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1811 - 2011 José Gervasio Artigas

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1ARTIGAS Y LA REVOLUCIÓN RIOPLATENSE SETIEMBRE 2011

1811 - 2011José Gervasio Artigas

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Eduardo Azcuy Ameghino es profesor de Historia Económica y Social Argentina en la Facultad de Ciencias Económicas de la Uni-versidad de Buenos Aires, donde es director del Centro de Estudios Agrarios y de la Revista Interdisci-plinaria de Estudios Agrarios.

Entre los libros que ha publica-do destacamos: Artigas en la His-toria Argentina (Corregidor, 1986), Tierra y ganado en la campaña de Buenos Aires según los censos de hacendados de 1789,(IHES, 1989), Historia de Artigas y de la Indepen-dencia Argentina (Ediciones de la Banda Oriental, 1993), El latifundio y la gran propiedad colonial rio-platense (García Cambeiro, 1995), Buenos Aires, Iowa y el desarrollo agropecuario en las pampas y las praderas (PIEA, 1998), La otra his-toria. Economía, estado y sociedad en el Río de la Plata colonial (Ima-go Mundi, 2002), Trincheras en la historia. Historiografía, marxismo y debates (Imago Mundi, 2004), La Carne Vacuna Argentina (Ima-go Mundi, 2007), Nuestra gloriosa insurrección. La revolución anti-colonial de Mayo de 1810 (Imago Mundi, 2010).

Es autor de numerosos trabajos académicos y de divulgación, como Artigas y la Revolución Rioplaten-se, escrito en el 2003, que en esta edición popular presentamos con su autorización.

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por Eduardo Azcuy Ameghino.

Este favor le debo a Doña Re-volución; ¿y habrá alguno que no se horrorice hasta de su nombre? Julián Gregorio Espinosa (Vecino de Buenos Aires y latifundista en la Banda Oriental, cuyos campos fue-ron repartidos al amparo del Regla-mento Provisorio)

Introducción a propósito 1. de Ar�gas y los fuegos del siglo XXI

Cuando un historiador ha de-dicado muchos años de su vida al estudio de un período del pasado y ha podido expresar los resultados y conclusiones fundamentales me-diante la publicación de una obra que las sintetiza y cristaliza, (1) re-tomar luego de una década aquellos temas y problemas constituye sin duda un complejo desafío.

Muchas cosas han pasado desde entonces, incluida la continuidad de las investigaciones académicas sobre la economía, la sociedad y la política del período abierto por el pronunciamiento revolucionario de 1810, con nuevos aportes asociados al replanteo de las preguntas y a la puesta a foco de objetos de estudio recortados y determinados a partir de las preocupaciones (y despreo-cupaciones) estimuladas por los hu-mores intelectuales del fin del siglo XX y sus formas de manifestación en el plano historiográfico.

Si bien eventualmente aludire-mos a algunos de los trabajos más recientes, la agenda para estas no-tas se focaliza en revisitar algunos problemas, estrechamente asocia-dos a la imagen y la interpretación del significado del artiguismo en la

historia rioplatense, (2) que no han sido objeto de mayores debates ni replanteos durante los últimos vein-te años, salvo algunas pocas excep-ciones. (3)

Insisto, me refiero a algunos, no a todos los problemas. Especial-mente a aquellos que por diversas razones han sido en diferentes me-

didas excluidos, sino del interés de los jóvenes estudiantes, al menos de los programas, bibliografías e investigaciones, a lo que sin duda no resulta ajeno cierto rechazo, no necesariamente razonado, de los formadores de carreras académicas, jerarquizadores de temas y líneas de investigación, que han ocupado el

INDAGACIONES, ARGUMENTOS Y POLÉMICAS AL CALOR DE LOS FUEGOS DEL SIGLO XXI

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centro de los espacios historiográ-ficos rioplatenses desde comienzos de los años 1980.

En este caso nos referiremos pun-tualmente al contenido y los senti-dos contradictorios de las políticas de tierras y arreglo de la campaña formuladas en 1815, a las relaciones de Artigas con la élite montevidea-na, y al que he denominado el ci-clo social de Artigas, expresión del itinerario político-ideológico que probablemente lo condujo desde su cuna terrateniente al campo de batalla final, campesino y popular. Colateralmente, haremos también mención a la definición práctico-doctrinaria de Artigas frente a la organización política de los pue-blos y provincias emergentes del dislocamiento del orden colonial, enfatizando el sentido de “historia argentina” que también revisten; aludiendo, por último, al punto que, siempre mediante escasas y escuetas alusiones, ha seguido siendo uno de los más controvertidos del accionar de Artigas: su intransigencia ideoló-gica expresada en una supuesta falta de “flexibilidad” política en los mo-mentos más apurados de la invasión portuguesa a la Banda Oriental y en sus relaciones con Francisco Ramí-rez luego de la firma del Tratado del Pilar.

La selección de estos puntos-problemas se liga directamente con los que; denominamos, en esta co-yuntura, los fuegos del siglo XXI, esencialmente concentrados en los efectos negativos de la globaliza-ción económica, política, ideoló-gica, cultural y teórica que se ha impuesto, o se pretende imponer, desde los centros hegemónicos del quehacer humano a escala mundial. Y también, por qué no, con los con-trafuegos necesarios.

En general, los hombres compro-metidos —o en alguna medida incli-nados a estarlo— con una solución de cambio y transformación frente a los problemas históricos que afligen a las grandes mayorías sociales de la humanidad, suelen descubrir en el pasado los que Chesneaux denomi-nó “fondeaderos para las luchas de

hoy”, (4) sintetizando seguramente un amplio y heterogéneo repertorio de sucesos unificados por la común condición de referencias positivas respecto de las rebeldías y preocu-paciones del presente.

Esta es la clave, la palabra que ordena y jerarquiza: el presente. ¿Cómo no encontrar en el pasa-do hechos, personas e ideas que expresen —simbólica, analógica o aproximadamente— lo que una parte de la sociedad (siempre es una parcialidad) actúa, personaliza y fundamenta en sus prácticas políti-cas cotidianas?

Claro que hay presentes y pre-sentes. Los vientos del 69 no son los fuegos del 2003. Correlación de fuerzas es la clave explicativa. La acción de los golpes de Estado represivos y fascistas, como no se conocían hasta entonces en Latino-américa, impuso el cierre violento del ciclo de rebeldía política y lucha social abierto en los sesenta (y de las correspondientes preocupacio-nes historiográficas, ideológicas, teóricas).

Estos efectos reaccionarios, in-mediatos y mediatos, que condi-cionaron fuertemente las calidades y posibilidades de las posteriores transiciones democráticas, se articu-laron con la derrota de experiencias revolucionarias que involucraban a cientos de millones de personas, cuyo hito culminante fue la restau-

ración del capitalismo en China en 1976.

Luego, la caída del muro de Ber-lín y el triunfo de las fuerzas del capitalismo de mercado por sobre las del capitalismo de Estado, faci-litaron la unificación del mercado mundial y la creación de un nuevo e inédito momento en las relaciones entre las grandes potencias, entre el Norte y el Sur y entre las diversas clases sociales.

En este contexto surgieron dis-tintas teorías y discursos apolo-géticos para dar cuenta del nuevo estado de cosas: el “pensamiento único”, el “fin de la historia”, el “fin de las ideologías” y, la más exitosa, la “globalización”.

Correlación de fuerzas es la cla-ve explicativa. También en relación con los problemas del trabajo his-toriográfico; porque si bien resul-ta académicamente razonable —y valorado— el esfuerzo por actua-lizar las agendas de investigación, replanteando problemas, interpreta-ciones y preguntas, no debería pa-sarse por alto la necesidad de reali-zar un implacable ejercicio intelec-tual orientado a comprender cómo el presente nos determina profesio-nalmente (o sea ideológica, política y teóricamente) como historiadores, al igual que como estudiantes, lec-tores y comentaristas, y de qué ma-nera condiciona la “renovación” de las preguntas.

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No se trata de problemas senci-llos, ni que tornen agradable a quien los suscita, lamentablemente. El Che señalaba que “si se respetan las leyes del juego se consiguen todos los honores; los que podría tener un mono al inventar piruetas. La con-dición es no tratar de escapar de la jaula invisible”. De todos modos el problema es tan antiguo como las clases sociales, y no prestarle atención —dar “por superado” se dice a veces en nuestra disciplina respecto de los temas y problemas fuera de moda, incómodos— no ga-rantiza de ninguna manera que ellos se hayan resuelto, o sí, pero no del modo y con el sentido que una parte de nosotros desea continuar expre-sando. Los revolucionarios orienta-les tenían razón en aceptar la lucha en dos frentes, porque la derrota prenunciada era el único camino para la victoria futura. ¿Relaciones activas entre el pasado y el presen-te, pensadas desde una perspectiva antiglobalizadora, por no decir otras cosas?

O sea que, al volver sobre la fi-gura de Artigas y su significado en la historia rioplatense, mi primera reflexión es para el lugar y las cir-cunstancias que entornan el ejer-cicio. Es decir, el mundo del siglo XXI: el de la invasión imperialista en Irak, la masacre del pueblo che-cheno, el calvario palestino... El de la América latina de la deuda exter-na y la vida bajo la línea de pobre-za. El del ALCA, el neoliberalismo y la “tercera vía” del usurpador de Malvinas.

Según datos del Banco Mundial, la mitad de la humanidad vive con menos de dos dólares diarios; el in-greso promedio en los veinte países más ricos es 37 veces mayor que en las 20 naciones más pobres; 1.200 millones de personas subsisten con menos de un dólar diario; en los países pobres un 50% de los niños sufren de desnutrición y una quin-ta parte muere antes de los cinco años.

Mientras tanto, algunos historia-dores dan por “superados” proble-mas tales como feudalismo-capita-

lismo, formas históricas de transi-ción entre regímenes sociales y po-líticos, el Estado como clave de la dominación de los dominadores, la macrohistoria y los grandes relatos, el papel de los revolucionarios en cualquier época, las explicaciones totalizantes, las determinaciones estructurales, las luchas de clases, en fin, por alguna razón todos los problemas que se superan dibujan una trayectoria que va de izquierda a derecha. ¿Qué historia para qué presente?

Afortunadamente cada vez son más los profesores e investigadores que, en las difíciles circunstancias actuales, resisten las perspectivas oficiales y las complicidades políti-camente correctas. Éste es sin duda un campo fértil para reunir y arti-cular las nuevas preguntas con las viejas evidencias y preocupaciones, con rigor académico y ratificando que transformar el mundo y cam-biar la vida siguen siendo necesida-des impostergables.

El reglamento de �erras y 2. las relaciones de Ar�gas con la éli-te oriental

La propiedad, la seguridad y los derechos más queridos del hombre en sociedad estaban a merced del despotismo y la anarquía.

Fructuoso Rivera

Si Artigas sólo hubiera sido el jefe del proyecto político más avan-

zado con el que se encararon las tareas anticoloniales en la región, y el principal mentor del federalismo democrático rioplatense, su papel histórico sería sobradamente digno del recuerdo, aun cuando permane-cería incompleta la caracterización de su actuación pública.

¿Fue Artigas un revolucionario social? Responder negativamente a este interrogante no debería ocultar que son varios los aspectos en que es posible captar su vocación como gestor de reformas más o menos radicales en las viejas estructuras coloniales. En este sentido la inno-vación más eficaz introducida por su aporte tal vez haya sido el ejer-cicio práctico —no coyuntural ni momentáneo— de un punto de vista novedoso, expresado en la perspec-tiva, en más de un aspecto democra-tizadora, con que abordó los proble-mas políticos y socioeconómicos más acuciantes.

Un nivel de expresión de esta renovación conceptual, aplicada desde el ejercicio de un poder real diferente del colonial —”el pueblo reunido y armado”—, podría ser su actitud hacia los indios. Para ilus-trarlo de manera breve no encuentro nada mejor que sus propias palabras al dar por ciertas las quejas de los naturales de Corrientes: “Yo no lo creí extraño por ser una conducta tan inveterada, y ya es preciso mu-dar esa conducta. Yo deseo que los indios en sus pueblos se gobiernen por sí, para que cuiden sus intere-ses como nosotros los nuestros. Así experimentarán la felicidad práctica y saldrán de aquel estado de aniqui-lamiento a que los sujeta la desgra-cia. Recordemos que ellos tienen el principal derecho y que sería una degradación vergonzosa para noso-tros mantenerlos en aquella exclu-sión que hasta hoy han padecido por ser indianos”. (5)

Es sólo un ejemplo entre muchos que testimonian este rasgo del ac-cionar artiguista, que también puede observarse en la presencia irregular pero permanente de los charrúas y otros naturales entre sus tropas; en sus intentos de colonización organi-

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zados desde Purificación con el con-curso de los guaicurúes y abipones» y también en su relación con el cau-dillo guaraní Andresito Artigas, uno de los hombres que contribuyeron a vehiculizar las adhesiones más po-pulares que concitó el artiguismo. Contradictoriamente, el tema de la esclavitud no se encuentra entre los problemas sociales de la agen-da artiguista, sin que se disponga de elementos de juicio suficientes que permitan inferir cómo habría abor-dado el asunto en caso de haber este pasado, por alguna razón, a trans-formarse en un problema prioritario para su gestión política. (6)

Vale señalar, asociado a la ob-servación anterior, el hecho de que partiendo de dos o tres objetivos básicos, la “doctrina” artiguista se construyó a través del repertorio de respuestas que a partir de aquellos

—independencia del colonialismo, soberanía particular de los pueblos, liga ofensiva y defensiva—, Arti-gas produjo frente a los problemas y vicisitudes inherentes a la lucha por su consecución, acumulados durante una década de controver-tido liderazgo político-militar. Du-rante este proceso, estructurándose, entre otras, sobre antiguas influen-cias provenientes de su experiencia compartida con Azara, (7) el jefe oriental “se fue forjando una ideo-

logía en la que cree muy firmemen-te, y que es más consecuentemente democrática de lo que es entonces usual en la América española. No sólo una fe muy firme en el princi-pio de soberanía popular, también un igualitarismo que no se reduce por entero al campo político son sus notas dominantes”. (8)

Dentro de esta línea interpretati-va, el “Reglamento provisorio de la Provincia Oriental para el fomento de su campaña y seguridad de sus hacendados” reviste sin duda una especial significación.

La historiografía que se ha ocu-pado de su estudio, remisa en los úl-timos años a profundizar en el tema, produjo diversas interpretaciones sobre sus objetivos y características. Al respecto, a modo de un muestreo doblemente parcial, por limitado y

recortado según nuestra estrategia de exposición, nos referiremos a tres líneas de abordaje de la política agraria artiguista que proporcionan un arco amplio de posibilidades analíticas.

Al realizar su valoración de la ley agraria de 1815, Barrán y Nahum señalaron: “El reglamento tenía un primer objetivo político-social: crear una clase media de propieta-rios rurales comprometida con el resultado de la revolución. A él se

vinculaba la necesidad de destruir en sus intereses al enemigo político (el gran latifundista ‘mal europeo y peor americano’). Poseía un segun-do objetivo económico-social: pro-porcionar seguridad al hacendado y sedentarizar al gaucho, elementos ambos que coadyuvaban a restaurar la producción”. (9) Estos autores plantean asimismo que la relación del reglamento con los grandes ha-cendados patriotas era ambivalen-te, ya que si bien los protegía —al igual que a sus bienes—, también los intranquilizaba pues el ataque al derecho de propiedad, aunque fuera el de los “enemigos”, habría interro-gantes de difícil respuesta.

Habiendo llegado a conclusiones parecidas con respecto a esta ambi-güedad constitutiva que signaba al Reglamento, el equipo de investi-gación encabezado por Lucía Sala desarrolló la que todavía continúa siendo la principal investigación realizada sobre el tema, (10) cuya síntesis se ofreció luego en un tra-bajo donde se afirmaba: “el campo uruguayo se parcelaba en pequeñas suertes [...] El sueño roussoniano de la igualdad de los hombres ante la ley se hacía realidad sin exégesis jurídicas ni comentarios mediocres. Lo que Lenin llamaba el ‘camino norteamericano’ se abría paso en el país en el curso de una revolución radical. La creación de la pequeña propiedad rural era sin duda el cami-no avanzado: [...] por él nacían rela-ciones sociales libres entre hombres libres. Artigas, al fin de cuentas, era —y debía serlo— el mejor defensor de la propiedad privada burguesa, y el peor enemigo de la propiedad señorial, simple hábitat de un mun-do de subordinaciones personales”. (11) Más allá del debate que suscita la caracterización de “revolución radical”, burgués, adjudicada a la modulación de la revolución anti-colonial dirigida por Artigas, es in-dudable que el abigarrado universo conceptual que se despliega en las líneas citadas contiene muchas de las claves que permiten comprender la economía y la sociedad que se ha-bía ido formando durante el período

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colonial en las campañas rioplaten-ses. (12) Sin perjuicio de ello, la valoración del Reglamento, en este caso, probablemente cargue un ex-cesivo contenido apologético, dado especialmente por la asociación con el “camino americano” del desarro-llo del capitalismo en el agro, (13) toda vez que existen profundas di-ferencias entre ambas experiencias históricas. Pues aunque la esencia de este “camino” es la apropiación de tierra libre por parte de produc-tores libres —donde cabría la analo-gía—, en un caso se trata de un país como Estados Unidos, donde hacia 1865 predominaba el capitalismo, con fuertes núcleos industriales, y se repartían tierras públicas de Ho-mestead de 65 hectáreas; mientras que en el otro, una sociedad atrasa-damente precapitalista, se ofrecían unas 8.000 hectáreas (3 leguas cua-dradas), en medio de un tembladeral político militar que acortaría a unos pocos meses la aplicación efectiva del Reglamento.

Un juicio más reciente, suma-

mente crítico respecto de la valora-ción histórica del papel de Artigas, es el aportado por Vázquez Franco, que ha señalado que el Reglamento de tierras “puede tener otra lectura y verse como una maniobra, aunque algo tardía, para tratar de recompo-ner su ascendiente sobre el defrau-dado grupo latifundista, atendiendo a sus reclamos más perentorios; no porque sí está detrás de esa medida legislativa nada menos que la Junta de Hacendados, que concuerda en todos sus términos con el caudillo”. (14) Y, afinando su tendencia inter-pretativa, agrega: “como lo anticipa el título mismo de la ley, un impla-cable artículo 27 instituye la leva y promete embretar al gauchaje en el corral de las conveniencias de aqué-llos, a despecho de las irrealizables concesiones populistas que el propio texto contiene. El reglamento, pues, sería como un cebo para recuperar una buena proporción de ese activo intangible que era la confianza que los grandes y medianos hacendados habían depositado en él cuando los

convocó en Mercedes”.Como puede observarse, según

la óptica de Vázquez la política agraria de Artigas no se alejaría del horizonte ideológico ni de los inte-reses rurales de la élite hacendada, con la cual sus relaciones se habían efectivamente deteriorado desde fines de 1813, problema que anali-zamos en otra parte de estas notas. Sin embargo, aun cuando existen evidencias para asociar a los terra-tenientes patriotas con la ley agra-ria, éstas tendrían una eficacia más discursiva que efectiva toda vez que el proceso real de la política orien-tal —y el caos rural, producto de la historia anterior, la revolución y las guerras— se hallaba fuera del con-trol de la élite y, en cierta medida, también de Artigas. En este sentido, una diferencia no menor entre ellos sería la absoluta disfuncionalidad de dicha situación con el interés de los primeros, mientras que Artigas encuentra en parte de los actores so-ciales del desborde y el “desorden” social a muy firmes sostenedores de

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su poder e influencia política.Si bien oportunamente hemos

expuesto una perspectiva definida sobre el papel del Reglamento, (15) una revisión de algunos aspectos de su gestación y de las circunstancias a partir de las que fue concebido puede contribuir a esclarecer algu-nas de las líneas de controversia que han quedado planteadas.

Partiendo de que su fecha de pro-mulgación fue el 10 de septiembre de 1815, una corta retrospectiva permite establecer que el 4 de agos-to, a través de una carta enviada al cabildo de Montevideo —que de hecho controlaba la política urba-na__ Artigas exponía con claridad las medidas que creía apropiadas para comenzar a reorganizar la si-tuación rural:

sería convenientísimo antes de formar el plan y arreglo de la cam-paña, que VS. publicase un bando y lo transcribiese a todos los pueblos de la Provincia, relativo a que los hacendados poblasen y ordenasen sus estancias por sí, o por medio de sus capataces, reedificando sus posesiones, sujetando sus hacien-das a rodeo, marcando y poniendo todo el orden debido para obrar la confusión que hoy se experimen-ta después de una mezcla general. Prefije VS. el término de dos meses para operación tan interesante, y el que hasta aquella fecha no haya cumplido esta determinación, ese M.I. cabildo Gobernador debe con-minarlos con la pena de que sus te-rrenos serán depositados en brazos útiles, que con su labor fomenten la población, y con ella la prosperidad del país. (16)

Esta nota se cruzó con otra, del mismo día, en la que el cuerpo capi-tular se manifestaba

firmemente persuadido en que el arreglo de la campaña es uno de los puntos interesantísimos en que debe fijar la Provincia toda su felicidad. En este concepto habiendo formado acuerdo para determinar aquello más preciso a su fomento, conser-vación y orden, ha creído y resuelto por voto unánime ser indispensable que el Alcalde Provincial Don Juan

de León y el hacendado Don León Pérez se apersonen como delegados de este Cabildo Gobernador ante VE. con el objeto de acordar todas aquellas medidas que se creyesen más conformes al logro de tan im-portante y benéfico objeto. (17)

Asimismo, para definir las pro-puestas que se llevarían a Purifica-ción, se convocó a “una Junta de los Hacendados residentes en esta Ca-pital y sus inmediaciones para que proponiendo cada uno cuanto fuese más conducente al objeto deseado se llevase a dicho Sr. General todo aquello que mereciese más aten-ción”. (18)

Pocos días después, el 8 de agos-to, dirigiéndose nuevamente a los cabildantes Artigas describe la agu-da crisis de la ganadería oriental y las medidas que considera necesa-

rias para enfrentarla:vele VS. sobre la conservación de

nuestra campaña según anuncié a VS. en mi última comunicación. De lo contrario nos exponemos a men-digar. Cada día me vienen partes de las tropas de ganado que indistinta-mente se llevan para adentro. Si VS. no obliga a los hacendados a poblar y fomentar sus estancias, si no se toman providencias sobre las estan-cias de los europeos fomentándolas aunque sea a costa del Estado, si no

se pone una fuerte contribución en los ganados de marca extraña intro-ducidos en las tropas dirigidas para el abasto de esa plaza y consumo de saladeros, todo será confusión. Las haciendas se acabarán totalmente y por premio de nuestros afanes vere-mos del todo disipado el más pre-cioso tesoro de nuestro país. Todo lo pongo en el debido conocimiento de VS. para la mayor actividad en sus providencias. (19)

A mediados de agosto volvía a insistir: “tenga VS. la bondad de proclamar en los pueblos la necesi-dad de poblar y fomentar la campa-ña, según mis últimas insinuaciones, mientras llega el Sr. Alcalde Provin-cial y podemos poner en ejecución aquellas medidas que se crean más eficaces para la realización de tan importante objeto”. (20)

El contenido de la propuesta ar-tiguista, que como puede observar-se se hallaba claramente delineada antes de la promulgación formal del reglamento provisorio, al fijar es-trictas obligaciones a los hacenda-dos, enfatizando que en caso de no cumplirlas “sus terrenos serán de-positados en brazos útiles”, resulta-ba en buena medida ajeno al espíritu predominante en la élite latifundista oriental, que había hecho de las es-tancias de alzados y de las vaquerías en los realengos la forma principal de obtención de cueros —incluidos los de “marcas extrañas”— para la exportación.

En este sentido tanto las coinci-dencias como las profundas discre-pancias de perspectivas existentes pudieron observarse en la reunión que, el 11 de agosto de 1815, con-gregó en el cabildo de Montevideo a los miembros del cuerpo de ha-cendados con el fin de analizar el estado de la campaña y sugerir las medidas que el alcalde provincial debería proponer en la comisión que se le encomendaba ante Artigas “para hacerle presente el desarreglo en la campaña”, según indican las actas de la sesión.

El análisis de la composición social de los participantes permite afirmar que “los propietarios allí

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representados eran el tronco del gran latifundio del partido patriota; sus propiedades iban desde las 25 leguas hasta las que sobrepasaban holgadamente las 200”. (21) Ellos eran los que el cabildo esperaba que “reuniendo sus conocimien-tos formen el plan de arreglo de la campaña, el que verificado pasará al gobierno para recibir el sello de su aprobación”. (22)

Entre los testimonios de ma-yor interés, uno de los hacendados presentes en la junta —Fructuoso Rivera, futuro presidente del Uru-guay— señaló “que era del parecer que ante todas las cosas se pusiese remedio a los continuos abusos que públicamente se observaban en los comandantes y tropa que guarnecen los pueblos y partidos de la campa-ña; que ellos, por sí, u ordenando a la fuerza a los vecinos, hacían ex-traer de las estancias partidas de ga-nado, y que la misma arbitrariedad las faenaban y recogían su producto; que estos robos eran, precisamente,

unos motivos que arruinaban a todo hacendado”. (23)

Si bien reordenar y revitalizar las fuentes de la producción gana-dera de la provincia era un objetivo que se asociaba estrechamente a la necesidad de obtener los recursos que sostuvieran económicamente el proceso político en curso, no deja de llamar la atención que, al cargar la responsabilidad por los destrozos “obre la estructura militar instalada en la campaña, Rivera cuestionaba de hecho el accionar de los prin-cipales resortes —”comandantes y tropa”— del poder de Artigas. Afirmación que, al no ser acompa-ñada por una crítica y/o autocrítica severa sobre la actitud de los gran-des hacendados y sus modalidades tradicionales de explotación eco-nómica de la riqueza ganadera, no podía ocultar el sesgo sectorial que la condicionaba.

Precisando su razonamiento, Rivera señalaba que “aun cuando dicho ganado lo extrajesen de algu-

nas estancias que hay abandonadas, era un perjuicio que se infería a la provincia, como legítima dueña de ellas, por ser pertenencias euro-peas”, lo cual en algún punto im-pugnaba, de hecho, los mecanismos mediante los que Artigas obtenía los cueros que hacían a la caja básica de su gobierno, de los que aquellos mi-litares cuestionados eran, en parte, agentes decisivos.

O sea que enfrentando un pro-blema que, para cada sector a su modo, les resultaba común, la pri-mera opción de Artigas —como se desprende de los textos citados— hace recaer el peso de la solución sobre un cambio de actitud de los hacendados, mientras que el ocasio-nal mentor de éstos elegía enfatizar “que ningún vecino podía contarse seguro, por hallarse indefenso con-tra tanto malévolo, pues si alguno intentase oponérsele, sería al mo-mento víctima; y últimamente, que ninguna medida sería adoptiva ínte-rin no se cortasen estos abusos”.

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En esta línea, la junta de hacenda-dos resolvió “el pronto acudimien-to de tan escandaloso desarreglo, como base fundamental de todos los demás males [...] disponiendo se reuniesen al cuartel general, o a otro punto que se determinase, todos los destacamentos, quedando los pue-blos guarnecidos de la milicia que en cada uno debería formarse, y que aquellos a quienes se les encomen-daba, fuesen bien prevenidos del cumplimiento de su deber, bajo las más severas penas”. (24)

Lo que no se consideró en el cur-so de las deliberaciones, o al menos no se incluyó en las actas escritas, fue el hecho de que por lo menos dos meses antes de “acordar” el tex-to del Reglamento con los represen-tantes del cabildo, Artigas ya había comenzado a poner en práctica en la región de Maldonado el que sería su componente más radical. Allí, el 19 de junio de 1815, Otorgués se había dirigido al cabildo y comandante militar:

Debiendo por disposición de mi Sr. General repartir algunos terre-nos de los pertenecientes a la Pro-vincia o a Europeos entre aquellos individuos o familias pobres que quieran cultivarlos, dándoles al mismo tiempo la cantidad de gana-dos suficiente a servir de base a un buen establecimiento se ha de servir VS. hacerlo saber a esos habitantes para que ocurran a mi cuartel ge-neral. (25)

El 12 de agosto, mientras toda-vía resonaban los ecos de la junta de hacendados del día anterior, el ca-bildo se dirigió a Artigas alarmado porque la reestructuración agraria comenzaba a ponerse en movimien-to con independencia de las deli-beraciones de la élite terrateniente montevideana:

Con fecha 31 de julio dirigió a este gobierno el Jefe de la Vanguar-dia Don Fernando Otorgués el ofi-cio del tenor siguiente: ‘Habiendo de repartir algunos terrenos de los pertenecientes a la Provincia o a europeos entre aquellos hombres laboriosos que quieran cultivarlos para sí, dándoles un número de ha-

ciendas capaz de formar un buen establecimiento tendrá VE la digna-ción, de hacerlo saber a esos habi-tantes, y circular este conocimiento a los Pueblos para que noticiosos los que gusten disfrutar este benefi-cio se dirijan al cuartel general que deberé fijar en el Fraile Muerto, y tengan de este modo efecto -las mi-ras que mi Sr. General se propone en esta medida que me recomien-da’. Este cabildo gobernador está persuadido que no puede allanarse a realizar las; medidas indicadas del dicho Jefe sin precedencia de orden de VE comunicada; al efecto, debiéndose crear el órgano inme-diato por cuyo conducto giran las Supremas de VE respecto a haberse dignado depositar en él el Gobier-no Intendencia de esta Provincia; de otro modo padecería la salud de ella funestos contrastes y entorpe-cimientos, y convencido además de esto que aquellas resoluciones no pueden tener el logro conveniente hasta el arreglo general de la cam-paña. (26)

Qué otra cosa podían significar estas líneas sino recordarle a Artigas el virtual cogobierno que ejercía la elite montevideana, incluida la ve-ladísima amenaza de los males que acaso sobrevendrían de su secunda-rización en asuntos tan sensibles a sus intereses como el destino de las tierras orientales.

La respuesta de Artigas del 18 de agosto refleja con claridad dos de sus convicciones básicas de en-tonces: la necesidad de mantener la unidad con los terratenientes y mer-caderes orientales que formalmente se acomodaban a su dirección, (27) y la urgencia de avanzar con inde-pendencia de criterios y decisiones en la solución del marasmo agrario:

Pasé la orden al comandante de vanguardia para que pusiese el orden posible en la campaña y pro-pendiese al fomento de las estancias [...] La importancia, de esta medida provisoria y la multitud de nego-cios que me rodean me privaron de impartirla por ese conducto. En lo sucesivo Don Fernando Torgués re-cabará la aprobación de VS. en la

repartición de terrenos. Entretanto VS. tenga la bondad de proclamar en los Pueblos la necesidad de po-blar y fomentar la campaña según mis últimas insinuaciones, mientras llega el Sr. Alcalde Provincial y po-demos poner en ejecución aquellas medidas que se crean más eficaces para la realización de tan impor-tante objeto. (28)

El contrapunto, en ocasiones poco sutil, no se detenía: al día siguiente el cabildo informaba que para acor-dar las providencias conducentes a la organización de la campaña han marchado ya a la presencia de VE. el alcalde provincial asociado del ciudadano León Pérez. Ellos van a recibir instrucciones de VE. sobre el particular. El Bando para que los hacendados reedifiquen sus posesiones parecería inoficioso en la actualidad. Nadie emprenderá el restablecimiento de sus hogares hasta que no se oponga un dique a la rapacidad de los forajidos que inundan nuestros campos, habitua-dos a arrebatar los mejores frutos del trabajo del tranquilo vecino. Luego que se provea el remedio a estos males podrá obligarse a los hacendados a poblar sus tierras. (29)

Nótese cómo en la relación Artigas-elite era el general quien tenía la prelación, basada en una correlación de fuerzas militares que lo favorecía a partir de su relación directa con las masas armadas que dirigía, lo cual explica la fórmula “recibir instrucciones de VE.”; al mismo tiempo, y al igual que en Buenos Aires, la prioridad terrate-niente apuntaba hacia una solución policial del desorden rural dirigida centralmente contra el pobrerío de la campaña.

Evidentemente al escribir la nota anterior el cabildo todavía ignoraba la ratificación hecha por Artigas de lo actuado por Otorgués, ya que sólo el 26 de agosto se notifica de las ór-denes que éste recibiera “para enta-blar el orden de la campaña y el fo-mento de las estancias, e igualmente de la condicional con que deben ex-pedirse los seguros hasta el arreglo

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general de la Provincia, como tam-bién de la intervención del cabildo en la distribución de terrenos”. Di-cho esto, los capitulares informan a Artigas que “para el efecto, y dar principio a las medidas que deben obrar esta interesante organización, se ha acordado la publicación de un Bando en que se invitará a los ha-cendados a poblar sus respectivas estancias halagándolos con la pro-tección que dispensará el gobierno al logro de sus afanes”. (30) Invitar, halagar, conceptos distintos y dis-tantes del imperioso obligar que se ordenaba desde Purificación.

El 28 de agosto Artigas manifes-taba que el alcalde provincial “aún no ha llegado a este destino según VS. me anuncia. Luego que llegue le daré las instrucciones convenien-tes. Entretanto coopere VS. a que los hacendados pongan en planta sus estancias, de lo contrario poco habremos adelantado en el entable de nuestra felicidad”. (31)

El 4 de septiembre volvía a reite-rar que “no había llegado el Alcalde Provincial para ajustar las medidas precisas para el arreglo y fomento de la campaña. Entretanto celebro de que V.S. penetrado de la impor-tancia de este objeto proclame a los hacendados y propenda a su fomen-to”. (32)

Teniendo en cuenta la fecha an-

terior, las deliberaciones de Artigas con los representantes del cabildo y la junta de hacendados no fueron de-masiado prolongadas, ya que el 10 de septiembre el caudillo informaba al cuerpo capitular que el alcalde provincial y su asociado marchaban de regreso a Montevideo: “El resul-tado de su misión son las instruc-ciones que presentará a V.S. para el fomento de la campaña y tranquili-dad de sus vecinos, de su ejecución depende la felicidad ulterior. Espero que VS. propenderá a que tengan exacto cumplimiento”. (33)

El reglamento provisorio era una realidad. (34) Sus artículos recogían buena parte de las preocupaciones de los terratenientes orientales, y en ese sentido evidentemente no apun-taba, ni tiene sentido pensar que ésa haya sido la intención primaria de Artigas, a agudizar las fisuras que se venían observando entre éste y la elite montevideana. (35)

Y sin embargo, las disputas entre ellos no quedaron al margen del Re-glamento, que al decir de un testigo “el cabildo miró siempre con fría y afectada aprobación”, (36) sino que éste, de hecho, las estimuló, articu-lándose con otros problemas conflic-tivos que venían procesándose con anterioridad. (37) Un buen ejemplo son las diferencias acerca de quie-nes debían considerarse “malos

europeos y peores americanos” (a quienes la ley agraria ordenaba ex-propiar y repartir sus tierras), toda vez que los integrantes del cabildo gobernador y su entorno más inme-diato formaban parte de redes so-ciales, económicas y familiares que en más de un caso los ligaban con hacendados y mercaderes españoles de importante figuración durante el régimen colonial.

Y el problema se agravaba por-que, como señaló Larrañaga —ca-lificado observador de los acon-tecimientos—, más allá de que se reconocía formalmente la respon-sabilidad del alcalde provincial en confiscaciones y mercedes, “lo adverso de este proyecto consiste en que casi se deja a discreción de los comandantes o alcaldes princi-pales de cantón el repartimiento de las tierras, privando de sus antiguas posesiones a los propietarios sin ser oídos y por la sola cualidad de espa-ñoles o españolados”. (38)

Estas circunstancias deben ser especialmente tenidas en cuenta pues remiten a una problemática única y más general, consistente en explicar qué significaba para los dis-tintos actores políticos la revolución oriental, cuáles eran sus enemigos, cuáles las medidas adecuadas para eliminarlos o neutralizarlos; y cuá-les los límites o condicionamientos que la naturaleza socioeconómica de las diferentes clases, fracciones y grupos sociales imponían al accio-nar de los dirigentes que en última instancia las iban expresando.

Junto a la puesta en práctica del Reglamento, con la que se im-bricaba estrechamente, otro hecho que se tornaría clave para el futuro de las relaciones de Artigas con la élite mercantil-terrateniente orien-tal fue su determinación de que los enemigos del sistema radicados en Montevideo fueran enviados al campamento de Purificación (sede del cuartel general de Artigas), para que allí, exentos de peligrosidad, se reeducaran a través del trabajo.

Este tipo de iniciativas contribu-yó a incrementar las contradiccio-nes y la cada vez más inocultable

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tensión que caracterizaba la rela-ción entre los dos centros de poder principales que coexistían en la provincia, señalando la dicotomía irreductible del mundo rural insu-rreccionado bajo la conducción de Artigas —y otros caudillos y refe-rentes de la campaña— y el centro político, administrativo y comercial montevideano, con sus tradiciona-les representantes, donde todavía conservaban influencia los antiguos integrantes del partido realista. En estas condiciones, la prelación de Artigas, su jefatura, debe entender-se como un estricto problema de co-rrelación de fuerzas, especialmente militares, al que la elite social orien-tal debió acomodarse por cierto que a disgusto.

En este contexto, el conflicto, aun cuando se procuraba por ambas par-tes mantenerlo en un segundo plano, resultaba inevitable, ya que las co-nexiones entre los contrarrevolucio-narios que resultaban expropiados por el Reglamento de tierras y los españoles —y españolistas— ene-migos del sistema cuya internación en Purificación se reclamaba, eran en numerosos casos sumamente es-trechas; tanto como sus vínculos con muchos de los hombres que contro-laban el gobierno montevideano. Al respecto hay que recordar que en-tre 1811 y 1814 la capital oriental se mantuvo bajo dominio español, y luego hasta febrero de 1815 fue ocupada por fuerzas directoriales de Buenos Aires, habiéndose elegido recién en marzo el primer cabildo autonómico, (39) emergente directo de “la parte principal y más sana del vecindario” aun cuando, es verdad que los electos formaban parte de la fracción que, en general, se ha-llaba más dispuesta a asociar sus in-tereses con el éxito de un proyecto político independiente, propuesto desde la Banda Oriental al conjun-to de pueblos y provincias del viejo virreinato.

Es la eficacia de dichas conexio-nes la que puede explicar plena-mente, por ejemplo, el contenido de la carta dirigida por el cabildo a Artigas en agosto de 1815, en la que

luego de señalar los logros alcanza-dos hasta poco antes —que atribu-yen lisonjeramente al caudillo como “genio libertador de la banda orien-tal”—, pasan a lamentarse de que

sea que la suerte haya querido arrebatarnos este lauro, o que en verdad nuestros conatos no me-rezcan la aprobación de VE., ellos (dichos logros) han sufrido un gol-pe capaz de anonadarlos con el extrañamiento de (32) europeos y americanos cuya marcha hacia esos destinos está fijada. El cabildo go-bernador ha rendido a VE. en este paso el mayor homenaje de respeto y obediencia que pueda exigirse a un magistrado en que se reúnen el carácter de magistrado con el de jefe, y las funciones de padre con las de juez. Él ha violado la fe de su palabra, ha convertido contra sí mismo las armas que usó para restablecer la confianza pública y el decoro de las autoridades; pero VE. queda obedecido, y esto bas-ta. Verdad es que la emigración, el llanto y la zozobra del vecindario convertirán otra vez este suelo en-vidiable en un desierto edificado. Verdad es que el temor de nuevas expulsiones arrojará a las costas de la potencia limítrofe los restos de nuestra población. Verdad es que la Provincia rival sacará partido de nuestra consternación protegien-do los tránsfugos. Verdad también que nuestros corazones palpitan al contemplarlo [...] No se crea que el representar a VE. nuestro dolor tiene otro fin que ilustrarle sobre la

entidad de unas consecuencias que pudieran disminuirse en la distan-cia. (40)

A las presiones del cabildo para que se atemperaran las medidas contra los partidarios del régimen colonial, respondía Artigas trans-parentando la distancia política que separaba las posiciones en pugna:

Es de necesidad salgan de esa plaza y sus extramuros todos aque-llos europeos que en tiempo de nuestros afanes manifestaron den-tro de ella su obstinada resistencia [...] no debe guardarse considera-ción alguna con aquellos que por su influjo y poder conservan cierto predominio en el pueblo. Absuelvan más bien de esta pena a los infelices artesanos y labradores que puedan fomentar el país y perjudicarnos muy poco. Igualmente remítame cualquier americano que por su comportación se haya hecho indig-no de nuestra causa (que) acaso entonces más condolidos no amar-garan nuestra época. (41)

Los malos europeos y peores americanos, blancos de la revo-lución oriental y del Reglamento provisorio, seguían sin aparecer, mientras el cabildo salvaba las apa-riencias persiguiendo sospechosos de ninguna peligrosidad, situación, que no hacía más que estimular y radicalizar las exigencias de Arti-gas:

No sé por qué fatal principio, siempre veo frustradas mis provi-dencias sobre la seguridad de los españoles; ellos desaparecen de en medio de los pueblos en los momen-tos que debían ser aprehendidos por los patriotas. No sé si será des-mayo en los ejecutores, condescen-dencias en los pueblos o inacción en los magistrados. Sea cual fuere el principio los resultados no son favorables. (42)

En noviembre de 1815, meses después de dictados el Reglamento y la orden de confinamiento en Puri-ficación, y en medio de la pulseada política por su efectivización, Arti-gas escribía a Rivera, entonces co-mandante de armas de Montevideo:

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Dígame por Dios en qué con-siste que los europeos no salen de ese pueblo y que hay tanta inacción en él que no advierto un sólo rasgo que me inspire confianza. El gobier-no me muele con representaciones pretextando mil inconvenientes, los particulares lo mismo; de modo que me hacen creer que entrando en esa plaza todos se contaminan. De aquí nace la falta de uniformidad en la opinión, unos acriminan a los otros con sarracenismos y porteñismos, todo se entorpece y es la causa la que padece [...] Si no veo un pron-to y eficaz remedio aguárdeme el día menos pensado en esa. Pienso ir sin ser sentido y verá Ud. si me arreo por delante al gobierno, a los sarracenos, a los porteños y a tan-to malandrín que no sirve más que para entorpecer los negocios. (43)

Nótese que estamos analizando testimonios de las relaciones entre los dos principales poderes de la provincia, que cogobernaban bajo la dirección en última instancia de Artigas. De modo que los documen-tos citados no por conocidos dejan de mostrar en toda su dimensión el distanciamiento creciente, sólo ma-tizado por los influjos unitarios de-terminados por las necesidades que permanecían comunes, que teñía las relaciones entre la aristocracia mon-tevideana y el líder político-militar de la revolución. El modo como Artigas iba conceptualizando los re-sultados de la experiencia práctica y cotidiana de la actividad política orientada a mantener unido el frente que compartía con la elite oriental, base de su proyecto estratégico, (44) no deja lugar a equívocos sobre las características de la coyuntura en la que se venía a insertar la nueva po-lítica de tierras:

Yo bien advierto que el resultado es el mismo poniendo el gobierno en uno que en muchos —escribía Arti-gas a fines de diciembre de 1815—, pero siempre sería más difícil la complotación y como no es mayor la confianza que hasta el presente nos han inspirado, tampoco me atrevo a depositar la confianza en uno que al fin pudiera dejarnos desagra-

dados... Sobre todo creo más fácil simplificar el gobierno en el mismo cabildo para los actos judiciales y de recursos, dejando aquí los de última apelación, antes que reducir el gobierno a uno siendo electo por ellos mismos [...] Quitar de un sólo golpe las pasiones de esos hombres es lo más difícil, nunca fueron vir-tuosos, y por lo mismo costará mu-cho el hacerlo. (45)

Respecto del breve período du-rante el cual el Reglamento pudo ser aplicado sin otro contraste que la oposición interna que suscitaba, antes de que el centro de la políti-ca de Artigas en la órbita provincial debiera trasladarse a la lucha contra la invasión colonialista lanzada por el gobierno de Portugal en 1816, es necesario señalar que se trató de un proceso sumamente complejo y disputado, con fuerzas que aquí y allá se manifestaron en direcciones

y sentidos encontrados, acelerando, neutralizando o distorsionando el despliegue de las expropiaciones de campos y distribución de estancias.

Así, los tiempos reales de apli-cación del reglamento resultaron la síntesis de diversos factores concu-rrentes que le dieron características específicas en cada región de la Ban-da Oriental, pudiendo aceptarse que hacia fines de octubre de 1815 todos los niveles institucionales de poder

tenían un conocimiento acabado de sus contenidos esenciales. En este sentido conviene también matizar la idea de un proceso de reparto de tierras visualizable en todos los ca-sos bajo un mismo aspecto, ya que resultaría inevitable que las diversas extracciones sociales de los “sujetos dignos de esta gracia” —como cali-fica el reglamento a sus potenciales beneficiarios— determinaran tipo, grado y modalidad del acceso a las donaciones.

Quizá podría señalarse como hi-pótesis organizadora de lo ocurrido, y como prospecto de futuras revisio-nes del tema, que se desplegaron al menos tres escenarios concurrentes y contradictorios en proporciones inciertas:

a) Aquel en el que la acción de los cabildos —no sólo pero espe-cialmente el de Montevideo— faci-litó la solicitud de distintas personas

vinculadas con las élites dominantes, al darles conocimiento rápido de la ley y el favor de sus influencias con las autoridades de aplicación, co-menzando por el alcalde provincial (46) También pueden incluirse aquí diversas situaciones en las que el re-glamento fue utilizado para dirimir antiguos litigios por tierras —e in-cluso para la atención de denuncias no sólo de estancias sino también de chacras, donde a las formas colonia-

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les tradicionales se les superponía el nuevo instrumento legal—, como el protagonizado por Juan Uriarte (ca-bildante de Maldonado) y algunos vecinos encabezados por Leonardo Álvarez (rematador de los diezmos de San Carlos) que se arrastraba desde los tiempos del virrey Avilés. (47)

b) El proceso más apegado al texto y al espíritu del reglamento, bajo la dirección y control de las autoridades que él establecía, (48) que concentra presumiblemente la mayor cantidad de donaciones y muestra una relativa heterogenei-dad en cuanto a las características socioeconómicas de los agraciados. A diferencia del anterior, aquí suele resultar menor el peso del cabildo gobernador en la gestión del embar-go y reparto (49) en muchos casos por las distancias y en otros por la presencia activa de otros factores de poder, como los comandantes militares al frente de porciones del “pueblo reunido y armado”, además de la mayor cercanía —en ocasio-nes más política que geográfica— del propio Artigas. Esta modalidad posee fuertes zonas grises en sus solapamientos con las otras dos que presentamos, relativamente volca-das hacia extremos opuestos.

c) Las confiscaciones y repartos en los cuales jugaron un papel re-levante las partidas armadas com-puestas por diversas categorías de campesinos —los más infelices en-tre “los infelices” a los que aludía el reglamento— acaudillados general-mente por hacendados más o menos pequeños o caudillejos locales, que solían revestir diversos grados de comandancia militar. Estos hechos, que incluyen poblamientos espon-táneos, generalmente de antiguos arrendatarios y agregados, en algu-nas estancias embargadas y en rea-lengos, se produjeron relativamente fuera del encuadre institucional ge-neral, cabiéndoles la imagen de un cierto desborde social; fueron en-frentados por el cabildo gobernador y en algunos casos sostenidos por Artigas a quien recurrían, como lo ejemplifica el caso de Encarnación

Benítez, (50) en busca de la legali-dad que no obtendrían por las vías institucionales más formales.

Un buen ejemplo de cómo se cruzan algunas de las perspectivas e intereses en juego son los campos de la familia de Francisco Albín. (51) Presentado fragmentariamente, el asunto podría comenzar con la orden del cabildo gobernador —4 de noviembre de 1815— para que el alcalde de San Salvador impida las.; faenas que se efectuaban “es-candalosamente en las estancias del Sr. Regidor Don Antolín Reyna, de los herederos de Albín, de (Miguel) Azcuénaga y otros, sujetos”. Dado que se trata de fundos de malos eu-ropeos como Albín y peores ameri-canos como Azcuénaga, se podría suponer que el objetivo es preser-var los ganados de la provincia en campos que seguramente han sido embargados V sin ser todavía repar-tidos. Pues no; el problema era evi-tar “la usurpación de las haciendas de los vecinos” y hacer cesar “toda tropa que no fuere hecha por los respectivos dueños de las hacien-das, decomisando los cueros que se hallaren faenados y entregándolos a sus verdaderos dueños”. Posterior-mente, el 14 de noviembre, el cabil-do vuelve a dirigirse al mencionado alcalde ordenándole que entregue las estancias de Albín a la persona comisionada por sus hijos, ya que por las demoras habidas “han sufri-do y sufren los interesados irrepa-rables daños y perjuicios”. El 27 de noviembre el alcalde responde que se haya paralizado por órdenes con-tradictorias, pues según se le indica desde Colonia por orden de otro de los hijos de Albín se ha nombrado un comisionado diferente para reci-birse de las estancias en cuestión. El 9 de diciembre los capitulares mon-tevideanos reiteran la orden origi-nal, puntualizando que “si se pre-sentaron dos órdenes inconciliables debió cumplirse la que emanaba de superior autoridad”. (52)

Ahora bien, ¿cómo continuó esta historia? En un documento fechado el 3, de febrero de 1816, Artigas se dirige al cabildo gobernador mos-

trando una realidad que —aplicación radical del reglamento provisorio mediante— aparece bien diferente, y muy a tono con la volatilidad que suele afectar las situaciones, a las personas y las cosas en épocas revo-lucionarias, cuando todo equilibrio se hace apenas relativo:

Otros que hubieran sido menos declarados en contra del sistema que Albín y sus hijos, serían cier-tamente más acreedores a nuestra benevolencia y respeto. Pero VS. no ignora que ellos hicieron su mérito dentro de Montevideo y escandalo-samente llaman propias sus hacien-das de campo después que con su influjo activaron la guerra que es el principio de nuestra ruina y la de los infelices vecinos. Por lo mismo he creído más justo acceder al clamor de éstos y ordenar como ordeno al Sr. alcalde provincial que aquellas estancias entren en el orden de las más agradables. (53)

En suma, aunque asimétricamen-te, componentes de los tres escena-rios presentados se muestran en este caso tanto en su especificidad como en su solapamiento e interrelación; ratificando que dada la situación y el instrumento —-el reglamento provisorio— sólo la acción social, incluida la forma política principal, iría dirimiendo el sentido orienta-dor del movimiento, él mismo en parte producto y en parte productor de una determinada correlación de fuerzas que en más de un sentido se acompasaba a esos vaivenes.

Retomando el planteo con que iniciamos nuestro análisis, unos po-cos ejemplos más, focalizados en el papel específico de Artigas en la gestión de aplicar el Reglamento, entregan algunos elementos de jui-cio complementarios para su valo-ración.

Así, en relación con los conteni-dos confiscatorios de la norma, la posición no dejó lugar a dudas:

Adjunto a V.S. decretada la re-presentación de Doña Martina Sa-ravia. El señor alcalde provincial le hará poblar su estancia con las res-tricciones consiguientes al ningún servicio que tiene hecho a la patria

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toda su familia. (54)En otra nota, de enero de 1816,

aludiendo a la situación de un rico montevideano que durante el año anterior había formado parte del cabildo, Artigas les recordaba a sus antiguos colegas: “Espero igual-mente la relación del embargo de la estancia del ‘Perdido’, de Antolín Reyna, para determinar lo conve-niente sobre el inventario de sus in-tereses”. (55) Pocos días después, el 8 de febrero, el subteniente de pro-vincia a cargo de los repartos de tie-rras informaba sobre la presentación de “varios americanos beneméritos solicitando suertes de campo como previene el reglamento provisorio sacadas éstas de las estancias del prófugo Don Antolín Reyna”. (56)

Por diversas razones, entre ellas haber sido objeto de detallados es-tudios sobre su funcionamiento en tiempos coloniales, (57) la estancia de Las Vacas o de las Huérfanas, puede ser elegida como otro caso ejemplificador de la aplicación del reglamento. Este inmenso latifun-dio, que había pertenecido a los je-suitas y luego a la Hermandad de la Caridad y Congregación de Niñas Huérfanas de Buenos Aires, fue dis-tribuido entre por lo menos 21 agra-ciados en virtud de la orden dirigida por Artigas al alcalde de Vívoras el 12 de febrero de 1816:

igualmente, y no obstante el decreto del ministro de hacienda de Montevideo (?), oficiará Ud. al Sr. alcalde provincial comisionado para el reparto de terrenos; a fin de que según las instrucciones que tiene proceda al repartimiento de la estancia de las Huérfanas en el modo y forma en ellas indicadas. (58)

Si bien el Reglamento introdujo por sí mismo un nuevo espacio de fricciones, no hacía más que abonar las dificultades de una relación po-lítica que, si acaso había sido más sólida en el pasado, desde fines de 1813 había comenzado a resque-brajarse, como se evidenció en las diferentes actitudes de unos y otros frente a los “enemigos del sistema”. De este modo, y al igual que en el

caso del confinamiento de estos en Purificación, aplicar o no —o de qué modo hacerlo— el Reglamento, po-larizó aún más las posiciones, como se observa en una nota firmada por Artigas el 9 de marzo de 1816:

En las instrucciones dadas al señor alcalde provincial le fue pre-venido diese parte a V.S. de los te-rrenos repartidos, y que VS. comi-sionase un regidor que ‘ llevase una razón de las gracias concedidas. En esta virtud quedaba al cuidado de V.S. pasarme una noticia de lo obrado para mi conocimiento. El

término prefijado ya pasó e ignoro si es omisión del dicho alcalde pro-vincial en no haber empezado aun a dicho reparto, o falta de prevención en V.S. Lo comunico para ‘ que ella tenga su más exacto cumplimiento. Así será más fácil concebir si se an-hela por el fomento de la población de la campaña. (59)

Y todavía, el 3 de abril de 1816, insistía: “VS. reconvenga al Sr. Al-calde Provincial para que con bre-vedad instruya a VS. de los terrenos repartidos en la , campaña por él y sus subalternos según se le tiene

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prevenido”. (60) En esos días el si-lencio del cabildo contrastaba sono-ramente con la amplitud y profundi-dad que iba adquiriendo, aunque de un modo geográficamente irregular, el movimiento de expropiación y reparto de muchos grandes latifun-dios coloniales.

Por último, quiero señalar que la valoración del reglamento no debe-ría soslayar la introducción de una perspectiva comparativa, en espe-cial con lo que ocurría en la banda occidental del Río de la Plata, (61) la que puede contribuir a que el aná-lisis dependa menos de la impronta ideológica del investigador, foca-lizándose en lo que efectivamente ocurría y podía ocurrir dentro del rango máximo de posibilidades rea-les, y no imaginarias, que ofrecía la situación del momento.

Sin perder de vista que se trata de una alusión al problema más que de un análisis que requeriría otros me-dios y esfuerzos, vale recordar que el 30 de agosto de 1815 el gobierno de Buenos Aires decretó mediante un bando que “todo individuo de la campaña que no tenga propiedad legítima de que subsistir será repu-tado de la clase de sirviente”; (62) por esas casualidades de la historia, esto ocurría apenas diez días antes que Artigas dictara su reglamento para el arreglo de la campaña orien-tal, (63) cuyo núcleo duro ordena-ba la expropiación de los campos pertenecientes a los terratenientes españolistas, porteños y orientales asociados a unos y otros (“los ma-los europeos y peores americanos”), mientras que habilitaba para insta-larse en ellos a “los negros libres, los zambos de esta clase, los indios y los criollos pobres... con preven-ción que los más infelices serán los más privilegiados”.

Como puede observarse, sin ne-cesidad de ocultar que el reglamen-to mantenía la vigencia de mecanis-mos compulsivos sobre parte de la población rural (artículo 27) y sin necesidad de estirar su contenido al extremo de imaginar que el “cami-no americano” se habría paso en el país, el aspecto principal, dominan-

te de las dos normas citadas es dia-metralmente opuesto; tanto como lo fueron las perspectivas sociales directoriales y artiguistas. (64) Y no porque las elites terrateniente-mer-cantiles de Buenos Aires y Mon-tevideo difirieran en esencia en su carácter socioeconómico y sus as-piraciones de acumulación de poder y riqueza, sino porque Artigas va introduciendo una perspectiva di-ferenciadora con respecto a ese ho-rizonte mezquino. A esto se refería seguramente Real de Azúa cuando señalaba que proviniendo original-mente Artigas de los sectores pro-pietarios y patricios, se caracteriza-ba sin embargo por ser quien “toma una coyuntura histórica —en su caso el levantamiento estanciero— y le da un contenido mucho más vasto, más profundo”. (65)

El interés supremo de la Provin-cia, tal como lo iba expresando la doctrina artiguista, aparecía cada vez más desvinculado de todo com-promiso sectorial que lo condicio-nara, siendo presentado como una tarea común y colectiva. Tarea a la que, sin embargo, unos estuvieron más dispuestos que otros, circuns-tancia que se profundizaba frente a empresas tan complejas y difíciles como resistir la invasión portuguesa o rechazar el hegemonismo direc-torial. En este caso, los hombres y mujeres que no tenían demasiado que perder y algo por ganar fueron, como en tantos otros momentos y lugares, los que tendieron a pagar históricamente los altos precios que rehusaron los ricos y poderosos.

Por eso, de haber dispuesto de una correlación de fuerzas más fa-vorable al interior del frente que por un período formaron junto a Artigas, es muy probable que la élite oriental autonomista (para no decir artiguis-ta), el cabildo de Montevideo, hu-biera impuesto un reglamento para la campaña mucho más parecido al bonaerense, orientado a la pura so-lución policial, latifundista, para el desarreglo social y productivo del medio rural.

Estos problemas-clave del arti-guismo, y del período del gobierno

autónomo, constituyen un nudo in-terpretativo fundamental, pues las relaciones del líder y el patriciado encierran toda la complejidad de un todo en el cual coexistían la uni-dad y la contradicción, como había ocurrido desde el propio inicio de la insurrección oriental. Claro que al ir transitanto el camino, tan duro como costoso, de la rebelión bajo la conducción de Artigas —sostenida en el pueblo armado—, la unidad y la coincidencia se fueron haciendo más formales y ocasionales, y las contradicciones más profundas y al fin definitivas, hipótesis que reto-maremos al referirnos al ciclo social del líder oriental.

El ciclo social de Ar�gas3.

Conocida la historia de la que Artigas resultara un protagonista re-levante, aquellos que la han escrito de diferentes modos y con variadas interpretaciones, no han podido evitar realizar dos señalamientos puntuales —fuertemente sostenidos por las fuentes documentales dispo-nibles—, y sin conexión aparente entre sí, que aquí reuniremos para su análisis conceptualizados como el problema del itinerario social de Artigas. Ellos son su condición de nieto de fundadores de Montevideo, surgido del seno de los sectores pro-pietarios y convertido a comienzos de 1811 en la esperanza de los ha-cendados y terratenientes rebelados contra el poder español; y su estre-cha relación con los más miserables y desheredados habitantes del me-dio rural, graficada durante los últi-mos combates contra los portugue-ses, contra Ramírez y en la marcha hacia el refugio paraguayo.

La pregunta a responder, la his-toria a reescribir, el problema en fin, es en qué medida Artigas fue prota-gonista de un proceso de desclasa-miento respecto de la élite oriental, en qué sentido se podría afirmar que la traicionó, y, simultáneamente, determinar hasta donde se puede afirmar su identificación con los campesinos (en toda su abigarrada heterogeneidad regional, racial y

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productiva) y las castas oprimidas en el marco de las formas de eco-nomía y sociedad heredadas de la colonia.

Entre las escasas aproximaciones que se han realizado a este proble-ma, y que a nuestro juicio mantiene plena vigencia, Real de Azúa con-sideró apropiada la caracterización de “desclasado económicamente”, que podría caberle a Artigas como resultado de comparar

sus medios, sus servicios y sus sueldos con las entradas y los méri-tos de los pudientes montevideanos. ¿Debe sumarse a esto la extrema y cabal experiencia de unos modos de vida radicalmente ajenos al ámbito de la ciudad? Todo debe quedar en hipótesis pero lo que no es hipotéti-co es el antagonismo entre Artigas y la urbe patricia. [...] Tampoco cues-ta mucho colegir que, desde 1816, todos sus planes estratégicos daban por descontada la actitud derro-

tista, o redondamente traidora, de aquellos. (66)

Retomando algunos apuntes an-teriores, y haciéndonos cargo de la polifonía de nuestro discurso, que ha tomado aquí y allá observaciones que nutren el análisis propuesto, es posible afirmar que desde su juven-tud Artigas mostraba algunos rasgos y actitudes que pueden asociarse, anticipar, o descubrirse funcionales, con aspectos de su trayectoria pos-terior: sus años de “Pepe” Artigas, contrabandista y rebelde a las pau-tas del orden colonial; su intimidad con el gaucherío y los pobres de la campaña —que no se interrumpiría en los tiempos de blandengue—; su posición social subestimada por el patriciado oriental, como se en-cargó de señalarlo oportunamente Viana; y también, ciertos rasgos de su carácter, evidenciados en la fir-meza inclaudicable con que defen-dió —incluso más allá de aciertos y

errores— los objetivos que se trazó durante la década de su actuación revolucionaria.

Si resulta posible aceptar un ci-clo social tal, fue sin duda esta últi-ma cualidad la que resultaría la lla-ve maestra de su tránsito desde una perspectiva terrateniente a otra más próxima a los sectores campesinos. Este cambio no fue, desde ningún punto de vista, algo premeditado, ni planificado, ni posiblemente si-quiera imaginado por el Artigas de Las Piedras o, incluso, por el del Congreso de Abril, aun cuando pro-bablemente ya comenzara a percibir quiénes serían soldados y patriotas más dispuestos a acompañarlo hasta el final.

No sé si en pocas palabras logra-ré llamar suficientemente la aten-ción sobre, proceso que detrás de su complejidad y densidad histórica parecería dotado de una simpleza tan extraordinaria como eficaz en términos explicativos: la apariencia

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de que Artigas cambió encubre la esencia de su inmovilidad doctrina-ria fijada quizás en las Instrucciones del año xiii—, y el movimiento de los diversos actores políticos y so-ciales confrontados con el saldo de pérdidas y ganancias que les aca-rreaba la adhesión a la causa -anti-colonialismo, soberanía particular de los pueblos y liga ofensiva y de-fensiva- sostenida a rajatabla por el líder oriental.

Identificar los momentos esen-ciales, los quiebres y repliegues de esta historia exige explorar simul-táneamente los cambios que se van produciendo en la unidad original de la clase terrateniente oriental ar-ticulados con los capítulos más re-levantes de la evolución política del frente único patriota que se plasmó a partir del Grito de Asencio.

Durante los primeros cuatro años de revolución y guerras, des-de el comienzo de la insurrección agraria de 1811 contra el poder es-pañol hasta la entrada de las tropas de Artigas en Montevideo en 1815, la élite de mercaderes, saladeristas, terratenientes y grandes hacenda-dos, orientales, fue objeto de fuertes estremecimientos y cambios tanto en el plano más estructural de lo socioeconómico —incluidas las situaciones patrimoniales— como en el altamente volátil de las defi-niciones y adscripciones políticas, originados en los vaivenes de la, lu-cha anticolonial, las intervenciones militares portuguesa y porteña, y los conflictos internos de la dirigencia oriental autonomista.

El pronunciamiento antiespañol en el Uruguay, motorizado por una rebelión agraria y bajo la forma de marcha del campo a la ciudad, que luego de la victoria patriota en la batalla de Las Piedras derivó en el asedio de Montevideo, generó un fuerte clivaje, una primera gran di-visión que afectó especialmente a la cúpula terrateniente, ya que una parte considerable de los más gran-des propietarios “ausentistas”, al igual que el grueso del gran comer-cio, se plegaron a las fuerzas de la reacción realista, siendo muchos de

ellos españoles de nacimiento.Esta fracción, varios de cuyos

componentes eran también salade-ristas, barraqueros y mercaderes intermediarios, perdió el control de sus vastas posesiones rurales, al tiempo que no formó parte del fren-te patriota, que de esta forma pudo evitar la influencia directa del grupo más retrógrado de los terratenientes latifundistas.

Posteriormente, los hacendados que se plegaron inicialmente al movimiento revolucionario, hege-monizándolo, sufrieron una nueva fractura político-ideológica, de gran magnitud, al bifurcarse las posturas pro porteñas de las que optaron por la reafirmación de la soberanía par-ticular de los pueblos orientales.

Este proceso comenzó en forma larvada apenas el grupo encabezado por Artigas comenzó a manifestar que su conducta política no se con-formaría con el rol que se le había

reservado al ser nombrado teniente coronel a las órdenes del gobierno de Buenos Aires. (67) Posterior-mente, luego de la firma del Tratado de Pacificación mediante el cual el Triunvirato negoció la retirada de las tropas, portuguesas del Uruguay a cambio de reconocer al gobierno español de Montevideo, en una sig-nificativa carta a la Junta del Para-guay del 7 de diciembre de ; 1811, Artigas manifestó que ello ocurrió a pesar de que los jefes orientales habían solicitado que “no se proce-diese a la conclusión de los tratados sin anuencia de los orientales, cuya suerte era la que se iba a decidir”. Me quiero detener; un momento en este documento, para señalar que allí, al dar cuenta de sus ideas y sentimientos frente a las consecuen-cias del levantamiento del sitio de , Montevideo, quedó retratado el mo-mento inicial del quiebre político de Artigas, de su desengaño respecto

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de lo que podía esperar de las auto-ridades de Buenos Aires:

Yo entonces reconociendo la fuerza de su expresión y concilian-do mi opinión política sobre el par-ticular con mis deberes, respeté las decisiones de la superioridad sin olvidar el carácter de ciudadano; y sin desconocer el imperio de la sub-ordinación recordé cuanto debía a mis compaisanos. (68)

En estas circunstancias se pro-dujeron las dos primeras asambleas de los patriotas orientales, una en la Panadería de Vidal y la siguiente en la quinta La Paraguaya, (69) donde Artigas fue erigido en cabeza militar por los vecinos y asistentes al even-

to; poco después, ante la retirada de las fuerzas porteñas, se gestaría ese gran torbellino desestructurador de buena parte de las relaciones ; so-ciales tradicionales que fue el for-zado éxodo de los habitantes de la campaña rebelada mediante el cual se evitó quedar nuevamente bajo el dominio español.

Con estos antecedentes, el pri-mer capítulo de la división —ya con cierto grado de formalización— de la dirigencia oriental en aporteña-dos y autonomistas se puede asociar con el resultado de la actividad di-

visionista de Sarratea en 1812, (70) cuando logró la defección de noto-rios dirigentes orientales.

ofreciéndoles oro, charreteras y galones, que Artigas no podía dar-les; y como no todos los hombres tie-nen la virtud suficiente para confor-marse con la miseria y las privacio-nes, don Eusebio Baldenegro, don Ventura Vázquez, Baltar Bargas, Viera y otros, se dejaron seducir, y enseguida los pidió Sarratea con los cuerpos que cada uno mandaba para formar como contingente de la Provincia Oriental en el ejército na-cional. Artigas los entregó sin decir una palabra, mas quedó resentido por la conducta de unos hombres

en quienes había depositado su mayor confianza, y desde entonces, quizá, tuvo cierta predilección por los gauchos, pues, le he oído decir, que había encontrado más virtud o constancia en ellos, que entre los hombres de educación. (71)

A fines de 1813, un nuevo suceso contribuyó a la formación del cli-vaje que analizamos: el Congreso de Capilla Maciel, reunido inicial-mente con acuerdo de Artigas, se transformó, a instancias de la políti-ca directorial operada por Rondeau en una maniobra destinada a revisar

la orientación y las resoluciones del Congreso de Abril, formalizadas en las instrucciones que se les dieran a los diputados a la Asamblea del año XIII. Durante el curso de las delibe-raciones una parte significativa de la dirigencia provincial, estimulada, además de por la lesión militar de las fuerzas porteñas, por la prome-sa de algunas dádivas económicas, (72) desconoció la conducción de Artigas y revisó la orientación po-lítica que éste continuaba soste-niendo. De acuerdo con la crónica de los sucesos realizada por uno de los participantes que resistió sus conclusiones, “el objeto que princi-palmente se proponían el presidente

como algunos de los vocales que te-nían séquito en el Congreso, no era el bien de esta provincia sino el que ciegamente obedeciese y quedase sujeta al supremo gobierno”. (73)

La crónica de Castellanos enfati-za que los representantes presentes carecían “de la libertad necesaria para tales cosas, y que sólo enmu-decían de terror y espanto”. Sin em-bargo, a pesar de las fuertes presio-nes que efectivamente existieron, es innegable que en Capilla Maciel se manifestó una perspectiva política que expresaba las profundas dife-

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rencias que tempranamente comen-zaban a dividir las opiniones de la élite oriental. En este contexto de-ben entenderse las afirmaciones de uno de los electores, que expresan-do el pensamiento del grupo más aporteñado señaló: “¿Quién es don José Artigas para dar leyes y pres-cribir reglas a los representantes de los pueblos de esta Banda?”. (74)

Sin duda, estos sucesos y la re-tirada posterior de Artigas del si-tio a Montevideo —seguido por la mayoría de las tropas orientales—, abrieron un abismo entre los secto-

res de la élite mercantil-terratenien-te que decidían asociar su suerte y fortunas al éxito de la política direc-torial y los que prefirieron apostar a las posibilidades que podría abrir la conquista de la autonomía —e in-cluso, para algunos, la independen-cia— por la que se acababa de jugar Artigas.

Después de los sucesos ocurridos durante la emigración y en Capilla Maciel, el tercer hito de la ruptura del frente patriota oriental se pro-dujo luego de la rendición de las fuerzas españolas sitiadas en Mon-

tevideo, cuando las tropas de Bue-nos Aires al mando de Alvear insta-laron allí el primer gobierno criollo. En estas circunstancias, y pese a su composición porteña, el nuevo poder fue apoyado por la fracción principal del gran comercio, buena parte del sector latifundista y otros dirigentes políticos referenciados en los anteriores, que compartien-do con Buenos Aires la orientación antiespañola de la hora, la hallaron más funcional —y sobre todo más concreta e inmediata— a la defensa de sus intereses económicos y co-merciales que la línea de confron-tación y soberanía particular que proponía Artigas.

Estas variaciones en el panorama político explican la apariencia de mayor radicalización que van adop-tando las posturas artiguistas (en realidad se trata de principios que permanecen inalterados frente a un entorno cambiante que les proyecta otras tonalidades) (75) así como la tendencia a apoyarse cada vez más en el campesinado de paisanos po-bres, incluidos gauchos, indios y negros libertos, que comenzaban a sentirse representados, y aunque fuera en pequeña medida el hecho no dejaba de ser extraordinario, por un Artigas que continuaba expre-sando centralmente los intereses de los hacendados que se mantenían enemigos de España y Portugal, mientras simultáneamente resistían la dominación bonaerense-directo-rial.

Luego de la derrota de las tropas invasoras bonaerenses en la batalla de Guayabos (enero de 1815), y de la posterior evacuación directorial de la Banda Oriental, la instalación de un gobierno capitular autónomo en Montevideo “ mostró el fenómeno político de la reunificación, a nivel de la élite socioeconómica, de los sectores más autonomistas con una parte de los aporteñados —excluida la fracción extrema que se replegó hacia Buenos Aires—, rápidamente reconvertidos al “artiguismo” luego de la retirada de Alvear.

En este contexto, como se ha se-ñalado en el apartado anterior, entre

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marzo de 1815 y julio de 1816 se produjo la coexistencia de una suer-te de doble poder político (Monte-video-Purificación), solapado con la dirección militar y la influencia de masas que daba prelación al grupo de Artigas, durante el cual la unidad y la lucha entre ambos tiñeron sus relaciones políticas, crispando so-cialmente el frente de clases, frac-ciones y grupos que sostenían el autonomismo oriental.

Esta situación sería violentamen-te alterada por la invasión portugue-sa de agosto de 1816, que impuso la tercera y definitiva gran división de los hacendados y comerciantes que permanecían dentro del cauce arti-guista, concretada cuando la élite montevideana adoptó una posición conciliadora y colaboracionista con el invasor extranjero.

El relato de Larrañaga sobre la caída, en 1817, de Montevideo en poder lusitano es elocuente al res-pecto: “entró en esta plaza solemne-mente el general en jefe Barón de la Laguna, en medio de la municipali-dad y bajo palio, dirigiéndose a la plaza mayor, y a la santa iglesia ma-triz, donde se cantó misa de gracias, finalizándose la función con un Te Deum en medio de las aclamacio-nes y universal regocijo”. (76)

Esta descripción se corresponde con los dichos del síndico del cabil-do cuando, ya instalados los portu-gueses en la capital oriental, afirmó que “sólo la violencia había sido el motivo de obedecer y tolerar a Artigas”, lo cual entrañaba el reco-nocimiento formal de las profundas diferencias económicas, políticas, ideológicas y diplomáticas a partir de las cuales el líder rural había ido construyendo una identidad oriental diferenciada cada vez más ajena a las necesidades de la cúpula mer-cantil-terrateniente regional.

Tan diferenciada, que la ajeni-tud discursiva se hace absoluta, por ejemplo en las declaraciones favo-rables al colonialismo portugués —cualesquiera fueran las razones que las motorizan— que realiza el cabildo montevideano en 1817: “Atento a haber desaparecido el

tiempo en que la representación del cabildo estaba ultrajada, sus votos despreciados, y estrechados a obrar de la manera que la fuerza armada disponía; vejados aun de la misma soldadesca, y precisados a dar algu-nos pasos que en otras circunstan-cias hubieran excusado, debían des-plegar los verdaderos sentimientos de que estaban animados, pidiendo y admitiendo la protección de las ar-mas de S.M.F. que marchaban hacia la Plaza”. (77)

A partir de estos sucesos, la rup-tura del frente social y político que lideraba, Artigas se profundizaría, debilitándolo cada vez más, con las defecciones de muchos de los jefes que habían contribuido a sostener el “sistema de los pueblos libres”. Al-gunos, comandantes militares como Rufino Bauza, Bonifacio Ramos, Manuel Oribe, etc., abandonaron la

lucha a fines de 1817 y se refugia-ron en Buenos Aires; mientras que otros dirigentes artiguistas, de la primera línea, traicionaron abierta-mente su patria y se sumaron a los invasores, contándose entre ellos Juan José Durán, García de Zuñiga y Fructuoso Rivera.

Para todos éstos, como antes para los mercaderes y latifundis-tas montevideanos, el futuro, si es que lo había, aparecía más asociado al Directorio o al Barón de la La-guna que a la hueste cada vez más tumultuaria, popular y, por qué no revolucionaria, que sostenía todavía al poder artiguista, empeñado en desarrollar la guerra de guerrillas contra la invasión portuguesa y en capitalizar la fuerte influencia que ejercía en los pueblos de Corrientes, Misiones, Entre Ríos y Santa Fe, expresada en las alianzas —algunas

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extremadamente inestables— con-certadas con los grupos y caudillos dirigentes en esas regiones.

La otra cara de esta probable his-toria del tránsito social de Artigas, la opuesta al abismo que se fue cons-truyendo entre los contenidos de su línea política y las necesidades más inmediatas de mercaderes y terra-tenientes, fue el puente que se fue tendiendo con las masas armadas que acaudilló desde el comienzo de la insurrección, respecto de las cua-les había afirmado —y no hemos hallado ningún testimonio que lo desmienta— que “ninguno de mis soldados es forzado, todos son vo-luntarios y decididos por sostener su libertad y derechos”. (78)

Todo fue fruto de la experiencia práctica, con conclusiones que difi-rieron según la modulación política que la leyera. De esta manera, el iti-nerario social que analizamos pare-ce estar estrechamente asociado con las lecciones que Artigas fue extra-yendo del balance de lo cotidiano, es decir de los vaivenes que el esta-do de guerra permanente, las durísi-mas condiciones de vida y las esca-sas oportunidades de conservar los patrimonios rurales (de los que eran propietarios de tierras y/o ganados), imponían en las conductas y acti-tudes de los diferentes integrantes del frente artiguista. Aunque apenas ilustrados en este trabajo, los resul-tados estaban a la vista, por lo que resulta lógico suponer que son ellos los que explican que Artigas fuera “separando de sí a muchos hombres decentes, de quienes había tocado el poco interés en arrostrar una guerra sin recursos”. (79) Y también que dirigiéndose a uno de sus colabora-dores más cercanos —Miguel Ba-rreiro, primo, secretario e integrante calificado de la dirección artiguis-ta— ventilara sus sentimientos más íntimos, al reconocer: “Yo siento muy buenos los paisanos y este es mi mayor consuelo”. (80)

Refiriéndose a la relación de Ar-tigas tanto con la cúpula como con la base social del movimiento pa-triota —y a los niveles inferiores de liderazgo emergentes de ella—, un

testigo de los sucesos señaló quequizá Artigas ignoraba muchas

cosas de las que hicieron éstos, y tal vez los toleraba por necesidad, pues precisaba de hombres que le habían dado tantas pruebas de ad-hesión, y que tenían algún partido entre el gauchaje del país. Muchas veces lo oí lamentarse de que po-cos hijos de familias distinguidas del país quisiesen militar bajo sus órdenes, tal vez por no pasar tra-bajos y sufrir algunas privaciones; que esto le obligaba a valerse de los gauchos, en quienes encontraba más resignación, más constancia y consecuencia [...] Hablaba de este asunto muchas veces en presencia

de extranjeros respetables, envia-dos de Norteamérica, etc. (81)

El mismo memorialista ilustra sus comentarios anteriores —al tiempo que nos llama la atención sobre otro espacio de conflictividad— relatan-do que en alguna oportunidad Fran-cisco Javier de Viana, integrante del patriciado oriental que se había pasado al bando directorial, le pre-guntó a su padre: “¿Cómo se figura que un Viana habría de aceptar las órdenes de un Artigas?”.

Otra referencia consistente con las anteriores es el testimonio que Cáceres atribuye a Monterroso, (82) que probablemente sintetice la opi-nión de los dirigentes artiguistas del

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último período, signado por la inva-sión portuguesa, cuando las contra-dicciones políticas y sociales habían alcanzado la máxima tensión:

Desengáñense ustedes, en esta época se encuentra más virtud en la ignorancia que en la ilustración, echen una ojeada a los pueblos de Misiones y verán que aunque son los más ignorantes, son los que tie-nen verdadero amor al sistema, que han ido a Corrientes, a Entre Ríos, e irán donde quiera que los llame la necesidad de salvar a la patria. (83)

Por último, quisiera cerrar esta pequeña serie de testimonios que presentamos en calidad de elemen-tos de juicio esenciales para pensar el itinerario social de Artigas, trans-cribiendo el texto de una carta que le enviara en junio de 1815 al go-bernador de Corrientes: “En tiempo que defendemos la justicia es pre-ciso que ella resplandezca en todas sus atribuciones. El pobre no está excluido de ella y me es muy sen-sible verlos caminar inmensa dis-tancia por una cortedad. Eso mismo manifiesta la justicia que expone Juan Ovelar contra el alcalde Cabral por no haber sido oído, ni menos a los testigos que acreditaban su pro-piedad. Esto no es regular, ni decen-te, ni justo. Oigale V. en caridad y practíquese esta conducta con todos los infelices. Borremos esa manía o bárbara costumbre de respetar la grandeza más que la justicia. Los je-fes deben dar el ejemplo”. (84)

Epílogo prolongado para 4. una experiencia histórica revulsiva

Que vaya cayendo el crédito de ese demonio, pues como Ud. sabe, la mayor fuerza de este enemigo es la opinión, y ésta es la que debe mi-nársele por todas partes.

Sarratea a Ramírez, julio de 1820

Una de las principales conclusio-nes que se extraen luego de estudiar críticamente lo que suele denomi-narse “el artiguismo”, es que en una época en la cual los actuales países

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de Sudamérica distaban todavía de existir como tales, y los pueblos y las provincias que habían permane-cido subyugados por el colonialismo español comenzaban tortuosamente su organización política e institu-cional, Artigas fue el dirigente que mejor expresó la que podríamos de-nominar corriente más democrática —por decididamente anticolonial y moderadamente reformista del viejo orden socio económico— que emer-giera en el Río de la Plata producto del pronunciamiento revolucionario de mayo de 1810.

Esta relación es uno de los pro-blemas más interesantes, y más ocultos, de la interpretación del papel del artiguismo en la historia rioplatense, probablemente debido a las dificultades que existen para reconocer el carácter común y com-partido de este tramo de la historia de argentinos y uruguayos. Al res-pecto, se comprende que para las clases dirigentes de ambas bandas y sus respectivas historias oficia-les resulte inconveniente otorgar centralidad a un proceso que, entre otros efectos, en un caso señala crí-ticamente los aspectos más oscuros de los gobiernos instalados en Bue-nos Aires, y en el otro obstruye la construcción de la mitología nacio-nal que sustenta el discurso domi-nante. Menos claras, sin embargo, están las razones por las que las corrientes políticas e intelectuales opositoras y críticas de los rumbos tradicionales no han profundizado en la imbricación de los significa-dos revolucionarios de dirigentes como Moreno, Castelli y Artigas, especialmente pensando en aquellos “fondeaderos” que mencionamos al comienzo de estas notas.

Esta hipótesis es exactamente la opuesta a la formulada por los fun-dadores de la historia tradicional-mente oficial de la Argentina: “los dos, usted y yo -escribió Bartolomé Mitre a Vicente Fidel López—, he-mos tenido la misma predilección por las grandes figuras y las mis-mas repulsiones por los bárbaros desorganizadores como Artigas, a quien hemos enterrado histórica-

mente”. Esta condena se asocia es-trechamente a lo actuado por la elite gobernante porteña de la década revolucionaria que, dada la intimi-dad entre las posturas de Artigas y las propuestas de unidad confederal de las provincias, relegó “la palabra federalismo al ámbito de lo demo-níaco y, vinculándola a la también furiosa demonización de la figura del caudillo oriental, asoció fede-ralismo con anarquía, desterrándola así, con transitorias excepciones, del escenario político bonaerense durante la mayor parte de la primera década revolucionaria”. 85

Y sin embargo, ese “bárbaro” fue, como hemos visto, tal vez el mayor reformador social que formó parte de la dirigencia criolla inde-pendentista entre 1810 y 1820, y también, seguramente, el principal promotor del federalismo revolu-cionario como forma de unir e inte-grar en y para la lucha a los pueblos del estallado virreinato. ¿Interesan estas cualidades, y la posibilidad de explorar en ellas, a la historiografía de la época de la globalización?

En los últimos años, en la Argen-tina se han reactivado los estudios sobre el tema del origen de la na-ción argentina, el federalismo, los derechos de los pueblos, las formas de representación, etc.; (86) en los cuales es de esperar que Artigas vaya ocupando un lugar cada vez más central, que no debe quedar re-servado exclusivamente a los histo-riadores uruguayos, en tanto siem-pre será más enriquecedor articular estos aportes con los provenientes de una perspectiva analítica “argen-tina” del asunto.

Al respecto, es sabido que la doctrina artiguista en materia de organización política e institucio-nal de los pueblos emergentes de la revolución anticolonial se asentó en unos pocos conceptos medulares: soberanía particular de los pueblos, vida política, gobierno inmediato, y liga ofensivo-defensiva, en la pers-pectiva de organizar el “sistema de la confederación para el pacto recí-proco con las provincias que formen nuestro Estado”, como lo señala el

artículo 2 de las Instrucciones del año XIII. Dichos principios organi-zativos se plasmaron en diferentes momentos y medidas, con matices y asimetrías, en las experiencias de los pueblos y provincias de Santa Fe, Corrientes, Entre Ríos, Misio-nes, Córdoba y la Banda Oriental, generalmente en conflicto con las orientaciones centralistas emanadas de los gobiernos de Buenos Aires.

El “sistema” de organización institucional, o mejor dicho, las vías concretas de aproximación hacia ese objetivo que estableció el arti-guismo, fueron, a diferencia de las dos modulaciones más habituales en la época —sesgadas respectiva-mente hacia el separatismo defensi-vo o la delegación centralizadora—, un instrumento que mantuvo hasta el final habilitados dos filos concep-tuales y políticos, los dos núcleos de la propuesta organizativa: unidad y autonomía. Esto explica que Artigas y los directorios que se sucedieron no sólo confrontaran cuando se re-clamaba el ejercicio autonómico de la soberanía particular de los pue-blos, sino también cada vez que, confundiéndose en cuanto a sus aspiraciones, la aristocracia porte-ña, flaqueando en su ilusión de so-meterlo, le ofrecía —sorprendente-mente sin éxito— la independencia absoluta de la Banda Oriental. En este sentido, la línea de Artigas, que podía reconocer un origen cercano al esquema de lucha de puertos por el dominio de vastos hinterlands productivos y comerciales, perduró mucho más allá de la disponibilidad de esos puertos y de la adhesión de sus principales operadores y benefi-ciarios, las élites tendero-pastoriles uruguayas, que prefirieron los ne-gocios seguros a los grandes nego-cios, el continuismo a bajo costo y riesgos acotados a la inseguridad de construir renovados escenarios so-cioeconómicos.

Para el artiguismo los pueblos forman la provincia y ella se cons-tituye en un estado a partir de cuya existencia se plantea la unidad con-federal; estos estados provincias son los sujetos, tal como se planteó

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en las resoluciones del Congreso de Abril de 1813, que debían con-formar las provincias unidas. En este sentido, las ambigüedades y la influencia de lo que Vilar aludiera como “la precocidad del patriotis-mo lingüístico”, (87) no hacen más que marcar las impotencias e impo-sibilidades inmediatas. Y sin embar-go, aunque las provincias unidas no existían como tales en la materiali-dad estructural de las realidades po-líticas y jurídicas, de algún modo se hallan presentes en las ideas —por ejemplo de Artigas— que de termi-naban y condicionaban acciones co-

lectivas realmente existentes, (88) y de comprobada eficacia práctica más allá del signo de sus resultados inmediatos.

En este sentido, como señaló Chiaramonte, “si existían factores de unión entre los pueblos riopla-tenses que emergieron del desplo-me del imperio español, también es cierto que ellos no alcanzaban a con-formar el fenómeno de una nación”; (89) afirmación válida siempre que se acompañe del reconocimiento de que la revolución anticolonial sig-nificó el inicio de su construcción, (90) hipótesis a partir de la cual se

pueden interpretar cabalmente al-gunos episodios característicos del proceso artiguista en sus relaciones con el poder central.

Apenas como una pequeña enun-ciación de ejemplos, dirigidos por otra parte a tomar distancia de las visiones economicistas de la forma-ción de la nación, quiero recordar que en 1813, al fundamentar su pro-puesta acerca de que: los orientales reconocieran a la Asamblea Consti-tuyente por pacto y no por obedien-cia, Artigas señaló que “esto, ni por asomos, se acerca a una separación nacional: garantir las consecuencias del reconocimiento no es negar el reconocimiento”. (91)

Una segunda muestra del con-tenido del pensamiento de Artigas acerca de cómo concebía la orga-nización política de los pueblos y provincias rebelados contra España, son las expresiones vertidas durante el diligenciamiento de la misión en-comendada en 1814 por el Directo-rio a sus negociadores fray Mariano Amaro y Francisco Candioti, con el objetivo de alcanzar un entendi-miento con el líder oriental.

En el texto del tratado o plan consensuado con Artigas para el restablecimiento de “la buena armo-nía”, luego de reconocerse la inde-pendencia de los pueblos orientales y entrerrianos, en el artículo 42 se aclaraba expresamente: “Esta inde-pendencia no es una independencia nacional, por consecuencia ella no debe considerarse como bastante a separar de la gran masa a unos ni a otros pueblos, ni a mezclar diferen-cia alguna en los intereses generales de la revolución”. (92) Este acuerdo fue finalmente rechazado por Po-sadas que, estimulado por la toma de Montevideo por Alvear el 20 de junio, afirmó que la Banda Oriental debía “reconocer la unidad del go-bierno de las demás, para lograr de su influencia lo que no puede por sí sola”. (93)

La última referencia que deseo presentar alude a otro intento di-rectorial de negociación con Arti-gas, estimulado por la necesidad de ganar tiempo luego de la caída de

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Alvear, tramitado mediante el envío -en junio de 1815— de la misión Pico-Rivarola. Durante las nego-ciaciones aparecerían claramente expresadas las ideas-fuerza prin-cipales del artiguismo, en especial la ratificación de que no debía con-fundirse soberanía particular con independencia absoluta, tal como surge del punto 12 de la propuesta de Tratado efectuada por Artigas: “La Banda Oriental del Uruguay entra en el rol para formar el Estado denominado Provincias Unidas del Rio de la Plata. Su pacto con las de-más provincias es el de una alianza ofensiva y defensiva. Toda provin-cia tiene igual dignidad, e iguales privilegios y derechos; y cada una renunciará al proyecto de subyugar a otra. (94) La Banda Oriental del Uruguay está en el pleno goce de su libertad y derechos; pero queda sujeta desde ahora a la constitución que organice el Congreso General del Estado legalmente reunido, te-niendo por base la libertad”. (95)

La distancia entre las dos posi-ciones, tanto como la incompren-sión y/u oposición porteña de la verdadera naturaleza del reclamo artiguista, al que calificaban de “exótico”, (96) queda patentizada al contrastar la propuesta anterior con el primer punto del borrador direc-torial: “Buenos Aires reconoce la independencia de la Banda Oriental del Uruguay, renunciando a los de-rechos que por el antiguo régimen le pertenecían”. (97)

Como puede observarse, y sin perjuicio de las necesarias revisiones del tema a la luz de nuevas pregun-tas y preocupaciones, la elaboración artiguista sobre las pautas más apro-piadas para orientar la organización política y jurídica de los pueblos y provincias no deja lugar a dudas acerca de sus contenidos esenciales, inmodificados a pesar de formularse tanto en condiciones apuradas como las de 1814 o más favorables como las del año siguiente.

En este sentido, siempre será de utilidad guiar las nuevas investiga-ciones! por la hipótesis formulada en su momento por Sala, De la To-

rre y Rodríguez, refrendada luego por Ansaldi, con respecto a que en 1820, con la derrota del artiguismo, “muere el ‘carácter revolucionario del federalismo’ y concluye la fase revolucionaria”. (98)

Para finalizar nuestra revisión de algunos aspectos del artiguismo, quisiera entrar brevemente de lleno en el campo de las polémicas y las críticas más asociadas al escepticis-mo y el posibilismo disparados por los fuegos posmodernos y globali-zantes, emergentes de los cambios en las relaciones de fuerzas inter-nacionales y regionales que se han producido desde mediados de los setenta. En especial aquellas donde se han focalizado las impugnaciones recientes de la actuación histórica de Artigas, apuntadas a cuestionar su supuesta intransigencia dogmática, y, de fondo, a afirmar la inhabilidad del proyecto político que acaudilló.

Si bien se contabilizan observa-ciones críticas puntuales que co-mienzan en la resistencia de Arti-gas a las resoluciones revocatorias adoptadas por el congreso aporte-ñado de Capilla Maciel en 1813, las más punzantes corresponden a. hechos correspondientes al período final, cuando los efectos de la pin-za político-militar corporizada en la invasión portuguesa y las hosti-lidades directoríales —activando la guerra civil en el flanco oriental de los Pueblos Libres— exigían los máximos sacrificios y las mayores audacias políticas. Mencionaré sólo dos: la misión de los representan-tes orientales en diciembre de 1816 ante el director supremo de Buenos Aires y la ruptura con Ramírez.

Al respecto se ha señalado que Artigas “nunca tuvo cabal idea de la correlación de fuerzas, rechazó aira-damente los términos que Pueyrre-dón, con toda la ventaja a su favor, le impuso a Juan Francisco Giró y a Juan José Duran, que no tenían ningún margen de negociación; y tampoco se dio cuenta de que el in-vasor poseía una máquina de guerra obediente a un general que había combatido a Napoleón al lado de Wellington...”. (99)

La primera observación, cuyo sentido el lector rápidamente com-prenderá, es que los delegados eran integrantes de la élite oriental afin-cada en Montevideo y expresada po-líticamente mediante el cabildo de la ciudad; hombres de negocios que, a esa altura de los acontecimientos podían subordinarse a Buenos Aires o eventualmente, como terminaron haciéndolo, a los portugueses, antes que afrontar el peso de una nueva guerra anticolonial —tan legítima y necesaria como la antiespañola—, resistiendo las pretensiones hege-mónicas de la ex capital virreinal y bajo las órdenes de Artigas. Era de-masiado para su perspectiva y po-sibilidades de clase. Por eso, como producto de su misión diplomática que debía concentrarse en lograr apoyo para enfrentar la invasión extranjera, los diputados firmaron un tratado donde se estipuló: “El territorio de la Banda Oriental del Río de la Plata jurará obediencia al Soberano Congreso y al Supremo Director del Estado en la misma for-ma que las demás provincias... en consecuencia de esta estipulación el gobierno supremo por su parte que-da en facilitarle todos los auxilios que le sean dables y necesite para su defensa”.

¿Qué podía decir Artigas al ente-rarse de este pacto? Supongo que no otra cosa que la filípica que dirigió a los negociadores al dar por conclui-da su misión:

Es preciso o suponer a V.S. ex-tranjero en la historia de nuestros sucesos, o creerlo menos interesado en conservar lo sagrado de nuestros derechos, para suscribirse a unos pactos que envilecen el mérito de nuestra justicia, y cubren de igno-minia la sangre de sus defensores... El jefe de los orientales ha mani-festado en todos los tiempos que ama demasiado a su patria para sacrificar este rico patrimonio de los orientales al bajo precio de la necesidad. (100)

Por otra parte las críticas a la “obstinación” e “intransigencia” de Artigas no son nuevas, ya que buena parte de la historiografía

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tradicional argentina, y no sólo en sus modulaciones asociadas al pen-samiento de la derecha ideológica, habían planteado que la política de Artigas en favor de la unidad con-federal y la defensa de la soberanía particular de los pueblos contribuyó a dividir la unidad patriota contra el enemigo español. Pero, ¿y el colo-nialismo portugués?, ¿y la guerra civil desatada por Buenos Aires el día que decidió que sus tropas no serían auxiliadoras de los pueblos sino ejército principal en operacio-nes al que aquéllos deberían subor-dinarse? ¿Quién dividió?

Daría la sensación, cuestión en-tendible en los tiempos que corren, que lo que para algunos resulta francamente inaceptable es que Ar-tigas reafirmara, frente a todos los contrastes y peligros, la línea con que había convocado a los pueblos orientales a la lucha. ¿Será que hoy al no doblegarse ante las dificulta-des extremas se lo considera tomar una actitud soberbia e inviable? ¿Qué sólo se trata de lo posible y no de lo necesario, que debe ser hecho posible?

El desencuentro con Francisco Ramírez es patéticamente sencillo y elocuente con respecto al tipo de problema que estamos conside-rando: marcha sobre el gobierno directorial al frente de un ejército federal, autoproclamado artiguis-ta, con la misión de derrotarlo para imponer la declaración de guerra a Portugal y comenzar a organizar la confederación. Luego del triunfo, desconoce ambos mandatos, acuer-da con Buenos Aires —de donde recibe cierta cantidad de armas— el pacto de Pilar, por el cual Artigas acaba transformado en “el capi-tán general de la Banda Oriental”, al que se le informará lo acordado por si quiere suscribirlo. Qué podía decir Artigas, más que señalar que los fines del Tratado celebrado “por V.S. sin mi autorización ni conoci-miento no han sido otros que con-fabularse con los enemigos de los pueblos libres...”.

Tal vez en este debate postrero entre el jefe oriental y su más inme-

diato aliado en el litoral argentino se encuentre la esencia de aquella actitud que señalamos al comienzo, al sugerir que la clave de la aparente radicalización del accionar de Arti-gas se hallaba en la persistencia de los objetivos consagrados en abril de 1813, a pesar de la variación de las circunstancias. De aquí surge la fal-ta de flexibilidad política que, a mi juicio equivocadamente, se atribuye a Artigas, al confundirse las tácticas

—siempre movibles, de acuerdo con dichas circunstancias— con los principios, que en este y otros casos resultaron inamovibles. Eso es, por fin, lo que se explícita, cuando sin ningún lugar a réplica, el jefe orien-tal devela ante Ramírez la lógica que explica buena parte del ciclo ar-tiguista: “Mi interés no es otro que el de la causa; si es injusta en sus principios no debió usted haberla adoptado”. (101)

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En este contexto, la inviabilidad histórica del artiguismo postulada por algunas voces dentro y fuera del ámbito académico, no resulta demasiado diferente de la atribuida a la posibilidad de transformar el mundo, eliminar el imperialismo, o construir una sociedad socialis-ta. Un puro recurso en las luchas políticas e ideológicas contempo-ráneas, una expresión de deseos, y una simple contingencia momentá-nea, producto de una correlación de fuerzas adversa. Afortunadamente, las derrotas no significan más que el resultado de batallas puntuales den-tro de una guerra que, con nuevos y renovados protagonistas, a todas luces continúa y continuará.

Notas1.-Azcuy Ameghino, Eduardo. Historia

de Ar�gas y la independencia argen-�na, Ediciones de la Banda Oriental. Montevideo, 1991 Una versión preli-minar de este trabajo fue publicada en Buenos Aires por Corregidor en 1986 bajo el �tulo de Ar�gas en la Historia Argen�na.

2.-Recientemente Lucia Sala ha pro-puesto una interesante aproximación a la definición del concepto de ar�guis-mo, al denominar, así al movimiento que. si bien dio a José Ar�gas en 1811 la condición de Jefe de los Orientales -civil y militar a la vez— incluyo además a un grupo de jefes de tropas, laicos y clérigos que desempeñaron diferentes cargos y que coincidieron o se opusie-ron a la orientación del propio Ar�gas. El ar�guismo fue incluso más que eso, abarcó a gentes de diferentes clases v etnias provenientes de las pequeñas ciudades, villas y pueblos sobre todo de la campaña, aunque en la etapa final, después de la invasión portuguesa en 1816, sus fuerzas se fueron reduciendo en la Provincia Oriental a las gentes de condición más humilde. Entre quienes con�nuaron luchando hasta el final se contaron peones, an�guos faeneros clandes�nos negros que alcanzaron la libertad al huir de sus amos enemigos de la revolución e indios guaraníes y del complejo chaná-charrúa” Sala, Lucía “Democracia durante las guerras por la Independencia en Hispanoamérica”, en Frega, Ana e Islas. Ariadna (coord.). Nuevas miradas en torno al ar�guismo. Universidad de la República, Montevi-deo. 2002, p. 107.

3.-Frega. Ana: “La virtud y el poder. La soberanía par�cular de los pueblos en

el proyecto ar�guista”, en Godman, N. y Salvatore, R. (compiladores), Caudillis-mo rioplatenses. Nuevas mirada a un vìejo problema. E� � E � � , Buenos Aire 1998. Frega, Ana e Islas, Ariadna (coor-dinadoras). Nuevas miradas en torno al ar�guismo, Ob. Cit.

4.-Chesneaux, Jean. ¿Hacemos tabla rasa del pasado? A propósito de la his-toria y los historiadores. Siglo X X I Edi-tores. Buenos Aires, 1984. P. 45

5.-Gómez, Hernán F. El general Ar�gas y los hombres de Corriente. Imprenta del Estado, Corrientes, 1929, p. 86.

6.-Diferentes atores han señalado em-pero la favorable acogida que Ar�gas prestó a los esclavos que huían de sus amos realistas, a quienes reconoció su libertad.

7.-Dutrenit, Alberto. Influencia de Félix de Azara en el pensamiento ar�guista.

Junta Departamental de Montevideo, Montevideo. 1967.

8.-Halperin Donghi, Tulio. De la revo-lución de independencia a la confede-ración rosista. Paidós, Buenos Aires, 1980. p.71.

9.-Barrán, José P. y Nahum, Benjamín. B � � � � � � � � � � � � � -� � � � � � � � � � � � � � � � . Edicio-nes de la Banda Oriental, Montevideo, 1989, p. 131.

10.-La excelente obra del equipo que integraban Lucia Sala de Touron, Nel-son de la Torre, y Julio Rodríguez está conformada por: Estructura económi-co-social de la colonia (1967); E � � � � - � � � � � � � � e la B � � � � O � � � � � � (1967); La revolución agraria ar�guista (1969) Y D � � � � � � A � � � � � � ( 1 9 7 2 ), todas ellas publicadas en Montevideo por la edito-rial Pueblos Unidos.

11.-Sala de Touron, Lucía; De la Torre,

Nelson; Rodríguez, Julio. A � � � � � � : � � � � � � � � � � � � � . Arca, Montevideo, 1974. p 95-96.

12.-Azcuy Ameghino, Eduardo. La otra historia. Economía. E � � � � � � � � - � � � � � � R � � � � � P � � -� � . Imago Mundi. Buenos Aires. 2002.

13.-Lenin, Vladimir. E � � � � � � � � � -� � � � � � � � � � � � � � � � E � -� � � � � U � � � � � de Norteamérica, en � � � � � � � � � � � � , Cartago, 1960, tomo XXII, p. 9 � � � .

14.-Vázquez Franco, Guillermo. La his-toria y sus mitos, Cal y Canto, Montevi-deo, 1994. p. 58-59.

15.-Azcuy Ameghino, Eduardo. Histo-ria de Ar�gas � � � � � � � � � . . . , capítulo 5.

16.-Archivo General de la Nación. Co-rrespondencia del General José Ar�gas al cabildo de Montevideo (1814-1816). Montevideo, 1940.p 246. (En adelante AGN-U)

17.-Archivo Ar�gas, Comisión Nacio-nal Archivo Ar�gas. Montevideo, 1987, tomo XXI, p. 59 (En adelante AA.)

18.-AA t. XXVI, p. 9.19.-AA t. XXI, p. 65.20.-AGN-U. Correspondencia..., p.

152.21.-Sala de Touron, L.; Rodríguez, J.

C.; De la Torre. N., La � � � � � � � � � � � � � � � � � � � � � � � � … , � . 7 6 .

22.-AA. t. X X V I . p . 1 1 .23.-Pereda. Setembrino, A � � � � � �

1 7 8 4 - 1 8 5 0 , Montevideo, 1930, t IV, p. 515.

24.-AA-t. XXVI, p.12.En las actas de la Junta de Hacenda-

dos se consigna también que fueron aprobadas-”para elevar al discerni-miento del Sr. General”-dos propues-tas efectuadas por escrito por Manuel Pérez y Francisco Muñoz, la primera de las cuales constaba de diecinueve capí-tulos.

25.-AA. T. XXVI, p. 5. Existe evidencia documental de que Otorgués comenzó inmediatamente con los repartos; así, el 29 de julio, “en consideración a los buenos servicios de Don Manuel Núñez, vecino del par�do de Rocha, he venido en concederle interinamente una legua de terreno de los que corresponden a la Provincia”. Para ese entonces ya eran varias las estancias embargadas, como la del emigrado y militar español Ma-nuel Rellano. AA. t. XXVI. p. 10.

26.-AA. t. XXI, p. 68.27.-Vale resaltar el empeño puesto

por Ar�gas en sostener la unidad con la elite dirigente montevideana, sin cuyo concurso le resultó di�cil pensar el éxito de la revolución oriental. Por esta razón, a pesar de los desencuentros crecientes y de la cada vez más áspera relación

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que cul�varon, la línea polí�ca puesta en prác�ca por el caudillo procuró man-tener la unidad para la lucha. Una entre tantas muestras de dicha orientación se puede observar en una nota dirigida al cabildo, a propósito de ciertas desinte-ligencias sobre la actuación del coman-dante de la guardia de Santa Teresa:

“En este estado ignoro si yo o VS. somos los engañados, y si los sucesos van reves�dos de toda veracidad. De cualquier modo es preciso velar por la conservación de la tranquilidad y cortar hasta los resabios de la maledicencia. Al efectos reitero al Z Don Femando Torgués las más fuertes reconvenciones avista del honorable de VS. y desearía que hallándose actualmente en esa in-mediaciones lo llamase VS. amigable-mente y le expusiese la gravedad de los males y se tratase del eficaz remedio. El bien interesa a todos, y no dudo que el igualmente que VS. propenderán, a rea-lizar todas las medidas consecuentes a entablar el orden tan preciso para la tranquilidad de la ciudad y progreso de la provincia. Por mi parte no mirare con indiferencia cualquier incidente funesto y no dudo que VS. Cual diestro piloto me ayudara con sus esfuerzo, a condu-cir esta nave al puerto de su seguridad polí�ca”. AA. t. XXI, p. 203.

28.-AA. t. XXI, p. 72. En relación con los repartos de �erras realizados por Otor-gues en cumplimiento de las instruccio-nes de Ar�gas, “es dif íc i l cal ibrar la extensión que pueda haber te-nido este primer ensayo radical de la pol ít ica agraria art iguista, dado que a los dos meses fue su-brogado por el Reglamento Pro-visorio”. De todos modos vale destacar que el movimiento de confiscaciones y reparto que an-t ic ipo de manen práctica aquel lo que luego establecería su art ícu-lo se extendería crecientemente a toda la campaña oriental . Así en jul io de 1815, el comandante mil itar de Colonia -Juan Antonio Laval leja- entregaba un terreno expropiado al antiguo lat ifundio conocido como Estancia de las Vacas al negro l iberto Lorenzo Ruiz Díaz, quien lo había sol ic i -tado en virtud de los beneficios de la Madre Patria ha ofrecido a los buenos hijo”. Sala de Touron, L.; Rodríguez, J.C.; De la Torre, N., La revolución agraria artiguista…, p. 71.

29.-AA. t. XXI, p. 74.30.-AA. t. XXI, p. 80. El Bando mencio-

nado fue finalmente publicado el 7 de sep�embre.

31.-AA.t.XXI, p. 84.32. -AGN-U. Correspondencia...., p.

256.33.-AGN-U. Correspondencia...., p.

257.34.-El texto completo del Reglamento

provisorio fue publicado por diversos historiadores, hallándose firmado el original firmado por Ar�gas y con letra de Monterroso en el Archivo General de la Nación del Uruguay, Fondo Archivos particulares caja 4, carpeta 4. Una sínte-sis de su contenido, y del modo como en alguna oportunidad fue difundido entre los pueblos es el texto del edicto promulgado por el alcalde provincial en enero de 1816:

“Par cuanto me �ene conferido por Reglamento Provino el Sr general don José Ar�gas, las amplias facultades de distribuir y donar suerte de estancia a los que poco o mucho han contribuido a la defensa de esta provincias, del poder de los �ranos que la Invadían; y siendo repar�bles estas de las que poseían los que emigraron de esta Banda, malos

europeos y peores americanos, y que hasta la fecha no se hallan indultados por el señor Jefe para poseer sus an�-guas propiedades. Por tanto, y a fin de cumplir exactamente con lo que se me ordena, dando gusto a los habitantes de esta campaña en las disposiciones que trato de tomar sobre este par�cular, llamado a todo aquel benemérito ameri-cano, por infeliz que sea, negros libres, zambos de esta clase, indios y criollos pobres, y las viudas que tuvieren hijos, para que concurran dentro del término de 30 días, contados desde la publica-ción de este Edicto, tomar suerte de es-tancia con el número de ganados que se pueda recolectar, compuesta cada una de legua y media de frente y dos de fondo; ocurriendo al efecto donde exis�era el terreno, bien sea ante mi o de los subtenientes de Provincia”. AA. t. XXVI, p. 82.

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35.-Estas diferencias con la dirigencia montevideana probablemente regis-tren diferentes, correlatos, más atem-peradas o directamente soterradas, con otras autoridades Emergentes de los pueblos que componían la Provin-cia. En este sen�do, el estudio de las relaciones de Ar�gas con los restantes cabildos orientales y otras instancias de representación polí�ca arrojará nuevos e importantes elementos de juicio para el análisis del Reglamento.

36.-Larrañaga Damaso Descubrimi-ento y población de esta banda oriental el rio de la plata,1494-1818. Selección de Escritos, Montevideo, 1965, p. 246

37.-Respecto de dicha conflic�vidad se ha señalado acertadamente que “Las caracterís�cas que el ar�guismo porta-ba: desorden inmediato, irrupción �sica del campo en la ciudad, polí�ca agra-ria, presencia de las clases desposeídas, alardes igualitarios, tuvo que distanciar al Patriciado montevideano del Jefe de los Orientales y preparar la hos�lidad que siguió”. Real de Azua. Carlos. El pa-triciado uruguayo. Ediciones de la Ban-da Oriental, Montevideo, 1981, p. 63.

38.-Larrañaga. Dámaso. Descubri-miento y población de esta Banda Oriental…, p. 247

39.-Reyes Abadie, Washington; Brus-chera, O. Melogno, T. El ciclo ar�guista. Montevideo. 1978, t. II, p. 133

40.-AA.t. XXl, p. 86.41.-AGN-U. Correspondencia..., p.

246.42.-Maeso, Justo. Estudio sobre Ar-

�gas y su época. Montevideo, 1885. tomo III, p. 337.

43.-De Vedia y Mitre, Mariano. El ma-nuscrito de Mitre sobre Ar�gas. Berna-bé y Cía. Buenos Aires, 1937, p. 80.

44.-Sobre este punto Halperin ha afir-mado que Ar�gas otorgaba a la elite urbana “un papel que la efec�va rela-ción de fuerzas no le obligaba por cierto a concederle, y que con ello hizo posible la perpetuación de esa disidencia lar-vada, cuyas consecuencias nega�vas no harían sino agravarse a par�r de la declinación de la fortuna polí�ca del ar-�guismo” Al proponer esta explicación es pueble que no haya tenido suficien-temente en cuenta la importancia es-tratégica que Ar�gas otorgaba-sin por ello renunciar a imponer su línea polí�-ca- a su alianza con los mercaderes y te-rratenientes afincados en Montevideo. Por otra parte, la disidencia larvada no era resultado del papel que le otorgaba Ar�gas a la élite sino a las contradiccio-nes que exis�an entre sus intereses y los que el jefe oriental denominaba los de los pueblos y la provincia. Tulio Halperin Donghí. Revolución y Guerra..., p, 285.

45.-Rodrigue, Gregorio. Historia de Alvear. Mendesky. Bs. As., 1913, tomo

II, p 573.46.-Un ejemplo ilustra�vo, represen-

ta�vo de varios similares, es el de Don Juan Pedro Aguirre-alcalde del pueblo de Santa Teresa con fuertes vínculos en el cabildo de Maldonado- que el 14 de octubre de 1815, otorga en Monte-video un poder ante escribano público a Don Prudencio Murguiondo —muy vinculado con la elite dirigente en la capital— “para que en mí nombre y en representación de todas mis acciones y derechos solicite una parte, de los terre-nos solares que hay en la población de Santa Teresa […] como igualmente el de debérseme de comprender uno de los agraciados en el reparto de terrenos que se va a verificar [...] para cuyo logro comparecerá en juicio así judicial como extrajudicialmente y presente pedimen-to, presentaciones, informaciones, pro-banzas, cer�ficaciónes y todos cuantos papeles…”.AA. t, XXVI, p, 26.

Otro caso de este �po, alejado de la reivindicación de “los más infelices”, es el de Don Juan Pérez, vecino de Mon-tevideo, comisionado de extramuros, �tular de un matadero de consumo y comerciante en cueros, recaudador de diezmo, etc. quien “teniendo no�cia que se reparten los campos de los enemigos de la patria entre los hijos beneméritos de ella pongo en consideración de VM. me asiste un derecho a entrar en el nú-mero de los agraciados, este es ser uno de la hijos pobladores de la ciudad de Montevideo y fundadores de Maldona-do...” AA. t. XXVI, p.43.

47.-A A. t. XXVI, p. 157. Respecto de este caso el cabildo gobernador, con fecha 5 de agosto de 1816, declaraba: “se declarase nula, sin ningún valor ni efecto la vena hecha por el Gral. Vi-godet Don Juan Uriarte, dejándole sin embargo la posesión y preferencia que le fue concedida de este terreno des-de el año de 1801 por el virrey Avilés para que en su consecuencia reclame ante el Sr. alcalde provincial su �tulo él como está dispuesto por el reglamento de campaña de 1815”. A pesar de esta resolución el conflicto con sus ex arren-datarios con�nuó, ya que estos fueron amparados en su posesión arguyéndo-se el carácter fiscal de los terrenos.

48.-Por ejemplo: “Don Raymundo González,. Subteniente de Provincia. Por haberme facultado el Sr. General de los orientales y Protector de los Pueblos Libres para el reparto de terrenos para estancia, concedo una al ciudadano José Luis Espinosa, en fondo de sur a norte de las averías chicas hasta las averías grandes, de frente desde el Sauce Solo hasta los Manan�ales, y para que na-die le estorbe su trabajo y que con más pron�tud lo edifique, doy este en que

firmo en la Costa de Don Esteban, 3 de febrero de 1816”. AA. t. XXVI, p. 83.

49.- En rigor, cuando se señala que “en la aplicación de las normas sobre redis-tribución de �erras el cabildo muestra también él que no ve en ella un peligro muy serio para el equilibrio social de la provincia. Sin duda la aplica siguiendo la misma tác�ca de obediencia selec-�va ya u�lizada ante otras direcciones de Ar�gas”, dicha afirmación debería restringirse al primero de los escenarios que presentamos, y sólo en pequeña medida al segundo Halperín Donghi, Tulio Revolución y Guerra. Formación de una elite dirigente en la Argen�na criolla, Siglo XXI Editores, México, 1979, p, 295.

50.-Sala de Touron, L.; Rodríguez, J. C.; De la Torre, N., La revolución agraria ar�guista…p. 142-151.

51.-Sala de Touron, L.; Rodríguez, J. C.; De la Torre, N., La revolución agra-ria ar�guista..., p. 273-278. Sobre la confiscación de los campos de Miguel de Azcuénaga, miembro de la Primera Junta de 1810 y uno de los más grandes terrateniente de la Banda Oriental, ver p. 279-283.

52.-A A. t. XXVI. p 37, 47, 56 y 68.53.-AGN-U. Correspondencia..., p. 7 4

Vale destacar que en 1821 Francisco Albin reinicio los trámites para lograr la expulsión de todos los vecinos que poblaban sus campos a los que conside-raría intrusos.

54.-AGN-U. Correspondencia. .. p. 82.55.- AGN-U. Correspondencia. ..p. 69.56.-AA. t. XXI. p. 83.57.-Entre otros: Gelman, Jorge. “So-

bre esclavos, peones, gauchos y cam-pesinos El trabajo y los trabajadores en una estancia colonial rioplatense”. En: Garavaglia, J. C. y Gelman, J. El mundo rural rioplatense a fines de la época co-lonial. Biblos, Buenos Aires, 199.

58.-A A. t. XXVI. p. 87. Simultáneamen-te Ar�gas había autorizado el traslado del pueblo de Víboras al si�o en que el arroyo las Vaca desemboca en el Plata, resolviendo un an�guo pleito entre sus pobladores y el la�fundista Melchor Al-bín, en cuyos expropiados terrenos-con-�guos a la estancia de 1as Huérfanas-se instalaría el actual Carmelo. Como parte del proceso fundacional dichos vecinos también fueron agraciados con el usufructo de la calera perteneciente Hermandad de la Caridad.

59.-AGN-U-Correspondencia...,p. 8760.-AA. t. XXI. p.217.61.-En esta linea de trabajo, resulta

de interés contrastar el Reglamento con otros proyectos de reparto de �erras, como los de Pedro Andrés García en las fronteras de Buenos Aires: “Ahí se ve claro: la �erra que se reparte gratui-tamente es la que está en poder de los

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indios o vacía, con clara con�nuación de los planes españoles. El ar�guismo, en cambio, reparte las mejores �erras, puesto que esas eran las de los “malos europeos y peores americanos” Ana Frega, comunicación personal.

62.-Rodríguez Molas, Ricardo. Historia social del gaucho. Centro Editor de Améri-ca La�na,. Buenos Aires, 1982. p. 134.

63.-Los obje�vos del reglamento apa-recen con claridad en los ar�culos pri-mero y sexto, donde se indica: “distribuir terrenos y velar sobre la tranquilidad del vecindario” y “fomentar con brazos ú�les la población de la campaña”.

64.-Para sostén y ampliación de estas afirmaciones remito al lector al capítu-lo II de la citada Historia de Ar�gas y la independencia argen�na.

65.-Real de Azúa. Carlos El patriciado uruguayo…,p. 61.

66.-Real de Azúa, Carlos. El patriciado uruguayo..., p. 62.

67.-Éste fue el cargo que recibiera de la Junta Grande en febrero de 1811, luego de marchar a la capital virreinal a ofrecer sus servicios y solicitar auxi-lios para la insurrección oriental. El año anterior, en su Plan de Operaciones, Moreno había señalado expresamente la importancia de ganar la adhesión de Ar�gas al movimiento de Mayo.

68.-Fregeiro, Clemente. Ar�gas. Estu-dio Histórico. Barreiro y Ramos. Monte-video, 1886, pp. 46-47.

69.-Anaya, Carlos. Apuntaciones His-tóricas sobre la revolución oriental (1811-1815), Montevideo. 1954, p. 58.

70.-Luego del éxodo, o la “redota”, la mayoría de la población rural oriental se trasladó hacia la costa occidental del río Uruguay, donde permaneció emi-grada hasta que varios meses después se retomaron las acciones militares en la Banda Oriental.

71.-Memoria de don Ramón de Cáce-res sobre hechos históricos en la repu-blica oriental de! Uruguay. Contribu-ción documental para la historia del Rio de la Plata. Museo Mitre. Buenos Aires. 1913, tomo V, p. 255.

72.-El Triunvirato ordenó a Rondeau “que reuniera a los hacendados pro-pietarios para interesarlos en ventajas materiales, traducidas en compras de ganados para manutención del ejér-cito y u�lizar así la influencia de éstos en contra de la revolución”. Favaro, Ed-mundo. El congreso de las Tres Cruces. Montevideo. 1957. p. 108,

73.-Perez Castellano, José M. Selección de Escritos. Montevideo, 1968, p. 166.

74.-AA. t. XI, p. 266.75.-En este sen�do, cuando Vázquez

Franco afirma -refiriéndose a su ac�tud polí�ca frente a la maniobra de Capilla Maciel- que Ar�gas “�ene tantos discur-so como cambiantes situaciones polí�-

cas se le vayan presentando”, confunde sin duda la forma con el contenido, la tác�ca con los obje�vos estratégicos que determinan. Nótese que el supuesto doble discurso consis�ría en que, ante maniobra de Rondeau y un sector de los dirigentes orientales, “el caudillo al ver-se desplazado dispuso perentoriamente apelar a los pueblos”. Por otra parte la introducción en este caso de ejes de discusión como la dicotomía “prerroga-�vas de la corporación” (por la mayoría de representantes en la Asamblea de Capilla Maciel) versus el predominio del personalismo o “ensayo del caudi-llaje conduce al análisis histórico a las capas más externas y alejadas de la trama polí�ca que va construyendo los sucesos que se ven�lan, produciéndose así explicaciones distorsionadas, cuyo sesgo las transforma en expresión pos-trera de quienes procuraron eliminar el

concepto de “soberanía par�cular de los pueblos” como piedra de toque del patrio�smo oriental. Guillermo Vázquez Franco, La h istoria y sus mitos.... p. 56.

76.-Larrañaga, Dámaso. Selección de Escritos Montevideo, 1965. p. 252.

77.-Acevedo, Eduardo. José Ar�gas-Alegato histórico. Barreiro y Ramos. Montevideo, 1933, p.826.

78.-Contribución documental para la historia del Rio de la Plata, Museo Mi-rre, t. IV. p. 74.

79.-« Anaya, Carlos. Apuntaciones his-tóricas. Montevideo. 1954, p. 81.

80.-Rodríguez, Gregorio. Historia de Alvear.... p. 584.

81.-Caceres. Ramón de:”Memoria Póstuma”, en Revisa Histórica, t. XXIX. Montevideo, 1959, p. 578.

82.-José Monterroso fue miembro del núcleo dirigente del artiguismo, al que se integró en 1814 luego de

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abandonar su condición de sacerdo-te franciscano en Córdoba. Sucedió a Miguel Barreiro en la secretaría de Artigas. A quien lo unía además cierto parentesco.

83.-Cáceres, Ramón de “Memoria Póstuma...”.p. 594.

84.-AA. t. XXIX, p.61.85.-Chiaramonte, José Ciudades, pro-

vincias y Estados: Orígenes de la Nación Argen�na..,pp.157-158.

86.-Entre otros: Chiaramonte, José. Ciudades, provincias, Estados: orí-genes de la nación Argentina (1800-1846). Ariel, Buenos Aires, 1997. Goldman, Noemí “Legalidad y legiti-midad en el caudillismo, Juan Facun-do Quiroga y la Rioja en el Interior rioplatense (1810-1835)”, en Boletín del Instituto de Historia Argentina y América Dr. Emilio Ravignani. N97, 1993, pp. 31-58. Goldman, Noemí y Tedeschi, Sonia, “Los tejidos formales del poder. Caudillos en el interior y el litoral rioplatenses durante la prime-ra mirad del siglo XIX”, en Goldman y Salvatore (comp.). Caudillismos rioplatenses... Ob. Cit. Chiaramonte. José. “El federalismo argentino en la primera mitad del siglo XIX”. en Car-magnani, M.(comp.) Federalismos latinoamericanos: México, Brasil y Argentina., Fondo de Cultura Econó-mica, México, 1993. Chiaramonte, J. C.; con la colaboración de Marcela Ternavasio y Fabián Herrero. “Vieja y nueva representación, los procesos electorales en Buenos Aires, 1810-1820”. En: Annino, A. (coord.) Historia de las elecciones y de la formación del espacio nacional en Iberoamérica. Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires. 1995.

87.- Vilar, Pierre. Iniciación al voca-bulario del análisis histórico. Cri�ca, p. 160.

88.- Estas acciones podrían asociarse también con la idea de que “fueron las comunidades criollas las que concibieron en época tan temprana la idea de su na-cionalidad” Anderson, Benedict. Comuni-dades Imaginadas., Fondo de Cultura Eco nómica, México. 1993, p. 81.

89.-Chiaramonre. José. Mercaderes del litoral, Fondo de Cultura Económica. Buenos Aires, 1991, p. 22.

90.-En mi libro Historia de Artigas y la independencia argentina señale que uno de los objetivos del proceso revolucionario abierto en 1810 era “el logro de la independencia nacio-nal”. Indudablemente, más allá de que se puede comprender la refe-rencia como una alusión a la inde-pendencia por la que lucharon los pueblos del viejo virreinato, inclui-das todas las formas organizativas preexistentes y que se crearan en el

curso de la lucha, lo cierto es que, no existiendo aún la nación -como expresamente se afirmaba también en la página 104—, se trata de una formulación inapropiada.

91.-AA. t. XI, p. 72. Junto a las actas del Congreso de Abril de 1813 y las Instrucciones a los diputados, en di-cho tomo pueden consultarse los tra-tados firmados por Artigas y Rondeau titulados “Pretensiones de la Provin-cia Oriental”. “Pretensiones de las tropas orientales” y “Convención de la Provincia Oriental”, documentos de suma importancia para el estudio del federalismo artiguista y, sobre todo, para comprender la dinámica política de aquel momento.

92.-AGNA. Sala X, 1-6-1.93.-Archivo Histórico y Diplomá�co

del Uruguay. La diplomacia de la Patria Vieja. Ministerio de Relaciones Exterio-res. Montevideo, 1943, tomo III, p. 152.

94.-Respecto de este tipo de formu-laciones artiguistas se ha señalado que “lo que sustancialmente era la

creación de un Estado soberano e independiente se formulaba como la constitución de una provincia”, cons-trucción inspirada en “en los artículos de confederación y perpetua unión de los estados norteamericanos”. Chia-ramonte, José. “El federalismo ar-gentino en la primero mitad del siglo XIX...”, p. 115.

95.-Archivo Histórico y Diplomá�co del Uruguay.... p. 144

96.-AA.t.XXVIll.p.244.97.-Archivo Histórico y Diplomá�co

del Uruguay..p. 14498.-Ansaldi, Waldo. “Notas sobre la

formación de la burguesía argen�na, 1780-188º” en Florescano, Enrique (co-ord.). Orígenes y desarrollo de la bur-guesía en América La�na. .1700-1955. Nueva Imagen. México, 1985, p. 543

99.-Guillermo Vázquez Franca. La his-toria y sus mitos..., p. 6l.

100.-Archivo Histórico y Diplomá�co del Uruguay..., p.316.

101.-Gómez, Hernán. El general Ar�-gas y los hombres..., p. 317.

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La Federación de Funcionarios de las Obras Sanitarias del Estado agradece al autor el poder publicar de manera totalmente solidaria, al cumplirse 200 años de la gesta arti-guista, una edición Popular. En este caso dirigida a los trabajadores.

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