Revista mente y cerebro nro. 58

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Revista dedica a publicar avances Neurocientíficos y su aplicabilidad a la cotidianidad de nuestros que haceres, trabajo, hogar, familia, sociedad...

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n.o 58/20136,50 €

EL PODER DEL BEBÉEl nacimiento y cuidado de un hijo transforma la neuropsicología de los padres

NUEVA SERIE Técnicas de la neurociencia

9 771695 088703

0 0 0 5 8

ENER

O/ F

EBRE

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013

58/2

013

PSICOLOGÍAEl duelo crónico

COGNICIÓNDecidir con acierto

TABAQUISMONeurobiología de la adicción a la nicotina

NEUROLOGÍAEl estado vegetativo y su diagnóstico

Page 2: Revista mente y cerebro nro. 58

Disponible en su quiosco el número de enero

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2 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013

SUM ARIO

GENÉ TIC A

10 El mejor amigo del genetistaLa investigación del genoma de los

perros puede desentrañar claves

sobre las patologías neuropsiquiá­

tricas de los humanos. Por David

Cyranoski

PERCEP CIÓN

16 Expertos en rostrosPoco después de nacer, los bebés

muestran una sensibilidad especial

para las caras. Distinguen los rostros

individuales de humanos; también

de monos. Sin embargo, pronto pier­

den esa capacidad y se centran en la

fisonomía de sus congéneres.

Por Stefanie Höhl

NEUROLO GÍ A

46 Una nueva era en el diagnós tico del estado vegetativoLos avances en el campo de la neuro­

imagen ofrecen alternativas nove­

dosas para mejorar el diagnóstico de

pacientes en estados de consciencia

alterada tras una lesión cerebral.

Por Davinia Fernández Espejo

SERIE «TÉCNIC A S DE L A NEURO CIENCIA» (I)

54 Atlas genético del cerebroUna cartografía del encéfalo huma­

no, minuciosamente construida,

revela las raíces moleculares de la

enfermedad mental. Y de la conducta

cotidiana. Por A. R. Jones y C. C. Overly

A DICCIÓN

68 La rutina del pitilloLa dependencia de la nicotina no

solo se manifiesta en el centro

neuronal responsable de la adicción.

La tendencia a coger un cigarrillo

también deja huella en regiones

sensoriales y motoras del cerebro.

Por Y. Yalachkov, J. Kaiser

y M. J. Naumer

P SIQUIATRÍ A

72 Alienados de sí mismosAlgunas personas se sienten obser­

vadoras de sus propios procesos

mentales y de su cuerpo. También el

mundo se les antoja irreal y extraño.

Con todo, su trastorno pasa con fre­

cuencia inadvertido. Por M. Canterino

y M. Michal

ARTÍCULOS

Estado vegetativo Se estima que el cuarenta por ciento de los

afectados recibe un diagnóstico incorrecto.

Enero / Febrero de 2013 – N.o 58

Atlas Allen La cartografía genética del cerebro humano

y del ratón inicia la nueva serie «Técnicas de

la neurociencia».

Adicción al tabaco La dependencia de la nicotina afecta a áreas

cerebrales sensoriales y motoras.

46 54 68

CO GNICIÓN

62 Recompensa sin sacrificios¿Decidimos mejor cuanta más informa­

ción tenemos? Al parecer, no. A menudo,

unas reglas empíricas aportan más que

análisis exhaustivos de la situación. Los

jugadores de póquer y corredores de

bolsa bien lo saben. Por Thorsten Pachur

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MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 3

22 Cerebro y maternidadEl embarazo y el parto remodelan

el cerebro y la mente de la mujer.

Por Craig H. Kinsley y Elizabeth Meyer

28 Cerebro y paternidadEl nacimiento de un hijo propicia

una renovación neuronal en

el encéfalo del padre.

Por Brian Mossop

SECCIONES

4 Encefaloscopio

> Pensar antes de pestañear

> Querer es poder

> Depuración mental

> Plácida creación

> Alcohol y violencia

> Múridos rescatadores

> Aprender a escuchar

> Emociones a paso marcial

34 Entrevista

Uta Frith: «La empatía no se

puede aprender»

Por Daniela Ovadia

38 Instantánea

Arsenal científico del ayer

40 Avances

> El miedo en el cerebro

Por Carmen Agustín Pavón

> Electrodos que despiertan

Por Christoph Koch

44 Sinopsis

Cómo se obtiene una neuroimagen

78 Syllabus

Duelo

Por Christiane Gelitz

84 Ilusiones

El entorno decide

Por Danko Nikolic y Kai Gansel

88 Retrospectiva

Un siglo de conductismo

Por Stephen F. Ledoux

94 Libros

Libre albedrío

Por Luis Alonso

www.investigacionyciencia.es

NEUROBIOLO GÍ A

EL PODER DEL BEBÉ

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4 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013

ENCEFALOSCOPIO

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AUTISMO

Pensar antes de pestañearEl parpadeo de los niños con autismo revela dónde fijan la atención

El rastreo de los movimientos oculares

permite a los científicos averiguar lo

que nos interesa de una escena. En cambio,

los escasos milisegundos de parpadeo sue-

len despreciarse, se consideran ruido, un

dato residual. No obstante, se ha apreciado

que el pestañeo podría contener informa-

ción importante: cuanto más pestañeamos

menos enfocada se halla nuestra atención.

En el autismo, las pautas del parpadeo pa-

recen indicar la forma de relacionarse del

sujeto con el entorno.

En experimentos con niños de corta

edad, Warren Jones, de la facultad de me-

dicina de la Universidad Emory, observó

que sus parpadeos no eran aleatorios,

sino estratégicos. Mientras miraban una

grabación, inhibían el pestañeo si esta les

resultaba interesante. «La cronología de los

momentos en que no pestañeamos parece

vinculada con el grado de implicación ha-

cia lo que miramos», afirma Jones.

El investigador ha aplicado este descu-

brimiento para el estudio de la atención

en el autismo. En un artículo

publicado en diciembre de 2011

en Proceedings of the National

Academy of Sciences USA, Jones

señalaba diferencias en las pau-

tas de pestañeo de niños con

autismo y otros con desarrollo

normal. Se mostró a ambos

grupos un vídeo que contenía

momentos emotivos y también

escenas de acción. Los proban-

dos sin el trastorno inhibían

el pestañeo justo antes de los momentos

más emotivos, como si estuvieran siguien-

do la narración y previendo un desenlace.

En cambio, los que padecían la patología

seguían pestañeando en esos mismos

momentos, lo que hacía pensar que no

estaban siguiendo el hilo emocional de la

historia. No obstante, sí mostraban una

respuesta cuando un objeto se movía de

forma súbita.

Los resultados confirman observaciones

anteriores relacionadas con la atención de

los niños con autismo, a saber, que estos

se interesan más por los fenómenos de

acción que por los emotivos. Además, en

opinión de Jones, las conclusiones previas

confieren legitimidad a los estudios sobre

el pestañeo. En otras palabras, el pestañeo

se dibuja como un instrumento válido de

investigación. Esta técnica podría resultar

en especial útil en la exploración de sujetos

con afasia, además de contribuir en la defi-

nición de subcategorías de autismo.

—Morgen E. Peck

ENVEJECIMIENTO

Querer es poderLas personas mayores tardan más en tomar una decisión, pero no tienen por qué

Suele ocurrir que los individuos de edad

avanzada tarden más que los adultos jóve-

nes en decidirse, no obstante, ello no significa

que su mente funcione con lentitud. Según

expone una investigación de la Universidad

estatal de Ohio, la mayor tardanza se debe a

que la persona mayor valora más el acierto en

la decisión que la presteza en tomarla.

En el estudio, publicado en el Journal of

Experimental Psychology: General, un grupo

de jóvenes universitarios y otro de adultos

entre los 60 y 90 años se sometieron a prue-

bas cronometradas de reconocimiento y me-

morización de palabras. Todos los participan-

tes acertaron por un igual, pero los mayores

respondían con mayor lentitud. Sin embargo,

acicateados por los investigadores a responder

con más presteza, contestaron a la par que

los jóvenes, sin por ello cometer más errores.

«En numerosas tareas sencillas, los mayores

tardan más en decidirse porque consideran

que necesitan más datos para formular su

conclusión», señala Roger Ratcliff, uno de los

coautores. A menudo, cuando una mente de

edad avanzada se enfrenta a una tarea que

requiere rapidez, un esfuerzo consciente per-

mite que así sea.

—Winnie Yu

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MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 5

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PSICOTER APIA

Depuración mentalLa terapia de la imaginación guiada alivia los sentimientos de suciedad y asco que presentan las víctimas de abuso sexual

Las personas que han sufrido abusos

sexuales en la infancia a menudo

indican sentirse sucias o «contamina-

das». Tal sensación provoca con fre-

cuencia un deterioro en la autoestima

o la autoimagen corporal de la víctima,

además de problemas en sus relaciones

interpersonales e incluso una conduc-

ta obsesiva por lavarse. Un estudio pu-

blicado en Behavioral Modification en

enero del 2011 señala que una terapia a

base de imágenes mentales, en la que se

conjuga lógica y emoción, puede aliviar

estos sentimientos intrusivos.

Kerstin Jung y Regina Steil, de la Uni-

versidad Goethe, en Fráncfort del Meno,

han ensayado una psicoterapia breve

basada en una sesión inicial y otra pos-

terior de refuerzo. En un primer paso,

las participantes expusieron con detalle

sus pensamientos en un diálogo con las

terapeutas, explicando lo que sentían,

cuándo y dónde les sobrevenían esas

ideas y en qué grado afectaban a su vida

diaria. A continuación se les indicó que

se informasen, a través de Internet, de la

frecuencia con que se renuevan las célu-

las humanas. Además, debían calcular

cuántas veces se habían reemplazado los

tejidos celulares de las partes de su cuer-

po en las que habían sufrido el abuso

desde el contacto con su violador. (Las

células dérmicas se renuevan entre cada

cuatro y seis semanas; las membranas

mucosas, con mayor frecuencia.) A con-

tinuación, las pacientes analizaron con

los investigadores el significado de los

datos. «Ninguna de las células de la piel

que ahora recubre mi cuerpo ha estado

en contacto con mi violador», rezaba

alguna de las respuestas. Por último, se

solicitó a las participantes que desarro-

llaran un nuevo ejercicio, a saber, que

se imaginaran que se arrancaban la piel

contaminada.

Se observó que el tratamiento reducía

de forma relevante los sentimientos de

suciedad de las víctimas de abuso se-

xual; también, para sorpresa de los in-

vestigadores, los síntomas de trastorno

postraumático. Jung afirma que la siner-

gia de información objetiva e imágenes

mentales resulta fundamental, ya que

los meros datos no bastan para llevar

a la paciente a una convicción emotiva.

«Utilizamos la técnica de la imaginación

guiada a modo de vehículo para trans-

portar la información racional desde

la cabeza al corazón. Las imágenes re-

sultan más poderosas para modificar

emociones que la información verbal»,

concluye Jung.

—Tori Rodríguez

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6 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013

ENCEFALOSCOPIO

COGNICIÓN

Plácida creaciónLos instantes antes de caer en los brazos de Morfeo resultan óptimos para la creatividad

Mensaje para las personas madru-

gadoras: reserven su potencial

creativo para antes de dormir. Ese lapso

de tiempo, en apariencia tan poco pro-

ductivo, puede representar la oportu-

nidad perfecta para un momento eure-

ka, según señala un estudio publicado

en Thinking & Reasoning.

Mareike Wieth, profesora de psicolo-

gía en el Colegio Albion, y sus colabo-

radoras dividieron a los probandos en

dos grupos: «alondras» y «búhos», de

acuerdo con el cuestionario diurnidad-

nocturnidad. Descartaron a los indivi-

duos que habían puntuado en la zona

media de la prueba inicial, más o menos

la mitad de los encuestados. A los parti-

cipantes se les encargó que resolviesen

tres problemas analíticos y otros tantos

creativos. En los primeros no se aprecia-

ron efectos circadianos; en cambio, las

respuestas que requerían cierta creati-

vidad fueron mejores en los momentos

menos óptimos del día.

Wieth conjetura que tal efecto se debe

a una disminución del control atencio-

nal inhibitorio, es decir, de la capacidad

de desechar información irrelevante

para la actividad que llevamos a cabo en

un determinado momento. «Este estado

cognitivo, menos enfocado, más disper-

so, nos hace más propensos a considerar

datos que, en apariencia, no guardan re-

lación, como, por ejemplo, experiencias

vividas en otras ocasiones o la lista de

recados que tenemos pendientes», co-

menta. «Toda esta información adicio-

nal que nos ronda por la mente en los

momentos “subóptimos” del día puede,

a fin de cuentas, contribuir al momento

feliz de eureka».

—Tori Rodriguez

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MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 7

PERSONALIDAD

Alcohol y violenciaPor qué las bebidas alcohólicas tornan agresivas a algunas personas

El alcohol alegra y distiende a unos,

vuelve irascibles y peligrosos para sí

y para los demás a otros. ¿De qué depende?

La diferencia puede radicar en la capacidad

de los sujetos para medir las consecuen-

cias de sus actos, según un estudio recien-

te publicado en Journal of Experimental

Social Psychology.

Brad Bushman, de la Universidad esta-

tal de Ohio, y sus colaboradores pidieron

a casi 500 voluntarios que participaran en

un sencillo juego. Los probandos, hom-

bres y mujeres en igualdad de número,

creían que competían con un rival en el

intento de pulsar un botón con mayor

rapidez que el contrincante. En realidad,

el programa informático que se utilizaba

en la prueba decidía al azar quién gana-

ba o perdía. Cuando un sujeto resultaba

perdedor, recibía una descarga eléctrica.

Pero si ganaba, administraba la descarga

al supuesto contrincante; podía decidir a

voluntad propia la duración e intensidad

de la misma.

Antes de empezar a jugar, los partici-

pantes cumplimentaron un cuestionario

diseñado para medir su sentimiento de

responsabilidad por las consecuencias

futuras de sus actos. A la mitad de los

probandos se les ofreció un combinado

de alcohol con zumo de naranja en dosis

suficientes para estar ebrios; a los demás se

les dio una bebida baja en alcohol. Los par-

ticipantes que manifestaron desinterés e

irresponsabilidad por las consecuencias de

sus actos mostraban una mayor tendencia

a proporcionar descargas largas e intensas.

En el grupo sobrio, estos respondieron con

mayor agresividad que los sujetos respon-

sables. Pero estando ebrios, su beligerancia

se salía de la escala. «Fueron, con mucho,

el grupo más agresivo del estudio», afirma

Bushman.

Con todo, podemos dar una buena no-

ticia: dicho rasgo es maleable. Michael

McKloskey, de Universidad de Temple,

confirma que los individuos impulsivos a

menudo tienen la convicción de que si una

situación les resulta frustrante o desagra-

dable, es «precisamente para fastidiarles».

Si consiguen aprender a ver la situación

de forma más objetiva, pueden conservar

mejor la calma y reprimir su ira, añade Mc-

Kloskey: «Cuando las personas impulsivas

llegan a dominar esta técnica adquieren un

sentido de control y responsabilidad sobre

las consecuencias».

—Harvey Black

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Ciencia de la vida cotidiana

IGNACIO UGARTE

A una unidad astronómica

JOSÉ MARÍA EIRÍN LÓPEZ

Evolución molecular

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8 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013

ENCEFALOSCOPIO

DESARROLLO

Aprender a escucharPara afinar el habla, los niños se apoyan en una realimentación distinta a la de los adultos

Al igual que el músico que

afina su guitarra, las

personas adultas escuchan de

forma subconsciente su pro-

pia voz para ajustar el tono,

el volumen y la pronuncia-

ción del habla. Los bebés que

aprenden a hablar no actúan

de este modo. ¿Cómo adquie-

ren el habla los niños y cómo

pueden ayudarles los padres

en esa tarea?

Estudios anteriores han

demostrado que los adultos

se valen de la realimentación

auditiva para retocar y ajus-

tar su pronunciación. Ewen

MacDonald, del Centro de In-

vestigación Auditiva Aplicada

de la Universidad Técnica de

Dinamarca, quiso saber si los

niños actuaban de la misma

manera. Para ello, solicitó a

probandos adultos y niños

que guiasen las acciones de

un robot en un videojuego.

Para ese fin, los participantes

debían repetir la palabra bed

(«cama» en inglés). Cada vez

que pronunciaban el vocablo,

oían su propia voz a través de

auriculares. Los investigado-

res desplazaron su espectro

sonoro para que oyeran bad

(«malo») en lugar de bed. Se

observó que los adultos y los

COMPORTA MIENTO ANIM AL

Múridos rescatadoresLos roedores sacrifican su propio beneficio para liberar a sus compañeros enjaulados

La expresión «rata» podría considerarse más un elogio que

un insulto. Según un estudio publicado en Science a finales

de 2011, los roedores pueden mostrarse sorprendentemente al-

truistas.

Peggy Mason, Inbal Ben-Ami Bartal y Jean Decety, de la Uni-

versidad de Chicago, colocaron pares de ratas en jaulas, en las

que uno de los animales permanecía preso en el centro dentro de

un recinto transparente y más pequeño en el que apenas podía

moverse, mientras que el otro múrido podía corretear libremente

por su exterior. Los investigadores observaron que 23 de 30 ra-

tas liberaron a sus compañeras bien empujando con la cabeza la

puerta de la jaula interior o bien apoyando el cuerpo en la puerta

hasta lograr abrirla.

Para comprobar el altruismo de los roedores, Mason introdujo

ratas en cajas que contenían dos recintos. En uno se encontraba

otra rata, en el otro, un montoncito de virutas de chocolate. Los

roedores que gozaban de libertad de movimiento podían apro-

vechar el momento para comerse con toda facilidad el atracti-

vo manjar. No obstante, optaron por otra acción: en su mayoría

abrieron ambas jaulas y compartieron las chocolatinas con su

compañera liberada. «En el mundo de las ratas eso es mucho»,

opina Mason. «Se trata del primer estudio que relaciona el al-

truismo con la conducta ratonil.»

No obstante, Jeffrey Mogil, de la Universidad McGill, y Mason,

señalan que cabe la posibilidad de que las ratas «libertadoras»

intentasen con esa acción acallar las llamadas de socorro de sus

compañeras. Aun así, Mason considera que las peticiones de au-

xilio no son lo bastante frecuentes para motivar las ratas; Mogil

no está tan seguro.

Con todo, este estudio entra a formar parte de una serie de

experimentos recientes que han cambiado la forma de considerar

la empatía y el altruismo: no se trata de rasgos exclusivamente

humanos, como se pensaba hasta ahora. Al parecer, el instinto de

ayuda mutua ha evolucionado en numerosos animales, incluso

con sacrificios para uno mismo, instintos que los humanos tam-

bién hemos heredado. «En definitiva», concluye Mason, «la ayuda

al infortunado es parte de nuestra biología».

—Ferris JabrGET

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MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 9

PSICOLOGÍA SOCIAL

Emociones a paso marcialEl movimiento sincronizado alienta el compañerismo, pero también puede fomentar la agresividad

En el ámbito militar se sabe de antiguo

que la instrucción de orden cerrado

genera un fuerte compañerismo entre

los miembros de pequeñas unidades.

Scott Wiltermuth, de la Escuela de Nego-

cios Marshall de la Universidad del Sur de

California, proponía que esta cooperación

brota de una sincronización emotiva de los

individuos. Ahora señala que tal sincronía

puede estimular asimismo la agresividad,

según publicó en enero de 2012 en el Jour-

nal of Experimental Social Psychology.

Wiltermuth y sus colaboradores distri-

buyeron a los probandos en varios gru-

pos. Entregaron a cada grupo un juego

de tazas; les enseñaron a moverlas según

cierta coreografía, que más tarde habrían

de repetir al ritmo de una música. Con el

objetivo de crear un ambiente competiti-

vo, los investigadores les encargaron que

memorizasen una lista de ciudades, de la

que más tarde les examinarían. El grupo de

máxima puntuación ganaría 50 dólares. A

continuación, con los auriculares puestos,

los participantes llevaron a cabo el ejercicio

con las tazas al ritmo de la música que oían.

En algunos grupos, los probandos acabaron

moviendo las tazas en mutua sincronía;

en otros, cada participante oía músicas de

ritmos variables, de manera que no podía

sincronizar los movimientos con los de los

demás. Al terminar la actividad, se indicó a

cada uno de los grupos que podían seleccio-

nar la música que oiría otro grupo durante

el ejercicio. Una de las opciones consistía en

un potente y fastidioso ruido estático. Los

equipos que habían llevado a cabo su ejer-

cicio en sincronía manifestaban una mayor

tendencia a elegir el ruido fastidioso que los

no conjuntados. En conclusión, un equipo

compenetrado es un enemigo más fiero.

En otro estudio, publicado en Social In-

fluence, Wiltermuth señala que los miem-

bros de un grupo sincronizado también son

más destructivos. Se les entregó cochinillas

vivas, las cuales debían meter en unas cajas

a las que se denominó «exterminadoras»

(en realidad, las cochinillas no sufrían daño

alguno). Cuando se les pidió que llevaran a

cabo la tarea, los probandos que pertene-

cían a grupos sincronizados introdujeron

un 54 por ciento más de insectos en las su-

puestas cajas de exterminio que los sujetos

de control, no sincronizados.

Según Wiltermuth, tales observaciones

subrayan la importancia de analizar las

propias acciones y las de los dirigentes.

«Hacemos cosas que no querríamos por

vinculación emotiva con nuestro equipo»,

afirma.

—Daisy Yuhas

niños de cuatro años trataban

de corregir el error llevando

la pronunciación hacia bid

(«oferta»), en cambio, los de

dos años en ningún momento

se apartaron de la expresión

bed. Al parecer, no se valían de

la retroalimentación auditiva

para controlar el habla.

Aunque cabe la posibili-

dad de que esos niños hayan

suprimido el mecanismo de

realimentación, MacDonald

piensa que tal vez no comien-

cen a escucharse a sí mismos

hasta tener más edad. En tal

caso, resulta probable que

dependan de la realimenta-

ción que les proporcionan

las voces de los adultos para

calibrar su propia voz. De he-

cho, casi todos los familiares

y cuidadores repiten de forma

espontánea las palabras que

pronuncian los pequeños

con el objetivo de alabarles y

alentarles. «Me parece que el

mensaje que debemos retener

de todo ello es que la interac-

ción social es importante para

el desarrollo del habla», opina

MacDonald. Un consejo final:

la clave consiste en hablar e

interactuar con el niño de for-

ma normal.

—Morgen E. Peck ISTO

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10 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013

GENÉTIC A

Solo, un border collie de once años,

toma una dosis doble de Xanax (alpra-

zolam) para los nervios en la festivi-

dad nacional del 4 de julio en Estados

Unidos. Este fármaco se suma al anti-

depresivo, fluoxetina o amitriptilina, que el perro

recibe como tratamiento a lo largo de todo el año.

Los fuegos artificiales lo sacan de quicio, al igual

que los petardos, los disparos y prácticamente

cualquier sonido explosivo, los cuales le provocan

ataques de nervios. Jadeante y babeando, con los

ojos dilatados, busca desesperadamente un lu-

gar donde esconderse. Si otro perro ronda cerca,

puede atacarlo. «Esto se conoce como redirección

de la ansiedad», explica Melanie Chang, dueña

de Solo y bióloga evolutiva de la Universidad de

Oregón en Eugene.

Cuando era investigadora posdoctoral en la

Universidad de California en San Francisco, Chang

colaboró en la recopilación de cientos de muestras

de ADN de border collies, entre ellas la de Solo,

como parte de un proyecto para el estudio de la

fobia a los ruidos fuertes (ligirofobia). La bióloga

estima que al menos el 50 por ciento de los co-

llies padecen dicho trastorno, de los cuales un 10

por ciento se encuentran gravemente afectados.

Estos ejemplares suelen autolesionarse o herir a

otros animales en respuesta a los ruidos fuertes.

Steven Hamilton, psiquiatra de la Universidad de

California en San Francisco y director del susodi-

cho proyecto, considera que existen paralelismos

entre el pánico de los perros y la ansiedad de las

personas. Los mismos medicamentos funcionan

en aproximadamente el mismo porcentaje de ca-

sos humanos y caninos. Un número creciente de

proyectos como el suyo se encuentran en marcha,

tanto para ayudar a los perros con alteraciones

como para desterrar las raíces de enfermedades

neuropsiquiátricas humanas.

La «caza» de genes causantes de trastornos

mentales ha supuesto «un trabajo duro con re-

sultados magros», asegura Jonathan Flint, del

Centro de la Fundación Wellcome para la Gené-

tica Humana en Oxford. Ello se debe, en parte,

a que el genoma humano es complejo, lo cual

dificulta el diagnóstico de las patologías menta-

les. En cambio, 200 años de endogamia selectiva

han permitido que las razas de perro presenten

un conjunto de comportamientos específicos.

Además, su genoma facilita el seguimiento de

la pista de los genes responsables. «Son los úni-

cos modelos naturales de los trastornos psiquiá-

tricos. Son perfectos para cartografiar los genes

y clonarlos. Es sencillamente hermoso», afirma

Guoping Feng, genetista de ratones del Instituto

de Tecnología de Massachusetts en Cambridge,

quien colabora con científicos dedicados a la in-

vestigación con perros.

La raza border collie fue criada en un inicio con

el fin de que pastorease animales ungulados y

fuese capaz de oír la llamada de su dueño a gran

distancia. Según algunos autores, ello puede haber

influido en que el animal haya desarrollado un

oído tan sensible; los ruidos fuertes abruman a

algunos de su raza y les provocan una alteración

equiparable al trastorno de ansiedad que sufren

las personas. «En general, es probable que la enor-

me ansiedad se deba al extenso periodo de selec-

EN SÍNTESIS

Proyecto mascota

1Ciertas razas caninas

presentan patologías

semejantes a los trastornos

neuropsiquiátricos humanos.

2El genoma de los perros

puede ayudar a desen-

trañar las claves neurológi-

cas de enfermedades como

el trastorno obsesivo-com-

pulsivo o la narcolepsia.

3La investigación en

modelos perrunos va en

aumento. Entre los proyec-

tos en marcha se encuentra

la iniciativa europea LUPA.

El mejor amigo del genetistaLa investigación del genoma de los perros puede desentrañar claves

sobre las patologías neuropsiquiátricas de los humanos

DAVID C YR ANOSKI

Page 13: Revista mente y cerebro nro. 58

MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 11

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PERROS AL BORDE DE UN ATAQUE DE NERVIOS ¿Pueden los collies ayudar

a descifrar la genética de la

ansiedad?

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12 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013

GENÉTIC A

ción de perros capaces de responder a las señales

sociales humanas», opina Chang. La procedencia

de otros rasgos temperamentales resulta más

turbia. Los dóbermans pinscher se desarrollaron

como fieles perros guardianes y de defensa. Sin

embargo, a veces presentan fijaciones y peculia-

ridades equivalentes al comportamiento de un

individuo obsesivo-compulsivo. Los dálmatas,

por su parte, fueron criados para la velocidad y

la resistencia, con el fin de que pudieran correr

al ritmo de los caballos. Estos canes tienden a la

agresividad.

Con todo, sigue especulándose si determinadas

condiciones caninas surgieron por casualidad o

si acontecieron debido a una selección no inten-

cionada para una cualidad específica. Sea como

fuere, los problemas de conducta en los canes

son frecuentes. Nicholas Dodman, especialista en

comportamiento animal de la Universidad Tufts

en North Grafton, estima que, como mínimo, el

40 por ciento de los 77,5 millones de canes que

poseen los habitantes de Estados Unidos manifies-

tan algún tipo de trastorno de comportamiento.

Los fármacos para perros, entre los que se en-

cuentran drogas psicotrópicas, representan un

mercado en auge. Aun así, lamentablemente se

sacrifica a muchas mascotas a consecuencia de

su temperamento.

Los investigadores cuentan con buenas razones

para creer que los perros revelarán los secretos

genéticos que albergan con mayor facilidad que

los humanos. Un estudio de 2010 demostró que

variantes en seis lugares del genoma canino po-

dían revelar el 80 por ciento de la variación en el

tamaño corporal del perro. En cambio, 294.831 va-

riantes humanas comunes, consideradas de forma

simultánea, explicaban solo el 45 por ciento de las

diferencias de altura entre las personas.

Llegados a este punto cabe preguntarse por

qué, si la genética de la altura resulta tan dispar

entre perros y humanos, la relacionada con la

ansiedad, la compulsión o la agresión ha de pre-

sentar similitudes. Patrick Sullivan, genetista de

la Universidad de Carolina del Norte en Chapel

Hill, apunta: «El comportamiento que, de forma

intrigante, parece asemejarse entre los humanos

y otras especies podría consistir en una arquitec-

tura genética completamente distinta». En otras

palabras, el mismo rasgo podría corresponder a

genes o regiones cerebrales diferentes. Sin embar-

go, los defensores de los estudios caninos sugieren

que los genes perrunos pueden contribuir en el

atisbo de las rutas implicadas en las patologías

humanas; ello ya sería suficiente.

Los perros que duermen no mienten

Al menos una investigación atestigua que los es-

tudios en perros pueden llevar a respuestas de

la neurobiología humana. Durante décadas, los

investigadores han examinado el ADN de sujetos

aquejados de narcolepsia con el objetivo de hallar

los genes responsables de este trastorno del sueño.

No obstante, la tarea resultó complicada: existían

múltiples genes implicados, los factores ambien-

tales eran inconsistentes y no aparecía ningún

mecanismo claro. «La gente discutía si se trataba

de una enfermedad autoinmunitaria, pero nadie

sabía qué hacer después. Era demasiado difícil»,

explica Emmanuel Mignot, investigador del sue-

ño de la facultad de medicina de la Universidad

Stanford.

Ya que los dóberman pinschers son propensos

a padecer narcolepsia, tenían la clave. En 1989,

Mignot empezó a emplear técnicas génicas clá-

sicas con el fin de criar ejemplares de dóberman

narcolépticos y, con ello, seguir la pista del patrón

hereditario del trastorno. Sin las ventajas de las

herramientas genéticas y genómicas actuales, tar-

dó diez años en llegar a la mutación que causaba

la enfermedad: aparecía en el gen receptor de la

hipocretina 2, el cual regula la entrada en el ce-

rebro del neurotransmisor hipocretina (también

orexina).

«Los perros son los únicos

modelos naturales de

trastornos psiquiátricos»

Guoping Feng,

Instituto de Tecnología

de Massachusetts,

Cambridge

DÁLMATA

CRÍA:

Raza iniciada en los años noventa del

siglo xviii. Se empleaba sobre todo como

perro escolta de carruajes. Corría junto a los

carros tirados por caballos, o frente a ellos.

TRASTORNOS:

Predisposición a la sordera. Asimismo

pueden padecer hiperuricemia, alteración

que provoca la formación de piedras en el

tracto urinario. Pueden ser agresivos.

FOTO

LIA

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AG

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KA

Page 15: Revista mente y cerebro nro. 58

MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 13

Mignot no halló la misma mutación en el gen

humano correspondiente, empero sí que descu-

brió cambios en la ruta de la hipocretina. «Em-

pezamos a medir la hipocretina en el líquido

cerebroespinal. En los narcolépticos, había desa-

parecido. Era asombroso», recuerda. Los investi-

gadores se centran ahora en mutaciones génicas

humanas que conducen a la reducción de la hi-

pocretina y a sufrir el trastorno de narcolepsia.

También las compañías farmacéuticas se fijan

en dicha sustancia como una posible vía para el

tratamiento del insomnio.

Los mismos canes con nuevos trucos

Desde que Mignot publicara sus trabajos, el ge-

noma canino se ha secuenciado. Ello ha permi-

tido comparar de manera rápida y fácil la infor-

mación genética de cientos de perros mediante

la observación de polimorfismos nucleotídicos

simples (SNP, por sus siglas en inglés), es decir,

de cambios de una sola letra en el genoma que

actúan como marcadores de bloques de ADN

heredados.

Los estudios pangenómicos (GWAS, de genome

wide association studies) que se pueden realizar

mediante tales marcadores resultan más sencillos

en perros que en humanos. La mayoría de las ra-

zas caninas son muy homogéneas: los ejemplares

de un mismo linaje comparten bloques de ADN

mayores que en el caso de dos personas cuales-

quiera. Dicho de otro modo, en los perros se nece-

sita estudiar menos polimorfismos nucleotídicos

simples y menos individuos para encontrar un

bloque de ADN que se asocie con una enfermedad.

Según Kerstin Lindblad-Toh, del Instituto Broad

en Cambridge, los GWAS humanos podrían re-

querir 5000 personas con un rasgo de interés y

5000 controles sin él para demostrar que el ras-

go en cuestión se halla asociado con una región

genómica determinada. En cambio, los estudios

con perros pueden pasar con menos: con solo cien

animales experimentales y otros tantos de con-

trol. Asimismo, una investigación que precisase

en humanos cientos de miles de SNP podría efec-

tuarse en canes con escasos 15.000 polimorfismos

nucleotídicos simples.

Los estudios pangenómicos ya han demostrado

su eficacia a la hora de encontrar genes para varios

rasgos perrunos que resultan relevantes en las

enfermedades humanas. Entre ellas, la osteogé-

nesis imperfecta (enfermedad ósea congénita que

se ha atribuido al gen que causa patas regordetas

en los dachshunds, o perros salchicha) y el lupus

eritematoso sistémico, enfermedad del sistema

inmunitario. Un estudio publicado en 2010 de-

mostró que dicha patología está controlada por

cinco genes en los perros de la raza retriever de

Nueva Escocia.

Anne-Sophie Lequarré, veterinaria de la Uni-

versidad de Lieja, coordina el proyecto europeo

LUPA de genética canina. Dicha iniciativa toma su

nombre en referencia a la loba (lupa en italiano)

que alimentó, según la tradición, a los hermanos

gemelos y fundadores de Roma (Rómulo y Remo)

con el fin de denotar los beneficios que la genética

perruna puede aportar al conocimiento humano.

LUPA, entidad que empezó su andadura en 2008

con un presupuesto de 12 millones de euros, agru-

pa a un centenar de investigadores para estudiar

los trastornos de un solo gen y complejos (entre

ellos, el cáncer, las enfermedades cardiovasculares

y los trastornos neurológicos) a partir del genoti-

pado de 10.000 perros. «Los primeros resultados

muestran que, una vez que se encuentra una

mutación [relacionada con una enfermedad] en

perros, en el noventa por ciento de los casos se

encuentra implicado el mismo gen en humanos»,

señala Lequarré.

Los trastornos compulsivos figuran entre los

primeros éxitos a la hora de desentrañar condi-

ciones del comportamiento humano a través de

las características genéticas de los perros. Más de

60 estudios, en ratones, de genes a los que se atri-

buía una función en el trastorno obsesivo-com-

«Durante 10.000 años, el perro ha sido el mejor amigo del hombre. Ahora está sirviendo de nuevo al hombre al ayudarnos a identificar genes»

Elaine Ostrander,

Instituto Nacional

de Investigación

del Genoma Humano,

Bethesda

DÓBERMAN PINSCHER

CRÍA:

Raza que desarrolló hacia 1890 el recau-

dador de impuestos Karl Friedrich Louis

Dobermann como perro guardián.

TRASTORNOS:

Puede padecer narcolepsia, trastorno com-

pulsivo canino, inestabilidad de las vérte-

bras cervicales y anomalías en la coagula-

ción (enfermedad de von Willebrand).

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Page 16: Revista mente y cerebro nro. 58

14 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013

GENÉTIC A

pulsivo (TOC) humano, no han conseguido, hasta

el momento, encontrar asociaciones reveladoras

y reproducibles. Por el contrario, muchos perros

presentan un comportamiento obsesivo. Un ele-

vado porcentaje de bull terriers persiguen su

propia cola sin cesar. Numerosos perros de razas

grandes (dóberman, pastor alemán, gran danés y

golden retriever, entre otros) se mordisquean los

costados o se lamen las patas hasta que pierden

el pelo y se lesionan; algunos incluso se quedan

inválidos. Ciertos investigadores comparan estos

hábitos con la obsesión de lavarse las manos de

forma constante u otros rituales que suelen ma-

nifiestar las personas con TOC.

En enero de 2010, Lindblad-Toh y Dodman des-

cribieron una relación entre el trastorno compul-

sivo canino y una región del cromosoma 7 de los

perros. Se basaron en un análisis de 14.700 poli-

morfismos nucleotídicos simples en los genomas

de más de 90 dóbermans que se mordisqueaban

de forma compulsiva y de unos 70 ejemplares de

control. A continuación relacionaron el compor-

tamiento con las variaciones en un segmento de

ADN de 400 kilobases de longitud. La conexión

resultante entre la variante que confiere el riesgo

y el comportamiento compulsivo no fue absoluta,

no obstante, resultó notable: el 60 por ciento de los

perros que se mordisqueaban los costados, mor-

dían mantas o cualquier otro objeto que pudieran

llevarse a los dientes poseían la variante, en com-

paración con el 43 por ciento de los que presenta-

ban una compulsión por morder más moderada y

el 22 por ciento de los que no manifestaban señales

de una conducta compulsiva.

Un gen de la región de ADN mencionada ha

desatado la imaginación de otros investigadores.

Se trata del CDH2, que codifica la proteína cadhe-

rina 2 (implicada en la formación de conexiones

entre neuronas). Deanna Benson, neurocientífica

de la Escuela de Medicina Monte Sinai, indica

que la posibilidad de que las cadherinas se en-

cuentren relacionadas con el trastorno obsesivo-

compulsivo en humanos ha inspirado a otros co-

legas. Feng, quien desarrolla modelos de ratones

para investigar el TOC, explora esta conexión. En

otoño de 2009, junto con Lindblad-Toh, inició la

investigación de circuitos cerebrales asociados

con la compulsión y que compartiesen ratones,

perros y humanos. Una de las investigaciones de

Feng consiste en eliminar la función de Cdh2 en

regiones específicas del cerebro de ratones para

comprobar si dicha carencia produce comporta-

mientos del tipo TOC.

Avance obstinado

Lindblad-Toh busca un encaje genético más ajus-

tado para los trastornos obsesivo-compulsivos

humanos. Los estudios genéticos de los perros se

basan en dos fases: en la primera, los científicos

se centran en un fragmento extenso de ADN de

una raza concreta; en la segunda, exploran si exis-

te una superposición entre esa región en el ADN

de perros de otras razas con la misma patología.

Mignot utilizó ejemplares de dachshund (perro

salchicha) narcolépticos para buscar la mutación

expresada por sus ejemplares de dóberman so-

ñolientos. Lindblad-Toh espera reducir la región

GOLDEN RETRIEVER

CRÍA:

Criado a mediados del siglo xix para cazar

y recuperar aves acuáticas abatidas desde

grandes distancias.

TRASTORNOS:

Aunque es popular por su temperamento

amigable, algunos individuos son propen-

sos a ser agresivos y dominantes, a los

accesos de ira y a una forma de trastorno

compulsivo.

COCKER SPANIEL INGLÉS

CRÍA:

Raza originada en el siglo xix para la caza,

para espantar a las presas de entre los

arbustos y recuperarlas una vez abatidas.

TRASTORNOS:

Propenso, más que otras razas, a sufrir

epilepsia. Puede presentar ataques repen-

tinos de agresión o síndrome de furia.

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Page 17: Revista mente y cerebro nro. 58

MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 15

implicada en el cromosoma 7 a unas 10 kilobases,

más manejables, mediante la comparación de los

loci de ADN en pastores alemanes que se lamen

el costado y bull terriers que se persiguen la cola.

De manera parecida, Hamilton intenta ampliar

a otras razas sus estudios sobre la fobia al ruido

que manifiestan los border collies; se centrará

ahora en los bearded collies (collies barbudos)

y los pastores australianos, los cuales presentan

ansiedades parecidas.

Sin embargo, algunas de las cuestiones que

han frustrado los esfuerzos por conocer las en-

fermedades humanas ponen también a prueba la

genética perruna. Los diagnósticos de las patolo-

gías neuropsiquiátricas resultan escurridizos. La

esquizofrenia, por ejemplo, podría representar

una amplia colección de trastornos, cada uno

con desencadenantes genéticos y ambientales

distintos. Si los sujetos agrupados por síntomas

presentan patologías subyacentes diferentes, los

estudios pangenómicos pueden ofrecer resul-

tados confusos. «Unos cuantos perros pueden

malograr una cohorte», señala Lequarré. En este

contexto, cita un estudio de epilepsia que no des-

cribía ninguna correlación destacable. Sin em-

bargo, sus autores encontraron, posteriormente,

que algunos ejemplares del grupo de animales

enfermos presentaban una forma de epilepsia

de ataque tardío dispar de la que se estudiaba.

«Fenotipar resulta crucial. Se necesita disponer

de perros que padezcan exactamente la misma

enfermedad», apunta.

Generaciones más sanas

El proyecto LUPA se esfuerza en clarificar los

diagnósticos. Con el objetivo de identificar de

manera consistente los trastornos neurológicos,

se seleccionaron veterinarios que seguían proce-

dimientos estandarizados en el análisis del tem-

peramento de los canes. En opinión de Hamilton,

la estandarización constituye el planteamiento

adecuado. En su trabajo con la raza collie, solicita

a los propietarios de la mascota que respondan un

cuestionario de 24 páginas, el cual proporciona

observaciones objetivas. «No les preguntamos “¿es

agresivo su perro?”, sino “cuando hay tormenta,

¿qué hace su perro?”.»

La división de trastornos neurológicos de LUPA

se centra, entre otros, en la agresión que presen-

tan el cocker spaniel inglés y el springer spaniel

inglés, ambas razas propensas a manifestar repen-

tinos accesos de cólera. Los investigadores esperan

identificar mutaciones genéticas relacionadas con

el trastorno bipolar, la esquizofrenia y otras pa-

tologías mentales que pueden implicar agresión

en los humanos.

Mientras, el interés por los modelos caninos se

ha extendido. En el laboratorio de etología veteri-

naria de la Universidad de Tokio, Yukari Takeuchi

ha recolectado muestras de ADN de 200 ejempla-

res de la raza japonesa shiba inu y de otros tantos

perros labrador retriever, con el fin de buscar los

genes responsables de la agresión, así como de

los lapsos de concentración, respectivamente. Ello

podría ayudar a resolver un problema práctico,

argumenta: los retriever distraídos no son buenos

perros lazarillo, por lo que conocer el gen variante

responsable podría permitir a los criadores limi-

tar el rasgo en dichas cohortes.

Estén o no los estudios de perros a la altura

de las expectativas para comprender y aliviar el

sufrimiento humano, es seguro que beneficiarán

a las mascotas. Los criadores están tomando nota

de algunas de las variantes génicas que causan

estragos en determinadas razas. Para bien y, en

términos de investigación científica, para mal, la

búsqueda de variantes genéticas y la cría selectiva

permitirán probablemente que la próxima gene-

ración de border collie presente menos cachorros

aquejados de ansiedad (como Solo) que puedan

estudiarse.

Elaine Ostrander, genetista de perros del Ins-

tituto Nacional de Investigación del Genoma

Humano, en Bethesda, está convencida de que

los perros tienen mucho que ofrecer a la salud

humana, más allá de un pelaje cálido y un hocico

frío y húmedo. «Durante 10.000 años, el perro ha

sido el mejor amigo del hombre. Cuando hicimos

la transición a cazadores-recolectores, cuando pa-

samos a ser agricultores, allí estaba. Ahora, en la

era de la genómica, está sirviendo de nuevo al

hombre, al ayudarnos a identificar genes», con-

cluye Ostrander.

Artículo original publicado en Nature, Traducido con el permiso de Macmillan Publishers Ltd.

Para saber más

Genome sequence, compara-tive analysis and haplotype structure of the domestic dog.� K. Lindblad-Toh et al. en Nature, vol. 438, págs. 803-819, 2005.

Leader of the pack: Gene mapping in dogs and other model organisms.� E. K. Karls-son y K. Lindblad-Toh et al. en Nature Review Genetics, vol. 9, págs. 713-725, 2008.

A missense mutation in the SERPINH1 gene in Dachshunds with osteogenesis imperfecta.� C. Drögemüller et al. en PLoS Genetics, vol. 5, n.o 7, pág. e1000579, 2009.

A simple genetic architecture underlies morphological variation in dogs.� A. R. Boyko et al. en PLoS Biology, vol. 8, pág. e1000451, 2010.

A canine chromosome 7 locus confers compulsive disorder susceptibility.� N. H. Dodman et al. en Molecular Psychiatry, vol. 15, págs. 8-10, 2010.

Genome-wide association mapping identifies multiple loci for a canine SLE-related disease complex.� M. Wilbe et al. en Nature Genetics, vol. 42, págs. 250-254, 2010.

Identification of genomic regions associated with phe-notypic variation between dog breeds using selection mapping.� A. Vaysse, A. Rat-nakumar, T. Derrien, E. Axels-son, G. Rosengren Pielberg, et al. en PLoS Genetics, vol. 7, n.o 10, 2011.

David Cyranoski es corresponsal de Nature en la región Asia-Pacífico.

Page 18: Revista mente y cerebro nro. 58

16 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013

PERCEPCIÓND

REA

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Expertos en rostrosPoco después de nacer, los bebés muestran una sensibilidad especial para las caras.

Distinguen los rostros individuales de humanos; también de monos. Sin embargo,

pronto pierden esa capacidad y se centran en la fisonomía de sus congéneres

STEFANIE HÖHL

A TI TE CONOZCO Los recién nacidos se intere-

san por las personas de su en-

torno, sobre todo si conocen

su voz desde que se encontra-

ban en el seno materno.

Page 19: Revista mente y cerebro nro. 58

MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 17

María abre los ojos. Poco tiem-

po después del parto, ve por

primera vez el mundo que

la rodea. Su visión es todavía

muy borrosa y distingue

solo aquello que tiene cerca. De forma intuitiva,

su madre la mantiene a la distancia correcta para

que la pequeña pueda estudiar su rostro.

En ese momento, nada fascina más a María. De

hecho, la imagen pertenece a la voz a la que ya se

había acostumbrado cuando se hallaba en el útero

materno. Pronto la pequeña será capaz de distin-

guir la cara de su madre de la de otras mujeres.

Fatma Sohar, de la Universidad de los Emiratos

Árabes Unidos, comprobó que para que un bebé

pudiera reconocer a su madre en ese primer con-

tacto visual necesitaba oírla hablar o cantar. Sohar

investigó un grupo de recién nacidos que, pocas

horas después del parto, mantuvieron contacto

corporal con su progenitora, pero no oyeron su

voz. No por casualidad. Previamente la investiga-

dora y las participantes habían acordado que para

el estudio las mujeres debían permanecer en si-

lencio. Cuando el rostro materno se presentaba en

el campo visual del pequeño, este no mostraba

mayor interés que si veía el de una mujer extra-

ña. Otro grupo de bebés sí pudieron oír desde el

principio la voz de su madre. A diferencia de los

anteriores, fijaban la mirada en ella durante más

tiempo. ¿Conclusión? Los recién nacidos necesi-

tan asociar la cara con la voz para identificar a

su madre.

No solo es la propia mamá la que llama la aten-

ción de los bebés. En general, los recién nacidos se

fijan más en imágenes que simulan caras que en

otros estímulos visuales de similar complejidad.

Un esquema simple con tres puntos ordenados

de forma semejante a dos ojos y una boca son

capaces de despertar su atención.

En los años noventa del siglo xx, Mark Johnson

y sus colaboradores del Colegio Birkbeck de Lon-

dres llevaron a cabo un experimento harto reve-

lador. Mostraron diversas imágenes con figuras

de colores a un grupo de niños que habían nacido

hacía menos de una hora. Con una cámara de ví-

deo grabaron su reacción ante tales estímulos, es

decir, si mostraban interés por las imágenes y en

qué medida intentaban seguir sus movimientos.

Según descubrieron, las imágenes que recordaban

una cara despertaban la atención de los recién

nacidos; en cambio, si se trataba de cualquier otro

elemento que no tuviera ninguna relación con

un retrato humano, los pequeños se interesaban

mucho menos por él. Es probable que tal conducta

corresponda a una estrategia de supervivencia,

pues los bebés reciben de sus semejantes la de-

dicación y los cuidados que necesitan.

Con una mirada basta

Desde la más tierna infancia, las caras nos llaman

la atención. Gracias a ello, en la edad adulta te-

nemos gran facilidad para reconocer de forma

rápida y con certeza unas y diferenciarlas de otras.

Aunque no nos venga a la mente el nombre de la

persona, sabemos si ya la hemos visto antes. Las

bases de tal habilidad acontecen en los primeros

meses de vida, según demostró Olivier Pascalis

hace unos diez años.

Pascalis, quien entonces trabajaba con su equipo

en la Universidad de Sheffield, investigó hasta qué

punto los niños y los adultos podían diferenciar

rostros humanos y de monos. Para ello, utiliza-

ron una ingeniosa prueba. Es sabido que si se

presenta una misma información a un sujeto de

forma sucesiva repetidas veces, al cabo de cierto

tiempo su atención disminuye, ya que el individuo

se habitúa a ella. Ello sucede en recién nacidos y

en adultos. De esta manera, si una persona ve de

forma sucesiva diez veces la misma cara, dejará de

fijarse en ella; no le prestará más atención. Ahora

bien, si se le presenta el retrato junto con uno nue-

vo, estudiará este último durante más tiempo y de

manera más intensa, siempre y cuando reconozca

que se trata de una imagen diferente.

El pequeño vence al mayor

Pascalis y su equipo aprovecharon este método

para su experimento. Mostraron a probandos

adultos y a niños de nueve meses diversas foto-

grafías de caras de monos de Java y de personas.

EN SÍNTESIS

Mira, mira

1Desde la lactancia, el

sistema neuronal se

especializa en la percepción

facial. Al principio, los niños

pueden diferenciar animales

y personas; más tarde solo

consiguen distinguir a indivi-

duos humanos.

2Durante las primeras

fases del desarrollo se

pierden conexiones nervio-

sas que rara vez se utilizan.

3La mayor sensibilidad

para las caras influye

también en la atención y,

con ello, en el proceso de

aprendizaje de los niños.

Page 20: Revista mente y cerebro nro. 58

18 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013

PERCEPCIÓN

Como era de esperar, ambos grupos diferencia-

ban a la perfección y sin dificultad entre las caras

humanas, mas fracasaban a la hora de distinguir

las faces de los monos. La sorpresa llegó cuando

se desarrolló la prueba con un tercer grupo de

probandos formado por bebés de seis meses: estos

podían diferenciar las caras de las personas unas

de otras, también entre las de los monos.

El sistema neuronal responsable de procesar

las caras que percibimos es extraordinariamente

flexible al principio del desarrollo; incluso funcio-

na cuando se trata de caras de especies animales.

Entre los seis y los nueve meses empezamos a es-

pecializarnos en rostros humanos. Ello tiene un

sentido: por lo general, crecemos entre nuestros

semejantes, por lo que resulta ventajoso identifi-

carlos de forma rápida y, sobre todo, reconocer de

entre ellos a aquellas personas de las que recibi-

mos alimento, protección y entrega.

Por el contrario, y en general, no convivimos

con monos; en consecuencia, no utilizamos nues-

tras facultades para distinguir unos de otros, de

manera que tal capacidad se pierde con el tiempo.

Visto el asunto desde el otro lado, un niño que

creciera entre monos, pasado un tiempo, mani-

festaría dificultades para reconocer caras huma-

nas, en cambio diferenciaría con facilidad unos

primates de otros.

Existen, sin embargo, determinadas circuns-

tancias en las que las personas son capaces de

distinguir la individualidad de los monos. A sa-

ber: cuando los animales adquieren identidad. En

2009, Lisa Scott, de la Universidad de Massachus-

sets, propuso a padres de bebés de seis meses que

mostraran a sus vástagos, en casa y con regula-

ridad, libros con fotografías de monos. Un grupo

de progenitores llamaban a los animales siempre

por el apelativo de «mono»; otros participantes no

utilizaban ninguna expresión para denominarlos,

y un tercer grupo adjudicaba a cada primate un

nombre de pila (Carlos, Flora o Luis).

Tres meses después, se examinó la capacidad de

los pequeños de diferenciar los monos fotografia-

dos. Según los resultados de Pascalis, era de espe-

rar que los bebés, ahora de nueve meses, hubieran

perdido tal habilidad. Así fue en el caso de los ni-

ños cuyos padres habían pronunciado siempre

la palabra «mono» o bien no decían nada ante el

retrato del animal. En cambio, aquellos bebés a los

que se había mostrado las caras de primates atri-

buyéndole un nombre propio a cada uno sabían

diferenciar unos de otros. «Sospechamos que la

adjudicación de nombres personales hace que los

niños se concentren en las diferencias entre unas

caras y otras», explica Scott. «Por el contrario, la

denominación genérica de “mono” hace que los

niños presten mayor atención a las características

comunes en todas las imágenes de monos».

Así pues, no resultan decisivos la frecuencia y

el tiempo durante el cual los niños observan caras

concretas, sino el reconocimiento de que se trata

de individuos. Por lo general, los niños experi-

mentan esta circunstancia con humanos a los que

suelen reconocer por su nombre (Lucas o Ana) o

por otro alias (yaya, tía Lisa o padrino). De esa

forma, desarrollan una unificación perceptual;

en otras palabras, se especializan en miembros

de su propia especie.

Idéntico mecanismo explica por qué, por regla

general, resulta más fácil captar diferencias en-

tre rostros de la propia etnia. La mayoría de los

europeos occidentales no presentan ningún pro-

blema en reconocer las caras de otros ciudadanos

de países de la Europa occidental, sin embargo les

resulta difícil distinguir entre individuos asiáticos

o africanos. Tal especialización parece producirse

también en los primeros meses de vida. Un grupo

de investigadores dirigido por David Kelly, de la

Universidad de Sheffield, observó que bebés ingle-

ses de tres meses podían diferenciar bien diversas

caras de europeos, africanos, árabes o chinos. No

obstante, a los seis meses, esa capacidad había

desaparecido: los niños podían distinguir única-

mente caras europeas y chinas. A la edad de nueve

meses, solo estaban especializados en diferenciar

rostros de su propia etnia.

Si mantenemos escaso contacto

con personas de otras

etnias, nuestra capacidad de

distinguir sus caras disminuye

DISTINGUIR UNO DE OTRO Como puede apreciarse, las

dos caras superiores perte-

necen a personas diferentes.

Pero ¿qué pasa con las de la

parte inferior? Mediante este

tipo de pruebas se estudia

hasta qué punto se pueden

diferenciar caras de personas

y de animales. WIK

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Page 21: Revista mente y cerebro nro. 58

MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 19

Cuestión evolutiva

Aunque, a primera vista, el fenómeno descrito

parece una pérdida, probablemente supone una

ganancia en eficacia. Durante el período de lac-

tancia, el cerebro forma un exceso de conexiones

sinápticas, muchas de las cuales se pierden a lo lar-

go de los primeros años de vida. Según el principio

«úsalo o piérdelo», solo se mantendrán aquellas

conexiones nerviosas que puedan resultar útiles

a la larga. Si tomamos contacto con determinados

estímulos (caras de personas de otras etnias) en

contadas ocasiones, nuestra facultad de procesar-

las va atrofiándose.

¿Supone una ventaja esa especialización? En

opinión de Pascalis, en la actualidad en la Univer-

sidad Mendès-France de Grenoble, desde el punto

de vista evolutivo, para los humanos resulta muy

importante reconocer de forma segura y rápida a

otros individuos, sobre todo a aquellos miembros

del reducido grupo en el que hayamos nacido. Un

reconocimiento menos especializado de las caras

supondría perder información esencial. Si diri-

giéramos la atención por igual a los monos o a

otros grupos de personas, se correría el peligro

de distanciarnos de nuestro grupo.

Un fenómeno parecido se conoce en relación al

procesamiento de los estímulos acústicos. En los

primeros meses tras nacer, los bebés reconocen

sonidos de diversos idiomas; sin embargo pierden

dicha facultad entre los nueve y los doce meses.

A finales del primer año, solo distinguen los so-

nidos propios de la lengua materna. Ahora bien,

si alguna persona se dirige con regularidad al pe-

queño en una lengua extranjera, este retiene su

capacidad para distinguirla. Del mismo modo que

sucede con las caras, existe una especialización en

favor de la eficiencia.

Patricia Kuhl, de la Universidad de Washing-

ton, afirma: «En la actualidad, el hecho de que el

cerebro de los lactantes sea tan moldeable y el de

los adultos tan rígido constituye una de las cues-

tiones más emocionantes en neurociencia». ¿Qué

ocurre cuando se dejan atrás las fases sensibles de

la primera infancia? ¿Puede neutralizarse la espe-

cialización en edades posteriores? ¿Recuperan los

humanos aquello que posiblemente han perdido

durante este tiempo? El reconocimiento de caras

suscita entre los investigadores un vivo debate.

Nancy Kanwisher, del Instituto de Tecnología

de Massachusetts en Cambridge, está convenci-

da de que los retratos humanos nos producen un

estímulo muy especial ya desde la lactancia. Una

determinada área del lóbulo temporal del cerebro

se encuentra especializada en el procesamiento

de caras: el área facial fusiforme. Si se produce

una lesión en esta zona, aparece un particular

trastorno neurológico: la prosopagnosia (también

ceguera para las caras) [véase «Prosopagnosia»,

por T. Grüter; Mente y cerebro n.o 6, 2004]. Los

afectados son incapaces de diferenciar las caras de

distintos individuos, por lo que en la vida diaria

deben concentrarse en otras características para

reconocer una persona (la voz o la conducta cor-

poral, por ejemplo). En cambio, no les supone pro-

blema alguno diferenciar unos objetos de otros.

Percepción total

Isabel Gauthier, de la Universidad Vanderbilt en

Nashville, ha revelado que, en algunas circuns-

tancias, el área facial fusiforme puede activarse

al contemplar pájaros o coches, al menos en el

cerebro de ornitólogos y de forofos de los auto-

móviles, respectivamente. Ello lleva a imaginar

otra posibilidad: dicha región cerebral constituye

un «área específica para expertos». ¿Resultan las

caras para los humanos tan fundamentalmente

distintas a otros estímulos visuales porque en el

AUTOEVALUACIÓN¿Dónde se halla el mono?

Las imágenes representan chimpancés del zoo

de Heidelberg. ¿Aparece el mono que figura en

la fotografía grande también en alguna de las

imágenes pequeñas de la derecha?

Vea la solución en la página siguiente.

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Page 22: Revista mente y cerebro nro. 58

20 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013

PERCEPCIÓN

transcurso de su vida se han convertido en ex-

pertos reconocedores de rostros?

Todavía no se ha dicho la última palabra en este

debate. Sin embargo, parece seguro que incluso

para los expertos en pájaros y en automóviles, el

área facial fusiforme presenta una actividad su-

perior cuando observan caras que cuando dirigen

su mirada a aves o coches. Además, si bien una

persona puede hacerse experta zoóloga o técni-

ca incluso en edad senil, parece que la ventana

decisiva para la percepción facial se reduce a los

primeros meses de vida.

Hace unos ocho años, Richard le Grand y sus

colaboradores de la Universidad McMaster, en On-

tario, investigaron jóvenes adultos que se habían

quedado ciegos pocos meses después de nacer.

Entre los tres y seis meses fueron operados, con

lo que recuperaron una capacidad de visión casi

normal. No obstante, parecía que su capacidad de

percepción facial estaba alterada.

Por lo general, percibimos las caras como un

todo. Si nos presentan de forma consecutiva retra-

tos en los que la mitad superior de la faz es siempre

la misma mientras que la inferior va cambiando,

mostramos dificultad en reconocer que la frente y

la zona de los ojos pertenecen siempre a la misma

persona. Sin embargo, si vemos cada una de las

mitades de la cara por separado, no tenemos difi-

cultad en reconocer a quién pertenecen.

El estudio de Le Grand demuestra que para las

personas que han sufrido ceguera durante los pri-

meros meses de vida resulta indiferente ver una

composición fotográfica de rostros o las mitades

de las caras por separado. Reconocen siempre si

las mitades de cara son idénticas y si pertenecen

o no a la misma persona. En breve, no perciben la

cara como un todo. Al parecer, estos sujetos per-

dieron en su temprana infancia un importante

espacio temporal para aprender la percepción

normal de la cara (como un todo).

Nuestro equipo del instituto de psicología de

la Universidad de Heidelberg investigó el modo

en que los lactantes pueden valorar la expresión

facial de otros individuos para percatarse mejor

del ambiente que los rodea. En la cara de una per-

sona puede reconocerse su identidad, pero tam-

bién su estado emocional y el lugar al que dirige

su atención. La expresión facial y la dirección de

la mirada desempeñan aquí una función decisiva.

A principios de 2012 publicamos una investiga-

ción sobre la manera en que reaccionaban algunos

bebés ante la dirección de la mirada de diversas

personas. Para ello, presentamos a lactantes de

cuatro meses diversas fotografías, entre ellas las

del padre o la madre, o bien las de una persona

extraña del mismo sexo. En las imágenes aparecía

también algún objeto (un juguete, por ejemplo).

Ante algunas fotografías, la persona dirigía su

mirada al objeto; en otras miraba en otra direc-

ción. A continuación, presentamos a los pequeños

otras imágenes en las que aparecía solo el objeto;

analizamos su reacción mediante un electroence-

falograma (EEG).

Los niños estaban más familiarizados con la

visión del juguete si antes la madre o el padre

habían dirigido su mirada a este, conclusión que

comprobamos a través de patrones característi-

cos de la actividad eléctrica cerebral reflejada en

el EEG. En concreto, confirmamos si el pequeño

necesitaba procesar la imagen del objeto de nue-

vas, o bien si echaba mano de información que

ya tenía almacenada.

Siguiendo el ejemplo de los padres

En resumen, el lactante, cuando explora el ambien-

te que le rodea, sigue la mirada de las caras de su

confianza. Además, le interesa aquello que llama

la atención a su madre. Con todo, se requieren más

estudios para saber si importa más el estrecho lazo

personal o si los niños establecen la rutina de acom-

pañar los ojos de las personas conocidas.

Una cosa segura es que, para los bebés, las caras

no son solo importantes por sí mismas; también

influyen en la forma de percibir y conocer el mun-

do que los rodea. Los de más edad, incluso, siguen

más la mirada de personas extrañas que la de la

propia madre. Como se ha comprobado, los lactan-

tes de muy corta edad se interesan por las perso-

nas con quienes mantienen un contacto íntimo,

pero más tarde lo hacen por sujetos desconocidos

que les ofrecen novedades. La pequeña María, que

acaba de nacer, se fija en la cara de su madre. Pero

cuando pasen unos meses, las personas extrañas

le resultarán cada vez más interesantes, ya que le

ofrecerán oportunidades de intercambio social y

aprendizaje.

Para saber más

Is face processing species-specific during the first year of life?� O. Pascalis et al. en Science, vol. 296, págs. 1321-1323, 2002.

The origin of biases in face perception.� L. S. Scott y A. Monesson en Psychological Science, vol. 20, págs. 676-680, 2009.

Effects of eye gaze cues pro-vided by the caregiver com-pared to a stranger of infants’ object processing.� S. Höhl et al. en Developmental Cogniti-ve Neuroscience, vol. 2, págs. 81-89, 2012.

Stefanie Höhl� es catedrática de psicolo-gía del desarrollo y psicología biológica de la Universidad de Heidelberg.

Solución de la página anteriorLa imagen superior representa el chimpancé macho Henry; en las fotografías inferiores aparecen las chimpancés hembra Heidi, Conny y Susi (de izquierda a derecha). Es decir, Henry no aparece en ninguna otra imagen.

Page 23: Revista mente y cerebro nro. 58

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Page 24: Revista mente y cerebro nro. 58

22 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013

NEUROBIOLOGÍA

Los lazos que se tejen entre madre e hijo

no dependen de los genes que com-

parten (las madres adoptivas ofrecen

prueba de ello). Tampoco el embarazo

aclara por completo las claves de la re-

lación entre ambos. Al parecer, son los retos de

cuidar a un niño los responsables de que el cere-

bro de la madre, y también del padre, se reprogra-

me. Ambos progenitores influyen en el cerebro

del bebé, pero esa influencia resulta recíproca.

Elizabeth Meyer, familiarmente Liz, vive la

«tiranía» de su segundo embarazo. El feto va en

aumento día tras día y dormir tranquila se ha con-

vertido en un recuerdo lejano: ahora debe bregar

por las noches con los kilos de más de su creciente

vientre. También la alimentación ha cambiado

para ella: la comida le produce eructación y ardor

de estómago como si subsistiera a base de una

dieta de pequeños volcanes.

Liz comparte su condición de madre a punto

de dar a luz con el trabajo de neurocientífica. Es-

tudia los cambios que se producen en el cerebro

maternal, además de ser coautora del presente

artículo. Si bien es verdad que este campo de in-

vestigación no le alivia la indigestión que le causa

el embarazo, sí que le proporciona cierto consuelo,

pues los conocimientos científicos le revelan las

alteraciones, por lo general positivas, que se pro-

ducen en su cerebro, es decir, en el encéfalo de

una mujer preñada.

El cerebro maternal emerge de forma gra-

dual, por lo que durante su desarrollo pueden

surgir ciertos problemas. Algunas embarazadas

se quejan de mareos; incluso existen indicios

de que el encéfalo experimenta una pequeña

reducción durante la gestación. Pero esos fenó-

menos se compensan con creces: la maternidad

incrementa ciertas formas de cognición, mejora

la resistencia al estrés y agudiza algunos tipos de

memoria. De esta manera, el sistema nervioso

consigue transformar un organismo egocéntrico

en otro centrado en el cuidado de un nuevo ser.

Con ese objetivo se originan neuronas y crecen

estructuras cerebrales. Asimismo, potentes hor-

monas intervienen en la fisiología de la mujer

embarazada. El resultado de todo ello es un ce-

rebro diferente, mejor en ciertos aspectos o, al

menos, capaz de lidiar con los desafíos de la vida

diaria y de focalizar su actividad en torno al bebé

[véase «El cerebro maternal», por Craig H. Kinsley

y Kelly G. Lambert; Investigación y Ciencia,

marzo de 2006].

Un detonador sensorial

Un recién nacido hace todo lo posible por atraer

y mantener la atención de la madre. Su llanto, su

olor único y el modo de agarrar con sus dedos el

de ella constituyen tan solo un puñado de sensa-

ciones que se precipitan en el altamente sensible

sistema nervioso materno. El bebé crea un en-

torno rico en estímulos que pone el cerebro de

la madre a toda máquina.

Del conjunto de sentidos sensitivos, el olfato

desempeña la función más importante en el

proceso de reproducción: desde el momento de

seleccionar a la pareja —las hembras confían en

su olfato para escoger a su compañero—, hasta el

destete de las crías, período en el que los olores

sirven a la madre como una forma de comuni-

carse con su hijo. Un ejemplo extremo del poder

EN SÍNTESIS

Cambios cerebrales

1Aunque las madres

tienden a quejarse de

pérdida de agudeza mental,

estudios en animales sugie-

ren que el cerebro mejora

con la maternidad en mu-

chos aspectos.

2Los cambios en el encé-

falo materno preparan

a la mujer para enfrentar

las amenazas; también

aumenta la audacia en la

búsqueda de alimentos y

ante situaciones de peligro.

3Entre los cambios en la

estructura cerebral rela-

cionados con la maternidad

se encuentra el aumento de

materia gris en áreas asocia-

das al cuidado infantil.

Cerebro y maternidadTener un hijo cambia la manera de pensar. También la de actuar.

El embarazo y el parto remodelan el cerebro y la mente de la mujer

CR AIG HOWARD KINSLEY Y ELIZ ABETH MEYER

Page 25: Revista mente y cerebro nro. 58

MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 23

UNA OLA DE SENSACIONES Al llegar al mundo, un bebé se

encuentra con una oleada de

sensaciones nuevas. La madre

también: la criatura origina

un entorno rico que estimula

el sistema nervioso materno,

altamente sensible.

DRE

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STIM

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SIX

del olfato es el efecto Bruce, fenómeno en el que

ciertos efluvios logran interrumpir la gestación

de las ratas recién fecundadas. ¿Cómo? Si el ma-

cho desaparece después de la concepción y un

intruso empieza a rondar cerca de la hembra, el

olor del nuevo individuo inhibe en ella la pro-

ducción de ciertas hormonas clave, de manera

que le provoca un aborto. Por otra parte, existen

múltiples posibilidades de que el intruso macho

acabe dando muerte y engulléndose a las crías,

con lo que mata dos pájaros de un tiro: obtiene

un almuerzo alto en proteínas y se deshace de

los genes del rival. El efecto Bruce sería la versión

de la película La decisión de Sophie en roedores,

pues la hembra calcula con frialdad: mejor perder

embriones que crías.

Ante la limitada posibilidad de escudriñar di-

rectamente en el cerebro humano, los científicos

se sirven de los múridos para aproximarse a los

cambios que se producen en las mujeres como

Liz. Según se ha visto, el encéfalo de los mamí-

feros posee una extraordinaria capacidad para

transformase cuando la vida lo exige. Sabemos

que el sistema olfativo de una rata durante la

gestación comienza a producir neuronas nuevas

a gran velocidad. La teoría indica que esas células

nerviosas adicionales aumentan la capacidad de

la progenitora para procesar las señales que es-

conden los olores de las crías. De hecho, el modo

de reaccionar ante los efluvios distingue a unas

hembras de otras. Si bien a las ratas hembra vír-

genes les molesta el olor de las crías, cuando estas

se quedan preñadas ese aroma las atrae. Las hu-

manas muestran los mismos efectos. Alison Fle-

ming, de la Universidad de Toronto Mississauga,

y sus colaboradores descubrieron que las madres

son más propensas a considerar que los olores de

sus hijos resultan agradables que las mujeres sin

descendencia.

El sistema olfativo femenino transforma la

percepción del olor a través de la amígdala me-

dia. Michael Numan, del Colegio Universitario de

Page 26: Revista mente y cerebro nro. 58

24 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013

NEUROBIOLOGÍA

Boston, y sus colaboradores sugieren que dicha

área cerebral actúa como eje del sistema olfativo,

lugar al que llega la información olorosa para el

procesamiento de su contenido emocional. Los

ajustes del olfato ayudan a afianzar los lazos entre

madre e hijo, ya que convierten en atrayentes los

olores del bebé.

Antes de tener a su primer hijo, Liz evitaba los

olores de los niños, incluso de los de sus parientes.

Sin embargo, el nacimiento de su primogénito

le enseñó que no le importaba nada sumergir la

nariz en el pañal de la criatura para comprobar

si necesitaba cambiárselo.

Cautela y coraje

Ahora bien, si Liz dirigiese su atención tan solo al

bebé, tanto el crío como ella misma perecerían.

También una rata hembra que permanece en el

nido con sus crías condena a su prole a morir de

hambre y sed. En ambas especies, las progenitoras

deben repartirse el tiempo para atender a todas

sus responsabilidades. Las mujeres no son, pues,

las únicas criaturas del reino animal que deben

lidiar con las diversas tareas.

Para que una rata pueda combinar el cuidado

de su prole con la búsqueda de comida, la sus-

tancia gris periacueductal (SGPA), situada en el

área del mesencéfalo, actúa como cortacircuitos.

En 2010, investigadores de la Universidad de San

Pablo propusieron que la SGPA determina entre

salir a buscar comida y actuar de forma mater-

nal según la información que recibe del sistema

límbico cerebral, un conjunto de estructuras que

gobierna las conductas de supervivencia. Aunque

todavía no se ha identificado en los humanos el

equivalente exacto de la función que la SGPA de-

sempeña en las ratas para compaginar las activi-

dades, existen múltiples indicios de la capacidad

sobrehumana de una madre para la multitarea,

posible reflejo de una adaptación similar.

Cuando una madre se aventura al entorno,

pone en riesgo a su vulnerable bebé. No obstante,

probablemente se halla más preparada que antes

frente a amenazas potenciales, incluso exagerán-

dolas. Investigadores de la Universidad Federal de

Ciencias de la Salud de Porto Alegre han demos-

trado alteraciones en la arquitectura dendrítica

del núcleo medio de la amígdala, área que ade-

más de desempeñar una importante función en

el sistema olfativo, controla los mecanismos de

defensa y la conducta de evitación. Cuando Liz

va a comprar, recorre la tienda con la atención

puesta en evitar posibles peligros para su bebé

(como el individuo repulsivo junto a la sección de

las revistas o los adolescentes inmaduros que se

divierten con la máquina expendedora). Es proba-

ble que Liz también muestre más audacia frente

a algún problema.

DRE

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STIM

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ARN

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01

SUPERMADRES La aparente capacidad so-

brehumana de una madre

para la multitarea podría

estar controlada por la sus-

tancia gris periacueductal,

región cerebral que ayuda a

las ratas con crías a combi-

nar la tarea de aventurarse

en busca de comida con la

de quedarse en el nido y

desarrollar una conducta

maternal.

El embarazo convierte a

un organismo egocéntrico en uno dedicado

al cuidado de otro ser

Page 27: Revista mente y cerebro nro. 58

MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 25

En nuestro laboratorio de la Universidad de

Richmond, Jennifer Wartella colocó ratas con

crías y otras vírgenes en un laberinto estresante

en campo abierto. Descubrió que las primeras se

mostraban menos proclives a quedarse parali-

zadas, exploraban el terreno con mayor rapidez

y parecían tener menos miedo que las vírgenes.

También presentaban menor cantidad de neuro-

nas activadas en la amígdala. Una rata hembra

que controla el miedo busca alimento con más

eficiencia y regresa con mayor rapidez al nido que

una temerosa.

La capacidad de descifrar las claves del entorno

facilita que una madre se mueva por los lugares.

Kelly Rafferty y sus compañeros investigaron re-

cientemente en nuestro laboratorio la capacidad

de planificar con antelación. Para ello introduje-

ron ratas hembra con crías y otras vírgenes en un

laberinto desconocido para ellas y que contenía

agua. A continuación devolvieron las ratas a sus

respectivas jaulas; en algunas de ellas habían co-

locado un bebedero con agua; en otras, no. Poste-

riormente, colocaron de nuevo a los roedores en

el laberinto provisto de agua. Las hembras con

progenie asignadas a una jaula sin agua pasaron

más tiempo cerca de los recipientes del laberinto;

también bebieron más en comparación con las

ratas con crías que sí habían tenido acceso a la

bebida. Incluso se abastecieron de más líquido que

las hembras vírgenes, dispusieran o no de agua

en sus respectivas jaulas. Tras considerar las po-

tenciales diferencias en la sensación de sed de los

animales, los neurocientíficos concluyeron que

las hembras con crías anticipaban una situación

futura y actuaban conforme a esta.

Experimentos anteriores demuestran que las

ratas con crías son más diestras en las tareas que

requieren mayor atención. Kelly Lambert, del

Colegio Universitario Randolph-Macon, y sus co-

laboradores recopilaron otras pruebas de su pers-

picacia. En 2009 revelaron que cuando se trata de

identificar una señal que, entre varias, indica el

acceso a la comida, las hembras que tienen crías

responden mejor. Por otro lado, Amy Au y Tommy

Bilinski identificaron en nuestro laboratorio una

capacidad reforzada en los múridos para deducir

el significado de los símbolos. Para ello, diseñaron

experimentos en los que ratas hembra, colocadas

en un entorno concreto, aprendían a asociar un

triángulo o un conjunto de líneas onduladas con

una recompensa de comida. Al trasladarlas a un

nuevo escenario, las hembras lactantes transfirie-

ron sus conocimientos del antiguo lugar al nue-

vo entorno mejor que las vírgenes, respuesta que

sugiere que habían prestado una mayor atención

a los detalles.

El cerebro de una madre humana también sufre

una metamorfosis estructural. En 2012, Pilyoung

Kim, del Instituto Nacional de Salud Mental de

Estados Unidos, descubrió, junto con sus cola-

boradores y mediante imágenes por resonancia

magnética, que la materia gris del cerebro de las

madres aumentaba durante las semanas y meses

después de parir. La materia gris consiste en una

capa de tejido repleto de neuronas (de hecho, su

nombre se debe al color de los somas celulares).

El crecimiento observado se daba sobre todo en

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PÚAS DE TRANSMISIÓN Las espinas dendríticas son

pequeñas protuberancias

nudosas de las neuronas que

crecen con mayor densidad

en el cerebro de una mujer

embarazada. Dichas prolonga-

ciones aceleran la transmisión

de señales entre las células

cerebrales. Los pacientes con

ciertos trastornos psiquiátri-

cos presentan un crecimiento

anormal de espinas.

Page 28: Revista mente y cerebro nro. 58

26 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013

NEUROBIOLOGÍA

el mesencéfalo, en los lóbulos parietales y la cor-

teza prefrontal. Dichas áreas cerebrales se hallan

implicadas en el cuidado infantil. Las madres con

mayor incremento del volumen de materia gris

también manifestaron una percepción más posi-

tiva de sus bebés.

La morfina maternal

A medida que se acerca el momento del parto, se

ponen en marcha hormonas poderosas. Aunque

las más patentes son la oxitocina (estimula las

contracciones uterinas y la subida de la leche) y

la prolactina (instiga la producción de leche), exis-

ten otras hormonas que provocan cambios en el

cerebro. En este sentido, neuroanatomistas de la

Universidad Victor Segalen Burdeos 2 han obser-

vado una remodelación estructural drástica del

hipotálamo, regulador de las hormonas asociadas

a conductas emocionales básicas (el sexo y la lu-

cha, entre otros). Las neuronas del área preóptica

media (APM), una parte del hipotálamo, crecen en

tamaño y aumentan su actividad. De hecho, las

lesiones en el APM pueden eliminar el compor-

tamiento maternal.

El hipotálamo aumenta la sensación de placer

de una madre. Robert S. Bridges, de la facultad de

medicina veterinaria Cummings de la Universi-

dad de Tufts, y sus colaboradores descubrieron

que las concentraciones de receptores opiáceos

en ratas hembra variaban en función de si estas

eran vírgenes, estaban preñadas o en período de

lactancia. Ahora bien, el fenómeno se debilita con

la experiencia. Según se ha comprobado, las mu-

jeres que pasan por varios embarazos muestran

un descenso de la sensibilidad hacia sus propios

opiáceos, de forma semejante a las personas con

drogadicción, quienes requieren dosis más eleva-

das para estimularse.

La analogía de la droga, por cierto, no es fa-

laz. Los animales pueden mostrar un compor-

tamiento maternal solo porque se sienten bien.

Muchas madres humanas declaran que experi-

mentan placer cuando amamantan a su bebé. De

la misma manera, cuando la cría chupa el pezón

de la rata, el cerebro de esta última recibe una

«dosis» de opiáceos estimulantes. No obstante, el

cuerpo del roedor pone un límite natural: mien-

tras las crías maman, la temperatura corporal

Cerebro en obras

Las mujeres experimentan los cambios cerebrales más espec-

taculares durante el embarazo y tras el parto. Los hombres tam-

bién sufren una transformación cognitiva importante. Debajo

se muestran algunas de las regiones que participan cuando los

progenitores empiezan a criar a un niño. Aunque numerosos

descubrimientos son preliminares y se basan en estudios en

roedores, los indicios sugieren que el cerebro de madres y pa-

dres adquiere flexibilidad para lidiar con los retos de la crianza

[véase «Cerebro y paternidad», por Brian Mossop, en este mismo

número].

Corteza prefrontalAumenta la materia gris.

HipotálamoEn el área preóptica media,las neuronas aumentande tamaño y son másactivas. El número dereceptores de opiáceosse incrementa.

Amígdala medialControla la respuestade una madre a la agresióny a la amenaza. Se piensaque es el centro dondese procesan las señalesdel olor, convirtiéndolaen vital para los progenitores.

Sistema olfativoPadres y madres generannuevas neuronas.

Lóbulo parietalAumenta la materia gris.

Sustancia gris periacueductalLa actividad de esta áreahace que las madres rataalternen entre alimentara sus crías y aventurarseen el mundo.

MesencéfaloAumenta la materia gris.

HipocampoLas espinas dendríticasse vuelven más densas.En el padre se generanneuronas.

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Page 29: Revista mente y cerebro nro. 58

MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 27

interna de la hembra aumenta, de manera que

comienza a sentirse incómoda y, finalmente, se

aparta. Más tarde, deseosa de otra dosis de opiá-

ceos, la rata vuelve al nido, las crías a sus ubres,

y el ciclo comienza de nuevo.

Un beneficio añadido de las hormonas mater-

nas es que pueden aumentar la resistencia del

cerebro. En 2010, Teresa Morales Guzmán, de la

Universidad Nacional Autónoma de México, de-

mostró que el encéfalo de una hembra lactante es

más resistente a los efectos de una neurotoxina:

las hormonas de la preñez construyen una especie

de escudo neuronal que protege a las hembras

rata de daños que podrían comprometer su ca-

pacidad para cuidar de las crías.

Mejores conexiones

El continuo flujo y reflujo de hormonas esteroides

provoca la aparición de protuberancias diminutas

en las células cerebrales. Se trata de las espinas den-

dríticas, unas pequeñas prolongaciones similares,

en apariencia, a las espinas del tallo de una rosa.

Las extensiones dendríticas incrementan la su-

perficie de una neurona y permiten más contacto

sináptico, por lo que mejoran el procesamiento de

la información. Pueden crecer en una neurona des-

pués de una estimulación hormonal o de repetidos

episodios de estimulación originada por las células

nerviosas con las que se halla en conexión.

Nuestro laboratorio ha incorporado descubri-

mientos previos de la Universidad Rockefeller que

mostraban que la densidad de espinas dendríti-

cas en el hipocampo aumentaba de acuerdo con

los cambios hormonales del ciclo estral de la rata

hembra (similar al ciclo menstrual en la especie

humana). Aunque es más conocido por su función

en la memoria, el hipocampo también se encuen-

tra implicado en el comportamiento maternal.

Tras unas pocas horas con los estrógenos elevados,

aumentaron de manera importante las espinas

dendríticas en las hembras rata.

No obstante, la sola presencia de estrógenos no

origina las prolongaciones dendríticas, según pu-

dimos observar. Analizamos tres grupos de ratas:

hembras al final de la gestación, hembras tratadas

con un medicamento que remeda las hormonas

del tramo final de la gestación, y hembras que han

empezado a amamantar. Los tres grupos mostra-

ban un incremento notable de las concentracio-

nes de espinas dendríticas, pero a diferencia de los

otros dos grupos, las lactantes manifestaban nive-

les de estrógenos muy bajos. Al parecer, aunque las

hormonas de una rata progenitora inician el creci-

miento de las espinas, el proceso se mantiene por

la gran cantidad de estímulos que genera la cría.

Ante tal proceso de remodelación, no sorprende

que numerosas mujeres se quejen del «cerebro de

embarazo». El daño colateral de estos cambios sería

un fallo de memoria ocasional, según descubrió

J. Galen Buckwalter, de la Universidad del Sur de

California, junto con sus colaboradores. Observaron

que las mujeres embarazadas y las madres recientes

obtenían peores resultados en las pruebas de recor-

dación de palabras y números en comparación con

las participantes no gestantes pero de edad similar.

Las tareas que no estaban relacionadas con el cui-

dado de un niño parecían resentirse.

El resultado final, en su mayor parte, compen-

sa con creces los contratiempos que una madre

pueda experimentar mientras se reestructura su

cerebro. Tener hijos implica comprometer la pro-

pia salud, seguridad y supervivencia. El sistema de

comportamiento de una madre se pone en fun-

cionamiento para proteger y defender esa inver-

sión. Con el panorama de un cerebro zarandeado

por las hormonas del embarazo y las presiones de

la maternidad, la madre emerge más eficiente y

preparada para sobrevivir.

Para Liz, la compensación ante los inconve-

nientes de la maternidad no proviene solo de la

ciencia, sino también del corazón. Cuando termi-

nábamos de escribir este artículo había dado a luz

a una niña sana. Toda la neurobiología del mundo

resultaba insignificante comparada con ese mara-

villoso e indescriptible vínculo que existe entre

una madre y su bebé. La ciencia puede explicar

el cerebro materno, pero el verdadero milagro

— especialmente cuando colocas la manta alre-

dedor de la barbilla de la niña mientras duerme

entre tus brazos— podría ser simplemente la

belleza de la existencia de una nueva criatura.

Para saber más

The mommy brain.� Katherine Ellison. Basic Books, 2006.

Motherhood induces and maintains behavioral and neural plasticity across the lifespan in the rat.� Craig H. Kinsley et al. en Archives of Sexual Behavior, vol. 37, n.o 1, págs. 43-56; febrero, 2008.

The construction of the maternal brain: Theoretical comment on Kim et al.� Craig H. Kinsley y Elizabeth A. Meyer en Behavioral Neuroscience, vol. 124, n.o 5, págs. 710-714; octubre, 2010.

The plasticity of human maternal brain: longitudinal changes in brain anatomy during the early postpartum period.� Pilyoung Kim et al. en Behavioral Neuroscience, vol. 124, n.o 5, págs. 695-700; octu-bre, 2010.

The lab rat chronicles: A neu-roscientist reveals life lessons from the planet’s most suc-cessful mammals.� Kelly Lam-bert. Penguin Press, 2011.

Reproductive experience may positively adjust the trajec-tory of senescence.� Craig H. Kinsley et al. en Current Topics in Behavioral Neurosciences, dirigido por M. C. Pardon y M. Bondi. Springer, vol. 10, págs. 317-345, 2012.

Craig Howard Kinsley� ocupa la cátedra MacEldin Trawick de psicología de la Universidad de Richmond. Elizabeth Mey�er es investigadora posdoctoral en el departamento de psicología y el Centro de Neurociencia de la misma universidad.

Las hormonas forman un escudo neuronal que protege a la futura madre de las amenazas que podrían comprometer su capacidad para cuidar del niño

Page 30: Revista mente y cerebro nro. 58

28 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013

NEUROBIOLOGÍA

En 2010 conocí a Landon, mi sobrino

de cuatro meses. Fue en un fin de se-

mana, en San Diego. Empujado por

mi curiosidad científica, me descubrí

probando los reflejos del pie del niño.

Sin que nadie me lo pidiera, explicaba al resto de

adultos de la familia por qué el pequeño arqueaba

los dedos de esa u otra forma. Pero las expresio-

nes de desaprobación de mi mujer y las miradas

en blanco de los padres recién estrenados me hi-

cieron desistir de la incursión exploradora para

centrar mi conversación en torno al bebé y a su

desarrollo.

Las experiencias iniciales resultan cruciales

para la salud del bebé o de cualquier cría ani-

mal. Los primeros días tras el nacimiento, el en-

céfalo se asemeja a una esponja que se empapa

de su entorno sensorial. Los estímulos visuales

y olfativos, baladí para un adulto, desempeñan

un impacto muy diferente en los impresionables

recién nacidos, cuyo cerebro se forma mientras

intentan darle sentido al desconocido mundo que

les rodea. Con todo, en esta visita a la familia, me

impresionó más la remodelación de mi cuñado,

por entonces de 26 años, que la conducta de mi

nuevo sobrino.

Siempre he considerado a Jack el hermano pe-

queño de mi esposa. Lo conocí cuando él contaba

19 años; era un chaval inmaduro, alto y desgar-

bado. Se alistó en la Armada nada más terminar

el bachillerato. Como veterano de la guerra de

Irak, conflicto en el que participó en dos ocasio-

nes, probablemente vio más mundo en seis años

que la mayoría de nosotros en toda la vida. A

menudo nos narraba su repertorio de historias

de marineros en las reuniones familiares. Ahora,

en solo unos meses, Jack ha anclado su vida en

tierra para convertirse en un entregado padre

primerizo.

Pese a sus vivencias bélicas, sin duda la crianza

de Landon supondrá para Jack el mayor desafío

vital hasta ahora. Le guste o no, su vida cambiará

de manera drástica: no solo será legal y económi-

camente responsable de Landon durante los dos

próximos decenios, sino que creará y mantendrá

un lazo emocional inquebrantable con su hijo.

Durante los primeros días del bebé se produ-

cen cambios en el cerebro de este, pero también

en el del padre: permanecer cerca del retoño le

proporciona ventajas cognitivas por el hecho de

ocuparse de él. En cambio, la ausencia del proge-

nitor deja huellas en el encéfalo del hijo. Aunque

los resultados son todavía preliminares, se puede

esbozar un retrato neuronal sobre el vínculo entre

padre e hijo.

Poco antes de dar por finalizada mi visita re-

lámpago, confirmé que Jack había empezado a

aceptar una nueva identidad. Llevaba semanas in-

tentando sujetar la sillita del cochecito de Landon

al asiento de atrás de su Mazda RX-8 trucado. Ante

la imposibilidad de conseguir su objetivo, desistió

y optó por una solución más factible: cambiar el

automóvil deportivo por un monovolumen que

le permitiese transportar con mayor facilidad al

pequeño. La transformación de las redes celulares

del cerebro de Jack se había puesto en marcha.

Descifrar la paternidad

Para desterrar las raíces del sentimiento paternal

hay que saber primero dónde buscar. La paterni-

EN SÍNTESIS

Simbiosis cerebral

1La influencia mutua en-

tre padre e hijos resulta

beneficiosa para el cerebro

de ambos.

2El cerebro de un proge-

nitor crea neuronas su-

plementarias y experimenta

cambios tras el nacimiento

de un niño.

3La presencia de la figura

paterna desde que se

nace puede influir en el de-

sarrollo de comportamien-

tos sanos posteriores.

Cerebro y paternidadCuando un hombre se convierte en padre, su encéfalo experimenta

una renovación neuronal en beneficio del hijo

BRIAN MOSSOP

Page 31: Revista mente y cerebro nro. 58

MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 29

dad no parece asemejarse en nada a la maternidad

[véase «Cerebro y maternidad», por C. H. Kinsley

y E. Meyer, en este mismo número]. Durante los

nueve meses de embarazo, la oxitocina, además de

otras hormonas, corre por el cuerpo de la mujer,

de manera que forja un lazo bioquímico con el

bebé. Incluso los corazones de ambos se sincroni-

zan mientras el niño se encuentra en el útero. Tras

el parto, la lactancia materna sirve de alimento

natural para el recién nacido.

Las ventajas que el padre ofrece al bebé resul-

tan menos obvias. Si bien los varones colaboran

en la concepción del futuro retoño, no resultan

cruciales para la supervivencia del niño una vez

ha nacido. Sin embargo, las investigaciones mues-

tran que el vínculo entre padre e hijo supone una

contribución importante. Si un padre deja que sus

hijos se críen solos con la madre, aumenta la posi-

bilidad de que, más adelante, los hijos presenten

problemas emocionales, de agresividad, además

de adicciones.

En 2008, uno de cada cuatro niños estadouni-

denses vivía con su madre frente a un escaso 4 por

ciento que residía solo con el padre. En 2011, un

tercio de los cerca de doce millones de familias

monoparentales en Estados Unidos se encontraba

por debajo del umbral de la pobreza. Quizá debido

a las dificultades para llegar a fin de mes, los hijos

de padres o madres sin pareja presentan un rendi-

miento académico y una autoestima bajos, además

de dificultades para establecer relaciones sociales.

Pero si hasta hace poco las grandes encuestas po-

blacionales constituían la herramienta más efecti-

va para investigar la contribución de un padre en

la educación de su vástago, el interior del cerebro

descubre nuevas pistas. La neurociencia encaja una

parte fundamental del rompecabezas: los mecanis-

mos biológicos del vínculo paternofilial.

Tomemos el llanto de un niño. En 2003, Erich

Seifritz, de la Universidad de Basilea, junto con

su equipo observaron mediante imágenes por re-

sonancia magnética funcional que a los padres,

EL UNO PARA EL OTRO El cerebro de un bebé parece

preparado para el contacto

con un padre. De forma recí-

proca, relacionarse con su hijo

confiere ventajas cognitivas al

progenitor.

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Page 32: Revista mente y cerebro nro. 58

30 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013

NEUROBIOLOGÍA

igual que sucede a las madres, se les activaban

ciertas áreas cerebrales con un patrón caracte-

rístico al oír el lloro del crío. Los probandos sin

hijos no mostraron tal reacción cerebral. Aunque

no se logró establecer con exactitud las transfor-

maciones en el cerebro de los padres, este parecía

distinguir los sonidos fundamentales para la su-

pervivencia y el bienestar del bebé.

El cerebro, después de todo, no es estático. Las

neuronas se reconectan de forma constante en

respuesta a nuevas experiencias y cambios del

entorno. Asimismo, pueden originarse células

nerviosas nuevas. Aunque no se conocen por

completo los mecanismos de esta neurogénesis,

sí se relaciona el crecimiento de células cerebra-

les adicionales con el aprendizaje de contenidos

nuevos [véase «Estimulación de la regeneración

cerebral», por B. Berninger y M. Götz; Mente y

cerebro, n.o 41, 2010].

Estimular la capacidad intelectual

A partir de estas observaciones, Gloria K. Mak y

Samuel Weiss, de la Universidad de Calgary en Al-

berta, diseñaron una serie de experimentos para

entender el modo en que el hijo remodela el cere-

bro del padre. En 2010 revelaron que el encéfalo de

un ratón macho con crías se reconectaba y produ-

cía neuronas adicionales. Estas células nerviosas

formaban nuevas vías de conexión o circuitos los

días siguientes al nacimiento de la camada. En el

bulbo olfativo del macho se originaban neuronas

que respondían de forma específica a los olores de

las crías; en el área cerebral del hipocampo (centro

crucial de la memoria) crecía otro conjunto de

células nerviosas, las cuales, al parecer, ayudaban

a consolidar el olor de las crías en la memoria a

largo plazo del ratón adulto. Este solo generaba

las neuronas extra si permanecía en la ratonera.

Por el contrario, si se sacaba al macho de la jaula

el día del nacimiento de las crías, su cerebro no

presentaba cambio alguno. Según Weiss, la expe-

riencia de la paternidad «no solo cambia aquello

que ya existe [en el cerebro], sino que desarrolla

algo nuevo al servicio de la relación».

Las neuronas ubicadas en la nariz de los ma-

míferos emplean receptores especiales del olor

para detectar aromas y transportar la informa-

ción al bulbo olfativo, centro de integración de

nuestro sentido del olfato. En el caso de los roe-

dores experimentales, las neuronas no aparecían

de la noche a la mañana con solo olfatear a las

crías. Mak y Weiss colocaron una malla de un

lado a otro de la jaula para separar al padre de

la prole. No observaron que se crearan células

cerebrales adicionales. Dicho experimento y

otros similares señalan que ni el nacimiento de

las crías ni los olores respectivos alteran por sí

solos el encéfalo de un progenitor macho, más

bien el ejercicio de la paternidad provoca la dosis

extra de neuronas, afirma Weiss. De esta manera,

el contacto físico con las crías, acompañado de la

experiencia de sus olores, origina la formación

de neuronas.

Ahora bien ¿es la relación con un hijo diferente

de la que se tiene con un amigo? Pocas semanas

de separación suelen bastar para que un ratón

adulto se olvide por completo de sus compañe-

ros de jaula. Mak y Weiss demostraron que el

vínculo entre padre e hijo resulta más fuerte que

con un amigo. En su investigación, las neuronas

que surgieron de la relación paternofilial crearon

sus propios circuitos cerebrales, de manera que

favorecieron la producción de recuerdos a largo

plazo y, por tanto, vínculos duraderos. Con la

creación de esas nuevas vías para la memoria, los

progenitores macho reconocieron con facilidad

a sus crías por el olor, incluso después de per-

manecer separados durante tres semanas. Weiss

indica: «Nos está costando entender por qué na-

cen nuevas neuronas en el cerebro de todos los

mamíferos, incluido el de los humanos. Parece

que una de las funciones principales consiste en

adaptarse al cambio, formar nuevos circuitos y,

en este caso, crear una “memoria social” entre el

padre y sus hijos».

CAMBIOS DE CONDUCTA Los circuitos cerebrales de un

varón que renuncia a su auto-

móvil deportivo a cambio de

un monovolumen han debido

de sufrir, sin duda, alguna

modificación. La alteración

neuronal empuja al hombre

a comportarse de forma pa-

ternal.

En apariencia, el vínculo

intangible de la paternidad

no se parece en nada a los lazos

existentes entre madre e hijo

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Page 33: Revista mente y cerebro nro. 58

MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 31

De tal madre, tal padre

Para cristalizar los recuerdos sociales, el cerebro

depende de hormonas que controlan la conexión

de las neuronas nuevas. Mak y Weiss descubrieron

que la capacidad de un padre para formar células

cerebrales se encuentra a merced de la hormona

prolactina, la misma responsable de la produc-

ción de leche en la madre. Si suprimían la capa-

cidad encefálica para producir prolactina, el mú-

rido no producía neuronas relacionadas con la

paternidad.

En los humanos, de forma análoga al vínculo

maternofilial, el padre con niveles altos de oxito-

cina («hormona del amor») manifiesta instintos y

motivaciones paternales más fuertes en los pri-

meros meses de la vida de su hijo. En diciembre

de 2012, Atsuko Saito, de la Universidad de Tokio,

ahondó un poco más en el asunto a partir de su

estudio de los hábitos de compartir comida que

presentan los progenitores del mono tití. Estos

alimentan a sus crías durante los primeros cuatro

meses. Después de medio año empiezan a ignorar

a su ya adolescente descendencia, de manera que

conservan la comida para ellos mismos. Con el fin

de analizar el cambio de conducta descrito, los in-

vestigadores inyectaron oxitocina en el cerebro de

los progenitores macho. Con independencia de la

dosis que se les había administrado, los animales

tendían a satisfacer los requerimientos alimenti-

cios de la camada; por otro lado, no presentaban

cambios de apetito.

La prolactina y la oxitocina se encuentran ligadas

fuertemente a la interacción social, por lo que su

implicación en el vínculo paternofilial no resulta

extraña. Según señalaron Elizabeth Gould, de la

Universidad de Princeton, y sus colaboradores en

un artículo de revisión publicado en octubre de

2010, también las hormonas relacionadas con el

sexo y el estrés influyen en la conducta paterna.

Gould detalla la conexión entre el cortisol, hor-

mona del estrés en los humanos (equivalente a la

corticosterona en los roedores), y las variaciones

estructurales en el cerebro. Aunque el estrés suele

propiciar una connotación negativa, Gould y sus

colaboradores han mostrado en roedores que el

estrés puede tener consecuencias buenas o malas

para el cerebro, dependiendo, en gran medida, del

contexto. Las situaciones estresantes negativas,

como cuando se sumerge a los animales por un

corto período de tiempo en agua fría o se les ex-

pone a la presencia de un depredador natural,

producen efectos negativos en el encéfalo, ya que

reducen su capacidad de formar neuronas y de

reprogramarse. En cambio, según publicaron en

julio de 2010, factores estresantes como el ejer-

cicio o el sexo, que también disparan los niveles

de corticosterona en los múridos, estimulan el

crecimiento de nuevas células cerebrales. Al pa-

recer, los desafíos de la paternidad encajan a la

perfección en la categoría del estrés bueno.

Según lo expuesto hasta ahora, las hormonas

sexuales masculinas parecen ligadas al nacimiento

La capacidad de un padre para crear nuevas neuronas se encuentra a merced de la prolactina, hormona que controla la producción de leche en las madres

EL PADRE IMPORTA Los niños que crecen sin padre

tienen mayor riesgo de de-

sarrollar problemas emociona-

les, de agresividad y adicción.FOTO

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Page 34: Revista mente y cerebro nro. 58

32 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013

NEUROBIOLOGÍA

de los hijos. Sin embargo, la investigación en otros

animales ha revelado que también causan efectos

contradictorios. Los progenitores macho de cier-

tas especies de roedores y peces producen exceso

de testosterona. Cuidan con esmero de sus crías;

también muestran una tendencia a la agresividad,

conducta que les ayuda a defender el nido de los

depredadores. En las aves tropicales y los prima-

tes, empero, los niveles elevados de testosterona

dificultan la buena paternidad. En el caso de los

humanos, los padres con cantidades excesivas de

testosterona pueden mostrarse menos compasivos

y deseosos de atender el llanto del bebé.

Tales estudios confirman la función que de-

sempeñan las hormonas como intermediarias

en ciertos comportamientos paternales. En opi-

nión de Weiss, esta línea de investigación añade

una nueva dimensión al impacto hormonal en la

producción de neuronas en adultos.

Una conexión fundamental

Un arsenal de hormonas predispone el cerebro del

padre a la presencia del hijo, por lo que este nace

preparado para establecer vínculos con su pro-

genitor. Para comprobar tal hipótesis, un equipo

dirigido por Katharina Braun, de la Universidad

Otto von Guericke, recurrió al ratón degú, una

especie que se caracteriza, entre otras cosas, por

organizar el nido según una determinada estruc-

tura familiar. Los progenitores (macho y hembra)

pasan los primeros días de la vida de sus crías

colaborando en su cuidado básico, las apretujan

para que estén calientes y las lamen con delicade-

za. A medida que las crías crecen, el macho adulto

empieza a jugar con ellas, las persigue, retoza y

alborota en la jaula.

Braun y su equipo auguraron que la ausencia

de la figura paterna crearía un vacío social y emo-

cional en la camada de degú, de igual forma que,

en los humanos, un padre ausente puede afectar

a la dinámica de una familia. Descubrieron que

si un macho roedor permanecía en el nido con

sus crías, el cerebro de estas se desarrollaba de

manera normal. En cambio, si apartaban al pro-

genitor de los cachorros, su encéfalo producía me-

nos sinapsis en dos regiones concretas: la corteza

orbitofrontal y la somatosensorial.

La corteza orbitofrontal forma parte de la pre-

frontal, la cual regula la toma de decisiones, los

procesos de recompensa y las emociones. Aunque

Evolución de la paternidad

Los cambios cerebrales convierten a un

hombre en padre, pero sigue siendo un gran

misterio cómo han evolucionado esas con-

ductas a lo largo del tiempo. Solo un diez por

ciento de los progenitores macho de todas

las especies de mamíferos invierten su tiem-

po en la supervivencia de las crías.

Parte de la respuesta se encuentra en

el coste energético que supone la larga in-

fancia de los humanos, sugiere Lee Gettler,

del laboratorio de investigación de biología

humana de la estadounidense Universidad

del Noroeste, en un artículo publicado en

American Anthropologist en 2010. Como las

primeras sociedades cazadoras-recolecto-

ras seguramente caminaban muchos kiló-

metros a diario, los hombres podrían haber

transportado a los niños pequeños, de ma-

nera que aligeraban la sobrecarga de las ma-

dres y de otros cuidadores más débiles (las

abuelas, entre otros). Un padre compasivo

habría adquirido una ventaja evolutiva al

propiciar que la madre recuperara fuerzas

y tuviera más hijos.

Desde el punto de vista evolutivo, el ejer-

cicio paterno del cuidado de niños resulta

positivo en otros aspectos más. A tenor de

cierta teoría, el varón presta cuidado infantil

con el fin de alardear de su capacidad como

pareja. Estas demostraciones podrían ayu-

darle a conservar a su compañera o incluso

a atraer a otras nuevas, comenta el antro-

pólogo Shane J. Macfarlan, de la Universi-

dad estatal de Washington, en Vancouver.

Incluso algunos estudios sugieren que los

hombres son más propensos a atender las

necesidades de sus hijos en lugares públicos

(en los columpios del parque o en las tiendas

de alimentación) que en casa.

Con todo, los datos que aportan la ma-

yoría de las investigaciones biológicas y

psicológicas se basan en sociedades urba-

nas industriales, es decir, son tan solo una

instantánea de la situación frente a los

cientos de miles de años que los humanos

vivieron en grupos cerrados de cazadores-

recolectores. Una encuesta de paternidad

que llevaron a cabo Macfarlan y Barry S.

Hewlett, también de la Universidad de

Washington, en sociedades contemporá-

neas a pequeña escala muestra grandes

diferencias entre culturas. Los kipsigis de

África oriental creen que la fuerza de la mi-

rada de un padre puede dañar a un hijo, por

lo que el progenitor se mantiene apartado

de la vida del niño durante los primeros

cuatro o cinco años. Por el contrario, los

progenitores varones del grupo aka, caza-

dores recolectores de África central, per-

manecen habitualmente muy cerca de sus

pequeños. «No existen pautas universales

para la paternidad», concluye Macfarlan.

—Nina Bay, escritora científica.

ESTRÉS POSITIVO Es probable que las respon-

sabilidades que comporta el

cuidado de un niño sean fuen-

tes de estrés bueno. Las hor-

monas inducidas por este tipo

de estrés pueden estimular el

crecimiento de nuevas células

cerebrales.

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Page 35: Revista mente y cerebro nro. 58

MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 33

resulta complejo extrapolar los estudios en roe-

dores a los humanos, cabe señalar que el déficit

de sinapsis y los problemas de procedimiento en

la susodicha corteza podrían explicar por qué

algunos niños que crecen sin padre presentan

alteraciones conductuales.

En resumen, los estudios con múridos propo-

nen un modelo sobre la importancia de la figura

paterna. Un recién nacido llega al mundo tras flo-

tar durante semanas en el líquido amniótico, con

los sentidos algo deficitarios y la corteza somato-

sensorial preparada para el cambio. Pero cuan-

do las crías degú se encuentran desprovistas del

progenitor macho en los primeros días de vida,

las sinapsis de la corteza somatosensorial, lejos

de florecer, se marchitan. Como consecuencia, es

posible que no procesen los estímulos táctiles de

manera óptima, fenómeno que puede desembo-

car en otra serie de alteraciones en su desarrollo,

metabólicas u hormonales.

El cerebro de un padre, al parecer, se halla li-

gado al de sus hijos. Weiss apunta: «Disponer de

un padre y una madre es una cosa, pero que las

relaciones entre los progenitores y los hijos sean

efectivas es otra. En realidad, es la efectividad de

la relación lo que importa».

Quizá mi sobrino, poco después de nacer y arro-

pado por un conjunto de conexiones cerebrales

sanas en respuesta al tacto de Jack, recopilase las

herramientas que necesitará para evitar proble-

mas conductuales y emocionales a lo largo de su

vida. A pesar de que en mi visita no pude investi-

gar la producción de nuevas neuronas en el cere-

bro de Jack, sí percibí un cambio en su conducta

a medida que iba afianzando su nuevo vínculo.

Sutiles movimientos y sonidos de Landon, los

cuales pasaban desapercibidos para la mayoría

de los familiares, captaban la atención del padre

primerizo. Reconforta pensar que la cabeza de

Jack alberga un pequeño conjunto de neuronas

dedicadas en exclusiva a su hijo.

VÍNCULO OLOROSO Y TÁCTIL El olor y el contacto físico con

el hijo parecen fundamentales

para el desarrollo de nuevas

neuronas en el progenitor. Es-

tas células nerviosas forman

la base de un vínculo durade-

ro entre padre e hijo.

Para saber más

Hit the ground crawling: Lessons from 150.000 New fathers.� Greg Bishop. Segun-da edición. Dads Adventure, 2006.

Family guy.� Emily Anthes en Scientific American Mind, vol. 21, n.o 2, págs. 46-53, mayo-junio de 2010.

Parenting and plasticity.� B. Leuner et al. en Trends in Neuroscience, vol. 33, n.o 10, págs. 465-473, octubre de 2010.

The role of the father in child development.� Dirigido por Michael E. Lamb. John Wiley & Sons, 2010.

Los defectos en las conexiones cerebrales pueden explicar por qué los niños que crecen sin padre suelen presentar problemas conductuales posteriores

Brian Mossop� posee un doctorado en ingeniería bioquímica y experiencia posdoctoral en neuro ciencia. Escribe para Wired, Scientific American, Slate y The Scientist.

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Page 36: Revista mente y cerebro nro. 58

34 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013

ENTREVISTA

Existen personas que con su trabajo han

contribuido a revolucionar la manera en

que los humanos se ven a sí mismos. Como

Uta Frith, del Instituto de Neurociencias Cogni-

tivas del Colegio Universitario de Londres. Esta

psicóloga ha hallado una facultad cognitiva, la

teoría de la mente, que permite a las personas

percatarse de las emociones ajenas, por lo que

posibilita la interacción social. En un inicio, Frith

intuyó la existencia de tal capacidad al trabajar

con pacientes con autismo. En un segundo mo-

mento, ella misma, además de otros neurólogos,

ha demostrado que la teoría de la mente va más

allá de una hipótesis. De hecho, consiste en un

proceso mental con precisas bases neurobioló-

gicas visibles mediante las modernas técnicas

de neuroimagen . Sus estudios han permitido

analizar las especificidades genuinas humanas

de la interacción recíproca: aun estando los de-

más animales dotados de algunos elementos

de la teoría de la mente, no parecen capaces de

aplicarla como nuestra especie.

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«La empatía no se puede aprender»Una de las máximas expertas en psicología del desarrollo, Uta Frith,

explica cómo el estudio del autismo y la teoría de la mente, es decir, la capacidad

de atribuir pensamientos e intenciones a otras personas, han ido de la mano.

Ella es, en gran parte, la responsable

ENTREVISTA REALIZ ADA POR DANIEL A OVADIA

UTA FRITH Sus investigaciones han permitido relacionar

el autismo con un déficit de la teoría de la mente.

En la actualidad es profesora emérita del Colegio

Universitario de Londres y docente visitante de

la Universidad de Aarhus, donde participa en el

proyecto «Mentes interactivas». El objetivo es aunar

en una única teoría compleja los conocimientos de

la evolución, el desarrollo y la psicopatología en el

ámbito de la cognición social.

Page 37: Revista mente y cerebro nro. 58

MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 35

Hasta hace no mucho, el autismo solía atribuir-

se a una mala relación entre madre e hijo. ¿Qué

ha contribuido a cambiar esta idea?

Inicialmente, los estudios sobre la teoría de la

mente no bastaron para contradecir la teoría

psicógena del autismo. Algunos expertos soste-

nían que la incapacidad de leer la mente del otro

(mentalización) era consecuencia de la carencia

emotiva más que su causa. El desarrollo de las téc-

nicas de neuroimagen y de la genética ha dado un

apoyo seguro a la hipótesis de un factor biológico.

Conviene recordar que todavía hoy desconocemos

la causa primigenia de la enfermedad, aunque, por

lo general, se está de acuerdo en que existe una

predisposición genética y que, a nivel neurológico,

el trastorno se manifiesta durante el desarrollo

intrauterino. El autismo puede presentarse con

distintos niveles de gravedad, por lo que no se

considera una enfermedad única, sino un espec-

tro de trastornos que van desde las formas más

leves hasta las más devastadoras, incompatibles

estas últimas con una vida autónoma.

¿Es cierto que el autismo entre la población va

en aumento?

No, no lo creo. Pero sí han aumentado las diag-

nosis, pues en la actualidad disponemos de un

mayor conocimiento sobre la naturaleza del tras-

torno. Sabemos, por ejemplo, que al inicio puede

presentarse con un retraso lingüístico, o en diver-

sas formas, sin esa deficiencia. La investigación

se mueve en tres planos: el biológico (con ayuda

de técnicas de neuroimagen y pruebas genéticas),

el cognitivo (con test neuropsicológicos sobre las

funciones comprometidas en el autismo) y el más

clásico o comportamental, el de la neuropsiquia-

tría infantil clásica, que estudia la interacción del

sujeto con los familiares y con la sociedad. Es pro-

bable que las causas del autismo se hallen a la vez

en esos tres planos y que el ambiente desempeñe

una función en la emersión del trastorno. No obs-

tante, el enfoque cognitivo es el más innovador y

el que ha llevado a un verdadero cambio.

Durante años ha estudiado el síndrome de

Asperger, una forma leve de autismo. ¿En qué

consiste este trastorno exactamente?

Desde comienzos del siglo xx se han descrito for-

mas leves de autismo, confundidas a menudo con

una simple extravagancia de carácter determinada

por dificultades en las relaciones sociales, pero con

la inteligencia y la capacidad de aprender conser-

vadas plenamente. Las personas afectadas de ás-

perger no presentan los típicos trastornos del len-

guaje que complican la gestión de quien padece un

autismo propiamente dicho. En 1944, un psiquiatra

alemán, Hans Asperger, describió algunos casos,

aunque fue en 1981 cuando Lorna Wing, médica y

psiquiatra británica, publicó un artículo histórico

que define los criterios para su diagnóstico.

Los pacientes con síndrome de Asperger son in-

teligentes. Aprenden a compensar las carencias

de la teoría de la mente típicas de la enfermedad.

Hoy podemos decir que aprenden a «leer» en las

emociones ajenas, aunque sin el grado de empatía

que caracteriza al sujeto sano. Su interacción so-

cial es fruto, con frecuencia, de la aplicación de re-

glas. Aprenden que, en ciertas situaciones, es bue-

no comportarse de un determinado modo, sea por

las convenciones sociales o porque así lo esperan

las personas que los quieren. Ello ha puesto el pa-

radigma de la teoría de la mente en situación de

crisis, pues los pacientes con ásperger son capaces

de superar pruebas en las que se requiere la apli-

cación de esa capacidad cognitiva. Por poner un

ejemplo, el sujeto con autismo grave no sabe de-

cir por qué al salir decido coger el paraguas, pese

a que no llueve. No es capaz de entender que temo

que vaya a llover; razona en términos de realidad

física: no está lloviendo, por tanto, el paraguas no

sirve. En cambio, las personas con síndrome de As-

perger sí son capaces de descifrar tal intención. No

obstante, carecen de una vida social plena, pues

no crean vínculos ni amistades y, sobre todo, les

cuesta entender comportamientos comunes como

pueden ser las bromas o los engaños.

Así pues, la teoría de la mente ha corrido el ries-

go de ser desmentida por la existencia del sín-

drome de Asperger, si se la considera una de las

posibles formas de autismo.

Sí, en cierto sentido así es, pero en realidad hemos

llegado a comprender que la teoría de la mente es

un proceso complejo que se puede descomponer

en algunos módulos más simples presentes tam-

bién en el individuo sano y que son los elemen-

tos básicos del conocimiento social. La atribución

espontánea de estados mentales a los otros se da

también en las personas con ásperger. Lo hemos

demostrado con una serie de estudios con anima-

ciones gráficas. Sobre el tablero aparecen dos trián-

gulos, uno grande de color rojo y otro pequeño de

El autismo es seis veces más frecuente en los varones que en las mujeres, lo que sugiere el estudio de los genes del cromosoma Y

Page 38: Revista mente y cerebro nro. 58

36 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013

ENTREVISTA

color azul. En algunas animaciones, los triángulos

se mueven de manera casual, por lo que las perso-

nas no les atribuyen intención alguna; no «leen»

ahí una historia. Pero basta con que el triangulillo

azul vaya siguiendo al rojo, con que sus puntas se

aproximen o con que el grande trate de confinar al

pequeño a una esquina del tablero, para que los su-

jetos vean ahí una «mamá triángulo» persiguiendo

a un agitado «triangulillo hijo» que intenta escapar,

que la esquiva, y así sucesivamente.

A través de la medición de los tiempos de fija-

ción de la mirada en los tableros hemos descubier-

to que a las personas, tengan o no trastorno de

Asperger, tienden a atraerles más las animaciones

que requieren la aplicación de la teoría de la men-

te que aquellas «sin sentido». Aunque existe una

diferencia. Mediante el estudio de la dirección de

la mirada de bebés, adultos sanos y sujetos con

ásperger hemos descubierto que en los dos prime-

ros grupos se presenta la mirada anticipatoria, un

rápido movimiento de ojos que señala la atención

precoz cuando aparece una forma de interacción

social. Esa reacción también indica que existe un

proceso de mentalización en curso. En los afecta-

dos de ásperger, en cambio, no se da, tampoco en

el autismo: en ambos casos no aparece ninguna

«intuición» de la presencia de una interacción so-

cial, más bien acontece un lento reconocimiento

fruto del aprendizaje y del adiestramiento.

Hemos comprendido que, dentro de ciertos lí-

mites, la teoría de la mente se aprende, lo mismo

que se aprende a leer y a escribir. Aunque no to-

dos los investigadores están de acuerdo con ello,

pienso que se trata de una función dotada de un

continuum, no de una capacidad que o existe o no

existe. Lo que no se puede aprender es, empero,

la emoción, la empatía.

Quienes padecen autismo no perciben las emo-

ciones ajenas, pero ¿cómo viven las propias?

También en este aspecto hemos llevado a cabo es-

tudios relacionados con la teoría de la mente. He-

mos descubierto que las dificultades se presentan

por igual cuando se trata de leer la mente propia.

Los sujetos con autismo leve explican a menudo

estar confusos respecto a sus propias emociones.

Ello significa que se percatan de sentir alguna cosa,

pero no saben bien cómo clasificar ese sentimien-

to. Padecen lo que en psiquiatría se denomina

alexitimia, literalmente, «falta de palabras para

describir las emociones». Ese déficit aparece, asi-

mismo, en algunas formas de trastorno por estrés

postraumático, aunque de modo sectorial.

Hay quienes han sugerido que el problema

podría no consistir en el reconocimiento de las

emociones, sino en la misma presencia de estas.

En 2008, proyectamos un estudio de neuroimagi-

nería con el objetivo de ver si había emociones y

a qué nivel se manifestaba el bloqueo. Hallamos,

en general, una activación normal de las áreas

relacionadas con las emociones ante estímulos

capaces de despertar sentimientos, pero en algu-

nos pacientes se daba una reducción de la señal

al nivel de la ínsula anterior, centro del conoci-

miento emotivo. De ahí que estos sujetos tengan

emociones, pero que no se percaten de ellas.

¿Cuáles son las bases biológicas del proceso de

mentalización?

Investigaciones de imaginería funcional dirigidas

por mi marido, Chris Frith, en el Colegio Univer-

La teoría de la mente

La teoría de la mente es la capacidad cognitiva de atribuir estados mentales

(opiniones, intenciones, deseos y emociones) a otras personas [véase «Mi amigo

robot», por M. Ruhenstroth; Mente y cerebro, n.o 45, 2010]. En 1979 se utilizó

por primera vez el término en un estudio publicado en la revista Science bajo el

título «¿Tienen los chimpancés una teoría de la mente?». Sin embargo, no fue

hasta 1985 cuando se generalizó su uso gracias a la publicación del trabajo de

Simon Baron-Cohen, Alan Leslie y Uta Frith sobre niños con autismo. Los inves-

tigadores demostraron la ausencia de una teoría de la mente en las personas

afectadas de autismo mediante una serie de test en los que se requería atri-

buir estados de ánimo e intenciones a los sujetos. Una de las pruebas consistió

en el paradigma clásico de la falsa creencia o test de Sally y Anne. En este se

muestra a los probandos una serie de fotografías de dos muñecas, una tiene

un cestillo, la otra una cajita. Sally tiene una pelota, la esconde en el cestillo y

sale de la escena. Anne traslada la pelota del cestillo a la cajita. Vuelve Sally a

escena, momento en que se le pide al niño que indique dónde buscará Sally

la pelota. La respuesta será correcta si indica el cestillo y no la cajita, de manera

que manifiesta que atribuye a Sally una visión de la realidad distinta a la que

él mismo tiene. Alrededor del 80 por ciento de los niños con autismo no logran

superar la prueba, resultado que revela su «ceguera mental».

1 2

3

MEN

TE Y

CER

EBRO

Page 39: Revista mente y cerebro nro. 58

MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 37

sitario de Londres, y por Rebecca Saxe, en el Ins-

tituto de Tecnología de Massachusetts, con pro-

bandos sanos y con autismo parecen indicar que

la mentalización se desarrolla a nivel de la corteza

prefrontal medial, de la parte posterior del surco

temporal superior, del precuneo, de la amígdala y

del corteza temporoparietal. Este sería, a grandes

líneas, el circuito neural que se encuentra en la

base de la teoría de la mente. Cada área posee una

especialización propia, como puede ser la inten-

cionalidad de una acción. Algunos estudios con

pacientes que han sufrido lesiones de la corteza

prefrontal o de la unión temporoparietal mues-

tran que estas personas fallan en las pruebas que

evalúan la teoría de la mente. Los descubrimientos

de Giacomo Rizzolatti sobre neuronas espejo po-

drían proporcionar explicaciones ulteriores sobre

las bases biológicas de la percepción de la intencio-

nalidad de una acción motora, esto es, decirnos de

qué modo nuestro cerebro comprende la finalidad

de un movimiento que realiza otra persona.

Todavía desconocemos el origen genético del

proceso de mentalización, sobre todo ignoramos si

esta función es atribuible a algún gen en particu-

lar, hallazgo que nos permitiría desarrollar una

diagnosis muy precoz de los trastornos del espec-

tro autista. Sí que hay, empero, algún indicio de

que existe una relación. Sabemos que el autismo

es seis veces más frecuente en varones que en mu-

jeres. Ello nos induce a estudiar la función de los

genes en el cromosoma Y. Además, leves rasgos

autistas, en el sentido de comportamientos ligados

a una menor capacidad de mentalización, resultan

más comunes en los hombres que en las mujeres,

aunque pueda parecer un estereotipo.

A propósito de estereotipos, usted se ocupa de

ellos. ¿Cómo van sus investigaciones?

Estoy tratando de comprender cómo se aplica la

teoría de la mente cuando la intención es atribui-

da no a un solo individuo, sino a un grupo. Los

estereotipos son exactamente eso: la atribución

apriorística de un pensamiento a un grupo de

individuos sobre la base de que poseen caracte-

rísticas comunes. La teoría de la mente es, no obs-

tante, un poderoso instrumento para superar el

estereotipo. Pongamos un ejemplo: si se muestra a

dos chiquillos, Jack y Sally, y se le pregunta a otro

niño a cuál de esos dos le gusta jugar con muñe-

cas, todos responderán que a Sally, por lo menos

en nuestro contexto cultural, porque existe un

estereotipo sobre el rol femenino y la preferencia

en la elección de los juegos. Pero si volvemos a

presentar a Jack y a Sally y decimos que a Jack le

gusta jugar con muñecas, al preguntar después a

los niños quién de los dos personajes posee cin-

co muñecas, muchos responderán «Jack», puesto

que la teoría de la mente es más potente que el

estereotipo, aunque este implique, a su vez, un

proceso de mentalización.

Según los primeros test efectuados, parece que

en los niños con autismo el estereotipo resulta

muy fuerte, y que la atribución de un deseo es-

tereotipado prevalece sobre la atribución de un

pensamiento individual. En mi opinión, este tipo

de experimentos revelan, asimismo, mucho sobre

el modo en que ciertos fenómenos sociales se ma-

nifiestan en las personas sanas y de cómo puede

actuarse para contrarrestarlos.

El síndrome de Asperger

Hans Asperger nació en 1906 cerca de Viena y murió en 1980 en casi total ano-

nimato. Según el testimonio de algunas personas que le conocieron, él mismo

habría padecido el síndrome que hoy lleva su nombre. Licenciado en medicina en

1931, Asperger trabajó como pediatra, fundó un centro para niños con deficien-

cias y enseñó pediatría en la Universidad de Viena. En 1944 publicó un estudio

basado en cuatro sujetos, el cual le permitió describir el espectro de los síntomas

típicos del síndrome ahora homónimo, pero al que Asperger se refería como

«psicopatía autística»: falta de empatía, dificultad para entablar amistades,

intensa focalización sobre ciertos argumentos hasta la manía, movimientos

estereotipados. También describía a estos niños como «pequeños profesores»

por su capacidad para discutir muy a fondo sobre

los temas que les eran más queridos.

El trabajo del médico austriaco pasó casi sin

pena ni gloria por haberse publicado en alemán.

Un destino que cambio en 1981, cuando la psi-

quiatra Lorna Wing lo desenterró y empleó por

primera vez el epónimo «síndrome de Asperger»

para proponer un modelo de autismo alternativo al

que predominaba hasta entonces, derivado de los

estudios de otro médico austríaco, Laeo Kanner. En

1989, se tradujo el artículo original de Hans Asper-

ger al inglés precisamente de manos de Uta Frith.

Daniela Ovadia es periodista científica.

Page 40: Revista mente y cerebro nro. 58

INSTANTÁNEAINSTANTÁNEA

Arsenal científico del ayerHoy en día, los investigadores echan mano de los ordenadores para investigar las habilidades moto-ras y cognitivas humanas. Hace un siglo escaso, se valían de aparatos menos sofisticados para fines semejantes. Entre ellos, los que se muestran en la exposición Mind/Things-Kopf/Sache de la Univer-sidad de Tubinga (www.mindthings.de). Regresemos por unos momentos al pasado reciente.

Datado en 1950, el utensilio inferior de la imagen servía para poner a prueba el entendimiento técnico de los futuros mecánicos: aquel que pudiese montar las piezas del artilugio de forma rápida y segura era candidato ideal para el oficio.

Con el aparato estrellado de la derecha, construido en el año 1967, los investigadores de la per-cepción desentrañaron el fenómeno phi: en cada una de las ocho astas se encendía y apagaba de forma rotativa una pequeña luz, de manera que aparecía ante los ojos del observador un círculo luminoso que giraba sin parar. Max Wertheimer, pionero de la psicología de la Gestalt, describió tal ilusión óptica del movimiento en 1912.

Como colofón, el aparato a dos manos de Moede se empleaba para investigar y evaluar la habilidad motora. Si bien el original se remonta a 1915, aquí se presenta una reproducción de 1956. El paciente o probando giraba a la vez ambas manivelas (una delante, otra a la derecha) a fin de recorrer con el lápiz el laberinto que aparecía dibujado en la placa superior.

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38 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013

Page 41: Revista mente y cerebro nro. 58

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Page 42: Revista mente y cerebro nro. 58

AVANCES

40 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013

Un peligro real o que vemos aproxi-

marse con certeza nos provoca

una respuesta de miedo. Estímu-

los menos explícitos y que implican incer-

tidumbre sobre la amenaza, nos producen,

en cambio, ansiedad. En ambos casos se

trata de respuestas adaptativas que ayu-

dan a los seres vivos a escapar airosos de si-

tuaciones peligrosas. Sin embargo, ciertas

patologías neuropsiquiátricas (el trastorno

de ansiedad generalizada, el de pánico o

las fobias, entre otras) cursan con miedo

o ansiedad exagerados frente a estímulos

inocuos.

Al parecer, ambas emociones depen-

den de circuitos neurales paralelos, par-

cialmente superpuestas en ciertas zonas,

que unen la amígdala, el hipocampo y la

corteza prefrontal. Investigaciones con

roedores han demostrado que la corteza

prefrontal resulta clave en la regulación

del miedo y la ansiedad. Asimismo, estu-

dios con pacientes que sufren patologías

neuropsiquiátricas relacionadas con la

ansiedad han revelado disfunciones en

dicha estructura cerebral. Con todo, la

comparación directa de los resultados de

los estudios básicos en roedores con los de

investigaciones llevadas a cabo en huma-

nos no supone tarea fácil, en gran parte,

por la enorme complejidad del lóbulo fron-

tal de estos últimos.

Tender un puente experimental

En el laboratorio de Angela C. Roberts, en

la Universidad de Cambridge, se utiliza un

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NEUROLOGÍA

El miedo en el cerebroDos regiones de la corteza prefrontal orquestan de manera conjunta, pero independiente,

el miedo y la ansiedad. El estudio con primates del Nuevo Mundo ayuda a comprender

este proceso cerebral en los humanos

C ARMEN AGUSTÍN PAVÓN

MODELOS PERFECTOS Los primates del Nuevo Mundo, como el tití (Callithrix jacchus) están ganando popularidad en

la investigación neurocientífica (en la imagen, en un momento de asueto). De pequeño tama-

ño, fácil manejo y cría en cautividad, presentan un cerebro de gran similitud al humano, en

especial en relación a la corteza prefrontal. Ello los convierte en modelos animales extraordi-

narios para los estudios neuropsicológicos.

Page 43: Revista mente y cerebro nro. 58

MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 41

pequeño primate del Nuevo Mundo, el títí,

como modelo experimental, con el objeti-

vo de solventar las distancias y tender un

puente entre la investigación en roedores

y en humanos. Para comprender en pro-

fundidad las respuestas emocionales de los

primates, se analiza su comportamiento y

sus reacciones autonómicas mediante un

sistema de telemetría. Esta herramienta

permite la monitorización del ritmo car-

díaco y la presión sanguínea en tiempo real

mientras los ejemplares de tití se enfren-

tan a diversos estímulos negativos que se

les presentan.

Control a dos bandas

Durante mi estancia en la Universidad de

Cambridge, la investigación en estos pri-

mates confirmó que una zona concreta del

lóbulo frontal, la corteza orbitofrontal, se

encarga de orquestar las respuestas emo-

cionales. En 2008, hallamos que los titíes

con una microlesión en dicha área cerebral

presentaban una descoordinación entre su

comportamiento y sus respuestas cardio-

vasculares, de la misma manera que suce-

de en algunos pacientes que sufren una

enfermedad neuropsiquiátrica. Por otro

lado, en un trabajo publicado en 2012 en

Biological Psychiatry, hemos observado

que lesiones tanto del área orbitofrontal

como de la corteza ventrolateral prefrontal

adyacente incrementaban el miedo de los

primates del Nuevo Mundo sometidos a

un paradigma de condicionamiento en el

que un sonido predecía la aparición de un

estímulo negativo. Además, el miedo que

mostraban estos animales resultaba más

difícil de extinguir.

A través del análisis de las reacciones de

los titíes frente a una persona desconocida

evaluamos su estado de ansiedad. Este se

incrementaba si el animal presentaba am-

bas lesiones cerebrales. Ahora bien, los titíes

con el área ventrolateral dañada parecían

más afectados, pues reaccionaban de forma

más amenazante frente a la persona intrusa

en comparación con los sujetos de control.

En resumen, dos subdivisiones de la cor-

teza prefrontal, la orbitofrontal y la ventro-

lateral, contribuyen de manera conjunta,

aunque independiente, al control de las

emociones negativas en los primates. El

hallazgo resulta esencial para el desarrollo

de nuevas terapias más efectivas y especí-

ficas dirigidas al tratamiento de trastornos

neuropsiquiátricos relacionados con la an-

siedad y el miedo.

Para saber más

Uncoupling of behavioral and autonomic responses after lesions of the primate orbito-frontal cortex.� Y. L. Reekie et al. en Proceedings of the Natural Academy of Sciences U.S.A., vol. 105, n.o 28, págs. 9787-9792, 2008.

Autonomic, behavioral, and neural analyses of mild conditioned negative affect in marmo-sets.� Y. Mikheenko, et al. en Behavioral Neuro-science, vol. 124, n.o 2, págs. 192-203, 2010.

Lesions of ventrolateral prefrontal or anterior orbitofrontal cortex in primates heighten negative emotion.� C. Agustín-Pavón et al. en Biological Psychiatry, vol. 72, n.o 4, págs. 266-272, 2012.

Carmen Agustín Pavón Centro de Regulación Genómica

Barcelona

La mayoría de los estudiosos sobre las

bases de la consciencia son «chovi-

nistas» corticales: se centran en los

dos hemisferios corticales que coronan el

cerebro. Ahí se asientan, supuestamente, la

percepción, la acción, la memoria, el pen-

samiento y la consciencia.

Nadie duda de que la enorme especi-

ficidad de cualquier experiencia de per-

cepción consciente (el dolor punzante en

el alvéolo dental después de extraer una

muela del juicio; la sensación de familia-

ridad del déjà vu; la experiencia de la com-

prensión repentina o «ajá»; el azul celeste

del paisaje contemplado desde una alta

montaña; la desesperación al leer acer-

ca de un nuevo ataque suicida, etcétera)

se encuentra mediada por coaliciones de

células nerviosas corticales sincronizadas

y sus dianas asociadas en los «satélites»

de la corteza: el tálamo, las amígdalas, el

claustro y los ganglios basales. Los grupos

de neuronas corticales son los elementos

que construyen el contenido de cada expe-

riencia concreta, rica y vívida. Sin embargo,

ese contenido solo puede aportarse si se

encuentra intacta la infraestructura básica

que lo representa y procesa. Aquí es donde

aparecen las regiones menos glamurosas

del cerebro, ocultas en las catacumbas.

Cuándo desaparece la consciencia

Según una observación genérica en neu-

rología, la lesión de grandes fragmentos

del tejido cortical, en particular de los

lóbulos frontales, puede llevar a una pér-

dida del contenido consciente específico,

aunque sin cambios trascendentales en el

comportamiento de la víctima. Es posible

que el enfermo no pueda ver los colores o

reconocer caras conocidas, pero sí afron-

tar sin problemas su vida cotidiana. Sin

TER APIA

Electrodos que despiertanLa estimulación directa del cerebro puede restablecer la consciencia de los pacientes

CHRISTOF KOCH

Page 44: Revista mente y cerebro nro. 58

AVANCES

42 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013

embargo, la destrucción de un tejido del

tamaño de un terrón de azúcar, situado en

el tronco encefálico y en partes del tálamo,

puede llevar al enfermo a un estado de

coma, estupor o incapacidad para la fun-

ción, sobre todo si la lesión se produce a

ambos lados del tejido. Los accidentes de

tráfico, la sobredosis de drogas o alcohol,

un disparo, un ahogamiento casi consu-

mado o un ictus son sucesos que pueden

ocasionar una pérdida permanente de la

consciencia.

Terri Schiavo es un ejemplo de ello.

Hasta que un tribunal autorizó su desco-

nexión de una máquina de alimentación

intravenosa, esta enferma se mantuvo du-

rante quince años, a merced de medidas

de soporte vital, en un estado vegetativo

permanente con un electroencefalograma

(EEG) plano, que denotaba la ausencia de

funcionamiento de su corteza cerebral.

Personas como ella no manifiestan ningu-

na respuesta conductual más allá de los

reflejos mediados por el tronco del encé-

falo. La emisión bilateral de señales, por

ejemplo, el asentimiento con la cabeza para

responder a la pregunta: «¿Te duele algo?»,

no les resulta factible. Cuando la lesión ce-

rebral es menos grave, se alcanza un estado

de mínima consciencia. Estos pacientes, a

pesar de mostrar discapacidad y confina-

miento a la cama y de alimentarse a través

de un tubo, pueden establecer cierto grado

de comunicación, por más que errática y, a

menudo, poco coherente. Algunos indivi-

duos gesticulan o son capaces de realizar

un seguimiento con los ojos. La consciencia

del estado propio y del entorno se distor-

siona y resulta intermitente.

Los estados vegetativo y de consciencia

mínima no son raros [véase «Una nueva era

en el diagnóstico del estado vegetativo», por

Davinia Fernández Espejo, en este mismo

número]. En Estados Unidos, miles de per-

sonas viven en esta especie de limbo, lo que

supone una enorme carga médica y emo-

cional para médicos y allegados. Este azote

es el resultado paradójico de los avances

técnicos en los cuidados intensivos: ventila-

ción mecánica, helicópteros medicalizados,

enfermeros y médicos de los servicios de

urgencia y mejores medicamentos. Con to-

dos estos medios puede rescatarse a las víc-

timas del abismo de la muerte. Este destino

resulta glorioso para muchos, pero también

maldito para algunos.

Ni en Estados Unidos ni en Europa existe

hoy por hoy una investigación coordinada

para desarrollar nuevos métodos con los que

devolver a la vida a estos pacientes. No obs-

tante, algunos científicos trabajan en ello.

Cómo estimular la recuperación

En la actualidad, unos cuantos pioneros

se hallan buscando vías innovadoras para

tratar tales casos. Su tecnología preferida

para ello es la estimulación cerebral pro-

funda (ECP). Dicho método se conoce sobre

todo porque permite una mejoría en los

síntomas de la enfermedad de Parkinson.

Se implantan al paciente electrodos en una

región situada inmediatamente por deba-

jo del tálamo, una estructura en forma de

huevo de codorniz en el centro del encéfa-

lo. Cuando se activa la corriente eléctrica, la

rigidez y los temblores del trastorno motor

desaparecen al instante.

El neurocirujano Takamitsu Yamamo-

to y sus colaboradores, de la facultad de

medicina de la Universidad de Nihon, han

estimulado durante los últimos 15 años

porciones de los núcleos intralaminares

del tálamo de pacientes en estado vegetati-

vo o de consciencia mínima. Seleccionaron

estas regiones porque, entre otras cosas,

se relacionan con el despertar y controlan

una amplia actividad de la corteza. De

hecho, de acuerdo con el neurocirujano

Joseph Bogen, de la Universidad del Sur

de California, los núcleos intralaminares

del tálamo constituyen la única estructu-

ra absolutamente imprescindible para la

consciencia.

Los pacientes reaccionan de inmediato

cuando se estimulan dichos núcleos: abren

los ojos, dilatan las pupilas, emiten sonidos

ininteligibles, su presión arterial aumenta y

se desincroniza la actividad EEG. Esta reac-

ción del despertar no resulta por sí misma

terapéutica ni predice la recuperación. Sin

embargo, el efecto de la estimulación resul-

ta prometedor a largo plazo: 8 de 21 pacien-

CASO POLÉMICO Terri Schiavo permaneció quince años en coma,

al parecer sin consciencia alguna (los médicos

estimaban algunas de sus reacciones como

reflejos: por ejemplo, esta sonrisa). El caso

adquirió popularidad cuando su marido decidió

retirarle la alimentación asistida en contra

de la voluntad de los padres de la enferma.

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RBIS

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ILIA

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HIA

VO

Hoy puede rescatarse a los pacientes del abismo

de la muerte

Page 45: Revista mente y cerebro nro. 58

MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 43

tes en estado vegetativo sin respuesta pasa-

ron a una situación más comunicativa de

consciencia mínima; y los cinco pacientes

con un estado de consciencia mínima que

recibieron la estimulación se libraron del

confinamiento a la cama. De hecho, cuatro

de ellos disfrutaron de nuevo de la vida en

su domicilio. Ahora bien, como Yamamo-

to decidió aplicar el tratamiento exclusi-

vamente entre tres y seis meses después

de la lesión de los pacientes, es probable

que al menos algunos de ellos se hubieran

recuperado de manera espontánea, incluso

sin esta intervención.

Por otra parte, no resulta creíble que

cualquier tipo de estimulación cerebral

profunda surta efecto para los pacientes

con una afectación más grave, como en el

caso de aquellos que viven en un estado

vegetativo permanente. También Schiavo

fue reclutada para uno de estos primeros

ensayos de estimulación cerebral, mas sin

obtenerse ningún fruto.

No obstante, una investigación reciente

basada en un único sujeto en estado de mí-

nima consciencia reveló la utilidad directa

de la estimulación cerebral profunda. Los

responsables de la investigación fueron

un grupo de neurólogos, neurocirujanos,

neuroinvestigadores y un especialista en

ética de diferentes instituciones agrupados

en torno a Nicholas D. Schiff, del Colegio

Médico Weill Cornell de Nueva York, Joseph

T. Giacino, del Instituto de Rehabilitación de

JFK Johnson en Edison, y Kathleen Kalmar,

de la Clínica Cleveland de Ohio. El paciente,

de 38 años, había sufrido un traumatismo

cerebral grave a consecuencia de una agre-

sión. Tras una mejoría inicial, su estado se

estabilizó. Durante los seis años siguientes

no experimentó cambios sustanciales. El

sujeto mostraba el patrón característico del

estado de mínima consciencia: control mo-

tor mínimo (principalmente, movimientos

oculares voluntarios) y emisión infrecuente

de palabras aisladas u otros sonidos; ni si-

quiera podía alimentarse por la boca.

Después de implantar dos electrodos

en las porciones anteriores de los núcleos

intralaminares izquierdo y derecho de los

tálamos y tras un período postoperatorio de

recuperación de dos meses, se le aplicó un

tratamiento intermitente de estimulación

cerebral profunda durante once meses. El

resultado fue una mejora de la consciencia

y del control motor. Cuando se aplicaba la

estimulación cerebral profunda, el paciente

podía mover la mano y el brazo, así como

masticar y deglutir la comida, un avance

fundamental para la mejora de su calidad

de vida. Incluso logró comunicarse a través

de gestos, palabras y, en ocasiones, frases

cortas. Parte de estas actividades dependían

de la estimulación eléctrica continuada, lo

que certifica el efecto causal directo de la

estimulación cerebral profunda sobre las

tareas cognitivas y motoras. Además, la apli-

cación de este tratamiento durante cerca de

un año mejoró la función global del cerebro

del sujeto, pues algunos de sus efectos bene-

ficiosos persistieron incluso después de des-

conectar la estimulación. En otras palabras,

el tratamiento desplegó efectos beneficiosos

sostenidos a corto plazo, así como efectos

de arrastre que se acumularon, de forma

paulatina, en un plazo más largo.

Ahora bien, el éxito en un único caso

no significa que se trate de una modalidad

terapéutica probada ni curativa del estado

de mínima consciencia, como advierten

Schiff y sus colaboradores. Dicho estado

constituye un síndrome muy diverso; la

mejoría, así como la cronología evoluti-

va dependen de un conjunto de factores,

tales como la gravedad y distribución de

la lesión y el estado general del pacien-

te, entre otros. No obstante, si se lograra

reproducir esta mejora en otros casos, se

demostraría que los avances en las neu-

rociencias básicas, combinados con una

tecnología protésica adecuada, permiten

restablecer las funciones motoras y los

mecanismos que soportan una conscien-

cia en el cerebro.

EN LAS CATACUMBAS Imagen de resonancia magnética de los dos

electrodos colocados en el tálamo de un

sujeto para aplicar la estimulación cerebral

directa. Esta técnica permitió que un pa-

ciente con un traumatismo craneoencefálico

grave y un estado de mínima consciencia

pudiera comer e incluso conversar.

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Para saber más

Deep brain stimulation therapy for the vegeta-tive state.� Takamitsu Yamamoto y Yoichi Kata-yama en Neuropsychological Rehabilitation, vol. 15, n.os 3-4, págs. 406-413; 2005.

Behavioural improvements with thalamic stimulation after severe traumatic brain injury.� Nicholas D. Schiff et al. en Nature, vol. 448, págs. 600-604; 2 de agosto, 2007.

Deep brain stimulation, neuroethics, and the minimally conscious state.� Nicholas D. Schiff, Joseph T. Giacino y Joseph J. Fins en Archives of Neurology, vol. 66, págs. 697-702: junio 2009.

Christof Koch es profesor de biología cognitiva y conductual en el Instituto de Tecnología de Cali-

fornia en Pasadena.

Page 46: Revista mente y cerebro nro. 58

SINOPSIS

44 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013

Cómo se obtiene una neuroimagenEsta nueva sección nace con la finalidad de ofrecer una explicación gráfica de conceptos fundamenta-les en neurociencia y psicología. Para empezar, una pregunta que quizá se haya planteado más de un lector: ¿cómo se obtienen las imágenes cerebrales?

1 Un equipo de investigadores quiere saber si existen diferencias en la actividad cerebral de hombres y

mujeres a la hora de realizar cálculos mentales. Para ello se valen de un escáner de imágenes por resonancia mag-nética y de un grupo de probandos. Los participantes tan solo se diferencian entre sí por el sexo: edad, cociente de inteligencia y estatus social deben ser semejantes.

5 El tomógrafo escanea el cerebro en capas y lo divide en pequeños

cubos (vóxeles). Complejos algoritmos determinan para cada uno de ellos si la ac-tividad cerebral que manifiestan los partici-pantes durante el cálculo mental difiere de la que presentan cuando están en reposo. En caso de que así sea, se colorea el punto. De esta manera se crea una reconstrucción tridimensional de la actividad del cerebro, la cual permite averiguar las posibles diferencias o similitudes entre hombres y mujeres al calcular mentalmente.

20-23

+16+37

Tiem

po

Page 47: Revista mente y cerebro nro. 58

MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 45

2 Cada voluntario observa, tumbado en el tomógrafo, una panta-lla en la que aparecen ejercicios matemáticos. Mientras tanto,

el escáner genera un campo magnético de gran intensidad, razón por la que, antes de entrar en la sala, las personas deben desprenderse de llaves y cualquier otro objeto metálico o magnético (monedas, reloj, pulseras, cadenas, teléfono móvil, etcétera).

3 Se solicita a los probandos que se concentren en el cálculo y pro-

curen no apartar la mirada. Tras cada ejercicio matemático se intercala un punto de fijación (una cruz) para facili-tar la concentración al sujeto. Las prue-bas deben repetirse diversas veces con el fin de determinar las áreas cerebrales involucradas en la tarea de calcular. Asimismo, deben compararse los resul-tados obtenidos en las tomografías con la actividad neuronal que los sujetos muestran en otro tipo de condiciones (por ejemplo, mientras descansan).

4 La actividad de las células nerviosas provoca un aumento de la circulación

sanguínea en áreas cerebrales concretas. Ya que las neuronas estimuladas consumen más oxígeno, aumenta (con algunos segundos de de-mora) la concentración de hemoglobina cargada de oxígeno en la sangre. Ello transforma las características magnéticas de la sangre e incrementa la señal BOLD (de blood oxygen level dependent; sirve como medida individual para la actividad cerebral). Cuanto más intenso es el campo magnético del escáner, mejor resulta la calidad de la señal.

20-23

+16+37

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Page 48: Revista mente y cerebro nro. 58

46 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013

NEUROLOGÍA

Hasta no hace mucho tiempo, acci­

dentes de tráfico graves o paradas

cardiorrespiratorias conducían,

la mayoría de las veces, al falle­

cimiento del afectado. Gracias a

los avances en la atención médica de urgencia y

la universalización del uso de la ventilación asisti­

da desde los años cincuenta del pasado siglo, en la

actualidad numerosos pacientes sobreviven a estos

percances. No obstante, a menudo con importantes

secuelas, entre ellas, la lesión cerebral.

Aunque los mecanismos implicados en una

lesión cerebral traumática (como la que puede

acontecer en un accidente de tráfico) o hipóxico­

isquémica (por períodos prolongados de anoxia

tras paradas cardiorrespiratorias o semiahoga­

mientos) son muy distintos, la progresión que

presenta el paciente en la fase aguda es similar.

Durante las primeras horas tras el accidente, el

paciente entra en una fase de coma, que no suele

durar más de unos días o semanas. Una vez su­

perada esta fase, gran parte de ellos recuperan la

consciencia y progresan de forma favorable. Sin

embargo, un porcentaje relevante de afectados

abren los ojos y comienzan a realizar movimien­

tos espontáneos, aunque no muestran signos de

consciencia. Entran en lo que se conoce como es-

tado vegetativo.

El término estado vegetativo es reciente. No

fue acuñado hasta 1972, cuando Bryan Jennett,

neurocirujano del Hospital General de Glasgow,

y Fred Plum, neurólogo del Hospital Presbiteriano

de Nueva York, lo utilizaron para describir un cre­

ciente grupo de pacientes que, tras sufrir un daño

cerebral grave, manifestaban ciclos de sueño y vi­

gilia junto con un mantenimiento autónomo de

las funciones respiratoria y cardiaca (principales

diferencias respecto a los pacientes en coma), pero

no presentaban comportamientos que demostra­

sen consciencia de sí mismos o de su entorno. En

la actualidad, existe consenso sobre las pautas

diagnósticas y de manejo que deben seguirse en

estos casos: las recomendadas por el Real Colegio

de Médicos de Londres y el estadounidense Grupo

de trabajo multidisciplinar sobre estado vegetativo

persistente (Multi­Society Task Force on Persistent

Vegetative State) que incluye, entre otras, la Aca­

demia Americana de Neurología y de la Sociedad

de Neurología Infantil. Ambos grupos recogen la

definición inicial de Jennett y Plum y destacan

que estos pacientes son incapaces de reaccionar

de modo intencional a la estimulación; tampoco

manifiestan ninguna capacidad comunicativa.

En los casos en los que no existe una patolo­

gía concomitante con la lesión cerebral que re­

duzca la esperanza de vida, la persona en estado

vegetativo puede sobrevivir décadas en dicho

estado o comenzar a mostrar signos fluctuantes

de consciencia de sí misma o del medio. Es decir,

presenta un estado de mínima consciencia. Esta

categoría diagnóstica fue propuesta en 2002 por

Joe Giacino, director de la unidad de Rehabilita­

ción Neuropsicológica en el Hospital General de

Massachusetts, e incluye un conjunto más hete­

EN SÍNTESIS

Dictamen difícil

1En los últimos años,

se han puesto de ma-

nifiesto las dificultades en

el diagnóstico del estado

vegetativo. Se estima que el

cuarenta por ciento de los

pacientes reciben un diag-

nóstico incorrecto.

2Los avances realizados

en neuroimagen funcio-

nal han permitido abordar

este problema desde nuevas

perspectivas.

3Las nuevas técnicas han

facilitado la identifi-

cación de un nuevo grupo

de pacientes que retienen

capacidades cognitivas muy

superiores a las que son ca-

paces de mostrar de manera

externa.

Una nueva era en el diagnóstico del estado vegetativo Los avances en el campo de la neuroimagen ofrecen alternativas novedosas

para mejorar el diagnóstico de pacientes en estados de consciencia alterada

tras una lesión cerebral

DAVINIA FERNÁNDEZ ESPEJO

Page 49: Revista mente y cerebro nro. 58

MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 47

rogéneo de pacientes: desde los que muestran

comportamientos como el seguimiento visual de

objetos en movimiento, hasta los que se muestran

capaces de seguir órdenes sencillas, mas carecen

de capacidad comunicativa.

El problema diagnóstico

Diferenciar a los pacientes en estado de mínima

consciencia de aquellos en estado vegetativo no es

tarea fácil. Al contrario de lo que ocurre en otras

patologías neurológicas en las que el diagnóstico

definitivo se alcanza cuando se confirman de­

terminadas anormalidades en el tejido cerebral

(por ejemplo, depósitos de beta­amiloide u ovillos

neurofibrilares en la enfermedad de Alzheimer), el

dictamen médico en las alteraciones de conscien­

cia es siempre sintomatológico. El proceso diag­

nóstico se basa en la evaluación clínica exhausti­

va y repetida del repertorio de comportamientos

tanto espontáneos como los que se provocan al

sujeto con el objetivo de determinar si es capaz de

interactuar con su entorno de manera intencio­

nal. En numerosos casos, resulta extremadamente

complejo determinar si un comportamiento es

reflejo o está mediado de forma cognitiva. (Es sa­

bido que algunas personas en estado vegetativo

presentan respuestas reflejas de llanto. Sin em­

bargo, podría ocurrir que, para alguna de ellas,

esta fuera su única forma de comunicar sensación

de malestar, dolor, etcétera. La diferencia entre el

llanto reflejo y el voluntario es sutil y subjetiva;

ello hace el diagnóstico diferencial tremendamen­

te problemático.)

En numerosos casos, además, el déficit de cons­

ciencia coexiste con carencias motoras graves que

impiden al afectado responder de forma normal,

lo cual complica todavía más el proceso diagnós­

tico. Problemas como estos fueron abordados por

Keith Andrews, del Real Hospital de Neurodisca­

pacidad de Londres, y Nancy Childs, del Centro

de Rehabilitación de Austin, en sendos estudios

publicados a mediados de los años noventa, en

ISTO

CK

PHO

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PET

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WEL

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¿FALTA COMPLETADE CONSCIENCIA?

No pueden hablar y no

parecen reaccionar a los

estímulos, pero ¿carecen

realmente de consciencia

los pacientes en estado

vegetativo?

Page 50: Revista mente y cerebro nro. 58

48 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013

NEUROLOGÍA

los que se vio que más del 40 por ciento de los pa­

cientes en estado vegetativo habían sido diagnos­

ticados de manera incorrecta. Los autores compro­

baron que, cuando estos sujetos eran evaluados

por equipos de expertos, manifestaban signos de

consciencia, parcial o total. Algunos de ellos se

encontrarían en un estado de mínima conscien­

cia, pero otros serían plenamente conscientes, por

lo que pertenecerían al cuadro clínico conocido

como síndrome de enclaustramiento.

Tras esos hallazgos se desarrollaron herramien­

tas específicas para la evaluación diagnóstica de

pacientes con alteraciones de consciencia. Se in­

sistió en la necesidad de que pasaran a sustituir

las evaluaciones clínicas no estructuradas o la

utilización de otras escalas de uso extendido en

la clínica neurológica, pero no adecuadas para

este propósito (entre ellas, la Escala de Coma de

Glasgow). En la actualidad se recomienda el uso

de la Escala de Recuperación del Coma Revisada,

creada por Joe Giacino y de reciente adaptación al

castellano por el equipo del Servicio de Neurorre­

habilitación y Daño Cerebral del Hospital NISA Va­

lencia. No obstante, en un estudio publicado en

fecha reciente por investigadores de la Universidad

de Lieja se demostró que, a pesar del desarrollo de

estas escalas y la publicación de las nuevas pautas,

el porcentaje de diagnósticos incorrectos no ha

variado de forma destacable en los últimos años:

sigue situándose por encima del 40 por ciento.

No cabe duda de que un diagnóstico correcto

es esencial para un buen abordaje terapéutico. En

estos pacientes, las implicaciones de uno erróneo

van mucho más allá. Por un lado, el diagnóstico

de estado vegetativo conlleva la asunción de una

falta completa de consciencia y de comprensión

del lenguaje, lo cual ejerce un profundo impacto

en las actitudes, el comportamiento y la motiva­

ción de la familia, los cuidadores, el personal de

enfermería, etcétera. En los casos más desfavora­

bles, el paciente puede verse totalmente privado

de estimulación. Pero además, el diagnóstico tiene

profundas implicaciones legales: hasta el momen­

to no se ha autorizado la retirada de nutrición e

hidratación a ningún paciente en estado de mí­

nima consciencia.

¿Neuroimagen como solución?

En los últimos años, se ha experimentado un

interés creciente por el estudio de pacientes en

estados alterados de consciencia desde el campo

de la neuroimagen. En una colaboración llevada

a cabo con uno de los pioneros en este campo,

Adrian Owen, en la actualidad en la Universidad

de Ontario Occidental, nos planteamos desarrollar

un método sencillo que permitiera diagnosticar

a los pacientes de forma adecuada. Para ello, nos

basamos en estudios post mórtem clásicos que

describían diferencias en la gravedad de las lesio­

nes en la sustancia blanca cerebral y el tálamo de

individuos que habían fallecido en estado vege­

tativo y aquellos que se encontraban en estado

de mínima consciencia cuando murieron. Hasta

ese momento, estos cambios solo habían sido visi­

bles en estudios post mórtem, dado que permiten

analizar el tejido cerebral con mayor detalle que

las técnicas de neuroimagen estándar. Nuestro

interés, sin embargo, radicaba en la posibilidad

GLOSARIO

Coma: Estado agudo grave de pérdida total de alerta y consciencia.

Estado de mínima consciencia: Condición clínica en la que el pa-ciente muestra períodos prolongados de alerta (ojos abiertos) así como signos fluctuantes de consciencia de sí mismo o del entorno.

Estado vegetativo: Con-dición clínica en la que el paciente muestra períodos prolongados de alerta (ojos abiertos) pero no respues-tas voluntarias o dirigidas ante la estimulación externa ni otros signos de consciencia de sí mismo o del entorno.

Síndrome de enclaus­tramiento: Condición clíni-ca en la que el paciente es plenamente consciente y mantiene sus capacidades mentales, pero sufre una parálisis completa de casi todos los músculos del cuerpo, la cual le impide moverse o comunicarse.

CUMPLIR ÓRDENES MEDIANTE LA IMAGINACIÓN Cuando un voluntario sano se imagina jugando al

tenis (o moviendo vigorosamente la mano) se activa

el área motora suplementaria del cerebro (abajo). En

la parte superior de la figura se observa el aumento

de la actividad en esta región cerebral cada vez que

se solicita al participante que se imagine la acción;

en cambio, disminuye cuando se le pide que se rela-

je. Ello demuestra que el sujeto sigue las órdenes de

forma adecuada. En torno al 20 por ciento de los

pacientes en estado vegetativo son capaces de

realizar esta tarea y mostrar patrones de activación

equiparables a los de individuos sanos.

Tiempo

Los voluntarios imaginan que juegan a tenis Los voluntarios se relajan

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Page 51: Revista mente y cerebro nro. 58

MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 49

de identificar esas diferencias en vida, cuando el

diagnóstico tiene impacto en el cuidado del pa­

ciente. Para ello utilizamos la técnica de imagen

por tensor de difusión, la cual permite caracteri­

zar la microestructura del tejido cerebral median­

te el estudio del movimiento de las moléculas de

agua. Dicha técnica resulta especialmente sensible

a los cambios en la materia blanca y las estructu­

ras de sustancia gris profundas (el tálamo, entre

otras); además, facilita la detección de diferencias

sutiles que, en las secuencias de resonancia mag­

nética, pasan desapercibidas.

Estudiamos a un grupo amplio de pacientes

evaluados de forma exhaustiva durante varios

días por un equipo de expertos para garantizar

un diagnostico correcto. También se les practi­

caron pruebas de resonancia magnética. Con las

imágenes por tensor de difusión confirmamos los

hallazgos neuropatológicos que se habían descrito

en estudios post mórtem anteriores: en concreto,

un mayor daño en la sustancia blanca y el tálamo

en los pacientes en estado vegetativo respecto a

aquellos en estado de mínima consciencia. El des­

cubrimiento más importante de este estudio con­

sistió, no obstante, en que a través de los índices

de gravedad del daño, que establecimos mediante

las imágenes por tensor de difusión, conseguimos

clasificar correctamente al 95 por ciento de los

sujetos. Es decir, el diagnóstico desarrollado solo

a partir de las imágenes cerebrales coincidió con

el realizado por el equipo de expertos, a excepción

de dos casos.

Aunque prometedor, ese trabajo no debe inter­

pretarse como prueba de la idoneidad de sustituir

la evaluación clínica por la de neuroimagen. En

primer lugar, nuestro hallazgo debe ser confir­

mado en muestras más amplias antes de poder

aplicarse a la población general. Pero, aún más

importante, el diagnóstico definitivo de estos pa­

cientes ha de ser siempre clínico. Las imágenes

por tensor de difusión se adquieren muchas veces

de manera rutinaria en los protocolos de resonan­

cia aplicados a personas con daño cerebral grave

durante su hospitalización.

Más allá del comportamiento externo

Técnicas de neuroimagen estructurales, como

la anterior, pueden ayudarnos a identificar más

fácilmente a aquellos pacientes que, aun habien­

do recibido un diagnóstico de estado vegetativo,

se encuentran en realidad en estado de mínima

consciencia (manifiestan comportamientos acor­

des con dicho diagnóstico cuando son evaluados

por equipos expertos con las escalas diagnósticas

adecuadas). Gracias a técnicas funcionales que

permiten obtener información acerca de la ac­

tividad cerebral en respuesta a una determinada

tarea cognitiva, de forma independiente de la ca­

pacidad de respuesta externa o comportamental

del paciente, sabemos que el problema diagnós­

tico en estos pacientes no acaba aquí.

Desde los años noventa hemos acumulado da­

tos de estudios relacionados con la resonancia

Del síndrome apálico al estado de vigilia sin respuesta

Antes de 1972, no existía una terminología clara para referirse a los pacientes

en estados de consciencia alterada tras sufrir daño cerebral. Hasta entonces,

solo existían en la bibliografía informes aislados de casos únicos en los que

se barajaban nombres muy diversos como «síndrome apálico», «mutismo aci-

nético», «demencia postraumática» o, el aún de uso extendido, «coma vigil».

Ante este escenario de confusión terminológica, Bryan Jennett, del Hospital

General de Glasgow, y Fred Plum, del Hospital Presbiteriano de Nueva York,

publicaron en 1972, en la revista The Lancet, el artículo «Persistent vegetative

state after brain damage. A syndrome in search of a name», en el que utilizaron

por primera vez el término «vegetativo». Los autores eligieron este término para

destacar la preservación del funcionamiento del sistema nervioso vegetativo

(sistema nervioso autónomo), reflejada por la presencia de ciclos de sueño y

vigilia, respiración autónoma (sin necesidad de ventilación asistida), digestión

o termorregulación.

El término fue rápidamente aceptado por la comunidad médica: en los años

noventa es recogido como la única alternativa válida por el Real Colegio de Mé-

dicos de Londres y el Grupo de trabajo multidisciplinar sobre estado vegetativo

persistente (Multi-Society Task Force on Persistent Vegetative State), creado-

res de las guías de manejo y atención terapéutica en estados de alteración de

consciencia.

El término estado vegetativo se mantiene en la actualidad. Sin embargo, en los

últimos años, varios autores han criticado su uso por las connotaciones nega-

tivas que ha acumulado en sus más de treinta años de uso. A pesar de hallarse

lejos de la intención de sus impulsores, se ha asociado con «vegetar» o vivir una

«vida vegetal», es decir, funcionar como una entidad orgánica desprovista de

sensaciones, pensamientos, etcétera. Es común encontrarse con la utilización

del término peyorativo «vegetal» en medios de comunicación, Internet o conver-

saciones cotidianas a nivel coloquial. Ante este panorama y con el fin de evitar

este uso, en 2010 el Grupo de trabajo europeo sobre trastornos de consciencia

(European Task Force on Disorders of Consciousness) propuso emplear «síndrome

de vigilia sin respuesta» en su lugar, término neutro y descriptivo de los criterios

diagnósticos: períodos prolongados de vigilia con ausencia de respuesta ante

una orden. La nueva propuesta no está exenta de detractores. Solo el tiempo

dirá si es aceptada o no por la comunidad médica global.

Page 52: Revista mente y cerebro nro. 58

50 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013

NEUROLOGÍA

magnética funcional que confirman que algunas

personas en estado vegetativo retienen habili­

dades cognitivas que son incapaces de mostrar

externamente; entre ellas, la capacidad de reac­

cionar, a nivel cerebral, ante estimulación visual,

táctil o incluso oral (algunos pacientes pueden

manifestar respuestas cerebrales que indican

que conservan, al menos en parte, la facultad de

comprensión del lenguaje). No debemos olvidar

que la ausencia total de comprensión o expre­

sión lingüística constituye uno de los criterios

diagnósticos del estado vegetativo, con lo cual

este hallazgo comienza a poner en duda dicho

diagnóstico en aquellos individuos que retienen

tal capacidad.

Con todo, la verdadera revolución en este cam­

po llegó en 2006, cuando Owen redefinió el modo

en el que podemos evaluar el seguimiento de ór­

denes. Describió el caso de una paciente que, a

pesar de cumplir todos los criterios del estado ve­

getativo a nivel externo, se encontraba consciente,

estado que solo era capaz de demostrar mediante

la modulación voluntaria de su actividad cere­

bral. El seguimiento de órdenes sencillas (pedir

al sujeto que levante una mano o mire hacia el

techo) se acepta entre la comunidad médica como

una tarea apropiada para determinar el estado de

consciencia. De hecho, se utiliza comúnmente en

el servicio de urgencias como cribado en personas

que han sufrido un accidente cerebral; también se

incluye en las escalas de evaluación diagnóstica

de pacientes en estado vegetativo y de mínima

consciencia.

Cuando ejecutamos una acción (mover la

mano), se produce un patrón específico de ac­

tivación cerebral, el cual podemos detectar con

resonancia magnética funcional. Sin embargo,

sabemos que no es necesario ejecutar físicamen­

te dicha acción para obtener el patrón: basta con

imaginarla para que se activen las mismas áreas

cerebrales. Por definición, los pacientes en estado

vegetativo no son capaces de seguir órdenes de

manera externa (si lo fueran, su diagnóstico no

sería este). Por ello, se pidió a una paciente que se

imaginara jugando al tenis (equivalente a pedirle

que pensara que movía vigorosamente el brazo) y

recorriendo las habitaciones de su casa (tarea que

evoca otro patrón de activación cerebral específi­

co). La mujer fue capaz de seguir ambas tareas, así

como de detenerse y relajarse cuando se le pedía.

Según observamos, los patrones cerebrales que

activaba coincidían con los registrados en volun­

tarios sanos.

Un grupo multidisciplinar de expertos eva­

luaron de forma exhaustiva y continuada el

comportamiento externo de la misma paciente.

Confirmaron el diagnóstico de estado vegetativo.

En este sentido, no se encontraría dentro de aquel

40 por ciento de los pacientes con diagnóstico in­

correcto. Gracias a la resonancia magnética fun­

cional pudo demostrarse que era capaz de seguir

órdenes, aunque no lo pudiera manifestar externa

o físicamente; por tanto, era consciente.

Podríamos pensar que se trata de un caso muy

excepcional. Pero un trabajo posterior realizado

en el mismo grupo de investigación pareció indi­

car lo contrario. La aplicación de esa técnica a un

grupo amplio permitió observar que aproxima­

damente el 20 por ciento de los individuos con

diagnóstico confirmado de estado vegetativo eran

DETECCIÓN MEDIANTE ELECTROENCEFALOGRAFÍA A través de la electroencefalografía se detecta la

actividad eléctrica cuando se le pide al participante

que se imagine que cierra la mano en un puño o que

mueve los dedos de los pies. Alrededor del 20 por

ciento de los pacientes en estado vegetativo son

capaces de seguir órdenes modulando su actividad

cerebral en esta tarea.

Ser consciente contra estar conscientePara entender el diagnóstico diferencial entre el estado vegetativo y otros síndromes relacionados (el coma o el estado de mínima cons- ciencia) debe manejarse la definición de consciencia propuesta por Fred Plum y Jerome B. Posner en 1966. Dichos autores definieron la consciencia como un sistema complejo con dos compo-nentes principales: el nivel de alerta (arousal o wakefulness), que correspondería con «estar consciente», y el contenido de la consciencia (awareness), que podríamos llamar «ser cons-ciente». El primero se refiere a un estado en el que los ojos están abiertos y existe cierto grado de alerta; el segundo corresponde a la capacidad de tener experiencias subjetivas. En este sentido, los pacientes en estado vegetativo estarían conscientes pero no serían conscientes.

Voluntario sano Paciente en estado vegetativo

Page 53: Revista mente y cerebro nro. 58

MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 51

capaces de llevar a cabo esa tarea, es decir, eran

conscientes a pesar de no poder responder de

forma externa. Más aún, uno de estos pacientes

consiguió utilizar su activación cerebral con una

finalidad comunicativa: empleó una de las dos

tareas (tenis o recorrer su casa) para producir la

respuesta correcta (sí o no) a una serie de pregun­

tas simples.

Acercar la evaluación al paciente

Los estudios anteriores pusieron de manifiesto la

necesidad de manejar técnicas de neuroimagen

para revelar las capacidades cognitivas reales que

mantienen los pacientes en estado vegetativo o

de mínima consciencia más allá de aquello que

su capacidad física les permite mostrar. Sin em­

bargo, la imagen por resonancia magnética no

se halla exenta de restricciones que limitan su

accesibilidad. Por un lado, se trata de una técnica

costosa y no siempre disponible en los hospitales

(incluso en los centros hospitalarios que cuentan

con ella, su uso frecuente para el diagnóstico de

muy diversas patologías hace que las listas de es­

pera sean largas). Además, el escáner genera un

intenso campo magnético, con lo que la presencia

de ciertos implantes metálicos puede impedir su

utilización. Pero, incluso en el caso ideal (e irreal)

de que el escáner de resonancia magnética estu­

viera disponible en todo momento, se requiere

el traslado del paciente al hospital o centro, con el

consiguiente estrés físico asociado. Si pensamos en

la posibilidad de utilizar esta técnica como herra­

mienta de comunicación cotidiana en aquellos

sujetos que demuestren tal capacidad, conclui­

remos rápidamente que no se trata de la opción

más adecuada.

¿Cuáles son las causas?

Tanto el estado vegetativo como el esta-

do de mínima consciencia se caracterizan

por la preservación de la vigilia o alerta

junto con una ausencia, total o parcial, de

consciencia de sí o del entorno. El nivel de

alerta es una función del sistema nervioso

autónomo mediada por el tronco encefáli-

co, hipotálamo y determinados núcleos ta-

lámicos, como parte del sistema activador

reticular ascendente. En estos pacientes,

dichas estructuras se encontrarían intactas

o al menos conservadas de manera sufi-

ciente para garantizar su funcionamiento.

Cuando existe daño en este sistema, el su-

jeto entraría en una fase de coma.

Las bases cerebrales del contenido de la

consciencia, sin embargo, son menos co-

nocidas. Una de las teorías más aceptadas

en la actualidad es que esta depende de

complejas redes corticales y sus conexio-

nes recíprocas con el tálamo. A pesar de su

tamaño relativamente pequeño, el tálamo

es una estructura compleja, compuesta

por varios núcleos especializados anató-

mica y funcionalmente, y situada en una

localización privilegiada que le permite ser

estación de paso de toda la información

sensorial (exceptuando la olfativa) y moto-

ra, así como mantener extensas conexio-

nes con la corteza cerebral y estructuras

subcorticales. Se le atribuye una función

esencial en la modulación de redes cere-

brales a gran escala asociadas con la cons-

ciencia. Una de ellas es la red neuronal por

defecto, un conjunto de regiones cerebra-

les asociativas (corteza frontal medial, ló-

bulos parietales inferiores, corteza cingu-

lada posterior y precuneo) que funcionan

de manera conjunta cuando estamos en

reposo y dejamos vagar el pensamiento o

soñamos despiertos. En definitiva, cuando

nos implicamos en tareas mentales cen-

tradas en nosotros mismos. Esta función

la ha convertido en una de las candidatas

para explicar la falta de consciencia en

estos pacientes.

Nuestro grupo ha demostrado en fecha

reciente que esa red se encuentra física-

mente desconectada en sujetos en estado

vegetativo. Es decir, las fibras de sustancia

blanca que conectan esas áreas entre sí

(verde) y aquellas que las conectan con el

tálamo (rojo) se encuentran gravemente

dañadas, lo que sugiere que se encuentran

involucradas en el estado vegetativo. Aun-

que el daño también aparecía en los pa-

cientes en estado de mínima consciencia,

este era mucho menor.

Corteza frontal medial

Tálamos

Tálamo izquierdo

Corteza frontal medial

Lóbulo parietal inferior izquierdo

Lóbulo parietal inferior derecho

Corteza cingulada posterior

y precuneo

Page 54: Revista mente y cerebro nro. 58

52 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013

NEUROLOGÍA

La exploración neurofisiológica y mediante neuroimágenes

Para desarrollar nuestro programa de investigación, se ingresa al paciente en la planta de cuidados

continuados del hospital durante una semana. En ese tiempo, un equipo multidisciplinar realiza ex-

ploraciones exhaustivas y repetidas mediante escalas clínicas diseñadas para el diagnóstico diferencial

(escala de recuperación del coma revisada). Tras este proceso, se determina su diagnóstico clínico.

Asimismo, el paciente recibe varias sesiones de resonancia magnética y electroencefalografía,

durante las cuales se adquieren diversas imágenes anatómicas, así como datos sobre la activación

cerebral mostrada en un conjunto amplio de tareas y paradigmas que evalúan, entre otras, la capa-

cidad de seguimiento de órdenes.

En la prueba de resonancia magnética, el sujeto se tumba en la camilla que se deslizará dentro

del tubo, donde permanece hasta el final de la prueba. Entre otras tareas, se le pide que se imagine

jugando al tenis o recorriendo las habitaciones de su casa. Se le transmiten las instrucciones a través

de auriculares. Mientras ejecuta las órdenes cognitivas que se le han encomendado, una pantalla

proyecta las imágenes de su cerebro. La resonancia magnética funcional se basa en la respuesta

BOLD (de blood oxygen-level dependent) para estudiar la función cerebral. A grandes rasgos, cuando

una región cerebral incrementa su funcionamiento (al participar en una tarea) también aumenta su

metabolismo, con lo que recibe mayor aporte sanguíneo (respuesta hemodinámica) para suplir las

necesidades energéticas. Esto deriva en un desequilibrio en el ratio local de hemoglobina oxigenada

y hemoglobina desoxigenada, la cual puede detectarse a través de las secuencias específicas que

proporciona la resonancia magnética funcional. De ese modo, podemos identificar las regiones ce-

rebrales implicadas en la tarea.

Para las pruebas de electroencefalografía no se requiere

desplazar al paciente: el investigador puede llevarlas a cabo

en la propia habitación del afectado. Se coloca un sistema de

electrodos sobre el cuero cabelludo del sujeto; se registra la

actividad eléctrica de su cerebro mientras desarrolla distintas

tareas cognitivas (se imagina que mueve la mano o los dedos

de los pies). Se estima que existen unos 85 billones de neuro-

nas en el cerebro, cada una de las cuales se halla conectada

con otras 100.000, con las que se comunica mediante impul-

sos eléctricos. Cuando una región cerebral participa en una

tarea cognitiva, las neuronas que la componen comienzan a

generar impulsos eléctricos más intensos de manera conjunta.

Ello produce una señal eléctrica que podemos detectar con

los electrodos colocados en el cuero cabelludo del paciente.

Estado vegetativo en cifrasSe estima que el 40 por ciento de los pacientes en estado vegetativo han recibido un diagnóstico incorrecto: en realidad, se encuentran en un estado de mínima consciencia o superior. En alrededor de un 20 por ciento del 60 por ciento restante que han recibido un diagnóstico correcto se detectan signos de consciencia mediante avanzadas técnicas de neuroimagen, como la resonancia magnética funcional o la electroence-falografía.

En estado vegetativo

Diagnóstico

inco

rrecto

Diagnóstico

corre

cto

Consciente

Page 55: Revista mente y cerebro nro. 58

MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 53

Por ello, en nuestro grupo de la Universidad de

Ontario Occidental nos hemos planteado adaptar

este tipo de tareas funcionales a una técnica más

económica, portátil y que puede estar disponi­

ble para un mayor número de pacientes: la elec­

troencefalografía. En este estudio, liderado por

Damian Cruse, pedimos a 16 pacientes en estado

vegetativo, diagnosticados tras un riguroso pro­

ceso de evaluación llevado a cabo por un equipo

multidisciplinar, que se imaginaran cerrando su

mano derecha en un puño o moviendo los dedos

de los pies. Tres de ellos fueron capaces de seguir

nuestras órdenes; generaban una actividad eléc­

trica cerebral que pudimos detectar y clasificar

con el electroencefalograma. En fecha posterior,

aplicamos con éxito la misma técnica a un gru­

po de sujetos en estado de mínima consciencia.

Aunque muchos de ellos mostraban signos de

consciencia mediante el seguimiento visual de

objetos en movimiento, eran incapaces de seguir

órdenes de manera externa. De los 23 participan­

tes evaluados, cinco pudieron seguir órdenes me­

diante la modulación de su actividad cerebral. Este

estudio puso de manifiesto que, del mismo modo

que ocurre con los pacientes en estado vegetati­

vo, algunas personas en estado de mínima cons­

ciencia pueden mantener habilidades cognitivas

superiores a las que son capaces de mostrar con

su comportamiento físico externo.

El porcentaje de pacientes que mostraron la ca­

pacidad para seguir órdenes en ambos estudios (en

torno al 20 por ciento) fue muy similar al descrito

en las investigaciones de resonancia magnética

funcional anteriores, lo cual demuestra una sen­

sibilidad equiparable por parte de las dos técnicas.

Este hallazgo abrió por primera vez la posibilidad

de practicar la exploración allá donde se encuentre

el afectado (domicilio particular, residencia, hospi­

tal, etcétera) con el fin de que reciba un diagnóstico

lo más ajustado posible a sus capacidades reales.

Mirada al futuro

No cabe duda de que los avances actuales en ma­

teria de formación de imágenes cerebrales ofrecen

nuevas maneras de mejorar el diagnóstico en pa­

cientes con daño cerebral grave. Las técnicas de

resonancia magnética estructural han demostrado

su utilidad a la hora de desvelar los mecanismos

neuropatológicos subyacentes al estado vegetativo

y estado de mínima consciencia, de manera que

contribuyen a su diagnóstico diferencial. Por su

lado, las técnicas funcionales, tanto de neuroima­

gen (resonancia magnética funcional) como neu­

rofisiológicas (electroencefalografía) han permiti­

do identificar un síndrome específico hasta ahora

desconocido. Aunque, en sentido estricto, el sujeto

cumple todos los criterios diagnósticos del estado

vegetativo (ausencia de prueba comportamental

de consciencia), en realidad se encuentra conscien­

te y conserva capacidades cognitivas muy supe­

riores a las que corresponden a su diagnóstico. A

pesar de que para ser capaz de realizar este tipo de

tareas se han de conservar, al menos a nivel básico,

capacidades de atención sostenida, comprensión

del lenguaje y memoria de trabajo, entre otras, la

caracterización completa de las funciones cogni­

tivas residuales en estos pacientes se halla todavía

pendiente de estudio.

Hoy por hoy, los neurólogos no disponen de

una categoría diagnóstica para estos afectados.

Sin embargo, no podemos considerarlos en estado

vegetativo o, siquiera, en estado de mínima cons­

ciencia. En fecha reciente, varios autores han pro­

puesto el término «síndrome de enclaustramiento

funcional», con el objetivo de poner de manifiesto

que el problema reside en la falta de capacidad

para mostrar las habilidades cognitivas y no en

una carencia de estas. Además, dicho término se

diferencia del síndrome de enclaustramiento clá­

sico, en el que la falta de respuesta se debe a una

completa parálisis motora (los pacientes en estado

vegetativo o de mínima consciencia no presentan

parálisis, sino una incapacidad para realizar mo­

vimientos de manera intencional).

Que esta categoría sea aceptada por la comu­

nidad neurológica aún está por determinar, pero,

con toda seguridad, es importante identificar a

estos pacientes para poder proporcionarles la

atención clínica y humana adecuadas a sus ne­

cesidades. Por el momento, ello no es posible con

el único empleo de exploraciones clínicas tradi­

cionales que evalúen las capacidades de compor­

tamiento externo del paciente. Se requiere el uso

de la neuroimagen. En la actualidad, el desafío

estriba en trasladar estas técnicas del campo de

la investigación a la práctica clínica.

Davinia Fernández Espejo�, doctora en biomedicina, es investigadora pos-doctoral en la Universidad de Ontario Occidental.

Para saber más

The vegetative state: Gui­dance on diagnosis and management.� Royal College of Physicians en Clinical Medicine, vol. 3, n.o 3, págs. 249-254, mayo-junio de 2003.

Detecting awareness in the vegetative state.� A. M. Owen et al. en Science, vol. 313, n.o 5792, pág. 1402, septiembre de 2006.

Functional neuroimaging of the vegetative state.� Owen et al. en Nature Reviews Neuro science, vol. 9, n.o 3, págs. 235-43, marzo de 2008.

Beside detection of aware­ ness in the vegetative state: a cohort study.� D. Cruse et al. en Lancet, vol. 378, n.o 9809, págs. 2088-2094, diciembre de 2011.

Coma and consciousness: Paradigms (re)framed by neuroimaging.� S. Laureys et al. en Neuroimage, vol. 61, n.o 2, págs. 478-491, junio de 2012.

A role for the default mode network in the bases of di­sorders of consciousness.� D. Fernández Espejo et al. en Annals of Neurology, vol. 72, n.o 3, págs. 335-343, septiem-bre de 2012.

Page 56: Revista mente y cerebro nro. 58

54 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013

SERIE – TÉCNIC A S DE L A NEUROCIENCIA

Desde antiguo se han querido co-

nocer y comprender las bases bio-

lógicas del pensamiento. Ya en el

siglo ii de nuestra era, Claudio Ga-

leno, filósofo y médico, sostenía

que el cerebro era una glándula que segregaba

fluidos hacia el resto del cuerpo a través de los

nervios, una tesis sostenida sin disputa durante

siglos. En las postrimerías del siglo xix, los inves-

tigadores clínicos vincularon regiones cerebrales

específicas con funciones concretas, al establecer

correlaciones entre anomalías anatómicas del ce-

rebro, observadas post mórtem, con deficiencias

en la conducta o la cognición. El cirujano fran-

cés Pierre Paul Broca descubrió que una región

del hemisferio cerebral izquierdo controlaba

el habla. Ya en la primera mitad del siglo xx, el

neurocirujano Wilder Penfield esbozó un mapa

de funciones cerebrales mediante estimulación

eléctrica en diferentes puntos del encéfalo de

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Atlas genético del cerebroUna cartografía del encéfalo humano, minuciosamente construida, revela las raíces

moleculares de la enfermedad mental. Y de la conducta cotidiana

ALL AN R. JONES Y C AROLINE C . OVERLY

NUEVA SERIE

Técnicas de la neurociencia

Parte 1: Atlas cerebral

Parte 2: Optogenética Marzo 2013

Parte 3: Microscopía de fluorescencia Mayo 2013

Parte 4: Microscopía electrónica Julio 2013

Parte 5: Imágenes con tensor de difusión Septiembre 2013

Parte 6: Simulación por ordenador Noviembre 2013

CORTEZA AL DETALLE En este modelo estructural,

creado a partir de una reso-

nancia magnética funcional,

cada color representa una

subdivisión de la corteza

cerebral.

Page 57: Revista mente y cerebro nro. 58

MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 55

pacientes conscientes durante operaciones de

neurocirugía. Los estímulos evocaban vívidos

recuerdos, sensaciones corporales localizadas

o el movimiento de un brazo o un dedo del pie.

Nuevos procedimientos no invasivos de obser-

vación de la actividad del cerebro humano han

facilitado en tiempos recientes la localización ana-

tómica del pensamiento y la conducta. La forma-

ción de imágenes mediante resonancia magnética

funcional (IRMf) ha permitido ver qué áreas ce-

rebrales se activan cuando un individuo realiza

movimientos sencillos (alzar un dedo) o procesos

mentales más complejos (reconocer un rostro o

formular un juicio moral). Dichas imágenes no

solo revelan las divisiones funcionales del cere-

bro, sino también cómo se coordinan mientras

se desarrollan actividades cotidianas. Algunos

investigadores están valiéndose de esta técnica

en el intento de detectar las mentiras e incluso

las intenciones de compra de las personas; otros

se esfuerzan en comprender las alteraciones que

tienen lugar en trastornos como la depresión, la

esquizofrenia, el autismo o la demencia.

Sin embargo, tales estudios muestran solo los

niveles relativos de actividad de diferentes regio-

nes cerebrales y sus variaciones en determinadas

circunstancias. No descubren las causas biológi-

cas subyacentes a las modificaciones en la activi-

dad del encéfalo. Para comprender el modo en que

se desarrolla el autismo o mejorar el tratamiento

para la depresión, los científicos necesitan saber

qué ocurre en el interior de las células que con-

trolan la actividad cerebral.

Los genes proporcionan las instrucciones para

la maquinaria cerebral que alberga una célula. A

sabiendas de ello, los biólogos llevan largo tiem-

po esforzándose en una labor complementaria:

vincular ciertos genes con enfermedades concre-

tas con el fin de atribuirles un asidero molecular.

De hecho, se han asociado más de 500 genes con

la enfermedad de Parkinson, más de 600 con la

esclerosis múltiple y más de 900 con la esquizo-

frenia. La lista, cada vez más extensa, de genes

candidatos constituye a un mismo tiempo una

bendición y un maleficio: aunque en algún lugar

de este pajar genético se encuentra la clave de las

patologías mentales, conforme la lista se alarga

hay que ir cerniendo laboriosamente mayor nú-

mero de candidatos e interacciones.

Nuestro equipo del Instituto Allen para la Cien-

cia del Cerebro (por brevedad, Instituto Allen) ha

tendido, con tecnología puntera, un puente entre

la anatomía cerebral y la genética: una cartogra-

fía cerebral, la cual expone en Internet en acceso

libre (www.alleninstitute.org) la actividad de los

más de 20.000 genes humanos. El Atlas Allen del

cerebro humano, precedido por otro similar pero

basado en el encéfalo de un ratón, se presentó de

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GENES EN ACTIVO Los puntos en estas repro-

ducciones tridimensionales

deducidas del Atlas Allen del

cerebro humano señalan las

ubicaciones donde se halla

activo un solo gen, que actúa,

típicamente, como plantilla

para una molécula de proteí-

na. (Los colores más cálidos,

como el rojo, indican mayor

actividad genética; los fríos,

como el azul, actividad me-

nor.) Las líneas finas visibles

en la imagen de la izquierda

corresponden a fibras nervio-

sas. A la derecha se aprecian

los perfiles de las estructuras

cerebrales internas.

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56 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013

SERIE – TÉCNIC A S DE L A NEUROCIENCIA

forma oficial en mayo de 2010. Desde un inicio,

su cuerpo de datos proporciona la panorámica

más detallada de la actividad genética cerebral

jamás creada, la cual irá ampliándose en años ve-

nideros. Ya resulta posible determinar con rapidez

en qué punto del cerebro se hallan activos genes

que codifican proteínas concretas, entre estas, las

más susceptibles a un fármaco novedoso. En otras

palabras, tal información puede facilitar la prog-

nosis de los efectos terapéuticos de un nuevo prin-

cipio activo, así como de sus efectos secundarios.

Un investigador podría, con la misma facilidad,

ampliar una determinada estructura encefálica

(una región, sea por caso, que según los escáneres

presenta alteraciones en la esquizofrenia) y averi-

guar qué genes se hallan operando en ese lugar,

para tratar de descubrir la huella molecular del

trastorno. Asimismo se podrían apreciar claves

moleculares de funciones cerebrales ordinarias,

entre ellas, la memoria, la atención, la coordina-

ción motora, el hambre, y quién sabe si emociones

como la felicidad o la angustia.

Grandes esperanzas

La idea de crear un atlas cerebral fue fruto de una

serie de reuniones promovidas a partir de 2001

por el filántropo Paul G. Allen, cofundador de

Microsoft. Allen, atraído por el enigmático fun-

cionamiento del cerebro, congregó a algunos de

los científicos más distinguidos del mundo en los

campos de la biología, la genómica y las neuro-

ciencias para que reflexionasen sobre una cues-

tión concreta: ¿Qué se puede hacer para llevar la

neurociencia al siguiente nivel?

Durante esos debates, un proyecto empezó a

sumar el mayor número de conversos: una car-

tografía tridimensional de la actividad cerebral

de todos los genes conocidos. Un mapa así, de

acceso libre en línea, podría facultar a los cien-

tíficos interesados en la función que un gen o

un grupo particular de genes desempeña en la

depresión, con la ventaja de obviar los trabajos de

laboratorio caros y tediosos pero necesarios para

examinar uno por uno los posibles responsables

moleculares de la enfermedad. Se podría consul-

tar el atlas para ver en qué lugares del cerebro se

encuentran activos los genes, así como para saber

sobre otros que, activos en esas mismas regio-

nes, intervienen en el proceso. De este modo, se

identificarían los genes más probables rápida y

económicamente, o in silico, esto es, por métodos

informáticos.

La idea se ganó el interés de Allen, ya que se

trataba de un gran proyecto científico, parejo al

Proyecto Genoma Humano, que excedía las capa-

cidades de muchos laboratorios y era apto para

acelerar los descubrimientos científicos. En 2003,

con su donación de 100 millones de dólares, nació

en Seattle el Instituto Allen para la Ciencia del

Cerebro.

Para echar los cimientos de un proyecto tan

inmenso, decidimos empezar por el cerebro del

ratón. Este, mucho menor y menos complejo

que el humano, serviría de excelente proyecto

inaugural. Un mapa tal no carecería de utilidad.

Numerosos investigadores ponen a prueba con

múridos sus teorías sobre enfermedades y con-

ductas de las personas, dadas las semejanzas en la

organización básica y la fisiología de sus respec-

tivos encéfalos. Más todavía, el 90 por ciento de

la genética ratonil se corresponde con el genoma

humano.

El primer problema de la iniciativa consistió

en idear la forma de cartografiar los alrededor de

20.000 genes de que consta el genoma del ratón

(número similar al nuestro, lo que induce a pensar

que la complejidad del cerebro tiene más relación

con el tamaño que con los ingredientes genómi-

EN SÍNTESIS

Cartografía del pensamiento

1 Investigadores del Insti-

tuto Allen para la Cien-

cia del Cerebro han cartogra-

fiado y medido el cerebro del

ratón y el humano a partir

de la actividad genética de

las neuronas.

2El atlas del cerebro, de

acceso libre en Internet,

revela nuevos conocimientos

sobre la arquitectura y el

funcionamiento cerebral.

3La cartografía permite

escrutar las estructuras

que se consideran alteradas

en trastornos mentales y

buscar su huella molecular.

También podría proporcionar

nuevos conocimientos sobre

el modo en que actúan los

fármacos.

Hombre Ratón

Peso 1350 gramos 0,3 gramos

Volumen

1400 centímetros

cúbicos (como un

melón pequeño)

1,5 centímetros

cúbicos (como

una gragea)

Número de

neuronas100.000 millones 75 millones

ANTES, EL DE RATÓN Previo a la construcción del

atlas del cerebro humano se

cartografió la actividad génica

en el encéfalo del ratón (aba-

jo), de tamaño mucho menor

y menos complejo que su

homólogo humano (arriba).

CORTESÍA DEL INSTITUTO ALLEN DE CIENCIAS CEREBRALES

Page 59: Revista mente y cerebro nro. 58

MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 57

cos). En aquellas fechas, un científico que trabajase

en un laboratorio de investigación estándar nece-

sitaba alrededor de cinco años para localizar y re-

presentar la actividad de diez genes en el encéfalo

de un múrido. Por otro lado, nos dimos cuenta de

que el panorama científico y tecnológico estaba

cambiando de forma fugaz. En primer lugar, los

resultados de los esfuerzos por determinar el ge-

noma humano y el inminente desciframiento del

ratonil nos proporcionarían los códigos molecula-

res correspondientes a los genes que íbamos a car-

tografiar. Segundo, los avances en automatización

habían permitido crear máquinas de laboratorio

de alto rendimiento que trabajaban las 24 horas

del día y podían completar en horas tareas que de

otro modo exigirían semanas de esfuerzo hu-

mano. Estábamos convencidos de poder adaptar

esta técnica para los procedimientos que exigía

nuestro proyecto.

Los genes se dejan ver

¿Qué entendemos por lograr que los genes sean

visibles en el cerebro? Tal vez convenga una breve

explicación previa. La actividad de los genes (ex-

presión) tiene lugar cuando un gen es «leído», un

proceso complejo que comporta, entre otras accio-

nes, la creación de un transcrito molecular, el ARN

mensajero (ARNm), y que finaliza en el ensamblaje

de una proteína. Aunque todos los genes de un

individuo se encuentran presentes en cada una

de sus células, solo se tornan activos en ciertos

momentos o en ciertos tejidos, pudiendo entonces

ser detectables sus transcripciones en ARNm y en

proteínas. Estas últimas desempeñan roles críti-

cos en las células, pues constituyen sus elementos

constructivos y sus caballos de carga. Las proteí-

nas intervienen construyendo conexiones en los

circuitos neuronales, guiando sus señales quími-

cas y encargándose del mantenimiento celular

necesario para la salud del cerebro, entre otras

tareas. Las alteraciones de los genes (mutaciones)

son causa de malformaciones en las proteínas, lo

que, a su vez, puede desembocar en patologías (la

enfermedad de Huntington, entre otras). Además,

los cambios en la regulación de la expresión de los

genes puede provocar un exceso o una deficiencia

de proteínas, o su indebida ubicación, e interferir

o impedir la normal fisiología. Se ha observado

la implicación de tales alteraciones en trastornos

neurodegenerativos o del desarrollo del sistema

nervioso.

Con el objetivo de observar la expresión gené-

tica en el cerebro del ratón, congelamos su tejido

encefálico, lo rebanamos en láminas más finas

que un cabello y bañamos estas delgadísimas ro-

dajas en una disolución de sondas moleculares

que se ligan de manera específica al ARNm pro-

cedente de un solo gen. Iniciamos seguidamente

una reacción química que tiñe de color púrpura

las sondas y señala sus posiciones dentro de la

preparación, indicando así qué células habían

expresado ese gen. Fotografiamos después, me-

diante microscopios robóticos, un millón de pre-

paraciones de esas láminas —las suficientes para

explorar el total de 20.000 genes, uno por cada

lámina— y cargamos la imagen resultante en una

base de datos. Transformamos dicha información

PIGMENTOS REVELADORES En esta sección transversal

(arriba) tomada del Atlas

Allen del cerebro del ratón, un

pigmento violeta, que define

los cuerpos principales de

neuronas, muestra su ubica-

ción. En la mitad derecha de

esa imagen se esquematiza la

tinción cerebral de la izquier-

da. Abajo, la pigmentación

del corte revela dónde existen

puntos de actividad genética.

Esta resulta de mayor inten-

sidad cuanto más densa es la

tinción.

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SERIE – TÉCNIC A S DE L A NEUROCIENCIA

en una reconstrucción tridimensional del cerebro

con sus pautas de expresión génica, y la pusimos

a disposición pública en línea. El proceso exigió

tres años justos.

El atlas completo puso de manifiesto que al

menos el 80 por ciento de los genes del ratón há-

llanse expresados en el cerebro del animal. Este

porcentaje es muy superior al indicado por otros

estudios, posiblemente porque nuestro método

permitía la detección de ARNm en recovecos

inaccesibles para otras técnicas. Que sean tantos

los genes activos testimonia la complejidad del

cerebro. En términos más prácticos, este hallazgo

hace pensar que numerosos fármacos diseñados

para afectar a proteínas de otros tejidos (los del

hígado o el riñón, por ejemplo) pudieran alterar

también las funciones cerebrales.

La inmensa mayoría de los genes se expresan

en regiones encefálicas muy concretas, con lo

que representan la función especializada de es-

tas áreas. Tales patrones de expresión genética

crean características moleculares identificables

que permiten, por ejemplo, distinguir las células

del estriado, una estructura cerebral profunda

que interviene en el control básico de los movi-

mientos, o de las neuronas corticales, las cuales se

encargan del análisis de «alto nivel» de la infor-

mación. En el seno de la corteza, los genes activos

del área somatosensorial, que procesa la informa-

ción concerniente al tacto, se diferencian de los

que se expresan en la corteza visual.

En general, las estructuras reveladas por los

patrones de expresión génica son reflejo de las

elaboradas ya por los neuroanatomistas clásicos,

quienes desde hace más de un siglo han estudiado

las secciones cerebrales a través de sus microsco-

pios. No obstante, en algunos casos, nuestra técni-

ca para visualizar la expresión génica ha revelado

estructuras más finas que las observadas con an-

terioridad. Hemos podido ver compartimentos en

el hipocampo (estructura en las profundidades

del cerebro con una función crucial para la re-

cordación y el aprendizaje) antes no observados.

Ignoramos todavía lo que llevan a cabo las células

de estos compartimentos, pero la identificación

de esas nuevas subdivisiones podría ayudarnos a

conocer mejor el funcionamiento del hipocampo

y, tal vez, a identificar dónde y cómo es preferible

AMPLIAR CONOCIMIENTOS La cartografía del cerebro

del ratón ha afinado nuestra

comprensión de la estructura

cerebral. El hipocampo, región

que participa en la memoria,

se dividió en fecha anterior

en cuatro compartimentos

(arriba). Los datos de expre-

sión génica del atlas revelan

que uno de ellos (área verde,

arriba) se compone de nueve

secciones.

PUNTO POR PUNTO En esta perspectiva del cere-

bro del ratón, los puntos indi-

can la activación de un único

gen. El gran arco rojo (derecha)

corresponde al hipocampo,

estructura de formación de

recuerdos; el color rojo indica

que el gen se halla vigorosa-

mente activado en esa región.

Resta por explicar por qué.

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intervenir para combatir las incapacidades con-

secuentes a trastornos como la enfermedad de

Alzheimer.

Trabajo concertado

Una de las características más importantes del

Atlas Allen del cerebro de ratón, así como de car-

tografías posteriores, estriba en la posibilidad de

examinar las pautas de expresión cerebral de nu-

merosos genes, sea de uno en uno, en grupos, o

en combinaciones distintas. Antes de ello, por lo

general, solo se podían estudiar uno o dos genes

a la vez, por el difícil trabajo de laboratorio que

ello exigía. En consecuencia, es posible que mu-

chas formas actuales de entender el modo en que

los circuitos cerebrales rigen conductas complejas

resulten incompletas.

Ahora se ha sabido que las conexiones intrace-

rebrales y las rutas bioquímicas resultan, en oca-

siones, más complicadas de lo que en un principio

se pensaba. Los neurocientíficos se interesan por

los circuitos neuronales que regulan la actividad

de comer y beber, conductas que constituyen una

de las claves de problemas como la obesidad o la

anorexia. Tales circuitos, que deben integrar señales

internas (el hambre y la sed) con datos que llegan

del ambiente, proporcionan asimismo indicios so-

bre la función de redes cerebrales análogas.

En el pasado, el consumo de alimentos y líqui-

dos se explicaba centrándose en productos de ge-

nes individuales (como la grelina, una hormona

que estimula el apetito) o en centros cerebrales

individuales implicados en el hambre, la saciedad

o la sed. No obstante, en un estudio publicado en

2008, un especialista en obesidad, Pawel K. Ols-

zewski, y sus colaboradores de la Universidad de

Minnesota revelaron una realidad más compleja

tras valerse del Atlas Allen del cerebro de ratón

para evaluar las pautas de expresión de 42 genes

en ocho estructuras que habían sido implicadas

en la regulación de la conducta alimentaria. Ha-

llaron que los presuntos centros del hambre con-

tienen en realidad una mezcla de genes, algunos

de los cuales aumentan el apetito, mientras que

otros lo reducen. Sus resultados apuntan a que la

asignación de una sola función a regiones cere-

brales individuales pudiera ser errónea. También

pudiera contribuir a explicar el fracaso de fárma-

cos contra la obesidad orientados hacia proteínas

individuales, además de sugerir la probabilidad de

que los tratamientos deban actuar sobre varias

moléculas.

El atlas ha proporcionado ideas sobre las raíces

genéticas de las diferencias cognitivas entre indi-

viduos. En un estudio publicado en 2006, Andreas

Papassotiropoulos y Dietrich Stephan, del Institu-

to de Investigación de Genómica Translacional en

Phoenix, y sus respectivos equipos, identificaron

el gen humano KIBRA con variantes (alelos) que

permiten apreciar correlaciones con las distintas

capacidades de una persona en tareas memorís-

ticas (la recordación de una lista de palabras a los

Genes en acción

En la elaboración del Atlas Allen del Cerebro Humano, los investiga-

dores utilizan micromatrices de ADN. Estos diminutos chips contie-

nen un gran número de puntos, los cuales albergan sondas (racimos

de moléculas idénticas de ADN). Cada una de ellas se enlaza con la

transcripción en ARN de un gen concreto: un ARN que contenga

un conjunto de bases (unidades químicas) complementario al de la

sonda. En una molécula de ADN, la base adenina (A) se adhiere a la

timina (T), y la base guanina (G) a la citosina (C). La secuencia com-

plementaria de la hebra aquí representada es (de arriba a abajo) T, C,

C, T, G, C, A. El resultado de este enlace (o de su inexistencia) en cada

punto de la micromatriz ofrece un registro de cuáles son los genes

activos en una muestra de tejido cerebral, y en qué medida lo están.

Segmento de unahebra de ADN

Micromatriz (chip) Sección de un chip Punto con copias idénticasde una molécula de ADN

Bases de ADN

AGG

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Se trata de un proyecto científico de altos vuelos, como el Pro-yecto Genoma Humano, inal-canzable para la mayoría de los laboratorios

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60 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013

SERIE – TÉCNIC A S DE L A NEUROCIENCIA

cinco minutos y a las 24 horas). Los alelos se en-

contraban asociados también con diferencias en

la actividad cerebral del hipocampo mientras los

sujetos desarrollaban estas tareas. Tras consultar

en el atlas cerebral ratonil descubrieron que el

gen en cuestión se expresaba en el hipocampo,

por lo que pudieron establecer su función directa

en la memoria a corto plazo.

Del ratón al hombre

Vista la riada de hallazgos aflorados del mapa

cerebral del ratón, confiábamos en que un atlas

parecido del cerebro humano permitiera cosechar

todavía mejores frutos sobre enfermedades que

pudieran ser diferentes en múridos y personas.

Tales descubrimientos pueden facilitar prediccio-

nes más acertadas sobre, pongamos por caso, qué

nuevos compuestos, ensayados en animales, po-

drían resultar eficaces en humanos. Para elabo-

rar esa cartografía, mucho mayor conforme a las

dimensiones de nuestro cerebro, necesitábamos

una metodología diferente, ya que el análisis de

la expresión de genes sección por sección, a razón

de un gen por vez, podría requerir decenios. El

método que empleamos, mucho más estilizado,

se basaba en unos chips génicos especializados

(micromatrices de ADN) que consentían la me-

dición simultánea de todos los genes operantes

en cada una de alrededor de 1000 regiones ce-

rebrales. Estas áreas estarían representadas por

muestras tisulares de tamaños variables entre el

de un guisante (para regiones grandes y sensible-

mente uniformes) y el de una cabeza de alfiler (en

estructuras menores y más intrincadas).

Las micromatrices de ADN, desarrolladas

hace unos quince años [véase «Micromatrices de

ADN», por S. H. Friend y R. B. Stoughton; Investi-

gación y ciencia, abril de 2002], están dotadas

de numerosos segmentos (sondas) de ADN, cada

uno de los cuales se liga a un ARNm concreto y

al «encenderse» revela la presencia y la concen-

tración de esa expresión del gen. Algunos chips

génicos contienen decenas de millares de sondas,

las suficientes para comprobar la presencia de

todos los genes humanos en un solo experimen-

to. Aunque no pueden proporcionar el mismo

nivel de detalle celular refinado que alcanzamos

en el atlas cerebral del ratón, la metodología de

micromatrices es rápida y proporciona datos

numéricos —al contrario que las imágenes de

preparaciones del cerebro del ratón—, los cuales

resultan más fáciles de analizar y permiten esta-

blecer correlaciones entre patrones de actividad

genética distintos que podrían escapársele al ojo

humano.

En marzo de 2009, tras casi dos años de plani-

ficación, estábamos listos para dar comienzo a

nuestro mapa cerebral humano. Pero había un

obstáculo: nos hacía falta un cerebro. Este no

podía padecer enfermedades u otras anomalías.

Tenía que hallarse completo y fresco, y ser conge-

lado antes de las 24 horas de la muerte, pues de lo

contrario el ARNm que buscábamos se degradaría

y no podríamos detectar expresiones de los ge-

nes. Tales encéfalos escasean; además, cuando se

hallan disponibles es preciso extraer antes otros

órganos del cuerpo para personas a quienes les

urge un transplante. Solo podríamos disponer de

tal cerebro si para entonces no hubiera finaliza-

do nuestro margen de 24 horas y los miembros

supervivientes de la familia hubieran dado su

consentimiento.

Pese a estas dificultades, recibimos el primero

de los varios cerebros necesarios para el atlas en

julio de 2009. Con ello dio comienzo el proceso

de diez meses de duración necesario para com-

pletar la generación de datos correspondiente a

cada cerebro. Efectuamos un escáner mediante

resonancia magnética, creando así una imagen

digital tridimensional sobre la cual consignamos

todos los datos de las micromatrices, a la par de

los procedentes de secciones de tejido teñidas

para que revelasen la arquitectura celular del

encéfalo. En la primavera de 2010, fecha de su

puesta de largo, el atlas contenía un conjunto

GENES EN EL HIPOCAMPO En esta imagen se aprecia un

chip de ADN que, expuesto

a una muestra de tejido ce-

rebral, muestra la actividad

de millares de genes en una

porción del hipocampo. Cada

punto denota la actividad de

un gen, que es tanto mayor

cuanto más brillante.

El atlas revela que en el cerebro

se expresa al menos un 80

por ciento de los genes,

testimonio de su complejidad

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Page 63: Revista mente y cerebro nro. 58

MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 61

de datos casi completo de ese primer encéfalo,

con casi 50 millones de mediciones de expresión

genética.

Expectativas de futuro

Los neurocientíficos confían en que la cartografía

del cerebro humano les ayude a explicar, a nivel

más profundo, algunos de los más curiosos re-

sultados de los experimentos con neuroimagen.

Valgan como ejemplo los resultados de la IRMf que

sugieren que el giro fusiforme del lóbulo temporal,

que participa en el reconocimiento de rostros, pro-

pende a mostrar una actividad baja en los niños

con autismo. Otras investigaciones llevan a pensar

que en personas con ciertos genes, áreas cerebra-

les afectadas por la enfermedad de Alzheimer se

muestran hiperactivas cuando llevan a cabo tareas

de memorización, hallazgo que podría contribuir

al pronóstico del riesgo de padecer el trastorno. Por

su parte, los pacientes con esquizofrenia exhiben

hiperactividad en el hipocampo y en la corteza

prefrontal lateral dorsal, lo que puede reflejar una

pérdida de función neuronal inhibidora, que con-

tribuye a sus síntomas.

Para comprender esos trastornos resulta esen-

cial descifrar los procesos biológicos que subyacen

a tales alteraciones. ¿Qué cambia en las neuronas

del niño con autismo que provoca la hipoactivi-

dad de las áreas de percepción facial? ¿De qué

modo afectan los genes que confieren un mayor

riesgo de sufrir alzhéimer al funcionamiento de

los centros de memoria del cerebro? ¿Qué está

ocurriendo, a nivel molecular, en el interior de

las neuronas del hipocampo y de la corteza pre-

frontal de un individuo con esquizofrenia? Los

científicos que trabajan en estas y otras cuestiones

tienen ahora la posibilidad de cotejar las áreas ce-

rebrales que identifican con los datos de expresión

genética que figuran en el atlas de Allen. A partir

de esos datos, los biólogos podrían comenzar a

desentrañar los procesos moleculares subyacen-

tes a la actividad que revela la IRMf, entre otras

técnicas de neuroimagen.

El atlas será ampliado y detallado en años ve-

nideros. Con nuevos cerebros podrán generarse

más datos, lo que permitirá análisis transversa-

les entre individuos que revelen cuáles son las

características anatómico-fisiológicas comparti-

das y en cuáles pueden producirse variaciones

idiosincrásicas. Incorporaremos, además, instru-

mentos más refinados de búsqueda y visualiza-

ción, con el fin de facilitar a los investigadores

una tría más rápida del inmenso caudal de infor-

mación y centrarse en aquellos descubrimientos

que sean más relevantes para sus programas de

investigación.

Las futuras actualizaciones del atlas incluirán

más datos de expresión génica correspondientes

a estructuras cerebrales clave, como el hipocampo

y el hipotálamo, hasta alcanzar el grado de deta-

lle celular que ya posee nuestro atlas cerebral del

ratón. Ello permitirá una comprensión más plena

de los mecanismos celulares ocultos a la función

cerebral. Está previsto que el atlas se complete

este año.

Entre los recursos actuales del Instituto Allen

cabe destacar la cartografía cerebral del ratón

que muestra la actividad genética del cerebro del

roedor conforme este va desarrollándose desde

el embrión hasta la adultez. Este atlas aporta in-

dicaciones sobre el modo en que se forman las

estructuras encefálicas y se forjan los vínculos

durante la gestación, además de revelar cómo es-

tos procesos podrían descarriarse y provocar tras-

tornos propios del desarrollo como el autismo, la

dislexia y la esquizofrenia. El Instituto Allen está

generando también mapas de menor escala, entre

ellos, un análisis de los genes que intervienen en

el glioblastoma humano, una forma devastadora

de cáncer cerebral. Más de 20.000 visitantes explo-

ran los atlas y otros datos todos los meses.

Dotados de tales recursos, junto con un crecien-

te número de bases de datos génicas que están

compilando laboratorios de todo el mundo, pron-

to podremos disponer de respuesta para algunas

cuestiones muy básicas concernientes a la función

del cerebro, tanto en la salud como en la enfer-

medad. Tal vez algún día estas cuestiones puedan

proporcionarnos un asidero sobre incógnitas de

mayor rango y de más antiguo interés: ¿Qué es la

consciencia? ¿Cómo pensamos y sentimos? ¿Qué

nos hace humanos?

Para saber más

Genome-wide atlas of gene expression in the adult mouse brain. S. Lein et al. en Nature, vol. 445, págs. 168-176, 2007.

Mouse maps of gene expres-sion in the brain. S. E. Koester y T. R. Insel en Genome Biolo­gy, vol. 8, n.o 5, pág. 212, 2007.

Exploration and visualiza - tion of gene expression with neuroanatomy in the adult mouse brain. C. Lau, L. Ng, C. Thompson, S. Pathak, L. Kuan, A. Jones y M. Hawry-lycz en BMC BioInformatics, vol. 9, pág. 153, 2008.

The allen brain atlas: 5 years and beyond. A. R. Jones, C. C. Overly y S. M. Sunkin en Nature Reviews Neuroscience, vol. 10, n.o 11, págs. 821-828, 2009.

An anatomically comprehen-sive atlas of the adult human brain transcriptome. Michael J. Hawrylycz y Ed S. Lein et al. en Nature, vol. 489, págs. 391-399, 2012.

Allan R. Jones� es director general del Instituto Allen de Ciencias del Cerebro de Seattle. Caroline C. Overly, docto-ra en neurociencias por la Universidad Harvard, es direc-tora asociada de comunicaciones en el Instituto Allen.

¿Qué ocurre en las neuronas del niño con autismo que provoca una infractividad en las áreas cerebrales implicadas en la percepción de rostros?

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62 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013

COGNICIÓNIS

TOC

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Recompensa sin sacrificios¿Decidimos mejor cuantas más informaciones tomamos en cuenta? Al parecer, no.

A menudo, unas reglas empíricas aportan más que análisis exhaustivos de la

situación. Los jugadores de póquer y corredores de bolsa bien lo saben

THORSTEN PACHUR

LA TORTURA DE ELEGIR Cada día nos exige que

tomemos incontables

decisiones. Fiarse de es-

trategias sencillas no solo

ahorra tiempo, a veces

incluso vale la pena.

Page 65: Revista mente y cerebro nro. 58

MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 63

Cuanto mayor sea el esfuerzo, tanto

mejor será el resultado. Esta máxima

emerge en nuestra mente cuando

nos enfrentamos a retos académicos,

deportivos y técnicos; también en la

resolución de problemas cotidianos. El político,

científico e inventor estadounidense Benjamin

Franklin acuñó ya en 1772 la siguiente recomen-

dación: quien se halle frente a una decisión difícil

debería recopilar todos los argumentos a favor y

en contra de las distintas opciones, clasificarlas

según su importancia, anular argumentos con-

tradictorios de mismo peso y, finalmente, elegir

la opción cuyos argumentos predominen.

Según el álgebra moral de Franklin, el camino

más ortodoxo para la mejor elección pasa por el

acopio del máximo de información posible y su

posterior análisis; en cambio, la simplificación

mediante reglas empíricas o decisiones instin-

tivas conlleva, de forma irremediable, errores.

Este pensamiento fundamental resulta tan trai-

cioneramente lógico que generaciones de filósofos

expertos en moral e investigadores en cognición

nunca han osado cuestionarlo. Ha sido con la

irrupción de los ordenadores y el inicio de la era

informática —por tanto, el comienzo de la batalla

contra el costoso tiempo de cálculo— cuando ha

ganado relevancia la cuestión de si opciones de

resolución rápidas podrían dar lugar a resultados

aceptables.

Para los humanos, la heurística representa

un compañero vital inseparable, puesto que en

nuestro día a día no disponemos por lo general

del tiempo necesario para reflexionar sobre los

argumentos a favor y en contra de cada opción.

Además, suele ocurrir que tampoco disponemos

de los datos requeridos para ello. En 2008 ana-

licé, junto con otros investigadores, una de las

estrategias más conocidas, sencillas y socorridas

en situaciones semejantes. Planteamos a los pro-

bandos la pregunta siguiente: «¿Qué pico es más

alto, el Cervino o el Piz Morteratsch?». Aunque

ignoraban la altura concreta de cada cima, la ma-

yoría se decantaba por el Cervino, simplemente

porque conocían su nombre. Es probable que, de

manera inconsciente, utilizaran una estrategia

de lo más efectiva en su situación, puesto que los

nombres de las cumbres más altas se escuchan

con mayor frecuencia que los de picos más bajos.

Y, efectivamente, el Cervino es más alto que el Piz

Morteratsch. Dado que esta estrategia se basa en

influencias del entorno natural como referencia,

los expertos la denominan «racional ecológica».

Esa heurística de reconocimiento ejemplifica a

su vez que poco puede aportar más: cuanto mayor

sea el número de cimas montañosas de las que se

haya oído hablar, tanto menor resulta la ventaja

que se obtiene al aplicar este método. En un estu-

dio análogo, un grupo de estudiantes de Estados

Unidos estimó con peores resultados el tamaño

de ciudades de su propio país que un grupo de

alumnos alemanes.

En 2003, Sascha Serwe, de la Universidad de

Giessen, y Christian Frings, de la Universidad

del Sarre, presentaron una nueva prueba del po-

tencial de la táctica de reconocimiento: a partir

de una encuesta sobre cuán conocidos eran los

participantes del torneo de tenis de Wimbledon

elaboraron una predicción sobre los resultados de

dicho certamen. Con una tasa resultante del 70

por ciento de aciertos, las predicciones estuvieron

a la altura de los pronósticos desarrollados por

expertos, quienes basaban su opción en complejos

datos sobre el historial deportivo de cada atleta.

La heurística humana emplea nuestra enor-

me capacidad retentiva. Los jugadores de ajedrez

expertos no analizan antes de un movimiento

todas las posibles derivaciones del mismo en la

partida (como a menudo intentan los novatos).

En su lugar, utilizan el repertorio de experiencias

basado en cientos de partidas anteriores, del cual

eligen aquella acción que resultó exitosa en una

situación semejante.

Al contrario, los ordenadores programados para

jugar al ajedrez van por el camino más costoso:

simulan millones de movimientos imaginables

EN SÍNTESIS

Sencillo pero efectivo

1En numerosos proble-

mas de toma de deci-

sión, las reglas empíricas y

no rigurosas (heurísticas)

resultan tan acertadas o

incluso mejores que las

cábalas más complejas.

2Las estrategias simples

son a menudo menos

sensibles a los errores, por lo

que pueden arrojar resulta-

dos más precisos.

3Los expertos utilizan

menos cantidad de

datos que los profanos para

las decisiones. No obstante,

reconocen más rápido la

información relevante.

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64 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013

COGNICIÓN

con varias rondas de anticipación. Si el tiempo de

cálculo a disposición fuese ilimitado para poder

simular todos los escenarios posibles en cada tur-

no, esta estrategia tan costosa originaría siempre,

en teoría, un movimiento ideal. A la vista del in-

cremento exponencial de potencia de cálculo de

los ordenadores, era solo una cuestión de tiempo

que una máquina lograse ganar a un ajedrecista

humano. En 1997 aconteció tal hazaña: Deep Blue

logró la victoria sobre el por entonces campeón

del mundo de ajedrez Gari Kaspárov.

Cómo aprenden los ordenadores

Ejemplos como el anterior han contribuido a

que durante largo tiempo la heurística se con-

siderase una estrategia de ahorro de tiempo a

costa de la precisión de los resultados. Ha sido

en las últimas décadas cuando ha madurado el

concepto de que, en ocasiones, una buena estima-

ción supera incluso el análisis más preciso. Cabe

destacar como contribución fundamental a este

planteamiento la competición entre programas

de ordenador que organizaron Gerd Gigerenzer

y Daniel Goldstein, de la Universidad de Chicago,

en 1996. Una vez más, el reto consistía en estimar

tamaños. En concreto, se trataba de seleccionar,

entre dos ciudades alemanas, cuál de ellas tenía

más habitantes. Los ordenadores recibían nueve

pistas de cada urbe en forma de respuestas mo-

nosílabas («sí» o «no») a preguntas sencillas («¿es

la capital de un estado federal?» o «¿es la sede de

una universidad?», entre otras). A partir de ahí,

el software debía saber cuán relevantes eran los

indicios para determinar el tamaño relativo de

una ciudad frente al resto.

Entre los programas favoritos se hallaban al-

gunos que se regían según el álgebra moral de

Franklin, es decir, analizaban y ponderaban con

precisión cualquier información que recopilaban.

Bajo estos se encontraba también un programa

de análisis estadístico, el cual requería primero

la práctica con cifras reales de población a fin de

poder clasificar y organizar las pistas dadas con la

mayor precisión posible. Gigerenzer y Goldstein, a

su vez, se enfrentaban a la misma disyuntiva me-

diante el principio heurístico take the best (TTB;

algo así como «elige el mejor»), una estrategia

simple y basada en una regla concreta: comparar

las ciudades según la referencia más relevante; si

esta es positiva en una ciudad, entonces elíjase;

en caso de empate, utilice la segunda referencia

más sobresaliente, etcétera.

El triunfo de la simplicidad

El resultado de la simulación dejó a los investi-

gadores boquiabiertos: entre las respuestas del

modelo heurístico y las resultantes del mejor de

los programas complejos no existía prácticamente

diferencia. Con la ventaja de que el principio TTB

había requerido menos cálculos y menor volumen

de información; el programa, tan pronto había

estimado una respuesta, prescindía de las pistas

adicionales.

La clave del éxito de esa heurística reside, de

nuevo, en una característica intrínseca de los

entornos naturales: la información redundante.

Tan pronto como se conoce el mejor indicio (por

ejemplo, «se trata de la capital de un estado fede-

ral»), la mayoría de las informaciones adiciona-

les señalan en la misma dirección y no aportan

mejora alguna al veredicto que se ha establecido

desde un principio.

Ello abre una nueva comprensión sobre la de-

cisión racional. La racionalidad no requiere for-

zosamente el máximo de información. Es más,

la mera selección de datos con la consiguiente

desestimación selectiva de otros puede suponer

un factor contributivo y una ayuda para encontrar

la solución correcta con mayor rapidez.

En determinadas circunstancias, la heurísti-

ca no solo arroja resultados tan buenos como el

proceso analítico completo, sino incluso mejores.

Ello se aplica a menudo en sistemas complejos

que contienen numerosos parámetros de diversos

órdenes de magnitud. En tales casos, los cálculos

precisos padecen un problema de sobreajuste

JAQUE MATE En mayo 1997 Deep Blue se

convirtió en el primer orde-

nador que ganaba un torneo

al entonces campeón mun-

dial de ajedrez Gari Kaspárov.

El contrincante humano no

consiguió imponerse a una

capacidad de cálculo de

200.000 operaciones por

segundo.

El poder de la masaOtro método sencillo para resolver con éxito la toma de decisiones estriba en conside-rar en el cálculo numerosas respuestas. Ello funciona in-cluso con las estimaciones. Es conocido el caso expuesto por el intelectual británico Francis Galton en 1907: se trataba de estimar el peso de un buey. El muestreo con 800 personas aporta un resultado con un error promedio inferior a cinco kilogramos.

(The wisdom of crowds, por J. Su-

rowiecki. Doubleday, Londres, 2004)

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Page 67: Revista mente y cerebro nro. 58

MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 65

(overfitting): los planteamientos complejos suelen

considerar las pequeñas desviaciones casuales,

que a su vez pueden acumularse dando lugar a

errores tremendos. Por el contrario, la heurísti-

ca no suele verse afectada por estas influencias

perturbadoras.

Tal efecto resulta sobre todo terrible en un nego-

cio dominado supuestamente por astutos estrate-

gas: el mercado de valores. Pongamos por caso que

usted dispone de una cantidad de dinero ahorra-

da y desea invertirlo en acciones. ¿En qué valores

y qué cantidad debería invertir para obtener el

máximo de beneficios con el mínimo de riesgos?

En 2009, Victor DeMiguel, de la Escuela de Nego-

cios de Londres, y otros investigadores analizaron

si las estrategias complejas de inversión generaban

mayores ganancias que el reparto más sencillo e

intuitivo posible, es decir, que cada acción reciba

el mismo importe (heurística de 1/N).

Entre los competidores de esa estrategia básica

se encontraba el modelo inversionista del econo-

mista y laureado con el premio Nobel de economía

Harry Markowitz. Su fórmula, publicada en el año

1952, representa la base de la gestión moderna de

los fondos de inversión. Su sistema «aprende» de la

evolución anterior de cada valor y genera un pa-

quete global en el que los riesgos se compensan

entre sí de manera que bajo cualquier desarrollo

del mercado se obtendría una ganancia óptima.

Los economistas pusieron a prueba ambas estrate-

gias (la compleja de Markowitz y la sencilla de 1/N)

con datos reales de la bolsa durante un periodo de

diez años. El resultado fue sorprendente: cuando la

cantidad posible de acciones era pequeña, los mo-

delos complejos estaban ligeramente por delante

gracias a su selección inteligente de valores. Sin

embargo, en cuanto la inversión debía repartirse

entre una docena de paquetes o más, el sistema

1/N arrojaba incluso mejores resultados.

Según la teoría, en ese caso también deberían

haber triunfado las fórmulas más complejas,

empero les faltaban los datos necesarios para

determinar de forma correcta las tendencias en

un mercado tan grande y repleto de comporta-

mientos aleatorios. Según cálculos de DeMiguel, el

método de Markowitz debería disponer de un re-

positorio de datos mercantiles de los últimos 250

años para facilitar un paquete de acciones com-

binadas que ofreciese mejores resultados que la

heurística 1/N. Una exigencia bastante irreal para

una economía en la que numerosas empresas y,

por tanto, muchas acciones solo se mantienen en

el mercado unos cuantos años.

Ese resultado no fue del todo inesperado. De he-

cho, corresponde a las recomendaciones que dan

los expertos en bolsa desde hace algunos años:

los inversores no deberían pagar caras comisio-

nes por los servicios de los gestores de fondos;

en su lugar deberían invertir en un paquete sufi-

cientemente diversificado (por ejemplo, un fondo

indexado). El mercado de productos financieros se

halla marcado por sucesos tan impredecibles que

hacen casi imposible las estrategias más inteligen-

tes con poco riesgo y mucho beneficio.

Una demostración de esa tesis la aportó en clave

de humor el diario Chicago Sun-Times hace unos

años. El mono capuchino de nombre Mr. Adam

Monk elegía a su libre albedrío acciones bursátiles

determinadas en el periódico. El paquete resultan-

te superó durante cuatro años consecutivos la me-

dia del mercado e incluso en dos años promedió

por encima del renombrado fondo de inversión

Legg Mason.

Menos datos, más precisión

En otros ámbitos del mundo de los negocios

también otros métodos de análisis estadístico se

habrán visto superados entretanto por la simple

heurística. Markus Wübben y Florian von Wang-

enheim, de la Universidad Politécnica de Múnich,

demostraron que es posible realizar predicciones

fiables sobre la fidelidad de clientes en grandes ne-

gocios en base a un único supuesto: «Buenos com-

pradores hoy son buenos compradores también

mañana». Los pronósticos desarrollados a partir

de datos complejos (la frecuencia de las visitas a

los clientes, así como las cuotas de captación de

clientes que provienen de la competencia) arro-

jaron peores resultados.

También en el ámbito social, considerar pocas

informaciones resulta a menudo la mejor opción.

Numerosos estudios revelan que la mayoría de las

personas solo requieren entre 30 segundos y dos

minutos para expresar una opinión acertada de

los sujetos observados. Ello se demostró en rela-

ción a la capacidad de aprendizaje de los alumnos,

la tendencia a la depresión de los pacientes o la

probabilidad de que una pareja que se pelea se

vaya a separar en un futuro. Por el contrario, pe-

riodos de observación muy extensos confunden

a los sujetos, de manera que elaboran pronósticos

equivocados.

Directo al asUna partida de póquer entra dentro de las situaciones en las que menos es más. Los novatos se ofuscan calculando probabilidades e intentan interpretar la mímica de cada jugador, con lo que caen en las trampas psicológicas. Los profesionales, en cambio, se basan en reglas clave y se mantienen fieles a su táctica.

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66 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013

COGNICIÓN

Incluso sin confusión, las valoraciones subjeti-

vas representan en múltiples ocasiones el punto

débil del análisis. La heurística puede servir en

este caso de ayuda, pese al factor de incertidum-

bre que supone obtener resultados fiables a partir

de percepciones humanas. Pongamos un ejemplo:

una comisión de acceso de una universidad debe

elegir al candidato con mayores probabilidades

de éxito de entre un gran número de solicitan-

tes. Con relación a cada uno de ellos, el comité

dispone de una ingente cantidad de información

(nota de selectividad, resultados de estudios an-

teriores, cartas de recomendación, entrevista de

presentación privada, informes sobre prácticas,

estancias en el extranjero y demás). Cada miem-

bro del jurado debe valorar y confrontar todos

los datos entre sí a fin de alcanzar un dictamen

lo más justo y acertado posible.

Los psicólogos ya demostraron a principios de

los años setenta que esa pulcritud analítica en

pos de lo correcto en la toma de decisiones repre-

senta a menudo una ilusión. Robyn Dawes, de la

Universidad de Carnegie Mellon en Pittsburgh,

investigó sobre la posibilidad de que un proceso

más sencillo y simplificado pudiese arrojar me-

jores pronósticos sobre el éxito de los candidatos.

Para ello pidió a estudiantes de los últimos se-

mestres que predijeran las notas de los novatos

recién llegados. Estos resultados se compararon

con las conclusiones de un proceso heurístico sen-

cillo basado en criterios de sí o no con relación

al currículo de los concursantes. Cada criterio se

valoraba con +1 si se cumplía y con –1 en caso

contrario. Todas las características tenían igual

peso. Cuanto mayor fuese la puntuación, tanto

mayor la nota prevista.

El modelo mostró pronósticos en la mayoría de

los casos más próximos a la nota de los estudiantes

que la estimación desarrollada por sus compañe-

ros de cursos superiores. La razón estriba, proba-

blemente, en que las personas suelen presentar

problemas con la valoración ponderada de factores

individuales en situaciones complejas.

De todas formas, la intuición nos indica que

no todos los criterios son importantes por igual.

Desde un punto de vista matemático, debería

existir una ponderación ideal que nos indicase

todavía mejores resultados que la distribución

uniforme. Dawes calculó incluso los valores óp-

timos, aunque ello solo pudo llevarse a cabo una

vez disponía de las notas reales de los alumnos.

Los límites de la precisión excesiva

Ante un repositorio de datos con demasiadas fluctuaciones aleatorias puede re-

sultar más acertado emplear un sencillo modelo matemático que una compleja

fórmula para afrontar el problema. De hecho, cuanto mayor es la precisión, más

elevado es el factor de distorsión, de este modo, la distancia entre la magnitud

del dato y el ruido baja.

La gráfica inferior izquierda indica la evolución de la temperatura en Múnich

en el año 2008. Cada punto representa la temperatura máxima diaria. El objetivo

es hallar la curva que represente la evolución de la temperatura anual (señal), de

modo que permita realizar predicciones fiables para los próximos años.

Los candidatos elegidos como alternativas de resolución son un polinomio

de cuarto grado (curva roja) cuya forma viene determinada por cuatro valo-

res, así como un polinomio de grado 12 (azul). Mediante la introducción de

parámetros sucesivos, la representación de grados superiores puede trazar

curvas más pequeñas y seguir más de cerca los valores referencia de la nube

de puntos.

Pero ¿garantiza ello una mayor fiabilidad predictiva? No, tal y como muestra

la comparativa de los años 2008 y 2009 que aparece en la gráfica de la derecha.

Mientras que los polinomios de cuarto grado (rojo y naranja) transcurren próxi-

mos, las curvas de las funciones de grado 12 (azul y gris) bailan y se entrecruzan

numerosas veces. El motivo es que la representación más compleja refleja tam-

bién las oscilaciones que se produjeron de manera aleatoria un año concreto

y que no representan un comportamiento generalizado (ruido). Tal efecto es

denominado por los estadísticos como sobreajuste (overfitting).

En principio, para cada entorno de predicción debería encontrarse la relación

ideal entre precisión y tolerancia a errores. Cualquier cálculo científico correcto

debería acompañar su resultado con el error estándar: un intérvalo de referen-

cia que indique cómo las influencias azarosas y los fallos de medición pueden

influir en el valor resultante.

Múnich, 2008 Múnich, 200925

20

15

10

5

0

–5

–10

25

20

15

10

5

0

–5

–1000 100100 200200 300300

Días desde el 1 de enero Días desde el 1 de enero

Tem

per

atu

ra (g

rad

os c

entí

grad

os)

Tem

per

atu

ra (g

rad

os c

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grad

os)

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OR

STEN

PA

CH

UR

Page 69: Revista mente y cerebro nro. 58

MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 67

Por desgracia, un pronóstico de tal calibre no re-

sulta factible.

¿Será la combinación de criterio humano y re-

glas preestablecidas la mejor solución? A fin de

comprobarlo, Dawes solicitó a los estudiantes que

establecieran cuánto debería valer cada factor. El

resultado fue llamativo: las nuevas predicciones

eran mejores que las originadas de manera com-

pletamente libre, pero continuaban siendo peores

que la heurística que ponderaba por igual cada

característica. En otras palabras, la intuición de

los probandos con relación a los criterios que eran

importantes y los que no resultó tan errónea que

incluso el mero reparto igualitario promediaba

mejor. Tal hallazgo originó discusiones acaloradas

entre los especialistas. Los críticos reprocharon a

Dawes que los estudiantes no podían considerarse

evaluadores adecuados; personas con más expe-

riencia habrían determinado mejor el peso de los

factores, de manera que habrían optimizado los

resultados de la heurística.

No obstante, estudios posteriores no confirma-

ron dicha suposición. Si el número de criterios

importantes crece demasiado, resulta complicado

tenerlos todos en mente y priorizarlos de ma-

nera acertada. Otros investigadores explican el

fracaso de la intuición como consecuencia del

sobreajuste (overfitting) del que pecan también

las personas. A menudo se valoran unos pocos

criterios muy por encima de lo que se debería,

ya que en situaciones pasadas resultaron espe-

cialmente importantes. En tales circunstancias

vale la misma máxima que se aplica en las pre-

dicciones estadísticas: un buen modelo pasado

no sirve forzosamente para el futuro.

La experiencia vale un grado

Con todo, no estamos diciendo que los expertos

sean inútiles a la hora de evaluar situaciones com-

plejas. Tal como se apuntaba al inicio del presente

artículo, múltiples procesos heurísticos se fun-

damentan en los recuerdos. De esta manera, las

personas con experiencia suelen tomar decisiones

por lo general más acertadas.

El valor de las reglas empíricas adquiere peso

en función de la experiencia. Los profesionales no

emplean información excesiva para la resolución

de una tarea, como quizá podría suponerse, más

bien todo lo contrario. Los conocimientos previos

permiten reconocer con anterioridad el contenido

esencial de un asunto a la vez que ignorar nume-

rosos detalles que generan confusión en los profa-

nos. Así pues, los conocimientos expertos resultan

también útiles en relación a métodos como el de

Dawes, ya que para que estos puedan funcionar

es necesario que primero alguien defina criterios

clave tan decisorios como sea posible.

Además, los entendidos suelen elegir la alter-

nativa heurística más adecuada en relación con

un problema. En 1988, investigadores del equipo

de John Payne, de la Universidad de Duke en Dur-

ham, revelaron que las personas adaptaban sus

reglas de decisión de forma intuitiva dependien-

do de la situación. Observaron y documentaron

este comportamiento con un grupo de volunta-

rios que debían elegir, bajo la presión del tiempo,

entre opciones relacionadas con juegos de azar. No

existía ninguna respuesta claramente correcta o

incorrecta. Por su parte, los probandos solo po-

dían solicitar indicaciones sobre oportunidades

y riesgos de cada una de las variantes.

Mientras disponían de tiempo, los participan-

tes analizaban cada una de las informaciones y

cambiaban de preferencia de manera alternativa

entre variantes concurrentes. Empero, a medida

que aumentaba la presión, optaban por una estra-

tegia heurística del tipo TTB: solo consideraban la

indicación más importante de cada alternativa.

Payne y sus colaboradores trasladaron tal

principio al mundo de la informática, con lo que

crearon un programa que resolvía problemas

mediante un procedimiento complejo adecuado

al tiempo de cálculo disponible. Esta aplicación

informática aportaba en las diferentes situaciones

mejores resultados que cada una de las estrategias

por sí sola.

Precisamente ese es el punto decisivo de la heu-

rística: no representa la mejor solución para todas

las situaciones, pero en todas ellas puede aportar

valor. Por tanto, un último consejo: la próxima

vez que el lector se encuentre ante un problema

complejo invierta con calma el tiempo suficiente

para elegir la estrategia adecuada. Al fin y al cabo,

ello le permitirá alcanzar mejor el objetivo que

si escoge el camino más directo pero engorroso.

Para saber más

Who will win Wimbledon? The recognition heuristic in predicting sports events.� S. Serwe y C. Frings en Journal of Behavioral Decision Making, vol. 19, págs. 321-332, 2006.

The recognition heuristic in memory-based inference.� Is recognition a non-compen-satory cue? T. Pachur et al. en Journal of Behavioral Decision Making, vol. 21, págs. 183-210, 2008.

Optimal versus naive diver-sification.� How inefficient is the 1/N portfolio strategy? V. DeMiguel et al. en Review of Financial Studies, vol. 22, págs. 1915-1953, 2009.

Homo heuristicus.� Why biased minds make better inferences.� G. Gigerenzer y H. J. Brighton en Topics in Cognitive Science, vol. 1, págs. 107-143, 2009.

When is the recognition heuristic an adaptive tool? T. Pachur, P.M. Todd, G. Gi-gerenzer, L. J. Scholler y D. G. Goldstein en Ecological ratio-nality: Intelligence in the world, págs.113-143, Oxford University Press, 2012.

How do people judge risks: Availability heuristic, affect heuristic, or both? T. Pachur, R. Hertwig y F. Steinmann en Journal of Experimental Psy-chology: Applied, vol. 18, págs. 314-330, 2012.

Thorsten Pachur es doctor en psico-logía e investiga en la Universidad de Basilea.

Page 70: Revista mente y cerebro nro. 58

68 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013

ADICCIÓN

Una mañana cualquiera. Una per-

sona cualquiera. La alarma del

despertador resuena en sus oídos,

arrastra los pies hasta la cocina, al-

canza cual autómata el recipiente

de café soluble, vierte con una cucharilla la canti-

dad habitual de cafeína en una taza, añade agua e

introduce el resultado en el microondas. En nin-

gún momento recapacita sus movimientos, ni

cuando abre la puerta del microondas y sustrae

la taza de café humeante de su interior, tal es la

rutina del ritual matutino. Incluso si el envase

de café no se encuentra en el sitio de costumbre,

de inmediato le salta a la vista desde su nueva

situación. ¿Cómo es posible?

Existe una sencilla explicación. Las personas

dirigimos la atención en especial a aquello que

nos resulta agradable, caso del café. Esta bebida

estimulante goza de gran «prominencia», dirían

los científicos. Cuán saliente (relevante) se consi-

dera un estímulo y hasta qué punto su manejo se

convierte en una rutina depende de las experien-

cias de cada persona.

Pero el proceso de aprendizaje no solo intervie-

ne en la preparación del café matutino. También

los fumadores desarrollan un programa automá-

tico cuando ven la cajetilla de tabaco, extraen de

su interior un cigarrillo, se lo colocan entre los la-

bios, lo encienden e inspiran el humo. Al parecer,

los humanos integramos los estímulos relaciona-

dos con sustancias adictivas, como la nicotina, de

manera particularmente eficiente en el repertorio

de conductas.

Mediante tomografía por resonancia magnética

funcional (TRMf) nuestro grupo de trabajo en la

Universidad de Fráncfort estudia qué regiones del

cerebro participan en este proceso. Hasta ahora,

los investigadores centraban su atención en áreas

cerebrales subcorticales. Se sabe desde hace tiempo

que tanto el área tegmental ventral del mesencé-

falo como el núcleo estriado ventral, el cual forma

parte de los ganglios basales, desempeñan una fun-

ción especial en el aprendizaje de la recompensa y

en la adicción. A través de la experimentación con

animales se conoce que el consumo crónico de sus-

tancias adictivas altera las conexiones sinápticas en

estas dos áreas. Con ello, los estímulos ambientales

que el animal asocia con la sustancia que crea adic-

ción ganan una especial relevancia.

Los estudios iconográficos llevados a cabo en

voluntarios humanos llegan a conclusiones simi-

lares. En 2002, Deborah Due y sus colaboradores

de la Universidad Duke, en Durham, presentaron a

un grupo de fumadores empedernidos fotografías

de escenas relacionadas con el acto de fumar (una

mano con un cigarrillo entre los dedos) o bien imá-

genes neutras semejantes (una mano sostenien-

do un bolígrafo). Los probandos se encontraban

tumbados en el escáner de TRMf, lo que permitía

observar su actividad cerebral. Según se averiguó,

las imágenes referentes a la adicción activaban de

forma más intensa los centros cerebrales de recom-

pensa, entre estos, el área tegmental ventral.

No solo intervienen las áreas responsables de

las emociones en la adicción a la nicotina. El equi-

po dirigido por Arthur Brody, de la Universidad

de California en Los Ángeles, demostró en 2007

la importante función que desempeña la corteza

sensorial, en especial, la corteza visual. Es probable

que el cerebro de las personas adictas procese con

mayor intensidad las imágenes asociadas al consu-

mo de drogas. Por otra parte, el grado de respuesta

neuronal depende de cuán intensa sea la necesidad

de consumir: cuanto mayor es la necesidad que

EN SÍNTESIS

El hábito hace al fumador

1 Junto a los centros

cerebrales de recom-

pensa, las áreas sensoriales

y motoras desempeñan una

función destacada en la

adicción al tabaco.

2La corteza visual de un

fumador se muestra

más activa ante imágenes

asociadas al consumo del

tabaco. Es decir, procesa

con mayor intensidad el

estímulo.

3Cuando los adictos reci-

ben estímulos relaciona-

dos con su adicción también

se activan áreas motoras,

entre estas, la corteza

premotora, fenómeno que

promueve el consumo.

La rutina del pitilloLa dependencia de la nicotina no solo se manifiesta en el centro neuronal

responsable de la adicción. La tendencia a coger un cigarrillo también

deja huella en regiones sensoriales y motoras del cerebro

YAVOR YAL ACHKOV, JOCHEN K AISER Y M ARCUS J . NAUMER

Page 71: Revista mente y cerebro nro. 58

MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 69

se siente, más se activa la corteza visual. Quizás

una corteza visual muy estimulada proporcione al

adicto una mayor eficiencia a la hora de detectar la

sustancia de la que es dependiente: el paquete de

tabaco situado en una esquina de la mesa llama

de inmediato la atención a un fumador, es decir,

le resulta muy saliente, por lo que satisfará en se-

guida su necesidad de dar unas caladas.

Más sensible a ciertos estímulos

Tales efectos se deben a procesos neurobiológicos

de aprendizaje. John T. Serences, de la Universidad

de California en San Diego, solicitó a un grupo de

probandos sanos, quienes yacían en un escáner

cerebral, que fijaran su atención en un punto que

aparecía en una pantalla luminosa. De manera

repetida surgía a la derecha del punto un círculo

rojo y a su izquierda, uno verde. Los participantes

debían pulsar un botón para elegir una de las dos

opciones. Si la elección era correcta, recibían un

premio en metálico. Se consideraba una selección

«correcta» unas veces un color, otras, el otro, sin

embargo, uno de los estímulos parecía siempre

más prometedor que el otro.

Como era de esperar, los sujetos manifestaron

su preferencia por el círculo que en la prueba an-

terior les había proporcionado más dinero. Esa

conducta se reflejaba en su actividad cerebral. El

área de la corteza visual que procesaba el estímulo

«atractivo» mostraba más actividad que la región

que recibía la información del otro círculo.

Es probable que la corteza visual no constituya

la única área sensorial que reacciona de forma

destacada a los estímulos que crean adicción.

Estos estímulos se registran también a través

de otros sentidos: olemos el humo del cigarrillo,

tocamos el frío metal del encendedor, oímos el

crujido del plástico que envuelve la cajetilla de

tabaco, etcétera.

Nuestro grupo de trabajo estudia el modo en

que el cerebro procesa las informaciones visuales

y táctiles que inciden sobre el estímulo adictivo y

cómo las integra. Esta integración multisensorial

resulta decisiva para el reconocimiento de objetos.

Constantemente relacionamos señales proceden-

tes de diversos canales sensoriales. Solo así reci-

bimos una imagen unitaria del mundo que nos

rodea. Las experiencias previas con los estímulos

influyen sobre esta capacidad cerebral. La inves-

tigación con animales así como con humanos

ha revelado que esta integración multisensorial

puede adiestrarse. Ello permite que se refuerce

la respuesta neuronal a los estímulos y así estos

puedan percibirse más rápido.

FOTO

LIA

/ J

ULI

A S

UV

ORO

VA

FUMADOR HABITUAL Quien se enciende un cigarri-

llo varias veces al día domina

a ciegas los movimientos

correspondientes. Ello se refle-

ja en la actividad cerebral.

Page 72: Revista mente y cerebro nro. 58

70 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013

ADICCIÓN

Al parecer, un fenómeno similar ocurre en los

fumadores. Ven el paquete de tabaco, extraen

un cigarrillo de su interior, sostienen el encen-

dedor con la mano contraria, giran la piedra del

mechero, así sucesivamente. Todo ello conforma

una serie de aspectos cuya coordinación resulta

relevante para la integración eficaz de múltiples

informaciones sensoriales. Los no fumadores

carecen de esta experiencia multisensorial es-

pecífica del objeto: aunque es probable que en

su día a día vean utensilios relacionados con el

fumar, en contadas ocasiones hacen uso de ellos.

Con el fin de averiguar si dicha diferencia se

refleja en la actividad cerebral, estudiamos dos

grupos de personas: uno de fumadores y otro de

no fumadores. Una vez en el tomógrafo, les pre-

sentamos imágenes de diversos objetos: utensilios

relacionados con el acto de fumar (cigarrillos y

ceniceros) y otros neutros (bolígrafos o tarros de

crema). De forma simultánea, se les ofrecían los

correspondientes objetos para que los tocaran con

las manos, de manera que podían percibirlos con

la vista y el tacto. En algunos casos la prueba se

limitó a que los probandos viesen las fotografías;

en otros, a que solo tocaran los elementos.

Una integración exitosa

En ese montaje nos interesaba sobre todo el com-

plejo occipital lateral del lóbulo cerebral posterior,

área que reacciona a las experiencias sensoriales

(entre otras situaciones, se activa cuando recono-

cemos objetos o formas y las relacionamos con

informaciones táctiles). Observamos que dicha

región cerebral se mostraba especialmente activa

en el lado izquierdo cuando los participantes veían

y tocaban a la vez los objetos. Ello indicaba que su

cerebro integraba las informaciones que proporcio-

naban ambos canales. Aunque los objetos neutros

provocaban este patrón de actividad en fumadores

y no fumadores, si se trataba de un utensilio rela-

cionado con fumar, el resultado difería: la integra-

ción de los estímulos táctiles y visuales se daba solo

en el cerebro de los consumidores de tabaco. Ade-

más, cuanto más adictos, más intensa se mostraba

la actividad del complejo occipital lateral.

Fumar de forma regular e intensa influye, pues,

en la manera en que el cerebro asocia las corres-

pondientes informaciones sensoriales. Queda por

saber, sin embargo, el significado práctico de este

fenómeno para las personas que quieren aban-

donar ese vicio. Es probable que la integración

multisensorial rápida y eficiente de los estímulos

relacionados con la adicción sea el motivo por el

cual quienes dejan de fumar vuelvan a caer rápida-

mente en las garras de la nicotina al oler el humo

de un cigarrillo o ver un paquete de tabaco.

En 2009, demostramos que la adicción a la nico-

tina no solo influye en la percepción. Quien fuma

practica una y otra vez los mismos movimientos

de forma casi automática. Como consecuencia, se

produce un cambio de actividad en las regiones

cerebrales que reaccionan cuando se planean o

llevan a cabo movimientos o cuando se usan ob-

jetos. Entre estas áreas se encuentran las cortezas

premotora, parietal superior y frontal medial, así

como un área de la corteza temporal medial.

Mostramos a los probandos imágenes neutras

o relacionadas con el acto de fumar (una persona

fumando, por ejemplo). Mediante IRMf observa-

mos que los estímulos referentes al consumo de

tabaco activaban áreas sensomotoras (la corteza

premotora y la parietal superior) más en los fu-

madores que en los no fumadores. El grado de

activación de las áreas era proporcional al nivel

de dependencia del sujeto.

Ya en 1990, Stephen Tiffany, de la Universidad

estatal de Nueva York (SUNY), postuló que el ce-

rebro de las personas fumadoras presentaba es-

quemas de actuación. En otras palabras, retenía

las informaciones motoras que permiten a los

consumidores de tabaco llevar a cabo de modo

eficiente y rápido los correspondientes movimien-

tos. En el momento en que esos movimientos se

convierten en rutina, los estímulos condicionan-

tes (un encendedor o una cajetilla de cigarrillos)

Ver el paquete de tabaco, coger

el cigarrillo, prender el en-

cendedor. Todo ello conforma una eficiente

integración de informaciones

multisen­soriales

Cortezaoccipital lateral

Corteza premotoraCortezaparietal superior

Cortezafrontal medial

Cortezatemporal medial

Cortezatemporal inferior

CENTROS DE CONSUNCIÓN La adicción a la nicotina no

altera solo los centros cere-

brales relacionados con la

dependencia. También influye

en la actividad de las áreas

sensoriales y motoras, entre

ellas, las del complejo occipi-

tal lateral, la corteza parietal

superior y las zonas de las

cortezas premotora, frontal y

temporal.

Page 73: Revista mente y cerebro nro. 58

MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 71

activan los esquemas de acción. Según la teoría

de Tiffany, de esa forma se perpetúa la conducta

consumista, ya que se enciende el siguiente pitillo.

Por favor, tómeme

Pusimos a prueba el modelo de Tiffany mediante

un experimento común en psicología cognitiva.

Se basa en la presunción de que un detalle deter-

minado de un objeto (el asa de una taza) activa

el área cerebral que procesa la correspondiente

acción, en este caso, el movimiento de coger la

taza. Ello, a su vez, prepara el cerebro para ordenar

dicho movimiento.

En ese contexto, mostramos a un grupo de pro-

bandos la imagen de un objeto con un asa situada

unas veces a la derecha y otras a la izquierda. En

cuanto aparecía la imagen, debían pulsar lo más

presto posible un botón unas veces con la mano

derecha y otras con la izquierda. Observamos que

la reacción era más rápida cuando el asa se encon-

traba en el mismo lado que la mano con la que

pulsaban el botón.

También presentamos a los voluntarios foto-

grafías de utensilios de fumador (entre ellos, un

cenicero con un cigarrillo apoyado en el borde).

Según confirmamos, el objeto asociado al hábito

de fumar solo desencadenaba el fenómeno descri-

to por Tiffany en los fumadores, sobre todo en los

más adictos. Ello quedaba patente en la actividad

cerebral: cuanto más marcado era el efecto, con

mayor intensidad reaccionaban las áreas cerebra-

les sensomotrices a los estímulos relacionados con

la adicción. Dichas áreas activaban el correspon-

diente esquema de acción. Conclusión: la teoría

de Tiffany es cierta.

Observaciones semejantes se han confirmado

en otro tipo de adicciones. En 2006, Thomas Kosten

y sus colaboradores de la Universidad de Yale en

New Haven informaron de que la corteza motora

de personas adictas a la cocaína reaccionaba cuan-

do se les presentaba una película sobre esa droga.

Cuanto más activas se mostraban las correspon-

dientes regiones cerebrales, tanto más probable

era que la persona volviese a consumir.

Tales resultados pueden contribuir al tra-

tamiento de las adicciones. Probablemente la

señal de la corteza motora y sensorial pueda

utilizarse como biomarcador específico de este

trastorno. Con ello, los médicos y psicólogos po-

drían identificar mejor a los pacientes con eleva-

do riesgo de recaídas y tratarlos de manera más

apropiada. Hasta cierto punto, el éxito terapéutico

podría medirse a partir de la actividad cerebral.

En 2007, Arthur Brody, de la Universidad de Cali-

fornia en Los Ángeles, confirmó que las IRMf de

las regiones sensoriales y motoras del cerebro de

fumadores mostraban una actividad menor cuan-

do los probandos reprimían el deseo de fumarse

un cigarrillo.

ISTO

CK

PHO

TO /

SER

GEY

GA

LUSH

KO

ISTO

CK

PHO

TO /

IVA

NM

ATE

EV

Para saber más

Neural substrates of resisting craving during cigarette cue exposure. A. L. Brody et al. en Biological Psychiatry, vol. 62, págs. 642-651, 2007.

Value-based modulations in human visual cortex. S. T. Serences en Neuron, vol. 693, págs. 1169-1181, 2008.

Adicción al tabaco. Joseph R. DiFranza en Investigación y Ciencia, julio de 2008.

Brain regions related to tool use and action knowlledge reflect nicotine dependence. Y. Yalachkov et al. en Journal of Neuroscience, vol. 29, págs. 4922-4929, 2009.

Smoking experience modu-lates the cortical integration of vision and haptics. Y. Yala-chkov et al. en Neuroimage, vol. 59, págs. 547-555, 2012.

Yavor Yalachkov es psicólogo y colaborador científico en el Instituto de psicología médica de la Universidad Goethe de Fráncfort del Meno. Jochen Kaiser es profesor de psico-logía médica y director de mismo centro. Marcus J. Nau-mer dirige allí el grupo de trabajo «Iconografía cerebral con cruce modal».

EL PODER DE LA IMAGEN Si se muestra a los adictos

a la nicotina la fotografía de

una persona fumando, en

su cerebro se activan áreas

sensomotoras (la corteza

premotora y parietal superior).

Por el contrario, si se sustituye

el pitillo por un bolígrafo, la

imagen no produce ningún

efecto.

Page 74: Revista mente y cerebro nro. 58

72 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013

PSIQUIATRÍAC

ORB

IS /

SA

TCH

AN

Alienados de sí mismosAlgunas personas se sienten observadoras de sus propios procesos mentales y de

su cuerpo. También el mundo se les antoja irreal y extraño. Con todo, su trastorno

pasa con frecuencia inadvertido

M ARCO C ANTERINO Y M AT THIA S MICHAL

Page 75: Revista mente y cerebro nro. 58

MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 73

ATRAPADOS EN LA NIEBLA Las personas que sufren el

trastorno de despersonaliza-

ción sienten como si vivieran

en un sueño que desplaza a la

realidad.

«El mundo que conocía ha desaparecido.

Ahora me resulta difuso, al igual que

mi personalidad. Ya no poseo un yo

con el que pueda identificarme. Por

dentro me siento muerto. Podría ase-

sinar a una persona o ganar un premio millonario

en la lotería, sin embargo, ninguna de esas situa-

ciones me conmovería. He perdido la percepción

de mi cuerpo. Todo me resulta embotado e irreal.

Los colores del paisaje, el cielo azul y los rayos del

sol me dejan indiferente. No los puedo sentir.»

Con estas palabras, Thomas Martens (nombre

ficticio) trata de expresar el extraño estado de cons-

ciencia que le tortura desde hace más de tres años.

El joven, de 27 años y paciente nuestro, sufre alie-

nación. Los afectados de este trastorno se perciben

a sí mismos diferentes a como eran y sienten que

son observadores externos de sus propios proce-

sos mentales o de su cuerpo. Cuando este estado

se torna relevante a nivel clínico, se habla de un

trastorno de despersonalización.

Los síntomas pueden ser de diversa índole. A

menudo los afectados manifiestan dificultades

para plasmarlos con palabras. Algunos de ellos in-

forman de que se consideran meros observadores

de sus actos y se sienten robóticos. El entorno, por

lo general, les parece irreal, como si vivieran en un

mundo de ensoñación. Debido a que la alienación

de la personalidad y del ambiente transcurren

de forma paralela, el trastorno se conoce como

síndrome de despersonalización-desrealización

(abreviado DP-DR).

Los afectados no pierden el sentido de la rea-

lidad en la misma medida que los pacientes con

psicosis. En los primeros destaca el sentimiento de

«como si»: «Me siento ligero como si no tuviera un

cuerpo» o «Me parece como si el dolor fuera ajeno.

Todo se me antoja tan irreal, como si estuviera

actuando en una película». Los psicóticos, por el

contrario, no tienen ya contacto con la realidad y

se muestran convencidos de que sus sensaciones

son dirigidas desde el exterior.

Los sujetos con el síndrome de despersonaliza-

ción-desrealización tienden a autoobservarse de

manera artificial y a percibir de forma catastró-

fica todo lo que les sucede. Interpretan que cada

empeoramiento en su sintomatología comporta

una enfermedad neurológica grave, un principio

de locura e, incluso, una «disolución del alma».

También describen con frecuencia una incapaci-

dad para experimentar sentimientos, a pesar de

que estos pasan normalmente inadvertidos desde

el exterior. Ríen y lloran, pero, al mismo tiempo,

se sienten indiferentes.

La mayoría de nosotros ha experimentado mo-

mentos transitorios de despersonalización y des-

realización (por ejemplo, la sensación de estar de

pie junto a nosotros mismos o de no hallarse del

todo en uno mismo). El cansancio y el agotamien-

to pueden ser los factores precipitantes, así como

el estrés, un entorno desconocido, el consumo de

drogas, la ansiedad y el temor súbitos, e incluso las

luces de neón. Una vivencia de alienación de este

tipo suele durar unos segundos o pocos minutos.

No obstante, este estado de consciencia alterado

puede prolongarse durante semanas, meses e, in-

cluso, años. En esos casos es necesario someterse

a un tratamiento psicoterapéutico.

Ya en 1873, el otorrinolaringólogo húngaro

Maurice Krishaber (1836-1883) describió a pa-

cientes «aquejados por una sensación de irrea-

lidad». Algo más tarde, el psiquiatra francés Lu-

dovic Dugas (1857-1943) introdujo el concepto de

«despersonalización». El sistema de clasificación

CIE-10 (acrónimo de Clasificación Internacional de

Enfermedades) de la Organización Mundial de la

Salud incluye el síndrome de despersonalización-

desrealización como una entidad clínica dentro

de la categoría «otros trastornos neuróticos». Por

su parte, la cuarta edición vigente del Manual

Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Men-

tales (DSM IV), de la Asociación Americana de Psi-

quiatría, engloba la enfermedad en los trastornos

disociativos.

De repente, en otro mundo

La edad media de inicio de esta psicopatología

se sitúa en torno a los 16 años. Se manifiesta por

igual en hombres que en mujeres. En la mayoría

de los casos, las sensaciones extrañas aparecen

de forma abrupta, a veces ligadas al consumo de

cannabis, a ataques de pánico o a molestias físicas.

EN SÍNTESIS

Irreal

1Las personas con un

trastorno de desperso-

nalización se perciben a sí

mismas o al mundo que les

rodea como irreal y extraño.

2Debido a que se conoce

poco acerca de esta

enfermedad, resulta habi-

tual que se diagnostique de

forma errónea y que la tera-

pia sea inadecuada.

3El tratamiento que pare-

ce beneficiar más a este

tipo de pacientes se basa en

que los afectados agudicen

sus percepciones físicas y

emocionales.

Page 76: Revista mente y cerebro nro. 58

74 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013

PSIQUIATRÍA

A nuestro paciente Thomas Martens también le

invadió tal sensación de forma inesperada. «Una

noche me encontraba sentado frente al ordenador

cuando, de repente, todo mi entorno comenzó a

parecer surrealista, en cierto modo, desplazado»,

recuerda. «Tenía la impresión de estar en una pe-

lícula», añade.

Con frecuencia, el trastorno acaba cronificán-

dose. Sin embargo, los síntomas no siempre se

manifiestan con la misma intensidad. En la Clí-

nica y Policlínica de Medicina Psicosomática y

Psicoterapia de la Universidad de Mainz ofrece-

mos desde 2005 una consulta especial sobre des-

personalización. Acuden a nosotros enfermos de

toda Alemania. Por lo general, estas personas han

atravesado una odisea de costosos diagnósticos e

intentos diversos de tratamiento terapéutico des-

de hace años, sin que la raíz de sus problemas, ni

siquiera el trastorno por despersonalización, se

hayan llegado a desentrañar. Se les han prescri-

to psicofármacos, sin éxito en la mayoría de los

casos. Numerosos de los afectados que acuden

a la clínica logran dar por cuenta propia con el

diagnóstico; también saben de nuestro servicio

gracias a sus propias pesquisas.

Aunque todos los afectados sufren un estado

de consciencia alterado, les diferencia el modo en

que el trastorno repercute en su día a día. Mien-

tras unos se muestran capaces de completar una

carrera universitaria con éxito o de triunfar en

su vida profesional, otros se sienten desbordados

ante los mínimos retos y se aíslan socialmente.

Martens manifestaba un gran temor a asumir res-

ponsabilidades tras los estudios, por lo que optó

por refugiarse en sus padres y evitar cualquier

contacto con el mundo exterior.

Esos sujetos tienen la sensación opresiva de que

la vida les pasa por delante sin ningún sentido. No

es raro que vivan en pareja sin que su compañero

o compañera sepa nada sobre su estado. Aunque

resulta sorprendente, ello se da con frecuencia,

pues estas personas saben cómo comportarse

en una situación determinada y qué es lo que su

pareja espera de ellas. No obstante, el precio que

Criterios diagnósticos

La Clasificación internacional de enfermedades, en su décima versión (CIE-10), de la Organización Mundial de la Salud, y la cuarta edición

del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales (DSM-IV), de la Asociación Americana de Psiquiatría, establecen que la

despersonalización es clínicamente relevante en los siguientes supuestos:

CIE-10 (F48.1 Trastorno de despersonalización-desrealización)

DSM-IV (300.6 Trastorno de despersonalización)

Es necesario cumplir uno de los criterios 1 y 2, además de los

criterios 3 y 4:

1. Síntomas de despersonalización tales como sentir que las

propias sensaciones o vivencias se han desvinculado de uno

mismo, son distantes o ajenas.

2. Los objetos, las personas o el entorno parecen irreales, dis-

tantes, artificiales, desvaídos, desvitalizados.

3. Reconocer que se trata de un cambio espontáneo y subjeti-

vo, y que no ha sido impuesto por fuerzas externas u otras

personas (existe consciencia de enfermedad).

4. Consciencia plena y ausencia de un estado tóxico confusio-

nal o de una epilepsia.

Es necesario cumplir uno de los criterios A, B, C y D:

A. Experiencias persistentes o recurrentes de distanciamiento o

de ser un observador externo de los propios procesos menta-

les o del cuerpo (sentirse como si se estuviera en un sueño).

B. Durante el episodio de despersonalización, el sentido de la

realidad permanece intacto.

C. La despersonalización provoca malestar relevante a nivel

clínico o deterioro social, laboral o de otras áreas importan-

tes de la actividad del individuo.

D. El episodio de despersonalización no aparece solo en rela-

ción a otros trastornos mentales (esquizofrenia, ansiedad,

estrés agudo u otro trastorno disociativo); tampoco se debe

a los efectos fisiológicos directos de una sustancia (drogas o

fármacos) o a una enfermedad médica (epilepsia del lóbulo

temporal).

Page 77: Revista mente y cerebro nro. 58

MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 75

deben pagar resulta elevado: desarrollan senti-

mientos de culpa y sienten que están actuando

en su relación. Aunque son muy conscientes de

lo que los demás esperan de ellos, a menudo care-

cen de sensibilidad hacia sus propias necesidades.

Muchos de nuestros pacientes se sienten insatis-

fechos pese a ser exitosos en su vida. Creen que

en ellos existe un gran potencial latente, mas no

poseen posibilidades para desplegarlo.

La persona con DP-DR sufre especialmente

cuando percibe que el médico al que acude no

comprende su malestar o no lo toma en serio. A

ello se suma en numerosas ocasiones el miedo a

perder el control y a volverse loco. De esta manera,

los afectados suelen acostumbrarse a no hablar en

absoluto sobre su sufrimiento e intentan pasar

inadvertidos.

Una enfermedad infravalorada

A pesar de que los estados de consciencia típicos

del DP-DR deberían explorarse y documentarse

de manera habitual en pacientes psiquiátricos, se

desatienden con frecuencia en la práctica clínica.

También en el ámbito de la investigación. ¿A qué

se debe tal abandono? Es posible que en gran parte

por la dificultad del propio paciente para exponer

sus vivencias, pero más decisivo quizá resulte el

desconocimiento por parte de los médicos de la

incidencia del trastorno. El DSM-IV describe la

prevalencia de DP-DR como «desconocida». Por

su parte, la CIE-10 señala que el número de en-

fermos que sufre este trastorno de forma pura o

aislado es «pequeño». En otras palabras, se trata

de una enfermedad rara.

En 2006, a partir de una valoración sistemática

de los datos de diversas mutuas de salud alema-

nas, observamos que el DP-DR se diagnosticaba

en menos de uno por cada 14.000 asegurados.

Según estos datos, se trataría de una alteración

extremadamente inusual. En cambio, estudios

en los que se ha preguntado de manera especí-

fica por síntomas de DP-DR han revelado otro

resultado. En 2009 descubrimos que el 1,9 por

ciento de los encuestados experimentaba sín-

tomas característicos del DP-DR y que casi el 10

por ciento de ellos sentían que perjudicaban su

bienestar, al menos un poco. Según esto, el sín-

drome de despersonalización sería tan común

como otras enfermedades mentales, entre ellas,

la esquizofrenia, la anorexia nerviosa o los tras-

torno obsesivos-compulsivos.

Existe una concepción equivocada, pero muy

común, según la cual el DP-DR constituye una

mera expresión de una depresión mayor o de un

trastorno por ansiedad. Anthony David y sus cola-

boradores del King’s College de Londres constata-

ron en 2003 que alrededor del 60 por ciento de los

afectados de despersonalización-desrealización

mostraban, además, una depresión, y un 40 por

ciento padecía un trastorno de ansiedad. No obs-

tante, con frecuencia dichas enfermedades apare-

cen como consecuencia de la alienación.

En los últimos años, los científicos han hallado

mediante técnicas de neuroimagen (resonancia

magnética funcional y tomografía por emisión

de positrones) diferencias de tipo neurobiológico

entre personas con y sin trastornos por desperso-

nalización. En 2008, los colaboradores de Erwin Le-

mche del King’s College descubrieron que la amíg-

dala de estas personas, así como otras estructuras

límbicas, reaccionaban con menor intensidad a

estímulos emocionales en comparación con las re-

giones cerebrales correspondientes de probandos

sanos. Cuando los sujetos con DP-DR observaban

caras con expresión triste, disminuía la actividad

de la amígdala, en cambio, en los individuos sanos

esta aumentaba de forma destacada.

La enfermedad no solo se refleja en la actividad

cerebral. El sistema nervioso autónomo reacciona

con menor intensidad al miedo ante estímulos

que causan dicha emoción en comparación con

sujetos sanos, según comprobó en 2006 Mauricio

¿Familiar o extraño?

La investigación llevada a cabo por el los autores concluyó que el 1,9 por ciento

de los alemanes muestra con regularidad síntomas de una despersonalización.

La vivencia de alienación de los participantes fue valorada a partir de las si-

guientes preguntas:

¿Alguna vez ha sentido como si su cuerpo entero o algunas partes del mismo

se hubieran desmembrado de su persona o que no le pertenecieran?

¿Se ha sentido irreal alguna vez o le ha parecido que era extraño para sí

mismo?

¿Alguna vez se ha mirado en el espejo y ha sentido como si estuviese fuera

de su propia imagen?

¿Alguna vez le ha parecido estar viviendo en un sueño o ha tenido la sensa-

ción de hallarse desplazado de sus propios movimientos?

(«Screening nach depersonalisation-derealisation mittels zweier items der Cambridge Deper-

sonalisation Scale». M. Michal et al. en Psychotherapie, Psychosomatik, Medizinische Psychologie,

vol. 60, págs. 175-179, 2010)

«Los colores del paisaje, el cielo azul, los rayos del sol me dejan indiferente. No puedo sentirlos»

Thomas Martens,

paciente de 27 años

Page 78: Revista mente y cerebro nro. 58

76 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013

PSIQUIATRÍA

Sierra, del mismo colegio londinense. Al parecer,

estas personas reprimen la elaboración de las ex-

periencias emocionales y la excitación corporal

que debería acompañarlas.

Pero ¿cuáles son las causas de este trastorno tan

extraño? ¿Qué personas corren especial riesgo de

padecerlo? Se desconoce por completo en qué me-

dida intervienen los factores genéticos. De forma

contraria a los trastornos disociativos graves, el

síndrome de despersonalización-desrealización

no parece verse influido por experiencias trau-

máticas (abuso sexual o maltrato físico durante

la infancia, por ejemplo). Por otro lado, numerosos

afectados relatan en la consulta que ya de niños

tendían a ser reflexivos e introvertidos. Ahora

bien, la relación con los padres sí parece desem-

peñar una función relevante: casi todos nuestros

pacientes carecieron de un contacto emocional

genuino con sus progenitores en la niñez. Aun así,

no recuerdan a sus padres como personas insen-

sibles o faltos de cariño. Sin embargo, cuando se

intenta hablar con ellos sobre temas emocionales,

tienden a bloquearse.

Resulta interesante también la influencia de los

factores culturales sobre la incidencia de DP-DR.

El equipo de Sierra halló en 2006 que el trastorno

se manifestaba con mayor frecuencia en socieda-

des individualistas centroeuropeas que en países

colectivistas como, por ejemplo, Colombia. Existe

una teoría psicodinámica que afirma que este fe-

nómeno representa la consecuencia de un meca-

nismo de defensa psíquico. El psiquiatra austriaco

Paul Schilder (1886-1940) describió el trastorno

como «huida psicodinámica de la experiencia glo-

bal de la realidad», la cual protegería ante afectos

insoportables o potencialmente estresantes.

Un callejón sin salida

De acuerdo con un novedoso enfoque terapéu-

tico conductual, los afectados retroalimentan

su trastorno de despersonalización a través de

la continua autoobservación y el catastrofismo.

Focalizan de forma permanente sus síntomas y

los interpretan como enfermedades graves. Se ini-

cia un círculo vicioso: los síntomas se refuerzan,

los enfermos se centran todavía más en ellos, y

así sucesivamente. Este modelo asume que casi

cualquier persona podría autosugestionarse sen-

saciones de alienación a través de determinadas

formas de comportamiento, como mirarse en el

espejo durante un tiempo prolongado.

El tratamiento de esta patología supone un reto.

Ello se debe, en gran medida, a que no se cono-

ce demasiado y a que los enfoques terapéuticos

son inespecíficos. No existe ningún medicamen-

to autorizado para su tratamiento. Se sabe, no

obstante, que la combinación de antidepresivos

(inhibidores de la recaptación de la serotonina)

con el antiepiléptico lamotrigina contribuye a la

mejoría de algunos de estos pacientes.

A principios del 2011, el equipo de Antonio

Mantovani, de la Universidad Columbia en Nueva

York, fue capaz de reducir los síntomas de algunos

individuos mediante la estimulación magnética

transcraneal. Estimularon una región cerebral si-

tuada en el paso del lóbulo temporal al parietal,

la cual se halla implicada en la autopercepción.

Después de tres semanas de estimulación diaria,

mejoró el estado de la mitad de los sujetos, por

lo cual se continuó con el tratamiento durante

tres semanas más. La Escala de despersonaliza-

ción de Cambridge, cuestionario de evaluación

para determinar la intensidad de los síntomas de

DP-DR, reveló que la sintomatología de los seis

pacientes que habían manifestado una mejoría

se había atenuado en cerca de dos tercios tras la

terapia completa.

Al comienzo de la intervención, el terapeuta

explica con detalle al paciente en qué consiste

el trastorno y sus posibles causas. También le

Intensidad de la expresiónemotiva (porcentaje)

Intensidad de la expresiónemotiva (porcentaje)

Sujetos controlPacientes con DP-DR

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0,30

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–0,30

EMBOTADO Las áreas del sistema límbico

de los pacientes con trastor-

no de despersonalización-

desrealización (DP-DR) reac-

cionan con menor intensidad

a estímulos emocionales en

comparación con los sujetos

sanos. La imagen a y la gráfica

al lado reproducen la inten-

sidad con la que se activa el

hipotálamo de los pacientes

con DP-DR, así como el de

los probandos de control, en

respuesta a caras con gestos

cada vez más alegres. Debajo,

la respuesta de la amígdala al

contemplar rostros con expre-

sión de tristeza.

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08

Page 79: Revista mente y cerebro nro. 58

MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 77

informa sobre la evolución de los síntomas. Esta

introducción proporciona alivio a muchas perso-

nas, puesto que perciben que, por primera vez, las

entienden; se percatan de que no se encuentran

solas con su trastorno. Durante el tratamiento,

deben anotar en un diario sus molestias, con el

fin de que tomen consciencia de aquellas situa-

ciones que refuerzan sus síntomas, así como de

aquellas que los atenúan. Además, el profesional

les instruye en la práctica de la meditación de la

atención plena. Entre otras cosas, aprenden a con-

centrarse en su cuerpo a través de la respiración.

En 2007 nuestro equipo constató que a medida

que aumentaba la despersonalización, disminuía

la capacidad para centrar la atención. La medita-

ción de la atención plena, por el contrario, permite

su manejo, ya que mejora la percepción corporal

y emocional.

Uno de los objetivos es ganar consciencia so-

bre la tendencia a reprimir los sentimientos y la

evitación de los conflictos por miedo al rechazo.

Cuando los sujetos pierden estos miedos, poco a

poco, son capaces de reconocer sus propias nece-

sidades y de volver a percibirse de manera real.

Tal fue el caso de Martens: en el transcurso

de la terapia le resultó cada vez más sencillo

afrontar sus temores sin que se precipitaran de

inmediato los síntomas de alienación. El entre-

namiento en la solución de problemas le ayudó

a enfrentarse a sus propias responsabilidades. De

hecho, mientras estaba en tratamiento empezó a

buscar un piso de alquiler para mudarse de casa

de sus padres.

Pero no siempre el final es feliz. La escasa con-

sideración del trastorno por despersonalización

provoca, con frecuencia, errores fatales en el

diagnóstico y, en consecuencia, también en las

terapias. Una encuesta acerca de la historia de

las diversas intervenciones llevada a cabo en 117

pacientes con DP-DR en el Hospital Monte Sinaí

de Nueva York reveló que el 11 por ciento habían

recibido el diagnóstico errado de esquizofrenia,

con lo que también recibían neurolépticos. Una

posible causa de la equivocación estriba en el he-

cho de que algunos psiquiatras considerasen que

las características del síndrome de despersonali-

zación-desrealización son síntomas tempranos

de un trastorno de esquizofrenia. A ello se añade

que el cuadro patológico del DP-DR también per-

tenece a la categoría de trastornos del yo, igual

que algunos síntomas psicóticos. Debido a que se

engloban bajo el mismo término genérico, resulta

habitual meterlos en un mismo saco.

Incluso en nuestro ambulatorio se presentan

con regularidad pacientes con DP-DR que han

sido tratados con neurolépticos a causa de un

mal diagnóstico. Estos psicofármacos no habían

reducido las molestias a ninguno de los afectados,

al contrario, en muchos casos se agravaron los

síntomas. Además, la medicación les había provo-

cado los efectos secundarios típicos: alteraciones

del movimiento, aumento de peso y pérdida de

la libido. En conclusión, una mejor instrucción

a los terapeutas sobre los criterios diagnósticos

y las posibles intervenciones podría beneficiar a

muchos de estos pacientes.

Diario de un mundo extraño

La psiquiatra Daphne Simeon describió el caso de Henri Frédéric Amiel (1821-

1881), profesor de literatura y filosofía quien sufrió durante toda su vida la

sensación de que el mundo y todo lo que había en él era irreal e insustancial.

Con 24 años, Amiel ya era profesor de literatura francesa, mas nunca aportó

trabajos significativos en vida. No obstante, apuntaba todos sus pensamientos

y sentimientos en diarios.

Los apuntes, que abarcaban casi 17.000 folios, no fueron descubiertos hasta

después de su muerte. La publicación de los diarios le hizo famoso de manera

póstuma. La exactitud y sinceridad de su introspección, además de la claridad

con la que expresaba sus pensamientos, provocó que ganase una especial ad-

miración. Amiel describía su experiencia alienada de la siguiente forma:

«Oigo que mi corazón late y la vida me arrastra. Tengo la sensación de ha-

berme convertido en una estatua a la orilla del río del tiempo [...] Me siento

infinito, impersonal, mi visión se encuentra petrificada como la de un muerto,

mi alma es incierta y se dirige sin rumbo en todas direcciones, hacia la nada

o el absoluto; estoy neutralizado, es como si yo no estuviera. Este estado no

es contemplación, ni estupor; no es doloroso ni alegre ni triste. Está fuera de

cualquier sentimiento o pensamiento delimitado [...] Soy insustancial como un

fluido, un vapor, una nube, y todo cambia en mí con rapidez.»

(Feeling unreal: Depersonalization disorder and the loss of the self.

D. Simeon y J. Abugel. Oxford University Press, Oxford, 2006)

Para saber más

Autonomic response in the perception of disgust and happiness in depersonaliza-tion disorder.� M. Sierra et al. en Psychiatry Research, vol. 145, págs. 225-231, 2006.

Cerebral and autonomic responses to emotional facial expressions in depersonalisa-tion disorder.� E. Lemche et al. en The British Journal of Psy-chiatry, vol. 193, págs. 222-228, 2008.

Depersonalisation/derealisa-tion-krankheitsbild, diagnostik und therapie.� M. Michal, M. E. Beutel en Zeitschrift für Psychosomatische Medizin und Psychotherapie, vol. 55, págs. 113-140, 2009.

Distinctiveness and overlap of depersonalization with anxie-ty and depression in a com-munity sample: results from the Gutenberg Heart Study.� M. Michal, J. Wiltink, Y. Till, P. S. Wild, M. Blettner, M. E. Beutel en Psychiatry Research, vol. 188, n.o 2, págs. 264-268, julio de 2011.

Marco Canterino es psicólogo y trabaja en la Clínica y Policlínica de Medicina Psicosomática de la Universidad Johannes Gutenberg de Mainz. Matthias Michal es direc-tor médico y subdirector del mismo centro.

Page 80: Revista mente y cerebro nro. 58

78 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013

SYLL ABUSTO

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DueloLa muerte de un ser querido resulta tan dolorosa para algunas personas

que no quieren aceptar su pérdida. En su lugar, se refugian en los recuerdos.

Los psicólogos investigan las bases subyacentes al duelo patológico

CHRISTIANE GELITZ

UN LADO VACÍO Las personas enviudadas que sienten

una añoranza honda anhelan el retorno

de su media naranja desaparecida.

Page 81: Revista mente y cerebro nro. 58

MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 79

Muere una persona. Deja atrás a su fa-

milia, amigos y a su pareja. La pérdida

resulta casi inconcebible, consterna y

hace sufrir. La persona amada que hasta hace poco

explicaba su día a día y dormía en la misma cama,

simplemente, ya no está... y nunca más volverá.

Bajo esas circunstancias, ¿cuál es la reacción

«normal»? ¿Cuánto puede prolongarse el luto?

Médicos y psicólogos han creído durante largo

tiempo que el proceso de duelo abarca diversos

estadios comunes a todas las personas. Tras el im-

pacto y una primera fase de no querer aceptar el

suceso, resultan inevitables ciertos sentimientos

(desesperación, culpa, ira o miedo). «El afecta-

do debería aceptarlos», opina Verena Kast, de la

Universidad de Zúrich. Según esta psicoanalista,

solo cuando se acepta la pérdida y se considera

al difunto una especie de guía interior, se está

capacitado para construir nuevas relaciones y

proseguir con la vida.

¿Deberían los afectados trabajar su duelo en

un proceso intenso y prolongado? George Bonan-

no, psicólogo de la Universidad de Columbia en

Nueva York, considera este principio un mito. «No

existen unas reglas establecidas sobre cómo de-

bería transcurrir un duelo sano», concluye en su

estudio longitudinal de 2002. Bonanno y sus co-

laboradores analizaron los datos de una muestra

representativa de más de 1500 parejas de ancianos

casados. Los participantes describían su estado

anímico y el grado de satisfacción con su matri-

monio. En el trascurso del estudio murieron más

de 200 probandos. Los investigadores preguntaron

por el estado anímico de los sujetos enviudados al

cabo de seis meses; también pasado año y medio

de la muerte de su consorte.

Por lo general, menos de la mitad de los viudos

y viudas se sentían igual tras la pérdida. Bonanno

observó: «La mayoría lucha un par de días o sema-

nas; luego vuelve a bajar la cabeza». Uno de cada

diez afirmaba que le iba incluso mejor después

de la muerte de su pareja, sobre todo, cuando la

persona fallecida había pasado los últimos meses

de vida enferma o cuando la relación matrimonial

había sido infeliz. Otro grupo sufría depresiones

antes del fallecimiento, y también un año y medio

después.

Una despedida sin final

Alrededor de una cuarta parte de los encuestados

experimentó un empeoramiento significativo de

su estado tras la pérdida de su pareja. Uno de cada

diez todavía se sentía depresivo al cabo de seis

meses, aunque lo superaba en un plazo máximo

de un año. Sin embargo, cerca de un 16 por cien-

to de los implicados seguía sufriendo pasado año

y medio de la pérdida, sobre todo aquellos que se

sentían satisfechos con su matrimonio. Según Bo-

nanno, estas personas padecían un duelo crónico,

es decir, complicado o patológico.

¿Qué distingue a los individuos que manifies-

tan un duelo complicado de otros que también

están de luto? Es normal que los parientes echen

de menos a la persona fallecida, que les vengan

recuerdos a la cabeza, que lloren o se sientan nos-

tálgicos, enfurecidos o desesperados, teniendo

en cuenta el golpe que el destino les ha propi-

ciado. Pero el duelo patológico presenta otras ca-

racterísticas. Los afectados anhelan al fallecido

cada día, recuerdan con frecuencia momentos

en común o se imaginan que están almorzando

junto a él o ella. No pueden o no quieren aceptar

que la persona querida ya no está. Se sumergen

en una mezcolanza de buenos recuerdos, senti-

mientos de culpa y visión dolorosa de la realidad.

Se sienten vacíos, desesperados, enfurecidos o

amargados. Un futuro sin la persona amada se

les presenta negro y desolador. Con frecuencia,

esos sentimientos y pensamientos les alteran el

sueño y la concentración, y les inhiben la motiva-

ción y el apetito; asimismo, el pulso se les acelera

a menudo, fenómeno que aumenta el riesgo de

sufrir un infarto de miocardio. En 2007, el equipo

Holly Prigerson, de la Escuela Médica de la Uni-

versidad Harvard, averiguó que las personas que

padecían duelo crónico sufrían con mayor proba-

bilidad cáncer, aumento de la presión sanguínea

o enfermedades cardíacas durante los dos años

consecutivos a la pérdida, en comparación con las

que habían superado el suceso. Los investigado-

res se basaron en la comparación del estado de

salud de 150 viudos y viudas antes y después de

la muerte de su pareja.

En 2009, Prigerson, junto con Bonanno y otros

17 colaboradores, solicitó la inclusión del due-

lo crónico como cuadro clínico específico en la

próxima edición de los dos sistemas de clasifi-

cación más destacados para el diagnóstico de

trastornos psicológicos: la Clasificación interna-

cional de enfermedades (CIE-11, de la Organización

Mundial de la Salud) y el Manual diagnóstico y

estadístico de los trastornos mentales (conocido

EN SÍNTESIS

Tristeza crónica

1Cuando una persona

presenta un duelo com-

plicado o patológico, además

de dolor, siente una intensa

nostalgia cuando piensa en

el fallecido.

2Cuanto más se intenta

evitar los pensamientos

recurrentes sobre la muerte

de la persona amada, más se

aviva el duelo.

3Confrontarse con los re-

cuerdos dolorosos ayuda

a superar la pérdida.

Las personas que sufren de duelo patológico imaginan que el fallecido sigue junto a ellas. El futuro se les plantea negro y desolador

Page 82: Revista mente y cerebro nro. 58

80 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013

SYLL ABUS

por sus siglas en inglés DSM-5, de la Asociación

Americana de Psiquiatría), cuya próxima publi-

cación está prevista para principios de este año

[véase «Revisión de las psicopatologías», por J.

Paulus; Mente y cerebro n.o 56, 2012]. En la ac-

tualidad, los terapeutas diagnostican de manera

inespecífica, bajo la etiqueta general de trastornos

desadaptativos, las alteraciones psicológicas rela-

cionadas con un fallecimiento.

Nostalgia por el fallecido

«El duelo crónico se distingue de otros trastor-

nos en diversos aspectos», explica Prigerson. Se

ha demostrado que los síntomas se diferencian de

los de la depresión y de los trastornos por estrés

postraumático. Si bien alrededor de tres cuartas

partes de los afectados sufren también de ansie-

dad, depresión o trastorno por estrés postraumá-

tico, es común observar una elevada comorbilidad

(solapamiento con otros trastornos) en la mayo-

ría de las psicopatologías. La característica más

destacada del duelo patológico —una nostalgia

que se experimenta como una tortura— no des-

cribe ningún otro cuadro clínico. De hecho, las

personas que sufren un duelo «no complicado»

manifiestan ese estado de forma más leve, incluso

rara vez, según corroboró en 2008 un equipo de

investigación interdisciplinar a cargo de Mary-

Frances O’Connor, de la Universidad de California

en Los Ángeles.

Para ello, los científicos mostraron a un total de

23 mujeres, cuya madre o hermana había perecido

a causa de un tumor en los últimos cinco años,

fotografías de estas intercaladas con imágenes

de individuos desconocidos para las voluntarias.

Además, acompañaron las imágenes de palabras

que habían extraído previamente de los relatos

de las participantes o bien de conceptos neutros

aunque de similar longitud y uso. Tumbadas en

el tubo del escáner cerebral, se enfrentaban a 60

combinaciones. Los investigadores solicitaron

a las mujeres que se concentrasen en sus senti-

mientos o recuerdos, que iban progresivamente

en aumento.

Cuando la palabra, la fotografía o ambas ha-

cían referencia a la pariente fallecida, se activa-

ban, en todas las voluntarias, las regiones cere-

brales implicadas en la percepción del dolor. Sin

embargo, en el encéfalo de las once mujeres a las

que se había identificado un duelo patológico, los

recuerdos activaron además el núcleo accum-

bens, un área cerebral importante del sistema de

recompensa. A mayor actividad de dicho centro,

mayor anhelo sentían las mujeres por la perso-

na fallecida, según informaban las propias par-

ticipantes. «Los recuerdos en torno a los muer-

tos activan circuitos neuronales que provocan

la sensación de recompensa», indicaron los in-

vestigadores.

Ansiedad por separación

¿Depende de un lazo especialmente fuerte la su-

peración de la situación? Así parece. El equipo en

torno a Bonanno y Prigerson confirmó, a partir

de diversos estudios, que resulta posible predecir

si una persona desarrollará un duelo patológico

o no según el grado de dependencia que mani-

fiesta en relación a su pareja o a otro pariente fa-

llecido; también la ansiedad por separación ex-

perimentada en la infancia aumenta el riesgo de

desarrollar un duelo patológico de adulto. Ahora

bien, ¿cómo influyen dichos sentimientos en el

luto? ¿Qué función desempeñan los pensamien-

tos y la conducta?

En la última década, diversos psicólogos y

psiquiatras han tratado de encajar las piezas del

rompecabezas. Una serie de trabajos bajo la direc-

ción de Paul Boeken, de la Universidad de Utrecht,

tratan de indagar los mecanismos que subyacen al

duelo crónico. En 2003, su equipo encuestó a unas

230 personas que habían perdido a un familiar

Criterios para el diagnóstico del duelo patológico

Los psicoterapeutas pueden evaluar si el paciente padece un duelo patológico

tras más de seis meses de la muerte de un familiar o ser querido. En ese caso,

deben darse el primer y cinco síntomas más de la siguiente lista. Estos deben

alterar la vida del sujeto de forma considerable.

1. Añoranza por el fallecido y sufrimiento por el deseo incumplido de volver a verle.

2. Desconsuelo, consternación o desconcierto.

3. Resentimiento o rabia vinculada a la pérdida.

4. Embotamiento emocional.

5. Sentimiento de vacío o de sinsentido de la propia vida desde la pérdida.

6. Incapacidad para confiar en los demás.

7. Dificultades para aceptar la pérdida.

8. Evitación de objetos, lugares o pensamientos que recuerden al fallecimiento.

9. Dificultades para retomar la propia vida.

10. Inseguridad sobre el propio papel en la vida o percepción disminuida del yo.

(«Prolonged grief disorder: Psychometric validation of criteria proposed for DSM-5 and ICD-11».

H. G. Prigerson et al. en PLoS Medicine, vol. 6, pág. e1000121, 2009)

Factores de riesgo del duelo patológicon Relación muy estrecha o

emocionalmente depen-diente con el fallecido.

n Ansiedad por separación durante la infancia.

n Experiencias infantiles traumáticas (abusos o abandono).

n Aislamiento social.

n Cuidado del fallecido hasta su muerte.

n Muerte repentina o violenta; suicidio.

n Bajos ingresos.

n Actitudes pesimistas y depresiones.

Page 83: Revista mente y cerebro nro. 58

MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 81

cercano. Preguntaron por la frecuencia de pen-

samientos como «ya no lo aguanto más»; «nunca

podré superarlo»; «mis reacciones no deben ser

normales». Los sujetos describían, además, de qué

manera afrontaban el duelo a nivel general (¿ca-

vilaban mucho sobre las causas de la muerte y

cómo esta se podría haber evitado? ¿Trataban de

reprimir los recuerdos en torno al fallecimiento

o distraer su mente de ellos?).

Boelen y sus colaboradores constataron que

aquellas personas que consideraban su duelo

como un proceso normal se sentían por lo gene-

ral más aliviadas. Por el contrario, las que creían

que su reacción era insana o que denotaba un sig-

no de debi lidad daban más vueltas al asunto, lo

cual no ayudaba en absoluto. Además, los suje-

tos que percibían su duelo como un problema in-

tentaban reprimir los recuerdos relacionados con

el fallecido.

Numerosos afectados afirman tener recuerdos

intensos y detallados sin quererlo, de manera in-

voluntaria. Se trata de las intrusiones, las cuales

también pueden darse tras una experiencia trau-

mática. De hecho, estudios longitudinales con pa-

cientes que han padecido un trauma apuntan a

que la evitación de esas intrusiones provoca es-

trés psicológico, y no al contrario. Ello puede apli-

carse, probablemente, en el duelo crónico: cuanto

más se intenta apartar lo ocurrido de la mente,

más recurrente se vuelve el recuerdo. De forma

similar a otros traumas, reprimir los recuerdos

impide la integración de la pérdida en la histo-

ria personal.

La memoria autobiográfica contiene la clave

del duelo patológico. A partir de la terapia con

pacientes que padecen un trastorno por trau-

ma o depresión se ha constatado que las perso-

nas con alteraciones emocionales muestran, en

comparación con probandos sanos, una mayor

tendencia a hablar sobre temas generales en vez

de explicar experiencias propias cuando se les

pide que describan un acontecimiento personal

a partir de una palabra clave (triste, por ejemplo).

Esta memoria autobiográfica «sobregeneraliza-

da» se fundamenta en una teoría que afirma que

los sujetos con depresión prefieren moverse en

un plano de pensamiento abstracto para pro-

tegerse de recuerdos concretos potencialmente

estresantes. ¿Sucede lo mismo en las personas

enviudadas que no quieren aceptar la dolorosa

pérdida?

La memoria también sufre

En 2010, Boelen y sus colaboradores pusieron a

prueba dicha hipótesis en más de 100 casos. En un

inicio, observaron el resultado que esperaban ob-

tener: a mayor sintomatología de duelo, menor es-

pecificidad de los recuerdos (sin que tuviera nada

que ver en ello la connotación positiva o negativa

de las palabras clave). No obstante, ese principio

solo se correspondía con los recuerdos que no

estaban relacionados con la persona fallecida. En

cambio, tales palabras despertaron más recuer-

dos concretos sobre el fallecido en los sujetos que

presentaban un duelo crónico que en los sujetos

que experimentaban el proceso de luto no pato-

lógico. Cuanto más grave era su sintomatología,

más ricos en detalle eran los relatos.

A raíz de dichos resultados, Boelen apoyó la tesis

de la sobregeneralización, pero con algunas limi-

taciones: los recuerdos del fallecido parecen ser

inmunes al mecanismo de defensa, posiblemente

porque resultan muy intensos y vívidos. Conforme

a los resultados del escáner cerebral, cabría pensar

que esos recuerdos se resisten a la evitación, puesto

que son capaces de despertar dolor y sentimientos

positivos a la vez. Los experimentos futuros en tor-

no a la memoria en el duelo patológico deberían

diferenciar entre los recuerdos de la persona falle-

cida y los referentes a su muerte.

El efecto paradójico resultó todavía más percep-

tible cuando, en vez de palabras que expresaban

estados de ánimo, se mostraron a los probandos

vocablos relacionados con características perso-

nales estables (inteligente, póngase por caso) para

evocar los recuerdos. Al parecer, para los indivi-

duos que presentan un duelo crónico existe una

JUNTOS Numerosos viudos y viudas

continúan reservando un lugar

en su vida para la pareja fa-

llecida. Los pensamientos les

despiertan buenos recuerdos.

La muerte asistida ¿facilita el luto?Cuando un familiar o amigo íntimo padece de cáncer ter-minal, los allegados llevan me-jor la situación si el afectado puede escoger por sí mismo el momento de la muerte. En otras palabras, presentan una menor tendencia a desarro-llar un duelo patológico si el enfermo no sufre hasta que fallece, según describió en 2003 Nikkie Swarte, de la Uni-versidad de Utrecht. Swarte encuestó a unos 500 familia-res de víctimas de cáncer.

(«Effects of euthanasia on the

bereaved family and friends».

N. B. Swarte et al. en British Medical

Journal, vol. 327, pág. 189, 2003)

Page 84: Revista mente y cerebro nro. 58

82 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013

SYLL ABUS

estrecha relación entre el fallecido y los rasgos

personales estables.

El fenómeno concuerda con un hallazgo que

Fiona Maccallum y Richard Bryant, de la Univer-

sidad de Nueva Gales del Sur, realizaron en 2010.

Las personas aquejadas de duelo crónico recor-

daban gran cantidad de eventos impregnados de

rasgos identitarios relacionados con el fallecido

en comparación con aquellos que vivían un due-

lo «normal». De este modo, se cierra el círculo:

cuanto más se identifica el sujeto enviudado con

la relación que mantenía con la persona fallecida

y más dependiente de ella se consideraba, menos

capacitado se encuentra para aceptar la muerte

del ser querido. La pérdida puede parecerle irreal

e incierta, sentimiento estrechamente relacionado

con el duelo crónico, tal y como describió Boelen

en 2010 basándose en una encuesta llevada a cabo

a cerca de 400 personas viudas.

¿Qué implicaciones presenta este hallazgo para

el tratamiento del duelo patológico? ¿Cómo de-

ben proceder los psicoterapeutas en estos casos?

Boelen aconseja combinar dos psicoterapias: la

cognitiva y la de confrontación. En 2007, junto a

sus colaboradores, distribuyó a 54 pacientes de

forma aleatoria en dos grupos. Unos recibían la

terapia cognitiva con procedimiento de exposi-

ción al final; otros participaban en el mismo tra-

tamiento comenzando por la exposición. El grupo

de control realizaba el mismo número de sesio-

nes sin que el terapeuta siguiese un plan de in-

tervención preestablecido. Otro grupo de sujetos

sin tratamiento permitía comparar los efectos de

la terapia con una posible remisión espontánea

de los síntomas. «El mayor éxito se alcanzó me-

diante la reestructuración cognitiva seguida de

la exposición», explica Boelen. En segundo lugar

fue efectivo el procedimiento con los métodos de

intervención en orden inverso.

En 2005, Katherine Shear, colega de Bonanno

en la Universidad de Columbia en Nueva York, de-

sarrolló una terapia independiente. Se trata de un

tratamiento específico para el duelo patológico. El

terapeuta confronta al afectado con su pérdida

mediante el relato de la muerte de su familiar,

narración que graba. A continuación, el paciente

debe escuchar su propio relato repetidas veces,

aunque tiene la libertad de apagar el reproduc-

Test de memoria autobiográfica

«Describa un evento de su pasado relacionado con cada una de las palabras que le voy a presen-

tar. Por favor, elija un suceso ocurrido en un lugar y un día determinados.» Así comienza el test de

memoria autobiográfica. A las palabras que se muestran al sujeto se añaden adjetivos asociados a

sentimientos positivos o negativos («satisfecho», «contento», «triste» o «solitario»). Los pacientes

disponen, por regla general, de media hora para pensar en un acontecimiento y describirlo. Con

el fin de asegurarse de que han comprendido la tarea de forma correcta, el terapeuta expone dos

ejemplos, como los siguientes:

n «El miércoles pasado se me quemaron las patatas.» (descripción concreta de un suceso específico)

n «Cuando cocino, suele fallar algo.» (generalización en un ámbito de la vida)

n «Haga lo que haga, me sale mal.» (generalización que abarca todos los ámbitos de la vida)

n «Soy un fracasado.» (etiqueta categórica)

Consejos para el acompa ñamiento n No debe relativizarse

la pérdida («ya se te pasa-rá»; «la vida continúa»; «sé cómo te sientes»). Es preferible aceptar y reconocer el desconsuelo.

n Confesar la propia impo-tencia.

n Dar a la persona enviuda-da espacio para expresar sus necesidades.

n Ofrecerle apoyo práctico, pero dejarle decidir.

n Ser paciente y no esperar su gratitud.

FELIZMENTE CASADO, TRISTEMENTE ENVIUDADO Cuando una persona se mues-

tra satisfecha con su relación

de pareja, el luto por la muer-

te de su compañero se prolon-

ga más que si ha vivido con

este un matrimonio infeliz.

Page 85: Revista mente y cerebro nro. 58

MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 83

tor cuando lo desee, de manera que mantiene el

control sobre la situación. Además, debe imagi-

nar una conversación con la persona fallecida. Por

último, el sujeto aprende a desarrollar objetivos

por sí mismo y a planificar actividades. Un logro

importante, si se piensa que, tal y como demostró

Shear, las personas con duelo patológico tienden

a descuidar las rutinas diarias (no comen, evitan

el contacto con otras personas y raramente salen

de casa).

Terapia para recordar

A los afectados suele resultarles difícil escuchar

los relatos sobre la muerte de sus allegados.

Shear comprobó que un popular método con-

tra la depresión empleado en EE.UU. contribuía

al tratamiento del duelo crónico: los síntomas

mejoraban en casi el doble de pacientes (un 51

por ciento frente al 28 por ciento) y en menos

tiempo en comparación con la psicoterapia in-

terpersonal.

Asimismo, Maccallum y Bryant demostraron, a

principios de 2011, que el procedimiento de Shear

disminuía los síntomas del duelo patológico de

forma más efectiva cuanto mayor era la tendencia

a la sobregeneralización. No obstante, ello resulta

válido solo en caso de utilizar en la terapia pala-

bras clave positivas, fenómeno que los autores no

saben explicar de forma concluyente por ahora.

Por otro lado, el estudio mostró poco valor predic-

tivo, pues no se compararó el efecto terapéutico

con el transcurso sintomático espontáneo de un

grupo de control.

Por ello, Robert Neimeyer y Joseph Currier, de

la Universidad de Memphis, decidieron analizar

el efecto de las terapias de duelo a partir de la re-

visión de 61 estudios controlados, los cuales com-

paraban los resultados terapéuticos con un grupo

placebo o uno que no recibía ningún tipo de inter-

vención (grupo de espera vigilante). Concluyeron

que, cuanto más complejo u hondo era el duelo,

más útil resultaba la psicoterapia. En cambio, si

los terapeutas trataban una reacción de duelo no

patológica, el estado de los sujetos no mejoraba;

en algunos casos, incluso empeoraba.

Ante tales resultados, Bonanno advierte de las

consecuencias adversas que supone problemati-

zar en exceso y de forma precipitada los senti-

mientos de duelo. Según indica, los terapeutas de-

berían abstenerse de aplicar un tratamiento hasta

que no pasen como mínimo seis meses, o mejor

un año, desde la pérdida del ser querido. Incluso

después de ese tiempo, un experto debería de-

terminar si se trata realmente de un cuadro de

duelo patológico.

Los familiares y las amistades que presionan al

afectado para que se plantee su «duelo reprimido»

e intente llorar «al fin», se basan en la concepción

errónea de que existe un proceso «normal» de

duelo. Este tipo de creencias pueden desencade-

nar mucho sufrimiento, opina Bonanno. Ante la

cuestión de qué es más aconsejable hacer en estas

circunstancias, recomienda: «Haga usted lo que a

usted le siente bien».

Entrenamiento antidepresivo de la memoria

Filip Raes, de la Universidad de Lovaina, ha desarrollado un método de terapia grupal para ayudar

a las personas con depresión a desmoronar las creencias generalizadas sobre su propia persona. En

la primera sesión, el terapeuta se centra, sobre todo, en explicar a los sujetos la manera en que la

memoria y la depresión se influyen mutuamente. En la segunda y tercera sesión, los pacientes deben

recordar con detalle dos sucesos, a los cuales asocian palabras con connotaciones positivas o negati-

vas («desgraciado», «nervioso», «triste» frente a «capaz», «relajado» o «feliz»). En la última sesión, los

sujetos reflexionan en grupo los temas que tienden a generalizar más. La terapia reduce la tendencia

a rumiar y refuerza la capacidad de resolver los problemas, señala Raes.

(«Reducing cognitive vulnerability to depression: A preliminary investigation of memory specificity training [MEST]

in patients with depressive symptomatology». F. Raes et al. en Journal of Behavior Therapy and Experimental Psychiatry,

vol. 40, págs. 24-38, 2009)

Christiane Gelitz� es psicóloga y re-dactora de Gehirn und Geist, edición alemana de Mente y cerebro.

Para saber más

Resilience to loss and chronic grief: A prospective study from preloss to 18-months postloss.� G. A. Bonnano en Journal of Personality and Social Psychology, vol. 83, págs. 1150-1164, 2002.

Treatment of complicated grief: A randomised controlled trial.� K. M. Shear et al. en Journal of the American Me­dical Association, vol. 293, págs. 2601-2608, 2005.

Craving love? Enduring grief activates brain’s reward center.� M. F. O’Connor et al. en Neuroimage, vol. 42, págs. 969-972, 2008.

Autobiographical memory specificity and symptoms of complicated grief, depression, and posttraumatic stress disorder following loss.� P. A. Boelen et al. en Journal of Behavior Therapy and Experimental Psychiatry, vol. 41, págs. 331-337, 2010.

Autobiographical memory following cognitive behaviour therapy for complicated grief.� F. Maccallum y R. A. Bryant en Journal of Behavior Therapy and Experimental Psychiatry, vol. 42, págs. 26-31, 2011.

Page 86: Revista mente y cerebro nro. 58

84 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013

ILUSIONES

Imagínese el lector que se encuentra condu­

ciendo por una autopista completamente

vacía, siempre en línea recta y sin mirar el

cuentakilómetros ni por un momento. El paisaje

que se sucede a su alrededor le evoca la sen­

sación de pasear plácidamente por la vía. Solo

al toparse en su recorrido con la primera señal

que indica una velocidad máxima de 50 kiló­

metros por hora se percata de la rapidez a la

que conduce.

La escena propuesta revela que el cerebro solo

puede valorar los estímulos sensoriales de modo

eficaz si dispone de otros valores con que com­

pararlos. ¿Una línea es más larga o más corta que

otra contigua? ¿El tono de una melodía es más

agudo o más grave que el anterior? Los estímulos

ambientales no se representan en el cerebro como

valores absolutos. Este compara continuamente

las informaciones que recibe con las del presente

y las del pasado inmediato; también ejecuta una

comparación espacial y temporal.

Los órganos sensoriales disponen de células

receptoras individuales organizadas según di­

cho principio. De este modo traducen siempre

en señales neuronales los efectos físicos (la luz,

el sonido, la temperatura o el contacto) que se

encuentran en un contexto temporal y espacial

concretos. La intensidad con la que estas células

reaccionan a un estímulo determinado depende

de los estímulos anteriores. Cuanto más se pa­

rezcan uno y otros, menor resulta la respuesta.

En el supuesto de que una persona se pinche con

el cálamo de una pluma de ave, sus mecanorre­

ceptores cutáneos responden con una intensidad

concreta. Si el sujeto repite este desagradable

contacto, el grado de intensidad disminuye con

GEH

IRN

UN

D G

EIST

El entorno decideLejos de procesar las señales sensoriales de forma aislada, el cerebro establece sin

cesar comparaciones con los estímulos cercanos, ya sean espaciales o temporales.

A veces, ello provoca efectos ópticos curiosos

DANKO NIKOLIC Y K AI GANSEL

¿CLARO U OSCURO? Ambos cuadrados interiores

son igual de claros. A pesar de

ello, el izquierdo parece más

oscuro que el derecho. Este

efecto se basa en la inhibición

lateral: cuanto más se estimula

con luz una célula de la retina,

más se inhibe su célula vecina.

El marco gris claro (izquierda)

activa más las neuronas que

el marco gris oscuro (derecha).

En el primer caso, las células

nerviosas que detectan el cua-

drado interior se hallan mucho

más inhibidas; por tanto, el

cuadrado parece más oscuro.

Page 87: Revista mente y cerebro nro. 58

MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 85

el tiempo. Por el contrario, si tras el pinchazo se

acaricia la piel con la parte suave de la pluma, la

respuesta de las células sensoriales resulta una

auténtica tormenta.

Se trata del fenómeno conocido como adapta­

ción. Cuando se somete una célula a un estímulo

constante, con el tiempo y de manera progresiva

su reacción decrece; la neurona «se acostumbra»

al estímulo. En conclusión, la respuesta más fuerte

no surge necesariamente del estímulo más inten­

so, sino de aquel que se diferencia en mayor grado

del anterior.

Cuando el estímulo cesa, la escala de intensidad

vuelve a crecer. En una habitación oscura, si se

enciende la luz de repente, las células sensoriales

de la retina de la persona que se encuentra en su

interior se activan. Poco tiempo después, a conse­

cuencia de la adaptación, se calman. Ahora bien, si

se vuelve a apagar la luz, las neuronas responden

de nuevo incluso con mayor vigor que al encender

la bombilla.

Las células sensoriales no son las únicas que se

adaptan con el tiempo. También las neuronas del

sistema nervioso central reducen su tasa de es­

timulación cuando se acostumbran a un estado.

Entre ellas destacan algunas células del área visual

primaria (V1) de la corteza cerebral, las cuales es­

tán especializadas en un tipo de orientación espa­

cial concreto. Si miramos líneas negras horizonta­

les, en la corteza visual se activan estas neuronas

expertas en líneas horizontales. Pero la actividad

disminuye rápidamente en el momento en que la

orientación del estímulo permanece estable; como

si el cambio fuese la única información relevante

del estímulo. Un fenómeno parecido acontece en

otras áreas sensoriales del cerebro.

Frenar a la vecina

El modo de funcionar de algunos circuitos ner­

viosos refleja el contexto espacial de los estímulos

sensoriales. Tan pronto como, a través de la luz,

se estimulan las células ganglionares de la retina,

EN SÍNTESIS

Todo es relativo

1El cerebro siempre pro-

cesa la información en

relación con los estímulos

temporales o espaciales

inmediatos.

2Ello se constata ya a

nivel neuronal: la inten-

sidad de respuesta de una

célula receptora depende de

la intensidad del estímulo

anterior.

3Asimismo, las capacida-

des complejas se rigen la

mayoría de las veces según

el contexto del momento.

Por ese motivo, cuando

debemos tomar decisiones

a menudo nos guiamos por

valores de referencia.

CO

RTES

ÍA D

E B

EAU

LO

TTO

CUESTA CREER El cuadrado marrón de la

parte superior del dado es del

mismo color que el naranja de

la parte delantera. La presun-

ta diferencia se basa en que

la parte delantera del dado se

halla en la sombra, por lo que

los colores (excepto la casilla

de en medio) parecen oscu-

recidos.

Page 88: Revista mente y cerebro nro. 58

86 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013

ILUSIONES

estas, a su vez, frenan la actividad de sus células

adyacentes. En otras palabras, la luminancia apa­

rente de un punto depende de la luminancia del

área vecina de la imagen. Este principio de in­

hibición lateral es uno de los numerosos trucos

maravillosos del sistema nervioso para reforzar

el contraste. Asimismo, aparece en otras modali­

dades sensoriales, entre ellas, el sentido del tacto.

Los pinchazos con el cálamo de la pluma de ave

estimulan los mecanorreceptores afectados de la

piel; al mismo tiempo, conllevan que la actividad

de las células vecinas se inhiba.

La inhibición lateral puede conducir a ilusiones

ópticas curiosas. Un cuadrado gris parece más os­

curo si se halla rodeado por un marco gris claro

que cuando lo rodea uno gris oscuro. El motivo:

cuanto más se estimula una neurona a través de

la luz, más marcada resulta la inhibición lateral.

La franja gris claro activa las células de la retina

con más fuerza porque refleja más luz que la franja

gris oscuro. A la vez, ello significa que la neurona

correspondiente inhibe a su vecina de un modo

más intenso. Las células que reaccionan al cuadra­

do central son, por tanto, menos sensibles y comu­

nican al cerebro «menos luz» cuando el contorno

es claro. La consecuencia: la superficie del medio

parece más oscura. Tal y como constataron Julia

Biederlack y sus colaboradores, del Instituto Max

Planck de Investigación Cerebral en Fráncfort del

Meno en 2006, el contexto espacial no solo influye

en el nivel de activación de las neuronas, sino tam­

bién en la sincronización con la que reaccionan.

REACCIONES AL CAMBIO Si nos encontramos en una habitación a oscuras y

se enciende la luz (parte clara de la gráfica), las célu-

las ganglionares de la retina responden con señales

eléctricas (cada línea de puntos corresponde a una

medición). Las neuronas se activan unas cuantas

veces; luego, prácticamente enmudecen. En caso de

que tras medio segundo se vuelva a apagar la luz,

las células responden de nuevo; esta vez incluso con

mayor intensidad.

15

0 0,5 11M

edic

ión

de

las

rep

etic

ion

es

Tiempo (en segundos)

LA PRUEBA RAYADA El círculo de la izquierda está

formado por un enrejado

blanco y negro; las tonalida-

des de gris de las rayas varían

entre el claro y el oscuro. Al

desplazar la parte interior del

círculo (derecha), este parece

producir un mayor contraste

(brillo inducido).

GEH

IRN

UN

D G

EIST

, SEG

ÚN

KA

I GA

NSE

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GEH

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UN

D G

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NKO

NIK

OLI

C

Page 89: Revista mente y cerebro nro. 58

MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 87

Para demostrarlo, desarrollaron ciertas ilusiones

ópticas: mostraron a unos gatos dos círculos con­

céntricos rayados con líneas verticales blancas y

negras ( figura inferior, izquierda, en la página an-

terior). A continuación, se enseñó a los animales

el mismo círculo, mas en esta ocasión las rayas

del círculo interior se hallaban algo desplazadas

( figura inferior, derecha). Aunque ambos estímu­

los presentaban la misma luminancia, la imagen

con las rayas desplazadas reveló un contraste ma­

yor. Además, esta ilusión óptica se reflejaba en el

sincronismo de las neuronas del V1. Cuanto más

desplazadas se hallaban las rayas, cuanto mayor

era el contraste, más sincronizada aparecía la es­

timulación de las neuronas.

Otros canales sensoriales son susceptibles de

dejarse engañar por las ilusiones, como el ya men­

cionado sentido del tacto. Si se deja girar un obje­

to cilíndrico entre dos dedos, se experimenta la

sensación de que la parte de en medio es cada vez

más delgada, como si la pieza adoptara la forma

de un reloj de arena. El motivo de esta curiosa

percepción estriba en la distinta intensidad de

adaptación de los mecanorreceptores cutáneos.

Las células que experimentan una presión cons­

tante (en el centro del cilindro) se acostumbran

con mayor rapidez a la estimulación. Por consi­

guiente, la sensación de presión en este sitio dis­

minuye, el objeto se estima más delgado. Parece

que el cerebro es incapaz de representar de modo

constante información absoluta del entorno (la

temperatura, la fuerza mecánica o la intensidad

de la luz). En su lugar, valora de nuevo cada señal

en relación con los estímulos adyacentes.

Neuronas ávidas de novedad

Hemos visto que la actividad de algunas células

depende del contexto, ¿ocurre lo mismo con las

actividades cerebrales más complejas? La respues­

ta es afirmativa: incluso el conocimiento se rige

a menudo según el contexto del momento. De

este modo, las informaciones que llegan al foco de

atención de una persona se hallan influenciadas

por su pasado más reciente (de manera similar a

la adaptación de algunas células), ya que resulta

más probable que el sujeto dirija la atención a un

elemento nuevo para él que a un estímulo que

ya conoce.

Esa «curiosidad» se expresa a través de la inhi­

bición de retorno: varias veces por segundo vemos

un nuevo detalle de nuestro entorno. Es altamente

improbable que la vista, después de un movimien­

to ocular tan fugaz, vuelva al punto de partida.

Dicho de otro modo, en muy pocas ocasiones mi­

ramos dos veces seguidas al mismo sitio, como

descubrió hace unos diez años Raymond Klein,

de la Universidad Dalhousie.

Por si con eso no hubiera suficiente, incluso

acciones complejas (la toma de decisiones, entre

otras), se hallan influenciadas por el contexto

correspondiente. Ello queda patente con el efecto

de anclaje. Si piden al lector que done dinero para

la construcción del nuevo recinto de elefantes

del zoológico, su generosidad dependerá en gran

parte del anclaje en el que se orienta. Si ve a un

visitante del zoo depositar dos euros en el bote

de donaciones, usted será menos estupendo en

su donativo que si observa que ese sujeto echa

un billete de 50 euros. La orientación según el

valor de referencia parece un principio básico

que se repite en distintos ámbitos funcionales

del cerebro.

Sin ese fenómeno, ¿sería posible la percepción

consciente? Lorrin Riggs, de la Universidad de

Brown en Providence, y sus colaboradores re­

velaron hace unos sesenta años qué pasaría si

se impidiese al cerebro buscar siempre nuevas

informaciones con las que comparar los estímu­

los sensoriales. Los investigadores idearon unas

lentes de contacto que disponían de un haz lu­

mínico. De esta manera, la luz siempre seguía la

mirada del probando, por lo que se estimulaban

permanentemente las mismas células de su re­

tina. Después de un breve período de tiempo, el

punto lumínico parecía invisible a los ojos de los

participantes.

En resumen, la información sensorial constante

parece que «extingue» la capacidad de percepción.

En caso de que este principio se pudiese aplicar en

términos generales, la falta de consideración del

contexto espacial y temporal, además de cambiar

nuestra consciencia, podría llevar a que la perdié­

ramos por completo.

Danko Nikolic´� es doctor en psicología e investiga en el Instituto Max Planck de Investigación Cerebral en Fráncfort del Meno. Kai Gansel realiza el doctorado en dicho centro.

Para saber más

Contextual influences on visual processing.� T. D. Al-bright y G. R. Stoner en Annual Review of Neuroscience, vol. 25, págs. 339-379, 2002.

Brightness induction: Rate enhacement and neuronal synchronization as comple-mentary codes.� J. Biederlack et al. en Neuron, vol. 52, págs. 1073-1083, 2006.

Distributed Fading Memory For Stimulus Properties In The Primary Visual Cortex.� D. Niko-lic et al. en PLoS Biology, vol. 7, pag. e1000260, 2009.

Page 90: Revista mente y cerebro nro. 58

RETROSPECTIVA

88 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013

El conductismo inició su trayectoria como

filosofía científica en 1913 gracias a un

artículo del psicólogo John B. Watson. En

los cien años transcurridos desde entonces, el

conductismo ha evolucionado, con sus distintas

versiones y modalidades, para ramificarse en una

ciencia del comportamiento independiente.

Fue en 1963 cuando Burrhus Frederic Skinner

(1904-1990) revisó en su artículo «Behaviorism at

50» las distintas formas de conductismo y la evo-

lución de la ciencia natural del comportamiento.

Ya hacía una cincuentena de años de la aparición

del conductismo [véase «Conductismo», por K. J.

Bruder en Mente y cerebro, n.o 31, 2008], durante

los cuales se pensaba que las leyes de conducta

de origen experimental apenas interesaban a la

población general; sí, en cambio, servían para el

tratamiento de individuos psicóticos y el adies-

tramiento de animales. Skinner desafío esa idea

sobre bases científicas y filosóficas. Los datos acu-

mulados a lo largo del último medio siglo han

refrendado su postura: las leyes naturales que

rigen la conducta son aplicables a todos los com-

portamientos de todos los seres vivos.

También en la década de los sesenta del siglo xx,

los científicos de la conducta perseguían transfor-

mar la psicología, disciplina en la que muchos de

ellos trabajaban, en una ciencia natural. No obs-

tante, tras cincuenta años tropezando con una

obstinada resistencia, decidieron, poco a poco,

escindirse de la psicología para establecer una

ciencia independiente. En 1987, algunos expertos

reconocieron formalmente una nueva disciplina,

la conductología, sinónimo abreviado de «ciencia

natural de la conducta».

Después de 1963

A lo largo de sus segundas bodas de oro, el con-

ductismo siguió avanzando, tanto en el terreno

filosófico como experimental, además de exten-

der sus conocimientos a las ciencias aplicadas y al

campo organizativo. La consciencia concitaba en

ese momento la máxima atención a los científi-

cos de la conducta. A grandes rasgos, los conduc-

tistas explicaban la consciencia en función de las

reacciones neuronales relacionadas con la percep-

ción, el pensamiento, la observación y la compren-

sión. Es decir, abordaban los comportamientos

conscientes como procesos puramente neurona-

les. De esta manera, la conducta es un fenómeno

natural que sucede y se modifica, ya que existen

variables que afectan a las estructuras corpora-

les específicas que actúan de mediadoras. Nin-

gún misterioso agente interior es responsable del

comportamiento ni instruye al organismo a com-

portarse, por el contrario, los condicionamientos

respondiente y operante se suceden casi sin in-

terrupción. Ambas formas de aprendizaje trans-

fieren energía entre el entorno (interno y externo)

y el organismo a través de procesos que alteran

las estructuras neuronales, de manera que produ-

cen un ser capaz de mediar su conducta de forma

distinta en situaciones futuras.

Sobresalía así uno de los grandes hallazgos en

el campo de la consciencia desde 1963: el solapa-

miento entre la fisiología y la conductología, cien-

cias naturales separadas y, sin embargo, comple-

mentarias. Pongamos un ejemplo. El tratamiento

científico de la emoción requiere los niveles de

análisis de ambas disciplinas: por un lado, la emo-

ción se asocia a una liberación de sustancias en el

torrente sanguíneo (dominio de la fisiología); por

otro, estímulos externos o internos provocan la

emoción (dominio de la conductología). Finalmen-

te, esas alteraciones químicas en el organismo

producen reacciones: los sentimientos. Cuando

la súbita aparición de un oso nos asusta, corremos

más rápido que en circunstancias normales; los

EN SÍNTESIS

Una evolución centenaria

1En 1913, el conductis-

mo inició su andadura

como filosofía científica de

manos del psicólogo John

B. Watson.

2El conductismo radical

de B. F. Skinner ha per-

mitido el surgimiento de una

disciplina independiente: la

conductología.

3A pesar de las reivindica-

ciones de la conductolo-

gía como disciplina natural,

sus representantes acadé-

micos siguen dispersos en

departamentos de ciencias

no naturalistas.

Un siglo de conductismoEn cien años, el estudio del comportamiento ha evolucionado hasta convertirse

en una disciplina independiente de la psicología

STEPHEN F. LEDOUX

Page 91: Revista mente y cerebro nro. 58

MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 89

cambios químicos en el organismo provocan esa

apresurada carrera.

Sin embargo, la conductología no analiza cómo

el organismo media una conducta (de qué ma-

nera las contracciones de un músculo estriado

responden a procesos nerviosos, investigación

que pertenece a la fisiología). Antes bien, estu-

dia el porqué de la mediación del organismo en

la conducta; esto es, las relaciones funcionales

que existen entre unas variables independientes

(bloqueo de un sendero por el desprendimiento

de un peñasco) y otras variables dependientes

de una conducta (contracciones musculares que

permiten al cuerpo rodear el peñasco). En otras

palabras, el cerebro es mediador de una conducta

que resulta ser función de otras variables reales;

no crea la conducta.

Con su análisis de la conducta verbal, Skinner

ofreció una explicación mejor del complejo com-

portamiento humano, lo que ha permitido a la

conductología abordar antiguas cuestiones funda-

mentales. Durante los años noventa, los análisis

científicos, filosóficos y epistemológicos de la con-

ductología abordaron actitudes, valores, derechos,

ética y creencias, con importante repercusión en

una serie de proyectos de ingeniería, como la ro-

bótica. Tales extensiones científicas condujeron

a Lawrence Fraley, de la Universidad de Virginia

Occidental, a una serie de conclusiones en torno a

la realidad, paralelas a las que alcanzara Stephen

Hawking en El gran diseño a través de la lógica del

naturalismo en física, a saber, nuestro compor-

tamiento neuronal es la única fuente disponible

de conocimiento sobre la realidad. Nuestra mayor

aproximación a la realidad consiste en las respues-

tas provocadas por la activación de las neuronas

sensoriales.

Skinner describió la consciencia como «ver lo

que estamos viendo» (visión consciente). Excluía

la implicación de cualquier agente interior que

«realiza» la visión; también señalaba dos tipos

generales de contingencia: nuestro entorno fí-

sico, que proporciona las contingencias que con-

dicionan la visión en un primer plano (visión

inconsciente), y la comunidad verbal, de la que

extraemos las contingencias que condicionan

nuestra visión consciente y los comentarios so-

bre aquello que vemos. Dicho de otro modo, el

objeto visto evoca nuestras primeras respuestas

visuales inconscientes, estas a su vez evocan las

respuestas visuales y verbales conscientes. En rea-

lidad, el objeto observado no necesita estar pre-

sente, puesto que otras variables pueden evocar la

respuesta visual inconsciente que podrá generar

respuestas conscientes visuales y verbales. Una

observación importante: la parte consciente no

interviene cuando las variables independientes

resultan insuficientes para ponerla en juego.

La comunidad verbal a la que se pertenece

condiciona esas visiones y comentarios por las

ventajas que ello supone. En lenguaje llano, la or-

ganización y la convivencia social son más efica-

ces cuando las respuestas verbales (comentarios)

sobre lo que hicimos, estamos haciendo y vamos

a hacer aportan estímulos que generan respuestas

de los miembros de dicha comunidad.

Pongamos un caso de visión inconsciente. Un

caminante muy enfrascado en la conversación

con su amigo pasa por encima de una piedra que

aparece en su camino. Aunque grande cual balón

de fútbol, más tarde no podrá describir el obs-

táculo, porque lo ha visto de forma inconsciente.

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LOS ORÍGENES John Broadus Watson (1878-

1958) está considerado el fun-

dador del conductismo gracias

a su artículo «La psicología tal

como la ve el conductista»,

publicado en 1913.

Page 92: Revista mente y cerebro nro. 58

RETROSPECTIVA

90 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013

En el ámbito de la visión consciente, los ejemplos

resultan más complicados, ya que suelen empezar

por una visión inconsciente. Si vemos nuestro co-

che favorito, intervienen contingencias actuales,

relativamente sencillas, que involucran cadenas

funcionales de estímulos y respuestas exteriores

e interiores (neuronales), las cuales confieren a

ese vehículo el carácter de favorito por compara-

ción con variables del pasado. Después, vuelve a

producirse la visión inconsciente y consciente de

ese coche en otras circunstancias, muchas veces

sin tener el automóvil presente (al contemplar

nuestro propio y desgastado coche y soñar en

cambiarlo). Todavía hay más variables capaces

de evocar una visión consciente. Si encontramos

en la tienda a un vendedor que conocemos, esa

persona evoca en nosotros la visión consciente

de nuestro viejo vehículo y del favorito (ni uno

ni otro presentes en ese momento), pero también

la respuesta de describir el coche favorito, pre-

guntar dónde comprarlo, cuánto puede costar,

etcétera.

Respuestas de ese tipo (visión inconsciente, se-

guida por visión consciente y pensamiento, y a

veces comentarios) son ejemplos clásicos de un

fenómeno natural: el encadenamiento secuencial

de respuestas. Estas suelen ser neuronales, todas

ellas presentes y nuevas, y no exigen que el objeto

visto sea la fuente de estimulación actual. Un ob-

jeto físicamente presente que transfiere energía a

los receptores neuronales puede ser un estímulo

evocador, o la respuesta neuronal puede actuar

como estímulo evocador, bien cuando una estruc-

tura neuronal de origen genético sea mediadora, o

bien cuando lo sea una estructura neuronal modi-

ficada por diversos procesos de condicionamiento

que funcionan de forma continua. Si ha habido el

necesario condicionamiento, una vez que alguna

estimulación haya evocado una respuesta (evento

real), esta podrá evocar una respuesta ulterior,

esta a su vez otra, y así sucesivamente, en un en-

cadenamiento acorde con el cuadro de relaciones

funcionales operante.

Las reflexiones anteriores implican extensiones

de la filosofía de la ciencia que Skinner denominó

conductismo radical. Esta, con la ciencia y las téc-

nicas que sustenta, nació de un grupo de investi-

gadores naturalistas representado por Skinner, sus

colegas y alumnos, todos ellos dedicados a la psico-

logía de principios del siglo xx. Sin embargo, esta

filosofía natural resultó finalmente incompatible

con las teorías bien arraigadas en la cultura popular

e, incluso, en la psicología, las cuales recurrían a la

intervención de agentes interiores. Se hizo, pues,

necesaria una separación de disciplinas.

Una nueva organización

El carácter inabarcable y la creciente expansión de

la investigación experimental y aplicada fueron

las principales fuerzas que movieron a reorgani-

zar la ciencia natural del comportamiento como

disciplina separada e independiente. De ahí re-

sultó una ciencia natural básica relacionada con

todas las demás ciencias naturales. Esta novedo-

sa disciplina científica no atribuía la conducta de

un organismo a unos agentes internos, sino a las

interacciones físicas del mismo con el entorno

exterior e interior. Dentro de esta tradición de

ciencia natural, Skinner daba al conductismo, en

su artículo de 1963, un tratamiento bien perfila-

do aunque necesariamente mínimo. Diez años

después, en su obra About behaviorism ampliaba

los detalles y allanaba el camino para las etapas a

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CINCUENTA AÑOS DESPUÉS El conductismo radical de

Burrhus Frederic Skinner (en la

imagen en 1933, cuando toda-

vía era un estudiante en Har-

vard) ha inspirado y guiado la

aparición de la conductología,

disciplina más reciente.

Page 93: Revista mente y cerebro nro. 58

MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 91

veces controvertidas de esa reorganización, etapas

que Fraley y este autor describimos ampliamente

en un largo trabajo titulado «Origins, status, and

mission of behaviorology».

Hacia 1974, tras algunas actuaciones menores

orientadas a la independencia (Skinner y sus cola-

boradores fundaron el Journal of the Experimental

Analysis of Behavior y el Journal of Applied Beha-

vior Analysis), los investigadores del conductismo

establecieron la que iba a ser su mayor organiza-

ción profesional: la Asociación Internacional para

Análisis de la Conducta (ABAI, en siglas inglesas).

Desde un principio, las políticas de ABAI se centra-

ron en los frentes profesionales, sociales y cultura-

les. Por importantes que estas actuaciones fuesen,

el caso es que distrajeron a la organización de la

acendrada defensa de su independencia. De ahí

que se mantuvieran los problemas de credibilidad

inherentes a la separación progresiva de otra dis-

ciplina, a la cual todavía se pertenece.

La controversia se exacerbó cuando los analistas

del comportamiento adoptaron estas decisiones

mientras todavía formaban parte de la psicología:

los psicólogos reivindicaban el análisis conductual

como parte de su disciplina. Ello atribuía un halo

de sospecha a esa distinción. A pesar de que hoy

en día, la mayoría de los científicos del conductis-

mo todavía prefieren la etiqueta de análisis de la

conducta, no se han preocupado mucho a lo largo

de las décadas en aclarar su estatus; algunos de-

fienden aún hoy que pertenecen a la psicología. En

consecuencia, siguen existiendo problemas para

denominar con esa etiqueta una ciencia del com-

portamiento enteramente independiente. De ahí

que la separación formal requiera conceder a esta

disciplina un nuevo nombre, exento de relaciones

con otras que no son naturales.

Entre 1984 y 1987, la bibliografía conductual

reflejaba extensos debates a favor y en contra de

separar de la psicología la filosofía y la ciencia

natural de la conducta. En 1987, se reunió por fin

un grupo de analistas del comportamiento para

revisar la situación y adoptar medidas. Llegaron

a tres conclusiones. Primero, los datos recogidos

durante medio siglo de continuos intentos de con-

vertir la psicología en una ciencia natural desde

dentro (con métodos normalizados y basados en

la experiencia) no lograron avanzar ni un ápice

en ese sentido, y era evidente que eso no iba a

suceder en un plazo razonable. En segundo lugar,

su ciencia natural de la conducta en absoluto era,

ni nunca lo había sido, un género de la psicolo-

gía, puesto que jamás aceptó atribuir el origen

de la conducta a un agente espiritual interior.

Por último, esa ciencia natural consolidada debía

continuar como una disciplina separada e inde-

pendiente, la conductología, nombre propuesto

a finales de los años setenta y el único que ha

perdurado con creciente aceptación.

Las conclusiones anteriores condujeron a es-

tablecer dos organizaciones profesionales: el Ins-

tituto Internacional de Conductología (TIBI, por

sus siglas en inglés) y la Sociedad Internacional

de Conductología (ISB). Además se publicó la re-

vista Behaviorology Today. La mayoría de estos

científicos han seguido apoyando los trabajos que

difunde ABAI.

Desarrollos y logros científicos

Entre la gama de hallazgos importantes de los últi-

mos cincuenta años, destacan los programas de re-

forzamiento, la recombinación de repertorios y las

relaciones de equivalencia. En su artículo de 1957,

Skinner definió los reforzadores como estímulos

cuya ocurrencia elevan la frecuencia de las conduc-

tas que ocurren inmediatamente después. A gran-

des rasgos, los programas de reforzamiento son los

patrones de los reforzadores que ocurren de forma

intermitente. Estos programas se definen, bien por

el número de respuestas producidas desde el úl-

timo reforzador (programas de razón), o bien por

el tiempo transcurrido desde el último reforzador

(programas de intervalo). Los valores en cada uno de

esos tipos pueden ser fijos o variables, lo que define

cuatro programas de reforzamiento fundamenta-

les: de razón fija (caso del sueldo mensual), razón

variable (las máquinas tragaperras), intervalo fijo (el

halago de un padre cuando ve que el niño estudia)

e intervalo variable (un examen sorpresa).

Otro de los logros científicos destacados fue la

investigación experimental sobre la recombina-

ción de repertorios, cuyas implicaciones tienen

especial importancia para resolver problemas

de ciencia, ingeniería y educación. En los años

ochenta, Robert Epstein y Skinner coordinaron en

Harvard el estudio del comportamiento funcio-

nal de palomas para aclarar conductas humanas

complejas. Las simulaciones con esta ave permi-

tieron establecer los componentes mínimos del

repertorio necesario para provocar una conducta

compleja cuando el organismo hace frente a una

situación adversa.

GLOSARIO

Condicionamiento respon-diente (o clásico): Aprendizaje asociativo demostrado por Iván Pávlov. Se basa en el mo-delo de estímulo-respuesta.

Condicionamiento operante (o instrumental): Aprendizaje asociativo que tiene que ver con el desarrollo de nuevas conductas en función de las consecuencias.

Contingencia: Relación entre eventos; puede ser provocada o no.

ESCUELAS

Naturalismo: Corriente filosó-fica que considera la naturale-za como el principio único de todo aquello que es real.

Conductismo: Enfonque teórico de la psicología cuyo objetivo es el estudio de la conducta en sí misma.

Conductismo radical: Postu-lado por B. F. Skinner, se basa en el análisis experimental del comportamiento.

Conductología: Disciplina científica emergente, de base naturalista e independiente de la psicología en torno al estudio de la conducta.

Page 94: Revista mente y cerebro nro. 58

RETROSPECTIVA

92 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013

Fuera ya del terreno experimental, los últimos

cincuenta años han contemplado una explosión

de estudios que aplican la filosofía y la ciencia

natural a problemas prácticos. Dos proyectos de

investigación aplicada muestran la importancia

de dos grandes áreas: el seguimiento educativo y

las relaciones con niños con autismo. El proyecto

de seguimiento escolar Project Follow Through

supuso el experimento educativo más extenso y

costoso, financiado a nivel federal, de la historia

estadounidense. Comparaba los resultados obteni-

dos por niños instruidos según una gama de mo-

delos de enseñanza aplicados en ciertos distritos

de forma voluntaria con los conseguidos por niños

cuyos distritos escolares no habían adoptado nin-

gún modelo específico. El análisis puso de relieve

que, si bien ciertos modelos producían peores re-

sultados que los del grupo de control, otros los

daban mejores, en particular los de instrucción

directa y análisis de conducta. Estos últimos se

basaban en la aplicación de los principios y con-

ceptos de la ciencia natural del comportamiento,

La caja de las palomas

Las simulaciones con palomas llevadas a cabo por Burrhus F. Skinner

y Robert Epstein en Harvard permitieron establecer los componen-

tes mínimos del repertorio necesario para provocar una conducta

compleja cuando el organismo se enfrenta a una situación adversa.

Un ejemplo: muchos padres han observado orgullosos que su hijo,

demasiado pequeño para alcanzar una galleta que se encuentra

dentro de un tarro situado sobre la mesa, y encontrándose por pri-

mera vez en tal situación, mira a su alrededor, ve una silla, la acerca

a la mesa y trepa sobre ella para coger la suculenta recompensa.

Esto suele atribuirse al llamado «ingenio». Para descubrir las varia-

bles implicadas en esa circunstancia, los investigadores examinaron

tres clases de respuestas con ayuda de unas palomas, unas cajas y

unos plátanos en miniatura. Condicionaron las aves a empujar la

caja por dentro de la jaula (en ausencia de plátanos) hacia un punto

determinado; a subirse a una caja fija, y, sin caja ni un punto objeti-

vo, a picotear un plátano que se hallaba a su alcance. (Respuestas de

este género se aproximan a las que componían el comportamiento

comentado del niño que coge la galleta.) Por último, metieron cada

paloma en una jaula, con una caja arrimada a un lado y un plátano

colgando del techo, nueva situación adversa para las aves. Con cier-

ta confusión y miradas en el entorno, como en el caso del niño, la

paloma empujaba la caja hasta ponerla bajo el plátano, se subía a

ella y picoteaba la fruta. ¿Significa eso que la paloma tenía «inge-

nio»? ¿Era el ingenio la causa del comportamiento infantil, o más

bien era un ejemplo de repertorios condicionados previamente que

se combinaban ante una nueva circunstancia? Según la máxima de

la parsimonia debemos aceptar que las respuestas a desafíos no

son, en aves ni en humanos, función de unos supuestos procesos

mentales superiores; sí son, en cambio, función de la historia del

organismo (en la que se incluye el condicionamiento de las partes

de repertorio) y del control en el nuevo patrón de estímulos afines

dentro de la situación adversa.

(Puede verse la reproducción del experimento en: www.youtube.com/watch?v=ymkT_C_NWXw)

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Page 95: Revista mente y cerebro nro. 58

MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 93

investigación precursora de ciertos tratamientos

de base científica aptos para la enseñanza.

La investigación aplicada en relación con los

niños con autismo ha alcanzado mayor recono-

cimiento. No obstante, ya que el grueso de la in-

vestigación tuvo lugar antes de que la conducto-

logía se convirtiera en disciplina independiente,

es corriente llamar análisis de conducta aplicado

(ABA, por sus siglas en inglés) a los procesos de

esta ciencia. En 1999, el departamento de sanidad

de Nueva York, tras un estudio de los diferentes

tratamientos para el autismo, determinó que el

ABA constituía la intervención más segura y eficaz.

Futuro interdisciplinar

Por su base filosófica procedente del conductis-

mo radical, la conductología enriquece de forma

notable la capacidad de otras ciencias naturales

por diversos caminos. Muchos de los problemas

en apariencia inabordables que hoy afligen a la

humanidad conciernen a la conducta humana

tanto como a la física, la química o la biología. No

obstante, numerosos conductólogos académicos,

debido al origen histórico de su disciplina, siguen

dispersos en departamentos de ciencias no natu-

ralistas. Con todo, uno de los viveros de la ciencia

de la conducta son los departamentos de biología.

Skinner reconoció tempranamente en su artículo

«Behaviorism at 50» que esa ciencia natural era

un derivado de la biología.

En resumen, en los segundos cincuenta años,

el valor y el legado del conductismo se han en-

sanchado de forma sustancial. La conductología,

apoyada y guiada por el conductismo radical

de Skinner, ha surgido como disciplina amplia

y polifacética, si bien su entidad independiente

solo data de un cuarto de siglo atrás. Con todo, su

asentamiento académico seguirá extendiéndose

gracias a la eficacia de un tratamiento naturalista

de la conducta humana. Los actuales descubri-

mientos de la conductología, basados en el na-

turalismo que inspira el conductismo radical de

Skinner, favorecen que la naturaleza y la conducta

humanas se aparten de mitos y supersticiones.

© American Scientist Magazine

Para saber más

Behaviorism at 50. B. F. Skin-ner en Science, vol. 140, págs. 951-958, 1963.

Verbal behavior. B. F. Skinner. Appleton-Century-Crofts, Nueva York, 1957. Reeditado en 1992 por la Fundación B. F. Skinner (http://www.bfskin-ner.org), Cambridge, MA.

Cognition, creativity, and behavior. R. Epstein. Praeger, Westport, CT, 1996.

Project follow through: A case study of contingen-cies influen cing instructional practices of the educational establishment. C. L. Watkins. Cambridge Center for Beha-vioral Studies, Cambridge, MA, 1997.

Origins, status, and mission of behaviorology. L. E. Fraley y S. F. Ledoux en Origins and Components of Behaviorology (2.a edición) dirigido por S. F. Ledoux. ABCs, págs. 33-169, Canton, NY, 2002.

General behaviorology: The natural science of human behavior. L. E. Fraley, ABCs, Canton, NY, 2008.

Behaviorology curricula in higher education. S. F. Ledoux en Behaviorology Today, vol. 12, n.o 1, págs. 16-25, 2009.

Stephen F. Ledoux� es profesor de conductología en la Universidad de Nueva York en Canton.

El cerebro es mediador de una conducta que resulta ser función de otras variables reales, no crea la conducta

ha publicado sobre el tema, entre otros,los siguientes artículos:

Borrar los recuerdos dolorosos,por Jerry AdlerJulio 2012

El proyecto cerebro humano,por Henry MarkramAgosto 2012

La mente alegre,por M. L. Kringelbach y K. C. BerridgeOctubre 2012

¿Seremos cada vez más inteligentes?,por Tim FolgerNoviembre 2012

Delitos oníricos,por James VlahosNoviembre 2012

Mover con la mente,por M. A. L. NicolelisNoviembre 2012

El lenguaje del cerebro,por Terry Sejnowski y Toby DelbruckDiciembre 2012

Cerebros en minatura,por W. G. Eberhand y W. T. WcisloDiciembre 2012

Autismo y mente técnica,por Simon Baron-CohenEnero 2013

NEUROLOGÍA

Page 96: Revista mente y cerebro nro. 58

94 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013

LIBROS

Por libre albedrío se entiende la ca-

pacidad de optar entre distintas

alternativas que se nos ofrecen o

crear otras nuevas. Nadie ni ninguna ley

de la naturaleza puede torcer en principio

nuestra voluntad. Nos consideramos capa-

citados para tomar decisiones. Por ello, va

estrechamente vinculado al concepto de

responsabilidad (moral, civil, penal, etcé-

tera). Abordado en perspectiva histórica, el

denominado problema del libre albedrío

se halla relacionado con la moral de los

actos, la responsabilidad, la dignidad y el

rechazo social, en ética; con la naturale-

za y los límites de la libertad humana, la

autonomía, la coerción y el control en teo-

ría social y política; con la compulsión, la

adicción, el autocontrol, la autodecepción

y la debilidad de la voluntad en psicología;

con la responsabilidad y el castigo en dere-

cho; con la relación entre mente y cuerpo,

la consciencia, la naturaleza de la acción

y la personalidad, en filosofía de la men-

te, teoría cognitiva y neurociencias; con

cuestiones sobre la predestinación, el mal

y la libertad humana en teología y filosofía

de la religión; con cuestiones metafísicas

sobre necesidad y posibilidad, determinis-

mo, tiempo y azar, realidad cuántica, leyes

de la naturaleza, causalidad y explicación

en filosofía y en ciencia; y con los mecanis-

mos cerebrales subyacentes de los proce-

sos psicológicos aludidos en neurociencia.

Hay una explicación diagnóstica (des-

criptiva) del libre albedrío y una descrip-

ción prescriptiva del mismo. La primera

pormenoriza los tipos de compromisos

mantenidos a propósito del libre albedrío;

la segunda es una propuesta para los com-

promisos que debieran mantenerse. Se par-

te, en cualquier caso, del supuesto de que

la mente y la voluntad controlan algunas

acciones del cuerpo.

El debate sobre la existencia o no del li-

bre albedrío atraviesa toda la historia del

pensamiento. Muchas expresiones de la

cultura (pintura, teatro) lo han reflejado

también. La primera edición de esta obra,

aparecida en 2002, se centró en los trabajos

de la segunda mitad del siglo xx cuando se

renovó el interés en el tema, a raíz de los

avances registrados en ciencia y filosofía.

Esta segunda edición reúne 28 ensayos

y agrega los debates desarrollados en la

nueva centuria. Desde el siglo xvii, la con-

troversia ha girado en torno a la cuestión

determinista y la cuestión de la incompa-

tibilidad. ¿Es verdadero el determinismo?;

¿es compatible o incompatible con el libre

albedrío? Las respuestas ofrecidas a esas

dos cuestiones han dado origen a las dos

principales divisiones en los debates con-

temporáneos: deterministas e indetermi-

nistas, por un lado, y compatibilistas e

incompatibilistas, por otro. Se reconocen

dos clases de incompatibilistas: la liber-

taria, que sostiene que, al menos a veces,

disponemos de libre albedrío, y la elimi-

nativista, que defiende que carecemos de

libre albedrío, atrapados como estamos en

el determinismo.

Determinismo y necesidad amenazan la

libertad de elección. No cabe escoger don-

de todo está prescrito, desde el momento

en que se dan las condiciones para que se

produzca el acto en cuestión. La determi-

nación constituye un tipo de necesidad

condicional. En el lenguaje de la lógica

modal, el fenómeno o suceso determinado

acontece en todos los mundos lógicamen-

te posibles en que se dan las condiciones

determinantes (por ejemplo, causas físicas

antecedentes más leyes de la naturaleza).

William James introdujo la distinción en-

tre deterministas blandos y deterministas

duros. Ambos sostienen que toda la con-

ducta humana está determinada. Pero el

determinismo duro niega incluso la propia

existencia del libre albedrío, en cuanto son

conceptos antitéticos.

Cabría preguntarse por qué el determi-

nismo ético persistió a lo largo del siglo xx,

siendo así que las leyes físicas —antaño ba-

Libre albedríoLas causas de los actos voluntarios

THE OXFORD HANDBOOK OF FREE WILL

Segunda edición. Dirigido por Robert Kane.

Oxford University Press, Oxford, 2011.

Page 97: Revista mente y cerebro nro. 58

MENTE Y CEREBRO 58 - 2013 95

luarte del pensamiento determinista— se

iban alejando de ese tipo de postulados.

La mecánica cuántica introdujo el inde-

terminismo en el mundo físico. Hemos

recorrido un largo camino desde que Pierre

Simon de Laplace ponderaba los éxitos de

la mecánica y la astronomía, unificadas por

la teoría de la gravitación de Newton. La

física incoada por Planck cuestionó el de-

terminismo laplaciano. De acuerdo con la

teoría cuántica, las partículas elementales

que componen el sistema del mundo no

tienen posición y momento exactos que

pudieran ser simultáneamente conocidos

por cualquier observador («principio de

incertidumbre» de Heisenberg). En buena

medida, el comportamiento de las partí-

culas elementales, del salto cuántico en

los átomos a la desintegración radiacti-

va, no pueden predecirse con exactitud

y solo pueden explicarse mediante leyes

probabilistas. Además, la incertidumbre

y la indeterminación del mundo cuántico

no se deben solo a nuestro conocimiento

limitado, sino a la propia naturaleza del

mundo físico.

Pese al evidente retroceso del determi-

nismo en el dominio de la ciencia (teoría

del caos como ejemplo), los planteamientos

deterministas y compatibilistas del com-

portamiento humano han persistido te-

naces. ¿A qué se debe semejante paradoja?

Tras reconocer que algunos conceptos eje

de la física cuántica podrían aplicarse al li-

bre albedrío (indeterminismo, no localidad

y participación del observador), se insiste

en que el comportamiento indeterminado

de las partículas elementales tiene poco

que ver en cómo hemos de pensar sobre

la conducta humana; podemos prescindir

de la indeterminación cuántica en los sis-

temas físicos macroscópicos, como son el

cuerpo y el cerebro humano, y continuar

considerando determinado el compor-

tamiento.

Si resulta que el determinismo no supo-

ne ninguna amenaza real contra el libre

albedrío porque pudieran conciliarse, no

tendría sentido preocuparse por el deter-

minismo en la ciencia. Siendo compatibles,

mantendríamos la libertad de desear lo

mejor. Mostrar que tal es lo que acontece

ha constituido el objetivo de los compa-

tibilistas desde Thomas Hobbes, en el si-

glo xvii. Más aún, los defensores de la tesis

compatibilista han trasladado la carga de la

prueba a los incompatibilistas. Para estos,

existen dos rasgos del libre albedrío que

reflejan su incompatibilidad con el deter-

minismo: escogemos entre un abanico de

opciones, y el origen (o fuente) de nuestra

elección se encuentra dentro de nosotros,

no en algo sobre lo que no tenemos control.

La mayoría de los argumentos en pro de

la incompatibilidad proceden del primer

aspecto: la exigencia de que un agente ac-

túe libremente, por iniciativa propia, solo

si este tiene posibilidades alternativas o

podría haber actuado de otra forma. Se

trata de la condición AP (de alternative pos-

sibilities condition), también denominada

condición de la evitabilidad, por cuanto

pudo haberlo hecho de otra manera. Esa

incompatibilidad presume, en efecto, la

existencia de posibilidades alternativas (o

el poder del agente de actuar de otra ma-

nera), a modo de condición necesaria para

actuar libremente.

Puesto que aquí, por definición, el de-

terminismo no es compatible con la actua-

ción libre, la defensa de la incompatibili-

dad se esquematiza en el «argumento de

la consecuencia». Formulado inicialmente

por Carl Ginet, David Wiggins, Peter van

Inwagen, James Lamb y, en versión teoló-

gica, por Nelson Pike, el argumento de la

consecuencia establece, en líneas genera-

les, que, si el determinismo es verdadero,

entonces nuestros actos son consecuencia

de las leyes de la naturaleza y de aconte-

cimientos de un pasado. Pero no depende

de nosotros lo que sucedió antes de que

naciéramos, ni, por ende, tampoco las con-

secuencias de esas cosas, incluidos nues-

tros actos. Si uno no es capaz de cambiar

p (el pasado o las leyes de la naturaleza),

entonces tampoco podemos cambiar cual-

quiera de las consecuencias lógicas de p

(principio beta).

En una situación de determinismo, ca-

receríamos de toda opción de actuar de

un modo distinto del que actuamos; con

el determinismo se descarta cualquier po-

sibilidad de alternativa.

La idea de libre albedrío evoca una ca-

pacidad de elegir que ni remotamente se

asemeja a un proceso físico, sino al concep-

to de yo, mente o consciencia. De ahí que

muchos no admitan su adquisición en el

curso de la evolución por selección natu-

ral, incardinada en una cadena de aconte-

cimientos físicos causalmente conectados.

Los enfoques biológicos modernos del pro-

blema de la elección se proponen revelar

los mecanismos nerviosos implicados en

la toma de decisiones, en la elección. Algu-

nos autores recurren a parámetros econo-

micistas, pues los organismos operan con

recursos energéticos limitados. Dentro del

grupo de opciones disponibles hay unas

que son mejores que otras. Imaginemos

que un animal, tras descubrir la presencia

de un depredador, tuviera un sistema ner-

vioso que le indujera a correr directo al de-

predador. No existe hoy sistema nervioso

alguno que induzca semejante conducta.

Con el advenimiento de las nuevas técnicas

neurofisiológicas de formación de imáge-

nes, se ha avanzado en el conocimiento de

los mecanismos subyacentes de la toma

de decisiones por primates (humanos y

no humanos). Antes, el trabajo biológico

principal se había realizado sobre bacterias

e insectos, porque comprendemos mejor la

genética de esos organismos y presentan

sistemas nerviosos accesibles.

A modo de ejemplo, consideremos el fe-

nómeno de la drogadicción, resultado de

nuestra capacidad de tomar estimulantes.

Conocemos la neuroanatomía, la neurofi-

siología y las interacciones moleculares del

abuso de drogas. En los últimos 15 años, los

modelos informáticos sobre los sistemas

de procesamiento de la recompensa han

añadido otra perspectiva. Los sistemas de

dopamina del mesencéfalo son saboteados

o perturbados por el abuso de drogas. Esos

sistemas endocrinos se encuentran estre-

chamente vinculados con la forma en que

el sistema nervioso pondera las elecciones

disponibles.

En buena medida, los debates contem-

poráneos sobre el libre albedrío se encua-

Page 98: Revista mente y cerebro nro. 58

96 MENTE Y CEREBRO 58 - 2013

LIBROS

dran en la naturaleza de la responsabilidad

moral. Rige el principio de las posibilidades

alternativas: una persona es moralmente

responsable solo si pudiera haber actua-

do de una manera distinta. Ictus, lesiones

cerebrales, coma y diversas condiciones

metabólicas arruinan nuestra capacidad

de enjuiciar la moralidad de los actos o

ponderar nuestros estados mentales. En

el replanteamiento moderno del libre al-

bedrío han tenido un protagonismo des-

tacado el neurocientífico Benjamín Libet

y el psicólogo Daniel Wegner. Los estudios

experimentales de Libet sobre actividad

cerebral y producción subsiguiente de

experiencia consciente, volición y acción

deseada han sido objeto de vivo de deba-

te. Libet observó que los actos voluntarios

venían precedidos por una carga eléctrica

específica en el cerebro («el potencial de

disposición»), que empezaba cientos de

milisegundos antes de que el probando

mostrara consciencia de la decisión que

iba a tomar. Por su parte, Wegner sostenía

en The Illusion of Conscious Will (2002), que

nuestra experiencia de control consciente

de la acción voluntaria es una ilusión; las

acciones voluntarias se iniciarían incons-

cientemente y nuestra consciencia de las

mismas vendría causada por procesos fí-

sicos cerebrales.

Libet se ganó críticos y partidarios.

Algunos le siguen en cierto tramo del

recorrido: aceptan la tesis sobre cómo y

cuándo se toman decisiones, pero recha-

zan la idea de que la voluntad sea mera

ilusión. En los ensayos, a los probandos se

les instruía para que indicaran la posición

espacial de un punto de una esfera que

iba girando en el sentido de las agujas del

reloj cuando tomaran una decisión cons-

ciente sobre algo, x, que Libet describía

como decisión, intención, urgencia, vo-

luntad o deseo de hacer un movimiento.

(El punto completaba una revolución en

menos de tres segundos.) El momento se

indicaba a través del movimiento de un

dedo de la mano derecha o de la muñeca

entera. Contemporáneamente, el inves-

tigador medía el movimiento real del

sujeto con un electromiograma, técnica

que revela la actividad bioeléctrica de los

músculos, el momento exacto en que los

nervios transmiten la orden motora al

aparato muscular.

Un parámetro importante era el po-

tencial de disposición (RP, de readiness

potential), una medida de actividad en la

corteza motora que precede al movimien-

to muscular voluntario; por definición, los

electroencefalogramas generados en situa-

ciones en que no existe pulso muscular no

cuentan como RP.

En promedio, la aparición del RP pre-

cedía a la declaración de los individuos

sobre el tiempo de su consciencia inicial

de x (tiempo W) en 350 milisegundos. El

tiempo W informado precede al comien-

zo del movimiento muscular en unos 200

milisegundos. (El potencial de disposición

suele preceder a la decisión de la voluntad

entre 500 y 300 milisegundos.) En breve

a los –550 milisegundos se producía la

respuesta RP; a los –200 milisegundos, el

tiempo W informado; a los 0 milisegundos,

el músculo comenzaba a moverse.

De acuerdo con la descripción de Libet,

si un individuo se percata de su decisión

o intención a unos –50 milisegundos, su

condición es tal que el acto procede hasta

su cumplimiento sin posibilidad de dete-

nerse por el resto de la corteza cerebral; su

resquicio de oportunidad queda abierto a

lo largo de 100 milisegundos. El papel del

libre albedrío consciente no consiste en

iniciar un acto voluntario, sino en contro-

lar si el acto ocurre. Podríamos considerar

las iniciativas inconscientes como un brote

cerebral. La voluntad consciente seleccio-

na entonces cuál de esas iniciativas sigue

adelante y se realiza y cuáles merecen un

veto y se abortan.

Daniel Wegner descarta las intenciones

conscientes entre las causas de las accio-

nes. Admitir lo contrario es caer en una

ilusión. Unas veces, las personas no son

conscientes de sus acciones; otras, creen

que realizan intencionadamente cosas que

en realidad no hacen, y otras, las personas

operan de forma automática, sin motivo

aparente.

—Luis Alonso

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Page 99: Revista mente y cerebro nro. 58

EN EL PRÓXIMO NÚMERO.. . M ARZO / ABRIL 2013 – N.° 59

NEURO CIENCIA

La interacción entre cuerpo y psiqueEl estrés, las emociones y

los pensamientos influyen

en el sistema inmunitario.

¿De qué manera? Los cientí­

ficos ahondan en la relación

entre psique y cuerpo en

busca de terapias psicoso­

máticas. Por Anna Von

Hopffgarten

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CO GNICIÓN

Mentes liberadasLas personas creativas suelen parecer más excéntricas que los

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te. En sus juegos tienen que

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