Revista Cinosargo XXX edición de Noviembre 2010.

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AÑO III NÚMERO XXX EDICIÓN DE NOVIEMBRE DEL 2010

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Revista Cinosargo XXX edición de Noviembre 2010.Ediciones Cinosargo.Editor: Daniel Rojas Pachas

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AÑO III NÚMERO XXX EDICIÓN DE NOVIEMBRE DEL 2010

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Editado en Arica- Chile 2010Diseño: Daniel Rojas Pachas y Milvia Alata

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Director: Daniel Rojas PachasEditores.Milvia Alata y Daniel Rojas.

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• Daniel Rojas P. • Wilfredo Carrizales• Milvia Alata Tejedo• Violeta Fernández • Eduardo Ignacio

Colaboradores externos:

• Grupo MAL.

La Revista Cinosargo esta en línea desde el día 17 de mayo del presente año, alojada en laplataforma social Bligoo. Todos los derechos de los artículos y la responsabilidad de su contenido, pertenece a sus respectivos autores.

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EDITORIAL.

Estrenamos el número XXX de Revista Cinosargo (edición de noviembre) anunciando que nuestra editorial impresa se haya en proceso de difusión nacional e internacional de sus siete títulos en diversidad de géneros, poesía, poesía visual, ensayo y prosa, junto a esto, vale la pena mecionar el salto que estamos prontos a realizar con la octava edición en formato papel, me refiero específicamente a Nómada "Antología Gráfica del cuento Chileno del siglo XX", edición que pone en relación el noveno arte, el comic, y la literatura buscando fomentar la lectura y mejorar la relación que los más jóvenes tienen con el libro.

En tal medida nos encaminamos a un fin del 2010 dejando como legado hasta este punto, un proyecto multimedia en una fase que involucra la maduración de los dos principales soportes, el digital y el impreso, tratando de conciliar en esa medida los mecanismos, recursos y tiempos que armonizan a favor de nuestra tarea de promoción cultural.

Por último, este mes traemos tres artículos de nuestros redactores e invitados enfocándonos en la crítica, reflexión y testimonio y la entrevista que Roberto Anki, poeta editado digitalmente por Cinosargo (Poemas de Pie), hace a Pablo Rumel, ganador 2010 del concurso de novela Mago Editores. Esperamos seguir colaborando al diálogo y nos vemos el próximo mes en la última edición del año.

CINOSARGO TIENE LA PALABRA!!!

Daniel Rojas PachasDirector y Editor General de Cinosargo.

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El libro se construye sobre la historia de una extraña organización de asesinos y psíquicos, que buscan aniquilar bajo cualquier costo a Robles Martínez, novelista desaparecido y presuntamente secuestrado. Le preguntamos sobre la extraña naturaleza de ciencia ficción – policial de la novela y sus motivaciones.

- ¿Qué buscas destacar por sobre la trama “negro” de la novela?- Me interesa de sobremanera la memoria, tanto individual como colectiva. Esto también implica su contrario, que es el olvido. Y su visión distorsionada, borderline si se quiere: la locura. Creo que este interés ha ido surgiendo a medida que he ido creciendo, al ir estudiando cómo ha sido el juego de inclusiones y exclusiones dentro de la memoria histórica, cómo ciertos individuos han sido relegados a un oscuro lugar de la historia, o simplemente han sido tarjados de la historia oficial, mientras otros han salido a flote, considerándolos los mejores o más brillantes en ciertas áreas humanas. Yo creo que por eso me acomoda en cierta parte la ciencia-ficción, que tiene que ver mucho con los dispositivos culturales dominantes, y cómo se pueden controlar diversas variables en una determinada población, y en otra gran parte la novela negra, que entre otras cosas, trata sobre la reconstrucción de la memoria, del hecho delictivo: ese rompecabezas armado sutil o groseramente por el detective en cuestión, el personaje de la obra.

- Cómo fue estructurado El Secuestro.- Está dividido en dos partes. La primera hace referencia a una extraña organización que opera fuera de los márgenes de la ley. Esta organización tortura y asesina a ciertos individuos que son considerados una pieza clave para sus propósitos. Hay un cierto delirio conspirativo, pero no se queda sólo en eso. Pienso que todo funciona mejor como metáfora que como una lectura literal del delirio conspiranoico. La obsesión final de esta organización es capturar a Robles Martínez, un escritor de novelitas realistas que es perseguido por saber demasiado. La segunda parte es nada más y nada menos que el diario de Robles Martínez, escrito en terribles circunstancias.

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“DISFRUTO COLECCIONANDO NOVELITAS MALAS DE CIENCIA FICCIÓN”Por Roberto Anki.

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“DISFRUTO COLECCIONANDO NOVELITAS MALAS DE CIENCIA FICCIÓN”

- ¿Cómo surge una ficción como esta?- Me pareció de pronto que esto de escribir ciencia-ficción y hacer literatura sobre literatura se puso tan de moda, que quise crear mi propia versión de estos delirios colectivos, mi propia parodia de ciertos escritores snobistas y oportunistas que han concebido una manera de hacer literatura a partir de ciertos discursos que se han ido validando en el campo cultural. Escribir sobre literatura hace treinta o cuarenta años atrás era todo un riesgo, una novedad. Aunque me excedo un poco. Si tomas el Quijote, ya están ahí casi todos los juegos metaliterarios trabajados y/o esbozados.

Por otra parte, escribir ciencia-ficción hace unos cuarenta años significaba no ser nadie en el ámbito literario. Ahora no. Ahora es una actividad seria, respetable. Por supuesto, el segundo libro que publique no tendrá nada que ver con ciencia-ficción ni con literatura sobre literatura.

- ¿Será un fenómeno nacional? ¿Qué ocurre con Huxley, Orwell y Asimov? A tu parecer. Ellos fueron respetados escritores de ciencia-ficción.- Tú lo has dicho, en su campo. De los que mencionas, sólo Huxley y Orwell fueron valorados fuera del circuito de ficción científica, o literatura de anticipación, como le llamaban en aquel entonces. Pero dentro de la literatura seria, la que era avalada por la academia, en general veía con muy malos ojos a los escritores de ciencia-ficción, salvo honrosas excepciones, las que tú comentas. Lo que se escribía en ese tiempo era considerado casi como paraliteratura. Por esos años muchos escritores oportunistas hicieron ciencia-ficción barata, pues se comercializaba bien en ediciones de bolsillo o en algunas revistas especializadas. Eran historias malísimas, improvisadas, con personajes y situaciones de opereta. Por eso las adoro, y siempre estoy tratando de armar colecciones enteras en mi biblioteca, de malas novelitas de ciencia-ficción. Disfruto mucho leyendo obras así.

- ¿Cuales crees que son las virtudes y defectos del libro?- No tengo ni idea. De seguro que tiene muchos más defectos que virtudes. De hecho, detesto a la literatura -y cualquier desarrollo artístico- que funcione como un evento deportivo. En un evento deportivo el público busca que su equipo meta goles, se lleve la victoria. Para eso se debe jugar de la manera adecuada, establecida. Un arte deportivo debe ser correcto, con personajes bien construidos, psicologizados, con historias redonditas, con una trama legible y plana. A mí eso me cansa. Prefiero decepcionar a ese lector deportivo, que ya sabe de antemano cómo se debe construir una historia.

- ¿Habías ganado algún otro concurso antes? - Por ahí, un parcito.

- ¿Significan algo para ti?- Bueno, no más ni menos que andar perdido en la ciudad, muerto de hambre y de sed, y encontrar una mano caritativa, que injustamente te tendió un plato de comida y un vaso de agua. Uno come, bebe, siente un alivio, y luego pasa a otra cosa.

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El corcoveo de los apellidos y las buenas o malas pasadasEscribe Carlos Amador Marchant

Con algo de sonrisa, con la picardía del huaso, aunque soy del desierto, de la sal, de los peladeros y piedras, traeré al presente un pasado (rememorāre en fiel latín), pero esta vez de mi nombre, aquel que sale en las portadas de los libros.Desde aquí comienza una larga historia, enredada entre satisfacciones, exclusiones y hasta distanciamientos.

Primera vez que hago esta especie de ejercicio y espero no caer en lo fatuo y personalista.

Por cierto ya saben mi nombre y aunque no se hace necesario repetirlo, lo expondré para darle el contenido a esta crónica: Carlos Amador Marchant Crespo. Tal como ustedes lo leen, así firmaba mis primeros artículos literarios aparecidos en 1974. Diarios para recordar: “La Defensa”, “La Concordia”, ambos de Arica-Chile.

Nana Gutiérrez, la antipoeta de esa misma ciudad, quien se atrevía a lanzar flechas y dardos a cuanta poeta apareciera: “Han de saber ustedes/que no hay nada más deplorable/nada más fastidioso/ que las señoritas poetisas/Estas señoritas han invadido el mundo/han invadido los círculos literarios/han hecho morir del corazón, a varios catedráticos./ ........ », fue la primera en gritarme por teléfono : ¡¡Acorta el nombre, hombre, acórtalo !!.

Decía, entre otras cosas, que ningún lector se acordaría del autor de tales escritos. Me pedía, por consiguiente, eliminar por lo menos un apellido o un nombre: ¡Hazlo de prisa !, gatillaba.

Largas noches estuve meditando sobre esto. Surgió la idea, entonces, de firmar como « Carlos Marchant », pero curiosamente por esos años un tipo con ese mismo nombre había sido detenido por robo (esto salió en la prensa). Aconteció este hecho un día que me ausenté de la universidad, y los malintencionados, los curiosos de siempre, pensaron que el ladrón pude haber sido yo. Razón más que fundamentada para olvidarme de esta opción. Además, al revisar la agenda telefónica logré percatarme que existían cientos de hombres con estas mismas señas.

Las horas siguieron y surgió el « Amador Marchant », pero no quise mancillar el sello de mi padre ni unirlo a la categoría de poeta. Él era un sastre, un honorable sastre. Cuento final, opté por fusionar dos nombres con el apellido paterno. De esta forma quedaba excluido el materno con millones de explicaciones a mi progenitora, quien logró entender la situación. Así firmo hasta estos días.

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La Gutiérrez, obviamente, fue la primera en felicitarme. En los diarios vio un nuevo registro y con palabras retumbantes me dio a conocer su alegría por el teléfono : »¡Qué buen nombre, hombre, qué buen nombre !!!! », ametrallaba.

Sin embargo, todo no fue color de rosas.

Comencé a percatarme que el régimen imperante introducía registros con apellidos extranjeros en poesía, poetas que aparecieron, que dieron recitales y que nunca más se supo de ellos. Algo así como pequeños o grandes estafadores del arte. La idea era que la fuerza que ejercía la poesía, sus mismos exponentes, desaparecieran. No ocurrió así. No lo lograron. No se pudo. Los creadores se fueron a las peñas, a pequeños lugares de tertulias, se comunicaban por correo, crearon revistas, hasta formar la generación de ese tiempo, la del ochenta.

Entonces, y volviendo atrás con el tema, me percato que algo no funcionaba al exterior.

Si bien yo compartía con todos los poetas de la época (noches y hasta amanecidas con seviches y vino tinto), veo con nostalgia mi nombre extraviado en el entorno. Había conseguido un trabajo menor en la universidad, en la biblioteca del campus Saucache. El resto de los jóvenes creadores eran cesantes. Alguien me dijo por ahí: « nosotros estamos en las peñas, tú trabajas con salario mensual ». Muy cierto, aunque tampoco era correcto establecer una moda en donde todos los poetas estuvieran sin trabajo. La respuesta a este « fenómeno » vino al comenzar 1985. La CNI me detiene junto a otro vate y me lanzan a la calle al finalizar ese mismo año.

Mi nombre se unió a otros que aparecían en el concierto literario del norte : Muñoz (Mayo) ; Rojas (Walter) ; Ayala (Juvenal); Martínez (José); Faúndez (Florencio) ; Volantines (Arturo), pero el mío era (tal vez) el primero que salía a la palestra con la fusión de nombres. El tema, por lo demás, es que sonaba siútico. Muchos, sin conocerme, creo, también percibían esta especie de siutiquez.

Me lo confirmó una locutora de la radio Universidad del Norte en 1974.

Fui citado para ser entrevistado a las cuatro de la tarde de un lunes. Era un día importante para mí. Me gustaban las entrevistas. Ahora no tanto.

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Unido a este placer de estar en los micrófonos, llegué media hora antes a la emisora. En esos días era yo un tipo delgadísimo, de aquéllos que se les salían los huesos por los codos, y al mismo tiempo de rostro y pómulos prominentes que eran tapados por una melena azabache que llegaba hasta los hombros. Gustaba usar camisas arremangadas y sueltas de la cintura. Es decir, todo un « gentleman » para la delicada audiencia del momento.

Establecido frente a la oficina de administración radial, se acerca la locutora y con asombro en sus ojos pregunta en qué podía servirme. Le respondí que había sido citado para una entrevista. Cuando le dí mi nombre, y puesto que sería ella la encargada de entrevistarme, pone cara de espanto y nada se guarda, como la típica fémina que lo quiere decir todo en segundos : « ¿Verdad que es usted ?. Pues me lo imaginé alto, corpulento, rubio », sin dejar de exponer una sonrisilla acelerada y nerviosa. Por mucho tiempo no pude descifrar si quiso alabarme u ofenderme. Sólo atiné a responder: « Es lo que hay »

Comprendí que « en cosas y casos de nombres hay mucho que escribir ».

Existen cientos de anécdotas sobre esto. Es decir, como dije anteriormente, no todo fue color de rosas.

Sin embargo, con el tiempo he llegado a querer este registro. Incluso, hasta el extremo si alguien me margina un nombre y pone, por ejemplo, « Carlos Marchant », soy capaz de excomulgarlo de estos territorios de camanchacas. Acaso, he gritado con leves sonrisas (guardando las proporciones, por cierto): « ¿Sería lo mismo si llamamos al Nobel de Literatura Juan Ramón Jiménez, como un común « Juan Jiménez »?

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Por el año 1992 visitó varias veces Arica un poeta que en la década del 70 había sido incorporado en las páginas de la importante Revista Tebaida. Estuvo en mi casa, caminamos por las calles de la legendaria ciudad desértica. Era un conversador impenitente y devorador de libros como quien no ha probado un bocado en meses. Pasaba de un tema a otro con su voz cantarina y nasal. Era pequeño y delgadísimo y a veces hasta enjuto. Nos percatamos un día que ambos habíamos nacido en Iquique y además teníamos el mismo signo en los bolsillos: sagitario. Por esos días yo conducía un programa radial de arte y en varias ocasiones lo llevé para entrevistarlo. El tiempo se hacía escaso con las anécdotas que pasaban desde la época universitaria, la generación del sesenta y las miradas hacia la poesía nortina. Era, sin duda, todo un personaje sapiencial, y al mismo tiempo alguien que estuvo sin trabajo décadas y décadas. Tebaida, la revista internacional, tuvo la sabiduría de seleccionar bien a quienes incluía en sus páginas.Pero en materia de nombres, de apellidos, que es el tema que convoca a esta crónica, ha quedado en la historia literaria (poco conocida en el macro de la sociedad) uno de los pasajes de este poeta y su

En la Universidad del Norte de Antofagasta, cuando los aparatos represivos (1974) comenzaron a buscar a jóvenes intelectuales, muchos de ellos desaparecidos sin poder hasta la fecha encontrarse sus cuerpos, como es el caso del poeta Ariel Santibáñez , las hordas militares ingresaron a los pasillos, a las salas de la casa de estudios. Perseguían, entre otros, a un individuo supuestamente peligroso. Entonces gritaban por todos lados: ¡Buscamos a Guillermo Ross Murray! .Los estudiantes se parapetaban pero todos guardaron silencio. Los matones represivos perseguían (sin conocerlo) a un hombre alto y de presencia gringa, y como en medio de la turba no había nadie con estas características, Guillermo Ross-Murray, el mismísimo, se abrió paso frente a los ojos de los militares y se hizo a la calle.Amigo entrañable de Ariel Santibáñez, no corrió ese mismo destino. Su estructura física citada anteriormente, lo salvó de las torturas y tal vez del desaparecimiento.

Ross Murray (1944) en estos días trabaja en una biblioteca del puerto iquiqueño y se ha transformado en todo un personaje regional. De intelectual, poeta y dramaturgo, hoy es un historiador capaz de guiar a los más recónditos sitios del puerto, señalando los pasos de la historia de la ciudad. Conoce la casa donde cenó el Presidente Balmaceda antes de iniciarse la Guerra Civil del 91, el nicho del único obrero del salitre sepultado, porque el resto, los casi tres mil fusilados, fueron lanzados a fosas comunes.

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Triángulo

Voy quedando sin amigoscomo mi madrede años por vivir

Nada se puedehacer; mirarsolamentemirar.

(uno de los primeros poemas de Guillermo Ross Murray (1969-ediciones Mimbre)

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El sociólogo Bernardo Guerrero dice de él: “Profesión poeta, Rut y domicilio desconocidos. No se fíe de sus apellidos, a la hora de conocerlo. Hágale caso mejor a la leyenda. Tiene sólo cien libros. Y cuando recibe otro (no es su hábito comprarlos) regala uno. El asunto es que su cábala es el número cien. Dicen que tiene un cuaderno con todos los chistes que se han hecho sobre los militares después del once. Para él todos son imbéciles que hay que desasnar. Todos los jueves escribe cartas que el día viernes echa al correo. Resistió estoicamente al mundo del trabajo. Hoy trabaja en la Biblioteca Alonso de Ercilla. Lee diarios antiguos y le pagan por eso. Un privilegio. Habita la bóveda donde se almacena la historia de Iquique. Tiene una concepción del tiempo inversamente proporcional al del neoliberalismo. Te detiene en cualquier esquina para monologar sobre lo humano y lo divino. Es el poeta eterno de Iquique. Una calle de la caleta-mall-puerto espera por su nombre. Esopo nació en Iquique y Guillermo Ross Murray, pena por él”.

Hay que agregar que casi siempre es jurado de eventos literarios de la zona y los estudiantes lo reclaman en sus charlas. Guillermo es un personaje.

La confusión o lo extraño que produce o lleva un nombre, son asuntos que dan para escribir sin parar.

En el campo del sur austral de Chile, en aquellas casas separadas por kilómetros, en la selva helada, un individuo se llamaba (se llama) John Stewars. Es un personaje que incluí en una de mis novelas inéditas y por corregir. Por años quise conocer al gringo porque se hablaba mucho de su sabiduría al montar los caballos. Un día, cuando dejó de llover, di rienda suelta a mis deseos. Llegué a una choza pobre y rodeada de musgos. Era, en todo caso, el sitio que me habían señalado. Antes de golpear el portón maltrecho de la vivienda, desde la parte trasera observé que se acercaba un hombre. Le grité que buscaba a John Stewars y no dijo nada hasta estar a unos centímetros de mi rostro. En medio de la tarde húmeda, me mostró su boca desdentada y su olor a tierra y animales. Vestía unas botas de goma y su camisa estaba desgarrada. Entonces, con su voz de campesino cordillerano y analfabeto, por fin dijo unas sílabas: “Soy yo…mande usted”.

Es decir, en cosa de nombres hay mucho papel en blanco. Los apellidos, sencillamente, a veces nos juegan una buena o mala pasada.

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El ano de los colombianosAndrés Felipe Escovar

¿Qué tienen en común lo Borgeano, lo kafkiano y lo macondiano, aparte de terminar en ano? Un primer acercamiento a la respuesta consiste en plantearse la diferencia entre kafkiano y kafkista: Mientras el primero puede ser un empleado público sumergido en la burocracia gris de su cubículo sin que jamás haya leído al autor checo, el kafkista es quien intenta escribir como o sobre la obra del autor checo: cambia al insecto por un protozoo o a la colonia penitenciaria por una máquina que tatúa los nombres de las personas de las que habrá de enamorarse el tatuado a la fuerza.

El sufijo ista alude al que incurre en una estética de manera consciente, y, a juicio de muchos críticos, no siempre de manera afortunada[1]. El sufijo ano connota inconsciencia en quien incurre en el adjetivo que es anado.

En Colombia los anos han escaseado en el campo literario. El más usado ha sido el adjudicado a Macondo; le han dicho macondiano a municipios miserables, a hechos registrados en las tapas de los diarios y a algunas atmósferas urdidas en relatos escritos con posterioridad o anterioridad a lo hecho por Gabriel García Márquez, considerándolas resonancias o premoniciones de la pretendida tradición iniciada por el ganador del Nobel literario. La capacidad que tiene el sufijo ano permite realizar operaciones que se dirigen al pasado; novelas anteriores como Respirando el verano de Héctor Rojas Erazo son leídas desde un lugar macondiano.

José Asunción Silva no ha tenido anos, o, al menos, no han sido tan enunciados. Es extraño escuchar la expresión “versos asuncionanos” o “poema silvano”. En cambio, han abundado los asuncistas que van desde conocidos biógrafos – como el propio Fernando Vallejo- hasta poetas que se adscriben a la presunta tradición iniciada por el poeta nacional cuyo rostro está impreso en los billetes de cinco mil pesos. Con Barba-Jacob no varía la situación: No hay jacobianos, aunque sí biógrafos – de nuevo, Fernando Vallejo- y glosadores jacobistas. Tampoco se ha descrito algún paisaje o ventisca del sur colombiano con el adjetivo de arturiano, aludiendo al poeta más conocido de esta región: Aurelio Arturo. O quizá sí hayan jacobianos, asuncionanos y arturianos, lo que no ha existido es la disposición a acuñarles ese nombre a los sujetos que parecen salir de los versos de estos poetas.

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Los novelistas también han carecido de anos: Germán Espinosa no cuenta con espinosnianos aunque para muchos espinosistas es el gran maestro de este género en Colombia, sobreponiendo su nombre al de Gabriel García Márquez. También ha sobrevenido una ola en la que los anos de Macondo han sido cosidos, vedados y defenestrados. Han surgido alusiones Borgistas como la de El olvido que seremos de Héctor Abad Faciolince, la cual generó polémica en Colombia pues un poeta y crítico llamado Harold Alvarado Tenorio desmintió que el poema que aparece como epígrafe y pretexto poético de la novela haya sido escrito por Jorge Luis Borges[2], como lo afirma el autor de la novela.

Si bien el macondismo ha decrecido, lo macondiano ha ingresado a formar parte de los adjetivos usados por todo colombiano (que también termina en ano).

La escritura es un conjunto más amplio que el de la literatura. Para que un texto sea considerado literario se requiere del aval de la crítica, ya sea académica o de los medios. Por eso mismo, ni siquiera se ha considerado lo urdido por Aquilino Velasco (o el inquilino del infinito, como fue bautizado en algún cafetín céntrico de Bogotá). Velasco, muerto en 2009, escribió varios libros, o reescribió sólo uno que ha tenido distintas versiones, creando un cerco que encierra algo impronunciable, ocasionando que las historias narradas, cuando se acaban de leer, se difuminan y el lector –en este caso yo- recuerda con desamparo las imágenes que emergen de allí. No es vano uno de los títulos que publicó y que él mismo fue vendiendo en distintas cafeterías bogotanas: Los espejismos de la oscuridad: La penumbra nos observa, somos sus visiones.

Ese libro no fue reeditado aunque la misma historia, con variantes y distintos “errores” tipográficos, aparece en La consagración a la soledad. Recuerdo que alguna vez un par de escritores en ciernes y literatos consumados, tomaron este libro, lo leyeron en voz alta, rieron y dijeron que carcajeaban por la mala calidad del texto, juzgándolo desde el campo literario.

El inquilino del infinito tendrá en poco tiempo una página web creada por presuntos aquilinistas que harán circular sus escritos. Uno de los miembros de dicho equipo de trabajo afirmó, con cierta pretensión de pugna literaria: “Si el ejercicio de corrección infinita de Aquilino puede ser considerado Borgeano, no menos se puede decir de los textos y la postura de Borges quien es Aquiliniano”. El sufijo ano emerge sin obedecer a una linealidad temporal. Borges puede terminar atrapado en un texto de Aquilino.

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La operación anal consiste en vencer la fatalidad infligida por el tiempo.

Sin se haya considerado en la literatura establecida sino en un registro más marginal gracias a sus más de cuarenta libros publicados, las novelas de Hernán Hoyos, con un alto contenido de escenas sexuales explícitas, circularon entre los más enconados amantes de las masturbaciones de los sesenta y setenta. En sus páginas fulguran episodios como el de la contratación de un hombre atractivo para que penetre a una mujer esposada con un impotente (Ron, Ginger y limón). Aún se pueden conseguir sus textos en librerías de viejo. A diferencia del inquilino del infinito, Hoyos ha sido atendido por otros círculos no necesariamente literarios o literarios de la marginalidad e, incluso, se ha hecho un documental sobre él del que puede verse un fragmento en youtube.

Julián Marsella es el más joven de esta triada y del que menos datos biográficos se tienen. Se sabe de sus escritos y de su caminar pausado y fileno trazado por su propia pluma. Siempre hay algún anciano apostado en cualquier panadería de Bogotá o de Medellín que asegura haberse cruzado con él, uno de esos viejos que suelen aparecer en sus escritos. Las descripciones de su cuerpo son vagas, incluso las consignadas en sus diarios (¿póstumos?): Un día es un gordo que no sale de la cama porque no se puede levantar a pesar del insomnio que lo azota, y, horas después, es un famélico amanerado que camina por las calles de su amado Agua de Dios, clamando amor, como ocurre en las digresiones que acumula en Sobre el relativismo masculino. Marsella estaría encantado de que le nacieran más anos, quisiera ver Marsellianos por todo lado.

El sufijo ano trasciende la esfera de lo literario, el ista se queda en ella. Fuera de la literatura, estos tres escritores se pueden juntar con aquél sujeto que, en uno de los volantes que se entregan en la carrera décima de Bogotá, anunció la existencia de un brujo que puede romper los hechizos budistas de amor.

________________________________________[1] Es el caso de la mención de Coelho en el prólogo de El Alquimista a Borges o las consabidas y vendidas obras epigonales del trabajo de García Márquez[2] Esta apreciación, fue confirmada por la propia María Kodama.

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¿Vuelve Bolaño?, es que no se ha ido

Es muy tarde para hablar de Roberto Bolaño. La madrugada tropical con luna llena de un noviembre que ya se aleja del calendario. Hoy la ciudad se lavó la cara con una descarga de agua traída y llevada de todos los cielos. Pero igual las noches son más frescas por esta época siempre cálida en la humedad de los tiempos y el frío que se hace sentir del Norte.

El poeta y narrador chileno, RB, se ha transformado en un habitué en las páginas de este Blog y pienso que no se siente incómodo. No existen pruebas que se haya ido o despedido quizás más exactamente. Desde su agonía en el hospital catalán, se multiplicó el cuerpo del delito: su literatura, la existencia real de su escritura. Su sombra abandonó el cuerpo físico y el Bolaño real asumió el escenario de su propio juego. Estamos en su tablero de ajedrez viendo como mueve las piezas que aún le quedan. Alfiles y reina parecieran ser sus favoritas, en medio de unos peones casi indefensos o a la espera de alguna jugada maestra para bloquear. El estado Bolaño, la atmósfera Bolaño, el tiempo Bolaño, y siento que Bolaño se presenta así mismo cada vez que revuelven sus cajones, escritorio y sabuesean su ordenador con olfato `de un tísico. Y Bolaño se revela, deja hablar su silente, parlante caja de Pandora. ¿Le faltó tiempo y ahora lo sabe? Me siento casi obligado a transmitir estas palabras. ¿Uno no solo debiera hablar por uno mismo?

¿Un autor más borgeano que los personajes borgeanos que copiaban el Otro Borges? Bolaño, presiento, no se resigna a no seguir seduciendo con los misterios de su palabra, aquella que aguantó bajo llave, que le acompañó como un silencioso paso de ballet hasta sus últimos días. Le faltó tiempo al adelantado de Santiago de Chile, con asiento en el DF y Blanes, escalas en Viña del Mar, Quilpué, Valparaíso, Cauquenes, Los Ángeles, Concepción, El Salvador, Castelldefels en las cercanías de Barcelona, vagabundeos por Europa y un viaje iniciático a Chile 25 años después.

La geografía es también la memoria, un tiempo vivido, observado, el espacio-lugar-entorno unido al pasado. Un escritor nunca abandona eso pozo sometido a ese tamiz, fina telaraña de acero que el tiempo no olvida, más bien recauda como un avaro inspector de impuestos o comerciante de sedas de Oriente.

Bolaño leía boca abajo como un pez y le sacaba la suerte a la realidad vivida. Cargó en su mochila todas las geografías visitadas, los lugares, las gentes, historia, sumó autores, vivió el insomnio fantástico de la palabra. Buscó la Utopía que cargamos en la caja de Pandora que la vida nos pone en la mano y frente a una realidad que suele superarnos por fantástica. El detective salvaje se subió a su unicornio y viajó dentro del poema. Nos dejó un saco de piedras en el camino de la literatura para buscar un nuevo camino, como el cuento de Hansel y Gretel, todo es posible a partir del hallazgo. Lo de Bolaño nunca fue un cuento de hadas ni de duendes, el escritor combatió con los restos de su inmensa nave poética en la Isla Bolaño. Como todo escritor que se aprecie vivió montado en la ola del naufragio. Cada día un nuevo diluvio y el Arca sobre las aguas naufragando, frente a un horizonte que siempre se aleja un paso más. Así es la realidad. Todo lo demás es ficción.

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La noche aquí crece desde un sótano, aunque las estrellas formen parte invariable de la bóveda de una superficie más elevada que crece a lo infinito, alumbrando aparentemente una historia de ciegos que buscan la aguja en el pajar de la palabra. Así se invoca la página en blanco o el silencio, ejercicio y aventura. Bolaño nos noveló fragmentos importantes de su accidentada y truncada vida. Al menos nos dijo que siempre fue feliz, algo imposible de no creer en un guerrero feroz. ¿La literatura hace feliz o es un infeliz ejercicio de la realidad?

Bolaño ha vuelto. Nunca hizo las maletas definitivas. Se anuncia para enero del 2011: -cuan lejos estamos del 2666- su más reciente libro: Los sinsabores del verdadero detective. Un título rocambolesco, anuncia la periodista de El País, Amelia Castilla. Me trae en el recuerdo la colección de Rocambole de mi padre en el ropero de su cuarto, que leía en los inviernos santiaguino. Dicen, los que seguramente han tenido algún acceso a la obra, que son las pistas, los primeros surcos, pasos que conducen a su mega novela 2666. ¿Son restos del primer naufragio que le llevó a puerto seguro finalmente? Bolaño era, por lo que hemos visto en estos últimos siete años y meses de su aparente partida, un auténtico corredor de fondo. Miraba solo para redoblar el paso. En algún momento se enteró que corría contra reloj. No para ganar, sino saber llegar.

Herralde, el sabueso de Los detectives salvajes y de este Bolaño que se niega a ser póstumo, anticipó que "La calidad de este nuevo libro es prodigiosa y sin lugar a dudas está a la altura de 2666". Este nuevo libro se lanzará en español, inglés, francés, italiano y alemán.

Amelia Castilla concluye su nota con un dato conocido y vislumbrado: Salvo Los detectives salvajes y 2666, sus libros en España no han pasado de los 15.000 ejemplares. Digamos que esto es avaricia de las editoriales, no de la lengua, rica en sus múltiples degustaciones. Afortunadamente las traducciones en chino, inglés, alemán, francés, le han roto el culo a esta cicatería localista tan nuestra, fronteriza, aldeana. Sin duda es mejor leer a Bolaño en su idioma en el DF, sentado en el parque Forestal de Santiago, en Blanes, en el desierto de Sonora o en una Isla del Caribe, como si nada fuera más importante que correr la aventura de los personajes y las palabras.

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