Revista Principios

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Revista teórica del Partido Comunista de Chile Noviembre de 2010

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Revista Teórica del Partido Comunista de Chile

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Revista teórica del Partido Comunista de Chile

Noviembre de 2010

EDITORIAL

¿Por qué es necesario reeditar “Principios”, como revista político – teórica del Comité Central del Parti-

do Comunista de Chile ?

Que nuestro Partido vuelva a editar una revista de esa naturaleza, depende, ciertamente, de cómo res-

pondamos a esta interrogante, pues de esa forma será posible establecer cuáles debieran ser los objetivos,

características y demás propiedades de esa publicación y evitar que la decisión sea sólo un acto meramente

voluntarioso, algo así como una respuesta a la aparición apócrifa de un “Principios” confeccionado con el deli-

berado propósito de impugnar nuestra línea política, documento que, pese a todo, bien merece una reacción

más contundente. Sin embargo, es meridianamente claro que la reaparición de una revista teórica de la Direc-

ción del Partido tiene una proyección y un significado mucho mayor.

Desde que se publicó el último número de nuestra revista “Principios”, hasta la actualidad, no sólo ha

transcurrido un período bastante extenso y además complejo, durante el cual se han dado profundos cambios

en la economía, la política, la cultura y en todos los planos de vida social, de dimensiones mundiales y que se

radican, principalmente, en el afianzamiento de la hegemonía de un capitalismo monopólico financiero, de su

ideología neoliberal y las pseudo democracias impuestas por dicho sistema y que han significado la superación

de un capitalismo de industrialización sustitutiva, que tuvo lugar en nuestro país hasta los comienzos de la

década de los 70 y el término del período signado como de guerra fría, con la consiguiente derrota de lo que

conocimos como el sistema socialista encabezado por la ex URSS, son todos factores que, han ido configuran-

do una nueva correlación de fuerzas en la lucha de los pueblos en contra de la dominación capitalista y su ex-

presión más agresiva representada por el imperialismo norteamericano.

Este nuevo escenario ha tenido diversas consecuencias en lo estratégico y en lo

táctico para todas las fuerzas revolucionarias, del que no podemos excluirnos. En este cua-

dro actual de la lucha por el socialismo y la plena democratización de nuestra sociedad, se

ha dado un conjunto de nuevos fenómenos que expresan un contexto diverso en que se

dan estas luchas. Por citar sólo algunos de ellos, la crisis medioambiental y sobre calenta-

miento del planeta, que pone en riesgo al conjunto de la humanidad y que cuestiona las

formas de desarrollo y progreso que ha seguido la especie humana, la irrupción de movi-

mientos sociales de base étnica, de género, o que representan minorías excluidas y la no

menos grave crisis que sacude al sistema financiero transnacional.

Por otra parte, constatamos un grado de retraso y de insuficiencias de nuestra matriz

teórica desarrollada hasta finales de la década de los 80 del siglo pasado. Al respecto, ca-

be consignar que en más de una ocasión hemos afirmado que nuestra praxis se inspira en

los fundadores del marxismo y en los aportes de diversos teóricos continuadores de esa

tradición. Esa toma de posición, a todas luces correcta, quedaría incompleta si no recono-

cemos que la formación ideológica de nuestros militantes, hasta aproximadamente finales

de dicha década, tuvo un sello muy próximo a lo que se denomina como marxismo soviéti-

co y, en menor medida, por los trabajos que no respondían a esas formulaciones y que por

lo mismo no eran adecuadamente valorados por esta visión del marxismo. Concepción que

en la actualidad está en pleno debate, en el que se le atribuye una cierta condición es-

colástica. En fin, cualquiera sea la opinión que cada uno pueda sostener a su respecto, lo

cierto es que, por decirlo de alguna manera, no hemos hecho un examen colectivo de ella,

de allí que tal necesidad fundamente la pertinencia de una reedición de la Revista Princi-

pios.

A esa primera conclusión hay que agregar que, en los hechos, las respuestas teóri-

cas que han surgido desde el campo progresista para dar cuenta del nuevo período históri-

co que enfrentamos, tanto desde los ámbitos de la filosofía, de la teoría política y de las

ciencias sociales, han sido de una gran diversidad y profundidad, con distintos sellos y ma-

tices, basadas en mayor o menor medida en la tradición teórica del marxismo, proceso del

cual, si bien no hemos estado ausentes, nuestra producción es, sin duda, insuficiente, sien-

do más bien receptores de ese debate, lo que no constituye en sí mismo un rasgo negativo,

sino que por el contrario, expresa una apertura interesante a recoger todo lo valioso que

pueden significar las diversas orientaciones en que puede ser pródiga la teoría revoluciona-

ria. En lo hechos, hoy es posible encontrar una gran variedad de textos, de mayor o menor

calidad, que reivindican determinados enfoques o visiones y que intentan perspectivar, en

lo esencial, las luchas del presente y su historia.

Es así como podemos encontrarnos con elaboraciones que reasumen el llamado

marxismo occidental, denominado de este modo por oposición al que se elaboraba en el

campo soviético, o también conocido -por algunos- como el marxismo de la derrota por co-

rresponder a países donde no pudo prosperar la revolución iniciada en el país de los so-

viets, o diversos autores provenientes de llamada escuela de Frankfurt, o de inspiración

trotskista de bastante difusión, como otros que se autoproclaman neo-marxistas, además

de la interesante historiografía marxista inglesa, la elaboración teórica antineoliberal que se

realiza en diversas universidades norteamericanas y por no pocos autores latinoamerica-

nos, por citar algunas de la más relevantes, en un enumeración obviamente incompleta.

Dentro de estas principales tendencias existen aportes de gran interés para el desarrollo y

profundización de nuestra política, proceso de síntesis que no es de fácil despacho, en lo

que una publicación como Principios puede ayudar a construir una visión crítica de ellos, y

que sin incurrir en un academicismo pedante, pueda jugar un papel orientador que, a partir

de nuestra propia experiencia, permita confrontarse con visiones que nos cuestionan. De lo

contrario, la omisión de ese proceso elaboración que transcurre objetivamente y más allá

de nuestra voluntad, puede llegar implicar regresiones en el desarrollo de nuestra línea

política.

Contrariando toda visión que señale que estas preocupaciones sean sólo para inicia-

dos y que están distantes de la aplicación de nuestra línea, en estos últimos años hemos

podido constatar la existencia de controversias que atañen a aspectos sustanciales de ella,

tales como una supuesta superioridad del modelo de desarrollo neoliberal que impugnan la

centralidad de la clase trabajadora y su papel histórico en las luchas de nuestro pueblo,

que niegan la vigencia de los partidos revolucionarios y esgrimen una presunta incompatibi-

lidad entre las luchas sociales y aquellas de índole político, que rebaten la amplitud de la

unidad de fuerzas sociales y políticas en contra del neoliberalismo, que cuestionan el

carácter revolucionario del gobierno de la Unidad Popular y controvierten la herencia políti-

ca e ideológica de Luis Emilio Recabarren, por citar algunos de los tópicos mas reiterados.

Debates a los que hemos respondido pero no siempre con toda la rigurosidad que lo permi-

tiría una revista teórica de la Dirección del Partido.

Para quiénes publicamos una revista como Principios

Estimando que, a lo menos, quedó planteado un esbozo de respuesta del por qué de

dicha publicación, otra respuesta básica es para quién la haremos, hacia quiénes la dirigi-

remos.

Una primera respuesta que señale qué intentamos aportar al debate de una izquierda

en construcción y de una oposición de masas y unitaria, es decir no poco, por lo que no

puede desecharse de una plumada esa opción, en la que nuestro Partido se encuentra in-

merso y en medio de una sociedad en la que prevalecen ideologías antagónicas a nuestras

posiciones.

Conclusión final

Sin embargo, hay una cuestión fundamental, una necesidad imperiosa y muy actual,

ya que es de extrema vigencia la tarea de desarrollar y difundir los fundamentos y princi-

pios de la línea política que se ha ido desarrollando en nuestros eventos, y que en éste

XXIV Congreso debe permitirnos demostrar la relevancia de nuestro objetivo estratégico de

dar paso a una amplia unidad social y política que derrote a la derecha y que abra paso a

un gobierno de nuevo tipo, que supere las posiciones neoliberales que pretenden imponer

las condiciones de universalidad y eternidad del actual dominio del capital monopólico fi-

nanciero, que niegan la historia y por ende, toda posibilidad de cambios sociales. Son

polémicas en las que no podremos soslayar la confrontación con diversas tesis neo-

trotskistas y neo-anarquistas, que intentan desarmar políticamente a las fuerzas que se re-

conocen de izquierda.

Pedro Aravena Rivera

Director

Hacia un gobierno de nuevo tipo

El Equipo de la Revista Principios conversó con el presidente del Partido Comunista, Guillermo Teillier,

con el propósito de ofrecer a sus lectores una mirada muy actual, pero basada en su historia, con que el Parti-do Comunista, al iniciar su XXIV Congreso, se prepara para enfrentar las exigentes tareas del presente históri-co. A partir de su fundación y la herencia de Recabarren en 1912, este partido es su continuador por sus principios orgánicos, ideológicos y políticos. Luego, qué es lo que lo distingue más allá de cuestiones estratégicas o tácticas, en cuando portador de una utopía, un proyecto de cambio de la sociedad del capitalismo al socialismo. Y de ser así, los porqué y el cómo se llega a eso. Cuál es el programa del par-tido para alcanzar ese objetivo.

“El hecho de que el Partido Comunista de Chile haya nacido como Partido Obrero Socialista en la pampa salitrera, en medio del fragor de la lucha de los trabajadores, ya de por sí le da una impronta a la cual nunca ha renunciado. Al contrario, cada vez ha reafirmado su irrestricta posición de defensa de los derechos de los trabajadores. Acordémonos que el Partido Obrero Socialista fue fundado por Recabarren y otras y otros luchadores precisamente para elegir diputados de los obreros, nominados por los obreros. Para evitar o de alguna manera terminar con aquella mala práctica que tenían los partidos burgueses de la época y entre ellos el partido progresista, el Demócrata, que nominaban candidatos a diputados, se hacían elegir por los obreros y después los traicionaban. Recabarren salió del Partido Demócrata porque se dio cuenta de ese hecho y por eso es que decidió formar un partido de los trabajadores.

A corto andar, este partido se vio sometido a las limitaciones del sistema institucional chileno, sufrió la

persecución y desde el inicio de su historia empezó a luchar por la democratización del país, por mejorar las leyes que favorecen a los trabajadores, más tarde por el derecho a voto de las mujeres, por la emancipación de los campesinos. Y más adelante, a la luz de los acontecimientos ocurridos en el mundo, el POS en el congreso de Rancagua decide llamarse Partido Comunista de Chile por el hecho de que abrazó la causa del socialismo, como una forma definitiva de liberar al trabajador del yugo de la explotación capitalista.

El PC chileno hoy, a casi 100 años de su fundación, es un fiel heredero de estas características que le

otorgaron sus fundadores. Podemos discutir acerca de lo ocurrido en todo este periodo, muchísimas cosas. Hubo momentos en que el socialismo se extendió en Europa, en la Europa Oriental, sobre todo en la ex Unión Soviética, socialismo que fue capaz de derrotar al nazismo, que provocó grandes cambios en el mundo, sobre todo con su contribución a la descolonización de gran parte sobre todo de África y de Asia, de toda la opresión e intervención de los países europeos.

Socialismo, que quede claro, que también les otorgó a los trabajadores grandes derechos, entre ellos

el de dirigir los destinos del país. Pero, y ése ya es un tema que tenemos que discutir más profundamente, por errores, por presiones externas, ese socialismo fracasó, se derrumbó.

Sin embargo, y a pesar de las predicciones de que las ideas del socialismo se iban a terminar, se iban

a terminar las utopías, de que a algunos se les cayeron “las catedrales”, tenemos que decir que hoy día, sobre todo en América Latina, renacen con mucha más fuerza las ideas del socialismo. Se habla incuso el socialismo del siglo XXI.

Pienso que la discusión hoy día sobre socialismo está en curso, junto con la práctica de todos aque-

llos partidos y movimientos, no sólo los comunistas, que predican el socialismo como la única alternativa al capitalismo y a la destrucción de la humanidad. Ahora, los caminos están en discusión y tienen que verificar-

se en la práctica. La única la certeza que podemos tener es que el socialismo es la alternativa al capitalis-mo. Otras certezas se derrumbaron, como que el socialismo ya era indestructible. Hoy día ya sabemos que no es así, que puede haber regresiones, que el capitalismo tiene una fortaleza muy grande, que es capaz de rege-nerarse. Pero además ha desarrollado una potencialidad económica y militar que le da una fuerza como para resistir a los intentos por instalar un nuevo tipo de sociedad.

Hoy asistimos, sobre todo en América Latina, a un renacer de las ideas del socialismo. En el mundo

entero también hay un florecimiento del marxismo. Y nuestro partido, que sufrió acá en Chile los rigores de una dictadura militar, de cuyos efectos aun no logra-mos recuperarnos plenamente; un partido que además estuvo excluido; que precisamente por el derrumbe del socialismo europeo se vio menoscabado en sus posibilidades. Bueno, este partido ha ido poco a poco recupe-rando la credibilidad, sobre todo de los trabajadores en Chile.

Se ha abierto una discusión sobre el socialismo, desde el fracaso del socialismo en Europa. Nosotros no podemos dejar de hacer esa discusión, o estaríamos faltando a una obligación. Pero de lo que conocemos en el mundo, no por nada ya la segunda potencia económica del mundo es China, un país dirigido por su parti-do comunista. Podemos decir que eso es o no es socialismo, ¿qué podemos afirmar? Si abrimos la polémica, muchos podrán decir: no, es que allí predomina la política de mercado. Pero los chinos dicen otra cosa, que si bien es cierto que han abierto las posibilidades del desarrollo a través del mercado, ellos están sin embargo construyendo una sociedad socialista.

Por eso hablan de dos sistemas, una sola nación. Si vemos el caso de Vietnam, es otro tipo de desa-

rrollo, distinto al de China. Pero tenemos que tener en cuenta que parea llegar al socialismo, y al comunismo, Marx planteó que tenía que ser en base al desarrollo máximo de las fuerzas productivas. En ese momento, estaba la posibilidad de instalar el socialismo, y el comunismo en una etapa muy superior. Y lo que están haciendo los chinos es eso: están desarrollando al máximo el proceso productivo. Ahora, Vietnam, en una fórmula distinta, también en cierto modo se ha abierto al mercado, pero ellos sobre la base de la preponderancia de la pequeña y mediana empresa. Pero se han abierto al mundo y tienen relacio-nes con todo el mundo. En América Latina está Cuba, que se mantenía en los cánones más clásicos, pero que ahora está desarrollan-do también cambios profundos.

Tenemos a Venezuela, que ha proclamado el Socialismo del siglo XXI, y que dicen que los están construyendo, con características bien distintas a lo que conocemos hasta ahora, y que algún “clásico” dirá que eso no es socialismo… Pero si uno observa lo que está ocurriendo en Venezuela, también se han producido cambios que tenemos que considerar.

En Bolivia, el presidente Evo Morales también dice que está construyendo el socialismo, y las fuerzas

armadas bolivianas se declararon socialistas, es decir que defienden una sociedad socialista, la construcción del socialismo. Es evidente, entonces, que hay un proceso de desarrollo hacia el socialismo, que va tomar muchos años, tal vez siglos, no sabemos. Y cada uno parte de un punto distinto. Nosotros también aquí dijimos que íbamos a construir el socialismo, con Allende. Socialismo a la chilena, y que es lo que más se parece al socialismo que se está construyendo en América Latina. Era ejemplo clásico del socialismo para América Latina, quizás de distinta manera, pero aquí tiene su raíz. Aquí se provocó, es claro, un corte en el desarrollo y nosotros tenemos que reconstruir mucho de lo avanzado, incluyendo los partidos de la revolución, de las trans-formaciones profundas que nos llevan al socialismo. Y lo primero en Chile, lo que nos distingue de otros paí-ses, es que aquí se destruyó incluso la institucionalidad democrático-burguesa, que fue lo que permitió llegar a pensar en un socialismo a la chilena. Porque a través de esa institucionalidad se podía avanzar, seguramente hasta cierto punto.

En otros países de América Latina había una institucionalidad distinta, que favorecía los procesos electorales; y aquí en Chile, no. Había una institucionalidad muy constreñida y los que la mantienen saben que si la cambian, si democratizan esto, se va a abrir paso a lo que realmente el pueblo de Chile quiere”.

-Si el PC preconiza el socialismo, ¿cómo influye eso en su política de alianzas? O en otras palabras: ¿qué tipo de alianzas para llegar al socialismo con gente que no aspira al socialismo ni lo acepta?

“Es que no estamos en un momento de plantearnos la instalación del sistema socialista en Chile, hoy día. Yo creo que estamos en una etapa en que, primero, tenemos que desbrozar el camino para instalar de nuevo los grandes objetivos que perseguimos con Salvador Allende, y que eran objetivos con vistas a la cons-trucción del socialismo: la recuperación de nuestras riquezas básicas, el cambio de la Constitución, cambios en el Código Laboral, etc. Para abrirle camino a estos objetivos, tenemos que tener alianzas. Para llegar con Allende hasta donde llegamos, se precisó una alianza muy amplia. Alianza que también estaba condicionada por las condiciones objetivas, porque el pueblo exigía transformaciones. Y yo creo que en Chile, para instalar estos objetivos necesitamos también de una alianza. Y eso no significa que nosotros nos vayamos a meter en un referente como la Concertación. Podemos hacer alianzas, pactos electorales, hasta concordar a tal vez en formar parte de un mismo gobierno. Pero no tiene por qué significar eso que nosotros vayamos a pertenecer a la Concertación. Yo creo que tanto ellos como nosotros tenemos descartada esa posibilidad.

Ahora, ¿cuál va a ser la fuerza predominante en un momento determinado?: eso sabemos que va a

depender de la influencia de masas que cada uno tenga. Y cómo sabe interpretar al pueblo. Y lo que el pueblo decida… Porque eso también tenemos que tomarlo en cuenta, no podemos actuar con voluntarismo: tenemos que hacerlo de acuerdo a si hemos convencido o no a aquellos que decimos representar”. -Si se dice que el Partido Comunista puede formar parte de un gobierno, ¿significa que hay un condi-cionamiento respecto a qué tipo de gobierno?

“Por eso es que hemos hablado de gobierno de nuevo tipo. Yo no descarto que en un gobierno de nuevo tipo nosotros pudiéramos participar, siempre que esta coalición de gobierno se proponga seriamente producir algunas de las transformaciones que estamos planteando. Y que son esenciales para dar paso hacia más democratización. Y abrir paso al socialismo en Chile, pasa por más democratización. Incluso por quitarle esta bandera a los sectores reaccionarios que hacen gárgaras con que ellos defienden la democracia, pero que incapaces de abrir las puertas a la democratización. Y creo que eso podría sentar las bases de un camino dis-tinto hacia socialismo, acá en Chile”. -Para desplazar a la derecha del gobierno, que es la tesis central para este Congreso del PC, hay una afirmación que señala que están las condiciones objetivas, debido a los problemas sociales acumula-dos. Pero en la jerga clásica también se habla de las condiciones subjetivas, vale decir los niveles de conciencia y organización de los sectores populares. ¿Cómo ve este momento el Partido Comunista, cómo enfrenta este escenario en que hay muchas movilizaciones, protestas? Porque hay una distancia entre la movilización social y la materialización del objetivo de quitarle el gobierno a la derecha.

“Yo creo que esa tesis no está planteada como que debe cumplirse en los cuatro años de este gobier-no. Bien sabemos que ellos están trabajando con la esperanza de doce años, y todas sus construcciones están dirigidas hacia eso. Yo creo que puede que se dificulte el que maduren condiciones objetivas, por el hecho de que a este gobierno lo va a favorecer todo el tema de la reconstrucción, un crecimiento aloto de la economía, un precio altísimo del cobre, y a pesar de lo precario que es el royalty, pero agregado a CODELCO la verdad es que el superávit va ser muy alto, vario miles de millones de dólares. Y entonces, si lo hacen inteligentemente y asumen una actitud populista frente a los próximos procesos electorales, y controlando los medios de comu-nicación, ellos podrían prolongar su gobierno. Ahora, lo cierto es que en Chile hay problemas estructurales de fondo, que este gobierno no va a poder, dentro de los marcos de este modelo, solucionar. Porque prácticamen-te es imposible hacerlo. Tendría que ser tal el “chorreo”, un chorreo de oro… Pero eso no va a ser así, porque los tipos se llevan hasta las migajas. Y los problemas son acuciantes, muchos de ellos, y no vienen sólo de este gobierno, vienen del gobiernos anteriores. Acordémonos que es el mismo modelo, y ellos lo van a extre-mar.

Pero hay problemas que si no hay una con ciencia social clara, no se van a solucionar. La desigual-

dad, por ejemplo, no se ve por dónde se pueda solucionar. Si no hay más puestos de trabajo dignos, mejores salarios, si no hay mayor inversión del estado, si no hay solución en el campo de la educación, etc., etc.

Y yo no digo que el hecho de que aumente la pobreza sea condición para crear mejores condiciones

objetivas. Ahora, en qué hemos avanzado en el último tiempo: en que las organizaciones sociales, sobre todo de

los trabajadores, han avanzado en establecer como sus objetivos de lucha más o menos los mismos que tene-mos nosotros, o muy parecidos. Entonces, podemos decir que los objetivos nuestros están instalados. Que además hemos tenido la capacidad de instalarlos en las campañas presidenciales y que en la última elección presidencial los 12 puntos que firma-mos con Frei ya instalan, mucho más allá de nosotros, incluso en el seno de la misma Concertación, esos obje-tivos. Y podemos decir que otras fuerzas, que están fuera de la Concertación, como los que dirigen Marcos Enríquez o el senador Navarro, tienen los mismos objetivos o muy parecidos.

Entonces, qué es lo que falta para provocar ese chispazo que pueda producir el inicio del cambio. Y es que todas estas fuerzas, se muevan…Que manifiesten la voluntad política de unirse para luchar por esos obje-tivos, y eso ya de por sí va a significar el desplazamiento de la derecha.

Porque el propósito no es echar por echar a la derecha. Aquí el propósito es desplazar a la derecha,

porque es imposible que ella provoque estos cambios que son necesarios para el país, estas transformaciones profundas, que sólo puede hacer un gobierno de nuevo tipo”. -¿Qué piensa del debate acerca de la conformación de una nueva derecha?

“Si usted habla con algunos ministros, se encontrará con que efectivamente ellos hablan de una nueva derecha. Varios de ellos dicen que votaron por el “No”, que no hay entre ellos gente comprometida con las vio-laciones a los derechos humanos, que no los permiten en el Gobierno y que quieren diferenciarse de todo eso. También dicen que ellos no son de un pensamiento puro de derecha y que tienen una orientación más liberal. O sea, están tratando de mostrar una nueva cara, y en verdad es así, porque han realizado diversas acciones en ese sentido y han sido muy audaces impulsando iniciativas que en veinte años no tomó la Concertación: la reforma tributaria, el royalty, la modificación de la ley antiterrorista, terminar con la aplicación de la justicia mili-tar a los civiles, el apoyo al presidente de Ecuador Rafael Correa cuando intentaron derrocarlo mediante un golpe de Estado, la integración de Chile en la UNASUR, las mismas relaciones con Bolivia. En fin, todo eso les crea una especie de careta que oculta lo que es la derecha en el fondo. Porque si uno estudia con mayor pro-fundidad todo lo que ha hecho este gobierno, se encuentra con la evidencia de que entrega grandes privilegios a los grandes grupos económicos; aquí no hay ninguna medida que favorezca a los trabajadores, eso no exis-te, todo indica que vamos hacia la privatización total de la salud y la educación”.

-Junto con el apoyo a Rafael Correa, Piñera también apoya al Presidente Santos, de Colombia.

“Claro, es que ahí es donde ellos tratan de manejarse en un equilibrio un poco precario y donde proba-blemente en un momento van a tener que irse para un lado o van a andar culebreando. Porque de todos mo-dos mantienen una estrecha relación con Perú, Colombia, Panamá, y en cierto modo con México, aunque en cierto modo México ha retomado su vieja tradición de política internacional, pero está planteada la idear de establecer un comercio común entre estos países.

No cabe duda de que esto está alentado por Estados Unidos, y si usted mira más a fondo se dará

cuenta de que hay una parte de la derecha -de la cual el gobierno no es ajeno- que está empeñada en impulsar una política que se orienta a desestabilizar al gobierno de Venezuela, lo que incluso tiene eco en ciertos secto-res de la Concertación. Ellos están empeñados en una campaña sistemática. Pero por otra parte, también sa-ben que desde el punto de vista económico estamos muy ligados a Brasil, a Argentina, a China”. -¿Y cómo ve a la izquierda chilena en este escenario, sus perspectivas, sus problemas?

“La izquierda tiene una gran perspectiva en Chile, siempre que haga dos cosas: ser la gran portadora de los grandes cambios estratégicos, cambios democratizadores, institucionales, económicos, etcétera, y al mismo tiempo tiene que ser la gestora de la unidad y la movilización del movimiento social. Yo creo que ahí es donde está el talón de Aquiles de la izquierda”. -Este es el segundo congreso donde el Partido Comunista habla de conquistar el gobierno: ¿cuál es la reflexión, porque se comienza a hablar de la conquista del gobierno.

“Después de veinte años de gobiernos de la Concertación y de haber vivido bajo la dictadura, no hay otra salida. Yo creo que no queda más camino que el de plantearse un gobierno de nuevo tipo, porque de no ser así no nos plantearíamos la conquista de nuevos espacios para influir más en favor de los cambios en el país, para salir un poco de este arrinconamiento en el que nos tenían y en el que nos permitían dar una opinión testimonial, pero no formar parte de algún aparato de gobierno. Yo creo que es muy necesario proponerse ese objetivo. De lo contrario nos propondríamos ser un partido para otra cosa, pero nosotros somos un partido para eso: para representar los intereses de los trabajadores en las más altas esferas del poder.

Bueno, y eso también porque ha cambiado la correlación de fuerzas y se abre la posibilidad de que

nosotros seamos un factor determinante en la posibilidad de que las fuerzas que han sido desplazadas del po-der ahora puedan llegar al gobierno, pero bajo otras condiciones, bajo otros objetivos.

Es una tarea compleja y difícil, pero si vemos los planteamientos públicos que ya se están haciendo

por parte de otras fuerzas, nos podemos dar cuenta de que todos están mirando para acá. Ya dan por hecho que tienen que buscar una alianza con el Partido Comunista. Hay una profunda crisis en la Concertación que persiste -yo no creo que se haya superado- y esa situación puede dar para cualquier cosa. Hay que valorar que al menos hay cuatro partidos que han tratado de mantenerse y hacer un examen autocrítico, y al buscar estas nuevas alianzas es evidente que están también planteándose nuevos objetivos y una nueva forma de hacer política. Se abren a un pensamiento que hace un tiempo era difícil que lo tuvieran, y es esto de que hay que pactar con todas las fuerzas que están en la oposición. Ya hay un sector que está hablando de que hay que pactar con los comunistas, con el PRI, con MEO, con el MAS”. -En su congreso anterior el Partido Comunista ya habla de influir hacia los entendimientos con el centro político, y ahora la derecha también está intentando atraer a esos sectores del centro. Pareciera que ahí la disputa está planteada, porque quien se lleve a una parte de ese centro es el que podrá construir una mayoría nacional que predomine en la situación del país.

“En el centro hay varias fuerzas, pero ninguna fuerza de la Concertación, por ejemplo, es homogénea. En ellos hay distintos sectores que son de centro, de izquierda, de derecha, están marcados por eso. Unos pueden ser más preponderantes en un momento determinado que otros, pero es evidente que lo que va a defi-nir es el centro, que no le pertenece a ningún partido en este momento, y nosotros tenemos que disputar ese centro, y nuestra forma de hacerlo es tratando de acercarnos y hacer alianzas con ellos y compartir objetivos”. -Siempre en la historia el Partido Comunista ha procurado incidir en el centro, ha pactado. En la confor-mación del Frente Popular, del FRAP, o para ampliar la base política del Gobierno Popular de Salvador Allende, siempre ha sido así.

“Efectivamente, no estamos inventando nada nuevo. Lo que pasa es que ahora se está reivindicando esa forma de hacer política después de un paréntesis que hubo durante la dictadura y los posteriores gobiernos de la Concertación, que nos impidieron seguir adelante con el desarrollo de nuestra política. Es evidente que hay un bagaje de nuestro partido que no lo puede perder. No hay algo extraño en lo que estamos haciendo, y si alguien plantea que le estamos torciendo la nariz a la tradición política del partido, está bien equivocado”. -Hay una cierta mirada en el sentido de que lo que se está haciendo sería más o menos lo mismo que lo que se hizo para llegar a la Unidad Popular, pero también da la impresión de que no es lo mismo. Y eso es súper importante porque, entre otras cosas, es lo que define la amplitud de las alianzas en torno a un gobierno de nuevo tipo.

“Es que los tiempos han cambiado. Por ejemplo, en ese tiempo el Partido Socialista era un aliado de

izquierda, con ellos hablábamos de vanguardia compartida, de la unidad histórica socialista-comunista. Cuando en el mundo todos hablaban de partido único de la revolución, nosotros sosteníamos la idea de la vanguardia compartida y del pluripartidismo. Pero en esa época una alianza con la Democracia Cristiana era muy difícil, casi insostenible, porque ellos eran un aliado de los norteamericanos, con la Alianza para el Progreso. Eduardo Frei Montalva fue apoyado por los norteamericanos y la derecha, en medio de una campaña anticomunista feroz, y una parte de ellos apoyó al golpe de Estado, aunque otra parte no lo hizo. Hoy, después de los efectos tan profundos que provocó la dictadura, se ha generado una reflexión que costó varios años, y hay un sector de la sociedad que comienza a vislumbrar que si no se unen, aquí va a venir un gobierno de derecha que va a durar no sé hasta cuándo”.

-Alguien podría decir que este gobierno de nuevo tipo que está preconizando el Partido Comunista es un paso atrás respecto del de la Unidad Popular.

“Es que yo creo que no cabe la comparación, porque son dos momentos tan distintos. Incluso creo que podría ser un paso adelante, porque crea condiciones distintas para avanzar, con mayor amplitud, mayor seguridad. Hay que tener en cuenta que no son sólo factores políticos los que pueden influir para adelante: hay factores políticos, económicos, culturales y militares, que podríamos decir que también son factores políticos. Pero ¡cuidado!, porque en América Latina, si todos esos factores no están amarraditos, es difícil caminar hacia delante”.

-El objetivo de conquistar el gobierno también se encontrará con una realidad práctica, porque en números, tres millones y medio de electores votaron por Piñera, y hay otra cantidad similar de chilenos que no votó porque no están inscritos o por otras razones. Son dos factores que de algún modo van a pesar en este objetivo que se está planteando el Partido Comunista. ¿Qué significación le atribuye a esto?

“De lo que se trata es de revertir esa situación. Ahora, como hay un cambio en la ley con esto de la inscripción automática y el voto voluntario, podrían votar hasta cinco millones más de personas, pero cuántos de esos chilenos van a votar no lo sabemos, cómo se van a distribuir los nichos electorales tampoco, aunque es evidente que si logramos cambiar el sistema electoral sería un elemento decisivo. Aunque puede también puede ocurrir que con este nuevo sistema no suba mucho la cantidad de electores que voten, pero de lo que se trata es de convencer a la mayoría de que vote por un gobierno de nuevo tipo.

Lo importante es que sepamos entender la importancia de los procesos electorales. Y con esto yo no

estoy menospreciando la importancia de la movilización social. Por el contrario, la movilización de los trabaja-dores, los pobladores, los estudiantes, los adultos mayores, los pueblos originarios, etcétera, mientras más lucha desarrolle por sus derechos, se va a ver reflejado en las elecciones. Aunque también sabemos que eso no es automático, porque a veces hay alzas enormes en las luchas que no se reflejan en los procesos electora-les, porque ellos tienen otra dinámica que hay que saber conocer. Hay que saber trasladar el resultado de la lucha social al resultado electoral, lo que no es fácil.

En todo caso, hay muchos de los que votaron por Piñera que ya están arrepentidos”.

EL DESAFIO PRINCIPAL DEL ACTUAL PERIODO HISTORICO

J u a n A n d r é s L a g o s

Existe la necesidad de profundizar nuestra convicción política en torno a un objetivo histórico de muy corto plazo: derrotar a la derecha y abrirle paso a un Gobierno Democrático de Nuevo Tipo. Es la tesis principal de los comunistas chilenos, y aspiramos legítimamente a que sea también un juicio compartido por toda la izquierda y por todas las fuerzas democráticas y progresistas de Chile. Es un objetivo que tiene tiempo y espacio, porque no da lo mismo en qué momento se cumple. Al parecer, antes de que se produjera el hecho, en lo grueso acertamos respecto del riesgo político ma-yor que significaba que la derecha, por vía electoral, conquistara el Gobierno. En esa dimensión, ahora, son mucho más valorables (y vigentes) los siguientes puntos:

1. El llamado unilateral que formuló el candidato presidencial de la izquierda, Jorge Arrate, sobre la base de un acuerdo mínimo de contenidos democratizadores, antes de la primera vuelta electoral presiden-cial y parlamentaria, a las candidaturas de Marco y Eduardo Frei, con el explícito objetivo de "parar a la derecha".

Lamentablemente, tal idea no cursó.

2. El pacto instrumental entre el Juntos Podemos Más y la Concertación, que permitió la elección de tres parlamentarios comunistas y abrir un espacio políticamente muy significativo frente a la exclusión, pero también generar una dinámica política y social que en estos días y meses muestra su inmensa potencialidad, a pesar de ser sólo tres.

3. El acuerdo de 12 puntos entre el Juntos Podemos Mas-Frente Amplio y la Concertación, de conteni-

dos programáticos, que establece una plataforma democratizadora en los ámbitos político-institucionales, económicos, sociales, valóricos, culturales y de independencia e integración en las relaciones internacionales de Chile.

Ciertamente, los meses de instalación del gobierno de Piñera muestran que la derecha criolla va por mucho más; que tiene fuerza para plantearse metas más ambiciosas y demuestra habilidad y audacia táctica y

estratégica para consolidar poder. Lo que pretenden es abrir paso a un ciclo de varios gobiernos de derecha. Nunca es bueno, para las políticas revolucionarias, desvalorizar la fuerza y la habilidad de la clase domi-nante y su expresión política. Es importante recordar ahora, en este sentido, la reflexión que hizo el Comandante Fidel Castro en el marco de su visita a Chile bajo el gobierno de la Unidad Popular, en el sentido de que él observaba a una dere-cha criolla con capacidad de rearticularse a sí misma, articular alianzas y plantearse la derrota de la experiencia r e v o l u c i o n a r i a e n c a b e z a d a p o r S a l v a d o r A l l e n d e . Así ocurrió. Ahora, la derecha y el gobierno de Piñera buscan influir estratégicamente en el llamado centro político chileno, tanto en sus expresiones electorales, tanto en sus expresiones partidarias y socio-culturales. Lo que preteden no es un acto circunstancial o episódico, sino modificar una correlación que les permita estabilizar un ciclo de gobiernos de derecha. Apelan y apelarán constantemente a la "unidad nacional", al "diálogo nacional", a "las políticas-país", a "los consensos". Tal comportamiento es coherente con la matriz que permitió impedir una salida democrático-popular, con Soberanía Nacional, a la dictadura de Pinochet, y que abrió paso a la mal llamada "transición pactada" entre Concertación-Alianza. En términos históricos y dialécticos, efectivamente y en forma contradictoria, esta salida ayudó a abrir paso al desplazamiento de la dictadura de Pinochet...y a evitar su perpetuación. Pero también ha permitido que la derecha y sus poderes políticos y económicos tengan hoy el poder que tienen...y los busquen proyectar es-tratégicamente. Ha permitido que una parte no menor de los descontentos sociales generados en buena parte bajo los gobiernos de la Concertación, depositen a lo menos temporalmente sus expectativas en esta derecha. La nefasta política de los "consensos democráticos" ha generado una dinámica que explica, en gran medida, la realidad crítica que vive la propia Concertación en los aspectos programáticos, tácticos, estratégi-cos, pero especialmente de identidad política. Es en este período histórico que se ha cuestionado en la vida social y política la idea profundamente democrática de transformación; se han controlado y domesticado los espacios cívicos y participativos del Pue-blo y de la Sociedad Civil; se han agudizado las desigualdades y se han incrementado los dispositivos de mer-cantilización de la vida social e individual de los chilenos. Se ha buscado legitimar un disciplinamiento social y represivo, en pro de mantener y sostener una supuesta "gobernabilidad democrática", que termina excluyendo a millones de chilenas y chilenos y ha alejado el objetivo democrático que generó una mayoría nacional en la década de los ochenta. En el marco de una política exterior totalmente proclive a los intereses norteamericanos y a la globaliza-ción capitalista, sólo en el gobierno de Michelle Bachelet, Chile miró con mayor atención y amabilidad política los procesos de integración y de emancipación que cursan en nuestro continente. Asunto que con astucia man-tiene temporalmente Piñera, mientras abre paso a una política exterior que se manifiesta tremendamente reac-cionaria y que pretende ganar fuerza para imponerse e influir en el cuadro de correlaciones actualmente favora-ble a procesos emancipadores en el continente. Todo esto ha distanciado enormemente la posibilidad histórica de la consolidación de un real Estado democrático, tras el desplazamiento de la dictadura de Pinochet del poder total. Vivimos un espejismo permanente y una transición agotada, desprestigiada, con cada vez menos credi-bilidad democrática. Un paréntesis político que nunca termina.

Ciertamente, es y será siempre relevante contextualizar el análisis actual, tomando en cuenta la salida a la dictadura de Pinochet que se impuso en Chile. La política es fuerza, no hay que olvidarlo. Es fuerza material que se expresa en el terreno de la lucha ideológica y cultural; en la construcción de propuestas y caminos viables para la conciencia posible de las ma-yorías nacionales, incluyendo el accionar concreto de esas grandes masas. La política es fuerza que se expre-sa en la capacidad de alianzas tácticas y estratégicas; en la fuerza militar en todas sus variantes; en las formas orgánicas que debe adoptar el propio partido para desplegar su política. En gran y buena medida, esa salida antipopular y en contra de la Soberanía Nacional adoptó las formas que tuvo porque primó el objetivo de parar y frenar una salida "plebeya", una salida democrático-popular que aspiraba y tenía como objetivo explícito la instalación de un Gobierno Democrático Provisional de transición, de Soberanía Nacional, que sentara las bases para una Asamblea Constituyente y una necesaria nueva Constitu-ción Política. Esta salida democrático-popular, que empujó con todas sus fuerzas el Partido Comunista, se sustentó y se sustentaba en grandes fuerzas del Pueblo; en el Movimiento Democrático Popular; en los trabajadores y sus organizaciones nacionales, como el Comando Nacional y otras, que fueron la antesala a la actual CUT; en va-riadas formas de lucha que muchos sectores sociales adoptaron y adoptaban como suyas; incluyendo las for-mas de lucha directamente desestabilizadoras del poder militar, represivo y político de la dictadura. Sin embargo, por sí sola, por sí misma, esta salida, esta alternativa, no tenía ni tuvo la fuerza para impo-nerse. El camino democrático-popular sentó bases objetivas y subjetivas para abrir alianzas sociales y políticas nacionales. En esa perspectiva ayudó a generar procesos de avance, como la Asamblea de la Civilidad, mien-tras continuaba ascendente la lucha popular, democrática y nacional en contra de la dictadura. Planteó, incluso, acuerdos mínimos, básicos, como el desplazamiento del dictador, para abrir paso a un gobierno de transición nacional hacia la Democracia. Sin embargo, insistimos, el camino fue otro. En gran medida, las actuales fuerzas que integran la Concertación giraron hacia un pacto con fuerzas que sustentaban y sustentaron a la dictadura, y que en esos momentos buscaron su superación tal cual como ejercía el poder total. Esas fuerzas, la actual derecha que respalda a Piñera hoy, pretendía en esos momentos lo que llamaban y llamaron "una apertura democrática pactada" con parte de la oposición, PERO NUNCA CON EL PARTIDO COMUNISTA, EL MDP Y LAS ORGANIZACIONES DE LOS TRABAJADORES. El imperialismo norteamericano, que en rigor es el fundante de esta salida, junto a sus aliados menores depositados en Europa, advirtió que "no estaba dispuesto a una segunda Nicaragua en Chile". Y esa tesis se impuso, finalmente en lo grueso. La forma de elecciones parlamentarias y nacionales, tras la histórica y decisiva derrota político-electoral de Pinochet y la dictadura en el plebiscito del NO, dio grandes fuerzas y legitimó la vía político-institucional que protagonizaban las que son la actual Concertación y la actual Alianza. Grandes sectores sociales y políticos, se podría decir que buena parte de la mayoría nacional, se invo-lucró en este proceso. Se pudo evidenciar el peso que en la historia política de Chile tienen los procesos electorales. La izquierda, el Partido Comunista, tensó sus fuerzas y jugó un papel determinante en el triunfo de esos procesos político-electorales. Sin embargo, la izquierda, los trabajadores, el Partido Comunista, fueron aislados y duramente exclui-

dos. Esa izquierda, aislada, reprimida, pero con gran legitimidad ética y política, sufrió el severo golpe del desplome de la URSS y de los socialismos reales. Y en su seno se comenzó a vivir un largo, intenso y doloroso proceso de divisiones, pugnas y confrontaciones. Es en este período que se produce la ofensiva más profunda para que la izquierda chilena, el propio Partido Comunista de Chile, abandone su nombre, su identidad, su his-toria, sus objetivos de trasformación y el Socialismo como valor fundamental para la superación del capitalismo. El mundo entró a la fase de la globalización del capitalismo especulativo-financiero, ya predicha por Marx, en circunstancias políticas mundiales altamente favorables para los propósitos imperiales. Nunca antes Estados Unidos había tenido un escenario político tan acorde a sus objetivos. En Chile, esta nueva forma capitalista fue totalmente asumida por los dos bloques políticos dominantes, los cuales compitieron y compiten aún para apropiarse del llamado "fin de la historia", como paradigma político-histórico, y de la "vía democrática" sustentada en las bases mismas de ese capitalismo transnacional. Todo eso demoró y ha demorado objetiva y subjetivamente la incidencia del Partido Comunista y de la izquierda chilena en un proceso de acumulación de fuerzas, en la búsqueda de un camino para enfrentar y derrotar al capitalismo salvaje, a la "política de los consensos", en un escenario político, social, económico e institucional muy distinto al de la dictadura de Pinochet. Más aún, hay que tener presente que una parte de esa izquierda histórica, que fue parte de la conquista y del gobierno de la Unidad Popular encabezado por el Presidente Salvador Allende; que sufrió la represión y la persecución, y luchó en contra de la dictadura fascista, asumió plena y activamente el camino pactado con la derecha, en el marco de un proceso mundial de cambios estratégicos derivados de la caída y desplome de la ex URSS y el campo socialista. Hay que asumir el hecho, y sus efectos, de que una parte de la histórica izquierda chilena, y una parte muy relevante del campo popular chileno, asumieron este camino y esta vía pactada. Algo muy de fondo cambió entonces en las formas históricas en que hasta ese momento se ordenaban y ordenaron las principales fuerzas políticas chilenas. Los tres tercios históricos se modificaron cualitativamente, y las correlaciones de fuerza se transforma-ron esencialmente, no sólo en la forma. Los gobiernos de la Concertación, estratégicamente, consolidaron un camino político que re-legitimó a la derecha; la hizo mucho más fuerte en cuanto a la reconquista del poder total del país. Los avances de la dere-cha son grandes en la representación electoral en el Parlamento y en los municipios. Ha ganado terreno y ha consolidado poder. Sólo no ha logrado avanzar significativamente en históricos movimientos sociales, como el de los trabajadores. Pero, les ha hecho la guerra con fuerza y audacia. Es cierto, también, que este camino de "los consensos" ha empujado a esa derecha a un juego de trata-tivas y negociaciones que, sin ser democrático, tiene límites formales e institucionales bajo la llamada "democracia pactada o de los acuerdos". En rigor, a eso se le llama "democracia" y se le ha pretendido instalar como paradigma político-institucional. Expresión de eso son, por ejemplo, las llamadas "mesas de diálogo" y otras formas de negociación política Alianza-Concertación. La derecha se siente con tanto poder, que ahora trata de abrir paso a "reformas políticas" que sin duda, en este contexto, pueden ser un instrumento grande para consolidarse como un nuevo eje de dirección de po-der, desde que comenzó este nuevo camino tras el desplazamiento de Pinochet del poder total. Y existe el ries-go verdadero que lo haga desde posiciones cada vez más hegemónicas. Este período histórico muestra también avances en el ámbito social. Si se le compara al tiempo de la dictadura, ciertamente hay cambios positivos para las mayorías nacionales. Nadie quiere volver al oprobioso

tiempo de la dictadura. También es un dato de realidad el hecho que los trabajadores, los movimientos socia-les, el Pueblo Mapuche, el movimiento por Verdad y Justicia, en condiciones bien negativas para todos ellos, han continuado la lucha y logrado "sacar" demandas y reivindicaciones favorables al conjunto de la sociedad y muy diversos aspectos. Nada ha sido regalado en este contradictorio tiempo político. En 1996, el Partido Comunista alertó de la posibilidad y del riesgo de que el poder de la derecha crecie-ra. Hablamos con fuerza del peligro de "una derechización" de la política nacional. Y la base de la propuesta a la Concertación de un Acuerdo Nacional por Cambios Democráticos, con expresión electoral, fue la misma de hoy: parar a la derecha. Pero la Concertación no tuvo acuerdo como bloque para avanzar en esa dirección...primaron "los con-sensos" con la derecha. El Partido Comunista ha continuado organizando y promoviendo la organización, unidad y lucha social del Pueblo. Cualquier apreciación objetiva muestra no sólo que eso ha sido así, sino que deja en evidencia que hay avances, y bien notables. Se ha incrementado la representación de los comunistas en la vida social, pero lo más importante es que importantes sujetos sociales han articulado sus formas orgánicas y socio-políticas. Tal vez no al ritmo que se quisiera y que se necesita. El giro táctico se siguió abriendo paso, y hemos logrado avances muy significativos: 1) El pacto por omi-sión en las elecciones municipales pasadas. 2) El pacto instrumental que permitió elegir a tres Diputados comu-nistas. Se debe recordar el notable papel jugado por la CUT y el Parlamento Social y Político en la lucha contra la exclusión y por convergencias democratizadoras. Hay que tomar muy en cuenta que, en la vida social en general, esta política de convergencias se abre paso, y el ejemplo más notable en este último tiempo es el resultado en las elecciones del Colegio de Profeso-res. Allí, Partido Comunista, Izquierda Cristiana, Socialistas Allendistas, y buena parte de profesores concerta-cionistas provenientes del PPD, el PS, la DC y el PRSD, unieron fuerzas. El resultado, políticamente, es muy relevante. En los hechos, le hemos dado mayor centralidad a los procesos político-electorales, pero aún falta bas-tante recorrido en esa misma dirección. En tal sentido, el cuadro regional y continental nos acompaña. Las vías políticas que adoptan los pue-blos los ha llevado a conquistar gobiernos y, desde esos gobiernos, con el protagonismo de grandes mayorías nacionales, impulsar Asambleas Constituyentes y transformaciones de fondo. Son las izquierdas del Continen-te, los movimientos y partidos realmente democráticos y progresistas los que llevan la iniciativa política, y la mantienen a pesar de golpes, agresiones y bloqueos imperiales cada vez más desesperados. Es en este cuadro que la derecha busca proyectar e incrementar su poder en Chile. En nuevos tiempos, el Partido Comunista plantea una salida democrático-popular a esta peligrosa situa-ción. Y la proponemos sobre la base de contenidos programáticos que significan la instalación real de un Esta-do Democrático de Nuevo Tipo en Chile. Observamos que, para derrotar a la derecha y conquistar ese gobierno, requerimos como condición básica y fundante una convergencia amplia, nacional, que convoca a todas las fuerzas políticas que aspiran a este objetivo nacional y que han explicitado, en medida no menor, este propósito. Una mayoría nacional que se construye desde los territorios, desde los movimientos sociales, en los procesos electorales, en el debate de ideas y en las propuestas. Creemos fundamental el papel de una izquierda asertiva en este proceso.

La agudización de las contradicciones en Chile tiene esta expresión: Una derecha con poder creciente, que busca influir en el centro político y consolidar poder estratégico. Una izquierda en ascenso, pero todavía débil en aspectos relevantes en cuanto fuerza, que requiere influir mucho más en la configuración de una nue-va mayoría nacional. Un centro que ha sido derrotado y cuyo comportamiento político será determinante en el futuro político nacional. En buena medida, este cuadro político se resolverá en los tres años que vienen. Por cierto las posibilida-des de derrotar a la derecha existen. Sin embargo, lo que es nítidamente claro, es que cualquiera forma de reposición de la política de los consensos y sus contenidos, sólo favorecerá a esa derecha y debilitará una real democratización del país. Por el contrario, el fortalecimiento de un camino hacia un gobierno de nuevo tipo, puede generar el protagonismo de una nueva mayoría nacional en los ámbitos sociales, políticos y electorales, base fundante para la construcción de un Estado Democrático de Justicia Social. En su camino hacia transformaciones socio-políticas profundas, en el marco de la Revolución Democrá-tica a la que aspira en esta etapa de la historia nacional, el Partido Comunista y la izquierda tienen el deber de jugar un papel determinante en este proceso. De lograrlo, eso será la base para seguir avanzando hacia otros objetivos superiores.

La construcción del

movimiento juvenil en la actualidad. Oscar Aroca.

La construcción del movimiento juvenil ha sido un debate permanente en las Juventudes Comunistas

de Chile, nos atreveríamos a decir que ha sido el eje ordenador de la política juvenil en la Jota desde su naci-miento como organización.

Ya en los años `30, siendo secretario general Ricardo Fonseca se señaló: “A instancias de la política

que llevaban adelante los jóvenes comunistas, que tenía como marco general la política de Frente Amplio del Partido, nace en septiembre de 1937 la llamada Alianza Libertadora de la Juventud, en esa ocasión se realizó un congreso de la juventud que contó con más de 400 delegados desde Arica a Punta Arenas, y estuvo consti-tuida por jóvenes comunistas, socialistas, radicales, democráticos, evangélicos, deportistas de clubes de barrio. Teniendo actividades propias de la juventud, actividades que eran deportivas, culturales, artísticas.” Esto da cuenta del rol de la Jota como constructor de movimientos juveniles amplios, prácticamente desde su creación.

Esta práctica en nuestras juventudes ha sido permanente y la encontramos en los distintos periodos

de nuestra línea política, con escasas excepciones que nos llevaron a achicarnos como ocurrió con la aplica-ción de las políticas del denominado “Tercer Periodo”, o de “Clase contra Clase”, “que convirtió a la Juventud en un muy reducido grupo, llegando a desaparecer o mimetizarse con el Partido”. Pero la acción permanente de elaboración de los jotosos, se ha dado en el marco de la construcción del movimiento juvenil.

Fue en esta misma dirección que la Jota, desde el Quinto Congreso Nacional en 1966 al Séptimo efec-

tuado en 1972, se convirtió en una juventud de masas, logrando uno de sus mayores crecimientos de la histo-ria.

Tesis resueltas en la Séptima Conferencia de la Jota en el año 1965, planteaban “ganar, unir, movili-

zar y conducir a la inmensa mayoría de la juventud chilena, tras las banderas de la clase obrera, en la lucha por la conquista de un gobierno popular, antiimperialista, antioligárquico, de liberación nacional”. Asimismo, se hac-ía el llamado “a la juventud chilena a constituir un amplio y vasto movimiento juvenil de masas, que agrupe a la inmensa mayoría de los jóvenes chilenos”.

Identidad cultural En este periodo, las expresiones culturales se comienzan a identificar con el movimiento juvenil, levan-

tado por la Jota principalmente, y a darle una identidad. Mientras Víctor Jara con su música empieza a interpre-tar las demandas de la sociedad y la juventud de esa época, creando grupos musicales, de teatro y otros, la compañera Gladys Marín, comienza a hacer de la política de las JJCC una de la expresiones juvenil más im-portantes.

Fueron estos jóvenes revolucionarios los que acompañaron a los trabajadores/as a triunfar con la Uni-

dad Popular el año 70, eligiendo como Presidente a Salvador Allende. Fue el movimiento juvenil de ese periodo quien le dio identidad cultural a ese gobierno. Es casi imposible separar la figura de Allende de las canciones de Víctor, los Inti o los Quila; eso habla de la importancia de la cultura en este gobierno.

Pero trasladar mecánicamente esa experiencia a nuestros tiempos sería políticamente incorrecto, ya

que la gran virtud de los compañeros de esa época fue interpretar el sentimiento de grandes cantidades de jóvenes, transformándolas en expresiones artísticas y luchas de masas.

Por lo tanto, para el periodo que nos corresponde en lo político, correcto sería recoger el legado de nuestra línea política juvenil, es decir, levantar el movimiento juvenil y no replicarlo. Es necesario recrearlo acorde al periodo en curso, donde el modelo neoliberal se ha impuesto con sus “valores” basados en el indivi-dualismo, el consumismo y la apatía política, la cual ha cooptado en su mayoría a la juventud chilena, aunque sería injusto decir que todos los jóvenes son parte de este prototipo de joven que se nos vende.

Las encuestas realizadas por el INJUV (Instituto Nacional de la Juventud) dan cifras que debemos

tener en cuenta para la construcción de este anhelado movimiento juvenil, “un 20,8% de los jóvenes se sentiría más feliz si logra vivir en un país más justo o una sociedad más equitativa. Entre los atributos positivos más importantes que le asignan los jóvenes al país, destaca vivir en un régimen democrático (60,4%); mientras que entre los atributos negativos, los más destacados son estar en presencia de una sociedad discriminadora (57%), desigual (57,9%), clasista (64,5%) y consumista (66%). Lo fundamental es que todos estos datos están en relación con muchas de nuestras políticas, a favor del desarrollo de una sociedad democrática, igualitaria, no clasista y colectiva (no consumista). “De ahí que muchas de las ideas sociopolíticas de los jóvenes chi-lenos puedan tener una relación con el programa de nuestra organización”.

Movimiento diverso Otro aspecto novedoso para la concreción del movimiento juvenil en el Chile actual, es que no pode-

mos hablar de un movimiento único. Por el contrario, es común encontrar insertos al interior de los movimientos de masas, como lo habíamos entendido tradicionalmente, diferentes movimientos. En el movimiento estudiantil no sólo encontramos estudiantes que luchan y se organizan por su defender su educación; también están quie-nes siendo estudiantes defienden y se organizan por los derechos sexuales, la despenalización de la marihua-na, la igualdad de género o quienes practican deportes. Por lo tanto, podemos decir que encontramos movi-mientos dentro de un movimiento, lo cual hace que la organización social juvenil sea capaz de recoger estas identidades e interpretarlas y defenderlas. A la vez, estos movimientos son transversales, de modo que entre ellos encontraremos a jóvenes que simultáneamente participan en organizaciones poblacionales o sindicales.

Todo esto implica dejar de entender a los jóvenes como sujetos que se desenvuelven en un solo frente

de masas. Por el contrario, hoy sus intereses son transversales al frente de masas en el cual se desenvuelven, lo que presenta una doble potencialidad: por una parte la organización juvenil puede continuar funcionando de manera tradicional, defendiendo los intereses elementales de un ser humano, y por otra deberá acoger y repre-sentar otras identidades que son parte de la juventud actual. La transversalidad nos permite unificar a los jóve-nes pertenecientes a movimientos “emergentes” de distintos sectores en luchas que van más allá de la reivindi-cación gremial.

Finalmente, podemos decir que estamos en un momento histórico propicio para colocar las primeras

piedras de un movimiento juvenil diverso, pero que tenga como demanda la lucha contra el modelo neoliberal, siendo su primer aporte la conquista de un gobierno de nuevo tipo, donde las aspiraciones e inquietudes juveni-les tengan una resonancia real.

* Oscar Aroca es secretario general de las Juventudes Comunistas de Chile.

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La política de Alianzas del Partido Comunista Fernando Quilodrán

Para iniciar estas consideraciones sobre una materia tan importante y presente a lo largo de la historia del Partido Comunista de Chile, estimamos procedente situarla en su contexto, esto es, en el marco más inclu-sivo de las alianzas que a partir de su propia unidad se despliegan desde el movimiento de los trabajadores. Tampoco estará demás atraer la atención sobre algunos elementos fundacionales del PC chileno, en particular a partir de las motivaciones que impulsan a su principal fundador, Luis Emilio Recabarren (LER), ya desde la primera fundación, la del Partido Obrero Socialista (POS), luego de que él se desprendiera del Partido Demócrata. Cabe destacar al respecto como la primera y principalísima condición, y a la vez objetivo de Recabarren en su lucha por “la emancipación de la clase obrera” su propia unidad. Reproduciendo casi a la letra la formula-ción engelsiana de los “tres momentos” o formas de la lucha de clases, se empeña LER en ampliar y elevar el papel de los sindicatos en tanto instrumentos de la “lucha económica”, de los trabajadores; del “partido” como instrumento de la “lucha política”; y de la prensa y la cultura obreras en tanto instrumento y expresión de la “lucha ideológica”. Así, pues, la primera condición para que la clase obrera alcance el umbral de una formulación de su política de alianzas, es la de haberse constituido en “clase para sí”, es decir haber superado la etapa del “puro ser” (clase “en sí”). Ello implica conocimiento de su propia condición y “misión histórica” (bien formulada en el Manifiesto del Partido Comunista por Marx y Engels), y con ella del carácter de clase de la sociedad y de la historia y de su diferenciación de toda otra clase social, en particular de la burguesía. No es sorprendente que el primer “movimiento” iniciado por Recabarren haya sido el de la formación de sindicatos, instancia organizacional que excluye expresamente una unidad ideológica. Así se expresa en más de un documento de la época. Momento culminante en esta gestión lo constituye la formación, en 1908, de la Federación Obrera de Chile (FOCh). Simultáneamente con lo indicado, se da LER a la formación de grupos teatrales, dictación de conferen-cias y fundación de periódicos obreros. Es decir, asume lo que en el decir de Engels constituye otra manifesta-ción de la lucha de clases: la ideológica. De manera natural, aparece en el itinerario recabarriano el “momento político”: la fundación del partido: el POS en 1912, ya en 1922 con el nombre con el que ha perdurado: Partido Comunista. La clase de los trabajadores estaba conformada en aquellos albores del siglo XX por grandes contingen-tes salidos del agro, impulsados por las condiciones de servidumbre propias de un régimen con fuertes reminis-cencias feudales y ante el atractivo que mostraban las faenas, particularmente extractivas, en el norte del país. Así, si bien ese proletariado era en gran proporción de origen campesino, no se podía por ese entonces hablar de una unidad obrero-campesina (o si se quiere, urbano-rural), particularmente por las condiciones de vida a que eran sometidos quienes todavía, y por largos años más, debían subsistir bajo el régimen de inquili-naje. De otro lado, el desarrollo aun incipiente de una burguesía nacional y el creciente predominio del capital extranjero, sobre todo en las faenas salitreras y más tarde cupríferas, hacía difícil para el joven proletariado la identificación de su “enemigo de clase” y, por lo mismo, el vislumbrar la posibilidad y necesidad de una política independiente.

Un episodio que se podría considerar clave en la formación de una conciencia de clase, fue la Masacre de la Escuela Santa María de Iquique, en 1907. Se terminaba la visión “idílica” de una unidad nacional: la extre-ma crueldad con que actuaron las autoridades de la nación y su abierta concomitancia con los intereses extran-jeros, debía impactar en forma importante, aunque no automática ni decisivamente, en esa “diferenciación” que luego se volvería conciencia. A lo largo del último siglo, desde las formaciones sindicales y políticas de los trabajadores se escuchar-ían las cada vez más enérgicas invocaciones a la “unidad obrero campesina”. La Reforma Agraria se convierte en una aspiración de los trabajadores de la ciudad, y comienzan a aparecer las primeras formaciones sindica-les en el agro. Unidad de la clase trabajadora y, posteriormente y con énfasis cada vez mayor, unidad obrero-campesina. Ello exigía de las “vanguardias” un trabajo paciente y sostenido para organizar a los hermanos del campo, lo que se expresaba en el apoyo y la agitación ante demandas como el pago de las asignaciones fami-liares, que los terratenientes robaban a sus trabajadores; la lucha por una ley de sindicalización campesina y, por cierto, las exigencias por mejores condiciones de trabajo, salarios mayores, educación para los niños y jóvenes, derecho a voto. Otra aspiración, nacida tal vez en forma simultánea desde ambos polos, se expresaba en la consigna mil veces repetida de “obreros y estudiantes… unidos y adelante”. Era la manifestación de una maduración de la organización y de la conciencia de estos sectores, en la que jugaba un papel evidente el desarrollo orgánico y político de los trabajadores que pasaban a convertirse en un polo de atracción para los anhelos de lo más avanzado de la juventud universitaria. Primer Congreso: 1915 El Programa aprobado en el Primer Congreso llama “al pueblo trabajador a alistarse en las filas del parti-do de clase para suprimir las diferencias de condición, convertir a todos los hombres en una sola clase de tra-bajadores inteligentes, iguales y libres, y para implantar un régimen en que la producción sea un factor común y común también el goce de los productos, esto es, la transformación de la propiedad privada individual en pro-piedad colectiva común”. Define la “lucha política como un medio para quitar a la burguesía el poder político a fin de que cese de ser un instrumento de dominación”. Un acuerdo –muy valorado por Recabarren- es la publicación de un periódico como órgano central del Partido, a editarse en Valparaíso y a cargo del Comité Ejecutivo Nacional. Partido y sindicato El Quinto Congreso (Chillán, 1923) fija las relaciones entre el Partido y la Federación Obrera de Chile (FOCH). En la Tesis Sindical aprobada se dice: “¿En verdad se desea la subordinación incondicional de las organizaciones sindicales a los partidos comunistas? Pensarlo así es afirmar un absurdo. Si bien reconocemos en la acción política de clase un medio indispensable del que deben valerse los trabajadores para su obra de reivindicación, consideramos que las organizaciones sindicales no pueden estar subordinadas incondicional-mente a los partidos comunistas. Cada organismo debe realizar sus funciones especiales... En las organizacio-nes sindicales militan trabajadores sin distinción de ideologías. Por eso afirmamos que es un absurdo el em-banderamiento ideológico de las organizaciones sindicales. Empero, ¿esto significa aceptar el apoliticismo, una de las causas que determinaran el fracaso del movi-miento obrero durante la conflagración? De ningún modo. Tan pernicioso es sembrar divisiones por simple abanderamiento, como ser juguete de la burguesía debido a un apoliticismo incomprensible después de un regular desarrollo de las fuerzas sindicales”. El 10 de abril de 1938 se inicia en Santiago el X Congreso Nacional del PC, "Congreso de la Victoria".

El secretario general, Carlos Contreras Labarca, lee el Informe del Comité Central, que lleva por título "Por la Emancipación de Chile y América Latina y Contra la Barbarie Fascista". En este documento se dice: "El Décimo Congreso debe ratificar plenamente la política de conquistar y asegurar a la clase obrera toda clase de aliados a condición de que cumplan las exigencias siguientes: a) que sean aliados de masa; b) que acepten el programa del Frente Popular y luchen por él; y c) que no mutilen la independencia del proletariado y de su Partido, el Partido Comunista". Más adelante agrega: "Los temores de una tan vasta alianza revelan sólo falta de confianza en la fuerza y capacidad revolucionaria de la clase obrera y conducen, no a la independencia, sino al aislamiento de ésta, es decir a su derrota. Es evidente que el proletariado puede ganar la confianza y la dirección del amplio movi-miento nacional sólo en el caso de que no vaya a remolque de él, sino que sea su primer protagonista, su pro-pulsor y su más firme guía”. En otra parte, el Informe advierte sobre el peligro de caer en ilusiones ante las elecciones presidenciales del 25 de octubre de 1938: "Es necesario prevenir, sin embargo, contra el surgimiento de ilusiones democráti-cas y de cretinismo electoral, puesto que, por una parte, no existe garantía alguna de que la reacción respete el desarrollo del proceso electoral y, por otra parte, (ante) el triunfo del Frente en las elecciones de octubre próxi-mo, Ross está dispuesto a llegar incluso a la guerra civil, que prepara ya en estos momentos". En el XI Congreso Nacional, inaugurado en Santiago el 21 de diciembre de 1939, Carlos Contreras Labarca entrega el informe central titulado "Por la Paz, por nuevas victorias del Frente Popular". Allí se sostie-ne: "La reforma agraria, considerada como un punto fundamental del Programa de Gobierno del Frente Popu-lar, no deberá quedarse sobre el papel. Deberá traducirse en hechos, antes que sea tarde, ya que ella hará que se agrupen en torno al gobierno del señor Aguirre Cerda todos los elementos progresivos y democráticos de la agricultura, desbaratando, por consiguiente, los planes subversivos de los encomenderos". "El problema de la tierra -agrega el Informe- es el problema primordial de nuestro país. El peón y el campesino no tienen y necesitan tierras; hay que entregárselas, para salvarlos del hambre y de la muerte. Hay que entregárselas, además, porque así lo exige el interés de nuestro país, su progreso y engrandecimiento". En su intervención ante el XI Congreso, el Encargado Agrario del Comité Central, Juan Chacón Coro-na, informa sobre el trabajo desarrollado por la Comisión Agraria y relata que el PC ha participado en la "presentación de más de 200 pliegos de peticiones y contribuido a impulsar la formación de cerca de 400 sindi-catos con 60.000 hombres más o menos". El torneo saca como conclusión que la organización sindical campesina debe vincularse estrechamente a la CTCH, con el fin "de lograr una efectiva correlación de las fuerzas populares del campo y la ciudad, para dar más amplia y sólida base al Frente Popular”. Carlos Contreras Labarca lee el informe del Comité Central al XII Congreso Nacional (Santiago, diciem-bre 1941-enero 1942). Sus ideas básicas son: la defensa de la patria ante la agresión fascista; la unidad nacio-nal en torno a un programa de salvación nacional y a un candidato único antifascista a la Presidencia de la Re-pública. En el informe se pregunta "¿Qué es la Unión Nacional? ¿Es acaso como creen algunos erróneamente que la Unión Nacional es una simple reconstrucción del antiguo Frente Popular, un poco más amplio que el anterior?" Responde: "No, La Unión Nacional es la cohesión de todas las fuerzas de la nación contra el peligro común que la amenaza. Nuestra Patria, como los demás países de América, se halla ante la terrible amenaza de perder su independencia por la invasión del nazifascismo y por la actividad de traición que desarrollan sus agentes en el interior del país”. "La Unión Nacional es, entonces, el grande y poderoso movimiento de todos los patriotas chilenos que se proponen como objetivo conjurar ese peligro”. Se enfatiza de manera especial el rol que le corresponde jugar a los trabajadores: "A la clase obrera le

corresponde un papel decisivo en la organización de la Unión Nacional, en la atracción de todos los sectores y personalidades antifascistas y en las tareas que nos incumben en esta hora histórica que vivimos. Me refiero a la clase obrera y sus organizaciones sindicales y políticas. Me refiero, ante todo, al Partido Comunista y al Par-tido Socialista". Se destaca como hecho positivo la aparición regular de la revista teórica “Principios”, su aumento pau-latino, que alcanzará pronto a una tirada de diez mil ejemplares. El XIII Congreso partidario se desarrolla en Santiago en diciembre de 1945. En parte de su intervención, el secretario general del PC expresa: “Aquí venimos a trazar las líneas de la Revolución Democrático-Burguesa que, a través de un combativo movimiento de Unión Nacional, conduzca a Chile por el camino del progreso, para transformarlo en un país moderno, desarrollado y progresista, capaz

de dar sustento, libertad y democracia a sus hijos”.

Más adelante plantea los cambios que es necesario llevar a cabo:

1- Profunda Reforma Agraria que libere a Chile de la maldición del latifundio, entregando la tierra a los

campesinos y obreros agrícolas;

2- Industrialización del país que le permita emanciparse de la dominación imperialista;

3- Mejorar el nivel de vida y asegurar el bienestar y las conquistas de la clase obrera y del pueblo; y

4- Convocar a una Asamblea Constituyente para redactar una nueva Constitución Política del Estado”.

El Informe sostiene que para llevar a cabo esas transformaciones es “necesaria la unión de todas las fuerzas democráticas y progresistas y que esto es, precisamente, el movimiento de Unión Nacional que veni-

mos propugnando”.

Dice el Informe al XIV Congreso, de abril de 1956: “Durante el Frente Popular, por ejemplo, la clase obrera y sus partidos actuaron en alianza con amplios círculos de la burguesía, lo que hizo posible la victoria de 1938 y la creación del gobierno de Pedro Aguirre Cerda. ¿Qué había de malo en esto? Algo malo había. Pero lo malo no era que la clase obrera actuara en alianza con la burguesía, sino que nosotros, los socialistas y comunistas, actuáramos separados, y a veces entre nosotros surgiera una verdadera guerra fratricida. Lo malo estuvo en que nosotros cometimos el error de caer en ilusiones con respecto a la burguesía; en que la clase obrera fue a la cola de la burguesía; en que, diri-giendo a la clase obrera, no la supimos transformar en la fuerza hegemónica del movimiento popular, en que no logramos la alianza de la clase obrera y el campesinado para obligar a la burguesía a cumplir consecuente-mente el programa del Frente Popular”. El XIV aprueba el Programa del Partido, estudiado previamente en los organismos de base, que traza el objetivo de la Revolución nacional-liberadora, antiimperialista, antimonopolista y antifeudal. Señala que para lograr la liberación económica, política y social, es imprescindible producir cambios de fondo como la nacionalización de la riqueza en manos de monopolios imperialistas; poner fin al latifundio a través de una radical reforma agraria; liquidar los monopolios nacionales; mejorar las condiciones de vida de los trabajadores; desarrollar la industria pesada, dando además fuerte impulso a la liviana; democratizar el país y llevar la cultura a las masas populares. El Programa aprobado en el XIV Congreso sostiene que la contradicción principal es la existente entre el imperialismo norteamericano, la oligarquía latifundista y los grandes capitalistas criollos, de una parte, y la in-mensa mayoría del país, de la otra. Afirma, además, la posibilidad de que la clase obrera y el pueblo chileno conquisten el gobierno por una vía que no sea la insurrección armada. Señala que para obtener lo anterior es fundamental la unidad socialista-comunista y contar con un PC de masas.

José González, que por esos tiempos de clandestinidad trabaja con el nombre de José Hernández, plan-tea: El 14º Congreso “se pronuncia por la unificación de las organizaciones que agrupan a las mujeres, los jóvenes, los intelectuales, los pobladores, los comerciantes minoristas, los pequeños industriales y, en general, a todos los sectores populares para que defiendan mejor sus intereses legítimos, alcancen sus reivindicaciones y puedan participar activamente en la lucha por la liberación nacional”. El Congreso “saluda a la naciente organización de los pequeños industriales y estima acertada y patrió-tica su demanda”. El XV Congreso se desarrolla en Santiago entre el 18 y el 23 de noviembre de 1958. Entre sus resoluciones: "La unidad de los partidos Comunista y Socialista es elemento esencial en el fortalecimiento y la ampliación del movimiento democrático. El Congreso acuerda reforzar esta unidad, contri-buir con toda energía a la consolidación y desarrollo del Frente de Acción Popular y a apoyar la acción conjunta de todas las fuerzas democráticas en defensa de las libertades públicas y de los intereses del pueblo y de la nación”. "No puede haber solución de la crisis de estructura sino a través de la constitución de un gobierno de-mocrático de liberación nacional que realice las transformaciones fundamentales planteadas en el Programa de nuestro Partido". En lo referente a la democratización del país, el Congreso resuelve: "La experiencia del Bloque de Sa-neamiento Democrático, de la derogación de la Ley Maldita y de la reforma electoral demuestra que, en condi-ciones determinadas de debilitamiento de gobiernos reaccionarios y de ascenso de las fuerzas populares, pue-den darse aún bajo tales gobiernos algunos pasos en el sentido de la democratización del país. Es tarea permanente de las fuerzas populares impulsar las transformaciones democráticas. El Congreso llama a organizar la acción más amplia para conseguir, a este respecto, limitar las excesi-vas atribuciones del Ejecutivo, constituir Asambleas Provinciales de elección directa y dar mayor acceso a la clase obrera y al pueblo, tanto al Congreso Nacional como a los municipios y a todos los organismos de admi-nistración del Estado”. En marzo de 1962 se realiza el XVI Congreso. Dice el Informe, que tiene por título “Hacia un Gobierno Popular”: “Ante el movimiento popular chileno se abre la perspectiva real de la victoria, de la conquista del poder político, de la formación, por fin, de un go-bierno progresista, creador, avanzado. Alcanzar esta victoria es la gran tarea que tenemos por delante. La mi-sión de este Congreso, su verdadera significación histórica, consiste precisamente en trazar los caminos que nos conduzcan a tal objetivo. La fuerza motriz del movimiento de liberación nacional y social de Chile es la clase obrera en estrecha alianza con los campesinos. Los comunistas ponemos el acento en la lucha de las masas populares y atendemos objetivamente, en cada situación, las posibilidades reales de acción conjunta con sectores de la burguesía no monopolista. El Partido Comunista impulsa la organización, el fortalecimiento y desarrollo de la unidad antiimperialis-ta. La base de la coalición antiimperialista y su requisito esencial es la unidad de la clase obrera. En el Informe de Luis Corvalán al XVIII Congreso, noviembre 1969, se dice: “La alianza obrero campesi-na ha comenzado a concretarse en los hechos por primera vez en la historia de Chile. Ahora el campo no es un mundo sin respuesta frente a los problemas.

La lucha por la Unidad Popular ha sido y es una actitud revolucionaria permanente de los comunistas, dentro y fuera de las contiendas electorales. Bregamos por la unidad combativa, que se exprese en todas las batallas, grandes y pequeñas; se forje en torno a un programa común, al margen de caudillos mesiánicos, alre-dedor de la clase obrera, asegurando al mismo tiempo que las demás clases y capas sociales progresistas y sus expresiones políticas tengan y asuman las responsabilidades correspondientes.” En intervención de resoluciones (Jorge Insunza), se señala: “El campo de alianza que abarca la Unidad Popular está definido por el carácter de la revolución chilena. No hay nada más revolucionario en el Chile de hoy que combatir por la erradicación del imperialismo y la liquidación del poder de las oligarquías monopolistas y terratenientes, enfrentando estas tareas por la perspectiva del socialismo.” El XX Congreso se realizó en agosto de 1994.

En su Convocatoria, titulada “A democratizar el país construyendo la alternativa de izquierda para Chile”, se lee: “Nuestra política de Rebelión de Masas contra la dictadura jugó un papel fundamental en generar la decisión, organización y movilización del pueblo para garantizar estos avances... Sin embargo, la hegemonía lograda por la alternativa burguesa determinó el carácter pactado de la salida y selló el rumbo con-servador del proceso de transición. La victoria alcanzada fue hipotecada de antemano por el pinochetismo... Corresponde al conjunto del Partido analizar la implementación de las orientaciones del XV Congreso, crítica y autocríticamente, profundizando creadoramente nuestra línea política y descubriendo los factores que impiden su expresión plena. La experiencia concreta de cada militante y organismo partidario será fundamental para el

logro de este objetivo”.

Más adelante: “Nuestra identidad se basa en la naturaleza de clase del Partido. El Partido Comunista de Chile es el partido del proletariado, de la clase obrera, de todos los trabajadores manuales e intelectuales”. Otras resoluciones: “La matriz de la línea política resuelta por nuestro encuentro se sintetiza en el llama-miento al pueblo, a todos los demócratas, para llevar adelante una revolución democrática”. Objetivo estratégico: “Conquistar un régimen democrático real, no sometido a tutelaje militar ni a pode-res imperiales y empresariales”. Política de Alianzas: “Existen las bases objetivas que permiten la construcción de una amplia alianza de clases y capas sociales cuyos intereses son crecientemente antagónicos con el modelo neoliberal que el siste-ma político institucional busca sostener”. Fuerza motriz: “En su sentido amplio, el proletariado moderno es la fuerza motriz principal de los cam-bios necesarios en el país. El Congreso se pronunció por una acentuación decidida de nuestra actividad hacia los trabajadores”. La historia reciente es conocida, así como los esfuerzos por conformar un bloque de izquierda, auténti-camente alternativo al modelo neoliberal dominante en lo político, económico e ideológico, sustentado en la hegemonía del gran capital y la sujeción a los intereses transnacionales hegemonizados por el imperialismo norteamericano. La formación del Juntos Podemos y su experiencia exitosa en las últimas elecciones parlamentarias y presidencial, así como los valiosos logros en las municipales, constituyen la base de una convergencia más amplia que ponga el acento en la lucha por la democratización y por arrancar conquistas para los trabajadores a un modelo que, a escala planetaria, se ha revelado incapaz de hacerse cargo de los destinos de los pueblos. A modo de resumen o corolario: El PC propugna, en esta etapa como a lo largo de su existencia, la ma-yor amplitud de la alianza político-social junto con un mayor y cada vez más decisivo papel de los trabajadores, expresado en su influencia en las definiciones programáticas y en la implementación de los acuerdos políticos. No hay contradicción en ello, sino un desarrollo que se basa en la elevación de los niveles de conciencia y combatividad de los trabajadores, así como de la potencialidad que con cada vez mayor evidencia se verifica en las filas de vastos sectores medios, igualmente afectados por la hegemonía neoliberal y cada vez más cien-tes de sus posibilidades de desarrollo en un marco distinto.

Romper el Cerco Claudio De Negri

La conformación de una amplia convergencia democrática para desplazar a la derecha y abrir paso a un gobierno que rescate al país del neoliberalismo, implica que la izquierda dé un salto cualitativo y pase a una nueva etapa, tanto en su influencia en el mundo social como político. Durante todo el siglo XX y lo que va corrido del XXI, la izquierda ha debido identificar la contradicción principal a enfrentar en cada período, asunto clave para determinar las formas de lucha, las alianzas y los sec-tores sociales que irán adquiriendo mayor relevancia en ese momento determinado. En este caso, los elementos señalados se sitúan en la batalla por desplazar al gobierno de una derecha que, a diferencia de lo ocurrido en 1973, llegó a La Moneda a través de las elecciones, obteniendo en segunda vuelta el 51 por ciento de los votos, lo que da cuenta de la profundidad de los cambios provocados en nuestra sociedad al cabo de 17 años de brutal dictadura y otros 20 de gobiernos de la Concertación, que terminaron marcados por el desencanto de amplios sectores populares que un día creyeron en ella. La izquierda sufrió durante la mayor parte de esos 37 años los efectos de la exclusión en el debate na-cional, en el Parlamento y en los medios de comunicación, controlados en su mayoría por la derecha. El acuerdo contra la exclusión suscrito entre el Juntos Podemos y la Concertación hacia el final de ese período fue determinante para que tres comunistas llegaran al Parlamento, lo que pese a su valor es todavía insuficiente para revertir todo el daño provocado durante los años precedentes, cuyos efectos están a la vista. Pero más allá de las razones que puedan explicarnos el cuadro actual, los hechos indican que la izquier-da chilena, para plantearse una proyección de futuro, necesita romper el cerco y recuperar los niveles de in-fluencia que tuvo hasta hace 37 años, lo que supone múltiples desafíos. Entre ellos, que no puede asumir a todos quienes votaron por el candidato de la derecha como sus enemigos “a fardo cerrado”, y debe rescatar de allí a sectores populares y del centro político que actuaron de esa manera en forma circunstancial e impropia. Adicionalmente, deberá sobreponerse a la presión sistemática que la derecha ha ejercido, durante casi 40 años, para arrinconar a sectores de la izquierda y el mundo popular en una suerte de cultura de la marginalidad política que ha derivado, entre otros aspectos, en el debilitamiento de la convicción de que es posible construir una sociedad diferente y que el neoliberalismo no es una fatalidad invulnerable. Reconquistar el espacio perdido en la conciencia de los sectores populares se ha convertido en un asunto primordial para la izquierda si se quiere pasar de la voluntad a la realidad, pues no basta con una idea justa para transformar la sociedad, si ella no logra encarnarse en una multitud que la lleve adelante. Se han dado importantes pasos, particularmente en la lucha contra la exclusión con la elección de tres diputados comunistas, los recientes resultados de las elecciones en el Colegio de Profesores y las significativas movilizaciones sociales en el último período. Sin embargo, ello es todavía insuficiente para la meterialización del objetivo general planteado. Sin duda sería un error restringir el análisis de todo el complejo cuadro actual sólo al plano electoral, pero resultaría igualmente equivocado -por decir lo menos- pretender la construcción de un camino para la iz-quierda prescindiendo de su presencia electoral o desconociendo la importancia de este aspecto. Tomar ese camino equivaldría a renunciar a una parte sustancial de la disputa por el poder expresado en la institucionali-dad del Estado y de la hegemonía política, económica, social y cultural, dejándola en manos de otros sectores. Lo señalado surge como un aspecto clave para romper el cerco y superar la marginalidad. Para graficar-lo, bastaría recordar que el bestial golpe de Estado impulsado por la derecha en 1973, tuvo como objetivo de

fondo desplazar a la izquierda del Gobierno, del Parlamento, de la vida política y las organizaciones sociales. De tal modo, resulta coherente plantearse que la recuperación del espacio perdido pasa necesariamente por trasponer ese mismo umbral pero en el sentido contrario, no para reeditar mecánicamente la experiencia del pasado, sino para recuperar los niveles de influencia y organización alcanzados hasta ese momento, para lue-go seguir hacia adelante. Sería presumido pretender abordar toda esa complejidad en un solo análisis, en forma unilateral. No obstante, la situación amerita una reflexión acerca de algunos aspectos relevantes para una interpretación inte-gral y actualizada de la realidad nacional y los caminos para transformarla en favor de la justicia social y la democratización del país. Lejos de ser especulaciones desprendidas de la realidad sobre la pertinencia de participar en las elec-ciones, los hechos emplazan a la izquierda a explicarse por qué razón más de tres millones y medio de electo-res votaron por el candidato de la derecha y, lógicamente, qué nuevos pasos se deben dar para rescatar a la mayor parte de ellos de esa postura y lograr que pasen a formar parte de la lucha por una sociedad diferente. Simultáneamente, otros tres millones y medio de chilenos no están inscritos en los Registros Electorales y no votan en las elecciones, generalmente como expresión instintiva de rechazo a un sistema político en el que no se sienten representados. Paradojalmente esta postura, asumida como propia por algunos grupos que se definen de izquierda, es aprovechada por la derecha en su afán de mantener a quienes no se identifican con su modelo al margen de la arena política, impidiendo de ese modo que surja una alternativa real de transforma-ción de la sociedad a partir de la institucionalidad existente. La lucha electoral ha sido una de las formas -no la única- en que la izquierda ha impulsado las transfor-maciones políticas y sociales a través de su historia. Sin embargo, existen momentos en los que adquiere sin-gular significado. Bastaría considerar como referencia la experiencia protagonizada por los pueblos de Vene-zuela, Ecuador, Bolivia, Brasil, Uruguay, Paraguay, Nicaragua, El Salvador y Argentina, donde la izquierda ha hecho de la lucha electoral una herramienta determinante para salir al paso, en distintos grados, al neoliberalis-mo, colocando en el centro la disputa de los órganos de poder en la estructura del Estado. En muchos de esos casos, la izquierda tuvo entre sus referencias para abordar esa lucha a la experiencia de la Unidad Popular, que llevó a Salvador Allende a La Moneda mediante las elecciones en 1970. Esta experiencia ha sido decisiva para generar una correlación de fuerzas de clara tendencia anti impe-rialista en la región y para que muchos de los países mencionados reformaran su Constitución Política, nacio-nalizaran sus recursos naturales y materializaran reformas significativas en materia de salud, educación, dere-chos laborales, distribución de la riqueza y desarrollo cultural, entre otros aspectos. Disputa por las conciencias Que la izquierda amplíe su influencia pasa necesariamente por su presencia de masas, por su capaci-dad de movilizar a multitudes en aras de transformaciones políticas y sociales concretas. Esta afirmación, que podría parecer obvia, sin embargo adquiere especial complejidad frente a una de-recha que otorga particular importancia al plano comunicacional y la puesta en escena de sus acciones, con el fin de manipular su imagen pública con un claro objetivo ideológico. A la utilización del drama humano vivido por los 33 mineros sepultados en Copiapó, donde el Presidente y sus ministros figuran como los grandes salvadores, se suma el manejo comunicacional de conflictos donde estos personeros aparecen adoptando posiciones aparentemente “más a la izquierda” que los gobiernos prece-dentes de la Concertación. Así ocurrió frente a las movilizaciones masivas contra la construcción de la termo-eléctrica en Punta de Choros, proyecto que había sido aprobado por la administración anterior, y que fue sus-pendido en medio de un gran despliegue mediático en que el Presidente intercede directamente; con un proce-dimiento similar frente al conflicto con los comuneros mapuches en huelga de hambre, al suspender su proce-samiento por ley antiterrorista al que habían sido sometidos durante gobiernos de la Concertación; o colocán-dose raudamente al lado del gobierno de Rafael Correa en Ecuador al condenar la intentona golpista, situación

que contrasta con la actitud adoptada por el gobierno de Ricardo Lagos el año 2002, que justificó el frustrado golpe de ultraderecha contra el gobierno de Hugo Chávez en Venezuela. Desde el Campamento Esperanza, el día del rescate Piñera afirmó que “la principal riqueza de Chile no es el cobre, sino sus mineros”. Este comportamiento pretende instalar la idea de que el actual gobierno está “por sobre las diferencias entre izquierda y derecha”, cuestión que según ellos habría quedado relegada al pasado, y ante la cual care-cería de sentido pretender una conducción diferente para el país. Así, lo que la dictadura de Pinochet hizo para decretar el término de la lucha de clases mediante la fuerza bruta, las nuevas autoridades lo impulsan recu-rriendo a mecanismos comunicacionales, pero que apuntan hacia el mismo objetivo: neutralizar el surgimiento de una alternativa. Luego de la guerra sistemática contra la sindicalización y del endiosamiento de la sociedad de consumo, la despolitización y la ilusión de que los proletarios de ayer hoy son todos de una emergente “clase media”, donde cada uno debe velar individualmente por sus propios intereses, al margen de asociaciones y utopías políticas y sociales que se dan por superadas, la derecha procura utilizar todos los espacios disponibles. Más que aniquilar físicamente al adversario -la tarea principal en ese plano ya la cumplió en su mayor parte la dictadura-, ahora despliegan sofisticados y cuantiosos recursos a la salvaguarda de su hegemonía en el plano ideológico y cultural. El objetivo es vaciar de sentido el ser de izquierda. No atacar al pez, sino secarle la pecera; presentar como una quimera, irrealizable y carente de sentido práctico la voluntad de adoptar una postura política inspira-da en la construcción de un proyecto de sociedad estructuralmente distinta. El valor de la utopía Contrariamente a lo señalado por algunos análisis intentando establecer que las contradicciones de clase entre los dueños del capital y los trabajadores habrían pasado a un segundo plano, particularmente después de la caída del sistema socialista en Europa, en nuestro país los hechos demuestran que los niveles alcanzados por la concentración del poder económico, la enajenación del patrimonio nacional, la desigualdad en la distribución de la riqueza, el daño al medio ambiente y la explotación de los trabajadores, han superado incluso los índices de los años de dictadura. No obstante, surge la pregunta acerca de las razones por las cuales, pese a esa rea-lidad tan violenta como objetiva, sin embargo la derecha logra sostener la situación y, más aún, llegar al gobier-no mediante las elecciones. Una primera respuesta, ciertamente justa, nos remite a los efectos del poder del dinero, el cohecho y las múltiples ventajas en su favor que esos sectores heredaron de la dictadura. Sin embargo, para la izquierda y las fuerzas democráticas limitarse a esa constatación equivaldría a dejarse arrastrar a la resignación frente a una realidad que, así vista, se presentaría inmutable si tenemos en consideración que nunca hasta ahora la derecha ha estado dispuesta a ceder voluntariamente sus posiciones de poder. Así lo demostró con el golpe de Estado en 1973 y cuando urdió una salida pactada para frenar la avalancha popular democratizadora. En las condiciones señaladas, desde la izquierda y los sectores democráticos se ha intentado de mane-ra sostenida abrir espacios, logrando verdaderas hazañas en la lucha por romper el cerco en el que se les pre-tende mantener cautivos, y superar la marginalidad. Lo nuevo, es que ahora hay un gobierno de derecha; que subestimar la importancia de este hecho re-dundaría en un empeoramiento de las condiciones para el desarrollo de una alternativa favorable al pueblo, y que generar las condiciones para su reemplazo demanda que la izquierda, junto a otros sectores democráticos y las organizaciones sociales, logren pasar a una nueva etapa en su influencia de masas y capacidad para construir grandes alianzas con amplios sectores afectados por el neoliberalismo, pero que por diversas razones no se sienten incorporados a la izquierda y en muchos casos se mantienen al margen de la vida política.

No plantearse el asunto desde este enfoque, dejaría abierta la posibilidad de que las mencionadas transformaciones, por justas que sean, no lleguen a materializarse por carecer de la fuerza suficiente para lle-varlas a cabo. Sujeto social La inercia no favorece a los cambios y la izquierda, como generalmente ha ocurrido en la historia, debe asumir una lucha en condiciones siempre complejas y desiguales para impulsarlos.

Nuestro país no escapa de esa tradición, esta vez agravada por el control de la derecha sobre los me-dios de comunicación y las cuantiosas sumas invertidas en la propaganda política y el clientelismo político; su presencia en las universidades y otras instituciones de la Educación Superior donde se forman los futuros pro-fesionales y se sistematiza la producción de conocimiento; su presencia en la definición de los contenidos del sistema educacional y en general en los órganos de poder del Estado. Apoyada en esas posiciones, la derecha despliega una campaña sostenida y estructural, con niveles hasta ahora desconocidos, en su afán de forjar un nuevo sujeto funcional a la perpetuación del modelo. Se trata de plasmar un “nuevo ciudadano” altamente competitivo, que no reconoce pertenencia a clase social ni sindicato, desprovisto de visión crítica, despolitizado, carente de identidad colectiva y utopía social, sin más horizonte que aquello que le depara el día a día, a menudo temeroso y amarrado por las deudas, indivi-dualista y dispuesto a lo que sea necesario con tal de incrementar su capacidad de consumo. La estrategia, más que entrar en el debate abierto de la contraposición de proyectos políticos de socie-dad, opta por la masificación de una mentalidad y una cultura adecuadas para esterilizar el campo e impedir por esa vía que germine una alternativa. Aunque en forma circunstancial, han logrado resultados que se evidencian en un retroceso en los nive-les de conciencia política y organización de vastos sectores populares. Ello reafirma que la elección de tres diputados comunistas, la obtención de un 6 por ciento de los votos por el candidato de la izquierda en las elec-ciones presidenciales y la mantención de los niveles de movilización alcanzados, constituyen una hazaña para la izquierda en el marco actual. Sin embargo, el nuevo escenario generado por la instalación de un gobierno de derecha convierte en un imperativo -y no una opción- que la izquierda pase a una nueva etapa. Un rol determinante en esa fase corresponde a la disputa por las conciencias, expresada en la batalla cultural y la lucha ideológica de nivel masivo, pues sin el apoyo activo de millones de voluntades, convencidas de la justeza de sus convicciones, resultaría al menos incierto el cumplimiento del objetivo general planteado. La evolución de la conciencia tiene su origen en un proceso social y colectivo que emerge de la lucha por las reivindicaciones específicas de las personas, en las que frecuentemente participan sectores que se defi-nen como apolíticos, pero que al cabo de ese proceso van comprendiendo que la causa de sus problemas tiene un origen político y social que debe ser modificado, y para lo cual requieren adoptar una posición, una visión más integral de las causas y los fenómenos que determinan su condición de vida, una ideología. Politización y lucha ideológica No por casualidad, los sectores más retrógrados difunden el mito de que la ideología es un asunto reser-vado a las élites intelectuales, cuando en realidad todos los seres humanos tenemos determinados cánones valóricos y patrones de conducta, que practicamos a diario. Una amplia franja de la población vive su cotidiani-dad guiándose sin saberlo por preceptos que no le son propios y le han sido impuestos por la clase dominante. La creencia de que su precaria condición social corresponde a un designio divino, los sentimientos discrimina-torios hacia los pueblos originarios, el individualismo, el desdén por la política o el fetichismo por el consumo y “lo americano”, sin lugar a dudas se enmarcan en una visión ideológica o concepción de mundo, aunque se

expresa en lo que Carlos Marx denominó como falsa conciencia, y que la derecha ha sabido aprovechar. La izquierda requiere revertir ese proceso para desplazar a la derecha y abrir paso a un nuevo tipo de gobierno. De no lograrlo, es muy probable que se generen nuevas explosiones de protesta frente a las arbitra-riedades e injusticias cometidas, pero que mientras quienes los protagonizan no los relacionen con el cuadro general y las causas de fondo que provocaron los hechos, corren el riesgo de verse reducidos sólo a chispa-zos efímeros.

La lucha reivindicativa, siendo la base para cada proceso transformador, deviene en evolución de la conciencia sólo en la medida que deriva en la lucha política e ideológica, en un proceso ascendente. El legado de Recabarren En una conferencia con motivo del Centenario de la República en 1910, Luis Emilio Recabarren desta-caba que no sólo la superación de las condiciones de vida, sino también la construcción de una organización política, de un partido y de lo que denomina “la emancipación y la superación intelectual del proletariado” per-mitirían que los trabajadores desarrollen una concepción de mundo más amplia, referida al carácter del Estado y la sociedad que ellos deben construir. En 1912 fundó el Partido Obrero Socialista. En su Programa, redactado por el propio Recabarren, seña-la como el fin de sus aspiraciones “la emancipación total de la Humanidad, aboliendo las diferencias de clases y convirtiendo a todos en una sola clase de trabajadores, dueños del fruto de su trabajo, libres, iguales, honra-dos e inteligentes”. El fundador del movimiento obrero chileno llamaba a “convencer a los trabajadores de que son un gran poder, como no hay otro, pero que la fuerza de su poder reside en la organización”, a la vez que destacó en diversos escritos que la degradación humana y la ignorancia son los principales aliados del sometimiento. En el Chile de hoy se ha masificado el uso de teléfonos celulares, los MP4 y los plasmas, pero tras esas apariencias se ocultan nuevas formas de sometimiento. El analfabetismo funcional (personas que no en-tienden lo que leen) afecta en distintos grados a cerca del 80 por ciento de la población, lo que significa que no entienden lo que leen. Ven televisión todos los días, pero debido a los criterios de edición eso no significa que comprendan lo que ocurre en el mundo. Y lo más grave, es que les hacen creer que están informados. Desde Recabarren hasta nuestros días la izquierda se articuló en torno a una utopía: el socialismo. En torno a esa idea hombres y mujeres lograron mover montañas. Siempre fue el referente que los conminó a re-planteárselo todo y sentirse protagonistas del sueño de reinventar la sociedad en su conjunto y organizarse para convertirlo en realidad. Todas las revoluciones protagonizadas por distintos pueblos han sido una hazaña que no hubiera sido posible sin la voluntad y la creatividad de millones de seres humanos, que llegaron a la conclusión de que su sacrificio individual quedaba en segundo plano frente a esa causa colectiva. Los revolucionarios de comienzos del siglo pasado hablaban de “la revolución mundial”, convencidos de la trascendencia de sus acciones. Es lo que ocurrió también con los centenares de miles de compatriotas que lucharon resueltamente contra la dictadu-ra. Lo que pretendemos destacar aquí, es la importancia de la subjetividad humana, de la formación de convicciones y valores sociales, en fin, de la maduración política y la de una ideología para la consistencia de un proceso transformador o revolucionario. Lo señalado se torna aún más evidente ante la presencia de una derecha empecinada en el proceso inverso, y que ha desarrollado particular destreza y dispuesto cuantiosos recursos precisamente para despolitizar al mundo popular, dispersarlo y disfrazar la esencia de su inspiración neoliberal. Lo señalado da cuenta de la necesaria relación existente entre la lucha reivindicativa, la lucha política y

la maduración de una ideología -como concepción de la sociedad que se pretende construir- para que los movi-mientos sociales logren proyectarse más allá de lo circunstancial. Por sobre el desplome del sistema socialista en Europa producto de sus propias dificultades internas y del asedio sistemático del capitalismo, diferentes formas de socialismo se mantienen vigentes en China y otros países de Asia, además de Cuba. Sin embargo, adicionalmente a la casi nula información -y más aún, la desin-formación- que circula en Chile acerca de esos procesos, nuestra historia política tiene entre sus característi-cas la búsqueda permanente, desde Recabarren, de una definición propia de socialismo, al estilo de lo señala-do por el revolucionario peruano José Carlos Mariátegui, quien señalaba que “no queremos que el socialismo sea en América Latina calco y copia, debe ser creación heroica. Tenemos que dar vida, con nuestra propia realidad, al socialismo indoamericano”. Por su parte, la comprensión de que el neoliberalismo está arrastrando a nuestro país y la Humanidad a la autodestrucción y el colapso ambiental y que es imperioso construir una sociedad diferente, ha dado grandes pasos particularmente de la comunidad científica, la intelectualidad y los sectores populares con mayor instruc-ción y desarrollo político y cultural. Simultáneamente, los procesos democráticos que se desarrollan en la mayoría de los países de la re-gión ejercen una importante influencia. No obstante, la realidad concreta señala que resta aún mucho por avanzar en el desarrollo de las deno-minadas condiciones subjetivas, referidas al estado de ánimo, nivel de conciencia y organización de los secto-res populares, para que un objetivo de esa dimensión se coloque en el primer plano. No sólo la derecha En ese retraso no sólo han incidido las acciones de la derecha antes mencionadas, sino también las propias insuficiencias y desaciertos de sus detractores. En ese cuadro se inscribe, por ejemplo, el efecto desmovilizador provocado por el discurso adoptado por sectores vinculados a la Concertación, que en un momento hicieron de un malentendido pragmatismo -proclamado como discurso del fin de las utopías-, la viga maestra de su discurso político, lo que en los hechos promovió la desideologización, la despolitización y la resignación a “la medida de lo posible” dentro de los mar-cos establecidos por los poderes fácticos, al cabo de lo cual se desencadenó el desencanto de quienes habían luchado en las condiciones más adversas, contra viento y marea, durante los 17 años de dictadura sólo impul-sados por el sueño de una sociedad democrática y más justa. En ese mismo período emergió, en el marco de la autodenominada posmodernidad, un discurso profu-samente difundido que proclamaba el fin de las grandes causas y utopías sociales, en definitiva el fin de la lu-cha de clases y del sentido de la organización política, colocando en el centro de la historia “los procesos del sujeto individual”, al margen y en forma contrapuesta con lo colectivo. Paralelamente, las dificultades propias del período contribuyeron a que en el seno de la izquierda se tornara más difícil el desarrollo de la actividad teórica, derivando en no pocos casos en un cierto positivismo ingenuo, una suerte de manualismo que, a fin de cuentas, ha redundado en una suerte de determinismo meca-nicista para explicarse la complejidad del comportamiento humano y el desarrollo de la conciencia en los proce-sos sociales. Lejos de tratarse de una superación del marxismo, este sigue revelándose en su plena validez, pero no como una receta para ser aplicada al margen de la permanente creación conforme a los nuevos fenómenos de la realidad concreta. De este modo, la necesaria lucha ideológica concebida por el marxismo supone, junto con la exposición y defensa de las ideas matrices de su formulación, la creación permanente de nuevas ideas. En efecto, en su sexta tesis sobre Feuerbach (*1), Carlos Marx sostiene que “la esencia humana no es algo abstracto inherente a cada individuo. Es, en su realidad, el conjunto de las relaciones sociales”. En el

“Prólogo a la contribución a la crítica de la economía política” (*2), establece que el entramado institucional de cada sociedad, así como las formas de conciencia social que surgen en ellas remiten al modo de producción prevaleciente en cada formación social. En “El dieciocho brumario de Luis Bonaparte” (*3), señala que los mo-dos de vida de los individuos son forjados por las clases sociales. En su obra El Capital y en los Grundrisse (*4), Marx demuestra cómo, en las condiciones concretas del capitalismo, el funcionamiento de la ley del valor es la clave que determina la dinámica esencial del modo de producción, y con ello de todo el orden social. En los textos mencionados el fundador del marxismo desarrolla desde diversos planos la crítica a las teorías que asumen que existiría una “esencia” humana fija, interna y permanente, que se desarrollaría al mar-gen de las circunstancias históricas y sociales. Allí encontramos la constatación de que el capitalismo necesita construir determinadas formas sociales de la subjetividad humana, particularmente en los trabajadores para funcionar y reproducirse; que la producción de una subjetividad social adaptada a este funcionamiento, es esencial para su permanencia. La desatención a lo señalado y, más aún, la tendencia a interpretarlo recurriendo a la simplificación que supone que los niveles de explotación inherentes al capitalismo generarán por sí mismos las condiciones para su sustitución, equivalen en los hechos a una negación de la esencia de lo sostenido por Marx, quien en su extensa obra procuró desentrañar las claves que permitieran abrir espacio a la acción conciente -pre meditada- del ser humano para transformar las circunstancias materiales que condicionan su existencia, y no al revés. Conocedora de esta posibilidad, la derecha destina en Chile grandes esfuerzos a la reducción de la polí-tica al inmediatismo desprovisto de grandes proyectos, a la manipulación emocional de masas mediante los efectos mediáticos. La izquierda y los sectores democráticos, en tanto, requieren de un gran esfuerzo que sea capaz de reaglutinar, rearticular una amplia mayoría que no es sólo numérica, sino que perfilada en torno a su propio proyecto de sociedad. Ni calco ni copia de nada; proyecto propio, a partir de nuestra realidad. Eso es capaz de mover montañas.

(*1) Tesis sobre Ludwing Feuerbach, de C. Marx, escrito en la primavera de 1845. Obras Escogidas de C.

Marx y F. Engels. Tomo 1 Editorial Progreso. Moscú.

(*2) Contribución a la crítica de la Economía Política, de C. Marx, publicado por primera vez en Berlín en

1859. Ibid.

(*3) El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, escrito por C. Marx basándose en el análisis de los sucesos

revolucionarios de Francia entre 1848 y 1851. Ibid.

(*4) Los Grundrisse (“bosquejos”, en alemán) o elementos fundamentales para la crítica de la Economía Polí-

tica, son una recopilación de anotaciones de C. Marx, completada entre 1857 y 1858, considerados borradores

de su obra cumbre, El Capital, o textos complementarios de ésta. Karl Marx y Friedrich Engels. Biblioteca de

Autores Socialistas <http://www.ucm.es/info/bas/es/marx-eng/index.htm>.

LOS MARXISTAS Y EL

CAPITALISMO EN EL SIGLO XXI

José Cademartori

1. Los descubrimientos de Marx y Engels sobre el capitalismo en el siglo XIX. 2. Los cambios y los desafíos del proletariado en el siglo XXI. 3. La burguesía mundial contra la unidad de los trabajadores. 4. El socialismo real: condena total o balance objetivo. 5. China y Vietnam, el socialismo de mercado. 6. La crisis económica y financiera y los cambios en la correlación de fuerzas mundiales. 7. Los cambios mundiales favorecen a América Latina. 8. Chile, un campo de batalla, inestable e incierto.

1. Los descubrimientos de Marx y Engels sobre el capitalismo siglo XIX

Cumplido ya el primer decenio del nuevo siglo, vale la pena establecer algunos de los rasgos actuales que muestra el régimen del capital, a consecuencia de las grandes transformaciones que ha experimentado, desde

que Carlos Marx dedicara su vida a caracterizarlo.

En primer lugar lo definió como un régimen de clases opuestas, en el que una de ellas se sitúa como domi-nadora y explotadora de las demás. En tal sentido, la burguesía y su régimen son los continuadores de la aris-tocracia feudal y esclavista que la antecedieron. Marx concluyó que el capitalismo sería históricamente transito-rio. Para refutar esta tesis, Fukujama sostuvo que el capitalismo había triunfado, que era la culminación de la

evolución humana o “el fin de la historia”, lo cual tuvo un rechazo generalizado.

Además, Marx formuló la tesis de que el sistema burgués, a través del desarrollo de sus contradicciones económicas y sociales, daría paso a un nuevo régimen cuya misión sería poner en concordancia las formas cada vez más sociales o colectivas de la producción, incluso internacionales, con nuevas formas también so-ciales o colectivas de la distribución de la riqueza. Esto exigiría profundos cambios en la dirección y el modo de producción y en la propiedad de los medios de producción. Como se sabe, el maestro de Tréveris no abundó en los pormenores de este tema. No pretendía ser profeta. Construir y definir el nuevo sistema sería tarea de las nuevas generaciones. Quería separarse categóricamente de los socialistas utópicos de su tiempo quienes, por nobles que fueran sus intenciones y geniales algunas de sus sugerencias, se ocupaban de elaborar mode-

los abstractos, sin tener en cuenta el movimiento terrenal de las confrontaciones entre las clases.

No obstante, a lo largo de su obra y también en los escritos de Engels, se encuentran fecundas observa-ciones sobre hechos históricos y prehistóricos, así como propuestas programáticas y tácticas que ayudan a

orientarse a quienes aspiran a recoger, de una manera no dogmática, sus hallazgos.

Ante todo, para teóricos, académicos o intelectuales debiera ser una cuestión de principios participar y comprometerse personalmente en las luchas políticas de su tiempo. Así lo hicieron los fundadores del socialis-mo científico: Desde la célebre tesis sobre Feuerbach que refiere al deber de los filósofos, su participación en la revolución alemana del 48, su rol en la fundación de la Asociación Internacional de Trabajadores; su relación con los partidos alemanes –los primeros grupos comunistas y luego con el partido obrero socialdemócrata– así como con líderes obreros de diversos países, pasando por sus análisis de la lucha de clases en Francia y en

otros, o de su valoración de la Comuna de París, tanto en sus éxitos como en sus errores.

En segundo lugar se debe destacar que, a juicio de los autores del Manifiesto Comunista, el portador de la transformación revolucionaria de la sociedad, entre todas las clases explotadas, no podría ser otro que el proletariado. Marx y Engels destacaron la aparición del movimiento cartista como actor independiente en la política inglesa; analizaron la actuación de las corrientes obreras seguidoras proudonista y blanquista en Fran-cia; polemizaron con Bakunin y los anarquistas en la Internacional y con Lasalle en Alemania, y saludaron el despertar de los movimientos obreros en Rusia y EE.UU. Estaban conscientes de que la dimensión del moder-no proletariado era aún pequeña y minoritaria en muchos países y por eso abogaron por la unidad con los cam-pesinos y otras capas intermedias, entendiendo que el socialismo, como primera etapa del comunismo, reque-riría alianzas de clase. Lenin, Mao Zedong, Ho Chi Min, entre otros de sus seguidores, practicaron exitosamen-

te tal estrategia.

Marx acertó plenamente en prever que los asalariados (esos obreros modernos que carentes de la propiedad de los medios de producción no tenían más que arrendar su fuerza de trabajo por un salario para subsistir), constituirían la mayoría de la población activa en los países maduros del capitalismo. Y por tanto, bajo regímenes democráticos, la mayoría de la población formada por asalariados y otros sectores del mundo

popular, podría conquistar el poder político y el legítimo derecho a defenderlo.

Los cambios y los desafíos del proletariado en el capitalismo en el siglo XXI

El capitalismo se despliega ahora aceleradamente en las grandes y medianas naciones de Asia Pacífi-co, India, el Medio Oriente, y América Latina e implanta sus bases en varios países de África. Se reconstruye en Europa Oriental, Rusia y sus antiguos territorios, después de un intermedio de cuarenta años. Este proceso conduce en el curso del siglo XXI a convertir al proletariado en la clase mayoritaria a nivel mundial. Contribuyen a ello procesos como la urbanización creciente de la población en las áreas atrasadas, la reducción relativa y hasta absoluta del campesinado y la diferenciación de las capas medias urbanas. Sometida a una gran inesta-bilidad y a tendencias contrapuestas, la mal llamada “clase” media se halla dividida entre una minoría que as-

ciende y se asimila a la burguesía y una mayoría que experimenta una “proletarización” creciente, al depender

de un empleo precario, como le ocurre a un segmento de técnicos y profesionales; o bien soporta una compe-tencia sin cuartel como le sucede a artesanos, pequeños agricultores que terminan desplazados o explotados

por los grandes capitalistas.

La composición de la clase asalariada ha experimentado notables cambios si la comparamos como era a mediados del siglo XX. El proletariado industrial en Europa, Norteamérica, Japón, debido al aumento de su productividad, redujo su peso numérico en relación a los asalariados de los servicios. En compensación se reproduce en mayor escala en los nuevos centros industriales de China, India, Indonesia, Tailandia y otros paí-ses asiáticos, así como en Medio Oriente (Turquía, Egipto) y en América Latina (Brasil, México, Argentina, Co-

lombia y otras economías emergentes).

El crecimiento de las ramas de servicios como los supermercados, las cadenas y grandes tiendas, los transportes, comunicaciones, recreación o turismo, servicios de salud, la enseñanza, las finanzas, amplió el número y la proporción de la categoría de “empleados”, los cuales, a pesar de trabajar en oficinas y no en talle-res, se asemejan cada vez más en sus condiciones de trabajo y remuneraciones a los obreros fabriles. La anti-gua separación entre trabajo manual e intelectual se ha hecho más difusa por el uso generalizado de máqui-nas, herramientas, aparatos electrónicos, instrumentos, procesos semiautomáticos tanto en fábricas como en oficinas. Sólo una proporción reducida de los asalariados realiza un trabajo intelectual propiamente tal, en el sentido de creativo y variado, mientras la mayoría ejecuta una labor repetitiva, monótona y casi automática, bajo supervisión y disciplina. También hay que considerar la incorporación masiva de las mujeres, como asala-riadas, a todo tipo de empresas capitalistas, sin que se hayan superado las diferencias de remuneración, la discriminación de género y la satisfacción de sus necesidades específicas. Finalmente, hay que destacar el aumento notable, legal e ilegal de las migraciones internacionales. En las industrias y en los servicios de mu-chos países, constituyen minorías significativas en los sitios de trabajo y mayoría en barrios urbanos degrada-dos. Deben laborar y convivir en un mismo sitio trabajadores de diferentes nacionalidades, idiomas, cultura,

composición étnica y religiosa.

La burguesía mundial contra la unidad de los trabajadores

La burguesía en todos los países aprendió muy bien que los asalariados unidos, una vez conscientes de pertenecer a una misma clase sometida y desmedrada pero mayoritaria, constituyen el mayor peligro poten-cial para el capitalismo. De allí se lanzó a fondo en las últimas décadas, apelando a todos sus recursos, para impedirlo, fomentando todo tipo de divisiones entre ellos. Para eso emprendió una extensa ofensiva contra los sindicatos, principal blanco del neoliberalismo, puesta a prueba en el Chile de Pinochet y luego generalizado por Thatcher y Reagan en los países anglosajones, desde donde se extendió a todo el mundo. La guerra contra los sindicatos va desde la reducción de sus conquistas, leyes hostiles y métodos represivos para impedir su formación y ampliación, hasta la creación artificial de sindicatos apatronados o bien la multiplicación y atomiza-ción de los mismos; una intensa campaña ideológica destinada a incentivar el individualismo y denigrar la ac-ción colectiva; una difusión mediática condenatoria de las huelgas, protestas públicas o manifestaciones calle-jeras masivas (sobre todo en servicios estratégicos) para aislarlos del resto de los trabajadores, con el fin de impedir la solidaridad de clase; el fomento de actividades distractivas, el consumismo, la difusión del alcohol y las drogas entre los más jóvenes para apartarlos de la lucha social o política; el recurso al machismo para so-meter a las trabajadoras; la exacerbación de las diferencias técnicas o profesionales y de remuneraciones para evitar las acciones comunes contra la patronal que los explota; la diferenciación de los obreros con contrato indefinido y beneficios sociales, de los que están a plazo fijo y a menudo hasta carentes de contrato de trabajo; el apoyo a las organizaciones neofascistas, el patrioterismo, los prejuicios raciales y a las diferencias religiosas o culturales; la demonización de los inmigrantes que la burguesía necesita y explota y a quienes, los elementos más atrasados de la clase culpan del desempleo y otros males. Todo vale para impedir la unidad de la clase

trabajadora y su enfrentamiento a la clase dominante.

En las últimas décadas, la burguesía mundial obtuvo grandes éxitos en su guerra contra el proletaria-do. En un gran número de países ricos y medianos le arrebató conquistas históricas y continúa intentando ma-yores recortes en materias como el seguro de desempleo, la edad y requisitos para jubilar, la extensión de la

jornada de trabajo, el nivel real de sueldos y salarios, el acceso a la educación y a la salud.

Disminuyó el número de sindicalizados y la fuerza de sus movimientos de resistencia. Los líderes de grandes federaciones se sometieron al poder y al “pensamiento único”, ideología compartida entre partidos políticos de derecha y de centro, al que devinieron colectividades socialdemócratas que abandonaron al sindi-

calismo a su suerte.

En buena parte del planeta, la gran burguesía, crecientemente monopólica y transnacionalizada, co-sechó con creces estos cambios. Se incrementó la tasa de plusvalía. Se ensanchó el foso entre ricos y pobres. El PNUD en su informe de 2005 calculó que si el 10% de la población mundial más rica cediera tan sólo el 1,6% de su ingreso anual para un fondo mundial de redistribución, esa suma alcanzaría para sacar de la indi-

gencia a los mil millones de habitantes del planeta que sobreviven con un dólar al día.

Al concentrar y controlar decenas o cientos de grandes compañías que a su vez dominan los más di-versos mercados, la oligarquía planetaria vive en un mundo separado del resto de los mortales, en ciudadelas protegidas, rodeada de un numeroso y variado séquito a su servicio, desde abogados, consejeros en impues-tos, inversiones, asesores de imagen, médicos personales, operadores de sus medios privados de transporte, grupos de guardaespaldas y servidores domésticos de sus palacios. Son los señores feudales de esta época. Es una burguesía cosmopolita, con negocios en todo el globo, que se reúne periódica y privadamente como en el Club Bilderberg, para cuidar sus intereses comunes y los peligros que amenazan su poder. Ya no son sólo norteamericanos, alemanes o japoneses. Nuevos multimillonarios aparecen en Asia y América Latina, entre-mezclados con dictadores, monarcas, políticos que participan en el saqueo de las empresas públicas, el blinda-je de monopolios privados, la especulación y el fraude financiero, el soborno, el tráfico ilegal, la evasión tributa-

ria en los paraísos fiscales.

Podría deducirse de estos resultados, que la burguesía y el capitalismo actualmente existente se han afianzado y la lucha de clases ha acabado con su victoria. Por el contrario, la confianza de grandes mayor-ías ciudadanas en el sistema económico y político está fuertemente erosionada. Las inequidades de todo orden que se derivan de la economía son cada vez más percibidas por el hombre común. No son casos aislados, el retorno de las grandes manifestaciones masivas y las huelgas generales en diversos países. No podría ser de otro modo, si hasta el FMI y la OIT en un documento conjunto admiten que la crisis económica mundial en sólo

tres años (2007-2010) ha generado 30 millones de desocupados.

Según una encuesta divulgada por la BBC en noviembre de 2009 y efectuada en 27 países de todos los continentes, la insatisfacción con el capitalismo de libre mercado está muy difundida. Sólo el 11% de los consultados cree que funciona bien y no necesita nuevas regulaciones. El 51% coincidió en que el capitalismo tiene problemas y necesita reformas. Un 23% piensa que “el capitalismo está fatalmente condenado y se nece-sita un sistema económico diferente”. En varios países importantes la condena total fue aún más marcada, co-

mo en Brasil (35%) México (38%) y Francia (43%).

Por otro lado, hay una tendencia generalizada al aumento de la abstención de los ciudadanos por par-ticipar en los procesos electorales, demostrando su desconfianza en las corrientes o partidos dominantes del

consenso neoliberal.

El socialismo real: condena total o balance objetivo

Un sondeo de Pew (La Tercera 8 Noviembre, 2009) en 9 países de Europa Oriental concluyó que “el fin de los gobiernos comunistas es todavía- diez años después- celebrado, pero con más reservas”. Al contes-

tar la pregunta “¿Cómo está la gente hoy en relación a la etapa comunista?” las respuestas entre “mejor” y “peor” se repartieron así: Hungría, mejor, 8%; peor, 72%. Ucrania, mejor 12%; peor 62%. Bulgaria, mejor 13%; peor, 62%. Lituania, mejor, 23%; peor 48%. Eslovaquia, mejor, 28%; peor 48%. Rusia, mejor 33%, peor 45%. Chequia, mejor, 45%; peor, 39%. Polonia, mejor 47%; peor 45%. . Estas respuestas revelan que en seis de los ocho países encuestados, una amplia mayoría considera no haber mejorado su situación con el cambio hacia el capitalismo real. Las excepciones son Polonia y Chequia, donde los que parecen preferir la situación

actual están en mayoría, aunque estrecha, frente a los que la repudian.

Las respuestas anteriores están en línea con la desilusión que se expresa a medida que han pasado los años desde el primer momento del cambio hacia la economía capitalista (de “mercado” como se la denomi-na por sus partidarios). Entre 1991 y 2009, en Hungría, la aprobación bajó de 80% al 46%; En Bulgaria se redu-jo del 73% al 53% y en Ucrania disminuyó del 52% al 36%. A la vez el apoyo a la democracia capitalista del conjunto de países encuestados se redujo de 76% al 52% (En Ucrania, del 72% al 30%). Respecto de Alema-nia, R. Wike, director del estudio Pew comentó: “Cada vez hay menos alemanes que ven la reunificación como

algo muy positivo. Parte del entusiasmo inicial se desvaneció”.

La avalancha de críticas, denuestos, acusaciones y condenas contra aquellos regímenes ha sido de tal magnitud, que no hace falta aquí abundar en ellas. Por cierto hay una base real para considerarlas y estu-diarlas. Es un hecho relevante que en todos los casos, a lo largo de la década de los ochenta, hubo tal descon-tento y confusión entre sus ciudadanos que los más fieles y lúcidos de sus reformadores quedaron en minoría y fueron sobrepasados por políticos que, renegando de los principios y valores que proclamaban, llevaron las reformas hacia el capitalismo. La crítica difundida en ciertos sectores de izquierda de que allí nunca hubo so-cialismo, no parece suficiente. Menos se puede afirmar que aquello era capitalismo. (¿Un capitalismo sin capi-talistas?) Toda comparación con modelos teóricos o utópicos, no probados en la práctica, carece de sentido. Todavía hay pocos estudios objetivos, científicos y críticos, con los mismos métodos que enseñó Marx, estu-dios que expliquen a la vez sus éxitos y fracasos. La URSS y Europa Oriental constituyeron una primera expe-riencia histórica de socialismo de larga duración, un intento de un socialismo con seres humanos, con sus

aciertos y defectos.

Las encuestas citadas permiten sacar la conclusión de que para los ciudadanos que vivieron antes y después del derrumbe, gozaron de no pocas ventajas o beneficios que el capitalismo, después de dos déca-das, ha sido incapaz de superar o igualar. Se pueden mencionar, la seguridad de obtener empleo, amplio acce-so a la educación y a la asistencia médica a mínimo costo para las familias, posibilidades de disfrute de la cul-tura y las artes, los deportes, disponibilidad de centros de recreación y descanso, vacaciones pagadas, igual-dad de salarios entre hombres y mujeres, jornadas de trabajo de ocho horas y menos, jubilación asegurada para todos, precios de bienes y servicios de consumo regulados e iguales en todo el país, transportes colecti-

vos a bajo precio y pagos reducidos por la vivienda, incluidos servicios de agua, calefacción y electricidad.

La riqueza acumulada pertenecía abrumadoramente a la sociedad, no a individuos privados. Las dife-rencias de ingresos garantizaban índices de distribución más equitativos que en el capitalismo. En resumen, los males que el libre mercado ha traído –particularmente, la inseguridad, el desempleo, las desigualdades, la co-rrupción, el crimen organizado- son peores que las carencias atribuidas a los regímenes anteriores. De allí el considerable número de rusos, búlgaros, rumanos, polacos, ucranianos, albaneses que emigran año tras año

hacia Occidente en busca, a veces frustrante, de lo más elemental, un puesto de trabajo.

En los años ochenta se cayó en el estancamiento económico, en el retraso tecnológico, y en la URSS, en el armamentismo, sumado a graves errores como Afganistán. Hacía falta mayor atención a las nuevas de-mandas de la población y a justos reclamos por el igualitarismo económico en perjuicio de profesionales y técnicos. Se requería mayor participación popular y de los trabajadores en todos los asuntos sociales y políti-

cos.

China y Vietnam: El socialismo de mercado

En notorio contraste con lo ocurrido en Europa Oriental, los regímenes orientados al socialismo en China y Vietnam no sólo sobrevivieron y superaron serias crisis económicas y políticas, sino que se encaminan a paso acelerado hacia la modernización de sus atrasadas infraestructuras materiales y culturales. Sus gober-nantes, a fines de los setenta, los primeros y a mediados de los ochenta los segundos, llevaron a cabo refor-mas concordantes con sus particularidades históricas, geográficas y demográficas y teniendo muy en cuenta la correlación mundial de fuerzas, alterada en aquella época. El concepto acuñado es el de un “socialismo de mercado”, con espacio delimitado para el capital privado y otras formas de propiedad de los medios de produc-ción. Se conserva la propiedad pública (estatal, regional, municipal, de cooperativas, etc.) en áreas estratégi-cas, reafirmando sus objetivos socialistas. A diferencia radical de los países del este europeo y Rusia, los parti-dos comunistas mantienen el poder político, sin permitir a las corrientes pro capitalistas que allí existen, cam-

biar las bases del sistema. Todo indica que cuentan con amplio apoyo ciudadano.

En China, el crecimiento económico ininterrumpido de los últimos treinta años se ha materializado en notables mejoramientos de las condiciones de vida. Cientos de millones han salido de la indigencia y la pobre-za. La desigualdad de los ingresos que se acentuó en los años noventa, ha disminuido en los últimos años, situando el coeficiente de Gini, según la OCDE, en 40,8 para el 2007, el cual revela que la desigualdad en Chi-na es notoriamente inferior a la de Chile, México y Brasil. (El Mercurio, 3 de Febrero de 2010). A la par, las em-presas estatales, si bien se han reducido en número, se han vigorizado económica, financiera y tecnológica-mente, al punto de competir seriamente con algunas gigantescas corporaciones multinacionales. De las diez compañías con mayor valor de mercado en el mundo, tres son estatales chinas, mientras diez años atrás no aparecía ninguna. (Wall Street Journal, 25 de diciembre 2009). Por su parte, la República Popular cuenta con recursos presupuestarios y superávit de divisas de tal magnitud que se ha constituido en el primer acreedor del

Tesoro norteamericano.

China comunista pasó a ocupar el segundo lugar mundial por sus dimensiones y se calcula que igua-lará a Estados Unidos antes del 2030. En el producto per cápita, supera ampliamente a la India y otros países

de la región y a varios de Latinoamérica.

En la República Popular, desde el gobierno central, el partido comunista, los medios de comunicación, las organizaciones sociales, se discuten públicamente las deficiencias y los aspectos negativos del sistema. Las desigualdades, el deficiente respeto a los derechos ciudadanos, la corrupción, los abusos de algunos altos funcionarios, la contaminación ambiental, la limitada participación popular, entre muchos otros. Pero hay tam-bién sanciones y correcciones. Las encuestas no dejan dudas sobre la opinión de los chinos acerca de su go-bierno y sistema imperante. La de la BBC-Universidad de Maryland concluyó que el 88% “está de acuerdo o conforme con la política del gobierno”. La Encuesta PEW estableció que el 66% aprueban su labor en asuntos

importantes y el 86% apoyan la política gubernamental en general (El Mercurio, 30 Septiembre 2009).

La economía socialista de mercado ya fue prevista y propuesta por Lenin. Aceptaba diversas formas de existencia del capitalismo dentro de la URSS, pero regulado y controlado por el estado de proletarios y cam-pesinos. Habría lucha y contradicciones entre ambos, pero también beneficios mutuos. Las experiencias china y vietnamita han sido exitosas, sobre todo porque el estado ha regulado, y orientado el desarrollo económico, sin permitir que las crisis mundiales del capitalismo, sobre todo la actual 2007-2010, hayan detenido sus metas

de crecimiento. Con todo, aún no está resuelto el problema cardinal, quién vencerá a quien.

La crisis económica y financiera y los cambios en la correlación de fuerzas mundiales.

La Gran Recesión iniciada en EE.UU a fines de la primera década del siglo XXI y extendida rápida-mente a Europa y Japón, ha estremecido las bases del capitalismo más desarrollado. Se reconoce como la más profunda, desde la Gran Depresión. Su recuperación se presenta lenta y difícil. El sistema financiero inter-

nacional estuvo a punto de sucumbir por el peso de sus deudas y la aguda escasez de medios de pagos.

Los principales gobiernos, sus bancos centrales y el FMI tuvieron que acudir a medidas sin preceden-tes para detener la oleada de masivas bancarrotas, corridas bancarias y parálisis productivas. La negativa de los grandes capitalistas a renunciar a sus privilegios, aceptar mayores impuestos o a asumir los costos con sus cuantiosas reservas y llevar a pérdida los créditos impagos, empujaron a los gobiernos a aumentar sus déficit presupuestarios y elevar peligrosamente sus deudas públicas. Para salir del pantano, los europeos están recu-rriendo a recortar los beneficios de la seguridad social, es decir, haciendo pagar a millones de trabajadores el costo de la salida de la crisis, además de los sacrificios que ya han soportado por los despidos, las pérdidas

patrimoniales en sus ahorros y en sus viviendas, además del desempleo prolongado.

La Gran Recesión ha acentuado los cambios dramáticos y de largo alcance de comienzos del nuevo siglo; entre ellos la pérdida del protagonismo de EE.UU. en el escenario económico mundial. Uno de los cinco mayores cambios, desde el fin de la Guerra Fría, según el historiador Eric Hobswbaum. Sus déficits crónicos del presupuesto federal y de la balanza de pagos, expresiones del largo y profundo desajuste de la economía norteamericana, son más altos que nunca. El déficit fiscal año tras año sigue incrementando la deuda pública. De haber sido el mayor acreedor, ahora es el mayor deudor del mundo y depende para su financiamiento de China, Japón y otros de sus competidores. El dólar continúa desvalorizándose al punto que inéditos sistemas de compensación y otras monedas, como el euro, el oro, o el DEG (FMI) lo están sustituyendo o están en vías de establecerse. Por su parte, el poder de gigantescas corporaciones de Wall Street se ha debilitado, aunque algunas se han beneficiado. En 1999, siete de las diez compañías más ricas del globo eran estadounidenses. Diez años después sólo quedan cuatro. Algunos de sus grandes corporaciones industriales, financieras y tec-nológicas quebraron, otras han debido vender parte de sus activos a capitales extranjeros. En otros casos Was-hington se ha convertido, sin quererlo, en el accionista mayoritario como en los casos de General Motors y el

Citigroup.

De ser la única superpotencia al fin de la Guerra Fría, EE.UU se enfrenta a nuevos y fuertes competi-dores. Necesita recurrir al apoyo, aunque reticente, de sus aliados para sus aventuras militares, las cuales a duras penas puede financiar. La Unión Europea, con sus diferencias internas, también debilitada por la Gran Recesión, no está en condiciones de sustituir a EE.UU, ni tampoco de ser un aliado seguro. Japón se debate entre el estancamiento económico y tensiones con EE.UU por sus bases militares. Aunque a Washington no le faltan aliados incondicionales, surgen nuevos grupos de países que quieren y pueden sacudirse de sus presio-nes. Las llamadas potencias emergentes buscan apoyo mutuo como en el caso de los BRIC (Brasil, Rusia,

India, China) el grupo de Shanghai, la ASEAN, el ALBA y UNASUR.

Washington tiene que admitir el nuevo cuadro internacional. Del Grupo de los 5 se pasó al Grupo de los 7, luego al G-8 y ahora al G-20 que incorpora a las deliberaciones sobre la globalización a países del anti-

guo tercer mundo, como China, India, Brasil, Argentina, México y otros países.

Es solo un comienzo. Aún queda por resolver la reforma de las Naciones Unidas y especialmente el excesivo poder de los estados con derecho a veto en Consejo de Seguridad, un nuevo sistema financiero inter-

nacional y el nuevo orden en materias del medio ambiente.

La Unión Europea, después de decenios de negarse, aceptó reducir las cuotas y los derechos de voto de algunos de sus estados miembros en el FMI, para permitir el aumento de la participación de los países en desarrollo, aunque sin ceder a cambios más decisivos. Otro tanto debe ocurrir con la hegemonía norteamerica-

na sobre el Banco Mundial.

Los cambios mundiales favorecen a América Latina

Por primera vez en la historia de los ciclos económicos del capitalismo, los países en desarrollo, no sólo no fueron los más golpeados, sino que tuvieron menos repercusiones negativas que los países industriali-zados y al parecer están saliendo más rápido de la recesión. Sólo aquellas economías como México, Centro-

américa y el Caribe, muy dependientes de EE.UU. resultaron fuertemente dañadas.

La causa principal de este viraje histórico reside en la magnitud alcanzada por la economía china y por algunas otras del Este Asiático que han sostenido la demanda mundial por materias primas, contrarrestando con creces la caída del consumo en los países capitalistas centrales. Esto explica que en diversos casos los precios de los minerales y agropecuarios tuvieron una caída al comienzo de la crisis, pero se recuperaron pron-to, a pesar de que la crisis económica y financiera continúa en los países desarrollados. De esta nueva situa-ción mundial han resultado favorecidas naciones africanas, asiáticas y latinoamericanas que han encontrado mercados potentes y en expansión para sus productos de exportación. A la vez disponen de mayor acceso a fuentes de aprovisionamiento de bienes de consumo, intermedios y de capital, gracias a los nuevos recursos

de sus mayores exportaciones, a menores precios y asistencia crediticia y tecnológica.

El comercio entre la R.P. China y nuestro continente ha tenido un crecimiento espectacular en menos de un decenio, con elevados saldos comerciales favorables a nuestros países. De hecho China se ha converti-do después de EE.UU, en el segundo socio comercial de Latinoamérica y ya ocupa el primer lugar en algunos casos como Brasil. Todos los pronósticos coinciden en que la demanda china, que a su vez arrastra a la región asiática, seguirá creciendo fuertemente, al menos por una década. Pekín se ha transformado en una fuente de capitales y créditos comerciales y para inversiones de largo plazo, así como otras formas de asociación y co-operación. Así lo muestran los cuantiosos préstamos otorgados a Venezuela, Cuba, Argentina, Brasil, Ecuador

y Costa Rica, entre otros.

Una segunda causa del fortalecimiento económico de América Latina reside en la positiva utilización de los mayores recursos obtenidos por la mayoría de los gobiernos de la región en el período de auge de 2005-08. Venezuela, Bolivia, Ecuador y Paraguay aprovecharon la situación para establecer drásticos aumentos de la participación del estado en los ingresos de sus recursos naturales de exportación (petróleo, gas, hidroelectri-

cidad), limitando las ganancias de las transnacionales.

Venezuela, a lo largo del decenio ha logrado reducir significativamente la extrema pobreza, el analfa-betismo, la desnutrición infantil, la marginación escolar y el desempleo. Brasil, Argentina, Uruguay, mediante impuestos o retenciones a las exportaciones, acumularon considerable excedentes con los que redujeron drásticamente sus deudas externas y les permite independizarse de las presiones de Washington y del FMI-Banco Mundial. Brasil se ha dado el lujo de adquirir títulos de deuda del FMI. Chile constituyó fondos sobera-nos que le permitieron financiar aunque parcialmente, programas contra el desempleo y el empeoramiento de las condiciones de vida. Brasil implantó exitosos programas sociales a favor de millones sumidos en la extrema pobreza y amplió las acciones de instituciones financieras públicas. Perú también se benefició de los mejores precios de sus materias primas, pero su gobierno enfrenta un malestar creciente de la mayoría de la población,

por el injusto reparto de tales beneficios.

Luego que EE.UU sufriera el histórico rechazo de su proyecto del ALCA en Buenos Aires, se desplie-ga en el continente un movimiento hacia una mayor integración que abarcan áreas desde la infraes-tructura, el comercio mutuo y las relaciones financieras hasta el campo político y militar. Ejemplos de esta tendencia son la formación del ALBA, UNASUR, el fortalecimiento del MERCOSUR, proyectos de

prescindir del dólar para sus intercambios regionales, el Banco del Sur y otras iniciativas.

En el curso del primer decenio del siglo XXI el largo predominio del modelo neoliberal entró en decadencia. Los nuevos gobiernos de izquierda y centro izquierda que han emergido con indiscutible respaldo popular y electoral tienen en común, en mayor o menor grado, la búsqueda de su indepen-dencia económica y política, la soberanía sobre sus recursos naturales, el despliegue de masivos pro-gramas sociales para los sectores más desfavorecidos, el reconocimiento de las etnias indígenas y mayor participación de los trabajadores y los ciudadanos en las decisiones gubernamentales, regiona-les y locales. En América del Sur, a fines del decenio se contaban en esta posición siete de los diez países que la integran y en Centroamérica, dos de sus seis integrantes. (Considerados sólo los esta-dos iberoamericanos) Este nuevo cuadro ha influido en la OEA, donde varios gobiernos caribeños se han sumado a una línea de mayor independencia, por lo cual Washington ya no puede imponer su política como antaño. UNASUR se levanta como un instrumento efectivo contra el separatismo y la superación de conflictos entre sus miembros, a pesar de las diferencias políticas entre sus integran-tes. Otra expresión de esta tendencia es la creciente aceptación del proyecto de constituir, ampliando

UNASUR, una nueva entidad continental, sin la presencia de EE.UU y Canadá.

Frente a los nuevos gobiernos de izquierda y centroizquierda, la actitud de las fuerzas tradi-cionales de derecha varía desde una extrema hostilidad, como en Venezuela y Bolivia, hasta una opo-sición cautelosa en otros casos, buscando debilitar desde dentro de los aparatos gubernamentales. Washington, a contrapelo del lenguaje cuidadoso de Obama, mediante sus aparatos militares, mediá-ticos, servicios encubiertos y con recursos de sus transnacionales, sostiene a la oposición derechista contra los nuevos gobiernos, refuerza su presencia militar en el continente, dispuesto a emplear sus fuerzas armadas para intervenir, donde le sea posible y necesario. El golpe de estado en Honduras (2009) que derrocó al Presidente Zelaya fue ejecutado con la complicidad de la base militar norteame-ricana en ese país y consumado mediante la elección ilegítima del Presidente Lobo, el cual mantiene

una dura represión contra el pueblo en resistencia.

El fracasado intento de golpe de estado en Ecuador (2010) vuelve a recordar el poder que sectores retardatarios tienen para destruir las conquistas democráticas de los pueblos. La preserva-ción y defensa de ellas, es la condición primerísima, de todos los avances y transformaciones sociales progresistas. También las fuerzas derechistas con financiamiento norteamericano promueven la coor-

dinación de sus aparatos políticos a nivel continental y sostienen campañas simultáneas en los me-dios de comunicación. Se busca formar un frente común de gobiernos afines como los de Colombia,

Perú, Panamá, México y Chile que sostenga la oposición en Cuba, Venezuela y los países del ALBA.

En América Latina, la confrontación entre el capitalismo de libre mercado y los nuevos mode-los con orientación socialista, o al menos de mayor presencia estatal progresista e independencia na-cional marcará el curso político de los próximos años. Como lo han demostrado las elecciones de Oc-tubre de 2009 en Venezuela, Brasil, y Perú, ninguna orientación política está consolidada, menos se puede afirmar que las conquistas son irreversibles. Habrá avances y retrocesos, algunos países cam-biarán de bando, en uno y otro sentido, pero la actual tendencia hacia modelos alternativos tiene bue-

nas posibilidades de afirmarse.

Chile, un campo de batalla, inestable e incierto.

El objetivo del 11 de Septiembre fue destruir la democracia constitucional que rigió hasta 1973 y que permitió al pueblo conquistar un Gobierno Popular en la perspectiva del socialismo. Un tal go-bierno despertó enorme entusiasmo internacional. El golpe de estado reinstauró el capitalismo mo-nopólico dependiente que estaba en peligro de perecer y borró las conquistas sociales que habían situado a Chile en los primeros lugares del continente. Los diez y seis años de dictadura pinochetista instalaron a sangre y fuego el modelo neoliberal, reforzado con un nuevo régimen político autoritario,

establecido en 1980, mediante un fraude plebiscitario.

Los nuevos gobiernos que le siguieron dispusieron de dos decenios, para haber restablecido cambios sustantivos hacia la democracia y la justicia social, de acuerdo con el programa comprometi-do en 1990. Pero no lo hicieron. Aparte de algunos mejoramientos que permitieron reducir la miseria, más la eliminación de algunas cláusulas antidemocráticas aberrantes, los gobiernos de la Concentra-ción se comprometieron a mantener la institucionalidad creada por la dictadura. Sus principales diri-gentes adoptaron el neoliberalismo y lo profundizaron. Mientras la oligarquía sacaba provecho de es-tas inconsecuencias, acumulando un poder económico sin precedentes y extendiendo su influencia política, los partidos de la Concertación cayeron en el descrédito. El movimiento sindical, afectado por esa línea conciliadora, viene sosteniendo una dura batalla por independizarse del oficialismo, pero

aún no recupera los niveles de influencia que tuvo en el pasado.

El descontento y la frustración ciudadana se han expresado en la renuencia a concurrir a las urnas, el rechazo a los partidos, la desconfianza generalizada en las instituciones. Bastó que una pe-queña fracción del electorado ya no distinguiera el sentido de clase diferenciador entre las dos coali-ciones y se dejara engañar por el populismo del candidato RN-UDI, para que se alterara el cuadro político nacional y latinoamericano. Una coalición derechista regresó a La Moneda por vía electoral,

después de 50 años.

Con una actitud cautelosa, aparentemente conciliadora, un uso abusivo de gestos mediáticos, una tendencia a subordinar a su coalición derechista a sus decisiones, todo bajo la consigna de la “unidad nacional”, Piñera acentúa la política neoliberal, basada en nuevas privatizaciones, mayores privilegios al gran capital, reducción del ámbito público en salud, educación y otras áreas sociales y un

reforzamiento de los aparatos represivos. A pesar del fuerte presidencialismo de nuestro régimen polí-tico, el gobierno depende de las decisiones del Congreso Nacional, donde el oficialismo no dispone de mayoría confiable, mientras se mantiene un equilibrio inestable con la oposición. Su apuesta es a la quiebra de la Concertación, a atraer a la DC y a parlamentarios proclives a la colaboración con el go-bierno. Además el actual Parlamento tiende a convertirse en una fuerte caja de resonancia de los con-flictos sociales, las demandas reivindicativas y las posiciones programáticas opositoras. A este nuevo rol contribuye la presencia de tres diputados comunistas, después de treinta y siete años de impedi-mentos forzados, elegidos con las primeras mayorías, en el marco de un acuerdo electoral del izquier-dista Juntos Podemos con la Concertación. Mientras una minoría de dirigentes concertacionistas es proclive a continuar “la política de los consensos” con la derecha, otro sector mayoritario se propone realizar una oposición firme, con vistas a recuperar la confianza popular, desplazar a la derecha y re-

tornar al gobierno en 2014.

Una imagen más realista de lo que puede esperarse en los próximos años ha sido formulada por un experto en el análisis de encuestas, vinculado a organismos de orientación derechista. (“Bicentenario: un país más conflictivo”, Revista del Sábado, El Mercurio, 4 de Septiembre 2010)

Según Roberto Méndez (Adimark) Chile es hoy un país más conflictivo que hace algunos años atrás.

Hay un creciente nivel de enfrentamiento que no es sólo político, sino entre ricos y pobres, traba-jadores y empresarios, entre Santiago y las regiones, entre hombres y mujeres, entre adultos y jóvenes, entre mapuche y el estado chileno. Las encuestas muestran que los más pobres están impacientes, los estudiantes se sienten frustrados, las regiones resentidas contra la capital, los jóvenes excluidos, los damnificados deses-perados. Advierte que si bien es cierto que la movilización masiva, las huelgas y las marchas no tienen la en-vergadura de otros años, la sensación de mayor conflictividad existe. Concluye que esta aparente apatía puede

estar acumulando tensiones que tarde o temprano pueden estallar.

LA EXPRESION UNITARIA EN EL SINDICALISMO

Pedro Aravena

Los esfuerzos por alcanzar la unidad de quienes viven de una remuneración y en condiciones subordinadas al capital, han tenido diferentes expresiones en las distintas eta-pas por las que ha cursado el Movimiento Sindical chileno y han sido motivo de debate y preocupación relativamente constante a su interior. Intentar una relación que vaya más allá de lo estrictamente histórico y que busque relevar los componentes políticos más permanentes de dicha cuestión, verificando su vi-gencia para construir la unidad que consideremos como necesaria para el actual período, tiene una importancia sustancial en la construcción de “la mayoría nacional que se requiere para resolver la coyuntura a favor de la democracia”, como bien se expresa en el documen-to de convocatoria al XXIV Congreso del Partido Comunista de Chile.

Los obstáculos no son menores, pues nos encontramos con quienes minusvaloran el papel que pueden y deben ejercer los trabajadores en el presente, e intentan demostrar que sus formas propias de organización se encuentran en franco retroceso en cuanto capa-cidad de representación e influencia, no sólo en Chile, sino en diversos países en los que la asociatividad sindical constituía una poderosa fuerza social, incluyendo la idea de que los cambios revolucionarios a partir de una concepción clasista ya no tienen aplicación en par-te alguna del planeta.

Por si ello no fuera suficiente, ya no solo desde los panegiristas del neoliberalismo, sino de sectores que se arrogan una pertenencia contestataria al actual estado de cosas, se nos dice: “cuando el capital dominante ya no es el clásico capital industrial, sino el finan-ciero, el proletariado industrial ha sido debilitado, fragmentado, apagado. La lucha ya no se da tanto en el terreno sindical o en el espacio público (frente a la Moneda), sino, principal-mente, en el barrio donde se vive, o dentro de uno mismo. El conflicto se ha localizado y subjetivado. Hoy, es el resultado de enfrentarse, individualmente contra el mercado omni-presente y el Estado ausente, y de perder anónimamente esa batalla. Es sentirse fracasa-do, por eso, ante sí mismo y ante los hijos. Estamos en la <sociedad de riesgo>”. (Gabriel Salazar, La Tercera, del 07 de abril de 2007). A decir vedad, más bien cabe preguntarse a qué se refiere el autor de esas opinio-nes, ya que si en Chile en los últimos años ha habido luchas de carácter masivo contra las formas de explotación capitalista, estas han sido dadas por el sindicalismo, estremeciendo de punta a cabo nuestra geografía, desde las frías costas del sur por los trabajadores sal-moneros, en los bosques de Arauco por los trabajadores forestales, en la cordillera y el de-sierto por los trabajadores contratistas de la Gran Minería del Cobre, en la principales urbes del país por los funcionarios públicos, cuyas manifestaciones han sabido llegar hasta el Pa-lacio de la Moneda. Lo más probable es que en esos precisos momentos los que preten-den lapidar al sindicalismo, andaban tratando de visualizar esos nuevos escenarios indivi-duales y de los extramuros urbanos, como si fuese una gran novedad el haber descubierto que en la cabeza de cada individuo sometido a la explotación del capital, la formación de la conciencia de clase se da en medio de una aguda lucha de ideas. La propia formación de Luis Emilio Recabarren es una demostración de lo anterior al decir de historiador Fernando Ortiz Letelier cuando, refiriéndose a cómo se fue consolidan-do en sus concepciones revolucionarias, señala: ”El desarrollo del pensamiento de Reca-

barren es la historia del movimiento obrero chileno, con sus triunfos y caídas, con sus aciertos y errores. El gran mérito de Recabarren radica en su constante evolución ideológi-ca plasmada en la confrontación de su pensamiento con la realidad.”, (página 276, El Movi-miento Obrero en Chile 1891-1919, Libros del Meridion). El fundador del Movimiento Sindical en nuestro país demostró poseer una notoria dis-posición a construir un movimiento sindical que representara a los más vastos sectores del proletariado emergente de comienzos del siglo XX, y que supo dar esa orientación unitaria de clase en un período, no menos complejo y confuso al respecto, pues aun no estaba lo suficientemente afianzada la identidad clasista.

Hablamos de un período en que el proletariado se encuentra recién conformándose como clase para sí, donde muchos de sus integrantes eran portadores de culturas y cos-movisiones propias de sectores explotados de la agricultura tradicional y en torno a la Hacienda, o del artesanado urbano, orígenes cuyos resabios retrasaban la toma de con-ciencia de su nueva condición de clase. Sobre todo cuando tales posiciones se expresaban políticamente ya en un sindicalismo de adaptación y conciliación con el capital, o en posi-ciones anarcosindicalistas, por citar las más relevantes. En ese marco de desarrollo económico y social, al decir de Francisco Zapata en su texto “Autonomía y subordinación en el sindicalismo latinoamericano”, Recabarren “buscó la estructuración de organizaciones de tipo industrial, en las que las diferencias por ubica-ción en el proceso productivo o los desniveles de calificación profesional no desempeñaran un papel crítico en la formulación de demandas o en la expresión de la acción obrera. Las mancomunales, base constitutiva del sindicalismo chileno, lo impregnaron de un ethos cla-sista que consiguió superar las diferencias dentro de la categoría obrera hasta la actuali-dad, por lo cual, con respecto al acaso chileno debemos subrayar que el sindicalismo de dicho país nunca se articuló alrededor de una posición excluyente, ni en relación con las calificaciones ni en relación con las localizaciones sectoriales; esto lo diferencia claramente de las versiones existentes en otros países”.

Lo que señala este autor nos permite visualizar de otra manera la matriz del movi-miento sindical chileno, destacándose dos elementos: el primero, su clara connotación au-tonómica en cuanto a conformar su organización no a partir de las divisiones y demás de-terminaciones que hacen las relaciones de explotación capitalista en la fuerza de trabajo; y el segundo, la amplitud en la representatividad, exteriorizada en la búsqueda de un proyec-to de organización con capacidad de representar ampliamente a la diversidad de los traba-jadores explotados por el capital en ese momento concreto. La vocación unitaria de Recabarren en su papel de fundador del Movimiento Sindical chileno, se evidencia en los métodos que practicó para abordar la conducción de la Federa-ción Obrera de Chile, FOCH, para disputarla en su interior, en vez de optar por el tan mani-do discurso descalificador y divisionista en contra de dicha Federación. Recabarren estuvo dispuesto a discutir en el seno de dicha organización el género y carácter del sindicalismo que ésta debía desarrollar, toda vez que, en su origen, su acción se constreñía a un papel mutualista y políticamente se orientaba por tendencias de orden reformista dentro del mar-co del orden vigente. Así nos lo señala el libro “Los Trabajos y los días de Recabarren” de Alejandro Witker, al relatar que “En 1919, la Federación Obrera de Chile, FOCH, realizó su Tercer Congreso en Concepción. El torneo se reunió bajo la presidencia de Recabarren, quien libró una memorable batalla ideológica destinada a abandonar definitivamente el sin-dicalismo economicista y adoptar una militancia resuelta en un sindicalismo comprometido con un proyecto político: la revolución socialista.” De ese episodio, tan relevante en la histo-ria sindical, podemos desprender un tercer componente de la unidad: la democracia sindi-cal, esto es, un movimiento sindical con gran autonomía, independencia, amplitud y cuyas

plataformas son las que aprueban las mayorías.

Más de quince años después, se da un nuevo momento particularmente pedagógico respecto del significado y trascendencia social y política que tienen los esfuerzos por unifi-car el movimiento sindical, con la conformación del Frente Popular del que el sindicalismo sería su base social a partir de los años 1936, en adelante.

Efectivamente, organizado en torno a la entonces Central de Trabajadores de Chile, CTCH, la organización sindical logra mediante los partidos de izquierda, “canalizar hacia el sistema de negociación las demandas obreras puntuales y las aspiraciones globales de cambio (…) La existencia de una izquierda que expresaba el deseo de emancipación (las aspiración de “otra sociedad”), pero que además recogía las demandas “empíricas” de los trabajadores, teniendo capacidad de influencia en el Estado”, como lo señala Tomás Mou-lián en el Libro “Contradicciones del desarrollo político chileno – 1920-1990” (páginas 39, Editorial Arcis 2009).

La CTCH, de esa forma, logra incidir en el gobierno y propicia el procesos de indus-trialización nacional y a su vez alcanza altos niveles de afiliación sindical, pasando de 86.699 a más de triple de trabajadores afiliados, con 251.744, incorporando nuevos secto-res como los empleados públicos y particulares, a través de la Asociación Nacional de Em-pleados Fiscales, ANEF, fundada en 1943, y de la Confederación de Empleados Particula-res, CEPCH, en 1948, con lo que se amplía la representatividad de la CTCH, como factor de unidad de la diversidad laboral, lo que le permitió jugar un rol de gran influencia en un período que ha sido relevante para el desarrollo económico y social del país. La presencia del Movimiento Sindical encabezado por la CTCH fue un factor determinante en la imple-mentación de un modelo de desarrollo basado en la sustitución de exportaciones y la pro-tección de la industria nacional, con una alta intervención del Estado en la esfera económi-ca. El rasgo que debemos resaltar de ese período, es sin duda la capacidad del Movi-miento Sindical de integrar nuevas capas de trabajadores a partir de los cambios ocurridos en la base económica, como en este caso los llamados trabajadores de cuello y corbata, que cumplen funciones principalmente en la producción de servicios inmateriales como consecuencia del crecimiento del aparato estatal, y de ramas de la producción que requie-ren esa naturaleza de empleos. Otro instante histórico bastante demostrativo de los alcances que pueden implicar los logros en materia de fortalecimiento orgánico y de unidad de los trabajadores, está directa-mente vinculado a la Central Única de Trabajadores, CUT y al gobierno de la Unidad Popu-lar, presidido por Salvador Allende, en el que se pasa de un sindicalismo de oposición a gobiernos de diversa orientación burguesa, a un movimiento social que participa del poder político, que orienta y resuelve sobre los grandes desafíos del país, en ese entonces con una gran coincidencia entre las plataformas aprobadas en sus Congresos y el programa del gobierno. La CUT, en consecuencia, apoya sin reservas las nacionalizaciones, la reforma agraria, la creación del Área de Propiedad Social de la Economía y otras medidas que sig-nificaban importantes progresos en las condiciones de vida de nuestro pueblo.

Coetáneamente a esa presencia decisiva en la dirección del país, el crecimiento cuantitativo y cualitativo del sindicalismo en torno a la CUT es a la vez causa y efecto de dicha situación. Efectivamente, nunca como antes y después, la organización de los traba-jadores tuvo tan alto grado de representatividad y legitimidad social, alcanzando en 1973 a un total de 6.502 sindicatos, que afiliaban a 934.335 socios, lo que implicaba un tasa de afiliación de un 32,3% de la población laboral, cuociente muy superior a los actuales nive-les, que no llegan porcentualmente ni a la mitad de aquél.

El presente En el presente hay importantes cambios en la composición interna de la fuerza de trabajo asalariada. El primero, es que casi un 15% de ella lo integran profesionales y técni-cos; de otra parte, la mayoría de los trabajadores se desempeña en la actualidad en el co-mercio y servicios y hay más de dos millones de trabajadoras, como consecuencia del in-cremento de la participación de la mujer en el trabajo, y uno de los cinco millones y medio de personas que componen la fuerza de trabajo asalariada, son trabajadores subcontrata-dos. Adicionalmente, existe una disminución de los trabajos donde es fundamental el es-fuerzo físico, lo que permite afirmar con propiedad que la proletarización de la sociedad se incrementa en la misma medida que se concentra la riqueza en cada vez menos personas. “Nunca en la historia de la Humanidad los dueños del mundo habían sido tan poco numero-sos. En el campo de la información y de la comunicación no son sino algunos centenares de personas: presidentes y miembros de comités de dirección de un pequeño número de empresas activas en estos sectores (electrónica, informática, telecomunicaciones, radio – televisión y edición, distribución y entretenimientos). Un cuarto de estas personas está lo-calizado en Europa, otro tanto en Asia y en el resto en los EE.UU. (...) Considerando las alianzas que se establecen entre ellas se puede estimar que una decena de redes mundia-les más o menos integradas, constituyen verdaderas máquinas de guerra cuya finalidad exclusiva es la conquista y el dominio de los nuevos mercados. Estos conquistadores se benefician con el apoyo y la colaboración de algunos grupos sociales. Primeramente, los conceptualizadores y los expertos de la tecnociencia (científicos, investigadores, ingenie-ros, intelectuales), que legitiman el espíritu de conquista en nombre de los progresos técni-cos incorporados en los nuevos productos y servicios puestos en el mercado.

Segundo aliado natural de los nuevos dueños del mundo: la tecnoburocracia nacional e internacional, los dirigentes públicos de alto nivel encargados de la definición de las re-glas de funcionamiento y de control de los medios puestos en operación. (...) Finalmente encontramos un tercer grupo relativamente heterogéneo en apariencia: los elaboradores de ideas, de símbolos, de retórica, los representantes de los medios de información y de la educación superior.” (¿Hacia donde nos lleva la Globalización?, Reflexiones para Chile, de Jacques Chonchol). En este contexto, es de vital importancia volverse a interrogar si estamos haciendo una política de unidad de los trabajadores acorde con las características del período actual, poniendo en el centro aquellas cuestiones que susciten el entendimiento más amplio posi-ble frente a los reales adversarios de la clase trabajadora, combinando acertadamente las reivindicaciones inmediatas con la perspectiva de las transformaciones estratégicas, incor-porando orgánica, social y políticamente a los nuevos sectores que han sido despojados de privilegios que no tenían base económica, y que con o sin su voluntad son sumados a las filas de los trabajadores asalariados por las transformaciones que ha impreso el capital fi-nanciero transnacional. Seremos capaces de superar las divisiones imaginarias o reales que deja la impronta neoliberal y forjar, como Recabarren, un movimiento sindical capaz de abordar los desafíos de su época. De lo exitosos que seamos en ello, pende en gran medida la capacidad de lograr ese gobierno de nuevo de tipo que emprenda las transformaciones que reclaman la mayoría del país.