error de Georges Dumas consisti en no haber tomado nunca conciencia del carcter verdaderamente arqueolgico de esta coyuntura. El nico Brasil a quien pudo seducir, fue el de esos propietarios de bienes races los cuales desplazaban progresivamente sus capitales hacia inversiones industriales con participacin extranjera y que tambin buscaban proteccin ideolgica en un parlamentarismo de buen tono.

Para Strauss el fin de una civilizacin, es el comienzo de otra, y el sbito descubrimiento de que quiz nuestro mundo se convierta demasiado pequeo para los hombres que lo habitan, todo esto no se le hacan tan evidentes por las cifras, las estadsticas o las revoluciones como por la respuesta telefnica que recibi antes, cuando acariciaba la idea de volver a encontrar su juventud debido a una nueva visita al Brasil. No tuvo ms remedio que reservar el pasaje con cuatro meses de anticipacin. Y l crea que despus de haberse inaugurado los servicios areos para pasajeros entre Europa y Amrica del Sur no iban a viajar tantas personas en barco y para su sorpresa fue ilusionarse demasiado pensar que la invasin de un elemento libera a otro y como tampoco los loteos en serie de la Costa Azul no devuelven su aspecto pueblerino a los alrededores de Pars.

Mientras esta en su viaje a los nuevos lugares, Strauss empieza hacer un memorndum de cosas y de sus estudios que ha tenido. Hizo un trabajo acerca de Robert H. Lowie y A. Mtraux en el cual relata de cmo lo invitaron a Estados Unidos para estar a salvo de Alemania, pero a pesar de todo lo nico en lo que Strauss pensaba era en ir a Brasil y seguir con su investigacin de preguerra. Esto ayudo a recibir una visa de la embajada de Brasil ubicada en Vichy. El embajador, Luis de Souza Dantas, a quien Strauss conoca bien, y que aun no conocindolo, haba levantado un sello y se preparaba a estamparlo en su pasaporte, cuando en eso un consejero corts lo interrumpi dicindole que esa atribucin acababa de serle retirada por nuevas disposiciones legislativas, aun conociendo y siendo grandes amigos con el embajador, Luis de Sousa Dantas, igual le cost con poco conseguir ese sello luego de varios inconvenientes. Hasta que logro viajar a Brasil. Y mientras estaban en su camino a Brasil, se tropezaron con dos alemanas dispuestas a engaar a sus esposos, pero como eran profesionales, rechazaron la oferta. Y cuando estaban saliendo de Francia, la guerra entraba. En parte fue una suerte que se hayan ido, pero tambin les pudo haber afectado de alguna u otra forma.

Ya estando en Brasil Strauss fue arrestado debido a que le tomo una foto a una iglesia. Y desafortunadamente ah es tomado como un delito y es pagado con crcel. Segn ellos, el hecho que l llevara esa foto de regreso a Europa podra acreditar la leyenda que existen brasileos de piel negra y los nios de por ah andan descalzos. Lo bueno es que sali rpido ya que el barco en donde iban ya estaba listo para hacer otra partida.

Antes era muy importante para todos los pases cmo los pases extranjeros miran al propio. Debido a eso existan leyes muy raras. Aunque algunas todava existen, como que no pueden llevarse algunos artefactos de Guatemala si no tienen un permiso. Tambin en Colombia se necesita tener un permiso para cualquier tipo de obra de arte que quieran sacar del pas, no importando si es originalmente de Colombia o no.

En la segunda parte del libro llamada Hojas de Ruta Strauss cuenta que su carrera se resolvi un domingo de otoo de 1934, a las nueve de la maana, con una llamada telefnica. Era Clestin Bougl, en ese entonces director de la Escuela Normal Superior. Quien le pregunt bruscamente si tena el deseo de practicar etnografa y si su respuesta era si le dijo que presentara su candidatura como profesor de sociologa en la Universidad de Sao Paulo. Le explic que los suburbios estn llenos de indios, y que l les podr consagrar los fines de semana. Pero que era necesario que diera su respuesta definitiva a Georges Dumas antes del medioda. Para Strauss Brasil y Amrica del Sur no significaban demasiado. No obstante, vio con nitidez las imgenes que inmediatamente evoc esa proposicin inesperada. Los pases exticos le parecan como lo opuesto a los suyos; el trmino de antpodas encontraba en su pensamiento un sentido ms rico y ms ingenuo que su contenido real. Le hubiera asombrado mucho or que una especie animal o vegetal poda tener el mismo aspecto en ambos lados del mundo. Cada animal, cada rbol, tena que ser radicalmente distinto; y exhibir, al primer vistazo, su naturaleza tropical.

Cuenta que quedo muy sorprendido cuando, durante un almuerzo, al cual lo llev Vctor Margueritte, escucho de labios del embajador de Brasil en Pars que hace aos que han desaparecido completamente los Indios en su pas y que eso era una pgina muy triste, muy vergonzosa en la historia de su pas. Y que los colonos portugueses del siglo XVI eran hombres vidos y brutales. Que cmo podan reprocharles el haber participado de ese carcter general de las costumbres. Y que se apoderaban de los indios, que los ataban a las bocas de los caones y los despedazaban vivos. Y de ese modo haban acabado con ellos, hasta el ltimo. Y que l como socilogo, descubrira cosas apasionantes en Brasil, pero indios?, para nada, que no iba a encontrar a ni uno. A Strauss le pareci increble que le tena horror a toda alusin a los indgenas y, en general, a las condiciones primitivas del interior.

Para Strauss la filosofa no era ancilla scientiarum, la servidora y auxiliar de la exploracin cientfica, sino una especie de contemplacin esttica de la conciencia por s misma. La cual a travs de los siglos se la vea elaborar construcciones cada vez ms sutiles y audaces, resolver problemas de equilibrio o de alcance, inventar refinamientos lgicos; todo esto considerado tanto o ms valioso cuanto mayores eran la perfeccin tcnica o la coherencia interna. Tambin dice que la enseanza filosfica era comparable a la de una historia del arte que proclamara al gtico necesariamente superior al romnico y, dentro del primero, el flamgero ms perfecto que el primitivo, pero donde nadie se cuestionara sobre lo bello y sobre lo que no lo es. La inclinacin a la verdad era reemplazada por el savoir-faire. Para l era lo contrario. Era como si los temas se disolvieran ante l por el solo hecho de haberles aplicado su reflexin alguna vez.

Para Strauss la etnografa le procura una satisfaccin intelectual: en tanto la historia que une por sus extremos la historia del mundo y la suya propia, la cual revela al mismo tiempo la razn comn de ambas. Proponindole el estudio del hombre lo libera de la duda, pues considera en l esas diferencias y esos cambios que tienen un sentido para todos los hombres, excepto aquellos privativos de una sola civilizacin, que se desintegrara si se optara por permanecer fuera de ella. Ella reconcilia su carcter y su vida. Despus de esto, a Strauss le parece extrao que durante tanto tiempo haya permanecido sordo a un mensaje que, sin embargo, desde el curso de filosofa, le transmita la obra de los maestros de la escuela sociolgica francesa. Ocurri que, en vez de nociones tomadas de los libros e inmediatamente metamorfoseadas en conceptos filosficos, se enfrent con una experiencia vivida de las sociedades indgenas, cuya significacin fue preservada por el compromiso del observador.

Su pensamiento sala de esta sudacin cerrada a la que se vea reducido por la prctica de la reflexin filosfica. Lleg en estado de abierta insurreccin contra Durkheim y contra toda tentativa de utilizar la sociologa con fines metafsicos. Desde entonces se le reproch muchas veces la dependencia del pensamiento anglosajn. l no rinde homenaje a una tradicin intelectual sino a una situacin histrica.

Una maana de febrero de 1934 lleg a Marsella dispuesto a embarcarse con destino a Santos. Haba conocido otras partidas. Todas se confunden en su recuerdo, de las cuales slo ha preservado unas pocas imgenes. Relata que bajo un cielo azul muy claro, ms inmaterial an que de costumbre, un aire cortante proporcionaba el placer apenas soportable del sediento cuando bebe de golpe un agua gaseosa y helada. En contraste, pesados hedores se rezagaban en los corredores del barco inmvil y recalentado: mezcla de olores marinos, de emanaciones de las cocinas y de pintura al leo fresca. Sus barcos hacan muchas escalas.

Cada despertar los sorprenda anclados en un puerto distinto: Barcelona, Tarragona, Valencia, Alicante, Mlaga, a veces Cdiz, o tambin Argel, Orn, Gibraltar, antes de la etapa ms larga, que llevaba a Casablanca y finalmente a Dakar. Era lo contrario de un viaje. Ms que medio de transporte, el barco les pareca una morada y un hogar, en cuya puerta el escenario giratorio del mundo aparentaba fijar cada da un nuevo decorado. Strauss se preguntaba si despus de tantos aos, podra volver a encontrarme en ese estado de gracia o si llegara a revivir esos instantes febriles cuando, libreta en mano, anotaba segundo tras segundo la expresin que quiz le permitira inmovilizar esas formas evanescentes y siempre renovadas. El juego le fascina an y muchas veces se sorprende aventurndose en l.

En la tercera parte del libro llamada El Mundo Nuevo Strauss cuenta que se acercaban al Mar de los Sargazos, terror de los antiguos navegantes. Y que cuando se echa hacia atrs la cabeza, toma forma un paisaje marino ms verosmil, donde cielo y mar se sustituyen recprocamente. Luego, del otro lado, reencuentra su forma visible y su ser sonoro se extingue. Solo se preguntaba si del otro lado an estaran, para recibirlos, todos esos prodigios que divisaron los navegantes antiguos y que recorriendo espacios vrgenes, no se ocupaban tanto de descubrir un Nuevo Mundo como de verificar el pasado del Viejo. El cielo fuliginoso del Mar de los Sargazos, su atmsfera pesada, no eran el nico signo manifiesto de la lnea ecuatorial. Un continente apenas hollado por el hombre se ofreca a otros hombres cuya avidez no se contentaba con el suyo. Ms an: ellos saban que esas distancias eran tericamente franqueables, mientras que los primeros navegantes teman enfrentarse con la nada.

Strauss dice que en La Imagen del mundo, de Pierre d'Ailly, se habla de una humanidad recientemente descubierta y supremamente feliz, gens beatissima, la cual esta compuesta por pigmeos, macrobios y hasta acfalos. Para justificar el brusco cambio de ruta que lo hizo desviarse de Brasil, as mismo se cuestiona de que si haba relatado Coln, en sus informes oficiales, extravagantes circunstancias, jams repetidas desde entonces, sobre todo en esa zona siempre hmeda. El calor quemaba hasta tal punto que impeda acudir a las bodegas; las cubas del agua y del vino estallaban; el cereal ardi, el tocino y la carne seca se asaron durante una semana; el sol era tan ardiente que la tripulacin crey que iba a ser quemada viva. Tambin menciona que Coln contaba que las tres sirenas elevaban su cuerpo sobre la superficie del ocano, y aunque no eran tan bellas como se las representaba en los cuadros, su cara redonda tena forma ntidamente humana.

En el libro Strauss menciona que el Nuevo Mundo est presente, pero no para la vista. Y que no eran tampoco los grandes pjaros marinos los que anuncian el fin de su viaje estos pjaros menciona que se aventuraban lejos de las tierras. Para l esta impresin de enormidad era slo de Amrica; l la ha sentido frente a la costa y en las mesetas del Brasil central, en los Andes bolivianos y en las Rocallosas del Colorado, en los barrios de Rio, los alrededores de Chicago y las calles de Nueva York. Tambin cuenta que esos espectculos recuerdan otros semejantes: esas calles son calles, esas montaas son montaas, esos ros son ros; y se pregunta de dnde puede provenir esa sensacin de extraeza. Simplemente, de que la relacin entre la talla del hombre y la de las cosas se ha distendido hasta tal punto que la medida comn est excluida. Pero esa inconmensurabilidad congnita de ambos mundos penetra y deforma nuestros juicios.

Tambin menciona de los que declaran que Nueva York es fea son tan slo vctimas de una ilusin de la percepcin. Y explica que la belleza de Nueva York, no se refiere a su naturaleza de ciudad sino a su transposicin, inevitable para nuestra vista si renunciamos a toda rigidez, de la ciudad al nivel de un paisaje artificial donde los principios del urbanismo ya no intervienen; los nicos valores significativos son la suavidad de la luz, la sutileza de las lejanas, los precipicios sublimes al pie de los rascacielos, y los valles umbros sembrados de automviles multicolores, como flores. A l le parece que el paisaje de Rio no est a la escala de sus propias dimensiones. Si se quiere abrazar un espectculo hay que tomar la baha de flanco y contemplarla desde las alturas. Y dice que Amrica es un continente que se impone y que todo eso vive una existencia nica y global.

En el libro Strauss menciona que la ribera entre Rio de Janeiro y Santos ofrece,trpicos de ensueo. La cadena costera, que en un punto sobrepasa los 2 000 metros, desciende hasta el mar y lo recorta con islas y ensenadas; playas de arena fina, bordeadas de cocoteros o de selvas hmedas desbordantes de orqudeas, vienen a tropezar con paredes de greda o de basalto que impiden, salvo al mar, el acceso hasta ellas. Angra-dos-Reis, Ubatuba, Parat, So Sebastio, Villa-Bella, otros tantos puntos donde el oro, los diamantes, los topacios y los crislitos extrados de las Minas Gerais, las minas generales del reino, confluan luego de semanas de viaje a lomo de mula por la montaa. Una oficina central, a mitad del camino entre las minas y la costa, operaba una nueva fiscalizacin. Un lugarteniente y cincuenta hombres deducan el derecho de quinto y el de peaje por cabeza de hombre y de animal. Despus, los particulares llevaban el oro en barras a la Casa de la Moneda de Rio de Janeiro, que las canjeaba por moneda acuada de medio dobln; sobre cada una de ellas el rey ganaba una piastra por la aleacin y el derecho de moneda.

Para l la vegetacin era confusa y sin inters la cual era seguida por otra donde cada especie le ofreca una significacin particular. Y la pesada fragancia resinosa era para l una prueba y a la vez razn de un universo vegetal ms valedero. Hasta la cuenca del Amazonas, donde se desploman en grandes fisuras a 3000 kilmetros de aqu, su descenso ser interrumpido slo dos veces por lneas de acantilados: la sierra de Botucat, aproximadamente a 500 kilmetros de la costa, y la planicie de Mato Grosso, a 1500 kilmetros. En su derredor, la erosin ha devastado las tierras de relieve incompleto, y dice que el hombre es el primer responsable del aspecto catico del paisaje; se desmont para cultivar, pero al cabo de algunos aos se sustrajo a los cafetos el suelo agotado y lavado por las lluvias, y las plantaciones se trasladaron ms lejos, donde la tierra era an virgen y frtil. Ah, el suelo ha sido violado y destruido. Cuchillas, taludes antiguamente cubiertos de bosques, dejan entrever su osamenta bajo un delgado manto de hierba.

En los valles la vegetacin ha reconquistado el suelo; pero ya no es la noble arquitectura de la selva primitiva; la capoeira, es decir, la selva secundaria, renace como una espesura continua de rboles enjutos. Es preciso haber viajado a Amrica para saber que esa armona sublime, lejos de ser una expresin espontnea de la naturaleza, proviene de acuerdos largamente buscados en el transcurso de una colaboracin entre el paraje y el hombre. Terrenos baldos, grandes como provincias, que el hombre posey antao, pero por poco tiempo para abandonarlos luego.

Strauss menciona que en las ciudades del Nuevo Mundo, ya sea Nueva York, Chicago o Sao Paulo, realmente lo que impresiona no es la falta de vestigios; esta ausencia es un elemento de su significacin. Pero Strauss cae en el error inverso: ya que estas ciudades son nuevas, y de su novedad tienen su ser y su justificacin, y no puede perdonarles que no lo sigan siendo. En el momento de levantarse, los nuevos barrios casi ni son elementos urbanos: demasiado brillantes, demasiado nuevos, demasiado alegres para eso. Luego de ese lapso la fiesta termina y esas grandes figurillas languidecen: las fachadas se escaman, la lluvia y el holln dejan sus huellas, el estilo pasa de moda, la disposicin primitiva desaparece bajo las demoliciones que exige una nueva impaciencia.

Realmente no son ciudades nuevas en contraste con ciudades antiguas, sino ciudades con un ciclo de evolucin muy corto comparadas con otras que son de ciclo lento. Hay ciertas ciudades de Europa que se adormecen dulcemente en la muerte; en cambio las del Nuevo Mundo viven febrilmente en una enfermedad crnica; son perpetuamente jvenes y sin embargo nunca sanas. Strauss cuenta que cuando visit Nueva York y Chicago en 1941 o cuando lleg a Sao Paulo en 1935, le asombr en primer lugar no lo nuevo, sino la precocidad de los estragos del tiempo. Chatarra, tranvas rojos como vehculos de bomberos, bares de caoba con balaustrada de latn pulido, depsitos de ladrillos en callejuelas solitarias donde slo el viento barre las basuras, parroquias rsticas al pie de las oficinas y Bolsas con estilo de catedrales; laberintos de inmuebles oxidados que cuelgan sobre abismos entrecruzados por zanjas, puentes giratorios y andamios. Menciona que en 1935, los habitantes de Sao Paulo se enorgullecan de que en su ciudad se construyera, como trmino medio, una casa por hora. La ciudad se desarrolla a tal velocidad que es imposible trazar el plano; todas las semanas habra que hacer una nueva edicin. Por esa poca se describa a Sao Paulo como una ciudad fea. Sin duda, las casas de departamentos del centro eran pomposas y pasadas de moda. En general, la ciudad presentaba los tonos sostenidos y arbitrarios que caracterizan esas malas construcciones donde el arquitecto ha tenido que recurrir al revoque para proteger y disimular la base.

A pesar de todo esto a Strauss nunca le pareci feo So Paulo para l era una ciudad salvaje como lo son todas las ciudades americanas. En ese tiempo, So Paulo an no haba sido domada. Muy lejos hacia el norte, el Tiet estiraba sus meandros plateados en las vaneas los cuales eran aguazales que poco a poco se iban transformando en ciudades, y estaban rodeadas de un rosario irregular de barrios y de loteos. La avenida, que naca en el extremo del espoln, descenda hacia los escombros de viejos barrios.

La trepan modestas avenidas unidas en la cima, sobre el mismo espinazo del relieve, por la Avenida Paulista, que bordea las residencias antao fastuosas, estilo casino o estacin termal, de los millonarios del pasado medio siglo. Bien al fondo, hacia el este, la avenida domina la llanura sobre el barrio nuevo de Pacaemb, donde se edifican mansiones cbicas, mezcladas a lo largo de avenidas sinuosas espolvoreadas con el azul violeta de los Jacarandas en flor, entre declives de csped y terraplenes ocres. Pero los millonarios abandonaron la Avenida Paulista. Siguiendo la expansin de la ciudad, descendieron con ella por la parte sur de la colina hacia apacibles barrios con calles sinuosas. Ciertos lugares privilegiados de la ciudad consiguen reunir todos los aspectos.

Y sin embargo, As, a la salida de dos calles divergentes que conducen hacia el mar, se desemboca al pie de la barranca del ro Anhangaba, franqueado por un puente que es una de las principales arterias de la ciudad. El gro fino local haba llevado al extremo esa especializacin. Una sociedad restringida se haba repartido los papeles. Todas las ocupaciones, los gustos, las curiosidades justificables de la civilizacin contempornea se daban cita all, pero cada una estaba representada por un solo individuo. El Brasil culto devoraba los manuales y las obras de vulgarizacin. Los grandes nombres que all se veneraban: Pasteur, Curie, Durkheim, pertenecan todos al pasado, sin duda bastante prximo para justificar un amplio crdito.

Para Strauss es triste comprobar que aun ese papel de corredor de comercio intelectual, hacia el que Francia se dejaba llevar, parece resultarle hoy demasiado pesado. Donde un solo especialista era suficiente para ilustrar su pas, hoy se necesita una hueste, que no tenemos. Seguirn creyendo stos durante mucho tiempo que un estilo impecable puede subsanar la falta de partitura? Los pases ms jvenes han comprendido la leccin. Y debido a que esa oligarqua necesitaba una opinin pblica de inspiracin civil y laica para burlar tanto la influencia tradicional de la Iglesia y del Ejrcito como el poder personal, se cre la Universidad de So Paulo con el propsito de abrir la cultura a una concurrencia ms amplia.

Strauss recuerda an que cuando lleg a Brasil para participar en una fundacin, contempl la condicin humillada de sus colegas locales con una piedad un poco altanera. Era una reproduccin en bronce, tamao natural, de un mrmol antiguo, que para l era en realidad mediocre, pero que, sin embargo, mereca cierto respeto en una ciudad donde ninguna otra cosa evocaba la historia ms all del ltimo siglo. As era como la burguesa de So Paulo se desquitaba por haber permitido negligentemente la formacin de una aristocracia de inmigrantes italianos que haban llegado medio siglo antes para vender corbatas en la calle, y que hoy posean las residencias ms rimbombantes de la Avenida y haban donado el tan comentado bronce. Fuese el campo donde se movieran, lo nico que consideraban digno de recordar era la teora ms reciente. Y como cada gran nacin tena su embajada en So Paulo, bajo la forma de tienda el t ingls, la repostera vienesa o parisiense, la cervecera alemana se expresaban, de esa manera, intenciones tortuosas, segn cul hubiera sido elegida.

Strauss piensa en lo que era Europa entonces y en lo que es hoy, observa cmo franqueis en pocos aos una distancia intelectual que parecera del orden de varias dcadas, y as aprende cmo mueren y cmo nacen las sociedades; cmo esos grandes cambios en la historia, que segn los libros parecen resultar del juego de fuerzas annimas que actan en el corazn de las tinieblas, pueden tambin, en un claro instante, llevarse a cabo por la resolucin viril de un puado de criaturas bien dotadas.