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Segunda Época, Nº 1, Guayaquil, I Semestre 2006 REVISTA DEL ARCHIVO HISTÓRICO DEL GUAYAS ÍNDICE Presentación La revista del Archivo Histórico del Guayas y los últimos 25 años. José Antonio Gómez Iturralde La revista del Archivo Histórico del Guayas, la historiografía guayaquileña y los últimos 25 años. Ángel Emilio Hidalgo Artículos Las fiestas religiosas durante la Colonia. José Carlos Arias Lo andino y lo occidental en la representación del diablo, en los montubios blanco-mestizos de Manabí (primera mitad del siglo XX). Tatiana Hidrovo Quiñónez Registros de la memoria colectiva: el pasillo y las migraciones ecuatorianas. Jorge Núñez Sánchez Historia, sociedad y etnicidad en los treinta: Una lectura historiográfica de El montuvio ecuatoriano de José de la Cuadra. Willington Paredes Ramírez Olmedo y las ideologías latinoamericanas del Siglo XIX. María Cristina Cárdenas Reyes 3 6 11 39 49 69 95

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Segunda Época, Nº 1, Guayaquil, I Semestre 2006

REVISTA DEL ARCHIVO HISTÓRICO DEL GUAYAS

ÍNDICEPresentación

La revista del Archivo Histórico del Guayas y los últimos 25 años.José Antonio Gómez Iturralde

La revista del Archivo Histórico del Guayas, la historiografía guayaquileñay los últimos 25 años.Ángel Emilio Hidalgo

ArtículosLas fiestas religiosas durante la Colonia. José Carlos AriasLo andino y lo occidental en la representación del diablo, en los montubios blanco-mestizos de Manabí (primera mitad del siglo XX).Tatiana Hidrovo Quiñónez

Registros de la memoria colectiva: el pasillo y las migraciones ecuatorianas. Jorge Núñez Sánchez

Historia, sociedad y etnicidad en los treinta: Una lectura historiográfica de El montuvio ecuatoriano de José de la Cuadra.Willington Paredes Ramírez

Olmedo y las ideologías latinoamericanas del Siglo XIX.María Cristina Cárdenas Reyes

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Conformación nacional, identidad y regionalismo en el Ecuador (1820-1930).Miguel Ángel González Leal

La renovación de la identidad montuvia en el contexto relacional con lo cholo- comunero.Silvia G. Álvarez

Historia del periodismo de la península de Santa Elena.Alejandro Guerra Cáceres

Aula

Aprendizaje y pensamiento reflexivo.Isabel Tamayo Hurtado

Formación cívica y ciudadaníaJosé Miguel Vélez Coello María Elena Carrillo Ortega

Documentos

El capitán don José Morán de Butrón, denuncia una Islita, situada a la salida de esta ciudad. Guayaquil, 1725.Transcripción de Susana Loor Jara

Expediente sobre precaver incendios de la ciudad de Guayaquil, 1784.Transcripción de Susana Loor Jara

Libros

Historias de Guayaquil, la década prerrepublicana de José Antonio Gómez Iturralde.Nila Velázquez Coello

Historia Social de Salinas, de Willington Paredes Ramírez.Silvia G. Álvarez

Historia del Malecón de Guayaquil de José Antonio Gómez Iturralde.Lily Pilataxi de Arenas

Trazos de un Guayaquil multicolor.Marena Briones Velasteguí

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LA REVISTA DEL ARCHIVO HISTÓRICO DEL GUAYAS Y LOS ÚLTIMOS 25 AÑOS

Una de las primeras preocupaciones desde que se inició esta segunda época en la vida del Archivo Histórico del Guayas (1997), fue retomar la publicación de su bien documentada y prestigiada revista, la cual se publicó por primera vez en 1972, por iniciativa de su entonces director Julio Estrada Ycaza, quien mantuvo su circulación hasta 1981.

Sin embargo, pese a que la edición de libros no cesó, Estrada presintió que en la década de 1980, surgirían obstáculos para la actividad del Archivo, debidos, no solo a fricciones burocráticas, sino a la negativa de conceder el presupuesto requerido para editar la revista, y no se equivocó. Por razones que desconocemos debió renunciar a su cargo en 1987, seis años después de que la renombrada revista dejara de publicarse. Sólo alcanzó dos números más (No. 18, enero de 1980 y No. 19, junio de 1981).

Durante los diez años posteriores a tal renuncia, no se desarrolló ninguna actividad editorial. Solamente la intervención de su personal especializado, se limitó a la clasificación, catalogación y mantenimiento en ambientes climatizados de sus fondos documentales, bibliográficos, microfilmados, fotográficos y hemeroteca; los cuales se mantuvieron abiertos a numerosos investigadores nacionales y extranjeros que lo visitaron.

En él trabajaron: Michael T. Hamerly, y la reedición de su “Historia Social y Económica de la Antigua Provincia de Guayaquil”; María Luisa Laviana Cuetos, el libro “Guayaquil en el siglo XVIII. Recursos naturales y desarrollo económico”, fundamental aporte a nuestra historia económica: ambas obras que en el último cuarto de siglo abrieron nuevos caminos que lograron superar la historia episódica y positivista y se acercaron al campo de la historia económica y la historia social. También otros investigadores como María Eugenia Chaves, Camila Townsend, Dora León Borja, Frank Salomon, Ron Pineo, David J. Cubitt, Olivia Codaccioni, Vicenta Cortés, Birgt Lenz, Martin Vollan, Peter Masson, Jorge Salomón, entre otros.

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A partir de enero de 1997, el Archivo Histórico cobra nueva vida al entrar en una segunda y fructífera época. Es desde entonces, al ser convertido en una cátedra viva de la historia guayaquileña, que deja de ser únicamente un repositorio documental y bibliográfico. Se iniciaron cursos, talleres, foros, conversatorios para la capacitación de maestros en historia regional y la difusión de temas sobre ciudad, ciudadanía, identidad regional, etc.

También se dinamizó su editorial, cuyo primer producto fue la colección “Guayaquil y el río”. En esta se publicaron 11 volúmenes, conteniendo variados temas investigados por los historiadores Jorge Núñez Sánchez, María Luisa Laviana, Guillermo Arosemena, María Eugenia Chaves, Víctor González, entre otros. Y cuatro tomos conteniendo recopilaciones sobre descripciones de Guayaquil, narradas por viajeros a lo largo de 500 años, desde 1555 a 1955.

En pocos años, con el apoyo incondicional del Banco Central, a través de los gerentes de la Sucursal Mayor, doctores Patricio Dávila y Tomás Plúas, el área se triplicó. Se modernizó su información, se inició la digitalización de sus fondos, fue dotado de espacios para oficinas, área de investigación, sala de lectura, auditorio, área de microfilmación, 9 aulas para capacitación, depósito del archivo fotográfico, centro de digitalización, cinco depósitos, bodegas y la imprenta con sus nuevas máquinas.

Se firmaron convenios con la ESPOL, la Subsecretaría de Educación y Cultura, se presentaron proyectos al Municipio de Guayaquil, a la Universidad Laica “Eloy Alfaro” de Manabí, y se multiplicaron las visitas programadas de miles de estudiantes de primaria y secundaria, para recibir charlas sobre la historia de la ciudad. Y auspiciados por el BCE, se realizaron investigaciones sobre el Banco Central, el Malecón de Guayaquil, la relación entre Bolívar y Guayaquil, el Club de la Unión, la cultura montubia y otros más, cuyas historias fueron publicadas en sendos libros. En fin, el Archivo Histórico se transformó en el único centro de investigaciones del país, asistido por personas contratadas y que publica sus resultados. En los últimos años también incidió, activamente, en la defensa y difusión de las culturas de la Costa ecuatoriana.

La reaparición de la revista, luego de haber transcurrido 25 años, llena de satisfacción a quienes ,de una manera u otra, desde esta Institución,

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trabajamos por reactivar la investigación de la historia guayaquileña. Producto de ello, cabe destacar que, aparte de la publicación de folletos, cientos de artículos en periódicos y revistas, etc., han sido editados en nuestro taller gráfico más de cincuenta libros, compuestos por recopilaciones, reediciones y nuevos productos de nuestras propias investigaciones, como demostración de que en nuestra ciudad, provincia y región, se está produciendo una verdadera renovación de nuestra historiografía.

En un bien trazado comentario sobre los estudios y publicaciones históricas que sin articulación se han realizado en los últimos tiempos sobre nuestra ciudad y provincia, Ángel Emilio Hidalgo, nuevo director de la Revista del Archivo Histórico del Guayas, dice lo siguiente: “Hay que reconocer que la academia guayaquileña, en comparación con la quiteña, se encuentra rezagada. En Guayaquil no existió un correlato equiparable a la iniciativa revisionista de Enrique Ayala Mora y su “Nueva Historia del Ecuador”, por la pervivencia de estudios monográficos regionales, biografías y genealogías ancladas en el viejo paradigma positivista”.

“Como en la escritura de la historia no es aplicable la noción de simultaneidad; por eso, Guayaquil encuentra, asume y reproduce su hibridación cultural y la proyecta como los fragmentos de una historia inconclusa que busca hallar sus referentes en el estudio del pasado. Desde esta óptica, se rescatan los estudios sobre el patrimonio arquitectónico de la ciudad de Florencio Compte y Pablo Lee, así como los aportes que han hecho a la historia de la literatura, Humberto Robles, Michael Handelsman y Alejandro Guerra Cáceres”.

José Antonio Gómez IturraldeDIRECTOR DEL ARCHIVO HISTÓRICO DEL GUAYAS

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En su primera época, la Revista del Archivo Histórico del Guayas se empezó a publicar en 1972, abarcó toda la década de los 70s. y existió hasta junio de 1981. La edición y publicación de una nueva revista, 25 años después, no es casual ni fortuita; representa, en cierto modo, la posibilidad de renovación que tiene la historiografía guayaquileña.

En 1980, su director Julio Estrada Ycaza, se refería optimista a la incorporación del Archivo Histórico del Guayas al Banco Central del Ecuador: “Estamos pues, llenos de optimismo y dispuestos a intensificar nuestros esfuerzos, aprovechando de las favorables circunstancias que hoy se nos presentan, aunque también estamos conscientes de que nuestros propósitos se tropezarán con obstáculos que tendrán que superarse antes de alcanzar plenamente nuestras aspiraciones”.

No se equivocó Julio Estrada Ycaza cuando presintió obstáculos futuros: en la década de los 80s., la actividad del Archivo Histórico del Guayas decreció, debido principalmente a situaciones burocráticas y aunque la edición de libros no cesó, la renombrada revista sólo alcanzó dos números más (No. 18, enero de 1980 y No. 19, junio de 1981). Había que esperar hasta mediados de la siguiente década para que surgiera una nueva y fructífera época en el Archivo Histórico del Guayas, esta vez, bajo el liderazgo de José Antonio Gómez Iturralde.

En el último cuarto de siglo se abrieron nuevos caminos que logaron superar la historia episódica y positivista y se acercaron al campo de la historia económica y la historia social. En 1987, resultó fundamental el aporte de la historiadora española María Luisa Laviana con su libro ‘Guayaquil en el siglo XVIII. Recursos naturales y económicos’, y la reedición de la ‘Historia Social y Económica de la Antigua Provincia de Guayaquil’, del historiador norteamericano Michael T. Hamerly, publicada originalmente en 1973.

LA REVISTA DEL ARCHIVO HISTÓRICO DEL GUAYAS,

LA HISTORIOGRAFÍA GUAYAQUILEÑA Y LOS ÚLTIMOS 25 AÑOS

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La historia política, discípula de la academia quiteña de Federico González Suárez, y guayaquileña de Abel Romeo Castillo y los historiadores del Centro de Investigaciones Históricas, fue enriquecida con aportes de historiadores nacionales y extranjeros, como Julio Estrada Ycaza, Elías Muñoz Vicuña, David J. Cubitt, Jaime E. Rodríguez, Mariano Fazio Fernández, José Antonio Gómez, entre otros.

No obstante, los nuevos aires procedieron no estrictamente de los historiadores, sino más bien de los sociólogos. La publicación del libro ‘Jornaleros y gran propietarios en 135 años de exportación cacaotera, 1790-1925’, de Manuel Chiriboga, representó un giro en el enfoque historiográfico sobre las estructuras agrarias y socioeconómicas del litoral ecuatoriano. La conformación de una academia de escritores y cientistas sociales, agrupada alrededor del Taller Sicoseo, en los años 70s., posibilitó la aparición de estudios y problemáticas desde la economía política, la sociología urbana y la historia social, que desplazó la mirada historicista e introdujo, desde parámetros teóricos marxistas, la problematización de los procesos históricos y el análisis de las estructuras. Los cientistas sociales más destacados de esta promoción, moviéndose entre la historia, la sociología, la economía, la demografía y el urbanismo son: Willington Paredes Ramírez, Gaytán Villavicencio y José Luis Ortiz.

Hay que reconocer, sin embargo, que la academia guayaquileña, en comparación con la quiteña, se encuentra rezagada. En Guayaquil no existió un correlato equiparable a la iniciativa revisionista de Enrique Ayala Mora y su ‘Nueva Historia del Ecuador’, por la pervivencia de estudios monográficos regionales, biografías y genealogías ancladas en el viejo paradigma positivista. Pero en la escritura de la historia no es aplicable la noción de simultaneidad; por eso, Guayaquil encuentra, asume y reproduce su hibridación cultural y la proyecta como los fragmentos de una historia inconclusa que busca hallar sus referentes en el estudio del pasado. Desde esta óptica, se rescatan los estudios sobre el patrimonio arquitectónico de la ciudad de Florencio Compte y Pablo Lee, así como los aportes que han hecho a la historia de la literatura, Humberto Robles, Michael Handelsman y Alejandro Guerra Cáceres.

No podemos dejar de mencionar, en este somero repaso, las fundamentales contribuciones, desde la arqueología y la antropología, de Jorge G. Marcos y Silvia Álvarez, en el conocimiento de las sociedades

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aborígenes y de las etnicidades costeñas. También es vital el trabajo de una historiadora quiteña que trabaja con rigurosidad y pasión, la historia colonial de Guayaquil: María Eugenia Chaves. Sus libros “María Chiquinquirá Díaz: una esclava del siglo XVIII” y “Honor y Libertad”, resultan pioneros en nuestro medio por la incorporación de renovados enfoques teóricos y metodológicos en las Ciencias Sociales (el post estructuralismo y la microhistoria), y por las nuevas problemáticas que abren: el estudio de los sectores subalternos, particularmente olvidados por la historia tradicional.

El futuro de la Historia en Guayaquil es incierto, pues, falta hacer algo básico que olvidaron los viejos maestros: crear una academia para la formación de historiadores en la Costa. No obstante, hay razones para sentirnos optimistas: el Archivo Histórico del Guayas acaba de firmar un convenio con la Universidad Laica “Eloy Alfaro” de Manabí, para abrir un diplomado en Historia Regional. Este programa sería el punto de partida para el despegue de nuestra academia. Mientras tanto, la reaparición de esta revista y la generación de libros, conversatorios, seminarios de capacitación y otros productos de investigación y promoción docente que surgen por iniciativa del Archivo Histórico del Guayas, nos dicen, que ya está puesta la semilla.

Ángel Emilio HidalgoDIRECTOR REVISTA DEL ARCHIVO

HISTÓRICO DEL GUAYAS

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AArtículos

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* Universidad del Azuay, Cuenca

Catedral de Guayaquil, 1837, por Lauvergne

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José Carlos Arias*

Las fiestas religiosas durante la Colonia:Apuntes para unas respuestas

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1 Modesto Chávez Franco, Crónicas del Guayaquil antiguo, “Nuestras alegrías”, Tomo 1, 1998.2 AHBM/G: P. Bertrán Espinosa, “Dedicatoria al Templo Dominicano”, Guayaquil, noviembre de 1949.3 AHMB/G: ACCG, Cabildo del 6 de abril de 1646.

Desde este trípode anterior, el guayaquileño organizó su discurrir vital: decidió las fiestas que quería tener, el carácter que quiso imprimir al concepto de fiesta, organizó y desarrolló la formación de cada fiesta en particular, evaluó consciente o inconscientemente el sentido y las consecuencias de las fiestas, estableció un calendario de transgresiones de la rutina del trabajo, fomentó el espíritu de sociabilidad, se “liberó” aparentemente, etc.1

La fiesta se convirtió, de esta manera, en uno de los espacios donde se podían tener dos sensaciones antagónicas: la de ser uno mismo y también la de dejar de serlo. Si a este concepto de fiesta le añadimos el apellido de “religiosa”, cambian los matices debido a la necesidad que sintió el morador de Guayaquil, influido por los principios de una religión importada e impuesta, de asirse a un ente superior que justificara su origen y diera sentido a “su camino”, especialmente, al principio y final del mismo.

Podemos concluir que cada fiesta religiosa de Guayaquil durante la Colonia, tuvo sus propios orígenes, motivos, patrocinadores, objetivos, etc., y que fue la propia comunidad quien los buscaba y encontraba, en relación a poder agradecer el origen y cumplir con las garantías del final del camino anteriormente deseado, que tenía inevitablemente “devociones para decantarse” por las influencias de las órdenes religiosas, destacando, entre todas ellas, las fiestas religiosas de la Virgen del Rosario,2 una fiesta que nos aproxima a la divinidad por mediación de una mujer y su “ábaco espiritual”, tal vez, en el interior de una matriz espiritual consustancial con la necesidad del ser humano de sentirse querido, incondicionalmente, en el seno de su propia naturaleza.3

1. uál fue el origen de la fiesta religiosa?

El hombre toma autoconciencia de su existencia y fija el carácter festivo de su itinerario vital, en relación a la necesidad que siente de celebrar la vida desde la libertad, entendida a tres niveles, autónomos y complementarios, a la vez: el nivel metafísico como posibilidad de trascenderse, el nivel psicológico desde la necesidad de evadir las ansiedades y el nivel moral como código de conducta que puede transgredirse deliberadamente.

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ARTÍCULOS

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Por lo tanto, el guayaquileño, desde el principio de la Colonia, se siente vinculado, fundamentalmente, a dos tiempos vitales: el cosmológico y el antropológico, como las coordenadas que influyen en la aparición y naturaleza de las fiestas, inscritas en ciclos sacro-biológicos (bautismo, confirmación, matrimonio, muerte) que el clero, tanto regular como secular, se encargaban de renovar; fiestas que la iglesia asociaba con los ciclos de la vida. Otras fiestas menores unían, como veremos más adelante, los eslabones de la cadena festiva guayaquileña.

2. ¿Cuál fue el origen de la fiesta religiosa?

Los historiadores contemporáneos que escriben sobre la fiesta y sus consecuencias, hacen distinciones entre fiesta, festejo, celebración, solemnidad, etc. Otras veces, acuden a la filología afirmando que fiesta en griego se dice “heorté” y en hebreo “mohadim”, y que ambas dicen relación a una reunión.

Pasando de la filología al contenido intrínseco e implícito de la fiesta a secas, aunque lo general suele huir de las definiciones porque las palabras condicionan o sencillamente describen sus características o funciones para que se adviertan sus indicadores, hay quienes se arriesgan a concluir que “la fiesta es una expresión grupal, ritual y alegre de anhelos comunes sobre hechos relevantes de la vida y la religión”. Analicemos la definición y el significado de las palabras: el sentido comunitario es obvio, ya que, la fiesta, por su propia finalidad, invita a ser compartida; resulta difícil creer que alguien se pueda sentir bien disfrutando solo, pues, estaría más cerca de una enfermedad mental que de la necesidad que tenemos de compartir la alegría con los demás, precisamente, otra de las palabras clave de la definición apuntada.

Que sea un ritual, hace relación a una serie de elementos que organizados, permiten expresar los sentimientos e ideas que nos cuestionan, y si se trata de una fiesta religiosa, en dirección a una dimensión futura que es donde encajan los anhelos que pueden convertirse en “conductas ladronas”, si nos aceleran la vida o nos deslumbran hacia algo que puede “no llegar a ser”. En último lugar, se establece la vinculación entre la vida y la religión, que enmarca la realización del hombre bajo la premisa –un paraguas con varillas tensas– de que “vivir es caminar hacia Él, sabiendo que nunca llegaremos a alcanzarle”.

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Por otro lado, cada uno de nosotros y en cada momento, podemos empezar a caminar; y esta es, precisamente, la invitación que hacen la mayoría de las religiones, a través de sus fiestas religiosas, a las que concedieron tanta importancia, que convirtieron en obligado cumplimiento, al menos una vez por semana, bajo la santificación del día seleccionado con el que empezaba la semana. Es indudable que con estas “terapias semanales”, las religiones lograron dos cosas: la integración de las personas dentro de grupos formados que permitieran cumplir las expectativas de cambios que anunciaban y la interacción psicológica puntual que permitiera participar de ilusiones comunes.

Si fusionamos las dos tradiciones filológicas originales y unimos al sentido griego, el hebreo, resulta que llegamos en la historia de la humanidad a la época del hombre medieval: un creyente en una sociedad en la que todo se hacía “por” y “para” Dios, un hombre que entiende la fiesta como “ocio para el culto”. Necesitamos matizar el significado de la palabra “ocio”. Para este hombre medieval, el ocio no era la ausencia del trabajo o unas vacaciones como para nosotros, sino, algo distinto; este ocio medieval “era únicamente el tiempo para el culto a Dios”, bajo los parámetros de una religión impositiva, temeraria y dogmática. Y a cuentagotas, se irá socializando la alegría religiosa conectada con la esperanza en la resurrección que vinculaba a la fiesta religiosa con el sentido salvador de la religión cristiana. Evidentemente, se convirtió en una alegría dominical controlada –poco desbordante exteriormente–, ya que, existían tres razones para no ser tan extrovertida: las celebraciones se hacían en los interiores de los templos, lo cual implicaba un determinado control, en el marco de una liturgia seria e inflexible y bajo el peso de “unos principios intelectuales”. Se podría llegar a convertir a la fiesta religiosa también en una rutina, por su prescripción cíclica semanal, o convertir en rituales, otros elementos vinculados con la celebración, especialmente, los post-fiesta.

Como anticipo de un banquete celestial, algunas de estas fiestas cuentan en su ritual con un ágape sagrado que tiene su continuidad en otro “ágape pagano” que enmarcan “el día de la divinidad” como antesala al logro último que en el cristianismo es, sin duda, el Paraíso, paradigma de la vida plena, aunque no sabemos si se tratará de otra fiesta religiosa interminable con ágape incluido.

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En torno al núcleo de la fiesta religiosa dominical cristiana guayaquileña, fueron surgiendo rasgos que nos ayudan a definir su carácter de celebración permanente:

a) La existencia de gestos y símbolos que la liturgia cristiana ha mantenido como propios durante siglos y que en la actualidad reivindican otras estancias civiles como parte de ceremoniales propios, como por ejemplo, el uso del incienso, las procesiones, etc.,4 siempre favorecidas en la Costa por el clima.

b) Los ágapes como centro del compromiso simbólico de la convivencia, que en la liturgia cristiana eran y son panes ácimos y vinos consagrados, y que otras religiones seglares han copiado, como por ejemplo, los ágapes post fútbol que rodean el óvalo del campo monumental con olores y sabores varios.

c) Otro elemento imprescindible de la fiesta religiosa íntimamente ligado con la supuesta alegría, fue el vinculado con la presencia del alcohol, al que tenemos que relacionar con las bacanales romanas (Dionisos), un dios del alcohol que tiene mucho que ver con el desbordamiento y el exceso.

d) La subversión al poder establecido del que apenas fueron capaces de escapar los trabajadores, e incluso, la posibilidad de acercarse los distintos estamentos sociales, en torno a un mismo espacio:5 el templo es un espacio donde caben todos en un principio, ricos y pobres; aunque pronto se jerarquizó y el clero, la nobleza, los aristócratas, etc., siempre encontraron maneras de distinguirse, por ejemplo, el presbiterio sancta sanctorum, las capillas, los enterramientos sacros, las tribunas o los bancos del presbiterio con carteles reservados, etc.

e) El uso de vestimentas o máscaras que convirtieron en actores a los protagonistas, como si la vida fuera “una obra de teatro”.

f) La implícita ostentación que conlleva la aspiración a otros mundos, más o menos accesibles.

4 AHMB/G: ACCG, Cabildo del 18 de enero de 1738.5 AHBM/G: ACCG, Cabildo del 5 de junio de 1676.

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g) El canto y la danza como ingredientes imprescindibles de estados de alegría, etc.

Es difícil poder establecer unos denominadores comunes de las fiestas religiosas guayaquileñas, a lo largo de trescientos años de historia, por su riqueza y diversidad; pero los resumimos, finalmente, en dos: la fiesta religiosa se distinguía de todas las demás fiestas paganas, fundamentalmente por la presencia de unos ritos que dejaban poco espacio a la libertad de los participantes, donde la actitud de los feligreses siempre tendía a ser pasiva, en relación a la escasa capacidad de ofrecer respuestas personales y creativas, tal vez, bajo el peso de la tradición, acostumbrados en lo eclesiástico a los latines y a las espaldas del celebrante, y en lo civil a la monarquía y a sus “brazos de poder.”6

No podemos ignorar, sin embargo, que en las fiestas paganas lo más relevante era la espontaneidad –en la mayoría de las fiestas paganas, la organización que sobrepasa los límites de lo necesario es proporcionalmente equivalente al grado de decepción–. Y el segundo denominador común de la fiesta fue la alegría, que en la fiesta religiosa se manifestaba de forma clara y prudente en los cantos polifónicos, sin ignorar el uso de algunos instrumentos musicales como los órganos, que se convirtieron en elementos imprescindibles de la animación litúrgica en las iglesias barrocas, instrumentos basados en el aire, elemento simbólico de los griegos que heredó la religión cristiana.

Finalmente, una conquista histórica reconvertida en artística-espiritual que tuvo la fiesta religiosa cristiana, fue la necesidad de la claridad, pasando de las oscuras iglesias románicas a las vidrieras que se convirtieron en himnos de colores que tamizaban con las luces las celebraciones; es decir, este estilo significó, implícitamente, el poder sobrepasar los límites de “la oscuridad que las ideas abstractas entrañan”. Es por ello que el gótico consiguió rasgar los muros y se convirtió en el paradigma arquitectónico de la religión cristiana (catedral de Guayaquil), y eso hasta nuestros días, ya que se siguen construyendo catedrales bajo este estilo, como por ejemplo, la catedral de la Almudena de Madrid (España).

6 AHMB/G: ACCG, Cabildo del 24 de julio de 1641. folio 40.

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3. ¿De dónde proviene la necesidad de celebrar la fiesta

religiosa?

Que quede claro: no existe la fiesta religiosa, existen las fiestas religiosas. Cada comunidad, cada país, cada región organiza su propio calendario de fiestas, como Guayaquil estableció el suyo, en el año 1648.7 Este calendario de las fiestas religiosas era “un mosaico de baldosas de muchos colores”, compuesto a través de la historia, con algunas innovaciones puntuales, no siempre adecuadas.

Respecto a la fiesta religiosa cristiana, descubrimos como antecedentes la filosofía griega, el derecho romano, la religión judeo-cristiana y la época colonial. Para los griegos y los romanos, el ideal vital era el ocio que en griego se designaba “skholé”, dedicado a la contemplación; por lo tanto, estaban bien lejos de la ociosidad actual. Este ideal permitió la aparición de la filosofía griega como “ciencia capaz de explicar los principios y consecuencias de la existencia humana”, de la que realmente participaban pocas personas, pero que les otorgó fama “eterna” y que era permitida, fundamentalmente, por la esclavitud que existía, y a la que eran sometidos el resto de la gran mayoría.

Durante la Edad Media -con el cristianismo- surgió el “ocio de grado superior” que es el festum; es decir, la fiesta del domingo: “el día del señor”, y un sinnúmero de fiestas religiosas en el entorno de la familia celestial que los padres de la iglesia habían descubierto y aconsejado poner en práctica. Entonces, se estructuró el calendario cristiano, en torno al eje nuclear de las profecías del Antiguo Testamento (Num. 12,7 ; Miq. 3,5), cumplidas en el Nuevo Testamento y que se centraron -como sabemos- en el Juicio de la Pasión (Mc. 14), la Muerte y la Resurrección de Cristo (Jn. 16); todo ello, releído a la luz pascual, algo que, por otra parte, ya contenía el kerigma primitivo de los apóstoles en los diferentes textos de las epístolas, como exclamatorias, confesiones de fe, himnos.

7 AHBM/G: ACCG, Cabildo del 8 de enero de 1649.

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Así llegamos a la época contemporánea donde el ideal de la vida se fijó en el trabajo –no para todos– y su complemento imprescindible en la diversión que, a veces, intenta convertirse en una prolongación del trabajo en el sentido de complementarlo; por ello, algunas instituciones planificaban “bacanales de distensión” que servían para mitigar huidas y colocar fuera de cada persona, los aspectos que se sentían perturbadores y molestos. También fueron oportunidades para disminuir la distancia entre la omnipotencia y la timidez de cada trabajador, ligada al miedo a ser rechazado.

Un detalle que nos llama la atención en la actualidad es cómo “los ociosos de entre semana”, cambian su uniforme del “cuello blanco y la corbata” por “el pantalón corto y la camisola siempre por fuera”, trabajando de viernes a domingo en sus haciendas y jardines de una manera que hace pensar que “el trabajo es salud y ellos se sienten enfermos”. Incluso hay quienes aseguran que el trabajo es la “nueva religión” del siglo XXI y posiblemente tienen razones para decirlo. Bajo nuestro humilde punto de vista, pensamos que las nuevas religiones son otras, como por ejemplo, el fútbol, con los ingredientes que contiene de catarsis; por cierto, constatamos la necesidad de que el chivo expiatorio, es decir, el árbitro, se vista con otro color que no sea el negro, que la religión cristiana asocia siempre al duelo.

Al hallarnos en un hemisferio que no tiene más que dos estaciones, las fiestas religiosas giraban en el entorno de los dos solsticios (verano e invierno) y especialmente del verano, porque durante el invierno bastante hicieron en tiempos de la Colonia con sobrevivir a las permanentes inundaciones que existían en la Costa.8

Apareció el protagonista de la fiesta con la aparición del primer hombre guayaquileño: el sol. Un astro que tuvo durante las épocas históricas, diferentes expresiones: el sol metafísico que fue y es Cristo resucitado para los creyentes; el sol invicto que fue y es el que reverbera las mañanas de la Costa, y el sol de justicia que fue y es el sol moral que tanta falta nos sigue haciendo.

8 Modesto Chávez Franco, Crónicas del Guayaquil Antiguo, “Nuestras Devociones”, pp. 339-345.

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Fiestas solsticiales, entre las cuales se siguen celebrando muchas: las navidades vinculadas en la Costa con el descanso, las relacionadas con el elemento fuego como la quema del monigote de fin de año, donde se llevan a la hoguera las “frustraciones en trapo de la ociosidad” y todas las fiestas religiosas que simbolizan la lucha entre las tinieblas y las luces, fundamentalmente extendidas por la liturgia cristiana, en torno a la Vigilia Pascual y al relato del “villancico” que es el capítulo primero del evangelio de San Juan.

4. ¿Para quiénes fueron las fiestas?

Ya lo dijo Platón, “las fiestas son cosas de dioses”. Y no hay fiesta sin dioses, ni dioses sin fiestas. De aquí, podemos deducir que existió una interpolación entre los mundos terrenal y divino, que justificaban la necesidad de la fiesta religiosa. Obviamente, tendríamos que deducir de este aserto anterior, que para un agnóstico o para un ateo actual, entonces, no existe la fiesta y estamos en lo cierto, en tanto concibamos la fiesta como “festum”; otra cosa bien distinta es el sentido festivo que existe actualmente en todas las culturas y las personas, al margen de sus creencias, con lo cual también los ateos y agnósticos tienen sus fiestas, pero no en el sentido de “festum”.

Lo realmente importante para la antropología cultural es que la fiesta consiguió romper con el día a día, trascender la rutina y por encima de la monotonía, elevar a los ancestros a una atmósfera distinta, capaz, cuando fue posible, de “saltar sobre sus propias soledades” y “superar sus miedos”.

Las fiestas son también cosas de los hombres y la religión lo sabe. Al menos en Guayaquil, actualmente, sigue siendo uno de los elementos fundamentales de la cultura del pueblo, profundamente arraigada en la conciencia colectiva. La religión y la fiesta forman parte consustancial de la identidad del guayaquileño, si bien, se notan “aires nuevos” de un panteísmo que se cobija sutilmente en nuevos olimpos. La literatura etnográfica nos ilustra sobre cómo y porqué las fiestas religiosas formaron parte del ritual de la religión y que con una vestimenta u otra, han estado presentes en el universo desde la aparición del hombre en las culturas “madres”: cuando se sintió anonadado y buscando una explicación, escrutó el cielo.

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5. ¿Qué han aportado a la historia de Guayaquil, las fiestas

religiosas?

a) A un nivel comunitario, reforzaron la unidad de los guayaquileños, crearon principios de cohesión intergrupal imprescindibles para satisfacer objetivos, se lograron establecer mitos y símbolos de contribución al cielo,9 se promocionaron líderes,10 se solucionaron conflictos11 y los artistas con su habilidad, fueron capaces de dar forma a los mensajes religiosos,12 un arte que hoy es considerado como tal, pero que durante muchos siglos, estuvo únicamente conformado por representaciones devocionales.

b) A un nivel personal, la religión ayudó a canalizar las tensiones emocionales y a liberar ansiedades, en virtud de un dios omnipotente y juez. Esta liberación no fue de contenidos reprimidos, sino, la consecuencia de una dinámica psíquica de auto identificaciones.

6. ¿Se necesitaron las fiestas religiosas?

Sin duda que sí, porque se obtenían beneficios económicos, pues, siempre fueron espacios susceptibles de permitir intercambiar los distintos productos, e incluso, una oportunidad para colaborar con los desposeídos.

Su carácter definidor siempre fue y es la reciprocidad. También proporcionó beneficios de promoción social y política que se forjaron en el ámbito de las fiestas religiosas; e incluso, beneficios ideológicos, porque la fiesta religiosa incluye una serie de valores, ideas, necesidades e intereses expresados en los ritos festivos con los que se identifica la comunidad o una parte de ella. Estos valores ideológicos configuran la identidad carismática del grupo, y no debemos perder de vista que cada uno de nosotros nacemos con una expectativa de funcionamiento grupal donde se puede desarrollar y crece nuestra personalidad, profundamente vinculada al modo de actuación de los grupos a los que pertenecemos: la familia, el ambiente, la comunidad, etc.

9 Modesto Chávez Franco, Crónicas del Guayaquil Antiguo, “Nuestra contribución al cielo”.10 José María Vargas, Los dominicos en el Ecuador, CCE, Quito, 1988.11 Joel Monroy, Los religiosos de la Merced en la Costa el Antiguo Reino de Quito, “Conflic-

tos de los mercedarios con el cura de la Matriz de Guayaquil”, Tomo II, Quito, 1935.12 AHBM/G: ACCG, Cabildo del 8 de enero de 1754.

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Asistir todas las semanas a un entrenamiento ideológico, marcó y marca, sin ningún género de dudas, las carencias vitales de un grupo y de cada persona en particular, mucho más, cuando existen mensajes de desintegración o de omnipotencia, en relación a la vinculación propiamente establecida.

En un principio, a la fiesta religiosa no se iba a realizar algo, sino a experimentar la vivencia de aproximarse a los otros y al Otro, y esta posibilidad de ser invadidos hizo perder cuotas de individualidad que solo recuperaron los creyentes, cuando fueron capaces de pensar que tenían algo en común con el resto: el miedo a no creer.

7. Calendario de fiestas religiosas.

El calendario estacional fue el que marcó los calendarios agropecuarios, con muchas fiestas religiosas que llegaron desde Europa: San Esteban, La Candelaria, San Antón, Nuestra Señora del Rosario, la Natividad de la Virgen, San Isidro Labrador.13 Una breve nota sobre este último santo: hay que reconocer que San Isidro es una importación madrileña elaborada a través del metaplasmo de San Isidoro, convertido en el patrón de los campos por ser labrador. Llama la atención que el patrón de Madrid sea, precisamente, un labrador con la hoz y las espigas, que en el Ecuador cambia los surcos de trigo por los de maíz, mientras reza

en las tierras de Juan de Vargas (MBC/Q).

El calendario litúrgico depende en muchos aspectos de este calendario agropecuario y por lo tanto, del calendario de los romanos que fue heredado posteriormente por el cristianismo, con las reformas que todos conocemos. Basta analizar el calendario litúrgico para darse cuenta de sus antecedentes; sin embargo, mantuvo su propia identidad y dinámica, que la iglesia hizo visible, a través del simbolismo de los colores litúrgicos fijados por el Papa Inocencio III.14

13 AHBM/G: ACCG, Cabildo del 8 de enero de 1649.14 E. Denzinger, El Magisterio de la Iglesia, Barcelona,Herder 1984.

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Todo calendario pretende satisfacer tres desafíos que el hombre siente para “atrapar el tiempo”: recordar el pasado, vivir el presente y conocer el futuro. El hombre “tiene presente el pasado” que deja sus valores y contravalores que influyen en nuestra vida –intentar no recordar ya es una forma de recordar–, a exprimir cada instante de los presentes que vive y a proyectarse hacia el futuro.

Al convertirse en un ser acumulativo y tensional en libertad, que como una flecha se dispara desde un arco y vuela hacia la diana, no tiene tiempo para parar y corregir su trayectoria; pero se esfuerza por intentar controlar en su autoconciencia, esa misma trayectoria vital que podemos considerar disparada por el Otro.

El calendario es antes que otra cosa, un acuerdo entre las personas de una comunidad para, al contemplar la naturaleza y el universo astral, intentar “detenerse en la trayectoria” y reflexionar sobre el inicio, la dirección y el final. Y a cada instante, aparecen miles de nuevas posibilidades donde “no elegir cambiar” es otra elección.

Esto lo conocen muy bien en el ámbito rural, donde se tiene en cuenta el designio astral (la trayectoria de la flecha), para cumplir determinadas actividades como bañarse, cultivar plantas, contratar obreros, ir a los mercados, prevenir a los animales, etc.15

El Tercer Concilio limense fijó el calendario de las fiestas religiosas guayaquileñas:16

Todos los domingos del año, como lo manda la iglesia.

Las natividades del Señor y de la Virgen.

Los días de Pascua: la Resurrección y la de Pentecostés.

La Epifanía y la Circuncisión.

Las Ascensiones del Señor y de la Virgen.

Corpus Christi.

La Anunciación, la Purificación y la Asunción.

Fiestas de los apóstoles San Pedro y San Pablo.

15 L.Hoyos Sainz, “Cómo se estudian las fiestas populares y tradicionales”, en Re-vista de Dialectología y Tradiciones populares, TI, Madrid, 1944.

16 P. Tineo, Los Concilios Limenses, pp. 477-478.

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Catedral de Guayaquil, dibujo de Barclay y grabado de A. Kohl, c. 1880

Podríamos hacer muchas clases de divisiones, pero optamos por la cronológica, en función de algunas de las fiestas que más interés tuvieron durante la Colonia en Guayaquil:

17 de enero.- San Antón. Es San Antonio Abad de Egipto, un santo popular al que se le confunde –a pesar de los nueve siglos que los separan– con San Antonio de Padua, el “comodín” que lo mismo encontraba agujas perdidas en los pajares, que novios para las doncellas desesperadas. San Antón nació en Egipto, en el siglo IV y se retiró al desierto para llevar la vida de anacoreta y hacer oración. No está muy claro por qué se convirtió en el patrono de los animales, en particular del cerdo, y no del burrro como se le ha querido asignar. Siempre se le ha presentado con un cerdo a los pies, por lo que no sabemos si al final, el anacoreta penitente cayó en la tentación.

El Cabildo guayaquileño se decantó por San Antonio Abad.17 ¿Por qué? Creemos que existieron, al menos, dos razones: la primera, porque Santiago fue impuesto por la Corona y su iconografía imperial nunca fue del agrado de los moradores guayaquileños; por ello, cualquier otro santo era preferido. En segundo lugar y relacionado con lo anterior, el Cabildo buscaba para cada necesidad, un santo benefactor, en base a su historiografía y la de San Antonio Abad venía muy bien, porque había sido un santo que lo había dejado todo para vivir bajo unas palmeras y Guayaquil tuvo que hacer lo mismo en varias ocasiones, debido a las rentas que tenía que pagar, a la piratería, las inundaciones, las epidemias, los incendios, etc.

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17 Modesto Chávez Franco, Crónicas del Guayaquil Antiguo, “ Nuestras devociones”.18 AHBM/G: ACCG, Cabildo del 5 de enero de 1711. 19 AHBM/G: ACCG, Cabildo del 13 de agosto de 1653. 20 AHBM/G: ACCG, Cabildo del 11 de abril de 1657.

Por ello, el Cabildo del día 5 de enero de 1711,18 debido a los continuos incendios que destruían la ciudad, le dieron a este monje la responsabilidad de ser protector contra los incendios y nombrarle abogado defensor, se le asignaron cuarenta pesos de los propios y rentas de la ciudad y el arrendamiento de las bodegas de Naranjal para que se perpetuara la fiesta.

20 de enero.- San Sebastián. Un hecho curioso es que disponiendo la ciudad de santos antipestosos como San Sebastián,19 ante los primeros indicios de epidemias y especialmente de la devastadora viruela, fuera advocada y jurada por el Cabildo, como patrona, Santa Isabel de Hungría.20 Esta santa había sido una terciaria franciscana muy querida en las tierras mexicanas, de donde pudo llegar la influencia. Con frecuencia, algunos de estos santos eran milagrosos y sudaban, como ocurrió en la iglesia del convento de San Francisco, el año de 1641, con las imágenes de Jesús y San Sebastián. Pronto este espectáculo se complementaba con los sermones vehementes de frailes como fray Buenaventura Trujano y la procesión encabezada por el cura vicario, el reverendo Francisco de Saavedra.20

Mes de febrero.- La Candelaria. Es una fiesta que sigue el relato lucano (2: 22-40) y la prefiguración de la ley mosaica (Exodo 13:2) que obligaba a todos los judíos a consagrar a los primogénitos, al Señor, en conmemoración de la salida de Egipto. Nos asombra que la Virgen se sometiera a este rito cuando había parido milagrosamente sin perder la virginidad; los teólogos salen del apuro diciendo que fue en señal de humildad. A decir verdad, era una ceremonia, vestigio de un antiquísimo rito lustral pagano que se llamaba la “katharsis”, que se celebraba con antorchas destinadas a espantar a los espíritus de las tinieblas. Así fue como los griegos celebraron la búsqueda de Perséfone, después de ser raptada por Hades. Sobre estas liturgias, se insertó la cristiana con la bendición de los cirios o candelas que se realizaba cuarenta días después del momento del parto.

A Guayaquil llegan estas tradiciones y se señala el día de Nuestra Señora de la Candelaria como fiesta religiosa de cumplimiento22, entregándoseles velas a los cabildantes, para la asistencia a las celebraciones religiosas.23

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21 Modesto Chávez Franco, Crónicas del Guayaquil Antiguo, “Nuestras devociones”. 22 AHBM/G: ACCG, Cabildo del 6 de febrero de 1638.23 AHBM/G: ACCG, Cabildo del 27 de enero de 1643.24 AHBM/G: ACCG, Cabildo del 27 de marzo de 1709.25 AHBM/G: ACCG, Cabildo del 12 de septiembre de 1797.

Mes de marzo.- Triduo y Pascua.

Jueves Santo

En el cabildo del día 27 de marzo de 1709,24 se constata un alboroto por la repartición de las llaves de los sagrarios para el día de Jueves Santo. El cabildo acuerda que debido a que el señor Alcalde se había quedado sin la llave del Sagrario, que en adelante el Teniente General no sacara la llave del convento de Santo Domingo, ni el Capitán la del convento de San Agustín y bajo la pena de trescientos pesos, ambos asistieran a los divinos oficios de la parroquia de esta ciudad, por ser su obligación, ya que eran días de tabla, es decir, de precepto. Y en años venideros sacarán el primer Alcalde la llave del convento de Santo Domingo y el segundo Alcalde en votos, la llave de San Agustín.

El día de Jueves Santo existía la costumbre de visitar los sagrarios de las iglesias, por lo que, en el cabildo del día 12 de septiembre de 1797,25 el citado ayuntamiento solicitó orden al Gobernador sobre si habrían de salir a visitar los santos sagrarios (siete), por supuesto, con la oficialidad que su representación suponía. El virrey, el 16 de febrero del año siguiente, les confirma la obligación de las visitas.

Detalle de Puerto de Guayaquil, óleo de Ernest Charton, 1849, colección privada.

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¿Por qué siete y no más o menos iglesias? El número siete se ha prestado a numerosas interpretaciones y por ser el dígito del periodo de la luna en la antigüedad, fue Diana quien pasó a ser la Virgen María para el cristianismo. Es por ello que las letanías lauretanas se concretaron en 55 divididas en 12 para Dios (4 x 3, 12 fueron los apóstoles) y 43 para la Virgen (4 + 3, 7 son los días de la semana, 7 sellos en el Apocalipsis, 7 vicios y 7 virtudes). En definitiva, es el número cósmico que une al cielo (3) con la tierra (4). Visitar siete iglesias era contar con la gratia septiformen, porque el 7 también simbolizaba la capacidad de sufrimiento y el Jueves Santo era la antesala de la Pasión.

Viernes Santo

Comenzó siendo un simple día de ayuno en los primeros tiempos del cristianismo y poco a poco fue cobrando un sentido histórico y teológico. La celebración colonial como en el resto del mundo, estaba presidida por el silencio y la sobriedad, ya que ese día no se consagraba. Los ritos giraban en torno a la cruz y a las palabras lapidarias del salmo treinta: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”.

La parte central de la celebración era la adoración de la cruz como síntesis del misterio cristiano: el preanuncio de que el crucificado no se iba a quedar en la urna, sino que iba a volver a la vida. Este sentido procesional y procesual tiene un origen hierosolimitano que los mendicantes llevarían hasta las tierras americanas; es decir, rememoraba la procesión que se hacía en la antigüedad desde la basílica Constantiniana de la Santa Cruz.

Durante la época colonial guayaquileña, se buscaba el mismo simbolismo alrededor de los conventos y en los atrios de las iglesias, para mostrar el carácter itinerante y lineal de la vida. La celebración de este día significaba, a nivel artístico, dos aportaciones importantes: por una parte, que se elaboraran imágenes con goznes y bisagras que permitían la escenografía del Descendimiento, la Deposición y la Lamentación sobre Cristo muerto. En segundo lugar, que se realizaran “monumentos” que eran sagrarios móviles, donde era llevado el Santísimo, ya que en la liturgia de este día no se consagraba, como hemos indicado, con lo cual se encargaba a los carpinteros y escultores que tallaran tabernáculos que sirvieran de contenedores para cumplir con el ritual eclesiástico.26 No tenemos una descripción exhaustiva de este “monumento” durante los primeros años del coloniaje. Es de suponer que era algo sencillo, con

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un concepto medieval de mueble y de aspecto muy escenográfico –no perdamos de vista que las miradas se dirigían a Sevilla 27 y de ello aún se conservan testimonios documentales en España, como por ejemplo, en la ciudad de Córdoba-.28

En el cabildo del día 1 de abril de 1732, se hizo presentación al padre procurador de los dominicos de un despacho ejecutorial despachado por el señor deán, provisor general del obispado, para que la procesión del santo entierro que salía de la iglesia matriz se acabara con las oraciones propias, y en adelante, saliera la otra procesión desde el convento de los dominicos.

En el cabildo de la ciudad de Santiago de Guayaquil del día 16 de abril de 1771, el señor Procurador General insiste en el deber de que la tropa debe acudir arreglada a la iglesia, por la noche del día de Viernes Santo, para velar el Santo Sepulcro, así como el domingo de Cuasimodo, con el respeto necesario y cubriendo su retaguardia. Había existido un desacato el día de Viernes Santo, cuando el capitán don Francisco Miró dejó el sepulcro a la puerta del convento de San Agustín, sin resguardo, pretendiendo retirarse con la tropa.

Vigilia Pascual

La noche del Sábado Santo se rompía con el ayuno y los vecinos de Guayaquil celebraban a Cristo resucitado entre el sonido del repique de las campanas de los conventos que a partir de la liturgia de la palabra redoblaban, cuando el cirio pascual dejaba de ser la única luz que alumbraba las almas. La cruz desarrollaba un papel imprescindible presidiendo los diferentes ritos:

a) Presidía junto a las antorchas, el fuego, a la entrada de las iglesias de los conventos, un rito que procedía del oriente y que se constituyó como simbólico en la ciudad santa de Jerusalén y que en Roma se celebró desde el siglo VII.29

26 Er. Chambers, The medieval Stage, Vol. II, Cap. I, Oxford, 1967.27 R. Vargas Ugarte, Concilios Limenses, Vol. II, Cap. I, Oxford, 1967.28 F. Moreno Cuadro, Las celebraciones públicas cordobesas y sus decoraciones,

Córdoba, 1988.29 La contraposición entre la luz y las tinieblas significa, especialmente para el

evangelista San Juan, que es quien más juega con el dualismo, la oposición entre lo divino y la impiedad (Jn, 3, 19).

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b) La cruz también presidía, junto al cirio pascual, la celebración de los ritos que se sucedían en ese día, en torno a lecturas bíblicas. En España, durante la época hispano-visigótica, se crearon loas y alabanzas, en torno al cirio pascual, que los mendicantes exportaron al continente americano.

c) Finalmente, acompañaba los rituales del bautismo porque -como ya había apuntado Tertuliano-, era el día más adecuado para su celebración en comunidad.30 Como diría Marsili, “es el momento de la celebración en que los hombres realizan en si cultualmente el servicio que Cristo rindió al Padre”.31

Mes de mayo

Corpus Christi. La celebración de esta fiesta con su procesión se introdujo en España, sobre todo, por la zona de Aragón y el Levante, a principios del siglo XIV, y a finales de la misma centuria en los territorios de la lengua castellana.32 En la ciudad de Sevilla, los documentos más antiguos referentes al festejo nos remiten a mediados del siglo XV, pero es de suponer que ya se celebraría desde antes. 33

El Concilio de Trento (1543-1563) recogió entre sus recomendaciones, el espíritu que debía tributarse al Santísimo Sacramento ,34 insistiendo en su interés porque creciera la magnificencia con que se rodeaba la procesión, sobre todo, después de que el protestantismo puso en duda el misterio de la transubstanciación, surgiendo un gran interés por los ostensorios y la imaginería.

En la antigua Audiencia de Quito, el primer obispo Garcí Díaz Arias, fue el que mandó adoptar el ritual de la Catedral de Sevilla, lo que debió de contribuir de forma definitiva a convertir esta fiesta religiosa en una de las celebraciones más espectaculares y brillantes de la segunda mitad del siglo XVI. Igualmente, debió favorecer su arraigo y desarrollo la evocación del Inti o sol incaico que la custodia representaba para el universo indígena.

30 Tertuliano, “De Baptismo”, n.19, 1a y 2a edición, Turhont, Editorial Borleffs, 195 p. 293. 31 Marsili, Culto, DTI, Vol. I, 661.32 M. I Viforcos Marinas, “Las fiestas ciudadanas en el Reino de Quito (siglo XVII). Apuntes

para su estudio”, Estudios humanísticos, Universidad de León, 1993, pp.187-206.33 J Gestoso y Pérez, La fiesta del Corpus Christi en Sevilla, siglos XV-XVI, en Curiosidades

Antiguas Sevillanas, Sevilla, 1910. pp. 91-125.34 E. Denzinger, El Magisterio de la iglesia, N° 878-879.

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El Corpus fue una fiesta llevada a Guayaquil por los conquistadores españoles,35 tras siglos de gestarse desde la publicación por parte de Urbano IV, en 1264, de la bula “Transiturus de hoc mundo”. A partir del siglo XVI, el deseo de venerar la eucaristía se impuso en toda la cristiandad, llegando al continente americano, sobre todo, reanimada con la contrarreforma.

El Concilio de Trento (1543-1563) recogió la necesidad de dejar únicamente lo imprescindible para las celebraciones itinerantes de la eucaristía, ya que se habían rodeado de una escenografía ostentosa de danzantes y teatro que hacía peligrar lo sustancial del dogma.36 Su festejo consistía en la misa solemne mayor y la procesión por las calles más importantes de Guayaquil, convenientemente ornadas para el evento y llenas de altares, donde podía descansar la custodia que llevaba el presidente de la celebración bajo el palio. Se procuraba –a pesar de las penurias económicas– que en la solemnidad no faltara ningún detalle importante, 37 para lo cual era de suma importancia el nombramiento y la supervisión de los protagonistas que se encargaban de controlar los gastos de las rentas, 38 la prevención y el celo en el montaje de la escenografía.39

A pesar de restricciones y controles, los gremios y las cofradías competían en boato y los conventos auspiciaban la duración de la fiesta que, por supuesto, intentaba contar con todos los doctrineros de Guayaquil40 y que se armonizaba con corridas de toros. Era importante la Octava de Corpus que se celebraba con similar ostentación. Se nota un creciente gasto en la fiesta,41 lo cual significa que cada vez se le concedía una importancia mayor y un desesperado interés por controlar lo necesario.42

35 C. Bayle, El Culto al Santísimo en Indias, Madrid, 1951.36 M. Righetti, El sacrosanto y ecuménico concilio de Trento, Paris, 1857, pp. 128-129. 37 AHBM/G: ACCG, Cabildo del 20 de mayo de 1639. 38 AHBM/G: ACCG, Cabildo del 29 de abril de 1643.39 AHMB/G: ACCG, Cabildo del 20 de abril de 1649. 40 AHBM/G: ACCG, Cabildo del 25 de abril de 1650. 41 AHBM/G: ACCG, Cabildo del 31 de enero de 1651. 42 AHBM/G: ACCG, Cabildo del 26 de abril de 1652.

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Las actas de los cabildos guayaquileños empezaban con la salutación eucarística: “Alabado sea el Santísimo Sacramento”,43 un referente de la importancia que se le daba a la celebración eucarística en la ciudad de Guayaquil. C. Bayle comenta que será a partir del siglo XVII, cuando realmente exista un auge evidente de la fiesta y se expanda su celebración.44 Otra nota para considerar su raigambre en Guayaquil es que las celebraciones prácticamente se comenzaban a preparar cuando terminaba el Corpus del año anterior y con seis meses de antelación se llevaba a cabo el nombramiento de los priostes de cada comunidad,45 que eran los encargados de las rogativas, de buscar a los carpinteros, escultores, pintores y de ir preparando toda una exposición de arte efímero para recrear una de las fiestas que más hondo había calado en el calendario festivo religioso guayaquileño.46

La primera misa se llamaba “misa de devoción” y tenía lugar a primera hora de la mañana. A partir de ese momento, cada gremio celebraba su “misa de prioste” y todas culminaban con la procesión por las principales calles y plazas de la ciudad,47 que casi siempre giraba en torno al convento dominico, que tuvo una gran ascendencia religiosa en la vida colonial guayaquileña. Un ejemplo es que en 1660, pasó la procesión por la plaza del convento, hasta tres veces, por lo menos.48

A dicha procesión asistían las autoridades civiles y eclesiásticas,49 también los grupos de artesanos reconocidos, manteniendo una jerarquía de orden en relación a la cabeza de la procesión: los sastres, herreros y zapateros, eran los primeros.50 En el pregón público previo, el Cabildo recordaba la celebración y ordenaba a los vecinos, limpiar las afueras de sus casas para la realización de estos actos, así como colocar tapices en las ventanas y en los balcones, adornos de ramas de árboles y flores por todas las calles. Se exigía a los gremios su participación en esta escenografía religiosa.51

43 AHBM/G: ACCG, Libros de Cabildos.44 C. Bayle, El culto al Santísimo en Indias, Madrid, 1951, pp. 251-299.45 AHBM/G: ACCG, Cabildo del 21 de abril de 1654.46 AHM/Q: Libro IV de Cabildo, folio N° 57.47 AHM/C: Libro de Cabildos, N° 13, 26-06-1774.48 AHBM/G: ACCG, Cabildo del 21 de mayo de 1660.49 AHBM/G.: ACCG, Cabildo del 25 de mayo de 1661. 50 AHM/C: Libro de Cabildo del 29 de mayo de 1577.51 AHM/C: Libro de Cabildos, N° 15-16.

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Se llenaban las calles con altares erigidos por los cofrades, conventos y monasterios, y algunos regocijos profanos, entre los que era habitual contar con danzas de enmascarados, mojigangas, representaciones teatrales y hasta juegos de cañas y corridas de toros.52

El Corpus tenía un octavario que se celebraba con la misma solemnidad y que se conserva hasta hoy. En domingo de la Octava era costumbre que saliera otra procesión pública desde el convento de Santo Domingo de Guayaquil, donde intervenían las cofradías de negros de la ciudad, con sus danzas.53

En la ciudad de Guayaquil fue tradicional que cada cofradía tuviese la obligación de realizar para la fiesta un altar en la calle. Las personas encargadas de la contratación y supervisión de dicho altar, desde la segunda mitad del siglo XVIII, eran dos maestros de los diferentes oficios, nombrados por el Cabildo.54 Paseaban como el resto de las corporaciones su “invención” y su “auto”; es decir, su propia representación dramática. El lujo y la competencia se acrecentaban, gracias a las aportaciones administrativas: el Cabildo contribuía con ciento cuarenta y dos pesos, lo que un presidente de la antigua Audiencia, José García de León y Pizarro, consideró excesivo en algún caso; por ello, desde el año 1783, esa cantidad se procuró disminuir.

Los carpinteros y escultores tuvieron una participación muy activa en toda la escenografía de esta fiesta religiosa, en cuanto a la decoración de los escenarios.55 Tenían mucha importancia los bailes que se llegaron a prohibir, como ocurrió en el año 1782,56 cuando el Gobernador y el Comandante general eliminaron el gasto en danzas, mojigangas y gurufaes que salían el día del Corpus y decidieron que ese dinero se utilizara en arreglar las calzadas de la plaza mayor, por donde pasaba la procesión. No sabemos si la prohibición nacía de la falta de fondos o del relajamiento moral, quizá, ambas cosas sirvieron de justificación para tomar esa decisión.

52 M.I. Viforcos Marinas, “Las fiestas ciudadanas en el Reino de Quito (siglo XVII). Apuntes para su estudio”, Estudios humanísticos, Universidad de León, 1993, pp.196-197.

53 Modesto Chávez Franco, Crónicas del Guayaquil Antiguo, pp 339-345. 54 AHBM/G: Libro de Cabildo del 10 de enero de 1780.55 ANH/C: Gobierno-Administración, Libro VIII, folio 163.56 AHBM/G: ACCJ, Cabildo del 14 de mayo de 1872.

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Resumiendo, diremos que el Corpus Christi no fue únicamente una fiesta; fue un antes y un después de la celebración central, aureado por el folklore costeño y por las procesiones que trasladaban el escenario al aire libre, vinculado a la historia con el ahora y el aquí, e intentando “domesticar el tiempo” con una fiesta religiosa que aspiraba adorar al sol (de la custodia y de la naturaleza). Una semana para no resignarse al azar del futuro, haciendo pronósticos, mientras se miraba el cielo, dando sentido a la vida festiva del guayaquileño y recordando la consolidada fe de los antepasados.

13 de junio.- San Antonio de Papua. El “comodín” o “encuentra cosas” fue un santo de mucho éxito en toda Hispanoamérica, de manera que se hizo casi más famoso que el fundador de la orden franciscana. A finales del siglo XVIII, en el continente americano se le vestía, a veces, no con el hábito de color café, sino con el azul, porque los franciscanos se convirtieron en los defensores de la Inmaculada Concepción, lo cual, también contribuyó a que se extendiera su devoción por la antigua Audiencia de Quito. A pesar de que los franciscanos no tuvieron mucha importancia en Guayaquil por el dominio de los dominicos y los mercedarios; sin embargo, la trascendencia del convento de Quito y los ciclos del Cuzco y de Tinta (Perú), además de su fama de “milagrero”, le convirtieron en un santo popular.

De esta manera, en el año de 1724, en el Cabildo de la ciudad de Guayaquil,57 se presenta una Cédula Real en la que se obliga a que todos los dominios de la jurisdicción tengan por precepto el día del glorioso San Antonio de Padua. Esta cédula es firmada por el Rey y trasladada por el Consejo de Indias, así como obedecida por el Presidente y los oidores de la Real Audiencia de Quito.

En la ciudad de Guayaquil existió una hermandad de San Antonio de Padua, cuyo mayordomo en el año 1774, fue el señor don José Gorostiza, que solicitó un solar para trasladarse.58 El día 12 de julio del mismo año,59 el señor don Gregorio Jara, mayordomo de la hermandad antoniana, solicita por escrito el solar y el Cabildo, en la persona del Alguacil Mayor, se lo concede, pero en otro lugar.

57 AHBM/G: ACCG, Cabildo del 29 de agosto de 1724. 58 AHBM/G: ACCG, Cabildo del 28 de junio de 1774.59 AHBM/G: ACCG, Cabildo del 12 de julio de 1774.

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24 de junio.- San Juan.“San Juan brillante, año abundante”, una fiesta religiosa en que la iglesia, en su afán de borrar ancestrales ritos paganos, hizo coincidir el nacimiento de San Juan Bautista con el solsticio de verano, una fecha mágica para deshacer encantamientos, encontrar tesoros escondidos, interpretar oráculos, etc.

25 de julio.- Santiago apóstol. El 25 de julio era la fiesta mayor de la ciudad bajo la advocación del apóstol Santiago. Se engalanaban con colchas vistosas, las casas del Corregidor, Procurador, Comisario del Santo Oficio, Juez eclesiástico y Cura vicario, a las que tendríamos que sumar las de los vecinos más representativos. La población se vestía con sus mejores galas: jubón de terciopelo, calzas a la sevillana, malla de seda china, media capa, tocado con un sombrero de anchas alas con trencellines de perlas de fieltro de Aragón, los zapatos de altos tacones con rosetas y la tizona al cinto bien ceñida, para acudir al paseo del estandarte por las calles principales y al Te Deum solemne y la misa mayor. 61

El acto central giraba, precisamente, en torno al estandarte central que contenía unas prerrogativas que había que cumplir por parte del Alférez mayor, que el día 25 de Julio tenía el honor de portarlo. No faltaban los toros en la plaza del convento de Santo Domingo,62 aunque primero Felipe III en la cédula del 4 de marzo de 1607 y más tarde Felipe IV en la del 2 de septiembre de 1621, se encargaron de prohibirlas. 63

23 de agosto.- San Agustín. Los guayaquileños celebraban fiestas religiosas con mucha frecuencia, tal vez, como disculpa por la falta de otras fiestas paganas. El año 1667, se cambia a San Esteban por San Nicolás de Tolentino, lo cual hace referencia a la importancia que va adquiriendo la orden agustiniana en la ciudad portuaria, siempre a la sombra de los dominicos, de manera que a la mitad del siglo XVII, formaban ambas congregaciones la comitiva presidencial de las procesiones y San Nicolás compartía el protagonismo con otros santos como San Sebastián.64

61 AHBM/G: ACCG, Cabildo del 24 de julio de 1641. 62 AHBM/G: Libros de Cabildos de los años 1650-1657, pp. 30-31 y 227.63 AHBM/G: ACCG, Cabildo del 23 de enero de 1635; Cabildo del 8 de enero de 1636.64 AHBM/G: ACCG, Cabildo del día 18 de abril de 1667.

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El acto central de la fiesta de San Agustín era el sermón en el que se trataba de conseguir que se conmoviera la feligresía. Los vehementes oradores, con toda la solemnidad del caso, eran acompañados desde la sacristía con una campanilla para que la comunidad rindiera la venia necesaria de rodillas. Estos reclamos dieron el nombre a los propios monaguillos y sacristanes, conocidos como “oradores de campanilla”.

7 de octubre.- Nuestra Señora del Rosario. La imagen de la Virgen del Rosario fue, sin duda, la más venerada durante la Colonia en la ciudad de Guayaquil, por la influencia de los dominicos. Tenía su capilla en el convento de Santo Domingo, patrocinada por la Cofradía del Rosario que era exclusivamente de negros esclavos y libertos.65 Fue una cofradía que pudo establecerse a finales del siglo XVII, con los estatutos que regían desde que el Papa Clemente X, en el breve del 10 de Febrero de 1654,66 regulaba la administración y dirección de las cofradías religiosas.

Cuando llegaron los dominicos,67 nombraron a la Virgen del Rosario como la protectora contra las pestes de la ciudad. A principios del siglo XVII, se eligieron como colaboradores de la “Virgen del ábaco”, a San Sebastián porque había muerto a flechazos convirtiéndose en antipestoso y a San Ramón Nonato por la influencia mercedaria.68

� de Diciembre.- Inmaculada Concepción. Desde el siglo XV existió una disputa polémica entre los franciscanos que defendían la Inmaculada Concepción de la Virgen y los dominicos que preferían la devoción propia de la Virgen del Rosario.

La defensa inmaculista franciscana, había sido apoyada desde el siglo XII por la jerarquía franciscana en el capítulo general celebrado en la ciudad italiana de Pisa, en el año 1263, y conseguirían más tarde la bula papal Prae Excelsa de Sixto IV (1476), en la que se reconocía oficialmente la celebración del día de la Inmaculada, enriqueciéndola con indulgencias. En el siglo XVI, se sumaron los jesuitas a los franciscanos, haciendo causa común con la fiesta de la Inmaculada, y Cristóbal Colón colocó bajo su advocación, la segunda isla descubierta por los españoles.

65 AHBM/G.: ACCG, Libro de Cabildo del 12 de julio de 1653. 66 E. Denzinger, El Magisterio de la Iglesia.67 BCIH/G, Alonso A. Jerves, “El Fundador de Santo Domingo de Guayaquil”, Tomo

VII, N° 12-17, 1947.68 Joel Monroy, Los religiosos de la Merced en la Costa del antiguo Reino de Quito.

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La monarquía apoyó el dogma y se generalizó la fiesta en la península y en las colonias, desde que Isabel y Fernando ostentaron, por concesión papal, el título de católicos.69 Una cédula de su majestad del año 1644, invitaba a que se celebrara la fiesta religiosa de la Limpia Concepción en la Iglesia Mayor de Guayaquil, el domingo de Cuasimodo.70 El domingo de Cuasimodo corresponde a la Octava de Pascua de Resurrección, ya que, en el introito de la misa de ese día, se lee la carta de San Pedro: “Quasi modo geniti infantes, alleluia”.

Curiosamente, sería la ciudad de Guayaquil, antes que la capital de la antigua Audiencia, la que concretó el juramento, el día 2 de febrero de 1656.71 Un año antes, ya lo iba a ejecutar San Francisco de Quito; pero hasta dos años más tarde, no se lo hizo, porque el obispo Alonso de la Peña se encontraba fuera de la ciudad en visita pastoral.

El día 3 de septiembre de 1657, el obispo de la antigua Audiencia hacía pregonar que el 8 de diciembre era día de precepto, que se impartiría la bendición apostólica y que los fieles que acudieran a los actos litúrgicos recibirían indulgencias, siempre y cuando mantuvieran el ayuno durante la vigilia. Dos meses más tarde, el Cabildo ratifica la fiesta votiva de la Inmaculada Concepción y formula su juramento solemne de defensa de un dogma que tardaría dos siglos más en ser aprobado por la jerarquía eclesiástica.72

Dos siglos más tarde,73 se seguía insistiendo en la necesidad de la celebración de la fiesta de la Inmaculada Concepción, con la solemnidad necesaria y la obligación de que asista el Ayuntamiento, sin excusa.

La Navidad.

Los últimos meses del año se dedicaban a ubicar en las casas los nacimientos; los conventos siempre tenían la fama de tener grandes pesebres llenando paredes con paisajes en miniatura de la antigua Palestina y de la colonial Guayaquil.

69 J.M. Pou y Marti, “Embajadas de Felipe III a Roma pidiendo la definición de la Inmaculada Concepción de María”, AIA, 34, 1931.

70 J. Croisset, Año Cristiano, Tomo III, pp. 56-63.71 R. Vargas Ugarte, Historia del Culto de Maria en Iberoamérica, pp. 135-136. 72 AHBM/G: ACCG, Libro de Cabildo del 9 de noviembre de 1657. 73 AHBM/G: ACCG, Libro de Cabildo del 2 de diciembre de 1803.

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No nos olvidamos de los santos y santas guayaquileños, a los que habría que hacer un homenaje póstumo, ya que no suelen aparecer; y a los que algunas veces conseguimos rescatar, como en el caso del lego dominico Otoya, que se había ganado, a finales del siglo XIX, el respeto de sus superiores; pero al que, obviamente, por su condición de lego, las jerarquías terrenas le impidieron su necesario reconocimiento celestial, a pesar de haber sofocado con el agua de sus súplicas, el incendio de 1804, cuando la ciudad de Guayaquil se sentía de nuevo amenazada por las llamas.

9. El tiempo y el espacio en Guayaquil durante la época colonial.

El tiempo de la fiesta fue un tiempo circular o cíclico, en el sentido de que aquella retornaba normalmente de forma periódica cada año. Mientras, el tiempo vital del guayaquileño es rectilíneo porque va desde la niñez a la vejez.

El tiempo de la fiesta religiosa sirvió para insuflar, de vez en cuando, una brisa refrescante de alivio que permitía romper con la monotonía y olvidarse, por momentos, de las carestías y de los desastres. Es como que los guayaquileños celebraban la fiesta para no sentir la vejez, aunque estuvieran celebrando el camino a esa edad, tan lineal y alienante que choca con el espíritu jovial de los costeños que siempre han sabido relativizar el tiempo y la vida.

10. Epígono.

El mundo festivo guayaquileño es, por supuesto, mucho más rico que un artículo de veinte páginas. La variedad de elementos es tan grande que requeriría la profundización que un día esperamos publicar; no obstante, hemos tratado en este artículo de vislumbrar algunas respuestas a las preguntas que se nos fueron ocurriendo, echando mano de distintas ciencias: la historia, a través de las crónicas y los archivos, el arte, la antropología cultural, la observación directa, las tradiciones orales y sobre todo, nuestra propia experiencia como investigadores de arte colonial.

Lo que más nos ha llamado la atención no es el proceso de aculturación de las fiestas, ni siquiera el calendario tan rico en matices de los guayaquileños; sino, el espíritu festivo que existió, existe y existirá siempre en la Costa, un ambiente dispuesto a romper, un “furor” que crea un estilo particular de enfrentase a la vida y que ha obligado a que no pocas veces, las instituciones ejerzan una labor de “paternidad restrictiva”.

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Queda campo por investigar y en ello nos encontramos trabajando, especialmente, en lo que respecta a los elementos pre-festum y post-festum. Mientras tanto, aspiramos a que quede claro que el homo festivum huayaquilensis es una variedad única e irrepetible dentro de las clasificaciones antropológicas del hombre.

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AHM/C: Archivo Histórico Municipal de Cuenca.

AHN/C: Archivo Histórico Nacional de Cuenca.

BCIH/G: Boletín del Centro de Investigaciones Históricas de Guayaquil.

MBC/Q: Museo del Banco Central de Quito.

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Tatiana Hidrovo Quiñónez

e qué forma se imaginan al diablo los montubios o campesinos de Manabí del siglo XX? ¿Qué elementos de la cultura occidental europea y de la cultura andina costeña se

pueden identificar en estas representaciones?

Estas preguntas, al ser contestadas, podrían revelar nuevos indicios sobre las particularidades de los montubios de Manabí, y por lo tanto, contribuirían a entender las diferencias que hacen del Ecuador, un país pluricultural.

Para responder a estas preguntas, analizamos dos leyendas manabitas donde el principal protagonista es el diablo. Las leyendas han sido recogidas por personas relacionadas con el mundo montubio: Simón Paladines y Marieta Amada Luzardo García. Como apoyo, utilizamos el testimonio del campesino Alcides Gaón.

Lo andino y lo occidental en la representación del diablo, en los montubios blanco-mestizos de Manabí

(primera mitad del siglo XX)

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Trabajamos con la idea de que la cultura no es un producto acabado y sincrético; todo lo contrario, es un ente dinámico en constante proceso y está relacionada con estrategias de sobrevivencia.1

Por otra parte, las identidades culturales, para objeto de análisis, están divididas en culturas modernas y culturas premodernas. La primera se caracteriza por el predominio del pensamiento de la racionalidad y lógica occidental; y la otra, por la sacralización del entorno y el dominio de lo mítico.2 En efecto, la cultura occidental es una dinámica cuyo epicentro geográfico es Europa y su zona de influencia; en cambio, la cultura andina es aquella que deviene interacción de la cultura occidental y prehispánica, la misma que está asentada en los territorios atravesados por los Andes y cuyas manifestaciones son diversas.

La representación atañe al imaginario de una cultura; para nuestro caso, la forma como la cultura montubia se imagina el bien y el mal. Los imaginarios están relacionados tanto con “acervos de patrones de interpretación trasmitidos culturalmente”,3 de generación en generación, como con la relación hombre-ambiente. Asimismo, con los mitos de una determinada cultura, es decir, la forma como se explica el comienzo y el final de todo.

Podría denominarse cultura andina costeña-ecuatoriana, aquella que se ubica efectivamente en el litoral de nuestro país y que incluye, además, varias identidades. Para el caso de este estudio, se trata del montubio manabita.

Es necesario recordar que una cosa sería la cultura “chola”, asentada en la Costa y ciertos espacios del interior, pero cuyo rasgo predominante es su antiguo origen prehispánico y colonial; y otra sería la cultura

1 Pratt Marie Louse, “Apocalipsis en los andes: zonas de contacto y lucha por el poder interpretativo”, Conferencia, Centro Cultural del BID, marzo de 1996.

Carlos Gispert, El mundo de la ecología,Barcelona, Océano , s.f. Bolívar Echeverría, La modernidad de lo barroco, México, Biblioteca Era, 1998.2 Mircea Eliade, Lo sagrado y lo profano, Barcelona, Piadós Orientalia, 1999. Peli Goitisolo Arriaga, El montubio, hombre de pensamiento mítico, Grupo de

misionero Vasco, Ecuador, 1982.3 Frase de Jürgen Habermas.

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montubia que está en constante hacerse, a partir de la expansión de blancos y blancos–mestizos hacia la montaña, después del siglo XVIII. Entre otros rasgos, estos montubios están más bien situados en la zona montañosa y valles del centro norte de Manabí y son propietarios de minifundios que fueron colonizados también, a partir del siglo XVIII, cuando se expandió la frontera agrícola. Muchos de estos campesinos son descendientes de inmigrantes esencialmente blancos que vinieron atraídos por el auge de la época. Esto marca una diferencia, por ejemplo, con el concepto de “montubio” del sur de la Costa ecuatoriana.

Es poco lo que hemos encontrado respecto de análisis sobre las representaciones montubias. Goitisolo, para el caso de la provincia de Los Ríos, sostiene que estos pobladores pueden ser identificados como una cultura premoderna de pensamiento mítico: “Las características más sobresalientes del pensamiento “mítico” son lo concreto, la imagen y la sensibilidad. Tiene así, una nota de totalidad: no es sólo racional, sino que abarca al hombre todo”.4

Este mismo autor, utilizando como base a Lévi-Strauss y a Codrington, señala que en el montubio o en las culturas premodernas, existe el concepto de “maná”; es decir, la idea de una fuerza sobrenatural, bienhechora o maligna que se manifiesta en elementos de la naturaleza, las cosas u objetos.

El origen de la representación del diablo en América andina colonial.

Se sabe que en el mundo andino -aunque no se conoce que haya sido así en la Costa, durante la época prehispánica, la fuerza maligna estaba encarnada en el Zupay, cuyos rasgos intrínsicos se desconocen. En todo caso, la idea del diablo, como tal, proviene de occidente, donde a lo largo de la historia, sufre una metamorfosis desde lo pagano a lo cristiano.

4 Peli Goitisolo Arriaga, El montubio, hombre de pensamiento mítico, Grupo misionero vasco, Ecuador, 1998.

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El diablo es una representación de origen occidental, cuya identidad también es el resultado de un proceso histórico que comienza en la cultura griega y es readaptada por la cultura judeo cristiana.

5 Ondina: Ser fantástico o espíritu elemental del agua. (Diccionario hispánico universal).6 Silfo: Genio entre los galos. Espíritu elemental del aire. (Diccionario hispánico universal).7 Juan Eduardo Cirlot, Diccionario de símbolos, Barcelona, Nueva Colección Labor, p. 169.8 Juan Eduardo Cirlot, Diccionario de símbolos, Barcelona, Nueva Colección Labor, p. 169.9 Teresa Gisbert, El humanismo y el pensamiento medieval. La huella de la edad Media, s.f.

“... macho cabrío en la cabeza y las patas, mujer en los senos y brazos. Como la esfinge griega, integra los cuatro elementos: sus piernas negras corresponden a la tierra y a los espíritus de las profundidades; las escamas verdes de sus flancos aluden al agua, a las ondinas,5 a la disolución; sus alas azules aluden a los silfos,6 pero también a los murciélagos por su forma membranosa; la cabeza roja se relaciona con el fuego y las salamandras... Persigue como finalidad la regresión o el estancamiento en lo fragmentado, inferior, diverso y discontinuo. Se relaciona este arcano con la instintividad, el deseo en todas su formas pasionales, las artes mágicas, el desorden y la perversión”.7

“Devoración. Xilografía del Libro de Belial (1473)”.8

El diablo llega a América andina con los conquistadores en el siglo XVI y queda plasmado en la imaginería barroca de la colonia. Algunas obras de arte del Cuzco, por ejemplo, representan a este personaje como un ser con cuerpo de hombre, rabo de animal y cuernos, que habita en el infierno, hacia donde iban quienes cometían los pecados capitales. Según Teresa Gisbert, a pesar que el siglo XVI es el siglo del Renacimiento en Europa, se trae a América, más bien, una imaginería medieval como recurso pedagógico para cristianizar a los indígenas y apelar al miedo como estrategia de persuasión.9

Para extirpar la idolatría, los evangelizadores cristianos propagaron la idea de que los ídolos prehispánicos encarnaban al demonio. En efecto, ya en el siglo XVI, el indio Guamán asociaba la figura del diablo europeo a la de los hechiceros andinos, que más bien eran considerados como

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sacerdotes antes de la llegada de los españoles. Asimismo, se ve en su iconografía una identificación de este personaje con el deseo sexual, las “borracheras”, la lujuria, la soberbia, la ingratitud, la avaricia y la ambición por la riqueza. Esta lectura de Guamán, sabemos, obedecía a su intento de ser reconocido como un indígena noble, lo que le permitiría tener privilegios.

En la Costa ecuatoriana no se desarrolló el barroco pictórico y escultórico como pedagogía para la cristianización, por una serie de razones que no debemos analizar ahora. En su lugar, prendió la fiesta barroca y probablemente se utilizó la música y la palabra, para lograr los propósitos. Por lo tanto, el diablo o demonio(s), debió ser construido en la imaginación basándose en narraciones o descripciones de los sacerdotes. Esto no significa, empero, que aunque no haya habido aquí una producción numerosa de pinturas barrocas, varias de estas no hayan llegado a la Costa como material de cristianización; por lo cual, los indios de la región pudieron visualizar al diablo occidental. En efecto, hay breves testimonios de que aún en el siglo XVIII, durante ciertas procesiones realizadas en Guayaquil, se representaba al diablo con el traje rojo, el rabo, los cuernos y las orejas grandes.

La representación del diablo en los montubios manabitas, a través de sus narraciones.

Al no existir testimonios iconográficos, la tradición oral aparece como el único o más claro espacio para extraer los elementos de la representación de este personaje en los montubios manabitas blanco-mestizos del siglo XX.

Los campesinos manabitas llaman a esta fuente del “mal”, “Diablo”; casi no lo denominan con el nombre de Satanás o Demonio. En algunos casos, como veremos, es apodado “El Silbón” y escasamente lo llaman “Lucifer”.

En las narraciones que los campesinos hacen del Diablo, casi nunca se lo describe con cuernos, ni rabo; es más bien, un hombre al que difícilmente se le puede ver el rostro, porque aparece entre las sombras nocturnas; está vestido de negro y no de rojo, como en el caso del diablo europeo, lleva un gran sombrero de alas anchas y a veces una gran capa. El Silbón suele llevar en su mano un cigarro descomunal.

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“Lo vide.... pero no se dejó ver la cara... estaba lejos. Estaba vestido de negro... con sombrero grande y capa...” “sabía que era el Diablo porque no hacía cosas de humanos... pasar el río sin dejar ola... brincar una cerca altísima...”,12 dice Alcides Gaón, campesino de Calceta, Manabí.

Simón Cedeño Paladines recoge de la tradición oral la leyenda que él titula “De caballero a caballero”, relacionada con la tradición oral del mundo blanco mestizo del campo. En ella, describe de esta manera al diablo:

“... como a eso de las doce de la noche, oyó que debajo de la loma, cabalgaba un jinete, a todo andar, lo que lo sobresaltó y cuando el jinete se aproximaba, pudo notar un caballo negro gordo, que daba cierto brillo. El jinete era un hombre con sombrero de alas grandes y muy bien vestido, lo que indicaba ser un hombre acaudalado de la comarca...”.13

En la versión de Marieta Armada Luzardo García, de Jipijapa –por lo tanto más conectada con la tradición oral de mundo cholo–, los patrones de representación tienen propiedades similares y distintas a la vez:

12 Alcides Gaón, Testimonio oral, noviembre del 2002. (Este personaje es de origen montubio, nacido en Calceta. Trabaja como guardián en Portoviejo).

13 Simón Cedeño Paladines, Nuestro campo. Leyendas inéditas,Portoviejo, Archivo de La Casa de Horacio.

14 Marieta Amada Luzardo García, “Cuentos y relatos (leyendas) folclóricas montubias”. (Cuaderno inédito, Portoviejo, Archivo documental de La Casa de Horacio).

“... Una noche vieron a un hombre larguísimo que llegaba hasta la ventana, y a ratos se hacía enanito fumando tronco de cigarro”.

“El Diablo seguía rondando en forma de perro negro, de chivo... que daba ahumadas como pá tumbá la casa ... y había que verle los ojazos, parecían la mesma candela...”.14

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47Grabado representando al diablo

De los relatos anotados se observa, en primer lugar, que el diablo montubio de Manabí usa como principal elemento simbólico, el color negro, lo que marca una distancia con el diablo colonial andino, por una parte, y con el de los pueblos interandinos actuales. El color negro, asociado al mal, tiene una valoración eminentemente occidental. Yana significa “negro” en quichua, pero este color no está aparentemente relacionado con las fuerzas malignas del mundo interandino. Para el caso de la Costa, no hemos hallado un testimonio que denote la valoración de este color. El negro, como un símbolo del mal, es traído también hacia América por los conquistadores. Ha sido tradicionalmente usado como un lenguaje alusivo a la “muerte”, y por lo tanto, es usado como luto.

El otro elemento sobresaliente que se rescata de las narraciones y la representación imaginada del diablo, es su vestimenta absolutamente occidental y jerárquica. Es un hombre bien vestido, que lleva incluso una capa, no un poncho de hilo; por lo tanto, está conectado con un problema de castas o segmentos sociales de élite, de dominación; lleva sombrero de ala ancha, lo cual, por otra parte, revela una significación post colonial y más bien moderna. Esto último permite abrir preguntas acerca de si los montubios blanco–mestizos, muchos de los cuales son inmigrantes de la Europa de los siglos XVIII y XIX, trasmutaron al diablo hasta convertirlo en un “caballero”, aunque no por eso deja de tener elementos fuertemente andinos. Este nuevo diablo habría cambiado las formas de representación que tendrían los indígenas de los antiguos partidos de Puerto Viejo y La Canoa, en la época colonial.

El uso del caballo muestra no sólo lo occidental, sino sobre todo, un problema de segmentación de estratos sociales. Además, como se

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observa en la mayoría de las leyendas, el diablo está asociado a la riqueza; no sólo posee “sacos de dinero”, sino que en su momento, es el dinero mismo. Aunque durante la colonia la figura de Satanás encarnaba el deseo por poseer el poder y la riqueza, la descripción de sacos de billetes muestra, además, una especie de asombro del mundo montubio, con relación a la llegada de la modernidad capitalista, de la representación del poder en la posesión de billetes.

El diablo casi siempre fuma un cigarro “grandísimo”. Este parece ser un elemento claramente andino costeño, pues el tabaco pudo haber sido usado desde la época prehispánica y de hecho fue uno de los productos cosechados y consumidos durante la Colonia en la Costa ecuatoriana. Pero este personaje del mal tiene la propiedad de transformarse en un perro negro con ojos que parecen la “mesma candela”, en chivo y hasta en una mujer, como lo narra Marieta Luzardo García. Se alarga o se hace chiquito, lo cual tiene un paralelismo con el duende, otro personaje asociado con la tentación. Esta capacidad de trasmutarse tendría que ver también con el mundo andino, donde los antiguos habitantes consumían alucinógenos para encontrarse con su espíritu paralelo, encarnado en un animal.

En las narraciones estudiadas, el escenario del diablo es absolutamente bucólico. Casi en ningún caso, el personaje se presenta en la casa del campesino; más bien, se lo encuentra en las penumbras del cafetal, el platanal y sobre todo, en el cañaveral. En el caso de la narración de Alcides Gaón, el “mal”, en su caballo, recorre los caminos nocturnos y cruza el río.

Los juegos simbólicos de “El Silbón”

El diablo occidental, a pesar de todo, queda reconvertido en el mundo andino de la costa ecuatoriana. Si bien está asociado con la fuerza maligna -el maná del mal-, casi en ningún momento se lo representa en el paraje mítico del infierno, palabra muy poco usada en las leyendas estudiadas. En el caso de la leyenda “El Diablo salva una vida”, se describe el hábitat de este personaje, más como una hacienda paradisíaca que como un infierno. Sin embargo, sí se hallan en este escenario algunos elementos clásicos del purgatorio cristiano occidental, como la paila; pero curiosamente, esta paila no contiene agua caliente, sino guarapo

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hirviendo, un elemento propio de la identidad montubia asociada con su vida cotidiana y lúdica.

Por un lado, la aparición de una hacienda como escenario, permite observar un paralelismo entre el diablo y el hacendado gamonal, y por otra parte, se observa aquí una terrenalización del personaje:

“Crisóstomo obedeció a la orden y en esos momentos le llegó un terrible olor a azufre, con lo que la piel se le arrugó y los pocos pelos se le ponían de punta y le dio miedo.

Ya puedes abrir los ojos, le dijo el desconocido; a lo cual, Crisóstomo obedeció y cuando lo hizo, ya era de día y se encontró en una inmensa planicie cubierta de verdes hierbas... En ese lugar, había ganado que bramaba”.

En esta historia, el diablo encarna a una especie de hacendado justo, que castiga al hacendado malo. Es quizá, una forma de idealizar una transformación o superación del problema de concertaje que existía, sobre todo, en la zona de Chone, en el siglo XIX y principios de XX, en la época del auge agroexportador.

En efecto, el diablo, como veremos, permite al campesino Crisóstomo, castigar a su patrón Crisanto, a quien debía un dinero injustamente. Así, el diablo le ordena que lo haga cargar leña y lo ponga a hervir en la paila de aguardiente. Al final, el patrón se arrepiente y le envía un mensaje a su hijo, el heredero, aconsejándolo que trate bien a sus peones y no le cobre deudas.

En el caso de las leyendas de la compiladora jipijapense, Marieta Luzardo García, se encuentran elementos fuertemente andinizados. En la historia de “El Silbón”, el diablo le hace el mal a un recién nacido por ser un futuro adivino y porque para evitarlo, no había sido bautizado el “morito”. En el mundo prehispánico, los productos exóticos y extraños de la naturaleza, tales como mazorcas raras, personas gemelas o deformes, estaban asociadas a poderes curativos y premonitorios. En efecto, en esta narración, el “morito” desarrolló una deformidad craneal, a consecuencia de la maldad del diablo; pero, en cambio, mantuvo su capacidad de vidente. De otra parte, aquí se observa la cultura mítica premoderna que trata de explicar problemas tales como la deformación craneal u otras enfermedades, a través del mito, en tanto no hay una racionalidad científica que permita dar una respuesta al dilema.

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El diablo “...risueño y bromeando le preguntó si ya estaba satisfecho, a lo que el frustrado romántico contó lo sucedido. Entonces el diablo le dijo: Tu dices ser más caballero que el otro y por eso vienes a entregarte; pero te equivocas; sí tú eres más caballero que el otro; yo soy más caballero que los dos juntos, que no hay más caballero que yo.

Toma tu documento y anda nomás, té quedas sin compromiso...”.

En el caso de esta historia, la trama permite a un joven enamorado, hacer un acuerdo con el diablo para que le provea de una fuente de agua a la mujer amada, a cambio de su amor; entonces, el diablo coloca un río frente a la casa. Aquí se muestra el problema de la sequía, determinante en la construcción de las identidades culturales de Manabí.Se quedan muchos aspectos por abordar con relación a los juegos simbólicos del diablo montubio. Por ejemplo, la identificación del personaje con la sexualidad y con el amor, lo que se revela en la historia “Coroliano”, de Horacio Hidrovo Peñaherrera.

Conclusión

El diablo montubio encarna una dualidad contradictoria, mostrando el problema de un tipo de cultura andina, donde lo occidental y lo prehispánico no logran del todo conciliarse. Si bien la tradición occidental lo coloca como fuente del mal, y en apariencia el mundo montubio lo asocia de esa manera, el montubio termina agregándole cualidades del bien, a este ente que en su momento se vuelve justiciero y que, a veces, a pesar de cobrar el alto precio de “la alma”, llega a solucionar el problema de la sobrevivencia en el campo manabita, cuyo principal escollo es la falta del agua. Lejos de habitar en los infiernos, vive aquí, en el campo, en el cañaveral, en el cafetal, en el platanal. Representa, sobre todo, el problema de la estratificación social, del hacendado dominador, porque como tal se viste, y en este sentido, el campesino lo representa, a veces, como el modelo de hacendado justiciero que castiga al patrón perverso. Con todo, hay ciertos indicios de que uno sería el diablo del norte de Manabí y otro propio sería el diablo del sur de esta provincia, donde el componente prehispánico salta más a la vista.

Un caso curioso es el de la historia en la cual el diablo actúa con nobleza, devolviendo el alma a quien se la había prometido, en recompensa por su actitud de caballero y debido a que no había podido consumar su deseo de poseer a la mujer amada:

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Jorge Núñez Sánchez

Registros de la memoria colectiva: El pasillo y las migraciones ecuatorianas

xiste la historia porque existe la memoria social. Cada pueblo o grupo humano busca preservar su memoria colectiva, a través

de los recursos mnemónicos que su tecnología le permite: petroglifos, pinturas rupestres, tablillas de cerámica, papiros, pergaminos, papeles, grabaciones de sonido, filmes o registros digitales. Es una forma de combatir colectivamente a los efectos individuales de la muerte. Es una forma de pervivir en el tiempo y conservar su identidad. Y es también un modo de instruir a la gente del futuro, que son, en definitiva, los destinatarios de esos mensajes.

La canción es también un registro de la memoria colectiva. Y por sus especiales características que incluyen, en sus tonos y requiebros, la preservación de las emociones y los sentimientos humanos, resulta ser un testimonio del pasado, aún más complejo y revelador que la escritura.

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Por ello, ningún texto sobre la diáspora de los judíos españoles podrá ser más revelador de esos desgarramientos humanos que las kántigas y romanzas de los sefardíes, del mismo modo que ningún papiro iluminado podrá transmitirnos la elevación espiritual del hombre medieval, de mejor manera que los cantos corales de la música gregoriana.

También en el Ecuador, los cantos populares son testimonios útiles a la reconstrucción de la memoria histórica. Por ejemplo, un canto ceremonial precolombino, reciclado ideológicamente por el conquistador español, el conocido como “Salve, salve, gran Señora”, nos revela en buena medida, el carácter ritual y la profundidad espiritual de la antigua religión solar de los pueblos equinocciales. ¿Y qué decir de las canciones populares de la Colonia que han sobrevivido hasta hoy, en cuyas letras chispean la crítica social o los requiebros sexuales de la picaresca popular?

Con la llegada de la educación musical en la época colonial, empezaron a multiplicarse los registros notados de las canciones, aunque solo las de tipo religioso. Más tarde, a partir del siglo XIX republicano, se difundió el conocimiento de la moderna notación musical, especialmente con la instalación del primer –y breve– Conservatorio Nacional, en los tiempos de Gabriel García Moreno, luego con la fundación de la Escuela de Música de la Sociedad Filantrópica del Guayas y finalmente, con la creación del nuevo Conservatorio Nacional, por el gobierno alfarista, en 1903. Todo ello aportó elementos técnicos para el desarrollo y preservación de la música ecuatoriana y contribuyó a estimular el rescate de los cantos y la música folklóricas.

Con la Revolución Liberal se multiplicaron las bandas militares de música y hubo un florecimiento paralelo de la música marcial y la música popular. En esto, jugaron un papel fundamental los directores de esas nuevas bandas, en su mayoría, músicos con buena formación académica, y de cuyas filas salieron algunos de los más insignes y afamados compositores nacionalistas. Más allá de las tareas propias de su oficio (desfiles militares, ceremonias oficiales, marchas de campaña), la otra función relevante de esas bandas fue la de brindar regularmente, retretas de música nacional a la población urbana del país. Suerte de “conciertos al aire libre”, esas retretas devinieron uno de los más eficaces medios de difusión de la música nacional-popular, puesto que grababan en la memoria de sus oyentes, las nuevas composiciones producidas por los músicos de la escuela nacionalista.

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Duo Ecuador, Guayaquil - New York, 1930

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A partir de la segunda década del siglo XX, los testimonios histórico-musicales son más numerosos, e inclusive abundantes, en razón de haber sido el Ecuador uno de los primeros países en poseer el sistema de grabación del sonido inventado por la casa RCA Víctor, de los Estados Unidos. En efecto, la instalación de un centro de grabaciones musicales en Guayaquil, hacia 1912, efectuado por la Casa Comercial Encalada, permitió el registro y difusión de numerosas canciones populares ecuatorianas y latinoamericanas, y sobre todo, de las nuevas creaciones de los compositores de la escuela nacionalista.

Esos discos de pizarra, tocados en victrola u ortofónica, vinieron a constituir lo que entonces se llamó “la música mecánica” y coadyuvaron a la difusión de la música ecuatoriana de un modo parecido al de las retretas. Así, las bandas militares brindaban interpretaciones musicales para círculos privados, con la ventaja de que éstas interpretaciones traían tanto la música como la letra de la canción, transmitidas por la voz emocionada de algún notable intérprete.

Más tarde, aparecieron nuevas formas de grabación y difusión del sonido, y nació la radio, que se convirtió en el primer medio masivo de comunicación moderna. Con ello, la música nacional alcanzó con sus notas, a una masa creciente de ciudadanos y las canciones populares se convirtieron en una nueva y vibrante forma de identidad colectiva, en un país dividido por activos regionalismos y con pocos signos de identidad nacional.

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El Pasillo y el nacionalismo musical

Hay pueblos de espíritu triste y el Ecuador es uno de ellos. No es el caso analizar aquí, los orígenes de esa vocación colectiva por la tristeza; pero es indudable que ella existe y ha existido desde la antigüedad. Hablando de las paradojas del ser quiteño, Alejandro de Humboldt consignó, a comienzos del siglo XIX, que “las gentes de este país duermen tranquilas al pie de los volcanes, viven pobres sobre un subsuelo de oro y gozan con una música triste”.

No debe extrañarnos, pues, que la mayor y mejor expresión del nacionalismo musical ecuatoriano haya sido el tristón “pasillo lírico”, género musical creado en el Ecuador, a partir de un alegre y movido ritmo colombiano de baile. Esa mutación que este género sufrió en el Ecuador, obedeció a una compleja variedad de circunstancias históricas y sociales.

Hacia los años veinte del siglo precedente, una vez concluido el ciclo revolucionario del liberalismo, se produjo un progresivo reflujo de la música marcial, que había tenido una presencia preponderante en el último cuarto de siglo, y hubo un paralelo resurgir de la música romántica y sentimental. Tras una época signada por el espíritu guerrero, advino otra más calmada y reposada, en la cual, el país se dedicó a restañar las heridas dejadas por las últimas guerras civiles y a enfrentar los embates de la nueva crisis económica, que vino acompañada de inestabilidad política, enfrentamientos armados y revueltas sociales. Sobre ese doloroso mar de fondo, poco adecuado para la alegría personal o colectiva, floreció en el alma popular, esa canción de dolencias que es el pasillo ecuatoriano. Además, el mismo género se cargó en aquel período de influencias provenientes de la música romántica europea y también recibió la importante presencia de los ritmos indígenas locales. Todos esos elementos coadyuvaron para producir una serie de mutaciones en el ritmo original llegado de Colombia.

La primera mutación fue de carácter estético y se dio desde el “pasillo de baile” hacia el “pasillo canción”, mediante un tránsito que tardó varias décadas, tiempo en el que uno y otro género convivieron en armonía. El cambio comenzó cuando varios compositores de la época post-revolucionaria, siguiendo el ejemplo marcado por Carlos Amable Ortiz y los hermanos Francisco y Rafael Ramos Albuja, buscaron incorporar un

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texto poético a la composición musical, con lo cual el pasillo evolucionó, definitivamente, desde el ritmo de baile hacia la canción. Más tarde, una conjugación de fenómenos sociales, elementos estéticos y cambios tecnológicos, terminaron por imponer la difusión mayoritaria del pasillo de baile o “pasillo rítmico”, hasta llegar a su virtual extinción, hacia los años cincuenta.

Otro elemento que contribuyó a esa mutación fue la irrupción social de la clase media, hija predilecta del estado laico. Este nuevo estrato social, empeñado en hallar una identidad para sí mismo y para el nuevo país que surgía, retomó el pasillo –y más tarde otros ritmos populares- como un símbolo identificador de lo ecuatoriano. Pero a ese grupo social emergente, no le bastaba con arrebatar a la aristocracia terrateniente un grato ritmo de baile; estaba más interesado en cantar que en bailar y requería de un tipo de canción que le permitiese expresar sus inconformidades, rebeldías, angustias, frustraciones y ternuras. Bajo ese requerimiento, el pasillo fue dejando de ser música de salón y paso de baile, y se convirtió, prontamente, en canción estremecida, donde hallaron alero, el amor y el desamor, la nostalgia, los celos, la angustia, la rebeldía, el despecho, y sobre todo, los adioses.

Como consecuencia de esta mutación se produjo, en el período reseñado, el aparecimiento de una “estética de la tristeza”, que luego se convertiría en característica general del pasillo ecuatoriano contemporáneo. Así, el pasillo romántico derivó crecientemente hacia la nostalgia, la melancolía y la tristeza, bajo la convergente influencia del modernismo literario y de la música indígena, todo ello sobre el mar de fondo de los problemas político-sociales.

Esa transición desde el romanticismo hacia la tristeza se patentiza ya en la obra de algunos compositores liberales y estaba, de algún modo, influida por la derrota del radicalismo alfarista, así como por los desmanes de la burguesía liberal gobernante, que culminarían con una masacre de trabajadores, el 15 de noviembre de 1922. Uno de los primeros pasillos grabados en el Ecuador (1912) y titulado “A Julia”,

“Lágrimas tristes, sueños angustiosos,

origen son, negrita, de tu amor;

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1 “A Julia”, música de Óscar Ignacio Alvarado.2 “Rebeldía”, letra y música de Ángel Leonidas Araujo Chiriboga.

A partir de la segunda década del siglo XX, el “spleen”, la abulia y la angustia existencial de los poetas modernistas, inundaron las letras de los pasillos y se volvieron lugares comunes, expresiones del tipo de “tengo enfermo el espíritu”, “la angustia de vivir”, “la crueldad de la vida”, “mis horas de tedio”, “mi enfermo corazón”, “mis crueles sentimientos” o “enfermo de dolor”. Hay una frase simbólica que resume el espíritu de aquel tiempo y es un verso de Arturo Borja, incluido en un pasillo de Miguel Ángel Casares, que dice: “Esa tristeza enorme que me mata la vida...”.

Paralelamente a la mutación del género musical y en un breve plazo de dos o tres décadas (de los veinte a los cuarenta), se produjo también un cambio de escenario y una renovación de los actores del mundo pasillero. El salón elegante, donde las gentes de clase alta bailaban pasillos ligeros, al compás de la música interpretada por un conjunto de cámara o un pianista de calidad, fue reemplazado por un nuevo escenario, modesto hasta el extremo límite, pero también más abierto a la socialización: la cantina, donde gentes del pueblo, embriagadas de alcohol y sumidas en su propio romanticismo, cantaban pasillos u otras canciones nacionales, acompañadas por el tañer de una guitarra. Desde entonces, esa trilogía de pasillo, trago y cantina se volvió indisoluble e hizo del pasillo una típica “canción de taberna”.

Un afamado ejemplo es el terrible pasillo “Rebeldía”,2 que allá por los años cincuenta, fue la primera canción protesta del Ecuador, solo que esa protesta no estaba enfilada contra el sistema sociopolítico; sino, contra el mismísimo Dios:

“Señor, no estoy conforme con mi suerte

ni con la dura ley que has decretado,

pues no hay razón bastante fuerte

para que me hayas hecho desgraciado”.

lúgubres son mis horas silenciosas;

ámame, Julia, y calma mi dolor”.1

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De otra parte, la generalización de las migraciones internas, especialmente, entre la Sierra y la Costa, impuso una nueva temática, marcada por las angustias del desarraigo. Florecieron, así, las “canciones de adiós” y los pasillos de añoranza a los afectos lejanos, con los cuales el pasillo terminó por convertirse en una “canción para llorar ausencias”, desahogar infortunios y maldecir destinos desgraciados”. Esta definición la acuñamos, precisamente, en un ensayo que escribiéramos hace unos veinte años y que fuera publicado por la revista Cultura del Banco Central del Ecuador, donde calificábamos al pasillo como una “canción de desarraigo” y afirmábamos que había vehiculizado, en el plano sentimental, todas las tristezas y angustias de los variados migrantes e inmigrantes del Ecuador.

Antes que nada, cabe precisar que el desarraigo es un acto de alejamiento, entre forzado y voluntario, que se encamina a poner distancia entre uno mismo y el sujeto o la tierra amados. Cuando es voluntario, el desarraigo implica un doloroso renunciamiento o una fuga que busca preservar el super ego, por la ruta de eliminar el motivo de la angustia o suprimir la ocasión de la agresión externa. Cuando es forzado, el desarraigo implica una fuga táctica, en busca de acceder en otro lugar, a mejores condiciones de vida y retornar en el futuro, al sitio amado.

¿Por qué surge ese sentimiento de desarraigo? Opino que por muchas causas individuales y sociales. Estrictamente individuales son, por ejemplo, ciertos motivos citados en las mismas letras de los pasillos: desamor, deslealtad, traición, olvido, cansancio, hastío, resignación, desconsuelo, duda, soledad, desaliento, celos. En cambio, son de carácter social otros fenómenos entrevistos en el pasillo como motivo del alejamiento, tales como la migración por pobreza, expresada literalmente en ciertos estremecidos pasillos, como “Cenizas” o “Casita Blanca”.

En “Cenizas”, un verdadero clásico del pasillo ecuatoriano, podemos hacer una lectura literal de ese fenómeno social, por el cual, miles de muchachos serranos migraban forzadamente hacia la Costa tropical, en busca de un futuro mejor:

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3 “Cenizas”, letra y música de Alberto Guillén Navarro.4 “Casita blanca” , letra y música de Filemón Macías.

“Si yo de aquí me alejo no es porque así lo quiera,

Me lleva es el destino sin rumbo a navegar

Pero jamás olvides que en un rincón del mundo

Llora en silencio un hombre su desgraciado amor.

Llora mi corazón, llora ¡ay¡ qué triste,

Porque aquí va dejando lo más querido.

¡Como no ha de llorar! Mucho ha sufrido

y arrancan en pedazos su pobre vida”.3

Similar es el fénomeno expresado en el muy popular “Casita blanca”, aunque es distinto el tiempo desde el que se canta: ya no a la hora de la despedida, como en el caso anterior, sino, tiempo después, cuando la nostalgia ha hecho más dolorosos los recuerdos y la paralela migración del ser amado ha frustrado la anhelada felicidad del retorno:

“Hace ya mucho tiempo, con rumbo incierto,

que abandoné la tierra donde nací;

errante por el mundo, como el desierto,

no encontraba tus pasos ¡pobre de mí!

A mi tierra querida volví más tarde

Anhelando ser tuyo, como soñé,

Desde entonces no hay día que no te aguarde

Y en tu casita blanca no te encontré”.4

Por su transcendencia humana y su reiterada presencia, la migración es, ciertamente, el más complejo de los problemas sociales reflejados en el pasillo. Es desde luego, un problema característico de una nación pobre, pero también típico de un país de difícil geografía como el Ecuador, cruzado por altas montañas y grandes ríos, que hasta hace unas pocas décadas debían ser cruzados con gran esfuerzo y no poco riesgo.

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Un país en donde las dificultades del espacio geográfico se agravaban por la presencia de viejas y rígidas estructuras del tiempo histórico, que procuraban limitar la comunicación entre la gente para evitar la llegada de “ideas extrañas” y buscaban arraigar la mano de obra, mediante brutales métodos coercitivos, tales como el concertaje, la prisión por deudas y las “leyes contra la vagancia”.

En tal circunstancia, la única forma de migrar de la Sierra feudal hacia la Costa capitalista era, hasta hace unas décadas, el emprender la fuga o desarraigarse de un tirón, lo que equivalía a efectuar una ruptura radical con el mundo conocido, en nombre de la indefinida promesa de un mundo por conocer. Guayaquil era el imán que atraía a los jóvenes serranos, que partían con la ilusión de asomarse a un mundo mejor, o más tarde, luego de asegurar el éxito, emprender un futuro retorno hacia la tierra amada. Empujados por la pobreza, las inundaciones o la sequía, o simplemente tras la quimera de la prosperidad, dejaban atrás un conjunto de hondas querencias y se autoexiliaban de su mundo amado, pero estrecho, en busca de horizontes más abiertos.

Al partir, muchos lo hacían con una mezcla de euforia y esperanza, como ha quedado consignado en el aire típico “Vamos a Guayaquil”, que en su hora fue un verdadero motor de impulsión para la emigración de serranos hacia la Costa:

“Del suelo tropical

surgiste Guayaquil,

Oh, pueblo tan querido

y preferido

por mil y mil.

Vamos a Guayaquil

nos lleva el corazón

a mirar sus mujeres

todas hermosas

como ellas son.

Al llegar a Durán,

sobre mi río Guayas

se yergue majestuosa

cual una diosa

mi gran ciudad.

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Su ambiente tan feliz,

franqueza y corazón

y su mujer divina,

Rosa abrilina,

ritmo y canción”.5

Un breve análisis textual de esta canción basta para revelarnos los significativos cambios que iban ocurriendo en la mentalidad colectiva de las provincias de la Sierra, durante la primera mitad del siglo XX. Uno de ellos, la creciente ansia de progreso y libertad personal que se levantaba entre las gentes del interior del país, y otro, la ruptura con la antigua vocación de fidelidad al lar nativo, que el viejo sistema había convertido casi en un apotegma, en busca de radicar la mano de obra regional. Ahora, rotos los diques del aislamiento entre regiones por la fuerza creciente de la modernidad (el ferrocarril, las carreteras, la supresión de la prisión por deudas, el enganche de trabajadores para la zafra azucarera), los jóvenes indígenas, mestizos o blancos pobres de la Sierra marchaban “por mil y mil” hacia el puerto caliente, tras la ilusión de vivir y progresar en una sociedad abierta, despoblada de los prejuicios sociales y radicales de su Sierra natal.

Convertida en reflejo emocional de la realidad, la canción registraba las emociones y anhelos del migrante, que partía soñando con una ciudad próspera y un “ambiente feliz”, poblado de mujeres bellas y sensuales. Mas, por otra parte, también hacía suyo el canto de la mujer (madre o novia) que quedaba abandonada en la pequeña casa familiar, envuelta en la bruma de los recuerdos y carcomida de angustia.

Un canto que resumió el poeta Rafael Blacio Flor en la letra del hermoso pasillo “Esperando”, cuya música compusiera el artista quiteño Cristóbal Ojeda Dávila:

5 “Vamos a Guayaquil”, aire típico interpretado por el dúo Ramos Mendoza.

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Su ambiente tan feliz,

franqueza y corazón

y su mujer divina,

Rosa abrilina,

ritmo y canción”.5

“Amor, ¿por qué te fuiste dejándome sombrío?

¿En quién será que piensas? ¡Amor , si lo supiera! ...

tal vez esté lloviendo. Tal vez estés con frío...

yo, en cambio, vivo triste. ¡Qué triste que es la espera!

Mis noches solitarias las paso pensativa

y siento esta nostalgia.... ¡Amor, si la sientieras!…

tal vez estés alegre... ¿Y cuál será el motivo?

yo, en cambio, sigo triste. ¡Qué triste que es la espera!

Así serán los meses, así serán los días,

así será la angustia del corazón que espera.

queriéndote yo tanto, amor, ¿por qué te irías?

y ahora que estoy triste, amor, ¡cómo volvieras!...

Otro de esos cantos de mujer abandonada es el que sintetizó Carlos Falquez en el hermoso pasillo “Faltandome tú”, que grabara en el alma nacional, la voz inolvidable de Carlota Jaramillo:

“Faltándome tú, mi vida se entristece,

las estrellas ya no alumbran, el cielo se oscurece

faltándome tú, mi alma no se anima,

el camino queda trunco faltándome tú.

Quisiera

que aunque te encuentres muy lejos

te acuerdes de mí

y sientas

un vacío tan inmenso faltándote yo.

mi vida, regresa.

no puedo más vivir así,

Faltándome tú.”

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Durante el siglo XX, cada región del país consignó en el pasillo sus testimonios de desarraigo. Así, al emprender su viaje, el cuencano miraba por vez postrera, a su “tierra de los cuatro ríos”, murmurando con el corazón:

“Cada vez que mi camino

me separa más de ti,

voy dejando en cada piedra

y en el polvo, algo de mí.

Y al cruzar la última curva

vuelvo Cuenca a contemplar

y es mi alma que en los ojos

se hace lágrima y cantar.

...Y así, voy, con la nostalgia

de la tierra en que nací.

¿Lo demás? Solo la pena

de no ser lo que antes fui”.6

6 “Adiós a Cuenca”, letra de Ricardo Darquea Granda y música de Carlos Ortiz Cobos.

No era distinta la angustia del riobambeño que bajaba hasta las tierras cálidas del trópico y desde la lejanía, cantaba sus endechas:

“¡Oh! Amor grande y lejano que atormentas mi vida

con fiebres de rotorno y ansiedades de tedio;

oh amor que me consumes como llaga escondida,

como llaga escondida de algún mal sin remedio.

Implorad por mi suerte, labios buenos y amantes,

ojos de adormindera, fuentes de mi locura;

mirad que voy muy solo por las sendas distantes,

por las distantes sendas de mi mala ventura”. 7

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“Cada vez que mi camino

me separa más de ti,

voy dejando en cada piedra

y en el polvo, algo de mí.

Y al cruzar la última curva

vuelvo Cuenca a contemplar

y es mi alma que en los ojos

se hace lágrima y cantar.

...Y así, voy, con la nostalgia

de la tierra en que nací.

¿Lo demás? Solo la pena

de no ser lo que antes fui”.6

La canción también guardó testimonio del desarraigo masivo de los bolivarenses que partían hacia el puerto abrigado, renunciando a la vida calma y la belleza mágica del Ande, a cambio de hacerse un lugar en la abierta y competitiva urbe porteña:

“Mis horas tan felices qué pronto se han pasado!

pensé fueran eternas; como mi amor, creí;

mas hoy que me separo, me ausento de tu lado,

qué largas, qué cansadas serán lejos de ti.

Las campanas anuncian mi partida.

ven a mis brazos, ven te estrecharé mejor.

no vaya a ser la eterna despedida,

estrechame más fuerte, más fuerte mi amor”.8

¡No sé porqué partí!

dejando allí, mi bien,

todo mi amor cifrado en ti.

¡no sé porqué partí....!”.9

El pasillo, expresión fiel del alma nacional, testimonió todas las variadas tristezas generadas por el desarraigo. Por ejemplo, dejó prueba del modo en que la mujer cantaba la angustia causada por ese alejamiento, en un bello pasillo de Carlos Brito, con letra de la poetisa mexicana Rosario Sansores, que alcanzaría fama universal:

7 “Amor lejano”, letra y música de Ángel Leonidas Araujo Chiriboga.8 “Bésame me despido”, letra de Augusto César Saltos y música de Julio César

Cañar.9 “Ausencia”, letra y música de Alcides Millán.

“¡Cuando tú te hayas ido, me envolverán las sombras!

cuando tú te hayas ido, con mi dolor a solas,

evocaré este idilio en mis azules horas.

¡Cuando tú te hayas ido me envolverán las sombras!

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Y en la penumbra vaga de la pequeña alcoba,

donde una tibia tarde me acariciabas toda,

te buscarán mis brazos, te besará mi boca

y aspiraré en el aire como un olor de rosas.

¡Cuando tú te hayas ido me envolveran las sombras!”.

En tiempos más cercanos y de modo paralelo a la migración interna, empezó a producirse en el Ecuador, una movilización poblacional, todavía más difícil y conflictuante: la migración hacia países extranjeros de mayor nivel de vida o mayor promesa de futuro, y específicamente, hacia los más complejos retos que debían y deben enfrentar los viajeros, lo que ha determinado que sea todavía más doloroso el desarraigo. Un desarraigo ciertamente colectivo, grupal, pero que no por eso deja de ser asumido por los viajeros y sus seres próximos como un problema individual, y sufrido como un dolor íntimo. El pasillo fue, lo es hoy mismo, el mensajero de esos paralelos desgarramientos; es decir, el del migrante que parte y el del ser amado que queda en abandono de su afecto, quienes, para expresar sus emociones, recurren a un soneto del gran poeta colombiano Julio Flórez, convertido por el compositor azuyo Carlos Arízaga Toral, en el pasillo “Gotas de ajenjo”:

“Cuando lejos, muy lejos, en hondos mares,

en lo mucho que sufro pienses a solas

si exhalas un suspiro por mis pesares

mándame ese suspiro sobre las olas.

Cuando el sol con sus rayos, por el oriente

Rasgue las blondas gasas de las neblinas,

Si una oración murmuras por el ausente,

Deja que me la traigan las golondrinas.

Que ya cuando la noche tienda su manto

Yo, que llevo en el alma sus mudas huellas,

Te enviaré con mis quejas un dulce canto

En la luz tembloroza de las estrellas”.

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“Cuando lejos, muy lejos, en hondos mares,

en lo mucho que sufro pienses a solas

si exhalas un suspiro por mis pesares

mándame ese suspiro sobre las olas.

Cuando el sol con sus rayos, por el oriente

Rasgue las blondas gasas de las neblinas,

Si una oración murmuras por el ausente,

Deja que me la traigan las golondrinas.

Que ya cuando la noche tienda su manto

Yo, que llevo en el alma sus mudas huellas,

Te enviaré con mis quejas un dulce canto

En la luz tembloroza de las estrellas”.

Por su parte, desde la distancia a donde lo llevaron sus quimeras, el desarraigado elevará su dolida voz para cantar la tristeza de su desolación y la añoranza del amor ausente:

“Lejos de ti, parece que les falta

luz a mis ojos y a mi cuerpo vida;

lejos de ti, parece que mi alma,

de pena y de dolor está oprimida.

Ven, por piedad, no tardes amor mío,

Que vivir separados no podemos,

Pues formamos los dos una sola alma

Y un solo corazón los dos tenemos”.10

10 “Lejos de ti”, letra y música de Víctor Valencia Nieto.

A su vez, en la distancia, hay quien busca grabar en la memoria del ausente, la imagen de un amor que ansía perdurar en el recuerdo. Es alquien que quedó en abandono y que por medio del pasillo, canta angustiadamente:

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“¡Acuérdate de mí! En tus horas sombrías,

en tus horas de dicha, acuérdate de mí

mi nombre será el bálsamo en tu melancolía,

mi voz será el mensaje de los que pienso en ti

el recuerdo sublime de lo que pienso en ti.

Por lejos que te encuentres llévame en tu memoria

Haz cuenta que mi sombra camina junto a ti

Yo seguiré tus pasos así, calladamente,

Por doquiera que vayas, ¡acuérdate de mí!”11

¿Cuán generalizado es ese sentimiento de desarraigo en la cultura del Ecuador? Ciertamente, se trata de un sentimiento muy difundido, tanto a nivel de la composición literario-musical, como a nivel del sentimiento popular.

En cuanto al ámbito de la creación pasillística, queremos destacar dos datos reveladores: uno de ellos es el vasto número de pasillos ecuatorianos que hablan expresamente del desarraigo, esto es, de la partida, el viaje, el adiós, el retorno o la espera. De una muestra de 478 pasillos en uso, analizados durante nuestra investigación, hallamos que 110 se refieren, expresamente, al fenómeno en estudio y otra cantidad similar contiene alusiones simbólicas al mismo. Dicho en otras palabras, significa que alrededor de un 20 por ciento de los pasillos que se oyen en la actualidad, se refieren, de alguna manera, al desarraigo o están vinculados con éste, aunque sea de manera figurada.

El otro dato revelador de la presencia del desarraigo son los mismos títulos de los pasillos, de los que nos limitaremos a citar, únicamente, algunos de los más significativos:

11 “Acuérdate de mí” , letra y música de Luis Alberto Valencia.

Acuérdate de mí, Adiós, Adiós a Cuenca, Adiós a Loja, Adiós mi vida, Adiós querida, Alejándose, Alma herida, Alma lojana, Alma solitaria, Almas gemelas, Alondra fugitiva, Amor eterno, Amor grande y lejano, Amor perdido, Añoranza azul, Ausencia, Ausencia y olvido, Besándote me despido, Brumas, Canta cuando me ausente, Casita blanca, Ce-

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nizas, Cenizas del corazón, Choritos de luz, Ciudad lejana, Confesión, Consuelo amargo, Cruel destino, Cuando me aleje, Cuando retornes, Desde aquella mañana, Desde que tú te fuiste, Despedida, Después de aquella mañana, Destino de amor, Dolor de ausencia, Dolor del alma, Dos lágrimas, En las lejanías, Espérame, Esperando, Faltándome tú, Filosofía, Gotas de ajenjo, Grito del alma, Guayaquil en la distancia, ¿Hasta cuándo corazón?, Honda pena, La pena de no verte, La canción del olvido, La canción del retorno, La novia lejana, la ventana del olvido, Lejos de mi madre, Lejos de ti, Lejanas tierras, Lágrimas y recuerdos, Los adioses, Me abandonaste, Me quedo llorando, Me verás partir, Mi último adiós, Mi soledad, No me dejes, No me dejes partir, No me abandones, No te podré olvidar, Pañuelo blanco, Por esta triste senda, Por ti llorando, Por tu amor que se fue, Regresa vida mía, Romance de mi destino, Sangra corazón, Sé que me matas, Si acaso vuelves, Si ...volverás un día, Siguiéndote los pasos, Sobre las olas, Sombras, Te alejaste, Tendras que recordarme, Te fuiste, Tu juramento, Tu partida, Tristeza, Un adiós, Una lágrima y un adiós, Un pétalo final, Vamos linda, Ven, Ven pronto mi amor, Ven que te espero, Vete, Viajera, Viajero solitario, Vuelve, Vuelve al hogar, Vuelve pronto, Y yo no he de volver.

Hay todavía más. Ese sentimiento de desarraigo ha desbordado los límites del pasillo para expresarse por medio de otros géneros musicales, como el yaraví de origen incaico, la graciosa tonada, y aún, el festivo pasacalle.

Una cuestión a dilucidar dentro de la cultura pasillera, es saber cuál intención es la que prevalece finalmente: la del autor, la del intérprete o la del oyente-viviente. Lo cierto es que, al margen de los particulares motivos que pudieron haber movido al creador para realizar una obra, y aún a contrapelo de los significados simbólicos que él consignara en esa canción, el pueblo la usa para expresar sus propias resonancias interiores, y algunas veces, la insufla de un nuevo simbolismo, diverso al original.

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El cantor popular Julio Jaramillo Laurido

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De este modo se explica que el pueblo ecuatoriano, haciendo suyos los recursos simbólicos de la poesía, o incluso, renegando de ellos, siga utilizando los pasillos para expresar esas tristezas hondas causadas por el amor ausente o por el extrañamiento de su sol y de su suelo. Unas tristezas que se han multiplicado incalculablemente en los últimos tiempos, a consecuencia de la brutal crisis económica destada

en 1998 por un grupo de banqueros-bandidos, que fugaron del país después de haberse apoderado de los ahorros y depósitos de todos los clientes, contando para sus delitos con la complicidad activa del derrocado gobierno de Mahuad. A consecuencia de ello, han salido del Ecuador hacia otros países, más de un millón de ecuatorianos y siguen saliendo otros sesenta mil más por mes, en la más desgarradora y angustiosa de las migraciones. Muchos de ellos mueren de hambre, sed o ahogamiento en las terribles rutas de tránsito hacia los Estados Unidos; otros son capturados en alta mar o en aeropuertos europeos y devueltos a su país de origen, después de haber vendido todas sus propiedades y contraído enormes deudas para costear su viaje, pero siguen intentando, una y otra vez, emigrar a tierras lejanas, que les garanticen, al menos, la supervivencia. Los más felices logran llegar a

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su meta y olvidándose de sus profesiones o títulos, aceptan los trabajos más duros y humillantes, con tal de ahorrar unas monedas para enviar a su familia lejana. Es así que se explica la indefinida vigencia de pasillos tales como el citado “Romance de mi destino”, canción con letra de Abel Romeo Castillo y música de Gonzalo Vera Santos, que hace poco, hemos escuchado cantar a los ecuatorianos en el madrileño parque de El Retiro.

Por todo lo expuesto, tenemos la seguridad de que el pasillo tiene vida para largo. A diferencia de las canciones novedosas que impone la moda –las que vienen y pasan como golondrinas de verano–, el pasillo está ahí, siempre presente, cambiando periódicamente de estilo y de factura, pero enraizado en el alma ecuatoriana desde hace más de un siglo, testimoniando las alegrías y tristezas de la gente de este país, eternamente fiel a los sentimientos del pueblo.

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Willington Paredes Ramírez

Histor ia, sociedad, etnic idad en los treinta:Una lectura histor iográf ica de El montuvio

ecuator iano de José de la Cuadra*

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* Ponencia leída en el evento: “Percepciones plurales sobre la obra del escritor José

de la Cuadra”, Guayaquil, 3 de Abril del 2003.

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l trabajo del historiador es reconstruir la pluralidad de los procesos sociales donde se dan los procesos históricos. Por eso

busca documentar, interpretar, y finalmente, construir un relato que haga inteligible un proceso, hecho o acontecimiento social, al cual se acerca con la intención de estudiarlo, conocerlo y presentarlo en el relato historiográfico. Ese es mi oficio y mi tarea cognoscitiva. Siempre operamos con instrumentos, opciones, decisiones. Nunca dejamos de leer, pensar y hablar desde un lugar político, cultural y socialmente determinado.

Hoy, cuando la posibilidad de seguir creando megarelatos constituye la vana ilusión de una razón absolutista y de un logos totalizador, los historiadores, tradicionales y modernos, están en problemas. A lo mejor, el refugio y la nueva tarea vayan por el lado de acercarse y trabajar con las pequeñas historias de los excluidos y silenciados por la razón totalizadora. También, deben ir hacia la revisión de una diacronía omnicomprensiva. Este es un nuevo camino que hay que aprender a recorrer y prepararse a reconocer. Sin duda, es una buena opción para renovarse. Pero, ¿aceptarán, los historiadores, esta nueva tarea que reestructura y redefine el oficio y las tareas anteriores?

“De una literatura inspirada en los libros y, mayormente, en las peripecias amorosas de una pequeña burguesía, gentil y urbana, de la Cuadra se vuelca más y más hacia la experiencia inmediata, propia del antropólogo (del etnógrafo) y del sociólogo. Experiencia en que la voz de una realidad tremenda y fabulosa –la de la colectividad montuvia, rural, usurpada- reclama un papel protagónico. Experiencia que pone de manifiesto, además, las vivencias y agencias de un dotado autor/escritor ecuatoriano, costeño, de izquierda –de la Cuadra- en búsqueda de una pauta que apunte hacia una creadora y moderna definición de sí y de la nación”.

Humberto RoblesIntroducción a El montuvio ecuatoriano, 1996.

“Detesto a todos los falsificadores que quieren hacer creer que hay un mundo mágico de lo escrito. Estafan a los que vienen después, los arrastran a convertirse en brujos, como ellos. Que los escritores empiecen a renunciar al ilusionismo. Es verdaderamente demasiada vanidad y demasiada humildad querer hacerse

pasar por prestidigitadores. Que digan lo que quieren y lo que hacen”. Jean Paul Sartre

El Escritor y su lenguaje, 1973.

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Además, las nuevas realidades imponen el ineludible deber de aceptar la existencia de pueblos, etnias y sociedades que expresan sus historias en la pura oralidad. Esto supone un gran desafío y una acción renovadora. Pues, implica que la historia salga de su nicho litoral y se atreva a oír y aceptar el lenguaje de las sociedades y de sus historias orales. Esto impone aprender a ver desde lo que ellas son y hacen, y no desde lo que la historiografía pretende que sean.

Estos senderos y eventos no son macros. Son chicos, plurales, heterogéneos, pluriculturales y multiétnicos de las pequeñas historias, como las de la Costa y de Guayaquil. Especialmente desde la literatura, en los años treinta, lo que destaparon socialmente -desde el cuento, la novela, la poesía y la acción escritural y social del “Grupo de Guayaquil”- debió ser una preocupación de los llamados estudios sociales. Especialmente, de los culturales. ¿Por qué?

Por aquello que señalaba Octavio Paz, en Tiempo Nublado (1963): “La relación entre sociedad y literatura no es la de causa y efecto. El vínculo entre una y otra es, a un tiempo necesario, contradictorio e imprevisible. La literatura expresa la sociedad; al expresarla, la cambia, la contradice o la niega. Al retratarla, la inventa; al inventarla, la revela”. En muchos aspectos de percepción de procesos y eventos sociales, nuestra literatura se anticipa a los llamados estudios sociológicos y jurídicos.

En la literatura social de los años treinta, especialmente en la de José de la Cuadra y del Grupo de Guayaquil hay una historia, “sociología”, “antropología regional”, que es necesario recuperar para los estudios sociales. En sus relatos y personajes, en sus descripciones y giros no sólo hay un “nuevo lenguaje”: del montubio y el cholo. En ellos se revela, devela y pone en escena -para pensar, estudiar, reconocer y conocer- un objeto-sujeto social y cultural que debió ser no sólo reconocido sino además asumido como objeto de estudio por las ciencias “sociales y jurídicas” de la época.

Los juristas sociales, “sociólogos”, los intelectuales que tenían una preocupación por lo social, debieron abrirse a escuchar las voces plurales, intrarregionales de los montubios excluidos y silenciados en la Costa, pero no asumieron la tarea. Ni siquiera de denuncia y develamiento de la situación social y cultural de los montubios.

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Una explicación iría por el lado de la presencia y el peso que comenzaba a tener la cultura “nacional” y el nuevo discurso del Estado que comenzó a asumir la intelectualidad burocratizada. También debió gravitar sobre ellos, la discursividad, el nuevo lenguaje estatal y la nueva racionalidad que nació y creció con la llamada Revolución Juliana. Esto y otros elementos fueron los que impusieron esos silencios teóricos y bloqueos cognitivos.

Además, la época y la condición de la política de los sectores sociales dominantes se impuso como “modernidad estatal” frente a un Estado que debía de cambiar, bajo el influjo de los impulsos ideológicos y políticos que le impuso la revolución liberal a la sociedad.

No hay que olvidar que el Estado no es sólo un aparato, sino también un poder, un lenguaje, una gramática social y un ritual que impone un modo de ver y comprender la nación. En la época, ésta no reconocía diversidades. En ella, el montubio de la Costa aparecía en los trabajos y acciones del agro del litoral, pero no era reconocido como actor social; no obstante que fue la base humana y militante de los Chapulos (1884) y de las Montoneras Alfaristas (1895).

Pero, no era sólo el logos del Estado el que actuaba. Sin duda, hubo algo más que los intereses de la nación y del Estado, desde la visión militar y uniformizadora. También hay que reconocer que la sociedad y la cultura dominantes no abrieron las puertas a los montubios. De la Cuadra y el Grupo de Guayaquil, a través del relato, la novela y el ensayo, les presentaron a los montubios y a los cholos.

La percepción urbana y las élites de ellas, así como un buen sector de la clase media no los vieron porque su visibilidad hubiera implicado la participación de las elites dirigentes (julianas y postjulianas), en el cuestionamiento no sólo del lenguaje literario dominante; sino también de la visión del Estado y la nación. No los quisieron ver (se “declararon locos”). Cerraron la puerta porque no se atrevieron a pensar la sociedad, su cultura y la nación como unidad de diversidades.

Sin embargo, ya estaban en la historia social. Lo hacían desde la agroexportación y en los procesos políticos desde los chapulos y montoneros. José de la Cuadra y el Grupo de Guayaquil se los volvieron

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a presentar -como personajes y en relatos- en la “invención” de lo real que desde el cuento y la novela ejercitaron. Sin embargo, se produjo aquello que Octavio Paz señala:

“La sociedad no se reconoce en el retrato que le presenta la literatura; no obstante ese relato fantástico es real; es del desconocido que camina a nuestro lado desde la infancia y del que no sabemos nada, salvo que es nuestra sombra(¿o somos nosotros la suya?). La literatura es una respuesta a las preguntas sobre sí mismas que se hace la sociedad pero esa respuesta es casi siempre inesperada”. (Paz, 1963).

Salir de la gramática oficial implica abrirse al “otro” (y los otros) de los diversos, en etnicidad y lenguajes que construyen el mestizaje de Costa: los montuvios. Captar y acceder a su lenguaje implicaba romper o cambiar la ideología dominante.

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Incorporarlo en las voces y decires de sus personajes no era sólo recurso literario y habilidad creativa. Era opción cultural y hasta sociopolítica de aprender a cuestionar y reconocer la diversidad regional y étnica del país.

También suponía reconocer y aceptar el lenguaje y la pura oralidad que caracterizan al montuvio. Miguel Donoso Pareja fue uno de los primeros en percibir la verdadera dimensión sociocultural de este problema (Donoso, 1985). Lo percibe y señala con claridad cuando dice que, ya desde “Las pequeñas tragedias”, De la Cuadra siente la necesidad de escribir como se habla, de convertir el habla en texto; es decir, de trabajar con y en el lenguaje, en este caso desde la palabra dicha (o diciéndose) para convertirla en escritura , despojada inevitablemente, de la gestual, de la presencia misma del hablante”.

Por esta actitud de salir de la gramática y del lenguaje literario dominante “En el desertar, por ejemplo –otro de los cuentos de “Las pequeñas tragedias”-, el habla montubia se da con gran fluidez, incluso con cierto humor –respetuoso siempre, eso sí-.

También otros escritores han señalado que:

“Cuadra vivió con esos personajes, aprovecho esos relatos y elaboró una forma escrita que transcribe, en cierto modo, la narración oral: el autor aparece así como disimulado en ese auditorio reunido… escucha a sus propios protagonistas narrar sus hazañas o las historias de “penaciones. y de ejemplos”. Así obtiene de sus personajes no sólo los materiales temáticos sino también los lingüísticos: ellos determinan una escritura y deciden una técnica adecuada a la memoria colectiva”. (Jorge Enrique Adoum).

Por estos y otras razones no solo económicas y sociales, sino también sociourbanas, el montubio, como proceso, realidad y sujeto social del mestizaje costeño no fue reconocido. Lo bloqueaban, no sólo el nuevo Estado que organizaron los militares de la Juliana; también lo hacía la cultura dominante y el poder político de las elites mercantiles de la agroexportación y del comercio capitalista de la ciudad. Incluso actuaba en su contra la no visibilización de la incidencia de lo regional

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en las relaciones socioculturales y sociopolíticas de los años veinte y treinta del siglo XX.

En estas condiciones históricas esa etnicidad social no es reconocida. Todo lo contrario, es silenciada y bloqueada por la visión dualista de los llamados “únicos” constructores de la nación y cultura ecuatoriana: los blancos-mestizos y los indios.

En los años treinta, ese dualismo, junto a una acción estatal, crecía con fuerza y sobredeterminaba sus afirmaciones, negaciones, reconocimientos y desencuentros. El Ecuador pluricultural, multiétnico y de reconocimiento y valoración regional no era aún posible. La Costa alimentaba al país, el montubio laboraba en las fincas y haciendas, pero no lo “reconocían” socialmente. Aunque era visible y evidente su existencia desde el día a día de la vida social.

La producción literaria del Grupo de Guayaquil, al asumir y resumir desde el cuento y la novela, la presencia y valoración de los “otros” mestizos de la Costa, cuestionó y desafió, tanto la discursividad cuanto los lenguajes establecidos sobre la nación y la cultura nacional.

La creación literaria del Grupo de Guayaquil los obligó a pensar lo regional y lo intrarregional. Las determinaciones de la época los pusieron a desentrañar, presentar y operar con los “otros”, con los diversos de la región Costa. Desde ahí trabajaron, dejaron ver y presentaron no sólo el Ecuador real y diverso; sino también la variedad de los costeños: cholos, montubios, negros, mulatos, etc.

La crisis económica de 1920-1930 del país, y especialmente de la Costa en sus diferentes zonas cacaoteras, puso en las calles y suburbios de Guayaquil a millares de montubios salidos del campo. Estos no vinieron como visitantes-vendedores que traían productos o compradores que buscaban provisiones para la vida del rural. Eran los migrantes del monte que salían por la crisis. Llegaban a radicarse y huían de la crisis. Guayaquil los tenía que recibir como “vecinos”.

Eran los campesinos, los montubios arruinados y empobrecidos, que llegaban por la crisis de la producción y exportación de las plantaciones cacaoteras. Venían con sombrero en mano y pata al suelo, con machete

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o sin él; tuvieron que abandonar el campo para poder sobrevivir.

Sin embargo, en la ciudad no fueron reconocidos con lo que ellos crearon, produjeron y sustentaron en el auge cacaotero: su apego al campo y su trabajo en las labores agrícolas. No los vieron como el agente productivo esencial de la agroexportación cacaotera que sustentaba la economía de la Costa y del país. Desde la ciudad, con la cultura urbana dominante fueron mirados y percibidos como “extraños” y no como los otros costeños. Los comprendieron como los “descalzos” que afeaban la ciudad.

El sujeto político, activo y decisivo de las revoluciones de los Chapulos y los Montoneros de Eloy Alfaro, los aguerridos montubios macheteros del agro costeño, de Manabí, Los Ríos y los alrededores del Guayas, que venían a pie o en canoa, llegaron por miles. Venían como racimos. Abandonaban su vida campirana tranquila del monte. Pero, arrastraban con ellos, su lenguaje y sus ricos modos particulares de simbolización.

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La crisis los ponía en la ciudad como rechazos humanos. No llegaron solos. Con ellos venían sus costumbres, sus mitos, lenguajes, creencias, búsquedas. También venía su rica historia y fecunda oralidad. Llegaron con su cultura y sus problemas. La ciudad-puerto los recibía y recogía. Ni Guayaquil ni ellos tenían alternativa. Pero, la urbe se sentía incómoda por la presencia de estos “extraños”: los montubios, a los que no podía “subordinar”, ni incorporar rápidamente como ciudadanos. Fueron los tiempos en que el monte se tomó la ciudad; pero la ciudad y sus integrantes no tenían ni el oído, ni el lenguaje de la cultura de la diversidad para escucharlos y dialogar. Eran una presencia que no se podía negar; pero también una ausencia, como sujetos políticos y etnicidad social.

A comienzos de la crisis, inicios de los años veinte, comenzaron a llegar. ¿Cuántos montubios que emigraron tempranamente a Guayaquil por los efectos de la crisis y la destrucción de la agroexportación cacaotera, estuvieron entre los que protestaron y murieron el 15 de noviembre de 1922?. No lo sabemos, ni lo sabremos jamás. Pero, sin duda, fueron muchos. Algunos seguirán en el anonimato mortuorio. Cayeron entre las balas, la metralla, sus lamentos campesinos y el asfalto. Ya no estarán más en Guayaquil. Serán una cruz sin nombre, que está ausente de su tierra, en los montes de Palenque, Vinces, Samborondón, Salitre, etc. Muchos para esa época seguían en el fondo de la ría Guayas. Seguirán muertos y desaparecidos sin sus machetes, alforjas ni sombreros. Serán seres “en pena”, cuyos cuerpos están en el fondo del río. Sin embargo, sus almas aún rondan por montes, senderos, ríos, chozas y caminos de la costa montubia.

La modernidad urbana de la ciudad, cuna y sede del mercantilismo capitalista del Ecuador, no estaba preparada ni para procesar su severa crisis económica, que ya era prolongada y que cada día se profundizaba más; peor aún, para asumir “amigablemente” la presencia de los montubios, en calles, plazas y barrios. Ésta, sin duda, es la matriz del primer desencuentro sociocultural, político, étnico y simbólico entre los mestizos de la urbe guayaquileña, la ciudad, el capitalismo agroexportador en crisis y los “otros” mestizos: los montubios del campo, de sus alrededores y de otras zonas campesinas.

A mediados de los treinta, la crisis y el agotamiento de la monoexportación cacaotera, la acción de la escoba de la bruja y la monilla evidenciaban

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los signos del desastre económico en la Costa. La ruina los alcanzaba a todos. No sólo afectaba a los “gran cacao”; sino también, y con mayor intensidad, a los montubios pobres. José de la Cuadra detecta esto con claridad y señala:

“Son las ciudades quienes insumen la marea montuvia de vaciante. Millares de familias se extrañan al agro y van a las ciudades; y como en las ciudades no hay trabajo sobrado, pasan sus individuos al ejército de desocupados y, últimamente, ingresan en la cárceles por la antesala previa del lumpenproletarial o por el portillo del delito urgido…

Y, por eso, ocurre en el litoral del Ecuador que, mientras que en el campo faltan brazos, en las ciudades aumenta y aumenta la desocupación.

En Guayaquil, sobre todo.

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Mucho más que cualquier otra ciudad costeña, Guayaquil absorbe migración montuvia, aun la que sale de regiones tan alejadas como Esmeraldas, por ejemplo; e, impiadosamente, devora ese desecho humano del agro perdido…

Guayaquil, la capital montubia, es, al propio tiempo, el sumidero montuvio”. (El montuvio ecuatoriano, p. 60)

La masa montubia que emigró del campo hacia Guayaquil fue abundante y continuada. La ciudad-puerto no los podía rechazar. Era, como puerto, una ciudad abierta. Una morada para llegar y un lugar para nuevamente aprender a vivir. Tampoco los podía incorporar como sus “otros”, ni estaba preparada para reconocerlos como “hermanos costeños”.

Los montubios vivían una suerte de proletarización acelerada y fortuita. Se daba como un sufrimiento, en una ciudad con crisis, que no los podía asalariar. Tampoco las políticas gubernamentales o municipales de la época, tenían los recursos para diseñar políticas de retorno de ellos al campo. Ahí rondaban los efectos de la crisis, el descenso de la producción y la pobreza, la escoba de la bruja y la monilla desaparecían los miles de millones de árboles de cacao que aún existían. Y al mismo tiempo, expulsaba millones de montubios a la ciudad. De la Cuadra comprende esto y aunque su percepción completa no la podamos compartir, hay un acercamiento, más o menos objetivo, a esa realidad:

“Hasta que sobrevino la catástrofe. En palabras crudas hay que decir que el cacao ecuatoriano acabó. Lo que queda son restos. Así, sin leyes, concluyó también –o disminuyó a bajísimo porcentaje- el ausentismo… Toda esa gente mira para las plantaciones. La catástrofe del cacao fue obra de la naturaleza…Por muchos de los esfuerzos de los plantadores para curar las matas afectadas, ambas enfermedades se propagaron y continúan propagándose. Nada ni nadie puede contra ellas…Si ha esto se añade el que la cotización en sucres ecuatorianos ha descendido y que el sucre mismo se ha depreciado, se verá mejor el alcance de la crisis sufrida por el Ecuador, con tremenda incidencia en la zona montubia en los últimos tiempos” (El montuvio ecuatoriano, p. 20-21).

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Ante esta situación, los montubios no tenían alternativa. Sólo tuvieron que “venirse pa’ Guayaquil”. Esa presencia era reveladora. Llegaban a la ciudad y no encontraban nada. No los recibían. No los botaban, pero la indiferencia de la sociedad y mentalidad urbana tenía efectos negativos.

Así, en los montubios se aumentaba su angustia. El dolor y los efectos de la crisis los golpeaban severamente. Llegaban sin un verde, una gallina o un sucre devaluado. Los que se quedaban en el campo, se resignaban a nuevos sufrimientos.

Los que se fueron del campo se desgarraban doblemente: no estaban en su campo, en el monte y tampoco se podían reconocer como “nuevos ciudadanos”. Pero, en los dos, los que no soportaron la desesperación en el monte y se fueron, y los que prefirieron sufrir del campo; en ellos se expresaba su identidad y hablaban desde su cultura. En estas condiciones, la etnicidad social montubia irrumpió en la ciudad con su presencia y gritando desde el campo su desesperanza.

En las dos situaciones, la de los que se quedaban y la de los que se iban, se marcaban y evidenciaban los signos de la crisis. Bajo estos efectos, su presencia social era más patética. Habían estado haciendo y tejiendo la historia del capitalismo agro exportador del país, alimentaron la prosperidad de la Costa y de Guayaquil, y éstos, en medio de la crisis, sólo les podían mostrar y ofrecer un espacio para malvivir en Guayaquil.

Aunque también les quedaba la continuidad del sufrimiento berraco, solo con algún verde, yuca y ninguna gallina. Siguieron en un campo empobrecido, abandonado y yerto o en una ciudad en la que estaban, pero no podían vivir. Esa presencia histórica y dualidad de la vida social del montubio no podía ser ignorada. Por eso, los reconocen en la poesía, la música, los bailes, los rodeos y finalmente, en el cuento y la novela de los treinta.

Los escritores de los treinta, los del Grupo de Guayaquil, especialmente José de la Cuadra, no quieren poner al montubio en ese sufrimiento y desesperanza que los años veinte les deja en el monte o en la ciudad. Quieren que Guayaquil, los costeños y los ecuatorianos les reconozcan

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como ese grupo humano que ha sostenido la economía del país, alimenta las urbes de la Costa y es portadora de una dimensión social, cultural y simbólica. Por eso, el trabajo intelectual de José de la Cuadra en su ejercicio escritural lo asume como una tarea de gran aliento y sin pausa. Proceso que va de Repisas (1932), Horno (1933), Los Sangurimas (1934), Guasinton: historia de un lagarto montuvio (1938), a Los monos enloquecidos (1941, editada en 1951).

Y no satisfecho con esto, entendía que debía hacer y crear algo más. No elude su compromiso intelectual, regional y social. Su tarea debía ir más allá. Le enrostrará a los “cientistas sociales” de la época, su incapacidad para dar cuenta de lo social, etnológico y cultural que tienen y expresan los montubios.

Esto es lo que busca en el ensayo El montuvio ecuatoriano (1937). Precisamente, por eso es que “este ensayo en el fondo constituye un deslinde interpretativo de la identidad cultural de la comunidad montubia (¡y por extensión, de la Costa del Ecuador y de la nación entera!)” (Robles, 1996). En el fondo de su ensayo sociológico y etnográfico (el único que sobre los montubios existe), lo que hay es una necesidad de leer y replantear la cuestión nacional y regional, tanto en lo político cuanto en lo sociocultural.

Desde esa visión y posición es que podemos percibir y valorar que en la acción intelectual de José De la Cuadra hay un ajuste de cuentas con la cultura dominante de la época. Su hacer expresa el ejercicio de una verdadera crítica social, política y cultural. No sólo a los intelectuales, sociólogos, a los izquierdistas que descuidaban este tema-problema. También lo es a las elites dirigentes y a la clase media ilustrada y democrática de las ciudades, especialmente la de Guayaquil. Y por extensión, también a la ideología urbana y al racismo que no quería ver ni reconocer lo que Guayaquil realmente era: la capital montubia del Ecuador.

Las elites dirigentes y las clases medias urbanas (las dominantes y subordinadas) de la ciudad, de esa época (1920-1940) que vivían la dualidad de crisis y la modernización urbana, no querían sentirse montubios o derivar socialmente de esa línea.

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Bajo los efectos culturales y las determinaciones de la época se vivían los últimos estertores y casi el ocaso del afrancesamiento que caracterizó la atmósfera sociocultural de Guayaquil de 1900-1930. Las formas arquitectónicas importadas, la nueva modernidad y el barroquismo urbano que se expresaba en su desarrollo y expansión de esos momentos contribuían a crear ilusiones y fantasías de una profunda modernidad que, sin duda, creía que la presencia montubia correspondía a una premodernidad que la ciudad “debía” dejar atrás.

Pero, aún así, la montubiada migrante crecía y alimentaba aceleradamente los primeros suburbios de 1920-1930. Sin embargo, la ciudad-puerto y sus elites querían sentirse y preferían llamarse “capital económica y financiera del país”. Más de un siglo de desarrollo agroexportador cacaotero, el cosmopolitismo que caracterizaba tradicionalmente a la ciudad, el perfil diferente y diferenciado que ella tenía respecto a otras ciudades costeñas y especialmente con las de la Sierra, los efectos que el modernismo generó, su intenso activismo comercial y financiero que derivaba de su dinámica mercantil capitalista, etc; fueron, sin duda, elementos que bloqueaban la aceptación de la afirmación identificatoria que propuso José de la Cuadra: “Guayaquil, capital montuvia”.

Cuando la bonanza económica se acabó y se hundió la socioeconomía exportadora que se alimentó de la plantación cacaotera, esa sociedad colapsó en el quinquenio 1925-1930. Bajo los efectos de esa hecatombe socioeconómica se abrieron posibilidades de reconstrucción del imaginario social. De la Cuadra y la producción literaria del Grupo de Guayaquil creyeron oportuno pasar a la crítica y remodelación. El vehículo fue el relato, la novela y finalmente el ensayo.

Los cuentos y novelas, en cuanto identificados como ficción, no tuvieron mucho problema en encontrar auditorio y aceptación, porque había una especie de cansancio social que demandaba una renovación literaria y nuevas propuestas escriturales. Situación que no tuvo el ensayos como aludía a una cruda realidad y además cuestionaba el mestizaje regional y nacional, este debió encontrar resistencias. No sólo en la ciudad y en la región, sino también en el país. Solo desde aquí podemos explicarnos el prolongado silencio que cayó sobre él y que lo ejercieron, por igual, tanto las elites dirigentes como los partidos y cuadros que cuestionaban el statu quo.

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Hay otro aspecto en el cual poco se ha reparado. Es el que se refiere a los límites y grilletes que como intelectuales de izquierda pudieron tener. Pero ellos no dejaron que se diera: José de la Cuadra, cuanto los escritores intelectuales del Grupo de Guayaquil, fueron heterodoxos. Mucho más “Pepe”. El dogmatismo y la ortodoxia de los izquierdistas de la época, no ganó terreno en ellos. Por eso, no leyeron ni interpretaron a los montubios como campesinos pobres, “proletarios del campo”. Su formación intelectual constituyó un verdadero dique de contención de ese ideologismo. Aunque Benjamín Carrión y otros estudiosos suelen decir que en sus creaciones hay una visión clasista y de protesta social, no es panfleto ni propaganda política.

Es posible que esto se dé, en algunos momentos. Sin embargo, no es el resultado de una intencionalidad escritural o de práctica social consciente.

En la crítica y estudios sobre De la Cuadra y el Grupo de Guayaquil puede darse una confusión de percepción entre el realismo social de su ejercicio escritural y el modo de su producción literaria con el punto de vista clasista en el análisis social. El acercamiento de uno y otro aspecto, incluso, la semejanza no deben fusionarse ni confundirse.

En ellos, no hay una visión dogmática ni marcadamente clasista. Hay un verdadero intento de valorización sociocultural, simbólico y de ubicación etnológica de la validez social del montubio y del cholo de la Costa. Hay una reinvención y reivindicación de la Costa como región y diversidad.

Hay una opción y elección regional que busca en esta formación social particular, los elementos para su creación. Además, hay una lectura de lo antropológico, étnico, social y del mundo simbólico, desde lo regional costeño, en la especificidad montubia, que de hecho trasciende la percepción clasista del marxismo stalinista de esos tiempos. Lo que hacen presentan, crean y difunden es inédito. Aunque es la tendencia de la época, que se expresa también en otras acciones de los intelectuales (se da en la pintura, en la poesía, en la música, etc.).

Si los presupuestos dogmáticos del clasismo obrero-campesino de la Tercera Internacional, que estaba en la izquierda de la época, hubiera

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ganado, José de la Cuadra y el Grupo de Guayaquil no nos habrían dejado esta valiosa herencia intelectual que hoy nos concentra para hablar de él, desde distintas perspectivas, en un solo proceso y proyecto escritural.

Precisamente, ese situarse en y desde lo regional costeño (tanto ellos como sus creaciones literarias), indica una opción regional, nacional y moderna. Indica una sintonía adecuada con una tendencia y opción dominante que se da en los años veinte. Es un proceso social de “descubrimiento” de la diversidad regional costeña y nacional.

Hay varios signos de este proceso de “descubrimiento”. Desde Guayaquil se da en el concurso literario “El montuvio”, convocado por la revista guayaquileña Savia, en 1927, evento en el que triunfa Hugo Mayo, con su creación “Canto al montuvio”. También se da con la “pintura del montuvio Francisco Roca”, que hace Manuel Rendón Seminario, en 1924. También tiene que ver con la constitución de la Asociación Regional del Montubio, de 1927-28, y con la celebración del “día del montuvio”, que por primera vez se realiza en Guayaquil, en el American Park, el 12 de octubre de 1926 -celebración impulsada por iniciativa de Rodrigo Chávez González (Rodrigo de Triana)-.

En 1927 circula el semanario El montuvio, en cuyas páginas se reseñan y divulgan una variedad de costumbres y simbologías del mundo montubio. En 1930 se sigue llevando a efecto el concurso “Vernáculo Montuvio”. En 1931, Francisco Huerta Rendón triunfó en él, con un poema al “Matapalo”. Este ligero inventario nos dice que el montubio, como personaje, ya estaba presente y era motivo de invocaciones y representaciones en el mundo intelectual de los años veinte del siglo pasado.

Por las razones anteriores deducimos que el ejercicio escritural de José de la Cuadra puede hacerse inteligible en las opciones, pasos y acciones que él lleva adelante, tanto en el conjunto de relatos y novelas sobre los montubios, cuanto en el ensayo “El montuvio ecuatoriano”, de 1937.

El descubrimiento y la afirmación de lo social regional es una verdadera atmósfera epocal de la cual no puede sustraerse, ni él, ni el Grupo de Guayaquil. También los efectos de la crisis en el campo y la situación

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de la migración montubia incide sobre este ambiente y estimula tanto su sensibilidad, cuanto su percepción para crear ese nuevo universo de representaciones que nos proponen.

Las tareas y opciones regionales y la demanda social lo estimulan y determinan. Por los efectos de este conjunto de hechos hay que leer y comprender contextualizados, cada uno de sus pasos en el itinerario sociocultural de los treinta sobre el grupo de Guayaquil.

Especialmente los de José de La Cuadra. Los que van de Horno a Los Sangurimas. Estos pasos deben ser vistos como momentos de un proceso único y que se constituyen en un aprendizaje y una práctica nueva, pues, se sitúan desde lo regional costeño e intrarregional. Van desde la creación y producción literaria al resultado interpretativo y de acercamiento analítico y etnográfico que se expresa en “El Montuvio Ecuatoriano”.

Esto lo que hace, una vez más, es poner en evidencia que en nuestro país -y referido a muchos de sus fenómenos y procesos sociales- la literatura (en relato, novela o poesía) anticipa a los estudios e investigaciones sociales. Desde ella, como ideología, se dan alusiones a fenómenos que no capta el pensamiento social y que no percibe la racionalidad dominante. Por eso, sostenemos que la literatura en el Ecuador, especialmente llamada la “literatura social”, genera un “efecto de conocimiento” promocional y simbólico sobre los estudios y las investigaciones sociales.

En el Ecuador, larga es la lista que señala las situaciones de premoniciones y develamientos que desde la literatura se expresan como invitaciones cognoscitivas de esos procesos, hechos y fenómenos. En el caso de los montubios es evidente este proceso-producto. Porque en el país, la literatura anticipa los estudios sociales. Más aún, los pone “en vivo”. Y no pocas veces no son vistos, ni reconocidos por la “racionalidad”, y “cientificidad” de los investigadores sociales.

En el problema de los indígenas pensamos que no se da tal situación. Aquí los estudios sociológicos sobre el indio anticipan a Huasipungo. Pues, el estudio de Pío Jaramillo Alvarado, El indio ecuatoriano (1922) es, sin duda, el que provee los elementos sociales y cognoscitivos a

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Icaza para construir su Huasipungo (esto no le resta méritos, sólo señala una realidad).

Desde una perspectiva inédita y reveladora, el trabajo que efectúa De la Cuadra cubre un largo itinerario y un camino renovador de las letras y la cultura. Va desde la anticipación que se expresa en la creación literaria de sus cuentos y novelas, al producto final: el análisis etnográfico del montubio, de 1937. Y, desde esa fecha hasta nuestros días no ha sido retomado. Esto evidencia que el proceso de bloqueo, invisibilización y silencio antropológico, etnológico y sociológico de los montubios, aún continúa.

Dejemos la pregunta de por qué y cómo pudo hacerlo como escritor, intelectual y ciudadano, José de la Cuadra. Esa será la tarea para los brujos y los adivinos. Pero, sí debemos atrevernos a aceptar que la situación develadora y cognoscitiva de la época le demandó tareas que él no eludió: las asumió a plenitud. De la Cuadra pudo hacerlo desde esa doble tarea que se impuso. Pudo asumir el encargo social, desde la imaginación que interpelaba al creador.

Pero, también lo hizo desde una aproximación “conceptual y analítica” que estimulaba a que el intelectual orgánico costeño, guayaquileño, genere los elementos interpretativos para entender y explicar cómo y porqué los montubios de la Costa ecuatoriana son una etnia social, estrato y sustrato fundamental del variado mestizaje costeño.

De La Cuadra, generalmente, escoge al montubio pobre en sus creaciones; pero también se refiere al montubio rico y al medio. Ahí están expresados en los personajes de Los Sangurimas, Los Monos enloquecidos, La Tigra, etc.

“La generación de 1930 vale como un momento de lucidez en común, apto para recibir el mandato de eso que, a veces inexplicablemente, se impone desde los desconocidos torrentes de la intimidad social, por manera que deja de pertenecer a los dominios del azar y se establece como una consecuencia de antecedentes no vislumbrados antes” (Alfredo Pareja Diezcanseco, “El mayor de los cinco”, en Obras Completas de José de la Cuadra, 1958).

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Los elementos valorizadores sobre los montubios y su presencia social hay que leerlos como un evento y acontecimiento sociocultural, político e ideológico. Constituyen una forma de “descubrimiento” que algunos intelectuales progresistas de la clase media costeña, hacen en Guayaquil.

Pero, no es sólo del lado de este sector. También corresponden a una estrategia defensiva y de fortalecimiento que la burguesía mercantil guayaquileña elabora como respuesta al “descubrimiento-encubrimiento” de los indígenas, que realizan otros intelectuales de la pequeña burguesía ilustrada y de la aristocracia terrateniente serrana. Lo hacen desde Quito y otras ciudades (pero, no se olvide que también forman parte del llamado de Montalvo a escribir el libro “El Indio” para “hacer llorar al mundo”, que data del siglo XIX).

Los escritores e intelectuales guayaquileños asumen su tarea. Este último hecho que acontece en la Costa y en Guayaquil (el intento de las elites y burguesía agromercantil respecto a la recuperación y folclorización del montubio), en sentido estricto, no corresponde a un cambio de actitud y de renovada práctica ideológica y política del lado de los sectores dominantes de los agroexportadores. Tampoco responde a un auténtico y sincero reconocimiento de los “otros” mestizos y sectores populares de la Costa, especialmente de los sectores no urbanos de Guayaquil: montubios y cholos.

De la Cuadra parece percibir esta situación de simulaciones, hipocresías étnicas y juegos de representaciones de la sociedad y la cultura dominante. Y precisamente, por estas determinaciones, se ve obligado a cubrir el doble itinerario que va del cuento y la novela hacia el ensayo de interpretación. Esto lo señala con claridad Humberto Robles:

“De la Cuadra se proponía indagar en El montuvio ecuatoriano –más allá de “presentar” al personaje. Y esto, sin lugar a dudas, era abogar por su reivindicación futura llamando la atención a su condición de ser marginado y de sujeto económicamente explotado y usurpado. En el fondo, ya consciente o inconscientemente, se aspira, primero, a agenciar una transformación de la cultura nacional dentro de cuya “nueva” mitología el montuvio pasaba a ocupar el lugar que, conforme a sus legítimos derechos, le correspondía como ciudadano del país. Segundo, el ensayo antropológico y sociológico (y El montuvio ecuatoriano es las dos cosas), en tanto como tal es un género y un recurso al

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cual la sociedad le otorgaba (¡y quizás le otorga aún!) valor de verdad y autoridad por su presunta “autenticidad científica”, le confería a la literatura de los escritores del “grupo de Guayaquil” la capacidad de ser portadora de conocimiento” (Robles, 1996).

El problema es que desde esos lejanos tiempos de la década del treinta del siglo XX y la fecha de publicación de El montuvio ecuatoriano (1937), la situación de, invisibilidad o silencio, cuanto bloqueo de los montubios y su realidad aun se mantiene. Aún hoy, en pleno siglo XXI de abierto destape de la diversidad y de respeto a la interculturalidad, aún la antropologización de lo costeño y lo montubio son tareas y obligaciones que intelectuales y universidades no asumen.

¿Por qué la situación del indígena, aún en la literatura, mereció mejor suerte que el esfuerzo de De la Cuadra y del Grupo de Guayaquil respecto a lo montubio y lo cholo? La respuesta trasciende a la riqueza de lo imaginario que se expresa en el relato y en la novela que se trabajaron desde la literatura. Tiene que ver más con la concepción que nos inscribe y somete a una concepción homogenizadora de la nacionalidad y la cultura nacional que también fue preocupación de José de la Cuadra.

La ideología y la práctica de una nación y culturas imaginadas, de hecho, opera no sólo como mito; sino además, como obstáculo para una adecuada percepción y valoración de la diversidad étnica, regional y cultural, en la cual se inscribe el problema de las etnicidades sociales montubia y chola.

Rol decisivo juega la acción bloqueadora de la práctica mitómana que se empeña en desconocer la presencia marcada de la diversidad regional y del mestizaje diverso que al interior de las regiones se evidencia con claridad. Esta situación ya fue preocupación de José De la Cuadra. Está en algunas de sus obras. Se expresa, con ribetes más definidos, en el siguiente texto:

“Cuando hablaba con sus familiares de estos asuntos, el padre le atajaba el discurso: -No hagas caso, hija. Son mentiras. Nada más. Fantasías. Estos peones estúpidos son, en esos aspectos, como los demás ecuatorianos. Mis compatriotas viven enamorados de un

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pasado que no han tenido, y tratan de forjárselo a toda costa, a su modo, presentándolo con pinceladas tenebrosas para hacerlo más atractivo; sin darse cuenta de que plagian miserablemente, apoderándose para su uso de historias de pueblos distintos, que las vivieron de veras, pero en circunstancias distintas, también… No hagas caso, Alicia, te repito… ten la seguridad de que no es sólo “Pampaló” la hacienda que posee esas leyendas” (Los monos enloquecidos, 1951, p.94-95).

Todo este conjunto de hechos y aspectos sobre los cuales trabajó De la Cuadra y el Grupo de Guayaquil son los que nos conducen a entender, en el presente, cuál es el programa cognoscitivo para los intelectuales investigadores.

Es simple y transparente: él lo dejó asentado y bien marcado en El montuvio ecuatoriano: “La realidad, pero toda la realidad”.

Pero, además, en su programa y en su trabajo de creación literaria, tanto en el relato, la novela y en el ensayo, hay una aproximación para la percepción y comprensión de los perfiles de la sicología social y una visión del valor del sentir de la sociedad y vida del montubio.

“Pretendemos entrar al fondo bravío de su espíritu por rutas equivocadas y es lógico que fracasemos; pues, juzgamos acertado procurar que entienda antes que sienta, y él no se determina primero por la inteligencia: es cuando un anhelo se le ha convertido en entraña de sentimiento que llega a sacrificarse por ese anhelo” (El montuvio ecuatoriano, 1937:61).

Precisamente, para “reconocer” y conocer al montubio y para aceptarlo como aliado político de procesos de cambio y de reestructuración social, nos invita a leerlos, aceptarlos y percibirlos, sin fantasías, ni ilusiones. Nos da el procedimiento para hacerlo. Atrevernos ver sin ilusiones románticas ni agregados distorsionadores, en los cuales habían caído algunos folclorizadores de la realidad montubia, de su vida y proceso socioculturales que en su hacer oral y corporal se expresan.

“Y hay que abarcarlo tal y como es, en todas sus dimensiones, con sus virtudes y sus defectos, con sus grandezas y sus mezquindades.

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Hay que aceptarlos con su cerrado amor por la pequeña tierra. No se lo atraerá jamás a la revolución social si no se le garantiza el dominio exclusivo de la parcela que labra y que cultiva, de los frutos que hace producir.

Irá cambiando. Poco a poco. Se transformará al incorporarse en plenitud al nuevo sistema económico” (El montuvio ecuatoriano, 1937:61).

Y no es que creen, él y todos los del Grupo de Guayaquil, que están cuestionando únicamente unos moldes tradicionales respecto a los personajes y lenguaje literario. Entienden perfectamente, él y sus amigos, que no se da sólo eso. De la Cuadra va más allá. Él es, posiblemente el más conciente del “efecto de conocimiento” de la imaginación y creación literaria sobre la “razón” que en la sociedad y la cultura guayaquileña, costeña y ecuatoriana deja el ejercicio escritural de ellos.

El más que nadie sabe que están cuestionando y sacudiendo, con su realismo y su obsesión imaginativa de redescubrir la realidad del montubio ecuatoriano.

Por eso, no se cansaba de sostener que la imaginación no podía, ni debía ignorar lo que la realidad sociohistórica del montubio presentaba: “la realidad, pero toda la realidad”. Con esto buscaban corregir las visiones, percepciones y concepciones tradicionales de la nación y cultura nacional. Estos seguían bajo los efectos de la creencia de que éstas (cultura y nación) se expresan como un todo concluido, homogéneo, sin diversidades, sin etnias, ni efectos regionales socioculturales. Ellos las cuestionan desde su realismo social.

De la Cuadra cuestiona, interpela y arrincona a la ideología de la nación y la cultura nacional imaginadas (léase atentamente el texto citado anteriormente de Los Monos Enloquecidos). Lo puede hacer porque está buscando no las diferencias regionales, sino el ser de la regionalidad que lo cubre y determina. No sólo a él, sino al conjunto de las relaciones sociales en las que viven y actúan los costeños. Especialmente, los montubios.

En este sentido, De la Cuadra y el Grupo de Guayaquil diseñan e impulsan una verdadera y militante mutación sociocultural desde la creación literaria. Su accionar genera un efecto modificador sobre las percepciones de la nación y la cultura.

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De la Cuadra y el Grupo de Guayaquil efectúan “una transformación cultural dentro de cuya “nueva” mitología, el montubio pasaba a ocupar el lugar que, conforme a sus legítimos derechos, le correspondía como ciudadano del país” (Robles, 1996).

Sin embargo, la ciudad de Guayaquil, la Costa y el conjunto del país, especialmente las elites dirigentes y la cultura dominante, cuanto las valoraciones sociales hegemónicas, no estaban preparadas para oír las voces de diversidades y diferencias étnicas, regionales y culturales. Peor para aceptarlas y asumirlas como los “derechos” de los “otros” diversos que tiene el Ecuador heterogéneo y que se expresaban en la Costa y en el Guayaquil agromercantil capitalista de los años treinta del siglo pasado, y que siguen en la actualidad.

Para lograr captar el universo, la realidad social y la simbología de la etnia social montubia, no sólo va, decididamente, a su desbloqueo ideológico y físico(es bien conocido que fue abogado y que litigó a favor de los montubios, especialmente, en las demandas por reconocimientos de posesiones de tierra o de intentos de despojo que quisieron hacer los terratenientes); sino que lo asume en los frentes: local urbano, regional y nacional.

Además, por su opción ideológica-política (socialista), busca recuperarlo como sujeto político activo. Pretende ponerlo en el lugar que los historiadores y sociólogos de la época no podían verlo, percibirlo ni entenderlo: situarlo como parte importante de la cultura nacional y regional.

Pues, el lenguaje y el habla montubios no sólo deben ser recuperados; sino que la historia de ellos, por ser pura oralidad y corporeidad espontánea, no puede ser captada ni asumida por un pensamiento social anquilosado.

Desde su creativa originalidad de “realista social” nos prueba que el relato historiográfico y social no ha sido escrito sobre el montubio porque su historia no es grafía dominante, ni responde a ella; sino oralidad y etnicidad social que se expresa en bruto y de manera directa en la espontaneidad vital. Por eso, ve los discursos sociológicos e historiográficos como incompletos, mentirosos, incluso, mutiladores.

Comprendiendo esto, José de la Cuadra se convierte en un intelectual crítico que se rebela y no acepta las reglas y giros del lenguaje urbano, de la institucionalidad lingüística y de la gramática dominantes, para captar, acercarse, comprender y reproducir el mundo cultural y simbólico del montubio.

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Por eso, va a recoger lo que ellos son, creen y hablan. No subvierte su habla, ni violenta su lenguaje. Sale del grillete de la “racionalidad” y la ideología urbana, hegemónica y dominante. Va a reconocer la existencia de una oralidad social, de una etnicidad, de un “otro” costeño cuya habla y existencia han sido invisibilizadas y folclorizadas en esos tiempos.

Él y todo el accionar escritural del Grupo de Guayaquil se inscriben en una estrategia (¿nueva práctica intelectual?) de invitarnos a mirarnos como “costeños diversos”, como ecuatorianos diversos. Reconoce a los “otros” como sujetos sociales hablantes. Sujetos históricos, actores políticos que se inscriben en acciones sociales importantes (por ejemplo, nos recuerda la historia de participación política del montubio como montonero y machetero de las transformaciones alfaristas, a todo lo largo del siglo XIX).

Opera como crítico, subversivo y buscador de lo oculto; develador de lo bloqueado y silenciado. Por eso, se ha dicho que “De la Cuadra, un auténtico, un castizo, se subleva contra las sofisticaciones, contra las contrahechuras del vivir y del hablar montubios”. Por esto, “él hace literatura montubia de hueso y carnes montubias, metidos dentro, conviviendo con sus personajes, con una obvia y sencilla naturalidad” (Benjamín Carrión, El nuevo relato ecuatoriano).

Este ejercicio escritural, despliegue cognitivo e intelectual de De la Cuadra y del Grupo de Guayaquil, nos lleva a sostener que ellos se atrevieron a recoger la historia, el esfuerzo, las relaciones sociales, la cosmovisión, la cultura y la simbología montubias. No lo hicieron por azar, sino por sensibilidad social y búsqueda de innovación literaria y escritural.

Ellos no pretenden dar la palabra a los “otros”. Buscan y quieren que los otros hablen y que nosotros los escuchemos y reconozcamos. Este accionar nuevo abría la posibilidad sociopolítica para un “reconocimiento” cultural de la etnia montubia que como peón, jornalero, finquero, sembrador, etc., había estado ahí desde hace muchos años.

Ha estado en el monte, trabajando el campo, siendo la base de sustentación económica del país. Y la ha hecho no sólo con la plantación y haciendas cacaoteras, y por tanto, del desarrollo capitalista agroexportador; sino también sosteniendo el consumo agrícola de la economía urbana de Guayaquil y otras ciudades del litoral y del país.

Por esto en “El montuvio ecuatoriano”, De la Cuadra asume como encargo social, la tarea de -paralela a la incorporación del personaje

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y lenguaje montubios, en la literatura y en el imaginario social de la época- también elaborar el discurso explicativo de qué es este “nuevo” y antiguo sujeto social que pervive como una etnia invisibilizada y hasta segregada.

Él y sus aliados literarios del Grupo Guayaquil buscaban sacudir y renovar, no sólo la literatura y la cultura tradicional (la aristocrática serrana como la afrancesada costeña); sino también las visiones sobre la cultura y el “Ser” nacional, regional, interregional e intraregional:

“De la Cuadra y sus compañeros de generación, en otras palabras, indagaban en la tradición histórica y en la actualidad del montuvio no sólo con fines de redimirlo, sino también para alegar y menoscabar, por contigüidad, circunstancias socioeconómicas injustas. Reclamaban, se entiende, una reestructuración en las relaciones de poder. Abogaban, en otras palabras, por la construcción de una nueva identidad ecuatoriana, acorde con los componentes étnicos y culturales que la constituían” (Robles, 1996).

Era evidente que la propuesta, tanto escritural, intelectual, cuanto sociocultural que está implícita y explicita en de José de la Cuadra y del Grupo de Guayaquil era no solo cultural y literaria; sino también, política. Los trascendía a ellos y a la literatura.

Pero también trascendía las visiones, percepciones y representaciones que tenían y manejaban en la época. Esas visiones erradas con las cuales operaban social y políticamente, no sólo las elites dominantes, sino también las clases y sectores sociales progresistas de Guayaquil y del Ecuador de esos momentos.

Esto explica porqué este importante acercamiento etnográfico que se evidencia en el ensayo “El montuvio”, de José de la Cuadra, aun permanece como la etnia montubia: sufriendo los efectos del silencio y la invisibilidad.

¿Hasta cuándo? No lo sabemos. Pero ya hay muchos oídos dispuestos a escuchar las voces múltiples y los gritos diversos del habla y del cuerpo de las heterogeneidades regionales e intrarregionales. Démosle gracias a De la Cuadra y al Grupo de Guayaquil por abrir esta brecha importante para la interculturalidad de este país.

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Bibliografía

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DE LA CUADRA, José. El montuvio ecuatoriano. Edición crítica de Humberto Robles, Quito, Edit. Libresa, 1996.

DE LA CUADRA, José. Los Monos enloquecidos, Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 20 de julio de 1951.

DE LA CUADRA, José. Los Sangurimas, Bogotá, Grupo Editorial Norma, Colección Cara y Cruz, 2002.

GILARD, Jacques. “De Los Sangurimas a cien años de soledad”, en A propósito de José de la Cuadra, Bogotá, Grupo Editorial Norma, Colección Cara y Cruz, 2002.

PAREJA DIEZCANSECO, Alfredo. “El mayor de los cinco”, prólogo a Obras Completas de José de la Cuadra, Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1958.

ROJAS, Ángel F. La Novela Ecuatoriana, Edit. Ariel, s.f.

PAZ, Octavio. Tiempo Nublado, Barcelona, Editorial Seix Barral, 1963.

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uisiera iniciar mi intervención con un alcance de carácter metodológico. Como historiadora, he procurado siempre evitar el riesgo de valoraciones afectivas que pudieran conducir a una polarización inadecuada. Empleando una metáfora que

en su momento utilizó Arturo Roig para referirse a Juan Montalvo, no ayuda a reconstruir el aporte de los grandes hombres el hacerlos saltar por sobre su propia sombra. Esta es mi perspectiva profesional para

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Conferencia organizada por el Archivo Histórico del Guayas y la Junta Cívica, en la Fundación El Universo, en el marco del Mes de Olmedo, el 6 de marzo de 2006.

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María Cristina Cárdenas Reyes

Olmedo y las ideologías latinoamericanas del s. XIX*

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recuperar a nuestras figuras eminentes, en su complejidad y matices, particularmente, si abordamos un período de grandes contradicciones, e incluso, confusión, como lo fue la primera mitad del siglo XIX. El enfoque que ofreceré a ustedes en esta ocasión se articula con profundo respeto y afecto, pero siempre desde la valoración histórica.

Durante el proceso de consecución de su independencia, Latinoamérica optó por un modelo de desarrollo fundamentalmente liberal, en principio, no demasiado diferente al que habían adoptado Gran Bretaña, los Estados Unidos y, con frecuencia, también Francia. Esto implicaba un gobierno, en lo político, constitucional y representativo; y en sus dimensiones socioeconómicas y culturales, una disminución de las barreras a la iniciativa individual y a la libertad. América Latina adoptó este modelo de forma selectiva, ya que no todos los preceptos liberales estaban igualmente adaptados a sus necesidades, en especial, una real libertad de comercio. No obstante, en el período que va desde la independencia hasta fines del siglo XIX, fue el modelo liberal el que constituyó la ideología dominante, y el que nos servirá como marco de referencia para comprender momentos específicos de la trayectoria del gran José Joaquín Olmedo, americano y republicano apasionado por la libertad y la justicia, pensador político y social de primera línea, figura de referencia obligada, al trazar el perfil histórico de la primera mitad del XIX ecuatoriano y latinoamericano. En sus poemas, que han permanecido como monumento a los héroes de la independencia, Olmedo captó el espíritu revolucionario de su tiempo e inspiró a una generación de poetas y patriotas románticos.

En América Hispana, los cuatro años, entre 1810 Y 1813, fueron quizá los verdaderamente revolucionarios. La independencia y formación de las nuevas naciones significó -parafraseando a Francisco García Calderón- la creación de un continente. En este enorme reto de transformación que implicaba un ámbito fluctuante en cuanto a territorio, nacionalidad y proyecto político, la formación de las nuevas repúblicas reflejaba la manera en que diferentes regiones venían interactuando históricamente, al interior de configuraciones más amplias. Y si bien las constituciones republicanas aparecen en Latinoamérica mucho antes que Europa consolide sus estados nacionales, el concepto de “estado-nación” no es aplicable a los países andinos del siglo XIX. Por lo que no tiene sentido contraponer a unas y otras figuras de la época, empleando definiciones actuales.

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El constitucionalismo era la preocupación fundamental de los criollos independentistas como instrumento para cambiar la sociedad estamental y lograr una nación de ciudadanos. La primera y relevante actuación americanista de Olmedo fue la de diputado por Guayaquil a las Cortes de Cádiz, entre 1812 y 1814. Cuenca no designó representante a las Cortes por falta de acuerdo, y tampoco Loja, por carencia de recursos. El 15 de octubre de 1810, las Cortes habían aprobado la igualdad de representación y de derechos entre los americanos y los peninsulares, iniciando, así, una serie de propuestas y reivindicaciones americanas que se traducirían en cambios sustanciales de la realidad colonial. Los americanos querían participar en el gobierno de sus propios asuntos e igualmente, tener libertad de comercio, ya que el sistema de monopolio sólo les permitía comerciar con España. Era igualmente fundamental instruir a las mayorías analfabetas e introducir una nueva actitud respecto a la mano de obra barata en que se basaba la economía americana.

Olmedo fue diputado-secretario de la asamblea y miembro de las comisiones de Instrucción Pública, Establecimiento de Beneficencia, de la Comisión Ultramarina, también de las comisiones para informar sobre las medidas que debían tomar las Cortes ante el estado de la Nación española, y de la designada para emitir dictamen sobre la actitud a adoptar si se presentaba en la frontera el rey Femando VII. Aunque no era un orador a la altura del brillante Mejía Lequerica, Olmedo intervino con gran acierto en varios debates, y contribuyó a la abolición de las mitas con un extenso y conmovedor discurso del 12 de Agosto de 1812, documento publicado aquel mismo año por Rocafuerte, en Londres. El 13 de marzo de 1813 fue nombrado miembro y secretario de la Diputación Permanente que debía durar hasta las próximas Cortes. Suscribió la Exposición de los Diputados de América, el 1 de junio de 1813, exigiendo de la Regencia española providencias para la libertad de imprenta, suspendida arbitrariamente en Méjico. En calidad de Diputado Secretario escribió la Memoria de la Diputación permanente, presentada en octubre de 1813, y firmó el decreto de 2 de febrero de 1814, que intimaba a Fernando Vll la jura de la Constitución, para ser reconocido como rey.

En un ejemplo de unidad patriótica y opción solidaria que debería ser nuestra consigna permanente, a la muerte de su entrañable amigo Mejía, Olmedo escribió este epitafio que transcribo parcialmente: “D.

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José Mejía, Diputado a las Cortes de Cádiz por Santa Fe de Bogotá, poseyó todos los talentos, amó y cultivó todas las ciencias; pero, sobre todo, amó a su patria y defendió los derechos del pueblo español, con toda la libertad de un Representante del Pueblo. Nació en Quito: murió en Cádiz en Octubre de 1813, a los 36 años de su edad. Sus paisanos y amigos escriben llorando estas letras a la posteridad.”

Aunque Fernando VII restableció prontamente el absolutismo, la Constitución de Cádiz fue jurada en América, y su legado liberal y anticolonial es notorio en la Constitución de la Gran Colombia (1821), la de Argentina (1826), Chile (1828), Perú (1828), Venezuela (1830), Uruguay (1830), y las de Nueva Granada (1830 y 1832). La labor de los americanos como Olmedo daba sus frutos.

Desempeño mi actividad profesional en la Universidad de Cuenca, y mantengo presente la vinculación entre Guayaquil y Cuenca, sea de manera directa, indirecta o como referente histórico; pues, ambas regiones pertenecieron en el pasado al virreinato de Lima. Al investigar en el Archivo General de Indias en Sevilla, encontré un legajo con documentos sobre la relación que menciono. Durante la colonia, Guayaquil mantuvo una permanente queja por su dependencia del obispado de Cuenca, creado en el siglo XVIII, que obtenía sustanciosos beneficios del diezmo proveniente del puerto, sin que Guayaquil se viera favorecido proporcionalmente. Luego de un extenso historial de reclamos dirigidos a la corona, los diputados guayaquileños ante las Cortes, José Joaquín Olmedo y Vicente Rocafuerte, pidieron en 1813 la erección de un obispado independiente, conscientes de la importancia comercial del puerto y de la necesidad de atender espiritualmente a los habitantes de la provincia. Pero Guayaquil debió esperar hasta 1838 para contar con una diócesis propia. En realidad, los guayaquileños no se sentían especialmente atraídos por el oficio sacerdotal, y, para decirlo con cierto humor, no existía punto de comparación con la devoción que mostraba la población azuaya.

La República de Colombia fue constituida en diciembre de 1819, pero Guayaquil declaró su independencia al año siguiente, ante el peso de las crecientes exacciones tributarias que la Caja Real de Lima imponía a comerciantes y hacendados de la costa para financiar los gastos ocasionados por los grupos independentistas. El gran prestigio de Olmedo y su ascendiente ético motivaron su elección como

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presidente de la nueva república por una junta de notables, para la cual buscaba preservar el derecho a decidir su futuro. Cuenca había estado tradicionalmente unida a Guayaquil, y junto a Loja declaran sus respectivas independencias, el 3 y el 18 de noviembre de 1820.

No obstante, en 1822, Quito y Cuenca aceptan incorporarse a la República de Colombia. Guayaquil rehúsa hacerlo y Bolívar interviene personalmente. La anexión de Guayaquil a Colombia y la entrevista de Bolívar con San Martín son los dos grandes hechos históricos de 1822.

Olmedo, partidario de un estado confederado y ofendido por las acusaciones de divisionismo, abandona el país ese año. Aquel americanismo liberal que había movido su actuación en Cádiz se hacía nuevamente presente. Se trata de un rasgo digno de la mayor admiración. Quiero subrayar este aspecto, más aún, si consideramos que América Hispana libró su lucha por la independencia con escasa ayuda exterior y apoyándose básicamente en su propio esfuerzo. En función de su amplia visión americanista, Olmedo, exiliado en Perú, fue diputado por Puno en el Congreso Constituyente de Lima en 1823 y firmó la primera constitución peruana. El mismo año viajó a Quito para entrevistarse con Bolívar y hacerle presente la crítica situación peruana. Luego de informar a las autoridades en Lima sobre su entrevista, regresó a Guayaquil en 1824. En 1825 recibió del Perú los derechos de un nacional y en calidad de Agente Diplomático de ese país, se trasladó desde Guayaquil a Europa, donde desempeñó sus funciones en las cortes de Gran Bretaña, Francia, Roma y España, entre 1825 y 1828.

Aquella grandeza de miras, ese sacrificio personal en una época en que los viajes transatlánticos y la subsistencia en Europa eran una experiencia de vida muy dura, acrecientan, si cabe, nuestra admiración por Olmedo y su ejemplo. Había comenzado el período de “la república de ciudadanos”, que se extiende aproximadamente entre 1825 y 1850.

En mayo de 1830, los notables de Quito deciden buscar una identidad nacional fuera de Colombia. Convocan a un cabildo abierto y confían el mando civil y militar a Juan José Flores. El 23 de septiembre de 1830, el ahora Presidente Flores, elegido por un Congreso Constituyente junto a José Joaquín Olmedo como Vicepresidente, sanciona la primera

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Constitución del país. Se trataba de un documento ciertamente confuso, resultante de un acuerdo entre élites regionales, que establecía el estado del Ecuador sobre la confederación de los departamentos de Quito, Azuay y Guayaquil, y lo declaraba unido con los demás estados de Colombia. La Constitución proclamaba el principio de igualdad de representación de los departamentos, lo que se oponía al sistema democrático de representación popular, proporcional al número de habitantes. Además, a la igualdad de representación de los departamentos debía corresponder, según la Constitución, igualdad en las contribuciones al estado, lo que era evidentemente inequitativo.

Estos dilemas muestran que desde un comienzo aparece el regionalismo como pacto fundante del Ecuador, un acuerdo que favorecerá la inestabilidad al reclamar periódicamente su reorganización en nombre de la protección a los derechos de cada región. En 1835, luego de dos años de guerra civil porque el pacto se había disuelto y había que reorganizarlo, en palabras de Rocafuerte, la Asamblea Constituyente de Ambato presidida por Olmedo, quien en su primera intervención critica la fragilidad de las instituciones y los gobiernos -tal vez esa voz crítica resuene actualmente en nuestros oídos-, aprueba una nueva Carta donde se consagra el principio de descentralización, basado, esta vez, en la provincia como unidad administrativa. Los analfabetos y los pobres continuaban siendo excluidos de la representatividad política.

El problema de la inestabilidad generalizada, del ejercicio del poder y de las formas de gobierno preocupaba hondamente a las élites, y no es de extrañar que quienes hubieran comenzado reivindicando la libertad, acabaran reivindicando la autoridad. El pensamiento y la práctica política en el período posterior a la emancipación tendían a favorecer un ejecutivo fuerte y centralizado. Durante las guerras de independencia, estas tendencias se justificaban por la necesidad de derrotar a España y defender los nuevos estados. Tras la guerra. cambiaron las preocupaciones. El desorden político continuado y el empeoramiento de las expectativas económicas persuadieron a las élites de la necesidad de gobernar con mano dura si querían evitar la anarquía y la guerra civil. De manera que cuando en la segunda mitad del XIX, García Moreno lamenta la insuficiencia de las leyes para contener el caos social, el historiador Julio Tobar Donoso nos recuerda que se trataba de una antigua doctrina en el país,“patrocinada por Rocafuerte y Roca, por Olmedo y Noboa, por Ascásubi y Gómez de la Torre”.

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Las rivalidades regionales al interior de las nuevas repúblicas dieron lugar a serias desconfianzas que contribuyeron a intensificar la gravedad de los conflictos políticos. La puesta en vigencia de la ley general de impuestos del 5 de junio de 1843, sumada a la posibilidad constitucional de una nueva reelección del presidente Flores, ahora provisto de facultades extraordinarias, llevó el descontento a un clímax en el país. Mientras la Sierra insistía en una economía proteccionista, las élites guayaquileñas rechazaban el aumento del impuesto de aduanas establecido por Flores.

A fines de octubre de 1843, 250 prominentes vecinos y comerciantes de Guayaquil, entre ellos, José Joaquín Olmedo y Diego Noboa, solicitan la supresión de las recientes leyes fiscales y exigen un Congreso extraordinario para reformar la Constitución. Pero ciudadanos de Manabí, Azuay, Laja, Azogues, Machala, Babahoyo, Santa Elena y Daule, rechazan esta propuesta, a tan solo 7 meses de haberse aprobado la Constitución anterior.

El Presidente viaja entonces a Guayaquil, decreta el retorno al anterior arancel de aduanas, y de regreso en Quito, renuncia a sus facultades extraordinarias. El ministro de Hacienda de Flores, el ilustre azuayo Benigno Malo, apoya la creación de una Bolsa de Comercio en Guayaquil, entidad que se instala el 28 de septiembre de 1844. Inútil esfuerzo: Rocafuerte desde Lima llamaba a luchar contra “el pérfida tirano de Venezuela” y enviaba armamentos para los revolucionarios. El descontento se había difundido también por toda la sierra. Un comprensible resentimiento popular contra los acaudalados, el rechazo mestizo a igualarse en el tributo con los indios, la resistencia local al gobierno central dirigido por un militar venezolano, todo ello jugó un papel en la violencia desencadenada y contribuyó a la caída del Presidente.

El 6 de marzo de 1845, el Guayaquil liberal derroca a Flores en medio de la primera crisis económica realmente grave del Ecuador, y pone el gobierno en manos de un triunvirato formado por Olmedo, Roca y Noboa quienes, aunque guayaquileños, representaban a los departamentos de Quito, Guayaquil y Cuenca, en un intento de unidad nacional. El movimiento marcista permitió la consolidación de algunas conquistas que, al menos teóricamente, se mantendrían en el sistema republicano: soberanía popular, criterio representativo y alternativo, igualdad ante la ley, libertad civil, independencia del poder judicial. El 3 de octubre de 1845 se instala en Cuenca una Convención que

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buscaba orientar al país hacia un rumbo distinto del período floreano. La elección de Cuenca como sede, una suerte de árbitro político, quería, una vez más, subrayar el carácter nacional del movimiento marcista. Olmedo presenta su candidatura a la presidencia de la República, pero la Convención elige a Vicente Ramón Roca, adinerado comerciante guayaquileño, quien gobernará con una nueva Constitución.

La entrañable amistad de Olmedo con otro americano notable y no siempre debidamente valorado, el mariscal José Domingo de La Mar, nacido en Cuenca en 1778, de familia guayaquileña y muerto en el exilio en 1830, marca un eslabón de vida al que permanecerá fiel hasta sus últimos días. Debo decir que es impresionante la nobleza de espíritu de Olmedo, y recomiendo particularmente la lectura de su correspondencia privada y oficial. Estando en Paita por razones de salud, recibe en febrero de 1846, la comisión del gobierno ecuatoriano de reclamar ante el Perú los restos del mariscal La Mar. El gobierno peruano se niega a acceder y Olmedo viaja a Lima para negociar la petición mediante diplomacia directa, aunque sin éxito. Nos queda el discurso que posiblemente había preparado para honrar al distinguido militar y amigo, quien sería, finalmente, inhumado en Lima, el 4 de marzo de 1847.

Habían transcurrido varias décadas entre el proyecto de Cádiz y el tortuoso juego del poder que sucede al ciclo de las fundaciones nacionales. La república de ciudadanos sufría las consecuencias de la ambigua actuación liberal en el continente, y la sociedad exigía dar paso a la república de los hombres y de la gente. En medio de la fragmentación y la pobreza que agobian a la América emancipada, Olmedo siente desencanto y agotamiento. El 31 de enero de 1847, días antes de su muerte, escribe a otro entrañable amigo, Andrés Bello, el humanista más distinguido del siglo XIX: “Hace muchos años que, con mucha frecuencia, me asalta el pensamiento de que es incompleta, imperfecta, la redención del género humano, y poco digna de un Dios infinitamente misericordioso. Nos libertó del pecado, pero no de la muerte. Nos redimió del pecado, y nos dejó todos los males que son efecto del pecado. Lo mismo hace cualquier libertador, por ejemplo, Bolívar: nos libró del yugo español, y nos dejó todos los desastres de las revoluciones”.

La consolidación del orden postcolonial era todavía una ardua tarea pendiente. Se anunciaba la era de García Moreno, también guayaquileño,

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aunque portador de un proyecto diferente al de Olmedo.

Hoy, al comenzar el siglo XXI, cuando el estado de derecho acusa vacilaciones y vaivenes, y cuando el fortalecimiento del sistema democrático requiere de todo nuestro apoyo, recordar y rendir tributo a la figura de Olmedo en su integralidad se convierte no solo en un homenaje, sino en una forma de memoria que encierra lecciones de enorme valor para el presente. Pienso que no corresponde desligarlo de su tiempo histórico -que no es necesariamente asimilable al tiempo cronológico-, ni tampoco, como sugería en un comienzo, proyectarlo a manera de mito. Lo que efectivamente está a nuestro alcance es retener y multiplicar aquella voluntad de independencia, de libertad, de cambio social y de respeto al individuo, todo ello movilizado con una ética intachable en un modelo de práctica política y ciudadana, de la cual José Joaquín Olmedo fue un notable exponente, y que debería constituirse para nosotros en un ejemplo a seguir.

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Silvia G. Álvarez

La renovación de la identidad montuvia en el contexto relacional con el cholo-comunero

i relación con las poblaciones ribereñas de la Costa ecuatoriana, comúnmente identificadas como montuvios , se ubica en dos

momentos diferentes de la negociación política de los sectores campesinos con el Estado. En los años 80 se consolidaban las organizaciones cooperativas que se habían constituido con la Reforma Agraria de los años 60 y el Decreto 1001 de los 70. Se trataba de transformar y abolir las formas de trabajo precario que predominaban en la agricultura, y expropiar y ocupar las tierras sin uso productivo: una manera de responder a la creciente demanda y presión que resultó de la organización y movilización generalizada de los sectores rurales (Barsky, Díaz Bonilla, et.al, 1982).

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Un trabajo prolongado de varios años (1980-1986) en la zona de la Baja Cuenca del Guayas constituyó mi bautizo como antropóloga en la región ribereña, formando parte de un equipo multidisciplinar que investigaba sobre tecnologías hidráulicas precoloniales denominadas campos de camellones. En el ámbito sociocultural, nos centramos en analizar las formas de organización y el manejo de los recursos naturales (Álvarez, 1989). Posteriormente, focalicé la atención en los procesos de resistencia y construcción de identidades en las poblaciones indígenas comuneras de la Península de Santa Elena (cholos), tema que continúo hasta la actualidad (Álvarez, 1988; 1991;1999). En ambos casos, ninguna de estas poblaciones formaban parte de los mapas etnográficos nacionales elaborados desde la antropología o por las instituciones oficiales.

En este largo período, muchas cosas cambiaron para las dos regiones. Hasta la década de los 80, la Antropología asumía que, salvo ciertos enclaves culturales, la Costa estaba poblada de mestizos (cholos o montuvios). Estos, ubicados fundamentalmente en las zonas rurales, mantenían ciertos rasgos folklóricos que los ataban a tradiciones alejadas de la modernidad urbana. En los años 90 irrumpe, con sorpresa para la mayoría de los sectores sociales, un movimiento indígena nacional que había gestado una fuerte organización política capaz de renegociar derechos colectivos y recursos para su desarrollo. El movimiento indígena encabezado por la CONAIE transitó desde las reivindicaciones puramente étnicas, al cuestionamiento de las consecuencias que el modelo neoliberal ha generado para el conjunto de la sociedad ecuatoriana. Al interior de este movimiento se reubicaron muy temprano las Comunas del cordón costero marítimo . Sin embargo, no sucedió lo mismo con las comunidades ribereñas que habían recibido tierras con las reformas agrarias.

Mi regreso a una zona identificada como de población montuvia se produce nuevamente en esta coyuntura de afianzamiento del movimiento indígena nacional, cuando el reconocimiento a la diferencia permite una mejor posición en el acceso a los recursos del Estado. La situación política de la “región montuvia” había cambiado desde los años 80 en que las Cooperativas eran el signo de distinción organizativa que se promovía para resolver los graves conflictos de desigualdad social que prevalecían en el campo costeño ecuatoriano. Frente al fracaso desarrollista de las cooperativas, parte de las poblaciones campesinas que hasta entonces sostenían sus derechos fuera del marco étnico, ahora transitan a un

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proceso de transfiguración cultural. Esta opción resultaría de buscar una mejor ubicación en el marco del reconocimiento emprendido por el Estado de lo pluricultural y multiétnico en su composición nacional.

En el año 2000, cuando regreso como antropóloga a la zona del Cantón Paján, percibo un movimiento campesino en proceso de revitalización identitaria, que reivindica, elogia y pretende emular los logros del movimiento indígena. Más aún, algunos de los Alcaldes que allí y en otros municipios (Baba, Salitre) gobiernan, se identifican como representantes del “pueblo montuvio” (Anexo 1). En Paján, durante la IIª Asamblea Provincial del Pueblo Montubio de Manabí (22-7-2001), en los discursos de los dirigentes se superponen y combinan los criterios tanto de clase como de etnicidad en la construcción de la identidad que se asume. Esta pasa a ser asociada tanto a rasgos culturales (etnicidad), como a la condición social campesina (clase). También en ese congreso se trata de delimitar un espacio geográfico montuvio que no necesariamente coincide con las representaciones que hacen los medios de comunicación, que habitualmente lo extienden al territorio comunal cholo.

Políticamente, el movimiento campesino había conseguido del gobierno la creación de un ente similar al indígena, el Consejo de Desarrollo del Pueblo Montubio de la Costa Ecuatoriana y Zonas Subtropicales de la Región Litoral (CODEPMOC) que cumpliría las funciones de administrar fondos para el desarrollo de ese sector social. El organismo era reflejo de la influencia de la nueva política de negociación de fondos que ahora aparecía “etnizada”, explícitamente dirigida a población con identidad o referentes étnicos. Las distinciones identitarias se mostraban sostenidas, fundamentalmente, en categorías culturales afirmadas en un pasado histórico. Su reconocimiento oficial podía derivar en derechos sociales, acceso a recursos y en un ejercicio de las competencias concedidas, ajustadas a las prioridades y valores de la singularidad reconocida (ya sean regiones, nacionalidades o pueblos).

El contexto de la globalización convertido en el nuevo marco de referencia había condicionado vigorosamente la renovación de las identidades locales, en términos de etnicidad. Los rasgos culturales, atribuidos a algunos sectores de la población ecuatoriana, se constituyeron en el requisito para admitir el acceso a los fondos sociales del Estado que ahora manejaban primordialmente las ONG’s. Habían cambiado los signos de referencia, se producían transformaciones en las legislaciones

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y la distribución de fondos, y con todo ello, cambiaba la ubicación de los grupos y las categorías para auto representarse en la modernidad.

Todo este proceso pone de manifiesto la relación inseparable entre política y cultura en todos los planos del quehacer social, público y privado. Lo político impone su marca en las formas que asume la cultura, y la cultura impacta las ideologías políticas. Los signos de identidad se recomponen, se construyen nuevas comunidades imaginadas y las estrategias institucionalizadas, a través de las escuelas, los medios de comunicación o las cartografías culturalizadas, trasmiten representaciones oficiales que intentan consolidarse en lo colectivo. De aquí que resulte, en este caso, interesante revisar el peso del condicionamiento que imponen los contextos en que se expresan las identidades, a la vez que reconocer la relativa ambigüedad de la identidad étnica de los pueblos, y la capacidad de renovación o reinvención de tradiciones culturales para afrontar nuevos retos de supervivencia.

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Creemos que ante la pregunta de: ¿cuáles serán las comunidades culturales elegidas a las que se destinarán fondos de desarrollo?, la respuesta de algunos sectores sociales a esta etapa de etnización de la política presupuestaria, va a ser la reactivación y búsqueda de componentes que consigan ser reconocidos como “cultura genuina”, “tradición”, “costumbres” o etnicidad. Los reclamos por los derechos sociales y la disputa por los recursos, girarán, entonces, alrededor de la dinámica grupo-cultura-lugar.

Esta politización de las identidades, que ha ocupado un momento importante en el proceso organizativo de la población con menores recursos en el Ecuador, obligó a destacar ciertos rasgos culturales como mecanismos para incluir lo montuvio en el campo de la negociación política. En este sentido, el reconocimiento de parte de la población campesina del Ecuador como “pueblo montuvio”, ha sido conseguida por la labor desarrollada de líderes mayoritariamente de origen urbano, que dinamizaron ciertas nociones de autorepresentación colectiva. Estos agentes comprendieron el papel que jugaba la auto definición positiva, y la puesta en valor de una serie de vivencias compartidas en el modo de vida campesino por gentes de distintas regiones de la Costa.

Apropiaron el discurso de la diversidad y recurrieron para ello a todos los recursos disponibles. Estos incluyen desde fuentes literarias, investigaciones clásicas del campo del folklore, producciones de eventos artísticos, hasta las imágenes retóricas que sectores intelectuales, comunicadores e instituciones como la iglesia regional habían producido. Con este saber patrimonial renovado y actualizado, se reclamó el reconocimiento a la existencia y persistencia de un amplio grupo social que reivindica como propios, rasgos culturales atribuidos a la “gente del monte”.

Sin caer en el enfoque instrumentalista de la etnicidad que la juzgaba como un producto final de la manipulación política con el objetivo de mejorar posiciones (Briones, 1998), creemos mejor pensarla como un resultado de la interacción social, como una respuesta dinámica a problemáticas y realidades concretas. Tomar en cuenta el contexto de articulación en que se producen estos fenómenos, referidos más bien a procesos de exclusión o aceptación social (Barth, 1976), antes que naturalizarlos fijándoles en el tiempo un contenido eterno y estable. Como en otros casos, se trata de “ver la cultura y la identidad como algo fluido: algo negociado y tomado, en tanto opuesto a lo adquirido

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y poseído” (Jackson, 1996:466).

A la Antropología actual le cabe la tarea de identificar e interpretar las relaciones entre lo global y lo local, como marco en el que se produce la disputa por los recursos del poder. De manera que parece en estos momentos interesante explorar, un poco, más el carácter que asumen estos procesos identitarios en poblaciones que no han sido tradicionalmente abordadas por esta disciplina en el Ecuador. Intentaremos una aproximación a los procesos seguidos por estos dos grupos sociales asentados en la región costera, enfatizando en lo montuvio, pero insistiendo nuevamente en la capacidad dinámica que manifiestan a lo largo de la historia para convertir la cultura en un eficaz recurso, desde el cual legitimar derechos y posiciones políticas.

Montuvios y cholos comuneros vienen de poblaciones nativas que han compartido inicialmente situaciones de desarrollo independientes, para quedar luego bajo el dominio colonial, en calidad de pueblos subordinados, hasta adquirir, en la República el reconocimiento de una ciudadanía marginal. Desde esta posición, continúan todavía reclamando al moderno estado-nación, derechos socioeconómicos y garantías políticas a sus identidades y modernas formas de vida. En esto, quizá, coinciden los argumentos de ambos colectivos: los montuvios y los comuneros; ambos son negados o deslegitimados en su forma de expresión cultural como medio para acceder a recursos de desarrollo. Los comuneros porque no se corresponden con el modelo de “indio etnográfico” institucionalizado en el imaginario blanco-mestizo y en la literatura antropológica nacional (Alvarez, 1999; Bazurco, 2003) y los montuvios porque son obligados a repensar o reactivar rasgos estereotipados, atribuidos a su condición original, para adquirir derechos y competencias como colectivo.

Lo montuvio: la recreación de identidades frente a la política culturalista.

Los especialistas que han puesto en valor la existencia y desenvolvimiento del pueblo montuvio parecen coincidir en que el rótulo hace referencia, fundamentalmente, a una expresión clasista en la Costa ecuatoriana, en un momento determinado, que coincide con la agroexportación (1830-1929). Lo montuvio es visto como parte esencial de la costa

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ribereña y de Guayaquil, en tanto sostén de la economía, y portador de una dimensión sociocultural y simbólica (Paredes, 2004a; 2004b; El Universo, 27 de agosto del 2003).

Tiene, por lo tanto, una clara relación con lo laboral y con las particulares condiciones que se establecen en el sistema de producción regional capitalista en una época dada. Esta prioridad de la posición de clases no significa que carezca de manifestaciones culturales específicas, que distingan a lo montuvio como conjunto. Sin embargo, no parece que sea la manifestación cultural singular, la base histórica sobre la que se sostiene la condición social y solidaridad desarrollada por parte de esta población campesina.

Algunos autores han remitido el término montuvio a ser parte de un colectivo más amplio, el de los mestizos. Como tal, lo catalogan como un “subetnónimo” que estaría caracterizando ciertas peculiaridades culturales específicas de esa comunidad regional, a la vez que recientemente, habría adquirido connotaciones positivas para los protagonistas. Términos que aluden a lo mestizo como “montubio, chazo, chagra, pupo, chola cuencana, morlaco y chulla” han dejado de ser apelativos peyorativos debido a “la necesidad de autovaloración que demandan los nuevos ricos del sector rural y a la labor reivindicativa de la cultura popular llevada a cabo por la intelectualidad contestataria” (Espinosa Apolo, 1995: 208).

Habría que medir, hasta qué punto esta reivindicación se queda solo en esas capas sociales privilegiadas, y ver si este proceso de auto reivindicación consigue ser asumido por un conjunto más amplio de la población, así como, cuestionarse cómo la “cultura popular” ha conseguido capacidad para confrontar los estigmas que marcan a los sectores sociales rurales.

Esta misma idea de adscripción a una identidad mestiza es la que sostienen otros autores que apuntan a la supervivencia renovada de lo montuvio, a través de los siglos, como distintivo del agro costeño ribereño: “Refundidos en las haciendas de la cuenca alta del Guayas, lejos de los poblados y como desentendidos de los grandes problemas nacionales, sobreviven los últimos grupos de auténticos montubios, de los cuales apenas un reducido número ha obtenido la propiedad de la tierra. El resto se mantiene trabajando para nuevos propietarios o herederos de las que fueron grandes haciendas cacaoteras, bananeras,

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ganaderas, arroceras, etc.” (Estrada, 1996: 270).

Es a través de la literatura, especialmente la que produce el “Grupo Guayaquil”, que en la década de los 30, lo montuvio, como expresión de las clases menos favorecidas, se visibiliza en la escena social del Ecuador. La voluntad de un colectivo de escritores que se compromete a exponer una forma de vida que pretendía ser ignorada desde las letras clásicas, abre la puerta literaria al agro costeño. Dirá un analista que “El alegato, la denuncia y la protesta frente a circunstancias socioeconómicas vituperables”, distingue la ideología de este grupo bajo el lema: “la realidad y nada más que la realidad” (Humberto Robles, 1997).

Son principalmente los trabajos de José de la Cuadra, los que resaltan las particularidades que para esa época identifican a los montuvios. En su ensayo El montuvio ecuatoriano (1937) y en otras novelas “montuvias”de este autor emblemático, los analistas actuales encuentran razones que evidencian búsquedas de las señas de identidad de una parte representativa de la sociedad ecuatoriana de esa época:

“De una literatura inspirada en los libros y, mayormente, en las peripecias amorosas de una pequeña burguesía, gentil y urbana, de la Cuadra se vuelca más y más hacia la experiencia inmediata, propia del antropólogo (del etnógrafo) y del sociólogo. Experiencia en que la voz de una realidad tremenda y fabulosa--la de la colectividad montuvia, rural, usurpada--reclama un papel protagónico. Experiencia que pone de manifiesto, además, las vivencias y agencias de un dotado autor/escritor ecuatoriano, costeño, de izquierda--de la Cuadra--en búsqueda de una pauta que apunte hacia una creadora y moderna definición de sí y de la nación. El montuvio ecuatoriano(...) en el fondo constituye un deslinde interpretativo de la identidad cultural de la comunidad montuvia (¡y, por extensión, de la Costa del Ecuador y de la nación entera!)--pretende una conclusión o prueba de que el mundo novelístico, el que de la Cuadra había venido gestando y forjando desde ya hacía algunos años, tenía un fundamento empírico” (Robles, 1996).

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Desde esta producción literario-etnográfica se percibe y reconoce lo montuvio como parte del mapa cultural del país: “Este montubio, individuo de origen múltiple, forjado en la vida y trabajo del agro costeño, históricamente ha sido y continúa siendo, el soporte social y económico de la gran cuenca del Guayas. Sobre sus hombros y espaldas sudadas, en los arrozales, cacahuales, cafetales, bananales, a través de los tiempos, ha descansado la economía que sustentó a todo el país hasta la aparición del petróleo.” (Gómez Iturralde, El Universo, 2003).

Si lo montuvio existe como realidad pensable, tangible y dinámica, los componentes de su cultura, sin embargo, se van a objetivar en el imaginario colectivo, a partir de un inventario de rasgos muchas veces estáticos, desprendidos de la versátil y conflictiva realidad campesina. Las representaciones hegemónicas los alejan de las contradicciones de clase que los producen como entidad social.

La imagen estereotipada se traduce en una población que vive en el campo, “el que vive en las riberas de los ríos”. El montuvio monta a caballo, usa machete y sombrero de paja, vestido con una camisa blanca sin cuello, la cotona y el pantalón de trabajo rayado (“de casinete”). Habita en casas en alto de caña, madera y techo de cade o bijao, con pocos muebles que incluyen el petate para dormir o comer en cuclillas, el baúl y la fresca hamaca de mocora. Como rasgos lingüísticos mantiene una entonación particular, y como conducta, un sentido del humor ingenioso e irónico, improvisa amorfinos, practica el rodeo y las peleas de gallos; todos rasgos primordialmente, masculinos, algunos de los cuales se comparten en las tareas del campo con las mujeres. Un conjunto de conocimientos, valores y creencias alejan las prácticas de vida montubia del modelo urbano dominante. Se le atribuyen, así, una serie de costumbres, conductas y tradiciones que contrastan con las de otros grupos con los que se relaciona o convive (indígenas, cholos, blanco-mestizos, urbanos). Lo montuvio va a quedar cautivo de la literatura inicial, resumido en un conjunto cultural estanco, fijo, autónomo de periodizaciones históricas o de cambios sociales y situacionales.

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Se consolida una imagen folklorizada, congelada en el tiempo y en el espacio, sin perspectiva relacional. Precisamente, por eso, se ha señalado que se impone la idea en ese imaginario, de que lo montuvio como identidad se diluye al contacto con las realidades urbanas (Pallares, 2002, Ms).

Es interesante destacar la búsqueda, durante la última década, de referentes histórico-geográfico-culturales, por parte de los líderes del movimiento político montuvio. Y aunque los discursos de estos actores no signifiquen la mera realidad, constituyen indicadores expresivos que merecerían análisis y discusión. ¿Qué los conduce a orientarse hacia una reivindicación étnico-cultural, cuando los especialistas habían calificado al grupo de aculturado y mestizo?

La nueva organización política regional comenzó hace casi una década, denominándose “Movimiento Campesino Solidaridad”, para luego transformarse en “Movimiento Montubio Solidaridad”. En el ámbito del imaginario culturalista que domina el escenario de la política actual, las prácticas de los nuevos dirigentes y líderes locales y regionales montuvios se orientaron a reubicar el movimiento, tratando de insertarlo, inicialmente, en el conjunto de las organizaciones indígenas. Apelaron a la fuerza de la alteridad como discurso reivindicativo para reclamar la igualdad. Buscaron, en un primer momento, referentes históricos, arqueológicos, geográficos y etnográficos que fundamentaran sus derechos y demandas. Activaron la memoria y sacaron del olvido componentes culturales que les otorgaran el derecho de existir. Esto continuó con el intento de demostrar su pertenencia indígena, adscribiéndose como parte de las “etnias Manta-Huancavilca”, y los pueblos que serían descendientes legítimos de esta sociedad precolonial. Tenían la intención de ser admitidos y reconocidos como un pueblo incluido en la CONAIE. El reclamo de igualdades sociales, económicas, políticas y culturales, seguía la misma línea que encabezaban las organizaciones étnicas, pero la diferencia radicaba en dos aspectos: no ejercían ni reclamaban derechos colectivos territoriales y pedían la condonación de las deudas bancarias individuales de los campesinos.

Este proceso pone de manifiesto dos aspectos: el prestigio nacional alcanzado por el movimiento indígena y su influencia en la reivindicación de la adscripción étnica, y lo permeable de las fronteras de la identidad. Antes que estancarse en una clasificación atribuida, el ser mestizos, se

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observa la facilidad con la que se trasponen las fronteras, mediante la reivindicación, antes oculta o enmascarada, del origen indígena del grupo. Un proceso de transfiguración étnica, identificándose con una población que, unas décadas atrás, se estigmatizaba.

Estas iniciativas de convertirse en un agregado de la CONAIE no prosperaron, ya que no se les reconocieron sus atributos culturales y su adscripción histórica como “Manteños-Huancavilcas”. La categoría de mestizos los excluyó de la organización. Se había levantado una barrera entre la imagen de lo indígena y lo campesino, construida a partir de rasgos culturales asignados desde lo exterior (Bazurco, 2003). Esta situación que políticamente fragmenta aún más la organización y la lucha de los movimientos sociales, consiguió imponerse.

La táctica de los dirigentes montuvios derivó, entonces, hacia la reivindicación de una identidad cultural diferenciada que fundamentara el derecho a recursos económicos exclusivos, paralelo al de los indígenas. Fue necesario posesionarse de una geografía propia, incluso reorientar el origen precolonial y renovar una serie de tradiciones atribuidas y sentidas, para recrear un modelo que los nuevos interlocutores políticos del Estado pudieran admitir.

Esto condicionó la construcción de referentes de lo montuvio, en relación y oposición a lo indígena para poder conseguir un lugar desde el cual disputar los actuales “recursos etnizados”. De aquí que lo montubio asuma formas y contenidos en relación con el nuevo contexto globalizado que lo obliga a seleccionar componentes culturales vinculantes. Lo relevante ha sido la transacción dinámica e inmediata con la que consiguieron evitar la marginación y obtener una nueva posición en el escenario de la política gubernamental. Al mismo tiempo, exploraron y no han abandonado el camino de adscripción a su bagaje aborígen-arqueológico.

En estos años de lucha por el reconocimiento político se recopilaron fuentes documentales, se crearon grupos de investigación de la tradición oral y musical montuvia, se recibieron apoyos de las misiones diocesanas vascas que tienen una activa presencia en la región, y se reforzaron las representaciones organizativas públicas que ya existían. Recientemente se creó el Instituto Regional de Cultura Montubia, por parte de un variado grupo que incluye desde intelectuales hasta hacendados y alcaldes interesados en preservar y difundir aquello que

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representaría la identidad del habitante del agro costeño (Ordóñez, 2004:380). Todo aquello que contribuyera a actualizar las identidades atribuidas fue activado muy rápidamente para dar legitimidad a la existencia y demandas de este colectivo social. Aquí se mezclaron intenciones, intereses, prácticas y concepciones de muy diversa procedencia que no escaparon a los estereotipos que había consolidado la sociedad nacional sobre el “ser montuvio”.

En algunas redacciones periodísticas aparece todavía superpuesto y confundido en lo campesino, lo montuvio y cholo comunero. Las imágenes de ambos colectivos son concebidas como realidades indiferenciadas o formando parte de una misma clase social. Esto se evidencia, especialmente, en los medios de comunicación social. En el especial que El Universo dedicó a los 100 años del nacimiento de José de la Cuadra (El Universo, 31 de agosto del 2003), se mezclan artículos conmemorativos de la obra del escritor con referentes a la población que se quiere clasificar como montuvia. Campesino de la costa y montuvio se asimilan y generalizan aislados de la zona urbana. De esta manera, por ejemplo, se designaba a los habitantes de una antigua comuna indígena de la Península de Santa Elena (San Lorenzo del Mate) como gente montuvia. Los encasillaban así, por supuestos rasgos que coincidían, a veces forzadamente, con el estereotipo cultural montuvio (Soria, El Universo, 31 de agosto del 2003).

Los periodistas y el público en general no suelen diferenciar entre poblaciones con tenencia colectiva de la tierra, organizadas en comunas que ejercen el poder político mediante sus asambleas y son representadas por sus Cabildos, de aquellos propietarios privados de tierra asociados algunos en cooperativas, comités o movimientos políticos específicos, que originalmente estaban sometidos a las haciendas . Tampoco se asume que los propietarios de muy diversos estratos socioeconómicos (desde medianos hacendados hasta minifundistas) coexisten en el campo con otros sectores como los jornaleros sin tierra, los pescadores, los comerciantes, los artesanos, y hasta los agroindustriales. Todos ellos, formando un conjunto heterogéneo y articulado al mercado, y por supuesto, a las ciudades, ¿con diversas y conflictivas relaciones de poder. De todo este colectivo, ¿a quién definir como montuvio actualmente? Esta es la dificultad que enfrentan los medios de comunicación cuando trasmiten una idea romántica y anclada en el paisaje de la identidad atribuida a la gente del campo (Arias, El Universo, 31 de agosto del 2003).

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En algunas regiones de la Costa, una marcada influencia de la iglesia católica ha contribuido a través de sus representantes, a imponer una concepción esencialista de lo montuvio como un agregado cultural apegado a tradiciones y valores estáticos, autónomos, e incluso opuestos a la racionalidad del mercado en el que se insertan. Aunque se reconoce el cambio, este se evoca como una fuerza externa y de alguna manera destructiva de lo “genuino”: “Está surgiendo una nueva cultura montubia. La cultura tradicional está siendo fecundada por la cultura civilizada. En este momento histórico cruza el ambiente la gran esperanza de que la nueva cultura haga feliz a nuestro hombre, el montubio” (Goitisolo Arriaga, 1998:108). Esta misma línea, pero con matices, siguen autores que han tratado de compilar aquellos elementos culturales identificados como distintivos, “auténticos” y casi indisolubles a través del tiempo (Estrada, 1996; Ordóñez, 2004).

Uno de los resultados del proyecto misionero vasco ha sido, por otro lado, la exaltación positiva de la identidad y cultura montuvia, la creación de una revista en internet y la fundación de un Instituto de Cultura Montubia en Palenque (El Universo, 29 de agosto 2003:7).

“El 4 de octubre de 2000, hace ya tres años pues, bajo la mirada atenta de San Francisco de Asís que nos observaba con alegría desde su altarcito de la capilla de El Naranjo, comenzó su andadura el Instituto de Cultura Montubia Palenque (...) Los actuales pobladores de Palenque, y de la región de la Costa de Ecuador en general, se llaman a sí mismos “montubios”. No se trata de una etnia definida (como sucede con los indígenas de la zona de los Andes) sino de una mezcla de razas y culturas (personas con ancestros europeos, hombres y mujeres de raza negra, indios, etc.). Se trata de un grupo humano que ha vivido durante siglos en la mayor postración cultural y social. Sin embargo su cultura popular y folklore están aún vigentes y cuentan con elementos de enorme importancia. Por ello, y con la intención de recoger y estudiar los testimonios de la cultura montubia, con la inestimable colaboración del Instituto Labayru de Bilbao...” (www.iglesiapalenque.org.ec/ser.htm).

En otra página de internet, la visión que se ofrece de los montuvios está vinculada, principalmente, a su condición social campesina, a su minorización como cultura y a su posición de pobreza:

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“La Constitución del Ecuador reconoce que es un país pluriétnico y pluricultural. Muchos siglos han mandado los blancos y luego, los mestizos criollos. Hoy, van aflorando las culturas minorizadas, sacan pecho los olvidados y reivindican un puesto al sol los pobres. Claro que las oligarquías de Quito y Guayaquil son blancas, quieren perpetuar ese color de la piel en el mando, pero hoy la población de Ecuador tiene otros colores. Últimamente, son los indígenas quienes más alto han gritado su orgullo de ser indios y, tras ellos, los montubios y afroecuatorianos” (www.elizagipuzkoa.org).

Bajo el lema “Por el verdadero reencuentro de la familia campesina”, el movimiento campesino ha estado presente desde las primeras movilizaciones que dieron lugar al primer levantamiento indígena de 1990, en Quito, tal como puede observarse en el video que se difundió (CEDIME,1991). La Unión Provincial de Organizaciones Campesinas Agropecuarias de Manabí (UPOCAM) declara que lleva 23 años construyendo el desarrollo, identidad y cultura campesina. En su propuesta de desarrollo, la identidad y la cultura juegan también un papel significativo:

“Es importante para nosotros rescatar los valores del montubio manaba como su gran sentido de generosidad y solidaridad, la alegría para vivir y festejar que estamos vivos, pero también el coraje y la valentía para enfrentar lo que se considera injusto, somos un pueblo que ha respondido al llamado de la historia, ahí esta el general Eloy Alfaro y las montoneras que respondieron en su momento. Estas son nuestras raíces y estamos dispuestos a enfrentar los retos que se vienen”. (www.movimientos.org/cloc/confeunassc-ec/).

Posición de clase y manifestación cultural se superponen y jerarquizan de forma ambigua, según los contextos y circunstancias, y según las polifónicas voces que emiten los mensajes a los interlocutores con quien esse interactúa y compite. De aquí que acordemos que “La identidad, así, es un juego ilusorio, pero no por ello menos real que cualquier otro, mirándolo por los ojos y las convicciones de quienes intervienen” (Isla, 2002:13).

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Tras la huelga de hambre en el exterior del Congreso Nacional, por parte de una docena de miembros del Movimiento Campesino Solidaridad, el 31 de marzo del 2001, finalmente se consiguió que el gobierno instituya el CODEPMOC y se les asignen fondos para su desarrollo. En el decreto de creación se estipula que:

“el CODEPMOC para su estructuración realizará un proceso de calificación y registro de las diferentes formas de organización social del pueblo montubio, y de las organizaciones no gubernamentales especializadas en el tema. Los requisitos y procedimientos para el efecto constarán en el Reglamento interno de la entidad” (Registro Oficial. Órgano del Gobierno del Ecuador, Año II, Quito, Viernes 6 de Abril del 2001, Nº 301).

Una vez conseguido el reconocimiento público se observa la disputa por la representatividad del movimiento para acceder a los fondos, y principalmente para disponer de su manejo. Administración que -como en otros proyectos de desarrollo- termina en manos de las ONG’s que se crean para el efecto. Este aspecto fue impulsado desde la década de los 90 y en la práctica, consistió en la delegación de responsabilidades y funciones propias del Estado a la sociedad civil. (Becerra, Betancourt, et.al., 2001).

Aunque la confianza en poder asumir estas nuevas responsabilidades resalta en los discursos de los dirigentes, a la vez que eleva una crítica a la incompetencia estatal, la transformación de las desigualdades no es un proceso que pueda conseguirse solo mediante el manejo directo de fondos; ni mucho menos, la conversión de pequeños campesinos pobres en empresarios autónomos con control de las reglas del mercado.

“Había gente por ahí que decía, ‘A ver, a ver, qué es lo que va a dar este’. No, no, no, el CODEPMOC no es, nada que ver, es nosotros los que tenemos que hacer, todos, nosotros. Ya nos cansamos de andar pidiendo al gobierno y uh, es ahora nosotros que tenemos que decir, ‘allá están los tractores, vamos vengan para acá’, ‘allá está la plata, vengan el apoyo y la ayuda internacional’, ya no tenemos que andar pidiendo, ahora somos nosotros los que tenemos que hacer. (alguien grita ‘¡Viva el pueblo Montubio de Manabí!)... Tenemos mucho que ganar si nos organizamos. Mucho que ganar si nos convertimos en empresarios, para producir, para comercializar y..... ” (L.A. D-004-E-06-2).

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Esta descentralización de fondos impulsada por las nuevas políticas neoliberales ha conllevado, en la mayoría de los casos, a un gran descontrol del uso de los recursos. Se pone en evidencia la limitada capacidad que manifiestan los gestores cuando asumen competencias estatales para la prestación de los servicios que los sectores campesinos reclaman (políticas de precios, control de la comercialización, asesorías técnicas, resolución de conflictos de tierras, etc.). Los nuevos gestores de fondos han terminado limitándose a tareas de tipo asistenciales con escasa cobertura de población, desigual acceso a los recursos y sin coordinación ni estabilidad.

En los artículos periodísticos es habitual apreciar el desconocimiento en muchas zonas montuvias de la existencia del CODEPMOC o la incapacidad para cumplir los objetivos de conseguir mejoras equitativas en las condiciones de vida campesinas (El Universo, 31 de marzo 2004). Las acciones seguidas y los discursos registrados ponen en evidencia las diversas posiciones internas y la desigualdad social entre los miembros del movimiento campesino.

Es indiscutible, sin embargo, que tanto intelectuales, grupos religiosos, lideres y dirigentes, así como las mismas bases campesinas se encuentran en una etapa de plena discusión y concientización del lugar que ocupa lo montuvio en la escena política regional. Tratan de buscar respuestas a inquietudes que les preocupan: ¿quiénes y cómo los representan, y cuáles son sus prioridades y demandas?.

Indudablemente, resalta el amplio espectro de actores sociales incluidos dentro del movimiento, que va desde pequeños y medianos propietarios, agricultores y ganaderos, jornaleros y pescadores, hasta intermediarios de productos y autoridades políticas, todos ellos, también, con muy diversas posiciones ideológicas e intereses encontrados.

La política de fondos públicos orientada a sectores sociales focalizados (indígenas, montubios, afros) ha transferido sobre éstos la responsabilidad del desarrollo. Con lo cual, se ha provocado una dispersa, desigual y desorganizada respuesta por parte de quienes se encuentran suplantando las funciones del estado (Ong’s, principalmente). A estos nuevos dirigentes y gestores no solo se les exige transparencia y honradez, sino también estar capacitados para gestionar coherentemente fondos de uso colectivo. Esto incluye, en este caso, comprometer respuestas públicas a las demandas tan complejas

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y diferenciadas que reclama esta población no étnica. Justamente, durante la realización de la IIª Asamblea Provincial de los Montubios de la Costa Ecuatoriana (Paján, 2001), el representante de la Presidencia del Ecuador, declaraba:

“que si el señor Presidente está apoyando este movimiento es porque él cree que es el único modo en que el pueblo montuvio pueda salir de su empobrecimiento que ha vivido por años y es el único también que cree que sólo, sólo ustedes podrán sacarlo adelante. Eso está claro, por lo tanto quien va a hacer los programas, quien va a hacer los proyectos, quien va a administrar el dinero, serán ustedes mismos a través de sus representantes, porque yo lo único que podré hacer será vigilar, ver y eventualmente denunciar ante ustedes cuando las cosas no se están cumpliendo como tienen que ser” (F.O.D-004-E-06-2).

En una entrevista al entonces Presidente del Movimiento Solidaridad, este explicaba la cantidad de trabajo y trámites que se vieron obligados a realizar para conseguir el reconocimiento como un movimiento social con una historia propia y demandas concretas. En su testimonio daba su versión de la geografía compartida que contiene lo montuvio, en contraste y relación con el movimiento indígena: “los montubios serían los de la Costa y la zona subtropical que sería lo que está en el perfil costanero entre la sierra y la costa”. Al mismo tiempo, intentaba definir el perfil cultural que distingue y diferencia lo montuvio de otros grupos con tradición étnica que, aunque con dudas, sí fueron finalmente incorporados como parte del movimiento indígena nacional, los cholos comuneros de la Península de Santa Elena: “ellos son como comuneros, más bien los tienen los indígenas y los indígenas le pusieron una oficina técnica, en Libertad que hay una oficina del CODENPE”. Tanto las valoraciones positivas que hace en cuanto a la cantidad de gente que se identifica con este movimiento, y de alguna manera, el temor que se siente por su fortaleza organizativa, dan cuenta de la conciencia política que tiene con respecto del lugar que han conseguido alcanzar (Anexo 2).

Por contraste, el representante del gobierno nacional, al ser designado como parte del CODEPMOC, tuvo que recurrir a la literatura para aclararse a quién estaba apoyando, y tuvo que recrear una historia mítica de referencia que legitimara la acción política. Al adjudicarle

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origen arqueológico (Manteño-Huancavilca) al grupo, estaba reconociéndole una identidad genuina, y justificando así, las decisiones gubernamentales tomadas . Una vez más, resalta que para el Estado una parte importante de la identidad se reconoce por la existencia de un pasado aborigen, cuya manifestación arqueológica y expresiones materiales o intangibles, permiten nombrar la diferencia, tanto en lo regional como en lo nacional.

“Buenos días, cuando el señor presidente me llamó, para designarme para ser parte del Consejo de Desarrollo de los Pueblos Montubios yo accedí.(...) Pero también fui a investigar qué significa ser montubio, y aquí leí en algunos libros y encontré esta definición que dice, personas que viven principalmente en las provincias de la costa y descienden de culturas antiguas como la Manteña, la Huancavilca, entre otras. ¿Ustedes saben quién era el cacique Gigüatualí (¿?). El cacique de la confederación Manteña, que antes de traicionar su pueblo cuando llegaron los españoles, le dijo a los jóvenes: ‘van a morir, porque no pueden trabajar para otros, que lo que sea para el mismo pueblo’, entonces señores, ustedes tienen que tomar las riendas, tienen que seguir adelante, tienen que unirse porque ya estoy oyendo, y es la verdad, no tienen nada que perder. Sólo tienen que ganar y para eso tienen que estar unidos. Entonces señores, yo como el representante del presidente y yo a nivel personal porque estoy convencido de que esto, el CODEPMOC, es una de las organizaciones, es la organización que va a sacar adelante al pueblo montubio de su empobrecimiento, lo único que podemos decir es que los respaldamos en todo lo que ustedes hagan” (F.O. D-004-E-06-2).

Identidades que se desarrollan en relación a lo indígena por acercamiento o por contraste, y discursos que intentan construir un grupo inclusivo y diferenciado, a través de la práctica política de la interacción. A estos alegatos de identidad se transfiere el estereotipo de las cualidades atribuidas a la personalidad montuvia: el juego con la ironía, el manejo ingenioso de las palabras, la exaltación del desafío entre lo masculino y lo femenino.

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“Compañeros, gracias por habernos designado Director de esta segunda Asamblea de Manabí, yo decía porque siempre en todas las provincias nos designan a nosotros? porque yo no soy de Manabí, ni de Los Ríos, ni soy del Guayas, aunque nací en Santa Lucía, y soy Luciano, yo soy de cualquier parte donde exista el pueblo montubio (Vivas y Aplausos) (...) quiero pedirles compañeros que demostremos hasta donde somos capaces de hacer por nosotros y por nuestra gente, lo que tenemos que hacer, ya peleamos 8 años en las carreteras, peleamos contra todo el mundo, hoy nos toca la pelea, entre si estamos dispuesto a hacerlo o no. Yo siempre pregunto ¿que tenemos?, que alce la mano alguien que tenga algo, ¿qué tenemos los montubios? (¡NADA! Responden), sino tenemos nada ¿qué tenemos que perder? (¡NADA! Responden). Hace 24 años los indios le dijeron, indios que tienen ¡Nada! decían los indios, entonces si nos organizamos si tenemos mucho que ganar compañeros (VIVA MANABI VIVA gritan). En este contexto entonces para estar iguales y porque a los indios ni el sol ni la lluvia los corre, ni a los montubios tampoco nada nos debe correr, ni nadie nos debe derretir a excepción de las mujeres por supuesto, que nos derriten me refiero no...(Risas)(...) nosotros somos hombres de campo, hombres de fuerza, no hay que temer nada” (...)Bien, a escuchar ahora un poquito de baile, no? A mi no se me gasta la garganta y yo tomo cerveza y yo fumo, por qué? porque el espíritu es el que manda, el espíritu, yo tenía un abuelo que tenía 92 años y tenía tres peladas...” (L.A. D-004-2-E-06).

Las confrontaciones de género y la disputa de espacios de poder que ponen en evidencia los conflictos internos, y las desigualdades que las atraviesan, también se proyectan en los discursos. ¿Qué pasa con las mujeres montuvias, cuáles son los rasgos que actualmente las identificarían, sus necesidades particulares; cómo perciben ellas a los hombres y cómo los hombres las ubican en el campo del juego político público y privado? A nivel público, por lo menos, las mujeres que lideran organizaciones de lucha declaran lealtad a un modelo de dirigencia dominado por lo masculino y caracterizado como valiente, temerario y peligroso. Aspectos estos que fueron reproducidos, también, en los textos de José de La Cuadra y en la filmografía nacional con la película “La Tigra”.

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Es evidente en los pocos casos investigados que las mujeres campesinas del litoral ecuatoriano se encuentran ubicadas en la última escala de las posiciones sociales. Situaciones que las excluyen o marginan habitualmente de los puestos de poder político formal. Esto lo notamos en las 20 organizaciones cooperativas investigadas, donde, solo en una, las mujeres formaban parte de la directiva y pocas figuraban en las asociaciones. Esto tenía que ver, fundamentalmente, con la falta de educación formal (alfabetización), que les impedía acceder a cargos como el de presidente de cooperativa para el que era obligatorio saber leer y escribir (Álvarez, 1989). La discriminación de genero se traduce en una desvalorización de las mujeres en todos los ámbitos de la sociedad, en su rotulación como inferiores, y en la asignación de papeles que a su vez, se catalogan como secundarios (la reproducción doméstica) o son depreciados. A esto hay que sumar el rechazo social cuando las mujeres se salen de los roles asignados; y que al estigma con que se las señala, se suman otros o se combinan con estereotipos desvalorizadores, ya sea por su condición campesina, étnica, emigrante, trabajadora sexual, etc. (Juliano, 2004).

En el Congreso Montubio, quienes hablaron a nombre de las mujeres, fueron los hombres, o mujeres que excepcionalmente los representaban. La adulación y la grandilocuencia destacaron en los mensajes. Estos resaltaban el papel de las mujeres en la lucha política del movimiento, a la vez que contrastaban con el predominio masculino en el evento.

“A nombre del pueblo montubio del Guayas, seriamente unidos y organizados, compañeros delegados reciban un caluroso y fraterno saludo y a la vez en nombre de mi pueblo y a nombre de una de las mujeres mas berracas de la costa ecuatoriana, les hago una invitación muy cordial a los compañeros de aquí Manabí para el día de mañana compañeros, porque no vamos a permitir que ningún malcriado, mangajo y déspota como el señor secretario ejecutivo quiera hacernos daño, nosotros hemos estado 8 años luchando y no le vamos a permitir que nos quiera hacer daño, yo seré una de las primeras que cogerá la batuta para estar adelante, basta, ya dijimos que dentro de nuestro movimiento no vamos a permitir ninguna corrupción, ya tuvimos la experiencia con ese señor E. G., por culpa de él perdimos de estar ahí

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adentro, entonces no vamos a permitir que este mangajo vayamos a tener problema, tenemos que mañana ir con una decisión firme, ir con la valentía posible, mañana las mujeres ir preparadas para estar allá” (Aplausos) (I.M., Presidenta provincia del Guayas).

“Viva la mujer montubia de la costa ecuatoriana ¡VIVA!, yo le he preguntado quién es la mujer mas berraca, saben por qué, soy de Santa Lucía donde los hombres y mujeres son berracos, y por eso decía porque ya nos están amenazando(...).

“...Y quiero dirigir unas palabras importantes a la mujer, la mujer, que muchas veces dicen que detrás de un gran hombre hay una gran mujer, yo no creo, porque detrás de una gran mujer hay hombres, porque la mujer es un factor importante en las luchas, es un factor importante en el hogar, es un factor importante en la sociedad, por lo tanto, yo creo que merecen un aplauso, un aplauso a la mujer campesina, a la mujer montubia.” (F. O., representante del señor Presidente de la república ante el Consejo Nacional del CODEPMOC).

“Bueno, les cuento una cosa, me alegra mucho que los hombres tengan confianza todavía en Manabí. Fabián decía que es verdad, las mujeres son las que han superado muchísimo a los hombres, y especialmente en Guayas, en Los Ríos, las mujeres han tomado la batuta en la lucha y de verdad. Porque los hombres como han sido tan manoseados por todita esa gente, entonces vienen y como que han perdido la fe y la esperanza. Entonces yo hace ocho años decía, ‘Compañeras, mujeres’ decía, ‘si esos maricas no salen a pelear, déjenlos cocinando, déjenlos lavando la ropa y salga usted a pelear carajo’, y las mujeres parece que me hicieron caso. Los mandaron a lavar la ropa, las mujeres son las más duras, oye...” (L.A. D-004-2-E-06).

También se escuchó alguna voz femenina desafiante que con ironía utilizó el juego de la palabra para cuestionar conductas masculinas habituales. De manera tal que, evidenciado el conflicto, inmediatamente fue contestada y callada, escarmentando a su genero con una burla. Una forma de mensaje disuasorio, enfocado a la transgresora, que se extiende como un metamensaje amenzante dirigido al conjunto del cuerpo social (Juliano, 2004).

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(...) “Para eso compañeros, se va a hacer talleres, el CODEPMOC tiene que hacer talleres en todas las comunidades para que ustedes sepan qué es el CODEPMOC, qué tiene que hacer, cómo lo vamos a hacer y qué es lo que vamos a lograr. Porque los discursos no son para chuparte la plata. (una mujer dice, ‘ni para buscarte mujeres tampoco’) RISAS -Bien, dice la compañera que pasó horita por aquí, ‘si porque después cuando cojan plata enseguida dejan a la mujer y buscan a otra’, pero igual para las compañeras, cogen plata y después nos dan una patada en el trasero y se buscan a otro. A pesar de que dice un compadre mío, ‘compadre, cuando hay el fin del mundo, tanta gente que va allá, de donde me voy a agarrar?, de la mujer, de pronto me le agarro de los cuernos” RISAS (L.A. D-004-E-06-2).

Los discursos identitarios ponen en evidencia que son los mismos actores los que están creando o improvisando (Jackson, 1996), a través de una variada mezcla de atributos culturales, referentes históricos, sociales y de genero, una etnicidad imaginada que los represente positivamente como colectivo. Se trata de un acomodamiento flexible, y muchas veces contradictorio a las circunstancias del nuevo contexto nacional que enfatiza la diversidad cultural, promocionando los que serían considerados “códigos indígenas”. Sin embargo, las formas estructurales de dominación social se mantienen, y con ello, la posición marginal y subordinada de la clase social campesina pobre, sea indígena o montuvia.

Lo montuvio como construcción histórica y dinámica.

Lo montuvio no puede verse desprendido, ni desligado de otros sectores sociales, al mismo tiempo que es necesario poner en valor y reconocer los cambios promovidos en sus manifestaciones culturales. Estos son producto de su participación activa y decidida en las luchas por el reconocimiento de sus derechos sociales. Lo montuvio no es algo fijo, trascendente al tiempo, atado a un espacio cerrado; sino que cambia y se ubica en relación con otras identidades, con las que coexiste y se confronta.

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Lo montuvio como referente simbólico condensa también la historia de lucha de un movimiento social con una intensa tradición organizativa en defensa de las clases más desfavorecidas del agro costeño. Sus componentes, sus formas de liderazgo y su representación en el imaginario cultural nacional, los distinguen perfectamente de las trayectorias, también de lucha, emprendidas por el movimiento indígena.

Tomando como punto de partida el impacto que produjo la conquista europea, consideramos que ambas categorías sociales, montuvios e indígenas, constituyen el resultado de opciones estratégicas inversas que buscaban resolver la supervivencia humana, enfrentando la condición colonial que se les impuso. Mientras que los indígenas siguieron pagando tributo a cambio del usufructo de tierras y bienes comunales, amparándose en su singularidad cultural, los montuvios resultaron de los distintos sectores sociales que renunciaron a la adscripción étnica para escapar de sus obligaciones tributarias, ser aceptados por parte del grupo dominante, y beneficiarse de las oportunidades individuales que ofrecía el mercado capitalista (Álvarez, 1999: 150-153). En todo caso, tanto la exaltación de los rasgos culturales o la invisibilidad étnica, constituyeron formas de resistencia de la población sometida a la explotación colonial.

Ciertos procesos histórico-culturales-regionales diferencian claramente a la población de la PSE de la población campesina montuvia del Guayas. La primera está ahora organizada en Comunas con gobiernos locales propios (el Cabildo), representada en Asambleas amplias y participativas, y con títulos de tierra colectivos, muchos de origen colonial. Sus miembros se autoidentifican como cholos-comuneros descendientes de los “antiguos” nativos (Manta-Huancavilca-Punae) (Álvarez, 2002). Por otro lado, la gente del monte atravesó intensos procesos de miscegenación, perdió la tenencia y control de sus recursos naturales, negoció desde lo individual-familiar y terminó insertada en el modelo de producción agro exportador, como mano de obra precaria sometida a las decisiones de los grandes propietarios de las haciendas y plantaciones (Álvarez, 1989).

Antes que por un conjunto de rasgos culturales homogéneos, estamos de acuerdo con definir a los montuvios como los trabajadores (jornaleros y

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luego precaristas) de la agro exportación o producción para el mercado de las haciendas y plantaciones (Willington Paredes, 2003). Aunque es cierto que hacendados y trabajadores declaran, muchas veces, compartir ciertos rasgos culturales (desde la música al rodeo), no ocupan la misma posición social, y esto los coloca en categorías confrontadas. Aunque participan de un modo de vida en el campo ligado a lo laboral y muchas veces utilizan, políticamente, los mismos tipos de símbolos (el machete, el sombrero, las peleas de gallos), sus intereses, jerarquías y proyectos se contraponen y distinguen.

La investigación que pude desarrollar en la Baja Cuenca del Guayas, en la década de los 80, me permitió evidenciar algunos de los cambios socioculturales que resaltaban entre la etapa previa a la conformación de Cooperativas, y los impactos de la aplicación del Decreto 1001, en la región. Las manifestaciones culturales, lejos de permanecer estancadas en el tiempo, se mostraban complejas, dinámicas y articuladas a lo urbano (Álvarez,1989).

Durante la época en que predominó el sistema de hacienda ganadera y luego arrocera o la plantación de cacao, era evidente una marcada diferenciación social que contraponía a dos grupos: los dueños de las grandes propiedades de tierra y los denominados “desmonteros”, aquellos que abrían el monte para la extensión de la producción: una población móvil, fundamentalmente ligada a los deseos de los propietarios y sin acceso permanente a la tierra. Sin embargo, también habían diferencias internas entre los llamados “desmonteros a lo grande” y los pequeños aparceros que mantenían relaciones de mediería o “al partir”. Asimismo, se identificaban los jornaleros trashumantes que eran contratados para ciertos momentos puntuales, así como otros trabajadores que se asociaban a la pesca en los ríos, el pequeño comercio o la administración. Las relaciones entre dueños de haciendas y “desmonteros” se declaraban “etnizadas”, ya que los primeros eran indefectiblemente señalados como “los blancos”, aunque su fenotipo no siempre lo develara.

Este conjunto de sectores sociales que interactuaban entre sí y compartían la vida en el campo, en su mayoría, no tenían acceso permanente a una vivienda, ni a una parcela estable, ni a la libre circulación por el espacio geográfico. Tampoco se permitía el ingreso o contacto regular con la iglesia, ni con la escuela, ya que se imponían los derechos individuales de la propiedad privada por sobre los del colectivo.

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131Esta circunstancia se reflejaba en la casi inexistente alfabetización, evangelización y control del estado sobre la vida doméstica que se llevaba al interior de las grandes propiedades.

Los asentamientos se localizaban asociados al orden fluvial, y al movimiento de las mareas y las estaciones invernales. Existía una movilidad estacional continua entre las haciendas de las mismas familias propietarias. Eran los hombres, principalmente, los que rotaban los trabajos del jornal. Esto explicaría la mayor permisividad en las relaciones sexuales y el tipo de organización familiar que resultaba adaptado a esas circunstancias. La exogamia se limitaba, entonces, por la mayor o menor movilidad de los actores sociales. Si permanecían inmovilizados en una hacienda se restringían las relaciones amplias y diversificadas y se imponía la endogamia, a través de las generaciones. Sin embargo, las numerosas genealogías realizadas tanto a familias agricultoras, como pescadoras y jornaleras, demuestran la existencia de pautas de evitación de ciertos intercambios de pareja. Esto resalta en el caso de prohibiciones concretas para las relaciones entre primos paralelos. Al mismo tiempo, son estimulados los intercambios ampliados, al interior del mismo grupo familiar: por ejemplo, cuando varios hermanos se combinan con un grupo de mujeres hermanas

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entre sí. Este tejido social creado sobre la base del establecimiento de “compromisos” de parejas, es el que dibujará las formas que adquieren los pequeños recintos ribereños. Estos fueron organizados en base al parentesco expresado en la auto-identificación de “todos somos un familiar”. La familia extensa se impone así, por sobre la típica familia nuclear estimulada en el imaginario occidental.

Antes de la Reforma Agraria, el promedio de “compromisos” fijos o “eventuales” de una mujer, en nuestra región de investigaciones, era de tres hombres, indicando esta alternancia, la mayor flexibilidad que existía en las relaciones de género. Las mujeres gozaban en esta etapa de una mayor permisividad y libertad sexual que posteriormente disminuye y afecta su poder de decisión. En estas condiciones, impuestas por el sistema de hacienda, se formaban unidades matrifocales, centradas en las mujeres con sus hijos e hijas, aunque la residencia postmarital preferente era virilocal. Pero al igual que ocurría en la Península de Santa Elena, los compromisos matrimoniales giraban alrededor de la condición productiva que identificaba a los protagonistas. La inclinación era casarse con alguien que tuviera la misma ocupación familiar: agricultores entre ellos, o con jornaleros y pescadores, o ganaderos también entre ellos. Los rituales matrimoniales también coincidían en sus formas más generalizadas. El pedido de la novia se producía en el caso de los sectores más acomodados. Mientras que los grupos más pobres practicaban el rapto fingido, con la fuga de la pareja a una estancia transitoria, hasta que se producía la mediación de parientes, la rendición ante los padres y “el perdón” o la aprobación final del compromiso por el grupo familiar (Álvarez, 1989; 1995).

Con la nueva etapa que inaugura la Reforma Agraria, que impulsa la distribución de tierras, se impone la organización en Cooperativas:modelo gubernamental propuesto para superar el subdesarrollo y la pobreza social. Las nuevas condiciones inciden en el modo de vida y los componentes culturales campesinos que se verán fuertemente transformados. La antigua manera de vivir montuvia se modifica, se actualiza, se renueva y se aleja de los condicionamientos socioeconómicos que la constreñían.

Los aparceros, medieros o pequeños desmonteros quedarán ahora fijos a una parcela y a una zona determinada, formando parte de alguna Cooperativa, como requisito al acceso de la tierra. Se nota una mayor injerencia del estado, traducida en la cedulación de la población, la

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inscripción de los hijos en el Registro Civil, el mayor poder de policía, la presencia de maestros, el establecimiento de escuelas, el acceso a créditos bancarios y nuevos proyectos de evangelización más estables. A nivel de reproducción social, es evidente en las genealogías elaboradas,de las generaciones más jóvenes, la disminución de los “compromisos” y del número de hijos, así como la perenne migración a las grandes ciudades. Aunque inicialmente son los hombres los directos beneficiarios en el reclamo de tierras, poco a poco van surgiendo cooperativas impulsadas, gestionadas y desarrollas íntegramente por mujeres. Las diferencias sociales internas no desaparecen, sino que en muchas ocasiones aparentan acrecentarse. Los antiguos “grandes desmonteros” tienen mejores posibilidades de comprar mayores cantidades de tierras, mientras que los pequeños no tienen otra opción que formar parte de alguna Cooperativa, reclamando las diversas parcelas que alguna vez desmontaron.

En todo caso, el modelo de Cooperativas no consiguió superar las desigualdades, ni alcanzar los propósitos que lo guiaban. Pensado y desarrollado para otras condiciones capitalistas, terminó fracasando y frustrando las expectativas de cambio que se habían generado en la población más pobre de la región “costera y subtropical” del país. Tampoco terminaron los conflictos de tierras, ya que los diagnósticos resaltan el hecho de que en algunas zonas como el cantón Paján, solo un 10% de los 1088 socios del Movimiento Solidaridad censados dicen poseer escrituras, y entre los conflictos mencionan las herencias y la legalización de la propiedad. También se destaca que un 30% de la población ha emigrado a grandes ciudades como Guayaquil y Salinas, y desde ahí, fuera del país (especialmente España e Italia) (Diagnóstico, 2000, MS).

Esta es la población que ahora se embarca en un nuevo reto: levantar como bandera de reclamos un principio de etnicidad que les permita negociar posiciones en el marco del imaginario de la moderna cultura política del estado-nación. Como se ha observado para otros casos, la identidad étnica puede aflorar e imponerse, en función de circunstancias y objetivos particulares, ya que es una identidad latente o en potencia opcional, que se resalta si se considera apropiada para organizar las relaciones con otros grupos sociales (Gros, 2000).

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Lo montuvio y lo Cholo: vinculaciones y diferencias.

Para terminar presentare en forma esquemática algunas ideas sobre vinculaciones y contrastes, comparando información a mi alcance, de la población comunera de la PSE y la población campesina montuvia de la Cuenca del Guayas. Sin pretender un balance exhaustivo pongo orden a algunos datos en sentido relativo, y cito algunas de las principales fuentes utilizadas de la literatura científica que han tratado el tema desde la época precolonial hasta la actualidad. Quizá lo más evidente es que estamos siempre frente a procesos de creación cultural muy dinámicos y flexibles, que responden a la acción social de agentes con una identidad activa o reactiva a los contextos en que se desenvuelven.

MONTUVIOS CHOLOS COMUNEROS

1. Época Pre-colonial-Prehispánica-Precolombina. Algunos rasgos que los distinguen a pesar de las articulaciones que mantienen. (Basado en: Bushnell, 1951; Espinosa Soriano, 1999; Estrada, 1957a y 1957b; Marcos, 1986; 1993; 2002; Mc.Ewan, 1982;1992; Szaszdi, 1977; Szaszdi y León Borja, 1980; Wolland, 1989; Rein-del y Guillaume, 1995; Zevallos, 1934; 1992).

Sociedad Milagro Quevedo – Chonos.Campos de Camellones (Lomas).Complejos de Tolas.Agricultura intensiva.

Sociedad Manteña- Huancavilca- Puna, Indios Costeños.Albarradas (Jagüeyes).Sitios monumentales en cordi-llera Chongón-Colonche.Mercaderes marítimos.

2. Época de Conquista y de impacto colonial.(Basado en: Álvarez, 1991; Dueñas, 1987; 1996; Espinosa Soria-no, 1999; Fauria, 1991; 1995; Laviana Cuetos, 1987; 1995;León Borja, 1964; Relación, 1561; Requena, 1774; Wolland y Wolland, 1989).

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Datos sobre cacicazgos femeninos. (Cacica Dña. Costanza, Cacica María Cayche).Inicialmente siguen las mismas estrategias de negociación o huí-da para enfrentar la conquista y colonización.

Están bajo jurisdicción Cayche y mantienen contactos de transporte de bienes, y de colaboración desde Jipijapa a Daule. Ej. Naufragio Jesús Maria de la Limpia Concepción (1654). Todavía se conserva el apellidoCayche en la Parroquia Colonche.

3. Época Colonial, articulación al mercado capitalista consolidada. (Basado en: Descripción de 1605, Descripción de Requena, 1774, Hamerly, 1973; Recio, 1773).

Haciendas (sobre la base de la venta de acciones de tierras que constaban como “comunales”).Pérdida del control de decisión sobre su territorio y recursos.Recomposición de la población indígena (descenso demográfico nativo, nuevas corrientes migratorias). Proceso de construcción de lo montubio. Con la República: Ciudadanos

Reducciones o Pueblos de indios (sobre la base de un derecho sustentado en lo étnico-cultural).Mantienen control sobre su terri-torio étnico.Proceso de construcción de nue-vas identidades (etnogénesis).Revolución demográfica nativa.Reformas Borbónicas: apertura de mercados, compra de tierras comunales. Con la República, “no personas”. (Pagan tributos hasta 1820, y rige hasta 1857). Sin derechos políticos.Proceso de construcción de lo Cholo.

4. Etapas Económicas de la Región Guayas-Manabí y Formas de Producción.(Basado en: Álvarez, 1989; 2001).

Ganado-Cacao-Arroz-Banano-Camaroneras.Hacienda-Precarismo.

Ganado-Paja toquilla-Tala-Jornal. Comerciantes intermediarios-Grandes Comunidades Indígenas.

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5. Categorías construidas en los discursos de los actores sociales.

“Desmonteros a lo grande”.Pequeños desmonteros, preca-ristas, medieros. Jornaleros. Pescadores.Latifundistas. Intermediarios con el mercado (comerciantes, piladoras).

Comuneros y Comuneras.Cholos. Costeños.Invasores: “los blancos” (hacendados, camaroneras, empresarios).

6. Algunos Rasgos Culturales hasta la Reforma Agraria (1970).

Familia extensa matrifocal.Robo de la novia.Residencia preferente virilocal. Endogamia en los límites de propiedad de las haciendas.Tipo de Vivienda “en barbacoa”.

Familia extensa patrifocal.Robo y pedido de la novia.Residencia preferente virilocal.Exogamia generalizada al territorio de la Gran Comunidad Étnica.Tipo de Vivienda “en barbacoa”.

7. Formas organizativas modernas.

Cooperativas (con la Reforma Agraria, 1964 ; Decreto 1001 de 1970).

Comunas (reconocidas por la Ley de Comunas de 1937).

Ante este panorama en proceso de construcción permanente, cabría concluir que lo que mejor define la situación actual del movimiento Montuvio, son las palabras de un sector de su dirigencia: “Estas son nuestras raíces y estamos dispuestos a enfrentar los retos que se vienen”.

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ANEXOS

ANEXO 1: DISCURSO DEL ALCALDE DE PAJÁN.

Nathael Morán Cevallos, Alcalde del Cantón Paján: “...y para nadie desconocido señores representantes, de que este pueblo de Paján cuando empezaron los movimientos para que se haga efectivo este movimiento de montubios de la costa y de la zona subtropical del litoral, fue el primer pueblo manabita que estuvo en las calles y carreteras (Aplausos), luchando para apoyar a los hombres que estaban en la lucha en diferentes cantones y provincias, y que se encontraban en la ciudad de Quito gestionando para que se cree este organismo...... considero con justísima razón , aquí en Paján hay hombres que se han sacrificado como Ángel Delgado y como el Ing. Jorge Gallo y otros señores que se han unido por la lucha, y como Paján fue unos de los pueblos que se levantó junto a Jipijapa y otros cantones que se hicieron eco de este gran movimiento, yo les ruego a usted Sr. Alvarado, sus delegados y miembros del comité del movimiento campesino que deben tener muy en cuenta a este cantón que es eminentemente agrícola para que la sede se quede aquí, y que nunca se van arrepentir porque yo como alcalde hoy hago otra promesa, de las que siempre he hecho y cumplido, que yo voy a cumplir a cabalidad y voy apoyar y seguir apoyando mas de lo que he apoyado al sector campesino (Aplausos) porque tengo que manifestarles que Paján es el único cantón del Ecuador que levantó la bandera de lucha para que con su fondo hacerle llegar un préstamo a los campesinos de Paján, donde le hemos dado un préstamo alrededor de 600 campesinos, lo que no ha hecho ningún consejo de la república y estoy resuelto que si el año que pasó fueron 600, ojalá Dios quiera, estoy planificando para que el año que viene sean 2000 campesinos que se beneficien de este proyecto (Aplausos), no les podía dar mas porque no habían fondos necesarios pero sin embargo estoy planificando para que la ayuda llegue a los sectores campesinos de la forma mas desinteresada, porque aquí señores, los bancos de fomento liquidaron con sus intereses al sector campesino, y usted señor representante ante el presidente de la república, tiene que decirle y manifestarle que es decisión de todos los hombres del campo que nos condonen todas las deudas del pasado porque no es posible” (Aplausos)....... ¡Viva la segunda asamblea provincial del

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pueblo montubio manabita ¡ VIVA ¡Viva Solidaridad! VIVA ¡Viva ustedes compañeros de base! VIVA (D-004-E-2-06)

ANEXO 2: ENTREVISTA

Ángel: Nosotros también tenemos nuestro movimiento.

Silvia: ¿Y por qué no se unieron a los indígenas?

Ángel: Estuvimos ahí, inclusive nos hicieron hacer un proyecto y ese proyecto nos valió ahora, no en su totalidad porque estamos agrupados. Aquí lo que es el cantón, 42 organizaciones y de las 42, 38 hicimos ese proyecto de cultivo de ciclo corto de arroz y de maíz, y PROMSA nos ayudó dándonos los técnicos porque dirigimos oficios... “.

Silvia: Están haciendo el proyecto las 38 organizaciones, ¿y todas estas organizaciones son montubias?

Ángel: Sí, la gente se reconoce como montubia, o sea, nosotros tenemos “¿por qué el montubio?”, que eso se hizo mediante los historiadores, presentamos esos libros y eso lo tiene la dirigencia nacional y se lo presentaron al Presidente de la República y a base de eso se dio el decreto. Ahora hubo una reunión con los dirigentes nacionales, hace más o menos un mes con el BM, ahí también le pidieron a los compañeros que presentaran un libro “¿por qué el Montubio?”, le entregaron para más después analizar la cuestión y ser objeto de crédito.

Silvia: ¿Y quiénes serían montubios?

Ángel: Todos los agricultores

Silvia: ¿Y los agricultores de la Sierra son también montubios?

Ángel: No pues, ellos ya son indígenas; los montubios serían los de la Costa y la zona subtropical que sería lo que está en el perfil costanero entre la Sierra y la Costa.

Silvia: ¿La gente de El Oro es montubia?

Ángel: Claro, El Oro, Los Ríos, Guayas y Manabí, son las 4 provincias

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que están involucradas.

Silvia: ¿Y Esmeraldas?

Ángel: Coge una parte, porque la otra parte tiende hacia Pichincha.

Silvia: ¿Y ustedes como se dan cuenta que es un indígena?

Ángel: Bueno, tratarlos a ellos, su forma de vida, su vocablo y todas esas cuestiones (...).

Silvia: ¿Y cuántos montubios hay, como se calcula?

Ángel: Bueno, los que están organizados aquí porque hay otros tipos de organizaciones que son montubios, pero ellos tienen vida jurídica, otras situaciones y trabajan con otros organismos, en fin, pero nosotros los que estamos aquí, tenemos a 2500 comunidades en todas las 4 provincias.

Silvia: ¿Pero reconocidas como comunas?

Ángel: O sea, las comunas es en lo que concierne a la península.

Silvia: ¿Pero ellos no se llaman montubios?

Ángel: Ellos son como comuneros, más bien los tienen los indígenas, y los indígenas le pusieron una oficina técnica, en Libertad, que hay una oficina del CODENPE, ellos atienden a los comuneros, o sea, casi son similares a los indígenas y después dicen, según ellos, estamos nosotros, después estamos nosotros, o sea, los comuneros están prácticamente dentro de las filas de los que son indígenas, por eso a nosotros nos tienen aparte, entonces nosotros sí estuvimos con ellos, pero hubo digamos no sé, sectarismo, indigenismo, no sé qué sería y nos vieron que éramos mucho más de lo que ellos se imaginaban; entonces dijeron se nos llevan toda la plata, entonces nos fueron dejando y fueron escogiendo y por eso instalaron la oficina técnica para los comuneros que están en toda la franja costanera de lo que es la península de Santa Elena, Libertad y avanza hasta acá, a Puerto López(...). (A.R.D.Q., Presidente del Movimiento

Solidaridad, D-004-2-E-03, 11 de julio 2001).

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VIDEO

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D-004-2-E-06- L.A. Grabación y Entrevistas IIa Asamblea Provincial del Pueblo Montubio de Manabí, 22 de julio del 2001, Cantón Paján, Provincia de Manabí. Base de Datos Proyecto Albarradas.

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Miguel Ángel González Leal*

Conformación nacional, identidad y regionalismo en el Ecuador (1820-1930)1

* Taller de Estudios e Investigaciones Andino-Amazónicas.

“[..] en los gobiernos federales puede ser más vivo y ardiente que en los unitarios el amor de los ciudadanos a sus respectivas provincias, mas en esto encuentro bienes, y no los inconvenientes que excitan los recelos de los patriotas”2

“[...] la República debe considerarse como una sola familia; [...] es de primera necesidad borrar las demarcaciones de los antiguos distritos para hacer imposibles las pretensiones provincialistas”3

“[...] esta guerra no es guerra de provincialismo; no es la Costa la que

se lanza á invadir la Sierra”4

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1 El presente trabajo se enmarca dentro de la investigación que vengo llevando a cabo sobre “El regionalismo político en la Costa del Ecuador”, tesis doctoral en curso, bajo la dirección de la Dra. Pilar García Jordán. Las fuentes utilizadas en el mismo fueron consultadas en diferentes archivos y bibliotecas ecuatorianos. Las referencias constitu-cionales provienen de la recopilación de Trabucco (1975). Agradezco, especialmente, a la Dra. Pilar García Jordán, todos sus comentarios y sugerencias; a los responsables y empleados de los archivos ecuatorianos las generosas facilidades concedidas a mi trabajo, y a la CIRIT de la Generalitat de Catalunya, la concesión de las becas que per-mitieron su realización (refs. 1996BEA1200397 y 1998BEAI200203).

2 Vicente Rocafuerte (1947: 73).3 Gabriel García Moreno (1860[b]: 4).4 Eloy Alfaro Delgado (1985: 232-233).5 Estas diferencias políticas cristalizaron en las primeras guerras cíviles, acaecidas parale-

lamente a las luchas emancipadoras y que debilitarían los esfuerzos libertadores, propi-ciando la reconquista metropolitana comandada por el general Pablo Morillo. Lograda la independencia definitiva, ambas posturas se encarnaron en las figuras contrapuestas de Francisco de Paula Santander y Simón Bolívar.

Introducción

Al igual que en otras naciones latinoamericanas, el largo proceso político y social de conformación nacional que se desarrolló en el Ecuador durante el siglo XIX y hasta bien entrado el XX, estuvo marcado por la existencia de una prolongada contraposición entre los sucesivos esfuerzos destinados a consolidar de forma efectiva el estado-nación, y las aspiraciones y reivindicaciones de las regiones. Los diferentes proyectos destinados a estructurar el estado, fortalecer la nación y forjar una identidad nacional homogénea, fueron frecuentemente abortados, matizados u obligados a ser reelaborados ante la persistente oposición desde las regiones. Las citas que principian este artículo, tomadas de algunas figuras principales de la política ecuatoriana decimonónica, introducen e ilustran algunos de los grandes rasgos de esta problemática.

El objetivo del presente trabajo es estudiar, brevemente, el papel de la cuestión regional en la conformación nacional ecuatoriana, indicando sus especificidades y exponiendo algunas ideas e hipótesis, respecto a los factores que posiblemente intervinieron en dicho proceso.

La organización del estado: ¿Federalismo o Unitarismo?

Durante la lucha por la independencia, en el área en la que posteriormente se erigiría la Gran Colombia, los diferentes proyectos políticos destinados a forjar la futura nación, pronto se polarizaron en dos concepciones dominantes respecto al modelo de organización estatal a instaurar.5

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6 En Colombia, el enfrentamiento entre ambas facciones continuó a lo largo de todo el siglo XIX y el modelo federal se alternó en distintas ocasiones con el modelo unitario. En Venezuela, las luchas se recrudecieron a mediados del siglo y las tesis federalistas triunfaron, definitivamente, en 1863. Conf. Kónig (1994) y Carrera (1973).

7 La separación respecto a la Gran Colombia se produjo bajo el liderazgo personal del general venezolano Juan José Flores, erigido en primer presidente constitucional del país. Sobre la conflictiva figura de Flores, véase Gimeno (1988: 35-47).

La sangrienta disputa entre los partidarios del Federalismo y los defensores del Unitarismo marcó profundamente la breve vida de la naciente república y continuó presente, con notables diferencias entre sí, en la posterior historia de las nuevas naciones, surgidas tras la desintegración del proyecto bolivariano.6

El Ecuador, anterior Departamento del Sur de la Gran Colombia, reprodujo, a partir de 1830, esta polarización política, aunque estableció una fórmula mixta de organización estatal que logró un compromiso entre ambas tendencias, sancionando constitucionalmente y creando una conformación nominalmente unitaria en la que, sin embargo, el país quedaba dividido en tres regiones o departamentos con representación institucional paritaria. En la implantación de esta solución -que se mantendría sin grandes cambios hasta 1861- pesaron diversas circunstancias, inherentes al propio origen del Ecuador como estado.7 Por un lado, la fuerte regionalización socio-geográfica del país y el estatus de la zona durante la época colonial, comprendida dentro de los límites de la Real Audiencia de Quito. Por otro lado, la experiencia ecuatoriana respecto al funcionamiento de ambos modelos de organización estatal, adquirida durante el período grancolombiano.

En relación a la regionalización y al estatus del territorio, durante la época colonial y hasta finales del siglo XIX, la mayoría de la población ecuatoriana se asentaba en los valles andinos, en dos regiones geográficas situadas al sur y al norte de la cesura establecida por los altos páramos meridionales del Chimborazo.

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8 Entre los puertos, Guayaquil era el principal, siendo los demás meros refugios de escala. El resto del territorio de la Audiencia lo constituían las provincias orientales amazónicas, apenas colonizadas y bajo responsabilidad de la Iglesia católica. Para la evolución histórica a nivel regional véanse los análisis publicados en Maiguashca (1994) y Quintero (1991). Un completo análisis histórico-geográfico de las regiones en el Ecuador es el de Deler (1987).

9 La base económica de las regiones serranas consistía en la agricultura y ganadería extensivas, dirigidas hacia el mercado local, en la producción textil artesanal, de gran auge en algunos períodos, y en la explotación de algunos recursos minerales. En la Costa, la economía giraba en torno a las actividades comerciales portuarias, la construcción naval en los astilleros de Guayaquil y el cultivo de productos tropi-cales destinados a la exportación (Deler, 1987: 137-169).

10 El caso de Guayaquil es ilustrativo, ya que, hacia el final de la época colonial, algu-nas de sus instituciones locales dependían directamente de Lima, mientras que las del resto de la Audiencia se subordinaban a Bogotá (Hamerly, 1987: 36-39).

La Costa, prácticamente deshabitada -a excepción de Guayaquil y algunas otras pequeñas poblaciones-, albergaba, sin embargo, los puertos marítimos que enlazaban con el exterior y los enclaves de las escasas rutas que subían hacia la sierra.8 La regionalización, acentuada por la exigua articulación entre las diferentes áreas, se reforzaba, además, con la existencia de notables diferencias en las bases económicas y la composición social de cada zona, especialmente, entre las dos serranas y la costeña.9 Con la proclamación de la República del Ecuador, esta división regional quedó sancionada también en el marco político, al establecerse una estructura departamental que siguió fielmente la división zonal preexistente.

Fundada la nueva nación, en base a los territorios de la Real Audiencia de Quito, división administrativa colonial creada en 1563 y ubicada entre los virreinatos de Nueva Granada y el Perú, el estatus político de sus regiones, bajo la dominación española, presentó también caracteres peculiares que influyeron en la posterior organización estatal. En concreto, al depender el territorio de la Audiencia, alternativamente, de uno u otro virreinato durante diferentes períodos, o quedar algunas instituciones locales supeditadas a uno de ellos, mientras el resto se subordinaban al otro. En ciertas coyunturas, incluso la dependencia virreinal de una misma esfera institucional llegó a diferir de unas regiones a otras.10

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11 Pese a que la empresa libertadora comenzó decididamente en 1822, por iniciativa de la emancipada Provincia Libre de Guayaquil (1820-22), es de señalar que en esta región coexistían tres tendencias, respecto a su futuro político: integración a Colombia, a Perú, o independencia, y que no se percibían voces a favor de la cre-ación de un nuevo estado que abarcase todo el territorio de la Audiencia. En El Patriota de Guayaquil (AHG), único periódico de la región en esta época, pueden contemplarse abundantes manifestaciones de estas posturas. Sobre este período de la historia guayaquileña existe numerosa bibliografía, destacando, para la presente cuestión, la obra clásica de Destruge P982), y la de Estrada (1984).

12 Ya en 1829, las tropas del mariscal La Mar habían intentado anexionar a Perú el puerto de Guayaquil y el área sur de la Sierra, tentativa que fue frustrada por los ejércitos grancolombianos. La disputa entre Ecuador y Perú sobre estas áreas y los territorios amazónicos colindantes, ha sido una constante en la historia de las rela-ciones entre ambos países. Sobre esta cuestión y desde el punto de vista ecuatoriano, es ilustrativa la extensamente documentada obra de Pérez (1979).

13 Sirva de ejemplo la contundente frase de V. Cuesta, representante de la provincia del Azuay en la Asamblea Constituyente de 1861: “[...] el centralismo es la dictadura; pues que un extraño no puede arreglar mi casa ni cuidar de mi subsistencia..”. Primer Libro de Actas de la Convención Nacional del año de 1861 (AFLE: 1861.1.ANC, fol. 254-anv.).

Estas circunstancias individualizaron la trayectoria política de cada región y agregaron una falta de uniformidad, en cuanto a los diversos lazos económicos, parentales o personales establecidos y mantenidos con los territorios de los virreinatos vecinos. Posteriormente y tras la independencia, revertirían en la debilidad del sentimiento de pertenencia a una misma unidad política que marcó los inicios de la República.11

Por lo que respecta a la experiencia previa grancolombiana con los modelos federalista y unitarista (Lara, 1983: 43-64), ésta aportó diversas apreciaciones sobre las desventajas que la adopción estricta de uno de los dos sistemas podría implicar. Por un lado, los enfrentamientos y desavenencias civiles que el sistema federal padeció en la Gran Colombia, auguraban que dicha forma de organización impediría una rápida unidad de acción y respuesta, en caso de guerra contra otra nación; factor importante ante las amenazas externas a la soberanía que implicaban las reclamaciones territoriales de las Repúblicas vecinas, difíciles de afrontar para un país recién surgido, escasamente poblado y sumido en una grave crisis económica;12 por otro lado, el modelo unitarista revelaba que éste podría adoptar comportamientos despóticos y mostrarse escasamente receptivo frente a los problemas y reivindicaciones locales.13

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14 Igualmente, puede percibirse que los diferentes líderes políticos variaron substancialmente en el tiempo su actitud personal sobre la cuestión. El conservador Gabriel García Moreno, por ejemplo, admitía en marzo de 1860, el derecho de las provincias a erigirse en estados federales (1860[a): 1) para meses más tarde, proclamar radicalmente lo contrario (véase, por ejemplo, supra nota 2) El dirigente liberal Eloy Alfaro Delgado, durante años, defendió la organización federal para el Ecuador: “La concordia y la armonía vendrán unidas si á cada estado se asegura, conforme al sistema federal, la soberania inmanente de que es dueño, para constituirse conforme á sus costumbres y legítimas aspiraciones” (1883); aunque tras su asunción al poder, desestimó el proyecto y no volvió a hacer mención del mismo.

15 Las figuras enfrentadas de Juan José Flores, Vicente Rocafuerte y José Ma Urbina dominaron la vida política de esta época. Es de señalar que, durante las revoluciones de 1833 y 1845, se erigieron, por cortos períodos, sendos gobiernos en la Costa (Vega, 1991: 45-52 y 124127). Véase también Alexander (1985: 29-53), donde se trata por temas, la evolución política estatal ecuatoriana.

Considerando los precedentes expuestos, la erección del modelo mixto ecuatoriano se reveló como la opción más eficaz para lograr una cierta articulación del nuevo estado. El logro de esta construcción institucional supuso el que las luchas entre federalistas y unitaristas fuesen un aspecto marginal y casi desconocido en la vida política ecuatoriana, dominada por el auge de los personalismos y la recurrente división ideológica entre liberales y conservadores que alimentaron las desavenencias civiles durante el siglo XIX. No obstante, la presencia continuada de la cuestión regional en las discusiones políticas y en las crisis coyunturales, trascendió frecuentemente esta división partidista, existiendo al interior de ambas tendencias políticas, defensores de uno u otro modelo.14 Tomada en conjunto, y a pesar de la defensa puntual que del federalismo realizaron destacados líderes políticos, la concepción unitarista del estado fue la que finalmente prevaleció, a largo plazo, y la que se fue imponiendo paulatinamente en la conformación del estado-nación ecuatoriano.

La consolidación del modelo unitaristaLa implantación definitiva de un modelo unitarista y centralizado de organización estatal fue una tarea larga y compleja, que sufrió diferentes altibajos a lo largo del siglo XIX y que sólo se consolidó definitivamente a partir de 1929. El esquema departamental se sostuvo durante las primeras décadas republicanas, dominadas en la política por personalismos y guerras civiles que impidieron el desarrollo y la consolidación del país. El estado, de un tamaño mínimo, inestable institucionalmente e insuficientemente financiado, apenas logró intervenir en esta época más que en unos pocos ámbitos y con escaso éxito.15

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15316 La discusión sobre la descripción constitucional del estado durante la Convención Nacional de 1861 resulta especialmente ilustrativa: “La palabra ‘indivisible’ encierra una garantía para la nación, pues de lo contrario una provincia podría separarse ó independizarse, dividiéndose i fraccionándose de esta suerte la República”; “[oo.] todo lo que tiende a dividir un estado es funesto, porque trae males irreparables en sus consecuencias”. Primero Libro de Actas... , op.cit. [ft. 180-181].

17 “Ley de división territorial expedida por la Convención Nacional el 27 de Mayo de 1861” (Leyes, 1861, 40-44). “Ley de Régimen Político expedida por la Convención Nacional en 1861” (Leyes, 1861, 44-ss. El texto conservado de esta ley está incompleto).

18 El representante del Guayas y líder liberal, Pedro Carbo, renunció a participar en la Convención Nacional de 1861 porque ésta se proponía eliminar el sistema distrital, “[...] base primordial en que se fundó nuestro pacto social desde 1830”. (Carta dirigida al secretario de la Asamblea Nacional el 29 de diciembre de 1860. AFLE: modo 43, caja 37, doc. 3). La Ley de Régimen Municipal emitida en 1863 permitió un cierto grado de descentralización administrativa al crear las Juntas Provinciales, aunque 105 mecanismos de control gubernamental le restaron operatividad. En el ANHE pueden consultarse numerosos expedientes relativos a desacatos, recursos y consultas municipales (Fondo ‘Gobierno’, caja 90; Fondo ‘Municipalidades’, caja 119). Sobre este punto, en 1865, el ministro del Interior propuso que “[d]ebe, pues, la legislatura organizar los ayuntamientos de modo que puedan promover el bien de la sociedad, y suprimir las Juntas provinciales que solo sirven para complicar y hacer mas embarazoso el movimiento administrativo” (Herrera, 1865: 9).

Los primeros pasos decididos hacia la modernización estatal comenzaron tras la crisis nacional de 1859-60, episodio que estuvo a punto de disgregar el Ecuador y en el que llegaron a constituirse hasta cuatro gobiernos seccionales, simultáneamente, en una coyuntura que llevó al primer plano de la política la necesidad de unificar y estructurar los aparatos del estado.16 La reorganización estatal acometida desde 1861, bajo el mandato del conservador Gabriel García Moreno (1861-75), anuló las prerrogativas departamentales, reorganizó el territorio en provincias y estableció el sufragio proporcional, en función del censo, derogando la representación paritaria de los anteriores distritos regionales.17 Estas medidas provocaron protestas en las provincias costeñas y al sur de la Sierra, y durante los siguientes años, la oposición de los poderes locales y regionales a las iniciativas gubernamentales se manifestó en forma de numerosas demandas y recursos judiciales, manifestaciones de personalidades políticas, publicaciones diversas y pequeñas rebeliones locales.18 En contrapartida, el fortalecimiento del estado permitió racionalizar la caótica administración pública, mejorar la exacción fiscal, y especialmente, intensificar la articulación interregional mediante la construcción de caminos.

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19 En 1903, Eloy Alfaro manifestaba, refiriéndose a la Revolución Liberal de 1895-que: “[...] únicamente en el Litoral contaba con mayoría el Partido Liberal; mientras que en las provincias interioranas que constituyen la gran masa de los habitantes de la República, estábamos en inmensa minoría” (Alfaro, 1992: 278).

20 La división ideológica entre los gobiernos serrano y costeño no era tan estricta como pudiera suponerse. En las filas serranas militaban destacados liberales (José Ma Sarasti, por ejemplo), y Eloy Alfaro tenía también a algunos conservadores luchando bajo sus órdenes.

No obstante el esfuerzo gubernativo, las autoridades seccionales y locales continuaron resguardando algunos márgenes de autonomía, que el estado procuró recortar progresivamente, y la regionalización continuó presente, abandonando el anterior esquema tripartito y comenzando a bipolarizarse entre la Costa y la Sierra.

Por esta época, la demografía costeña comenzó a beneficiarse con la intensificación del flujo migratorio procedente de la Sierra, atraido a las tierras bajas por la bonanza de las haciendas cacaoteras (Crawford, 1980: 76-84; Chiriboga, 1980: 181-195; Estrada, 1977: 257-266); y la división regional se plasmó, además, en el plano político, al afianzarse mayoritariamente las ideas liberales en la zona costera. La usual descripción que por esta época consideraba a la Costa liberal ya la Sierra, conservadora, pese a la inexactitud que contiene si se examina en profundidad (Ayala, 1988: 226-230), no deja de ser una descripción significativa en sí misma, máxime, si se tiene en cuenta que era asumida como ajustada a la realidad, desde el punto de vista regional.19

El asesinato de García Moreno, en 1875, provocó una crisis institucional en el país, resuelta al año siguiente con la proclamación de la dictadura militar por Ignacio de Veintimilla. Su despótico gobierno y el alto grado de corrupción e ineficacia administrativa terminaron debilitando el estado y propiciando el levantamiento armado de todas las fuerzas políticas en 1883. El líder liberal Eloy Alfaro se proclamó Jefe Supremo y estableció un Gobierno en la Costa norte. En la Sierra, las fuerzas conservadoras tomaron Quito e instalaron, igualmente, una Junta de Gobierno.20 Mientras, Veintemilla se refugió en Guayaquil, manteniendo el control del sur del país.

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21 La organización federal en esta época alcanzó todos los ámbitos institucionales, salvo las relaciones exteriores, encomendadas al Gobierno de Quito, y las finanzas, centralizadas en Guayaquil.

22 Durante las discusiones fueron frecuentes las quejas costeñas respecto a su escasa representación en la Asamblea, demandando recuperar el anterior modelo departamental o la erección de un sistema federal: Carbo, Pedro Carbo. “Mensaje del Jefe Supremo de la Provincia del Guayas la Convención Nacional”. (AFLE: modo 27, caja 33, legajo. “Comunicaciones recibidas”, of. n° 1, ff. 16-17). La creacion de la nueva provincia costera de El Oro, segregada de la de Guayaquil, provocó agrios debates y fue un hecho rechazado, tanto por el Gobierno guayaquileño como por los parlamentarios de esa provincia [Ibfd.: ff. 4-6]. Otro tema intensamente debatido fue la posibilidad de establecer una Presidencia de la República colectiva, propuesta defendida, también, desde la Costa: “Actas de la Asamblea Nacional, 1883-1884”, tomos I y II (AFLE: 1883.84.1.ANC, ff. 461-470; 1883.84.2.ANC, ff. 1-87).

Cuando en julio de 1883, los ejércitos rebeldes tomaron Guayaquil y la disputa por el control de la ciudad estuvo a punto de prolongar la guerra civil, la proclamación de los guayaquileños de un Gobierno autónomo, regido por Pedro Carbo y apoyado por los alfaristas, permitió estabilizar provisionalmente la situación, hasta que la Asamblea Constituyente convocada para noviembre de ese año, decidiese el futuro del país.

Mientras tanto, los diferentes gobiernos improvisaron un sistema confederal, inédito y excepcional en la historia ecuatoriana, que en la práctica, garantizó la pacificación del país y se prolongó exitosamente durante cuatro meses.21 La nueva situación aparejó un reavivamiento de las demandas federalistas, al tiempo que algunas sectores propugnaron la refundación de la Gran Colombia bolivariana. Sin embargo, el pacto existente entre los tres gobiernos y la presencia mayoritaria en la Asamblea Constituyente de militantes conservadores, abortaron las tentativas federalistas y restablecieron el esquema centralizado, aunque con un grado mayor de autonomía local y regional.22

Los gobiernos conservadores que se sucedieron en el poder a partir de 1883, pese a, las disposiciones constitucionales que garantizaban algunos espacios de autonomía local y regional, mantuvieron durante esta época un grado notable de control centralizado a través de sus representantes gubernamentales. Las figuras reforzadas de los gobernadores provinciales y de los tenientes políticos, frecuentemente entraron en conflicto con las autoridades y personalidades locales.

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Estos roces reiterados sembraron progresivamente el descontento en muchas poblaciones, e indirectamente, prepararon el terreno para el triunfo de los liberales.

Los últimos años del siglo XIX vieron también el ascenso espectacular del poder económico costeño, basado en el auge del cultivo y exportación de cacao. La tendencia anterior hacia la bipolarización regional entre la Sierra y la Costa se asentó definitivamente, y en 1895, estalló la Revolución Liberal, comandada por Eloy Alfaro y financiada por los poderes económicos del litoral (Ayala, 1982).

La guerra civil subsiguiente fue presentada por algunos sectores como una guerra regional, en la que la Costa intentaba conquistar la Sierra,23 y el precario triunfo final de los liberales no les permitió completar su ambicioso programa de gobierno: el poder e influencia de la Iglesia24 y la oposición de los conservadores serranos, abortó o dificultó los proyectos de modernización estatal y legislativa.

La resolución de la cuestión regional, prevista inicialmente con la implantación de un modelo de organización federal, hubo de ser desestimada, casi inmediatamente, ante las suspicacias de las provincias del interior y las acusaciones de falta de patriotismo hacia los liberales.25 No obstante, durante el período posterior de 30 años de ininterrumpidos gobiernos de este signo, el liberalismo desarrolló un proyecto netamente nacional, cuyo objetivo principal apuntó a la implementación de una articulación efectiva, entre todas las secciones del territorio, unificando físicamente el país y equilibrando las diferencias regionales.

23 Véase supra, nota 3. Cita extraída de una carta de Alfaro en la que intenta tranquilizar sobre sus intenciones a su antiguo correligionario José María Sarasti.

24 Extremadamente combativa contra el laicismo educativo y contra las leyes de registro civil, divorcio y libertad de cultos (Ayala, 1994: 208223 Y 292-307).

25 Sirvan de ejemplo las numerosas protestas contra la elección de Guayaquil como sede la Convención Nacional Constituyente de 1896: “Protestamos contra las pretensiones disociado ras de la Revolución, que trata de degradar á esta Capital, y ultrajar á todo el Interior haciendo á Guayaquil asiento de una Convención, probablemente para darla el carácter definitivo de capital de la República” (Anónimo, 1895). Un liberal desconocido, manifestaba igualmente sobre la cuestión que “[d]escoyuntar la República hoy, equivale desarticular los principios de nuestro credo y comprometer la existencia del Partido.” (Anónimo, 1896).

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26 En especial, se acrecentó la dependencia de las finanzas estatales respecto a los préstamos del Banco Comercial y Agrícola de Guayaquil, principal entidad bancaria del país y bajo el control de los productores y exportadores de cacao (Crawford, 1980: 123-129 y 150-153; Guerrero, 1980: 59-81).

27 Es interesante señalar que la carrera militar se erigió en una opción actractiva para las clases medias serranas y para los hijos “segundones” de los terratenientes de esta región. Entre los oficiales responsables del golpe la mayoría eran originarios de la Sierra Quintero y Silva, 1995: 363-367, vol. 1).

28 Se contrató la Misión Kemmerer y, siguiendo sus consejos, se reformó la Hacienda Pública, se crearon nuevos organismos de control estatales y se fundó el Banco Central del Ecuador. Una nueva constitución sancionó los cambios en 1929. Sobre estas reformas, véanse los diferentes trabajos contenidos en Marchán (1987).

Sostenido directamente por los poderes económicos costeños, tuvo hasta 1914 el soporte necesario para sus proyectos en la favorable coyuntura de la economía cacaotera. El asesinato de Alfaro, en 1912, que señaló el final de radicalismo liberal, y la crisis del modelo económico, abrió una etapa de profundización de los lazos políticos estatales con las oligarquías costeras;26 Situación denunciada desde diferentes ámbitos regionales y agudizada por la ineficaz política gubernamental, dirigida a sostener a toda costa el sistema cacaotero, que afectó progresivamente al resto de los grupos económicos y provocó protestas masivas sangrientamente reprimidas (Gonzales, 1997; Pineo, 1990).

Finalmente, la Revolución Juliana de 1925 expulsó a los liberales del poder e inició un proceso reformista que liquidó la influencia de la oligarquía cacaotera y reestructuró el estado. Dirigida por un grupo de jóvenes oficiales,27 la rebelión militar propició una transición que modernizó los organismos e instituciones estatales y que consagró, a partir de 1929, la centralización territorial y administrativa de la república.28 Sin embargo, a las iniciativas gubernamentales se opusieron importantes sectores costeños, que plantearon diversas disputas por la adjudicación de la sede del nuevo Banco Central, rechazaron la clausura del Banco Comercial y Agrícola de Guayaquil y avivaron las demandas federalistas desde esta región.

La profundización de la crisis económica y la inestabilidad política dieron paso a la caótica década de los años 30, en la que los problemas regionales perdieron predominancia y pasaron a constituir una más entre las numerosas cuestiones a resolver. No obstante, el esquema de organización estatal establecido por la Revolución Juliana ya no variaría substancialmente hasta nuestros días.

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La construcción de la ecuatorianidad

Uno de los factores principales que intervienen en el surgimiento y consolidación histórica de los estados-nación, es el alcance de la legitimidad de sus esquemas de poder y de las correspondientes actuaciones destinadas a garantizar la viabilidad de estas nuevas entidades político-territoriales. Las formas de obtener o extender dicha legitimación pueden ser variadas, y entre ellas, destaca especialmente, el recurso de invocación a la identidad nacional como medio de afianzar y garantizar en el tiempo la continuidad del estado nación, independientemente de la forma peculiar de gobierno o de la organización territorial vigente en una coyuntura dada.29

Sin entrar en el debate de si es la existencia previa de la identidad nacional la que induce al surgimiento del estado-nación (Llobera, 1996: 122-123), o bien, si es el estado-nación, tras su concreción, el que forja mecanismos de legitimidad cimentados en la identidad nacional,30 lo significativamente importante es que la perdurabilidad del estado-nación descansa, en gran medida, en su capacidad de generar y mantener lealtades identitarias de tipo nacional. Si se tiene en cuenta que los gobiernos cambian, que el estado se transforma y que el territorio se altera y reordena, lo nacional se erige, en última instancia, en el único elemento que podría percibirse como permanente. De ahí, la conveniencia de que exista un sentimiento identitario de pertenencia y de responsabilidad colectivas hacia la nación, cuando menos, entre los individuos y sectores sociales indispensables para su supervivencia.

Al igual que en otros casos postcoloniales, los gobernantes de los nuevos estados-naciones latinoamericanos se enfrentaron en sus orígenes con la difícil cuestión de generar o potenciar, identificaciones de tipo nacional entre los habitantes de las nuevas formaciones

29 El fenómeno de los nacionalismos identitarios modernos surge, precisamente, a finales del s. XVIII, cuando entran en crisis las formas tradicionales de legitimación, hasta entonces basadas, principalmente, en la sacralización religiosa del poder (Kohn, 1988: 166-167).

30 Smith (1976: 319-325) y Gellner (1988: 17-18). Para el caso ecuatoriano, véase Ospina (1996), quien aplica las tesis de Anderson (1993).

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político-territoriales, fuertemente fragmentadas, internamente, en divisiones étnicas,31 clasistas,32 y regionales. Cuestión que implicaba superponer y privilegiar nuevos referentes identiarios sobre el complejo conglomerado de identidades preexistentes, esencialmente localistas y de carácter difuso, en relación a lo nacional.

En la gestación nacional ecuatoriana, similar en este sentido a la de otros países del área, la iniciativa independentista tuvo su origen en el seno de la minoría local que detentaba el control de los poderes político, religioso y económico. La tarea de fortalecer y mantener una identidad nacional, movilizando y redirigiendo los sentimientos de pertenencia previamente existentes, se focalizó principalmente hacia el interior de este grupo social, ya que, en términos cuantitativos, la mayoría de la población pertenecía a etnias indígenas y mestizas, y por ello, estaba excluida de los derechos políticos de ciudadanía.

Este hecho supuso que se obviase la incorporación de la mayoría de la población al inicial proyecto nacional, cuestión que no empezaría a plantearse hasta finales del siglo XIX y sólo a intentar realizarse, a raíz del surgimiento de los partidos de izquierda, en la tercera década del siglo XX.33

Desde estos parámetros, el afianzamiento de la identidad nacional entre los grupos de poder enfrentó las dificultades de superar las frecuentes rivalidades y personalismos existentes34 y la resistencia de la raigambre de las identidades regionales, reforzadas en esta época, además, por la introspección autárquica a nivel local que tuvo lugar durante la postindependencia.

31Conviene señalar que la presencia de cortes étnicos no implica necesariamente la existencia de separaciones raciales, en tanto, la primera basa su adscripción en factores de pertenencia cultural y la segunda en la posesión de ciertas características físicas. Por ejemplo, un indígena que adoptase como rasgos de identidad étnica los caracteres mestizos, se convertía socialmente en mestizo, pese a que, enpuridad, genéticamente no lo fuese (Espinoza, 1995: 54-61).

32 En el sentido marxista y siguiendo las matizaciones de Giddens (1989: 112-159), como grupos de estatus diferenciados, en función de la capacidad de acceso y control del mercado y la producción.

33 El proceso histórico de esta exclusión constituye el eje de la detallada investigación de Quintero y Silva (1995). En relación a este tema, véanse también los articulos contenidos en Muratorio (1994).

34 Problema irresoluto, aún en la actualidad, si se siguen las opiniones vertidas en la prensa de los últimos años.

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Teniendo en cuenta todos estos factores, la conformación de la ecuatorianidad35 fue un proceso lento y complicado. A las dificultades inherentes al proceso de consolidación estatal expuestas anteriormente se sumó también, en los inicios de la República, cierta percepción de provisionalidad con la que el nuevo estado emergió a la luz, ante la perspectiva de una inminente reunificación en la Gran Colombia, existente en el seno de muchos sectores sociales.36

Pese a que la organización departamental permitió satisfacer las aspiraciones regionales y facilitar con ello el proceso de construcción nacional de los primeros años, en el seno del estado, los personalismos y la eficacia de sus correspondientes redes de lealtades personales, situaron en un segundo plano la necesidad de fortalecer la identidad nacional. Sin entrar a analizar la habitual retórica patriótica, invocadora del esplendor del pasado y de la lucha libertadora,37 la cuestión puede abordarse a partir de cómo define el estado, quién es ecuatoriano.

Siguiendo esta línea, se percibe que el concepto de ecuatorianidad en esta época, y a lo largo de todo el siglo XIX, estuvo ligado directamente a otro concepto emanado también desde el estado: el de ciudadanía. Ambos conceptos no fueron coincidentes. En los orígenes de la República, el carácter extensivo de la regla que concedía la nacionalidad, y consiguientemente, consideraba como ecuatoriano a prácticamente cualquier persona no nacida en el territorio que desease serlo,38 contrastó con las severas restricciones legales que, en definitiva,

35 Érika Silva propone que el fundamento sobre el cual las clases dominantes intentaron construir la “ecuatorianidad” lo constituyen dos mitos: el “Mito del Señorío sobre el Suelo” y el “Mito de la Raza Vencida”, que se corresponden respectivamente con el “territorio” y el “mestizaje” (Silva, 1992: 12-15). Por su parte, Ospina (1996: 113-114) añade un tercero: la “religión”. Véase también la aportación teórica al respecto de Espinoza (1995: 21-41) Y las recientes opiniones sobre este tema vertidas por dos afamados literatos ecuatorianos (Adoum, 1998; Donoso, 1998).

36 Expresada constitucionalmente en los Arts. 2° al 5°, Sección 1, Título I de la Carta Fundacional de la República, 11 de Septiembre de 1830 Trabucco, 1975: 34).

37 Las referencias al pasado incaico y colonial cumplieron la función de dotar de suficiente solera histórica a la nueva nación. A tal efecto, desempeñó un papel fundamental la difusión de la obra dieciochesca de Juan de Velasco (1981).

38 Constitución de 1830, Art. 9°, Secc. 111, Título I (Trabucco, 1975: 34-35).

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mantenían la ciudadanía, exclusivamente, en el seno de la clase social dominante.39

Este contraste, que si bien logró ampliar el número de ciudadanos, al incorporar a los extranjeros pertenecientes a los estratos sociales más altos, diluyó, sin embargo, el concepto de ecuatorianidad, al reducirlo a una mera adscripción legal desprovista de significación identitaria y en consonancia con la escasa preocupación política por unificar las diversas identidades prexistentes en una única identidad nacional para todos los habitantes de la República.

La crisis de 1859, que casi abocó a la desaparición del país, como tal, situó como prioridad política principal la tarea de reconstruir el estado-nación y alumbró el primer proyecto político consistente de alcance nacional, cuyas líneas fundamentales apuntaron a la implantación de un modelo eficaz y centralizado del estado y a la profundización de la articulación efectiva del territorio, subsumiendo las diferencias regionales y unificando la nación.

En el proceso de consolidación de la identidad nacional, expresado en la relación entre los dos conceptos de ecuatorianidad y ciudadanía, se produjo una notable innovación, al extender el acceso al status de ciudadano a otras capas sociales, a través de la concesión del derecho de voto a todos los varones casados mayores de 21 años que supiesen leer y escribir.40

39 Discriminación indirectamente étnica también, toda vez que los indígenas y la mayoría de los mestizos tenían muy difícil el acceso a la educación, profesiones o propiedad privada requeridos para obtener a la ciudadanía. Las mujeres, de acuerdo a las tendencias generales de la época, por convención, estaban igualmente excluidas de este y otros derechos, y sólo a partir de 1845, se les reconoció explícitamente el derecho a la nacionalidad (Constitución de 1845, Arts. 4° al 6°, Secc. 11, Título 1. Trabucco, 1975: 96-97). La Constitución de 1883 sancionó expresa y excepcionalmente la exclusión femenina del derecho de ciudadanía; quizá ante la sorprendente e inédita irrupción en la vida política de Marietta de Veintemilla, sobrina del depuesto dictador Ignacio de Veintemilla (Art. 9°, Secc. 11, Titulo 11. Trabucco, 1975: 264).

40 Constitución de 1861 (Art. 8°, Título 11. Trabucco, 1975: 184). La discriminación se mantuvo con respecto a los sectores sociales iletrados, los más desfavorecidos, y se mantuvieron los filtros legales favorables a los sectores dominantes, en cuanto al acceso al poder político (Arts. 20°, Secc. 11, y 25°, Secc. 111, del Título VI. Trabucco, 1975: 187-188).

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Comúnmente, la historiografía ha interpretado que este incremento del derecho al voto permitió a García Moreno y a los conservadores serranos mantener el poder político, merced a la mayor dimensión de la población serrana y al control ideológico que a través de la Iglesia se ejercía sobre ella (Quintero y Silva, 1995: 123-137, vol. 1).

No obstante, cabría contemplarlo también como una medida destinada a reforzar la identidad nacional y afirmar la legitimidad del estado, al dilatar la base social susceptible de adquirir compromisos y responsabilidades con el país. En este ámbito, además, el proyecto de reconstrucción nacional garciano privilegió el uso simbólico de determinados elementos como ejes sustentadores de la ecuatorianidad, especialmente, el territorio y la religión.

La utilización del territorio como referente identitario se erigió a partir de esta época, y hasta nuestros días, en el principal recurso simbólico del nacionalismo ecuatoriano y se vertebró, principalmente, en torno a la idea de la Nación amenazada, internamente por los regionalismos y provincialismos, y externamente, por la presión de las naciones vecinas. Dichas amenazas apuntaban a la pérdida de territorios en el caso externo, y a la disgregación nacional y el debilitamiento del estado en el frente interno.41

La religión como referente identitario, concretamente el catolicismo, fue considerado por el garcianismo y el conservadurismo, en general, como parte de la esencia nacional de los ecuatorianos.42 Un indicio de la importancia de este elemento puede detectarse en el relevante papel que ocupó la cuestión religiosa en las disputas políticas entre liberales y conservadores, hasta bien entrado el siglo XX (Ayala, 1988: 138-176).

41 En este ámbito se inscriben las iniciativas estatales destinadas a incrementar la articulación entre las regiones, la expansión hacia las áreas geográficas con débil presencia estatal y las acciones legales en el campo del derecho territorial internacional.

42 Como ejemplos significativos pueden citarse la firma del Concordato con el Vaticano, en 1867, que concedió amplios poderes y autonomía a la Iglesia ecuatoriana; la consagración oficial de la República a la figura del Sagrado Corazón de Jesús; y la obligación de profesar la fe católica para acceder a la ciudadanía (Constitución de 1869, Art. 10°, Título 111. Trabucco, 1975: 211). Véase también Demélas y Saint-Geours (1988: 163-169).

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No obstante el esfuerzo garciano en este sentido, sus posibles logros fueron atenuados por la oposición de los liberales, severamente críticos con el acentuado sesgo religioso del conservadurismo,43 por las carencias y fallos en la implementación del proyecto político, y por la oposición y renuencia de las regiones a acatar el modelo centralista del estado. Factores todos ellos que, en conjunto, le restaron legitimidad y alcance.

Posteriormente, el nuevo régimen surgido tras la crisis de 1883, mantendría, a grandes, rasgos el modelo nacionalista garciano, aunque aminorando la importancia de los referentes religiosos, ya disminuidos bajo la dictadura de Veintimilla, e incrementando el ámbito de la ciudadanía al suprimir los requisitos de riqueza, hasta entonces necesarios para el acceso al poder político.44

Llegado este punto y en relación a la cuestión regional, se hace necesaria una matización. Anteriormente, se expuso que durante las crisis políticas más graves (1859 y 1883), se constituyeron diferentes gobiernos seccionales, y que, paralelamente, se avivaron los sentimientos regionalistas. Sin embargo, hay que señalar que en los momentos más críticos de estas coyunturas, las concepciones nacionales prevalecieron finalmente, sobre las diferencias regionales, en tanto, fueron épocas en las que las invocaciones a la patria y a la unidad nacional se ejercieron desde una posición de necesidad extrema, logrando acallar, así, las voces disidentes de los regionalismos y unificando las diferentes voluntades.45

Al respecto, resulta significativo que precisamente, tras estas dos crisis, se instaurasen y consolidasen los principales símbolos representativos nacionales, la actual bandera ecuatoriana (1861) y el Sucre, la moneda nacional (1884), lo que podría considerarse como un indicativo de la exigencia ineludible de afirmar simbólicamente, la precaria nacionalidad.

43 Al respecto, resalta por su importancia posterior para el liberalismo, la obra de Pedro Carbo (1863).

44 Constitución de 1884 (Arts. 44°, Secc. 11, y 49°, Secc. 111 del Título VI. Trabucco, 1975: 268 y 269).

45 En ambas crisis, la implantación de un modelo centralizado de estado fue simultánea a la emisión de leyes favorables a un cierto grado de autonomía municipal y regional, pese a que dicha legislación no fuese posteriormente respetada.

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El triunfo del liberalismo, en 1895 inició un nuevo proyecto político que, entre sus planteamientos, asumió de manera decidida el reforzamiento de la identidad nacional.46

En este sentido, los liberales enfrentaron, fundamentalmente, el problema de unificar la nación y diluir, al mismo tiempo, las connotaciones regionalistas que su acceso al poder había generado. Fruto de ello fue la renuncia a las ideas federalistas, que hasta entonces habían defendido, y la elección de un modelo centralizado de organización del estado, con el objetivo de fortalecer la endeble y vulnerable estructura institucional vigente. El proyecto nacional se complementó con una apuesta decidida hacia la integración efectiva de todo el territorio, a través de un ambicioso plan de construcción vial, cuyo mayor exponente fue la culminación del eje ferroviario Guayaquil-Quito.47 La articulación regional se vió favorecida, además, por el pronunciado aumento del trasvase migratorio interregional y por el crecimiento y modernización urbanos que abrieron nuevas perspectivas y posibilidades a la relación entre las diferentes áreas geográficas.

Con respecto a la identidad nacional, el liberalismo, por un lado, acabó de equiparar los ámbitos sociales de la ecuatorianidad y la ciudadanía, al eliminar las principales barreras de exclusión social, especialmente, aboliendo la legislación discriminatoria que todavía persistía contra los indígenas e impulsando el protagonismo político y social de los trabajadores.48

Por otro lado, se asistió, durante esta época, a una intensificación en el uso simbólico de elementos representativos de la nacionalidad ecuatoriana, de forma tal que podría hablarse con propiedad, del surgimiento en este período del nacionalismo ecuatoriano moderno. Como elementos significativos, entre otros, pueden citarse las invocaciones a la territorialidad49 y la oficialización de la enseñanza

46 El desencadenante simbólico de la Revolución Liberal es precisamente, un suceso que vino a revitalizar la identidad nacional: la llamada “Venta de la Bandera”, un turbio negocio de préstamo del pabellón ecuatoriano en la compra encubierta de un buque de guerra chileno por la marina japonesa, sometida a embargo internacional durante esa época

47 La importancia de la construcción ferroviaria en el proyecto liberal ha sido tratada por Clark (1993).

48 Aunque mantuvo la exclusión de los derechos políticos para las capas sociales iletradas, situación que se prolongó hasta 1967.

49 Expresados en el recrudecimiento de las tensiones fronterizas con el Perú, el reforzamiento de las guarniciones fronterizas y los esfuerzos por ocupar de manera

efectiva todo el territorio nacional (Esvertit, 1998).

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de historia de límites,50 la revitalización de los símbolos patrios y la ritualización de su presencia en la vida civil, y la profesionalización del ejército y su creciente protagonismo en la sociedad como depositario de la defensa de la nacionalidad.

A ellos hay que añadir también, como elemento coyuntural que contribuyó decisivamente al arraigo del culto a la nacionalidad durante esta época, los fastos oficiales en las celebraciones de los centenarios de los principales eventos de la Independencia.

La Revolución Juliana de 1925 recogió el testigo del liberalismo (sic)51 y continuó la línea nacionalista emprendida por éste, entendida ahora como un elemento imprescindible para la modernización del país.52 El modelo, sin embargo, comenzó a cambiar notablemente, a partir de 1930, ante el ascenso de los movimientos e ideas de izquierda que incidieron en la reivindicación, como imagen de lo nacional, de las raíces étnicas y populares.53 Sin embargo, la existencia continuada de profundos cortes sociales y regionales, y la conflictiva vida política posterior, constituyeron un obstáculo decisivo a la consolidación definitiva de una identidad nacional, sólo manifestada con claridad en presencia de crisis extremas o en manifestaciones deportivas. La nación en ciernes, en la última década del siglo XX, asiste a la complicación de la cuestión, con la revitalización de las identidades étnicas que defienden la concepción plurinacional del Ecuador y con el creciente cuestionamiento del vigente modelo centralista del estado, por parte de diversas secciones territoriales.

50 De la que fue obra pionera el Mapa geográfico-histórico de la República del Ecuador de Enrique Vacas Galindo. En términos generales, la enseñanza de historia de límites ofrece una interpretación histórica de la nación como ente expoliado y amenazado territorialmente, necesitado de la fortaleza interna que logre evitar al futuro los errores y pérdidas territoriales ocurridas en el pasado (Porras, 1993-94).

51 Error del articulista (Nota del Director). 52 La Constitución de 1929 incorporó el derecho al hábeas corpus, a la huelga y

otros derechos laborales, y reconoció poderes al estado para nacionalizar bienes privados en función de su interes social. Igualmente, concedió el voto a las mujeres (indirectamente, ya que no lo prohibió expresamente; omisión que fue aprovechada oportunamente por el incipiente movimiento femenino y por los partidos de izquierda), y estableció las Representaciones Funcionales, cuota orgánica en el poder legislativo asignada a diversos colectivos sociales (Constitución, 1929: passim).

53 Un exponente significativo son las contribuciones literarias del Grupo de Guayaquil y el auge de la novela indigenista. Véase al respecto, Silva (1980).

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Archivos

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ARTÍCULOS

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Alejandro Guerra Cáceres

Historia del periodismo de la península de Santa Elena

a historia del periodismo en la península de Santa Elena se inicia en 1872. El Punteño es el primer periódico que se registra en la

historia del periodismo peninsular; salió en Santa Elena, en 1872 y su fundador fue Juan José Malta.

Juan José Malta nació en Guayaquil, el 13 de febrero de 1824. Fue hijo legítimo de Natal de Malta, nacido en la república de Grecia, fundador de la Sociedad Económica Amigos del País, y de Jerónima Salcedo Plaza y Mancillo.

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Juan José Malta fue una personalidad notable en su época. En 1849 fue uno de los fundadores de la Sociedad Filantrópica del Guayas. Durante 16 años fue profesor de varias escuelas de Guayaquil. También fue administrador de la Empresa de Salubridad Pública, impresor desde 1850 y propietario de algunas imprentas. En 1852 editó en su imprenta el periódico La Verdad y en 1859 publicó el semanario político y literario La Restauración. A partir de 1872 trabajó como Colector de Rentas Fiscales de la Municipalidad de Santa Elena; ese año, fundó el periódico El Punteño, primero en la historia peninsular.

Como poeta, destaca el texto titulado “La Clemencia”. En sus versos describe el paisaje de la región y se refiere a la albarrada, el ganado y los cucubes de Santa Elena. Este poema apareció publicado en la Antología de poetas del historiador Manuel Gallegos Naranjo, en 1879. Autor de numerosas obras literarias, Malta fue bisabuelo materno del escritor Demetrio Aguilera Malta, autor de la novela Don Goyo, obra clásica de la literatura ecuatoriana.

La vida de Juan José Malta tiene particular importancia para los peninsulares; fue el fundador del primer periódico que circuló en Santa Elena y en la península. Una calle debería llevar su nombre como un justo homenaje a su condición de precursor del periodismo peninsular.

El Balneario

En Posorja salió el periódico El Balneario (1905), de 4 páginas y tamaño mimeógrafo, editado en una imprenta del mismo nombre, y la segunda edición circuló el 9 de abril1. En sus páginas destacan los temas literarios y las notas sociales. Dado que en esta época Posorja era el balneario preferido por las familias de Guayaquil, el periódico publicó un listado de visitantes vacacionistas.

En este periódico publicó sus coplas el poeta Martín Pescader (seudónimo). En el número 2, aparecieron unas coplas bajo el título de “Música prohibida”:2

1 En la Biblioteca Rolando se encuentran dos ediciones del periódico El Balneario, correspondi-entes al 2 y 9 de abril de 1905.

2 El Balneario, Posorja, 9 de abril de 1905, pp. 1-2.

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Para animar la juvenil parranda Voy a cantar mis coplas un momento; Refresco la garganta Y templo el instrumento. Las chicas de este balneario Son tan guapas y tan bellas, Que es un íntimo deleite Estar a solas con ellas. Por eso yo en mis cantares Descubro mis embelesos, Y francamente declaro Que me las comiera a besos.

La niña que a bañarse Se va por el calor, Que cuide de encontrarse

Vista del balneario de Muey

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Con este trovador.

A veces voy por la playa Y en un momento imprevisto Mis ojos se han ofuscado: ¡Qué tales cosas he visto! Y no puedo declararlo Ni por oro ni a garrote Porque puede alguna niña Darme un palo…¡en el cogote!

La niña que a bañarse Se va por el calor, Que cuide de encontrarse Con este trovador.

De este mar en las orillas Una dama y un galán El amor se declararán, Con loco y sentido afán. Y al verme llegar, corrieron Y se ocultaron detrás De mis poéticas palmeras Y no regresaron jamás.

La niña que a bañarse Se va por el calor, Que cuide de encontrarse Con este trovador.

En El Balneario también se publicó la poesía “Rimas” de Rubén Darío y una crónica sobre las familias guayaquileñas que vacacionaban en Playas, preparada por el celebrado escritor Francisco Campos. Cabe destacar que en el periódico no se registra el nombre del editor; no obstante, por esta época, el presbítero Dr. Rafael Vargas fundó y redactó un periódico en el recinto La Barranca del cantón Santa Elena, en la imprenta del profesor Benjamín Vargas.3

3 Juan B. Ceriola, Compendio de la historia del periodismo en el Ecuador (1792-1895), Guaya-quil, Tipografía de la Sociedad Filantrópica del Guayas, 1909, p. 182.

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El Perico

En 1919 se publicó en Manglaralto el periódico El Perico. El directorio estaba formado por Pedro J. Rosales, director; Alfredo Gómez G., administrador y Jaime Santander Z., Alfredo Gómez, Miguel M. Perdomo y Antonio M. Idrovo como redactores.

La primera edición de El Perico, “periódico de intereses generales”, salió el 1 de enero de 1919. En sus páginas se refleja la vida de la parroquia Manglaralto y del cantón Santa Elena. Este periódico fue el vocero de las ideas progresistas y democráticas de sus redactores.

En el primer número, en la página 4, se publicaron las coplas tituladas “pericazas”, escritas con motivo del año nuevo:

Que la industria y el comercio Desarrollen opulentos, Que al impulso de los vientos Ya baje todo de precio.

Que surja la agricultura Que cesen revoluciones, Que se acaben ambiciones Dando ejemplo de cultura.

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El autor de los versos fue el profesor Ángel M. Perdomo, bajo el seudónimo de Ampolla. Su ingenio, humor y conocimiento de la tradición literaria se expresa en los poemas que aparecen en las diferentes ediciones del periódico.

Miguel M. Perdomo nació en 1864 y a los 19 años ingresó al ejército con el grado de Alférez de Artillería. Después fue empleado en el Resguardo de Aduanas de Guayaquil. En 1891 ingresó al magisterio y dedicó 25 años de su vida a la enseñanza de la niñez.4

En el número 2 del periódico, correspondiente al 30 de enero de 1919, se publica el proyecto de cantonización de Manglaralto. En la primera página, dice: “Interpretando nosotros el justo y plausible deseo de la opinión general de esta parroquia, solicitamos a su debido tiempo la cantonización de Manglaralto, fundados en que entre sus moradores, se encuentran ciudadanos ilustres y cultos, aptos para desempeñar con lucidez los destinos públicos cantonales… Tiene vida propia, con rentas más que suficientes para su administración… El caserío de Olón será una de sus parroquias, con sus calles bien delineadas y pobladas por un personal consciente de sus deberes y derechos; y la otra parroquia San Pedro, que no le va en menos a la anterior. Ya es pues, tiempo, de que nos emancipemos de nuestra querida madre Santa Elena; ya hemos llegado a la edad madura, y se hace necesario sacudirnos a toda costa, de su tutelaje”.

En la misma edición salió un informe sobre la constitución de un Comité Pre-Electoral de apoyo a la candidatura presidencial del doctor José

Estos son votos sinceros Del Perico que os saluda, Su lengua nunca está muda Para bienes verdaderos, De su pueblo en especial Que desea que adelante Quiere que no se quebrante En su mejora local.

4 El Perico, No. 2, Manglaralto, 30 de enero de 1919, p. 1.

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Luis Tamayo. El Comité del Partido Liberal de Manglaralto, constituido el 22 de enero de 1919, tiene las firmas de Pedro J. Rosales, Alfredo Gómez G., Luis Astudillo, Felipe Infante, B. Rosales, José Torres, Manuel C. Aguirre, Segundo Astudillo, Ricardo Sedeño, José M. López, Luis F. Giler, Absalón Albán, Luis Santiago Carvajal R., Arturo Potes, J.F. Carvajal, L. Borbor, Jaime Santander, Luis F. Moreno, César Vicuña, Anacleto Navas, J. Mariano León, Nataniel M. Jones, Rolando Breau, Ricardo S. Gutiérrez, C.E. Feijó, y 349 firmas más.5

En la edición No. 5 del 23 de febrero de 1919, se publica una reseña sobre el comerciante español Antonio Iñigo, residente en Salinas por varios años, que murió ahogado el 19 de febrero de ese año. Por su parte, la edición No. 9, trae noticias de una sesión del Comité Pro-Cantón Manglaralto, presidida por Antonio Idrovo, vicepresidente encargado de la presidencia; Arcadio Montero, tesorero; José D. Aquino, prosecretario, y por los vocales principales Juan Benito Orellana, Raúl A. Campos, Luis B. Ruilova y J. Gregorio Giler Vera.6

El 7 de abril de 1919 en la imprenta de El Perico, se publicó una hoja volante con el título “¡Pueblo de Manglaralto!”, firmada por Ángel Modesto Perdomo. Su texto decía: “Protesta contra el Concejo de Santa Elena por usurpación de rentas. Se invita a un meeting popular, para el domingo 13 de abril de 1919, en la plaza pública”. En esta época, hacían puerto en Manglaralto las balandras Isabel, Bélgica y Mercedes. Además se organizó el Comité de Señoras “El Calvario” y el Comité Pro-Cantón Manglaralto realizó un censo de población, levantó un plano y estableció diferentes estadísticas, con relación a sus recursos productivos.

En abril de 1919 el profesor Ángel M. Perdomo (Ampolla) publicó en El Perico un poema en adhesión al proyecto de cantonización de Manglaralto. Lo reproducimos por tratarse de un testimonio de la época:

Que le sepa la nación que este pueblo noble y rico, por su vocero El Perico pide Cantonización.

5 El Perico, No. 2, Manglaralto, 30 de enero de 1919, p. 1.6 El Perico, No. 9, Manglaralto, 23 de marzo de 1919, p. 3.

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Que le sepa la nación que este pueblo noble y rico, por su vocero El Perico pide Cantonización.

En todo buen corazón el amor patrio fulgura; lancemos todos un hurra a la Cantonización.

Es llegada la ocasión y lo decimos bien alto, progresará Manglaralto con la cantonización.

Fuerza, poder, unión; si nuestra norma no fuera tacharía de quimera nuestra Cantonización.

Son nuestro guía, baldón merece labor contraria repugna solo a un paria pedir Cantonización.

Compatriotas un borrón nos echaríamos encima, si no llevamos a la cima nuestra Cantonización.

Trabajando con pasión con constancia, con firmeza, con estusiasmo y nobleza habrá Cantonización.

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179En la edición del 15 de junio, el periódico publicó el Acta del Comité que se organizó en la parroquia Colonche, en adhesión a la cantonización de Manglaralto. El documento dice lo siguiente:

En Colonche, a los 5 días del presente mes de junio del año de mil novecientos diez y nueve, los abajo suscritos nos constituimos en el establecimiento del Sr. Cristóbal Escala con el objeto de formar un Comité que labore y trabaje con todos los esfuerzos que el patriotismo y el bien entendido progreso le exigen en orden a la cantonización de la floreciente parroquia de Manglaralto y a la unión de la parroquia de Colonche a ese nuevo cantón, liberándose del de Santa Elena, el que hasta hoy no se ha preocupado ni un ápice por el incremento de estos pueblos, a quienes privados desde hace tiempo de sus rentas parroquiales y de todo su progreso.

En consecuencia los suscritos, presididos por el Sr. Dn. Segundo Enríquez, Teniente Politico suplente en ejercicio, quien patrióticamente se ha brindado para este acto y actuando de secretario ad-hoc el señor Cristóbal Escala, procedimos a elegir directorio, quedando este, por mayoría de votos, constituido en la siguiente forma:

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Con lo que se terminó la presente acta firmada en unidad de acto por todos los presentes con el señor presidente y conmigo el secretario que certifica. Antonio Peña, Cristóbal Escala, Segundo Enríquez, Benjamín Menoscal, Flavio Ascencio, Cosme L. Suárez, J. Arturo Romero, Alfredo Suárez, Bernardino Carvajal, Severo B. Illescas, Francisco Villao, Rogelio Carlos, Juan D. Enríquez, Carlos Rosales, Bolívar Villao, José Suárez, Daniel Santistevan, Bernardino Ascencio, Eduardo Villao E., Severo Villacís, Porfirio Rodríguez, Cleofé Ascencio, Segundo Rosales, Manuel de J. Guales, Emilio Enríquez, Felipe Santiago Rodríguez, Manuel Suárez, Benedicto Beltrán, Domingo Calixto Ramírez, José Ignacio Luciano, Evaristo Tomalá, Ángel C. Méndez, Tomás Rosales, Miguel C. Méndez, Miguel Magallán, Pedro E. Aquino, Segundo Méndez, Alcides Méndez, José Alcides Tomalá, Francisco J. Villao, Manuel de J. Neira, Ramón Parrales, Pompilio Villao, Bolívar Neira, Pedro A. Rosales, Jerónimo Bazán, Camilo Méndez.

Es fiel copia de su original.

Colonche, junio 9 de 1919.

El Prosecretario,Benjamín A. Menoscal P. (f.)

El periódico El Perico, en la edición del 27 de julio de 1919, número 23, publicó el retrato de Pablo Shoeffer, fallecido en Manglaralto el 27 de junio. En la nota necrológica se informa que trabajaba en el ingenio “Esperanza” de propiedad de Miguel J. Vélez. También el periódico publicó varias noticias sobre el Club Sport Manglaralto.

En la edición del 31de agosto, número 27, salió en la primera página del periódico, el retrato y un comentario sobre Antonio Vélez, fallecido el 22 de agosto de 1918. En la sección publicitaria se destacan los anuncios del “Gran Salón Mare Nostrum” de Jaime Santander Z., y de la fábrica de aguardiente “Luisa” de Rolando Breau.

El Perico, en su edición 30, publicó el retrato, con uniforme naval de J. Gregorio Giler Vera, Capitán del Puerto de Manglaralto. En 1895, este personaje entró como ayudante en la Columna Sucre, acantonada en Portoviejo. En 1906 fue ascendido a Teniente de Infantería del Ejército; al año siguiente, fue llamado a la Columna Manabita y en 1908, pasó al Regimiento de Caballería de Portoviejo. En 1910, fue miembro del Batallón Olmedo No. 44, acantonado en Guayaquil.7

7 El Perico, Manglaralto, 21 de septiembre de 1919, No. 30, pp. 1-2.

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El Perico, en su edición del 5 de octubre de 1919, número 32, informó sobre la renuncia del director del periódico Pedro J. Rosales; asumió la dirección, Alfredo Gómez G.

La edición del 19 de octubre, número 34, está dedicada a los candidatos liberales para concejales municipales del cantón Santa Elena. En la primera página apareció el retrato de Jaime Santander Z., candidato por la parroquia Manglaralto, para el bienio de 1920-1921; además, se proclama la candidatura de Marco Antonio Peña y José Agustín Montenegro. El Perico, a lo largo de sus diferentes ediciones, fue el vocero de los acontecimientos más importantes de Manglaralto.

En la edición del 7 de diciembre, número 41, se informó sobre la organización del “Comité Pro-Marina”, encargado de recolectar fondos para la Defensa Nacional. El comité se constituyó el 1 de diciembre de 1919, en el local del Gran Salón Mare Nostrum. El directorio quedó integrado en este orden:

Jaime Santander Z. presidente

Jorge I. Montalvo secretario

V. Peña prosecretario

Aparicio Enríquez tesorero

Arturo Potes vocal principal

Nataniel H. Jones vocal principal

P. J. Rosales vocal principal

Alfredo Gómez G. vocal principal

Felipe Infante vocal suplente

Manuel C. Aquino vocal suplente

Bulmaro Rosales vocal suplente

Plácido Sicouret vocal suplente

El directorio resolvió comunicar a la Junta Patriótica Universitaria del Guayas, la instalación del “Comité Pro-Marina”, cuyos miembros entregaron sus respectivas contribuciones económicas. Los contribuyentes del comité fueron las siguientes personas:

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Raúl Campos M. S/.20Nataniel H. Jones 10Jaime Santander 10Arturo Potes 5Alfredo Gómez 5Aparicio Enríquez 2Felipe Infante 2Jorge I. Montalvo 2Manuel C. Aquino 2Plácido Sicouret 2Bulmaro Rosales 1

El periódico, en la edición del 21 de diciembre de 1919, número 43, informó que la imprenta en la cual se editaba El Perico, fue robada el 11 de diciembre. Además, en la primera página, se destaca sobre el enfrentamiento de varios grupos político y social. En este orden se establece que Juan Durán, maestro de escuela y corresponsal de un periódico de Guayaquil, fue flagelado, y se lamenta del asesinato de Emilio Esparza.

El Perico, durante 1919, empezó con ediciones mensuales, pero después circuló como semanario. En sus páginas publicitaban sus actividades comerciales, Arcadio Montero, Arturo Potes y Juan Masa, entre otros. En el campo literario, las coplas de Ángel M. Perdomo con temas cívicos, políticos y de interés lugareño, tenían particular importancia para la vida cultural de Manglaralto. Este periódico, de tamaño carta y de cuatro páginas, fue un órgano de avanzada. Su papel de vocero y tribuno de los intereses de la parroquia Manglaralto ha sido vital.

El Perico, de tamaño carta y de cuatro páginas, fue un periódico de avanzada. Su papel de vocero y de tribuno de los intereses de la parroquia Manglaralto, ha sido vital. En sus páginas se registran los acontecimientos que hicieron historia en la península de Santa Elena.

La Protesta Punteña

La Protesta Punteña, periódico eventual, defensor de los intereses del cantón Santa Elena, salió el martes 13 de septiembre de 1921. Este periódico se fundó para promover la defensa de las fuentes termales de San Vicente. En 1921, se pretendía entregar a través de un proyecto de ley tramitado en el Congreso Nacional, a la Junta de Beneficencia de

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Guayaquil, las fuentes termales de San Vicente y 80 cuadras de terreno de su contorno.

En la edición del jueves 22 de septiembre de 1921, se publicó la protesta del pueblo de Santa Elena. El documento fue enviado al Congreso Nacional y al presidente José Luis Tamayo. El texto de la protesta dice:

El pueblo de Santa Elena, reunido en comisión popular, en vista de la alarmante noticia que ha recibido, de que el Congreso trata de ceder sin derecho de ninguna clase, los Baños Termales de San Vicente a la Junta de Beneficencia de Guayaquil, toda vez que no es legal ni justo que bienes territoriales de un cantón sean cedidos a Juntas de un cantón extraño, resuelve protestar, por tan insólito proceder del Cuerpo Legislativo, que, en todo caso, debería dar ejemplo de respeto a la Constitución, a las leyes y más elementales dictados de equidad y justicia.

El pueblo de Santa Elena hace presente al Congreso que no vería con agrado se lleve a efecto tal ley, en caso de dictarse, porque las leyes temerarias que significan violencia y usurpación, no deben tener aceptación por parte del Soberano Congreso, que olvidando normas que señalen la rezón y el derecho, rompe el nexo que debe existir entre poderes públicos y pueblo, que si tienen deberes que cumplir, impuestos por pagar, tienen también derechos que deben ser respetados, y uno de estos es el derecho que tiene el Cantón Santa Elena, de no ser despojado arbitrariamente de parte de sus bienes.

Santa Elena, agosto 27 de 1921

(f.) Francisco Valdivia, Antonio Ordóñez, Eloy Ordóñez, Rubén Carvajal, José Agustín Montenegro, Juan Gómez, Diodoro Gómez S., Paulino Panchana F., Luis F. Neira M., Isaías Sarmiento T., Jorge Jordán Cobos, Jorge W. Infante V., Diego R. de la Cuadra Alvarado, Domingo Gómez, Armando Gómez, Pedro P. Gómez, Peregrin Cires, Roberto Alejandro Narváez, Segundo B. Alejandro N., Alejandro Suárez, Dídimo Martrus, Dagoberto Montenegro, Pedro Alvarado, Bolívar Panchana, Evaristo Vera Espinoza, Jaime Santander, Horacio J. Pita, Isaac L. Pita, Homero Pita, Crisanto Borbor, Cirilo Borbor, Abel Borbor (siguen más de 200 firmas).

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El periódico La Protesta Punteña, fundado en Santa Elena, fue una columna de lucha. El pueblo de Santa Elena, sus autoridades municipales y las instituciones del cantón rechazaron el proyecto del Congreso y lograron que se respeten sus bienes patrimoniales. En 1910, la Municipalidad de Santa Elena había construido un chalet y varias casas para bañistas en las fuentes termales de San Vicente.

En La Protesta Punteña, periódico de 4 páginas y de tamaño tabloide, también se publicaron las protestas del pueblo de las parroquias Colonche y Chanduy. Además, se publicitó la consulta que

las autoridades municipales realizaron a varios juristas del país.

Este periódico contiene en sus páginas una gran variedad de documentos, alegatos y protestas que se refieren a la aludida pretensión de la Junta de Beneficencia de Guayaquil.8

El Nacional fue el primer periódico que se fundó en el campamento militar de Ancón. Empezó a circular el 10 de agosto de 19279 y está registrado en el libro Cronología del periodismo ecuatoriano, de Carlos A. Rolando.

El periódico de ocho páginas y de formato normal grande, de aparición eventual, defendió la libertad de asociación de los trabajadores y empleados de la Anglo. El editor del periódico fue Pedro Antonio Cuesta Díaz, precursor de la prensa obrera en el campamento minero de Ancón. En 1925, llegó al campamento de Ancón para trabajar como contador de la Anglo. En 1930, fue propietario de una imprenta y participó en la edición de otros periódicos que circularon en el campamento. Además,

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1921.

El Nacional

8 En el Archivo Rolando existen las ediciones del 22 de septiembre y del 3 de octubre de 1921, correspondientes a los números 2 y 3.

9 Luis M. Bravo, “67 años del primer periódico peninsular”, en Nuestra acción. Órgano informa-tivo de la Municipalidad de Santa Elena, julio de 1994, p. 18.

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fue corresponsal del diario El Telégrafo de Guayaquil y protagonista de la constitución del Sindicato de Empleados y Obreros del Campamento de Ancón.

La Costa Azul

Este periódico de cuatro páginas y de tamaño tabloide salió en Salinas, el 15 de junio de 1927. Fue impreso en tinta azul, en la Editorial Caicedo de Guayaquil,10 de propiedad de Federico A. Caicedo (n. Daule, 1895).

Federico A. Caicedo fue el fundador del periodismo en Salinas y Naranjito.11 Como escritor y periodista, fue director de varias revistas literarias de Guayaquil. En 1921, publicó El río Daule, monografía de 294 páginas.

En la primera edición de esta publicación eventual, se informa que el italiano Donato Yanuzzelli y Jaime Santander han organizado una “Empresa de Construcciones” para edificar varios chalets en el barrio Chipipe de Salinas. Además, se refiere a la iluminación del mencionado barrio con la planta de energía eléctrica del Hotel Cantábrico, de propiedad de Santander.

En las páginas del periódico se destaca el adelanto industrial de Salinas. Se habla de la constitución legal de la Refinería Carrera G., ubicada en el recinto de Muey, y de la gasolina marca Faro y Sol, producida en la península de Santa Elena. En el orden publicitario, se destaca el Hotel Salinas de propiedad de Alejandro Puga.

La Voz del Indígena

En Chanduy se publicó La Voz del Indígena, órgano de la Sociedad Hijos del Trabajo de Bajadas de Chanduy, fundada el 24 de julio de 1921, y tuvo una circulación reducida, en la península de Santa Elena. El

10 La Editorial Caicedo, editora del periódico La Costa Azul, publicó la monografía El cantón Santa Elena, en 180 páginas, redactada por Federico A. Caicedo. Esta obra, según la publicidad, tenía un valor de 15 sucres con pasta ordinaria y de 50 sucres la edición empastada en papel glaseado y de lujo. La editorial, administrada por Amada L. Caicedo, vendió en junio de 1927, por suscripción anticipada, 439 ejemplares del libro. Hemos buscado, sin éxito, en las bibliotecas y archivos, la obra mencionada.

11 Braulio Pérez Merchant, Diccionario Biográfico del Ecuador, Quito, Escuela de Artes y Oficios, 1928, p. 121.

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ejemplar que reposa en mis archivos corresponde a la edición del 24 de julio de 1929; se trata del número 2 de la segunda época, aparecido en la imprenta Tribuna Libre de Guayaquil.

La Voz del Indígena, publicación eventual, estuvo bajo la dirección de Jacinto B. Mateo, representante de la Sociedad Hijos del Trabajo de Bajadas de Chanduy, en la Confederación Obrera y Campesina del Guayas. En la edición del 24 de julio de 1929, en homenaje al VIII aniversario de fundación de la Sociedad, se encuentra el epígrafe que reproducimos: “Compañero campesino, aprovechemos el primer descuido para dar rienda suelta a las aspiraciones populares”. En el editorial, se exalta al campesino de esta manera:

El campesino, hijo de la selva, el hombre que con su frente caldeada conquista el poderío del arbusto en la espesura del bosque, abandona en este día el hacha y la hoz; el campesino que en las grietas abruptas de la selva virgen ha abierto un surco para que germine la semilla productora, seca sus mojadas sienes y no quiere que vibre la Madre Tierra, sobre sus agitados músculos y en consorcio con la Naturaleza canta el Himno de la Libertad y la Justicia.

Rómpase el silencio de la campiña y la quietud apacible de la montaña que preside en estos días el avance de la cultura y la civilización.

Saludemos al campesino moderno, al campesino de ideales, a aquel que no quiere ser el paria de las generaciones idas y que lucha por la redención de las masas ignaras.

En el periódico existe un sentimiento de defensa de los intereses del campesino de Chanduy. Se refiere con mucha fuerza a sus derechos territoriales, a sus tierras comunales, a los títulos de propiedad que adquirieron al Rey de España, etc. Asimismo, hay un testimonio de riqueza racial, de identidad social y política. En todos los temas de La Voz del Indígena, se notan posiciones de avanzada, democráticas, de progreso y cultura.

En la página tres, con el título “Para la comunidad de Chanduy”, se alude al pueblo y a los derechos históricos de los campesinos de la región:

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El común de los indios de naturales del pueblo de Chanduy, es decir, la Comunidad de Chanduy, título que constituye el conglomerado a que pertenece el patrimonio común de tierras que pertenece al pueblo de Chanduy, debe pertenecer firme e inalterable.

La ex tribu de los chanduyes que hoy forman los hijos de Chanduy, cuyas rebeldías aún perduran en las páginas invictas de la historia, debe proclamar sus derechos para honra de las tradiciones de su raza.

El pueblo de Chanduy, en el cual vive la estirpe de la histórica raza vencida, debe conservar en el Continente de Atahualpa y Moctezuma, un pedacillo de tierra con legítimo derecho.

La Comunidad de Chanduy, nacida al conjuro de la conquista española, posee sus títulos que le acreditan la posesión pacífica y tranquila de sus tierras por compra real al Gobierno Español, a pesar de ser herencia de nuestros descendientes, los hijos del Sol y de la piel bronceada.

La Comunidad de Chanduy necesita una estabilidad sólida que descanse sobre las bases de una organización que responda a las aspiraciones de la masa comunera.

La Comunidad de Chanduy debe marchar a la vanguardia de la revolución social levantando el pendón rojo del ideal libertario, en guarda de sus sagrados derechos.

Así se expresaban nuestros antepasados, en páginas que rescatan para la historia, en las primeras décadas del siglo XX, el pensamiento de los hijos de Chanduy, dejando un extraordinario recuerdo en beneficio de las actuales generaciones.

En la página 3 y 4, se da noticias de los límites de la comunidad de Bajadas de Chanduy. El periódico, creado para defender los intereses comunales, hizo suyo esta reflexión de Roque Barcia: “Este mundo da veneno, ahorca y pone en la cruz a los reformadores sociales, mientras que levanta estatuas, obeliscos y mausoleos a los héroes de la tierra, esos héroes que no dejaron tras de sí, más que escombros y barbarie”.Es importante destacar que Agustín A. Freire y Rigoberto Ortiz fueron síndico procurador y abogado consultor de la Sociedad Hijos del Trabajo

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de Bajadas de Chanduy, organización vinculada al movimiento obrero y campesino de la provincia del Guayas.

El Trabajo

El periódico El Trabajo salió en el campamento minero de Ancón, el 11 de enero de 1929. La primera edición del periódico fue de 12 páginas y a tres colores. Fue editado por Pedro Antonio Cuesta Díaz, en una imprenta de su propiedad, instalada en un local del Club Nacional. Como redactores de este quincenario, figuraban José Chevasco Navarro y Armando Valdez.

Una crónica de la época afirma que varios temas del periódico se redactaban en “El Buare” y “El Cypress”, buques petroleros de propiedad de la Anglo, en los cuales trabajaba como contador, el editor del periódico. Esta publicación eventual fue un noticiario laboral y social del campamento minero de Ancón.

Nueva Democracia

Este periódico salió en el campamento minero de Ancón. Empezó a circular en 1933 (la segunda edición está fechada el 4 de diciembre), impreso en rojo y de manera eventual.

El periódico Nueva Democracia se fundó para promover la candidatura del doctor José María Velasco Ibarra para la presidencia de la República. El semanario político, fue un órgano de información del “Comité Electoral Pro-Velasco Ibarra”. En sus páginas, no se indica el nombre del editor, ni de los redactores.

El Minero

El periódico El Minero circuló en el Campamento Minero de Ancón. La primera edición salió el 22 de abril de 1933, bajo la dirección del doctor Samuel Campuzano R., médico del hospital del campamento de la Anglo.

El Minero, en ocho páginas, dedicó un espacio importante a la cultura:

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la página literaria está consagrada a la poesía y la literatura. También publicaba una página con noticias en idioma inglés.

Este periódico, redactado por Raúl N. Borja y Pedro Antonio Cuesta, fue un vocero de la vida social y cultural del campamento de trabajadores de la Anglo. En La Libertad, se vendía El Minero en la Botica El Globo. En el Archivo Rolando, existe un ejemplar de este periódico.

En esta época también salió El Petrolero, vocero del Sindicato de Empleados y Obreros del Campamento Minero de Ancón, organizado en 1936.12 Los periódicos editados en el campamento circulaban en Santa Elena, La Libertad, Muey y Salinas, pues los empleados y obreros procedían de esas poblaciones. El Petrolero, publicación quincenal, circuló en 1939. El segundo número del periódico salió el primero de enero de 1940.

Nosotros

Este periódico, que empezó a circular en enero de 1941, fue editado en Salinas por Jaime Santander Z., figura destacada en la historia económica y social de la península de Santa Elena. Santander, natural de Chone, fue corresponsal del diario El Universo de Guayaquil.

Brisa Marina

El periódico Brisa Marina, órgano de la juventud manglaralteña, salió en Manglaralto, parroquia del cantón Santa Elena, el 19 de agosto de 1946. Los miembros del directorio fueron: Luis A. Salcedo, director; Luis A. Idrovo V., subdirector; Hugo A. Idrovo V., jefe de redacción, Enrique Vélez Yugance y Guillermo Pérez, redactores.

En la parte editorial, con el título “Nuestra Misión”, se explican los objetivos del periódico:

Brisa Marina sustenta como imperativo patriótico, el resurgimiento de la parroquia Manglaralto. A difundir y afirmar los anhelos de un franco progreso, sale a la luz con un depurado gesto de lucha,

12 Alejandro Guerra Cáceres, Apuntes para la historia de la península de Santa Elena, Tomo II, La Libertad, Imprenta Guayaquil, 1999, p. 106

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a través de una experiencia amarga y dolorosa que deja tras sí, el papar la indiferencia ignominiosa de nuestros Poderes Públicos, por el adelanto de sus pueblos.

En otra parte del editorial se señala la importancia de los recursos económicos de Manglaralto:

Manglaralto es una verdadera realidad; es el centro de la zona que ofrece las más grandes riquezas agrícolas con sus enormes plantaciones de tagua, paja toquilla, plátano, madera, árboles frutales y un sinnúmero de productos inherentes a nuestra zona tropical, y sin embargo, lo olvidaron los Concejos, y aún, hombres que llegaron pobres y labraron sus fortunas en él, para salir y no volver a acordarse más de la tierra que les dio abrigo y posición.

El periódico era un noticiario de la región. En sus páginas se destacan las notas sociales, deportivas y económicas de Manglaralto. Se refieren a la paja toquilla, a la Liga Deportiva Manglaralto, al equipo de fútbol San Ignacio de la misma localidad y a la historia de la parroquia. En el periódico también figura la publicidad de comerciantes lugareños como Luis A. Salcedo O., Enrique Vélez Yugance, Policarpo Abad R., Arturo Potes, Héctor Feijoo Hidalgo, Ignacio Navas y Leopoldo Vicuña T., entre otros, especialistas en el negocio de tagua, madera, paja toquilla, cueros y mercadería en general.

No se conoce que tiempo circuló el periódico, lo cierto es que el 31 de agosto de 1986 volvió a salir, en su segunda época. En la primera página, en el editorial titulado “Reaparecemos”, se explica la presencia en el escenario peninsular después de 40 años: “Salimos nuevamente a luchar por los intereses sociales, culturales, económicos y turísticos de Manglaralto, y por qué no decirlo, de la península toda”.

El director del periódico fue Luis A. Idrovo Vallejo (1922-1992), nacido en Manglaralto, en el hogar de Antonio Idrovo Peña y Samaritana Vallejo. En 1895, don Antonio Idrovo Coronel, nacido en Azogues y abuelo de Luis Idrovo Vallejo, firmó un manifiesto de respaldo a la revolución liberal de Eloy Alfaro.

Brisa Marina, órgano mensual de difusión al servicio de los intereses de

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la parroquia Manglaralto y de la península en general, circuló desde el 31 de agosto de 1986 hasta agosto de 1991, en un total de 33 números.

En este periódico de 8 y 12 páginas, fueron columnistas: Absalón Ordóñez Gómez, César Montenegro Laínez, Alejandro Idrovo Rosales, Felipe Orellana Albán, Ramón Echáiz Enríquez, Miguel Villacrés Medina y Rosa Amada Vicuña, entre otros. El material gráfico del periódico llevaba la firma de Silvia Idrovo.

En el periódico Brisa Marina se publicó por capítulos la Monografía histórica e ilustrada de la parroquia Manglaralto, escrita por José Buenaventura Navas Villafuerte y publicada en la imprenta El Comercio de Guayaquil, en 1923. La monografía está dedicada a Miguel J. Vélez, Raúl A. Campos M. Y Nataniel H. Jones, notables personalidades de la parroquia Manglaralto. En la página dos y durante 28 números, salió la obra del historiador Navas Villafuerte, que fue Jefe Político del cantón Santa Elena en 1926.

Brisa Marina fue un informativo que registró los acontecimientos políticos y sociales de su época. En 1988, el periódico volvió a tratar el tema sobre el proyecto de cantonización para la parroquia Manglaralto.13

En las páginas del periódico existe una gran pasión por la tierra, el paisaje, la patria chica, por la historia, las costumbres y las tradiciones de Manglaralto y la península. También hay estampas del drama social de la región. Este periódico fue un espejo del pensamiento democrático de sus redactores.

Músculo y Petróleo

El periódico Músculo y Petróleo fue un vocero del movimiento sindicalista de los trabajadores petroleros de la península de Santa Elena. Fundado en el Campamento Minero de Ancón, de propiedad de la compañía The Anglo Ecuadorian Oilfields, en 1947, Músculo y Petróleo fue el órgano de los Sindicalistas de Trabajadores de Cautivo, Carolina, Ancón, Shell y del Frente Nacional de Trabajadores Petroleros, y estuvo bajo la dirección de José Capobianco, Alfonso Cobos (administrador) y G. Massay (secretario).

13 Brisa Marina, No. 11, Manglaralto, enero de 1988, p. 9

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Los periódicos editados en el Campamento Minero de Ancón no jugaron un papel de carácter doctrinario y sindical; se trataba de noticiarios eventuales con información social, cívica y cultural de la época.

Los periódicos de la península de Santa Elena siempre se caracterizaron por mantener una circulación eventual. Sobre este tema, don Jacinto Benítez Cruz, en una crónica sobre Salinas escrita en 1958, dice: “En Salinas y La Libertad se han editado eventualmente algunos órganos de prensa. Entre nosotros podemos citar La Costa Azul, El Faro, La Península, La Voz de Salinas y Nosotros. Desgraciadamente, la falta de apoyo que merece este esfuerzo cultural o quizá la poca experiencia de sus dirigentes, haya sido la causa de su vida efímera y por consiguiente, estéril”.14

La Verdad

En 1960 se fundó en La Libertad el periódico La Verdad, órgano de la Juventud Revolucionaria Peninsular. Este semanario fue fundado por Franklin Pérez Castro, nacido en Guayaquil en 1915, hijo de Ismael Pérez Pazmiño, propietario fundador de diario El Universo, y de Herlinda Castro Santander, ambos naturales de Machala.

La Verdad fue el primer periódico de combate que se publicó en la península de Santa Elena. Desde su fundación, ha tenido cinco épocas. Clausurado en 1963 por la dictadura militar, hasta marzo de 1991 todavía circulaba en La Libertad y en la región peninsular.

Franklin Pérez Castro se radicó en la península en 1956. En Manglaralto se dedicó a la agricultura y mantuvo la columna “Garúas de Manglaralto” en diario El Universo. En esta época, fundó la Juventud Revolucionaria Peninsular, organización política que jugó un papel destacado en la lucha popular, en Salinas, La Libertad y Santa Elena. Los miembros de este movimiento fueron: Cristóbal Velasco Soria, Francisco Mejillones, Raúl Guzmán Ortiz, Jorge Tamayo Ascencio, Augusto Sánchez Romero, Carlos Perero Pita, Ruperto Piguave, Carlos Falconí Wong y Amado Panchana, entre otros.15

14 Alejandro Guerra Cáceres, “Calendario histórico de la península de Santa Elena (1527-1997)”, en Revista del Instituto de Historia Marítima, No. 23, Guayaquil, julio de 1998, p. 202.

15 Ver al respecto, “Garúas de Manglaralto”, El Universo, Guayaquil, 1958. En esta columna, Franklin Pérez Castro escribía sobre los acontecimientos políticos de la península de Santa Elena.

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El periódico La Verdad desarrolló una política revolucionaria en defensa de los más altos intereses de los pueblos de la península de Santa Elena. En sus páginas, se registran los acontecimientos políticos de Salinas y Santa Elena. La Verdad es un documento para la historia política de la península.

Franklin Pérez Castro fue el fundador del periodismo de opinión y de lucha en la región peninsular. Además, fue animador de movimientos y líderes populares. Su seudónimo, Pecho Bordado, alcanzó prestigio en su tiempo. Pérez Castro falleció en Guayaquil, el 16 de noviembre de 1998 y fue sepultado en el cementerio general del cantón La Libertad.

Informativo Peninsular

Este semanario, fundado en 1967, fue editado en Santa Elena por Walter Gellibert Larreta, periodista de larga trayectoria. El periódico circuló en Santa Elena, La Libertad y Salinas. A lo largo de 30 años, ha sido un noticiero de gran vitalidad entre la comunidad. En sus páginas se reseñan los acontecimienos políticos, sociales y educativos de la Costa Azul ecuatoriana.

Semanario Cumbre

Salió en Santa Elena el 17 de enero de 1969 y tuvo 69 ediciones; la última circuló el 4 de diciembre de 1970. El ejemplar tenía u valor de 0,40 centavos de sucre.

El director del semanario fue el profesor José Drouet Sánchez, pero desde la edición número 66, Ottón Ordóñez González figuró en ese cargo. Los redactores del periódico fueron José Israel Palma Borbor, Ramón Gómez, Sergio Alejandro y Carlos Carrión. El Semanario Cumbre, impreso en mimeógrafo y de cuatro páginas, tenía corresponsales en Manglaralto, Colonche, Olón, La Libertad, Chanduy y Palmar. En sus páginas se informaba sobre la vida social y política del cantón Santa Elena. Además, se publicaban estampas y crónicas de carácter educativo, deportivo y cultural. Una colección de este semanario pertenece a la biblioteca del educador José Palma Borbor.

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Periódicos Varios

El periódico El Sol salió en La Libertad, el 28 de agosto de 1981, en su primera edición. En las páginas de este semanario fundado por Jaime Castello Yépez, destacan las noticias deportivas, sociales y políticas de la región. El Sol ha informado a la sociedad peninsular por más de 20 años.

El Espectador fue un periódico eventual (sólo se publicaron tres números). Fundado en La Libertad, el primer número salió el 4 de agosto de 1989. Empezó a circular como parte del diario guayaquileño La Segunda de Meridiano, bajo la dirección de Carlos Cambala Montecé. En sus páginas escribieron Franklin Pérez Castro, Francisco Tamariz Crespo y Jaime Galarza Zavala.

El Cosmopolita fue fundado por Víctor Hugo Villafuerte, natural de Manabí. Salió en La Libertad, el 21 de octubre de 1992, en un único número. En el mismo mes y año, el noticiero “Gaceta Municipal” empezó su trayectoria, como el primer periódico de la Municipalidad de Salinas. Esta gaceta mensual de cuatro páginas e impresa en mimeógrafo se mantuvo por más de un año, dirigido por Rafael González Rubio.

En 1994 circularon varios números del periódico El Peninsular, editados por Gonzalo Cevallos. El 14 de agosto del año indicado empezó a salir en la misma localidad, el periódico quincenal El Caracol, fundado por David Romo Pesantez. Este rotativo de tamaño tabloide de 14 páginas, circuló por el lapso de dos años en la península de Santa Elena.

Periódicos de vida efímera también fueron Acontecer de La Libertad –fundado por Edinson Cristóbal O.-, que circuló el 22 de enero de 1996; Siglo XXI, semanario santaelenense editado por Manuel Carpio el 14 de abril de 1997 y El Litoral, que salió el 24 de mayo de ese mismo año en La Libertad, fundado por Teodoro León. Estos periódicos no pasaron del primer o segundo número.

La Radiodifusión Peninsular

La historia de la radiodifusión en la península de Santa Elena empezó

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en Salinas. En 1947, en el edificio del Hotel Tívoli, se instaló Radio Salinas, de propiedad de Carlos Espinoza Larrea (1905-1965), con los equipos de Radio Imán comprados a Julio Sánchez Vinces. Esta emisora de alcance local se mantuvo pocos meses.

En 1948, en el Campamento Minero de Ancón, en el local del Comité de Empresa de los Trabajadores de la Anglo, se instaló Radio Ancón, de propiedad de Randolfo Sierra. La radio –que estuvo en actividad cerca de un año- con sus audiciones de viernes, sábado y domingo, se sintonizaba hasta en La Libertad. Su propietario fue nombrado director de Radio Cenit en Manta y como consecuencia, Radio Ancón desapareció.

En 1949 surge la primera radiodifusora de La Libertad. Se trata de Radio América, de propiedad de Luis Albán. Esta emisora se estableció en el Teatro Variedades y después en el Hotel Viña del Mar. En esta época, no había energía eléctrica durante el día; la “planta de luz” se prendía a partir de las seis de la tarde. Por esta circunstancia, la radio iniciaba sus programaciones con horario nocturno.

En 1950 se estableció Radio Costa Azul, de propiedad de José Caballero Colombo. Funcionó en un local ubicado junto al Teatro Salinas, en el malecón. Se mantuvo en sintonía hasta 1952.

El radiodifusor Caballero Colombo también fue propietario de Radio Libertad, instalada en la parroquia La Libertad, en 1950, la misma que funcionó hasta 1953. Esta emisora funcionó en el Teatro Olimpo y en el edificio Murrieta, en la avenida principal, fue sintonizada en Salinas, La Libertad y Santa Elena. En Radio Libertad se inició Milton Pinoargote Pacheco, radiodifusor de reconocida trayectoria en la región peninsular.

En Radio Libertad se transmitió la radionovela “El derecho de nacer”, basada en la obra literaria del mismo título, escrita por Félix O´Shea (Félix G. Caignet), radicado en Cuba desde 1939. Esta novela se llevó al cine y la televisión; también fue exhibida en la década del 70, en la pantalla del Teatro Olimpo.

El 17 de diciembre de 1952 empezó una radiodifusora que haría historia.

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Se trata de La Voz de la Península, domiciliada en La Libertad y de propiedad de Milton Pinoargote Pacheco. En la inauguración, actuaron Los Chaparrines, grupo de cómicos acompañados por su animador, Carlos Armando Romero Rodas. Además hicieron su debut las Hermanas Borbor Tomalá, conocidas como “las Alondras Peninsulares”. Por su parte, la primera canción que se escuchó a través de la radio fue “Seamos felices”, interpretado por las Hermanas Mendoza Suasti. Entonces, la emisora contaba con 100 discos y estaba ubicada en un edificio esquinero de la avenida principal.

Milton Pinoargote fue el primer locutor de la radio, acompañado en los controles por Washington Segarra. En esta época se incorporaron como locutores, Óscar González y Segundo Manuel Palma. En 1958, la radio se trasladó a la avenida 9 de octubre y Salomón Pinoargote, en el edificio donde funcionó las oficinas de la Empresa Eléctrica. En estos años, Segundo Manuel Palma creó el programa “Cocktail dominical”, espacio musical dedicado a la presentación de artistas locales. Este programa fue el antecedente de “La Escuela del Arte”, tribuna artística creada para promover talentos peninsulares. En las últimas décadas del siglo XX, ha sido de gran vitalidad el aporte periodístico de Luis Palma Maldonado y Carlos Cambala Montecé. La Voz de la Península se ha consagrado como una institución insignia de la radiodifusión peninsular.

El 16 de agosto de 1959, en Santa Elena, se inauguró la radio municipal Santa Elena Habla, bajo la dirección del profesor Ramón Hidalgo. Esta emisora funcionó en el edificio del Municipio de Santa Elena.

En esta época se establece en La Libertad, la radiodifusora La Voz del Trópico, denominada después Ondas de la Libertad, de propiedad de Jorge Pazzos. Funcionó en el Malecón y calle Guayaquil. En 1970, esta emisora mantuvo el programa radio-periódico “El Espectador”, conducido por Efraín Briones Ramos.

En 1977 sale al aire Radio Récord, organizada con los equipos que adquiere Alonso Suárez de Ondas de La Libertad. Esta radio también ha sido una columna de la radiodifusión peninsular en las últimas décadas del siglo XX.

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En 1984 se establece en Santa Elena, Radio Santa Elena, de propiedad del periodista Walter Gellibert Larreta. En la década del 90, se desarrolla la radiodifusión en la región. En este periodo, aparecen las siguientes radios:

Radio Brisa Azul, en Salinas, 1993.Radio Fragata, en La Libertad, 1996.

Radio Antena 5, en Santa Elena, 1996.Radio Panorama, en La Libertad, 1997.Radio El Pacífico, en Santa Elena, 1997.

La radiodifusión peninsular tiene como su precursor a Carlos Espinoza Larrea y a Randolfo Sierra, Luis Albán y José Caballero Colombo. Ellos fueron los iniciadores. Espinoza Larrea fue presidente de la Municipalidad de Salinas. Estuvo en su cargo durante 22 años: de 1938 a 1942 y de 1945 a 1963.

En Muey (José Luis Tamayo), parroquia del cantón Salinas, ha jugado un papel importante La Voz de los Techos, sistema de comunicación organizado a través de decenas de parlantes o altavoces instalados en los techos de las casas de la población. Este sistema o medio de comunicación, por más de 20 años está dedicado a la música, las noticias lugareñas y a los “recados” dirigidos a los habitantes de Muey.

Nota Final

Esta relación histórica ha sido preparada con los documentos que reposan en los archivos del autor. A otros investigadores les corresponde continuar esta tarea.

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FUNDACIÓN CULTURAL MIGUEL ASPIAZU CARBO

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abcdeuvwxylmnopa“La primera meta de la educación es crear hombres capaces de hacer cosas nuevas y no simplemente repetir lo que ha hecho otras generaciones: hombres creadores, inventores y descubridores. La segunda meta de la educación es formar mentes que puedan ser críticas, que puedan verificar y no aceptar todo lo que se les ofrece. “

Jean Piaget

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n nuestras actividades profesionales, con frecuencia escuchamos a colegas quejarse “pedagógicamente” de sus alumnos. Y es

explicable, porque muchas veces nos preguntamos cómo hacer para que los niños aprendan lo que tratamos, en vano, de enseñarles.

Tal vez la respuesta esté en que por lo general nos preocupamos de elaborar programas, seleccionar contenidos, redactar objetivos, crear actividades, etc. Pero ¿alguna vez nos hemos preguntado cuáles son los mecanismos mediante los cuales el niño elabora y fija sus conocimientos?

Por eso es que hoy nos referiremos al pensamiento reflexivo. Y comenzaremos por definir qué es el pensamiento reflexivo, lo que nos lleva a definir el término “reflexionar” que, como sabemos proviene del latín y significa, entre otras acepciones, meditar una cosa, pensarla. La reflexión, se define como el examen detenido que el individuo hace sobre un conocimiento.

El pensamiento reflexivo corresponde a la apertura mental y la capacidad de utilizar racionalidad y afectividad que usa una persona para

Isabel Tamayo Hurtado

Aprendizaje y pensamiento reflexivo

“La primera meta de la educación es crear hombres capaces de hacer cosas nuevas y no simplemente repetir lo que ha hecho otras generaciones: hombres creadores, inventores y descubridores. La segunda meta de la educación es formar mentes que puedan ser críticas, que puedan verificar y no aceptar todo lo que se les ofrece”.

Jean Piaget

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relacionarse con lo que le rodea, de una forma útil y constructiva. En efecto, cuando el niño reflexiona detenidamente sobre un conocimiento, lo está interiorizando, y aceptando. Entonces, si somos capaces de lograr que el niño adopte el pensamiento reflexivo, estaremos formando alumnos críticos y creativos.

Ahora, el problema ha cambiado y nos preguntamos ¿cómo podemos lograr que el alumno reflexione sobre los conocimientos que deseamos que adquiera? No es tan difícil lograrlo, si sabemos que los niños no llegan a nosotros con la mente en blanco. Antes de ingresar al sistema escolar, ya han tratado de comprender su entorno, y han elaborado un complejo sistema de ideas, conceptos, preconceptos, teorías, preteorías, juicios, prejuicios.

Estos conocimientos previos nos servirán para asentar nuevos conocimientos. Pero, veamos primero en qué consisten:

- Son construcciones personales de los alumnos, es decir, han sido elaborados por ellos, de modo más o menos espontáneo, en su interacción cotidiana con su entorno. Por ejemplo, un niño chiquito elabora una explicación sobre la causa de la lluvia, aunque no sepa exponerla.

- Son incoherentes desde el punto de vista científico; sin embargo, sirven al niño para explicarse fenómenos cotidianos, aunque no sean científicamente correctos. Por ejemplo, “el carrito se mueve porque los carros se mueven”.

- Son bastante estables y resistentes al cambio, por lo que muchas veces persisten a pesar de la instrucción científica que el niño o adolescente pueda recibir. A veces encontramos estos preconceptos en estudiantes universitarios, y aun en profesionales.

- Buscan la utilidad más que la verdad, es decir, todo lo contrario de una teoría científica. El niño requiere una explicación práctica para manejar algo, por ejemplo, para encender la TV o la radio; no le interesan las bases científicas del funcionamiento de estos aparatos, sólo necesita saber qué botón apretar.

- Poseen carácter implícito frente a los conceptos explícitos de la ciencia. Muchas veces, en el aula, los encontramos implícitos en las actividades

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y afirmaciones de los alumnos, constituyendo teorías o ideas “en acción”, que no pueden verbalizar. Por eso, es importante ayudar al niño a expresar estos conocimientos previos.

- Son específicos, porque se refieren muchas veces a realidades cercanas al niño, y muy concretas, a las que el alumno no sabe aplicar las leyes generales que se le explican en clase.

- Los aprendizajes se producen a través del cambio y evolución de los conocimientos previos de los alumnos. Por lo tanto, lo primero que hay que hacer cuando detectamos un conocimiento previo, es fomentar la toma de conciencia del alumno con respecto a sus propias ideas, sin olvidar de qué manera se forman estos diferentes tipos de conocimientos previos.

El origen de los conocimientos previos

Existen muchas teorías acerca de las causas psicológicas por las que los niños forman su conocimiento sobre algunas situaciones. Para resumir, podemos clasificarlas en tres grandes grupos:

Concepciones espontáneas. Se forman cuando el niño intenta dar significado a las actividades cotidianas y se basan en relaciones causales aplicadas a lo que el niño recibe, a través de procesos sensoriales y perceptivos. Por ejemplo, un niño me explicaba que la capa de ozono se ha roto por culpa de los cohetes que se lanzan al espacio. O una niña explicaba “hace frío porque mi mamá me puso un abrigo”.

Concepciones inducidas. Su origen está en el entorno social, de cuyas ideas se impregna el alumno. La cultura es un conjunto de creencias compartidas por el grupo social y asimiladas por parte de los individuos. Debemos tener en cuenta que el sistema educativo no es el único vehículo de trasmisión cultural. Es increíble la cantidad de concepciones históricas falsas que el niño capta de las películas seudo históricas.

Concepciones analógicas. Pueden ser sugeridas por la enseñanza o creadas por los propios alumnos. Surgen cuando el alumno carece de ideas previas acerca de algo, y se ve obligado a crear, por analogía, una concepción útil para dar significado a ese dominio nuevo. Por ejemplo, niños de primaria a quienes su profesor había tratado de explicarles la ley de gravedad, explicaban que las cosas caen a tierra porque la atmósfera las aplasta.

No siempre estas diferentes concepciones actúan por separado, ya que,

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muchas veces, una reemplaza a alguna de otro tipo. La construcción del conocimiento consiste en un proceso de adquisición de información procedente del medio, que interactúa con la que el estudiante ya posee. A través de este proceso, se produce una reorganización del conocimiento previo.

Para comprenderlo mejor, podemos pensar en el sistema cognitivo del niño como un ecosistema, en el que ideas, conceptos, preconceptos, juicios, prejuicios, se encuentran íntimamente relacionados. Si, a través de una motivación adecuada, el niño cuestiona y borra un preconcepto, necesitará elaborar uno nuevo que lo sustituya, para restablecer el equilibrio ecológico que se ha roto. El maestro, entonces, no es el encargado de introducir nuevos conocimientos en la mente del niño, sino de hacer poner en duda preconceptos y prejuicios, y de guiarlo en la elaboración de conceptos nuevos.

Pero habría que hacer una advertencia: El aprendizaje sólo es posible si la enseñanza parte de lo significativo. Por ejemplo, si el niño no tiene ideas previas sobre algún fenómeno, el aprendizaje no será significativo, porque no hay conocimiento previo. Habría, entonces, que inducirlo a la creación de un conocimiento analógico. O si el conocimiento que se le está entregando ya existe en el niño como conocimiento previo, el aprendizaje no será significativo.

Por lo tanto, el aprendizaje significativo es siempre el producto de la interacción entre un conocimiento previo activado y una información nueva.

Por esto, recomendamos que, al iniciar una nueva unidad de materia, diagnostiquemos cuáles son los conocimientos previos que los alumnos poseen sobre ella, con un espacio de comentarios orales acerca del nuevo tema. Así, obtendremos una base sobre la cual trabajar.

Además, es necesario saber que las estructuras de los juicios valorativos siguen procesos evolutivos similares, y en estrecha relación con los procesos evolutivos del desarrollo cognitivo.

La introducción del aprendizaje significativo ha traído una serie de cambios en la enseñanza y en todos sus niveles. Veamos una comparación entre la enseñanza tradicional y el aprendizaje significativo:

A nivel de contenidos.- En la enseñanza tradicional, los conocimientos

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son impartidos desde principios que el positivismo denominaría como útiles, importantes y verdaderos. En el aprendizaje significativo se imparten los contenidos tradicionales, pero seleccionando los que tienen significado o relación para y con el alumno.

A nivel del docente.- En la enseñanza tradicional, el docente sabe desde el principio qué es lo que “debe” enseñar, y camina firme hacia el logro de su meta. En el aprendizaje significativo, el docente aprende y reflexiona junto al alumno y dentro del proceso. Prepara los contenidos en función de la significatividad.

A nivel del alumno.- En la enseñanza tradicional, el alumno muestra una conducta pasiva, receptiva, conformista, memorística y un pensamiento dependiente de los expertos. No analiza en forma significativa. En el aprendizaje significativo, el alumno construye conocimientos. Piensa y reflexiona sobre procesos. Y lo más importante, participa de su propia realidad.

Taller de Motivación. Ejercicio sobre aplicación de recursos motivacionales a distintas situaciones docentes

Objetivo:

- Reflexionar en grupo acerca de los recursos motivacionales y su aplicación a situaciones concretas de enseñanza.

Metodología:- Elaborar una lista de recursos motivacionales aplicables a situaciones

didácticas.

- Presentar el trabajo realizado a los demás miembros del grupo.

- Elaborar un diseño de aplicación de los recursos motivacionales:

1. Se trata de elaborar una lista de los recursos motivacionales que usted utiliza o piensa que puede utilizar para conseguir que los alumnos se interesen en la clase.

Este ejercicio debe realizarse en pareja. Dispone de 15 minutos.

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2. Presentación de lo elaborado a los demás miembros del grupo.

2.1 Cada pareja leerá su trabajo.

2.2 No se debe discutir lo que cada uno lea.

2.3 Si es preciso, se pedirá aclaración con el ánimo de comprender que se quiere decir en un punto determinado.

2.4 Si se encuentra interesante algún punto expuesto por otra pareja, puede anotarlo en las líneas que siguen.

Recursos motivacionales

Tiempo disponible: 20 minutos.

3. Elaboración en grupo de un diseño de aplicación de recursos motivacionales.

Disponen de 30 minutos para discutir lo expuesto en el ejercicio anterior/ y describir cómo aplicarían los distintos recursos motivacionales en una situación de clase.

CUESTIONARIO DE MOTIVACIÓN

1. ¿Me preocupo, antes que nada, de preparar el ambiente y a mis alumnos para que quieran aprender?

SÍ No

2. ¿Pretendo, desde el principio, que haya una corriente positiva y recíproca entre mis alumnos y yo?

SÍ No

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3. ¿Tengo en todo mi actuar, una visión positiva de la realidad, del mundo, de mí, de mis alumnos y de mi colegio?

SÍ No

4. ¿Utilizo la ironía con mis alumnos para moverlos a un actuar adecuado?

SÍ No

5. ¿Hago, con cariño, que todos mis alumnos se sientan importantes y queridos?

SÍ No

6. ¿Mis palabras, mis acciones, hacen actuar a mis alumnos?

SÍ No

7. ¿Me esfuerzo por comprender las razones de mis alumnos, aunque internamente piense el modo de ayudarles?

SÍ No

8. ¿Dejo siempre la iniciativa a mis alumnos? SÍ No

9. Sinceramente, ¿promociono algún modelo frente a mis alumnos?

SÍ No

10. ¿Hago lo posible por conectar con los intereses reales de mis alumnos?

SÍ No

11. ¿Dejo siempre una salida a mis alumnos? SÍ No

12. ¿Río frecuentemente en clase? SÍ No

13. ¿Respeto a mis alumnos, sus concepciones y su modo de ser?

SÍ No

14. ¿Felicito y alabo, más que riño y regaño? SÍ No

15. ¿Mis alumnos en clase leen y oyen más que hacen?

SÍ No

16. ¿Planifico actividades especiales para mis alumnos problemáticos?

SÍ No

17. ¿Procuro la variedad, apoyada en la sorpresa frecuente?

SÍ No

18. ¿Busco en mis clases objetivos personales, más que grupales?

SÍ No

19. ¿Espero, con hechos y dichos, siempre lo mejor de mis alumnos, y establecido ésto, lo manifiesto?

SÍ No

20. ¿Estudio cada alumno para al conocerlo mejor buscar las motivaciones más positivas para esa persona?

SÍ No

21. ¿Mi asignatura sirve para mejorar la vida de mis alumnos o para que la entiendan mejor?

SÍ No

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Formación Social, Cívica Y Ciudadanía

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José Miguel Vélez Coello María Elena Carrrillo Ortega

Formación Social, Cívica Y Ciudadanía

Plan de Clase

Asignatura: CívicaAño: Tercero de BachilleratoTema: “Una Nueva Ciudadanía”

Objetivo General

* Promover en los estudiantes un pensamiento reflexivo, analítico, crítico que les permita interactuar mediante propuestas de solución a problemas específicos de su entorno.

Objetivos Específicos

* Hacer conciencia en los estudiantes sobre la interrelación que existe entre los deberes y derechos que tenemos los ciudadanos como parte integrante de esta sociedad.

* Revalorizar conceptos y nociones de ética, ecología, ciudadanía, solidaridad, bien común y justicia que necesitan ser rescatados como un valor actual dentro de la sociedad.

* Motivar a los estudiantes para demostrar su participación ciudadana, a través de la propuesta de soluciones creativas a problemas específicos de su entorno.

* Comprender que el ser ciudadano implica una permanente relación entre lo que el Estado debe brindar a sus ciudadanos, y la correspondencia que se espera de ellos, de tal manera que se logre el bienestar de toda la sociedad.

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* Fortalecer en los estudiantes los valores cívicos y ciudadanos tales como la democracia, la ética, la verdad, la justicia, la responsabilidad, el respeto y la participación, para que pasen a ser parte integrante de sus vidas, de tal manera que se refleje permanentemente en sus actividades diarias.

* Vivenciar la participación ciudadana para que se convierta en una experiencia práctica que ayude a los estudiantes a vivir como ciudadanos responsables, para que transformen positivamente la realidad social en la que están inmersos y de la cual forman parte.

Motivación

Preguntas motivadoras:* ¿Qué es ser ciudadano?* ¿Usted tiene la condición de ciudadano? ¿Por qué?* ¿Qué entiende usted por ciudadanía ambiental?* ¿Qué compromiso tiene usted con el planeta donde vive?

Actividades

1.- Elaboración de un cuadro comparativo estableciendo diferencias entre poblador, habitante y ciudadano.

Pobladores - Habitantes:

- Los que se radican en un sitio al que se conoce como poblado.- Habitan en un sitio llamado ciudad y ellos determinan el modo de estar y radicarse en este sitio.- No se piensa ni se acepta como ciudadano, establece una relación de ocupación con el sitio-ciudad.- La ciudad no debe exigirle porque no se identifica con ella. No asumen compromiso social, político o cultural con la ciudad.- No adquieren deberes pero sí son conscientes de sus derechos.

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AULA

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Ciudadanos:

- Supone una relación sociopolítica, cultural y simbólica con la ciudad.- Son conscientes de que su condición de ciudadanos les trae un conjunto de derechos con deberes.- Son miembros activos de una comunidad sociopolítica, a la cual le dan vida, la nutren, sostienen, desarrollan y proyectan.- El término ciudadano identifica a personas, pero no como individuos aislados; sino como sujetos sociales y como tales, actores políticos de la sociedad, ciudad, comunidad.

2.- Analizar el siguiente fragmento sobre la nueva ciudadanía.

“La nueva ciudadanía trasciende los estrechos límites históricos, para abarcar de manera integral a todos los ciudadanos indistintamente de su origen, procedencia, género, etnia, orientación sexual, capacidad física o mental, religión, edad, etc. Todos son sujetos de derechos y responsabilidades que comparten, aceptando y complementando sus diversidades, un proyecto común de humanidad. Nadie queda excluido o marginado, no hay ciudadanos de primera o segunda categoría”.

3.- Ejemplificar la manera en que se ejercen, los siguientes tipos de ciudadanía detallados a continuación.

Ciudadanía política que viene a ser una condición de la democracia y del ejercicio de la soberanía por parte del pueblo.Ciudadanía económica-social que vincula el desarrollo humano, la equidad y la igualdad de oportunidades.Ciudadanía ecológica que se orienta por un proyecto de sociedad fundado en el desarrollo sustentable con la observación de la naturaleza.Ciudadanía cultural que se ubica en una apuesta de interculturalidad, pluralidad y no discriminación.

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4.- Taller Grupal

Observe la siguiente nota periodística y conteste las preguntas:

Preguntas para el Taller Grupal

. ¿Qué antivalores se evidencian en la noticia reseñada?

. ¿Cree usted que el Municipio no está cumpliendo efectivamente su función? ¿Por qué?. ¿Considera usted que los organismos locales son los únicos llamados a superar este problema? ¿Por qué?. ¿Cuáles serían los efectos medioambientales que se podrían ocasionar si no se corrige esta situación denunciada?. ¿Qué solución aportaría usted, como ciudadano, para superar este problema?

5.- Identifique tres ideas principales sobre el siguiente fragmento acerca del tema: “La minga: una forma ancestral de participación solidaria” que usted podría poner en práctica en el problema

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planteado en la nota periodística.

“Actualmente, el trabajo en minga está vigente y se ha reformulado una vez más. Ahora es un mecanismo de coparticipación en la construcción de obras públicas, en la cual el organismo público aporta con materiales, tecnología y maquinaria, y la comunidad, con el trabajo minguero.

Existen, hoy en día, muchas obras públicas de gran envergadura que son realizadas basándose en este sistema, como canales de riego, caminos vecinales, casas comunales, etc. Así las obras realizadas parecerían convertirse en una parte propia de la comunidad y muy apreciada por ésta, debido a que las ha realizado con sus propias manos; esto redunda también en un beneficio para el Estado por el ahorro en los costos.

En la vida cotidiana y a nivel privado podemos ver cómo los vecinos y parientes reviven la reciprocidad en la construcción de sus casas y en especial en el tiempo de las cosechas. Así, la minga es más que una herencia cultural, es una forma de participación comunitaria y ciudadana que permite el logro de metas comunes que de otra manera tendrían un costo muy alto y tardarían más tiempo.

La minga es un mecanismo para revalorizar el trabajo del otro, para ejercer valores como la solidaridad, la unidad, organización y redistribución de tiempos y recursos a favor de uno mismo y de los otros”.

6.- Plenario del trabajo realizado en el Taller Grupal.

7.- Comentario y conclusiones finales.

Conclusiones

Los ciudadanos deben interiorizar y comprender que la ciudad es una construcción colectiva, una invención, creación y

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recreación de una comunidad cohesionada socialmente y

comprometida con su estabilidad y permanencia.Los ciudadanos deben asumir responsabilidades y compromisos con la ciudad y no ser simplemente ciudadanos que piden y exigen.

La ética ciudadana, desde el punto de vista ecológico, implica reconocer el derecho de los demás seres humanos para continuar existiendo y coexistir con nosotros.

La convivencia ciudadana entraña el carácter inviolable de los derechos primarios de la persona: su libertad y sus aspiraciones a una vida digna en la que la salud, la vivienda, la educación, el trabajo y la cultura, así como la capacidad de relación y asociación, encuentren la garantía y el respeto de todos.

Se debe cambiar la visión de ciudad como lugar donde se habita y vive, hacia una ciudad como sociedad dinámica y escenario socioeconómico, político, cultural y simbólico. Con esta visión el ciudadano se percibirá como sujeto y actor social, político y cultural.

Recursos

Materiales:

Textos, papelógrafos, marcadores, pizarra, tijeras, recorte de periódico, palas, tachos de basura, fundas de basura, recogedores de basura, carteles, afiches.

Humanos:

Estudiantes, maestro, padres de familia, vecinos de barrio.

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AULA

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Evaluación

- Identifiquen un problema de algún barrio y organicen en grupos, una minga de limpieza que involucre a vecinos de ese barrio para mejorar esta situación.- Utilicen los conceptos vertidos en esta clase sobre la participación ciudadana para planificar el trabajo.- Elaboren un informe sobre el trabajo realizado.

Bibliografía

EDITORIAL SANTILLANA. Formación Ciudadana. MAGENDZO, Abraham. Nociones generales de ciudadanía y de ciudadano.PAREDES RAMíREZ, Willington. “Pobladores, habitantes y “ciudadanos” de Guayaquil”, Ms. PAREDES RAMíREZ, Willington. “Nueva ciudad, nueva ciudadanía y diez percepciones recomendaciones para la ciudad regenerada”, Ms.RIBADENEIRA, Miguel. La Participación Ciudadana.SAAVEDRA ANDRADE, María del Rosario. Ética ciudadana y medio ambiente.

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Transcripción de Susana Loor Jara

Expediente sobre precaver incendios de la ciudad de Guayaquil, 1784

[f.1] [Al margen: ] Auto del señor Presidente. En la ciudad de Santiago de Guayaquil a veinte y nueve dias del mes de marzo de mil setecientos setenta y ocho años su señoria el señor don Joseph Garcia de Leon y Pizarro de el Consejo de su Majestad su Regente Presidente de la Real Audiencia de Quito Visitador General de ella Tribunales de Justicia y Caxas Reales de su Distrito dixo: que habiendo llegado a esta ciudad, y principiado las funsiones de su Ministerio en calidad de tal Visitador General ha experimentado en mui pocos dias haver havido tres incendios, que aunque en casas de corta consideración no han dejado de consternar a su vecindario pues como que han sido repetidos los que han sufrido incendiándose generalmente por la facilidad de propagarse, el fuego de unas caxas a otras yá por la materia fácilmente combustible de madera, cañas o paja, de que muchas se componen, y yá por los vientos fuertes, que soplan, que no solo estimulan su voracidad, sino es que conduciendo pedazos encendidos alargas distancias, ocacionan un universal estrago, de que es fatal exemplar, el ultimo general incendio acaesido en el año de mil setecientos sesenta y cuatro, después del qual ha havido otros muchos particulares; temen, y con razon verse acometidos del mismo infortunio. Deseoso pues su Señoria de remediar un daño que amenaza aun mismo tiempo a los templos, y a las casas de los particulares, a las oficinas Reales, y Archivos de esta ciudad causando su rapidez, ruina al publico a los particulares, y al Real Herario, atomado informes de personas celosas del vien comun y ha

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reconocido, y visto las providencias tomadas desde tiempos antiguos por este Ilustre Ayuntamiento por los Señores Gobernadores que han sido, y por la Real Audiencia de Quito de cuio distrito es esta Gobernación, y de todo ha quedado perfectamente convencido de que es indispensable se forme una Instrucción particular, cuia observancia, y la de los Articulos que incluia ponga a cubierto este Pueblo de unos perjuicios tan palpables, y considerables que estan estorbando su populación, su felicidad y su riqueza, substituyendo en lugar de estos beneficios la pobreza respectiba de sus habitantes el corto numero de ellos, el desorden, la inquietud, y el desasosiego objetos todos que son de la inspeccion de su [f.2] Señoria para solicitar, y tratar de su remedio, en consecuencia de lo qual, y habiéndose formado la proyectada instrucción deviase mandar y mando se una a este auto, y se saquen copias de ella, y de esta Providencia remitiendose una al señor Gobernador de esta Plaza, a fin de que la haga publicar por vando y se mantenga en la escribanía de su Governación, para que todos los años se repita y otra para que por mano del mismo señor Governador se dirija al mui Ilustre Ayuntamiento, que la conserve en su Archivo o Libros Capitulares, y pueda cumplir por su parte con los articulos que corresponden a sus individuos, y asi mismo excitar el zelo de los señores Governadores subcesivos a fin de que como en quienes reside la Real Jurisdicción Ordinaria, y Militar, hagan con toda eficacia, se practiquen los saludables medios que se ordenan, y proponen dando aviso a su señoria de su recibo, y por este su auto. Asi lo proveyó mando, y firmó por ante mi su secretario de la Visita General de que doy fe = Don Josef Garcia de Leon y Pizarro = Agustín Martín de Blas – Instrucción, y Ordenanza formada para evitar los Incendios,* y ocurrir a los que se ofrezcan en esta ciudad por el Señor Don Joseph Garcia Leon y Pizarro del Consejo de su Magestad su regente Presidente de la Real Audiencia de Quito Visitador General de ella Tribunales de Justicia y Caxas Reales del distrito que a consequencia de lo ordenado por los señores Presidente, y Oidores de la Real Audiencia de Quito en auto proveido en diez y siete de mayo del año pasado de mil setecientos sesenta y siete inserto en Real Provisión que se dirijio a este Cavildo, para que se cele y vigile sobre que no se fabriquen casas de maderas, ni Paja, sino que precisamente haian de ser de cal, piedra o ladrillo; o de quincha ( que es un artefacto que se compone de cañaberal, madera y varro, amasado con paja ) el qual resiste bastantemente el fuego, y

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da lugar a que se ocurra a su extinción, quando se ofrese haciendolo observar con el mayor vigor y que se derriben inmediatamente las casas, cosinas, y ranchos que provisionalmente se permitieron después del incendio por ser de Paja y Caña Apersiviendo con la multa de quinientos pesos a todos y cada uno de los Regidores, y demas jueces por cada una de las Casas, cosinas, o ranchos de aquella especie que se les justifique haver fabricado ulteriormente procuren dichos capitulares y justicias llebar a devida execucion lo ordenado por aquel superior tribunal, en esta materia, vigilando, y celando no se fabrique edificio alguno en lo subsesivo con estos materiales, con apersevimiento, que en su contrabención, se les exigira erremisiblemente la multa impuesta en su Providencia; observando literalmente [f.3] los demas puntos que en ella se contienen que en las ventas que se hagan de solares se ponga expresa clausula de no fabricar en ellos cosina ni ramada de paja; y que se ha de observar en la fabrica de casa, lo que tiene mandado la Real Audiencia en orden a los materiales con que deben construirse. Tercero que no se consienta vender en la ciudad, ni llegar a las orillas del rio cadivijao ni enea, mediante a no tener otro destino que el de cubrir los lechos, con infraxion del auto de la Real Audiencia, que anterior queda referido – Quarto que proponga advitrios, y medios el Cavildo para costear la fabrica de dos o tres vombas, al modo de la conque se socorrio un incendio en esta ciudad el año de mil setecientos setenta y quatro estando carenandose en este astillero la fragata de Guerra, nombrada La Liebre, que la conducia – que las rondas; y patrullas celen que tocada la queda se apaguen los fogones en las calles, y casas particulares, y si reconocieren haber luz ensendidas en alguna casa, o tienda hagan abrir la puerta, y reconozcan si tienen la luz con la precaución necesaria; para evitar incendios practicando la misma diligencia de reconocimiento en qualquier casa que advierta haber fuego en su cosina notando si este existia por descuido, o necesidad. Que en este caso solamente, se retiraran, sin hacerle apagar. Sexto que en cada varrio se nombre un comisionario, que tengan obligación de nombrar para cada noche dos vecinos del que ronden, y celen sobre el cumplimiento del superior capitulo : comminando con la multa de cincuenta pesos al que siendo, nombrado no cumpla con esta obligación = Septima que los dueños de casas antes de recogerse a dormir registren las cosinas, y hagan apagar el fuego. Y vigilen sobre que verifiquen esta diligencia los que vivan en los entresuelos, y demas accesorias de sus casas = Octabo

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que todos los dueños de casas tengan precisamente en sus Barbacoas, cosinas o patios hasta el numero de seis botijas llenas de agua con que poder auxiliar qualquiera Incendio que se prenda en sus casas o de sus vesinos vajo la multa de veinte y cinco pesos por cada una de las que se encontrasen, menos el numero asignado encargándose a las justicias, rondas y patrullas celen, y registren las casas para el formal obedecimiento de este mandato = Nona que los albaniles, carpinteros, acheros, y demas gente de maestranza ocurran con sus herramientas al socorro de qualesquier casa incendiada inmediatamente que oigan la voz del fuego o toque de campana que lo designe. Y a el que contraviniere a este precepto con una simple justificación [f.4] que de ello se haga se le exijirá la multa de cien pesos que desde ahora se aplican para la construcción, y conservación de las bombas auxiliatorias y a este mismo efecto se aplicaran las demas penas pecuniarias de este ordenamiento = Desima que al que se encontrase robando en tiempo de incendio, asi en la casa que lo padezca como en los vienes que haian sacados a salvamento por ligera, y lebe que sea la cantidad alhaxa o prenda, que huviese robado con ligera y simple justificación y sin forma de proseso se le castigue con doscientos azotes por las calles publicas: y se le destierre por ocho años a la Isla de la Piedra a racion, y sin sueldo = Once que las patrullas, y rondas vigilen exactamente sobre los que de noche caminan a deshoras, y si lograren apreender alguno con prevención, o peltrecho para pegar fuego ( según se tiene noticia lo acostumbran ) los aseguren, y apliquen todo el rigor de las leyes penales, dispuestas y establecidas contratales mal echores, sin misericordia alguna: y no consientan hande en las calles persona sospechosa, y no conocida. Y los que caminen por necesidad en oras incompetentes, sean obligados a llevar luz, y con las demas precausiones designadas en los Bandos de buen Gobierno publicados en esta ciudad = Doce que a el que denuncie algun incendiario con la competente justificación se ofrece en nombre del Rey Nuestro Señor y de esta ciudad la cantidad de trescientos pesos = Trece que haviendo tocado las avemarías no se despare fusil ni otra arma ni den fuego a cohetes, camaretas ni otros fuegos de polvora, ni hagan candeladas en las calles sin que preseda para cosa de estas licencia del Gobierno: en donde al tiempo de concederlas se procurara en cargar el cuidado y precausiones necesarias para evitar incendios: vajo la multa de cincuenta pesos al que contraviniere siendo noble, y siendo plebeyo, no teniendo para

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satisfacerla cien azotes: e igual prohibición se hase de las cometas con faroles que suelen levantar de noche por el riesgo conocido que amenaza - Catorce = que mediante haver entendido su señoria que todos los albañiles, calafates, y demas trabajadores de maestranza viben en el astillero, y ciudad vieja; y que por razon de las distancias no les es facil poder acudir prontamente al socorro de qualquiera incendio que ocurra en el centro de la ciudad sera del cargo del señor Gobernador, distribuirles sus viviendas con proporción a la extensión de ella, obligándolos a vivir en los sitios, que les destinare para que de este modo haia en qualquiera parte, que se prenda fuego alguna gente de estos oficios, que prontamente acuda a [f.5] remediarlo – Quince = que respecto a residir en el señor Gobernador la jurisdicción Militar mandará según está prevenido en las ordenanzas militares que al punto que se verifique por noticia o toque de campana algun incendio en la ciudad vaia alguna tropa al parage incendiado para contener el desorden, y eviten los daños que causa la confusión en tales casos – Diez y seis = que finalmente: Importado tanto para la extinción de los fuegos la presencia, y asistencia de los Magistrados, que dan, y distribuyen las ordenes de lo que es necesario hacer, y a el mismo tiempo con su exemplo, dan valor y espiritu a los vesinos para que trabajen en una obra que es utilidad de todos: Luego que se toquen las campanas, o adviertan de algun otro modo, haver incendio aqualquiera ora del dia, o de la noche deberan acudir los de esta ciudad al parage, o parages incendiados. Y lo mismo verificaran los Regidores Alguacil Mayor y demas Ministros de Justicia conspirando todos, unos mandando y otros obedeciendo al objeto de que con toda celeridad se corte apague, y extinga el incendio. De cuia contravención se les hara cargo en las residencias siempre que se acredite haber estado omisos en el cumplimiento de este artículo. Guayaquil y marzo veinte y nueve de mil setecientos setenta y ocho años - Don Joseph Garcia de Leon y Pizarro.

Es copia de auto e instrucción original que queda en la secretaria de mi cargo de que certifico. Guayaquil y marzo treinta de mil setecientos setenta y ocho años Agustín Martín de Blas = [al margen dice:] Real Orden. Enterado el Rey de cuanto vuestra señoria manifiesta en carta numero treinta y dos de cuatro de julio ultimo con la que acompaña copia de las providencias que ha dado para precaver los incendios en Guayaquil, no solo me manda comunicar como lo ejecuta con este fecha las ordenes que vuestra señoria pide para que tenga el devido

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cumplimiento la ordenanza que ha formado que se den las gracias a los vesinos que han hecho la subscripcion para costear una Bomba, y que se remita otra de estos Reinos para el Real servicio, sino que si le merecen particular aprecio unas disposiciones tan propias de un zeloso Ministro que mira por el bien comun de sus vasallos – Dios Guarde a Vuestra Señoria Muchos Años. El Pardo diez y ocho de Enero de mil setecientos setenta, y nueve = Josef de Galvez = Señor don Josef Garcia de Leon y Pizarro = Es copia de su original a que me remito; y para que conste la firmo en Quito en quatro de junio de mil setecientos setenta y nueve años = Josef Enriquez [ de] Osorio escribano de su Majestad Publico de Provincia, y Visita = [al margen dice:] Oficio del señor Presidente. Mui señor [f.6] mio: inteligenciada la soberana comprensión del Rey de la ordenanza que formé, hallándome en esa, para precaver los Incendios, no solo se ha dignado su Majestad aprobarla, sino que se ha servido manifestarme el particular aprecio, que le han merecido unas disposiciones que miran por el bien comun de sus vasallos como acreditara a Vuestra Señoria por la adjunta copia de la Real Orden que le incluio = En su cumplimiento me hara vuestra señoria constar si estan en observancia los articulos que comprende dicha mi ordenanza remitiendo documento que lo justifique, y por lo que hase al primero si se han construido algunas casas de caña, madera o paja, desde su publicación; no dejando de recordar a vuestra señoria que ya bá a pasar un año de los dos que concedí para el cumplimiento de dicho primer artículo = Asi mismo incluio a vuestra señoria un duplicado de la citada Real Orden para que con copia de esta carta la haga pasar al Ilustre Ayuntamiento de esa ciudad, para que le conste, y por su parte trate de su obedecimiento como tan interesado que es en la felicidad, y conservación de sus moradores, y vesinos = Dios Guarde a vuestra señoria muchos años Quito cuatro de junio de mil setecientos setenta y nueve = Beso la mano a vuestra señoria su mui seguro servidor = Josef Garcia de Leon y Pizarro = Señor Gobernador de Guayaquil = Guayaquil, y junio diez y ocho de mil setecientos setenta y nueve = Recibida con la Real Orden que la acompaña en diez y siete de junio de mil setecientos setenta y nueve Dese cuenta al señor Presidente, y Visitador General del cumplimiento de la Ordenanza de incendios con el respectivo justificante: y se dirija al Ilustre Cavildo de esta ciudad el duplicado de la Real Orden con copia de esta para que en su inteligencia cuide por su parte de su cumplimiento haciendo el Procurador General las representaciones e instancias que

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conduzcan a el, y a evitar la transgrecion y publiquese de nuevo en forma de bando Auto que se pondrá por ceparado al mismo fin, y á recordar a los vesinos que bá a pasar ya un año de los dos que concedió el señor Visitador General en su ordenanza para verificar su execución = Ugarte = hay un rubrica = Montero = Pasose al Ayuntamiento la copia que se ordena: y publicose el bando que se previene = Montero = En la ciudad de Santiago de Guayaquil en onze dias del mes de septiembre de mil setecientos ochenta y cuatro años El señor doctor don Josef Mexía del Valle Teniente General de Governador y Auditor de Guerra de esta Plaza, y su Provincia por su Magestad Juez Subdelegado de bienes de difuntos y Gobernador Político por ausencia del señor propietario etc. Dixo que habiéndose [f.7] expedido por el señor don Joseph Garcia de león y Pizarro, caballero de la Real y distinguida Orden Española de Carlos Tercero del Consejo de su Majestad en el Real, y supremo de las Indias, Presidente Regente y Visitador General que fue de la Real Audiencia de Quito quando se hallaba en esta ciudad desempeñando sus comisiones una ordenanza en diez y seis articulos para evitar fuegos, y extinguir oportunamente los comensados del tenor siguiente (aquí se lee la Ordenanza ) = Y hallándose verificados los principales articulos que miran a la redificacion de casas, y extirpación de edificios de materiales combustibles de caña paja y cadi en la mayor parte de la ciudad siendo igualmente dictados por una consumada prudencia los demas medios precautorios y que observados puntualmente será mui dificial que se repita la triste esena de que ha sido el teatro esta ciudad, otras vezes, pues la experiencia constantemente á enseñado que todos los incendios acaecidos antes de su promulgación, y los que posteriormente han sobre venido, son efectos del descuido, y criminal negligencia de los moradores con las luzes, y fuegos domesticos; de la falta de aprovision de cantidad considerable de Agua para extinguir prontamente los que se hubieren pegado a los edificios; y de la indolencia con que los habitantes miran el peligro de la absoluta ruina, de la ciudad sin concurrir a los parajes donde esta el insendio y manteniéndose alli en caso de haverlo, de simples espectadores mirando con indiferencia deborar el fuego la Patria, como si se presentase a la vista una pieza teatral u otro suceso digno solo de la curiosidad, y no de los mas activos esfuerzos para preservarla a qualquiera costa, contentándose algunas personas del sexo delicado comberter lagrimas que no siendo a propósito para apagar las llamas aun no bastan para muestra de un dolor cuerdo y

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sentado: haciendose mas reparable esta inaccion a vista de que la obligación comprende a todos los sexsos edades y personas de todos estados inclusas aun las del eclesiástico y religioso como que es una causa comun que a todos interesa sin excepcion alguna para que todos, todos contribuian respectivamente con quanto esté de su parte al importante fin de extinguir los fuegos estimulando los mas autorizadas con su exemplo a los demas que no tengan tantos motivos de estar poseídos igualmente de sentimientos de generosidad, y balor, y que por tanto, devia demandar y mandó el señor Governador que para la conservación de esta ciudad se observe literalmente en todas sus partes la presitada ordenanza del señor Presidente, y Visitador General bajo las mismas penas que en ellas se prescriben en inteligencia de que se executaran [f. 8] irremisiblemente con los infractores, y que sin que se entienda innobar en cosa alguna ni alterar en un apise tan sabias disposisiones aconsequencia solo de estar verificados algunos de sus articulos, y porque se cumplan mejor los otros, se observen tambien lo siguiente = Primero – que respecto a estar creados, los Alcaldes de Barrio con aprovación del Superior Tribunal de la Real Audiencia del distrito con las facultades que constan de su particular instruccion, cada uno en el sitio sea el comisionado de que habla el articulo sesto a fin de que nombre dos vesinos que ronden, y celen sobre el cumplimiento del articulo quinto = Segundo - mediante a que a expensas de algunos buenos vesinos zelosos del bien publico se ha hecho venir ya a esta ciudad desde la de Cadiz una Bonba de las que desea el articulo cuarto de la presitada ordenanza, y que se trata insesantemente de ponerla lista; inmediatamente que el rebato, u otro qualquiera aviso comunique la noticia del fuego sea obligación presisa de todos los pulperos, y cargadores de la Real Aduana dirigirse al paraje donde se halle ( que se tendra cuidado de comunicarles donde últimamente se coloque ) para condusirla con la maior presteza al donde el fuego huviere iniciado pena de Doscientos pesos al pulpero que no concurriere, y de cien azotes al negro cargador que incurriere en la misma falta siendo del cargo del carpitan de estos, y del cabeza que nombrare este Govierno entre aquellos la dirección de las operaciones de los demas con arreglo a las ordenes que este dicho Govierno les comunicare cuidar de que se logre su mas puntual cumplimiento y tambien el dar aviso del individuo que faltare con arreglo a la lista que debe conservar en su poder = 3° ..Tercero - Respecto a que por algunos esclavos jornaleros se a inventado el cómodo, y ventajoso arbitrio para ellos de conducir el agua en barriles que cargan borricos por cuio medio se lleva mas aprisa, mas

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copia de agua a las casas particulares de que les resulta grande utilidad, sea presisa obligación de todos estos ( cuia lista tiene ya este Govierno) el aparejar sus vestias desde el mismo instante en que se tenga aviso del fuego y conducir a el, hasta que se logre su caval extinción toda el agua necesaria para el uso de la bonba entre tanto que se toman otros arbitrios para este efecto. Si alguno faltare se le daran cien azotes irremisiblemente, y si hisiere constar que su amo se lo embarazo se le sacaran a este dosientos pesos de multa. El jefe que entre este nuevo gremio de trabajadores se nombrare, cuidará de que en el transporte del agua no se pierda tiempo alguno de dar aviso del que faltare a esta obligación, y del que igualmente tomare este exercicio para agregarlo a las respectivas listas – Quarta – que no siendo solo los del sexo robusto los que tienen en esta ciudad la granjería de hechar agua en las casas sino tambien muchas [f.9] mujeres con cuya ocupación ganan el jornal que fatisfacen a sus amos las que son esclavas, y considerable utilidad que les queda fuera de esto; deveran tambien concurrir todas estas con sus respectivos utensilios a conducir incesantemente el agua a los parajes incendiados pena de cincuenta azotes la que faltare a esta obligación siendo esclava, y si se manifestare haberselo embarazado sus amos, incurrirá estos en la misma multa que prescribe el antecedente articulo. Si fuere libre, y no concurriere tambien a esta maniobra aunquando no sea su exercicio cargar agua se le aplicará la misma pena sino tubiere con que satisfacer la pecuniaria de cincuenta pesos = que respecto a que en las mas casas hay esclavos, y criados que aunque no sean jornaleros estan dedicados a proveerlas del agua necesaria para los usos presisos será igualmente de obligación de los amos el remitirlos con los respectivos utensilios desde el instante que se tenga la noticia del fuego, en inteligencia de que no asiendolo los amos o no executandolo los criados después de resivir la orden incurriran respectivamente en las penas ya puntualizadas = Últimamente siendo indispensable deber como queda arriva dicho de todo estante, y avitante en la ciudad concurrir a preservarla de su ruina lo executaran asi indistintamente, amos y esclavos, hombres y mujeres, quedando solo en las casas las personas necesarias para su custodia: pues la mal entendida idea de poner en salvo anticipadamente los bienes, y mantenerse en las casas para librarse del fuego a menos que no sean aquellas en que este está mui inmediato, suele regularmente; exponer aquellos a su perdida, y estas a su ruina dando tiempo con la falta de agua, y demas auxilios aque tome cuerpo el insendio, y benga haser General quando el verdadero modo de redimir la propia casa es apagarlo

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en la del vesino, y extinguirlo en su origen sobre el cumplimiento de esta obligación sabrá el Govierno escarmentar de un modo sensible a los contrabentores para que ya que no la razon, y el amor de la Patria, el temor del castigo estimule a todos a no incurrir en una falta de tan perniciosas consecuencias. Y para que llegue a noticia de todos se publique por bando en la forma ordinaria, y que se repita anualmente esta publicación del mismo modo que la de la predicha ordenanza del señor Visitador General Asi lo proveyo, mandó, y firmó el señor Governador Político por ante mi el presente Escribano de Governación, y Guerra de que doy fee = Josef Mexía = Por mandado del señor Governador = Josef Vazquez de Melendez =

[f.10]

Doy fee haverse publicado por vando el auto que antecede en todos los parajes acostumbrados de esta ciudad a vos de pregonero publico,

y a usanza de guerra; y para que asi conste lo pongo por diligencia en Guayaquil, y septiembre tres dias del mes referido año de mil setecientos ochenta y cuatro = Meléndez = Es conforme a sus originales a que me remito los que quedan en este Archivo de Governación de mi cargo; y para que asi conste doy el presente de mandato verval del señor Governador Político en esta ciudad de Santiago de Guayaquil en tres dias del mes de Octubre de mil setecientos ochenta y cuatro años.

Jose Vazquez de Melendez

[f.11] Muy Poderoso Señor

Con motivo del incendio ocurrido el dia 8,, del inmediato pasado en casa de don Josef del Campo, segun Alcalde Provinciaal de esta ciudad y de lo que he observado en los otros acaecimientos de esta naturaleza, desde que me posesioné en los empleos que sirvo; me ha paresido oportuno añadir seis capitulos a los dies y seis que contiene la ordenanza sabiamente estendida por Vuestro Presidente Regente y Visitador General para precaver fuegos, y extinguir oportunamente los comensados. Dirijo a Vuestra Alteza en esta ocacion la copia de todo, para que si mereciese su superior aprovazion se sirva expedirla, o

Diligencia de la publicación del bando

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prevenirme lo que sea mas a reglado, y conducente para tan importante fin, como el de librar esta ciudad de la triste ruina que há experimentado otras beses.

La indolencia de sus moradores consivo que há contribuido mucho a igual catastrofe, o el insensato deseo de guardar cada uno sus bienes y casas, sin ocurrir con la devida prontitud, y auxilios necesarios a las Incendiadas, dando con esto, tiempo a que el fuego se propague, y se haga irremediable el mal. Por esto me he dedicado a haser ver a todos lo infundado de su idea, y corregir a quella inaccion. Para que se logre con mas seguridad, deseo que la Superioridad de Vuestra Alteza interponga su autoridad soberana proveyendo de todos los remedios que parezcan mas eficaces.

Nuestro Señor Guarde la Catolica Real Persona de Vuestra Alteza los muchos años que necesita el bien de esta Provincia Guayaquil y Octubre 4 de 1784

Mui Poderoso Señor

Josef Mexía

[f. 12] Quito 19 de Octubre de 1784-

Recibida con los documentos que incluyen: Vista al señor Fiscal.

[ 3 rúbricas ]

Proveyeron y Rubricaron el Auto de suso los señores Presidente y Oidores de esta Real Audiencia estando en la Sala del Real Acuerdo de Justicia de ella don Juan Josef Villalengua y Marfil del Consejo de Su Majestad Presidente Regente de esta dicha Real Audiencia Gobernador Comandante General en lo Militar y Político de esta Provincia don Lucas Muñoz y Cubero y don Fernando Quadrado Oidor en esta ciudad de San Francisco del Quito en dies y nueve dias del mes de octubre de mil setecientos ochenta y quatro años

Cifuentes

Muy Poderoso Señor

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22�

Responde

El fiscal de Su Majestad. Dice: que los nuevos seis Capitulos que el Teniente de Governador de Guayaquil, a añadido a las dies y seis que contiene la Ordenanza estendida por vuestro Presidente Regente y Visitador General, para precaver los fuegos en aquella ciudad, y lograr su pronta extinción en los que ocurriesen; se dirijen a la mas puntual execucion de aquellos, y ál mas entero cumplimiento de lo prevenido en ellos, y por consiguiente son dirigidos al bien comun, y veneficio de aquella ciudad: en cuya atención si Vuestra Alteza fuere servido, podrá aprobarlos en todo, y por todo; mandando que por todos aquellos vecinos, sin distinción de personas, se guarden, cumplan, y executen del mismo modo que los demas Capitulos, de dicha Ordenanza; a cuyo efecto se publiquen annualmente juntamente con los de esta, o acordará como siempre lo mas acertado. Quito, y Mayo 19 de 1785,,

Merchante

Autos.-En la ciudad de San Francisco de Quito en veinte y tres dias del mes de mayo de mil setecientos ochenta y cinco años en Audiencia de relaciones ante los señores Presidente y Oidores de ella don Lucas Muñoz y Cubero y don Fernando Quadrado, Oidores se presento esta petición.

Los dichos señores proveyeron el Decreto de suso siendo Juez Semanero dicho señor don Fernando Quadrado quien lo rubrico.-

Cifuentes

Y Vistos con lo expuesto por el señor Fiscal: Apruebanse los Capitulos agregados por el Governador de Guayaquil a los de la Ordenanza formalizada por el señor Visitador General, y aprobada por su Magestad para precaver los incendios de la citada ciudad de Guayaquil, con la calidad de que se debe entender reformada la pena corporal de azotes impuesta [f.13] a las mujeres en el Capitulo quarto de dichos agregados por la desencia del sexo; quedando reservada ál Govierno la que en otra conformidad deba imponerse con proporcion á la culpa que se advirtiere siempre que se verifique el caso: con la qual modificación se

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Documentos del Archivo Histórico del Guayas

guardarán, cumplirán, y executarán los referidos Capitulos; librándose para su observancia Real Provisión.

[ 4 rúbricas ]

Proveyeron y rubricaron el Auto de suso los señores Presidente y Oidores de esta Real Audiencia estando en la Sala del real Acuerdo de Justicia de ella don Juan Josef de Villalengua y Marfil del Consejo de Su Majestad su Presidente Regente Governador Comandante General de esta Provincia el Conde de Cumbres Altas Decano, don Lucas Muños y Cubero, y don Fernando Quadrado Oidores En Quito en veinte , y siete de mayo de mil setecientos ochenta, y cinco años.

Librose la Real Provisión en folio 2 Cifuentes Hoy 28 de mayo de 1785.-

[f. 14] Muy Señor mio . En mi poder la Ral Provisión que se ha librado a serca de precaver los incendios padecidos en esta ciudad a fin de que en todas sus partes la observe como asi lo haré. Y se lo participo a Vuestra Merced, para su inteligencia.

Dios Guarde a Vuestra Merced muchos años. Guayaquil 19 de junio de 1785.

Besa Las Manos á Vuestra Merced Su Seguro Servidor

Ramon Garcia de Leon Y Pizarro

Señor don Luis Cifuentes.

* Esta frase se repite al márgen

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Documentos del Archivo Histórico del Guayas

f.1 [ en blanco]

[f.2] El capitán don Joseph Morán de Butrón Fiel Executor desta ciudad como mejor tenga lugar en derecho parezco ante Vuestra Merced y digo que a la salida de esta ciudad de la punta del cerro pasa arriba, en la tierra que divide el río Daule y Bava, [hay] un bajo que se a levantado que se descubre de bajamar, de pocos años a esta parte, se ha criado una islita inmediata a otra que dicen ser de los Reverendos Padres de la Compañía de Jesús deste Colegio que esta contigua a la otra Isla de Alejandro Moyano y por que la dicha islita de donde corre dicho bajo es realengo y la necesito con la esperanza de que con el tiempo, si se levanta y no se pierde me podra servir para pasar a ella los besanos de mi estancia que esta enfrente. quatro caballos. Por la cortedad della ofresco servir a Su Majestad por dicha islita y el bajo que se le sigue con doce pesos de a ocho reales que dare de contado el dia del remate y respecto de que Vuestra Merced esta para salir de esta ciudad, a la vista de las tierras en que se halla entendiendo, depasada reconocera su cortedad y [...] dicha Islas de que el uno u otro rio, con sus corrientes de invierno, la disagan y me quede sin ella por lo qual y lo mas que aser puede a mi favor =

A Vuestra Merced pido y suplico se sirva de admitir dicha mi postura en la manera que llevo dicho y para ello se den los pregones dispuestos por

El Capitán don José Morán de Butrón, denuncia una Islita,

situada a la salida de esta ciudad. Guayaquil, 1725.

AHG.EP/J.7295

Transcripción de Susana Loor Jara

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derecho que sera de justicia y juro de no malicia etc.

Joseph Moran de Butron

Por presentada y admitese esta postura en quanto a lugar de derecho y a ella se daran treinta pregones y se admitiran las posturas y pujas que se hisieren = Proveio lo de suso decretado el señor General don Diego Francisco de Echarri y Xavier Corregidor Justicia Mayor y Teniente de Capitan General de esta ciudad de Guayaquil y su jurisdicción por su Majestad en catorse de noviembre de mil setecientos veinty quatro años =

Diego Francisco de Echarri y Xavier

Ante mi

Juan Hipólito Arnao

Escribano de Su Majestad

Primer Pregón. En la ciudad de Guayaquil en catorse de noviembre de mil setecientos y veinte y quatro años Yo el escribano por vos de Lorenzo Carmona que, hace el oficio de pregonero publico hise dar y di el primer pregon a la islita que se contiene en este escrito diciendo doce pesos de a ocho reales dan por ella y el bajo que le corresponde quien quisiere haser mejor postura o puja paresca y se le admitira que se a de rematar al fin de treinta pregones y no parecio mejor posta. Doy fee =

Juan Hipólito Arnao

Escribano de Su Majestad

[f.3] El padre Sebastián Viteri de la Compañía de Jesús Superior aora del Colegio de esta ciudad en la mejor forma de derecho parezco ante Vuestra Merced y digo que a llegado a mi noticia como el capitan don

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Documentos del Archivo Histórico del Guayas

Joseph Moran de Butron a puesto en doce pesos por realenga una pequeña Islita que con el de curso de los rios, de Daule y Baba sea criado no indistinta, ni separada, sino contigua y unida con la que la Compañía de Jesús tiene en dicha situasion (como a la vista de ojos me remito ) y no siendo esta mas que una corta extensión de la antigua; no debe reputarse por nueva Isla el corto jiron, o recinto que la retraczion de los dos rios lea añadido: como es practica inmemorial de estos reinos principalmente, resevida, en aquellos lugares en que por ser naturalmente movedizo el suelo como Truxillo, Piura y todos los valles se roban las tierras de unos y se añaden a otros quedando los dueños asi a la perdida, como a la gananzia de las tierras; sin que jamas tan adsidentales augmentos de suelo, se ayan dado por el Rey la qual practica, hallo tanbien estendida en esta misma jurisdicción; pues habiéndose recrecido, ya natural, ya artificiosamente muchas vegas desde el Pueblo de Daule a esta ciudad posehen las creses de dichas tierras pasificamente sus dueños sin nueba composición, con su Majestad; con que no siendo realenga las tierras, que a los demas vecinos les a añadido el flujo del rio pareze que tampoco debe reputarze realengas, las que a la Compañía de Jesús hubieze añadido las aguas:

A Vuestra Merced pido y suplico que como juez competente declare esta verdad para que con ella seze la postura de dicho capitan don Joseph Moran de Butron y juro en lo necesario no ser de malisia y para ello etc.

Sebastián Xavier de Viteri

Por presentada y traslado al capitan don Joseph Moran de Butron = Proveio lo de suso decretado el señor General don Diego Francisco de Echarri y Xavier [f.4] Corregidor Justicia Mayor y Teniente de Capitan General de esta ciudad de Guayaquil Jues Subdelegado para la revisita y medida de tierras de este Corregimiento en ella en doce de henero de mil setecientos veinte y cinco años =

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Diego Francisco de Echarri y Xavier

Ante mi

Juan Hipólito Arnao

Escribano de Su Majestad

En la dicha ciudad en el dicho dia mes y año dichos yo el escribano di traslado del decreto de suso al capitan don Joseph Moran de Butron Regidor y Fiel Ejecutor de esta ciudad en su persona que lo oio de que doy fee =

Juan Hipólito Arnao

Escribano de Su Majestad

[f.5] El capitan don Joseph Moran de Butron en los autos de postura que tengo echa de una Islita a la salida desta ciudad inmediata a otra de Alejandro Moyano digo: que por el presente escribano se me a echo saber un escrito presentado por el Reverendo Padre Sebastián Viteri de la Compañía de Jesús Superior de este Colegio, en que se opone a dicha mi postura, y para que yo pueda responder en forma y conforme a derecho, combiene al mio y al del Real aver que su paternidad primero y ante todo presente los títulos de propiedad que tiene este Colegio en la inmediata Islas por lo qual y lo mas que haser pueda a mi favor =

A Vuestra Merced pido y suplico asi lo provea y mande por ser de justicia que pido y costas y en lo necesario etc. entre lineas = presente vale =

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Joseph Moran de Butron

El Reverendo Padre Sebastián Viteri manifiesta los titulos que el dicho Colegio tiene de la propiedad de las tierras donde esta la dicha isla y se le demostraran a esta parte para que use de su derecho y se reconozca por ser a favor del Real Haver

Echerri

Proveyo lo decretado de la buelta el Señor General don Diego Francisco de Echarri y Xavier Corregidor Justicia Mayor y Teniente de Capitan General de esta dicha ciudad de Guayaquil como Juez Subdelegado para la remedidas y composiciones de tierras de este Corregimiento en ella en trese de henero de mil setecientos y veinte y quatro años

Ante mi

Juan Hipólito Arnao

Escribano de Su Majestad

En la dicha ciudad en el dicho dia mes y año dicho yo el escribano hise saber y ley el auto de suso al Reverendo Padre Sebastián Viteri en su persona que lo oio de que doy fee =

Arnao

[f.6] El Padre Sebastián Viteri de la Compañía de Jesús Superior del Colexio de esta ciudad en los autos de la postura de una Islita que esta en tierras de este Colexio que a echo el capitan don Joseph Moran de Butron Regidor y Fiel Ejecutor de esta ciudad digo que el presente escribano me ha hecho saber un Auto en que a pedimento del dicho capitan don Joseph Moran manda Vuestra Merced, que presente titulos de propiedad de las tierras que posee este Colegio y cumpliendo con su tenor de no decir que de horden y mandato de nuestros superiores todos los papeles titulos, escripturas y demas instrumentos pertenecientes a dicho Colegio paran en el

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colexio macsimo de la ciudad de Quito por que estos no padezcan el detrimento que padecen los vecinos de esta ciudad por los continuos yncendios que padece e invasiones de enemigos pues la experiencia a mostrado el que todos los vecinos carecen de sus instrumentos por estos motivos y por que lo mencionado no suceda asi en este Colegio se ha determinado el que dichos papeles esten en la de Quito por cuyo motivo al presente no los presentábamos y porque en dicha ciudad asiste el señor jues privativo de la incumbencia de tierras de esta Provincia quien la a subdelegado en Vuestra Merced en cuyo Tribunal protestamos presentarlos y si necesario fuere según quales quiera litigios que el dicho Joseph Moran intentare ponernos sobre la propiedad que nos pertenece del paraje donde esta la Islita y que siendo Realengo como dice las compondremos con Su Majestad ( Que Dios Guarde) o compraremos lo qual no podemos hacer en esta ciudad por el motibo de no hallarnos con los instrumentos que justifiquen nuestro dominio que representaremos ante dicho señor Jues Pribatibo a cuyo Juzgado adbocamos esta causa para cuio efecto se ha de servir Vuestra Merced demandar que la parte contraria ocurra a proseguir su intento ante su señoria y que para presentarme en dicho juzgado se me conceda termino competente; atento a que las aguas empiezan ahora y estar serrados los caminos y que se me de testimonio de estos Autos en el estado en que estan zitada la parte contraria para lo qual a Vuestra Merced pido y suplico se sirva de mandar que esta causa por el defecto de no tener instrumentos por estar en la ciudad de Quito se fenezca alla ante el señor Jues privatibo a cuyo tribunal Superior la adboca este Colegio y que sesen los pregones que se estan dando y se me de testimonio de los referidos autos zitada la parte contraria a donde alegare todo lo que hisiere a favor deste Colegio con los instrumentos que tiene y que de lo contrario hablando con el respecto que debo digo de nulidad de todo lo que se actuare dándoseme testimonio de este escripto y lo a el probeido lo que pido justicia y juro [f.7] en lo necesario etc =

Sebastián Xavier de Viteri

Por presentada atendiendo las razones que el reverendo Padre Sebastián de Viteri expresa en nombre de este Colexio y que por faltarle los instrumentos de la propiedad que deduce de la Isla contenida en estos autos a que tiene echa postura el capitan don

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Documentos del Archivo Histórico del Guayas

Joseph Moran Regidor y Fiel Ejecutor de esta ciudad y que sin los titulos no se puede hacer juicio si pertenece a dicho Colexio o si son realengas por no presentar los titulos por decir parar en la ciudad de Quito y que asistiendo en ella el señor Jues Privatibo ante quien esta parte protexta presentarlos y por este motibo alvocar* la causa al juzgado de su señoria y arreglándose su merced a los hordenes de dicho señor Jues quien tiene mandado que los litigios sobre tierras se remitan a su Juzgado puestos en estado lo qual no puede hacerse en este caso por la falta tan ecencial de titulos desde luego su Merced concedia a esta parte el que haga presentación de ellos en el tribunal de su señoria quien con vista de los titulos expresados hordenara lo que se devera ejecutar en esta materia para cuio efecto en el estado en que estan sitados: el dicho capitan don Joseph Moran para que por si por su apoderado ocurra a dicha ciudad de Quito a proseguir su postura al dicho Colexio se le dara testimonio de estos autos para que en el termino de seis meses se presente por el motibo de cerrarse los caminos por el invierno = Proveio lo de suso decretado el señor General don Diego Francisco de Echarri Xavier Corregidor y Justicia Mayor y Theniente de Capitan General de esta ciudad de Guayaquil como jues subdelegado para la revecita venta y composiciones de tierras de este Corregimiento en diez y iete dias del mes de henero de mil setecientos veinti cinco años =

Echarri Ante mi

Juan Hipólito Arnao

Escribano de Su Majestad

En la dicha ciudad en el dicho dia mes y año dicho yo el escribano hise saber el auto de suso al reverendo Padre Sebastián Viteri en su persona que lo oyo, doy fee =

Arnao

En la dicha ciudad en el dicho dia mes y año yo el escribano hise

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23�

otra notificación como la de suso al capitan don Joseph Moran en su persona que lo oyo, doy fee =

Arnao

[f.8] Don Joseph Moran de Butron, en los autos de postura que tengo echa de una yslita, a la salida de esta ciudad sobre uno y otro rio de Daule y Baba; digo que habiéndose opuesto a dicha postura el Reverendo Padre Sebastián Viteri Superior deste Colegio, sin instrumento alguno alegando propiedad a ella fundada en aberse criado no indistinta sino contigua a la que tiene este colegio y que por la corta estencion de la antigua no debe reputarse por nueva en lo que los rios la an añadido y que como practica de estos reynos y en especial Truxillo Piura y esta ciudad en las tierras que los rios aumentan o destruyen estan los dueños de las perdidas como a las ganancias con lo demas deducido en su primer escrito, de que a su traslado, pedi presentar en los titulos de propiedad para responder en forma, por que en ellos consiste con otras mas razones que para su tiempo resevo y todo mi derecho y principalmente el que tiene su Majestad en sus tierras; y acen que se le mando a su paternidad los presentase, parece que se a escusado de hacerlo por dicir que todos los papeles que pertenecen a este Colegio, se allan en el Maxior de Quito, por orden de los superiores por las razones que expresa protestando presentarlos en dicha ciudad ante el señor jues privativo de tierras donde seguiran quales quiera litigios en la propiedad del paraje donde esta la dicha islita y que si fuere realenga la compondran o compraran = Sobre que sea servido Vuestra Merced proveer auto concediendo a la otra parte el que los titulos que tubiere presente en el tribunal de dicho señor jues privativo dentro de seis meses por las razones que en el se expresan = y hablando con el respeto reberencial que devo, se a de servir Vuestra Merced mediante justicia revocar dicho auto mandando que dicho Padre Superior de bajo termino de la ordenanza o el que Vuestra Merced fuere servido de asignar presente el titulo que tubiere sobre dicha tierra y siendo yo oidor y puestos en estado los autos se remitan ante el señor jues privativo desta causa para que su señoria determine lo que fuere servido, que parece que se debe hacer asi por lo general de derecho y siguiente = Lo

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primero por lo mismo que se declara en el auto de lo que esta prebenido por dicho señor jues privativo, de que los litigios se le remitan puestos en estado y aun que el reparo, de no acerse, es el de faltar los titulos, este se facilita y con mas razon en traerlos y presentarlos dentro algun termino que no da que yo ocurra a Quito por que por este medio mas bien se sierra el camino de mi demanda que los caminos de la montaña como su [ ilegible] aleg[a] por el tiempo presente, y en Quito se me recreceran gastos, ya este Colegio ningunos y que los que yo ysiere seran motivos a que no aumente la postura en que su Majestad sera perjudicada lo que no sera siguiéndose el juicio y rematándose aquello = Lo segundo, que mal podra dicho señor jues determinar en esto aunque se le presenten titulos del otro pedazo de tierra que esta a la espalda desta islita sin ser yo oydo y que aquí solo podra haserce vista de ojos de estas tierras donde podre prover que de pocos años a esta parte se crio dicha islita; separada de la tierras que [tiene] este Colegio y que el curso de los dos rios, la levantaron y estendieron asiendo que se junte con la otra pues con poca y mediación esta ya para hacerse toda una; como tanbien provare que en toda esta jurisdicción [no] esta puesto en practica ni costumbre el que [lo que] aumentan los rios sea del dueño de la tierra, a quien se le [roto] como se alega de parte de dicho Reverendo Superior, pues beo [executar lo] contrario mas a de veinte años asta oy pues aun begas [ sean] criado a las orillas de los rios debajo de linderos de muchos sitios, sean bendido por realengas como sucede en la misma tierra que posee este Colegio por donde se oponen a mi posturas, que siendo esta una bega que de poco años esta parte se crio sobre la punta de la isla del indio Alejandro Moyano no se que jues la vendio por realenga al Comisario Juan Bautista de Erreras, y siendo dicho indio dueño muchos años antes de la principal isla, se dio por realenga la tierra que se abia aumentado y esta fue la que dio a este Colegio dicho Comisario y si fuere ley o practica corriente lo que se alega de parte deste Colegio, el ser dueño de las tierras que aumentan los rios los poseedores de las tierras a quienes se les reasen, sin duda divia ser dueño el dicho indio Alejandro de la que tiene por suya este Colegio aun que no se hubieze defendido por gozar el privilegio de menor [ ilegible] este derecho y bender su Merced

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sin perjuicio de tercero; y siguiendo yo las mismas razones o ley que ubo para que por realengas se ubiese bendido la dicha vega pegada a la principal Isla, e tenido como tengo por realenga la islita a que tengo echa posturas y con mas causas por averse criado yndistinta de la otra; y que no debe correr en este rio lo que se practica en los de Trujillo por que aquellos para con estos son arrollos rapidos y estos para con aquellos: brasos de mar, en donde se crian diferentes islas que se benden como realengas aunque el transcurso del tiempo las llegue a unir con otras tierras firmes agenas, razones que me obligaron en hacer dicha postura y no presumir se opusiera a ella ningun Superior deste Colegio, asi por esto como por aberles tolerado desde el principio de su fundación que los ganados que les dejo dicho Comisario Juan Bautista, los an mantenido y aquerenciado dentro mis potreros y cavallerias de tierras que tengo y en especial enel de la cienega Grande cuios linderos de la parte de arriba son el rincón del guabo y el serro de la palma, poseídos por mis predecesores de mas de sien años con titulos confirmados a que me remito: de que tengo experimentado muchos daños por dichos ganados aquerenciados en mis tierras comiendome los platanares cañadusales y otras plantas y en especial el berano pasado [f.9] que pasa de quatrosientos pesos lo que e perdido por[que a] beses me an roto mis cercas los bueyes a cuya fuerzas ni cañas ni estacas, siendo desgarriva de una vara de división no ay, y como por donde dentra un buey, le siguen mas vacas al echarlas fuera con su tropel, se llevan dencuentro quanto topan; y si dicho ganado no se hubiera introducido, y aquerenciado en mis tierras no tuviera para que gastar lo que gasto en ser[cas] cuyos daños [ roto en el original] ora por que a llegado el [caso] que no cre que los [ roto]...fiesa; para que [ informen] los supeiores de mi [ original roto] dan remedio en ello = y por las demas razones que llebo [original roto] a la [roto] tenga lugar en derecho =

A Vuestra Merced pido y suplico [ se sirva] de revocar dicho auto mandando que dentro del [término] que fuere servido, presente el Superior deste Colegio el [documento] que se opone a mi postura; y puestos en estado los autos se le remitan al señor jues privativo por que caso negado protesto no poder ocurrir a la ciudad de Quito a seguir este juicio y siendo en esta y rematándose aquí, ofresco aumentar, en mucho mas mi postura; y de su proveido y este mi escrito pido que el presente escribano me de testimonio a la letra para en resguardo de

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mi derecho, que sera de justicia, como lo espero y costas y juro de no malicia y en lo necesario etc. =

Joseph Moran de Butron

Por presentada y sin embargo de lo espresado por esta parte guardese lo proveido por el auto de folio seis que se expidio a los dies y siete de henero de este año y este escrito se pondrá acontinuación de estos autos y se insertara en el testimonio que se le a mandado dar al Colegio de la Compañía de Jesús y de esta parte se le dara el que pide =

Diego Francisco de Echarri y Xavier

Proveyo lo de suso decretado el señor General don Diego Francisco de Echarri y Xavier Corregidor Justicia Mayor y Theniente de Capitan General de esta ciudad de Guayaquil y su jurisdicción por su Majestad [ roto ] subdelegado para la visita y remate de tierras de este Correximiento en siete dias del mes de febrero de mil setecientos veinte y sinco años =

[ Arnao ]

En la dicha ciudad en ocho dias del mes de febrero e mil setecientos y veinte y sinco años yo el escribano hise saber el decreto de la vuelta al Reverendo Padre Rector del Colexio de la Compañía de Jesús en su persona que lo oyo de que doy fee =

Arnao

En la dicha ciudad en el dicho dia mes y año dichos yo el escribano hise otra notificación como la de suso al capitan Joseph Moran de Buitron** Rejidor y Fiel Ejecutor de esta ciudad en su persona que lo oio de que doy fee =

Arnao

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* Alvocar por avocar

** Buitron por Butron

[ ] Palabras puestas por el transcriptor

[ ... ] ilegible

Rúbrica

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Historias de Guayaquil, la década prerrepublicana, de José Antonio Gómez Iturralde

Nila Velázquez Coello

LIBROS

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istorias de Guayaquil, la década prerrepublicana es un libro, pero también es un reto,

porque internarse en sus páginas es ir cuestionando muchos de los conocimientos rutinariamente transmitidos en las instituciones educativas y muchos de los conceptos y preconceptos que tenemos sobre nuestro pasado común.Es importante conocer y reconocer los sucesos que han dado forma a nuestra realidad actual, los valores e ideas que se han ido forjando al calor de la realidad durante el paso de los años, y hacerlo es necesario, porque esto es lo que ha ido formando nuestra personalidad social.

Escribir un libro de historia no es sólo narrar hechos en un orden cronológico, es fundamentalmente, encontrar las múltiples relaciones que los acontecimientos tienen entre sí. Por supuesto, los historiadores que conocen mejor que nadie la variedad de los acontecimientos y su complejidad, no los relatan todos, los seleccionan por considerarlos dignos de ser conocidos.

José Antonio Gómez ha hecho su selección: se trata de los sucesos relacionados con la independencia de Guayaquil y su vocación por la libertad y por la autonomía, y de la relación de nuestra ciudad con el libertador Simón Bolívar.

H

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REVISTA DEL ARCHIVO HISTÓRICO DEL GUAYAS

El libro consta de nueve ensayos, precedidos por un brillante prólogo de Willington Paredes, tan apasionado por la historia como su autor. Dieciocho anexos de extraordinaria importancia complementan este volumen; para escribirlo, el autor consultó no sólo muchos libros sobre la materia, sino también, actas del cabildo, cartas, artículos de prensa, discursos.

El primer párrafo del primer ensayo marca el tono del libro. En palabras del autor “el hombre a lo largo del tiempo, en su eterna búsqueda de lo inmutable y de la verdad, apeló primero a lo sobrenatural, a lo mítico. Más tarde, conforme se convirtió en gregario, desarrolló la tradición, la memoria histórica, el sentido de lo permanente”. Este libro trata de alimentar esa memoria histórica, de ayudarnos a descubrir la vocación colectiva por la libertad y la independencia para darle sentido de permanencia a nuestra identidad guayaquileña, un hilo conductor que explique muchas de nuestras decisiones y actuaciones, y muchas de nuestras frustraciones también.

Guayaquil se liberó a sí misma, parece ser la lección más directa de este libro. Sólo cuando los guayaquileños habían madurado la idea de la independencia y eran conscientes de que querían ser libres, pero que en la circunstancia era indispensable la fuerza militar para lograrlo, estuvieron listos para aprovechar la presencia de los jóvenes oficiales venezolanos para contar con “militares para suplantar a los oficiales españoles y someter los cuarteles”. Y una vez alcanzada la independencia, al día siguiente, el 10 de octubre, por disposición de Olmedo, se convocó al primer Congreso Electoral, cuyos diputados deberían ser elegidos por pluralidad de votos y admitiendo en la elección a las cabezas de familia, exceptuando los esclavos. Esta participación de todos los sectores incluía también a los caciques indígenas, dando así un ejemplo de espíritu democrático y republicano, no visto antes en América Latina. Fue en Guayaquil, también, donde se promulgó la primera Constitución Política que rigió en lo que hoy es el Ecuador: se trata del Reglamento Provisorio de Gobierno, que consta en uno de los anexos.

Inmediatamente se comunica a Bolívar y a San Martín que Guayaquil es libre y se les pide apoyo para afianzar el proceso libertario y extenderlo a las provincias andinas, para lo que se forma la División Protectora de Quito, pues, Guayaquil quería su autonomía, pero dentro de “un país con la unidad territorial a la que estaban vinculados”. Nuestra ciudad se convirtió, así, en el motor que abre los caminos de la libertad, no sólo

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LIBROS

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por el pensamiento de sus hombres ilustres y por haber alcanzado ya su propia independencia; sino también por su bonanza económica que hizo posible el financiamiento de la revolución.

Pero esta bonanza económica y su ubicación geográfica estratégica fueron también motivos para que Bolívar considerara urgente anexarla a su proyecto, a su sueño de formar la gran república de Colombia, y así se inician los desencuentros de Guayaquil con el Libertador, que finalmente tomó la ciudad. José Antonio Gómez describe la entrada de Bolívar a Guayaquil como una ocupación militar de hecho:

“El jueves 11 de julio, a las cuatro de la tarde, que se avistó la falúa que lo conducía, empezó la salva general que anunciaba al pueblo su llegada. A las cinco de la tarde entró en la ciudad, con 1.300 bayonetas; a las seis ingresó a la casa de gobierno donde lo esperaban las autoridades. Esa misma tarde notificó a los miembros de la Junta que cesaban en sus funciones, al tiempo que los bolivaristas arriaban la bandera de Guayaquil Independiente e izaban en un mástil el tricolor colombiano”.

“Solamente Guayaquil me da cuidado, pero Guayaquil por su cuidado puede envolvernos también en una de dos luchas: con el Perú si la forzamos a reconocer a Colombia o con el sur de Colombia si la dejamos independiente, triunfante e incendiaria con sus principios de egoísmo patrio”.

El autor sostiene que Bolívar nunca comprendió el afán autonomista pero unitario de Guayaquil, nunca entendió que quería la unidad en la libertad y al contrario, siempre la vio como un peligro para la consolidación de su proyecto, que era, según Gómez Iturralde, de “concepción andina”. Son múltiples las expresiones del Libertador, en cartas a sus colaboradores, recogidas por el autor:

O cuando escribe a Santander, a propósito de su deseo de que Quito sea la capital de todas las provincias del sur y cita, entre otras razones:

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REVISTA DEL ARCHIVO HISTÓRICO DEL GUAYAS

“Para que Guayaquil no sea la capital del departamento y no tenga influencia en las provincias subalternas, y por otros motivos que ahora

no digo”.

La vocación por la libertad y los desencuentros con Bolívar son los temas principales del libro, pero hay otros que se enlazan y algunos con singular importancia como el de la llegada de la imprenta y el papel del periódico El Patriota de Guayaquil, que fue el primero que circuló en la Provincia Libre de Guayaquil, el 26 de mayo de 1821, y en cuyas páginas escribían Olmedo, Roca, Marcos, Vivero. Recogía, día a día, los acontecimientos de la rebelión, de tal manera que recurrir a él, es cita obligada para los estudiosos de la historia de la época.

Era una publicación oficial, pero libre y respetuosa que elevó el nivel del debate y ayudó a que el proceso se realice por caminos de civilización. Sus páginas registraron toda la voluntad de autonomía, pero también el deseo de los guayaquileños de liberar todo el territorio de la Audiencia de Quito. En palabras del autor:

“El Patriota de Guayaquil debe ser entendido no como un simple periódico, sino como un instrumento de libertad, debate y forma de construcción política de la libertad y la autonomía”.

Para lograrlo había sido necesario comprar la imprenta y se lo hizo con dinero de la ciudadanía, pero fue el Cabildo quien financió su instalación y funcionamiento. Los patriotas guayaquileños comprendieron la importancia de la prensa y también la necesidad de concebirla de acuerdo a principios básicos, de tal manera que fuera en palabras del triunviro Roca, “sostén de los derechos de todos”. Por esto, se emitió el Primer Reglamento de Imprenta, cuyo considerando podría ser hasta ahora, principio fundamental del ejercicio de la libertad de expresión:

“Desde el momento en que hizo la imprenta su primer ensayo en este país se reconoció como su primera base la libertad con toda la extensión que en sí tienen los dones celestiales del pensamiento y la palabra, seguros que la pura moral y la moderación en la crítica, harían que se expresase la opinión libremente, pero siempre con dignidad; que se manifestasen los abusos del poder y de la magistratura con decoro;

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que se dijese la verdad con firmeza, pero sin importunidad; que se censurasen las malas costumbres con energía, pero con decencia; y que se descubriesen las artes de la ambición oculta con la capa de celo y patriotismo, pero sin que se vulnerase jamás el honor de los ciudadanos”.

En definitiva, este libro permite reforzar los cimientos de la memoria social, a partir del análisis y la interpretación de los hechos; pero también de sus causas, de sus consecuencias, de sus relaciones y lo hace dando a conocer acontecimientos, hasta ahora, no muy conocidos, y que sin duda, otros interpretarán de otra manera. Si el libro de José Antonio Gómez despierta controversias, en buena hora, porque de la confrontación de ideas y de estudios surge con más fuerza el conocimiento cabal de nuestro pasado, que es indispensable para apuntar al porvenir, porque las ciudades, como los árboles, necesitan raíces fuertes para soportar todos los vientos y mantenerse en pie.

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Silvia G. Álvarez

Historia Social de Salinas, de Willington Paredes Ramírez

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a Historia Social de Salinas” se presenta como el resultado de

un esfuerzo conjunto que integra la participación tanto de la ESPOL como del Archivo Histórico del Guayas, y cuenta con el impulso y gestión de la actual Alcaldía de la ciudad de Salinas. La empresa pone en evidencia la capacidad de trabajo conjunto que se puede establecer entre las instituciones de investigación académicas y los organismos políticos regionales. De esta manera, se contribuye a la construcción de una historia local fundamentada en la investigación seria y rigurosa que estas instituciones están destinadas a impulsar.

El contenido del libro expresa no solo el análisis e interpretación que realiza el autor; sino que resulta del trabajo de un equipo de investigación que colaboró en el rescate de los materiales y documentos esenciales para este tipo de elaboración. Fue posible gracias al apoyo y convencimiento de numerosos profesionales que dieron su cooperación y tiempo, y se recurrió también, como herramienta metodológica, a la memoria oral de los habitantes que contribuyeron a que Salinas se convierta en aquello que hoy conocemos.

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En la introducción, el autor se aflige por la exclusión de las historias locales en la historiografía oficial; sin embargo, es necesario reconocer que para enfrentar esta realidad, hay que contar con la producción de un conocimiento histórico local serio, riguroso, confiable… y que por el solo hecho de existir, pueda confrontarse con las imágenes que se han consolidado como dominantes en nuestros modernos estados-naciones, en todas partes de Latinoamérica. En ese sentido, la Historia Social de Salinas es un libro que invita a reflexionar sobre todo lo que aún queda por hacer y marca el camino metodológico de cómo hacerlo, y la importancia que esto tiene para la concepción histórica local, regional y nacional.

Hemos atravesado y estamos superando una etapa en la cual se dudó del papel del análisis histórico, se menospreció el valor de la memoria, aduciendo que la historia había llegado al final de su camino. Este libro demuestra justamente lo contrario: la importancia de entender el presente que vivimos para planificar el futuro hacia el que nos encaminamos. Nos propone, a partir de una evaluación crítica del camino histórico recorrido, obtener nuevas oportunidades para mejorarlo: “La modernidad y el progreso de Salinas no se puede explicar, entender ni valorar adecuadamente, sin conocer cuánto, qué y cómo el pasado está presente y actuando en ella” (p. 228).

Desde el momento en que el recuerdo o el olvido son selectivos en la memoria colectiva, solo un pueblo que accede a la complejidad de su historia es capaz de tomar decisiones concientes sobre su futuro. Reactivar la memoria contribuye a reconocer el lugar y la posición que se tiene en el mundo, ofrece sentido de identidad y permite desarrollar “estructuras de sentimiento y actitud”, con respecto a aquello que nos rodea y a su porvenir. Salinas se presenta, a lo largo de su construcción histórica, como una entidad local distinguible en el contexto de lo nacional, a la vez que compuesta por una diversidad social, étnica, política y cultural.

En el análisis histórico, definir el objeto de estudio -en este caso Salinas- no pasa solo por indicar el espacio social real que indagaremos sino; por definir la problemática de interés que incluye las preguntas que hacemos sobre esa realidad y que surgen tanto de los conocimientos

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previos, como del contexto científico y político en que nos ubicamos, así como de nuestra postura ética, e incluso, de nuestros prejuicios personales. Al abordar Salinas, se va dando forma al objeto de nuestro conocimiento que se prolonga hasta donde consideramos el punto de partida para su entendimiento. La Historia Social de Salinas intenta superar la visión sesgada de revistas, guías geográficas, almanaques y programas turísticos, para inscribirse en el campo del conocimiento histórico sistemático y fundamentado. Por eso, el libro constituye un referente desde el momento en que promueve una forma de reconstrucción de larga duración donde intervienen los diferentes protagonistas, en una transversalidad que ubica sus relaciones en el marco del contexto mayor que los condiciona e influencia. El análisis no nos propone una historia cerrada, aislada, inmóvil; sino dinámica y cambiante, y para ello realiza un gran esfuerzo de articulación de documentos, hasta ahora dispersos o ignorados.

Willington Paredes plantea la tarea urgente de recuperación de la memoria histórica de un pueblo milenario, como respuesta a una demanda social, cultural y política actual. Nos habla de conocer el ciclo de larga duración de más de 8.000 años, que se constituye en la base que conforma el perfil sociourbano de la ciudad actual. No solo se explica su pasado huancavilca, basado en las principales investigaciones científicas del área; sino que se enfatiza cómo se fue abriendo y tejiendo un rico mestizaje que la enriquece y la distingue culturalmente. Pone así en valor el hecho intercultural y la diversidad social que identifica también, en lo local, al Ecuador como nación. La fortaleza de la identidad se constituye precisamente en la actualización permanente de la memoria colectiva; hay una memoria nacional que se adquiere a través de las instituciones oficiales, especialmente escuela, pero que no necesariamente reivindica los procesos locales o regionales. En esto, también aporta el libro como base de datos sistematizada y no como simples mitos fragmentados o imaginarios nacionales simplificados.

La Historia Social de Salinas se inicia reconociéndola como un punto geográfico productivo de sal, en el contexto de la región Punta de Santa Elena. Desde allí va adquiriendo la envergadura de pueblo independiente que cobra identidad propia, recién en el s. XIX, cuando se la reconoce con su denominación actual: Salinas. Aunque su nombre es relativamente reciente, la historia sitúa al sitio en el contexto de los primeros asentamientos humanos en la región, hasta que se convierte

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en lugar nombrado y denominado; es decir, hasta que lo que era un simple sitio de asentamiento o tránsito adquiere sentido de identidad por parte de la población que le va dando su forma actual. El nombre se impone en la cartografía en 1908 como recinto, se mantiene así hasta 1929, y en 1937 se convierte en cantón.

Un listado de mapas del S. XVIII va dando cuenta de los cambios de ocupación que se producen y distinguen la zona de la Punta, donde se ubicará el pueblo de Salinas. Aquí se marca otro importante recurso a indagar: la cartografía territorial, que merecería, por parte de los siguientes investigadores, dedicación y análisis. La cartografía y la confección de mapas son importantes en la construcción de las imágenes regionales, ya que trasmiten la visión del mundo de quienes los elaboran. En este caso, resultaría importante indagar cómo la cartografía da cuenta de las realidades sociales y sus dinámicas, y cómo trasmite valores y referentes que van cambiando a lo largo de los siglos. Toponímicos ancestrales que se han perdido o substituido por la implantación de otros nuevos -que marcan el avance sobre la región de los modelos dominantes nacionales y urbanos-, todavía no se han estudiado.

El referente temporal de Salinas se aborda desde la historia remota de los primeros asentamientos, recuperada tanto en investigaciones arqueológicas y etnohistoricas, como en mitos y leyendas que todavía perduran. Los gigantes de Santa Elena se señalan como un mito que retoma la historiografía nacional, haciéndolo suyo a través de cronistas, funcionarios coloniales y narradores eclesiásticos, hasta llegar a nuestros días. Los mitos y leyendas son construcciones del imaginario colectivo; pero ¿qué significan en la historia contemporánea de los pueblos? ¿Por qué perdura el mito de origen? Una de las tantas lecturas que podemos hacer al contenido polisémico que los caracteriza, en este caso, es: porque sigue explicando la llegada de gente de fuera que se incorpora, se integra y se fusiona hasta difuminarse en la población. Este mito continúa teniendo vigencia para explicar las formas de relación que se establecen en el lugar, aspecto del que da cuenta la historia de Salinas hasta la actualidad. Un pasado de más de 10.000 años que expresa la entidad actual de Salinas, de Vegas a los Manteño-Huancavilcas y a los actuales habitantes cholos peninsulares. De esta manera, ser peninsular se convierte en un sentimiento, antes que en un lugar de origen.

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El libro explora en su recorrido la Salinas colonial desde el s. XVI-XVIII, abordando en sus principales rasgos el desarrollo socioeconómico de la región. Esto se hace a través de sus rubros económicos principales: la sal, la pesca, la ganadería y el sombrero de paja toquilla. Se destacan para este período, los datos demográficos que muestran el importante crecimiento natural de la población nativa, debido a sus notables condiciones de vida y capacidad de gobernabilidad independiente.

Salinas, en el s. XIX, se muestra a través de una serie de eventos y ritmos socioeconómicos y políticos que se inician con las luchas independentistas y culminan con la actividad productiva de la paja toquilla. Esta última se extiende hasta el siglo XX, cuando el petróleo y el turismo aparecen como los nuevos rubros de la modernidad.

El siglo XX se caracteriza como el momento principal de despegue del lugar. Esto se produce con la promoción de un proyecto privado empresarial que conscientemente apuesta por la promoción de Salinas como punto turístico urbano, comercial y productivo. Se propone que en esta decisión consciente se toma distancia de la adhesión a la economía que promueve el petróleo en la región, ya sea porque éste poco aporta al desarrollo local, o porque se intuye una estrategia económica alternativa y a largo plazo. En esta visión, destaca el riesgo que asume la inversión privada y las gestiones que realizan los sectores acomodados para conseguir el apoyo estatal a su proyecto. Con ello, se consigue no solo la mejora de las conexiones y comunicaciones con Guayaquil y el resto del país, a través, primero del ferrocarril y luego de las carreteras; sino, la urbanización del espacio con una orientación netamente recreativa y lúdica. La propuesta turística que parece responder a demandas puntuales de los sectores más privilegiados de Guayaquil, requiere su articulación a la pesca artesanal local. Esta actividad ya instaurada será la que proporcione el sustento inmediato a la población temporal que se asiente en sus playas. A este aspecto habría que agregarle la presencia de un capital social importante, organizado en comunidades indígenas, que suministran la mano de obra local y los conocimientos sobre el medio en el que habitan desde tiempos inmemoriales: “Lo que está en la base de esa diferencia que tiene Salinas con los otros pueblos peninsulares radica en que los salinenses y sus aliados crearon un modelo de desarrollo interno que se sustenta en sus propios recursos naturales, productivos y tradicionales. Esta modalidad de acumulación interna se sustentó en el encuentro de

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dos ejes tradicionales: la producción salinera y la pesca artesanal, con uno moderno, el turismo, que impulsaría los cambios” (p. 226).

La historia social de Salinas, en el s. XX, es resultado de una verdadera creación colectiva. A través de una pluralidad de actores sociales, hombres y mujeres, se muestra cómo se impone la idea de hacer de este sitio original, un lugar donde se desarrolle un proyecto de vida común, que lo distinga como ciudad-balneario, antes que como un puerto petrolero más. En esta convergencia de intereses se distingue el aporte en ideas, trabajo, capital y tradiciones, tanto de apellidos de raigambre indígena como de inmigrantes que hacen suya y adoptan la identidad peninsular. En el imaginario colectivo, Salinas pasa a percibirse como “la costa azul”, “el primer puerto del país”, “el exponente del progreso nacional”. Esto significaría, a nivel simbólico, que se revierte, así, la relación marginal y desigual que había tenido, hasta entonces, con Guayaquil. Ahora existe en sí misma, prestigiada y como un apéndice de la gran ciudad que la adopta y la promueve, como extensión de su vida cotidiana.

Un vacío pendiente de indagar y profundizar todavía es el tema de los conflictos e intereses en pugna que se suceden en la región durante todo el tiempo. Estos dan ritmo y orientan la toma de decisiones en lo local, a la vez que enlazan con proyectos y propuestas de orden nacional y mundial. Su investigación podría ofrecernos ricas explicaciones, tanto sobre los protagonistas como sobre las estrategias seguidas. Sin embargo, el camino se ha iniciado y Salinas cuenta con una historia escrita que saca a la luz el variado espectro de matices que la construyen, tal como hoy la apreciamos.

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Lily Pilataxi de Arenas

Historia del Malecón de Guayaquil, de José Antonio Gómez Iturralde

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resentar un libro es presentar un libro, pero un libro histórico es

de gran connotación y más importante aún, cuando el autor es José Antonio Gómez Iturralde, uno de los próceres modernos que viene marcando, de finales del siglo XX hasta el presente del XXI, huellas trascendentes en la historia de Guayaquil y la Patria toda.

Hablando en términos cervantinos, este Don Quijote ha embestido con lanza en ristre sin miramiento alguno, en la gran aventura de desfacer entuertos de nuestra historia -solo que en estado muy cuerdo-, basado en la investigación y sobre todo (lo admirable de veras) es su valentía para enfrentar y afrontar su realidad. Este singular Quijote del siglo, leyendo quién sabe cuántas noches, datos, registros, fotografías, etc. Trae a la palestra, entre tantos libros escritos, recopilaciones de trabajos de la actividad del Archivo Histórico, etc. Su nuevo libro es Historia del Malecón de Guayaquil, 250 páginas que, lectora compulsiva como soy, me los he leído en no muchas madrugadas, terminadas las cuales he quedado más guayaquileña que nunca.

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Antes de leerlo lo sentí mío, porque se me vino a mi mente el malecón que viví en mi niñez, cogida de la mano de mi madre y mis hermanos, recorriéndolo y esperando las noches del domingo para ir a ver las “pilas luminosas”, creyendo que había agua de todos los colores en ellas. Luego, jugando con mis primas y hermanos, cruzándonos entre las estatuas de Bolívar y San Martín, mandándonos telefonazos, o a veces, acompañando a mi hermana enamorada en sus paseos por donde paseaban los jóvenes las noches del sábado. Ah, malecón de otrora y del presente que hoy lo gozo con fruición, paseando con mi hombre amado en esa maravillosa estructura moderna, única en el mundo, y avanzando hasta la entrada norte nos sentamos en la banca, junto a la baranda, a ver la corriente del río que trae y lleva nuestros recuerdos.

Este libro desentraña, minuciosamente, la historia de largos años de nuestro Malecón o “la Orilla”, como se le decía antes. En un recorrido de los años, que en sí es la historia de Guayaquil, el autor nos lleva desde los días en que la ciudad se asienta, en la cumbre del “cerrito verde”, en cuya base está “la parte profunda del río donde azota la corriente que permite atracar navíos”, un villorrio con apenas 25 casas y 320 habitantes, en la llamada Ciudad Vieja, con sus incendios y resurgimientos, más tarde.

El afán de sus habitantes de guardar la orilla, estacándola, rellenándola para hacer los muelles de carga y descarga de los bienes agrícolas y comerciales, interesantes narraciones de extranjeros, luego de la formación de ciudad nueva. Siempre el río fue su principal atractivo y como nervio vital del comercio, fue también, la preocupación de todos los cabildos y gobernadores que tuvo Guayaquil –y siempre con fondos propios-, luchando contra el centralismo, que primero era del Virreinato de Nueva Granada, parte de la Presidencia de Quito, a la que pertenecía. Todo esto -antes de 1820- del Malecón colonial, al que llegaba toda la riqueza de la cuenca del Guayas y que fue también testigo de las luchas con los corsarios.

Por ella llegaron los 3 oficiales del Numancia: Febres Cordero, Urdaneta y Letamendi; a lo largo de la orilla y en la ría se hizo la independencia. El malecón y el río testifican la proclamación y como dice Gómez, “singular cátedra por la cual fluyeron las tropas guayaquileñas, cuencanas y colombianas, argentinas, chilenas y peruanas al mando de Sucre y Santa

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Cruz para subir al Pichincha con nuestra bandera azul y blanca, a la lucha por la independencia de todo el país (24 de Mayo 1822)”.

Es decir, este Guayaquil es la cuna gestora de la independencia y el malecón fue su gran escenario; de ahí, la parte señalada en el libro como: “El malecón escenario de independencia” pero después de ella, también todas las peripecias pasadas por la ciudad “abandonada a su suerte”, esta vez por el centralismo del gobierno de Bogotá, en pleno período colombiano. Más siempre la autodefensa del guayaquileño mantuvo al malecón activo. Hay un ejemplo de ello: doña Josefa Baquerizo, quien donó tablones desclavados de un galpón de su propiedad para el muelle.

Importante mencionar que el libro señala al malecón unido a la creatividad y tesón del guayaquileño para la obtención de recursos propios de la ciudad; esa vez, para la manutención del malecón, en plena época republicana (1830), establecen el juego de la lotería, en la que debían participar todos, unos para vender los números en sus tiendas y comercios, y el público para comprarla. Y como dice el autor, “es el mismo espíritu de solidaridad que primó en 1888 al fundarse la Junta de Beneficencia de Guayaquil”. Este es el período que se llama en el libro “El malecón en la república”, en el que también juega papel importante Vicente Rocafuerte, como presidente preocupado por los fondos para “la importante obra del malecón”; por lo que se ve, siempre fue obra en construcción o reparación.

De este malecón en la República, todos los genarios del presente podemos dar fe -yo no de los naranjos traídos de Daule para sembrarlos-; pero sí de los restos de bancas que aún subsistían mandadas a construir por el mismo Rocafuerte como Gobernador, y de los vestigios de muelles que Alfaro como Presidente, facultó al Congreso para firmar contratos, para hacer algo por ese muelle o malecón lleno de vida, bordeando ya las principales construcciones gubernamentales, hoteles y bancos; como igual, pasando la calle, los tendales del cacao, cuyo aroma especial de fermentación y secado nos era familiar (capítulo “El Malecón de la expansión cacaotera”).

Interesante la señalización del libro en períodos, que yo los llamaría las eras del malecón. Otra de ellas la de la modernización del 10 al 30 del siglo XIX –donde se habla del “paseo de las colonias hermoseado por las donaciones de los cónsules extranjeros y donde aparecen “mis

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bellas fuentes luminosas” una como aportación de EE.UU. y otra de la Cervecería Nacional y la Empresa Eléctrica, y el también jabalí de bronce–. Luego, la torre del reloj, también mía, como sueño imposible. “Si yo pudiera algún día llegar allá arriba”, suspiraba. Y llegué en la era de la reconstrucción emprendida por León Febres Cordero, como alcalde.

Luego de este resumen largo, hago un llamado a mi ciudad, a leer el libro, como la historia de la pujanza guayaquileña y de cuánto pueden o no, hacer sus gobernantes y su gente. Si no, que lo digamos ahora nosotros que vivimos desde los últimos decenios del tiempo.

El Malecón 2000, activado luego por la fuerza titánica de Jaime Nebot, en el que se unen también las acciones culturales de instituciones como el Banco Central. Y para terminar como empecé, hago uso del idioma cervantino para deciros: Don José Antonio Gómez Iturralde, hidalgo caballero, historiador quijote del siglo XXI, perdone vuestra merced, por mi atrevencia en resumir así su libro, pero debo decirlo que la lectura de su libro agora mesmo, nos ha dado el encantamento de revivir una historia vívida de la ciudad y de este malecón, nervio y vida de Guayaquil; y que libros como este deben ser “leídos y celebrados de los grandes y de los chicos, de los pobres y de los ricos, de los letrados e ignorantes, de los plebeyos y caballeros, finalmente, de todo género de personas de cualquier estado y condición que sean...” (De las discretas alteraciones de Don Quijote refiriéndose a los libros de caballería, Capítulo XLIX).

Trazos de un Guayaquil multicolor*

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ndando de paseo indagador por internet, en un artículo

de Javier Meneses Linares, me encontré con la siguiente cita del escritor y periodista argentino Mempo Giardinelli: “...Los narradores latinoamericanos no escribimos para halagar ni agradar ni para ser queridos, escribimos para indagar y experimentar, para conocer y describir, pero también y sobretodo, para recordar y acaso, así, para sobrevivir...”. Si bien esas palabras de Giardinelli parecen haber estado inspiradas por un referente concreto de escritura -la ficción narrativa-, ellas gozan de una virtud mucho más amplia y mucho más profunda, pues sin

reticencias me permiten poner a la vocación escritora, como tal, en el inicio de estas ideas.

El oficio de escribir, independientemente de cual sea el cuerpo específico en el que sus resultados finalmente se materialicen, es un oficio en esencia vital. No solo por el hecho cierto -al menos según lo que conocemos hasta

Marena Briones Velasteguí

Trazos de un Guayaquil multicolor*

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* Presentación del libro Crónicas, relatos y estampas de Guayaquil, de José Antonio Gómez Iturralde (Guayaquil, Archivo Histórico del Guayas, 2005).

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ahora- de que el lenguaje es parte consustancial de nuestra condición humana, tanto individual como social, y de que, por ende, con él y en él nos constituimos como personas y como sociedad; sino también porque gracias a su existencia somos capaces de representarnos la realidad, ya en la intimidad de nuestras propias conciencias, ya en el cotidiano esfuerzo comunicativo de encontrarnos con los demás. De tal forma que, de partida, toda escritura sinceramente alentada supone un proceso de escudriñamiento interior y la asunción simultánea del reto de superar de la mejor manera posible, la tensión siempre presente entre la conciencia que escribe, la expresión lingüística que ella tantea y el mundo que quiere reflejar, aún en el evento de que dicho mundo busque ser, en la medida en que ello sea factible, un mundo por completo imaginado.

Giardinelli, pues, ha concebido un acertado retrato de la experiencia a la que inevitablemente nos somete la auténtica tarea de escribir. Se trata de un retrato que a mí me ha parecido oportuno compartir con ustedes en esta muy grata presentación pública de Crónicas, relatos y estampas de Guayaquil. De la Fundación a la Independencia (1534 – 1820), la nueva publicación con la que José Antonio Gómez Iturralde y el Archivo Histórico del Guayas acrecientan la memoria editorial de nuestra “guayaquileñidad” y de nuestra “ecuatorianidad”. He dicho que el retrato de Giardinelli me ha parecido oportuno, porque creo que a nadie puede caberle duda de que José Antonio Gómez ha hecho de la escritura una compañía permanente de su indeclinable tesón por leer e interpretar signos de otros tiempos, fundamentalmente guayaquileños.

Hay, por otra parte, evidencias suficientes de que, en ese empeño, José Antonio Gómez se ha puesto a sí mismo, continuamente a prueba. Como descifrador de vidas, pensamientos, acciones y sucesos; como entusiasta y comprometido hurgador de datos, documentos, testimonios y narraciones de diversa índole, y como observador plenamente dispuesto a develar, sin tapujos, la atalaya desde la cual su mirada se aguza. De ello son muestra clara los treinta y cinco textos –o micro relatos, como también podríamos denominarlos-, cuya presentación me ha sido generosamente confiada para esta noche, y que, por una feliz coincidencia, me corresponde cumplirla en un acto especialmente trascendente y honroso para el autor.

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Los textos a los que aludo integran el primer tomo de una obra que se ha anunciado más pródiga. No son recreaciones históricas de costura reciente, ni ven hoy la luz por vez primera. Hace algún tiempo ya que, cada semana, en las páginas dominicales de diario Expreso, José Antonio Gómez hace gala de la fruición estudiosa con la que reconstruye múltiples trazos y exhuma toda clase de facetas de un Guayaquil activo, vivaz, aguerrido y multicolor. Por esas cuartillas de prensa y al pulso de un estilo llano, casi coloquial, han transitado una variada gama de hombres y mujeres que fueron y continúan siendo parte de nuestra historia, con sus costumbres, sus sueños, sus frustraciones, sus éxitos, sus derrotas, sus ambiciones, sus fortalezas, sus debilidades, sus intereses, sus instituciones jurídicas, sus organizaciones civiles, sus vicisitudes políticas, sus modos de relacionarse, sus manifestaciones culturales, sus prácticas económicas, para mencionar algunos de los derroteros que esas más de doscientas crónicas han conquistado.

Crónicas... es, precisamente, la primera palabra a la que José Antonio Gómez ha apelado para dotar de identidad común a la selección de artículos que conforman la publicación a la que en este momento estamos dándole la bienvenida. Khronos era la palabra griega para tiempo, y su heredera latina, chronica”, designaba a los libros de cronología. En esa misma línea significativa, las reseñas históricas que comento han sido recopiladas tratando de que su orden de exposición se acerque al transcurrir sucesivo de casi tres siglos: desde la debatida fundación de Guayaquil hasta la gesta independentista de 1820. A lo largo de las páginas que las contienen y con la obvia síntesis descriptiva e interpretativa que implican cada fragmento narrativo y la propia totalidad de ellos, es posible apreciar rasgos clave de las transformaciones por las que Guayaquil fue atravesando en esos aproximadamente trescientos años, tanto en su fisonomía externa como en sus condiciones sociales, económicas, culturales y políticas.

Como bien se sabe, nada puede haber de exhaustivo en ninguna reconstrucción histórica, menos en una que desde el inicio reconoce explícitamente que su propósito es ofrecer “ideas muy generales sobre la vida cotidiana, el crecimiento de la ciudad y su historia”. Así es como José Antonio Gómez lo deja muy en claro en los breves párrafos de la introducción, con los que nos convoca a descubrir, junto a él, variados aspectos de una larga e importante etapa guayaquileña. Los asentamientos y los traslados de la ciudad, su ubicación definitiva,

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su expansión territorial, su poblamiento, los roles de las mujeres, la forma de distribución de la tierra, la situación indígena, los vaivenes del desarrollo económico, la estructura del cabildo colonial, las regulaciones edilicias, la impronta mestiza, los complejos vínculos con España, las raíces afroecuatorianas, los caminos coloniales, la minería de entonces, la estratificación social, las pugnas entre imperios de ultramar, las fortificaciones, los incendios, la piratería, los panteones, las iglesias, la congregación jesuita, las escuelas, la enseñanza, las gobernaciones, los afanes reformistas, son algunas de las preocupaciones que nutren el acervo con el que José Antonio Gómez se aproxima y nos aproxima a un lejano despuntar guayaquileño.

Decir que nuestro presente está hecho también de nuestro pasado incurre en un lugar común en exceso desgastado. Sin embargo, más allá del sentido netamente literal de esa afirmación, se halla una constatación que difícilmente podría ser negada: la lectura lúcida e interpelante de nuestros pasados enriquece las comprensiones de nuestros presentes y nos despierta más horizontes reflexivos. Sin querer sostener que la historia es lineal y unívoca -porque no lo pienso así-, las personas y los pueblos, de una u otra manera, nos vamos haciendo a costa de acopiar lo que hemos sido. Nuestras creencias, nuestros valores, nuestras acciones, nuestros proyectos, encuentran parte de su explicación en las vivencias que paso a paso hemos ido recorriendo. Cuánto hemos aprendido o no aprendido de esas vivencias y de qué índoles son las huellas que ellas nos han ido dejando, son dos preguntas que no podrían contestarse adecuadamente sin escrutar lo que se nos ha ido quedando atrás.

De allí que las crónicas, los relatos y las estampas de ese Guayaquil naciente que se fraguó entre los inicios de la cuarta década del siglo XVI y la segunda década del siglo XIX, cuyo debut colectivamente impreso tenemos el gusto de acoger esta noche, ofrezcan un material estimulante para suscitar la curiosidad inteligente en torno a los síntomas contemporáneos de esta, nuestra urbe. José Antonio Gómez Iturralde y el Archivo Histórico del Guayas han vuelto a tender con esmero la mesa. ¿Qué tal si nosotros y nosotras nos disponemos desde ahora a preparar una buena cena?

Guayaquil, 16 de noviembre de 2005

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