Revista Letras Raras, diciembre 2015

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1 RARAS LETRAS Revista - Diciembre 2015 -

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Revista Letras Raras, diciembre 2015. Revista literaria. Una publicación de Editorial Sad Face. Año 4, número 9.

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RARAS

LETRAS

Revista

- Diciembre 2015 -

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ÍNDICE

Editorial . . . . . . . . . . 04

La sombra . . . . . . . . . 05

Love game . . . . . . . . . 10

De los ojos de María . . . . . . . 12

Keanu Reeve’s bogus journey . . . . . 16

Micro-cuentos de ayer y hoy . . . . . 19

Canto III . . . . . . . . . . 20

Memorias legendarias . . . . . . . 23

Las torres de Fibonacci . . . . . . 24 Crónica de un viaje cualquiera en camión . . . 25

Autores . . . . . . . . . . 30

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EDITORIAL

Se acaba el año pero la literatura continúa, y es

para nosotros un gusto cerrar 2015 con este

ejemplar en el cual reunimos a plumas ya

conocidas en Letras Raras y a otras nuevas que,

esperamos, sean del agrado de todos nuestros

lectores. Muchas gracias por favorecernos un año

más con su preferencia, sus participaciones y

palabras de ánimo. Ustedes rockean la Casbah.

Nos leemos en 2016.El pinche editor

Facebook.com/LetrasRaras

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Dirección editorial, redacción, mercadotecnia, ventas, diseño y todo eso: Editorial Sad Face. Revista Letras Raras es una marca registrada. Año 4, número 10. Fecha de circulación: Diciembre de 2015. Revista editada y publicada por Editorial Sad Face. Domicilio conocido, código postal 90210. Revista producida en México. Prohibida su reproducción. Todos los contenidos originales aquí vertidos son propiedad de sus respectivos autores y están protegidos por INDAUTOR todo poderoso… ¡Así que no te fusiles nada o contratamos al bounty hunter más conocido de la galaxia para que te ajusticie!

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La sombraSe llevaban apenas un par de años. Nacieron con la enemistad enredada en el cordón umbilical. Sus vidas estarían marcadas por eso. Fue como haber nacido bajo una maldición que los destinaba a la destrucción. La bíblica pelea entre sangres; una guerra fraternal e infernal que sólo puede terminar en la fatalidad porque los lazos sanguíneos a veces son nudos que terminan por enredarse en nuestros cuellos, haciendo imposible respirar.

La vida para estos hermanos fue siempre simple: hay alguien que es mejor que tú en todo, siempre. En todo y siempre. Mauro lo sabía. Fidel también. Pero eran demasiado jóvenes para rebelarse contra esa falsedad, para probarse a sí mismos, para limar asperezas. A veces el destino nos tiene preparado un rol del que es difícil escapar cuando se adopta sin cuestionamientos.

Mauro no sabía leer. Tampoco escribir. Era un tipo salvaje, sucio, triste, marchito. Olía a desdén y a orgullo. Trabajaba de enterrador en un cementerio y traía pegado el olor a muerte, un olor agrio y penetrante con el que dormía y despertaba todos los días. Un perfume permanente que

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Enid Carrillo

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parecía traer incrustado en la piel. Un olor que se le había enterrado en las costillas, junto a sus muertos, junto a sus recuerdos, junto a la mujer que eligió.

Él tenía un hermano: Fidel. Siempre el mejor parecido, el hermano pequeño, al que hay que proteger. Fidel, el que sí aprendió a leer, el tipo de los ojos negros que iluminaron siempre aquel cuartucho paupérrimo y triste. Fidel, quien por alguna extraña razón fue el más querido y protegido por los padres. Fue el hijo al que su madre quiso ver en el lecho de muerte, al que las cosas le salían bien, el que nunca enfermaba, el que con entereza pasaba por los dolores de la vida.

A pesar de su buena pinta y su don para caerle bien a los demás, Fidel era noble y hubiera dado su vida y sus placeres por el hermano que lo despreciaba. Mauro había sido desterrado a vivir bajo su sombra, sin que nadie lo hubiera pedido, sin que nadie lo quisiera. Siendo el mayor, siempre le falto guía y certeza; era tibio, blandengue, conformista.

Por eso, desde muy pequeños los dos, Mauro aceptó que no sería el mejor. Conocía sus límites y su falta de carisma, su olor, su suciedad, supo que viviría del lado del fracaso y la imitación. Así fue como se convirtió en la sombra: en el hermano lúgubre y deleble que pronto se acostumbró a vivir como un retazo de huesos sin sangre que necesitaba ser habitado. La sombra fue como un destierro voluntario, en ella se movía con comodidad.

Desde que su madre murió, del padre no se supo mucho. Estaba para lo indispensable; llegaba tarde y salía temprano, dejaba dinero para menos que lo necesario mientras se arrojaba sin defensas al vicio del alcohol. Por esas razones, Mauro y Fidel casi siempre fueron solos. Siempre contradictorios, siempre hermanos.

Los años habían pasado con una tranquilidad aceptable, sin muchos sobresaltos más allá de los odios y rencores que Mauro sentía por su hermano. Pero a la vida le gusta enredarlo todo como si las cosas no fueran siempre lo suficientemente complejas, como si pudiéramos elevar a nuevos niveles las tragedias que nos toca atravesar.

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Era un otoño de frío con sol. Los años habían hecho de los hermanos unos hombres, dignos de ser mirados, dispuestos a desear y a ser deseados. En un golpe de suerte, en una jugarreta del destino, los ojos cansados de una mujer por fin se posaron sobre uno de ellos: Micaela.

Sería ella la primera mujer en querer a Mauro. La primera mujer en creer en la claridad que permite a la sombra. Se enamoró de él con la intensidad de la luz que atraviesa cristales recién nacida la mañana. Arropó a ese hombre monstruoso con tanta ternura que vio en su ignorancia, más que un defecto, una cicatriz por haberle peleado de frente a una vida difícil.

Fidel estaba contento por ellos. El suceso del amor de su hermano significó para él una salida, un descanso. Por fin había dejado de sentirse culpable por la autodestrucción de Mauro. Por fin no tendría que cargar con las consecuencias de ser privilegiado, de sentirse más querido. Pero su hermano tenía salpicado el corazón con la envidia de toda una vida. No podía conformarse con dejar la oscuridad; no sólo quería conocer ese lado de la vida donde eres mejor: quería ser el único.

En nombre del cansancio que le provocaba el frío de vivir en la sombra estaba a punto de desatar un infierno en la tierra. Usó su única herramienta disponible contra el destino y se aprovechó de la primera mujer que lo quiso: Micaela. La usó en un plan escalofriante que maquinó durante esas noches en las que el rencor le carcomía las entrañas y no lo dejaba descansar.

El hermano sombra le pidió a Micaela que consiguiera de ese té que te duerme para que Fidel pudiera devolverse al paraíso del que había salido sólo para caer en esa familia, junto a ese hermano de tan bajo perfil. Poco a poco iría perdiendo fuerzas, se enfermaría como de una fiebre horrorosa de la que no podría salir hasta dejar de respirar, y con ello, dejar de perturbar el corazón rasguñado que escondía entre el tórax.

En un acto degenerado y caprichoso, ella —cegada de amor y de ignorancia— hizo todo lo posible para conseguir aquellas yerbas, tejió las perfectas situaciones para que Fidel bebiera de ese té cuyo veneno verdadero no provenía de ninguna planta o de ninguna bruja; la base de aquella bebida era el odio de su propia sangre.

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Micaela le daba a beber el té en las mañanas, en las tardes, cada que tenía oportunidad. Incluso ponía un poco de yerbas en la sopa para no errar. Estaba segura de que todo funcionaría, de que a través de aquello lograría quitarle a su enamorado los pesos del pasado y por fin podría ser quien tenía que ser.

Pero las cosas no salieron bien. Al paso de esos días y esas noches, Fidel no moría. Al principio no pasaba mucho, se quejaba de dolores en el estómago, mareos, ganas de vomitar el corazón. Un sudor de fuego le resbalaba por la espalda y el color de su piel parecía el de un fantasma.

Con el tiempo, los dolores se fueron haciendo más intensos, insoportables. Pronto comenzaron las alucinaciones, las voces que te dictan un destino que desconoces, sombras que le ordenaban salir a la calle a encontrarse de frente con la locura, como si necesitara escapar de sí mismo. Fidel lo hacía. Mauro disfrutaba del espectáculo debilitado entre las piernas de su mujer. Monstruoso.

Mauro nunca había sido bueno. No tenía la gracia, ni la sangre, ni el brillo de su hermano; vivía resignado bajo el peso del conformismo y el exilio. Vivir entre el lodo y la autocompasión era su arte y su oficio.

Una de las noches en que las voces devoraban la mente de Fidel, éste salió desesperado y sin rumbo a correr por la ciudad oscurecida, carcomida por el frío, apenas iluminada por las luces que se reflejaban en los charcos. Corrió tan fuerte y tan lejos que nunca pudo volver a su casa. No recordaba el camino.

Se volvió loco. Se perdió por las calles de esa ciudad sin nombre y sin alma. Pasaba el día y la noche caminando sin más rumbo que el del hambre y el cobijo. Su cuerpo se volvió un mero estuche de la locura y la perdición. En su corazón creció la raíz del desprecio y comenzó a crecer en él un instinto animal de supervivencia. Un instinto que lo salvaría y lo haría indestructible.

Era de pronto un superhombre, un héroe subterráneo que lo podía todo. Sin la jaula de la lógica y del sentido común, Fidel fue despojado de

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toda cadena. Era casi un animal que enfrentaba su tragedia con libertad. Pero, ¿qué hay más triste que ser libre? Nunca se sabe qué hacer.

Ahora su hermano era el único. Vivía bajo la creencia de haber ganado una batalla sin oponente, con las manos manchadas de la sangre que lo despreció, lúbrico junto a la mujer aberrante y traicionera que tenía como compañera. No hay castigo más grande que el saber secreto de tu incompetencia, de tu debilidad. No hay más castigo que el vacío, que la culpa.

El tiempo pasó, los minutos fluyeron en el aire y en el agua mientras cada uno de los hermanos vivía su suerte como podía. Uno libre y ganador, incapaz de saberlo. Otro, acompañado y culpable. Cada uno desarrolló sus mecanismos de defensa, sus artilugios contra las dificultades. En una ciudad tan chica, con el viento que tienta al azar y lo mueve todo a su antojo, el encuentro era inminente.

Era un día soleado y luctuoso. Fidel caminaba salvaje y hambriento por esa calle empinada que da al mirador más horrendo de la ciudad. Buscaba comida entre los pedazos de cerro cuando al alzar la mirada vio pasar a su hermano sentado en la parte trasera de una camioneta que llevaba a los trabajadores del panteón luego de un servicio funerario.

Su cuerpo reaccionó eléctricamente provocado por la sangre que compartía con aquel hombre de rostro cuarteado con el que creció y que iba sentado como un bulto en la camioneta. Sus respiraciones se detuvieron por un tiempo casi imperceptible. Sus miradas huecas y opacas se clavaron en la del otro, la sangre les hirvió. Los ojos de Fidel le cincelaron la memoria a Mauro. Lo atravesaron. Éste agachó la cabeza.

Siempre iba a ser el perdedor.

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FIN

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Love game—Cómo pude ser tan tonto para caer en su juego;

era tan obvio que lo único que buscaba era un amor que durara para siempre—

No recuerdo muy bien cómo nos conocimos. Tampoco recuerdo cuáles fueron las circunstancias que nos llevaron a encontrarnos mutuamente disponibles. Lo que sí puedo decir es que en aquellos años mi intención era la de parecer una persona normal, un hombre con grandes ambiciones, aficionado a las pequeñas trivialidades, amante de las cenas románticas y de mensajes sorpresa en notas para los buenos días.

Obviamente estaba más perdido que de costumbre. Quizá un poco ahogado por una racha de fracasos que no pude sortear adecuadamente. Quizá me había cansado de ser mí mismo y decidí interpretar el papel de un hombre con ilusiones y miras a tener una mujer a su lado, un perro pequeño gobernando cada rincón de la casa y planes para acondicionar el jardín con juegos y algunas otras atracciones para los niños venideros.

Ahora que lo pienso, creo que este desvario de razones casi elocuentes comenzó a tomar forma desde que, en un simple juego, decidí que no miraría mis ojos cuando estuviera frente al espejo. Sé que es un juego tonto, algo infantil, pero a mí me presentaba una gran cantidad de

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Mario Gonzalez

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desafíos. Y es que a veces es difícil sostener la mirada sin correr el riesgo de perderse en ese profundo abismo. A veces simplemente es mejor no arriesgar más días de insomnio tratando de buscar respuestas a las preguntas aún no formuladas. 

Cuando decidimos hablar de un futuro, mis pasiones y mis demonios ya se habían apoderado nuevamente de mi buen juicio. Entonces comenzó una larga cadena de discusiones, la mayoría de ellas sin una razón aparente. Con la premeditación de una vida sin muchas esperanzas, ella ya había tomado decisiones que la llevaron a los brazos de otro hombre, un devoto de un dios inmisericorde, despiadado, con un estandarte de ideas huecas y verdades perniciosas.

Sé perfectamente que el tiempo no es más que un arma punzante que, aliada a la distancia, sirve para romper corazones, por eso, cuando la vi del brazo de aquel otro supe que me había equivocado. Me di cuenta demasiado tarde que había perdido su juego; aquel juego en el que, bajo mis propias reglas, había fracasado.

Obviamente

me había enamorado de ella.

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FIN

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De los ojos de María

— ¿Qué haces, María?—Viendo el cielo

María es ciega. De esas que no ven nada; absolutamente nada. No como los ciegos de catedral que andan echando ojo a las mujeres y a las carteras de los hombres. ¿Cómo decir que María ve al cielo si sus ojos no son más que dos canicas opaquísimas? Por eso siempre pregunto.

—Qué bien —intervengo con brillantez.

Pablo insiste que es peor nacer ciego que de pronto perder la vista en algún punto de tu vida. Es un obtuso, nadie puede desear lo que no conoce; por supuesto que es peor perder la vista que nacer sin ella. Se debe extrañar ver, sin más. Las formas, las siluetas, las sombras, los colores; el suelo, las plantas, la piel, el cielo. Va más allá de una necesidad. Es la forma más útil de conocer. Qué va a saber Pablo; él no ha extrañado. Nunca ha perdido nada, por eso habla tan a la ligera.

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Eduardo López

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— ¿Qué no darían por ver lo que nosotros?—Eres un completo idiota, Pablo.

Mi madre y yo vivimos en Asunción, un barrio pequeño al sur de todo. Desde que María y su familia se mudaron nos hicimos cercanos a ellos. Tienen una carnicería y detrás de ella hay un congelador del tamaño de un cuarto. Hasta antes del accidente, María y yo acostumbrábamos columpiarnos en los cerdos colgados y con frecuencia nos quedábamos encerrados. Cada que eso pasaba el papá de María, el señor Felipe, nos regañaba con severidad mientras su hija soltaba carcajadas de indiferencia. Eso era antes. No recuerdo la última vez que María rió con tanta fuerza. No recuerdo haberla visto sonreír siquiera.

Para Día de Muertos, en la Asunción acostumbramos prender veladoras en tablas de madera, a manera de pequeños botes que flotan por todo el Lago Ancho. Se coloca una pequeña balsa por cada muerto al que queramos conmemorar. El primer año que la familia de María estuvo con nosotros —y el único en el que ella participó—, el espectáculo fue particularmente hermoso. No sé si fue el hecho de ver a María disfrutarlo tanto, o la sutileza del viento y la calma de la noche, lo que me hace recordarlo con tanto cariño. Pero ésa fue la única vez. Lo siguientes años apenas don Felipe y su esposa asistieron un par de veces, y por obvias razones María se queda encerrada en su casa, alejada de todos.

En la escuela tomó tiempo acostumbrarse a la condición de María. Como si fuera un espectro o un fantasma, al principio todos le temían; les daba miedo tratarla de forma incorrecta al parecer. Conforme pasó el tiempo se volvió cada vez más huraña y de a poco fue aislándose de todos. Su actitud no tardó en extrañarles a los profesores y la directora, pero sólo agravaron la situación. Decenas de apodos se formaron, pero prefiero no recordar ninguno; todos eran ruines, despiadados e injustos. Después de graduarnos, la mayoría no volvió a saber de María, y yo me limité a visitarla todas las noches.

A pesar de que los años pasan, mi memoria se mantiene fresca, como si entrara todos los días directo en mi cabeza a través del agua en la regadera o la bebiera de un trago en el fondo de mi taza de café. La piel

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todavía se me encoge, como si los huesos fueran demasiado grandes para ella. Aún me tiemblan las manos al pensar que el día del accidente sólo estábamos los dos y que a pesar de las recomendaciones de nuestros padres decidimos seguir jugando en la azotea en las noches. Y por más que lo pienso no dejo de sentir culpa. Un culpa huérfana, que no adopté por necesidad, sino por amor. Entonces, cuando el vértigo no me deja en paz, quiero pensar que nunca decidimos jugar en la azotea, y que no caíste frente a mí, sin que yo pudiera hacer algo.

— ¿Qué haces, María?—Viendo el cielo

Regreso al techo siempre. Es el lugar del accidente y posiblemente el último lugar que María recuerde. Ella se sienta todas las noches en la cornisa desde la que cayó y dirige sus ojos al cielo estrellado. María no extraña verlo, como no extraña las balsas en Día de Muertos, los juegos en el congelador de su carnicería, ni los buenos tratos en la escuela; extraña ser quien era antes de no poder ver nada. Le pregunto qué hace no para desanimarla, sino con la frágil esperanza que un día deje de mirarlo y voltee su rostro hacia el mío y responda: “Viéndote”. No porque extrañe que me mire, ni que la extrañe a ella, María siempre ha estado ahí, sino porque también extraño ser quien era antes del accidente. Porque de una u otra forma, mis ojos son dos canicas opaquísimas cuando estoy con ella. Entonces deseo que Pablo tenga razón, y que hubiera sido mejor no conocerla.

—Qué bien —y cada día me siento más estúpido al responderle.

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FIN

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*Guarromance: textos de naturaleza romántica con un twist guarro, perverso y picarón.

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Keanu Reeves’s bogus journey

El Secreto de Keanu Reeves

Esta mañana mi amigo el señor Pereira hizo de mi conocimiento un dato que me desconcertó sobremanera: Keanu Reeves tiene 51 años. Para entender lo impactante de esta información basta ver una fotografía del rodaje de The Matrix y compararla con una reciente; es como ver dos gotas de agua. Y si retrocedemos un poco a, digamos, Point Break, nos percataremos que Johnny Utah apenas y ha cambiado mientras que Patrick Swayze incluso está muerto. Francamente jamás me había intrigado la edad de este actor, sin embargo, al verlo en sus papeles más recientes yo le situaría en algún punto de la cuarta década y no más allá del medio siglo. Mi padre es un par de años mayor y ya tiene la cabeza más blanca que gris, el rostro surcado y mucho menos fuerza cada día que pasa; hace doce años de ninguna manera hubiese podido enfrentar a un ejército de agentes Smith, mientras que Keanu Reeves no tiene una sola cana ni una arruga, y aunque cualquiera atribuiría esto a tintes y cirugías, el tiempo que he tenido para meditar e investigar

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E.J. Valdés

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desde el desayuno hasta este momento me ha llevado a descubrir información inquietante más allá de la página diez de Google: él en realidad tiene menos de 30 años. Explicaré:

Reeves saltó a la fama en 1989 con Bill and Ted’s Excellent Adventure y tuvo una carrera actoral mucho más viva y exitosa que su coestrella, Alex Winter, a quien ya casi nadie recuerda y quien, por cierto, tiene casi la misma edad y no puede presumir la misma generosidad de los años. La trama de la excelente aventura tiene que ver con un viaje en el tiempo: Rufus, interpretado por George Carlin, debe viajar del año 2688 a 1988 para asegurarse que Bill (Winter) y Ted (Reeves) pasen el año escolar satisfactoriamente y así su amistad no se vea interrumpida y el mundo llegue a convertirse en una utopía. Para saltar setecientos años al pasado, Rufus utiliza una máquina capaz de desplazarse por el tiempo disfrazada como una caseta telefónica para que no llame la atención, y es este dispositivo la respuesta al enigma de Keanu Reeves. Verán, para garantizar el realismo de este objeto, los productores de la cinta encargaron la fabricación de la caseta a un taller de Los Ángeles que estaba al servicio de Bell y AT&T, con la diferencia de que el teléfono en su interior no era sino una réplica de plástico de un Bell 5-10-25, el modelo estándar de la época en los Estados Unidos. Aquella utilería, sin embargo, en verdad funcionaba según se descubrió durante el rodaje: bastaba entrar y pulsar el año destino en el teclado del teléfono para trasladarse a esa misma fecha pero en el pasado o en el futuro. Para aquel entonces Robert Zemeckis ya había advertido a toda una generación de los peligros del viaje temporal, de modo que los productores de Bill and Ted decidieron desmantelar la cabina tan pronto concluyó la grabación y nunca revelar el secreto. Lo que nadie supo fue que el armatoste aquél no fue destruido, sino que terminó en manos de Reeves, quien la utilizó para adelantarse en el tiempo y garantizar su participación en exitosas producciones. De esta manera, en 1989 él sabía que haría a Jack Traven en Speed, a Neo en la trilogía The Matrix, a John Constantine en el filme inspirado en este personaje, y a John Wick en la cinta homónima y la secuela que ya se produce. Los pormenores cuánticos de esto escapan a mis capacidades narrativas, pero estoy seguro que, de no haber contado con la caseta telefónica, Reeves se habría desvanecido en los 90 como sucedió a Alex Winter.

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Jugar con el tiempo, sin embargo, tiene sus consecuencias, mismas que pesan sobre Reeves actualmente, y es que en algún punto de los 90 algo salió mal. Un buen día, al querer utilizar la cabina, que por aquel entonces tenía oculta en un sótano cerca de Chateau Marmont, ésta comenzó a malfuncionar y, en lugar de permitirle desplazarse por el tiempo, produjo una copia idéntica de Reeves tal como era entonces. Esta réplica, sin embargo, poseía una personalidad totalmente distinta a la del original, pues se comportaba de manera primitiva, balbuceando y andando erráticamente. Además, era sumamente violenta, y en un iracundo desplante este accidental doble asesinó al actor aquel mismo año. Mas al darle muerte asimiló su persona, haciéndose instantáneamente de su carácter y sus recuerdos como sucedía a los inmortales en Highlander. De esta manera, podríamos decir que la copia se convirtió en el original. Pero el asunto no concluyó allí: desde entonces la cabina telefónica, cuyo paradero hoy se desconoce, produce esporádicamente una réplica del Keanu Reeves de los 90, la cual repite el ciclo de asesinar y asimilar a su antecesor, dando como resultado la ilusión de que el actor no ha envejecido en las últimas dos décadas.

Esto lo descubrí en sitios oscuros de la red que, entre otras cosas, relataban un intento llevado a cabo por probar esta —en apariencia— descabellada teoría el año pasado: una mujer, cuyo nombre no ha sido divulgado pero quien, se sabe, trabajó en el rodaje de Bill and Ted’s Bogus Journey, entró a la casa de Reeves en Hollywood Hills mientras él y su familia estaban fuera con la intención de recabar evidencia de que el actor aún posee la cabina telefónica y ha usurpado su propia identidad en numerosas ocasiones. Antes que pudiera hallar algo de utilidad fue sorprendida al interior de la vivienda y puesta a disposición de las autoridades que, por supuesto, no creyeron su historia. ¿Quién lo haría?

Incluso este escrito será tomado por fantasía hasta que los años comiencen a conferirle cierta veracidad, pues las cabezas de la presente generación se tornarán blancas o perderán todos sus cabellos mientras que Keanu Reeves se verá exactamente igual. Esto, debo confesar, me preocupa un poco, pues sabrá Dios qué pueda sucederme por haber revelado esta información…

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Micro-cuentos de ayer y hoy

Sin lunaLas manecillas del reloj marcaban las 12 horas del día. El sol estaba a mitad del cielo, todos realizaban sus tareas, sin embargo nadie sospechaba que no llegaría la noche.Interruptus Del cielo cayó una bolita de plumas rojas, azules y amarillas. Coatlicue la tomó entre sus manos, pero al ver que eran plumas las echó al cesto de basura. De esta forma, la diosa mexica abortó a Huitzilopochtli y Coyolxahuqui jamás se rompió en pedazos.AtentadoLa explosión se escuchó en toda la habitación, ahora sus largas y hermosas pestañas estaban llenas de chicle.ChatComenzó con un like. Luego, un mensaje que decía “hola”. De ahí dejaron la computadora y se fueron al celular. Pronto comenzaron a escuchar sus voces, y en menos de un mes había un crimen pasional y un asesino libre.

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Oscar Pérez

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Canto III René desplaza una imagen tras otra: mujeres con chichotas, hombres con vergotas, todos delgados,

hermosos, copulando.

Puso una mano en su muslo, estiró su pierna, la sintió firme, una porción de su cuerpo que igualaba la pantalla.

Alejó la silla, caminó a la cocina con pies de tamal.

Mañana salgo a correr, No, hoy, los cambios empiezan hoy, en esta cena retomo la dieta.

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Banju Petrikov

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Sacó un atún, le puso mayonesa lo colocó sobre una cama de lechuga, cortó pimiento, unos chipotles unas galletas saladas le sonreían al fondo, junto con un refresco.

Feliz ahora pones tu cabeza de res sobre el respaldo ¿no? bola de cebo.

Te tragas medio kilo de galletas, un litro de refresco ¿cuándo cambiarás?

Ya estoy cambiando.

Ve a vomitar y observa tu papada, llena de grasa,

embarrada de mayonesa, tus asquerosos dientes de rata que roen todo,

trágate el plato, trágate la mesa.

¡Ve a vomitar!

No.

¡Ve a vomitar!

Las lágrimas de su rostro eran causadas por la tristeza y las arcadas que daba.

¡Límpiate la cara!

Está bien.

René volvió a la cocina preparó un par de emparedados queso derretido, jamón de pavo. Partiolos a la mitad, hilos de queso cayeron en el plato.

Obedeció las palabras, Se quitó la pijama, contempló su torso tan diferente al de todos los demás sus piernas con las estrías reventadas sus genitales ocultos, percudidos, marchitos.

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Colocó el espejo a su lado derecho.

Toma con tus pesuñas ese sándwich de queso siente cómo la grasa que engulles con tu hocico va llenando cada pequeña parte de cuerpo.

Exageró la corva su papada caía en su pecho, subió las piernas, sentía su abdomen desparramarse en sus muslos comprobó que en realidad sí era una bola de cebo.

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FIN

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Memorias legendarias

No hay silencio que la lluvia no entienda,no existe tristeza que la ventana no sepa,no nacen lágrimas que se valorencuando se trata de amor,no hay recuerdos que el licor pueda barrer;todo está siempre igual.

¿Ser escuchado? No,sólo es desahogo asfixiante.

No quiero leer más autobiografíasque fueron escritas en pieles ajenas,éstas se almacenan en los mejores recuerdosde este inquilino sin rumbo,que se dedica a dibujar siluetasrecordando quién fue.

Se trata de seguir,de aprender,de olvidar;porque sin memorias no hay leyenda.

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Gustavo Bautista

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Las torres de FibonacciV

En el

cosmos,antes del

tiempo, había sólo palabra, el verbo

del fuego de la concepción, anterior a la trinidad. Sin espacio. Sin sonido. En un principio fue la palabra,

y de la palabra fue el resto. En el verbo está el orden que rige los mundos naturales. Logos fue llamado.

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Esteban López

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Crónica de un viaje cualquiera en camión

Para llegar a Pachuca (donde estudio) desde los Reyes Acozac (donde vivo), en el Estado de México, debo invertir aproximadamente noventa minutos de viaje. Primero debo salir de la comodidad de la cama, bañarme, arreglarme y desayunar lo mejor que pueda. Para hacerlo, me levanto dos horas y media antes de mi clase en Pachuca. Trato de estar a las siete y media de la mañana en la parada del camión y prepararme para lo peor.

Los camiones de la línea ODZ, única que da servicio desde Reyes Acozac hasta Pachuca, deben pasar cada quince minutos, pero llegan a tener retrasos de hasta media hora. Este servicio es también la manera más barata de llegar desde Zumpango, San Sebastián y Reyes a Tizayuca, en cuya zona industrial muchas personas tienen sus lugares de trabajo. Pasa atestado. Subir es un riesgo.

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Juan E. Sánchez

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Cuando veo acercarse mi autobús me alisto, incluso hago unas cuantas flexiones. El transporte se detiene, la puerta se abre y ¡a empujar! Los obreros de las fábricas de Tizayuca, los estudiantes de escuelas en Pachuca y uno que otro pasajero casual abarrotan el impuntual camión. Cualquier ODZ es más bien un microbús con escaso espacio entre asientos y donde cabe más gente parada que sentada. Así sale siempre de Reyes.

Pago el pasaje. Ruego mi descuento por ser estudiante, empujo y me apretujo para avanzar por el pasillo y a duras penas ponerme los audífonos para escuchar relajante música o un podcast, pero entonces comienzan las huarachas que pone para su deleite el conductor. Conforme avanzamos por Reyes, el chofer trata de subir más pasaje con su infaltable pregunta de: “¿Sí se recorren tantito para atrás?”. Atrás, donde no cabe un alma. Eso sí, el conductor reserva un lugar a su lado para la pasajera más linda y joven, de unos dieciocho de preferencia, que se le suba…

Al camión.

Dado que el joven chofer apenas sabe operar la unidad, avanzamos con muchos traqueteos y enfrenones. Cuando llegamos a Tizayuca, unos veinte minutos después, pasajeros a pie y sentados comienzan a bajar. En una de esas aprovecho y me adueño de un asiento. La señora a quien se lo gané se me queda viendo feo, pero fue demasiado lenta, y en un ODZ la caballerosidad se paga con dolor.

Apenas logramos salir de Tizayuca, con sus topes y semáforos, cuando el capitán de la unidad hace una parada de diez minutos. ¡No sube más pasaje! Jamás comprendo por qué se tarda tanto. Llevo unos sesenta minutos en el camino. Estamos a punto de arrancar cuando parece que alguien va a subir, pero no es un pasajero; se trata de la versión camionera de Pedrito Fernández. Ya antes me resultaba difícil concentrarme en mi música y este mensosoprano se pone justo al lado de mi asiento y canta unas baladas con letras cambiadas. Las canta mal y feo, no me deja escuchar ni mi música, ni las huarachas, ¡y todavía quiere que le pague! Creo que lo que exige es un rescate por mis oídos pero yo valientemente opongo resistencia. La tortura no dura mucho; se baja mucho antes de Pachuca.

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El último tramo, el intento de autopista que une Tizayuca y Pachuca, es más sencillo. Desgraciadamente, al entrar a la ciudad de los pastes siempre encuentra uno alguna nueva obra vial: que si arreglan la calle, que si ponen una plaza nueva o tiran un puente... Así se consumen los últimos treinta minutos de mi viaje.

Cuando por fin llego a mi destino, la parada de plaza Galerías, el camión apenas se detiene para no perder el verde del semáforo. Casi con una patada, el ODZ se despide de mí. Good bye. Hasta mañana, fiel y desgraciado amigo.

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FIN

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AUTORES

Juanito Pereira Economista, miembro honorario en el jurado de los premios Nobel, publica para diversos periódicos internacionales. Diseñador de Letras Raras Año 4 (2015).

Banju Petrikov Perverso polimorfo

Enid Carrillo Comunicóloga por la UAEH. Comparte lo que escribe donde puede y la dejan. Le gusta el sonido de la canela al romperse, los libros cortos y la gente sincera.

Eduardo F. López-Ruiz Narrador y músico. Estudia Ingeniería en Biotecnología en el ITESM. Autor de los volúmenes inéditos Clínica de la Alegoría y Ángeles de Nieve en el Natchez. Ha colaborado en Revista TN y NewSpleeen.

Gustavo Bautista Estudia Comunicación. Escritor, fotógrafo y director de cortometrajes.

Mario C. González Residente del Defectuoso con logros destacados como pasar Super Mario Bros. con cien vidas. Esporádico participante de algunas revistas electrónicas. Fiel bebedor de café. Actualmente recopila buenas rolas para su estación por Internet.

E.J. Valdés Escritor, traductor, locutor y corrector de estilo. Autor de libros de cuentos. Colaborador de las revistas Cinco Centros y Pillaje Cibernético.

Esteban López Arciga Escritor que actualmente reside en Mexicalli, BC. Formó parte del grupo de talentos "Valores de Baja California" en el área de literatura de 2012 a 2014.

Juan Esteban Sánchez Rodríguez. LAE de profesión. Apasionado de la industria del entretenimiento. Apoya a realizar sueños emprendedores. Explora oportunidades en industrias de cine y juegos.

Óscar Raúl Pérez Cabrera Originario de Tulancingo, Hgo. Estudió Ciencias de la Comunicación en la UAEH y es reportero en Diario Plaza Juárez. Escribe la columna dominical Pedazos de vida.

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