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REVISTA EUROPEA. NÚM. 100 23 DE ENERO DE 1876. AÑO EL TAMBORCILLO DE SAN PEDOR. Es sabido, y la fama lo repite hasta la saciedad, que de bien pequeñas causas han tenido en ocasio- nes origen resultados tanto más grandiosos cuanto menos sospechados. Está la historia salpicada de sucesos nacidos do un accidente que ninguna influencia prometía, y que, sin embargo, han pesado decisivamente en la suerte de los pueblos. En la guerra sobre todo, y contrayóndonos á sus trances, pues que de uno de ellos, digno por cierto de la mayor admiración, vamos á tratar ahora, un acto imprevisto, que en otra coyuntura no tendría importancia, la adquiere aveces incontrastable para el éxito de una empresa. No hablemos de una falta, la más insignificante, en el servicio, do un error levísimo al parecer, ni, por el contrario, de un rasgo á todas luces temerario, de una muestra de celo que muchos, antes de locar sus efectos, tacharían de exagerado, de perjudicial ó intempestivo, porque de esos casos podríamos presentarlos innumerables que han llegado á resol- ver el complicado problema de una batalla, última palabra de las contiendas militares. La guerra de la Independencia, en cuyos princi- pios, con especialidad, parece que el cielo, como si se deleitara en revelar la fuerza de la justicia y del patriotismo, aún inermes, en los pueblos, se propuso favorecer visiblemente al nuestro, dio lugar á suce- sos cuyo resultado, admirando á todos, confundió la soberbia de quienes hacía muchos años que pasea- ban sus águilas por Europa sin contraresto alguno. El toque de diana hecho sonar una hora antes de la señalada, dio probablemente la victoria á las ar- mas españolas en los campos de Bailen; la resolución inesperada de una mujer libró á Zaragoza de un asalto que hubiera podido ser decisivo; no influ- yó poco en la defensa de Valencia la acción de un fraile poco antes dedicado exclusivamente á la oración y al ayuno; y el arrojo de un oficial, obli- gando á los marinos dinamarqueses á que le condu- jesen á la escuadra británica, producía la vuelta á España de la división del Norte. De modo que en los acontecimientos más impor- tantes de la primera campaña de 1808, en lo que pudiéramos llamar el proemio de la lucha más glo- riosa que registran los anales de un pueblo, blanco TOMO v>. de la agresión más injustificada, aparece el influjo indubitable de-causas que, en ocasiones distintas ó en circunstancias diferentes, pasarían por baladies, si no por dignas del mayor desprecio. Entre esos acontecimientos, sin embargo, no he- mos recordado uno que constituye el orgullo del pueblo catalán, el combate del Bruch, suceso que no debiera traerse á la memoria en estos tiempos en que todo se fia á la ciencia y al arte de la guer- ra, y que ofrece, sin embargo, el secreto de su éxito en el ruido sonoro y acompasado de un tambor. En el plan do campaña ideado por Napoleón en- traba el pensamiento de que dos brigadas, proce- dentes de Cataluña, se dirigieran á las márgenes del Túria y del Ebro á ayudar á Moncey y Lefebvre Desnoéttes en la conquista, á ellos encomendada, de Valencia y Zaragoza. El general de división Cha- bran tomaba, en consecuencia, el dia 4 de Junio el camino de Tarragona, mientras el do brigada, Schwartz, emprendía el de Lérida con 3.800 hombres de todas armas y dos piezasde artillería de campaña. La destrucción de los molinos de pólvora en Manre- sa, ocupar la plaza de Lérida, embeber en sus filas la gente de suizos que la guarnecía, y desde Buja- raloz, donde abriría los pliegos que encerraban las últimas instrucciones de Duhcsme, buscar su unión inmediata con Lefebvre, eran misión que Schwartz consideraba como de cumplimiento facilísimo ert aquellas circunstancias. lrt$)dida la ciudadela de Barcelona á favor de una estratagema que, como la usada para el dominio del castillo de Pamplona, parecía dirigirse al des- quite de la que en 1597 puso en manos de los espa- ñoles la fortaleza de Amiens; ocupada, también trai- doramente, la de San Fernando por la guarnición francesa de Figueras, y expedito hasta entonces el camino por donde podían llegar á todas horas re- fuerzos de hombres y de material al ejército inva- sor, era, con efecto, temerario el pensamiento de resistir un poderío tan grande como el del empera- dor Napoleón, apoyado, además, en su inmenso prestigio, no roto aún, y en sus artes cada dia más temidas. Muestras, tan sólo, del desabrimiento que en las demás poblaciones causaba la conducta irre- gular de los franceses, la deserción de oficiales y soldados que, llenos de enojo y proclamando sui lealtad al monarca aprisionado en Valengay, aban- donaban las guarniciones españolas, y los rumores 34

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REVISTA EUROPEA.NÚM. 100 2 3 DE ENERO DE 1 8 7 6 . AÑO

EL TAMBORCILLO DE SAN PEDOR.

Es sabido, y la fama lo repite hasta la saciedad,que de bien pequeñas causas han tenido en ocasio-nes origen resultados tanto más grandiosos cuantomenos sospechados.

Está la historia salpicada de sucesos nacidos doun accidente que ninguna influencia prometía, yque, sin embargo, han pesado decisivamente en lasuerte de los pueblos.

En la guerra sobre todo, y contrayóndonos á sustrances, pues que de uno de ellos, digno por ciertode la mayor admiración, vamos á tratar ahora, unacto imprevisto, que en otra coyuntura no tendríaimportancia, la adquiere aveces incontrastable parael éxito de una empresa.

No hablemos de una falta, la más insignificante, enel servicio, do un error levísimo al parecer, ni, porel contrario, de un rasgo á todas luces temerario,de una muestra de celo que muchos, antes de locarsus efectos, tacharían de exagerado, de perjudicialó intempestivo, porque de esos casos podríamospresentarlos innumerables que han llegado á resol-ver el complicado problema de una batalla, últimapalabra de las contiendas militares.

La guerra de la Independencia, en cuyos princi-pios, con especialidad, parece que el cielo, como sise deleitara en revelar la fuerza de la justicia y delpatriotismo, aún inermes, en los pueblos, se propusofavorecer visiblemente al nuestro, dio lugar á suce-sos cuyo resultado, admirando á todos, confundió lasoberbia de quienes hacía muchos años que pasea-ban sus águilas por Europa sin contraresto alguno.

El toque de diana hecho sonar una hora antes dela señalada, dio probablemente la victoria á las ar-mas españolas en los campos de Bailen; la resolucióninesperada de una mujer libró á Zaragoza de unasalto que hubiera podido ser decisivo; no influ-yó poco en la defensa de Valencia la acción de unfraile poco antes dedicado exclusivamente á laoración y al ayuno; y el arrojo de un oficial, obli-gando á los marinos dinamarqueses á que le condu-jesen á la escuadra británica, producía la vuelta áEspaña de la división del Norte.

De modo que en los acontecimientos más impor-tantes de la primera campaña de 1808, en lo quepudiéramos llamar el proemio de la lucha más glo-riosa que registran los anales de un pueblo, blanco

TOMO v>.

de la agresión más injustificada, aparece el influjoindubitable de-causas que, en ocasiones distintas óen circunstancias diferentes, pasarían por baladies,si no por dignas del mayor desprecio.

Entre esos acontecimientos, sin embargo, no he-mos recordado uno que constituye el orgullo delpueblo catalán, el combate del Bruch, suceso queno debiera traerse á la memoria en estos tiemposen que todo se fia á la ciencia y al arte de la guer-ra, y que ofrece, sin embargo, el secreto de suéxito en el ruido sonoro y acompasado de untambor.

En el plan do campaña ideado por Napoleón en-traba el pensamiento de que dos brigadas, proce-dentes de Cataluña, se dirigieran á las márgenesdel Túria y del Ebro á ayudar á Moncey y LefebvreDesnoéttes en la conquista, á ellos encomendada,de Valencia y Zaragoza. El general de división Cha-bran tomaba, en consecuencia, el dia 4 de Junioel camino de Tarragona, mientras el do brigada,Schwartz, emprendía el de Lérida con 3.800 hombresde todas armas y dos piezasde artillería de campaña.La destrucción de los molinos de pólvora en Manre-sa, ocupar la plaza de Lérida, embeber en sus filasla gente de suizos que la guarnecía, y desde Buja-raloz, donde abriría los pliegos que encerraban lasúltimas instrucciones de Duhcsme, buscar su unióninmediata con Lefebvre, eran misión que Schwartzconsideraba como de cumplimiento facilísimo ertaquellas circunstancias.

lrt$)dida la ciudadela de Barcelona á favor de unaestratagema que, como la usada para el dominiodel castillo de Pamplona, parecía dirigirse al des-quite de la que en 1597 puso en manos de los espa-ñoles la fortaleza de Amiens; ocupada, también trai-doramente, la de San Fernando por la guarniciónfrancesa de Figueras, y expedito hasta entonces elcamino por donde podían llegar á todas horas re-fuerzos de hombres y de material al ejército inva-sor, era, con efecto, temerario el pensamiento deresistir un poderío tan grande como el del empera-dor Napoleón, apoyado, además, en su inmensoprestigio, no roto aún, y en sus artes cada dia mástemidas. Muestras, tan sólo, del desabrimiento queen las demás poblaciones causaba la conducta irre-gular de los franceses, la deserción de oficiales ysoldados que, llenos de enojo y proclamando suilealtad al monarca aprisionado en Valengay, aban-donaban las guarniciones españolas, y los rumores

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á cada momento más serios y concentrados de queen la Montaña se reunían y organizaban los Mique-lel.es, de fama tan terrorífica en las frecuentes lu-chas qjue habían desde tiempo inmemorial ensan-grentado la frontera del Pirineo, hacían, con todo,([tic las tropas de Schwartz marchasen con las pre-cauciones de la guerra.

Así pasaron por Martorell y Esparraguera, sinapercibirse, empero, de que el sonido de las cam-panas, cuyo-eco repercutía de monte en monte hastalos más elevados de la cordillera, no era de fiestay regocijo por el que pudiera causar su presenciaen aquellos lugares, sino de alarma y de venganzapor los desafueros cometidos allí donde ponían suplanta cruel y devastadora.

Una tempestad le detenía en Colbató algunas ho-ras de las primeras del dia 6; pero, corrida aquella,ganaba á medio dia la aldea del Bruch á media la-dera del estribo que, desprendiéndose de Montser-rat, separa del valle del Llobregatel del Noya, suafluente más tarde en las inmediaciones de Mar-torrell.

El terreno, en su mayor parte de rocas como elde las faldas y la cumbre de la santa montaña quese eleva al frente, se encuentra salpicado de arbus-tos, y en lo alto de la divisoria á que acabamos dereferirnos, allí donde se verifica el tribio, esto es,el entronque del camino de Barcelona con los deLérida y Manresa, existe un pinar, no muy extenso,pero sí bastante espeso para servir de observa-torio oculto a las miradas y pesquisas de los tran-seúntes.

En ese bosqiiecillo, con la tranquilidad que siem-pre infunde lo fácil de burlar el número y la discipli-na de los enemigos en espesuras como aquella y enescabrosidades como las de los montes que tenían áretaguardia, esperaban á Schwartz unos cuantospatriotas de Manresa, muy pocos, pues que no pa-sarían de 60 los armados de fusiles, seguros, sinembargo, de que el carácter belicoso de sus paisa-nos y el espíritu de fraternidad que los distingue,habían de llevar á varios otros á combatir en elmismo sitio, á la vista de la sacratísima imagen,objeto del amor y de la veneración de todos.

Al fuego de la primera descarga, mordieron latierra varios coraceros de los que marchaban devanguardia, más admirados, al reponerse de la sor-presa, que de sus pérdidas, de los estragos que ensus acerados petos hacían los proyectiles enemigos,de varillas de cortina en su mayor parte. Y comono cesaba la fusilería é iban en aumento las bajas,sin que se descubriera ni menos pudiera distin-guirse el número y la calidad de los emboscadosen el pinar, la avanzada francesa retrocedió á aco-gerrse al cuerpo de la división, despedida por la gri-tería do los catalanes.

No había Schwartz de arredrarse por un contra-tiempo así, aun cuando le sorprendiera; y, recono-ciendo el terreno, hizo avanzar una gruesa columnade ataque precedida y flanqueada por nubes detiradores que fueron, aunque con trabajo, empujan-do á los nuestros hasta obligarlos á retirarse por lacarretera y los senderos que conducen á Manresa yla Montaña.

Los Imperiales, satisfechos con aquella, aunquesangrienta, á su parecer fácil victoria, se detuvie-ron en El Bruch-de-arriba para descansar algunosmomentos y comer el rancho, confiando en la vigi-lancia de una gran guardia establecida en Casa-Masana, caserío notable que atalaya las avenidasprincipales de Igualada, Manresa, Barcelona y el yapróximo monasterio de Montserrat.

Los Manresanos, los Bridantes, según el generalSchwartz y sus compatriotas, cesaron pronto en sufuga; y, reuniéndose de nuevo en una de las re-vueltas que hace el camino en su descenso de Casa-Masana, comenzaban á concertar sus ulterioresoperaciones, cuando vieron dirigirse hacia ellos elsomaten de San Pedor, compuesto do unos 100hombres y seguido á corta distancia de otros 60vecinos de Sellent, todos armados y hábiles tira-dores.

Ya tenemos, pues, reunido el ejército que va denuevo á disputar al general Schwartz el camino doManresa.

¿Quién lo manda?En aquel grupo informe de labriegos y artesanos

no se descubre un hombre que represente autori-dad alguna por su clase ni por su estado : si hayquien difiera en sus arreos y apostura marcial delos demás, es un mozalvete imberbe que lleva á sucostado un tambor, mudo hasta entonces, y que du-rante la marcha del somaten desde San Pedor ha idoesforzándose para demostrar que va impelido porlos mismos sentimientos de patriotismo y de ira queagitan á los valientes á quienes se ha unido.

«¿De dónde vienes?» le había preguntado el queparecía mandar el somaten, al presentarse el tam-borcillo.

«De Manresa, había él respondido inmediatamen-»te y con el mayor desembarazo: al ver salir á los«que en este momento deben estar batiéndose en»el Bruch, he tratado de hacerme con un tambor«para con él guiarles en el combate; pero he per-«dido mucho tiempo y desespero de alcanzarlos.»

«¿Eres de Manresa? Si no, ¿cómo estabas allí?«¿Cuál es tu oficio para que sepas manejar ese ar-«matoste? Responde pronto.»

«Soy del Ampurdan y servía en Guardias Españo-l a s ; pero al fugarme do Barcelona, ni podía ir á mi«pueblo por el camino de Francia, ni en él se puede«hacer nada contra los gabachos.»

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«¿Y ese traje? ¿Y tu regimiento? ¿Cómo no te has«ido con él?»

«Este traje es el que me han dado en Barcelona«los que provocan la deserción, que, además, pro-«porcionan dinero y recomendaciones; y si no es-»toy con los Guardias es porque yo me escapé ¡mies,«y ellos han tomado desde Molins el camino del«Ordal.»

«¿Y esas recomendaciones?»«A Mosen Ramón y al contador de los molinos de

»la pólvora. Helas aquí.»«Eres listo, habia dicho por fin el cabecilla: si

»manejas el tambor como la lengua, podrás hacer-»nos buen oficio. Anem, pues.

Y continuó el somaten su marcha, no del todosatisfechos los de San Pedor de la lealtad del mu-chacho, pero comprendiendo que la vieja caja quellevaba á su lado podría darles un carácter algomás militar que los arreos campesinos que vestíanellos y las heterogéneas armas con que iban a com-batir á los franceses.

Aquel joven, sin embargo, cuya procedencia seignora y quedará para siempre envuelta en las som-bras de una modestia, por su parte, y de una ingra-titud, por la de sus compatriotas, sólo concebi-bles en España, va á ser el guión, el adalid, el ge-neral en jefe de la turba que intenta hacer probar álos Invencibles los desengaños, las amarguras y losreveses que les esperan en aquella tierra clásica dela independencia nacional.

Informados los de San Pedor y Sellent de cuantoacaba de suceder en el Bruch, deciden renovar elcombate tan bien reñido por los de Manresa, co-menzando por acometer á los franceses destacadosen Casa-Masana. Y tal es el ímpetu con que lo ha-cen, que á los pocos minutos ruedan por la cuestalos de la avanzada imperial azotados de la lluviade proyectiles que les van arrojando los catalanesque, cual enjambro de abejas tras del goloso profa-nador de su colmena, los hostigan, los persiguen yestrechan hasta dar con ellos en el cuerpo princi-pal do la división. Tan recia fue, con efecto, la em-bestida que, al volver Schwartz de su sorpresa, nohalló tiempo más que para ordenar la formación desus tropas en un cuadro capaz de contener la impe-dimenta toda de su séquito.

Pero ¿qué hacer?Los que tan de cerca le acosan ya, no serán los

bandidos que una hora antes ha hecho aventar delas alturas del Bruch; el fuego es más intenso yexicial, aun con haberlo sido tanto en el primer re-bato, y la gritería que escucha en su derredor y eldesorden que no logra dominar en sus propias lilasle confunden hasta no poderse dar cuenta de su si-tuación. Pero si grande es su perplejidad en losprimeros momentos, la eleva á su colmo el ruido

del tambor que, enérgico, acompasado y llevandoá la montaña, con los mil ecos que provoca en ella,la orden de un ataque general y simultáneo, des-pierta en Schwartz la idea de que alguna tropa delinea, el regimiento do Extremadura regularmente,acude en apoyo de los defensores do Montserrat. Ycon la misma fuerza con que ha invadido su ánimopensamiento tanto más funesto cuanto más proba-ble le parece, ee apodera de él, en él se arraiga yle trastorna y obceca, impeliéndole á la afrenta desólo fiar su salud en la retirada á Barcelona.

El tamborcillo, mientras tanto, no da punto á latarea de indicar con su caja los movimientos que esnecesario hacer para romper al enemigo. Giran lasbaquetas en sus manos con rapidez adecuada á lasituación de cada momento, cayendo sobre el par-che, ya para señalar los flancos por donde deben losmontañeses extender sus alas, ya para precipitar elataque que el asombro de los franceses y su confu-sión aconsejan. Parece como si en aquel hueco ci-lindro se encerrara el genio de un general y sussonidos fuesen la voz de los ayudantes acudiendo álos cuerpos del ejército en la batalla. Las montañasy las rocas, los jucos y las concavidades de la santasierra, al repercutir sucesivamente aquellos sones,parecen también excitar á los catalanes á su de-fensa; y sus mil ecos y el nunca interrumpido delfuego, saliendo de todas las partes de tan escabrosoterreno, lo mismo de las peñas y los setos que delos árboles y de las matas, aumentan, si ya es po-sible, el abatimiento del enemigo.

La preocupación de Schwartz se comunica á losoficiales, que se consideran á las manos con cuerposorganizados y hasta veteranos de los españoles;entra en los soldados el terror, y, no sabiendo elgeneral dictar órdenes ni tomar disposiciones quelo calmen ó neutralicen, toda aquella masa de hom-bres^ caballos, de cañones y bagajes se precipitaal llano en busca de una posición en que sostenerse,ele un pueblo á que refugiarse, de un rio, en fin,que poner entre ella y sus ágiles perseguidores.

La posición no se hnlla; Collbató está dominadade todas partes, y la columna francesa se vio empu-jada á proseguir hasta Esparraguera, donde creeríapoder recobrarse de su pánico. Pero la alarma pro-ducida en la comarca por el toque de somaten teníaallí en acecho á los vecinos, quienes, animados al es-pectáculo del desorden que el crepúsculo de la tardeles permitía aún descubrir en los franceses , y delfuego y los gritos de triunfo y de venganza con quelos herían y denostaban los montañeses, resuelvencerrar á aquellos el paso por sus calles, embarazán-dolo con toda clase de obstáculos y defendiéndolocon toda especie de proyectiles, piedras, tejas, mue-bles, agua ó aceite hirviendo, cuanto les viene á lasmanos, útil ó inútil, valioso ó despreciable.

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Impotentes para vencer tal resistencia , se desli-zan los franceses por las afueras de Esparraguera,ya en un desorden completo, mermados por el cho-que y anhelando cruzar la Abrera, una arroyada,en cuyo puente , sin embargo, preparado para suhundimiento, perdieron parte de la artillería y nopoca de su gente. Si Martorell y Molins de Rey hu-bieran seguido el ejemplo de Esparraguera, no hu-biera vuelto un solo francés á Barcelona; pero aunencontrando libre el paso por aquellas poblaciones,y aun dándose el airo de vencedores con el aparatode los objetos robados en San Feiiu de Llobregat,donde al íin hicieron alto para reponerse de sus fa-tigas y ocultar el rubor de su derrota, todo el mundo,al ver el desorden en que llegaban y el número ycontinente de sus heridos, comprendió el alcance yla trascendencia de aquella primera victoria de loscatalanes sobre los soldados de Napoleón.

Tan decisiva fue, con efecto, que no sólo estorbóla ejecución de las operaciones ideadas para ayudara l.efebvre y á Moncey en sus empresas contra Za-ragoza y Valencia, sino que, levantando el espírituen todo el Principado, produjo la nueva derrota deCimbran y de Schwartz en los mismos lugares delBruch, la resistencia dos veces feliz de los gerun-denses y la retirada general del cuerpo de ejércitode los Pirineos Orientales al recinto de la plaza deBarcelona, de cuyos muros, tan traidoramente con-quistados, no se atrevería á salir en muchos meses.

; Cuan importantes consecuencias, repetimos,puede tener una causa al primer golpe de vista in-significante y hasta despreciable! Porque no hayque buscar otra en la jornada del Bruch que la pre-sencia y la acción, en otro caso irrisoria, del tam.-borcillo entre los patriotas de San Pedor. La famade haber eludido el regimiento de Extremadura lasórdenes de Duhesme, y la deserción, nunca inter-rumpida y hasta por fracciones considerables, de losGuardias españolas do guarnición en Barcelona,produjeron sin disputa la obcecación del generalSchwartz, al escuchar los toques reglamentarios deltambor dirigiendo el ataque y el fuego de sus ene-migos desde Casa-Masana. Y cuando más arrebata-dos los contemplaba en su carga y sentíase acome-tido y envuelto en sus posiciones, traducía la energíahabitual y la pericia instintiva de los rudos monta-ñeses que miraba A su frente por dirección exce-lente de algún militar experto y por apoyo defuerzas regulares que formaran una reserva consi-derable.

Al tambor, de consiguiente, se debe en su mayorparte el triunfo de los españoles en El Bruch el 6 deJunio de -1808; porque, de otro modo, nadie podríaexplicarse la retirada primero, y el vencimientodespués, tan decisivo de una fuerza de 4.000 hom-bres de todas armas por dos ó tres centenares, á lo

más, de montañeses, todo lo valeroso que se quiera,pero mal armados, sin cohesión ni disciplina, sinoficiales ni jefe alguno que los rigiese en el com-bate.

Loor, pues, al valiente tambor de San Pcdor,bastante humilde después de victoria tan esplendo-rosa para, nuevo pastor do las Navas, ocultarse á lagratitud de sus conciudadanos y á la memoria de laposteridad que debería, por galardón, reservarle unnombre glorioso y fama perdurable.

JOSÉ G. DE ARTECHE.

LA C O N D E S A DE ALBANY. *

El último descendiente de una familia destronada;una joven princesa alemana, canonesa de un con-vento de Flandes, y que del claustro pasó á sor suesposa; un ilustre poeta italiano que, prendado deella, la roba después á su marido, y un pintor fran-cés que, al cabo de algunos años, recoge la heren-cia del príncipe y del poeta, son los personajes deldrama que me propongo referir. El príncipe es elatrevido pretendiente de la corona de Inglaterra,Carlos Estuardo, cuya juventud fue tan azarosa; ladama, Luisa de Stolberg, conocida en la historiabajo el nombro de condesa de Albany; el poeta,Víctor Alfieri, y el pintor, Francisco Javier Favre.

¿Qué concurso de circunstancias reunió en im-broglio tan extrañe á personas de condiciones tandiversas? ¿Qué papel representó cada una? ¿Cómo seenlaza este episodio con la historia general? ¿Di-funde alguna luz sobre la sociedad europea de finesdel siglo pasado y principios del presente? A todasestas preguntas responde satisfactoriamente la obraque, bajo el título de Die Griifin von Albany, haconsagrado á la real condesa el barón de Reumont.

Muchos escritores franceses, italianos, inglesesy alemanes se habían ocupado en los principalesepisodios de la vida de Luisa de Stolberg; peroninguno hasta el publicista prusiano ha sabido tra-zar un cuadro tan verdadero y completo de todaella, como que es el fruto de profundas y concien-zudas investigaciones acerca de cuanto pudieraconvenir á su propósito: documentos inéditos , tra-diciones públicas y privadas, juicios emitidos porlos contemporáneos de la condesa, todo ha sidodescubierto, explorado y compulsado por él contanto esmero que, bajo este coneepto, nada dejaque desear su trabajo. A nuestra vez, nos propone-

* Die Grafin von Albiny, von A. von Reumont, 2 vols., BerÜn.

Extracto analflico, por M. Saint Rene-Taillandier, París. El presente

trabajo es á su vez un extracto del análisis hecho por el ilustre publi-

cista inglés.

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mos describir con el auxilio del libro citado la fiso-nomía y carácter de Luisa de Stolberg y las condi-ciones del teatro en que representó tan importantepapel; al menos, tal es nuestra intención y nuestrodeseo.

I.

LUISA DK STOLÍSERG Y CARLOS ESTUARDO.

Corría el mes de Agosto de 1771 cuando el duquede Aiguíllon, ministro del rey de Francia, hizo lla-mar repentinamente á Paris al principe Carlos Es-tuardo, que vivia retirado en Siena. Era nieto deJacobo II y el último de los Estuardos, ó al menosel último representante de la familia en aptitud deaspirar al trono de Inglaterra, porque su hermanomenor, el duque de York, había seguido la carreraeclesiástica y llegado al cardenalato. Atendió Carlosla orden del gobierno de Luis XV, y salió de Sienael 17 del propio mes, acompañado do un solo indivi-duo de su servidumbre; y pasando de incógnito porFlorencia, Bolonia y Módena, para evitar los espíasde la Inglaterra, llegó á Paris pocos dias después.Inmediatamente se le hizo saber por medio del du-que de FiU-James, su pariente, (¡ue el Gabinete deVersalles estaba dispuesto á señalarle doscientascuarenta mil libras francesas de renta bajo condi-ción do que contrajera matrimonio sin pérdida detiempo; y que para evitarle el cuidado de buscar es-posa, se la designaban desde luego en la personade la princesa de Stolberg.

¿Qué se proponía el gobierno francos con este ca-samiento? ¿ftuó servicio podía prestar con él á laFrancia Carlos Estuardo? Para comprender mejor losdesignios del duque de Aiguillon, será preciso re-ferir, siquiera sea brevemente, la parte más esen-cial de la vida del último Estuardo.

Cuando apenas contaba veinticinco años, desem-barcó en Escocia con siete oficiales y se presentó álos clanes. Todos sus recursos pecuniarios y pertre-chos militares consistían, en aquella circunstancia,en 2.000 libras esterlinas, 1.800 sables y 1.200 fu-siles, y con estos elementos se propuso disputar lacorona de Inglaterra al rey Jorge. Pocas semanasdespués se hallaba al frente de un ejército de mon-tañeses, cuyo número iba creciendo por dias; conél se apoderó de Edimburgo, y el 2 de Octubre deaquel mismo año deshizo en Preston-Pans las tropasdel general Cope, viéndose el rey de Inglaterra, ¡dice con esta ocasión el gran Federico de Prusia,en la dura necesidad de hacer venir sus soldadosque guarnecían á Flandes, y do abandonar aquelpaís para sostener su trono conmovido por un niño.La fortuna le fue adversa muy luego, y su empresa,comenzada bajo tan brillantes auspicios, tuvo íin dela manera más desastrosa: derrotado en Culloden

debió á la fuga no caer en manos del vencedor; ydespués de permanecer algún Uempo en las Orea-das, donde halló refugio y vivió errante, sufriendolas mayores penalidades, esperando en vano auxi-lios de Francia y recibiendo de Inglaterra las no-ticias más lastimosas de sus parciales, en quieneslord Cumberland ejercía terribles represalias, el 10de Octubre de 1746 llegó á las costas de Bretaña ytomó tierra en Roscoff. En Paris fue recibido por lacorte como un héroe; pero á esto quedó reducidotodo. Entabló negociaciones con España para que leapoyase eu la segunda expedición que se proponíallevar á cabo; mas tampoco dieron resultado. Fede-rico el Grande admiraba su valor; en cuanto ásocorrerlo hacia como España y Francia. Asi lascosas, cuando todavía conservaba un resto de con-fianza en lo porvenir, el tratado de Aquisgran des-vaneció sus esperanzas do recuperar el trono desus mayores; viéndose, además, indignamenteexpulsado por él del territorio francés, dondesu abuelo recibió tan espléndida hospitalidad deLuis XIV.

«Desde aquella época se oscureció el principeCarlos Estuardo,» dice Voltairc, y por largos añosfuó su vida una continua peregrinación, sin poderhallar en parte alguna tranquilidad ni sosiego,pues allí donde fijaba su residencia iba á buscarlo elencono de su adversario. Durante un espacio, áfuerza de mudar de nombre, traje y nacionalidad,los agentes de la casa de Hannovor perdieron lapista de sus huellas: todos ignoraban su paradero,y se deshacían en inútiles pesquisas por descubrir-lo. ¿Dónde se refugió? cosa es que so ignora todavía;lo que sí se sabe de una manera cierta, es queen 1750 fue secretamente á Londres y que confe-renció en una casa do Pall-Mall con varios jacobis-tas, llegando muchos á creer que dos ó tres añosdespués renovó la visita.

Había conocido Carlos en Escocia, durante su cé-lebre campaña, á una joven llamada ClementinaWalkinshavv, hija de un antiguo servidor de Ja-cobo III, y ahijada de María Clementina Sobieska.Era do singular belleza y viva imaginación; y alsentirse rendidamente amada por un principe áquien sus hazañas hacían comparable á los héroesdel Tasso, correspondió á la pasión que había ins-pirado y se asoció después fielmente á su desgra-cia. Muchos la creían esposa de Estuardo, cuyonombre llevaba, con quien vivia bajo el mismo te-cho, y de quien tuvo en Lieja, el año de 1753, unahija, llamada Carlota. Pero aquellos partidarios desu causa, que conocían el verdadero carácter delas relaciones de ambos jóvenes, lo deploraban sin-ceramente, por considerarlas perjudiciales al triunfode su causa, en cuanto lo distraían de contraer unenlace digno de él y favorable á sus miras; y si á

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esto se agrega que Clementina, con razón ó sin ella,se había hecho sospechosa á los principales jefesdel partido jacobista, quienes sostenían que mu-chos planes secretos de Carlos habían sido revela-dos por ella al gobierno del usurpador por con-ducto de su hermana, dama de ¡a princesa de Gales,se comprenderá más fácilmente por qué fue aborre-cida de todos ellos; llegando las cosas á tal extre-mo, que uno de los agentes más decididos por sucausa, el irlandés Mac Ñamara, recibió encargo delos demás para exigir del príncipe, en nombre delpartido, su separación de Clementina. Carlos erademasiado altivo para ceder á semejante preten-sión, y contestó al enviado que no reconocía ennadie derecho á intervenir en sus asuntos privados:«No me impondrán la ley, añadió; esta es para mícuestión de honra, y prefiero perder mi causa áconsentir que me humillen.»

Tan enérgica actitud no fue parte á impedir quealgunos años después, y con verdadero menoscabode su dignidad, se verificase la separación, puesCarlos que no quiso romper con Clementina cuandotodos se lo rogaban, se vio abandonado de ellaen -17G0, en cuyo año se fugó de Paris, llevándose ásu hija. La causa do esta violenta resolución de Cle-mentina se atribuye por muchos á que el príncipe,de stiyo violento de carácter, exasperado por lascontrariedades y desgracias que sufría, llegó á mal-tratarla en más de una ocasión. Esto fue un contra-tiempo terrible para él, que censurado por sus ami-gos, en no muy buenas relaciones con su padre,abandonado de la mujer que durante quince años lehabía permanecido fie!, y privado de las caricias desu hija, no pudo soportar el aislamiento en que sevio, y despechado ó impotente buscó en la em-briaguez consuelo á su desventura. ¡Quién hubierapodido reconocer entonces en aquel infeliz, embru-tecido por el vino, al paladín de Escocia, al va-lieulc caudillo de Preston-Pans, al novelesco fugi-tivo de las Oreadas!

Por desgracia, no es posible poner en duda elenvilecimiento en que cayó Carlos Estuardo, puesya en la primavera de -1761 decía el embajador in-gles en Paris, lord Stanley, que «el hijo del preten-diente bebía con exceso, de la mañana á la noche,y que su estado normal era la embriaguez.» Estoshábitos que nunca mas pudo abandonar, alejaron desu lado á gran número de partidarios, siendo inúti-les cuantos esfuerzos hicieron para desviarlo detan mal camino su padre y su hermano el cardenal.'lanío es así, que cuando en 1766 falleció aquel enliorna, y Carlos pasó á residir á la capital del mundocristiano, donde Jacobo III había organizado unapequeña corto, pueril remedo de la que rodeaba enSaint-Germain á Jacobo II, ni la responsabilidad quepesaba sobre él, ni su título de rey, ni las mues-

tras de amor que continuameníe recibía de sus par-ciales, ni los consejos de su hermano, fueron parteá contenerlo. II signar principe, como lo llamabanlos romanos, seguía buscando en el vino alivio parasus tribulaciones, y, una vez ebrio, maltrataba á pa-laciegos y criados con tanta furia como si fueranlos soldados de Cope en Preston-Pans.

Tal era el hombre á quien el duque de Aiguillonhabía llamado á Paris para ofrecerle, en nombre dela Francia, con la mano de la princesa Stolberg,doscientas cuarenta mil libras de renta. Porque, nosiendo ya posible hacer de él un caudillo capaz deser una amanaza para la Gran Bretaña, se queríaque, al menos, dejase sucesión, que la familia delos Estuardos no se extinguiera, que el partido ja-cobista estuviese sostenido siempre por la espe-ranza, para que estas divisiones de la Inglaterra re-dundasen, cuando fuese necesario, en provecho dela Francia. El duque de Aiguillon no se dirigía, pueslcomo el de Choiseul al héroe de Escocia, sino alhombre, para decirle en nombre de una políticaegoísta: Multiplicaos. Antes debió preguntarse elministro de Luis XV si Carlos Estuardo no había consus vicios destruido su naturaleza, y si en las ruinasde su cuerpo existiría un corazón capaz de amar.

II.

La esposa que el duque de Aiguillon destinaba alpríncipe Carlos no había cumplido aún diez y nueveaños; él tenía cincuenta y uno; pero representabamás edad.

Luisa Maximiliana Carolina Manuela, princesa deStolberg, nacida en Mons (Bélgica) el 20 de Setiem-bre de 1752, pertenecía por su familia paterna á unade las más ilustres de la Turinjia, y por la maternaá la del príncipe de Hornes, á su vez descendientede Roberto Bruce, cuya casa dio reyes á Escocia enla Edad Media. Su padre, el príncipe Gustavo Adolfode Stolberg-Gedern, murió en el campo de batallade Leuthen, y dejó á su mujer con cuatro hijas, lamenor de tres años. La emperatriz María Teresaseñaló una pensión á la viuda, y cuidó además deasegurar la suerte de las huérfanas de su general.

Había entonces en las posesiones flamencas de lacasa de Austria cierto número de abadías, dotadasde cuantiosos bienes, cuyas dignidades, ó mejordicho, cuyas rentas pertenecían por derecho á laprimera nobleza del imperio. Elegíanse las superio-ras de entre las princesas de la familia reinante, ypara obtener el título de Canonesa, se hacia indis-pensable acreditar nobleza por ambas ramas, cuan-do menos, durante ocho generaciones. Las hijas delprincipo de Stolberg merecieron sucesivamente tanalta distinción, debiendo á ellas sus ventajosos ca-samientos, pues las canonesas de estas abadías nohacían voto de renunciar al mundo, sino que por el

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contrario, merced á sus riquezas, brillaban en elentre los más favorecidos de la fortuna.

Una vez terminada la educación de la princesaLuisa, fue nombrada para este oficio en la abadíade Santa Vandru, de la que era suporiora la prince-sa Carlota de Lorena, cuñada de la emperatriz MaríaTeresa: contaba entonces diez y ocho años, y porsu instrucción y amor á las ai'tes era ya digna defigurar en primera linea en las más elevadas regio-nes de la aristocracia, del talento y de la buena so-ciedad.

Es muy posible que la princesa no conociese dela vida de Carlos sino el período heroico, por decir-lo así, cuando el duque de Fitz-James fue á ofrecerlasu mano; sólo así se explica que la aceptase.La negociación se condujo en secreto, porque sumadre, temerosa de que la política del gobiernoaustríaco impidiese á María Teresa dar su consenti-miento al matrimonio proyectado, no quiso pedir lavenia á la emperatriz. Cuando todo estuvo preveni-do partió camino de París, acompañada ds Luisa, yallí se firmaron los esponsales por poder el 28 deMarzo de 1772, dirigiéndose ambas, entonces, á Ve-necia, y de aquí á Macerata, donde se verificó elcasamiento á 17 de Abril, en el palacio de los Com-pagnoni Marefochi. Monseñor Peruznini, obispo dela diócesis, dio la bendición nupcial á los esposos,y fueron testigos de la ceremonia sir EdmundoRyan, monseñor Ilaniori Finochetti, gobernador ge-neral de las Marcao, Camilo Compagnoni y AntonioFrancesco Palmucci, patricios de Macerata. Carloshizo constar en el acta sus dictados de rey de In-glaterra, Francia é Irlanda, y mandó distribuir unamedalla conmemorativa con su busto y el de su es-posa (1). Dos dias después, domingo de Pascua, sa-lieron los recien casados en dirección á Roma,en cuya ciudad hicieron entrada pública con granpompa el 22 del propio mes.

El aparato de que Carlos quiso rodearse en aque-lla circunstancia no fuá, sin embargo, el último desus deseos al regresar á la capital del- mundo cris-tiano, sino que la Santa Sede le reconociese su títu-lo de rey, como lo había hecho con su padre. Perolos tiempos habían cambiado, y Clemente XIVno era de la opinión de sus antecesores; así queinútilmente participó al cardenal secretario de Es-tado la llegada de los Reyes de Inglaterra, porqueni oficial ni extraoficialmente se le reconoció, ápesar de sus instancias para conseguirlo, quedandopor esta causa reducido á no poder llamarse enRoma sino Carlos Estuardo, ó conde de Albany. Encuanto á su esposa, se la conocía entre el pueblo

(1) La medalla tenía la siguiente leyenda: Oírlos III, uncido en

1720, rey de Inglaterra, de Francia y de Irlanda, 1776. Lnita, reinade Inglaterra, de Francia y de Irlanda, 1772,

por la Reina de los Apóstoles, del nombre de laplaza en que se hallaba situado el palacio Mutti, ha-bitación de los descendientes de Carlos I.

Mr. de Bonstetten, que la visitó en 1774, dice quelas pretensiones de su marido la obligaban á viviren el más completo aislamiento, privándola de fre-cuentar la sociedad, y reduciéndola al estrechocírculo de su servidumbre. Hacía más triste aúnesta soledad la vida regular y monótona del interiorde palacio, y los hábitos de Carlos, quien no teníaotra distracción que la de comentar y repetir hastala saciedad los episodios de su campaña de Escocia.

La fisonomía de la princesa, prosigue Mr. de Bons-tetten, era viva y graciosa por extremo, üe medianilestatura, blanca, de ojos negros y cabello rubio,deslumhraba y seducía á cuantos se le acercaban.Fácil es comprender cuan triste no pasaría la exis-tencia de esta señora, nacida para lucir en la socie-dad, al verse precisada á vivir como prisionera enel palacio Mutti, tanto más, cuanto que en aquellaépoca ofrecía Roma un espectáculo lleno de vida ymovimiento. Se preparaba entonces la supresión delos jesuítas, y con este motivo desplegaban losrepresentantes extranjeros una actividad extraordi-naria, desconocida en la ciudad eterna, figurando ásu cabeza los embajadores de España y Francia,D. José Moñino, después conde do Floridablanca, yel cardenal do Bernis, cuyas espléndidas fiestas da-ban al pueblo romano una idea de la grandeza desus reyes; y como el entusiasmo por las artos y elculto de los monumentos de la antigüedad seguíasiendo el objeto preferente, la pasión, por decirloasi, de las personas distinguidas, pasión que Clemen-te XIV, á pesar de la sencillez de sus gustos ó inclina-ciones, fomentaba por cuantos medios disponía, huboen aquella sazón una manera de renacimiento: elPapa emprendió la gloriosa obra de fundar el incom-parable museo Vaticano, y á él se deben también lasimportantes exploraciones que dieron por resultadoel descubrimiento de los más raros tesoros artísti-cos. Juan Bautista Visconti, inspector de antigüeda-des y director de las excavaciones desde la muertedo Winckelmann, ora el consejero del Pontífice, suministro de Bellas Arles, auxiliado en el desempeñode tan importantes funciones por su hijo Ennio Qui-rino, que á los veinte años era ya el asombro de loseruditos italianos por la extensión de su saber, lasagacidad de su crítica y la exactitud y precisión desu gusto artístico. Brillaban á su lado Stofano Bor-gia, erudito y anticuario de primer orden; JuanBottari, tan versado en la historia de los pintoresitalianos, que fue el primero en acometer la em-presa de rectificar y concluir las biografías de Va-sari, y á quien se debe además una bellísima colec-ción de cartas sobre los artistas; Benito Stai, quetradujo poéticamente en la lengua de Virgilio los

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sistemas de Newton y Descartes, y los doctos ydiscretísimos jesuítas Raymundo Renich y JulioCésar Cordara, profundo helenista el primero,narrador entusiasta de la expedición de Carlos Es-luai'do á Escocía, el segundo. Después, artistas tannotables como Mengs, Pompeyo Catoni, Paulo Pa-nini y Angélica Kaufmann, representaban bajo di-ferentes aspectos la pintura del siglo XVIII, mien-tras la arquitectura se honraba con maestros comoSimonetti y Antonio Selva. En tan lucido períodosólo fue de corta importancia la literatura de imagi-nación, si bien poseía la más ilustre de las moder-nas improvisadoras en Corilla Olímpica, célebrepoetisa que mereció la honra de ser coronada en elCapitolio.

Si la reina Luisa hubiera podido entonces fre-cuentar la sociedad, es indudable que no le habríanparecido enfadosos los romanos, como aseguraMr. de Bonstetten haberle oido decir; y que por esemedio hubiera inaugurado antes el poético reinadoque le reservaba la suerte.

Al fin, aquella ciudad de Roma, donde no podíarepresentar un papel acomodado á sus gustos éinclinaciones, y que por esta causa se le hacíainsoportable, dejó de ser su residencia con motivodel jubileo de 177S; pues no queriendo Carlos ocu-par en las solemnidades religiosas que iban á veri-licarse otro puesto que el debido á los monarcasreinantes, abandonó la capital del mundo cristianoá fines del 74 y se trasladó á Florencia.

III.

Florencia y Roma eran la misma cosa para unpretendiente tan singular como Carlos, que ni sabíaconquistar el trono, ni conformarse con haberloperdido. Lo que buscaba en Toscana, como en loslistados de la Iglesia, era un soberano dispuesto áreconocerle su título de rey: desgraciadamente parasu vanidad, ocupaba entonces el trono el gran du-que Leopoldo, príncipe filósofo, empapado en lasideas del siglo XVIII, liberal y déspota á un tiempo,ganoso de ilustrar su nombre por medio de las re-formas y enemigo declarado de la Edad-Media. Así,no os extraño que luesen inútiles todas las gestionesque practicó, encaminadas á obtener su tan suspi-rado reconocimiento, y que Leopoldo no quisierani aun recibirlo particularmente.

¿Atribuiremos á estas repetidas humillaciones susrecaídas en el vicio? Tal vez, porque durante losprimeros años de su matrimonio adoptó un génerode vida más digno de su rango, y á poco de haber-se fijado en Toscana volvió á su antigua costumbre;llegando al extremo de ir siempre al teatro con unabotella de Chipre en el bolsillo... Con semejantesdesórdenes comenzó á decaer su salud, á debili-

tarse y á experimentar los primeros síntomas de lahidropesía.

¿Qué papel representó la princesa en estas cir-cunstancias? ¿Ejerció alguna influencia sobre laconducta de su marido? ¿Intentó reanimarsu espírituabatido? Antes de apartar sus ojos de él con repug-nancia, ¿hizo algún esfuerzo siquiera para disputár-selo al vicio? So ignora de todo punto. Lo que sí sesabe de una manera cierta y positiva es que elconde de Albany se hizo aborrecer de su esposapor su conducta con ella, y que los disgustos, lascontrariedades, las humillaciones, los desórdenes,el horror que á sí propio se infundía Carlos, los re-mordimientos que lo atormentaban cada vez quesalía de un letargo, todo contribuía á exaltar suánimo, á exasperarlo, y á que, dejándose llevar desu natural irascible, cometiese actos de la más gro-sera violencia con cuantos vivían á su lado, sin ex-cluir á la princesa, á quien como dice Sir HoracioMann en un documento del año 1779, «maltratabade todas las maneras imaginables.»

Dos años antes de esta fecha había llegado á Flo-rencia un joven piamontés, poeta, de familia noble,de imaginación viva, de corazón apasionado, é igno-rante como un vándalo, con el objeto de aprender lahermosa lengua toscana, casi desconocida en supatria. Después de haber recorrido la Europa entera,ocupándose sólo en aventuras amorosas y caballos,volvió á Italia triste y melancólico, sin poder ya so-portar la vida, y haciendo temer por ella á su fami-lia, cuando de repente, en medio de las disipacionesá que se entregaba, se apoderó de él un inmensodeseo de gloria que lo emancipó de la servidumbrede los vicios. Tal era el conde Víctor Alfieri cuando,rescatado de la esclavitud en que hasta entonceshabía vivido tragi-cómicamente, apasionado á la poe-sía dramática, seducirlo por las primeras sonrisas dela musa, impaciente por inscribir su nombre al ladode los más ilustres de Italia, fue á la capital de Tos-cana, á la edad de veintiocho años.

«No bien me hube instalado en Florencia, dice élmismo en sus Memorias, con propósito de pasar unatemporada, cuando una circunstancia me obligó áfijarme allí y á expatriarme feliz y voluntariamentepara siempre, hallando en las doradas cadenas quede grado me impuse, la para mí tan necesaria liber-tad de escribir, cosa sin la cual nada bueno hubierahecho en mi vida... Durante el verano anterior ha-bía encontrado con mucha frecuencia en los paseosy teatros á una distinguida señora extranjera, desingular hermosura, á la cual no era posible queuno viese sin quedar prendado de sus gracias. Re-cibía en su casa á las personas do más nota del paísy del extranjero que residían en Florencia: pudeserle presentado entonces; pero entregado comple-tamente al estudio, poseído de melancolía, capri-

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choso y esquivo por naturaleza, y no muy propicioá buscar el trato de aquellas mujeres que me pare-cían peligrosas, no quise concurrir á sus reunionespor entonces. Tenía veinticinco años, un semblanteapacible y por demás hermoso, y era muy aficionadaá la literatura y á las artes. Estas cualidades, unidasá las circunstancias que tan desgraciada la hacíanen el matrimonio, le daban á mis ojos extraordinariointerés.

«Cuando me consideré bastante fuerte para poderresistir á sus encantos, cedí á ruegos de uno de misamigos y concurrí á su tertulia; mas, á poco defrecuentar el trato de mujer tan angelical, ya no eradueño de mí, sino su esclavo. Quise huir de ella, ypartí de Florencia para refugiarme en Roma; pero álos doce dias ya estaba de regreso, y quedaban re-machadas mis cadenas para toda ¡a vida. Esta últimafiebre-de mi corazón se anunciaba, felizmente paramí, con síntomas contrarios á las anteriores; enaquellas no había experimentado la pasión intelec-tual, por decirlo así, mezclada á lo que se llamaamor, confundida con él, y haciéndolo mejor, mástranquilo, profundo y duradero. A los dos meses derelaciones con ella, me convencí de que ora la mujerde mis sueños de poeta, mi bello ideal, en una pa-labra; porque lejos de ser, cual oirás, un obstáculopara la gloria literaria que me proponía alcanzar, yun amor el suyo que me distrajese de las ocupacio-nes útiles, obligándome á concentrar el pensamien-to en un circulo estrecho, el objeto de mi predilec-ción vino á ser para mí estimulo y ejemplo al propiotiempo. Por eso, cuando pudo apreciar en lo quevalía tan inestimable tesoro, quedé perdidamenteprendado de su mérito... Hoy, al cabo de diez años,al escribir estas líneas, después de haber pasadoentre nosotros las primeras ilusiones, en ocasiónque ya el tiempo ha destruido en ella lo que no esella, esto es, los encantos de la juventud, me sientomás enamorado si es posible que al principio. No séqué prueba sea mejor para demostrar que no meengañó al creer en nuestra mulua predestina-ción...» (1)

Antes de gozar completamente de su felicidad,tuvo que pasar Alfieri por pruebas muy grandes yrudas, no siendo la menor la que provenía de lafalsa y violenta situación en que se hallaba la con-desa. Porque si bien es cierto que las costumbresitalianas le autorizaban á ser, como allí se dice, su

(1) AlBeri tuvo otra aventura escandalosa en Londres con un;» damaá la cual no menciona en sus Memorius, llamada lady Ligonier. Descu-bicr'a la intriga por la delación de un lacayo celoso del paeta, y que iehabía precedido, á lo que se dice, en el favor de la damn, el marido de-safió á Alfieri una noelie, hallándose ambos en el teatro. Salieron, y elduelo tuvo lugar en seguida, sin testigos, en Gree:i Park, quedando he-rido de una eslocada el amante. El esposo se separo legaiinente de suinliel compañera. Alfien tenia entonces veintidós años. W. Howilt.Visiís to remarcable places. (N. dei T.)

cavaliere servente, esto es, á seguirla y acompa-ñarla á todas parles con entera libertad, también loes que por esta misma intimidad tenia que presen-ciar las extravagancias y groserías de su marido,cosa que lo hacía sufrir extremadamente cuandoera la condesa objeto do ellas. «Mi amiga vive en laagonía,» dice Alfieri, al hablar de este desgraciadoperiodo, durante el cual el amor del poeta y el cultoque la tributaba eran para la nueva Beatriz los úni-cos consuelos que tenía; amor inmenso que se refle-jaba en sus obras, ya en composiciones cortas, yaen dramas que escribía con arreglo al plan que letrazaba la condesa: así publicó veintidós años antesque Schiller la María Esiuardo, para cuyo trabajorecibió las nobles inspiraciones de la infortunadaheredera de esta raza sin ventura.

Muchas otras de sus mejores creaciones pertene-cen también á la misma época, como por ejemplo:la conjuración de los Pañi, Don García, Oresles,Rosamunda, Octavio, Timoleon y el poema desgra-ciadamente tan poco ajustado á la verdad histories,en el cual describe, bajo el título de Etruria Ven-dicata, el asesínalo de Alejandro por Lorencino deMédicis. La amistad contribuyó asimismo á secun-dar los brillantes esfuerzos del poeta con motivo dela llegada á Florencia del abate Caluso, á quien Al-fieri había conocido en Lisboa y al que le unía ín-limo y firme afecto. El abate, nuevo Montaigne comolo llama él, y uno de los crí lieos más delicados y dolos hombres que más han contribuido, según afirmaGioberti, al adelanto liberal do la Italia del Norte,no solamente lo alentaba á perseverar en la sendaque había emprendido, sino que venía siempre enauxilio de la condesa para crear al poeta. La frasepodrá parecer extraña; poro tengo para mí queLuisa do Slolberg merece la calificación de crea-dora de la poesía de Alíieri, porque sus mejorescomposiciones fueron inspiradas por ella. Además,al intenso amor que supo infundirle se debe la ex-patriación de Alíieri y su establecimiento en un paísdonde pudo, sin restricciones, dar libre vuelo á sufantasía.

Nadie ignora cuál era el estado del Piamonte haceochenta años: con un gobierno despótico, enemigodeclarado de las letras, poseído del espíritu military ocupándose sólo en llevar á cabo con inflexible te-naeidad sus proyectos ambiciosos, venía á ser laMacedonia de la Grecia latina. Entre las leyes tirá-nicas de que á la sazón se componía el Código pia-montcs, había una por la cual se prohibía termi-nantemente á los subditos del Pioy ausentarse de susEslados sin licencia para ello; otra prohibía tambiéná los mismos imprimir sus escritos fuera del reinosin someterlos antes á la censura, bajo la multade 60 escudos, ó pena corporal si las circunstanciasla hicieran necesaria para el buen ejemplo. Forzoso

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era, pues, que Alfieri, si quería seguir su vocación,dejase de pertenecer al Piamonte, ó renunciase sino á la libertad de publicar sus pensamientos, y asílo hizo sin vacilar, bien que le impusiera el sacrifi-cio do perder las dos terceras partes de su ha-cienda en fuerza del grande amor que profesaba ála condesa. De esta suerte vino á ser poeta toscanopor la gracia de su adórala donna. j

Poro como no hay dicha completa en la vida del jinundo, Alfieri, que no había perdonado ni omitidomedio alguno de acercarse á su ángel inspirador,por esta razón misma lo veía cada vez más ultra-jado de su insoportable carcelero. Figurémonospor un instante á Beatriz maltratada por uno de esospersonajes de carácter iracundo para quienes existeen el infierno un circulo particular. ¿Seria posiblever con calma á la mensajera del mundo ideal apri-sionada en él y esclava de uno de sus habitadores?Danle la hubiera rescatado; Alfieri, caballero ypoda, creyó cumplir con la doble obligación enque se hallaba, rompiendo las cadenas de la jovencondesa. Para conseguirlo, necesitó recurrir á laautoridad, según refiere en sus Memorias, es decir,al mismo gran duque; pero no entra en más porme-nores, y esto se comprende fácilmente, si se ad-vierte que aquel asunto produjo en Italia verdaderoescándalo. Sin embargo, la falta de Alfieri la suplecon creces el ministro protestante Luis Dutens, áquien se debe asimismo una concienzuda ediciónde Leibnitz, en su obra titulada Memorias de unviajero.

Dice, pues, el erudito-diplomático-eclesiásticoque se había concertado entre la condesa y Alfieribuscar para ella un asilo inviolable, y que, instrui-do del caso el gran duque, aprobó el proyecto. Unaamiga de la condesa, la señora de Orlandini, quedescendía de la familia jacobista del marqués deOrmonde, estaba en el secreto, así como el caba-llero irlandés Gehegan. La dificultad consistía enburlar la vigilancia del conde, que no perdía dovista á su mujer y que la dejaba encerrada bajollave cada vez que salía sin ella. En los paseos, enlas iglesias, en todas partes se presentaban juntoslos esposos. Al fin, después de mucho discutir,quedaron de acuerdo en un plan; cada cual apren-dió su papel, y el dia señalado, á la hora conveni-da, se representó la comedia con éxito admirable.

Lina mañana, pues, vino al palacio la señora deOrlandini para almorzar en compañía de la condesa,y á los postres propuso hacer una visita á las mon-jas Bianchetti para ver unos primorosos bordados,que, según decían, eran maravillas.

—Iré con mucho gusto, si mi marido lo permi-to,—contestó Luisa.

El conde accedió, y subieron al coche, que tomócon rapidez el camino del convento. Por allí cerca

se hallaba, como por casualidad, Mr. Gehegan. Ba-jaron primero la condesa y la señora de Orlandiniy, sin detenerse, penetraron en la portería, que secerró tras ollas.

—No tienen mucha cortesía esas monjas, se-ñor,—dijo entonces Gehegan á Carlos Estuardo, queacababa de apearse y marchaba con paso vacilantey tardo hacia la puerta, apoyado en el brazo del ca-ballero irlandés.

—Yo haré que abran,—le contostó.Y subiendo los escalones de la entrada, llamó

con impaciencia. Nadie contestó; llamó de nuevocon más fuerza; pero tan inútilmente como la pri-mera vez. Ya no había duda: le negaban la entrada,Entonces su cólera no tuvo límites, y sacudió detal modo las aldabas y campanillas, que fue precisoque la superiora se presentase. Abrió el torno, ypor él dijo con entereza al principe:

—«La señora condesa de Albany se ha refugiadoen este convento, y se halla en él bajo la protec-ción de su alteza imperial y real la gran duquesa.»

No es posible describir el efecto que produjeronestas palabras en el ánimo de Carlos Estuardo. Ape-nas estuvo de vuelta en su casa, se dirigió al granduque reclamando su mediación en el asunto; todofue en vano: quejas, ruegos y protestas: Leopoldogustaba de hacer justicia de aquel modo y no dabacuenta á nadie de sus actos; así que el infortunadoprincipe hubo de resignarse.

Entre tanto, su esposa, que nunca pensó concluirsu vida encerrada en el convento de las Bianchetti,hacía por su parte las más activas diligencias paradejarlo, coronadas de un éxito feliz.

La escena que acabamos de referir se verificó laprimera semana de Diciembre de 1780, y al dia si-guiente Luisa de Stolberg escribió al cardenal deYork, su cuñado, solicitando su protección y asiloseguro en Roma, pues en Florencia temía siemprealguna tentativa desesperada del conde. El cardenalse apresuró á contestar el 1S del propio mes, enuna carta muy afectuosa, dicióndole, en nombre delPadre Santo, que hallaría refugio conveniente en elmismo convento (1) que habitó la reina su madre,donde gozaría de grandes comodidades, y sería ob-

(!) D. Nicolás de Azara, que por razón del cargo diplomático quedesempeñaba entonces en Roma debía estar bien informado, dice, a pro-posito de la evasión de ia condesa, lo siguiente:

«La mujer del pretendiente Estuardo se ha salvado de las locuras y per •pétua embriaguez de su marido, metiéndose en un convento de monjas,y dejando al marido ala puerta. Esto ha sucedido en Flerencia, con asen-timiento y acuerdo del gran duque, del Papa y del cardenal de York.Por disposición de todos tres vendrá ahora á Roma y será alojada decen-temente en este convento de las Ursulinas.» Azara, Cartas, (Roma 21Diciembre de 1780); t. n i , pág. 382. Madrid, 1846.

De ser as!. Su Santidad y el cardenal fueron consultados antes, nodespués do huir de su marido Luisa de Stolberg, y aprobaron y secunda-ron el proyecto.—(N. del T.)

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jeto de la mayor consideración por parte de cuantaspersonas la rodearan. Además, se daban con aquellamisma fecha instrucciones al Nuncio de Su Santidaden Florencia, para que, do acuerdo con el gobiernotoscano, dispusiera el viaje de la condesa con todaseguridad. Al dia siguiente, un breve de Pío VI, di-rigido á Luisa de Stolberg, le anunciaba que las dis-posiciones tomadas para su instalación en la ciudadeterna por el cardenal de York merecían su apro-bación completa, y que de consiguiente podía ve-nir al convento de laa Ursulinas.

Inmediatamente determinó la condesa encami-narse á Roma, y al efecto, una tarde al oscurecersalió de le Bianchetli con escolta. Gehegan y Alíieriocupaban el pescante del carruaje, disfrazados decocheros y armados de pistolas; y de esta suerte lafueron acompañando hasta dejarla en salvo. El viajeconcluyó sin accidente alguno, y la fugitiva fue re-cibida á su llegada á Roma con grandes muestrasde cariño y respeto por su cuñado el duque de York.

Alfieri se guarda en sus Memorias de hablar deeste episodio de su vida, si bien dice que cumpliócon su deber. «Muchos, añade, se han complacidoen denigrarme á propósito de este asunto, forjandocontra mí calumnias de que no quiero sincerarme:los que conocen la parte secreta del suceso sabenque en aquellas circunstancias no era fácil condu-cirse con rectitud para llevarlo á término feliz, como jcreo haberlo hecho.»

Ya en Roma la condesa y fuera del alcance de sumarido, Alfieri, á quien sin ella «parecía Florenciauna ciudad desierta», donde quedaba «como ciegoabandonado do su lazarillo», salió camino de Nápo-les, no atreviéndose aún, por temor á las murmu-raciones, á establecerse al lado suyo.

¿Por qué ir á Ñapóles? No es difícil explicarlo:Roma está en su camino, y al paso podrá verla enlas Ursulinas. «Llegué, dice, y la vi (mi corazón secomprime aún sólo de pensarlo), la vi prisioneratras una reja, sufriendo menos tal vez que en Flo-rencia; ipero, por otros motivos, tan desgraciadacomo siempre! ¡Estábamos separados, y sólo Diospodía saber hasta cuándo! La idea do que allí su sa-lud iría restableciéndose poco á poco, de que podríarespirar con libertad, dormir tranquila, sin que vi-niese á turbar su reposo un marido ebrio y brutal,de que, en fin, podría vivir... me hacía menos crue-les y largos los duis horribles de la ausencia, á loscuales también era preciso resignarse.» Y, en efecto,se resignó, aunque no sin violencia; y llevó su re-signación al extremo de solicitar como un preten-diente la benevolencia do las autoridades romanas,y de hacer la corte al cardenal duque de York paraque le permitiese visitar á la condesa. Creía en suimpaciente deseo el altivo Alfiori tener derecho á lamujer deEstuardo, y se indignaba de las dificultades

que oponían á su petición cual si fuese víctima deuna grande injusticia; así, que habla con el mayordesden de esos hermanos, como él llama al sucesorde Carlos I. y al cardenal, «ante quienes, en pruebade su inmenso amor á la condesa, había doblegadosu altivo carácter.»

Obligado á salir de Roma, prosiguió su viaje yllegó á Ñapóles desesperado. Allí, como en Floren-cia, sin la condesa lo abandonan las musas: sólo unaidea le preocupa; la de pensar en ella: escribirlay esperar sus cartas constituye su ocupación ex-clusiva.

Pero, mientras Alfieri pasea solitario y triste porlas playas de Pausilipo, Luisa de Stolberg tomasus medidas para no continuar más tiempo bajo latutela de su cuñado; que nunca entró en su propó-sito, al ir á Roma, renunciar al mundo, sino sóloacogerse momentáneamente á paraje seguro.Y comopara lograr su libertad necesitaba que su posiciónpecuniaria le permitiese no deber el más pequeñofavor á su marido, ni á su cuñado, ni al Papa, sedirigió á este fin á la reina de Francia. Austríaca denacimiento, hija do un general muerto en el campode batalla, protegida de María Teresa y del granduque do Toscana, no vaciló en recurrir á la jovenMaría Antonieta, hija y hermana de ambos. La res-puesta no se hizo esperar, y fue tal como la deseabala condesa. Entonces pidió su emancipación, pordecirlo así, de Pío VI y del duque de York, y ha-biéndola obtenido á fines do Marzo de 1781, se ins-taló provisionalmente en el palacio de su cuñado,que residía la mayor parte del tiempo en Frascati.Mes y medio después, se hallaba su amante enRoma, y á fuerza de reverencias y adulaciones (élmismo lo dice), pudo conseguir la gracia de habi-tar la misma ciudad que la gentilíssima signora, á lacual llama en toda ocasión la donna mia, l'amaladonncL

Residía la condesa en el magnifico palacio de laCancellaria, construido el siglo XV por el célebreBramante para un sobrino dé Sixto IV, y Alfieri enla villa Strozzi, no lejos do las termas de Diocle-ciano. Durante el dia, inspirándose en el grandioso'espectáculo que ofrecía la ciudad con sus monu-mentos, sus ruinas y sus campos desiertos, se ocu-paba con ardor y entusiasmo de literatura. Por lanoche iba á buscar nuevas inspiraciones al lado dela que, para él, personificaba la poesía. «En vano,dice con este motivo, hubiera hallado en ningunagran ciudad residencia más tranquila, más risueña,más campestre, más libio y más á propósito parami carácter é inclinaciones.» Así transcurrieron dosaños.

Entonces escribió la Mérope; hizo representar laAnlígona en los salones del embajador español, du-que de Grimaldi; dictó, copió y corrigió sus prime-

4fi2 REVISTA EÜHOPEA. 2 3 DE ENERO DE 1 8 7 6 . N.° 100

ras catorce tragedias, y se decidió, después de mu-chas vacilaciones, á dar cuatro á la imprenta.Cuando no eran duques y princesas los intérpretesdosus obras, las leía en presencia de ellos, suce-diendo á veces que en el seno de aquella sociedadculta y sensible a todo lo bello, el timbre do su voz,sus versos acerados, las ideas republicanas que losinspiraban, venían á despertar en algunos de losoyentes simpatías é inclinaciones hasta entonces |ignoradas de ellos mismos. Una noche, en la renom-brada tertulia de María Pczzelli, donde se reunía lomás escogido de la sociedad romana, leyó nuestropoeta su Virginia, y un joven que lo escuchabasintió nacer en su pecho, al oirlo, una fuerza desco-nocida. Llamábase Vicente Monti, y exaltado porel entusiasmo que infundió en su espíritu la grande-za de Allieri, escribió el Arisíodemo, una de lasobras mejores y más originales de cuantas poseeel teatro italiano, üe esta suerte iba creciendo yextendiéndose la fama del poeta, y se hacía sentirla influencia benéfica que la condesa de Albanyejercía sobre él.

Sin embargo, no debemos hacernos ilusiones nidejarnos deslumbrac por los éxtasis del poeta, quehabla siempre de Luisa en un leguaje casi místico,porque aquella felicidad de que gozaba á su ladoera ilícita y no podía ser durable. Ciertamente quehabría sido muy extraño, hasta en la Italia del si-glo XV11I, que los amores de Allieri hallasen cómodoy tranquilo asiento en el palacio mismo de un car-denal, obligado á celar la conducta de la esposa desu hermano. «La conducta de esta señora respectode mí, dice el poeta, con poca delicadeza por cierto,en sus Memorias, distaba mucho de ser la que ob-servaban en Roma generalmente otras damas.» Estaexcusa no tiene valor alguno, porque lo que tantoescandalizaba, á pesar de la universal corrupciónde las costumbres, lo que imprimía cierto carácterá las aventuras de la condesa, era las circunstan-cias mismas de su fuga del hogar conyugal: la in-tervención del gran duque de Toseana en el asunto,las gestiones practicadas por Alfieri, el enemigo de-clarado de la tiranía, para recabar del gobierno flo-rentino aquella despótica medida, y luego la pro-tecion solicitada y obtenida del Padre Santo, em-pleando para lograrla más fácilmente á un cardenalhermano del marido burlado. Las gentes no pensa-ron al principio sino en la mujer desgraciada quehuia de un esposo brutal; pero cuando después lavieron tan tranquila y despreocupada de la opiniónpública, que más parecía desafiarla que no temerla;cuando la vieron coronarse de la aureola de gloriaque ceñía las sienes de Alfieri, hallaron que la no-vola, cuyos primeros capítulos habían sido tan inte-resantes, decaía luego y se acababa de una manerabien poco romántica por cierto , preguntándose lo-

dos si el castigo impuesto al conde no era excesivo,y resultando, al fin, de la severidad moral de losunos y de los zelos y envidias de los otros, la mur-muración y el escándalo.

Carlos, por su parte, en los intervalos de lucidezque le dejaba la costumbre de embriagarse, seacordaba de Roma; y al pensar en las prolongadasvisitas do Alfieri al palacio do la Gancellaría sentíasu rostro cubierto de vergüenza, y rogaba á su her-mano que hiciera cesar aquel escándalo, afrenta ydeshonra de los dos. Roma entera decía lo mismoque el agraviado marido, y tanta razón tenían todos,que el mismo Alfieri concluyó por reconocerlo así,confesando, «en fuerza de su amor á la verdad, queel esposo, el cuñado y todos los eclesiásticos de supartido se quejaban con sobrada justicia de susharto frecuentes visitas á la condesa, por más quehubieran podido verificarse á presencia de testigos.»Al cabo, la situación se hizo tan violenta, la hosti-lidad del cardenal tomó proporciones tan amenaza-doras, que Alfieri se vio en el caso de salir deRoma. ¿Tomó está resolución espontáneamente,como él afirma, para evitar que el Papa lo dester-rase de la ciudad, ó salió en virtud de mandato ex-preso de Pío VI, de aquel Pontífice á quien dedicóbajamente, según él, la primera colección de sustragedias y que le dispensó tan buen acogimiento?No se sabe; pero de lo que no queda duda es de queel 4 do Mayo de 1783 se despidió el poeta de sucara mitad. «De las cuatro ó cinco separaciones queme fueron impuestas por el rigor de mi suerte enel trascurso del tiempo, esta fue la más cruel, diceen sus Memorias, porque casi desesperaba enton-ces de volver á verla.»

M. JUDERÍAS RENDER.(Continuará,)

ESTUDIOS MODERNOS

SOBRE

LAS CORRIENTES ATMOSFÉRICAS.

m. *TROMBAS Y TOR.NADOS.

La ley de las tempestades no se ha recibido contanto favor por los sabios como por los marinos; yes que tenía contra sí una preocupación arraigadadesdo hace mucho tiempo en el espíritu de los na-vegantes y trasmitida por ellos á los sabios, á sabor:que las trombas son un fenómeno de aspiración tanpotente, que se las ha visto elevar hasta las nubesel agua del mar. El viento debe, pues, afluir de

Véase el número anterior, página 421.

N.° 4 00 T. PEP1N. TROMBAS Y TORNADOS. 453

todas partes hacia el eje de la tromba, siguiendolos radios de una circunferencia cuyo centro ocupala base del meteoro. Pero los .meteorólogos se handicho con razón que las trombas y los cyclones nodifloren más que por las dimensiones; una trombaes un cyclone cuyo diámetro no alcanza -1.000 me-tros, y un cyclone es una tromba de 50 á 300 leguasde diámetro. Los cyclones deben, pues, explicarsecomo las trombas, por una aspiración centrípeta.Más adelante veremos lo que debemos pensar deesta aspiración: por el momento nos contentaremoscon observar que tienen razón los meteorólogos enbuscar una misma teoría para los cyclones y paralas trombas. Ambos meteoros siguen, en efecto, lasmismas leyes, las de los movimientos giratorios. Ladistancia que los separa, bajo la relación de las di-mensiones, está ocupada por un meteoro comple-tamente parecido, el tornado, que no es, en efecto,sino uña tromba de extensión variable, superior ámuchos centenares de metros, sin que el especta-dor, colocado á distancia conveniente, pueda dejarde abarcar con la mirada su conjunto: desde el mo-mento en que el meteoro es muy vasto para que elojo pueda alcanzar sus límites, se le llama cyclone,y también tifón, cerca de su origen, sobre todo enlos mares de la China. Esta identidad de las trom-bas y de los cyclones, formulada por M. Espy enuna Memoria favorablemente acogida por la Acade-mia de Ciencias en 1844, ha sido recientemente ne-gada por M. Peslin en su discusión con M. Faye,pero sin razón plausible, por la sola necesidad desu causa. Podemos, pues, estudiar con confianzalos movimientos de torbellino del aire en las trom-bas, en que las dimensiones reducidas y las formasbien definidas se prestan mejor á la observación.

Camoéns ha descrito en las LvÁsiadas con todo elencanto de la poesía, una tromba de que él mismohabia sido testigo ocular. Esta noticia y la siguientelas'tomamos de la nota citada por M. Faye sobre laley de las tempestades:

«Yo lo he visto... mis ojos no me han engañado;yo he visto formarse sobre nuestras cabezas un nu-blado denso que, por un ancho tubo, aspiraba lasaguas del Océano. El tubo no era en su nacimientomás que un ligero vapor reunido por los vientos yque ondeaba en la superficie del agua. Pronto seagita el vapor en torbellino, y sin dejar las olas, seeleva en largo tubo hasta los cielos, semejante almetal obediente que se redondea y se prolonga enmano del obrero. Sustancia aérea, se sustrae algúntiempo á la vista; pero á medida que absorbe losvapores, se hincha, y su diámetro excede al de losmástiles. Balanceándose, sigue las ondulaciones delas olas, una nube le corona, y en sus vastos senosse precipitan las aguas que aspira.

«Así se ve á la ávida sanguijuela asirse á los la-

bios del animal imprudente que apaga su sed alborde de una clara fuente. Abrasada por una ar-diente sed, embriagada de sangre de su víctima, en-gruesa, se dilata, y todavía engruesa. Así se hinchala húmeda columna, ensanchando y extendiendo suenorme capitel. De reponte, la devoradora trombase separa de las olas y cae en torrentes de lluviasobro la superficie liquida; devuelve á las ondas lasondas que ha tomado, pero las devuelve puras ydespojadas del sabor de la sal. ¡Grandes intérpretesde la naturaleza, explicadnos la causa de este impo-nente fenómeno!»

En su Viaje alrededor del mundo considera tam-bién el marino Dampier la tromba como un tubo,por el que se eleva hasta las nubes el agua del mar.La que describe estaba al principio compuesta dedos partes; una de ellas se destacaba de la regiónmás negra del nublado, de una verga próximamentede longitud y de la forma de un brazo ligeramentereplegado hacia el codo; la otra salía de la espumode! mar, agitada bajo la forma de una columna quedisminuía poco á poco, concluyendo por reunirse ála parto primera, ó sea la tromba, según Dampier. Noduda este navegante que esa columna sea otra cosaque el agua del mar aspirada por la tromba. Des-graciada la embarcación sobre la que la tromba vi-niera á romperse, pues inmediatamente sería su-mergida por esa masa de agua; así, cuando no se lapuede cortar, es preciso cuidar de deshacerla á ca-ñonazos. Tal es la preocupación náutica que bajouna ú otra forma se encuentra en la mayoría de lasdescripciones de este temido meteoro. Sin embar-go, de lo dicho por Dampier no se deduce que lastrombas hayan hecho otro daño que el de desarbo-lar las embarcaciones por ollas alcanzadas. «Pare-cen muy terribles, añade dicho marino, y tanto máscuando vienen sobre vosotros durante la calma ó nose puede separar uno de su camino; pero aunque yolas Baya visto con frecuencia y haya sido envueltoel miedo ha sido siempre más grande que el daño.»

Frecuentemente se destacan muchas trombas deuna misma nube. El célebre Scoresby fue testigode un meteoro de este género el 19 de Abril de 1827durante su travesía de New-York á Inglaterra.«...Inmensas nubes de vapor se elevaban del mar,y formaban en el aire una multitud de columnas gri-ses, como ¡numerables pilares que sostuvieran labóveda maciza de las nubes que cubrían el barco.»El ilustre navegante Cook vio seis trombas suspen-didas de una misma masa nebulosa el 17 de Mayode 1773, á las cuatro de la tarde, y á tres leguaspróximamente del cabo Stephens. La calma del mary la formación súbita de nubes muy densas, pare-cían anunciar una tempestad. «Cargamos las velas,dice, y muy pronto distinguimos seis trombas; cua-tro se elevaron, brotando impetuosamente entre

454 REVISTA KUBOPEA. 2 3 DE ENERO DE 1 8 7 6 . N.° 100

nosotros y la tierra; la quinta estaba á nuestraizquierda, y la sexta apareció al principio al Sud-oeste, á una distancia, por lo menos, de dos ó trosmillas de la embarcación. Su movimiento progre-sivo fue de Nordeste, no en línea recta, sino curva,y pasó a SO metros de nuestra popa sin producir ennosotros efecto alguno. Consideré el diámetro dela base de esta tromba de SO ó t>0 pies, próxima-mente. Sobre esta base se formaba un tubo ó co-lumna redonda por donde el agua ó el aire, ó ambosjuntos, eran llevados en tiro espiral á lo alto delas nubes. El sol la esclarecía; era brillante yamarillenta, y su latitud se aumentaba un pocohacia la extremidad superior. Algunas personas dela tripulación dicen haber visto en una de esastrombas , y cerca de nosotros, un pájaro que, su-biendo, era arrastrado con fuerza, y giraba comoel regulador de un asador. Mientras duraron estastrombas, tuvimos, de tiempo en tiempo, pequeñasráfagas de viento de todos los puntos del cuadrante,y algunos ligeros chaparrones que caían en grandesgolas... Algunas de estas trombas parecían por in-tervalos estar estacionarias, y otras veces parecíantener un movimiento activo de progresión, perodesigual y siempre en línea curva; de modo que no-tamos una ó dos veces que se cruzaban.»

No seguiremos al sabio capitán en la explicaciónde estos fenómenos; tal es su convicción relativa-mente á la aspiración por las trombas del agua delmar, que considera como de apariencias engañosastodos los hechos que no conformen con esta aspira-ción. Así, después que el agua fue agitada y levan-tada algunos instantes debajo de la nube tempes-tuosa, vio la tromba comenzar por una columnacónica, destacándose de la nube y descendiendohasta encontrar el agua agitada. Cook ha visto esto,y lo describe fielmente; pero esto no es para él sinouna apariencia: «...Yo creo, dice, que este descen-so no es real, sino que el agua agitada que está de-bajo, ha formado ya el tubo, y que este es, al ele-varse, muy corto ó muy delgado para que se lepueda ver desde el principio.»

Las trombas terrestres ofrecen los mismos carac-teres que las marinas que acabamos de describir;pei-o tienen la ventaja de manifestar la rotacióndescendente de estos meteoros, al contrario de loque se observa en las trombas marinas. Además, losefectos que producen permiten apreciar Ja enormecantidad de trabajo motor puesta en juego en estosmeteoros. Los ejemplos abundan y no tendremosmás embarazo que el de la elección. M. Faye hadado en las Comptes rendws de la Academia de Cien-cias el cuadro de 31 trombas ó tornados observa-dos en los Estados-Unidos. La de Brandon en Ohio,del 30 de Enero de 1834 tenía 4.200 metros delatitud y duró 17 horas y 47 minutos, con una velo-

cidad media de 20 metros por segundo. Felizmentesaltaba grandes espacios sin llegar al suelo, pues ensólo media hora destruyó 50.000 árboles. Pero ¿áqué fin buscar en América meteoros tan frecuentesen Europa?

Tromba de Rayes (Vendómois), 3 de Octubrede 1871.—Según las noticias recogidas por M. Nouel,profesor de física en el Liceo de Vendóme, estatromba estaba en relación con el estado tempes-tuoso que atravesó la Francia del 1." al 4 de Octu-bre. El 3, hacia las cinco de la tarde, se cubrió elhorizonte de Hayes, entre el Oeste y el Noroeste, denubes negras, amontonadas unas sobre otras, agita-das en todos sentidos, como las olas del Océano,por la tempestad, y surcadas por numerosos re-lámpagos. El barómetro marcaba en Vendóme 743milímetros. Una tromba destacada de aquellas nu-bes apareció en la villa de la Ribochére y des-apareció 49 kilómetros más allá, al Norte de Blois,marchando con una velocidad de 10 á 15 leguas porhora. «En el intervalo, la tromba, después de haberasolado la villa de ílayes, se levantó cesando detocar al suelo, al que volvió á reunirse más tarde alSur de Saint-Amatn, en un punto situado en la pro-longación del primer trayecto; luego se desvió unpoco, y después de formar un ángulo volvió á to-mar su marcha, pero inclinándose un poco hacia elSur... Los estragos de esta tromba fueron conside-rables: árboles tronchados ó arrancados por cente-nares, techos levantados y desaparecidos, casas enparte destruidas, graneros casi arrasados, balsasvaciadas en un instante, gavillas levantadas y dis-persadas, despojos de todas clases trasportados á lolejos y sembrados á su paso. En la aldea de Hayes...,la tromba, que iba del Oeste al Este con la veloci-dad de un tren express, cogió de costado una calleque estaba en dirección de Norte á Sur, y casi instan-táneamente produjo desastres considerables. Sietecasas fueron en parte destruidas y tros graneros ar-rasados. En una do estas casas, construida de sille-ría, desapareció enteramente el techo sin dejar hue-llas; cinco hileras de las piedras, de 200 kilogramoscada una, fueron levantadas, llegando la destruc-ción hasta el piso bajo. En cuanto al granero,igualmente de piedra de sillería, contiguo á la casa,apenas quedó más que el ángulo que lo unía á ésta.»(M. Faye, C.—R., 19 de Abril de 187S.) Esta trom-ba ofrecía el aspecto de una columna de vapor os-curo descendiendo de las nubes hasta el suelo yanimada de un movimiento giratorio en sentidocontrario al de las agujas de un reloj, es decir, dederecha á izquierda. La latitud de esta columna, ómejor de su parte inferior, varió entre 4 y S00 me-tros. En Hayes tenía el meteoro un diámetro de 1S0metros; cuando, después de elevarse, tocó de nuevoal suelo, su diámetro sólo era de 4á S metros; pero

N.° 100 T. PEPIN. TKORÚ DE LA ASPIRACIÓN DE LAS TROMBAS. 455

se acrecentó y pronto alcanzó 450 metros. La mayorlatitud de la tromba fuó de 500 metros. Una circuns-tancia sorprendió particularmente á todos los ob-servadores, cual os que, antes y después del pasodel meteoro, reinaba la mayor calma en la atmós-fera.

Las trombas de Caen y de Chalons, cuyas descrip-ciones han sido discutidas por Faye, ofrecen carac-teres muy semejantes á los de la tromba de Vendó-mois y conducen á la misma conclusión: que estosmeteoros se ligan á las corrientes superiores de laatmósfera, se propagan de arriba á abajo y consistenesencialmente en violentos movimientos giratorios.Si están acompañados de fenómenos eléctricos, laelectricidad sólo juega en ellos un papel secunda-rio, pues el mayor número do trombas marinasno ofrece carácter eléctrico; además, aun en lastrombas acompañadas de relámpagos y de truenos,los efectos producidos son puramente mecánicos;no se encuentra en ellas ningún rastro do los queel rayo deja siempre en los objetos que rompe ódestruye. La atención de los peritos encargadosde comprobar los destrozos causados por la trombade Vendómois se fijó principalmente sobre estepunto; sin embargo, no pudieron encontrar sino in-dicios dudosos de dos rayos; así, M. Nouel, á posarde inclinarse hacia la teoría eléctrica, se vio en lanecesidad de reconocer que «la velocidad prodigio-sa del aire del torbellino basta para explicar la in-tensidad de los efectos mecánicos de esta tromba,sin que sea necesario buscar la causa en agentesextraños.»

Algunos lectores podrían pensar que la velocidadde traslación de la tromba puede explicar sus efec-tos mecánicos, sin que sea necesario atribuirle unarotación violenta, que es difícil de conciliar con lateoría de la aspiración centrípeta de las trombas.Desde luego podríamos observar que una velocidadde quince leguas por hora no guarda proporcióncon los desastres de que hemos hablado más arriba;pero dejando á un lado este argumento mecánico,citaremos un ejemplo en que el movimiento girato-rio no puede ponerse en duda.

En la noche del 30 de Mayo de 4844 se observóuna tromba en las orillas del Ródano, en el Medio-día de Francia. «Estaba formada en apariencia porun girón de nube que pendia hasta la tierra yse adelantaba con extremada lentitud. Su forma eracónica, prolongada; el diámetro más corto estabaabajo, y se apreciaba en seis ó siete metros próxi-mamente. Estaba animada de un doble movimien-to, de un movimiento de traslación extremadamentelento, y que permitía perfectamente eludirla, y deun movimiento de rotación sobre sí misma, tan rápi-do, que era imposible apreciarlo, pero que se hacíasensible por la ascensión de los diferentes objetos

que la tromba arrebataba á la tierra, como paja, ra-mas de árboles, etc..» ¿Cómo explicar, por otraparto, los hechos siguientes? «...Se averiguó queun barco destinado á la pesca de los sábalos (barcosque tienen siete metros de longitud por dos y mediode latitud) fue levantado en el aire á veinte metrosde altura, vuelto y arrojado sobre lá orilla, donde seencontraron los fragmentos; retorció el tronco demagníficos álamos blancos, y la corta latitud de latromba hacía que entre dos árboles distantes quincemetros é intactos, hubiese á veces otro de un metrode diámetro, retorcido, arrancado y trasportadotreinta pasos más allá. La marcha de la tromba eraen zigzag; iba de una á otra orilla del Ródano, desdela montaña del Moine hasta la parte más baja de laisla de Pibulette, dejando por todas partes la huellado su paso.» (De Gasparin, Comptes rendus, t. XIII,pág. 226.)

La tromba de Tréveris (4829), observada y des-crita por el sabio meteorólogo Grcssman, presentólos mismos caracteres de lentitud en su traslación, yde violencia en su rotación. Un obrero tuvo la cu-riosidad de seguirla, y en un zigzag que la trombahizo fue envuelto y arrojado boca arriba, á pesar de-sús esfuerzos y de apoyarse en la tierra con susherramientas para resistir al torbellino. MM. Mar-gotte y Zurcher (Les Météores, pág. 430) añaden, yes verdad, que aquel obrero se sintió, antes de servolcado, tan pronto empujado hacia adelante, comoviolentamente levantado. Pero que los partidariosde la aspiración de las trombas no se crean triun-fantes con esta última circunstancia, qué se explicamuy bien por la posición misma del obrero, e! cualfue cogido por la parte anterior del meteoro, y seinclinó sobre sus instrumentos de manera que pu-diera resistir al viento que recibía por detras; bienpronto se encontró en la región posterior, donde elviendo le tomó en sentido opuesto, es decir, por de-lante; y como él estaba inclinado, la componentenormal del impulso recibido se encontró dirigida deabajo á arriba, por lo que se sintió levantado comouna cometa convenientemente colocada ó impulsa-da por una corriente horizontal. Así la tromba deTréveris pone fuera de duda el movimiento girato-rio, sin ofrecer nada que pueda favorecer la teoríade la aspiración.

IV.

TEORÍA DE LA ASPIRACIÓN DE LAS TROMBAS.

Esta teoría debe su origen & ciertas aparienciasque han hecho creer en un movimiento ascendenteen las trombas. Pero estas apariencias se explicancompletamente también cuando se considera estosmeteoros como torbellinos de eje vertical y rota-ción descendente. Consideremos, en efecto, un tor-

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hollino formado en las corrientes superiores de laatmósfera, y propagándose en un tiempo tranquilopor las capas inferiores; este torbellino arrastrarácon él nubes más ó menos densas y se cubrirá douna envoltura vaporosa que le hará visible en for-ma de columna ó de cono prolongado. «Esta envol-tura, en forma de embudo, de colmillo de elefante,de pilar, etc., concluye ordinariamente por ser ellamisma arrastrada, aunque poco, por el torbellinoviólenlo que envuelve. De otra parte, la nebulosidadque la forma se eleva en el aire, y la combinaciónde estos dos movimientos produce exteriormenteuna especie de remolino ascendente que ningunarelación tiene con la violencia de la rotación inter-na. Esto sucede con más frecuencia todavía si coposde niebla se destacan y suben poco á poco alrede-dor de la tromba... Si este movimiento vermiculares continuo y afecta á toda la envoltura, lo primeroque ocurre es desear saber qué es lo que puedesubir por este largo tubo, cuya extremidad penetra(iii el mar y altera la superficie; y al punto, sin exa-men, sin lógica alguna, contesta la imaginación: Elagua, el agua del mar es lo que la tromba ha idoá buscar; la absorbe, la vierte en la nube, á la cualse la ve subir en movimiento giratorio. Nadie sepregunta cómo un tubo do vapor pueda contener ysostener torrentes de agua, como así sucede; ade-más se ve á las nubes engrosar y henchirse rápida-mente con toda esta agua que sube y se vierte enellas.» (M. Fayo, Annuaire do 1875, pág. 438.)

Así, pues, está formada la teoría de la aspira-ción. Desgraciadamente para ella, la aspiracióndel agua por la tromba no puede sostener un exa-men serio. Que se reemplace el tubo de vapor porun tubo metálico; que se produzca la aspiración me-diante un pistón tan bien adaptado que produzcadebajo de él un vacío perfecto; el agua subirá, perono más allá de once metros. ¿Se obtendrá ventaja enun tubo de vapor que permita al agua derramarsepor todas partes? Muy al contrario. Los navegantesaseguran, no obstante, que han visto elevarse en latromba el agua del mar hasta las nubes. Este hechoprueba la necesidad de discutir los testimonios, aunlos más sinceros, y distinguir con cuidado los he-chos realmente observados de las apreciaciones quetestigos preocupados pueden emitir sin darse cuentade ello. Los partidarios de la aspiración no deben,pues, prevalerse de testimonios en que la influenciade la idea preconcebida está tan manifiesta. Envano querrán eludir la fuerza de nuestro argumentoreduciendo el agua á polvo por la acción mecánicadel viento, con corta diferencia como el rocío quecao alrededor de las cascadas; porque no siendola depresión más que de dos ó tres centímetros demercurio, sería todavía muy poca para equilibraruna columna de aquel rocío de 500 á 600 metros de

. altura. En todos los casos, el agua de la tromba se-ría agua del mar y, por consecuencia, agua salada,mientras que los marinos alcanzados por trombasatestiguan que han recibido agua dulce. El pasaje ci-tado de Camoéns hace fe. Asi, el movimiento ascen-dente de la tromba no es más que una ilusión pro-ducida por la envoltura vaporosa que la cubre: lospartidarios de la aspiración debieran buscar á suteoría un apoyo más sólido.

Esto es lo que ha hecho M. Espy, pronto harácuarenta años. Los cálculos de este sabio meteo-rólogo han sido examinados y modificados segúnlos recientes progresos de la termodinámica porMM. Pesliny Reyo, de la Universidad de Strasbur-go. Consisten estos cálculos en evaluar la conden-sación de vapor, así como el calórico y el traba-jo motor equivalente producidos por una masa deagua ascendente. Por ejemplo, M. Peslin calculaque la fuerza motriz gastada en tres dias por el hu-racán de Cuba se eleva á 39.930 millones de kilo-gramos por segundo, quince veces más que podríansuministrar, en el mismo tiempo, todos los molinosde agua, máquinas de vapor, hombres y animalesde todo el mundo; pero esta fuerza, por enormeque parezca, apenas es la trigésima parte de laque resultaría do la condensación total del vaporcontenido en la masa de aire que la aspiración le-vanta en el cyclone. La teoría de la aspiración ex-plica, pues, perfectamente la lluvia que acompaña álos cyclones y el enorme trabajo motor que estosdesplegan.

M. Faye, juez muy competente en esta materia,encuentra muchos puntos débiles en todos estoscálculos: «Son puramente estáticos, dice, quierodecir que la temperatura de la masa de airo consi-derada y las presiones que produce, están calcula-das fuera del estado del movimiento, del que nose tiene cuenta alguna. Tómese en cuenta la hu-medad, pero no los cristales de hielo que tan fre-cuentemente están mezclados á las grandes cor-rientes superiores. Cualquiera que sea y como quie-ra que sea la cantidad de fuerza viva que la ascen-sión supuesta del aire desenvuelva en la atmósferainmóvil, el análisis del Dr. Reye y de M. Peslin nopodría indicar su empleo.» (O. R., 5 de Abril de1875.) M. Faye da por razón el silencio de la mecá-nica racional acerca de los movimientos rotatoriosprogresivos. Además, M. Espy no veía en las trom-bas y los cyelones más que movimientos centrípe-tos cambiándose, hacia el centro, en movimientosascendentes: sus cálculos no explicaban, pues, larotación de estos meteoros, puesta fuera de dudapor los hechos que hemos citado y por otros milparecidos.

Pero este es el menor defecto de esta teoría deaspiración; el más grave, á los ojos de M. Faye, es

N-° 100 T. PEPIN. MOVIMIENTOS GIRATORIOS DE LOS FLUIDOS. 457

la imposibilidad en que se encuentra para explicarla marcha del meteoro. Para explicar este movi-miento, supone M. Espy que so eleva hasta las ca-pas en que reinan las corrientes superiores y que esarrastrado por esas corrientes de aire, las cualespueden arrastrar la parto de la tromba que alcancen;pero no pueden obrar sobre la porción del meteorosituada en las capas inferiores, como un fuelle defragua no haría mover á una locomotora proyec-tando horizontalmente el humo que sale de la chi-menea.

La tromba, en efecto, no es una columna sólidaque se puede mover obrando sobre una de sus ex-tremidades. Se ha querido explicar la traslación delas trombas por la desigualdad de las velocidadescentrípetas; pero estando esas velocidades determi-nadas por una misma fuerza de aspiración, nadajustifica las desigualdades supuestas. Un sabio me-teorólogo, M. Mohn, da una razón más plausible dela marcha de los cyclonos y de las trombas, atribu-yéndola á una gran inferioridad de presión causadadelante del meteoro por la condensación del vaporde agua. Sin examinar si esta condensación podríaser bastante abundante para imprimir al centro dedepresión una velocidad de quince leguas por hora,observada en algunas trombas ó tornados, observa-remos que se ven marchar trombas sin que caigauna gota de lluvia. No es, pues, la condensación delvapor de agua lo que las hace marchar.

En resumen, la teoría de M. Espy, perfeccionadapor los recientes trabajos de MM. Reye y Peslin,muestra muy bien que la condensación do los va-pores contenidos en las capas inferiores de la at-mósfera podría bastar, aun con exceso, al enormetrabajo motor desplegado por los cycloncs; perodeja sin explicación las circunstancias más notablesde estos meteoros, su rotación y su traslación. Nosencontramos en presencia de movimientos girato-rios: ¿no sería natural, antes de formular una teoría,preguntar á la mecánica racional y á la observaciónlo que ambas puedan enseñarnos acerca do los mo-vimientos de este género? Esto es lo que vamosá hacer, guiados por M. Faye, á fin de dar una basesólida á la nueva teoría de las tempestades gira-torias.

V.

MOVIMIENTOS GIRATORIOS DE LOS FLUIDOS.

Si se observa un rio por debajo de un puente, severá su superficie agitada por el remolino y por tor-bellinos muy complejos, tumultuosos y pasajeros losunos, y regulares y duraderos los otros. Estos últi-mos son los torbellinos de eje vertical. Como sonmuy visibles, ha sido fácil observarlos y estudiar lasleyes que los rigen. Hé aquí lo que resulta de las ob-

TOMO VI.

servaciones hechas por los hidráulicos acerca de lascorrientes:

«Cuando existen en una corriente diferencias develocidad entro los hilos y yaustapuestos lateral-mente, tiende á formarse á expensas de estas des-igualdades un movimiento giratorio regular alrede-dor de un eje vertical. Las espirales descritas porlas moléculas son sensiblemente circulares y estáncolocadas en forma de cimbra sobre el eje. Estasson, hablando con más exactitud, las espirales deuna hélice ligeramente cónica y descendente, demodo que, siguiendo una molécula en su movimiento,se la ve girar circularmente con rapidez alrededordel eje á que se aproxima insensiblemente, al misinotiempo que desciende con una velocidad muchomenor que la lineal de rotación. Evidentemente lafuerza centrifuga que nace do esto movimiento gi-ratorio debe ser en todas partes contrabalanceadapor las presiones del líquido circundante; hay, pues,en el interior de estas espirales giratorias, al menosen el orificio superior, un ligero descenso do la pre-sión habitual, que so manifiesta en la superficie dellíquido por una débil depresión cónica central so-bre el eje de rotación.» (M. Faye, Annuaire de 1875,pág. 487.)

Aunque la teoría de los movimientos giratorios enlos fluidos esté por encima de lps recursos actualesde la mecánica racional, han podido demostrarseper el análisis las dos leyes siguientes, aplicablesasí á los gases como á los líquidos:

1." La velocidad angular de una misma moléculaá la que se sigue en su movimiento, varia en razóninversa del cuadrado de su distancia del eje, y su ve-locidad lineal en razón de esta misma distancia;

2." La figura exterior, ó la superficie límite deltorbellino, es una superficie de revolución, en for-ma de embudo, cuyo eje coincide con el eje de i'o-tac^on, y cuya generatriz es una curva cuya con-cavidad está vuelta hacia abajo.

La primera ley ha sido demostrada por M. Resal, yla segunda por M. ISoussinesq. Se la ha podido com-probar echando polvo en el agua en que se ha for-mado un torbellino, y entonces se ha visto determi-narse la forma de embudo, la rotación do toda lamasa y la aceleración de velocidad hacia la extre-midad. El movimiento descendente de esos torbelli-nos no ha sido sometido al análisis; pero la obser-vación lo ha puesto fuera de duda desde hace muchotiempo. Se sabe, en efecto, que un nadador cogidoen un torbellino se siente arrastrado hacia la extre-midad con una velocidad creciente, y que allí, siha tenido cuidado de economizar sus fuerzas, puedeescapar y subir á la superficie por el lado del tor-bellino.

Esfácilreproducir artificialmente estos fenómenosgiratorios; para ello basta determinar un torbellino

35

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en medio de una masa de agua tranquila. Este ex-perimento ha sido hecho por el conde M. Xavier deMuislre: habiendo depositado una capa do aceite enel agua, en el interior de un torbellino, ha visto esteaceite arrastrado hacia abajo por el movimiento gi-ratorio, subiendo después en pequeñas burbujas alre-dedor del embudo. Cuando la velocidad de rotacióndisminuye, la fuerza centrífuga no es lo bástanlefuerte para equilibrarse con las presiones laterales;las espirales se estrechan, el líquido sube en el em-budo, y en el momento en que el liquido ambienteailuye hacia el eje para restablecer el equilibrio,la depresión se cambia en un borbotón pronta-mente debilitado.

Los torbellinos de eje vertical, que se forman enlas corrientes, son más ó menos duraderos, másó menos extensos y profundos, según el trabajo mo-tor que en ellos se encuentra aglomerado. Este tra-bajo motor es trasportado por el movimiento girato-rio hasta el fondo del torbellino, donde se consume,ya en agitar el agua alrededor de la depresiónque produce, ya en modificar el suelo por traba-jos de excavación. Las corrientes de épocas geo-lógicas, anteriores á la nuestra, han dejado hue-llas notables de este trabajo de los torbellinos.Tales son las cavidades de forma cilindrica, en sec-ciones circulares, que se encuentran aun en las ro-cas más duras. La Noruega, la Suiza y la Finlandiaposeen numerosos ejemplos. Estas cavidades sonallí conocidas con el nombre de marmitas y de ollasde gigantes, nombre que deben tanto á su formacomo a sus grandes dimensiones. Algunas tienenmuchos metros de diámetro y una profundidad ma-yor todavía. A veces son muy regulares; sus pa-redes están redondeadas ó pulidas por el frotamien-to, y el fondo es groseramente hemisférico.

Como las leyes de los movimientos giratorios delHuido se aplican, no solamente á corrientes li-quidas, sino también á las engendradas en lasmasas gaseosas, deben verificarse igualmente ennuestra atmósfera, cuando en ella se producen cor-rientes horizontales de velocidades diferentes: enolla se forman movimientos giratorios de eje ver-tical, de la forma de un tronco de cono, invertidoen generatriz curvilínea; las moléculas gaseosas,comprendidas en estos movimientos describirán es-pirales sensiblemente planas y descendentes conuna velocidad cada voz mayor, á medida que seaproximan al eje. Estos meteoros tendrán dimensio-nes diversas, según la extensión de las corrientesdc¡ que sacan sus fuerzas motrices, y, según los ca-sos, serán trombas, tornados, cyclones, ó tambiéntorbellinos fugitivos, casi tan pronto destruidoscomo formados.

VI.TEORÍA DE I,AS TROMBAS, SEGÚN M. FAYE.

¿Es efectivamente de este modo como so pro-ducen las trombas y los cyclones? Para poderresponder afirmativamente es preciso encontraren la atmósfera grandes corrientes horizontalesy animadas de velocidades diferentes. Los vientosque soplan en la superficie del suelo no pueden ser-virnos para este efecto, porque las trombas y loscyclones se propagan de ordinario en un mediotrasquilo ó en un aire trasportado por algún vientolocal en una dirección diferente de la suya. Pero porencima de nuestras cabezas corren grandes riosaéreos, cuya existencia ha sido comprobada por losaeronautas, y que con frecuencia se les puede re-conocer en las nubes que impelen en direccionesopuestas á las del viento reinante. Ocupémonosprimero de los cyclones que, teniendo su origen enla región de las calmas, se propagan hasta en lasaltas latitudes, y toman su fuerza motriz en las gran-des corrientes aéreas, conocidas con el nombro dealisios superiores. El aire de las regiones tropica-les, calentado por las radiaciones solares y por sucontacto con un suelo ardiente, se dilata por el ca-lor, y, rechazando en todos sentidos el aire am-biente, levanta las capas superiores por encima delas superficies de nivel que la son asignadas por lasleyes de la gravedad. El equilibrio asi roto, tiende árestablecerse, y las capas levantadas se corren ha-cia las zonas de latitud media, determinando sobrelas inferiores un exceso de presión que las hace re-fluir hacia el Ecuador. De estos movimientos de laatmósfera, combinados con la rotación de la tierra,resultan los alisios superiores al principio, y des-pués los alisios inferiores, como consecuencia de losprimeros. Cuál sea en la formación de estas corrien-tes el papel de la electricidad, de la evaporación yde la condensación de los vapores, es lo que toda-vía no se conoce bien. Por lo demás, nosotros novamos á exponer la teoría de los alisios, sino á ave-riguar su existencia, ftue estas corrientes están ani-madas de velocidades desiguales, fácilmente secomprende si se considera que el sol no ejerce so-bre la misma región más que una acción intermi-tente, suspendida durante la noche. La fuerza vivaque corresponde á la diferencia de velocidad de loshilos paralelos, dará, pues, lugar en la atmósfera ámovimientos giratorios, trombas ó cyclones, quepenetrarán en las capas inferiores y se propagaránen ellas con una velocidad de traslación igual á lavelocidad media de las corrientes de que toman lafuerza que ponen en juego; en una palabra, bajo elpunto de vista mecánico, ofrecen los mismos carac-teres que los torbellinos de las corrientes de agua.

Pero bajo el punto de vista físico, existen gran-

N.° 100 T. PEPIN. TEORÍA DE LAS TROMBAS, SEGÚN M. FAYE. 459

dos diferencias entre estos dos órdenes do fenóme-nos. El frió de las regiones superiores del aire y lacondensación del vapor de agua dan lugar á particu-laridades que no se encuentran en los torbellinos dolas corrientes líquidas. El aire frió de las altas regio-nes, arrastrado por el movimiento giratorio, con-densa la humedad de las capas vecinas y forma al-rededor de las trombas esa envoltura vaporosa quelas hace visibles y produce en torno de ellas apa-riencias propias para engañar al espectador sobro lanaturaleza de su rotación. Es verdad que el aire asiarrastrado se condensa y, por consecuencia, se ca-lienta á medida que penetra en las capas inferiores;pero M. Favo responde fácilmente á la dilicultadque M. Peslin deduce contra los movimientos des-cendentes de las trombas y de los cyclones. M. Espyhabia formulado ya esla dificultad en la Memoriaque presentó á la Academia de Ciencias en 1841:

«Jamás puede dar frió una corriente de aire des-cendente, pues esa corriente se calentaría por com-presión, al menos en el estado normal de la at-mósfera. No podía, pues, resultar lluvia ni conden-sación de vapor de agua en las capas atravesadas,sino más bien algo parecido á lo que se observa enlos huracanes del África y del Asia.» ¿Cómo, pues,explicar la lluvia que ordinariamente acompaña á loscyclones si la rotación de las espirales se efectúado arriba á abajo? Hay algo de especioso y al mismoliempo de verdadero en esta objeción. Si el airereconcentrado por el torbellino descendente no lecediera agua en estado vexicular, llegaría al extre-mo de su curso, soco y muy caliente, y disiparía, portanto, las nubes de las capas inferiores en vez detraer la lluvia. Pero esta condición se realiza sobreciertas regiones arenosas, en las que no llegan lascorrientes superiores de la atmósfera sino despuésdo haber sido despojadas de sus nubes por altasmesetas ó cadenas do montañas situadas á su paso.Los movimientos giratorios engendrados en eslascondiciones no llevan á abajo más que un airo ex-tremadamente seco. Este aire, más ligero que elaire ambiente, tenderá, pues, una vez desprendidodel movimiento giratorio por el obstáculo del suelo,á remontar tumultuosamente alrededor de la trom-ba, y subirá tanto más alto, cuanto que, descen-diendo con mayor rapidez, habrá cedido menoscalor á las capas atravesadas. Entonces estos torren-tes de polvo, arrancados al suelo y proyectados álo lejos por el trabajo geométricamente circular delcyclone, serán arrastrados hacia arriba, alrededorde éste, por el aire que se escapa; después, cogidospor los vientos reinantes, podrán ser trasportadosen seguida á grandes distancias. Pero no es la trom-ba misma la que habrá elevado estos torrentes depolvo á las regiones superiores, como generalmentese cree; es la parte opuesta ascendente del fenó-

meno la que produce ose efecto, y por consecuenciaesas lejanas traslaciones de nubes de polvo tan biendescritas por M. Tarry. (Compíes rendas, 19 de Juliode 1875.)

Pero las circunstancias en que se producen loscyclones son con frecuencia muy diferentes. El airedel torbellino descendente arrastra consigo, y recibeen el camino, el agua en el estado vexicular, cuyaevaporación puede absorber el calor desprendidopor la compresión. Esla absorción puede ser me-nos completa, segun la duración de la compresión.Si esta duración es muy eorlp, lo que tiene lugaren el movimiento rápido de las trombas, el calordesprendido por la compresión es incompletamenteabsorbido, el aire puede llegar al suelo con uimtemperatura algo inferior á las de las capas ambien-tes, y no produce entonces sino una condensaciónmuy débil para que el meteoro sea acompañado delluvia. Pero en los cyclones es monos rápido el mo-vimiento descendente; el aire frió tomado en lascapas superiores no llega al suelo sino después dehaber girado largo tiempo en las capas nebulosas;el calórico, debido á la compresión, es absorbidopor la evaporación del agua, y el aire puede llegaral suelo con una temperatura bastante baja paraproducir una condensación, volviendo á subir alre-dedor del cyclone. Esto tendrá lugar principalmentecuando las capas superiores, arrastradas por el mo-vimiento giratorio, encierren cirrus formados deagujas de hielo. «Este aire glacial, cargado de par-tículas de agua congelada, que desciende girando

| sobre un vasto espacio circular á través de las ca-pas ya saturadas de humedad, dará lugar á unaabundante precipitación de vapor, á la lluvia porconsecuencia, y hasta á la formación del granizo,que tan frecuentemente acompaña á los cyclones.«(C. i í . ,pág. 112.)

x^as condicionas físicas del medio donde se pro-ducen las trombas dan bien razón de las apariencias

| que estas presentan. El aire arrastrado en la rota-ción descendente puedo llegar más abajo de lasnubes con una temperatura muy elevada para noproducir allí condensación alguna; entonces sóloserá visible por su trozo superior; sin embargo, sutemperatura puede quedar inferior á la de las capasatravesadas y producir una condensación en las que,estando en contacto con el agua, se encuentranmás cercanas al punto de saturación; entonces latromba parece rota, no se ve más que el embudosuperior y la base : esta se eleva á medida que au-menta la condensación y la envoltura tiende á com-pletarse. Un espectador, prevenido por la teoría dela aspiración, dirá que el agua del mar, chupadapor la nube, se eleva hacia la parte superior de latromba.

Hemos visto que el agua que desciende en un

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torbellino se remonta tumultuosamente alrededordel embudo tan pronto como ha encontrado el fon-do: un fenómeno semejante se produce en las trom-bas. Cuando el aire arrastrado en el movimientodescendente de las espirales halla el obstáculo.delsuelo ó del agua, se levanta tumultuosamente alre-dedor de la tromba y arrastra en su movimientoascendente los polvos sólidos ó líquidos levantadospor la rotación violenta de la tromba. Los observa-dores que han comparado ésta á una columna sus-pendida de las nubes por un zócalo, han consideradola envoltura formada también como el capitel de lacolumna. Pero si la extremidad de la tromba cesade ir por el suelo, como esto tiene lugar cuando lafuerza motriz deja de renovarse, ó también al en-cuentro súbito de un valle, el capitel desaparece,la tromba no es tanto una columna como un col-millo de elefante, un brazo encorvado, una sangui-juela gigantesca.

Así, teniendo en cuenta las condiciones físicas dela atmósfera, se explican fácilmente las circunstan-cias más notables de las trombas y de las tempes-tades giratorias por la sola teoría mecánica, sin re-currir á una aspiración hipotética de la que nopuede darse ninguna razón sólida.—Pero la depre-sión barométrica constantemente observada en loscyclones y que va en crecimiento hasta el centro,¿no es una causa suficiente de aspiración?—Sin duda,si el aire está en reposo; pero M. Cousté, autor deesta objeción, olvida la fuerza centrífuga desar-rollada por el movimiento giratorio. Para equilibraresta fuerza centrífuga, es preciso en el aire ambien-te un exceso de presión vertical; además, la presiónvertical, en el cuerpo del meteoro, se halla lejos decorresponder al peso de la columna de aire, y esdisminuida por la velocidad horizontal del movi-miento giratorio.

Muchos misterios quedan todavía por esclareceracerca de los movimientos del torbellino de aire. Lateoría de M. Faye prescinde do muchas circunstan-cias cuya explicación es preciso encontrar. Existentambién corrientes superiores que en ciertas épo-cas marchan desde las regiones polares hacia elEcuador. ¿No se relacionan con ellas movimientosde la atmósfera análogos á los cyclones que acaba-mos de estudiar? Esto es lo que la nueva organiza-ción de la meteorología internacional no tardará,sin duda, en dar á conocer. Pero cualesquiera quesean los numerosos problemas que quedan por re-solver, los trabajos de M. Faye sobre las trombas ysobro las tempestades giratorias merecen ser salu-dados como un verdadero progreso.

T. PEPIN.

(ÉHídes religieuses.)

LA POLÍTICA ANTIGUA Y LA POLÍTICA NUEVA,

I. Muluo influjo de las ideas y los hechos políticos en la historia. Pre-

dominio del hecho sobre la doctrina: ejemplos. Su fusión y paraMismo desde Montesquieu y Rousseau.

II. Objeto de ios estudios t i tulados «La poli lid antigua y la ¡tolitica

nueva» y «I'í Soberanía Política», por F. Giner: sus caracteresy significación.

III. Resumen de sus conclusiones críticas: ,4---El liberalismo abstractoó (loctriuarismo: a) Su concepto: b) Su extensión. TI—Protestascontra el doctrinarismo: a) En el hecho: la Política inglesa: b) Enla ciencia: las escuelas económicas y teológicas. C—El neo-libe-rulismo: sus principios: insuficiencia de estos. D— La Políticacientífica é ideal.

IV. Renimen (le sus conclusiones doctrinales. A—La Política ó Ciencia

del Estado: su concepto racional y su enciclopedia: su situaciónpresente. Zí—Principies fundamentales de ia ciencia política:tij El Derecho y el Estado: bj La vida del Derecho y del Estado ysus relaciones con la vida de los demás fines éinstituciones socia-les: cj La soberanía ptlitica: su concepto: sujeto de la soberanía:modos fundamentales de su manifestación.

V. Otras monografías incluidas en los «Estudios Jurídicos y Políticos»del señor Giner: i." liases para la teoría de la Propiedad: 2.a

Sobre la trasmisión de la Propiedad: 5." Sobre la vinculación dela Propiedad: 4." Estado presi'nle de la Ciencia Política, porE. Ahrens: 5.a Plan de una Introducción a la Filosoíía del Ders-cho, y Apuntes para un Plan de Política General.

I.

No hay en la historia relaciones más vivas ni ac-ción y reacción más constantes que las relacionesque sostienen y la acción y reacción en que seproducen la Gesta y la Doctrina. Arrastran los he-chos al científico de tal manera, que casi siempresus teorías son un trasunto y, á lo más, una gene-ralización y trasfiguraeion de la sociedad de sutiempo; y viceversa, tiene el pensamiento científicotan subidos quilates, que el genio poderoso y la es-cuela que en derredor suyo se congrega, y las ra-mas que en direcciones varias surgen y se desgajandel tronco principal, un dia y otro dia martillandosobre la indócil muchedumbre, la atraen á su cami-no, y á su paso la disciplinan en tal extremo, quefigura un ejército que sigue los libros por banderay por ordenanza las conclusiones de la doctrina. Noimportan para el caso su sustantividad y su inde-pendencia; no importa que cada cual, práctica yteoría, conserve potencialmente su autonomía porcausa de la libertad y contra-solidaridad que sonpropias del espíritu; ni importa que á veces la di-vergencia sea tan sensible, que la doctrina esuna protesta contra el hecho, y el hecho se producecon mofa de la doctrina: la regla general no quedapor eso invalidada, y la regla general es la conti-nuidad y comunicación de una y otra, Gesta y Doc-trina, y de sus resultados al través de toda lahistoria.

Pero en esta relación caben modalidades: cabeque la idea vaya delante para determinar el hecho,ó que, por el contrario, sea el hecho quien anteceda

N.° 100 J. C. LA POLÍTICA ANTIGUA Y LA POLÍTICA NUEVA. 461

despertando el pensamiento y provocando la doc-trina. Ahora que, por ley de necesidad, la prácticaprecede á la teoría, el hacer espontáneo al pensa-miento reflexivo en el orden cronológico de la vidade la humanidad, fácil es de concebir si se tiene encuenta, por una parte, cuántos y cuántos siglostarda en llegar el hombre al conocimiento racionaladornado de todos los requisitos de unidad, sistema,organismo, inmedialividad, reflexión y certidumbreque la lógica exige; y por otra, la necesidad enque está de obrar constantemente desde el momentoen que aparece en el teatro de la vida con un mundode fines que cumplir, pues sólo obrando puede sa-tisfacer las necesidades en que esos fines se mani-fiestan. Pero como un hecho no es sino la realiza-ción en forma temporal de un principio eterno, deuna idea permanente, toda obra humana suponecomo condición previa el pensamiento, siquiera seasólo el pensamiento vago é incierto de que no saleel estado común de conocer: la humanidad comien-za por asimilarse el principio esencial en la concien-cia, formula conforme á ól su plan de conducta, yluego procede á obrar según este pian. Mientras lainteligencia no alcanza un cierto grado de desarro-llo, estos momentos de la actividad, desde la ideaal hecho, se suceden tan enlazadamente y tan decerca, que el mismo sujeto no se da cuenta de ellos,y cuando se le pregunta por el principio que le sir-vió de norma, sólo responde por el hecho concretoen que le dio existencia real, porque es lo únicoque le es dado percibir al través do su joven y limi-tada inteligencia. No comprende que pueda ser loideal cosa distinta de lo real, ni le ocurre pregun-tarse si no debería, ser racionalmente cosa distintade lo que es; ó si movido de una gran pasión ó delespectáculo doloroso que en señalados períodos dela historia ofrece el humano linaje, angustiado ytorturado por los desarreglos de la realidad, se di-rige al espíritu en un primer grado de refleja con-centración para pedirle nuevos planes de vida conque poner remedio á lo presente, ó mejorarlo, nohace otra cosa que alzar el velo de esa misma rea-lidad, generalizar los hechos existentes ó pasados,y fotografiar los principios buenos ó malos á queparecen obedecer. No son otra cosa, por ejemplo,el Pantcha-Tantra, La República, de Platón, y LaPolítica, de Aristóteles; las Costumbres de losGermanos, de Tácito; Él Principe, de Maquiavelo;La Ciudad del Sol, de Campanella; el Arte de Pru-dencia, de Gracian, ó el Espíritu de la.i Leyes, deMontesquieu. Los principios no se ven fuera delsimbolismo y esquema de los hechos, y su historiarefleja y reproduce todas las vicisitudes que estosvan sufriendo: aun aquel que se abstrae de ellos paraidear soñadas repúblicas, místicas ciudades, gobier-nos de Cristo, utopias y occeanías, censcia ó incons-

ciamente toma como base y punto de partida los he-chos, si no. incurre en supuestos imaginarios y enarbitrariedades de pensamientos incompatibles conla razón, émulas del monstruo de Horacio.

El Pantcha-Tantra, por ejemplo, refleja la vidapatriarcal de la India y aun do todo el Oriente. Nohabiendo salido los pueblos de este primer círculode la vida social, ni alcanzado en consecuencia losgrados superiores del municipio, la provincia y lanación, el libro no establece doctrina acerca deellos, ni sospecha siquiera su existencia: el centrode toda su política es la autoridad paternal del Rsy;su nervio, la lealtad y buen consejo de los privados;su principal cuidado, aconsejar á los subditos, sier-vos de la justicia, la veneración y obediencia alRey, y á éste, señor y padre de su pueblo, la vir-tud, la clemencia, la fortaleza y el temor de Dios.Nada de ciudadanía, de poder social, de sufragios yelecciones, de Asambleas legislativas; nada de ra-zonar los derechos y discutir los límites del imperioy de la obediencia: en vez de formular derechos,prodíganse consejos, y se vale del apólogo por víade razonamiento. Doctrinas que de tal modo res-pondían á un estado de vida tan primitivo, lejos depoder enseñar cosa alguna en España cuando las in-trodujo el genio asimilativo de Alfonso el Sabio, de-bían impedir que echasen raíces y se desarrollasenlas doctrinas de Santo Tomás y Egidio Colonna, ycooperar juntamente con el derecho romano á ladecadencia de las libertados municipales; y así fue.

La Política, de Aristóteles, representa mayor ele-vación en la doctrina, porque también es más am-plio el hecho social en que se inspira: Grecia habíapasado del régimen patriarcal al régimen del muni-cipio, y el ideal político de Aristóteles so cifra en lapolítica municipal; desconoce el gobierno de la pro-vincia y la nación, porque Grecia no alcanzó eldesarrollo necesario para constituirlo y practicarlo.Y aun dentro de estos límites, más que de filosofíapolítica, su libro es de historia de las Constitucio-nes griegas: no se aparta un punto de la experien-cia sensible si no es para reducirla á categoría doley general por vía de generalización: más bien queel legislador de la realidad, es su cronista, y cuandomás su intérprete, á la verdad no muy ideal ni libre.Por esto ha sido tenido como el fundador de aquellaescuela que pone en la existencia de los hechos laprueba de su justificación. Las formas de gobiernoque cabían dentro de la ciudad griega, asi regularescomo anormales, los diferentes poderes en que sedistribuye el gobierno de los pueblos, y todo cuantoconstituye la trama de aquel admirable libro, vieneá ser como el testamento político que formulabaGrecia á la vista de su pasado, cuando ejecutaba losúltimos actos de su existencia y se preparaba paramorir. En la teoría de las revoluciones se ha dejado

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vencer y ofuscar á tal punto del hecho, que no sólocoloca su fuente en el deseo de igualdad absoluta delos demagogos que viven en un Estado oligárquico,y en el deseo de desigualdad y privilegio que animaá las altas clases en un Estado regido democrática-mente, sino que incluye en el concepto de revolu-ción las sediciones que tiendan á conquistar el podery no á reformar la Constitución, la conjuración delos culpables que por huir del castigo se sublevan,y hasta querellas puramente individuales. Másalentó á las lecciones de la experiencia que á la vozde la razón, nos dejó un cuadro acabado de las agi-taciones interiores de las ciudades griegas; pero nopudo remontarse á la causa fundamental y primeradi; aquellos hechos, ni acertar á verla sino por al-guno de sus aspectos particulares y relativos. Tam-bién Tácito, por vía de secreta protesta contra elhecho de aquel cesarismo tan degradante como de-gradado, que llenaba el mundo con sus torpezas,levantaba la bandera de otro hecho,—el espíritu yvida de los germanos,—con la esperanza acaso dever resucitar en la atrofiada conciencia de Roma elideal que acariciaba en su mente, la república mu-nicipal, herida de muerte en la cabeza de los Gra-cos. A ella volvían también la vista los que, comoLucerno, sentían la necesidad de oponer algún idealen la razón al hecho brutal del cesarismo; el cesa-nsrno en sí, ninguno lo tomó por ideal ni por mate-ria de sus enseñanzas: era preciso que pasaranquince siglos y que el cesarismo romano resucitase.

El Príncipe, de Maquiavelo, representante fiel deaquella política autocrática que identifica al Estadocon el Rey, y pone al Rey sobre las leyes y los sub-ditos, sin respeto ninguno de humanidad ni de jus-ticia que se oponga á su conveniencia, no es sinoun traslado hecho con habilidad exquisita de lasprácticas corrientes en su tiempo en las relacionesasí interiores como exteriores de los Estados, el es-píritu político de la Europa del Renacimiento inter-pretado en una fórmula sintética y estereotipado demano maestra en un doctrinal de máximas, la his-toria de un tiempo elevada á teoría, y en suma, Cé-sar Borgia y Fernando de Aragón presentados comomodelos vivos del ideal político, tal como lo con-cebía Maquiavelo. Pues la sociedad está corrom-pida, hay que ser malo para sostenerse y para me-drar; lo honrado y lo útil son dos cosas distintas, yno debe vacilar el Príncipe en los medios de lograrlo segundo, aunque sea preciso sacrificar lo pri-mero; debe poner la vista en el triunfo, que es loque produce gloria, no en el medio de conseguirlo;si la traición y el engaño pueden ser eficaces, nodebe aeudirse á la fuerza; la injusticia es buenacuando aprovecha; el tirano debe usar con frecuen-cia de las palabras justicia, piedad, religión, honor,lealtad, misericordia, etc., á reserva de obrar en

sentido contrario cuando le convenga... Tales eranlas reglas de conducta á que obedecían los políticosde los siglos XV y XVI, y tales los principios queconsignó en su libro el secretario florentino, y cuan-tos, como nuestro Antonio Pérez, se dejaron llevaren sus escritos por la misma corriente y aceptaronlas mismas inicuas máximas que ministros y Reyesautorizaban en la práctica del gobierno.

El Arte de Prudencia, del jesuíta Baltasar Gra-dan, que á tantas disputas y encontrados juicios hadado lugar en Europa, es á la política de la Compa-ñía lo que á la política florentina el libro de Maquia-velo: su idealización y quinta esencia, sus usos delpasado formulados en cánones para el porvenir.Considerada en sí misma, no desmerece de las en-señanzas do Maquiavelo, y puede afirmarse que ésteno hubiese dicho más ni otra cosa, si como vivió enuna sociedad guerrera, donde aún combatían lospueblos con los Príncipes, hubiera nacido en un si-glo en que los pueblos, acostumbrados á la servi-dumbre, no aspiraban ya ni siquiera á una compar-ticipacion en el gobierno, y en que lo más sustancialde la política se reducía á intrigas do confesores yguerra de privados. No hay un principio inmedia-tamente deducido de la razón; todos son corola-rios de la experiencia. En el siglo que llevaba devida la Orden de Loyola, amaestrada en las cortesy en los palacios, confesores sus miembros de reyesy ministros, ministros y reyes ellos mismos en al-guna ocasión, maestros de los nobles, en íntimo co-mercio con la conciencia de todos y de todas lasclases, habían aprendido á orientarse en aquel mun-do cortesano, y á bogar en aquellos mares tan sem-brados de escollos y bajíos donde tan difícil era nozozobrar cuando se desencadenaban los mudablesvientos de las artes palaciegas, producto legítimode la artificiosa ó irracional política del absolutismo;se hallaban, por tanto, en aptitud para trazar unacarta de marear que desempeñase en el período dedecadencia del absolutismo el mismo oficio que enel de su establecimiento la de Maquiavelo. Esto hizo13. Gracian describiendo un mapa político-moral, tancompleto como cabía, con aquel cúmulo de materia-les amontonados por un siglo de observación cons-tante de los hechos, formulando las reglas de aque-lla política burda que sustituye al derecho la habili-dad, que llama prudencia á la hipocresía y al engaño,que mira más al resultado que á los'medios, y quepiensa que son lícitos en la vida pública procedi-mientos que las conciencias honradas condenan enla vida privada. Todo lo dora un buen fin, aunque lodesmientan los desaciertos de los medios; el quevence no necesita dar satisfacciones; el prudenteobra todo lo favorable por sí mismo, todo lo odiosopor tercero; es fuente de salud y treta política per-mitirse algún venial desliz para entretener la envi-

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dia y distraerla malevolencia; las cosas que se hande hacer no se han de decir, y las que se han dedecir no se han hacer; no es necio el que hace lanecedad, sino el que, hecha, no la sabe encubrir,que el crédito consiste, en el secreto más que en e!hecho, y en la cautela más que en la castidad; aun-que se sienta con los menos, debe seguirse la cor-riente de los más... Tales eran las prácticas políti-cas en la Europa del siglo XVII, y tales las conclu-siones de la ciencia del gobierno, que daba conrazón mayor importancia que al estudio de los ór-ganos constitutivos del Estado, al resorte y fuerzainterior que les imprimía el movimiento.

Por desgracia, no pasaron estas dañadas doctrinascon las generaciones á cuyo calor nacieron y sedesarrollaron: desde aquel siglo hasta el momentopresente no ha sido otro en el fondo el espíritumotor de la política que el espíritu de osos libros,á despecho de todas las mudanzas que han ido in-troduciéndose periódicamente en las Constituciones:lo único que ha cambiado son las formas; y las va-riaciones de la forma política, así en ol hecho comoen la doctrina, han girado alrededor del Espíritude las Leyes, de Montesquieu, y del Contrato social,de Rousseau. De igual suerte que el Pantcha-Tantray el Sendabad reflejan la política doméstico-patriar-cal de Oriente, y Aristóteles y Platón la política mu-nicipal de Grecia, Montesquieu y Rousseau signifi-can la política nacional moderna, pero sin levantarsedel hecho á más que á interpretarlo y reducirlo áuna expresión ideal, más libre en el segundo quo enel primero. Montosquieu no tiene otro criterio que laexperiencia do lo que fue ó de lo que es; en lugarde la razón, pone la Historia; y cuando se resuelveá escoger, señala como ideal la letra de la Consti-cion inglesa, traducida por él en conceptos y prin-cipios equivocados. Rousseau parece desdeñar enabsoluto todo criterio histórico, negar toda signifi-cación á lo presente, indagar en su pensamiento,vuelto de espaldas á la realidad, la doctrina do losderechos naturales, de la omnipotencia de la volun-tad individual, de la indivisibilidad del poder, etc.;y, sin embargo, toma por maestro á Locke, que ha-bía tenido á la vista la Constitución inglesa, y pro-pone como modelos las democracias suizas. No poresto, sin embargo, deja de tener representación enRousseau aquella serie de ensayos representada porhombres que, como Platón, Cicerón, San Agustín,Santo Tomás,Mariana, Suarez, Grocio,Leibnitz, etc.,pugnaron, con más ó menos fortuna, por emanciparla ciencia de la tiranía del hecho, y cultivaron larazón con ánimo de obtener en toda su pureza típicaun ideal de gobierno que sirviera para todos lostiempos y conciliara las necesidades y convenienciasde la práctica con los legítimos escrúpulos de la ra-zón, la utilidad con la moral y con el derecho; pu-

diendo decirse que desde Montesquieu y Rousseaucaminan parejas las ideas y los hechos, y en tanacabado paralelismo, que no es fácil poner en claro—por ser unos mismos los que piensan y los queejecutan—cuándo ha precedido el hecho al pensa-miento reflexivo, y cuándo, por el contrario, el pen-samiento ha determinado al hecho en las repelidasmetamorfosis que ha experimentado la Constituciónpolítica desde últimos de la pasada centuria.

II.

Poner de relieve este vínculo estrecho que ha ve-nido enlazando las doctrinas y los hechos en elcurso de su desenvolvimiento desde Rousseau yMontesquieu hasta nuestros días; mostrar hasta quépunto ha sido perjudicial esta confusión á la cienciay a la práctica juntamente, porque dando ésta solu-ciones a pos teriori, hechas de todas piezas, distraíaá los escritores de política de una indagación seriay circunspecta sobre los conceptos fundamentalesdel Derecho y el Estado, que tomaban como su-puesto indiscutible, y huérfana aquella de estosprincipios debidamente analizados y definidos, seincapacitaba para lograr soluciones racionales yfirmes á los problemas más vitales del gobierno, ydejaba abandonada su práctica á las fluctuacionesde la rutina y á los tanteos del empirismo; mostrar,como consecuencia, la necesidad de una recons-trucción de la ciencia del Estado sobre la base delEstado mismo como concepto total y uno, inquiridolibremente en la razón sin espíritu de partido ó es-cuela, y no sobre principios relativos y parciales(el orden, la libertad, la armonía del orden con lalibertad, los derechos individuales, etc.), como hasido costumbre hasta aquí; y anticipar aquellosconceptos como indicadores del plan y trazado delcamino que á este efecto debe seguirse: tal es elobjeto de los notabilísimos trabajos titulados «Z«Política antigua y la Política nueva» y «Z« Sobera-nía Política» que forman parte del último libro deD. Francisco Giner (Estudios jurídicos y políticos),en el cual corren parejas lo vasto de la erudicióncon lo trascedental é intencionado del pensamientoy de la crítica.

No os un tratado de política analítica ni dogmá-tica lo que ha escrito; no es un doctrinal escolás-tico de conclusiones, ni una tabla de principios, niuna guía que abarque los menudos incidentes de lapolítica cuotidiana; es más bien un testamento ó unbalance,—el testamento y el balance de la polílicadominante en Europa hace un siglo,—y un registrode los títulos que al pensamiento racional y realis-ta, libre de toda traba de escuela, asisten para resol-ver plenamente los problemas que han planteado áduras ponas, en ninguna manera resuelto, las teoríasprecedentes, así como de los resultados á que con-

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(luco esa dirección en orden al Derecho y al Estadoy á su relación en el Poder. No pasa de aquí. Un crí-tif.o de La Revista Contemporánea ha dicho, con re-ferencia á este libro, que «en la organización de lospoderes del Estado descubre el autor aquella vaganebulosidad en que gusta de envolverse la escuelakrausista.» Con decir que el autor no se ocupa nipoco ni mucho de la organización de los poderes,pues tal no era su propósito, se habrá dicho más delo necesario para acreditar la solidez de los juiciosque el crítico de La Revista formula acerca dellibro del Sr. Giner.

No basta ser experto en todo linaje de saberes ytener al dedo todas las ciencias para fallar sobre elcontenido y mérito do un libro; es menester ade-más leerlo, y el crítico demuestra no haber leidoel libro de que da cuenta en La Revista, cuandodice que «no se hallan en sus páginas afirmacionesconcretas y terminantes.» Lo contrario precisa-mente constituye uno de los méritos que lo avalo-ran y añaden al natural interés que está llamado ádespertar entre los que cultivan la ciencia del Esta-llo. Analiza el sentido de las doctrinas de cada es-cuela, imparcial y desapasionadamente; declara sufiliación y los motivos históricos que explican sunacimiento; pone de bulto sus contradicciones inte-riores; explica sus consecuencias para la práctica, y,por último, reconoce y confiesa, y en nombre dela razón y de la humanidad, agradece los principiossanos y valederos que cada escuela nos ha legadoco'.no prenda de progreso, acaso después de haber-los sellado con su sangre y afianzado á precio de suvida. Su crítica no es negativa, porque no es críticade partido ni de escuela; sino eminentemente posi-tiva y de afirmaciones, porque, dado su criterio,nada había que pudiera inducirle á refrenar el natu-ral impulso, que á todos mueve, de sustituir con algomejor aquello que desechan por malo y contraesen-cial, ó de regularizar aquello que censuran porincompleto ó por deforme, ni la falta de un ideal,pues ha dado claras muestras de poseerlo, ni el mie-do de proclamarlo, impropio de todo científico quecultiva la verdad con la devoción y pureza de mo-tivo que el Sr. Giner. No demuele por demoler, nose limita á presentarnos las escuelas por el aspectonegativo, sino que contrastándolas en la piedra deloque de la razón, conserva la parte utilizable decada una, para que sea fácil y poco penosa, al parque sólida, la reconstrucción. Corona su trabajotrazando un bosquejo sumario del ideal que tienepor más conforme con la razón objetiva humana, ymás á propósito para rendir y concordar las volun-tades de los partidarios de las doctrinas que acabade invalidar, en orden al Derecho, al Estado y á laSoberanía considerados en su unidad, en su orgánicodesenvolvimiento interior, en sus relaciones con

toda la vida y con cada una de sus esferas, y el do-ble modo de su temporal realización, espontáneo yreflexivo. Había obtenido como último fruto de suexcursión al través de todos los sistemas, éste: quepor falla de una investigación previa acerca de lanaturaleza del Derecho y de los fines del Estado, ypor amor desmedido al estudio de las formas de go-bierno, de la organización de los poderes, de lasgarantías exteriores, y en general, de la mecánicapolítica, se habían cerrado el camino para llegar ásoluciones ciertas y definitivas de los problemas másvitales y que más de cerca interesan á los pueblos,tanto en orden á la constitución, como á la vida ymovimiento de los poderes constituidos,—y lesmuestra aquellos fundamentales conceptos que sonla semilla de todos los principios de la ciencia delEstado, que contienen como en cifra todas las con-secuencias de inmediata aplicación, y que debenservirles, por lo mismo, de obligado punto de par-tida en sus investigaciones.

Afirma también el critico de La Revista Contem-poránea que «no reportarán de este libro enseñan-zas muy aplicables á la práctica los políticos;»pero se ha olvidado añadir: «si no lo estudian conmás detención que el que suscribe esta Revista crí-tica.» Después de todo, y aun cuando asi fuese, laobservación seria tan inoportuna ó incongruentecomo la que hiciese respecto de los cimientos deuna casa, diciendo que no son habitables, ó de unaindagación acerca de los conceptos de cantidad, óde espacio, ó de la matemática pura, afirmando enson de censura que no reportarían de ella grandesventajas los ingenieros. ¿Pero es cierto que casinada tienen que aprender los políticos en ese libro?¿es cierto que no dominan en él el sentido prácticoy político? Disiento radicalmente del modo de verdel ilustrado crítico, si es que entiende que los po-líticos no necesitan conocer los principios que apli-can á la vida, y que les basta un sumario do aforis-mos y reglas al modo de Séneca, de D. Juan Manueló de Gracian. Entre lo práctico, es lo más prácticoel conocimiento de los materiales, del plan y delinstrumento con que ha de operarse, porque sinese saber, la aplicación efectiva es imposible, y conese saber incompleto, la aplicación es irregular,desordenada, ciega, y punto menos que ineficaz,cuando no contraproducente. Los principios másteóricos son siempre los más prácticos, si son ver-daderos; y por el contrarióla canónica más difusa yconcreta, si no está fundada en principios de razón,si no presta certidumbre y convicción al entendi-miento, y os fruto meramente de tanteos precientí-ficos ó de generalizaciones hechas sobre la espe-riencia, será lo más teórico que cabe en el malsentido de la palabra, esto es, lo más abstracto óidealista, lo más inaplicable é inconsistente, y lo

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más perturbador de la vida. Quintiliano creía, y conrazón, que el camino más directo y más prácticopara formar al orador es el de principiar por formarel hombre, despertando en 61 los sentimientos dela virtud, de la justicia y de la libertad; ¡y el criticode La Revista Contemporánea entiende que no espráctico señalar á los políticos los vacíos de susdoctrinas, y enseñarles el criterio de verdad conque podrán orientarse en el mundo de los hechos,y evitar los traspiés y caídas á que están sujetos,por ley de necesidad, aquellos que estiman el go-bierno de los pueblos como arte de componenda yequilibrio entre el bien y el mal, y entre la justiciay la utilidad, y no como sistema de ideales que de-ben ser traídos á la realidad por caminos derechos,con ánimo franco y leal, puro de maquinaciones tor-tuosas, y penetrado de aquel generoso entusiasmoque únicamente sabe inspirar la fe en el triunfo de-finitivo de los principios! Si ha de desterrarse deuna vez la política antigu a, donde aún tiene hon-das raíces el espíritu de Maquiavelo, ó iniciarseaquella política de la verdad y de la vida, que Que-vedo pretendió deducir, con mejor intención quebuena fortuna, de las palabras y hechos de Jesús;si ha de tranquilizarse á las almas bien sentidas queven con espanto suscitarse á cada paso aparentesconflictos entre los deberes del hombre y los delciudadano, y entre lo que la conciencia tiene porjusticia y lo que parece provecho de la comunidad;si ha de extirparse de la práctica lo que ya comoerror combatía el insigne Feijóo, demostrando que«la política más Jiña y más segura, aun para lograrlas conveniencias de esta vida, es la que estriba enjusticia y verdad»;—hay que principiar por deter-minar qué es esa Justicia que los políticos aplicanen las diferentes situaciones de la vida pública, yqué es el Estado cuya vida es el fin inmediato deesa aplicación; cuáles sus necesidades y exigencias,y cuál el modo de satisfacerlas según el principiomismo del Derecho, atemperado á las circunstanciasde cada personalidad y de cada tiempo; que sóloentonces podrán imprimir su propia concreción á lasideas jurídicas,y especificarlas de tal suerte, que nose abra el menor abismo entre ellas y la realidad,ni entre ellas y la conveniencia.

Con lo cual queda justificado el carácter práctico,en su límite, del trabajo del Sr.Giner.Por los mismosdias en que el crítico de La Revista Contemporáneahacia la afirmación contraria, otro crítico de ElImparcial, analizando un libro eminentemente prác-tico, El Derecho Moderno, por F. Cañamaque, echa-ba de menos en él una teoría completa del Derechoy del Estado que diese valor y fundamento á las con-clusiones y apologías de que el libro se compone,y de que tanto suelen gustar aquellos que confun-den la práctica con la rutina y el dogmatismo con

TOMO VI.

el arte. El crítico de El Imparcial ha contestado alritico de La Revista Contemporánea. Es á la ver-

dad imperdonable ligereza el afirmar que no pue-den reportar los políticos enseñanzas muy aplica-bles de un libro que muestra el valor práctico delas ideas con referencia inmediata á los resultadosalcanzados por ellos, y que por lo mismo les ofrecela enseñanza de las enseñanzas para la reforma desu dirección en lo futuro; sin contar con la exposi-ción que hace de los principios que deben ser pun-to cardinal y práctico guia en toda su ulterior con-ducta política.

No es posible justificar de igual manera la faltade proporción con que están tratadas la parte criti-ca (lapolítica antigua) y la doctrinal (la políticanueva), y es de lamentar que no haya otorgado al-guna mayor extensión á los nuevos principios deDerecho que sienta de conformidad con la razón.Importa, sin embargo, tener en cuenta que el señorGiner ha expuesto aquellas ideas con mayor ampli-tud en otro libro (Principios de Derecho Natural},donde consagra varias lecciones al Derecho políticoó del Estado.

Expuestos así, en tesis general, los caracteres yla significación de estas interesantes Monografías,podemos proceder ya al examen más en pormenor desu contenido. A este efecto, haremos un resumende sus afirmaciones históricas y juicios críticos, asícomo de las conclusiones doctrinales con que inten-ta llenar el vacío dejado por las escuelas en lo másfundamental de la Ciencia Política; clasificando paramayor claridad las ideas, pero conservando en loposible la misma forma de expresión del original.

III.

A.—El liberalismo abstracto ó doctrinarismo.

a.—Su concepto.

Dos direcciones ha tomado el liberalismo, así enla ciencia como en el hecho, desde mediados de lapasada centuria: una formalista y abstracta (doc-trinaria), que desdeña considerar la base ética é in-terna del Derecho y los fines esenciales del Estado,para consagrar toda su atención á los problemasrelativos á las formas del gobierno y á las garan-tías exteriores que cabe tomar contra sus posiblesextralimitaciones: otra (neo-liberal) que no atiendeá las formas sino en segundo término, otorgandosu preferencia al fondo, al íin del Estado, estiman-do por tal los derechos individuales y sociales, res-pecto de los cuales las libertades políticas no sonsino un medio.

Iniciaron el doclrinarismo dos hombres de genioque hace más de un siglo rigen despóticamentela política del continente europeo, Montesquieu yRousseau, quienes, opuestos por la letra de sus teo-

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rías, convienen, no obstante, en desatender el findel Estado ó en considerarlo como el medio de ga-rantir su libre manifestación á la voluntad, errónea-mente identificada con el derecho, y en consagrartoda su atención a la cuestión de sus formas, repu-tadas como el objeto exclusivo de la ciencia delgobierno y del gobierno mismo. Recibió nombreen Francia cuando en 1830 plantearon los primerosministros de Luis Felipe aquel sistema mesocráti-co i) áel justo medio, tachado de artificial ó idealista,porque se fundaba en una doctrina concebida apriori con ánimo de concordar y atraer á los parti-dos extremos, aristocrático ó conservador que par-lia de Montesquieu (B. Constant), y democrático óradical que tomaba por maestro á Rousseau (Sieyés):(',. Perier, Royer Collard, de Broglie, Guizot, fueronsus apóstoles: Cousin su filósofo.

Fueron calificados de doctrinarios por aquello quepresumían tener, pero que precisamente no tenían:una doctrina. Porque si doctrina dice todo de prin-cipios subordinados á una primordial unidad y des-plegados sistemáticamente, no cabía unidad ni siste-ma en las conclusiones del doctrinarismo, desde elmomento en que las inspiraba el eclecticismo, filoso-fía escóptica y de componenda, bajo cuyo perniciosoinflujo la ciencia política debía degenerar en un ha-cinamiento de principios opuestos, tomados arbi-trariamente déla historia, y en declamaciones hue-cas y sentimentales, elocuentes, pero sin verdad, ócon verdad relativa é incierta, no menos dañosaque el error. Ajenos de criterio, érales imposiblehallar el verdadero fondo y substratum del materialhistórico, y debían tropezar en el escollo que ésteles oponía con sus aparentes antítesis (sociedad éindividuo, libertad y ley, igualdad y libertad, utili-dad y justicia, derecho natural y positivo, legisla-ción y costumbre, etc.), no acertando á concordarlassino por medio de una aproximación exterior y me-cánica,—toda vez que la historia no podía mostrar-les la idea superior de donde dimanaban (el dere-cho),—ni á efectuar un exacto deslinde entre unosy otros.

Nacía de aquí el dividir el Estado en dos: el go-bierno ó país legíl, que manda, y el subdito queobedece, antítesis funesta que llevaba en sus en-trañas el germen de una revolución inextinguible;y el identificar la soberanía con la libertad, confu-sión que entregaba la nación á la omnipotencia delParlamento y del gobierno. Nacía de aquí tambiénel contrapesar la libertad con el orden, para evitarla anarquía y el despotismo, estimados equivocada-mente como las consecuencias lógicas de un desar-rollo extremado de esos dos principios. «Desarro-llar la libertad sin detrimento del orden, conservarel orden sin menoscabo de la libertad (¡como si pu-diera hacerse do otro modo!), inclinando la ba-

lanza de uno ú otro lado, según las circunstan-cias: hó aquí toda la política doctrinaria. Con ella,ni el orden ni la libertad existirían ya en Europa, sino hubiese quien velase por el mundo sobre losdesvarios y torpezas de los hombres.»

El doctrinarismo es el sistema preventivo, recha-zado de la vida jurídica y refugiado en el derechopúblico: ningún nombre le es más apropiado que elde sistema de desconfianza. Intenta suplir la falta deuna noción clara sobre las funciones que á cada ór-gano del Estado corresponden, con ese procedi-miento discrecional y esa suspicacia que corrigeunos abusos por otros, y crea un régimen sin dig-nidad para el poder y sin libertad para el subdito.Por desconfianza del Rey, inmixtión del Parla-mento en sus asuntos personales y domésticos;por desconfianza del Parlamento, inmixtión delRey en la composición del Senado; por descon-fianza del Senado, privilegios de la otra Cámaraen asuntos de capital interés; por desconfianzadel Congreso, censo electora] y censo de elegibili-dad; por desconfianza de los tribunales, lo conten-cioso-administrativo y enjuiciamiento especial paralos ministros y altos funcionarios; por desconfianzadel municipio y la provincia, centralización; y á estetenor la indiscutibilidad de las sentencias judiciales,las trabas de la imprenta y de la asociación, y tan-tos otros impedimentos, en fin, de la política cons-titucional y representativa.

No era aquel, á la verdad, el camino que habíaque seguir, ni éstos los resultados que había de-recho á esperar de tan laboriosos esfuerzos. La ideafundamental de la política es ante todo, no la deorden, ni la de libertad, ni la del equilibrio entreestos dos principios, sino la de su objeto, la ideadel Estado, y sólo ella puede dar la clave de todoslos problemas de la ciencia del gobierno. Ahorabien: el doctrinarismo no se ha hecho jamás cues-tión, ni se ha planteado el problema del valor y al-cance de ese concepto (Estado), ni de sus elemen-tos, ni de su misión, ni de las leyes de su vida; yesta negligencia ó menosprecio lo ha incapacitadoradicalmente para todo lo que no sea dogmatizarsobre opiniones vagas y verdades parciales, insufi-cientes para responder á las necesidades de la vidapública, ó impotentes para defender el orden so-cial y político, combatido, de un lado, por las teo-rías socialistas y comunistas, y de otro, por las doc-trinas místico-teológicas. Luego, no definiendo lanaturaleza y límites del Derecho y del Estado, con-funde á aquel con toda la vida, absorbe en éste todala sociedad y convierte todas las funciones socialesy todas las profesiones en ramas de la administra-ción, con lo cual no logra sino embarazar el libredesenvolvimiento de todos los fines y debilitar supropia actividad.

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Esto no obstante, débense al doctrinarismo gran-des bienes, unos ganados para nosotros al preciode su generosa sangre, oíros nacidos con 61, comootras tantas protestas de la razón y de la fuerza dolas cosas, á pesar de sus propias teorías. Se le debeel haber mostrado con su ejemplo la impotencia dela antigua política, y por tanto, la necesidad de se-guir otro camino. El haber llegado á concebir elEstado como un orden y poder sustantivo de lavida. La distinción de los poderes. La organizacióndel Parlamento y su división en dos Asambleas. Laresponsabilidad ministerial. La desaparición de lasmonarquías absolutas, la corona convertida en unamagistratura y la neutralidad de su poder al frentedel Estado, con sus prerogativas del veto y la libredisolución de las Cámaras. La tolerancia religiosa.La libertad de imprenta. La constitución de unaciudadanía general, etc.

b.—Su extensión.

El doctrinarismo, más que una fracción, más queun partido, es el espíritu común á todos los partidosliberales que han compartido el campo de la polí-tica, asi teórica como práctica, desde últimos delpasado siglo hasta la reciente aparición del neo-liberalismo, y que aún hoy se disputan la goberna-ción del Estado. En la práctica, ha sido traducidoen Constituciones formalistas y mecánicas (repu-blicanas, dinásticas, imperialistas, etc.), y en deba-tes parlamentarios sobre el eterno tema de la orga-nización de los poderes del Estado, de la corrupcióngubernamental y de la libertad de imprenta, defen-dida por su cualidad de arma política. En la teo-ría, salvas algunas protestas aisladas, fruto másbien de vagos presentimientos que de arraigada ymadura convicción, todas las escuelas le han rendidomás ó menos fervoroso culto, desde el liberalismodemocrático que arranca de Rousseau, y se hacepartido en el círculo de Mad. Rolland, y con Sieyéslevanta la bandera de la mesocracia, hasta el cons-titucionalismo místico que toma por guía á Montes-quieu, y adquiere su más alta representación conSthal, y tiene por apóstoles, en diferentes círculosy grados, á Chateaubriand y De Maistre, Taparelli ySchlegel, Balmes y Donoso.

Los separa la cantidad de poder ó de libertad quereconocen á cada uno, el modo de organización delos poderes supremos, y otras cuestiones subordi-nadas; pero en la calidad, en lo esencial (en la mi-sión del Estado y sus relaciones con la religión, laciencia, la propiedad, la beneficencia, la asocia-ción, el municipio, etc., y, por decirlo de una vez,en el problema de la centralización), concuerdancon la política del justo medio, á la cual pertenececuando menos el honor de haber intentado el con-cierto entre ambas tendencias, equilibrando los ele-

mentos en ellas respectivamente preponderantes(legitimidad y revolución, orden y libertad, etc.).Ninguno hasta hoy ha abordado de frente la cues-tión entera de la política, apoyándose en un sistemaracional do ideas absolutas, y esta falta los empujafatalmente, á unos hacia el despotismo cesarista,que no cayó con el trono de Luis XVI; á otros haciael despotismo de la libertad, que, por desgracia, nobajó al sepulcro con Robespierre.

El ejemplo más puro y completo de la políticavacilante, instable y negativa del liberalismo doc-trinario se halla en Francia, superiormente á losdemás pueblos: 4830, 4848, 48S2, la Restauración,la Monarquía de Julio y la última República, han ex-presado ese mismo espíritu en tres distintas direc-ciones: el Rey sobre la Constitución (doctrinarismoaristocrático); el Roy bajo la Constitución (doctri-narismo mesocrático), y la Constitución sin el Rey(doctrinarismo democrático). El autor justifica estaafirmación haciendo una breve, pero bella y exactapintura del cuadro que ha presentado la políticafrancesa desde Luis Felipe hasta la decadencia delsegundo Imperio.

No es, sin embargo, fruto exclusivo de Franciael doctrinarismo, sino vicio inherente á todo el es-píritu contemporáneo: en Bélgica y en Italia, enHolanda y en Prusia, lo mismo en Austria que enSuiza, y en España como en los Estados-Unidos, eldoctrinarismo impera con diversas formas, sin dudaproporcionadas á la individualidad y situación decada pueblo, pero inspirando en Lodos el fondo delas ideas reinantes y el de las instituciones engen-dradas ó modificadas al tenor de estas ideas.

B.—Protestas contra el doctrinarismo.

a.—En líl hecho: política inglesa.

Dos vivas protestas se han alzado enfronte deldoctrinarismo, ambas indirectas, y lo han condena-do abiertamente, la una con el ejemplo, y la otracon la doctrina. La protesta signiticada por la polí-tica de Inglaterra se anticipó al hecho mismo deldoctrinarismo a á modo de enseñanza preventiva;pero esta enseñanza, que pudo haber sido prove-chosa impidiendo el nacimiento de aquel sistema,sirvióle precisamente de punto de partida, por ha-berla equivocado al recibirla el autor del Espíritude las Leyes. La protesta representada por las es-cuelas económicas y teológicas ha tomado cuerpomás recientemente, cuando llegada al extremo laopresión ejercida por el Estado sobre todos losfines sociales, y desarrollados éstos lo bastantepara poder aspirar legítimamente á una vida propiaó independiente, surgió la lucha entro ellos y elEstado, y se puso sobre el tapete la llamada (ensentido lato) cuestión social.

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Con dificultad se hallará un análisis más delicadode la Constitución inglesa que el análisis que haceel Sr. Giner en este trabajo; y sin temor de exage-ración puede afirmarse que ha comprendido su es-píritu—no fácil ciertamente de sorprender al tra-vés del indigesto fárrago de su legislación—de un.modo más elevado y conforme con la verdad quelos mismos teóricos ingleses (Burke, Blackstone,Pitt, Russell, ote.) Haciendo distinción entre lalelra y el espíritu de la Constitución inglesa, estimaésta por inferior á las del Continente, bajo el as-pecto de la primera, pero inmensamente superior áellas y ajustada casi en lodo á las prescripcionesde la razón natural, bajo el respecto de la prácticaconsuetudinaria.

Hay, en efecto, una casi identidad entre Inglater-ra y los demás Estados europeos en cuanto á la le-galidad política exterior, ó sea, en cuanto al textooficial de la Constitución, contenido en actas, esta-tutos, bilis y declaraciones: todos los poderesreconocen la misma base que en las demás monar-quías doctrinarias, y se relacionan, equilibran é in-tervienen del mismo modo: si un dia la Corona, lasCámaras, los ministros, los tribunales, los jura-dos, etc., inspirados del espíritu legal de Luis Feli-pe, se empeñasen en ejercer sus contradictoriasprerogativas, la robusta salud del régimen británicodesaparecería—á menos de una revolución—inmo-lada á la «fidelidad constitucional.» Hay más: losprimeros hombres de Estado de Inglaterra no tienenpara explicar su política otros principios que losprincipios del doctrinarismo francés, ni la ven sinocon el estrecho criterio de Montesquieu.

Pero el tenor literal de esa Constitución no ex-presa la realidad de la vida política, la cual semanifiesta independientemente de ella, y aun con-tra ella; es una forma en buena parte muerta ysin fuerza para embarazar la acción espontánea dela nación y de sus círculos subordinados; dócil yflexible, hasta el punto de poder ser modificada,sustituida ó derogada por la soberanía del país, in-mediatamente expresada en la continuidad de lacostumbre. En aquella sorprendente flexibilidad dela Constitución, y en esta acción espontánea queconstituye el selfgovernment (palabra no más exóti-ca para nuestro diccionario, que extraña á nuestraConstitución la idea que representa), se halla laprofunda raíz de una vitalidad que en vano seha tratado de explicar por causas segundas, efectosmás bien de la fundamental, y de implantar pormoido mecánico en otros pueblos con cuyas cos-tumbres no había nacido ó en cuyas tradicionesacaso violentamente se había borrado. En los demásEslados europeos, la vida política arranca de laConstitución, y á olla tiene que amoldarse forzosa-menle la acción espotánea de la sociedad; y en esta

subordinación, que invierte los términos de la reali-dad, estriba la sorprendente movilidad de la legis-lación política, y esta movilidad es causa á su vezde las fluctuaciones en que viven los pueblos, aban-donados á la arbitrariedad de los que fabrican esospseudo-Códigos fundamentales, ó á su propia arbi-trariedad y capricho. En Inglaterra, por el con-trario, la Constitución dimana verdaderamente de lasoberanía del país, expresada del modo más obje-tivo y menos expuesto á la abstracción idealistaque es posible en un pueblo, y ante esa soberaníase inclinan y ceden la majestad del Parlamento y lade la Corona: ni aun tratándose de instituciones arti-ficiales ó de leyes injustas, so atreven las Cámarasá oponerse directamente á la opinión pública, sitienen en ella raíces profundas; sólo si pugnan undia y otro" día, y con tesón digno de alabanza, porilustrarla, hasta haberla ganado á la causa de lajusticia.

Mientras el liberalismo doctrinario reinante ha re-ducido doquiera, en las repúblicas lo mismo que enlas monarquías, la soberanía del país á la facultadde establecer los órganos ó magistraturas que com-ponen el Estado oficial, no para ejercer medianteolios el poder y dirigir su acción, sino para abdicarsu autoridad en ellos por todo el tiempo del mandato,haciéndolos omnipotentes, y contentándose con unamezquina comparticipacion, ó con una intervencióncuando más; —en Inglaterra no se considera á lanación como la suma inerte de los subditos que enun momento dado entran en acción para señalar conel dedo á los que han de ser sus señores ó investir-los con todo su poder, no quedando ya luego sinoprestar una obediencia pasiva á sus mandatos; sinocomo el verdadero señor, ante cuyo poder, siempreen ejercicio, se humillan los demás poderes, sim-ples ministros suyos; como la potestad suprema quereina y gobierna, y cuyos preceptos nunca dejan deejecutarse , porque llevan inherente la garantía dela obediencia, gracias á esta feliz unión do la doblecualidad de autoridad y subdito que se cumple enla nación y en cada uno de sus miembros. Conse-cuencia lógica de esto es que, mientras en otraspartes la multitud anhela y reclama la libertad polí-tica como un fin, logrado el cual ya nada resta porhacer, allí se tiene como lo que es, cual medio ne-cesario para la vida y el. cultivo de los fines huma-nos; y que en tanto que en el Cpnlinente los parti-dos hacen del poder un fin que como vil presa sedisputan y se arrebatan, en Inglaterra lo buscancomo un medio para servir á las ideas, cuya santi-dad al cabo lo ennoblece y dignifica hasta en los másvulgares ambiciosos.

Los resultados de esta política exuberante y llenade savia, enfrente de los que produce la mezquinay abstracta política doctrinaria del Contine.nte,cons-

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tituyen la lección más severa y la protesta mas vivay enérgica que se haya elevado jamás en la histo-ria; pero será también difícil hallar otra peor escu-chada y utilizada. Que, ciertamente, no aprovecha laexperitncia ajena para gobernar la vida propia,cuando falta la experiencia ideal que, ó nos indi-vidualiza en la fantasía los principios en la medidade nuestra necesidad presente, ó nos retrae y figu-ra interiormente la experiencia exterior que algúndia adquirimos y que no supimos conservar.

b.—En la doctrina: escuelas económicas y teológicas.

La protesta teórica elevada contra el doetrinaris-mo se resume , hemos dicho, en esta frase de usotan corriente: la cuestión social. Vulgarmente se lasuele identificar con esta otra «cuestión económi-ca;» pero la frase en sí tiene más alcance, expresatodo el 'problema de la sociedad, no un aspectoparticular de él, y responde al eslado crítico de losdemás fines distintos del económico; que lodos ellos,así la religión como la ciencia y la moralidad , pi-den (al igual de la industria) que se les desligue dela tutela del Estado, degenerada en insoportable ti-ranía, y se les reconozca su personalidad y se lesconsagre su derecho. Y no se han limitado á reivin-dicar así su sustantividad y su autonomía, hasta aquíó hasta hace poco negada casi de raíz, sino que,como reacción lógica contra el despotismo del Es-tado, han reclamado á su vez la dirección de la so-ciedad, pretendiendo sustituirla en el monopolio deesta función que él viene ejerciendo hace muchossiglos. Ahora bion: por las relaciones que medianentre el orden político y los restantes órdenes de lavida, ofrece la cuestión social, frente á las repre-sentaciones abstractas del doctrinarismo, un prin-cipio político real, sustancial, interno; y este prin-cipio ha debido determinar una modificación visibleen las ideas y en los hechos relativos al Estado.

Fuera de éste, los órdenes sociales más influyen-tes hasta hoy han sido ol religioso y el económico:de aquí dos movimientos intelectuales potentísimos,en dirección opuesta por razón del fin, pero análo-gos en la intención, que no es otra que arrogarse ladictadura del orden político. Pretende fundar éstela una sobre la baso de la propiedad: el fin del Es-tado es la proporcionada distribución de los intere-ses económicos. La otra sobre los dogmas de lareligión cristiana: el fin del Estado es la propaga-ción de la fe.

Principiemos por la protesta económica.La raíz y el blanco de esta protesta se hallan en

la constitución de la propiedad y de lodo el ordeneconómico regido hasta hoy por el egoísmo, lafuerza y la discordia: por esto han venido alzándoseen todo tiempo generosas, pero aisladas, protestascontra ese racional modo de ser, hasta que, conden-

sándose gradualmente, han formado en nuestro siglolas escuelas socialistas y comunistas, las cualesacompañan ala critica del presente, ensayos teóricosde reconstrucción y principios utilizables que que-dan ganados para siempre á la ciencia y á la vida.Tales, por ejemplo, la concepción de la sociedadcomo un todo real y sustantivo; el reconocimientode la esencial y permanente inherencia, en su per-sonalidad superior, de diversas esferas ú órdenesque la constituyen por naturaleza, no por la meraarbitrariedad de los hombres; su consideración delDerecho como ley de la vida toda, y su afirmacióndel carácter positivo de la acción del Estado; supreparación con todo esto de una ciencia social,, nosospechada siquiera por los doctrinarios, etc.

Pero arrastrados por el influjo del hecho históri-co, contradecían su misma intención de sujetar elgobierno de la sociedad á principios éticos y enco-mendarlo á su espíritu interno, sustituyendo éstepor el poder exterior y coactivo del Estado, únicomotor y director de la vida toda y de sus restantesórganos y fines. Última expresión y síntesis perfectade la historia anterior que, mediante el absolutismocentralista, había pretendido hacer de la religión,de la ciencia, de la industria, del bello arte, otrostantos servicios administrativos, y trasformar laIglesia, la Universidad, el Taller, en meras oficinasburocráticas.

Como reacción y protesta contra estas afirmacio-nes, so levanta la escuela economista, que ve tam-bién en el orden económico el objeto preferente dela actividad social, pero que caracteriza la accióndel Eslado de un modo diainetralmonte distinto. Asicomo aquellas extremaban la acción positiva deéste á punto de encomendarle el todo de la vidaeconómica, la escuela economista, cuyo origen ra-dica en la fisiocracia, no reconoce al Estado otraaCjCion que la puramente negativa, reducida á im-pedir las recíprocas violencias de los particularesentro sí, y á suprimir toda traba que limite la liber-tad exterior de movimiento y de comunicación de laindustria. Los socialistas y comunistas hacen pro-venir la vida entera, púb'.ica y privada, de la unidadsocial, representada por el Estado: ol individualismoeconomista la deriva de los individuos, de cuyamasa toma para ellos ser y cuerpo el Estado mismo.

Este principio negativo, tocante á la actividad delEslado, debía llevarlos por una parte á la defensade la actual constitución del orden económico, ypor otra á la destrucción de la actividad y del con-cepto mismo del Estado.—No les ha bastado desen-tenderse de los desórdenes que el mal uso de lalibertad industrial traía consigo, donde se hallabarespetada, sino que los han defendido como un bienprovidencial para el cumplimiento del humano des-tino, á costa de justificar, y aun de elevar á cate-

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goría de ministros de Dios, los intereses más torpesy la más brutal codicia. El mundo moral, según estesentido fatalista, es como una máquina; Dios es enella el único maquinista, y los hombres, no los co-operadores de Dios, sino las piezas de la máquina,á la cual no pueden tocar sino para perturbar su¡(compasado movimiento.—Luego., negando al Esta-do toda finalidad y acción positivas, y afirmando lalibre competencia como ley fundamental, no ya si-quiera del orden económico, sino de todas las esfe-ras sociales, debía llegar lógicamente esta escuela,como ha llegado con Molinari, á esta conclusión:que la industria política se halla destinada á pasar,más tarde ó más temprano, del régimen actual delmonopolio al de la libertad y la competencia.

Esto no obstante, no puede negarse que esta es-cuela ha contribuido en gran manera á reformarbeneficiosamente ei concepto del Estado y de susfunciones. Al reconocer la sustantividad é indepen-dencia del orden económico,—hasta el punto deconvertirlo en eje central de la sociedad,—distin-guían de ésta al Estado, y acusaban en ella la exis-tencia de un propio principio de acción según el cualdebía emanciparse en sus varias esferas de la opre-sora tutela politica; prestando lan capital atención átodo lo tocante al fin y atribuciones del Estado, re-bujaba la importancia que el doctrinarismo habíaconcedido á las cuestiones relativas á su organiza-ción, etc.

Las escuelas socialistas con sus creaciones qui-méricas y su odio á lo presente, y la escuela eco-nomista con su desden á cuanto tiene carácter deespeculación racional y su idolátrico respeto á todolo histórico, representan los dos extremos en queaún vive dividida la humanidad, la idea y la expe-riencia, que, aisladas, tan fácilmente degeneran enutopia y rutina, y que, concertadas por modo mecá-nico y exterior, siembran en los espíritus el escep-ticismo y la duda.

Vengamos ahora á la protesta teológico-oris-tiana.

Diamctralmente opuesta á las anteriores en pun-tos capitales de doctrina y de aplicación, ha con-tribuido, sin embargo, de un modo semejante á laformación del nuevo sentido sustancial, ótico ó in-terno del Estado.

La idea de una política cristiana, considerada ensí misma, es una grande y levantada idea. El dere-cho y la religión, la Iglesia y el Estado, no son anteella: elementos heterogéneos extraños uno á otro enHU suerte y actividad respectivas, sino fuerzas vita-les que se enlazan y compenetran íntimamente enla unidad del humano destino. Bajo el presentimien-to de esta unidad y de esta alianza de la religióncon el derecho, debía considerar al Estado, no comoun frió ó inerte mecanismo, exclusivamente movido

por la fuerza, para la defensa de la propiedad ó dela libertad exterior, sino como un cuerpo moral conalma y vida internas, y con poder que le viene deDios,—no de la arbitraria delegación de los indivi-duos,—para el cumplimiento del fin de los sores enel orden universal del mundo. De aquí, por unaparte, el reconocer y santificar en el Estado (contralas abstractas pretensiones del doctrinarismo) losderechos de la tradición y de la historia; y por otra,el preferir á las garantías meramente exteriores ylegales las morales ó internas del espíritu públicointerpretado por los depositarios del poder; y comoconsecuencia, el menospreciar las modernas formaspolíticas fundadas en lo primero, y el ensalzar lasformas de la Edad Media, que se hacían la ilusiónde creer fundadas sobre lo segundo. Por desgracia,las prácticas parlamentarias de los partidos, consus cabalas é intrigas y su desprecio de todo prin-cipio, y las hipócritas falsificaciones de las leyespor los unos, y la codicia del poder por el poder delos otros, y el egoísmo de estes y el apasionamien-to arrebatado de aquellos, daban harto pió á losenemigos irreconciliables de las instituciones mo-dernas para presentarlas como basadas en la teoríade Maquiavelo y en la práctica de Luis XI, y lanzarcontra ellas violentas censuras y aun diatribas.

Pero si en su crítica del modo actual de concebiry practicar el régimen representativo ha acertadocon frecuencia, en ia indagación de las causas deestos males y en la de los remedios ha estado me-nos afortunada. Porque—en orden á las causas—no puede menos de parecer á cualquiera injusta yabsurda la pretensión de hacer responsable á la li-bertad política y al derecho que la funda, de la sis-temática violación con que hacen brutal escarnio deella gobiernos y subditos, Cortes, magistrados, elec-tores, partidos y muchedumbres, de la arbitrarie-dad y de la dictadura, de la venalidad y la corrupciónde todas las clases. Y por lo que hace á los reme-dios, vano fuera pedir á esta escuela principiosfijos, razonados y claramente definidos, ni otra cosaque vislumbres vagos é inciertos déla verdad. Pre-sienten, por ejemplo, que hay un Estado internocomo hay una Iglesia invisible, y que su fin es elcumplimiento del bien y del destino de los seresracionales; pero jamás han logrado distinguir esteorden de los dema s en la sociedad, y menos de laIglesia, ni entender q ue el Estado no prosigue esecomún objeto sino bajo uno de sus aspectos exclu-sivamente, que no es su alma la religión, sino el de-recho, ni su virtud la piedad, sino la justicia. Efec-to de esta situación es la contradicion ;que consumeá estas escuelas, en la cuestión de la forma y orga-nización del Estado, por ejemplo: después de ana-tematizar el principio doctrinario, que no estimaesa forma sino como garantía de la recta producción

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y vivificación del Derecho, viene á incidir en elmismo vicio de la política del justo medio y á esta-blecer esas garantías meramente exteriores, po-niéndolas, ora en la supremacía del Papa, ora en unparlamentarismo disfrazado, ora en la insurrección.

Y no podía ser de otro modo, desde el momentoen que entendían el problema formal de la organi-zación del Estado —al modo del doctrinarismo—como el establecimiento de un sistema de garantíasexteriores contra los posibles abusos do tales ócuáles poderes ó instituciones. Si en vez de aban-donar de esta suerte su primera y más sana in-tención, hubiesen procurado indagar el principioesencial de la forma del Estado en la naturalezadel Estado mismo, considerado como la comunidadjurídica, y no en la necesidad transitoria ó his-tórica de semejantes precauciones, lejos de sersus doctrinas en este punto imitación vergonzantede las teorías liberales mecánicas, hubióranles lle-vado á determinar el verdadero sentido y esfera dela Representación política, cuyo principio habríanpodido aplicar luego á las funciones esenciales ypermanentes de los diversos órganos particularesdel Estado, dejando á un lado,óeri un lugar subordi-nado, aquellas otras que se refieren á la mutua ins-pección y reciproca seguridad y defensa de los po-deres entre sí.

Con ocasión de mostrar este sentido en la frac-ción de los católicos liberales, el autor hace unabrevísima pero interesante resoña del nuevo es-píritu que se ha abierto paso en el seno del catoli-cismo en estos últimos tiempos, desde Chateau-briand y Lacordaire hasta Dupanloup y Dóllinger.

J. C.(Concluirá.)

MÚSICOS CÉLEBRES.

CLAUDIO MONTEVERDE.

ibLA MÚSICA EN EL SIGLO XVI. — D A F N E . — E U R I D I C E .

O R F E O . — ORQUESTA DE MONTEVERDE.

Hasta mediados del siglo XVI los compositoreshabían dado falsa dirección al arte musical. Contralo exigido por la naturaleza de su esencia y el finpara que ha sido creado, imaginaban que el objetode la música consistía en la resolución de compli-cadísimas dificultades, de enigmas absurdos, sincuidarse de la expresión ni del sentido de las pala-bras; rebajábanla asimilándola á los anagramas, ú

Véuse el número anterior, pSg. 430.

los logogrifos, á los acrósticos y á otras sandecesmuy en boga entre los poetas de aquella época, ycreían hacer cuanto era posible por el progreso delarte cuando angustiaban la imaginación de sus co-legas con cánones enigmáticos, circulares, perpe-tuos, abiertos, cerrados, etc. La autoridad eclesiás-tica intervino para poner término á este batiburrillomusical que hasta en la Iglesia había entrado, y fuepreciso el genio inmortal de Palestrina para que laSanta Sede no fulminase anatema contra la músicay la arrojara del templo.

A las personas sensatas afligía el ánimo esta si-tuación de las cosas y hacían grandes esfuerzospara remediarla. Entonces fue cuando un grandeartista, Emilio Cavaliere, célebre músico romano,convencido do que el contrapunto fugado no era laúltima palabra del arto de los sonidos, procuró dará este un carácter más ligero, más expresivo y másen relación con las palabras, poniendo en músi-ca (1590) dos pastorales de la noble dama luquesaLaura Guidiccioni, tituladas ¿a disperaúone di Si-leno y II Sátiro. Admiróse mucho esta honrosatentativa en un cenáculo de hombres distinguidosque se reunía con frecuencia en casa de GiovaniBardi, conde de Vernio, en Florencia. Allí estabanGiulio Caccini, eminente músico romano; VincenzoGalilei, padre ilustre de un hombre mucho más ilus-tre; Jacopo Peri, compositor que debía compartir conCaccini la gloria de escribir la primera ópera cono-cida; el sabio Girolamo Mei, de quien ya he habla-do; Jacopo Corsi, noble florentino y excelente mú-sico, y finalmente Octavio Rinuccini, el mejor poetadramático de Italia antes de Metastasio.

En sus diarias conferencias convinieron todosestos talentos en que para vivificar el arto era in-dispensable volver á la declamación musical de losgriegos, de la cual tantas maravillas cuentan losaltores antiguos, pero que era incomprensible áaquella camerata de eruditos, como lo es á los sa-bios de nuestros dias. Querían proscribir la multi-plicidad de las partes, renunciar al género madri-galesco, sustituyéndolo con la monodia ó sea elcanto de una voz acompañada por instrumentos ydespertando las relaciones que deben existir entrelas palabras y la música.

Para popularizar estas tendencias publicó Mei unlibro titulado Bella música áulica é moderna, y Ga-lilei sus Diálogos sobre la música y su Frontino. Mú-sico instruido y violinista notable, no se limitó Ga-lilei á combatir con la pluma, sino que ademásquiso predicar con el ejemplo. Apasionado admira-dor de Dante, escogió en la Divina Comedia el con-movedor episodio de Ugolina que empieza con esteverso: La bocea sollevó dal ñero pasto, le puso enmúsica para una sola voz con acompañamiento» deviola, y le cantó en casa del conde Vernio entre: ge-

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nerales aplausos. Animados por el éxito de estatentativa los miembros de la Sociedad Académica,reunidos en casa de Corsi, después de la partida deBardi, que había sido llamado á la corte pontificia,decidieron intentar un esfuerzo más decisivo, y en•159-4 Rimaccini compuso el poema Dafne, que pu-sieron en música Caccini y Peri. Representada estapastoral en casa de Corsi, fue acogida con entu-siasmo.

En el prefacio que escribió Peri al publicar estapartitura, cita los nombres de los artistas y aficiona-dos que la ejecutaron. Estos detalles no tienen paranosotros grande importancia, pero sí la composiciónde la orquesta que acompañaba !a pastoral, y quel;i formaban un clavicordio, un chilarrone (granguitarra española), una lira (viola baja), y un granlaúd. Más adelante veremos el desarrollo que Mon-teverde dio á su orquesta y la comparación con lacitada. Terminaba Peri su prefacio diciendo: «Algu-nas partes de este drama las compuso Giulio Cacci-ni, llamado Romano, cuyo gran mérito conoce elmundo entero (1).

A la Dafne siguió pronto una nueva obra de losmismos autores; titulábase: Eurídice, tragedia permúsica, ejecutada en las fiestas del matrimonio deEnrique IV con María de Mediéis en el palacio Pittído Florencia en 1600, y con tan grande éxito, quehubo de repetirse.

La lama llevó hasta Mantua el eco de los aplausosprodigados á estas tentativas de reformas, y lo queacababa de pasar en Florencia llamó la atención deMonteverde, firme en su determinación de crearnuevas formas musicales más melódicas que lashasta entonces ainpleadas. En 1607 aparecieron losSchern musicales, con un prefacio de su hermanoGiulio-Cesare Monteverde en que se refutaban lascalumnias propaladas contra el compositor; pero nolo hizo con mucho acierto, justificando el proverbio,«vale más un enemigo sabio que un torpe amigo,»pues despertó los odios de los adversarios de suhermano, que habían disminuido en intensidad yque se hubieran apagado por falta de alimento.

Artusi, que no se dejaba herir impunemente, pu-

(1) En su introducción histórica de Las glorias de Italia, Mr. Ge-vaerl, que me parece apasionado rn favor de Peri, le coloca como meio-disla, muy por encima de Caccini y Monteverde. A propósito de laDfjfne, de Marco Gagliaro, dice que los recitados de esta ópera están cal-cados sobre los de Peri, 3slo es, que ios considera muy inferiores. Ga-gliaino pasaba, sin embargo, por uno de los mejores compositores de su¿poca, y su reputación era mayor que la de Peri. Mas adelante dice Ge-vadrt: «En sus melodías se asemeja Gagliano a la manera de Caccini,ios htnghigiri di vce, abundan, etc., etc.» Esta observación no con-cuerda con lo que Gagliano dice en el prefacio de su Dafne, respecto ó iosadornos del canto empleados por él en muchos sitios, tales como grupet-í i , trinos, pasos, e tc . , «que en genera) deben evitarse, cuidando muchode! sitio y las circunstancias en que se emplean.» ¿Qué mejor'contestacionpueie darse a la censura de Mr. Gevaert sobre los lunghi giri di voceí

blicó entonces (1608) su Discorso secondo, con elmismo seudónimo de Braccino da Todi, y en térmi-nos tan poco benévolos y leales como los de su pri-mer discurso. Al canónigo de San Salvatore pareciócómodo conservar el seudónimo para encubrir losinsultos, y guardó tan bien el secreto, que jamás seha encontrado prueba material de que sea el autorde ambos libelos.

Acababa de escribir Rinuccini el poema de Arian-na, ópera seria (1), para las bodas del príncipe Fran-cisco de Gonzaga, hijo del.duque de Mantua, conMargarita de Saboya, y se encargó á Monteverdeque escribiera la música. Excitado por los triunfosde Caccini y de Peri, creyó llegado el momento depresentar la prueba de su valer ó imponer silencioá sus detractores. Representada delante de la corteen 1608, Arianna fue recibida con aclamaciones, yel lamento de Ariana llorando el abandono de Teseoprodujo trasportes de admiración. Esta melodía hasido célebre durante mucho tiempo en Italia, dondepasaba por una maravilla del arte. «No hay damaalguna, dice un escritor de la época, que puedacontener las lágrimas de compasión que le arrancantan patéticos acentos,» y tanto gustaba al mismoMonteverde, que treinta y tres años después la aplicóá palabras latinas expresando las lamentaciones dela Virgen al pié de la cruz, para intercalarla en suSelva morale éspirituale, publicada dos años antesde su muerte. Es la última pieza de esta coleccióny se titula Pianto della Madonna sopra il lamentodelV Arianna.

«El bajo incorrecto y la armonía áspera y capri-chosa con que el compositor ha acompañado estamelodía, dice Fetis, no perjudican su carácter pro-fundamente melancólico. Muy superior á Peri, áCaccini y hasta á Emilio del Cavaliere por la inven-ción de la melodía, tiene en esta obra rasgos cuyaexpresión patética, aun hoy, excitaría la admiraciónde los artistas.»

«Escrito en el registro de mezto soprano, diceM. Félix Clement, el pianto de Ariana es una melo-día extraordinaria, teniendo en cuenta la época enque fue compuesta. Esta escena ha sido concebidacon gran sentimiento y naturalidad; la terminaciónde los versos, el corte de las frases, la vuelta á lasexpresiones de ternura, son á propósito para darorigen á las formas simétricas y regulares ¿el canto,al mismo tiempo que pintaban el desorden y la agi-

(1) A la representación de Atianna habla precedido la de Dafne,poema de liinuceini, música de Marco Gagliano. Rinuccini acababa devolver de Francia adonde había seguido á María de Mediéis, de quien es-taba enamoradísimo.

La historia no refiere que fuera correspondido; pero, nombrado gentil-hombre de la cámara dei rey, cometió la torpeza de confiar sus esperanzasa varios colegas suyos, que se burlaron de él basta el punto de verseobligado á volver á Italia.

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tacion en el alma de Ariana. Por su carácter parecemodelada esta obra en las escenas patéticas de lostrágicos antiguos, y, sobre todo, de Eurípides, ha-biendo á su vez servido probablemente de modeloá los monólogos apasionados, objeto después debrillantes manifestaciones del genio de la músicateatral.»

Por mi parte aseguro que, á pesar del corteanticuado de la melodía y de su forma añeja,este lamento, interpretado hoy por una cantatrizde talento, por una artista verdaderamente dignade este nombre, podría, no sólo hacer correr laslágrimas, sino excitar profunda emoción en el audi-torio (1).

Alentado por lo bien acogidas que eran sus com-posiciones, publicó en seguida Monteverde el bailetitulado Donne ingrate, y en 1609 Or/eo, ópera se-ria; ambas obras se ejecutaron ante la corte de Man-tua, siendo recibidas con aclamaciones de entusias-mo. En ellas, y principalmente en Or/eo, el grancompositor introdujo nuevas formas de recitado, in-ventó el dúo escénico é imaginó variedades de ins-trumentación de nuevo y agradable efecto.

«En esta partitura, dice M. Félix Clement, el com-positor puso acordes disonantes como los de sétimadominante y de sétima sensible, con mayor atrevi-miento que lo habían hecho todos sus predece-sores.»

M. Clement ha podido añadir que atacó los- acor-des disonantes sin preparación, lo que nadie habíahecho tan descaradamente. Hasta entonces la or-questa era muy pequeña, empleándose sólo instru-mentos de poca sonoridad, como la guitarra espa-ñola, el laúd, la tiorba, un pequeño clavicordio ypequeños órganos, lo que se llamaba entonces stro-menti che fanno poco romore (instrumentos que ha-cen poco mido). Puede servir de ejemplo la orquestade la Dafne que antes he detallado. En la edición desu Or/eo, publicada en Venecia en 4613, Monteverdedio las siguientes indicaciones de los instrumentosde que se componía su orquesta.

Duoigravicembale (dos clavicordios).Un'arpa doppia (un arpa doble, es decir, con dos

filas de cuerdas para aumentar la intensidad del so-nido).

Doiii contrabassi da viola (dos contrabajos deviola de 13 cuerdas ó grandes liras).

Dieci viole da bramo (diez altos de viola).Duoi violini piccoli alia francesa (dos pequeños

violines á la francesa).Duoi chilarroni (dos grandes guitarras).Duoi organi di legno (dos órganos de madera,

(1) M. Gevaert ha publicado este lamento en su colección lituladaLas gloria* de Halla, tomo II, núm. 39. Editor Hengel y Compañía.Tengo entendido que ias partituras de Arianaa y de la Douue ingraledeben encontrarse en la Biblioteca real de Berlín.

probablemente un sencillo juego de flauteado bou-che ó bourdon.

Tre bassi da gamba (tres bajos de viola).Quatro tromboni (cuatro trombones).Un regale (un juego de regala. Este juego, que

proviene de los antiguos órganos, era un juego delengüetas, pero sin tubos).

Duoi corneta (dos cornetas).Unflautino alie vigesimo-seconda (un flajolé).Un clarino con tre trombe sordine (un clarín con

tres trompetas con sordina).Todos estos instrumentos nunca tocaban á la vez,

y la partitura lo demuestra. Los dos clavicordioshacían los ritornelos y el acompañamiento del pró-logo que representaba la música. Orfeo era acom-pañado por los contrabajos de viola; los altos deviola tocaban los ritornelos del recitado de Euri-dici. El arpa doble acompañaba el coro de Ninfas;los dos violines á la francesa anunciaban una pe-queña sinfonía á la entrada de la Esperanzarlas dosgrandes guitarras sostenían el canto de Carón, ylos dos órganos de madera el coro de Espíritus in-fernales. A Proserpina la acompañaban tres bajosde viola, á Pintón cuatro trombones, á Apolo eljuego de regalo, y al coro final el flajolé, las doscornetas, el clarin y las trompetas con sordinas.

Fácilmente se comprende la variedad que debíaresultar de esta disposición de los instrumentos,aunque so diferencie muchísimo de la que estamosacostumbrados á oir en el dia.

Queda demostrado que, con relación á la época,era un paso inmenso, un progreso incontestable,que debía llamar extraordinariamente la atenciónde las personas ilustradas.

«Tal entusiasmo hubo, dice Fetis, al oir el primerensayo de estos variados efectos, que los composi-

tores se apresuraron á emplear las violas y las cor-netas en la música religiosa.»

111.

MONTEVERDE EN VENEC1A. — SUS TRABAJOS.

Los ruidosos triunfos de Monteverde habían porfin cerrado la boca á sus envidiosos antagonistas,incapaces ya de atacar al hombre cuyo nombroaclamado por toda Italia era sinónimo de gloria yde genio. Fama tan grande debía llamar la atencióndel vigilante gobierno veneciano. En 1613 habíaquedado vacante, por muerte de Giulio-Cesare Mar-tinengo, la plaza de maestro de la ilustre capilladucal de San Marcos. Los procuradores convinieronen que sólo había un artista digno de reemplazarle,y que esto artista era Monleverde.

Venecia continuaba siendo en el siglo XVII lareina del Adriático; su poder y su fama erara toda-

474 REVISTA EUROPEA. 2 3 DE ENERO DE 1 3 7 6 . N.°100via inmensos, y su influencia para todo el mundoevidente. Los signos precursores de su decadenciaque habían aparecido eran aún muy vagos, y visi-bles tan sólo para personas perspicaces y avezadasá los negocios políticos. El gobierno oligárquico-despótico de la república, celoso de cuanto pudieraconcurrir á su grandeza y halagar su orgullo, que-ría dominar en las artes de la paz como en la in-dustria y en el comercio; pareciéndole justos y bue-nos todos los medios para alcanzar este fin, confrecuencia había acudido al dinero para atraer órelenur en Venocia á los hombres de mérito. Losprocuradores de San Marcos, fieles á este sistema,habían decidido que tendrían por maestros de capi-lla y músicos de la misma á los más ilustres artis-tas de Italia; de aquí la importancia que daba elpertenecer á la capilla de la basílica Marciana, yviendo las pruebas dificilísimas á que sujetaba á losaspirantes á organistas el reglamento de oposi-ciones, se comprende lo que se exigiría á los maes-tros de capilla. Parbosco, Cipriano Rore, ClaudioMerulo, los Gabrieli, que en la historia del arte de-jaron fama de artistas eminentes, fueron organistasde San Marcos. Imagínese si á Monteverde debíaenorgullecer el ofrecimiento de presidir el deslinomusical de este santuario del arte. Tan general ygrande era ya la gloria del maestro, que nadie in-tentó disputarle la envidiada plaza: así lo prueba eldecreto de sunombramiento, fechado en 19 de Agos-to de 1613, y redactado en los siguientes términos:«Vista la orden á los embajadores y residentes ve-necianos para que se informen acerca de los subdi-tos más famosos en esta profesión; vistas sus res-puestas relativas al hombre que se les ha designadocomo más capaz, es decir, á D. Claudio Monteverde,maestro de capilla de los serenísimos Sres. Vincen-zo y Francesco de Mantua, sus señorías ilustrísimas(los procuradores) confirmados en su excelente opi-nión sobre las virtudes y los talentos de este maes-tro, tanto por sus obras impresas como por las quecon completa satisfacción han oido hoy sus señoríasilustrísimas en la iglesia de San Marcos con el con-curso de músicos de esta capilla, decretan, etcéte-ra, etc.»

listos magistrados decidieron además que reci-biese una indemnización de cincuenta ducados paralos gastos de viaje de Mantua á Venecia, y que se lediera en la Canónica (edificio dependiente de laiglesia de San Marcos y separado de ella por el pe-queño canal de este nombre) habitación restauraday amueblada convenientemente para su uso perso-nal. Aumentaron además en 100 ducados el sueldoque para sus predecesores sólo había sido de 200,y el 21 de Agosto de 1616 lo elevaron á 400 duca-dos, á fin, dice el decreto, de decidir á Monteverdeá vivir y morir en aquel servicio (Perché abbi occa-

sione di fermar Vanimo suo di vivere é moriré aqnesto servilio). Recibió además una gratificaciónde 100 escudos el 9 de Octubre de 1639, y otra de100 ducados el 14 de Diciembre de 1642.

A los cuarenta y cinco años tomó posesión delcargo, ilustrado por Adriano Willaert y Zarlino, yconsagró á su desempeño todo el talento y tocia laenergía de que estaba dotado. Hizo jubilar con pen-siones á los chantres ancianos y los reemplazó conjóvenes de fresca voz, y formó reglamentos muy se-veros, pero muy bien pensados, para ejercicios delos músicos y de los chantres que á sus órdenestenía, perfeccionando su instrucción y obligándolesá cumplir exactamente sus deberes. Los archivosde la procuraduría lo acreditan. Enriqueció la bi-blioteca de la capilla con gran cantidad de músicasagrada, no sólo compuesta por él, sino por losmejores maestros de Italia. Por indicación suya secompraron en 1614 misas á cuatro, cinco y seis vo-ces, de Palestrina, Soriano, Morales, d'Orlando deLassus, dePaisot, etc. Desgraciadamente, casi todasestas obras, incluyendo las de Monteverde, handesaparecido en los violentos incendios que handevorado en diversas ocasiones las dependenciasde San Marcos, ó por robos durante la ocupaciónextranjera á fines del último siglo. Cuando en 1720los procuradores determinaron que el P. MarchioAngelí hiciese el inventario de la Biblioteca Mar-ciana, el catálogo sólo mencionaba una misa deMonteverde, y cuando se hizo el segundo inventarioen 1797 ya había desaparecido. Venecia no poseo,por tanto, ni un solo manuscrito original de lasobras del compositor que tanta gloria le ha dado,y que dedicó al servicio de la república la segundamitad de su vida. Existen de ellas copias en muchasbibliotecas de Italia (1) y del extranjero, principal-mente en la biblioteca real de Rerlin, donde lasllevó Winterfeld, después de encontrarlas en unagran colección de música antigua, sacada de losconventos secularizados de Alemania y que habianreunido en Rreslau. Las obras que hoy se encuen-tran son: 1.° Selva morale é spiriluale, en la queestá intercalado el lamento de la Virgen, ó sea elPianto de Ariana. 2.° Missa genis vocibus, dedicadaal Papa Paulo V, y que, con el título de misa In illotempore, ha gozado de gran celebridad. 3." Missa áquattro voci é salmi, etc. En los últimos años de

su vida escribió además un tratado teórico-prácticode la música; pero esta obra, que quedó inédita, hadesaparecido.

(i) Persuadido estoy de que si fuera fácil registrar en la biblioteca

del Vaticano, la más rica y peor ordenada, se encontrarían muchas

obras de Monteverde.

N.° 4 00 E. DAVID.—CLAUDIO MONTEVERDE. 475IV.

MONTEVERDE ADMITIDO EN EL NÚMERO DE LOS FILARMÓ-

NICOS DE BOLONIA.—SUS CARTAS.

En 1617 el duque de Parma, Ranuceio Farnese,apasionado por la música, pidió á Monteverde queescribiese cuatro intermedios sobre la fábula deLos amores de Apolo y Endinion. Se sabe este de-talle por la siguiente carta, que el compositor es-cribió al mayordomo del príncipe. (El original deesta carta lo tiene el conde Giberto Borromeo, dis-tinguido aficionado á la música, uno de los suceso-res de San Carlos Borromeo y propietario de lasislas de este nombre en el lago Mayor.)

«Ilustre y Excelente señor:«Ayer, 9 del corriente, he recibido por el correo

una carta de Vuestra Excelencia, sumamente bon-dadosa y llena de elogios para mi persona. En ellahe encontrado copia de una nota redactada por laSerenísima duquesa de Parma, que se digna hon-rarme con el encargo de poner en música lo queVuestra Excelencia me envié. Apenas he tenido tiem-po de leer el intermedio, porque deseaba contesta-ros hoy, dia de salida del correo; pero he adivinadoen él cosas tan bellas, que estoy, en verdad, dis-puesto á consagrarme á tan bella obra. Aunque ten-go pocos momentos disponibles, ya he compuestoel principio, y el miércoles se lo haré ver á VuestraExcelencia. También he reconocido que debía adop-tar cuatro géneros de arnonia para interpretar con-venientemente este intermedio. El primero comen-zará desde el principio hasta la querella de Venusy Diana, el segundo desde la querella hasta el finde la discordia, el tercero desde que entra Plutonpara restablecer la paz hasta el principio de losamores de Diana y Endimion, y el cuarto y últimodesde estos amores hasta el fin. Puede creer Vues-tra Excelencia que sin su ayuda tropezaría conserias dificultades en algunas parles de la obra, yacerca de esto daré á Vuestra Excelencia ampliosdetalles el miércoles próximo.

«Por hoy sólo deseo dar gracias á Dios, que meproporciona la satisfacción de ejecutar las órdenesde tan altos señores mis eminentes protectores, yle ruego me haga digno del afecto de tan generososseñores, dando al mismo tiempo gracias á VuestraExcelencia y suplicándole me mantenga en su favor.Ofrezca Vuestra Excelencia el tributo de mi reco-nocimiento á SS. AA. serenísimas, á cuyos pies pon-go mis profundos y humildísimos respetos, conside-rándome su humildísimo servidor.

«Besa las manos á Vuestra Excelencia su atentoy obligado servidor,

«CLAUDIO MO.NTEVERDE.ftYenecia 6 de Setiembe de 1617.»

Monteverde, que no era ingrato, estuvo siemprereconocido á la casa de Gonzaga, cuyos príncipesfueron sus primeros protectores, y asi lo dice en ladedicatoria de su sétimo libro de madrigales (Biblio-teca del Liceo musical de Bolonia), dirigida el 13 deDiciembre de 1619 á la duquesa de Mantua, CatalinaMédicis-Gonzaga, en los siguientes términos.

«Estas composiciones, tales y como son, demos-trarán pública y auténticamente mi afectuosa adhe-sión á la serenísima casa de Gonzaga, á la cual heservido fielmente durante más de diez años.«

Gastados los dientes de la calumnia al querermorder á Monteverde, y conociendo su impotenciapara rebajarle, acabó por ceder el campo, no pu-diendo impedir que la reputación del maestro cre-ciese hasta el punto de no haber fiesta ni solemni-dad completa si no se oía su música: Bolonia, dedonde habían partido l®s primeros ataques contraMonteverde, donde Artusi era uno de los oráculosmusicales, quiso atestiguarle su grande aprecio.Llamado á esta ciudad en 1820, salió á recibirle unadiputación, compuesta de los principales ciudadanos.y de los músicos más distinguidos, á las afueras dela ciudad y sitio llamado San Michele in hosco, don-de le pronunciaron discursos y locaron composi-ciones musicales. El 11 de Julio de este año, laAcademia do Bolonia, llamada Florida, le inscribíaen el número do sus Füomusas, y la célebre Filar-mónica hacía de él uno de sus primeros miembros.Así lo atestigua una carta escrita al Príncipe deesta Academia por el monje y excelente composi-tor P. Adriano Banchieri quien, le felicita por aquellagloriosa adquisición.

Al siguiente año, los florentinos avecindados enVcnecia quisieron hacer unas magníficas honras fú-nebres á la memoria de su difunto príncipe Cosme IIde Mediéis, celebrándolas en la Iglesia de San Juany San Pablo después do haber pedido á Monteverdequ$ escribiera para ellas una misa de Réquiem.Ocupadísimo entonces, sólo pudo escribir el maes-tro el Bies ira y el De Profundis, encargando lodemás á su discípulo Giambattista Grillo, uno delos organistas de San Marcos. El poeta GiiulioStrozzi, encargado del discurso fúnebre y que es-cribió la narración de esta ceremonia, nos dice queGrillo hizo acompañar el kyrie con trombones consordina, contrabajos y órganos cubiertos dé pañosnegros para mitigar los sonidos, y que en el oferto-rio, el Domine Jesu estaba escrito en el modo hypo-lidicmo. Otro discípulo de Monteveide, FrancescoUsper, se encargó de escribir el Graduel y el Trait.Para mayor brillantez de la fiesta, Monteverde con-sintió en ejecutar un solo de viola, instrumento quetocaba de un modo incomparable. La sinfonía, diceStrozzi, escrita en el modo mixolidiano, infundíatal tristeza, que arrancó lágrimas á los fieles;. El

Í7G REVISTA EUROPEA. 2 3 DE ENERO DE 1 8 7 6 . N.° 100

Dies irm y el suave De profundis fueron cantadoscon tanta expresión, que se creía oir las almas delPurgatorio dando gracias á los ángeles que iban ávisitarlas.

La pasión de los venecianos por la música que seinterpretaba, no solo en las iglesias, sino en lospalacios de los nobles y en las casas de los ricosmercaderes de aquella ciudad comercial, proporcio-naba á Monteverde frecuentes ocasiones de haceroir su música profana. En este género de música fuedonde principalmente se apartó de las antiguas fór-mulas, y una de sus tentativas más serias de reformala liizo en 1624, cuando quiso poner en música lamuerte de Clorinda herida por Tancredo en el admi-rable episodio de la Jernsalem del Tasso. Escribióesta escena para dúo de tenor y soprano con acom-pañamiento de cuerda, y la hizo ejecutaren casadel senador Girolamo Mocenigo, donde fue recibidacon entusiasmo. Procuró sobre todo expresar musi-calmente el sentido de las palabras, siendo de notarun canto que procede por sobresaltos regulares,para representar en lo posible la idea del poeta,cuando dice que los combatientes golpeaban en suscascos y escudos (scozzan cogli elmi é coglé scudi),electo que figuró con secos y repetidos golpes dearco en el modo menor. De ello habla Monteverdeen el aviso al lector que sirve de prefacio á sus ma-drigales guerreros (Madrigali guerrieri), publicadosen Venecia en 1638 (Biblioteca del Sr. Caffl), y entrelos cuales inserta este episodio de la Jernsalemlibertada. Más adelante publicamos este prefacio.

La corte de Parma, á quien había encantado lamúsica de Diana y Bndimion, pidió en 1627 á Mon-te verde que compusiera varios intermedios sobrelos asuntos de Bradamante y de Dido, cual lo de-muestran las dos siguientes cartas que escribió á unpersonaje al servicio de la duquesa de Parma:

«llustrísimo y excelentísimo señor y protector:«Suplico á V. E. I. que no extrañe que por el

correo del miércoles último no haya contestado ála preciosa carta que V. E. I. me ha hecho el honorde escribirme. En excusa de mi silencio puedo ale-gar que el excelentísimo procurador Foscarini, miparticular protector, y cuyo hijo es podestá deChioggia, deseó que dirigiera una funzione musicaly me lia tenido en su casa un dia más de lo quedeseaba, el dia precisamente de la salida del cor-reo. No he vuelto á Venecia hasta el jueves, y aquíhe encontrado el pliego de V. E. I. con un preciosointermedio y la honrosa carta en que me mandaestar en Ferrara el 24 de este mes, que eraayer: V. E. I. conoce ya la causa de mi falta á lacita, y puede creer que ha sido grande mi pesar y loserá mayor si mi contestación no le satisface. Pa-sado este momento, me atrevo á suplicar á V. E. I.

me conceda la gracia de permanecer en Veneciahasta el 7 del próximo mes, en que el serenísimoDux debe ir procesionalmente á Santa Justina paradar gracias á Dios Nuestro Señor por la victorianaval que felizmente han alcanzado nuestras armas.El Senado quiere acompañarle, y se cantará unamisa solemne con música. Terminada esta función,me embarcaré en el buque-correo para ir á poner-me á las órdenes de V. E. I. Bueno será que vea elteatro de Parma para juzgar de la armonía necesa-ria á llenar tan vasta sala. No creo cosa fácil ponermúsica conveniente á los diversos diálogos que en-cuentro en los intermedios; pero cuando tenga he-cho algo me apresuraré á enviarlo á V. E. I., por-que ambiciono escribir nuevas melodías, mejoresque las que he hecho hasta ahora. Al ofrecerá V. E. I. mis humildísimos respetos, ruego á DiosNuestro Señor le colme de la más completa feli-cidad.

Es humildísimo y obedientísimo servidor deV. E.I.CLAUDIO MONTEVKRDE.

Venecia, 25 de Setiembre de 1627 »

Debe suponerse que la siguiente carta fue dirigidaal mismo personaje que la anterior:

«Ilustre y excelente señor:»A1 ofrecer á V. E. I. mis respetuosos homenajes,

deseo expresarle también mi viva gratitud por losextraordinarios honores que me han prodigado laseñora princesa y el serenísimo príncipe, los que nosólo han recomendado á sus ministros que se mefacilitase todo lo necesario, sino que además me hanconfirmado de viva voz tan importante gracia.

»Ya he terminado el primer intermedio, que es elde Felisa y Bradamante. El de Dido, que será elsegundo, no lo está todavía (1). Me ocupo del ter-cero, y cuando esté concluido, empezaré el cuarto,que espero terminar con ayuda de Dios. El texto delquinto no está aún en mi poder, pero creo que melo darán pronto. Hasta ahora no he cesado de es-cribir para la fiesta que se prepara; no está todoconcluido, pero sí concluido la mayor parte. Desea-ría que se me concediera también permiso para ir áVenecia á desempeñar mi cargo la noche de Navidad,en que se celebra la solemnidad más importante delaño para el maestro de capilla de nuestra basílica.

j Inmediatamente después volveré para ponerme á lasórdenes de SS. AA. serenísimas y de V. E. He dadoconocimiento de mis proyectos á SS. AA. y al señor

(1) No se ha encontrado rastro alguno de estos intermedios, escritospor Monteverde para la eorte t'e Parma. Probablemente no fueron impre-sos, y el tiempo ha destruido los manuscritos.

N.° 400 V. SROCCHl. LAS MÍGALAS. 477

mayordomo, que los han aprobado, y doy gracias áDios, rogándole con toda mi alma conserve !a feli-cidad y la salud á V. E. I., ante la cual me inclinohumildemente, besándole las manos con el mayorrespeto.

«Vuestro humildísimo y obligadísimo,CLAUDIO MOKTEVERDE.

Parraa 50 de Octubre de 1627.»

El duque Farnesio había rogado á los procurado-res de San Marcos permitieran á Monteverde ir á sucorte para escribir en ella y poner en escena estosintermedios. Los procuradores le dieron veinte diasde licencia; pero bien se comprende que era plazodemasiado corlo para tamaña empresa. Fue necesa-rio pedir á Venecia una próroga, y hé aquí la cartaque Monteverde escribió á uno de los procuradores,probablemente á Fosoarini, a quien, según hemosvisto, llama en otra carta su especial protector:

«Ilustrísimo y excelentísimo señor y patrón.«V. E. I. tuvo la bondad de concederme una li-

cencia de veinte dias para trasladarme á Parraa,donde había sido llamado por SS. AA. SS., que mehan hecho el honor de pedirme ponga música ágran cantidad de versos para ilustración de una so-berbia comedia que debe representarse aquí. Des-pués de haber visto el teatro y dado cuenta áSS. AA. del orden en que pensaba escribir los can-tos, creía poder volver inmediatamente; pero elilustrísimo señor mayordomo, escuchadas mis ra-zones, ha insistido tenazmente en que permanezcaaquí hasta después de haber compuesto cinco inter-medios de la referida comedia. No estando éstosterminados, contéstele que sólo tenía licencia deV. E. I. para veinte dias, pero objetó que SS. AA.habían escrito á Venecia á fin de que aquella se pro-longara á lo menos por lo que resta de mes, tiemponecesario si he de realizar mi encargo. También meha dicho que iba á escribir con el mismo objeto áV. E. I. y al Serrao. Sr. Dux. Advertile que era in-dispensable mi vuelta á Venecia para la misa de lanoche de Pascua, y me aseguró que volvería. Creode mi deber informar á V. E. I. y al Sermo. Dux deestos detalles. Durante la representación ordinaria,el señor mayordomo me ha dicho que SS. AA. hanescrito a Venecia, y que en su carta manifiestan eldeseo de que tan pronto como pase la octava doPascua se me permita volver á Parma para poner enescena las óperas. Ofrezco mis humildísimos respe-tos á V. E. I., y ruego á Dios le conceda toda lafelicidad posible.

Humildísimo y obligadísimo servidor de V. E. I.,CLAUDIO MONTEVERDE.

Parma 8 de Noviembre de 16-27.»

Los originales de estas tres cartas están en la bi-blioteca de Ferrara.

Según se ve, Monteverde tenía empeño en estar enVenecia antes de la noche de Pascua para dirigir alfrente de sus músicos la ejecución de la misa en lanoche de Natividad, porque en opinión del maestrode capilla de San Marcos era la mayor solemnidadmusical del año. El l>ux, el Senado y cuanto deilustre había en Veneeia asistían á la misa. Ejecu-taban las obras de los mejores compositores los ar-tistas más célebres que tenían el honroso empeñode cantar la Osella d'oro, medalla con la imagen delDux, con que recompensaban su concurso. Naturalera que Monteverde no quisiera estar fuera de Ve-necia aquel dia.—La capilla tenía un vicemaestroque le reemplazaba en los casos de ausencia, cargodesempeñado entonces por Giovani Iíovelta, perso-na tan competente que, cuando en 1643 murió Mon-teverde, por unanimidad le escogieron para suce-derle ; pero Monteverde sabía e! empeño de lamagistratura veneciana en que la función de Pascuafuese brillantísima, y era demasiado esclavo de sudeber para faltar á él en ocasión tan solemne.

ERNESTO DAVID.

Concluiré )

(Revue et Gacette Musicale.)

LAS MÍGALAS.

En la galería de reptiles del Museo de Parísexiste un animal extraño, una araña muy grande,que, por su afición al calor, ha sido admitida entrolas serpientes y cocodrilos. Este representante dela gran clase de los Arácnidos pertenece á la tribude las Terafrosas y al género Migala. Es una de esasmígalas exóticas designadas algunas veces con elnombre de aviculares, porque se ha pretendido quecazaban pajarillos. M. Lucas ha dado á la migala delMuseo el nombre especial de Bicolor (M. BicolorLucas).

Como casi todas las arañas, esta migala tieneocho ojos, casi iguales y colocados en la parte an-terior del corselete. Tres á cada lado forman untriángulo irregular, cuyo ángulo más agudo se di-rige hacia adelante. Los otros dos ojos están colo-cados entro los primeros en línea trasversal. Lasmandíbulas están armadas de dientes, de puntitasconstituyendo el pequeño aparato llamado peine órastrillo. Los palpos presentan garños que, lo mis-mo que los que tienen las patas, gozan de una re-tractibilidad comparable á la de las uñas de losgatos.

La mígala bicolor tiene el céfalo-torax de colornegro aterciopelado con reflejos verde-oliva; me-

478 REVISTA EUROPEA.- -23 DE ENERO DE 1876. N.° 100

¡iros también el abdomen y las patas, y erizados depolos de color rojizo ferruginoso. Esta especietiene mucha analogía con otras mígalas conocidasdesde hace bastante tiempo, como, por ejemplo, laMigüla Spinicrus, de Cuba, de la que se distinguepor ol color del corselete, teniendo esta parte delcuerpo de color oscuro rojizo la habitante de Cuba.Pero la araña de que nos ocupamos se parece mu-cho masa la migala versicolor, distinguiéndose, sinembargo, en la forma de los palpos y en otros ca-racteres.

Cuando la migala bicolor es adulta no mide monosde 0m08 de longitud. Es una araña cazadora, dedi-cándose por la noche á la persecución de los insec-tos que apetece. Cuando está en cautividad, se la vepermanecer inmóvil durante el dia, y has ta indife-rente á los insectos que se le ponen á su alcancepara que le sirvan de alimento. Pero en cuanto cierrala noche, guiada por su instinto, recorre rápida-mente su prisión y sacrifica inexorablemente todoslos insectos que antes desdeñaba.

Los insectos que le sirven de alimentación soncorrederas, grillos, etc., y parece que esta alimen-tación le basta, aunque en su país ataca anima-les más fuertes que estos insectos. Milbert refie-re haber salvado la vida á un bengali, cogido enla tela de la migala Leblond, y M. Perty asegurahaber visto alimentarse estas arañas de pájaros yreptiles. Es probable, sin embargo, que estos he-chos sean excepcionales. En efecto, si se examinanlas glándulas venenosas de las migalas, vése queson relativamente muy pequeñas, y difícilmente de-ben segregar la cantidad de veneno necesaria paramatar un pajarillo. Con mayor razón puede ponerseen duda que la picadura de las migalas sea peligro-sa para el hombre. D'Azara, que observó frecuente-mente negros picados por migalas grandes, no viojamás consecuencias graves de las picaduras, no-tando únicamente algunas veces un pequeño accesode fiebre.

Dos viajeros que recorrieron por mucho tiempoel Brasil, los Sres. Spix y Martius, refieren que fre-cuentemente van á las camas durante la noche mi-galas muy grandes; pero parece que, por desagra-dables que sean las visitas, nunca resultan acciden-tes de ellas.

Las migalas no so;i valientes. Walckenear con-servaba una araña de estas en un vaso de cris-tal. Un dia metió en el vaso una avispa bastantegrande, pero que no creía pudiese resistir los ata-ques de una araña capaz de matar reptiles y pája-ros. La avispa se lanzó atrevidamente, la migala re-trocedió, fue picada y murió. Por lo demás, pareceque estas arañas no producen en su país una repul-sión tan pronunciada como la que nos hacen experi-mental1. Así es que en las islas de América se sirven

de las uñas con que están armadas sus mandíbulaspara hacer mondadientes. Atribuyese á estos singu-lares instrumentos la virtud de impedir la caries delos dientes y la de calmar el dolor de muelas. Pormucho tiempo se ha ereido que las migalas exóticasno tenían habitación y que nunca construían nadaque se pareciese á las maravillosas moradas do lasmígalas que habitan nuestras comarcas. PatrickBrown había hablado en 1756, en su Historia, de laJamaica, de una araña grande, que labra un tubo enel suelo; pero creíase que era un trabajo groseroque no podía compararse al tubo de nuestras miga-las albañilas. Pero V. Audouin describió después elnido de una migala, procedente de Nueva-Granada,muy semejante á los de las migalas europeas. Todoel mundo conoce, al menos por referencia, las ha-bitaciones de estas últimas. Pero tal vez no sea in-útil recordar rápidamente sus maravillosas disposi-ciones. Tomaremos por tipo el nido de la migalade Córcega, que parece ser la más perfecta de estashabitaciones. Pero digamos antes algo del construc-tor. Esta araña tiene color pardo-claro, uniforme ysin manchas en el abdomen. Las mandíbulas estánarmadas con cinco ó seis espinas, guarneciendo elborde superior de estos órganos, y algunas otrasmenos pronunciadas colocadas fuera de las prime-ras. Esta migala habita tubos que ella misma horadaen terrenos arcillosos y que tienen próximamente0m06 de altos por OmO75 de anchos. Rectos en lasdos terceras partes de su longitud, se hacen ligera-mente oblicuos en la extremidad inferior. Si se exa-mina cuidadosamente estos tubos, vése que no sonsencillas galerías abiertas en el suelo, sino quepresentan paredes formadas por una especie de ar-gamasa, de modo que, con un poco de cuidado, selas puede aislar completamente y hasta hendidas entoda su longitud. El interior de estos tubos está ta-pizado de una tela sedosa, delgada y lisa.

Cuando se quiere tapizar una habitación con telasde valor, se cuida primeramente de cubrir las pa-redes con papel grueso. No hace otra cosa la miga-la. Antes de colocar la tela sedosa con que tapizasu morada, recubre las paredes del tubo con otramás gruesa formada por hilos bastos. Una vez cons-truida la casa, es necesario cerrarla, y aquí es dondese ve á la migala realizar verdaderos prodigios. Laspuertas de nuestras habitaciones, girando sobre susgoznes, van á apoyarse en un rebajo del umbraldonde se sujetan de diferentes maneras. La mígalaemplea procedimientos completamente análogos.En el orificio exterior del tubo adapta una puertaque queda sujeta con una charnela y retenida en unrebajo circular. Esta puerta se abre de dentro áfuera. Si se examina superficialmente esta especiede tapadera, parece formada simplemente por unatela fuerte, lisa y como apergaminada. Pero obser-

N.°100 O. TENAUI). EXPLORACIONES RUSAS EN ASIA. 479vando con más atención, se ve que esta tapaderaestá muy lejos de ser tan sencilla como parece. Sise corta, se nota primeramente que en un espesorde cinco á siete milímetros no se cuentan menos detreinta capas formadas alternativamente de tierra ytela. Estas capas sucesivas, incrustadas unas enotras, se han comparado con exactitud á las pesasde bronce de las balanzas pequeñas, cuyos discosse cubren sucesivamente. Yóse además que cadacapa de tela llega á la charnela, que de esta maneraresulta tanto más gruesa, cuanto mayor espesortiene la puerta, de modo que siempre hay una pro-porción igual entre el volumen de la puerta y lafuerza de la charnela.

Pero no es esto todo. Al examinar el borde circu-lar de la tapadera, vése que en vez de estar cortadaen línea recta, io está en línea oblicua de fuera ádentro, de manera que representa en conjunto lasección trasversal de un tronco de cono. De la mis-ma manera el orificio del tubo está cortado en bi-sel, pero en sentido contrario. Fácilmente se com-prende el objeto de esta disposición. Si la tapaderatuviese el borde derecho, solamente podría impedirla charnela que penetrase excesivamente dentro deltubo, y en este caso, una presión accidental que vi-niese de fuera bastaría para romperla.

Para ocultar su morada, la mígala, como ya he-mos visto, afecta calculada negligencia en la con-fección de la superficie exterior de la tapadera, y lasasperezas de esta parte facilitan también á la arañala entrada en su domicilio. Si se examina la super-ficie interna de la tapadera, que hemos dicho sercompletamente lisa, vése que esta superficie estátaladrada por agujeritos en número de 30, próxima-mente; y se ha podido observar directamente el usode este nuevo perfeccionamiento. Cuando la mígalaquiere cerrar herméticamente su puerta para resis-tir una invasión procedente del exterior, se engan-cha con las patas á las paredes del tubo y á la su-perficie interna de la tapadera con los garfios queguarnecen sus mandíbulas. Siendo la superficie lisay apergaminada, no ofrecería punto de apoyo á laaraña, y para obviar este inconveniente hace losagujeros de que hablamos, y en los que introducelas espinas desús mandíbulas. Obsérvase además queestos agujeros no están colocados al azar, sino si-tuados cerca de los bordes de la tapadera en el ladoopuesto á la charnela, teniendo de esta manera másefecto la tracción que hace el animal. En la tapaderaque cerraba el tubo de otra mígala que se encontróen las cercanías de Montpellier (M. Cmmentaria) nose han observado los agujeros de que acabamos dehablar. Esto consiste en que la tela que tapiza lasuperficie interna no es tan tupida y el animal puedefácilmente cogerse á ella.

Colocada detras de esta puerta , que fácilmente

puede mover, la migala permanece en acecho. Enlas noches de verano se ve la puerta entreabierta.Si pasa un insecto revelando su presencia con ligeroruido, en seguida se lanza la araña, se precipita so-bre la presa, y cargada con ella desaparece en sumorada.

Parece que solamente las mígalas hembras seocupan en la construcción de estos maravillososnidos, puesto que L. Dufour, Audouin y otros mu-chos observadores solamente han encontrado hem-bras dentro de los tubos. En cuanto á los machos,se les encuentra vagando por fuera ú ocultos debajode las piedras.

Hemos relatado con suma brevedad los asombro-sos trabajos de las mígalas. V. Audouin, al terminarsu Memoria sobre la araña de Córcega, hace lassiguientes reflexiones: «Cuanta mayor perfecciónencontramos en el trabajo de esta araña, más obli-gados nos vemos á reconocer que todos sus actosderivan exclusivamente del instinto, porque si seadmitiese que el animal podía realizarlos con algunareflexión, habría que concederle, no sólo un racio-cinio muy perfecto, sino también conocimientos queel hombre no adquiere sino por largo trabajo deespíritu y porque ha aprovechado la experiencia desus antepasados.»

Permítasenos oponer á estas palabras de V. Au-douin las siguientes líneas que escribía reciente-mente el sabio profesor de entomología del Museo:

«Siempre se habla de instinto cuando se trata delos actos de la vida de los animales... Existe unaley general que conviene tener presente. Los seresparticularmente dotados poseen instrumentos natu-rales; movidos por fuerza ciega, procuran servirsede estos instrumentos; este es el instinto. Solamentela inteligencia puede dirigir obras complicadas, enlas que hay peligros que evitar, dificultades que

y obstáculos que dominar.»DB. PAUL BROCCHI.

(La Nature.)

CRÓNICA GEOGRÁFICA.

LAS NUEVAS EXPLORACIONES RUSAS EN ASIA.

¥a hemos resumido el viaje hecho por algunosrusos al principado de Kinar: ahora vamos á hablarde otras dos expediciones, la del coronel Sosnofskiá China y la del general Lomakine á las estepastranscaspianas.

La primera, actualmente en curso, está llamadaá producir grandes resultados para la geogafia diel

REVISTA EUROPEA. 2 3 I)E ENERO DE 1 8 7 6 . N.° 100

Asia central, pues se trata de atravesar la China delS. E. al N. 0. hasta Kuldja, en Rusia. Sosnofski ysus compañeros salieron de Han-Kao el 23 de Eneroanterior, siendo interrumpida su marcha por variosincidentes y un accidente, pues el 10 de Abril nau-fragaron en el rio de Han, por donde viajaban si-guiendo la costumbre china, en cuyo país la nave-gación fluvial es el principal medio de comunicación.Al remontar dicho lio, el barco donde iban Sos-nofski, el fotógrafo, el intérprete y dos cosacos,se rompió en los torrentes de Yan-Sian, y, aun-que no salió ninguno herido, perdieron todo elequipaje, parte del dinero y armas y el pasaporteconcedido por las autoridades chinas. Los viajerosfueron muy bien tratados por los funcionarios delpaís, y, en cuanto llegaron á Han-Tchung-Fu, seles dio alojamiento, escolta y nuevo pasaporte; lapoblación también les demostró simpatía y benevo-lencia.

La ciudad de Han-Tchung-Fu está situada en unavasta llanura, rodeada de colinas; su temperaturaes muy elevada en primavera, y por ello los frutosmaduran muy pronto, tanto que en el mes de Abrillas cerezas y las fresas ya habían concluido. Segúnlos habitantes, el clima es muy seco en verano, y lalluvia un fenómeno rarísimo. En Junio y Julio elcalor es intolerable, pero en otoño las tempestadesson frecuentes; el frío es poco en invierno, si biennieva hasta Enero. La ciudad, habitada por 80.000personas, según los documentos oficiales, ha sufri-do mucho en la insurrección de los Tae-Pings, y to-dos sus grandes edificios han sido abrasados; dondese elevaba un templo ó un palacio, sólo queda unsolar, cubierto con las osamentas de las víctimasy con algunas chozas improvisadas. Por fortuna, losDungans, musulmanes insurrectos, no han atacado¡i Han-Tchung-Fu, lo cual le permite ir reparandosus pérdidas.

La expedición rusa permaneció más de un mes endicha ciudad, esperando de Pekin el duplicado delpasaporte perdido y dinero y armas, en reemplazode las caidas al rio. Recibido todo, se puso en mar-cha el 1." de lunio, dirigiéndose á San-Tchu-Fu,en el Ka.n-Su, por el camino de Tsin-Tchu, largo deveinte dias de viaje, pues el de Hung-Tchu-Fu esdifícil y solamente á propósito para bestias de car-ga, y el país, devastado por los rebeldes, no tieneninguna importancia.

La expedición del general Lomakíne ai desiertoentre Khiva y el mar Caspio tenía por objeto recor-rer el antiguo cauce del Oxus, aún desconocido;pues aun cuando en 4873 el coronel Glukhofski,partiendo de Khiva, había seguido el cauce secohasta un punto nombrado Sari-Kamich, se tratabado completar aquel estudio. Nadie puede desconocerla importancia de esta exploración, recordando que

el gran rio del Asia central, hoy afluente del mar deAral, llevaba en otro tiempo casi todas sus aguas almaj* Caspio, y si le pudiera obligar á tomar su an-tigua dirección, el Turkestan estaría en comunica-ción directa con Europa, bien en barco, si hubieraagua abundante, bien por un buen camino, en elcual se hallaría continuamente bebida y alimento,pues el Oxus fertilizaría todos los áridos terrenosde las estepas actuales. El antiguo cauce del rio esnombrado Uzboi por los Turcomanos.

La expedición, compuesta de 1.000 hombres deinfantería y cosacos, cuatro cañones y una bate-ría de cohetes, partió de los pozos de Mula-Kariel 8 de Junio, llegó al Uzboi el 11, y lo remontóhasta los pozos de Igdy, donde llegó el 20. El Uz-boi presenta los caracteres del cauce de una grancorriente de agua. El camino es largo y penoso, ácausa de los montecillos de arena que á cada pasolo interrumpen, los cuales llegan á tener hasta 70pies de altura, teniendo que atravesar el Uzboi parafranquearlos. En este se hallan con frecuencia lagosde agua, ya salada, ya dulce, y muchos pozos, cu-yas aguas son en unos salinas y en otros sulfuro-sas. El trayecto más penoso fue el de los pozos deArralu á Igdy, 40 millas sin agua; pero, por fortuna,los soldados llevaban provisión para tres dias, le-gumbres comprimidas y extracto de carne, y se les .daba dos veces al dia té, al cual son tan aficionadoslos rusos.

El 22 de Junio una partida, compuesta de un to-pógrafo, un ingeniero, un agente comercial y varioscosacos se dirigieron por Bala Ichen hacia Sara-Kamich, en cuyo punto debían encontrar á los en-viados del Khan de Khiva. Esta misión consiguiócompletamente su objeto; pero no pudo volveradonde quedó la expedición hasta fin de mes, du-rante cuya estancia de ésta en Igdy sufrió mucho,pues el calor era atroz, el agua detestable y elviento los cubría constantemente de polvo y arena.El 1." de Julio volvieron hacia el mar Caspio, y el 1Sllegaron á Mula-Kari, punto de partida, con 17 en-fermos y dos muertos por el calor.

0. TENAUD.

El primer bugue acorazado chino.En el arsenal de Kiang-Chang se ha terminado

recientemente el primer buque acorazado chino.Este buque es pequeño, de 195 toneladas sola-mente, 31m 70 de longitud en la linea de flotacióncuando está cargado, y 6ni20 de latitud. La corazatiene 0«062 de espesor en el centro, y 0m50 en losextremos, y descansa sobre cojinetes de madera deteck de 0nl121. Este buque está provisto de espo-lón y debe llevar un cañón Krupp de 0m171. Uningeniero inglés trazó los planos y lo han construidoobreros chinos bajo la dirección de un contramaes-tre inglés.