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REVISTA EUROPEA. NÚM. 168 13 DE MAYO DE 1 8 7 7 . AÑO IV. TRADUCTORES CASTELLANOS DE HORACIO. MONOGRAFÍA BIBLIOGRÁFICA CON NOTICIAS É INDICACIONES ACERCA DE LOS PRINCIPALES COMENTADORES ESPAÑOLES DE ESTE LÍRICO LATINO. I. Doliéndome de que nuestra literatura careciese aún do una Biblioteca de traductores, dejado aparte el ligerísimo ensayo de Pellicer, y perdidos ó igno- rados los posteriores del P. Bartolomé Pou, de Cap- many y de D. Eustaquio Fernandez de Navarrete, determiné, tiempo há, llenar este vacío en cuanto mis fuerzas alcanzasen, y tras investigaciones asi- duas no siempre desgraciadas, llegué á reunir buen número A¿ materiales; en cuya ordenación y crítica me he ocupado y ocupo todavía, hallándome muy próximo á terminar este trabajo, de no leve em- peño, aunque de mérito poco ó ninguno. Por aco- modarme al uso general de los bibliógrafos y facili- tar el manejo de esta obra, más propia para consulta que para lectura seguida, adoptó el orden alfabético de traductores, sin perjuicio de agruparlos por len- guas, autores interpretados, etc., etc., en índices finales. Y como no á lodos agradan la disposición y árido estilo de los libros bibliográficos, penseque no sería inútil el formar con los datos mismos de la Biblioteca, ó con parte de ellos á lo menos, una se- rie de monografías en que por modo más fácil y ameno, en cuanto la materia y el pobre ingenio del autor lo consienten, se diese cuenta de todas ó la mayor parte de las traducciones de cada autor ó grupo de autores, v. g., Hornero, los trágicos grie- gos, los líricos, los historiadores, Aristóteles, Lu- crecio, los elegiacos latinos, Virgilio, Horacio, Ovi- dio, et sic de cmteris, ilustrando la materia con citas y cotejos, y apuntando las noticias más curiosas que con los traductores se rozasen, para que de tal suerte quedase ilustrada en buena parte la historia de los estudios clásicos en nuestro suelo, materia sobrado importante que me propongo dilucidar, una vez recogidos todos los datos indispensables para tal intento. Tal fue el origen de la indigesta y des- mañada memoria acerca de intérpretes de Horacio que há dos años escribí, y que hoy refundida y am- pliada publico, no para solaz y recreación, sino para tormento de los lectores de esta REVISTA. Comenzaba la lucubración antigua con una espe- cie de pintura del Renacimiento, que hoy suprimo TOMO IX. porque supongo á los supradíchos leyentes harto ilustrados para no ignorar ninguna de las cosas que allí apunté acerca del entusiasmo con que en aque- lla era feliz se cultivaron los estudios clásicos, sobre la influencia soberana ejercida por estos en la poe- sía moderna y sobre otras materias semejantes que pueden y deben pasar por lugares comunes. Tam- poco ofrecería novedad alguna la indicación de las principales ediciones horacianas, desde la de Ve- necia de 1478 hasta !a última que haya salido de las prensas de Paris ó de Leipsig, ni el catálogo de los comentadores, escoliastas, ilustradores y críti- cos del venusino, grey innumerable que comienza en Acron y Porfirio , continúa en los Manucios, Erasmo , Moreto , Lambino , Cruquio, Torrencio, Glareano, Maneinelio, Esealígero, Rodelio, Sana- don, Dacier, Desprez, Benlley, Cuningham... y se prolonga hasta Walckenaer y otros modernos, fran- ceses, ingleses y alemanes. No diré una palabra de los que dedicaron su estudio á la depuración de los textos, ni de los que gustaron de introducir osadas variantes, ni de los que hicieron observaciones gra- maticales, ni de los que explicaron alusiones, inter- pretaron pasajes dudosos y acumularon, sin utilidad á veces, notas tan eruditas como farragosas. Huiré absolutamente de tales preliminares, ya que cuanto yo pudiera decir V algo más puede verlo el curioso en la Biblioteca latina de Fabricio y en otros libros posteriores, y entraré de lleno en el asunto, que no es habtar en general de intérpretes y comentadores de Horacio, sino únicamente de los castellanos. No con traducciones, sino con imitaciones em- pezó á manifestarse entre nosotros la influencia ho- raciana, al revés de lo que aconteció con otros clá- sicos. Horacio fue de los poetas latinos menos sa- boreados en la Edad Media, y hasta muy entrado el siglo XV apenas encontramos reminiscencias de sus ideas y estilo. Ofrécenos una muy notable el escla- recido Marqués de Santillana que debió cojiocer ya, aunque en no muy correctos originales, las obras del lírico latino/ Demuéstranlo las estancias XVI, XVII y XVIII de la Comedíela de Poma, en las cuales felizmente parafrasea el Beatus Ule: ¡Benditos aquellos que con el azada Sustentan sus vidas ó viven contentos, É de cuando en cuando conoscen morada É sufren pascientes las lluvias é vientos! Cá estos non temen los sus movimientos, 37

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REVISTA EUROPEA.NÚM. 168 1 3 DE MAYO DE 1 8 7 7 . AÑO IV.

TRADUCTORES CASTELLANOS DE HORACIO.

MONOGRAFÍA BIBLIOGRÁFICA CON NOTICIAS É INDICACIONES

ACERCA DE LOS PRINCIPALES COMENTADORES ESPAÑOLES

DE ESTE LÍRICO LATINO.

I.Doliéndome de que nuestra literatura careciese

aún do una Biblioteca de traductores, dejado aparteel ligerísimo ensayo de Pellicer, y perdidos ó igno-rados los posteriores del P. Bartolomé Pou, de Cap-many y de D. Eustaquio Fernandez de Navarrete,determiné, tiempo há, llenar este vacío en cuantomis fuerzas alcanzasen, y tras investigaciones asi-duas no siempre desgraciadas, llegué á reunir buennúmero A¿ materiales; en cuya ordenación y críticame he ocupado y ocupo todavía, hallándome muypróximo á terminar este trabajo, de no leve em-peño, aunque de mérito poco ó ninguno. Por aco-modarme al uso general de los bibliógrafos y facili-tar el manejo de esta obra, más propia para consultaque para lectura seguida, adoptó el orden alfabéticode traductores, sin perjuicio de agruparlos por len-guas, autores interpretados, etc., etc., en índicesfinales. Y como no á lodos agradan la disposición yárido estilo de los libros bibliográficos, pensequeno sería inútil el formar con los datos mismos de laBiblioteca, ó con parte de ellos á lo menos, una se-rie de monografías en que por modo más fácil yameno, en cuanto la materia y el pobre ingenio delautor lo consienten, se diese cuenta de todas ó lamayor parte de las traducciones de cada autor ógrupo de autores, v. g., Hornero, los trágicos grie-gos, los líricos, los historiadores, Aristóteles, Lu-crecio, los elegiacos latinos, Virgilio, Horacio, Ovi-dio, et sic de cmteris, ilustrando la materia con citasy cotejos, y apuntando las noticias más curiosas quecon los traductores se rozasen, para que de talsuerte quedase ilustrada en buena parte la historiade los estudios clásicos en nuestro suelo, materiasobrado importante que me propongo dilucidar, unavez recogidos todos los datos indispensables paratal intento. Tal fue el origen de la indigesta y des-mañada memoria acerca de intérpretes de Horacioque há dos años escribí, y que hoy refundida y am-pliada publico, no para solaz y recreación, sino paratormento de los lectores de esta REVISTA.

Comenzaba la lucubración antigua con una espe-cie de pintura del Renacimiento, que hoy suprimo

TOMO IX.

porque supongo á los supradíchos leyentes hartoilustrados para no ignorar ninguna de las cosas queallí apunté acerca del entusiasmo con que en aque-lla era feliz se cultivaron los estudios clásicos, sobrela influencia soberana ejercida por estos en la poe-sía moderna y sobre otras materias semejantes quepueden y deben pasar por lugares comunes. Tam-poco ofrecería novedad alguna la indicación de lasprincipales ediciones horacianas, desde la de Ve-necia de 1478 hasta !a última que haya salido delas prensas de Paris ó de Leipsig, ni el catálogo delos comentadores, escoliastas, ilustradores y críti-cos del venusino, grey innumerable que comienzaen Acron y Porfirio , continúa en los Manucios,Erasmo , Moreto , Lambino , Cruquio, Torrencio,Glareano, Maneinelio, Esealígero, Rodelio, Sana-don, Dacier, Desprez, Benlley, Cuningham... y seprolonga hasta Walckenaer y otros modernos, fran-ceses, ingleses y alemanes. No diré una palabra delos que dedicaron su estudio á la depuración de lostextos, ni de los que gustaron de introducir osadasvariantes, ni de los que hicieron observaciones gra-maticales, ni de los que explicaron alusiones, inter-pretaron pasajes dudosos y acumularon, sin utilidadá veces, notas tan eruditas como farragosas. Huiréabsolutamente de tales preliminares, ya que cuantoyo pudiera decir V algo más puede verlo el curiosoen la Biblioteca latina de Fabricio y en otros librosposteriores, y entraré de lleno en el asunto, que noes habtar en general de intérpretes y comentadoresde Horacio, sino únicamente de los castellanos.

No con traducciones, sino con imitaciones em-pezó á manifestarse entre nosotros la influencia ho-raciana, al revés de lo que aconteció con otros clá-sicos. Horacio fue de los poetas latinos menos sa-boreados en la Edad Media, y hasta muy entrado elsiglo XV apenas encontramos reminiscencias de susideas y estilo. Ofrécenos una muy notable el escla-recido Marqués de Santillana que debió cojiocer ya,aunque en no muy correctos originales, las obrasdel lírico latino/ Demuéstranlo las estancias XVI,XVII y XVIII de la Comedíela de Poma, en las cualesfelizmente parafrasea el Beatus Ule:

¡Benditos aquellos que con el azadaSustentan sus vidas ó viven contentos,É de cuando en cuando conoscen moradaÉ sufren pascientes las lluvias é vientos!Cá estos non temen los sus movimientos,

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578 KEVISTA EUROPEA. 1 3 DE MATO DE 4 8 7 7 . N.° 4 6 8

Nin saben las cosas del tiempo passado,Nin de las pressentes se facen cuidado,Nin las venideras dó han nascimientos.

¡Benditos aquellos que siguen las fierasCon las gruessas redes ó canos ardidos,É saben las trochas é las delanteras,E fieren del arco en tiempos debidos!Cá estos por saña non son conmovidos,Nin vana cobdicia los tiene subjetos,Nin quieren thesoros nin sienten affetos,Nin turban temores sus libres sentidos.

¡Benditos aquellos que, cuando las floresSe muestran al mundo, desciben las aves,É fuyen las pompas ó vanos honores,É ledos escuchan sus cantos suaves!¡Benditos aquellos que en pequeñas navesSiguen los pescados en pobres traynas,Cá estos non temen las lides marinas,Nin cierra sobre ellos fortuna sus llaves!

Justamente obtuvo este bellísimo pasaje las ala-banzas del docto Hernando de Herrera, que le tras-cribe en las Anotaciones á Qarcilasso. El poema áque pertenecen las estancias trascritas permanecióinédito hasta nuestros dias, en que sucesivamentele imprimieron D. Eugenio de Ochoa en las Rimasinéditas de D. Iñigo López de Mendoza, Fernán Pé-rez de Gwman, y otros poetas del siglo XV (Paris,1844), y D. José Amador de los Rios en su excelen-te edición de las Obras del Marqués de Santi-llana (1).

II.

En el siglo siguiente, época del mayor floreci-miento de los estudios clásicos entre nosotros,ábrese la serie de traductores é imitadores horacia-nos, no menos que con Garcilasso, que si no inter-pretó de propósito ninguna oda del venusino, emulógallardamente en La Flor de Qnido las increpa-ciones de Horacio á Lidia, seductora del joven Sí-baris:

Por ti como solíaDel áspero caballo no corrigeLa furia y gallardía, etc.

Y es muy de notar esta oda, tanto por su bellezaintrínseca, como por ser la primera composición lí-rica verdaderamente y del todo clásica que apareceen nuestro Parnaso; clásica al modo latino, no altoscano; clásica en las ideas, en la sobriedad, en la

(1) El códice de que se valió Herrera pertenecía á Ar-gote de Molina.

En esta carta se ha conservado con leve alteración elnombre de traynas, hoy traineras, en significación de lan-chas pescadoras, usado por el Marqués de Santillana.

rapidez, y hasta en el corte rítmico. En varios pa-sajes de sus églogas, canciones y sonetos demues-tra asimismo el vate toledano estar empapado enlas ideas y en el estilo de Horacio, cuyos pensa-mientos sabe hacerse propios con aquella facultadde asimilación que tanto le separa de los imitadoresvulgares.

Al frente de los traductores en verso debiéramoscolocar el nombre ilustre de D. Diego Hurtado deMendoza, á ser realmente suya la animada y elegan-te traducción del Solmtur acris hyems (oda 4.a dellibro I de Horacio), que á su nombre insertó Pedrode Espinosa en las Flores de poetas ilustres': Véan-se algunas octavas de esta versión, quizá un pocoparafrástica, pero en lo demás excelente:

Ya comienza el invierno rigurosoA templar su furor con la venidaDe Favonio suave y amoroso,Que nuevo ser da al campo y nueva vida;Y viendo el mercadante bulliciosoQue á navegar el tiempo le convida,Con máquinas al mar sus naves echa,Y el ocio torpe y vil de sí desecha.Ya no quiere el ganado en los cerradosEstablos recogerse, ni el villanoHuelga de estar al fuego, ni en los pradosBlanquea ya el rocío helado y cano:Ya Venus con sus ninfas concertadosBailes ordena, mientras su VulcanoCon los Ciclopes, en la fragua ardiente,Está al trabajo atento y diligente.Ya de verde arrayán y varias floresQue á producir el campo alegre empieza,Podemos componer de mil coloresGuirnaldas que nos ciñan la cabeza.Que bien tienes ¡oh Sexto! ya entendidoQue la muerte amarilla va igualmenteA la choza del pobre desvalidoY al alcázar real del rey potente:La vida es tan incierta y tan medidoSu término, que debe el que es prudenteEntrever el deseo y la esperanzaDe cosas cuyo fin tarde se alcanza. Etc., etc.

Pero dudo mucho que esta oda traducida perte-nezcan á Mendoza, y conmigo lo dudará todo el querepare en lo perfecto y acabado de las formas mé-tricas de esta composición. Cotéjense estos endeca-sílabos con los de Boscán en el Templo de Amor,que imitó del Bembo, con los del mismo Mendoza enla Fábula de Adonis, Hipoménes y Atalanta, yse palpará muy notable diferencia. Ni Boscán niMendoza, que tan fatal afición tenían á los finalesagudos, y tan sin medida los empleaban, y tan des-cuidados eran en cuanto al número y armonía de

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N.° 168 MENENDEZ PELAYO. TBADUCTORES CASTELLANOS DE HORACIO. S79

los versos, hubieran escrito estas octavas, com-puestas sin duda á mediados del siglo XVI, cuandoya Gregorio Silvestre había fijado la ley de los acen-tos en el endecasílabo, y el buen gusto había des-terrado de las obras.de arte mayor los versos agu-dos. En la traducción que antes cité, nunca seobservan tales defectos; y fuera de una estanciaasonantada (descuido común en nuestros mejoresooetas), puede pasar por un modelo en la parte mé-trica. Además, es extraño que semejante oda noparezca en las Obras poéticas del insigne caballeroD. Diego de Mendota, recopiladas por Frey JuanDíaz Hidalgo, del habito de San Juan, é impresasen Madrid por Juan de la Cuesta en 1610. Hidalgodebió conocerla, porque las Flores de poetas ilus-tres se habían impreso cinco años antes, y debió in-sertarla porque no era escabrosa ni para omitida,como los elogios de la cola, de la pulga (1) y de lazanahoria, que juzgó conveniente dejar inéditos porrespeto á la pública honestidad. A mi entender, noincluyó la oda á Sextio, por constarle no ser obradel insigne político, capitán, historiador y poeta,sino de Fi\ Luis de León, á cuyo nombre se ha pu-blicado siempre, excepto en el libro de Espinosa,quien pudo muy bien equivocarse en esta como enotras atribuciones hechas de ligero y sin suficienteprueba. Contra su autoridad milita la de todos loscódices de obras de Fr. Luis de León, la de todaslas ediciones de las poesías del mismo agustino y iaprueba de estilo que, aunque no segura, por sí solacontribuye á robustecer las pruebas del hecho. Porlo demás, D. Diego de Mendoza anduvo feliz en laimitación de algunas epístolas horacianas, especial-mente de la dirigida á Munacio, que comienza Nihilmirari, recordada por nuestro poeta en la que en-derezó á su grande amigo Boscán:

El no maravillarse hombre de nadaMe parece, Boscán, ser una cosaQue basta á darnos vida descansada

Casualmente he citado el nombre egregio de FrayLuis de León, y este es lugar oportuno para hablarde sus versiones horacianas. Excusado sería dete-nerme en encarecimientos y alabanzas á las poesíasoriginales de nuestro primer lírico, pues ni quierorepetir lo sabido, ni hallo palabras dignas de su glo-ria, ni es este lugar oportuno como no sea para re-petir una vez más

OnoraleValtissimo poeta

Baste decir, por lo que á mi propósito se refiere,

(1) Atribúyense por algunos á Gutierre de Cetina; peroes más creíble que pertenezcan a Mendoza, cuyo nomorellevan en muchos códices,

que Fr. J,uis de León encarnó su vigoroso pensa-miento en las formas de la poesía antigua, y en es-pecial en las de Horacio, vertiendo en las antiguastinajas vino nuevo, ó trabajando con manos cristia-nas el mármol gentílico, para valemos de una fraseexacta y feliz. Pero no de sus oáas propias, sino delas traducidas voy á tratar, apuntando ante todo al-gunas noticias bibliográficas convenientes y aun ne-cesarias.

Las poesías del maestro León se dividen en treslibros, de los cuales abraza el primero las origina-les, el segundo las traducciones de poetas profanosy el tercero las de algunos salmos, capítulos de Joby otras poesías bíblicas. Existen diferentes edicionesque registraré por su orden.

En 1574, hallándose Fr. Luis en las cárceles delSanto Oficio, publicó el Brócense sus anotaciones áGarcilasso, insertando en ellas las traducciones delas odas X y XXII del libro {.', XII del 4.°, y II delEpodon, de Horacio, poniendo en la primera la ad-vertencia siguiente: «Y porque un docto de estosreinos la tradujo bien, y hay pocas cosas de estas ennuestra lengua, la pondré aquí toda, y lo mismo en-tiendo hacer en el discurso de estas anotaciones.»Calló sin duda el nombre del intérprete por no atizarel odio de sus perseguidores.

Cuarenta años después de la muerte ds Fr. Luisde León, deseoso D. Francisco de Quevedo de opo-ner un dique al torrente del culteranismo, hizo cor-rer de molde las rimas del sabio agustino, valién-dose de un manuscrito mendoso ó incompleto quele facilitó el magistral de Sevilla I). Manuel Sarmien-to de Mendoza, amigo de Justo Lipsio y docto ilus-trador de Marcial, lié aquí la nota bibliográfica deltomo estampado por Quevedo:

« Oídas propias y traducciones Latinas, Griegas yItalianas. Con la paráfrasi de algunos Psalmos ycapítulos de Job. Autor el doctísimo y reverendísimopadre Fr. Luis de León, de la gloriosa orden delgrande doctor y patriarca San Agustín. Sacadas dela librería de D. Manuel Sarmiento de Mendoga,canónigo de la magistral de la Santa Iglesia de Se-villa. Dalas á la impresión D. Francisco de Que-vedo Villegas, caballero de la orden de Santiago.Ilústralas con el nombre y la protección del Conde-Duque, gran canciller, mi señor. Con privilegio.—En Madrid.—En la Imprenta del Reino.—Año deMDCXXX1.—A costa de Domingo Qoncalez, merca-der de libros. 16.', 228 /*.»

Lleva aprobaciones de Valdivielso y Vánder-Hanmen, y se encabeza con dos notables discursosde Quevedo, enderezado el uno á Sarmiento, y alConde-Duque el otro.

Reimprimiéronse estas poesías el mismo año enMilán, por Felipe Guísolíi, dedicadas al duque deFeria, D. Gómez Suarez de Figueroa y Córdoba.

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580 REVISTA EUKOPEA.—13 DE MATO DE 1 8 7 7 . N.° 168

Ambas impresiones salieron afeadas eon^ graveserratas, y una y otra carecen de gran número depoesías auténticas, al paso que encierran otras conerror atribuidas al maestro León. Durante el si-glo XVII no tornaron á reproducirse, y solo en elsegundo tercio del XVIII el erudito valenciano donGregorio Mayans Sisear diólas de nuevo á la es-tampa (Valencia, 1761, por Joseph Tomás Lucas)acrecentadas con la glosa del Miserere (i) y lacanción á Cristo crucificado, que atribuyó á FrayLuis, y es de Miguel Sánchez (2). Corrigiéronse enesta edición valenciana muchos yerros, quedando,no obstante, algunos bien de notar, entre ellos larepetición (en las páginas 7 y 70) de la oda al na-cimiento de la hija del Marqués de Alcañices, re-petición conservada por el mayor número de edi-tores modernos que ni siquiera han reparado enella. Y copias fieles del tomo estampado por dili-gencia de Mayans son las ediciones de 178S, 1791y otras muy conocidas que fuera supérfluo enu-merar.

A pesar de todo, estas reimpresiones incomple-tas y llenas aún de erratas no podían satisfacer elanhelo de los eruditos y aficionados á Fr. Luis, yhacíase cada dia más necesaria una edición comple-ta y esmerada. Con tal fin, el agustino P. Méndez,compañero y biógrafo de Florez, comenzó á reunirpoesías inéditas del autor de los Nombres de Cristo,y noticias para su vida, unas y otras sin gran mé-todo ni crítica, hasta formar dos enormes volúme-nes llenos en gran parte de las malas compañíasque, según Fr. Luis, se juntaron á sus versos. Eldocto y diligente autor de la Tipografía españolacomunicó buena parte de sus hallazgos al colectordel Parnaso español D. Juan José López Sedaño,quien, sin pararse en barras, incluyó en su colecciónprecisamente las de autenticidad más dudosa. Nicon los trabajos de Méndez, ni con las atropella-das publicaciones de Sedaño adelantaron nada laspoesías de León. Por fin, en los primeros años dela presente centuria, un muy docto agustino, se-gundo continuador de la España sagrada, pusomano en la tarea de reunir y depurar las produc-ciones de su ilustre compañero de hábito, para locual reconoció gran número de códices, separó condiligencia las otras legítimas de las de autenticidadcontrovertible y dio á luz una excelente colección,hoy harto olvidada con ser la única completa, laúnica que hace fe, ylaúnica en que podemos leereltexto libre de los absurdos de editores y copistas.Consta de seis volúmenes en 4.°, y el último, queabraza las poesías, fue impreso en 1816. Pero como

(1) Hay una edición antigua y muy rara de esta poesía(Salamanca, 1607) en pliego suelto.

(2) Imprimióse anónima en Madrid, 1618, y á nombrede Fr. Luis, en Madrid, 1727, y Valencia, 1751.

si no existiese ni quedase memoria de ella, los edi-tores más recientes han prescindido de su textopara atenerse al de Mayans, siendo imperdonableel pecado del colector del tomo XXXVII de la Bi-blioteca de Rivadeneyra, que dio como inéditasvarias composiciones ya vulgarizadas por el PadreMerino.

Contienen todas las ediciones de Fr. Luis las odassiguientes traducidas de Horacio.

Del libro primero:I. Mmcenas atavis.

IV. Solvitur acris hyems.V. Quis multa graeilis.

VI. Cum tu, Lydia.XIV. Oh navis, referentin mare.XIX. Mater sava cupidinum.

XXII. Integer vitae.XXIII. Vitas hinnuleo.XXV. Oh Venus Regina.

XXXIII. Albi, ne doleas.Del libro segundo:

VIII. Ulla si juris Ubi pejeraii.X. Rectiús vives, Licini.

XIV. Eheu fugaces.XVIII. Non ebur ñeque aurum.

Del libro tercero:IV. Descende ceelo.VIL Quidjtes, Asterie. (Imprimióse á nom-

bre del Brócense, al fin de las poe-sías del bachiller Francisco de laTorre.)

IX. Doñee gratas eram Ubi.X. Exlremum Tanaim.

XVI. Inclusam Danaem.XXVII. Impíos parrm.

Del libro cuarto:I. lntermissa di%.

XIII. Audivere Dí, mea Zyce.Del Epodon:

II. Beaus Ule.Hállanse sólo en la edición del P. Merino, que las

tomó de un manuscrito de la Biblioteca Colombina,las que á continuación registramos:

Del libro primero:XIX. Mater sceva Cupidinum. Distinta de la

impresa, superior á ella, y muy dignade Fr. Luis de León.

XXIV. Quis desiderio. Están trocados los nom-bres de Virgilio y Quintilio en Fran-cisco (quizá el Brócense), y D. Juan.(acaso de Almeida).

XXXIII. Albi, ne doleas. Distinta de la impresa.Del libro segundo:

VIII. Ulla si juris. Diversa de la general-mente conocida.

XI. Nonsemper.

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N.c 168 MENENDEZ P E U Y O . TRADUCTORES CASTELLANOS DE HORACIO. 581

XVI. Otium Divos.Del libro tercero:

IX. Doñee eram gratus. Distinta de la im-presa.

A nombre de Fr. Luis aparecen asimismo en va-rios códices la traducción que hizo el Brócense delQuis multa gradlis y la que del Ulla, si juris tra-bajó Lupercio Leonardo de Argensola.

Es indisputable que las siete versiones dadas áconocer por Fr. Antolin Merino, pertenecen á poe-tas de la escuela salmantina, y que sin desdoro pue-den atribuirse al maestro León; pero me pareceasimismo fuera de duda que no todas le pertenecen,y quizá algunas sean del Brócense, de Formón, deEspinosa, de Almeida ó de algún otro poeta de lamisma época y estilo. Hasta ahora no he hallado da-tos que lo confirmen; pero el haber en el códice poe-sías de estos y otros autores, induce a sospecharque algún copista trastrocó las producciones deunos y de otros. Y desde luego da que pensar el verincluidas entre estas traducciones una que conoci-damente es de Francisco Sánchez y otra del mayorde los Argensolas.

En cuanto á las 23 ó 24 que sin género de dudason de Fr. Luis, diré, con perdón de Burgos, quGpocas, muy pocas de las castellanas, aun de las tra-bajadas con mayor esmero, tienen un sabor tan ho-raciano como las del autor de La Perfecta casada,con ser incorrectas, desaliñadas y abundar en ver-sos flojos, y ofrecer algunos yerros evidentes en lainteligencia del sentido, lapsus que en buena ley nopueden achacarse á la incuria de los impresores,por no haber modo de salvar el tropiezo, ni constaren los manuscritos variante alguna. Tal aconteceen la oda xvm del libro III.

Quid quod usque próximosRevellis agri términos, el ultraLimites clientiumSalís avarus.

Donde traduce Fr. Luis de León:

Tomando vas á todosTus vasallos la tierra que han comprado,Y por todos los modosQue puedes, en sus tierras te has entrado,Y de sal avarientoSolo á robar lo ajeno estás atento.

Inadvertencia notable fue tomar la segunda per-sona del verbo salió por el genitivo de sal.

Mas á pesar de esto, repito que las versiones deHoracio hechas por el autor de la Noche serena,además déla importancia que tienen como ensayospreliminares á sus magníficos cantos líricos, se leen

con placer sumo, porque están empapadas en elespíritu del original, y si no reproducen muy fiel-mente las formas poéiieas del venusino, trasladaná lo menos su pensamiento con exactitud notable:son trabajos de un poeta que traduce á otro poeta,en muchas cosas de su temple, afín en el estro lí-rico, aunque en las fuentes de inspiración haya di-ferencia.

Como muestra de las traducciones incluidas sóloen la edición del P. Merino, trascribiré la del Albine dohas:

Para que en demasía,Albio, no te dé pena la aspereza,Ni en llorosa alegríaDe Glicéra lamentes la dureza,Porque con fe inconstanteEstima, más que á tí, su nuevo amante,Mira como la bellaLycóris por amor en viva llamaDe Cyro arde, y á ellaVes como el duro Cyro la desama,Con fó sincera y puraInclinándose á Phóloe áspera y dura.

Pero verán primeroQue sin temor las cabras han pacidoCon el lobo más fieroQue la arenosa Lybia ha producido,Que Pholoó al deseoCorresponda de aquese amante feo.Venus así lo ordena,Á la cual da contento que con duraY áspera cadenaDos diversos en alma y en figuraEstén presos, y el fuegoAtiza alegre del sangriento juego.

No veo claramente en esta oda el estilo de frayLuis de León. Los doctos decidirán si puede ó nocon fundamento atribuírsele.

Después de los trabajos del sabio expositor dellibro de Job, merecen especial aprecio los de suamigo Francisco Sánchez de las Brozas, catedráticode retórica y lengua griega en la insigne universi-dad de Salamanca, bien conocido por sus trabajosfilológicos y en especial por su docta Minerva seude causis lingiue latinee, impresa en Salamanca porvez primera, el año 1587, y reproducida despuéscatorce veces por lo menos, siempre en el extran-jero. Dedicó el Brócense buena parte de sus tareasá la ilustración de autores clásicos, hizo una exce-lente edición de la Geogra/íaáe Pomponio Mela, co-mentó las Églogas de Virgilio, las Sátiras de Persio,el Ibis de Ovidio, el Ternario de Ausonio, las Silvasde Angelo Policiano, y los Emblemas de Alciato, ypublicó dos exposiciones distintas de la Poética de

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5 8 2 REVISTA EUROPEA. 4 3 DE MATO DE 4 8 7 7 . N.° 4 68

Horacio. La primera impresa, el año 1571, en Am-beres, al fin de su tratado De arte dicendi, es muybreve y lleva el título siguiente: De auctoribus in-terpreíandis sive de exercitatione poética preecepta.La segunda, mucho más extensa y notable, fue es-lampada en Salamanca, en 1591, con el título deIn artem poelicam Horatii annotationes... ApudJoannem et Andream Renaut fratres. Aprobóla eldoctor Gómez de Contreras, y exornáronla con ver-sos laudatorios Francisco Morales Cabrera, JuanBautista Mungula y Luis de Cabrera Morales. El co-mentario está distribuido del modo siguiente: vieneprimero el texto dividido por preceptos, á continua-ción laEcphrasisó paráfrasis,y alflnlas anotaciones,que son breves, pero sustanciales y de provechosaenseñanza. Al comienzo de cada sección hay un re-sumen de su contenido. Entrambas exposicionespueden verse en el tomo II de la completa ediciónde las obras del Brócense, hecha en Ginebra el añode 1776, por diligencia de Moyano (1). El mismoerudito valenciano pensó imprimir suelta la Ecphra-sis, seguida de la traducción en verso castellano dela Poética horaciana, hecha por Vicente Espinel;pero hubo de desistir de tal intento, aunque llegó áescribir un prólogo, que puede verse en el tomo IIIde sus Cartas. Tradujo además Francisco Sánchezalgunas odas de Horacio, que vieron la luz al fin dellibro rotulado:

«Obras del bachiller Francisco de la Torre. Balasá la impresión D. Francisco de Quevedo Villegas,caballero de la orden de Santiago. Ilústralas con elnombre y protección del Excmo. Sr. D. Ramiro Fe-lipe de Guvman, duque de Medina de las Torres,marqués de Toral, etc. Con privilegio, en Madrid,en la imprenta del Reino. Año de MDCCXXX1. Acosta de Domingo González, mercader de libros, 16.",ISO fs. Con aprobaciones de Vánder-Hanmen y Val-divielso, y una dedicatoria y un prólogo á los queleerán, suscritos por Quevedo (2).

Supérfluo sería detenernos á probar la existenciareal y positiva del asendereado Bachiller, despuésque el doctísimo D. Aureliano Fernandez-Guerra

(1) Francisca Sanctii Brocensis in inclyta Salmanti-censi Academia emeriti, olim Rhetorices et Latinas GrsecaeLinguse Doctoris opera omnia una cum ejusdem scripto-ris, auctore Gregorio Majansio, generoso Valentino.Genevse, apud fratres de Tournes, 1766, 4 vols. 8.°. á loscuales debe agregarse la Minerva impresa en tomo sepa-rado por los mismos editores.

(2) Hay reimpresión del siglo pasado con este rótulo,fundado en un yerro del editor:

«Poesías que publicó D. Francisco de Quevedo Villegas,caballero del orden de Santiago, señor de la Torre de JuanAbad. Añádese en esta segunda edición un discurso enque se descubre ser el verdadero autor el mismo donFrancisco de Quevedo, por D. Luis Joseph Velazquez, etc.Con privilegio, en Madrid, 1153, 6 hs. sin foliar, XX deprólogo y no, más 20 sin foliar, de texto.

puso en claro y fuera de discusión este punto en sudiscurso de entrada en la Academia Española, y ensus ilustraciones á las obras de Quevedo. Tampocoes del caso detenernos á elogiar el mérito de losdelicadísimos versos de Francisco de la Torre, áquien corresponde sin duda el segundo lugar entrelos poetas de la escuela salmantina. Aquí sólo citolas obras del cantor de La cierva y de La tórtolapara advertir que en sus últimas páginas apareceun curioso apéndice dirigido por D. Juan de Al-meida á los lectores, en que, aparte de otras obser-vaciones, dice el caballero portugués que comunicóal Brócense los versos del autor de la Bucólica delTajo, y que el de la Minerva prestóse de buengrado á acompañarlas con traducciones suyas deHoracio y del Petrarca. Las primeras son, citándo-las por el orden en que allí se insertan:

Oda 10." del libro II: Rectiús vives, Licini.ídem 5." del I: Quis mulla gracilis.ídem 14.* del mismo: Oh navis, referentinmare.ídem 9.a del III: Quidjles, Asterie.Esta última no es del Brócense, sino de Fr. Luis

de León, entre cuyas poesías se ha impreso siem-pre. Cométese en ella una extraña licencia que leera peculiar, la división de los adverbios en menteal fin del verso, sobre lo cual le defendió erudita-mente D. Juan de Almeida con citas de griegos, la-tinos y toscanos.

Como muestra de las traducciones del Brócense,voy á trascribir la que con suma precisión, sobrie-dad y acierto hizo del Rertiús vives, segundo en-sayo que conozco de s&ficos castellanos después delos del arzobispo Antonio Agustín, verdadero intro-ductor de este metro nuevo antes de Bermudez yVillegas.

Muy más seguro vivirás, Licino,No te engolfando por los hondos mares,Ni por huirlos encallando en playa

Tu navecilla.Quien adamare dulce medianíaNo le congojan viles mendigueces,Ni le dementan con atruendos vanos

Casas reales.Más hiere el viento los erguidos pinos,Dan mayor vaque las soberbias torres,Y en las montañas rayos fulminantes

Dan batería.Vire con pecho bien apercibidoQue en las riquezas tema la caida,Y en la caida espere, que fortuna

Suele mudarse.Júpiter suele dar y quitar fríos,Mala fortuna suele variarse,Cantas á veces, y no siempre el arco

Flechas, Apolo.

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N.° 168 MENENDBZ PELAYO. - rRADÜCTORES CASTELLANOS DE HORACIO. 583

En casos tristes fuerte y animosoMuestra tu pecho, y con prudencia sumaCoge las velas, cuando te encontrares

Entronizado (1).

La oda 14." del primer libro fue traducida en com-petencia por D. Juan de Almeida, D. Alonso do Es-pinosa y el maestro Sánchez, los cuales convinieronen someterse á la decisión de Fr. Luis, dirigiéndoleesta carta:

«Puede V. P. quejarse de haber sido importu-nado en tiempo que le obliguen á gastarle en cosasque tan poco valen y en juzgar el mal romance queva en esos navios. Dios les dé más ventura que ásusdueños en fabricarlos y á V. P. en juzgar estos tresdiablos, aunque más bien acondicionados que lastres Diosas, pues se dan por contentos de cualquiersentencia. La oda es la 14/ del libro primero deHoracio, compuesta como novia de aldea por tresmalos poetas como ciertos servidores de V, P.»

A cuya donosa epístola respondió con la mismadiscreción el sabio juez en estos términos:

«Yo tengo á buena dicha cualquier ocasión que3ea comunicar con tan buenos ingenios, aunque eljuzgar entre ellos es muy dificultoso, y en estecaso más, donde cada cosa en su manera no sepuede mejorar. La tercera oda tomó un poco de li-bertad, extendiéndose más de lo que permite estaley del traducir, aunque en muchas partes siguebien las figuras de Horacio, y parece que le hacecastellano. En las otras dos, que son más á la letra,hay en cada una de ellas cosas muy escogidas. Alfin, señores, el caso es que yo quiero ser marinerocon tan buenos patrones y no juez, y así yo tambiénenvío mi nave, y tan mal parada como cosa hechaen una noche.»

No reproduzco en este lugar las cuatro traduc-ciones porque son muy conocidas y pueden leerseen el Apéndice supradicho, y aun en la biografía deFr. Luis escrita por Mayans, que también reprodujoesta curiosa anécdota, que pudiéramos llamar de cos-tumbres literarias del siglo XVI.

Francisco de la Torre (ya que de él hemos habla-do) imitó la misma oda de la nave en la suya tanconocida y celebrada que comienza:

¡Tirsis, ahTírsis, vuelve y endereza...

y en nada son inferiores á la oda de Horacio estasdos estrofas, antes me parecen superiores por laviveza, la rapidez y la enérgica concisión:

El frió Bóreas y el helado NotoApoderados de la mar insana

(1) El obispo Caranrael reproduce en la Rítmica al-gunas estrofas de esta oda, que abunda en versos no sá-fioos por mal acentuados.

Anegaron agora en este puerto• Una dichosa nave.Clamó la gente mísera, y el cieloEscondió sus clamores y gemidosEntre los rayos y espantosos truenos

De su turbada cara (1).

Continuando el Bachiller la tradición lírico-clá-sica de Garcilasso y Fr. Luis, sigue el estilo y aúnreproduce pensamientos de Horacio en otras odas,v. g., las que empiezan:

Mira, Filis, furiosa...Amintas, nunca del airado Júpiter...Viste, Filis, herida...Amintas, ni del grave mal que pasas...¡Oh tres y cuatro veces venturosa...

Francisco de Figueroa, laureado poeta complu-tense, amigo de Cervantes, que le introdujo en suQalatea con el nombre de Tirsis, hizo una bella yajustada imitación del Oh navis, en la canción queprincipia:

4

Cuitada navecillaPor mil partes hendidaY por otras dos mil rota y cascada,Tirada ya á la orillaComo cosa perdidaY de tu mismo dueño abandonada,Por inútil dejadaEn la seca ribera,Fuera del agua y de las ondas fuera...

El licenciado Luis Tribaldos de Toledo la llamainimitable imitación en que no sólo parece imitar,sino igualar y aun exceder al venusino en gala, co-pia y realce de pensamientos, pureza de idioma ytodo cuanto un excelente poeta es obligado á hacercon eminencia (2).

M. MENENDEZ PELAYO.

(Continuará.)

(1) Obras del bachiller Francisco de la Torre, ediciónde Velazquez, pág. 48.

(2) La primera edición (muy incompleta) de las poe-sías del divino Figueroa fue hecha en 1626 por PedroCraesbeck, en Lisboa, acompañada de un discurso dol cro-nista Luis Tribaldos de Toledo, y de versos laudatoriosde Lope de Vega, Vicente Mariner, Cristóbal de Mesa.Jáuregui, Silveira y Pereira de Castro. Aumentadas conuna canción, fueron reimpresas en Madrid, 1804, imprentaReal, 18 páginas, 8.°

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5 8 4 REVISTA EUROPEA. 1 3 DE MATO DE 1 8 7 7 . N.' 168

LA REFORMA DE LA FAMILIA.

Es un hecho, que desgraciadamente no necesitademostración, que la familia se halla algo pertur-bada en todas partes, y muy especialmente enFrancia.

No me falta, pues, razón para preocuparme de sureforma.

Hace diez años traté de este mismo asunto en elpulpito de Nuestra Señora; y como mi punto devista no ha cambiado y mis convicciones se hanafirmado, desarrollándose, en igual sentido hablaréhoy que entonces, y hasta emplearé algunas veceslas mismas palabras.

Lejos de opinar como esos espíritus quiméricos,ya que no sean perversos, que pretenden mejorarla familia precipitándola en el camino de las inno-vaciones, creo que á ella, mejor que á otras muchascosas, se puede aplicar la máxima de Maquiavelo,que con este motivo me permito citar de que «Sólose reforma una institución volviéndola hacia suprincipio.»

. ¿Cuál es el principio de la familia? ¿Es una especiede legalización por el Estado, y aun por la religión,de los instintos más ó monos inferiores del sorhumano? Me avergüenzo de tener que formular se-mejante pregunta; pero el sentido moral de muchoshombres es todavía bastante grosero para hacerlanecesaria. Si la familia no fuera más que eso, lasalmas generosas se alejarían con orgullo y adopta-rían por divisa el verso antiguo de Hornero: «Vivirsin mujer y morir sin hijos.» No es este el punto devista en que se ha colocado el cristianismo: si esverdad que tratándose de almas excepcionales, y encasos excepcionales también, ha presentado el tipodel ascetismo absoluto, cierto es igualmente que haglorificado á la vez la familia y la ha abierto á todos,no como un refugio tolerado para los débiles, sinocomo un santuario consagrado para los fuertes.

Así, pues, el principio de la familia y del matri-monio, que es la base, no debe buscarse en esasbajas regiones sobre las que hubiese querido nohacer la más ligora indicación. ¿Es preciso buscarloen la paternidad? ¡Ah! entre las grandezas ó eleva-ciones del orden humano, la paternidad es una delas más sublimes. Considerándola, decía San Pablo:«Doblo la rodilla ante el Padre de Nuestro SeñorJesucristo, de quien procede toda paternidad en elcielo y sobre la tierra.» La paternidad es una cima,y, sin embargo, esta cima aun no es bastante ele-vada, y no es en ella donde la familia humana haestablecido su trono; es, á lo sumo, el escabel glo-rioso de sus pies, pero no el asiento de su potestad.

¿Cuál es, pues, el principio de la familia humana?La paternidad es un hecho capital, sin duda; pero

un hecho extrínseco y que por lo tanto no podríaconstituir la esencia íntima de la unión de los espo-sos. Preguntad á la razón y ella os dirá que cuandose trata de personas no es lo mismo que cuando setrata de cosas: se ama una cosa por sí, se ama áuna persona por ella misma. ¡Ah! si la paternidadfuera el único objeto del matrimonio, la esposa des-aparecería ante la madre, la compañera del hombreno sería más que un medio, un noble y sagradomedio de perpetuar nuestra raza, pero un medio alfin. El Asia entonces aventajaría á la Europa, y labarbarie musulmana sería preferible á la monoga-mia cristiana. Y es preciso que esto no sea así; espreciso que la familia repose esencialmente sobreel amor personal, sobre el amor desinteresado dedos seres humanos que se aman por amarse, querecíprocamente se toman por objeto ó fin de suvida, y qae encuentran en el desinterés de estaelección el gran complemento de su existencia mo-ral. Porque así como cuando el hombre ama á Dios,cuando ama la verdad, la absoluta justicia, es porla excelencia misma del objeto de su amor, y, sinembargo, encuentra en ello, como recompensa, ennagotable medida, goces de la razón, del corazón yde la conciencia; así también, cuando se unen dosesposos y se consagran uno á otro tomándose portérmino desinteresado de su amor, hallan precisa-mente en esto el complemento de su mutua felici-dad. El hombre no es la humanidad; la mujer tam-poco lo es; pero el hombre y la mujer son los dosfragmentos, la tesis y la antítesis, si se quiere, quedeben reunirse en la sublime síntesis del matrimo-nio humano y divino al mismo tiempo. Consultandola Biblia sobre este punto se ve cuan profunda filo-sofía encierran sus páginas, demasiado poco medi-tadas. Se ve ese desarrollo armonioso y progresivode la creación material, y ese nacimiento del hom-bre, espíritu en la carne, carne en el espíritu, coro-nando sobre el globo la obra del pensamientocreador. El Génesis también nos habla de la crea-ción de la mujer, de esa división de la naturalezahumana, en su parte viril y racional y en la femeni-na é impresionable. El Génesis nos trasporta á loque en él se llama el Edén.

¿Qué extraño es que la humanidad haya tenidoprincipio en el Edén? No tratamos de saber si estaes la historia masó menos literal de dos individuos,ó si no es más, como creía Orígenes, que ia historiasimbólica, pero á la vez revelada del origen moraly religioso de nuestra grande especie. Por nuestraparte, nada nos admira ó nos asombra que el relatobíblico haga empezar á la humanidad en el Edén,puesto que en él comienza el individuo. ¿Acaso he-mos tenido nosotros distinto origen? ¿No nace elhombre en la naturaleza como en un jardín encan -tado, cuyas formas, colores y perfumes tienen para

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N/168 P. JACINTO.—U REFORMA DE LA FAMILIA. 585

su infancia atractivos, delicias y revelaciones quemás tarde no sabría apreciar? ¿No ha tenido nuestravida su aurora y su primavera, aurora y primaveraque creemos eternas? ¿No ha empezado nuestraexistencia por un inolvidable sueño de inocencia yfelicidad?

Henos aquí, pues, con Adán en el Paraíso, yesta escena nos enseña, en primer lugar, que esta-mos allí en las regiones ideales de la naturalezahumana, y después que nada tenemos que ver conlos instintos del ser débil y abatido. Estamos en elParaíso: la naturaleza humana se nos representa,si no acabada, magníficamente bosquejada en el quecon más propiedad ha conservado el nombre dehombre, y lo que más brilla en su frente desde lue-go es el poder del pensamiento y de la voluntad.El íipóslol San Pablo, comentador de Moisés, sin sa-berlo, nos dice que el hombre es la cabeza de lamujer. Pues bien, ya tenemos la cabeza que presidey manda; ante su profunda mirada se extiéndelacreación; se ostenta ésta con sus más privilegiadosseres, los que más se aproximan al hombre, losanimales. Los labios de Adán se animan y los nom-bra. ¡Oh! filosofía, hé aquí la diferencia entre elhombre y el bruto: la palabra. La ciencia podráacercar cuanto quiera las especies; la palabra que-dará, no como un matiz, no como un grado, sinocomo un abismo entre él y ellos; porque la palabraes el signo y el instrumento del pensamiento abs-tracto, del pensamiento reflexivo y libre. Y en tantoque no se haga brotar la palabra y la sonrisa de losespesos labios del bruto, tampoco se habrán estre-chado los bordes del abismo que para siempre se-para al sor que piensa del que no piensa.

El hombre llamó por su nombre á la creación, lacomprendió y la presidió; y, sin embargo, en mediode tanta dicha, á pesar de este poder y de esta in-teligencia, el hombre no era feliz. Adán no encon-traba un auxiliar semejante á él; su razón buscabala vida: su cabeza se inclinaba hacia su corazón. Yaquí comienza la segunda escena del drama gené-sico. Se sumergió en un profundo sueño... ¡ah! de-jadme exclamar una vez más: ¡oh, filosofía! ¡oh,profundidad del pensamiento bíblico! Retirémonos,si queréis, con el primer hombre de esta escena or-dinaria, iba á decir vulgar, á la que la vigilia nostrasporta cada mañana y en la que nos retiene has-ta la noche; escena que llamamos el mundo real, yque no es otra cosa que' el mundo aparente, los fe-nómenos tpot(v¿¡j.eva, las formas que aparecen, y nolas sustancias que residen, los efectos que se dejansentir y no las causas que los producen. Refugié-monos también nosotros en el sueño de los senti-dos, en esa intuición directa, en esa profunda con-templación, en ese éxtasis intelectual y racionarenel que parece que el mundo se deja ver en toda su

profundidad. «Y Adán cayó en un profundo sueño.»Aquí es, al principio de las cosas, y no en el mundoque habitamos, donde se opera, por los siglos delos siglos, la división primitiva de la naturaleza hu-mana. La mujer no es un ser extraño al hombre; nose forma por un soplo diferente al suyo, no se for-ma, como él lo fue de la arcilla, de sustanciasinferiores; se desprende del hombre mismo comosu conciencia, y, repitiendo las palabras de SanPablo, como su gloria: «La mujer, dijo, es lagloria del hombre.» Sale del hombre, pero no desu frente; la frente es la mansión del pensamiento:¡Ah! ese resplandor, ésa llama, esa gloria sale delcorazón; ahí es donde el relato genesiaco nosmuestra su origen, y cuando se realiza esta divisiónespiritual, es cuando se completa la naturaleza hu-mana y el Creador entra, por lo que se refiere áeste mundo, en su triunfo y su descanso. Ahora te-nemos ya al hombre completo, con cabeza y cora-zón; el corazón que va á pensar en la cabeza; lacabeza que va á sentir en el corazón; el corazón yla cabeza, el hombre y la mujer que van á confun-dirse en una armonía superior para no llevar másque un nombre. «El dia en que el Eterno los creó,dice el inspirado historiador, los llamó con un solonombre: Adán, el hombre.» Tal es la primera pági-na de la Biblia, que acaso nunca hemos leido seria-mente. Poco me importa, repito, la historia aisladade dos individuos; lo que yo veo allí, con certeza,con admiración, es la primera página de los analesde la familia, de la sociedad,de la humanidad entera.

Por la síntesis armoniosa de la inteligencia quepredomina en el hombre y del cariño que prodomi-na en la mujer, por la unión del corazón y la cabe-za, condición y principio de la unión del hombre yde la mujer, es como se logra levantar el edificioaugusto de la familia y con él el edificio de la so-ciedad entera, porque la sociedad es el desarrollode la familia. ¿Qué es un país mas que una reuniónde hogares? ¿Qué otra cosa es una nación que unafamilia muy extensa? ¿A qué se debe que nos llame-mos franceses? A que hablamos la misma lengua; áque somos de la misma sangre; a que desde hacesiglos venimos desarrollando un mismo sentimientode fraternidad sobre una misma tierra que nuestrosascendientes y nosotros hemos regado con nuestrosudor, y, cuando ha sido preciso, con nuestra san-gre. Esto es lo que constituye la patria, el senti-miento de la fraternidad y de la paternidad. ¡Patria!térra patrwm, la tierra de los padres y la tierra delos hijos. Pues bien, en la patria como en la familia,hay dos grandes influencias: la cabeza que piensa yel corazón que siente; el corazón que siente en lacabeza, y la cabeza que piensa en el corazón; ycuando se separan, desgraciadas las sociedades enque la influencia del hombre y la de la mujer llegan

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586 HEVISTA EUROPEA. "13 DE MATO DE 1 8 7 7 . N.° 168

á ser, no sólo distintas sino contrarias. Ninguna deellas destruirá á la otra, porque la naturaleza no sedestruye; pero lucharán en la peor de todas lasguerras civiles. En todos los hogares, en todos lossalones, en los santuarios de todas las iglesias yhasta en los consejos de los Estados, por todaspartes veréis al poder del sentimiento, el podermoral, el poder religioso, casi siempre oscurecidosy descuidados en la mujer, tener en jaque, estrechary hacer algunas veces retroceder al poder eientífi-co, al poder liberal y al poder progresivo, personi-ficados en el hombre.

Mas volvamos ahora la vista, del tipo que acaba-mos de contemplar, á la realidad. Esta no siemprees extraña y contraria al ideal; y por más que otracosa digan algunos observadores superficiales ópoco justos, no hay raza en el mundo en la que seatan vivo el sentimiento de la familia, como en laraza francesa.

En una parte de nuestra sociedad, podría decir lela sociedad europea, pero comprendereis que meocupo especialmente de mi querido y glorioso país,no sólo está muy quebrantada la unidad espiritualdel hogar, sino que por un fatal contratiempo, lamisma unidad social se encuentra herida. Y voy áprobarlo, considerando la familia en dos épocasprincipales, antes y después del matrimonio.

Antes del matrimonio, tenemos dos jóvenes queno se conocen, á quienes la necesidad ó relacionesde sus padres han hecho acercarse; ignoran el por-venir que les aguarda, y, sin embargo, ya están des-tinados uno á otro. A pesar del raro abuso que deesto han hecho los teólogos, creo en la predestina-ción, en la esfera de los destinos eternales, en esapredestinación racional en que la libertad de Diosno coarta la libertad del hombre. Pero dejando áun lado el mundo del misterio, creo, ó mejor dicho,veo demostrada á cada paso la predestinación enel orden natural. Hay plantas, animales, faunas yfloras, que están predestinadas exclusivamente ádeterminada región del globo ó á tal ó cual edadgeológica. Pues bien, en otro orden más modestoen apariencia, pero realmente más capital, hay almaspredestinadas unas á otras. ¡Desgraciadas las queno se encuentran ó se encuentran mal! Esos jóvenesse hallan, pues, destinados el uno al otro. ¿Cómo seles ha preparado para esto? El hombre va á ser lacabeza; lo que más falta hace desarrollar en él sonlos dones más preciados que ha recibido, la razón;pero el corazón también, porque sobre estar siem-pre expuesto á caer del lado á que se inclina, es elpunto de contacto por el cual el hombre podrá undia, en el orden moral y doméstico, armonizar conla mujer.

Pues bien, pregunto yo, la educación que hoy seda á los jóvenes, ¿desarrolla siempre en ellos, en la

medida que sería necesaria, el corazón y los senti-mientos de cariño? A esta pregunta se suele respon-der: la ciencia! Nadie más que yo será celoso par-tidario de la ciencia, pero á condición de que seacompleta, de que no se destruya ella misma y deque, como ciencia, no se aisle jamás de la vida. Laciencia no es sólo la observación y la experienciade la naturaleza visible; no se reduce á la nomen-clatura de los hechos.

El espíritu vale tanto al menos como la materia;ofrece también grandes motivos de variados y se-guros estudios. Nuestra juventud, sin duda, estudiala historia á la vez que las ciencias naturales yabstractas. No es mi ánimo hablar mal de la histo-ria; pero es preciso entenderla á la manera que losgrandes historiadores, como esos que penetran átravés de los hechos hasta las ideas, y á través delas ideas hasta el alma de un pueblo y sus destinosen el porvenir. Esta es la verdadera historia. Porotra parte, ¿se puede desunir la razón de la con-ciencia del corazón, y aun de la misma imaginación?¿Se puede dejar á un lado la abstracción y á otro lavida? ¿Es que el pensamiento que debe circular enel ser humano, como sangre generosa, sigue sucurso normal cuando presa, por decirlo así, de unvértigo, afluye al cerebro como una embriaguezabstracta ó como una mortal apoplegía? ¡Hó aquí laciencia que yo no quiero para nuestros hijos! Y sinembargo, esta es á la que se les condena con fre-cuencia durante los hermosos, fecundos y decisivosaños de la juventud!

Se dice: Hay religión, y la religión entra por mu-cho en la enseñanza, en la educación; ella será elcontrapeso de la ciencia demasiado abstracta ydemasiado exclusiva. Pero la religión se suele pre-sentar á los jóvenes bajo formas ó con carácter queellos no pueden aceptar, ó que aceptan, cuandomás, como una tradición del hogar doméstico, queno se discute, pero con la cual tampoco se vive.¡Ah! bien sé que la verdad divina no cambia con eltiempo ni varía con las regiones. Pero hay formasde la verdad predestinadas á tal ó cual país, á tal ócual época; y la forma religiosa que hoy conviene ála juventud francesa ilustrada no es la que tuvo ra-zón de ser en la Edad Media. La religión, siempreque exista, formará un departamento separado,cerrado y oscuro en el cerebro de nuestros jóvenes,y no circulará como soplo bienhechor y vigorosoen su alma y su vida.

También hay moral! En mi concepto, es un errorcreer que la religión sola divide las almas y que lamoral las une. Si se habla de la moral tal como laescribió la mano de la naturaleza en las profundida-des de nuestra conciencia, de seguro no hay dosque la aprecien lo mismo. El libro de la concienciaes como todos los libros sagrados; no se ve en él

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N.*168 P. JACINTO.—U REFOIMA DE U FAMILIA. m..más que lo que se quiere ver; porque las moralespositivas varían tanto como las.relig¡ones positivas,y, para no indicar más que los grandes ejemplos,¿no hay precisamente en estos momentos un sofismadetestable en el mundo, que, sin embargo, es acep-tado por muchas personas? El de las dos morales,una para los individuos y otra para los pueblos. Yhasta en el orden individual, ¿no se sostiene unamoral para el hombre y otra para la mujer?

Estos son lugares comunes, bien lo sé; pero elaplauso con que se acogen mis palabras me pruebanque es necesario insistir en ellos hasta lograr quepasen de la retórica á las conciencias, y de la con-ciencia á los hechos. Es preciso que llegue un dia,y si esto no sucede en el ocaso tranquilo y gloriosodel siglo XIX, es necesario que ocurra sin más tar-danza en la apacible aurora del siglo XX, en que sepueda decir lo mismo á los pueblos que á los indi-viduos. «No mentirás» sin que se responda que lamentira en política es el arma legítima y necesariade los gobernantes y de los gobernados. Es precisoque llegue el dia en que mientras se dice al indivi-duo «no robarás,» no hagan una gloria de sus con-quistas las naciones. Y es preciso que el asesinatocolectivo, cuando no es motivado por la más durade las necesidades y sancionado por la justicia mássagrada, se considere más punible aún que el asesi-nato individual.

Una misma moral para los individuos y para lospueblos. El que se atreva á rechazar esta doctrina,demostrará que no es hijo del Decálogo y del Evan-gelio.

Además, hace falta una misma moral para el hom-bre y para la mujer. Este es el punto más delicado,pero también el más decisivo de nuestras costum-bres contemporáneas. ¿Por qué no habiendo másque una medida de verdad y de justicia para hom-bres y mujeres, hay ante la opinión extraviada dosmedidas respecto á la castidad? La falta cometidapor la mujer es á los ojos de todo el mundo un opro-bio para ella, un descrédito, una condenación mo-ral á la muerte. La misma falta, cometida por elhombre, no le produce daño ni desprestigio; antesal contrario, se suele vanagloriar de ella, como sisólo tuviera conciencia de su virilidad en la propor-ción de lo que abusa.

Y la misteriosa pero justa fidelidad que se debenlos dos esposos antes de conocerse, ¿no está igual-mente sujeta á juicios desiguales y contradictorios?¿Qué joven hay que, conservando aún en su pechoalgunas fibras humanas, no exija de la mujer á quienhoy hace su prometida y mañana hará su esposa, laabsoluta integridad de su pasado? ¿Pero son muchoslos que se reconocen obligados á la reciprocidad?Las pretensiones de semejante moral, moral de mis-tico ó de asceta, ¿no harían asomar á sus labios una

escéptica sonrisa? Pues ved aquí cómo no siempresuple la moral lo que falta á la religión para servirde antídoto á una ciencia falsa é incompleta.

Ved á ese joven estragado de una parte por elsensualismo, y de otra por la abstracción, llamado,sin embargo, á comprender un corazón, ¡y qué co-razón! llamado á amarle y respetarle, y hasta á en-señarle, porque en la realidad de las cosas como enel relato de la Biblia, antes de ser completamentela esposa del hombre, la mujer debe ser su pupila,su discípula y su hija.

Ahora veamos cuál es la preparación de la joven.En el seno de la familia, bajo las miradas de suspadres, entre las íntimas expansiones de sus her-manos, su corazón florecerá por sí solo como unade esas plantas de afortunados países que no nece-sitan del cultivo humano y que apenas tienen nece-sidad de sol ni de rocío. Pero, ¿cómo se desarrolla-rá su razón? Hé aquí lo que en el siglo XVII escri-bía Fenelon en su Tratado de educación de las jó-venes:

«Nada hay más descuidado que la educación delas hijas. Por regla general se subordina á las cos-tumbres y al capricho do las madres; se cree quedebe darse poca instrucción á este sexo.»

La sociedad francesa del siglo XIX ¿ha hechoprogresos serios y considerables sobre la del- si-glo XVII? ¿Puede considerarse libre de la crítica quehacía de ésta el gran Arzobispo? Algunas páginasdespués añade: «La superstición es temible, sinduda alguna, para las mujeres; pero nada la comba?te y destruye mejor que una sólida instrucción.Acostumbrad á las bijas, naturalmente demasiadocrédulas, á no admitir con ligereza ciertas historiassin autoridad y á no aficionarse á ciertas devocio-nes que despiertan un celo indiscreto, sin esperará que 1? Iglesia los apruebe.» Fenelon no podíasospechar que los que pretenden representar á laIglesia, aprobarían con el tiempo semejantes histo-rias y tales devociones.

En los colegios ó casas de educación donde seforman las jóvenes, ¿se las prepara conveniente-mente para que en un dia dado sepan asociarse á larazón de un hombre, ser su confidente y el conseje-ro de sus pensamientos, sus lecturas y sus trabajos?¿Se les inspiran, sobre todo, creencias y prácticasreligiosas en las que su hermano, por el pronto, y sumarido, más tarde, puedan tomar parte sin avergon-zarse de ellos mismos y sin hacerse violencia?

La casualidad, porque en este caso no puedo de-cir la Providencia, acerca un dia esas dos existen-cias tan poco adaptadas una á otra; y un capricho óun cálculo—¿cuál de estos dos móviles vale más, 6,por mejor decir, cuál de los dos es peor?—los llegaá unir; y partiendo de esta base se pretende edificarla trilogía sublime: el individuo, la familia y la socie-

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588 REVISTA EUROPEA. 1 3 DE MATO DE 1 8 7 7 . N.' 168

dad! Es que se aman, habrá quien me diga. Pero¿cómo puede llamarse á eso amor, en el sentido se-rio, moral y cristiano de esta gran palabra? Se ledará tal vez ese nombre, porque sobre aquella rocasin tierra, de aquella arena sin agua, ha brotado unaefímera flor, de engañadora apariencia, pero sinbrillo, sin perfume, sin duración.

Mas después de algún tiempo puede verse en loque para esa unión. El joven se ha esforzado por re-conquistar su corazón para conservar el de su espo-sa. Y ¿qué sucede al terminar el dia en nuestrasindustriales y democráticas ciudades, cuando elhombre, cansado de luchar contra sus semejantes,y contra él mismo, vuelve, vencedor ó vencido,pero herido siempre, al hogar doméstico? Voy ádisfrutar, dice para sí, de dos ó tres horas de paz,de dos ó tres horas de tranquilidad y consuelo parami pensamiento y mi corazón.

Y siente despertarse en él lo que hay de más pro-fundo en nuestro ser, más que la ciencia y la políti-ca, más que el trabajo y la agitación de la vida mo-derna: las santas aspiraciones de la naturalezahumana. Coloca sobre sus rodillas al más pequeñode sus hijos, y la inocente criatura le acaricia elrostro con las manos y juega con los rizos de sufrente. El padre respira entonces como un ambientecelestial, y escucha con embeleso esa ingenua tar-tamudez, ese sublime balbuceo que constituyen ámedias el lenguaje de los hombres y el de los ánge-les. Después, acercándose á la lámpara, cuya pan-talla recoge la luz y los pensamientos, habla con suesposa, tratando de evocar en aquel presente tanencantador y tan puro las visiones graves, y, sinembargo, dichosas del porvenir. Pero la mujer nole escucha; ó si le escucha, es á través de sus pro-pias preocupaciones. Abre él un libro, uno de esosbellos libros de historia nacional, de que hablaba yohace poco, un libro de poesía ó de filosofía; pero lapoesía, la filosofía ó la historia los separan, y lamujer no quiere hacerse cómplice de esas lecturas.Abre entonces el Evangelio, y se encuentran conque no lo entienden del mismo modo. Desdobla unperiódico, y tampoco en él pueden leer juntos. Des-graciadamente, cuanta acabo de decir puede consi-derarse como ana página de la historia de Francia;pero más punzante y más temible que la de nuestrasdiscordias civiles y nuestros desastres guerreros.

El marido volverá aún á su casa; pero volverácon menos gozo, desde luego, y más tarde con me-nos frecuencia. Después, en lugar de aquellos sue-ños de paz y de inocencia, no sé qué reminiscenciasde su pasado ó de sus lecturas invadirán con fre-cuencia su espíritu, las cortesanas de Atenas, lasbayaderas de la India. Y, por último, se hará estafatal pregunta: «¿Qué otra cosa es el matrimonio,después de todo? ¿Qué más es que una unión con-

sentida por un contrato legal, ó autorizada por unabendición religiosa, cuando un abismo separa lasalmas para siempre?» Y entonces ese hombre, si noes un héroe, emprende al fin un camino por el queno debemos seguirle.

En cuanto á la esposa, también podría mostrarlasusceptible de iguales seducciones y descuidos; perono lo haré, porque sólo quiero presentar el ladomás grave y lastimoso del cuadro. La considero,pues, haciendo los mayores esfuerzos posibles, ápesar de los vacíos de su educación, por ajustar surazón y su conciencia á la conciencia y la razón desu marido. En su misma razón y en su propia con-ciencia encontrará un límite á su buen deseo. Por-que si tiene, no diré superstición, sino fe; si tienedeterminados y sólidos principios arraigados en el&lma para apreciar la idea del deber y de la eterni-dad, y, por un contratiempo inevitable, para juzgarde la práctica y detalles de la vida; y si por susconvicciones y por el dictamen de su conciencia seve imposibilitada de franquear alguna barrera, ¿quéva á hacer? ¿En quién ha de encontrar el consejonecesario para los casos perplejos quo se refieren ásu conducta ó á la de sus hijos? ¿En quién ha de ir ábuscar la luz, el consuelo, la fuerza que há menes-ter para esas luchas internas que la mujer conocemás que el hombre, y en las que éste, sin embargo,es su natural y providencial apoyo? Bien sé que harecibido de Dios los inapreciables dones de la pu-reza, la ternura y la paciencia; y que la mujer amamás porque es más pura, como sabe sufrir mejor,porque mejor sabe amar. Pero precisamente por-que se halla sumisa á esta ley del amor, necesitaapoyarse en un ser más fuerte, y encontrar en elorden espiritual á quien en él, sobre todo, sea sujefe, su cabeza. Si no lo encuentra en su marido; sisu marido no puede participar de sus peocupacio-nes religiosas y morales, lo buscará en otra parte,en el sacerdote católico, ó en su defecto, en el pas-tor protestante, ese otro representante del Evange-lio. Y si no lo encuentra en ningún ministro oficialdel cristianismo, lo buscará en una conciencia reli-giosa ó filosófica, en un hombre fuerte, grave yhonrado, á quien ella consagrará con sus oracionesy sus lágrimas para que sea el confidente de su con-ciencia.

Pues bien; por más legítima que sea esta direc-ción de la mujer verdaderamente impenetrable ódolorosamente desaprobada, de esa mujer de quienparece hablar la Escritura, bajo la imagen de Sioncautiva, con lágrimas en las mejillas, et lacrymain maxillis ejus, y volviéndose hacia atrás, et con-versa est relrorsum, para contemplar un pasadoque solo fue un sueño, y que no ha de volver; pormás legítima que sea la desesperación de la esposa,de la madre abandonada á su conciencia junto á la

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N.M68 P. JACINTO. LA REFORMA DE LA FAMILIA. 589

cuna de su hijo, ¿existe el matrimonio todavía, des-pués de esto? El marido no tiene ya más que un ca-dáver; el corazón, la conciencia, el alma de su mu-jer se han alejado de él para siempre. Ya no inter-viene en la educación de sus hijos, y hé aquí cómotermina ese drama desolador: el divorcio moral delos esposos se consuma por el divorcio en la edu-cación de los hijos. Se reparten estos; los varonesseguirán la ley del padre; las hembras la de la ma-dre; y el dualismo que he mostrado en los espososse reproducirá en los hijos. Varones ó hembras,conservarán de esta educación contradictoria, nodiré bastante fe, porque la fe es cosa demasiado ele-vada y pura, pero sí bastante superstición para nopensar nunca libremente en su vida, para no adop-tar jamás una resolución enérgica y decisiva res-pecto á los grandes y solemnes momentos de suexistencia, y bastante duda, al mismo tiempo, parano abrigar nunca una creencia firme y halagüeña.Ved, pues, retoñando bajo todas sus formas esedualismo que nos atormenta, que nos divide y que,si no tenemos cuidado, concluirá por destruirnos;este es el gran enemigo de la Francia.

Ahora, preciso será indicar el remedio. Y pues yahe hablado mucho del Cristianismo, dejad que paraconcluir os conduzca al foco pagano, porque tam-bién es el nuestro. El Cristianismo es una síntesis,y lejos de rechazar, atrae todos los elementos mo-rales y religiosos do los cultos inferiores de la hu-manidad. No procedemos únicamente de la Judea,por los apóstoles y los primeros discípulos, des-cendemos de los celtas, de los romanos y de losgriegos; pertenecemos á la antigua y aristocráticafamilia de los Aryas, en cuyas viviendas, lo mismoá orillas del Mediterráneo que en las del Ganges,había un altar, si, materialmente un altar, sobre elcual se sostenía sin interrupción un fuego avivadoconstantemente por un hombre, por el padre, queera el sacerdote doméstico, el que repartía las li-baciones, inmolaba las víctimas, celebraba los ritosy cantaba los himnos de sus antepasados. ¡Desgra-ciada la familia en la que este fuego se llegase áextinguir, aunque sólo fuese por una hora! El diaen que el padre de la familia quería asociarse á unacompañera, porque entre los romanos y los griegosse usaba el nombre de padre aun antes del casa-miento, considerándolo como título de autoridad,majestad y sacerdocio, separaba á la mujer queelegía del hogar y del culto de sus parientes, parahacerla entrar, por medio de una solemne ceremo-nia, en la morada y en la religión que en adelantehabía de compartir con él.

¿Quién ha destruido aquel altar, sosten del pue-blo? ¿Quién ha apagado aquella llama? ¿Quién ha he-cho callar aquellos himnos? ¡Ah! no me digáis queha sido e! cristianismo. El cristianismo lo ha espiri-

tualizado todo; mas no ha destruido nada. La ruinareconoce otro origen; obedece á esa crisis formida-ble que estamos atravesando y cuyo resultado nadiepuede todavía prever. Hoy ya no hay religión do-méstica; hay, sí, una religión individual, una llama,ó una chispa porlo menos, en el santuario oculto dela conciencia de cada uno de los miembros de lafamilia; pero no existe el altar doméstico donde seore y se cante en comunidad; ó, si le hay, es unaltar clandestino donde, en ausencia del padre,reúne la madre con timidez á su prole. Hay un cris-tianismo varonil y otro cristianismo femenino, ó,mejor dicho, afeminado. El segundo puede mataral primero, pero no reemplazarle.

El remedio, pues, consiste en restablecer, en le-vantar de nuevo el altar de la familia, en que losjefes de ella recobren su sacerdocio y tengan elvalor de creer, enseñar y orar, reuniendo en tornosuyo á su mujer y sus hijos. A los que me pregun-taran bajo qué religión, les contestaría sin vacilarque en la que su conciencia hubiese elegido, porincompleta que ésta fuese. La peor de todas las re-ligiones vale más que no tener ninguna.

Por mi parte, prefiero el negro de África proster-nado ante su ídolo, al hombre que ha perdido todacreencia, sea ó no por su culpa, y vive entre tinie-blas, caminando á tientas, incierto, vacilante, alborde del caos. Aquel ídolo será un trozo informede madera, una raíz seca, cualquier cosa... Pocoimporta. Que un rayo de la conciencia del hombrele ilumine un dia, que un destello de la revelacióncaiga sobre él desde la altura, y el madero seco ymutilado germinará como sobre el Carmelo, y flore-cerá y fructificará Jehová!

No haya miedo, sin embargo, de que se resucitenlos antiguos cultos, por más bienhechores que ha-yan sido algunas veces en su tiempo, ni de quesurjan cultos nuevos. La última etapa de la luz entrelos hombres es el cristianismo.

Jóvenes, esposos y padres, formad, pues, uncristianismo suficientemente firme,'tierno y reli-gioso para afiliar á él á vuestra esposa y conservarbajo su égida á vuestros hijos, y suficientementevigoroso y progresivo para que vosotros mismospodáis vivir y creer en él, y practicarlo á la vezque ellos!

HYACINTHE LOYSON.

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590 BEVISTA EUROPEA. 1 3 DE MAYO DE 1 8 7 7 . N.' 168

LOS POEMAS CABALLERESCOSY

LOS LIBROS DE CABALLERÍAS.

IX.*

Pocos asuntos históricos y literarios han dadomargen á mayores confusiones que la poesía caba-lleresca, por lo común identificada con los poemasdel ciclo Bretón, ó del rey Arthur ó Arthus, ó de laTabla Redonda, y señalado como el ciclo caballe-resco por excelencia, y tenido por aparición sor-prendente y original del genio é inspiración de laedad media. Sin embargo, su fama y decantada in-fluencia en la cultura y en el arte de la edad media,no han sido bastantes á promover estudios biblio-gráficos y críticos, como los emprendidos y aca-bados por la erudición contemporánea sobre lospoemas carlovingios, y de aquí que se hayan per-petuado errores y exageraciones acerca de sus orí-genes, caracteres y cualidades, muy principalmenteentre los partidarios del romanticismo germánico,que ponderaba y enaltecía la abundancia y la origi-nalidad de la literatura de los siglos medios, sir-viéndose, á manera de demostración, de la literaturacaballeresca y de los poemas de Arthus, Lancelo-to, Tristan y Perceval, con la famosa mesa y lassantas empresas del descubrimiento y conquista delSanto-Graal.

No participa de esos entusiasmos. La historia noconsiente ya teorías imaginadas en pro ó en contrade alguna tesis religiosa ó política, y examinadaslas bases y motivos de los antiguos juicios, se ad-vierte que en gran parte nacían de una confusiónde hechos y de fechas. La poesía, ó la creación ca-balleresca, es un fenómeno literario que ocupa másde tres siglos, y va desde los poemas de la segundamitad del siglo XII, hasta los libros de caballeríasdel primer tercio del XVI, distinguiéndose con cla-ridad el período primitivo que cierra Chrestien deTroyes en los últimos años del siglo XII, de las imi-taciones y las narraciones en prosaque ocupan elsiglo siguiente y parte del XIV; y, por último, loslibros de caballerías que encuentran en el Amadísde Gaula su más alta y perfecta expresión y flore-cimiento, y que deja, á manera de luminosa estela,imitaciones y paráfrasis hasta muy entrado el si-glo XVI.

En cada uno de estos períodos influyen en la con-cepción caballeresca diversos elementos y tenden-cias diferentes, y de estas influencias y caracteresse originan calidades propias y peculiares de cadafaz literaria y que no deben atribuirse á las demás.

• Véanse los números 161,162, 163,164 y 165,pagi3. 353,885,423. 449 y 481.

Interesa principalmente á mi propósito el examendel primer período, para que, conocidos los ele-mentos constitutivos de la poesía caballeresca en elcorazón de la edad media, podamos decidir si suaparición rompe el curso de la historia que se tejíadesde la edad clásica, ó si, por el contrario, conti-núa la historia sin otras novedades que los acciden-tes propios de los tiempos.

Los críticos franceses, en más de una ocasión hanreferido la curiosísima lucha que mantienen los can-tares de gesta con los poemas del ciclo bretón.Confesando y reconociendo la prioridad de los can-tares de gesta y su importancia en el siglo XI y enel siguiente, es innegable que el poema caballe-resco destronó desde la segunda mitad del si-glo XII en el favor popular al cantar de gesta.En 11S5 escribe Roberto Wace el Brut y el Ron,relaciones poéticas de los anales históricos de laBretaña y de los Normandos desde la destrucción deTroya hasta la dominación sajona, y el poeta anglo-normando acariciaba todos los sentimientos más ca-ros á los Bretones de una y otra orilla (1). ¿En dóndeencontró Roberto Wace los elementos de que se sir-vió en su poema?

Los estudios literarios progresan con rapidez tanasombrosa, que en un decenio, lo que pasaba porhecho cierto y averiguado, en vista de nuevas y máscompletas materias, se olvida y queda en la histo-ria como una teoría más en la inacabable serie delas teorías.

Tras las aficiones próvenzales de Tauriel, lle-garon las célticas de los últimos años. No es delcaso traer á la memoria los estudios, descripcionesy leyendas de toda suerte y de todo género á quedieron asunto y materia una y otra Bretaña, la insu-lar y la continental. La lingüística, como la arqueo-logía y la étnica, sostuvieron grandes y repetidasdiscusiones con los celtomanos; pero de aquellasexageraciones la crítica ha recogido preciosas en-señanzas, qne sirven principalmente para el estudiodel ciclo bretón ó de la Tabla redonda.

No se da un paso en estos estudios sin encontrarel nombre ilustre del restaurador en Francia de lapoesía bretona, M. de la Villemarque, que ha con-sagrado sus talentos, que son muchos, y su activi-dad, que es imponderable, á resucitar la memoriade los orígenes bretones, y á definir su influencia enla historia de la edad media. Como un erudito delRenacimiento, el laborioso académico no ha excu-sado fatiga ni diligencia para exhumar, traducir ycomentar los restos de la literatura armonicana éirlandesa, y con una elocuencia tan conmovedoracomo persuasiva, ha procurado reivindicar y enalte-cer los merecimientos de esta raza, que es la más

(1) Publicado por Lerouix de Luny en 1838; 2 vol.

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N.° 168 CANALEJAS. LOS POEMAS CABALLERESCOS. 69Í

poética entre las razas del Norte. Sus libros sobrelos bardos bretones, h Leyenda céltica, el Encanta-dor Merlin, y, por último, sobre Lesromans de Talleronde (1), completan el cuadro de la vida estética deesta raza, hasta que Chrestien de Troves, cediendoal consejo de María de Francia, popularizó en suspoemas las tradiciones y leyendas que constituyenel ciclo caballeresco de Arthus ó Arlhur ó de la Ta-bla redonda.

En estos últimos decenios, las enseñanzas deM. de la Villemarque han dominado, y escritoresy eruditos que gozan de justa fama, abonan aún lasteorías del elocuentísimo académico.

La narración de M. de la Villemarque es senci-llísima, y esta sencillez constituye uno de los pri-mores y encantos de la teoría. Los antiguos Breto-nes, tanto insulares como continentales, como to-dos los pueblos, tuvieron cantores populares; perola memoria de los arpistas bretones se enlaza conla de los bardos galos, y más fundada que la de losbardos atraviesa las edades y corre en slas de lafama de una á otra nacionalidad. Recordaban estosbardos tradiciones de remotísimo abolengo, y lasleyendas de la familia céltica cruzaban do continuoel brazo de mar que las separaba entre el continen-te é Inglaterra, y vivían aún con mayor pureza yentusiasmo en la verde Erin, la más docta y entu-siasta de las nacionalidades de la raza. Al abrazarel cristianismo armonicanos, irlandeses y las pobla-ciones hermanas del país de Galles, los bardos en-contraron mayor protección en los conventos, por-que la religiosa trasformacion de los antiguos cole-gios druídicos mantenían y cuidaban á los bardos,de manera que al amparo de los monasterios cre-cía ó por lo menos se perpetuaba la tradición de losorígenes heroicos de las Bretañas. Los antiguos nar-radores nacionales de portentosa memoria, porquecantaban centenares de narraciones épicas, encon-traron franca y benévola acogida en los monjes, queno se limitaron á una estéril admiración, sino queescribieron las narraciones antiguas, conservándo-las con celo. La leyenda céltica cristiana pinta demil maneras esta unión de la tradición antigua conel espíritu del cristianismo. Un niño celta, tarta-mudo ó idiota, se acerca á San Colomkill que visitabauna de las abadías. El santo levantó en sus brazosal infortunado y le besó cariñosamente.—Es un idio-ta, un pobre tartamudo que apenas habla; dejadlo,exclamaron los monjes.—Abre la boca, hijo mió, y

(1) La Legende Celtique, par le V. H. de la Villemarque;París, 1864.

Les Bardes Bfetons, poemes du sixieme siecle, traduitpar M.de la Villemarque; Paris, 1862.

Myrdhinn, ott l'enchanteur.Merlin; París, 1862.Les Romans de la TableRotute; Paria, 1881.

enséñame la lengua.—Obedeció el niño temblando,y el santo trazó con el dedo la señal de la cruz en lalengua torpe y mortecina, y desde aquel punto nola hubo más pronta y elocuente para cantar las glo-rias del Señor. La hermosa tradición que recuerdael erudito académico es á manera de alegoría queexplica la influencia del cristianismo en la razacelta.

Pura, sencilla, y con un candor piadoso sublimet

crece esta poesía de los claustros en los siglos VIy VII, y M. de la Villemarque recoge preciosas flo-res del libro de himnos de la Iglesia irlandesa y dela piedad popular de Irlanda, y recuerda la vida mi-lagrosa de sus santos poetas, cuyos cánticos lleva-ban consigo los misterios de la gracia divina y al-canzaban indulgencia plenaria al que los repetía enla triste hora de la muerte. Las plegarias, las ora-ciones y los himnos se convirtieron inuy luego envidas de santos, como sucede en toda la Europa la-tina; y los cantores populares, sostiene el eruditoescritor, versificaron estas leyendas orales antesde que se escribieran; pero, por último, revistieronla forma escrita de leyendas, y refundidas y trasfi-guradas ostentaron verdaderos caracteres literarioscon formas cíclicas, como la poesía heroica de lostiempos posteriores. El elocuente crítico no olvidalas composiciones épicas que narran los viajes yempresas inspiradas por la fe, y expone con profun-da emoción y elocuentísimo modo la leyenda de SanPatricio, apóstol y patrón de la Irlanda, la de SanKadok, bardo y maestro de los Bretones cámbricos,y la de San Hervé, bardo y patrón de los cantorespopulares de la Bretaña.

No rechazo las conclusiones del ¡lustre académi-co referentes á las leyendas monásticas y religio-sas, que^encuentran en la vida y poemas de losSantos su expresión más cumplida. Hace tiemposostuve que la literatura legendaria de la Europacristiana encerraba grandes tesoros poéticos, y en-tiendo que la historia de la literatura legendariadesde los primeros siglos hasta el XII, en que llegaá su apogeo, dará la explicación de muchos fenó*-menos estéticos, históricos y lingüísticos que hoyvan entre nieblas.

Esta literatura legendaria influye en la del si-glo, pero no se trasforma en profana, como no sepierde y trasforma la Iglesia en congregaciones delaical; antes al contrario, recorre las formas lite-rarias sin perder su carácter, pasando del himno ála leyenda, de la leyenda al poema, al ciclo, y delpoema al misterio religioso y al auto dramático.

La división entre la Iglesia, con sus cleros y ór-denes religiosas, y la sociedad laica con sus cortes,escuelas, aristocracias y universidades; las luchasentre una y otra sociedad disputando la preeminen-cia y señorio, mantienen esa separación, que ahon-

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da más y más el sentido místico y despreciativohacia lo terrenal que imprimen á la poesía religiosalas fuentes á que acude y las exaltaciones de lossiglos XII y XIII nacidas de las enseñanzas de losdoctores de San Víctor y después de los Francisca-nos y que popularizaron las Cruzadas.

Esta división subsiste: esta contradicción es laclave de la historia de las literaturas en la edadmedia, y causó, en mi sentir, el alejamiento de lapoesía profana, que encontró en la tradición clási-ca lo que por el hecho indicado no encontraba enlas fuentes eclesiásticas. La enemiga de ilustres san-tos y doctores á las letras humanas indica con todaclaridad que no desconocieron los peligros quepara la influencia exclusivamente cristiana entra-ñaba el cultivo del arte tradicional, y no sorpren-den, sino que tienen explicación cumplida, dado supropósito, las invectivas de M. Bucher y sus discí-pulos contra los filósofos cristianos que acudían álos libros de Platón y Aristóteles, y los esfuerzos delos que aún recuerdan las tesis de M. Gaume contrael paganismo literario.

Pero lo que se quería conjurar no se conjuró. Elhecho existe y está demostrado. No se trasforma enprofana la literatura legendaria, ni en Francia, ni enEspaña, ni en Bretaña, ni en Italia; de suerte queno se sigue necesariamente de la existencia de unagran literatura legendaria la de una gran literaturaprofana, como supone M. de la Villemarque. Coinci-den ambas literaturas y se funden en una sola oca-sión en la edad moderna; pero el hecho es tan mila-groso, que aquella soberana conjunción de ambasliteraturas engendra una verdadera epopeya, la Di-vina Comedia del poeta florentino, fórmula perfec-tísima y sublime del maridaje y consorcio de la ins-piración teológica y de las inspiraciones profanas.

Las colecciones de cantos de los bardos breto-nes, de M. de la Villemarque, en los libros Bartas-Breñ y los Bardos Bretones, no son ecos, ni imita-ciones, ni desarrollos de la poesía legendaria; aun-que el ilustre académico se sirve de ellos para de-mostrar cómo continúa la actividad artística de laraza bretona; y en su tesis sobre Les Bomans de laTable Ronde los utiliza ingeniosamente, enlazandoasí la historia desde las primeras oraciones y plega-rias monásticas hasta los cuentos del Libro Rojo,pasando por leyendas épicas de San Patricio y SanBrendan, que sirvieron al Dante. Ya en 1841, M. dela Villemarque publicó artículos anunciando su té •sis, y provocó una reñida discusión literaria, en laque no tuvo la mejor fortuna, y quedó como ciertoque los poemas del ciclo de la Tabla Redonda era enun todo semejante á los poemas de aventuras, sinque se descubriera en su fondo reminiscencia his-tórica de ninguna especie, y la autoridad de Ray-nuard, Daunon, y, por último, la respetabilísima del

ilustre Fauriel (1), cerraron por entonces la discu-sión. Consagrado al estudio del tema, con la pro-tección del gobierno pudo M. de la Villemarque,después de penosas investigaciones y estudiando elfamoso Libro Rojo de Oxford, colección de tradi-ciones populares comenzada en el siglo XIV, citartextos y dos cuentos relativos á Arthur y á sus ca-balleros, y los textos, en sentir del traductor, per-tenecían al siglo XII, aunque para esta conjetura noencontrara pruebas directas, pero sí datos curiososque demostraban eran conocidas en el siglo XII lasnarraciones bretonas de Arthur y de sus caballeros.Publicó entonces el insigne académico su libro so-bre Les Romans de la Table Ronde, sosteniendo quesi Roberto Wace escribió el Brut en 1155, en elprodigio que señaló el nacimiento del príncipe Ar-thur , hijo de razas distintas y descendiente deEneas, en sus hazañas desde los dias de la infancia,en sus proezas y conquistas en Inglaterra y después -,en Francia é Italia, en sus combates con monstruosy gigantes, armado siempre de su mágica espada,de igual manera que al narrar sus fiestas, torneosy fastuosas cortes, la traición de su sobrino Mor-dreb, el rapto de Ginebra, la muerte del héroe enlos tristes campos de Camlan y su misteriosa resur-rección en la isla Avalon e/i manos de hadas bené-ficas, siguió las tradiciones debidas á Talieuri, bardodel siglo VI, á las triadas del monje de Laucarvan,á los cuentos recogidos en el Libro Rojo y á lascrónicas latinas de los siglos IX, X y XI.

Estas tradiciones que van desde el siglo VI al XI(continúa el ilustre académico) alimentaron la fan-tasía popular de los Bretones, y los Armonicanosmetamorfosearon al emperador nacional de los bar-dos en un héroe religioso, y por último, en un per-sonaje poético, cantando sus hazañas en la iglesiay después en calles y plazas, viviendo material yespiritualmente esculpido en los bajo-relieves delas iglesias bretonas y en la memoria de los pueblos,que lapidaban aún en el siglo XII, según testimoniode Atani de Lille, á los que ponían en duda la in-mortalidad de que gozaba el héroe nacional en lamisteriosa isla á la cual le trasportaron las hadasdespués de la batalla de Camlan y su próxima re-aparición en la historia.

Pero estas tradiciones populares se escribieron,dice M. de la Villemarque, y el libro, escrito primi-tivamente en dialecto armonicano, lleva el título deBru( y Brenhined, título que significa Leyenda delos Reyes. Un archidiácono de Oxford, Gualtero Ca-lenius, lo llevó á Inglaterra en 1125 y lo tradujo aldialecto cámbrico, y pocos años después G. A. deMontmouth lo tradujo al latin, dedicándolo á Ro-berto, conde de Glocester. Del Brut y Brenhined á

(1) Hist. de la poesía provenxal, tomo II, pág. 812.

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N.° 168 F. P. CANALEJAS. LOS POEMAS CABALLERESCOS. 593

los poemas de Roberto Wace no hay más que unpaso, y queda tejida la historia de los orígenes yformación de ciclo de la Tabla Redonda, según elerudito escritor.

La crítica contemporánea no quedó satisfecha niconvencida. La teoría ó explicación del ilustre Bre-tón deja mucho quo desear, dado el espíritu crítico,tocado de prudente escepticismo, que con razóndomina en estos estudios.

Para completar la exposición de M. de la Ville-marqué, debe añadirse que el archidiácono de Ox-ford tradujo también al latin su crónica traída deBretaña; que en el siglo XV su versión latina setradujo de nuevo al dialéctico cámbrico, y que eltexto que ha llegado á nosotros de estas traduccio-nes presenta visibles señales de remozamientos yretoques, como en los más de los códices de estacenturia.

Muy cierto que abundan en la historia de la lite-ratura recuerdos y alusiones á los arpistas bretonesque sucedieron á los bardos de las Galias. En el si-glo IV, Fortunato enumera entre los cantores en lacorte, á los poetas latinos, á los escaldas germáni-cos y á los bardos bretones. Un bardo bretón,Hyvarnion, residía en la corte de Childeberto, y lapoesía era en Francia políglota en la época mero-vingia, tocando parje de gloria á los bardos de laBretaña, que traducían las más veces sus cantos allatin. En los poemas carlovingios, y aun en las pri-mitivas canciones de gesta, son frecuentísimas lasalusiones á la poesía bretona, y se habla de los ar-pistas que suavemente cantaban los ¿ais caracte-rísticos de dicha poesía; de suerte que no es lícitala duda respecto á la existencia de la poesía popu-lar bretona desde el siglo I de la edad modernahasta el XII, ni puede ponerse en tela de juicio eicarácter poético de la raza, la vivacidad de las tra-diciones druídicas en el seno de su poesía, su feli-císimo consorcio con la enseñanza cristiana y lanobilísima tenacidad con que conservaron su len-gua, así los armonicanos como los pueblos hermanosdel país de Galles y de Irlanda.

¿Pero esta tradición céltica (para comprender to-das las ramas) engendró la creación caballeresca?M. de la Villemarqué nos señala, refiriéndonos alrey Arthur, el poema atribuido á Taliesin, y en estepoema Arthur es hijo del Roy de las tinieblas, de unser misterioso y velado, genio de las batallas, queen forma de nube engendra á Arthur. El hijo here-da parte de la fuerza sobrenatural de su padre, y surostro irradia como el sol en las horas de la batalla;recibe culto semejante al que al sol se tributa, yconquista mundos imaginarios, como Alejandro, ymuerto en la batalla de Camlan, sube al cielo y ani-ma una constelación, la Osa mayor.

M. de la Villemarqué confiesa que es un héroeTOMO IX.

mitológico el celebrado por el bardo Taliesin, dis-tinto de otro Arthur, jefe valerosísimo y caudilloque celebran los bardos posteriores, recordando áun regulo histórico de las partes meridionales de laGran Rretaña, que en el siglo VI peleó contra losSajones con gran esfuerzo, muriendo en la batallaen que pereció la independencia nacional.

El poema de Taliesin, si el texto es auténtico,es un poeta mitológico, celto-romano, en el que nose descubre otro dato que el nombre de Arthur yel de su esposa la violenta y adúltera Ginebra, queprestan asunto á los cantores de los tiempos poste-riores.

El segundo texto de M. de la Villemarqué se sacade las Triadas del monje de Lancarvan, colección depoesías cámbricas que dalan de 4450, y este pa-réntisis de seis siglos no abona la tesis del ilustreerudito. Si en 44SO en las Triadas se esforzaba latradición por convertir el Arthus mitológico de Ta-liesin en un personaje real, identificando al héroepopular con la creación poética cé-ltica; si ya no setrata en las Triadas del hijo de un Dios, del Rey delmundo, del Sol en forma humana, sino de un caudi-llo, es necesario convenir en que la transición esbrusca, y la fantasía popular, como la naturaleza, noprocede á saltos, el abismo entre una y otra crea-ción es visible, no se llena con frases.

No podía ocultarse al sagaz crítico este vacío deseis siglos en la historia de Arthur, y para llenarloacude á los cuentos del Libro Rojo de Oxford, aun-que confesando que la redacción que se conserva nova más allá del mismo siglo XIV; pero insistiendo enque se tomen como del siglo XII.

En mi pobre opinión, la coincidencia de las Tria-das del monje de Lancarvan y los cuentos del LibroRojo acusan la existencia de una fuente común queha inspirado, tanto al autor de las Triadas, como alredactor ó recopilador del Libro Rojo; y estas fuen-tes son las crónicas ó libros quo el archidiácono deOxford llevó á Inglaterra en 4430, y que tradujeronal latin el mismo Calenius y G. de Montmouth. *

El orden histórico es el contrario quiza del quesupone M. de la Villemarquó. No son los cuentos ylos cantos los que insperan en la crónica ó el libro deBrut y Brenhined: es el libro el que presta asuntoy materia á los cuentos y á los cantos populares. Ellapso de seis siglos que existe en la tradición popu-lar de Arthus, desde el bardo Taliesin al -monje deLancarvan, demuestra que se había extinguido enla fantasía popular la tradición de Arlhus mitológico(si había existido), fenómeno singular en la historiade la formación de la poesía épico-popular y con-trario á la ley y manera de crecimiento de la poesíaépica. Su reaparición en ol siglo XII, en la forma delos Triadas y en la forma de los cuentos, anuncia laexistencia de una fuente inmediata, viva, que ejer-

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cía singular influencia, y esta fuente no puede serotra que los libros traídos de Bretaña por el archi-diácono de Oxford.

Existía esa fuente, y era, en efecto, el libro lle-vado á Oxford, por lo que redunda en gloria de laraza armonicana el haber resucitado ó creado lasleyendas de Arthus, que se encuentran en las tradi-ciones cámbricas del siglo XII y en el Libro Rojo.Pero al decidir qué era el libro llevado á Oxford porel archidiácono en 1130, disienten aún los críticos,y la discusión se enardece de nuevo, porque estepunto decide todos los problemas suscitados.

M. de la Villemarqué sostiene que el libro encuestión ora un libro escrito en dialecto armonicano,á manera de vasta compilación de las leyendas ytradiciones bretonas, y este libro es el Brut yBrenhined. No consigue tampoco el ilustre acadé-mico justificar su nueva tesis".

El siglo XII es el siglo de los estudios históricosen España, Inglaterra y Francia, de las crónicas la-tinas escritas á imitación de las crónicas bizanti-nas y continuando las eclesiásticas. Es la época dela crónica de Turpin; de los grandes trabajos deSuger, de Vital, que escribe la historia de los du-ques de Normandía, y la época en que Enrique I deInglaterra y Roberto de Gloeester animan y apadri-nan á los cronistas ingleses. Entonces escribe el be-nedictino G. de Montmouth su Historia Brito-num, y es un hecho indiscutible ya, gracias á las ta-reas de M. P. París, que el Brut y Brenhined esuna traducción de la Historia Britonnm de Mont-month. No es por lo tanto el Brut y Brenhined lotraido de Bretaña. ¿Qué queda por dilucidar? Laaseveración del archidiácono de Oxford, de quetrajo un libro de Bretaña, libro que no aparece, queno deja huella ni rastro en la historia como tal libropoético, lo que es verdaderamente inexplicable.

M. P. Paris no cree en el libro en dialectoarmoricano de que habla Gualtero de Oxford. Sonfrecuentísimas en la edad media estas especiesde libros y autores desconocidos y fabulosos, sen-cillo enredo con que se procuraba despertar lacuriosidad de los doctos. No sería, en mi sentir,decisivo el argumento; pero M. P. Paris ha de-signado cuál era ese libro misterioso, y confiesoque las doctas indagaciones del maestro en estosestudios, dejan muy en claro la cuestión. El libreera la crónica de Nennius, monje armoricano quela escribrió en 857. En efecto; Nennius resume lastradiciones, las leyendas y las poesías bretonas. Elarchidiácono de Oxford traduce la crónica quelleva á Inglaterra y la ilustra con todas las noticiassobre antigüedades bretonas que recuerda, y G. deMontmonth aprovecha la crónica de Nennius y lasilustraciones del archidiácono en su Historia Bri-tonum, y la fama y el renombre de la Historia Bri-

tonum motiva la traducción á la lengua cámbrica,originando el Brut y Brenhined, y la misma His-toria Britonum, inspira al monje de Lancarvan y álos narradores del Libro Rojo, como inspiró á Ro-berto Wace (1).

Queda terminada la discusión con la opinión deM. P. Paris. Aún son muchos los que abogan por lateoría de M. de la Villemarqué; pero, en mi sentir,la dudosa antigüedad del LíbroRojo, y de las Triadas-del monje de Lancarvan, que permiten estimarloscomo reflejos de la Historia Britonum y aun comoeco de los poemas del siglo XII; la falta de dato yhuella acerca del libro armoricano traducido porG. de Oxford, el plagio evidente de la crónica deNennius por G. de Montmouth, y el ser el Brut yBrenhined, una traducción de la Historia Britonum,son otros tantos hechos que inclinarán á la críticasevera, á aceptar las conclusiones de M. P. Pariscontra la hermosa, pero fantaseada teoría de M. dela Villemarqué.

Apoyado en la autoridad de Mr. P. Paris, entiendode consiguiente, que el origen de la tradición do laTabla Redonda se encuentra en la crónica de Nen-nius, pero á manera de esbozo y como recuerdo delas virtudes y prendas del caudillo Arthur que de-fendió la independencia nacional contra los Sajones,y como símbolo de la nacionalidad perdida.

El autor de la Historia Britonum, G. de Mont-mouth, no se limitó á traducir á Nennius, sino queintercala, amplifica, enriquece, aumenta, crea contoda libertad, y enlaza el texto de Nennius con pa-sajes tomados á Virgilio, con tradiciones bizantinas,con la historia de Dédalo, Hércules y Cacus, de lamisma manera que escucha las nuevas tradicionespopulares de los siglos XI y XII. Arthur no es ya eloscuro caudillo del siglo VI: ahora recorre la Europaacaudillando 180.000 caballeros; va á Jerusalem;.oradurante tres dias en el Santo Sepulcro; recibe corteen Paris; reivindica el derecho de ceñir treinta co-ronas; crea la orden de la Tabla redonda, en la queno hay primero ni último; lleva la cruz en la frentey en la espada, y en el escudo la imagen de la VirgenMaría, y su valor y sus virtudes no tienen parecidoen el mundo. En torno suyo reina el amor, el valor,la intrepidez y todas las noblezas.

En esta creación, la leyenda bretona queda comoahogada por la erudición greco-latina del historia-dor del siglo XII, que recoge de las tradiciones clá-sicas los embellecimientos y maravillas que hande seducir la fantasía del pueblo. Figura en estecuadro, como el segundo término, Merlin el Encan-tador, hiio de una monja y de un espíritu del aire, yque en servicio de Arthur agotó todos los recursosde la magia, trasformándose en enano, en ermitaño

(1) M. P. Paris. Memoires sur la Chronique de Nen-nius.—Paris, 1865.

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y juglar, lo mismo que en ciervo ó ave. Sus amorescon Viviana son causa de que, encantado en unaprisión mágica, quede dominado por su vengativaamiga.

M. de la Villemarqué, consecuente con su teoría,cree descubirlas tradiciones que aprovecha RobertoWace, en las Triadas del monje de Lancarvan; peroreconoce que el tipo del sabio encantador no sedesenvuelve sino en la Historia Briíonum, y con-fiesa que en la crónica de Nennius aparecen ya losrasgos culminantes del que representa el genio tu-telar de Arthus.

La creación caballeresca no para en las figuras deArthus y Merlin. Mayor boga alcanzan en la litera-tura de la edad media los nombres de Lanceloto ysus amores con Ginebra y los inmortalizados porChrestien de Troyes, de Tristan é Iselda. M. de laVillemaijwué acude de nuevo á Taliesin y á los an-tiguos bardos bretones para recoger en sus cantosretratos y aventuras semejantes á las de Ginebra yLanceloto; pero confiesa que Lanceloto es un per-sonaje imaginario que reemplaza y sustituye al jefeMael, á quien atribuyen los bardos el rapto de lareina Ginebra, trasformaciones que no se explicansino por la influencia de fuentes diversas.

Sin embargo, Lanceloto ó Lanzarote del Lago,como dijeron los n«estros, es figura que sobresaleen el ciclo de la Tabla redonda. No conserva lacrítica moderna poemas primitivos de esta famosí-sima leyenda, que constituye por sí sola una ramadel ciclo Bretón ó de la Tabla redonda, y las redac-ciones en prosa que han llegado á nosotros, atri-buidas á G. Map, pertenecen á la primera mitad delsiglo XII. ¿Existieron poemas anteriores de Lance-loto? No hay dato que permita sospecharlo, y Map,es quizá el novelista, que cediendo á las instanciasó mandatos de su señor, escribió esta extensísimanarración en prosa. Después Chrestien de Troyesescribió su Lancelol ou de la Charette, que no pudoconcluyendo la obra otro trovera, y escribiendo, porterminar, último, el provenzal Arnaldo Daniel otroLanceloto, que se cree sirvió de modelo á los min-nesinger alemanes.

Lanceloto es el menos edificante de los paladinesde la Tabla redonda. Educado bajo el lago aparentaen que la hada Viviana cuidó de su juventud, susamores con la adúltera esposa de Arthur ó Arthusforman el tejido de su historia, y aparte de suvalor é intrepidez, ni la reina Ginebra ni su amantetraspasan los límites vulgares de un amor sensual yadúltero. La figura del Rey palidece al lado de la deLanceloto. Engañado siempre por sus servidores,burlado de continuo por su esposa y por sus caba.lleros, irresoluto, olvidadizo, necesitado siempre dela ayuda y concurso del amante de la Reina, la noblefigura del fundador de la Tabla redonda queda os-

curecida y desciende á la categoría de lo vulgar entodos los poemas en que se trata de enaltecer á unode los caballeros.

De Tristan ó Iselda no es menos larga la historia,porque M. Michel ha recogido los fragmentos deantiguos poemas franceses y anglo-normandos re-lativos al asunto, y se tiene por cierto que los tro-vadores provenzales, desde 1450, cantaban sus em-presas y aventuras, y los troveros Berox y Thomasabrieron el camino á Chrestien de Troyer, cuyolibro ha llegado hasta nosotros. M. de la Villemar-qué cita el canto de un Bardo que juzga anterior ála época en que vivía el trovador Rambaldo deOrange, el primero que cita á Tristan; pero reapa-rece la duda acerca de la antigüedad de estos can-tos de los Bardos que el erudito académico cree delos siglos X ú XI, y que la crítica moderna sospe-cha pertenecen á épocas muy posteriores, y juzgacomo inspiraciones derivadas de los poemas pro-vénzales ó fraceses.

En los trovadores y troveros, como después enChrestien de Troyes, el argumento de Tristan re-viste los caracteres de los poemas de aventurasgreco-latinos. Tristan, en la corte del rey Marco,peleando con Morkoult, recibe una herida causadapor un dardo emponzoñado, y en busca de un mé-dico famoso va a Irlanda, donde conoce á la her-mosa Iselda, con quien quiere casarse su tio elrey Marco. La acompaña á la corte Tristan, y en undia de extremo calor, sedientos, beben Tristan éIselda un filtro mágico destinado á Marco, y el licorfatal derrama por sus venas un amor vehementísimoque nada ni nadie podrá dominar durante tres años.Vencidos por la fatalidad, los amantes se entreganá su pasión, y sorprendidos por Marco, son conde-nados ^muerte, pero consiguen la libertad huyendoá los bosqu3s. Sin embargo, Marco perdona áIselda, que regresa á la corte, y con ella Tristan.Sorprendidos de nuevo, Iselda invoca el patrociniode Arthus, y previo un juramento capcioso de lareina, sale vencedora del combate, porque Tristanvence en la lid á los acusadores. El filtro perdió,en efecto, su virtud á los tres años, y Tristan, roto-ya el encanto, se casa con la hija del rey Hoel. Perosi no era ya el filtro, era la pasión la que devorabaá Tristan, y envía mensajes á Iselda, conviniendoen que si accedía á sus súplicas las naves mensaje-ras se engalanarían con velas blancas, y seríannegras en caso contrario, incidente tomado de laliteratura griega, como advierte M. P. Paris. Lajoven esposa de Tristan, penetrando su secreto,burla sus esperanzas, consiguiendo que fuera negrala vela de la nave mensajera, y Tristan espira detristeza al creer en el olvido de Iselda.

Iselda, sin embargo, había acudido al llamamiento

de su antiguo amante. Una tenaz tempestad com-

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bate su nave por espacio de cinco días, y llega á ladeseada orilla cuando la muerte de Tristan cubre deluto tierra y cielo. Muda de terror y espanto, Iseldacruza las calles y llega á palacio, y á la vista delcadáver de Tristan, quiere morir de ternura y dedolor, ya que su amante murió de amor. Abraza losinanimados restos de Tristan, y en el mismo lechoespira.

Tristan é Iselda son los personajes más sentimen-tales del ciclo de la Tabla redonda. El filtro fatalque les había inspirado la sensual pasión, causa desus primeras aventuras, engendra en su corazón,aun perdida la fatídica influencia, una vehemen-tísima pasión, que rompe los vínculos de un doblecasamiento, y espiran de amor y de dolor en elmismo lecho. Pero en estos caracteres se descubrenlas influencias, provenzales señaladas por M. Fau-riel, y que constituyen los rasgos de la caballe-ría frivola, ligera, galante y sensual, tan celebradapor los trovadores del Mediodía. Fauriel encuentracitas y referencias de hechos culminantes del Tris-tan en Rambaldo de Orange, Beltran de Born, Ber-nardo de Ventadour, Arnaldo de Marucilh, trovado-res todos anteriores al siglo XIII, de cuyos hechosinfiere la verosímil suposición que desde 1185 á1165 existía un poema provenzal de Tristan, es de-cir, en época anterior á las demás redacciones co-nocidas, sino es que, contra la opinión de Fauriel yWalter Scot, se sigue creyendo que en los dias deEnrique II de Inglaterra, Gasc escribió la extensanarración en prosa del Tristan que ha llegado hastanosotros.

De todas suertes, los caracteres señalados deTristan inclinan á la opinión de M. Fauriel, y justifi-can la sospecha del origen provenzal, de un poema,que por su tinto sentimental, se separa del gustodominante en este ciclo. M. de la Villamarque re-nueva sus teorías con motivo del Caballero del Leónescrito por los años 11C0 por el mismo Chrestien deTroyes, y en el cual el protagonista, acompañado deun león, recorre el mundo, mata gigantes é hijosdel diablo, y monstruos, y es espejo de amantes,no siempre leal, pero siempre pronto á reconocersu falta, como Digenis el héroe del poema bizantino.El maravilloso campea en este poema, más que enotro alguno, y este maravilloso consiste en el anillomágico de Luneda, en los prodigios de la selva Bre-ciliena, en la que las aguas son seres animados, y enel león, eterno compañero del héroe, extremos to-dos que nos separan á gran distancia de las fuentesbretonas y que dan fe de la influencia greco-latinaen los cantos de Chreslien de Troyes.

A Chrestien de Troyes atribuye el honor tambiénde haber escrito otro poema, Erec y Unida. Erec,hijo del rey de Bretaña, se enamora de Enida, ydespués de varias aventuras, muere junto á su es-

posa. Un conde altanero llega al castillo en el mo-mento del duelo, préndase de la viuda, y mandapreparar las bodas; pero el olvidado cadáver vuelveá la vida, mata al raptor y reina después tranquila-mente en Nantes (i).

Por el juicio contradictorio de las teorías de M. dela Villemarqué, y de las opiniones de M. Fauriel yM. P. Paris, el animo más prevenido en pro de losorígenes populares y bretones, respecto á este ci-clo del rey 'Arthus y sus caballeros, no puede me-nos de reconocer y confesar que el monje Nennius,en el siglo IX, recoge en su crónica algunas tradi-ciones bretonas, más como recuerdos y notas histó-ricas que como creaciones poéticas, y que estastradiciones empleadas y embellecidas por G. deMontmonth, con cuanto la erudición del tiempo po-día prestar de maravilloso y sorprendente, pasan ámanos del anglo-normando Roberto Wace y del tro-vero Chrestien de Troyes, que acaudalándolas aúncon los frutos de su erudición y de su inventiva,originan el poema caballeresco, tal como influyeronestos poemas en el siglo XIII, no sólo en Francia,sino en toda la Europa.

En G. de Montmouth, en Roberto Wace y Chres-tien de Troyes, ¿qué hay de popular, qué de erudi-tos? De popular, poco ó nada. La vaga reminiscenciade Arthus, caudillo valeroso de la independencianacional en el siglo VI, y reflejos lejanos de tradi-ciones bretonas, prácticas druídricas, que se con-fundían con las creencias galo-romanas. En cambio,de tradicional greco-latino, encontramos la con-cepción del poema de aventuras, el maravilloso delas hadas, monstruos, enanos, dragones, leones,anillos mágicos, filtros que dan la ciencia ó imperanel amor, encantamientos y espadas prodigiosas, yamuletos, la alegoría bizantina y erudita, y la imi-tación visible de paisajes y situaciones de la poesíagreco-latina.

Pero no debe la crítica recoger tan sólo esta en-señanza, sino advertir que los héroes de las cróni-cas latinas de G. de Montmouth, y los protagonis-tas délos poemas de Chrestien de Troyes, no puedenconfundirse con los tipos posteriores de los librosde caballería. Lanceloto es adúltero; Tristan esadúltero; Erec olvidadizo; Tristan corresponde alperdón de su tio infamándolo de nuevo, y en el le-cho de muerte, y asistido por su esposa, imaginatrazas y maneras de llegar de nuevo á Iselda. Gi-nebra es violenta y adúltera; Iselda adúltera y enga-ñadora, imaginando juramentos de doble sentido.Enida, ante el cadáver de su esposo, no se indignaal ver que la conducen de nuevo al altar. El caba-llero del León es infiel, y sólo Arthus, en el poemade Boron, es modelo y tipo de caballeros sencillos y

(1) Hist. Litt. de la France, tora. XV, pág. 193.

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crédulos, aunque siempre asistido del sabio Merlin.El ideal, el tipo perfecto del caballero, la delica-

deza, la idealidad moral en las pasiones, en las ba-tallas, en los palacios y en los campos, la alteza deaspiraciones, la generosidad inagotable y el amorgeneroso y entusiasta hacia todas las grandezas yvirtudes, el amparo desinteresado al desvalido, queconstituyen la creación caballeresca, no se encuen-tra en las primeras formas de la poesía caballeres-ca. Saca ventaja, bajo este punto de vista, el prota-gonista del poema heróico-bizantino á los héroesde los poemas de Chrestien de Troyes. Sólo en la úl-tima forma de esta inspiración caballeresca, en elinmortal Amadis de Gaula, se alcanza la perfeccióndel tipo.

La demostración, si .necesitaran nuevas proban-zas, se encuentra de nuevo en el estudio de lospoemas del siglo XII y siglo XIII, que la crítica ca-lifica como poemas do aventuras, y que no formanparte del ciclo bretón, ni del ciclo carlo-vingio, niaun del clásico greco-latino. Contemporáneos de lospoemas de Chrestien de Troyes, ó posteriores en al-gunos decenios, son los poemas de Eradles, Flora, yBlancaflor, Guillermo de Dole, Guillermo de Paler-mo, Illa y Galerón, La Poire, La Manekine, Quy deWarmyke, Blonde de Oxford, Blancandin, y tantosotros que describen y encomian los eruditos (1). Seael que fuere de estos poemas el que se estudie, Ama-das é Idoine, Flora y Blancaflor ó Blancandin, en-contramos tipos de amantes fidelísimos y enaltecidoel amor hasta tocar en la deificación dantesca. Nin-guno de los paladines señalados en los poemas deChrestien de Troyes puede sostener el parangón conel nobilísimo amador de Blancaflor, que sintiéndosemorir por el dolor de la ausencia, peregrino por elinundo en busca de su amada, y no hay escena demayor delicadeza en la poesía caballeresca que lagenerosa lucha de abnegación y ternura de los dosamantes ante el Soldán y su corte (2). Amadas pa-rece que anuncia la exaltación amorosa de Amadisde Gaula. Blancandin es tipo de lealtad y do cons-tancia, y estas virtudes y la honestidad, dulzura ydirección de las doncellas Blancaflor, Idoine, Orgu-llosa, etc., contrastan con los arrebatos carnalesde la heroína caballeresca.

No nacían estos poemas de aventuras, entro losque figura el Libro de Apolonio castellano, de fuen-tes indígenas. Sus orígenes son greco-latinos óbizantinos, en opinión de todos los doctos y comojustifica su simple lectura; y sin embargo, el amory las virtudes se reflejan con mayor idealidad ypureza que en los poemas caballerescos de Chres-tien de Troyes, de donde se sigue que, no á las

(1) Histoire lili, de la France. Tomo XXII, pág. 15*7.(2) Flora y Blancaflor. Ed. de Beeker. Berlín. 1844.

fuentes célticas, sino á las tradicionales de la cul-tura lalino-bizantina, se debe acudir para reconocerlos ideales (como ahora se dice) que inspiran á lospoetas y novelistas que cultivan este género.

De todas suertes, bien fuera en prosa la primitivanarración de los poemas del ciclo Bretón, bien seremozaran convirtiendo los antiguos poemas ennarraciones prosaicas á mediados del siglo XIII,como indican Daunou, Fauriel y Gautier, no hayduda de que no son populares, sino eruditos, los orí-genes del ciclo de la Tabla redonda, y es lo ciertoque no expresan hechos históricos ni representanel genio especial de una raza, ni significan ten-dencias particulares de una literatura dada, sinoque son verdaderos poemas de aventuras, hijos dela libertad de la fantasía, que aprovecha las tradi-ciones latinas de la cultura general greco-latina dela tradición bizantina, ensanchando ios campos ylos ciclos de la poesía, que moría repitiendo y para-fraseando las gestas y los poemas carlo-vingios.

No se encuentran en estos poemas las idealidadesy eróticas que por lo común van como sobreen-tendidas en la frase de caballeresco y caballería.Apuntan sin duda estos gérmenes, pero el honortributado á la mujer, es una galantería pérfida ysensual, que recuerda las malas artes de Ovidio.Esta caballería es la terrestre de que habla M. Fau-riel, y que sólo se dirige á los sentidos, y sólo esti-mula las flaquezas y debilidades del sexo siempreperseguido. No es aún el cristianismo el que infor-ma á los corazones y regla los sentimientos di-rigiendo todos los actos al cumplimiento del bien-La cultura literaria y filosófica, que tan gloriososdias consigue en Francia en el siglo XII, había pu-lido las costumbres, trasformando en cortesano yerudito al Bretón, al Franco y al Normando; pero nolo había educado científica, moral ó socialmente,ni pasaba la cultura de barnices y afeites de re-finamiento y galantería en las clases aristocráticas.No olvidemos que Chrestien de Troyes era el tra-ductor de Ovidio, y el prestigio propio del eróticopoeta de la corto do Augusto influye en mi sentirde una manera decisiva, en los gustos y aficionesdel poeta anglo-normando.

M. Gautier, al pretender explicar las causas ymotivos do la trasformacion del gusto en el siglo XII,pasando de carlo-vingio á caballeresco, estimacomo muy principal la introducción del elementofemenino en la poesía caballeresca, y que quedaba

i olvidado por completo en los cantos de gesta carlo-vingios. Es verdad, y los partidarios de las in-fluencias germánicas, y los que miran en las cos-tumbres germánicas el origen del ennoblecimientode la mujer, deben explicar el fenómeno. ¿Cómo enla poesía germánica franca y carlo-vingia no apa-rece el tipo femenino, y por el contrario, en la

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poesía que sucede á la carlo-vingia, en el amor ygusto del público, las creaciones de Ginebra, Iseldas,Blamaüores y Lunedas, constituyen el nudo y elcentro de la fábula?

Creo se explica el hecho recordando, que la poe-sía carlo-vingia era la poesía indígena, nacional,espontáneamente nacida de la fantasía popular, yen la tradición heroica no encuentran puesto ylugar las mujeres. Pero en la tradición greco-latina,en las tradiciones homéricas que el poeta cantor dela guerra de Troya, contemporáneo de Chrestien deTroyes, popularizaba; en los libros de Ovidio, quetanto deleitaban al mismo Chrestien de Troyes, lostipos de Helena, Briseida, Andrómaca, Clitemnestra,Penélope, etc., dan los moldes en que se vacían lasestatuas de Iselda, Ginebra y Blancaflor, así comolas observaciones de Ovidio inspiran las ingeniosi-dades y malicias de la desenvuelta Luneda, de laDame du Bracilienne, comparada con exactitud álas Marinettes de Moliere. '

Acariciado el elemento femenino por e'stas apari-ciones artísticas de la mujer en las fábulas caballe-rescas, no es de extrañar patrocinaran con empe-ño las nuevas ficciones y que fueran las lecturasde las empresas caballerescas los deleites mássaboreados de las mansiones feudales, como loacreditan escritores contemporáneos, lo revelan loslujosos códices en que se conservan, á deferenciade los pobrísimos en que guardan los cantares degesta. No sorprende que el cronista Helinand re-pita que pasaba por mal educado y grosero el queno sabía, á fines del siglo XII, punto por punto, yletra á letra, los hechos y las razones de Tristan éIselda, Lanzarote y Ginebra.

Cronistas, poetas latinos, trovadores y troverosfranceses y anglo-normandos, las cortes de la Pro-venza de Francia y de Bretaña, inglesas y norman-das, todos se recreaban en la audición y lectura deestas ficciones novelescas, de pura fantasía, realza-das por el maravilloso antiguo, que campea enellas, sin el tinte sombrío de la demonología cris-tiana y embellecidas por el tipo lemenino de lastradiciones antiguas y por los sentimientos de lapoesía erótica provenzal, exaltada por la reapari-ción de Ovidio.

No hay, por lo tanto, ni en Roberto Wace, ni enG. Map, ni por último en Chrestien de Troyes y susinmediatos continuadores, concepciones originales,que traduzcan en la esfera del arte una idea nue-va, una civilización distinta y apartada de la bizan-tina y de la clásica. No difiere ni es distinta su crea-ción de la que resplandece en el poema de DigenisAkritas, y son menos cristianos sus héroes, en suidealidad moral, que el famoso defensor de las fron-teras bizantinas. Los héroes de los poemas de Chres-tien de Troyes son cristianos, como son monárqui-

cos, nobles y caballeros; porque el poeta establecela relación de tiempo y lugar con los hechos y lasinstituciones propias de su tiempo; pero el idealmoral no va más allá del límite en que tocaron elprudente Ulises, el piadoso Eneas, el sabio Néstoró el melancólico Apolonio.

Sin embargo, el llamado ciclo Bretón óde la Tablaredonda contiene un curioso sub-ciclo denominadodel Santo-Grealó Graal, cuyos caracteres son distin-tos de los que predominan en los poemas hasta ahorarecordados. En este sub-ciclo tiene mayor cabida yexpresión más enérgica el espíritu de la culturacristiana de la Europa central, al comenzar el si-glo XIII.

F. DE PABLA CANALEJAS.(Continuará.)

VOCABULARIO DE LA ECONOMÍA,*

MERCADO.

' Es el lugar adonde se llevan los productos parael cambio. Significa también el punto en que se hacela demanda de un artículo ó en que halla fácil salida,y aun se emplea para designar, en términos gene-rales, la acción de la oferta y la demanda, el con-junto de las relaciones que establece el cambio.

El mercado á que concurren productores y con-sumidores evita á unos y otros el trabajo de bus-carse; sirve para fijarlos precios y nivelarlos, y con-tribuye poderosamente á facilitar la circulación dela riqueza.

MONEDA.

Se llama así el producto que sirve de intermedia-rio general del cambio y al cual se refieren todoslos precios.

Las condiciones de los metales preciosos han he-cho que se los prefiera á los demás productos paradesempeñar ese oficio. El oro y la plata son homo-géneos, de la misma calidad en todas partes; su va-lor es umversalmente reconocido, y, aunque sujetoá alteraciones, tiene cierta fijeza; se dividen con fa-cilidad para proporcionarse á las necesidades delcambio, y se transportan cómodamente porque en-cierran mucho valor con relación á su volumen ypeso; su dureza, además, hace que sean permanen-tes y que se deterioren muy poco con el uso.

Es, por consiguiente, la moneda una porción deoro ó plata, acuñada en forma de disco, con un selloque garantiza su cantidad y calidad. No siendo po-sible fraccionar esos metales tanto como exigen los

| pequeños cambios, que son, por otra parte, muy! frecuentes, se fabrica también moneda de cobre ó

* Véanse los números 161, 162, 163, 164, 165, 166 y 161;páginas 365, 398, 439, 500. 522.y 558.

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N.° 4 68 J . M. PIERNAS. VOCABULARIO DE LA ECONOMÍA.. 599

bronce, con el carácter de auxiliar y un valor deconvenio, que excede en mucho al efectivo.

Con la intervención de la moneda al cambio di-recto ó permuta, sucede la compra-venta ó cambioindirecto, llamado así porque uno de los productosque se truecan no se aplica directamente á las ne-cesidades, y cada operación de cambio se descom-pone en dos partes, una para convertir en dinerolos productos que sobran, y otra para emplearle enla adquisición de aquellos que hacen falta y han deser aplicados al consumo. La circulación, sin embar-go, se simplifica y adquiere gran rapidez con esosprocedimientos; para que tenga lugar la permuta,no basta que el productor encuentre persona dis-puesta á recibir su mercancía; es necesario al mismotiempo que á él le convenga tomar lo que se leofrece en cambio, y todavía la transacción será im-posible, estando de acuerdo acerca de la naturalezade los artíulos, si no coinciden también en las can-tidades que respectivamente poseen y desean. Lamoneda evita esas dificultades, porque es un pro-ducto que se recibe sin inconveniente y satisface ála oferta de todos los otros: en este régimen el in-dustrial ofrece el valor que pudiéramos llamar deconsumo, y el consumidor demanda siempre con elvalor de cambio.

No es menos importante el servicio que presta lamoneda siendo el metro ó tipo común en que seexpresan todos los valores, pues sin ella, para fijarel precio de un producto sería necesario compa-rarle con todos los restantes. Pero la moneda es alcabo una mercancía, y como tal se halla expuestaá oscilaciones; su valor sube ó baja, según la situa-ción que tiene en el mercado, de suerte que lafijeza que da á los precios no puede sor absoluta.Este mal es irremediable, porque habiéndose de to-mar un valor para medir los valores, es imposibleque la medida sea inalterable,y los metales precio-sos son los que están menos expuestos á variacio-nes frecuentes y repentinas.

Como la moneda" no se adquiere definitivamentesino para cambiarla de nuevo, puede ser reempla-zada por medio de un signo, sin valor intrínseco yque le tenga puramente nominal; pero este circu-lará tan sólo en cuanto su representación sea efec-tiva y se convierta en moneda á voluntad del que lerecibe.

La acción de la oferta y la demanda proporcionaá cada país la cantidad de moneda que necesita, lacual está en razón directa del valor y el número delos cambios é inversa de la rapidez de la circula-ción. Cuando sobra moneda, el oro y la plata seexportan y se funden, convirtiéndose en objetos deadorno, muebles, etc., y cuando escasea, se impor-tan y se acuñan otra vez. (V. Ley monetaria y Uni-dad monetaria.)

MONOPOLIO.

«Tráfico abusivo y odioso por el cual una compa-ñía ó un particular vende exclusivamente merca-derías que deberían ser libres.» Esta expresiva de-finición de la Academia (Diccionario de 1837) noconviene, sin embargo, al sentido económico de lapalabra, que es bastante más extenso. El monopolioes toda restricción de la oferta, todo obstáculo queimpide ó detiene la libre concurrencia de los pro-ductores, y no siempre es abusivo, porque esa limi-tación puede nacer de las mismas condiciones de laindustria, en cuyo caso se dice que el monopolio esnatural, ó de intrigas de los productores y trabaspuestas por los gobiernos, que dan origen á los mo-nopolios artificiales.

Existen monopolios de la primera clase en aque-llas producciones que son únicas ó se hallan favo-recidas por la calidad excepcional de los agentesnaturales ó del trabajo que emplean, y libres, porlo tanto, de competencia. Hay monopolio artificialcuando el poseedor ó varios poseedores coligadosde un artículo, se valen del convenio, de la violen-cia ó de otro medio cualquiera para impedir quevayan al mercado más productos que los suyos, ycuando la ley en una ú otra forma limita el ejerci-cio de la industria y la circulación de la riqueza. Es-tos últimos monopolios tienen un carácter fiscal, siel Estado se reserva exclusivamente algunas pro-ducciones, la del tabaco, la sal, etc., como recursodel prosupuesto, y se proponen un fin económico,si consisten en privilegios, exenciones y graciasotorgadas á ciertas industrias, ó en prohibicionesde importación y derechos protectores encamina-dos á favorecer alguna aplicación del trabajo condaño de los demás.

Los efectos de todo monopolio, cualquiera quesea su^rígen, son siempre los mismos, consistenen la escasez de los productos á que alcanzan, en laelevación de sus precios y en la limitación consi-guiente del consumo.

Algunos monopolios naturales llegan á desapa-recer por los esfuerzos déla actividad,que, aspiran-do á gozar de ellos, consigue destruirlos; y en losotros que no pueden evitarse, la competencia dis-minuye sus inconvenientes con la invención de su-cedáneos 6 artículos similares, ofreciendo los pro-ductos á menor precio ó dotándolos de algunacualidad que no tienen los de la industria favore-cida. Los monopolios artificiales, que son una in-justicia, no tienen compensación ni defensa alguna,hacen imposible toda concurrencia, y á ellos debenaplicarse los calificativos de nuestro Diccionario.

NECESIDADES ECONÓMICAS.

En general, necesidad significa una manera de serprecisa, inevitable, y sirve para expresar la rela-ción de exigencia que mantienen los medios y los

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600 REVISTA EUROPEA. 1 3 DE MAYO DE 1 8 7 7 . N.° 168

fines. Necesario se dice aquello de que dependeotra cosa, 6 que ha de ser forzosamente puesto paralograrla, y en igual sentido se afirma también quees necesario algún hecho ó suceso cuando se hanpuesto los medios que á él conducen.

Económicamente, pues, las necesidades consistenen las exigencias con que nuestra naturaleza recla-ma los medios materiales, que son indispensablespara el cumplimiento de su destino.

Los economistas, sin embargo, prescindiendo delrigor filosófico, suelen definir la necesidad no en símisma, sino considerando sus efectos, y dicen quees la sensación ó pena que sufre el hombre porla falta de ciertas condiciones. La confusión de lasideas no puede ser aquí más evidente. El dolor re-vela la necesidad y nos obliga á atenderla; pero eldolor sólo se siente cuando la necesidad no ha sidooportunamente satisfecha; luego esas sensacionesdesagradables, en vez de ser el origen, serán laconsecuencia de nuestras necesidades. La necesi-dad de alimentarnos y de vestirnos no consiste enel hambre y el frío que experimentamos al dejar dehacerlo, sino en que la índole de nuestro organis-mo requiere la asimilación ó el auxilio de elementosdeterminados. En otros términos: no es cierto quedebamos comer porque nos duela el estómago sino lo hacemos, siendo lo exacto que el estómagonos duele porque debemos comer y para avisarnosde ello.

Las necesidades humanas son físicas y morales;aquellas tienen siempre carácter económico; estasle tendrán en tanto que su satisfacción dependa demedios materiales.

Las necesidades económicas son absolutas ó rela-tivas, según que se propongan la realización dealgo esencial para el fin humano, ó se dirijan á cier-to grado ó aspecto de ese mismo destino: las pri-meras son comunes á todos les hombres é indepen-dientes de tiempos y lugares; las segundas se veninfluidas por todos los accidentes y variedades deldesarrollo individual y social; son progresivas ycrecen incesantemente á impulsos de la cultura.

Los extravíos de la voluntad, y el poder de lacostumbre, dan lugar á otras exigencias que se dis-tinguen de las naturales llamándolas impropiamentenecesidades ficticias ó artificiales, cuando el nombreque las corresponde es el de vicios. La mayor partede los escritores de nuestra ciencia piensan que esadistinción de las necesidades corresponde única-mente á la Moral, y que la Economía, no pudiendotomarla en cuenta, ha de tenerlas á todas por legí-timas; mas precisamente porque la Moral distingueestá obligada á distinguir la Economía, pues no hayninguna ciencia que pueda ser neutral ni indiferen-te para con el vicio. Lo que es malo moralmente,malo ha de ser bajo cualquiera otro aspecto; y así

el uso del tabaco, por ejemplo, ó el hábito de loslicores, no pueden sostenerse sin la destrucción deuna gran cantidad de riqueza, sin arrebatar al bien-estar y mejoramiento humanos un considerable nú-mero de esfuerzos y de elementos que se empleanen su daño.

Para la Economía no pueden ser legítimas másque aquellas necesidades que tengan un fundamen-to real en la naturaleza del hombre.

OFERTA Y DEMANDA.

Económicamente, oferta es el acto de presentarpara el cambio los productos y servicios, y deman-da, la solicitud de un producto ó servicio, acompa-ñada del ofrecimiento de otro equivalente, ó seala pretensión en cambio de un artículo de riqueza.Algunos escritores han propuesto que se desechela palabra demanda, como poco castiza, y que sela sustituya con la depedido en el lenguaje econó-mico; pero no hallamos motivo para separarnos deluso general, mucho más cuando está sancionadopor el Diccionario de la Academia Española.

La división del trabajo obliga á cada uno á bus-car por el cambio de los productos que le sobranaquellos que necesita. Son, pues, simultáneas laoferta y la demanda, y en realidad dos aspectos delmismo acto.

La demanda representa la necesidad, y la oferta laproducción; por eso aquella es la que guía ó impulsaá esta. Todo aumento de la demanda produce eldesarrollo de la industria, y esta se detiene ó des-aparece cuando la demanda disminuye ó cesa. Lademanda es también más general que la oferta,porque cada uno siente muchas necesidades y pro-duce un solo artículo. Así se dice que las cuestio-nes económicas deben resolverse siempre bajo elpunto de vista del consumo.

La relación de la oferta y la demanda es la quedetermina el precio de los productos en el merca-do. El crecimiento de la oferta, consecuencia de losprogresos industriales, reduce los precios, y lamayor cantidad de la demanda, que significa la ex-tensión de las necesidades, los eleva. Los efectosde ambas se concilian, porque con la baja de losprecios coinciden la disminución de los gastos delproducto y el aumento déla demanda, y con la subi-da de aquellos se produce un estímulo en la indus-tria que da lugar al aumento de la oferta.

La libre acción de la oferta y la demanda es loque se llama concurrencia ó competencia y una delas leyes que regulan el cambio, y la producción, porconsiguiente, de los bienes económicos. (V. Con-currencia y Precio.)

J. M. PIERNAS Y HURTADO.

Catedrático de la Universidad de'Zaragoza(Continuará.)

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N.° 168 A. PALACIO VALDÉS. LOS ORADORES DEL ATENEO. 601

LOS ORADORESJEL ATENEO.DON JOSÉ MORENO NIETO.

Largos años hace que el Ateneo de Madrid guar-da en su seno como precioso tesoro un hombre es-tudioso, modesto y elocuente.

Cuando este hombre, arrobado por el canto de lasirena política, ha querido lanzarse en sus revueltasaguas, se le ha visto como el que después de unplácido sueño abre los ojos en lúbrica estancia don-de el vicio desentona con procaz algarabía, llevarseá ellos las manos, vacilar y estremecerse como sile doliera aquel contacto, ó inclinando de nuevo lacabeza, sumergirse en el éter de los gratos sueños.

¡Silencio! No le despertemos.Este hombre, moviéndose con embarazo por las

sinuosidades y asperezas de la política, es el ruise-ñor que bate sus alas y mueve su lengua en medio ,de los buitres.

Todo consiste en que no es hábil, aegun dicen.Acaso consista en que no sabe arrastrarse, pensa-mos nosotros. De todas suertes, poco nos importala personalidad política del Sr. Moreno Nieto, pues-to que se halla eclipsada totalmente por la del ora-dor y la del sabio. Vamos á decir algunas palabrassobre la oratoria del Sr. Moreno Nieto, en cumpli-miento del compromiso formal que con el públicohemos contraído.

61 Sr. Moreno Nieto estudia mucho, acaso más delo que fuera menester, y escribe poco, ó casi nada.Esto produce un doble resultado: primero, unaasombrosa erudición en las ciencias á que predomi-nantemente se consagra, que son las llamadas mo-rales y políticas; después, cierta vaguedad ó indis-ciplina en el pensamiento, que le hacen aparecerálos ojos de sus adversarios como desprovisto deconvicción y de firmeza en sus opiniones. Cuales-quiera que sean las mudanzas á que el Sr. MorenoNieto haya cedido en el curso do su laboriosa vida,yo sé con toda certeza, sin embargo, y así lo decla-ro paladinamente, que no responden ni al cálculoni á la ligereza; fruto son del examen y el estudio.

El Sr. Moreno Nieto no escribe, volvemos á decir;pero habla, y habla con pasmosa facilidad. Con ma-yor, jamás hemos oido hablar á nadie. Esos soplosdébiles y fugaces del pensamiento, que en los de-mas no bastan á despertar la lengua, en él sonchispas que la abrasan y retuercen; esos inefablessentimientos que en el fondo del corazón duermen,sin definirse, se hablan y definen por su boca; esosvagos y tenues rumores que se escuchan apenas enlos profundos abismos del alma, llegan á su oidodistintos y atronadores. Pudiera decirse que el se-ñor Moreno Nieto cuando habla pone un cristal ensu pecho para que todos, grandes y pequeños, vaya-

mos á contemplar las alegrías y las tristezas, lostriunfos y los desmayos, las luchas y los dolores deun corazón elevado y generoso. El resultado de estoes que, á pesar del ímpetu y violencia con que salenlas palabras de su boca, verdadera lava que va á caerderretida sobre las cabezas de sus adversarios, lemiren éstos coa particular cariño, contentándose consonreír maliciosamente mientras habla, y con expo-ner alguna de las contradicciones en que incurre,después que cesa. ¡Maravilloso poder de la ingenui-dad! Los mismos que levantan murmullos de pro-testa cuando algún orador atusado y relamido em-puña la bandera de la tradición, acogen con sal-vas de aplausos las descargas cerradas del señorMoreno Nieto. Y en esto puede reconocerse contoda precisión la antigüedad que cada cual goza enla casa. Los que por vez primera acuden al Ateneopara sentarse en los bancos de la izquierda, vóselesalterados ó impacientes al escuchar aquella grani-zada de denuestos con que el Sr. Moreno Nieto sal-pica sin cesar las doctrinas que combate, y es indis-pensable que los veteranos, para evitar conflictos,los sujeten por los faldones, diciéndoles al oido alpropio tiempo: «Sosiégúese usted, compañero; yaverá usted cómo no es nada.»

La facundia de este orador es imponderable.Después de hablar dos horas y media, sale sigi-losamente del salón con ánimo de engullir un sor-bete, célebre ya en los fastos del Ateneo. (Des-dichado! Los sabuesos que dejó malparados en lacontienda le siguen de cerca y le alcanzan en lapuerta de la Biblioteca. Acorralado allí, se defiendesiempre hasta quemar el último cartucho, que es lapostrera palabra que espira en sus labios.

El palenque está abierto. La voz de los ujieres*á guisa de clarin, acaba de anunciarlo. Todos pre-surdifes acudimos á colocarnos en aquellos potros,verdadero baldón del ramo de ebanistería que reci-ben el nombre inverosímil de butacas. La izquierdaostenta sus ojos brillantes y negros cabellos. La de-recha exhibe su frente venerable y la grave rigidezde sus modales. El leal caballero se presenta. Pero,¿qué es lo que acontece? El caballero acaba de lan-zar su bridón á la carrera. ¡Virgen de las tormen-tas, qué acometida!

Su lanza salta en mil pedazos. Empuña la espaday se revuelve dando furiosos mandobles. Pero, ¿quées lo que va persiguiendo allá abajo? ¡Ah! ya la veo,es la filosofía de Krausc. Rechina su armadura y elpolvo enturbia los aires.

Torna y vuelve á'arremeter con creciente denue-do. ¡Quién resiste al diluvio de estos golpes! Huya-mos. ¿Tendrá al menos un tendón vulnerable comoAquiles?

Quizá, y á buscarlo se aplican con ahínco varioscampeones.

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602 REVISTA EUROPEA.-—13 DE MAYO DE 1 8 7 7 . N.p 168

Muchos años hace que el caballero viene ejerci-tando su valor y bizarría en estas contiendas, y la ex-periencia no le ha enseñado á preparar traidoras em-boscadas ni á tejer insidiosas asechanzas. Lucha conbravura, pero siempre de frente y alzada la visera.

Como la pitonisa que asciende sobre el sagradotrípode, y al recibir en su frente los vapores pesti-lentes de la divina cisterna, siente el fuego de mis-teriosa llama, y se agita y se retuerce presa de fa-tal impulso, así el Sr. Moreno Nieto, subiendo á latribuna y al aspirar los húmedos vapores de la pe-lea, se ve poseído de un calor desconocido que forjasin cesar pensamientos cada vez más luminosos yfrases cada vez más hermosas. El alma sube enton-ces á los ojos y quiere salir al exterior.

El orador vive para leer, como la sibila, los se-cretos inextricables del porvenir, y llora tambiéncon sublime emoción sobre las ruinas poéticas delpasado. Espíritu generoso, escruta con ansia loslazos invisibles que unen las aspiraciones del pre-sente con la historia, y los presenta á nuestros ojoscon vigorosa elocuencia.

Algunas veces se vislumbra que su alma, poseídade espanto ante las recias y fragosas contiendas delpensamiento filosófico, se aferra con más ansia queabsoluta convicción á una creencia. Esto, no puedomenos de confesarlo, me inspira hacia él profundasimpatía. Los dolores que sufre nuestro cuerpo sontan crueles, que nos hacen exhalar agudos gritos.Pero ¿qué rae decís de esas luchas invisibles en queel alma se tortura y se abrasa dia y noche, latiendosin cesar dentro del pecho como si albergáramosen él pequeña bestia? ¿No veis con qué ardor limaese cautivo las rejas de su cárcel? ¿No le veis caerrendido y jadeante, con el llanto y la angustia en losojos? ¡Qué cosas tan tristes volarán por su pensamien-to! Respetemos este dolor y amemos á los hombresque trabajan por abrirnos las puertas del infinito.

Dicen que los árabes, forzados en sus largos pa-seos por el desierto á un ayuno continuado de pa-labras, si la ocasión se presenta, que debe ser dePascuas á jueves, saben darse harturas más queregulares de plática. El Sr. Moreno Nieto, despuésde peregrinar largamente de un cabo á otro de labiblioteca durante varios dias, se dirige á la sec-ción, y con tal apetito entra en el debate, que no lebastan para saciarlo varias horas. Nos hace recorrercon velocidad que causa vértigo todo el panoramade las cuestiones vitales, y saltando de astro enastro visitamos en corto tiempo todos los puntosluminosos que brillan en el cielo del pensamiento.¿Quieta se atreverá á censurar las metamorfosis desus ideas? ¿Por acaso no hay hermosuras en todoslos parajes del camino recorrido? ¿No hay tambiénen todos ellos indignidades y torpezas? Sonnwchaslas flores de donde su inteligencia podrá extraer la

miel sabrosa. Mucho también es el cieno donde susalas corren peligro de mancharse. Si la humanidadmuda diariamente de creencias y opiniones, ¡quépodrá ser la individual firmeza! •

Jamás emplea la chanza ó la burla para atacarlas doctrinas que tiene enfrente. Cuando es objetode ellas, su indignación sube de punto y se irrita yexaspera, pero la rabia de que se siente poseído ánadie infunde pavor ni miedo. Tiene un dejo de in-fantil inocencia que la hace simpática más que re-pugnante.

El conocimiento que del auditorio tiene es, si la pa-radoja valiera, inconsciente; sabe apreciar en globolos efectos, pero no llega su penetración á graduarlos últimos registros. El período sale terso casi siem-pre, pero el ímpetu que trae lo prolonga á menudomás de lo conveniente, rebajando un poco su belleza.

Aunque la palabra es fogosa y la entonación aca-lorada, apenas se vale de imágenes para expresarsu pensamiento. Cuando las emplea, son animadasy del mejor gusto.

Resumamos el carácter del Sr. Moreno Nieto.Elocuente y un poco más impetuoso de lo que

fuera necesario; carece de los recursos del oradorexperto, porque en el Sr. Moreno Nieto nada pendede la experiencia, y todo de su genio vigoroso yespontáneo: es en el ademan arrebatado, pero no-ble y simpático: por último, en la incontestable va-cilación que se observa en sus ideas, creemos verreflejada esa lucha sorda pero profunda en que vi-ven los entendimientos do este siglo ¡tan grande ytan desgraciado!

ARMANDO PALACIO VALDÉS.

EL JOVEN ENFERMO.IDILIO DE ANDRÉS CHENIBR.

«Apolo, salvador, dios de las plantasQue vuelven la salud, dios de la vida,De los sacros misterios, poderosoVencedor de Pitón, joven, triunfante,Ten del hijo piedad, del hijo mió...Es uno solo; y de su madre tristeApiádate también, que siempre llora,Que por él vive, y muere abandonada,Sin más apoyo, si le falta el hijo.¡Ay, por qué vivo, si mi bien concluye!Tú, que eres joven, por piedad, ayudaSu tierna juventud; oh dios, extingueLa llama de la fiebre que le abrasaEl débil pecho, llama que devoraLa pura flor de su inocente vida.El vaso rico de ágata labradaPondré á los pies de tu sagrada imagenSi el Jiijo de mi ampr huye la tunaba

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N.' 168 L. ALAS.'—EL JOVEN ENFERMO. 603

Y en Ménalo otra vez cuida el rebaño;Vuélvele la salud, y en cada estíoDe un toro bramador caerá la sangreAnte las aras de tu templo, Apolo.—

Y tú, hijo mió, así, ¡siempre inflexible!¿Será eterno el silencio? ¿por qué callas?¿Por qué quieres morir? ¿por qué me dejasSola en el mundo, y en mis tristes años,Con la nieve en la frente? ¿Tus pupilasYo propia cerraré? ¿y á mí me pidesQue al lado de tu padre te sepulte?Yo esperaba de tí para mis restosEsos tiernos cuidados, y esperabaQue fueses á llorar sobre mi tumba.Habla, te ruego, y tus pesares dime.¡Siempre tus ojos á la tierra miran!Habla...

—Madre, yo muero, adiós, ¡ay madre!No, ya no tienes hijo, porque muero.Sí, te pierdo.—Una llaga... es una llagaEnvenenada, ardiente, que me roe.—Madre, ¿no ves con qué dolor respiro?Y cada aliento el último parece.Ya más no te hablaré. ¡Si me lastimaMi propio lecho!... madre, cómo abrumaEste lino, me abruma y me consume:Todo, todo me pesa y me fastidia.Ayúdame... que muero. Así, de lado...Dame vuelta... ¡yo espiro! ¡qué dolores!

—Toma, bebe, hijo mió; en esta copaEnciérrase un licor que da la vidaCon su calor y el ánimo y la fuerza;De adormideras y díctamo y malvaMezclé los jugos y hallarás reposo;Enternecida por ferviente ruego,La buena encantadora tesaliana,Al hervir la poción, préstale hechizos.Tres veces dio la vuelta con su carroPor ese cielo azul el sol radianteSin que tu débil cuerpo disfrutaraDe los dones de Ceres ni del sueño.Toma, bebe, mi bien; ríndate el llantoDe tu madre infeliz, tu anciana madreQue te ruega, que un tiempo conducíaTus pasos vacilantes, y en su senoTe sentaba, oprimiéndote en sus brazos;Tu madre á quien decías «madre amada»Y que á tus labios enseñó á decirlo;La que cantaba, pirque tú rieras,En medio del dolor; que de tus ojosLágrimas arrancaba, entre la risa.Toma, bebe y opi'imecon tu labioPálido y seco, que á mi pecho un dia

Los jugos de la vida le arrancaba,Oprime el vaso que el licor encierraQue te dé vida, como un tiempo pudoDártela el jugo de mi propia sangre.

—¡Laderas de Erimanto! ¡valles! ¡bosque!Viento sonoro y fresco que las hojasY cristalinas ondas removíaCon un suave temblor, y que agitabaLos pliegues de la túnica de linoSobre aquel albo seno, ¡oh coro alegreDe ligeras beldades bulliciosas!...Madre, tú no lo sabes, fue en la orillaDel Erimanto, donde no hay serpientes,Rapaces lobos, ni veneno oculto...¡Rostro divino! ¡oh fiestas, oh canciones,Danzas y flores, y las ondas puras!...No hay tan bella región sobre la tierra.¡Qué brazos... y qué flores; qué cabellos,Qué pies desnudos, blancos, delicados!¿Y ya no los veré? Pronto, llevadme,Del Erimanto á la encantada orilla;Quiero ver á la virgen de mis'sueños;Quiero ver aquel humo que se elevaSobre aquel techo, y que se esparce y giraEn derredor del plácido recinto.Al lado de aquel padre, el más dichoso,Con su voz, sus caricias, su ternuraEncanta su vejez... y ahora la veo,Mirando por encima del vallado,Sobre una tumba pensativa y tristeDetenerse y llorar... llora á su madre!¡Dulces lágrimas son! ¡rostro divino!No vendrás á llorar sobre mi tumbaCojpo ahora lloras, ni á decir al viento,Gimiendo así «las Parcas son crueles!»

—Amor, eso es amor; el insensatoEn las entrañas te dejó esa herida.Siempre lo mismo; ¡ay míseros mortales!Esclavos sois, el llanto más secretoSiempre el amor al corazón lo arranca;Y tú también... ¡el hijo de mi vida!Pero dime, ¿quién fue? ¿qué virgen pudoDel Erimanto alegre en la riberaTus ojos encantar? ¿Pues no eres rico,No eres hermoso? Sí, ¡que hermoso fuistePrimero que el dolor te marchitara!¿Acaso Eglea, la hija de Ñeptuno?¿Irene acaso, la de trenzas blondas,Blondas y largas?... no, mas bien la fiera,La orgúllosá beldad que alaban todos,La que es terror de esposos y de madresEn los templos igual que en los festines,La que miran las bellas con envidian,La hermosa Dafne...

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604 REVISTA EUROPEA. 1 3 DE MAYO DE 1 8 7 7 . N.° 168

—¡Oh, dioses! madre, calla,Calla, madre, ¿qué has dicho? sí, la fieraY orgullosa deidad, bella y terribleComo los dioses, que desdeña á todosAunque todos la adoran; y a mis ansias,Si le hablase de amor, les diera en pagoEl desden con que á todos galardona.Sí, calla, madre, que jamás lo sepa:Mas, ¡ay de mi! ya ves cual me consumo.No, ¿qué digo calla? búscala, corre;Ten piedad ó me muero; en tu semblante,En tus años tal vez verá el recuerdoDe aquella madre cuya muerte llora.Toma esa cesta y frutos regalados,El Amor de marfil, que honra á los nuestros,Y la copa preciosa que en CorintoRobada fue, mis tiernos recentales,Toma mi corazón, toma mi vida,Tómalo todo y á sus pies lo rinde.Dile quién soy; dirásle que me muero,Que te quedas sin hijo; y á su padreSuplícale también, cae de rodillas,Persuade, gime, implora, en fin, obliga;Y ruega por los cielos, por los mares,Por el ara y el templo, y por los dioses...Vé, madre, y si á tus ruegos se resisten,Vuelve llorando... moriré por ella.

—No, tú no morirás, que me lo anunciaLa esperanza feliz.»—Y aquella madreSe inclina sobre el lecho, y en silencio,Sobre la frente del enfermo lloraY con besos las lágrimas enjuga.Y luego corre, temblorosa, inquieta;La ansiedad y los años vacilantesSus pasos hacen, pero llega al cabo.—Pronto vuelve anhelante, y desde lejos—«¡Vivirás, vivirás!» al hijo grita,Y se arroja á los pies del lecho triste.El anciano la sigue sonriendo;La joven va detrás; la frente puraTeñida de rubor al suelo inclina,Breve mirada sobre el lecho tiende,Y tiembla el insensato que la esperaY bajo el lino la cabeza esconde.Mas ella exclama:—«Amigo, hace tres diasQue ausente vives de la alegre danza;Dicen que morir quieres, y que sufres,Que yo puedo curarte: vive, vive,Y juntemos en uno los hogares;Hija yo de tu madre seré entonces,Y tú serás el hijo de este anciano.»

LEOPOLDO ALAS.

BOLETÍN DE LAS ASOCIACIONES CIENTÍFICAS.Ateneo de Madrid.

CÁTEDRA DEL SEÑOR VJLANOVA.

GEOLOGÍA AGRÍCOLA.

XVII.

Para terminar el estudio de las propiedades físi-cas de las tierras empezado en la lección última,conviene que digamos algo esta noche acerca delas cuatro últimas.

CUARTA PROPIEDAD.PERMKAMLIDAD Y CAPILAB1DAD.

La permeabilidad es la propiedad que posee elsuelo de dejar pasar el agua á través de su masa,propiedad preciosa, en virtud de la cual los líqui-dos nutritivos y excitantes, el aire y las sustanciasgaseosas llegan hasta las raicillas, por donde pene-tran en el tejido de las plantas.

Toda operación que tenga por objeto disminuirla adherencia ó cohesión de los diferentes elemen-tos de las tierras, aumenta en razón directa la per-meabilidad, siendo este uno de los mejores resulta-dos que á su favor obtienen las plantas.

Para determinar comparativamente en diferentestierras esta propiedad tan importante, se toma decada una un peso igual, por ejemplo, un kilogra-mo, procurando que se hallen en el mismo estado desequedad. Después se diluye cada una en un litro deagua, y la pasta ó papilla que con ella se forma sevierte en un tamiz de seda (5 crin, colocado sobreuna vasija de barro. Hecho esto, se rocía la masacon 10 litros de agua, teniendo cuidado antes deigualar la superficie de la tierra con los dedosmismos. Anótase con cuidado el tiempo que en cadauna emplea el agua para atravesar la masa, y la ma-yor ó menor presteza con que lo verifique dará lamedida de su permeabilidad respectiva.

Los extremos de la escala de la permeabilidad losrepresentan la arena que deja pasar el agua con lamisma rapidez con que se vierte, y la arcilla queapenas la deja filtrar.

Pero si bien es verdad que la permeabilidad dela tierra determina su carácter seco ó húmedo, noes menos positivo que esta propiedad no basta paraexplicar la ascensión y penetración de los líquidos,particularmente de los que desde el subsuelo lle-gan hasta las raicillas de las plantas. Este segundoefecto, aunque muy análogo al anterior, es debidoá la capilaridad, propiedad de que en general go-zan todos los cuerpos porosos, y que se ha llamadoasí por experimentarse de un modo muy decisivoen los tubos que por razón de su pequeño diámetrose les da el nombre de capilares.

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Con efecto, si sumergimos en un líquido cual-quiera, bien sea tubos de cristal de diferente cabi-da ó diámetro, bien láminas más ó menos aproxi-madas de dicha sustancia, se nota que si el líquidomoja, se eleva en ellos á un nivel tanto más supe-rior con respecto al de la vasija, cuanto menor seael diámetro del tubo ó la distancia que separa lasláminas. Este fenómeno tan curioso depende de laafinidad del líquido por el vidrio ó cristal, y de laatracción recíproca de las moléculas del líquido en-tre sí.

El pedazo de azúcar que se sumerge por uno desus extremos en un líquido, como la mecha de unalámpara y la esponja de que nos servimos para lalimpieza, demuestran claramente esta propiedad,pues en todos estos cuerpos el líquido sube contrasu propio peso con más ó monos presteza hasta unnivel muy superior al del punto de contacto.

Esta propiedad, en virtud de la cual el agua yhasta las sustancias solubles y fijas se distribuyende un modo uniforme en la tierra, elevándose des-de las capas profundas ó desde el subsuelo hastalas raicillas de las plantas, se halla relacionada doun modo directo con la permeabilidad, notándose,sin embargo, que la máxima y la mínima no corres-ponden precisamente con la mayor soltura de ioselementos de la tierra, como se ve en las arenas,ni tampoco con la trabazón y dureza de las arcillas,sino que coincide con un grado medio de permea-bilidad. Véase de paso si es importante bajo todosconceptos el conocimiento de estas propiedades fí-sicas de la tierra, en las cuales residen las mejorescondiciones de fertilidad dada una determinada com-posición química.

El modo de apreciar aproximadamente esta pro-piedad en las tierras es muy fácil, pues se reduceá tomar cierta cantidad en diferentes campos, seamasan separadamente, y luego de secarlas á lalumbre de un hornillo formando con ellas cilindros,por ejemplo, se introducen por uno de sus extre-mos en el agua hasta el mismo nivel; la altura queel líquido alcanza, y la mayor ó menor prontitudcon que sube, darán la medida de su capilaridad.

En general puede decirse que todas las operacio-nes y mejoramientos que se emplean con objeto decomunicar cierta soltura á la tierra, facilitan de unmodo notable esta propiedad, de donde es fácil de-ducir la grande importancia de aquellas y de éstaspara la fertilidad de una tierra.

QUINTA PROPIEDAD.DISMINUCIÓN DE VOLUMEN POR DESECACIÓN.

La retracción ó disminución de volumen por de-secación, esto es, por la pérdida de la humedad queadquirió la tierra, es también una propiedad im-portante, pues según el grado que alcanza, así su-

fren más ó menos las raíces, sobre todo las másdelicadas, durante las pertinaces sequías. Apreciaseest..\ propiedad de un modo relativo y fácilmente,pues se reduce á formar con las diferentes tierrashumedecidas un cubo de iguales dimensiones paratodas, midiéndolos después de haberlos dejado se-car al aire libre ó al sol por un mismo espacio detiempo. Cuando ya no pierden peso, se miden denuevo, siendo la medida de la retracción la diferen-cia que ofrece su respectivo volumen comparadocon el primitivo.

De los experimentos practicados con este objetose ha deducido que el mantillo, así como es la sus-tancia que más se esponja con la humedad, es igual-mente el que sufre ó experimenta mayor retrac-ción, llegando ésta á representar el quinto de sumasa. Entre las tierras pobres de mantillo, las arci-llosas son las que pierden mayor volumen por ladesecación, si bien es cierto que la interposiciónde otras sustancias, y particularmente de la arena,de la caliza ó de la marga, hace modificar esta pro-piedad en razón de la mezcla. La diferente retrac-ción de la arcilla y de la caliza explica satisfactoria-mente la pulverización de la marga ciando ésta sedeja expuesta á la influencia de los cambios atmos-féricos, pues los puntos de contacto entre ambassustancias se separan por efecto de la diferente re-tracción, y en su consecuencia la piedra se agrieta,,so esfolia y reduce á fragmentos, y en último re-sultado se convierte en polvo. En esta propiedad sefunda precisamente el uso de la marga como mejo-ramiento de las tierras, según veremos más ade-lante.

SEXTA PROPIEDAD.v>9 , ABSORCIÓN DE LOS GASES.

La tierra, además de la absorción de la humedadatmosférica, goza de la propiedad de apoderarse delas sustancias gaseosas, y particularmente del oxi-geno, ácido carbónico y amoniaco, sustancias quedesempeñan las funciones más importantes en lavida de las plantas, pues aunque .algunos químicoshan puesto en duda esta acción, los experimentosde Schubler han demostrado lo siguiente:

4." Que las tierras no absorben nada de oxígenocuando están secas, y que esta propiedad se ej'erceno sólo cuando aquellas ofrecen cierto grado de hu-medad, sino también en el caso de hallarse cubier-tas de una capa considerable de agua.

2." Que la escala de esta propiedad de las tier-ras empieza por el mantillo, que es el que la poseeen el más alto grado; síguenle la magnesia, las ar-cillas, la tierra caliza fina, la arena caliza y el yeso,terminando por la arena silícea, que apenas absorbenada.

Esta propiedad ofrece á veces un sello físico, ó»

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por mejor decir, ella es en sí física, siendo simple-mente una especie de adhesión como cuando se ve-rifica por el carbonato de magnesia en virtud de sugran porosidad; mientras que otras es al parecerquímica, como sucede cuando el mantillo absorbelos gases. En este último caso la absorción enérgicadetermina un cambio de naturaleza en el mantilloinducido á perder parte del hidrógeno, que, combi- .nándose con el oxígeno del aire en proporcionesdeterminadas, forma agua que es absorbida, reem-plazando á un volumen igual de ácido carbónicoque se desprende. Cierto grado de calor se desar-rolla como resultado de estas reaciones químicas,lo cual á su vez favorece la absorción.

También es cosa averiguada que la parte mineralde las tierras sólo retiene entre sus moléculas eloxígeno en virtud de la intervención del hierro, yen razón directa de la parte de este que pasa á ungrado superior de oxidación. Resultado de esto, yá expensas del hidrógeno del agua y del ázoe delaire, se produce amoniaco, cuya presencia en latierra favorece singularmente el desarrollo de lavegetación.

Puede, de «consiguiente, calificarse esta propie-dad, y con sobrada razón, de una de las más impor-tantes de las tierras, pues por su intermedio no sólose producen en el suelo reacciones químicas quesuministran á las plantas los elementos combusti-bles más indispensables para su desarrollo, sino queestos y los que proceden de la atmósfera llegan envirtud de dicha acción hasta las raicillas mismas,por donde penetran en el organismo vegetal. Tam-bién se fundan en tan preciosa propiedad todas lasprácticas y labores que, removiendo el suelo, tien-den á renovar y aumentar la superficie de contactode la tierra con la atmósfera.

SÉTIMA Y ÚLTIMA PROPIEDAD.

ABSORCIÓN DEL CALOR.

Siendo el calor uno de los agentes físicos que másdirectamente contribuye al desarrollo de las plan-tas, conviene saber en qué principios se funda lapropiedad de que gozan en diferente grado las tier-ras de absorberlo ó reflejarlo, y de retenerle en elprimer caso entre sus moléculas.

La temperatura de la tierra varía no sólo en lasdiferentes horas del dia en que se examina, sinotambién según la naturaleza del suelo, la exposi-ción, los vientos reinantes, etc., etc.

Cuando la atmósfera está en calma, se observaque la tierra es más cálida que el aire durante eldia, y por el contrario, más fresca que el ambientedurante la noche.

La coloración de las tierras influye de un mododirecto en la absorción ó reflexión del calor y de laluz, siendo ésta, como se sabe, compañera insepa-

rable de aquel. Con efecto, los colores no son, si sequiere, una cualidad propia de los cuerpos, sino másbien el efecto de una modificación de la luz, de cu-yos rayos algunos son absorbidos, mientras que losotros se reflejan por el cuerpo que se examina. Deconsiguiente, el color de un cuerpo cualquiera es elde aquellos rayos que refleja en virtud de la escasaafinidad que por ellos tiene. Siendo la luz blanca ótirando á blanco, resulta que cuando un cuerpo larefleja en su totalidad, afecta dicho color, y por elcontrario, es negro cuando los absorbe todos.

No es de extrañar, pues, que el poder absorbentedel calor por las tierras esté en razón directa de ladiferente coloración que ofrecen. La influencia de lacoloración en el temple de las tierras es tal, quecuando por cualquier medio se logra que una tierrablanca afecte tintas oscuras ó negras, su tempera-tura aumenta en un 50 por 100, con la particulari-dad de no ser esta una acción pasajera, sino que per-manece mientras está sujeta á la influencia solar.

Otra de las circunstancias que también contribu-yen á determinar el poder absorbente de las tierraspor el calor es la naturaleza de sus elementos com-ponentes. Bajo este punto de vista puede formarseuna escala cuyo términos entre el máximo que lorepresenta la arena caliza y silícea y el humus ó elcarbonato de magnesia que ocupan el mínimo, sonel yeso, la arcilla y la caliza pulverulenta. De don-de se desprende también que hasta cierto puntoesta propiedad está enlazada con la densidad dife-rente de las diversas sustancias que predominan enla composición de las tierras, pues lá escala estárepresentada por iguales términos.

La evaporación del agua, así como su absorción,determinan también ciertos cambios termométricos,según ya indicamos al tratar de estas dos propie-dades.

COLORACIÓN DE LA TIERRA.

Los diferentes matices que ofrecen las tierras,dependen principalmente de su composición, y tam-bién de aquellas sustancias que se interponen entresus moléculas como materias tintóreas, entre lascuales deben citarse, como más importantes, losóxidos de hierro y de manganeso, y el carbón enestado de mantillo; determinando por su coloraciónmás ó menos oscura un aumento á veces muy con-siderable de temperatura en las tierras, según hademostrado Schubler en los experimentos que prac-ticó con este fin, de los cuales resulta, que la mismasustancia mineral, según su coloración blanca ónegra, acusa una diferencia de temperatura hastade siete y ocho grados; lo cual se traduce tambiénen la calidad y en la época en que maduran los fru-tos. Así se observa, por ejemplo, que los vinos quese obtienen en tierras de colores claros son menos

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espirituosos y algo más tardíos que los de coloresoscuros, sirviendo estas tintas de. las'tierras paradeterminar en las regiones vinícolas más importan-tes, tales como, por ejemplo, en la Borgoña, lascomarcas de vinos blancos y de color. No se limita,sin embargo, la influencia del color de las tierras alcultivo de la vid y del arbolado, sino que se ex-tiende á todas las plantas; pues aun cuando los ce-reales y las leguminosas cubren pronto la superficiedel terreno, no lo hacen de un modo tan completoque deje de sentirse la influencia debida á la colo-ración de la tierra que con la composición mineral,el grado relativo de humedad y la diferente incli-nación con que reciben los rayos solares determi-nan el calor de la tierra. Este agente actúa sobrelas plantas directamente y por irradiación: en elprimer caso, acelera la germinación y lo comunicaá los tejidos por la conductibilidad de éstos. Encuanto á la irradiación del calor, es de grande im-portancia, pudiendo considerar ala tierra, bajo estepunto de vista, como un depósito de calórico quese comunica á los vegetales y al aire ambiente, denoche como de dia; razón por la cual, aquellasplantas que, como'la vid, necesitan una alta tempe-ratura sostenida por bastante tiempo para dar sazo-nados frutos, se encuentran bien en terrenos secos,pedregosos y de colores oscuros, por gozar éstosla propiedad de absorber mucho calor solar y ce-derlo después por irradiación.

Tratándose de sustancias colorantes de la tierra,conviene consignar la observación hecha por Gas-parin, de que cuando el óxido de hierro se encuen-tra en abundancia en una tierra arenosa-silícea, enun clima meridional, aquella es casi estéril; al pasoque en los países del Norte, la misma sustancia,favoreciendo la elevación de temperatura, permitecultivar ciertas plantas que sin la intervención delhierro no podrían madurar.

Por último, el grado de inclinación con que latierra recibe los rayos solares, á lo cual no puedemenos de contribuir poderosamente su exposición,influye de un modo tan directo en la temperatura delas tierras, que puede asegurarse que ésta es laprincipal causa del calor de la superficie del globo.

24 Abril.JUAN VILANOVA.

MISCELÁNEA.La aprensión.

Es una variedad del miedo; es el miedo de estarenfermo.

En el cerebro del aprensivo pasan dos distintosfenómenos: el miedo, que propone la enfermedad;

y la imaginación, que se encarga de representarla.Este doble fenómeno, miedo y alucinación, consr

tituyen una verdadera enfermedad cerebral.De aquí que el aprensivo y su médico no acierten

á entenderse nunca: el aprensivo empellado en pro»bar que su enfermedad no es aprensión, y el médicopersuadido de que aquella aprensión es una en-fermedad.

El aprensivo es como el criticón, que no necesitatener motivos para criticar, sino que para ello lebasta ser criticón.

De la misma suerte, pues, que cuanto se diga yse haga para acallar la critica es inútil, excusadoserá lo que se intente para tranquilizar á un apren»sivo.

Bajo este punto de vista, el aprensivo es un locomanso, de la especie «de los que aún no tiran pie-dras.»

Dos aspectos encontrados ofrece el aprensivo;uno interior, que hace llorar; otro exterior, quehace reír.

Importa, pues, dictar dos reglas de conducta: una,al mismo interesado, y otra á un espectador óamigo.

Si eres tú el aprensivo, lector, ponte en guardia;ni creas en los males que te forja tu magin ni en lasalud que tus amigos dicen que ven en tí. Estás en-fermo; lo estás de veras, nada menos que de lossesos: sólo tu propia energía moral podrá sanarte.

Si eres, lector, el amigo del aprensivo, no le con-tradigas, no le irrites: si tienes influjo en su suerte,llénale de obligaciones y quebraderos graves decabeza, remedio supremo contra tamaña enferme-dad, á ver si logras ponerle en el caso de aquel co-merciante tan activo que «nunca estaba enfermo,porefík no tenía tiempo.»

(El Propreso Médico.)

Los tulipanes.Con motivo del anuncio de que en la Exposición

de 1878 figurará una variedad infinita de tulipanesremitidos de Holanda, procedentes de las coleccio-nes reales, la Gaceta comercial, fabril y agrícolade Sevilla da las siguientes noticias respecto á esasplantas bulbosas, productos de la familia de las;liliáceas que no se asemejan á otro alguno, y para,las cuales existen admiradores poseídos de un en-tusiasmo que raya en monomanía, á quienes se de-signaba antiguamente en el Norte con el nombre delocos tuliperos:

«En Holanda, durante el siglo XVII, era tan ele-vado el precio de los tulipanes, que enriqueció áinfinitos cultivadores. Era esta planta objeto de unculto que degeneraba en manía, y las extravagan-cias de los locos tuliperos ultrapasaban todos l<?s

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límites. Así se vio cotizar los tulipanes en la Bolsade Haarlem: el cesto de los tuliperos, como el delos agentes de cambio, era asaltado por los mono-maniacos, que se arrancaban una variedad de la ¡flor cual hoy se disputan los valores de primer or-den. Ciertas cebollas alcanzaron valores fabulosos:el Almirante Lieskens costaba 4.000 florines, elSemper Augustus 2.000 florines. Un dia llegó enque solo quedaron dos ejemplares de este últimotulipán, uno en Haarlem y el otro en Amsterdam.Pues bien, ¿quiere saberse á qué valor llegaron?Por uno se ofrecieron 4.600 florines y además unacarretela con su correspondiente tiro de magnífi-cos caballos y arneses; por el otro 12 arpentas detierra, ó sean 6 yugadas aproximadamente, y... eloferente quedó sin la flor.

En la época á que nos referimos, ascendía enHolanda á más de 10.000.000 de francos la cifraanual del valor del comercio de los tulipanes. Unasola colección ascendió en una licitación á 9.000florines; y en Francia mismo, en Lille, un aficio-nado, pero un aficionado rematado, cedió una mag-nífica cervecería en explotación, tasada en 6.000duros, en cambio de una cebolla de tulipán, de unasola, perteneciente á una variedad que con motivode la maravillosa baratura fue denominada Tuli-pán Cervecería (Titlipe brasserie). Tan rara maníafue apoderándose poco á poco de todos los ánimosá medida que la afición iba desarrollándose enFrancia por el cultivo de los tulipanes. En el Nortedábase un molino en cambio de una cebolla de lavariedad conocida con el nombre de Mere bruñe(madre morena); y un aficionado, enamorado de lahija de un cultivador, no quiso por dote sino unacebolla de la variedad que desde entonces se llamóMariage de na tile. Es cierto que tales pretensio-nes no tendrían eco en los tiempos actuales, y unyerno que se contentara con un tulipán mereceríaperpetuar su nombre en la historia; pero esta clasede estipulaciones estaban en uso hace ciento cin-cuenta años, y por ser muy frecuentes demuestranel grado de aprecio á que llegó la planta á que nosreferimos.

Como muestra de mayores extravagancias tulí-peras, es curioso citar la siguiente anécdota:

Un pobre zaoatero de La Haya llegó á producir¡un tulipán negro! La fama de tal maravilla vegetalse esparció rápidamente, y una mañana el zapaterorecibió la visita de una comisión de la Sociedad Tu-lípera de Haarlem. Examinóse la flor, regateóse suprecio, se ofrecieron á su dueño 200, 300, 400 yluego 1.500 florines por ella. El pobre hombre, alu-cinado por aquella suma, cedió la planta negra, yapenas satisfecho el precio, la comisión cogió laíior, cortó en pedazos y la pisoteó, destrozándolapor completo.

—Imbécil,—dijeron luego al zapatero asombra-do:—nosotros tenemos también un tulipán negro enel jardín de nuestra Sociedad; pero ahora ya notiene precio, porque desde que no existe el tuyo elnuestro es el único del universo... Si nos hubierasexigido por tu flor 10.000 florines, también te loshabríamos dado.

Cuéntase que el zapatero murió de pena al sa-berlo.

En comprobación de las anteriores líneas, nues-tro Diccionario Enciclopédico, impreso en Madriden 1866., dice que á esta planta le sirve de tipo elTulipán Gesneriano, que crece espontáneamente enToscana, en Calabria y en el Cáucaso. Esta especiees la más umversalmente cultivada, y en algunospuntos, como en Holanda y en el Norte de Francia,tiene un valor exorbitante. A fines del siglo pasadola afición hacia estas plantas llegó á ser una especiede frenesí, y hubo familias que quedaron completa-mente arruinadas por satisfacer el deseo de poseeruna de sus cebollas. En Oriente, y especialmente enPersia, forman casi un objeto de culto, y todos losaños, en la época de su florescencia, se celebra lafiesta de los tulipanes.»

***

Dos nuevos cometas.

Dos nuevos cometas telescópicos se han descu-bierto recientemente.

El primero, en Strasburgo, el 5 de Abril último,por M. Winnecke, en la constelanion de Pegaso,á 22h 8m de ascensión recta y 14° 54' de declinaciónboreal. Su paso por el perihelio tuvo lugar eldia 18 de Abril y hasta el 1.° de Mayo fue aumen-tando su brillo. En ese tiempo se encontró, pues,en magníficas condiciones para la observación. Losaficionados á la astronomía, con el auxilio de unanteojo que tuviera por lo menos de 5 á 6 centíme-tros de luz, han podido distinguirlo fácilmente.Ofrecía el aspecto de una nube circular, ligeramentecondensada en el centro con una cola claramentepronunciada, como de un metro de extensión, des-arrollándose en dirección contraria al sol, en conoparabólico.

• El segundo cometa lo descubrieron casi al mismotiempo, en Nueva-York, M. Lewis Swift y en Mane-lla M. Borelly, astrónomo de aquel observatorio,á lh 6m de ascensión recta y 55° 4' de declinaciónboreal. Es menos brillante que el anterior, y no sedistingue sino con instrumentos de poderoso alcan-ce, en los que sólo se representa como una débilnebulosidad redonda, sin foco luminoso y sin cola.El dia 22 se hallaba en la constelación de Casiopea,