Revista de prensa - Taurología - El portal sobre el arte ... · dirigió al centro del ruedo,...

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1 Revista de prensa El País Una triste y certera estocada final ANTONIO LORCA Eran las 20.16 cuando Serafín Marín se dirigió al centro del ruedo, dejó caer las orejas que portaba en las manos, se inclinó y besó la arena. La plaza, puesta en pie, se vino abajo y lo aclamó enfervorizada, mientras el torero, envuelto en lágrimas y con gestos de resignación, correspondía al afecto. Fue ese un momento intenso y misterioso, cargado de emoción y también de melancólica tristeza. Serafín era entonces el símbolo de la fiesta, el triunfador de un fracaso colectivo. Momentos después, él y sus compañeros fueron izados a hombros y, entre los gritos de "libertad, libertad", llevados en volandas por las calles de Barcelona, donde el gentío les rindió el homenaje sincero de la resignación. Desalojados los tendidos, se apagaron las luces de esta Monumental centenaria, referente del distrito barcelonés del Ensanche, en la confluencia de la Gran Vía y EL PILAR / MORA, TOMÁS, MARÍN Toros de El Pilar, anovillados, muy blandos, sosos y nobles. Destacó el segundo. Juan Mora: dos pinchazos y estocada caída (ovación); estocada baja (ovación). José Tomás: estocada (dos orejas); dos pinchazos y estocada -aviso- (gran ovación). Serafín Marín: estocada baja (ovación); estocada (dos orejas). Plaza Monumental. Feria de la Merced; 25 de septiembre. Lleno de "no hay billetes".

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Revista de prensa

El País Una triste y certera estocada final ANTONIO LORCA Eran las 20.16 cuando Serafín Marín se dirigió al centro del ruedo, dejó caer las orejas que portaba en las manos, se inclinó y besó la arena. La plaza, puesta en pie, se vino abajo y lo aclamó enfervorizada, mientras el torero, envuelto en lágrimas y con gestos de resignación, correspondía al afecto. Fue ese un momento intenso y misterioso, cargado de emoción y también de melancólica tristeza. Serafín era entonces el símbolo de la fiesta, el triunfador de un fracaso colectivo. Momentos después, él y sus compañeros fueron izados a hombros y, entre los gritos de "libertad, libertad", llevados en volandas por las calles de Barcelona, donde el gentío les rindió el homenaje sincero de la resignación. Desalojados los tendidos, se apagaron las luces de esta Monumental centenaria, referente del distrito barcelonés del Ensanche, en la confluencia de la Gran Vía y

EL PILAR / MORA, TOMÁS, MARÍN Toros de El Pilar, anovillados, muy blandos, sosos y nobles. Destacó el segundo. Juan Mora: dos pinchazos y estocada caída (ovación); estocada baja (ovación). José Tomás: estocada (dos orejas); dos pinchazos y estocada -aviso- (gran ovación). Serafín Marín: estocada baja (ovación); estocada (dos orejas). Plaza Monumental. Feria de la Merced; 25 de septiembre. Lleno de "no hay billetes".  

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la calle de la Marina, y la plaza quedó vacía y sola. Allá desde lo alto, en la grada, se percibía la desolación, el adiós para siempre, el portazo definitivo. Pero aquí dentro, en este solar, al menos, pervivirá la historia. Porque estas paredes viejas y esa tierra del ruedo guardan en sus entrañas los ecos de días de glorias y fracasos, de ilusiones y emociones, de recuerdos y olvidos. Pese a quien pese, aquí quedarán para siempre los ecos de Joselito, Belmonte, Manolete, Bernadó, Chamaco, Tomás y tantas y tantas figuras como han desgranado en este ruedo el perfume de su torería. Y de ella ha quedado impregnada la plaza, la tierra, el aire, el ambiente, el barrio entero... Podrán prohibir los toros, pero no los olores, no el sentimiento... Dudalegre, número 23, negro mulato, de 567 kilos de peso, el sexto de la tarde, ha sido -será, con toda seguridad- el último toro de la fila de esta Monumental. El azar quiso que tuviera la dramática fortuna de ser el que cerrara definitivamente la puerta de chiqueros, el que recibiera el último capotazo, el último puyazo, el último par y el que diera la postrera embestida a la muleta; pero no recibió en solitario la última estocada, que esa la compartió con la fiesta misma, que se la clavaron en el alma. Una estocada final, triste, certera y mortal. Así, con ese aire de tragedia griega, se escenificó ayer la muerte real de los toros en Cataluña, porque la oficial la decidió el Parlamento autonómico en julio del pasado año. Y hubo otra, la muerte social, causada por la denunciable pasividad de los taurinos, monumentales hipócritas, que hoy lloran lágrimas de cocodrilo en un intento baldío y cobarde de sacudirse una responsabilidad que a ellos atañe en la misma medida, al menos, que a los políticos que decidieron la abolición de la fiesta. ¡Qué barato y cómodo es el lamento...! Los toros no volverán a Cataluña porque, una vez desaparecido Pedro Balañá, el gran empresario de la Monumental, no han interesado a nadie. Por eso, ayer se celebró el último paseíllo. De nada sirve ahora que se agoten las localidades, ni las reivindicaciones, ni las apelaciones a la libertad. Se acabaron los toros en Cataluña, y que cada cual haga examen de conciencia. El festejo final no resultó tan apoteósico como el del sábado. Para empezar, la corrida elegida resultó ser una novillada sin trapío exigible, siquiera, en plaza de segunda. La falta de fuerzas y de casta hicieron el resto, aunque sobró la nobleza almibarada tan al gusto de las figuras actuales. Triunfó José Tomás con el segundo, un inválido de embestida sedosa y suave, al que recibió a la verónica con capotazos excelsos por su temple y hondura. Toda la faena de muleta la realizó con la zurda, y abundaron los naturales hermosos, emotivos, largos y hondos. Una tanda de molinetes ligados con un largo de pecho provocó el éxtasis colectivo. Ayudados por alto, pases de la firma y una estocada en lo alto corroboraron la emoción que se vivió en la plaza. Quede claro, no obstante, que hubo torero, pero no toro. Brindó al público el cuarto, soso y sin codicia, y a la labor de Tomás le faltó fuste. Dos orejas del sexto paseó Serafín Marín -el único torero que ha defendido la fiesta en Cataluña- tras una labor larga, muy trabajada e insulsa. Lo intentó toda la tarde, pero no estuvo fino. Su primero, muy descastado, fue el de más corto recorrido, y con el sexto no llegó a entenderse a pesar de su entrega.

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Y Juan Mora mostró ese estilo tan personal y frío del que ha hecho gala durante toda su carrera. Veroniqueó a su lote con fina elegancia, pero dejó escapar la bondad del primero, y aburrió con el soso cuarto. Adiós, Barcelona, adiós para siempre... Ahora toca llorar como un niño lo que no se ha sabido defender como aficionado. El Mundo.es Gran faena de José Tomás y todos a hombros para finalizar Zabala de la Serna El último paseíllo de la Monumental de Barcelona fue emotivo, triste y feliz. Una vez roto, la plaza se volcó con los toreros que salieron a recoger la ovación. Juan Mora, José Tomás y Serafín Marín se desmonteraron y sacaron a saludar a las cuadrillas. Emotivo momento. José Tomás simplemente bordó el toreo a la verónica con una hondura lenta, cabal, parsimoniosa, ganadora del terreno. No acaban los lances cosidos y ligados de una especial profundidad zurda, que era la mano, el pitón, el dulce del toro de El Pilar, de soberbia clase y en principio suave fuerza. José Tomás toreó para la eternidad al natural en la monumental. La faena entera como aquel toro de Puerto de San Lorenzo del 99 en Madrid. Pureza y enganche; muletazos de muñeca e inconmesurable acabado. Una prolongación del alma. Tan sereno y cautivador. En la media distancia generoso. A placer el toreo. Un cambio de mano por detrás para volver a la zocata. Y una cadena de molinetes que arrancaban en trincheras, con la suerte cargada y la embestida abrochada. Un delirio, una belleza. Como el prólogo hacia los medios tan mecido y suave. Perfecto también el cierre y la estocada fulminante. Dos orejas. Petición de rabo. Que se creyó concedido y se volvió a tirar. Daba igual, pero no tanto. La vuelta al ruedo sonaba a apoteosis final. Solera y parsimonia en el paso. Juan Mora contó con un toro que hacía el avión por el pitón derecho. A pesar de su altura, decolgaba inesperadamente la embestida del pilarico. De más a menos. Torería en el inicio de rodilla clavada de Mora. Desmayado en el

Ficha: Monumental de Barcelona. Domingo, 25 de septiembre de 2011. Lleno de 'No hay billetes'. Toros de El Pilar, serios y bien presentados; noble y bueno el altón 1 por el derecho; de mucha clase el 2 por el izquierdo; noblón el 3; sin viaje pero manejable el 4; de sosa embestida el 5; notable por el derecho el 6. Juan Mora, de verde botella y oro. Dos pinchazos y estocada (saludos). En el cuarto, estocada desprendida (saludos). José Tomás, de negro y oro. Estocada fulminante (dos orejas y petición de rabo). En el quinto, dos pinchazos y estocada. Aviso (saludos en los medios). Serafín Marín, de rioja y oro. Estocada caída (saludos). En el sexto, gran estocada (dos orejas). Salió a hombros con José Tomás y Juan Mora.  

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desprecio. A veces predominó la impresión que falto guia y enganche en los que duró que no fue mucho y lo suficiente para que si Juan mata se hubiera cobrado una oreja quizá. Le faltó recorrido al cuarto, que se quedaba en la cadera de Mora. Noblón y muy soso. Juan añejo y resolutivo. Serafín Marín sacó un capote como lienzo de María Franco. Reivindicativo en el reverso. Banderas de España y Cataluña y un toro en la bamba. Y la palabra Libertad. Noblote el toro de El Pilar pero sin transmisión tal vez para que la faena fundamentalmente diestra del último torero catalán trepara por los tendidos. Cerrada a izquierdas la embestida. O negada. Fue la última faena de José Tomás en Barcelona faena de inteligencia y administración. Un quinto de justa potencia y poder toreado a media altura, la muleta retrasada, el temple por bandera y la colocación muy cruzada para provocar la arrancada que se resistía a la repetición. En esa media altura embestía el toro, que murió de dos pinchazos y estocada. JT recogió, o tributó, una ovación en los medios. El torero aplaudía a la plaza que lo ha adorado durante años. 'Dudalegre' se llamaba el último toro de Barcelona. De El Pilar. 567 kilos. Nacido en marzo de 2007. Muerto a manos de Serafín Marín. Poca bravura para cerrar de Monumental. Pero buena mano derecha. Marín halló ahí la veta. Y salvo en un oasis seco al natural se entendió bien. Y cerró por manoletinas apasionadas. Y con una estocada soberbia que le valió las dos orejas. Y la última salida a hombros. Llorando Serafín. Y también Juan Mora por la puerta grande.

Como se sabe, la crónica completa de Zabala de la Serna se puede leer en la edición impresa de El Mundo o en su versión para la plataforma Orbyt.

ABC Luto en la Monumental Se ha consumado el final. Al doblar el último toro lidiado en la Monumental de Barcelona, una espesa capa de tristeza invade la Plaza ANDRÉS AMORÓS Serafín Marín se arrodilla y recoge un puñado de arena, llorando. Aunque José Tomás y él salen a hombros, por haber cortado cada uno dos orejas, la sensación de desolación es absoluta. Los areneros se hacen una última fotografía. El público invade el ruedo, desplegando pancartas. Los toreros señalan a los tendidos... Como última reacción, la plaza entera clama, unánime: «¡Libertad!» «Libertad» es una hermosa palabra, una aspiración permanente del ser humano: «Libre nací y en libertad me fundo», proclama Gelasia, la pastora cervantina. Pero escuchar a miles de personas, en una democracia, reclamando la libertad que unos políticos sectarios les han arrebatado es algo que acongoja. ¿Sabrá reaccionar este pueblo?...

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Con hondo pesar hemos asistido a la última —¿por ahora?: ya lo veremos— corrida en la Monumental de Barcelona: un velorio, un funeral, un absurdo sinsentido. El mejor resumen me lo da don Gregorio Corrochano, en ABC, el 18 de agosto de 1934, al ver caer a Ignacio Sánchez Mejías. Lo titula escuetamente «Luto», sin más: «Luto en la capa negra de los negros toros de lidia. Luto, con trasparencia de gasa, en la chaquetilla de los toreros. Luto en el negro pelo de las mujeres que van a los toros. Luto en los capotes de los lidiadores...» Esplendor el sábado En la corrida del sábado, el esplendor del arte, con grandes faenas de los tres diestros, parecía nublar el final inminente. En la del domingo, en cambio, aunque la expectación es máxima, la sensación general ha sido de desaliento: como un funeral cuyos ritos se prolongan mucho; aceptada ya la tragedia, la familia del fallecido desea retirarse a descansar... No ha sido lo más importante el desarrollo artístico de la tarde sino su triste significado. Recordemos, en todo caso, los datos. La corrida de El Pilar ha decepcionado: varios toros, justos de fuerzas, apenas se pican; tercero y cuarto, muy flojos; los dos últimos, con genio; se ha salvado, para el torero, el segundo, que se ha dejado mucho. En el primero, fiel siempre a su estilo, Juan Mora intenta desmayar los lances de salida, dibuja verónicas de buen estilo. El toro mansea, es flojo, pero se mueve mucho. Los doblones iniciales, rodilla en tierra, son primorosos. Disfruta el diestro toreando por la derecha con solemnidad. Los naturales salen más sucios porque, con este estilo, se manda poco. Tarda en matar. El cuarto flojea demasiado, la gente se impacienta. En cuanto le baja la mano, se cae; a media altura, protesta, puntea. Dibuja buenos derechazos pero el toro se queda a mitad del muletazo. Faena compuesta, sin brillo. Como lleva la espada de verdad, cuadra y mata eficazmente. Reaparición del ídolo Al brillo de la fecha se une la reaparición en Barcelona de José Tomás, ídolo de esta Plaza. El segundo toro, flojo, apenas picado, resulta muy manejable pero transmite poco. La emoción la pone el diestro con su quietud: muy buenas verónicas, ganando terreno hasta el centro; quite por delantales y media. Corre bien la mano en excelentes naturales, deslucidos por algunos enganchones y por las caídas del animal. Encadena, con apuros, emocionantes molinetes. Mata con decisión y la pasión se desborda; hasta la alguacililla corta el rabo, que debe devolver, porque se han concedido sólo las dos orejas. El quinto mansea, es más deslucido. Lo recibe haciendo el poste y no lo sujeta. Le aclaman sólo por el gesto de echarse el capote a la espalda: gaoneras de compás abierto, muy quieto. Brinda al público. La faena es desigual, con el signo del aguante más que del dominio. Al final, el toro se para y se desentiende. Remata con estatuarios, haciendo el poste, y doblones apurados, que provocan un ¡ay! Pincha un par de veces, antes de la estocada. Le hacen saludar clamorosamente desde el centro del ruedo y lo agradece, aplaudiendo él al público. «Libertad» en el capote de Serafín Marín

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Sale muy dispuesto Serafín Marín, con un capote novedoso, jaspeado en varios colores, con la inscripción «Libertad». El tercero es muy poquito toro, se viene abajo: faena voluntariosa pero irregular. Le toca el triste privilegio de matar el último toro de esta Plaza, con genio, deslucido. Aguantándole mucho, consigue muletazos largos, templados, sin dejarle irse. Remata con unas impávidas manoletinas, y una gran estocada, entrando muy lento, que pone en sus manos las dos orejas. Es el final. Después de una corrida maravillosa, preguntábamos, el sábado: «¿Cómo puede morir este arte?» No muere: lo asesinan, en Barcelona, por puras razones de separatismo político y cultural. Ésa es la verdad pura y simple, sin hacer literaturas. Salimos de la Monumental, por última vez, con el luto en el corazón: luto por tantos buenos aficionados barceloneses. Luto por Cataluña. Luto por una España en la que pueden suceder cosas como ésta. Y luto por la libertad, esa hermosa palabra, esa aspiración de cualquier ser humano. Luto. La Razón Réquiem por la Fiesta en Cataluña La afición de Barcelona saca a hombros a Juan Mora, José Tomás y Serafín Marín en el cierre triunfal de La Monumental Patricia NAVARRO Serafín se fue al centro de su plaza. A la mitad justo, donde podía divisar todo lo que estaba ocurriendo. Pensamos que cogería arena, la del adiós, la que se besa cuando se deja atrás el triunfo. Pero en realidad, habíamos llegado al fin. Último peldaño de ese angosto caminar que hemos transitado durante años. Pero no. Se arrodilló, una pierna, después la otra, y besó la tierra, el albero. La pleitesía máxima al lugar donde soñó ser torero, y lo logró. El lugar donde tantas veces se es feliz. Felicidad cuestionada. Una Monumental grabada en la retina de tantos, sufridores ayer, hoy, mañana. Y se extenderá mientras los políticos nieguen la Fiesta y aplaudan los correbous. Mientras la prohibición sea una dolorosa falacia sin rumbo animalista ni más ideología que dar una patada a la sentencia del Estatut y distanciarse de España. La España que les huele mal aunque germine en sus propias raíces. Vivimos el festejo con nuestra propia decadencia a cuestas, sin olvidar ya que detrás de esa puerta grande se cerraba La Monumental. Y detrás de ella, la huella de lo vivido, el recuerdo que nos mantiene vivos en el tiempo. Y nuestra historia, delatada en la piel propia y ajena. Forzó la máquina Serafín con el sexto. Todo

Barcelona. Segunda de la Feria de La Merced. Último festejo en La Monumental por la prohibición. Se lidiaron toros de la ganadería de El Pilar, bien presentados, manejables pero sin rematar. Lleno de «No hay billetes». - Juan Mora, de verde y oro, dos pinchazos, estocada (saludos); estocada desprendida (saludos). - José Tomás, de negro y oro, buena estocada (dos orejas); dos pinchazos, estocada, aviso (saludos desde el centro del ruedo). - Serafín Marín, de corinto y oro, estocada (saludos); buena estocada (dos orejas).  

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valía, todo se antojaba poco para una despedida. El sueño dorado no llegaba, porque no existía, se nos escapaba el final feliz. Hubo, tras el último toro, una espiral de emociones sin ordenar. Nadie sabía qué hacer. Hacia dónde apuntar. ¿Un sobrero?, ¿para qué? Se alargaría la agonía. La gente se echó al ruedo, invasión, el bello albero de La Monumental y a hombros levantaron a José Tomás, que había abierto el portón desde el segundo de la tarde. Y después al torero catalán y casi a la vez a Juan Mora le despegaban los pies del suelo, sin orejas pero con un prodigio de torería de otra época. La avalancha llenó la salida a hombros, con el sabor ácido ya de la indignación. Se había acabado. A José Tomás lo dejaron en el coche de cuadrillas, no quiso, no pudo, quién sabe, aguantar el demoledor camino hasta el hotel, mientras a Serafín Marín se lo llevaban por la Gran Vía y a Juan Mora rumbo a la Marina. De Puerta Grande hasta el mismo ascensor del hotel, aun con lugar equivocado. Y entre la bifurcación que tomaron los destinos de los diestros, un buen puñado de aficionados se quedaron a las puertas, ofendidos, heridos. A punto de liarse para acabar. Despechados, maltratados. Sin saber qué hacer. Cuán pronto el olvido haría presa de su clamor por la libertad. Avasallada. Muerta. José Tomás despedía a la afición y antes de que eso ocurriera, desplegó el toreo con verdad. Los naturales de la faena al segundo, gloria vivida ya, morían para empezar de nuevo en el siguiente paso, al envite, al encuentro, qué encuentro, qué preciosidad. No quedó ahí, la faena estaba esculpida primero con el capote, en el saludo por verónicas, echando los vuelos y a esperar... encajada la figura, enjutos los riñones y sin ánimo de rectificar. Una delicia a la que siguió un quite por delantales, de manos dormidas, eternizadas en el lance. La obra, esa que se destruye casi a la vez de empezar, tuvo magia por el izquierdo, el mejor pitón del toro de El Pilar. Mediada la labor, atenuadas las revoluciones hubo una tanda espectacular, siete u ochos muletazos, relajado y sin renunciar a lo vertical. Su seña. Molinetes improvisados, que de ceñidos hablaron de la emoción y un estoconazo para rematar. No había dudas. Se echó el capote a la espalda en el quinto entre el clamor y esculpió el toreo por gaoneras. Puso entrega después a un toro con distinto ritmo en el viaje, desentendido de la entrega, robo tras robo para acabar. El toreo de Juan Mora, que es la torería en estado puro, nos dejó preciosas verónicas y una media para abandonarse. El prólogo de faena rondó lo sublime y nos quedamos con pinceladas después. Se dejaba el toro. No más. Menos generoso fue el cuarto. A Serafín Marín no se lo puso fácil la tarde. ¡Con lo que ya tenía el día de por sí! A su primero, de corto recorrido, le puso entrega y afición. Y una estocada de altos vuelos para rubricar. Con el sexto se lo trabajó. Nada regalaba el toro. La plaza se cerró algo más de un año después de la prohibición. Que queden tranquilos en su descaro. Con aquel puñetero botón una mañana de julio, de traje y corbata, erradicaron la Fiesta de su región. Y al día siguiente blindaron los correbous. Que el toro de fuego no les hunda los votos. Negada la Fiesta. Prohibida y ya hoy en la clandestinidad, Barcelona es un lugar peor. El nacionalismo se ha cobrado un alto peaje robando la libertad. La marea taurina

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Al término del festejo, el guión se repitió de nuevo. El público volvió a arropar a sus toreros y se lanzó al ruedo para llevar a Juan Mora, José Tomás y Serafín Marín, su torero, su paisano, en volandas. Las calles volvieron a ser un hervidero de gente, una marea humana entre gritos de «Libertad» y «Vivas a España». Los toreros, senyera en mano, y muchos de los aficionados portando sus pancartas camino del hotel de los toreros. De nuevo, la Fiesta paralizó Barcelona. Agencia EFE Barcelona dice adiós a los toros La Monumental de Barcelona dijo ayer adiós a los toros en medio de la emoción contenida de un tendido lleno hasta la bandera, que se desbordó cuando los tres toreros -José Tomás, talismán de la plaza, Serafín Marín y Juan Mora- salieron a hombros por la puerta grande, y las protestas de un grupo de manifestantes antitaurinos, que protagonizaron un breve conato de enfrentamiento con los aficionados que hacían cola para entrar en el coso JUAN MIGUEL NÚÑEZ Emotivo final a la historia taurina en Cataluña después de 624 años. En la última corrida de toros en la plaza barcelonesa José Tomás y el catalán Serafín Marín fueron los grandes protagonistas, al abrir por última vez la puerta grande de la plaza Monumental. Pocas veces se vivió un espectáculo taurino con tanta pasión, pero fue una mezcla de emociones y rabia, protesta e impotencia, nostalgia y para algunos incluso la esperanza de que todavía pueda haber vuelta atrás. Una de las pancartas que acompañaban a los toreros en la triunfal salida a hombros lo expresaba con vehemencia: Continuará... Hubo gritos de "libertad" y un pequeño conato de enfrentamiento entre defensores y detractores de la fiesta al finalizar la corrida de toros. Pero el panorama está perfectamente definido y el día 1 de enero de 2012 entrará en vigor su prohibición en Cataluña de acuerdo a lo aprobado en julio de 2010 por el Parlamento de esta autonomía. Desatada pasión también por la comparecencia en la tarde de José Tomás. Barcelona fue siempre su plaza talismán, y ayer contó con la suerte de haber tenido el único toro claramente propicio para hacer el toreo, su primero. Una suerte para todos. Lo bordó. Más allá del empaque y la estética, la hondura de

Ficha del festejo: - Toros de El Pilar, aceptablemente presentados, descastados y de poco juego con la excepción del buen segundo. - Juan Mora: dos pinchazos y estocada desprendida (gran ovación); y estocada caída y delantera (ovación). - José Tomás: buena estocada (dos orejas y fuerte petición de rabo); y dos pinchazos y estocada (gran ovación tras aviso). - Serafín Marín: estocada caída (ovación); y estocada arriba (dos orejas). - En cuadrillas, Miguel Cubero saludó tras banderillear al quinto. La plaza tuvo lleno de "no hay billetes" en tarde espléndida.  

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cada lance, de cada muletazo de José Tomás, tuvo un valor extraordinario. Cortó dos orejas. El quinto ya no acompañó tanto, punteando y abriéndose, con muchos defectos. Toro manso sin paliativos. Hubiera cortado una oreja si no fuera por el fallo a espadas. A hombros salió también Serafín Marín, a pesar de lo poco que colaboró su lote. Tuvo un primer toro incierto que se caía por abajo y protestaba por arriba. En el sexto, Marín echó el resto. Y como entró la espada a la primera, al final las dos orejas para salir a hombros. Con Juan Mora pintó bastos el ganado. A pesar de todo toreó con desmayo, suavidad y mucha estética. El mal uso de la espada le privó de un trofeo seguro. El cuarto, el peor del encierro, no aportó nada, y la faena tuvo menos relevancia. Pero al final la gente quiso sacar a los tres toreros a hombros. Agencia COLPISA Adiós a Barcelona Barquerito ERA última tarde de toros en Barcelona y, sin embargo, las emociones de la despedida no tuvieron ni la carga ni el acento ni la fuerza de la función memorable del sábado. La plaza de toros, condenada como tal, estaba abarrotada, pero ni consignas, ni pancartas, ni palmas por bulerías ni bulla ni coros ni jarana. Ni casi música, que sonó en apenas dos faenas y en los intermedios. La fiesta mayor del sábado pareció literalmente irrepetible veinticuatro horas después. La euforia del sábado se había transformado de pronto en resignación y el ambiente de la corrida fue esta vez apagándose progresivamente. José Tomás no llegó a ponerse ni acoplarse con el quinto de la tarde, que fue incierto y deslucido, le tocaron un aviso y ni un ajustado y destemplado quite por gaoneras -de largo la primera, exageradamente encima las cuatro que completaban quite- sirvió para dejar regusto alguno del último toro que mataba en Barcelona el torero de Galapagar, pretendido emblema de gran parte de la Cataluña taurina. Una generosa decisión del palco premió con dos orejas una faena desigual y una soberbia estocada de Serafín Marín al último toro de corrida, que será seguramente el último en la historia de la Monumental. Y sacaron por derecho a hombros a Serafín y a José Tomás, que había toreado con rara perfección caligráfica al notable segundo de la tarde, y con uno y otro se llevaron a Juan Mora, que no pudo redondear.

FICHA DEL FESTEJO Barcelona. 2ª de la Mercè. Lleno. Veraniego. Seis toros de El Pilar (Moisés Fraile). Corrida terciada. De mayor cuajo los tres últimos. Primero y, sobre todo, segundo fueron de excelente son. Sin fuerza el tercero. Cuarto y quinto protestaron. Bueno el sexto. Juan Mora, de verde botella y oro, saludos en los dos. José Tomás, de pizarra y oro, dos orejas y saludos tras un aviso. Serafín Marín, de carmesí y oro, saludos y dos orejas. Sacaron a hombros a los tres matadores.  

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Las puertas de la plaza estaban para entonces cerradas, y sólo se permitía salir por un pasillo muy reducido abierto en la cancela principal. En el exterior aguardaba un millar largo de personas con la intención de entrar como al asalto para vivir en masa las últimas horas del toreo en Barcelona. Ya era de noche. El control fue muy severo y dio la impresión de estar supervisado y dirigido por las fuerzas del orden. Un grupo de aficionados de la Unión Taurina de Cataluña se llevó a hombros a Serafín Marón por la Gran Vía hasta el hotel. José Tomás fue metido en su furgoneta, a Juan Mora lo condujeron a hombros calle Marina arriba. Nada que ver con el clamor de la víspera, que tuvo caótica fuerza y brotó a borbotones. Ahora las ceremonias resultaron pálidas, contenidas, parciales. La corrida no fue, como espectáculo, ni cosa cálida ni siquiera templada. Ni fría. Quiso la casualidad que los dos toros de verdad buenos se jugaran de primero y segundo; el tercero rompió la racha casi en seco; el cuarto se aplomó; el quinto renegó y punteó engaños; y la bondad del sexto -buen ritmo al descolgar por la mano derecha se encontró cansado a todo el mundo, menos a Serafín Marín, decidido como fuera a poner rúbrica propia en este festejo testamentario. Tal vez pesara esa tristeza funeraria de entierro de los toros en Barcelona. O la distancia sectaria que los incondicionales de José Tomás pretenden imponer donde sea. La bacanal del sábado se había comido el protagonismo de José Tomás en esta hora final. Y, sin embargo, es probable que la primera de las dos faenas de José Tomás fuera, en punto a razones, estética, formalismo y ritmo, una de las mejores de su larga antología. MARCA Barcelona dice adiós por la puerta grande de la historia del toreo Clamor de veinte mil gargantas al grito de ¡libertad, libertad! CARLOS ILIÁN Se acabó. Hasta aquí ha llegado la historia de la fiesta en Cataluña. A las ocho y diez de la tarde rodaba sin puntilla el último toro. La tarde se cubría de llanto por un final alevoso, por una felonía urdida por bastardos intereses políticos y en la que no se puede obviar la responsabilidad de los profesionales del toreo que a lo largo de los últimos treinta años han ido abandonando la fiesta a su suerte en esta parte de España. Un final con grandeza, pero también un final injusto, una tropelia para marcar diferencias con el resto de España. Como si Francia, México, Colombia, Perú, Ecuador, Venezuela y Portugar no fueran naciones independientes y soberanas donde la fiesta de los toros sigue vigente y con fuerza. En esos paises, se sienten orgullosos de su nacionalidad y respetuosos con la permanencia de los toros en su suelo. ¿Por qué Cataluña, respetando sus señas de identidad, no puede ser

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igual?. Acaso hay más distancia entre Barcelona y Madrid que entre Bogotá y la capital de España?. Se trata de un canallada que ayer tuvo su punto final. Un final, que como acertadamente se ha escrito en un diario de Barcelona, no se justificaba pues la fiesta de los toros languidecía en esta parte del país y de morir debía haberlo hecho por la vía natural, nunca por un asesinato. Ayer mismo, cuando veíamos bordar el toreo a José Tomás pensábamos: qué gran marco es esta plaza para el toreo eterno. El faenón del torero de Galapagar reesplandecía entre el aroma de la historia de esta Monumental plaza de Barcelona. Y ese marco histórico, será si nadie lo remedia, un hortera centreo comercial para instalar cines, hamburgueserías y tiendas. La última págia de oro No podía ser otro que José Tomás para cerrar el libro histórico de esta plaza con una página de oro. José Tomás, para desdicha de quienes no pueden ni verlo, ha retificado ayer en el segundo toro de la tarde su condición del torero más importante, y no me cansaré de repetirlo, de las últimas generaciones. Me ratificaba en esta apreciación cuando ejecutaba unas verónicas de pasmosa lentitud, como si el tiempo se detuviera en los vuelos del capote. Luego, con la muleta en la mano izquierda dictaría una lección asombrosa de cómo se torea. Cada muletazo era un argumento de la suerte natural. con los flecos del engaño arrastrados, llevando el toro perfectamente embarcado para rematar allá, en la cadera y colocarse de nuevo dispuesto a cargar la suerte en el siguiente pase. La faena crecía en autenticidad y en grandeza. Hasta los molinetes, que no dejan de ser un adorno, adquirían rango en la ejecución de los mismos. El ambiente en la plaza era porpio de las faenas cumbres y sólo faltaba la suerte suprema en la que Tomás se volcó para enterrar arriba todo el acero y tirar sin puntilla al bravo toro de El Pilar. Se pidió con clamor el rabo. No se concedió. Y pregunto: ¿no merecía esta tarde histórico que se convirtiera también en la última en la que se cortara un rabo en esta plaza?. Si alguien no sabe distinguir entre el toreo bueno y el toreo inmenso que haga examen de sus conocimientos taurinos. Porque la faena de José Tomás ha sido excepcional. Y ya mno pudo repetirla en el quinto toro, que tuvo aspereza y mal genio. El torero lo castigó por bajo para rebajarle los humos y luego cuajó una faena medida y precisa sobre ambas manos, muy por encima del toro. Dos pichazos antes de una estocada contraria dejaron el premio en la clamorosa ovación de despedida en el centro del ruedo. Era un adiós a Barcelona en la persona del último de los toreros que han tenido esta plaza como su buque insignia.

Plaza Monumental. Última corrida de la historia en Cataluña. Lleno total. Toros de EL PILAR, desiguales de presentación y de juego (1). Toreros JUAN MORA: de verde botella y oro. Dos pinchazos y estocada caída (saludos). Estocada desprendida (saludos) (1). JOSÉ TOMÁS: de negro y oro. Estocada (dos orejas y petición de rabo). Dos pi nchazos y estocada contraria. Un aviso (saludos) (3). SERAFÍN MARÍN: de corinto y oro. Estocada caída (saludos). Estocada desprendida (dos orejas) (2).  

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El torero de Cataluña Serafín Marín tuvo el detalle de sacar un capote que por una cara llevaba la senyera y por la otra un cartel pidiendo libertad para los toros en su tierra. Serafín estuvo por debajo de la embestida humillada de su primer toro pero se creció en el sexto, en el último de la historia de la plaza. Una faena desigual pero emotiva en la que los derechazos y los naturales fluyeron de manera desigual. Serafín mantuvo en todo momento un tono vibrante y el final, con manoletinas apretadas y una gran estocada le valieron esas dos orejas que eran, sobre todo, un homenaje al toreo catalán en la tarde final. Juan Mora, con reposo y, tal vez mucha frialdad, cuajó verónicas bellas y reposdas y un toreo de muleta con momentos preciosos. Mora se relajaba en cada pase. Toreo de calidad, pero la gente reclamaba, tal vez, más calor y pasión. En todo caso Juan no desentó en absoluto en esta tarde histórica en la que España, Cataluña y José Tomás hacian de la Monumental un emblema para el futuro. La han matado...pero sigue viva. EXPASION/ blog TAUROECONOMIA La pequeña muerte de la Monumental Juanma Lamet Con el tiempo, el tiempo cambia. Cambian las horas, se deforman los días, se acortan los instantes y fluctúan las esperanzas. La percepción muta. Ayer el tiempo se estiró como un chicle, se dejó querer, fue paciente. Se hizo a un lado para observar el fin agridulce de la inmarcesible historia taurina de Cataluña. Masticó los gritos de libertad, escudriñó los ojos llorosos de una Monumental engalanada y miró cómo José Tomás y Serafín Marín abrían la puerta grande y cómo les acompañaba en volandas un Juan Mora que no pudo triunfar. Pero el tiempo cambia. Y ahora no va sino a empeorar. Presiento que tras esta noche vendrá la noche más larga. Esa que engulle a los fusilados al alba, esa noche negra como boca de lobo que es la muerte que circunda a la cultura taurina catalana, guillotinada en el cadalso hipócrita del nacionalismo catalán. Pero esto no va a quedar así. No. Porque morir es dar el primer paso hacia la inmortalidad. Y vaya si lo dio ayer José Tomás en la Monumental, pero sin necesidad de morir, sino burlando a la Parca con una faena sublime, orgásmica. Y todo orgasmo es una pequeña muerte, al fin y al cabo. Lo de José Tomás al segundo de El Pilar fue una epopeya del toreo al natural. De lo mejorcito que han visto estos ojos. Había dado el príncipe de Galapagar seis o siete verónicas dormidas y hondas hacia los medios en el recibo capotero que valieron un mundo. Pero, sobre todo y ante todo, pegó JT veinte naturales de ensueño. El izquierdo era el pitón del toro, que rebosaba clase. Lo vio enseguida, con un cambio de mano excelso para sacarlo a los medios y ligar cuatro naturales cegadores. Como si nada. Siguieron otras dos tandas aún más lentas, aún más hondas, para llorar, afarolándose al final. Dos naturales combaron el tiempo. Ah, el crujido del tiempo. El tiempo cambia cuando el cuerpo se abandona y se funden alma y embestida. Y el toro

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de El Pilar se imantó a los flecos de la muleta con tanto celo que sacó algo más de fuerza que la poquita que parecía que tenía. Entonces, José Tomás se echó la muleta a la mano derecha. Pero no podía acabar ahí la sinfonía y sorprendió con un cambio de mano por la espalda y un natural eterno, que trepó por las nucas erizadas de una Monumental ronca de tanto gritar olé. Qué calambrazo de arte. Y más, más, más naturales de muñeca, qué orgía. Su zocata diamantina rozó la perfección más veces que nunca. Y una trincherilla torerísima, y unos molinetes de adorno y el pase de pecho vaciadísimo. Brutal. Y más, más, más: el tiempo se estiraba y rugía la Monumental. Y otro natural y otra trincherilla de cartel. ¡Qué faena! ¡Qué rotundidad! ¡Qué forma de torear! ¡Y qué espadazo! El toro rodó sin puntilla. Morante el sábado, José Tomás el domingo: dos faenas de rabo y en ninguna se concedió. El del toro de JT lo cortaron, pero por equivocación.Pero el error, incomprensible, fue del presidente, que no sacó el tercer pañuelo. Dos orejas se llevó el de Galapagar, que holló la cima de su minitemporada de resurrección y escribió la última página de la historia del toreo. Esta faena, en esta fecha, aquí, es un hito en la historia de la Tauromaquia. El último día de toros en Cataluña (por ahora), José Tomás sublimó el toreo al natural. Qué bonito final para la Monumental, si es que puede haber un final bonito. Y en el quinto, más y más y más. Por ejemplo, un quite con tres gaoneras de "uuy", pero no por atragantadas, sino porque JT toreó en el filo de la navaja: el animal llevaba la carita alta y a JT el pitón le lamía los alamares. Qué bella la nueva gaonera del 'dios de piedra', con el compás abierto y más de perfil, más lance, más honda. Miguel Cubero puso estupendamente su último par de banderillas y se desmonteró. Qué bonito final, también. El toro era mirón y listo como él sólo, pero José Tomás, que había brindado al público, tragó y le sacó pases de todos los colores: doblones, más naturales primorosos, un trincherazo y una trincherilla cumbres, dos derechazos suaves de temple eterno, eso 'casi estatuarios'... Faena meritoria, de oreja si hubiera matado bien. Pero pinchó dos veces antes de hundir el acero, tras un aviso. Saludó en los medios una enorme ovación al grito de "¡torero! ¡torero!". Y aplaudió JT a la plaza antes de hacer una reverencia final. Juan Mora, todo desmayo y torería, perdió una oreja en el primero por el fallo a espadas, para disgusto de su hijo Juan Luis, que andaba hecho un flan. En la muleta, la nobleza del toro y el sabor añejo de Mora trajeron ecos de octubre en Las Ventas, pero luego la cosa fue a menos. En el cuarto sólo pudo exponer. Se pegó un arrimón, cuadró magistralmente bien al toro y, esta vez sí, le recetó un estoconazo. Saludó en ambos. En el tercero salió Serafín Marín al ruedo con un capote reivindicativo, pintado por María Franco y con la palabra "libertad" escrita bien grande. Bonito el gesto, sólo el gesto. Serafín no se acopló con un toro que daba para más. Toreó por la periferia y el burel se fue apagando, como la faena. Mató mal, de estocada baja y traserilla. Pero saludó desde el tercio al calor de sus paisanos.

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Y a Serafín Marín le tocó matar a 'Dudalegre', el último toro de la monumental. De marzo de 2007 y con 567 kilos. 'Potable' por el pitón derecho y tardo y anodino por el izquierdo, embistiendo a contraestilo. Descastado. Serafín esta vez sí se embraguetó en derechazos buenos, y levantó el ánimo con ocho manoletinas y, sobre todo, con un una gran estocada. Ese espadazo solo ya amarraba la oreja, pero le dieron las dos. Qué más da que fuera injusto, que no aguante comparación esa faena con la de José Tomás en el segundo. Serafín besó el albero. Lloraba. El matador de Montcada era la viva imagen de la Cataluña táurica. Qué tristeza, por dios. Qué sobredosis de melancolía. ¡Qué rabia! Y se fue en hombros con José Tomás y el invitado Juan Mora. Los tres que habían saludado una emotivísima ovación tras el paseíllo sobresalían ahora por encima de una batahola de aficionados que gritaban "Cataluña es taurina" y se desgañitaban mil veces pidiendo "libertad". Después, Serafín se perdió por las calles de Barcelona, como si esta historia acabara en una pequeña muerte de inmenso placer. Todo se había consumado ya unos minutos atrás. Eran las 20.14 horas del domingo 25 de septiembre de 2011 cuando moría el último toro de Barcelona, cuando moría la tauromaquia en Cataluña. Por ahora. Vendrá la noche más larga. Hay que luchar. Hay esperanza. Tiempo al tiempo. Que con el tiempo, el tiempo cambia. Cambiará.

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La versión de la prensa catalana El Periódico Por la puerta grande Los taurinos, tras despedir con fervor a José Tomás, se resisten a aceptar que la Monumental nunca más volverá a acoger una corrida Edwin Winkels Se abre la puerta grande, a lo mejor por última vez, chirrían las dos vallas metálicas en la esquina de la Gran Vía con la calle Marina, y entre la expectación, los empujones y los gritos aparece, incómodo sobre hombros, José Tomás. No sonríe el ídolo taurino por las dos orejas cortadas en su plaza fetiche, ni tampoco llora por no regresar nunca más a la Monumental. Su cara es un poema de agobio, de querer salir de ahí cuanto antes, alcanzar entre un infructuoso cordón policial la furgoneta que le espera para llevarlo a su hotel, donde puede empezar a reflexionar sobre la noche histórica que acaba de vivir, el cierre definitivo de esas rejas de la puerta grande donde, seguramente, nunca más pasarán toreros a hombros como a las ocho y media de este domingo José Tomás, seguido por Serafín Marín y Juan Mora. «¡Libertad!», vuelve a gritar la gente, y esa es la que quiere alcanzar Tomás, el gran salvador momentáneo de la Monumental tras su reaparición en el 2007, el triunfador que salió casi una veintena de veces a hombros del último coso barcelonés. «Catalunya es taurina», vuelve a sonar también, cuando la afición toma la calle, cuando la noche otoñal ya ha caído sobre Barcelona, pero esas palabras José Tomás ya no las escucha. Ya está en la furgoneta, a salvo. Tampoco se ven lágrimas entre los aficionados que van abandonando una plaza que últimamente frecuentaban muy poco. «Pero vamos a volver, seguro. No hay nadie que se crea que esta haya sido la última corrida de la historia en Barcelona», dicen unos integrantes de la peña taurina Las Cinco Villas de Egea de los Caballeros, pueblo de Zaragoza. Los hay que han venido de más lejos aun para asistir a la última corrida, y que albergan la misma esperanza de que la tauromaquia no murió ayer en Barcelona. Daniel y Kai son dos amigos alemanes. El primero se ha desplazado desde Nuremberg solo para vivir el último fin de semana en la Monumental, plaza que descubrió a los 6 años «como tantos otros guiris, cuando nos trajeron aquí en autocar». «Fue en 1982. Aún tengo la entrada, toreaban Paquirrín, Ruiz Miguel y Esplà. Y no he sido un niño traumatizado por eso; todo lo contrario, desde entonces me aficioné a los toros. Pero si aquí lo prohíben de verdad, nunca más vendré a Barcelona, ni para el Sónar», amenaza el alemán. Su amigo Kai vive en Barcelona, y se aficionó «gracias a Hemingway, como tantos otros» que leyeron Muerte en la tarde o Verano peligroso. Y dice Kai que ahora incluso en Alemania no solo hay oposición de animalistas a los toros, sino cada vez más comprensión hacia el arte del toreo. «Mucha gente baja vídeos de José Tomás de YouTube».

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Como a la ópera Ambos alemanes se encuentran antes de la corrida con un grupo de gente igualmente bien vestida «a los toros se va como a la ópera; ahí tampoco vas con chanclas», dicen- en la amplia y muy concurrida acera frente al histórico bar taurino Bretón. «Aquellos dicen que somos sádicos; no entienden nada», dice Daniel, y señala a la otra acera, una manzana más abajo, desde donde llegan, entre los silbidos de los agentes de la Guardia Urbana que intentan regular el tráfico, los gritos de una treintena de antitaurinos, con una melodía fija. «Adéu, adéu, adéu», cantan, palabra que se repite en las pancartas, junto con «hasta nunca» y «nunca más». Unos puñados de mossos les defienden de la previsible ira de las miles de personas que pasan por delante, camino de las entradas colapsadas de la Monumental. Algunos entran al trapo como los toros a un capote. Vuelan insultos de un lado a otro, alguien se refiere a un psiquiátrico, otro a un matadero, pero todo se queda en solo eso hasta que, después de la corrida, unos taurinos sueltan algún puñetazo aislado. «Tampoco estamos para muchas celebraciones. Nuestra lucha no se ha terminado hasta que consigamos que prohíban los toros en toda España», dice la activista Diana Rodríguez, que ha viajado desde Madrid para vivir de cerca una tarde histórica y que se ha ataviado con dos cuernos en la cabeza. También desde Madrid, pero sin cuernos, ha llegado el cineasta catalán Jordi Grau, autor de un libro protaurino, ¿Torturadores?, para asistir a la última tarde en una Monumental que él ya frecuentaba desde los 13 años. Eran los años 40 «y había tanta gente como hoy», recuerda Grau. «Se organizaban entonces hasta tres corridas por semana, sobre todo porque había mucha rivalidad entre Manolete y Arruza. Acababa una corrida el domingo y ya anunciaban a la salida otra para el martes. Y otro lleno». A Grau le suelen entrevistar en Madrid por ser un progre catalán protaurino y dice que ahí tienen una opinión «un poco simplista, pero tal vez cierta» sobre la prohibición de los toros en Catalunya: «En Madrid, todo el mundo dice que es puramente una cuestión política». Fiesta, no entierro Muchos taurinos, sin embargo, acuden esta soleada tarde del último domingo de septiembre a la Monumental con la convicción de que la fiesta no se acaba aquí, que la justicia o la propia política repararán «el error» de la abolición. Y más que a un entierro, dicen asistir a una fiesta, con José Tomás como el principal atractivo. «El cartel del sábado era mejor, más completo, pero Tomás es Tomás», dicen Dori Sánchez y Manel Martín, que repiten por segunda tarde consecutiva con amigas de Ciutadans, cuyo líder, Albert Rivera, aprovecha la gran afluencia de un público de tendencia conservadora y españolista para ofrecer una pequeña rueda de prensa junto a la presidenta del PP, Alicia Sánchez Camacho. Camacho promete seguir defendiendo los toros como «patrimonio cultural nacional». El PP es la única formación política que ha montado una carpa frente a la Monumental y reparte abanicos con un toro, las letras CAT y el logo del partido, pero no hace tanto calor como para usarlo. «Yo soy español», gritan

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un gran grupo de aficionados tres horas después, antes de que el entorno de la Monumental recupere la calma de casi siempre. Y para siempre. El último olé Los aficionados que llenaron la Monumental estuvieron más por las faenas que por hacerse oír Ramon Vendrell Todo deportividad y clase, sportsmen de los que el marqués de Queensbury estaría orgulloso, una treintena de paladines de los animales protegidos por más o menos los mismos mossos d'esquadra recibieron ayer a los aficionados que iban a la última corrida de toros en Catalunya con pancartas con lemas como Adéu, RIP, Mai més y Por fin. A esto se le llama saber ganar. Al término del festejo seguían con sus cartelones y sus gritos en la esquina de Gran Via con Marina, Llobregat-montaña, pero los agentes habían relajado su cuidado, quizá ocupados en evitar atropellos entre la muchedumbre que había sacado a hombros de la Monumental a los tres toreros de la tarde, José Tomás, Serafín Marín y Juan Mora. De manera que un reducido grupo de taurinos con la sangre encendida arremetió contra los proanimales. La policía controló rápidamente la trifulca, si bien los animalistas quedaron rodeados por un gentío que gritaba «¡libertad, libertad!». Los diestros subían Marina arriba a caballo de la afición. Hasta la Pedrera llegó Marín. BOLERO-PUNK / La búsqueda de un equivalente musical del ánimo de la Monumental ayer arroja como resultado una nueva fusión, el bolero-punk (aunque las versiones que el sísmico Bambino hacía de boleros por bulerías y rumba ya anticipaban la etiqueta). El bolero: la mayoría de los asistentes estaban dolidos y despechados, pero de una forma fatalista, resignada. El punk: una minoría encabezada por la juvenil Unión de Taurinos y Aficionados de Catalunya (UTYAC) animaba a aullar el descontento y a pelear por la defensa de la fiesta. Dos maneras de digerir la bilis tragada por la violenta agresión que para todos ellos ha significado el veto de su pasión. Dos maneras de encarar el futuro. Las esperanzas taurinas están ahora depositadas en el recurso que el PP presentó ante el Tribunal Constitucional contra la prohibición catalana y en la iniciativa legislativa popular (ILP) impulsada por la Federación de Entidades Taurinas de Catalunya para pedir al Congreso de los Diputados que declare la tauromaquia bien de interés cultural y revoque la abolición. Fernando del Arco de Izco, fundador del Círculo Taurino Amigos de la Dinastía Bienvenida de Barcelona, opina en un texto del programa de la corrida que la prohibición estará en vigor todo el 2012 y después será anulada por una de las dos vías. «La fiesta resurgirá como un ave fénix», afirma en el escrito. Pero muchos espectadores eran más escépticos. 'ESTELADES' / En los tendidos, abarrotados por 20.000 personas, senyeres (CiU y PSC, la misma mierda son, ponía en una de ellas, seguramente en referencia a

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la tibieza socialista durante el proceso parlamentario de la ILP), banderas del Barça e incluso alguna estelada reivindicaban la catalanidad de los toros. Y pancartas con artículos legislativos como «la tauromaquia es disciplina artística» y «se garantizará y promoverá el patrimonio histórico, cultural y artístico español» intentaban presionar al Tribunal Constitucional y al Gobierno, más al futuro que al actual. La tarde comenzó y terminó igual: con toda la plaza en pie gritando «¡libertad, libertad!». Pero desde que salió al ruedo el primer toro hasta que las caballerías retiraron de la arena el cuerpo del último, con el nombre poco apto para ingresar en la mitología taurina de Duda-Alegre, apenas hubo protestas. Alguna otra petición de «¡libertad!» y de «¡justicia!» y poca cosa más. El personal estaba más por disfrutar de las faenas de los diestros que por hacerse oír. De hecho en los dos toros de José Tomás, cuando algún bramido rompió la conmovedora mudez de la Monumental ante el hombre de hielo, fue solo para cosechar exigencias de silencio. Cortaron dos orejas José Tomás y Serafín Marín, con el segundo y el sexto de la tarde, y habrían sido más si la presidencia se hubiera dejado llevar por el entusiasmo con que la plaza reclamaba trofeos. Había sobreexcitación. «CONTINUARÁ» / Hubo repetidos guiños a Catalunya. Serafín Marín utilizó en su primer astado un capote con la senyera en la parte interior y algo que podría ser una interpretación del cartel de María Franco para la feria de la Mercé o las caras de Bélmez en versión taurina y colorista en la parte exterior. La ovación a José Tomás durante una vuelta al ruedo se multiplicó al recoger este una bandera catalana que le arrojaron. Finalizado el espectáculo, centenares de espectadores saltaron al ruedo para sacar a los tres matadores por la puerta grande de la Monumental. No por la lidia sino porque era la última corrida. Socios de la UTYAC desplegaron entonces una pancarta en la que, como en las viejas historietas, se leía «continuará...». Por si acaso no hay marcha atrás y la jornada acaba siendo histórica de verdad, muchos aficionados recogieron albero. En bolsas, en frascos, en tubos de ensayo, en botellas de plástico. Igual que cuando cayó el muro de Berlín los berlineses recogían cascotes. LA CONJURA DE LOS FANATICOS A las seis en punto de la tarde Joan Ollé Ya que no pude despedirme personalmente de la Casita Blanca, decidí pasar la última tarde de la Mercè en la Monumental para ver qué pan se cocía entre los amigos del toro (y la foca, el periquito, la piraña, la merluza…) y los del toreo. Y es que el 28 de julio del 2010 el Parlament de Catalunya, a instancia popular, votó una ley a favor de la abolición de algunos espectáculos taurinos -los correbous, no, que son muy nuestros- en todo el territorio catalán. El certificado de defunción se extendió para el 31 de diciembre del 2011. Con el cierre de esta

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plaza, inaugurada en 1914 con el nombre de El Sport, exactamente dos siglos después de la caída de Barcelona ante el ejército borbónico, se apuntillaron ayer 624 años -al perpiñanés Joan I, reial amador de la gentilesa ya le iba la corrida- de cuernos en nuestra tierra. Como en la Guerra de Sucesión, también ahora el sitio a Barcelona ha durado 14 meses antes de rendirse definitivamente ante la tropa catalana y su Decreto de Nueva Planta: casi lo mismo pero al revés. José Tomás Román Martín, sobrino-nieto del ganadero Victorino Martín, nació en el residencial pueblo de Galapagar, tierra de galápagos limítrofe con el monasterio de El Escorial un 20 de agosto del 75, a tocar del 20-N. En 1996 tomó la alternativa en Madrid de manos de Ortega Cano y con Jesulín de testigo y, después de cortar todas las orejas, rabos y alientos y haber salido en hombros por todas las puertas grandes de dos continentes, decidió ponerse el mundo por montera y sin explicación alguna -porque el maestro es hermético- retirarse en el 2002 para, así que pasasen cinco años, reaparecer en la Monumental el 10 de junio del 2007 apoderado por su amigo Salvador Boix («Esta fiesta es cruenta, no cruel, y no podemos aligerarla»), músico, escritor y periodista de Banyoles. Dijo el crítico de El País de aquella faena: «Un silencio que estremece, porque no rehúye el silencio que merodea la muerte. Pero lo torea». Aquí creció su idilio con Barcelona, su maltratado público y la depauperada Monumental de los Balañá, su ruedo talismán. Y, hombre agradecido por haberle acogido en su renacer, ayer quiso acompañarla en su agonía y cerrarle sus ojos neomudéjares-bizantinos. Si Lorca glosó la muerte de Sánchez Mejías, a Tomás le cantan, pintan y desean larga vida Sabina (¡cuidate lo justo!), Amigo, Barceló… Va muy buscado el cartel que el pintor mallorquín dibujó para su amigo y los diestros Mora y Marín, éste último torero catalán -¡oxímoron!- de Montcada i Reixac. Probablemente en las subastas no alcanzará las vergonzantes cifras (se habla de 1.500 euros ) que más de un tarado tardón se habrá fundido para poder decir «Yo estuve allí». A las lorquianas cinco en punto, la calle Marina divide a toreros y antitaurinos; estos corean su consigna (¡Adéu, adéu, adéu!) y enarbolan pancartas políglotas (Mai més, nunca más, never more). Se les ve buena gente: pálidos de sombra vegetariana, morenos de verde luna. En la orilla apuesta, la Cataluña (con eñe) cañí convive con un asquerosín maricharalaje, gordetes con pinta de picador retirado llenos de alhajas de oro que lamen Cohibas y pijas monísimas con una piedra en el esófago y alma de peineta. Huele a mierda de caballo y la copla más coreada es «Hola, hola, hola, Cataluña (con eñe) española». Si tuviese que escoger entre los valle-inclanescos y los llepafils, no me quedaría con nadie. Entre los de mi bando, descubro a gente tan heterogénea como Sisa (vestido de puro rojo), Albert(o) Rivera y un reverendo con sotana y sombrero de paja vaticana. A la que suenan los clarines del paseíllo, la heteróclita asamblea se funde en un impresionante aplauso a los diestros y a sí mismos, porque saben que hoy se entierra una época. Por lo que a la corrida se refiere, doctores tiene la Iglesia. El unánime grito final fue «¡Libertad!» Nadie sabe exactamente qué nuevo uso se dará a nuestra desconsagrada catedral del toreo. Parece ser que la empresa Casa Matilla quiere destinarla a espectáculos de música y circo; con tal de que no hagan un bodrio buñuelo churro como el recientemente perpetrado en Las Arenas me conformo. Otra idea sería, dadas sus curvas arabizantes, convertirla en la mega mezquita que Barcelona adeuda a sus vecinos musulmanes. Y así la polémica volvería a estar

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servida y más de uno de esos que sienten más cariño hacia los animalitos que a según qué ser humano suplicaría: «Virgencita, que se quede como antes». LA VANGUARDIA Tristeza y reivindicación en la última corrida de toros en Barcelona Serafín Marín mató de forma rápida al último toro, Dudalegre | Los gritos de libertad resonaron en el coso, contra la prohibición de las corridas | Enfrentamientos verbales entre animalistas y aficionados | El público saltó al ruedo para llevarse como recuerdo puñados de arena JOSEP MASSOT No hay adiós que no sea amargo. El sábado hubo llanto, pero también fiesta en la Monumental. Ayer fue un día fantasmal, una tarde de melancolía que contagió a toreros y público. Antes, a la entrada, hubo también ira. Los mossos protegían al grupo de animalistas que llamaban "ignorantes" a los aficionados y estos les respondían con rabia e insultos carpetovetónicos. "Prohibido matar", decía una pancarta. El asesor veterinario de la plaza, replicaba: "Tal vez se podía haber adaptado el reglamento para paliar el sufrimiento del animal sin quitar el valor artístico de los toros. Aquí en Barcelona, se sigue utilizando en Mercabarna el rito Halal para matar animales sin anestesia. Les ponen mirando a la Meca y les sajan la yugular y la carótida hasta que mueren. Póngalo en el diario y ponga mi nombre. Me llamo Pedro". Excepto el primero de Tomás y el segundo de Marín, las faenas fueron sosas. Los gritos reivindicativos duraron poco, desanimados o como si se aferraran a esa esperanza que se niega a perder el que ya ha perdido: "un día volverán", decían, confiando en el recurso al Constitucional. El público volvíó a gritar ayer de forma ensordecedora "¡Libertad, libertad!", el colofón a aquellos conciertos de Raimon de los años 70 o de los Rolling Stones en la misma plaza Monumental. Durante el primero de Juan Mora, a mitad de faena, un pequeño grupo volvió a pedir libertad. Y el grito, a destiempo, despertó al toro y el animal alzó la vista, como si fuera para él y le hubieran concedido la libertad para campar de nuevo libre en la dehesa. Al primero de Tomás le cortaron el rabo y luego el presidente se lo negó. "Esto es una farsa", dijo encolerizado un aficionado resabiado. "Así se están cargando la fiesta. Yo le hubiera dado las dos orejas, el rabo, las cuatro patas y los testículos". En otro lugar de la plaza, José Tomàs entregaba su capote a Miquel Barceló, sentado junto a Alicia Sánchez Camacho. Los funerales y la celebración del último día son propicios para convocar fantasmas y ayer este cronista creyó ver a Michel Leiris, recordando que la buena obra literaria ha de tener "la sombra del pitón", la sombra de la muerte, pues el escritor se expone como el torero ("se expone a sí mismo y se expone a la muerte"). O a El Gallo, diciendo aquello de que "un clásico es lo que no se pué hasé mejó". A José Bergamín recordando la faena de Rafael de Paula el 5 de

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octubre de 1974 en Vista Alegre, cuando el público hizo callar la música de la banda para oír la música callada de su toreo, que era como la música callada del silencio de san Juan de la Cruz. O a Belmonte, que decía que "Se torea como se es. Para torear bien hay que olvidar el cuerpo" o aquella definición del toreo: "torear es desengañar al toro, no engañarlo; burlarlo, no burlarse de él". Son frases dichas en otro momento. "La gente no sintoniza hoy con los toros", dice con tristeza una aficionada. "La fiesta hubiera muerto por sí sola. Lo que indigna es la prohibición". No hubo sobrero, como el sábado, cuando lo pidió Morante como desquite, y los aficionados bajaron al ruedo para llevarse puñados de arena y hacerse la última foto, mientras Serafín Marín, que había toreado con un capote diseñado por Maria Franco, salía a hombres por la Gran Vía, vestido de luces, ante la mirada atónita de quienes regresaban de fin de semana o de los conductores malhumorados por el atasco de las fiestas de la Mercè. Una chica, a bordo de una moto, grita alegre: "Se van, se van y ya no volverán" y dos hombres bajitos, de traje oscuro, bigote y gran calva, le bombardean con insultos de otra época, que enrabian incluso a los protaurinos. Los toros pasaron de rito a juego y fiesta y después a espectáculo. Se mantuvieron vivos cuando aún no se escondía la muerte. El ruedo queda en silencio cuando el matador entra a matar. En los estadios, cuando el delantero se dispone a ejecutar un penalty. La espada penetra y mata, que no asesina, al toro. El futbolista chuta la esférica para que esquive al portero y entre en un rectángulo. La dimensión simbólica del ser humano ha cambiado. Antes artistas e intelectuales veían los toros como el único enlace vivo con el hombre antiguo. La lucha del ser humano contra el toro, que simbolizaba sus instintos primarios, la energía fecundadora, la muerte como cómplice de la vida estetizada en un arte. Hoy la tauramaquia es vista como un tauricidio, y el matador es la bestia, el hombre primitivo e irracional. Un puente menos (con España) JOAQUIN LUNA De repente, la llamada fiesta nacional –en mala hora se la adjetivó– ha celebrado esta fin de semana en Barcelona un happening surrealista: los seis toreros dieron la vuelta al ruedo con una senyera, mientras desde los tendidos se ha vitoreado todas las patrias habidas y por haber, las grandes y las chicas (gran horterada): "¡Viva Galapagar¡", "¡Viva Extremadura¡", por Juan Mora (gracias por la torería, que no es patrimonio de José Tomás). Por vítores, pues, no quedó la última tarde. Ni por exhibiciones de catalanidad. Ni por falta de afición (o, al menos, presencia de público, aunque el de ayer fuera ajeno a la realidad de la plaza). Ni por toreros buenos (por toros, sí). Ni por defensores de la fiesta numantinos de los que me libre Dios. Ni por emociones (Serafín Marín llorando en el estribo, José Tomás saludando desde el centro de la plaza).

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Uno venía llorado de casa - y más tras la tarde antológica del sábado, que no la de ayer-y, sin embargo, vacía ya la plaza, el peso de la prohibición pulverizaba todos los recuerdos acumulados en la Monumental que era, como para muchos, una parte de mi Barcelona. Cada uno construye su ciudad, su memoria, su personalidad como le viene en gana. No hay más. A diferencia del optimismo a lo general McArthur de algunos - "¡Continuará ¡" , decía una pancarta-,hay que ser realistas. Los toros son historia de Catalunya y de Barcelona. Lo malo es que quizás llegará el día en que uno tenga que oír o leer que fueron una imposición de los tercios de Flandes. Como tantos aficionados, yo también suponía que los toros desaparecerían de Barcelona en pocos años por falta de público. También creí que los activistas de la prohibición actuaban con la lógica de los tiempos y esa era exclusivamente la pugna. Ahora, visto lo visto y leído lo oído, tengo muy claro que sin el factor de las identidades, aquellos ideales no hubieran bastado para aprobar la prohibición. Me gustaría vivir en un país sin patrias y me temo que ya es tarde. Estoy hasta el gorro de unos y otros, empeñados en destruir los puentes que nos unen. Del oasis catalán y del jaleo español. De los muchos que viven de este cuento y se alimentan de la confrontación. De la irresponsabilidad interesada y recíproca de quienes quieren hacerme creer que no es posible que Catalunya conviva con España. De la falsificación de la historia y de la idealización del porvenir, de escuchar sandeces sobre los catalanes y promesas de que sin España esto sería el Edén (yo, en cambio, barrunto un país normalito y con muchos funcionarios). Me cansa tanto patriotismo. Disfrutaba con los toros en la Monumental. Y nada más, apenas nada más...