Revista Estudios Críticos del Desarrollo 9

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ESTUDIOS DESARROLLO VOLUMEN V, NÚMERO 9, SEGUNDO SEMESTRE DE 2015

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Estudios Críticos del Desarrollo, volumen V, número 9, segundo semestre de 2015, es una publicación semestral editada por la Universidad Autónoma de Zacatecas «Francisco García Salinas», a través de la Unidad Académica de Estudios del Desarrollo, Jardín Juárez no. 147, Colonia Centro, Zacatecas, Zacatecas, C.P. 98000, Tel. (01492) 922 91 09, www.uaz.edu.mx, www.estudiosdeldesarrollo. net, [email protected]. Editor responsable: Humberto Márquez Covarrubias

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Estudios Críticos del Desarrollo, vol. v, núm. 9

Índice

Editorial

Los ríos profundos de América Latina: poder popular, estado progresista y transformación social

Humberto Márquez Covarrubias

artículos

cuba: pensar y hacer su democraciaDelia Luisa López García

crisis y autogestión en el siglo xxi

Andrés Ruggeri

espectros del neoliberalismo. economía de traspatio y necropolítica en México

Humberto Márquez Covarrubias

La economía política empíricamente fundamentada e históricamente contextualizada de celso Furtado

James M. Cypher

Lord Keynes después de su muerte, según Raúl PrebischCarlos Mallorquin

dEbatE

interrogando a la soberanía alimentaria. Una reseña del libro Regímenes alimentarios y cuestiones agrarias de Philip Mcmichael, 2015

Darcy Tetreault

Los efectos colaterales del régimen alimentarioPhilip McMichael

rEsEña

el no método zapatistaAna Lilia Félix Pichardo

Rectorarmando silva chairEz

Secretario Generalcuauhtémoc rodríguEz aguirrE

Secretario AcadémicomiguEl rodríguEz JáquEz

Director de la Unidad Académica de Estudios del Desarrollo

rodolfo garcía zamora

Consejo Editorial de Estudios críticos dEl dEsarrollo

haroon akram–lohdi Trent University WaldEn bEllo Focus on the Global South (Bangkok) hEnry bErnstEin University of London manfrEd biEnEfEld Carleton University saturnino (Jun) borras Institute of Social Studies, Netherlands Paul boWlEs University of Northern British Columbia EugEnia corrEa vázquEz Universidad Nacional Autónoma de México norman girvan University of West Indies cristóbal kay Institute of Social Studies, Netherlands kari lEvitt Mcgill University oscar mañán Universidad de la República, Uruguay ronaldo munck Dublin City University carl–ulrik schiEruP Linköping University

univErsidad autónoma dE zacatEcas

estud ios

desarrolloVolumen V, número 9, segundo semestre de 2015

Director GeneralhumbErto márquEz covarrubias

Director Editorialraúl dElgado WisE

Coordinador EditorialhEnry vEltmEyEr

Coordinadores Académicosdarcy tEtrEault

guadaluPE margarita gonzálEz hErnándEz

Comité Editorial univErsidad autónoma dE zacatEcas

raúl dElgado WisE

guillErmo foladori

rodolfo garcía zamora

guadaluPE margarita gonzálEz hErnándEz

carlos mallorquín

humbErto márquEz covarrubias

gErardo otEro

robErto soto EsquivEl

darcy tEtrEault

hEnry vEltmEyEr

Edgar záyago lau

Traducciónmark rushton

Cuidado de la ediciónhumbErto márquEz covarrubias

Producción editorialeditorial los rEyEs

Página webElizabEth gómEz

Volumen V, número 9, segundo semestre de 2015

volumen v, número 9, segundo semestre de 2015

issn: 2448-5020

Estudios Críticos del Desarrollo, volumen V, número 9, segundo semestre de 2015, es una publicación semestral editada por la Universidad Autónoma de Zacatecas «Francisco García Salinas», a través de la Unidad Académica de Estudios del Desarrollo, Jar-dín Juárez no. 147, Colonia Centro, Zacatecas, Zacatecas, C.P. 98000, Tel. (01492) 922 91 09, www.uaz.edu.mx, www.es-tudiosdeldesarrollo.net, [email protected]. Editor responsable: Humberto Márquez Covarrubias. Reserva de Derechos al Uso Exclusivo No. 04–2014–041111305600–102, ISSN: 2448-5020, ambos otorgados por el Instituto Nacional del Derecho de Autor. Impresa por la editorial Los Reyes, S.A. de C.V., plazuela de los Reyes No. 45, int. B–102, Coyoacán, C.P. 04330, México, D.F. Este número se terminó de imprimir en diciembre de 2015, con un tiraje de 1,000 ejemplares. Las opiniones expresadas por los autores no necesariamente reflejan la postura del editor de la publicación. Queda estrictamente prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos e imágenes de la publicación sin previa autorización de la Univer-sidad Autónoma de Zacatecas «Francisco García Salinas» a tra-vés de la Unidad Académica de Estudios del Desarrollo.

Universidad Autónoma de Zacatecasunidad académica de estudios del desarrollo

EditorialLos ríos profundos de América Latina: poder popular, Estado progresista y transformación social . . . . . . 3

Cuba: pensar y hacer su democracia . . . . . . . . . . . . 17Delia Luisa López García

Crisis y autogestión en el siglo xxi . . . . . . . . . . . . 69Andrés Ruggeri

Espectros del neoliberalismo. Economía de traspatio y necropolítica en México . . . . . . . . . . . . . . . . . . 87

Humberto Márquez Covarrubias

La economía política empíricamente fundamentada e históricamente contextualizada de Celso Furtado . . 141

James M. Cypher

Lord Keynes después de su muerte, según Raúl Prebisch . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 173

Carlos Mallorquin

Interrogando a la soberanía alimentaria. Una reseña del libro Regímenes alimentarios y cuestiones agrarias de Philip McMichael, 2015 . . . . 229

Darcy Tetreault

Los efectos colaterales del régimen alimentario . . . 245Philip McMichael

El no método zapatista . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 253Ana Lilia Félix Pichardo

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editorial

loS rÍoS PorFUNdoS de aMÉriCa latiNa: Poder PoPUlar,

eStado ProGreSiSta Y traNSForMaCiÓN SoCial

Humberto márquez Covarrubias

En Los ríos profundos, José María Arguedas (2006) escribió sobre la hondu-ra de los ríos y las raíces ancestrales de la cultura andina, que a la postre sería el sustrato de la identidad nacional peruana. Utilizando un símil, po-demos advertir que las corrientes sociopolíticas que nacen de los pueblos andinos y amazónicos constituyen la fuerza que permite recobrar la identi-dad latinoamericana obnubilada por una prolongada pesadilla neoliberal y posibilita la puesta en práctica de proyectos de gobierno nombrados de di-versas formas pero que ahora viven momentos adversos en virtud de que las bases materiales se deterioran y el soporte político declina. El llamado ciclo progresista, el laboratorio de transformación social más relevante en nues-tros días, está sujeto a un intenso debate.

Por más de tres décadas el devastador tsunami neoliberal, impuesto a fuerza de violencia y chantaje, ha devastado a América Latina y el Caribe mediante la aplicación de una pertinaz agenda económica depre-dadora de la energía vital, la naturaleza y el excedente económico. Sin embargo, una vigorosa contracorriente surgida en las aguas subterráneas insufladas por movimientos sociales populares y frentes electorales de izquierdas disolvieron a las testarudas formaciones políticas de derechas para entronizar a gobiernos emanados de los sectores populares (Bartra, 2015). El panorama político limpió las aguas turbias de la devastación imperial y oligárquica.

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La travesía posneoliberal toma su curso cuando en varios países latinoamericanos, ante el malestar de los pueblos por la prepotencia de las derechas en apariencia inamovibles, son electos gobiernos de izquierdas. Las izquierdas designadas en este caso como «progresistas» no son pre-cisamente una expresión monolítica sino que representan una diversidad dentro de la gama de posturas contendientes que tienen en común el hecho de aparecer contrapuestas a las derechas partidarias y al unívoco proyecto neoliberal, pero más significativo es que surgen de la raíz de los movimientos sociales y sindicales. El punto de partida es el rechazo a las nocivas recetas neoliberales y a la vorágine especulativa del capital financiero; después de acumular fuerzas se proponen tomar el poder en el espacio público, «desde abajo», en la calle, y «desde arriba», en el ámbito legislativo y presidencial, hasta tener la capacidad de conformar Estados populares o progresistas.

Hace tres lustros irrumpe en la escena latinoamericana un grupo de gobernantes que confronta las prescripciones neoliberales del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional a la vez que rechaza las intentonas imperiales estadounidenses. Con el respaldo del Movimien-to V República (MVR), Hugo Chávez asume la presidencia de Vene-zuela y amparado en el proyecto denominado Revolución Bolivariana y el «Socialismo del Siglo XXI» emprende un ciclo de reformas sociales, económicas y políticas. El Movimiento al Socialismo (MAS) impulsa al líder indígena y sindicalista cocalero Evo Morales para que ocupe la presidencia de Bolivia desde donde impulsa el proyecto de «vivir bien» (Suma Qamaña o Sumak Kawsay) y el «socialismo comunitario» para fundar el Estado plurinacional comunitario, único en su género a nivel mundial. El Movimiento Alianza PAIS-Patria Altiva i Soberana postula al eco-nomista Rafael Correa quien asume la presidencia con el proyecto de-nominado «Revolución Ciudadana» y promulga la constitución de Mon-tecristi, cuya novedad son los derechos de la naturaleza (Pachamama) y el concepto de «buen vivir». En otra tesitura, que puede designarse como «neodesarrollismo», el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) y el Partido de los Trabajadores (PT) respaldan al

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antiguo líder obrero Inácio Lula Da Silva, quien desde la presidencia im-pulsa políticas de reducción de la pobreza extrema y la desigualdad social; en tanto que el Frente para la Victoria lleva al poder a Néstor Kirchner y Cristina Fernández en Argentina, quienes logran superar la crisis, la eco-nómica del «corralito» y el clamor popular de «¡que se vayan todos!» los políticos para emprender un proyecto de contención al capital financiero y la reconstrucción de la economía.

Con el ascenso de los movimientos sociales y los triunfos electora-les, el subcontinente americano se convierte en un interesante labora-torio de cambios sociales que con distintos tonos y énfasis postula ideales olvidados de emancipación y justicia. Cuando se vivía una larga noche neoliberal cuyo sueño de pesadilla era la reiteración de la frase «no hay alternativa», los gobiernos populares o progresistas despiertan una gran atención mundial y reactivan el debate sobre las alternativas al neoliberalismo y al capitalismo (Gudynas, 2012). Desde una visión de conjunto se aprecia un gran movimiento social articulado a frentes políticos que logran inéditos triunfos electorales en el marco de la de-mocracia burguesa y entonces asumen el mandato políticos portadores de reivindicaciones de talante popular que promueven la ruptura del orden anterior cimentado en el proyecto neoliberal y alientan cambios graduales que paulatinamente se van incrustando y acumulando en el entramado económico, político y social. Frente a la cerrazón del neoli-beralismo, los movimientos sociopolíticos generan cambios sociales de largo aliento que pueden ser definidos como revolucionarios o, al me-nos, como procesos de transición (Bartra, 2015).

La trama histórica de las gestas revolucionarias de los siglos pre-cedentes anticipaban grandes sacrificios humanos para el pueblo que protagonizaba las luchas y sufría las consecuencias. La deposición de los gobernantes se realizaba por la vía armada envuelta en una espiral de violencia que no necesariamente lograba sofocarse con la caída del régimen. Habitualmente, después de la toma del poder el régimen en ciernes se alimenta de bienes y recursos provistos por las expro-piaciones y la dictadura revolucionaria se impone neutralizando a

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los enemigos mediante el encarcelamiento, la expulsión o la ejecución. La algarabía triunfante pronto era menguada por periodos extensos de miseria, hambruna y mortandad; el pueblo se sumía en la desmo-ralización y el régimen revolucionario caía prematuramente en la ile-gitimidad.

El triunfo político de los pueblos andinos y amazónicos devela otro derrotero de la trama revolucionaria. En contraste con procesos prece-dentes que degeneraron en régimen dictatoriales y sumieron al pueblo en la opresión y la miseria, la refundación estatal en el subcontinente americano abre nuevos cauces de cambio social soportados en procesos democráticos, la pluralidad política, la reorientación de la economía y la distribución social del excedente. Además de sustentarse en el poder popular, aprovecha las vías legales y pacíficas para conquistar el poder y reconstruir el entramado institucional para ponerlo al servicio de los in-tereses nacionales y el bienestar popular. Frente a la dictadura de los po-deres fácticos, las prácticas trogloditas de los capitales monopolistas y los agresivos programas neoliberales que imponen un estado generali-zado de austeridad, penuria y despojo, la emergencia de los gobiernos emanados de las fuerzas populares pretende mejorar sustancialmente las condiciones de vida y trabajo de los pueblos que ancestralmente ha-bían sido excluidos, despojados y humillados. La mayoría de la población ha salido de la miseria con las políticas de empleo, ingreso y servicios. La nombradía de la transformación social en curso es el «buen vivir», el «socialismo del siglo XX» o el «socialismo comunitario».

Como ocurre en los episodios de transición, la tentativa posneoli-beral entraña modalidades productivas enmarañadas que han sido de-finidas como una «economía comunitaria y plural» articulada por «for-mas de organización económica comunitaria, estatal, privada y social cooperativa» (Asamblea Constituyente de Bolivia, 2009). En ese marco, por ejemplo, el proyecto andino postula la reforma del orden social ba-sado en el «socialismo comunitario» (García Linera, 2015). La noción misma de socialismo se pone en cuestión, pues en los siglos XIX y XX, que testificaron efervescencias revolucionarias, el socialismo era conside-

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rado como un producto histórico posterior al derrumbamiento del capi-talismo, lo cual no ha sucedido o se ha intentado con resultados catastró-ficos; en tanto que la noción de comunidad se ha considerado anacrónica, incluso precapitalista, pues habría quedad sepultada o relegada con la primacía del capitalismo en todos los órdenes de la vida social.

En el horizonte de posibilidades de la transformación social, la di-mensión política del proyecto posneoliberal latinoamericano ha sido crucial (Hoetmer, 2009). Una enseñanza es que para el poder popular conformado por los movimientos sociales y los frentes políticos la dic-tadura económico-política de los grandes capitales y gobiernos afines no es una fuerza invencible. Por cauces democráticos y no violentos pueden alcanzarse triunfos electorales que permitan la formación de gobiernos populares que no obedezcan a los poderes fácticos, como hacen las derechas o las izquierdas domesticadas, sino que se atrevan a «mandar obedeciendo». Para que el proceso de transformación pu-diera seguir sus causes democráticos y promoviera una economía orien-tada al bienestar popular ha sido necesario, entonces, conjuntar un poder popular vigoroso, las aguas subterráneas que emergen a contra-corriente del tsunami neoliberal. La correlación política de fuerzas fa-vorable al cambio surge de la confluencia de organizaciones populares y partidos políticos que comparten un programa mínimo de corte pos-neoliberal. En un ciclo ascendente de acumulación de fuerzas, el espa-cio público y el debate político fueron escenario de disputa donde se fueron ganando, poco a poco, las contiendas en un proceso gestor de poder desde «abajo»; después el camino estaba preparado para dispu-tar comicios hasta alcanzar el triunfo, aún bajo la institucionalidad neoliberal, circunstancia que permitió, al fin, tomar el poder de «arri-ba». Este derrotero marca un punto de inflexión en la experiencia política de la izquierda latinoamericana. Un precedente es el caso chi-leno, donde no obstante que la coalición de partidos de izquierda, Unidad Popular, ganara las elecciones con Salvador Allende, pronto sufrió un golpe de Estado perpetrado por militares y respaldado por Estados Unidos para derrocar el proyecto socialista, imponer una bru-

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tal dictadura y ejecutar el proyecto neoliberal, lo cual significó un enor-me retroceso social para Chile y América Latina en su conjunto. En la experiencia reciente la tentativa revolucionaria encarna en una forma de Estado que logra ungir un poder de «arriba» con nuevos compo-nentes institucionales, legales y políticos en conjunción con el poder de «abajo» donde florece la movilización de las masas y entonces se hace posible la renovación política del régimen de transición mediante la celebración de comicios que ratifican el triunfo electoral. Evidente-mente, la entronización de los nuevos gobiernos respaldados por las movilizaciones sociales y la concurrencia a las urnas apenas es un co-mienzo. De manera progresiva será necesario ejercer un «gobierno obe-dencial» (Dussel, 2006) y promulgar nuevas constituciones y programas de inclusión social. La recreación del Estado en algunos casos puede significar su refundación, como el caso del Estado plurinacional comu-nitario, que plantea una reinvención desde los cimientos para consti-tuirse en factor de unidad de las fuerzas políticas y sociales, formar un congreso constituyente para elaborar una nueva constitución, proclamar derechos políticos de los pueblos originarios y garantías autonómicas de los grupos étnicos. Además será necesario recrear el poder político en sucesivas jornadas electorales que ponen a prueba la permanencia de los gobiernos en los ámbitos locales, legislativos y presidenciales. La pertinencia social de los proyectos posneoliberales bajo sus distintas denominaciones y formas de gobierno alcanzó el estatuto de hegemonía, incluso ha permeado a las fuerzas de oposición que también participan del gobierno en el ámbito local y legislativo, y más aún en las ríspidas contiendas electorales los opositores asumen varias de las propuestas progresistas.

En el ámbito regional la coalición política de los gobiernos procrea una correlación de fuerzas que imprime un nuevo derrotero al curso histórico de América Latina, otrora considerada una zona de influencia del imperio (Silva y Martins, 2013). Los gobernantes derrocaron la pre-tensión estadounidense de crear una América neoliberal bajo el Área de Libre Comercio de las Américas (alca) y en su lugar promovieron ins-

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tancias multinacionales de carácter latinoamericano y caribeño como la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (Alba), el Mer-cado Común del Sur (Mercosur), la Comunidad de Estados Latinoame-ricanos y del Caribe (Celac), la Unión de Naciones Suramericanas (Una-sur), el Acuerdo de Cooperación Energética Petrocaribe, entre otros. Como nunca, la noción misma de Latinoamérica, de Nuestramérica, adquiere vida propia.

La experiencia posneoliberal latinoamericana es un proceso en cier-nes que no está exento de problemas y contradicciones. El soporte ma-terial del bienestar social alcanzado obedece a factores externos, y más precisamente a la coyuntura de la economía internacional conocida co-mo el «auge de las commodities» —verificado entre 2002, cuando China se incorpora de lleno al mercado mundial, y 2012— referente a la exis-tencia de altos precios de las materias primas y los productos primarios, especialmente de petróleo, gas, minerales y productos agrícolas (Cypher, 2014). Las condiciones favorables respondían a la escasez relativa de recursos naturales a nivel planetario, como lo ilustra el agotamiento del petróleo y los minerales, además del concomitante aumento de la de-manda alentado por los ciclos de crecimiento de la economía mundial, sobre todo de los centros financieros e industriales más dinámicos. Du-rante el periodo de bonanza los gobiernos populares tomaron la decisión de recuperar la soberanía política y el control sobre los recursos natu-rales lo cual les permitía acceder a las rentas y crear las bases para pro-mover programas de bienestar social. Con el estallido de la crisis gene-ral del capitalismo en 2008 la economía global entró en un estado de letargo que aún no ha sido superado y que fue deteriorando el periodo de auge de las materias primas y precipitando los precios de los produc-tos primarios energéticos (petróleo, gas), metales (oro, plata, cobre, alu-minio) y agrícolas (soya, trigo) que fundamentaban el crecimiento re-gional. El nuevo escenario pone en predicamento las bases materiales del proyecto social progresista.

Si bien la dinámica de transición en América Latina ha seguido la vía democrática en un marco de pluralidad política y ha avanzado

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mediante la implementación de reformas de corte progresista, el proce-so también ha estado preñado de importantes contradicciones internas que en episodios turbulentos han obligado a que la embarcación tome virajes incluso retrocesos. El vicepresidente boliviano Álvaro García Li-nera (2011) reconoce que el proceso está sujeto a «tensiones creativas». Una de las polémicas más exacerbadas se refiere al tema del extractivismo que cuestionan la política de Estado que genera una dependencia econó-mica de las exportaciones primarias. Existe además una oposición entre las fuerzas sociales que soportan el proyecto y los gobernantes con res-pecto a puntos de tensión como el que representa la reivindicación de derechos autonómicos de los pueblos originarios y la proyección del interés nacional o la contradicción entre los proyectos extractivistas y los llamados derechos de la naturaleza. La insustentabilidad del mo-delo extractivista obedece a que depende de fuerzas externas y ahora que el «auge de las commodities» ha menguado, el proyecto posneolibe-ral pasa por un letargo. Desde 2008 la economía mundial se ha estan-cado y los precios de las materias primas y los productos básicos se han precipitado en caída libre, en particular el petróleo. El escenario se com-plica debido a que las tasas de interés se han elevado y los capitales retroceden. En ese contexto las economías subdesarrolladas, llamadas emergentes, entre las que se encuentran las del Cono Sur, afrontan es-cenarios de estrechez e imponen restricciones agudas que ponen en ver-dadero predicamento la pertinencia del modelo de desarrollo que supo-nía cubrir la deuda social contraída al menos durante el reciente periodo neoliberal, debido a que la fuente de recursos que servía para pagarla se agota paulatinamente. El denominado ciclo progresista de Venezuela, Argentina, Brasil, Bolivia y Ecuador estaría arribando a su culminación. Esta percepción es enunciada por muchos analistas que toman como referente el dato del declive de las commodities y que sub-sumen en ese movimiento el proyecto político y social. Evidentemente el ciclo de la economía mundial atraviesa por una crisis general que ha tocado la fuente externa de sustentación del modelo de desarrollo ba-sado en la puesta en valor de los recursos naturales para recuperar,

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redistribuir y reinvertir las rentas. Necesariamente el componente eco-nómico del modelo tiene que cambiar para configurar una estructura productiva basada menos en las rentas y más en el trabajo, la producti-vidad y el mercado interno. El momento es complicado porque además de continuar con el proyecto posneoliberal se requiere implementar políticas de austeridad no ensayadas durante el auge rentista, pero sin perder el respaldo social.

En ese contexto se suman presiones políticas contra los gobiernos que adquieren tintes golpista y violentos. Eventualmente las tensiones internas propiciarán un desgaste de la popularidad de los gobernantes que han venido ganando elecciones, algunos de ellos incluso reeligién-dose. Este punto es importante porque representa la fuente de susten-tación política interna de los gobiernos populares, conectada a las fuen-tes externas de sustentación centradas en el rentismo. Las derrotas electorales se anticipan en Argentina, Venezuela, Brasil y Ecuador. Los estertores coyunturales arrojan una fórmula general que evidencia có-mo el auge cortoplacista de la economía rentista deviene en derrotas políticas acompañadas de efectos sociales inciertos y diversas tendencias retrógradas. Amplios sectores medios que lograron salir de la pobreza al influjo del modelo posneoliberal se muestran inconformes porque el modelo económico ya no les garantiza el ascenso social. Los políticos de las derechas encuentran una fabulosa oportunidad compuesta por la inconformidad social, el apoyo de los medios de comunicación pri-vados y la presión internacional de gobiernos y organismos neolibera-les. En caso de que cundan las derrotas electorales, no necesariamente se habrá roto la nueva hegemonía, dado que las ideas políticas con-trarias al neoliberalismos, la justicia redistributiva y la reivindicación de libertad política persisten en las organizaciones y movimientos sociales y en las convicciones ciudadanas que abrevan de un nuevo sentido común, incluyendo la idea de que el pueblo se autogobierne. Las derechas aprovechan la fragilidad del modelo económico y retoman algunas ideas políticas del progresismo para ganar presencia política. Además existe la posibilidad de que las derechas organicen una nueva

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base social de apoyo con los sectores descontentos y seducidos por la avalancha mediática.

En el marco de la recesión de la economía mundial y la caída de los precios de materias primas y productos básicos que fungían como prin-cipal fuente de divisas, ahora se advierte la necesidad de cambiar el mo-delo de desarrollo para pasar de la actividad primario-exportadora y la dependencia de la explotación de los recursos naturales a una economía basada en el trabajo productivo, lo cual también significa una puesta al día en materia científico-tecnológica, mejoras en la infraestructura pro-ductiva, rearticulación del mercado interno y esquemas de cooperación regional en los rubros de financiamiento, energía y comercio.

El debate político sobre el llamado ciclo progresista ha venido esca-lando y dividiendo cada vez más las posturas entre sectores aparente-mente ubicados en un mismo hemisferio del pensamiento de izquierdas. En una posición aparecen quienes impugnan la estrategia extractivista de los gobiernos progresistas y consideran errático centrarse en la ex-tracción de recursos naturales para tomar las rentas y luego redistribuir-las, en tal sentido los gobiernos no habrían hecho nada plausible o lo habrían hecho de forma insuficiente, y por ello se esgrime que el ciclo ya terminó. También se argumenta que la dependencia externa y el ex-tractivismo vulneran la economía regional y cometen ecocidio. En la otra posición están quienes consideran que la estrategia de los gobiernos progresistas es un ejercicio soberano sobre los recursos naturales y la redistribución de las rentas es una medida que se justifica pues es fuente de ingresos para políticas redistributivas que contrarrestan la pobreza y la desigualdad extrema, además de que mantiene vigente el proyecto po-lítico. El álgido debate no tendrá solución si se insiste en términos de referencia que remiten a las pasadas experiencias revolucionarias y so-cialistas que naufragaron o que se adhieren a visiones ecologistas sin reparar mayormente en el carácter novedoso y las diversas rutas del proceso social en curso.

La estrategia rentista pudiera considerarse apenas una medida tran-sitoria, a todas luces es insostenible, no sólo por la volatilidad de los

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mercados internacionales, el despliegue predatorio de los capitales y la afectación a las comunidades, sino también porque no está reconstru-yendo la estructura socioproductiva. Más allá del corto plazo, el énfasis en la renta de los recursos naturales no puede competir con el capital productivo basado en la pauta capitalista de maximizar las ganancias. Claro, en el terreno de lo inmediato, implementar políticas de redistri-bución y mejora del ingreso de la población adquiere sentido para apun-talar el complejo proceso de abandono del neoliberalismo y de impulso de cambios sociopolítico con un inevitable ingrediente clientelar. Sin embargo, el impulso de un modelo de crecimiento e ingreso soportado por rentas cortoplacistas es inferior a un modelo de crecimiento orien-tado al cambio estructural que coloque en el centro las fuerzas produc-tivas con pretensiones de largo aliento. Como no existen capacidades productivas, las divisas captadas durante la vigencia de los altos precios de materias primas no pudo dejar una huella perdurable dinámicas de acumulación de largo aliento. De persistir en el impulso de una trans-formación social es imprescindible reorientar la estrategia económica y reconvertir el aparato productivo, lo cual no puede realizarse, dicho sea de paso, sin implementar mejoras correlativas en el entramado social y político.

Los linderos del Estado nación reconstruido no constriñen el ver-dadero reto de los gobiernos progresistas. La pieza clave es América Latina en su conjunto y el papel que juega en la economía mundial. Con el aluvión de los movimientos sociales y el ascenso de los gobiernos progresistas es posible y necesario (re)construir una casa común lati-noamericana que pudiera rememorar la visión generosa de José Martí (2002) o Simón Bolívar (2015), Nuestramérica, y poner al día las aspi-raciones populares según las exigencias de la nueva centuria. En esa pauta, en lugar de cantar las pompas fúnebres del ciclo progresista, y de atestiguar con resignación el retorno de un nuevo ciclo neoliberal, es menester impulsar una espiral ascendente del proyecto progresista para que trascienda el escollo del extractivismo y el rentismo que sólo pro-fundiza los lazos de dependencia y enfatizar los logros alcanzado en los

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campos social, político, económico y cultural. El problema no sólo es de los países andinos y amazónicos, a quienes se les ha cargado la tinta, sino que es más agudo en países que políticamente están más atrasados, por ejemplo Colombia y México, que continúan gobernados por las de-rechas neoliberales y además comporten gestión basadas en el despojo, el extractivismo, la economía criminal y la militarización; pese al raquí-tico avance popular, el descontento social está a flor de piel. Colombia atraviesa por un proceso de negociación de paz y los movimientos so-ciales han organizado paros nacionales agrarios. En México el desgarra-miento sociopolítico tiene, entre muchos signos contrastantes que sin-tetizan la complejidad del momento actual, la restauración autoritaria presidencialista, las desapariciones forzada y la violencia generalizada.

En los ciclos de lucha social el desafío no sólo es salir airoso del momento crítico donde se articulan fuerzas contra-hegemónicas sino también en abordar el momento propositivo para construir la hegemo-nía. Frente a la pesadilla neoliberal es vital reorientar la correlación de fuerzas a favor del pueblo, pero la asunción de un gobierno popular debe asumir el poder popular que lo soporta y ejercer el precepto de «mandar obedeciendo». Arribar al gobierno no significa tomar el poder, que radica más bien en la órbita económica y en la oligarquía vinculada al poder imperial, no obstante el ámbito gubernamental brinda recursos institucionales y puede refrendar el apoyo social. En contraste, los mo-vimientos y partidos que perviven en la mera oposición disponen de aparatos institucionales limitados, aunque pueden gozar de un holgado margen de acción. En el difuso horizonte posneoliberal la tarea de cons-truir una alternativa puede abrir un cierto derrotero que puede aprove-char la confluencia entre el gobierno y los movimientos sociales. Aunque el movimiento social no debe desmovilizarse cuando deviene en forma de gobierno porque pierde la conciencia social y se supedita a los desig-nios de los lideres políticos y abraza la dependencia de factores externos contraproducentes, como el precio de las materias primas.

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reFereNCiaS

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CUBA: PENSAR Y HACER SU DEMOCRACIA

Delia Luisa López García*

resumen: La tesis central de este artículo es que la transición socialista resulta inviable sin consolidar su propia democracia. Desde esa perspec-tiva la autora pretende rescatar la categoría de democracia para la teoría social marxista contemporánea y en ese intento también prefigura el concepto de democracia ad hoc o su propia democracia para referirse a la democracia de la transición socialista consciente de que sólo es un esca-lón en el largo camino de la construcción del conocimiento y de la prác-tica social. El tema forma parte del legado revolucionario. El pueblo cubano llevó a cabo la primera revolución socialista de liberación nacio-nal del siglo xx en un país de la periferia del mundo occidental, de ahí que el sistema social creado tuviera que rebasar los límites neocoloniales preexistentes para lograr la libertad, la soberanía y la justicia social ins-critas en el inicial programa revolucionario.

palabras clave: democracia, socialismo, transición socialista, participación, poder popular.

* Profesora-investigadora del Programa Cuba de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales y de la Universidad de La Habana, Cuba. El ensayo obtuvo premio en el concurso «Haydée Santamaría, los desafíos del legado revolucionario», Clacso, 2014. El presente artículo es una versión reducida del ensayo original.

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abstract: The article presents a difficult issue for the various edges having: not only the procedural and substantive, but particularly ideo-logical: the claim of improving Cuban democracy usually wakes misun-derstandings between some civil servants settled in the political system. But also no longer be taboo because any valuation that assumes its positive features is considered uncritically, and denied as a ruling posi-tion. The original paper has three chapters, summarized in this article. The first two are the theoretical and historical framework that allows the author to develop in the third his main thesis on the topic: the so-cialist transition is impossible without its own democracy. The thesis aims to rescue democracy for contemporary Marxist social science con-cept and the attempt foreshadows the ad hoc democracy or its own democracy to refer to the democracy of the socialist transition, aware that it is only a step on the long road construction of knowledge and social practice. At all times the mirage of presenting Cuban society as a paradise, on the other hand exist in any place of our planet is avoided. In its development the author benefited from the logical-historical method of Marxist social theory.

keywords: democracy, politics, socialism, Marxism, Cuba.

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INtRODUCCIóN

Discutir sobre democracia es situar en el centro los temas del poder y la dominación; ambos atraviesan la historia de la sociedad desde la descomposición de la comunidad primitiva: poder y dominación

de unos hombres sobre otros, de ciertos grupos y clases sociales que alcan-zan la capacidad de imponerse al resto de hombres, grupos y clases. Pero también lo ha sido la capacidad de enfrentarse a la dominación, de luchar por contrarrestar el poder de unos hombres sobre otros, de unos grupos sobre otros, de una clase o fracción de ella sobre el resto: ese ha sido y con-tinuará siendo el motor impulsor de la historia de la humanidad hasta la utopía: la sociedad sin clases y sin explotación.

El ejercicio de la dominación por parte de la burguesía desde los albores de su surgimiento como clase y su ascenso al poder constituye una obra relevante: ha sido capaz de tejer los mantos más encubridores de sus verdaderos propósitos durante siglos y aún lo continúa haciendo en formas cada vez más sutiles y, a la vez, brutales. El colonialismo y su hijo con-temporáneo el neocolonialismo han sido las variantes de dominación mediante las cuales la burguesía logró expandir universalmente su po-derío controlando regiones y pueblos enteros y explotándolos a su favor. Así, fue diseñando el mundo moderno hasta quedar polarizado en cen-tro y periferia, países controladores y países controlados o, como tam-bién se les conoce, países desarrollados y países subdesarrollados.

Uno de los mitos construidos por la burguesía para ejercer su do-minación ha sido la democracia; mediante la praxis democrática per-feccionada a lo largo de siglos logró universalizar la creencia de que ella, la burguesía en el poder, representaba el interés general de los ciudadanos. Oponerse y enfrentarse a semejante mito ha sido intentado una y otra vez desde los países del centro y la periferia, aunque hacer-lo desde la periferia neocolonial constituye una tarea aún más difícil y compleja; el manto cultural burgués es muy profundo, sus múltiples saberes y su ideología son dominantes a escala planetaria y en las regiones subdesarrolladas esos saberes y esa cultura han permeado

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los intelectos y las conciencias, han sido y son el espejo en que muchos se han mirado y se miran, el objetivo supremo, el modo de vida al que se aspira. Enfrentar la subjetividad burguesa desde una subjetividad alternativa en construcción es la más gigantesca de las tareas y es, por supuesto, una tarea revolucionaria.

El pueblo cubano llevó a cabo la primera revolución socialista de liberación nacional del siglo xx en un país de la periferia del mundo occidental, de ahí que el sistema social creado tuviera que rebasar los límites neocoloniales preexistentes para lograr la libertad, soberanía, democracia y justicia social inscritas en el programa inicial revolu-cionario.

El artículo presenta un tema difícil por las diversas aristas que pre-senta: no sólo las procedimentales y sustantivas, sino en particular las ideológicas: el reclamo del perfeccionamiento de la democracia cubana suele despertar incomprensiones entre cierto funcionariado asentado en el sistema político. Pero también no deja de ser tabú porque cualquier valoración que asuma sus rasgos positivos es considerada acrítica, des-estimándose como una posición oficialista.

Los dos primeros apartados de este trabajo constituyen el marco teórico e histórico que permite a la autora desenvolver en el tercero su tesis principal sobre el tema: la transición socialista es inviable sin su pro-pia democracia. La tesis pretende rescatar el concepto democracia para la ciencia social marxista contemporánea y en el intento prefigura el de democracia ad hoc o su propia democracia para referirse a la demo-cracia de la transición socialista, consciente de que es sólo un escalón en el largo camino de la construcción del conocimiento y de la prác-tica social. En todo momento se evita el espejismo de presentar a la sociedad cubana como un paraíso, por otra parte inexistente en sitio alguno de nuestro planeta.

En su elaboración, la autora se benefició del método lógico-histórico de la teoría social marxista.

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BASES GENERALES DE LA DEMOCRACIA MODERNA

Las ideas y las prácticas políticas están condicionadas por el contexto histó-rico y social del cual emergen, de ahí que el concepto moderno de democra-cia y la democracia como forma de gobierno, cuyos orígenes se remontan a la antigua Grecia, sean el resultado de su propia circunstancia: la génesis y expansión del modo de producción capitalista. Joseph Schumpeter afirmó hace más de sesenta años que la democracia moderna es un producto del capitalismo (Schumpeter, 1971: 297).

Son identificables dos corrientes —llamémoslas puras— sobre la democracia en el pensamiento político: una, hace énfasis en los proce-dimientos, mecanismos y vías para gobernar, y la otra acentúa la impor-tancia de los aspectos sociales en esta forma de gobierno.

La primera de ellas1 ha sido definida de muchas maneras, una muy aceptada es el gobierno de las leyes por excelencia, cuya función sería preservar, en primera instancia, la libertad de las personas frente a la prepotencia real o posible del Estado y de la propia sociedad. Presupone, siguiendo a Norberto Bobbio, el reconocimiento de los derechos indi-viduales y la representación, para lo cual es indispensable el sufragio adulto, igual y universal, el derecho a la opinión y la libre asociación, la adopción de decisiones por mayoría numérica y el derecho de las mino-rías a ser respetadas. La competencia política se convierte en el núcleo duro de esta concepción sobre la democracia, todo se subordina a ella y se legitima la existencia de otras posiciones u oposiciones políticas con

1 Desde la Revolución Gloriosa inglesa de 1688, las revoluciones modernas contra el despotismo aristocrático y el feudalismo constituyeron una parte del impresionante movimiento social que pro-movió las transformaciones necesarias a la emergente civilización capitalista para la creación de su propia cultura, basada en el individualismo. En Inglaterra, conservadores y liberales (tories y wigs) desplegaron sus ideologías con aquellos propósitos. Éstas se expandieron hacia Europa primero y hacia Estados Unidos después de la independencia. Para los conservadores, el factor cohesionador de la sociedad es la autoridad, el conjunto de valores tradicionales (propiedad, familia, orden social) y valores trascendentes como el origen divino de la autoridad. Para los liberales, es la racionalidad que emana de los principios de la libertad de posesión y de la libre concurrencia de los intereses individuales. Ninguna de las dos contempla la igualdad social entre sus preceptos aunque el libera-lismo los ha asumido parcialmente en determinados momentos históricos.

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el fin de garantizarla. Este es el origen de los partidos políticos, los que representan determinados intereses socioclasistas y cumplen la función de proporcionar el escenario adecuado. La elección competitiva de los gobernantes (o aspirantes a serlo), afiliados a uno u otro partido polí-tico, así como la existencia del pluripartidismo se afirman como la única forma válida del ejercicio de la democracia.

En el texto antes citado, Schumpeter aclaraba muy bien qué enten-día por democracia.

La democracia no significa ni puede significar que el pueblo gobierne realmente en cualquier sentido […] [;]democracia significa que el pueblo tiene la oportunidad de aceptar o rechazar a las personas que puedan gobernarles […] [,] la democracia es el gobierno de los políti-cos […]. Los partidos tienen un papel central como medios regulato-rios, de manera que sus mecanismos de administración, de propagan-da y maquinarias políticas no «son accesorios» sino la esencia misma de la política (Schumpeter, 1971: 297-298).

De esta forma, soluciona la contradicción generada por Michels al formular su ley de hierro de la oligarquía cuando afirmó que política-mente, las masas son incompetentes para ejercer la democracia (Michels, 2008: 125).

Es un hecho reconocido que la democracia realmente existente no ha podido satisfacer las expectativas de libertad, representatividad y poder de las masas. Ni siquiera Bobbio ha sido capaz de negarlo. En un estu-dio sobre su obra, Perry Anderson afirma que Bobbio

[...] resume el gravamen total de sus cargos [contra el actual orden político burgués] al hablar de las promesas incumplidas de la democracia representa-tiva: las expectativas de libertad a las que no ha podido hacer honor. Pero al mismo tiempo insiste en que tales promesas nunca se habrían podido satisfa-cer (Anderson, 1992: 73).

El esquema clásico de un Estado liberal constitucional, basado en el sufragio universal de los adultos, cuyo modelo se generalizó en toda

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la zona del capitalismo avanzado después de la Segunda Guerra Mundial, ha estado minado desde sus cimientos por grandes obstáculos. Según Bobbio, la autonomía del ciudadano individual ha quedado eclipsada por el predominio de la organización a gran escala; se ha generado una burocracia hipertrofiada en el Estado y una tecnocracia que concentra el manejo de los avances tecnológicos de las complejas economías, ade-más de la ignorancia y apatías generalizadas y mantenidas entre los ciudadanos por los medios de comunicación y de manipulación política. Asimismo, señala que no sólo el Estado sino también las instituciones características de la sociedad civil (fábricas, escuelas, iglesias o familias) exhiben una falta virtualmente uniforme de democracia, la autocracia de uno u otro tipo continúan siendo la regla:

[...] los diversos centros de poder de un Estado moderno, como la gran empre-sa, o los principales instrumentos de poder real, como el ejército o la burocracia, no están sujetos a ningún control democrático […] [;] en una sociedad demo-crática, el poder autocrático está mucho más difundido que el poder democrá-tico (Anderson, 1992: 72-73).

El filósofo político estadounidense Cliff DuRand afirma que el cen-tro de la idea histórica de democracia es la posibilidad de tomar colec-tivamente decisiones sobre acciones colectivas para el bien común. Agre-ga que, sin embargo, ello es opuesto al concepto que predomina en la conciencia popular estadounidense, en la cual se entiende la democracia como la libertad de las personas de decidir sus propias acciones y buscar sus propios objetivos (DuRand, 1997; énfasis propio).

Para la praxis política burguesa en sus corrientes liberal o conser-vadora, la democracia implica la creencia de que lo individual es más importante que lo social, esto es, el convencimiento de que los asuntos relativos al reino de la privacidad deben predominar sobre los estatales o del gobierno. Lo estatal-gubernamental se identifica con una indebida intromisión en la vida de las personas y principalmente con el estable-cimiento de obstáculos para la libre circulación del capital.

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Desde que se enfrentó al poderío feudal, la nueva clase social pulió con magnífica destreza los pilares sobre los que asentó su hegemonía: el Estado-nación, el ordenamiento constitucional y la representación. Para lograrlo, primero tuvo que inventar al ciudadano, individuo caracteri-zado por su condición igualitaria, despojado de su determinación como agente económico dentro del nuevo modo de producción capitalista; los ciudadanos no sólo son libres, sino iguales entre sí; constituyen el pue-blo-nación, por lo cual tienen los mismos derechos políticos en los lí-mites de su Estado-nación, construcción geopolítica desde la cual se afianzó el capitalismo desde sus albores. Aquella astucia ideológica ha permitido la aceptación del concepto de democracia como forma de go-bierno del pueblo-nación, es decir, de los ciudadanos, con supuesta inde-pendencia del verdadero papel antagónico que ostentan en el modo de producción: como productores o dueños de los medios de producción y sus estratos intermedios.2 Así, históricamente, la democracia ha sido entendida y practicada como forma de gobierno regulada por leyes ema-nadas de un poder político sustentado en una estructura socioclasista cada vez más elitista a medida que el modo de producción capitalista se ha consolidado; en la contemporaneidad, la plena instauración del libre mercado y la minimización del Estado han contribuido al estrechamien-to de aquella estructura de poder.

La segunda corriente del pensamiento burgués acerca de la democracia no desconoce la importancia de procedimientos y mecanismos legitimado-res del sistema político y sus gobernantes, sino que toma en consideración aspectos sustantivos, relativos a la justicia social. Se reconoce que sin acceso a la educación, a los servicios médico-sanitarios, a la protección de la integridad física de las personas y la aceptación —al menos teóri-

2 Nicos Poulantzas (1969: 157-160) explica con precisión esta mistificación. Dice: «[...]esa separación, que engendra en lo económico la concentración del capital y la socialización del proceso del trabajo, instaura simultáneamente en el nivel jurídico-político a los agentes de la producción como "individuos-sujetos" políticos y jurídicos, despojados de su determinación económica y, por lo tanto, de su pertenencia a una clase». Más adelante aclara: «Este aislamiento es, así, el efecto sobre las relaciones sociales económicas, 1) de lo jurídico, 2) de la ideología jurídico- política, 3) de lo ideológico en general».

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ca— de la diversidad, el ejercicio de la democracia constituye una ficción. A partir de estas afirmaciones se han generalizado los derechos humanos de segunda y tercera generación.3

Las declaraciones internacionales sobre derechos humanos están concebidas desde un principio de precedencia: unos derechos predominan sobre los otros. En realidad, los derechos son integrales —son totales o no lo son— porque la democracia es social y es política, es formal y es sustancial (Guanche, 2010).

Si se examina desde una perspectiva política, el ordenamiento cons-titucional fue fundamental en el triunfo definitivo de la burguesía sobre sus contendientes y la expansión de las experiencias democráticas. La

3 Durante las luchas de la naciente burguesía inglesa para limitar el poder real fueron aprobados la Petition of Rights (1628) y el Bill of Rights (1689) que constituyeron la base de la Declaración de Independencia de las Trece Colonias de Norteamérica (1776) y de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, aprobada por la Asamblea constituyente francesa en 1789. Su gran repercusión los universalizó y comenzaron a formar parte de las aspiraciones democráticas de la burguesía, ya como clase dominante. Éstos son los llamados derechos de primera generación, derechos civiles y políticos, también denominados derechos individuales. Terminada la Segunda Guerra Mundial y constituida la Organización de las Naciones Unidas (onu), el tema de los derechos del hombre dejó de ser exclusivo de cada Estado para convertirse además en un tema de derecho internacional público. En 1948, la onu aprobó su Declaración Universal de los Derechos Humanos y la formalizó en tratados, pactos y convenciones. En 1966, una vez firmado el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales se afirman los derechos de segunda generación que aluden a los derechos económicos y sociales de las personas. Fueron aprobados, por ejemplo, la Declaración de los Derechos del Niño en 1959 y se ratificaron 30 años más tarde; en 1959 tuvo lugar la Convención sobre los Derechos Políticos de la Mujer, la cual emitió una declaración al respecto y en 1969 fue aprobado un documento reprobatorio de todas las formas de discriminación de la mujer; en 1974, Naciones Unidas aprobó la Carta de los Derechos y Deberes Económicos de los Estados en la cual por primera vez se reconoció la soberanía de los Estados sobre sus recursos naturales, entre otros aspectos importantes; en 1984, tuvo lugar la Convención contra la Tortura y Penas Crueles Inhumanas o Degradantes. En 1986, la onu aprobó el Derecho al Desarrollo. En la actualidad se trata de universalizar los derechos de tercera generación, aquellos dirigidos a garantizar la preservación del medio ambiente, el derecho a un mundo multicultural y de reconocimiento de la diversidad étnica, lingüística, religiosa y sexual, etapa aún en construcción y con grandes obstáculos para su universalización debido al gran poder material e ideológico del capital transnacional. Muy recientemente se está abriendo camino el criterio de avanzar hacia una cuarta generación de derechos humanos vinculada a la protección de la libre expresión a través de la telemática y el uso del ciberespacio.

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utilidad que ofrece semejante enfoque merecería un tratamiento más extenso del que propongo en este texto.

Los regímenes socioeconómicos clasistas han debido sustentar el poder político en una codificación jurídica o Constitución.4 Azcuy la define así:

[…] es la expresión o el reconocimiento jurídico de la distribución de poder político existente en la realidad. Partiendo de esta distribución real de poder, expresiva de la correlación de fuerzas entre las clases y grupos sociales, la Cons-titución organiza, en el orden jurídico formal, los aspectos fundamentales del aparato estatal, determina los derechos y deberes de los ciudadanos y los prin-cipios por los que habrá de regirse la formación y vigencia de todo el ordena-miento jurídico. Una constitución es ante todo un problema de poder político y sólo derivadamente un problema de Derecho (Azcuy, 2000: 18).

Es decir, el ordenamiento constitucional puede ser comprendido a la vez como la descripción teórica de un orden socioeconómico y polí-tico dado; como la normación más o menos explícita de ese orden; como la forma de dominación política y como el proceso formativo del orden sociopolítico (Azcuy, 2000: 4).

El documento normativo que se dio a sí misma la clase burguesa tiene su fundamento ideológico en la creencia de una naturaleza huma-na eterna (la «esencia humana», refutada por Carlos Marx en sus Tesis sobre Feuerbach de 1844-1845) de la cual deriva, desde el punto de vista filosófico-político el individualismo burgués, asentado estructuralmente en el modo de producción capitalista. Con independencia de los variados estilos que adoptan las constituciones en los distintos Estados naciona-les, en la exposición de sus contenidos son identificables al menos tres variables: el régimen socioeconómico, la forma de dominación política (el gobierno) y sus alcances organizativos e ideológicos; de estos últimos emanan la ética y los valores morales que norman la conducta ciudadana en las formaciones sociales capitalistas.

4 Se conoce la existencia de reglamentaciones jurídicas desde los tiempos más remotos de la Antigüedad. En la modernidad se ha extendido el término Constitución.

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¿Cuáles son esos valores? Durante el periodo histórico de la lucha revolucionaria de la burguesía contra el orden e ideología medievales fueron irradiándose determinadas normas de conducta y llegaron a cons-tituirse en valores universales, despojados de toda determinación social. Sus pilares básicos son libertad, igualdad, fraternidad.

Una incongruencia ostensible se origina en el concepto central de individualismo, es decir, entender al individuo como protagonista de la historia humana pero necesitar, a la vez, de la asimilación universal de esos valores y convertirlos en comportamientos colectivos que hagan viables la explotación capitalista del trabajo: el respeto de la propiedad privada pero, además, la exhortación a una convivencia pacífica y hasta la aspiración a la felicidad de todos: los propietarios de los medios de producción, los productores directos y los sectores intermedios, cada vez más extendidos en la contemporaneidad. Pero, en una sociedad di-vidida en clases antagónicas, ¿cómo ejercer el gobierno de forma tal que sea asimilado normalmente como poder del ciudadano?

Entonces surgió la noción de la representación.5

La representación se asienta en dos principios básicos: 1) el repre-sentante lo es del conjunto de ciudadanos que forman el Estado-nación; 2) el representante recibe de sus representados la confianza. Una simple reflexión nos lleva a identificar varias grietas en esta concepción. La igualdad en la que se basa el concepto de ciudadano es abstracta y por ende formal, en tanto existen en el interior de la sociedad capitalista contradicciones o tensiones de intereses entre los diversos grupos so-ciales, fracciones de clase, sectores y hasta territorios. El capitalismo genera ostensibles desigualdades económicas y sociales y crea otras di-ferencias, más aún, verdaderas discriminaciones de diversos órdenes —raza o etnia, género, culturales, entre otras—, y todas ellas tienen un mismo tronco generador: las desigualdades de poder. Los intereses de la clase dominante minoritaria son los predominantes; los derechos del ciuda-

5 Incluso llegó a pensarse en el ejercicio directo del gobierno por los ciudadanos, como lo hiciera Rousseau en su época, lo que se tornó prácticamente imposible en los cada vez más poblados y complejos Estados nacionales.

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dano común —la mayoría— se expresan en una permanente competen-cia de intereses —que invisibiliza o hace desaparecer a los más débiles— y en la oposición del individuo aislado y enfrentado al Estado.

Al criticar el ejercicio burgués de la representación debe tenerse en cuenta también que tal representación es restringida porque se sostiene solamente en la confianza hacia el representante sin que medie compro-miso u obligación política, jurídica o moral entre uno y otros; ello per-mite al representante sustituir y hasta usurpar casi totalmente a sus representados sin que estos últimos tengan derecho reconocido consti-tucionalmente de controlarlos o de revocarlos.6 Hoy resulta evidente la regresión acelerada de la representatividad en las democracias del mun-do occidental y cristiano y, por ende, la progresiva alienación del poder político crecientemente elitista, del resto de la sociedad.7

LA DEMOCRACIA BURGUESA EN CUBA

El acta fundacional de la República de Cuba es la Constitución de 1901. Mediante esa suprema norma jurídica los cubanos intentaron avanzar desde una sociedad colonizada durante 400 años hacia una sociedad formalmente independiente y organizada como república moderna.8 Elaborada según los

6 En algunas constituciones se expresa el derecho del impeachment en casos demostrados de corrupción y/o de violación de normas éticas elementales como sucedió en Estados Unidos con Nixon y en Brasil con Collor de Melo.7 «La representación es la ausencia de la participación y la presencia de una máquina de poder que se organiza de manera nueva frente a las figuras de la deuda, el control del riesgo y los medios de comunicación. En este sentido, no es la vieja crítica a la representación por la burocratización de sus procedimientos administrativos. Hoy no existen esos procedimientos como instancias separadas porque, entre otras razones, los lobbies ya no son algo externo sino que están completamente absorbidos en el gobierno» (Negri, 2011). 8 Después de luchar durante 30 años por su independencia, en la última contienda organizada por José Martí y ya prácticamente ganada la guerra contra España, Estados Unidos intervino en la misma. Derrotada España por la acción conjunta del Ejército Libertador y el ejército estadounidense, fue ignorado el Ejército Libertador cubano en la firma de los acuerdos de paz y fue decidida la ocupación militar estadounidense en Cuba, la que propició desde 1899 hasta 1901 el establecimiento de las condiciones políticas y económicas para su sujeción neocolonial.

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patrones políticos estadounidenses, la Constitución de 1901 diseñó una república centralizada, de régimen liberal democrático-representativo, presidencialista en grado sumo y con la clásica división de poderes: Ejecu-tivo, Legislativo y Judicial. Es decir, un Estado de derecho moderno aunque con un apéndice extranjero, la Enmienda Platt, que la hacía holísticamen-te dependiente de Estados Unidos, condición reforzada por un Tratado de Reciprocidad Comercial firmado en 1903 que otorgaba las preferencias arancelarias a las mercancías provenientes de Estados Unidos.9

Desde el día de la proclamación de la República hasta 1934, Cuba fue en la práctica política, económica y social, una dependencia esta-dounidense dominada por la oligarquía azucarera asociada orgánica-mente al capital financiero norteño. Nació como república neocolonial, el primer Estado que ostentó a escala mundial semejante condición.10 Una República sumida en un abismo de corrupción en la cual la política era sinónimo de negocio lucrativo y rápida movilidad social.

Los primeros 30 años de república burguesa (1902-1933) se carac-terizaron por un sistema político basado en el predominio oligárquico de familias muy adineradas y emparentadas cuya militancia se dividía entre los dos partidos políticos que se rotaban el poder en la época: el Liberal y el Conservador. Sus modos de actuación a escala de barrios, municipios y provincias eran caudillistas; en las nóminas y directivas de ambos partidos se podían encontrar a antiguos miembros del Ejército Libertador, latifundistas, propietarios, comerciantes, médicos, abogados, todos con ideologías variadas tales como autonomistas, anexionistas anarquistas —en su mayoría racistas— así como personajillos de poca monta y antiguos bandoleros; otra característica los identificaba: entre las filas de los conservadores se podían encontrar figuras de pensamiento liberal y entre estos últimos, militaban hombres de ideología ultracon-servadora (Carreras en Guanche, 2004: 97).

9 En 1934 se firmó otro más oneroso aún. 10 Las neocolonias forman parte de la periferia del sistema mundo; sus estructuras sociales son las adecuadas a la función que les ha sido asignada en el sistema. El neocolonialismo se extendió durante el siglo xx en las antiguas colonias cuando ya no era necesario el control directo sobre las mismas.

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Es un hecho que el pueblo cubano no se resignó ni se echó a la es-palda la frustración de una independencia pospuesta; desde los años veinte se alzaron voces y se organizaron movimientos de estudiantes, intelectuales y sectores populares contra la penetración imperialista y el dominio oligárquico, tanto que en 1933 fue derrocado el tirano Ma-chado por la movilización popular.11 Las movilizaciones populares o manifestaciones de masas como formas de protesta pública tuvieron en Cuba mucha importancia y pueden rastrearse desde los años de la co-lonización: los enfrentamientos indígenas, de esclavos, el de los vegueros en el siglo xviii hasta las guerras de independencia fueron todos mo-vimientos de masas contra la dominación extranjera.

La sociedad fue sufriendo mutaciones sociopolíticas entre 1934 y 1958; surgieron nuevos partidos políticos como el Partido Revolucio-nario Cubano (Auténtico) de orientación social reformista y el Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo), de amplio apoyo popular por sus po-siciones moralizantes. El Partido Comunista había sido fundado en 1925 y se había dedicado a ganar influencia entre las masas obreras me-diante sus reivindicaciones y en pos de la unidad sindical. En 1934 fue derogada la Enmienda Platt como demostración de la combatividad antiimperialista del pueblo; la clase obrera culminó su organización en una central sindical unitaria y se hizo sentir en las relaciones capi-tal-trabajo, emergieron otros partidos y movimientos políticos que reflejaban las aspiraciones de cambio de una clase media con cierto protagonismo desde entonces; el Estado-nación, la civilidad y la de-mocracia burguesa se afianzaron a partir de la Revolución de 1930, hasta tal punto que diez años después, dada una nueva correlación de

11 Desde 1923 se sucedieron un conjunto de acciones tales como la Protesta de los Trece, La Falange de Acción Cubana, el primer Congreso Nacional Revolucionario de Estudiantes, el Primer Congreso Nacional de Mujeres, entre otros, que propugnaban no sólo el adecentamiento de la vida pública sino el avance de las ideas y prácticas políticas progresistas contra ese estatus oligárquico y dependiente de la República.

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fuerzas políticas internas y externas se hizo posible la convocatoria a una Asamblea Constituyente que elaboró una nueva Carta Magna.12

Desde 1934, la economía cubana de base azucarera atravesó un pe-riodo de estancamiento hasta el punto de considerarse que había caído en una crisis permanente; la situación social de la época era deplorable: desempleo, subempleo, carencia de servicios médicos y educacionales, pobreza generalizada en los campos y ciudades en contraste con polos de riqueza ostentosa en la capital acompañada de corrupción económi-ca y política en grado supremo. Ante este escenario complejo las deman-das populares apuntaban hacia la necesidad de un nuevo rumbo en la vida nacional. En 1952, el golpe de Estado protagonizado por Batista dio al traste con el orden constitucional republicano neocolonial y se entronizó una dictadura militar proimperialista.

El enfrentamiento al golpe de Estado del 10 de marzo fue inme-diato, los jóvenes universitarios y los de los institutos de segunda en-señanza organizaron el velatorio público de la Constitución asesinada y reclamaron su restitución. De nuevo las manifestaciones de masas se lanzaron, ahora desde el recinto universitario; miles de firmas fueron recogidas al pie de su escalinata y en todo el país. El joven abogado Fidel Castro dirigió ante el Tribunal Supremo un recurso de incons-titucionalidad del régimen militar, el que fue desconocido. Pronto se hizo evidente que muy poco quedaba por hacer en cuanto a protestas y movilizaciones de denuncia.

El 26 de julio de 1953 fue el inicio de un cambio de época para Cuba.13 En La historia me absolverá, su alegato de defensa por las acciones del Moncada, Fidel Castro definió al pueblo como sujeto de la Revolución, el que se formaría en el proceso de lucha (Castro,

12 La Constitución cubana de 1940 ha sido considerada una de las más progresistas de su época aunque la burguesía obstaculizó la concreción de sus más ansiadas reivindicaciones, como la proscripción del latifundio. Después del golpe del 10 de marzo, una de las exigencias del movimiento popular fue la restitución de la misma. 13 El asalto a los cuarteles Moncada de Santiago de Cuba y Carlos Manuel de Céspedes de Bayamo por un grupo de jóvenes bajo la dirección de Fidel Castro precipitó la última etapa de las luchas por la definitiva liberación.

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1993: 53-55).14 En párrafos posteriores caracterizó el amplio espec-tro de sectores socioeconómicos explotados por el capitalismo sub-desarrollado cubano.15

La existencia en la Cuba pre-revolucionaria de un Estado de dere-cho burgués, pluripartidista, es decir, competitivo y por ende democrá-tico, sólo transgredido constitucionalmente durante los periodos de gobiernos dictatoriales de Gerardo Machado (1925-1933) y de Ful-gencio Batista (1952-1958), quienes por otra parte habían resultado electos en sus primeros mandatos presidenciales,16 se muestra en los siguientes datos: antes del triunfo de la Revolución en Cuba se cele-braron 13 elecciones generales presidenciales; el Poder Legislativo fun-cionó casi todo el tiempo y siempre lo hizo el Judicial. Fueron realiza-das 15 elecciones parciales para alcaldes, gobernadores y legisladores. Tuvieron vida política 33 partidos a escala nacional y sólo en el perio-do de la última dictadura de Batista coexistieron con ese régimen nada menos que 14 partidos políticos (Martínez, 1987: 93). Los cubanos

14 «Cuando hablamos de pueblo no entendemos por tal a los sectores acomodados y conservadores de la nación, a los que viene bien cualquier régimen de opresión, cualquier dictadura, cualquier despotismo, postrándose ante el amo de turno hasta romperse la frente contra el suelo» […] «Entendemos por pueblo, cuando hablamos de lucha, la gran masa irredenta, a la que todos ofrecen y a la que todos engañan y traicionan, la que anhela una patria mejor y más digna y más justa; la que está movida por ansias ancestrales de justicia por haber padecido la injusticia y la burla generación tras generación, la que ansía grandes transformaciones en todos los órdenes y está dispuesta a dar para lograrlo, cuando crea en algo o en alguien, sobre todo cuando crea suficientemente en sí misma, hasta la última gota de sangre». 15 La autora considera que esta definición constituye un aporte a las ciencias sociales de los países de la periferia mundial en tanto se distancia de la tradicional estructura de clases anclada en el pensamiento revolucionario eurocentrista que concibe únicamente al proletariado como el motor de la lucha de clases en la sociedad capitalista. 16 Machado fue elegido en 1925 y se reeligió en 1928. Batista fue electo para el periodo 1940-1944. Sin entrar a analizar su ejecutoria de terror para eliminar la marea revolucionaria de 1935, y su papel como hombre fuerte del Ejército neocolonial hasta 1940, su golpe de Estado en 1952 dio lugar a una opresiva dictadura que cobró miles de vidas de la juventud cubana y jamás fue calificado por el gobierno estadounidense como violatorio de los derechos humanos; todo lo contrario, ese régimen fue mostrado como uno de los pilares de la democracia en América Latina y el propio Batista era reconocido como un fiel aliado de Estados Unidos en la región.

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por tanto, vivieron en un Estado de derecho, pluripartidista y demo-crático durante esos años.

Aquellos jóvenes rebeldes que desde 1952 se lanzaron a enfrentar a una dictadura inhumana comenzaron haciéndolo para restaurar el orden constitucional y democrático perdido, mas a lo largo de la lucha muchos de ellos, la gran mayoría, fueron modificando paulatinamente aquel pro-pósito inicial hasta percatarse de que era necesario cambiar las estruc-turas de la sociedad cubana para que nunca más surgieran tiranías.17

UNA DEMOCRACIA DE tRANSICIóN SOCIALIStA

Cuba: una revolución autóctona e ininterrumpida

La Revolución cubana es resultado de un profundo proceso de cambio so-cial surgido desde las raíces históricas de la nación cubana que se desenvol-vió en un tiempo histórico muy breve primero, como insurrección armada contra la dictadura de Fulgencio Batista (1952-1958), y después como re-volución socialista de liberación nacional.

Varias características identifican el primer aspecto: 1) la capacidad del movimiento revolucionario 26 de Julio para organizar una lucha nacional popular contra la dictadura; 2) la capacidad de ese movimien-to para desencadenar una insurrección armada rural y urbana contra el ejército y las agencias represivas de la dictadura; 3) la capacidad para aglutinar a otros movimientos insurreccionales, partidos y asociaciones cívicas antibatistianos y derrotar militarmente a la dictadura así como los planes proimperialistas para frustrarla; 4) la identificación de la tras-cendencia de la lucha más allá del derrocamiento del tirano; 5) el relevo

17 Che Guevara afirmaba en 1960: «[…] para cambiar de manera de pensar hay que sufrir profundos cambios interiores y asistir a profundos cambios exteriores, sobre todo sociales [...]». Este postulado marxista es válido también para las generaciones posteriores, que si bien no actuaron en la insurrección contra la dictadura, se incorporaron plenamente al proceso de cambio social después del triunfo (Guevara, 1970: 80, tomo 2).

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total del ejército profesional y todas las agencias represivas del régimen dictatorial por las fuerzas insurgentes después del triunfo, lo que ha garantizado hasta la actualidad su soberanía nacional y la defensa de las transformaciones revolucionarias.18

A partir de las características propias del primer aspecto señalado y estudiando su decurso en perspectiva, asumo una concepción crítica de la revolución como un proceso ininterrumpido de transformaciones de li-beración nacional y socialistas, lo que significaría un corte epistemoló-gico en relación con la noción de la izquierda tradicional, incluso la cubana, sobre ella.19 En los textos marxistas de la época se la considera como un proceso contentivo de dos fases: una inicial, caracterizada como «revolución democrática, agraria y antimperialista», es decir, una revo-lución democrático-burguesa desplegada durante su primer año y medio de vida y una segunda fase a partir de 1961, propiamente socialista, una vez nacionalizados los medios de producción y de la declaración pública sobre el carácter socialista de la revolución.20

El criterio de una revolución con dos fases se corresponde con el esquema de clasificación de las sociedades coloniales y semicoloniales como feudales o semifeudales promovido por el movimiento comunista internacional después de la muerte de V. I. Lenin. En él, la burguesía nacional encabezaría una revolución dirigida a crear las condiciones para el desarrollo del capitalismo y, así, la futura posibilidad del socialismo.

18 La soberanía fue y ha continuado siendo una demanda revolucionaria para Cuba en tanto constituye la salvaguarda de su estatus como nación y de su proceso socialista de liberación nacional. 19 Esta concepción es de J. C. Mariátegui; José Bell, Delia L. López y T. Caram la han asumido en Documentos de la Revolución Cubana, serie de siete libros (1959-1965) en la que se encuentra implícita y de forma explícita aparece en los libros de los mismos autores Cuba: la generación revolucionaria 1952-1961; Cuba: las mujeres en la insurrección 1952-1961 y Combatientes.20 Entre 1928 y 1930, J. C. Mariátegui expresó sus ideas más precisas sobre el carácter de la revolución latinoamericana. En el documento «Punto de vista anti-imperialista» presentado en la Conferencia Comunista Latinoamericana de junio de 1929 en Buenos Aires afirmó: «Ni la burguesía, ni la pequeña burguesía en el poder pueden hacer una política anti-imperialista […] Sin prescindir del empleo de ningún elemento de agitación anti-imperialista, ni de ningún medio de movilización de los sectores sociales que eventualmente pueden concurrir a esta lucha, nuestra misión es explicar y demostrar a las masas que sólo la revolución socialista opondrá al avance del imperialismo una valla definitiva y verdadera».

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Una visión etapista, objetivista, determinista del proceso social conso-lidada después de los años treinta cuando el estalinismo la elevó a su máxima expresión como ideología oficial.

La errónea clasificación en dos fases de la Revolución cubana (re-volución democrático-burguesa y revolución socialista) se ha sostenido increíblemente hasta hoy por la total incomprensión de las funciones y el lugar de Cuba en el sistema mundial capitalista, la estructura social a que ello dio lugar, las fuerzas sociales presentes durante los 58 años de República burguesa neocolonial y, sobre todo, la decisión de la van-guardia revolucionaria de llevar adelante la transformación de la estruc-tura dependiente y subdesarrollada del país.

Destaco la relevancia de los siguientes criterios para la mejor com-prensión de la cubana como una revolución ininterrumpida:

• LasfuncionesmonoproductorasasignadasaCubaenlosalboresdelsiglo xx, lo que significó su consecuente ubicación periférica en el sistema-mundo como abastecedora de productos primarios.

• LaconversióndeCubaenunaneocoloniaestadounidensedesdelosaños iniciales del siglo xx, proceso que tuvo lugar desde su ocupación militar por Estados Unidos en 1899.

• Laexistenciadeunaburguesíalibrecambistaenlacúspidedelapirá-mide social; como burguesía terrateniente compartió junto a los im-portadores extranjeros —entre otros actores— la condición de élite económica y política; se integró orgánicamente a ellos y desde muy temprano del proceso histórico se convirtió en oligarquía. Su poder social se consolidó basado como siempre en la propiedad del suelo, del subsuelo y en los negocios exportadores y, cada vez más, en su alianza comercial, económica y financiera con el capital estadounidense.

• Laincomprensióndequelareproduccióncapitalistadelossociosme-nores de aquella oligarquía librecambista (mediana y pequeña burgue-sía) tenía lugar en el seno de esa sociedad neocolonial dependiente y subdesarrollada por lo cual respondían al estatus sociopolítico y eco-nómico diseñado para ella. Una burguesía nacional no logró imponerse

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en Cuba como clase social fundamental de su estructura clasista, por lo cual un proyecto de desarrollo endógeno capitalista nunca habría fructificado incluso dentro del proceso revolucionario. Quizás este elemento haya sido el menos comprendido por la izquierda marxista tradicional y en mi opinión tiene un peso definitorio en cualquier aná-lisis sobre las potencialidades de cambio social revolucionario en una formación social periférica. El Programa del Moncada no hubiera po-dido cumplirse sin la ruptura de las ataduras neocoloniales; la liberación nacional cubana tenía necesariamente que asumir objetivos anticapi-talistas y como alternativa consecuente, los socialistas.21

• Unaintensaluchadeclasessedesplegóenlamedidaenqueelcursorevolucionario avanzaba. Se fueron deslindando los campos de ac-tuación de grupos e individualidades cuyos objetivos no rebasaban el derrocamiento del tirano y que en su mayoría pasaron a engrosar la contrarrevolución.

La Ley de Reforma Agraria fue firmada el 17 de mayo de 1959 y puesta en vigor el 3 de junio, constituyó la primera disposición revolu-cionaria que inició la transformación de la estructura económica de Cuba y, por lo tanto, el primer paso efectivo en el logro de su autodetermina-ción. Por esta razón, el gobierno de Estados Unidos y sus agencias es-pecializadas decidieron desde ese momento iniciar las acciones subver-sivas. Tales acciones, de múltiple naturaleza, no sólo han continuado, sino han arreciado hasta la actualidad.22

21 Fidel Castro afirmó en 1961: «Al llegar la Revolución al poder tenía dos caminos: o detenerse en el régimen social existente o seguir adelante; […][.] Nosotros teníamos que optar entre permanecer bajo el dominio, la explotación y la insolencia imperialista […] o hacer una Revolución antiimperia-lista y hacer una Revolución socialista […][.] Ese es el camino que hemos seguido: el camino de la lucha antiimperialista, el camino de la revolución socialista. Porque además no cabía ninguna otra posición. Cualquier otra posición era una posición falsa, una posición absurda […][.] La revolución antiimperialista y socialista sólo tenía que ser una, una sola revolución, porque no hay más que una Re-volución. Esa es la gran verdad dialéctica de la Humanidad: el imperialismo y frente al imperialismo, el socialismo» (Castro en Bell, López y Caram, 2007: 459-465; énfasis propio). 22 Sánchez-Parodi (2009) afirmó: «La pretensión de Estados Unidos de ejercer su control sobre Cuba ha estado presente y ha influido en los destinos de la isla desde fines del siglo xviii cuando

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Las cuestiones referidas a la libertad y la democracia se habían co-locado a la orden del día en la sociedad cubana desde la lucha contra la dictadura, para las fuerzas revolucionarias que actuaron contra ella cons-tituía una demanda inmediata. Para la mayoría de la población el triun-fo de la insurrección —confundida popularmente como triunfo de la revolución— era sinónimo de libertad, las libertades conculcadas por la tiranía se restituían ipso facto con el advenimiento del nuevo gobierno revolucionario y el rescate de la constitucionalidad perdida. El año 1959 fue denominado Año de la Liberación, entendido como el restableci-miento de las libertades y derechos individuales asegurados por la recién aprobada Ley Fundamental23 y como proceso de cambio social.

El 1 de mayo de 1960, en el discurso central del acto y desfile por el día de los trabajadores, Fidel Castro decide referirse al tema de la democracia en la Revolución cubana, era necesario dejar sentadas las concepciones sobre tan delicado asunto. Entonces contrapone la demo-cracia formal a la democracia real de la Revolución y en esa contrapo-

aquellos surgieron como nación. Se opuso a la independencia de Cuba, a su adquisición por parte de otras potencias europeas y hasta a su posible anexión […]». En esos años, Washington guió su política por tres criterios fundamentales: la Doctrina Monroe, expuesta por el presidente homónimo en su mensaje al Congreso de 2 de diciembre de 1823. Planteaba: «Es imposible que las potencias aliadas extiendan su sistema político a parte alguna de los continentes americanos sin poner en pe-ligro nuestra paz y felicidad […] Imposible que nosotros podamos contemplar con indiferencia se-mejante interposición en ninguna forma». La «teoría de la fruta madura», expresada en 1824 por el secretario de Estado John Quincy Adams afirmaba que «Cuba, una vez separada de España y rota la conexión artificial que la liga con ella, e incapaz de sostenerse por sí sola, tiene que gravitar nece-sariamente hacia la Unión Americana, y hacia ella exclusivamente mientras que a la Unión misma, en virtud de la propia ley, le será imposible dejar de admitirla en su seno. La tesis del «destino mani-fiesto», concepto ancestral recogido y actualizado en julio-agosto de 1845 en la revista neoyorquina Democratic Review por el periodista John L. O´Sullivan: «El cumplimiento de nuestro destino ma-nifiesto es extendernos por todo el continente que nos ha sido asignado por la Providencia, para el desarrollo del gran experimento de libertad y autogobierno».23 La Ley Fundamental de la República rigió hasta el 24 de febrero de 1976. Durante el tiempo de su vigencia fue necesario introducirle reformas para ir adecuándola al desarrollo del proceso revolucionario. El 2 de septiembre de 1960 fue aclamada a mano alzada por más de un millón de cubanos en magnífica concentración la Primera Declaración de La Habana, que podría considerarse el primer documento general que reflejó los profundos cambios revolucionarios de la sociedad. Su apartado sexto tiene un significativo contenido anticapitalista.

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sición destaca que el deber ser de la democracia revolucionaria cubana es el gobierno de las mayorías.24 Ese deber ser, en su dinámica, prefigu-rará el futuro político social del proceso y se materializará por medio de la participación popular.

Hacia la transición socialista

La historia de Cuba, en particular sus contiendas militares anticolonialistas y las luchas antineocolonialistas, demuestra que la unidad de los diferentes actores es básica en cualquier intento dirigido a lograr la independencia, la so-beranía nacional y garantizar la existencia misma de la nación cubana. El des-conocimiento de este principio llevó a sucesivas frustraciones populares y a su reconocimiento como ineludible enseñanza que debe tener en cuenta. Y ha sido precisamente éste uno de los aprendizajes más significativos de la praxis revolucionaria desde los años de la insurrección contra la dictadura batistiana.

Después del triunfo, la unidad del pueblo en función del proceso de cambio social que avanzaba se fue construyendo desde las cuadras y barrios en las ciudades hasta los más remotos asentamientos rurales, centros laborales, escuelas, universidades; también los niños y jóvenes se iniciaron en la práctica de la unidad y la movilización. Más adelante, tareas de solidaridad fueron esenciales para su crecimiento orgánico, con las que también crecieron y maduraron sus integrantes. Una civilidad descono-cida asomaba a las puertas de la sociedad cubana en revolución.

24 En discurso del 1 de mayo de 1960, Fidel Castro planteó: «[…] Democracia es aquella en que las mayorías gobiernan. Democracia es aquella en que la mayoría cuenta: democracia es aquella en que los intereses de la mayoría se defienden; democracia es aquella que garantiza al hombre, no ya el derecho a pensar libremente, sino el derecho a saber pensar, el derecho a saber escribir lo que se piensa, el derecho a saber leer lo que se piensa o piensan otros. El derecho al pan, el derecho al trabajo, el derecho a la cultura y el derecho a contar dentro de la sociedad. […] Y eso no quiere decir, que los derechos del resto no cuenten. Los derechos de los demás cuentan en la misma medida en que cuentan los intereses de la mayoría, en el mismo alcance en que cuenten los derechos de la mayoría; pero son los derechos de la mayoría los que deben prevalecer por encima de los privilegios de minorías».

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Durante el segundo semestre de 1960 fueron concretándose las ex-presiones organizativas de este singular proceso unitario que se plasmó en la creación de las organizaciones populares.25

Mas otra unidad era indispensable: la unidad de la dirección revolu-cionaria. A finales de 1959, Fidel Castro autodisolvió su propia organi-zación y sucesivamente lo hicieron las dos restantes;26 una vez logrado esto, fueron creadas las Organizaciones Revolucionarias Integradas (ori), como un órgano político aglutinador de todos los dispuestos a luchar por la revolución. A mediados de 1961—ya declarado públicamente el carácter socialista del proceso— Fidel Castro exponía que con la ori se marcharía hacia la formación del Partido Unido de la Revolución Socia-lista, organismo de vanguardia de la Revolución. Al lastrar un peligroso sectarismo la política general de la ori (Castro en Bell, López y Caram, 1962: 197-316), fue aplicado un nuevo método para la selección de los futuros militantes del partido basado en la discusión amplia, directa y sin ambages en el seno de asambleas de trabajadores sobre las cualidades del candidato propuesto como trabajador ejemplar; así la selección de trabajadores ejemplares se convirtió en el primer paso para engrosar la militancia del naciente partido. También fue precisándose su papel como un partido de tipo leninista27 con la instauración del Comité Central del

25 Surgieron la Federación de Mujeres Cubanas (fmc) en 1960, los Comités de Defensa de la Revolución también en ese año, la Organización de Pioneros José Martí (opjm) y la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños (anap) en 1961, se fortalecieron la Central de Trabajadores de Cuba (ctc) y la Federación Estudiantil Universitaria (feu), ambas de largo historial combativo en el escenario de la república neocolonial.26 Debe recordarse que las fuerzas revolucionarias que lucharon contra la dictadura fueron el Movimiento 26 de Julio, el Directorio Revolucionario 13 de Marzo y a mediados de 1958 se integró a la lucha armada el Partido Socialista Popular, el partido marxista cubano.27 V. I. Lenin formuló la teoría de un partido de nuevo tipo como fuerza revolucionaria, dirigente y organizadora del movimiento obrero que nace para hacer la revolución socialista. En el caso cubano, el partido aglutina a los que aceptan su ideología marxista-leninista y sus raíces martianas, su programa y la disciplina partidista. Considero importante destacar las raíces martianas del partido, ya que son las propias de la causa de liberación nacional cubana: la necesidad de tener un solo partido para hacer y culminar la revolución, capaz de unir a los cubanos en semejante empeño frente a su más poderoso y cercano enemigo externo y sustentado en los profundos principios éticos y humanistas de su ideario. En el presente texto no se estudia el papel del Partido Comunista de Cuba.

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Partido Comunista de Cuba en 1965; entonces, las organizaciones de masas afinaron sus funciones y se creó el Poder Local en 1966 con un alto componente participativo popular.

La asunción del marxismo por la Revolución cubana entre 1960-1962 constituyó un duro aprendizaje por el descalabro que significó la política sectaria aplicada por el sector más conservador del disuelto Partido So-cialista Popular, como también por la constatación de concepciones y prácticas alejadas de la teoría social marxista originaria en las experiencias socialistas europeorientales y la Unión de Repúblicas Socialistas Sovié-ticas (urss), los ejemplos a seguir.

En Cuba, en la década de los sesenta se asimilaba la apología de la construcción del socialismo-transición al socialismo y la literatura mar-xista más difundida la constituían —entre otros— los manuales de filo-sofía y de economía política, cuyos contenidos aparentemente didácticos contribuyeron a empobrecer y esquematizar el pensamiento originario y, por ende, la práctica revolucionaria. Llegó a afirmarse, hasta conver-tirse en «verdad científica», que la experiencia de realización del socia-lismo en la Unión Soviética, su historia, era la ciencia de la transición al socialismo. Las consecuencias de tal dogmatismo se constatarían años después, retrasándose con ello los avances notables de la conciencia social a escala mundial que habían sido alcanzados desde la década de los cin-cuenta y en particular de los sesenta (Guevara, 1957-1967: 265, t. II).

Para contrarrestar tal bagaje, los años sesenta se convirtieron en un verdadero laboratorio de praxis revolucionaria; durante esos años se concretaron aportes teóricos y experiencias prácticas dirigidos al trán-sito socialista en un país de la periferia mundial. Un socialismo enten-dido como un camino por recorrer en dirección a su destino final: la sociedad comunista. La vanguardia expresaba públicamente que la so-ciedad comunista constituía la meta revolucionaria por excelencia.28

28 En muchos discursos de la época Fidel Castro y Che Guevara explicaban al pueblo este destino. Selecciono sólo uno de Guevara: «[...] somos relativamente muy jóvenes en la revolución del comunismo que es ya nuestra meta [...]. Estamos en pleno período de transición, etapa previa de construcción para pasar al socialismo y de ahí a la construcción del comunismo. Pero nosotros ya

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La construcción del socialismo vs. transición socialista

Asumo en el presente texto la concepción crítica del socialismo como una transición socialista, es decir, como un movimiento histórico entre dos épo-cas: el capitalismo y el comunismo. Al considerar el socialismo como una transición socialista me apropio del concepto de transición elaborado por Carlos Marx en sus investigaciones sobre el modo de producción capita-lista y en particular en su Crítica al Programa de Gotha (Marx y Engels, 1974, t. 3).

Esta concepción desestima el criterio de la ideología del marxismo-leninismo estalinista sobre la «construcción del socialismo/transición al socialismo». Quedó sistematizado que la transición al socialismo cons-taba de tres etapas, en la segunda se procedía a la «construcción del socialismo» entendido como un modo de producción cuyas relaciones sociales no eran ya capitalistas pero tampoco comunistas (Acanda, 2009). Esta ideología reformista también presentaba la imagen-objetivo del socialismo semejante a un edificio que estaría siendo modificado, en pri-mer lugar en su base, sin la cual ningún edificio existiría; debía contar con pilares sólidos, lo demás vendría después. Fue así que la noción de transición al socialismo-construcción del socialismo como modo de pro-ducción ganó autoridad, se teorizó y divulgó internacionalmente29 a pe-sar de la gran contradicción teórica que presentaba: considerar el perio-do de transición como un modo de producción.

El socialismo cubano tuvo que recomponer un complejo entramado de creencias y prácticas establecidas por tal concepción de transición al socialismo y en determinado momento las debatió abiertamente entre

nos planteamos como objetivo la sociedad comunista. Y ahí, a nuestra vista [...] está la sociedad nueva, absolutamente nueva, sin clases, sin dictadura de clases, por consiguiente».29 En realidad habría que remitirla al Prólogo de la Contribución a la crítica de la economía política escrito por Carlos Marx en 1859. Allí, Marx dibujó un paralelo entre la sociedad capitalista y un edificio formado por una «base» y una «superestructura». Esa metáfora ha sido interpretada unilateral y linealmente de forma tal que la economía (la base) adquiere completa autonomía, separada del poder y de la cultura política. Lenin y Gramsci denominaron economicismo a esta interpretación del marxismo, ajena al propio Marx y a toda su trayectoria teórica y política.

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sus partidarios, sentando propuestas que retomaban el pensamiento marxista originario y se concretaban como disposiciones revolucionarias en el escenario de una formación social subdesarrollada de la periferia mundial.30

El concepto de transición socialista tiene valor teórico y utilidad práctica. Permite recuperar el objetivo comunista en tanto refiere al lar-go periodo histórico anticapitalista y concibe ese movimiento histórico contentivo de una meta como utopía —entendida no como fantasía irra-cional y, por tanto, irrealizable— sino como objetivo alcanzable a través de heroísmos, sacrificios y esperanzas: la desaparición de la opresión social e individual; sin esa utopía comunista, el socialismo pierde el rum-bo, se paraliza, descompone y retrotrae. El concepto de transición socia-lista recupera la proposición estratégica de la teoría marxista originaria sobre la necesidad de la revolución a escala mundial, mucho más en el mundo actual de capitalismo en expansión desbocada y permite a cada formación social que emprende el tránsito a conocer las limitaciones del momento histórico y decidir sobre cuáles posibilidades avanzar y cómo hacerlo para beneficio de las mayorías. Permite llevar a la práctica el marco político que promueva el desenvolvimiento de la conciencia como componente central del proyecto revolucionario liberador: el hombre nuevo de la Revolución cubana. Permite, en resumen apretado e in-concluso, trabajar por el cambio cultural que es sinónimo de socia-lismo-comunismo y sin el cual jamás existirán; el concepto de transición socialista que se asume necesita un proyecto cultural de desarrollo de la subjetividad para la emancipación social e individual en contraste con los socialismos economicistas prevalecientes en el siglo xx (transición al socialismo/construcción del socialismo) (Martínez, 2009: 14-41).

La teoría social burguesa se apropió del concepto marxista de transición; presentó credenciales en la pluma del politólogo Juan

30 Un debate excepcional fue la polémica económica, pública, sin restricciones, sobre temas aparentemente económicos promovidos por Ernesto Che Guevara. Los artículos fueron publicados en las revistas Nuestra Industria Económica del Ministerio de Industrias y Cuba Socialista. Tuvo lugar entre 1963 y 1964.

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Linz,31 quien utilizó como caso de estudio la caída del régimen dic-tatorial de Francisco Franco en España para extender su teoría sobre las transiciones políticas de regímenes totalitarios y autoritarios a regímenes democráticos.

Con posterioridad, Samuel Huntington publicó en 1991 su «Terce-ra Ola. La democratización a finales del siglo xx», en cuyo prólogo afirmó que un importante desarrollo político global —quizás el más importante desde finales del siglo xv— se estaba produciendo la tran-sición de unos 30 países desde un sistema político no democrático a uno que sí lo es y señalaba el inicio de ese proceso a partir de la «revolución de los claveles» de Portugal en 1974.32

La transición fue entonces concebida como la modernización polí-tica que conduce a la democracia; la tercera ola democrática, según Hun-tington (desde 1974 hasta 1991), se trasladó desde el sur de Europa hacia el ámbito iberoamericano —con el fin de las dictaduras de Segu-ridad Nacional— luego a Asia y finalmente dio cuenta del bloque so-viético entre 1989 y 1991.

Mas la referida vinculación entre transición y democracia se conso-lidó definitivamente cuando pasó a formar parte de la política exterior de Estados Unidos desde los años ochenta del siglo pasado, reforzada después de la destrucción desde adentro de los experimentos socialistas en Europa Oriental y aún más con la desaparición de la urss, contra-parte del sistema interestatal bipolar convenido después de la Segunda Guerra Mundial.

31 De madre española y padre alemán nació en Bonn en 1926 y murió en New Haven en 2013. Fue profesor de la Universidad de Yale. Se especializó en el análisis comparado, coordinó equipos para el análisis de varios países aunque trabajó con intensidad en el caso español.32 Es pertinente recordar que la década de los setenta se distinguió por el ascenso de los grupos ideológica y políticamente más conservadores del centro capitalista cuyos objetivos se centraban en arrasar con el Estado de Bienestar. La Comisión Trilateral creada para el análisis de la situación de crisis estructural de la época hizo recaer en un trío de intelectuales la redacción de su informe final. Uno de ellos fue Huntington. La conclusión decisiva de ese informe fue la de considerar a las democracias existentes en Europa, Japón y Estados Unidos como ingobernables. Desde entonces se generalizaron los términos gobernabilidad-ingobernabilidad y derivó la gradual elaboración e implementación del neoliberalismo.

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Así, con la promoción de la democracia surgió una verdadera industria para su desarrollo; fueron creadas nuevas agencias gubernamentales y no gubernamentales para programar políticas y ejecutarlas. En años más re-cientes, la transición a la democracia ha sido esgrimida como el manto ideológico que cubre invasiones, destrucción de países enteros y asesina-tos indiscriminados de civiles inocentes. Para el gobierno estadounidense, democracia «para los demás» significa democracia neocolonial, que lleva incluida la colocación de políticos sumisos al frente de gobiernos «elegidos» gracias al fuego de las armas restauradoras de la «libertad». Cuando Es-tados Unidos y sus aliados descalifican a Cuba como país democrático las pretensiones son las mismas.

La democracia de transición socialista en Cuba

La transición socialista es inviable sin su propia democracia. Con esta afirmación descarto un acercamiento al concepto y las prácticas burguesas sobre la democracia en tanto son el resultado del desarrollo del capitalismo y en el caso cubano aquella democracia no constituye «un descubrimiento» en tanto ya fue vivida durante los 58 años de República neocolonial.

Un Estado de transición socialista basado en su propia democracia es un proyecto de largo alcance, una práctica política en ciernes con múl-tiples interrogantes por dirimir.

La transición socialista requiere de una praxis democrática que se co-rresponda con las expectativas y necesidades del ejercicio del poder por el pueblo.33 El concepto «su propia democracia» toma en cuenta la imposibi-lidad de su organización como una democracia directa al estilo ateniense, recurre a la burguesa representación a sabiendas de las insuficiencias propias

33 «El pueblo», «las masas», «las mayorías», utilizados indistintamente en el texto, constituyen referencias explícitas al conjunto de los trabajadores manuales e intelectuales, urbanos y rurales —hombres y mujeres— que hacen y son influidos por la revolución. En la Constitución cubana [reformada] de 1992 se define que «Cuba es un Estado socialista de trabajadores…».

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de su concepción y en cambio considera a la participación popular como su pilar fundamental, una relación social en construcción.34

La transición socialista requiere de una democracia ad hoc. Entiendo «su propia democracia» a aquella surgida desde su realidad sociopolí-tica, democracia como poder del pueblo ejercido para hacer suyos los diversos componentes que la hacen funcionar, democracia como apren-dizaje socializador de los actores sociales para el ejercicio —histórica-mente inédito— del poder con el propósito expreso de la transformación cultural socialista. Debe pisar terreno firme, pues se trata de articular la utopía con la promoción y respeto de los derechos y deberes de las personas de forma tal que renueve sistemáticamente el consentimiento y la legitimidad del poder y la dominación, ahora en manos de la ma-yoría. Por ello es contradictoria, aspira a la liberación de las personas de toda dominación y necesita la centralización del poder.

La transición socialista ha requerido de un Estado fuerte para llevar a cabo las numerosas y complejas tareas contra el subdesarrollo, para crear las estructuras materiales y técnicas imprescindibles, para asignar recursos, para procurar el crecimiento sostenido de la riqueza, para dis-tribuir y redistribuirla con equidad, para promover el cuidado del am-biente y hacer todo ello y más entre todos: el pueblo en democracia; la transición socialista requiere de un Estado fuerte, capaz de imponerse a las oleadas contrarrevolucionarias (de adentro y de afuera, no ajenas unas de otras) que sucesivamente lo conmueven para intentar derrotarlo y retrotraerlo a la situación pre-revolucionaria. Es una de las disyuntivas más difíciles de afrontar: la necesidad de defender el proyecto socialista de transformación, de mantenerlo vivo y actuante y, a la vez, de acep-tarlo (y criticarlo) como poder, a sabiendas de que su accionar lleva a

34 Participar es formar parte, ser parte y tomar parte; en general, suelen distinguirse varias formas de participación tales como la social, la comunitaria, la participación política y hasta la ciudadana, aunque resultaría difícil deslindar unas de otras. Para Sartori, participar es ponerse en movimiento por sí mismo y no por otros. Esta definición introduce uno de los valores y condiciones de la participación, que son su carácter voluntario y la autonomía para participar; además de distinguir movilización de participación.

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transgresiones de todo tipo que lo alejan, a veces demasiado, del proyecto originario (Martínez, 2007: 63). Se necesita un Estado fuerte de transi-ción socialista para acometer las complejas acciones de formación de una subjetividad socialista, el hombre y la mujer nuevos sin los cuales la tran-sición socialista-comunista se frustra.

La creación del Estado de transición socialista cubano y de su democracia ha sido el resultado de un largo proceso durante el cual la institucionalidad y las bases del ordenamiento democrático han sufrido cambios. Durante la primera década revolucionaria la con-ducción política se había basado en una fluida comunicación entre el líder y su pueblo y un alto grado de centralización de la toma de decisiones y dos momentos de descentralización: la creación de las Juntas de Coordinación, Ejecución e Inspección ( Jucei) en 1964 y la fundación del Poder Local en 1966. Ambas trataron de concretar formas adecuadas de representatividad entre las organizaciones de masas que ya habían nacido y las administraciones a escalas municipal, provincial y nacional. De las dos experiencias, el Poder Local tuvo más significación aunque su existencia fue breve. Sin embargo dejó un con-junto de antecedentes que serían reevaluados para incorporarlos al sistema actual.

A finales de los años sesenta se hizo presente en todo su dramatis-mo la presión de factores internos y externos sobre el rumbo de la Re-volución cubana. Destaco los que considero más impactantes: el asesi-nato de Che Guevara en Bolivia que frustraba, en el corto plazo, la imprescindible liberación de otros países latinoamericanos, propiciado-ra de la integración revolucionaria regional; la aplicación entre 1967 y 1970 de inéditos métodos y herramientas de dirección económica que resultarían inoperantes dado el bajo nivel de desarrollo material y sub-jetivo del momento y en 1970, el fracaso de la producción de 10 millo-nes de toneladas de azúcar, que debía generar recursos financieros para materializar con rapidez el proyecto económico revolucionario.

Críticas muy fuertes se produjeron en el interior de la dirección re-volucionaria, las que demandaban reorientar el camino hacia la avenida

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de las certezas, de la viabilidad evidente demostrada por los índices de crecimiento económico de la urss y otros países de Europa Oriental. En 1971, como consecuencia del contexto nacional e internacional des-favorable para el desenvolvimiento del proyecto revolucionario original, la transición socialista cubana enrumbó una trayectoria diferente.35 Se decidió la institucionalización de todas las estructuras socioeconómicas y la creación de los nuevos órganos representativos del Estado, el Poder Popular. Fue imprescindible elaborar una Constitución que recogiera y ordenara jurídicamente los gigantescos cambios producidos por la Revolución. Por vez primera en la historia, las cubanas y los cubanos mayores de 16 años debatieron desde sus organizaciones de vecinos, sindicales, campesinas y estudiantiles el anteproyecto de la nueva Cons-titución socialista. En referendo realizado para su definitiva aprobación participó voluntariamente 99.3 por ciento de la población cubana mayor de 16 años y la nueva Constitución fue aprobada por 98.6 por ciento de los votantes.36

ALGUNAS CLAVES PARA SU ENtENDIMIENtO

Fue reformulado el Estado integrándolo en tres ámbitos de dominación/gobernanza,37 pero no como separación de poderes a la usanza tradicional

35 Un escenario internacional, como ya se ha dicho, en el que comenzaba a predominar un conserva-tismo creciente en el centro capitalista del sistema.36 Estuvo lista como anteproyecto en octubre de 1974; a partir de ese momento fue sometida a dis-cusión en todos los barrios y centros laborales, rurales y urbanos. Las observaciones y proposiciones sugeridas que fueron consideradas pertinentes se le incorporaron. El texto fue sometido a conside-ración del Primer Congreso del Partido Comunista de Cuba celebrado entre el 15 y 22 de diciembre de 1975, se publicó en la Gaceta Oficial de la República el día 27 de ese mes y sometido a Referéndum el 15 de febrero de 1976. Entró en vigor el 24 de febrero de ese mismo año. 37 De «dominación» porque es un sistema clasista diseñado para el poder del pueblo y de «gobernan-za» porque señala el proceso de toma e implementación (o no) de decisiones a partir de actores formales e informales involucrados en aquéllas así como en las estructuras, formales e informales para implementar las decisiones. Es un concepto aplicado por el Banco Mundial que se ha generali-zado en las ciencias políticas y que la autora se da licencia para usarlo.

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de la democracia burguesa. Estos ámbitos son un sistema asambleario re-presentativo; las organizaciones populares y el gobierno.

El sistema asambleario es el verdadero cuerpo político creado por la Revolución cubana desde donde emanan potestades constitutivo-le-gislativas, de proyección, creación y desarrollo de políticas públicas y, a la vez, desde donde se controlan las estructuras y funciones estatal y gubernamental. Sus miembros (delegados y diputados) son elegidos mediante votación voluntaria, directa y secreta por la población de ahí que son sus representantes en los tres niveles; las asambleas municipa-les, provinciales y la Asamblea Nacional.

Este sistema asambleario representativo se constituye de abajo hacia arriba y tiene como condición de su funcionamiento la participación po-pular. Aquí es donde deben acoplar congruentemente los vínculos entre la ciudadanía, la representación y la participación, con el sistema electo-ral. No nos engañemos: todo sistema electoral tiene un carácter clasista en tanto expresa y consolida los intereses políticos de la clase dominan-te. En otras palabras, un sistema electoral es manifestación de una de las tantas formas de la lucha de clases. Y el diseño del sistema electoral cubano, garante de la democracia de transición socialista es, ni más, ni menos, el de un sistema que expresa su carácter clasista para posibilitar el acceso al poder y su control por la mayoría del pueblo.

La originalidad del sistema electoral cubano reside en el primer mo-mento de todo el proceso, esto es, en la nominación de los representan-tes a las asambleas municipales del Poder Popular.

La nominación se lleva a cabo mediante reuniones de vecinos en los barrios de residencia (convertidas en circunscripciones electorales),38 quienes proponen a sus candidatos a delegados. Estas reuniones son convocadas por las comisiones electorales de las circunscripciones in-tegradas por las organizaciones populares allí radicadas y a ellas con-curren por su propia voluntad los vecinos-electores (que en su inmensa

38 La circunscripción es una demarcación en que se ha dividido el territorio de cada municipio a los efectos electorales y consta de unos dos mil electores, según la densidad poblacional y extensión territorial de los mismos.

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mayoría son miembros de esas organizaciones populares) movilizados por aquéllas. En este acto de nominación las proposiciones y las vota-ciones son públicas, realizadas por los vecinos-electores a mano alzada; al final, son nominados tantos propuestos como votos mayoritarios alcancen, entre dos y ocho por circunscripción.39

Este primer momento del proceso electoral es decisivo: si la revolu-ción dejara de tener apoyo popular ello se reflejaría de inmediato en estas asambleas de vecinos-electores base del sistema electoral, pues los nominados no serían los revolucionarios, sino los de signo reformista o contrarrevolucionario. Entonces, la revolución podría perder las asam-bleas municipales, no sería mayoría en las provinciales ni tampoco en la Asamblea Nacional. Mermaría o llegaría a desaparecer la hegemonía del poder popular y su legitimidad de origen.

El sistema de organizaciones populares creado por la Revolución cubana ha viabilizado la participación continuada de todos los sectores de la sociedad en los diversos espacios políticos; su papel e importancia rebasan los límites de cualquier otra experiencia contemporánea y de los enfoques clásicos tradicionalmente derivados de los conceptos rous-seaunianos al respecto. La participación política popular ha tipificado a la democracia ad hoc cubana. Del sistema social han emanado las con-diciones que la han hecho posible:

1. Surgió y se ha desarrollado porque ha descansado en la redistri-bución de la riqueza social. La transición socialista transformó las condiciones de existencia de las mayorías mediante el acceso equi-tativo a formas de desarrollo social nunca antes pensadas.40 Abrió

39 No se presenta el sistema electoral completo ni tampoco las estructuras del Poder Popular. Sólo se hace referencia a las que se consideran válidas en relación con el tema que se trata. Si se desea ampliar consúltense la Constitución (reformada de 1992), la Ley Electoral y la Ley de Revocación de Mandatos. 40 En 1953, el 40 por ciento más pobre de la población cubana recibió sólo 6.5 por ciento de los ingresos y en 1986, recibió 26 por ciento; también en 1953, el 10 por ciento más rico recibió 38 por ciento de ingresos, pero en 1986, la proporción bajó a 20 por ciento una de las más equitativas del mundo. A. Zimbalist (1989) midió la distribución del ingreso en Cuba en la segunda mitad de los

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a todos por igual las puertas del conocimiento, salud, empleos, recreación, cultura y, con ello, la percepción generalizada de una dignidad compartida entre todos y de niveles de solidaridad nunca antes ejercidos.

2. Surgió y se ha desarrollado porque ha formado parte de las for-mas revolucionarias de comprender y hacer política. La Revolu-ción produjo desde su triunfo el mayor proceso de socialización del poder político conocido en Cuba.

3. Surgió y se ha desarrollado porque ha formado parte del nuevo modo de vida. La profunda interrelación entre la modificación de las circunstancias y la actividad humana ha influido efectivamente en la formación de actitudes, conductas y valores socialistas de las generaciones directamente involucradas en el cambio social.

4. Se ha realizado como consenso activo hacia la revolución. Esta participación no sólo podría ser identificada como comporta-miento político y social de nuevo tipo, sino de hecho ha consti-tuido demostración de consentimiento por medio de actividades prácticas específicas.

Según el diseño del actual sistema electoral las nominaciones de los delegados de las asambleas provinciales y diputados a la Asamblea Nacional se realizan mediante participación indirecta. Aunque la ley electoral establece que al menos 50 por ciento de los delegados de cir-cunscripción deben ser miembros de la Asamblea Nacional y asambleas provinciales (lo cual es un importante valor democrático), las listas de candidatos son elaboradas por comisiones de candidaturas integradas por miembros de las organizaciones populares y presididas por un re-presentante de la Central de Trabajadores de Cuba. Aunque las listas son sometidas a diversas consultas el papel del pueblo en el ejercicio de esta participación política es limitado, lo que deriva en el descono-

años ochenta mediante el coeficiente Gini el que determinó en 0.22. El coeficiente Gini es una medida que indica la diferencia entre la distribución efectiva y una distribución equitativamente ideal, en la que cuanto mayor es la proximidad a 1, mayor es la divergencia.

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cimiento de los nominados y la indiferencia hacia la elección de unos u otros, y constituye un tema de irremplazable análisis en breve plazo.41

Una vez electos, los delegados de las asambleas municipales y pro-vinciales eligen de entre su membresía por votación directa y secreta a sus directivos. La Asamblea Nacional elige por votación directa y secre-ta entre sus miembros al Consejo de Estado, el órgano de la Asamblea Nacional que la representa entre uno y otro periodo de sesiones, ejecuta sus acuerdos y cumple diversas obligaciones constitucionales. Tiene ca-rácter colegiado y ostenta la suprema representación del Estado cubano. Su presidente es también por disposición constitucional presidente del Consejo de Ministros.42

El control político popular sobre sus representantes se realiza a través de la rendición de cuentas y la revocación de mandatos. Los representan-tes del pueblo en el sistema asambleario de dominación/gobernanza son mandatarios en sentido estricto, es decir, son ejecutores de mandatos. Se deben a quienes los eligieron, en consecuencia rinden cuentas de su gestión, por lo que pueden ser revocados en cualquier momento.

La revocación de mandato constituye una de las variables de la demo-craticidad socialista del sistema electoral. En sentido estricto, sólo los que confieren un mandato tienen derecho a revocarlo. En cada caso la Cons-titución de la República remite a la Ley 89 «De la revocación del Manda-to de los elegidos a los Órganos del Poder Popular» que en su artículo 1º señala: «La revocación puede comprender el mandato conferido tanto por los electores, como el otorgado por las asambleas correspondientes».43

41 Se excluyen de esta afirmación aquellos nominados que son personalidades políticas, de la cultura, la ciencia u otros ámbitos sociales, muy reconocidos por la población.42 «[…] nunca fue usual en la historia constitucional cubana —incluyendo la República en Armas— separar la jefatura del Estado de la del Gobierno (véase las Constituciones de Guáimaro, 1869; Jimaguayú de 1895; La Yaya, de 1897, así como las Constituciones republicanas de 1901 y de 1940). Incluso cuando intentó establecerse una especie de sistema parlamentario por la Constitución de 1940 al crearse la figura del Primer Ministro, las jefaturas del Estado y del Gobierno quedaron ambas en manos del Presidente de la República». Esta tradición se mantuvo en la Constitución de 1976 y en la reformada de 1992 (Azcuy, 2000: 106).43 En su artículo 6º-a, la ley especifica que sólo se reserva a los electores la facultad de revocar el mandato conferido al delegado de su circunscripción. En el artículo 6º-b, se aclara que los delegados

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La rendición de cuentas es realizada por los delegados de circuns-cripción a sus electores en actos convocados al respecto cada seis meses; en ellos, los delegados se encuentran absolutamente solos, respondiendo por su gestión y su ética ante las demandas ciudadanas generalmente centradas en asuntos materiales y asignación de recursos sobre los cua-les ellos no tienen responsabilidad ejecutiva alguna. Los delegados no administran ni distribuyen recursos, sólo trasladan hacia las adminis-traciones de empresas y organismos municipales las demandas de sus electores-ciudadanos. Este es un nudo gordiano por resolver porque las administraciones radicadas en los municipios y provincias no siempre presentan soluciones efectivas a las demandas ciudadanas en los actos de rendición de cuentas.

Diversas observaciones y críticas pueden y deben realizarse al siste-ma electoral vigente, una de las bases del ordenamiento político-jurídico del Estado cubano. Sin embargo, sus características democráticas se asientan en su naturaleza no elitista; en la concepción totalmente socia-lista de que los representantes del pueblo en las instancias estatales son miembros de ese pueblo, ciudadanos comunes al servicio de la colecti-vidad a la que pertenecen y se deben. Esta concepción es respaldada por los siguientes elementos:

1. No existen las campañas políticas en Cuba; los candidatos (de-legados municipales, provinciales o diputados) no hacen propa-ganda de sí mismos ni tienen aparatos de propaganda. Tampoco son políticos profesionales, trabajan para hacer avanzar el pro-grama de la transición socialista en sus respectivos territorios de forma voluntaria.

2. Por ello el dinero es irrelevante en los procesos de nominación y elección de los delegados o diputados y sus directivos.44

a las asambleas provinciales y diputados a la Asamblea Nacional del Poder Popular sólo pueden ser revocados por las asambleas de los municipios por donde fueron elegidos (artículo 6º-b).44 Además, ningún representante (diputado o delegado de cualquier nivel) recibe remuneración alguna, dieta o cualquier otro tipo de prestación o beneficio alguno por el desempeño de la labor

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3. La violencia política, típica de los procesos electorales en el sis-tema capitalista, es inexistente en Cuba.

Me refiero brevemente al tercer ámbito de dominación/gober-nanza del Estado de transición socialista cubano que es el gobierno; es el conjunto de instituciones ejecutivas y administrativas de la na-ción que existe también a escalas nacional, provincial y municipal. Este ámbito de dominación no es representativo, por lo que no es electivo ni ejerce autoridad sobre los órganos del Poder Popular, aun-que dirige y fiscaliza metodológica y técnicamente a los órganos mu-nicipales y provinciales del Poder Popular. A solicitud del Consejo de Estado la Asamblea Nacional promueve o remueve a los ministros. El gobierno nacional de carácter colegiado es el Consejo de Ministros. Los ministros son encargados de ejecutar y coordinar las políticas aprobadas por la Asamblea Nacional para el desarrollo económico, los servicios sociales (educación, salud, cultura, deportes), la política ex-terior así como los temas relativos a la defensa del país y la seguridad nacional, entre otros. Está dirigido por un presidente, un secretario y varios vicepresidentes.

Los gobiernos municipales y provinciales son los consejos de la ad-ministración con atribuciones ejecutivas en sus respectivos niveles. Hasta el momento en que se escribe este texto, se conjugan las funciones eje-cutivas de los gobiernos municipales y provinciales (consejos de admi-nistración) con las propias de la representatividad y control estatal que son inherentes a las asambleas del Poder Popular, lo cual introduce graves distorsiones funcionales, no sólo ejecutivas sino sobre todo de control popular, particularmente en los municipios.45

para la que fue elegido. Todos reciben el mismo salario/sueldo que devengaban en sus anteriores ocupaciones. No existen sueldos establecidos para diputados ni delegados. 45 En 2013 comenzó un experimento en la nueva provincia Mayabeque de separación de funciones entre las asambleas municipales y provinciales del Poder Popular y los consejos de administración municipal y provincial. Será analizada su pertinencia y extendido a todo el país en 2016. Ello requerirá de una reforma constitucional.

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¿DEMOCRACIA EN CUBA?

La creación de su propia democracia o democracia ad hoc ha sido y continúa siendo un ejercicio de pensar y de hacer difícil para Cuba. Ha avanzado paso a paso, cual criatura que lo hace por vez primera tropezando, detenién-dose, intentando nuevos pasos, vías ya transitadas que resultaron erróneas, momento en el que aún se encuentra. Para una sociedad insertada en la periferia del sistema mundial capitalista cuya aspiración es a transformarse profundamente, 56 años es sólo una fracción de segundos de su existencia. Ello no releva a esta autora de reconocer la persistencia de tres interrogantes que se debaten hoy en el pensamiento político-social cubano: si esta demo-cracia ad hoc es viable teórica y prácticamente, si ha sido lograda o hasta qué punto lo ha sido, y si no lo es, ¿cuál es la alternativa?

Sus reflexiones al respecto la llevan a afirmar que la democracia ad hoc o la democracia propia de la transición socialista cubana es pertinente teóricamente, lo cual ha tratado de razonar hasta aquí. Lo es, en tanto el cambio social socialista constituye una opción y no una donación o una evolución natural de las relaciones de producción/fuerzas produc-tivas capitalistas que «chocan» desde el interior del modo de producción originando la debacle del mismo (y aún menos esa supuesta «evolución» habría de producirse en una formación social de la periferia del sistema mundial, como Cuba). La transición socialista es una creación heroica según Mariátegui y su carta de presentación es una democracia de nue-vo tipo caracterizada por la más amplia y efectiva participación política popular, no sólo como movilización y/o debate de proposiciones para ser aceptadas o refutadas, las cuales se consideran válidas como fases previas de una efectiva participación al estilo sartoriano: ponerse en movimiento por sí mismo y no por otros, lo que reafirma su carácter autónomo y voluntario, para la toma de decisiones. Sin plena participa-ción política popular, la democracia ad hoc socialista es una ficción.46

46 En la transición socialista cubana la participación es decisiva en sus estrategias de desarrollo, sobre todo local. Pero en un sentido más preciso, ella forma parte de las nuevas formas revolucionarias de comprender y hacer política.

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En la práctica revolucionaria cubana la toma de decisiones como forma superior de participación popular no ha logrado asentarse plena-mente en su experiencia socialista, hasta el momento.

Una gran duda surge, ¿es posible hacerlo sin que las organizaciones populares se conviertan en intereses sectarios, corporativos, manipu-ladores del entorno político socialista? Ello estaría siempre en depen-dencia de la influencia directa e indirecta de los condicionamientos socialistas, en otras palabras, de que los intereses sociales predominen por sobre los personales y corporativos, de que la transición no se convierta en un fin en sí misma, que sea capaz de revolucionarse siste-máticamente y no sólo de reproducirse.

Evaluar con objetividad el logro de la democracia de transición socia-lista cubana requiere tomar en cuenta su decurso histórico. La sociedad cubana en revolución se ha visto afectada en su desenvolvimiento por varios cataclismos sociales, de naturaleza externa e interna. Uno de los primeros —externo— fue el bloqueo estadounidense puesto en práctica desde los iniciales años sesenta y renovado sistemáticamente desde entonces. Una guerra económica, comercial y financiera fue y continúa desatada sobre el pueblo cubano con gravísimas implicaciones. Cuba también fue separada unilateralmente del sistema interamericano desde 1962 y quedó práctica-mente aislada de su región de pertenencia histórica y cultural.

Un segundo proceso —interno— fue la asunción del modelo sovié-tico de dirección económica entre 1971 y 1986.47 Con él se fue genera-lizando la convicción de que los mecanismos monetarios y mercantiles serían los encargados por sí mismos de regular armónicamente todas las relaciones sociales, elevándose el prestigio del dinero en el terreno ideológico y organizativo. Al privilegiar el interés material individual y colectivo —incluso en su sentido más estrecho y sectorial— fueron re-legados los avances logrados en las formas de pensar y actuar de los cubanos desde los primeros años de la Revolución (Martínez, 1988: 23).

47 Refiero aquí unos pocos aspectos del conjunto de ellos que afectaron a la transición socialista cubana.

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Su asimilación impactó la superestructura social. Los avances en la democratización de la sociedad lograda en los años sesenta fueron des-virtuados en su esencia por el predominio del economicismo burocrático. El pensamiento social, expandido creadoramente durante aquella década tuvo que ajustarse a las nuevas circunstancias en que pensar por cabeza propia pasó a ser una herejía. El dogmatismo se asentó a escala social y limitó la participación popular al excluir voces diferentes que en muchos casos habían asumido como suyo el proyecto revolucionario socialista.

En realidad, durante el periodo que se extendió desde 1971 hasta 1986, la sociedad en su conjunto fue influida por la ideología posrevolu-cionaria de la construcción del socialismo y del socialismo realmente existente; ello repercutió de numerosas y peligrosas maneras en nuestra transición, aunque coexistieron avances materiales reales, una política internacionalista de largo alcance, logros impresionantes de la salud pú-blica y de la educación masiva de las nuevas generaciones (Martínez, 1988). El análisis de estos años pone al descubierto las contradicciones en que se debatía la transición socialista cubana: por un lado, el predominio de gru-pos de doctrina tecnocrático-economicista y la «certeza del sentido co-mún» de que los políticos no son economistas y viceversa; por otro, la convicción del liderazgo de que la política es un puesto de mando sobre la economía y si una revolución no se revoluciona ininterrumpidamente, desaparece. De ahí el fuerte acento en las acciones internacionalistas de-sarrolladas en la época, las cuales introdujeron a la sociedad en su con-junto en un ambiente generalizado de solidaridad y coadyuvaron a cierto equilibrio ideológico y político a favor de la revolución y no de la reforma.

Un nuevo proceso de crítica política y práctica rectificadora, ahora nacidas desde las raíces ideológicas nacionales y concepciones revolu-cionarias originarias, detuvo (¿a tiempo?) la mayor penetración de las influencias de aquel modelo de socialismo. Bajo la dirección de Fidel Castro, el proceso de rectificación de errores y tendencias negativas cons-tituyó un amplio movimiento que sacudió a la sociedad cubana al descaracterizar las principales bases ideológicas del socialismo real y proponerse la renovación y continuación de la obra de liberación

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nacional, recuperando el proyecto de transición socialista. Sin embargo, la poderosa movilización del poder político del capital desplegada desde los años ochenta, determinaría cambios fundamentales del orden inter-nacional a favor de aquel en un brevísimo tiempo histórico: cayó el «muro de Berlín» y sobrevino «el fin de la historia».

Así, en 1990 se desató el tercer cataclismo: una galopante crisis económica asoló al país por la desaparición abrupta de todos sus con-venios comerciales y financieros así como de los compromisos econó-micos del Consejo de Ayuda Mutua Económica (came) y la Unión So-viética. Cuba perdió de un día para otro y sin previo aviso sus mercados preferenciales en Europa del Este. Por segunda vez, en el lapso de 30 años, la Revolución cubana quedó sola y esta vez no tendría una mano amiga que la auxiliara.

Era imprescindible ampliar el consenso hacia la revolución. La Asam-blea Nacional acordó en diciembre de 1993 iniciar amplios procesos de consultas y debates con el pueblo sobre las medidas pensadas entonces para lograr ineludibles ajustes sociales. La participación popular fue muy abarcadora y los pronunciamientos no siempre avalaron algunas de las medidas discutidas y propuestas, por ejemplo, el impuesto sobre los salarios y el pago individual de la seguridad social, los que no se aplica-ron en aquellos años.

No es posible en los límites de este texto detenerse en las consecuen-cias económicas de la crisis o «periodo especial en tiempos de paz».48 Las nuevas circunstancias cubanas sumamente complejas han actualizado y dado vuelo a las reflexiones sobre la posibilidad objetiva para un país subdesarrollado de romper definitivamente su relación de subsunción real con respecto al polo desarrollado del sistema, reflexiones que se han centrado principalmente en consideraciones prácticas: cómo reconstituir con la urgencia necesaria el tejido económico y social deshecho y avanzar

48 Como parte de la estrategia nacional de defensa se denomina «periodo especial en tiempos de guerra» al conjunto de planes para sobrevivir en caso de aplicarse un bloqueo naval total a la isla, que imposibilitara el arribo de combustibles, alimentos, materias primas, etc., durante un periodo prolongado. Sin una guerra declarada, la crisis de los noventa fue bautizada como «periodo especial en tiempos de paz».

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hacia derroteros de solvencia y bienestar mínimos, metas que el progra-ma económico de ajustes implementado desde 1993, no logró trascender.49

El conjunto de disposiciones aprobadas dio lugar a la aparición de nuevas relaciones sociales, consecuentemente de nuevos actores sociales y a desigualdades en los niveles de equidad históricamente alcanzados. Aprovechando las circunstancias, Estados Unidos aprobó entre 1992 y 1996 las leyes Torricelli y Helms-Burton, respectivamente. La guerra económica contra Cuba se profundizaba. Fidel Castro se refería a ambos procesos como al «doble bloqueo» que sufría Cuba desde principios de los años noventa. La sobrevivencia, para la mayoría, se colocó en la prio-ridad individual y familiar. La incertidumbre acerca de la posibilidad cubana de mantener el rumbo socialista, cómo y hasta cuándo, y las angustiosas reflexiones de dimensión espiritual-existencial sobre el fu-turo inmediato se desencadenaron desde entonces (Alonso, 2011).

Una variable que ha cursado transversalmente la línea del tiempo y afectado el proceso revolucionario es la migración. Son identificables varias oleadas migratorias de cubanos hacia Estados Unidos básicamen-te, desde 1959; la primera sucedió con el triunfo revolucionario al aban-donar el país el dictador, sus secuaces más íntimos y progresivamente los miembros más relevantes de la oligarquía y la élite política de la república neocolonial; algunos de ellos se agruparon o fueron agrupados en organizaciones contrarrevolucionarias por las distintas agencias del gobierno estadounidense ya empeñadas en derrocar a la Revolución. Poco a poco emigraron los desencantados con el rumbo socialista y con

49 El ajuste fue pensado para permitir la reinserción de Cuba en el mercado internacional. Para ello fueron aprobadas medidas de reorganización de los órganos de la administración central del Estado; reorganización del sistema bancario; aprobación de ciertas inversiones extranjeras; creación de las Unidades Básicas de Producción Cooperativa; aprobación restringida del trabajo por cuenta propia; creación de mercados de productos agropecuarios de libre concurrencia; aumento de los precios a los productos no esenciales; eliminación de gratuidades no relevantes; aprobación de ley tributaria; despenalización de la tenencia de divisas; creación de la red comercial en estas monedas; introducción de un nuevo signo monetario: el peso convertible; apertura de casas de cambio; aprobación de esquemas de autofinanciamiento empresarial en divisas. También se aprobó una reforma constitucional para la esfera económica que determinó la descentralización del monopolio estatal sobre el comercio exterior y el reconocimiento de la propiedad mixta y otras formas de propiedad.

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la nueva austeridad extendida, por lo que en 1966 Estados Unidos decidió la aprobación de la Ley de Ajuste Cubano, única en el mundo que permite recibir sin visado previo a personas de otro Estado (con el que no está en guerra declarada) y proveerles de determinados privi-legios a su llegada. Más tarde, emigraron los fascinados por el estilo de vida norteño (en realidad, todas las oleadas migratorias de naturaleza no política han tenido esa motivación esencial) y por las pretendidas posibilidades de enriquecimiento fácil y rápido, hasta las más recientes, las migraciones del periodo especial, quienes consolidaron la práctica ya establecida de envío de remesas para la subsistencia de sus familiares residentes en Cuba. Las remesas han constituido un elemento propicia-dor de diferenciación social, aunque en muchos casos se trata de montos dinerarios que escasamente cubren necesidades básicas. También la cri-sis de los años noventa abrió las puertas del país al turismo extranjero de sol y playa y con él comenzó a proliferar el «jineterismo», variante contemporánea criolla de la prostitución, cuyas retribuciones permiten el acceso diferenciado a bienes materiales y servicios en divisas.

Si se agrega a aquel conjunto el grupo de funcionarios y empleados absorbidos por el sector turístico emergente y por las firmas de capital mixto cubano-extranjero cuyos beneficios salariales son retribuidos también en divisas, es identificable sociológicamente el aumento de las diferenciaciones sociales por ingresos, a las que se añaden las diferen-ciaciones por color de la piel, por territorios de procedencia e incluso por géneros, en detrimento del femenino; también se ha extendido en el periodo de crisis y poscrisis a jóvenes profesionales de alta calificación.

Las reformas económicas y sociales de 2011

Desde 2009, se realizaron consultas a la población y estudios especializados para proceder a una profunda reforma de la economía cubana que dos años después sería aprobada por la Asamblea Nacional bajo la denominación de Lineamientos de la política económica y social de la Revolución.

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Los Lineamientos constituyen un reacomodo de las bases socialistas de la formación social cubana; radicalizan algunas de las medidas apro-badas en el ajuste de 1993, tales como la apertura a la pequeña propie-dad privada y cooperativa, al mercado de libre concurrencia según los cánones de la oferta y la demanda, a la inversión extranjera, al funcio-namiento empresarial con acento autogestionario, a la liberación de los precios minoristas en la red de mercados de libre concurrencia y de oferta-demanda, a la casi total eliminación de las gratuidades —con excepción de los servicios sociales básicos del socialismo cubano— y a otras. Además, propugna la muy necesaria unificación monetaria, la recuperación del control económico, la disciplina laboral y la organiza-ción institucional, el aumento de la producción y la productividad del trabajo, la remuneración según los resultados en la producción o los ser-vicios, la recuperación de la austeridad y el enfrentamiento a la corrup-ción. Otro conjunto de disposiciones más concretas van dirigidas a en-rumbar la economía cubana hacia el camino de su eficiencia perdida.

En la práctica cotidiana, la vida individual y familiar es muy dificul-tosa dado el bajo nivel del salario medio, de las jubilaciones y pensiones y la existencia de una franja no pequeña de desempleo generado por la crisis de los noventa y ampliada por las medidas de reordenamiento institucional adoptadas, realidad social agudizada por los altos precios de alimentos y servicios no básicos. La tradicional redistribución de la riqueza social ha sido constreñida y como contrapartida de sobreviven-cia se han roto habituales normas de conducta social. El contexto social actual es profundamente complejo.

El panorama aquí descrito sucintamente ha acarreado consecuencias políticas para la democracia ad hoc socialista en tanto una peligrosa despolitización ha emergido y es constatable: las organizaciones popu-lares han disminuido su tradicional combatividad. Este fenómeno ha afectado su profusa dinámica participativa y al calor del enfoque que se sostiene es decisivo recuperarla y, aún más, ampliar sus prerrogativas participativas, según se esbozó más arriba. Defender el papel activo de la ciudadanía en el ejercicio de la democracia no es una concepción

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«populista», es trascender los actos de movilización y de consulta —no ajenos a la legitimación del sistema ni despreciables en sí mismos— hasta convertirlos en práctica sistemática de control social, de impulso a la acti-vidad propositiva ciudadana acerca de las estrategias de desarrollo micro-sociales y, ¿por qué no? macrosociales. Cómo lograr que aquella tendencia se revierta constituye uno de los desafíos inmediatos de la transición socia-lista cubana.

De no lograrse la reversión ¿cuál sería la alternativa? Semejante in-terrogante apuntaría hacia dos escenarios posibles: en el primero, avan-za la metamorfosis de la transición socialista. Las reformas económicas promueven un modelo socioeconómico y político similar a los existentes en varios países latinoamericanos, algunos llamados «emergentes» cuya política exterior es nuestramericana, antiimperialista —unos más, otros menos— con abierto respaldo hacia un orden político mundial de res-peto hacia los países del Sur y cuyas políticas internas se mueven —unos más, otros menos— hacia un posneoliberalismo o capitalismo de rostro social y, como en el caso de Bolivia, abiertamente reivindicativo del ros-tro indígena. Una formación social en la que el capital transnacional domina resortes básicos de sus economías aunque el Estado recupere y distribuya —desigualmente— parte de las riquezas generadas; subsisten espacios en que los capitales locales logran su reproducción.

Para Cuba, sería además el regreso a una formación social de sobe-ranía restringida, con grandes brechas de desigualdades propiciadas por la consolidación de la propiedad privada que se ha reproducido a partir de la expansión de la pequeña propiedad. Una formación social con proliferación de grupo sociales contendientes que se integran en partidos políticos y quiebran peligrosamente la unidad nacional.

En el segundo escenario avanza la reversión desde adentro de la transición socialista a través de la «transición hacia la democracia» y con ella la desaparición de la autodeterminación, reivindicación suprema de la Revolución cubana, fundamento de existencia de la nación. Este segundo escenario estaría acompañado del apoyo económico y político de agencias internacionales y de organizaciones no gubernamentales

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entre ellas de Estados Unidos y de la inversión directa de capitales pro-venientes de ese país. Poco a poco llevará a la desaparición de los logros alcanzados por la revolución socialista y de la revolución misma.

Diversas voces calificadas (y el pueblo mismo) reclaman mayor aten-ción a las desigualdades sociales que se abren paso. En este texto se asume la redistribución continuada de la riqueza social como prerrequi-sito de la democracia ad hoc de transición socialista; si ella se afecta disminuye el consenso y se abre paso la despolitización social, rasgos que han sido identificados en la actualidad. Son necesarios cambios en el diseño político de la sociedad: la transición socialista requiere del revolucionamiento permanente de su propia democracia.

A MODO DE CONCLUSIONES

Hasta aquí se ha intentado mostrar que en Cuba pensar y hacer la demo-cracia es una necesidad del proyecto y del poder revolucionario posible. Los principios socioeconómicos y políticos en que ella se basa difieren sustan-cialmente de la democracia liberal burguesa que se nos quiere imponer y que por cierto no es nueva para los cubanos. Cuba vivió y sufrió la democracia burguesa neocolonial desde 1902 hasta el triunfo de la Revolución.

Al contrario del pensamiento burgués, la perspectiva social mar-xista considera que las formaciones sociales son históricas y, por ende, finitas. El sistema político de la sociedad cubana es un medio para lograr una meta mucho más compleja y distante: la sociedad comunista. Sin embargo, el socialismo apunta a un cambio de época cuya magnitud remite a procesos de profunda liberación cultural inalcanzables sin la modificación de la conciencia de las personas. Es un larguísimo cami-no de avances y retrocesos debido, entre otros factores, a la soledad del transgresor.50

50 En lenguaje conversacional solemos afirmar que Cuba es una isla socialista rodeada de capitalismo por todas partes, aunque en años recientes la conformación de los bloques subregionales como alba y celac ha contribuido a aliviar esa realidad.

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El ejercicio sistemático de recrear una y otra vez la democracia so-cialista desde la realidad de una sociedad de la periferia del sistema mundial capitalista es, por tanto, asunto que atañe a la propia supervi-vencia de la Revolución. Recrearla como opuesto a reproducirla, es decir, profundizarla como poder de la mayoría, implica una guerra contra to-dos los demonios —los gestados desde 500 años atrás y los nuevos.

Recrear la democracia de transición socialista es la única opción posible para los cubanos empeñados en mantener la soberanía nacional. Recrear el ideal socialista desde concepciones revolucionarias, realidad histórica e idiosincrasia, lleva implícito el perfeccionamiento de su demo-cracia, de su Estado, de sus normas legales, de sus bases de representación, de sus mecanismos de participación y sobre todo de la generalización de los valores socialistas, base de la liberación cultural inherente a todo cam-bio social revolucionario.

La democracia de transición socialista cubana de naturaleza parti-cipativa es muy joven y por ende imperfecta, pero existe con un solo propósito: el de transformar el injusto ordenamiento jurídico-político heredado para convertirla en una sociedad con todos y para el bien de todos a la que aspiraba José Martí.51

Sólo de los cubanos depende llevar a efecto semejante propuesta.

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51 En el ideario martiano sobre la república que debería dar continuidad al triunfo de la independencia está muy definido el principio de «con todos y para el bien de todos». En carta escrita antes de caer en combate afirma que no podrían ser parte de «todos» los ricos propietarios agrupados en «la actividad anexionista o autonomista, contenta sólo de que haya un amo, yanqui o español, que les mantenga, o les cree, en premio de oficios de celestinos, la posición de prohombres, desdeñosos de la masa pujante, —la masa mestiza, hábil y conmovedora, del país— la masa inteligente y creadora de blancos y de negros».

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CRISIS Y AUtOGEStIóN EN EL SIGLO XXI

Andrés Ruggeri*

resumen: Cuando en diciembre de 2001 el estallido del modelo neo-liberal en Argentina puso los ojos del mundo en los grandes movimien-tos sociales surgidos o potenciados en el contexto de la enorme crisis que el país atravesaba, activistas y académicos de los países centrales, generalmente vinculados al movimiento antiglobalización, vieron con interés uno de los más llamativos y esperanzadores de esos movimien-tos, las fábricas ocupadas por sus obreros o, más propiamente, las em-presas recuperadas por sus trabajadores. Aunque sabemos que los casos de autogestión obrera en el marco de empresas y fábricas quebradas, vaciadas o abandonadas por sus patrones no carecían de antecedentes históricos, tanto en Argentina como en otras partes del mundo, era la primera vez que se convertían, por lo menos en los últimos decenios, en un movimiento con características e identidad propias.

palabras clave: empresas recuperadas por los trabajadores, movi-mientos sociales, neoliberalismo, autogestión obrera, Argentina.

* Programa Facultad Abierta, Universidad de Buenos Aires.Este texto es una versión del publicado en Ruggeri, Novaes y Sardá (comps.) (2014).

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abstract: When in December 2001 the outbreak of the neoliberal model in Argentina put the world’s eyes on the great social movements emerged or strengthened in the context of the enormous crisis that the country was facing, activists and academics from the core countries, generally linked to anti-globalization movement, looked forward to one of the most striking and encouraging those movements, factories occu-pied by their workers or, more properly, companies recovered by their workers. Although we know that cases of worker self-management within companies and factories broken, emptied or abandoned by their employers were not without historical background, both in Argentina and in other parts of the world, it was the first time he became, at least in recent decades, a movement with characteristics and identity.

key words: companies recovered by the workers, social movements, neoliberalism, worker self-management, Argentina.

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La emergencia de las empresas recuperadas por sus trabajadores (ert) se daba en un país latinoamericano que, durante los años noventa, había sido el «mejor alumno» del Fondo Monetario Internacional

(fmi) y el Banco Mundial, siguiendo al pie de la letra los designios del Con-senso de Washington y, de esa manera, ejemplificando con un alto costo social el precio del sometimiento a la absoluta hegemonía del neoliberalismo a nivel mundial. Su existencia también mostraba la esperanza y la posibilidad de generar alternativas a una globalización que parecía ser incontestable después del derrumbe del socialismo soviético y su modelo de economía de planifi-cación centralizada y autoritaria. Intelectuales críticos de los países llamados desarrollados, como los autores del film La Toma, Avi Lewis y Naomi Klein,1 pensaban que los casos de autogestión obrera en un país como Ar-gentina podían servir para mostrar la factibilidad de otro camino alternativo a la globalización neoliberal.

¿Cuántos de esos activistas que venían al sur del mundo a ver el raro fenómeno de la autogestión obrera en curso pensaron seriamente que el propio centro capitalista iba a caer en una crisis profunda menos de 10 años después, mientras Argentina y, más ampliamente, Sudamérica, comenzaba a transitar un camino heterodoxo de desarrollo que, sin apuntar a la superación del sistema capitalista,2 permitió recuperar los indicadores sociales más importantes y mirar el futuro con esperanza? Los casos de autogestión obrera, que eran vistos casi como un exotismo deseable pero sólo posible en el marco de la crisis de un Estado débil y la economía frágil de un país tercermundista, se convirtieron en una potencial realidad en países de la próspera Unión Europea o en los mis-mos Estados Unidos, y el ejemplo de las empresas recuperadas comen-zó a ser estudiado con otra mirada. La curiosidad inicial pasó a ser reemplazada por la atención sobre algo que puede ocurrir en la propia sociedad.

1 La Toma, The Take en inglés, es un documental realizado en Argentina durante 2003 mostrando el movimiento de empresas recuperadas, dirigido por Avi Lewis y Naomi Klein. Tuvo un importante papel de difusión del movimiento a escala mundial.

2 El planteo venezolano por un «socialismo del siglo xxi» es parcialmente acompañado por los gobiernos de Bolivia y Ecuador, no así por Argentina o Brasil.

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CRISIS Y AUtOGEStIóN EN AMÉRICA LAtINA

En Argentina y en otros países de América Latina la recuperación de empresas por los trabajadores es un proceso que ha ganado notoriedad a pesar de su aún escasa incidencia en términos cuantitativos. Existen em-presas recuperadas en casi todos los países sudamericanos y en México, aunque sólo se han constituido como un movimiento de relativa impor-tancia en Uruguay, Brasil y Argentina. En Venezuela, en cambio, los pro-cesos de ocupación y autogestión han ido derivando hacia una suerte de cogestión orientada a partir de políticas del gobierno bolivariano, que en los últimos tiempos han ampliado el horizonte de la participación popu-lar a las colectividades donde se insertan las fábricas, a través de la arti-culación de consejos de trabajadores y comunas (Azzellini, 2011). En países como México,3 el fenómeno está lejos de ser desconocido, pero a pesar de existir grandes cooperativas que derivan de conflictos gremiales, no han adquirido una identidad propia, diferenciada de las cooperativas tradicionales, por lo que el proceso se diluye dentro del cooperativismo o la economía solidaria en general. En Brasil, por su parte, los primeros casos se dan en las décadas de los ochenta y noventa, disminuyendo en años posteriores. Aunque se formaron asociaciones como la Anteag y la Unisol4 el panorama muestra dispersión y asimilación al resto de empren-dimientos solidarios y cooperativos, como explican Chedid, Novaes y Sardá (2013).5 Uruguay y Argentina, por su parte, conforman una reali-dad más homogénea y es en Argentina donde la crisis de 2001 brindó la amalgama necesaria para que un conjunto de empresas y fábricas ocupa-das por cierre y transformadas en empresas autogestionadas conforma-ran una identidad particular y un movimiento que llamó la atención

3 México posee una gran tradición de autonomía y autogestión en colectividades rurales, en especial en las áreas indígenas, aunque mucho menos en los movimientos urbanos.

4 La Asociación Nacional de Trabajadores de Empresas de Autogestión (Anteag) fue la primera asociación de empresas autogestionadas de Brasil, surgida en la primera mitad de los años noventa. La Unisol, filiada a la Central Unitaria de Trabajadores (cut), se forma ya durante el gobierno de Lula.

5 Un resumen de este trabajo forma el capítulo 8 en Chedid, Novaes y Sardá (2013). Sardá de Faria (2011) y Novaes (2011) también trabajan el tema y colaboran en esa compilación.

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mundial por su poder simbólico de cuestionamiento a la propiedad pri-vada y a la gestión capitalista de unidades económicas.

Sin explayarnos en el caso argentino, que hemos detallado en varios trabajos (Ruggeri, 2005, 2009, 2011), podemos señalar como caracte-rística particular el desarrollo de procesos de autogestión obrera en condiciones muy difíciles y puramente defensivas, como es la resistencia a la pérdida de los puestos de trabajo en condiciones de crisis generali-zada, sin apoyo ni contención significativa por parte de partidos políti-cos, sindicatos o programas estatales. Se trata de procesos autogestio-narios que no surgen, en principio, de una voluntad revolucionaria o anticapitalista, sino de la situación de necesidad y abandono en que se encontraron los trabajadores. Esta situación, que llevó a conflictos en torno a la ocupación de los establecimientos, fue derivando —ante la falta de respuestas— en la formación de cooperativas de trabajadores y trabajadoras que, contra toda predicción, tuvieron éxito no sólo en su-perar el primer y decisivo obstáculo de la reactivación de plantas y es-tablecimientos en condiciones ruinosas y sin capital, sino en llevar ade-lante procesos de gestión colectiva, sin patrones ni tutela estatal y, lo que es más significativo, sin teoría previa de cómo desarrollar ese cami-no. Es decir, se trata de una auténtica experiencia obrera llevada a cabo en las difíciles condiciones de una crisis avasalladora, pero al mismo tiempo, sujeta a la creatividad de sus protagonistas para superar una situación estructuralmente sin salida.

También hay que decir que este camino autogestionario fue posible mediante el sostenimiento de poderosas redes de solidaridad social, que aportaron no sólo un apoyo militante clásico, sino innovadoras ideas e iniciativas de apertura de los espacios fabriles a actividades no estricta-mente económicas, o por lo menos disímiles y confrontativas con la concepción capitalista de la empresa. Al mismo tiempo, estos casos se enfrentan con la limitante de no conseguir superar algo que está, sin duda, fuera de su alcance, que son las relaciones de intercambio capita-lista a las que siguen sometidas como unidades productivas que, nos guste o no, siguen operando como empresas formales en el seno del

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mercado capitalista. Esto, por supuesto, lleva a toda una serie de cons-tricciones y presiones que condicionan la lógica autogestionaria y soli-daria interna a los procesos.

Dentro de estas condiciones, las ert han ido creciendo en cantidad, en número de trabajadores y en actividad económica en los últimos 12 años, como documentan los relevamientos del equipo del programa Facultad Abierta (sumando alrededor de 310 casos y 15,000 trabaja-dores en la actualidad) (Ruggeri, 2005, 2011, 2013b). Sin embargo, si tenemos en cuenta que en su mayoría las ert se conforman bajo la fi-gura de cooperativas, ¿por qué nos esforzamos en identificar estos casos en forma diferenciada y qué significación política y económica tiene o puede tener esto?

En nuestra opinión, lo interesante de la empresa recuperada no es solamente el proceso de autogestión que, por diferentes circunstancias, se termina expresando como cooperativa, sino el conjunto del proceso en que una empresa de propiedad privada y gestión capitalista, que explota mano de obra asalariada, pasa a ser de gestión colectiva de los ex asala-riados, y los problemas y conclusiones que de ellos se derivan. Problemas, en algunos casos, similares a los del resto de las cooperativas, pero en muchos otros semejantes a aquellos periodos y procesos históricos don-de se desarrolló lo que el marxismo del siglo xx llamó «control obrero» y las corrientes anarcosindicalistas prefirieron llamar colectivizaciones o socializaciones.6

Insistiremos en la idea de la particularidad del proceso de las ert frente al movimiento cooperativo en general y a los muy diversos fenó-menos de la llamada economía social y solidaria en ciertas cuestiones fundamentales. La primera es, como ya señalamos, el proceso en sí, en el que una unidad económica capitalista, con el funcionamiento jerár-quico y vertical que la caracteriza y su finalidad primaria de acumulación de capital a través de la explotación de mano de obra asalariada (sea cual

6 Para un análisis de diferntes procesos históricos de control obrero, véase Mandel (1973) y Ness y Azzellini (2011).

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fuere su actividad productiva o de servicios), pasa a ser gestionada en forma colectiva por sus trabajadores. Si bien este proceso puede ser identificado en el origen de muchas cooperativas históricas, incluso en los mismos inicios del cooperativismo, se diferencia de la formación de empresas cooperativas sin un origen previo de gestión privada no sólo en el traspaso de la gestión vertical a la colectiva sino en el propio hecho de la socialización de la propiedad de los medios de producción. Aun sin que ello signifique una generalización de este proceso de socialización o colectivización, lleva en sí mismo un cuestionamiento profundo a los fundamentos de la gestión capitalista de la economía y la sociedad.

La segunda razón importante para diferenciar las ert de otros casos cooperativos es la clara pertenencia de la experiencia a la lucha de la clase trabajadora. Podemos argumentar que en todas o la mayo-ría de las cooperativas y emprendimientos de economía solidaria hay protagonismo de trabajadores, pero encontramos una sustancial dife-rencia entre la mayoría de éstas y un proceso conflictivo originado en el corazón de las contradicciones entre el capital y el trabajo (el abando-no patronal y la ocupación o el conflicto desatado a partir de ese aban-dono o cierre compulsivo). Por otro lado, esa diferencia forma parte de la propia autopercepción de los protagonistas de la recuperación como trabajadores antes que como cooperativistas o como «excluidos», identidad difusa donde se pierde la noción de pertenencia a la clase que vive del trabajo.7 La recuperación de empresas y fábricas por los trabajadores como método extremo de defensa del empleo, y luego como autoafirmación de la propia identidad como trabajadores sin patrón, pone también en cuestión las formas de organización y las herramientas tradicionales de lucha del movimiento obrero, vale decir, el papel de los sindicatos, partidos políticos clasistas y, también, de las propias cooperativas, mayoritariamente alejadas en el presente del viejo origen común con los movimientos proletarios.

7 Una crítica desde esta óptica al concepto de exclusión se puede ver en Trinchero (2009).

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Esto es, en otras palabras, retomar el camino originario del movi-miento cooperativo como un movimiento de acción de los trabajadores en la formación de una lógica económica no capitalista, en la que no sólo deben respetarse los principios solidarios y autogestionarios, sino que debe quedar bien en claro la negativa a la explotación capitalista de asalariados.

DE CRISIS EN CRISIS

Para los argentinos o sudamericanos que vivimos la crisis como algo repe-tido en la vida de las últimas generaciones, la situación de países como España o Grecia parece una película ya vista. Una crisis provocada por el capital financiero que es empeorada —con el argumento de ser la única manera de enfrentarla— siguiendo las viejas y conocidas recetas de «aus-teridad» que dejan en el desempleo a millones de trabajadores, recortan el presupuesto destinado a la protección social, obligan a los Estados a des-prenderse de las empresas públicas y recortan gastos en el armazón del «Estado de bienestar» trabajosamente creado décadas atrás. Y, como re-verso de la trama, se destinan enormes presupuestos a fortalecer los apa-ratos de represión de la inevitable protesta social, se facilita la movilidad extrema del capital en búsqueda de mejores condiciones de explotación y precarización del trabajo y las máximas facilidades para la acumulación del capital, se destinan cifras nunca antes vistas de fondos públicos para el «rescate» de las entidades bancarias responsables de la crisis y se castiga a quienes intenten una respuesta diferente.

La diferencia entre una crisis con estas características en la periferia del sistema capitalista y una en el centro del capitalismo global es, justa-mente, la centralidad de las economías que se ven afectadas, la fortaleza de las instituciones y herramientas financieras en juego, la fortaleza de la hegemonía ideológica y cultural capitalista, la fuerza represiva e ins-titucional de los Estados y su capacidad de respuesta como custodios de los intereses más profundos del capital. Los movimientos obreros y

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populares de estos países, a su vez, parecen estar en peores condiciones para la resistencia, paradójicamente a causa de los múltiples mecanismos de protección social que habían logrado conquistar en los decenios an-teriores, debilitando a la vez los anticuerpos de lucha y organización obrera que permitirían una reacción rápida y costosa para la gobernabi-lidad capitalista. El conformismo y resignación sobre qué cambios eran posibles, inclusive entre la versión más reformista de los partidos social-demócratas mayoritarios de la izquierda europea, disminuidos a adap-tarse y convertirse en la versión «humana» del capitalismo neoliberal global, contribuyó no poco a esa indefensión y decepción en sus bases.

En los últimos dos o tres años han proliferado los conflictos labo-rales y el cierre de empresas y establecimientos productivos en la ma-yoría de los países de Europa y también en Estados Unidos. El caso de la fábrica de puertas y ventanas Republic, en Chicago, fue uno de los más conocidos en América del Norte. Sin embargo, es mucho más im-portante el proceso de recuperación de empresas en los países del sur de Europa, los más afectados por la crisis. Casos como el de Vio.Me, en Tesalónica, Grecia, están ocupando el papel que supieron tener en el activismo Zanón o impa, por citar las empresas recuperadas argen-tinas más famosas del periodo inmediatamente posterior a diciembre de 2001. Otros ejemplos son menos conocidos, incluso entre la mili-tancia de la izquierda radical de sus propios países, como varias coo-perativas que bien podemos catalogar como empresas recuperadas en el Estado español, especialmente en Cataluña, u otras en distintos lu-gares de Francia, algunas de ellas con varios años de funcionamiento. En Italia, por su parte, la ley habilita la formación de cooperativas a partir de procesos de quiebra. Pero también allí, como es la norma, cuando estas quiebras son repentinas y en muchos casos fraudulentas, las dificultades efectivas para que los trabajadores puedan hacerse car-go de las empresas son grandes y tortuosas, y hay distintas apreciacio-nes sobre las dimensiones e incluso la identidad del proceso.

Algunos investigadores mencionan la existencia de varias decenas de ert, pero los casos que se autoadscriben en esa categoría son hasta

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el momento más bien escasos, como la romana Officine Zero y la mi-lanesa Rimaflow.8 Se trata, en estos dos casos, de fábricas cerradas con muy escasas posibilidades de reactivación productiva en su actividad anterior, y que al ser ocupadas por parte de sus antiguos trabajadores y un conjunto heterogéneo de activistas sociales y políticos tienden más a recrear el ejemplo argentino de la «fábrica abierta», sede de múltiples actividades y emprendimientos solidarios, culturales y laborales, sin muchas posibilidades de lograr una recuperación como unidad industrial.

Afinando un poco más la mirada, podemos ver algunas particulari-dades de estos aún poco conocidos casos europeos de empresas recupe-radas por los trabajadores. La primera es que, a diferencia de los lati-noamericanos, los europeos parecen tener mayores dificultades en la construcción de redes solidarias de sostenimiento y apoyo a las expe-riencias (aunque casos como los anteriormente nombrados deben gran parte de sus posibilidades de sobrevivencia a la existencia misma de estas redes). Las instituciones de seguridad social todavía existentes provocan que la situación de los trabajadores al cierre de las plantas no sea terminal, como ocurre mayoritariamente en Argentina y en Améri-ca Latina en general. Los seguros de desempleo (el «paro», en España) permiten que los trabajadores tengan un ingreso regular durante un tiempo determinado, que demora el momento en que los ex asalariados se enfrenten a la circunstancia de estar sin ingreso alguno y, por lo tan-to, desalienta el tener que recurrir a métodos de lucha radicales para conservar el trabajo.

La percepción de la profundidad de la crisis y la gravedad de la situación del desempleo crónico estructural también es diferente, es-pecialmente en los primeros tiempos de la crisis, y la idea de que el deterioro económico será un fenómeno pasajero está, consciente o in-conscientemente, detrás de la falta de reacción de los trabajadores al

8 Aunque no hay todavía investigaciones publicadas sobre la cuestión, podemos citar comunicaciones con investigadores como Vieta, que habla de cerca de 100 ert en el territorio italiano, y Carrano, que menciona a unas 30. Sobre el caso Rimaflow, véase el artículo de Semanzin y Magnani (2013).

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momento de la pérdida del empleo. La complicidad o la falta de visión de los sindicatos mayoritarios también aportó (en este caso de forma parecida a América Latina) a la pasividad del movimiento obrero, en baja desde décadas anteriores y sin capacidad de reacción, en parte de-bida a lealtades políticas con los partidos socialdemócratas en el gobier-no en algunos países. La falta de reacción en el momento de cierre em-presarial y la prolongada supervivencia9 con base en los seguros de des-empleo, junto con la amplia hegemonía ideológica del capital, estructu-rada especialmente en torno al proyecto económico de la Unión Europea, parece demorar notablemente los procesos de toma de conciencia de la situación real. Para el tiempo en que el pago de las prestaciones llega a su fin, no sólo los establecimientos están ya definitivamente cerrados, sino que también los colectivos de trabajo se encuentran absolutamente disueltos, librando a cada trabajador a la salida individual.

Sin embargo, hay otra característica que diferencia los casos eu-ropeos de los sudamericanos, relacionada con la naturaleza de la crisis. En varios de los ejemplos más conocidos, como la francesa Fralib, fábri-ca de té en las inmediaciones de Marsella, o en la italiana Rimaflow, el cierre empresarial se debió no a una quiebra genuina sino a una decisión empresarial de aprovechar las ventajas del menor costo de la fuerza de trabajo en otras regiones del mundo, en particular en países del Este europeo. El cierre de ambas plantas no se debió, como en la mayoría de los casos argentinos o brasileños, a una decisión de acabar con la acti-vidad productiva de la empresa por incapacidad de llevar adelante el negocio o por la conveniencia de pasar los activos al mercado financie-ro, sino a un traslado a (en este caso) Polonia, donde el mismo tipo de producción implica un menor costo impositivo y, especialmente, laboral, que compensa con creces el aumento del costo de distribución de la mis-ma producción en los mismos mercados. El caso de Fralib, planta perte-neciente a la multinacional Unilever, es especialmente revelador de esta dinámica, en la cual podemos ver que «la crisis» no es necesariamente el

9 Según los países, varía entre seis meses y dos años.

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problema, sino un buen pretexto para acrecentar la movilidad extrema del capital en búsqueda de las condiciones de mayor rentabilidad y acu-mulación a expensas de los derechos de los trabajadores y de pasar por alto las viejas regulaciones nacionales. La transnacionalización del mar-co regulatorio deja atrás y sin sentido una importante cantidad de le-gislaciones conquistadas por el movimiento obrero en décadas pasadas, reemplazadas por normativas europeas o internacionales que las dejan obsoletas y sin marco posible de reacción para una clase trabajadora que perdió toda capacidad de acción en el plano internacional, mientras que el capital, a la inversa, ganó movilidad y capacidad de legislar a su favor a nivel mundial, un signo de los tiempos de la globalización.

Este tipo de problemáticas, que en países como Argentina todavía se suelen expresar en términos de la contradicción centro-periferia (por la cual la producción nacional es reemplazada por productos importa-dos, provenientes de transnacionales que operan en países con costos bajísimos de la fuerza de trabajo, e imposición de políticas por los organismos financieros globales a través de mecanismos de desregula-ción/regulación internacionales y el manejo de los créditos y deuda externas), en el plano europeo muestran cómo la formación de un su-pragobierno del capital financiero, expresado por la Troika (Banco Central Europeo, fmi y Comisión Europea) que impone planes de ajuste, recortes impensables poco tiempo antes a salarios, inversión pública, desmantelamiento de la seguridad social y empeoramiento de las condiciones de trabajo, es la causa de un cierre programado de la producción basado en razones de búsqueda de una mayor rentabilidad y no de imposibilidad de competir o producir por culpa de la crisis. Al contrario, la crisis es el contexto ideal para que empresas transnacio-nales que no tienen problemas productivos ni financieros, ni dificulta-des para colocar su producción en el mercado local (el caso de Fralib es ejemplar, el mismo producto se sigue vendiendo en Francia, pero traído ahora desde Polonia), cierren plantas en países donde no sólo tenían mayores regulaciones laborales, sino mejores salarios y sindica-tos con cierto poder, y las relocalicen en regiones que ofrezcan mayores

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condiciones para la acumulación capitalista a costa de sus trabajadores. La crisis es, entonces, una oportunidad para que la gran burguesía europea, bajo el comando de los intereses financieros encarnados por los bancos centrales de las mayores potencias económicas, empiece a desarmar con celeridad los mecanismos, regulaciones y el mismo armazón del Estado de bienestar que debieron en su momento conceder a los poderosos sin-dicatos y partidos obreros que emergieron con fuerza después de la se-gunda guerra mundial, temerosos ante el peligro de la expansión del comunismo de tipo soviético.

La recuperación de empresas por parte de los trabajadores se con-vierte así, en estos países, en un proceso quizá más arduo que en las economías sudamericanas o de países del tercer mundo en general, pues los gobiernos no tienen por el momento mayor interés —ni tampoco se ven en la necesidad— de ceder ante los trabajadores en circunstan-cias donde vienen demostrando que aún no llegaron al punto en que les importe demasiado el costo social de sus políticas. También la es-casa articulación de redes de apoyo, la incomprensión mayoritaria de sus sindicatos y la aún inexistente conformación de un movimiento por la autogestión (a lo que contribuye la fuerza y la indiferencia simultá-neas de las organizaciones cooperativistas tradicionales), esboza un marco de dificultad importante. Pero, por otra parte, la ventaja de con-tar con el ejemplo vivo de otros lugares del mundo y de la existencia de amplios sectores sociales que no sólo no están acostumbrados a la crisis (a vivir miserablemente), sino que pueden potencialmente ver muy claro cuáles son los riesgos a los que se exponen de seguir avan-zando la situación de desmantelamiento de los logros de las generacio-nes anteriores, puede ser un factor importante de movilización y orga-nización. Junto con eso, una mayor posibilidad de respuesta económi-ca y de reorientar redes de apoyo mayoritariamente construidas para la solidaridad externa a la propia sociedad (siempre y cuando se logre transformar el voluntariado en militancia) pueden dar un marco de organización que fortalezca las experiencias y permita un avance en la interacción entre teoría y práctica de la autogestión.

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Quizá esta descripción de la dinámica de la explotación capitalis-ta internacional del trabajo y la movilidad cada vez mayor de la trans- nacionalización del capital parezca poco relacionado con el tema de este artículo alrededor de las luchas por la autogestión. Sin embargo, es fundamental para entender la lógica por la cual los capitalistas deciden abandonar establecimientos productivos eficientes e, incluso, de última tecnología, en lugares donde el mercado para esos produc-tos no sólo no ha desaparecido, sino que en algunos casos hasta se expande. Esa lógica funciona mientras los trabajadores de los países de origen de las transnacionales no resistan el cierre, por un lado (y la autogestión obrera es no sólo una forma de mantener la fuente laboral y de avanzar hacia otra lógica de producción, sino también una forma de resistencia frente a los abusos del capital), y mientras los trabajadores de los países del tercer mundo no logren mejorar sus condiciones de trabajo y elevar sus salarios. O, en el mejor de los casos, luchar también por la autogestión de sus fábricas, restringien-do de este modo la movilidad impune del capital.

El caso argentino, a pesar de su aún escaso número, muestra que cuando los trabajadores asumen la autogestión de las empresas abando-nadas como una herramienta de lucha, defensiva y ofensiva a la vez, mejoran las condiciones laborales de todos, los autogestionados y los asalariados, y los patrones empiezan a sentir que alguien, por una vez en los últimos decenios, les pone límites. Y si ya no es el Estado de compromiso interclasista, también llamado Estado de bienestar, el que pone esos límites, van a tener que ser los trabajadores.

Estas cuestiones colocan a las experiencias sudamericanas —espe-cialmente las argentinas, por su número y por el hecho de haberse cons-tituido como un movimiento específico de autogestión (más allá de la fragmentación organizativa y política que les impide mostrarse como un todo orgánico)— en un eje articulador que permite reinstalar en el de-bate de la izquierda mundial el problema de la autogestión. La hegemo-nía del pensamiento económico y la práctica política de las corrientes comunistas y socialdemócratas en el siglo xx, especialmente después de

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la revolución rusa y la derrota de los anarquistas españoles en la década de los treinta dejaron prácticamente fuera del debate político y econó-mico mundial la opción autogestionaria, con algunas excepciones noto-rias.10 El fracaso contundente del socialismo de tipo soviético (incluso en aquellos países donde los partidos comunistas retuvieron el poder después de la caída de la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas, urss),11 en especial en el aspecto económico donde deberían haber pro-bado (de acuerdo con la teoría y la creencia del siglo xix y principios del xx) su superioridad frente al capitalismo, es decir, en la capacidad de proveer más o menos satisfactoria e igualitariamente a las necesidades del conjunto de la sociedad, abrió paso a una etapa donde esas teorías hegemónicas de la izquierda se enfrentaron a sus propios límites.

Esta nueva etapa llevó a que los movimientos sociales de clase traba-jadora de las últimas dos décadas se empezaran a plantear, generalmen-te por la vía de los hechos, la alternativa autogestionaria. Y así como esto se fue dando primero en la práctica y luego en la teoría, las experiencias de empresas recuperadas, comunas autónomas, redes de intercambio no monetarias o alternativas, comienzan a tener peso en la reconstitución del nuevo pensamiento anticapitalista. Es en el área económica donde el capitalismo muestra su fortaleza y a la vez su debilidad, y es en esta área donde estamos todavía bastante huérfanos de teoría, lo cual es imperdo-nable existiendo ya experiencias concretas con cierto desarrollo para es-tudiar, analizar y extraer conclusiones.

De esta manera, las empresas recuperadas y autogestionadas cum-plen un papel que va mucho más allá de la ya de por sí valiosa defensa

10 En la segunda posguerra mundial, las huelgas del Mayo francés, el movimiento de autonomía obrera italiano, la experiencia yugoslava y los cordones industriales del Chile de Allende son los momentos más importantes en los que el debate sobre la autogestión y el control obrero retomaron protagonismo.

11 Con la relativa excepción de Cuba, en donde el modelo económico heredado de la alianza con la urss ha sido puesto en debate, con mayor o menor profundidad, en numerosas ocasiones (durante los años sesenta, a mediados de los ochenta y en los noventa) y, en la actualidad, en que se vive un proceso de cambio en el que las cooperativas aparecen como una opción de renovación de la organización productiva. Véase Piñeiro Harnecker (2011).

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y recuperación de puestos de trabajo: dan el puntapié inicial para la refor-mulación, reconstrucción o directamente nueva constitución de una teoría y una praxis económica de los trabajadores que logre superar los esquemas tradicionales (o impuestos como camino más o menos único a lo largo del siglo xx) y problematizar la cuestión de la autogestión en una dimensión que hasta el momento no se había llevado a cabo o lo fue en forma margi-nal. En ese sentido, en la medida en que la recuperación de empresas y la autogestión dejen de ser fenómenos particulares de determinados países y coyunturas históricas, y pasen a ser una estrategia de lucha internacional de la clase trabajadora (tan internacional como el movimiento predatorio del capital), la posibilidad de reconstruir el proyecto de una sociedad y economía poscapitalista, que reinvente el viejo proyecto socialista, que reconozca que las diversas tradiciones de la izquierda y los movimientos populares de los siglos xix y xx en distintas partes del mundo tienen algo que aportar, va a ser posible.

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ESPECtROS DEL NEOLIBERALISMO. ECONOMÍA DE tRASPAtIO Y NECROPOLÍtICA EN MÉXICO

Humberto Márquez Covarrubias*

Resumen: En el concierto del capitalismo mundial, la economía mexi-cana es presentada como una de las más grandes y dinámicas. Destaca la exportación de productos maquilados (automóviles, electrónicos y aeroespaciales) y materias primas (minerales, petróleo y alimentos), aunque también de drogas y migrantes. En realidad funge como teatro de operaciones del capital rentista que orquesta megaproyectos extrac-tivos, especuladores, maquiladores y criminales donde fluyen grandes cantidades de dinero y son acumuladas enormes fortunas, además de que el trabajo es precarizado y la naturaleza depredada. Un rasgo es-tructural es la transferencia del excedente hacia los centros de la econo-mía mundial mediante el pago de deuda externa, remesas de ganancias, regalías, comercio intrafirma y fuga de capitales. La oligarquía ha sido beneficiada por la privatización y transferencia de recursos públicos; en tanto la clase política gestiona el proyecto neoliberal mediante la domi-nación y la violencia. El modelo económico tiene como trasfondo el expolio del fondo de vida obrero, la pauperización del pueblo, el des-pojo de bienes nacionales y comunales además de la abrogación de con-quistas laborales y derechos sociales. En ese ámbito pervive una econo-mía anclada al desvencijado mercado interno y la subsistencia familiar que permanece estancada y bajo acoso permanente.

palabras clave: capitalisno, neoliberalismo, Estado, crisis, México.

* Docente-investigador de la Unidad Académica de Estudios del Desarrollo de la Universi-dad Autónoma de Zacatecas, México.

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Abstract: Within the world capitalist order, the Mexican economy is presented as one of the largest and most dynamic. This encompasses the export of manufactured products (automobiles, electronics, aeros-pace) and raw materials (minerals, petroleum and agricultural pro-ducts), but also drugs and migrants. In reality, it is the theatre of ope-rations of rentier capital, which operates extractive and speculative megaprojects, maquiladoras, and of criminals who extract enormous quantities of money and accumulate massive fortunes, fostering preca-rious work and despoiling the environment. One structural characte-ristic is the transfer of surplus toward the global core economies by way of payment on external debt, profit repatriation, royalties, inter-firm commerce and capital flight. The oligarchy has been benefitting from privatization and the transfer of public resources; the political class ma-nages the neoliberal project through violence and domination. The eco-nomic model is founded upon the extreme plunder of workers’ lives and common goods, and the abrogation of worker gains and social rights. In this setting, an economy tied to shaky internal markets and family subsistence persists, but remains stalled and under permanent assault.

Keywords: capitalism, neoliberalism, State, crisis, Mexico.

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Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí

Monterroso

PóRtICO

El modelo de desarrollo capitalista neoliberal es un régimen de acumulación orquestado por el Estado para favorecer procesos de valorización insertados en redes globales cuyo cometido es conceder al capital monopolista las fuen-tes de generación y apropiación de renta y ganancia, sobre todo extraordi-naria y de corto plazo. En términos estructurales la economía nacional transfiere sistemáticamente el excedente hacia los centros financieros e in-dustriales de la economía mundial, asimismo aporta recursos naturales y fuerza de trabajo desde actividades volcadas a la exportación a costa de can-celar las posibilidades de organizar ciclos de acumulación y distribución del excedente en la trama nacional y de ampliar el rango de desigualdades socia-les. Este proyecto de clase tiene el cometido de concentrar el poder y la ri-queza en una delgada élite social articulada como poderoso bloque donde campea una plutocracia compuesta por magnates que dependen de los pri-vilegios otorgados por el Estado, organiza una forma de gobierno oligárqui-co que genera un consenso de élites en torno al proyecto neoliberal y dege-nera en corrupción, enriquecimiento y fraude electoral, en tanto que las clases sociales subalternas padecen despojo, pobreza y violencia. La deca-dencia del sistema de acumulación y poder redunda en crisis del Estado y de las relaciones sociales.

Dentro del tráfago del capitalismo mundial, la mexicana suele pre-sentarse como una de las más grandes y dinámicas, amén de un ejemplo de manejo responsable. En la inserción a los mercados de exportación destaca la participación de los productos maquilados (automóviles, elec-trónicos y aeroespaciales) y las materias primas (minerales, petróleo y alimentos), sin embargo también repunta la exportación de narcóticos y trabajadores migratorios. A decir verdad, México representa el teatro

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de operaciones del capital monopolista que implementa megaproyectos de corte rentista en las más variadas actividades extractivas, especulativas, maquiladoras y criminales; espacios del capital donde fluyen grandes can-tidades de dinero y se acumulan enormes fortunas, pero también se des-valoriza el trabajo y depreda la naturaleza. En esta lógica se afianza la transferencia de excedente hacia los centros de la economía mundial por diversa vías, como el pago de deuda externa, remesas de ganancias, re-tribución de regalías, beneficios por comercio intrafirma y fuga de capi-tales. La oligarquía ha sido ampliamente beneficiada por los programas de privatización, transferencia de recursos públicos y otorgamiento de concesiones; en tanto que la clase política gestiona el proyecto neoliberal mediante dispositivos y tecnologías de dominación y violencia, sin reparar en que hunden a las instituciones en la ilegitimidad y pervierten la función pública. El modelo económico tiene soporte en el expolio del fondo de vida obrera, la pauperización del pueblo, el despojo de bienes nacionales y co-munales y la abrogación de conquistas laborales y derechos sociales. En ese ámbito aún perviven espacios sociales anclados en el desvencijado mer-cado interno y la subsistencia familiar que padecen estancamiento cróni-co y sufren un acoso permanente.

El reinado del modelo de desarrollo capitalista neoliberal sobrepasa las tres décadas en México. El derrocamiento del régimen de acumula-ción de industrialización por sustitución de importaciones, la clausura del régimen político corporativista y el abandono de la ideología nacio-nalista revolucionaria fueron los primeros pasos para la implantación del neoliberalismo. El proyecto neoliberal reconfigura el bloque de po-der, concentra el capital, inserta el aparato productivo al capital global, reconstruye las relaciones de dominación y promueve una nueva ideo-logía del libre mercado y la democracia electoral.

El modelo neoliberal está sustentado en el expolio de las principales fuente de la riqueza social, la fuerza de trabajo y la naturaleza. En tal sentido promueve la proletarización de la mayoría de la población (la «liberalización» de fuerza de trabajo y la precarización de las condicio-nes de trabajo) y la explotación superlativa del trabajo vivo (asalariado

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y no asalariado), además del despojo de bienes comunes (tierra, agua, aire, es decir, los elementos vitales arraigados en la biosfera que sirven de sustento inmediato a las comunidades) y bienes de la nación (recur-sos de suelo, subsuelo y el espacio aéreo que sirven para la infraestruc-tura y comunicaciones, la articulación del mercado interno, la provisión de servicios públicos y la apropiación de una renta de los recursos na-turales). La mayor parte de la dinámica económica está volcada a la exportación de materias primas y productos manufacturados en procesos de ensamble, pero de manera sustancial consiste en un régimen de trans-ferencia sistemática de excedentes hacia los centros financieros e indus-triales de la economía mundial por concepto de ganancias, regalías, patentes, rentas tecnológicas, deuda externa, comercio intrafirma y otros mecanismos de intercambio desigual.

Siendo en apariencia extrovertido y libérrimo, el modelo está profu-samente controlado por un tinglado de capitales monopolistas y los prin-cipales soportes remiten a comandos externos conectados a la dinámica de valorización en el horizonte internacional que cultivan profundas raíces de dependencia y estrangulan las potencialidades estructurales de un tentativo desarrollo autónomo. Los sectores más dinámicos volcados a la economía mundial recurren a fuentes externas de financiamiento, conocimiento científico-tecnológico, ingeniería, gerencia y mercadotecnia que corresponden a las directrices corporativas de las casas matrices y los recursos e instrumentos de gestión como el ahorro externo, patentes, técnicas de gestión, administración empresarial y diseño de productos están lejos de representar una «ayuda al desarrollo» o «transferencia del progreso tecnológico». Pese al tono fúnebre de sus enterradores, los Estados nacionales juegan un papel relevante para apuntalar y subsidiar al capital corporativo (créditos, infraestructura, becas, exenciones), y la sacrosanta política macroeconómica (contención de la inflación, represión salarial, «autonomía» de la banca central, precarización laboral, control político de sindicatos) favorecen abiertamente a los intereses del capital monopolista.

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HEGEMONÍA SIN CONSENSO

En la etapa posrevolucionaria, por más de siete décadas se extiende en México la hegemonía del régimen autoritario presidencialista: el jefe del Ejecutivo era la encarnación del poder con facultades constitucionales y metaconstitucionales que le permitían controlar a los otros poderes forma-les, el sistema de partidos y los procesos electorales (Carpizo, 2006). Este régimen vivirá su esplendor de 1935 a 1988. No obstante, diversas revuel-tas sociales y frentes electorales harían mella en el régimen político: el mo-vimiento estudiantil de 1968 sofocado con una matanza, la coalición de centro-izquierda en 1988 contenido con el fraude y la irrupción del Ejér-cito Zapatista de Liberación Nacional (ezln) en 1994 cercado militar-mente. El sistema político abrirá una válvula de escape con sucesivas refor-mas electorales desde 1977 hasta la supuesta «transición democrática» que permitirá a políticos aliados de la derecha y centro-izquierda acceder pau-latinamente a gubernaturas, senadurías, diputaciones y presidencias muni-cipales, con lo cual se logra desmovilizar a amplios sectores sociales. No obstante, serían las élites políticas quienes darán el golpe de timón al de-rrocar el proyecto desarrollista, la ideología nacional-revolucionaria y el populismo, no para transitar hacia la democracia sino para entregarse al Consenso de Washington que prescribe el modelo neoliberal y se va instrumentando con el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (gatt, hoy Organización Mundial del Comercio [omc]), el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (tlcan), entre otros mecanismos. Para enaltecer el discurso de «ingreso al primer mundo» se maquilla al régimen político con organismos supuestamente autónomos en materia electoral (Instituto Federal Electoral [ife], hoy Instituto Na-cional Electoral [ine]) y derechos humanos (Comisión Nacional de De-rechos Humanos [cndh]). La «transición a la democracia» cristalizada con el arribo de la derecha panista a la presidencia de la República terminó por ser un mero acto soberano de la élite del poder que reduce la alternan-cia sólo a políticos de confianza fuertemente coaligados al proyecto neoli-beral, pero al final de cuentas la alternancia de dos sexenios expira con el

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retorno del Partido Revolucionario Institucional (pri). La vía electoral no deja de ser una representación fársica del avance democrático.

El sistema de partidos estará comandado por el partido de Estado cuya columna vertebral es el sempiterno pri-gobierno y la corte de par-tidos satélites, que una y otra vez renovaran sus siglas y discursos, pero no la intención de fungir como comparsa (López Villafañe, 1986).

Desde el proceso inicial de formación del poder político en el Mé-xico posrevolucionario, el Ejército fue una columna vertebral. En los años veinte del siglo pasado se va fraguando el aparato postrevolucio-nario hasta institucionalizarse la Revolución, pero a costa de represiones y matanzas. La «gran familia revolucionaria» se reparte el poder y a ese acto supremo se le denomina «justicia revolucionaria». El Ejército siem-pre ha sido un aparato militar con un papel volcado «hacia adentro» que le ha permitido al poder político imponerse y reprimir a la sociedad; nunca ha sido un Ejército con funciones reales «hacia fuera» como la defensa de la soberanía nacional o la intervención en conflicto bélicos externos, pero no por ello es una fuerza pacifista, al menos en el plano interno. Ahora es un instrumento de la llamada «guerra contra el nar-cotráfico» y la represión social, por tanto es un fiel guardián del mode-lo neoliberal y el régimen político concomitante (Márquez, 2015).

La cultura política mexicana ha estado fuertemente imbricada en la dupla corrupción-impunidad que permite a los jefes de la clases política y a la alta burocracia preservar acuerdos y ejecutar reformas neoliberales de manera que se puedan conciliar los intereses de las grandes corpora-ciones del capital privado y los propios de la clase política que en este estatus percibe altas remuneraciones, privilegios y canonjías. La noción de corrupción no sólo implica formas de enriquecimiento ilícito, tráfico de influencia, soborno, asignación preferencial de partidas presupuesta-les, adjudicación de obras, lavado de dinero y colusión con la criminali-dad, sino que también entraña la perversión del sentido mínimo del acontecer democrático pues la política es fetichizada (Dussel, 2006) y en lugar de que el cargo público se ejerza representando a los diversos sectores sociales e intereses nacionales y obedeciendo las reivindicaciones

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e intereses de grupos, sectores y clases sociales, en un acto de prestidi-gitación los funcionarios se separan de la representación efectiva y ter-minan, primero, por representarse a sí mismo y, luego, fungen como activos y entusiastas gestores de los grandes capitales, los cuales, a su vez, son presentados a la sociedad como los auténticos agentes del desa-rrollo merced a su capacidad de inversión, generación de empleo y bien-estar, bajo los preceptos de una irresoluta teoría del goteo. Mientras tanto, la clase política potentada abre y consolida los espacios de poder bajo un esquema institucional que le permite repartir puestos, reciclar personajes políticos y tejer acuerdos palaciegos en consonancia con ca-bilderos, expertos y demás personeros de los grandes capitales.

Un peor gobierno, imposible

Luego del breve lapso de dos sexenios presidenciales panistas, que fueron presentados como si fuesen la «transición a la democracia», fue restaura-do el vetusto régimen priista sin que ello signifique una mera vuelta al pasado donde, parafraseando a Monterroso (1969): «cuando [el país] despertó [después de una alternancia de pesadilla], el dinosaurio [priista] todavía estaba ahí», en el poder. En realidad significa algo más: la conti-nuación y profundización del proyecto neoliberal que comienza en los ochentas y continúa con los gobiernos de la derecha conservadora panista durante dos sexenios presidenciales. También significa la reconcentración del poder político que gestiona nuevos espacios de valorización para el gran capital activando instancias de gestión parlamentarias y extraparla-mentarias que conforman una especie de partido del gran capital, donde se anudan las siglas de la mayoría, sino es que de todos los partidos polí-ticos, y los poderes fácticos. Por ello la tecnocracia neoliberal prohijada en los sexenios anteriores toma las riendas de las altas esferas de la burocra-cia política para implementar con celeridad el tercer ciclo de reformas neoliberales con la urgencia de hacerlo rápido, sin dar tiempo a la resis-tencia ciudadana.

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Sin embargo, la crisis de legitimidad marca todo el ciclo de reformas neoliberales y la clase política se empantana en un enorme descrédito público que torna insufrible el bajo perfil de la clase dirigente inmersa en la frivolidad, el enriquecimiento y la corrupción. Un término evocador del resquebrajamiento estatal y el gobierno diletante es kakistocracia, que significa: «La combinación de la tiranía, la oligarquía y la demagogia: el pésimo gobierno, la república de los peores» (Bovero, 2003). El gobier-no se ejerce sobrepasando a los otros poderes, eludiendo la consulta popular para promover los intereses de los poderes fácticos, desterrando los derechos sociales y emitiendo un discurso dirigente desde los medios electrónicos con mensajes irrelevantes o chabacanos que encubren los grandes problemas nacionales. El marco institucional genera políticas públicas que no corresponden a las necesidades sociales ni a un proyecto de desarrollo nacional: la pauta del despojo y la exclusión marcan el paso de la reproducción social. El rasero de la mediocridad recorta a las élites políticas y deteriora a las instituciones; la órbita estatal es pe-netrada por conglomerados criminales. Los signos de la kakistocracia en México son diversos.

Las élites políticas se enriquecen frenéticamente en un país con la mayoría de las clases sociales sumidas en la pobreza. En contrasentido a la deteriorada estructura económica, la falta de probidad en la función pública y el escaso compromiso social de la alta burocracia, las élites gubernamentales, parlamentarias y judiciales perciben salarios excesi-vamente altos. Mientras que un salario mínimo anual ronda la modesta cantidad de 255 mil 865 pesos, insuficiente para afrontar el costo de la vida, los magistrados de la Suprema Corte de Justicia de la Nación detentan ingresos exorbitantes de 6 millones 766 mil 428 pesos anua-les; el presidente de la República, 2 millones 989 mil 128 pesos; los senadores, un millón 925 mil 945 pesos, y los diputados, un millón 432 mil 997 pesos (Garduño, Méndez y González, 2015). La despro-porcionada estructura salarial entre la alta burocracia y la clase traba-jadora es uno de los puntos de comparación de la desigualdad social del país. Pero no sólo los sueldos de la élite política mexicana están

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disparados frente al sueldo medio de los mexicanos sino que tampoco tienen punto de comparación lógica con las percepciones de sus pares en Estados Unidos, Europa y América Latina.

El gobierno adquiere el rostro oligárquico. Los tres poderes res-ponden a intereses exclusivos: el Poder Judicial actúa como una oligar-quía que refrenda los intereses del capital y la élite política; el Poder Legislativo funge como una oclocracia populista que adopta posturas acordes a los intereses electoral, pero en las grandes decisiones toma acuer-dos tras bambalinas, sin consulta popular, como el llamado Pacto por México, que reduce al legislativo a una suerte de oficialía de partes del Ejecutivo y de las elites partidistas, además de que los grandes corpo-raciones y poderes fácticos, incluyendo el narcotráfico, tienen repre-sentantes directos o logran imponer sus intereses mediante los servicios de cabilderos; y el Poder Ejecutivo adopta aires de tiranía pues avasa-lla al poder Legislativo, que sólo avala decisiones previamente tomadas, como en el referido Pacto.

Los gobernadores ejercen un papel subordinado al Ejecutivo, aplican las determinaciones del poder político centralizado, pero también apli-can formas del presidencialismo autoritario. Instancias como la Confe-rencia Nacional de Gobernadores (Conago) fueron allanando el camino para las sucesivas reformas neoliberales y la adopción de la doctrina de la seguridad como una forma de gestión social mediante directrices pu-nitivas y coercitivas.

Las autoridades municipales y policiales de todos los niveles, en gran parte del país, están coludidas con el crimen organizado. La desaparición forzada de 43 normalistas y el asesinato de 6 personas, entre ellas tres normalistas, exhibió la grave corrupción de las autoridades y las corpo-raciones policiacas, en una espiral de complicidad que asciende hacia arri-ba en las líneas de mando y ámbitos de gobierno. En ese contexto trucu-lento los comicios se han enturbiado y la lucha antimafia en México está lejos de significar una política de Estado frente a la expansión del narco.

La derechización del espectro político y el descarrilamiento fáctico de la opción opositora de corte nacionalista moderada, además de ge-

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nerar una desencanto popular sobre los procesos democráticos, permi-tió que el pri, el Partido Acciona Nacional (pan) y el Partido de la Revolución Democrática (prd), incluyendo a los partidos pequeños que juegan el papel de comparsa, signaran el «Pacto por México» donde, sin resquemores, se emprende el tercer ciclo de reformas neoliberales, que incluye la cesión al capital privado multinacional y nacional del petróleo con el desmantelamiento de Pemex y el endoso de la renta petrolera; la reforma laboral que abarata aún más la fuerza de trabajo y legaliza la inseguridad contractual con el despido libre, pago por horas y subcon-tratación; la reforma educativa que no contiene un proyecto de mejora sustancial de la educación pública, el sistema pedagógico, la infraestruc-tura escolar, la nutrición y salud de los educandos, mejores condiciones salariales de los educadores, democratización del sindicato, etcétera, sino que impone esquemas punitivos de evaluación y amenaza de despido bajo las indicaciones de la Organización para la Cooperación y el De-sarrollo Económicos [ocde] y el grupo de interés empresarial Mexicanos Primero, entre otras reformas.

No obstante que aplican lesivas medidas de austeridad, los gobiernos suelen caracterizarse por derrochar recursos en obras suntuarias o ac-tividades irrelevantes, aumentar los impuestos y endeudarse. En tanto la opacidad y ausencia de consulta ciudadana marcan la tónica, los mar-cos normativos se eluden para propiciar el enriquecimiento a costillas del erario. Pese a las reiteradas muestras de corrupción de los funcio-narios públicos y la clase política, el sistema electoral juega un papel que da sustento a los grupos políticos que ensanchan los espacios de poder y sus personeros siempre están en la palestra y los puestos clave. Sin recato alguno los políticos incumplen las promesas de campaña, pues saben que mentir o traicionar la voluntad popular no tiene ninguna consecuencia. Como tampoco lo tiene ejercer la función pública sin transparencia y hacer negocios con empresarios afines mezclando recur-sos públicos y privados. El ejercicio prepotente del poder se solaza al fustigar las manifestaciones ciudadanas y señalar a líderes opositores como agentes desestabilizadores del país, además de incurrir en excesos

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como represión encarcelamiento o matanza. Desde la cúspide, sin hacer la menor autocrítica, con cinismo se califica a la corrupción y la violen-cia como un asunto cultural (Rodríguez, 2014).

La procuración de justicia está picada por la falta de garantías, los derechos humanos atraviesan por una crisis generalizada y los procesos judiciales están cuestionados, por ejemplo, la aplicación selectiva del principio de presunción de inocencia. La administración de la justicia está politizada y a menudo los casos se dirimen en los medios de co-municación, lo cual induce sesgos en la opinión pública y permite que los potentados filtren información a conveniencia. Infinidad de casos saltan a la escena sin que se resuelvan, como la guardería ABC, los mineros de Pasta de Conchos, las fugas del Chapo Guzmán, la masacre de 72 migrantes, los 43 estudiantes desaparecidos, y un largo etcétera. Los comunicadores y columnistas de opinión, los gobiernos y políticos se atacan usando los expedientes judiciales para evitar el mayor costo electoral u obtener ventajas políticas. No obstante, los procedimientos judiciales se entorpecen y los casos quedan sepultados en la impunidad. En ocasiones la presión mediática y social orilla a que se realicen de-tenciones, pero suelen caer empleados de bajo perfil, el eslabón más débil de la burocracia, incluso se fabrican falsos culpables. En algunos casos se «arraigan» a determinados personajes influyentes, que pueden eludir las responsabilidades, mientras que en la cárcel de alta seguridad están presos que se oponen o resisten a la política de despojo y en esos casos las pruebas aportadas son endebles, como puede ser simplemente el testimonio de policías.

Los gobernantes, la alta burocracia y el conjunto de la función pública, al igual que los partidos políticos, las instituciones electorales y los procesos comiciales adolecen de falta de ética política. Las altas remuneraciones de las élites políticas son un incentivo perverso de los procesos electorales, que por ello son muy disputados, y no porque se pongan a debate proyectos de desarrollo nacional. Al seno de los par-tidos políticos y al calor de las contiendas electorales se despliegan confrontaciones agresivas que se valen de «guerra sucia» y onerosos

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gastos de marketing con tal de agenciarse una candidatura y un puesto de representación sabedores de que el erario es un trofeo muy apeti-toso y que el espacio de la función pública es la arena privilegiada donde se tejen negocios con empresarios, pactan con el crimen orga-nizado y obtienen recursos para cubrir jugosas prestaciones, gastos personales y viajes familiares. La función pública se pervierte para convertirse en un botín para los sátrapas.

La compraventa y coacción del voto de forma masiva ha sido uno de los métodos más socorridos por los partidos para disputarse y preservar los puestos de representación y los espacios de poder po-lítico (p.ej., los recientes casos de Soriana-Monex). Las instituciones electorales amasan y destinan grandes cantidades de dinero para pro-mover a figurines políticos en una operación donde trasladan fuertes montos de dinero público a las empresas privadas de la comunicación y al mismo tiempo se involucran entradas de cuantiosos fondos no declarados provenientes de patrocinadores empresariales y del ham-pa; en esa feria de liquidez electoral los gobiernos y los partidos se complacen repartiendo dádivas a la población menesterosa que por hambre o necesidad emite un voto condicionado favorable a los par-tidos que manejan mayores recursos lícitos e ilícitos. En conjunto, las elecciones son una simulación democrática y un ejercicio perver-so de mercantilización del voto.

El duopolio televisivo, por muchas décadas formador de la con-ciencia colectiva, ejerce un activismo político crucial para los juegos del poder. En México campean los peores medios de comunicación posibles. El duopolio mediático de Televisa y tv Azteca destaca por la mediocre programación audiovisual que irradia en la conciencia colectiva de millones de espectadores sin otra fuente de información y entretenimiento más que las pantallas de la televisión comercial. Es conocido que Televisa pactó una alianza con Enrique Peña Nieto para convertirlo en el candidato presidencial ganador (Solís y Acos-ta, 2015). Pero también que tv Azteca implementa campañas de desprestigio o veto a políticos opuestos a los intereses del grupo

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Salinas. La amoralidad política es tolerada por los medios masivos de comunicación que la encubren e influyen en amplias capas de la sociedad para encubrir las trapacerías.

Galardón a los alegres compadres

Con el modelo neoliberal el gobierno en México está fuertemente influido por los multimillonarios, pero el gobierno a su vez soporta la riqueza de los magnates. La plutocracia es una relación simbiótica entre los poderes polí-tico y económico.

La imposición del modelo neoliberal no sólo transforma la estruc-tura económica para consolidar el dominio de los capitales monopólicos sino que además recompone la estructura de clases sociales, que en am-bos polos de la relación vincula a dominantes y subordinados. Sobre todo reconstruye el bloque de poder y su fracción hegemónica. A finales de los sesenta, en la antesala del neoliberalismo prevalecía una pequeña oligarquía financiera que representaba la fracción hegemónica del bloque en el poder, debido a la concentración y centralización de capital y a la transnacionalización de la economía al cierre de la industrialización por sustitución de importaciones. Un millar de familias concentraba el po-der económico que les permitía incidir al seno del Estado e influir en la definición de la política (Carmona, Montaño, Carrión y Aguilar, 1970).

La composición de la clase dominante fue restaurada al influjo del modelo neoliberal. En el ámbito político, con el llamado Consenso de Washington (el pacto del capital financiero y los Estados nacionales) conformó una alianza entre el capital monopolista-financiero de los centros y las élites nacionales de las periferias, con el objeto de desple-gar el poder del capital multinacional financiero, industrial y comercial, alentados por el proyecto de la llamada globalización. Algunas de las grandes corporaciones que en los ochenta actuaban en el mercado in-terno reconvirtieron sus empresas para orientarlas hacia la nueva fuer-za gravitacional de la economía: el mercado externo (Guillén, 2012).

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Entonces nuevos fracciones tomaron lugar en la oligarquía y ocuparon el pedestal en la cúspide del poder.

El proyecto neoliberal está sustentado en una férrea estructura de poder: a) los dueños de los grandes grupos monopólicos de base mul-tinacional y nacional que controlan los sectores económicos estratégicos y rentables, gran parte de los cuales han sido cedidos por el Estado, y para perdurar dependen de los privilegios y recursos transferidos por los poderes públicos; b) los tecnócrata, la alta burocracia, los jefes de la clase política, los líderes de la centrales sindicales oficialistas; c) los propietarios de los medios masivos de comunicación de la televisión, la radio y los grandes diarios nacionales y regionales, y con ellos los «lí-deres de opinión» y los intelectuales orgánicos; d) los altos altos jerar-cas eclesiales; e) los altos mandos castrenses y de las fuerzas del orden, y f ) en el peculiar narcocapitalismo mexicano también figuran los gran-des capos del narcotráfico junto a la «narcoburguesía» que opera en los más variados sectores económicos legales e ilegales.

El programa de privatización de empresas estatales y paraestatales implementado por la desmesurada administración de Carlos Salinas armó el rompecabezas del tablero oligárquico incorporando una camada de nuevos ricos, a menudo sin experiencia empresarial, en sectores clave de la economía nacional: banca, telecomunicaciones, medios de comunicación, entre otros. Un rosario de magnates son los grandes beneficiarios del régimen político y forman el «capitalismo de los compadres»: Carlos Slim (Grupo Carso), Roberto Hernández (Banamex), Alfredo Harp Helú (Banamex), Ricardo Salinas Pliego (Televisión Azteca), German Larrea (Minera México), González Barrera (Gruma, Banorte), Alberto Bailléres (Grupo Bal), entre otros (Forbes, 16 de diciembre de 2013). Los selectos hombres de negocios deben más su fortuna a los privilegios y concesiones otorgados por el Estado que a la presunta capacidad empresarial e inno-vadora. Incluso la subsistencia de sus corporaciones dependerá, en lo sucesivo, del poder monopólico tutelado por el Estado, y a la serie de concesiones, favores fiscales, transferencias de recursos públicos y resca-tes en caso de bancarrota, además del control sindical.

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La connivencia político-empresarial ha tomado tintes escabrosos al condecorar con la medalla Belisario Domínguez a Alberto Bailléres, pro-pietario de Peñoles, el Palacio de Hierro, Femsa-Coca-cola, seguros gnp e itam, en reconocimiento a su contribución a la generación de empleos, la enseñanza y la filantropía, sin mencionar las generosas donaciones a las campañas políticas del oficialismo (Martínez, 11 de noviembre de 2015). Cabe recordar que Belisario Domínguez fue un senador chiapa-neco, opositor al usurpador Victoriano Huerta, que fuera asesinado por sus críticas pronunciadas en el Senado, y en su memoria la medalla que lleva su nombre es «la más alta condecoración otorgada a los ciudadanos más eminentes», aunque no siempre haya sido así, y en el caso del mag-nate bien pudieran cambiar la nombradía de la medalla para ponerla más a tono con los nuevos atributos de los prohombres del sistema.

Cría de monopolios

En el Banco Mundial, gran impulsor de las privatizaciones, se reconoce que un reducido grupo de 20 personas o familias de México concentra la ri-queza al detentar mil millones de dólares entre 1996 y 2006 y controla la producción de sectores como minería, banca, telecomunicaciones, cerveza, cemento, industria farmacéutica, comercio al menudeo, bienes raíz, televi-sión y tortillas (Guerrero, López y Walton, 2006). Para explicar el origen de las fortunas el Banco suponía que la mayoría de los magnates la heredó en parte pero también reconocía que casi la mitad había sido beneficiada por las privatizaciones de principios de los años noventa.

En estos sectores operan monopolios u oligopolios que controlan hilos clave de la economía y la cultura nacionales. Dos grupos, Televisa y tv Azteca, controlan la televisión abierta; dos grupos, Modelo y Cuau-htémoc, controlan la producción de cerveza (aunque ya fueron vendidos a multinacionales), algo similar sucede en la industria refresquera (Fem-sa), la telefonía (Telmex), el sector minero (Grupo México, Peñoles, Frisco) y la industria del cemento (Cemex).

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Un acceso preferente en materia de inversión está reservado a las multinacionales que además reciben trato como si fuesen entidades na-cionales o, más aún, disponen de la libertad para repatriar utilidades.En el marco del tlcan, los supuestos «socios comerciales» de México, las corporaciones estadounidenses y canadienses son las más favorecidas al exentar la reinversión de utilidades, eludir la contratación de un cier-to porcentaje de trabajadores mexicanos y omitir el uso de insumos nacionales, entre otros aspectos. Las multinacionales expanden su pre-sencia mediante las fusiones y adquisiciones, estrategia que les permite reemplazar el componente de inversión nacional por extranjera hasta engullir capitales y apropiarse de sectores económicos completos.

En el sector financiero cinco grupos, la mayoría extranjeros (Bana-mex-Citigrup, bbva-Bancomer, Santander, hsbc y Banorte), dominan la intermediación en actividades bancarias, aseguradoras, fianzas e in-termediación financiera no bancaria (Turrent, 2007). De esta manera, los cinco principales bancos participaron con 77.2 por ciento de los activos totales en 2009, porcentaje que se redujo a 73.6 por ciento en 2010, pero que es igual al de 2001; aún mayor es la concentración en el sector de la intermediación financiera no bancaria, en el que los activos de las cinco principales Sociedades Financieras de Objeto Limitado (sofol) representaron en 2009 a 88.4 por ciento de los activos de esas instituciones (Auditoría Superior de la Federación, 2011).

Gracias al programa de privatización a bajo costo de empresas es-tatales pudo reconfigurarse la oligarquía nacional que ha «capturado» el poder político y debilitado la democracia representativa a través de un proceso marcado por la corrupción, la represión y la violencia. En sintonía con la ideología neoliberal, los medios de comunicación pro-mueven el individualismo y el consumismo, además de que establecen una diferenciación entre personas «ganadoras» y «perdedoras», según la riqueza personal que ostenten y el poder que detenten.

La oligarquía es dominante «hacia adentro» pero está subordinada «hacia fuera». De manera ascendente, el Estado y la oligarquía mexica-nos se están subordinando a los intereses estadounidenses. El rentismo

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es el signo oligárquico en el contexto de una dinámica de acumulación de capital que tiende a debilitarse y a transferir excedentes hacia las economías centrales. En tanto que el Estado, que había mantenido cier-ta autonomía antes del advenimiento del neoliberalismo, aceptó entre-garse al poder hegemónico representado por Washington desde la firma del tlcan y la subordinación continúo con el Acuerdo de Seguridad y Prosperidad de América del Norte (aspan), ahora Iniciativa Mérida. Esa política no sólo ha servido para respaldar la articulación del bloque económico de América del Norte sino que también forma un espacio para definir políticas en materia de seguridad regional a partir de los intereses globales de Estados Unidos. Derivado de la doctrina de seguridad, la Iniciativa Mérida estipula una lucha contra los «enemigos externos», según la lente estadounidense, sean terroristas o narcotraficantes; además contempla detener el flujo migratorio que proviene de Cen-troamérica y México con destino a Estados Unidos, y en ese cometido al gobierno mexicano asume la responsabilidad de contener la avalancha humana en su territorio con la implementación del programa Frontera Sur, subsidiario de la Iniciativa Mérida.

La muerte tiene permiso

La desmesura del poder estatal opresivo y represivo ha sido definida como fascismo, donde la lógica de la muerte se justifica para preservar el régimen. Más allá de esas truculentas experiencias, el capitalismo neoliberal practica una forma de poder que puede catalogarse como gestión de la muerte. Esta política está enmarcada en la expansión del capital global y en esa lógica la vida se produce suponiendo que es un recurso desechable.

El fantasma del fascismo no habita en los regímenes políticos auto-ritarios del pasado sino que ésta presente de muchas formas en la polí-tica contemporánea, en particular en la que tiene como eje la adminis-tración de la muerte (Chávez, 2013). La noción de lo político alcanza notas tétricas acordes a los tambores de la guerra y la atmósfera del

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terror. La voluntad de poder que, además de disponer de la capacidad soberana para determinar quién vive y quién muere, se arroga el derecho de organizar el homicidio y recrear la muerte como fenómeno social es nombrada necropolítica (Mbembe, 2012). Desde esa tesitura, la gestión de la muerte no necesariamente remite a las experiencias totalitarias del holocausto europeo, sino que alude a la experiencia histórica del colo-nialismo africano y americano y a la formación neocolonial del capita-lismo contemporáneo, junto a la propagación de conflictos bélicos por fuerzas aliadas imperialistas.

Luego de la caída del muro de Berlín y el derrumbe de la Unión Soviética, el capitalismo triunfante promulgó el «fin de la historia» y el «fin de lo político», porque supuestamente se agotó la expectativa de una sociedad poscapitalista y porque se diluyó el antagonismo social bajo una ilusoria era posmoderna que disolvía las grandes narrativas y los conflictos entre capitalismo y comunismo. Entonces el terreno de la política sería para la construcción del consenso de Washington y el Es-tado asumiría la administración del bienestar y la multiculturalidad. El sueño quedó hecho añicos luego de los ataques a las Torres Gemelas de Nueva York en 2001. Entonces se difunde el discurso del choque de civilizaciones (Huntington, 1993), una confrontación maniquea entre las culturas de Occidente y Oriente que sirve de pretexto para replantear una soberanía desde la cual el estado de excepción permanezca latente ante los temores suscitados por el antagonismo amigo-enemigo.

Al fragor del llamado «nuevo imperialismo» (Harvey, 2004), el discurso político adquirió pretensiones civilizatorias según las nocio-nes de libertad y democracia para justificar la guerra y el terror, y en ese impulso expandir los espacios de acumulación del capital exceden-te de las grandes potencias. La política supera los discursos apocalíp-ticos de las décadas precedentes para invocar el recurso de la violencia estatal como dispositivo legítimo de la supremacía occidental. Las ocu-paciones e intervenciones militares —Irak y Afganistán— eran justifi-cadas más allá de las convenciones internacionales. Un punto de inflexión es la política impuesta por Estados Unidos y sus aliados luego de los

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atentados del 11 de septiembre con la aplicación de la «guerra contra el terrorismo», que posibilitaría un relanzamiento de la política im-perial con ocupación militares de territorios lejanos, sobre todo del mundo no occidental, la difusión de tácticas de contrainsurgencia. La llamada globalización neoliberal está preñada de una violencia que privatiza la esfera pública, fortalece al Estado y el capital global co-manda las transformaciones económicas y políticas.

El paisaje social está plagado de escenas de desgarramiento del te-jido social que se enmarcan en una estética decadente: la poética de la violencia. Los espectros de la violencia generan confusión y diluyen la distinción entre suicidio y rebeldía, sacrificio y redención, martirio y libertad. Los vocablos de la vida cotidiana pronuncian las escenas y personajes del terror: sicario, desaparición forzada, feminicidio, falsos positivos, levantones, daños colaterales. El desgarramiento del tejido social irrumpe como la forma de socialización que inhibe la organización y el movimiento social.

La administración de la muerte pervive en un estado de excepción que tiende a normalizarse en el seno del modelo político neoliberal, aunque no es un rasgo nuevo pues está enraizado en la genealogía del colonialismo histórico, donde la producción de vidas desechables, como los esclavos de las plantaciones o los pueblos originarios ocupantes de territorios sujetos a explotación, en el capitalismo contemporáneo sigue siendo una norma de la expansión del capital.

Cuando en aras de maximizar las ganancias y las rentas, la vida humana se instrumentaliza hasta reducirla a una mercancía barata y desechable, una mercancía que produce mercancías, o, peor aún, la corporalidad viviente es atacada y ciertos conjuntos humanos son considerados como superfluos, la normalidad capitalista adopta el estado de excepción para darle carta de naturalización o al menos para dejar de considerarlo como ajeno. La imposición de un estado permanente de guerra es un cometido del poder que se vale de un discurso ideológico obsesivo que identifica peligros externos e inter-nos para la seguridad y en consecuencia identifica enemigos —llámese

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terroristas, narcotraficantes o inmigrantes— que ameritan ser ataca-dos con virulencia si se quiere mantener a buen resguardo los sacro-santos principios de la democracia burguesa y la libertad del capital. El discurso apologético justifica la excepción con la mención del ene-migo y el terror, y enarbola la guerra en pos de la democracia y el libre mercado. En la política contemporánea se articulan la violencia y el derecho, la excepción y la soberanía.

La expansión del capital es una cuestión determinante en la gestión política de la muerte que legitima la noción de vida desechable. El dis-curso de la modernización y el progreso justifica los actos legales e ile-gales de expropiación del territorio y la explotación de la población. La empresa colonia en la era del capital global configura espacios donde se impone una lógica de guerra y un discurso de la competitividad. La ocupación de territorios para extraer los recursos naturales y explotar el trabajo emplea métodos violentos que se concretan en la figura de la economía de enclave, que se remite a la plantación. Los pueblos son despojados de bienes comunes, bienes públicos y derechos sociales (Roux, 2012). Este despojo se traduce en una subsunción real del capital sobre la reproducción social que aliena la reproducción de la vida humana desde el nacimiento hasta la muerte social. La economía de enclave es una estructura económico-política donde el sujeto despojado carece de medios de vida y trabajo y el capital organiza una forma sistemática de transferencia del excedente.

La expansión del capital global reedita el expediente colonial y con-tinúa implementando la violencia. En el espacio colonial contemporáneo se ejerce una soberanía donde lo ilegal se convierte en norma y la paz adquiere el rostro de la guerra. El capital despoja, cerca, ocupa, acapara y controla los territorios, incluyendo sus recursos naturales y humanos. El ejercicio de la soberanía mediante la guerra y la conquista tiene la capacidad de tasar a los sujetos y designar aquellas vidas que considera como desechables. La guerra y la excepción soportan la ocupación colo-nial que produce una forma de hacer política que permite el control de los territorios para extraer los recursos naturales y explotar el trabajo

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dentro de ciclos productivos globalizados donde se sustrae y transfiere el excedente económico y las energías vitales de la población hasta ge-nerar un clima socioambiental de degradación que sólo es regulado me-diante la administración de la muerte.

La dinámica de acumulación capitalista sigue sacándole jugo a la ideología nacionalista. El Estado nación es un agente central del gran capital, como lo era en las antiguas colonias, para justificar la conquista territorial como modo de aniquilamiento, pese a que este poder no sea exclusivo y actúe en sintonía con otras instancias y dispositivos que sobrepasan la estructura del Estado nación, tales como las corporaciones internacionales o el narcotráfico.

El capitalismo neoliberal despliega una violencia que busca una le-gitimación más allá de la noción del «monopolio de la violencia» por el Estado y recurre a las nociones de guerra, soberanía y enemigo, además de a una serie de mecanismos articulados para generar el terror a fin de controlar y explotar recursos estratégicos en diversas partes del orbe.

La estructura de poder que genera una violencia extrema está ins-crita en la lógica del capitalismo contemporáneo y avanza por espacios ampliados de excepción que tienen a normalizarse y organizarse por temporalidades regidas por el signo de la muerte y tornan inviable la noción de futuro o sustentabilidad. En esa lógica se han impuesto po-líticas de seguridad apuntaladas con nuevos dispositivos tecnológicos que permiten ejecutar ataques con aviones no tripulados, realizar accio-nes de espionaje a gobiernos y personas, decretar normas antiterroristas, ampliar la infraestructura carcelaria, deportar a migrantes, instalar cam-pos de refugiados y otras formas de excepción insertas en el ámbito legal (Chávez, 2014). El derecho de matar está implícito en esta lógica política que dice procurar la paz y el orden al tiempo que confiere una impronta de vida desechable a las personas ubicadas en las clases socia-les subalternas.

La condición de excepción queda asentada como norma en México. El Estado funge como una máquina de guerra orientada a garantizar la explotación de recursos y el control de la población. Con la profundi-

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zación del neoliberalismo, el espectro de la violencia adquiere mayor complejidad. El deterioro estatal toma señales de identidad en la corrup-ción, la opacidad, el fraude electoral, el nepotismo, el enriquecimiento y el favorecimiento a los monopolios; además de que aumenta la econo-mía criminal, cuyo radio de acción determina que grandes regiones del país se reduzcan a territorios sometidos a la administración de la guerra o la necropolítica.

La economía criminal está anclada en la política como forma so-cioeconómica gestionada por el Estado desde la política prohibicionis-ta y el control de rutas de trasiego como por la adopción de la política de «guerra contra las drogas» donde se señala un enemigo de la segu-ridad pública, los narcotraficantes, para justificar y legitimar formas ampliadas de control y represión del Estado, que permitan expropiar territorios para la explotación de recursos naturales y mantener el ré-gimen de acumulación y poder. En el escenario entran en juego diversos agentes estatales, paraestatales y sociales que se confunden: militares, policías, narcotraficantes, paramilitares o autodefensas. La guerra y el terror son empleados para impulsar un populismo punitivo y legitimar el estado de excepción donde el derecho de matar toma carta de natu-ralización y la población más vulnerable carece de elementos de defen-sa. En los códigos de la política de seguridad, distintos segmentos de la población pueden ser catalogados como víctimas, daños colaterales, falsos positivos, transgresores de la ley, anarquistas, manifestantes, re-voltosos, violentos, malosos…

CAPItALIzACIóN A CONtRAPELO

La implantación del modelo neoliberal implicó una «acumulación por des-pojo» (a la manera de Harvey, 2007), es decir, la expropiación de la riqueza nacional y los bienes comunes, el expolio del fondo de vida de la población y la abrogación de los derechos sociales. Las grandes empresas multina-cionales son a la vez impulsoras y beneficiarias de la masiva desposesión

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gestionada por los gobiernos nacionales y organismos financieros inter-nacionales. Algunos de las formas de gestión del despojo y la transferen-cia de la riqueza impuestas por los gobiernos neoliberales se desglosan a continuación.

Inmolación del trabajo vivo

Desvalorizar la fuerza de trabajo es una política deliberada del Estado mexicano para abaratar los costos laborales que se ha traducido en una agobiante represión salarial y el sometimiento del aparato de justicia laboral al Poder Ejecutivo, además de detonar conflictos laborales sin resolverlos deliberadamente, como ocurrió con el Sindicato Mexicano de Electricistas (SME), los mineros y los trabajadores de Mexicana de Aviación. No se ha cumplido la transparencia sindical invocada en las recientes reformas laborales, pues se prefiere preservar el esquema sin-dical regresivo basado en cotos de poder sindical y miles de contratos de protección patronal.

Desde 2008, México presenta costos laborales equiparables a China, el referente mundial del trabajo barato (Proméxico, s.f.), y desde 2013 ostenta menores niveles salariales. Según el Bank of America Merrill Lynch, el salario por hora en el sector manufacturero mexicano hace 11 años era de casi el triple que el chino, pero con la reciente reforma la-boral, un trabajador mexicano en abril del 2013 representaba un costo 20 por ciento menor que el de un chino (Reuters, 2013). De acuerdo con la retórica neoliberal, la reforma laboral contribuiría a generar em-pleos, aumentar la capacidad adquisitiva y mejorar las condiciones la-borales; como era de esperarse, no se ha cumplido.

Con la confiscación del fondo de vida de la población, las corpora-ciones multinacionales encuentran nuevas formas de sustracción de ri-queza. Los salarios sufren un desplome permanente y las condiciones de trabajo se precarizan. A costa del empobrecimiento estructural de los trabajadores los capitalistas obtienen jugosas ganancias extraordinarias.

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Durante la vigencia del neoliberalismo el poder adquisitivo del salario mínimo se ha deteriorado aceleradamente. Desde 1987 a 2014 la pérdi-da del poder adquisitivo del salario es de 78.66% (cam, 2014a). La eco-nomía popular ha sido duramente golpeada y México se ha tornado una «fábrica de pobres» (cam, 2014b). Con el salario mínimo, una familia sólo puede adquirir 34 por ciento de una canasta básica formada por apenas 40 productos alimentarios básicos. Independientemente de que los precios de esa canasta varían en los supermercados (195.30 pesos), mercados públicos (186.3 pesos) y tianguis (172.4 pesos). Mediante el salario mínimo de 67.29 pesos, el poder adquisitivo equivalía sólo a 63.25 por ciento de la canasta alimentaria básica en 2006 y a 77.79 por ciento en 2014. En 1987 sólo se requería laborar cuatro horas con 53 minutos, es decir, menos de una jornada de trabajo completa para adquirir los alimentos de dicha canasta y para 2012 se requerían 25 horas con 21 minutos para obtenerla.

Por añadidura, a fin de privatizar de forma directa las pensiones e indirecta sectores como la educación, vivienda, cultura y la salud, está en curso un política de desmantelamiento de las instituciones públicas que tienen la obligación constitucional de prestar servicios sociales bá-sicos a la población. El deterioro del salario directo e indirecto merma la capacidad de reproducción de la vida en condiciones dignas.

Derrocamiento de la cultura material

El despojo a diversas comunidades de los medios de vida y trabajo amparados en el régimen de propiedad social y colectiva destruye la cultura material de los pueblos y separa a los productores directos de los medios de producción para permitir a los capitales privados explotar libremente los bienes comunes naturales, la riqueza alojada en el entorno vital de las comunidades desahu-ciadas. Un ejemplo son los megaproyectos mineros, hidroeléctricos y eólicos que despojan tierras mediante métodos neocoloniales. El ecocido aflora como saldo de la degradación de bosques, contaminación de agua y aire; además de

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la pérdida de saberes ancestrales de los pueblos indígenas y campesinos (To-ledo, 2015; Zambrano, 2013). Estas economías de enclave dejan a su paso pobreza, enfermedad y muerte, además de que favorecen la desarticulación de la vida comunitaria y la criminalización de la protesta. Para conseguir propiedades y concesiones, explotar la minería, el agua, la biodiversidad y los bosques, las multinacionales canadienses, estadounidenses, españolas y chi-nas se benefician del marco institucional y normativo dotado de instrumen-tos aprobados por el gobierno neoliberal como el tlcan, la ley de inversión extranjera y la ley minera.

Los conflictos socioambientales se han incrementado en México durante los últimos 10 años. Está en disputa el acceso, control y gestión de los bienes comunes naturales, que para las comunidades representa el soporte material de la vida y para el capital significa insumos pro-ductivos consumibles en el menor tiempo posible en aras de maximizar las ganancias sin importar la lentitud del tiempo de reposición o que no sean renovables. El móvil de la disputa es el saqueo de la riqueza natural por capitales extractivos interesados en venderla como materia prima o transformarla en mercancía. El saqueo forma parte de cadenas globales de extracción, producción, circulación, consumo y desecho.

El extractivismo se remonta al proyecto histórico colonial que sig-na el surgimiento de América Latina hace más de cinco siglos. En la etapa neoliberal la extracción de bienes naturales, sean o no renovables, toma relieve con los megaproyectos de material de infraestructura (carretera, puertos y enclaves turísticos) y agronegocios a cargo de transnacionales que arrasan con los pequeños productores rurales.

La actualización y renovación del despojo de bienes comunes ha sido impulsada por las políticas del capital privado y la participación del Estado mediante diversas estrategias jurídicas y políticas como la coop-tación, disciplinamiento y división de comunidades, la represión, crimi-nalización, militarización y contrainsurgencia, todo para garantizar la apertura de nuevos espacios de explotación y mercantilización.

La apropiación y saqueo de la naturaleza y la acumulación de capi-tal asociada adquieren ciertos aires de novedad (Galafassi y Composto,

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2013): los bienes naturales no renovables como petróleo, gas y minera-les tradicionales están en curso de agotamiento, por lo que el descubri-miento y extracción de hidrocarburos no convencionales y minerales raros, recursos estratégicos en disputa, están respaldados con tecnologías predadoras y tóxicas —como la fractura hidráulica—; asimismo los bie-nes naturales renovables básicos —agua dulce, fertilidad del suelo, bosques y selvas— se están convirtiendo en no renovables y cada vez más son escasos, y los bienes naturales (renovables y no renovables) se convierten en mercancías (commodities), es decir, en una especie de activos financie-ros incrustados en espacios de inversión y especulación extraordinaria debido al alto y rápido nivel de ganancia que movilizan los «mercados de futuros», responsables del aumento ficticio de los precios de los ali-mentos y de las materias primas en el mercado internacional.

México encabeza el número de conflictos mineros en América La-tinas: al menos 37 comunidades mexicanas están en pleito con empresas que tienen concesiones para la explotación minera en sus territorios (ocmal, s.f.), puesto que contaminan el medio ambiente e inhabilitan las tierras de cultivo, tema particularmente grave al tratarse de pueblos con altos índices de pobreza.

El dominio del hambre

Signada por el tlcan, la apertura comercial indiscriminada abre las puer-tas a las agroempresas multinacionales para colocar mercancías y servicios en detrimento de la agricultura y la soberanía alimentaria de México. En esa lógica se desmantelan las instituciones que impulsaban la producción en el campo, como Banrural, Fertimex, Conasupo, Conafrut y la Produc-tora Nacional de Semillas. Desde entonces el sector primario se caracteri-za por el estancamiento, el despoblamiento y la dependencia alimentaria. El desmantelamiento de la institucionalidad agropecuaria sumió a la ma-yoría de los productores del campo en la bancarrota y desencadenó la migración hacia Estados Unidos.

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No obstante que el país es el decimocuarto productor agropecuario en el mundo, también es de los principales importadores de alimentos. México sufraga un alto costo comercial y productivo para complemen-tar la canasta básica que consume la población: se importa 43 por cien-to de los alimentos y cada año se realizan compras en el exterior por unos 15 mil millones de dólares, un monto aproximado a la principal fuente de divisas, los ingresos petroleros, y síntoma de la vulnerabilidad alimentaria que padece el país, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (fao, por sus siglas en inglés) (Méndez, 2013).

Pese a que el país destaca ahora como exportador de productos llamados no tradicionales —p.ej., cerveza, tomate fresco, aguacate, be-rries, chiles y tequila—, los alimentos básicos que pudieran producir-se tienen que importarse: en las últimas dos décadas la dependencia alimentaria se incrementó al pasar de 10 por ciento en 1994 a 43 por ciento en 2013. En ese lapso la producción de granos y oleaginosas creció 23.2 por ciento (pasó de 29.2 millones de toneladas en 1994 a 36 millones en 2013) pero la importación de alimentos básicos pasó de 17 a 33 por ciento en maíz; de 34 a 65, en trigo; de 60 a 85, en arroz, y se importó 95 por ciento de soya y 55 de algodón. Pese a ello, de acuerdo con cifras oficiales del inegi, mientras que en 1994 se impor-taron alimentos por un total de mil 800 millones de dólares, en 2013 esa misma factura fue por 21 mil 407 millones, es decir, la balanza comercial agroalimentaria de México fue deficitaria por más de 3 mil 374 millones de dólares (Chávez, 2014).

Dado que es imposible producir el cúmulo de productos que de-manda la población, ningún país puede contar con una soberanía ali-mentaria total, por lo cual es necesario recurrir al comercio internacio-nal para complementar la canasta; sin embargo resulta suicida renunciar a la producción de alimentos básicos y estratégicos.

Adicto a la ideología del libre mercado, en lugar de buscar la sobe-ranía alimentaria, México se hunde en la dependencia alimentaria. Hace más de tres décadas perdió la autosuficiencia alimentaria para dedicarse

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a comprar a otros países los productos básicos de la dieta nacional. Un grano básico y emblemático de la dieta, el maíz, arroja cifras anuales de producción de 21 millones de toneladas, pero se importan 10 millones de toneladas (Perea, 2015), circunstancia que deriva en una franca de-pendencia. La cadena de importaciones de productos básicos que pueden producirse con suficiencia en el país es larga: la tercera parte del maíz, la mitad del trigo, 80 por ciento del arroz, entre 30 y 50 por ciento del frijol y más de 30 por ciento de la leche en polvo. También se importa más de 80 por ciento de oleaginosas, sorgo y soya, que van destinadas a la alimentación animal y la producción de aceites, y pese a no ser pro-ductos básicos repercuten en la producción de huevo, carne de pollo y res, e indirectamente deterioran la seguridad alimentaria (Méndez, 2013).

Exportación de trabajadores

El campo mexicano, otrora reservorio de subsistencia social y fuente de ali-mentos para el resto de la población, fue prácticamente devastado por el modelo neoliberal. Los agricultores afrontaron con fuerte desventaja la po-lítica de apertura, los subsidiados productores estadounidenses que les com-petían y el desmantelamiento de las instituciones y políticas de fomento del sector. Luego de que en 2008 finiquitaron el régimen de protección a las tarifas de granos básicos como frijol y maíz, que pretendían conferir seguri-dad alimentaria, México se convirtió en importador neto de productos agrí-colas merced a las políticas que intencionalmente buscaban ese cometido.

En el periodo neoliberal, entre 1983-2014, según cifras oficiales, alrededor de 12 millones de mexicanos emigraron al extranjero, sobre todo a Estados Unidos, en busca de un trabajo asalariado que no en-cuentran en México, además de que 58 por ciento de la población eco-nómicamente activa para 2014 se contaba en el sector informal. En tal sentido el grueso del «bono demográfico» se está transfiriendo al extran-jero, principalmente a Estados Unidos. En suma, la economía mexicana transfiere sistemáticamente excedente económico y fuerza de trabajo.

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Los trabajadores migrantes radicados en el extranjero, sobre todo en Estados Unidos, envían recursos dinerarios a México, principalmente a sus dependientes económicos. Estos recursos complementan los gas-tos de subsistencia familiar y son un componente salarial que llena los vacíos de la economía mexicana. Según los datos del Banco de México, las remesas oscilan de acuerdo al ciclo económico y a las restricciones de la política migratoria. El flujo dinerario enviado por los migrantes muestra un comportamiento cíclico con efectos contrapuestos a la deva-luación del peso. Entre 1982 y 2007, cuando alcanzaron su pico más alto, aumentaron de 1,043 millones de dólares (mdd) a 26 mil 49.6 mdd respectivamente, pero con la crisis cayeron a 21 mil 244.7 mdd en 2009, para luego mantener una tendencia estable de 21 mil 892.4 mdd con un repunte de 7 por ciento en 2014 (Calva, 2014).

La balanza de pagos se embarnece con las divisas generadas por la exportación de migrantes («migradólares»), un saldo monetario favorable con montos semejantes a los reportados por la venta de petróleo («pe-trodólares»), superiores al turismo y probablemente menores al dinero negro de la venta de drogas («narcodólares»); sin embargo la exportación de trabajadores tendría que estar considerada como un saldo social ne-gativo producto del modelo neoliberal que entraña una estrategia de des-pojo y empobrecimiento junto a una incapacidad estructural para generar suficientes empleos formales de calidad (tipificada como pérdida de so-beranía laboral), por lo cual se paga un alto costo socioeconómico al derrochar el «bono demográfico» a cambio de unos cuantos dólares.

El auge exportador de fuerza de trabajo migrante y el raquítico des-empeño de la economía mexicana dentro del modelo neoliberal no son más que dos caras de la misma moneda devaluada. Los mismos orga-nismos internacionales han reconocido que las remesas observan una correlación negativa frente al crecimiento económico y sólo compensan a las familias receptoras ante el deterioro económico prevaleciente (Chami, Fullenkamp y Jahjah, 2003), y a la postre el flujo de remesas entraña una nueva forma de dependencia.

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Privatización de la esfera pública

A partir de 1982, el Estado mexicano implementa un programa de privati-zación de áreas exclusivas y prioritarias. Las reformas neoliberales atacan el orden constitucional, las leyes secundarias y reglamentos. Mediante la venta directa, liquidación, transferencia, concesión y licitación, el número de em-presas públicas pasó de 1,155 entidades a sólo 196 en 2012 (Sánchez, 2010). Con el programa de privatización de los gobiernos priistas y panistas, entre 1982 y 2012 las multinacionales y grupos nacionales se apropiaron de em-presas públicas de sectores estratégicos que soportan el crecimiento econó-mico. En tres décadas la privatización afectó a sectores y ramas económicos estratégicos como la siderurgia, banca, telefonía, ferrocarriles, carreteras, puertos marinos, aeropuertos, líneas aéreas, televisión, comunicación sateli-tal, industria azucarera, entre otros. Además de la privatización silenciosa del sector energético (petrolero y eléctrico), ahora en ruta de descapitaliza-ción, endeudamiento y privatización.

Entre 1988 y 1993 el Estado transfirió al sector privado 50 por ciento de sus empresas, de las cuales 18 eran entidades financieras. Los bancos fueron recapitalizados y dotados de reservas para afrontar la deuda vencida y la interbancaria. Después, con el rescate de la banca, el Estado gastó dos o tres veces más el valor de lo que obtuvo por la ven-ta. Otro ejemplo de privatización es la industria siderúrgica. Sidermex, un conjunto de tres siderúrgicas de administración federal –Altos Hor-nos, Fundidora Monterrey y Siderúrgica Lázaro Cárdenas-Las Tru-chas— fue vendida a la iniciativa privada por 755 millones de dólares. No obstante el costo en pasivos de las tres empresas superaba los 6 mil millones de dólares. La que por muchos años fuera la única empresa de telefonía, primero pública y luego privada, Teléfonos de México (Telmex) aplica tarifas altas comparadas con otros países, incluso con algunos de mayor poder adquisitivo. La privatización de los ferrocarriles empezó con los talleres de mantenimiento y la flota de locomotoras en 1994, actualmente el sistema ferroviario mexicano cuenta con dos ferrocarri-les en manos extranjeras y otros dos en manos estatales. La Comisión

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Federal de Electricidad (cfe) sufre una privatización encubierta median-te la entrega de contratos a empresas extranjeras para la generación de energía eléctrica en el país, lo cual no se ha traducido en la reducción de los cobros excesivos por consumo de luz sino que van en aumento, además existen reportes de pérdidas (Sacristán, 2006).

De hecho, México destacó como el segundo país con más privatiza-ciones en la región. Según el Banco Mundial, en la década los noventa el gobierno mexicano transfirió activos por 31 mil 458 millones de dó-lares a particulares; esto representa 20.4 por ciento de la venta total de empresas propiedad del Estado en América Latina (González, Cason y Brooks, 2000).

El fracaso de algunos casos derivó en una espiral de privatización y reprivatización de bancos, carreteras e ingenios azucareros, además del rescate bancario Fobaproa-ipab, según el principio de «socializar las pérdidas y privatizar los beneficios», donde en última instancia la so-ciedad paga la ineficiencia de las instituciones quebradas.

Rescate público del sector privado

Aunado a las políticas de austeridad que constriñen el gasto público y los capítulos de «desarrollo social», el gobierno aplica programas sin consulta pública para obligar, indirectamente, a la población contribuyente a pagar enormes rescates; entonces socializa (no por ser socialista) las pérdidas y privatiza las ganancias. Bajo esta estratagema el costo de los rescates del sector privado que se apropió de bancos, carreteras, ingenios azucareros y líneas áreas fue de 109 mil 214 millones de dólares; esta cantidad represen-ta 3.4 veces el ingreso recabado en el programa de privatización de empresas públicas entre 1982 y 2003, y supera 38% el saldo de la deuda externa del sector público (González, 2003).

Luego de la crisis económica de 1994, el gobierno mexicano aplicó un programa de rescate de la banca privada. El principal instrumentos fue la compra de cartera de los bancos mediante el Fondo Bancario de Protección al Ahorro (Fobaproa) y la capitalización temporal. El resca-

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te bancario significó un costo total de casi 70 mil millones de dólares, más elevado que los recursos que se obtuvieron por la venta de los 18 bancos nacionalizados en 1982, por un monto de 12 mil millones de dólares (Sánchez, 2010). Una de las principales causas de la crisis ban-caria entre 1995 y 1997 es que en la privatización las autoridades pri-vilegiaron el precio y vendiendo la banca al mejor postor, sin asegurar la experiencia de los nuevos banqueros ni el establecimiento de las ope-raciones y reglas que garantizan su viabilidad

Deuda eterna

El pago de la deuda externa se garantiza mediante las políticas de austeri-dad que ejercen un férreo control inflacionario, austeridad presupuestal y promoción del comercio exterior. Con datos del Banco Mundial, Toussaint estima que entre 1982 y 2000 la deuda se habría costeado más de ocho veces (González, 2002). En ese periodo la deuda casi se triplicó, al pasar de 57 mil millones de dólares a 157 mil millones, y el país transfirió 478 mil millones de dólares, es decir, el equivalente a 8.3 veces la deuda inicial-mente contratada con los acreedores. La transferencia de excedente de múltiples países periféricos hacia los centros de la economía mundial son un mecanismos crucial para financiar los déficit gemelos, presupuestal y comercial, de Estados Unidos, que ejerce la supremacía gracias al poder del dólar como divisa internacional aunado al poderío militar, financiero y comercial (Varoufakis, 2015).

Entre 2000 y 2015, el pago de la deuda externa del sector público federal (amortizaciones de capital e intereses) representó siete veces el saldo del primer año. En ese periodo se transfirieron al exterior 516 mil 62.9 millones de dólares, equivalente a 43 por ciento del pib. No obstante el desembolso, el saldo actual duplica el registrado en 2000, por lo cual la obligación con los acreedores externos no tiene preceden-tes. En 2000 la deuda era de 70 mil 260.4 millones de dólares y a me-diados de 2015 era de 158 mil 580.4 millones de dólares, es decir, cre-ció 125 por ciento y alcanzó un récor histórico (González, 2015).

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Pese a ser continuamente presentado como «responsable» y «pru-dente» en el manejo de las finanzas públicas, de acuerdo a los montos de la deuda externa neta y los pasivos, excluyendo reservas internacio-nales y tenencias en oro, desde 2006 México forma parte de los 10 países con mayor deuda externa, en la octava posición. No obstante que el mismo Fondo Monetario Internacional (fmi) recomienda aplicar me-didas de «desendeudamiento», los gobiernos del club de los endeudados aplican cambios mínimos en los pasivos externos e implementan medi-das de austeridad que lesionan a las clases populares.

El país más endeudado del orbe es Estados Unidos, con 1,973 mi-llones de dólares, equivalente a 14.2% del pib. Estos pasivos externos para 2013 sumaron 5,698 millones de dólares, equivalentes a 34% del pib. No obstante, Estados Unidos ha funcionado como el hegemón de la economía mundial y ha financiado sus deudas y déficits comercial y presupuestal engullendo el excedente generado en la economía global e imponiendo el poder del complejo industrial-militar, financiero con Wall Street a la cabeza y la supremacía del dólar como divisa interna-cional (Varoufakis, 2015). Si el comparativo se realiza en función del porcentaje del pib, España encabeza la lista en 2013 con pasivos exter-nos equivalentes a 103% del pib. En 2006 México, con una deuda ex-terna de 346,000 millones de dólares, se ubicaba por encima de Grecia, cuyos pasivos documentados sumaron entonces 237,000 millones de dólares. Comparativamente, la deuda griega en 2006 equivalía a 90.6% del pib, contra la de México, que estaba en 35.6% del pib. Con la deuda externa como proporción del pib, México ocuparía el quinto puesto en 2013. Posteriormente, Grecia cayó en una profunda crisis financiera, la cual sería gestionada por la Troika con la imposición de severas me-didas de austeridad. Claramente países deudores como España, Grecia y México están ubicados en otra posición, como economías periféricas y dependientes, a diferencia de Estados Unidos, el centro motor de la economía financiera.

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Banca chupasangre

A principios de los noventa, cuando comienza la privatización de la banca, se estipuló que el capital extranjero no controlaría más de 15 por ciento del capital bancario; una década después los bancos extranjeros tomaron el con-trol mayoritario de la banca mexicana.

En México la banca configura un oligopolio. Desde hace 20 años los principales 25 bancos que operaban fueron fusionándose hasta reducir-se a siete, sin contar a pequeños bancos con presencia marginal. Los españoles BBVA y Santander adquirieron Bancomer y Serfin, respecti-vamente; el canadiense Scotiabank compró Inverlat; el estadounidense Citigroup se adjudicó Banamex y el londinense hsbc tomó Bital. Según la Comisión Nacional Bancaria y de Valores (cnbv), los siete bancos más grandes poseen 84.1 por ciento de la cartera total de crédito y 89.4 por ciento de las utilidades de la banca comercial en México (Rodríguez, 2013). Entre 2007 y 2011 las utilidades netas de todos los bancos que operan en México sumaron 331 mil 925 millones de pesos, de los cua-les los cinco bancos extranjeros más fuertes enviaron a sus casas matri-ces 167 mil millones de pesos.

La joya de la corona del grupo español bbva es la filial mexicana Bancomer que aporta 45 por ciento de sus ganancias; en 2014 bbva obtuvo una ganancia neta de más de 2,700 millones de euros (Carba-jal, 2015). Durante lo más fuerte de la crisis, Bancomer transfirió re-cursos que permitieron mantener a flote al grupo financiero. Banamex es el segundo banco más importante del sistema financiero en el país, propiedad del estadounidense Citigroup, aunque atraviesa por un momento adverso por malos manejos administrativos. Antes la filial mexicana era ejemplar para Citi. Aun así, en 2014 el grupo ganó 7,313 millones. Banamex registra una aportación a la utilidad del grupo su-perior a 10 por ciento. En el tercer lugar del sistema bancario y el más importante de España es Santander México. En 2014 la utilidad total del grupo español fue de 5,816 millones de euros y la filial mexicana aportó cerca de 8 por ciento ( Juárez, 2015), por lo que representa la

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tercera mejor filial en el mundo para ese corporativo: suele aportar 12 por ciento de las utilidades y América Latina en conjunto contribuye con 51 por ciento.

En medio de la crisis financiara las filiales extranjeras, destacada-mente las mexicanas, han funcionando como flotadores para sus corpo-rativos y han ayudado a apuntalar las inestables economías centrales, por lo cual las periferias están pagando el costo de la crisis generada por el capital mundial a costa de hundirse más en el subdesarrollo.

El capital financiero internacional controla las finanzas y socava la función de financiamiento a la actividad productiva; apenas contribuye con menos de 17 por ciento, uno de los aportes más bajos del mundo. Más de 90 por ciento de las ganancias de la banca provienen del en-deudamiento de los hogares debido al cobro de intereses y comisiones, además de los recursos del rescate bancario.

El carácter oligopólico les permite imponer cobros muy altos, a nivel de usura: los bancos extranjeros aplican en México 21 comisiones extras que no pueden cargar en sus países de origen (Bravo, 2006). El crédito al consumo, mediante las tarjetas de crédito, es una de las actividades más lucrativas y las tasas de interés son de las más caras, oscilan entre 32 y 66 por ciento, por arriba de Canadá (18-20 por ciento), España (8-25 por ciento) y Estados Unidos (8-16 por ciento), e incluso de otros países como Colombia y Venezuela (Román y Merlos, 2008). En México, el margen de intermediación bancaria es muy alto; el cobro por otorgar créditos supera hasta veinte veces lo que pagan a los ahorradores, quie-nes obtienen rendimientos inferiores a la inflación (Rodríguez, 2013). Para empresas y personas acceder a un crédito es un suplicio, pues ter-minan por trabajar para cubrir las obligaciones con el banco bajo un régimen de «servidumbre por deudas». Las bajas tasas pagadas a quienes depositan su dinero inhiben el ahorro: según los datos del Banco Mun-dial, entre 2011 y 2015 el ahorro bruto como porcentaje del pib en México fue de 20 por ciento, por debajo del registrado en economías emergentes como China (49.9 por ciento), Corea (34.5) e India (29.3) (Banco Mundial, 2015a).

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Resultado de los intereses usurarios, el crédito es oneroso e incos-teable. El nivel de penetración de la banca es raquítico, por lo que la gente tiene que recurrir a servicios financieros informales y las empresas al crédito de proveedores. El crédito interno al sector privado como porcentaje del pib es exiguo, entre 2011 y 2015 representó 31.1 por ciento, mientras que en Corea fue de 138 (Banco, Mundial, 2015b). En esa medida, apenas 16.2 por ciento de las empresas utilizan a los bancos para financiar la inversión, por debajo de Brasil (48.4 por ciento).

En los últimos años todas las ramas productivas disminuyeron su participación. Entre 1995 y 2012 el crédito al sector agropecuario bajó de 5.2 a 1.6 por ciento; el industrial de 24.7 a 20.0 por ciento; el de servicios de 31.3 a 22.0 por ciento y el de vivienda de 21.4 a 16.7 por ciento; mientras tanto se incrementó el crédito al consumo de 5.3 a 21.2 por ciento al sector público de 4.0 a 13.2 por ciento, esto es, la banca privada privilegia el sector no productivo pero más rentable, como el crédito al consumo, o más seguro, como el sector público (Clavellina, 2013). Así pues, ellos deciden cuánto, a quién y en qué condiciones prestan dinero, siempre en función de sus expectativas de ganancia.

Hacienda regresiva

El sistema fiscal mexicano favorece a las grandes corporaciones que pagan los impuestos más bajos del mundo, además de que gozan de varios privile-gios para evadir impuestos, diferir los pagos, alcanzar amnistía fiscal y obte-ner el reembolso de impuestos. El Código Fiscal de la Federación concede múltiples beneficios a las corporaciones para la devolución de recursos de-rivado de los rubros de Impuestos al Valor Agregado (iva), el Impuesto Empresarial a Tasa Única (ietu) y el Impuesto Sobre la Renta (isr), entre otros.

La Auditoria Superior de la Federación detectó a 20 grandes contri-buyentes de las industrias alimentaría, telefónica, electrónica, cervecera, refresquera y minera, entre otras, que concentraron los mayores montos de devoluciones de impuestos en 2011 (63 mil 891 millones de pesos).

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Todo con base en un sistema fiscal que castiga presupuestalmente a Pemex e induce la descapitalización, endeudamiento y privatización, y un sistema que aumenta los impuestos a la población trabajadora y a los pequeños y medianos empresarios.

El sistema tributario mexicano se distingue por ser uno de los más ineficientes e injustos en el mundo. Como proporción del pib, la recau-dación de impuestos es muy baja, tan sólo 19.7%, incluyendo los ingre-sos petroleros; es de las más bajas de América Latina y de los países de la ocde, donde se recauda un promedio de 34.1%. Esta situación contrae el gasto social e impone restricciones en la política monetaria. El pro-blema de fondo es la escasa base gravable gracias a los privilegios otor-gados a una parte sustancial del ingreso nacional representado por el capital, lo cual restringe la capacidad recaudatoria y reproduce el círcu-lo vicioso de baja recaudación, austeridad e inequidad social.

En cada ciclo parlamentario se busca gravar el consumo de alimen-tos y medicinas mediante el iva, lo cual no se ha logrado, pero no se plantea resolver el problema de la petrolización de los ingresos públicos ni, lo más importante, la injusta distribución del ingreso.

El motor económico del hampa

La economía que gira en torno a la producción, comercialización y consu-mo de sustancias enervantes y estupefacientes consideradas ilegales está sujeta a persecución penal pero dinamiza al capitalismo global. Autorida-des plegadas al conservadurismo toman como referente los daños en la salud pública y los efectos en las familias para decretar la ilegalidad de drogas como marihuana, cocaína, heroína y otras sustancias psicotrópicas, pero son más condescendientes con la existencia de un mercado de consu-mo compuesto por individuos y grupos sociales con cierto poder de com-pra, incluyendo algunas industrias, que hacen de las drogas una fuente de grandes rendimientos. Estados Unidos es el principal consumidor de dro-gas en el mundo (unodc, 2014). La conjunción de la política prohibicio-

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nista y la demanda persistente en los países desarrollados como Estados Unidos, Inglaterra, Escocia y Australia propician altos precios de las dro-gas ilegales. Los grandes bancos globales y los paraísos fiscales realizan millonarias operaciones de lavado de dinero y el vinculado tráfico ilegal de armas es un gran negocio para países como Estados Unidos, Inglaterra, Rusia, Ucrania, China y Francia. Nada menos en Estados Unidos 40 fabri-cantes e importadores de armas comercializan 3 millones de armas que en conjunto reportan más de 30 mil millones de dólares anuales (Proceso, 17 de marzo de 2011). En los países subdesarrollados de la región andina (Colombia, Bolivia y Perú), Asia (Afganistán y Pakistán) y México, dada las condiciones estructurales de pobreza y desempleo, existen redes de pro-ductores de drogas que asumen los riesgos legales y represivos. Además algunos movimientos armados participan en la producción para financiar sus actividades político-militares.

La cadena de valor de la droga puede ser flexible en su etapa de pro-ducción y distribución, pero está propensa al control militar y sujeta a pactos entre organizaciones locales y transnacionales, lo cual la preña de una alta dosis de violencia. El papel del Estado es ambiguo pero deter-minante para el funcionamiento de la economía criminal, por una parte, tiene la obligación legal de cortar el circuito productivo y comercial, pero al no hacerlo por incapacidad o colusión, pierde legitimidad; por otra parte, las autoridades suelen participar al negociar, dirigir o pactar con las organizaciones criminales el tráfico de drogas y la distribución de los espacios de distribución, con lo cual se impone una especie de gobernan-za mafiosa extralegal a costa de corromper el sistema político. La aparen-te estabilidad alcanzada por la connivencia entre el Estado y las organi-zaciones criminales que posibilita un control territorial y una disminución relativa de la violencia deriva en un «narco-Estado». La producción de enervantes como mariguana y amapola o la elaboración de heroína y me-tanfetaminas son actividades detonadoras de las economías locales y del tejido social impregnados de ese dinamismo, y por ello adoptan formas de socialización enmarcadas en la narcocultura, que a la postre redundan en formas diversas de degradación social y una espiral de violencia.

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El tráfico mundial de las drogas es uno de los circuitos comerciales más dinámicos de la economía global. La onu calculaba que moviliza-ba 500 mil millones de dólares en 1990 y 683 mil millones de dólares en 2013, lo cual representa 1.5 por ciento del pib mundial, la mayor parte del dinero negro (70 por ciento) se blanquea en los circuitos fi-nancieros controlados por los grandes bancos globales y los paraísos fiscales. Los países que participan directamente en la cadena de valor desarrollan una dependencia de las drogas. Por ejemplo, la economía de las drogas tenía una alta participación en el «triángulo andino»: en los ochenta en Bolivia las drogas representaban 75 por ciento del pib; en Colombia de 36 por ciento, y en Perú de 24 por ciento (Müller, 1994); en Afganistán la producción de heroína representa 9 por ciento del pib para 2010 (unodc, 2011).

Al enfocar la mirada en México, no existe mucha precisión sobre los datos clave de la economía criminal, pues las cifras dependen de la metodología, la fuente y el acceso a la información. Los datos son dis-cordantes: desde estimaciones que atribuyen a las drogas una participa-ción de 1 por ciento en el PIB, pasando por 7 por ciento, hasta elevarse a 40 por ciento. Las estimaciones más elevadas también consideran que 78 por ciento de las actividades económicas del país han sido infiltradas por el narcotráfico (Buscaglia, 2012), principalmente la minera, agro-pecuaria, farmacéutica, química y los fideicomisos (Gómora, 2012), además de que 72 por ciento de los 2,440 municipios están inmersos en las actividades ilícitas y 65 por ciento de las campañas electorales son contaminadas por el dinero sucio. De igual forma, algunas entida-des del país están sometidas a un mayor influjo criminal, sobre todo en las costas del Pacífico y el Golfo de México.

En términos estructurales, en el contexto de una economía estanca-da y promotora de precariedad e inseguridad laboral, la economía de las drogas se ha convertido en la principal generadora de empleos donde se ocupan 600 mil mexicanos (Rodríguez, 2011) y una de las principales fuentes de divisas: las estimaciones oscilan entre 18 mil y 45 mil millo-nes de dólares anuales (Franco, 2011). Incluso las organizaciones de

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criminales tienen sus propias bolsas de trabajo para reclutar personal especializado entre abogados, químicos, contadores, informáticos, cons-tructores, arquitectos, agroquímicos, notarios, pilotos y administradores, además de que los médicos, enfermeras y técnicos en comunicación son amenazados para que brinden sus servicios (Gómora, 2014). También se engancha a personal para actividades menos especializadas, pero más violentas, como sicarios y escoltas, o se recluta a «mulas» que cruzan la droga hacia Estados Unidos, para ello incluso se publican avisos clasi-ficados en los periódicos (Proceso, 11 de abril de 2012). Aunque tam-bién se estima que la violencia ha impactado de manera negativa en la producción, el empleo y la inversión, al pib representan 12 por ciento (Robles, Calderón y Magaloni, 2013).

La economía política mexicana registra un flujo de divisas producto de las actividades ilícitas que genera fuentes de empleo y activa circuitos económicos formales e informales, pero lo hace a un costo humano y político muy alto: los delitos atentan contra la vida y tranquilidad de personas y comunidades, el tejido social se desbarata y el entramado institucional se precipita por una profunda crisis de legitimidad.

En la era del gran capital monopolista, México se está especializando como una economía productora, exportadora y consumidora de drogas. En el territorio mexicano, especialmente en las intrincadas zonas mon-tañas florece el cultivo y procesamiento de amapola y mariguana; la capacidad instalada en laboratorios clandestinos permiten que se ocupe la segunda posición mundial como productor de heroína y que se fabri-quen metanfetaminas a partir de precursores químicos importados por los puertos de Manzanillo y Lázaro Cárdenas desde Oriente (Velázquez, 2015). La geografía mexicana ha sido dibujada siguiendo las rutas de trasiego de cocaína proveniente de Sudamérica con destino a Estados Unidos, el mercado de consumo más grande del mundo. Pero también nuestro país está creciendo en importancia para el consumo de drogas, especialmente desde que las organizaciones de traficantes mexicanas comenzaran a recibir como pago de los exportadores colombianos no sólo dinero o armamento sino drogas, como forma de pago en especie.

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La actividad exportador es la más dinámica de la economía mexica-na. Dentro de ella destaca la economía criminal. El Congreso mexicano estima que el crimen organizado representa 10 por ciento del pib, es decir, 150 mil millones de dólares con una gran variedad de delitos: el tráfico de drogas aporta 40 o 45 por ciento; el tráfico de personas, de 30 a 32 por ciento; la piratería, 20 por ciento y otras actividades ilícitas como el secuestro y la extorsión, complementan la bonanza económica criminal (cesop, 2012).

El rubro más boyante en la cartera de negocios de la mafia es el tráfico de drogas: los estupefacientes representan entre 60 mil y 70 mil millones de dólares. La ocupación de fuerza laboral es significati-va, el personal en esta actividad se estima entre 450 mil y 500 mil, lo cual supera tres veces la nómina de Pemex, la empresa insignia del país y soporte histórico de la hacienda pública, al menos antes de que el actual gobierno termine por desmantelarla. En la era del capital mono-pólico y el trabajo precario, la economía mexicana sufre estancamiento crónico e incapacidad estructural para crear empleo formal de calidad, y resulta que el gran empleador emergente es nada menos que la eco-nomía criminal.

Uno de los negocios más redituables de la economía mundial, con flujos comerciales ascendentes, es el que representa el tráfico de drogas. El desarrollo desigual imprime un sello particular en la división del trabajo criminal y en la organización del proceso de valorización que entrevera circuitos financieros, industriales y comerciales de capitales que alternan entre la legalidad y la ilegalidad. Los países especializados en la producción y trasiego de estupefacientes están ubicados en las periferias y por su posición subordinada caen presas de una dinámica de violencia, corrupción y deterioro de las instituciones del Estado y el sistema político, a la vez que se envilecen las relaciones sociales y los procesos democráticos pierden sentido. Los grandes centros económicos del mundo son los mayores consumidores de drogas y los grandes ope-radores de la economía criminal, pues en su ámbito de influencia se concentran las grandes masas de ganancia y se lava dinero, pero también

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se venden armas y diseñan políticas de intervención militar y policial para las periferias; en los centros el efecto nocivo está más focalizado en grupos sociales adictos al consumo de drogas que por su marginación resienten daños en la salud personal y afectación en el ámbito laboral, educativo y familiar.

Dinero negro progresivo

La economía criminal arroja grandes cantidades de dinero «negro» que requieren ser «lavadas» para insertarlas en los circuitos financieros y eco-nómicos de la economía legal. Estas operaciones se realiza, principalmente, en alguno de los 73 paraísos fiscales, principalmente en Suiza, Luxembur-go, Hong Kong, Emiratos Árabes Unidos, Liberia, Nigeria, Islas Caimán y Estados Unidos. Estados Unidos es el centro financiero del mundo y recep-táculo de los excedentes económicos generados en la mayor parte del orbe, lo cual incluye el dinero negro de la economía criminal. Estados Unidos estaría lavando la mayor parte del dinero mundial (Petras, 2001). Estos espacios denominados Centros Financieros Extraterritoriales (cfe) son jurisdicciones fiscales o demarcaciones acotadas legalmente que no exigen la residencia de los operadores financieros y representan una zona opaca con privilegios fiscales. Semejantes paraísos mueven cada años al menos unos 600 mil millones de dólares procedentes de actividades ilícitas como el narcotráfico, trata de blancas, trafico de personas o tráfico de armas, tam-bién encubren dinero producto de sobornos y corrupción, por lo que las sumas pueden alcanzar 1,500 millones de dólares. Se estima que la opera-ción de lavado de dinero representa entre 2 y 5 por ciento del pib mundial. El mercado mundial de las drogas ilegales forma parte esencial de la eco-nomía criminal global y del sistema capitalista mundial: ha procreado una fuerza industrial que soporta muchas economías nacionales y locales en diversas partes del mundo. Para el funcionamiento de la economía del narcotráfico es indispensable el funcionamiento libre o medianamente re-gulado de los paraísos fiscales, que en conjunto son una de las principales

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fuentes de liquidez del capitalismo contemporáneo conseguidas no a partir de la inversión, el trabajo y el ahorro, sino sobre la base del crimen, la vio-lencia y la inseguridad.

Las corrientes de dinero ilícito soportan la economía del narcocapi-talismo. Pujantes circuitos financieros y círculos empresariales, políticos y judiciales que actúan en ámbitos impregnados por la respetabilidad burguesa están irrigados por esa liquidez espuria. Las mejores artes de la gestión empresarial imprimen bríos al negocio de los narcóticos y otros delitos asociados; por lo que no es extraño que el comportamien-to de la economía criminal tenga semejanza con el patrón capitalista: promueven sus productos y sacan al mercado productos nuevos, dispu-tan el mercado entre empresas, reinvierten parte de sus ganancias y acumulan grandes fortunas; sin embargo es un negocio peculiar porque sus productos representan un peligro para la salud pública, recurren a la violencia armada para controlar los mercados, no pagan impuestos pero sí sobornos. El esquema de negocios impulsa a diversificar la co-misión de delitos para reducir los costos de producción, de manera que simultáneamente pueden traficar droga y personas aprovechando las rutas, redes de protección y logística. Obviamente el capital criminal está compenetrado en la dinámica global del capital. Las empresas criminales operan diversos giros de negocio, además de la consabida venta de dro-ga o contrabando trafican drogas, personas y órganos; también se dedi-can a la trata de mujeres y otras actividades lícitas. Una característica peculiar es que en éstos sectores fluye mucho efectivo, como en la acti-vidad turística y su racimo de hoteles, centros nocturnos, alquileres de autos y restaurantes; el mercado inmobiliario, la compraventa de carros, joyerías y obras de arte; aunque la mayor parte de transacciones mone-tarias se canalizan mediante bancos, remesadoras, casas de cambio y empeño. El flujo compulsivo de dinero sucio transita de la ilegalidad a la legalidad con rapidez y sin dejar huella con el solo cometido de valo-rizarlo según la lógica del dinero progresivo.

A partir de investigaciones del Senado de Estados Unidos sobre operaciones de lavado de dinero en Medio Oriente y México, el banco

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británico hsbc aceptó haber lavado miles de millones de dólares proce-dentes del narcotráfico, contrabando de armas y terrorismo. En particu-lar desde las sucursales mexicanas se habrían enviado a Estados Unidos siete mil millones de dólares sólo de 2007 a 2008 para su blanqueo. Sin embargo la multa de 1 mil 900 millones de dólares impuesta a hsbc en Estados Unidos equivale a sólo cinco semanas de ingresos del banco y a menos de 10 por ciento de sus ganancias de capitalización de un se-mestre (Redacción AN, 14 de diciembre de 2012). El Banco pagó una multa de apenas 369 millones de pesos a la Comisión Nacional Banca-ria y de Valores de México por el lavado de dinero (González, 26 de julio de 2012). Más adelante, para contener las reiteradas acusaciones de lavado de dinero, el banco ha tenido que pagar para que las investi-gaciones en su contra se cierren, como lo hizo con la Fiscalía General de Ginebra a quien pagará 43 millones de dólares. También Banamex-Citigroup ha sido investigado y multado por operaciones de lavado de dinero (Bloomberg, 2015).

Empresarios de cuello blanco y narcotraficantes asoman la cabeza en la hidra criminal que se alimenta de dinero turbio y engulle a diver-sos sectores sociales. Ante el clima de inseguridad y la impotencia del Estado, algunos empresarios mexicanos han establecido pactos con el crimen organizada para obtener los servicios de transporte, protección, comercialización y custodia. En el extremo, la prestación de servicios abarca actividades propias de una empresa capitalista, pero por otros medios, como el cobro extrajudicial o la eliminación de competidores. Además se realizan alianzas para incurrir en el robo y venta de combus-tibles y minerales, un filón del pujante extractivismo.

La clase política también se ha aceitado con el dinero ilícito. La campañas electorales de todos los partidos están financiadas por orga-nizaciones criminales y las autoridades, mandos militares y policiales son sobornados. Para que el dinero se destile a las alcaldías, gubernatu-ras, legislaturas, magistraturas y otras instituciones los beneficiarios requieren que perdure la corrupción y la impunidad. El sistema político mexicano está compenetrado por la economía criminal y sus circuitos

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dinerarios empapan las instancias de representación y las procuración de justicia.

CONCLUSIóN

Con todo, la buena gobernabilidad, precepto caro a la ideología dominante, se hace pedazos con las múltiples señales de la profunda crisis: a) el Estado ha sido capturado por el poder del capital monopolista (especulativo, ex-tractivo, maquilador, criminal) que ha vaciado de contenido y pertinencia social al entramado institucional y los procesos democráticos; b) los poten-tados se enaltecen y enriquecen con la corrupción imperante a costa del descrédito público, la perversión de la representación política y la derechiza-ción del sistema de partidos; c) las reformas neoliberales amplían los espa-cios de valorización del capital en detrimento del desarrollo humano, el bien común, la justicia social y la democracia; d) el mantenimiento del orden establecido mediante políticas coercitivas y punitivas que incluyen la cri-minalización de los pobres, la censura de medios de comunicación y la exclusión de grandes sectores a una educación pública de calidad; e) el Estado se confunde con el crimen organizado, no sólo porque la violencia estatal, los operativos policiaco-militares y los grupos delictivos hacen fue-go cruzado teniendo a la sociedad civil en medio sino también por la co-rrupción rampante en los ámbitos gubernamental, legislativo y judicial que en colusión con grupos financieros y empresariales incurren en la comisión de delitos para amasar fortunas sin importar que con ello se destruyan vi-das humanas, se desmorone el principio de convivencia pacífica y el miedo adquiera la ralea de dispositivo de una gobernanza autoritaria.

Cuando impusieron el modelo, los promotores nacionales adictos a la ideología neoliberal propalaron un magnificente discurso que anun-ciaba el nuevo mantra del desarrollo con la apertura de la economía al exterior, la desregulación de la actividad empresarial y la privatización de los activos públicos. Para quien se dejara seducir, el futuro parecía prometedor, pues la anquilosada economía nacional postrada en el atra-

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so sería preñada de nuevos bríos y más pronto que tarde el país reco-braría la capacidad de crecimiento, crearía suficientes empleos formales de calidad, recuperaría el nivel de los salarios reales y terminaría con el fantasma de la pobreza que asolaba a la mayoría de la población. En una palabra, el país se modernizaría.

La testaruda realidad ha desmentido puntualmente el discurso oficial durante los más de treinta años. En lugar de que se ejecutara la sinfonía del crecimiento económico se escuchan las lánguidas notas de un estan-camiento crónico con pautas de 2.4 por ciento de crecimiento promedio anual del producto interno bruto (pib); la promesa de abrir fuentes de empleo para todos se ha topado con un régimen de empleos de la peor calaña: informales, precarios e inseguros, y el síndrome de la desesperan-za aflora con la propagación del desempleo, la migración y la criminalidad; lejos de incrementar el poder adquisitivo de los asalariados y mejorar la calidad de vida del pueblo, la estrepitosa caída libre del salario real alcan-za 78 por ciento desde principios de los ochentas y el fantasma de la pobreza cubre a casi 70 por ciento de la población, una parte de la cual padece las peores condiciones de hambre; en lugar de configurar un sis-tema productivo articulado y equilibrado el capital productivo cambió de rosto al extranjerizarse y empeoró la enfermedad de la «heterogeneidad estructural», las cadenas productivas fueron resueltamente desmanteladas como si fuesen tumorales, la desindustrialización adquirió el nombre de maquiladora y la agricultura tradicional fue enterrada.

De acuerdo a su propia mística, no es osado decir que el modelo neoliberal ha sido exitoso, pues se trata de un proyecto de clase —no de un proyecto para generalizar el desarrollo humano— que sólo pre-tende reconcentrar el ingreso, el poder y la riqueza (Harvey, 2007) en manos de una delgada élite social, privatizar bienes públicos y comunes, abrogar derechos sociales y subordinar a la mayoría de las clases socia-les. Los más ricos se han convertido en multimillonarios (llámese plu-tocracia o plutonomía) y figuran en las listas anuales de los hombres más ricos del planeta (por más que la metodología de esas publicaciones sea cuestionable).

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El derrotero de la economía mexicana se ha traducido en la polari-zación extrema de la sociedad mexicana entre un minúsculo grupo de ricos y una gran masa empobrecida. Entre los más afectados están, por ejemplo, los jóvenes que no pueden acceder a un trabajo o a la educación, y no por decisión individual sino por una exclusión deliberada del mo-delo económico. La expansión de la pobreza ha sido tratada con pro-gramas de subsidios focalizados que no cambian las condiciones de vida, pero generan una base social de respaldo al régimen económico-político, amén de que los pobres son un mercado cautivo para usureros, la nueva banca y las microfinanzas, que en conjunto promueven la llamada ser-vidumbre por deudas, sintetizada en el eslogan «pagos chiquitos» que a la postre significan, aún percibiendo un salario insuficiente, la eroga-ción de montos varias veces mayores al precio real del producto o ser-vicio consumido.

El desmadejamiento del tejido social y la exclusión social forman un caldo de cultivo para la propagación de múltiples actividades delictivas y propicia que las organizaciones criminales recluten entre los excluidos a los nuevos miembros que caen seducidos por la promesa del dinero fácil y el tren de vida acelerado, sin importan que la ofrenda al dios del dinero sea la destrucción de vidas humanas.

El saqueo deliberado del país por el neoliberalismo económico ex-cluye toda posibilidad de desarrollo económico y social y de protección a la naturaleza. Las transformaciones económicas y las reformas que las acompañan tienen como propósito asegurar y legalizar el despojo y la explotación de las riquezas del país y del fondo de vida de la población, todo a nombre de la modernidad y el progreso.

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LA ECONOMÍA POLÍtICA EMPÍRICAMENtE FUNDAMENtADA E HIStóRICAMENtE

CONtEXtUALIzADA DE CELSO FURtADO

James M. Cypher*

resumen: Celso Furtado, creador de la economía política estructuralista latinoamericana, llamó la atención del mundo con la construcción de un proyecto factible de desarrollo nacional para Brasil. Sofisticado defensor del cambio estructural, Furtado representó a un reformismo radical y de van-guardia basado en el análisis pragmático del subdesarrollo, «la» condición subyacente de las naciones periféricas. El objetivo de este artículo es ofrecer tanto una síntesis como una evaluación de sus contribuciones al campo de la economía política como parte de la teoría del desarrollo. La hipótesis central de este artículo plantea que la postura metodológica y analítica de Furtado —en particular el enfoque dinámico e históricamente contextuali-zado y la tendencia a centrar el desarrollo en la capacidad tecnológica— merece más amplia aceptación y mayor aclamación. Una hipótesis adicional sostiene que, si bien el trabajo de Furtado se asemeja al trabajo del institu-cionalismo radical estadounidense en su etapa inicial (particularmente el trabajo de Veblen), tanto Furtado como sus seguidores perdieron la impor-tante oportunidad de explorar complementariedades y sinergias que quizá hubieran forjado una perspectiva más robusta para renovar el desarrollismo furtadiano en la actualidad a lo largo de América Latina.

palabras clave: Celso Furtado, desarrollismo, estructuralismo, depen-dencia, especificidad histórica.

* Profesor-investigador del Doctorado en Estudios del Desarrollo de la Universidad Autónoma de Zacatecas, México. «The Origins of Developmentalist Theory: The Empirically-Based, Historically-Contextualized Political Economy of Furtado», International Journal of Political Economy (2015), here translated and published by permission of Taylor y Francis, llc. http://www.tandfonline.comTraducción de Cynthia Arredondo Cabrerra

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abstract: Celso Furtado, a creator of Latin American Structuralist Political Economy, was riveted upon the construction of a viable natio-nal development project for Brazil. As a sophisticated advocate for structural change, he represented forward-looking reformism based in a pragmatic analysis of underdevelopment, «the» underlying condi-tion of peripheral nations. The objective of this article is to offer both a synthesis and an evaluation of his contributions to the political eco-nomy of development economics. The hypothesis of this article is that Furtado’s methodological/analytical stance —in particular, his dyna-mic, historically-contextualized, approach and his tendency to center development on technological capacity— merits broader acceptance and greater acclaim. An ancillary hypothesis maintains that, while Furtado’s work paralleled that of early US institutionalism (particu-larly that of Veblen), he and his followers have thus far missed an im-portant opportunity to explore the complementarities and synergies that might have been forged to renovate the Furtadian developmenta-list perspective.

key words: Celso Furtado, developmentalism, structuralism, depen-dence, historical specificity.

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INtRODUCCIóN

Celso Furtado (1920-2004) ha sido, en todos los sentidos, el econo-mista más aclamado de Brasil. Su larga carrera profesional fue des-tacada en casi todos los aspectos. A temprana edad su investigación

ya había logrado ser ampliamente distribuida en el mundo angloparlante.1 Furtado tuvo la gran fortuna de estar situado en el lugar preciso para con-vertirse en el creador y desarrollador de la economía política estructuralista latinoamericana al haber sido seleccionado por Raúl Prebisch para liderar la División de Desarrollo Económico (1950-1957) en la recién formada Comisión Económica para América Latina y el Caribe (cepal) con sede en Chile. Furtado se integró a la cepal en 1949, luego de haber terminado su tesis de doctorado en la Sorbona en 1948. Después de haber experimenta-do un compañerismo muy cercano al ser miembro del grupo de economis-tas más innovador e influyente de Latinoamérica —contando además con la tutoría de Prebisch—, Furtado se instaló en Cambridge, Inglaterra, don-de por un año trabajó con N. Kaldor y otros eminentes keynesianos. Fue durante este periodo que termina su libro más citado, impreso en 1959 y subsecuentemente traducido al inglés y publicado como The Economic Growth of Brazil (Furtado, 1971). Este trabajo se ha mantenido, incluso en el siglo xxi, como un hito del análisis económico (De Araújo, Macambira y Teixeira, 2009).

En 1958 regresó a Brasil para trabajar, hasta 1964, como asesor económico nacional y formulador de políticas. Justo antes de su exilio en 1964 —resultado de un golpe de Estado militar respaldado en su totalidad por el gobierno de Estados Unidos— la búsqueda de Furtado de políticas desarrollistas factibles para el paupérrimo noreste de Brasil, lo impulsaron a abogar abiertamente por una reforma agraria. Esta si-tuación lo llevó a enfrentar el primer revés de su carrera: en 1963 fue

1 El ensayo de Furtado «Capital Formation and Economic Development» («Formación de capital y desarrollo económico») fue publicado en Brasil en 1951; subsecuentemente, esta publicación apare-ció en inglés en International Economic Papers, núm. 4, en colecciones de literatura de más amplia distribución sobre la economía del desarrollo (Agarwala y Singh, 1958).

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cesado de su posición como ministro de Planeación de Brasil. En el exilio Furtado inició una nueva carrera como profesor en la Universidad de París I (1965-1980). Durante este periodo dejó de centrar su atención en la construcción de un proyecto factible de desarrollo nacional. Como era de esperarse, en lugar de ello su enfoque analítico cambió drástica-mente otorgando mayor relevancia al papel del capital transnacional en la desnacionalización de la base productiva; un proceso que llevó a la creación de estructuras de dependencia nacional en los países periféricos. Para 1979, Furtado pudo regresar a Brasil, donde ocupó una variedad de posiciones como funcionario público experto y como formulador de políticas públicas hasta su muerte en 2004. Fue durante este periodo cuando Furtado, maduro a base de pruebas de fuego, renovó su enfoque, ahora esencialmente optimista, sobre las potencialidades de lograr a través de la construcción creativa un proyecto factible de desarrollo na-cional. Es importante señalar que la bien pensada postura de Furtado fue criticada por muchos, como F. H. Cardoso —presidente de Brasil de 1995 a 2002 y creador de la teoría del «desarrollo dependiente aso-ciado»—, quien argumentó que «la confianza de Furtado en la capacidad del Estado para planear y liderar un proceso endógeno de desarrollo autosuficiente era exagerado» (Cardoso, 2005: 5).

En el intento de analizar la vasta carrera de Furtado, es importante comprender que fue un líder que se infiltró muy sofisticadamente en las estructuras gubernamentales para avanzar de manera exitosa en el impul-so de un cambio estructural. Él representó un reformismo de vanguar-dia basado en el análisis pragmático del subdesarrollo como la condición subyacente de las naciones periféricas (generada siglos atrás a través del ejercicio del poder colonial). Esta condición, sostenía Furtado, no cons-tituía una etapa y podía ser trascendida a través de la planeación de proyectos, la capacidad del Estado y una reconstrucción institucional.

A lo largo de su vida, Furtado publicó de manera regular un gran número de artículos y libros —una exhaustiva obra que ha sido re-cientemente reanalizada— principalmente en Brasil (véase, por ejem-plo, Boianovsky, 2008; Corsi y Camargo, 2010; Guillén y Vidal, 2008;

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Mallorquin, 2005; Tavares, 2000). Sin embargo, fuera de Brasil y en general en Latinoamérica, el aporte de Furtado al desarrollo ha sido poco reconocido: como muestra se omitió cualquier referencia a Furtado en la primera edición de The New Palgrave: Economic Development, su nombre fue mencionado apenas una vez en The Origins of Development Economics e increíblemente fue excluido de Fifty Key Thinkers on Development (Eatwell, Milgate y Newman, 1989; Jomo y Reinart, 2005; Simon, 2006).

No es el objetivo de este artículo presentar una disección detallada de las obras de Furtado, tampoco el hacer una exploración en «la historia del pensamiento». Más bien este artículo ofrece tanto una síntesis como una evaluación de sus contribuciones a la economía política dentro de la eco-nomía del desarrollo. Este artículo no es un ejercicio exegético de la histo-riografía de las ideas; es un esfuerzo para identificar las aportaciones de Furtado a la economía política en 1) el estructuralismo, 2) la contextuali-zación histórica, y 3) la capacidad tecnológica, lo cual podría facilitar la reformulación de una política de desarrollo posneoliberal. La hipótesis de este artículo sostiene que la postura metodológica-analítica de Furtado —en particular su enfoque dinámico de contextualización histórica, así como su tendencia a centrar el desarrollo en la capacidad tecnológica— merece más amplia aceptación y mayor aclamación. Una hipótesis adicional sostiene que, si bien el trabajo de Furtado se asemeja al trabajo del institu-cionalismo estadounidense radical en su etapa inicial (particularmente el trabajo de Veblen), tanto Furtado como sus seguidores perdieron la impor-tante oportunidad de explorar complementariedades y sinergias que quizá hubieran forjado una perspectiva renovada del desarrollismo furtadiano; problemática analizada en la última sección de este artículo.

SItUANDO A FURtADO: ¿QUÉ ES LA «CIENCIA» ECONóMICA?

Por lo menos en Brasil ha habido intentos acríticos de delimitar la «econo-mía» en tres distintas áreas —microeconomía, macroeconomía y economía del desarrollo— sin tomar en cuenta el hecho de que, en buena medida, tal

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intento de delimitación ensombrece las mutuas tensiones y las incon-gruencias contenidas en esta triple división (véase Bresser-Pereira, 2007: 14-17). Por ejemplo, como es cada vez más evidente, la microeconomía neoclásica ha establecido una prolongada guerra contra la existencia de cualquier intento de demarcar la macroeconomía como un campo de aná-lisis independiente a través de la campaña de «micro-fundamentos de la macroeconomía».2 Mientras tanto, la economía del desarrollo ha sido sumariamente descartada como un campo de estudio separado, particu-larmente por uno de los más célebres macroeconomistas —un individuo sin absolutamente ningún tipo de credenciales (o análisis) que ofrecer, lo que podría haber legitimado su intervención—.3 No obstante, este ataque ha resonado dentro, y aún más allá de la propia economía del desarrollo. Aparentemente, fue suficiente que un aclamado economista del campo del comercio exterior («validado» al recibir el Premio en Ciencias Económi-cas del Banco de Suecia, también conocido popularmente como Premio Nobel de Economía) haya acusado a los principales economistas del de-sarrollo de ofrecer no más que meras presentaciones retóricas, creando de ese modo una «nueva escuela del desarrollo [basada] en metáforas suges-tivas, realismo institucional (sic), razonamiento interdisciplinario y una actitud relajada hacia la consistencia interna».4 De acuerdo con esta auto-proclamada «autoridad», «la teoría del desarrollo fue abandonada» por-que «las investigaciones clásicas sobre el campo comenzaron a parecer […] simplemente incomprensibles» (Krugman, 1995: 23). Esta misma «autoridad» afirmó, arrogantemente, que «la economía del desarrollo era

2 Para un análisis de su trayectoria enfocada a la economía del desarrollo, véase Herrera (2006); para un crítica amplia y devastadora de su trayectoria, ahora ligada al surgimiento de la hegemonía neoliberal en un análisis económico ortodoxo, véase Mirowski (2013).3 Véase Krugman (1995), «The Fall and Rise of Development Economics», op. cit. Este capítulo es asignado ampliamente a los estudiantes de nivel licenciatura en las «mejores» universidades de Estados Unidos.4 En el texto original de la conferencia de Krugman sobre el modelo de Ohlin, presentada en la Stockholm School of Economics en el otoño de 1992, incluye esta cita y una serie de burlas simila-res que fueron eliminadas de la versión publicada en 1995. El texto original de la conferencia puede consultarse en http://web.mit.edu/krugman/www/dishpan.html

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de estilo arcaico, aún para su propio tiempo» (Krugman, 1995: 24). El elemento que reforzó su diatriba fue la revelación de una imperdonable naturaleza transgresora de los «pioneros del desarrollo» (incluyendo a Albert Hirschman, Arthur Lewis, Gunnar Myrdal y Paul Rosenstein-Rodan), pues, según dijo el «experto» autoproclamado, fracasaron en la construcción de modelos. Esto colocó todos los esfuerzos de los economis-tas del desarrollo afuera de los límites de la «economía», dado que «la teoría económica es esencialmente una colección de modelos» (Krug-man, 1995: 27). Irónicamente, la fecha de publicación de estas «observa-ciones» coincidió con la publicación de la crítica a la economía ortodoxa de Heilbroner y Milberg, la cual resaltó la «extraordinaria indiferencia» de los profesionales dentro del paradigma dominante, quienes no tienen absolutamente ninguna preocupación por encontrar las conexiones entre su manía de construcción de modelos teóricos y la realidad (Heilbroner y Milberg, 1995: 3-4). Al respecto, estos autores encontraron evidencia de una profunda espiral analítica descendente que había dejado fuera a la corriente predominante de los llamados «mejores» economistas neoclá-sicos (como Krugman) de las corrientes históricas que han definido la economía política como un campo de estudio (como Smith, Ricardo, Marx, Mill, etcétera). La economía neoclásica contemporánea, argumen-taron, ha clasificado todas las cuestiones que le resultan imposibles de analizar dentro del marco de sus modelos matemáticos como «problemas no económicos» (Heilbroner y Milberg, 1995: 7).

Las tendencias apoyadas por Truman, y las que Heilbroner y Milberg deploraron, ganaron ímpetu hacia mediados de la década de 1990 con-vergiendo con la creación y propagación del modelo del equilibrio ge-neral dinámico estocástico (egde), el cual se convirtió en el enfoque dominante de todo análisis macroeconómico en las universidades de élite, incluyendo la teoría del crecimiento (que, según los neoclásicos abarca el «desarrollo»).

Aquí se presenta una descripción reciente del modelo egde ofrecida por el Comité de Ciencia y Tecnología de la Cámara de Representantes de Estados Unidos:

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El término «general» abarca […] todos los mercados en la economía. «Equili-brio» [significa] un balance entre oferta y demanda […] y la competencia reinan en los mercados sin ser la existencia de la escasez […] o el desempleo […] «Estocástico» corresponde a […] la aleatoriedad manejable […] que consiste en eventos inesperados […] pero asume que los agentes del modelo pueden asignar una probabilidad matemática correcta a [todos] esos eventos.Los agentes […] son dotados de […] clarividencia. Inmortales, ven el final de los tiempos y son conscientes de todo lo que posiblemente pudiera ocurrir […]; sus de-cisiones son siempre instantáneas y nunca incorrectas [...] todos [...] los individuos o empresas tienen necesidades y gustos idénticos [...] que como «optimizadores» persiguen con ilimitado interés individual y pleno conocimiento [...] (citado por Mirowski, 2013: 276, cursivas añadidas).

Ante las estrepitosas críticas hacia este modelo y su enfoque, de reciente formulación, junto con el inicio de la Gran Recesión a finales de 2007, los practicantes de la ortodoxia han buscado evadir e ignorar estas críticas aferrándose, cada vez más, a su consagrado enfoque del egde (Mirowksi, 2013: 276-294).

Con el cambio de milenio, el enfoque de Furtado al desarrollo (y cualquier otro enfoque que no derive de los supuestos del modelo egde) fue enteramente adjudicado al rubro de los temas «no económicos», asi-mismo declarado como «incomprensible». No obstante, una modesta contracorriente conocida algunas veces como «heterodoxia» —que inclu-ye los enfoques del institucionalismo vebleniano y del «neo-schumpete-rianismo» sobre el tema del desarrollo, así como el análisis económico «evolutivo»— ha persistido en cierta medida. Es en esta contracorrien-te que encontramos a aquellos que trabajan en el tema de la teoría eco-nómica del desarrollo; aquellos que no se circunscriben en el cada vez más esperpéntico discurso neoclásico. Sobre todo, en Brasil, particular-mente desde finales de 2002, cuando el poder del Estado se desplazó hacia las fuerzas progresistas nacionalistas, una postura heterodoxa emergente en la política pública fomentó el resurgimiento del desarro-llismo furtadiano, denominado como «nuevo» o «neodesarrollismo» (Bresser-Pereira, 2011; Cypher, 2012).

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EL EStRUCtURALISMO DE FURtADO

Furtado se doctoró en la Sorbona bajo la guía de destacados estructuralis-tas franceses e historiadores económicos, incluyendo especialmente a F. Perroux:

Perroux (1939) definió la economía estructural como la ciencia de las relaciones que caracterizan un sistema económico situado en determinados tiempo y es-pacio. Central para el enfoque de Perroux era la visión de que por encima de los «elementos que se dan por sentados» de la teoría neoclásica (preferencias, re-cursos y tecnología), el análisis de las instituciones y las estructuras en el tiem-po tendrían que situarse en el centro mismo del análisis económico. Una im-portante e innovadora contribución de Perroux apunta a su teoría de la dominación, que es central en la construcción conceptual [de la cepal] de un sistema económico: en lugar de estar constituido por relaciones entre [entida-des] iguales, el mundo económico se conceptualiza a partir de relaciones ocultas o explícitas de «fuerza», «poder» y «limitaciones sociales» entre entidades do-minantes y entidades dominadas (Blankenburg, Palma y Tregenna, 2008: 3).

No obstante, Furtado señaló que el estructuralismo de la cepal no se basaba directamente en Perroux; más bien, este método se fundaba parcialmente en un análisis dinámico de lo que era —y es— considerado como «parámetros no económicos en modelos macroeconómicos», tal como la estructura agraria, el atraso tecnológico, el desempleo, «el con-trol de las empresas, la composición de la fuerza laboral, etc.» (Furtado, 1987: 209-10). La problemática más profunda tiene que ver con quién ocupa la posición hegemónica ideológica para delimitar el campo de estudio y así, de manera arbitraria y apriorística, considerar como temas «no económicos» todos aquellos que no son fáciles de incorporar dentro de los angostos límites de los modelos económicos basados en supuestos de una nación desarrollada sujeta a condiciones de competitividad per-fecta impulsada por tendencias armoniosas, estables, de equilibrio óp-timo de los mercados y con condiciones de «información perfecta» del individualismo metodológico.

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Debido a su educación en Francia y al rápido ascenso en la cepal, Furtado desarrolló sus ideas estructuralistas medulares en estos dos únicos ambientes, no contaminados por las condiciones de la espiral descendente que arrasó la rama de las ciencias económicas en las déca-das de 1930 y 1940. En este descenso se encuentra la participación de L. Robbins, quien buscó, siendo director de la influyente London School of Economics en 1929, redefinir «el campo de estudio» de la «ciencia económica». En 1932, Robbins publicó la primera edición de An Essay on the Nature and Significance of Economic Science (Ensayo sobre la na-turaleza e importancia de la ciencia económica), cuyo objetivo era reescri-bir la historia para obliterar el reconocimiento que A. Marshall había otorgado a los métodos y análisis de la escuela histórica alemana (Hod-gson, 2001: 95-112). Robbins acuñó el popular argumento de que la «ciencia económica» podría estar interesada únicamente en la asignación de recursos escasos (bajo condiciones de pleno empleo sin capacidad ociosa) para determinados fines. Esta «definición» de los límites del aná-lisis pretendía aplicarse a todo régimen socioeconómico sin importar el tiempo o lugar en que éstos se ubicasen. «Robbins vio la economía como la exploración a priori de las deducciones de los axiomas de la elección racional» (Hodgson, 2001: 209). «La economía ya no tendría un campo institucional o histórico específico de análisis» (Hodgson, 2001: 207).

Robbins buscó, y eventualmente alcanzó la hegemonía intelectual sobre los «teóricos generales» quienes no «[...] reconocen el problema de la especificidad histórica porque creen que la economía puede ente-ramente proceder sobre la base de supuestos universales e históricamen-te indefinidos» (Hodgson, 2001: 28). Posteriormente, en 1974 Robbins ayudó a formar la influyente Sociedad Mont Pèlerin, estableciendo ahí los fundamentos de una doctrina que sería después conocida como neo-liberalismo (Mirowski, 2013: 6-8). Su ensayo formativo de 1932 creó una inercia gigantesca que rápidamente deslegitimó cualquier forma de análisis económico, salvándose los ejercicios deductivos más obtusos y estériles cobijados por un rígido neoclasicismo y la teoría de la escuela austriaca. Parte de esta deslegitimación se debió a la disposición de J.

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Schumpeter de dirigir acusaciones sumamente injuriosas (incluyendo incompetencia) contra la escuela histórica alemana y Veblen (Schum-peter, 1930). Poco después, en 1947, P. Samuelson facilitó la consolida-ción de la hegemonía ideológica de los planteamientos de Robbins, pues su texto introductorio marcó una nueva época al definir estrechamente los parámetros y límites de lo que los entendidos en el tema pudieran analizar en la rama de la llamada «ciencia» económica, dejándolos en un mundo estático y ahistórico.

En el mismo momento en que la campaña de Robbins, Schumpeter y Samuelson abrumó a los defensores de la economía política, la escuela estructuralista latinoamericana, en su estado embrionario —inmersa en su entorno distinto y distante—, se materializó rápidamente. La «proble-mática» del «desarrollo» fue percibida como un nuevo campo que de-mandaba un método separado de análisis, como Furtado repetidamen-te señaló. Tres son las situaciones que se pueden distinguir en el avance del estructuralismo latinoamericano, a saber: 1) el relativo aislamiento de la cepal de la metodología predominante que impactó ampliamente la ciencia económica anglosajona; 2) la condición de independencia ins-titucional al ser el primer centro de investigación de la Organización de las Naciones Unidas (onu) que se estableció en el Sur global, y 3) la irrelevancia de la corriente económica predominante para el análisis de estructuras económicas heterodoxas —reconocidas incluso por muchos de los economistas de la corriente predominante, quienes ayudaron a im-pulsar la economía del desarrollo después de la Segunda Guerra Mundial—, circunstancias que permitieron a Furtado y sus colegas establecidos en Santiago de Chile avanzar sin mayores impedimentos (momentáneamen-te) en su propia investigación fundada en explicaciones estructuralistas.

¿DESARROLLO AUtÉNtICO O «DEPENDENCIA»?

Dado que la matriz para la determinación y análisis del «condicionamiento» de fuerzas y factores puede ser dividida (esquemáticamente) en elementos

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endógenos/exógenos, los economistas de la cepal, en particular Furtado durante su exilio, presentaron su versión «estructuralista» de la teoría de la «dependencia». Esta versión, aunque superficialmente similar, se diferen-ciaba bastante de la versión propuesta por A. G. Frank, así como de las de los seguidores de la teoría del sistema mundo (Blankenburg, Palma y Tre-genna, 2008; Cypher, 1979; Palma, 1978). El objetivo del trabajo de la cepal no era abandonar el estudio de la formación nacional del subdesa-rrollo, tampoco negar la contribución de los países subdesarrollados a las causas primordiales de su condición; más bien el objetivo era aportar un «enfoque integral [...] para incrementar nuestro conocimiento acerca de los vínculos entre las relaciones externas y las formas internas de la dominan-cia social» (Furtado, 1987: 210). En la búsqueda de diversos aspectos de la «dependencia estructural», nuevas fuerzas y factores —incluyendo el Es-tado y las firmas transnacionales— fueron puestos en el primer plano del análisis. No obstante, los economistas de la cepal teorizaron inadecuada-mente el Estado, desaprovechando la oportunidad que tuvieron de hacerlo (Alavi, 1982; Cypher, 1990).

El nombre de Furtado ha sido constantemente asociado con la teo-ría de la «dependencia», sin embargo el enfoque de Furtado sobre el desarrollo no tenía nada en común con el muy conocido argumento del pensamiento desarrollista que señala que el desarrollo autónomo era imposible. Furtado argumentó que «una reestructuración para superar el subdesarrollo se basa más en un ordenamiento integral que en el or-denamiento proporcionado por los mercados, y tal ordenamiento sólo es posible a través de la planificación» (Furtado, 1987: 225 cursivas añadidas). Esta planificación debería incluir la diversificación de las exportaciones, como la que se había logrado en Japón a través de su Ministerio de Co-mercio Internacional e Industria (Furtado, 1987: 224). En rechazo a la «ortodoxia marxista», la planificación sería parcial y limitada, pues so-lamente «ciertas decisiones pueden ser centralizadas de manera favorable», como la dispersión geográfica de la base industrial o «el incremento de la importancia relativa de las industrias de bienes de capital» (Furtado, 1970: 193-194). En resumen, la «dependencia» externa es un elemento

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dado de la estructura del subdesarrollo y no necesariamente consigna a las naciones a un estado de perpetua degradación, particularmente por-que el Estado tiene la capacidad potencial de emplear los excedentes económicos en la promoción de políticas de redistribución del ingreso y «desarrollo auténtico» (véase recuadro 1) a través de un proceso cons-tructivo de «“desestructuración” social» (Furtado, 1987: 224-225).

Recuadro 1Pre-requisitos para un «Desarrollo Auténtico»

•Con el objetivo de alcanzar un elevado índice de desarrollo, confor-me a criterios verdaderamente sociales, tendremos que llevar a cabo algunos cambios importantes en nuestras estructuras básicas.

•[Debemos] crear las condiciones para un cambio rápido y eficaz en la estructura agraria arcaica del país.

•Tenemos que andar intrépidamente el camino del cambio consti-tucional que permitirá una reforma agraria y un cambio radical de la administración gubernamental del sistema fiscal y de la estruc-tura bancaria.

•Debemos subordinar la acción de Estado a una definición clara de los objetivos del desarrollo económico y social.

•Debemos tener estatutos legales para subordinar la acción del ca-pital extranjero a los objetivos del desarrollo económico y a los re-querimientos de una independencia política.

•Y sobre todo, todos debemos tener un plan para el desarrollo eco-nómico y social compatible con nuestras posibilidades y en confor-midad con las aspiraciones de la gente.

Fuente: Furtado, 1963, pp. 534-535.

El enfoque estructuralista presentado por Furtado tendió a dar prio-ridad a la formación nacional, no obstante este enfoque requería una comprensión de América Latina y sus «realidades sociales que presentan peculiaridades y cuyas características deben ser conocidas para entender

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el comportamiento del sistema económico» (Furtado, 1970: 72). Dado que las formas de la estructura social de América Latina tienen su ori-gen en la colonización, las estructuras económicas se construyeron en cierta medida en relación con las demandas impuestas y oportunidades creadas por la producción y el comercio coloniales. En paralelo con los operadores del comercio internacional basados en las grandes ciudades, impulsado desde el exterior, Furtado enfatizó los papeles autónomos de la élite terrateniente y del aparato estatal ascendente: «Emergió una estructura de poder tripartita donde los factores “externos/internos” se entremezclan, dando luz a una matriz social simultáneamente determi-nada, así acallando las tensiones, supuestamente dicotómicas, de lo “ex-terno/interno”» (Furtado, 1970: 71-109).

Eventualmente, Furtado condensó su pensamiento sobre el desarro-llo en dos modelos estructurales. El primero fue el caso de «estructura simple del subdesarrollo» o la economía híbrida (condición A en la figu-ra 1), el cual tuvo la capacidad de evolucionar hacia una estructura de tres sectores denominada «etapa avanzada del subdesarrollo» (condición B en la figura 1). Al hacer una distinción clara entre la estructura (forma) y el proceso (causalidad), Furtado reprendió a los estructuralistas que no habían enfatizado la importancia del papel de los factores cualitativos: «Al confinarse al plano de la descripción morfológica y excluyendo la noción de causalidad, el enfoque estructural reduce el horizonte cognitivo» (Furtado, 1983: 182, cursivas añadidas). La creatividad humana puede ser aplicada para conducir capacidades de innovación que trasciendan los obstáculos del subdesarrollo (como el modelo de la figura 1), abrien-do la senda al «desarrollo auténtico».

La figura 1 presenta algunos detalles respecto a la frecuentemente citada definición de Furtado de desarrollo como «un proceso especial debido a la penetración de modernas compañías capitalistas en estructuras arcaicas» (Furtado, 1964: 138, cursivas añadidas).

A lo largo del tiempo, Furtado osciló entre dos perspectivas de la tra-yectoria histórica de su modelo de dos estructuras. A veces se adhería a una perspectiva de estancamiento, pobremente articulada, de la estructura

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de tres sectores en la «etapa avanzada de subdesarrollo», y en otras oca-siones se encontraba más orientado a la postura de «reformador progre-sista» sosteniendo que a través de un Estado activista y una planificación estratégica (lo que sin duda hoy podría denominarse como la «política industrial») la estructura en la «etapa avanzada» podría encontrar un ca-mino para adelantar en el desarrollo autónomo (Furtado, 1963; 1964: 129-138; 1970: 83-108; 1987). En cualquier caso, Furtado no señaló que necesariamente ha de haber un movimiento teleológico entre A y B.

FIGURA 1 El modelo de subdesarrollo de dos estructuras de Furtado

A. ‘Estructura subdesarrollada simple’ : Economía Híbrida

Dependencia del sendero

1. Subsistencia pre-capitalista/baja Productividad (95% de la población)2. Minería (u otros) enclaves capitalistas

Continuación de ‘A’ en el tiempoCambio estructural

B. Etapa Avanzada del Subdesarrollo: Economía de Tres Sectores

1. La ‘Economía Remanente’ de “A”(con mano de obra excedente absorbida por): 2. El Sector de Comercio Exterior (Fuente de Demanda Externa)*

3. Los Núcleos Industriales (Reemplazo de Importaciones) (Actividades impulsadas por reacciones acumulativas) Un Estado de

tensión dicotómica entre 2 y 3

Fuente: Descripción y resumen propio del autor basándose en Furtado (1964: 129-138).* Implicando efectos multiplicadores internos.

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El análisis de la condición «A» fue, sin duda, el más grande logro de Furtado, cuya mayor expresión apareció en The Economic Growth of Brazil (Furtado, 1971). El libro ejemplificó la contextualización y la es-pecificidad históricas que pusieron de manifiesto la observación clave de Sombart: «No hay economía en abstracto, sino una vida económica particularmente constituida e históricamente distinguible» (Sombart, 1930: 196). Asimismo, Furtado presenta en su libro un profundo aná-lisis de la estructura tripartita del poder arriba mencionada, con es-pecial énfasis en la estructura de la tenencia de la tierra y la generación de excedentes de la pequeña y antediluviana élite que poseía virtual-mente toda la tierra. Como ha sido señalado en la figura 1, en este «modelo» sólo alrededor de 5 por ciento de la fuerza laboral es emplea-da por los sectores minero y agrario; son estos sectores los que tienen amplio dominio sobre la colonia y reciben desmesurados excedentes económicos. Siguiendo los dictados de la ventaja comparativa, la econo-mía híbrida languidece en las trampas de la dependencia de los recursos naturales: bajos ingresos y baja productividad. Esta circunstancia no es una fase histórica, es una condición estructural.

No obstante, las naciones no han de sentirse condenadas. Consciente de la hipótesis de Prebisch-Singer, Furtado argumentó que la tendencia a la baja de los precios de las materias primas no constituía necesaria-mente un destino. La proto-industrialización —cuando es acompañada por políticas apropiadas del Estado— podría ser la respuesta en mo-mentos históricos bajo las siguientes condiciones: 1) precios de las ma-terias primas altos; 2) un proceso dinámico de diversificación de las exportaciones, y 3) nuevos sistemas de tenencia de la tierra, menos con-centrados. Estos pasos incipientes hacia un cambio estructural fueron posibles en tanto comerciantes, terratenientes y empresas financieras comenzaron un proceso espontáneo de sustitución de importaciones for-talecido a través de políticas estatales viables; tal fue el caso de Brasil en los años previos a la Gran Depresión (Font, 2010; Topik, 1987).

En Brasil, el proceso de cambio estructural eventualmente se conso-lidó debido a la presión causada por la Gran Depresión para reenfocar,

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casi por completo, sus políticas hacia el crecimiento del mercado inter-no. A través de una rápida expansión dirigida por el Estado del proceso de industrialización, desde la década de 1930 hasta finales de la dicta-dura militar en la década de 1980, emergió una nueva estructura de política económica, la que dio lugar al segundo modelo de Furtado: la Estructura de Tres Sectores denominada «Etapa Avanzada de Desarrollo»; en éste Furtado usó el modelo de Lewis de mano de obra excedente, el cual argumentaba que la subsistencia del sector pre-capitalista propor-cionó una mano de obra vasta y barata que podría ser empleada para la expansión de los sectores comercial e industrial. Para ese entonces, el sector comercial ya era sustancialmente distinto del de la «economía colonial», pues las ganancias extraordinarias de este sector eran, al me-nos parcialmente, reinvertidas en diversas actividades económicas, que incluían tanto actividades emergentes relacionadas con el sector de co-mercio exterior, como manufactura para exportación, así como las rela-cionadas con la sustitución de importaciones o con los sectores indus-triales «estratégicos» apoyados a través de la promoción del Estado. Todo esto significó que el sector de comercio exterior se había convertido en una fuente dinámica que promocionaba el cambio interno, el cual fomen-taba el crecimiento a través de efectos multiplicadores indirectos surgidos en respuesta a la reinversión de los excedentes en la economía nacional. En tanto la vasta mano de obra estaba siendo utilizada, el emergente sector industrial y el sector de comercio exterior en pleno proceso de expansión competirían por la mano de obra y por la hegemonía sobre la economía nacional. De este modo, un estado de «tensión dicotómica» entre los dos sectores más dinámicos definiría el nuevo modelo y, muy probablemente, ejercería fuerzas centrífugas con efectos aceleradores.

Furtado titubeó en relación con el peso explicativo que debía asignar a las fuerzas entrópicas y a las contradicciones endógenas dentro de su segundo modelo. Particularmente, después del golpe de Estado que lo mandó al exilio, Furtado adelantó su hipótesis, muy poco convincente, del estancamiento. Lo que hacía a la hipótesis poco creíble era el hecho de que la publicación de su obra difícilmente coincidía con los datos del

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periodo del «milagro brasileño» en el que el crecimiento promedio real anual del pib era de 10.1 por ciento de 1968 a 1976 (Baer, 2001: 462).

Furtado enfatizó que en el caso del modelo de Tres Sectores «no ha provocado ningún cambio en las condiciones de vida de tres cuartos de la población del país. La principal característica ha sido una creciente concentración, social y geográficamente, del ingreso» (Furtado, 1963: 527). Así continúa el argumento:

Éste ha proveído al país de los instrumentos para tomar decisiones, le ha otorgado la habilidad de ejercitar el poder de elección y, haciendo consciente a la gente de su destino, la ha hecho responsable de sus propios errores. La raíz causal del actual estado de descontento en Brasil es esta simple verdad: sabemos dónde yacen los errores de nuestro desarrollo, y sabemos que está en nuestro poder el erradicarlos o minimizarlos (Furtado, 1963: 527-528 cursivas añadidas).

CIENCIA, tECNOLOGÍA Y DESARROLLO

Para 1987 era notable el éxito de «algunos países del sudeste asiático» que habían seguido el modelo japonés que ha desarrollado «una nueva forma de incorporación al mundo del comercio que estimularía el progreso tecnoló-gico» a través de «la creación deliberada de ventajas comparativas en los sectores que gozan de una demanda externa elástica» (Furtado, 1987: 224-225). Ocurrió de esta manera gracias a una planificación para facilitar «un ordenamiento más integral que el proporcionado por los mercados» y a través de políticas industriales que se comprometiesen en «la necesaria rees-tructuración para superar el subdesarrollo» (Furtado, 1987: 225). Si bien Furtado arguyó acerca de una larga lista de fuerzas entrópicas que habían debilitado el potencial brasileño para sobrepasar las barreras estructurales y sumirse al prototipo «etapa avanzada del desarrollo», basó su explicación en la observación de casos probados de transformación socioeconómica y política que tuvieron lugar en otras naciones «seguidos de un largo periodo de inmovilidad» (Furtado, 1987: 227).

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Para alcanzar tal transformación, las naciones subdesarrolladas tendrían que emular la realidad que prevaleció durante el siglo xix «cuan-do la ciencia se convirtió en el instrumento privilegiado de acumulación» (Furtado, 1983: 160). Para Furtado, quien impulsó el tema más que cualquier otra de las luminarias de la cepal, la tecnología era «la apli-cación del conocimiento» y era el único medio con la capacidad de «es-tructurar el proceso de producción en términos de los criterios de la instrumentación racional», siendo el segundo «la esencia de la práctica social» necesaria para que una nación confronte las estructuras del sub-desarrollo (Furtado, 1983: 165-167). Como se percibe fácilmente en los elementos presentados en la figura 1, en los dos modelos estructuralistas de Furtado la producción en cada sector requiere su propia gama de capacidades tecnológicas, con un ausencia de correspondencia entre los dos. Adicionalmente, las fuerzas endógenas del dinamismo surgido del cambio tecnológico —particularmente en una economía híbrida— se encuentran totalmente ausentes o fuertemente truncadas. Desde esta perspectiva, se aprecia uno de los conceptos básicos del pensamiento de Furtado: la característica definitoria de una nación subdesarrollada, en relación con las llamadas naciones «desarrolladas», es su «heterogenei-dad tecnológica» (Boianovsky, 2008: 5).

EStRUCtURALISMO FURtADIANO VS. INStItUCIONALISMO5

La idea de que existen acentuadas similitudes y profundos puntos de con-vergencia entre el enfoque cepalista estructuralista y el institucionalismo estadounidense de Veblen y sus seguidores, ha sido ampliamente discutida, particularmente por James Street y Osvaldo Sunkel (Street, 1967, 1987; Sunkel, 1990). Extrañamente, Furtado rechazó categóricamente esta línea

5 La escuela institucionalista estadounidense fue bien establecida en la primera década del siglo xx, si no antes (Hodgson, 2001). No hay ni la mínima correspondencia entre el llamado «nuevo institucionalismo» neoclásico que surgió en un intento de reformular el pensamiento neoclásico (véase Dugger, 1990).

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de análisis bajo la sospecha de que mientras él había publicado un libro di-señado para examinar la serie de ideas económicas que «consiguieron “expli-car” el crecimiento económico»; «[...] los institucionalistas americanos fue-ron excluidos debido a que no presentaron una interpretación sistemática del proceso de crecimiento económico» (Furtado, 1964: viii, cursivas añadidas); por otro lado, y de manera sorprendente, Furtado no tenía consideraciones tan severas para el pensamiento neoclásico de Solow6 (Boianovsky, 2008: 21-23), incluso cuando un crítico calificado justificadamente rechazó el fa-moso modelo de «crecimiento» de Solow:

Una expansión sostenida se presenta en el modelo neoclásico sólo si se asume que existe un incremento autónomo de suministro de factores, consistentes en mano de obra y cambios autónomos en tecnología; ambos cambios son datos que no se explican. En este sentido, si se presenta una expansión sostenida, ésta ocurre por razones que no pueden encontrarse dentro de la teoría, por lo tanto, puede decirse que no hay tal teoría del crecimiento (Harris, 1975: 330, cursivas añadidas).

En contraste, Furtado aseveró:

El proceso de desarrollo involucra tanto nuevas combinaciones de factores existentes de un nivel técnico determinado o la introducción de innovaciones tecnológicas [...][;] podríamos tal vez considerar en un momento dado que son plenamente desarrolladas aquellas regiones en las que, en condiciones de pleno empleo de los factores, es posible aumentar la productividad únicamente me-diante la introducción de innovaciones técnicas. Esta visión no es irreal [...] (Furtado, 1964: 61).

Aquí Furtado parece estar resumiendo el modelo de Solow, sin hacer referencia a él. No ofreció crítica alguna. Sin embargo, el mode-lo de Solow, así como también los modelos neoclásicos de crecimien-

6 Con más de 18,000 citas académicas hasta la fecha, la obra magistral de Robert Solow, intitulada «A Contribution to the Theory of Economic Growth», fue publicada originalmente en 1956 por The Quarterly Journal of Economics vol. 70, núm. 1, pp. 65-94.

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to en general, se basan en supuestos fantasiosos (pleno empleo, equi-librio sostenido, competencia perfecta, rendimientos constantes de escala, etcétera); supuestos que «funcionan» sólo en la medida en que los componentes críticos de un sistema económico existente son des-cartados. En cualquier caso, el modelo de Solow, en las naciones avan-zadas, puede explicar menos de la mitad del proceso de crecimiento en términos de factores (capital y mano de obra), y (heroica pero erró-neamente) deja la explicación de la otra mitad del crecimiento a: 1) el cambio tecnológico (el cual en la teoría no es definido), o 2) la «igno-rancia». Resulta notablemente contradictorio que Furtado, mientras concede aparente aceptación al modelo neoclásico de crecimiento, desprecia el institucionalismo estadounidense.

Por su parte, los institucionalistas se apresuraron a señalar y rechazar el argumento de Furtado ( Junker, 1967). Junker destacó, en el primer número de la primera revista «heterodoxa» de la posguerra aparecida en Estados Unidos, Journal of Economic Issues, que Joan Robinson (a quien Furtado conoció durante su estancia en Cambridge en 1957/1958) encontraba al institucionalismo estadounidense muy prometedor para responder a las cuestiones planteadas por Furtado (Robinson, 1962: 105-110). Descartando la teoría ortodoxa respecto a la cuestión crucial, «¿qué rige la tasa de acumulación de capital?», la economista Robinson resaltó: «Hay una teoría menos conocida que parece más prometedora, presenta-da por un discípulo de Veblen, el profesor C. E. Ayres» ( Junker, 1967: 25-26). Ayres había escrito un importante trabajo, The Theory of Econo-mic Progress (1944) (La teoría del progreso económico), el cual siguió una línea de análisis cuyo precursor fue Veblen. Enfatizó los papeles cruciales de las instituciones (factores retardadores) y la tecnología como los de-terminantes del proceso de crecimiento económico. Una lectura cuidado-sa de Veblen demuestra su anticipada y premonitoria formulación de una serie de cuestiones relevantes tanto para el crecimiento económico como para el desarrollo económico (Cypher, 2009, 2012). Recayó entonces sobre Ayres, Junker, Street y otros la tarea de continuar con algunos de los originales aportes y prometedoras hipótesis anticipadas por Veblen.

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En el mismo número primero de la revista del institucionalismo, Street publicó «Los “estructuralistas” latinoamericanos e instituciona-listas: convergencia en la teoría del desarrollo» (Street, 1967). En este artículo demostró que los estructuralistas habían sido rechazados por la corriente predominante de pensamiento económico por tener la insolencia de disentir de los postulados de la teoría económica neoclá-sica. Street encontró mucho mérito en una serie de trabajos estructu-ralistas, en particular citando a Pinto, Prebisch y Sunkel, y tomando muy poco en cuenta a Furtado. Irónicamente, y a la par de muchos elogios, Street notó que la mayor debilidad del estructuralismo latino-americano era que éste «[...] parecía haber tomado conciencia muy re-cientemente de la potencial relevancia del cambio tecnológico en el pro-ceso doméstico de desarrollo» porque Prebisch y otros habían asumido que «la innovación tecnológica es algo disponible exclusivamente para el centro» (Street, 1967: 56). En general, la observación de Street acerca de que Latinoamérica en el siglo xix había caído bajo el control de «una clase social que no comprendía la cultura basada en la tecnología» era correcta y fue planteada con una presciencia perdurable (Street, 1987: 57). Como ha sido señalado en la sección precedente, Furtado fue un cepalista excepcional al haber señalado la importancia y el peso de la elusión de la tecnología y la ciencia como legado cultural disfuncional de la «economía colonial», legado que perduró en Brasil hasta la segunda mitad del siglo xix, y hasta el siglo xx en otros lugares (Furtado, 1971: 41; 1964: 133).

Los institucionalistas que han evolucionado enfrentan pocas difi-cultades para transferir la terminología «estructuralista» de los econo-mistas de la cepal. «Las “estructuras” son, de hecho, “instituciones”» pero la «literatura estructuralista revela una asombrosa inocencia de su relación con los escritos institucionalistas norteamericanos» (Street, 1967: 55). En cuanto a la cuestión crucial de la tecnología, si bien Fur-tado la consideraba como el factor determinante en el proceso para salir del subdesarrollo, Street (basando su argumento en Ayres) ofreció una interpretación de este factor mucho más matizada y sofisticada, pues

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apreció su naturaleza, papel y ubicuidad en el marco de «una cultura basada en la tecnología»:

El término «tecnología» es tan amplio que actualmente parece una abstracción y, por lo tanto, una misteriosa fuerza disponible sólo para los iniciados. Esta concepción ha dado a menudo a los latinoamericanos una sensación de infe-rioridad desesperanzada frente al abrumador dominio tecnológico de los paí-ses más avanzados.La tecnología, tomada como un todo, es una manera distintiva de pensar y de actuar e incluye nuevas formas de organización social y habilidades de gestión en las que el énfasis se encuentra en la eficiencia operativa. La incorporación de la tecnología en la cultura de los países menos desarrollados debe, por lo tanto, proceder en varios niveles más o menos de manera simultánea (Street, 1967: 59).

Los institucionalistas continuamente argumentaban que las estruc-turas institucionales represivas y anticuadas eran muy posiblemente los factores causales primarios de la perpetuación de las condiciones de subdesarrollo, incluso cuando haya sido el sistema colonial el que ori-ginalmente formó esas estructuras institucionales. De esta manera, en el análisis de los obstáculos al desarrollo, los factores internos se pondrían en el mismo plano que los factores externos (Street 1987: 1881-1882). Este argumento se olvidó en la celeridad del análisis de la dependencia de mediados de la década de 1960 en adelante, sin embargo para Fur-tado no fue así, probablemente por su preferencia metodológica de un análisis históricamente contextualizado de la economía política.

Sin ninguna referencia específica a las publicaciones de Furtado, Sunkel —un economista legendario de la cepal— reconoció abierta-mente que había sido un «intercambio desigual entre los instituciona-listas y los estructuralistas» y que los estructuralistas «no habían hecho su tarea en relación con el institucionalismo» aun cuando en 1952 un argentino (Santiago Macario), quien otrora fuera estudiante de Ayres, publicó «una excelente introducción al institucionalismo» y posterior-

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mente trabajó en la cepal (Sunkel, 1990: 29). Sunkel argumentó en-tonces que por haber sido el estructuralismo cuestionado en América Latina tanto por neoclásicos como por marxistas «durante mucho tiem-po pareció no haber ninguna necesidad de aliados», un comentario que no tiene ningún sentido (Sunkel, 1990: 32).

OBSERVACIONES FINALES

La siguiente cita, sobre el trabajo de Prebisch, podría aplicarse igualmente, sino más, a la obra de Furtado:

Prebisch, durante sus primeros años, era bastante franco respecto a su admi-ración de la economía neoclásica. Mientras él sostenía que tenía la capacidad de reformular sus posturas, es debatible en la medida en que [...] se distanció él mismo del análisis neoclásico. En los temas que eligió analizar, asimismo la forma en que él y muchos de sus colegas [de la cepal] llevaron a cabo su análisis, y en la amplia gama de cuestiones y elementos que [la cepal] trató como exógenos a su análisis, hay más que un simple soplo de neoclasicismo (Cypher, 1990: 43-44).

La ambivalencia, o receptividad acrítica, de Furtado hacia la teoría económica ortodoxa fue un grave indicador de su incapacidad para com-prender la naturaleza totalitaria de la ortodoxia y su predisposición a dejar en el exilio el pensamiento crítico. Es decir, una vez que la «eco-nomía» fue redefinida exitosamente por Robbins, esta transformación del campo dejó afuera cualquier posibilidad de que el análisis «históri-co-estructural» fuera concebido como «economía» (Hodgson, 2001). A comienzos de la década de 1970, si no antes, era claro que una de las metas centrales de esta facción hegemónica era marginalizar, tanto como fuera posible, a cualquier economista profesional disidente (Mirowski, 2013: 177).

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Vale la pena recordar que Furtado argumentó que el análisis de las condiciones estructurales del subdesarrollo requería una ciencia econó-mica nueva y distinta; que la economía ortodoxa no tenía la experiencia ni la capacidad de analizar las estructuras del subdesarrollo: «La eco-nomía del desarrollo, en su forma general, no entra en las categorías de análisis económico» (Furtado, 1958: 316). No obstante, Furtado con frecuencia buscó una fusión parcial con la teoría neoclásica. Esto no ocurrió cuando él estaba inmerso en el análisis históricamente contex-tualizado de la estructura económica y su evolución en América Latina. Sin embargo, Furtado repetidamente ofreció disquisiciones sobre los aspectos del crecimiento y la economía del desarrollo, aquí recurriendo a una forma de presentación que fusionó el análisis neoclásico con el propio de Furtado (e.g., Furtado, 1964: 61-62, 64-65, 68, 77; Furtado, 1970: 91-105).

Por otra parte, Furtado criticó específicamente el modelo de creci-miento de Kaldor, así también los modelos ofrecidos por Harrod y Domar, pues estos modelos derivaron de una «limitada experiencia histórica» (Furtado, 1964: 116). Por encima de su titubeante crítica, estos modelos no ofrecieron ninguna teoría del desarrollo. Y no podían ofrecerla dado que los supuestos se basaban en una economía homogénea, totalmente arti-culada e hipermoderna que opera en condiciones de pleno empleo, con sistemas financieros impecables e impulsada por grandes empresarios emprendedores (en lugar de una estructura de subdesarrollo interpene-trada por formas heterogéneas de producción operadas por legiones de rentistas oportunistas o por empresas familiares de muchas generaciones).

Furtado estaba bastante impresionado con la «función de progreso técnico» de Kaldor, la cual (en su construcción original) sostenía que la tasa de incremento en la productividad del trabajo era en función de la intensidad del capital por trabajador.7 Furtado citó de manera apro-batoria las formulaciones de Kaldor en al menos cuatro de sus últimos

7 Véase, por ejemplo, el artículo clásico de Nicholas Kaldor y James Mirrlees de 1962: «A New Model of Economic Growth», The Review of Economic Studies, vol. 29, núm. 3, pp. 174-192.

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libros (Boianovsky, 2008: 22). Kaldor planteó la hipótesis de que la ma-quinaria nueva (adquirida con nueva inversión surgida, a su vez, del grado de intensidad del capital) trae consigo «cambio técnico incorporado», por lo tanto, a mayor grado de intensidad de capital, mayor grado de produc-tividad como resultado del impacto de la nueva tecnología. El cómo el sistema de ecuaciones de Kaldor confrontaría el subdesarrollo, nunca fue aclarado. Una respuesta, sugerida por Sweezy en 1956, fue que el mode-lo no tiene que ver con el subdesarrollo: «[Kaldor] piensa que [ha pre-sentado] el esquema de toda una teoría del desarrollo económico. Lo que realmente me asombra es la “propensión” de estos [los matemáticos, la construcción de modelos, los teóricos del crecimiento] a juguetear con unas pocas fórmulas —que son en el fondo meras tautologías— estable-ciendo conclusiones grandilocuentes a partir de ellas» (Baran, 2014: 38).

Sorprendentemente, quizás, Furtado tenía poco gusto por la hipó-tesis de Prebisch-Singer del deterioro secular de los términos de inter-cambio para los países productores de materias primas. Hasta antes de la Gran Depresión, la elasticidad del ingreso de la demanda de café permaneció alta y los términos de intercambio (1870-1929) mejoraron para Brasil (Bértola y Ocampo, 2012: 93; Boianovsky, 2008: 13-20). Brasil era conocido entonces como la «República del Café» (Font, 2010: 2). Furtado alegó que: «Si los países subdesarrollados tienen la oportu-nidad de invertir mirando al mercado exterior, no habría ningún proble-ma. La cuestión fundamental, por lo tanto, es la ausencia de un merca-do externo en expansión» (Furtado, 1958: 312, cursivas añadidas). En esta cita, Furtado no sólo impugnó la hipótesis más conocida de la cepal, sino también (de no matizar su argumento) transformó completamente la historia en su cabeza, omitiendo, por ejemplo, que México de 1870-1929 mostró un incremento de casi 10 veces en el volumen de exporta-ciones a la par de una profundización del subdesarrollo (incluyendo una disminución de 25 por ciento en los términos de intercambio), circuns-tancia que incubó, simultáneamente, las condiciones socioeconómicas para una revolución popular (Bértola y Ocampo, 2012: 93). Su comen-tario hace eco de lo peor de la «economía colonial», evocando la teoría

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del crecimiento del «desahogo del excedente» (vent for surplus) de Myint (y Smith) (Myint, 1958). Aparentemente, el argumento del pesimismo de exportación —el reconocimiento de que, en conjunto, los países sub-desarrollados podrían (y lo hicieron en varias ocasiones) producir más productos primarios de los que el mercado mundial pudiera absorber— hubiera sido lo suficientemente convincente (y suficientemente obvio) para que Furtado diera la espalda a las simplicidades reduccionistas de Myint/Smith. El hecho de que no lo hicieron aquí ni en otros trabajos, demuestra una inquietante predilección de Furtado para fusionar el análisis neoclásico con el suyo propio, argumentando al mismo tiempo, que sus objetivos requerían una teoría nueva e independiente.

La perturbadora pretensión de Furtado de fusionar teorías opues-tas enfrentó un ambiente de creciente hostilidad ante su intento de construir una teoría fuera de las «categorías de análisis económico». Sin embargo, Furtado parecía no ser consciente del ataque neoliberal (sumamente agresivo) lanzado contra el desarrollo como un campo de análisis independiente; particularmente notable fue lo de P. T. Bauer a comienzos de la década de 1950; una línea consolidada más tarde por otros ideólogos de la Mont Pèlerin Society, como Anne Krueger y Dee-pak Lal (Mirowksi, 2013: 63; Plehwe, 2009). La falta de perspectiva de Furtado sobre este punto quizá tuvo mucho que ver con la curiosa cordialidad con que se desarrolló el debate acerca de la política de de-sarrollo en Brasil en 1950 (Sikkind, 1991: 66-67).

No obstante, Furtado representó la esencia misma del arquetipo del «intelectual orgánico» de Gramsci: comprometido, creativo, disciplina-do, articulado, estratégico y erudito. Su liderazgo tuvo resultados per-durables en el tiempo en términos de la creación de un proyecto factible de desarrollo nacional. Esto fue particularmente ostensible durante las presidencias de Kubitschek (1956-1961), Quadros (1961) y Goulart (1961-1964), periodos en los que, como asesor presidencial clave, Fur-tado ocupó una serie de cargos de alto rango en el gobierno, contribu-yendo a la construcción de la política de desarrollo. Furtado pudo reno-var este papel a través de su influencia sobre los hacedores de políticas

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de desarrollo, quienes fueron instruidos e inspirados por el análisis fur-tadiano durante las administraciones neodesarrollistas de Luiz Inácio Lula da Silva (2003-2010) y el primer gobierno de Dilma Rousseff (2011-2014).

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Carlos Mallorquin*

Rossana Podesta, in memoriam

resumen: El ensayo presenta la descripción de un periodo de la re-flexión teórica de Raúl Prebisch; se subraya la evolución teórica a partir de 1944 y la culminación de la misma en 1949. Destaca la manera en que interpreta a Keynes así como su crítica y la innovación teórica sobre el mecanismo compulsivo que explica el origen del beneficio y la irrele-vancia de la discusión conceptual suscitada por la distinción entre el ahorro y la inversión y la noción de la preferencia por la liquidez para explicar el ciclo económico.

palabras clave: Prebisch, Keynes, desarrollo, centro-periferia, ciclo económico.

* Profesor del Doctorado en Estudios del Desarrollo de la Universidad Autónoma de Zacatecas, México.

Carlos Mallorquin

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abstract : The article presents a description of a period in the theo-retical reflection of Raúl Prebisch; it emphasizes the theoretical evolu-tion from 1944 onwards and the culmination of the perspective in question in 1949. I accentuate the manner in which he interprets and criticizes Keynes and the theoretical innovation on the compulsive mechanism that explains the origin of profit and the irrelevance of the conceptual discussion that arose from the saving-investment distinc-tion and the notion of liquidity preference to explain the economic cycle.

keywords: Prebisch, Keynes, development, center-periphery, econo-mic cycle.

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Rossana Podesta, in memoriam

INtRODUCCIóN

El «interaprendizaje» supone la presencia y transformación de un vo-cabulario entre comunidades y saberes asimétricos; el desacuerdo y el consabido antagonismo forma parte del proceso y la postura teó-

rico-política de Raúl Prebisch, parafraseando unos dichos recientes de los zapatistas, jamás fue la de detenerse y «esperar a que entendieran quienes no comprenden que ni siquiera no entienden». Pocos son los libros anun-ciados por sus autores con tanto aplomo con la idea de que transformarían la manera en que piensan las generaciones futuras, así lo hacía a los cuatro vientos John Maynard Keynes mientras preparaba su obra The General Theory of Employment, Interest and Money (Keynes, 1936).

A continuación quiero presentar la aparición y evolución de las ideas de Keynes en cierta etapa teórica de Raúl Prebisch, a quien de hecho las generaciones pretéritas, en América Latina, lo mencionan como el «Keynes» de la región. La transición del vocabulario teórico de Prebisch inició en 1944 y culminó en 1948.

Durante el transcurso de la evolución conceptual, primero cuestio-na la perspectiva tradicional sobre el comercio internacional a partir de un modelo que puede denominarse «centro-periferia»: se subraya la inoperancia de las reglas impuestas por el «patrón oro» así como sus efectos asimétricos para la periferia (los destiempos entre el centro y la periferia). La sección siguiente («El incidente Keynes») presenta el enig-mático acercamiento de Prebisch a Keynes y se observa la incorporación de cierto vocabulario de Keynes a las explicaciones de Prebisch sobre la noción del ciclo y se discuten ciertos aspectos de la misma. En la fase siguiente de la evolución en proceso («El ocaso de los acróbatas»), Pre-bisch retorna a Keynes presentando un estudio «introductorio» de éste y examina el pensamiento económico «clásico», caracterizado así por el

Carlos Mallorquin

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propio Keynes, y en la parte final («¡Es la ganancia, idiota!») se intenta destacar la culminación teórica de Prebisch, iniciada en 1944.

Prebisch recupera el examen de la obra hoy clásica de Keynes, rela-tivamente tarde, ya que conocía y admiraba el Treatise on Money (1930). Antes de la muerte de «Lord Keynes» (21 de abril de 1946), Prebisch hace mención de ciertas nociones «keynesianas», sobre la «expansión del gasto», políticas fiscales, entre otras. Desde la gran depresión eco-nómica de 1929-1930, el nombre de Keynes estaba asociado a una variedad de mecanismos mediante los cuales los gobiernos buscaban ampliar los gastos y reducir el grado de desocupación.1

En este sentido, se puede catalogar El plan de acción económica na-cional en 1933, así como El plan de reactivación económica en 1940,2 del gobierno argentino, elaborado bajo el mando de Prebisch, quien dirigía los proyectos en cuestión. Prebisch por ese entonces formaba parte del gobierno, iniciando en 1930 como subsecretario de Hacienda y subse-cuentemente gerente general desde 1935 a 1943 del Banco Central de la República Argentina y del cual fue destituido en 1943.

Ese evento «doloroso» o «liberador», como a veces lo menciona Pre-bisch, lo impulsa a buscar alternativas profesionales y académicas. In-tentaré describir la evolución teórica de Prebisch a raíz de su reincor-poración a la vida académica, después de 1943. Creo importante

1 Prebisch decía: «hombres teóricos que desde antes de la guerra vienen preconizando una política monetaria distinta de la que se ha seguido tradicionalmente y que tiende a utilizar precisamente esos elementos expansivos de la economía y a mantener un alto nivel de actividad» (Prebisch, Obras 1919-1948, op. cit., vol. III, pp. 406-407) En Inglaterra, se acuñó el «Treasury view» («punto de vista de hacienda»), contra el cual se tenían que debatir quienes pugnaban por un cambio en la política monetaria y fiscal para expandir el gasto.2 En 1933, El plan de reactivación económica se basaba «en el concepto de que es posible estimular la actividad económica inyectando en ciertas zonas de ella cantidades moderadas de medios de pago», (Prebisch, op. cit., p. 107). Se intentó a través de la compra de cosechas, trigo, maíz y planes de construcción y financiación de la industria. Programa de gobierno que se realiza bajo el supuesto de que fue durante las épocas de mayor desarrollo industrial cuando se da la crisis mundial, la pri-mera guerra, «o sea cuando el país se vio forzado a industrializarse» (Prebisch, op. cit., p. 108) para cubrir lo que no podía importar. Igualmente, en 1940 se pensó buscar empréstitos externos, espe-cialmente el estadounidense y que el congreso vetó. En junio de 1941, cuando Pinedo ya no formaba parte del gobierno argentino —como secretario de Hacienda—, obtuvo una entrevista con Keynes.

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subrayar la manera en que la propia lectura y comprensión desarrollada por Prebisch sobre Keynes y su obra clásica presenta ciertas dificultades de interpretación que podrían señalarse como de «desconocimiento», matiz que otros de su generación también presentaron inicialmente. Pero cuando esas impericias de interpretación se superan entre 1946-1947, surgen otras dificultades teóricas en la interpretación y crítica de Prebisch a Keynes; pero en esta ocasión responden a otro orden de problemas: Prebisch está convencido de que tanto la obra de Keynes como la del pensamiento clásico, debe superarse debido a su «ineptitud», y supone una reconstrucción teórica. Este proceso de teorización cul-mina a finales de 1948.

Para entonces, tanto el pensamiento de Keynes (independientemen-te de lo que se entienda por tal) como el pensamiento clásico son ino-perantes para comprender el desequilibrio sistemático de lo que se en-tiende por la realidad económica reflejada en la forma ondulatoria que presenta sus ciclos de crecimiento.

Dado el periodo que examinamos de la década de 1940, el arribo de la obra de Keynes en varios centros académicos anglosajones y sus in-terpretaciones pueden y difieren de las actuales apreciaciones de su obra, y no dedicaré espacio a intentar dilucidar dichas interpretaciones y sus consecuencias. De hecho son pocos los estudiosos actuales que defen-derían al «Keynes» que prendió fuego en sus países; basta, sin embargo, recordar la invectiva de Joan Robinson del «modelo keynesiano bastar-do» (King, 2002: 10) a mucho de lo que se llamó la corriente keynesia-na, con su modelo IS-LM o la síntesis «neoclásica-keynesiana» (De Vroey y Hoover, 2005; De Vroey, 2004; Boianovsky, 2003). Menciono la hegemonía de cierta práctica e interpretación porque no dedicaré es-pacio a dilucidar en qué se distrae del «verdadero» pensamiento de Key-nes —y que yo diría «mucho»— porque nos interesa por ahora presentar la lectura de Prebisch y la elaboración de su propia teoría. Yo diría que el parricidio teórico de Keynes inició muy tempranamente con la lectu-ra de J. R. Hicks. La estrategia teórica de Prebisch es otra porque supo-ne desplazar toda una tradición teórica del pensamiento económico de

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los centros académicos anglosajones, lo cual a su vez nos permitiría hoy —lo cual tampoco será mi intención—, una reconstrucción de Keynes desde de la perspectiva latinoamericana forjada por Prebisch y Furtado, entre otros. Hoy podemos decir que tal vez hubiera sido más efectivo, política y teóricamente hablando, haber buscado una alianza conceptual entre algunos de los conceptos de Prebisch y Keynes, pero Prebisch optó por exacerbar las aparentes similitudes en algunos conceptos, lo cual sencillamente reitera esa aptitud de toda su vida: «una sublime indiferencia hacia la autoridad intelectual» (Hobson, citado por Keynes, 1936: 365),3 pero dicha estrategia teórica no es mera rabieta, responde a una concepción alternativa de la economía a la de Keynes.

Igualmente, no delinearé los conceptos centrales de Keynes o «key-nesianos», ocupándome mejor de algunos de ellos en la medida en que se discuten por Prebisch en el transcurso de su evolución teórica. Por parte de Prebisch, en términos teóricos, hay que esperar a la muerte de Keynes para observar una lectura más auténtica. Una adecuada lectura de Keynes, e interpretación en los periodos en que se ve reflejada en Prebisch, va simultáneamente con la elaboración teórica en proceso que desarrolla, ya que la idea de la creación del dinero por parte de los em-presarios, endógenamente, no proviene de la oferta y demanda de ahorro: el nivel de inversión depende del «beneficio» que pueden obtener los empresarios que son quienes se encargan de crear dinero para absorber la productividad o «frutos del progreso técnico».

LOS DEStIEMPOS ENtRE EL CENtRO Y LA PERIFERIA

La teorización de Prebisch, que se conoce como la tesis centro-periferia, ini-ciaba ya sus bosquejos en 1944. El inicio de las reflexiones se observa en una de sus tareas como asesor internacional, en la Ciudad de México, a invitación del Banco de México. Prebisch entonces confiesa su contrariedad hacia los

3 Hobson describe así a su coautor A. F. Mummery, The Physiology of Industry.

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acuerdos y proyectos internacionales (Keynes-White)4 que se estaban elabo-rando por entonces, y buscaba explicaciones alternativas del comercio inter-nacional y sus efectos sobre la periferia. Aquí el nuevo «centro cíclico», Esta-dos Unidos, no ha actuado como en el pasado funcionaba el patrón oro bajo la Gran Bretaña debido a que sus exportaciones y sus ingresos inter-nos no propenden a que actúe «inmediatamente en la economía interna»5 de la periferia. El esquema internacional de comercio, lo que se llamaba «el patrón oro», era insuficiente, y se requiere su «perfeccionamiento», «corre-girlo», pero «no destruirlo» en «nuestros países» (Prebisch, op. cit., p. 233).6

¿No habrá llegado el momento de formular nuestros propios principios, deri-vados precisamente de nuestra realidad comprobada y de tener nuestra buena doctrina utilizando y adaptando todo lo útil de los principios generales para fincar una política monetaria nacional? [...] Por qué no buscar nuestros pro-pios principios si aún los mismos principios tradicionales están sufriendo un severo proceso de revisión crítica (Prebisch, op. cit., p. 1).

El movimiento del ciclo se genera en el centro, y su expansión su-pone acciones y reacciones que no están bajo el control de la periferia más allá de su adaptación, lo que a su vez conduce a la deflación interna y depreciación de la moneda respecto a la paridad oro-dinero. Bueno sería que ello generara los impulsos que supone la teoría para atraer recursos e incrementar las actividades económicas internas, como lo establece la doctrina, pero ello no sucede más que para el centro para quien el patrón oro no es un sistema automático y bajo su control.

4 Prebisch decía: «no hay nada dentro de los planes que asegure el cumplimiento de las reglas del juego esenciales para llegar al equilibrio internacional de los balances de pagos» (Prebisch, op. cit., p. 191).5 (Prebisch, op. cit., p. 192).6 En síntesis: «en el régimen de patrón oro la estabilidad monetaria exterior, esto es, la constancia del precio de las monedas extranjeras, significa inestabilidad económica interna, significa gran amplitud en las oscilaciones de la actividad económica interna traducida en los ingresos de los distintos grupos que constituyen la colectividad» (Prebisch, op. cit., p. 276); «el juego libre del patrón oro significa mantener a la colectividad en un estado de dilatación y contracción sucesivos de su actividad —del volumen de sus ingresos— conforme aumente o disminuya el valor de las exportaciones» (Prebisch, op. cit., p. 278).

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Se da entonces inicio a su crítica,

dentro del régimen estricto del patrón oro, había una falla intrínseca en el sistema, a saber: durante el periodo ascendente crecen los efectivos de los ban-cos y esto los induce a prestar más dinero por el juego normal de la competen-cia entre ellos, a crear mayor cantidad de poder adquisitivo que la que se ob-tiene en virtud del balance de pagos. Esta creación de poder adquisitivo agranda los efectos de la fase ascendente y obliga a una contracción más vio-lenta en la fase descendente (Prebisch, op. cit., p. 91).7

[…] mientras en los países industriales y acreedores es posible salir de la depresión con una dilatación del crédito —lo que puede hacerse en virtud de que las reservas metálicas han sido acrecentadas por obra de los factores que hemos mencionado— en los países de la periferia no es posible hacerlo sin graves consecuencias puesto que precisamente la fase de depresión se caracteriza por la disminución de las reservas metálicas, de suerte que cual-quier expansión autónoma del crédito, ocasionaría en seguida trastornos muy serios en el sistema bancario que agravarían el desequilibrio del balan-ce de pagos, o nos llevarían a una mayor depreciación monetaria, si es que

7 Por lo cual, dice Prebisch: «se le dota del instrumento necesario para evitar esta falla en el desarro-llo del patrón oro en la República Argentina. [...] [C]onsiste [en aumentar] los efectivos de los bancos durante la fase ascendente, recoger ese efectivo adicional y esterilizarlo para que no pueda servir a la expansión del crédito, y luego cuando la situación se invierte, devolverlo para reponer los efectivos y evitar una contracción. [...] [T]ambién se agrega a este mecanismo el redescuento, sólo que con funciones limitadas. [...]. No iban más lejos las ideas en aquellos momentos. Sin embargo, eso significaba ya un adelanto bastante serio con respecto a la concepción anterior, según la cual había que seguir a las fluctuaciones anteriores para mantener la estabilidad monetaria. [...] [L]as circunstancias obligan a dar un paso más adelante en la evolución de sus conceptos monetarios [...] no basta en la fase ascendente evitar que los bancos dilaten su crédito, sino que, al mismo tiempo, lo es recoger una parte del poder adquisitivo de manos del público para evitar que el desarrollo de la ac-tividad económica sea muy intenso, y, luego, devolvérselo durante la fase [descendente] para que la contracción tampoco sea muy intensa. [...]» O sea a «suavizar la curva cíclica. Esto constituye la se-gunda etapa en la evolución de nuestras ideas de política monetaria. En la tercera se va mucho más lejos. [...] [S]e quiere dar un papel mucho más activo a la política de regulación de medios de pago, creando poder adquisitivo para impulsar la industria y las construcciones, [...] una política muy activa en el mercado para conseguir el desarrollo intenso de la economía, pero siempre dentro de un circui-to monetario controlado en sus conexiones exteriores mediante el control de cambios» (Prebisch, op. cit., pp. 91-92).

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el país ha decidido abandonar el patrón oro anteriormente (Prebisch, op. cit., pp. 372-373).8

Lo cual no excluye ciclos internos autónomos en algunos sectores en la periferia, sin la magnitud que presentan los ciclos típicos in-dustriales, pues nuestras fluctuaciones obedecen a factores de origen externo, y no hay «factores internos independientes capaces de gene-rar por sí solos el desarrollo cíclico» (Prebisch, op. cit., p. 374).

Si bien el desarrollo de la industria acentúa el proceso cíclico en nuestra eco-nomía, estoy, por otro lado, persuadido de que la política monetaria anticíclica que consideraré al final [...] podrá, si se aplica con energía, atenuar en gran parte la acción de los factores exteriores y asegurar un desarrollo estable de la industria [...] Basta reflexionar en que ese crecimiento de la industria y de las otras actividades económicas internas nos ha permitido reducir el coeficiente de las importaciones (Prebisch, op. cit., p. 378).

Por lo tanto, teóricamente,

Nos falta estudiar un punto para terminar el examen de la teoría del ciclo. Subrayo la teoría del ciclo porque espero tener luego la oportunidad de estudiar algunos de los últimos ciclos y verificar en qué medida esta teoría se cumple en la realidad de nuestro país. (Prebisch, op. cit., p. 381).

Tanto Conversaciones... (1944), como La moneda... (1944a) presen-tan la idea de que la tesis del centro-periferia sobre el comercio inter-nacional supone una perspectiva distinta, una perspectiva del «ciclo» periférica:

8 De hecho entre el ir y venir de las exportaciones e importaciones, demuestra el fenómeno ondula-torio: «el patrón oro en nuestro país, lejos de atenuar las fluctuaciones continuas en la actividad económica, tiende a hacerlas más intensas, o sea, a dar mayor amplitud al periodo de prosperidad y mayor intensidad al periodo de contracción, con la consiguiente desocupación obrera» (Prebisch, 1944b, [2006] III).

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No he observado, ni en los ciclos que he visto de cerca ni en los que he podido estudiar en nuestra historia, la existencia de elementos internos con fuerza suficiente como para promover por sí mismo nuestro movimiento ondulatorio. En esto, precisamente, nuestras teorías sobre el ciclo argentino tienen que di-ferir fundamentalmente de las que explican el mismo fenómeno en los grandes países industriales y acreedores (Prebisch, op. cit., p. 371, cursivas del autor).9

Sin embargo, no transcurre mucho tiempo entre dicha apreciación de la problemática de la tesis centro-periferia, cuando observamos una articulación teórica que la cuestiona. En 1945, trascurridos tan sólo seis meses desde su anterior reflexión escribe:

Expresé entonces que los fenómenos de la moneda y el ciclo económico acon-tecían en nuestros países en forma distinta que en las grandes naciones indus-triales, exportadoras de capital e importadoras de materias primas. Afirmé la necesidad de encontrar nuestra propia interpretación de la realidad. Creo ha-ber avanzado algo más en ese terreno. En verdad, no hay que buscar dos órde-nes de teorías. Se trata, más bien de dos fases, de dos aspectos distintos del mismo fenómeno internacional. Pero no es admisible aplicar la interpretación de una fase a los acontecimientos que suceden en la otra fase, al anverso que al reverso (Prebisch, op. cit., p. 446) [...] Yo creo indispensable una política de estabiliza-ción económica, una política anticíclica [...] devolver a la circulación ingresos que se sustraen de ella a fin de mantener estable el nivel de actividad (Prebisch, op. cit., p. 447).

Y para el año 1946, insiste que el

9 «Si esas teorías que había aprendido primero y enseñado después no se ajustaban a la índole y a la fisonomía de nuestro país, no era porque fuesen malas en sí, sino porque en su formulación se había partido de conceptos, de premisas o de supuestos que no tenían siempre una estricta correlación con la realidad argentina. Por lo tanto, se me presentaba por delante el problema de revisar laboriosa-mente y de tratar de modificar esas teorías para adaptarlas a nuestra realidad [...]. Se me presentó pues, la necesidad de buscar nuestra propia explicación científica de los hechos argentinos, de for-mular nuevas teorías adaptándolas en todas sus formas a la realidad de nuestro país (Prebisch, 1944b [2006], I-II).

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[…] movimiento cíclico es universal, que hay un solo movimiento que se va pro-pagando de país en país. Por lo tanto, no debiera dividirse el proceso en varias partes independientes; no hay un ciclo en Estados Unidos y un ciclo en cada uno de los países de la periferia. Todo constituye un solo movimiento, pero dividido en fases muy distintas, [...] según se trate del centro cíclico o de la periferia (Prebisch, op. cit., p. 224).

El ciclo teórico no se ha concretado en 1946, pero se parte desde otra noción de la economía: la idea de que la realidad de la economía, sus características y formas de evolución, su «crecimiento» es «cíclico», o en otros términos más filosóficos, la ontología capitalista es «cíclica» o «estocástica».

Fue en un evento político internacional (Primera Reunión de Técni-cos sobre Problemas de Banca Central del Continente Americano) donde evoca las ideas:

[…] me encuentro perturbado por las tesis de que la libre concurrencia con-duce al equilibrio general y a la distribución más adecuada de los recursos e ingresos dentro de la colectividad. No veo correspondencia alguna entre es-tas proposiciones abstractas y la realidad del mundo económico (Prebisch, op. cit., p. 227).[…] no he encontrado sino movimientos ondulatorios [...] [;] todos los movimientos de conjunto en la economía son de carácter cíclico [...], en su acepción más amplia, [...] una sucesión de movimientos ondulatorios de ascenso y descenso [...] El ciclo [...], tanto en el centro como en la pe-riferia, es la forma característica en que crece la economía —la economía capitalista no ha tenido otra forma de crecer que la forma cíclica (Pre-bisch, op. cit., pp. 226-227).

El trabajo teórico en los años siguientes se dedicará al «examen diná-mico de la economía» ya que entonces aún se encontraba «en sus comien-zos» (Prebisch, op. cit., p. 227). Entre agosto de 1946 y comienzos de 1947, Prebisch se dedica al análisis de la obra clásica de Keynes (1936), Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, y fue durante el transcurso del

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análisis de la misma que realiza la travesía teórica final. En el Prefacio, a Introducción a Keynes (Prebisch, 1947) menciona que la «teoría dinámi-ca» ha recibido un influjo poderoso que se muestra por el gran número de «adeptos» a la misma, y que por tanto tiene objetivos didácticos con el fin de facilitar su acceso y comprensión, pero advierte que tal vez Key-nes no ha logrado explicar de manera «racional el movimiento económi-co», que es el estudio que se propone «considerar en breve en un trabajo de más aliento sobre el sistema keynesiano y el ciclo económico» (Prebisch, 1947: 13). La transición teórica en proceso culmina durante 1948.

EL INCIDENtE KEYNES

Es dentro del contexto inicial de elaboración de una teoría del ciclo que Prebisch incorpora su discusión con Keynes, el cual gira a su vez en torno al concepto del coeficiente de expansión:

[…] un determinado incremento en las exportaciones o inversiones de capita-les extranjeros provoca una expansión de mayor amplitud en el actividad eco-nómica interna y en el volumen de ingresos; lo mismo que una disminución en aquellos trae consigo en éstos una contracción, también de mayor magnitud (Prebisch, op. cit., p. 350).

Prebisch sustenta teóricamente la asimetría comercial existente en-tre el centro y la periferia a través de la noción del «coeficiente de ex-pansión», que según su apreciación es distinta al concepto del «multi-plicador» keynesiano.

Ahora bien:

Este coeficiente de expansión que deseo explicar relativo al ciclo económico tiene una aparente similitud con otro coeficiente que Lord Keynes ha calcu-lado en uno de sus libros y que se ha vulgarizado con el nombre de «multi-plicador». Primero voy a exponer el coeficiente nuestro y luego consideraré el multiplicador de Keynes, pero haré la advertencia previa de que llegamos

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a esta fórmula para apoyar nuestro razonamiento y no para prescindir de él, como suele ocurrir con frecuencia con el uso de las fórmulas (Prebisch, op. cit., p. 350).

La idea es calcular «un coeficiente de expansión que nos permita medir la intensidad con que un determinado incremento de ingresos produce esos efectos» (Prebisch, op. cit., pp. 350).

La razón es que ambos coeficientes

[…] reposan sobre una teoría sustancialmente distinta. Es posible que mis ideas en esta materia tengan alguna parte de originalidad, resultante de mi observación de la realidad argentina y de la reflexión sistemática que sobre ella vengo haciendo. Lo digo para que se extreme el juicio crítico en quienes me escuchan, por cuanto entre los que asisten a estos cursos hay algunas personas versadas en las teorías de Lord Keynes a las cuales yo someto en crítica mis propias ideas, dispuesto a enmendarlas o modificarlas si de la discusión resul-taran razones suficientes para ello (Prebisch, op. cit., pp. 350-351).

Plantea ejemplo numérico: si 100,000 transacciones al año dan lugar a 10,000 millones de ingresos netos, y se disponía de un promedio anual de dinero del orden de 3,333 millones, la materialización de dichos montos durante las transacciones supone que el dinero debió cambiar de manos 30 veces; y si el total de ingresos es la décima parte del volu-men total agregado de transacciones, en término medio, cada unidad-moneda sirvió para movilizar tres unidades de ingresos.

O sea, unos ingresos se «transforman en nuevos» ingresos durante el proceso circulatorio, proceso que requiere cierto tiempo para reali-zarse en cada etapa circulatoria, por lo tanto «ha habido un volumen de transacciones 10 veces mayor». Y como para «mover un total de 10,000 millones de ingresos se necesitan 3,333 millones de dinero, se sigue que ese dinero se ha movido como ingreso tres veces, o sea que en el año unos ingresos se han transformado en otros ingresos tres veces» (Pre-bisch, op. cit., pp. 351-352).

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Si se supone que esa economía tiene un coeficiente de importación de 20 por ciento de su ingreso inicial de 100, después de tres etapas circulatorias se habrán transformado en 244 a fin de año (el proceso observa ciertas pérdidas durante sus compras en el exterior), eso da pie a decir que la cifra «original se ha multiplicado por 2.44». Por lo tanto, el coeficiente de expansión sería del orden de 2.44.

Esto sería —dice Prebisch— lo que Keynes llama «multiplicador», es decir el número de veces que un determinado incremento se expande en el sistema económico [...] Pero nuestro ejemplo considera un sistema económico abierto. ¿Cuál sería el coeficiente de expansión en un sistema cerrado? Si la velocidad de circulación de los ingresos es también tres, el coeficiente sería tres, es decir, que en un año los 100 millones de incremento de ingresos circularán tres veces sin que parte alguna se cancele o absorba por la importación y generarían 300 de ingresos [...] [;] se desprende que en cualquier sistema económico, abierto o cerrado, el coeficiente de expansión está limitado por la velocidad de circulación de los ingresos, o sea por el ritmo con que unos ingresos se transforman en otros en el proceso circulatorio de la colectividad (Prebisch, op. cit., p. 353).10

En cuanto que para Keynes el «multiplicador» es aquella cons-tante que indica el monto por el cual se han reproducido los ingresos originales, Prebisch sostiene que la idea suya del «coeficiente de ex-pansión» tiene «límites» y éstos no tienen nada que ver con el monto

10 «Se observa [...] que para que la cantidad de dinero de los ingresos originarios haya cumplido sus transformaciones, ha debido pasar por una cantidad varias veces mayor de transacciones. [...] Su-póngase ahora que la masa de dinero cambia de manos ocho veces en dicho lapso, o sea que para producir una determinada cantidad de ingresos es necesario realizar una cantidad ocho veces mayor de transacciones. Si el dinero tarda cuatro meses en transformarse en ingresos, se transforma tres veces en el año. Llamaremos a ello velocidad de circulación de los ingresos. Y como para obtener una determinada cantidad de ingresos, según el supuesto que acaba de hacerse, es necesario realizar ocho veces más transacciones, el dinero habrá debido cambiar 24 veces de manos al año para trans-formarse 3 veces en ingresos. Llamaremos velocidad de circulación del dinero al número de veces que cambia de manos en la unidad de tiempo. La velocidad de circulación de los ingresos y del dinero está determinada por las costumbres a que ajustan sus pagos o transacciones el público» (Prebisch, op. cit., p. 223).

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del «ahorro» que supone la teoría de Keynes,11 sino con el «tiempo» que transcurre para generar nuevos ingresos, que está determinado por dos elementos: «el número de veces que el dinero cambia de ma-nos para producir tales ingresos» (o sea, la velocidad de circulación del dinero), y por la «cantidad de dinero que se pierde en cada cambio en el pago de importaciones».12

Recordemos que Keynes hace referencia a la noción de la «velocidad-ingreso del dinero» (Keynes, op. cit., p. 194) que podría ser la idea planteada por Prebisch. Keynes destaca la idea cuando contrasta a dicha noción con la del concepto de la «preferencia por la liquidez» (dice, «una co-nexión cercana»). Pero la «velocidad-ingreso del dinero»

[…] meramente mide cuál proporción de sus ingresos el público decide con-servar en efectivo (cash), y por tanto un incremento de la velocidad-ingreso del dinero puede ser un síntoma de la disminución de la preferencia por la liqui-dez. No obstante, no es la misma cosa, ya que se refiere al inventario (stock) acumulado del ahorro, en lugar de su ingreso, sobre el cual el individuo puede ejercer una elección entre liquidez e iliquidez. De todas maneras, el término, «velocidad-ingreso del dinero» acarrea de suyo una sugerencia de presunción

11 «La experiencia tampoco demuestra que haya algún síntoma indicativo de que la fase ascendente del ciclo haya una cantidad de ahorro superior a las inversiones que se van haciendo; más aún, en las fases ascendentes, por lo general, no solamente se invierte una cantidad creciente de ahorro, sino que con frecuencia las inversiones son mayores que el ahorro, por el dinero creado por la ex-pansión del crédito. Por lo tanto si el ahorro resulta inferior a las inversiones en la fase ascendente, no podríamos decir que en el multiplicador, cuya aplicación es típica dentro de la fase ascendente, el ahorro ha de desempeñar un papel limitador. Lo que limita el multiplicador en la fase de ascenso no es la existencia de ahorro, que se invierte totalmente, sino la velocidad de circulación y las impor-taciones» (Prebisch, op. cit., p. 365).12 «La experiencia tampoco demuestra que haya algún síntoma indicativo de que en la fase ascen-dente del ciclo haya una cantidad de ahorro superior a las inversiones que se van haciendo; más aún, en las fases ascendentes, por lo general, no solamente se invierte una cantidad creciente de ahorro, sino que con frecuencia las inversiones son mayores que el ahorro, por el dinero creado por la expansión del crédito. Por lo tanto, si el ahorro resulta inferior a las inversiones en la fase ascen-dente, no podríamos decir que en el multiplicador, cuya aplicación es típica dentro de la fase ascen-dente, el ahorro ha de desempeñar un papel limitador. Lo que limita el multiplicador en la fase de ascenso no es la existencia de ahorro, que se invierte totalmente, sino la velocidad de circulación y las importaciones» (Prebisch, op. cit., p. 365).

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engañosa a favor de que la demanda total del dinero sea proporcional o tenga una relación determinada, respecto al ingreso, cuando de hecho esta presun-ción debe emplearse, como veremos, solamente a una parte del efectivo del inventario; con el resultado de que descuida la parte que juega la tasa de interés (Keynes, 1936: 194, traducción del autor).

No obstante la aparente similitud, Prebisch insiste:

[…] un incremento dado de ingresos provoca un crecimiento de mayor ampli-tud en el total de ingreso: pero este crecimiento está limitado, en un determi-nado tiempo por dos elementos: por el número de veces que el dinero cambia de manos para producir tales ingresos y por la cantidad de dinero que se pierde en cada cambio en el pago de importaciones. La idea fundamental de Keynes puede resumirse así: un incremento dado en las inversiones provoca un crecimiento de mayor amplitud en el total de ingresos; crecimiento que podría ser indefinido si no estuviera limitado por el ahorro. Conforme crecen los in-gresos tienden a disminuir la propensión a consumir y a aumentar la propensión a ahorrar (Prebisch, op. cit., p. 358).

En Keynes, cuanto «menor sea la propensión a ahorrar tanto mayor será el multiplicador, esto es, la fuerza expansiva de un determinado in-cremento en las inversiones» (Prebisch, op. cit., p. 359), por ejemplo, si se inicia con inversiones 100 millones y se ahorra 20 por ciento, los ingresos crecerán hasta 500, o sea la cantidad que permita ahorrar una cantidad igual al incremento originario de inversiones. El multiplicador es 5. Si la propen-sión a ahorrar fuera 40 por ciento el multiplicador sería 2.5; y si la pro-pensión a ahorrar fuera de 10 por ciento, el multiplicador sería 10.

Existe entonces una relación inversa entre ahorro e inversión como fuerza generadora de nuevos ingresos: a menor ahorro mayor generación de ingresos a través del multiplicador. El «multiplicador» es aquella constante que indica el monto por el cual se han reproducido los ingre-sos originales. Aquí Prebisch en contraste con Keynes («unidad-salario»), utiliza lo que podríamos llamar la noción de una «unidad-tiempo», o sea, la duración necesaria del tiempo para generar nuevos ingresos, que está determinado por dos elementos: «el número de veces que el dinero

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cambia de manos para producir tales ingresos» (o sea la velocidad de circulación del dinero), y por la «cantidad de dinero que se pierde en cada cambio en el pago de importaciones» (Prebisch, op. cit., p. 358).

Sin embargo, Prebisch señala que Keynes acepta la existencia de «ciertas filtraciones debido a las importaciones» (Prebisch, op. cit., p. 359) hacia otros espacios. Pero en los ejemplos numéricos que Prebisch elabora, el multiplicador presentará cierto límite y la ocupación después de un primer impulso llegará a un punto donde el empleo no se incre-mentará: «no aumenta más de lo que ya ha aumentado inicialmente la intensidad de la ocupación o actividad económica» (Prebisch, op. cit., p. 360). Aunque no existieran filtraciones de ingresos debido a las importaciones, la noción de Keynes está limitada por la «velocidad de transformación de unos ingresos en otros» (idem) y en un sistema abier-to, con intensa velocidad, «lo limita(rá)n las importaciones» (idem).

En La Moneda... (1944a) la inversión no plena del ahorro existente sería un elemento transitorio, solamente durante «ciertos momentos del desarrollo cíclico» (Prebisch, op. cit., p. 361), y estrictamente hablando, la noción del multiplicador supone una tendencia constante, mientras la «eficiencia marginal del capital» se mantenga estable. Ahí Prebisch dice que el problema radica en que Keynes «no es muy explícito en su libro»:

[…] no se sabe a ciencia cierta si atribuye la limitación del multiplicador al exceso sistemático del ahorro sobre las inversiones, o simplemente a la existen-cia del ahorro. Si se refiere a lo primero, se necesitaría demostrar con hechos concretos el carácter general y persistente del fenómeno, lo que no se ha hecho en forma alguna. Y si se refiere a lo segundo, el ahorro no desempeña papel alguno en el multiplicador si es que se invierte. En efecto, lo que dejan de gas-tar o consumir los que ahorran, lo gastan los que lo toman prestado al realizar sus inversiones y hacer consumir a otros (Prebisch, op. cit., p. 361).

Prebisch parece cuestionar la idea del multiplicador de Keynes subrayando que no puede haber alguna asimetría entre «ahorro» e «inversión», o la «identidad» o «igualdad» entre ellas, descartando

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precisamente lo que está en juego en la teorización de Keynes: dilucidar la posibilidad teórica o práctica de que no se «tome prestado» el dinero debido a una preferencia por la liquidez. Esta apreciación de la ápoca no es exclusiva de Prebisch, Keynes tuvo varios intercambios al respec-to con R. Hawtrey desde la publicación del libro, quien finalmente en 1937 accede a cambiar ciertos términos del debate: «existe —decía Hawtrey— cierto sentido en el cual ahorro e inversión, interpretados adecuadamente, podrían no ser iguales, y no tienden hacia la igualdad» (Hawtrey, 1937: 157).13

Desconcierta un tanto la afirmación keynesiana de que el ahorro es igual a la inversión. Dice en efecto que un incremento determinado de inversiones hará crecer los ingresos hasta que éstos produzcan una masa adicional de ahorros que equivalga al incremento de inversión (Prebisch, op. cit., p. 362).

Aunque esta interpretación irá cambiando en Prebisch, y tal vez se puede hablar de «ceder» algo, la concepción que elaborará sobre el beneficio y del ciclo económico, como veremos más adelante, no re-quieren los supuestos de Keynes sobre la preferencia por la liquidez o posible correlación entre la tasa de interés y la eficiencia marginal del capital, ya que Prebisch tampoco comparte la noción que la con-junción entre la oferta y el ahorro del dinero explica los ritmos o niveles de las inversiones.

Declara que ha «buscado afanosamente en Keynes la explicación recóndita de su pensamiento» y no ha «tenido la suerte de encontrarla», pero admite que pudo haberse extraviado por no haber encontrado el «buen camino» y por tanto invita a lectores de Keynes que lo escuchan, «lo ayuden a retornar a él» (Prebisch, op. cit., p. 362).14

13 Finalmente, en una de sus réplicas acepta que ahorro e inversión son idénticas, pero termina di-ciendo que su «identidad así establecida no prueba nada» (nota a pie de página, Hawtrey, 1936: 157). Mencionemos que desde 1936 ríos de tinta han recorrido al respecto, pero eso es otra discu-sión y en parte la estamos viviendo con el retorno de las políticas monetarias neoliberales.14 «Tengo por Keynes —dice Prebisch—, por otro lado, un profundo respeto y admiración porque considero que es quizás el economista más brillante de su generación, el que ha tenido mayor pene-

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Prebisch sostiene que la igualdad entre ahorro e inversión sería po-sible sólo si se habla de un sistema «económico cerrado y siempre que el ahorro se atesore y no se invierta» (Prebisch, op. cit., p. 362), pero es precisamente ese el alegato de Keynes: existe una masa de recursos que no se «ahorran», que se mantienen a espera de mejores rendimientos, mejores tiempos para ¡invertir!

Según Prebisch, la

[…] inversión anterior ya está hecha y el ahorro que ella genera requiere nuevas inversiones. Si éstas no se hacen, sucederá lo que dice Keynes. No así en un sistema abierto, que es la realidad. [...] En efecto, de los 100 originarios se habrán ido sustrayendo de las etapas circulatorias por el ahorro que no se in-vierte y queda en forma de dinero en los bancos o en los tesoros individuales. Temo que esta generalización sobre la equivalencia forzosa entre el ahorro y las inversiones haya llevado a Keynes a su concepto del multiplicador (Prebisch, op. cit., pp. 362-363, cursivas del autor).

Prebisch comparte la idea de que se deben generar los incentivos ade-cuados, ya que la tasa de interés es insuficiente para mantener cierto nivel de inversión, así como tampoco lo son, en ocasiones, las intervenciones del Banco Central en operaciones de venta y compra de títulos. La relación entre la eficiencia marginal del capital y la tasa de interés para explicar el nivel de inversiones bien puede ser un problema en Keynes, pero la explicación de Prebisch del origen de las inversiones va en otra dirección,

tración en su crítica a la política monetaria inglesa y a la política monetaria internacional. Ha tenido grandes aciertos en sus críticas y ha hecho contribuciones teóricas de gran importancia y proposi-ciones de un enorme significado práctico. Por lo tanto, al formular esta crítica lo hago con el respecto que Lord Keynes me merece como hombre de brillante talento. Prefiero la confusión y el desorden de Keynes, que ejerce en todo lector atento un enorme poder sugestivo, que lo lleva a pensar en nuevos aspectos de fenómenos que antes no había penetrado, a explorar nuevos campos de la inves-tigación científica, a criticar ideas que uno había recibido como la verdad pura. Esa es la gran influen-cia que Keynes ha tenido en Inglaterra y en las nuevas generaciones de economistas de todo el mundo. Prefiero, por lo tanto, un Keynes confuso e impreciso en lagunas de sus cosas, a la gran cantidad de economistas mediocres que con claridad y precisión nos vienen repitiendo viejas verda-des, cada vez pierden más lo de verdad y ganan lo de viejo» (Prebisch, op. cit., p. 362).

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porque la generación de nuevos recursos, la «creación» del dinero es un proceso endógeno, sin relación unívoca y necesaria con fondos invertibles ofertados a cierta tasa de interés. Son los propios empresarios quienes crean el dinero que impulsa el proceso circulatorio. Por tanto, la identidad o la igualdad entre el ahorro y la inversión no es un obstáculo teórico para pensar los ascensos y descensos del ciclo económico. Por eso Prebisch irá alejándose de la concepción cuantitativa de la moneda.15

La interpretación de Prebisch respecto a Keynes supone una doble acepción del «ahorro»: que forma parte de la masa de recursos que los bancos ofrecen a cierta tasa de interés, y otra que también se dice «ahorro» pero espera mejores tiempos y por tanto la presencia de «pre-ferencia por la liquidez». Pero estrictamente aquí no hay ahorro, hay atesoramiento.

El hecho es que podría llegarse a un estado de cosas tal en que el tipo de interés ya no baje más no obstante que hay mucho ahorro y que no haya más inversiones que puedan hacerse a esos tipos. Habrá así un exceso de ahorro con respecto a las inversiones que tenderá a disminuir la actividad económi-ca sobrevendrá la desocupación. Esta hipótesis de Keynes ha sido objeto de muchas discusiones. Keynes supuso que en una generación o más podría llegarse a ella (Prebisch, op. cit., p. 364).

En la fase descendente del ciclo, el ahorro superará a las inversiones, pero tomará cierto tiempo; entonces los empresarios dejan de ocupar dinero prestado, que es cuando se pueda hablar del exceso de ahorro. Pero Prebisch dice ahí que no se trata de que el «ahorro» haya sido excesivo, sino que factores psicológicos amedrentaron su ocupación y dejaron de invertir.

15 La define: «la influencia de la cantidad de dinero sobre los precios con la conocida teoría cuanti-tativa de la moneda. La teoría cuantitativa se expresa en esta fórmula simple. La cantidad total de dinero o moneda M multiplicada por la velocidad de circulación V, es igual al volumen de transac-ciones T, multiplicado por el término medio de los precios. Si varía, pues, M y no varían V y T, el aumento de M tendrá que producir una aumento proporcional en los precios P» (Prebisch, op. cit., p. 400).

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Pero al contraerse la actividad productiva progresivamente, y por tan-to los ingresos de la colectividad, se contrae entonces el «ahorro» así como su demanda, disminuyendo a su vez la oferta. A ello se debe que la tasa de interés no se reduzca más allá de la tasa histórica. No existe una

[…] tendencia hacia la acumulación del ahorro en mayores cantidades que las inversiones pueden absorber. No veo ningún síntoma de que ello haya ocurrido en la actualidad. [...] [L]a sucesión sistemática de fases descendentes en la acti-vidad económica y la enorme contracción de los ingresos, todos lo países del mundo sufren la pérdida de enormes oportunidades para ahorrar (Prebisch, op. cit., p. 367).

De hecho Prebisch habla de «falta de ahorro» (Prebisch, op. cit., p. 367) y no de exceso para los países como Argentina, lo cual se compren-de si se tiene la idea de que el ahorro proviene de fondos prestables, ex-ternos, exógenos al sistema mismo del capitalismo.

Por lo tanto, yo no encuentro en la teoría del ahorro de Keynes tal cual se la podría interpretar, y sobre todo en el multiplicador tal cual lo ha presentado, elementos suficientes como para afirmar que está justificada por la observa-ción de la realidad. [...] Pero no puedo dejar de desconocer que el hecho que ha influido más sobre Keynes y los hombres que han escrito sobre esta ma-teria entre las dos guerras es el fenómeno de la desocupación crónica. Era necesario, en verdad, encontrar una explicación teórica —no una justifica-ción— de este fenómeno que caracterizó especialmente a Inglaterra y en general a todos los países en el lapso comprendido entre las dos guerras (Prebisch, op. cit., pp. 367-368).

Para pensar teóricamente, Prebisch supone un sistema de equilibrio, donde el «ahorro se invierte por completo» pero no existe plena ocu-pación. Y una ampliación de gastos o incrementos de inversiones gene-rará el desequilibrio en el balance de pagos, el desempleo proviene del coeficiente de importaciones que no permite semejante incremento de las inversiones. A no ser que se reduzcan las importaciones, o sea su

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composición, aumentando la producción interna de ciertos artículos antes importados.

Para Prebisch no existe la posibilidad de que en la fase ascendente haya algún fenómeno de atesoramiento, o de que no se desee invertir en oro o en papeles, títulos, solamente durante un periodo de desconfian-za, durante la crisis; o de que en la «fase ascendente del ciclo» haya una proporción mayor de ahorro «superior a las inversiones», más bien se invierte una mayor cantidad creciente del ahorro, y con frecuencia

[…] las inversiones son mayores que el ahorro, por el dinero creado por la expansión del crédito. Por lo tanto, si el ahorro resulta inferior a las inver-siones en la fase ascendente, no podríamos decir que en el multiplicador, cuya aplicación es típica dentro de la fase ascendente, el ahorro ha de desem-peñar un papel limitador. Lo que limita al multiplicador en la fase de ascenso no es la existencia de ahorro, que se invierte totalmente, sino la velocidad de circulación y las importaciones (Prebisch, op. cit., p. 365).

Como hemos constatado, Prebisch acepta que potencialmente todo el ahorro podría ser ocupado, entonces el mundo del que Keynes discurre no existiría, sería una etapa transitoria. Pero históricamente siempre exis-te una masa de recursos que si bien no ingresan al circuito de la «oferta monetaria», quedan fuera, en forma líquida, para un uso alternativo. Paradójicamente, como veremos más adelante, Prebisch hace frente a dicha práctica monetaria cuando explica la evolución de la fase del as-censo cíclico;16 cuando plantea que el ahorro es un fenómeno compulsivo,

16 La idea la tiene antes de convertirla en un sustento para su teoría del beneficio: «que los bancos incorporan al mercado de capitales junto con el ahorro que las empresas o a la población vuelcan al mercado de inversiones. No se trata de dinero que el público les ha llevado en forma de depósitos de ahorro, sino dinero nuevo creado por la expansión del crédito. Los bancos tienen, por lo tanto, dos formas de hacer préstamos a largo plazo a la industria: invirtiendo directamente el ahorro en préstamos a largo plazo a su clientela o comprando en la Bolsa títulos del Estado u otras obligacio-nes. Pero tienen además otras formas de intervenir no ya con el ahorro sino con el dinero nuevo: compran títulos y pagan creando depósitos, o prestan a corredores de bolsa, a especulador o a in-versores para que compren papel de inversión» (Prebisch, op. cit., p. 425). Prebisch, a nota de pie de página dice, en cuanto a préstamos a largo plazo: «En realidad no se trata de préstamos bancarios

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relacionado con las relaciones asimétricas de poder entre quienes pueden imponer precios sobre el resto de la colectividad, pero esto sería adelan-tarnos al proceso teórico que realiza Prebisch por esos años.

Los ensayos sobre Keynes en 1947 (Prebisch,1947a, b, c, d, f ), se convertirán en el libro Introducción a Keynes (Prebisch, 1947), con ajustes mínimos en la redacción de ciertos términos y exclusiones. La lectura de Keynes, cuya orientación demuestra la recuperación del con-cepto de la «eficiencia marginal del capital» que en Keynes va de la

a largo plazo sino de préstamos comerciales comunes que, en virtud de renovaciones continuas, se vuelven de plazo mayor que los créditos ordinarios» (idem) [...] Si los bancos están en condiciones de acudir con dinero nuevo al mercado de títulos, la afluencia de esos fondos provocará una baja en el tipo de interés, si la demanda no ha aumentado por otro lado. Y nos preguntamos entonces si no sería posible mantener bajas las tasas de interés por sucesivas inyecciones de dinero nuevo creado por los bancos. Importante punto se plantea y resuelve Keynes en su último libro cuando sostiene que el Banco de Inglaterra podría tener una influencia muy sensible en la determinación de los tipos de interés [...] y por lo tanto extender la posibilidad de nuevas inversiones y acrecentar así el total de ingresos de la colectividad» (Prebisch, op. cit., p. 426); […] «¿Qué es al fin de cuentas, ese dinero nuevo que los bancos incorporan al mercado de títulos comprando directamente o dando fondos a terceros para que compren títulos? Es un aumento de la cantidad de crédito exactamente igual que cuando el Estado acude a los bancos, ya sea entregándoles títulos o letras tomando de los bancos adelantos en cuenta corriente [...] ese aumento de dinero nuevo provocará los efectos que hemos visto, y que serán distintos según el estado de la actividad económica en que se encuentra el país [...] ¿Qué efectos tendrá la incorporación de dinero nuevo al mercado de títulos? Supongamos que el Gobierno emite nuevos títulos que son comprados por corredores e inversores o son directa-mente adquiridos por los bancos y pagados con la creación de dinero nuevo. [...] Habrá un aumento de la demanda general y de las importaciones, y crecerá al ocupación» (idem). Pero también sucede aquel «fenómeno que Keynes designa por ‘preferencia de liquidez’. O sea, que aquellos que tienen fondos invertibles no realicen esas inversiones por el temor de perder el interés y una parte del capi-tal por la baja de los precios que puede ocurrir más adelante al cambiar los precios. [...] La retracción de las inversiones de gente que prefiere tener su dinero en efectivo acentúa más la baja de precios, [...] dificulta las colocaciones nuevas del Tesoro y de otros inversores y por otro, acentúa las fuerzas que impulsan hacia la baja de precios [...] Es claro que ese dinero, que se conserva sin invertir en virtud de la preferencia de liquidez, generalmente no se gasta y se aloja en las cuentas bancarias. Y si el instituto emisor en ese momento emite dinero para pagar los títulos que adquiere, en realidad no está haciendo una operación inflacionista, sino sustituyendo el dinero que se ha retraído de la circulación por otro dinero nuevo. Pero es evidente que sobreviene el aumento de dinero y por lo tanto un fenómeno de carácter inflacionista si, cuando vuelve a la circulación el dinero que se había retraído, el Banco Central no retira el dinero nuevo que había creado en las circunstancias de emer-gencia» (Prebisch, op. cit., p. 440). Ver las apreciaciones actuales sobre la característica "endógena" del dinero en (Rochon y Vernengo, 2003; (Rochon, 2003; Rochon y Rossi, 2013).

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mano con pensar sus efectos sobre la tasa de interés, es el juego entre ambos, lo que posibilita reflexionar sobre la evolución de la amplitud de los montos que se «retiran» del circuito circulatorio, y que no se «invierten», por el fenómeno definido como el de la «preferencia por la liquidez»:

¿Se guardará la reserva en dinero en forma líquida a fin de poder gastarla en cualquier momento? ¿O se renunciará a la iliquidez, por un tiempo especifica-do e indefinido, invirtiendo el dinero y dejando al futuro del mercado decidir los términos en que podrá recuperarse para tener nuevamente la posibilidad de gastarlo? Dicho de otro modo, para determinar las tasas de interés hay que saber cuál es la preferencia de liquidez. La tabla de preferencia de liquidez de un individuo indica las cantidades de sus recursos que desea retener en dinero en distintas circunstancias (Prebisch, op. cit., p. 248).

La mutación del vocabulario y la presentación que Prebisch realiza de Keynes demuestra otra perspectiva en contraste con la observada de los años anteriores; lleva al lector de la mano en sus lecturas y cita a Keynes profusamente, pero en esta ocasión Prebisch terminará argu-mentando la existencia de un parricidio teórico inacabado entre el pen-samiento clásico y el de Keynes, lo cual impone intentar trascender dichas ideas.

Remarca que la limitación teórica de pensar la noción del tiempo y el esquema «artificioso» de la tasa de interés de los clásicos, retornará a la obra de Keynes importunándolo teóricamente. Aunque ahora hay indicios de que Prebisch tiene presente que la relación tasa de interés y la eficiencia marginal del capital no es unívoca, que no tiene una misma dirección, ello explica que la noción por la preferencia por la liquidez toma una mayor parte en su presentación de Keynes y del pensamiento clásico. No obstante, el esfuerzo de clarificación tiene otro objetivo: en esta ocasión Prebisch ya va tomando un camino distinto, tanto respec-to al pensamiento clásico, como al de Keynes. Y las nociones en torno al ahorro y la inversión, su evolución, nuevamente distanciarán a Prebisch de Keynes, pero nos estamos adelantando.

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Según Prebisch, si «la tasa de interés representa el punto de equili-brio entre la demanda y oferta de ahorro» (Prebisch, op. cit., p. 248) y por tanto, cada acto de ahorro adicional tiende a disminuir la tasa de interés, lo cual provocaría inversiones adicionales —y por tanto «ahorro» es igual a «inversión»—, la postura teórica de Keynes sería idéntica a la del pensamiento clásico si no fuera porque hace introducir aspectos del incremento de los ingresos y sus efectos sobre los montos del ahorro. Siguiendo la lógica de Keynes, dice:

[…] la tasa de interés nos permite saber la nueva magnitud de las inversiones: y éstas, el nuevo nivel de ingresos, en virtud del multiplicador. Finalmente, conocido el nivel de ingresos sabemos también la cantidad de ahorro, dada la propensión a consumir. Esta nueva cantidad de ahorro [...] es desde luego igual a la nueva cantidad de inversiones. Por consiguiente, la doctrina clásica no nos explica el tipo de interés. Sólo nos permite averiguar qué nivel de ingreso co-rresponde a un determinado tipo de interés; o alternativamente, cuál deberá ser el tipo de interés para tener un determinado nivel de ingreso, por ejemplo, el que corresponde a la plena ocupación (Prebisch, op. cit., p. 250).

Nuevamente citando a Keynes, Prebisch dice que los clásicos se equivocan porque el ahorro y las inversiones no son

[…] factores determinantes como supusieron. Por el contrario, son resultados gemelos de los factores determinantes del sistema, a saber, la propensión a consumir, la tabla de eficiencia marginal y el tipo de interés. Vieron [...] que el ahorro depende del ingreso, pero no advirtieron que el ingreso debe cambiar necesariamente en el grado necesario para que el cambio en el ahorro resulte igual al cambio en las inversiones (Prebisch, op. cit., p. 251).

EL OCASO DE LOS ACRóBAtAS

Si existe un aspecto central en la crítica de Prebisch al pensamiento econó-mico en general, es como vimos, la idea del «equilibrio», ya sea que se entien-da como aquella especie donde no existen razones para que los agentes

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quieran cambiar sus «preferencias», en consumo o producción, de lo cual se deduce que los «mercados» se vacían o se despejan;17 en parte el hecho de que Keynes mencione que existen puntos de «equilibrios» donde no se uti-lizan todos los factores implica una ausencia de motivos para cambiar la reorganización de las secuencias productivas.

Por otra parte, el examen de Prebisch sobre la obra de Keynes fue de hecho una suerte de vademecum de la farmacopea keynesiana, pero cuando pudo también hizo intervenir en la narrativa sus dudas y eva-luaciones; de las dos expresiones negativas respecto a Keynes que aparecen en los artículos originales, excluye del libro la más tajante18 y solamente deja la siguiente:

¿Qué correspondencia tienen estos razonamientos teóricos con la realidad? No puede decirse que el libro de Keynes presenta un análisis sistemático de hechos que verifiquen sus teorías. Sólo hasta referencias ocasionales y no siempre muy precisas acerca del ahorro e inversión (Prebisch, op. cit., p. 258; Prebisch, 1947: 86).

Prebisch no está cumpliendo promesas de clases cuando se dedica a reconstruir el pensamiento «clásico» o «keynesiano», lo asume como responsabilidad existencial dada su larga trayectoria en la política pú-blica, aunque entonces apenas alcanza los 46 años.19 La crisis del pen-samiento económico se genera cuando huyó de manera despavorida del

17 Desde otro ángulo podemos decir que deben haber tantas incógnitas como ecuaciones. En torno a Keynes puede verse Jérôme de Boyer des Roches (2010). Por otra parte, la idea de pensar equilibrio en términos de la oferta y la demanda, a la Debreu; Ackerman et al. (2004) han demostrado la imposibilidad del mismo: los precios no tienen necesariamente una dirección unívoca.18 «Así lo afirma categóricamente nuestro autor, si bien no ofrece otros argumentos para demostrarlo que los que acaba de mencionar sucintamente» (Prebisch, op. cit., p. 476). En el libro de Introducción a Keynes (Prebisch, 1947), véase al final del primer párrafo, página 57. No es casual el lugar donde aparece este exabrupto, pues se está discutiendo la idea del multiplicador. Pero como veremos, la crítica de Prebisch a Keynes va por otro lado en los siguientes años: «no obstante que su teoría general de la ocupación parece desarrollarse en un plano independiente del movimiento cíclico» (Prebisch, op. cit., p. 260 y Prebisch, 1947: 89).19 La biografía sobre la vida de Prebisch de parte de Dosman (2008) ofrece aspectos interesantes sobre su personalidad.

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«factor fundamental del tiempo»: los clásicos lo consideran de forma «artificiosa» y Keynes de manera «arbitraria»; y por tanto el problema teórico de la disciplina está en cómo «introducir el tiempo en su teoría tal cual es» (Prebisch, op. cit., p. 271) en la realidad.20

La estrategia de análisis busca de manera insistente analogías o «coin-cidencias» entre las ideas keynesianas y las del pensamiento «clásico».

Entonces, a finales de 1920, la economía política enfrenta a la «gran depresión mundial» en un estado de «ineptitud» e «incongruencia teó-rica». La «profunda inestabilidad» y la «exagerada desigualdad en la distribución» no encontrarán explicación alguna y por tanto menos aún una estrategia para corregirlas.

Ya en 1948, en sus Apuntes de economía política (dinámica económica),21 Prebisch señala que la depresión mundial generó la «segunda crisis de la economía política» (Prebisch, op. cit., p. 503), y es en el laberinto de la depresión económica que Keynes plantea una explicación que otorga cierto lugar a la «libertad económica». Sus soluciones «prácticas» están sustentadas en una «teoría del movimiento económico», que supuso haber superado los principios de la «economía clásica». Por lo tanto, Keynes no ha «resuelto la crisis de la economía política» y tampoco se ha «desenmarañado completamente» de la doctrina clásica:

[…] es sorprendente que los dos críticos más formidables de la doctrina clási-ca, Marx y Keynes, hayan tropezado con la misma dificultad. Marx porque pretende edificar toda su doctrina e interpretación del capitalismo sobre la base de una teoría del valor, heredada de la doctrina clásica. La teoría marxis-ta del valor es fundamentalmente la teoría ricardiana del valor. En cuanto a Keynes, tampoco logra abandonar por completo los hábitos mentales de los

20 «El tiempo es un elemento fundamental en la realidad y no es posible eliminarlo arbitrariamente como hace Keynes ni considerarlo con el artificio de los clásicos. Gran parte de las inversiones se han realizado históricamente y se siguen realizando por un mecanismo distinto que el de la oferta y demanda de ahorro; y gran parte del ahorro que se invierte no es el resultado de lo que prefiera hacer espontáneamente la colectividad en función de una de sus inclinaciones y gustos y de la tasa de interés.» (Idem).21 Prebisch (1948a, b, c, d, e, f, g).

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clásicos, que le llevaron a perseguir, en su sistema teórico, la búsqueda de po-siciones y leyes de equilibrio en la economía (Prebisch, op. cit., pp. 504-505).

Por lo tanto, la «búsqueda de leyes de equilibrio» es lo que debe superarse si no se seguirán elaborando «construcciones ajenas a la reali-dad» (Prebisch, op. cit., p. 505). Prebisch comprende porqué los econo-mistas clásicos en sus primeras etapas estaban fascinados por teorizar el «caos aparente de los fenómenos» en términos de «leyes precisas de equilibrio», sin embargo, las «leyes de movimiento» también pue-den explicarse rigurosamente en términos científicos. Por otro lado, el sistema lógico, riguroso del pensamiento tradicional, adornado por las matemáticas, tiene el inconveniente de que no «corresponde a la realidad» (idem).22 En otras palabras, la «crisis» de la «economía polí-tica» se debe a su inadecuada forma de explicar la realidad.

La ausencia del elemento del tiempo puede verse en las nociones de capital y ahorro en la doctrina clásica y keynesiana porque es a través del «artificio» de la tasa de interés que se lo confronta teóricamente.23 Es la tasa de interés entonces el mecanismo a través del cual se iguala el ahorro que la «colectividad está dispuesta a ofrecer» con la demanda de los capitalistas para formar el capital: dependiendo de la demanda de ahorro se elevará o se reducirá la tasa de interés y, por tanto, surgirá el ahorro «requerido» por los empresarios.

22 «Una teoría económica científicamente satisfactoria, tendría que explicarnos el movimiento cíclico por ser ondulatorio el tipo de movimiento que nos presenta la realidad, [así como] la razón [por qué] la economía capitalista no aprovecha plenamente sus factores productivos y darnos al mismo tiempo una interpretación del fenómeno periódico de la desocupación» (Prebisch, op. cit., p. 303).23 Subraya: «llamo al tipo de interés un artificio lógico producido por los clásicos para resolver el problema del tiempo, porque después de mucho observar los hechos y reflexionar, me he conven-cido que el tipo de interés no desempeña en la realidad el papel elemento regulador en la producción y en la distribución, que le atribuyen los clásicos. [...] [L]a formación de capital en la sociedad es totalmente distinta y sólo en mínima parte desempeña el tipo de interés el papel regulador que le atribuye la escuela clásica. [...] Si la tasa de interés no desempeña las funciones que la doctrina tradicional le asigna en la producción y distribución de productos, se nos plantea entonces el pro-blema de sustituirla con alguna teoría distinta a la keynesiana, pues son tales sus inconsistencias que no es posible emplear a mi juicio la teoría de Keynes ni tan siquiera como instrumento para explorar la realidad, por adolecer asimismo de graves defectos» (Prebisch, op. cit., p. 278).

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Pero Prebisch sostiene que para un intervalo dado, la producción requiere de cierto tiempo para salir al mercado, y por tanto deben exis-tir en proceso ingresos superiores al valor de la producción del consumo final. Ello obviamente no podría explicarse con la famosa ley de Say de que «la oferta crea su propia demanda», porque entonces existiría una demanda superior al final del ciclo productivo aventajando a la «oferta». Sin embargo, a dicha contrapartida los clásicos la explican como conse-cuencia de un «ahorro» que la comunidad realiza con base en la tasa de interés. Es la tasa de interés el artificio que facilita o limita qué monto de ahorro se utilizaría para la producción en cierto intervalo dado: el total de ingresos que se generarían al final del proceso. El «exceso» se explicaría a través de la existencia del respectivo «ahorro», cumpliéndo-se la famosa ley de Say.24

Sugiere que la teoría general podría «construirse» pero adolecería del «vicio fundamental de la teoría del equilibrio estático», o sea, su «con-cepto equivocado del ahorro y el artificio del tipo de interés» (Prebisch, op. cit., p. 275).25 Como la «teoría del equilibrio estática» parte de pre-misas equivocadas sobre la realidad, una teoría del «equilibrio dinámica» también sufriría sus consecuencias.

Lo que nos hace falta es, por tanto, una teoría dinámica que explique el mo-vimiento, que nos dé leyes del movimiento y que no se pierda en la búsqueda

24 Véase su reciente discusión en Kates (1998).25 «¿Por qué razón a juicio de Keynes deja de bajar la tasa de interés? Por el fenómeno de prefe-rencia de liquidez, que se produce cuando una tasa toca demasiado bajo y los inversores temen que al venirse tan abajo puede en cualquier memento volver a subir con los efectos que ello tendría en su colocación. Los inversores se abstendrían de invertir sus ahorros y preferirían tenerlos en forma líquida, puesto que de lo contrario corren el riesgo de que una alza posterior en el tipo de interés haga bajar el valor de su inversión [...] [;] el ahorro queda en forma líquida como dinero sin invertirse y no pasa entonces de manos de los que dejan de consumir a manos de los que necesitan capital. La demanda viene a ser inferior a la oferta y vemos así cómo falla la ley de Say, pues la oferta no se absorbe totalmente. [...] En esta parte de su razonamiento con respecto a la tasa de interés Keynes sigue el camino clásico. ¿En qué estriba la explicación de Keynes? En que el tipo de interés se resiste a caer cuando baja el rendimiento del capital. Son explicaciones que están dentro del juego lógico de la escuela clásica.» (Prebisch, op. cit., pp. 275-276).

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de leyes de equilibrio que no se conforman en la realidad (Prebisch, op. cit., p. 282).

Presenta entonces la manera en que la tasa de interés se concibe como la reguladora de la producción y distribución. Primero indica cómo el empresario requiere de un incentivo para transformar las técnicas y convertirse en el clásico empresario «del profesor Schumpeter» (Prebisch, op. cit., p. 283); solamente así intentará buscar un mayor monto de ahorro y al mismo tiempo pagar una mayor tasa de interés dado el por-centaje de beneficio logrado en la nueva configuración productiva. Por lo tanto, el empresario requiere del ahorro para equiparar el crecimiento de población a una correspondiente relación capital-hombre ocupado. El «beneficio» es el «premio» del empresario que debido a sus innova-ciones técnicas reducen el costo de producción, que tarde o temprano será alcanzado por otros empresarios, haciendo del «beneficio» algo «transitorio». La competencia elevaría los salarios o bajarán los precios, así la «libre concurrencia trasladaba a la colectividad el fruto de las innovaciones técnicas que, en el periodo de transición, quedaba en ma-nos del empresario en forma de beneficio». (Prebisch, op. cit., p. 287).

Una vez que los empresarios han materializado sus inversiones, se reduce la intensidad de la demanda por un mayor monto de ahorro, al mismo tiempo que debido a la existencia de una tasa de interés al alza (por el previo impulso «creativo» de los empresarios), el universo de aho-rradores hubo de ampliarse, que a su vez producirá una baja en el tipo de interés. Pero este nuevo equilibrio de la tasa de interés todavía comporta la existencia del beneficio para los empresarios y al no haberse reducido a su nivel previo, los frutos del progreso técnico quedaron en sus manos.

Prebisch entonces plantea una serie de suposiciones en las que los empresarios prefieren utilizar ese mismo tipo de interés, sin intentar cambiarlo, para hacer nuevas inversiones; pero también habrá empresarios que buscando una mayor inversión por hombre reduzcan la población empleada e impulsen hacia arriba el tipo de interés. Y si bien en el se-gundo caso la colectividad pierde, pues «hay una menor cantidad de pro-

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ductos y gente sin ocupar» (Prebisch, op. cit., p. 291), esa será la posición que elegirían los empresarios porque les da mayor incentivo y beneficio.

Pero en este caso la escuela clásica diría que si los salarios no son rí-gidos sobrevendrá una baja de su nivel y por tanto crecerá una vez más la demanda por obreros, logrando un nuevo punto de equilibrio. En otras palabras, los salarios pagarán los costos de una tasa de interés mayor re-querida por los que ahorran para ofrecer un monto creciente del mismo.

Ahora bien, aquí no se puede hablar de un punto de equilibrio por-que a medida que se transforma la producción con nuevos insumos téc-nicos, la demanda de trabajadores crecerá, elevando el nivel salarial, por un lado, y por el otro, una producción mayor reducirá los precios que con el tiempo alcanzará el equilibrio y hará desaparecer el «beneficio», favoreciendo a la «colectividad».

Entonces concluye que:

[…] los clásicos sostienen que la desocupación es un medio para llegar a una nueva posición de equilibrio al hacer bajar los salarios en la medida suficiente para que los empresarios puedan: a) obtener el beneficio mínimo que los in-duzca a extender las innovaciones hasta absorber los desocupados, y b) pagar el tipo más alto de interés que exige el mercado por el ahorro adicional (Pre-bisch, op. cit., p. 292).

Y por tanto es un perjuicio transitorio que se supera al ver que su recuperación en la situación de equilibrio final cuando se esfuma el beneficio y la «tasa de interés baja al crecer la oferta de ahorro en virtud del aumento del ingreso de los que ahorran» (idem).26

El haber introducido la figura de Schumpeter confiesa que se debe reconocer la función primordial sobre la dinámica económica al agente empresarial, en contraste con el soberano consumidor postulado por la

26 La «doctrina clásica —dice Prebisch—, en materia de ahorro [...] no sostiene [...] que todo el ahorro obedece al incentivo de determinada tasa, sino únicamente el que se refiere a las cantidades marginales necesarias para completar la demanda de los empresarios». «La tasa de interés como reguladora del sistema económico» (Prebisch, op. cit., p. 283).

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economía clásica o neoclásica. Ello supone desentrañar las fuerzas que mueven al proceso productivo y sus motivos, es entonces cuando Prebisch encuentra el centro medular de su teoría: todo se mueve en razón de la lucha por la ganancia, resultado de las asimetrías de poder entre los agentes productivos.

¡ES LA GANANCIA, IDIOtA!

Prebisch va introduciendo entonces lo que será la base de su argumento contra los clásicos y Keynes: sostiene que nada impide en el modelo clásico el pensar que los empresarios utilizan su propio ahorro y no acudan al mer-cado o presionar la tasa de interés para después invertirlo. Ellos se prestan a sí mismos y si el «rendimiento marginal es inferior al tipo de interés (apar-tado el beneficio mínimo) preferirá prestar su ahorro» (Prebisch, op. cit., p. 296). Ahora la postura de Keynes es distinta porque el «ahorrar» cuando no existe el pleno empleo inhibe la acumulación y por tanto al multiplicador de ingresos. Y además Keynes pasa por alto el razonamiento de los clásicos del periodo transitorio donde se supone que los salarios se reducen para lograr el pleno empleo. Prebisch se pregunta si sería por ello que propone la alternativa de bajar el tipo de interés, sin embargo, como el «ahorro» es una actividad «espontánea» y requiere de un incentivo específico para elevar su monto total, parecería no tener una explicación de cómo reducir la tasa de interés para impulsar las inversiones.

Es aquí donde Keynes se aparta de los clásicos y sostiene que el «tipo de interés es un fenómeno convencional y está al alcance de los Bancos» (Prebisch, op. cit., p. 297) y por tanto pueden inducir una mayor inver-sión reduciéndolo, que a su vez generará los ahorros correspondientes, «hasta llegar a una nueva posición de equilibrio» (ibidem, p. 298). Por tanto, la forma de pensar la creación del dinero o su manera de inducir cierto tipo de interés es, dice Prebisch, una «verdadera revolución» (idem).. En este aspecto, Keynes propone «todo lo contrario de lo que sostenía la escuela clásica».

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Esta es en realidad la forma en que el capitalismo ha realizado históricamente y sigue realizando gran parte de las inversiones. Sólo que al crear dinero (o emplear el dinero inactivo), no se llega al equilibrio del multiplicador, sino que se recorren las típicas fases del ciclo que ni Keynes ni los clásicos han podido explicar por lo artificioso y arbitrario de sus razonamientos (Prebisch, op. cit., p. 298).

Vemos entonces uno de los pilares de la crítica al pensamiento clá-sico, la forma de crecer del capitalismo, que a su vez explica las desigual-dades: no percibe cómo se crea el dinero o se realizan las «inversiones» y cómo es apropiado por cierta clase social.

Mi disidencia con los clásicos y con Keynes, está en la forma en que en la realidad se procuran los ahorros los empresarios, pues mi discrepancia no es parcial sino que afecta a toda la construcción de las teorías clásica y keynesiana [...] vamos a ver que las inversiones de los empresarios se realizan principal-mente en la creciente del ciclo, constituyendo ello una de las creaciones típicas del ascenso cíclico (Prebisch, op. cit., p. 299).

Según Prebisch, al inicio de la creciente del ciclo la oferta del ahorro es exigua, porque todavía se siente la recesión, de tal modo que los em-presarios no tienen la «opción» de utilizar el «ahorro» espontáneo su-puesto por lo clásicos a no ser que eleven considerablemente la tasa de interés, lo que sucede es que los empresarios «incrementan el dinero».

El modo típico de acumulación de capital consiste en el aumento de dinero. El empresario no sale a buscar ahorro, sino en mínima parte. Utiliza el dinero inactivo que tiene en su cuenta bancaria o acude a la creación de dinero de los bancos, para cubrir su inversión, tanto de capital circulante como de capital fijo. [...] [L]a mayor parte de las inversiones de capital fijo son cubiertas indi-rectamente con incremento de dinero y no acudiendo al mercado (Prebisch, op. cit., pp. 299-300).

Los avances tecnológicos, en contraposición a lo que suponen los clásicos, debido al incremento de dinero, no dejan que bajen los precios dice Prebisch:

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Es el alza de precios el medio por el cual se transfieren artículos de consumo a los que se ocupan en la formación de capitales. El mercado de ahorro sólo tiene una función supletoria. El incremento retorna a los empresarios en forma de beneficios y sirve así nuevamente para cumplir su función en la acumula-ción capitalista (Prebisch, op. cit., p. 300).

Un proceso de esta naturaleza significa una reducción salarial, pero no para poder pagar una tasa de interés más alta, para cubrir la «deman-da» creciente del ahorro por las inversiones, como sostienen los clásicos:

[…] sino para compeler a ahorrar a quienes pagan los mayores precios, tras-ladando este ahorro al empresario, en forma de artículos de consumo; el empresario lo transfiere a su vez a los ocupados en la formación de capital. Sólo en parte el ahorro es el fenómeno espontáneo que supone la teoría clásica. En el desarrollo histórico y presente del capitalismo, la mayor parte del ahorro de los empresarios no es el resultado de un mecanismo de incentivos y preferen-cias, sino de un mecanismo de compulsión. Se compele a ahorrar en la medida en que no hay suficiente ahorro espontáneo. Si no existiera compulsión, los precios no sólo no subirían sino que bajarían conforme fructifican las inversio-nes. El mecanismo compele a ahorrar porque el ahorro que la gente prefiere hacer es insuficiente. Así ocurre en la realidad capitalista. [...] [L]as inversiones se realizan en gran parte con incrementos de dinero según lo preconiza Key-nes. Sólo que no se llega al equilibrio del multiplicador, sino a las típicas fases del ciclo. [...] [E]l medio típico de acumulación capitalista es el instrumento monetario. (Prebisch, op. cit., pp. 300-301).

Por lo tanto, el beneficio de los empresarios no enjuga a los que ahorran, sino más bien ayuda a la capitalización, y con salarios a la baja en términos reales, como consecuencia de dicha creación del dinero, es algo que los clásicos aceptarían.

En lugar de «preferencias» dice Prebisch, encontramos un «meca-nismo de compulsión, pues parte del ahorro se traslada dentro de la colectividad mediante ese mecanismo» (idem). El mecanismo clásico de transferencia del ahorro es variable y al no ser «completo» pierde la función que le asignaban los clásicos. Por lo tanto, lo preconizado por

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Keynes es lo que sucede en la realidad capitalista. Con la diferencia de que «esta forma de cubrir las inversiones» en lugar de llegar a una nue-va posición de equilibrio, conduce «al típico movimiento del ciclo que caracteriza la realidad» (Prebisch, op. cit., p. 301).

Y este fenómeno refleja la característica del capitalismo mencionado por Keynes: la «inestabilidad del sistema económico» y la «desigualdad de la distribución».

Prebisch dice que la forma en que se realiza el ahorro en la «eco-nomía colectivista» es idéntica. El empresario colectivista eleva los precios o impide que bajen después de haber impulsado una trasfor-mación productiva.

Ahora bien, esta forma típica de acumulación en la economía capitalista es [...] acaso la explicación principal de la desigualdad en la distribución de los ingre-sos. Y se pregunta uno si el hecho de pasar este instrumento de desigualdad de manos privadas a manos del estado es suficiente para llevarnos a la conclusión de que la desigualdad ha desaparecido (Prebisch, op. cit., p. 302).

Pasa a vuelo de pájaro a describir la historia de la humanidad como aquella donde ciertos «grupos y clases dominantes» han utilizado di-versos instrumentos para realizar una distribución a su favor, siendo en el capitalismo un instrumento «monetario».

Es obvio que aquí Prebisch nos demuestra la presencia de un meca-nismo que integrara a su modelo centro-periferia:

Los clásicos consideraron indistintamente cualquiera de estas formas de transferencia. [...] [D]esde el punto de vista de los países de la periferia eco-nómica, es fundamentalmente distinto el resultado del progreso técnico de los grandes países capitalistas de los centros cíclicos según que el fruto del progreso técnico se manifieste en un alza de salarios o en una baja de precios (Prebisch, op. cit., p. 310).

Prebisch declara abiertamente que su concepción del proceso eco-nómico se sustenta en la idea de que los «incrementos de dinero con

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que los empresarios pagan el exceso de ingresos» tiene una «influencia sobre la producción» (Prebisch, op. cit., p. 323), negando la supuesta «constancia» entre los elementos del proceso productivo durante el ini-cio y final del mismo.

Para proponer una teoría «más cercana a la realidad» (Prebisch, op. cit., p. 324) plantea que el incremento de dinero afecta sistemáticamen-te los «tres planos» (monetario, productivo y distributivo) de manera conjunta, he allí su teoría del «movimiento ondulatorio» (Prebisch, op. cit., p. 317).27 Y en este caso existen las «perturbaciones» que conducen a «una serie de acciones y reacciones que son precisamente las que dan al fenómeno económico su característica forma ondulatoria» (Prebisch, op. cit., p. 324). Sus «leyes» son distintas a las que supone que conducen al «equilibrio». Es la «interdependencia» entre distintos espacios eco-nómicos lo que hace del proceso un fenómeno ondulatorio —dice— y es necesario entonces dejar a un lado las teorías clásicas.

Sólo haciendo una profunda revisión de la teoría clásica y elaborando una nueva teoría y no una teoría que se agregue a ella, vuelvo a insistir, podríamos encontrar los elementos teóricos que nos guíen con eficacia y acierto en la ac-ción práctica [...] y proporcionarnos los elementos para llegar al equilibrio económico no como una tendencia automática del sistema —que no existe— sino como meta de nuestra política económica. El resultado no será un resul-tado del libre juego de las fuerzas económicas, sino el resultado de una políti-ca económica que tenga como propósito llegar a ese equilibrio que la teoría clásica no ha conseguido por el juego libre de los fenómenos económicos (Pre-bisch, op. cit., pp. pp. 325-326).28

27 «La teoría monetaria es una teoría independiente de la teoría de la producción y de la distribución. En realidad, los clásicos no abracaron en un solo conjunto a los fenómenos económicos, sino que consideraron que ellos se desarrollan en tres planos totalmente independientes [...] Uno es el plano de la producción y la distribución, el otro es el plano monetario y el tercero es el plano de comercio internacional» (Prebisch, op. cit., p. 318).28 Un año después en Teoría dinámica de la economía (1949), lo reitera con la esperanza de que la «teoría cíclica se transforme en la única teoría dinámica de la economía, o más bien dicho, en la única teoría de los movimientos de conjunto de la economía. No creo que los movimientos de conjunto puedan ser objeto de una teoría estática que persigue posiciones de equilibrio. Creo que el análisis

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Por lo tanto, Prebisch se propone nada menos que la integración de la teoría monetaria y con la teoría de la producción. Según Prebisch ese acercamiento que se dio con la obra de Wicksell y la temprana obra de Keynes del Treatise on Money fue desplazada por la subsecuente obra de Keynes General Theory..., olvidando «todo lo que nos había dicho acerca de la teoría wickselliana y del ciclo económico para pasar a enredarse fatalmente en la teoría del multiplicador, malogrando de esa forma el valor de su aporte teórico a los fenómenos económicos»

(Prebisch, op. cit., p. 326).Presenta las deficiencias de la teoría clásica del dinero demostrando

que ante un incremento de dinero (bajo el supuesto de que la economía se encuentra en un punto de equilibro), la deducción es correcta de un aumento de los precios, y que se explica por la tesis de que existe una «relación proporcional entre el movimiento de precios y la cantidad de moneda» (ibidem, 327), lo que significa una nueva «posición de equili-brio». Pero debido a que parte del supuesto del «pleno aprovechamien-to», los «precios suben o bajan» sin afectar la producción. Según la postura de Prebisch una perturbación de dicha naturaleza «hace variar la cuantía de los beneficios de los empresarios y les lleva a dilatar y contraer la producción apartándoles de la posición de equilibrio que postula la teoría clásica» (Prebisch, op. cit., p. 328).

Es obvio entonces que si existe plena utilización de los factores, el incremento de dinero

[…] activo hace subir los precios hasta llegar a un nuevo equilibrio. Natural-mente, si la producción estaba en su máximo no puede dilatarse más enton-ces no cabe otra cosa, como deducción lógica, que el alza de precios. De ahí que los clásicos se hayan desentendido del fenómeno de la producción para

de posiciones de equilibrio no tiene otro campo fructífero que el estudio de los fenómenos parciales de la economía. Pero cuando se trata de fenómenos generales, el análisis del equilibrio solamente podría ser útil como instrumento inicial de trabajo que nos sirve para cotejar la realidad con lo que podría ser la imagen de un estado de cosas completamente distinto del que rige en el mundo capitalista» (Prebisch, op. cit., p. 415).

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averiguar exclusivamente las consecuencias que el incremento monetario te-nía sobre los precios (Prebisch, op. cit., p. 329).

La plena ocupación es algo «fugaz» y por lo menos en esto Prebisch dice que Keynes está más cerca de la realidad que los clásicos, de lo con-trario no se podría aumentar la capacidad productiva, pero en contraste con él sostiene que la producción creciente supone elevar los precios.

Según Prebisch:

[…] los clásicos parten del pleno aprovechamiento de los recursos y consi-deran que el incremento de dinero sólo hace subir los precios: Keynes parte de una posición de insuficiente aprovechamiento de los recursos y supone que el incremento de dinero sólo hace subir la producción, sin incidir sobre los precios, salvo en el caso en que el costo de producción, por el ren-dimiento decreciente del trabajo, haga subir los precios (Prebisch, op. cit., p. 330).

Los clásicos yerran porque en la realidad capitalista lo más cercano al pleno empleo es cuando sucede una «expansión monetaria», y la po-sición keynesiana tampoco le atina, porque a pesar de asumir la exis-tencia de recursos no utilizados, la expansión monetaria hace crecer tanto la producción como los precios y esta tendencia no lleva necesa-riamente al equilibrio al sistema, más bien «imprimen al movimiento económico su característica forma ondulatoria» (idem).

La «íntima relación» entre lo monetario y la producción se puede visua-lizar, según Prebisch, en el «creciente del ciclo»: donde se observa que el

[…] incremento de dinero tiende a hacer aumentar la producción y, a la vez, los precios (o impide que bajen en la medida en que, en un régimen de libre competencia, bajarían a raíz del descenso del costo, debido a las innovaciones técnicas). Este proceso da lugar al beneficio de los empresarios y a aquella secuencia de acciones y reacciones (Prebisch, op. cit., p. 330).

que se ha mencionado como característica del ciclo capitalista.

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Entonces el centro nuclear de la explicación de Prebisch supone comprender las variaciones y cuantía del beneficio. El beneficio es con-secuencia de los sucesivos procesos de creación de dinero utilizados du-rante distintos procesos circulatorios para formar o cubrir los costos de crear capitales, y que es muy distinto que usar el «ahorro». Si excluimos por ahora el fenómeno de los incrementos de dinero que se filtran hacia otros espacios económicos, la función del dinero que permanece en cierto espacio es la de «absorber» el «incremento de producción terminada de consumo» (Prebisch, op. cit., p. 332).

Entonces en la creciente cíclica los empresarios utilizan incrementos de dinero en lugar de ahorro, o sea

[…] en una cantidad superior a la que correspondería a la absorción de ese incremento de producción; en otros términos, la parte de incremento de dine-ro que queda en el espacio económico es superior en la creciente cíclica al monto del incremento de la producción que se va derivando gradualmente de las nuevas inversiones (Prebisch, op. cit., vol. IV, p. 332).

Esto es crucial para entender el ciclo capitalista. Este «exceso» de «incremento de dinero» respecto al incremento de producción determi-na su característica. Se elevan los precios, y se impide que la producti-vidad mayor inherente al proceso no los haga reducir cuando existe la competencia. Prebisch plantea entonces el «origen» y razón de la cuan-tía del «beneficio de los empresarios»:

El incremento de dinero origina así el beneficio de los empresarios y hace variar su cuantía con repercusiones muy importantes sobre el proceso económico (Prebisch,op. cit., vol. IV, p. 332).

El aumento de la producción se expresa en términos de sus costos o ingresos pagados, o sea, Prebisch utiliza la contabilidad convencional adoptada por los empresarios: el valor de dicha proporción de produc-ción queda reflejada en el mercado: «costos y precios» (Prebisch, op. cit., vol. IV, p. 332). La diferencia nos da el «beneficio». El «residuo del incremento del dinero que queda en el espacio económico vuelve en

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forma de beneficio a manos de los empresarios» (idem), esto se deriva en la tesis de que es el «instrumento monetario» el medio «típico de acumulación del capital».

Así, niega importancia primordial al mecanismo de «la oferta y de-manda del ahorro» supuesto en las teorías clásicas y keynesianas. De hecho se emplea «incremento de dinero» en lugar de «ahorro» porque en el punto más bajo del ciclo, los empresarios se encuentran con rela-tivamente «grandes cantidades» de dinero «inactivo en su cuentas ban-carias» (Prebisch, op. cit., vol. IV, p. 332), y no necesitan del ahorro del mercado «forzando los tipos de interés» hacia arriba. Podrían acudir a los bancos que por las mismas razones tienen altos niveles de efectivo. Esto se explica, según Prebisch, porque durante la menguante cíclica hay una «desinversión del capital circulante y fijo, o sea por la transfor-mación de bienes en dinero.» (Prebisch, op. cit., vol. IV, p. 333).

Existe entonces un fenómeno paradójico en el punto más bajo del ciclo: el ahorro escasea,

[…] pero hay dinero abundante; distinción por cierto muy importante pues, no habiendo ahorro y sí abundancia de dinero, se usa dinero en sustitución del ahorro para realizar las inversiones por los empresarios (Prebisch, op. cit., vol. IV, p. 333).

En síntesis:

[…] el beneficio de los empresarios se origina en los incrementos de dinero que se sustituyen al ahorro en las inversiones durante la creciente cíclica (Prebisch, op. cit., vol. IV, p. 333).

Dada la existencia de un incremento neto de dinero, la producción acrecentada se puede consumir sin que se reduzcan los precios,

[…] compeliendo las transferencias de artículos de consumo para quienes es-tán ocupados en las inversiones. Las variaciones de este exceso determinan [...] la cuantía del beneficio. La parte del incremento de dinero que obra sobre los

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precios vuelve así al empresario en forma de beneficios y puede usarse repeti-damente en provocar nuevas transferencias compulsivas en nuevas inversiones (Prebisch, op. cit., vol. IV, p. 334).

Existe un límite por supuesto que impide que el proceso continúe sin interrupciones y esto es cuando

[…] la masa de beneficios es por sí sola suficiente para realizar las inversiones sin el aditamento de nuevos incrementos de dinero. [...] pero en la realidad no se llega nunca a ese límite por una razón muy sencilla [...]. En el límite a que me refiero el incremento de dinero que usan los empresarios se habrá reducido a cero, pero antes de reducirse a cero habrá comenzado a decrecer el incremen-to de dinero, por lo mismo que al crecer el beneficio, los empresarios necesitan cada vez menos recurrir a incrementos de dinero y van así reduciendo su mag-nitud (Prebisch, op. cit., vol. IV, pp. 334-335).

Pero no sucede el efecto esperado: la «disminución de precios», ya que existen «obstáculos», de lo contrario se estaría de vuelta con los clásicos. No se llega por lo tanto a la situación cuando se eliminaría el beneficio por completo que dicha perspectiva presupone. Ello se debe a que en la economía capitalista los beneficios son «irreversibles» (Pre-bisch, op. cit., vol. IV, p. 336), es decir, no se puede «achicar» porque sucede una «insuficiencia relativa de la demanda». Y esto queda más claro cuando se nos dice que el beneficio no «florece» en la última etapa de producción y venta del producto en cuestión, sino que se estuvo generando a través de varios procesos y etapas productivas entre diver-sos empresarios mientras se acercaba su culminación en el consumidor final, o sea hasta que se materializaba el salto mortal, según Marx.29

29 «Es claro que si todas las etapas del proceso productivo se cumplieran por un solo empresario, desde la producción de la materia prima hasta la venta del artículo final del consumo, el beneficio aparecerá sólo al final del proceso, según la relación de la oferta y la demanda. Pero la realidad no es así. Hay varios empresarios distribuidos en las distintas fases; y no se espera la venta final para liquidar el beneficio repartiéndolo entre los participantes en el proceso. Los empresarios se pagan beneficios entre sí con anticipación a la venta final; [...] dada precisamente por la duración del proceso. Volvemos pues aquí a encontrar el tiempo» (Prebisch, op. cit., vol. IV, p. 338).

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El precio de hoy, el precio final, genera el beneficio en toda la cadena de ope-raciones hasta llegar al precio que se paga también hoy al productor primario, o sea que éste va a recibir hoy un monto de beneficio en función del precio de consumo vigente. [...] De manera que el valor de oferta de esa mercadería ha cristalizado, por decir así, la serie de beneficios generados en el proceso pro-ductivo, mucho antes que el artículo salga al consumidor final. Este último, en su demanda, confirmará, ratificará o no, esa cristalización de beneficios. [...] Si la demanda es superior, el impulso de crecimiento continuará; pero si la demanda es insuficiente, resulta inferior por haberse reducido el incre-mento de dinero [...], ¿qué ocurrirá? Será posible que los empresarios se hagan reembolsar los unos a los otros el beneficio que se han venido pagan-do y cristalizando en el producto final? No es posible. El beneficio ya ha sido confirmado entre los empresarios y no se puede volver atrás. Esto es precisamente lo que impide al sistema económico reducir instantáneamente sus beneficios acumulados cuando la demanda no es suficiente para absor-berlos (Prebisch, op. cit., vol. IV, p. 337).

El «ahorro espontáneo ha jugado un papel secundario en la acumu-lación de capital industrial que es el que ha permitido el enorme pro-greso técnico» (Prebisch, op. cit., vol. IV, p. 339). Por lo tanto, el «aho-rro» utilizado en la acumulación capitalista, es en gran parte, producto de la «compulsión», que dicho mecanismo permite: «tomando artícu-los de consumo de una parte de la colectividad para que los empresa-rios puedan pasarlos a otra parte ocupada en las inversiones» (Prebisch, op. cit., vol. IV, p. 340). No es entonces un acto «libre de coerción», el ahorro depende de los ingresos y de cierto nivel de precios a partir de lo cual uno está dispuesto, según preferencias, a mayor o menor ahorro, pero si los precios cambian, aun siguiendo sus preferencias, existe una fuerza mayor que lo obliga a ahorrar otra proporción de sus ingresos o ninguna.

No es un sistema libre sino que es un sistema fuertemente intervenido por un instrumento monetario que desplaza grandes cantidades de productos de consumo en forma de ahorro, de ciertos sectores a otros. La libertad del in-

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dividuo para ahorrar se ejercita en aquella parte de los ingresos que le queda a raíz de esos desplazamientos resultantes de la intervención poderosa del instrumento monetario (Prebisch, op. cit., vol. IV, p. 339).

Por lo tanto, en el capitalismo, la elevación del nivel de vida de las masas no fue producto del juego del tipo de interés, sino de un meca-nismo monetario poderoso, pero cuyos logros productivos superan con creces el fenómeno del «ahorro compulsivo».

Sin embargo, si para los clásicos el beneficio, producto de la rebaja de costo, disminuye con la competencia, para Prebisch la competencia no tiene «influencia alguna sobre el monto general de los beneficios en el conjunto de la economía», ya que está dado

[…] exclusivamente por la diferencia entre el incremento de producción y aquella parte de los incrementos de dinero que quedan en el espacio económico. En consecuencia, a mayor cantidad de incrementos de dinero, mayores bene-ficios, cualquiera que haya sido el monto de la rebaja de los costos a raíz de las innovaciones técnicas que introducen los empresarios (Prebisch, op. cit., vol. IV, p. 355, cursivas del autor).

Todo esto no significa que la competencia no sea importante, sino que su función no es la de:

[…] bajar el monto de los beneficios totales que está dado por otros facto-res sino para establecer la forma en que el beneficio se distribuye entre los empresarios: si hay empresarios que logran combinarse entre sí y atenuar o suprimir la competencia, estarían en condiciones de captar una parte mayor del beneficio en su propio provecho. El monto total del beneficio, siendo el mismo, se distribuirá entre los empresarios en una forma o en otra, según sea la competencia o grado de concurrencia que existe entre los distintos empresarios de los diversos sectores económicos (Prebisch, op. cit., vol. IV, p. 355, cursivas del autor).

La explicación clásica y la suya son compatibles, ya que las «varia-ciones de la cuantía del beneficio no están dadas por el proceso de libre

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concurrencia, como decían los clásicos, sino por el conjunto de los fenó-menos monetarios y de producción» (Prebisch, op. cit., vol. IV, p. 355) y que los clásicos habían analizado de manera diferenciada. La cuantía del beneficio está dada por los dos fenómenos: la actividad productiva y la monetaria, la competencia no altera la «cuantía ni las variaciones» sino su distribución «dentro del conjunto de los empresarios» (Prebisch, op. cit., vol. IV, p. 355, cursivas del autor).

Varía la cuantía del beneficio, no por la competencia, ya que todos los empresarios, hayan o no realizado innovaciones técnicas, reciben su parte alícuota del mismo pero con base en dicho mecanismo, por lo tanto existen free riders como dice la ciencia política. Lo que afecta esta cuantía del beneficio es el «retorno de la parte de los incrementos de dinero que había salido a otros espacios» durante «el ascenso cíclico» y «la cuantía de la producción del oro» (Prebisch, op. cit., vol. IV, p. 358).

Esto nos retorna al problema de la articulación productiva entre el centro y la periferia. A ello se enfocan sus conferencias (Teoría dinámi-ca de la economía) en la Ciudad de México en el año 1949 (Prebisch, 1949). Esta teoría «general del ciclo» debe elaborarse sin:

[…] el falso sentido de universalidad de que hasta ahora adolecen las principa-les teoría del ciclo, que se han preocupado exclusivamente de los fenómenos de los centros, desconociendo lo que ocurre en la periferia y cerrando así una de las vías más fecundas de la investigación (Prebisch, op. cit., vol. IV, p. 414, cursivas del autor).

Reintroduce el problema del tiempo como variable y que se había dejado a un lado por la teoría tradicional a través del ejemplo de las unidades-tiempo que transcurren entre el periodo de ventas de expor-taciones y sus respectivas importaciones. Crecen las reservas metálicas, pero después, cuando el ciclo entra en la fase menguante las mismas reservas bajan «muchas veces más allá de lo que habían subido en la fase creciente (Prebisch, op. cit., vol. IV, p. 415).

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Quiere demostrar teóricamente que el aumento de importaciones con el transcurso del tiempo trae consigo un crecimiento de las expor-taciones. Pero a contrario de un país grande, en el

[…] pequeño el tiempo que tarda el proceso es tan largo que mucho antes de que puedan sentirse en el resto del mundo los efectos que originen el creci-miento de las exportaciones del país en cuestión, éste se habrá visto privado de sus reservas metálicas (Prebisch, op. cit., vol. IV, p. 416).

En los países «grandes» en un periodo relativamente corto una «po-lítica expansiva» induce rápidas reacciones del resto del mundo: trae consigo un aumento de sus propias exportaciones, sin que sufra graves consecuencias en términos de sus reservas monetarias.

La razón del «movimiento ondulatorio» del capitalismo se debe a cierto desfase temporal o como dice Prebisch a:

[…] una disparidad de tiempos, de la disparidad entre el tiempo del proceso productivo y el tiempo del proceso circulatorio, generados en el proceso mis-mo. La disparidad de ambos tiempos es lo que nos da el movimiento cíclico con sus alternativas de prosperidad y depresión. Aun cuando exista la más perfecta libre concurrencia y la total falta de intervención del estado en la Economía se producirá fatalmente el fenómeno ondulatorio por la mera dis-paridad de tiempos (Prebisch, op. cit., vol. IV, p. 416).

Ahora está obligado a describir cómo una producción final de bie-nes implicó previamente una serie de etapas previas, desde el empre-sario de la materia prima hasta el que finalmente pone en el mercado el producto o bien final para la venta. En cada etapa, se crea «un valor», noción nada «metafísica» si consideramos los «ingresos que los empre-sarios en las distintas etapas del proceso van pagando a los factores productivos que emplean sus empresas» (Prebisch, op. cit., vol. IV, p. 417), y los «beneficios» que se pagan los empresarios se pagan entre sí entre distintas etapas productivas; por consiguiente, el «valor está dado,

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pues, por el monto de los ingresos pagados y el beneficio obtenido» (Pre-bisch, op. cit., vol. IV, p. 417).

En un tiempo determinado de producción se ha logrado generar valores e ingresos,

[…] pero hay una diferencia fundamental entre el valor de los productos en proceso que se crean en cada etapa y los ingresos respectivos. El valor que se crea en cualquiera de las etapas no es el valor de un producto inmediatamen-te consumible. El valor que se crea o se agrega al producto primario en su primera elaboración no puede consumirse inmediatamente; podrá consu-mirse una vez que el producto haya avanzado en el proceso, en tal forma de recibir la última parte del valor en el último eslabón de la cadena de empre-sarios y ponerse en condiciones de llegar al consumidor. Por lo tanto, se trata de una serie de valores que se van agregando, pero que no son inmedia-tamente consumibles sino cuando termine el proceso productivo. En cambio los ingresos que se pagan los empresarios entre sí y los que pagan los factores productivos en cada una de las etapas, son inmediatamente gastables; esto es, pueden transformarse enseguida en demanda de artículos terminados. El productor de materias primas que paga ingresos a sus factores y que percibe beneficios, puede gastar inmediatamente esos ingresos, mucho antes que haya salido al mercado la producción final de artículos de consumo fabrica-dos con las materias primas que él mismo ha producido. [...] En esta diferen-cia fundamental, entre el carácter del valor creado, que no es consumible inmediatamente sino a la terminación del proceso y el del ingreso pagado, que puede transformarse inmediatamente en demanda, en esta diferencia entre los dos fenómenos [producción por un lado y circulación por el otro], está el germen del movimiento ondulatorio (Prebisch, op. cit., vol. IV, pp. 417-418).

La producción en proceso supuso entonces ingresos de contrapar-tida (factores productivos y beneficios), pero entonces los ingresos que se pagaron hoy superan a la producción terminada en el curso del «cre-cimiento del ciclo». No hay sincronía entre el proceso productivo y el circulatorio, entre la aparición de los recursos líquidos en el mercado y los productos y por lo tanto, no puede haber un «perfecto equilibrio

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entre la demanda global total de ingresos y beneficios pagados y la ofer-ta global (valor de los artículos terminados)» porque entonces se tendría que asumir una «igualdad entre el tiempo del proceso de circulación de los ingresos y beneficios y el tiempo que tarda el proceso íntegro de la producción» (Prebisch, op. cit., vol. IV, p. 418).

Por lo tanto se puede decir que el dinero o la demanda final pagados hoy llega al mercado mucho antes que la producción en proceso en el transcurso del mismo día; existe, como dice Armando di Filippo, una «asincronía» (Di Filippo, 1981: 54) y por consiguiente no

[…] hay —dice Prebisch— ningún mecanismo automático en la economía por perfecta que sea la libre concurrencia, que asegure la perfecta correlación entre el tiempo de formación de los valores y el tiempo de la circulación de los ingre-sos generados en el proceso productivo al crear esos valores (Prebisch, op. cit., vol. IV, p. 419).

Como ya sabemos que la discrepancia entre la demanda y la oferta se debe a la disparidad de tiempos entre el periodo de la producción y el de la circulación, el «retorno» de los ingresos pagados originalmente para una producción dada es el factor siguiente a aclararse en función del tiempo. Sucede que en el «centro cíclico», el

[…] tiempo de retorno de los ingresos pagados allí mismo es muy corto mien-tras que el tiempo de retorno hacia el centro cíclico de los ingresos pagados en la periferia es muy largo. De manera que si en la combinación de ambos pro-cesos, el tiempo de retorno se va achicando y el tiempo de formación de los valores en el proceso productivo se va acortando, el exceso de demanda sobre la oferta tenderá a achicarse, porque ha sido originado precisamente por el fenómeno contrario, es decir, por un tiempo de retorno muy inferior al tiempo de producción (Prebisch, op. cit., vol. IV, p. 422).

La característica «ondulatoria» se debe a la disparidad de tiempos de producción y circulación. En la creciente hay una acumulación de inversiones de capital circulante, porque existe la producción en proceso

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y la producción terminada, en la menguante se liquidan los capitales circulantes; inversión y/o desinversión respectivamente.

Es interesante señalar que en este modelo que desarrolla, Prebisch menciona que lo

[…] más usual en los ciclos es el crecimiento más intenso de los beneficios en la periferia que en el centro. ¿Cómo lo comprobamos? Es un hecho establecido que [por] lo general los precios de los productos primarios suben más inten-samente que los precios de los productos terminados, lo cual indica que el beneficio incorporado al producto primario ha crecido más intensamente que el beneficio incorporado al producto terminado. Como el beneficio del pro-ducto primario corresponde a la periferia y como el resto del beneficio pagado corresponde al centro, irán comprendiendo ustedes la razón de ser de la dis-tinción (Prebisch, op. cit., vol. IV, p. 434). Prebisch insiste en el factor tiempo: si utilizamos la unidad-tiempo,

podemos decir que el retorno de los ingresos pagados en la periferia requieren de un múltiplo mayor de tales unidades-tiempo que las co-rrespondientes respecto al retorno de los ingresos que se pagan en el centro. Después de cierto tiempo, mayor en la periferia, los ingresos que se convierten en demanda vuelven o retornan como tal al centro.

Por consiguiente si bien es el factor tiempo, en términos de proceso y de la circulación, lo que define la existencia del beneficio, ahora hay que agregar el grado de competencia y movilidad de los factores para emprender cierta actividad, ya que ella define la cuantía total. Y como en la periferia el proceso de producción o de respuesta a cierto estímu-lo es más lento que en el centro, la cuantía del «beneficio que corres-ponde a la periferia será menor que el que toca al centro cíclico» (Prebisch, op. cit., vol. IV, p. 440).30 Esto se debe a que en términos de la totalidad

30 Recordemos que son conferencias no revisadas por el autor. A renglón seguido dice: «Es obvio, por otra parte, que si este incremento de la demanda no variara, si permaneciera fijo, y por una razón cualquiera el tiempo que tarda el empresario primario resultara ahora inferior al de los empresarios del centro, disminuiría la cuantía [del] beneficio en la periferia y permanecería igual en el centro: el beneficio unitario total sería pues menor que en el caso precedente» (idem).

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en cuestión: centro y periferia, menores beneficios unitarios no están reñidos, necesariamente, con una mayor cuantía del beneficio total.31

Reitera que incluso bajo la perfecta competencia o la libre movilidad de recursos «el fenómeno ondulatorio trae fatalmente la sucesión de expansiones y contracciones». (Prebisch, op. cit., vol. IV, p. 449).

Por lo tanto, en la noción del ciclo supone las actividades conjuntas entre el centro y la periferia. Empresarios del centro hacen pagos de recursos en el centro y hacia la periferia. Esto supone recursos que salen de cierto espacio económico, y que por las particularidades de la peri-feria tardan mucho más en volver al centro y a sus empresarios que los ingresos y beneficios pagados en el propio centro. Y sabemos que du-rante la creciente los empresarios pagan más recursos y beneficios de los que recuperarán a futuro, pero sucede una «acumulación»: porque van elaborando artículos en proceso, y recursos pagados, dos formas de «constituir el capital circulante; en la menguante se «liquidan» artículos en proceso», y «atesoran dinero» ya sea lo que se pagaría a los recursos productivos o a beneficios.

Prebisch dedica mucho lugar explicando la formación del capital circulante porque la ciencia económica le ha otorgado muy poca reflexión y donde cree que está

[…] la clave del movimiento ondulatorio, pues todos los economistas han da-do preeminencia al fenómeno de acumulación de capital fijo [...] cuando tam-bién se necesita esperar la terminación de una parte de procesos para obtener artículos de consumo y, mientras tanto, acumular capital circulante (Prebisch, op. cit., vol. IV, p. 451).

31 «Consideraremos que la etapa de producción primaria se realiza en la periferia y que las otras etapas de elaboración y expendio en el centro cíclico. No es ésta la única característica de los centros cíclicos, hay otros [...] Quiero decir que un centro cíclico y una periferia pueden estar contenidas en un mismo país, como en los Estados Unidos que tienen un gran periferia, contrariamente a lo que ocurría en el centro cíclico británico que tenía como periferia la economía mundial» (Prebisch, op. cit., vol. IV, p. 449).

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Algo interesante ocurre al final de sus conferencias, porque a la pe-riferia se le ofrecen muy pocas alternativas para romper o independi-zarse del movimiento cíclico generado en y por el centro. Habiendo negado un posible «equilibrio dinámico» precisamente por las dispari-dades de unidad tiempos entre los procesos productivos y circulatorios respectivos centro-periferia y/o espacios económicos internos entre sí, no existiría posibilidad de que la periferia diseñara sus propias tasas de crecimiento independientemente de las del centro.

Describe lo que supondría dos sistemas económicos con distintos «coeficientes de salida», lo que en La moneda... (1944a) se especificaba como el «coeficiente de expansión». Presupone cierto proceso circula-torio de producción durante el cual además de reproducirse, crece, o sea, reincorpora parte de sus ingresos para ampliar la capacidad insta-lada. Y como se sabe que las unidades-tiempo de retorno de los ingresos es mayor cuando se observa a la periferia desde la óptica del centro, y como ambas entidades divergen en términos de sus respectivos «coefi-cientes de salida», nunca habrá una posibilidad de que sus respectivas curvas de oferta y de demanda se alcancen simultáneamente, por ello Prebisch plantea que el «exceso de demanda céntrica» y la «insuficien-cia de la demanda periférica» son las partes de un solo sistema.

Cualquier carrera de intensificación del crecimiento y de la deman-da desde cualquiera de las dos partes, siempre producirá, tarde o tem-prano, el punto de conjunción del sistema, y por tanto la contracción y finalmente el inicio de otro ciclo.

Lo que Prebisch llama el «punto de conjunción» es aquel punto cuando el exceso de la demanda céntrica toca o cruza la curva de la oferta o produc-tos terminados, que no debe confundirse con el punto de equilibrio, y es entonces cuando se inicia la etapa de contracción y decreciente del sistema económico. Todo ello depende del elemento central que mueve esta maqui-naria. El nivel de existencias de los empresarios: a medida que la demanda sigue creciendo, y entre los respectivos mantienen sus demandas debido a que no ven que sus existencias decaen, los empresarios siguen invirtiendo y acumulando capital circulante. Pero así como pagaban ingresos a factores

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productivos, se pagaban beneficios entre sí, también lo hacían hacia la peri-feria, y los «tiempos de retorno» de los ingresos de allí hacia el centro, de-bido a sus características propias, son mucho menores. Si bien la «insufi-ciencia periférica», o sea, la demanda de la periferia, que por definición se encuentra siempre por debajo de la curva de la oferta, de hecho nunca la alcanzará o la cruzará, porque antes sobrevendrá el punto de conjunción.32

Lo que conduce al punto de conjunción y la contracción es la virtud del sistema: la ganancia. En la medida que se van acumulando existen-cias en el centro, se van produciendo las reacciones de los empresarios para disminuir la proporción de las mismas, que a su vez va a ir redu-ciendo los beneficios unitarios entre distintos empresarios, hasta que la demanda se cruza con la oferta o productos terminados, éste es el «pun-to de conjunción», no el del «equilibrio» entre la demanda y la oferta, ya que incluso si se observa desde esta óptica la propia demanda de ingresos pagados y la demanda que de allí surge sigue creciendo, si bien no al mismo ritmo, al igual que la oferta o producción terminada, que también todavía sostiene cierto ímpetu debido a que aún realiza tareas que han sido pagadas con anticipación.

La postura política y en parte teórica de Prebisch cambiará unas semanas después al llegar a la cepal en Santiago de Chile en 1949 (Mallorquin, 2012), con el fin de realizar un diagnóstico de las economías latinoamericanas, informe que se ha vuelto clásico: El desarrollo econó-mico de la América Latina y algunos de sus principales problemas (Prebisch, 1949b), por lo menos para las generaciones de posguerra, pero ello ya no nos compete por ahora.

Para finalizar, creo que vale la pena mencionar que mucho de la con-sistencia teórica de la teoría del ciclo de Prebisch se finca en última instan-cia en la explicación sobre la función del dinero y la pertinencia o no del ahorro. Nada paradójico es el caso de que existen amplios seguidores de la escuela que se llama post-keynesiana que suponen de hecho una versión sobre el dinero como un producto «endógeno» y poco que ver o con la

32 Ver al final del texto las gráficas sobre el proceso de producción y circulación y la articulación entre el exceso céntrico e insuficiencia periférica.

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cantidad de dinero o fondos de ahorro, aunque tengan relación con ella. A veces se observa dicha apreciación en las discusiones entre los que argumentan una concepción «horizontalista» versus «verticalistas» del dinero (Lavoie, 2009; King, 2002; Rochon y Vernengo, 2003).

Por otra parte, otros insistieron, hasta el reciente surgimiento de lo que se llamó «la nueva economía clásica», que el tema principal de Key-nes sobre la economía se refería a un «problema» de «coordinación», a partir del cual surgieron toda una serie de modelos del desequilibrio (García Duarte y Tadeu Lima, 2012; Backhouse y Boianovsky, 2014). Se escucha mucho, por ejemplo, la incorporación de la obra de H. Mins-ky (López, 2015) para explicar el aspecto ondulatorio de la realidad ca-pitalista. También encontramos algunas interpretaciones que suponen una incomprensión por parte de Prebisch de ciertos aspectos de la pers-pectiva monetaria de Keynes (Pérez y Vernengo, 2013; 2014). Todo lo cual genera razones para volver a examinar la obra de Prebisch.

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IP - Ingresos pagados

PP - Producción en proceso

PT - Producción terminada

IR - Ingresos que retornan

D - Demanda

X - Punto de conjución

X

PT

IP = PP

IR = D

Fuente: Prebisch, Obras 1919-1948, vol. IV, p. 484.

P

I

Retención enla periferia

A

D

Retorno alcentro

Fuente: Prebisch, Obras 1919-1948, vol. IV, Prebisch, p. 419.

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INtERROGANDO A LA SOBERANÍA ALIMENtARIA. UNA RESEÑA DEL LIBRO

REGÍMENES ALIMENtARIOS Y CUEStIONES AGRARIAS DE PHILIP MCMICHAEL, 2015

Darcy Tetreault*1*

Regímenes alimentarios y cuestiones agrarias de McMichael es el tercer libro de la serie “Iniciativa para Estudios Agrarios Críticos” (icas, por sus siglas en inglés) que pretende producir «pequeños libros sobre el estado del arte de grandes cuestiones» (p. 5). De acuerdo con este propósito, McMichael propone que su libro sea «un intento de reescribir el proyecto de régimen alimentario, no tanto de un modo exhaustivo, sino más bien ilustrativo, pa-ra plantear nuevas preguntas relacionadas con el mundo de lo agroalimen-tario en general y con el enfoque de régimen alimentario en particular» (p. 8). Desde mi punto de vista, cumple cabalmente con este propósito. Repre-senta una síntesis de más de 30 años de trabajo en el desarrollo de dicho enfoque, en colaboración con Harriet Friedmann y otros investigadores. Al mismo tiempo, el libro es mucho más que una síntesis coherente y actuali-zada de los trabajos anteriores del autor, ya que contribuye a ampliar y com-plejizar el enfoque de régimen alimentario, rearticulándolo con el concepto y la agenda política de la soberanía alimentaria. De esta manera, McMichael fortalece la postura «campesinista» en los debates en torno a la cuestión agraria y señala cómo los campesinos organizados en el movimiento inter-nacional Vía Campesina ofrecen una alternativa al régimen alimentario cor-porativo y una salida a la crisis multidimensional que padece el campo en todas partes del mundo.

* Docente-investigador del Doctorado en Estudios del Desarrollo de la Universidad Autónoma de Zacatecas, México.

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Empecemos con un breve resumen del contenido del libro, su es-quema capitular y los principales argumentos avanzados, para poste-riormente presentar una serie de críticas, dudas y preguntas.

RESUMEN CAPItULAR Y DEStILACIóN

DE ARGUMENtOS

El libro Regímenes alimentarios y cuestiones agrarias se compone de siete ca-pítulos. El primero, titulado «El proyecto de régimen alimentario», recons-truye la historia de este enfoque, apuntando hacia los trabajos seminales de Friedmann y del propio McMichael en los años ochenta. La emergencia de este enfoque durante los años ochenta no es una casualidad, más bien «fue un producto de su tiempo» (p. 13), según McMichael, debido a que nació durante una fase de transición de un régimen alimentario a otro.

Según McMichael, el proyecto de régimen alimentario surgió «para especificar las relaciones entre el ordenamiento del mundo y el comercio agroalimentario. Afirmaba que los episodios de reestructuración y tran-sición están delimitados por periodos de patrones estables de acumula-ción». Como tal, «se trata de un enfoque intrínsecamente comparativo de la historia mundial reciente» (p. 15). En efecto, es un enfoque que pide prestados elementos del enfoque del sistema mundo de Wallerstein y de la regulación de la acumulación de capital, particularmente en la formulación de Aglietta.

En el primer capítulo, McMichael esboza los tres regímenes alimen-tarios que han operado sucesivamente a nivel mundial desde finales del siglo xix: 1) el régimen centrado en Inglaterra entre 1870 y 1930; 2) el ré-gimen centrado en Estados Unidos entre 1950 y 1970, y 3) el régimen alimentario corporativo, centrado en el poder corporativo financiero, desde 1980 hasta el presente. Citando a nuestro autor: «La configuración del poder en cada periodo ha sido muy distinta, siendo el elemento unificador, la organización de la producción y circulación mundial de alimentos para sostener aquella configuración de poder enraizada en una dinámica de acumulación particular» (p. 24).

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El segundo capítulo analiza con mayor detalle los primeros dos regí-menes, además de presentar una «prehistoria» al describir los anteceden-tes en el periodo colonial de los siglos xvii y xviii, que convirtió partes del mundo no europeo en proveedores de «artículos de placer», es decir, estimulantes como el tabaco, café, té y azúcar. McMichael considera que estos antecedentes no constituyen la formación de un régimen alimenta-rio, debido a que no resultaron en el surgimiento de un precio mundial para los alimentos básicos, algo que sucedió hasta el último cuarto del siglo xix (p. 43). Sobre este punto se puede observar cómo el enfoque de régimen alimentario privilegia la esfera de circulación del capital.

El primer régimen, centrado en Gran Bretaña a finales del siglo xix, combinó la importación de granos básicos y ganado de las ex colonias tipo settler (por ejemplo, Estados Unidos, Canadá, Australia), con la importación de productos tropicales de las colonias del Sur, reduciendo así el costo de la alimentación para la fuerza de trabajo en Europa, lo que a su vez facilitaba la acumulación del capital industrial, especial-mente en Inglaterra, que pretendía ser el «taller del mundo». Según nos explica el autor, el hilo conductor de este régimen se traza por la emer-gencia de un mercado mundial para el trigo (p. 23).

El segundo régimen alimentario, de acuerdo con el esquema de Fried-mann y McMichael, emergió después de la Segunda Guerra Mundial, bajo la hegemonía de Estados Unidos, en el contexto de la Guerra Fría. Durante este periodo Estados Unidos utilizó la ayuda alimentaria como un arma política para ganar la lealtad de los países recién independizados, ante la amenaza que representaba la alternativa de alinearse con el bloque soviético. De esta manera, Estados Unidos aseguraba colocar su exce-dente agrícola en los mercados de los países incluidos en su imperio informal, especialmente los granos básicos, producidos con subsidios y tecnología de punta. El dumping fomentaba la dependencia alimentaria al mismo tiempo que subsidiaba la acumulación de capital en el emer-gente sector manufacturero de algunos países del Sur. Por otra parte, como señala McMichael, el desarrollo y la diseminación de las tecnologías de la «revolución verde» ayudó a consolidar la emergencia de una clase

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de grandes agricultores capitalistas en el Sur; mientras que en el terreno ideológico ayudó a consolidar la supremacía del enfoque productivista agroindustrial.

El capítulo tres del libro se dedica a explorar los contornos del régimen alimentario corporativo que emergió a partir de los años ochen-ta, en el contexto de la crisis de la deuda, cuando Washington impuso los ajustes estructurales neoliberales en los países del Sur, con el apo-yo de las facciones dominantes de la gran burguesía de los mismos países. McMichael señala que existe cierto debate sobre si ha habido o no un tercer régimen alimentario y pregunta si es suficiente el bina-rio estándar Estado-mercado, asociado con los dos primeros regímenes, para capturar la complejidad del actual periodo. Evidentemente, su postura es que sí existe un nuevo régimen, a pesar de la aparente ines-tabilidad del mismo.

El régimen corporativo se caracteriza por la hegemonía de las com-pañías agroalimentarias transnacionales y del capital financiero, la in-ternacionalización de la agricultura, la financiarización de los mercados mundiales y la concomitante especulación sobre los precios agrícolas. Además, se caracteriza por el acaparamiento de tierras agrícolas y otros recursos naturales, la centralidad de los «cultivos flexibles» (principal-mente soya, maíz, caña de azúcar y aceite de palma, que son posibles de intercambiar para fines alimenticios o para producir agrocombustibles) y la proliferación de supermercados multinacionales.

McMichael explora la gobernanza de este régimen bajo los auspicios de la Organización Mundial de Comercio (omc), así como las sucesivas rondas de negociación que han dejado intactos los grandes subsidios dirigidos al sector agrícola en Estados Unidos y la Unión Europea, mis-mos que se capturan en mayor medida por las compañías transnaciona-les. Además, al final del capítulo, introduce el concepto de soberanía alimentaria como una alternativa al régimen corporativo.

En el capítulo cuatro, McMichael aborda la cuestión agraria desde el enfoque de régimen alimentario. Observa que en el planteamiento clásico de la cuestión agraria a principios del siglo xx, «la preocupación

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inmediata fue la cuestión de en qué medida y si las relaciones capitalis-tas estaban erosionando la propiedad precapitalista de la tierra rural, y cómo esto podría contribuir a una alianza obrero urbano-rural» (p. 95). Como tal, «no contemplaba la ecología de la tierra, y tampoco toma en cuenta a los agricultores-campesinos como sujetos históricos» (p. 95).

En efecto, Lenin argumentaba que el campesinado tenía el destino de desaparecer conforme la penetración de relaciones mercantilistas impulsaba un proceso de diferenciación entre el campesinado, con una progresiva polarización entre la burguesía rural y los explotados del campo, o sea, el proletariado agrícola, el semiproletariado y los pequeños campesinos. En este esquema, el líder de los bolcheviques veía al prole-tariado agrícola como un aliado potencial para las luchas protagonizadas por la clase obrera.

Kautsky, por su parte, argumentaba que los pequeños productores del campo no necesariamente iban a desaparecer, debido a que ciertas políticas públicas pueden favorecer su explotación indirecta a través del intercambio y, relacionado con esto, porque los campesinos tienen la capacidad de sobreexplotarse a sí mismos. Como señala McMichael, en éstas y otras formulaciones «clásicas» de la cuestión agraria, los campe-sinos no se perfilan como agentes con potencial revolucionario.

El enfoque clásico de la cuestión agraria estudiaba la transformación del campo en los Estados nacionales de Europa sin prestar suficiente atención, según McMichael, a las relaciones internacionales que histó-ricamente acondicionan tales transformaciones. Si bien Kautsky reco-nocía que los orígenes de la crisis agraria en Europa a finales del siglo xix se ubicaban en las relaciones internacionales que habían traído con-sigo la importación masiva de granos básicos baratos, lo cierto es que su formulación de la cuestión giraba en torno a la problemática de acu-mulación. De esta manera, privilegiaba la teoría del capital sobre la his-toria (p. 105). Como señala McMichael, «la consecuencia del enfoque de las relaciones de la producción es de deshistorizar las condiciones agrarias» (p. 116). Ante esta tendencia, plantea la necesidad de refor-mular la cuestión agraria a nivel mundial, centrarla en la dinámica del

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régimen alimentario en situaciones históricas concretas —incluso en la periferia de la economía mundial— y tomar en cuenta factores ecológi-cos. Además, sugiere emplear la lente de la soberanía alimentaria para considerar al movimiento contrahegemónico Vía Campesina. En sus palabras, «se necesita la voz de un campesin[ado] movilizado y un mo-vimiento obrero sin tierra para articular una cuestión agraria más com-pleja con respecto a la crisis contemporánea del capitalismo, y plantear así una ruta ontológica alternativa» (p. 123).

El capítulo 5 pretende ampliar ciertas dimensiones del enfoque de régimen alimentario al emplearlo «para identificar relaciones significativas y contradicciones en la historia política del capital a través del espacio y el tiempo» (p. 125). Esto se hace, primero, con un análisis del régimen ali-mentario en tres grandes regiones: Asia Oriental, América Latina y el Me-dio Oriente. Luego, se exploran las relaciones del régimen alimentario en cuatro dimensiones: 1) los rostros sociales de género, raza y trabajo; 2) la financiarización, considerada como una de las relaciones estructurantes clave del régimen corporativo, ya que ha conducido a «una integración cada vez mayor y una recomposición de la cadena agroalimentaria a través del espacio y el tiempo» (p. 147); 3) la nutricionalización, que se deriva de «la transición de las dietas basadas en vegetales, hacia el consumo de proteínas animales, aceites y grasas, azúcares procesadas y carbohidratos procesados» (p. 151), y 4) la ecología, donde se retoma el concepto de «ruptura meta-bólica» de Marx para analizar las consecuencias ecológicas de subordinar la agricultura al capital, industrializar la producción de comida y transpor-tarla a grandes distancias.

En el capítulo 6, titulado «Crisis y reestructuración», McMichael explica la crisis alimentaria con base en un análisis complejo que com-bina factores político-económicos y ecológicos de largo plazo con otros coyunturales, ubicando así la crisis alimentaria de 2007 y 2008 en una crisis multidimensional del capitalismo desde principios de los años setenta. Mientras Harvey (2003) explica esta crisis generalizada en términos de «sobreacumulación de capital», McMichael lo hace con un enfoque en la subreproducción (under reproduction) del trabajo y las

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ecologías que en última instancia sostienen la economía mundial y la vida misma. La siguiente cita articula de manera sucinta los factores que McMichael considera clave para explicar la crisis alimentaria:

la reciente inflación de los precios de alimentos es un evento, en la coyuntu-ra política del neoliberalismo, dentro de la longue durée (largo plazo) del capitalismo. Es decir, la llamada «crisis alimentaria mundial» constituye una estratificación de las relaciones espacio-temporales, en particular, el ciclo de más largo plazo de agroindustrialización, que implica su simplificación a través del monocultivo y la creciente dependencia de los combustibles fósi-les, junto con descensos coyunturales en los rendimientos de producción de alimentos y los efectos generados por la inflación entre las compensaciones de los agrocombustibles y la especulación financiera. El aumento de los cos-tos, relacionado con los sustitutos en el auge del petróleo y de los cultivos para agrocombustibles, se combinan con los precios monopólicos de la agroindustria para elevar los precios de los alimentos a nivel mundial, trans-mitidos globalmente a través de maneras liberalizadas de las finanzas, el comercio y la seguridad alimentaria (p. 160).

Después de explicar la crisis en estos términos, el sexto capítulo del libro explora otros temas relacionados con la crisis alimentaria, inclu-yendo la «bioeconomía», el «mercantilismo de la agroseguridad» y el acaparamiento de tierras, agua y espacios de conservación natural.

El séptimo y último capítulo del libro aquí reseñado abre la pregunta del valor, en relación con los regímenes alimentarios, como un eje de análi-sis comparativo entre el fetichismo de las relaciones de valor de cambio en el capitalismo versus los valores de uso de los campesinos en la vanguardia de los movimientos en torno a la soberanía alimentaria y la agroecología. El capítulo avanza sobre dos piernas: la primera explora las perversas con-secuencias sociales y ecológicas del régimen alimentario corporativo; la se-gunda encuentra sustento en los discursos, prácticas y visiones normativas de los campesinos vanguardistas en todas partes del mundo.

Como bien nos explica McMichael, el régimen corporativo concen-tra el poder y la riqueza en las grandes corporaciones transnacionales

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que controlan las cadenas agroalimentarias de producción y comercia-lización en el ámbito global. Estas corporaciones desarrollan tecnologías agroindustriales que externalizan los costos ecológicos y sociales. De esta manera, el régimen corporativo conduce a diversas formas de degradación ambiental, incluyendo la erosión de la biodiversidad y el calentamiento global, además de impulsar una tendencia alimenticia a nivel mundial que paradójicamente combina crecientes niveles de obesidad con la per-sistencia de hambre y desnutrición entre grandes sectores de la población.

McMichael propone reformular la cuestión agraria como una cuestión de alimentación, «reconociendo que como uso de valor, los alimentos tie-nen cualidades metabólicas, que vinculan a los humanos con el medio ambiente» (p. 195). Desde esta perspectiva, el régimen alimentario cor-porativo sólo valora la producción agrícola en términos de su valor de cambio como mercancía, borrando su valor de uso, sobre todo en el caso de los cultivos «flexibles» que pueden valorizarse no sólo en las cadenas agroalimentarias, sino también en la producción de biocombustibles (p. 191). En cambio, las «culturas de maíz» asignan un valor simbólico al maíz (p. 189) y las tecnologías locales con bajos insumos externos, tales como las que se emplean en las tradicionales milpas con policultivos, ayu-dan a conservar la biodiversidad y también la diversidad cultural (p. 200).

McMichael apunta hacia la multifuncionalidad de la agricultura sus-tentable y observa que la visión de los líderes del Movimiento de los Trabajadores sin Tierra en Brasil no basa su discurso y práctica en «un concepto abstracto de [...] valor, sino que más bien prefigura una onto-logía política que valora directamente la práctica de auto-organización a través de redes de cooperación» (p. 200). En este caso, el movimiento impulsa un proceso de recampesinización que, argumenta McMichael, contribuye a la reparación de la ruptura metabólica, en la medida en que los habitantes de barrios pobres se mudan al campo para adoptar prác-ticas agroecológicas.

Sobre la recampesinización, McMichael cita el trabajo de Van der Ploeg —el autor del segundo libro de la serie de icas— para sostener el argumento de que la recampesinización es una tendencia que se puede

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observar también en Europa, donde el campesino moderno entra en «coproducción con una naturaleza viva», con base en «recursos de do-minio propio y autogestionados» para agregar valor, además de comple-mentar sus ingresos con la participación en la pluriactividad no agraria (p. 208). McMichael vincula el concepto de «capital ecológico» mane-jado por Van der Ploeg con el concepto de soberanía alimentaria para argumentar a favor de las alternativas propuestas por Vía Campesina, las cuales proyectan una visión de pequeños productores que practican la agroecología para alimentar al mundo. Para señalar el potencial de estas alternativas, hace referencia a varios estudios que concluyen que los rendimientos de la producción agroecológica son suficientes para alimentar al mundo. Además, McMichael apunta hacia la experiencia cubana, donde el movimiento agroecológico en el campo y la agricultu-ra orgánica urbana han impulsado un aumento impresionante en la producción de frutas, verduras, maíz, frijoles, plantas medicinales y car-ne de puerco, mejorando así las dietas de las y los cubanos y fortalecien-do la soberanía alimentaria en los ámbitos local y nacional (p. 216).

En el penúltimo apartado de la conclusión, McMichael revisa los logros del movimiento Vía Campesina. Lo que se puede destilar aquí es que los logros de la Organización de las Naciones Unidas (onu) y demás instituciones de gobernanza global se limitan en gran medida al campo de batalla ideológica, donde «se ha producido un desplazamiento en el equilibrio de fuerzas morales en relación a que las instituciones neoli-berales han sido comprometidas» (p. 220). Por otra parte, McMichael señala que al menos dos docenas de países han adoptado el derecho a la alimentación y seis han incorporado el concepto de soberanía alimenta-ria en el orden constitucional, incluyendo tres de Sudamérica: Bolivia, Ecuador y Venezuela. Su análisis de estas experiencias es necesariamente somero y no toma en cuenta, por ejemplo, los hallazgos de una investi-gación reciente de McKay et al. (2014, un año después de la publicación en inglés de Regímenes alimentarios y cuestiones agrarias) que concluye que sólo en Venezuela se pueden observar políticas públicas y cambios institucionales que promueven el control local sobre la alimentación,

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mientras que en Bolivia y Ecuador la soberanía alimentaria se queda en mayor medida en el nivel retórico.

Para concluir, McMichael yuxtapone una vez más el modelo de agroindustrialización, que produce alimentos y agrocombustibles «sin lugar de origen», y las formas de agricultura agroecológica enraizadas en el ámbito local y nutridas por las políticas de soberanía alimentaria. No deja ninguna duda sobre a su entusiasmo para la soberanía alimen-taria, que para él constituye «[una] ontología política formativa, cons-truyendo valores contrarios a la autovalorización antiética del capital a cualquier costo» (p. 223). Así, a fin de cuentas, se trata de valores.

CRÍtICAS, DUDAS Y PREGUNtAS

Mi primera duda es: ¿por qué no se menciona a Chayanov? Mientras que Van der Ploeg se autodeclara chayanoviano en el título de su libro de la serie de icas, McMichael ni siquiera menciona su nombre. En todo caso, se pue-de observar que el concepto y la agenda de soberanía alimentaria, tal como se formulan por McMichael en este libro, descansan en gran medida sobre la idea chayanoviana de que los campesinos aplican —o pueden aplicar— una lógica alternativa en sus actividades productivas;1 una lógica que no busca la acumulación de capital, sino satisfacer las necesidades básicas de la reproducción familiar y social. Se trata de valores alternativos. En la formu-lación de McMichael, el movimiento campesino en torno a la soberanía ali-mentaria está en el proceso de rescatar y desarrollar estos valores, contrarios a los que predominan en el capitalismo, al tomar en cuenta no sólo cálculos económicos (la maximización de los ingresos monetarios), sino también el medio ambiente y consideraciones culturales. En este sentido, la epistemo-logía de McMichael es «chayanoviana», aunque el proyecto de regímenes alimentarios no lo es.

1 Esto se hace explícito en la siguiente cita: «los campesinos bajo la presión de la agricultura industrial no internalizan necesariamente las relaciones mercantiles en las prácticas del hogar/medios de vida» (p. 116).

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En términos más generales, el enfoque de McMichael puede ser clasi-ficado como «campesinista», para utilizar el término popularizado en los grandes debates que tuvieron lugar en México durante los años setenta y ochenta, entre los «campesinistas» (por ejemplo, Armando Bartra y Gus-tavo Esteva) y los «descampesinistas» o «proletaristas» (por ejemplo, Roger Bartra y Luisa Paré). Hay diferentes variantes de cada acercamiento (Otero, 2004); no voy a detallarlos aquí. En términos básicos e incluso simplistas, los descampesinistas argumentan que la inexorable expansión del capitalis-mo en el campo conlleva a un proceso no siempre lineal pero constante en dirección a la proletarización y semiproletarización de los campesinos. Desde esta perspectiva, los campesinos tienen poco potencial revoluciona-rio o, aún peor, ya no existen. Este es el argumento desarrollado por Hen-ry Bernstein —autor del primer libro de esta serie—, quien argumenta que «no se gana nada, y se oculta mucho, al caracterizar a los pequeños agricultores contemporáneos como “campesinos”» (2006: 454).2

En cambio, los campesinistas constan que los campesinos todavía existen, no han desaparecido como predecía el marxismo ortodoxo y también la teoría de modernización. Además, desde esta perspectiva, los movimientos campesinos tienen una orientación anticapitalista y constituyen una agencia revolucionaria; son los movimientos más diná-micos y poderosos de la actualidad. Ésta es evidentemente la postura de McMichael. La comparto, pero pregunto: ¿quiénes son los campesi-nos? McMichael no ofrece una definición, ni siquiera en el glosario que se encuentra a final del libro. Por consecuencia, el libro exhibe cierta ambigüedad con respecto a la identificación de los sujetos sociales (agen-cia) de los movimientos campesinos contemporáneos. En varios lugares del libro, se refiere a estos sujetos como «los pequeños agricultores,

2 Bernstein (2012) argumenta que no hay «campesinos» en el mundo contemporáneo de la globali-zación capitalista, basando su argumento en los siguientes factores: «la mercantilización de la sub-sistencia», la transformación de los campesinos en la dirección de producción mercantil simple, la resultante internalización de las relaciones mercantiles en la reproducción de las familias que prac-tican la agricultura, y las tendencias de diferenciación inherente en la producción mercantil simple, sin importar si la agricultura se practica o no como el único o principal sustento de la reproducción social, o si se combina con otras actividades.

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pastores y pescadores», los «que permanecen en el campo […] con y sin tierra» y «la gente de la tierra». Estas generalizaciones ocultan la diferen-ciación de clases sociales en el campo y, por tanto, sacrifican cierta medida de rigor analítico. Por otra parte, la misma ambigüedad puede tener una función política, en tanto invita a una amplia gama de «actores» a unirse a la lucha a favor de la soberanía alimentaria. En efecto, McMichael reco-noce esta función política cuando cita a Paul Nicholson, miembro funda-dor de Vía Campesina, quien dice que «El debate no está centrado en la palabra “agricultor” o “campesino”. El debate trata más sobre un proceso de cohesión» (p. 215). Desde este punto de vista, el concepto de «campe-sino» no se refiere tanto a una condición de clase (su relación con los medios de producción), sino más bien a la identidad política, construida de mane-ra colectiva para impulsar la agenda de soberanía alimentaria.

Apoyo a Vía Campesina, incluso con respecto a la promoción de la agroecología, pero tengo ciertas dudas sobre la posibilidad de generalizar las prácticas agroecológicas en los intersticios del sistema capitalista, y también sobre el potencial de la agroecología de pequeña escala para producir suficientes cantidades de granos básicos para «alimentar al mundo». Me explico.

La agricultura orgánica y de pocos insumos externos implica más mano de obra. El trabajo del campo es duro y bajo las condiciones es-tructurales del capitalismo neoliberal, el esfuerzo físico adicional se re-compensa muy poco en términos monetarios. Como me explicó un agri-cultor nahua de la Sierra de Manantlán en el centro occidente de México, donde se produce maíz principalmente para el autoconsumo en pequeñas parcelas sobre las laderas de las montañas: «un litro de herbi-cida es barato, con ello puedes rociar una milpa de dos hectáreas en un solo día, en vez de dedicarle 10 días de trabajo con cazanga».3 Además, en México, es difícil vender frutas y verduras a un precio «justo», por encima del promedio, para reflejar la sustentabilidad ecológica y social.

3 Para una descripción de las prácticas agropecuarias en la Sierra de Manantlán, específicamente en el ejido de Ayotitlán, y también sobre las prácticas en el ejido La Ciénega, mencionado más adelante, véase Tetreault (2009).

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Por tanto, hay relativamente pocos agricultores en la Sierra de Manant-lán que han abrazado los principios y tecnologías de la agroecología.

Podemos observar algo parecido en La Ciénega, un ejido ubicado en el occidente del estado de Jalisco, cerca de El Grullo y Autlán, en un valle con tierras planas, fértiles e irrigadas. Allí, sólo tres de los 140 ejidatarios han abrazado la agroecología; los demás rentan sus parcelas a compañías productoras de agave, o bien practican formas convencio-nales de agricultura. No están dispuestos a hacer el trabajo físico que implica la agroecología. En efecto, para hacerlo, se requiere una conste-lación de valores alternativos, algo que se refleja en los discursos de los agricultores de La Ciénega que sí practican la agroecología, por ejemplo, al reconocer los beneficios del trabajo físico para la salud, sobre todo en parcelas libres de agroquímicos, además de valorar la autonomía, la pro-visión de comida sana para sus familias y el medio ambiente.

¿Cómo se pueden generalizar las prácticas agroecológicas y cuáles son sus límites? Propongo que la experiencia de Cuba es instructiva al respecto. Como se señala en el libro de McMichael, después del colapso de la Unión Soviética, Cuba tenía que reorientar su producción agrope-cuaria hacia las necesidades alimenticias de su población, con poco acce-so al petróleo y otros insumos agroindustriales. La necesidad urgente se manifestó y el giro hacia la agroecología resultó en incrementos impre-sionantes en la producción de varios cultivos, sobre todo frutas y verdu-ras. En este caso, un movimiento popular desde abajo logró abrir y ampliar una apertura en el Estado (Rosset et al., 2011) para la creación de polí-ticas públicas orientadas a dar impulso a la ampliación de prácticas agroecológicas y agricultura urbana en todas partes de la isla (Koont, 2011). Esto es un factor importante; apunta hacia el papel clave que puede jugar o no el Estado en promover la agroecología. Otro factor importante son los incentivos económicos. Los trabajadores en los orga-nopónicos urbanos de Cuba ganan muy bien en términos relativos, más de tres veces el salario promedio en el sector público.

Por último, mi duda sobre las posibilidades de producir suficientes cantidades de granos básicos en granjas pequeñas que utilizan pocos

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insumos externos, con técnicas orgánicas. Retomando el ejemplo de Cuba, que probablemente es el caso de éxito más espectacular de la agroecología a nivel nacional, se puede observar que, mientras los incre-mentos en la producción de frutas, verduras y otros cultivos han sido dramáticos desde los años noventa, la isla todavía exhibe altos niveles de dependencia alimentaria en el área de los granos básicos. ¿La agroecolo-gía de escala pequeña se presta a producir grandes cantidades de cereales, suficientes para alimentar el mundo? ¿Cuáles serían las implicaciones en cuanto a la fuerza de trabajo requerida y su impacto en los precios de alimentación?

Estas preguntas y críticas se desprenden de un trabajo magistral de exploración teórica y empírica. Pretenden ser provocativas. El libro de McMichael aporta elementos novedosos a los debates contemporáneos en torno a la cuestión agraria, herramientas poderosas para entender la crisis del campo desde una perspectiva histórica de largo plazo y argu-mentos sólidos para apostar por y apoyar a los movimientos campesinos que luchan bajo la bandera de soberanía alimentaria.

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LOS EFECtOS COLAtERALES DEL RÉGIMEN ALIMENtARIO

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Darcy Tetreault plantea algunas preguntas clave en su atenta revisión de Re-gímenes alimentarios y cuestiones agrarias. Tuvimos la oportunidad de reu-nirnos y platicar de eso en el III Seminario de Estudios Críticos que se llevó a cabo en la Universidad Autónoma de Zacatecas en 2015. En ese momento, respondí a la pregunta quizás más significativa de Darcy, sobre el paradero de Alexander Chayanov. Dije bromeando que todavía no había tenido la oportunidad de leer El campesinado y el arte de la agricultura. Un manifiesto chayanoviano (2015), de Jan Douwe Van Der Ploeg, quien estaba sentado a mi lado. Más seriamente, esta aparente omisión requiere que aclare mi argumento.

Chayanov y la definición de «campesino» no aparecen en mi libro sobre los regímenes alimentarios porque no son particularmente rele-vantes en el argumento, que trata de la movilización campesina. Puesto que el libro tiene que ver con las contribuciones metodológicas que po-demos derivar del análisis de los regímenes alimentarios, se enfoca en cómo los constructos analíticos que informan sobre la concepción clá-sica de la cuestión agraria son inadecuados. Además de repensar los términos de referencia de la cuestión agraria, Regímenes alimentarios explora cómo repensar las relaciones de valor alejándose de la asignación de precios a la labor humana y a los sistemas naturales y hacia una priorización del valor ecológico (utilizando estudios de agricultura agroecológica como ejemplos).1 El modo analítico clásico no sólo lleva consigo un thelos de teoría del valor con respecto al destino inevitable

1 E incorporando, desde luego, el análisis de Jan Douwe van der Ploeg sobre «recampesinización» (2009).

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del campesinado (ya sea por vía de desintegración o por diferenciación), sino también retrata a los campesinos como objetos de fuerzas económi-cas en lugar de sujetos históricos. En este modo los campesinos se representan categóricamente como residuales. Al mismo tiempo sus prácticas ecológicas son menospreciadas. Un análisis actualizado del régimen alimentario requiere revisar estas omisiones, y es así como el libro fue concebido. Pero mi explicación de las condiciones cambiadas de la cuestión agraria bajo el actual régimen alimentario corporativo/neoliberal no está diseñada a restaurar el enfoque campesinista. Puede ser fácil leerla de esta manera, y por eso necesito responder.

El movimiento campesino contemporáneo no puede ser visto sim-plemente como una presencia campesina en sí misma. No se trata de si existen o no existen los campesinos o si ellos constituyen una nueva agencia revolucionaria. Ése es un debate que se encierra en sí mismo en un juego de tira y afloja entre dos extremos analíticos. Digo «extremos analíticos» porque es importante ir más allá de un debate estilizado como tal, enmarcado por un conjunto fijo de categorías analíticas. El último capítulo de Regímenes alimentarios es un argumento para ir más allá de la teoría ortodoxa del valor, reconociendo lo que se puede apren-der del valor de las relaciones socioecológicas encarnadas en los sistemas diversos de agricultura de pequeña escala —y lo que puede ampliarse mediante los vínculos urbano/rural—. Es una crítica de cómo la teoría del valor ha sido entendida y aplicada,2 y por lo tanto cómo no permite ver a los campesinos como sujetos teóricos. Esto no quiere decir que debemos abandonar la teoría del valor, más bien significa que debemos usarla metodológicamente atendiendo a la historia política del capital –la cual es la fortaleza del análisis de los regímenes alimentarios–. El movi-miento de soberanía alimentaria no se trata solamente de campesinos o alimentos, más bien tiene que ver con la violencia del régimen contem-poráneo de comercio e inversiones en un contexto de inestabilidad social e incertidumbre ambiental seria. Se trata también de modelar las luchas

2 Para una versión extendida de esta crítica, véase McMichael (2012), y Schneider y McMichael (2010).

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de abajo alrededor de principios democráticos, equidad de género, de-rechos de productores y prácticas ecológicas.

¿Qué quiero decir cuando digo que los campesinos son sujetos his-tóricos? Como se subraya en Regímenes alimentarios, la movilización campesina es un producto del régimen alimentario corporativo. No se trata sencillamente de una movilización de productores de escala pe-queña defendiendo su modo de vida. Un populista argumentaría esto. Y en efecto sería romántico, por decir lo mínimo, recomendar este modo de vida bajo las circunstancias actuales, tomando en cuenta los asaltos recientes manejados políticamente en contra de los medios de vida ho-gareños y en contra de las comunidades de agricultores pequeños, pes-cadores, pastores, habitantes de bosques y aun los trabajadores sin tierra. Debido precisamente al deterioro de la agricultura campesina/familiar en todo el mundo por medio del régimen alimentario, el movimiento de soberanía alimentaria basado en el campesinado emergió para llamar la atención sobre el empeoramiento de la condición de los productores de escala pequeña, quienes todavía constituyen una porción sustancial de la población global. Por cierto, no es el único grupo social que enfrenta privación y discriminación –pero esta condición contribuye a otras pri-vaciones a través del proceso de desposesión, la flexibilización del tra-bajo y los circuitos forzados de labor (Araghi, 2000).

El análisis del régimen alimentario permite un entendimiento de por qué y cómo tal movilización campesina sucedió, en este momento, y con qué consecuencias. Al atender a la historia política del capital a través de la lente del régimen alimentario, se reconoce que la movilización campe-sina reciente no sólo se trata de la agricultura campesina. Más bien, provee una crítica general del capitalismo neoliberal y su régimen alimentario. Combina una crítica de la producción y también de las relaciones de circulación en el régimen alimentario industrial. Tiene que ver tanto con las condiciones laborales como con las condiciones geopolíticas, a través de las cuales un régimen instituido de comercio e inversión pri-vilegia los agronegocios e inversionistas, para los cuales los productores de pequeña escala representan un obstáculo a la acumulación de capital.

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Adicionalmente, el movimiento campesino politiza el «comercio libre» y sus similares para la «seguridad alimentaria», y aboga por sistemas agrícolas alternativos de pocos insumos y regenerativos, protegidos o subsidiados por las autoridades públicas, y así contribuye al enfriamien-to planetario. En otras palabras, el contramovimiento de soberanía ali-mentaria tiene implicaciones universales —y como nota Darcy no trata tanto de una condición de clase como de una identidad política dentro de una coyuntura histórica (donde los productores de escala pequeña se ven como redundantes o como instrumentos en la cadena de valor)—. La identidad política se deriva de la crítica más amplia incluida en el concepto de «soberanía alimentaria» (Patel, 2009; McMichael, 2014). Como observa el activista europeo de Vía Campesina, Paul Nicholson: «También es un proceso autónomo e independiente. No hay un comité central y la soberanía alimentaria no es el patrimonio de ninguna orga-nización en particular. No es el proyecto de Vía Campesina o ni siquie-ra sólo un proyecto de los campesinos» (2009: 678-680).

Yo no veo este contramovimiento, originando en la movilización campesina, como chayanoviano. Tiene que ver con mucho más que la estabilización de un modo de producción campesino, con su lógica par-ticular de equilibrios en el hogar. Encarna una politización del comercio neoliberal, las inversiones y las relaciones de propiedad intelectual en esta coyuntura histórica. Una intervención política como tal va mucho más allá que el hogar campesino de Chayanov, y se deriva de una coali-ción de fuerzas que incluye a los campesinos (comoquiera que se definan) entre otras agrupaciones sociales.

Desde mi punto de vista, el contramovimiento de soberanía alimen-taria lleva consigo un mensaje civilizatorio fundamental. Es decir, no es sólo una crítica del capitalismo neoliberal, sino que ofrece una visión del mundo a partir de la cual se puede abordar la degradación del medio ambiente, el desplazamiento de millones de personas y la incertidumbre climática. Como tal, es un llamado por la reorganización de los Estados, las sociedades y la arquitectura del sistema internacional de Estados —alrededor de principios de ecología y sustentabilidad en lugar de los

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cercamientos y la financiarización—. Me refiero al movimiento basado en el campesinado con la metáfora del «canario en la mina» para subra-yar que los que están más cerca de la tierra y de los cuerpos de agua son los que experimentan más agudamente la degradación de los ecosistemas (McMichael, 2008). Como tal, han tomado la responsabilidad de ad-vertir al mundo. ¿Quién más puede hacer esto, y lo hacen —aparte del Papa, los activistas ecologistas y los científicos dedicados?

En estos términos, mi enfoque analítico del régimen alimentario lleva consigo dos afirmaciones: 1) que el contramovimiento de soberanía ali-mentaria representa y da voz a una visión esencialmente de largo plazo sobre la restauración de los paisajes agrícolas para la seguridad alimen-taria global y el enfriamiento del planeta; y 2) que existe una necesidad inmediata para proteger y mejorar la capacidad de los productores de escala pequeña3 en todas partes del mundo, mismos que enfrentan en la actualidad a los asaltos corporativos coadyuvados por el Estado sobre su economía agrícola, además del cercamiento de su tierra y de sus recursos de propiedad común. Entonces la dinámica del régimen alimentario en-carna un doble movimiento dentro del mismo contramovimiento: una lucha restaurativa inmediata por la gente de la tierra y también una visión restaurativa por el futuro de la humanidad.

En cuanto a las implicaciones, es importante reconocer la miríada de formas de experimentación colectiva de las comunidades que producen de la tierra y las aguas superficiales –como se ilustra en Regímenes ali-mentarios y en otros estudios que documentan las economías solidarias locales (véase por ejemplo Da Vía, 2012; Fonte, 2013, Andreé et al., 2014, Mann, 2014). La visión de soberanía alimentaria aboga por esta autono-mía local y por la reorientación de los subsidios a la energía y a los agronegocios hacia el sostenimiento de la agricultura multifuncional, y por poner fin al «intercambio de alimentos» transfronterizo, no nece-sario y nocivo, que caracteriza al régimen alimentario corporativo.

3 Los productores de escala pequeña son responsables por hasta 70 por ciento de los alimentos en el mundo (etc, 2009) y por tanto son clave en la reducción de la inseguridad alimentaria.

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Una consecuencia del régimen alimentario del capital durante el último siglo y medio ha sido la monopolización progresiva de las regio-nes mundiales como graneros mundiales que exportan alimentos exce-dentarios a costa de los productores locales en otros lugares. La trans-formación resultante de las dietas globales incluye una profundización del consumo de proteínas animales, lo que amplía a los cereales forra-jeros a costa de los granos alimentarios básicos. Ahora este modelo agroindustrial incluye cultivos para combustibles y otros cultivos de biomasa como insumos en bienes no alimentarios (como botellas basa-das en plantas). Esta forma de «agricultura sin agricultores» (el concep-to de Vía Campesina) alimenta a los ricos. Pero los sistemas alimentarios más equitativos reorientarían la producción de cereales hacia los obje-tivos sociales (alimentos primero) e inviertirían en formas de agroecolo-gía más productivas4 y resistentes. Para alcanzar esta meta, que incluye la revaluación del trabajo en la agricultura multifuncional, no se trata de una utopía campesina, sino de una tarea histórica para desmantelar un régimen alimentario basado en la conversión de la agricultura y sus paisajes y sistemas de agua en una forma singular de valor de cambio, orientado hacia la alimentación de los que tienen el poder de compra. Más que un proyecto campesino, esto involucrará la democratización radical de la gobernanza y la provisión de alimentos, el principio de alimentación primero (food first) acompañado únicamente con comercio justo, agricultura biorregional y la profundización de alianzas urbanas-rurales, consejos para la política alimentaria, mercados locales, economías solidarias y poblados de transición en una era de descenso energético.

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4 La agricultura de pocos insumos es necesaria para restaurar los ecosistemas y ha sido identificada en el consenso científico reciente como suficiente para provisionar a la población mundial, si se valorizara adecuadamente y tuviera apoyo (por ejemplo, Badgley et al., 2007).

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Schneider, Mindi y Phillip McMichael (2010), «Deepening, and Repairing, the Metabolic Rift», The Journal of Peasant Studies, vol. 37, núm. 3, pp. 461-484.

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EL NO MÉtODO zAPAtIStA

Ana Lilia Félix Pichardo

¿Tú lo sabes cómo es su modo del pinche capitalismo cabezón?

Bueno, mira, te lo voy a dar la plática política. Resulta que la pinche sistema no te muerde

sólo por un lado sino que onde quiera te está chingando.

Todo lo muerde la pinche sistema, todo se lo zampa y si ya se engordó mucho,

pues lo gomita, y de vuelta con su tragadera.

Subcomandante Galeano

Niña defensa zapatista es, quien junto con Einstein, el caballo Choco, Marx, Sherlock Holmes, Eduardo Galeano, el Gato-perro y muchos otros perso-najes ilustres, desfila por las páginas de este libro; repartiendo su tiempo entre el futbol y la destrucción del muro, mientras nos cuenta cómo se vis-lumbra la tormenta desde aquel rincón del mundo y reta a preguntarnos qué signos tenemos nosotros del gran diluvio y cómo esperamos estar prepara-dos para los fuertes vientos y las grandes aguas que se avecinan. Tal vez nosotros, desde cualquier espacio de nuestro cómodo sillón donde estemos acurrucados, leyendo las peripecias del Gato-perro y del Pedrito, ni siquiera suponíamos que una tormenta se dibujaba en el horizonte, quizá nosotros, víctimas del síndrome del vigía, no queríamos saber sobre la crisis del siste-ma capitalista que, como la caída de una gran muralla (en caso de que sea la crisis terminal del capitalismo), causará desgracias con su sistemático de-rrumbe. Pero ahí estamos ya, leyendo que algo grande y más destructivo que nunca está por venir, parece una profecía anunciando la llegada de un mons-truo de mil cabezas, y, por supuesto, nosotros posmodernos desacralizado-res del mundo y sus mitos, nos mantenemos escépticos, pero continuamos ahí y damos vuelta a la siguiente página.

AnA LiLiA FéLix PichArdo

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En la mayor complejidad que las palabras sencillas pueden guardar, la voz colectiva zapatista recorre los pasos de un método, el cual si-guieron las comunidades para llegar a la conclusión de que está cabrón. Porque seremos, si no es que ya lo somos, testigos y parte de una de las peores depresiones que ha tenido el sistema desde su nacimiento. Y en esta guerra emprendida por la hidra contra la humanidad, pero también contra su propia naturaleza autodestructiva, habrá que estar preparados para salvaguardar el tiempo, la memoria, la humanidad, la dignidad y la vida. Por eso la preocupación por lo que viene es mayúscula, para lo que tendremos que estar preparados como colec-tivo que somos. Y bueno, pues en el cómo está el dónde, porque en el limbo de la barbarie y la desesperanza, cuya venta en el mercado, como producto milagroso, está a la alza, las zapatistas, los zapatistas, nos sugieren la descomposición del monstruo neoliberal para conocer cada una de sus partes, su nacimiento, su crecimiento y contribuir así a su posible muerte.

De manera crítica las comunidades se entienden como parte de un proceso histórico y se explican a sí mismas bajo los principios de la cien-cia de la historia, reivindican la teoría política-económica-sociológica como herramienta fundamental y necesaria para el conocimiento de la génesis y evolución del sistema. Mas se mantienen reaciamente firmes frente a los falsos teóricos, que han recluido a la ciencia en el dogmatismo más puritano y obsoleto, desconfiados de los grupos de pseudocientíficos so-ciales (y naturales), que tan sólo contribuyen a endurecer las paredes de la burbuja que los contiene porque han hecho, también, de la ciencia un negocio y un lugar aséptico, agradable, seguro, donde las heces de la hidra pierden su olor y hasta se convierten en materia de «análisis» para su posterior engullimiento. Las zapatistas, los zapatistas, nos dicen clara-mente que sin teoría no hay práctica y viceversa: «tenemos la necesidad de una ciencia de la lucha. Sin la ciencia, espontáneamente tomaremos lo que tengamos a la mano para proveernos de una explicación, es decir, de un consuelo» (sci Galeano, 2015: 291). ¿Cómo llegaron a este punto? Experimentando para volver a incidir con la práctica en la realidad y

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teorizando sobre esa praxis para volver y mejorar el método de lucha, de transformación.

La rebeldía y la resistencia son los instrumentos que al método expe-rimental zapatista lo hacen muy otro. Puesto que le han permitido hacer análisis exhaustivos de su realidad, de los factores externos a su práctica, de las equivocaciones, para poder así autoevaluar los pasos que daban, pensar en colectivo cuáles eran las mejores vías para seguir andando y cuándo era necesario retroceder o abrir nuevas brechas que permitieran caminar mejor a la dignidad: «Nos ha dado la libertad para crear, inven-tar, imaginar de cómo trabajar mejor nuestro gobernar para tener una mejor vida, y eso es lo que nos está ayudando de ir descubriendo de cómo mejorar el gobernar o su trabajo de nuestros gobiernos autónomos» (sci Moisés, 2015: 158).

Por tanto, su palabra nos comparte cómo ha sido su vivir de lucha contra las mil cabezas del legendario ser, que pareciera también un ¿fénix?, no sé. Y es que tal vez lo conocemos tan poco, que ni siquiera podemos decir cuál es su más acertada analogía mítica, porque faltaría ver cómo será su muerte, cuál la espada que la desollará y quiénes em-puñarán el arma. La observación y análisis del fenómeno son los pri-meros pasos…

He aquí la importancia de hacer y conocer la teoría, que nos hace evidente la palabra zapatista, el alcance de conocer tantos espejos como sea posible, para encontrar el reflejo de la propia práctica y analizarla de una mejor manera. Porque, también, en ese juego de espejos logra-do por las resistencias mundiales, vive la visión amplificada de cada una de las cabezas del monstruo capitalista, y es posible ver cómo es su reacción ante las diferentes luchas y dignidades, que la enfrentan con el rostro cubierto o desenmascarados. La genealogía de la lucha de la or-ganización zapatista nos da muestra de ello porque en su mirar hacia atrás han descubierto que nada surge de la nada, que para caminar pre-guntando ha sido fundamental en colectivo cuestionar: si como se ha venido golpeando al muro a través de los años ha sido la mejor manera para derribarlo, esto último da cuenta de cómo se puede mejorar la

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técnica para seguir derribando los grandes pilares que sostienen al sis-tema-muro-hidra.

El lenguaje del libro nos permite un acercamiento ontológico de la organización zapatista. La voz del subomandante insurgente (sci) Moi-sés nos traslada a la comprensión de una visión de mundo muy particu-lar, uno donde en realidad sí caben muchos mundos. La sintaxis del español usado por los compas no es un error, es una variante de la lengua, que habla en y de sí misma, como un metalenguaje que nos dice más de lo que queremos escuchar. Porque acostumbrados hemos sido a cerrar nuestros oídos y ojos a toda forma de «nuestra» lengua que sea diferen-te y, pues como ellos, su palabra, su pensamiento, su acción, son muy su modo. Porque escuchar o leer de las compañeras, y los compañeros, un español fronterizo con el tzotzil, el tzeltal, el chol o el tojolabal, también nos connota una guerra invisible, de la cual no somos testigos o siquie-ra capaces de imaginar: es la resistencia feroz que libran las lenguas originarias porque sus hablantes sigan contando y cantando a través de ellas; porque el neoliberalismo nada sabe de palabras mágicas, sanado-ras de dolores; palabras flotantes en la selva y el bosque; palabras que hacen del sonido de las balas un son y danzarinas corren al ritmo de marimbas imaginarias; palabras que abrigan a los combatientes y les susurran al oído que no se rindan.

Por eso la importancia de seguir taladrando el muro, o pateándolo siquiera, porque la resistencia es por la vida y todas las expresiones hu-manas que el capital mercantiliza o destruye cuando éstas no le generan ganancias. Leer este libro es decodificar el cómo de la lucha zapatista en sus dos vertientes: en forma y contenido, a través de las palabras que articulan y narran la resistencia zapatista en forma de una niña, reclu-tando jugadores para una partida de futbol, o las travesuras del Gato-perro; pero también en voz de las comandantas Miriam, Rosalinda y Dalia, que narran la genealogía y crecimiento de su lucha como mujeres zapatistas. Son ellas quienes resignifican conceptos de igualdad de géne-ro y justicia, a través de su variante lingüística, rescatando de esta mane-ra a las palabras, que han sido condenadas a los lugares comunes por la

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banalización de los falsos discursos políticos y progresistas, que se pro-nuncian día con día; y al mismo tiempo nos abren una ventana de la memoria de las comunidades, a la que podemos tener acceso y observar detenidamente cómo vivían las mujeres antes y después de la organización.

Porque al igual que de la praxis, el pensamiento y la palabra zapatista, la columna vertebral de este libro es la lucha de las mujeres, que está no únicamente en la narrativa que hacen ellas mismas de esa emancipación que comenzó mucho antes de 1994, sino de igual manera se hace presente en la discursividad del sci Moy y Galeano. Porque como el capítulo «La visión de los vencidos» lo hace patente, la lucha de las compañeras repre-sentó un batallar interno con el que se favorecieron todos, la organización se nutrió de la resistencia de las compañeras por construirse como entes políticos y colectivos dentro de las comunidades, dándole así sustento prác-tico a las palabras y a su teoría de lucha feminista, claro, otro feminismo.

Hoy la realidad ha rebasado un tanto la memoria de cómo se vivía antes del levantamiento armado y de la edificación de la autonomía en las comunidades. Como lo cuentan las compañeras de más edad, las niñas y jovencitas ya han nacido zapatistas y nada saben de la vida en las haciendas y de la condición de las mujeres en aquellos tiempos. Las problemáticas se han ido transformando, los retos son nuevos ahora que se resiste por conservar lo alcanzado, gracias a la lucha permanente con-tra el sistema y sus rostros multiformes. Sin embargo, dentro de la lucha que se gestó por más de 500 años, está la germinación de una resisten-cia más joven, la de las niñas, mujeres y ancianas, que junto con sus compañeros varones, buscan la reconfiguración simbólica de lo que es ser mujer, indígena, y además en resistencia.

El libro nos hace un recuento sobre la lucha desde antes de 1994 y por supuesto del alzamiento armado y lo que pasó después de la guerra, en esa genealogía es fundamental la lucha de las mujeres: su participación plena en el respaldo a los insurgentes desde los pueblos y después como agentes activos, como paridoras de la autonomía. Fue-ron ellas quienes impulsaron la ley contra el alcohol para disminuir la violencia doméstica y también mantuvieron una postura crítica sobre

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los avances en la convivencia pública y privada entre hombres y muje-res, pues «como lo trataron con el patrón los hombres, como que traen arrastrando malas ideas también los hombres, y aplica dentro de la casa como el patroncito de la casa. No es cierto que se liberó las mu-jeres sino que ya son los hombres que fueron el patroncito de la casa» (Comandanta Miriam, 2015: 113). Son ellas quienes ahora deciden con quién y cuándo casarse, cuántos hijos quieren tener, deciden sobre su cuerpo y su vida, desterrando así una de las costumbres más arrai-gadas a la cultura falocéntrica de los pueblos indígenas, que sustentaba la cosificación de las mujeres, por lo que eran tratadas como mercancía por sus padres y maridos.

Nos explican lo difícil que ha sido vencer al machismo desde el inte-rior de la organización, la permanente lucha porque los hombres asimi-len los nuevos roles de ellas. Pues han pasado de la vida completamente privada al espacio público-colectivo, para incidir en el quehacer político de los pueblos: «poco a poco fuimos perdiendo el miedo y la vergüenza, porque ya entendemos que tiene el derecho de participar en todas áreas de trabajo. Después nos dimos cuenta para hacer una revolución no sólo los hombres, tiene que hacer entre hombres y mujeres» (Comandanta Rosalinda, 2015: 117).

La vida en las comunidades gira en torno al colectivo y las activida-des de la propia organización: el trabajo, las fiestas, las asambleas, las clases, la lucha. El zapatismo es la comprensión del yo en tanto el otro, no hay una renuncia del individuo en tanto que se le encuentra en el todo de la colectividad y ahí se reconocen todos como parte consustan-cial y dinámica. La familia como institución social, forzosamente, se vio inmersa en esta revolución y por tanto de alguna manera se han visto superadas las ideas conservacionistas del sistema económico hegemóni-co y patriarcal. Quizá por ello las mujeres zapatistas deciden vivir en pareja, porque es el núcleo primario para poder estar en comunidad; sin embargo, es ahí donde son palpables las grandes transformaciones que han empujado las zapatistas junto con sus compañeros rebeldes:

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La lucha de las mujeres indígenas busca incorporar a los varones. No se puede concebir como una lucha de mujeres contra o al margen de los hombres. Aun-que se expresa como un reclamo y una rebeldía contra situaciones de domina-ción y sujeción de las mujeres, esa lucha existe a la par, es decir, que está sub-sumida en, y encapsulada, por, la certeza cosmológica y filosófica de la complementariedad y conjunción con el varón (Marcos, 2013: 24).

Porque, dice el sci Galeano, el zapatismo y toda nuestra lucha ha sido por la posibilidad de decidir. Los y las que vendrán claro está que podrán hacer las cosas según su modo, rompiendo todo esquema, incluso los cons-truidos dentro de la autonomía. El pensamiento de los compas sugiere un antidogmatismo teórico y práctico en todos los sentidos y niveles de la colectividad. Por ello es que este libro no es un manual para convertirse al zapatismo, ni una guía práctica para derribar el muro y degollar a la hidra. Es más bien un así nosotros lo vemos y así le hemos hecho, es una pregunta lanzada al aire esperando respuestas, muchas; es un reto y una mano de solidaridad tendida esperando quien la estreche desde cualquier lado del mundo; es y puede ser muchas cosas, usted puede encontrarle y leerlo como quiera: desde el principio, desde el final, de en medio. Y qui-zá se sienta contagiado para seguir conociendo cómo es que está armado el capitalismo, y sentirse preocupado por tomar turno e ir a darle marti-llazos, librazos, patadas, balonazos, golpes, cabezazos al muro.

Ponlo atención a lo que te voy a decir. Resulta que el Pedrito, ¿Lo conoces al Pedrito? No, ¿Verdad? Bueno el Pedrito es muy tarugo, pero así son los hom-bres, qué le vamos a hacer, ni modos. Bueno, entonces está el muro, ¿lo conoces el muro? Es como una piedrota que está así larga y alta […] [;] bueno, pues nuestro trabajo como mujeres zapatistas que somos es hoyarlo la piedrota. Claro, lo dejamos que también participen los hombres para que lo entiendan la lucha también. Aunque luego pues, ¿cómo te diré?, pues les cuesta, batallan pues. Son hombres pues…

BIBLIOGRAFÍA

Comandanta Miriam (2015), «La lucha como mujeres zapatistas que somos I», en vv.aa., El pensamiento crítico frente a la hidra capitalista I, México, auto- edición.

Comandanta Rosalinda (2015), «La lucha como mujeres que somos II», vv.aa., op. cit.

Marcos, Sylvia (2013), Mujeres, indígenas, rebeldes, zapatistas, México, Eón.sci Galeano (2015), «Hacia la genealogía de la hidra», en vv.aa., op. cit.sci Moisés (2015), «Resistencia y rebeldía zapatistas II», vv.aa., op. cit.

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James M. Cypher. Doctor en Economía por la Universidad de California. Actualmentes se desempeña como docente-investigador del Docto-rado en Estudios del Desarrollo de la Universidad Autónoma de Zacatecas, México, y es miembro del Sistema Nacional de Investi-gadores nivel III. Es profesor emérito de economía en la Universidad Estatal de California. Ha sido profesor visitante en American Uni-versity, la Universidad Nacional Autónoma de México, la Universi-dad Autónoma Metropolitana y la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales de Chile. El desarrollo de América Latina y el comportamiento macroeconómico de Estados Unidos son temas de su especialidad. Autor de The Process of Economic Development (Rout-ledge, 2014) y cuatro libros más. Ha publicado más de 65 capítulos de libros y 100 artículos en revistas especializadas de diversos países. Miembro del comité editorial de las revistas International Journal of Development Issues, Latin American Perspectives y Ola Financiera, y del consejo asesor de Canadian Journal of Development Studies. Fue becario de la Comisión Fulbright.

Ana Lilia Félix Pichardo. Profesora normalista. Actualmente estudia el último semestre de la licenciatura en Letras en la Universidad Au-tónoma de Zacatecas, México. Ha colaborado con el suplemento

colaboradores

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cultural de La Jornada Zacatecas y otros suplementos culturales con artículos de carácter literario y sociopolítico. Congresista en el pri-mer encuentro de normales interculturales bilingües en la ciudad de Oaxaca en 2012; recientemente participó en el 9° Foro Latinoame-ricano “Memoria e Identidad” en Uruguay con la ponencia: “Mujeres zapatistas: sin dios, sin amo, pero con marido”. Su labor académica está orientado al tema literatura y Revolución, así como al análisis de la labor del intelectual comprometido.

Delia Luisa López García. Doctora en Economía de los Países en Desa-rrollo por el Instituto de América Latina de la Academia de Ciencias de la URSS. Profesora-investigadora del Programa Cuba de la Fa-cultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) y profeso-ra consultante de la Universidad de La Habana. Miembro del comi-té gestor del doctorado en Estudios del Desarrol lo de FLACSO-Cuba. Su área de investigación es política y desarrollo. Ha realizado más de veinte investigaciones sobre Cuba y América Latina; es autora y coautora de más de treinta y cinco publicaciones, ha participado en eventos científicos nacionales e internacionales. Ha dictado cursos de maestría y doctorado en México, España y Grecia. Presidenta de la Cátedra Ernesto Che Guevara de la Uni-versidad de La Habana; autora y coautora de artículos sobre el pen-samiento de Ernesto Che Guevara y ha ofrecido conferencias y con-versatorios sobre su pensamiento en Cuba y otros países. Desde 2004 lleva a cabo en coautoría el proyecto de investigación “Memo-ria Documental de la Revolución Cubana” derivado del cual se han publicado los libros Documentos de la Revolución Cubana correspon-diente a los años de 1959 a 1965; esta colección obtuvo el premio de la Academia de Ciencias de Cuba en 2014. Coautora del proyec-to de investigación “El desarrollo como proceso emancipatorio” en proceso. Su ensayo Cuba: pensar y hacer la democracia fue premiado en el concurso de CLACSO en 2014.

Colaboradores

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Carlos Mallorquin. Sociólogo y economista mexicano. Docente e inves-tigador de la Unidad Académica de Estudios del Desarrollo de la Universidad Autónoma de Zacatecas (uaz), México. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores (sni) desde 1993, actualmente nivel II. Entre sus trabajos publicados recientemente se encuentran Celso Furtado: un retrato intelectual (2013) y Relatos contados desde la periferia: el pensamiento económico latinoamericano (2013). Actual-mente realiza una biografía intelectual de Raúl Prebisch (1901-1986).

Humberto Márquez Covarrubias. Doctor en Estudios del Desarrollo por la Universidad Autónoma de Zacatecas, México. Docente-investigador y responsable del Doctorado en Estudios del Desarrollo de la Uni-versidad Autónoma de Zacatecas (UAZ). Director de las revistas Estudios Críticos del Desarrollo y Observatorio del Desarrollo, además de editor de la revista Migración y desarrollo. Miembro de la Red Internacional de Migración y Desarrollo y del Sistema Nacional de Inves-tigadores (SNI). Autor de varios libros, entre ellos El mundo al revés. La migración como fuente de desarrollo, además de diversos ar-tículos sobre capital, Estado, movimientos sociales, crisis y alternativas.

Philip McMichael. Profesor de Sociología del Desarrollo en la Universidad de Cornell, Nueva York. Sus investigaciones actuales tratan el tema de la soberanía alimentaria. Es autor de Settlers and the Agrarian Question (1984), Development and Social Change: A Global Perspective (2016) y Regímenes alimentarios y cuestiones agrarias (MAPorrúa / UAZ, 2015). Además, ha editado The Global Restructuring of Agro-Food Systems (1994), New Directions in the Sociology of Global Development (2005, con F.H. Buttel) y Contesting Development: Critical Struggles for Social Change (2010). Ha trabajado con la FAO, UNRISD, Vía Campeina y el Comité Internacional de Planeación para la Soberanía Alimen-taria. Además es miembro del Mecanismo de la Sociedad Civil de la Comisión de la FAO sobre la Seguridad Alimentaria Mundial.

colaboradores

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Andrés Ruggeri. Antropólogo social por la Universidad de Buenos Aires (uba). Desde 2002 dirige el programa Facultad Abierta, un equipo de la Facultad de Filosofía y Letras de la uba que apoya, asesora e investiga con las empresas recuperadas por los trabajadores. Desde el Programa coordinó cuatro relevamientos nacionales de empresas recuperadas y varios proyectos de voluntariado universitario y ex-tensión, así como la creación en 2004 del Centro de Documentación de empresas recuperadas que funciona en la Cooperativa Chilavert Artes Gráficas. Es autor y coautor de varios libros especializados en el tema, y dio charlas y cursos en varios países de América Latina, Europa y Asia. Coordina desde 2007 la organización del Encuentro Internacional ”La Economía de los Trabajadores” que ya tuvo dos ediciones en Argentina, una en México y otra en Brasil, junto con un encuentro europeo en Francia. Además, es autor del libro Del Pla-ta a La Habana. América en bicicleta en el que relata su viaje en 1998 por América Latina en solidaridad con la Revolución cubana. Poste-riormente, dio la vuelta al mundo en bicicleta tándem a través de 22 países del Tercer Mundo junto a su compañera Karina Luchetti. Ac-tualmente da un seminario especializado en las carreras de Antro-pología e Historia en la uba.

Darcy Tetreault. Sociólogo canadiense-mexicano. Docente-investigador del Doctorado en Estudios del Desarrollo de la Universidad Autó-noma de Zacatecas (uaz). Miembro del Sistema Nacional de Inves-tigadores nivel II, con perfil promep. Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Guadalajara. Su tesis de doctorado ganó el premio nacional Arturo Warman 2008. Sus intereses académicos incluyen ecología política, eco-marxismo, minería, movimientos so-ciales y ambientales, agroecología, estudios agrarios, pobreza y po-líticas sociales. En los últimos años, además de publicar múltiples artículos y capítulos de libros en diversos espacios, compartió cré-ditos en la coordinación de tres libros: Los conflictos socioambientales y las alternativas de la sociedad civil (2012), con Heliodora Ochoa

Colaboradores

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García y Eduardo Hernández González; Poverty and Development in Latin America (2013), con Henry Veltmeyer; y Senderos de la insus-tentabilidad (2014) con Guadalupe Margarita González Hernández y Humberto Márquez Covarrubias.

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1. Estudios críticos del desarrollo es una revista semestral de investigación científica arbitrada y publicada por la Unidad Académica en Estudios del Desarrollo (uaed) de la Universidad Autónoma de Zacatecas (uaz).

2. Los trabajos deberán ser inéditos y sus autores se comprometen a no someterlos simultáneamente a la consideración de otras publicacio­nes. Deberán ser resultado o avance de investigaciones origina les de alto nivel, enmarcados en las Ciencias Sociales y las Humani dades enfo­cados en la problemática y alternativas del desarrollo. Pueden enviarse trabajos en español y en inglés; los cuales serán publicados en esos idiomas. Los autores conceden su autorización para que sus artícu­los sean difundidos a través de medios impresos y electrónicos por la uaed–uaz.

3. Los autores deberán remitir los originales en formato compatible con los programas estándares de procesamiento de textos (Word) en tamaño carta, a doble espacio y por una sola cara, con tamaño de letra de 12 puntos en fuente Times New Roman.

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normas para la recepción de originales

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5. Los trabajos deberán acompañarse de los siguientes datos, con una extensión no mayor de diez líneas: nombre completo del autor o los autores, nacionalidad, máximo nivel de estudios alcanzado, institu­ción, centro de adscripción y línea de investigación, cargo que des­empeña, número telefónico, dirección postal, dirección electrónica, dos o tres referencias bibliográficas de las publicaciones recientes o relevantes y otra información de interés académico.

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Publicaciones

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Estudios Críticos del Desarrollo, vol. v, núm. 9

Índice

Editorial

Los ríos profundos de América Latina: poder popular, estado progresista y transformación social

Humberto Márquez Covarrubias

artículos

cuba: pensar y hacer su democraciaDelia Luisa López García

crisis y autogestión en el siglo xxi

Andrés Ruggeri

espectros del neoliberalismo. economía de traspatio y necropolítica en México

Humberto Márquez Covarrubias

La economía política empíricamente fundamentada e históricamente contextualizada de celso Furtado

James M. Cypher

Lord Keynes después de su muerte, según Raúl PrebischCarlos Mallorquin

dEbatE

interrogando a la soberanía alimentaria. Una reseña del libro Regímenes alimentarios y cuestiones agrarias de Philip Mcmichael, 2015

Darcy Tetreault

Los efectos colaterales del régimen alimentarioPhilip McMichael

rEsEña

el no método zapatistaAna Lilia Félix Pichardo

Rectorarmando silva chairEz

Secretario Generalcuauhtémoc rodríguEz aguirrE

Secretario AcadémicomiguEl rodríguEz JáquEz

Director de la Unidad Académica de Estudios del Desarrollo

rodolfo garcía zamora

Consejo Editorial de Estudios críticos dEl dEsarrollo

haroon akram–lohdi Trent University WaldEn bEllo Focus on the Global South (Bangkok) hEnry bErnstEin University of London manfrEd biEnEfEld Carleton University saturnino (Jun) borras Institute of Social Studies, Netherlands Paul boWlEs University of Northern British Columbia EugEnia corrEa vázquEz Universidad Nacional Autónoma de México norman girvan University of West Indies cristóbal kay Institute of Social Studies, Netherlands kari lEvitt Mcgill University oscar mañán Universidad de la República, Uruguay ronaldo munck Dublin City University carl–ulrik schiEruP Linköping University

univErsidad autónoma dE zacatEcas

estud ios

desarrolloVolumen V, número 9, segundo semestre de 2015

Director GeneralhumbErto márquEz covarrubias

Director Editorialraúl dElgado WisE

Coordinador EditorialhEnry vEltmEyEr

Coordinadores Académicosdarcy tEtrEault

guadaluPE margarita gonzálEz hErnándEz

Comité Editorial univErsidad autónoma dE zacatEcas

raúl dElgado WisE

guillErmo foladori

rodolfo garcía zamora

guadaluPE margarita gonzálEz hErnándEz

carlos mallorquín

humbErto márquEz covarrubias

gErardo otEro

robErto soto EsquivEl

darcy tEtrEault

hEnry vEltmEyEr

Edgar záyago lau

Traducciónmark rushton

Cuidado de la ediciónhumbErto márquEz covarrubias

Producción editorialeditorial los rEyEs

Página webElizabEth gómEz

Volumen V, número 9, segundo semestre de 2015