Retiro espiritual acompañamiento

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RETIRO ESPIRITUAL: EMAÚS Tú estabas ahí y yo no lo sabía Itinerario formativo: Encuentro con Jesucristo – Discipulado – Comunión – Misión. El Medio a utilizar para transitar el Itinerario Formativo es: El Acompañamiento. El retiro es un tiempo de gracia, un momento fuerte de encuentro con Dios en la oración y en el silencio. Buscá un lugar apropiado donde puedas desconectarte del ruido, de las actividades y preocupaciones cotidianas; y en soledad puedas reflexionar, orar, profundizar tu vínculo con Dios. Ese Dios que siempre nos acompaña en todo lugar y en todo momento. Si no es en la capilla prepará el lugar con un signo que te ayude a entrar en oración: una cruz o una imagen de María, una Biblia con una vela encendida, flores, etc. Ponete en la presencia de Dios e invocá al Espíritu Santo para que sea tu guía en el camino de acompañante y acompañado. Hoy queremos reconocer y ayudar a reconocer señales de la presencia de Dios en la vida cotidiana, esos signos sencillos, vivos, palpitantes, que siempre nos acompañan. Nada está vacío; todo está cargado de presencia y gracia. Ya en el Antiguo Testamento, donde otros veían solo cosas, Israel veía signos. El agua, el fuego, la luz, la roca, la tormenta, el alimento..., estaban marcados con la huella de la presencia de quien estaba con ellos. Y sin embargo, el pueblo, una vez, instalado en la tierra prometida, sufre la tentación de encerrar a Dios en un espacio y en un tiempo sagrados. Es lo que nos sucede también a nosotros, instalados en tierras, instituciones, profesionalismos religiosos. Siempre resulta menos complicado vivenciar la relación con un Dios al margen de nuestras relaciones, y cuando la vida nos cansa, vamos al templo. Con

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RETIRO ESPIRITUAL: EMAÚS

Tú estabas ahí y yo no lo sabía

Itinerario formativo: Encuentro con Jesucristo – Discipulado – Comunión – Misión. El Medio a utilizar para transitar el Itinerario Formativo es: El Acompañamiento.

El retiro es un tiempo de gracia, un momento fuerte de encuentro con Dios en la oración y en el silencio.

Buscá un lugar apropiado donde puedas desconectarte del ruido, de las actividades y preocupaciones cotidianas; y en soledad puedas reflexionar, orar, profundizar tu vínculo con Dios. Ese Dios que siempre nos acompaña en todo lugar y en todo momento. Si no es en la capilla prepará el lugar con un signo que te ayude a entrar en oración: una cruz o una imagen de María, una Biblia con una vela encendida, flores, etc. Ponete en la presencia de Dios e invocá al Espíritu Santo para que sea tu guía en el camino de acompañante y acompañado.

Hoy queremos reconocer y ayudar a reconocer señales de la presencia de Dios en la vida cotidiana, esos signos sencillos, vivos, palpitantes, que siempre nos acompañan. Nada está vacío; todo está cargado de presencia y gracia.

Ya en el Antiguo Testamento, donde otros veían solo cosas, Israel veía signos. El agua, el fuego, la luz, la roca, la tormenta, el alimento..., estaban marcados con la huella de la presencia de quien estaba con ellos. Y sin embargo, el pueblo, una vez, instalado en la tierra prometida, sufre la tentación de encerrar a Dios en un espacio y en un tiempo sagrados. Es lo que nos sucede también a nosotros, instalados en tierras, instituciones, profesionalismos religiosos. Siempre resulta menos complicado vivenciar la relación con un Dios al margen de nuestras relaciones, y cuando la vida nos cansa, vamos al templo. Con facilidad distinguimos y separamos vida y templo, existencia y presencia.

Cada persona, las cosas, los acontecimientos... son Palabra de Dios para nosotros hoy, algo así como un sacramento. Permitamos que Dios penetre en nosotros, a través de situaciones y relaciones, dejándonos seducir por la ternura que entrañan.

Hay varios íconos de descubridores del Señor. Hoy meditaremos con Emaús: ...y lo reconocieron al partir el pan.

Vamos a leer este texto, primero de una sola vez, para recordarlo, para luego escudriñarlo, auscultar algunas de sus partes para descubrir el tesoro escondido. Vamos a intentar mirarlo con

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los ojos de la fe. Y ver en este relato, el relato de mi propia vida acompañada siempre por Dios. Se trata de un episodio protagonizado por discípulos, es decir, no son personas alejadas de la Iglesia, ni críticos a ella. Son parte de los cercanos de Jesús. Por esto hay una sintonía entre ellos y nosotros, que somos los discípulos de Jesús hoy. Cuando Lucas los presenta, sólo pone el nombre de uno de ellos, Cleofás. Y si no puso el nombre del otro, probablemente se trataba de una intención literaria: que nos identificáramos con ése discípulo desconocido...

Texto: Lucas 24, 13-35

“Ese mismo día, dos de los discípulos de Jesús iban a Emaús, un pueblo a once kilómetros de Jerusalén. Mientras conversaban de todo lo que había pasado, Jesús se les acercó y empezó a caminar con ellos, pero ellos no lo reconocieron. Jesús les preguntó: —¿De qué están hablando por el camino? Los dos discípulos se detuvieron; sus caras se veían tristes, y uno de ellos, llamado Cleofás, le dijo a Jesús: —¿Eres tú el único en Jerusalén que no sabe lo que ha pasado en estos días? Jesús preguntó: —¿Qué ha pasado? Ellos le respondieron: —¡Lo que le han hecho a Jesús, el profeta de Nazaret! Para Dios y para la gente, Jesús hablaba y actuaba con mucho poder. Pero los sacerdotes principales y nuestros líderes lograron que los romanos lo mataran, clavándolo en una cruz. Nosotros esperábamos que él fuera el libertador de Israel. Pero ya hace tres días que murió. »Esta mañana, algunas de las mujeres de nuestro grupo nos dieron un gran susto. Ellas fueron muy temprano a la tumba, y nos dijeron que no encontraron el cuerpo de Jesús. También nos contaron que unos ángeles se les aparecieron, y les dijeron que Jesús está vivo. Algunos hombres del grupo fueron a la tumba y encontraron todo tal como las mujeres habían dicho. Pero ellos tampoco vieron a Jesús. Jesús les dijo:

—¿Tan tontos son ustedes, que no pueden entender? ¿Por qué son tan lentos para creer todo lo que enseñaron los profetas? ¿No sabían ustedes que el Mesías tenía que sufrir antes de subir al cielo para reinar? Luego Jesús les explicó todo lo que la Biblia decía acerca de él. Empezó con los libros de la ley de Moisés, y siguió con los libros de los profetas. Cuando se acercaron al pueblo de Emaús, Jesús se despidió de ellos. Pero los dos discípulos insistieron: —¡Quédate con nosotros! Ya es muy tarde, y pronto el camino estará oscuro. Jesús se fue a la casa con ellos. Cuando se sentaron a comer, Jesús tomó el pan, dio gracias a Dios, lo partió y se lo dio a ellos. Entonces los dos discípulos pudieron reconocerlo, pero Jesús desapareció. Los dos se dijeron: «¿No es verdad que, cuando él nos hablaba en el camino y nos explicaba la Biblia, sentíamos como que un fuego ardía en nuestros corazones?» En ese mismo momento, regresaron a Jerusalén. Allí encontraron reunidos a los once apóstoles, junto con los otros miembros del grupo. Los que estaban allí les dijeron: «¡Jesús resucitó! ¡Se le apareció a Pedro!» Los dos discípulos contaron a los del grupo todo lo que había pasado en el camino a Emaús, y cómo habían reconocido a Jesús cuando él partió el pan”.

A estos discípulos, algo les pasa: van transitando por un camino de decepción. Se podría decir incluso que han perdido la fe en Jesús. Razones tenían: habían puesto su confianza y toda su esperanza en uno que finalmente murió en la cruz. El desenlace de Jesús no correspondía para nada con la imagen de Mesías que ellos esperaban. Había frustración, desengaño, desilusión. Se

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respira un aire de soledad. Van alejándose de la comunidad que estaba en Jerusalén, estaban como desapegándose de la Iglesia.

Al iniciar esta reflexión, creo que es esencial preguntarme ¿Y yo? ¿Por qué camino voy andando? ¿Dónde estoy? ¿Me voy alejando o me voy acercando a Cristo más y más cada día? Es importante descubrir cuál es ese punto existencial en el que me encuentro, porque si no lo identifico puedo estar construyendo un edificio sobre una base ficticia, irreal.

La invitación es también intentar ver la presencia de Dios en todos los acontecimientos de mi vida. Agradecer la compañía permanente del Señor en nuestras vidas.

Cuántas veces nos identificamos con aquellos peregrinos, con su frustración a cuestas.

El mismo día de la Resurrección dos discípulos de Jesús abandonan de prisa Jerusalén. Están aplastados por la decepción. Su talante es triste; su caminar, pesado. Conversan y discuten sobre los acontecimientos que han vivido. El “fracaso” de Jesús en la cruz ha derrumbado sus sueños y matado su esperanza.

Pero sucede lo imprevisto. Un “Desconocido” los alcanza en el camino. Se entromete discretamente en sus asuntos. Se detienen con aire entristecido, y miran con extrañeza al “ignorante” compañero que parece vivir en las nubes. Ellos se desahogan a sus anchas. Confiesan su decepción: “Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel. Y ya ves: hace ya dos días que sucedió esto”. El “Desconocido”, que los toma como son, empieza ahora a dirigir la conversación. Su palabra cariñosa suena a interpelante y clarificadora: “Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas. “¿No sabían ustedes que el Mesías tenía que sufrir antes de subir al cielo para reinar?”

Y mientras el “Desconocido” les habla, el corazón les arde por dentro. Al calor de esa Palabra se inicia un camino de conversión hacia el Cristo del Padre. La desconfianza inicial desaparece, la decepción se cuartea y renace la esperanza. Su palabra suena cercana, convincente y transformadora. Por eso al llegar a Emaús quieren retenerlo.

“Y entró a quedarse con ellos... y sucedió que cuando se puso en la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. Entonces se le abrieron los ojos y lo reconocieron, pero él desapareció de su lado”.

No es fácil encontrar las huellas de Dios en los acontecimientos de la vida que nos descolocan por lo que entrañan de extraños y desconcertantes. La sorpresa es que mientras esta búsqueda continúa, Alguien también nos busca – y ¡con qué pasión y perseverancia!- y se hace el encontradizo. Y eso a pesar de que nosotros lo ignoremos.

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A veces nos desconcierta el no sentirlo en nuestras horas de prueba y nos quejamos de que nos abandona cuando, en realidad, nos está llevando en sus brazos. Él nunca nos falla; nosotros, sí. El nunca nos pide pruebas de nuestra fidelidad; nosotros a cada rato. Son dos experiencias que chocan sin anularse, pero qué dificultad nuestra comprensión del actuar de Dios: Dios siempre está ahí aunque no lo sepamos y podemos contar siempre con El. Lo importante es dejarse encontrar por Dios.

Muchas veces no descubrimos a Jesús, aunque camine a nuestro lado, como les sucedió a los de Emaús porque el Jesús del Padre no calza con el Mesías que soñamos: espectacular y grandioso. “poderoso en obras y en palabras”. Por eso se escaparon de Jerusalén y caminaban frustrados. Se les había derrumbado todas sus esperanzas. Metámonos en el corazón de estos discípulos. Compartamos con ellos nuestras desesperanzas. ¿Cuándo las hemos sentido? ¿Por qué? ¿Cómo? Jesús descarta un mesianismo fácil y deslumbrador. Y esto nos choca y nos interpela. ¡Cuántas veces nos descubrimos corrigiéndole el plan a Dios! ¿En qué Mesías creo? ¿Por qué Mesías me juego? ¿Cómo lo testimonio? Muchas veces nos ahoga la marea del fracaso. Nos desestabiliza la crítica, etc. Sin embargo, El iba caminando a su lado pero no lo reconocieron.

A través del diálogo entre los discípulos y aquel compañero de camino se va articulando el movimiento interno que conducirá a los discípulos de la decepción a la esperanza; de la tristeza a la alegría; de la incapacidad para reconocer a Jesús a descubrir su presencia al partir el pan. Este fue el gesto que les reveló al verdadero Mesías, que transformó sus vidas y los convierte en testigos de esta Buena Noticia que no pueden callar. Dios se revela a través de hechos. El toca el corazón para que a la luz de lo acontecido empiece a mirarse todo con ojos nuevos y hacerse uno, preguntas que quizás antes nunca se habían planteado con tanta fuerza.

Sugerencias para reflexionar y orar:

Recordá momentos íntimos de tu vida: ¿Ha venido Dios a buscarte como a los discípulos de Emaús? ¿Cómo sucedió? ¿Cómo lo reconociste? ¿Reconociste sus huellas? ¿Qué respondiste? ¿Te cambió en algún sentido?.

¿En qué circunstancias de tu vida o de la comunidad has experimentado a Dios acercándose? ¿En qué lugares y situaciones has descubierto más viva e interpelante su presencia? *¿Cuáles han sido las huellas que te han conducido al descubrimiento del Señor actuando en tu vida?

¿Podrías escribir un diálogo con Dios revelando los lugares y situaciones donde te escondes de El?

*En los años de mi vida cristina/religiosa ¿Dónde o cómo se me ha manifestado Jesús acompañándome? ¿Cuáles son los símbolos a través de los cuales se me hizo presente?

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* De este pasaje del Evangelio ¿Qué puedo extraer para mi tarea de acompañante?

(*) Para compartir en comunidad/grupo) Elementos: un pan, una Biblia.

Para terminar este día de retiro, nos reunimos con la comunidad o el grupo, en torno a la mesa y hacemos el gesto de compartir el pan y la palabra. Expresamos lo reflexionado en las preguntas que tienen el asterisco: en forma de oración, contando nuestras experiencias, etc. Y como signo de comunión compartimos un pan, mientras cantamos o escuchamos: “Como en Emaús” (Congreso Eucarístico Nacional – Corrientes CD 1) o “Quiero ser pan” o “Te conocimos Señor”.

COMO EN EMAÚS

Nos acercamos con alegríaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa

a recibirte Señor Jesús

con tu presencia nos iluminas

como lo hiciste en Emaús.

Necesitados de tu consuelo

vamos en busca del mismo pan

que nos dejaste como alimento

en nuestro diario peregrinar

Tomen y coman, este es mi cuerpo

Tomen y beban, mi sangre es

Dale, Señor, a tu pueblo Santo

tu compañía y tu bendición

que en las tristezas y en el cansancio

se fortalece la Comunión.

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Que seamos uno y el mundo crea

al ver creyentes de corazón

que sin medida su vida entregan

como aprendimos de vos, Señor.

QUIERO SER PAN

Es joven el que espera,

el que sabe caminar,

el que lucha por el reino,

sin volver la vista atrás.

El que da su mano a otro,

el que sabe transformar,

el que es pan para los pobres,

defendiendo la verdad.

Quiero ser Pan,

para el hambre ser el Pan,

de mi pueblo y construir

el escándalo de compartir.

Es joven el que arriesga,

el que sabe caminar,

el que lucha por el reino,

sin volver la vista atrás.

El que sabe hacer historia,

el que sabe transformar,

el que es vos de los pequeños,

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defendiendo la verdad.

El que sigue a Jesús pobre,

el que sabe caminar,

el que apoya la justicia

sin volver la vista atrás.

El que vive siempre abierto,

el que sabe transformar,

el que canta con los otros,

defendiendo la verdad.

que por ustedes hoy yo me entrego

y con ustedes me quedaré (bis)

¡Qué gran misterio, la Eucaristía!

Principio y fuente de la unidad

que nos enseña a gustar la vida

y a compartirla con los demás.

Gracias, Señor, por el pan del cielo

que recibimos de tu bondad

la iglesia vive en tu mismo cuerpo

al celebrar este Memorial.

TE CONOCIMOS SEÑOR

Andando por el camino

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te tropezamos Señor

Te hiciste el encontradizo,

nos diste conversación.

Tenían tus palabras

fuerza de vida y amor

Ponían esperanza y fuego en corazón.

Te conocimos Señor

al partir el pan

Tu nos conoces Señor

al partir el pan.

Llegado a la encrucijada

Tú proseguías Señor

Te dimos nuestra posada,

techo, comida y calor

Sentados como amigos

a compartir el cenar

allí te conocimos

al repartirnos el pan.

Andando por el camino

te tropezamos Señor

En todos los peregrinos

que necesitan tu amor

Esclavos y oprimidos

que buscan la libertad

Hambrientos desvalidos

a quienes damos el pan.

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Oración final

Con los discípulos de Emaús te digo:

Señor, ahí estás Tú, tal vez “desconocido” pero cercano.

Señor, Emaús es el camino del hombre

que aunque huye no va solo.

Te gusta, Señor, hacer de tu vida un camino.

Te gusta hacer camino con los hombres paso a paso.

No sabes nunca ir solo.

Te has puesto a caminar con ellos

y tu paso se ha hecho paso de su paso.

Haz ofrecido tu palabra y tu pan en el camino

y ahora, Señor, “desconocido”

te haz hecho el Mesías esperado.

Tú estás donde el hombre sufre

porque tu camino es el hombre paso a paso.

Quédate, Señor, con nosotros

que nuestra vida declina cuando tú no estás a nuestro lado.

Parte el pan entre y para nosotros

para que se nos abran los ojos y te reconozcamos siempre

y contagiemos al mundo la alegría de tu encuentro

en la misión que nos has confiado.