Revista de Libros (Los 10 artículos más valorados)

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l i b rosDE LA FUNDACIÓN CAJA MADRID

Wikipedia ARIAS MALDONADO Periodismo BUSTOS Pedagogía ENGUITA

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2 número promoc ional los 10 artículos más visitados de la edición digital www.revistadelibros.com revista de libros

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IDEAS Ramón Rodríguez HISTORIA DE LASIDEAS BIOLÓGICAS Carlos Castrodeza LA MIRADA DEL NARRADOR José María Guelbenzu / Juan Pedro Aparicio / José María Merino LATINOAMÉRICA Carlos MalamudLINGÜÍSTICA Ángel Alonso-Cortés / CarlosPiera LITERATURA ALEMANA EustaquioBarjau LITERATURA ANGLOAMERICANA María Lozano / Félix Martín / Dámaso López / Andrés Ibáñez LITERATURA ESPAÑOLA E IBEROAMERICANA César Antonio Molina LITERATURA FRANCESA E ITALIANA Mercedes Monmany LITERATURA ITALIANA María José Calvo Montoro LITERATURA INFANTIL Y JUVENIL Lola VelascoLITERATURA PORTUGUESA Perfecto CuadradoMATEMÁTICAS Jesús Hernández MÚSICA Luis Gago ORIENTALISMO Bernabé LópezGarcía POESÍA César Antonio Molina PSICOLOGÍA Helio Carpintero RELACIONESINTERNACIONALES Charles Powell /Fernando Rodrigo SEMIÓTICA Y COMUNICACIÓN Wenceslao CastañaresSIGLO XX José Luis González Quirós / CharlesPowell / Rafael Núñez Florencio / Florentino

Portero SOCIOLOGÍA Ramón Ramos / Julio R. Aramberri TEORÍA DE LA MUJER CarmenGonzález Marín TEORÍA LITERARIA ÁngelGarcía Galiano TEORÍA POLÍTICA Fernando Vallespín / Félix Ovejero

REVISTA DE LIBROSdirección y redacciónRafael Calvo 42 2º 28010 Madridteléfonos 913 194 833 / 195 176fax 913 193 930e-mail [email protected]

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PATRONATO DE LA FUNDACIÓN CAJA MADRIDPRESIDENTE

Rodrigo de Rato FigaredoPATRONOS

Enedina Álvarez Gayol, Juan José Azcona Olóndriz, Francisco Baquero Noriega, Pedro Bedia Pérez, Luis Blasco Bosqued,Carmen Cafranga Cavestany, Arturo Fernández Álvarez, José Manuel Fernández Nomiella, Jorge Gómez Moreno, Javier López Madrid,

Guillermo R. Marcos Guerrero, José Ricardo Martínez Castro, Mercedes de la Merced Monge, José Antonio Moral Santín,Ignacio Navasqües Cobián, Jesús Pedroche Nieto, José María de la Riva Amez, Estanislao Rodríguez-Ponga y Salamanca,

Mercedes Rojo Izquierdo, Ricardo Romero de Tejada y Picatoste, Virgilio Zapatero GómezSECRETARIO

Jesús Rodrigo FernándezDIRECTOR

Rafael Spottorno Díaz-Caro

Revista de Librosde la Fundación Caja Madridse reserva el derecho a reproducirlos artículos recogidos en este númeroen una futura edición digital o en cualquier

otro medio técnico destinado a sus suscriptores.

3 PRIMERO 3 A RIAS MALDONADO Planeta Wikipedia · nº 155 · noviembre 2009

8 SEGUNDO 8 JORGE BUSTOS Las cinco falacias de nuestro periodismo · nº 157 · enero 2010

12 TERCERO 12 M ARIANO F. ENGUITA  Cuaderno de quejas · nº 148 · abril 2009

16 CUARTO 16 MARIO MUCHNIK  Dos o tres cosas que sé de fotografía · nº 147 · marzo 2009

21 QUINTO 21 JOSÉ LUIS PARDO Ignorancia a la boloñesa · nº 158 · febrero 2010

24 SEXTO 24 LUIS M. LINDE Paradojas capitalistas · nº 147 · marzo 2009

31 SÉPTIMO 31  ÁLVARO DELGADO-GAL ¿Para qué sirve la literatura? · nº 158 · febrero 20135

35 OCTAVO 35 IGNACIO SOTELO El mito de la transición · nº 160 · abril 2010

41 NOVENO 41 JOSÉ ÁLVAREZ JUNCO ¿Hacer ciencia o hacer patria? · nº 145 · enero 2009

47 DÉCIMO 47 MIGUEL REQUENA  Socialismo, roastbeef y tarta de manzana · nº 149 · mayo 2009

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D

urante el pasado mes de fe-

brero, el primer ministrobritánico, Gordon Brown,sucumbió a la lírica mien-

tras trataba de explicar la naturaleza de laactual crisis económica en la Cámara delos Comunes. Y habló así: «Me viene a lasmientes la historia de Tiziano, el gran pin-tor que, al terminar el último de sus es-pléndidos cien cuadros a la edad de no-venta años, dijo: “Por fin aprendo a pin-tar”. En ese mismo punto estamos todosnosotros». A la semana siguiente, DavidCameron, líder de la oposición conserva-dora, replicó: «El primer ministro nunca

maneja bien los hechos: dijo ser como Ti-ziano a los noventa años. Pero Tizianomurió a los 86». Sigue un revuelo, se oyenrisotadas, el speaker pide silencio. Y a otracosa. Pero la historia no termina aquí.Cuatro minutos antes del final de esta se-sión de control, la entrada dedicada a Ti-ziano en la Wikipedia anglosajona fue al-terada con arreglo a la afirmación del líder tory: si antes figuraban 1485 como fechade nacimiento y 1576 como fecha de de-función, ahora aparecían, respectivamente,1490 y 1572. ¡Chocante! Concebido paraestos menesteres, el Wikipedia Scanner rastreó el origen de la modificación, queresultó ser una dirección IP –o registro deusuario único de Internet– de la sede delPartido Conservador en el suroeste deLondres. Así que un portavoz salió a decir que algún miembro de la oficina había in-currido en exceso de celo. Bien, pero,¿cuándo murió Tiziano? En realidad, nohay acuerdo al respecto: solía pensarse queen torno a 1577; ahora se cree que des-pués de 1580. Para el Metropolitan Mu-seum de Nueva York, por ejemplo, fue en1576. Que es lo mismo que decía Wikipe-

dia antes de su interesada alteración.Es ciertamente difícil hablar de Wiki-pedia sin recurrir –como decía Pessoa– ala cobardía del ejemplo. Durante los últi-mos años, de hecho, hemos tenido noticiaregular de episodios similares. Sin embar-go, nadie parece tener claro qué conclu-sión extraer de los mismos: la enciclopediaes defendida, atacada e ignorada a partesiguales. Pero es evidente que el descono-cido apparatchik conservador la corrigióporque pensó que los británicos se dirigi-rían a ella para comprobar quién tenía ra-zón, si el primer ministro o el líder de la

oposición, en la inopinada querella acercade la muerte de Tiziano. Y probablementeno se equivocaba. Desde su apar ición, enenero de 2001, Wikipedia ha crecido ver-

tiginosamente, hasta alcanzar, ocho añosdespués, los trece millones de artículos, en262 lenguas distintas; su edición anglosa- jona contiene casi tres millones de entra-

das y otras veinticuatro ediciones poseen,al menos, cien mil. Así, por ejemplo, la pá-gina dedicada a Michael Jackson ha reci-bido treinta millones de visitas desde sufallecimiento. Aunque su visibilidad esquizá menor en un país tan atrasadocomo España, Wikipedia ha alcanzado yauna importancia formidable como fuen-te de información y –fama obliga– con-troversia. Semejante éxito ha servido parainspirar algunas réplicas, poner en marchauna contraparte ideológica –la Conserva-

 pedia – llamada a combatir el sesgo progre-

sista de Wikipedia y provocar, incluso, un

razonable pánico en las enciclopedias tra-dicionales1. Desde luego, no es poco.

Sus fundadores y comentaristas, em-pero, formulan objetivos más ambiciosos.

Habla Jimmy Wales, cofundador y, toda-vía hoy, máximo gestor de la enciclope-dia: «Imaginemos un mundo donde cual-quier persona tiene libre acceso a la suma

de todo el conocimiento humano. Esoes lo que nosotros estamos haciendo»2.Wikipedia sería, junto a iniciativas comoGoogle Books, la avanzadilla de un cam-bio tecnológico que comporta un cambiocultural; o viceversa. Robert Darnton sa-ludaba así, en las páginas de The New York

Review of Books, el acceso libre a un cre-ciente número de plataformas de artícu-los digitalizados: «La democratización delconocimiento parece estar a nuestro al-cance. Podemos hacer realidad el ideal dela Ilustración [...]: una República Digitalde Aprendizaje»3. Desde este punto de

vista, el viejo problema del acceso a la in-formación quedaría resuelto de una vezpor todas; su velocidad de circulacióncrecerá exponencialmente y, como resul-

tado, la humanidad dará lo mejor de sí

misma. Borges meets Asimov.Sin embargo, cuando allá por 2001 Jimmy Wales hablaba de todo el conoci-miento humano, acaso ignoraba que suspalabras terminarían adoptando un senti-do literal: Wikipedia alberga la biografíade quinientos personajes de Pokémon,popular videojuego de origen japonés.En su versión española, Ana Obregón re-cibe más y mejor atención que Ricardode la Cierva. Y así sucesivamente. Al mis-mo tiempo, su fiabilidad ha sido cuestio-nada por distintos estudios, como el ame-no La revolución Wikipedia, disponible en

español. Tal como se pregunta StacySchiff desde la atalaya de The New Yorker :«¿Qué decir de una enciclopedia que aveces es precisa, a veces no lo es, y a ve-ces es analfabeta?»4. Se pueden decir mu-chas cosas. Y puede jugarse con las metá-foras. Pero antes es conveniente saber cómo hemos llegado hasta aquí.

¡ES LA TECNOLOGÍA,ESTÚPIDO!

Wikipedia es una enciclopedia digital ba-sada en una herramienta de software libre,la wiki , que permite a cualquier usuarioeditar en cualquier momento el conteni-do de cualquier página. Su ideal es lacombinación de la vieja vocación enci-clopédica con las nuevas posibilidades tec-nológicas. Si Umberto Eco dijo una vezque el principal deber de una personaculta es estar dispuesto en todo momen-to a reescribir la enciclopedia, Wikipediahabría convertido este tropo en realidad5.

Aunque su fundación data de 2001 ylas ideas que la animan proceden confe-samente del ímpetu racionalista y docu-mental de la Ilustración europea, Wikipe-

dia tiene sus orígenes en el movimientodel software  libre. Desde los años sesen-ta del pasado siglo, este popular movi-miento preconiza la libertad en el uso,adaptación y reconfiguración de los pro-gramas informáticos, en la creencia deque éstos mejorarán mediante el ejerciciode esta suerte de inteligencia colectiva.Wikipedia no sólo se basa en una herra-mienta de software libre, sino que compar-te su filosofía: bautizada por su creador,Howard G. Cunningham, con una pala-bra hawaiana que significa «rápido», la wiki 

permite la elaboración del contenido de

una página por sus usuarios: cualquierapuede verla y editarla, sin la intervenciónde ningún moderador, ni la fijación defiltro alguno; los cambios, además, admi-

HIPERTEXTO

MANUEL ARIAS MALDONADO

PROFESOR DE CIENCIA POLÍTICAEN LA UNIVERSIDAD DE MÁLAGA

Planeta Wikipedia

Londres, 1953. Dos acróbatas y su particular manera de hacer publicidad del circode Bertram Mills. Colección Hulton Getty

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ten reversión. Se trata, con todo ello, deacelerar cooperativamente la generación y mejora de información: lo que uno nosepa, lo sabrá otro. De modo que unawiki no es sólo un instrumento tecnoló-gico, sino una forma de organizar la co-

laboración entre individuos. Y aunque yaexistían comunidades digitales basadas enla wiki , ahora se emplea este recurso conun fin bien concreto: dar forma a unaenciclopedia mediante el uso de este ins-trumento técnico.

Es natural, entonces, que Wikipediaexplote las posibilidades intrínsecas almedio que la hace posible. Esto signifi-ca que la adaptabilidad y el cambio sonsus rasgos definitorios: la Wikipedia noes estática, ni posee nunca una forma de-finitiva; todos sus artículos son, por defi-nición, provisionales. Es tentador consi-

derarla, à la Baumann, símbolo oficial delconocimiento líquido. Sin embargo, queWikipedia sea una enciclopedia digital –en lugar de ser sólo una enciclopedia– semanifiesta asimismo en el empleo de otraherramienta técnica: el hipertexto. O po-sibilidad de incluir en un artículo víncu-los que conducen a otros artículos: unapágina es una página. Wikipedia puedeasí leerse en cualquier orden y admitemúltiples itinerarios. Para algunos lecto-res, esto es una distracción; para otros, unafuente infinita de posibilidades. Sarah Bo-xer ha celebrado «el ethos asociativo y laobsesión con la conexión» propia de In-ternet, algo que, sencillamente, no cabeen un libro6. Y es que el hipertexto no esprosa: «Wikipedia está diseñada para nave-gar entre múltiples artículos interconecta-dos»7. De ahí que se denomine huérfano aaquellos de sus artículos que carecen delinks y sean, ay, candidatos instantáneos ala supresión.

A la vista de todo esto, difícilmentesorprenderá que los fundadores de Wiki-pedia se hayan referido a un ar tículo se-minal de Friedrich A. Hayek acerca del

uso social del conocimiento, que operóen ellos a la manera de un chispazo deinspiración. En aquel texto de 1949, Ha- yek arranca de un hecho –la dispersióndel conocimiento útil en la sociedad– para constatar que la planificación centra-lizada no resuelve el problema subsi-guiente –cómo extender el alcance denuestro empleo de los recursos más alládel alcance de las mentes individuales– yrecomendar un orden descentralizadocomo el más adecuado sistema de distri-bución de información. Y ello a la vistade «la inevitable imperfección del cono-

cimiento del hombre y la correspondien-te necesidad de un  proceso mediante elcual el conocimiento sea constantemente 

adquirido y comunicado»8. ¡Alehop! Wi-

kipedia trata de aplicar este razonamientoa la producción del conocimiento enci-clopédico, aprovechando la dramática re-ducción que Internet procura en los cos-tes de la cooperación: «Llama a sus mu-chos lectores a convertirse en escritores,

redactores y editores, permitiendo a cual-quiera hacer una pregunta o enmendar información incorrecta»9. Y –parece– funciona. Después de un par de proyec-tos frustrados, Wikipedia arranca, de lamano de los norteamericanos Jimmy Wa-les y Larry Sanger, el 15 de enero de2001. Obtiene un éxito inmediato y, seisaños más tarde, es el octavo sitio más visi-tado de la red.

WIKIPEDIA POR DENTRO

Pero, si Wikipedia funciona, ¿cómo lohace exactamente? Es preciso conocer un

mecanismo para entender sus averías. Ca-bría esperar que, en vista del éxito cose-chado, ese mecanismo fuera más bien sen-cillo. Y, verdaderamente, así es, por más queincluya grados variables de sofisticaciónpara quien quiera pasar de aficionado do-minical a iniciado a tiempo completo.

Para participar, basta con una cone-xión a Internet. ¡Y aún la cobran comoun suplemento en muchos hoteles! Sonposibles tanto el anonimato como elpseudónimo. Cualquier cambio realizadoen cualquier página es visible de inme-diato; sólo está restringido el acceso aaquellas que están protegidas por su ca-rácter técnico, o semiprotegidas por suconflictividad: así, es necesario registrar lapropia IP para editar páginas sobre cele-bridades, George Bush o Dios, por men-cionar algunas. Todos los artículos poseenun historial , en el que pueden rastrearselos cambios realizados; su complementoes la aneja página de discusión, especie desala de conversación –o trifulca– entreeditores y lectores. Todas las Wikipediasposibles están, pues, contenidas en Wiki-pedia. Más material para la metáfora.

Ahora bien, contra el cliché, Wikipe-dia posee reglas o, cuando menos, reco-mendaciones en forma de reglas; cuestióndistinta es el respeto que se muestre haciaellas. Su política de edición exige que losartículos sean neutrales y verificables: asícomo todos los puntos de vista deben es-tar representados ecuánimemente, todaslas afirmaciones deben remitir a fuentesexternas a la propia enciclopedia. No setrata de reemplazar al especialista, sino defacilitar el acceso al material del especia-lista. Según el Manual de estilo desarrolla-do por la comunidad de usuarios de la

Wikipedia anglosajona, el artículo idealinforma suficientemente al lector a travésde una prosa sencilla y ágil, incluye ma-terial gráfico y fundamenta todas sus afir-

maciones. Existe, no obstante, una ciertatensión entre esta sobria formulación y lapolítica básica en que desembocan susdistintos principios editoriales, que parecemás bien un himno punk: Ignora todas las

reglas. Y su coda: Sé atrevido. Esta oscila-

ción permanente entre el ideal raciona-lista y la épica adolescente no es extrañaa Wikipedia, aunque, bien mirado, traslu-ce también un entusiasmo de raigambrepuramente estadounidense.

Sin duda, una de las principales vir-tudes de Wikipedia es la extraordinariadiversidad de su contenido. Y aunque escierto que en torno a dos tercios de susartículos nunca superan el estadio demero resumen o apunte sobre un tema,otro tercio posee la suficiente profundi-dad para ser tenido en cuenta. Todo cabe:desde temas tradicionales de enciclopedia

hasta ar tículos sobre personajes de fic-ción, pasando por empresas, infraestruc-turas, lugares, sucesos de actualidad y tri-vialidades varias. Así, pueden encontrarseexcelentes artículos dedicados a GeorgeEliot, Snoopy, la isla de Corfú o la batallade Austerlitz, pero también a Star Trek, elPVC y –el humor en Wikipedia– bandasde heavy metal cuyo nombre contiene laUmlaut alemana (haberlas, haylas: de Mö-tley Crüe a Motörhead). Frente a la en-ciclopedia clásica, con su limitación físi-ca, Wikipedia participa del atributo digi-tal de la ausencia de límites: un saber queno ocupa lugar; o casi10. Junto a los ar -tículos, encontramos un sorprendentenúmero de páginas –diez millones– dedi-cadas a discusión de contenidos, a la in-fraestructura técnica y a la administracióninterna. Es entonces cuando uno descu-bre las catacumbas de Wikipedia, o sea, laingente cantidad de tareas necesarias parasu mantenimiento y mejora, acometidaspor eso que se llama la comunidad.

¿Quiénes forman parte de esta co-munidad? Aquellos usuarios que deseanformar parte de ella y que actualizan esa

pertenencia a través de su par ticipación:una tautología en acción. Las tareas de loswikipedians consisten, por ejemplo, en se-ñalar la necesidad de fuentes en los ar -tículos que carecen de ellas, en dirigir untérmino al ar tículo correspondiente, enevitar duplicaciones, en dividir textos de-masiado largos, en crear categorías ysubcategorías, o en combatir el así deno-minado vandalismo o desinformación in-tencionada. Ésta puede ser pueril, comoinsultar a Dick Cheney, pero también na-bokovianamente perversa: basta alterar lafecha de una batalla para amargar el día a

un puñado de historiadores. Algunos edi-tores se dedican a combatirla, y ha llega-do a crear se una Unidad de Contravan-dalismo, con enseña propia y todo. Hay

que contar también, no obstante, con loserrores no intencionados y con la infor-mación que, sencillamente, está ausente.Los editores, que parecen tener muchotiempo libre, se ocupan de todo esto. Y elcredo subyacente es inequívoco: «Wiki-

pedia se cura a sí misma»

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. Sin embargo,esta política no ha funcionado todo lobien que sería deseable, razón por la cualla Wikipedia anglosajona ha seguido, unaño después, los pasos de la versión ale-mana: el contenido de las páginas relati-vas a personas todavía vivas habrá de ser corroborado a partir de ahora por uncuerpo de editores antes de su publica-ción. Aunque no todas las tareas son taningratas. Esta comunidad de editorestambién señala la excelencia de algunosartículos –mejores cuanto más nutridosde referencias– u organizan Wikiprojects

para tratar de fomentar la atención a áreasconcretas de conocimiento: así el Wiki-project para Anfibios y Reptiles.

Es difícil, no obstante, hablar inequí-vocamente de una comunidad, dada ladiversidad de los contribuyentes. Haymuchos jóvenes, pero también jubilados; y tanto aficionados como académicos. Encambio, apenas hay mujeres: aproximada-mente el 80% de los participantes en Wi-kipedia son varones. Aunque no hay unaexplicación oficial al respecto –supuestoque haya necesidad de la misma–, se hasugerido que el tono general de las con-troversias es demasiado agresivo y aleja alespíritu femenino; para evitarlo, se creóen 2007 el WikiChix Group, espacio parala discusión y el debate exclusivamentefemenino; así sea. Esta comunidad digitalha desarrollado un vocabulario distintivo y propio, además de una ingente cantidadde reglas y procedimientos de funciona-miento interno; incluso tiene una masco-ta, la Wikipede.

Aunque, a veces, la comunidad sehaga carne mediante la celebración deunos congresos llamados Wikimanía, el

último de los cuales se celebró este añoen Buenos Aires, su existencia ordinariaes virtual y tiene en el llamado VillagePump su lugar de reunión para el trata-miento de temas diversos. La gestión ex-terna, en cambio, corresponde a la Fun-dación Wikipedia, presidida por JimmyWales y radicada en San Francisco. Esuna organización sin ánimo de lucro, go-bernada por un consejo de administra-ción, encargada de aspectos sustancialesdel gobierno de Wikipedia. La funda-ción, por ejemplo, da su visto bueno allanzamiento de ediciones en otras len-

guas. Basta con que exista un suficientepotencial de usuarios y concurran volun-tarios para hacerse cargo del proyecto. LaWikipedia alemana, de tono más acadé-

HIPERTEXTO

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mico que las demás, nace ya en 2001; en-tre las curiosidades, debe hacerse men-ción de las Wikipedias en catalán y espe-ranto, así como la breve singladura de unaWikipedia en klingon, la lengua de lostrekkies, o seguidores de Star Trek, prohi-

bida por Jimmy Wales en un alarde de se-riedad epistemológica.

QUIEN PAGA, MANDA

Es la fundación, también, la que se ocupade las cuentas de Wikipedia. Y aunque es

fácil recurrir al cinismo a la hora de juzgar el hecho de que Wikipedia no posea pu-

blicidad, no deja de ser un rasgo encomia-ble que ayuda a preservar la integridad –yaguste o repela– de su propósito. Sobretodo, porque esta renuncia tiene un pre-cio: la inestabilidad financiera y la necesi-dad de buscar sin pausa donaciones con lasque, a veces no tan encomiablemente, sos-tener un proyecto cada vez más costoso.

Tanto, de hecho, que la pasada Navi-dad Wikipedia hubo de lanzar una cam-paña de salvamento –que incluía un ví-deo donde Jimmy Wales se retorcía lasmanos en un gesto de desesperación– ante la insuficiencia de los fondos recau-

dados durante el año para cubrir un pre-supuesto de seis millones de dólares. Sólose habían cubierto, a fecha de 24 de di-ciembre, 3,8 millones. Nada extraño, si te-

nemos en cuenta que los cuarenta y cincomil donantes individuales dan una mediade 33 dólares por cabeza, lo que equivalea un tercio de las necesidades totales. Peroen apenas cinco días los internautas delmundo respondieron generosamente y

Wikipedia pudo, con un épico ingresoadicional de 2,3 millones, superar sus ob- jetivos y alcanzar los 6,1 millones de dó-lares. ¿Y para qué sirve este dinero? Untercio de este presupuesto se destina a gas-tos de mantenimiento tecnológico y algo

menos de esa cantidad a la administracióndel sitio; partidas menores financian los

programas, campañas e iniciativas desarro-lladas por la Fundación Wikipedia, el sala-rio del director ejecutivo y su personal,los gastos jurídicos, los emolumentos delconsejo de administración y sus desplaza-mientos varios.

Sin embargo, a pesar de que esta cam-paña haya funcionado, no parece que pedir auxilio anualmente sea una fórmula soste-nible. Máxime si, además de sobrevivir, setrata también de crecer o de innovar. SiWikipedia no quiere morir de éxito, enfin, necesita alternativas. Sucede que éstaspueden comprometer la pureza del propó-

sito y desalentar a quienes mantienen unvínculo emocional con la enciclopedia: a lamanera de un logo comercial, Wikipediadepende de su reputación. Y esta reputa-

ción, a su vez, parece depender de su fide-lidad a los principios fundacionales. ¿Cómorecaudar dinero, entonces, sin comprome-ter el sentido de la empresa?

 Ya existen a lgunos mecanismos. Lafundación obtiene cerca de un 2% de su

presupuesto por vías alternativas a la do-nación directa. Por ejemplo, ha cedido eluso de su logotipo a Nokia para publi-citar un nuevo modelo de teléfono; oha cobrado a algunas páginas web, como Answers.com, por actualizaciones inmedia-

tas de contenidos. En otras ocasiones, setrata de estímulos concretos: un profesor 

del MIT, Philip Greenspun, ha donadorecientemente veinte mil dólares paralanzar un proyecto, el Greenspun Il lustra-tion Project, que pagará una modestacantidad a aquellos dibujantes que mejo-ren la cantidad y calidad media de lasilustraciones en Wikipedia. Idéntica can-tidad fue entregada por Deutsche Tele-kom a la Wikipedia alemana por haber integrado en sus webs el contenido deaquélla; o así se dijo. También en Alema-nia, y de un modo inequívocamente eu-ropeo, el Estado concedió una subvencióna Wikipedia para la mejora de la informa-

ción acerca de las energías renovables:quien paga, ciertamente, manda12.

Naturalmente, el problema que plan-tean este tipo de ayudas es que se com-

padecen mal con la política de neutra-lidad de Wikipedia, y peor aún con elideal enciclopédico que la inspira. Supropia índole facilita, por añadidura, eltrapicheo. Recientemente, el fundador del Timpanogas Research Group sostuvo

que Jimmy Wales había accedido a dar protección especial a la página de Wiki-pedia dedicada a su grupo, a cambio deuna donación de cinco mil dólares. Enun registro algo más pedestre, un editor de Wikipedia llegó a colgar en la red unaoferta que rezaba así: «Soy un experi-mentado administrador senior de Wikipe-dia, autor de muchos artículos y respon-sable de aspectos técnicos de la misma. Sinecesitas un buen perfil en ella, mi dila-tada experiencia puede serte de ayuda».Estas corruptelas comprometen seria-mente la imagen de Wikipedia, sin resol-

ver sus problemas económicos. Salvo quese incluya publicidad o se cobre a losusuarios, resulta difícil pensar en un equi-librio presupuestario razonable.

 Ya que, si bien para a lgunos puederesultar inverosímil que una empresacomo Wikipedia pueda coquetear con ladesaparición, lo cierto es que sus dificul-tades son las mismas que aquejan a la ma- yor parte de las empresas que crean con-tenidos en la red, en lugar de limitarse arecogerlos de los demás. Es un problemacreciente, que ya ha desestabilizado seria-mente a muchos medios tradicionales y abuena parte de la llamada industria cul-tural: de los periódicos a las compañíasdiscográficas. Y es que la cultura de lagratuidad es como la vida bohemia: in-mejorable para quien la disfruta, peroonerosa para quien la paga. Mientras sigapagándola.

HUMANA, DEMASIADOHUMANA

Hasta aquí, la Wikipedia oficial. Sus mu-chos críticos, sin embargo, sostienen quela Wikipedia real es muy distinta. Más

que una enciclopedia, dice Sam Vaknin,es «una comunidad de usuarios que in-tercambia información ecléctica de for-ma regular»13. ¡Un club de amigos! Másque la calidad de la edición, contaría lacantidad de lo editado; la ausencia decontrol centralizado degeneraría en anar-quía; abundarían la trivialidad y el error.Wikipedia, entonces, puede ser muchascosas, pero no lo que dice querer ser.Donde mejor puede apreciarse este tenor crítico es en las denominadas guerras edi-

toriales y en el subsiguiente conflicto en-tre dos formas distintas de entender la

Wikipedia: inclusionismo y exclusionis-mo. ¿Debe la Wikipedia abarcar cualquier aspecto del conocimiento humano, por banal que sea, o adoptar una política edi-

HIPERTEXTO

Un balancín en el parque. Fotografía de Myke Lloyd. Colección Hulton Getty

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torial más estricta para convertirse en unafuente más reputada? ¿Son los Simpsonde Matt Groening un asunto de enciclo-pedia, digno de tener mejores páginas eninglés, español, francés y alemán que Ale-xander Solzhenitsyn? Para los inclusionis-

tas, reducir la banalidad no contribuye aaumentar la seriedad; para los exclusio-nistas, lo contrario: quien ve a BritneySpears ya no se anima a escribir sobre Ya-sujiro Ozu. Esta querella se ha hecho car-ne en la persona de los dos fundadoresdel proyecto, ilustrando de paso el con-flicto entre una forma tradicional de acu-mulación del saber y un experimento –digamos– democrático de generacióndel mismo. Si Jimmy Wales ha defendidola Wikipedia realmente existente, LarrySanger la ha abandonado. Aquél, de he-cho, ha protagonizado un controvertido

caso al crear himself un artículo sobre unrestaurante surafricano, Mzoli’s, dondehabía almorzado satisfactoriamente. ¿Unrestaurante desconocido en una enciclo-pedia? En palabras de Kerstin Kohlen-berg: «Sanger quería eficiencia, calidad yconcentración; su rival quería libertad.Sanger quería una enciclopedia perfecta;su rival, una comunidad perfecta»14. Estareferencia a la comunidad adquiere plenosentido si se considera el modo en queWikipedia resuelve estos conflictos edito-riales, ya se trate de decidir si un artículotiene la relevancia necesaria para sobrevi-vir, o de zanjar una disputa en torno auna fecha controvertida. No es un asuntomenor, si tenemos en cuenta que unosmil quinientos ar tículos, o proyectos detales, son borrados a diario.

En realidad, no hay un proceso for-mal para la resolución de querellas. Wiki-pedia promueve la discusión orientada alconsenso entre editores como procedi-miento de decisión. Sólo aquellos casosen los que se juzga el comportamientode los editores, antes que el contenido desus aportaciones, conocen una solución

distinta a través de un tribunal de arbitra- je. Durante los últimos años, sin embar-go, han crecido formidablemente las nor-mas sobre gobernanza y política editorial,lo que en la práctica supone que la parti-cipación en los procedimientos de supre-sión de artículos demanda mucha pa-ciencia y no poca capacidad para formar alianzas y forjar así el requerido acuer-do15. Cuanto más se participa, de más au-toridad se disfruta: los controles son antessociales que cualitativos16. Hasta cierto pun-to, se trata de un rasgo frecuente en lascomunidades digitales. Amazon ha teni-

do que rectificar el criterio con que clasi-ficaba las reseñas elaboradas por los usua-rios sobre sus productos a la vista de ladesenfrenada carrera acumulativa em-

prendida por algunos de ellos: HarrietKlausner, el más prolífico, resultó ser elautor de dieciocho mil críticas de arte-factos culturales; una cifra delirante. Por otro lado, las querellas son a menudo bienpoco elegantes, algo que, sumado al fun-cionamiento permanente de robots dedi-cados a borrar obscenidades y a los blo-queos provisionales o definitivos de lasdirecciones IP dedicadas al vandalismo,proyectan una imagen de la Wikipediadistinta de la originalmente prevista: ha-bíamos empezado en Diderot y hemosterminado en Saint-Just. Nada comoabrir las puertas de par en par para quecorra el aire fresco.

 AGAMENÓN Y WIKIPEDIA

Ahora bien, ¿qué relación guardan entre

sí Wikipedia y la verdad? Pregunta rele-vante sólo si sobreentendemos que unaenciclopedia tiene que ser –aproxima-damente– un depósito de hechos veri-ficables sobre asuntos relevantes para elconocimiento humano. Recordemosque la idea original reza que la ausenciade control centralizado, en combina-ción con una serie de principios y pro-cesos que orientan la generación delconocimiento, constituye la innovadoraaportación de Wikipedia a la búsquedade la verdad: ésta emergerá más fácil-mente mediante la voluntaria coopera-

ción de todos17. Es conocido el experi-mento de A. J. Jacobs, periodista de Es-

quire , que publicó un artículo pobladode errores y erratas intencionados, para

recibir 224 correcciones en las primerasveinticuatro horas y otras 149 en las si-guientes. ¿Cuánto tiempo habría llevadorealizar el mismo número de correccio-nes en un documento del siglo XII?

Hay quienes ponen en cuestión, noobstante, que el ideal del software  librepueda aplicarse al saber enciclopédico.No todo es una cuestión de velocidad yacceso. ¿Cómo garantizar la fiabilidad delresultado final? Paul Duguid duda de quelos métodos que aseguran la calidad delsoftware libre viajen, junto con la tecnolo-gía, al terreno enciclopédico. Mientrasque existe un estándar objetivo para me-dir la calidad del software así creado –a sa-ber: si funciona o no–, no parece ocurrir lo mismo con la verdad. Y ello, porqueno existe manera de garantizar que la in-

formación contenida en un artículo gene-rado colectivamente sea fiable si no existeun procedimiento reglado de revisióndonde un experto tenga, por razón de sumayor conocimiento, la última palabra: elancien régime del saber.

Quizá, sin embargo, no convenga po-ner tanto énfasis en la verdad si queremosentender lo que es Wikipedia. Es decir,más que un modelo de veracidad indiscu-tible, Wikipedia sería un marco para labúsqueda desjerarquizada de una veraci-dad aproximada. Y ello en un contextodonde la cultura popular fagocita sin con-

templaciones a la vieja cultura culta. Deahí que Larry Sanger haya distinguido en-tre un conocimiento útil  y un conoci-miento fiable , sosteniendo a continuación

que Wikipedia supera a las demás fuentesen lo primero, pese a que sus ambiguasvirtudes le impidan ser, también, unejemplo constante en lo segundo. StacySchiff ha señalado que, al igual que ocu-rrió con la Enciclopédie de Diderot y com-

pañía, la Wikipedia es una combinaciónde manifiesto político-cultural y obra dereferencia: lo que Wikipedia hace es seña-lar una nueva forma de hacer las cosas.Un modus operandi que refleja fielmentelas características de su medio ambiente,que no es otro que Internet.

Esto se manifiesta inmediatamenteen un problema que aqueja a muchos ar-tículos de Wikipedia: su dependencia res-pecto de la información contenida en lapropia red. Si no hay en ésta material su-ficiente para escribir un artículo fiable so-bre una materia, el artículo será pobre; y,

quizás, al revés. Dice Paul Duguid que loque no está en Internet, sencillamente, noexiste, en un proceso de exclusión que seretroalimenta sin pausa. Semejante auto-rreferencialidad alcanza su cenit en las in-numerables páginas que Wikipedia dedi-ca a sí misma. Este narcisismo adolescen-te es aplaudido por Phoebe Ayers: «Loswikipedians adoran escribir sobre Wikipe-dia»18. Son también ellos quienes llevan ala práctica un rasgo prominente de la en-ciclopedia, directamente relacionado conel antedescrito problema de su fiabilidad:la completa disolución de las nociones deautoría y autoridad.

Efectivamente, Wikipedia formulauna política igualitaria de edición, en laque un experto posee los mismos privile-gios que cualquier otro contribuyente. Laautoridad académica no basta en Wikipe-dia: el conocimiento debe manifestarsedurante el proceso de discusión y edición.Es ilustrativo, a este respecto, el caso deWilliam M. Connolley, profesor de clima-tología sancionado por editar comentariosescépticos sobre el cambio climático ypor ampararse en su autoridad para ha-

cerlo. En palabras de Ayers, esa sanción re-fleja –la cursiva es mía– el hecho de que«la capacidad para contribuir productiva-mente y en armonía con otros editores nadatiene que ver con el conocimiento que setenga sobre una materia»19. No en vano,la cultura de Wikipedia lleva implícita laautoría colectiva: «Un artículo nunca estuyo»20. Acaso este paradójico colectivismoindividualista, en el que millones de soli-tarios cooperan anónimamente en unproyecto común y rechazan la superior autoridad de ninguno de ellos, puedacontemplarse de otro modo cuando ave-

riguamos quiénes son esos editores ycómo contribuyen a la enciclopedia.

Que la mayor parte de las entradastengan lugar durante el horario lectivo

HIPERTEXTO

• Phoebe Ayers: Charles Matthews y

Ben Yates, How Wikipedia Works. And 

How You Can Be a Part of It , San Francis-

co, No Starch Press, 2008.

• Nicholson Baker: «The Charms of Wi-

kipedia», The New York Review of Books,vol. 55, núm. 4 (20 de marzo de 2008).

• John Broughton: Wikipedia. The Miss -

ing Manual , Sebastopol, O’Reilly Media,

2008.

• Sarah Boxer: «Blogs», The New York Re-

view of Books, 14 de febrero de 2008,

pp.16-20.

• Robert Darnton: «Google and the Fu-

ture of Books», The New York Review of 

Books, vol. 56, núm. 2 (12 de febrero de

2009).

• Paul Duguid: «Netizens Awake», The 

Times Literary Supplement , 7 de julio de

2006, pp.5-6.

• Pierre Gourdain et al.: La revolución

Wikipedia, trad. de Magalí Martínez,Madrid, Alianza, 2008.

• Friedr ich H. Hayek: «The use of kno-

wledge in society», en Individualism and 

Economic Order , Routledge & Kegan

Paul, Londres, 1976 (e.o. 1949).

• Johan Huizinga: Homo ludens, trad. de

Eugenio Imaz, Madrid, Alianza, 2000.

• Torsten Kleinz: «Die Anti-Wikipe-

dias», Die Zeit , 2 de mayo de 2007.

• Kerstin Kohlenberg: «Die anarchische

Wiki-Welt», Die Zeit , 7 de septiembre

de 2006.

• Andreas Neus: «Managing Informa-tion Quality in Virtual Communities of 

Practice. Lessons learned from a deca-

de’s experience with exploding Internet

communication», Proceedings of the 6 th

International Conference on Information

Quality, MIT Press, Cambridge, 2001,

pp. 119-131.

• Carmen Pérez-Lanzac: «¿Debemos

fiarnos de la Wikipedia?», El País, 10 de

 junio de 2009, p.34.

• Stacy Schiff: «Know it all. Can Wi-

kipedia conquer expertise?», The New 

Yorker , julio de 2006.

• Alana Semuels: «Wikipedia’s Tin-cup

Approach Wears Thin», Los Angeles Ti-

mes, 10 de marzo de 2008.• The Economist : «The Battle for Wikipe-

dia’s Soul», 6 de marzo de 2008.

• The Economist : «Fair Comment», Tech-

nology Quarterly, 7 de marzo de 2009.

• Sam Vaknin: «The Six Sins of the Wi-

kipedia», American Chronic le , 2 de julio

de 2006.

BIBLIOGRAFÍA

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revista de libros número promocional 7

universitario ya podría ponernos en lapista acerca de la edad media de la ma-yor parte de los editores. No hay mejor ejemplo que el de quien resultó ser elmáximo contribuyente a la enciclopediaa la altura de 2006, un estudiante de vein-

ticuatro años de la Universidad de Toron-to, responsable total o parcial de –aten-ción– setenta y dos mil artículos. Paramuchos, este es el secreto del éxito deWikipedia: su igualitarismo. Para Ni-cholson Baker, su crecimiento se ha nu-trido de las energías, antes desperdicia-das, de quienes carecen de credenciales;algo así como los descamisados globalesdel conocimiento. En la Wikipedia, cual-quiera puede convertirse en un erudito:basta dedicar las horas necesarias a laedición y a la forja de alianzas socialesen los correspondientes pasillos burocrá-

ticos. ¿Se trata entonces de una revueltacontra los expertos? ¿O expresa un nue-vo modo de concebir la verdad? ParaStacy Schiff, es más bien esto último.Wikipedia expresaría nuestra relacióninformal con la verdad, propia de un es-cenario posmoderno: «Ahora camina-mos al descubierto, sin guía, sin horario.Somos libres para fijar nuestro itinerario;también para perdernos imprudente ygloriosamente. ¿Tu verdad o la mía?»21.Sorprendente intuición que termina por conducir la Wikipedia a una provinciabien diferente: la de la identidad, el jue-go, la comunidad.

INTERNET ERA UNA FIESTA

Que a menudo se atribuya a Wikipediauna dimensión contracultural y antielitis-ta parece, efectivamente, apuntar en la di-rección de un espacio voluntariamente 

apartado de los viejos canónes enciclopé-

dicos para el mejor disfrute de una co-munidad que toma forma mediante suelaboración. En fin de cuentas, un lector de la Enciclopedia Británica juzgará laWikipedia, probablemente, poco seria. Jimmy Wales ha defendido su carácter a

la vez divertido y adictivo, cualidad, estaúltima, que comparte con la mayor partede los foros sociales y comunidades digi-tales. Incluso el vandalismo puede ser leí-do en esa clave, entre Diógenes y Apolli-naire. Así lo cree Nicholson Baker: «Pue-de sonar caótico. [...] Pero es un juego»22.Escribir, corregir, conspirar. Si echamosmano de la justamente célebre concep-ción del juego propuesta por Johan Hui-zinga, Wikipedia sería un ejemplo de cul-tura que «se juega», sin que eso, en modoalguno, comprometa en principio la se-riedad de su propósito. En este contexto,

la invocación a los expertos supone unmolesto contratiempo, que bien pudieraresolverse evocando el grito que Jean-François Lyotard dirigiera, en nombre delos posmodernos, a sus críticos: «¡Dejad-nos jugar en paz!»

Encontramos aquí un evidente pa-ralelismo con algunos rasgos propios dela escritura digital, tal como, sobre todo,se hace visible en los blogs. Sarah Boxer seha referido al usuario de estos últimoscomo alguien que salta de un sitio a otro,que sigue distintos hipervínculos, que sesolaza en la atención fragmentaria y gus-ta de la provocación. El continente haceel contenido: cuando se escribe aquí , seescribe así . Y cita a Jessica Cutler, autorade un blog , quien dice: «Todo el mundodebería tener un blog . Es lo más democrá-tico del mundo»23. También Wikipedia esdemocrática: todos pueden participar ynadie es mejor que los demás: a quien no

le guste, que se quede en la puerta. StacySchiff ha aludido también a ello: «Wiki-pedia ofrece infinitas posibilidades para laautoexpresión»24. Si en los blogs la identi-dad se exhibe, en Wikipedia se expresaanónimamente, pero se realiza gloriosa-

mente. No es de extrañar que el severoDie Zeit la haya descrito como una «es-trambótica feria de las vanidades»25. Me-nos evidente parece la sugerencia deSchiff, según la cual esa necesidad demo-

crática de expresión responde al fracaso delos medios tradicionales y de las institu-ciones representativas; más bien, se diría,responde al surgimiento de la posibilidad 

misma de hacerlo: eso que, en relacióncon otros asuntos, llamó Sánchez Ferlo-sio «la perversión funcional del instru-mento»: todo aquello que puede usarse,termina por usarse.

Ahora bien, tal como se preguntaKerstin Kohlenberg, si Wikipedia funcio-na hacia dentro como comunidad, ¿fun-ciona hacia fuera como enciclopedia? Sí y no; depende. Para empezar, no es ciertoque Wikipedia nunca sea fiable: muchosde sus artículos son excelentes, aunquemuchos otros sean incompletos o medio-cres. Se diría que es una cuestión de suer-te que un tema se halle bien o mal trata-do; no es, en modo alguno, una enciclo-pedia sistemática. Pese a lo cual, quienposea capacidad de discernimiento nodebe tener demasiados problemas paraextraer lo mejor de Wikipedia, que posi-blemente se encuentra en su diversidad yeclecticismo, en su capacidad para con-vertirse en el depósito natural de la cul-tura popular, así como en sus distintivasposibilidades técnicas. Un lector avezadocompara, distingue, selecciona; a cambio,puede ser traicionera para el lector gene-

ralista y poco avisado. Y resulta inquietan-te pensar qué sucederá cuando la culturadigital deje de estar sostenida por usua-rios que empezaron en los libros y hanacabado delante del ordenador, para ser reemplazados por quienes nunca cono-

cieron otra cosa que la pantalla. De todosmodos, conviene anotar aquí una caute-la: aunque hablemos de democratizacióndel conocimiento, Wikipedia no es tanpopular como la prensa rosa. Así que eldaño que podrían producir sus taras tam-poco debe exagerarse.

Sea como fuere, el mejor modo deentender –y aceptar– la Wikipedia esaplicar una suerte de pragmatismo pos-moderno. No tiene mucho sentido con-denarla; tampoco es razonable santificar-la. Es útil para algunas cosas e inútil paraotras; su desarrollo futuro es, por lo de-

más, imprevisible, hasta el punto de queno puede descartarse su estancamiento odeclive26. Y siendo cierto que no se haconvertido, en modo alguno, en el em-blema de una nueva República Digitalde Aprendizaje, representa inmejorable-mente la transformación que experimen-ta, a ojos vista, nuestra cultura: es un des-tilado natural de lo mejor y lo peor denuestro tiempo. Tal como dicen sus de-fensores: «Tiene sentido considerar a loswikipedians como los nuevos enciclope-distas, pero quizás es más preciso juzgar su empeño como la creación de un nue-vo tipo de fuente terciaria, pensada paraun mundo interconectado y con accesogratuito»27. Aproximadamente. Y quizá nohabría podido desarrollarse nunca sin esosmismos elementos –comunidad, juego,identidad– a los que podemos atribuir también sus evidentes insuficiencias. Siga-mos jugando. c

HIPERTEXTO

1 Vamos por orden. Entre esas réplicas se en-cuentra, significativamente, Citizendium, pro- yecto lanzado por uno de los dos fundadoresde Wikipedia, Larry Sanger, que ha sacrifi-cado la popularidad en nombre de un rigor,

a su juicio, ausente en su primera criatura.La Conservapedia es iniciativa de AndrewSchlafly, activista norteamericano irritadopor la ausencia en Wikipedia de un puntode vista conservador. Y en cuanto a las enci-clopedias de toda la vida, desde la Británicaal Larousse, han acusado un claro descensode sus ventas y, acaso, el impacto de un dis-cutido estudio de Nature que comparaba lafiabilidad de Wikipedia con la de la provectaEnciclopedia Británica en términos favora-bles a la primera. Tanto Larousse como lapropia Británica han reaccionado por imita-ción: permitiendo a los internautas la gene-ración de contenidos en sus ediciones digi-tales (sobre esto, véase el artículo de CarmenPérez-Lanzac; sobre lo anterior, el texto deTorsten Kleinz). Decía a veces FranciscoUmbral en sus columnas que no iba «a le-vantarse ahora» a comprobar una cita de la

que no estaba del todo seguro; la diferenciaentre Wikipedia y la Br itánica bien puedeempezar por ese levantarse o no de la mesa.

2 «Wikipedia founder Jimmy Wales responds»,en Slashdot, marzo de 2001 (http://inter-

views.slashdot.org/article.pl?sid=04/07/28/1351230).

3 Darnton, p.1.

4 Stacy Schiff, p.7.

5 Citado en Ayers et al., p. 31.

6 Boxer, p.17.

7 Ayers et al., p. 157.

8 Friedrich A. Hayek, p.91 (la cursiva es mía).

9 Ayers,et al., p. 44.

10 Só lo casi , porque no es cierto que Internetcarezca del todo de servidumbres físicas; notodo en él vive en la nube. Los centros dedatos que permiten la existencia misma de lared pueden tener el tamaño de varios cam-pos de fútbol y contienen miles de compu-tadoras conectadas a Internet mediante ca-bles de fibra óptica ultrarrápida. Son grandes,costosos y requieren de ciertas condicionesde humedad y temperatura para funcionar correctamente. En Estados Unidos, por ejemplo, habrá casi dieciséis millones de ellos

en 2010, tres veces más que hace apenas diezaños. Wikipedia se sirve de 350 servidores. Yalguien tiene que pagar esto.

11 Ayers,et al., p. 209.

12 Sobre esto, véase el artículo de Semuels.

13 Véase el artículo de Sam Vaknin.

14 Kerstin Kohlenberg, p.5.

15 A juicio de The Economist que, si bien esto essigno de la madurez e impor tancia de la Wi-

kipedia, puede alejar al contribuyente ordi-nario, es decir, aquel que no se convierte enun leguleyo (wiki-lawyering ) para hacer valer su criterio (véase The Economist , 2008). Almismo tiempo, las dificultades para realizar contribuciones que no sean inmediatamentediscutidas habrían llevado a un conjunto deanteriores editores a crear la página Missing Wikipedians, donde cuelgan sus contr ibucio-nes. Estas razones explicarían el descenso enel ritmo de entrada de artículos experimen-tado en 2007 y 2008.

16 Kohlenberg habla de la Wiki-Ideologie : cuan-to más fuerte es la comunidad, mejor será elartículo.

17 La ausencia de control centralizado sería su-plida por la adhesión de los participantes auna serie de valores comunes, a saber: el va-lor de la información abierta; el compromiso

de compartir el conocimiento globalmente;el multiculturalismo, la diversidad y el mul-tilingüismo; la ecuanimidad en la represen-tación de los distintos puntos de vista. Nohay centro, pero sí la estructura que p ropor-cionan las distintas discusiones acerca de los

aspectos editoriales o administrativos del si-tio (véase Ayers et al., p. 360).

18 Ayers et al., p. 356.

19 Ayers et al., p. 55.

20 Ayers et al., p. 197.

21 Schiff, p.7.

22 Baker, p.4.

23 Boxer, p.18

24 Schiff, p.7.

25 Kohlenberg, p. 8.

26 Ha salido a la luz, justo antes de cerrar estetexto, un estudio de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, según el cual el nú-mero de voluntarios que abandonaron elproyecto Wikipedia durante el año 2007 fue,por vez pr imera, mayor que las nuevas in-corporaciones. También se señala que sólouno de cada mil cien artículos alcanza, pasa-dos tres años desde su elaboración, el gradode calidad necesario. Finalmente, se constataque apenas el 10% de los editores es respon-sable del 90% de la producción. No obstan-te, difícilmente hay que considerar una malanoticia una futura Wikipedia abandonadapor sus diletantes y sostenida por sus fieles.

27 Ayers et al., p. 57.

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8 número promocional revista de libros

Celebramos en 2009 el año

de Larra, en memoria del

bicentenario de su naci-

miento. Probablemente us-

ted no se haya enterado de la efeméride

porque Larra no era un cineasta, sino un

periodista, y sólo a los cineastas y a otros

elementos de su industria asiste en este

país una propaganda fácil y nutrida, sali-

da directamente de las instituciones del

Estado. Larra, además, no es un producto

cultural que convenga promocionar porque, en una sociedad donde la cultu-

ra está dirigida, sobran los mejores expo-

nentes de la independencia crítica, cuyo

desdichado talante los conduce a denun-

ciar el poder bajo cualquiera de sus for-

mas, y los lleva, por tanto, a la ruina.

Se nos ocurre otro motivo para ex-

plicar la cotización a la baja de Larra en

nuestro calendario cultural: su difícil

ubicación en las estanterías del saber hu-

mano. En un momento en que la for-

mación académica ha sido sustituida por 

la erudición mecánica del taxonomista,

leemos a Larra y no sabemos decir si sus

artículos son periodismo o son literatu-

ra. La distinción es fundamental. He co-

nocido a numerosos periodistas –per-

fectamente titulados y con cargo en una

redacción– que, para rechazar definitiva-

mente el borrador de un artículo que le

presenta un voluntarioso plumilla, esgri-

men esta constatación con un timbre de

triunfo mezclado de desprecio: «Esto no

se publica. ¡Esto es literatura!». Ninguno

de los artículos de Larra, por lo tanto,

que están indefectiblemente contamina-

dos por los virus de la personalidad y elsentido estético, encontraría quién lo

publicase en las redacciones de nuestros

periódicos, como no fuera bajo un claro

marbete distintivamente maquetado

proclamando: «Opinión». Nuestro tiem-

po reubicaría a Larra como tertuliano,

en cumplimiento de la escrupulosa pre-

ceptiva de las «ciencias de la informa-

ción» [sic] hoy vigente, que pretexta para

sus fanáticas taxonomías el mantener 

siempre avisado al lector de que cierto

recuadro de palabras contiene subjetivi-

dad (y otros no, al parecer).

Por supuesto, una redacción com-puesta por cultivados intelectuales y es-

critores orgullosos sería ingobernable.

Un auténtico desastre. No es este el

ideal, ni mucho menos. Pero el peso de

la generalidad se inclina hoy sobre el

extremo opuesto, sin ninguna duda. La

causa, evidentemente, es la degenera-

ción educativa, que se advierte con

mudo estupor cuando se descubre el

brutal contraste con las grandes plumas

del periodismo español del siglo pasado:

 Julio Camba, Josep Pla, Wenceslao Fer-

nández Flórez, César González Ruano,

Manuel Chaves Nogales.

Los periodistas de hoy han pade-cido la formación tecnicista y hueca

de una universidad decadente, que es

aquella que se obsesiona con enseñar 

cosas útiles y con «preparar a los estu-

diantes para el mercado laboral», con

Bolonia como estación término, o ter-

minal. ¿Debemos recordar una vez más

que la universidad se creó precisamen-

te para enseñar lo inútil, para cultivar el

espíritu de las personas que tenían la

suerte de no tener que apacentar gana-

do –algo muy útil, desde luego– para

vivir? El humanista primero aprende a

pensar, y luego va conociendo y perfec-

cionando los trucos y las técnicas de un

oficio tan intuitivo y experimental

como el de periodista. (Los titulados

lloriquean por el intrusismo en vez de

formarse mejor para batir a la compe-

tencia.) ¿Por qué nadie dice de una vez

que los periodistas de la primera mitad

del siglo XX, y aun los del franquismo

 –adictos o no al régimen–, estaban in-

comparablemente mejor preparados

que los de hoy, en términos generales, y

a despecho de tanto avance tecnoló-

gico? ¿Por qué en las facultades de Pe-riodismo no se olvidan un poco de

tanta práctica técnica y obligan a leer 

a los cinco periodistas citados hasta que

los alumnos dominen la lengua castella-

na siquiera como la mitad de la mitad de

cada uno de ellos, ninguno de los cuales

por cierto –oh, sacrilegio– estudió la

carrera de Periodismo? Sin embargo,

son sus retratos los que cuelgan de las

paredes de un pasillo del Congreso de

los Diputados, junto a la sala de prensa.

No está, en cambio, el que dio la exclu-

siva del final de la Guerra Civil, ni el

que introdujo el teleobjetivo o la cáma-ra oculta en el periodismo gráfico. En-

tretanto, el género de la crónica parla-

mentaria está al borde de la extinción.

Demasiada opinión, probablemente. De-

masiada parcialidad. Demasiado bien es-

critas para el lector actual.

Tras una modestísima experiencia

en el oficio, y desarrollando ideas ya

apuntadas en estas consideraciones pre-

liminares, se me ocurre formular cinco

falacias que fomentan la instalación en

la mediocridad de la profesión. Ejem-

plos tomados de Pla, Camba, Gaziel,

Chaves Nogales o Fernández Flórez

nos ayudarán a explicarlas.

FALACIA DEL AUTOR

IMPARCIAL

La personalidad es el esqueje infecto

que trata de podar el sistema educativo

español –a buen seguro, no sólo espa-

ñol– desde la secundaria hasta el máster 

de posgrado. De manera inmejorable lo

explica Camba en La ciudad automática:

«Lo probable es que salga usted de la es-

cuela con el cerebro tan atrofiado como

si lo hubiese tenido en la propia prensa

de los incas; pero si la escuela no ha

conseguido idiotizarle a usted del todo,

la Universidad se encargará del resto.

Luego vendrán los periódicos, las con-

ferencias y los clubes de lectura, y a los

veinticuatro o veinticinco años no tan

sólo estará usted incapacitado para pen-

sar de un modo distinto al de los demás,

sino que hasta su misma cabeza, al adap-

tarse a las tres o cuatro ideas generales

que el Estado metió dentro de ella, ha-

brá tomado la forma y el aspecto de to-

das las otras». Camba escribió esto en

1932, y la cosa no ha hecho sino em-

peorar. He oído a numerosos colegasponderar las virtudes –precisión, claridad,

sencillez– que teóricamente aprende el

novato trabajando en las agencias de in-

formación, y es tal su entusiasmo que les

hace sentenciar: «Quien no haya pasado

por una agencia no puede ser un gran

periodista». Por mi parte, y por la de va-

rios amigos que me han narrado sus pa-

téticas experiencias, opino que trabajar 

en una agencia no sólo representa un

camino bastante directo hacia el empo-

brecimiento lingüístico y mental en de-

finitiva, sino también una forma atroz

de esclavitud moderna que ha quitado amás gente de la pasión por la actualidad

que el terrorismo, el chantaje mafioso o

cualquier otro tipo de amenaza.

Por el contrario, es preciso reivindi-

car el talento individual, proteico y ori-

ginal, antes que la prosa anémica de los

teletipos. Un teletipo cumple su función

comunicativa, pero un autor de teletipos

será víctima de una jibarización intelec-

tual irreparable si no aspira rápido a pro-

bar otro puesto en el oficio, por ejemplo

el de redactor de periódicos. Ahora bien,

que los periódicos estén infestados de

manufactureros de teletipos es la verda-

dera tragedia del periodismo contempo-ráneo. Hay también muchos locutores

de teletipos en la radio y en la televisión.

La calidad de las narraciones futbolísticas

del NO-DO o la locución de la apertu-

ra del enésimo pantano franquista hacen

que uno experimente un arranque de

melancolía exclusivamente sintáctica.

Será propaganda de un régimen dictato-

rial, pero estaba infinitamente mejor he-

cha que las notas de prensa de cualquier 

partido del momento. Qué quieren que

les diga. ¿Cuántos de nuestros becarios

sabrían emplear con sentido el calificati-

vo «pertinaz»?

En cuanto a la imparcialidad, no

puede haber mayor falacia. Ningún pe-

riodista puede ser imparcial, por la mis-

ma razón por la que ningún hombre

puede ser oruga o pino gallego. El pe-

riodismo objetivo nunca ha existido. La

credibilidad es una cuestión de grado:

de lo que se trata es de dotar a nuestras

noticias y reportajes de la mayor apa-

riencia de realidad posible, sabiendo

que la mera elección de unas palabras y

no otras, o la edición de unas determi-

nadas imágenes, transportan ineludible-mente nuestro criterio de personas ra-

cionales y con una opinión formada

sobre el fenómeno que estamos tratan-

do. En prensa, la carga de identidad e

ideología es más fuerte, porque la pala-

bra escrita tiene ese poder. Un periódi-

co es un signo de identidad de un gru-

po, un arsenal de argumentos para la

batalla de las ideas que establecemos

con los colegas en el café, y los que han

dejado de serlo serán los primeros en

desaparecer. He ahí los diarios gratuitos.

He descubierto que muchos bue-

nos periodistas en realidad no tienen enla cabeza al lector cuando elaboran su

página, sino que tienen a otros perio-

distas. Piensan en el famoso colega que

COMUNICACIÓN

JORGE BUSTOS

FILÓSOFO Y PERIODISTA Las cinco falacias

de nuestro periodismo

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revista de libros número promocional 9

puede leerle y aspiran a causarle una

impresión de rigor y profesionalidad.

Redactan como ante un tribunal de

deontólogos de la institución de la

prensa. Sin darse cuenta de que todo

eso al lector le deja al pairo. ¡Cuántas

trabajadísimas informaciones no las leenadie! No se nos ocurre proclamar la

superfluidad de las noticias contrastadas,

que son la base de todo periódico serio,

pero la norma número uno es: escriba-

mos para los lectores. En contra de lo

que predican los apóstoles de las «cien-

cias de la información», el periodismo

no es una ciencia, porque se ocupa de

la vida, que no es una magnitud cientí-

fica. Multiplicar las fuentes y los gráfi-

cos y manufacturar una escritura apla-

nada no hacen más periodística una

pieza. Un texto de observación subjeti-

va –una crónica de las de antes– puedeinformar perfectamente al lector: brin-

darle una composición de lugar que un

estadillo lleno de cifras jamás podrá re-

presentarle. El estadillo tampoco es ob-

jetivo, porque cualquiera que los haya

hecho sabe que uno siempre elige los

datos que apoyan su tesis y desecha

otros a su disposición que la contraria-

rían. El periodismo es un quehacer hu-

mano muy bien definido por Pla en su

grandeza y en su modestia: es contar 

«alguna cosa clara, perfectamente den-

tro de la vida, algo no mixtificado». Sin

embargo, la crónica es un género que

ya sólo pervive parapetada tras la excu-

sa lúdica que procuran el fútbol o la

fiesta nacional, secciones donde hoy se

halla la mejor prosa de los periódicos

generalistas. La impresión personal y el

adorno pertinente, la frescura y la ex-

presividad es lo que vuelve atractiva

una página cuando ésta no trae un gran

exclusiva (tan poco habituales), a la que

sí conviene un estilo sobrio, telegráfico.

Claro que quizá no es posible que

nuestros licenciados escriban como

Camba (quien escribió sus mejores cró-nicas entre los veinte y los veintinueve

años). No hay tiempo ni dinero para

fomentar la calidad en la prosa perio-

dística, y la universidad hace mucho

que dejó de cumplir esa función. Toda

nuestra esperanza se refugia en la emer-

gencia de solitarios autodidactas y jefes

medianamente audaces para dar con-

fianza al talento no uniformado.

Para la subjetividad y el ingenio re-

sueltos, se alega, ya están las columnas.

Ese es su hábitat natural. Pero ni siquiera,

porque nuestros periódicos, en mi mo-

desta opinión, cobijan a demasiados co-lumnistas ayunos de la quinta parte del

talento que se necesita para merecer una

tribuna, concedida quizás en pago de al-

gún favor debido. Las columnas de los

viejos periódicos hoy están encuaderna-

das en libros editados por filólogos con

un lujoso aparato crítico que desentraña

la poética personal de sus autores. Las

columnas de demasiados articulistas del

momento, que excusan su indigencia in-telectual –y la inconsciente pleitesía que

rinden a la corrección política– reivindi-

cando la voz del ciudadano común, ape-

nas sirven para envolver pescado, porque

a los peces muertos lo mismo les da la

información que la opinión, o que los

renglones ilustrados del horóscopo. Un

columnista debe rondar el límite de la li-

bertad de expresión y exponerse diaria-

mente al juicio (también desfavorable)

de sus lectores –siempre que lo haga con

talento, no rebotando consignas–, o no

contribuirá ni a la defensa de la libertad

individual ni al sostenimiento económi-

co de su periódico. Si un columnista

gusta a todos, es que no gusta mucho a

ninguno, y nadie pagará por leerlo como

nadie acude a un restaurante para pedir un insípido vino de mesa. Se lo beben

con el menú, pero cuando pagan, piden

un vino con personalidad.

FALACIA DEL SOPORTE

SOFISTICADO

Hay muchos blogueros hoy en la blo-

gosfera (y ustedes disculpen los palabros).

Son tantos que algunos periodistas vete-

ranos han caído víctimas de la sugestión

tecnológica y se consideran unos carcasirredimibles y confiesan no tener nada

que enseñar a las jóvenes generaciones,

tan preparadas que tienen blogs y perfi-

les en redes sociales y todo género de

identidades vicarias y conexiones ciber-

néticas. Al mismo tiempo, loan las ben-

diciones del progreso y creen que la

profesión ha mejorado decisivamente

con eso que se llama «periodismo ciuda-

dano». Su actitud presupone una pere-

grina metamorfosis de la inteligencia es-

pañola: si hasta los últimos cinco años

del siglo XX, cuando se produjo la im-

plantación más o menos masiva de In-

ternet, los españoles éramos más o me-

nos zoquetes, parece que en el lapso de

los diez años siguientes hemos alumbra-

do una pléyade de zahoríes de la infor-mación que emite desde Internet los

destellos de su perspicacia. Lo cierto, en

realidad, es que un español puede ser 

igual de cazurro con Internet o sin ella,

con blog o sin blog , con Facebook o sin

Facebook. La tecnología de suyo no me-

 jora la profesión ni aquilata las mentes de

quienes la ejercen. Uno no es más listo

por ser «nativo digital», como dicen los

expertos, aunque puede ser más pinture-ro y dar gato por liebre. Para crear un

blog, primero hay que tomarse el trabajo

de crearse una personalidad.

Por otro lado, Internet es hoy el

reino acrático del plagio desatado.

Camba no leía periódicos para conser-

var la originalidad de su estilo, mientras

que el bloguero o el editor de un dia-

rio digital fundamentalmente repite

contenidos ajenos, por lo general co-

piándolos de un periódico de papel.

Entiéndame bien: uno no es un jere-

mías que anuncia el fin apocalíptico de

la seriedad y el rigor por culpa del adve-nimiento de la odiosa tecnología. Pien-

so, por el contrar io, que el plagio es in-

herente al periodismo desde su funda-

ción. En El arte del periodista (¡publicado

en 1906!) recoge su autor, Rafael Mai-

nar, la anécdota de un plumilla que en

la redacción de un periódico de Ma-

drid exclamó un día, con meridiana

sensatez: «Si no hubiera periódicos sería

imposible el oficio de periodistas. ¿De

dónde recortaríamos para hacerlos?».

Pues eso. Lo que creo es que antes se

plagiaba con estilo, al punto de que la

copia mejoraba frecuentemente el ori-

ginal, como Xavier Pericay –en su re-

ciente libro Josep Pla y el viejo periodis-

mo – señala de muchas crónicas de Pla

para La Publicidad de Barcelona. Ahora

se copia con dos botones del teclado

que clonan el or iginal, y se cambian a

lo sumo las conjunciones que encabe-

zan un par de párrafos. De ahí el respe-

to que nos merece el viejo periodismo.

FALACIA DEL GÉNERO

ESTANCO

La secta de los deontólogos del perio-dismo tiene a gala otra obsesión, con

cuya sistematización quizá consigan un

puesto en los claustros profesorales de

las facultades privadas. Consiste en pre-

dicar una teoría de los géneros perio-

dísticos absolutamente teutónica, casi

hegeliana de lo estructurada y bien di-

vidida que está. Las fronteras entre noti-

cia y reportaje están trazadas por cercas

tan estrictamente delineadas como las

que separan los sembrados de los agri-

cultores gallegos. Entre reportaje y cró-

nica también hay división. Entre colum-

na y análisis, lo mismo. Entre artículoinformativo y de color, ya no digamos.

Por supuesto, tal escisión es artificial y

no preexiste en las entendederas de

COMUNICACIÓN

La garza, 1969. André Kertész

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10 número promocional revista de libros

ningún ser humano ni se corresponde

con fase alguna del proceso de conocer 

descrito por la neurología –para el cere-

bro todo es información–, pero la socie-

dad contemporánea nos tiene acostum-

brados a pretender la modificación de la

naturaleza humana a golpe de cirugía,de publicidad televisiva o de decreto-

ley. Este empeño es tan vano, en reali-

dad, como risible, aunque sirve para

vender manuales académicos.

¿A qué género pertenece Juan Bel-

monte, matador de toros, la obra maestra

del periodista sevillano Manuel Chaves

Nogales? Unos dicen que es una bio-

grafía novelada; otros se fijan en el mé-

todo y concluyen que se trata de una

larga entrevista reportajeada; hay tam-

bién quien señala el título como pre-

cursor de la non-fiction novel , ese nuevo

periodismo campanudamente formula-do por Truman Capote y Tom Wolfe.

La respuesta correcta es: ¿qué demonios

importa? El libro trata sólo de hechos

reales, pero tamizados por la capacidad

literaria de un superdotado del idioma

que ejecuta una recreación vívida y

magistral. Lo importante es que ese li-

bro nos habla de la edad de oro del to-

reo y de la vida de un matador legen-

dario con una carga de verosimilitud y

hondura humana profundamente emo-

cionante. Otro tanto logró Pla con Vida

de Manolo, sobre el pícaro escultor cata-

lán Manuel Hugué. Un periodista será

siempre un mediocre si no es capaz de

comunicar esta sensación al lector con

la materia y el protagonista adecuados.

FALACIA DEL DESINTERÉS

DEL LECTOR

Se dice que la gente ya no lee periódi-

cos. Que ha llegado la era del homo vi-

dens, atento sólo a lo que pase en una

pantalla. Que el papel desaparecerá.

Que los marcianos heredarán la tierra y

erigirán casitas de chocolate galáctico

para sus vástagos virtuales. Internet noacabará con los periódicos. No confun-

damos al lector con el usuario, como

suele puntualizar Arcadi Espada. En

tiempos de Pla, Camba o Chaves No-

gales, la tasa de analfabetismo en Espa-

ña alcanzaba una cifra desaforada, es

cierto; pero quien sabía leer, leía de ver-

dad. Luego, la democracia iguala a la

baja y crea el tipo del analfabeto fun-

cional, que puede entenderse con cual-

quiera, pero desde luego quedaría

como un gañán en una discusión de tú

a tú con el lector de El Sol o el ABC 

de 1920. En ese año, La Vanguardia tira-ba ya cien mil ejemplares. Y un siglo

antes, en época de Larra, había nada

menos que dieciocho periódicos sólo

en Madrid, con tiradas pequeñas y exis-

tencias cortas, pero también con lecto-

res fieles que defendían enconadamente

las ideas abanderadas por uno u otro

medio. El público potencial de periódi-

cos ha ido ganando en cantidad y per-

diendo en calidad. La última etapa es laprotagonizada por el lector digital, que

permanece de media treinta segundos

en cada página. Los anunciantes lo sa-

ben, abaratan la publicidad on-line por 

considerar poco fiable al usuario y así se

explica que ningún diario en Internet

sea rentable, por millones de usuarios

 –que no lectores– que tenga.

No nos interesan los usuarios, aun-

que son bienvenidos. Nos interesan los

lectores de periódicos. Los periódicos

generalistas, aun los llamados «de masas»,

se han dirig ido siempre –pero siempre– 

a una élite. ¿Qué son los pocos cente-nares de miles de lectores de El País o

El Mundo con respecto a los cuarenta y

seis millones de almas que alientan en

este país? Pues una élite, que sabe que la

información es poder, y libertad. La mis-

ma gente inquieta y consciente que leía,

devoraba a Larra. Quien dice desenten-

derse de la política, quien proclama su

desafección respecto de lo que los polí-

ticos hacen con sus impuestos no nos

interesa, porque es un idiota. En el sen-

tido griego de la palabra: el idiota era el

que vivía en los ar rabales de la polis, no

era considerado ciudadano y sólo visita-

ba el ágora para consumir, no para in-

formarse. Lo penoso es que los periódi-

cos se idioticen para ganar al lector idio-

ta. No hay que acercar el periodismo al

pueblo, sino el pueblo al periodismo. El

que no entienda, que se forme para en-

tender, y así mejoramos todos. Este es el

verdadero cambio de patrón de creci-

miento hacia la productividad que dice

desear Zapatero para España, si se deci-

de un día a dejar la demagogia y el po-

pulismo subsidiador.

Otra cosa es que los periódicos yano vendan tanto como en sus décadas

gloriosas del siglo XX. Pues será un ajus-

te necesario, como todos los que exigen

los tiempos. Pero siempre habrá lectores.

FALACIA DEL

DESPRESTIGIO

DEL PROFESIONAL

En cuanto a la degeneración de la estir-

pe de Larra, y obviando el caso irrecu-

perable de los tertulianos del corazón,

hay que reconocer que el periodista

siempre ha llevado una fama de tunan-

te, vendido, canalla y traicionero. Es lafama que le corresponde, porque suelen

adjudicarla los colectivos perjudicados

por su lengua o su pluma –que acaban

siendo todos–, y eso es señal de cierta

independencia. Pla advirtió en el prólo-

go de uno de sus libros, en el que refri-

taba en buena medida antiguos trabajos

periodísticos: «Es un oficio que requie-

re prodigalidad y dilapidación. El perio-

dista es un náufrago profesional», y, másadelante, reconoce la consecuencia de

este tour de force permanente, que le obli-

ga a «poner en guardia a todo el mundo

ante los trucos, los plagios, las trampas

 y el visco engañoso que contienen mis

obras». Sin rodeos. Porque el periodis-

ta tiene su librillo para salir airoso de

la página en blanco diaria que debe

ocupar, y existe un pacto de cortesía

suscrito con el avezado lector de perió-

dicos que conoce y disculpa los excesos

derivados de esta servidumbre.

En 1942, el maestro de periodistas

que codirigió La Vanguardia duranteparte de la década de los veinte, Agustí

Calvet, alias Gaziel, describía así la clase

periodística española: «Eran, por lo ge-

neral, una especie de anfibios: menestra-

lía de la pluma, bohemia de la baja inte-

lectualidad, bachilleres frustrados, licen-

ciados sin reválida, estudiantes pobres,

fracasados de innumerables oficios; gen-

tes, en fin, sin alas todavía para volar más

alto, o que, al fallarles las que tenían ya

crecidas, se refugiaban, como en una sala

de espera o en un asilo, bajo el sórdido

cobertizo del periodismo, alzado en ple-

na intemperie y abierto a todo el mun-

do». Y concluía: «La dificultad básica se-

guía siendo la misma: la carrera del pe-

riodismo estaba desprestigiada porque

no daba para vivir». Hoy la profesión

tiene su título y sus especializaciones,

aunque sigue ofreciendo unos comien-

zos muy precarios al aspirante, del mis-

mo modo que ni Pla ni Camba ni tan-

tos otros inmortales pudieron esquivar la

miseria retratada por Gaziel en sus co-

mienzos: el pluriempleo, la explotación

 y la vida de pensión barata a cuatro pe-

rras la crónica, pese a sus excepcionalesfacultades. A Fernández Flórez, en cam-

bio, esta condición le parece heroica, se-

gún cita Pericay: «El escritor al que su

pluma le consiente un pasable vivir [...]

sí que es un romántico, porque nunca

tendrá dinero, ni honores, ni siquiera je-

rarquía en un país como este, en que

para la consideración de las gentes, es-

cribir viene a ser un oficio manual

como cualquier otro», escribía en 1922.

Las cosas, en realidad, no han cam-

biado gran cosa desde entonces. Y mu-

chos seguimos aspirando a la vida pasa-

ble que reivindicaba Fernández Flórez, adespecho de la invasión tecnológica, del

sanedrín de la preceptiva y del embru-

tecimiento de la masa democrática. c

COMUNICACIÓN

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12 número promocional revista de libros

En España hay tres cuar-

tos de millón de profe-sores, un nicho intere-sante para el libro. Se

trata de un colectivo que está cono-ciendo una transformación radical desu entorno amplio (el lugar y el papelde la educación en la sociedad) e in-mediato (las relaciones con alumnos

 y con familias), así como de su propianaturaleza (reclutamiento, condicio-nes de trabajo, cultura profesional),por lo que se encuentra ávido de ideas,imágenes, iconos, narraciones y otrasexpresiones simbólicas de su identi-

dad, sus intereses y sus inquietudes. Laprincipal fuente de alimentación de suimaginario colectivo no es la literatu-ra, sino el cine: películas como La len-

 gua de la s mariposa s, Todo empieza hoy

o Ser y tener fueron comidilla de losclaustros, materia para artículos edito-riales y alimento para simposios. Peroésta es una revista literaria y, aunquequizá no haya que echar las campanasal vuelo, lo cierto es que también parael sector editorial (y no sólo de librosde texto) constituyen los profesores uncolectivo con ciertos intereses, creen -cias, valores y símbolos compartidosque están dando lugar a un nuevo gé-nero literario: lo que podríamos lla-mar el cuaderno de quejas.

Todo comenzó con la Petita cróni-

ca d’un profesor a secundària, de ToniSala, y el Panfleto antipedagógico, de Ri-cardo Moreno; continuó con obras demenor impacto, como La enseñanza

destruida, de Javier Orrico, y El aula

desierta, de Concha Fernández Marto-rell, entre otros; y se anima ahora conlas Cartas de un maestro, de José Penal-va Buitrago, y El profesor en la trinchera,de José Sánchez Tortosa, de los quehablaré en esta crítica. El lado buenode esta avalancha es que los profesoresescriban sobre su trabajo. Al distancia-miento de los estudios académicos yla frialdad de la literatura administra-tiva se suman así los testimonios deuna parte de los protagonistas de laeducación: los docentes. Y digo unaparte porque, evidentemente, faltan

los alumnos y sus familias. Los padresno escriben porque están dedicadosa otras cosas, y tal vez porque no lo creen prudente. Y los alumnos lo ha-cen poco, por su edad y porque no esasí como quieren llenar sus horas deocio. Pero de vez en cuando nos llegasu voz por una carambola: lo hacecuando, años después, alguno de ellos,con fines autobiográficos o literarios,recupera la experiencia de su escolari-zación. Es el caso del libro de DanielPennac, Mal de escuela, que reconstruyesu vivencia como alumno, un mal alum-no (un zoquete , o cancre, en su propiadefinición), enriquecida por la expe-riencia del profesor que luego fue yservida con la calidad narrativa delmagnífico escritor que ahora es.

Los estilos de estos cahiers de doléan-

ces pueden ser muy dist intos, pero sucontenido es muy parecido. Hay dife-rencias, ciertamente, entre el verbo in-

trascendente y superficial de la Peti-

ta crónica y la br illantez polémica delPanfleto, como la hay entre la prosasoporífera de las Cartas de un maestro

 y la forma ágil de El profesor en la trin-

chera. La Crónica era una perfecta ex-presión de banalidad, probablementecompartida por el autor con muchosde sus lectores: joven profesor de se-cundaria que llega a su centro ya pre-guntándose si le tocará la ESO; quese presenta a sus alumnos diciendo:«Nos tendremos que soportar unatemporada»; cuya única ocurrenciapedagógica es sacar a un alumno a

escribir en la pizarra e invitar a losdemás a señalar sus errores; que sien-te pereza ante la idea de llevar a losalumnos fuera del centro; que reclamaaulas insonorizadas con puertas opacaspara que no pueda verse el interior desde fuera; que se declara exhausto alfinal de cada trimestre; que pregunta atodos menos a sí mismo por qué losalumnos quieren leer a los ocho añospero ya no a los dieciséis. Un perfectoreflejo de esa parte del colectivo queentró en la enseñanza buscando cali-

dad de vida y que ha encontrado mu-chas horas y días libres, pero muypoca tranquilidad de espíritu. Ni unasola idea nueva, ni una mínima refle-xión de calado: sólo desgana y falta decompromiso.

Muy distinto era el Panfleto, la másbrillante de estas obras. Conciso comoninguno de sus continuadores, desdeel mismo título sintetizaba el frecuen-

te malestar en secundaria ante las re-formas y, en particular, ante la idea deuna sustitución del énfasis en el con-tenido por la prioridad del método,apoyado en el menosprecio por elmaestro y el pedagogo. Moreno car-gaba –con razón, creo– contra la falsadisyuntiva entre contenido y forma,entre aprender y aprender a aprender , loque no impedía que todo su escritofuera la versión macro de esa mismadisyuntiva, ahora entre las disciplinas yla pedagogía, pero vista y predicadadesde la otra orilla. No le faltaba ra-zón, tampoco, al denunciar la incapa-cidad del sistema escolar, en particular de la escuela pública, para alimentar elespíritu de un alumno siquiera un

PEDAGOGÍA 

MARIANO FERNÁNDEZ ENGUITA 

CATEDRÁTICO DE SOCIOLOGÍAEN LA UNIVERSIDAD DE SALAMANCA

Cuadernos de quejasJosé Sánchez Tortosa 

EL PROFESOR EN LA TRINCHERA. LA TIRANÍA DE LOS ALUMNOS,LA FRUSTRACIÓN DE LOSPROFESORES Y LA GUERRA EN LAS AULAS

La Esfera de los Libros, Madrid180 pp. 18

José Penalva Buitrago

CARTAS DE UN MAESTRO.SOBRE LA EDUCACIÓNEN LA SOCIEDAD Y EN LA ESCUELA ACTUAL

Biblioteca Nueva, Madrid176 pp. 11

Daniel Pennac

MAL DE ESCUELA Trad. de Manuel Serrat CrespoMondadori, Barcelona256 pp. 21

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revista de libros número promocional 13

poco destacado. Y señalaba con aciertoefectos imprevistos de las reformas,como la escasez de instrumentos conque afrontar la indisciplina sistemática(que también deriva, sin embargo, dela abstención del profesorado justa-

mente donde los problemas empie-zan, que es fuera de las clases, de lacomplicidad cómoda con los alumnosy de su empeño en mermar la autori-dad de la dirección) o la posibilidadde que un alumno abandone el siste-ma sin una mínima formación profe-sional (que también proviene del ca-rácter academicista que nunca ha de-jado de tener, y que tanto debe a losgremios anclados en el sistema, y a lafalta de flexibilidad de éste, incapaz deofrecer otra opción que sólo estudiar o trabajar). Y reconozcámosle otro

mérito: no caía en la vieja cantinela deque faltan recursos, sino que se asom-braba de que, con más recursos quenunca, las cosas pudieran ir (según él)tan mal.

Más allá de esto, todos los cahiers,

viejos y nuevos, vienen a decir lomismo. Para empezar, describen unasituación de siniestro total . «El dete-rioro de secundaria [...] me asusta»,escribía Sala. De «desastrosísima si-tuación» nos hablaba Moreno, diag-nóstico compartido por Orrico. Losresponsables nunca son los profesores,a pesar de su amplísima autonomíaindividual y colectiva, sino siemprelos otros. La primera causa suele estar en las familias desconcertadas e inca-paces de controlar a sus hijos, pero noes la única. En las Cartas de un maestro

aguantan sucesivamente su filípica lamadre desorientada, el padre listillo

(informático, por cierto, mostran-do esa incomodidad ante la pérdidadel monopolio del conocimiento queel docente exorciza bramando contrauna imagen trivializada de los medios

o de Internet), el profesor innovador (yun poco lelo), el sindicalista, el inves-tigador, el constructivista y el comisa-rio-inspector. Todos lo hacen mal, por supuesto, pero se diferencian entre losque no entienden nada, como la ma-dre, o son del gremio y militan en él,como el errado amigo sindicalista, tra-tados con benevolencia, y los que sonajenos, como el constructivista y elinvestigador, o han desertado de labase, como el innovador y el inspec-tor, que provocan la mayor hostilidad.A los padres se les reprocha no dedi-

car tiempo a sus hijos, no ejercer au-toridad sobre ellos ni apoyar la delmaestro y no entender de educación(y peor si creen que lo hacen). Al in-

vestigador y al constructivista, su ale- jamiento de la escuela real y su apoyoa ideas traídas de la empresa o toma-das de un Rousseau simplificado. Alinnovador y el inspector (desertores de 

la tiza) los dibuja como idiotas y la-

cayos del poder.

Como contrapartida, nos brindasu idea positiva de la educación entres relamidas cartas a su discípula He-lena, escritas con motivo de su accesoal bachillerato, sus progresos en la uni-versidad y su desengaño del activismopedagógico, cartas que me habría sal-tado al cabo de unas líneas de no estar 

obligado a leerlas para escribir estanota, lo mismo que el insufrible diálo-

 go desde la montaña. En suma, un libroprescindible, de nula aportación y lec-tura aburrida, pero que expresa losdemonios del profesor cabreado. Por éldesfilan todos los tópicos: falta de re-conocimiento, escuela-guardería, fal-sedad de que los maestros trabajenpoco... Además de los malvados, cuyascaricaturas merecen un capítulo cadauna, desfilan otras figuras menorespero no menos execrables: orientado-res, asesores, directores, políticos ... A

los recuperables (la alumna, los padres, elamigo sindicalista) les imparte consejos;a los desechables (innovador, inspector,constructivista, investigador), ni agua.

 Y, frente a todos ellos, el héroe, el maes-tro en su escuelita. El artificio, expues-to de manera tan cursi como el resto,de presentar el texto como el manus-crito inédito («lo único que tenía en lavida») de un viejo maestro fallecido

(Don Pascual), recogido por otro in-

termediario («un humilde servidor»)que lo envía a nuestro dedicado editor,Penalva Buitrago (en otras circunstan-cias profesor de instituto), hace que seevapore cualquier resto de modestia,prudencia e incluso pudor, y que sedesate, en cambio, un interminable au-tobombo: «un ensayo que no se do-

blega ante la nomenklatura, [...] ni sedeja seducir por la extravagancia de laerudición de relumbrón, [ni] se some-te a la sumisión [sic ] a que obligan lasmodas intelectuales o la obediencialegislativa que reclama la Administra-ción oficial». Don Pascual representaal maestro superhéroe que guía a susdiscípulos a la vida buena, cultiva suverdadera naturaleza humana y man-tiene un diálogo con los grandes pen-sadores, mientras combate los intere-ses sociales (quiere decir económicos)

 y las injerencias políticas.

El libro de Sánchez Tortosa com-parte esta visión épica del educador,quizá más forzada aún en sentido figu-rativo, aunque no biográfico. A pesar 

del título bélico, y de una buena por-ción de los tópicos del gremio, elcombate del profesor atrincherado deTortosa no es contra una conspiraciónuniversal, como en la visión paranoicade Penalva, sino la encarnación y ho-

minización de la idea kantiana de la

lucha entre moralidad (racionalidad) ynaturaleza (instinto). Puesto que laeducación de cada individuo (ontogé-nesis), al igual que la ilustración de lahumanidad (filogénesis), es la luchaentre naturaleza y razón, esa lucha viveen cada alumno y en la institución.Así, si la imaginería popular ha identi-

ficado al empollón con el niño obe-diente, incluso sumiso, y al profesor con el antiguo alumno temeroso deabandonar la institución, se equivoca.El buen alumno es el valiente, que nose deja absorber por el grupo, por losmedios, por los cantos de sirena de lasociedad; al contrario, el machito, el malalumno, el rebelde aparente, es en rea-lidad un cobarde. Y el profesor es eladalid de la más importante y difícillucha, héroe entre los héroes, que guíaa sus alumnos hacia la liberación, susalvador y mesías, comprometido y

progresista frente a tantos alumnos ra-cistas y fascistas. «Se non è vero è bentrovato»: la resistencia del alumno seconvierte en cobardía, la adhesión en

PEDAGOGÍA 

Fotografía de Doisneau Cavanna

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14 número promocional revista de libros

valor, el buen alumno en héroe de ex-cepción y el profesor en superhéroede oficio. Vale para dar ánimos a bue-nos alumnos y profesores, que puedennecesitarlos, pero es una imagen tanunilateral como la que combate, pues

da por sentado que la escuela ofreceuna cultura de valor, una educación li-beradora, etc., que quien la rechaza lohace en nombre de algo peor y que elprofesor responde a su tipo ideal. Re-confortante para el profesor, que vereconvertida en mesiánica una situa-ción que se le antojaba miserable. Encuanto al alumno, incluido el buenalumno, es difícil que la aprecie, em-pezando porque no leerá el libro, yhay poca novedad en ello, pues ya esviejo que toda institución total (o se-mitotal), como señaló Goffman, no

puede dejar de producir una teoría yuna imagen de la naturaleza humana

 y del buen institucionalizado: el buensoldado, el buen paciente, el buen pre-so y, ahora, el buen alumno.

La gran diferencia entre este libro y el otro, aparte de que éste se dejaleer muy bien, es que su centro loocupan los alumnos. En el de Penal-va brillaban por su ausencia, pueshasta la pobre Helena se veía reduci-da a una marioneta de su Pigmalión,más aburrida que los inertes muñecosrousseaunianos, Émile y Sophie. Tor-tosa hace el esfuerzo de meterse enla piel de los adolescentes, como lomuestra su reiterada y sugestiva refe-rencia a los iconos de su cultura: Neo

 y Morfeo (Matrix), Spiderman, Ana-kin Skywalker y Darth Vader, BartSimpson, la abeja Maya, Pocholo, laPlay Station, etc. Esto no le libra de lostópicos: dejadez familiar, abandonosocial, escuela-garaje, pedagogía, crisisde disciplina, exceso de garantismo,promoción de la violencia por los vi-deojuegos, manipulación por el Esta-

do e così via, pero permite un frescomulticolor y penetrante del alumnado,una fenomenología en la que cual-quiera puede reconocer a sus alumnoso a sus hijos. Pero es la mitad del pa-norama, media verdad, una verdad amedias, luego media mentira. La me-dia mentira es la apología implícita delprofesor en la trinchera, representado enla dura y difícil lucha contra la igno-rancia de sus alumnos en vez de, diga-mos, suspirando por las vacaciones.Como lo es poner en el centro de latrama argumental el descrédito del es-

fuerzo, la promoción de curso con al-gún suspenso o la carencia de medidascontra los alumnos disruptivos, peroninguna atención a la falta de control

sobre el trabajo de un profesoradoque, si lo desea, puede limitar su acti-vidad a las horas lectivas, que recorretodos los escalones de la car rera por pura inercia sin control ni incentivo y

 jamás es sancionado por hacer las co-

sas mal ni por no hacerlas.Algunas de estas obras no vacilana la hora de las consecuencias. Si laESO nos disgusta, acabemos con ella.No hablan de transformar en tal ocual sentido la enseñanza obligatoria ycomún, sino de dividir a los alumnosa los doce años entre los que irán launiversidad, guiados por sus ilustradosprofesores, y los que deben empezar 

 ya a aprender un oficio para ir a traba- jar. Tortosa, como Moreno y Orrico,aboga abiertamente por ello, y Penalvalo hace de forma implícita. Este mo-

do de pensar dicotómico (o lo de an-tes o lo de ahora, o bachillerato o ESO,o igualitarismo a la baja o seleccióndarwiniana, o alumnos incondicionaleso que se vayan al taller) tiene que ver con otra característica común: la com-binación del menosprecio por la peda-gogía (y, de paso, la psicología, socio-logía, economía...) con el diálogo con

los grandes pensadores, con el recursodirecto a Sócrates o Rousseau, Platóno Kant. Pero lo que ha hecho avanzar a la humanidad, al menos en la mo-dernidad, no ha sido la gran talla deunos pocos sino el empeño de mu-chos en una empresa científica siste-mática. Nuestros autores combinanfelizmente los grandes sistemas filosó-ficos (en sus particulares versionescomo, por ejemplo, la muy forzada deldiálogo del Menón para defender elaprendizaje como recuerdo, memorís -tico, obviando su inmanentismo, queconduce a la pedagogía esencialista dela que tanto se abomina) con toda cla-se de afirmaciones de andar por casa ysin fundamento. Podría alinearme con

la crítica hacia numerosas ingenuida-des de la pedagogía, pero su rechazotout court es otra cosa: es el rechazo delas teorías de alcance medio, situadasentre las afirmaciones gratuitas y lasgrandes teorías, o entre las máximasde fácil aplicación pero sin fundamen-to y los excursos filosóficos sin aplica-ción ninguna; y, de otro, una maneraoblicua de decir que no hay nada enla estructura del sistema, la organiza-ción de los centros y la de los docen-tes sobre lo que reflexionar.

Frente a esta retórica corporativa,

claustrofílica en origen y claustrofóbi-ca si no eres gremio, Mal de escuela esrefrescante. Pennac no es un innovador 

de los que critican nuestros autores

patrios, sino defensor de expedientestan clásicos como la lectura, el dictadoo la memoria. Pero habla desde amboslados, docente y discente. Todo elmundo ha sido alumno, pero Pennac fue un mal alumno, un zoquete, y no de

los que se vanagloria para situarse por encima de la institución y los morta-les (ya se sabe: Dalí, Einstein y otrosgenios no reconocidos por sus profe-sores, o estrellas mediáticas que alar -dean de adónde han llegado con suignorancia) sino uno al que todavía leduele la experiencia. Los redactores delas lamentaciones también fueronalumnos, y lo recuerdan, pero sólopara comparar el paraíso perdido(¡aquel bachillerato!) con el infiernoactual (¡esta ESO!).

Me quedo con tres ideas del mag-

nífico Mal de escuela. La primera, el do-lor del zoquete , el sufrimiento del alum-no a quien la institución y los profe-sores, y bajo su influencia la familia ylos compañeros, royeron la autoesti-ma. Según nuestros apocalípticos, na-die tan feliz como el adolescente quearruina una clase. Pero Pennac nos ha-bla del dolor de no comprender y desus daños colaterales, del dolor com-partido del alumno, sus padres y (digo

 yo, con dudas tras leer a los otros) susprofesores. Lo que sucede es que losprofesores indignados de hoy fueronalumnos encantados ayer, seguramenteen su salsa. Advierte Pennac, buen co-nocedor de la retórica republicana, con-tra ese empeño en defender la escuelaselectiva desde una retórica de iz-quierda según la cual se trataría de laúnica oportunidad de redención delbuen alumno de las clases populares:«¡Se lo debo todo a la escuela de laRepública! ¿No será que quieres ha-cer pasar por virtudes tus aptitudes?[...]. Reducir tu éxito a una cuestiónde voluntad, de tenacidad, de esfuer-

zo: ¿es eso lo que quieres?».La segunda: basta un solo profesor para salvarnos de nosotros mismos yhacernos olvidar a todos los demás.Pennac no habla de grandes pedago-gos, comunicadores carismáticos nigenios en su especialidad, que no sabesi lo fueron, sino de profesionales queen su vivencia de alumno o su expe-riencia de profesor marcaron la dife-rencia. Al contrario que aquellos otrosque «parecía como si, año tras año, sedirigieran a un público cada vez me-nos digno de sus enseñanzas [y s]e

quejaban de ello a la dirección, en losclaustros, en las reuniones de padres»,nos habla de profesores que no soltaban

la presa, que no tenían por qué amar-

nos, pero nos tomaban en considera-ción. «Los profesores que me salvaron

 –y que hicieron de mí un profesor– no estaban formados para hacerlo. Nose preocuparon de los orígenes de miincapacidad escolar. No perdieron el

tiempo buscando sus causas ni tampo-co sermoneándome. Eran adultos en-frentados a adolescentes en peligro. Sedijeron que era urgente. Se zambulle-ron. No lograron atraparme. Se zam-bulleron de nuevo, día tras día, más ymás... y acabaron sacándome de allí.

 Y a muchos otros conmigo. Literal-mente nos repescaron. Les debemos lavida». Hermosa reivindicación del edu-cador frente al mero enseñante, delprofesional implicado frente al del yo

no soy un trabajador social , del compro-miso personal (que no ha de confun-

dirse con la entrega misionera) frentea la dimisión del papel de adulto.

La tercera: si el profesor no está,¿cómo iban a estar los alumnos? «¡Oh,el penoso recuerdo de las clases en lasque yo no estaba presente! Cómosentía yo que mis alumnos flotaban,aquellos días, tranquilamente a la de-riva mientras yo intentaba reavivar misfuerzas. Aquella sensación de perder laclase... No estoy, ellos no están, noshemos largado». Qué lejos se encuen-tra esta visión bidireccional y recípro-ca del mensaje de desinterés («Tendre-mos que soportarnos») o la impacien-cia por las vacaciones de la Crónica, ode la imagen de dos mundos incomu-nicados, el docente y el discente, el dela Ilustración en la trinchera frente alataque de la Play Station. Viene a decir que poco puede pedir quien no estádispuesto a dar, que a qué ese escán-dalo por el desinterés de los alumnossi es patente en tantos profesores.

Sin fábula ni artificio, Pennac de-vuelve la palabra, y vuelve visible a esemal alumno al que nuestros apocalíp-

ticos enviarían sin vacilación al taller de carpintería. A través de su historiacomo alumno y profesor (no de suspropios logros, sino de los logros deotros, lo que le hace resultar más sin-cero y verosímil), nos retrotrae a lautopía de la institución escolar en as-censo, a la convicción de que son po-cos, muy pocos, los alumnos que nopueden ser llevados a lograr con éxitoun nivel suficiente de educación, ali-mentada por el esfuerzo real no delalumno soñado (el alumno golosina),sino del profesor real con alumnos rea -

les; algo muy distinto de la ideologíaautojustificativa y paralizante que sedestila de la reacción defensiva de ungremio descolocado. c

PEDAGOGÍA 

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16 número promocional revista de libros

La fotografía digital y,

por ende, el cine y la

televisión digitales, han

puesto al alcance de to-

dos la técnica para alcanzar sin ma-

 yor esfuerzo –ni necesar iamente ta-

lento– un público de masas. La ha-

bilidad de los grandes fotógrafos del

pasado para evaluar correctamente

la exposición de una película, el en-

foque, o el equilibrio de colores ode gr ises, ha dejado de ser indispen-

sable. Cualquiera puede tomar una

«buena» foto. Basta con disponer de

una «buena» cámara, de las que eva-

lúan todo ello correcta y automáti-

camente en el instante preciso de

disparar.

Está por verse si basta una «bue-

na» cámara, no ya para tomar una

«buena» foto sino para tomar una fo-

to memorable. Se cuenta de Henri

Cartier-Bresson, quien, al parecer,

corría en medio de una manifesta-

ción callejera junto a un muchacho

que había calzado en su aparato un

teleobjetivo del porte de un bazuca.

«¿Qué llevas ahí?», le preguntó de

un grito. «¡Cuatrocientos milíme-

tros!», gritó a su vez el muchacho.

«Nunca harás una foto memorable

con eso», le respondió Cartier-Bres-

son sin dejar de correr. El obstáculo

que constituye una lente de cuatro-

cientos milímetros se debe a su ta-

maño y su peso (al que ha de su-

mársele el peso de la cámara mis-

ma). Ya se trate de un retrato o delentierro de Gandhi, las fotos de

Cartier-Bresson suelen ser memora-

bles. Todas fueron tomadas con una

Leica, aparato liviano, si los hay, con

objetivos de entre 35 y 50 mm, lo

más liviano en objetivos.

Tal vez Cartier-Bresson exage-

rara. O tal vez no. En el obituario

publicado en El Mundo, decía Fer-

nando Múgica: «Las nuevas tecno-

logías han dado paso a una forma

diferente de entender la comuni-cación visual. La figura de Henri

Cartier-Bresson permanecerá, sin

embargo, inalterable como ejemplo

de que lo vulgar, lo excesivamen-

te evidente y la exhibición gratuita

de las miserias ajenas no son un ca-

mino adecuado para lograr que nos

miremos los unos a los otros con

el mínimo respeto que nos mere-

cemos».

De lo que nadie duda es de

que, en el ámbito de la foto digital,

pocas fotos memorables se han to-

mado. Y es que toda foto digna del

adjetivo «memorable» se caracteriza

por dos aspectos no digitalizables:

su significado humano y su encua-

dre. El primer aspecto no digitali-

zable depende de la sensibilidad

moral del fotógrafo, que ha de ser 

capaz de desentrañar algo acerca

del alma humana en una fracción

de segundo. El segundo aspecto no

digitalizable de la fotografía depen-

de de su sensibilidad estética, que le

obliga a componer, en esa misma

fracción de segundo, un buen en-cuadre. Atención: ambas sensibilida-

des han de ejercerse al mismo

tiempo.

¿ARTE O ARTESANÍA?

La fotografía es tanto peor cuanto

más pretende acercarse al arte; el

arte es tanto mejor cuanto más se

aleja de la fotografía. El aforismo

resulta sospechoso a no ser que su

punto de partida sea la célebre con-

sideración epistemológica de HenriCartier-Bresson: la fotografía no es

un arte sino una artesanía.

Esta afirmación nace de una

constatación puramente técnica. Por 

lo pronto, el color. ¿Qué nueva apor-

tación al arte de los colores puede

hacer una técnica incapaz de violar 

los límites –aun digitales– de una cá-

mara oscura? Dicho de otra mane-

ra: ¿qué puede hacer un fotógra-

fo que no pueda hacer un pintor?

No es escandalosa la pregunta, so-

bre todo cara a su complementaria:

¿qué puede hacer un pintor que no

pueda hacer un fotógrafo? La res-

puesta a la primera es: nada. A la

segunda: todo.

Tal vez estas respuestas resulten

aceptables si se formula una tercera

pregunta: ¿qué puede hacer la foto-

grafía en color que no pueda hacer 

la fotografía en blanco y negro?

Aquí la respuesta es una afirmación:

todo lo que hace el color, mejor lo

hace el blanco y negro. Lo cual

equivale a descartar de un plumazo

la fotografía en color. Atrevámonosa ello, pero preguntémonos por qué.

Pasando por alto la connotación

estilística de términos como hipe-

rrealismo y fotorrealismo en el arte,

la foto en blanco y negro pide que

se la califique de «abstracta». La rea-

lidad tiene colores, no es en blanco

 y negro. Escoger un «aquí y ahora»

a través de una cámara –o pintando

un cuadro– es reducir a dos dimen-

siones físicas lo que tiene tres (y

con el eje temporal, cuatro); tam-bién es recortar ese «aquí y ahora»

para encajarlo en el campo visual

del objetivo y en el 125° de segun-

do del obturador. Es decir: tomar 

una foto es otorgar abstracción a un

ínfimo fragmento de la realidad. La

abstracción es esencial en la foto-

grafía, aun en la fotografía del rea-

lismo social. Vista así, la fotografía

en blanco y negro es más abstracta

 y fiel a su esencia que la fotog rafía

en color.

Cabe preguntarse si lo dicho de

la foto en blanco y negro no se po-

dría entonces decir del dibujo, o del

grabado. No, porque la foto logra

dar abstracción también al tiempo,

mientras que el dibujo, inclusive la

caricatura rápida –y hay caricaturis-

tas que trabajan con rapidez prodi-

giosa– es una síntesis temporal de

un lapso tal vez diez mil veces ma-

 yor que un 125° de segundo. En re-

sumen: la foto, cuando es en blanco

 y neg ro, es una art esanía que fun-

ciona por abstracción de la realidad.

Vista así, una artesanía no es infe-rior a un arte: es otra cosa.

FOTOGRAFÍA 

MARIO MUCHNIK 

EDITOR Y FOTÓGRAFO Dos o tres cosas

que sé de fotografía

Fig. 1. Rectángulo áureo

Fig. 2. Partenón Fig. 3. Partenón regla de oro

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revista de libros número promocional 17

Nota bene : ¿no será artesanía

todo arte?

¿AZAR TÉCNICO ONECESIDAD ESTÉTICA?

La proporción áurea. O el rectángu-

lo dorado. O la divina proporción.Se le han asignado muchos nombres

 y se la ha encontrado en muchos

ámbitos aparentemente sin relación

entre sí: en la reproducción de los

conejos, por ejemplo, o en las espi-

rales, en la arquitectura, en el arte. Y,

por supuesto, en la música: sin ir 

más lejos, Stradivarius se sirvió de la

proporción áurea para ubicar los

agujeros llamados efes en las tapas

de sus violines.

Algunos estudiosos han intenta-

do explicar la atracción diríase que

magnética que ejerce la divina pro-porción sobre todas las sensibilida-

des, pero no han ido más lejos en

este caso que en el de la armonía

clásica. Invariablemente se topan

con «algo»: «algo» en nuestra psique

nos hace apreciar más fácilmente,

sin que chirríe nada, un coral de

Bach que una pieza de Schönberg,

aunque para muchos sea más bella la

pieza que el coral. Del mismo modo,

«algo» en nuestra psique nos hace

más receptivos a la proporción áurea

que a cualquier otra. (De idéntica

manera, la mayor receptividad no va

necesariamente de la mano de una

mayor belleza divina.)

Sea dicho para los escépticos:

esta predilección llamémosla «fisio-

lógica» por la divina proporción ha

sido demostrada en numerosos estu-

dios psicosociales, tanto en música

como en arte.

Nadie sabe por qué es así, hasta

ahora nadie ha descubierto qué con-

figuración de neuronas en nuestro

cerebro «simpatiza» con la divina

proporción. Sólo es posible consta-tarlo como un hecho que parece ser 

«natural». Precisemos: la proporción

áurea es la que caracteriza aquel rec-

tángulo al que, para convertirlo en

un cuadrado, hay que cercenarle un

rectángulo de su misma proporción.

El dibujo de la figura 1 puede

servir de ejemplo. Aquí, la altura del

rectángulo pequeño dividida por su

ancho, a/b, es igual al ancho del

rectángulo mayor dividido por su

altura (a + b)/a. En términos alge-

braicos:

a/b = (a + b)/a

lo que da una proporción aproxi-

mada de 1:1,6183. Es la proporción

áurea. Un ejemplo clásico de la pro-

porción áurea es la fachada del Par-

tenón (figs. 2 y 3).

La pintura de Piet Mondrian

está casi siempre basada en el rectán-

gulo de oro. Todos los grandes maes-

tros del Renacimiento se sir vieronde él, en particular Leonardo. Anéc-

dota divertida, mi tarjeta Visa es un

ejemplo aproximado de la propor-

ción áurea (Visa Oro oblige ) (fig. 4).

El ingeniero alemán Oskar 

Barnack (1879-1936) se especializó

en cuestiones de fotografía. Ya en

1905 se sentía molesto ante el en-

gorroso equipo que debían trans-

portar los fotógrafos, con sus gran-

des cámaras de placas negativas de

vidrio cuyas dimensiones eran

exactamente las de los positivos. Y

 ya entonces tuvo la ocurrencia deque se podrían utilizar placas nega-

tivas mucho más pequeñas para

luego ampliar ópticamente las re-

producciones.

Diez años más tarde Barnack tra-

bajaba para la casa Leica cuando tuvo

la brillante idea de echar una mirada

a las cámaras cinematográficas de en-

tonces, que ya usaban película de ce-

luloide de 35 mm. La película corría

de arriba abajo, verticalmente, de

manera que una sucesión de fotogra-

mas tenía el aspecto que ustedes bien

conocen (fig. 5).

El fotograma medía 24 mm de

ancho por 18 mm de alto. Cabe

preguntarse por qué 24 x 18, y no

24 x 16, o 24 x 24. No me consta

que el enigma haya encontrado el

favor de los historiadores del cine y

no nos queda sino aceptarlo como

resultado probable de algún com-

promiso técnico.

El hecho es que a Barnack se le

ocurrió usar exactamente el mismo

mecanismo de la cámara de cine

para hacer fotos, una por una, foto-grama por fotograma. Dos hechos

lo llevaron a cambiar de formato.

Primero, que una cámara fotográfica

en que la película corriera vertical-

mente no habría sido de manejo

muy práctico. Segundo, que si bien

en el cine el grano grueso de la pe-

lícula desaparece en buena medida a

causa de la rápida sucesión de imá-

genes que se funden en nuestras re-

tinas cada una con la precedente y

la siguiente, la fotografía fija no po-

día permitirse negativos tan peque-

ños, porque en una ampliación elgrano habría resultado inaceptable-

mente grosero. Tomando una deci-

sión que no es posible considerar 

sino como verdaderamente históri-

ca, Barnack:

 – 

Hizo que la película corriera hori-

zontalmente.

 – 

Duplicó el formato de los negativos

de cine, de 24 x 18 a 24 x 36, cre-

ando así... ¡el formato Leica! Inven-

tó lo que entonces se llamó la «Ur-

Leica» (fig. 6).

Desde entonces –1925–, el fo-

tograma 24 x 36 pasó de ser un ha-

llazgo a ser proverbial; y de ser pro-

verbial a convertirse en una vaca

sagrada. No puede descartarse, si se

buscan las razones de semejante su-

bida a los cielos, el hecho de que la

proporción 24 x 36 (1:1,5) esté re-

lativamente cerca de la proporcióndorada (1:1,6183). Pero las dos no

son iguale s. (La Visa está más cer-

ca.) (Fig. 7).

FOTOGRAFÍA 

Fig. 4. Tarjeta Visa 

Fig. 5. Película de 35 mm (cámara cinematográfica)

Fig. 6. Película de 35 mm (cámara Leica)

Fig. 7. Comparación de la proporción áurea  y la proporción leica 

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18 número promocional revista de libros

FOTOGRAFÍA 

Es posible que legiones de fotó-

grafos se hayan dejado seducir por 

algo tan... bonito, sobre todo vi-

niendo unido a un aparato tan pe-

queño y práctico. Sin embargo, de

ahí a la histeria con que ciertos fo-

tógrafos se querellan contra las pu-

blicaciones que osan cortar sus fotos

para adaptarlas al espacio disponible

media todo un mito.

Tan quisquilloso era el propio

Cartier-Bresson, y tan apegado a la

proporción Leica, que muchas de

sus fotos han podido publicarse a

condición de que se vieran las per-

foraciones laterales, en caso de que

la imagen pisara la banda perforada

de la película, para que nadie se lla-

mara a engaño: eran fotos com-

puestas en el visor de la Leica, en

ningún caso compuestas en el labo-ratorio podando la imagen del ne-

gativo. El «lienzo» de Cartier-Bres-

son era exactamente lo que entraba

por el visor de su Leica en el mo-

mento de disparar. El «lienzo» era lo

que él veía.

No me siento capacitado para

criticar aspecto alguno de Cartier-

Bresson, pero me es muy difícil ad-

mitir que cuando el maestro se afe-

rraba a la proporción Leica con

tanta saña no supiera que estaba

aferrándose al mero fruto del azar 

técnico: Oskar Barnack dio con el

24 x 36 duplicando una dimensión

del negativo cinematográfico y, que

se sepa, la proporción dorada no

tuvo influencia en su opción; si no,

¿por qué no habría optado exacta-

mente por la proporción dorada?

HCB elevó la proporción Leica a la

categoría de necesidad estética. Y a

mí no termina de convencerme,

aunque, les confieso, también yo me

atengo casi siempre a ella. (Duncan

me dijo hace poco: Forget the format! 

Tampoco él está convencido de quela proporción Leica sea sagrada,

aunque también él suele atenerse a

ella...).

La pregunta que me hago, más

bien, es otra: ¿y si las proporciones

del Partenón obedecieran a consi-

deraciones ingenieriles de la época,

 y no a opciones estét icas? La idea

estremece.

TRES LECCIONES(Y MEDIA) DEFOTOGRAFÍA

En mi vida tomé tres lecciones defotografía.

La primera, en los años sesenta,

me la había dado Ken Heyman, un

conocido fotógrafo estadounidense

de paso por Nápoles que diez años

antes había sido mi compañero de

estudios universitarios en Columbia,

Nueva York. Me llevó a fotografiar 

en la calle, con él. Sin decirme más

que «Tú toma la foto, después verás.Lo más barato es la película», Ken se

puso a trabajar. Hombrachón corpu-

lento, no era llamativo más que por 

su tonelaje. Su Leica desaparecía en

su manota derecha: se la llevaba al

ojo en el momento preciso de dis-

parar. De ese modo la gente no lo

notaba hasta cuando ya era tarde

para posar. Otras veces, sobre todo

si se trataba de niños, les hacía reír 

 y tomaba la foto de sus muecas pa-

 yasescas.

Empecé por mirar, luego tomé

algunas fotos imitando a Ken y al fi-nal tomé alguna foto del mismo Ken,

mientras fotografiaba (fig. 8).

Lo que aprendí ese día fue la

importancia de pasar desapercibido.

Dice Cartier-Bresson: à la sau-

vette . Ustedes tal vez conozcan el ál-

bum. En todo caso, ¡Ken no se dio

cuenta de que yo lo estaba fotogra-

fiando!

La lección siguiente se llama guts, y

me la dio David Douglas Duncan.

 Yo le había pedido un pref acio para

el catálogo de mi primera exposi-

ción. No accedió sin antes ver mis

fotos. Nos sentamos ante una mesi-

ta en el hall  de mi hotel, donde

puse la pila de sesenta fotos. David

las miró con cuidado y casi sin co-

mentarios... en diez minutos.

 –Te haré el pre fac io, dijo con

sencillez.

Pasaron dos semanas y una no-

che recibí una llamada de David,

que demuestra su memoria de ele-

fante.

 –Oye, oye, he est ado pen sandoen tus fotos. Son un poco chatas, no

tienen bastante contraste. No lo sé.

Tienes que ponerles más coraje, más

agallas.

More guts, dijo en su inglés ame-

ricano.

 –Sé lo que quieres decir –dije–.

Quizá tengas razón...

 –Tengo razón, sin quizá. Esa

foto de las sillas y mesas vacías, por 

ejemplo, con la pareja que se mar-

cha por la derecha bajo un para-

guas: tu negativo tiene más detalle

del que tú has extraído de él. Si mi-ras bien tu negativo verás que las

esteras de las sillas, que en tu am-

pliación no se ven, en el negativo sí

Fig. 9. Spoleto sin contraste

Fig. 10. Spoleto con contraste

Fig. 8. Ken Heyman en acción

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revista de libros número promocional 19

se ven, porque están. ¡Tienen que

verse!

Sesenta fotos en diez minutos son

seis fotos por minuto, diez segundos

por foto. Y en esos diez segundos Da-

vid había visto todo y no sólo re-

cordaba cada detalle de la foto, sinoque intuía, con toda precisión, el

contenido del respectivo negativo

 –que no había visto–. Y así sesenta

veces.

 – More guts, man, put more guts! 

 –añadió.

David tenía razón, estaba claro,

pero, ¿por qué mis positivos no te-

nían el suficiente contraste? Encen-

dí el ordenador, puse en pantalla la

foto de las mesitas y las sillas (fig. 9)

 y aumenté el contr aste. En las par-

tes oscuras de la foto desaparecieron

los detalles. Pero el negativo, comose imaginan, contenía la informa-

ción, tal como había afirmado Da-

vid: aparecieron las esteras de las si-

llas (fig. 10).

De pronto comprendí que la

crítica de Duncan iba mucho más

allá de unas mesas y unas sillas. Ha-

bía en la observación de David toda

una filosofía fotográfica. Compren-

dí que lo que fallaba era mi libre al-

bedrío de fotógrafo.

Algo relacionado con mis valo-

res morales.

Me explico. Sobre el suelo de

esa plaza de Spoleto yo había visto

a la parejita huyendo del aguacero,

pero también el extraño efecto de

las patas de mesas y sillas sin som-

bra, un efecto de levitación, como

si flotaran en el aire. La compo -

sición era correcta, la anécdota es-

taba entera: las sillas acababan de

ser abandonadas y la parejita inten-

taba cobijarse de la lluvia. Mi te-

mor había sido el de perder el

efecto de levitación. Aumentando

el contraste la foto cobraba vida.¿Y la levitación? No desaparecía

del todo. Quedaba relegada, es ver-

dad, con respecto al resto. El pro-

blema era un problema de elec-

ción: ¿foto débil de un efecto de

levitación, o foto vigorosa de un

momento vital?

Miré la foto de Neruda que

tengo en mi despacho (fig. 11), un

original de Henri Cartier-Bresson

que no les diré cómo llegó a mis

manos. Los libros en las estanterías

se funden en un negro que oblitera

los detalles. Lo mismo dígase deldibujo de la corbata y la camisa. ¿Y

Neruda? Su cabezota, su sonrisa

giocondesca, sus ojos abiertos, su

índice arrugándole la sien... ¡Era

Neruda! Como retrato de Neruda,

no se podía negar: era un retratode Neruda. Cartier-Bresson esco-

gió el tema central: Neruda, no los

libros, no la corbata, no la camisa.

Puesto a sacrificar, sacrificó lo se-

cundario.

La foto de Cartier-Bresson tenía guts, kilos de guts, era toda ella ente-

ramente guts.

Rehíce todas las fotos para mi

exposición siguiendo ese lema de

una sola palabra:  guts. Y cuando

hube terminado volví a visitar a

Duncan, esta vez en su casa. Miró

las fotos más pausadamente: le dedi-

caría medio minuto a cada una. No

decía nada. Asentía con la cabeza. Ycuando llegó a la foto de la lluvia

en Spoleto, murmuró:

 –Te había dicho que tu negat i-

vo tenía más detalles. ¿Lo ves? Muy

bien, ok.

Entre ambas lecciones habían

pasado cuarenta años.

La tercera es muy reciente y me la

dio in absentia Cartier-Bresson. Su

gran exposición retrospectiva titula-

da De qui s’agit-il?, que vi por pri-

mera vez en París en julio de 2003

 y otr as dos veces en Barcelona ennoviembre de 2003, contiene una

foto notable por estar casi toda ella

fuera de foco (fig. 12).

Sólo el pavimento de la calle, en

la parte inferior y más cercana a la

cámara, está bien enfocado. Entre

mis libros de fotografía hay uno, de

Andreas Feininger, en el que el cé-

lebre fotógrafo afirma que una bue-

na foto tiene que estar perfecta-

mente enfocada (sharp, dice). ¿En

qué queda este precepto de Feinin-

ger ante la gloriosa foto desenfoca-

da de Cartier-Bresson?

 Ya Duncan me había instado a

incluir en mi exposición una foto

que a mí me parecía mala por no es-

tar perfectamente enfocada, por estar 

demasiado contrastada y por tener el

grano demasiado grueso (fig. 13).

 –Sí, sí, pero lo que la foto mues-

tra tiene un gran valor humano

 –adujo David.

El valor humano no me parecía

entonces una calidad necesaria para

considerar buena una foto. No obs-

tante le hice caso e incluí la foto enmi exposición. Hice bien. Además

de su valor humano, mi foto está

bien compuesta. Lo que aprendí, a

partir de esa foto desenfocada de

Cartier-Bresson, es que el contenido

humano prima sobre los contenidos for-

males.

Valor humano y composición.

Elementos no digitalizables. Todo

en una fracción de segundo.

LA MEDIA LECCIÓN

El 2 de agosto de 2004 murió Henri

Cartier-Bresson (fig. 14). Nunca setermina de aprender, pero este retra-

to de él que escaneo de la primera

página de El País es, para mí, su últi-

FOTOGRAFÍA 

Fig. 11. Pablo Neruda, por Henri Cartier-Bresson

Fig. 12. Foto de Henri Cartier-Bresson Fig. 13. Jerusalén, por Mario Muchnik

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20 número promocional revista de libros

FOTOGRAFÍA 

ma (media) lección. ¿Qué es lo inte-

resante de esta instantánea? Que

Cartier-Bresson mira por el visor de

su Leica con el ojo izquierdo y sitúa

el disparador abajo. La mayor parte

de los fotógrafos que usan Leica, para

tomar una foto vertical –que es lo

que Cartier-Bresson está haciendo

en este caso– miran en general con

el ojo derecho, situando el disparador 

de la cámara arriba. Dado que la Lei-

ca tiene el visor del lado izquierdo, a

quien no sea capaz o le resulte incó-

modo usar el ojo izquierdo puede

parecerle mejor utilizar el ojo dere-

cho, pero poniendo la cámara con eldisparador arriba (no abajo, como

Cartier-Bresson en la foto de El 

País). Es lo que, por ejemplo, hace

esta señora tal como aparece en la

página 85 del manual de instruccio-

nes del último modelo analógico de

Leica, mi M7 (fig. 15). Tan habitual

es ese gesto que muchos lo hacemos

convencidos de que así hay que ha-

cer. Cartier-Bresson usaba el ojo que

le convenía, es decir:

es el encuadre lo que le dicta el gesto,

no el gesto lo que le dicta el encuadre .

 Y esto lo demues tran las si-

guientes dos fotos. La primera, de

René Burri, muestra a Cartier-

Bresson (junto a Mme. Burri) foto-

grafiando con la cámara vertical y el

disparador abajo, como en la foto

de El País... ¡pero aquí enfoca con

el ojo derecho! (Fig. 16).

La segunda, de Sam Tata, mues-

tra a Cartier-Bresson fotografiando(en China, en 1949), siempre con el

ojo derecho pero... ¡con el dispara-

dor arriba! (Fig. 17).

 Y a propósito de la muer te de

Cartier-Bresson, ¡cuántos despropó-

sitos! Una señora, al parecer profe-

sional, dice haber acompañado a fo-

tografiar a Cartier-Bresson y haber 

notado cómo éste tenía el pulgar 

derecho hipertrofiado, fruto, dice,

de haber disparado tantas fotos.

(Salvo excepciones, señora, las fotos

se disparan con el índice, no con el

pulgar.) Y luego est án quienes ins isten

en que Cartier-Bresson fotografió

toda su vida exclusivamente con un

objetivo de 50 mm. El detalle de

una foto que por sorpresa le tomó

David Douglas Duncan lo muestra

con un objetivo de 40 mm (fig. 18):

LA GRAMÁTICA DE LAIMAGEN: EISENSTEIN

En los últimos párrafos de El sentido

del cine , Serguéi Eisenstein aclara algo

que, en mi opinión, es fundamental:

nadie, salvo un loco, intentaría reali-

zar una obra a partir de un sistema

teórico. Ningún escritor ha creado

una novela a partir de la gramática,

ni un músico una pieza a partir de la

teoría musical, ni un pintor un cua-

dro a partir de las reglas de la pers-

pectiva. El creador, si es válido, lleva

la teoría incorporada en sí de manera

inconsciente, y la utiliza consciente-

mente al final para «corregir el tiro».

La teoría en la creación es un código

a posteriori, como la moral en la

vida diaria: en los momentos crucia-les de la vida el individuo actúa sin

cálculo; vienen luego Marx y Freud

 y miden el resultado, formulan leyes,

reglas, y construyen una «estética» del

comportamiento. En la obra de crea-

ción pasa exactamente lo mismo.

Sólo de esa manera se comprende

cómo, en la fotografía, Cartier-Bres-

son fue siempre capaz de combinar,

en un 125° de segundo y en la mis-

ma foto, dos o tres proporciones áu-

reas y un contenido moral.

CODAUna última palabra, para meditar:

todos los fotógrafos, si quieren, pue-

den fotografiar gente. Son pocos losFig. 18. Henri Cartier-Bresson fotografiado por David Douglas Duncan (detalle)

Fig. 17. Henri Cartier-Bresson fotografiado por Sam Tata 

Fig. 14. Henri Cartier-Bresson. Fotografía en «El País»

Fig. 15. Del catálogo de la cámara Leica 

Fig. 16. Henri Cartier-Bresson fotografiado por René Burri

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revista de libros número promocional 21

Quien quiere –como elautor de La fábrica de la

ignorancia viene que-

riendo desde hace

años– explicar a la sociedad en qué

consisten las reformas de las institucio-

nes de enseñanza superior que han ve-

nido llevándose a cabo durante los úl-

timos tiempos en España y cuáles son

sus consecuencias previsibles, y quien

además se esfuerza por explicar a esa

misma sociedad por qué mantiene con

respecto a ellas una postura crítica, se

enfrenta a una dificultad múltiple. El

primer problema, y sin duda el másgrave, es la indiferencia pública: pese a

la rapidez con que todo el mundo se

hace lenguas invocando «la educación»

cada vez que ocurre una desgracia pe-

riodísticamente destacable, lo cierto es

que la sociedad española no está de-

masiado preocupada por sus institu-

ciones de enseñanza, como lo prueba

la pasividad con que ha asistido al ma-

nifiesto deterioro de las aulas públicas

de secundaria, patente a ojos vistas y

más allá de indicadores presuntamente

objetivos; no parece, por tanto, que

vaya a rasgarse las vestiduras por el he-

cho de que las universidades presenten

algunos defectos similares. El segundo

problema es el riesgo de no ser com-

prendido o de ser malinterpretado: de-

bido a la recién señalada indiferencia,

el funcionamiento de las instituciones

de enseñanza es poco conocido fuera

de ellas mismas, y lo poco que sobre él

aprendemos cuando estamos en sus

instalaciones se nos olvida rápidamen-

te al ingresar en la sociedad propia-

mente dicha, con lo cual es bastante

difícil hacer entender los vicios de estefuncionamiento a quien ni siquiera

está informado de sus rudimentos; si a

esto se añade la inercia ideológico-pu-

blicitaria o, como dice Jean-Claude

Michéa, «la metafísica del progreso»

vigente en nuestro medio, que hace

siempre triunfar el prejuicio de que

todo cambio es necesariamente a me-

jor, resulta que quien muestra su pre-

vención contra las transformaciones de

las universidades hoy en marcha

(como frente a cualesquiera otras)

puede fácilmente ser presentado públi-

camente ante quienes desconocen elasunto como el típico funcionario re-

molón que frena los avances de la his-

toria en nombre de inconfesables pri-

vilegios de casta y del nostálgico ape-go a un pasado periclitado (se recorda-

rá el lapidario argumento con que el

director de la Cátedra UNESCO de

Gestión y Política Universitaria con-

testó a los críticos del llamado proceso

de Bolonia: «la historia no puede de-

tenerse») o de algún quimérico futuro

tan imposible como indeseable; y claro

está que la sociedad, considerada en

general, no quiere mantener holgaza-

nes ni abandonar los raíles del adelan-

to histórico de los que nuestro país ha

estado demasiado tiempo ausente.Porque –y este es el tercer y últi-

mo problema que mencionaré en este

contexto–resulta aún más difícil hacer 

entender que quienes critican estas re-

formas (al menos la inmensa mayoría

de ellos) no lo hacen porque conside-

ren que la universidad española, en su

actual estado, es una institución de la

que podamos sentirnos satisfechos: co-

nocen sus defectos tan bien como

cualquiera de los que convivimos con

ellos, pero este es un nuevo caso en el

UNIVERSIDAD

 JOSÉ LUIS PARDO

CATEDRÁTICO DE FILOSOFÍAEN LA UNIVERSIDAD COMPLUTENSEIgnoracia a la boloñesa

Fotografía de Izis, París, 1953

José Carlos Bermejo

LA FÁBRICA DE LA IGNORANCIA. LA UNIVERSIDADDE «COMO SI»

 Akal, Madrid158 pp. 14,90 Jean-Claude Michéa 

LA ESCUELA DE LA IGNORANCIA. Y SUSCONDICIONES MODERNAS

Trad. de Isabelle Marc Acuarela/Antonio Machado Libros,Madrid110 pp. 11

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22 número promocional revista de libros

que conviene escapar de la falacia que

pretende hacer buena una cosa sim-

plemente a partir de la constatación de

lo mala que es su presunta contraria

(porque, de hecho, hay numerosos ca-

sos en los cuales una cosa y la contra-

ria son igualmente malas y dañinas); elestado –lamentable por tantos concep-

tos– de la actual universidad española

en su conjunto, que José Carlos Ber-

mejo describe en la introducción de

su ensayo («Oligarquía y caciquismo

en la universidad española») no basta

tampoco para hacer bueno el «proce-

so de Bolonia», entre otras cosas por-

que no es difícil que el «cambio revo-

lucionario» encubra también aquí una

estrategia para conseguir que nada

cambie realmente. A este respecto de-

berían leerse combinadamente el capí-

tulo «La imaginación al poder y la po-lítica de la imaginación» de La fábrica

de la ignorancia  y las páginas en que

Michéa explica «por qué casi siempre

es un poder cultural de izquierdas el que

impone a las clases populares la mo-

dernización total de la escuela y de la

vida –que, desde el siglo XVII, consti-

tuye la esencia misma del programa

capitalista– de la forma más coherente

 y eficaz» (p. 53). Añádanle a todo esto

un último factor que ha venido a

complicar las cosas en estos últimos

meses, aunque este factor no afecta

tanto a la confección del libro del pro-

fesor Bermejo como a su recepción:

me refiero al infundio, que ha alcanza-

do carta de naturaleza entre nosotros,

de que lo importante ya no es «Bolo-

nia» (si me permiten los lectores una

vez más nombrar con este solo voca-

blo una coyuntura tan vasta y comple-

 ja) sino su «aplicación», pues se advier-

te que su aplicación en tiempos de

crisis podría desnaturalizar esta gran

oportunidad, argumento cuya perver-

sidad interna –merced a la cual aque-

llos que fueron sus promotores se de-claran orgullosamente irresponsables

de sus consecuencias– recuerda inme-

diatamente al que aún se utiliza cuan-

do se trata de analizar los resultados de

la LOGSE (de tan grato recuerdo),

cuyos autores dicen exactamente lo

mismo, aunque el decirlo una y otra

vez no haya conseguido deshacer nin-

guno de los entuertos que la ley erigió

en conflictos cotidianos en las aulas y

que siguen hoy aumentando el males-

tar que se acumula en ellas. El libro de

Bermejo tiene, por último, una pre-

tensión añadida: no solamente intentaexplicar en qué consisten las actuales

reformas universitarias, sino por qué,

sorprendentemente, aquellos que ob-

 jetivamente son sus principales perju-

dicados, los profesores, son tan indife-

rentes como la propia sociedad al de-

terioro de sus condiciones de trabajo,

cuando no enarbolan con entusiasmo

la bandera de los cambios que han de

llevarles al desastre.Probablemente se recordará aún

cómo, entre nosotros, la primera reac-

ción oficial –tardía y torpe– al movi-

miento anti-Bolonia sostenido por 

importantes grupos de estudiantes en

todo el país consistió en presentarlo

periodísticamente como un problema

de «falta de información», organizando

a continuación una campaña propa-

gandística que incluía visitas de altos

cargos ministeriales a las principales

universidades, cuyos resultados se pre-

veían tan eficaces como los de las

campañas otrora llevadas a cabo por laIglesia para convencer al público en

general de la necesidad de abrazar la fe

católica. Bolonia es –se argüía– algo

tan conveniente como la implantación

del euro en el espacio económico eu-

ropeo, es un sistema académico de

medidas comunes que permitirá la

movilidad de los estudiantes y la ho-

mologación de los títulos. Dejando

aparte el absoluto fracaso de semejante

campaña –hoy existe mucha más con-

fusión pública acerca del proceso de

Bolonia que la que había antes de ella,

 y sus supuestas «ventajas» se han hecho

menos evidentes, la homologación de

títulos encuentra gravísimas dificulta-

des debido a la cantonalización del es-

pacio europeo, y las propias titulacio-

nes distan de mantener un sistema ho-

mogéneo, dejando aparte todas las que

han señalado su voluntad de ser ex-

ceptuadas de este proceso–, su funda-

mento era completamente falso. No

fue la falta de información sino, al

contrario, su exceso (las cantidades in-

gentes de documentación publicitaria

sobre las innumerables bondades quecomportaría el convertir la universidad

en un centro de formación profesional

al servicio de las empresas, sobre todo

de las empresas más avanzadas del sec-

tor tecnológico), lo que sensibilizó a

los no demasiados que leyeron aque-

llos impresentables panfletos, lo que

despertó los primeros conatos de opo-

sición a todo lo que contenían de pro-

 yecto de mercantilización del conoci-

miento, de rebaja de contenidos de los

primeros ciclos, de marginación de las

humanidades o de pedagogización es-

tupidizante de la enseñanza. Lo quesucedió después no fue que se diese

más o mejor información, sino que

vino a sostenerse que todo lo dicho

hasta ese momento era pura verbo-

rrea, y que se trataba de un simple

plan de acomodación de la universi-

dad a las nuevas circunstancias econó-

micas mundiales –era la época en que

la retórica del «I+D+I», que se había

presentado como generadora de un«nuevo modelo de crecimiento eco-

nómico» que nos salvaría de la obsce-

na especulación inmobiliaria y del pe-

sado ladrillazo urbanístico, ya empeza-

ba a ceder frente a los embates de la

crisis–, una cuestión técnica que había

que dejar en manos de los expertos y

que no tenía ningún contenido políti-

co.

Sin embargo, y siempre según sus

defensores, la nueva unidad de cuenta

académica tiene la prodigiosa capaci-

dad de decirle a cada estudiante (al

medir su tiempo según el EuropeanCredit Transfer and Accumulation System,

o ECTS, que los alumnos han tradu-

cido sabiamente como «Estudiante,

Cúrratelo Tú Solito») lo que en dine-

ro cuesta realmente su educación, y a

cada profesor (al someter su trabajo a

las nuevas Agencias de Evaluación de

la Calidad creadas a tal efecto) lo que

vale de verdad en el mercado su do-

cencia o su investigación. Entonces

 –explican los expertos– aquellos a

quienes las cuentas son desfavorables

(porque cuestan mucho y valen poco),

es decir, los perezosos, los señoritos, los

absentistas y los parásitos, que se hue-

len que van a tener que pagar y traba-

 jar más o que aprender y ganar me-

nos, claman contra la «mercantiliza-

ción» del conocimiento porque sus

mercancías se cotizan a la baja. Y lo

más patético para estos expertos es es-

cuchar a los profesores de humanida-

des que piden que se haga con ellos

una excepción, aduciendo que, aun-

que no producen valor económico,

son «socialmente rentables» porque

hacen buenos ciudadanos: una sandez –piensan los tecnócratas– que, además

de falsa (hay muchos torturadores po-

líticos, maltratadores de mujeres o

abusadores de niños que conocen de

memoria a Beethoven y a Poussin), es

ofensiva (¿es que los ingenieros de ca-

minos o los empleados de banca son

todos ellos defraudadores fiscales o te-

rroristas?). Se nos recuerda, en fin, que

el avance de la democracia ha hecho

de la universidad un bien de consumo

extendido a toda la ciudadanía y, por 

tanto, ahora no puede subsistir a me-

nos que sea rentable como negocio.No por ello va a privatizarse, pero sí va

a reformarse tomando como modelo

instituciones privadas, como las escue-

las de administración de empresas y las

universidades corporativas, que han

conseguido poner en el mercado un

producto educativo capaz de atraer a

los clientes con más recursos porque

suministran los conocimientos deman-

dados por las empresas que mejor re-tribuyen a sus empleados; estas institu-

ciones han copado los primeros pues-

tos en el ranking de la creación de ri-

queza basada en el conocimiento (en

el cual las universidades españolas ocu-

pan puestos vergonzosos), y las univer-

sidades públicas tienen que imitar sus

métodos para competir con ellas por 

el prestigio internacional. «¿Qué será

entonces del Arameo, de la Física Fun-

damental, del Derecho Romano o de

la Metafísica?», exclaman dolientes y

corporativos quienes se dedican a estas

ramas. Pues ellos verán lo que hacen –contestan los técnicos–: o consiguen

rentabilizar socioeconómicamente sus

actividades, o desaparecerán. Lo peor 

de este discurso tecnocrático es que

olvida que todo el vacío elogio del

conocimiento en el que se basa, su

glorificación de la ciencia, o incluso

del papel social de las humanidades, se

apoya en un modelo de universidad

que, precisamente en cuanto templo

del saber, debe su valor como entorno

de investigación y docencia al hecho

de haberse instalado desde la época

ilustrada en una suficiente indepen-

dencia con respecto a las reglas del

mercado y de la rentabilidad socioeco-

nómica o política inmediata, es decir,

el modelo mismo que se trata de des-

prestigiar y destruir. Pero si se elimina

esa autonomía, se elimina también la

fuente de la que emana el «poder» del

conocimiento del que tanto nos mara-

villamos.

Como decía con toda claridad

Rafael Argullol en El País del 7 de no-

viembre de 2009 («Disparad contra la

Ilustración») a propósito de una «fugade cerebros» que está teniendo lugar 

en las universidades españolas de for-

ma bastante sutil –las autoridades mi-

nisteriales fomentan la jubilación anti-

cipada de quienes podrían suponer un

obstáculo para la flexibilización del

conocimiento–, el discurso de la efica-

cia que parece haberse apropiado de

las administraciones universitarias es

perfectamente compatible (y a veces

concomitante) con el desprecio por la

ciencia y la cultura en una «academia

de tramposos» en la que los profesores

más honestos trabajan a fondo perdido y sin ayuda institucional, y «los opor-

tunistas, en cambio, lo tienen más fácil:

saben que su futura estabilidad depen-

UNIVERSIDAD

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revista de libros número promocional 23

de de una buena lectura de los boleti-

nes oficiales, de una buena selección

de revistas de impacto donde escribir ar-

tículos que casi nadie leerá y de un

buen criterio para asumir los cargos

adecuados en los momentos adecua-

dos. Todo eso puntúa, aun a costa dealejar de la creación intelectual y de la

búsqueda científica». Esta «Academia

de tramposos» es la que describe mi-

nuciosamente José Carlos Bermejo

cuando explica el modo en que el

franquismo consiguió prolongarse en

la universidad a pesar de que la LRU

se había propuesto liquidarlo, y cuan-

do muestra la actual hipertrofia de

procedimientos arteros por los cuales

los delirantes métodos de evaluación

de la calidad de la enseñanza y la in-

vestigación están completamente co-

rrompidos de principio y por su pro-pia vanidad, y, por tanto, son fácilmen-

te adaptables a las luchas de poder y las

estrategias de promoción personal más

mezquinas, dando lugar a «la paradoja

de la publicación» en que ha desem-

bocado esta infernal burocracia de la

inopia intelectual («si es necesario pu-

blicar en revistas de prestigio, eso pue-

de lograrse bien accediendo a esas re-

vistas, bien pasando a considerar como

revistas de prestigio aquellas revistas en

las que ellos ya publicaban, lo que se

puede conseguir fácilmente convir-

tiéndose en evaluador en las comisio-

nes que establecen la catalogación de

las revistas científicas»). Pues, dejando

aparte la perversión que en sí mismaconstituye la reducción de la investiga-

ción en humanidades a los procedi-

mientos de evaluación de la eficacia

sólo aptos para medir rendimientos

técnicos inaplicables en este ámbito, la

organización del consumo de fondos

públicos por parte de los profesionales

de esta nueva burocracia ha llegado a

establecer una absurda equivalencia

que «confunde sistemáticamente el

número de publicaciones de un grupo

de investigación con la rentabilidad in-

dustrial de ese grupo, así como esa su-

puesta rentabilidad empresarial con eldesarrollo económico global y el inte-

rés social» (La fábrica de la ignorancia, p.

90).

Al establecer las condiciones ge-

nerales y la genealogía del dilema en

que se encuentran hoy todas las insti-

tuciones educativas heredadas de la

Ilustración, Jean-Claude Michéa nos

eleva un poco por encima de nuestros

asfixiantes problemas, específicos del

momento concreto que atraviesan las

universidades de los países desarrolla-

dos, y nos coloca en un contexto más

amplio que, si no dibuja una vía de so-

lución, al menos nos deja ver con cla-

ridad la esencia de la contradicción, de

la «pinza» en que se encuentran presoshoy los funcionarios de la enseñanza y

la investigación pública: en la medida

en que estas instituciones son la pieza-

clave del espíritu ilustrado y del repu-

blicanismo histórico, constituyen los

principales residuos que nuestras so-

ciedades conservan de ese elemento

vertebrador de la democracia, y en

ellas residen aún las posibilidades rea-

les de transmitir conocimiento y la

práctica de las virtudes que los clásicos

consideraban propias de la «sociedad

decente», aunque convivan con «cos-

tumbres y estructuras totalmente ab-surdas»; pero por otra parte, «bajo el

influjo de la vertiginosa oleada de las

reformas liberales-libertarias, la escuela

tiende mecánicamente a convertirse

en el conjunto integrado de los dife-

rentes obstáculos materiales y morales

a los que debe enfrentarse un profesor 

si tiene la desgracia, por alguna extraña

perversión, de empeñarse en seguir 

transmitiendo algo de espíritu ilustra-

do o de civismo» (p. 56). En nuestro

país, lo más curioso y escandaloso es

que los estudiantes han sido los prin-

cipales valedores de este espíritu. Nada

que ver con Mayo del 68 o, al menos,

con lo que habitualmente entendemos

bajo semejante rótulo. Nadie podíaprever que, tras haber elegido nada

menos que su brillante futuro profe-

sional como coartada retórica para

desmontar la universidad y convertirla

en feria empresarial, y después de ha-

berles machacado durante décadas con

discotecas, botellones, Gran Hermano,

Operación Triunfo y chikilikuatres, serían

precisamente ellos los primeros –ñ y,

en realidad, los únicos– que tendrían

agallas para defender el pabellón de la

ciencia, la independencia de la univer-

sidad o las Humanidades. ¿Quién ha-

bría imaginado que sus voces serían lasúnicas que protestarían heroicamente

ante el hecho de que –como decía

Pierre Bourdieu–esté pr ivándose a los

creadores de cultura científica e inte-

lectual de los medios con los cuales

llevar a cabo esa creación, evaluarla y

someterla a crítica? A ver si va a ser 

verdad eso de que algo estamos ha-

ciendo mal en la educación de nues-

tros jóvenes. c

UNIVERSIDAD

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24 número promocional revista de libros

Las dos ideas que inspira-ron a Sam Walton cuan-do fundó Wal-Mart en1962 fueron, primero,

abrir grandes almacenes fuera de lasciudades, en áreas suburbanas o rura-les (algo totalmente inédito en la épo-ca) y, segundo, vender artículos deconsumo masivo lo más barato posi-ble. Él creyó que tendría éxito porqueiba a ser una oferta comercial adapta-da al fuerte crecimiento de la pobla-

ción norteamericana (en el decenio1950-1960 había registrado el au-mento más rápido desde 1880-1890)

 y a su urbanización predominante enviviendas individuales sobre áreas muyextensas, algo que hacía posible su

 ya alto y siempre creciente g rado demotorización y que, de hecho, estabacreando un nuevo tipo de aglomera-ción semiurbana. La segunda idea noera, desde luego, del todo nueva; laoriginalidad consistía en lo rotundode la apuesta: orientarse hacia el man-tenimiento de márgenes comercialesno, simplemente, estrechos, sino lo más

estrechos posible , aplicados a grandes vo-lúmenes de ventas, confiando en que,a largo plazo, esa sería una estrategiamás potente que cualquier otra paragenerar beneficios y expandir el ne-gocio. Sam Walton acertó en ambasapuestas y con ese acierto creó unnuevo tipo y un nuevo sector de dis-tribución comercial y, realmente, untipo de empresa sin precedentes en lahistoria del capitalismo.

Hoy, Wal-Mart es la empresa pr i-

vada más grande del mundo por nú-mero de empleados (2,1 millones enseptiembre de 2008) y también por volumen de ventas, aunque con elalza de los precios del petróleo Exxonse le ha colocado muy cerca, e inclusole superó en 2006. En 2007, Wal-Martllegó a unas ventas totales (en EstadosUnidos y fuera de Estados Unidos) de374.000 millones de dólares, queequivalen casi al 25% del PIB de Es-paña. Wal-Mart tenía abiertos (datosde enero de 2007) 4.128 centros co-merciales en Estados Unidos y 3.065

más en otros países, principalmenteMéxico, Reino Unido, Brasil, Canadá

 y China; recibe unos 178 millones declientes a la semana (cien de ellos en

Estados Unidos), lo que quiere decir que por sus tiendas pasan unos 9.200millones de clientes al año1.

McDonald’s, fundada en 19552, esla primera empresa del mundo en elsector de restaurantes, aunque la cor-poración también norteamericana

 Yum! Brands Inc.3, que opera bajo di-ferentes nombres comerciales, tieneabiertos un mayor número de localesque McDonald’s (que sólo opera bajoese nombre comercial). McDonald’s

es la primera por volumen de nego-cio y, sin duda, la más representativa,el paradigma del sector de «comidarápida» no sólo en Estados Unidos,sino en todo el mundo. En 2007, suvolumen total de ventas fue de 22.800millones de dólares, de los cuales16.600 procedieron de los restauran-tes que operan por cuenta propia y6.200 millones de los que operan ter-ceros mediante franquicias. McDonal-d’s tenía abiertos (datos de diciembrede 2007) 31.377 restaurantes: sí, haleído usted bien y no es una errata:31.377, de ellos 13.862 en EstadosUnidos y 17.515 en otros países enlos cinco continentes4. McDonald’srecibió en 2007 más de 52 millonesde clientes diarios, lo que quiere decir que en un año, considerando su redmundial, McDonald’s y sus franquiciassirven 19.000 millones de comidas.Todas las otras grandes marcas nor tea-mericanas del sector quedan muy lejos de esas cifras. Burger King, la segunda marca más conocida, con11.000 restaurantes, la mayor parte

(90%) franquicias, tuvo en 2007 unvolumen de ventas de 13.200 mi-llones de dólares, es decir, no lleganni al 60% del volumen de ventas deMcDonald’s.

Esta introducción parece un rim-bombante anuncio, pero mencionar esas cifras casi increíbles es una mane-ra de ir directamente al meollo de lacuestión: los 178 millones de clientessemanales de Wal-Mart y los más de 52millones de clientes diarios de McDo-nald’s no son, o no son en su abruma-dora mayoría, no parece arriesgado

afirmarlo, ricos, clase alta5. Aunque esobvio que la clientela de Wal-Mart oMcDonald’s en algunos países emer-gentes y en desarrollo –China, por 

ejemplo– no se corresponde, en sen-tido económico y sociológico, con laclientela en Estados Unidos o en lospaíses más ricos europeos en los queestán presentes ambas compañías, locierto es que tanto Wal-Mart comoMcDonald’s están orientados, sin nin-guna clase de veleidades, hacia unaclientela de ingresos medios y bajos.Son centros comerciales y restauran-tes cuya característica distintiva, fun-damental, es ser baratos. De hecho, ser 

baratos, intentar ser rentables ofrecien-do los precios más bajos del mercadopara productos y servicios idénticos oequivalentes, ha sido el principio co-mercial e ideológico que ha alimentadoel motor de ambas compañías durantesu medio siglo de existencia y de fa-bulosa expansión.

Pues bien, a pesar de todo esto, apesar de sus masivas cifras de clientes

 y ventas en todo el mundo (en el ca-so de Wal-Mart en Estados Unidos,283.886 millones de dólares, equiva-lentes al 2,05% del PIB y al 2,92% delconsumo privado norteamericanos; lascifras corresponden a 2007), que pare-cen demostrar que ambas respondenbastante bien a la demanda que proce-de de capas sociales de rentas medias ybajas –el consumidor estadounidensetiene muchas otras opciones: a nadie leobligan a comprar en Wal-Mart o acomer en McDonald’s, y muchas em-presas de ambos sectores han desapa-recido en las últimas décadas–, la iz-quierda norteamericana detesta a Wal-Mart y a McDonald’s y la agitación

política en su contra –también se daen Europa, pero con menor intensidad y casi siempre como imitación retar-dada de lo que llega de Estados Uni-dos– es incesante6. ¿Cómo explicarlo?¿Cuáles son las «acusaciones»? ¿Cuálesson las «culpas» de estos dos gigantesdel capitalismo moderno?

EL «EFECTO WAL-MART»Y LA «COMIDA BASURA»

Es obvio que la primera «culpa» es,precisamente, ésa: ser gigantes. Es im-posible llegar a ser tan grande y no ser 

objeto de un escrutinio intenso y per-manente, más severo que el que seaplica a los más pequeños: pero esopuede estar justificado, y muchos así

lo entienden, porque el gigante tieneuna capacidad de influencia sobre lasociedad y la economía que está fue-ra del alcance de los demás.

El nacimiento, hace un siglo, de lapolítica antitrust en Estados Unidoscon la Sherman Act, en 1890, y laClayton Act, en 1914, respondió a unamplio acuerdo político (equivocadoo acertado, en eso no entramos ahora)

sobre la conveniencia de vigilar a lasempresas gigantes y, llegado el caso, dedarse ciertas condiciones, obligar a sufragmentación en empresas más pe-queñas. Por eso, la primera preguntaque podemos hacernos es: ¿por quélas autoridades norteamericanas hanpermitido la tremenda expansión deWal-Mart y de McDonald’s sin consi-derar nunca que hubiera motivos paraalguna acción antitrust?

La respuesta es sencilla: porquenunca ha podido alegarse con un mí-nimo fundamento que ninguna de las

dos empresas empleara prácticas pro-hibidas por la legislación de defensade la competencia7. Los ataques con-tra ambas compañías en materia anti-

ECONOMÍA 

LUIS M. LINDE

ECONOMISTA Paradojas capitalistas: Wal-Mart y McDonald’s

Charles Fishman

THE WAL-MART EFFECT.HOW THE WORLD’S MOSTPOWERFUL COMPANY REALLY WORKS – AND HOW IT’STRANSFORMING THE AMERICAN ECONOMY 

Penguin, Nueva York

Richard Vedder y Wendell Cox

THE WAL-MART REVOLUTION.HOW BIG BOX STORES BENEFITCONSUMERS, WORKERS, AND THE ECONOMY 

 AEI Press, Washington

Eric Schlosser

FAST FOOD NATION.THE DARK SIDEOF THE ALL-AMERICAN MEAL

Harpers Collins Perennial,Nueva York

James W. McLamore

THE BURGER KING,JIM MCLAMORE AND THE BUILDINGOF AN EMPIRE

McGraw-Hill, Nueva York

John F. Love

MCDONALD’S:BEHIND THE ARCHES

Bantam, Nueva York

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trust se han estrellado contra una rea-lidad que ni sus más enconados de-tractores niegan: si algo caracteriza aesos dos gigantes capitalistas es, preci-samente, su esfuerzo constante, agresi-vo, por ofrecer los precios más baratos

del mercado para cada artículo y cadaservicio, una política comercial quepodría caracterizarse como defensaconstante y a ultranza del consumi-dor, precisamente el gran objetivo, lasuprema razón de ser de la política dedefensa de la competencia.

En el caso de Wal-Mart hay otrostres frentes de ataque más potentes,aunque, hasta ahora, no más efectivos.El primero se refiere a lo que la teoríaeconómica denomina «monopsonio»,la posición del demandante único oabrumadoramente dominante. El mo-

nopsonista no explota al consumidor,sino al suministrador. Se acusa a Wal-Mart de abusar de su posición, a mu-cha distancia de todos los demás,como primer comprador de la econo-mía norteamericana y de lo crucial desus pedidos para la supervivencia demuchos de sus suministradores. Perocon su política absolutamente tenaz,casi despiadada, de precios bajos por encima de todo –que trasladan reli-giosamente a sus clientes–, Wal-Martlleva decenios ejerciendo una sorpren-dente y creciente influencia, lo que seconoce como «el efecto Wal-Mart»:casi nadie discute que ha sido un fac-tor importante en el aumento de laproductividad del sistema económiconorteamericano, no sólo en el sector de distr ibución, sino, también, a travésde su continua presión para contener los costes de producción de sus 61.000empresas suministradoras, en toda laeconomía de Estados Unidos8.

Esta acusación, que se repite con-tra Wal-Mart desde los años noventadel pasado siglo, va en paralelo con

otras dos: primero, su presión sobre losprecios y márgenes de beneficio delos suministradores ha obligado a mu-chos de ellos a deslocalizar, total oparcialmente, su producción a paísesde costes más bajos –China en primer lugar–, habiendo contribuido, así, a ladesaparición o disminución de tama-ño de muy diversos sectores indus-triales en Estados Unidos. Wal-Martes el pr imer comprador mundial enChina: 27.000 millones de dólares en2007, cerca de un 9% de todas las im-portaciones norteamericanas proce-

dentes de China. Segundo, afirmansus críticos, con su tremenda capaci-dad de competencia arrasa, allí dondese instala, los comercios tradicionales

e, incluso, los no tan tradicionales, conlo que eso significa en cuanto a vidafamiliar, ambiente social en muchoscentros urbanos, pauperización de cla-ses medias y eliminación de empleoso menor crecimiento del empleo en

el sector 

9

. Esta acusación no es de na-turaleza diferente a la que el pequeño

 y mediano comercio lanza en casi to-dos los países contra los grandes de ladistribución comercial. La diferenciaestá, naturalmente, en la escala.

Pero tampoco estas acusacioneshan tenido, hasta hora, impacto signi-ficativo, ni han logrado promover ac-ciones legales que pudieran amenazar la continuidad y la expansión de Wal-

Mart: y es que resulta muy difícil –almenos, en el ambiente político de Es-tados Unidos– promover acciones pú-blicas o privadas de esa clase cuandodecenas de miles de suministradoressupuestamente explotados defiendencon todas sus fuerzas su relación conWal-Mart, y cuando la empresa no haalterado nunca su política de  precios

baratos por encima de todo al desaparecer muchos de sus competidores, algunosde ellos verdaderos gigantes cuandoWal-Mart nació10.

Las acusaciones contra McDo-

nald’s, no menos virulentas, son de na-turaleza diferente. No tendría, real-mente, sentido acusar a McDonald’sde monopolista o de monopsonista, y

nadie lo hace, salvo chiflados, o cínicosno tan chiflados en busca de publici-dad y dinero. La acusación más popu-lar contra McDonald’s y otras empre-sas de comida rápida, que ha inspiradolibros, dos películas de bastante éxito,

Super Size Me (2004) y Fast Food Na-tion (2006), e, incluso, famosos litigios,

se refiere a su papel en lo que pode-mos llamar el «sistema de alimentación»de la población de Estados Unidos y, depaso, en el mundial: McDonald’s, y to-dos sus imitadores, han tenido éxitovendiendo, se dice, comida industria-lizada de mala calidad, sin ningunapreocupación por la salud de los clien-tes, y ha contribuido, entre otras cosas,

a la proliferación de las enfermedadescardíacas y de la obesidad, una verda-dera plaga o epidemia, como es sabi-do, de la sociedad norteamericana y,cada vez más, de las europeas. Esta«acusación» ha adoptado muy diferen-tes formas, se ha lanzado en muchospaíses y queda resumida y simbolizadaen la expresión «comida basura», quemuchos asocian a McDonald’s y a lasotras grandes empresas, casi todas ellasnorteamericanas, del sector de «comi-da rápida».

Sin embargo, después de la inten-

sa agitación de finales de los años no-venta y comienzos de la presenta dé-cada –que llevó, incluso, a accionescriminales dirigidas o azuzadas por lí-

deres «alternativos», como el campesi-no imaginario Joseph Bové, líder delgrupo ATTAC11 en Francia–, la cam-paña mundial ha remitido y McDo-nald’s dedica ahora más medios y másesfuerzos a defenderse12. En realidad,

ni la comida de McDonald’s es basura –está bastante bien para su precio, y

en caso contrario no se entendería suéxito universal, pero ninguna comida,ni siquiera la mejor y más exquisitaservida en el mejor restaurante es sanasi la cantidad ingerida es enorme y sino hay variación–, ni puede atribuir-se –bien mirada, es una acusacióngrotesca– a McDonald’s y otras em-presas del sector los problemas de

mala alimentación que afectan, lo queparece evidente dado el crecienteporcentaje de obesos, a la poblaciónde Estados Unidos; ni parece ciertoque, dado su tamaño y actividad, sucontribución a la destrucción del me-dio ambiente (consumo de papel,plásticos, etc.) sea desproporcionada omás perversa que la que producenotras muchas grandes empresas de supropio sector y de otros sectores.

LOS PECADOS CONTRALA FELICIDAD SOCIAL

Detrás de la impresionante expansiónde ambas empresas durante las últimasdécadas, de su incesante captura denuevos mercados en Estados Unidos y

ECONOMÍA 

 Anuncio de McDonald’s en Pekín, 1999. Fotografía de Stuart Franklin

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fuera de Estados Unidos, fundamenta-da siempre en precios baratos y, siem-pre que le es posible, cada vez más ba-

ratos, en una especie de lucha perma-nente contra la inflación13, tiene quehaber una tremenda capacidad y vo-

luntad de competencia fundada en unincremento constante de su producti-vidad en la propia organización y enla de los suministradores, lo que estanto como decir un férreo control de

costes, propios y de los suministrado-res. Pero también puede haber y, dehecho, hay, una disminución de la ca-lidad de los productos que, aun lle-vando marcas tradicionales o presti-giosas son, en realidad, inferiores, dis-tintos a los originales14.

Antes nos hemos referido al «efec-to Wal-Mart», el impacto sobre la eco-nomía de Estados Unidos de la inte-rrelación entre el gigante y sus 61.000suministradores. Pero hay otros com-ponentes cruciales de los costes, comoel salarial y los asociados a la gestiónde existencias y a la distribución físi-ca de las mercancías. Wal-Mart llevadecenios siendo líder en la adopción deinnovaciones que, después, los demástambién han adoptado15. Más adelantevolveremos a esta cuestión, que de -sempeña un papel importante en el

éxito económico de Wal-Mart y en lascríticas que recibe.

El caso de McDonald’s es, en unsentido, similar, pero, en otro, diferen-

te. Las dos innovaciones fundamenta-les que impuso su fundador, RoyKroc, fueron, de un lado, la industria-lización tan profunda y amplia comofuera posible de la comida que servi-rían sus restaurantes, lo que exigía li-

mitar drásticamente la variedad de losplatos ofrecidos, y obligaba, además, adisponer de una red de suministrado-res obedientes a los requisitos de cali-dad, preparación, regularidad, etc., ne-

cesarios para asegurar la uniformidaddel servicio en todos sus restaurantes(cualquier variedad de hamburguesa

 –o de cualquier otro plato– servidapor McDonald’s en Los Ángeles debíaser exactamente igual a otra servida enNueva York o Chicago). Y, en segun-

do lugar, aún más importante para suenorme éxito, su política de franqui-cias, que se separaba en varios aspec-tos cruciales de la política de franqui-cias corriente en Estados Unidos enlos años cincuenta del siglo XX.

McDonald’s, a diferencia de otrasmuchas empresas de éxito, no conce-día franquicias territoriales –el titular de la franquicia recibía una o variasfranquicias, pero nunca el monopolioo control de un territorio–, y no eranfranquicias caras, sino bastante baratas;

 y, lo más importante, el beneficio para

McDonald’s no provenía de la explo-tación rápida de la franquicia median-te precios o comisiones independien-tes del éxito que pudiera obtener cada

una de ellas, sino de un porcentajemuy modesto –el 1,9%– sobre lasventas: «Todo el propósito del sistemade franquicias [pensaba Ray Kroc] eraobtener los beneficios de una coope-rativa, de forma que los operadores de

los restaurantes de la cadena pudieranvender la comida a un precio másbajo que el que podrían poner en susrestaurantes gestionados independien-temente»16. Más tarde, ya en los años

sesenta, la política de franquicias deMcDonald’s se transformó en unaenorme fuente de beneficios cuandola empresa generalizó una fórmulaconsistente en entrar en acuerdos dearriendo financiero con propietariosde terrenos dispuestos a construir res-

taurantes, subarrendando, naturalmen-te, con un margen, esos restaurantes alos franquiciados. Este mecanismo secomplementó más tarde con el arrien-do de restaurantes construidos por ypropiedad de McDonald’s. Tanto enun caso como en otro, el precio delarriendo (que era neto de cualquier clase de impuestos, cargas y seguros,que corrían a cargo del titular de lafranquicia) se fijaba en un porcentajede las ventas de cada restaurante, conun mínimo que aseguraba el resul-tado financiero para McDonald’s17.

Wal-Mart no ha tenido a lo largo desu expansión nada parecido a la revo-lución de las franquicias y a la com-binación de negocio inmobiliario y

franquicias que han sido los grandesmotores del éxito de McDonald’s.

Mirando hacia la cadena de sumi-nistradores, McDonald’s ha tenidouna gran influencia en la organizaciónde la producción y la distribución en

Estados Unidos de los tres compo-nentes fundamentales de sus platos,carne de vacuno, pollo y patatas, e, in-cluso, en la producción de equipospara cocinas y restaurantes, con inno-vaciones que después se han adoptadopor otras cadenas de comida rápida y,aunque, probablemente, pocos lo re-conozcan, por restaurantes tradiciona-les. Pero la «denuncia» más repetida ymás elaborada contra McDonald’s enrelación con sus suministradores se re-fiere a su impacto sobre la organiza-ción y la calidad de la producción,

que, según los críticos18, se ha indus-trializado y degradado para satisfacer sus exigencias de uniformidad y cos-te, contribuyendo a la desaparición delas explotaciones ganaderas tradicio-nales de donde salía la carne de mejor calidad producida en Estados Unidose, incluso, a la peligrosidad de la carnede vacuno y pollo utilizada en losMcDonald’s y en otras cadenas simi-lares19. Otras denuncias, como la quese refiere a la destrucción de tejidosocial por el perjuicio que causan losMcDonald’s a los restaurantes tradi-cionales, se lanzan con menos convic-ción y tienen poco impacto en la opi-nión pública.

Pero, con ser graves para gran par-te de la izquierda norteamericana –ymundial– los pecados «sociales» deWal-Mart y de McDonald’s, aún loson más sus pecados laborales y su re-chazo a cualquier clase de actividadsindical en sus centros. A diferencia dealgunos de sus competidores, comoCostco, el cuarto distribuidor comer-cial de Estados Unidos por cifra de

ventas, que acepta la sindicación de susempleados y promueve una política decolaboración con las diferentes unions,Wal-Mart no acepta compromiso al-guno en este terreno20. Estos son, ade-más, los elementos que conectan a losmovimientos más o menos margina-les anti-Wal-Mart y anti-McDonald’scon la izquierda política, los sindicatos

 y algunos elementos del Partido De-mócrata.

SALARIOS, SINDICATOSY MUCHAS COSAS MÁS

Internet y los periódicos norteameri-canos están repletos de denuncias detoda clase contra Wal-Mart y, en me-nor medida, contra McDonald’s. Dar 

ECONOMÍA 

Fotografía de Martin Parr

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cuenta con detalle de este mar deacusaciones, aparte de ser bastante te-dioso, ocuparía más páginas de las quepodemos dedicarle. Como muestra,mencionaremos sólo dos portales deInternet, «Corporatewatch» (gestiona-

do desde el Reino Unido) y «Wa-keupWal-Mart» (gestionado desde Es-tados Unidos).

En «Corporatewatch», dedicado a ladenuncia de los abusos, ilegalidades ytropelías –reales o imaginarias– de gran-des multinacionales (Procter&Gamble,Nestle, Unilever, Bayer, Halliburton,Microsoft, entre otras), Wal-Mart ocu-pa el lugar de honor. En resumen,«Corporatewatch» acusa a Wal-Martde: 1) destruir la vida comunitaria demuchos núcleos rurales y urbanos; 2)emplear trabajadores ilegales; 3) abusar 

de sus trabajadores y exigirles esfuer-zos desmesurados; 4) explotar a sus su-ministradores; 5) discriminar por razónde sexo y de raza21; 6) «lavar el cere-bro» de los niños; 7) apoyar el exter-minio de las ballenas; 8) ayudar a «cri-minales de guerra» (se refiere, en reali-dad, al apoyo financiero otorgado por Wal-Mart a las campañas electoralesdel presidente Bush); 9) etiquetar demodo falso o inexacto; 10) destruir el

medio ambiente; 11) acometer cons-trucciones ilegales; 12) explotar los fa-llos legales en las normas de planea-miento urbano; 13) estimular el uso depesticidas; 14) estimular la producciónde carne con animales alimentados

con grano manipulado genéticamen-te; 15) engañar al público con susanuncios sobre comida barata; 16)mentir en los tribunales; 17) vengarsede sus adversarios y empleados dísco-los; y, finalmente, para coronar estaverdadera olimpiada del mal, 18) ser un «Gran Hermano» orwelliano en lavigilancia de sus empleados y suminis-tradores.

Por su parte, «WakeupWal-Mart.com», dedicado exclusivamente a lavigilancia y denuncia de la actividad deWal-Mart, acusa al gigante, además,

de «incrementar el tráfico de vehícu-los» allí donde se instala, «profanar [con sus construcciones] lugares sa-grados» [cementerios de tribus indias]en Hawai, México y en diversos para-

 jes de Estados Unidos, aprovecharsede la explotación de los trabajadoreschinos (Wal-Mart es el primer impor-tador en Estados Unidos de productoschinos), no ocuparse de la seguridadde sus trabajadores, violar las leyes so-

bre trabajo infantil y poner en riesgola seguridad de Estados Unidos debi-do al enorme volumen de contene-dores que mueve para transportar susimportaciones (unos 800.000 anua-les), que no se someten a los contro-

les e inspecciones necesarios

22

. La va-riopinta retahíla de reales o supuestosdelitos, infracciones y comportamien-tos inmorales con la que se bombardeaa Wal-Mart es tal que, inevitablemen-te, llega un momento en que produceun efecto contrario al que sus denun-ciantes pretenden: cansancio y escep-ticismo.

Pero hay denuncias de mayor sus-tancia contra Wal-Mart y tambiéncontra McDonald’s: las que se refierena la política salarial y de seguros médi-cos para sus empleados. Se afirma que

Wal-Mart no hace frente, ni en canti-dad de cobertura, ni en calidad, a lasnecesidades de seguro médico de susempleados, algo que, además de des-proteger a éstos, descarga sobre los sis-temas públicos federales, Medicare yMedicaid, pero también sobre los sis-temas financiados por los Estados yautoridades locales, el cuidado de losno asegurados; es decir, traslada a lasociedad, que lo sufraga con impues-

tos, los costes de los seguros que Wal-Mart no asume. En 2005, los segurosmédicos costeados por Wal-Mart cu-brían sólo al 43% de sus empleados(contra el 66% de media en las com-pañías norteamericanas de doscientos

empleados o más), lo que significaque Wal-Mart tenía un «déficit» detrescientos mil empleados para llegar a esa media; en 2007, ese porcentajehabía subido hasta el 50% (con un33% adicional cubierto con segurosprivados propios o de familiares y un10% con coberturas médicas públicas)

 y sólo un 7% de sus empleados care-cía de cobertura médica (frente al17% para el conjunto de EstadosUnidos)23. En todo caso, según «Wa-keupWal-Mart.com», el portal de In-ternet al que ya hemos hecho refe-

rencia, Wal-Mart recibe al año la cifranada despreciable de 2.500 millones24

de dólares de dinero público (equiva-lentes a algo menos del 0,8% de su ci-fra de ventas en Estados Unidos), in-cluyendo tanto subsidios y ayudas dediverso tipo para la instalación y fun-cionamiento de sus centros comercia-les, como el coste de los cuidados mé-dicos a sus empleados en los sistemassanitarios estatales y federales.

ECONOMÍA 

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28 número promocional revista de libros

La otra gran denuncia contraWal-Mart es que paga muy mal a susempleados, que la empresa, por cier-to, llama «asociados»25. Esta situaciónse habría agravado durante los últi-mos diez o quince años debido a la

aplicación de los modernos sistemasde gestión, algo en lo que, como yaseñalamos, Wal-Mart lleva muchosaños siendo pionera. Los sistemas in-formáticos de control y gestión hanpermitido enormes ganancias de pro-ductividad que, debido a una serie defactores –la presión de los inmigran-tes, la ausencia de sindicalización, en-tre otros– no han estado acompañadasen Wal-Mart, sostienen los denun-ciantes, por los incrementos salarialesque habrían sido «justos» o «propor-cionados».

Ese fenómeno, que muchos ana-listas creen que se ha dado en dife-rentes sectores de la economía norte-americana, se habría producido conespecial intensidad en Wal-Mart:«Wal-Mart ha demostrado la efectivi-dad de aplicar principios industrialesa la economía de la venta al por me-nor. Lo hace combinando un usomuy intenso de la tecnología de lainformación, un crecimiento rápidode la productividad por empleado yun régimen de trabajo duro, a menu-do punitivo, que mantiene a la mayo-ría de sus trabajadores, incluso a losmás productivos, en situación preca-ria y sus salarios en niveles de pobre-za. Algunos estudios muestran, por ejemplo, que la productividad de losempleados de Wal-Mart ha llegado aser hasta un 41% superior a la de losempleados de las empresas competi-doras y, sin embargo, ganan bastantemenos que los de otras cadenas dedescuento. Según la United Food andCommercial Workers InternationalUnion (el principal sindicato del sec-

tor), el salario horario medio de lostrabajadores de Safeway, Albertson yKroger en California (empresas com-petidoras de Wal-Mart donde los tra-bajadores están afiliados a sindicatos)era, en 2007, de 12,71 dólares; la cifracomparable para los “asociados” deWal-Mart, en la media de todo Esta-dos Unidos, se situaría en 9 dóla-res»26. Wal-Mart es, se afirma, un«Gran Hermano» orwelliano que uti-liza su capacidad de control paramantener su coste salarial por em -pleado muy por debajo del de sus

competidores, «apropiándose» de lasfuertes ganancias de productividadgeneradas por la moderna tecnologíade gestión. Pero, uno se puede pre-

guntar: ¿cómo lo consigue? ¿Cómoconsigue pagar sistemáticamente menos

que el mercado, incluso teniendo encuenta su posición dominante y suenorme peso allí donde se instala? Esmás, ¿cómo lo consigue si, a la vez,

resulta que ofrece menos y peores se-guros médicos a sus «asociados» quelo que ofrecen sus competidores?

Responder a estas preguntas seña-lando la imposibilidad para los em-pleados de Wal-Mart de defender susintereses organizándose sindicalmente

debido a la oposición radical de laempresa nos llevaría a otras preguntas:¿cómo consigue Wal-Mart contratar trabajadores pagando tan mal en épo-cas de, prácticamente, pleno empleo?¿Cómo consigue Wal-Mart que susempleados no defiendan sus interesesafiliándose a los sindicatos y, en cam-bio, otras muchas empresas, que esta -rían encantadas con esa situación, nolo consiguen?

Sólo parece haber tres respuestas.La primera, la más sencilla, es que laacusación no sea verdad y que Wal-

Mart esté pagando, en realidad, en elconjunto de su actividad, salarios yotras compensaciones parecidas a lasque, en media, ofrecen sus competi-

dores. La segunda, señalar que Wal-Mart es o ha sido, en muchos casos,la única oportunidad de empleo «si-milar», de relativamente baja califica-ción, lo que le permitiría una explo-tación de su posición dominante

frente a los trabajadores, análogamen-te a lo que, se afirma, hace frente asus suministradores; pero esto, quepuede haber sido cierto en determi-nados lugares y momentos, no puedeser una explicación válida durantedos decenios aplicada a todo el terri-

torio de Estados Unidos y Canadá,dos decenios en los que el empleoha crecido en cifras récord. La terce-ra, que, aun siendo verdad que lossalarios son menores y los segu-ros médicos no mejores o peores en Wal-Mart que en sus competidores,ofrezca otras compensaciones queigualen, aproximadamente, las retri-buciones totales con las de aquéllos:en este sentido, puede mencionarseque en 2007, Wal-Mart dedicó 1.200millones de dólares, equivalentes al10% de su beneficio después de im-

puestos, a diferentes contribuciones afavor de sus empleados (participaciónen beneficios, distribución de accio-nes, acceso a descuentos en las pro-

pias tiendas de Wal-Mart, posibilida-des de promoción, ayudas a la for-mación, etc.)27.

WAL-MART Y MCDONALD’S,PARADOJAS POLÍTICAS

La paradoja que plantea la existenciade gigantes de las características deWal-Mart o McDonald’s podría for-mularse así: por un lado, son organiza-ciones orientadas a clientelas masivas,es decir, a clientelas de rentas medias

 y bajas, con una política muy defini-da, muy activa –algo así como su«ideología» empresarial– de manteni-miento de precios baratos e, incluso,cuando es posible, de precios cada vezmás baratos. Desde este ángulo, pare-ce difícil no reconocer que son orga-nizaciones que contribuyen a la me-

 jora de la renta real de sus muchosmillones de clientes y que realizanuna función similar, en varios senti-dos, a la de las cooperativas de consu-mo (que fueron, por cierto, una de lasprimeras iniciativas no estrictamentepolíticas de los partidos socialdemó-cratas europeos en el siglo XIX).

Pero, por otro lado, son organiza-ciones abiertamente enfrentadas –entodo caso, en Estados Unidos– a lossindicatos, empresas que nunca hantransigido con los modelos de la«corrección política», y que llevan allímite que el mercado y la tecnolo-gía les permite el control de sus cos-tes laborales; o, dicho de otro modo,que tratan de llevar al máximo que elmercado y la tecnología les permitela productividad de sus empleados. Espertinente precisar aquí, por otrolado, para enriquecer o complicar aún más la descr ipción, que las retri-buciones de los directivos de Wal-Mart y McDonald’s no son particu-larmente elevadas para los patronesnorteamericanos, teniendo en cuenta

el tamaño y la relevancia mundial delas dos empresas28, mientras que laausteridad de medios y la dureza deltrabajo para sus altos ejecutivos cons-tituyen una especie de mística, im-puesta en el caso de Wal-Mart por sufundador, Sam Walton29; tambiénMcDonald’s cultiva la devoción altrabajo duro, legado de su fundador,Ray Kroc, como rasgo de su identi-dad corporativa.

Además de sus políticas salariales y laborales hay, evidentemente, otrosfactores a considerar: impactos en las

zonas donde se implantan, efectos so-bre sus proveedores, deslocalizaciónindustrial, etc. Pero otros gigantes co-merciales norteamericanos (Target,

ECONOMÍA 

Ms. Cling Free, Judy Dater

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Cotsco, Home Depot, Kroger y otrascadenas de comida rápida) producen,aunque sea en menor escala, impactossimilares, llevan a cabo una política nomuy diferente a la de Wal-Mart oMcDonald’s respecto a sus suministra-

dores norteamericanos y extranjerosy, sin embargo, no son objeto del re-chazo y de los ataques sistemáticos delmundo sindical y, en general, de la iz-quierda. En realidad, los dos gigantestratan de adaptarse, de forma parecida

a como lo hacen sus principales com-petidores, a las presiones que les llegande diferentes ámbitos (cobertura deseguros médicos para sus empleados,preocupaciones ecológicas, exigenciade ciertos estándares laborales míni-

mos a sus suministradores extranjeros,especialmente los asiáticos, normas sa-nitarias, etc.)30. Pero, en definitiva, loque realmente separa a Wal-Mart y aMcDonald’s de las otras grandes em-presas de la distribución comercial y

de la comida rápida, más allá de la di-ferencia de tamaño, es su actitud polí-tica frente a las organizaciones sindi-cales.

La evolución de Wal-Mart yMcDonald’s en la crisis financiera

 y económica que se abre en el veranode 2007 es una buena prueba de cuáles, realmente, su «modelo de nego-cios». La cifra de ventas de los dos gi-gantes no sólo no ha caído, sino queestá aumentando más de lo previsto

por los analistas y más que las de suscompetidores, con una mejor evolu-ción en Bolsa que casi todos ellos. Por otra parte, tanto Wal-Mart comoMcDonald’s han aumentando suplantilla en 2008 en Estados Unidos y

en Europa. Cuando crece el paro y sehace más difícil el crédito, los consu-midores votan, aún más que antes, afavor de Wal-Mart y de McDonald’s31.Pero no es probable que nada de estoimpresione a sus críticos. c

ECONOMÍA 

1 Para que el lector se haga una idea del ta-maño de Wal-Mart: el Grupo Carrefour,que es la segunda empresa mundial en dis-tribución comercial, tuvo en 2007 un volu-men de ventas de 130.000 millones de dó-lares, es decir, un poco más que la terceraparte de Wal-Mart. En 2007, la cifra de ne-gocio mundial de Wal-Mart equivalió casi ala del Grupo Carrrefour más Home Depot(90.000 millones de dólares), Kroger 

(66.000 millones), Costco (60.000 millones) y Target (60.000 millones), que son las cua-tro mayores empresas de distribución en Es-tados Unidos después de Wal-Mart. Si com-paramos con España, El Corte Inglés, la másgrande empresa de distribución española, al-canzó en 2007 una cifra total de ventas cer-cana a 27.000 millones de dólares, es decir,algo más del 7% del total mundial de Wal-Mart, pero sólo el 1,7% del PIB español (altipo de cambio medio para 2007 euro/dó-lar). Las ventas de El Corte Inglés sumadas alas ventas en España de Zara (5.100 millo-nes de dólares) alcanzan el 2,05% del PIBespañol, es decir, una proporción igual a laque representan las ventas de Wal-Mart enEstados Unidos respecto al PIB norteame-ricano: Wal-Mart pesa mucho en el PIB deEstados Unidos, pero no más que la sumade El Corte Inglés y Zara en el PIB español.

2 El nombre actual, McDonald’s Corpora-tion, se adoptó en 1960.

3 Yum! Brands Inc. tiene abiertos unos 33.000restaurantes (18.000 en Estados Unidos y15.000 en otros países) bajo diferentes nom-bres comerciales, entre ellos algunos casi tanfamosos como McDonald’s, como Ken-tucky Fried Chicken, Pizza Hut y Taco Bell.Sin embargo, el total de ventas del g rupo, entorno a 10.000 millones de dólares, estámuy por debajo del de McDonald’s.

4 1.401 en Canadá, 6.480 en Europa, 1.696en Latinoamérica y 7.938 en Asia, OrientePróximo y África. Del total de 31.377 res-taurantes, 6.906 son propiedad de McDo-nald’s y están operados directamente por McDonald’s, 20.505 son franquicias y 3.966son restaurantes asociados que operan bajoel nombre de McDonald’s.

5 La renta mediana de las familias clienteshabituales de Wal-Mart se sitúaba en 2005,alrededor de 40.000 dólares, algo por de-bajo de la renta mediana de las familias enel conjunto de Estados Unidos en la me-dia de los años 2005-2006: véanse Geor-ge Will, «The liberals have it wrong»,Townhall , 14 de septiembre de 2006, enwww.townhall.com; US Census Bureau,Income 2006, Two-Year-Average MedianHousehold Income by State: 2004-2006,http://www.census.gov/hhes/www/inco-me/income06/statemhi2.html.

6 El movimiento organizado específicamentecontra Wal-Mart apareció en 2005 promo-vido por el United Food and CommercialWorkers International Union después de sufracaso en el intento de implantarse en Wal-Mart. Por su parte, AFL-CIO, la primerafuerza sindical norteamericana, ha venido

promoviendo campañas contra Wal-Martdesde hace bastantes años. Las relacionesentre el ala más sindicalista e izquierdista delPartido Demócrata y la agitación contraWal-Mart son frecuentes y conocidas; unejemplo reciente es la integración en el

equipo del candidato a la presidencia, JohnEdwards, de los dos fundadores del portalde Internet de agitación contra Wal-Mart,«WakeupWal-Mart.com»: The WashingtonPost,7 de julio de 2007.

7 McDonald’s se ha enfrentado a denunciasrelativas a su política de franquicias, pero lasha superado sin dificultad.

8 Mark Thoma, «China and Wal-Mart:

Champions of Equality», Asia EconoMonitor,3 de julio de 2008, http://www.rgemoni-tor.com/asia-monitor/252914/china_and_ wal-mart_champions_of_equality.

9 No parece haber una evidencia contunden-te respecto a los efectos de la expansión deWal-Mart sobre el empleo en el sector co-mercial: Russell S. Sobel y Andrea M. Dean,«Has Wal-Mart Buried Mom and Pop?: TheImpact of Wal-Mart on Self Employmentand Small Establishments in the UnitedStates», West Virgini a University, WorkingPaper Series, mayo de 2007.

10 En julio de 2006, la revista Harper’s publicóun artículo titulado «Breaking the chain:The anti-tru st case against Wal-Mart», fir-mado por un consultor de empresas, BarryC. Lynn, tratando de argumentar la necesi-dad de una acción antitrust fundamentada,sobre todo, en la dureza de Wal-Mart consus suministradores en materia de precios,calidades, y con todas las empresas, gran-des y pequeñas, de la distribución comer-cial, por su durísima competencia. Real-mente, desde el punto de vista de la de-fensa de la competencia, apenas puedenimaginarse argumentos mejores que losde este artículo para felicitarse por la exis-tencia de Wal-Mart, para estimar su apor-tación a la economía de Estados Unidos,al crecimiento de la productividad, y paraagradecer a la Federal Trade Commission,la autoridad en Estados Unidos en estamateria, que nunca se haya planteado eldespiece del gigante.

11 ATTAC es la sigla de Association for theTaxation of Financial Transactions to AidCitizens, grupo fundado en 1998.

12 Desde hace unos años, McDonal’s informa

con mucho más cuidado y más medios so-bre su política en cuestiones de calidad yseguridad alimentarias, aportaciones a lamejora de la nutrición, asuntos medioam-bientales, empleo, formación de personal yactividades filantrópicas.

13 Hay varios estudios que muestran que lainflación en Estados Unidos, medida en lastiendas de Wal-Mart (naturalmente, concomposiciones similares a las del IPC ofi-cial), ha sido en algunos períodos hasta un15% inferior a la tasa oficial.

14 Ernek Basker, «Does Wal-Mart Sell Inferior Goods?», University of Missouri, WorkingPaper Series, agosto de 2008. La respuestadel autor a la pregunta del título es que,efectivamente, Wal-Mart vende en muchoscasos productos inferiores a los de la marcao denominación original.

15 Wal-Mart, que emplea actualmente a dosmil programadores en sus oficinas centralesde Bentonville, en Arkansas, adoptó en 1969el uso de computadoras para controlar susexistencias; en 1980, el uso de códigos de ba-rra; a finales de los años ochenta introdujo

sistemas de radiofrecuencia para controlar elmovimiento de las mercancías; y a principiosde los noventa empezó a utilizar complejossistemas de comunicación vía satélite paracontrolar la logística de los centros de distri-bución y los movimientos de su flota de ca-miones –que es la más grande flota privadade camiones de Estados Unidos y, quizá, delmundo: véase William W. Lewis, The Power of Productivity, Chicago, University of Chicago

Press, 2005, p. 94–. Actualmente, los 61.000suministradores de Wal-Mart tienen acceso aun sistema llamado «Retail Link», propiedadde Wal-Mart, que les permite conocer lasventas de sus productos cada día, cada hora,para los últimos dos años, en cada centro deWal-Mart; al parecer, ningún otro gran gru-po de distribución tiene nada parecido: véa-se Charles Fishman, The Wal-Mart Effect,pp.75-76. Los expertos citan otras muchasinnovaciones en materia de atracción o «fi-delización» de clientes, como la apertura enlos centros de Wal-Mart de nuevos servicios(los dos últimos son servicios bancarios y far-macias especializadas en medicamentos dealto consumo a precios muy rebajados); pre-sentación y movimiento de las mercancíasen las tiendas; explotación diferenciada de loslugares de exposición, etc.

16 John F. Love, McDonald’s, Behind the Arches,

p. 64.17 Ídem, pp. 155 y ss.

18 Eric Schlosser, Fast Food Nation, capítulo 6.

19 Un capítulo de Fast Food Nation, el 9, estádedicado a explicar algunos casos de into-xicación y envenenamiento muy graves omortales ocurridos en Estados Unidos enlos años noventa. Realmente, dados losmiles de millones de comidas servidasanualmente en todo el mundo en McDo-nald’s y otras cadenas de comida rápida, laprobabilidad de resultar intoxicado grave omortalmente en esos restaurantes pareceextremadamente baja, no más alta, desdeluego, que la de padecer una intoxicaciónde semejante gravedad en los restaurantestradicionales o en el propio hogar.

20 Wal-Mart cerró en 2005 uno de sus centros

comerciales en Quebec en el que el 51%de los empleados se habían adherido a unsindicato, el primero y, hasta ahora, únicocaso de esa naturaleza en la historia de Wal-Mart. Hay que precisar, sin embargo, queWal-Mart coexiste pacíficamente con lossindicatos en otros países; McDonald’s, por su parte, parece mantener una posición si-milar tanto fuera como dentro de EstadosUnidos: véanse Tony Royle, «The UnionRecognition Dispute at McDonald’s Mos-cow Food Processing Factory» y «Just VoteNo! Union busting in the European Fast-Food Industry: The Case of McDonald’s»,Industrial Relations Journal, vol. 36, núm. 4(2005) y vol. 33 (2002).

21 Wal-Mart se enfrenta actualmente a unademanda de las llamadas en la legislaciónnorteamericana «class-action» que afecta a1,6 millones de reclamantes, empleadas y ex

empleadas, por supuesta «discriminación degénero». En sus Memorias anuales, la em-presa señala que este litigio, uno de los másextravagantes de la historia judicial de Esta-dos Unidos, puede llegar a tener un «im-pacto significativo» en sus resultados.

22 En Estados Unidos entran anualmente, pro-cedentes de otros países, más de veinte mi-llones de contenedores; los ochocientos milcontenedores de Wal-Mart representan el4% de ese total. No se inspeccionan, proba-blemente, más de un 15%; no hay ningunainformación que indique un trato diferen-te o más laxo a Wal-Mart que a los demásimportadores y transportistas.

23 WakeupWal-Mart.com/Facts/, p. 5 y notapublicada por Wal-Mart el 2 de mayo de2008. También disponible en Internet:www.hispanicprwire.com/print.php?1=in&id=11403.

24 WakeWal-Mart.com/Facts/, p. 5. «The Wal-Mart Tax, Shifting Health Care Costs toTaxpayers», estudio publicado por AFL-CIO en marzo de 2006. También disponi-ble en Internet: http://walmartwatch.com/research/documents/the_wal_mart_tax_shifting_health_care_costs_to_taxpayers/.

25 Algo que a los españoles nos puede recor-dar la jerga del sindicalismo «vertical» en elrégimen de Franco, que no usaba la palabra«obrero», considerada subversiva, y la susti-tuía por «productor».

26 Simon Head, «They’re Micromanaging Your Every Move»,The New York Review of 

Books, 16 de agosto de 2007.27 Wal-Mart 2008 Annual Report, Consolida-

ted Statement of Income, p. 28. Tambiéndisponible en Internet en Wal-Mart.com yen Wal-Martstores.com/Facts/News/NewsRoom/8244.aspx.

28 De acuerdo con la información que elabo-ra y publica la revista Forbes, el «Chief Exe-cutive Officer» (CEO, director generalo consejero delegado) de Wal-Mart, LeeScott, ocupaba el puesto núm. 201 entre losquinientos CEO mejor pagados de EstadosUnidos, teniendo en cuenta salarios y otrascompensaciones diferentes a la distribuciónde acciones y opciones sobre acciones, y elpuesto núm. 175 si se incluye este últimotipo de retribuciones: entre 2002 y 2007había ganado, en total, 43 millones de dóla-res en salarios y 57 millones en acciones de

Wal-Mart. En ese mismo período, el CEOde su competidor, Target, Robert J. Ulrich,había ganado 175 millones de dólares en sa-larios y había acumulado acciones de Targetpor valor de 120 millones. Por su parte, Ja-mes A. Skinner, CEO de McDonald’s, ocu-paba el puesto núm. 119 por salarios perci-bidos en 2007, con 15 millones de dólares,pero estaba muy al final de la clasificaciónpor salarios recibidos y acciones de McDo-nald’s recibidas en 2002-2007. Véasewww.forbes.com/lists/2007/12/lead_07ceos_CEO-Compensation_Rank.

29 Los altos ejecutivos de Wal-Mart presumende estar en sus puestos de trabajo antes delas seis de la mañana.

30 «Wal-Mart issues rules for Chinese sup-pliers», The Wall Street Journal, 23 de octu-bre de 2008.

31 «Wal-Mart’s October [2008] Sales Top itsForecast on Grocery Discounts», Bloom-berg.com, 6 de noviembre de 2008; «Thriftyconsumers help push Wal Mart’s profit up9,8%», The Wall Street Journal , 14 de no-viembre de 2008.

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Desde el Romanticismo,la poesía ha alegado parasí poderes extraordina-rios. Atendamos no más

a lo que afirma Octavio Paz en Las pe-

ras del olmo: «Frente a la ruina del mun-do sagrado medieval y, simultáneamen-te, cara al desierto industrial y utilitarioque ha er igido la civilización raciona-lista, la poesía moderna se concibecomo un nuevo sagrado, fuera de toda

iglesia y fideísmo». En El arco y la liraañade: «La poesía es conocimiento, sal-vación, abandono [...] En su seno seresuelven todos los conflictos objetivosy el hombre adquiere al fin concienciade ser algo más que tránsito». ¿Hemosacabado? No. La poesía es «locura, éx-tasis, logos. Regreso a la infancia, coito,nostalgia del paraíso, del infierno, dellimbo». Y así una y otra vez, en libros,artículos, conferencias y entrevistas.Palmaria, expresamente, Paz reitera lu-gares comunes del surrealismo, o másallá de éste, del simbolismo. Pero la re-

tórica paciana, o surrealista, o simbolis-ta, bebe de una fuente mucho más an-tigua: Plotino. Plotino acuñó los topoi 

en que abunda la mística y que las po-éticas modernas espejan desplazandosólo una tilde. El célebre «Yo es otro»de Rimbaud, una elipsis o contracciónde «Yo soy el otro» de Nerval, evoca, omás valdría decir, invoca, el abrazo, elamplexo cósmico, en que desaparece ysimultáneamente se exalta el hombreque ha llegado al éxtasis1.

Todo esto es impresionante, peropoco orientador. Tanto en su hechuraoriginal, como en sus versiones profa-nas, la mística es refractaria al desarro-llo enunciativo y nos deja con la mielen los labios a los que esperamos infor-mación y noticias, y no meras exhorta-ciones. Paz, exacto mientras escribepoesía, lo es mucho menos cuando sepone a explicarla en la prosa superfero-lítica de teósofos, mistagogos, y demásperitos en el arte angélico. ¿Fin de lahistoria?

No. Aliviada de su desmesura fan-tasmona, la tesis paciana (y surrealista)

de que la poesía puede cambiar radi-calmente al hombre, sugiere una no-ción no indigna de ser tenida en cuen-ta. En efecto, pensamos con símbolos,

de donde se desprende que no es posi-ble que el lenguaje sufra una transfor-mación profunda sin que la padezca enparalelo nuestra vida mental. No hacefalta recluirse en la poesía para confir-mar este punto. La metafísica o la cien-cia lo atestiguan igualmente. Conside-remos el trastorno absoluto que en lamanera de comprender las cosas se ve-rifica entre Galileo y la muerte deDescartes (1650). Para los escolásticos

el mundo se componía de esencias ac-tualizadas en el espacio/tiempo: unmolino de viento era un molino deviento porque estaba informado por laesencia de un molino de viento; Juanno habría sido Juan a no poseer esen-cia humana, etc. El cosmos de los esco-lásticos era discontinuo y vario, y su re-lieve reproducía los nódulos, los puntosde condensación, alrededor de los cua-les cobra cuerpo la experiencia de cadadía. Descartes, por el contrario, hablade una res extensa que obedece sólo alas leyes de la física y que percibimos

bajo la forma de ideas subjetivas cuyaconexión con la realidad material esarbitraria. El autor del arbitrio es laNaturaleza, y la Naturaleza, por fortu-na, es previsora. Ha querido que la nie-ve se nos aparezca siempre del mismocolor, o que al probar carne podridasintamos náusea, y no placer. Pero estoes una cortesía de la Naturaleza. Elmundo de afuera, el que continuaríaexistiendo aunque nosotros no existié-ramos, carece de color, no huele, y nosabe. Se ha hecho, en fin, radicalmenteajeno. Ajeno, entiéndase, al cosmoramamental que cada uno esconde dentrode su cráneo.

La visión de Descartes exigió fun-dar un lenguaje por entero inédito.Una porción considerable de De la re-

cherche de la vérité , el casi interminabletratado de Malebranche, está dedicado,precisamente, a sacudir al lector delasombro que en sus contemporáneoshabía producido la nueva ciencia. Losdolores de parto se aprecian en la lite-ratura híbrida, teñida aún de aristotelis-mo, que recorre el pensamiento euro-

peo hasta que el magma se enfría y lafísica no sólo triunfa como física sinoque contamina el discurso social y po-lítico2. Al cabo la ciencia, la moral, la

teología y el gusto –Malebranche arre-mete en capítulos ad hoc contra Mon-taigne y Séneca, escritores poco geo-métricos– quedaron patas arriba, lomismo que un decorado tras el paso deun ciclón. ¿Pueden ser el arte o la lite-ratura tan hondamente subversivos?

Los que estimen que sí, tenderán aapoyar su dictamen en casos memora-bles y sonados, por ejemplo, el de Ma-

dame Bovary, maravillosa novela y pie-dra de escándalo, tanto, que se le formóproceso a Flaubert en 1857 por atentar contra la moralidad pública. Ernest Pi-

nard, representante de la fiscalía y futu-ro ministro del Interior con el Peque-ño Napoleón, se sintió especialmenteturbado por una reflexión que se hace

Emma Bovary mientras contempla, encompañía de su marido, una ópera deDonizetti. La fórmula empleada por Flaubert para resumir las cavilacionesde su heroína reza así: «Las mancillasdel matrimonio y las desilusiones deladulterio». Pinard menciona estas pala-

bras en dos ocasiones, y en la segundadesciende a detalles: «Con frecuencia,cuando uno está casado, en lugar de lafelicidad sin mácula que esperaba, sufredesilusiones y amarguras. Se compren-de entonces que se hable de desilusión.Pero jamás de mancilla». El mensaje es

claro: el matrimonio puede desilusio-narnos y el adulterio mancillarnos,aunque no al revés. El original souillu-

re , una palabra de resonancias casi do-

TEORÍA LITERARIA 

 ÁLVARO DELGADO-GAL 

DIRECTOR DE REVSTA DE LIBROS¿Para qué sirve la literatura? (I)El escritor y la gente 

James Joyce, 1922. Man Ray

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32 fnúmero promocional revista de libros

mésticas, connota «suciedad» o «polu-ción» con mayor eficacia que «manci-lla». Las porquerías que dos amantesperpetran en el interior de un simón – Madame Bovary, Tercera Parte, cap. 1–,el glú-glú húmedo, animal, del pecado,

no caben, no son admisibles, dentro deuna institución cristiana y un sacra-mento. Ignorarlo entraña una confu-sión intolerable de lo que está debajocon lo que está arriba, un vejamen a las jerarquías simbólicas y sociales. Seríacomo si, después de haber comulgado,nos relamiéramos de gusto. O vendié-ramos la Legión de Honor en unaprendería y saliésemos corriendo al hi-pódromo para apostar el dinero a lascarreras.

El espanto prócer, antañón, de Er-nest Pinard, no sorprende en absoluto.

Pero cuidado: ¿qué hay de malo enque Flaubert diga lo que siente la Bo-vary? Emma no es Juana de Arco. Noes una virgen sublime sino una señori-ta de provincias, ligera de seso y levan-tada de cascos. ¿Por qué no va a refe-rirnos el novelista los pensamientos vo-lubles o estúpidos que se pasean por esta alma de cántaro, construida con losmateriales de derribo del folletín deci-monónico? La respuesta es que no sonlos desmanes de Emma los que pusie-ron fuera de sí al  procureur , sino algomucho más sutil, más venenoso. Nocomprenderemos nada hasta caer en lacuenta de que Flaubert llevó a colmoel arte dificilísimo de escribir... sin per-mitirse una sola efusión edificante.Gracias a esta disciplina férrea –decenasde horas de trabajo por cada páginaentregada a la imprenta–, Flaubert lo-gra comprimir en un plano único losdos registros descriptivos más frecuen-tados por la literatura moralista de sutiempo: el que se aplicaba a trasuntar por lo llano a las personas y sus hechos, y el que servía para juzgarlos. Flaubert

iguala los dos registros, o mejor, supri-me el segundo, de resultas de lo cual lascúspides de la retórica y los énfasis deldidactismo se nivelan con la prosa tes-timonial y pierden realce y prestigio.Todo empata, todo queda al ras, y enlugar de un auto sacramental, tenemosentomología. Madame Bovary es unbicho; su marido cornudo es un bicho;son bichos los amantes que la Bovaryse va consecutivamente dando; y si nobichos, son prótesis que se usan paracontener a los bichos, son piezas o he-rramientas, los principios de la moral y

de la religión. En este mundo sin alti-bajos, Emma no peca. Tan sólo se per- judica. El suicidio de la Bovary noofrece, finalmente, una percha en la

que colgar una sentencia condenatoriao una apostilla patética. Se trata sólo undesenlace, afeado por los estragos queprovoca la ingestión de arsénico3.

Flaubert ha obrado una hazaña enel orden de la tecnología poética. La

dimensión de la hazaña se aprecia me- jor comparando Madame de Bovary conLa Regenta, escrita treinta años después y evocadora en muchos sentidos de laobra de Flaubert. La Regenta nos remi-te a una tradición distinta y más asen-tada: la de la novela ejemplar. El magis-tral, la regenta, don Víctor, don Álvaro,la sociedad de Vetusta, interpretan unapartitura en que cada voz es una cate-goría moral. Por encima de estas vocesestá la tribunicia de Clarín, quien cie-rra la novela condenando a la ciudadhipócrita y santurrona. Clarín habría

enfadado acaso a Pinard, pero no lohabría alarmado, como no lo alarmóen el fondo Baudelaire, contra el quetambién procedió como fiscal en eseaño de g racia de 1857. Y es que Bau-delaire, en Las flores del mal , declamaba, y el declamador es infinitamente me-nos peligroso que el testigo impávido, y por impávido, ambiguo. La literatura,en fin, puede ser explosiva. Más impor-tante: la literatura, para ser explosiva,necesita estar excepcionalmente bienescrita, y no se puede escribir excep-cionalmente bien sin dejarse los ojosen los puntos de la pluma4. La misióndel poeta es, sí, grandiosa, y exige losdesvelos y la energía maniática con quese emplearon los creadores radicales.No les negaremos ese mérito, ni esehomenaje, a Flaubert, Joyce, o Kafka.

Por supuesto, no hace falta estar contra el poder o la opinión estableci-da para ser un gran escritor. Repare-mos en Virgilio. La Eneida, además depoesía, es un tratado político y teológi-co que confirma la prosapia troyana deRoma y la unión de dárdanos y lati-

nos, y desde ese fondo fabuloso antici-pa, a través de profecías, la gloria deAugusto. El emperador siguió de cercala composición de los doce libros. Se-gún asevera Donato, llevó su celo máslejos: impidió que se ejecutase la últi-ma voluntad de su protegido y la Enei-

da, pendiente aún de algunos detalles,fuera destruida al morir de súbito elmantuano por efecto de unas fiebrescontraídas en Megara. ¿Se resiente laobra del atalaje que sobre ella cargaronlos peces gordos? En absoluto. La co-misión imperial dibujó para Virgilio un

área, un campo de juego. Fijado, por vía administrativa, el perímetro del po-ema, Virgilio acuar teló el espacio cir-cunscrito en motivos o episodios y se

dedicó a trabajarlos con esmero, comocuando se colorean, una a una, las pie-zas de un puzle. Cada pieza es la con-trahechura o réplica de otra pieza,arrancada al vasto mosaico homérico oa temas complementarios del ciclo tro-

 yano

5

. El puzle recompuesto no equi-vale, claro es, al mosaico original. Varíael estilo, varía la estructura, y, sobretodo, varía el espíritu. Mientras los dio-ses, en la Iliada, son un hatajo de gam-berros, y Hera una intrigante a la queZeus amenaza con sentar la mano, eldios máximo virgiliano calla y prevé,convertido en mármol por la razón deEstado. Y es que Virgilio traslada alOlimpo la pompa y el empaque deque el  princeps se había revestido enRoma. Al revés que el conjetural Ho-mero, que no es en rigor una persona

sino una elipsis bajo la cual agrupamosel abigarrado caos de los siglos oscuros,Virgilio fue un cortesano, un apparat-

chik6 al tanto de las consignas imperia-les. La política, y la emulación de losgriegos, fueron el cañamazo en quemetió la aguja mientras iba juntandolos hexámetros de su poema.

Virgilio y Flaubert confirman unaley general: tanto más fructuosa, másfácil será la creación, cuanto más defi-nido el contexto simbólico en que sedesarrolla. Lo distintivo de Flaubert,con relación a Virgilio, es que explotael contexto por retorsión, esto es, seacoge a él para darle la vuelta. Madame 

Bovary produjo lo que los dinamiterosdenominan «tronadura», la efracción dela roca en que es enterrado el cartuchode dinamita, porque existía un macizode lugares comunes, de principios sa-crosantos, contra los que dir igir la ondaexpansiva del mensaje literario. Sin esamasa circundante y opresora, la obra deFlaubert se habría disipado en luz y so-nido, no provocando un cataclismo.Sucedió lo propio con la «Olympia» de

Manet, revelada al público francés po-cos años más tarde que Madame Bovary.El cuadro de Manet se convirtió enotro succès de scandale  gracias a dostransgresiones. La primera, de índoletemática. Olympia es una réplica de laVenus de Urbino de Ticiano, que Ma-net, de joven, había copiado en los Uf-fizi. Pero en lugar de una diosa, lo queManet nos propone es una puta urba-na. Las prendas que la adornan –la cin-ta al cuello, la pulsera, las zapatillas, elperifollo prendido a un lado de la ca-beza– son estrictamente contemporá-

neas, y justo por eso, porque son estric-tamente contemporáneas, impiden queel espectador idealice el desnudo bajola advocación o la coar tada de la mito-

logía. Por trazar un paralelo con la ico-nografía cristiana: añadan a las desafo-radas marías magdalenas o marías egip-ciacas que pueblan los museos y lasiglesias una faldita corta o un corsé, yverán lo que pasa.

El segundo factor fue de índoletécnica. Los periódicos de la épocacensuraron sobre todo la ejecución dela mano derecha, que aparece inflada ysin terminar. El efecto proviene del mo-

delé sommaire  manetiano: la luz y lasombra se yuxtaponen con brusquedad y achatan o aplastan los volúmenes.Esta novedad ha sido velada por valen-tías ulteriores de la plástica, y a toro pa-sado se hace difícil no confundirla conuna inflexión más del arte barroco.Pero en 1865 el público percibió laprofanación, complementaria de la

otra, la de naturaleza iconográfica. Y searmó la de san Quintín. Se armó, ça va

de soi , en una cultura atenida aún a cá-nones morales y estéticos relativamenteestables.

A partir más o menos de la segun-da mitad del siglo pasado, el experi-mentalismo lingüístico señala una de-clinación, una curva que va hacia aba- jo. Joyce, Kafka, Proust, Céline, Eliot,Valle-Inclán, resuenan con prestigioheráldico, como si se estuviera nom-brando a los pares de Francia o a loscaballeros de la Tabla Redonda. Luego,algo pierde gas, algo se debilita. El des-mayo se explica hasta cierto punto por la ley de los rendimientos decrecientes.El experimentalismo ocasionó prontoopacidades monumentales: The Making 

of Americans, de Gertrude Stein, o Fin-

negans Wake , de Joyce, son obras oscu-ras y huérfanas de lectores, fuera de talo cual profesor en busca de sujeto parasu tesis doctoral. Se observa, igualmen-te, que cuesta cada vez más trabajo po-nerle al buen burgués los pelos depunta. En 1921 la Little Review  fue

condenada por publicar el capítulo de-cimotercero del Ulysses, aquél en queBloom se masturba mientras GerttyMacDowell, arrebatada por una enso-ñación erótico/romántica, le enseña lasligas y los tirantes de las medias y todolo que haya que enseñar. Al revés, sinembargo, que en Flaubert, apreciamos ya en Joyce un elemento de histrionis-mo, de denuedo gestual. Y es que laerosión de los contextos ha empezadoa repercutir en la propia praxis literaria.El lenguaje provocador cunde y crecea contramano de una ortodoxia, y se

desparrama a uno y otro lado cuandole quitan ese fuerte, o, mejor, ese con-trafuerte. Tras la Segunda Guerra Mun-dial, la provocación se convierte en una

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revista de libros número promocional 33

tarea casi imposible. En 1960, en Lon-dres, se procede judicialmente contrauna edición póstuma de El amante de 

lady Chatterley. Pero se trata de un resa-bio, un coletazo tardío. Es mucho másfrecuente que la obra de vocación

transgresora sea rebautizada como«bien cultural» e incluida en un espacioexento, una suerte de jardín botánicodonde se congregan especies raras, opor así decirlo, interesantes. En el casode las artes plásticas, el acto transgresor 

se financia, de oficio, con dinero públi-co o institucional. Pongo un ejemplo

escatológico, además de chusco. En1961, Piero Manzoni rellenó noventalatas con sus heces, las selló, etiquetó, ynumeró. Pidió por cada una su peso enoro: 30 gramos. Las piezas de la serie,conocida como «merda d’artista», figu-ran en museos importantes. Verbigracia,el MOMA, propietario de la lata conel número de serie 014. O la Tate, cu-yos fondos incorporan la lata número0047.

Lo último refleja desarrollos queen términos históricos son muy re-cientes, y que se producen después de

que el impulso vanguardista haya per-dido su vigor prístino. Merece la penadedicar dos palabras a este momentoestertoroso, terminal, de la aventura

moderna. La banalización integral delo que antes habría constituido unatentado contra las buenas costumbres,está ligada a un fenómeno profundo: eldel proceso democrático en su fase, por así llamarla, madura. Me explico: es

prioritario, en una democracia, conci-liar la paz con la libertad, y no habrátal, no habrá conciliación, si cada unoimpone su visión de las cosas a los de-más. No debe interpretarse lo que aca-bo de decir en los términos que ha he-

cho habituales la filosofía política. Es-toy hablando de un clima moral, un

clima que no viene determinado por el tamaño del Gobierno o la contrac-ción o extensión de las libertades polí-ticas clásicas: derecho a una representa-ción genuina, separación de poderes,etc. Lo que da tono a la democracia enel sentido que me importa aquí es unpacto de no agresión, inveterado por eltiempo en un instinto. Con el correr de los años, los tolerantes aprenden aalimentar su tolerancia introduciendouna laxitud creciente, una tibieza, enlos códigos simbólicos y morales. Latolerancia, y el relajamiento concomi-

tante de los códigos, contribuyen enor-memente a la convivencia social. Perose queda mano sobre mano, y comocolgada de la brocha, la tribu que había

erigido el ultraje en su razón de ser.Nos encontramos con que, allá por loscincuenta, empieza a tenerse el senti-miento de que la gran tradición debe-ladora está dando las boqueadas. Ésa esal menos la idea que transmite Paz en

una conferencia que sobre el surrealis-mo pronunció en 1954, e incluyó lue-go en Las peras del olmo:

... el surrealismo busca un nuevo sagra-do extrarreligioso, fundado en el tripleeje de la libertad, el amor, y la poesía.

La tentativa surrealista se ha estrelladocontra un muro. Colocar a la poesía en

el centro de la sociedad, convertirla enel verdadero alimento de los hombres

 y en la vía para conocerse tanto comopara transformarse, exige también unaliberación total de la misma sociedad.Sólo en una sociedad libre la poesíaserá un bien común, una creación co-lectiva y una participación universal. Elfracaso del surrealismo nos ilumina so-bre otro fracaso, acaso de mayor enver-gadura: el de la tentativa revoluciona-ria.

Paz expresa con justeza los senti-mientos del escritor que se consideradesplazado, fuera de sitio, en una socie-dad espiritualmente pacificada. Su ra-zonamiento, por cierto, no es bueno.

En obsequio quizá a su etapa surrealis-ta, Paz asume los postulados de la secta y repite sus énfasis y jactancias infanti-les. Aun así, lo que dice no deja decontener un poso de verdad, siempreque se formule con la cautela debida.

Una sociedad que no reacciona frentea la invención lingüística, padece algu-na clase de apatía, de abandono o con-fusión. Se trata de una sociedad sin sis-tema, y por lo mismo, indiferente. Esasociedad se mira en la literatura sedi-ciosa como en un espejo sin azogue. Yno ve formas hostiles, desafíos. Percibetan sólo un caos de manchas incone-xas. Y se aburre.

Si el divorcio entre la sociedad y elescritor es malo para la sociedad, es aúnpeor para el escritor. Supongamos queéste se halla máximamente dotado, y

que experimenta, dentro de sí, una es-pecie de presión, la presión que ejerceel lenguaje cuando quiere salir y derra-marse y cobrar forma precisa, esto es,literaria. ¿Qué ocurre en aquellos casosen que el lenguaje ha perdido su con-dición de tecnología, de cosa dirigida aconmover a los demás por el procedi-miento de conmover los símbolos? Loque tenemos es un alambicamiento,una vuelta del lenguaje sobre sí mismo.El escritor se retrae del mundo, y altiempo, se despista. Hace un rato, habléde la dificultad de crear en ausencia deun contexto. Wittgenstein formuló estaidea de modo mucho más incisivo enlas Investigaciones filosóficas. En el cursode su argumento sobre la imposibilidadde los lenguajes privados, imagina a unindividuo que se lleva una mano a lacabeza y exclama: «¡Llego hasta aquí!»(apartado 279). ¿Habrá logrado ese in-dividuo decirnos algo útil acerca de sualtura? No. «Aquí» sólo señala un lugar cuando existe un «allí» con el que se lopueda comparar. Cabe aplicar el mis-mo cuento a la literatura. Lo personal,

lo íntimo de cada escritor es el estilo, yel estilo no se construye como un he-cho absoluto sino como una desvia-ción. Siendo más exactos: el estilo es laenmienda que se le hace a un lenguaje –y una sociedad– necesariamente pre-existentes. La alternativa es la creaciónex nihilo, y la creación ex nihilo nos re-mite a Dios y sus capacidades asom-brosas y en último extremos inefables.Como se ve hemos reingresado, des-pués de un largo rodeo, en la metafísicapaciana, aquella de que me valí paraabrir esta nota. Es una metafísica narci-

sista, sin amarre en las obligacionesconcretas que articulan y disciplinan elejercicio de la expresión. Es un indiciode soledad. Y también, un ensimisma-

TEORÍA LITERARIA 

El origen del mundo, 1866. Gustave Courbet

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miento.En la siguiente entrega, intentaré

conferir exactitud a lo que he dicho enésta centrándome en Carlo EmilioGadda, un moderno arquetípico, pró-ximo aún, y magnífico. Gadda es forma

pura. La forma vibra sin ceñirse a unobjeto, como las cuerdas de un instru-mento músico al ser sacudidas por rá-fagas de aire. Por motivos diversos,Gadda junta en su obra muchos de losrasgos que hicieron misteriosa a ciertaliteratura del siglo pasado. Nacido unaño antes que Céline, se ubica, genera-cionalmente, en la pleamar del experi-mentalismo literario. Pero vivió ochen-ta años, y conoció el éxito a los sesenta y tantos. Esto lo sitúa en un crepúsculoextremo, literalmente, en un fin de eta-pa. Además, y esto es importante, in-

tentó una excursión peregrina por lospagos de la cultura popular, con resul-tados que sólo cabe calificar de cómi-cos. Pero todo esto queda para el mesque viene. c

1 En El malestar en la cultura, Freud identificóel sentimiento extático de plenitud con unretorno a la fase oral: el mamón no ha des-cubierto todavía el abismo que se abre entreél y el pecho de su madre y vive sumergidoen un mundo sin fracturas, en un edén su-rrealista. Las crónicas parecen acreditar laconjetura freudiana. Según refiere Porfirio,

no hubo modo de destetar a su maestroPlotino hasta los ocho años de edad (VitaPlotini , 3).

2 Un ejemplo: en Considérations sur les causes de la grandeur des Romains et de leur décadance (1734), Montesquieu compara a las faccio-nes que agitaron de continuo a la Repúbli-ca, sin llegar a destruirla, con les parties de cet univers, éternellement liées par l’action des unes et 

la réaction des autres. Montesquieu está glo-sando a Maquiavelo: pero acude a sus labios,espontáneamente, una analogía mecánica,extraída de la física newtoniana.

3 Sainte-Beuve se distinguió de la mayor par-te de los críticos en acoger favorablementela novela de Flaubert. Su aplauso, sin embar-go, estuvo veteado de reticencias. En un artí-culo publicado en el «Moniteur Universel»(4 de mayo de 1857), manifestó su malestar ante la «crueldad implacable» del autor y de-ploró la ausencia de un «bien» compensador,o al menos consolador. Concluye su artículocon un apóstrofe dirigido a los jóvenes: Ana-tomistes et physiologistes, je vous retrouve partout! («¡Anatomistas y fisiólogos, estáis por todaspartes!»). He hablado, más arriba, de «ento-mología». Me parece que Sainte-Beuve estádiciendo lo mismo con otras palabras.

4 Flaubert fue un escritor absurdamente es-crupuloso. Lo que esto importó en la prác-tica, fue un desequilibrio feroz entre esfuer-zo y rendimiento, si por tal hemos de enten-der el número de palabras hábiles por horade trabajo. Noticias innumerables documen-tan la economía laboral de Flaubert. Unejemplo: Federico, el protagonista de La edu-cación sentimental , concierta una cita con suamada, Mme Arnoux. La cita señala la líneaque separa un romance casto de un adulte-rio. Pero es esencial que el último no lleguea consumarse, y Flaubert excogita un expe-diente para impedir el encuentro: unas ho-ras antes, el hijo de Mme Arnoux habrá deenfermar aquejado de croup, una de las va-riedades de la difteria. Por lo común, el croup

es mortal. Flaubert quiere que la improbabi-lidad de la curación sea interpretada comouna advertencia divina por Mme Arnoux, yque ésta prometa renunciar a su amor si elniño sale adelante. Primero piensa en unaintervención quirúrgica y estudia la Clinique médicale del doctor Trousseau, un tocho decasi dos mil páginas. No es suficiente. AFlaubert le desasosiega describir la operación

basándose en el testimonio de terceros, yacude al hospital de Sainte-Eugénie paraasistir a un episodio en vivo. A la vista de laprimera traqueotomía, se pone malo. Lo in-tenta varias veces, siempre sin éxito: Flau-bert, hijo de médico célebre, se marea cuan-do el cuchillo empieza a trabajar el cuellodel paciente. ¿Cómo sale del apuro? Repasade nuevo el Trousseau y descubre que algu-nas, muy raras veces, el enfermo expulsa es-pontáneamente la membrana que le impiderespirar. Es la fórmula que aparece en Laeducación sentimental . Resultado, tres líneas detexto.

5 En el canto XVIII de la Ilíada, el cojo He-festo forja un escudo para Aquiles; en laEneida ocurre otro tanto, con los protagonis-tas transliterados: Eneas vale por Aquiles, yVulcano por Hefesto. En la Odisea, Polifemocome carne aquea, mezclada a leche pura;

en la Eneida, los dientes del monstruo aprie-tan los miembros cálidos y todavía trémulosde los compañeros de Ulises. Son sólo dosejemplos, espigados entre muchos.

6 También lo fueron Horacio y Tito Livio.No así el lenguaraz e imprudente Ovidio, aquien Augusto desterró a la Moesia inferior,en la costa occidental del Ponto Euxino. Setrataba del punto más remoto de Roma queconsentían los tiempos. Ovidio acabó allí susdías. Sus últimos poemas están escritos engético, el idioma local.

7 Es también reveladora la historia de «L’ori-gine du monde», el lienzo de Courbet enque se ve, ocupando el primer plano, la va-gina de una mujer perniabierta –Courbet

tomó su motivo, probablemente, de una fo-tografía, y la cabeza de la mujer aparece cor-tada por el borde superior de la tela–. Con-viene contar la historia desde el principio.Courbet hizo compatible el didactismo so-cial con obras por encargo de carácter eró-tico o pornográfico. Kalil-Bey, el embajador turco en París, le había echado el ojo a «Ve-nus y Psique», una pintura de Courbet con

resonancias lésbicas que ha desaparecido sindejar rastro. Se le adelantó otro cliente, y encompensación, nuestro hombre ejecutó parael embajador «Le sommeil». El lienzo, degrandes dimensiones, figura a una rubia yuna morena que duermen en una cama,abrazadas y desnudas. «L’origine» fue un ex-tra. Kalil-Bey lo colgó en su cuar to de baño,pero tuvo que venderlo para saldar unasdeudas de juego. El lienzo va dando tumbos y en 1913 acaba, de nuevo, en un cuarto debaño: el del barón húngaro Ferenc Hatvany.El barón montó un dispositivo especial: elcuadro de Courbet quedaba disimulado bajootro cuadro, un paisaje con un motivo in-vernal. Las tropas soviéticas invaden Buda-pest en la Segunda Guerra y saquean el ban-co donde está depositado el Courbet. Des-pués de ser restituido a su dueño, «L’origine»pasa a manos, finalmente... de Jacques Lacan,quien repite la maniobra del barón: tapa el

Courbet con una pintura semiabstracta deAndré Masson, y lo cuelga en su estudio.Muere Lacan y hereda «L’origine» su esposaSilvia, la ex de otro herotómano de nota:Georges Bataille. En 1995 se queda con elcuadro el Estado francés, en concepto depago de impuestos. «L’origine» forma parte,en este momento, de los fondos del museod’Orsay. Lo que comienza como un tejema-neje entre cochinos de manual, remata enun homenaje a la haute culture , con media-ción del fisco.

Este artículo continuará en el próximo número de larevista

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revista de libros número promocional 35

E

l profesor de historia

contemporánea en laUniversidad Autónomade Barcelona, Ferran

Gallego, bien conocido por sus ante-riores libros sobre la extrema derechaeuropea, es el autor de uno extensísi-mo sobre la primera fase de la transi-ción. Además del oficio de historia-dor, importa consignar el año de na-cimiento, 1953, para dejar constanciade que, si bien vivió el período querelata, era demasiado joven para haber estado cerca de los protagonistas, aun-que por el tono de su crítica le su-

pongo ya implicado en el PSUC conel entusiasmo y tal vez el radicalismopropios de la juventud. Son dos infor-maciones que conviene tener presen-te, no para relativizar, ni menos cues-tionar sus tesis, sino para orientarnossobre su punto de vista.

No hay una historia que puedaconsiderarse «objetiva» o «definitiva»,ya que sólo desde una determinadaperspectiva se muestran relevantes losdatos que se hayan recopilado. Úni-camente visto desde un ángulo de-terminado el pasado resulta inteligi-ble, así que, al cambiar el enfoquecon el narrador o con el paso deltiempo, se hace necesario historiarlode nuevo. La labor del historiador noconsiste en acumular el mayor nú-mero de noticias comprobadas, sinoque su misión es domeñar «la infini-tud de lo real», seleccionando aque-llas más notables que, repito, lo sonúnicamente desde la perspectiva in-terpretativa que se abrace. Al fin y alcabo, la labor del historiador consisteen reconstruir el pasado, dando sen-

tido a lo ocurrido.En cuanto al libro, conviene ate-nerse estrictamente al título. «El mitode la transición» podría entenderse enel sentido de que fuese una ficciónque nunca habría existido en realidad,inventada para legitimar un franquis-mo después de Franco. Lejos de ha-berse producido un salto a la demo-cracia, de lo que habría que dejar constancia es más bien de la continui-dad manifiesta entre la España anterior y posterior a la muerte de Franco, demodo que habría que considerar al

posfranquismo una etapa más de lasmuchas por las que ya había pasado.El resultado habría sido una «demo-cracia franquista», un cabal oxímoron.

El que la transición habría sido un

mito sin base real es una posición quetodavía defiende una ultraizquierdaresidual, sobre todo de origen anar-quista, pero que el autor no considerani siquiera digna de mención. De ellono hay que extrañarse, porque tam-poco se refiere a otras interpretacio-nes que, al contrario que éstas, se hanhecho más convincentes. El libro es-tá escrito como si en la amplísima bibliografía con que ya contamos nohubiera otros análisis que valiera lapena discutir.

En el subtítulo queda bien paten-

te que la «crisis del franquismo» es elpunto de partida y los «orígenes de lademocracia», el de llegada: nos en-frentamos, por tanto, a un procesobien real que nada tendría de mito. El«mito de la transición» al que el autor se refiere, y que justamente pretendedesenmascarar, es la narración cons-truida para legitimar el orden políticoresultante, según la cual la voluntadmayoritaria de los españoles habríaforzado la transformación del régi-men de Franco en una «democraciaavanzada». El «mito» convierte a «latransición» en el paradigma ideal deltránsito de una dictadura a una de-mocracia, en la que los dos protago-nistas son el pueblo español y el Rey,

 junto con los que con él colaboraronen la empresa de construir una de-mocracia por consenso, sin imposi-ciones ni violencias: en primer lugar,desde el régimen, Adolfo Suárez, ydesde la oposición, Santiago Carrillo

 y Felipe González.El «mito» que el libro pretende

destruir no se describe con un perfil

concreto, ni mucho menos se citanfuentes, o se nombran los autoresque lo manejan, sino que queda im-plícito en los argumentos que utili-za para desmontarlo. Al lector le que-da la ingrata tarea de descifrarlo, si esque logra mantener la atención encientos de páginas en las que domi-na el detalle, sin que se distinga loverdaderamente relevante de lo in-significante. A pesar de que el temame apasiona, tengo que reconocer que la lectura me ha resultado en ex-tremo gravosa, abandonándola una y

otra vez para recuperarme. Pero so-bre estilo y lenguaje en las cienciassociales habrá que extenderse en otraocasión; ahora tan solo insistir en que

el historiador no debe ser sin más un

recolector de datos, sino un inventor,en el sentido de descubridor del tras-fondo significativo de lo ocurrido, loque lleva consigo que los grandeshistoriadores a menudo sean muybuenos escritores.

El subtítulo acota también el pe -ríodo que el libro trata, 1973 a 1977.El 11 de junio de 1973, a punto decumplir ochenta y un años, reserván-dose la Jefatura del Estado, Franconombra presidente del Gobierno al

almirante Carrero Blanco. De mane-ra oficial delega en él funciones queen parte, aunque sólo fuera de he-cho, ya había ejercido como ministrode la Presidencia desde 1951, y sobre

todo, como vicepresidente del Go-bierno desde 1967. Seis meses mástarde, el 20 de diciembre, es asesina-do por ETA. No queda claro si «la

crisis del franquismo», que en el sub-título se asocia con ese año, se debe ala alta edad que había alcanzado eldictador, o a que cayera en un aten-tado el encargado de encauzar la su-

cesión. Porque la «crisis del franquis-mo» no era algo nuevo; en su largahistoria había pasado por otras graví-simas que siempre había remontado.Como comentó el dictador, también

en este caso «no hay mal que por bien no venga».

Cierto que 1973 es un año im-portante, aunque, si se hace coincidir 

SIGLO XX 

IGNACIO SOTELO

POLITÓLOGOEl mito de la transición

Ferran Gallego

EL MITO DE LA TRANSICIÓN.LA CRISIS DEL FRANQUISMO Y LOS ORÍGENES DE LA DEMOCRACIA (1973-1977)

Crítica, Barcelona 848 pp. 35

Mitin del Partido Comunista de España , Torrelodones, 1976. Fotografía de Pablo L. Monasor

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36 número promocional revista de libros

los comienzos de la transición con lapeliaguda cuestión de la sucesión, ha-bría que remontarse a fechas muy an-teriores, hasta la Ley de Sucesión en la

 Jefatura del Estado de 1947, la LeyOrgánica del Estado de 1967, o el 21

de julio de 1969, el día en que Fran-co designa a Juan Carlos sucesor conel título de Rey. Pero si es discutiblecuándo empieza la transición, es tan-to o más cuestionable que acabe conlas primeras elecciones generales de

 junio de 1977. Nadie pone en duda laimportancia del período que culminael 6 de diciembre de 1978 con la en-trada en vigor de la Constitución.Formalmente la disposición derogato-ria marca el fin del sistema políticodel franquismo. Con todo, no faltanautores, y sobre todo razones, para

prolongar la transición hasta el triunfoelectoral de los socialistas en 1982.

Cuándo empieza y cuándo termi-na la transición no es una cuestión ba-ladí, sino esencial para captar su senti-do. Cierto, la historia es un procesocontinuo, con altibajos, divergencias,aceleraciones y frenazos, que nuncaempieza de cero. Hay que trasladarsesiempre a una etapa anterior para dar cuenta del presente. El historiador re-curre a la periodización para hacer in-teligibles procesos que en sí son con-tinuos; al subrayar algunos hechos queconsidera de importancia, marca loshitos que distinguen una etapa de otra,con el fin de encontrar su sentido.Pienso que, junto a la acumulaciónexcesiva de datos que se traduce en de-masiada información deslavazada –sinpoder distinguir, al carecer de crite-rios para enjuiciarlos, cuáles son sig-nificativos–, un segundo defecto eshaberse desentendido de la cuestiónbásica de una periodización, sin preo -cuparse de señalar las etapas recorri-das. Para la fase de la transición de la

que se ocupa el libro, Ferran Gallegodistingue tres etapas: 1) desde el asesi-nato de Carrero Blanco a la muerte deFranco (1973-1975); 2) desde la ins-tauración de la Monarquía a la desti-tución de Arias Navarro (1975-1976);3) la reforma política de Suárez (1976-1977). Para su comprensión, habríaque haber mencionado las etapas bá-sicas del franquismo en sus líneas ge-nerales, con lo que hubiera queda-do claro que muchos de los conflictos

 y tendencias que se estudian tienenantecedentes más o menos lejanos,

asimismo habría sido necesario seguir el desarrollo ulterior a las eleccionesgenerales para comprender el signifi-cado cabal de lo ocurrido.

El lector no se libra de la impre-sión de que el autor tiene en la cabezauna segunda parte que vaya de 1977 a1982, pero que no se atreve a anun-ciar, porque no sabe si tendrá ganas ofuerzas para llevarla adelante, pero so-

bre todo porque tendría que respon-der a la pregunta de por qué no haesperado para su publicación a tener una visión de conjunto. Si un estudiodetenido de esta segunda parte nomodificase en nada las conclusionesde la primera, ¿para qué realizarla? Y silo hiciera, ¿por qué la ha publicadoantes de tener bien amarrado el signi-ficado del proceso?

Para quien sepa encontrar algúnhilo conductor en esta selva intrinca-da de datos, las tesis centrales del librono dejan, sin embargo, de ser del má-

ximo interés, ya que, en efecto, sirvenpara desmitificar muchas de las opi-niones oficiosas que han terminadopor imponerse. El primer gran mitoque el libro trata de desbaratar es que,desde antes de subir al trono, el Reyhubiera tenido in pectore la democra-cia, siendo, por tanto, el motor princi-pal para que el proceso marchara enesa dirección. El autor cuestiona queel Rey hubiera tenido, antes o des-pués de la muerte de Franco, una vo-luntad democratizadora; el único ob-

 jetivo del monarca y de sus más cer-canos colaboradores no era otro quela instauración y luego consolidaciónde la Monarquía. «Por lo que se haplanteado en la visión canónica de latransición y en las intenciones del reyincluso desde antes de su llegada altrono, esa voluntad democratizadoraque se sitúa en su propuesta resultapoco creíble [...]. La invención de unatradición democrática que se instalaen la fuente de legitimidad del régi-men ya desde la muerte de Franco esla responsable de un desmentido per-

manente de las fuentes documentales,de las declaraciones realizadas a laprensa o a los entrevistadores cuandose creía que las cosas habían de poder controlarse de una forma efectiva»(p.241). Para salvar la Monarquía, JuanCarlos juró los Principios y LeyesFundamentales del franquismo; des-pués de la muerte de Franco mantu-vo a Arias Navarro, y hubiera asumi-do, si no hubieran fracasado, los inten-tos de reforma desde el interior delrégimen. Al final, no tuvo más reme-dio que propiciar una reforma demo-

cratizadora, eso sí auspiciada y con -trolada desde el poder, sin que la opo-sición democrática hubiera podidointervenir lo más mínimo. El proce-

so culmina en la Ley para la ReformaPolítica que consigue vincular la Mo-narquía a un sistema parlamentario,basado en el sufragio universal. El he-cho de que de las primeras elecciones,que se habían preparado con especial

atención para garantizar la mayoríaabsoluta al partido del Gobierno, sur-gieran unas Cortes algo distintas de lasesperadas permitió que se declarasenconstituyentes, lo que culminó con laConstitución, ésta ya una «rupturapactada».

La primera tesis del libro es que elafán de restablecer la democracia nohabría sido el eje en torno al cual girala transición, sino sólo el de consoli-dar la Monarquía, aunque luego resul-tase que este objetivo únicamente sealcanzaba si se acepta la democracia.

Lo esencial del proceso queda patenteen la mutua dependencia de Monar-quía y democracia. Sin democracia, laMonarquía hubiera sido un episodiopoco duradero, pero sin la Monarquíadifícilmente se hubiera alcanzado enla forma y, sobre todo, al bajo costocon que se logró. La Monarquía era lagarantía de que tanto el orden socialcomo el aparato del Estado permane-cerían incólumes. En un artículo titu-lado «La ruptura no quiere decir sub-versión», aparecido en el periódico Ya

el 16 de enero de 1976, antes de ini-ciarse la reforma, Jordi Pujol advertíaque no había que confundir el cam-bio político necesario con la subver-sión del orden social, y en «Peligrossuperados y un peligro que subsiste»,publicado en El País el 2 de octubrede 1976, ya iniciada la reforma, secongratula de que España hubiera sol-ventado el peligro de una dictaduracomunista como alternativa al fran-quismo (p. 90). Con el Rey se salvaníntegramente no sólo el orden socioe-conómico y el aparato del Estado,

sino también la clase política del re-formismo franquista (p. 381), que alfin logra insertarse en una democraciaque controla desde los inicios.

La segunda tesis básica del libro escuestionar que la transición hubierasido producto de la negociación delreformismo franquista con la oposi-ción democrática, tal como reza elmito, al haber renunciado ambas par-tes a posiciones maximalistas. Al me-nos hasta las elecciones de junio de1977, fecha en que concluye el libro,no se habría logrado no ya el tan en-

salzado consenso: es que ni siquierahabría tenido lugar una negociaciónseria sobre el tipo de democracia quepretendía construirse. La reforma po-

lítica vino impuesta desde el poder,cuando se comprobó que la Monar-quía sólo podía perdurar en combina-ción con una cierta democratización,eso sí, lo suficientemente realista co -mo para, una vez acotado el terreno y

marcadas las reglas del juego, integrar a la oposición.De esta segunda tesis se derivan

dos corolarios, cuyo tratamiento ocu-pa el libro casi en su totalidad. Si la re-forma se cuece en el interior del régi-men, se comprende que el mayor nú-mero de páginas se dedique a estudiar el comportamiento de las distintas co-rrientes del franquismo ante la inevi-table sucesión. Y si en todo el proce-so la oposición democrática estuvo ala zaga de las iniciativas que en cadamomento se tomaron desde el poder,

se explica no sólo que se le haya de-dicado mucho menos espacio, sinoque el autor se centre en dar razón detamaño fracaso: en el desmontaje del«mito de la transición», la cuestiónque importa dilucidar es por qué laoposición democrática no logró, no

 ya la ruptura, sino ni siquiera negociar las condiciones mínimas del procesode democratización que se iniciaba.

Una buena parte del libro se ocu-pa de describir las estrategias y luchasintestinas de las tres fracciones en quese había dividido el franquismo. Unainmovilista que pretendía llevar a cabola sucesión con los menores cambiosposibles. Un sistema político que encuarenta años «de paz y unidad entrelos españoles había promocionado elprogreso económico y social» necesi-taría de pocos remiendos. Las herman-dades de ex combatientes constituíanla base organizada del inmovilismo. En1970, ya muy debilitadas las organiza-ciones del Movimiento, las distintashermandades territoriales se unificaronen una organización central, presidida

por José Antonio Girón, que ya habíasido el primer jefe de la DelegaciónNacional de Ex Combatientes enagosto de 1939 y, durante dieciséisaños (1941-1957), ministro de Traba-

 jo. El objetivo era servir de palanca demovilización para impedir cualquier remodelación que pudiera cuestionar «las esencias permanentes del régi-men». A su derecha, un pequeño gru-po se vincula a Fuerza Nueva, dirigi-da por Blas Piñar. Había nacido en1966 como una editorial, que en 1967publica una revista y que en 1976 se

convierte en partido político, autodi-suelto en 1982. Se trata de una orga-nización que pretendía aprovechar lainevitable sucesión, no ya para conser-

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var el régimen en su integridad, sinoincluso para imponer al fin los idealesdel fascismo de la posguerra que nopudieron realizarse entonces.

Es obvio que la fracción más am-plia y fuerte del franquismo la cons-

tituyera la corriente reformista queencabezaba el presidente del Gobier-no, Carlos Arias Navarro, a quien elmismo Franco había nombrado des-pués del asesinato de Carrero Blancopara seguir encauzando la sucesión.Franco había estado siempre muy le-jos de ser un inmovilista; si lo hubierasido, hubiera caído mucho antes. Enperfecta connivencia con el jefe delEstado, Arias encarnó lo que se cono-ce como «el espíritu del 12 de febre-ro», por el día de 1974 en que anun-ció el programa de reforma. Para

conseguir una mayor participación dela base social del franquismo propo-nía reconocer asociaciones que, den-tro de los principios del Movimiento,compitieran entre sí.

Un segundo reformismo, tambiéndesde el régimen, pero en los aledañosdel poder, es el que propugna ManuelFraga Ir ibarne, ministro de Informa-ción y Turismo de 1962 a 1969, y a lasazón embajador en Gran Bretaña.Del anterior se distingue por incluir una cierta apertura democratizadora,ya que reconoce el sufragio universaly, excluyendo al comunista, los parti-dos políticos. Estas tres fracciones delfranquismo, como la que luego surgi-ría también desde el Gobierno conAdolfo Suárez, que es la que llevó acabo la reforma, tenían en comúnpartir de la legitimidad del golpe mili-tar del 18 de julio y, por tanto, de lalegalidad de los gobiernos de la dicta-dura. Legitimidad que hasta el día dela fecha la derecha no ha revocado,porque legitima una transición que encada una de sus etapas transcurrió en la

legalidad constituida, «de la ley a la ley»,sin ruptura alguna.Para Ferran Gallego, la historia de

la transición se centra en las luchas in-testinas de estas tres fracciones. Las dosreformistas fracasan en su objetivo desalvar la Monarquía, y la inmovilista,sobre todo en su forma más radical deultraderecha, tenía pocas simpatías por la Monarquía de Juan Carlos, que era laforma de Estado que el régimen ha-bía adoptado para sobrevivir, lo que–paradójicamente– era un franquismoque se excluía del franquismo. El in-

movilismo, y menos aún en su formamás radical de vuelta a los orígenesfascistas, no tenía la menor probabili-dad de imponerse en la España ya in-

dustrializada de los años setenta conuna potente clase obrera y unos sec-tores medios ya muy diversificados. Laextrema derecha desempeñó un cier-to papel sólo como una baza en la re-serva para el caso de que se produjera

una ruptura violenta y las Fuerzas Ar-madas tolerasen una reacción contun-dente. «La desaparición física de Fran-co era ya, claramente, la pérdida de unactivo esencial para las tendencias ul-tras, mientras que los sectores apertu-ristas podían contar con la herenciade su legitimidad y de su legalidad,desde la cual habrían de controlar un

proceso sucesorio con capacidad depacto» (p. 195).

El fracaso más estrepitoso fue eldel asociacionismo de Arias. Promovi-do sin la menor convicción, al no fa-vorecer la permanencia de lo estable-cido, ni una apertura democrática, nichicha ni limonada, no abría perspec-tiva alguna. Unas semanas más tardedel 12 de febrero, la «revolución de los

claveles» en Portugal paralizó la re-forma propuesta y, tras la muerte deFranco casi dos años después, no pu-do ya retomar el impulso, superadapor los acontecimientos. El reformis-mo que parecía ofrecer un mejor pro-nóstico era el que lideraba Fraga, peroque naufraga al entrar en el Gobiernode Arias y no poder mantener una lí-nea propia.

El autor reduce la historia a histo-ria política, sin conectar los aconteci-mientos a las estructuras sociales yeconómicas, a las ideologías dominan-

tes o al ambiente cultural. No se tieneen cuenta ni siquiera que el fin delfranquismo coincide con una crisiseconómica que afecta muy duramen-

te a España. Como el libro empieza derepente en 1973, sin hacer, no ya unarecapitulación, sino la menor alusión aetapas anteriores, el autor no puedeexplicar por qué estaba tan fracciona-da en grupos y tendencias una dicta-

dura que dependía por completo deuna persona. El autor ofrece una vi-sión instantánea, día a día, mes por mes, de lo que ocurre en la superficiede la política, manejando como fuen-te principal los periódicos – Ya, ABC,

La Vanguardia, El Alcázar, Informaciones –  y algunas revistas – Cuadernos para el 

diálogo, Cambio 16, Fuerza Nueva – y, a

partir de 1976, una vez que se autori-zó la publicación de El País y de nue-vo la revista Triunfo, éstas se conviertenen las más citadas. Se recurre también,aunque en menor medida, a las me-morias y testimonios escritos de losprotagonistas, una fuente que refuerzaaún más la visión exclusivamente po-lítica adoptada que, como había ocu-rrido con la prensa, también contribu-

 ye a reducir España a Madrid y Barce-lona, sin aludir a la transición en lasdemás provincias y regiones, un capí-tulo que queda inexplorado para fu-turas publicaciones.

Aunque el meollo central de laobra es el reformismo franquista, elautor no puede dejar de ocuparse dela oposición democrática con mu-cha mayor brevedad. Considera fun-damental para explicar su comporta-miento y posterior fracaso el que ala muerte del dictador el régimen serevelase mucho más fuerte, incluso

pujante, de lo que la oposición habíaesperado, convencida, como estaba,de que no podrían durar institucionesque no eran sino mero revestimiento

de un poder personal. Por muchoque se barajase lo de «atado y bienatado» para sostener el régimen hastael último minuto, era inútil hacersecábalas sobre una posible pervivenciadel franquismo, que se desplomaría

en cuanto faltase la piedra angular que durante casi cuarenta años lo ha-bía aguantado. La oposición demo-crática se habría preparado única-mente para manejar de la mejor ma-nera posible una inevitable ruptura.Este gravísimo error, ante el que lue-go no supo o no pudo reaccionar, lamantendría durante todo el procesoen una posición de absoluta depen-dencia, llevando en todo momento elrégimen la iniciativa.

Al haberse infiltrado en los añossesenta y setenta en las instituciones

(sindicatos verticales, universidades,colegios profesionales, incluso en elaparato del Estado), el Partido Comu-nista de España es la fuerza políticaque articula la llamada oposición de-mocrática. El 29 de julio de 1974,diez días después de que Franco hu-biera cedido temporalmente por en-fermedad la Jefatura del Estado alpríncipe Juan Carlos, el PCE fundaen París la Junta Democrática con elPartido Carlista, el Partido del Traba-

 jo y el Partido Socialista Popular deTierno Galván, además de algunaspersonalidades de la oposición, luegomuy controvertidas. Está cercano elmomento decisivo de la muerte deldictador y todo se hace precipitada-mente, aunque luego el aconteci-miento tardase en llegar más de unaño, período que resultó crucial paraque el régimen preparase la sucesiónhasta el último detalle, incluida la«operación lucero» para el caso de quese produjera algún desorden o inten-to de subversión.

El programa que presenta la Junta

Democrática en el verano de 1974 ala opinión pública resume la «ruptu-ra democrática», tal como la oposi-ción la concebía: restablecimiento delas libertades y derechos democráti-cos, tanto de los ciudadanos como delos pueblos catalán, vasco y gallego;amnistía para todos los presos políti-cos; legalización de todos los partidospolíticos sin excepción; libertad sin-dical y devolución del patrimonioacumulado por el sindicato vertical almovimiento obrero; separación de laIglesia y el Estado; establecimiento de

un gobierno provisional que habríade convocar entre los doce y los die-ciocho meses una consulta popular sobre la forma definitiva del Estado:

SIGLO XX 

Miembros del ultraderechista partido Fuerza Nueva y de Falange Española, Madrid, octubrede 1977. Anónimo

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monarquía o república. No hubo go-bierno provisional y la monarquía seimpuso sin consulta popular, pero seconsiguieron todos los demás puntos.El fracaso de la oposición tal vez nohaya sido tan mayúsculo como lo

pinta Gallego, aunque es bien ciertoque el proceso transcurrió en todomomento dirigido y controlado des-de el régimen.

El autor no muestra la menor simpatía por la política de SantigoCarrillo, dirigida a apoyar la llegada dela democracia por la vía más rápida ymenos conflictiva, lo que implicabaeliminar por completo cualquier pers-pectiva socialista revolucionaria quemuchos militantes aún considerabanconsustancial al partido. El PCE deCarrillo renuncia a la movilización en

la calle y, sobre todo, en las empre-sas, oponiéndose con éxito a convocar una huelga general para conseguir laruptura. La ORT (Organización Re-volucionaria de Trabajadores), de ten-dencia maoísta, pensaba que bastabauna huelga general prolongada paraacabar con el régimen. Allí donde do-minaban el PCE y Comisiones Obre-ras pudieron evitarse situaciones co-mo las que condujeron a los sucesosde Vitoria del 3 de marzo de 1976(p.391). Como dentro de la oposicióndemocrática el autor no menciona lospartidos y fracciones que se mueven ala izquierda del PCE, no trata en con-creto esta alternativa de enfrentamien-to violento que tuvo incluso su brazoarmado en el «Partido Comunista deEspaña (Reconstituido)», fundado en

 junio de 1975. El autor critica a Ca-rrillo por no haber intentado la rup-tura con todas sus consecuencias, con-virtiendo a los comunistas en la prin-cipal fuerza de orden. Y ello a pesar dela enorme provocación que supuso elasesinato de los abogados de la calle

de Atocha, que la extrema derechaperpetró para atizar en la oposicióndemocrática una respuesta no menosviolenta que reprodujera la España de1936 en la que la ultraderecha estabaconvencida de que otra vez triunfaría,pero en esta ocasión, dada la relaciónde fuerzas, sin guerra civil.

Gallego critica en Carrillo lo quea mí me parece su mayor mérito: ha-berse desprendido de la ilusión de unasociedad comunista, en la que, ante unbloque soviético que se resquebraja aojos vista, obviamente ya no creía.

Rechaza cualquier forma de subver-sión con una única meta: establecer loantes posible una democracia homo-logable a la del resto de Europa. La ta-

rea principal era lograr que un régi-men que había hecho del anticomu-nismo su principal seña de identidadlegalizara al PCE. Para alcanzar esteobjetivo estaba dispuesto a hacer todaslas concesiones necesar ias, empezando

por la principal, reconocer la monar-quía instaurada del franquismo.Nada se entiende de la transición

sin tener muy en cuenta que sus dosartífices principales –el comunistaSantiago Carrillo y el falangista Adol-fo Suárez– se habían convertido a lademocracia. Tres semanas después dehaber legalizado el PCE, en un dis-curso dirigido a los españoles para

 justificar su candidatura, permane-ciendo presidente del Gobierno, Suá-rez afirmaba: «Yo, señores, no sólo nosoy comunista, sino que rechazo fir-

memente su ideología, pero sí soy de-mócrata y sinceramente demócrata»(p. 619). Palabras que entonces eranmuy difíciles de creer, sobre todo te-niendo en cuenta los amaños para ha-cerse con una mayoría absoluta en lasprimeras Cortes elegidas por sufragiouniversal, pero que Santiago Carr illoha confirmado en el programa de te-levisión 59 segundos del 2 de diciem-bre de 2009, al poner de relieve queAdolfo Suárez provenía de padre yabuelo de los vencidos, como tantosotros funcionarios que en los años se-senta y setenta habían sido encumbra-dos por las oposiciones ganadas y quedesempeñaron sin duda un papel im-portante, todavía no estudiado, en laautodisolución del régimen.

Aunque también desde una dis-tancia crítica, el autor muestra mayor simpatía por la figura de Felipe Gon-zález, sin duda el tercer personaje cla-ve de la transición. En octubre de1974, cercana la muerte de Franco y,con ella, la esperada desaparición delrégimen, es elegido secretario general

del partido en el congreso de Sures-nes. Ante un robusto PCE, el PSOEque hereda González parecía insignifi-cante, debido tanto a la política furio-samente anticomunista como al receloante cualquier iniciativa que vinieradel interior practicados por Toulouse.Hubiera valido la pena un estudio másdetenido de la audacia, mezclada conuna enorme prudencia, que puso demanifiesto la nueva dirección socialis-ta. La intención era mantener la má-xima autonomía, tanto ante los co-munistas, con los que, pese a una in-

ferioridad clara, se estaba dispuesto acompetir en todos los frentes, comoante el Gobierno, sin dejarse apresar en una salida canovista de dos grandes

partidos amañados que se alternasenen el poder. Un segundo objetivo eraintegrar en el PSOE a todos los parti-dos, a menudo simples grupúsculos,que se llamasen socialistas. En esta po-lítica de máxima autonomía y máxi-

ma ampliación integradora fue funda-mental combinar el pragmatismo mása ras de tierra con la apelación a latradición anticapitalista del partido,manteniendo el «programa máximo»que, aunque por completo desfasado,colocaba a los socialistas a la izquierdade los eurocomunistas de Carrillo,

 justo en un momento en el que la«acumulación ideológica de los cua-renta años» había radicalizado hacia laizquierda a la parte mayor de la pobla-ción políticamente consciente. Paraexplicar el éxito de los socialistas, Fe-

rran Gallego insiste, tal vez en exceso,en que habrían gozado del apoyo ofi-cial –«la ventaja comparativa era in-mensa y concedía al PSOE un lugar de privilegio» (p. 497)–, como quedópatente, al tolerarse, cuando ambas or-ganizaciones eran todavía ilegales, elcongreso de la UGT en abril y el delPSOE en diciembre de 1976.

Como el autor ha aparcado, sin si-quiera mencionarla, la dimensión in-ternacional de la transición, pese aque Estados Unidos y Alemania Oc-cidental, en cierto modo como su re-presentante, desempeñasen un papelimportante, quedan en la penumbraaspectos esenciales, tanto en la diná-mica de la oposición como en la delrégimen. La entrada del PSP en la Jun-ta Democrática, es decir, en la órbitadel PCE, le arrebató los apoyos en elmundo occidental, siendo uno de losfactores de su fracaso. El hecho de queel PSOE, a la vez que competía direc-tamente con el PCE, mantuviera unadistancia crítica, le otorgó, en cambio,soportes importantes en el exterior 

que le permitieron remitirse incluso auna tradición claramente anticapitalis-ta. Pero también la potencia hegemó-nica no dejó de influir sobre el Go-bierno en las diferentes fases. El viajede Juan Carlos a Estados Unidos aprimeros de junio de 1976 confirmó,sin duda, la reforma política planeada.Un editorial de The New York Times,«Un Rey a favor de la democracia», esel titular que el ABC del 4 de juniorecoge con entusiasmo.

El 3 de julio, el Rey elige presi-dente a Adolfo Suárez, que en el an-

terior Gobierno había sido ministrosecretario general del Movimiento.El nombramiento produjo tanta sor-presa como frustración por haber pos-

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tergado a Fraga y Areilza, los dos re-formistas que más habían destacadoen el último Gobierno de Arias. Po-cos se percataron en un primer mo-mento de que la elección recaía en unfalangista, no para que intentara re-

mozar el régimen desde dentro, sinopara preparar su entierro. La nueva es-trategia, que se atribuye a TorcuatoFernández Miranda, consistía enabandonar la reforma del régimenque, como repetía sin cesar la oposi-ción, se había mostrado realmenteirreformable, para pasar directamentea disolverlo. Un afán que, en princi-pio, la oposición no podía condenar,pero que, al reservarse el Gobiernotiempos y modos para establecer elnuevo orden democrático, la dejabasin espacio propio en que moverse.

Suárez apañó en las Cortes unaLey de Reforma Política, que a la vezque marcaba las líneas fundamentalesdel nuevo orden constitucional, reco-nociendo las Leyes Fundamentalesanteriores –ésta era una más–, de he-cho las suprime, es decir, una reformaque, al desmontar el régimen fran-quista en su totalidad, realmente supo-nía una ruptura. Juan Linz y yo, dosprofesores de Ciencia Política, venidosexpresamente el uno de Estados Uni-dos y el otro de Alemania para asistir desde la tribuna del público a aquellassesiones, tratamos de desentrañar, lle-nos de emoción, pero completamen-te desconcertados, su sentido. Por unlado, comprobábamos que el régimense hacía realmente el haraquiri, pero,por otro, no teníamos ninguna con-fianza –Linz más que yo, también hayque decirlo– en la democracia quepudiera surgir de espaldas a la oposi-ción. Mis recuerdos de entonces nocoinciden con el juicio que hoy ofre-ce el historiador Ferran Gallego alafirmar que «el debate en Cortes se

resolvió con mucha más facilidad dela imaginable» (p. 472), relativizandoel buen hacer de Adolfo Suárez, quesupo tocar todos los palillos en el mo-mento oportuno para conseguir unapoyo mayoritario, pese a que el inte-rés de los procuradores, salvo esa mino-ría que de verdad creía en el sistema,era embarcarse en la nueva nave que,aunque perdiesen su posición política,garantizaba la social y, sobre todo, laeconómica, sin temer represalias.

La Ley para la Reforma Políticadevolvía los derechos fundamentales y

la soberanía al pueblo español. La po-testad de elaborar y aprobar las leyesreside en las Cortes, que el Rey san-ciona y promulga (artículo 1). Se

constituye un régimen bicameral,Congreso de Diputados y Senado,elegidos por sufragio universal paraun período de cuatro años (artículo2). En la democracia se incrusta sinmás la Monarquía, logrando así el ob-

 jetivo primordial de toda la reforma,consolidar la Corona de la única for-ma que al final se mostró factible, res-tableciendo la democracia. Como dijoSantiago Carrillo, la alternativa posibleera Democracia o Dictadura, y noRepública o Monarquía.

Gallego anota que, aunque la Leyde Reforma Política implicaba la de-volución de la soberanía al pueblo es-pañol, en realidad «en nigún caso elGobierno había devuelto la soberaníaal pueblo mediante el sencillo meca-nismo de una dimisión tras el referén-

dum de diciembre y la constituciónde un gabinete de gestión, formadopor personalidades de diversa orienta-ción ideológica» (pp.657-658), que eslo que hubiera sido pertinente si sehubiera traído la democracia demo-cráticamente. La Ley de Reforma Po-lítica implicó que la ruptura se hiciesedesde el interior del régimen, sin in-tervención alguna de la oposición de-mocrática, y sin que además tuvieseconsecuencias prácticas, al no haber cedido lo más mínimo en el controldel proceso. A la oposición democráti-ca, a la que se ha dejado fuera de jue-go, y sin apenas medios para defender su postura, no le queda otro remedioque pedir la abstención; el «no» la hu-biera colocado en la trinchera delfranquismo más inmovilista. A pesar deello, el 15 de diciembre de 1976 la re-forma política se aprueba en referén-dum con una participación del 77% yel 80% de votos a favor. El régimen,

 y en concreto Suárez y su Gobierno,habían logrado una primera legiti-mación democrática que marcó de

manera definitiva la política de laetapa que va hasta las elecciones ce-lebradas el 15 de junio de 1977. Es laparte más atractiva del libro por sucapacidad de diluir el mito de una«recuperación democrática de la de-mocracia».

Hasta la celebración de las prime-ras elecciones generales, el interésprincipal del Gobierno no fue otroque garantizar la mayoría absoluta alpartido organizado desde el Gobierno

 y para el Gobierno, para seguir, así,controlando el proceso. Ello implica-

ba, en primer lugar, retrasar la respues-ta a la crisis económica de 1976 y1977 hasta que el Gobierno se hubie-se asegurado la victoria en las urnas

(p. 526). Aunque en octubre de 1975la Junta Democrática se hubiese fusio-nado con la Plataforma de Conver-gencia Democrática, el Gobierno deSuárez aprovecha las tensiones inter-nas para ningunear a la representación

unitaria, a la vez que conversa –nego-ciar es decir demasiado– con algunospartidos por separado, en particular con los socialistas, y sólo en el últimomomento con los comunistas, pocoantes de dar paso a su legalización el 9de abril, Sábado Santo, cuando habíaquedado bien patente que ya no erafactible seguir excluyéndolos o, comopiensa el autor, que ya se había expri-mido al máximo su disposición a ha-cer concesiones. «Dejar en una posi-ción “de espera” al PCE, obligándoloa ir acentuando sus rasgos moderados,

basándose en el envío de mensajes so-bre las resistencias del inmovilismo enel aparato del Estado –algo a lo queCarrillo siempre fue especialmentesensible– permitió a Suárez no sóloganar tiempo, sino ayudar a que el es-

 pacio de la izquierda se organizara de una

 forma determinada» (p. 561).En la legalización del PCE, ope-

ración tan inevitable como expuesta,Suárez mostró su audacia, pero tam-bién su forma sigilosa de actuar. Aho-ra bien, como el libro concluye el 15de junio de 1977, no quedan explíci-tos los altos riesgos que corrió desdeentonces. El autor subraya tan soloque el PCE fue legalizado despuésde que se hubiera suprimido la Secre-taría General del Movimiento, sim-bólicamente el 1 de abril, y de que elsistema electoral hubiera sido aproba-do por decreto-ley, sin negociaciónalguna con la oposición. Una normaque reduce a mínimos el principio deproporcionalidad, al establecer la pro-vincia, pese a las enormes diferenciasde población entre ellas, como distrito

electoral y limitar el número de dipu-tados en el Congreso. Para asegurar alpartido del Gobierno la mayoría ab-soluta, se añadieron las correccionesdel sistema D’Hondt. El resultado es«un sistema que falsifica en las institucio-

nes la voluntad expresada por los ciu-dadanos. No fue un 47,1% de los es-pañoles los que votaron a la UCD,sino el 33,9. No fue el 33,7 el quevotó al PSOE, sino el 28,8. No fue el5,7 el que lo hizo por el PCE-PSUC,sino el 9,2. No fue el 4,6 quienes eli-gieron a Alianza Popular, sino el 8,2.

No fue el 1,7% el que optó por elPSP aliado a los andalucistas, sinoel 4,4» (p. 659). Con el 62,7% de losvotos, UCD y el PSOE conseguían el

80,2% de los escaños, y con el 21,8%de los votos, comunistas, Alianza Po-pular y el PSP de Tierno Galván reci-bían el 12% de los escaños.

Se trata de una ley perfectamentemanipulada para favorecer a los go-

biernos establecidos que, además, conlas «listas cerradas y bloqueadas» datodo el poder a las cúspides de lospartidos, con lo que ninguno, sea delcolor que fuere, ha querido cambiar-la. Como con su habitual gracejodijo Alfonso Guerra, en España envez de las personas votan las hectá-reas, causa principal del distanciamien-to creciente de la población ante lospartidos e instituciones de la demo-cracia implantada desde la legalidadfranquista. Es una ley que pone enevidencia el procedimiento poco de-

mocrático de acceso a la democracia. Y como hasta la fecha apenas ha sidomodificada, «ha supuesto un envile-cimiento inaudito de la calidad de lademocracia en su aspecto menos dis-cutible, que es el de la representaciónparlamentaria» (p.659).

El otro factor antidemocrático depeso en el arribo de la democracia esque el jefe del Gobierno se presentaraa las elecciones encabezando un par-tido organizado desde el poder y quecontó con el monopolio de la prensa

 y las radios del Movimiento, pero so-bre todo el de la única televisión pú-blica entonces existente, así como, enlas provincias, con la movilización ac-tiva del electorado desde los Gobier-nos civiles. El autor deja constancia dela indignación que esto produjo en laprensa democrática, desde El País aCuadernos para el diálogo, pero es unhecho que también ha quedado se-pultado en la mitología de la transi-ción. Aun así, la gran sorpresa fue queel partido del Gobierno, organizadodesde el Gobierno y con el apoyo de

todo el aparato del Estado, con sólo el33,9% de los votos, no consiguiese lamayoría absoluta. Quedaba claro queen España, aunque claramente dividi-da en dos mitades, predominaba unamayoría social de izquierda, ocho fren-te a siete millones de votos de la de-recha, pero también que la base fran-quista era mucho más amplia y pujan-te de lo que había creído la oposicióndemocrática. El partido gobernanterechazó cualquier gobierno de coali-ción de todos los partidos parlamen-tarios, como proponían los comunis-

tas, y aunque representase a la mayor minoría, pero en todo caso una mino-ría, se mantuvo en el poder para se-guir liderando el proceso. c

SIGLO XX 

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revista de libros número promocional 41

U

n químico o un biólogo

actuales entenderían condificultad que este año to-cara escribir sobre la ley de

X o el problema de Y, porque hace dos-cientos años que X o Y nacieron, murie-ron o publicaron su obra maestra. Si esaley o ese problema están hoy superados,o dieron ya de sí todo lo que tenían quedar, puede haber razones nostálgicas,pero no científicas, para evocarlos contanta insistencia. Que en investigaciónhistórica el tema del día se vea marcadoen tan gran medida por los aniversariosparece un indicio de que no es tan injus-

to llamar ciencias «blandas» a estos sabe-res nuestros. Este año –o estos seis próxi-mos años; o hasta 2025, si quiere llegarsehasta el final del primer ciclo indepen-dentista americano– toca leer y escribir sobre la guerra napoleónica, el liberalis-mo gaditano y las independencias en laAmérica española, por la sencilla razónde que se cumple la cifra redonda dedoscientos años desde que ocurrieron.

Pese a lo arbitrario del motivo, enesta ocasión hay que felicitarse por lanueva atención prestada a estas cuestio-nes, no sólo de gran complejidad e inte-rés en sí mismas sino, sobre todo, ejem-plo paradigmático de las deformacionesque el nacionalismo imprime sobrenuestra visión del pasado. El avance de lahistoria exige la revisión de la versión es-tablecida sobre este período en mayor medida de lo que ocurre con otros mo-mentos pretér itos. Tal revisión, sin em-bargo, se enfrenta con dificultades tam-bién superiores a lo habitual, porque nose trata de impugnar una interpretacióncientífica –discutible y efímera por defi-nición– sobre unos hechos históricos,

sino de modificar un mito, un relato le-gendario sobre un período fundacional,nutrido de héroes y mártires que encar-nan valores que se supone deben verte-brar de manera perenne nuestras socieda-des (la española y las iberoamericanas).Por esa razón son evocados anualmenteen ceremonias y discursos cargados defervor patrio; y por ella también cual-quier propuesta de innovación, por leveque sea, despierta actitudes defensivas eindignadas acusaciones de antipatriotis-mo. Si a ello se añade, en el caso español,la actual pugna con las historiografías na-

cionalistas periféricas, resueltas a sustituir los mitos españolistas por los propios, lassospechas de connivencia con el enemi-go son inevitables.

Progresistas laicos y católicos conser-

vadores discrepaban sobre los motivos dela lucha antinapoleónica, pero había ele-mentos comunes que constituían la co-lumna vertebral del relato canónico, vi-gente durante al menos siglo y medio,sobre la llamada Guerra de la Indepen-dencia: comenzaba con los aconteci-mientos políticos (pugnas internas de lafamilia real española, papel de Godoy,planes de Bonaparte), seguía con los mi-litares (realzando el protagonismo popu-lar, encarnado en las guerrillas, y desde-ñando la intervención inglesa), y se coro-naba con algo de historia del pensamien-

to político y derecho constitucional (orí-genes e influencias del liberalismo gadi-tano y recorrido por la Pepa). Desde lasombra, una idea-fuerza orientaba la na-rración: había sido un levantamiento na-cional de los españoles contra un inten-to de dominación extranjera; más aún: lohabía protagonizado el rudo pero sanopueblo, guardián de la identidad nacionalen situaciones extremas, que se había re-

belado mientras las minorías refinadas

rendían pleitesía al invasor.En la década de 1950, un joven his-toriador llamado Miguel Artola comen-zó por analizar a los «afrancesados» deforma matizada, descartando las ofensas yescarnios lanzados sobre ellos durante elsiglo y medio anterior; poco después re-valorizó el también denostado constitu-cionalismo gaditano, línea que siguióRamón Solís con su Cádiz de las Cortes,apuntalando así desde la historia las pro-puestas democráticas que empezaban avislumbrarse para el posfranquismo. ConArtola se enfrentó Federico Suárez Ver-

daguer, en un debate que en parte repro-ducía los decimonónicos entre liberales ynacionalcatólicos. Al otro lado del Atlán-tico se publicó, en los años sesenta, elprometedor libro de Gabriel Lovett, alque el abandono de ese campo de estu-dio por parte del autor dejó sin continui-dad. En España, la izquierda del últimofranquismo le añadió el poco fructíferodebate sobre la revolución «burguesa».

Los hispanistas franceses, por su parte,siempre cautos en este asunto, dejabangotear sus contundentes biografías depersonajes de ese período o su pasadoinmediato (Quintana por Albert Déro-zier, Olavide por Marcelin Defourneaux,Meléndez Valdés por Jorge Demerson), alas que siguieron los trabajos de ClaudeMorange, Gérard Dufour, FrançoiseÉtienvre, Richard Hocquellet o Chris-tian Demange, aparte de los siempre

 inteligentes y minuciosos estudios de Jean-René Aymes. Otras aportaciones si-guieron enriqueciendo el panorama enlas décadas siguientes, como los impor-tantes libros de John Lawrence Tone o Jesús Cruz, que daban mucho que pen-sar sobre la inspiración patriótica de losguerrilleros o la renovación de las élitesdurante la «revolución burguesa» y ases-taban golpes parciales, pero letales, a laversión recibida. Algo parecido a lo queles ocurría a las independencias america-nas, que en esta reseña dejaremos delado, de la mano del lamentablemente

desaparecido François-Xavier Guerra.Ahora, en el segundo centenario, el

mercado impone que lluevan los librossobre el asunto. Lo mucho ya publicado

HISTORIA 

 JOSÉ ÁLVAREZ JUNCO

CATEDRÁTICO DE HISTORIA DEL PENSAMIENTOPOLÍTICO Y MOVIMIENTOS SOCIALES EN LAUNIVERSIDAD COMPLUTENSE

¿Hacer ciencia o hacer patria?Charles Esdaile

ESPAÑA CONTRA NAPOLEÓN.GUERRILLAS, BANDOLEROS Y EL MITO DEL PUEBLOEN ARMAS

Trad. de Ignacio AlonsoEdhasa, Barcelona 442 pp. 33,50 Ronald Fraser

LA MALDITA GUERRA DEESPAÑA. HISTORIA SOCIALDE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA 

Trad. de Silvia FurióCrítica, Barcelona 960 pp. 49 Ricardo García Cárcel

LA NACIÓN INDOMABLE. LOSMITOS DE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA 

Temas de Hoy, Madrid416 pp. 25  Antonio Moliner Prada (ed.)

LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN ESPAÑA (1808-1814)

Nabla, Barcelona 640 pp. 29,90 Juan Sisinio Pérez Garzón

LAS CORTES DE CÁDIZ. ELNACIMIENTO DE LA NACIÓNLIBERAL

Síntesis, Madrid

430 pp. 24,50

Ruinas de Zaragoza , 1812-1813. Fernando Brambilla 

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42 número promocional revista de libros

no se basa, por el momento, en aporta-ciones de datos sustancialmente nuevos,con raras excepciones como RonaldFraser. A partir de hechos en general co-nocidos, se ofrecen variaciones en la in-terpretación que en algunos casos llevan

la marca de las obsesiones o intereses po-líticos de los autores: la defensa de laidentidad española en García Cárcel; ladel proyecto liberal-democrático en Pé-rez Garzón; la de la actuación de GranBretaña en Esdaile; la de la inspiraciónpatriótico-religiosa de los combatientesen Cuenca Toribio (que parece seguir lapoco plausible empresa de Suárez Verda-guer de reivindicar a Fer nandoVII, «elmás inteligente y culto de todos los so-beranos de su dinastía», según Cuenca1

[p. 36]; no se sabe si es un elogio al per-sonaje o un dardo envenenado contra la

casa felizmente reinante).Para ordenar el magma de páginas

que han visto la imprenta, y reduciéndo-me en lo fundamental a cinco libros, re-pasaré los temas más importantes en quetiende a centrarse hoy la investigación yel debate. En primer lugar, los afrancesa-dos, cuya valoración actual no parece di-fícil de resumir, ya que el acuerdo tiendea ser general: los colaboradores del rey José –los josefinos, mejor que afrancesados – no se ven ya como los «traidores a la pa-tria» de la versión canónica, sino en la lí-nea que inició Artola, continuada por  Juan Francisco Fuentes, Gérard Dufour o Juan López Tabar: como servidores delEstado, en general, que, aparte de querer seguir alimentando a sus familias, inten-taron que las instituciones se mantuvie-ran en pie. Juan Francisco Fuentes llamóal régimen de José I una «monarquía deintelectuales», y el propio Artola los ha-bía descrito como herederos de los ilus-trados, que querían modernizar el paíspero a nada aborrecían tanto como a unasublevación popular. Pérez Garzón oGarcía Cárcel subrayan la similitud de los

programas políticos de Bayona y Cádiz,llegando el primero a escribir que «esta-ban en el mismo bando [de los liberales]contra los absolutistas» (p. 128); podríamatizarse que no eran diferencias despre-ciables la libertad de prensa o la procla-mación de la soberanía nacional. LópezTabar, en su aportación al libro editadopor Moliner Prada, encuentra inclusomayor «españolismo» en los principiosque vertebran la Constitución de Bayo-na que en los de Cádiz. En la rehabilita-ción se incluye, por supuesto, al propiorey José, a quien nadie retrata como be-

bedor ni inútil; se aceptan su espírituconciliador y la seriedad con que setomó su papel de rey de España, aunquesu posición y carácter fueran incuestio-

nablemente más débiles que los de suhermano menor. Ni pudo con su impe-rial hermano ni pudo con la propagandapolítica de los gaditanos. Como conclu-sión, bien puede aceptarse la de Fraser: laironía de aquella guerra fue que todos

eran patriotas.El reconocimiento de la importanciade los josefinos nos lleva necesariamenteal tema de la unanimidad de la poblaciónespañola en su enfrentamiento con lastropas napoleónicas. Frente a quienes he-mos sostenido que uno de los aspectos deaquel conflicto fue la división interna,que en algún terreno alcanzó el rango deguerra civil, tal cosa es tajantemente ne-gada tanto por la versión clásica comopor los autores actuales más conservado-res. Pesa sobre ellos como un lastre la ló-gica nacionalista, paralela a la de aquella

clásica historiografía latinoamericana –afortunadamente, en vías de supera-ción– que se negaba a reconocer enfren-tamientos internos en sus guerras de in-dependencia pese a que la mayoría de lasbatallas se produjeran entre faccionescriollas. Si se lee a Fraser, a Esdaile o aPérez Garzón, hay pocas dudas de que alo largo del conflicto brotaron muy fuer-tes tensiones políticas y sociales. Fraser constata múltiples protestas populares,cuya principal causa atribuye a las arbi-trariedades en el reclutamiento de levas,a lo que se mezclaron antiguos agraviosderivados de los tributos señoriales, queregistran Moreno Alonso, Ardit, Moliner Prada u Hocquellet. En conjunto, los en-frentamientos entre españoles fueron unaconstante, así como los coléricos tumul-tos contra las autoridades, bien por ser godoístas, por negarse a encabezar la pro-testa antifrancesa, o porque se temía queno supieran proteger a la población fren-te a la guerra (lo que llevó a la destitu-ción violenta de muchas y muy altas au-toridades locales, incluido el linchamien-to de tres capitanes generales).

Una manera de valorar la magnitud y el origen de las actitudes antifrancesases analizar con detalle las sublevacionesde mayo y junio de 1808. Así lo hicieronhace unos años Richard Hocquellet yCharles Esdaile en su primera obra, y lorepite ahora Ronald Fraser. Sobre la pri-mera de las explosiones, la madrileña deldos de mayo, incluso García Cárcel con-sidera un «mito» su carácter de motínpopular espontáneo. Fraser destaca lapresencia en el estallido de muchos veci-nos de los pueblos cercanos a Madrid,traídos por personajes fernandinos, enca-

bezados por el conde de Montijo. Hoc-quellet añade que también los artillerosde Monteleón estaban conjurados. El le-vantamiento fue condenado por la jerar-

quía eclesiástica y atribuido explícita-mente por el Consejo de Castilla a unaparte «mal intencionada» de la sociedadmadrileña. Obviamente, a ambos les in-teresaba presentarlo de esta manera. Pero,entre las propias juntas que se alzaron

contra José I, hay pocas referencias elo-giosas al Dos de Mayo madrileño a lolargo del resto del año, según han estu-diado Demange y Hocquellet. Sólo apartir de mayo de 1809 se convertiría ensímbolo del martirio (más que del he-roísmo) español.

Lo que todos desmienten, y es unarectificación significativa del relato canó-nico, es que la sublevación por el restodel país se extendiera como un reguerode pólvora desde el momento en que seconoció la masacre madrileña, vía alcaldede Móstoles. Pese a que lo ocurrido en

Madrid se supo, en efecto, rápidamente(sólo dos días después la noticia había lle-gado a Badajoz), las rebeliones y la cons-titución de juntas comenzaron tres se-manas más tarde, al terminar el mes, trasconocerse las transferencias de la coronaen Bayona. Más importante es saber que,según los trabajos recientes, estuvieroninstigadas, organizadas e incluso pagadaspor agentes fernandistas. Así lo demues-tra caso por caso Fraser, siguiendo los pa-sos de Hocquellet y Esdaile: en Oviedofueron canónigos de la catedral, con fun-cionarios y personalidades como Argüe-lles o Toreno, quienes movilizaron a «vo-luntarios» que cobraban cuatro reales aldía, aprovechando además la reuniónde la Junta General del Principado; enValencia, los Bertrán de Lis, poderosa fa-milia comerciante, reclutaron y armarona quinientos campesinos de la huerta; enSevilla, el conde de Tilly, comercianteencarcelado por Godoy, y un par demiembros del cabildo, sobornaron a laguarnición y contrataron por diez milreales a una banda de matones; en Zara-goza, Palafox, noble fernandista, junto

con Calvo de Rozas y algunos militares,instigaron, a través de dos labradores influyentes, un tumulto que obligó a di-mitir al capitán general, sustituido a con-tinuación por el propio Palafox; y en Tenerife dirigió el motín el adjunto delcapitán general, Carlos O’Donnell, y sedesembolsó también dinero con liberali-dad a través de un fraile agustino (Fraser,pp. 125-157; Esdaile, The Peninsular War.

 A New History, pp. 71-86). Seguir la pistade los instigadores da, pues, su fruto. Y noindica que el proceso fuera un levanta-miento popular espontáneo.

Cualquiera que fuera su origen, sinembargo, es también cierto que estosmovimientos obtuvieron un fuerte apo- yo popular, con miles de personas en las

calles, presionando, e incluso amenazan-do de muerte, a las autoridades. El fenó-meno tiende a explicarse ahora por laprofusión de rumores alarmantes (unafuerte exigencia de fondos o una inmi-nente leva de todos los varones en edad

militar para el ejército napoleónico) y elambiente antifrancés cultivado desde ha-cía un siglo por quienes habían presenta-do las reformas borbónicas como «afran-cesadas», intensificado en 1793-1795 conla Guerra de la Convención y, desde fi-nales de 1807, con la presencia de unastropas imperiales cuya misión nadie sehabía molestado en explicar. A lo cual sesumó el odio contra Godoy, atizado por los enemigos del valido que, tras haberlovisto caer dos meses antes, seguían espe-rando acceder al poder local, y el hechode que las fechas coincidieran con fiestas

populares como la Ascensión y San Fer-nando (26 y 30 de mayo; «Fernando»,además). Todo acabó en un amplio esta-llido popular al equívoco grito de «liber-tad frente a los tiranos», traducido en unacadena de actos violentos contra las au-toridades godoístas y contra cualquier francés que se pusiera al alcance de lamano (unos trescientos muertos cuentasólo en Valencia).

En cuanto a los motivos para la am-plia y obstinada oposición popular a Bo-naparte a lo largo de los seis años si-guientes, un factor que no puede dejarsede lado son los abusos y exacciones detropas francesas. Lo dijo en su día JohnLawrence Tone e insisten sobre ello Es-daile y Fraser. Ciertamente que se invo-có a Fernando, la religión y la patria, re-ferencias que de ningún modo puedendespreciarse. La última, sin embargo, ten-día a significar patria chica, o conjuntode tradiciones heredadas, por lo que nodebe entenderse como invocación a la«nación» en sentido moderno. PérezGarzón rebaja la fuerza de los sentimien-tos nacionalistas (pp. 191-198), aunque el

más contundente en este sentido es Fra-ser, que aporta datos difícilmente refuta-bles sobre deserciones masivas o resisten-cias –y no sólo de los ricos– a contribuir al esfuerzo bélico (pp. 415-428 y 576-582). Impresionan también las brutalida-des y saqueos, generalizados por ambosbandos, que consigna María GemmaRubí en la obra editada por Moliner (pp.308-315; hasta diecisiete veces fue sa-queada una población por sus diversos«libertadores»). Las requisiciones, deser-ciones, violaciones, miedos y resistenciasa mantener a tanto ejército, más que el

unánime entusiasmo patriótico, pareceque protagonizan hoy las descripcionesde aquel conflicto. Ya en su día observóGabriel Lovett que la guerra de 1808-

HISTORIA 

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1814 había sido una de las más inferna-les y crueles de los tiempos modernos.

Más complicadas son las cosas cuan-do se habla de la guerrilla, un fenómenosobre el que sigue viva su vieja mitifica-ción romántica, resumida por Rodríguez

Solís a finales del XIX como «el puebloen armas», que «combatía por la mañanay trabajaba por la tarde». García Cárcel,en cambio, acepta hoy que la guerrilla esun «mito» que debe ser «devaluado»(p.356). Así ocurre si se analiza de cerca,estudiándose sus componentes, sus for-mas de acción y lo que podamos intuir de sus motivos, como han hecho Fraser,Moliner y, sobre todo, Esdaile.

En cuanto a sus componentes, haycierta discrepancia entre ellos. Tanto Fra-ser como Pérez Garzón, en su búsquedade una cierta racionalidad político-social,

la presentan como compuesta por cam-pesinos acomodados. Siguiendo a JohnLawrence Tone, Fraser observa el carác-ter local, no nacional, de las guerrillas ysu predominio en el norte peninsular,zona de labradores propietarios o aparce-ros, mientras que en Castilla la Nueva yAndalucía predominaron las batallas con-vencionales. En palabras de Tone, másque «signos de una nación en armas», lasguerrillas lo fueron de «la capacidad deautodefensa de las comunidades campe-sinas bajo ciertas circunstancias». Para Es-daile, en cambio, las guerrillas fueronproducto de la caótica situación bélica yse formaron, sobre todo, por los deserto-res y las unidades dispersas de los ejér -citos derrotados por Napoleón. De losexpertos en historia militar se puedeaprender mucho. Los que no lo somostendemos, por ejemplo, a creer que «ba-jas» en batalla equivale a muertos, cuan-do en realidad había muchos menosmuertos que heridos y, sobre todo, quedesertores; y un grupo de desertores, ar-mado y deambulando por los montes,tenía que buscarse la forma de sobrevivir,

con métodos fáciles de imaginar. Algoparecido puede decirse de las guerrillasdirigidas por frailes, individuos forzadosen muchos casos a buscarse la vida tras elcierre de sus conventos (Esdaile, p. 193).El fenómeno guerrillero, en suma, se de-bió en general a las tragedias económicasy personales causadas por las circunstan-cias bélicas y, en particular, a las malascondiciones del ejército español y la faltade confianza popular en sus mandos, cosaque Fraser también consigna, a lo queañade la larga tradición de contrabando,bandolerismo y autodefensa campesina

(pp. 539-547).Las motivaciones principales de

aquellos grupos guerrilleros no parecenhaber sido grandes cuestiones, como la

identidad colectiva, la religión, la monar-quía o la memoria de viejas gestas de laReconquista. Fraser observa que la gue-rrilla no se implicó en luchas políticas nien medidas sociales (pp. 677-678) y suhorizonte no pasaba mucho más allá de

la defensa de sus tierras y cosechas. ParaEsdaile, es «en extremo ingenuo» creer en la motivación patriótica de los guerri-lleros, pues «era tan fácil encontrar a se-

mejantes individuos combatiendo juntoa los franceses como contra ellos» (p.208). En esto me temo que el autor bri-tánico exagera, pues no hay duda de queel odio popular contra los franceses des-empeñó también un papel destacado. Unodio –y una falta de profesionalidad mi-litar– que se ve confirmado por datoscomo la ejecución sistemática de todos

los prisioneros o la orden  –dada por la Junta Central– de atacar hospitales fran-ceses, lo que significaba rematar a los he-ridos (Fraser, pp. 667-668). Moliner (p.

113) narra el fusilamiento de la totalidad de tropas josefinas en Badajoz en abril de1812, hazaña que corrió a cargo de losguerrilleros, pese a no ser ellos, sino We-

llington, quien había conquistado la ciu-dad. Se comprende que los franceses senegaran a darles tratamiento militar y losconsideraran bandidos, inmediatamenteejecutables.

La asimilación, por parte francesa,

entre guerrilla y puro y simple bandole-rismo era interesada, por supuesto, perono hay duda de que existen rasgos com-partidos por los dos fenómenos: ambos

estaban protegidos por los caciques loca-les y a ambos se les unía mucha gentecon problemas con la ley (proscritos,además de desertores). Las rivalidades en-tre los jefes guerrilleros por el control delas zonas locales fueron tales que llegarona matarse entre sí o a denunciarse mu-tuamente a los franceses. Esdaile describelas escenas de caos que se produjeron enTudela, en 1809, cuando tres bandas gue-rrilleras se enfrentaron por el saqueo dela ciudad (p. 236). Y Moliner anota lasbrutalidades o las vejaciones a que los

guerrilleros sometían, no sólo a los fran-ceses derrotados, sino a las propias pobla-ciones rurales de las zonas en las que semovían (pp. 125 y 143; véase también

Esdaile, pp. 215-220: las requisas de bie-nes civiles por los guerrilleros eran «tandespiadadas como las francesas»; lejos devivir entre el pueblo, protegerlo y ser ad-mirados por él, vivían «del sudor delpueblo» y eran «temidos y odiados por 

todos»). La prueba inapelable de la faltade devoción guerrillera por la causa na-cional se produjo a partir de la segundamitad de 1812, cuando se vio cercano elfinal de la guerra y se les ofreció la oca-sión para integrarse en el ejército y coo-perar con la derrota final francesa; en lu-gar de ello, se dedicaron a pelearse y a sa-quear (p. 293). Ni siquiera es cierto quemás tarde, al terminar la guerra y restau-rarse el absolutismo, mostraran esas incli-naciones «liberales» que, dada su cercaníaal «pueblo», podrían suponérseles. Escierto que muchos conspiraron contra

Fernando, pero se debió a que no acep-taron el decreto por el que éste los inte-graba en el ejército (a cambio de pingüesrecompensas, pero insuficientes segúnellos). Dos décadas después, sus restostendieron a pasarse al carlismo.

Las tesis de Esdaile sobre la guerrillason especialmente despiadadas. Niega, enprimer lugar, su carácter de fenómenopopular espontáneo; por el contrario,sostiene que «el pueblo en su conjuntono quería saber nada con la guerra» yque en las zonas ocupadas reinó, en ge-neral, la tranquilidad; aporta muchaspruebas de la aversión popular a la gue-rra (pp. 156, 186, 193, 336). Subraya, ade-más, una y otra vez que los guerrillerosno eran civiles, sino, en su mayoría, sol-dados separados de sus unidades tras lasderrotas, autorizados por sus mandos opor las juntas a reorganizarse en gruposmás pequeños. «Nunca se concibieroncomo una fuerza independiente», sinocomo agentes del Estado antibonapartis-ta (pp. 181-182, 272, 331). Niega tam-bién que fueran grupos espontáneos, aje-nos a toda organización militar. Siempre

se había hablado de su altísimo número(hasta sesenta mil, en su mejor momen-to), pero ahora nos enteramos de que es-taban sometidos a un reglamento emana-do de la Junta Central, que regulaba supaga, su participación en los botines cap-turados y la graduación de sus mandos,según el número de sus miembros; ibanuniformados, cantaban marchas y obede-cían sones militares y se sometían a cier-ta disciplina –dentro de su devoción a un jefe, más que a la institución militar–;acogían a desertores, pero ellos también,igual que los ejércitos convencionales,

obligaban a enrolarse a los varones de loslugares por los que pasaban y castigabana sus propios desertores (Esdaile, pp. 182-185, 271-273; Fraser, pp. 640-645). Que-

HISTORIA 

Cólera de Napoleón ante la alianza hispanoinglesa , hacia 1808. Anónimo español

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44 número promocional revista de libros

da, pues, poco de la imagen románticadel campesino que deja la azada para to-mar el rifle, atacar al francés y volver asus labores. Tan formalizada estaba laguerrilla que no era fácil diferenciarla delejército profesional. Eso sí, con muchas

ventajas frente a la recluta forzosa en esteúltimo (fuese napoleónico o patriota),pues el que optaba por la guerrilla, sinrenunciar a cobrar un sueldo (poco segu-

ro; pero tampoco lo era en los ejércitosconvencionales) ni a hacer una carreramilitar, seguía viviendo en su región na-tal (Esdaile, pp. 67, 109, 165). De ahí eléxito de la guerrilla, que llevó a la propia

 Junta Central, a partir de mediados de1809, a intentar limitarla. Cada vez seimpusieron requisitos más rígidos paralevantar guerrillas, y hasta hubo un pro- yecto de ordenanza, promovido por Me-xía Lequerica, en agosto de 1811, parasometerlas plenamente al mando y la dis-ciplina militar; algo que no fue aprobadopor sus propios compañeros liberales, quedesconfiaban de los militares y mante-nían el mito del «pueblo en armas».

Una última observación de Esdaile,que termina de demoler el mito guerri-llero, se relaciona con su ineficacia mili-

tar (p. 270). Crearon, sin duda, problemasa las comunicaciones francesas y les hi-cieron mucho daño al acoger a deserto-res. Pero de ningún modo está claro que

desempeñaran un papel decisivo en laderrota de Napoleón (p. 110). Sus pertre-chos eran, en definitiva, pobres; su ins-trucción marcial, escasa; y su visión delconjunto de la guerra, inexistente. Cu-riosamente, son cosas parecidas a las que

podrían decirse del ejército «popular» de1936-1939, habitualmente aceptadascomo una de las razones para su derrota.Cuando se habla, en cambio, de 1808-

1814, los historiadores las consideran vir-tudes. Los historiadores, porque los con-temporáneos, a juzgar por los datos queaporta Esdaile, denunciaban sin cesar aquellas carencias (pp. 245-247). En fin,

se comprende que la obra de este histo-riador británico haya suscitado reaccio-nes, como todo un libro firmado por Fernando Martínez Laínez cuyo objeti-vo explícito es «reivindicar» el papel de laguerrilla (p. 19). Este autor (único re-ciente que sigue manteniendo la versiónde la sublevación de mayo de 1808como originada por la llegada de las no-ticias de la masacre madr ileña, p. 56) des-precia como «retórica» la contraposiciónde la eficacia partisana a la de los ejérci-tos regulares (p. 158); pero su obra nopasa de ser narrativa y apenas aporta ar-

gumentos ni datos nuevos sobre el asunto.

Algo de idealización en torno a laguerrilla, aunque en otro sentido, se en-

cuentra también en Fraser cuando ase-gura, por una vez sin apoyo en referen-cia alguna, que, si no triunfaban frente afranceses y se limitaban a dominar a lapoblación por el terror, no tardaban enfracasar (pp. 642, 653; ¿por qué va a ser 

imposible el éxito de un grupo pura-mente bandolero?), y más aún cuandocalifica la actividad guerrillera comoguerra de «redistribución» o escribe que

«peleaban por enderezar las desigualda-des sociales que habían sufrido en el pa-sado como mano de obra asalariada»(pp. 483, 603). Lo cual contradice su an-terior observación de que no se implica-

ron en luchas políticas ni sociales (cons-tatación desilusionada, pues, según su ló-gica, una organización popular es por definición revolucionaria). Esta tenden-cia de Fraser podríamos anclarla en vie- jas proclividades populistas (también de-tectables en Pérez Garzón, p. 198), mez-cladas con algo de romanticismo hispa-nófilo. El «pueblo» (o «los proletarios», o«los pobres», términos de contenido im-preciso) está demasiado presente en elrelato de Fraser (pp. 249, 255; véanse pp.343-344: fue la guerra de un Estadocontra un pueblo); y, sobre todo, su ac-

tuación se nos presenta como demasia-do racional: «el pueblo volvió a mostrar su larga memoria», los jornaleros «deci-dieron incrementar sus ínfimos salarios»,

la población rural reveló su «profundosentimiento antiseñorial», el pueblo nose sintió atraído por la contienda porquelas nuevas autoridades no se lanzaron ahacer cambios revolucionarios en el or-den socioeconómico (pp. 231, 291, 301,

388, 680). Incluso llega a escribir que losliberales gaditanos, temerosos del pueblo,cometieron el error de no utilizar, en supropaganda, nuevas formas gráficas (p.629), lo cual evoca las críticas trotskistaso anarquistas al gobierno republicano en1936-1938 y parte del muy improbablesupuesto de que «el pueblo» respondemejor al arte de vanguardia que al tradi-cional.

El discurso subyacente en este histo-riador consiste en asumir que los sujetosde su historia son colectivos y actúan ra-cionalmente, en persecución de unos

«intereses» sobre los que tienen nítidaconciencia; y en ese momento, desdeluego, obran de forma espontánea. Perono sólo los sujetos no están bien defini-dos. Tampoco sus intereses, sobre los quea veces se contradice, pues sostiene quela población rural luchó por su autode-fensa, pero acepta que no era fácil impli-carles en la autodefensa (p. 387), o diceque los terratenientes actuaban porqueeran los que más tenían que perder, peroque las pérdidas del proletariado eranaún mayores (pp. 384, 417). En cuanto alespontaneísmo, típico de la vieja historiadel «movimiento obrero», me temo queno sería aceptado por la actual sociologíade la movilización social. Como no losería la defensa racional de intereses, es-quema al que Fraser se aferra pese a quela imagen global final que se desprendede su propia descripción se acerca másbien al caos (pp. 371-372, 415). Cuandove a sus protagonistas colectivos actuar deese modo tiende incluso a simpatizar conellos; por mucho que consigne hechosque revelan brutalidad, xenofobia o pu-ros deseos de venganza (p.371), evita uti-

lizar estos términos para describirlos. Paraconcluir, su presunción de que el pueblono defendía tradiciones, sino que actua-ba en sentido revolucionario (p. 373), nocasa muy bien con el hecho de que, enel momento inicial de la guerra, a la horade formar las juntas, se produjera una de-legación generalizada de la nueva autori-dad en las viejas jerarquías; ni con los en-tusiasmos ante el retorno del rey absolu-to en 1814; ni con la pasividad ante losCien Mil Hijos de San Luis en 1823; nicon el apoyo popular al carlismo diezaños más tarde.

Un importante giro que se observaen estudios recientes sobre la guerra de1808-1814, acorde con la evolución ge-neral de la historiografía, es que tiende a

HISTORIA 

Napoleón y su consejero van a ver al Cancerbero, hacia 1808. Anónimo español

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revista de libros número promocional 45

prestarse mayor atención a los fenóme-nos culturales. De los libros aquí comen-tados, destaca en este terreno el coordi-nado por Antonio Moliner Prada. El ca-pítulo que firma Emilio de Diego, por ejemplo, sobre la propaganda, aborda un

tema crucial en esa guerra tan ideológi-ca, muy descuidado hasta hoy (salvo al-gún meritorio trabajo de Manuel More-no Alonso). Se centra, como hacen tam-bién García Cárcel y Jean-René Aymes–en otra obra de aparición inminente–,en figuras y contrafiguras como Godoy,Napoleón, Fernando y Murat. Concluye,creo que con acierto, que en la propa-ganda josefina hubo mayor racionalidad,mientras que en la patriótica predominóla emocionalidad (pp.218, 253). Tambiénes incitante el capítulo de Marion R.Gadow sobre la iconografía, aunque abu-

sa de la descripción hasta acabar en me-ras listas. O el de Ferrán Toledano sobrela Guerra de la Independencia comomito fundador de la memoria, que refor-zó el sentimiento comunitario gracias asu descripción como popular, heroica yunánime (lo opuesto a una guerra civil,que divide a la comunidad). O las pági-nas que López Tabar dedica a los afran-cesados, también centradas en su propa-ganda, que este autor sigue a través delteatro, la prensa, los libros, los folletos y–originalidad interesante– los púlpitos.O, para terminar, las páginas (318-319;saben a poco) que María Gemma Rubídedica a la conducta sexual, hijos ilegíti-mos, celebración de fiestas religiosas, he-chos sacrílegos e importación de cos-tumbres foráneas; lo relativo a fiestas yconmemoraciones relacionadas conaquella guerra era más conocido tras laobra de Christian Demange.

Pasemos de lo cultural a lo político,terreno mucho más trabajado por la his-toriografía tradicional. Las abdicacionesde los Borbones y el rechazo generaliza-do del nuevo monarca impuesto por 

Napoleón crearon una situación de ace-falia hasta entonces desconocida en elpaís. No sólo los liberales querían inven-tar un nuevo orden político, sino que in-cluso los más conservadores se veíanobligados a hacerlo. Tras un largo perío-do de incertidumbre, acabó recurriéndo-se a la convocatoria de Cortes y éstasproclamaron nada menos que la sobera-nía nacional, aparte de tomar medidastan drásticamente nuevas como la liber-tad de imprenta o la abolición de la In-quisición o de los señoríos jurisdicciona-les. Lo cual no deja de ser paradójico en

un país carente de tradición revoluciona-ria y partiendo además de una asambleaque, en definitiva, se componía de cléri-gos, funcionarios e intelectuales del An-

tiguo Régimen. Lo lógico era pensar,como hacían los generales franceses y suscolaboradores, que se enfrentaban conun pueblo fanatizado por el clero que seresistía ferozmente a la modernización.Pero he aquí que las Cortes rebeldes

adoptaban fórmulas políticas no ya simi-lares, sino más avanzadas que las ofrecidaspor Bonaparte. Es el mayor enigma deeste período.

Si se analizan las respuestas de losdistintos autores, lo primero que se cons-tata son diferencias de valoración de laobra gaditana. García Cárcel expresa unavisión relativamente crítica ante una re-forma, según él, «muy moderada»; «la In-quisición se suprimió tarde y con reti-cencias. La abolición del régimen seño-rial fue más teórica que real [...]. Cadapaso adelante, vino acompañado de otro

hacia atrás. El desfase respecto de los lo-gros afrancesados es patente»; «el balancegaditano no es una maravilla de conquis-tas progresistas. Fue un triunfo del refor-mismo» (pp. 19, 293, 362; lo cual no secompagina bien con la explicación queofrece para el fracaso de los liberales ga-ditanos en las páginas 309-310, pues loatribuye a su «mesianismo», a su convic-ción de que el mundo empezaba y aca-baba con ellos). Liberales gaditanos conlos que Pérez Garzón, en cambio, se en-tusiasma, pues los presenta como antece-sores de propuestas como la democracia,el sufragio universal masculino, el repu-blicanismo o el reparto de tierras (416-417). Es una idealización del doceañismoque se remonta a la vieja línea radical-democrática de, por ejemplo, un BlascoIbáñez, y que no presta atención a lasprevenciones de Galdós, quien, aun sim-patizando con ellos, comprendió que deaquella «escuela de caudillaje» proveníatoda una cultura política autoritaria, po-pulista e insurreccional. La contrapartidade los liberales son los absolutistas, de-monizados por Pérez Garzón, que no les

reconoce ni siquiera los restos escolásti-cos que en su día detectara FedericoSuárez. Alguna dosis de maniqueísmohay en esta visión, tan favorable no sólohacia los liberales, sino hacia los josefinoso al propio Godoy, mientras que cuandose refiere a los absolutistas su vocabularioevoca «virulencia» o «mundo estridente y violento» (pp. 204, 401).

Hablando de escolástica, el más im-portante debate desarrollado última-mente en torno al constitucionalismogaditano –sin duda, lo más positivo yprometedor que ocurrió en aquellos

años– es el planteado por José MaríaPortillo, y en sentido diferente por Bar-tolomé Clavero, Marta Lorente y CarlosGarriga, siguiendo los pasos de Tomás y

Valiente, sobre los límites de aquel pri-mer liberalismo, derivados de su base fi-losófica no individualista sino católico-organicista. Pérez Garzón no prestaatención a estas críticas y acepta nítida-mente la transición de súbditos a ciuda-

danos (pp. 164, 249 y ss.), en la línea deArtola. En esa misma posición, pero conmayores matices, se halla Joaquín VarelaSuanzes (uno de los precursores en la re-novación de este tema, con Xavier Ar-bós y Roberto Blanco Valdés), que apor-ta ahora un buen capítulo al libro deMoliner. Básicamente, Varela sigue de-fendiendo la Constitución como unproducto liberal moderno, semejante a lafrancesa de 1791 (pp. 403-404, 416-419) y justifica los límites allí impuestos a lalibertad (religiosa, por ejemplo) por lacautela que exigían las circunstancias.

Pero reconoce la insuficiencia de los in-gredientes individualistas, una de las pre-misas consustanciales al liberalismo (419-420). La polémica historiográfica segui-rá, previsiblemente, en los próximostiempos, aunque en definitiva lo que sediscute es una cuestión de dosificación,pues no puede negarse el carácter deruptura que supuso la obra gaditana, a lavez que tampoco son discutibles los re-siduos escolásticos en aquel constitucio-nalismo que siempre hemos catalogadocomo liberal. Continuidad y ruptura,como en toda situación histórica, pero,¿en qué proporción cada una? Es ahídonde las posiciones discrepan.

Un último tema, o conjunto de te-mas, que se destacan en estos libros es elcontexto internacional en que aquellaguerra se produjo, al que tiende a otor-garse importancia creciente. Con ello,una vez más, se trata de superar las sim-plificaciones de una interpretación na-cionalista. Aquella contienda no se librósólo, ni quizás principalmente, entre es-pañoles y franceses. El hecho de que elcomandante supremo del ejército «espa-

ñol», nombrado por las Cortes de Cádiz,fuera el inglés Wellington, debería ser in-dicio de que algo falla en un plantea-miento estrictamente nacional. El ejérci-to anglo-portugués desempeñó un papelcrucial. Pero hay más: la campaña de Ru-sia, que obligó a reducir drásticamente lastropas napoleónicas, fue un factor segu-ramente más decisivo para explicar el re-sultado final que, por ejemplo, la acciónde las guerrillas. Hasta la primavera de1812, en que se produjo esa retirada, laguerra iba bien para los josefinos y su ré-gimen tendía a normalizarse, como de-

mostró la gira triunfal del propio Josépor Andalucía, y como parecen confir-mar las cifras demográficas positivas queFraser aporta sobre matrimonios, naci-

mientos y muertes en 1810-1811, tras losdesastres del bienio anterior. La guerra,concluye Fraser siguiendo a Mina, no sedecidió en la Península, sino «en las nie-ves de Rusia» (p. 680); Esdaile coincide:el triunfo de 1812-1814 no se debió a la

acción de las guerrillas sino «a los erroresde Napoleón, en particular su insensatainvasión de Rusia» (p. 333).

Un par de capítulos del libro coor -dinado por Moliner afectan a este aspec-to. El primero, de Alicia Laspra, sobre laayuda –tanto militar como económica– británica, muy temprana y muy superior,según ella, a lo hasta ahora aceptado (p.181). El segundo, de Josep Alavedra, so-bre los contingentes extranjeros en elejército francés, dato también importantepara reducir el carácter nacional de aquelconflicto. Muy contrario a ellos es el ar-

tículo de Andrés Casinello, una historiamilitar excesivamente tradicional e inspi-rada por la parcialidad patriótica, comorevela el uso constante de «nuestras» tro-pas y expresiones similares.

De los aspectos internacionales delconflicto, ninguno fue tan importantecomo el proceso de independización dela América española, en definitiva loprincipal que la historia mundial registróde aquellos hechos. Aunque algunos delos historiadores aquí reseñados se refie-ran al tema –Pérez Garzón, en especial–,la atención que le prestan sigue siendosubsidiaria. Debería, sin embargo, ser unode los puntos cruciales de los relatos ac-tuales, a diferencia de los nacionales has-ta ahora vigentes. Sólo los americanos lodestacan, aunque en muchos se deba aque forma parte de su propia mitología, y por eso también está hoy en procesode revisión por los historiadores más crí-ticos. Pero esta reseña dejará de lado esetema, como dejará a José María Portillo,sin duda el historiador español más preo -cupado por enlazar estos dos aspectos deaquella coyuntura histórica.

Terminaré con unas breves observa-ciones sobre los aspectos formales de al-gunos de estos libros. Del firmado por Pérez Garzón, hay que destacar que estámuy bien escrito y muestra una gran ca-pacidad pedagógica; pocos pueden expli-car procesos políticos con tanta claridad y amenidad. La obra, por otra parte, im-prime un prometedor giro a la biografíaintelectual de este autor, que renuncia yaa hacer de la burguesía el eje del proce-so histórico; la «revolución burguesa» seve aquí sustituida por la «modernización» y los contendientes no son clases, sino

grupos políticos, como liberales y abso-lutistas. En cuanto a Antonio Moliner  –autor de estudios previos sobre el mo-vimiento juntero y sobre las guerrillas,

HISTORIA 

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46 número promocional revista de libros

los dos temas sobre los que de nuevo es-cribe ahora–, coordina un volumen co-lectivo ambicioso, amplio y variado. Hemencionado el interés de muchos de suscapítulos. Los textos son, sin embargo,desiguales y no están homogeneizadas las

notas ni las bibliografías. Algunas erratasafean el texto, como la que convierte, re-petidamente, al mariscal Marmont enMarmot, o la de que «Madrid habría suspuertas» (p. 349).

Charles Esdaile es un autor conoci-do por obras anteriores, sobre todo dehistoria militar, una de las cuales se cen-traba específicamente en la «guerra pe-ninsular». Fue aquél un libro de tononarrativo, vibrante y colorista, con unnotable esfuerzo por insertar el conflic-to en sus circunstancias internacionales,aunque quizás excesivamente depen-

diente de las fuentes del Public RecordOffice, lo que convertía a Wellington enel gran protagonista de la guerra y dibu- jaba al ejército español en términos muydeslucidos (es probable que con razón,pues, en definitiva, perdieron todas lasbatallas, excepto Bailén; pero podría ha-ber consignado también aspectos pocobrillantes del británico que Fraser, por ejemplo, no ahorra). Esta vez se centraen las guerrillas, es más analítico, aunquesin dejar de salpicar su análisis con anéc-dotas jugosas, y se apoya más en fuentesespañolas. Mantiene, aunque algo másreprimida, su tendencia a la adjetivacióntajante y no argumentada: si en su libroanterior Massena era «mezquino y ego-ísta», o Beresford no había estado «a laaltura de su papel», en el actual mencio-na al «infame» general De la Cuesta, el«enérgico» O’Donnell, el Palafox «dés-pota de Zaragoza», el «particularmenteinsulso» duque del Infantado, por no ha-blar de Pérez Garzón, repetidamentecrucificado como «historiador marxista»(pp. 56, 87, 117, 177, 229, 272; sin olvi-dar al «general Manuel Espadas Burgos»,

p. 41). Sigue escapándosele igualmentealgún tópico hispanista y un uso del ad-verbio «siempre» impropio de un histo-riador («la sociedad española, siemprepropensa a la hostilidad», o el país «siem-pre caracterizado por una tremenda po-breza», pp. 137, 202; en el siglo XV, In-glaterra era más pobre que Castilla). Lomás discutible del libro me parecen susconclusiones, especialmente en relacióncon la cultura política derivada de aque-lla guerra: no acepta que de ella venga elhábito de «echarse al monte» (p. 337),cuando uno seguiría creyendo que ése es

uno de sus orígenes; un hábito que, por cierto, no sólo adquirió la izquierda,como él da a entender. En cambio, sícree que de allí procede el bandolerismo

(p. 313), lo que es discutible, pues ya ha-bía habido antes. En cuanto al pretoria-nismo, sus razones para arraigarlo enaquella guerra parecen demasiado retor-cidas (el resentimiento de los militaresprofesionales, que odiaron desde enton-

ces la idea del «pueblo en armas»). Másinteresante me parece derivar de aquellaguerra el «populismo liberal».

La obra de Ronald Fraser destacapor su impresionante recopilación de da-tos originales, provenientes de muy di-versas fuentes, directas en general, y decarácter autobiográfico siempre que pue-de. Combina estos datos con cifras de-mográficas (matrimonios, defunciones,concepciones) tomadas como indicado-res de la actitud y estado de ánimo de lapoblación; cifras y cuadros que demógra-fos y economistas discutirán, sin duda,

pero que seguirán siendo fuente de in-formación y debate durante muchosaños. Su enfoque social lo lleva a plan-tear se preguntas muy pertinentes, comonúmero de tropas, cantidad de muertos,motivos de los levantamientos, recursosque sostuvieron el esfuerzo bélico, com-posición específica de las guerrillas o ca-nales de abastecimiento de armas. Los fe-nómenos estrictamente culturales (iden-tidades, imaginario, sentimiento nacional,creencias religiosas) le interesan menos.Es lástima que, desde un punto de vistaformal, el libro adolezca de un ciertoamontonamiento de datos, sin organiza-ción ni tesis claras. Sobre los temas políti-co-militares, que no son su foco de inte-rés, es capaz de ofrecer –apoyándose so-bre todo en Lovett– muy buenas síntesis,pero no así con su tema central, el social.Pese a ello, hay que subrayar que este tra-bajo no es, en absoluto, fruto ocasionalde un centenario, sino un ambiciosoproyecto, llevado a cabo a lo largo demuchos años. Exhaustivo, lo llama PérezGarzón (p. 390), y por una vez este adje-tivo es poco exagerado.

El sueño de la nación indomable , por último, de Ricardo García Cárcel, es unaobra de carácter más bien ensayístico,con una perspectiva global en el tiempo,pero estrictamente española en el espa-cio. Al autor le sobran conocimientos yagilidad de pluma para esta tarea, pero dala impresión de que ha redactado el li-bro con algún apresuramiento, como in-dica la repetición de líneas y párrafosenteros (pp. 15 y 346; o pp. 233 y 359),la utilización de páginas suyas previas(pp. 250 y ss. sobre Felipe V), o pequeñoserrores que es raro se deslicen en un his-

toriador de su talla (Martínez de laRosa, «preso en Gibraltar seis años»,cuando estuvo en el Peñón de la Gome-ra y Gibraltar no era territorio español;

condesa de Farruco por Jaruco; un ge-neral Cuesta «godoysta» cuando fue ene-migo acérrimo de Godoy). Más graveme parece su muy discutible uso delconcepto de «nacionalismo» (pp. 247-250). Pero el mayor problema del libro

es que no veo bien definido su tema. Enla conclusión da por sentado que ha tra-tado de los mitos en torno a esta guerra(pp. 351), mientras que en la introduc-ción se atreve a declarar que «la inten-ción de este libro es rescatar la auténticarealidad histórica», «recuperar el guiónhistórico objetivo» (p. 23), que es tam-bién lo que supongo que quiere decir cuando se declara partidario de construir  y no de deconstruir (p. 17). Creer queuno va a ser capaz de captar lo «objeti-vo», la «auténtica realidad» del pasado, es,como creer en Dios, una suerte envidia-

ble; también lo creían Ranke y otrosgrandes historiadores de antaño, pero noha sido habitual en los de las últimas dé-cadas. Lo mítico, en todo caso, parece ser lo contrario de lo objetivo. Pero comoen ningún momento define lo que en-tiende por «mito», no queda claro cuán-do está analizando mitos y cuándo dis-cutiendo sobre «realidades». Más quecomo historiador profesional, se presen-ta como víctima de versiones míticas,pues repite una y otra vez que está reac-cionando contra lo que le enseñaron enla escuela franquista (pp. 14-15, 221,346). Pero no sé si reacciona del todo. Alfinal del libro, en definitiva, no quedaclaro si «la nación indomable» del títuloes un mito o una «realidad objetiva».

Hay que llegar a la página final paraencontrar su propuesta política y, quizás,el sentido general de la obra: el «sueñode la nación indomable» de la genera-ción de 1808 es hoy el sueño «viable»(¿sueño o viable?) de «una nación espa-ñola abierta e integrada, fundamentadaen un patriotismo no sólo constitucionalsino también cultural común, sin inhibi-

ciones ni lastres ideológicos, libre de loscomplejos generados por el nacionalismofranquista» (p. 364). Lo que se halla detrásde todo el libro es, pues, una defensa delpatriotismo constitucional español con-tra los nacionalismos disgregadores. Ledaría la razón, si se atuviera al análisis deaquella guerra, porque los catalanes se in-tegraron en ella mucho más de lo quelos nacionalistas actuales reconocen. Peroesta idea llega a ser obsesión que dominaal autor y que le hace enojarse con esaEspaña «autoflagelante, negativa, irónica»,en la que incluye a los ilustrados más ra-

dicales, como Cañuelo, Rubín de Celis oMarchena, «marcados por los complejose inhibiciones», «críticos acerbos [que] sedeslizarían hacia el fatalismo» (p. 256).

Proyecta García Cárcel esa misma nece-sidad de defender a España sobre los his-toriadores actuales y acusa de catalanistasa quienes hemos intentado estudiar elsurgimiento de la identidad españolacomo un fenómeno histórico y no na -

tural. Si somos «críticos con el españo -lismo» se debe, según su lógica, a que comulgamos con algún nacionalismo periférico. Como en mi caso eso es im-posible de probar, porque nunca he pre-ferido Malagón a Málaga, recurre a afir-maciones que no he hecho, como que eltérmino «independencia» no se usó du-rante el conflicto (p. 224; en el artículoque cita digo explícitamente lo contra-rio: se usó «independencia», como se usa-ron dignidad, usurpación, patria, religióno rey, pero el sintagma Guerra de la Inde-

 pendencia para designar al conflicto en su

conjunto se inventó más tarde). Dado, sinembargo, que formo parte de la conspi-ración antiespañola, estoy en la lista deCañuelo y Marchena. No me quejo, eincluso lo creo un honor, pero me gus-taría que fuera por méritos propios, y nopor dichos o hechos indebidamente atribuidos. En fin, que, como escribeRoberto Breña, «el patriotismo es un pé-simo consejero en cuestiones historio-gráficas», o, en palabras de Josep MaríaFradera, hay que optar entre hacer cien-cia o hacer patria.

Como cualquier reflexión sobre laguerra civil de 1936 debe, inevitable-mente, terminarse con el «Paz, piedad,perdón» de Azaña, un texto sobre la an-tinapoleónica de 1808 debería terminar con una referencia a Goya, testigo sensi-ble y sensato de aquellos hechos que,aparte de cambiar de bando una y otravez, lo fundamental que hizo fue horro-rizarse con el salvajismo que vio desatar-se –por uno y otro lado– a su alre -dedor. c

1 Me refiero a José Manuel Cuenca Toribio,LaGuerra de la Independencia, un conflicto decisivo,

Madrid, Encuentro, 2006, una de las obras a lasque haré referencias ocasionales, además de loscinco libros en los que se concentra esta rese-ña. Otras aludidas son Jesús Cruz, Los notablesde Madrid. Las bases sociales de la revolución libe-ral española, Madrid, Alianza, 2000; ChristianDemange, El Dos de Mayo. Mito y fiesta nacional (1808-1958), Madrid, Marcial Pons/Centro deEstudios Políticos y Constitucionales, 2004;Richard Hocquellet, Résistance et Révolution du-rant l’occupation napoléonienne en Espagne, 1808-1812, París, Boutique de l’Histoire, 2001; Fer-nando Martínez Laínez, Como lobos hambrien-tos. Los guerrilleros en la Guerra de la Independen-cia (1808-1814), Madrid, Algaba, 2007; JohnLawrence Tone, The Fatal Knot. The GuerrillaWar in Navarre and the Defeat of Napoleon inSpain, Chapel Hill, The University of NorthCarolina Press, 1994 (La guerrilla española y laderrota de Napoleón, trad. de Jesús Izquierdo,

Madrid, Alianza, 1999; y un primer libro deCharles Esdaile sobre este tema, The Peninsular War. A New History, Londres, Allen Lane, 2002(La Guerra de la Independencia: una nueva histo-ria, trad. de Alberto Clavería, Barcelona, Críti-ca, 2003).

HISTORIA 

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revista de libros número promocional 47

En 1906 Werner Sombart

publica como libro1 el

ensayo ¿Por qué no hay so-

cialismo en los Estados Uni-

dos? Para gran sorpresa del lector, la

obra termina con una arr iesgada acro-

bacia lógica que conduce a un notorio

patinazo: tras dedicar casi doscientas

páginas a analizar de forma elegante,

penetrante y convincente las causas

por las que no existe socialismo en Es-

tados Unidos, Sombart proclama que«según todos los indicios, el socialismo

en Estados Unidos va a tener su auge

plenamente en la siguiente genera-

ción» (p. 194).

¿Por qué sigue siendo interesante

leer un libro publicado hace más de

cien años que concluye con una pre-

dicción tan patentemente errónea? Es

claro que la presciencia no se contaba

entre las prendas que adornaban a su

autor 2, por mucho que algunos comen-

taristas europeos se empeñen ahora en

ver en Barack Obama una suerte de

encarnación posmoderna, à la américai-

ne, de la socialdemocracia. Pero el he-

cho, cierto y terco, es que Estados Uni-

dos ha sido la única sociedad industrial

que no ha desarrollado ni un partido

socialista poderoso, ni un gran movi-

miento proletario de masas con con-

ciencia de clase. El matiz socialdemó-

crata3 delNew Deal de Franklin D. Roo-

sevelt o la llamada Nueva Izquierda de

los años sesenta no son sino excepcio-

nes, con poca trascendencia política

para la formación de un movimiento

socialista, a la gran excepción: la obsti-nada ausencia de socialismo en la socie-

dad estadounidense.

Hay al menos dos razones que ha-

cen que hoy siga siendo recomendable

la lectura del trabajo de Werner Som-

bart (1863-1941) sobre Estados Uni-

dos. La primera razón es de orden pu-

ramente propedéutico: constituye una

buena ocasión para acercarse a un au-

tor que, no siendo estrictamente un ol-

vidado entre nosotros, es, sin embargo,

poco conocido por estos pagos. Tal vez

ello se deba a que no ha sido demasia-

do traducido al español4, o a que hoyocupa sólo una posición marginal en la

historia del pensamiento social, o a las

oscilaciones e incongruencias teóricas

que experimentó a lo largo de su ca-

rrera, o simplemente a que resiste mal

la comparación con su gran coetáneo y

amigo Max Weber. Sea como fuere,

Sombart sigue siendo un autor con una

obra interesante a sus espaldas que, a

caballo entre la economía, la historia y

la sociología, merece la pena revisar.

En cuanto a su biografía, baste de-

cir que, tras estudiar derecho y econo-

mía en varias universidades de Italia y

Alemania, Sombart se convirtió en unode los representantes de la última gene-

ración de la joven escuela histórica ale-

mana, un nicho intelectual muy feraz

desde el que abordó la tarea del análi-

sis histórico, combinando con alguna

perspicacia la perspectiva económica y

sociológica. Coeditó, junto a Max We-ber y Edgar Jaffé, el prestigioso Archiv 

 für Sozialwissen chaft und Sozialpolitik,

donde aparecieron algunas de las obras

más importantes de la sociología ale-

mana de la época. Su carrera universi-

taria fue un tanto excéntrica; su conso-

lidación académica, tardía5. Asentado en

la universidad, en los últimos años de su

vida derrotó hacia un nacionalismo in-

temperante.

Sin embargo, la inspiración teórica

inicial de Sombart estuvo estrechamen-

te vinculada al marxismo, lo que lo dis-

tanció del normativismo idealizante de

la generación de sus maestros y, en par-ticular, del grupo de Schmoller. Carac-

terísticos de esa época primera son los

ensayos encomiásticos que dedicó a

Engels y Marx, así como un libro, al

parecer de mucho éxito en sus días en-

tre el público alemán, sobre el movi-

miento social del socialismo. A esta pri-mera etapa en la que volcó su atención

en el socialismo y el proletariado como

clase social corresponde también el

texto sobre Estados Unidos que aquí se

reseña.

Siguieron a estos primeros trabajos

una serie de estudios dedicados a la gé-nesis y el desarrollo histórico del capi-

talismo que, al tiempo que constituyen

lo mejor del legado de Sombart, han

demostrado también tener una influen-

cia perdurable. En varios títulos – Los

 judíos y la vida económica (1911), Lujo y

capitalismo (1913), El burgués: contribución

a la historia espiritual del hombre económico

moderno (1913), Estudios de historia del 

desarrollo del moderno capitalismo (1913) y

El capitalismo moderno (1916)– insistió

en la importancia de los factores espiri-

tuales o psíquicos para la vida econó-

mica y documentó variadamente los

vínculos genéticos que el capitalismo

moderno mantenía con el ideal ilustra-

do del control racional del mundo. Al-

gunas de sus tesis, como la relativa al

papel de los judíos en el origen y desa-

rrollo del capitalismo, alcanzaron en su

momento una gran popularidad no

exenta de polémica. Es notorio que

muchos de sus más importantes argu-

mentos los elaboró en esta época de su

vida en diálogo y debate con el propio

Weber. Y aunque, con el tiempo, los

historiadores han puesto en tela de jui-cio numerosos detalles de sus trabajos,

debe reconocerse su influencia en au-

tores como, por ejemplo, Schumpeter o

Braudel.

La producción última de Sombart

ha gozado de poco reconocimiento, en

parte por el giro que fue dando hacia

posiciones ideológicas cada vez más na-

cionalistas bajo la creciente influencia

del romanticismo alemán. Ya durante la

Primera Guerra Mundial dio muestras

de un patriotismo pugnaz con la publi-

cación de Comerciantes y héroes (1915),

donde contraponía, con afán denigra-torio, el espíritu mercantil, hedonista,

práctico y calculador de los ingleses al

carácter hazañoso y sacrificado de los

SOCIOLOGÍA 

MIGUEL REQUENA 

CATEDRÁTICO DE SOCIOLOGÍA EN LA UNEDSocialismo, roast beef 

y tarta de manzana Werner Sombart

¿POR QUÉ NO HAY SOCIALISMOEN LOS ESTADOS UNIDOS?

Trad. de Javier Noya y ChristineLöfflerCapitán Swing Libros230 pp. 16

Las Cuatro Libertades: Libertad ante la Indigencia . Norman Rockwell, 1943

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48 número promocional revista de libros

teutones: frente al individualismo de los

primeros, sus compatriotas se or ienta-

ban al bienestar colectivo al llevar a la

práctica las virtudes heroicas que ha-

bían arraigado en su nación. Su nacio-

nalismo se exacerbó durante la repúbli-

ca de Weimar hasta alcanzar su apogeoen la obra El socialismo alemán (1934),

cuyo solo título evoca sin ambages la

ideología de la dictadura nacionalsocia-

lista. La actitud política de Sombart y

sus relaciones con el nacionalsocialismo

durante este último período parecen

bien documentadas6, lo que no ha con-

tribuido precisamente a aumentar su

atractivo entre las generaciones poste-

riores.

La segunda de las razones por las

que la lectura del libro de Sombart si-

gue siendo aconsejable es de orden sus-

tantivo y reside en el interés intrínsecodel problema que plantea. Desde que

Alexis de Tocqueville publicara De la

democracia en América en el decenio de

1830 las peculiaridades de la sociedad

estadounidense –verbigracia, sus rela-

ciones sociales igualitarias, su incompa-

rable dinamismo religioso, su poderoso

entramado de asociaciones voluntarias– 

no han dejado de atizar la curiosidad

de los europeos. Con el transcurso del

siglo, y a medida que Estados Unidos

iba desarrollándose como una gran po-

tencia industrial, esa curiosidad fue

centrándose en las decisivas consecuen-

cias políticas de los progresos del capi-

talismo estadounidense y, entre ellas, en

la inexistencia del radicalismo de clase

obrera tan típicamente europeo. En el

caso de los socialistas y, en particular, de

los marxistas, esa curiosidad estaba teñi-

da de inquietud por razones fáciles de

entender. Y no sólo políticas. Pues a los

ojos de todo buen marxista que conci-

biera el socialismo como el desenlace

más o menos inevitable del desarrollo

capitalista, el hecho de que en Estados

Unidos no hubiera aparecido un movi-

miento socialista de masas digno de tal

nombre había de ser teóricamente apre-miante. La cuestión no dejó de preo-

cupar a Marx y a Engels, enfrentados

a la cruel ironía histórica del subdesa-

rrollo del socialismo allí donde más le-

 jos había llegado el capitalismo. Engels,

por ejemplo, subrayó en varias de sus

cartas7 que Estados Unidos era una so-

ciedad puramente burguesa que, no ha-

biendo conocido un pasado feudal,

 había alimentado entre la clase obrera

prejuicios capitalistas que dificultaban el

surgimiento del socialismo. El mismo

año de 1906 en que apareció el estudio

de Sombart sobre Estados Unidos viotambién la luz The Future in America: A

Search After Realities de Herbert G.

Wells. El escritor inglés veía en el espí-

ritu libertario o antiestatal –la auténti-

ca antítesis del socialismo, al decir de

Wells– uno de los rasgos más definito-

rios de la política estadounidense.

Sombart aborda el problema en el

punto mismo en que lo dejan Marx y

Engels. Siendo Estados Unidos la tierra

prometida del capitalismo, el país don-

de se han satisfecho todas las condicio-

nes para su más pleno florecimiento,

¿cómo es posible que no haya surgido

allí un movimiento o un partido so-

cialista poderoso? La monografía co-

mienza con una breve descripción de

la economía de Estados Unidos, de su

impar poder financiero y su gran con-

centración del capital, desde la que

Sombart se desplaza hacia el rasgo más

determinante de su estructura social:

todo en la sociedad estadounidense

procede del capitalismo y, por ende, no

hay en ella reliquias de las viejas clases

feudales. No existe allí, a diferencia de

lo que sucede en Europa, ni aristocra-

cia hereditaria, ni artesanos feudales, lo

que produce una sociedad abierta degran permeabilidad e impregna la vida

en sus diversos ámbitos de un peculiar 

sabor económico. Por encima de cual-

quier otra consideración prevalece en-

tre los estadounidenses la valoración

pecuniaria de las cosas y las personas, el

éxito se identifica con la prosperidad

material y la esfera económica se ha

convertido en una poderosa fuerza para

atraer a los individuos con más capaci-

dad y talento.

A renglón seguido pasa revista

Sombart al estado del movimiento so-

cialista en Estados Unidos para docu-mentar con datos estadísticos la escasa

inclinación al radicalismo de los traba-

 jadores y la consiguiente irrelevancia

electoral de los partidos socialistas. La

revisión incluye, asimismo, una caracte-

rización de los sindicatos estadouniden-

ses, que los presenta como organizacio-

nes cerradas sobre sus propios gremios,

circunscritas a la mejora de las condi-

ciones económicas de sus afiliados y

orientadas al puro negocio en una

suerte de colusión monopolista con las

respectivas patronales que tiene por ob-

 jeto la común explotación del público.

Este crudo retrato del sindicalismo per-

mite a Sombart hacer una primera in-

cursión en los mecanismos que, a su

 juicio, explican la ausencia de socialis-

mo en Estados Unidos. Allí los obreros

no están en absoluto descontentos con

el statu quo y su visión del mundo es

marcadamente optimista. Añádanse a

ese caldo de cultivo, compuesto de

aquiescencia al orden establecido y op-

timismo ante el futuro, un acendrado

patriotismo y una férvida confianza en

la misión y la grandeza del país, y se

entenderá sin dificultad por qué los

gérmenes emocionales de la concienciade clase –los sentimientos de envidia,

amargura y odio hacia quienes más tie-

nen– no han conseguido brotar entre la

clase trabajadora estadounidense.

Se encamina entonces Sombart en

derechura hacia las raíces de la cuestión

que se ha propuesto esclarecer. Para ello

comienza por diseccionar la estructura

política de Estados Unidos. ¿Qué en-

cuentra en ella? Una maquinaria hiper-

democrática que, plagada de institucio-

nes electivas, fuerza al ciudadano y al

trabajador a emitir constantemente el

voto; una situación de monopolio delos dos grandes partidos que, en su in-

cesante caza de cargos, se acomodan a

las situaciones más variadas a golpe de

indefinición ideológica y de mutuo

acercamiento; un continuo fracaso de

los terceros partidos cuyas oportunida-

des políticas se han desvanecido una y

otra vez en el trágico destino de su ina-

nidad electoral, y un reino de la opi-

nión pública en el que la adoración de

las mayorías ocluye las opciones divisi-

vas. Los dos grandes partidos son, en

suma, grandes organizaciones de intere-

ses con una capacidad más que sobrada

de eludir las posiciones ideológicas

fuertes para mejor integrar en su seno

toda posible disidencia.

Nótese que hasta ese momento ha

desarrollado Sombart su análisis de la

inexistencia de socialismo en Estados

Unidos moviéndose con no poca agili-

dad argumental desde la esfera econó-

SOCIOLOGÍA 

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revista de libros número promocional 49

mica y la estructura de clases hasta las

representaciones culturales de los traba-

jadores y las pautas del sistema político.

En la segunda y la tercera parte de la

monografía corona su ejercicio explica-

tivo con una detallada indagación sobre

la situación material y la posición socialdel trabajador estadounidense. Hace

acopio Sombart de una gran cantidad

del material empírico disponible en su

época para concluir que las rentas sala-

riales de los obreros estadounidenses

son mayores que las de los europeos;

que las necesidades básicas –vivienda,

alimentos y ropa– no son más onerosas,

y que el diferencial entre ingresos y

gastos lo destinan los primeros al aho-

rro, a una mejor satisfacción de sus ne-

cesidades y a un consumo más genero-

so de artículos de lujo. En definitiva, el

nivel de vida del trabajador estadouni-dense es muy superior al del europeo y

su desahogada situación económica le

garantiza unas pautas de consumo que,

con criterios europeos, más parecen de

clase media que de clase obrera. El dic-

tum de Sombart resulta lapidario a este

respecto: en Estados Unidos «el roast 

beef  y la tarta de manzana acabaron con

todas las utopías socialistas» (p. 174).

Pero no es sólo la situación material

acomodada del trabajador la que impi-

de el desarrollo del socialismo. La for-

midable movilidad social, vertical y ho-

rizontal, supone para la clase trabajado-

ra una permanente puerta de «huida

hacia la libertad» del cambio de clase

social: el tremendo dinamismo econó-

mico y la expansión colonial al Oeste

se han encargado de hacerla posible.

La explicación que ofrece Sombart

de la ausencia de socialismo baraja los

ingredientes más importantes de lo

que la literatura sociológica ha deno-

minado, en la estela de Tocqueville, el

excepcionalismo estadounidense8. Se

trata de un síndrome sociocultural en

el que se incluye una religiosidad des-

bordante espoleada por la dinámica

vertiginosa de las sectas protestantes,

unas relaciones sociales igualitarias conun alto grado de movilidad social y

unas tasas más que considerables de

delincuencia9. Todos esos rasgos excep-

cionales no sólo aparecen vinculados

entre sí, sino que concuerdan plena-

mente con la ideología nacional del

país: el llamado credo norteamericano. Di-

cho credo combina cinco grandes pre-

ceptos –libertad, igualitarismo, populis-

mo, individualismo y laissez-faire–  y su

importancia ha sido trascendental para

la identidad colectiva de los estadouni-

denses, quienes, a falta de una larga his-

toria común más o menos gloriosa, sedefinen a sí mismos por una ideología

o, si se prefiere, por una religión políti-

ca: el propio americanismo. Dos de los

más importantes corolarios del credo

son la hostilidad crónica al Estado y la

exaltación de la mer itocracia. Y toda

esa dogmática encierra una promesa de

ilimitada promoción social que es tam-

bién típica de la excepción estadouni-

dense.

En su orientación igualitaria, los

estadounidenses creen que la base de la

selección social ha de ser la igualdad de

oportunidades y que su efecto no pue-

de ser otro que la desigualdad de resul-

tados, y son capaces de convivir, de he-

cho, con unos niveles de desigualdad de

la renta y unas tasas de pobreza que no

encuentran parangón en otros países

desarrollados10. Poco importa a este res-

pecto que su movilidad social no haya

sido en realidad mayor que la de otras

sociedades avanzadas11, porque sus ciu-

dadanos siguen creyendo, con la fe del

carbonero, que viven en la sociedad

más abierta, móvil y fluida del mundo.

En su economía política, las conse-

cuencias históricas del excepcionalismo

han sido un sistema de bienestar social

reducido con pocas prestaciones públi-cas (por comparación con la Europa

continental y nórdica) y un nivel de

exacción tributaria más bien exiguo y

poco progresivo; pero también –se

debe insistir– un singular dinamismo

económico durante muchos períodos

de su corta historia que ha hecho de

Estados Unidos la primera potencia

mundial y ha garantizado a sus ciuda-

danos un nivel de vida medio más alto

que en cualquier otra sociedad del

mundo desarrollado12. Entre sus otros

posibles méritos, no es el menor el de

haber sobrevivido y contribuido a de-rrotar al bloque comunista.

Tras el desplome de los regímenes

comunistas, durante los pasados años

ochenta y noventa pareció que el ca-

rácter excepcional de la política esta-

dounidense comenzaba a disolverse de

una forma inesperada: eran las demo-

cracias occidentales y sus economías las

que se estaban americanizando. Sin em-

bargo, la crisis económica vuelve a po-

ner hoy sobre el tapete el ensayo de

Sombart cien años después de que

fuera escrito. ¿Tiene futuro el socialis-

mo en Estados Unidos ahora que el

capitalismo se enfrenta a la peor pesa-

dilla económica desde los años treinta?

De momento, la victoria de los demó-

cratas y su respuesta inicial a los desa-

fíos de la recesión parecen reeditar las

fórmulas keynesianas y prescribir las

recetas del New Deal : mayor interven-

ción estatal en el sector privado, con-

trol más estricto de los mercados, pro-

gramas de gasto público masivo y de-

sarrollo de las instituciones del bienes-

tar. ¿Bastará la reacción al actual ciclo

recesivo para que los estadounidenses

abjuren de su credo y asienten la social-

democracia en su país? ¿Se cumplirá al

fin, con un siglo de retraso, el vaticiniode Sombart? El futuro no está escrito,

pero la experiencia histórica aconseja

prudencia. Estados Unidos salió de la

Gran Depresión con su sistema de par-

tidos, sus instituciones públicas y sus

valores intactos13, y, por lo visto, muy

bien dispuestos a disfrutar con optimis-

mo de la edad dorada del capitalismo

occidental y a seguir solazándose con

su sueño americano.

En un inteligente ensayo publicado

cincuenta años después del libro de

Sombart, Ralf Dahrendorf calificó de

«disonancia más bien cómica» su desa-tinado pronóstico sobre Estados Uni-

dos y sugirió que la pregunta pertinen-

te no era ya la que se hizo Sombart,

sino esta otra: ¿por qué no ha habido

socialismo en el mundo? 14. Desde en-

tonces los sistemas comunistas han caí-

do, recurrido al mercado o entrado en

fase terminal. De manera que, si por so-

cialismo se entienden los regímenes

 socialistas –el llamado socialismo real  –,

puede matizarse así la pregunta de

Dahrendorf: ¿por qué no ha habido

socialismo en el mundo, salvo durante

períodos relativamente cortos de tiem-

po en un puñado de sociedades atrasa-

das? Pero si por socialismo se entiende

la socialdemocracia, entonces hay más

bien que seguir considerando que los

estadounidenses han preferido hasta

ahora el riesgo de la desigualdad, con

su siempre renovada promesa de pros-

peridad individual, a la seguridad co-

lectiva que proporciona el Estado. c

SOCIOLOGÍA 

1 En realidad, el trabajo había aparecido en1905 en alemán con el título de «Studienzur Entwicklungsgeschichte des nordame-

rikanischen Proletariats» en Archiv für So-zialwissenchaft und Sozialpolitik; y en inglés,en una versión abreviada, con el de «Studiesof the Historical Development and Evolu-tion of American Proletariat» en Internatio-nal Socialist Review .

2 La única explicación que a uno se le ocurrede tamaño desacierto predictivo es queSombart era a la sazón un marxista conven-cido que no deseaba desviarse de la ortodo-xia ideológica. Su pronóstico aparece de ma-nera por completo injustificada en el penúl-timo párrafo del libro. En el último (p. 194)añade Sombart: «Para justificar este pronósti-co haría falta un análisis exhaustivo de todala situación del Estado y de la sociedad nor-teamericana, y muy especialmente de la eco-nomía en su conjunto, algo a lo que esperopoder entregarme más adelante». Ni que de-cir tiene que nunca se entregó a esa tarea.

3 Richard Hofstadter,The Age of Reform: FromBryan to F.D.R ., Nueva York, Alfred A.Knopf, 1972, p. 308.

4 Entre las traducciones al español, puedencitarse, además del libro aquí reseñado, Noo-

sociología, trad. de Jesús Tobío, Madrid, Ins-tituto de Estudios Políticos, 1962; El bur- gués: contribución a la historia espiritual del hom-

bre económico moderno, trad. de Pilar Lorenzo,Madrid, Alianza, 1972; Lujo y capitalismo,trad. de Luis Isábal, Madrid, Alianza, 1979;El apogeo del capitalismo, trad. de José Urba-no, Ciudad de México, Fondo de CulturaEconómica, 1984, y Los judíos y la vida eco-nómica, trad. de Margarita Campoy, Madrid,Universidad Complutense, 2008.

5 Pasó gran parte de su vida tratando deconseguirse, con no demasiado éxito, unaposición estable en la universidad alemana y sólo a los cincuent a y cuatro años, trasperegrinar por varias instituciones de ran-go académico menor, accedió a una cáte-dra en la Friedrich-Wilhelms-Universität(más tarde Universidad Humboldt) deBerlín.

6 Abram L. Harris, «Sombart and German(National) Socialism»,The Journal of Political Economy, vol. 50, núm. 6 (1942), pp. 805-

835.

7 Véanse, por ejemplo, las cartas de Engels a Joseph Weydemeyer (1851) y a Fr iedrichAdolph Sorge (8 de febrero de 1890 y 31de diciembre de 1892).

8 Seymour M. Lipset, El excepcionalismo nor tea -me ri cano. Una espada de dos filos, trad. de Mó-nica Pinilla, Ciudad de México, Fondo de

Cultura Económica, 1996, y Seymour M.Lipset y Gary Marks, It didn’t Happen Here.Why Socialism Failed in the United States,Nueva York y Londres, Norton, 2000.

9 La lista puede ampliarse fácilmente a otrosvarios ingredientes, entre los que se cuentala formación del país mediante sucesivasoleadas de inmigrantes, la heterogéneacomposición étnica de su clase trabajadora y, hoy día, una demografía peculiar con unafecundidad relativamente exuberante.

10 Como muy sagazmente señaló Sombart,la ausencia de un patrón premoderno deestratificación y la gran movilidad socialen Estados Unidos no significaban que nohubiera desigualdades. Más bien sucedíatodo lo contrario, pues las diferencias derenta entre ricos y pobres se contaban yaen su época entre las más altas del mundo.

 Y así ha seguido siendo hasta nuest rosdías: véanse Timothy M. Smeeding, «Pu-blic policy, economic inequality, and po-verty: the United States in comparativeperspective», Social Science Quarterly, vol.86, supl. (2005), pp. 955-983, y Douglas S.

Massey, «Globalization and Inequality: Ex-plaining American Excepcionalism», Euro- pean Scoio logica l Review , vol. 25, núm. 1

(2009), pp. 9-23.11 Lo cual es, por cierto, muy difícil de deter-

minar. La comparación de la movilidad so-cial entre clases ocupacionales en distintassociedades es cuestión peliaguda por variasrazones, desde la disponibilidad de datoshomogéneos hasta la idoneidad de las téc-nicas estadísticas que se utilizan. Véanse Ro-bert Erikson y John Goldthorpe, The Cons-tant Flux. A Study of Class Mobility in Indus-trial Societies, Oxford, Clarendon Press,1992.

12 Salvo Luxemburgo. Véanse Andrea Brando-lini y Timothy M. Smeeding, «Income Ine-quality in Richer and OECD Countries»,en Wiemer Salverda, Brian Notan y Ti-mothy M. Smeeding (eds.), The Oxford Handbook of Economic Inequality, Oxford,Oxford University Press, 2009, pp. 71-100.

13 Seymour M. Lipset,El excepcionalismo nor tea -me ri cano. Una espada de dos filos, pp. 411-412.

14 Ralf Dahrendorf , Sociedad y sociología. Lailustración aplicada, trad. de José Belloch, Ma-drid, Tecnos, 1966, p. 94.

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