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revista de historia y ciencias sociales

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TIERRA FIRME. Caracas, Venezuela. (Segunda Época) Vol. XXVIII, N° 109, Julio-Septiembre, Año 2015

Simón Bolívar

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Fundada en 19831983 - 2015, Números 1-109

ISSN: 0798-2968Depósito Legal pp. 198302DF882

Revista trimestral arbitradaTIERRA FIRME

Av. El Cortijo (Entre Los Laureles y América), Quinta Vitalia Nº 79Los Rosales. Teléfonos: 693.50.01 - 693.50.92

Correo electrónico: revistatierrafi [email protected], 1041-A, Venezuela

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Comité Editor:Arístides Medina Rubio, Pedro Calzadilla Álvarez, Carlos Viso C., Germán Cardozo G., Federico Villalba F., José Ramírez Medina y Lionel Muñoz Paz.

Director:Arístides Medina Rubio

Asistente a la Dirección:Alexander Torres

Concejo de Redacción:Fabricio Vivas R.,Pedro Calzadilla P., Géniver Cabrera, Mike Aguiar, Roger Blanco Fombona, Manuel Almeida y José Olivar.

Corrección:Nancy Piñango Sequera

Diagramación:Daisy Portillo Jaimes

TIERRA FIRME Nº 109 Revista de historia y ciencias sociales

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Los trabajos publicados en Tierra Firme, aparecen reseñados en: Social and Human Sciencies Documentation, Unesco, París; Clase, Departamento de Biblioteca Latinoamericana, México;

Word List of Ciencies Socials, Unesco, Francia; Sociological Abstracts, Universidad de California

(UCLA), Estados Unidos y Revista Interamericana de Bibliografía,

Organización de Estados Americanos (O. E. A.), Washington, Estados Unidos.

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TIERRA FIRME. Caracas, Venezuela. (Segunda Época) Vol. XXVIII, N° 109, Julio-Septiembre, Año 2015

SUMARIO

Presentación 7

Libres y horros de toda servidumbre: Ordenamiento jurídico para normar la libertad de las y los esclavizados africanos y sus descendientes durante el período de dominación colonialKarin Paola Pestano 9

Los incentivos de la patria: la política de haberes militares en el Departamento de Venezuela (1819-1830)Neller Ramón Ochoa Hernández 27

Las perlas en Nueva Esparta en el siglo XIXGrecia Salazar Bravo 45

El concepto de “pueblo” en Juan Vicente González, Cecilio Acosta y Fermín ToroAndrés Eloy Burgos 55

El faro cubano y la insurrección política del Movimiento de Izquierda Revolucionaria en 1960Carlos Alfredo Marín Medina 77

Reseñas: Ibarra, Jaime (2009). El Torreón de alambique. Historia del auge y decadencia de la agroindustria de la caña de azúzar en Montalbá (1938-1960). José Alberto Olivar 95

Polanco Alcántara, Tomás (2009). Perspectiva histórica de Venezuela.Andreína Da Silva Caires 97

Samudio A., Edda O., (2011). Pasado y presente de un Templo del Saber. Emad Aboaasi El Nimer 99

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PRESENTACIÓN

sus nuevas líneas de investigación y el nuevo expíritu de lo que está ocurriendo en el mundo, para así garantizar una nueva y más prolongada existencia paraTierra Firme. Consecuentes con nuestra invitación a integrarse y formar parte de la gran familia nacional que somos los tierrafi rmeros, en éste nuestro número inicial de la Segunda época, el 109, hemos incluido cinco densos y documentados ensayos de otros tantos autores jóvenes, licenciados en historia en años recientes y todos ya experimentados investigadores, con quienes compartimos en la Escuela de Historia de la Universidad Central de Venezuela y en el Centro Nacional de Historia. Karin Pestano estudia el marco jurídico que regula la posibilidad de libertad para los esclavos y sus descendientes. Analiza el Código de las Siete Partidas de Alfonso El Sabio, la Recopilación de las Leyes de Indias, el Sínodo Diocesano de Caracas, algunas leyes, ordenanzas y preceptos sobre la materia y los llamados Códigos Negros.

Neller Ramón Ochoa estudia algunos detalles de la compleja red que se formó en la lucha por el poder en los tiempos de la Independencia. Así, las deudas del ejército con sus servidores y los haberes militares sirvieron para catalizar las crecientes tensiones sociales en la postindependencia.

Después de superar -por ahora- no pocas difi cultades, reaparece Tierra Firme, ahora en su Segunda Época, pues años de irregular presencia nos obligan a reiniciar el camino con fuerzas renovadas.

El espíritu corporativo y generoso de todos quienes se agrupan en Tierra Firme. permitió una presencia sostenida entre la comunidad de investigadores y profesores de las ciencias sociales y humanas el año 2008. Diferentes circunstancias confl uyeron para que, a partir de aquel año, Tierra Firme apareciera ocasionalmente, y la ausencia se fue haciendo cada vez más intensa, hasta casi desaparecer de la discusión académica en que venía propiciando desde los años ochenta. En esos años corridos, desde el 2009 en adelante, la discusión académica continuó, se amplió y hasta se fortaleció, pero no apareció una publicación que sustituyera a Tierra Firme, en su carácter de revista de investigación que vinculara a sus ofi ciantes en todo el país. Por eso no iniciamos ahora una nueva aventura, sino que retomamos el camino de Tierra Firme y comenzamos el 2015 con nuestra Segunda Etapa. Ojalá los numerosos jóvenes investigadores y profesores de nuestas disciplinas acepten este llamado y colmen con sus nuevas energías,

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Las perlas en Margarita, Coche y Cubagua, actual Estado Nueva Esparta, aborda aspectos de la vida cotidiana en aquella región durante el siglo XIX. Andrés Eloy Burgos, estudia el polisémico término pueblo, como una especie de comodín que utilizan quienes se valen del discurso político en cualquier parte del mundo. Burgos estudia el contenido del concepto en tres de los grandes pensadores venezolanos del siglo XIX: Juan Vicente González, Cecilio Acosta y Fermín Toro.

Los años sesenta del pasado siglo XX fueron el gran escenario de la lucha política revolucionaria por una democracia verdadera. Carlos Alfredo Marín estudia la infl uencia político-ideológica que tuvo la revolución cubana en el nacimiento y ulterior desarrollo del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR).

Tres breves reseñas escritas por nuestros colegas José Olivar, Andreína Da Silva y Emid Aboaasi, complementan el contenido de nuestro número 109.

¡En horabuena para todos!

Arístides Medina Rubio

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“Libres y horros de toda servidumbre: Ordenamiento jurídico para normar la libertad de las y los esclavizados africanos y sus descendientes durante el período de dominación colonial

KARIN PAOLA PESTANOUNIVERSIDAD CENTRAL DE VENEZUELA

Tierra Firme (Segunda Época). Caracas - VenezuelaN° 109, Año 28 - Vol. XXVIII, pp. 9-25, 2015

RESUMEN: La obtención de libertad jurídica fue una de las formas de resistencia pacífi ca que emprendieron muchos esclavizados para oponerse al sistema de esclavitud y rebelarse ante sus embates, aún cuando no todos podían acceder a este derecho consagrado en las leyes. El estudio del marco jurídico sobre la obtención de libertad rompe con la visión colonialista de la historia en la que las y los africanos y sus descendientes son vistos sólo como mano de obra, y no como sujetos sociales transformadores de la dinámica de relaciones de su sociedad y de su tiempo histórico. En este sentido, se analizan: el Código de las Siete Partidas del Rey Alfonso el sabio, el cual sentó las bases del sistema de esclavitud tanto en Europa como en América durante el período colonial y hasta adentrado el siglo XIX, cuando se abolió por completo la esclavitud; la Recopilación de Leyes de Indias; el Sínodo Diocesano de Caracas; y algunas leyes, ordenanzas y preceptos en torno a esta materia emitidos desde las mismas colonias hispanoamericanas; y los llamados Códigos Negros, efímeros -porque, a pesar de esta realidad, en los territorios americanos dominados por españoles, nunca se promulgó un Código de leyes que sistematizara la esclavitud y se aplicara efectivamente en todos los espacios colonizados-. De esta manera se aclaran dudas surgidas por el desorden jurídico producto de la dinámica de improvisación y a la vorágine propia de la construcción de una sociedad nueva, en la que los problemas que emergían de la dinámica social, se resolvían con regulaciones locales y particulares, que nunca fueron centralizadas ni compiladas. PALABRAS CLAVE: Libertad jurídica, sistema de esclavitud, esclavizado africano, Código Negro, dinámica social.

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E n los procesos históricos una sociedad también se conoce por sus leyes. Este texto pretende

explicar de forma sucinta cómo la obtención de libertad jurídica fue una de las formas de resistencia pacífi ca que emprendieron muchos esclavizados para oponerse al sistema de esclavitud y rebelarse ante sus embates -aún cuando no todos los esclavizados tenían acceso a ella por las condiciones con las que había que cumplir para conseguirla-, para irrumpir contra esa visión retrógrada de la historia en la que las y los africanos sus descendientes esclavizados son vistos sólo como mano de obra, y no como sujetos sociales transformadores de la dinámica de relaciones de su sociedad y de su tiempo histórico.

Antes de la invasión europea en América, en el viejo continente existían esclavizados de guerras provenientes de diversos lugares. Sin embargo, con la conquista y colonización europea tanto en América como en África, se produjo la división social del trabajo en virtud de la condición étnica, con la que los europeos y sus descendiente se convirtieron en el grupo dominante y los indígenas y africanos y su descendencia en los dominados. (Aunque en América también hubo esclavizados blancos pero es tema de otra discusión). A pesar de esta realidad, en los territorios americanos dominados por españoles nunca se promulgó un Código de leyes que sistematizara la esclavitud y se aplicara efectivamente en todos los espacios colonizados.

ORDENAMIENTO JURÍDICO PARA NORMAR LA LIBERTAD DE LAS Y LOS ESCLAVIZADOS DURANTE EL PERÍODO COLONIAL

Al inicio de la colonización europea sobre América no se promulgó ley alguna, disposición o código de leyes que sólo defi niera exactamente el sistema de esclavitud y los benefi cios o restricciones jurídicos de los esclavizados que fueron importados de África. No obstante, los estatutos decretados en esta materia se hallan dispersos e insertos dentro de leyes generales, recopilaciones, cédula reales, ordenanzas de locales, etc.; y las leyes que se aplicaron para mantenerlos controlados fueron prácticamente las mismas desde los inicios de la época colonial, hasta adentrado el siglo XIX, cuando se abolió la esclavitud, Miguel Acosta Saignes explica que “La mayor parte de las órdenes dictadas a mediados del siglo XVI, se conservaron siempre” (Acosta Saignes, 1978: 214). Por su carácter inconsistente, estas leyes están llenas de vacíos y de complejidades que se agudizaron mientras se iban defi niendo las particularidades locales de la esclavitud en cada colonia “la legislación general va adecuándose a las circunstancias propias de la provincia y, en muchos casos, se modifi ca para resolver situaciones propias del lugar determinado” (Ponce, 1994: 30).

Los esclavizados ciertamente formaban parte de la sociedad en la práctica, y en su dinámica de relaciones, hallándose en el estrato más bajo tenían limitaciones jurídicas que pretendían separarlos del resto de los grupos, por el carácter de ignominioso

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...Este texto pretende explicar, de forma sucinta,

cómo la obtención de libertad jurídica fue una de las formas de

resistencia pacífi ca que emprendieron muchos

esclavizados para oponerse al sistema de esclavitud y rebelarse

ante sus embates.

que socialmente se les adjudicaba por su condición de sujeción.

Las disposiciones de la legislación que fue hecha en España para ser aplicada en la naciente sociedad americana, que tendría sus propias formas de rela-ciones, no les funcionarían por completo a esta nueva sociedad, aunque, en cier-ta medida, se mantuvieron los preceptos de ese primer ordenamiento jurídico. La legislación indiana tuvo que llenar sus vacíos con reales cédulas promulgadas fue-ra de los grandes códigos legislativos, disposiciones transitorias y particulares dictadas tanto por las auto-ridades reales en España, como por las autoridades es-pañolas y criollas facultadas para tal acción en América. En defi nitiva, la legislación tuvo que ajustarse paulatinamente al desarrollo social de las colonias devenir del tiempo.

EVOLUCIÓN DEL MARCO JURÍDICO PARA LA OBTENCIÓN DE LIBERTAD DE ESCLAVIZADOS

Las Siete Partidas del Rey Don Alfonso (1282)

El Código de las Siete Partidas fue un cuerpo normativo elaborado en Castilla, durante el reinado de Alfonso X (1282-1284), su objetivo era lograr homogeneidad jurídica

en el Reino. Esta obra es considerada como el legado más importante de España al derecho de su reino, incluyendo sus colonias, ya que fue el cuerpo jurídico de más amplia y larga vigencia en Iberoamérica, pues sus leyes se

aplicaron hasta el siglo XIX. En este se incluyen temas de carácter fi losófi co, moral y teológico, con tendencias greco-latinas.

Para referirse a la Siete Partidas Carmen To-rres Pantín expresó que: …“Aunque parezca una pa-radoja, para estudiar el siste-ma jurídico de la esclavitud negra en Venezuela tanto en la Colonia como en la Repú-blica, hay que remontarse a la época medieval, mucho antes de que los europeos pisaran estas tierras” (To-

rres Pantín, 1997: 16); pues este documento ofi cial se basó en el Derecho Romano, y sus leyes fueron las primeras aplicadas a la socie-dad de las colonias, en consecuencia, muchos de sus preceptos no se aplicaron a la realidad social del Nuevo Mundo, a pesar de su larga vigencia. Entre muchos otros factores socia-les, trata el tema de la esclavitud y defi ne ser-vidumbre como:

La más vil et la mas despreciada cosa que entre los homes puede ser; porque el home, que es la más noble et libre criatura entre todas las otras criaturas que Dios fi so, se torna por ella en poder de otri, De guisa que puedan facer dél lo que quisieren como de otro su haber vivo o muerto: et tan despreciada cosa es esta servidumbre que en ella cae non facer de lo

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suyo lo que quisiere, mas aun de su persona mesma non es poderoso sinon quantol manda su señor… (Código de las Siete Partidas, 1851, pp. 4, T. 5, L. 7)1.Los preceptos más importantes sobre

los que se desarrolló la esclavitud en Hispa-noamérica fueron establecidos en las Siete Partidas, y repetidos en distintas leyes y nor-mativas sobre esclavitud promulgadas poste-riormente. Tales fueron: el condicionamiento de la prolongación de la esclavitud a través de las generaciones, “Nacidos seyendo algunos padres libres et de madre sierva, estos atales son siervos porque siguen la condición de la madre quanto a servidumbre ó a franqueza” (Ibídem., P. 4, T. 21, L. 2), con lo que se elimi-naba la libertad de aquellos hijos de madres esclavizadas antes de su nacimiento; y la or-den de que los esclavizados debían ser leales a sus amos, hasta “morir por ellos” (Ibídem. P. 4, T. 21, L. 5), mientras que los amos se les dio el poder “sobre su siervo para facer dél lo que quisiere” (Ibídem. P. 4, T. 22), con lo que se le daba pleno poder de decisión a los propietarios sobre sus esclavizados.

Nótese que en este texto nos referimos a las personas que fueron importadas desde África (por diferentes razones: secuestro o venta generalmente), y a sus descendientes como esclavizados o esclavizadas y no como esclavos o esclavas (así llamados tradicio-nalmente), porque consideramos que la es-clavitud es una condición jurídica y social, y no genética, como se hizo creer socialmente durante el período de dominación colonial, cuando se partía de la premisa de que “vientre esclavo engendra esclavo”, ya que tanto las madres como los hijos, y cualquier persona

sometida a esta condición lo fue por dictáme-nes de leyes creadas por los poderes de las co-ronas y no por los designios de la naturaleza.

Sin embargo, este código reconoció que la esclavitud atentaba contra las condiciones naturales de los hombres, y que a su vez éstas se veían violentadas por los intereses de otros hombres. Por esta razón reconoce el acceso jurídico a la libertad como única manera de salir de tan “vil” condición, y por ello se ordenaron preceptos sobre las maneras de acceder a ésta:

Aman et cobdician naturalmente todas la criaturas del mundo la libertad, cuanto mas los homes que han entendimiento sobre todas las otras, et mayormientre aquellos que son de noble corazon […] Queremos aquí decir de la libertad, et mostrar que cosa es, et quien la puede dar, et a quien y et en qué manera: et qué derecho ha el señor en la persona et los bienes del que era sus siervo después que los han fecho libre: et por qué razones puede perder este derecho (Idem.).La primera forma de acceder a la libertad

jurídica se estableció en la Siete Partidas por razones de fe, pues se ordenó “que hobiere siervo que non fuese de nuestra ley, si aquel siervo se tornase cristiano, que se face por ende libre”… (Ibídem. P. 4, T. 21, L. 8). Se referían a los moros (como se le llamaba a los musulmanes en Europa occidental) y a los judíos que estuviesen esclavizados por cristianos. Después de la invasión europea en América, en las colonias hispánicas se aplicó esta ley para con los esclavizados que provenían de colonias inglesas y francesas, y se convertían en católicos en las colonias españolas y portuguesas.

Por otra parte, a los amos o propietarios se les concedió el derecho de otorgar

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voluntariamente libertad a sus esclavizados, la única condición que se les imponía era la de seguir lo dispuesto en la ley sobre este asunto: “Et puede dar esta libertad el señor a su siervo en iglesia ó fuera della, et delante del juez, ó á otra parte, o en testamento, ó sin testamento ó por carta. Pero esto debe facer por sí mesmo et non por otro personero (Ibídem, P. 4, T. 22, L. 1).

En esta misma ley se establecen todas las maneras a través de las cuales un propietario podía otorgarle libertad a su esclavizado y las normativas para hacerlo, como por ejemplo, que si se iba a dar la libertad a través de una carta, debía hacerse delante de cinco testigos y después de haber cumplido 20 años de edad, o que podía “ahorrar” o libertar a sus esclavizados mediante testamento después de tener 14 años de edad.

El término ahorrar, es sinónimo de liberar, proviene de la palabra horro, que signifi ca libre, desembarazado, carente de algo, y se utilizaba en la época colonial para caracterizar a los esclavizados que conseguían su libertad jurídica. “Horro: Se aplica al que habiendo sido esclavo ha conseguido su libertad” (Escriche, 1851: 1185).

También se daba licencia para librar de esclavitud a personas con las que se tuviera algún parentesco sanguíneo o afectivo, por ejemplo, se podía dar libertad a una esclavizada con la que algún propietario quisiera casarse, a los hijos que se tuvieran con esclavizadas; al igual que a esclavizados que hayan emprendido alguna buena acción por su(s) amo(s) y merecieran una recompensa, aunque, esta modalidad tenía

algunas condiciones y podía ofrecerse a los esclavizados que delataran violaciones de mujeres vírgenes, falsifi cación de monedas o traiciones al sistema monárquico, ante las autoridades (Ibídem, P. 4, T. 22, L. 3).

La libertad jurídica también podía ser otorgada a los esclavizados en contra de la voluntad de sus amos o para castigar a éste. Ésta se daba, por ejemplo, cuando un amo exponía a alguna de sus esclavizadas a la prostitución para ganar dinero con ello, se le otorgaba la libertad a la mujer (Ibídem, P. 4, T. 22, L. 4). Los esclavizados también podían hacerse libres al casarse con una persona libre:

Casándose siervo de alguno con mujer libre, sabiendo su señor et non lo contradeciendo, faciese el siervo libre por ende: eso mesmo decimos que serie si casase la mujer sierva con home libre: et aun decimos que si el señor se casase con su sierva que se harie la sierva libre por ende (Ibídem, P. 4, T. 22, L. 5).Esta disposición cambió posteriormente

en territorios americanos, y fue anulada porque atentaba en contra de los intereses religiosos, ya que el matrimonio se convirtió en una excusa para hacerse libres jurídicamente, y afectaba la economía de los propietarios. Durante la primera mitad del siglo XVI, para derogar este precepto, en la Recopilación de Leyes de India se dispuso:

Procúrese en lo posible, que habiendo de casarse, sea el matrimonio con negras. Y declaramos, que estos, y los demás, que fueren esclavos, no quedan libres por haberse casado, aunque intervenga para esto la voluntad de sus amos (Recopilación…, 1774, Lib. 7, T. 5, L. 5.).El Código de las Siete Partidas asienta

que los ahorrados o libres debían honrar a la persona que los haya librado (Código de

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las Siete Partidas, Ob. Cit., P. 4, T. 22, L. 8), en este sentido, los libertos debían seguir supeditados a sus antiguos propietarios aún después de haber conseguido su libertad jurídica, de este modo se alimenta el omnímodo poder que tenían los amos y se mantiene su preponderante condición jerárquica en el sistema de esclavitud.

También existía la posibilidad de que un liberto pudiese tornar a esclavitud, sí deshonraba a su antiguo propietario y a su familia, …“si los acusase, a si los enfamase, a si hiciese amistad con los enemigos dellos en su destorbo, non les quisiese dar que comiesen o vistiesen” (Ibídem. P. 4, T. 22, L. 9). Si el amo demostraba esto en un juicio y lo ganaba, podía tornar a su ex esclavizado a la servidumbre. Aunque, de primera mano se estableció que una vez que se otorgaba la libertad a un esclavizado, no había vuelta a atrás sin motivo valedero alguno.

RECOPILACIÓN DE LEYES DE INDIAS (1680)

La Recopilación de Leyes de Indias fue un compendio de la legislación promulgada por los monarcas españoles para regular la dinámica de sus colonias en América y las Filipinas. Fue sancionada por el Rey Carlos II (1665-1700) mediante una pragmática fi rmada en Madrid de 18 de mayo de 1680. Es un sumario de las distintas normativas vigentes en los llamados Reinos de Indias para esa época, y su texto resume los principios políticos, religiosos, sociales y económicos que inspiraron la gestión gubernamental de la monarquía española.

Dentro de este conjunto de leyes se incluye un apartado dedicado a la esclavitud, cuyas cláusulas se ajustan un poco más a la realidad existente en América que las de las Partidas, por ende, existen mandatos para obtención o negación de libertad para los esclavizados. Lo primero que expone la Recopilación en esta materia es la prohibición de acceso a la libertad jurídica a través del matrimonio con personas libres –como explicamos antes-.

Otra de las formas de acceder a la libertad jurídica expresada en la Recopilación es la de otorgar licencia para la compra o justiprecio que podían hacer los padres españoles o blancos criollos de los hijos e hijas que hayan tenido con esclavizadas, para hacerlos libres (Recopilación, Ob. Cit., Lib. 7, T. 5, L. 6), según una cédula dada en 1563. El justiprecio era el valor que se le otorgaba al esclavizado o esclavizada según su sexo, edad y condición física, era “el justo valor de una cosa, o la estimación hecha por peritos nombrados por las partes o de ofi cio por el juez en caso de contestación o disputa sobre el verdadero precio” (Escriche, Ob. Cit.: 1133).

Sin embargo, no especifi ca en ninguna otra ley o cláusula sobre libertad jurídica para esclavizados, a pesar de dar toda una serie de instrucciones para tratar a los africanos y sus descendientes libres o esclavizados, por lo que es presumible que se diera por sentado el otorgamiento de libertad promulgado en el Código de las Siete Partidas.

Los dictámenes en materia de obtención de libertad jurídica dados en la Recopilación

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se simplifi can en una orden dada en 1540 a las Reales Audiencias de que “oigan, y provean justicia a los que proclamaren a libertad” (Recopilación, Ob. Cit., Lib. 7, T. 5, L. 8), pidiendo además que no se maltratase a ningún esclavizado o esclavizada, por utilizar este amparo legal que se les brindaba.

REALES CÉDULAS

La Legislación Indiana se halla dispersa en varios archivos, tanto en América como en España, pues sobre esta temática se puede encontrar información en los registros nacionales, municipales y particulares, de modo que se hace difícil su recopilación y estudio2. Este desorden jurídico se produjo debido a la dinámica de improvisación y a la vorágine propia de la construcción de una sociedad nueva, producto del proceso de invasión, conquista y colonización, en el que los problemas que emergían de la dinámica social, se resolvían concretamente con regulaciones locales y particulares, que nunca fueron centralizadas ni compiladas.

Sin embargo, Richard Konetzke hizo una gran recopilación documental, basando su búsqueda en aquellos legajos que permitieran construir su obra titulada Colección de documentos para la historia de la formación social de Hispanoamérica (1493-1810), la cual sirve para reconstruir la historia de la formación social en los territorios americanos colonizados por españoles. De alguna manera, podemos decir que esta compilación contiene las leyes que verdaderamente se ajustaban a la realidad de las colonias hispanoamericanas. En esta obra Konetzke explica que:

…La metrópoli otorgó a las autoridades coloniales facultad de reformar las leyes y aun de suspender su ejecución, y les concedió una cierta legislación autónoma. Los mandamientos de los Virreyes y Gobernadores, los acuerdos de las Audiencias y los bandos de los Cabildos seculares, constituyen una importante legislación supletoria que hay que tener en cuenta para estudiar el estatuto jurídico de la vida social en Hispanoamérica (Konetzke, 1953: IX).En cuanto a la libertad de los

esclavizados, no es mucho lo que se pude extraer de las cédulas promulgadas fuera de los códigos legislativos generales. En esta materia, ni la monarquía de los Habsburgo, ni el Reformismo Borbónico con su política de despotismo ilustrado, introdujeron novedad alguna. Por el contrario, durante todo el período de dominación colonial y luego de las independencias de las colonias, se mantuvieron vigentes los primigenios preceptos del Código de las Siete Partidas, así como los introducidos posteriormente por la Recopilación de Leyes de Indias, prácticamente hasta que se abolió por completo la esclavitud en todos los territorios que conformaron las colonias hispánicas.

La constante oposición que tenía la corona en cuanto a la concesión de libertad jurídica de los esclavizados, se ve refl ejada en el hecho de no tener el control absoluto sobre las posiciones sociales que éstos pudieran alcanzar al ser libres, lo que en proporciones numéricas se refi ere al hecho de que los blancos propietarios eran mucho menos que el resto de los grupos sociales, y su estrato se veía amenazado si había la mínima posibilidad de movilidad social de los sectores subalternos a ellos. Para ellos,

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esto signifi caba un problema social ya que, según la concepción de la Corona acerca de su sistema social, los libertos formarían parte del grupo de haraganes, sin productividad alguna.

Por otra parte, les ocasionaría incon-venientes económicos, porque de ese modo los esclavizados podrían vender su fuerza de trabajo donde quisieren y no específi camente en las plantaciones, haciendas, hatos, hogares de propietarios, o lugares específi cos donde se requiera de su trabajo. En consecuencia, es posible afi rmar que, contrario a lo que se cree, nos esclavizados no eran poco inteligentes ni pasivos, pues hacían lo posible por disminuir los embates de sistema al que estaban someti-dos y supeditados.

SÍNODO DIOCESANO DE CARACAS (1687) El Sínodo Diocesano de Caracas fue una

normativa religiosa dada para la Provincia de Venezuela o Caracas. Fue redactado en 1687, aprobado en 1698 y reeditado en 1761. Sin embargo, sus preceptos tuvieron vigencia hasta 1904, cuando fue promulgada la legislación eclesiástica, y se extendió al territorio que luego se convirtió en República de Venezuela.

A pesar de que sus dictámenes eran pro-pios de la doctrina católica, -pues era la nor-mativa impuesta por la institución eclesiásti-ca-, tomó en cuenta todo lo relacionado a la sociedad y sus componentes, por lo tanto se pronunció en cuanto al sistema de esclavitud durante la época de donación colonial:

…La Iglesia venezolana se destacó en comparación con los otros sínodos

americanos, al sostener una postura de mayor hondura moral. La presión de los intereses esclavistas sobre la Iglesia venezolana tenía que ser menor que en otras partes del mundo hispano. El sínodo no va a cuestionar la injusticia misma de la esclavitud, pero asentará principios morales que revelan un cristianismo que no se resigna ante la esclavitud existente y por eso arbitra una sutil distinción para salvaguardar el principio evangélico de la igualdad y libertad de todo ser humano, aunque termine legitimando la realidad esclavista (González, 1998).El Sínodo Diocesano instó a la mode-

ración en los trabajos para los esclavizados, así como la satisfacción de sus necesidades primordiales y básicas (alimento, techo y vestido), conminaba a los propietarios a te-ner piedad cristiana en los castigos y en las actividades en las que los ocupaban; con la promesa de graves sanciones, exigió que no se les coartase su libertad matrimonial y se les garantizara el goce del derecho a cultivar algún trozo de tierra en su propio benefi cio, que se les asegurase el tiempo de descanso para sus deberes religiosos, que se les cum-pliera con las promesas o tratos acordados, en cuanto a la libertad jurídica expresó que:

Cuando contrataren los señores con sus esclavos en orden a su libertad o en otro género de contrato, tienen obligación de justicia de cumplirles lo que han contratado: pues por el mismo caso de contratar con ellos los hacen hábiles y los tales esclavos lo son, para que de su peculio y trabajo ejercitan, con permiso de sus amos y sin faltarles a sus tareas, satisfagan lo que han quedado; sobre que les encargamos las consciencias (Constituciones Sinodales, 1848. Lib. 2, T. 19, L. 366).Finalmente, el Sínodo Diocesano esta-

bleció que se les otorgase la libertad cuando pudieran justipreciarla o pagar el precio por

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ella, más no así cuando fuesen de edad avan-zada:

Porque de ordinario sucede, que habiéndose servido los dueños de los esclavos de ellos todo el tiempo de su vida, a la vejez o enfermedad larga, en que más necesita del abrigo y amparo de sus amos, éstos los despiden, diciendo que les dan libertad por otros modos los despiden de sus casas: exhortamos en el Señor a los dichos amos y dueños de esclavos no cometan semejante crueldad contra el derecho natural y piedad cristiana, pues es de justicia que se les asista en la última parte de la vida, a los que la han gastado en servicio de sus amos y dueños (Ibídem).De esa manera, la Iglesia en la provincia

de Venezuela intentaba menguar el absoluto poder que ejercían los amos sobre sus siervos, aunque paradójicamente la iglesia también era propietaria de esclavizados.

EDUCAR Y NORMAR: LOS EFÍMEROS CÓDIGOS NEGROS Y LA INSTRUCCIÓN DE 1789.

Los efímeros Códigos Negros

Pese a la existencia de las normativas antes mencionadas, la elaboración de códigos y reglamentos para controlar sólo el sistema de esclavitud se dio en las colonias hispánicas después de pasados dos siglos y medio de la colonización, ya que fue a partir de la segunda mitad del siglo XVIII cuando los legisladores españoles se preocuparon por regularla efectivamente. Los encargados de las promulgaciones fueron los reformistas borbónicos durante el reinado de Carlos III.

Estas disposiciones tenían un trasfondo económico y fueron elaboradas en un intento de aumentar la trata africana, ya que vieron en

tal acción el éxito económico obtenido por las coronas inglesa y francesa, las cuales desde antiguo contaban con un sistema jurídico de represión y control de esclavizados para sus colonias. También observaron que las disposiciones legislativas previas, en materia de esclavitud, no habían logrado controlar el sistema esclavista hispanoamericano, y que este hecho habría incidido en los problemas económicos por los que atravesaba el erario real español, el cual estaba sumido en una gran escasez económica.

En este sentido, la corona española en-cargó la elaboración de un Código Negro previendo una adquisición masiva de esclavi-zados, lo que fue propiciado por una serie de hechos que así lo confi rmaban, entre ellos, se encuentran las mercedes otorgadas a la Com-pañía de Guinea; la incautación de bienes, incluyendo los esclavizados que pertenecían a los jesuitas cuando fueron expulsados de la colonias hispánicas en 1767 –lo que convir-tió al Rey en el mayor esclavista de todas las colonias-; la adquisición de islas en el Golfo de Guinea, por el Tratado del Pardo, cuando Portugal se las cedió a España producto del establecimiento de límites de 1777.

Además, en 1778 se promulgó el Reglamento de Libre Comercio, lo que estimularía la trata; la promulgación de una rebaja de derechos para la entrada de esclavizados a las colonias hispánicas en 1784 y; fi nalmente, la libertad de trata decretada el 28 de febrero de 1789, por dos años para Santo Domingo, Puerto Rico, Cuba y Caracas, la cual se extendió a dos años más en 1791, y ahora incluía a los virreinatos

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de Nueva Granada y de Buenos Aires, para luego prorrogarse por algunos años más, hasta 1804.

Así, surgieron los efímeros Códigos Ne-gros, el primero de ellos se creó en 1768, tam-bién conocido con el nombre de Ordenanzas dirigidas a establecer las más proporcionales providencias así para ocurrir a la deserción de los negros esclavos, como para la sujeción y asistencia de éstos (Lucena Salmoral, 1996: 29), la cuales nunca fueron aprobadas, prácti-camente fue una legislación nonata.

Al año siguiente se promulgó lo que debe llamarse históricamente el “segundo Código Negro” español, conocido como Có-digo Negro o Decreto del Rey en forma de Reglamento para el Gobierno y Administra-ción de Justicia Policía, Disciplina y Comer-cio de los esclavos negros en la Provincia y la Colonia de la Louisianne (Ibídem.: 49). No fue más que el reconocimiento legal de la implementación del Código Negro Francés de 1685, el cual se venía aplicando en esta co-lonia desde 1724, y permaneció en vigencia hasta la devolución de su territorio a Francia, en 1801, cuando volvió a adoptar el original Código Negro francés.

El siguiente Código Negro creado para las colonias hispanas fue el llamado Carolino o Código de legislación para el gobierno mo-ral, político y económico de los negros de la isla Española, (en la obra de Koneztke (1953) aparece titulado: Extracto del Código Negro Carolino, formado por la Audiencia de Santo Domingo, conforme a lo prevenido en Real Orden del 23 de septiembre de 1783 para el Gobierno Moral, Político y Económico de los

negros de aquella Isla). Fue creado en 1784, tras la euforia ocasionada en 1783 por la ad-quisición de las islas Annabón y Fernando Poo, en el Golfo de Guinea de donde se im-portarían nativos que serían esclavizados y se destinarían directamente a Santo Domingo, y otras colonias hispánicas. Estas decisiones fueron originadas de la necesidad económi-ca que había en La Española (hoy República Dominicana y Haití), por la poca cantidad de esclavizados que existía y, como consecuen-cia, la baja producción agrícola (Lucena Sal-moral, Ob. Cit.: 65).

Entre otras cosas, el capítulo 19 de este reglamento estaba dedicado a la libertad de los esclavizados (Konetzke, Ob. Cit.: 565), en él se introducían algunos cambios que reforzarían el sistema esclavista a favor de los propietarios. Nunca antes en ninguna real orden se había tomado alguna determinación general en virtud de la libertad de los esclavizados desde la promulgación de las Siete Partidas, pues generalmente este era un tema evitado en la legislación.

Se mantuvo el otorgamiento de liberad jurídica por acciones heroicas y por fi delidad a los propietarios, así como la libertad que se le otorgaba a los esclavizados de colonias extranjeras, la libertad por testamento en caso de ser el único heredero de su amo, la prohibición del matrimonio entre blancos y esclavizadas, y si sucedía el hecho, que ésta no obtuviera libertad por ello, pero con la novedad de que sus hijos serían libres:

Queda siendo la libertad la mayor recompen-sa para los esclavos, serán pocas las accio-nes dignas de ella, y así dispone la […] ley 1, que serán justas causa para concederla las

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siguientes: Descubrimiento de conjuración asechanza a la vida de su amo, la de un sitio en que estén levantados porción de esclavos; la de una sublevación o fuga general preme-ditada, el haber salvado en igual situación la vida de un blanco; el que en incendio de un edifi cio público o habitación de campo redima la comunicación a la población o ha-cienda de su amo o de otro propietario; el que haya alimentado por largo tiempo a su señor o hijos; la maternidad de seis hijos vivos, que lleguen a la edad de siete años; treinta años de servicio con fi delidad; el que viniendo de las colonias extranjeras prófugo o arrojado al naufragio, abjure los errores del gentilismo y comunicación en que haya sido instruido sin perjuicio de lo estipulado con la colonia vecina; el instituido por heredero o legatario universal de su señor o ejecutor testamenta-rio, tutor curador de sus hijos y otros moti-vos iguales, que se dejan a la dirección de la sabia mano que conduzca la Isla Española, satisfaciéndose al dueño el valor del esclavo de la caja pública en los casos que su libertad no provenga de la voluntad de su amo con in-terés propio (Ibídem: 565).Se propuso que fuese posible darles la

libertad a esclavizadas que tuvieran más de seis hijos que hayan sobrevivido a los siete años de edad y a los esclavizados que llegaren a los 30 años de servicios con fi delidad a un mismo propietario. Se prohibió a los amos la facultad ilimitada de otorgar libertad a sus esclavos a fi n de evitar robos de dinero, por ello los esclavizados que pretendieran comprar su libertad tendrían que demostrar que el peculio obtenido para este fi n lo habían conseguido lícitamente y con buena conducta, también se hacía necesaria la intervención del Gobierno y autoridades legales para hacer posible tal otorgamiento.

Se establecía que los que pretendían dar libertad a un hijo suyo con alguna esclavizada

debían pagar la cantidad en la que se valuaba al erario público. El propietario que dejase libre algún esclavizado debía velar por la vida social que éste tendría en lo adelante, así como preocuparse por su manutención. Se planteó que a fi nal de cada año los esclavizados debían presentar a sus dueños la cantidad guardada en su peculio.

En cuanto a los efectos del otorgamiento de libertad jurídica y sus causas (Ibídem: 56-567), se mantuvo que los libertos que faltaren a sus amos y a la familia de éstos podrían ser retornados al estado de servidumbre. Y se propuso que cualquier dueño que impidiera por cualquier medio la obtención de libertad de sus esclavizados, sería multado con 25 pesos que se destinarían al hospital. Si algún esclavizado muriese con una causa de libertad pendiente, ésta la heredarían sus hijos, si no tenía herederos, la causa sería heredada por el hospital de esclavizados.

El Código Carolino de 1784 también dio normativas para otros habitantes de la isla que no estuviesen en condición de esclavitud, tales como blancos y libres en general. Fue aprobado por la Audiencia de Santo Domingo y enviado a España para ser aprobado, lo que nunca sucedió y propició que esta ordenanza quedara obsoleta tras la promulgación de la Instrucción de Trato, Ocupación y Educación de los esclavos de 1789 (Lucena Salmoral, Ob. Cit.: 89).

El estatuto de 1784, era verdaderamente un código de leyes con normas legales sistemáticas que regulaban unitariamente el sistema de esclavitud, a diferencia de la Instrucción promulgada en 1789, que sólo era

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un conjunto de reglas o advertencias, sobre el trato, la educación y la ocupación de los esclavizados.

Las autoridades españolas crearon sólo dos Códigos Negros, el de 1768 y el de 1784, los cuales nunca fueron promulgados, y aprobaron la adaptación del Código Negro francés a las colonia de Luisiana en 1789. En este sentido Lucena Salmoral explica que:

Los Códigos Negros españoles acabaron aquí. Los instrumentos jurídicos realizados posteriormente para la sujeción de los escla-vos, a los que la historiografía americanista llama ‘Códigos Negros’, no lo fueron, aunque estaban basados en ellos (Ibídem: 89).En 1789 se crearon nuevas expectativas

en torno al tema de la regulación de la esclavitud, como consecuencia de la promulgación de libertad de trata, por estas razones le fue encargado a Antonio Porlier, Ministro de Gracia y Justicia de la corona española para ese momento, la creación de un reglamento para sujetar a los esclavizados, así nació la Instrucción sobre Educación, Trato y Ocupación de los esclavos y fue aprobada por el Rey, quien dictaminó fuese distribuida en las colonias hispanoamericanas y en las Filipinas.

Sus estatutos son una ampliación de una cédula promulgada en el palacio de Buen Retiro, Madrid en 1683 (Konetzke, Ob. Cit.: 784), y generó la aversión general de los propietarios de esclavizados, quienes profe-tizaron agites de tilde racial si se implantaba. Consecuentemente, se produjo la remisión de sus protestas a la corona, y con ellas lograron que el Consejo de Indias persuadiera al Rey de que suspendiese los efectos de la Instruc-

ción en 1794. Con estos se dejaba al sistema de esclavitud en los mismos términos en los que se había mantenido durante todo el perío-do colonial, y se evitaba los inconvenientes que pudieran surgir por infl uencia de la aboli-ción de la esclavitud en las colonias francesas en 1793. Sin embargo, el último lustro del siglo XVIII fue de contantes agites étnicos, sublevaciones e intentos revolucionarios esti-mulados por ideales abolicionistas.

Finalmente, se crearon reglamentos de sujeción de esclavizados específi camente para Puerto Rico y Cuba, en 1826 y 1842 respectivamente. Ambos fueron medidas desesperadas ante eventualidades presenta-das en el devenir. El primero, conocido como Instrucción sobre educación, trato y ocupa-ciones que deben dar a sus esclavos los due-ños mayordomos de esta Isla, se hizo tras el precipitado crecimiento de la población de esclavizados, y las rebeliones generadas por este hecho, el cual ameritaba un instrumento jurídico de regulación.

Éste se basó en la Instrucción de 1789, con algunos ajustes a la realidad de esa localidad. El de Cuba, denominado Reglamento de esclavos para Cuba, se creó por las mismas circunstancias, las cuales se dieron en un ambiente de trata ilegal, este reglamento se basó en el de Puerto Rico, pero ajustándose a las particularidades de la esclavitud cubana, y en cierto sentido vigorizando las cláusulas que le otorgaban el poder a los propietarios.

Estas disposiciones fueron iniciativa de autoridades regionales, tales son los casos del primer y segundo Código, mandados a hacer por el Cabildo de Santo Domingo y el Gobernador de Luisiana respectivamente, y de los reglamentos de las islas Puerto Rico y Cuba. Pero también surgieron como iniciativa

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de las autoridades peninsulares, como el Consejo de Indias y la Junta de Estado, lo que se aprecia en la promulgación del Código Carolino y la Instrucción de 1789. Su objetivo principal fue el de reforzar la sujeción de los esclavizados y prevenir sublevaciones y el cimarronaje. Además, fueron promulgados en momentos de eminentes peligros, o de amenazas muy concretas para la estabilidad de la corona española.

Sin embargo, el control de la esclavitud siempre estuvo en manos de los propietarios, y la Corona nunca pudo intervenir en ello, más de lo que había logrado con sus prime-ras ordenanzas. Cuando intentó hacerlo hubo toda clase de reacciones negativas y amena-zas de sublevaciones de esclavizados, que en el fondo escondían las verdaderas amenazas independentistas de las élites propietarias. Lucena Salmoral afi rma que:

…Resultó así que el Reformismo Borbónico esclavista quedó prácticamente anulado en 1794. A partir de entonces la Corona espa-ñola bailó al son que le tocaban los criollos esclavistas. El Reformismo quedó reducido a una fi ebre de verano, que duró apenas un cuarto de siglo, y demostró que el Despotis-mo Esclavista era mucho más fuerte que el Despotismo Ilustrado. Tan fuerte, que puso en ridículo al mismo Rey de España, que tuvo guardarse la Cédula (1789), que había apro-bado, publicado y hasta repartido por sus (?) dominios en Indias (Ibídem: 22).

INSTRUCCIÓN SOBRE EDUCACIÓN, TRATO Y OCUPACIÓN DE LOS ESCLAVOS (1789)

Por real orden de Carlos IV el 28 de febrero de 1789, para las islas de Santo Domingo, Puerto Rico y Cuba, así como también para Venezuela, se produjo el otorgamiento de libertad en el tráfi co

de esclavizados, o libertad de trata, en consecuencia, surgió la necesidad de crear un reglamento para gobernarlos.

Las autoridades seguían basándose en los obsoletos preceptos de las Siete Partidas, la Recopilación de Leyes de Indias, y las cédulas generales y particulares enviadas de España a América, así como en las ordenanzas particulares de cada región que, además, eran instrumentos jurídicos dispersos y de difícil acceso y difusión, lo que se hizo evidente en los abusos cometidos por los propietarios contra sus esclavizados. Por todas estas razones se mandó a hacer la Instrucción sobre educación, trato y ocupación de los esclavos.

La causa y urgencia de publicar la instrucción; la libertad de comercio de Negros en América, que llegó a considerar necesario ‘formar un Reglamento para el gobierno de Negros esclavos’. No se trataba de Hacer un Código Negro, como en los casos anteriores, sino un reglamento urgente para gobernar muchos esclavos que llegarían próximamente a Indias como consecuencia de la libertad de trata (Lucena Salmoral, Ob. Cit.: 97).Esta cédula fue elaborada con el objetivo

de afi anzar la sujeción, por eso no se trata en ella el proceso de obtención de libertad jurídica, ni las formas que existían de acceder a ésta. También pretendía reconocerles ínfi mos derechos, ya que los malos tratos que recibían de sus propietarios atentaban contra principios humanitarios y religiosos. Además, propiciaban huídas, cimarronaje y rebeliones, lo que no era conveniente para el gobierno monárquico y su afán de mantener el orden establecido. Con todo esto la corona intervenía en el poderío que ejercían los amos sobre sus siervos.

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La instrucción de 1789 fue la única legislación para negros que llegó a Venezuela, específi camente a la ciudad de Caracas, pero la reacción de las élite criolla propietaria no se hizo esperar y, por esa razón, a pesar de ser una orden de la Corona, nunca llegó a cumplirse. Prueba de ello fue la realización de una Consulta Del Consejo [Sic] de Las Indias sobre el reglamento expedido en 31 de mayo de 1789 para la mejor educación, buen trato y ocupación de los negros esclavos de América, citada por Lucena Salmoral:

Efectivamente la instrucción de 1789 motivó reuniones de urgencia de los cabildos hispa-noamericanos, que pidieron su suspensión, ante la amenaza de una sublevación general de los esclavos (los que amenazaban con su-blevarse eran los propietarios) […] Caracas fue la primera en reaccionar, pues su Cabildo se puso en marcha simplemente ante ‘el ru-mor que se ha levantado sobre una real Cédu-la, que se dice haber venido…’ se reunió el 16 de noviembre de 1789, y comisionó al Sindico General de la capital para que se presentase ante la Audiencia ‘pidiendo testimonio de ella (la Cédula de que tanto se hablaba, sin que nadie la hubiese visto) en caso de ser cierta y que se suspendiese su publicación hasta tanto representaba este Ilustre Cabildo lo juzgase oportuno’. Así pues se pedía suspender una cédula que ni siquiera se había leído (Lucena Salmoral, Ob. Cit.: 108-109).Las reacciones en contra de las

disposiciones de la instrucción también se hicieron oír desde Cuba, Nueva Granada, Quito, Luisiana. En Caracas, lo propietarios pedían suspender la cédula con sólo saber de su existencia, sin haberla leído.

El Síndico Procurador General Juan José Echenique, suponiendo lo que decía la cédula, hizo una representación en contra de ella donde afi rmaba que los esclavizados estaban alborotados porque tenían noticias de

una cédula real que les asignaba defensores públicos, les reducía las horas laborales, ordenaba descansos, entre otras exposiciones, añadiendo que en Caracas no se les daba mal trato, y que éstos no podían llevarse sólo a la agricultura, pues se necesitaba de ellos en los trabajos domésticos. ¿Cómo pudo saber sobre las órdenes específi cas que se le habían dado en la instrucción, si ni siquiera la había leído?. Esta renuencia dejó en evidencia la preocupación de la élite al decir que era necesario controlarlos, porque podrían sublevarse, y en ese caso sería imposible contenerlos, pues eran mucho más en número que los propietarios criollos y españoles.

En esta reacción de la élite minoritaria y minusválida, que era capaz de predecir un estallido social sin siquiera ser el grupo afectado, aun cuando, por otra parte, sabían que era preciso realizar un código negro, e insistían en que éste debía contener las particularidades de cada región, y no ser producto de leyes generales, pues sólo dentro de la provincia se daba gran cantidad de frutos con sistemas de cultivos diferentes a los que no podía aplicarse las mismas restricciones.

El ayuntamiento caraqueño envió la representación al rey, ante la tardanza de la Audiencia en responder, ésta estuvo acompañada por un documento en el que se exponían sus percepciones sobre las “naturales perversiones” de los esclavizados y libertos; también se sumaron a esta acción las autoridades eclesiásticas de Caracas (Ibídem: 109).

La Instrucción constaba de 14 capítulos (Koneztke, Ob. Cit.: 643-652) y con estas disposiciones se habría impuesto un control sobre el omnímodo poder que tenían los propietarios sobre sus esclavizados, se

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acentuaba así el poder fi scal de cada región donde debía aplicarse la instrucción, a través de los visitadores que irían a cada hacienda, y del poder interventor otorgado a los sacerdotes, quienes tenían la potestad de recibir denuncias sobre malos tratos que hicieran esclavizados de sus amos.

En líneas generales las oposiciones de los cabildos de América que se pronunciaron, basaron sus quejas en los capítulos octavo y décimo tercero de la instrucción, ya que estos eran precisamente los que menguaban su absoluto poder sobre los esclavizados que les pertenecían. El primero reducía su ímpetu y poder, porque les hacía creer que si no se les daban más de 25 azotes para corregirlos, éstos se burlarían del amo y no se verían seriamente castigados. Y el décimo tercero, contradecía el hecho de que los propietarios tenían el control de la situación, y no querían ser ellos los controlados por los sacerdotes que fueren asignados para corregir a los esclavizados de su pertenencia.

En junio de 1790, el ministro Antonio Porlier presentó las objeciones expuestas por los distintos Ayuntamientos y hacendados en las colonias, ante la Junta de Estado, y el Concejo de Indias sugirió al rey suspender la cédula “en sus efectos” en 1794, es decir, no fue eliminada, sino pospuesta. Sin embargo, nunca pudo aplicarse porque llegó la independencia de las colonias sin que se tomara aún alguna decisión sobre esta materia.

El 17 de marzo de 1794, en Madrid se hizo una Consulta Del Consejo [Sic] de Las Indias sobre el reglamento expedido en 31 de mayo de 1798 para la mejor educación, buen trato y ocupación de los negros esclavos de América (Konetzke, Ob. Cit.: 727-732), en ésta se

suspenden “por ahora sus efectos”, tomando en cuenta las razones de los propietarios criollos de Caracas y las otras regiones que se manifestaron en contra y, además, a favor de su reclamo exponían el resto de los derechos que tenían los esclavizados en las colonias hispánicas –especialmente en Caracas-, tal como el de casarse, adquirir bienes, comprar la libertad propia o la de su familia, acudir a los tribunales a denunciar a sus propietarios si les faltasen en alguna ley, lo cual, según los esclavizadores, era criticado por los propietarios de otras colonias no hispánicas, quienes aseguraban que en Venezuela pudieran aprovechar más a sus esclavizados en benefi cio de la actividad económica, y agregaban:

Que a este humano trato debe atribuirse el que habiendo en los establecimientos españoles mucho menos esclavos que en los de las demás naciones, hay mayor número de libertos, y que lejos de experimentar sus negros la decadencia, prosperan y se multiplican (Ibídem: 727-728).Es paradójico este alegato, ya que la

verdadera intensión de la Corona al promulgar la Instrucción, fue la de tener mejor control de los esclavizados para aumentar la producción agrícola y así darle un impulso a la economía que se hallaba en desventaja con respecto a la de las colonias inglesas y francesas. Sin embargo, se pone de manifi esto el divorcio que había entre el poder real, que trataba de no tocar el tema de la libertad jurídica, y la élite criolla que la practicaba y que además, lo que más temía era una insurrección que les fuese difícil, cuando no imposible, controlar, ya que los esclavizados y libertos eran mucho más en número que ellos.

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La decisión de suspender la cédula tam-bién atendió a necesidades políticas y bélicas, ya que para esa época se estaba desarrollando la Guerra del Rosellón, entre España y Fran-cia revolucionaria, y fue preciso poner más atención a la guerra, por lo que la Instrucción fue olvidada. No llegó a tener plena vigencia en las Indias, desde el principio fue rechazada y nunca se puso en práctica.

Este desorden jurídico ha causado gran confusión entre los historiadores venezolanos que han escrito sobre el tema. Al respecto, Miguel Acosta Saignes aseguraba en 1978 que “los temores a la propagación de ideas de libertad, ya conocidos, así como las presiones cada vez mayores ejercidas por los propios esclavos llevaron, en 1789, a la promulgación del llamado ‘Carolino Código Negro” (Acosta Saignes, Ob. Cit.: 221).

Pues no fue un Código de leyes y no se llamó Carolino (al parecer hubo una confusión con el de 1784), y el miedo a las sublevaciones que se apoderaba de los amos fue causa tanto de su promulgación, como de su derogación. En este aspecto Marianela Ponce da una explicación más clara: … “remitida a América, [la instrucción] no llega a ser aplicada con carácter general ante las distintas protestas de las ciudades americanas. Tampoco, […] modifi có la condición jurídica del esclavo” (Ponce, Ob. Cit.: 17).

Los estudios más recientes, sin embargo, repiten el error de confundir a los lectores lla-mándole sólo Código o Código Carolino a la Instrucción de 1789, tal es el caso de Reinal-do Rojas quien, a propósito de ésta, explica que “este Código está dirigido a reglamentar todo lo concerniente a la ‘educación, trato y

ocupación’ de los negros esclavos en las co-lonias españolas (Rojas, 2005: 205). Por su parte, Mireya Sosa expone que:

En la segunda mitad del siglo XVIII se nota un cambio en la legislación con una clara tendencia a mejorar el trato de los esclavos. El 31 de mayo de 1787 [Sic] una real cédula dada en Aranjuez conocida como el Carolino Código Negro (Sosa de León, 2008: 99).En general, esta es la evolución del

marco jurídico en materia de libertad jurídica de esclavizados. Su análisis y reconstrucción se hace difícil en tanto que las fuentes para su estudio se hallan dispersas por todo el continente y en parte de la península. Lo que aquí se expresa responde la revisión exhaustiva y crítica de los documentos que se hallaron disponibles para esta investigación. Los cuales evidenciaron que las leyes reales evolucionaron conforme pasaron los siglos y se produjo el desarrollo y la complejización la sociedad colonial; las disposiciones y cédulas de los primeros siglos se refi eren a las limitaciones impuestas desde la Corona para establecer líneas de división entre los grupos sociales. Sobre todo se hace especial énfasis en la separación de los grupos según sus elementos de defi nición, es decir, los estratos y sus fronteras sociales.

Pero después del establecimiento de los preceptos del Código de las Siete Partidas y de la Recopilación de Leyes de Indias, no se promulgó ninguna otra regulación en relación a la obtención de libertad jurídica para los esclavizados. Por una parte, parece que está dada por sentada la vigencia de las formas de acceso a la libertad jurídica, las cuales fueron promulgadas en estos primeros compendios legislativos y, por otra, con este hecho se

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confi rma que la Corona española no tocaba de cerca el tema del otorgamiento de la libertad jurídica, porque atentaba contra sus preceptos de dominación y para evitar cualquier tipo de sublevaciones.

Es importante entender que el derecho de libertad jurídica de los esclavizados tuvo gran importancia en el desarrollo y la complejización de la sociedad colonial: “Aun cuando difícil de precisar por su naturaleza de Derecho no formulado y su índole casuística, su acción se hizo sentir sin lugar a dudas en el desarrollo del proceso de la esclavitud” (Ponce, Ob. Cit.: 41) y de las relaciones propias de la dinámica de esa sociedad. Este derecho garantizaba el ascenso social de los esclavizados a través de la movilidad social consecuente con su obtención.

NOTAS

1 Las ediciones del Código de las Siete Partidas y de la Recopilación de Leyes de Indias, citadas para esta investigación son reimpresiones hechas mucho después de su primera publicación, por no hallarse una anterior. La referencia se presenta de la siguiente manera: P. 4, T. 5, L. 7, lo que quiere decir: Partida 4, Título 5, Ley 7, para las Partidas y Lib. 7, T. 5, L. 5, que signifi ca Libro 7, Título 5, Ley 5, para el caso de la Recopilación. Formato que se usa para referencias de documentos ofi ciales y leyes en adelante.

2 Existen cedularios reales en los Archivos de España cuya información es general, los que fueron consultados no arrojaron resultados positivos para esta investigación. Cedulario Americano del siglo XVIII (Colección de disposiciones legales indinas desde 1680 a 1800, contiendas en los Cedularios del Archivo General de Indias), (1969). Sevilla: Edición, estudio y comentarios por Antonio Muro Orejón.

FUENTES

Acosta Saignes, M. (1978). Vida de los esclavos negros en Venezuela. La Habana: Casa de Las Américas, Colección Nuestros Países, Serie Estudios.

Constituciones Sinodales del Obispado de Venezuela y Santiago de León de Caracas, (1848). Madrid: Impresas por Juan Carmen Martel.

Escriche, J. (1851). Diccionario razonado de legislación y jurisprudencia. París: Librería de Rosa, Bouret y Ca., (Edición Corregida por Juan B. Guim).

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Konetzke, R., (1953). Colección de documentos para la historia de la formación social de Hispanoamérica (1493-1810). Madrid: Con-sejo Superior de Investigaciones Científi cas.

Lucena Salmoral, M., (1996). Los Códigos Negros de la América Española. Alcalá: UNESCO – Universidad de Alcalá.

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as privaciones que usted cree insoportables no son peculia-

res a sólo el ejército de Venezuela. En todo el mundo la guerra tiene mil inconvenien-tes, disgustos e incomodidades para los que la sostienen. El hambre, la sed, la fatiga y el cansancio son inevitables en estas circunstan-cias, y aun entre las más poderosas naciones los soldados están expuestos a sufrirlos...”¹. Estas palabras expresadas por Simón Bolívar el 17 de abril de 1819, además de insufl ar valor a las tropas acantonadas en Angostu-ra, resumían detalladamente sus adversas

Los incentivos de la patria: la política de haberes militares en el Departamento de Venezuela (1819-1830)

NELLER RAMÓN OCHOA HERNÁNDEZ

RESUMEN: La “Gran Colombia” no solamente signifi có la perfecta unión entre países sudamericanos, sino que constituyó un complejo entramado de redes y luchas por el poder, tal como lo evidencia la política de repartición de bienes nacionales entre los servidores de la patria. Los haberes militares y las deudas sostenidas con el ejército, sirvieron para catalizar las crecidas tensiones sociales producto de la guerra independentista. A través de las siguientes notas, se busca un acercamiento crítico a la confl ictiva sociedad del Departamento de Venezuela durante los años 1819-1830, amén de refl ejar los crecidos descontentos populares suscitados por las promesas incumplidas.

“Lcondiciones de vida. Como la deserción e indisciplina se traslucieron en saqueos gene-ralizados, obrar con mano de hierro y evitar las desbandadas era una política de primera necesidad.

Si hubo una queja constante durante el desarrollo de la guerra independentista, esa fue la irregularidad en los pagos militares. Meses enteros pasaban las tropas sin recibir raciones dignas ni salarios, teniendo que con-formarse con lo extraído en sus recorridos. Vivir sobre el terreno², se había convertido en una opción bastante rentable. Una temprana pero certera descripción de Dionisio Franco, Intendente de Caracas para 1814, pone al des-cubierto algunas de estas anomalías:

Tierra Firme (Segunda Época). Caracas - VenezuelaN° 109, Año 28 - Vol. XXVIII, pp. 27-43, 2015

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“Hemos llegado al extremo de no tener ni aun con qué satisfacer el diario de la tropa, ni el de los enfermos, y esta escasez va a ser cada día mayor: la renta del Tabaco es muy poco lo que produce, pues con la disminución enorme que ha tenido la población en esta capital, y fuera de ella se han disminuido los consumi-dores de la especie: el derecho de Alcabalas está reducido a poco más de nada: la remi-sión de ganado vacuno con que hasta ahora hemos sido socorridos, se ha suspendido: los frutos secuestrados que hasta ahora se han recibido así en el Puerto de La Guaira, como aquí se han consumido en ambos parajes, y en los socorros remitidos a Cumaná y Barcelona para socorrer las tropas que todavía están operando en aquellas Provincias...” (Carrera Damas, 1972: 120)Estas precarias condiciones económi-

cas siguieron marcando la pauta de la nueva República de Colombia, creada en diciembre de 1819³. Pese a los numerosos y cuantiosos empréstitos solicitados, la enorme deuda sos-tenida con el ejército, continuaría siendo una preocupación de primer orden

“El cuento de la patria” debía traslucir-se en benefi cios concretos, y así lo entendie-ron los caudillos realistas, quienes durante la primera fase de la guerra, frustraron las iniciativas republicanas. El reparto del botín saqueado y la cesión en posesión o propiedad de cuantiosos bienes secuestrados, se erigió como una consigna de alistamiento bastante efectiva. Si las fuerzas insurgentes querían hacerse con las mayorías populares, evitar la indisciplina y garantizar seguridad, debían actuar en consonancia a las necesidades de estos sectores, de estos hombres “... que se han desprendido de todos los goces, de todos los bienes que antes poseían, como el produc-to de su virtud y talentos; hombres que han experimentado cuanto es cruel en una guerra

horrorosa, padeciendo las privaciones más dolorosas, y los tormentos más acerbos; hom-bres tan beneméritos de la patria...” (Bolívar, 1988: 143-144)

Los agradecimientos ofi ciales emanados desde el Congreso y demás instancias guber-namentales a los héroes libertadores, a veces no encajaban con sus escuálidas condiciones de vida. Esto lo comprendió Bolívar una vez establecido en Angostura; pero en 1817, las cajas no tenían el dinero sufi ciente para sa-tisfacer esta deuda, por eso, apoyado en la institución del secuestro “El 3 de septiembre de 1817, Bolívar expide un decreto en Gua-yana la Vieja, por el cual quedan secuestra-dos y confi scados a favor de la República los bienes muebles e inmuebles pertenecientes al Gobierno español, a sus vasallos de origen europeo o a los americanos realistas, aña-diéndose que las propiedades quitadas por los españoles a los patriotas sean embargadas, hasta que se presenten sus dueños y herede-ros y prueben que han permanecido fi eles a la causa de la Independencia...” (Gil Fortoul, 1942, T. II: 369)

Obtener recursos era una ardua tarea, así que la confi scación de innumerables pro-piedades de habitantes tenidos por realistas, fue uno de los mecanismos más efectivos de hacerse con ellos. No obstante a estos esfuer-zos, la pobreza vivida por los soldados y fun-cionarios era tan acentuada, que sus clamores llenaron las ofi cinas de las máximas autori-dades republicanas, tal como evidencia el ci-rujano de los ejércitos libertadores, Sebastián Bolívar, quien en 1821:

“... se presenta y dice: que si bien ha manifes-tado hasta el día su decidido amor a la causa mejor, ha comprobado su desinterés así en la

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...Meses enteros pasaban las tropas sin recibir raciones dignas ni

salarios, teniendo que conformarse con lo

extraído en sus recorridos. Vivir sobre el terreno se había convertido en una

opción bastante rentable...

solicitud de empleos, como en la percepción de sueldos, ración ni otro premio como lo va a acreditar; pero no siéndole ya posible sos-tenerse por la miseria a que lo ha traído la emigración y males que ha sufrido, y estando obligado a socorrer su familia indigente, no puede ya omitir la justa solicitud que eleva a vuestra excelencia por esta representación acompañada de los do-cumentos que acreditan lo que va a decir....”4

Muchos denunciaron no haber recibido nunca sus salarios y vivir sólo de la caridad. Tal vez el relato hecho en julio de 1822 por Juan Antonio Hernández, Alférez de Fragata de la Armada Nacional, pueda ayudarnos un poco. En su descripción, Hernández expresa que desde el año de 1814, cuando salió el Comandante José Bianchi de la isla de Margarita al bloqueo de Cumaná, se ha consagrado al servicio en el ramo de Marina, y también ha “tenido la gloria de combatir por ella en diversas ocasiones sin separarme de este deber sino cuando ocurrió el desgraciado suceso de perderse dicha isla por la llegada de la expedición del general español Morillo: que en las época que he sido empleado, jamás he recibido del Erario Nacional ningún suel-do, ya porque no me hallaba con medios de subsistir...”5

Los años de servicio fueron un alegato recurrente al momento de reclamar las deudas militares; dichos testimonios versaban sobre el heroísmo y gran sacrifi cio desempañado

durante tantos años de combate. Como una especie de probanza de méritos, iban suce-diéndose uno a uno los acontecimientos o ba-tallas importantes en las cuales participaron, con la fi nalidad de justifi car y acelerar el pago de sus acreencias.

Quienes reclamaban, estaban conscien-tes de su protagonismo en la conformación de la Repúbli-ca, y basados en ello, exigían sin tapujos su pedacito de pa-tria, tal como lo hizo Joaquín Ornellas, Capitán de Fragata de la Marina Nacional de Co-lombia en 1822, apoyándose en el hecho “... que habiendo sido uno de los ofi ciales que desde el año 10 ha estado continuamente con las armas en las manos en defensa de la sagrada causa, habiendo siempre contribuido al des-empeño de mil obligaciones con todo el carácter y honra-

dez propios a los sentimientos honrados que me caracterizan; de cuya verdad es constan-te...”6

UNA EFÍMERA ESPERANZA

Antes de pensar en restituir el control sobre todo el territorio venezolano, las fuerzas republicanas asentadas en Guayana, debían resolver algunas cuestiones de orden económico y social de vital importancia. Para nadie es un secreto el estado deplorable de las arcas y los innumerables reclamos por la falta de víveres, pagos y vestimenta, proferidos diariamente entre las tropas, amén

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del polémico confl icto que llevó a Piar al cadalso en 1817.

La única solución a corto plazo ideada por Simón Bolívar y su Estado Mayor, fue blandir la promesa de resarcir todas las deu-das contraídas, y aunque informalmente ya se venía barajando esta posibilidad, no es sino hasta el 10 de octubre de 1817, que se expide el “Decreto sobre reparto y adjudicaciones de bienes secuestrados a españoles y americanos realistas a los ofi ciales y soldados del ejérci-to patriota.” La escasez de numerario y las grandes sumas adeudadas, impidieron la can-celación inmediata en metálico; asimismo, la principal fuente de ingresos republicana una vez establecidos en Angostura, se basó en la administración, arrendamiento y venta de los bienes secuestrados.

El reparto entre las tropas se haría de acuerdo a su gradación. Según la ley, esta era una prueba incontestable de los servicios he-chos a la patria. Las cantidades quedaron es-tipuladas de la siguiente forma: “... al General en Jefe veinticinco mil pesos; al General de División veinte mil; al General de Brigada quince mil; al Coronel diez mil; al Teniente Coronel Nueve mil; al Mayor ocho mil, al Capitán seis mil; al Teniente cuatro mil; al Subteniente tres mil; al Sargento primero y segundo mil; al Cabo primero y segundo se-tecientos y al soldado quinientos…”7. La dife-rencia entre los 25.000 pesos estipulados para el General en Jefe y los 500 asignados al sol-dado era abismal, más si consideramos que la mayoría de las bajas y privaciones fueron sufridas por este numeroso sector, verdadero protagonista de la guerra.

Los pagos dados al ejército se nutrieron esencialmente de los bienes confi scados, esto

provocó la proliferación de ordenamientos sobre secuestro de bienes pertenecientes a las fuerzas enemigas. Sostener la República de Colombia requería medidas extremas, y así lo estipuló la Ley de 1° de Octubre de 1821, sobre embargar las propiedades al gobierno español, pues “Libertada por las armas de la República cualquiera provincia, ciudad o lugar deberán ser secuestradas y confi scadas todas las propiedades que se encuentren en su territorio correspondientes al gobierno es-pañol.”8

Esta normativa exceptuaba a los ame-ricanos que en espacio de tres meses se hu-bieran devuelto al lugar donde emigraron, los menores de 21 años, los bienes propios y gananciales de las mujeres, y a los individuos fi eles al sistema republicano, pero la realidad fue muy diferente. Las constantes emigra-ciones originadas por la guerra, difi cultaban hacer tajantes distinciones partidistas. No se distinguían -salvo contadas excepciones- fi -liaciones políticas, en “... estas huidas, don-de ´la gente corría cada cual por sí´ (...) sin planifi cación ni control, las ciudades queda-ban desiertas, lo que hacía fácil el saqueo de almacenes, bodegas, casas, comercios, igle-sias...” (Quintero, 2008: 218-219)

Confi scar propiedades sería uno de los principales medios de subsistencia, así lo evi-denció la ley de secuestro expedida el 30 de julio de 1824, que en líneas generales estipu-laba el embargo de todos los bienes muebles, semovientes o inmuebles pertenecientes a súbditos del rey de España, todo basado en “Que el gobierno español confi sca y ha con-fi scado siempre los bienes de todos los que han sido fi eles a la causa de Colombia, o que permanecen entre los colombianos, aun

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cuando no hayan defendido su causa con las armas, sino que solo se han sometido al go-bierno.”9 El complemento de estas medidas, estuvo representado en los decretos que esti-pulaban el destierro a todas aquellas personas adeptas a la monarquía española 10.

UN PRIVILEGIO DE POCOS

Apenas dos meses después de promul-gada la Ley de Repartimiento de Bienes Na-cionales en octubre de 1817, una resolución emitida por la Comisión encargada del ramo estableció “… Como una gracia singular con-cedida al mérito y distinguidos servicios del señor General de División Manuel Cedeño (...) que se adjudiquen cien yeguas y el resto de su haber íntegro en ganado vacuno de cría, permitiéndole que establezca su hacienda en las sabanas del Palmar. Esta gracia será la primera de que su ocupará la Comisión…”11 Posteriormente en 1818, el mismo organis-mo, exhortado de nuevo por el Libertador, le otorgó en propiedad unas tierras del emigra-do Aniceto Doazán. Cedeño desempeñaba el cargo de General de División, y su remune-ración ascendía a la suma de 25.000 pesos, cantidad que seguramente se trasluciría en cuantiosas bienes.

El principal alegato para satisfacer la deuda contraída con los ejércitos, fue el re-conocimiento de las glorias y sacrifi cios al-canzados en batalla, pero cuando se trataba de un militar de alto rango, estas facultades eran elevadas hasta el límite. Más adelante, veremos que para muchos soldados, el hecho de solicitar, acreditar y cobrar su haber fue una verdadera odisea, muy al contrario de lo acaecido con estos altos funcionarios.

La legislación sobre los repartimientos estipulaba unas cifras bastante concretas, pero al momento de retribuirse el desempe-ño de personajes importantes en la vida pú-blica colombiana, estos parámetros fueron violados fl agrantemente. Francisco de Paula Santander, Vicepresidente de la República desde 1819, había prestado valiosas ayudas con su accionar político y militar; por ello, según decreto del 12 de septiembre de 1819, el Presidente Bolívar, a través de la Comisión de Repartimiento de Bienes Nacionales, le remuneró con la propiedad de una casa per-teneciente a un español emigrado, y con la hacienda “Hato-Grande”, ubicada en la juris-dicción de Zipaquirá.

Lo más llamativo de la adjudicación, fue la resolución que asentaba lo siguiente: “Si valoradas la casa y hacienda cedidas, exce-diere de precio total de ambas de la cantidad de veinte mil pesos que la ley asigna a los generales de división, el exceso que hubiera queda también como recompensa extraor-dinaria a favor del general Santander…”12 Posteriormente, en enero de 1822, Santander renuncia a una cuantiosa suma de dinero, y expresa que ya había recibido como pago algunas propiedades. La cantidad ascendía a 52.500 pesos, repartidos en siete vales de siete mil quinientos pesos cada uno, y aunque según este testimonio el Vicepresidente esta-ba obrando honestamente, cabe preguntarse ¿Por qué expedir una suma equivalente al doble del pago correspondiente a los Gene-rales de División?, ¿Ya con las propiedades otorgadas no se había pagado gran parte de la deuda?

También Bolívar renunció a su haber y a su sueldo como presidente en mayo de 1821, como pago de una suma de 14.000 pesos que

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había tomado prestadas de las cajas públicas de Bogotá en 1819. Su deuda era ínfi ma, en comparación a los 25.000 pesos que le corres-pondían como General de División, y a los 50.000 anuales destinados al jefe del Ejecuti-vo, pero igualmente se evidencia la inmedia-tez en la cancelación a un miembro de la elite política y militar colombiana.

EL ETERNO CLAMOR

El 6 de enero de 1820, el Congreso de Colombia expidió una “Ley sobre repartición de Bienes Nacionales entre los Servidores de la Patria”, la cual era una continuación de la política iniciada en 1817. En ella se ponía especial atención a “... las privaciones a que han sujetado todos los Servidores de la Patria, sacrifi cios que han hecho, y peligros a que se han expuesto...”13; igualmente, establecía ha-cer efectivas las asignaciones a los que hayan servido entre la campaña de 1816 y la instala-ción del Congreso de 1819.

Un año más tarde, las autoridades colombianas se encargaron de reafi rmar estos ordenamientos, a través de la “Ley haciendo asignaciones de bienes nacionales a los que sirvieron a la República desde el año 6° hasta el 9°”, la cual, además de normar el tiempo requerido para gozar de la remuneración, estableció que el pago de los haberes podría hacerse a través de: todos los bienes raíces confi scados, los terrenos baldíos y los muebles o inmuebles enajenados. Según el contenido de estas leyes, la situación del ejército era óptima, pero la realidad distaba mucho de estos artilugios legales, y presionaba constantemente a la República, recordándole la magnitud del compromiso adquirido.

La rapidez empeñada en el pago de la alta ofi cialidad, contrastó con la respuesta gu-bernamental ofrecida a las bajas gradaciones, quienes en todo el territorio de Venezuela, llenaron de reclamos las Ofi cinas Subalter-nas de Repartición de Bienes Nacionales para obtener al menos sus escuetos 500 pesos. Vi-viendo las penurias de un país en reconstruc-ción, y con escasas oportunidades de trabajo, la importancia revestida en las pagas de estos haberes crecía vertiginosamente.

En medio de esta situación, es fácil en-marcar el reclamo del indio José Nijas14, cabo 1° de la Segunda Compañía del Batallón “Bravos de Apure”, quien en 1826 reclamó ante la Comisión Subalterna de Repartición de Bienes Nacionales de Venezuela, el pago de sus benefi cios. Nijas se amparó en la ley y en los valiosos servicios prestados a la pa-tria, desde que en abril de 1817, se incorpo-ró como soldado al Regimiento “Húsares de Páez”. Entre la primera orden de repartición y el reclamo del indio José, hay un tramo de 9 años aproximadamente, tiempo en el que se-guramente enfrentó penosas difi cultades. Este soldado había sobrevivido a la guerra, tarea difícil de por sí, pero ahora debía sobrellevar los efectos de la pobreza y luchar contra la burocracia.

Las victorias republicanas conseguidas en Las queseras del medio y Carabobo de 1819 y 1821 respectivamente, fueron objeto de los más desbordados elogios. Desde las instancias gubernamentales, se promovieron ascensos y condecoraciones dignas de tan loables hazañas, dado que “... es un deber de justicia presentar a sus ilustres defensores los sentimientos de gratitud nacional, así como

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también pagar el tributo de dolor a los que con su muerte, dieron honor y vida a la pa-tria...”15 Para el indio Vicente Montenegro16, cabo 1° de la segunda compañía del batallón “Bravos de Apure”, las mieles de estos agra-decimientos no habían llegado, pese a los años transcurridos desde la contienda hasta el mes de abril de 1826, fecha en la que hace el reclamo ante las instancias correspondientes.

En aras de ganar mayor credibilidad, Montenegro citó al teniente coronel Rafael Pérez y al capitán Vicente Parra como los principales testigos de sus esfuerzos y sacrifi -cios realizados en combate. Durante el proce-so, se destacó la participación del cabo en las dos contiendas anteriormente señaladas; sin embargo, esto no fue alegato de peso para la cancelación inmediata de sus haberes.

Pese a las repetidas denuncias y procesos ejecutados por los soldados, estos se vieron en la necesidad de buscar, denunciar e inven-tariar propiedades no secuestradas ni inclui-das en ninguna Comisión de Bienes, con la esperanza de acreditárselas posteriormente. Aunque la política de confi scación a españo-les, emigrados y enemigos políticos de la Re-pública, había sido un mecanismo de ingreso regular para la administración colombiana, todavía quedaban innumerables bienes ocio-sos en todo el territorio.

Según la Comisión y sus dependencias regionales, las cuales tenían la responsabi-lidad de hacer un registro exacto de los bie-nes, todo “... estará fundado en las relaciones que le pasen por el Tribunal de secuestros, y expresará el valor justo, calidad, situación y estado de cada propiedad, la Provincia y lu-gar donde está situada, el nombre del dueño

antiguo a quien pertenecía antes de la confi s-cación, y el decreto del Tribunal de secuestros declarándola confi scada.”17, pero era eviden-te que al Estado colombiano se le escapaban muchos detalles en sus inventarios.

En octubre de 1825, el Alférez de Caba-llería Marcos Dorantes, ante la tardanza en la cancelación de sus acreencias, se vio en la necesidad de denunciar unas tierras ociosas que sirvieran para mitigar sus necesidades. El empeño puesto por Dorantes en la inves-tigación de los bienes inactivos es digno de mencionar; la ubicación y los datos ofrecidos a la Comisión de repartimiento fueron exac-tos, declarando “... que en la jurisdicción de Guasdualito, hay un paño de sabana, lindan-do por el naciente con el ciudadano Luciano Olibera, por el sur con el Río Arauca, por po-niente con las tierras del fi nado Recaute y por norte las divide un caño titulado Orichuna, el cual se haya baldío por cuya causa y estan-do destinadas las tierras de esta naturaleza al pago de los haberes militares, hago oposición a ellas...”18

Dos años más tarde, en febrero de 1828, el primer comandante de artillería de la Re-pública, Eugenio Rojas, le expresa a la Co-misión que gracias al atraso en el pago de sus haberes, tuvo la necesidad de salir a buscar bienes para sobrevivir. El resultado de su pesquisa se puede resumir en las siguientes frases: “... que en la plaza pública de esta ciu-dad [se refi ere a Caracas] se encuentran dos portales pertenecientes al emigrado por causa de la República Tomás Sogovia...”19.

Tener un as bajo la manga, se convirtió en una necesidad para los reclamantes, quie-nes en más de una ocasión vieron rechazadas

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o demoradas sus solicitudes sobre determi-nadas propiedades. Francisco Mejía, capitán graduado de infantería, es muestra palpable de ello. Con el anhelo de su inmediata entre-ga, en junio de 1823, Mejía había denunciado ante la Comisión de Cumaná una hacienda en la Costa de Guiria, pero la misma no estaba confi scada, lo cual representaba una difi cul-tad legal que este denunciante no quería en-frentar; por ello, meses más tarde se presentó ante la misma instancia, esta vez denunciando otra propiedad: la hacienda perteneciente al emigrado español Diego Lamela.

El haberse jugado la vida en un enfren-tamiento cruel y devastador, no parecía razón de peso para las autoridades. Además de no pagárseles las deudas en metálico a las tropas, ahora debían investigar dónde se encontraba su paga, o al menos eso decía el “Decreto sobre recompensas a quienes denuncien la existencia de Bienes Nacionales ocultos”, al instituir que:

“Todos los bienes, valores o fi ncas del Estado que se hallen ocultas en poder de los parti-culares y que fueren descubiertos desde la publicación de este decreto en adelante serán aplicados exclusivamente a la persona o per-sonas que los denuncien y pongan en claro su pertenencia al cúmulo de bienes nacionales, con tal que el denunciante o denunciantes consignen en documentos de la deuda conso-lidada de inscripción al cinco por ciento de la cantidad a que asciende el valor y además un veinte por ciento sobre este...”20

En pleno inventario de la nación, ahora los combatientes fungirían como peritos; de-latores de cualquier propiedad que contribu-yera con unas rentas en apuros.

LAS MUJERES TAMBIÉN CUENTAN

En medio de héroes, batallas y grandes debates políticos, pasan ante nuestros ojos los

acontecimientos independentistas; lo mismo ocurre con las vivencias republicanas, que desestiman el accionar de amplios sectores sociales en el fraguado de la patria. La visión tradicional cernida sobre la fi gura femenina, trata de enmarcarla en un limitado radio de acción donde la familia y la religión lo son casi todo. No es de extrañar que haya sido historiada como un apéndice y no como fi n en ella misma.

La activa participación de los hombres en la guerra y sus masivas muertes en los campos de batalla, nos llevan a preguntarnos: ¿Qué hacían las mujeres durante este tiempo? Cuando no se dedicaban a pelear, o a colabo-rar activamente con las tropas regulares, sim-plemente estaban ideando los mecanismos de supervivencia para ellas y sus familias. Creer en la estricta circunscripción de las féminas al ámbito privado, es desconocer sus luchas durante una época violenta y de constantes cambios. Por ello queremos acotar que

“…La suposición obvia de que la historia de la vida pública, una esfera política de gran importancia, ocupada principalmente por actores históricos varones, está claramente separada de la historia de la vida privada, una esfera social de interese más estrechos ocupada sobre todo por las mujeres, parien-tes y varones perdedores, empieza a parecer un artífi co cuyos fundamentos requieren una revisión crítica...” (Stern, 1999:25).Sólo cuando creemos ver una Luisa

Cáceres de Arismendi, una Juana “La Avan-zadora” o una Manuelita Sáenz, nos conten-tamos y celebramos la representatividad del hallazgo, olvidando que la verdadera heroici-dad de las mujeres durante estos años, puede observarse en su accidentada cotidianidad.

Legalmente, la República de Colombia defendió los bienes de las féminas caídas en

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desgracia. Específi camente el 20 de junio de 1819, el Congreso promulga la “Ley sobre secuestros y confi scaciones de bienes perte-necientes al Gobierno Español y a los emi-grados”, y en su artículo 5°, contemplaba: “…Quedan exceptuados de la confi scación de los bienes de las mujeres é hijos de los emigrados que permanecieron en el territo-rio libre; pero se reservarán para el estado el tercio y quinto de los que aquellos habían de heredar del Padre emigrado.21

En vista del gran número de combatien-tes abatidos, las leyes colombianas estable-cieron un mecanismo de protección para sus familias, asignando a sus esposas e hijos, un porcentaje de los haberes correspondientes al fallecido. Así pues, la “Ley sobre reparticio-nes de Bienes Nacionales entre los Servidores de la Patria” del 6 de enero de 1820, instaura-ba en su artículo quinto un benefi cio para las viudas al establecer: “Las viudas de los que murieron sin tomar su haber tendrán la mitad de él, quedando la otra mitad para los herede-ros forzosos por su orden legal, con exclusión de todos los demás...”22 En caso de no haber viuda, el pago correspondía a los herederos indicados, y si el difunto no los tuviese, el be-nefi cio recaería en el Estado.

La tónica de proteger legalmente a las mujeres, también se refl ejó en la ley de 28 de septiembre de 1821, la cual estableció las asignaciones de los Bienes Nacionales a los que sirvieron desde 1816 hasta 1820. En su artículo 4°, el reglamento estipula lo siguien-te: “El haber de los militares que hayan muer-to, corresponde a sus herederos forzosos, y no teniéndola quedará a benefi cio del Estado, pero en cualquier caso las viudas gozarán del haber de sus maridos.”23

Si nos regimos fi elmente por el orde-namiento jurídico colombiano, podríamos afi rmar que las difi cultades vividas por el bello sexo no fueron tan complejas como imaginamos, pero una realidad fue la norma y otra muy distinta su cumplimiento. Aunque jurídicamente se les adjudicaban a las viudas y madres los haberes de sus maridos e hijos muertos, era preciso desencadenar una lucha incesante para lograr la cancelación de los mismos.

Esta misma batalla fue librada en no-viembre de 1825, por la señora Margarita Blanco24, madre del fallecido General José María Carreño. Impulsada por la necesidad y la larga espera, Margarita buscó por sí misma la propiedad que le serviría como pago de los haberes de su hijo. Así fue como el 26 de no-viembre se presentó ante las autoridades de la Comisión de Repartimiento, diciendo que los bienes del emigrado Pedro González de Fuentes, serían sufi ciente para satisfacerse.

El caso de Juana Francisca Mena tam-bién pone en evidencia la referida práctica. Madre del difunto sargento mayor Juan de Dios Morales, Juana Francisca, vecina de La Guaira, reclamaba ante la Comisión Principal que el pasado 7 de marzo de 1824, dicha ins-tancia había aprobado la suma de ocho mil pesos en haberes; todo esto luego de una mi-nuciosa comprobación que demostró la legi-timidad del cargo desempeñado por su hijo. Seguidamente, la demandante solicitó una fi nca para cubrir el valor de su haber, expre-sando capciosamente estar informada “de la hacienda de la propiedad del español emigra-do Juan Andrés Salazar en Río Chico, que tiene en calidad de administración o arrenda-miento su consorte Señora Rafaela López”25

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Aunque algunos de estos reclamos fue-ron satisfechos por las diferentes Comisiones de Repartimiento, las batallas legales y nece-sidades sufridas por estas mujeres mientras la justicia fallaba a su favor, son muestra palpa-ble de valor y protagonismo.

LA MOFA DE UNA GESTA: CONVULSIO-NES SOCIALES E IRREGULARIDADES EN EL PAGO DE LOS HABERES MILITA-RES.

Las promesas con respecto al pago de los haberes militares, hechas a partir de octubre de 1817, sirvieron para mitigar un poco las crecidas tensiones sociales inherentes a una soldadesca agotada y depauperada. Bien sa-bían los artífi ces de la nueva República, que el principal factor de cohesión era el ejército; y desde el Congreso, se empeñaron en re-solver legalmente sus necesidades. Aunque pudimos evidenciar el pago efectivo y casi inmediato de los haberes pertenecientes a los Generales y principales fi guras políticas, el grueso de las solicitudes pertenecían a los miles de soldados, que esperanzados con la cancelación de sus escuetas remuneraciones, se habían jugado la vida en pro de la causa patriota.

Los batallones ilusionados con estos ofrecimientos, fueron los mismos que entre-garon sus vidas en los campos de Boyacá, Carabobo, Bomboná y Ayacucho. Muy co-mún era toparse con incontables relaciones hablando de la escasez de paciencia entre las tropas, y de una posible sublevación a gran escala. Y es que alimentar constantemente una esperanza para luego destrozarla sin nin-guna contemplación tuvo sus consecuencias, por tanto

“El descontento de los militares, ya fuesen activos, ya hubiesen sido licenciados, al no ver retribuidos sus servicios con la largueza que creían merecer, no podía menos que ser un componente, en alto grado determinan-te, de la intranquilidad social y política. El Congreso dio pruebas de preocupación por esta situación, bien fuera disponiendo que se guardase el respeto del ofrecido pago de los haberes militares, bien fuera procurándoles a los militares reconocimientos y distincio-nes...” (Carrera Damas, 2011: 145-146).Una de las salidas más inmediatas y

efectivas empleadas por el Gobierno en el pago de estas deudas, fue la utilización de “vales”. Esta especie de bonos respaldados en el tesoro nacional, paliaron momentánea-mente los numerosos reclamos llegados des-de las diferentes Comisiones de Repartimien-to. El estado deplorable y la desorganización existente en la administración de las rentas públicas, impedían cancelar de inmediato y en efectivo los haberes militares de esa gran mayoría, constituida por soldados y ofi ciales de baja y media gradación.

La administración colombiana también se valió de estos “papeles” para cancelar los sueldos de los funcionarios civiles y milita-res. Sólo un pequeño porcentaje era pagado en metálico, el resto quedaba pendiente en la fi gura del vale. Tal vez la ley “Sobre asigna-ción de sueldos a los empleados en la admi-nistración de la República”, promulgada por el Congreso colombiano el 8 de octubre de 1821, pueda servir de ejemplo a lo antes se-ñalado. En su artículo 7° estipulaba: “Durante la guerra de independencia y dos años des-pués, sólo se pagarán en efectivo a todos los empleados civiles y militares los dos tercios de su asignación; a no ser que la escasez de fondos, u otras circunstancias particulares y

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extraordinarias, obliguen al Ejecutivo a dis-minuir la cuota del pagamento...”26

Mientras los benefi cios asignados a las tropas dependían de las fl uctuaciones socio económicas, sus responsabilidades con la Re-pública se mantenían intactas, y en la mayoría de los casos iban en aumento. El descontento se acrecentaba vertiginosamente y no era para menos, más si consideramos que entre 1821 y 1830 “en razón de que los ingresos fi scales no satisfacían las necesidades del Tesoro, la burocracia civil y militar recibía su sueldo en papel moneda o vales, que perdían en 10 por ciento de su valor cuando sus poseedores po-dían convertirlos en dinero efectivo...” (Brito Figueroa, 1986, T. I: 224-225).

Al observar este seguro caldo de cultivo de futuros confl ictos, los principales diarios de circulación en Venezuela, no escatimaron líneas en criticar el desdén hacia las tropas li-bertadoras, expresando la necesidad de pagar con creces sus sacrifi cios y evitar una suble-vación generalizada que acarrearía nefastas consecuencias políticas, económicas y socia-les. No sin razón alguna, El Venezolano, im-portante diario caraqueño, en septiembre de 1822, se quejó de las burlas recurrentes per-petradas contra la soldadesca, en su mayoría conformado por el pueblo en armas

“Nuestro pueblo es un ente con quien solo se cuenta para exigirle que haga sacrifi cios y que obedezca sin réplica a quanto se le man-de. De estos principios, tan peregrinos como peligrosos en un gobierno popular, proviene el desconcierto de la administración y de ellos nace el descontento de muchos hombres de bien, llamados facciosos y malos patriotas por un corto número de individuos, que si los sacamos del estrecho círculo de sus tertulias no conocen ni el punto del globo en que por casualidad se encuentran fi gurando...”27

El tiempo fue pasando, las necesidades creciendo y los papeles que supuestamente gratifi carían una vida dedicada a la lucha, se sometían a la crítica inclemente de los roe-dores y del olvido. Ahora no eran soldados valientes sino “facciosos” deseosos de acabar con el “sueño colombiano”, “traidores” que en vez de un pago justo, merecían un castigo ejemplar.

Acorralados por estas condiciones ad-versas, el grueso de las tropas había recibido su pago en vales, y no tuvieron otra opción sino recurrir a una desesperada venta, ope-ración ejecutada por “... todos aquellos que dudaban de la posibilidad de que algún día fueran rescatados por el gobierno o que sim-plemente tenían necesidad de dinero en efec-tivo...” (Bushnell, 1985: 305).

Esta cavilación, más que representar una falta de fe en las instituciones republicanas, estaba sustentada en la dura cotidianidad de un soldado licenciado, cuya única vocación era guerrear, con una numerosa familia y sin muchas opciones de trabajo. A este compo-nente, sería propicio agregar las constantes pero frustradas visitas a las distintas Comisio-nes de Repartimiento de Bienes Nacionales en todo el país, donde sólo encontraban palabras de consuelo instándoles a tener paciencia. De esta forma, en fechas tan tempranas como oc-tubre de 1818 -si tomamos en cuenta que la primera ley de Repartimiento fue promulgada en octubre de 1817-, los Ministros de las Ca-jas de Angostura, consultaban si debían o no pagar alcabala, los militares a quienes se han adjudicado algunos bienes por cuenta de su haber y que los han vendido.

Cuando la administración colombiana se propuso resolver las crecientes deudas

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militares a través de la emisión de vales, no previó los requisitos, medidas de seguridad y fondos necesarios para acreditarlos. Para mu-chos no había diferencia entre esta política y la alocada circulación de billetes sin respaldo de 1811. Ya para 1821, Francisco de Paula Santander, Vicepresidente de la República, advertía a Simón Bolívar sobre “... el decré-dito en que han caído los vales que en virtud de la Ley de repartición de bienes nacionales mandó emitir y distribuir el Congreso Gene-ral en el año próximo pasado...”, dado que “... poca previsión se necesitaba para conocer que semejante emisión y circulación de sim-ples billetes iba a causar la pérdida absoluta y completa de nuestro crédito público...”28 El informe pedía la urgente reforma de las leyes sobre repartimientos y la paralización en el otorgamiento, también señalaba la gran deva-luación sufrida por estos papeles, estimada en un 95%.

La usura de quienes obtenían a precios irrisorios las propiedades de la desesperada soldadesca, sumado a las constantes falsifi -caciones, puso en graves aprietos a la admi-nistración colombiana; igualmente, muchos generales estaban “comprando barato” los benefi cios de sus subordinados, las riquezas forjadas por Páez y Monagas, -entre otros- son un claro ejemplo de esta práctica. Según las leyes establecidas por el Congreso para disfrutar de los haberes, cada uno de los fu-turos benefi ciarios debía consignar unos pa-peles justifi cativos de su servicio, pero como los registros administrativos de la República eran defi cientes, las estafas estuvieron a la orden del día. No en vano, las autoridades re-conocían para mayo de 1826 “Que la falta de

una administración regular y uniforme en los años anteriores de 1819, 20 y 21 ha privado a los cuerpos y ofi ciales del ejército libertador, de los documentos legales para comprobar las revistas y abonos en dichos años...”29

En noviembre de 1828, la Gazeta de Co-lombia denunció escandalizada el descubri-miento de una estafa con dos haberes milita-res que ascendían a diez mil pesos cada uno. Julián Sifuentes y Martín José Delgado, am-bos coroneles, eran los acreedores de dichas cantidades. Buscando erradicar este fl agelo, las autoridades determinaron que todos los vales existentes debían cotejarse minuciosa-mente por el presidente y los miembros de la Comisión de Repartimiento respectiva; ade-más, se estableció que estuviesen debidamen-te fi rmados por los miembros de la institución encargada del ramo. Otros requisitos fueron estipulados en el proceso, tal como se señala a continuación:

Que los ya expedidos [se refi ere a los vales], y los que en lo sucesivo se expidan, del modo que va dispuesto, no sean admitidos en la comisión del crédito público, sin que antes en lugar del visto bueno que pone la secretaría de hacienda a otra clase de documentos, no se le hay puesto por la de repartimiento de bienes nacionales la nota de 'es corriente' que fi rmarán los miembros que la componen, y el secretario, después de verifi cado escrupulosamente el cotejo de los libros y expedientes...”30

La República no había logrado zafarse por completo de las coyunturas propias de la guerra independentista, y llevar ordenada-mente estados mayores, libros de fi liación, hojas de servicio, libretas, revistas de comi-sario y nombramiento de funcionarios, no era uno de sus fuertes. El camino estaba abierto para los usureros y estafadores de ofi cio.

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Pese a redoblarse los esfuerzos para evi-tar engaños, las denuncias acerca de las re-petidas estafas cometidas durante estos años, fueron una constante muy desagradable para la administración colombiana. En 1826, la misma reconoció “...que si este mal no se cortaba desde sus principios, sería gravado el erario público con dudas ilegítimas, recayen-do sin duda esta enorme responsabilidad para con la República...”31

En las consignas ofi ciales, las palabras no representaban ideas ni mucho menos acciones concretas. Detallar los recurrentes ofrecimientos de mejores condiciones de vida a la soldadesca, nos podría arrojar un panorama muy halagüeño sobre la cotidianidad del ejército, cuando la verdad es que “...Oímos hablar de pensiones que tienen algunas familias, de adjudicaciones que se han hecho, de fi ncas secuestradas; y por otra parte se nos presentan las madres, los hijos de las viudas de nuestros guerreros, que han expirado en el campo del honor y (...) en esta tierra desgraciada mendingando una mezquina subsistencia”32.

Si las privaciones representadas en los empréstitos, las tasaciones directas y la po-lítica de confi scación no eran empleadas en el pago de las deudas militares -de prioridad indiscutible según los mismos legisladores colombiano-, entonces... ¿Dónde estaba ese dinero? y ¿Para qué tanto sacrifi cio? Estas quejas eran presentadas por la opinión públi-ca, comentadas en los cuarteles y rumoradas en las pulperías. Todos coincidían en las erra-das políticas gubernamentales, que buscan-do construir a la República desde las leyes e instituciones y no desde la solución a su

aguda crisis social, habían cercenado la poca dignidad depositada en las tropas. A decir del propio Bolívar en agosto de 1826, “El espíritu militar ha sufrido más de nuestros civiles que de nuestros enemigos; se le ha querido des-truir hasta el orgullo: ellos deberían ser man-sos corderos en presencia de sus cautivos y leones sanguinosos delante de los opresores, pretendiendo de este modo una quimera, cuya realidad sería muy infausta.”33

No se equivocaron quienes denuncia-ban temerosos y avergonzados las constantes humillaciones perpetradas contra las tropas colombianas. La mofa se había cernido sobre las gestas heroicas, y donde antes existían ha-lagos y condecoraciones, ahora no quedaba más que rabia y desconfi anza. Públicamente se vendían 100 pesos de haberes por 50 ó 60 cuando mucho; los logreros estaban haciendo su trabajo a la perfección, y lo mismo podría decirse acerca de la desesperación cernida sobre las tropas, la cual se traduce en la si-guiente descripción perteneciente al mes de febrero de 1826:

“...sirva de ejemplo un Excelentísimo Señor que sin el menor disimulo acaba de comprar infi nidad de pesos de haberes en Orinoco, y por supuesto su prestigio, su infl uencia, las relaciones, las consideraciones, la deferencia a su clase, el empeño, lo hará en Venezuela conseguir ponerse en propiedades equiva-lentes a los haberes que compró, interin que el infeliz soldado que le vendió su haber en la carencia de todos estos recursos para co-brarlo, se conforma con los 50, pesos que le dio...”34

Sintiéndose burlados y mancillados, el grueso de las tropas libertadoras no encontra-ron otra forma de encajar en la República sino recurriendo a sus viejas prácticas bélicas. La preocupación de las autoridades no se basa-ba únicamente en las facciones realistas que

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azotaban todo el país, pues variados movi-mientos tendientes a la “anarquía” se habían esparcido como reguero de pólvora. El mie-do a la “guerra de colores” estaba más vivo que nunca entre la elite colombiana, de esta manera, en septiembre de 1822, Páez decía lo siguiente “... estos hombres aunque hagan un viaje al cielo, jamás, se convertirán en hijos de la Patria, ni olvidarán los principios que adquirieron en la escuela de Boves y Morales en la desgraciada época de 1814...”35 Estas alusiones al asturiano y a la guerra civil que había desatado, evidencia las inestables con-diciones socio económicas de la República y el miedo sobre la posible repetición de estos acontecimientos.

Más que seguir lamentándose por aque-llo que nunca sucedió, los esfuerzos investi-gativos deberían enfi larse a desentrañar los elementos estructurales de la unión granco-lombiana, evitando los vicios maniqueos y teleológicos, que convierten este episodio de la historia americana en un apéndice de la vida de Simón Bolívar.

NOTAS

1 “Ofi cio de Bolívar para (una mancha de tinta cu-bre en el original nombres y apellidos de la per-sona a quien estaba dirigido); fechado en Paso Caraballero el 17 de abril de 1819. El contenido expresa acuse de recibo de una comunicación pidiendo un pasaporte para Angostura, debido a las privaciones que experimenta y deja entrever ser elemento del ejército. Le trata otros puntos, conforme a lo escrito”. Doc. 3680, en: Escritos del Libertador, Tomo XVI, Doc. 3593-3989 (16 de febrero-31 de diciembre 1819), p. 108.

2 “Desde el inicio de la fase bélica primaria de la disputa de la independencia en Venezuela, los combatientes de uno y otro bando debieron vivir sobre el terreno. No parece que se distinguiese

escrupulosamente las propiedades, tomando en cuenta la opinión y militancia de los propieta-rios; como por lo general tampoco se dejaba constancia documental del despojo practicado, o éste era arreglado.” En: Germán Carrera Damas, Colombia, 1821-1827: Aprender a edifi car una República Moderna, p. 253.

3 Inicialmente se le da un corpus jurídico coherente con la Ley Fundamental de Colombia en 1819, donde se estipulaba la reunión en una sola República de las provincias de Nueva Granada y Venezuela.

4 AGN, Intendencia del Departamento de Vene-zuela, 1821, Tomo I, Fol. 382.

5 AGN, Intendencia del Departamento de Vene-zuela, 1822, Tomo II, Fol. 10.

6 AGN, Intendencia del Departamento de Vene-zuela, 1822, Tomo II, Fol. 86.

7 “Decreto de Simón Bolívar sobre reparto y adju-dicaciones de bienes secuestrados a españoles y americanos realistas a los ofi ciales y soldados del ejército patriota”. 10 de octubre de 1817. Doc. N° 112, en: Materiales para el estudio de la cuestión agraria 1800-1830. Vol. I, pp. 204-205.

8 “Ley de 1° de Octubre de 1821 sobre confi sca-ción de los bienes pertenecientes al Gobierno enemigo y a los que huyen del republicano”, en: J.M. Siso Martínez (Comp.), Cuerpo de leyes de la República de Colombia 1821-1827, pp. 75-76.

9 “Ley de 30 de julio de 1824 que declara secues-trada y confi scados todos los bienes existentes en el territorio de la República, pertenecientes a súbditos del rey de España” en: J.M. Siso Martí-nez (Comp.), Ob. Cit., pp. 242-243.

10 “Decreto de 18 de septiembre de 1821 sobre expulsión de los desafectos al Gobierno de la República”, en: Ibídem, pp. 53-54.

11 “El Libertador fue informado en Campaña de haberse instalado en la Capital, la Comisión de bienes nacionales.- Ofi cia recomendando a la Comisión obrar con estricta sujeción a la ley.- Recomienda especialmente los derechos de uno de los primeros y más leales servidores de la República” 3 de diciembre de 1817. Doc. N° 116, en: Materiales para el estudio de la cues-tión agraria 1800-1830. Vol. I, p. 211.

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12 “La Gaceta de Colombia del día 20 de julio de 1823, da publicidad, tomado de un expedien-te existente en la Superintendencia General de Hacienda de Bogotá por el año de 1820, al decreto del General Bolívar Presidente de la República, de 12 de septiembre de 1819, por el cual concedió al General Santander, como representante extraordinario de sus servicios, ciertos valiosos bienes confi scados a españoles enemigos de la causa americana, a cuya con-cesión alude el General Santander en su ofi cio de 10 de enero de 1822, dirigido a la Comisión de Repartimiento de Bienes Nacionales.” 12 de septiembre de 1819. Doc. N° 132, en: Ibídem, pp. 255-256.

13 “Ley sobre repartimiento de Bienes Nacionales entre los Servidores de la Patria”. 6 de enero de 1820. Doc. N° 137, en: Ibídem, p. 263.

14 AANH, Sección Judiciales, 1826, Doc. A11-C27-D1103.

15 “Decreto de 20 de julio sobre gracias y honores a los vencedores en la batalla de Carabobo”, en:

J. M. Siso Martínez (Comp.), Ob. Cit., pp. 33-34.16 AANH, Sección Judiciales, 1826, Doc.

A11-C40-D1301.17 “Reglamento para la Comisión especial encar-

gada de la repartición de bienes secuestrados”. 1° de noviembre de 1817. Doc. N° 114, en: Ma-teriales para el estudio de la cuestión agraria 1800-1830. Vol. I, pp. 206-207-208.

18 AANH, Sección Judiciales, 1826, Doc. A11-C41-D1310, Fol. 1.

19 AANH, Sección Judiciales, 1828, Doc. A11-C44-D1421, Fol. 1.

20 “Decreto sobre recompensas a quienes denun-cien la existencia de Bienes Nacionales ocul-tos”. 27 de febrero de 1830. Doc. N° 308, en: Materiales para el estudio de la cuestión agraria 1800-1830. Vol. I, pp. 522-523.

21 “Ley sobre secuestros y confi scaciones de bie-nes pertenecientes al Gobierno Español y a los emigrados”. 20 de junio de 1819. Doc. N° 127, en: Ibídem, p. 228.

22 “Ley sobre reparticiones de Bienes Nacionales entre los Servidores de la Patria”. 6 de enero de 1820. Doc. N° 137, en: Ibídem, p. 263-264-265.

23 “Ley haciendo asignaciones de bienes naciona-les a los que sirvieron a la República desde el

año 6° hasta el 9°”. 28 de septiembre de 1821. Doc. N° 165, en: Ibídem, pp. 304-307.

24 AANH, Sección Judiciales, 1825, Doc. A11-C44-D1409. Fol. 1.

25 Ibídem, Fol. 3.26 “Ley de 8 de octubre de 1821 sobre asignación

de sueldos a los empleados en la administra-ción de la República”, en: J.M. Siso Martínez (Comp.), Ob. Cit., pp. 91-93.

27 “Sobre el patriotismo de los Venezolanos y la no recompensa de su heroísmo, a pesar de los secuestros y confi scaciones. Comentario de El Venezolano, de Caracas”. 2 de septiembre de 1822. Doc. N° 186, en: Materiales para el es-tudio de la cuestión agraria 1800-1830. Vol. I, pp. 326-327

28 “Ofi cio de Pedro Briceño Méndez para el Mi-nisterio de Estado, Relaciones Exteriores y Ha-cienda, fechado en Valencia el 17 de julio de 1821, por el cual le hace observaciones, de par-tes del Libertador, al descrédito en que han caí-do los vales emitidos para pagar a los militares en virtud de la ley de repartimiento de bienes nacionales que ha caído en manos usureras. El Congreso debe revisar la ley, pues hay imposi-bilidad de los militares para asistir a los remates de bienes. Suspenda la emisión de vales y pida reforma de la ley. La seguridad de la recompen-sa a los hombres que hicieron la guerra evitará una contienda civil cuando termine la lucha por la independencia.” Escritos del Libertador, Tomo XX, Doc. N° 5635-6154 (14 de mayo-31 de agosto 1821), pp. 347-349.

29 “Modo de hacer los ajustes al ejército por servi-cios prestados de 1819 a 1821” en: Las Fuer-zas Armadas de Venezuela en el siglo XIX, Doc. N° 654., Tomo V, pp. 120-122.

30 “Aviso”, en: Gazeta de Colombia, N° 326, 13 de enero de 1828.

31 “Sobre los documentos que deben presentar los individuos de guerrillas que soliciten haber mi-litar”, en: Gazeta de Colombia, 29 de octubre de 1826.

32 “Sobre el patriotismo de los Venezolanos y la no recompensa de su heroísmo, a pesar de los secuestros y confi scaciones. Comentario de El

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Venezolano, de Caracas”. 2 de septiembre de 1822. Doc. N° 186, en: Materiales para el es-tudio de la cuestión agraria 1800-1830. Vol. I, pp. 326-327

33 Simón Bolívar, Obras Completas, T. II, p. 458.34 “Sobre Haberes Militares. Nota de Alerta, de

Cumaná”. 10 de febrero de 1826. Doc. N° 282, en: Materiales para el estudio de la cuestión agraria 1800-1830. Vol. I, p. 476.

35 Archivo del General José Antonio Páez, T. II, pp. 113-114.

BIBLIOGRAFÍA

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Las perlas en Nueva Esparta en el siglo XIXI

GRECIA SALAZAR BRAVOUNIVERSIDAD DE MARGARITA, EL VALLE

NUEVA ESPARTA

RESUMEN: En el marco de los estudios regionales de Venezuela, el objetivo de esta investigación es recrear como era la vida cotidiana de los hombres que practicaron la explotación de perlas en las islas de Margarita, Coche y Cubagua en el siglo XIX. El comercio de la perla ha sido estudiado casi siempre desde el punto de vista económico, pero se ha desatendido lo referente a la vida cotidiana de las personas dedicadas a este trabajo, lo que se abordará de manera primaria en esta investigación. Luego de lo difícil de la guerra de independencia venezolana, los margariteños reimpulsaron poco a poco la industria de la pesca de perlas, pero con menos auge que durante el período colonial. A partir de la creación de Colombia, la búsqueda y extracción de perlas, tendrá altibajos que se alargarán durante el resto del siglo XIX, en la ya República de Venezuela. Se introduce un nuevo método de trabajo y comenzará un renovado interés por las perlas venezolanas en el mercado mundial de joyería; lo que propiciará el inicio de las legislaciones sobre la explotación perlífera en nuestro país, y los contratos con empresas extranjeras para la extracción y comercio de las perlas neoespartanas. Esto acarreará el inicio de los confl ictos entre los margariteños y los extranjeros que se querían apoderar de todas las perlas; pero servirá para que los margariteños aprendan nuevos métodos de extracción de perlas, que los convertirá con el paso de los años, en los más expertos en dicho trabajo en todo el Caribe.

PALABRAS CLAVE: Perlas, Isla de Margarita, pescadores, leyes, comercio, vida cotidiana, historia local neoespartana, rancherías, joyería.

E n el siglo XIX, Venezuela se vio inmersa por espacio de más de diez años en una cruenta guerra

de independencia, que arrasó con muchos poblados, cercenó la vida de hombres, muje-res y niños y sumió al país en una profunda pobreza; la isla de Margarita no escapó a ese proceso y los margariteños aportaron mucha sangre para la lucha independentista venezo-lana, y como era de suponer la búsqueda y

extracción de perlas, que se realizaba desde tiempos ancestrales, se vio paralizada por algún tiempo, para luego resurgir por cortos períodos, pero nunca con la importancia que tuvo durante la época colonial.

Pero aunque la vida fue sumamente di-fícil y los avatares de la guerra propiciaron el abandono de la búsqueda y extracción de perlas, esta industria tan importante para los margariteños será poco a poco rescatada y se desarrollará todo un mundo alrededor de la

Tierra Firme (Segunda Época). Caracas - VenezuelaN° 109, Año 28 - Vol. XXVIII, pp. 45-54, 2015

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misma, muchos se dedicarán a ella y la harán resurgir en varias oportunidades aunque con difi cultades.

CONTRATOS DE EXPLOTACIÓN DE PERLAS EN LA ISLA DE MARGARITA, FIRMADOS DURANTE EL SIGLO XIX

Los métodos de extracción usados para la época, en las aguas de la Isla de Margarita eran fundamentalmente el buceo de cabeza o zambullida, hecho por hombres, desnudos ar-mados de un cuchillo y una cesta para meter las ostras; y la rastra, que según palabras de Pablo Vila (1963) se basa en: …arrastrar por el fondo marino un pesado aparato formado por un triángulo de hierro,... se lleva consigo todo lo que encuentra a su paso además de las otras… (p. 34) lo que nos da una idea de lo altamente dañino para la vida en el fondo del mar que era dicho sistema.

RUNDELL, BRIDGE Y RUNDELL.

Luego de fi nalizada la guerra a la pri-mera persona que se le otorga un permiso o concesión para la explotación de perlas, es a Carlos Stuart Cochrane, representante de una compañía inglesa llamada Rundell, Bridge y Rundell, que lo solicita ante el Congreso de la República de Colombia en 1823, esta conce-sión es discutida en las sesiones del congreso de los días: 5, 14, 23, 26 de junio y 8, 10, 15 de julio y fue aprobada el 6 de agosto de dicho año.

Al leer la recopilación de leyes que es-tán recogidas en la publicación titulada San-tander y el Congreso (1984); tenemos que la justifi cación que se argumentó para aprobar

dicha concesión fue: 1º Que hasta ahora la pesca de perlas se hace generalmente… de un modo peligroso y casi improductivo; 2º Que si este ramo de industria recibiera las mejoras que son conocidas en otras nacio-nes, podría ser una de las fuentes de riqueza pública y particular… (p. 114).

Entre los privilegios otorgados a la com-pañía inglesa tenemos que podían buscar y explotar las perlas en unas zonas determina-das, por un espacio de cinco años y con las máquinas que fuera necesario para ello y que los naturales de Colombia debían seguir pes-cando con el método tradicional (buceo de cabeza), establecía además que éstos tenían prohibido terminantemente el uso de la rastra; que era el método que usaría de forma exclu-siva la compañía Rundell, Bridge y Rundell.

Rundell, Bridge y Rundell, fue una aso-ciación entre los señores Philip Rundell y Juan Bridge, que se ocupaban de la joyería, haciendo todo tipo de relojes, medallas, es-padas, joyas, adornos y algunos objetos utili-tarios, convirtiéndose durante la primera mi-tad del siglo XIX, en uno de los negocios de mayor éxito en Inglaterra. Esta empresa fue catalogada en 1815 como la que mayores ga-nancias obtuvo en todo el Imperio Británico.

Por más de cuarenta años Rundell, Brid-ge y Rundell, reunió a eminentes artistas que se encargaron del diseño de los objetos que se hicieron en la empresa, utilizando las más avanzadas técnicas industriales; adquiriendo un prestigio tan grande que pasaron a ser los joyeros ofi ciales de la corona real inglesa, desde el rey George III, hasta la reina Victo-ria. Su forma de tratar con los proveedores de

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Pero aunque la vida fue sumamente difícil y los

avatares de la guerra propiciaron el abandono

de la búsqueda y extracción de perlas, esta industria tan importante

para los margariteños será poco a poco rescatada y se desarrollará todo un mundo alrededor de la

misma...

piedras y gemas preciosas es descrita, por el investigador George Fox, en su libro: History of Rundell, Bridge and Rundell, (1843), como de pícaros; ya que solían regatear mucho y pagaban las piedras a los precios más bajos del mercado.

Todo lo anteriormente dicho nos hace comprender que estuvieran tan urgidos de establecer contacto con el gobierno colombiano apenas concretada la inde-pendencia y enviaran rápi-damente a un representante suyo a solicitar la conce-sión antes mencionada; con la intensión de ser sólo ellos, quienes consiguieran las perlas margariteñas, que enviarían rápidamente a sus talleres en Inglaterra; en los que se fabricó, entre otras piezas, una magnífi ca caja de tabaco elaborada en oro, que el Ministerio de Relaciones Exteriores de Inglaterra, por orden del rey Jorge IV, le otorgó como regalo al libertador Simón Bolívar, y que le fue en-tregada por ministros ingleses en 1825.

El 31 de julio de 1824, el Congreso le prorrogó el plazo a la compañía inglesa para que iniciara la pesca de perlas con máquinas de arrastre; no se sabe con exactitud cuando dicha compañía empezó a trabajar; pero en 1828 arriba a Margarita el bergantín inglés Wolf, cuya misión era buscar perlas; trabajo que la compañía efectuó hasta 1833, cuan-do abandonaron Venezuela, sin que se sepa

aún exactamente la razón de su partida, ni se hayan conseguido (aún) en los archivos ofi -ciales de la nación venezolana registros de su actividad.

Los artículos dos y tres de la concesión establecen los límites donde la compañía po-día buscar las perlas; el artículo seis dice que luego de un plazo de cinco años, la compañía:

…deberá entregar en propie-dad a la República y en esta-do de buen servicio, todas las máquinas que haya usado en los mares… Por otro lado el artículo siete exige a los em-presarios que admitan: …a los Colombianos que quie-ran ocuparse en esta clase de trabajo, debiéndolos instruir en el manejo y uso de las máquinas. Y el artículo ocho ordena que se admitan accio-nistas colombianos que estén interesados en participar en la compañía.

EL CASO DE LOS PESCADORES DE PERLAS SOMETIDOS A JUICIO

A pesar de que los naturales tenían pro-hibido el uso de la rastra, (debido a la con-cesión otorgada a la Rundell, Bridge y Run-dell), hubo muchos pescadores margariteños y algunos extranjeros casados y residenciados en la isla, que clandestinamente usaron dicho método, lo que hizo que fueran perseguidos y sometidos a juicio; el incidente más conocido de estos es un juicio a tres pescadores mar-gariteños y tres europeos, que se inicia el 21

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de junio y culmina el 29 de agosto de 1825; en los papeles de dicho juicio se observa la pobreza en la que trabajaban los pescadores margariteños que se dedicaban a la pesca de perlas.

Los pescadores fueron perseguidos por la armada colombiana y llevados al puerto de Cumaná, donde se inició el juicio y las personas encontradas en los barcos fueron interrogadas, del informe del caso podemos establecer que tres de los botes tenían licen-cia para pescar perlas, pero con el método del buceo de cabeza, y que en todos los barcos se encontraron máquinas arrastradoras.

Las licencias que los patrones de los barcos mostraron, se las había otorgado el gobernador de Margarita a los señores Luis Sánchez, Benito Marín y Pedro Justiniano para que buscaran perlas en la isla de Cuba-gua, por el método de buceo de cabeza, por espacio de uno o dos meses.

Del inventario hecho a los botes apresa-dos podemos extraer los siguientes datos: en relación a la comida se halló casabe, harina de maíz, arroz, sal, papelones, pescado, vina-gre, así como implementos para cocinar: to-tumas, calderos, y en cuanto a la actividad de búsqueda y extracción de perlas, tenían a bor-do máquinas arrastradoras, cedazos, cofreci-tos para guardar las perlas con sus respectivas llaves y sacos vacios; entre otros enseres pro-pios de la navegación.

Luis Sánchez, pescador, natural y vecino de la Isla de Margarita, de 22 años, casado, manifestó en el interrogatorio que hacía la búsqueda de perlas, como empleado del se-ñor Agustín Franchesqui, quien era casado

y vivía en la isla de Margarita, donde tenía casa y comercio; expresa el imputado que desconocía que estaba prohibida la pesca con rastra, ya que él no sabía leer ni escribir y que tampoco sabía cuál era el destino fi nal de las perlas, aunque si estaba al tanto que debían declararlas y pagar el derecho, para lo cual de cada cinco onzas debían entregar una al alcalde de Margarita.

Otro de los imputados fue Antonio Cata-rinas, natural de Italia, que confesó ser mari-nero, soltero, de 29 años, y en ese momento residenciado en la isla de Margarita y quien manifestó que buscaba perlas en compañía de su hermano Juan. Expresó Antonio que tenía una licencia del Gobierno de Margarita, para sacar perlas durante un mes (por el método de buceo de cabeza); también declaró que desco-nocía la prohibición del uso de la rastra y que planeaba vender las perlas obtenidas en la isla de Margarita.

Basilio Campos, marinero, de 32 años de edad, natural y vecino de la isla de Marga-rita, quien había sido contratado por Benito Marín para buscar perlas; en su declaración manifestó que vio que el señor gobernador político y militar de Margarita, le dio a Marín la licencia correspondiente, pero que ignora los detalles de la misma, además expresó que trabajaba para un ciudadano italiano llamado Juan Bautista Lance, dueño del bote y que ha-cía días que dicho señor se había ausentado de la isla, desconociendo su paradero.

Por su parte el señor Pedro Justino o Justiniano en su declaración manifestó que era natural de Grecia, de 39 años de edad, navegante de ofi cio, casado en la isla de Mar-

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garita desde hacía cuatro años, donde vivía. Dijo que tenía una licencia del gobierno de Margarita para hacer la pesca de perlas, en un bote de su propiedad y con la máquina arras-tradora; y que ignoraba que no podía usarse dicho aparato.

Menciona a otras personas que han he-cho lo mismo: Bayona, DeMoulen, el señor T. C. Ceferino González, Juan Antonio Gon-zález, de Pampatar (que lo hizo como buzo de cabeza) y Gonzalito (el caraqueño).

Manifestó además que la primera vez que sacó perlas (diez onzas), el señor alcalde de Margarita José Jesús Guerra le quitó dos onzas, diciéndole que por cuenta de derechos, y que las iba a entregar al señor gobernador de la isla T. C. Ramón Machado.

Luego de tomadas las declaraciones compareció ante el Comandante General de la Marina, el maestro de platería José Antonio González, quien hizo el avalúo de las perlas que se encontraban en los cofres incautados a los buscadores de perlas, cuyo resultado fue el siguiente: en el de Sánchez, ocho adarmes; en el de Pedro Justiniano cuatro onzas con un adarme y medio más de Antonio Catarinas que las tenía guardadas allí. Dando la suma total de 24 onzas, seis y medio adarmes.

El dictamen de las autoridades, con fecha 21 julio de 1825, en este caso fue el siguiente: …que los individuos que fueron aprehendi-dos… haciendo pesquería de perlas en cinco botes… que al efecto sacaron sus componen-tes permisos del señor Gobernador de la re-ferida isla y que sólo puede hacérseles cargo de haber usado de máquinas contra lo que expresamente constaba de sus licencias o por

estar ellas únicamente permitidas a la com-pañía Rundell… es mi dictamen que… alce de embargo a los cinco botes apresados… en-tregándoselos a sus respectivos dueños o pa-trones con los aparejos que constan de inven-tario: que se decomisen y quedan a favor del Estado todas las máquinas que se empleaban en la pesca de perlas con los útiles que les pertenezcan,… y que las 24 onzas, seis adar-mes de perlas encontradas en los buques se pasen con testimonio íntegro de lo obrado a S. E. el General Intendente para que se pro-nuncie sobre ellas o les dé el destino que co-rresponda. (Otte, 1964, p. 61)

Es de hacer notar que en la sentencia se menciona que no hay claridad jurídica en la materia y que el tiempo en el que la compañía de Rundell, Bridge y Rundell debía poner en práctica su proyecto ya había fi nalizado, lo que difi cultaba aún más la interpretación de la legislación respectiva.

Cuando se dicta la sentencia, los pesca-dores se habían trasladado a la isla de Marga-rita, incluso abandonando sus embarcaciones, con todos sus enseres y sus perlas, supone-mos que hicieron esto por temor a las leyes, sobre todo cuando ninguno de ellos sabía leer y escribir y por consiguiente no sabían cómo defenderse de las autoridades.

CONTRATO DEL SEÑOR EDUARDO HASLEWOOD

El 14 de julio de 1884, ya habiéndose separado Venezuela de Colombia, y bajo la presidencia de Antonio Guzmán Blanco, se celebró un contrato entre el Ministerio de Fo-mento y el Sr. Eduardo Haslewood, para bus-

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car y extraer perlas en las aguas de las islas Margarita y Coche, el artículo 2º del referido contrato autoriza al Sr. Haslewood a introdu-cir en el país todas las máquinas y enseres que necesitaren para desarrollar su trabajo y el artículo 3º aclara que la extracción de perlas debe hacerse sin que ello acarree la destruc-ción de los ostrales. Hasta el momento no he-mos conseguido datos sobre el trabajo de este señor en el hoy estado Nueva Esparta; sólo tenemos de él la información que nos refi ere la historiadora María E. González de Lucca, quien menciona que el señor Haslewood de nacionalidad inglesa, miembro de la bolsa de valores de Londres, era un busca fortunas, que había hecho la proposición de adquirir toda la República de Colombia debido a la incapacidad de los naturales de ésta, de poder entenderse y poner en marcha a esa joven na-ción; por lo que él consideraba que era mejor crear allí países nuevos, con gente nueva y sobre todo ilustrada.

CONTRATO CON EL SEÑOR ROSEMBERG

Durante el siglo XIX, se puede medir el fl ujo de la extracción de perlas, basado en algunos datos relacionados con la venta de las mismas, aportados por Fausto Teodoro Aldrey, en su libro: Apuntes Estadísticos del Estado Nueva Esparta (1876), que permite establecer que entre 1833 y 1845 descendió la pesca de perlas, pero en 1845 se descubrie-ron nuevos ostiales, en 1854 la extracción resurgió hasta 1857; pero según las estadísti-cas, para 1880 ya no se encontraban muchas perlas y será a principios del siglo XX cuando se producirá un nuevo repunte.

Aldrey, menciona también que no se tiene mucho conocimiento de las actividades que desarrolló la compañía inglesa Rundell, Bridge, Rundell, y establece que entre 1828 y 1845,…se hizo la pesca reducida a pe-queñísimas proporciones, sin que lo notase el gobierno provincial, que la tuvo siempre grabada con un impuesto que varió según las épocas. (p. 59) Aldrey calculó que para 1845 el producto de la pesca de perlas…fue de mil seiscientas onzas de perlas por año. El valor fue de diez y seis a veinte venezolanos la onza de última clase y de cuarenta á cien la supe-rior (p. 59)

Comenta que la explotación de perlas es-tuvo suspendida durante un tiempo debido a que éstas escaseaban, y que en 1854, se reco-menzó a buscar perlas gracias al impulso de un ciudadano hamburgués, de apellido Ros-emberg ( de quien no hemos conseguido aún mayor información), y quien tenía un permi-so del gobierno y trabajó hasta 1857, luego de lo cual se abandonó esta actividad debido a que …los ostiales no producían los gastos de explotación: en estos años se sacaron cuatro-cientas onzas de perlas anuales; su valor fue de 24 á 28 venezolanos las de última clase y de 50 á 150 la superior…(p. 59).

Aldrey nos aclara que el impuesto con que se gravó la industria fue el mismo por espacio de varios años y era de 3,2 venezo-lanos mensuales por cada embarcación y que durante algún tiempo se prohibió el uso de la rastra como método para buscar perlas. En 1853 el impuesto se aumentó a 9,6 venezola-nos y el año de 1857 produjo a las rentas 960 venezolanos.

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Los viajeros que visitaron la isla de Margarita en el siglo XIX, dejaron sus co-mentarios sobre la búsqueda, extracción y comercialización de perlas, por ejemplo J. J. Dauxion Lavaisse, (1967) dice al respecto: …las ostras en las cuales se les encuentra, se han vuelto a multiplicar de nuevo en las costas de esa isla. He visto, en 1807, a un particular que se había procurado cerca de cuatrocientas en el curso del año anterior. (p. 210); también comenta que él vio una imagen de la Virgen en Pueblo de la Mar que tenía una corona con 365 perlas, las cuales contó exactamente.

Miguel María Lisboa, (1954), expresa que: La arrastra está hoy prohibida por la ley en Margarita, pero se usa mucho clandes-tinamente… (p. 177), algo de lo que varios documentos de la época dan cuenta.

Lisboa, cuenta que él compró unas perlas a 150 pesos la onza: A estos indios,… com-pran los mercaderes de Porlamar y Pampatar las perlas mezcladas de todos los tamaños,… a razón de 25 a 30 pesos de onza. Escogen después las de buen oriente y separan los di-ferentes tamaños, haciéndolas pasar por una serie de cedazos… y las venden… hasta 200 pesos la onza. La perla que excede en tamaño a un grano de maíz, teniendo… un valor ele-vado y arbitrario, se vende por unidades y no al peso… (p. 178) realmente esto siempre fue así, la perla de más valor y de mejor oriente era vendida al mejor postor.

Miguel María Lisboa se animó a ir con buceadores margariteños a presenciar la ex-tracción de perlas en las aguas de la isla y lo describió: Me embarqué con ellos y con otro compañero en una curiara,... y salimos a la mar... y se dirigieron al lugar del banco de ostras, guiados por balizas y… se desnuda-

ron. El capataz de los buzos,... fue el primero que saltó de la curiara, sumergiéndose con la cabeza hacia abajo... continuaron sumer-giéndose los tres indios, precediendo siempre a cada uno un trago de aguardiente, sobre un banco de ostras,... las traían los buzos seis u ocho cada vez aseguradas por el brazo con-tra la parte izquierda del pecho. Comenza-mos enseguida a abrirlas con impaciencia... pero ¡trabajo vano! En más de cien ostras que abrí, sólo encontré tres o cuatro perlas poco mayores que un grano de mostaza,… (pp. 174-175) Esta relación nos permite com-prender que, para la segunda mitad del siglo XIX, la búsqueda y extracción de perlas, ya no era un trabajo tan rentable para los buzos de cabeza porque la mayoría usaba el método de arrastre; aunque en esa época hubo un re-punte perlífero en Margarita.

ALGUNOS OTROS CONTRATOS Y DISPOSICIONES LEGALES

Luego de las pocas concesiones que había otorgado el gobierno venezolano a al-gunos ciudadanos en torno a la búsqueda y extracción de perlas, el 03 de junio de 1890, el gobierno venezolano dictó una resolución a través del Ministerio de Fomento, que se puede leer en las Leyes y Decretos de Vene-zuela, (1992), que establece que como las ostras se están explotando sin los permisos adecuados:…se prohíba la explotación…y se nombre a un Inspector especial de aquel ramo a quien se encargará de velar por el cumplimiento de esta resolución, de estudiar la materia y de informar…al Gobierno para que dicte las disposiciones…que sean opor-tunas (p. 42).

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Al año siguiente, 13 de mayo de 1891, el ejecutivo fi rma una resolución donde declara libre la pesca de perlas, con la condición de que los pescadores se registren ante el Minis-terio de Fomento y adquieran una patente, y que la pesca se haga por medio de buzos o escafandras y no con máquinas arrastradoras. Lo realmente relevante de este decreto es que es la primera vez que se menciona el uso de las escafandras en algún documento legal en Venezuela.

El 09 de octubre de 1893, el Ejecutivo Nacional fi rma un decreto en el que se le con-cede al señor Alfredo Dalla Costa, un permiso exclusivo para la explotación de perlas, en los ostiales que descubra en las costas de la isla de Margarita, no tenemos aún información certera si esto se llevó a cabo.

RESOLUCIÓN DE 22 DE MARZO DE 1897, POR LA CUAL SE REGLAMENTA POR PRIMERA VEZ EN VENEZUELA LA INDUSTRIA DE LA PESCA DE PERLAS

La primera legislación en torno a la bús-queda y extracción de perlas, fue una Reso-lución dictada el 22 de marzo de 1897, que consta de nueve artículos y en su encabezado reza:…considerando que por no estar sujeta a ningún reglamento la industria de la pes-ca de perlas, riqueza natural que abunda en el litoral de Venezuela, especialmente en las costas de Cumaná, de la península de Para-guaná y de la isla de Margarita queda por tales motivos expuesta a su total extinción, a fi n de regularizar su explotación, dispone… (Leyes…1992, p. 47).

Lo más importante de dicho documento es la creación de la fi gura del Inspector Gene-ral de la Pesca de Perlas, quien debía…reco-rrer constantemente, en una embarcación…

los lugares donde existen ostiales… (Le-yes…1992, p. 48); también se menciona, que la pesca podía hacerse durante todo el año y que para ello debía obtenerse una patente, el documento prohíbe los métodos de extrac-ción que puedan causar daño a los ostrales, pero no aclara cuales son dichos métodos.

La resolución establece también que debe hacerse un inventario de los …ostia-les, su situación geográfi ca, su distancia del puerto habilitado más inmediato, su exten-sión, su espesor, cantidad y calidad de perlas que produce anualmente, su profundidad de la superfi cie de las aguas, los arbitrios em-pleados en la explotación, las faltas y abusos que se cometan; y demás circunstancias y condiciones relacionadas… (Leyes…, 1992, p. 47) y que el Inspector de pesca debe tener dicha información, para que se la haga llegar al Ejecutivo Nacional.

Algo que se puede resaltar en esta Resolución, es que impone una especie de veda conservacionista, al establecer en el artículo seis: La concha lisa, nueva, llamada de fl or, no contiene perlas y debe arrojarse al agua inmediatamente en el mismo sitio de la pesca, sin que sea permitido conducirla atierra. (Leyes…,1992, p. 48); lo cual era de vital importancia para asegurar la producción de perlas a largo plazo.

Pero sabemos que muchos de los con-tratos y/o decretos se fueron adecuando a los intereses personales de los empresarios que querían obtener concesiones del gobierno co-lombiano primero y luego del venezolano; ya que ambos gobiernos no poseían la sufi ciente información para reglamentar adecuadamen-te esta actividad y en alguna medida pudieron ser engañados por los intereses de los euro-peos deseosos de las perlas para sus negocios en el antiguo continente.

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La signifi cación de la actividad perlífera en la isla de Margarita fue tan importante en la vida cotidiana de los isleños, que uno de sus más importantes periódicos, El Sol, por años le dedicó muchas líneas al problema de la pesca de perlas, sobre todo desde el punto de vista de los pescadores, así en fecha 16 de febrero de 1898, manifi esta en su editorial: Se queja Margarita la industriosa de que sus gobernantes no la dejen explotar la única industria con que cuentan actualmente, la de la pesca de perlas, de la cual vivían ayer muchos de los hijos que no querían morirse de hambre, pero hoy perseguidos los botes que las pescan tendremos que dejar nuestras playas e irnos... ¿a dónde? (s/n). Debemos hacer notar que incluso los dueños del diario incursionaron en la búsqueda y extracción de perlas, durante algún tiempo.

La resolución de 1897 se derogará el 29 de abril de 1899, debido a que se consideró que: …tiene disposiciones no ajustadas a un procedimiento legal… y además se prohibió la pesca de perlas, mientras se elaboraba un reglamento cónsono con dicha industria; sin embargo el 16 de enero de 1899, se había res-tablecido el cargo de Inspector de Pesca de Perlas, nombrándose para el mismo al señor Leandro Alvarado, a quien se le asigna un sueldo de doscientos bolívares mensuales.

El 22 de abril de 1899, se le otorga un permiso a la North America Sucking Com-pany, para que haga estudios técnicos de los ostiales de perlas que existían en las aguas de la nación; designándose al señor M. V. Ro-mero, con un sueldo se seiscientos bolívares, para que presenciara dichos estudios y toma-ra nota de todo lo pertinente en cuanto a la explotación de las perlas, que pudiera ser de utilidad para la nación venezolana; además

debía vigilar que no se hiciera pesca de perlas con máquinas arrastradoras.

De este hecho aún no hemos localizado datos ofi ciales en los archivos de la nación venezolana; pero los editorialistas del pe-riódico margariteño El Sol manifestaron en su edición del día 18 mayo 1899: A última hora susurra por aquí la noticia de que se ha suprimido en absoluto la pesca de perlas, porque se va a hacer una concesión a una compañía extranjera que explotará nuestras riquezas. Creemos que esto no puede ser, por-que ¿Cómo es posible que se le quite el pan de la boca al infeliz obrero para dárselo al que está harto?(s/n). Esta va a ser la política editorial del diario: defender a los pescadores margariteños a quienes respaldaron amplia-mente.

Lo curioso del caso es que en esa mis-ma fecha (18 mayo 1899) tienen como noti-cia que se habían otorgado:…en la aduana de Juan Griego 31 patentes a pescadores de perlas; así que por este respecto han ingre-sado de los bolsillos del pueblo a las rentas nacionales la cantidad de 3720 bolívares sin contar con las multas de 6 a 25 pesos que se le impusieron a las 25 embarcaciones que en días pasados se trajeron a este puerto; infor-mación que hace énfasis en lo productivo que era este rubro dentro de la economía de las islas de Margarita, Coche y Cubagua.

REFLEXIONES FINALES

El siglo XIX trajo un repunte en la ex-plotación de las perlas, que ya tenía más de un siglo paralizada; éste incluyó un método, que si bien ya era viejo, había sido muy poco usado en Margarita: la rastra, método por lo demás muy dañino y que sólo contribuyó a

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acabar aún más con las perlas y a entorpecer el delicado equilibrio ecológico del lecho submarino.

Por otro lado en el siglo XIX, el ámbito legal que rodeaba a la búsqueda y extracción de perlas siempre estuvo un paso atrás en cuanto a la defensa y conservación de los os-trales y a la protección de los buzos y trabaja-dores de dicha industria; de hecho sólo a fi nes del XIX se produce el primer documento jurí-dico en torno a la extracción de perlas; lo que nos demuestra que la vida de los buscadores de perlas, no era muy importante para la in-cipiente legislación de la joven nación vene-zolana; dándosele prioridad en el comercio perlífero a los extranjeros, lo que propiciará las protestas de los margariteños, quienes en varias oportunidades serán llevados ante las autoridades por trasgredir las normas impues-tas por el gobierno respecto a la búsqueda y extracción de perlas.

REFERENCIAS

Artículos

Otte, Enrique, Pesca de Perlas Ilegal en Cubagua (1825) en, Boletín Histórico de la Funda-ción John Boulton, Nº 6, Caracas, Septiem-bre de 1964, pp. 39-64.

Vila, Pablo. Las Actividades Perlíferas y sus vicisi-tudes en Venezuela, en Revista de Historia, Año III, Nº 17, Caracas, Centro de Estudios Históricos de la Facultad de Humanidades y Educación de la UCV, Julio de 1963, pp. 13-37.

Fuentes Primarias Impresas

Aldrey Fausto Teodoro, Apuntes Estadísticos del Estado Nueva Esparta, tomados por orden el Ilustre Americano general Antonio Guz-mán Blanco, Presidente de la República, Caracas, Imprenta de La Opinión Nacional, 1876.

Dauxion Lavaisse, J. J, Viaje a las islas de Trini-dad, Tobago, Margarita y a diversas partes de Venezuela en la América Meridional. Caracas, Universidad Central de Venezuela, 1967.

Depons, François, Viaje a la parte oriental de Tierra Firme en la América Meridional. Caracas, Fundación de promoción Cultural de Venezuela, 1983.

Hackett, James y Charles Brown, Narraciones de dos Expedicionarios Británicos de la In-dependencia, Caracas, Instituto Nacional de Hipódromos, 1966.

Lisboa, Miguel María, Relación de un viaje a Venezuela, Nueva Granada y Ecuador. Es-paña, Ediciones de la Presidencia de la repú-blica, 1954.

Fuentes Secundarias Impresas González De Lucca, María Elena, Negocios y po-

lítica en tiempos de Guzmán Blanco, Cara-cas, Fondo Editorial Humanidades, Universi-dad Central de Venezuela, 2001

Fuentes Hemerográfi cas

El Sol. 16 de febrero de 1898. El Sol. 18 de mayo de 1899

Publicaciones Ofi ciales

Cuerpo de Leyes de la República de Colombia 1821-1827, Caracas, Consejo de Desarrollo Científi co y Humanístico, Universidad Central de Venezuela, 1961.

Leyes y Decretos de Venezuela, Tomos: 11, 15, 16, 17, 20, 22, Caracas, Biblioteca de la Academia de Ciencias Políticas y Sociales, Serie República de Venezuela, 1992

Santander y el Congreso, Bogotá, Biblioteca de la Presidencia de la República, Fundación para la conmemoración del Bicentenario del Natalicio y el Sesquicentenario de la muerte del General Francisco de Paula Santander, 1984, tomo I.

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El Concepto de “Pueblo” en Juan Vicente González, Cecilio Acosta y Fermín Toro

ANDRÉS ELOY BURGOSDIVISIÓN ACADÉMICA DEL TEATRO TERESA CARREÑO

RESUMEN: Pueblo es una palabra muy utilizada entre políticos, principalmente para designar a esa parte de la sociedad que carece de los medios materiales necesarios para vivir. Pueblo es el gran comodín del discurso político. En el presente artículo, se examinará el concepto de “pueblo” sostenido por tres personajes del siglo XIX venezolano; para conocer la particular acepción que de él mantuvieron, estos estelares portavoces de una de las tendencias políticas más infl uyentes en el periodo de la formación de nuestro Estado Nacional. A través del análisis de los escritos de Juan Vicente González, Fermín Toro y Cecilio Acosta, apreciaremos los matices de signifi cado, con los respectivos sustentos ideológicos que los soportaron, considerando naturalmente, el contexto en el cual se constituyeron. De esta manera lograremos aproximarnos un poco más, a la comprensión de esos seres cuyo pensamiento sirvió para cimentar nuestra naciente República.

PALABRAS CLAVE: Pueblo, ciudadano, conservadores.

“AINTRODUCCIÓN

lgún día, el día que esté completa, la historia se hallará no ser menos que el desarrollo de los deseos,

de las necesidades y el pensamiento; y el libro que las contenga, el ser interior representado”. Hoy, gran parte de la historia que se está escribiendo, tiene como uno de sus objetivos primordiales, escudriñar lo más profundo del ser humano, para descubrir los móviles de su vida y su comportamiento; esos bosquejos del ser interno, han permitido explicar importantes momentos de nuestras sociedades, en los que se defi nieron los

Tierra Firme (Segunda Época). Caracas - VenezuelaN° 109, Año 28 - Vol. XXVIII, pp.55-75, 2015

derroteros por los cuales ahora mismo transitamos. Cecilio Acosta, al cincelar esa frase que abre este escrito, nos ofreció una profunda refl exión acerca de lo que debería afrontar nuestro ofi cio; que es el estudio del ser interior, para la realización de una historia mucho más completa. Ese espíritu es el que anima el presente trabajo.

Las ideas dejan huellas en la historia, que nos permiten sondear lo que los hombres han pensado acerca de sí mismos, del mundo y el tiempo que les tocó vivir. Fue un avance importante en la ciencia histórica del siglo XX, considerar a las ideas como un ámbito susceptible de ser historiado, porque a partir de ese hecho, se abrieron nuevas perspectivas

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para la investigación, que enriquecieron la visión existente acerca del acontecer. Abundan a la fecha, las disquisiciones en la perspectiva de la historia de las ideas, donde se examinan aspectos como el miedo, el pensamiento político, la moda, entre otros; en los cuales se colocan de relieve, rasgos que distinguieron épocas pasadas y que continúan marcando la actual.

Acá estudiaremos el concepto de “pue-blo”, que con mucha arbitrariedad ha sido utilizado a lo largo del tiempo, dado que el discurso político ha pretendido ganar legiti-midad en sus acciones, a partir de la invoca-ción de esa fi gura abstracta: vox populi vox dei. Nos proponemos examinar el concepto de “pueblo” sostenido por tres personajes del siglo XIX venezolano; para conocer la parti-cular acepción que de él mantuvieron, estos estelares portavoces de una de las tendencias políticas más infl uyentes en el periodo de la formación de nuestro Estado Nacional. A tra-vés del análisis de los escritos de Juan Vicen-te González, Fermín Toro y Cecilio Acosta, apreciaremos los matices de signifi cado, con los respectivos sustentos ideológicos que los soportaron, considerando naturalmente, el contexto en el cual se constituyeron. De esta manera lograremos aproximarnos un poco más, a la comprensión de esos seres cuyo pensamiento sirvió para cimentar nuestra na-ciente República.

ELLOS Y SUS CIRCUNSTANCIAS

Luego del establecimiento de la Repú-blica de Venezuela con la Constitución de 1830, nuestro país inicia un proceso de edifi -cación de un Estado nacional, bajo el infl ujo de la ideología liberal moderna, con la cual

se crean las instituciones y se intenta echar a andar la economía con el impulso de las iniciativas individuales. Este será un proceso tortuoso de avances y retrocesos, el cual ten-drá algo de estabilidad gracias a la hegemonía política del caudillo José Antonio Páez y su alianza con los sectores económicamente más poderosos de la sociedad.

Constantes alzamientos azolarán la na-ciente República, caudillos y caudillejos tra-tarán de imponer su ley sobre el territorio; algunos serán derrotados, con otros, los más poderosos (como Dionisio Cisneros) será necesario pactar, para evitar males mayores. Todo tipo de desatinos ocurrirán en el ensayo republicano, que redundarán en el aumento de una crisis nacional a todos los niveles, la cual se agudizará por la irrupción de una nueva clase política que se acomoda en torno al diario El Venezolano, y el Partido Liberal Amarillo, cuyo líder será el político Antonio Leocadio Guzmán. Las décadas del 30 y el 40 del siglo XIX pueden entenderse como de transición política, dado el surgimiento de una nueva generación de políticos en la palestra pública, los cuales se diferencian de la “vieja clase” en que su liderazgo no se desprendió de las luchas de emancipación nacional, por lo tanto no eran militares; y en que poseían una formación académica, eran intelectuales, periodistas, científi cos.

Los jóvenes que llegan a hacer política en tiempos de la presidencia de Páez, nacie-ron en el tiempo de la independencia, tales son los casos de Fermín Toro quien viene al mundo en la Caracas de 1807; Juan Vicente González que es alumbrado en la Capital con la Primera República en 1811; y de Ceci-lio Acosta que para 1818 nace en su casita

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...Acá estudiaremos el concepto de “pueblo”...

sostenido por tres personajes del siglo XIX venezolano; para conocer

la particular acepción que de él mantuvieron... de una de las tendencias políticas más infl uyentes

en el período de formación de nuestro

Estado Nacional.

blanca de San Diego de los Altos. Ellos junto con otros personajes del momento, forjarán una nueva dinámica política, nunca antes vis-ta en la historia de Venezuela; caracterizada por las ardientes deliberaciones en el Congre-so, en las calles y en la prensa. De este con-texto, en el cual se derivaron jugosos insumos como los periódicos, buscaremos las claves para aproximarnos a las ideas que sostuvie-ron, acerca de un elemen-to presente en el ambiente ideológico de la época: el concepto de pueblo.

Las tres décadas que siguen a la separación de Venezuela de la Repúbli-ca de Colombia, estarán signadas por el caos y por las constantes pugnas por el poder, que desemboca-rán en la sangrienta con-frontación denominada Guerra Federal entre 1859 y 1863. La antesala de ese episodio bélico, serán las llamadas revueltas campe-sinas y anti esclavistas de los años 40, en las que grandes colectivos humanos se van tras los caudillos, reclaman las tierras para traba-jarlas, protestan contra las leyes de la usura y contra el orden impuesto por la oligarquía. Los grupos que insurgen están desprovistos de educación, de bienes materiales y de todo amparo legal por parte de la República; han sido excluidos de la participación política y no reciben auxilio económico alguno que les permitan mejorar sus condiciones de vida, es-tán sumidos en la pobreza o en la esclavitud, hecho que les produce un gran resentimiento

social; y ante el hermetismo del sistema polí-tico sólo cuentan con el recurso de la fuerza, para hacerse sentir. Esto lo saben quienes es-peran apropiarse del poder político, por eso explotan los sentimientos de revancha y los deseos de benefi cio material inmediato en los periódicos. Tras años de goteo propagandís-tico y de una coyuntural baja de los precios del principal rubro de exportación (el café),

surgirán reacciones sociales; el país se partirá fundamen-talmente en dos bandos, unos que defi enden al orden esta-blecido y otro, los que inten-tan derrocarlo.

1846 va a ser especial-mente convulso, al ser éste un año para las elecciones presidenciales, se presenta-rán fuertes tensiones políti-cas. Apareció un ramillete de aspirantes a la primera magistratura a lo largo y an-cho del país; encabezando la lista se encontraba el gran agitador del Partido Liberal

Antonio Leocadio Guzmán, quien contaba con el apoyo de un importante sector del cam-pesinado y de los artesanos, así como de los caudillos como Ezequiel Zamora y “El Indio Rangel”. Otros de la tolda amarilla, mani-festarán también aspiraciones, sus nombres: General Bartolomé Salom, José Félix Blanco, Blas Bruzual y José Gregorio Monagas. Por el sector de los godos, José Tadeo Monagas será el abanderado. Entretanto, en los llanos, numerosas partidas de campesinos que lan-zan “vivas a Guzmán” y proclaman la repar-tición de las tierras, irrumpen en los pueblos,

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asaltándolos, quemando las propiedades de los terratenientes.

En el debate político afl oran las razones y los argumentos a favor y en contra de las acciones de los bandos enfrentados. El pue-blo como sector mayoritario de la sociedad, intentará ser ganado para las fi las de unos y otros. Los Liberales serán los primeros en in-vocarlo, pero a sus consignas les saldrán al paso los portavoces “conservadores”. Apre-ciar la idea que acerca del pueblo tenían los tres más eminentes “conservadores” en el bosquejado contexto, es lo que intentaremos continuación.

¡DESPERTAD, CIUDADANOS!. LO QUE IMPLICA DECIR “PUEBLO” PARA JUAN VICENTE GONZÁLEZ

Juan Vicente González al ver aproximarse una ola de anarquía sobre la República, tratará de advertir al Gobierno, y a los “ciudadanos”. Esa multitud de pobres, corrientemente llamada pueblo, representa para González, lo más bajo de la sociedad, que amenaza las instituciones y el orden. Para denunciar los hechos que considera un atentado a la sociedad, abrió fuego desde el Diario de la Tarde fustigando así:

Sin ningún género de instrucción, torpes, la hez más inmunda de la sociedad, por todo mérito su descaro y su osadía. ¿Su lucha no es un combate de muerte contra toda inteli-gencia y virtud? No tienen saber. ¿Y es ne-cesario saber para atropellar, para hollar las instituciones, adueñarse del país y tiranizar-lo? ¿Eran sabias las hordas desoladoras de Roma? ¡Despertad, ciudadanos!No tienen virtud. ¿Y no es ése el más fuerte motivo de temerlos? Perderán en la provin-cia. ¿Y no es procurar su triunfo no disputar en el cantón, y dejarlos que con aire de ven-

cedores, seduzcan a los unos, perviertan a los otros, amenacen a todos; cuando una impo-tente lucha mantendría a los buenos bajo las banderas de la justicia y del orden. ¡Desper-tad, ciudadanos!Habéis hecho lomo a esa tiranía municipal que nos envilece. ¿Queréis perder la provincia? Sería perder la República. Moveos en armonía, desplegad la noble indignación del hombre honrado, no temáis a esos miserables que hace fuerte a nuestra paciencia, y los veréis fugitivos y se llenarán los presidios. Ciudadanos desatentados: que no lamentemos, nuevas Casandras, la vanidad de nuestros pronósticos y exhortaciones. ¡Despertad, ciudadanos!1

Es la gran masa campesina que se levanta en los campos, la representación de lo inmundo, de la falta de luces. Deja entrever a la ignorancia como uno de los principales móviles de estos colectivos, que buscan destruir la República y sus instituciones. Una confrontación social es planteada por González, entre los “buenos ciudadanos” virtuosos e inteligentes y los miserables, torpes e ignorantes; observa perversión en las acciones llevadas a cabo por los desposeídos, por ello solicita del Gobierno su persecución y arresto. A pesar de lo que acontecía en varias partes, lo más dramático aún estaba a la espera. La caldera hervía aumentando cada día el ambiente social, hasta el momento, lo que había ocurrido en el interior de la República, eran asomos de lo que habría de venir a conmover profundamente las bases del sistema político oligárquico, y González no descansó en señalarlo:

Un ruido subterráneo anuncia a los hom-bres pensadores un sacudimiento próximo y terrible. Existe una especie de calma, pero más triste, más espantosa que la tempestad misma. En el fondo de la sociedad se obser-va, con sorpresa, un movimiento sordo, pero

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destructor. Hay puntos de la República en que el mal ha hecho tan rápidos progresos, que el porvenir es para nosotros un fantasma ensangrentado y cruel. Donde el hombre lo imaginara menos, en caseríos esparcidos en la soledad, emisarios de Guzmán convidan a las revueltas, proponiendo por botín las pro-piedades del venezolano y los destinos de la patria, una igual repartición de bienes y otros mil sueños con que se alimenta la ignoran-cia.2

El panorama descrito por Juan Vicente González, puede semejarse al de una hoja de papel, que incendiada por los cuatro cos-tados, se consume hacia el núcleo del cuer-po. Se dan movimientos armados, que hacen efectivos los benefi cios hasta ese momento confi scados por un orden jurídico favorable a los más acaudalados. Es la base de la pirámi-de social la que está conmovida, amenazando la existencia del orden establecido; González ve, oye y siente cómo miles de harapientos se abalanzan sobre las propiedades de “los vene-zolanos”; a este respecto, el 11 de septiembre de 1846 dirá: “Muchos años ha que los ene-migos del orden se ocupan exclusivamente en minar los cimientos de esta sociedad”3. Ante el fuego de la leva rural, el gobierno de Carlos Soublette permanecía impávido, y es lo que se le reclamaba ferozmente desde el Diario de la Tarde; que no actuaba ante las revuel-tas, que no perseguía a sus excitadores ni los castigaba.

Las ofertas de los liberales, son señaladas como el resorte político de las guerrillas acaudilladas, “partidas de bandidos” que esperaban palpar las tierras y propiedades que deslumbraban en los discursos de los amarillos. Pero estos grupos que actuaban al margen de la ley, estaban movidos por la ilusión de una promesa, que para un hombre

como “tragalibros”, era imposible cumplir. Eran (para González) arengas que incitaban y ofrecían para cautivar la ignorancia del pueblo; ese que no era totalmente venezolano, dado que se alejaba del “tipo ideal”, bocetado en la Constitución de 1830, en su artículo 14°, donde para gozar los derechos de ciudadano se necesitaba: ser venezolano, casado o mayor de veintiún años, saber leer y escribir, ser dueño de una propiedad raíz cuya renta anual fuera de cincuenta pesos, o tener una profesión, ofi cio o industria útil que produjera cien pesos anuales sin dependencia de otro en clase de sirviente doméstico, o gozar de un sueldo anual de ciento cincuenta pesos.

En el concepto de Pueblo de Juan Vicen-te González, cabe todo aquel que no se ajusta al ideal de ciudadano recogido en la Consti-tución de 1830. Pueblo es el que no sabe leer y escribir, que no tiene luces y por ende se deja manipular fácilmente por los discursos ofrecedores de cosas imposibles. El Pueblo era quien para 1846 destruía la República; y ciudadanos, como contrapartida, aquellos que la edifi caban y la sostenían económicamente con sus propiedades y rentas anuales; eran ciudadanos venezolanos aquellos que man-tenían políticamente el sistema republicano con sus votos, practicables (como ya se ha referido) sólo a razón de la gracia material. En las tantas rencillas periódicas con Antonio Leocadio Guzmán, González dejará expuesta su apreciación acerca del papel histórico del pueblo así:

Nuestra Constitución, Guzmán, no reconoce clases, y las razas no se funden por medios eleccionarios, excitando al pueblo para veri-fi carlo en un momento dado; fúndense lenta-mente a la sombra de la paz y del progreso de las luces, destruyendo y no irritando los moti-

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vos de desconfi anza que los desunen; fúnden-se sin decirlo, sin saberlo (…) No soy aristó-crata; soy el amigo más sincero del pueblo y del que sufre; mi padre adquirió su fortuna en los afanes de la vida más dura y laboriosa. Usted, que se jacta de una nobleza bastarda, que jamás nombra a su madre por no reco-nocer su parentela, que nada siente como el recuerdo de su linaje; usted, aristócrata por principios y por temperamento, calle. Los pueblos vengan, al fi n, sus engaños sobre los viles que los alucinaron. 4

La fórmula de igualación social para González radica en un movimiento involunta-rio de “Paz y avance de las luces”. De ningu-na manera, la igualación surgía de la ruptura con el sistema de inequidad, como pregonaba el Partido Liberal. El cambio que podía espe-rar el pueblo se albergaba en un distendido proceso, donde no existía cuestionamiento alguno a lo que se vivía, sino aceptación. El pueblo debía aguardar en calma, sin des-confi ar de sus ricos y poderosos gobernantes para poder alcanzar el progreso; tampoco, las elecciones eran para producir un cambio, sino para mantener el orden recogido por la Cons-titución. El pueblo debía ser paciente y pasivo en su padecimiento material y espiritual. Por otra parte, es permanente la visión negativa del pueblo, que ignorante, se deja conducir por la demagogia liberal. El siguiente párrafo es elocuente en ese sentido:

… ¿no es un síntoma de los más tristes, de los más funestos, esa oposición a la autori-dad, ese grito de muerte en medio de las ca-lles, esa insolente ostentación de ferocidad y depravación? ¿No calcula usted que a mayor distancia del centro de las luces, libres del infl ujo benéfi co del pensamiento, los hombres que excita usted y alienta, y a quienes prome-te no se qué libertad, no sé qué repartición de bienes, han de precipitarse en excesos de es-pecie más cruel y peligrosa? Cerca de usted,

al frente del inimitable modelo, pocos pueden ceñirse el ropaje de la ley; ya en La Guaira es para muchos enojoso, ¿qué quiere usted que suceda en los salvajes pueblos de los Llanos? Por esto sólo sería usted responsable de las calamidades de la patria, ¿qué sería si calcu-lamos su proterva ambición, los predicadores de vandalismo con quienes se corresponde, la circular infame que esparció tanta intri-ga infernal para ver si en el peligro común se acogen a usted los pacífi cos ciudadanos y lo acogen por asilo de salvación? (…) Es usted, ¡malvado!, la causa del temor de los buenos ciudadanos, de los males del país, de la insolencia de esas hordas que amenazan a sangre y fuego.5

La contraposición de las efi gies de “pue-blo” y “ciudadano”, es una constante que acompaña el discurso político de Juan Vicen-te González, en el contexto de las revueltas campesinas de 1846. Aunque por momentos, da muestras timoratas de la utilización del vocablo “pueblo”, para referirse a una bue-na parte de la sociedad, González marca una diferencia importante entre lo que concibe como el grupo realmente benefactor de la patria (ciudadano) y el destructor de la mis-ma (el que no es ciudadano), que cabe den-tro del pueblo como defi nición laxa de gran conjunto humano, que habita la República sin las capacidades para hacerla. Al hablar de capacidades, nos referimos a determinadas actitudes y aptitudes, para edifi car el sumo bien republicano concebido por la égida del Estado liberal moderno. Un ciudadano: sos-tiene la República con sus rentas y sus bienes materiales; nunca irá contra ella, porque tiene cosas que perder; no gusta de las “revolucio-nes” porque perjudican las propiedades y la estabilidad del gobierno; se ilustra; demuestra anualmente con el índice de su renta lo útil y productivo de sus empresas; honra los com-

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promisos con el Estado contribuyendo con los gastos públicos.

Se aprecia también en los escritos de González, un esfuerzo por utilizar una jerga diferente a la del discurso liberal amarillo, el cual se refi ere constantemente al pueblo para invitarlo a sumarse a una lucha contra la oligarquía territorial. La ciudadanía fue el verdadero valor que se impuso con el Estado que se establece a partir de 1830. Pero para disfrutar de ella, no bastaba haber nacido en esta tierra, haber peleado por ella en la guerra de la independencia, ni haber ofrendado lo poco que se tenía para salvarla de la domina-ción colonial; era imperante cumplir con los requisitos materiales para poder ser “la voz de Dios”.

Una idea bastante estrecha de lo que es pueblo va a preponderar en los artículos de Juan Vicente González. Una radicalidad, que sitúa en el conjunto de los ciudadanos, a quienes pasan por el tamiz constitucional; y que condena a aquellos que no cumplen con la fórmula legal. Estos últimos, lejos de ser conminados a entrar a la legalidad, a acatar la autoridad, a educarse por medio de un instru-mento tan efi ciente como la prensa y a avan-zar en el emprendimiento de alguna actividad provechosa, son criminalizados, al punto de sólo requerir para ellos el presidio, la perse-cución, la sumisión y la muerte. El ciudadano es merecedor de todas las consideraciones; el hombre de pueblo sólo debe esperar, acatar y resignarse a vivir del altruismo de la oli-garquía:

El tiempo vuela; seguirlo es progresar, aco-modarse al destino de la humanidad, llenar los designios de la Providencia. Los bienes y los males se suceden con rapidez; aprovechar los primeros, remediar los segundos, buscar

en todas circunstancias el puesto que nos toca para cumplir nuestros deberes en la grande obra de la felicidad común, es comprender la obra de Dios, el pensamiento de la sociedad, es gobernar para los unos, es para los otros ejercer los derechos de ciudadano, es para to-dos llenar las condiciones de la vida social.6

González deja ver una “conciencia” ma-yor acerca de la historia, que condiciona la visión que tiene acerca de la sociedad. Es esa idea lineal, progresiva en la cual el hombre es arrastrado por impulsos inexorables hacia un destino. El tema es moverse de acuerdo con el tiempo, para llegar al lugar establecido por la fuerza mayor llamada Dios que lo condicio-na todo; no hay que buscar ruptura o cambio alguno, ni en lo concreto ni en lo abstracto (pensamientos). Asumir el papel dado es cumplir la obra de Dios, y quien cumple con Dios es un hombre bueno, el hombre malo será entonces quien actúe de forma contraria a ese precepto. Hay lugar para todos en esta gran obra de la Providencia, pero no todos los lugares son iguales; a unos les toca gobernar y a otros, ser gobernados, unos son sujetos de derecho, mientras otros no lo son, y pese a es-tar conscientes de esa realidad desigual, todos la deben aceptar porque en ella radica la “feli-cidad común”. Feliz el terrateniente, ¿feliz el peón?; feliz el prestamista usurero, ¿feliz el deudor?; feliz el esclavista, ¿feliz el esclavo?

La visión providencialista de González, puede que haya infl uido en el concepto de pueblo que creó para sí. En él, era natural que unos pocos ostentaran indefi nidamente los cargos públicos, que se formaran en las ins-tituciones educativas, mantuvieran el sistema de la esclavitud y disfrutaran de las propie-dades. No se podía escapar entonces de una condición social desigual; si se había nacido

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en la pobreza, en el seno de una familia cam-pesina, de esa manera se debía vivir y morir. Lo mismo para aquellos que de alguna situa-ción privilegiada hubieran gozado al nacer, contando entre ellas, inclusive, el haber sido rescatado de la orfandad por un cura y haber sido criado por la iglesia con las ventajas que ello podía suponer a principios del siglo XIX, para mal que bien, tener acceso a las cosas a las que el resto del pueblo no podía. ¿Se en-tiende la situación de un hombre como Juan Vicente González ahora?

“LA REUNIÓN DE TODOS LOS BUENOS”. LO QUE IMPLICA DECIR “PUEBLO” PARA CECILIO ACOSTA

Don Cecilio Acosta fue menos impulsivo

en sus escritos que Juan Vicente González. Se le reconoce, más bien, como un hombre alejado de la acalorada discusión política de su tiempo, sin infl uencia de partido alguno sobre su conciencia y su accionar. Sin embargo, participó con sus textos, abordando problemas de su contemporaneidad, confi ado en que, con ellos, cumplía el deber social de contribuir con el engrandecimiento de la patria. Sus artículos refl ejan igualmente moderación y contundencia, además de una exquisita elaboración en las proposiciones fi losófi cas, sociológicas y políticas.

En su desarrollo como intelectual al servicio del país, se preocupó por tratar de explicar el estado de las cosas en el acontecer cotidiano, examinando situaciones que por estar al margen del orden necesario asumido por él, no podían ser consideradas sino como indeseables. Este es el caso de las rebeliones de esclavos y campesinos, durante la década de 1840, las cuales, azuzadas por los personeros del Partido Liberal, amenazaban

la paz pública y la prosperidad nacional. Le fue necesario enfi lar su prosa, contra lo que estimaba uno de los principales móviles de las mencionadas revueltas populares, el mal uso de la libertad de imprenta:

Entre las leyes que habrán de fi jar la aten-ción y el estudio del próximo Congreso, nin-guna más importante, ninguna más delicada y trascendental que la reforme, para fi jar, el uso que puede hacerse de la libertad de imprenta; porque si bien es cierto, que esta institución social está destinada al ejercicio de una libertad preciosísima, que no puede quitarse, también lo es, que cuando no se la contiene en justos límites, sólo sirve de ins-trumento al furor tribunicio, y degenerado y perdiendo de su naturaleza primitiva, destru-ye en vez de crear, muerde y envenena en vez de amonestar, reúne todas las pasiones y las atiza, convida todos los intereses y los hala-ga, y con la mira siempre fi ja en sacudir todo freno, rompe todos los lazos, desacredita los gobiernos, los debilita, y concluye al cabo por conmoverlos en su base y postrarlos por el suelo. Esta es una verdad que todos han palpado en las presentes circunstancias; y si es que las lecciones de política nunca son más claras que cuando van explicadas por los mismo hechos, tenemos derecho a invocarlos para desengaño de los pueblos.7

El pueblo desde la prensa era susceptible de ser manipulado por la demagogia, por ello debían colocarse frenos legales que lo impi-dieran. Lo ocurrido con las revueltas cam-pesinas, era producto del fomento de odios sociales y partidarios que engañosamente conducían a un pueblo al derrocamiento de su gobierno. El pueblo es apreciado como un ser vulnerable, maleable a los intereses venenosos, pero que ciego es capaz de hacer daño. Para Acosta, no hay ejercicio legítimo de fuerza, ni siquiera porque este provenga de una mayoría desposeída o explotada; toda acción de fuerza era expresión de la sinrazón, fueran muchos o pocos quienes la ejecutaran:

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Las ideas y la fuerza: he aquí los elementos únicos que hay en toda sociedad, y que se en-cuentran unidos a veces para su bien, a veces separados para su mal. A la fuerza la consti-tuyen todos los movimientos ciegos de la vo-luntad, todas las pasiones torpes del egoísmo, todo lo que mira al individuo, y nada a la co-munidad. Por eso es tan terrible en sus efec-tos; por eso mata en vez de crear; por eso es envidiosa, vengativa, cruel. Armada del ha-cha destructora, se presenta al alcázar de la sociedad, para derribar sus puertas; va a ro-bar, va a aniquilar; allí hay riquezas, fortuna, honor, propiedad, talento, gloria, heroísmo: "es fuerza que todo perezca, o que sea mío", dice ella. Y dando la primera el ejemplo del desenfreno y la licencia, destruye y asuela, y crea los males, y crea los crímenes, y siembra el luto y el desconsuelo, que no se conocieran antes en el mundo.8

Los actos de fuerza llevados a cabo por los campesinos y esclavos, inspirados por las consignas de los liberales, eran muestra de la ceguedad de las masas conducidas por “ideó-logos”. Ellas destruían todo a su paso, ya que su móvil eran las bajas pasiones. No había nada edifi cante en los dichos movimientos, pues o eran para adueñarse de todo o, en caso de derrota, arruinarlo todo; obraban para sa-tisfacer al individuo y no a las colectividades; veían en el robo los valores constructivos, cuando en realidad era lo contrario.

De toda la situación señalada por don Cecilio, se desprende una primera condición binaria acerca del pueblo, en la cual, sitúa al igual que Juan Vicente González, dos clases de pueblo, diferenciables por el contenido de bondad en sus acciones. Existen, los buenos y los malos en esta viña del señor descrita por el autor de La Casita Blanca; los buenos son aquellos que por la vía de las luces y del trabajo aportan para que crezca la sociedad en que viven, son los que se inclinan por las

ideas y desprecian las acciones de la fuerza bruta. Los malos son quienes optan por el ca-mino de la revolución:

Nos volvemos, antes de terminar, a los pue-blos de Venezuela. ¿No habéis visto el amago de una revolución, la revolución misma? Esa revolución era la fuerza. ¿No visteis la pren-sa vomitando injurias? Esa prensa también era entonces la fuerza. ¿No oísteis la alga-zara y grita de los impíos, la befa hecha a los buenos, la insolencia del crimen, y un rumor sordo que presagiaba desastres? ¿No obser-vasteis que los malvados hacían ya conciliá-bulos, y se hablaban al oído para perdernos, y nos señalaban con el dedo al pasar nosotros por las calles para escarnecernos y mofar-nos? ¿No visteis vuestras casas invadidas en el silencio de la noche, vuestros tesoros ro-bados, vuestras hijas consternadas? ... ¡Ah!; esa era la fuerza bruta que quería dominar a las ideas, el egoísmo que no sufría la razón, la demagogia que quería echar por tierra la religión, las leyes y el gobierno. Aprended y escarmentad en estas lecciones terribles; fa-voreced al gobierno, amparad la religión, que así procuráis vuestra dicha; no oigáis nunca a los malvados demagogos, que con ellos vais en pos de vuestra ruina.9

Estas consideraciones las hace Acos-ta, entre noviembre y diciembre de 1846, momento en que ya se apreciaba a lo largo y ancho de la República, el gran desastre producido por las levas rurales. El bando de la “fuerza bruta” se enfrentó con el de “las ideas”; estar con el orden, el gobierno y la religión era ser lúcido, mientras que el insur-gir contra éstos, signifi caba ser un criminal; como si a través de las ideas no fuera posible realizar actos de fuerza, o con la fuerza no lograran consumarse las ideas. Las revolucio-nes eran la muestra más fi el del ejercicio de la fuerza bruta, porque atentaban contra los elementos constitutivos del ideal republicano, que eran la religión, las leyes y el gobierno.

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Cecilio Acosta estima a la paz como lo más necesario, de esta característica particular de su personalidad, Oscar Sambrano Urdaneta dirá lo siguiente:

Por formación y por sentimientos, Cecilio Acosta fue un pacifi sta en medio de una socie-dad infl amada por el odio político y semi des-truida por las guerras intestinas. Su posición ideológica fue contraria al furor que siega vidas preciosas, y al odio entre los partidos que es como un cáncer que mina la salud de los pueblos. Por esta posición suya cobra más exacto sentido cuando Acosta se aparta de las consideraciones generales y abandonando la teoría se entrega al examen de la circunstan-cia particular venezolana…10

Efectivamente don Cecilio rechazó los actos de fuerza, por considerarlos contrarios al bien social, viendo en ellos, únicamente, ausencia de virtudes y motivaciones egoís-tas. Es entendible esta posición, cuando un ser humano vive en medio de un ambiente de guerra que pareciera no tener fi n; pero asu-mir que todo orden y paz es benefi cioso, es tan excesivo como sostener lo contrario, pues se condena a los que sufren una situación in-aguantable a que se resignen, a que nada más empuñen la pluma cuando las fuerzas del or-den sostienen un fusil, a que pidan de manera sumisa a un gobierno que no se ve apremiado en dar de comer a los que no tienen, sino de favorecer a los dueños de los capitales y a los usureros prestamistas.

Una lucha entre el bien y el mal es lo que a juicio de Acosta ha ocurrido en el marco de las revueltas campesinas. Los buenos y los malos eran los enfrentados; el orden repre-sentado por el gobierno, contra la revolución popular provocada por la prensa. Acosta ha-bla primordialmente a un sector de la socie-dad venezolana, que según él, es la llamada a edifi car la República con sus buenas accio-

nes, con la industria y la educación; los llama a que rechacen las revoluciones porque agre-den el patrimonio particular y destruyen todo aquello que los hace buenos:

…Eso es lo que quisiéramos ver practicado; eso es lo que no vemos aún; y por eso cla-mamos, y por eso excitamos a todos los bue-nos ciudadanos, a los que tienen amor a su país, a los que tienen que perder fortuna o bienes, a los que tienen hijos, esposas y afec-ciones queridas, y a los que desean adelantos y mejoras sin trastornos, a que fomenten la enseñanza por medio de la imprenta; a que escriban los que puedan hacerlo y coadyuven con sus medios y recursos los que no. En ella, en la imprenta, ha estado el mal, porque se la encaminó a malos fi nes; en ella misma debe encontrarse el remedio, enderezándola a fi nes buenos. ¿Se pervirtió con ella, se sedujo, se engañó al vulgo? Pues con ella misma y al mismo vulgo, ilústrese, enséñese y predíquese la verdad, y no el error. Dígasele, que los que se decían sus apóstoles eran los falsos profe-tas de Israel; y el amor que fi ngían por lo que llamaban pueblo, era el fuego de sus pasio-nes, la rabia que los devoraba, y el odio que tenían al mismo pueblo, cuya ruina busca-ban, porque buscaban la revolución. Dígase que las ideas que le aprovechan, los consejos que debe tomar, son los que vienen de bocas autorizadas y verídicas; del honrado padre de familia, del sacerdote santo, del propietario, del hombre de letras, de todos aquellos que tienen opinión y puesto en la sociedad y, por lo mismo, interés en su conservación. Díga-sele, en fi n, que no crean a los malos, sino a los buenos.11

Se observa una bien acabada defi nición del pueblo bueno y el pueblo malo, del buen ciudadano y el mal ciudadano. Pero, un detalle que llama la atención, es el carácter pedagógico que imprime Acosta en sus disertaciones, para conducir a las masas ignorantes hacia el correcto proceder. Aunque ataca evidentemente las acciones de violencia

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y la ceguedad de las actuaciones, deja un espacio para que se eduque al pueblo por medio de la prensa; cosa que no hace Juan Vicente González, el cual pide castigos, persecución y cárcel a los revoltosos. El sentido pedagógico de Acosta se despierta quizá de la conciencia que toma acerca de la realidad de la Venezuela del siglo XIX, en la que una inmensa mayoría de personas no tenía acceso a la educación. Es una preocupación que tendrá alcances muy importantes en su obra; como lo vemos en Cosas sabidas y cosas por saberse, donde dice abiertamente que los periódicos deben servir como instrumento para la educación del pueblo; podría entenderse esto como un llamado a la “masifi cación” de la educación dada las limitaciones del Estado: “La luz que aprovecha más a una nación, no es la que se concentra, sino la que se difunde”,12 dirá; y sostendrá que:

…Así el país prospera, la riqueza abunda, la enseñanza se hace practica, las calles es-cuelas; y ahorrándose cada vez más el libro por grande, y las universidades por tardías, casi todo se busca, halla y aprende en la hoja suelta.No es otro el resultado a que debe conducir el sistema racional de los estudios. En efecto, en las naciones donde tal se ha procurado, toda-vía está sin secarse la tinta con que se escribe la utilidad de un invento, todavía el artefacto tiene el calor de la mano que lo labra, y ya sale en el periódico, libro del pueblo, que él compra por nada, y que puede leer a escape en el vapor. Los periódicos no dispensan, sino que derraman los conocimientos; los perió-dicos del umbral para afuera, no dejan nada oculto; los periódicos hacen la vida social verdaderamente independiente y de familia; los periódicos dan valor para decir la verdad; los periódicos proporcionan al público crite-rio; los periódicos enseñan artes, ciencias, estadísticas, antigüedades, letras…13

Antes que procurar un arrase total de quienes han sido movidos por la propaganda, Cecilio Acosta propone que se eduquen, para así poner coto defi nitivo a las situaciones de-rivadas de la ignorancia. El pueblo puede ha-cerse bueno si se ilustra, si se le conmina a ser laborioso y productivo; si se le infunden ideas que lo encaminen hacia el progreso moral y material. Aunque en una parte de sus escri-tos, sugería la sumisión, ahora muestra una rendija por la cual el pueblo puede comenzar a ver la luz de un futuro mejor: “La vida es obra, y los pueblos que más obren serán los más civilizados. La acción debe ser varia para que sea abundante, cooperativa para que sea efi caz, ilustrada para que sea provechosa.”14 El pueblo desde la lente liberal de Acosta, puede adquirir bondad por medio del trabajo y la educación.

El interesado uso hecho a la palabra “pueblo”, por parte de los propagandistas del partido liberal en el marco de las revueltas campesinas, condujeron a Cecilio Acosta a escribir tres agudos artículos de periódico, titulados Lo que debe entenderse por “Pue-blo”, en los cuales se esfuerza por dar un sentido distinto a la mencionada designación. En ellos encontramos una análisis profundo que se pasea por lo histórico, lo político y lo fi losófi co, para demostrar que el sentido atribuido por los demagogos, se alejaba del verdadero espíritu de la cuestión, que el mal uso de la palabra pueblo, había conducido a los desmanes y tropelías de los últimos años, y había entronizado el derecho a la conspira-ción y a la rebelión por parte de un puñado de personas que, aunque numerosas, nunca eran la mayoría del país. La evasión de toda apli-cación de la ley y la ejecución de todo crimen

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fueron cobijadas, bajo la sagrada invocación del pueblo, por eso se sintió obligado a argu-mentar lo que consideraba como el verdadero signifi cado del término:

¿A qué pasiones no ha dado margen, a qué intereses no ha exaltado, cuántos planes ne-gros e inicuos no ha promovido la mala in-teligencia del vocablo pueblo? ¿Era preciso amedrentar la autoridad, forzarla, ahogarla en su deliberación tranquila, y cercarla de puñales, y aturdirla con gritos de crimen y amenazas de asesinos para eludir el fallo de la justicia, como sucedió el 9 de febrero?15 ¿El pueblo era quien debía hacer todo esto?, ¿Era preciso robar? Se invocaba al pueblo. ¿Se levantaban cuadrillas de facciosos? Era el pueblo quien se levantaba. ¿Se proclama-ba, se pedía la caída del Gobierno? Era el pueblo quien proclamaba y pedía. Y al fi n, se insultaba a los buenos ciudadanos, y se sa-caba a la plaza el pudor y buen nombre de las doncellas y matronas, y se encarnecía en los mesones la virtud y el buen proceder, y se hacía gala de maldad, y se prometía el reparto de la propiedad y del sudor ajeno, y se alentaba la revolución, y se alentaban los criminales y se buscaban, y se befaba a los buenos y se los perseguía; y todo en nombre del pueblo, porque el pueblo lo pedía, porque el pueblo lo proclamaba.16

Esta primera idea servirá de soporte a una inclemente disertación en contra del Par-tido Liberal y de las situaciones desencade-nadas por su discurso. A partir de acá, Acosta dejará asentada su idea precisa de lo que es el pueblo, diferenciándolo de los bandoleros, la-drones y asesinos; y atribuyéndole un sentido de bondad al vocablo, para situarlo del lado de los buenos, es decir, para arrebatarle a los guzmancistas la palabra y colocarla donde (a su juicio) ha debido estar siempre:

¡Ilustre pueblo de Venezuela! ¡Pueblo de la independencia y de la gloria! ¡Pueblo del patriotismo y las virtudes civiles! Mira cómo se te insulta y desapropia. Otro quiere tomar

tu nombre para engalanarse con él, para em-baucar con él, para imponer respeto y auto-ridad con la magia de él; quiere ponerse tus vestidos para emparejarse contigo, y tratarte de igual a igual para rebajarte a su bajeza, para confundirte en su polvo, para abismarte en su miseria. Tú no eres él, ese que ha que-rido suplantarte y contrahacerte; tú eres la reunión de los ciudadanos honrados, de los virtuosos padres de familia, de los pacífi cos labradores, de los mercaderes industriosos, de los leales militares, de los industriales y jornaleros contraídos; tú eres el clero que predica la moral, los propietarios que con-tribuyen a afi anzarla, los que se ocupan en menesteres útiles, que dan ejemplo de ella, los que no buscan la guerra para medrar, ni el trastorno del orden establecido para alcanzar empleos de holganza y lucro; tú eres, en fi n, la reunión de todos los buenos; y esta reunión es lo que se llama pueblo; lo demás no es pue-blo, son asesinos que afi lan el puñal, ladrones famosos que acechan por la noche, bandidos que infestan caminos y encrucijadas, especu-ladores de desorden, ambiciosos que aspiran, envidiosos que denigran y demagogos que trastornan.17

Pueblo es para don Cecilio el buen ciuda-dano, que se dedica al trabajo y a los buenos ofi cios, el que es útil a su país, el que se con-sagra a su familia y no a las revoluciones y a la destrucción. En la acabada idea de pueblo que ofrece en estos artículos, no deja lugar a medias tintas y se abalanza en el rescate de-fi nitivo del vocablo para su discurso político. La visión dual acerca del pueblo es afi nada, sustrayéndole todo carácter negativo; ya no habrá un pueblo malo y otro bueno, sino que éste será bondad pura: “…por una especie de dualismo que no se puede negar, porque se ve, podemos decir que en la nación se pueden considerar dos pueblos, el que obedece, que se llama asimismo, y el que aconseja y dirige, que se llama Gobierno.”18

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De esta manera Cecilio Acosta colocará en su lugar al pueblo, dándole un sentido moralizante, provechoso para todo aquel que lo escuche y lo lea; para que cada uno de los ciudadanos buenos de la patria se vea refl ejado en él y se reconozca como tal. Lo que llama la atención, es que incluya al Gobierno dentro de su defi nición de pueblo, pues tradicionalmente, a los que mandan se les excluye de tal consideración, por más que provengan de las clases bajas de la sociedad o se identifi quen con los valores que las distinguen a éstas. Es muy posible que, por tratarse de discurso político, publicado en la prensa, haya asumido esa postura, para que se viera a los gobernantes como parte de esos hombres industriosos y formados que aspiran al bien de la República. Casi un 2 + 2= 4; es decir, que sólo podían ser electos, de acuerdo a la Constitución de 1830, aquellas personas poseedoras de renta y propietarias, es decir los ciudadanos, ¿entonces el Gobierno estaba conformado en su totalidad por las buenas y mejores personas de la sociedad? Así era en la teoría, pero a pesar de ello, parece algo exagerada la propuesta de Cecilio Acosta, pero al fi n y al cabo, esa fue su propuesta política bajo un contexto bastante convulsionado, en el que se requería la sumisión a las leyes y al Gobierno para procurar algo de paz interna. La revolución es objeto de nuevos ataques por el pacifi sta Acosta, y esta vez con más contundencia y claridad dirá sobre ella que: “es la fuerza bruta en acción, su fi n matar; lo que se pretende, debe hacerlo el pueblo, y la causa porque se pretende, es para echar abajo el Gobierno”.19 El planteamiento que hace acerca de la libertad del pueblo es bastante interesante:

Sólo un pueblo industrioso tiene libertad: el que siente en su casa el sonido del yunque o el crujir de las ruedas de la máquina, el que ve su vega cruzada de entresulcos que llevan la simiente de la próxima cosecha; el que viaja en el tren o en el barco para una expedición o negocio, o para enriquecer los mercados o traer de ellos artículos de retorno, no piensa en revoluciones ni en empleos ni en intrigas políticas, y dos cosas hace importantísimas: ser el mejor ciudadano para la sociedad, y ser el mejor apoyo del gobierno, que nunca ve en él, ni un rebelde, ni un esclavo.El trabajo aparece como el agente que

redime al pueblo de toda maldad y lo condu-ce bajo un gobierno dado por él mismo, por la senda del progreso. Acosta da mucho crédito al Gobierno, lo exime de múltiples responsa-bilidades en cuanto a los problemas del país. Su apego irrestricto al orden, la paz y la esta-bilidad, quizá lo mantuvieron pensando que las difi cultades nacionales eran menos graves y que todavía la población podía esperar más tiempo, antes de realizar acciones revolucio-narias. Es muy posible que su apego a una perspectiva histórica providencialista, haya privado en esta idea de paciencia:

Todo es providencial en el orden admirable que encadena los sucesos humanos. En ese fl ujo y refl ujo de las sociedades, en ese mo-vimiento perpetuo, que las abate hoy hasta el lodo, para levantarlas mañana hasta las nubes, y en lo que no ven los ojos vulgares más que un juego de la fortuna, observa el fi lósofo la intervención de una mano oculta, pero sabía, que obrando lentamente, prepara en silencio los pormenores de un gran plan.20

Todas las elucubraciones de don Cecilio acerca del pueblo, perfi lan un ideal de Repú-blica; no es sólo el enfrentamiento contra un grupo político al que considera equivocado en su proceder, sino que es un profundo con-vencimiento de una necesidad para su patria.

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El bien es lo que más deseaba, eso lo confi r-ma la historia de su vida; a pesar de algunos desvaríos de su pluma, nunca hechos de mala fe. Comprender sus altas aspiraciones, debe ser siempre nuestra tarea a la luz del tiempo:

...que en el taller suene el martillo, que a la tierra abra el arado, que en el hogar se ha-ble ventura, que la paz sonría a todos, que la familia tenga holganza, que el sol no alumbre lágrimas, que la propiedad no esté en zozo-bras, que la justicia no sea favor, que el favor no sea ley, que la ignorancia no sea título, que la ciudadanía no sea una burla, que la virtud y el saber no se encuentren sospechosos; he aquí nuestro gran tema, y he aquí, nuestra gran república.21

“LA REACCIÓN POPULAR SE PERCIBE YA”. LO QUE IMPLICA DECIR “PUEBLO” PARA FERMÍN TORO

Don Fermín Toro es al igual que los au-tores que le precedieron, un estudioso agudo de su realidad inmediata. Su obra gira en tor-no a las refl exiones de corte legal, fi losófi co y político, pero especialmente están en el ám-bito de lo sociológico, interpretando constan-temente la historia y el comportamiento de la sociedad venezolana, buscando ejemplos en los anales universales o nacionales, para dar las explicaciones más adecuadas a los hechos. Menos polémico que González y Acosta en el debate político, pero igualmente perspicaz y certero en las críticas hacia lo incorrecto, lo que daña (en sus propias palabras) la armonía social; de allí que descuelle entre su obra las Refl exiones sobre la Ley del 10 de Abril de 1834, un texto donde despliega toda su capa-cidad intelectual para desmontar una práctica de inequidad y de perversión: la usura.

En escritos del año 1839, encontramos a un Fermín Toro que sostiene una idea despec-

tiva acerca del pueblo, en la que ve, al igual que otros intelectuales de su tiempo, lo peor de la sociedad reunido bajo esa denomina-ción. Esto puede verifi carse en el texto titula-do El Solitario de las catacumbas, una fi cción en la que se refi ere una escena sepulcral, don-de abundan cadáveres y espectros distintos, a partir de los cuales (a lo Shakespeare) deja caer arriesgadas apreciaciones fi losófi cas so-bre la humanidad:

En seguida, reposan los esqueletos de la clase social más numerosa, el “vulgo de la humani-dad”. Como la masa bruta en que el artífi ce talla, aquí el político ensaya sus principios y de ellos se levanta el déspota con su hacha o la anarquía con su tea incendiaria: aquí el economista prueba sus axiomas, vuelca las fortunas, propaga la riqueza y el lujo en una clase, y sume a otra en los horrores de la mi-seria; aquí el sacerdote predica y, ora enseña sublimes verdades, revelaciones consolado-ras, en que el desgraciado encuentra algunas compensaciones para las tribulaciones de la vida; ora con celo impío, desfi gura el dogma, fanatiza al vulgo y a sus miserias e ignoran-cia añade el furor y la demencia. Aquí, en fi n, el fi lósofo dogmatiza, oscurece las verdades más sencillas con abstracciones y sutilezas, o materializa el pensamiento introduciendo desastrosa incredulidad en los principios vi-tales de la sociedad humana (…) De los de esta clase, hijo mío (expresa el anciano del relato). El sepulcro traga millones, y la mano del destino escribe sobre su tumba, eterno ol-vido, eterna nada. 22

El pueblo es visto como un colectivo totalmente maleable por los timadores de ofi cio, que ofrecen cosas, que siembran du-das, miseria y que incitan odios. El pueblo es víctima de todos esos malos efectos, por su ignorancia y por su facilidad para ser crédulo de los fanatismos. De él brotan los déspotas y el mal de la anarquía, es el campo donde son ensayados todos los trastornos sociales.

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No obstante, aparecerá también una dualidad en esta conceptualización del pueblo de Fer-mín Toro, en la cual la sociedad alberga a un pueblo bondadoso, pero al que le impide su desarrollo:

¡Sociedad! ¡Sociedad!, tú también tienes tus venganzas. He aquí tus víctimas cuando triunfa lo que tú llamas orden, estabilidad, progreso. A esta clase no alcanzan tus con-tentos, y de tus instituciones sólo siente la ley que veda, la fuerza que subyuga y el brazo que castiga. Propiedad, fortuna, bienestar; nombres irritantes para una turba sin hogar: gobierno, sociedades, ciencias, artes: región impenetrable a una degradada muchedum-bre; moral, religión, fi losofía; crueles sar-casmos para una clase que se arrastra en la ignorancia y el envilecimiento. Sí, hijo mío, la sociedad se venga. Aquí verás al jornalero que en interminable afán consume sus cansa-das fuerzas a truque de un mezquino alimento que no alcanza a repararlas: aquí los manda-dos por los señores al mundo a degollarse en los campos de batalla: aquí los que devora el hambre y la peste por abandono y desva-limiento: aquí el esclavo que con la argolla al cuello, del látigo hostigado y con rencor de muerte, baña en sangre y sudor el pan de servidumbre: aquí el que incendia los talleres para alcanzar ocupación, y acaba en el patí-bulo: aquí el que se rebela contra la sociedad, y acaba en el patíbulo… 23

Como vemos, al pueblo también se le condena tanto a la ignorancia como a la mi-seria por parte de la sociedad; es ella a fi n de cuentas, la productora de las desigualdades de las que bullen todas las taras. La respon-sabilidad de lo negativo, no pertenece exclu-sivamente al pueblo, sino también a aquel cuerpo mayor que lo contiene y que regula su vida; cuando la sociedad no garantiza los benefi cios generales que pregona, entonces se derivan las condiciones indeseables como la esclavitud o el odio a las demás clases. El pueblo es víctima de la sociedad, y todo el

que se rebela contra el orden, padece los ri-gores de la fuerza establecida; el pueblo es quien ofrenda su vida en las guerras, quien ofrenda su esfuerzo en las fábricas y los cam-pos a cambio de un mísero benefi cio. En par-te, Toro lava la imagen de los desposeídos, con ello logra dar una visión más equilibrada acerca del problema.

En las referidas convulsiones de la déca-da del cuarenta del siglo XIX, Toro no dejó de emitir opiniones, que permiten sondear lo que pensaba acerca de esa masa de hombres y mujeres que se levantaba en los campos y arremetía contra el orden establecido. Para 1845, en un texto de título Cinco de Julio, de-jará expuesto lo siguiente:

La verdad es que todavía experimentamos desengaños diariamente, que perdemos con el tiempo ilusiones y que cuando descendemos de la región de las abstracciones nos encon-tramos en penosas realidades.¿Trazaremos el bosquejo del sufrimiento in-terno que, bajo el manto de la libertad, tra-baja las sociedades del Nuevo Mundo? ¿Pin-taremos la triste pugna del señor decadente en su fortuna con el siervo que se emancipa rescatado por la ley? ¿El apego al mando comprado a costa de la virtud, del honor y de la popularidad? ¿La rivalidad entre pueblo y pueblo, familia y familia, individuo e indi-viduo, que siembra odios y divide, disocia y destruye todo sentimiento noble de nacionali-dad e interés público? ¿El espíritu de revuelta y turbulencia que mina los principios de or-den, forma divisiones en los pueblos y entrega al poder de las facciones la ley, la justicia, la administración pública y la seguridad del ciudadano? No; no tracemos este cuadro; es verdadero, pero puede contristar a los que tienen poca fe en la marcha del entendimiento humano y en la mejora de la condición so-cial.24

Es una radiografía de lo que está ocurriendo en la Venezuela de esos años.

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Aunque se niega a desarrollar los aspectos que menciona, para no desalentar a los que creen en el progreso, presenta un cuadro patético de la situación, en la que cada vicio expuesto demuestra el grado de conmoción nacional. Habla de un espíritu de revuelta que esparcido, está causando numerosos perjuicios como el descalabro de la ley, la justicia y la administración. Es una guerra civil la que pinta don Fermín, en que la sociedad olvidó sus principios morales:

Nuestra fe es fi rme en este punto, y si bien lamentamos los males que hoy sufre nuestra sociedad, males reales y que tienen su origen, lo diremos francamente, en la relajación de los principios morales, única base estable e inmóvil de las sociedades humanas, cualquie-ra que sea su organización política, también creemos fi rmemente que el remedio es fácil y que estamos en la época de una reacción salu-dable. ¿Es hoy el agio un principio disolvente que rebaja todo vínculo y mina el fundamento de toda virtud? La reacción popular se perci-be ya, y la obra de la razón explicada por la ley auxiliará este instinto de las masas. ¿Es hoy la prensa un circo de gladiadores donde se entra desnudo y se pierde en la lucha el pudor, la vergüenza y el honor? El abuso ha llegado a su colmo, y los pueblos reclaman ya un uso más noble de esta potencia. ¿Se vi-cian las elecciones, se engañan los partidos y usurpa la astucia y la osadía el puesto debido a la ilustración y a la virtud? El pueblo paga-rá la experiencia y pronto aprenderá a hacer buen uso de su atribución soberana.25

Los levantamientos ocurren porque el basamento moral de la sociedad fue conmo-vido por una ley, la cual estatuyó el robo y la picardía. La prensa es señalada como causan-te de los males, fuente de perversión en vez de formación. Presenta a un pueblo que ante tal situación empieza a despertar, pero que aún no es capaz de revertir el momento crí-tico que vive, porque no ha logrado aprender

la lección que de los propios hechos manan; sin embargo mantiene una posición optimista ante el caos, y sugiere la superación colectiva de los problemas:

Lo repetimos: estos males, estos pequeños retrocesos que sufre toda sociedad no nos desalientan. Creemos en el progreso, en la marcha, aunque lenta, a una mejora de con-dición. La ilustración de las masas conjurará las tormentas políticas; la suavidad de las costumbres impedirá los furores de las con-mociones populares; la equidad y la justicia en las leyes y en la administración impedirán que renazcan los odios de las clases; las resis-tencias morales conducirán por la senda legí-tima la tendencia democrática; y entonces no habrá que temer las revoluciones; las habrá porque son necesarias a la marcha del en-tendimiento y al crecimiento de las naciones; pero no serán sangrientas, no destruirán la obra de la paz ni el fruto de muchas genera-ciones, sino que conservarán la fuerza vital y el espíritu de reforma, condiciones necesarias a la vida de los pueblos.26

Fermín Toro plantea que las desviacio-nes de los pueblos, son reparables por medio de las reformas a las leyes y la educación. Cree fi rmemente que el pueblo puede progre-sar, pero para ello es necesario establecer un ambiente de equidad, que lime las asperezas sociales derivadas de los extravíos legales y de la administración. En parte atribuye cierto carácter de legitimidad a las llamadas revolu-ciones, porque tienen su motivo en las cues-tiones descritas. No invoca a la represión o a la persecución de los autores de las conmo-ciones populares, más bien propone grosso modo medidas a adoptarse desde el Gobierno para prevenir los males de la sociedad. Estos aspectos serán machacados por Toro en sus Refl exiones sobre la Ley del 10 de abril, son una constante en los productos impresos de su pensamiento político:

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Falta desarrollo de un elemento social; prepondera uno a expensas de los otros; la acción política, religiosa o industrial causa violencias o deprime los otros círculos; hay una parte del pueblo que carece de educación moral, de enseñanza intelectual, de medios de subsistencia; en cualquiera de estos casos puede asegurarse que la igualdad necesaria padece, que el principio moral está violado, que el estado de la sociedad es anormal, vio-lento e injusto, y que la libertad, que entonces se ejerce por algunos con daño de los otros, es tiranía, es iniquidad, porque rompe la ar-monía y viola la igualdad.27

En Toro, el pueblo no actúa por móviles pasionales bajos, sino por una situación en la que la falta de oportunidades y de igualdad condiciona las acciones violentas. La armonía necesaria para que todo gravite normalmente, se rompe cuando un sector de la sociedad goza de mayores benefi cios que los demás. La larga disertación sobre la Ley del 10 de Abril, deja ver que el pueblo se encuentra as-fi xiado por los propietarios y los acreedores de las deuda; el trastorno moral y material de la sociedad ha conducido a una situación indeseable donde la fuerza emerge como una opción porque el pueblo carece de educación moral, enseñanza intelectual y medios de sub-sistencia, el pueblo está indefenso y despro-visto de las condiciones mínimas para vivir:

Los deudores claman contra la usura y la opresión; huyen de los tribunales por te-mor de la ley o de los gastos de un juicio; se reúnen y coligan para intimidar a los acreedores y a los mismos jueces; oponen a la usura el fraude; al contrato que los liga, la ocultación de lo que poseen; y al infl ujo y poder del dinero, el grito de desesperación y la invocación de las pasiones populares. Los acreedores persiguen, invocan la ley y la religión de los contratos y arrastran a los tribunales a los deudores insolventes o rea-cios. La lucha de las pasiones se mezcla a la

lucha de los intereses, la conmiseración por una parte es perdida, por otra olvidado el sentimiento del deber. La nación se divide en dos bandos; los jueces son de un partido, la ley en sus manos es un instrumento de rui-na, y los tribunales, el teatro donde no se oye más que el grito de las pasiones y el fallo de la iniquidad. Entretanto, la miseria cunde en el país, la indigencia gana las clases de suyo menesterosas, la necesidad urge y dispone el crimen y la prostitución, y toda la masa popu-lar, halagada en todas sus pasiones y roto el freno que la reprimía, se lanza en los mayores excesos, amenazando con la subversión de todo principio conservador y la violación de todo derecho legítimo. ¡Feliz la sociedad que llegada a este extremo se detiene al borde del abismo! Un paso más y cae en los desastres de la anarquía.28

El pueblo es susceptible de manipula-ción cuando le son insufl adas, las pasiones que descansan en sus necesidades más urgen-tes. Don Fermín asume que el pueblo es víc-tima de muchas injusticias, que redundan en su corrupción; en ellas ve el principal motivo de las revoluciones y los alzamientos. Como hombre equilibrado, militante de la armonía social, rechazará tanto la violencia de las masas, como la anarquía, pero recomendará constantemente que se apliquen los correcti-vos necesarios desde las instituciones del Es-tado. Su arremetida a la Ley del 10 de abril… alberga ese sentimiento de justicia basado en el examen de las condiciones reales del pro-blema.

Por último, cabe mencionar el hecho de que don Fermín comulgaba al igual que Ceci-lio Acosta y Juan Vicente González, con una visión histórica providencialista:

Nadie puede hoy leer en el porvenir el des-tino de las naciones; lo pasado sólo es del dominio de nuestra historia; lo pasado que incorporándose en la inmortalidad es tan in-

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moble como ella. En los pasado, pues, vemos ya el grande imperio español conmovido, des-plomado, dividido. Llegó el tiempo marcado por las miras de la providencia y las regiones de los Andes, rompiendo el cetro de la gran monarquía, entraron en una senda de vida, acción y destinos propios.29 De esta infl uencia se derivan sus consi-

deraciones optimistas acerca del porvenir de la patria y de la redención del pueblo.

CONCLUSIONES

El vocablo “pueblo” es utilizado común-mente para designar al grupo humano de un país que es el más empobrecido, el que más sufre y que es necesario redimir. Por ello, his-tóricamente los políticos hablan en nombre de él, dicen defenderlo o provenir de él. En el caso del siglo XIX venezolano, en pleno periodo de la formación del Estado nacional, se intentó hacer una distinción entre los ciu-dadanos, que eran quienes participaban en la realización de la República, y el pueblo, es decir aquellos que por no cumplir los requi-sitos establecidos en la Constitución de 1830, no podían hacerlo. Esta diferenciación es apreciable en el discurso político de tres emi-nentes personajes de la época, Juan Vicente González, Cecilio Acosta y Fermín Toro, quienes defendían el ideal de ciudadanía plas-mado en la Carta Magna.

Para la década de 1840 surgen en Vene-zuela importantes expresiones de descontento contra el orden establecido, conocidos por la historiografía como las revueltas campesinas y anti esclavistas, las cuales colocaron en vilo al proyecto republicano oligárquico, de corte liberal. Numerosos colectivos humanos, los más pobres de la sociedad, causaron estragos por todo el país, irrumpiendo en las propie-

dades privadas, efectuando muerte y ruina de los campos. La prensa fue uno de los móvi-les de tales acciones, pues se constituyó en la gran tribuna de debates y de propaganda, desde la cual se incitó con discursos inclu-yentes, con promesas de tierras e igualación social al levantamiento de la leva rural. El gran Partido Liberal participó como promotor de estos hechos, que siempre intentó cubrir de legitimidad con la invocación del sacro nom-bre del “pueblo”. A esta estrategia le salieron al paso quienes adversaban a ese partido, los denominados por la historiografía venezola-na como “conservadores”, entre los cuales se encuentran los mencionados Gonzales, Acosta y Toro. Ellos al calor de los hechos, dejaron asentado en artículos de periódico, lo que pensaban acerca del pueblo, con plan-teamientos muy particulares que es posible sintetizar así:

Juan Vicente González entiende al pueblo como:- Una gran masa campesina que es la re-

presentación de lo inmundo, de la falta de luces. Que tiene a la ignorancia como uno de sus principales móviles y con ella se encamina a destruir la República y sus instituciones.

- Los malos ciudadanos, carentes de virtud, miserables, torpes e ignorantes, que con-frontan con los “buenos ciudadanos” vir-tuosos e inteligentes.

- A quienes por sus crímenes deben ser per-seguidos y arrestados por las fuerzas del orden.

- El enemigo del orden, que se mueve por la manipulación de la propaganda del Partido Liberal.

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- Aquellos que no cumplen con el ideal de republicano plasmado en la Constitución de 1830, son los que no tienen ofi cio útil, renta y propiedades.

- Ese sector que debe ser gobernado y que debe permanecer pasivo y paciente, para cumplir con el orden establecido por la Providencia.

Cecilio Acosta entiende al pueblo como:- Susceptible de ser manipulado por la dema-

gogia Liberal.- Un ser vulnerable, maleable a los intereses

venenosos, pero que ciego es capaz de ha-cer daño.

- El grupo que obraba para satisfacer al indi-viduo y no a las colectividades, que veía en el robo los valores constructivos, cuando en realidad era lo contrario.

- Portador de la sinrazón, por el uso que hace de la violencia.

- En un primer momento existen en Acosta dos tipos de pueblo, los buenos y los ma-los. Los buenos son aquellos que por la vía de las luces y del trabajo aportan para que crezca la sociedad en que viven, son los que se inclinan por las ideas y desprecian las acciones de la fuerza bruta. Los malos son quienes optan por el camino de la re-volución. Luego esta idea la transforma en una visión binaria donde el Gobierno tam-bién es pueblo. En ella Pueblo es el buen ciudadano, que se dedica al trabajo y a los buenos ofi cios, el que es útil a su país, el que se consagra a su familia y no a las re-voluciones y a la destrucción. “El pueblo es la reunión de todos los buenos.”

- El pueblo desde la óptica liberal de Acosta, puede adquirir bondad por medio del traba-

jo y la educación. El pueblo puede hacerse bueno si se ilustra, si se le conmina a ser laborioso y productivo; si se le infunden ideas que lo encaminen hacia el progreso moral y material. “La vida es obra, y los pueblos que más obren serán los más civi-lizados. La acción debe ser varia para que sea abundante, cooperativa para que sea efi caz, ilustrada para que sea provechosa.”. Puede educarse por medio del periódico “el libro del pueblo”. Su visión Providencial de la historia lo hizo mantener una posición optimista sobre el pueblo.

Fermín Toro entiende al pueblo como:- Un colectivo totalmente maleable por los

timadores de ofi cio, que ofrecen cosas, que siembran dudas, miseria y que incitan odios. El pueblo es víctima de todos esos malos efectos, por su ignorancia y por su facilidad para ser crédulo de los fanatis-mos. De él brotan los déspotas y el mal de la anarquía, es el campo donde son ensaya-dos todos los trastornos sociales.

- Condenado a la ignorancia como a la mi-seria por parte de la sociedad; es ella, la productora de las desigualdades de las que bullen todas las taras. Cuando la sociedad no garantiza los benefi cios generales que pregona, se derivan las condiciones inde-seables como la esclavitud o el odio a las demás clases.

- Víctima de la sociedad, y todo el que se rebela contra el orden, padece los rigores de la fuerza establecida; el pueblo es quien ofrenda su vida en las guerras, quien ofren-da su esfuerzo en las fábricas y los campos a cambio de un mísero benefi cio.

- Un sector que puede progresar, pero para ello es necesario establecer un ambiente

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de equidad, que lime las asperezas sociales derivadas de los extravíos legales y de la administración. En él las leyes pueden ge-nerar un cambio bondadoso. Esto se deriva de la visión Providencial de la historia que Toro compartía.

- Un grupo que no actúa por móviles pasio-nales bajos, sino por una situación en la que la falta de oportunidades y de igualdad condiciona las acciones violentas.

- Es susceptible de manipulación cuando le son insufl adas, las pasiones que descansan en sus necesidades más urgentes.

NOTAS

1 “Despertad Ciudadanos”. En: (1961) La Doc-trina Conservadora. Juan Vicente González. Caracas: Tomo II, Ediciones de la Presidencia de la República, Colección Pensamiento Político Venezolano, Textos para su estudio, pp. 55 y 56.

2 “Estado de la Sociedad”. En: (1961) La Doc-trina Conservadora. Juan Vicente González. Caracas: Tomo II, Ediciones de la Presidencia de la República, Colección Pensamiento Político Venezolano, Textos para su estudio, pp. 63 y 64.

3 “Política” En: (1961) La Doctrina Conserva-dora. Juan Vicente González. Caracas: Tomo II, Ediciones de la Presidencia de la República, Colección Pensamiento Político Venezolano, Textos para su estudio, P. 97.

4 “Carta IV”. En: (1961) La Doctrina Conserva-dora. Juan Vicente González. Caracas: Tomo II, Ediciones de la Presidencia de la República, Colección Pensamiento Político Venezolano, Textos para su estudio. pp. 65 y 66.

5 “Carta VI”. En: (1961) La Doctrina Conserva-dora. Juan Vicente González. Caracas: Tomo II, Ediciones de la Presidencia de la República, Colección Pensamiento Político Venezolano, Textos para su estudio.. pp. 73 y 74

6 “Prospecto”. En: (1961) La Doctrina Conserva-dora. Juan Vicente González. Caracas: Tomo II, Ediciones de la Presidencia de la República, Colección Pensamiento Político Venezolano, Textos para su estudio. P. 119

7 “Libertad de Imprenta”. En: (1961) La Doctrina Conservadora. Cecilio Acosta. Caracas: Edi-ciones de la Presidencia de la República, Colec-ción Pensamiento Político Venezolano, Textos para su estudio. P. 45.

8 “Los Dos Elementos de la Sociedad”. En: (1961) La Doctrina Conservadora. Cecilio Acosta. Caracas: Ediciones de la Presidencia de la Repú-blica, Colección Pensamiento Político Venezola-no, Textos para su estudio. P. 35

9 Ibídem. p. 4410 Cecilio Acosta. Vida y obra. Caracas: Ministe-

rio de Educación, Dirección General, Departa-mento de Publicaciones, 1969. Pp. 57 y 58

11 “Libertad de Imprenta”. En: (1961) La Doctri-na Conservadora. Cecilio Acosta. Caracas: Ediciones de la Presidencia de la República, Colección Pensamiento Político Venezolano, Textos para su estudio. Pp. 56 y 57.

12 “Cosas sabidas y cosas por saberse”. En: (1961) La Doctrina Conservadora. Cecilio Acosta. Caracas: Ediciones de la Presidencia de la Re-pública, Colección Pensamiento Político Vene-zolano, Textos para su estudio. P. 146.

13 Ibídem. P. 151.14 Sambrano Urdaneta. Óp. Cit. P. 133.15 Se refi ere a los acontecimientos del 9 de febrero

de 1844, día en que al seguírsele un juicio por difamación a Antonio Leocadio Guzmán, un nutrido grupo de personas irrumpió violenta-mente en el tribunal y lo rescató, para salvarlo de una acusación que consideraban injusta. Por eso Cecilio Acosta dice que se utilizó al pueblo para eludir el fallo de la justicia.

16 “Lo que debe entenderse por pueblo”. En: (1961) La Doctrina Conservadora. Cecilio Acosta. Caracas: Ediciones de la Presidencia de la República, Colección Pensamiento Político Venezolano, Textos para su estudio. Pp. 59 y 60.

17 Ídem.18 Ibídem. P. 66.19 Ibídem. Pp. 66 y 67.20 Ibídem. P. 33.21 Sambrano Urdaneta. Op. Cit. P. 55.22 Citado por: Tosta, Virgilio (1958). Fermín

Toro, político y sociólogo de la armonía. Ca-racas: Imprenta Juan Bravo. Pp. 79 y 80.

23 Ibídem. Pp. 80 y 81.

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24 (1960) La Doctrina Conservadora. Fermín Toro. Caracas: Ediciones de la Presidencia de la República, Colección Pensamiento Político Venezolano, Textos para su estudio. Pp. 359 y 360.

25 Ídem.26 Ibídem. P. 360.27 “Refl exiones sobre la Ley del 10 de Abril de

1834”. En: (1960) La Doctrina Conserva-dora. Fermín Toro. Caracas: Ediciones de la Presidencia de la República, Colección Pen-samiento Político Venezolano, Textos para su estudio. P. 125.

28 Ibídem. Pp. 150 y 151.

FUENTES

PrimariasOfi ciales:Presidencia de la República (1960). Pensamiento

Político Venezolano del siglo XIX. Textos para su estudio. La Doctrina Conserva-dora. Fermín Toro. Caracas: Ediciones Conmemorativas del Sesquicentenario de la Independencia.

Presidencia de la República (1961). Pensamiento Político Venezolano del siglo XIX. Textos para su estudio. La Doctrina Conservadora. Juan Vicente González. T. II. Caracas: Ediciones Conmemorativas del Sesquicentenario de la Independencia.

Presidencia de la República (1961). Pensamiento Político Venezolano del siglo XIX. Textos para su estudio. La Doctrina Conservadora. Cecilio Acosta. Caracas: Ediciones Conmemorativas del Sesquicentenario de la Independencia.

Secundarias

Brito Figueroa, Federico (1987). Historia Económica y Social de Venezuela. Tomo IV. Caracas: Universidad Central de Venezuela. Ediciones de la Biblioteca.

Tosta, Virgilio (1958). Fermín Toro. Político y Sociólogo de la Armonía. Caracas: Imprenta de Juan Bravo.

Pérez Vila, Manuel (1992). “El Gobierno Deliberativo: hacendados, comerciantes y artesanos frente a la crisis 1830-1848”, En: Política y Economía en Venezuela 1810-1991. Caracas: Fundación John Boulton. 2ª Edición.

Sambrano Urdaneta, O. (1969). Cecilio Acosta. Vida y obra. Caracas: Ministerio de Educa-ción, Dirección General, Departamento de Publicaciones.

Matthews, Robert P. (1992) “La turbulenta década de los Monagas”. En: Política y Economía en Venezuela 1810-1991. Caracas: Funda-ción John Boulton. 2ª Edición.

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El faro cubano y la insurrección política del Movimiento de Izquierda Revolucionaria en 1960

CARLOS ALFREDO MARÍN MEDINAUNIVERSIDAD CENTRAL DE VENEZUELA

RESUMEN: En el presente artículo estudiaremos la infl uencia política-ideológica que tuvo la revolución cubana en el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) dentro del sistema político venezolano en la segunda mitad del siglo XX. Haremos dos paradas analíticas: en una primera instancia, examinaremos el compuesto efervescente que se va formando en la Venezuela de 1959 gracias a la mezcla de varios elementos, entre ellos el infl ujo de la Revolución Cubana y la grave crisis económica y social heredada del perezjimenismo (1948-1958); y la segunda, y partiendo de aquel caldo de cultivo en estudio, analizar las condiciones en las cuales el mirismo se lanza a la insurrección revolucionaria a fi nales de 1960, luego de la fractura defi nitiva de las fi las de Acción Democrática (AD). Estudiaremos también el complejo emotivo del cual la vanguardia mirista va a fundamentar la insurrección política de la década del 60: el revolucionarismo latinoamericano. Todo esto con el fi n de comprender, en la totalidad del contexto histórico que le tocó vivir, al Movimiento de Izquierda Revolucionaria y el movimiento de liberación nacional que la izquierda venezolana asumió en su momento.

PALABRAS CLAVE: Acción Democrática, Política, Insurrección, Movimiento de Izquierda Revolucionaria, Vanguardia, Lucha armada, Revolución Cubana

N“ME METO AL PAÍS CON UNAS ARMAS…”

o hayamos otra forma más conveniente de comenzar este apartado sino es citando, de su propia mano, al principal

contendor primero de la izquierda acciónde-mocratista y, posteriormente, del ya formado Movimiento de Izquierda Revolucionaria en

Tierra Firme (Segunda Época). Caracas - VenezuelaN° 109, Año 28 - Vol. XXVIII, pp.77-93, 2015

julio de 1960: Rómulo Betancourt. Resulta interesante valorar a través de él la podero-sa infl uencia de lo que venía patentizando, a mediados de 1957, el avance revolucionario de Fidel Castro en Cuba frente a la dictadura de Fulgencio Batista.1 Betancourt, en el an-gustiante exilio, veía con desparpajo la senda victoriosa de aquellos barbudos guerrilleros; pero por sobre todo, observaba cómo y de qué

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forma había venido causando impacto no sólo en lo político sino en lo sentimental aquella revolución en toda Latinoamérica. En carta dirigida a Luis Augusto Dubuc y Carlos An-drés Pérez, el 21 de mayo de 1957 desde San José de Costa Rica, el líder fundador revela lo siguiente:

“Lo que está haciendo Fidel Castro, y con mucho más éxito, debí hacerlo yo en 1950; y deberemos hacerlo en 1957, si no hay elecciones libres. La opción es entre eso –tirar la parada- o dedicarnos, como los dominicanos, a ‘piquetear’ los consulados de Trujillo. Es más: si en el 57 o comienzos del 58 no hay solución al problema venezolano –evolutiva o a la brava- no nos quedaría otro camino sino el de ponernos un bozal, y no hablar más en el exilio de los atropellos, etc., de aquella gente”.2

Además de poner en evidencia el des-espero de Betancourt, se infi ere además el impacto que el faro cubano estaba causando en el accionar político de entonces. La revo-lución castrista, desde su perspectiva, reafi r-maría no sólo la vía de la lucha armada para derrocar al perezjimenismo, sino que tangen-cialmente caería en el voluntarismo político: apuesta por “la parada” a “la brava” de inten-tar tomar el poder. En otra carta, dirigida a José Figueres, vuelve a remachar en la misma tónica: “…o hago lo que Fidel Castro: me meto al país con unas armas, sin oír consejos, con quienes quieran seguirme”.3 Estamos, en este sentido, ante la muestra de un deseo que se disemina claramente en el pensamiento be-tancourista; un deseo que se derrama ante la luz ineludible de la revolución cubana.

Betancourt –quién lo iba a pensar años más tarde- en este testimonio se asomaría en el espejo y ve a Fidel Castro; en aquel refl ejo veía, por momentos, su modelo a seguir. Lo

único que separaba al líder guatireño era dar el salto aventurero; sin embargo, ya no era algo nuevo para él, ya que en toda la resisten-cia planearía y ejecutaría sin nada de suerte el foquismo armado. En todo caso, existían diferencias insondables entre Betancourt y Castro a esta altura de 1957: el primero, que-riendo aliarse con el capital norteamericano en Venezuela; el segundo, destornillar toda infl uencia de aquel en Cuba. Tal vez en donde ambos coincidían era en su objetivo estratégi-co: derrocar a las dictaduras de derecha en sus respectivos países; y de allí radicaba, por un instante, la coincidencia de ambos en aquel espejo.

A la luz de esta urdimbre, ¿qué fenómeno opera en el fondo de esta sintonía existencial con la revolución castrista que ya a mediados del 57 allanaba la senda victoriosa? Nos asal-ta otra no menos importante: si Betancourt se veía atrapado por el ejemplo cubano, ¿cómo será el infl ujo de éste cuando triunfe el 1° de enero de 1959 en la vanguardia juvenil de AD, la misma que dará forma y acción al mi-rismo meses más tarde? Por sobre eso debe-mos detenernos, en efecto.

Nos corresponde realizar dos paradas analíticas para comprender, en su justa magnitud, la infl uencia cubana en el Movimiento de Izquierda Revolucionaria. Ambas responden al orden cronológico: la primera, examinar el compuesto efervescente que se va formando en la Venezuela de 1959 gracias a la mezcla de varios elementos, entre ellos el infl ujo de la Revolución Cubana; la segunda, y partiendo de aquel caldo de cultivo en estudio, analizar las condiciones en las cuales el mirismo se lanza a la insurrección revolucionaria a fi nales de 1960.

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En rigor, en una se pesará los ingredientes y la consistencia del caldo; en otra, se medirás los alcances de su combustión, de su explosión.

CUBA Y “LA POSIBILIDAD DE HACER LA REVOLUCIÓN”

Cuando el 1° de ene-ro de 1959 Fidel Castro entraba victorioso en La Habana, en Venezuela, un año antes –el 23 de enero de 1958- había vivido una victoria similar: haber de-rrocado a una dictadura luego de una intensa lucha y a una extraordinaria mo-vilización popular de todos los sectores sociales al fi -nal de 1957. En ambas, el movimiento popular sería el factor primordial: la bisagra poderosa, el agente insurreccional; con ella, además, tras la victoria, quedaba suspendida en el aire la esperanza revolucionaria, una suspensión que se podía palpar.4 Pero si queremos ver más la parentela de estas dos situaciones, debemos recordar que Venezuela sería una ayuda eco-nómica crucial del movimiento castrista a lo largo de todo su recorrido.5 Al respecto, Do-mingo Alberto Rangel escribe:

“Esta revolución sacude a la izquierda de Venezuela como jamás habría de ocurrir (…) La Revolución cubana tuvo además auspi-ciadores venezolanos cuando era proyecto en México antes de abordar el Granma, yate milagroso. Desde el primero de enero de 1959 Cuba es una fuerza moral determinante en nuestro escenario. Aquí se hizo una campaña de ayuda para la guerrilla cubana que luchaba

en la Sierra Maestra sin parangón casi en la América Latina”.6

Venezuela y Cuba estarían unidas por un sentimiento apreciable de solidaridad, de

cooperación y de entusiasmo sorprendente.

Ahora bien, si en ver-dad queremos entender ese caldo de cultivo debemos examinar sus principales in-gredientes. Iremos por parte. Se asoma, primeramente, un primer grupo de sustancias interesantes que no sólo fue-ron dándole consistencia a la mezcla a lo largo de 1959, sino que ya venían agregán-dose a ésta desde toda la clandestinidad y desde el 23 de enero de 1958. Esta lista de ingredientes se fue dan-

do en el orden interno, es decir, que fueron brotando y produciéndose dentro del mismo sistema político venezolano.

La fuerza moral del faro cubano –como la nombra Rangel- va a estar refl ejada en la opinión política a lo largo de todo el año 1958 y 1959. Lo veremos primero, en las constan-tes visitas de personeros cubanos al país entre abril y noviembre7; segundo, en los conve-nios comerciales fi rmados entre abril y sep-tiembre8; tercero, en las numerosas celebra-ciones estudiantiles en honor a la Revolución triunfante entre septiembre y noviembre9; y cuarto, en las invitaciones de la Federación de Centros Universitarios al Che Guevara y a Fidel Castro en el mes de noviembre.10 Esta presencia cubana además de ser un ingre-diente interesante -porque será, sin duda, la

La revolución castrista, desde su

perspectiva, reafi rmaría no sólo la vía de la lucha armada para derrocar al

perezjimenismo, sino que tangencialmente caería en el voluntarismo político: apuesta por “la parada” a “la brava” de intentar

tomar el poder.

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manifestación real de esa solidaridad y de esa idealización del faro cubano- irá saturando velozmente el caldo de cultivo fi nal.11

Américo Martín se referirá a esta presen-cia del tema cubano en la Venezuela de 1959 de esta manera:

“Acababa de producirse la Revolución Cuba-na y Venezuela venía de derribar una dictadu-ra; el pueblo se sentía poderoso. El ingredien-te ideológico que tuvo esa protesta popular fue la Revolución Cubana, que demostrar que el socialismo podía escaparse de la trampa de la geopolítica y ponerse a hablar en español; por eso la infl uencia cubana fue tan notable. La gente tenía la sensación de que mientras en Cuba se avanzaba, en Venezuela la demo-cracia había puesto las cosas en términos peores que cuando Pérez Jiménez; ese era el ambiente general”.12

Esa sensación de inmovilismo guber-namental en palabras de Martín, como ya en páginas anteriores analizamos, es otro compuesto interno que debemos prestarle atención. La crisis económica heredada de la dictadura, la desarticulación del Plan de Emergencia, la paralización de la industria de la construcción, la discusión de los con-tratos petroleros, el crecimiento de la mar-ginalidad en las ciudades, el desempleo y el problema de los campesinos sin tierra son tan sólo algunos elementos responsables de este ingrediente. El peso de todas estas condicio-nes económicas arrastrará consigo todo un malestar popular sin precedentes: ya el 23 de enero había dado una lección en este sentido. Al respecto, Simón Sáez Mérida se refi ere a éste como “el clima de violencia social”13, Al-fredo Maneiro lo defi ne como una “situación esencialmente revolucionaria”.14 Todo 1959 será arropado por este compuesto ineludible.

Frente a este panorama, el Presidente Betancourt buscará restarle importancia a esa “situación revolucionaria” y al pretendido infl ujo cubano que cundía en el entramado popular venezolano. Betancourt, en efecto, yendo a la contracorriente de los apetitos po-pulares que denigraban cualquier infl uencia norteamericana en los asuntos nacionales, va buscando estratégicamente el apoyo econó-mico y político de los Estados Unidos15; en todo caso, la posición betancourista ya esta-ba cantada a lo largo de toda la resistencia: buscar la protección del gobierno norteño ante cualquier amenaza comunista, así como también para cerrarle el paso al entusiasmo popular desatado el 23 de enero de 1958 y reafi rmar, en contraposición, el poder de la burguesía nacional mediante la estabilidad del Estado democrático.

Se asoma otro ingrediente interno en el cual ya hemos discurrido con anterioridad: la moral endemoniada del militante clandestino.16 En este sentido, Anselmo Natale apunta que el faro cubano infl amó “de pasión, de heroísmo, de mística a las juventudes del mundo, pero precisamente a las de América Latina y en particular tuvo una incidencia muy destacada acá…”.17 Si ya la moral endemoniada había cultivado sus raíces frente a la férrea dictadura perezjimenista, a partir de 1959 y mezclándose con el infl ujo cubano cobrará derroteros aún más radicales. Este ingrediente, mucho más profundo y arraigado, irá mezclándose con los otros compuestos, formando nudos irascibles.

Ahora debemos pasar a estudiar al ingrediente externo: el faro cubano. Cuba, al entender de Moisés Moleiro, va “abrir la posibilidad de hacer la revolución”.18 Para

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tratar de explicar el peso de este compuesto, debemos reparar en lo que Luigi Valsalice denomina como el revolucionarismo latinoamericano, principal ingrediente del explosivo caldo en estudio, y con el cual se alimentaría no sólo la izquierda accióndemocratista –y posteriormente el mirismo- sino también el PCV a lo largo de 1959 y de toda el período de la lucha armada del 60.

Esa “posibilidad de hacer la revolución” no es otra cosa sino la comprobación del infl ujo para entonces; éste, en palabras del Che Guevara, trascendía fi losófi camente y políticamente un salto de 360º en la lucha política latinoamericana: la ruta de la liberación nacional en América Latina radicaba, según el historiador argentino, en el camino de la violencia.19 Una senda violenta que no contemplaba preocupaciones de orden doctrinal, ni ideologías a desarrollar; era, en rigor, un salto trascendental el propuesto por Guevara dirigido a la toma del poder. Cuba sería la esperanza certera: el ejemplo victorioso y posible; sería también un paradigma de orden hispanoamericano y universal, ya que supuso tensiones a gran escala: el intervencionismo norteamericano frente al soviético.20

“El concepto de ‘revolucionarismo’ –y no revolución- justifi ca mejor que cualquier otro, aparte de situaciones específi cas históricas y políticas, el recurso a la lucha armada también en Venezuela. Cuando Guevara afi rma que las condiciones para la insurrección armada, si no existen, se pueden crear, no solamente expresa una nueva concepción de la revolución, sino que traduce además con plena fi delidad el espíritu del revolucionarismo latinoamericano. (…) Esta real o supuesta incapacidad [se refi ere

al modelo revolucionario practicado por los Partidos Comunistas] lleva a los movimientos revolucionarios a confi ar preferentemente en una minoría lista para actuar sin titubeos, aun con la violencia; minoría que, de por sí, puede no ser extremista desde el punto de vista programático, pero que es extremista sobre todo en la elección de los instrumentos para la toma del poder”.21

Bajo el extremismo, el romanticismo, la intuición y la subjetividad va amalgamándose esta nueva concepción de revolución; con esos aditivos va edifi cándose, en fi n, el revolucionarismo latinoamericano22, y su infl uencia va a extenderse por doquier, esparciendo su llamarada a grupos políticos dispuestos a la acción armada y crear la insurrección.23 Todo un continente se apertrecharía en la bandera marxista-leninista, infl amado por el faro cubano; la meta: transformar radicalmente la estructura clasista de los países subdesarrollados, y así allanar, guiados por las vanguardias revolucionarias, el terreno del socialismo.24 “A Cuba se le utiliza desde entonces como arma de ataque y como trinchera de defensa (…) Cuba era el alfa o el omega, providencia o demonio, según fuera los intereses o las posiciones del observador. La borrasca cubana iba a engendrar en esos días un huracán en Venezuela”, afi rma Rangel.25

Teniendo a la vista de un lado y de otro los compuestos internos y externos, se nos posibilita ver realmente la efervescencia del caldo de cultivo que fue saturándose hasta los límites de 1959. Esa cubanización del aconte-cer político irá asumiéndose como trinchera y como modelo. Esa crisis económica y social irá calentando la calle, y con ella los ímpe-tus de los hombres y mujeres. A su vez, estos

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hombres y mujeres, bebiendo en las fuentes del voluntarismo militante irán sulfurando y agitando también la mezcla. Y desde afuera, el revolucionarismo cubano actuará como el agente fulminante que encenderá la pradera. Aquel caldo de cultivo hervirá a todo dar, y a temperaturas nunca antes vistas. Como preámbulo a lo que encontraremos en 1960 debemos citar aquí una refl exión de Juan Liscano; en ella, podemos respirar el clima brutal de “la guerra social” que pulularía para entonces en el ambiente:

“Pero lo cierto es que desde el triunfo de Fidel Castro, se ha desatado en nuestro país una verdadera epidemia de revolucionarismo demagógico, emocional o intempestivo que con sus dislates verbales, extremismos infan-tiles y falta de capacidad analítica, confunde los problemas y crea un clima de violencia (…) El gobierno, en esta hora difícil, tiene que asumir esa responsabilidad ductora y al mismo tiempo mediadora. De lo contrario se irán agudizando los confl ictos laborales hasta desembocar en la guerra social que propician los demagogos empeñados en subir al Poder, con la ansiada ola revolucionaria”.26

EL CALDO DE CULTIVO DE 1960

Medida y pesada la volatilidad de la mezcla respectiva, debemos tender sobre ella una red que visibilice el tránsito primero, de Acción Democrática de Izquierda; y segundo, del Movimiento de Izquierda Revolucionaria. Es decir, debemos ubicarnos en los extremos de abril y agosto de 1960, para examinar de qué manera se mueve y acciona este partido que es el objetivo de nuestro ensayo. Sólo allí podemos ver cómo el soluto reacciona con la solución y genera su propia dinámica.

Luego de haberse llevado a cabo la restructuración del Movimiento 26 de

julio el 15 de enero27, después de haberse celebrado multitudinariamente el desfi le en solidaridad a la Revolución Cubana el 19 de marzo28, además de toda la ristra de visitas constantes de personeros cubanos al país29, de homenajes30 y de viajes de estudiantes y profesionales a la isla en todo el mes de marzo y abril31, la cubanización seguía actuando por sí misma en la sulfuración del ambiente político venezolano. Pero esta sulfuración de la que hablamos va ser aprovechada -en un primer arranque- el 12 de abril, cuando se constituyese como organización política Acción Democrática de Izquierda.

El término “aprovechar” no lo usamos gratuitamente. Creemos que es el término más adecuado para lo que fue ADI en las primeras de cambio. Esta organización que apenas agitaba y daba sus primeros pasos en el entramado político venezolano, va estar llamado a ser cauce y autopista; un canal, en defi nitiva, que sirviese de brújula y conductor de la emotividad y combatividad popular. Un cauce que aprovechase y tomase para sí aquella “fuerza moral” de la que habla Rangel. ADI se sumergía en aquel caldo efervescente y empezaba a compactar en ella su volatilidad: conducir el poder de las masas populares. Los “cabezas calientes”, empezaban agitar velozmente aquella solución y con Izquierda, empezaban a enardecer no sólo el ambiente callejero sino también los ímpetus del gobierno betancourista.

“En Venezuela estábamos corriendo, antes de la aparición de la izquierda como Movimiento propio, el riesgo de que el caudal de las energías populares se dispersara en ese desfallecimiento (…) Pero toda corriente histórica, y el pueblo es la más viva de todas, necesita de un cauce. Las aguas del

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descontento se pierden, como las torrenteras de las lluvias, cuando se dispersan por falta del surco que mantenga su fuerza y conserve su dirección (…) La Izquierda, con su tesis, ha aportado al país la insignia que faltaba y abierto, en el proceso nacional, el paréntesis de reagrupación para la marcha que se hacía ya indispensable”.32

Y mientras que en la celebración del 1º de mayo, Día de los Trabajadores, se voci-feraban consignas “¡Cuba sí, Yanquis no!” o “¡Si siguen las peinillas, haremos las guerri-llas!” en las calles anexas al Palacio Federal Legislativo, o en otro caso, mientras que las masas enardecidas recibían elogiosamente el 6 de junio al Presidente cubano Oswaldo Dorticós en el Aeropuerto de Maiquetía33, mientras que esto seguía agitando la solución Acción Democrática de Izquierda cambiaría ahora su fachada nuevamente. El 10 de julio, y en rueda de prensa nacional, se anunciaba la conformación del Movimiento de Izquier-da Revolucionaria.

El mirismo, partiendo desde el marxis-mo-leninismo como fi losofía política, empe-zaba a dirigir su esfuerzo hasta encontrar la ruta hacia el socialismo. Su misión era impro-rrogable: luchar hasta conseguir la liberación nacional.34 De la ruptura, el mirismo ahora formidable y decidido, abrirá aún más su cauce. Por él va a conducirse la reacción ex-plosiva de la mezcla. Todo lo que esté dentro aquel recipiente será atrapado y manejado por él, y con su espíritu díscolo y combatiente, irá caminando velozmente de la mano de la subjetividad, del voluntarismo. Toda sustan-cia donde el poder de las “masas populares” estuviese, el MIR enterrará su insignia y aco-gerá para él su conducción fi nal.

Uno de los momentos más explosivos de este caldo de cultivo en erupción lo tenemos

en los sucesos que se extienden del 23 al 28 de julio. No sólo habrán fuertes disturbios ca-llejeros a las afueras del Congreso Nacional donde se discutía en las Cámaras de Diputa-dos y Senadores apoyar o no a la Revolución Cubana35, sino que en la marcha de aniversa-rio de ésta escenifi cada en la capital se asesi-naría de varios disparos a Antonio Coba Ca-sas, Presidente del Movimiento 26 de julio.36 En comunicado ofi cial, el partido mirista se expresará en estos términos y reta, frontal-mente, al gobierno de Rómulo Betancourt:

“Los homicidas de Coba son los mismos que asaltan domicilios, allanan locales de Partidos políticos y andan exhibiendo una impaciencia represiva que arroja sombras de preocupación sobre el horizonte de Venezuela (…) Ha dejado caer el señor Presidente, como espada de amenazas, una posible ilegalización de las fuerzas populares de Venezuela (...) Nadie tiene en Venezuela folletinescos planes para subvertir el orden ni se está haciendo gimnasia revolucionaria. Suprímanse las causas sociales del malestar y el país recuperará, en sus trabajadores de empleo garantizado, la tranquilidad que no lograrán impartirle los fusiles amenazantes (…) Una movilización de todo el país para reclamar, por los canales del civismo, la devolución de las garantías es inaplazable urgencia nacional (...) Nunca como ahora había sido tan imperiosa la unión de todas las fuerzas del pueblo para lucha, con un programa progresista, por la democracia y la emancipación de Venezuela".37

La confrontación estaba cerca, como vemos. Con las garantías constitucionales suspendidas desde el 24 de junio de 1960 a raíz del atentado al Presidente Betancourt38, el gobierno se conducía implacable: perse-guiría a los revoltosos y comenzaría a allanar los locales de los partidos y a detener a sus militantes. Humberto Cuenca, activista mi-

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rista y Presidente del Comité Pro-Defensa de la Revolución Cubana sería víctima de esta política policial; en efecto, sería detenido el 5 de agosto en condiciones extrañas por la Digepol, a todas vistas como represalia polí-tica.39 Pérez Marcano describe este ambiente incandescente de esta manera:

“Mediante la solidaridad con la revolución cubana creíamos rescatar la raigambre pedenista de nuestras posiciones. Mientras en Cuba se tomaban medidas inmediatas hacia el cumplimiento de muchas reivindicaciones –entre ellas una reforma agraria y una reforma urbana de inmediato cumplimiento- en nuestro país Betancourt constituía inmensas comisiones para terminar promulgando leyes, como la de la reforma agraria, que iba a ejecutarse en un lapso de 20 años (…) Nosotros respaldábamos a la revolución cubana escanciando consignas que contrastaban los supuestos éxitos de los cubanos con lo que considerábamos los fracasos del gobierno de Betancourt: ‘¿Qué es lo que pasa aquí, ah?/ ¿Qué es lo que pasa aquí ah?/ ¡Qué en Cuba todo va, y aquí no pasa ná!’”.40

Mientras que Domingo Alberto Rangel y Pompeyo Márquez apostaban, entre el 6 y el 11 de agosto, por el viraje revolucionario el cual debía adoptar el gobierno para salir de la crisis y favorecer a las masas populares41, el ambiente pronto se pondría aún más borras-coso. Y es que Ignacio Luis Arcaya, Minis-tro de Relaciones Exteriores y miembro de U.R.D., se retiraría el 28 de agosto de la VII Conferencia de cancilleres de la OEA, en San José de Costa Rica; la razón: se negaría a fi r-mar la declaración de San José en donde, por iniciativa del gobierno de Venezuela, se con-denaba indirectamente al gobierno de Cuba.42 Este suceso no sólo pondría en peligro la coa-lición tripartita del gobierno betancourista, sino que sentenciaba de una vez el combate.43

Frente a este acontecimiento la Direc-ción General del Movimiento de Izquierda Revolucionaria asume el 29 de agosto una postura enérgica. Para el mirismo, aquella Declaración de San José era la revelación de-fi nitiva de las intensiones de la OEA: servir como instrumento político continental del imperialismo estadounidense. El comunicado profundiza más su ataque, al denunciar las in-tenciones del gobierno betancourista a servir a las maniobras de Departamento de Estado al sancionar a Cuba. Se tilda a Betancourt como el “verdadero entreguista”, y como el principal agente de esta política anticomunis-ta y derechista. Veamos lo que apunta en este sentido:

“La política de empréstitos que nos ata al gran capital fi nanciero y nos transforma en colonia disimulada de banqueros e inversionistas no traduce otra cosa que el empeño de cancelar nuestra soberanía. En la negociación de la Reynolds, ya consumada, se evidencia el mis-mo propósito de desbordante deseo de cotizar docilidades. En fi n, en el afán de promulgar una Ley de Inversiones que abra las puertas al país al capital monopolista, se delinea con nitidez la aspiración de resolver la crisis in-terna nacional. Un gobierno cuyos sectores más infl uyentes vienen asumiendo esas pro-posiciones no podía sostener la bandera de la verticalidad frente a las ansias agresoras del imperialismo”.44

Entreguista y capitulante, así el partido va caracterizando al gobierno, asumiendo posturas cada vez más recalcitrantes; respirando en las contradicciones de aquel, va desmontando a su manera sus maniobras “reaccionarias”. “Nos preguntamos con patriótica claridad, si las fuerzas progresivas o democráticas tienen todavía un papel que cumplir en el seno del gobierno”, apuntan.45 “El paso se ha dado al arrojarle a Cuba el

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injusto latigazo de una condenatoria, hace incurables las tendencias derechistas del régimen de coalición”.46 Estaba el MIR, ya legalizado en medio de esta ola de acontecimientos el 26 de agosto, presintiendo lo que le se le venía como un temblor profuso e intermitente: las alarmas del combate insurreccional.

EL DESPEGUE INSURRECCIONAL: “EL POPULARAZO”

El mes de octubre sería el momento don-de la potencia del caldo de cultivo volcaría toda su irremediable combustión. El recipien-te contenedor, de pronto, no aguantará las brutales tensiones; la sustancia volátil bus-caría, como un alud descontrolado, caminos azarosos. La chispa fi nal la encontramos en el tan discutido editorial publicado en Izquierda el 14 de octubre, titulado “Hacia un cambio de gobierno”. Sin pensarlo, aquel artículo era el pasaje sin retorno para la izquierda vene-zolana a la lucha armada de la década del 60.

Certero y díscolo, aquel editorial escri-to por Gumersindo Rodríguez –para enton-ces Secretario Juvenil Nacional del MIR- no hacía otra cosa sino revelar las intensiones demagógicas y derechistas del gobierno be-tancourista, con un lenguaje frontal y provo-cador; era, por así decirlo, la caracterización visceral de la realidad venezolana, la cual estaba apertrechada en el inmovilismo social.

“Venezuela es actualmente un país sin dirección. El gobierno que rige los destinos de la nación está inmovilizado por una parálisis escalofriante que deja sentir sus catastrófi cos efectos, sobre todo el conjunto de nuestra sociedad. Frente a una conspiración reaccionaria que a la sombra de la indolencia ofi cial centuplica sus fuerzas para dar el asalto defi nitivo a las libertades,

la Coalición permanece impasible y no toma medidas más elementales para preservar su precaria existencia. Una crisis económica de asombrosas proporciones sacude al país y devota sus mejores energías. El régimen ha sido segregado de las grandes masas populares por su ineptitud y entreguismo, y su desprestigio asciende en forma vertical (…) Está, por una parte, aislado de las grandes masas nacionales que son la única garantía de la estabilidad de un gobierno democrático, y por otra, cuenta para su defensa con los mismos recursos militantes que preparan su derrota”.47

Entre aquel inmovilismo gubernamental y la fuerza desbocada de las masas populares, pendulará el objetivo incandescente de este Editorial48; sin miedo, su mano acusadora en-contraba su enemigo y lo trataba como tal; al leerlo se puede respirar la proyección precla-ra del revolucionarismo voluntarista; o, más claro aún, se transpira la carga romántica y brutal del faro cubano, fuerza alucinante que procuraba calcar su ejemplo victorioso a la realidad venezolana.

Autoproclamándose como el cauce existencial de las fuerzas de las masas, el mirismo debía pasar a la siguiente etapa; una etapa que procurara primero, superar el entreguismo gubernamental y segundo, anular cualquier intento golpista del sector militar; pero esta etapa, si en verdad se podía allanar su camino, constaba de una necesidad imperiosa: derrocar aquel estado de cosas y proponer uno nuevo. “La única vía para solucionar los males que aquejan al país (…) es propiciando un cambio de gobierno, una modifi cación del actual aparato del Estado, que ponga éste en manos de las masas populares y que lo capacite para evitar el hundimiento defi nitivo de la nación”, apunta.49 Se puede inferir de esto que la toma

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del poder debía ser contundente, de tal manera que pudiese entablar un gobierno donde el proletariado asumiera las riendas del Estado; sin embargo, aquellas líneas polémicas no despejan el camino de un verdadero programa que sostuviese aquello.

Lo que sí vale la pena resaltar es que aquel paso era sólo decidido por las masas; sólo ellas podían imprimirle velocidad, y “la última palabra”. Gumersindo Rodríguez, au-tor de aquel artículo crucial, dirá al respecto:

“En el terreno de la política práctica, ese edi-torial no tenía entonces absolutamente ningún sentido en el ejercicio inteligente de la polí-tica. Es un editorial escrito por una persona políticamente inmadura. (...) Era lo que noso-tros, en esa época creíamos que debía hacer-se en una eventualidad de esta naturaleza. El problema no era el argumento teórico. Era la inexistencia de la hipotética eventualidad”.50

A la luz de esta urdimbre podemos cons-tatar cómo éste “ejercicio intelectual irres-ponsable” –como lo declarará posteriormente el propio Rodríguez- refl eja el estallido de todo ese caldo de cultivo de que hemos ve-nido hablando. Es el producto o el resultado de aquella combustión fi nal. Todo el cuadro y sus debidas composiciones podemos en-contrarla en él. Era la exteriorización de todo un abismal anhelo insurreccional, deseo que abrevaba sus mieles en la revolución cubana y su revolucionarismo fl ameante: Lenin y Guevara, resonaban entrelíneas.51 Este deseo de crear y conducir la insurrección revolu-cionaria, si lo deseamos ver con mucha más profundidad, es patentizado no sólo por el ya citado Editorial; destaca también las notas de opinión de Domingo Alberto Rangel, entre el 18 y el 21 de octubre. Rangel, como líder de la organización y como diputado en el Congreso de la República, verá en “el Frente

Nacional” aquel polo vanguardista donde cu-piesen todos los sectores del país para romper de una vez por toda con la política coaligada. Veamos:

“El programa de liberación nacional y el frente democrático responden al sentimiento de grandes mayorías. Objetivamente, el deseo que propicia la constitución de ese frente existe ya, arraigado, en el país. Casi todo el pueblo, en sus clases más dinámicas y coherentes de obreros y campesinos, ha escogido esa política. Apenas falta que las fuerzas mejor estructuradas sigan el camino, indefectible, de forjar la gran concurrencia de Venezuela en torno de ese objetivo. Somos optimistas. La agudización de los problemas hará más evidentes la necesidad de un sistema que restaure la independencia nacional hoy gravemente comprometida por la política del gobierno. Sectores que aun vacilan serán educados por la dialéctica de los hechos que al afectar sus intereses les impondrán la adhesión a la política del frente nacional. La suerte está echada para el movimiento popular. Combinando la fi rmeza principista con la fl exibilidad táctica, conduciremos al país al logro de sus ideales”.52

El 21 de octubre Rangel asume la autoría del Editorial escrito por el juvenil Rodríguez en un artículo publicado en El Nacional, titulado “El Editorial de Izquierda”, escudándose claro está en su inmunidad parlamentaria. Alude allí el Secretario General la brutal represión que venía siendo objeto el MIR a partir del lanzamiento de aquel polémico escrito; ésta política represiva, según su punto de vista, le daba vital importancia al movimiento por él promovido y en vez de debilitarlo, lo fortalecía aún más en todo el país. Observemos parte de aquella nota:

“En el editorial de 'Izquierda' cuya responsa-bilidad he asumido ante la cámara de diputa-dos, se buscó llamar la atención del pueblo acerca de las situaciones que pueden presen-

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tarse en el país. (...) No hay ningún Código del mundo que sancione a una persona que prevea desarrollos futuros para un país estremecido. (...) Hemos llamado a derrotar una política y a formar un frente, despertando la conciencia popular sobre los peligros que confronta el país. No es culpa nuestra que esa táctica tan justa como inaplazable haya hecho palidecer a quienes tienen en la intimidad la noción de su fracaso”.53

La detención inmediata de los redactores del semanario Izquierda no se hizo esperar, ni tampoco la incautación de los miles de ejemplares de este a nivel nacional, ni mucho menos el desate del combate popular contra las autoridades gubernamentales.54 El 26 de octubre el Ministro del Interior, Luis Igna-cio Dubuc, le sale al paso a la insurrección popular que tanto el mirismo y el pecevismo había declarado con todo este mar de protesta lanzado contra el gobierno. Sus palabras son elocuentes; veámosla:

“La actitud de los comunistas, el MIR y cualquier otro sector que haga causa común con ellos, es una verdadera locura política. Lanzar menores de edad a disturbios callejeros, tratando de arrastrar a esos desórdenes al pueblo de Caracas, es el resultado de una total equivocación, al pretender equiparar las luchas contra la dictadura de Pérez Jiménez con estas acciones subversivas contra el Gobierno Constitucional (...) Las masas venezolanas no están ahora desesperadas como el 23 de enero de 1958, ni andan al garete, como para que las utilice y sacrifi que cualquier demagogo. (...) Un buen consejo para la gente del MIR, los comunistas y sus aliados, que podrían atender, si aún les queda un mínimum de sensatez, sería el siguiente: desistir a tiempo de sus descabellados propósitos de 'popularazo', o quedarán defi nitiva e irremediablemente aislados de la inmensa mayoría democrática de la nación venezolana”.55

“El Popularazo” era, en efecto, el término con que se identifi caría aquellas protestas a

escala nacional.56 Aquel entramado sería la rampa insurreccional presagiada: el enclave luminoso de todo ese caldo de cultivo que hemos estudiado. “Había que paralizar todo”, sentenciará Anselmo Natale sobre aquel estado de huelga que se extendería desde el 14 de octubre hasta bien entrado el mes de noviembre.57 Paralizaciones de los transportistas, de centros petroleros y de telefonías, así como también las huelgas estudiantiles en universidades y centros de educación básica y media en todo el país, fueron sumando una intensa llamarada.

Caracas, Barquisimeto, Maracaibo, Cumaná, Coro, Mérida, Valle de la Pascua, San Cristóbal, Maracay, Puerto La Cruz, además de otras ciudades fueron de igual manera manifestándose como protagonistas de este brote insurreccional. Decenas de fallecidos, centenares de heridos, además de una cantidad considerable de detenidos por las fuerzas policiales, fueron reportándose en toda su extensión. “Había algunos que hablaban de que aquí se iba a repetir lo de Cuba, pero nosotros no habíamos abandonado la idea de ir a las elecciones. Eso no estaba discutido, no estaba resuelto”, apunta Américo Martín respecto a la azarosa rampa en la cual se fue conduciendo el mirismo.58 Azar y voluntarismo, irrealidad y copia de la teoría guevarista: era el fuelle infl amable que se derrochaba en aquellos meses de octubre y noviembre.

Reparamos aquí en algo clave: si la com-bustión popular había estallado en desbanda-da a incendiando todo aquello que estuviese en su camino, si aquel editorial escrito por Rodríguez había sido el fósforo defi nitivo para que se iniciase el despeje de la rampa,

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y si con todo esto la represión policial había activado no sólo las alarmas del gobierno betancourista sino también de la burguesía criolla, pronto vendría como espiral brutal una consecuencia inesperada por el mirismo y en general por las fuerzas de izquierda de entonces. Vendría, efectivamente, la apre-miante autodefensa, predio que a juzgar por los testimonios de los principales actores, era el sitio en el cual Rómulo Betancourt deseaba arrimar a los “cabezas calientes” para “pulve-rizarlos”. Martín observa lo siguiente:

“Eso fue un proceso de acciones y reacciones, de marchas y contramarchas, de manera que no fue una cosa decidida por algún genio, en un gabinete, sino una especie de acción y reacción generada por la forma bestial como el gobierno de Betancourt arremetió contra nuestros avances. Se fue produciendo una etapa de protesta, luego de autodefensa. Las manifestaciones se protegían, primero con piedras, luego con armas. Y después de la au-todefensa se fue pasando poco a poco, a me-dida que se recrudecía la lucha, a la ofensiva, a la idea de crear aparatos especiales, grupos especiales”.59

De esta manera se acogía la tesis de la autodefensa, la cual intentaba tapar lo que verdaderamente había sido un pésimo aprovechamiento de la situación revolucionaria. Del descontento espontáneo de las masas, de su potencialidad política, se pasaba irremediablemente a la sobrevivencia existencial, al marginamiento voluntarista. Valsalice escribe en este sentido: “Había por cierto un rasgo romántico en este primer brote del fenómeno guerrillero: romántico, pero no en sentido progresista, sino simplemente irracional".60 La extrema confi anza en la insurrección para detentar el poder enceguecería a los miristas; en las

primeras de cambio, perderán la brújula y se la hará harto difícil conseguirla… Vendrán, en pocos meses, ya en 1961, las rupturas, las deserciones. Pero volviendo a la autodefensa, Lino Martínez nos ofrece un testimonio impresionante; citémoslo en su totalidad:

"Para el momento, y por el conocimiento que tenía de Betancourt, por la pelea que había cazado desde atrás, el MIR ya estaba convencido de que con Betancourt no había viraje posible, que a Betancourt había que derrotarlo. Derrotarlo, pensábamos nosotros, en las peleas de masas cuando llegaran las próximas elecciones. Pero como Betancourt llevó la pelea a marcha forzada y precipitó el enfrentamiento, surgieron necesariamente los hechos de violencia y los mecanismos de autodefensa. Y esa situación escapó tanto a las direcciones del MIR como del PCV. Yo re-cuerdo que muchos de esos enfrentamientos y manifestaciones de autodefensa surgieron en forma espontánea. Pero hay que tener en cuenta que lo espontáneo estaba sólo por el hecho de que no constituían acciones decidi-das por la dirección. De otra parte, hay que señalar que la autodefensa no es espontánea cuando es planifi cada por cuadros y militantes que consideraban necesario pasar a la autode-fensa organizada para de esta manera forzar a los organismos de dirección a tomar una de-cisión. Se estimaba que ante las situaciones de hecho, tanto el PC como el MIR se verían obligados a defi nir un camino para responder a la agresión gubernamental".61

Pues, la agresión gubernamental vendría por todos sus fueros. La Dirección General de Policía; el Servicio de Inteligencia Militar bajo las órdenes del Ministerio de la Defensa; el Servicio de Policía Militar; el Servicio de Policía Naval; un Cuerpo Secreto del Ejército y uno Especial, que dependía de la Segunda Sección del Estado Mayor Policial del Distri-to Federal; la Policía Técnica Judicial; y en fi n, la Digepol, serán los organismos inicia-

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les de rastrear, apresar y aniquilar a los nú-cleos insurreccionales.62 De modo pues, que con cada allanamiento y captura de material “subversivo”, el gobierno iba difuminando los planes insurreccionales: serán constantes, y resultarán mortales para el avance concreto de la lucha que contemplarían en este despe-je inicial la acción de masas, los contactos con militares, la organización y las alianzas estratégicas de las brigadas de choque en los centros urbanos.63

CONSIDERACIONES FINALES

Después de examinar los compuestos efervescentes que se fueron formando en la Venezuela de 1958 y 1959 tales como la cubanización del entramado político venezolano, la crisis profunda en términos económicos y sociales heredada de la dictadura, la penetración del capital norteamericano en el país -específi camente en las concesiones petroleras-, la moral endemoniada que se gestó durante la resistencia, y la victoria de la Revolución Cubana el 1° de enero de 1959, haría de aquél caldo de cultivo, previo un compuesto potencialmente revolucionario.

Partiendo desde este compuesto previo, tendimos a través de él un puente equidistante entre abril y julio de 1960, con la idea de observar detenidamente el papel de Acción Democrática de Izquierda y luego del nacimiento del Movimiento de Izquierda. De esta manera, vimos con certeza cómo la sustancia potencialmente revolucionaria reaccionaría en estos dos puntos visibles generando, fi nalmente, la insurrección mirista. Será en octubre de 1960 cuando el MIR despejaría para nunca más

volver en la rampa insurreccional, en lo que se conoció como “El Popularazo”. A través de él se comprueban todas las defi ciencias estructurales, teóricas y pragmáticas de la izquierda revolucionaria, que más que confi ar en su capacidad crítica, se dejaba guiar por el dogmatismo y el voluntarismo. Se perdía, en fi n, en la trampa de la autodefensa armada.

De la espontaneidad a la autodefensa, el partido mirista empezaría a caer en la trampa inevitable: el marginamiento de las masas populares.64 La debilidad política e ideológica para saber interpretar la realidad venezolana arrinconaría, progresivamente, aquel cauce, aquella criatura que surgía del vientre de AD. Enceguecidos por las motivaciones intuitivas, el mirismo se lanzaría a la acción violenta sin planes ordenados, sin pensar acaso que aquella explosión brutal no tendría vuelta atrás. Se accionó el gatillo, sin medir las posibilidades de apuntar bien al blanco. “La necesidad de actuar y la carencia de justifi caciones intelectuales no favorecían el esfuerzo de abstracción teórica de la guerrilla en sus albores. El activismo revolucionario, o 'revolucionarístico', sugería más bien la acción”, apunta Valsalice.65 Moisés Moleiro penetra mucho en las fi bras de aquel lanzamiento del mirismo, con apenas cuatro meses de haberse conformado como partido político, hacia su propia anulación:

“Su concepción errónea y ajena a la realidad, sus equivocaciones políticas reiteradas, sus posturas contraproducentes y desorientado-ras, condujeron a la derrota -y con ello a la dispersión y a la marginalidad- a una izquier-da que constituyó una fuerza y una esperanza. Adelantó una confrontación de cuyos alcan-ces no tuvo idea exacta en un principio, a la que condujo mal y en medio de la cual nunca logró defi nirse a sí misma con claridad meri-

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diana. Y, peor aún, la adelantó prescindiendo de un análisis teórico riguroso y serio del país en el cual pretendía la victoria, de sus especi-fi cidades, del modo concreto como se dan en él las leyes generales, los confl ictos de clases, la lucha por el poder político".66

NOTAS

1 Nos basamos en: Carlos Alberto Montaner (1983). Vísperas del fi nal. Fidel Castro y la Revolución Cubana. Madrid, Editorial Playor, pp. 27-58; Rick Parker (1993) La revolución cubana. Caracas, UCV, pp. 48-80; Ágnes Helles y Ferenc Fehér (2000). Anatomía de la izquier-da occidental. Barcelona, Editorial Península, pp. 135-156; Luciano Benet. “Castrismo”. En: Norberto Bobbio, Nicola Matteuci y Gianfranco Pasquino (1995). Diccionario de Política, (A-J). México, Siglo XXI Editores, pp. 197-202; Jorge Castaneda (1994). La utopía desarmada: intrigas, dilemas y promesa de la izquierda en América Latina Santafé de Bogotá, Tercer Mundo, pp. 246-278.

2 “Carta {de Rómulo Betancourt a Luis Augusto Dubuc y Carlos Andrés Pérez}, [Doc. 230, 21 de mayo de 1957”. Rómulo Betancourt (2004). Antología Política. Volumen Sexto 1953-1958. Caracas, Fundación Rómulo Betancourt, p. 619. [El subrayado pertenece al original]

3 “Carta {de Rómulo Betancourt a José Figueres}, [Doc. 247, 21 de mayo de 1957]”. Rómulo Be-tancourt (2004). Antología Política Volumen Sexto 1953-1958. Caracas, Fundación Rómulo Betancourt, p. 673.

4 Domingo Alberto Rangel (1998). La revolución de las fantasías. Caracas, Grijalbo pp. 81-98.

5 Luigi Valsalice (1975). Guerrilla y política. Curso de acción en Venezuela (1962-1969). Buenos Aires, Editorial Pleamar, pp. 2-3.

6 Domingo Alberto Rangel (2003). Alzado contra todo. (Memorias y desmemorias). Valencia, Vadell Hermanos Editores y Mérida Editores, p. 200.

7 "Satisface a Cuba el desarrollo de la ganadería venezolana". El Nacional. Caracas, 15 de abril de 1959, p. 36; "Los profesionales universitarios están comprometidos con el pasado presente y futuro de la Revolución Cubana". El Nacional. Caracas, 30 de abril de 1959, p. 52; "Anuncia el embajador cubano: Discutirán la semana próxi-

ma convenio comercial entre Venezuela y Cuba". El Nacional. Caracas, 5 de mayo de 1959, p. 38; "Cubanos en ayuda en Cabimas". El Nacional. Caracas, 20 de mayo de 1959, p. 23; "De paso para Brasil: Ministro de Defensa de Cuba visitó Caracas". El Nacional. Caracas, 17 de junio de 1959, p. 55; "Hay cien mil nuevos propietarios, dio Rafael Rodríguez, director del diario Hoy de Cuba en la conferencia de AVP". El Nacional. Caracas, 2 de septiembre de 1959, p. 47.

8 “Anuncia el embajador cubano: Discutirán la se-mana próxima convenio comercial entre Vene-zuela y Cuba". El Nacional. Caracas, 5 de mayo de 1959, p. 37; "Papas por melaza cambiará el Banco Agrícola con Cuba". El Nacional. Cara-cas, 7 de septiembre de 1959, p. 39.

9 En la reforma agraria el estudiantado cubano jugado papel de primer orden". El Nacional. Caracas, 9 de septiembre de 1959, p. 48; "Con representantes revolucionarios de Cuba: Fue ce-lebrado ayer el día del estudiante". El Nacional. Caracas, 22 de noviembre de 1959, p. 41.

10 "Dicen los cubanos de la delegación: Queremos que los venezolanos vayan a La Habana a ce-lebrar con nosotros el primer aniversario de la Revolución". El Nacional. Caracas, 28 de di-ciembre de 1959, p. 44.

11 Carlos Romero. “Las relaciones entre Venezuela y Cuba. 1958-1984”. En: Boletín de la Acade-mia Nacional de la Historia, Tomo LXXXIV, Octubre-Diciembre, 2001, pp. 276-289.

12 Alfredo Peña (1978). Conversaciones con Américo Martín. Caracas, Editorial Ateneo de Caracas, p. 34. [Las cursivas son nuestras].

13 Agustín Blanco Muñoz (1981). La lucha Ar-mada: la Izquierda Revolucionaria insurge, Caracas, Universidad Central de Venezuela, pp. 135-136.

14 Alfredo Maneiro (1986). Notas Políticas. Cara-cas, Ediciones del Agua Mansa, p. 57.

15 Véase los siguientes discursos del Presidente Betancourt ubicados En: Rómulo Betancourt. (2007) Antología Política. Volumen séptimo 1958-1964. Caracas, Fundación Rómulo Betancourt y Universidad Pedagógica Expe-rimental Libertador, Vicerrectorado de Docen-cia: “Gobernar es dialogar [Doc.2, 21 de marzo de 1959, San Cristóbal]”, pp. 78-85; “En el Día del Trabajador [Doc.4, 30 de abril de 1959, Caracas]”, pp. 89-96; “En el umbral de 1960. [Doc. 13, 3 de diciembre de 1959, Mirafl ores]”, pp. 127-134.

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16 La moral endemoniada es una expresión analítica utilizada por Luis Castro Leiva para caracterizar el sustrato existencial de la vanguardia juvenil que se enfrentó a la dictadura perezjimenista durante el periodo 1948-1958. En ella se van a formalizar nuevas formas de acción política, donde la inmediatez del combate, la voluntad y la subjetividad fuesen sus principales ingredientes, cumpliendo a cabalidad con la tipología de la generación de ruptura. El drama de esta acción directa tendría una clara prerrogativa: sobrepasaría los límites de la disciplina de partido, buscando más bien la trascendencia de la historia nacional y universal. El idealismo era, por así decirlo, su sabia existencial, su propio motivo de cambio. “Esa moral endemoniada se mide ante el terror, la tortura, la privación y la cárcel. El partido se hace causa que sustenta la causa por la cual se lucha y, entre hombres, la inmediatez del trabajo suplanta la lejanía de otros fi nes. La libertad republicana, el civismo, comienzan a competir desde ese período, sobre todo en la juventud, con la revolución que abona mejor en los sueños y en la poesía los sacrifi cios cumplidos. Todos los valores de aquella legión de virtudes de civismo republicano se tiñen más y más con exigencias de rojo”. Véase: Luis Castro Leiva (1988). El dilema octubrista. 1945-1987. Caracas, Lagoven, p. 47.

17 Agustín Blanco Muñoz (1981). La Lucha Armada: Hablan 6 comandantes. Caracas, Universidad Central de Venezuela / FACES, p. 187.

18 Ibídem, p. 252.19 Luigi Valsalice (1975). Guerrilla y política…,

p. 6.20 Mario Hernández Sánchez-Barba (1961).

Tensiones históricas hispanoamericanas en el siglo XX. Madrid, Ediciones Guadarrama, pp. 250-259.

21 Luigi Valsalice (1975). Guerrilla y política…, p. 7.

22 “Este revolucionarismo se caracteriza por la expresión verbal particularmente ardiente, basada en el odio –que es también sensación de debilidad e inferioridad- hacia Estados Unidos; odio que podría tener un fundamento justifi cado y efectivo, pero que se manifi esta en términos

irracionales y apasionados con un enfoque fantasioso y poco atendible de la realidad. La preponderancia de la expresión verbal sobre el concepto es un mal común de todos los aspectos de la vida política latinoamericana, y a menudo oídos menos avezados pueden atribuir profundidad a declaraciones que en realidad no la tienen”. Luigi Valsalice (1975). Guerrilla y política…, pp. 8-9.

23 Véase: Manuel Caballero. “Una falsa frontera la reforma y la revolución. La lucha armada en Latinoamérica”. En: Nueva Sociedad. Mayo-Junio 1987, Nº 89, pp. 141-151.

24 José María Nin de Cardona. “Visión retrospectiva de la trascendencia internacional de la Revolución Cubana de 1959”. En: Revista de Política Internacional. Versión electrónica: http: cepc.es/rap/publicaciones/revistas.

25 Domingo Alberto Rangel (2003). Alzado contra todo… pp. 202-203.

26 Juan Liscano. “Situación obrero-patronal”. El Nacional. Caracas, 4 de junio de 1960, p. 4.

27 "Reestructurado en Caracas el Movimiento 26 de julio. Designado provisionalmente su Dirección General hasta tanto se proceda a elecciones". El Nacional. Caracas, 15 de enero de 1960, p. 34.

28 "Hoy a las 11, 30 es el desfi le de solidaridad con Cuba". El Nacional. Caracas, 19 de marzo de 1960, p. 1; "Ratifi cado el respaldo a la Revolución Cubana". El Nacional. Caracas, 20 de marzo de 1960, p. 36.

29 "La Reforma Agraria en Cuba transforma la economía del país". El Nacional. Caracas, 26 de marzo de 1960, p. 42.

30 "Homenaje a Cuba ofrecen esta tarde los univer-sitarios". El Nacional. Caracas, 30 de marzo de 1960, p. 35; "Homenaje al Dr. Raúl Roa en el aula magna de la UCV". El Nacional. Caracas, 31 de marzo de 1960, p. 41.

31 "En Semana Santa: Hará una gira a Cuba grupo de educadores venezolanos". El Nacional. Caracas, 3 de abril de 1960, p. 34; "Delegación de intelectuales viajarán hoy a Cuba: el grupo estará compuesto por 81 personas". El Nacional. Caracas, 10 de abril de 1960, p. 33; "Profesionales a La Habana". El Nacional. Caracas, 11 de abril de 1960, p. 32; "Nueve mil

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voluntarios se inscribieron en Cuba para venir a Venezuela". El Nacional. Caracas, 22 de abril de 1960, p. 27; "Sindicalistas Zulianos invitados a visitar a Cuba". El Nacional. Caracas, 30 de abril de 1960, p. 40.

32 Domingo Alberto Rangel. “La Izquierda: una empresa de fe Nacional”. Izquierda, Caracas, 1960, p. 3. [Las cursivas son nuestras].

33 Juan Bautista Fuenmayor (1975). Historia de la Venezuela política contemporánea 1899-1969, Caracas, Talleres tipográfi cos de Miguel Ángel García, T. XII, pp. 388-392.

34 Véase el interesante trabajo de Rafael Pompilio Santeliz. “Contenidos políticos-militares de la izquierda insurreccional venezolana entre 1960-1961”. En: Revista Tiempo y Espacio. Caracas, Instituto Pedagógico Nacional, Julio-Diciembre, 2003, Nº40, Vol. XX, pp. 53-60.

35"Por unanimidad aprobó diputados declaración de respaldo a la lucha del pueblo de Cuba". El Nacional. Caracas, 23 de julio de 1960, p. 29; "Disturbios callejeros frente al Capitolio después de aprobada la moción sobre Cuba". El Nacional. Caracas, 23 de julio de 1960, p. 1.

36 “Disturbios en la catedral y en la Plaza Bolívar entre fi delistas y antifelistas en el aniversario del 26 de julio". El Nacional. Caracas, 26 de julio de 1960, p. 35; "Murió el dirigente del 26 de julio que recibió cinco balazos". El Nacional. Caracas, 29 de julio de 1960, p. 42.

37 “El MIR y el discurso del Presidente". El Nacional. Caracas, 29 de julio de 1960, p. 41. [Las cursivas son nuestras].

38 “El atentado presidencial [Doc. 22, 24 de junio de 1960, Mirafl ores]”. Véase: Rómulo Betancourt. (2007) Antología Política. Volumen Séptimo 1958-1964… pp. 208-210.

39 “Declaró el Dr. Humberto Cuenca: 'Mi detención obedece a una presión para que renuncie como presidente del Colegio de Abogados". El Nacional. 6 de agosto de 1960, p. 34.

40 Antonio Sánchez García y Héctor Pérez Marcano (2007). La invasión de Cuba a Venezuela. De Machurucuto a la revolución bolivariana. Caracas, Los libros de El Nacional, pp. 30-31.

41 Domingo Alberto Rangel."El viraje: disección de una política". El Nacional. Caracas, 6 de

agosto de 1960, p. 4; Pompeyo Márquez. "Las masas pueden imponer un viraje". El Nacional. Caracas, 11 de agosto de 1960, p. 4.

42 Ramón J. Velázquez y otros (1976). Venezuela Moderna. (Medio siglo de historia 1926/1976). Caracas, Fundación Eugenio Mendoza, pp. 212-214.

43 Juan Bautista Fuenmayor (1975). Historia de la Venezuela política contemporánea 1899-1969. T.XII, pp. 396-399.

44 “Comunicado del MIR sobre la decisión de la OEA en San José". El Nacional. Caracas, 28 de agosto de 1960, p. 38.

45 Ídem.46 Ídem.47 Citado en su totalidad por Juan Bautista

Fuenmayor (1975). Historia de la Venezuela política contemporánea 1899-1969. T.XII, pp. 424-425. [Las cursivas son nuestras].

48 Véase: Pastor Heydra (1981). La izquierda: una autocrítica perpetua, Caracas, Universidad Central de Venezuela, pp. 45-46.

49 Ídem.50 Agustín Blanco Muñoz (1989). Acción

Democrática: memorias de una contradicción (Habla Gumersindo Rodríguez). Caracas, Universidad Central de Venezuela / Expediente Editorial. pp. 182-183.

51 Véase los testimonios de Luis Correa en: Agustín Blanco Muñoz (1981). La Lucha Armada: Hablan 6 comandantes…, p. 307; y el de Domingo Alberto Rangel en: Agustín Blanco Muñoz (1981). La Lucha Armada: La Izquierda revolucionaria insurge, pp. 356-357.

52 Domingo Alberto Rangel. “El Frente Nacional”. El Nacional. Caracas, 18 de octubre de 1960, p. 4. [Las cursivas son nuestras].

53 Domingo Alberto Rangel. "El Editorial de 'Iz-quierda’”. El Nacional. Caracas, 21 de octubre de 1960, p. 4.

54 Véase: “Disturbios en Caracas: nueve personas heridas". El Nacional. Caracas, 20 de octubre de 1960, p. 1; "Dirigente del MIR hizo decla-raciones en relación con los sucesos de anteno-che". El Nacional. Caracas, 20 de octubre de 1960, p. 39; "Incautaron camionetas cargadas

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con varios miles de ejemplares de Izquierda". El Nacional, 21 de octubre de 1960, p. 31; "Las medidas dictadas contra redactores del sema-nario 'Izquierda' afectan a la libertad de expre-sión". El Nacional. Caracas, 22 de octubre de 1960, p. 37.

55 "Dubuc acusa al MIR y al Partido Comunista". El Nacional. Caracas, 26 de octubre de 1960, p. 32.

56 "Octubre y noviembre de 1960 fueron meses candentes, que miran desfi lar un fenómeno de agitación callejera califi cado por el Ministro Dubuc como "el popularazo", "la insurrección popular". La detención de los dirigentes miris-tas Humberto Cuenca, Héctor Pérez Marcano y Rafael José Muñoz provoca mítines estu-diantiles, fogatas frente a los liceos, asaltos y quemas de autobuses, choque a piedras con la policía". Véase: Ramón J. Velázquez (1976). Venezuela Moderna. (Medio siglo de historia 1926/1976)… p. 212.

57 Agustín Blanco Muñoz (1981). La lucha arma-da. Hablan 6 comandantes… pp:186-187.

58 Agustín Blanco Muñoz (1982). La Lucha Armada. Hablan tres comandantes de la Izquierda Revolucionaria. Caracas, Univer-sidad Central de Venezuela / FACES, pp. 309.

59 Agustín Blanco Muñoz (1982). La lucha Ar-mada: Hablan tres comandantes de la Iz-quierda Revolucionaria… p. 324. [Las cursi-vas son nuestras].

60 “Se apeló pues a la tesis de la 'autodefensa' para disimilar la engorrosa necesidad de admitir que individuos desconsiderados hubieran sido más fuertes que los movimientos organizados. Esta tesis en algunos aspectos era acertada, y revela-ba que los individuos, reunidos en comprender, o más bien en intuir, que la política de izquier-da, en sus sucesivas etapas de desarrollo, hacía ya actual la hipótesis de la lucha abierta para el poder; pero la misma tesis era inexacta por la parte de mecanismo contenida en la misma con el pretexto de la resistencia a la violencia del Gobierno". Luigi Valsalice (1975). Guerrilla y política…, pp. 22-23.

61 Agustín Blanco Muñoz (1982). La lucha Ar-mada: Hablan tres comandantes de la Iz-

quierda Revolucionaria…p. 38. [Las cursivas son nuestras].

62 Véase: Nicolás Hurtado Barrios y Pedro Medi-na Silva (1963). Por qué luchamos, Caracas, Fuerzas Armadas de Liberación Nacional, Di-rección de Publicaciones… p. 36.

63 “Dubuc señala los sucesos de Caracas como co-mienzo de un plan subversivo”. El Nacional. Caracas, 28 de octubre de 1960, p. 41.

64 El autor subraya las razones de por qué el margi-namiento de las masas respecto al movimiento insurreccional de las fuerzas revolucionarias. 1) El error ‘político-ideológico’ de iniciar frontal y abiertamente la lucha armada revoluciona-ria contra un régimen burgués democrático-representativo; 2) El error ‘político-estratégico’ de no haber sido capaz de forjar una política que tuviese la virtud práctica de ensamblar las luchas militares (ilegales, secretas) y las po-pulares (de masas, legales), de unir el camino estratégico emprendido con las luchas tácticas que exigía el momento político, haciendo así incomprensible nuestra conducta para el grado de conciencia de los trabajadores y explotados; 3) El error ‘político-operacional’ de no haber sido capaz de construir orgánicamente los ins-trumentos mínimos exigidos por toda guerra revolucionaria. Véase detenidamente el trabajo de J.R. Núñez Tenorio (1998). “Los errores fun-damentales de la resistencia armada de los años sesenta”. En: La lucha contra el puntofi jismo corrupto neoliberal. Los Teques, Fondo Edito-rial A.L.E.M., pp. 68-69.

65 Luigi Valsalice (1975). Guerrilla y política…, p. 23.

66 "Durante todo el período se combinaban ade-más, groseramente, la conducta foquista y las valoraciones del vanguardismo con generali-zaciones del período anterior, lo cual origina-ba una curiosa yuxtaposición de políticas que explica irracionalidades como intentar una gue-rra antiimperialista con apoyo de la 'burguesía nacional', ocultando -inútilmente, por demás, pues ya había ocurrido la Revolución Cubana- el objetivo socialista, y argumentando sólo en el plano de los derechos democráticos y en contra de los abusos gubernamentales". Moisés Molei-ro (1977). La izquierda y su proceso, Caracas, Centauro Ediciones, pp. 61-62.

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Reseñas

Si alguien había pensado que los estudios regionales mostraban signos de agotamiento, el trabajo de Jaime Ibarra, educador e historiador carabobeño viene a demostrar lo contrario. Publicado por la Fundacion Editorial El Perro y la Rana, la obra forma parte de las políticas culturales del Estado venezolano de dar cabida a la mayor cantidad de autores, cuyos escritos generalmente permanecen inéditos por distinas razones.

A diferencia de quienes abordan la historia regional desde una perspectiva accesoria, Ybarra es un ciudadano de a pie que hizo un alto en su rutina diaria para observar y comprender las contradicciones temporo-espaciales de su entorno cotidiano. Montalbán, fue el objeto de estudio de esta investigación producto del programa de Maestría en Historia que se imparte desde hace varios años en la Universidad de Carabobo. Para su concreción el autor se valió de fuentes documentales y bibliohemerográfi cas, donde inclusive el testimonio oral no fue desestimado. Ahí está uno de los meritorios aportes de Ybarra, cuando a partir de datos orales recabados de antiguos labradores que aún sobreviven,

Jaime Ibarra (2009). El Torreón del Alambique. Historia del auge y decadencia de la agroindustria de la caña de azúcar en Montalbán (1938-1960). Fundación Editorial El Perro y la rana, colección Histo-rias.

pudo reconstruir la microhistoria del cultivo de la caña de azúcar en la loclidad.

En ese sentido, asevera el autor que antes de ser una microregión caracterizada actualmente por su abundante producción de cítricos, en Montalbán se situó “...un gran establecimiento cañero” de donde se derivó la elaboración de aguardiente y papelón durante buena parte del siglo XX.

La memoria frágil de los lugareños instigado por los intereses económicos de los grandes propietarios de naranja, ha pretendido borrar este pasaje histórico que en su momento represente “el primer rubro agrícola” de Montalbán y otros pueblos aledaños como Bejuma, Nirgua, Miranda y Carabobo.

En efecto, el municipio Montalbán está encuadrado dentro del área de infl uencia de la ciudad de Valencia, capital del Estado Carabobo hacia el centroccidente de Venezuela. Desde su fundación a principios del siglo XVIII, Montalbán siempre ha sido fértil para las labores propias del campo, enlazando su suerte al desarrollo de una agricultura de plantación monoproductora sujeta a los dictámenes del comercio ultramar. De unos

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contados rubros destinados a la subsistencia, sus pobladores fueron encauzados por los propietarios de la tierra, a dedicar su tesón al cultivo de frutos emblemáticos como el añil, el cacao y el café. Esto no era más que la reproducción a pequeña escala de la dinámica primario-extractiva que ha catacterizado la economía venezolana desde la época colonial hasta el presente.

Indica el autor que la siembre de caña de azúcar ya se practicaba desde los orígenes mismos del poblado, pero en una cuantía poco o nada signifi cativa para fi nes de intercambio regional y menos aún para el destino ultramarino. No será sino hacia la tercera década del siglo XX cuando la cañicultura comience a experimentar un leve ascenso en contrapartida al declive monetario del café. Es en este contradictorio escenario donde el café llevó la peor parte, que otros rubros tradicionalmente menos atractivos se abrieron paso para de alguna u otra forma diversifi car la producción.

Si bien en principio, el maíz y la caña se disputaron la superfi cie cultivada de Montalbán, no será sino hasta mediados del siglo XX, por disposición de las más elevadas instancias gubernamentales que tanto los municipios Bejuma y Montalbán quedaron reservados para la producción de la caña de azúcar, en el marco del Plan Azucarero Nacional, elaborado por la Corporación Venezolana de Fomento en 1950.

Hasta ese momento, el papelón y augardiente productos elaborados bajo el rudimentario patrón tecnológico del trapiche artesanal y el alambique destilador formaron parte de los elementos culturales

y paisajísticos de Montalbán. No obstante, los planes “desarrollistas” impulsados desde Caracas, consideraron necesario superar estas formas tradicionales y modernizar la producción a través de las instalaciones de un Central azucarero en la localidad que viniese a complementar operativamente los ya consolidados Centrales Tacarigua y Yaritagua.

Sin embargo, tal como afi rma Ybarra, diversos factores hicieron cuesta arriba la expansión del nuevo Central desde sus inicios, por lo que a la postre no deparó mayores benefi cios, trayendo consigo el aniquilamiento de los tablones de caña y su sustitución por nuevos cultivos como el tabaco y especialmente la naranja.

Para los interesados en seguir el curso de la historia de la industria de la caña en Venezuela, este trabajo ofrece datos cuantitativos y cualitativos que permiten formar una mejor idea de la dimensión de esta actividad primaria en la región centro-occidental del país.

José Alberto OlivarUPEL-IPC

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Tomás Polanco Alcántara. Perspectiva Histórica de Venezuela. IV edición. Caracas, Publicaciones UCAB, 2009. 167 pp.

El doctor Tomás Polanco Alcántara fue un escritor, político y jurista venezolano. Ejerció el cargo de embajador en Chile, España y Ginebra ante las Naciones Unidas. A su vez fue Individuo de Número de la Academia Nacional de Historia y de la Academia de Ciencias Políticas. Entre los libros publicados cabe mencionar: Perspectiva Histórica de Venezuela, Conversaciones diplomáticas; Esquema de un nuevo Derecho, Arturo Uslar Pietri, biografía literaria y Francisco de Miranda: ¿Don Juan o Don Quijote? Obras que junto a sus demás escritos donó los derechos de autor a la Universidad Católica Andrés Bello, como forma y medio de continuar propagando la pasión que este hombre sintió por su país, Venezuela y su historia.

Durante su estadía en Chile, escribe en 1971 Perspectiva Histórica de Venezuela, fruto de un proceso de análisis y meditación sobre nuestra historia. A la fecha lleva ya cuatro ediciones; muestra de la vigencia, relevancia y calidad de esta obra para todos aquellos que deseen conocer sobre la historia de Venezuela. En ella el autor intenta “sintetizar la historia del país desde la época de la Capitanía General hasta la presidencia del doctor Raúl Leoni, p. 6. Para ello dividió este período de doscientos años en seis ciclos cada uno con una duración aproximada de treinta años, en los cuales predomina o gira en torno a uno o dos personajes importantes. Asimismo, contempla en cada uno de los ciclos los hechos más signifi cativos ocurridos

a nivel internacional con el fi n de ubicar el acontecer nacional dentro del contexto nacional.

Polanco Alcántara inicia el primer ciclo de nuestra historia con “Las Tierras del Rey” período que abarca las últimas tres década del siglo XVIII; caracterizada por la creación de instituciones como, la Capitanía General de Venezuela, la Real Audiencia, el Real Consulado. Con su establecimiento se conforma el proceso de unifi cación de la nación, consolidando a las provincias de Caracas, Maracaibo, Guayana, Mérida, Margarita y Cumaná en lo político, administrativo y judicial. Proceso que continúa y se afi anza en el segundo ciclo llamado “La Patria de Bolívar”, el cual abarca los primeros treinta años del siglo XIX; un período caracterizado por la independencia de Venezuela y los hechos bélicos que se sucedieron como consecuencia del mismo hasta la consolidación de Venezuela como una nación independiente al separarse de la Gran Colombia en 1830.

A continuación tenemos el tercer ciclo de nuestra historia denominado “Las tierras de los generales” y cuyo período va desde 1830 hasta 1869 con la llegada al gobierno de Antonio Guzmán Blanco. Este siclo está caracterizado por sus diferencias constitucionales. En los primeros años de este ciclo, el país se rige bajo leyes constitucionales, con alterabilidad de presidencia; e impulsando el desarrollo y progreso del país. Luego con la llegada de los hermanos Monagas al poder se produce

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un proceso de transformaciones en el país, dando inicio a los gobiernos autócratas. Como consecuencia de ello, en la última etapa de este ciclo se acrecientan las revueltas y guerras. Será con la llegada de Antonio Guzmán Blanco, que las mismas cesarán y se dará comienzo al cuarto ciclo, que abarca los años 1869-1890.

Durante este período se observa progreso en el país, con la construcción de ferrocarriles y de nuevas infraestructuras, que permitieron una especie de luz para la sociedad que venía sufriendo durante tantos años por todas las guerras que se habían sucedido. Sin embargo, todo el poder giró en torno a Guzmán Blanco y cuando éste desaparece del mundo político. Venezuela cae en un nuevo período de caos y confl ictos, del cual surgirá la fi gura de Juan Vicente Gómez; con quien se dará comienzo al quinto ciclo de nuestra historia; caracterizado por ser el tiempo más oscuro, severo y de opresión que el país jamás había vivido.

El último ciclo, corresponde al período denominado “Triunfa la Democracia”, el cual comienza con la muerte de Gómez en 1935 y culmina en 1969 con la llegada a la presidencia del doctor Raúl Leoni. Ciclo caracterizado por el gobierno de personajes como, Eleazar López Contreras, Isaías Medina Angarita, Rómulo Betancourt, entre otros; quienes contribuirán a la construcción de la República, al mantenimiento de la constitución y de las instituciones. Es un período de desarrollo y de mejora en la administración gubernamental.

A su vez, el autor en cada uno de los ciclos anteriormente mencionados expone los principales acontecimientos sucedidos en el ámbito internacional; señala los más

importantes avances y desarrollos, en lo político, en lo económico; en las artes y en las ciencias; con el fi n de contextualizar la historia nacional con los hechos ocurridos en el extranjero. Asimismo, expone una teoría interesante sobre las generaciones, su signifi cado y papel en cada uno de los ciclos, sin embargo, no llega a explicarse la correlación de las generaciones con los hechos sucedidos en nuestra historia.

Perspectiva Historia de Venezuela, es una obra que refl eja una historiografía tradicional, determinada por la narración y secuencia de hechos. Producto de ello, plantea una historia hecha por grandes hombres y es, sobre éstos donde se centran los hechos y acontecimientos en cada uno de los ciclos. Aún así, el doctor Polanco Alcántara plantea una idea original al dividir la historia de Venezuela en seis ciclos y al intentar exponer los hechos más importantes que ocurrieron en el extranjero, al momento en que se sucedieron estos hechos en Venezuela, pues permite al lector contextualizar la situación del país con los hechos ocurridos internacionalmente.

Esta obra, a pesar de ser un trabajo que presenta una breve síntesis de la historia de nuestro país durante un período del mismo, y de ser presentado los hechos de manera secuencial sin hacer análisis profundos en cada uno de los sucesos ocurridos en Venezuela, puede ser considerado como un libro de referencia para cualquier persona interesada por la historia, es de fácil lectura, y permite al lector ubicarse cronológicamente con los hechos y presidentes que sucedieron, así como de su ubicación en un contexto internacional.

Andreína Da Silva Caires

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Historiar sobre la casa que vence las sombras es labor importante para conversar la memoria histórica y fortalecer el sentido de pertenencia e identidad que cada cual tiene con su alma mater. En este sentido, la doctora, Edda Samudio, historiadora de destacado reconocimiento nacional e internacional, y que desde hace más de dos décadas, ha dirigido buena parte de sus investigaciones hacia la historia de la Universidad de Los Andes, ha publicado su último libro intitulado Pasado y Presente de un Templo del Saber, en el que hace un apretado recuento de las huellas del tiempo que guarda el Edifi cio Central de la segunda casa de estudios más antigua del país.

Este menudo texto-que la autora modestamente ha llamado guía- está acompañado de ilustraciones que engalanan el manojo de letras amenas con los que primero, va describiendo el decurso de la Universidad; y luego, las mudanzas y disímiles transformaciones sufridas por su sede a lo largo del intrincado camino de la historia nacional, desde sus inicios académicos el 29 de marzo de 1785, gracias a la labor de Fray Juan Ramos Lora, hasta 1956, año en que se reinauguró la estructura que conserva hoy día.

En este sentido, la doctora Samudio, describe cómo a fi nes del siglo XVIII la sede inicial y temporal del Edifi cio Central emeritense estuvo ubicada en la Calle La Barranca, hoy 2 Loras, desde 1785 hasta el

1 de noviembre de 1790, fecha en que se concluye e inaugura el Edifi cio del Seminario –Academia- San Buenaventura, cuya construcción fue autorizada por el Rey Carlos IV el 20 de marzo de 1789. En el siglo XIX, el mencionado Edifi cio fue víctima de sucesos que afectaron sus cimientos, tales como: los movimientos telúricos de 1812, 1888 y 1894, así como injerencias gubernamentales fi niseculares como las de Guzmán Blanco y las de las fuerzas leales a Cipriano Castro.

No obstante, antes de concluido el siglo decimonónico, el rector Caracciolo Parra y Olmedo impulsó “(…) una nueva concepción del uso de los espacios con una clara visión secularizadora (…) del edifi cio, otrora religiosa. (….) (Donde) los espacios estaban plenamente ornamentados con representación de elementos naturales y símbolos históricos”. (pág. 30) Y su sede, quedó “(…) situada al norte de la Plaza Bolívar, en un espacio que comprendía media cuadra por el Sur (Independencia), las cuadras enteras por sus lados Este y Norte (Vargas y Obispo Lara) y un cuarto por el Oeste (Sucre, luego Rangel)”. (Pág. 30)

Finalmente, nos señala que en la primera mitad del siglo XX, hubo cuatro etapas de transformación arquitectónica, siendo la de mayor esplendor, la que hizo el arquitecto Manuel Mujica Millán, quien, cual genio de la lámpara de Aladino, hizo un diseño que combinaba elementos de su génesis colonial y decimonónica, estilo iniciado en 1936 por el Rector Roberto Picón Lares. Y pese al

Edda O. Samudio A. Pasado y Presente de un Templo del Saber. Talleres Gráfi cos Universitarios, ULA, Ediciones del Rectorado. Mérida, Venezuela, 2011.

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impacto de la modernización arquitectónica imperante en el país producto de la transición económica cafetalera a la dependencia de la renta petrolera, su boceto no se aferró “(…) a innovaciones de moda”. (Pág. 33).

Por el contrario, se mantuvieron sus raíces jesuísticas y franciscanas, acordes con un juego armónico de espacios, donde con maestría se recogió el espíritu sacramental que rememora su origen eclesiástico y la realidad en torno al intelecto, reafi rmando así, lo acertado del título del libro, porque, el Edifi cio Central ulandino es un Templo

del Saber, en el siglo XXI, representan el máximo emblema y sede principal de nuestra casa de estudios; y no en vano, el 4 de agosto de 1980, la Junta Nacional Protectora y Conservadora del Patrimonio Histórico y Artístico de la Nación lo declaró Patrimonio Histórico Nacional, como reconocimiento a tan magna obra que simboliza un verdadero bastión que resguarda el conocimiento, en el corazón de la ciudad merideña.

Emad Aboaasi El NimerUniversidad de Los Andes

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La Fundación Tierra Firme es una institución sin fi nes de lucro, destinada a fomentar el desarrollo de los estudios históricos de nuestro país y especialmente los estudios históricos regionales y locales. El vertiginoso desarrollo que en los últimos años ha observado esta parcela del conocimiento histórico, ha planteado la urgencia de crear las instancias organizativas y fi nancieras necesarias para darle continuidad a este intenso proceso de rescate de la memoria histórica de las regiones y las localidades venezolanas.

El proceso de investigación se entiende, en este caso, estrechamente articulado con la enseñanza en los niveles básico y diversifi cado, partiendo de la importancia de que los educandos conozcan, no sólo la historia de la nación venezolana como totalidad, sino también lo acontecido en sus respectivos espacios regionales y locales.

Es pertinente mencionar el hecho de que en la actualidad los estudios históricos regionales y locales han adquirido mucha importancia en todas partes del mundo, y Venezuela se ubica junto con México, entre los países líderes en lo referente a la producción de este tipo de conocimiento histórico en América Latina.

La Fundación sin fi nes de lucro Tierra Firme persigue alcanzar los siguientes objetivos:

1° Promover, estimular y realizar la investigación de la historia de Venezuela y en particular la referida a los procesos históricos regionales y locales, así como también su discusión y divulgación en los medios académicos, docentes y culturales del país, con el propósito de facilitar la comprensión de las especifi cidades regionales.

2º Estimular la consolidación y el progreso de las regiones, los estados, las parroquias, los municipios y las localidades que constituyen al país, todo como partes de un conjunto armonioso y coherente.

3° Auspiciar la publicación de la Revista Tierra Firme, revista de historia y ciencias sociales, como órgano principal de difusión de las investigaciones que adelanta la Fundación así como de otras investigaciones auspiciadas y realizadas en otras instancias institucionales.

4° Contribuir con la ampliación de los conocimientos acerca de los movimientos históricos regionales y locales con el objeto de fortalecer la enseñanza en la Escuela Básica y Diversifi cada en lo relativo a los ritmos históricos propios de cada región y de cada localidad.

5° Estimular la formación especializada de maestros y profesores en los asuntos atinentes a la investigación y la enseñanza de la historia de sus comunidades y entidades federales. En ese sentido la Fundación contribuirá con la divulgación del conocimiento en manuales adaptados a los requerimientos de la enseñanza básica y diversifi cada.

6° Contribuir con el mejoramiento del conocimiento histórico del país, a través de los procesos regionales.

7° Contribuir con la difusión de los nuevos conocimientos que están apareciendo en los espacios historiográfi cos venezolanos.

Fundación Tierra Firme

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TIERRA FIRME102 NORMAS PARA LA PRESENTACIÓN DE ORIGINALES

Tierra Firme, revista de historia y ciencias sociales, es una publicación trimestral dedicada a la investigación científi ca en el área de las ciencias sociales y en particular a la historia. En ella se publican artículos e informes que pueden ser: investigaciones concluidas, investigaciones en proceso y estudios analíticos, así como reseñas y comentarios.

El comité editor y el consejo de redacción de la revista han establecido una serie de normas y criterios para la publicación de los trabajos que damos a conocer a nuestros colaboradores:1.- Los trabajos deben ser inéditos y nunca con más de treinta (30) cuartillas.2.- Todos los trabajos irán precedidos de una hoja en la que fi gure el título del trabajo, el

nombre del autor o autores, así como un minicurrículum de éstos. Debe señalarse la situación académica de los autores y su teléfono y dirección. En esta página precedente se incluirá también un resumen no mayor de quince (15) renglones y una lista de palabras clave.

3.- El consejo de redacción revisará en primera instancia los originales y seleccionará, si es necesario y de acuerdo con el tema, a dos miembros del comité editor o a dos expertos en la materia, quienes efectuarán una nueva revisión. En todo caso, la junta de arbitraje decidirá sobre los trabajos.

4.- Las colaboraciones deberán presentarse, en lo posible, en diskette y dos (2) originales, a doble espacio, 28 renglones y con un margen de tres (3) centímetros de cada lado del papel. El autor o autores deben estar identifi cados.

5.- En cada cita deberá hacerse referencia a su fuente dentro del texto en el cual aparece; por ejemplo: (Núñez, T., 1975: 24). Al fi nal del artículo o informe se darán las fuentes bibliográfi cas o hemerográfi cas completas, en orden alfabético de autores, observando las siguientes normas:5.1. Libros: Apellido e iniciales del nombre del primer autor. Apellido e iniciales del

nombre de cada coautor. Título del trabajo subrayado y en mayúscula la letra inicial de las palabras que no son elementos de enlace. A continuación separada por una coma, la ciudad en la cual se encuentra la editorial, luego de dos puntos, la editorial y fi nalmente, separado por coma el año de la publicación. Ejemplo:Stepam, A. y D. Rock; The Military in Politic, Stanford University Press, 1980.

5.2. Artículos: Apellido e iniciales del nombre del primer autor. Apellido e iniciales del nombre de los coautores, título del trabajo con mayúscula, la letra inicial de las palabras que no son elementos de enlace y todo entrecomillado, nombre de la revista subrayado, volumen y año, número y páginas. Ejemplo:Cunil Grau, Pedro; “Geohistoria Ambiental y expoliación de recursos naturales en la Venezuela pre-petrolera”. Tierra Firme. Vol. VI (1988), Nº 24, pp. 327-344.

6.- Las pruebas de imprenta no serán enviadas a los autores para su corrección fi nal. Dichas correcciones se harán por el consejo de redacción, y el equipo de corrección.

7.- No se devolverán originales.8.- Los puntos de vista expuestos por los autores no corresponderán necesariamente con

los de los editores.La revista mantiene una sección dedicada a noticias relacionadas con la actividad

científi ca desarrollada durante el año. Por ello, se agradece a los organizadores y respon-sables de congresos, jornadas, simposios u otra actividad de índole científi ca, ponerse en contacto con nosotros a fi n de incorporar las informaciones correspondientes.

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