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REVISTA EUROPEA. NÓM. 183 26 DE AGOSTO DE 1877. AÑO IV. LA POESÍA CABALLERESCA LOS LIBROS DE CABALLERÍAS. X * Con mayor empeño que en el tema relativo á la preexistencia de narraciones en prosa respecto á los poemas del Rey Arthus, renace la cuestión, en lo que toca á los poemas que celebran el Santo Greal 6 Graal. M. Moland, al estudiar en 4862 los Oríge- nes literarios de la Francia (i), sosl.iene con ahinco que el libro en prosa da Saint Graal ct de la Table rende es el libro princeps, y que se escribieron es- tas voluminosas y extensísimas narraciones por Roberto de Borrón , Gasse le Blond y Gualtero Map, en la segunda mitad del siglo XII, citando en su apoyo la autoridad de Ilelie de Borrón, primo del autor ó traductor, y muy especialmente el texto ya recordado del cronista Hulinando, que floreció en la corte de Felipe Augusto, y que decía: «Ilanc historial» latine scriptam invenire non pottui, sed tantum gallice scripta habetur á quibusdam proceribus, nec facile, ut aiunt, tota invenid po- test.» De este texto se desprenden dos noticias por extremo interesantes, á saber, qne existia una his- toria latina del Santo Graal, y que so hab¡a traduci- do al francés por proceres. No serian quizá Gasse leblond y G. Map los redactores, como intenta de- mostrar Fauriel; pero los códices existen, y los trozos publicados confirman las afirmaciones de M. Jonchbloet y M. Moland, de acuerdo con la tradición erudita de los críticos franceses, desde Ouquesnel y los autores del tomo XV de la Historia literaria de la Francia. Que el libro de Borrón, Gasse y Map no era uria sencilla traducción del libro latino, es no- torio: Si Roberto do Boron, ó Borrón, puso mano en la redacción de la crónica en prosa, es muy de dudar, pero es lo cierto que entre 1160 á 1170, Boron publicó el poema del Santo Graal que consta de4.000 versos, y publicó en 1841 M. Michel, de * Véanse los números 101,162, 163, 164, 165 y 168, pági- nas 353. 385, 422, 449, 481 y 590. (1) París! Didier. 1862. TOMO X. tan respetada memoria en estos estudios. Pero bien fuera anterior la publicación del poema de Boron á la de la narración novelesca de Map ó Gasse, bien fuera posterior, y por lo tanto, se inspirase en las leyendas vertidas al francés, ó en otras fuentes extrañas al trabajo de Map y Gasse, es indudable que Boron bebió en fuentes eclesiásticas, en leyen- das monásticas, análogas ó semejantes al libro que sirvió de base á las tareas de Map. Que las narraciones novelescas redactadas por Map y Gasse no eran meras traducciones, se advier- te, como indica M. Paris, al reconocer los elementos literarios laicos y profanos, que se ingieren de orí- gen oriental y bizantino; pero campea y predomi- na un espíritu y una tendencia, en el conjunto y en los caracteres, que obliga á confesar que los escri- tores laicos secularizaron una.leyenda eclesiástica, combinándola con reminiscencias y atavíos profa- nos. Quizá esta leyenda eclesiástica creció en los conventos de la verde Erin; quizá obedecía en su crecimiento al estrecho y admirable consorcio de las tradiciones de raza con el espíritu cristiano y con el sentimiento nacional, en países en que se conta- ba que Fingal, convertido por San Patricio, le su- plicaba bañado en lágrimas ¡e permitiera celebrar á los héroes de su raza, y en aquellos centros, directos herederos, según Moland, de Alejandría y de Bizan- cio, tomó carne una leyenda recordada en los dias ele Cai'lovinj¡io en los monasterios de los Vosgos, y que se enlaza con los primitivos del Cristianismo y se descubre ya en el Evangelio de Nicodemus. Quizá la tradición latina do Fortunato, que legó al convento de Moienmoustiers las reliquias de Joseph de Arimathía, inspirase antes ó después á Roberto de Borrón, que publicó el poema del Santo Graal; quizá la crónica latina del monje de Glastonbury intitulada Líber Gradalis, que sirvió de cuadro á G. Map para tejer la narración, fuera compendio y resumen de leyendas; quizá la novela que ponía en lengua francesa Map, en servicio de su amo y señor y para disputar las preeminencias y primacías que reivindicaba la silla de Roma, tuviera originariamen- te un fin político; pero sea una ú otra la tesis que venza en esta disquisición erudita, no invalidará Ja afirmación de que el Liber Gradalis ú otra leyenda latino-eclesiástiea, deben ser tenidas como el ori- gen y el germen del sub-ciclo caballeresco del Sanio Graal. La tradición latina existia en Europa, y en la leyenda eclesiástica se inspiraron el trovero 17

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REVISTA EUROPEA.NÓM. 183 2 6 DE AGOSTO DE 1 8 7 7 . AÑO IV.

LA POESÍA CABALLERESCA

LOS LIBROS DE CABALLERÍAS.

X *

Con mayor empeño que en el tema relativo á lapreexistencia de narraciones en prosa respecto álos poemas del Rey Arthus, renace la cuestión, en loque toca á los poemas que celebran el Santo Greal6 Graal. M. Moland, al estudiar en 4862 los Oríge-nes literarios de la Francia (i), sosl.iene con ahincoque el libro en prosa da Saint Graal ct de la Tablerende es el libro princeps, y que se escribieron es-tas voluminosas y extensísimas narraciones porRoberto de Borrón , Gasse le Blond y GualteroMap, en la segunda mitad del siglo XII, citando ensu apoyo la autoridad de Ilelie de Borrón, primodel autor ó traductor, y muy especialmente el textoya recordado del cronista Hulinando, que florecióen la corte de Felipe Augusto, y que decía: «Ilanchistorial» latine scriptam invenire non pottui,sed tantum gallice scripta habetur á quibusdamproceribus, nec facile, ut aiunt, tota invenid po-test.» De este texto se desprenden dos noticias porextremo interesantes, á saber, qne existia una his-toria latina del Santo Graal, y que so hab¡a traduci-do al francés por proceres. No serian quizá Gasseleblond y G. Map los redactores, como intenta de-mostrar Fauriel; pero los códices existen, y lostrozos publicados confirman las afirmaciones deM. Jonchbloet y M. Moland, de acuerdo con latradición erudita de los críticos franceses, desdeOuquesnel y los autores del tomo XV de la Historialiteraria de la Francia.

Que el libro de Borrón, Gasse y Map no erauria sencilla traducción del libro latino, es no-torio: Si Roberto do Boron, ó Borrón, puso manoen la redacción de la crónica en prosa, es muy dedudar, pero es lo cierto que entre 1160 á 1170,Boron publicó el poema del Santo Graal que constade4.000 versos, y publicó en 1841 M. Michel, de

* Véanse los números 101,162, 163, 164, 165 y 168, pági-nas 353. 385, 422, 449, 481 y 590.

(1) París! Didier. 1862.

TOMO X.

tan respetada memoria en estos estudios. Pero bienfuera anterior la publicación del poema de Boron ála de la narración novelesca de Map ó Gasse, bienfuera posterior, y por lo tanto, se inspirase en lasleyendas vertidas al francés, ó en otras fuentesextrañas al trabajo de Map y Gasse, es indudableque Boron bebió en fuentes eclesiásticas, en leyen-das monásticas, análogas ó semejantes al libro quesirvió de base á las tareas de Map.

Que las narraciones novelescas redactadas porMap y Gasse no eran meras traducciones, se advier-te, como indica M. Paris, al reconocer los elementosliterarios laicos y profanos, que se ingieren de orí-gen oriental y bizantino; pero campea y predomi-na un espíritu y una tendencia, en el conjunto y enlos caracteres, que obliga á confesar que los escri-tores laicos secularizaron una.leyenda eclesiástica,combinándola con reminiscencias y atavíos profa-nos. Quizá esta leyenda eclesiástica creció en losconventos de la verde Erin; quizá obedecía en sucrecimiento al estrecho y admirable consorcio de lastradiciones de raza con el espíritu cristiano y conel sentimiento nacional, en países en que se conta-ba que Fingal, convertido por San Patricio, le su-plicaba bañado en lágrimas ¡e permitiera celebrar álos héroes de su raza, y en aquellos centros, directosherederos, según Moland, de Alejandría y de Bizan-cio, tomó carne una leyenda recordada en los diasele Cai'lovinj¡io en los monasterios de los Vosgos, yque se enlaza con los primitivos del Cristianismo yse descubre ya en el Evangelio de Nicodemus.Quizá la tradición latina do Fortunato, que legó alconvento de Moienmoustiers las reliquias de Josephde Arimathía, inspirase antes ó después á Robertode Borrón, que publicó el poema del Santo Graal;quizá la crónica latina del monje de Glastonburyintitulada Líber Gradalis, que sirvió de cuadro áG. Map para tejer la narración, fuera compendio yresumen de leyendas; quizá la novela que ponía enlengua francesa Map, en servicio de su amo y señory para disputar las preeminencias y primacías quereivindicaba la silla de Roma, tuviera originariamen-te un fin político; pero sea una ú otra la tesis quevenza en esta disquisición erudita, no invalidará Jaafirmación de que el Liber Gradalis ú otra leyendalatino-eclesiástiea, deben ser tenidas como el ori-gen y el germen del sub-ciclo caballeresco delSanio Graal. La tradición latina existia en Europa,y en la leyenda eclesiástica se inspiraron el trovero

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Roberto de Borrón, el narrador G. Map, y aun lostrovadores provenzales, si acaso un trovador pro-venzal sirvió de modelo á Wolfrang d'Eschenbach,como declara el poeta alemán.

Pero, ¿cómo se presenta esta leyenda latina enla narración novelesca de Gasse ó Map, ó Helie deBoron, ó de los proceres que se sirvieron de estospseudónimos? M. P. Paris nos dice que la invencio-nes de Map-presentan caracteres orientales, son deñsonomía bizantina y fisonomía armoricana ó cám-brica (1). ¡Siempre el Oriente y la influencia bizanti-na excitando la vitalidad poética de las nacionalida-des occidentales! El libro ó la tradición latina queinspiró á R. de Boron y al monje de Glastonsbury,nacia indudablemente de una tradición gnóstica delos primeros siglos del cristianismo, y que en for-ma alegórica representaba la gnosis, ó la verda-dera ciencia en que consiste la salud de los hom-bres y los favores y mercedes con que sostiene lavida espiritual en las contradicciones y luchas dela existencia terrena.

El libro se abre con una leyenda monástica. Uneremita bretón, Nasciano, tuvo una aparición. ElMaestro de toda ciencia y de toda sabiduría se leapareció en sueños, y le entregó un libro misterio-so, que guardado en el santo tabernáculo, desapa-rece, siendo preciso que el piadoso eremita em-prenda, guiado por animal prodigioso, larga pere-grinación hasta encontrarlo en una capilla recóndi-ta y solitaria entre altísimas rocas. Nasciano tras-cribe el libro, y terminada la copia, el libro ori-ginal voló, desapareciendo entre las nubes.

El carácter oriental, y en mi sentir gnóstico de laleyenda, se manifiesta con toda claridad en estaalegoría, en el origen divino y en las virtudes ce-lestes atribuidas al libro. El libro narraba que en eldia temeroso de la muerte del Hijo de Dios, José deArimathia, varón piadoso y justo, pidió,á Pilatos enrecompensa de antiguos servicios, el. cuerpo de Je-sús, y el mismo José había recogido en dias anterio-res el vaso de que se sirvió Jesús en casa de Simónpara la celebración de la Pascua. José recogió en e\vaso (graal) las gotas de sangre que caían de las he-,ridas del divino cuerpo, y su piedad indignó á losjudíos, de suerte que prendieron á José, encerrán-dolo en honda mazmorra por no querer entregar lapreciosa reliquia. El dia de la Resurrección, Jesússe apareció al creyente en su prisión y le entregóel vaso sagrado, y oyó de los celestes labios queera el elegido para conservar el monumento insig-ne de la vida y muerte del Redentor.

Cuarenta años permanece en prisiones José; perocuando Vespasiano castigó á los deicidas y tomó á

(1) P. París, Les romans de la Table ronda. Tomo I.Paris, 1868.

Jerusalen, al caer en escombros el castillo, aparecióJosé, como si el tiempo no hubiera trascurrido, jo-ven y hermoso, reconociendo apenas á su mujer yá sus hijos que habian envejecido por los años ypor el dolor. Con los suyos se dirige al Eufrates,llevando procesionalmente la santa reliquia, y enSarras, cuna de los pueblos sarracenos, José es or-denado por un ángel, y la virginidad es condicióndesde aquel punto necesaria para ser custodio delSanto Vaso.

Se complace en este punto el autor en describirlas ceremonias del culto y en narrar la conversiónde los árabes al cristianismo, gracias á los milagrosy maravillas que se cumplen por la divina virtud delSanto Graal. Las guerras entre el rey de Sarras yPtolomeo de Egipto, la victoria de Evalach, sus du-das, su triunfo y el espléndido palacio que edificapara custodiar la santa reliquia, son otros tantoselementos bizantinos que ingiere G. Map en su nar-ración.

Entonces se asocia la lanza maravillosa al SantoGraal. La lanza convierte también á los pueblos, perono con la secreta ó inefable virtud del Graal, sinoimperativa y violentamente. Nuevas peregrinacio-nes llevan á José y á los suyos á las orillas del mar,y embarcándose en la camisa del piadoso guarda-dor del Graal, que milagrosamente les sirve de bal-sa, navegan á la luz de las estrellas, tocando aldespuntar el dia en las costas de Inglaterra.

Con singular ardor y grandes frutos predican elEvangelio en las islas, y José instituye, á imitaciónde la mesa Pascual, la mesa ó tabla cuadrada, en laque sólo podían sentarse los limpios da corazón; ycuando el obispo misionero se ve perseguido porun rey insular, acude en su socorro desde el extra-mo Oriente Mordrain el Sarraceno ya convertido, enla nave de Salomón: se apodera del país y fundadinastías y poderosos linajes, entre los que figuranen primer lugar los once sobrinos de José, en tantoque Alacú, otro de fus sobrinos, es el elegido paracontinuar la guarda del Santo Vaso. Estos reyes sellamaron siempre Reyes Pescadores, algunas vecéepecadores, por tomar los poetas posteriores en unoó en otro sentido la palabra Pecheur, pero siempreen las narraciones de Map se emplea en un sentidoalegórico, y para disputar el título de elegido alsucesor de San Pedro que ostentaba el anillo delpescador. Mordrain, ciego y retirado en un ocultomonasterio, sobrevivió aún trescientos años, paraser como testigo irrecusable, presencial y vivo detodas estas maravillas._

En esta narración campean los rasgos privativosde las leyendas monásticas. Es una enseñanza teo-lógica la que va envuelta en la narración de estossucesos estupendos y maravillosos. Los sueños pro-féticos, los milagros de la divinidad, y los quese

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realizan por la virtud sania de las reliquias, consti-tuyen todos los resortes novelescos á que acude elautor para el desarrollo de la Leyenda, y los miste-rios de la gracia, las intercesiones y apariciones dede seres sobrenaturales, vencen las oposiciones ylos obstáculos que la maldad humana ó las tramasinfernales, oponen al cumplimiento de la voluntaddivina, expresamente declarada por enviados ce-lestes.

En determinados momentos la leyenda reviste loscolores de la mas ardiente exaltación mística y pro-fética. Jesús, al entregar el vaso sagrado á José deArimathia, exclama: «Nada te faltará por la virtuddel vaso que dejo en tus manos: tus mayores deseosse verán satisfechos. Cuando necesites ayuda, con-suelo ó consejo, recurre al Santo Graal, implora laTrinidad, y en tu corazón encontrarás lo que pidas.Te dejo, y no vienes conmigo, porque no ha sonadoaún la hora en que debe aparecer nuestro amor en-tre los hombres. Espera y confía, que un prodigiote libertará.» Al morir José, anuncia también laaparición de nuevos defensores de la verdad cris-tiana, limpios y puros, que se consagrarán á com-batir á los enemigos de Dios, y en otros pasajes secelebra una milicia sacerdotal, en estado de gracia,que ha de vencer al infierno.

No- es del caso, recordando las teorías de Ros-setti y Aroux sobre el Dante, la caballería, lostemplarios y las sectas heréticas de los primerossiglos del cristianismo y de los siglos XI y XII, es-tudiar el simbolismo oscuro y sombrío de la lanzagoteando sangre, ni de la comunión con sangre, re-presentada en la divina que se conserva en el SantoGraal; porque entiendo que las sutilezas de los in-térpretes en estos empeños van contra la verdaddéla historia y contradicen la creencia pura y can-dorosa de las edades en que so forma la leyendamonástica; pero reconozco de buen grado que auncuando fuera eminentemente ortodoxo el espíritude la leyenda, la libertad de la fantasía religiosa,propia de los primeros siglos, la enriqueció con es-maltes y colores, tomados de las tradiciones loca-les ó de las exaltaciones contemporáneas, asi comoG. Map introdujo elementos literarios muy canta-dos por la poesía popular, armoricana, cámbrica ófrancesa.

En la segunda parte de la narración novelescaaparece Merlin, el que debía destruir la obra de laRedención, habido en una monja por obra del espí-ritu del mal. Bautizado por su desventurada madre,recibe del cielo dones maravillosos que contraba-lancean la influencia do los terribles que debió á supadre. El simbolismo es claro. Merlin es la humani-dad hija del pecado, pero asistida por la divina Pro-videncia, y su natural expresa este doloroso dua-lismo, que de continuo guerrea en la conciencia

humana. Merlin aconseja la creación de la Tablaredonda, que imitara la mesa cuadrada instituidapor José de Arimathia, y los que en ella se sientenconsagrarán su vida á buscar el Santo Graal, perdidohacía trescientos años, constituyendo una estrechay amorosa hermandad, alejada de todo empeño ypropósito mundano. El puesto de José perteneceráal guerrero elegido por Dios. Creada la institución,vuelve á los bosques Merlin, atraído por la hadaBibiana, símbolo clarísimo del naturalismo y delamor panteista de la naturaleza, que por último loretiene con un encanto eterno.

La leyenda religiosa continúa en la tercera parte,conocida generalmente con el nombre de Agravain.El último Rey Pescador no reconoce en los varioscaballeros de la Tabla redonda que llegan á su cas-tillo al predestinado. Galaad, hijo de Lanzarote y dela hija del Rey Pescador, figura virginal y mística,es el predestinado, y acompañado de Perceval,Boor y otros diez caballeros, contempla el SantoGraa), en una ceremonia milagrosa en la que oficiaJosé, que desciende al efecto do los cielos, y co-mulgan, cumpliéndose en el momento solemne lamilagrosa visión de la presencia real. No merecenlos pueblos de Occidente, dice el cronista latino,muy lleno de las pretensiones del bizantinismo,gozar tanto bien, y el Santo Graal debe retornar áOriente, á Sarras, en cuyo territorio reina Galaad.Al espirar el perfecto caballero, poruña fuerza mis-teriosa que le era propia asciende el vaso sagradoá los cielos, y los caballeros, cumplido el prodigio,se consagran á la contemplación ascética. ¡La tierrano merecía el Santo Graal! ¡No había sonado aúnla hora en que resplandeciera el amor divino entrelos hombres! ¿La iniquidad humana obligaba á ladivina sangse á ascender de nuevo á los cielos?¿Descenderá do nuevo? ¿Se habían corrompido loslinajes escogidos, los descendientes de José deArimathia y de Mordraio? ¿La intervención de Mer-lin, hijo del infierno, había esterilizado la santainstitución de la mesa redonda?

No es fácil enumerar las cuestiones místico-morales, políticas ó históricas, ni las variadas en-señanzas alegóricas y simbólicas que engendrabala leyenda latino-eclcsiástica, que constituye laesencia y el nervio de la narración novelesca deiSanto Graal, escrita en francés por Gasse, Map óquien fuera; pero fácilmente se alcanza que debióser fuente abundosa para la poesia profana desde lasegunda mitad del siglo XII.

De los tipos croados ó embellecidos por los au-tores de la narración novelesca, no eligen los tro-veros ni los trovadores ni á Galaad, ni á Boor, sinoá Perceval de Galles, celebrado por los Provenza-les, por Chrestien de Troyes, y en el siglo siguientepor Wolfram d'Eschenbach.

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¿Qué trasformaciones sufre la primitiva leyendaen manos de troveros y trovadores? (1).

Perceval vive en un oscuro rincón del país de Ga-lles, con su triste madre, viuda menesterosa, queno ha podido cuidar sino de la educación cristianadel niño. Procura la desdichada madre, temerosadel porvenir, apartar á su hijo de la vista de las ar-mas y arreos militares; pero un dia un arrogantecabaUero cruza por delante la humilde morada, y lagallardía, ostentación y lujoso arreo del caballerosorprenden de tal suerte al mancebo, que preguntaal caballero si es Dios.

Fascinado por el esplendor de los brillantes com-pañeros de Arthus, abandona á su madre, y llega ála corte en los momentos en que un felón robaba alRey su copa de oro. Castiga Perceval al raptor; esarmado caballero; liberta á B'ancaflor de la aflicciónen que la tenian crueles enemigos, y en cambiogoza sus favores, como Dígenis con la hija delEmir. Vagando á la ventura, entra en el'palacio deun Rey Pescador que sufre cruelmente por su heri-da, y en su mesa ve el Graal ó copa de oro que ser-vía á los huéspedes, y una lanza que de continuodestilaba sangre gota á gota. Sus hazañas motivanque el Rey Arthus salga en su busca, y consigue leacompañe á la corte, donde sabe que el Rey heridose ha agravado, porque olvidó Perceval preguntarlepor qué la lanza destilaba sangre. En vano intentavolver al castillo: una fuerza invencible y misterio-sa lo aleja cada vez más.

Desesperado el héroe, pierde la memoria y se ol-vida de Dios y de sus deberes religiosos, sin acu-dir al Santo Sacrificio por espacio de cinco años,hasta que un Viernes Santo unos peregrinos le lle-van á una ermita, y sabe de labios del ermitaño,después de confesar, que el abandono en que dejóá su madre, pobre y viuda, es el pecado que le im-pidió preguntar la explicación del Graal. Arrepentidoy absuelto, y conociendo un terrible conjuro que leenseñó el ermitaño, sale de nuevo al mundo Perce-val en busca del Santo Graal. Mil aventuras, encan-tamientos y amores le distraen de su empeño, peroconsigue por último libertarse do todas las seduc-ciones y continúa en la santa empresa, cobrandonuevas l'uerzas al orar sobre la tumba de su madre.Una dádiva de una piedra preciosa de mágica virtudle pone en camino del misterioso palacio, y despuésde probar que era el mejor caballero del mundo,llega á la mansión del Rey Pescador y hace ladeseada pregunta sobre la perenne gota de sangre.La lanza es la de Longinos, y la copa el vaso sagra-

(1) Fauriel. Hisi. de la p. Pfoiíenz. Tomo II, pág\ 119,1846.

P. París. Les Romans de la Table Ronde. Tomo II. Intro-duction, 1868.

L. Moland. Orígenes liilerairés de la France. taris, 1862.

do en que José de Arimathia recogió la sangre delRedentor del mundo. Por título de herencia llega-ron estas santas reliquias á manos del Rey. El dia-blo combate el valor y la virtud de Perceval, revis-tiendo ya formas horribles, ya las seductoras deRlancaflor; pero fortalecido por el Santo Graal, cum-ple y da dichoso remate á las hazañas que era ne-cesario llevar a cabo para poseer las sagradas reli-quias; y el Rey herido, que era su tio, abdica enél la corona, y recibiendo la investidura de manosde Arthus, reina gloriosamente por espacio de sieteaños, hasta que se retira al monte, á la manerade los anacoretas, entregándose á la contemplaciónreligiosa, y Dios le premia colocándolo á su lado entrono más hermoso que todos los de la tierra, lle-vando consigo en su milagrosa ascensión el SantoGraal y la lanza.

Con razón el mismo M. Gautier, que da gran im-portancia -á los elementos que concurren á la for-mación de este ciclo, reconoce que es erudita ymístico-heroica esta inspiración, y que en la tra-dición bizantina se encuentran las fuentes y los cri-terios que han concurrido á formar y á desenvol-ver el tipo de Perceval el Galles. Si por un momentose compara, como quiere Mr. de la Villemarqué,esta concepción con los cuentos y tradiciones bre-tonas, no se descubre ni en la traza ni en los carac-teres,' y mucho menos en el sentido simbólico y ale-górico que se esconde en este poema, la influenciabretona.

Pero salta á los ojos que la composición de Chres-tien de Troyes y sus continuadores refleja muydébilmente el espíritu de la leyenda latino-eclesiás-tica, y se pierden en manos del trovero los más delos simbolismos místicos y quizá políticos que ex-ponían los autores latinos, y que decoraba G. Mapcon todas las bellezas del arte alegórico, populari-zado por los libros bizantinos. Perceval de Gallesno es para Chrestien de Troyes más que un caballe-ro de Arthus que recobra y conquista las perdidasreliquias, y sólo el final y término del poema recuer-da el sentido místico de la leyenda primitiva.

Wolfram d'Eschenbach penetra el sentido délaleyenda con gran acierto. La posesión de un algodivino que asegure la dicha, la paz y el amor entrelos hombres; una prenda celestial de redención yamor divino; una señal cierta, esplendente en pro-digios que asegure la acción constante de la Pro-videncia; una muestra de predilección y eleccióná cierta raza de dinastías, son los asuntos que miraWolfram d'Eschembach, en el argumento del SantoGraal, y por tanto reviste su inspiración aspectosteológicos.

Dejando á un lado las narraciones del Titurel,relacionadas con Perceval, el caballero-poeta del si-glo XIII abre la narración del poema con la pregue

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ta quién es Dios, que Perceval dirige á su madre.«Dios es la luz más pura que la luz del Sol; Dios esel Leal, Satanás el desleal. Ora y espera y huye dela duda.» Crece el mancebo y crece su afán. Un dia,sorprendido por ruidoso galopar de tres caballe-ros de Arthus que cruzaban el camino, se postra ex-clamando: «He aquí el buen Dios.» Su candor y suhermosura, que le asemejaban á un ángel sin alas,sorprende á los caballeros que, á su ruego, descri-ben las pompas y esplendores de la caballería. Saleal mundo el novel caballero, y sus gloriosos hechosy sus amores le enloquecen; pero siento un vacíodoloroso en su corazón. La duda se apodera de suespíritu, y el hastío le devora, hasta que un dia so-lemne, un Viernes Santo, el espectáculo de una pia-dosa peregrinación restaura en su espíritu las dul-ces influencias de su santa madre, y piadoso y do-voto, consagra su lanza á la conquista del SantoGraai, consiguiendo que la misteriosa reliquia di-funda entre los hombres torrentes de luz y deamor.

La crítica moderna descubre en Perceval elGalles, desde la novela de Map al poema del poe-ta alemán, una leyelida religiosa que expresa enformas alegóricas las idealidades do la iglesia, suespíritu místico-histórico, sus enseñanzas para cor-regir los extravíos do la caballería terrestre, susplanes políticos de supremacía y dominación, seña-lando á la vida y actividad de los humanos, finesque no están en el mundo; y las descripciones delSanto-Graal, su influencia, la piedra preciosa en queestá tallado y que se desprendió de la diadema deSatán al caer del cielo y recobró su brillo al con-tacto de las manos de Jesús, se relacionan con erro-res heréticos y exaltaciones místicas, y con lashistorias y acasos de las órdenes religiosas y mili-tares, puesto que la Iglesia, condenados los Templa-rios, proscribió estas apoteosis místico-heroicas dela caballería celeste, muy invocadas por las plebescontra las enseñanzas y predicaciones de los domi-nicos y franciscanos.

Pero sea de ello lo que fuese, es lo cierto que laleyenda del Santo Graal es una leyenda esencial-mente eclesiástica, místico-social, á la que se une lainspiración caballeresca por la historia de Perceva!»del caballero brillante y valeroso que, enloquecidopor las glorias mundanas, se olvida de Dios y de suspreceptos; y que tocado por la gracia se convierteen el esforzado paladín de la Verdad divina, saludy redención del mundo.

(1) Rosenhranz. Gesch. der lieu&tchen Poeni un Mitte-IWler Halle. 1S30.Heinrich. Le Parcival de W. de Eschenbach. Paris

Franck, 1862.D" Assailly. Les ohevaliers poetes de V. Allemagne.

Paris, 1862.

Muy cierto que Perceval, después de su conver-sión, es tipo acabado y perfecto; pero su pureza,su generosidad, las noblezas de su espíritu, sedeben á la acción milagrosa y redentora del VasoSagrado, del que parten de continuo, á manera deefluvios amorosos, virtudes y santificaciones. No esla caballería el término do la perfección en el ordende ideas en que se desarrolla la creación del SantoGraal, y por eso, Perceval abandona espada y lanza,y en la contemplación propia de la vida anacoréticaencuentra do lleno !a satisfacción tan ansiada por sualma enamorada de lo divino.

Perceval es una excepción en el mundo de la ca-ballería: significa la conversión de la caballería áfines piadosos y morales; y esta hermosa figura,bosquejada por Chrestien de Troyes y concluida porW. de Eschenbach, confirma la tesis de que las

I idealidades caballerescas, no conocidas aun en el si-! glo XII, no brotaron de la poesía déla Tabla redonda,¡ ni de tradiciones célticas ni armoricanas, y que el

espíritu cristiano intentó por la noble intervenciónde W. de Eschonbach, ya en el siglo XIII, convertir,es decir, corregir, purificar la creación de los tro-vadores y troveros, narrando la historia de Perce-val, á la manera de las leyendas de Santos y Beatos,que con su conversión, borraban los malos ejem-plos de la vida pasada y daban claro testimoniode la eficacia de la gracia divina, de la virtud san-tificante, del arrepentimiento y de los milagros delamor de Dios.

Del tipo de Perceval se advierten huellas enlos dias del siglo XIII y en los libros de Caballerías;y estas influencias señalan la aportación del idealis-mo cristiano en la historia de la poesía caballeresca,cuyo foco y germen fecundo debe reconocer la crí-tica en clSerceval de W. de Eschenbach, estimadocomo uno do los precursores del Danto, como elpoeta que de mejor manera, antes del Florentino,procuró la fusión de las creaciones de la fantasíacristiana y mística con los elementos tradicionalesde la literatura greco-latina, digno representante,en fin, del siglo XIII, edad de florecimiento y dia detriunfo del arte cristiano (1).

F. DE PAULA CANALEJAS.

(Continuará).

(1) Escritos estos juicios, llegan á mis manos los dosprimeros tomos de Le Saint Graal, publicados por Mr. E.HUCHEE (An. Mans.—Monnoyer, 18TI.)

El primer tomo contiene el Santo Graal de Robertode Borrón y el Perceval en prosa, comparado con el deChrestien de Troyes.

El segundo tomo comprende el Santo Graal según ma-nuscrito de la Biblioteca de Mans, cuyo texto es delsiglo XIII.

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262 REVISTA EUROPEA. 2 6 DE AGOSTO DE 1 8 7 7 . N.° 183

LA SENSIBILIDAD.

Hay dos maneras de estudiarla sensibilidad, comoen general sucede con todos los estados de con-ciencia. La primera consiste en analizar y describirlos hechos que podemos observar en nosotros mis-mos ó en torno nuestro, buscando para esclarecer-los los más característicos. Esta es la obra de losmoralistas, los novelistas, los autores dramáticos,los poetas íntimos, de todos esos escritores que,sin pretensión científica, se muestran con frecuen-cia tan finos, delicados y penetrantes observadoresdel corazón humano. Por mas literaria que sea talobra no es inútil á la ciencia, puesto que puedeabastecerla do preciosos materiales; pero por símisma se halla fuera de la ciencia. Lo que convienehacer es un estudio completo de los hechos en to-das sus condiciones, no solamente psicológicos,sino fisiológicos, zoológicos, antropológicos y etno-lógicos, en cuanto es posible seguir el desarrollo,las trasformaciones y la filiación; someterlos á unaclasificación rigorosa, y establecer, bien para cadaclase, bien para el conjunto, leyes precisas, y unateoría verdaderamente filosófica. Entre estos dosprogramas, la psicología ha adoptado á menudo unpapel intermediario. Sin salir de lo que se llamaobservación del corazón humano, ha buscado otracosa que esas ingeniosas descripciones con que sedistinguen ciertas gentes de letras; se ha esforzadopor definir, clasificar y explicar los hechos que ha-bía podido reconocer, aplicándoles, en los límitesen que ella habia encerrado el estudio, todos losprocedimientos del método inductivo. Ese papel in-termediario es el que constituye la obra que acabade publicar M. Bouillier con el título de El placer yel dolor (4).

Cada filósofo, cada sabio es dueño de ensancharó reducir á su gusto el campo de sus indagaciones

Nosotros no tendríamos nada que objetar contrael método seguido por M. Bouillier, si no preten-diera excluir y condenar en absoluto todo métodomás amplio. Distingue bien la obra del psicólogo dela del moralista; pero cree que la primera, lo mismoque la segunda, debe limitarse al simple análisis delos datos de la conciencia. «Puesto que tan mani-fiesto es ya,—dice en la página 4,—gracias a losvarios esfuerzos que se han hecho por demostrar locontrario, que nada hay de común entre un movi-miento, por sutil que sea, y una sensación, par másgrosera que se la suponga, y que no hay tránsito ótrasformacion posible de una á otra, puede afirmar-se que jamás el método y el objeto propio de lapsicología han sido más claramente separados de

(1) Un vol. en 12."—París, 1877. Hachette y compañía.

todos los otros métodos, de todos los demás objetoscon que se ha querido confundirlos.»

Nosotros admitimos las premisas; pero no laconclusión. Es cierto, si, que los estados de con-ciencia, sensaciones, pensamientos, voliciones, sonirreductibles á los estados propios de la materia;pero no es menos cierto que les están estrechamen-te unidos y que en ellos encuentran sus más cons-tantes condiciones, sus necesarios y universalesmedios de manifestación.

M. Bouillier habla de las sensaciones. ¿Conocealgún libro de psicología en que hayan podido serestudiadas independientemente de las funciones delsistema nervioso, de las que son inseparables? Si élmismo casi se ha abstenido de toda derivación de lapsicología, es porque la sensación propiamente di-cha encuentra muy poco espacio y no da lugar áningún estudio en un libro que tiene la pretensiónde abrazar y explicar todas las formas del placer ydel dolor. Se dedica con preferencia á esas partesmás elevadas y de mayor delicadeza de la sensibili-dad, que se llaman sentimientos; pero ni aun en estopuede evitar la fisiología. Así lo confiesa en unaexcelente página que desliza al paso, y como sinapercibirse de ello, en medio de una teoría acceso-ria, y que nos permitirá se la opongamos como lamejor refutación de su sistema:

«Cada uno de. nuestros órganos, por la estrechaunión del alma y el cuerpo, ¿no es una causa conti-nua, determinante de bienestar ó de malestar, se-gún el juego regular ó irregular, el equilibrio ó eldesorden de sus funciones? Sabido es hasta qué pun-to el más ligero desarreglo orgánico, una buena í>una mala digestión, por no citar otro ejemplo, pue-de influir en los humores y hacer ver todas las co-sas á través de un prisma más ó monos sombrío órisueño. En la juventud, ó en estado de salud, hayun fondo permanente dé bienestar, de satisfacción,de alegría, que procede del buen estado del orga-nismo, que persiste y que no es fácil do destruir,aun en medio de muchas contrariedades y trastor-nos. De aquí esas vagas disposiciones á la tristezay á la melancolía ó á la alegría y al placer, que noacertamos á explicar. Bichat ha dicho, no sin algúnfundamento, que el carácter moral es la fisonomíadel temperamento. Bajo la sola influencia de esasimpresiones sordas y confusas de la vida orgánica,se eleva ó desciende la sensibilidad á cierto tono,según el cual nos hallamos dispuestos á conmover-nos más ó menos, en diversas circunstancias, á sen-tir, á ver y á juzgar todas las cosas.» (Pág. 217.)

El mismo moralista, cuyas observaciones se en-cierran generalmente en el centro social en quepasa su vida, no podria eximirse de tener en cuentaesas influencias físicas. La tarea del psicólogo esmucho más extensa. El psicólogo no es solamente

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N." 183 E. BEAUSS1RE. LA SENSIBILIDAD. 263

el pintor de ciertos caracteres, de determinadascostumbres. Su estudio debe comprender todas lasedades, todas las condiciones, todas las razas, to-das las especies, cuyo conjunto constituye no sólola humanidad, sino toda la serie animal. Para quetodo esto halle lugar en sus teorías, para cumplirtal misión, ¿cómo podría rehusar el concurso de lafisiología?

M. Bouillier no esquiva ninguna de las cuestionescomprendidas en este vasto plan. Si sus observa-ciones se refieren casi siempre al hombre de nues-tras sociedades civilizadas, no por eso deja de alu-dir á los niños, á las razas salvajes y aun á los mis-mos animales. Hasta se extiende bastante respectoá los dolores de que los últimos son susceptibles.Pero esto es más bien como moralista que comopsicólogo. Elogia los méritos de la ley Grammont,y de buena gana reclamaría su aplicación al pecadode vivisección de que, en interés de la ciencia, hahecho M. Charles Vogt tan hábil y espiritual apolo-gía (1). Todos esos cálculos no forman una teoríageneral que comprenda todos los sores sensibles;no son más que brillantes accesorios que revelanla insuficiencia y la imperfección del método.

M. Bouillier cree permanecer fiel al antiguo y sa-bio método que han seguido siempre «desde Platóny Aristóteles hasta Descartes y Leibnitz, Kant, Mai-ne de Biran y Jouffroy, que son los que, en la opi-nión de todos, han profundizado más la ciencia delespíritu y del corazón humano.» Pero se engaña.Ninguno de los ilustres filósofos cuyos nombres cita,á excepción de Jouffroy, ha concebido una cienciapsicológica absolutamente independiente de todainvestigación fisiológica. ¿Cómo, por ejemplo, seatreve á invocar la autoridad de Descartes, cuyotratado de las Pasiones del alma pertenece aún másacaso á la fisiología que á la psicología?

Reconocemos en M. Bouillier el derecho de limi-tar sus investigaciones personales, pero no la cien-cia misma de la psicología. Vamos á hacerle otraobjeeion. El método que él se ha trazado no apareceeii'SU libro de una manera bastante segura y rigo-rosa. Las diferentes formas del placer y del dolorson estudiadas en él con un orden algo vacilante,en el cual los sentimientos menos primitivos y losmás complejos se mezclan sin cesar á las másinmediatas y sencillas manifestaciones de !a sensi-bilidad. No se hace un ensayo de clasificación hastalos últimos capítulos, y aun así es muy incompleto.M. Bouillier distingue dos modos en el placer y enel dolor. El primero, que llama de previsión enel lenguaje de la teología moderna, precede al ejer-cicio de la reflexión y tiende directamente á laacción. El segundo supone la reflexión; sobreviene

(1) En la Ke-óm identifique del 3 de Marzo de 1817.

á continuación de ciertos'actos, y conduce á actosnuevos. Esta división se funda en una observaciónexacta y podría servir para reconocer la filiación delos sentimientos; pero nada enseña respecto á lossentimientos mismos, considerados bien en su pro-pia intensidad, bien en los elementos de que secomponen, bien en los objetos á que se aplican. Lomismo pedemos decir de otra división á la que éstase relaciona en el libro de SI. Bouillier, pero que estodavía más vaga. El autor distingue los placeres ylos dolores, según ellos se refieren al instinto, á lacostumbre ó á la voluntad. Los sentimientos pueden,efectivamente, en su modo primitivo, ser asimiladosá los instintos, y en el curso de la vida son siempremás ó menos trasformados por la costumbre; perocualquiera que sea, en su desarrollo, la parte delinstinto ó de la costumbre, su carácter propio nose modifica. La costumbre embota la sensibilidadfísica, y, en ciertos casos, aguza la sensibilidad in-telectual y moral; pero ni la sensación del frió, porun lado, ni la aversión al vicio, por el otro, cambiande naturaleza, porque la costumbre nos ha hechomenos sensibles á la primera y más sensibles á lasegunda. En cuanto á la voluntad, es muy cierto queda origen á sentimientos especiales; pero, bajo elpunto de vista de estos sentimientos, no se deberíaoponer al instinto ó á la costumbre, sino á la inte-ligencia y á las facultades físicas.

Sentimos que M. Bouillier no se haya atenido ála$divisiones y definiciones de los hechos afectivos1 d'éque la filosofía de todos los tiempos ha dejado exce-lentes modelos. Nada podia reemplazar como divisiónfundamental la distinción clásica de la sensación ydel sentimiento. Si M. Bouillier se hubiera fijado más>hubiese dado más cabida en sus estudios á las sen-saciones,^tal vez habría juzgado menos,severamen-te las tentativas de la psicología contemporáneapara valuar la intensidad por medio de fórmulas ma-temáticas. En lo que concierne á los sentimientos,abundan las bellas y luminosas definiciones entrolos psicólogos, lo mismo antiguos que modernos.Poco sería cuanto se medítase sobro las de Spi-noza, en el tercer libro de la Ética. No son única-mente indicios para reconocer y clasificar los sen-timientos, sino verdaderas definiciones filosóficas,en las que se nos ofrecen las raíces orígiiísies, loscaracteres constitutivos y la función propia de Cadauno de los sentimientos definidos.'. •

Un ejemplo hará comprender1 cilantá luz puedenfacilitar tales definiciones para el ^conocimiento deciertos estados del alma. Las causas (té''Sí risa sohuno de esos motivos sobre que, con más frecuen-cia, se han ejercitado los esfuerzos de la psicolo-gía. Nuestro colaborador M. León Dumont ha de-dicado á este asunto una obra entera, llena de ideasingeniosas, y ha desdeñado concederle alguna

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REVISTA EUROPEA.—26 DE AGOSTO DE 1 8 7 7 . N.°183atención en su Teoría científica de la sensibilidad.M. Bouillier lo ha tratado á su vez en algunas pági-nas que hacen mucho honor á sus cualidades deobservador y critico. ¿Lo diremos, sin embargo?Casi todos los autores que se han ocupado de larisa la han considerado bajo un punto do vista de-masiado estrecho. Han lijado principalmente suatención en la risa que se produce en el teatro, enuna multitud más ó menos culta, bajo la doble in-fluencia del arte del poeta y del cómico. Esa risaes indudablemente la más fácil de observar; peroes demasiado artificial para producirse con todossus caracteres. ¿Habéis observado alguna vez larisa de los niños? Esas francas ó inocentes natura-lezas se reirán, ano dudar, por las mismas causasque en el teatro; pero también se rien por otrasmuchas; se rien por todo, ó, como se dice algunasveces, serien por nada. Y es que un goce puro, lajuventud, la salud del cuerpo y del alma, provocanesas explosiones de alegría, de las que no podemosser testigos sin sentirnos por un instante rejuveneci-dos y contentos de la vida. Leamos ahora á Spinoza:

«Llamo complacencia ó hilaridad á un sentimien-to de alegría que afecta á la vez al alma y al cuer-po;, flay complacencia cuando solo una parte delser humano se halla más especialmente afectada;hilaridad, cuando todas lo están igualmente (1).»

Ésa es, en efecto, la alegría que se traduce enrisa. Es una explosión do alegría que invade alhombre por completo, cuerpo y alma, y en la cualtoman parte, sin distinción, todas las partes del serhumano. En la infancia y en la primera juventud,cuando pasan pronto los dolores físicos y los pri-meros pesares, cuando nada viene á destruir ó mo-dificar el equilibrio entre las diversas partes de lanaturaleza humana, los actos de alegría son fre-cuentes, y la menor causa basta á provocarlos. Elalma entera se entrega á la alegría; y el cuerpo seasocia á ella, no solo por la risa sino por saltos ybrincos. Así sucede entre los salvajes, que no sonmás que niños grandes. En los pueblos civilizados,cuando se pierde la inocencia de la infancia, sehace más difícil de provocar la alegría y nunca seproduce un mezcla. Entonces se necesita algo desúbito, de imprevisto, de extraordinario para conjurar, ya en el alma, ya en el cuerpo, cuanto seopone á su explosión. De ahí la variedad de esascausas sutiles y refinadas de la risa, tan bien anali-zadas por los psicólogos y los estéticos. Sus obser-vaciones son tan verdaderas como ingeniosas, perono encierran toda la verdad.

(1) Porro affectum lgetitise ad mentem et Corpus simurelatum UlUlationam vel hüariiaiem voco. Sed notandumtitillationem... ad hominem referri... quandounaejusparsprse reliquis est affecta; hiiaritatem autem quando omnespariter suntaffect». (Mlhices, part, III, prop. XI.)

El defecto de método que' hemos señalado enI. Bouillier se explica en parte por el objeto que él;e propuso. No ha querido dar una teoría completa,bien de la sensibilidad en general, bien del placer

el dolor, sino más bien establecer una tesis sobre1 origen y la causa interna de los hechos afecti-

vos. Esta tesis es la parte original y verdadera-mente filosófica de su libro.

Creemos que hubiera ganado con apoyarse entina clasificación más completa y en definicionesmás rigorosas de los hechos á que ella se refiere;poro tal como es presentada, forma un conjuntomuy bien deducido, muy hábilmente discutido y quemerece toda la atención de los psicólogos.

Según M. Bouillier, el placer y el dolor y en ge-neral todos los actos de sensibilidad, todos los he-lios afectivos, nacen de la actividad, que es la

misma esencia del alma. El placer es la actividadsin obstáculo y sin excesos. El dolor es la ac-tividad contrariada. Todo lo que, en el alma óenel cuerpo, interesa la actividad del alma, puede sercausa de placer ó de dolor, y, por consiguiente, detodo sentimiento, es decir, de todo estado de con-ciencia al que se liga un dolor, un placer ó unamezcla de uno y otro.

Aceptamos esta teoría en su principio fundamen-tal, pero no sin grandes reservas. M. Bouillier lacompromete para la sensibilidad física, relacionán-dola con una doctrina que le es cara, la del animis-mo: si el alma es sensible á las modificaciones delestado del cuerpo, es que el mismo cuerpo no seforma, ni se desarrolla, ni vive masque por. efectode la actividad del alma. Mas no es esta, ,el lugaroportuno pa^ra,discutirse- semejante doctrina; ver-dadera ó falsa, no se encuentra necesariamente li-gada á la teoría de la sensibilidad. Basta que hayauna estrecha relación entre el físico y el ¿moral,para que la actividad que se desenvuelve en.el se-gundo sea afectada por el estado del primero. , •

M. Bouillier supone en el hombre una actividadnormal que se hallada propiamente en juegojenla,.sensibilidad. Entiende por esto «un tipo del#.¥"pecie y de nuestras facultades, al que, por confor-midad ó desviación, por armonía ó desacuerdo, seatiene todo placer y todo dolor.» Según esto, lqque pertenece á la especie, no lo que pertenece aiindividuo, sería en cada uno de nosotros lo que ex<perimentase el dolor ó el placer. M. Bouilliei' pre-vé que tal tesis no podrá ser del gusto de los ep-lucionistas, para quienes la especie no tiene nadade fijo, y trata de prevenir sus objeciones recor-dando que la misma doctrina de la evolución con-cede á las especies cierta fijeaa y solo les niega.lainmutabilidad original y absoluta. Mas no es poreso por lo que su tesis provoca la controversia.

Sin duda que la actividad de que estamos dotados--

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N.°183 E. BEAÜSSIRE.—LA SENSIBILIDAD. 265y que constituye el fondo de nuestro ser, segúnM. Bouillier, tiene caracteres generales que se en-cuentran en toda la especie humana; los tiene quehasta se observan en todos los seres vivientes.Pero no es en estos caracteres generales dondeella puede ser afectada, agradable ó penosamente,sino, por el contrario, en lo que tiene de más indi-vidual, de más variable, de más accidental. Goza-mos ó sufrimos, no por lo que favorece ó contra-ria nuestra actividad normal, la actividad quo escomún á todos los seres de nuestra especie, sinopor lo que favorece ó contraría la actividad quellevanios en nosotros actualmente, en este pasajeroestado de nuestra existencia, por efecto de nuestranaturaleza personal, de las costumbres que noshan creado una segunda naturaleza y de todas lasinfluencias interiores ó exteriores que nos hacen,en este momento preciso, más ó menos accesible átal ó cual impresión. De aquí resulta esa movilidaddel sentimiento que todos los psicólogos han reco-nocido y que el mismo M. Bouillier opone á la fijezarelativa de los actos intelectuales.

No es esto todo. Aunque todos los hechos afec-tivos, como los demás hechos físicos, se reúnan enla unidad de conciencia, se refieren en el indivi-duo, no á una sola actividad, sino á todas las di-versas actividades en que se descompone la unidadviviente del ser que obra y siente. Cada sensación,porejemplo, afecta á la actividad inherente, á laclase de nervios correspondientes. Cada sentimien-to, afecta á la forma especial de actividad que seemplea en el estado físico, intelectual ó moral áque se refiere el sentimiento. De aquí resulta, enun mismo momento, la mezcla y muchas veces laoposicion;de una multitud de sentimientos diversos.A la vez,experimentamos la laxitud de la conten-ción cerebral, la fatiga del esfuerzo intelectual, lasatisfacGion del resultado obtenido por este es-fuerzo, el goce anticipado del honor que puede hacernos, y. el ..temor délas contradiciones y de laspolémicas á, que nos puede exponer. Todos estossentimientos se encuentran en nosotros, se combi-nan enl? unidad .de nuestro ser; pero no es la mis-ma actividad la que en uno se ve halagada y con-trariada en otro; son otras tantas actividades dis-tintas de que se compone nuestra actividad ge-neral.

Sería preciso, pues, completar la teoría de M. Boui-llier. y definir la sensibilidad, la facultad que tieneel alma de ser afectada agradable ó penosamentepor todo lo que favorece ó contraria en un momentodado, bajo todas las influencias á que se halla so-metida, los diversos géneros de actividad que enella se ejercitan. Las reservas que hemos debidoconsignar, tanto respecto al método como respectoá las teorías de M. Bouillier, no disminuyen en nada

la estimación que su libro nos merece. Las obras defilosofía no deben ser juzgadas según las críticasde que son objeto. Estas críticas se refieren gene-ralmente á las grandes líneas que son siempre lo quehay de más discutible; no entran, y difícilmentepodrían entrar, en las observaciones de detalle que,cuando proceden de un maestro, son tal vez lomejor y más duradero de su obra. Estas observacio-nes de detalle son casi todas de un gran valor en ellibro de M. Bouillier y, lo que nada perjudica, estánpresentadas con extraordinaria elegancia.

Por más que haya querido hacer la obra del me-tafísico más bien que la del iroralista, ha sabidoemplear en la pintura de los sentimientos y de laspasiones, todas las cualidades de fondo y de formaque constituyen el encanto de las mejores obras demoral literaria y mundana. Al mismo tiempo ha sa-bido encontrar en estas obras ornamentos para sulibro. Abundan en ól las citas, y están bien elegidas yapropiadas. No sólo se ha inspirado en los moralis-tas, sino en los oradores y los poetas, juzgandocon razón que podía utilizar cuanto le ofreciera unaexcelente pintura del corazón humano.

Nos permitirá, sin embargo, para poner fin ánuestro papel de crítico, que le indiquemos algunasinexactitudes en sus citas.

Sería pueril el rechazar ó censurarle el versofalso que copia de La Fontaine cuando, al citar unade sus más célebres fábulas, habla del roble,

Cuya copa del cielo era vecina;

pero le haremos notar una interpretación erróneade un pasaje de Gccthe:

«Si te es dado, dice Fausto á Mefistófeles, tendidosobre un lecho de pluma, reducirme al punto enque yo misino acabo de colocarme; si puedes ador-mecerme en el seno de los goces, que sea este paramí el último dia... si jamás digo á la hora presente:detente, eres tan bella! Entonces puedes cargarmede cadenas, consiento en desaparecer, puede vibrarla campana de los muertos, quedas relevado de tuservicio; que el cuadrante se detenga, que caiga laaguja y que el tiempo se disipe para mi!» '• . . ..

M. Bouillier ve en estas palabras la justificaciónde sus teorías sobre «esa insaciable necesidadde actividad y de movimiento» que constituye elfondo de la naturaleza humana. Es todo lo contra-rio. Fausto expresa, bajo una forma grosera é iró-nica, el ideal á que aspira y en el que no .cree: laplenitud de una dicha, tal que el alma no tengadeseos que formular ni esfuerzos que hacer. En po-sesión de esa felicidad plena y completa, el alma seecharía sin pesar en brazos de la muerte; pero lamuerte no sería para ella la nada, sería la inmorta-lidad bienavenf tirada. Fausto, al fin de la segunda

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266 REVISTA EUROPEA. 2 6 DE AGOSTO DE 1 8 7 7 . N." 183

parte, se encuentra próximo á realizar, bajo unaforma más noble, el sueño de que sólo hablababurlándose al principio de la primera:

«¡Que no pueda yo, exclama, ver semejante acti-vidad en un suelo libre, en el seno de un pue-blo libre! Entonces diría al momento: ¡detente, erestan bello! En el presentimiento de tan sublime feli-cidad, saboreo al presente la hora inefable!»

Muere pronunciando estas palabras, y el coro deángeles se lleva al cielo la mejor parte de su alma.Es la pura doctrina de Spinoza, de quien es sabidoque Goethe se abastecía constantemente. La con-clusión de la Etica es, en efecto, que la mejorparte del alma humana se eleva por grados á labeatitud eterna. La vida inmortal tiene por medio laacción y el esfuerzo, pero tiene por término el re-poso perfecto, es decir, la absorción en Dios.

M. Bouillier no puede, pues, invocar la autoridad/le Goethe ni la de Spinoza, cuando hace consistiren el movimiento y la acción toda la esencia delalma. Apresurémonos á añadir que, al negarle esadoble autoridad, estamos muy distantes de conside-rar errónea su teoría.

E. BEAUSSIRE.

MEMBRANA CELULAR.

(Conclusión.) *

La diferenciación química se cumple en la mem-brana conforme se cumple en los demás cuerposorgánicos.

Mas si esto es así, debemos esperar que dichadiferenciación no quedará encerrada dentro de losantecitados términos. Al ocuparnos del protoplasmahemos visto que puede llegar á convertirse el con-tenid'o fle las células en una materia completamentedistinta, en la cual falten los principios albumino-sos, rio quedando ya ni el más ligero indicio de suprimitivo estado. En este momento es cuando sellega síl'punto del ciclo de su evolución.

¿Acontece lo mismo en la membrana? :

Se conocen muchas envolturas que privadas detodos los elementos fijos é infusibles dejan comoresto una materia en la que el carbono, el hidróge-no y el oxígeno no guardan las mismas proporcio-nes que en la celulosa: las dos primeras preponde-ran de una manera marcada sobre el último. Lasenvolturas presentan al mismo tiempo mucha ma-yor resistencia y compacidad, recibiendo en estecaso el nombre bien conocido de Uquiñcadas.

Otras túnicas celulares experimentan una modifl-

Véanse los números 181 y 182, páginas 215 y 254.

cacion todavía más extrañad Su naturaleza qUíttiiCacambia hasta el punto de que á los principios cotis'tituyentes que ordinariamente poseen se agregue élnitrógeno, es decir, el cuerpo cuya ausencia carac-teriza á las membranas, cuando jóvenes, y permitedistinguirlas y separarlas de la más próxima capa ócutícula protoplásmica que se halla dotada de él.Cuando esto sucede pueden sufrir mejor la acciónde los ácidos y los álcalis, siendo menos accesiblesá los cambios que ellos provocan. Las membranasque se encuentran en estas condiciones reciben elnombre de cuticulqrizadas.

La lignificación y la cuticularizacion son, junta-mente con algunos otros cambios, términos extre-mos de la diferenciación celular.

Las reacciones que ofrecen las segundas, porejemplo, en presencia del yodo, son muy diferentesde las ordinarias: mientras en el caso general setiñen de azul las envolturas, en este se coloran deamarillo. La cuticularizacion no es siempre comple-ta; el caso más general es que la sufran unas par-tes primero, tardando mucho las otras en modifi-carse en igual sentido: las cutículas expuestas alcontacto del aire y del agua son las que se adelan-tan siempre en este camino. La coloración azul delas no alteradas y la amarillenta de las que han ex-perimentado el susodicho cambio, se mezclan pro-duciendo todos los tonos posibles y los mas diversosmatices á que puede dar lugar la reunión de ambos.

Estas alteraciones principian á cesar cuando lamembrana no se halla ya en contacto con el proto-plasma; y terminan seguramente por completo enel momento en que no queda porción alguna de ce-lulosa que pueda variar.

Lo poco que conocemos sobre las membranas ani-males, muestra en ellas un proceso químico de sen-tido contrario.

El ázoe se muestra siempre en ellas en los prime-ros momentos. La coagulación de los cuerpos albu-minosos las da origen; y puede afirmarse, hoy porhoy, que si el elemento primeramente citado no se-meja desaparecer nunca de ellas, estos segundosprincipios son ya irreconocibles al cabo de algúntiempo.

Hó aquí lo único que puede indicarse en compro-bación de lo que acabamos de decir.

Como se ve, la diferenciación química se producede todas las maneras posibles.

Baste con los anteriores datos para que se juzguede esta actividad en las envolturas que nos ocupan.

DESTRUCCIÓN DE LA MEMBRANA. La membrana noes tampoco eterna.

Cuando el protoplasma se separa de ella, deja alpoco tiempo de crecer y desarrollarse: los cambiosquímicos que allí se vienen realizando toman comouna cierta dirección; las citadas envolturas se re-

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N.°183 E. SERRANO. MEMBRANA CELULAR. 267

blandecen: al poco tiempo van poseyendo el aspec-to de una masa informe y mucilaginosa; su estruc-tura se pierde completamente, y sus porciones sealojan en los espacios intercelulares, costando tra-bajo el reconocer que aquello ha pertenecido antesaun elemento histológico.

La naturaleza química de las sustancias que allíse ofrecen sucesivamente es al mismo tiempo muydistinta.

Aceites eterificados, resina y mucílagos con lasformas que aceptan más ó menos comunmente de lacelulosa, desaparecen hasta los menores indicios.La que fue sustancia fundamental durante la vida deaquellas túnicas, deja de hallarse representada ensus restos de desagregación.

Acumuladas estas materias en los intersticios an-tedichos, son en gran parte expulsadas poco á pocode los vegetales á quienes pertenecen.

¿Quó'puede deducirse de todos los anteriores da-tos para el conocimiento de la estructura do lamembrana?

HIPÓTESIS MOLECULAR.—Al conocimiento del des-

arrollo de la membrana ha debido seguir natural-mente el de la constitución interna de la misma.

¿Está formada por una materia continua y homo-génea?

¿Se halla constituida por elementos indivisibles óátomos?

Tales son las diferentes preguntas que podría-mos dirigirnos á propósito de este asunto, y estastambién las opuestas creencias que imperan en laresolución de cada problema de la misma índole.El conocimiento de la estructura de la membranaes, al fin y al cabo, el problema de la constituciónde ún objeto cualquiera, ó como se ha dicho máscomunmente, el problema de la constitución de lamateria.

Se sabe al mismo tiempo la preponderancia quehoy conserva todavía el atomismo.

Apenas si alguna voz se levanta en contra suya,y pocos, muy pocos, puede decirse que son hastael presente los que acudiendo ya á la química, comoMills, ó ya en otros distintos ramos de las cienciasnaturales, se esfuerzan en señalar el verdadero va-lor de aquellas concepciones y las inmensas difi-cultades y reales contradicciones con que se tropie-za al aceptarla como ley suprema de la organiza-ción del Universo.

Dicha preponderancia ha parecido aumentar,siendo extendida á diversos órganos do nuestro sa-ber de la naturaleza.

Aquí, como en las anteriores partes, se hafundado, por lo tanto, sobre tal hipótesis la doc-trina de la estructura de la membrana celular,atendiendo, para realizar su aplicación, á todosaquellos fenómenos que se manifiestan durante el

desenvolvimiento de las citadas envolturas. Los ór-denes de hechos á que se ha dado la preferenciapara tal objeto, son los dos siguientes.

1." Los cambios de volumen que se producenen las membranas mediante la absorción y retiradadel agua.

2.° Las alteraciones que experimentan con eltrascurso del tiempo las propiedades ópticas de lasmismas.

Veamos las conclusiones á que somos llevadosmediante el detenido examen de estos datos.

Primero. Las membranas no siguen poseyendouna lorma semejante, cuando su volumen aumentapor la absorción del agua.

Entre otros ejemplos, podremos citar algunas en-volturas de los elementos histológicos de la Ciado-phora/racta, que al perder diferentes porciones delantedicho fluido, so encogen en longitud cinco ve-ces más que en anchura, y que al recibir de nuevotal líquido, aumentan y cambian en la misma rela-ción de sus distintas dimensiones. Los expositoresde la doctrina que ahora nos ocupa, partiendo desdela idea de la indivisibilidad indefinida de la materia,se ven obligados á acopiar, según dice, por ejem-plo, Hofmeister, que al empaparse los cuerpos or-gánicos por el agua, ésta se distribuye en atmósfe-ras alrededor de sus diversos átomos; y así al ha-cer constar estas variaciones de la forma, tienenque admitir del mismo modo que aquellos elemen-tos no son esféricos, ó lo que es igual, que no pre-sentan en todos sentidos los mismos diámetros.

La existencia de los átomos, concedida aprioricomo verdad asentada en otras ciencias; la de lasatmósferas acuosas que les rodean, á cuya admi-sión son llevados por la necesidad de señalar algúnsitio para 1%colocación de los fluidos, y la desigualintensidad de las fuerzas y magnitud de los distin-tos diámetros de las moléculas, exigidas por estosfenómenos de cambio de la forma en las imbibicio-nes y desecamientos de la membrana, son las tresconcepciones en que se funda la presente hipótesismolecular.

Una vez sentado esto, es fácil irse dando cuentade los demás fenómenos que allí ocurren, aunquesuele necesitarse todavía del auxilio de alguna otrahipótesis subordinada.

En el conjunto general de los dinamismos quedeterminan la naturaleza y condiciones de las túni-cas celulares, deben distinguirse, en primer térmi-no, por un lado, las atracciones de cada átomo ónúcleo sólido para el agua que le rodea, y porotro, las influencias de igual género que ejercendichas moléculas entre sí. De la intensidad superiorque tienen las primeras respecto de las segundasse hace depender la agrupación y conservación delas precitadas atmósferas acuosas.

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Mas es necesario tener en cuenta que la absor-ción de agua tiene un límite, pasado el cual no re-coge ya más líquido la membrana.

Para interpretar esto, se supone que cuando dosnúcleos sólidos se separan, decrecen mucho masrápidamente las primeras atracciones que las. segun-das, y que en su virtud debe llegar un momento enque se hallen equilibradas ambas fuerzas. Este esprecisamente el instante en que afirmamos que lasmembranas se encuentran saturadas.

La capacidad de saturación es al mismo ,tiempouna cosa que puede variar irregular ó periódica-mente.

Las membranas que están rodeadas por suficientelíquido, toman unas veces mayor cantidad de él, es-ponjándose de una manera apreciable, en tanto queen otras ocasiones pierden parte del que tenían,disminuyendo así su volumen. Como acabamosde decir, estos cambios pueden ser irregularesó periódicos; pero no sólo acontece esto, sino queó bien se producen aquellos de una manera espon-tánea, ó bien puede originárseles, mediante funcio-nes más ó menos ligeras, cambios de temperatura,acciones de los álcalis y otras sustancias químicas,y muy diversas influencias de variadas naturalezas.¿Cómo podrá explicarse esto?

Para comprenderlo fácilmente deberemos entrarantes en otro género de consideraciones.

Los que aplican á estos fenómenos los principiosde la doctrina atómica, admiten de igual modo quelos átomos de las membranas orgánicas no poseentodos el mismo tamaño; aseguran que hay agrupa-ciones de moléculas que son muy considerablescon relación á la magnitud de otras. El interior deéstas es siempre impermeable al agua: tal fluido soextiende sólo sobre la superficie exterior. Compa-rados dos espacios de las mismas dimensiones,podrá decirse que en aquel que esté constituido pornúcleos sólidos más pequeños habrá mayor númerode éstos, pero existiendo al mismo tiempo mayorcantidad de agua; lo contrario sucederá en la regiónque los posea de mayor tamaño.

Ahora bien: basta lo anterior para que se afirmeen su consecuencia que las porciones más diáfanasson las constituidas por las moléculas más peque-ñas, y que en aquellas que tienen menor riqueza deagua y aparecen con menos traslucencia, hay mo-léculas muchísimo mayores.

Admitamos también que los anteriores agentespueden acercar ó alejar uaas moléculas de otras, yquedará todo explicado.

Los que den por resultado su aproximación, oca-sionarán la formación de moléculas mayores, y conesto decrecerá al mismo tiempo la capacidad de lamembrana para el agua; los que produzcan ladivisión de las agrupaciones más considerables,

elevarán al mismo tiempo el grado de saturación dela túnica celular.

Ejérzase esto durante más ó menos tiempo y rea-lícese de una manera periódica ó irregular, el fenó-meno será siempre en el fondo el mismo.

Pero ¿concuerda lo que acabamos de exponer(joii lo que so deduce del estudio de los fenómenosepilobio refracción?' Segundo. La primera doctrina que imperó en

estas indagaciones fue la de hacer residir la pro-ducción de tales fenómenos en las indicadas mo-léculas de forma cristalina que, conforme á lo queacabamos de decir, venían á ser los verdaderos yúnicos elementos constituyentes de las membranasorganizadas.

Según esto, vendría á deberse el efecto total álas propiedades birefringentes de cajla una y á laorientación de todas en una misma dirección.

Posteriormente, Hofmeister ha llamado la aten-ción de los naturalistas sobre la siguiente serie deindicaciones.

1." Se ha visto constantemente que la luz puedepolarizarse aun por refracción sencilla, es decir, enel caso en que uno de sus rayos pasa por un mesdiodiáfano limitado por caras paralelas. Cuandq.qstosucede, hay casi siempre un rayo reflejado y pirorefractado: ambos sufren en mayor ó menor gra-do las precitadas modificaciones, y es muy dignode notarse que los planos de polarización de ami-bos haces luminosos son siempre perpendicularesentre Sí. •,"

2." La luz que atraviesa un sistema de láiijioasde vidrio se polariza casi completamente y de igpalmodo. • . . • ,'-• 3." Ha sido demostrado por Fizeau, que cuandola luz cruza una superficie finamente rayada, $polariza en una dirección perpendicular á la dejascitadas estrías; y que sucede una cosa análogacuando la primera es reflejada por la segunda, salvoque la dirección de los planos ópticos es en estesegundo caso paralela á la de las rayas que cubrenla susodicha superficie.

¿Tiene aplicación esto al estudio de las membra-nas celulares?

Hofmeister cree que sí, y atribuye á hechos se-mejantes los fenómenos llamados de doble refrac-ción.

Kn la generalidad de las membranas, hay efecti-vamente, conforme ya hemos dicho, una serie decutículas concéntricas, y otra de estrías radialesque cortan á estas últimas. Entre unas y otras sedalugar á rendijas, á láminas paralelas, á puntos deunión, á distintas superficies reflejantes; en todoesto parece residir mejor que en invisibles molécu-las el aparato de reproducción de los hechos queacabamos de citar,

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Hé aquf ya una segunda doctrina acerca de laspropiedades birefringentes de las envolturas ce-lulares.

Por último, se hubiera podido sospechar tambiéná primera vista que tales hechos procederían de lasmismas alteraciones que pueden hacerlos apareceren un pedazo de vidrio amorfo. Comprimiendo ó es-tirando la masa de éste se presentan allí los indica-dos fenómenos desde que la dilatación ó acuta-miento se han elevado á un -10 por 100 de lasdimensiones ordinarias; pero al mismo tiempodeberemos añadir que acerca de las membranascelulares se poseen datos de experimentación queobligan á alejarse de tales concepciones.

Membranas de Caulerpa han sido estiradas y en-cogidas hasta proporciones de un 30 ó un 40 por 100déla longitud anterior, medida entre sus extremos;tan profundas alteraciones no han dado, sin embar-go, lugar al más mínimo cambio en los colores depolarización.

Queda, pues, hasta ahora únicamente en pié, ó laconcepción de las moléculas cristalinas, ó las modi-ficaciones introducidas en ella por Hofmeister.

En un primer golpe de vista parece concordar laprimera con las deducciones sacadas del estudio dolos fenómenos de imbibición y pérdida de fluidos; lasegunda corresponde, por el contrario, á lo que seobserva asi en la forma como en la estructura másexterior de las membranas. Parece, sin embargo,deponer en contra de la última el hecho de encon-trarse membranas birefringentes en las que no senotan diferencias de cutículas ni presencia de es-trias, y sí, por el contrario, una superficie lisa yhomogénea. Mas el espíritu de tal doctrina juzgaopuestamente que la manifestación en ellas de ladoble refracción muestra allí la existencia de lassusodichas cutículas y estrías, aunque no visibles,mediante el actual poder de nuestros microsco-pios. Dicho naturalista no admite, por lo tanto, enmodo alguno que la mayor generalidad de losindicados fenómenos de birefringencia sea unaprueba de que no se halla en tales separaciones surazón de ser y su causa.

Hofmeister no rechaza al mismo tiempo en abso-luto la existencia de las moléculas cristalinas; yasi, en el punto más esencial de la estructura de lamembrana, y en la aplicación á esto de la doctrinaatómica convienen las opiniones de los unos con lasde los otros. Tales moléculas siguen apareciendo,por lo tanto, como los elementos constituyentes delas túnicas celulares.

Veamos si son estas teorías las únicas que puedenexponerse en tal asunto.

EXAMEN DE LA ANTERIOR HIPÓTESIS.—Precisemosotra vez con mayor cuidado, yuno por uno, los an-teriores datos.

La concepción fundamental sobre que se hallanedificadas todas estas interpretaciones es la de laconstitución atómica de los cuerpos.

Cuando se examinan con algún detenimiento losrazonamientos anteriores, se ve que en todos ellosse supone como verdad demostrada la susodichahipótesis. Hofmeister dice terminantemente : Laidea de la indivisibilidad de la materia pide comonecesario el aceptar que al impregnarse en un Midoun cuerpo sólido cualquiera, se rodeen por capasfluidas las más pequeñas partículas imaginables desu sustancia (1). Los que han seguido con posterio-ridad tal escuela, se expresan del mismo modo enuna forma más ó menos terminante. Nagueü tomóeste mismo cimiento para levantar sobre él sugrandiosa creación acerca de la estructura y desar-rollo de los seres organizados.

Dado este paso, los demás aparecen ya non faci-lidad como simples é inmediatas consecuencias delo primero.

Mas, sin embargo, antes de entrar en el punto devista de conjunto, detengámonos á examinar el va-lor real que tienen cada una de las interpretacionesque han sido suministradas para las manifestacionesespeciales del cambio de las envolturas celulares.

Do los fenómenos de imbibición y desecamientose ha deducido antes la forma de las moléculas.

No aventurándose en el campo de las hipótesis,y expresando sólo lo que con más precisión repre-sentan estos cambios de forma, podrá decirse úni-camente que se tiene en ellos una prueba de que laacción de las fuerzas no es allí simétrica, y de quelos conjuntos de dinamismos de la membrana no sonidénticos en todos sentidos; sin que nos sea fácil,ni aun posible, el añadir nada más á lo que acaba-mos de exponer.

Buscar posteriores razones de aquello en las for-mas cristalinas, es alejar e! problema para encon-trar eíi último término la misma solución.

¿Por qué se distribuye el agua de una manerairregular en las membranas celulares? Se respon-derá que porque los átomos ó moléculas tienen unafigura geométrica en la que no son iguales los dis-tintos ejes ó diámetros; pero preguntaremos á nues-tra vez, ¿por qué en los cuerpos de esta forma nose extiende una capa de igual espesor sobre todasu superficie? y no podremos decir otra cosa mássino que los conjuntos de dinamismos son allí di-versos en los distintos sentidos. Esta es precisa-mente la solución á que antes se habia llegado, sinnecesidad de nuevas hipótesis supletorias. Talesobjeciones son únicamente las mismas que puedendirigirse á toda la doctrina atómica.

(1) Hofmeister. Doctrina de la cílulaman), pág\ 318,

(en ale-

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270 REVISTA EUROPEA,.—26 DE AGOSTO DE 1 8 7 7 . N.M83

Mas si en los fenómenos de absorción y deseca- [miento no hay un fundamento sólido á tales creen-cias, no son, en nuestro entender, más afortunadaslas aplicaciones de éstas cuando se llega al campodel cambio de las propiedades ópticas, ó lo quees lo mismo, al del desarrollo de la doble refrac-ción.

En esto puede, sí, hacerse constar:1." Que tales fenómenos no proceden de altera-

ciones producidas por la presión como procedende ella en el vidrio.

2." Que no deben su origen tampoco á propie-dades químicas de la celulosa, porque materias muyafines químicamente á ésta, como la dextrina, lasgomas y los azúcares, son completamente isótro-pas y no presentan nunca modificaciones de índolesemejante.

Pero suprimidas estas tres interpretacionest que-da luego la de Hofmeister como opuecta á la de laconcepción de las moléculas cristalinas.

Las membranas se descomponen, en general, encutículas y en zonas; una sección trasversal de ellasrepresenta, en efecto, una disposición análoga álas pilas de láminas de vidrio; y el aspecto de susuperficie, mirado desde cualquier punto, es análo-go al que ofrecerían las superficies finamente raya-das en que ha estudiado Fizeau algunos de los fe-nómenos de polarización.

Hofmeister admite, además de esto, la existenciade verdaderos cristales atómicos; pero, dadas susmismas explicaciones, tal admisión semeja ser, porlo menos, completamente innecesaria. Se ha indi-cado antes ya la sospecha que tales formacionespueden despertar; se ha expuesto al mismo tiempoque hay membranas que no present&n estrías y queposeen, sin embargo, la doble refracción; pero nohemos dejado tampoco de exponer la solución queel autor alemán da sobre este hecho, y aquella noparece efectivamente desencaminada del todo.

No nos precipitemos, sin embargo, en decidirnospor esta ó por aquella doctrina.

Al lado do lo anterior aparece, á poco que seconsidere tal cuestión, una coincidencia que, almenos en un primer momento, no dejaremos ya decalificar de extraordinariamente curiosa. Al mismotiempo que se cumple el que la membrana jovenes isótropa, y que la birefringencia se manifiestacuando aquella envejece, acontece también que lasenvolturas recien formadas arden sin dejar residuoalguno, y que luego que tienen ya algún tiempo, vandejando al ser quemadas un esqueleto de cenizacada vez mejor marcado y de. un espesor y consis-tencia más considerables.

¿Guardarán estos dos hechos alguna relación en-tre sí?

Procurémonos la adquisición de mayor número

de datos de esta misma índole, é intentemos apre-ciar su verdadero valor.

Cuando son quemadas diatomeas de diversos gé-neros y especies, ó cuando se someten á igual ope-ración muchos elementos histológicos de otros di-versos tipos, se observa siempre que los esquele-tos que restan presentan las mismas propiedadesbirefringentes que ofrecían anteriormente los indi-cados corpúsculos. Por el contrario, cuando des-pués de varias lociones se priva á una membranacualquiera de sus elementos minerales, y luego quemuestra de una manera bien marcada las reaccio-nes de la celulosa pura, so la coloca en el campodel microscopio, polarizada, se nota de un modo se-mejante que se ha debilitado eñ ella mucho, ó des-aparecido por completo el desarrollo de los coloresde polarización.

Deseando comparar hasta qué punto se desen-vuelven paralelamente estos dos órdenes de he-chos, hemos ejecutado numerosos experimentos.

Siempre que una membrana aparecía bi refringen-te, la incineración dejaba un residuo bien marcadode materias fijas; siempre que alguna de aquellasde un tipo determinado ardía por completo, no«aposible descubrir colores en las que se encontra-ban en idénticas condiciones.

¿Se hallará en la interposición de materias, mine-rales cristalizadas la causa de la birefringencia delas membranas? (1) ;

No queremos ser acusados de precipitación afir-mándolo terminantemente; pero sí diremos que estaes nuestra creencia; que hemos hecho, según se hadicho ya para fundarla, numerosas indagaciones (2);que creemos haber obtenido resultados sumamenteconcordantes, y que nos complacería ver repetidosexperimentos más delicados en este sentido,-pornaturalistas que, encontrándose desimpresionados,podrían, sin duda alguna, apreciar con mayor im-parcialidad los datos que obtuviesen.

De ser esto así, tal doctrina se encontraría ci-mentada sobre muy sólidos fundamentos, no exis-tiendo contra ella ninguna objeción semejante áaquella que se puede dirigir á las opiniones de Hof-meister, ni á las poderosas que pueden hacerse itodo lo que descansa en la hipótesis atómica.

No abandonemos tampoco este campo sin indicarque algo parece armonizarse también con estemodo de ver la forma en que se manifiesta la doble

(1) Adviértase que aquí aludimos á las materias infu-sibles que se encuentran en las células, y no á los crista-les que se notan directamente en algunas membranasmediante el empleo del microscopio.

(2) Como se comprenderá fácilmente, el mecanismo deestos experimentos es muy sencillo, reduciéndose á que-mar todas aquellas preparaciones de células en que sshan estudiado antes las propiedades ópticas, observando

i luego la formación de los esqueletos de ceniza.

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•« 8 3 E. SERRANO.—'MEMBRANA CELULAR, 271

refracción en las zonas más opacas de las fibrillasmusculares. Este es el único ejemplo de tales fenó-menos, que se conocen bien en el mundo animal.

Pero aun siendo esto lo que quiera, no dejará deverse en ello una interpretación sólo parcial, comolas anteriores, y este es precisamente, en nuestroentender, el punto en que se nota la falta principal

i- de las susodichas teorías sobre la estructura de lai membrana.i Cuando se examinan y comparan los diferentes

desarrollos que tienen lugar en fía envoltura de lacélula, ó lo que es lo mismo, toando se colocanenfrente unos de otros los distintos estados por queva atravesando aquella en su diferenciación físicay química y en el cambio de sus propiedades ópti-ca^ resalta claramente, como el hecho más evi-dente y culminante, que no son aquellas evolucio-nes que se cumplen de un modo independiente.

Citemos diversos ejemplos, más ó menos comunes,que nos confirmarán en la verdad de tal principio.

1° Es bien sabido que al mismo tiempo que lasmembranas se liquiflcan y cuticularizan, adquierenmayor dureza, aumentan en resistencia para los

J ácidos y álcalis, aparecen en ellas nuevos princi-| pios químicos, y se opacifican más y mis, ofreciendo

crecientes dificultades al paso de la luz. Hé aquí yauna pritnera dependencia; y debemos tener presen--te que, por muy vulgar que este ejemplo nos parez-ca, si nos fijamos en él con algún detenimiento, nodejaremos de comprender que nos suministra ente-ra evidencia de que todos estos cambios se han rea-lizado simultáneamente, y aun más que, según lamisma opinión común, aparecen como completa-mente inseparables unos de otros.

• 2.° Se conoce también por numerosos datos deobservación que las propiedades químicas y la do-ble refracción se desenvuelven de una manera pa-ralela. Conforme acabamos de decir, las membra-nas jóvenes^ cuya sustancia es celulosa pura, sonisótropas; las que presentan en gran número y res-petable proporción principios infusibles, desdoblanlas radiaciones que las atraviesan y ofrecen coloresde polarización.

3.° Aun después de desarrollados todos estosfenómenos, todavía se descubre su dependencia enla alteración simultánea de algunos de ellos. Cuan-do la membrana eontinúa su diferenciación, losplanos ópticos que estaban dirigidos en un sentidosuelen tomar luego otro distinto. Examínense si-no, como ejemplo, los brotes de algodón y los fila-mentos de este mismo cuerpo ya formados, cuyosplanos de los rayos ordinario y extraordinario sepermutan de! primero al segundo estado.

Resulta, por lo tanto, que aquí, como en todo,lps cambios de la membrana son totales, y que estasalteraciones de la forma, del color, de la refrin-

gencia y de la composición química, pueden sóloser miradas como manifestaciones particulares, queson diversas de un momento á otro, porque lo sontambién los estados de quienes dependen. Las in-terpretaciones singulares de éstos ó los otros fenó-menos valdrán únicamente como representacionesimaginativas de aquellos caracteres.

¿Cuál es, pues, por ejemplo, la causa de la bire-fringencia de las túnicas celulares?

En el estado actual de nuestros conocimientossólo podemos indicar, según acabamos de decir,que esta es la misma que la del cambio de estruc-tura, alteración de la naturaleza química y todaslas demás modificaciones que pueda experimentaruna membrana cualquiera. En el estado todavíaimperfecto de nuestro modo de expresar talesacciones^ no puede afirmarse otra cosa que el quetodo ello es debido á esa ley universal de diferen-ciación á que se halla sometidf) cuanto existe deorgánico y vivo. La palabra tomada así en su acep-ción más precisa, dice en verdad muy poco; com-prendida como se la comprende después de haberexaminado sucesivamente tjacíó'lo que se expresapor ella, vale realmente mucho; teniendo inmensatrascendencia la admisión de esta doctrina.

Recordemos, en efecto, que en la naturaleza sehalla sometido todo al desdoblamiento.

Se trasmite una fuerza; se calienta, por ejemplo,un cuerpo con una cantidad dada de calor, y éstase desdobla en una porción de energía que eleva latemperatura de aquél, y otra parte distinta que oca-siona su incremento en volumen. Además, cadauna de las derivadas sufre luego una división se-mejante, y así sucesivamente.

Ponemos en marcha un móvil mediante el cho-que por ot¡», y la fuerza viva se comunica sóle enparte bajo su misma forma, elevándose simultánea-mente la temperatura de ias dos superficies que sehan puesto en contacto.

Consideremos, por ejemplo, una masa protoplás-mica desnuda y homogénea, y, según hemos dichoya, se verán aparecer después en ella las oposicio-nes principales: -i.*, de membrana á contenido;2.", de sustancia fundamental á derivados; 3.*, denúcleo á protoplasma, y así indefinidamente.

En presencia de tal ley no podemos hacer otracosa más que reconocerla y señalar cómo se cum-ple en cuanto nos es dable observar.

Al mismo tiempo, colocados en el punto de vistafísico, llegaremos auna cosa semejante, aunque ex-presada con otras palabras. Para cada una de lasvariaciones que hemos cotnprobado debe afirmarseen particular lo mismo que se ha dicho para elcambio total. Si nosotros nos fijamos en el cambiode estructura, podremos decir sólo que han apare-cido allí otras masas dotadas de distinto color, de

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distinta cohesión, de una densidad diferente, enuna palabra, dotadas de diverso sistema de activi-dades y obrando, por lo tanto, sobre nosotros deotra mañera diversa. Cuando señalamos la apari-ción de nuevos compuestos químicos, que recono-cemos por sus propiedades, hacemos una afirma-ción idéntica. Por fin, no de otro modo podremosconsiderar ciertamente el desenvolvimiento de ladoble refracción.

Asegurar, como de ordinario se hace , que se hanpresentado diferencias en la densidad del éter quellena aquellos espacios por la singular distribuciónde sus moléculas alrededor de ciertos ejes, es de-cir en el fondo lo mismo, introduciendo ademásotras dos concepciones hipotéticas. Solo es á la fan-tasía á la que se satisface, cuando se lleva á estasinterpretaciones las mismas formas de cuerpos, más6 menos pequeños, que estamos contemplando ácada instante.

Conste, pues, que no puede hacerse más que re-conocer que la membrana, como el protoplasma, ycomo todo lo que vive, está sometida a un desarro-llo que consiste en la creación de oposiciones ycontrastes sobre el fondo fundamental de su unidad.

Esto es lo único que puede, en nuestra opinión,llegarse" á saber cuando, cansado de alejar cada vezmás el problema, tropezando siempre con las mis-mas formas é idénticas representaciones, se desvíael indagador de estos caminos para intentar, al me-nos, la posesión de adquisiciones más profundas ymás conformes con la realidad.

Todo lo que hemos dicho sobre la membrana po-drá verse repetido para cualquiera de los derivadosprotoplásmicos.

ENRIQUE SERRANO FATIGATI,Profesor del Instituto de Ciudad-Real.

LA SERIE.

i.

No sé s; alguno de mis lectores conocerá el inmo-ralísimo juego de la ruleta. Quiero suponer que sí,porque desgraciadamente este juego se permite enla mayor parte da las poblaciones de Europa» ó pormejor decir, se tolera. Apenas hay casino ni socie-dad de recreo donde cuatro ó seis aficionadosno hayan conseguido implantar aquel juego, seduc-tor como ninguno para los jugadores, y fascinadorcomo pocos para los incautos. La ruleta ha dado lavuelta al mundo. Dicen que un fraile francés fue elinventor de tan útil descubrimiento. Siempre fuerontemibles los frailes en sus invenciones, y de ello esbuena prueba la déla pólvora, atribuida general-

mente á otro fraile, alemán de nación,los eruditos aseguran. La ruleta ha arruinado casiátantas personas como se han acercado al tapeteverde que á ambos lados de la rueda giratoria'con-tiene el cuadro de los números^que han dW salirpremiados. Pero como no se ha dado caso de juga-dor arrepentido ni de escarmiento verificado, ácada nueva ruina sucede una nueva afición, y laperspectiva de una riqueza rápidamente adquirida,es gran fomento del vicio y no menor ganancia delos que explotan este vicio mismo.

De algunos añe'-s á esta parte, los especuladoresde este género de saqueo disimulado, han elegidocomo grandes centros de su actividad aquellossitios donde es mayor en verano la afluencia degentes acomodadas. Los baños que, ó por moda, ópor necesidad, son frecuentados en el estío pofaristocráticos viajeros, suelen tener todo género déalicientes para esparcimiento del ánimo y menguadel bolsillo. Por eso en Badén, en Hqmbourg, mMonaco, en Spa y hasta en'nuestro risueño puertode San Sebastian, por si acaso no eran bastantediversión del enfermo 6 del rumboso viajero á lámoda, los bailes, las regatas, las carreras decaballos y las músicas de noche, los explotado-res del vicio han llevado estos últimos años la rule-ta. ¿Quién no ha jugado algunos francos á taló cualnúmero, con la esperanza de ver aumentada sufortuna en tan gran proporción como todo el mundosabe? Un franco, producirá treinta y cinco; y si es-tos treinta y cinco francos se ponen á otro númeroy este otro número también es premiado, enton-ces... multipliqúese treinta y cinco por sí mismo.Tal es la ruleta. Tal es la esperanza del jugador;acertar un rato, nada más que un Mtb, y... el cuen-to de la lechera y los pensamientos aquellos del cen-tinela del soneto son pequeneces ante lo que e l »letista decidido se promete.

¡Lástima grande que todavía no nos haya contadola fama el nombre de ningún feliz mortal enriquecí1

do por la caprichosa bola! Lo único que sabemos decierto es que los jugadores suelen suicidarse ó aca-bar por pedir limosna, mientras que los caballeros

-particulares que dan vuelta á la rueda é impulso alabola, ó los capitalistas que allí les colocaron á1

sueldo, suelen ganar diez ó doce mil duros meé-suales en España, donde el número d'é jugadores esmás corto ó monos rico, ciento ó dósPcientos Milfrancos en Francia, ó en Italia, ó en Alemania, dondelas jugadas son más importantes y los jugadoresmás tenaces.

A pesar de esto, la afición aumenta de día én diá,si hemos dé juzgar por el aumento que ha suTridola especulación en estos últimos años. Es que lased del oró y la necesidad humana se pasean1 delbrazo por Europa, contándose una á otra que cada

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ri'183 E. BLASCO. LA SERIE. 273

dia son mayores las necesidades de los que no vivende su trabajo. Y sobre todo:

Quid non mortalia joectora cogis,auri sacra /ames/

11.

Fue en Hombourg, bien me acuerdo. Allí era don-de solia yo encontrar, en uno de los casinos, siem-pre henchidos de gente que habia ido á gastar enverano las rentas del invierno, á los duques de ***,un máWnionio ruso, de conversación agradabilísimay excelente trato. Me habia presentado á ellos undiplomático español. Simpatizamos pronto, y todoslos diás tomábamos juntos cerveza.

También allí habia ruleta. La concurrencia á lasala de juego era muy numerosa; enormes las can-tidades que se atravesaban. El duque solia jugar decuándo en cuando, no por vicio, sino por distrac-ción. Más de una vez me admiró su imperturbabi-lidad en la ganancia y su sonrisa de desden ante lapérdida. Solia poner dos ó tres luises á negro 6colorado, buscando siempre una serie. Entoncespude observar que las series son muy frecuentes enla ruleta. La mitad de los números do la rueda sonnegros, la otra mitad son colorados. El jugador queprefiere jugar los colores á jugar los números, noobtiene más ganancia que la cantidad jugada; peroen cambio suele suceder que se den cinco ó seisnegros ó encarnados, y en tal caso la ganancia escasi mayor que la que se puede obtener ganandotreinta y cinco por uno.

Una tarde que la duquesa tuvo la humorada dearrojar cinco luises al negro y la paciencia de espe-rar á ver si los negros se repetían, vio colmadossus deseos.

Seis números negros ocupó la bola seguida-mente.

Cinco luises que hacen diez, diez que hacenveinte, veinte que hacen cuarenta, cuarenta quehacen ochenta, ochenta que hacen ciento sesenta,y ciento sesenta que hacen trescientos veinte.

Trescientos veinte luises. Seis mil cuatrocientosfrancos obtenidos con cuatro napoleones.

—¡Brillante jugada!—le dije á mi amiga.—En cambio yo he jugado al encarnado,—me

dijo u.n,, polaco que estaba delante de mí,—y heperd¡d,o dpce mil francos en menos de tres minutos.

Tal es la ley eterna de las cosas de la vida. Unoshan de perder para que otros ganen. Es lo que losdiplomáticos suelen llamar en política el equilibrioeuropeo, como si les creyéramos por eso.

La duquesa recogió su montón de oro y nos reti-ramos del salón. Discurrimos acerca de la inmo-ralidad del juego (por lo mismo que se acababa de

TOMO X .

ganar), y mis dos amigos me refirieron una porcióndo anécdotas curiosas, referentes todas á jugadasy jugadores. En todas ellas habia horribles detalles,sucesos dolorosos.

—Yo juego muy pocas veces,—me dijo el du-que,—y esas, por el gusto de despreciar la fortuna.Tengo la evidencia de que si jugara diariamenteme arruinaría, y acabaría por hacer del juego unanecesidad, un oficio, un niodus vivendi; y, creedme,la fortuna no se busca, se encuentra. Jugar parahacer negocio es una simpleza. Todas las grandesjugadas se han hecho por hombres que, ó no nece-sitaban el dinero que ganaron, ó se encontraronmillonarios cuando menos lo esperaban, echando aiazar unos cuantos francos.

Hay además una fatalidad inevitable que pesa so-bre todos loe jugadores del mundo. Dado que losjugadores puedan ser gente honrada, estad segurode que siempre gana quien monos lo merece, y porotra parte, yo he observado...

En tal punto interrumpió nuestra conferencia unjoven holandés, que tornaba cerveza en una mesapróxima á la nuestra. Le conocíamos de vista.

—Perdonadme, señores,—nos dijo,—si me in-giero en vuestra conversación; pero un ejemplo quequisiera poneros, probará la verdad de cuanto estádiciendo este caballero (y señaló al Duque). Es unhecho histórico que todavía recuerda con horrorMr, Blanc, el director de estos juegos. ¿Queréis oirla gran jugada de nji hermano?

Le invitamos á ocupar un asiento á nuestro lado ycomenzó de esta manera.

III.

Rodolfo oc^ionó la ruina de nuestra casa. A lamuerte de nuestro padre, que era acaso el comer-ciante más rico del Haya, nos repartimos la herenciacomo buenos hermanos y cada uno se propusoaumentar lo heredado de la mejor manera posible.

Éramos tres: Rodolfo, que habia seguido la car-rera mercantil; Esteban, que era abogado, y yo, quesoy médico.

Rodolfo era el mayor; le queríamos como á unpadre. La pérdida del nuestro, que tanto sentimos,estaba compensada por el cariño y el respeto queRodolfo nos merecía. Era tan bueno, tan generoso,tan digno de ser querido, que no habia posibilidadde hallar en él defectos.

Pero Rodolfo habia nacido para ser infeliz y hacerinfeliz á cuanto le rodeara.

¿Me podéis explicar en qué consiste eso que enunos pueblos se llama la fatalidad, en otros el sino,en otros la sombra, en otros Dios, en otros lajetta-tura, en otros la desgracia, en otros la mala estrella?

Rodolfo emprendió negocios en grande escala,18

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274 REVISTA EUROPEA.—26 DE AGOSTO DE 1 8 7 7 . N.° 183

negocios de esos que llaman los comerciantes cla-ros, indudables, de ganancia segura. Perdió siempresu dinero. Tres años bastaron para que desapare-ciera su capital por completo. Se había hecho ar-mador en el tercer año, y tres grandes barcos desu propiedad que salieron de nuestro puerto conrumbo á las costas de África, donde se proponíaintroducir mercancías de gran resultado, fueronpresa de los elementos en alta mar, y perdióse conellos el resto de aquella que fue grande riquezacuando mi buen padre abandonó la vida. Era pasa-jero de uno de los barcos nuestro pobre hermanoEsteban, que con morir por seguir los consejos deRodolfo, yendo á las costas de Guinea en calidad degerente de nuestra casa, nos dejó, á más de deso-lados, pobres, supuesto que en aquella gran em-presa iba comprometida también parte de la heren-cia suya.

Quedaba lo que yo heredé como ellos. Conmo-vidísimo ante la horrible desgracia de mis herma-nos, y viendo á Rodolfo, sino desconsolado porquesu carácter era fuerte y sufrido, por lo monos sinesperanza alguna de mejor suerte, le dije un dia:

—Rodolfo, se ve claramente que no eres afortu-nado; pero en mis viajes por España he aprendidoun probervio que dice: Dios mejora sus horas. Tú yyo somos una misma persona. Yo soy médico y noentiendo de negocios, pero conservo intacta mi he-rencia. ¿La quieres?

—¿Para perderla y arruinarte?—dijo mí hermanocon una sonrisa de amargura.

—Para lo que Dios quiera,—le respondí.Y á los pocos dias la casa Rembrant hermanos,

que así se llamaba la nuestra, entró en un nuevoperíodo de prosperidad que sorprendió á los comer-ciantes del Haya.

He dicho que Rodolfo tenía el carácter fuerte.Debo rectificar. Era una naturaleza especial la suya,un temperamento raro. Tenía una especie de resis-tencia pasiva que aún hoy me admira. Le sucedíauna desgracia horrible y su rostro no se alteraba.Podían decirle en un momento dado y cuando menoslo esperase:

—«(Estás arruinado," y no pestañeaba. Dijéranle:«Tu hermano ha muerto,» cuando le creyera enplena salud, y apenas se inmutaría.

Y no era que careciese de sentimiento ni de sen-sibilidad. Era que desde niño estaba acostumbradoá sufrir contrariedades.. Tenía valor y tesón, yquería luchar, y luchaba; y la desgracia no lo dabaun susto nunca.

En cambio, yo le he oido sollozar mil veces en lasoledad de la noche, cuando, encerrado en su cuartoy dando vueltas en el revuelto lecho, pensaba en suporvenir, en su hermano muerto, en su hermanovivo, porque me quería entrañablemente y tem-

blaba de perder mi caudal, que no quería conside-rar como suyo.

-/- Comenzó un negocio de licores, y perdió más dela tercera parte del dinero que yo le habia'confiado.Un convecino suyo, picaro redomado, halló ocasiónde cederle, ó bajo precio, y como buenas, un cre-cido número de pipas de curacao, que tuvo que mal-vender precipitadamente. Cuando me contó estefracaso, me dijo:

—Mira, creo que no acertaré en nada de lo queme propongo, porque estoy enamorado.

Y me contó sus amores.La posesora de su corazón era una niña angelical,

que gozaba gran fama de virtuosa en el pueblo¿ En,huérfana. Estaba al cuidado de unos parientes leja-nos. Era muy pobre; pero, ¿qué importaba? ¿No erami hermano todavía rico con las dos terceras partesque de mi regalada herencia le quedaban?

Al mes de haberme hecho aquella revelación desu amor, conseguí verle casado con su amada. ¡Go-zaba yo tanto con verle dichoso! ' ... •

Los negocios prosperaban. Habia admitido un ge-rente muy experto, un hombre lleno de actividad,iquien la joven esposa habia recomendado, por seralgo pariente suyo. Rodolfo dio á este hombre plenos poderes para que le representase en una gransubasta. ¿Queréis creer que el gerente y la esposavirtuosísima huyeron del Haya un dia, al amanecer,y fueron á derrochar nuestro dinero á New-York!

Creedlo, porque es tan cierto como espantoso.Una sonrisa, sólo una sonrisa brotó de los labios

de mi pobre hermano. Quiso tener valor, y le tuvo;pero aquella horrorosa desgracia fue para él y áwpara mí, la mayor que hasta entonces pesó sobrenosotros. ' ' "!

Rodolfo necesitaba distraer su dolor.—Cierra el almacén,—le dije,—vende lo que en

él queda, redúcelo todo á dinero. Te restan unoscien mil francos de toda nuestra herencia. Es preci-so que viajes, porque estás enfermo.

Yo soy médico, y estas palabras le sorprendieronun poco.

—¿Estoy enfermo?—Sí.—¿De gravedad? . • :

—No.Y al decirle esto, le engañé. Hacía tiempo que yo

adivinaba en él todos los síntomas del aneurisma.Podia morir dentro de un mes, dentro de -veiúíeaños; pero la enfermedad no tenía remedio. Se re-sistió á emprender un viaje por no tener el descon-suelo de dejar de verme. Pero yo le prometí acom-pañarle. Dejó mis enfermos, mi casa, mis afecciones1

todas, y salimos á recorrerla Europa.1

Después de un año de viaje p'or España é Italia,Francia y Rusia, volvimos á Alemania, y nos detó-1

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E. BLASCO.—LA SERIE. 275vimos aquí donde ahora os refiero esta historia. Aquí,en Hombourg, pasamos una larga temporada. Aquíjugó mi hermano diferentes veces, y perdió siempre.¿Nohabia de perder, si en su vida tuvo la satisfac-ción de acertar nada? Rra, sin embargo, notable porsu imperturbabilidad. Perdía miles de francos conuna serenidad envidiable. Es muy general que á todojugador se le enrojecen gradualmente las orejas:¿lo habéis reparado? Es un detalle cómico de ladesesperación que se apodera de quien juega, quesuelen observar todos los que hacen en estas casasel papel de espectadores. Mi hermano no varióminea de color. Su palidez habitual no le abando-naba un instante.

Como yole conocía bien,nunca se me ocurriódetenerle si ganaba, ni retirarle si perdía. Aunquele hubiese visto ganar diez millones, no lo hubieradicho retírate. Esto le hubiera indignado. Su carác-ter no admitía consejos ni reprensiones. Era des-graciado, pero esto no era culpa suya. Nadie podíani debia hacerle cargos. :

Una tarde sentado á una de estas mesas me dijo:—¿Qué piensas que hagamos? De toda nuestra

herencia, apenas nos quedan veinte mil francos...—Volveremos al Haya,—lé respondí,—y mientras

haya mala salud, yo ganaré lo suficiente para vivir.Y Rodolfo exclamó:—[Eramos tan ricos!

' Pensó un instante en todas las desgracias de suvida, y una lágrima muda, pero elocuente, se desli-zó por sus mejillas.

Le dejé solo.Por la noche volvió al hotel extremadamente

serio.Adivínelo que pasaba.—jilas jugado?—le pregunté temblando, porque

yo detesto el juego.•—Sí,—me respondió.—¿Cuánto?-Todov-—¿Todo?-Todo.'-¿Es decir que estamos ya completamente pobres-

•—Mira. %:Y al decir esto, Rodolfo sacó de un bolsillo un

tais, y -me dijo:—Esto es todo lo que nos queda en el mundo.

IV.

La'historia que nos referia el joven holandés nosinteresaba en extremo á los duques y á mi. Des-cansó él un momento; tomó un sorbo de cerveza, ycontinuói !" :

Pasamos la noche en vela. Rodolfo creyó sin dudaque yo dormía, y se desahogó llorando. Yo le oíallorar, y procuraba fingir un sueño de que no dis-frutaba. Sabia que mi hermano se levantaría á lamañana siguiente con rostro sereno y procuraríadisimular la pena que destrozaba su ahila.

Efectivamente: por la mañana temprano se vistió,y me llamó creyendo que yo dormia.

Hicele crece que me despertaba.—Mira,—me dijo:—es preciso ver cómo busca-

mos un poco de dinero para pagar el gasto del hotely el viaje hasta nuestro país, porque con un luis esimposible disponer nada.

¡Y sonreía el pobre al decirme estas palabras!—Eso es muy fácil,—le dije.-—Aquí hay paisanos

nuestros que no pueden sospechar que hemos lle-gado á tal pobreza: diremos que hemos tenido elcapricho de jugar y que hemos perdido. Pediremosprestados quinientos francos... ¿te parece?

—Bueno. Tá harás lo que mejor te parezca.Y salió.Hice lo que pensó. Pedí á un comisionista amigo

mió los quinientos francos, y volví á reunirme conmi hermano.

Le busqué por el salón de lectura, y no estaba.En ej restaurant, tampoco. Di con él en la sala dejuego.

Estaba sentado en un extremo de la mesa, conlos codos apoyados en ella y la cara oculta entrelas r..anos. Tenía inclinado el sombrero hacia lascejas.

No se lo veia el rostro.—Rodolfo,—le dije,—tocándole en la espalda.—Duerme,—me dijo un jugador.—No juega, y

hace mucho rato que está así. Sin duda le gustaoir cantar los números sin mirar á nadie; por osotal vez se ha Ocultado la cara entre las manos... ¿Esamigo de usted?

—Es mi hermano,—respondí.—¡Ab! ya. Lo digo porque si no juega, podia de-

jar el puesto á otro.En aquel momento Rodolfo apartó una de sus

manos del rostro, sacó del bolsillo el luis que meenseñó la noche anterior, el único luis, el último,y lo puso al negro. En seguida volvió á colocarsecomo estaba, con el rostro entre las manos, loscodos en la mesa y el sombrero sobre los ojos.

—;E1 6 negro!—gritó el banquero que hacia rodarla bola.

Ya tenía dos luises mi .pobre Rodolfo. Siguió enla misma postura. Yo me fui al otro extremo de lamesa para contemplarle. '

—¡El -10 negrol—gritó el banquero en seguida.—¡Cuatro luises!—pensé yo.Y mi hermano ni levantó: la cabeza. ¡Era esto tan

propio de su carácter!

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276 BEVISTA EUROPEA. 2 6 DE AGOSTO DE 1 8 7 7 . N . " 183,

—¡El 24 negro!—se oyó entonces.Y á los pocos instantes rodó la bola y gritaron:—¡El 35 negro!Los jugadores comenzaron á reparar en aquel

hombre que de tan grande calma daba pruebas.Yo pedia á Dios que los negros continuaran.—¡El 45 negro!—oí al momento.Y antes de quo pudiera alegrarme:—¡El 17 negro!¡Qué admirable tesón el de Rodolfo! Ni levantó

los ojos; y sin embargo, ya atraia algunas miradasaquel montoncillo de oro que en la casilla del ne-gro habia.

—¡El 2 negro!— gritó el banquero.Y pagó enseguida mirando alarmado hacia donde

Rodolfo estaba.A los dos segundos, la bola rodaba; la impacien-

cia mia era grande.—¡El 22 negro'.—oí gritar, y respiré. Eran cerca de

seis mil francos los que el mísero luis producía;¿pero y si ahora, como ora lo más probable, la bolacaia en una casilla encarnada?

—¡El 33 negro'.—resonó en la sala.Y se dobló el montón.Tuve un movimiento nervioso. Quise ir al lado de

Rodolfo y decirle: t¡Vámonos!» Pero tuve miedo decontrariarle.

Casi todos los jugadores le miraban, y él, ¡oh ad-mirable entereza! sin levantar los ojos.

—\E\ 31 negro'.—gritó esta vez el banquero conrabia.

Hubo una exclamación de sorpresa.La bola corría con una rapidez pasmosa. El ban-

quero estaba febril.—¡El 26 negro'.—dijo al momento y se puso en-

cendido, pero pagó religiosamente.Yo llegué ya á creer que era imposible que vi-

niera un encarnado. Tenían mis ojos algo de mag-netismo.

La bola estaba á-mis órdenes. ¡Qué felicidad! To-das las desgracias de mi pobre Rodolfo iban á sercompensadas si seguia jugando y ganando...

Me asusté. Un inglés jugó ocho mil francos al co-lorado... y creí que tenia razón, porque era muyprobable...

—¡E! 6 negro'.—gritaron.Nueva exclamación de sorpresa. Ya no habia di-

nero con que pagar. El banquero se retiró. Algunosjugadores se levantaron. Nuevos banqueros, connuevo capital, se sentaron llenos de esperanza enque si Rodolfo seguía jugando, un encarnado ven-dria muy pronto... ¡Locura! tiraron los nuevos ban-queros; rodó la bola; cayó en el 4.

—¡El 4 negro'.—gritó el banquero recien llegado yse oyó un grito en la sala; y mi hermano no levan-taba la cabeza; y yo era feliz, porque todas las des-

gracias de su vida desaparecían ante aquella in-mensa riqueza, porque el banquero volvió á tirar ypronunció el ¡20 negro', y ya no hubo dinero tampo-co, y el asombro creció, y la gente rodeó á mihermano que ya era dueño de seiscientos cincuen-ta y cinco mil trescientos sesenta francos (pues yollevaba la cuenta con un lápiz); y entonces, depronto, como si me hubiera herido un rayo, mehirió una sospecha.

Corrí como un loco hacia mi hermano.-—¡Rodolfo!—le gritó.Y no me respondió. Le empujé violentamente, le

alcé la cabeza... la concurrencia dio un grito hor-rible...

Rodolfo estaba muerto.

EUSEBIO BLASCO.

LOS PELIGROS CONTINUOS.

i.

¿Por qué no meditar alguna vez, en el torbellinocon que incesantemente se suceden los hechos, ennuestra existencia, acerca de la multitud de esco-llos con que podemos tropezar en el piélago en quenavegamos, las mil contrariedades que el mundofísico nos presenta durante nuestra peregrinaciónpor él, como si no fueran en suficiente número laslágrimas derramadas por los pesares morales? Si:á nuestro pies hay abiertos gran número de abis-mos; sobre nuestras frentes se ciernen á toda botatempestuosas nubes, prontas á lanzarnos mortíferacentella; las flores de que se halla el camino de lavida sembrado, ocultan desgarradoras espinas ótraidores reptiles que nos clavan su emponzoñadodardo.

No obstante, jamás abandona (salvo excepciona-les casos) el deseo de conservar la existencia; sen-timos perder la juventud cual apetecido tesoro, ymiramos con dolor, cuando dirigimos á lo pasadonuestra vista, y al ver los trascurridos años, recor-damos la exactitud y la inmensa melancolía dequeestán impregnados los inmortales, versos del graopoeta Jorge Manrique, que no por vulgarizados, soumenos grandes, pues siempre será para nosotros«cualquiera tiempo pasado,^ mejor que el presentey el placer de fugacísima y efímera existencia. Nopenetremos en el campo de la vida social; deten-gámonos solamente algunos instantes en los peli-gros materiales que nos rodean, cuyo conocimientono será del todo inútil para procurar, hasta dondeposible es en lo humano, evitarlos. La ignorancia óel olvido de su existencia, nos hacen en demasía

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«N.M83 J. OLMEDILLA. LOS PELIGROS CONTINUOS. 277

confiados, despreciándolos muchas veces y en oca-siones buscándolos. Por eso es conveniente cono-cerlos para evitarlos, á fin de que al coger las ro-sas que engalanan el jardín de la vida no produzcandolorosas heridas sus punzantes espinas.

Enumeremos algunos de los peligros á que nosreferimos, ya indicados en el anterior artículo, aun-que bajo distinto punto de vista y con menos de-talles.

Grande es el anhelo con que nos procuramosabrigo en la rigorosa estación de invierno, aproxi-mándonos á los sitios donde hay carbón en combus-tión, ya sea las estufas dispuestas de modo queconduzcan los productos de la referida combustiónfuera de la estancia, ó lo que es todavía peor, ha-cer uso del histórico y tradicional brasero, en tornodel cual se reúnen las familias como si fuera el lazode unión entre sus individuos que al calor del ho-gar doméstico arraigan sus sentimientos de cariño.Pero al propio tiempo, están absorbiendo lento ve-neno, que aquellos carbones, no bien encendidos,exhalan, y que de las azuladas llamas que los ro-dean se desprenden. Es un gas producido en lacombustión incompleta del carbón, al que los quí-micos denominan óxido de carbono. No liene coloralguno, pero se quema produciendo una llama depálido matiz azul, y es lo que ocasiona esos inten-sos dolores de cabeza, esos angustiosos mareos,que cuando se ha verificado en gran cantidad laabsorción, llegan á ser un verdadero envenena-miento, en términos de que es uno de los cuerposvenenosos que la toxicología estudia, así como loprepara el químico en su laboratorio, si bien escierto que no se vale para su obtención del carbón,pues conoce medios que con más facilidad le sumi-nistran y en un estado mucho mayor de pureza.Algunos desgraciados han acudido al óxido de car-bono como arma de suicidio. La estadística de estosaccidentes arroja un número no escaso de infelicesque han puesto fin á sus dias encerrándose en es-trechas estancias con un brasero á medio encender.No ha sido sólo, por desgracia, la fecunda imagina-ción de los novelistas la que ha creado este mediode poner fin á la existencia. Es la triste realidad laque tenemos que lamentar.

De lo cual se deduce que hay precisión de evitarátodo trance la proximidad á esos sitios, y en casode necesidad, procurar establecer una ventilaciónbien entendida, con objeto de que las puras cor-rientes de aire vivificador y oxigenado renuevenla mortífera atmósfera que gira en torno del ma-nantial de gas formado por el carbón.

Bien harán en no dar al olvido lo referente á esteasunto todas aquellas personas cuya ocupaciónlleva consigo la proximidad á los sitios donde haygran cantidad de carbón en combustión. Los fundi-

dores de metales, los operarios de fábricas de gasdel alumbrado, los herreros y otra multitud de in-dustriales que han menester hacer uso en sus traba-jos del carbón, procuren siempre que penetre á susestancias aire puro y en suñciente cantidad, con lasdebidas precauciones para evitar rápidos enfria-mientos, pues de otro modo no podrán libertarsede las funestas consecuencias de uno de los tóxicosmás terribles.

II.

Uno de los más poderosos y frecuentes vehículospor los que sufre alteración nuestro organismo es elaire. En otro articulo trataremos extensamente dela masa gaseosa que nos envuelve, á la que deno-minamos atmósfera, que nos alienta y vivífica, peroque encierra asimismo los gérmenes de la muerte.Multitud de sustancias flotan en el mismo, á nues-tra vista imperceptibles, pero no por eso menosaptas para clavar su dardo en nuestro seno, másterrible; y pavoroso por lo mismo que es invisible. •Es la herida en la sombra, el combate de encruci-jada, la batalla en medio de la noche, presentandonuestro pecho descubierto, cuando el enemigo sehalla fuertemente atrincherado y protegido por elabrigo de fortaleza inexpugnable.

Tal es lo que se llama miasma; que á toda horaso forma, que con la más grande facilidad toma ori-gen, crece, se propaga, viaja á considerables dis-tancias, hace sus altos, retrocede, gira en diversasdirecciones, marcando muchas veces sus jornadascon fúnebres y desoladoras huellas. En la respira-ción de los animales, en la incesante serie de des-composiciones que á toda hora tienen lugar, en lamuerte de los^séres cuyos cadáveres forman gran-des manantiales de corpúsculos para sufrir nuevastransformaciones, en el aroma de la flor, en el va-por que se desprende do un lago ó de un arroyo,en el sudor que nos baña, en el traje que nos liber-ta de la intemperie, en el mueble que adorna nues-tra habitación, en los manjares que nos alimentan,hay otros tantos orígenes de miasmas.

Nada más fácil que contraer graves enfermeda-des por la absorción de estos miasmas, sin que seansuficientes á impedirlo las mayores precauciones.La piadosa visita á un cementerio puede ser lacausa de que se adquieran terribles enfermedades.Citaré el caso de haberse desarrollado en una po-blación mortífera epidemia, á consecuencia de ha-ber acudido en procesión á un cementerio despuésde enterrar gran número de individuos. Refiéreseasimismo, que abrió un sepulturero en otra ocasiónel ataúd de un hombre que treinta años antes habíafalleeido de viruelas, y en el instante mismo en queperforó con el hacha la cubierta del ataúd, se espar-

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ció en la atmósfera fetidez insoportable, muchas delas personas que se hallaban presentes fueron ata-cadas de viruelas, y la enfermedad se extendió por.la comarca entera. Da aquí las precauciones quedeben siempre tomarse por todos los gobiernos,acerca de la colocación de los cementerios, que hande hallarse todo lo más distante posible de las po-blaciones y en sitios elevados, con objeto de quesusemanaciones no hagan que se aumente el númerode sus moradores. Preciso es, pues, que los muertosse encuentren colocados lejos de los vivos, auncuando la memoria de los seres queridos existasiempre en nuestro corazón y sea eterna llama desiempre encendida antorcha cuyos fulgores no seextingan.

Se hace, además, necesaria la inspección de laciencia en los sepelios, haciendo profundoslos hoyosdonde han de colocarse los cadáveres, cubriéndo-los con capas de cal suficientemente espesas, paraque sean neutralizados hasta donde es posible losmaléficos gases que los cuerpos en putrefacciónexhalan, evitando que causen gravísimos perjuicios.

III.

¿Qué serie de encantos no produce la vista de unjardin? El perfumado ambiente que allí se respira, lamultitud de flores de variadísimos matices y embria-gadores aromas, el murmullo de las fuentes, la som-bra que amorosamente proyectan los altísimos yfrondosos árboles que al propio tiempo que recreannuestra vista nos libran de los rayos abrasadoresdel sol del estío, dejándonos ver á trechos el mag-nífico azul de la bóveda celeste, todavía no trasla-dado al lienzo por pintor alguno. Ñas al par de tanincomparables bellezas, hay no pocos peligros en tanamenos y frondosos sitios.

En las noches del estío es poco prudente la expo-sición á las emanaciones de las flores, pues despren-den en esas horas un gas nocivo denominado ácidocarbónico, que produce vértigos, sofocación ymareos, dando por resultado la alteración de la sa-lud si estas inhalaciones se repiten. Por eso es per-judicia'ísimo tener en los dormitorios ramos de flo-res, y no ha sido raro ver que han aparecido asfixia-das las personas que imprudentemente han colocadoá la cabecera de su lecho ramilletes de olorosasflores.

En efecto, en la respiración de las plantas tienenlugar muy diversos hechos, según se considerendurante el dia ó cuando las sombras do la nochehan apagado por completo los resplandores del solEn este caso, la escena cambia enteramente: lo quedurante el dia fuó desprendimiento de vivificadoroxígeno, purificando lo que la respiración animaimpurificaba, en la noche, por el contrario, hay exha-lación de gas carbónico en los vegetales; debemos,

ues, huir de ellos y contemplarlos tan solo cuandoos rayos solares bañan su espléndido follaje.

La proximidad á los sitios donde hay agua, sa-bido es también lo perjudicial de su permanencia,

ios lagos, arroyos, estanques, rios, acequias, pozosy pantanos tienen en su seno maléficos miasmasportadores de gravísimas enfermedades. En su fon-do so verifican una serie de transformaciones délassustancias orgánicas, ó sean fermentaciones, peproducen una verdadera nube deagentesmortiferos,principalmente cuando no los ahuyentan los ardo-•es del sol, como acontece desde el crepúsculo dea tarde hasta que ha trascurrido con mucho exce-

so el matutino fulgor de la aurora. Por esa razónpuede calificarse de la más temeraria de las impru-dencias el paseo por los sitios húmedos en horasque no sean las comprendidas en el centro del <La multitud de fiebres intermitentes que-diezmany han desolado en otras ocasiones pueblos enteros,reconocen por causa en su mayoría la acción délosefluvios pantanosos y el poco esmero que se poneen evitarlos, cuando es una idea vulgarísima laperniciosa influencia de los referidos vapores.

Mas no es solamente la acción de los efluvios loque hay que temer en una excursión campestre. Laluz, por ejemplo, eso agente el cual embellece nues-tra existencia, puede también ser causa, ¡quién lodijera! de nuestra desventura. Un hermoso paisajenevado, que al pintor y al poeta suministra tan-tas inspiraciones, pudiendo admirar en el lienzoó en los versos los destellos del genio, puede he-rirnos la vista de tal suerte que contraigamos terri-ble enfermedad que termino por reducirnos á eternanoche. La acción de los rayos solares sobre exten-sa superficie arenosa, á mas de producir abrasadorambiente, es causa de males gravísimos ya en elórgano de la vista, ya en toda nuestra organización.

' IV.

Dentro del hogar doméstico también estamos ro-deados de enemigos. No basta que la habitación seacómoda y suficientemente ventilada. No solo es latriste choza del pobre la que suministra el únicocontingente á las enfermedades. Es también el al-fombrado y lujoso palacio, donde.el áureo pebeteroesparce gratísimos aromas y los lujosos muebles ycuadros hacen recrear el ánimo y admirar la rique-za que recompensa al genio. Muchas veces el es-tampado de los papeles se ha verificado con sustan-cias nocivas, y constantemente se desprenden deaquella lujosa estancia partículas pequeñísimas, esverdad, pero no por eso menos dañosas. Así no hasido raro encontrar en el aire de las habitacionescantidades pequeñas de compuestos'arsenicales, de ,cobre, de mercurio, de plomo y otras sustanciasigualmente tóxicas, á las que no podía atribuir-

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183 J . OLMKBILLA. LOS PELIGROS CONTÍNÜOS. 2 7 9

sé otro origen que las pinturas del pavimento,paredes y tochos de los salones en que han tenidolugar estos análisis.

A veces la lectura de un libro es ocasión de unenvenenamiento. Sobre todo, en muchas obras an-tiguas donde los cantos de los libros estaban pinta-dos de amarillo, cuyo color contenia un cuerpo al-tamente venenoso, y nada más natural que hume-decer en la boca el dedo indico para facilitar laseparación de las hojas. Esta operación, muchas ve-ces repetida, daba por resultado la absorción deuna cantidad no insignificante del cuerpo veneno-so, contándose algunos casos de muerte ocurridospor esta causa.

El agua, tan necesaria para nuestra existencia,es en momentos dados el acorado puñal que nos dala muerte. No sólo por el brusco enfriamiento quepuede ocasionar, cuando después de larga jornadaapagamos la sed que nos devora con gran cantidaddo agua á temperatura baja, siendo el origen de en-fermedades del aparato respiratorio, cuya sola ter-minación es el sepulcro, sino que, usándola con to-das las precauciones que la prudencia aconseja, estambién la causa de gravísimos perjuicios. En efec-to, el agua, aun siendo enteramente incolora, ino-dora é insípida, contiene en disolución silicatos ydiversas sales terriblemente nocivas para el orga-nismo. No há mucho que tuve ocasión de leer en unperiódico inglés el caso de un- cazador que, hosti-gado por una sed abrasadora en medio del campo,se dirigió á un manantial que producía el agua puray cristalina, y-no tardó en experimentarlos efectosde un envenenamiento, del que fue víctima á laspocas horas. No basta que aparezca el agua com-pletamente incolora y privada de sabor; es precisoque haya completa certeza de su aptitud como be-bida, ya sancionada por la ciencia ó ya por la expe-riencia. La química ha dado á conocer un métodollamado hidrotimetría, que resuelve el problema confacilidad extraordinaria. Se funda en la permanen-cia con que forma-espuma el agua con una disolu-ción alcohólica de jabón. Dicha espuma se formatanto más pronto y persiste tanto más, cuanto ma-yor es la pureza del agua que se investiga. Es, pues,un medio de ensayo al alcance de todos, sin quehaya menester el ^ue lo ¡ejecuta poseer conoci-mientos químicos- Basta, pues, que el viajero lleveuna disolución de jabón en alcohol, en las propor-ciones de una parte de jabón par>a diez y seis de al-cohol; un frasco dividido en cuatro espacios de 40centímetros cúbicos cada uno, pai'a'colocar el aguaobjeto del ensayo, y un tubo convenientemente gra-duado (tiene 6 centímetros cúbicos -divididos en 87grados), donde se pone el -líquido altíotólico. Laadición de éste, hasta que la espuma en el agua seapermanente, nos dice, por comparación con el nú-

mero de grados invertidos con una agua de buenascondiciones, si podremos impunemente usar comobebida el liquido que ensayamos.

V.

Además de lo expuesto, merecen también llamarnuestra atención los daños que el estado eléctricodo la atmósfera puede ocasionar. Los trabajos delinmortal Franklin, secundados después por Dali-bard, más tardo por Becquerel, Roich y el malo-grado Richmann, muerto á consecuencia de una des-carga eléctrica cuando practicaba los estudios ex-perimentales relativos á este asunto, han colocadoesla parte de la física y la meteorología á inmensaaltura, cuyos resultados no es ciertamente la hi-giene la última que ha de utilizar en beneficiosuyo.

Se sabe, en efecto, que á la salida del sol es me-nos sensible la electricidad que en las horas centra-les del dia, para ir después paulatinamente decre-ciendo y ser casi nula por la noche. Este diferenteestado eléctrico tiene marcada acción en la salud,dando origen á determinados padecimientos y anu-lando varios otros.

La deslumbradora y rápida luz del relámpago, elestampido del trueno, los efectos terribles del rayoy del choque de retroceso merecen fijar la atenciónno ya sólo del hombre consagrado á la ciencia, sinotambién de todo el que quiera conocer algo de loinfinito que hay que aprender en el maravilloso librode la naturaleza. Desde el olor especial fosforadoque la atmósfera exhala cuando se halla cargada deelectricidad, olor debido á un estado especial deloxígeno llamado por los químicos ozono, hasta lasmuertes y los incendios que produce el rayo, todose encuentra dentro del dominio de las ciencias físi-cas, á las que no es extraña la higiene, y los múlti-ples petí|ros que el estado eléctrico atmosféricoocasiona, pueden en gran parte conjurarse con losconocimientos que la experiencia y la razón han idosuministrando al hombre.

Mil otros motivos hay en la vida individual, de losque pueden surgir inminentes y graves riesgos. Elimprudente manejo de las armas de fuego, de losfósforos, el uso de trajes especiales, de alimentosalterados ó sofisticados, el habitar determinados si-tios, etc., suelen ser causas de grandes catástrofes,á veces en familias y pueblos enteros. La honradez,la virtud y el buen juicio son los medios mejores deprevenirlas, pero la ciencia puede combatir esospeligros hasta en sus últimas trincheras. ¡Looreterno á sus progresos, y á los hombres que hancontribuido á elevarla á tanta altura!

JOAQUÍN OLMEDILLA Y PUIG.

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280 REVISTA EUROPEA.—26 DE AGOSTO DE 4 8 7 7 . N.M83

VIAJE SOBRE UNA BALLENA. "AVENTURAS DEL CAPITÁN ROBERTO KINOA.RDY.

(Continuación.)

C A P Í T U L O V I I I .

FANNY.—UNA DIETA PROLONGADA.—EL ALIMENTO DE

FANNY.—EL INVIERNO EN ALASKA.—EL SILBATO.—

DIFÍCIL COLOCACIÓN DE UNAS RIENDAS.

Antes que el invierno avanzase, Roberto Kincardyenvió el Sitan á San Francisco, primero para tras-portar la parte de tripulación del Peerles, que leera ya inútil, y después para que trajera víveresfrescos para la próxima primavera. El capitánPhipps prometió estar de vuelta en el mes de Juniode 1874. Roberto conservó á su lado seis marine-ros acostumbrados á resistir impunemente los cli-mas árticos. No quedaron, pues, en el fuerte Clara-Ana más que doce personas: Máximo Montgeron,Picou, Tony Hogg, Tarquín, miss Victoria, RobertoKincardy y los seis marineros. El fuerte estaba bienaprovisionado y bien provisto de combustible, y losestablos estaban llenos de carneros, cabras y cer-dos, animales que era fácil procurarse en el Suddel territorio de Alaska. Se organizó también unaespecie de corral cerrado, con gallinas, patos, etc.,llevados por los Tctiouktchis en gran cantidad.

Como en el fuerte todo se presentaba bien, habíaque pensar tan sólo en cuidar á la ballena prisione-ra, á Fanny, según la bautizó Tony Hogg. ¿Por quééste escogía el nombre armonioso y abreviado dede Francisca, mejor que un nombre que expresaseuna calificación cualquiera? Tony pretendía que elhocico negruzco del cetáceo le recordaba la re-mangada nariz de una mujer llamada Fanny, dueñade un tenducho de Salem, alma caritativa que lehabía ofrecido su mano y dinero, una vez que seencontraba limpio, es decir, sin un céntimo. Tonyhabía rehusado la mano y tomado el dinero; perohabía guardado siempre profunda gratitud, y laprobaba á su manera. Los habitantes de los fuertesClara-Ana y Alejandro se acostumbraron á llamar ála ballena Fanny.

Durante muchos dias esta parecía inquieta y dis-gustada. Daba vueltas en la ensenada, se acercabaal estrecho y procuraba ganar la mar; pero lomismo en plena que en baja mar, el Peerles era unobstáculo infranqueable. Con una paciencia admira-ble, Roberto Kincardy vigilaba constantemente á laprisionera; provisto de unos anteojos marinos, es-

• Véanse los números 178 179, 180 y 182, págf. 124, 155,182 y 250.

tudiaba sus movimientos, sus idas y venidas, viendocuando se sumergía y volvía á aparecer.

Hacia el 25 de Setiembre se desencadenó una deesas tempestades equinocciales que tan terribles sonentre las 55 y 60 paralelas. Un viento furioso, ca-paz de derribar á un hembre, soplaba con violenciay levantaba olas inmensas en el golfo de Bristol. LaWAale-bay, ordinariamente tan tranquila, estabaagitada y cubierta de espuma. Sus olas mugían ter-riblemente y se estrellaban contra las rocas que lascontenían. La ballena nadaba vigorosamente, sezambullía, hacía saltar el agua con la cola, y pare-cía experimentar una sobreexcitación extraordi-naria.

—¿Qué tendrá Fanny?—dijo Tony Hogg:—pareceque tiene calentura.

—Procura,—respondió Roberto Kincardy,—repa-rar la dieta á que la tenemos sometida hace cincodias.

—¿Cómo es eso?—Cuando la mar está agitada, las olas arrastran

una gran masa de zoófitos y crustáceos. Los dias detempestad son dias de alegría para las ballenas,porque tienen comida en abundancia y demuestransu satisfacción gastronómica por movimientos másvivos y repetidos.

—Cuando Fanny se haya comido todos los ani-males que encierra la ensenada, ¿qué comerá?

—Precisamente eso es lo que espero, Tony; elhambre la debilitará y la hará más blanda. Si mibuen proceder para con ella no la conmueve, pro-curaré atraérmela por el reconocimiento de un es-tómago agradecido.

—¿Y qué vais á darla á comer?—Ya lo sabrás más tarde.A la tempestad sucedió una calma de muchos

dias, y Roberto continuó sus pacientes observacio-nes. Fanny no debía estar muy satisfecha, y sus in-quietudes parecieron aumentarse, porque dos ó tresveces hizo esfuerzos desesperados para romper laprisión; pero el Peerless lo evitó. Entonces parecióatormentada y daba grandes y continuos resopli-dos. Decididamente comenzaba á sufrir los efectosde una continuada dicta.

El capitán Roberto Kincardy hizo cortar 50 kilo-gramos de pemmican en lonchas pequeñas, y desdela orilla arrojó esta comida en el agua. El pemmicanes una especio de carne de buey seca y con grasa,picada y machacada. En muy pequeño volumencontiene principios eminentemente nutritivos, puesse pretende que una libra de esta preparación equi-vale á seis libras de carne fresca, y los marino» ycazadores de las regiones boreales van siemprebien provistos de ella.

Sostenido el pemmican por la parte grasienta,permanecía en la superficie, sumergiéndose muy

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N/ 483 A. BBOWN. VIAJE SOBRE UNA BALLENA. 281

poco á poco y formando una especie de sustanciagelatinosa que podía compararse á un banco dezoófitos. Ahora bien, ¿Fanny mostraría repugnan-cia por esta comida? Roberto afirmaba que la gusta-ría mucho, porque sabía que la ballena es esen-cialmente carnívora.

Todos los dias durante tres semanas en el mismositio y á la misma hora se arrojaban los 50 kilogra-mos de pemmican. Cuando se mataba alguna cabraó algún cerdo, la sangre coagulada, la parte gorday los desperdicios, partido todo en pedazos peque-ños, se añadía á la razón cuotidiana.

¿Comía la ballena todo esto? Sin duda alguna,pues gozaba de buena salud.

Una mañana Roberto Kincardy la sorprendió conel hocico al viento y el ojo avizor, aproximándosecon algún recelo á las rocas desde las que la ar-rojaban el alimento. Poco á poco se tranquilizó yno temía aventurarse hasta la misma orilla, conclu-yendo por familiarizarse con la vista de los hom-bres y por no asustarse con su presencia. Ademas,el pemmican y los despojos arrojados en el mismositio atraían á una porción de pescadillos, molus -eos y crustáceos, y Fanny los engullía, encontran-do así doble ración y variada comida.

Llegó el invierno con sus borrascas, sus diassombríos y sus fríos rigurosos. La nieve se exten-dió por todas partes cubriendo la tierra. Sin embar-go, los habitantes del fuerte Clara-Ana soportaronsin grandes sufrimientos tan ruda estación. Envuel-

' tos en magníficas pieles, perfectamente abrigados,teniendo combustible y víveres en abundancia, vi-vían satisfechos de su suerte. Para no perder fuer-zas con un largo reposo, organizaron partidas decaza y mataron gran número de animales. La mismamiss Victoria se distinguía en estas expediciones, ymás de una liebre blanca fue muerta por ella. Porla noche se reunían en la sala común, y se hablabahasta la hora de entregarse al reposo. De vez encuando, algún marinero contaba alguna de esas his-torias que produce el encanto de á bordo, ó bienmiss Victoria tocaba al piano piezas escogidas yaires nacionales, y esta música, poco clásica peroexpresiva, entusiasmaba más al auditorio que lasobras extraordinarias de los mejores autores.

Durante los meses de Diciembre y Enero, el ter-mómetro descendió muchos dias hasta 20° bajo cero.Hubo un momento en que Roberto Kincardy temióque Vthale-bay se helase, y entonces la muertecierta de Fanny destruía todos sus proyectos; perofelizmente esta desgracia no sucedió. Se vieron al-gunos témpanos de hielo en alta mar, pero bienpronto las corrientes los alejaron. La temperaturadel agua se mantenía á más de dos grados centígra-dos. Ya hemos dicho que los hielos no pasaban dela isla de Nounivack, situada en la sesenta paralela,

mientras que en las regiones americanas del Estese extendían mucho más bajo de esta latitud, inva-diendo á veces las costas de Labrador y el mar deHudson; pero esto se explica fácilmente por la in-fluencia preponderante de las corrientes marinas.El Kuro Sino (rio Negro) ó corriente del Japón,lleva sus aguas templadas al mar de Behring. Allí,rechazado por la estrechez de las tierras, encuen-tra el obstáculo del hielo y una corriente fria queva del Océano glacial y se divide en varios brazos,uno de los que baña las costas occidentales de laAmérica. Se ha calculado que aun en este momentoconserva una temperatura de 10* centígrados. Contan larga excursión, obra débilmente sobre Alaska.Esta se halla demasiado cerca del Océano ártico, ysin abrigo para oponerse al paso del terrible vientodel Norte; así es que los lagos y rios del interiorpermanecen helados durante ocho meses del año.

Cuando la temperatura se suavizó algún tanto,Roberto Kincardy empleó un nuevo medio para ali-mentar á la ballena, que se encontraba perfecta-mente y que habia adquirido ya gran familiaridad.A la hora de la comida se aproximaba sin temor ála orilla; cogía la comida en el aire y antes de quscayese al agua; después se retiraba en medio de laensenada, se zambullía, jugaba y se dormía tran-quilamente encima de las olas, sabiendo que no te-nía enemigo ni peligro que temer. Para dormir, laballena sobrenada y permanece en una inamovili-dad absoluta.

Roberto hizo lanzar una piragua á la ensenada,y se instaló en ella con Tony y Tarquín, y silbófuertemente con un largo silbato, cuya extremidadinferior se sumergía en el agua. Sabido es que elsonido se propaga en los líquidos con más rapidez ysonoridad que en el aire, y el más pequeño ruidoes oido por \9& peces. Fanny oyó el agudo silbido,y aunque era la hora de la comida, se sumergió yapareció á larga distancia de la orilla.

Roberto Kincardy arrojó, sin embargo, el pemni-can, y todos los dias repitió la misma maniobra,alejándose cada dia un poco de la orilla para ha-cerlo.

Por fin, la ballena comprendió lo que se la exigía.Puesto que se cambiaba de sitio para darla de co-mer, nada más fácil que trasladarse á aquel desdeel que la arrojaban el alimento. A los dos meses,acudía al silbido, se aproximaba á las embarcacio-nes, nadaba alrededor de ellas y no se sumergíaaunque un marinero pasase la mano por su negruz-co dorso. Se acostumbró de tal manera á la vista delas piraguas, que se podía navegar por la Wale-baysin temor de que huyese Fanny.

El capitán Roberto Kincardy triunfaba al fin.—Sabía de seguro,—dijo al factor del fuerte Ale^

jandro,—que mi proyecto tendría éxito.

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—Estoy admirado de los resultados que habéisobtenido,—replicó el factor;—puro la cautividadimpuesta á vuestra discípulo explica muchas cosas.El mismo tigre encerrado en una jaula reconoce lamano que le alimenta. Habéis vencido la descon-fianza del cetáceo; pero dudo que consigáis serdueño absoluto de él, montar sobre su dorso y em-prender así un largo viaje.

—Paciencia, paciencia,—replicó Roberto;—cadacosa ásu tiempo.

Para conducir y dirigir fácilmente un animal do-méstico aprisionado, se ha recurrido á ciertos ex-pedientes trasmitidos por el uso. Se pone un boca-do al caballo, se coloca al buey bajo el yugo, secoloca un domador en el lomo del elefante. Parahacer dócil á la ballena, Roberto examinó con aten-ción las partes que le parecieron más sensibles y máspropias para colocar un par de riendas. Pensó enlas aletas, pero reflexionó que una correa neutrali-zaría los movimientos de locomoción. Quedaban loslabios, que eran fáciles de perforar, pero encontróotro inconveniente; la brida podía penetrar en lacavidad bocal, enredarse en las barbas ó ballenas yherir al animal. Entonces se fijó en los espiráculos;pero ¿cómo colocar cualquier cosa en aquellos ór-ganos sin obstruirlos? Roberto afirmó que él encon-traría la manera, y que Fanny llegaría á sor tan obe-diente como el más dócil de los caballos.

Un dia que la ballena esperaba su provisión cuoti-diana, Roberto aprovechó el momento en que pre-sentaba la cabeza, y rápidamente lanzó sus manossobre los espiráculos y clavó en sus rebordes poste-riores dos ganchos agudos de hierro unidos á unosfuertes anillos de lo mismo. Fanny tembló y se su-mergió, pero no debió sentir gran dolor, porque alpoco tiempo reapareció y se puso á nadar alrededorde la embarcación como si nada hubiese pasado.No habia, pues, más que introducir en los anillosuna cuerda ó una correa para poder probar la efica-cia de semejantes riendas.

Llegó la primavera, y el sol derritió las nieves.El Stvan y otros muchos buques, ya balleneros, yapertenecientes á la compañía Fur american Associa-tion, rival de la que navegaba por la bahía de Hud-son, penetraron en el golfo de Rristol y fondearon-á algunos, cables del fuerte Alejandro. La curiosidadde las tripulaciones, sobreexcitada por lo que con-taban las gentes, no tuvo límites. Capitanes, oficia-les, marineros, todo el mundo quería ver la ballena.Los Tchouktchis del interior se dirigieron tumultuo-samente á Whale-bay. Durante los meses dé Julioy Agosto las playas, ordinariamente tan desiertas,que dominaban los fuertes Clara-Ana y Alejandro,se convirtieron en el centro de una gran reunión.A pesar de la admiración que provocaban la do-cilidad y amansamiento de Fanny, Kincardy en-

contró un corto numeró le entusiastas sinceros.Casi todos los que hablaron con él le aseguraronque no podría obtener ya nada más del instinto deun cetáceo, y que si emprendía un viaje sobre sudorso, se ahogaría infaliblemente. Roberto no haciacaso de cuanto le decían, y se contentaba con res-ponder esta sola palabra:

—Esperemos. ,Se renovaron el combustible y las provisiones, y

después el Swan, siempre bajo las órdenes del ca-pitán Pbipps, abandonó el golfo de Bristol para vol-ver á San Francisco. Se convino en que el paquebotvolviese á fines de Mayo de 187S, y que condujesealgunos obreros mecánicos y ajustadores.

El invierno de 1874 se pasó tan bien y tranquila-mente como el anterior. Tony Hogg luchó contra elfrió tomando buenas raciones de brandy. Tarquín,siempre servicial, era dichoso al poder cuidar á subienhechora. Picou se aclimataba; pero así que sesentia resfriado, ó con algún dolor, lo achacaba alinesperado baño tomado en 1873. Miss Victoria yMáximo Montgeron se amaban, y el triste panoramaque descubrían sus ojos les parecía tan brillante yhermoso como el paraíso terrenal. Roberto Kin-cardy trabajaba, estudiaba y reflexionaba. Algunasveces su pensamiento llegaba hasta Roston, y másaún, hasta miss Halland; pero en seguida volvía áFanny, /entonces se sonreía con confianza y orgu-lio, murmurando:

—¡Ah, Josué, Josué! habéis deseado algo útil,extraño y grande; pues bien, quedareis satisfecho.

En cuanto a la ballena, era feliz como el pez enel agua.

CAPÍTULO IX.

E L hydrosíat SUBMARINO.—ENJAEZAMIENTO DE IA BA-

L L E N A . — E L GIGANTE DOMADO.—TEMORES DE PlCOU.—

E L PASO DEL E S T R E C H O . — L A PARTIDA.

El miércoles 26 de Mayo de 1875, el Sitian, vo-mitando nubes de vapor y humo, arribó á las playas,en las que habia fondeado las otras veces. El capi-tán Phipps fue inmediatamente al fuerte Clara-Ana,saludó á sus moradores y dio á Roberto Kincardyun paquete de periódicos, gacetas y revistas, en losque se hablaba de sus proyectos.

—Como veréis, ya se habla de vos en América,-le dijo,—y las apuestas son más importantes que encualquiera carrera de caballos ó lucha de boxeado-res. Los unos sostienen que os hundiréis por com-pleto, mientras que los otros están llenos de entu-siasmo y aseguran que triunfareis.

—Las apuestas no me inquietan, y me importanpoco las apreciaciones apasionadas. ¿Habéis traídoá los obreros?

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<N.° 1.83 A. BROWN -VIAJE SOBRE UNA BALLENA. 283

—Sí, vienen cuatro^—Muy bien. Ahora ved si el Swan necesita alguna

reparación. Partiré el dia 15 de Junio sobre el dorsode la ballena, y debéis acompañarme durante al-gunos días; por consiguiente tenedlo todo prepa-rado.

—Vuestras órdenes serán puntualmente ejecu-tadas.

Al mismo tiempo Roberto Kincardy previno ftMáximo Montgeron, miss Victoria, Picou, TonyHogg y Tarquín, y les encargó que sólo podian lle-var los objetos absolutamente indispensables.

—No podemos cargar mucho á Fanny,—dijo,—demasiado embarazada se verá con el enjaezamien-to que voy á ponerla.

Era evidente que no podian embarcarse sobre eldorso de la ballena sin tomar las precauciones de-bidas para evitar los accidentes, las largas inmer-siones, y sobre todo la necesidad de respirar bajouna capa de agua que á veces pasaría de 200 me-tros. Además, era preciso pensaren neutralizarlapresión, que á esa profundidad tiene una fuerzacapaz de hacer sallar las cubiertas de hierro de re-gulares dimensiones.

En este punto fue en el que descolló el ingeniodel capitán Roberto Kineardy. Se dirigió al almacéndonde se encontraban guardados todos los objetosque tan cuidadosamente envalados habia llevado elPeerless, y sacó gran cantidad de bojr.s y barras decobre y aluminio, aparatos de salvamento, placasde hierro laminado y de caoutehouc, instrumentosempleados en los laboratorios de física y química,aparatos de buzos sistema Ronquayrol-Denayronze,gruesos lentes de cristal, etc., etc. Ayudado deMáximo Montgeron, tomó la medida exacta de laballena y mandó construir á los obreros una especiode caja cóncava en su parte inferior y que pudieraadaptarse perfectamente al dorso de Fanny.

Roberto Kincardy se inspiró en los trabajos dePayerne y Tosselli, que ha perfeccionado la campanade buzos é imaginado aparatos con los que muchoshombres descienden al fondo de los rios ó del mar,y trabajan durante muchas horas sin sentir incomo-didad alguna. El uno se llama hydrostat sub-marinoy el otro topo marino.

Para hablar propiamente, estos aparatos no sonmás que campanas rectangulares, divididas en varioscompartimientos, en los que es fácil introducir aguaó aire á voluntad, según se quiere sumergir ó volverá flor de agua. Esto se ejecuta por medio de unabomba aspirante é impotente colocada en un com-partimiento provisto de aire comprimido. Las per-sonas colocadas en el hydrostat ó en el topo, des-cienden ó suben á su gusto ó independientementede todo agente exterior. Basta abrir las llaves decomunicación, para hacer penotrar agua en ciertos

parajes vacíos ó arrojarla de los sitios que ocupa,por medio del aire comprimido.

Los obreros, bajo las órdenes de Kincardy, cons-truyeron un gabinete de forma oblonga, ligeramen-te arqueado por cima y dividido en cuatro compar-tnnienios. El uno (el de encima) destinado á con-tener el aire comprimido; los dos de los lados de-bían llenarse de agua ó de aire para facilitar óimpedir la inmersión de la ballena, y el de en me-dio, el más espacioso de todos, estaba reservado álos viajeros.

El lector habrá comprendido quo esta nueva má-quina, especie de kydrosíat, ó mejor dicho de em-barcación sub-acuática, era completamente imper-meable; separada cada una de sus partes por tabi-ques apuntalados y capaces de resistir una fuertepresión. En su composición entraba el cobre, elacero, el aluminio, el caoutehouc endurecido, su-perpuesto todo en placas bastante gruesas. En laparte de adelante, y en la de atrás, tenía dos gran-des óvalos, á los que se sujetaron dos lentes decristal por los que podían examinarse los objetosexteriores. Se entraba en el gabinete por medio deuna escotilla que daba paso á una sola persona yquo se cerraba herméticamente. Con tiempo tran-quilo, ó cuando el aparato sobrenadaba, se podíaestar en la parte superior del mismo de igual ma-nera que en el puente de un brick. Una escala deseda permitía subir al hydrostat, y barras de hierroguarnecidas de cuerdas y garfios debían evitar lascaidas y accidentes.

Roberto Kincardy examinó su aparato, y se ase-guró que no tenía la menor rendija ni intersticio pordonde pudiese penetrar el agua. Se sumergió á másde cien pies; se mantuvo en el fondo de Whale-baydurante media hora, y remontó á la superficie sinhaber experimentado incomodidad alguna.

Quedaba colocar el hydrostat sobre el dorso de laballena, y la cosa no era fácil. ¿Cómo sujetarla só-lidamente, y sobre todo impedir que zozobrase?Porque Fanny era de esperar que sacudiese ruda-mente su carga. A los lados de aquella extraña jauta,Roberto puso dos gruesos tubos de caoutehouc, quellenaba de aire ó agua, á su voluntad. Llenos deaire, formaban un punto de apoyo resistente y man-tenían el hydrostat en equilibrio: llenos de agua fa-vorecían la inmersión.

El día 42 do Junio, Roberto resolvió enjaezar á laba'.lena. A la hora de la comida, silbó fuertemente,y el animal acudió presuroso. Mientras la daban decomer y saboreaba el pemmican, aumentado conración de c?rne seca, Tony Hong colocó dos largasy fuertes correas en los anillos de hierro engancha-dos en los espiráculos: después, dos piraguas, des-pacio, muy despacio, condujeron el hydroslal; avan-zando la una por la izquierda, la otra por la dere-

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cha de la cola de la ballena, se colocaron hacia elcentro del cetáceo, y aguardaron la señal conve-nida.

Fanny, cada vez más familiarizada, no se in-quietó con semejante maniobra. Se habian acerca-do tan frecuentemente á ella, la habian acariciadotantas veces, que habia desechado todo temor. Ro-berto y Máximo subieron sobre el puente del hy-drostat.

—Ahora,—gritó el capitán Kincardy cuando juzgóllegado el momento oportuno.

En el acto, seis marineros, por medio de bra-mantes dispuestos de antemano, tiraron á la vez deunas largas cinchas que ataron vivamente, y el apa-rato cayó sobre el dorso de la ballena.

Entonces comenzó una escena fantástica. Sor-prendida y aterrorizada la ballena, huyó con unarapidez maravillosa y procuró sumergirse; pero elhydrostat, lleno de aire, hacia las veces de una in-mensa vegiga natatoria, neutralizaba sus esfuerzosy la sostenía en la superficie del agua. Agitó sucola con violencia y botó varias veces á muchospies de altura, y al caer producía ondulaciones yolas inmensas que se cubrían de espuma. De lejosse hubiera podido creer que se agitaba en medio deuna tempestad, dentro de un círculo cuyo centroera su enorme masa.

Rugía como un toro y lanzaba por los espiráculosdensas columnas de nacarado vapor. Era un espec-táculo curioso y terrible á la vez. Roberto Kiucardyy Máximo Montgeron permanecían inmóviles y sinhablar palabra. Sus crispados dedos se agarraban átodo lo que presentaba sólido apoyo, y ambos con-sideraban, no sin ansiedad, los desordenados mo-vimientos de su extraña montura.

Al fin, después de tres cuartos de hora de lucha,de esfuerzos, de brutal energía, Fanny se detuvorendida y anhelante.

¡Habia sido vencida! ¡Estaba domada!...Roberto cogió entonces las riendas cuya eficacia

no habia podido experimentar, y la ballena obede-cí* como el caballo más dócil. Según la impulsiónrecibida, volvía á derecha é izquierda ó se parada.Máximo descubrió que urgándola en la cola nadabamás aprisa, y por tanto, que era fácil acelerar ó de-tener su marcha. Por medio de unas dobles tiras decuero se pudieron introducir las riendas dentro delhydrostat y dirigir al animal cuando se sumergiese.Roberto y Máximo penetraron en el interior delaparato, y abrieron las llaves de comunicación. Lostubos de caoutchouc y los compartimentos de loslados se llenaron de agua y en seguida la ballena sesumergió. Durante muchas horas, nuestros atrevi-dos viajeros exploraron el fondo de la ensenada,dirigiendo á Fanny á su completa voluntad. Cuandoquiso respirar subió á la superficie; pero la fue im-

posible zambullirse de nuevo, porque el agua sehabia arrojado fuera y los conductos estaban cer-rados.

El experimento era decisivo. Los asistentes, entrelos que se encontraba el incrédulo factor del fuerteAlejandro, prorumpieron en bravos entusiastas. Ro-berto Kincardy experimentó un momento de orgu-llo inexplicable.

¡Habia sometido al coloso de los mares.¿Dónde estaba el hombre capaz de disputarle á

miss Clara-Ana?Pero como su carácter era refractario á la vani-

dad, reprimió sus sentimientos de orgullo, y des-cendió á tierra con la tranquilidad de un buen hom-bre que acaba de dar un paseo en bote.

—¿Qué tal,—dijo al factor,—he vencido?—Capitán,—replicó el factor,—la historia no nos

ha legado el nombre de los hombres que domaronel caballo, el toro y el elefante; pero se acordará deaquel que, con peligro de su vida, ha amansado ydominado al gigante de la creación. Vuestra con-quista es extraordinaria y es digna de vuestro saber,y más aún, de vuestro valor.

Este discurso fue favorablemente acogido por losmarineros y cazadores que lanzaron frenéticos vivasy estrecharon cordialmente la mano á Roberto.

Como se puede figurar, se recibió en el fuerteClara-Ana la noche del 12 de Junio de 1875. La con-currencia era mayor que la del dia de la inaugura-ción. Los brindis se sucedieron, y se brindó por lafelicidad del primer viaje sobre el dorso de la ba-llena. Tonny Hogg, ligeramente conmovido por laslibaciones de brandy, propuso beber á la salud deFanny, y su proposición obtuvo inmensa acogida.

—Sí, sí,—gritaron todos, cazadores y marinos.Y el trago más copioso fue bebido en honor

de Fanny con gran placer de Montgeron, Bobertoymiss Victoria, que reían á carcajadas. Picou aqueldia tenia el vino triste, porque veia aproximarsecon terror el dia de la partida, y se lamentaba enlos brazos de Tarquín, dicióndole:

—Tú que has sido bravo, sabrás defenderte delos cocodrilos. ¿Me protegerás si uno de esos vora-ces animales quiere devorarme?

—Sí, massa Antonio,—replicaba el bueno de Tur-quin.—No los tengo miedo, ni lo tendrás tú cuandoestemos juntos.

—Bravo Tarquín, cuando miss Victoria sea la se-ñora de Montgeron, ¿ya sabes que nos iremos áFrancia?

—Sí, massa.—¿Y que seré mayordomo?—Sí, massa.—Pues bien; yo me empeñaré para que te hagan

guarda de los bosques. Tu negro rostro espantará álos merodeadores, creerán que eres el diablo.

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N.° 483 MISCELÁNEA. 285

—Yo diablo: sí, massa.—Y harás respetar nuestros bosques, nuestras

praderas, nuestra caza y nuestras propiedades.—Sí, massa.—Pero te pido que ahora no me pierdas jamás de

vista y que me vigiles constantemente.—Yo querer á massa, Picou, y yo le defenderé si

le atacan.—¡Ah, gracias, Tarquín, mi querido Tarquín, emi-

nente Tarquín!Y Picou se tranquilizó algo, ocultándose para que

su amo no viese su aflicción y espanto.Durante los dos dias siguientes, Fanny, manteni-

da á flor de agua, pareció resignarse. Para comeracudia presurosa como antes al ruido del silbatosin demostrar temor ni incomodidad. Roberto hizocolocar en el interior del hydrostat todo lo quejuzgaba indispensable para el viaje: una brújula, unsextante, lanzas afiladas, armas de fuego, una bo-bina de Rumkorff, una pila eléctrica, lámparas deespíritu de vino, cestas con víveres, hamacas, ins-trumentos de diversas clases, un manómetro paraapreciar la presión del mar, muchos termómetros,balas explosivas, cajas de dinamita, aparatos debuzos, vegigas de salvamento y una jolly boat (ca-noa) de Cautchouc, que plegándose y doblándoseocupaba un pequeño volumen, siendo fácil armarlacuando era necesario por medio de aire; y, en fin,una multitud de objetos que sería enojoso enume-rar, pero de utilidad reconocida.

—¿No teméis cargar demasiado á Fannyt—pre-guntó Máximo Montgeron.

—No, respondió Roberto, el hydrostat encuentraun punto suficiente de resistencia con su diferen-cia de densidad en relación al agua, puesto que so-brenada fácilmente. Un elefante llevando su casti-llo de madera y dentro cinco ó seis hombres, iriamás cargado que Fanny, y, sin embargo, creo queel paquidermo es bastante más débil que la ba-llena.

Por fin, el tó de Junio el Srvan tomó el lago, yRoberto Kineardy se preparó á seguir al paquebot,pero no podia salir de la ensenada sin dejar francoel pbstruido estrecho. Entonces se cubrió de untraje impermeable y se ajustó el aparato Rouquay-rol-Denayronze, pulmón artificial regulador, quepermite, por medio de una hábil combinación, res-pirar bajo el agua, de igual manera que en tierra,y deja al trabajador sub-marino la completa liber-tad de movimientos. Así preparado, Roberto des-cendió al interior del Peerless y colocó en el fondode la cala una gran caja llena de nitro-glicerina,verdadero torpedo en comunicación con la orilla,por medio de dos hilos metálicos. Después subió ymandó á Máximo alejase á Fanny del estrecho, paraque no sintiese el contra-golpe de la explosión.

Tocó el conmutator de una bobina de Rumkorff yprodujo la corriente eléctrica. En el acto se sintióuna sorda conmoción y un ruido espantoso. Lospalos se partieron como si un gigante los hubiesetronchado, y los restos del Peerless fueron lanzadosal aire, con algunos pedazos de la roca á la que sehabian adherido con el tiempo. Los Tchouktchis,recogieron previamente las cadenas y el estrechoquedó completamente libre.

Roberto Kineardy, miss Victoria, Máximo Mont-geron, Tony llogg, Antonio Picou y Tarquín se em-barcaron en el hydrostat y permanecieron en laparte superior. La ballena, hábilmente conducidapor el capitán, franqueó el estrecho, y abandonóWhale-bay. Los habitantes del fuerte Alejandro, losTchouktchis y los marineros de los buzos estacio-nados en el golfo de Bristol agitaron sus sombre-ros y lanzarou al aire vivas y entusiastas aclama-ciones.

A. BROWM.(Continuará.)

M I S C E L Á N E A .

Invención del reloj.

Descuidada por mucho tiempo la historia de esteútilísimo y quizás indispensable instrumento, difíciles que hoy se lo pueda restituir todo lo que ha per-dido. Como la fuente del Nilo y otras mil cosas depadres no conocidos, el nombre del inventor delreloj se ha esquivado á las investigaciones de loscuriosos, y se ha escondido detras de alguna ruinaantigua ó entre las cifras de algún geroglífico pro-fundo. Tal vez fuera temprano para que Guttenberg,arrebatándole su'efigie á la palabra vertiginosa, gra-bara á prueba de tiempo y de olvido las letras quecomponen su nombre, y lo trasmitiera á la posteri-dad; quizás la modestia nos lo haya robado, comono es tampoco improbable, si nos fijamos en otrjjsejemplos, que los dardos" aleves que se recogen enla aljaba de la envidia, nos hayan privado del nom-bre y la memoria.

Todas las épocas y todos los siglos llevan en sufrente escritos mil nombres que se disputan la glo-ria del invento. Arquímedes y Posidonio, antes dela Era Cristiana; Boethius en el siglo quinto; Pacífico,á mediados del noveno; Gerbert, al fin del décimo;Wallingford, á principios del decimocuarto, y Don-di, al fin del mismo, han sido tenidos en diferentesépocas por los verdaderos autores; pero lo ciertoes que á ninguno se le puede ceñir la palma de lavictoria, sin incurrir en ligereza ó quizás en injusti-cia. Además, todos los inventos debidos á. estos

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286 REVISTA EUROPEA.—26 DE ÁfeOSTO DE 1 8 7 7 .

prohombres de la humanidad, han sido más bienconatos de reloj, por decirlo así, que verdaderosrelojes. La esfera de Arquimedes, hecha 200 añosantes del Mesías, consistía en un instrumento im-perfecto, que si se aguaba sin disputa alguna poruna fuerza motora, carecía de regulador y sólomarcaba él tiempo á manera de un planetario, quemovido por medio de una cigüeña, determina, ó, •mejor dicho, presenta las distintas revoluciones delos cuerpos del espacio. A creer á Cicerón, algoparecido á esto era el instrumento de Posidonio. Elreloj de Boethius era una especie de clepsidra ó re-loj de agua, que sólo medía partes de la hora. De-terminábanse estos espacios de tiempo, fijando elnivel del agua más arriba del orificio del desagüe ydepositando el líquido que caía en un lugar gradua-do de antemano. Paeíficb, segun dice Bailly en suHistoria de la Astronomía moderna, mejoró algúntanto este instrumento, y en vez de agua, hizo usode un péndulo y de un peso; pero fuerza es decirlo,esta aseveración de Bailly carece de confirmación.Gerbert no descubrió nada importante. Su relojera sencillamente un cuadrante ó reloj de sol, quefueron los primeros que conoció la antigüedad.Wallingford, no .más afoptuhado que, sus precurso-res, inventó un instrumento de algún mérito; peroque era más bien que un reloj un sistema planeta-rio, cuya fuerza motriz determinaba ios movimien-tos de los astros, sin obedecer á ningún mecanismoque lo produjera. Describía, además, este instru-mento el flujo y el reflujo de la mar, las horas y losminutos.. '

En 1298, antes del descubrimiento de Walling-ford, que tuvo lugar en 1326, se erigió, frente áWestminster, una torré con un reloj que costó 800marks, devengados por una multa que se impuso áRalph de Heughan, Juez Supremo del Tribunal de laReina. En 1718 existia aún la torre con un reloj (nose sabe si el mismo que había Antes), y que tocabala gran campana conocida con el nombre de Tomde Westminster, oída de todos en los tribunales dejusticia. En tiempos de la reina Isabel de Inglaterrafue este reloj reemplazado por un cuadrante solarque llevaba aquel mismo mote de Virgilio que seinscribió en el primero, Discite justiciam moniti,haciendo alusión á la multa que se impuso al citadomagistrado, por haber alterado lin documento judi-cial en el ejercicio de sus funciones.

Hasta hace doce años se veía aún en Palace Yard,Westminster, un cuadrante con la misma inscrip-ción; y sólo cuando las Cámaras fueron derribadaspara levantar en el mismo sitio los palacios queahora se ostentan allí, fue quitando el cuadrante detan histórico lugar. '" ' • • • ; • •

En 1292 se colocó también un reloj en la catedralde Canterbury, y no es de creerse que fuera malo,

porque costó 30 libras esterlinas, enorme sumapara aquellos tiempos de sencillez y de atraso co- •mercial. La primera noticia que se obtuvo de unreloj o péndulo que sonara las horas, la debemos áuna mención que hace el Dante de un orologio deesta clase. En 1314, Dondi, por orden de Huberto,príncipe de Carrara, construyó un reloj parecido alde Wallingford; pero tal y tan bueno, que obtuvoel sobrenombre de Horologio, aún llevado por,susdescendientes en Francia. Enrique de Wyck, de<Alemania, presentó á Carlos V do Francia un relojque fue colocado en la torre del palacio de aquelMonarca. Regulábase este instrumento por mediode péndulo, fijado sobre un eje, de donde proyecta-ban dos pequeñas palancas ó escapes que engancha-ban con una rueda dentada, y por medio de los pe-sos que colgaban á cada extremo del péndulo. Estesistema era una modificación harto perfeccionada dela clepsidra. El agua que se escapaba con ignal ve-locidad por un orificio invariable, fue aplicada como

' fuerza motriz á una rueda, contenida en sus rápidasrevoluciones por dientes que trababan y la hacian:

llevar un movimiento1 igual; pero como no en todaslas estaciones semantiene siempre líquida el agua,fue necesario adoptar otro motor, y al efecto seencontró el peso.

El rey Eduardo de Inglaterra concedió en 1383am-plia protección contra injuriam, molestum, violeri-timn, damnnm aut gravamen, á tres relojeros ho-landeses llamados Juan y Guillermo Uneman y JuanLictuy, y que habian sido llamados á Inglaterra.Esta circunstancia prueba, á lo menos, que ya enaquella fecha se conocía el reloj, y es tanto más decreerse, cuanto que el célebre poeta inglés Chau-cer, en una de sus composiciones, hace alusión á língallo, cuyo canto era tan regular, que compitieracon el toque del reloj de la abadía. No se sabe ái •realmente existia el tal reloj, ó si el poeta hacía re-ferencia á la campana tocada por los monjes envíahora marcada por la clepsidra; pero de todos modos,es muy factible que el arte de la; relojería estuvieraya bastante adelantada para haber sido objeto del-símil del inspirado Chaucer.

Difícil es poder recabar de tantos hechos un datocierto acerca del verdadero inventor del reloj, por-que sin pruebas, sin recursos, contra un pasado1 ig-norante, mudo y en tanta confusión como la toríede Babel, nadase puede afirmar con convicción yverdad, ün hecho, sin-embargo, parece ser cierto,y os que cuando-lá física descubrió el péndulo, Ga-lileo fue él"primero'que ideó su aplicación al reloj,aunque generalmente y con gran injusticia se con-cede á Hayghens, que desarrolló ¡á idea, y sobretoüo quien la acreditó. Respecto al verdadero in-ventor del reloj, creemos prudente y juicioso decirqué rio existió ninguno qué haya merecido Cxciusi-

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MISCELÁNEA. 28?

vaaientela gloria de haberlo sido. Varios con igualdereeho pueden aspirar á esa honra, á esa gloria dehaber inventado un instrumento cuyas agujas tienenformas de flecha, sin duda porque asaetan al hom-bre, y que nos ensena la hora fugitiva que se escapaá nuestra vida y las muy cortas que nos quedan porvivir. Muy pronto nos marca ese instrumento lahora de la infancia; detiénese poco en la juventud:lo miramos un instante en la vejez, y, jóvenes ó vie-jos, nos designa á todos al fin de la hora de la eter-nidad.

Uróscopo de bolsillo.En el Rtpertoire de Phamarcie, describe mon-

sieur Ivon un nuevo instrumento para examinar laorina, que no ocupa más lugar que un porta-cáusCieo ordinario y que puede llevarse en la bolsade cirugía del bolsillo. Un tubo metálico está divi-dido en dos compartimientos y cerrodos al extre-mo de cada uno con un tapón de tornillo. El com-partimiento mas pequeño contiene un tubo doprueba para calentar la orina, y dentro de este sehalla otro de gutta'-percha lleno de papel azul órojo Ktmus. El tapón adaptado á este comparti-miento tiene un hilo interior y otro exterior, y lle-va una grampa en su centro, cuyas puntas miranhacia adentro cuando el instrumento está cerrado,pero que se invierten cuando se usa, para formarun portador del tubo de prueba. El segundo com-partimiento contiene un tubo de prueba de repues-to^ otro tubo cerrado con un tapón, con pedazosde potasa cáustica.

Uso práctico del Telefon de $ell.v ...¡I ?.riT re

. En el uso práctico de este instrumento se desGU-bren nuevos hechos, mucho más aprisa de lo quepueden formarse teorías para explicarlos. Por ejem-plo, al presente, el profesor Bell, para operar elaparato sólo emplea imanes permanentes, y ni másbatería para generar la corriente, pues esta la ob-tiene de los imanes comunes y. no muy grandes enforma de herradura, arrollado cerca de cada poloun alambre fino. Y, cosa extraña, los imanes traba-jan igualmente bien, no importa cual sea el polo deellos fronterizo al otro en el circuito. En vez delarreglo usual de polos positivo negativo, positivonegativo; estos pueden colocarse negativo positivo,positivo negativo, y con todo eso corresponder entodas sus partes á los fines del telefon; Poco tienequehacer con la trasmisión la! gran resistencia eléc-trica, tal como la que ocasiona la interposición de16 personas enlazadas por las manos, como partedel circuito. Siendo asi que en semejante caso la

resistencia es casi veinte veces la del cable sub-atlántico, parece que hay razón para esperar quepueda trasmitirse sin dificultad el sonido de la vozhumana de Europa á América.^También apareceextraño que no suceda con el telefon de Bell loque con otros instrumentos de su especie. El tiem-po húmedo, v. gr., que afecta la telegrafía ordinaria,no produce efecto perceptible en el telefon; lasuniones imperfectas de los trozos de hilo telegráfi-co sí sirven de grave impedimento á la trasmisiónde los sonidos. Tres curiosos se escuchan en el te-lefon cuando se emplean hilos comunes entre lasciudades; siendo dichos sonidos más débiles quelos que trasmite especialmente el instrumento, for-mando un semi-tono del sonido. El más distintó delos tres es como la señal de aviso en el sistema deMorse. A veces pueden distinguirse como las seña-les de letras y palabras separadas; pero en generalpor su número causan confusión. Los producen lasvibraciones de los postes telegráficos de todos toshilos quequizás están adheridos á los que Conduceneldel telefon. También se escucha un sonido bajoestallante, el cual procede, según se cree, del rocecon las uniones oxidadas del hilo telegráfico. Escú-chase, asimismo, un sonido apagado, continuo yburbujeante, del cual no se ha dado aún una expli-cion satisfactoria. Han preguntado á Mr. Bell, desdeCalifornia, si podría aplicarse alas minas su admira-ble aparato, y él ha contestado que aún no es tiem-po de decidir esa cuestión.

Medio de conocer donde hay agua.

Hé aquí el que se emplea en Italia para averiguarla existencia del agua y á qué profundidad se en-cuentra: '•*

Se toman -100 gramas de azufre, otros tantos deverdete, igual, dosis dé cal viva, y otro tanto, deincienso blanco; se pulverizan, mezclan y ponen enun puchero nuevo y barnizado, y se acaba de re-llenarcon otros gramos de lana. Tapados con unacobertera también de barro y barnizada, se pesa,coloca y entierra en un hoyo hecho á 30 centíme-tros de profundidad. Se saca á las veinticuatro ho-ras, y si después do vuelto á pesar se nota dismi-nución, es señal de que no hay agua; pero si hayaumento do peso, es señal infalible de que existedreho líquido. Si el aumento fuere de 40 gramos, seencontrará el agua á 21 metros de profundidad; side 80 gramos, á 44 metros; si de 120 granaos, á 40metros y medio; si do 460 gramos, á 7 metros; sido 200 gramos, el agua estará á tres metros. La,me-jor época para este ensayo es la en que la tierra nose encuentra ni muy seca ni demasiado¡ húmeda,;

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288 REVISTA EUROPEA.—-26 DE AGOSTO DE 4 8 7 7 . N/183

Estudio sobre los colores.

Si alguna vez los hombres de ciencia admiten lasteorías del cristal azul, sin duda que no el azulsino el violado será el que obtenga su aprobación.En la reunión reciente de la Academia Nacional deCiencias, describió el profesor 0. N. Rood, del co-legio de Colombia, los experimentos que habia he-cho para probar matemáticamente el efecto de lamezcla de la luz blanca con la luz de diferentes co-lores. Para ello hizo uso de discos brillantementecoloridos, que revolvían con mucha rapidez, y sus-tituyó en parte de cada disco el color con el blan-co, midiendo la suma de la sustitución y de susefectos específicos. Mezclados con el blanco, sevolvieron purpurinos los matices del bermellón; losdel naranja, más rojos; los del amarillo, más naran-jado; los del amarillo verdoso, más verdes; los delverde, azul; los del azul cianógeno, menos verdo-so y más azuloso; los del azul cobalto, más viola-do; los del violeta no cambiaron; los del púrpura,monos rojo y más violado. Exactamente se siguie-ron los mismos resultados cuando para reducir loscolores se hizo uso del violeta en vez del blanco.De aquí es que la mezcla con el blanco tiene unefecto semejante al de mover todos los colores ha-cia el extremo violado del espectro. Considera elprofesor Rood estos y otros experimentos de natu-raleza cuantitativa como la indicación racional deque el violado es uno de los colores primarios.

Aventuras de Lis2t.

Hace muchos años viajaba por Hungría este cé-lebre compositor, en compañía del violinista Re-menyi, y pararon en Szegzard, cuyos habitantesson fanáticos por la música. Se alojaron en unaposada, y su llegada no tardó en saberse en toda lapoblación. ¿Qué hacer para detenerlos y hacer queles dieran un concierto? Formóse una junta, la quenombró una diputación qne se presentara á losmaestros y les manifestara los deseos del pueblo.En marcha para la posada la diputación, fue seguidade cerca por cuantos habitantes tenía Szegzard.Manifestada ls. pretensión, accedieron al punto losmúsicos viajeros. Se abrieron las ventanas del pri-mer piso de la posada, sacóse el piano al balcón ylos dos grandes artistas se presentaron, bañadospor los rayos azulosos de la luna menguante. Sen-tóse Liszt, y Remenyi se encaró el violin, y por treshoras seguidas no cesaron de tocar. Indescriptiblefue la delicia, el frenesí, con que el pueblo escuchóy aplaudió la música. Jamás, decia después Liszt,auditorio alguno le conmovió tanto en su larga car-rera de artista como aquella masa compacta y fre-

nética de aldeanos, de pié é iluminada por la luna,en la plaza de Szegzard, Trente á la oscura posada.

Conservación de las maderas .

Para la conservación de las maderas de toda clasey hacerlas incombustibles é impermeables, Mr. Fo-lacci las inmerge ó impregna de la composición si-guiente:

Se toman uno ó muchos trozos de bronce de unvolumen total cerca de 300 centímetros cúbicos(número dado solamente corno detalle); se calientaá la más alta temperatura posible, y se les sumergeen un recipiente cualquiera que contenga 30 litrosde orines hirviendo. Estos lingotes deben quedaren el líquido durante dos horas próximamente; des-pués se mezcla con los productos siguientes á unatemperatura de 45 grados:

Sulfato de zinc 50 kilóg.Potasa de América 30 »Alumbre á base de amoníaco 20 »Oxido de maganeso 15 »Acido sulfúrico de 65 grados -15 »Agua de río \ m. c.Sal ordinaria 30 kilóg.

Las maderas inyectadas ó embebidas de esta com-posición se hacen impermeables é incombustibles,y pueden aplicarse á todos los usos, puesto que nohan perdido ninguna de sus cualidades.

Una nueva propiedad del eucaliptus.

A las propiedades purificaderas de la atmósferaque ejercen las plantaciones de eucaliptus, hay queañadir la que ha observado, el capitán Mignar res-,pecto á la propiedad de alejar con su aroma á losinsectos: según dicho observador, se vio libre de laplaga de cínifes y mosquitos por la simple instala-ción en su dormitorio de un eucalipt%$glóbulos depequeñas dimensiones, notando que la acción insec-tífuga de la referida planta disminuía cuando esta-ban secas sus hojas y perdía su fuerza vegetativa,siendo más eficaz cuanto mayor era la lozanía de laplanta. El aroma que desprende este vegetal no esperjudicial al hombre, y en las localidades propen-sas á la presencia de insectos puede ensayarse estemedio preventivo, siempre que el clima permita elcultivo de la referida planta, que también poflriatener aplicación para evitar en los establos las 'molestias que producen los insectos á los ganados.