Reyes, Alfonso. Obras Completas XXIV

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letras mexicanasOBRAS COMPLETAS DE ALFONSO REYES

XXIV

OBRAS COMPLETAS DE

ALFONSO REYES

XXIV

Primera edicin, 1990

D. R. 1990, FoNDo DE CULTURA EcoN1~IrcA, S. A. DE C. Y. Av. de la Universidad 975; 03100 Mxico, D. F.

ISBN 968-16-0346-X (Obra completa) ISBN 968-16-3398-9 (Tomo XXIV)Impreso en Mxico

ALFONSO REYESMEMORIASOracin del 9 de febrero Memoria a la facultad Tres cartas y dos sonetos Berkeleyana Cuando cres morir Historia documental de mis libros Parentalia Albores Pginas adicionales

letras mexicanasFONDO

DE

CULTURA

ECONMICA

INTRODUCCINEl conjunto de las memoriasDESDE que lleg a la mitad de su vida, en 1924, Alfonso Reyes sinti

la necesidad de comenzar a acumular materiales para las que deberan ser sus memorias. Inici entonces su Diario, que l llamaba de trabajo, y que continu con raras interrupciones hasta sus ltimos das de vida.* Adems de este registro cotidiano de su vida y sus trabajos, Reyes persisti en la idea de relatar sistemticamente sus memorias. Sin embargo, sus escritos de esta ndole se dedicaron durante muchos aos a ternas especiales; a desahogarse del gran dolor que le caus la muerte de su padre (Oracin del 9 de febrero), a analizar su propio temperamento, enfermedades y achaques (Memoria a la Facultad), a referir incidentes picarescos (Tres cartas y dos sonetos), a narrar una hazaa deportiva automovilstica (Berkeleyana) y a contar ~as experiencias que tuvo con sus padecimientos cardiacos y las reflexiones que le provocaron (Cuando cre morir). Y slo en sus ltimos aos inici por dos cabos el relato ordenado de sus recuerdos. En el primero, comenz a relatar la historia de sus libros, en la trama de su evolucin intelectual, de su vida literaria en Mxico y en Madrid y de sus peripecias personales, en que slo lleg hasta 1925 (Historia documental de mis libros); y, en el ltimo, ci relato general de su vida, de la que slo alcanz a contarnos los orgenes de su familia y las proezas de su abuelo paterno y de su padre (Parentalia), y la vida en Monterrey, cuando Alfonso Reyes era nio y el general Bernardo Reyes jefe militar y luego gobernador del estado (Albores). Los escritos de memorias que tenemos de Alfonso Reyes son, pues, aspectos y fragmentos de su vida, pero, como suyos, tienen vivacidad y encanto. Reyes saba ver el mundo exterior, apresar paisajes, ambientes y situaciones; recrear personajes que vuelven a ser vivien* El Diario, 1924-1959, de Alfonso Reyes, es una obra muy extensa, ya que se encuentra manuscrita en quince cuadernos de cien a ciento cincuenta p~ginas cada uno. En el libro llamado Diario, 1911-1930, con pr6logo de Alicia Reyes y nota del doctor Alfonso Reyes Mota (Universidad de Guanajuato, Mxico, 1969), se han reunido dos textos sueltos, Das aciagos y 1912-1914 que se reproducen en el presente volumen y pasajes del Diario de 1924 a 1930. Se encuentra, pues, indito en su mayor parte. Cuando se concluya su transcripci6n, ya iniciada, y sea posible considerarlo en conlunto se dccidir su edici6n.

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tes gracias a dos o tres rasgos maestros, y sobre todo, comunicarnos el fervor que sinti por su padre, con un ardor que enciende y no ciega a su pluma. Y al mismo tiempo, Reyes tuvo siempre la obsesin de estudiarse a s mismo, como Montaigne, no para alabarse sino porque este examen honesto y desapasionado resulta ser el campo ms propicio para intentar el conocimiento del hombre y de sus pasiones. La vida de Alfonso Reyes Fue una hazaa de la voluntad y la imaginacin, y estas memorias fragmentarias suyas nos permiten seguir su camino.Oracin del 9 de febrero: 1930

La veneracin por el recuerdo de su padre y el dolor por su trgica muerte fueron constantes en el corazn de Alfonso Reyes. En Parentalia har la crnica y exaltar los hechos guerreros del soldado, y en Albores fijar las imgenes de la infancia del futuro escritor, a la sombra famosa y providente del padre gobernante. Muchas otras presencias del padre aparecern en los escritos de Reyes, entre ellas este conmovedor soneto:9 DE FEBRERO DE 1913 En qu rinc6n del tiempo nos aguardas, desde qu pliegue de la luz nos miras? Adnde ests, varn de siete llagas, sangre manando en la mitad del da?

Febrero de Can y de metralla: humean los cadveres en pila. Los estribos y riendas olvidabasy, Cristo militar, te nos moras... Desde entonces mi noche tiene voces, husped mi soledad, gusto mi llanto.

Y si segu viviendo desde entonces

es

porque en m te llevo, en m te salvo, y me hago adelantar como a empellones, en el afn de poseerte tanto.

Ro de Janeiro, 24 de diciembre de 1932.

oc, x.

El dolor alcanzar una transfiguracin memorable en la ifigeniacruel, de 1924.**

Borges le dedic este pasaje de su In rnemoriam A. R.:

Si la memoria le clav su flecha Alguna vez, labr con el violento Metal del arma el numeroso y lentoAlejandrino o la afligida endecha.

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La Oracin del 9 de febrero, compuesta en Buenos Aires en 1930, el da en que habra de cumplir sus ochenta aos, y diecisiete aos despus de los acontecimientos de 1913, nunca ser publicada por Alfonso Reyes. Se dar a conocer, pstuma, en Mxico, 1963, por Ediciones Era, con reproduccin del manuscrito en facsmil y prlogo de Gastn Garca Cant. Acaso don Alfonso la guardaba como si fuera una invocacin y un lamento privados. En ella no voiver a narrar la fama del soldado y gobernante y nunca quiso detenerse en las circunstancias de la muerte de su padre; su nico tema es la persistencia del desgarramiento y los recursos que ha encontrado su autor para sobrellevar la prdida y mantenerlo presente en su nimo: Discurr escribe---- que estaba ausente ini Padre situacin ya tan familiar para m y, de lejos, me puse a hojearlo como sola. Ms an: con ms claridad y con ms xito que nunca. Logr traerlo junto a m a modo de atmsfera, de aura. Aprend a preguntarle y a recibir respuestas. A consultarle todo. Y ms adelante, en una de esas intiles rebeldas que solemos tener contra las que consideramos injusticias del destino, dice: No lloro por la falta de su compafiia terrestre, porque yo me la he sustituido con un sortilegio o si prefers, con un milagro. Lloro por la injusticia con que se anul a s propia aquella noble vida; sufro porque presiento al considerar Ja historia de mi Padre, una oscura equivocaci6n en la re1ojer~amoral de nuestro mundo; me desespera, ante el hecho consumado que es toda tumba, el pensar que el saldo generoso de una existencia rica y plena no basta a compensar y a llenar el vaco de un solo segundo. Mis Mgrimas son para la torre de hombre que se vino abajo; para la preciosa arquitectura lograda con la acumulacin y el labrado de materiales exquisitos a lo largo de muchos siglos de herencia severa y escrupulosa que una sola sacudida del azar pudo deshacer...

En las pginas finales de la Oracin, sin entrar en detalles, Reyes narra la maraa de fatalidades en que se vio envuelto el generalBernardo Reyes, los largos meses de prisin en Tiatelolco y su desmoronamiento interior hasta el momento del ltimo llamado insensato a la aventura, nico sitio

del Poeta. Y concluye:

Aqu xnor yo y volv a nacer, y el que quiera saber quien soy que lo pregunte a los hados de Febrero. Todo lo que saiga de ini, en bien o en mal, ser imputable a ese amargo da. Despus de la Oracin del 9 de febrero se recogen dos breves apuntes autobiogrficos, Das aciagos, que refieren la tensin familiar en los das previos a la tragedia, y 1912-1914 que narran lo que hizo Reyes posteriormente, su salida de Mxico, su viaje a Pars, y con un salto de algo ms de un afio, sus primeras experiencias

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en Madrid, que volver a narrar en la Historia documental de mislibros. Memoria a la Facultad: 1931

Se llama Memoria a la Facultad

el curioso texto escrito en Ro,

en 1931, y que Reyes no incluy en sus colecciones, porque es un informe acerca de la ndole biolgica y psquica del autor y acerca de los traumatismos, operaciones y enfermedades que ha padecido, y est destinado a informar de ellos a su mdico ideal. Escribir de tan peregrina materia un ensayo interesante es privilegio del estilo de Alfonso Reyes, de la llaneza y simpata y de la penetracin psicolgica con que estn referidas sus materias. Al describir su temperamento, Reyes explica tambin su metabolismo literario: Se figuran mis amigos dice que soy aprensivo. Yo creo que lo concluyen de que soy nervioso, y sobre todo, de que explico y expreso cuantosiento y cuanto me acontece. En esto, soy de una indiscreci6n heroica. Mi vida no me sabe a nada si no la cuento. Abro los ojos por la maiiana; lo primero que hago es contar mis sueios de la noche anterior; despus, si me gruen las tripas, explico cmo y por qu me grui~enhoy de distinto modo que ayer. Y as, lo mismo que doy cuenta de mis lecturas y reflexiones diarias a cuantos me rodean, les doy cuenta tambin de las cosas de mi cuerpo y de mis reacciones ms ntimas... Y me pasa lo que a los griegos: que desconfo de los que no lo cuentan todo, de los callados, de los solemnes.

Con humor y precisin, refiere sus descalabraduras de muchacho, la operacin para extirparle las adenoides, la circuncisin a manos del doctor Aureliano Urrutia, un ataque de peritonitis y otro de ti. foidea, una enfermedad venrea y sus recadas, contadas con la misma naturalidad, y hasta una sarna. El relato se interrumpi aqu y quedaron en e~tintero los males crnicos, mucho ms importantes.Una indiscrecin heroica, ciertamente, y una curiosidad lite-

raria.Tres cartas y dos sonetos: 1932, 1933 y 1951

En uno de los cuadernos de su Archivo (serie B, Astillas, nm. 2, Mxico, 1954), Reyes reuni bajo este nombre cartas que escribi en 1932 y 1933 a amigos a los que llama Filomeno y Fabio,cont~ndo1esrarezas literarias y aventuras galantes, y ios sonetos que

cruz con Enrique Gonzlez Martnez en 1951. Se incluyen entre las memorias ya que cuentan episodios de la vida de Reyes. El Filomeno al que dirige la primera carta, de Rio, el 30 de junio de 1932, es por el contexto un cubano al cual no logro identificar. A este corresponsal, desconocido o imaginario, le cuenta

lo

Reyes, con pormenores de bien enterado, en qu consisten las faenas taurinas, para luego aplicar su tcnica a las faenas amorosas, tan entendido en los recursos de que conviene echar mano como erudito en las referencias cultas con que las ilustra. Las dos cartas a Fabio, del 26 y 30 de junio de 1933, estn dirigidas sin duda a Julio Torri, su viejo amigo de los das atenes-

tas, pues repite al principio de la primera la ancdota divulgada en otros textos de cmo conoci Reyes a Torri en la Escuela de Derecho. (Este par de cartas deben ser incorporadas por Serge 1. Zaitze{f al epistolario de Reyes y Torri que ha reunido en: Julio Torri,Dilogo de los libros, FCE, Mxico, 1980.) Volviendo a la primera de estas cartas, est dedicada a contar con mucha sal muestras de la mana iberoamericana por los libros

de J. M. Vargas Vila, aquel extrao fenmeno de semiliteratura ertica, que han disfrutado enorme xito popular. Reyes le cuenta la aficin de los cariocas por estos libros, de un revolucionario, de dos frutitas de la tierra y de un ministro, lectores fervientes del colombiano. Y le dice tambin que supo que Vargas Vila se carteaba con algn prohombre de Mxico, el cual parece haber sido lvaro Obregn. Alguna vez o decir que, cuando Jos Vasconcelos haca los clsicos verdes, el presidente Obregn le haba pedido que incluyera entre ellos a Vargas Vila, y que se le hizo una edicin especial, de un solo ejemplar a l destinado. Nada comprueba la leyenda. Para sazonar estas referencias al entusiasmo popular por Vargas Vila, repetir la historia que me cont Germn Arciniegas. Lo invitaron a visitar un penal colombiano y le pregunt a un preso: Y t, por qu ests aqu? Vera usted, doctor le contest. Un da pregunt a un amigo mo quin era el mayor escritor del mundo: Pues Victor Hugo, me contest, y yo tuve que hundirle mi cuchillo en la panza porque no iba a dejar que ofendiera a Vargas Vila, que es el mayor escritor del mundo. Sobre la personalidad de Vargas Vila hay un buen estudio de J. G. Cobo Borda, ~Esposible leer a Vargas Vila? (La alegra de leer, Instituto Colombiano de Cultura, Bogot, 1976), pero me parece que sigue faltando un examen del fenmeno de su popularidad en los pases americanos. Algo tena Vargas Vila. Cmo olvidar aquellas frases suyas que Borges consider como la injuria ms esplndida que conozco?: Los dioses no consintieron que Santos Chocano deshonrara el patbulo, muriendo en l. Ah est vivo, despus de haber fatigado la infamia. Y aadi Borges que la injuria es tanto ms singular si consideramos que es el nico roce de su autor con la literatura (Arte de injuriar, 1933, Historia de la eternidad, 1953). En la otra carta de Reyes a Fabio-Torri le cuenta con delectacin su encuentro con Jacy, la corza mestiza, de padre mexicano y madre negra brasilefa. La descripcin de la belleza de la muchacha es tan persuasiva como el comentario del embajador Reyes:

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Porque yo he venido aqu a armonizar dos pueblos, dos razas. Y ahora resulta que un humilde indio de Veracruz, el padre de Jacy, Jo habia logrado antes que yo, y de qu manera, Fabio mo! Concluye este cuaderno con los sonetos que se cruzaron, a la buena usanza de antao, Alfonso Reyes y Enrique Gonzlez Martnez, para contarle aqul la confusin que caus en una seora por usar una frmula de cortesa en desuso, y contestarle ste que le gan Freud, como suele decir Al Chumacero. Buen pretexto para dos ingeniosos sonetos. Berkeleyana: 1952 En otro cuaderno de su Archivo (Serie A, Reliquias, nm. 1, Mxico, 1953), que llam Berkeleyana y redact en 1952, Reyes dej una curiosidad: el relato minucioso del viaje que, en la primavera de 1941, hizo acompaado de su hijo y un chofer, en un Buick Sedn, modelo 1939, desde la ciudad de Mxico, para recibir el doctorado que le otorg la Universidad de California, en Berkeley. Probablemente con el fin de pasar por su tierra natal, eligieron la carretera que, muy al oriente, va de la ciudad de Mxico a Nuevo Laredo, pa. sando por Monterrey. Desde all cruzaron, en el pas vecino, los estados de Texas, Nuevo Mxico y Arizona, hasta llegar a California, subir a Los ngeles y a la vecina Universidad de Berkeey. En el transcurso del viaje don Alfonso cumpli sus 52 aos y an rio haba sufrido sus avisos cardiacos. Aunque ahora realizan hazaas casi semejantes los autobuses que van a los Estados Unidos de Amrica, en etapas ms cortas, la que narra Reyes lo fue por haber recorrido un promedio de mil kilmetros diarios, turnndose en el volante el chofer Germn y el hijo Alfonso, durante cuatro das y noches, en el viaje de ida y otros tantos en el de regreso. Recorrer 500 o 600 kilmetros diarios es soportable, pero hacer el doble du-

rante cuatro das es una hazaa deportiva, teniendo en cuenta las averas que tuvieron y el cruce de largas zonas desrticas. Si existanya vuelos a Los ngeles, don Alfonso debi decidir el viaje por carretera con cierto espritu deportivo y para ahorrarse gastos. Tras de las impresiones y peripecias del camino, la estancia en la Universidad de Berkeley fue ocasin para trabar amistad con las autoridades universitarias y reencontrar a maestros distinguidos: el hispanista Sylvanus Griswold Morley, el historiador Herbert 1. Priestley y el antiguo historiador de la literatura hispanoamericana, Alfred Coester. Reyes asisti al examen doctoral de Philip Wayne Powell, quien desde entonces se interesaba en la guerra chichimeca y, por invitacin del historiador P. A. Martin, hizo una exposicin a los alumnos del seminario de Martin acerca de la intervencin francesa en Mxico.

Esta historia de viaje, registro escueto de hechos, sin adornos 12

ni divagaciones ni asociaciones, muestra el animoso espritu de Reyes, que tambin se atreva con las hazaas deportivas. Cuando cre morir: 1947, 1953 y 1947 Cuando cre morir est formado por tres secciones que llevan como subttulos Andantino, Maestoso y Rubato, como los movimientos de una sonata de temple y contenido diverso. Reyes lo guard indito, y poco despus de su muerte, como homenaje a su autor, se public la segunda parte en Mxico en la Cultura, de Novedades, el 3 deenero de 1960. La primera y la tercera partes, escritas ambas en 1947, son dos graves meditaciones. La primera, Los cuatro avisos, es una reflexin moral en la que, despus de haber sufrido ios primeros avisos de su dolencia cardiaca, se propone decantar ios principios que considera que han regido su vida, y encuentra que son el Cinismo, como verdad y realidad, y el Estoicismo, como dignidad; y aade, sin olvidar la cortesa como brjula de andar entre los hombres. La tercera parte, Una enseanza, es otra reflexin dedicada al dilema del hombre de estudio que acepta un cargo poltico y, en nuestro medio, sufre un duro tropiezo contra las fuerzas oscuras. Reyes analiza con sagacidad el problema y encuentra que el hombre puro al que considera quiso vender al Diablo tan slo la mitad de su alma, transaccin imposible, mientras que las Eminencias Grises.., despliegan la accin y estn a encubierto de las reacciones: ellas pueden mantener la proporcin de crueldad indispensable para hacer el bien a los hombres; ellas disfrutan de irresponsabilidad. En suma, que el ejercicio y el triunfo en asuntos pblicos implican la aceptacin del mal y la crueldad. La meditacin de Reyes cuyo sujeto se transparenta es sabia, aunque tiene una relacin muy dbil con el tema general del escrito de que forma parte. El relato sustancial de Cuando cre morir se encuentra en la segunda seccin que repite el ttulo general, y fue escrita aos despus de las reflexiones que la anteceden y siguen, en enero de 1953. sta es, propiamente, una crnica de su enfermedad: infarto o trombosis coronaria; de ios cuatro avisos o ataques que sufri, el 4 de marzo de 1944, en febrero y en junio de 1947, y el 3 de agosto de 1951. Con su gusto por la precisin, don Alfonso relata los sntomas y las consecuencias de cada uno, y en el ltimo, en que debi ser internado en el Instituto Nacional de Cardiologa, y puesto que lo sorprendi trabajando en el Polifemo de Gngora, refiere las deliciosas visio-

nes gongorinas que tuvo durante su duermevela, en que todo era pluma, miel, cristal, oro, nieve, mrmol, armonas en blanco y rojo. En la graciosa fantasa que escribi sobre estos das, cuenta que se vio transportado al cielo y que, antes que San Pedro lo anotara ensu registro de entrada, un arcngel le dijo: Creo que este pobre

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seor tena una obra a medio escribir, lo que determin que San Pedro le prorrogara su permiso de turismo en la tierra. Por ello, dice Reyes, yo siempre tengo un libro a medio escribir y procuro no darle trmino sin haber antes comenzado el siguiente. Recojo de este singular documento que es Cuando cre morir una observacin que, antes o despus de que la escribiera, escuch de labios de don Alfonso y que entonces me llen de con{usin: Comprend que nuestro mayor y autntico placer fsico no est en el amor, sino en la respiracin. Aunque tuvo que ser ms cuidadoso para evitar fatigas fsicas, el hecho es que su actividad intelectual, despus de su salida del hospital, fue enorme, como lo registra en estas pginas. Cuenta Reyes que una de sus alegras, an convaleciente, fue la de recibir el precioso homenaje que Fernando Bentez y Miguel Prieto le organizaron, en el nmero 140, deI 7 de octubre de 1951, del suplemento Mxico en la Cultura, de Novedades, totalmente dedicado a Alfonso Reyes, con textos y fotos suyas, dibujos de Elvira Gascn y estudios de varios escritores. Una joya por su diseo tipogrfico y el gusto y calidad de sus textos. A pesar de que durante sus ltimos meses don Alfonso padeci por su enfermedad y requera el oxgeno que cuando se le hizo la grabacin de sus discos para inaugurar la serie de Voz Viva, de la UNAM, tena que inhalar tras de cada prrafo, sobrevivi quince ai~osal primer ataque de 1944, y ocho al ltimo y ms grave de 1951. Nunca fue un enfermo ni atemorizado ni aprensivo, y sus ltimos aos fueron de los ms fructferos de su carrera intelectual.

Histria documental de mis libros: 1 955-1959Desde 1926, cuando Alfonso Reyes se encontraba aproximadamente a la mitad de su vida y a la tercera parte de su obra, aunque sta era ya considerable y compleja, escribi la Carta a dos amigos, Enrique Dez-Canedo, en Madrid, y Genaro Estrada, en Mxico (Re-

loj de sol, Madrid, 1926; OC, IV), confindoles el cuidado de suobra de don Alfonso y dndoles indicaciones respecto a la organizacin y grado de atencin que deberan recibir sus papeles. Ambos albaceas literarios moriran, Estrada en 1937 y Dez-Canedo en 1944. Sintiendo ya cercanas sus propias postrimeras, Reyes inici en 1955 la publicacin sistemtica de sus escritos en sus Obras completas, y el mismo ao dio principio a la Historia documental de mis libros, otra manera de relatar su vida, que estuvo siempre hecha de libros y consagrada a ellos. Su existencia no le bast para terminar esta nueva tarea. En e~ nmero de enero-febrero de 1955, de la revista Universidad de Mxico, que diriga Jaime Garca Terrs, comenz a publicar, muy bien ilustrada con fotos de los personajes y acontecimientos, la Historia

documenta2. Continu la publicacin durante 1955, 1956 y hasta 14

septiembre de 1957 en la misma revista; en septiembre de 1959, la serie se reanud en La Gaceta del Fondo de Cultura Econmica, y se interrumpi en diciembre de este ltimo ao por la muerte de don Alfonso. Adems, poco despus de publicado el primer captulo, Reyes dio a la revista Armas y Letras (abril de 1955), de la Universidad de Nuevo Len, en Monterrey, su tierra natal, una nueva versin ampliada de dicho captulo de sus memorias literarias, que sustituye al de Universidad de Mxico. En resumen, don Alfonso public 18 inserciones, con XIII captulos en Universidad de Mxico; 4 captulos en La Gaceta, del XIV al XVII, final, ms la versin ampliada del captulo primero. Todo un libro de gran inters que

ahora se rene por primera vez. A pesar de su extensin, los diecisiete captulos de la Historia documental de mis libros slo cubren desde los inicios literarios desu autor y el primer libro de su mocedad, revelador de su talento, Cuestiones estticas, de 1911, hasta el ao de 1925. Es decir, los aos atenestas de Mxico y la fecunda dcada madrilefia, de 1914 a 1924. Falta, pues, al menos, otro tanto: la etapa sudamericana y la gran

cosecha de sus ltimos veinte aos en Mxico. Lo que tenemos de la Historia documental es esplndido, salvo algunas enumeraciones montonas. Reyes se ve a s mismo y a sus obras a la vez desde dentro, con amor, y con cierta perspectiva, comosi se tratara de hechos externos. Se da, pues, importancia o, como si

fuera un investigador que estudia una obra ajena, le da importancia a cada minucia de la elaboracin de sus libros, a sus fechas, alos estmulos de la composicin, a los pormenores de la edicin y a ios comentarios que recibieron. Y, adems, nos cuenta la vida que alimentaba sus escritos. En los

primeros aos madrileos, despus de que sale de Pars en guerra, con mujer e hijo y desposedo de su modesto puesto diplomtico, de 1914 a 1919, aprende a ganarse la vida con la pluma, como el abuelo Ruiz de Alarcn. Francisco A. de Icaza, que conoca bien aquel ambiente, no disimul su inquietud: Posible es le dijo que usted logre sostenerse aqu con la pluma, pero es como ganarse la vida levantando sillas con los dientes. Pero lo logr, haciendo al principio trabajos venales, como traducciones a destajo y una monografa sobre el azcar, periodismo literario en diarios y revistas, y empeando sus pequeas joyas para salir de apuros. Y lo que es ms notable, escribiendo, en estos aos duros, algunas de sus ms hermosas obras de creacin, Visin de Anhuac, El suicida y Cartones de Madrid, todas de 1917; y lo que es heroico, consagrndose,entre fros y hambres, a las investigaciones histricas y filolgicas, bajo la direccin de Ram6n Menndez Pidal, pues de estos aos son

sus trabajos sobre Fray Servando, Quevedo, el Arcipreste de Hita, Ruiz de Alarc6n, Gracin, el Poema del Cid y Lope de Vega; su colaboracin con Raymond Foulch&Delbosc en la preparacin de lasobras de Gngora, y sus investigaciones eruditas como las dedicadas

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a un tema de La vida es sueo, de Caldern, y a Mateo Rosas de Oquendo. Las penalidades con que se realiza una obra no cuentan para su valoracin; an as, sorprende el espritu alerta, y la alegra creadora en las obras del Reyes de estos aos. A partir de sus libros madrileos queda forjado su prestigio literario; el mito Alfonso Re. yes haba sido creado. Todo esto, los trabajos y sus circunstancias, los viejos y los nuevos amigos, en unos aos luminosos de las letras espaolas, con las grandes figuras de la generacin del 98 en su madurez y los nuevos escritores que empiezan a surgir; las excursiones en busca de la historia y la leyenda; las celebraciones literarias, como la de ios cinco minutos en honor de Mallarm que promueve Reyes, el ambiente spero y cordial de la vida madri1e~a;ci esfuerzo con que va abrindose camino y las penalidades que va superando; el trabajar al mismo tiempo en tantos frentes y el aprender haciendo; el encontrar reposo para el poema y la prosa artstica; e~ conquisir tando un lugar en una sociedad literaria que ~o desconoca, y el proceso de elaboracin de sus obras, est contado en la Historia documental. Quedan aqu un cmulo de datos para el curioso de la vida espaola en la dcada 1914-1924 y una historia humana e intelectual admirable. Entre tantos pasajes interesantes de esta obra quiero destacar, como a contrapelo, la historia de una frustracin literaria. Al referir los estmulos de que nacieron sus obras, cuenta Reyes (cap. ix) lo que le ocurri con uno de ios poemas de Huellas (OC, X), el llamado Caricia ajena, que dice:Exhalacin clara que anhelas a no perturbar un temblor por iluminar si desvelas, por dormir si enciendes amor. Desde el hombro donde reposas, caricia ajena, cmo puedes

regar todava mercedesen complacencias azarosas?

Tu fidelidad sobrenada en vaga espuma de rubor, y te vuelves, toda entregada,y regalas, desperdiciada, los ojos cargados de amor.

Y ahora, el comentario y la historia que cuenta Reyes:Caricia ajena... es un poema cuya realizacin no pudo alcanzar a la

intencin, a causa de cierta oscuridad que lo desvirta. Yo le cont a Enrique Dez-Canedo que el est~mu1ou ocasin de este poema fue el haber visto, en la plataforma de un tranva madrilefio, a una mujer que acaricia16

ba a su enamorado, y llena de ardor, volva despus el rostro hacia losdems pasajeros, sin darse cuenta de que a todos pareca envolvemos en

la emociSn amorosa que todava traa en los ojos; de modo que todos recibamos la salpicadura de la caricia ajena.Quien tantas veces acert a captar las experiencias ms sutiles, en esta vez ios versos se le rehuyeron, porque la poesa haba quedado en el relato de los hechos.

Parentalia: 1949-1957En las primeras pginas de este libro con el que Reyes inici sus memorias, al referirse a las mezclas de sangres que confluyen en su persona, exclama: Qu dolor constante mi trabajo, si no llego a saber a tiempo que el nico verdadero castigo est en la confusin de las lenguas, y no en la confusin de las sangres! Y explica en seguida que E~arte de la expresin no me apareci6 como un oficio retrico, independiente de la conducta, sino como un medio para realizar plenamente el sentido humano. La unidad anhelada, el talismn que reduce al orden los impulsos contradictorios, me pareci hallarlo en la palabra. Y concluye el elogio de la salvacin y justificacin que es la pala.. bra para el hombre, con una confesin y un deseo: Se entiende lo que ha podido ser para m~el estudio de las letras? Doble redencin del verbo: primero, en la aglutinacin de las sangres; segundo, en el molde de la persona: en el gnero prximo y en la diferencia particular. Y si hemos de salvar algn da el arco de la muerte en forma que alguien quiera evocarnos, Aqu yace digan en mi tumba un hijo menor de la Palabra. Ms adelante, al hablar de la herencia universal de sus sangres

y del arraigo en movimiento que le tocara, dice:El destino que me esperaba ms tarde sera el destino de los viajeros. Mi casa es la tierra. Nunca me sent profundamente extranjero en pueblo alguno, aunque siempre algo nufrago en el mundo. Borges confirmar esta rara condicin universal de don Alfonso en el precioso In memoriam A. R. que escribi a la muerte de; su amigo: Supo bien aquel arte que ninguno Supo del todo, ni Simbad ni Ulises, Que es pasar de un pas a otros pases Y estar ntegramente en cada uno.

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En los retratos que traza de su parentela, es sorprendente el arte de Reyes para transformar una simple alusin por ejemplo, un cierto abuelo de su abuela Josefina Sapin, que sola venir de Manila cargado de maravillas orientales en un lindo cuento, que le permite explicar de alguna manera ciertos rasgos de su cara e inclinaciones de su carcter. Su destreza literaria lo hace convertir en figuras legendarias, en mitos, a los personajes que describe. Sin necesidad de magnificarlos ni de acentuar sus rasgos, y conservndoles su propia condicin, los va conformando con un dibujo literario cuyo arte es invisible y cuyos resultados son el encanto de la lectura de estas pginas. Y de cuando en cuando, la sal de los recuerdos y asociaciones oportunas: el libro de los hermanos Tharaud sobre Persia e Irn, en que se buscan huellas de un to de Rousseau, le sirve para explicarse el gusto del fili~sofopor vestirse a la armenia, y le permite aadir que el mismo Reyes podra vestirse de traficante ocanico, a cuenta del abuelo oriental. O el relato de los viajes que el abuelo Domingo Reyes haca entre La Barca y Guadalajara, de donde vena cargado de curiosos regalos, y traa los dulces y las frutas en unos bacines nuevos de plata o de oro macizos, de esos que tanto admiraban al nio Francis Jammes y que haba llevado a Pau su to el Mexicano.

O

cuando deja caer una preciosa cita: Al corazn le importa acordarse, aun cuando sea con errores de aproximacin, como en Lupercio Leonardo de Argeiisola, la sombra sola del olvido teme.

O cuando, al recordar a una ta abuela, maestra a la que afligan los disparates del habla de la gente, la compara con San Vicentetomaba a su cargo los dolores de la parturienta. O cuando ilustra pasajes de sus escritos con alusiones histricas, tan naturales como si fuesen refranes, pero que son el fruto de su memoria privilegiada y de su sentido de la oportunidad: los demonios andaban sueltos, como antes de que Salom6n los encerrara en el camello, olo haba desatado sus pellejos. O bien: los caballos, como ios gansos del Capitolio, dan la alarma. La extensa rememoracin del abuelo coronel Domingo Reyes (cap. u), tramada en la historia de las luchas civiles de mediados del siglo xix, es convincente de la sobria valenta militar del abuelo, aunque no consiga la fluidez habitual en la pluma del nieto Alfonso. La evocacin de~padre Bernardo Reyes (cap. ni y Ap&ndices), al que Reyes siente como un h&oe de la Antigedad, culminacin

{quien]

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de la Parent,alia, lleva al principio un par de hermosas pginas sobre el olvido y la memoria y un conmovido elogio a la aficin del padrepor la historia y la poesa y a su vocacin romntica de guerrero. Entre las pginas que relatan las correras y hazaas militares de don Bernardo, cuando andaba en la guerrilla contra la intervencin

francesa, hay apuntes interesantes sobre la bravura de los indios me. xicanos y acerca del miedo y el pavor durante las batallas, y es unahermosa pgina pica el relato de la proeza del guerrero en Villa de Unin, al que Reyes dedic tambin un poema con este ttulo. Y en esta extensa etopeya hay tanto pginas airadas, como las que narran la barbarie y las crueldades de Manuel Lozada, el Tigre de lica al que combati Bernardo Reyes, como otras de serena

belleza, como el elogio del rbol. Parentalia est dividida en tres secciones. La inicial, Primeras imgenes, se abre con dos captulos que podran llamarse reflexiones sobre los orgenes, y est dedicada al recuerdo de los abuelos y de la madre; la segunda, Milicias del abuelo, refiere la historia del coronel Domingo Reyes, abuelo paterno; y la ltima, Ensea de Occidente, relata los hechos militares y polticos del padre, que llegar a ser el general Bernardo Reyes. A pesar de su extensin slo alcanza hasta antes de la gubernatura en el estado de Nuevo Len. El amor y la admiracin de Alfonso Reyes por la figura de su padre, que fue creciendo con el tiempo, aqu concluye con este pasaje conmovedor, que nos da el temple y el fervor que alientan estas pginas:Y ciertamente, aquel extraordinario var6n hermoso por ai~adiduraera, adems de sus virtudes pblicas y su valenta y su pureza, un temperamento de alegra solar, una fiesta de la compaa humana, un lujo en el trato, un orgullo de la amistad, una luz perenne y vigilante en la conciencia de

los suyos. Crnica de Monterrey 1. Albores: 1959 El relato de este Segundo libro de recuerdos, que su autor no pudo ver impreso (El Cerro de la Silla, Mxico, 1960, editado por Manuela Mota de Reyes), se inicia con una rememoracin de lo que era la vida de Monterrey en la poca cercana al nacimiento de Alfonso Reyes: ios barrios principales, la organizacin incipiente de la

ciudad, los juegos y diversiones infantiles, la situacin del ya general Bernardo Reyes como jefe de la zona militar, y poco despus gobernador del estado de Nuevo Len. Este cuadro de circunstancias enmarca el nacimiento de Alfonso, el 17 de mayo de 1889 a las nueve de la noche, contado con delicado encanto. La Onomstica y santoral siguiente da ocasin a Reyes para referir el origen de su nombre, el santo que es su patrono, San Ildefonso, del 2 de agosto, y el de su da de nacimiento, San Pascual Bai1~n,y algunas de las con-

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fusiones de la homonimia narradas por extenso en otro lugar, sobre todo las confusiones con el rey de Espaa de sus aos de embajador, Alfonso XIII. La descripcin de las casas de la infancia, la de Bolvar y la de Degollado, est transfigurada por el recuerdo. La amplitud, el orden y la multiplicidad de sus reinos: el cuartel general y la casa domstica, el patio y sus habitaciones, el traspatio, la huerta y los corrales; los tres grados de sus habitantes: los mayores, los nios y los criados, y los rbo1e~y los animales, todo bajo la sombra providente del general Reyes, se convierte en un reino encantado. Todo es magia y prestigio. El retrato de Paula Jaramillo, la primera nodriza del nio Alfonso, convertida por Reyes en Ceres de bronce, es una linda pgina: De ella conservo mi aficin a la piel morena y mi confianza en yo no s qu piedad nutricia y generosa -hasta ignorar el pecado, que me parecemanar de ios senos mismos de la vida. De ella, un sabor de paganismo

trigueio muy lejano a las jactancias olmpicas y que acaso vienen desde la Grecia ms arcaica y terrena, hecho de virtud placentera y seria a la vez, penetrante, consoladora. Los recuerdos de los hermanos Alfonso fue el noveno de los doce hijos de su madre, los que se fueron nios y los que sobrevivieron, estn llenos de chispa. De Len, medio hermano mayor, cuenta que tena una fuerza prodigiosa y muchas novias, y que un da:Encontr a una pelando la pava con otro galn, junto a una de aque. has ventanas de barrotes de hierro... Abri un poco los barrotes, le meti al rival la cabeza, volvi a cerrarlos lo indispensable, y ah lo dej aprisionado y dando gritos. Entre los retratos de los personajes de la casa paterna hay algunos muy vivaces, como el del cocinero francs, Luis; lo mismo que ciertas escenas, como Bautizo en invierno, que cuenta la impresin de una rara nevada en Monterrey, mientras en la casa se celebraba un bautizo. Merecen destacarse tambin las pginas en que describe El equilibrio efmero, los sustentos morales que, para el nio, eran los apoyos de aquel universo: la fortaleza y el sistema de entusiasmos que armaban la mente de su padre, mezcla del Zeus olmpico y del caballero romntico: la devocin por Mxico, y don Porfirio, como el centro y el apoyo del bienestar de aquel mundo del antiguo rgimen. Los retratos de servidores, mozos, caballerangos y gente de variados oficios, de aquellos das de infancia, son pginas amenas por la penetracin psicolgica y el gil dibujo de aquellos personajes singulares del norte, especialmente del hazaoso Ceferino Garca. Otro de ios servidores aqu retratados es Indalecio, el del relato Donde Indalecio aparece y desaparece, de 1932, suprimido de es-

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tas pginas ya que se incluy, como parte del libro Quince presencias (1955), en el tomo XXIII de estas Obras completas. El salto mortal relata una funcin de circo, con su pblico ele. gante y popular, el cual, al anunciarse el salto mortal que hara una nia cirquerita, se opone a que corra peligro y el nmero se suspende. La descripcin de las indumentarias y el cortejo ceremonioso que forma cada familia de respeto, y el brillo multicolor del circo estn muy bien logrados. Lo del salto suspendido, ocurri, precisa Reyes, en un pequeo circo tejano. El circo legendario de la poca fue el Circo Orrin, al cual dedica el siguiente captulo, para recordar la gracia del payaso Ricardo Beil, sus mltiples esplendores y las grandes pantomimas, sobre todo La Acutica, que concluan las funciones. Adems de los libros sobre el tema, de Manuel Man y de Armando de Maria y Campos, que menciona Reyes, puede verse el hermoso libro sobre Ricardo Bel! que escribi su hija Sylvia Beli de Aguilar: Beil, Mxico, 1984. Pginas adicionales Al final del presente volumen se renen algunos fragmentos inditos de Reyes acerca de sus aos estudiantiles, en Monterrey y en la ciudad de Mxico, a os que puso el ttulo de Toga pretexta; y un curioso apunte sobre una Teora del sable, que puede asociarse a las aficiones del general Bernardo Reyes. Jos Luis MARTNEZ Febrero de 1989.

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1ORACIN DEL 9 DE FEBRERO[1930]

1HACE 17 aos muri mi pobre padre. Su presencia real no

es lo que ms echo de menos: a fuerza de vivir lejos de Monterrey, estudiando en Mxico, yo me haba ya acostumbrado a verlo muy poco y a imaginrmelo fcilmente, a lo cual me ayudaba tambin su modo de ser tan definido, y hasta su aspecto fsico tan preciso y bien dibujado su manera de belleza. Por otra parte, como era hombre tan ocupado, pocas veces esperaba yo de l otra cosa que no fuera una carta de saludo casi convencional, concebida en el estilo de su secretara. Y a propsito de esto me acuerdo que la seora de Lancaster Jones doa Lola Mora su amiga de la infancia, quejndose de aquellas respuestas impersonales que redactaba el secretario Ziga, un da le escribi a mi padre una carta que comenzaba con este tratamiento: Mi querido Ziga: Recib tu grata de tal fecha, etctera... Haca varios aos que slo vea yo a mi padre de vacaciones o en cortas temporadas. Bien es cierto que esos pocos das me compensaban de largas ausencias porque era la suya una de esas naturalezas cuya vecindad lo penetra y lo invade y lo sacia todo. Junto a l no se deseaba ms que estar a su lado. Lejos de l, casi bastaba recordar para sentir el calor de su presencia. Y como su espritu estaba en actividad constante, todo el da agitaba las cuestiones ms amenas y ms apasionadoras; y todas sus ideas salan candentes, nuevas y recin forjadas, al rojo vivo de una sensibilidad como no la he vuelto a encontrar en mi ya accidentada experiencia de los hombres. Por cierto que hasta mi curiosidad literaria encontraba pasto en la compaa de mi padre. l viva en Monterrey, ciudad de provincia. Yo viva en Mxico, la capital. l me llevaba ms de cuarenta aos, y se haba formado en el romanticismo tardo de nuestra Amrica. l era soldado y gobernante. Yo iba para literato. Nada de eso obstaba. Mientras en Mxico mis hermanos mayores, universitarios25

criados en una atmsfera intelectual, sentan venir con recelo las novedades de la poesa, yo, de vacaciones, en Monterrey, me encontraba a mi padre leyendo con entusiasmo los Cantos de vida y esperanza, de Rubn Daro, que acababan de aparecer. Con todo, yo me haba hecho ya a la ausencia de mi padre, y hasta haba aprendido a recorrerlo de lejos como se hojea con la mente un libro que se conoce de memoria. Me bastaba saber que en alguna parte de la tierra lata aquel corazn en que mi pobreza moral mejor dicho, mi melancola se respaldaba y se confortaba. Siempre el evocarlo haba sido para m un alivio. A la hora de las mayores desesperaciones, en lo ms combatido y arduo de las primeras pasiones, que me han tocado, mi instinto acuda de tiempo en tiempo al recuerdo de mi padre, y aquel recuerdo tena la virtud de vivificarme y consolarme. Despus desde que mi padre muri, me he dado cuenta cabal de esta economa inconsciente de mi alma. En vida de mi padre no s si llegu a percatarme nunca... Pero ahora se me ocurre que s, en cierto modo al menos. Una vez fui, como de costumbre, a pasar mis vacaciones a Monterrey. Llegu de noche. Me acost y dorm. Al despertar a la maana siguiente muchas veces me suceda esto en la adolescencia ya tena en el alma un vago resabio de tristeza, como si me costara un esfuerzo volver a empezar la vida en el nuevo da. Entonces el mecanismo ya montado funcion solo, en busca de mi equilibrio. Antes de que mi razn la sujetara, mi imaginacin ya estaba hablando: Consulate me dijo. Acurdate que, despus de todo, all en Monterrey, te queda algo slido y definitivo: Tu casa, tu familia, tu padre. Casi al mismo tiempo me di cuenta de que en aquel preciso instante yo me encontraba ya pisando mi suelo definitivo, que estaba yo en mi casa, entre los mos, y bajo el techo de mis padres. Y la idea de que ya haba yo dispuesto de todos mis recursos, de que ya haba agotado la ltima apelacin ante el ltimo y ms alto tribunal, me produjo tal desconcierto, tan paradjica emocin de desamparo que tuve que contenerme para no llorar. Este accidente de mi corazn me hizo comprender la ventaja de no abu-

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sar de mi tesoro, y la conveniencia dados los hbitos ya adquiridos por m de tener a mi padre lejos, como un supremo recurso, como esa arma vigilante que el hombre de campo cuelga a su cabecera aunque prefiera no usarla nunca. No s si me pierdo un poco en estos anlisis. Es difcil bajar a la zona ms temblorosa de nuestros pudores y respetos. De repente sobrevino la tremenda sacudida nerviosa, tanto mayor cuanto que la muerte de mi padre, fue un accidente, un choque contra un obstculo fsico, una violenta intromisin de la metralla en la vida y no el trmino previsible y paulatinamente aceptado de un acabamiento biolgico. Esto dio a su muerte no s qu aire de grosera cosmognica, de afrenta material contra las intenciones de la creacin. Mi natural dolor se hizo todava ms horrible por haber sobrevenido aquella muerte en medio de circunstancias singularmente patticas y sangrientas, que no slo interesaban a una familia, sino a todo un pueblo. Su muerte era la culminacin del cuadro de horror que ofreca entonces toda la ciudad. Con la desaparicin de mi padre, muchos, entre amigos y adversarios, sintieron que desapareca una de las pocas voluntades capaces, en aquel instante, de conjurar los destinos. Por las heridas de su cuerpo, parece que empez a desangrarse para muchos aos, toda la patria. Despus me fui rehaciendo como pude, como se rehacen para andar y correr esos pobres perros de la calle a los que un vehculo destroza una pata; como aprenden a trinchar con una sola mano los mancos; como aprenden los monjes a vivir sin el mundo, a comer sin sal los enfermos. Y entonces, de mi mutilacin saqu fuerzas. Mis hbitos de imaginacin vinieron en mi auxilio. Discurr que estaba ausente mi padre situacin ya tan familiar para m y, de lejos, me puse a hojearlo como sola. Ms an: con ms claridad y con ms xito que nunca. Logr traerlo junto a m a modo de atmsfera, de aura. Aprend a preguntarle y a recibir sus respuestas. A consultarle todo. Poco a poco, tmidamente, lo ense a aceptar mis objeciones aquellas que nunca han salido de mis labios pero que algunos de mis amigos han descubierto por el conocimiento

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que tienen de m mismo. Entre mi padre y yo, ciertas diferencias nunca formuladas, pero adivinadas por ambos como una temerosa y tierna inquietud, fueron derivando hacia el acuerdo ms liso y llano. El proceso dur varios aos, y me acompa por viajes y climas extranjeros. Al fin llegamos los dos a una compenetracin suficiente. Yo no me arriesgo a creer que esta compenetracin sea ya perfecta porque s que tanto gozo me matara, y presiento que de esta comunin absoluta slo he de alcanzar el sabor a la hora de mi muerte. Pero el proceso ha llegado ya a tal estacin de madurez, que estando en Pars hace poco ms de dos aos, me atrev a escribir a un amigo estas palabras ms o menos: Los salvajes crean ganar las virtudes de los enemigos que mataban. Con ms razn imagino que ganamos las virtudes de los muertos que sabemos amar. Yo siento que, desde el da de su partida, mi padre ha empezado a entrar en mi alma y a hospedarse en ella a sus anchas. Ahora creo haber logrado ya la absorcin completa y si la palabra no fuera tan odiosa la digestin completa. Y vase aqu por dnde, sin tener en cuenta el camino hecho de las religiones, mi experiencia personal me conduce a la nocin de la supervivencia del alma y aun a la nocin del sufragio de las almas puente nico por donde se puede ir y venir entre los vivos y los muertos, sin ms aduana ni peaje que el adoptar esa actitud del nimo que, para abreviar, llamamos plegaria. Como l siempre vivi en peligros, y como yo poseo el arte de persuadirme (o acaso tambin por plstica, por adaptacin inconsciente) yo, desde muy nio, saba enfrentarme con la idea de perderlo. Pero el golpe contra la realidad brutal de haberlo perdido fue algo tan intenso que puedo asegurar que persiste; no slo porque persistan en m los efectos de esa inmensa herida, sino porque el golpe est aqu ntegro, vivo en algn repliegue de mi alma, y s que lo puedo resucitar y repetir cada vez que quiera. El suceso viaja por el tiempo, parece alejarse y ser pasado, pero hay algn sitio del nimo donde sigue siendo presente. No de otro modo el que, desde cierta estrella, contemplara nuestro mundo con un anteojo poderoso, vera, a estas horas porque el hecho anda todava vivo, revoloteando como fantasma de la28

luz entre las distancias siderales a Hernn Corts y a sus soldados asomndose por primera vez al valle de Anhuac. El desgarramiento me ha destrozado tanto, que yo, que ya era padre para entonces, saqu de mi sufrimiento una enseanza: me he esforzado haciendo violencia a los desbordes naturales de mi ternura, por no educar a mi hijo entre demasiadas caricias para no hacerle, fsicamente mucha falta, el da que yo tenga que faltarle. Autoritario y duro, yo no podra serlo nunca: nada me repugna ms que eso. Pero he procurado ser neutro y algo sordo slo yo s con cunto esfuerzo y as creo haber formado un varn mejor apercibido que yo, mejor dotado que yo para soportar el arrancamiento. Cuando me enfrent con las atroces angustias de aquella muerte, escog con toda certeza, y me confes a m mismo que preferira no serle demasiado indispensable a mi hijo, y hasta no ser muy amado por l puesto que tiene que perderme. Que l me haga falta es condicin irremediable: mi conciencia se ha apoyado en l mil veces, a la hora de vacilar. Pero es mejor que a l mismo yo no le haga falta me dije aunque esto me prive de algunos mimos y dulzuras. Tambin supe y quise cerrar los ojos ante la forma yacente de mi padre, para slo conservar de l la mejor imagen. Tambin supe y quise elegir el camino de mi libertad, descuajando de mi corazn cualquier impulso de rencor o venganza, por legtimo que pareciera, antes de consentir en esclavizarme a la baja vendetta. Lo ignor todo, hu de los que se decan testigos presenciales, e impuse silencio a los que queran pronunciar delante de m el nombre del que hizo fuego. De paso, s que me he cercenado voluntariamente una parte de m mismo; s que he perdido para siempre los resortes de la agresin y de la ambicin. Pero hice como el que, picado de vbora, se corta el dedo de un machetazo. Los que sepan de estos dolores me entendern muy bien. No: no es su presencia real lo que ms me falta, con ser tan clida, tan magntica, tan dulce y tan tierna para m, tan rica en estmulos para mi admiracin y mi fantasa, tan satisfactoria para mi sentido de los estilos humanos, tan halagadora para mi orgullo de hijo, tan provechosa para mi sincero29

afn de aprendiz de hombre y de aprendiz de mexicano (~porquehe conocido tan pocos hombres y entre stos, tan pocos mexicanos!). No lloro por la falta de su compaa terrestre, porque yo me la he sustituido con un sortilegio o si prefers, con un milagro. Lloro por la injusticia con que se anul a s propia aquella noble vida; sufro porque presiento al considerar la historia de mi padre, una oscura equivocacin en la relojera moral de nuestro mundo; me desespera, ante el hecho consumado que es toda tumba, el pensar que el saldo generoso de una existencia rica y plena no basta a compensar y a llenar el vaco de un solo segundo. Mis lgrimas son para la torre de hombre que se vino abajo; para la preciosa arquitectura lograda con la acumulacin y el labrado de materiales exquisitos, a lo largo de muchos siglos de herencia severa y escrupulosa que una sola sacudida del azar pudo deshacer; para el vino de siete cnsules que tanto tiempo concentr sus azcares y sus espritus, y que una mano aventurera lleg de repente a volcar. Y ya que el vino haba de volcarse, sea un sacrificio acepto: sea una libacin eficaz para la tierra que lo ha recibido.

IIDETODAS sus heridas, la nica aparente era la de su mano derecha, que qued siempre algo torpe, y sola doler en el invierno. La izquierda tuvo que aprender de ella a escribir y trinchar y tambin a tirar el arma, con todos los secretos del viejo maestro Ignacio Guardado. Lentamente la derecha pudo recobrar el don de escribir. Hombre que cumplidos los cincuenta aos, era capaz de comenzar el aprendizaje metdico de otra lengua extranjera no iba a detenerse por tan poco. Hojeando en su biblioteca, he encontrado las cuatro sucesivas etapas de su firma: La primera, la preciosa firma llena de turgencias y redondeces, aparece en un tomo de Obras poticas de Espronceda, Pars, Baudry, 1867, y en una Cartilla

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moral militar del Conde de la Cortina, edicin de Durango, Francisco Vera, ao de 1869. La segunda, la encuentro en un ejemplar de las poesas de Heredia, y lleva la fecha de Mazatln, 1876. Aqu el nombre de pila se ha reducido a una inicial y el rasgo es ms nervioso y ligero aunque todava se conserva la misma rbrica del adolescente, enredada en curvas y corazones. La tercera fase la encuentro en cartas privadas dirigidas al poeta Manuel Jos Othn por el ao de 1889. Aunque despus de la herida, todava resulta muy ambiciosa. La cuarta fase es la que conoce la fama, la que consta en todos los documentos oficiales de su gobierno, y es ya la firma del funcionario, escueta, despojada y mecnica.

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IIIPERO hemos entrado en su biblioteca y esto significa que

el caballo ha sido desensillado. En aquella biblioteca donde haba de todo, abundaban los volmenes de poesa y los clsicos literarios. Entre los poetas privaban los romnticos: era la poca mental en que el espritu del hroe se haba formado. El hallazgo de aquella firma juvenil en un ejemplar de Espronceda tiene un sentido singular. Despus de pacificar el Norte y poner coto a los contrabandos de la frontera groseros jefes improvisados por las guerras civiles alternaban all con los aprovechadores que nunca faltan, y se las arreglaban para engordar la hacienda con ilcitos medros vinieron los aos de gobernar en paz. Y como al principio el General se quedara unos meses sin ms trabajo que la montona vida de cuartel, aprovech aquellos ocios nada menos que para reunir de un rasgo los incontables volmenes de la Historia de la Humanidad de Csar Cant. Toda empresa haba de ser titnica para contentarlo y entretenerlo. Aunque fuera titnicamente metdica como lo fue su gobierno mismo. Otros hablarn de esa obra y de lo que hizo de aquella ciudad y de aquel Estado. Aqu el romntico descansa o, mejor dicho, frena sus energas y administra el rayo, conforme a la general consigna de la paz porfiriana. Aquella cascada se repartir en graciosos riachuelos y stos, poco a poco fueron haciendo del erial un32

rico jardn. La popularidad del hroe cunda. Desde la capital llegaban mensajeros celosos. Al fin el dueo de la poltica vino en persona a presenciar el milagro: As se gobierna, fue su dictamen. Y poco despus, el gobernador se encargaba del Ministerio de la Guerra, donde todava tuvo ocasin de llevar a cabo otros milagros: el instaurar un servicio militar voluntario, el arrancar al pueblo a los vicios domingueros para volcarlo, por espontneo entusiasmo, en los campos de maniobras; el preparar una disciplina colectiva que hubiera sido el camino natural de la democracia; el conciliar al ejrcito con las ms altas aspiraciones sociales de aquel tiempo; el sembrar confianza en el pas cuando era la moda el escepticismo; el abrir las puertas a la esperanza de una era mejor. Al calor de este amor se fue templando e1 nuevo espritu. Todos lo saben, y los que lo niegan saben que engaan. Aquel amor llenaba un pueblo como si todo un campo se cubriera con una lujuriosa cosecha de claveles rojos. Otro hubiera aprovechado la ocasin tan propicia. Oh, qu mal astuto, oh qu gran romntico! Le daban la revolucin ya hecha, casi sin sangre, y no la quiso! Abajo, pueblos y ejrcitos a la espera, y todo el pas anhelante, aguardando para obedecerlo, el ms leve flaqueo del hroe. Arriba, en Galeana, en el aire estoico de las cumbres, un hombre solo. Y fue necesario, para arrebatarlo a aquel xtasis, que el ro se saliera de madre y arrastrara media ciudad. Entonces requiri otra vez el caballo y burlando sierras baj a socorrer a los vecinos. Y poco despus sali al destierro. No caban dos centros en un crculo. O tena que acontecer lo que acontece en la clula viva cuando empiezan a formarse los ncleos, poner al pas en el trance de recomenzar su historia? Era mejor cortar amarras. Ya no se columbra la raya indecisa de la tierra. Ya todo se fue.

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IVP0RFIRI0 D~zentreg la situacin a la gente nueva y dijo una de aquellas cosas tan suyas: Ya soltaron la yeguada. A ver ahora quin la encierra! De buenas intenciones est empedrado el infierno. Y cuando, a pesar de la mejor intencin que en Mxico se ha visto, el pas quiso venirse abajo cmo evitar que el gran romntico se juzgara el hombre de los destinos? Durante unas maniobras que presenci en Francia, como senta un picor en el ojo izquierdo, se plant un parche y sigui estudiando las evoluciones de la tropa. Al volver del campo y hasta su muerte lo disimul a todo el mundo haba perdido la mitad de la vista. As regres al pas, cuando el declive natural haba comenzado. Mal repuesto todava de aquella borrachera de popularidad y del sobrehumano esfuerzo con que se la haba sacudido, perturbada ya su visin de la realidad por un cambio tan brusco de nuestra atmsfera que, para los hombres de su poca, equivala a la amputacin del criterio, vino, sin quererlo ni desearlo, a convertirse en la ltima esperanza de los que ya no marchaban a comps con la vida. Ay, nunca segundas partes fueron buenas! Ya no lo queran: lo dejaron solo. Iba camino de la desesperacin, de agravio en agravio. Algo se le haba roto adentro. No quiso colgar el escudo en la atarazana. Cunto mejor no hubiera sido! Dnde se vio al emrito volver a mezclarse entre las legiones? Los aos y los dolores haban hecho ya su labor. Y se encontr envuelto en una maraa de fatalidades, cada vez ms prieta y ms densa. Mil obstculos y los amigotes de ambos bandos impidieron que l y el futuro presidente pudieran arreglarse. Y todo fue de mal en peor. Y volvi a salir del pas. Y al fin lo hallamos cruzando simblicamente el ro Bravo, acompaado de media docena de amigos e internndose por las haciendas del norte donde le haban ofrecido hombres y ayuda y slo encontraba traicin y delaciones. Los das pasaban sin que se cumplieran las promesas. Al acercarse al ro Conchos unos cuantos guardias rurales empezaron a tirotear al escaso cortejo. Unos a diestra y otros

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a siniestra, todos se fueron dispersando. Lo dejaron slo acompaado del gua. Era vspera de Navidad. El campo estaba fro y desolado. Ante todo, picar espuelas y ponerse en seguro para poder meditar un poco. Y por entre abrojos y espinares, desgarrada toda la ropa y lleno de rasguos el cuerpo, el gua lo condujo a un sitio solitario, propicio a las meditaciones. All toda melancola tiene su asiento. No se mira ms vegetacin que aquellos inhospitalarios breales. El jinete ech pie a tierra, junt nimos, y otra vez en su corazn, se encendi la luz del sacrificio. ~Dndeest el cuartel ms cercano? En Linares. Vamos a Linares. Nos matarn. Cuando estemos a vista de la ciudad, podrs escapar y dejarme solo. Es ya de noche, es Nochebuena. El embozado se acerca al cabo de guardia. Quiero hablar con el jefe. Pasa un instante, sale el jefe a la puerta. El embozado se descubre, y he aqu que el jefe casi cae de rodillas. ~Huya, uya, mi general! No ve que mi deber es prenh derlo? ~Erest, mi buen amigo, mi antiguo picador de caballos? Pues no te queda ms recurso que darme tus fuerzas o aceptarme como prisionero. iSeor, somos muy pocos! Entonces voy a levantar la voz para que todos lo oigan: Aqu vengo a entregarme preso, y que me fusilen en el cuartel. Entre los vecinos lo han vestido, tan desgarrado viene! Nadie disimula su piedad, su respeto. Todos han adivinado que con ese hombre se rinde toda una poca del sentir humano. Ofrece su vida otra vez ms. Qu mejor cosa puede hacer el romntico con su vida? Tirarla por la borda, echarla por la ventana! iPelillos a la mar!, dice el romntico. Y arroja a las olas su corazn.35

y Ms tarde, trasladado a Mxico, se consumir en la lenta prisin, donde una pattica incertidumbre lo mantiene largos meses recluso. La mesa de pino, el melanclico quinqu, la frente en la mano, y en torno la confusa rumia de meditaciones y recuerdos, y todo el fragor del Diablo Mundo: es, lnea por lnea, el cuadro de Espronceda aquel Espronceda que fue tan suyo y que l mismo me ense a recitar! En el patio cantan los presos, se estiran al sol y echan baraja. Aquello es como una haga por donde se pudre el organismo militar. Un da de la semana, las soldaderas tienen acceso al patio, donde montan tiendas de lona para esconder su simulacro de amor. Despus que el dueo se sacia, se pone a la puerta de la tienda y cobra la entrada a los dems a tantos centavos. Tortura propiamente diablica presenciar estas vergenzas el mismo que fue como ninguno, organizador de ejrcitos lucidos y dignificador de la clase guerrera a los ojos de la nacin. La melancola, los quebrantos, resucitaron en l cierto paludismo contrado en campaa. Todas las tardes, a la misma hora, llamaba a la puerta el fantasma de la fiebre. Los nervios se iban desgastando. Viva como en una pesadilla intermitente. Cul era el delirio?, cul el juicio? El preso tena consideraciones especiales, y aquel hombre bueno que se vio en el trance de aprisionarlo qu ms hubiera deseado que devolverle su libertad! Dos grandes almas se enfrentaban, y acaso se atraan a travs de no s qu estelares distancias. Una todo fuego y bravura y otra toda sencillez y candor. Cada cual cumpla su triste gravitacin, y quin sabe con qu dolor secreto sentan que se iban alejando. Algn da tendremos revelaciones. Algn da sabremos de ofertas que tal vez llegaron a destiempo. Bajo ciertas condiciones, pues, el preso poda ser visitado. Entre los- amigos y amigas que, en la desgracia, se acercaron a l, abundaban naturalmente los afectos viejos, los que llegan hasta nosotros como rfagas de la vida pasada, envueltos en memorias de la infancia y de los tiempos felices. Tales

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visitas, por confortantes que parezcan, escarban muy adentro en la sensibilidad de un hombre exaltado y, en los entreactos de la fiebre, cuando la clara visin de aquel ambiente abyecto de crcel volva como un mal sabor a la conciencia, aparecan aquellos hombres y aquellas mujeres cargados de recuerdos, llenos de palabras sobresaturadas de sentido, demasiado expresivos para convenir al rgimen de un hombre en crisis. Todo debi haber sido neutro, gris. Y todo era clamoroso y rojo. Y todava para enloquecerlo ms, y por si no bastara la trgica viudez de una hija cuyo marido fue asesinado unos meses antes, llegaron a la prisin las nuevas de las trastadas que andaba haciendo el caudillo Urbina, aquel que muri tragado por el fango. Urbina haba secuestrado al marido de su hija menor, y sta haba tenido que rescatarlo a precio de oro, empeando para toda la vida la tranquilidad econmica de su hogar. Imaginad la clera del Campeador ante las afrentas sufridas por sus hijas. No era todava un anciano, todava no se dejaba rendir, pero ya comenzaba a abrirse paso difcilmente entre las telaraas de la fiebre, la exasperacin, la melancola y el recuerdo. Tambin Pancho Villa estaba, por aquellos meses, preso en la crcel militar de Santiago. Pancho Villa escapara pronto con anuencia de sus guardianes, y por diligencia de aquel abogado Bonales Sandoval a quien ms tarde hizo apualar, partir en pedazos, meterlo en un saco, y enviarlo a lomo de mula a Flix Daz, para castigarlo as de haber pretendido crear una inteligencia entre ambos. El caballero y el cabecilla alguna vez pudieron cruzarse por los corredores de la prisin. Don Quijote y Roque Guinart se contemplaban. El cabecilla lo considerara de lejos, con aquella su peculiar sonrisa y aquel su prpado cado. El caballero se alisara la piocha, al modo de su juventud, y recordara sus campaas contra el Tigre de lica, el otro estratega natural que ha producido nuestro suelo, mezcla tambin de hazaero y facineroso. La visin se borra y viene otra: ahora son las multitudes que aclaman, encendidas por palabras candentes que caen, 37

rodando como globos de fuego, desde las alturas de un balcn, se estremece aquel ser multnime y ofrece millares de manos y millares de pechos. Pero esta visin es embriagadora y engaosa, y pronto desaparece, desairada tentacin que se recoge en el manto para dar lugar a otros recuerdos.

VIAQUEL roer diario fue desarrollando su sensibilidad, fue dejndole los nervios desnudos. Un da me pidi que le recitara unos versos de Navidad. Aquella fue su ltima Navidad y el aniversario de la noche triste de Linares. Al llegar a la frase: Que a golpes de dolor te has hecho malo, me tap la boca con las manos y me grit: ~Cal1ablasfemo! Eso, nunca! Los que no han vivido las palabras no saben lo que las palabras traen adentro! Entonces entend que l haba vivido las palabras, que haba ejercido su poesa con la vida, que era todo l como un poema en movimiento, un poema romntico de que hubiera sido a la vez autor y actor. Nunca vi otro caso de mayor frecuentacin, de mayor penetracin entre la poesa y la vida. Naturalmente, l se tena por hombre de accin, porque aquello de slo dedicarse a soar se le figuraba una forma abominable del egosmo. Hubiera maldecido a Julien Benda y su teora de los clrigos. Pero no vea diferencia entre la imaginacin y el acto: tan plstico era para el sueo. De otro modo no se entiende que l tan respetuoso de los clsicos, arrojara un da su Quevedo, exclamando con aquella su preciosa vehemencia: iMiente! Miente!, porque tropez con el siguiente pasaje en La hora de todos y la fortuna con seso: Quien llam hermanas las letras y las armas poco saba de sus abalorios, pues no hay ms diferentes linajes que hacer y decir. Miente, miente! Y el poeta a caballo entraba por la humanidad repartiendo actos que no eran ms que otros tantos sueos. Y an tienen del sueo y del acto puro,

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el haber sido desinteresados: actos ofrecidos a los dems, actos propiciatorios, actos para el bien de todos, en que se quemaba el combustible de aquella vitalidad desbordada. Dnde hemos hallado el airn de esa barba rubia, los ojos zarcos y el ceo poderoso? Las cejas pobladas de hidalgo viejo, la mirada de certero aguilucho que cobra sus piezas en el aire, la risa de conciencia sin tacha y la carcajada sin miedo. La bota fuerte con el cascabel del acicate, y el repiqueteo del sable en la cadena. Aire entre apolneo y jupiterino, segn que la expresin se derrame por la serenidad de la paz o se anude toda en el temido entrecejo. All, entre los dos ojos; all, donde bot la lanza enemiga; all se encuentran la poesa y la accin en dosis explosivas. Desde all dispara sus flechas una voluntad que tiene sustancia de cancin. Todo eso lo hemos hallado seguramente en la idea: en la Idea del hroe, del Guerrero, del Romntico, del Caballero Andante, del Poeta de Caballera. Porque todo en su aspecto y en sus maneras, pareca la encarnacin de un dechado. Tronaron otra vez los caones. Y resucitado el instinto de la soldadesca, la guardia misma rompi la prisin. Qu hara el Romntico? Qu hara, oh, cielos, pase lo que pase y caiga quien caiga (~yqu mexicano verdadero dejara de entenderlo!) sino saltar sobre el caballo otra vez y ponerse al frente de la aventura, nico sitio del Poeta? Aqu mor yo y volv a nacer, y el que quiera saber quin soy que lo pregunte a los hados de Febrero. Todo lo que salga de m, en bien o en mal, ser imputable a ese amargo da. Cuando la ametralladora acab de vaciar su entraa, entre el montn de hombres y de caballos, a media plaza y frente a la puerta de Palacio, en una maana de domingo, el mayor romntico mexicano haba muerto. Una ancha, generosa sonrisa se le haba quedado viva en el rostro: la ltima yerba que no pis el caballo de Atila ~ la espiga solitaria, oh Heme que se le olvid al segador.Buenos Aires, 9 de febrero de 1930. 20 de agosto de 1930, el da en que haba de cumplir sus ochen..

ta aos.39

DIAS ACIAGOSMxico, 3 de septiembre de 1911.

EscRIBo un signo funesto. Tumulto poltico en la ciudad. Van llegando a casa automviles con los vidrios rotos, gente lesionada. Alguien abre de tiempo en tiempo la puerta de mi cuarto, y me comunica las ltimas noticias alarmantes que da el telfono. Por las escaleras, oigo el temeroso correr de la familia y los criados. Pienso con fatiga en mi madre enferma. y en mi hermana viuda, Amalia, y hago ejercicios de serenidad, esforzndome para que los rasgos de mi pluma sean del todo regulares. Bettina, pensando en Goethe, sola recordar la sentencia de David: Cada hombre debe ser el rey de s mismo. Atmsfera impropicia (~opropicia?) a mis ejercicios espirituales. Y estos das estaba yo tan enamorado de los anlisis minuciosos y lentos! Goethe lleno estoy de su recuerdo estos das, seguro que la observacin amorosa de las particularidades de cada objeto y los matices de cada idea es el principal secreto de su poesa. Horas despus. Me voy habituando a la incomodidad. Hay escndalo me digo. As es el mundo: as est hoy la naturaleza. Cae la lluvia? Se moja uno. Caen tiros? Pues imagino que ste es, por ahora, el escenario natural de la vida. Hace ms de un mes que estamos as. Aun las mujeres de casa tienen rifle a la cabecera. El mo est ah, junto a mis libros. Y stos claro est junto a mi cama. Los libros ahuyentan la visita de toda esa gente estorbosa. Hasta aqu slo llegan los que deben llegar. Tengo tres ventanas: dos al jardn, y otra a la calzada del coche. Frente a sta, una pared de ladrillos, vestida de verdura. Sobre la pared, apenas asoman la cabeza algunas ca40

sas, y unos rboles caprichosos que, por la maana, al abrir los ojos como la ventana da al sur, me parecen, sobre la luz verde del cielo, masas de humo suspendidas en el licor de la madrugada. Mis otras dos ventanas, las del jardn, casi no tienen horizonte o fondo lejano, pero s un grato primer trmino: dan vista al jardn, espeso de rboles, con el claro parpadeo del estanque; la cochera al fondo, las caballerizas y el garage. Tambin puedo ver la caseta interior de la servidumbre, ahora ocupada por rancheros y rifleros del norte, gente leal que ha querido a toda costa custodiar de cerca a mi padre. En el jardn hay unos gansos, que suelen disparar su gritera salvaje entre la noche, y casi siempre al amanecer. Yo hablo con ellos, chascando la lengua de cierto modo. Me responden, y se acercan renqueando. Llegan hasta debajo de mi ventana, rechinando a su modo y arrastrando el vientre sobre las alfombras de violetas. Son lerdos, cierto; pero, como dice Rodin, ils ont la ligne. Dos enredaderas logran trepar hasta mis ventanas, y casi entran a visitarme (oh, Clara dEllbeuse!): una madreselva s, Gustavo Adolfo, una madreselva tupida y floreciente; y la otra, una enredadera de hojas anchas frescas, Con ellas llega hasta m un mensaje directo de la tierra negra de abajo: les ayudo a entrar, las estimulo; deshago sus ovillos vegetales, y oriento sus hilos hacia adentro. Me figuro que echo la escala, y mis enamoradas, las dos trepadoras, suben a mis ventanas. Mi interior. Mi gran estante de libros y la escalerilla de mano; mis dos mesas de oloroso cedro; mis viejas y cmodas butacas. Pero s que mi estancia ha de ser transitoria, y la casa misma me es ajena.* Horas despus. El piso bajo (puertas abiertas, sesin permanente, desfile de la poltica, pelea, tumulto, Caballeros de la Orden de la ltima Gota de Sangre, como yo les llamo) ha triunfado al fin sobre el piso alto, donde se refugia la fami* Era la casa nmero 44 en la calle de las Estaciones. De entonces data mi poema Cena primera de la familia dispersa (Huellas, Mxico, 1923, pp. 136-139), muy corregido ya despus de su primera aparicin, como sucede con casi todas mis poesas. (Obra potica, 1952, pp. 38-42.)

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ha. Mis hermanas han bajado. La excitacin ha ganado al fin toda la casa. Todos van llegando, y cada uno cuenta una historia, pero mi padre todava no regresa. Dicen que la multitud ha sitiado la casa de los manifestantes. En vano he intentado hablarle por telfono. Logro comunicarme con el presidente De la Barra, y le hago saber lo que me dicen: que al fin los manifestantes han roto el sitio, y se dirigen, en busca de seguridades y garantas, al Castillo de Chapultepec. Se lo aviso para que disponga las medidas de proteccin. Aunque parezca usado, me tocaba hacerlo: soy el mayor de los varones que han quedado en casa. Gran movimiento en las habitaciones y en el jardn. En la azotea de enfrente hay hombres armados. Grupos de polica en las esquinas. Yo tengo un puesto fijo, un refugio en el desvn, desde donde puedo ver sin ser visto y, si llega el caso, hacer fuego. Tengo cierta experiencia. Esto se ha vuelto una verdadera fortaleza, y no quiero ni que vengan los amigos a saludarme, por el temor de que se queden encerrados en casa. Cada semana, cada domingo, se repiten estas inquietudes, si bien la de hoy es ms acentuada. Mi padre ha llegado al fin. Como est ileso, ya no oigo nada; no quiero saber nada. Tambin he alzado otra fortaleza en mi alma: una fortaleza contra el rencor. Me lo han devuelto. Lo dems, no me importa. Vuelvo a mi habitacin. Todo tiene aqu una luz distinta. Cierro mi puerta; y eso y lo otro y aquello se quedan fuera sin remedio. Todava despus. Tregua de dos o tres horas en que pueden salir de casa. Es de noche Hay mucha gente y mucho ruido. Me he acostumbrado a no hacer caso de alarmas. Cuando me dicen que tenga mi arma preparada, me parece que estoy jugando a la guerra. Abajo, todo es contradicciones. Uno asegura que vienen dos mil hombres. Otro, que doscientos. Pierdo la paciencia y el tiempo, y engao mi amargura encerrndome a escribir a escribir por escribir; como cosa boba, deca Santa Teresa.42

Son cerca de las diez de la noche, y dos horas y media que nos estn diciendo: ~Que llegan! Un rato de conversacin con mi madre: buena falta le hace que la distraigan.7 de septiembre.

Entre este peligro, esta presin de sobresaltos, entre estos imperiosos deberes de guardar la casa a mano armada una carta convidndome a ir a Italia! Un sabio, un hispanista de Italia, Farinelli, me escribe desde Hungra, donde ha recibido mi primer libro, Cuestiones estticas. Poco despus, Boutroux, el filsofo, me escribira desde Pars, preguntndome si alguna vez nos veramos para discutir juntos sobre los temas de mi libro. Si supieran, si supieran los europeos! Mi emocin es muda. Espero, para contestar, a que pasen los das fatales: el 15 y el 16 de septiembre. Si salgo con vida, les contestar en qu momentos me han llegado sus cartas. Y si entraran a saco en casa? Veo mis libros y mis papeles dispersos. Y esta jaqueca constante, igual! Y el sueo agitado! Y el ruido de anoche, en las caballerizas, que pareca que estaban alzando una pirmide! Ay, viajes a Italia, a Francia! Compaa de sabios europeos! Apago la luz. Sea lo que ha de ser. Est el rifle junto a la cama? Sin el seguro. Noche del 15 de septiembre. Estbamos amenazados de muerte. As se paga el pecado de hacerse amar un da por el pueblo. Hice inventario y memoria de asuntos pendientes, manifestacin de ltimas voluntades. Qu aguda alegra considerar con desinters las cosas, eliminando todo apetito personal, prescindiendo completamente del yo! Qu viento fuerte y nutritivo de aerostacin mstica! Mi alegra, mi extraa alegra, sin duda irradiaba de m. Porque mi esposa, leyendo sobre mi hombro lo que43

yo redactaba, tambin tena un vago contento. Gustosa cosa llegar a los saldos de las cuentas. La vecindad de la muerte tiene sus encantos, su bienestar. Cerca de las ocho de la noche. Abajo, los amigos, armados. Se espera eso para despus del grito, despus de medianoche. Estoy alegre. Y tal vez no creo en el peligro. Todas las mujeres de la familia dejan la casa por la tarde: es la orden general de la plaza. Slo quedamos aqu los hombres. A mi madre le he confiado mis manuscritos.16 de septiembre.

Anoche dorm mi mejor sueo. No pas nada. Noche del mismo da. Pasamos eh da acuartelados. Sin novedad en la plaza. Leyendo, y conversando con mi hermano menor, Alejandro, que tiene la virtud de llevarme el genio. Llueve. Echo ya de menos mis papeles. Hay mucha gente en casa, pero todos parecen, hoy, tranquilos. Dicen que se abrieron las Cmaras sin escndalo. Sal a saludar a mi madre. Tena una alegra ~cmolo dir? de persona avezada: mujer de guerrero al fin. Recog mis papeles, y pas al cuaderno estos apuntes, acaso intiles.

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1912-1914DESPUS de leer has pginas anteriores se comprender fcil-

mente mi estado de nimo por aquellos das. Hay cosas que no me gusta explicar. Harto hago con levantar un poco el velo. Ya se sabe lo dems. Pas el tiempo. Eso cada vez se puso peor. Naci mi hijo. Lleg la Navidad de 1912, la rendicin de Linares. El pobre oficial de guardia no daba crdito a sus ojos. Haba sido picador de mi casa, amansador de nuestros caballos en Monterrey! Llorando y casi de rodillas, le peda a su prisionero voluntario que no se le entregara a l, que se fuera a otra parte. Lo dems no puedo contarlo, aunque queda en el recuerdo de todos. Cuando vi caer a aquel Atlas, cre que se derrumbara el mundo. Hay, desde entonces, una ruina en mi corazn. Poda soportar tanta sangre y tantos errores? Mi dolor fue tan despiadado que ni siquiera quiso ofuscarme. Mi hermano acept en mala hora un sitio en el Gobierno, y no pudo emanciparse a tiempo como tanto se lo ped. Tambin, en compaa de Pedro Henrquez Urea, me atrev a pedirle a Enrique Gonzlez Martnez, y tambin en vano, que dejara la subsecretara de la Instruccin Pblica (como se llamaba todava entonces). Yo renunci a la secretara de Altos Estudios. Huerta me convid para ser su secretario particular. Le dije que no era se mi destino. Mi actitud me haca indeseable. Me lo manifest as en Popotla. Adonde me haba citado a las 6 de la maana y donde todo poda pasar. Yo me present lleno de recelo y en vez de aquel Huerta campechano y hasta pegajoso (a quien yo me negaba ya a recibir meses antes en el despacho de mi hermano, porque me quitaba el tiempo y me impacientaba con sus frases nunca acabadas), me encontr a un seor solemne, distante y autoritario.

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As no podemos continuar me dijo la actitud que usted ha asumido. Me apresur a presentar mi tesis para recibir el ttulo de abogado, me dej nombrar secretario de la Legacin en Pars, y al fin consent en salir de Mxico, el 10 de agosto de 1913, a las siete de la maana, por el Ferrocarril Mexicano. Adems de mi mujer y mi hijo, me acompaaron hasta el puerto mi madre y e1 to Nacho. Bajo los puentes haba piquetes de tropa, precaucin contra dinamiteros. Por la noche, la calurosa Veracruz arda en fuego vivo. Pero haba un aire sustancioso y suave de respirar, que al instante me cur la tos de las mesetas. Sonriendo, recordaba yo las tnicas carcajadas de Antonio Caso, que acababan siempre en un acceso de tos. Os echaba de menos, amigos mos. Noche de calor. Mi hijo, desnudo, se revuelve, desesperado, en la cama. Descubro que tiene sed, y la criatura bebe sin parar, un buen rato. Al da siguiente, me di el gustazo de desayunar en los portarles de Diligencias. Arroyo, el piloto, es mi viejo amigo. Nos ha olido, y viene a proponerme un paseo en su barca. Vamos a ha isla de Sacrificios. Vegetacin chaparra; formacin arenosa; calzadas entre rboles de corteza plateada y ramas en forma de parasol. Por el suelo, las hormiguitas arrastran cadveres de cangrejos. No hay tiempo de ver el Lazareto ni el Faro. Guarda el Lazareto un Felipe Lera, hombre de chupados pmulos, color de nicotina en ua de fumador y zapatos rotos. Es hermano, me dice, de don Carlos Amrico Lera, el diplomtico autor de la obra Nacionales por naturalizacin. Est poco infor-

mado de la vida de ste. Casi no nos deja el calor. Por la tarde nos instalamos en el Espagne, que ha atracado lentamente. Rue de la Havane, Cabina nm. 439-441443. Dormimos a bordo, para hacernos a la nueva casa. Al da siguiente el 12 de agosto de 1913 se hace a la mar el trasatlntico. El mar se enturbia de tierra un instante. En un vaporcito, salen a despedirnos hasta la boca del puerto mi madre, el to Nacho, el licenciado Serralde, el padre de Carlos Lozano, y Rmulo Lozano, y Rmulo Timperi, mi

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maestro de armas, cuyo hijo viene a bordo. Mar adentro, unos acorazados norteamericanos ensayan sus caones sobre una barquita lejana, alarde propio de las fuerzas de ocupacin. Recuerdo, entre los pasajeros, a Jos R. Aspe y su fami-

lia; la viuda de Julio Limantour con los suyos; el hispanomexicano Noriega, y su hermana, tipo Rubens; algunos lagartijos indefinibles (as se llamaban todava los fifs), en zapatillas de baile, que ellos creen calzado de barco; Carlos Lozano, que consinti en tocar el piano a bordo casi todas las noches; Madame Varcass, esposa de un hngaro, hacendados de Morelos, y su hija adoptiva, la pequea Magda, a quienes acompaaba siempre el ingeniero Salvador Etcheagaray; el alsaciano Henry Schmoll, comerciante en joyas, que

trae un diario de la decena trgica y anda muy mareado.Yo lo obligo a pasear por el puente, y la gente dice: All

va Alfonso con su pelele. Dos curas a bordo; don Genaro Garca, zacatecano, ex-gobernador de la era porfiriana, moribundo ya de viejo, flaco y rico; Nagore, su mdico, el hermano del juez que ampar a Flix Daz cuando el alzamiento de Veracruz; Fernando Galvn, todo el da zumbandode solicitud y conversacin; el licenciado Riba Cervantes, que va a Londres a lo del petrleo; Atilio Timperi, hijo de mi maestro Rmulo, que va a Italia solo es un nio de 10 o 12 aos como he dicho; Rmulo Laralde y su familia: recuerdos de mi infancia de Monterrey; su linda hija Estela. El da 13, en lo ms alto del vapor, descubro a un hijo de Chucho Contreras, el escultor de los modernistas. Va a los Estados Unidos, va Cuba, a continuar sus estudios. Qu habr sido de l? Atilio Timperi se acuerda a veces de que es un nio, y se encierra a llorar en su camarote. Ah lo encuentra Merignac, el campen de florete a cuya guardia viene confiado. Y el nio sale otra vez a los puentes, con los ojos enrojecidos, y distribuye bombones de chocolate entre las seoras. Cuando yo conoc a este nio, en la Sala Timperi, lo llevaban todava en brazos. Era una bolita de carne con ojos vivsimos,47

que daba unos mordiscos tremendos. Yo me entretena provocndolo, hasta que el maestro Timperi me llamaba, otra

vez, al plastrn.Brisa suave y pegajosa. La gente dice:

Ah viene Alfonso con su pelele.Soy yo, que llevo del brazo al alsaciano Schmoll, mi punti-

lloso alsaciano Me he propuesto curarle el mareo, y lo consigo, despus de pasearlo por todo el vapor, a grandes pasos, durante dos das. Visitamos la 2~ la 3~ y clases. Oh, Amrica de mis abuelos! Hay todava criollos con loros! Bajamos a las entraas del buque: mquinas que escurren aceite negro, marinos peludos, desnudos, sudorosos, dormidos. Damos con la carnicera y vemos destazar los bueyes. Las cosas infunden pavor, vistas por dentro. Se pierde la confianza en el equilibrio del barco, a fuerza de ver jadear sus mquinas. La conciencia es, ante todo, pnico. El da 14 llegamos a La Habana, donde el vapor tomaba carbn, y bajamos a saludar a los amigos. No encontr a nadie. Max Henrquez Urea en Santiago. El cnsul Esteva tuvo la bondad de indicarme la casa del ministro Godoy en el Vedado, y ste y su familia nos recibieron con exquisita cortesa en un jardn lleno de brisa. Quin puede olvidar los refrescos de La Habana? Y el Malecn, en puesta de sol? Oh paraso de color y calor, una vez sentido y siempre evocado! Andamos bajo el fuego de Dios, como beduinos, con la cra a cuestas. Carlos Lozano se volva loco, con esos enredos del cambio de monedas. Yo comprendo me deca que me sale a flor lo Zacatecas. Al otro da, muy de maana, vino al barco a saludarme el poeta Chocano. Poco despus, entramos en aquel mar saltn y transparen. te, ansioso de dejar ver su fondo, con coquetera rayana en impudor. Ms tarde, el Atlntico de acero, el mar slido, gris e igual. Ondas fras de Terranova, y vuelta al calor. En la cena del capitn, bombones con versitos de sorpresa. No podan ser ms oportunos los que nos tocaron a cierta

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vecina y a m. Ella, mujer a quien ya abandonaban la juventud y el marido, y presa del abogado que se ocupaba en desenredar o enredar su caso, ley su papelito, y deca:Amiti, viens non secours puisquil nest plus temps de anwar. La vie scoule, ji fait tard, et it coate cher lavocat bavard.

a

Y a m, que ando desorientado desde que, al pisar el bar-

co, me sent extranjero y desposedo de los privilegios familiares que he gozado gratuitamente en mi tierra y me tocesto:Tu nes pas riche et cest folie de vouloir quon te glorifie.

El domingo 24 arribamos a La Corua, llena de luces de

color; y al da siguiente, Santander nos salud con fiesta de gaviotas. Los prcticos espaoles eran hombres giles y flacos, que de un salto escalaban el barco. Al llegar al turbio St. Nazaire, el prctico result ser un seor sedentario y gor-

do, que por poco naufraga con su lanchita al acercarse alEspagne. Esa misma tarde llegamos a Pars. Fuimos a dar a un

pobre hotel, en la Rue de Trvise; adonde me mand Modesto Puigdevall, porque all trabajaba Miguel, su hermano (Modesto, el que lleg a ser dueo del restaurante Silvain, en Mxico, y que haba sido criado de mi padre en Pars). Ca, abierta la cabeza en pedazos, al recibir el golpe demasa de Pars.* Queda constancia de mis primeras impresiones en algunas pginas de El Cazador (por ejemplo: Los ngeles de Pars, Pars cubista, etctera).

* En Pars permanec desde agosto de 1913 hasta octubre del siguiente ao de 1914. Entonces me traslad a San Sebastin, y de all a Madrid. El viaje de Pars a Espaa, en Rumbo al sur, Las vsperas de Esptia, Buenos Aires, 1937, pp. 123 a 126. Las siguientes notas completan aquellas pginas.

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2 de octubre de 1914.

Para reunirnos con Jess Acevedo, ngel Zrraga y yo paramos en Carreteras nm. 45, posada de la Concha, Concha Cabra en recuerdo del Dmine Cabra de Quevedo, segn es la apariencia. Nos dan una alcoba interior. La exterior que comunica con ella la ocupa el estudiante quebrantahuesos, as llamado porque cena pajaritos fritos y deja los huesos sobre la chimenea. Comienza el ao escolar, y el quebrantahuesos deja cada da otro libro de texto sobre su mesa. Una maana aparece junto a la mesa un loro en su estaca. Acevedo me esperaba, en toda la profundidad del vocablo. Haba suspendido, entretanto, sus emociones. Zrraga se va reintegrando en la vida del caf madrileo, esa vida ateniense. A todos les cuenta cmo va a encerrarse en Toledo entre cuatro paredes encaladas, a moler l mismo sus colores y a pintar. Yo he venido, como Ruiz de Alarcn, a pretender en Corte, a ver si me gano la vida. Mientras me oriento, dej en San Sebastin a mi mujer, mi nio y mi criada bretona. Acevedo se va una maana a Aranjuez. ngel, una tarde, se va a Toledo. Eduardo Coln, que est en la Legacin Mexicana, me lleva esa noche a los barrios bajos, cosa terrible en su mortecina quietud, sus calles de piedra, sus faroles de gas. A medianoche, Teatro Madrileo: pblico de caras fruncidas en cicatriz, que ruge, soez. Hampa que injuria a las cupletistas. La injuria de la calle de Atocha, como el piropo de la calle de Alcal, son amor represo, imaginacin turbada. Por una peseta, salen hasta doce mujeres, una tras otra, o dos a un tiempo en una danza de empellones y obscenidad cruda. Cantan mal, bailan regular. Una, admirablemente. Si Donan Gray la descubre aqu, se casa con ella. La bailarina se entrega a la danza y no oye al pblico. Su garganta se martiriza y sus ojos se extravan. Lo dems: camareras escapadas de noche, debutantes pobres, camino del prostbulo. Saben rer cuando el pblico las maltrata. Todo, el gusto de Monsieur de Phocas. Quiroz, el pianista, es vctima del pblico. Una vista cinematogrfica es interrumpida a silbidos. Vuelvo a la posada de Concha Cabra. Es ngel Zrraga

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esa sombra inconsistente de la otra cama? No puede ser! Terror del cuento de Stevenson: ser un cadver? Enciendo la luz. Es un viejo esculido y tosijoso, hermano de Concha. Vivimos en pleno Lzarillo de Tormes. Al da siguiente, me mudo a una posada a San Marcos, 30, 2izquierda: Doa Justa. Doa Justa Cabra? Veremos. An no he comido. Cuarto esencial, diminuto y limpio. Lo he poblado en un minuto con mi melancola y mis recuerdos. Mi familia, en San Sebastin, espera que yo me instale y la llame a mi lado Tardes del Ateneo Compaia de geniecillos indiscretos Amistad naciente de Dez-Canedo, que conoce la literatura mexicana. l me presenta con Acebal, en La Lectura, para cuya coleccin de clsicos preparar un Ruiz de Alarcn. El caballeroso Acebal, mientras nos recibe, apura un vaso de leche. A su lado, otra barba francesa (o mejor del Greco): Juan Ramn Jimnez, sonrosado y nervioso, dueo de raras noticias mdicas adquiridas a travs de exquisitos males. Me mira con ojos desconfiados y ariscos.*8 de octubre.

Doa Justa me tiende la cama en persona! Qu estoy leyendo? La Nation Arme, de Von der Goltz, traduccin de H. Monet, lo nico que traje conmigo. Noche de fro. Me echo la gabardina en la cama. Una madre llora por su hijo que se le muere, y grita toda la noche. Maana me mudo.9 de octubre.

Me mudo a la casa inmediata. Posada ms cara, pero de mejor aire. Por la tarde, me visita Ventura Garca Caldern, que est aqu, en la Legacin del Per, y hace tertulia en el Correo con Jos Francs y Diego San Jos. Acompao a Ventura a casa de Toms Costa, hermano del~ Pronto seramos grandes amigos.

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gran Joaqun Costa, que nos recibe con gran prosopopeya y nos muestra la coleccin de obras de su hermano que est publicando. Por la noche, llega Acevedo a Aranjuez.10 de octubre, 1914.

Gracias, primer noche de reposo!Alfonso Reyes, Diario. 1911-1 930, Prlogo de Alicia Reyes, Nota del

doctor Alfonso Reyes Mota, Universidad de Guanajuato, Mxico, 1969, pp. 23.40.

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IIMEMORIA A LA FACULTAD

[1931]

1 yo encuentre mi mdico ideal pondr en sus manos esta memoria. Yo no necesito que mi mdico ideal sea infalible. Aparte de las~ condiciones de general aptitud y aun de simpata yo, sin esto, no ando slo pido de l dos cosas: P que sea, adems de un mdico, un sabio. Es decir limitemos la terrible palabra que el mdico pragmtico, el que cura y prescribe tratamientos, se acompae en l de un estudioso desinteresado, de un lector asiduo que no duerme tranquilo si no ha despojado antes los catlogos de novedades, de un poeta del pensamiento capaz de pasarse un da entero de buen humor cuando ha encontrado una expresin feliz para bautizar un sntoma. Y 2~ que se resigne a trabajar conmigo, a explicarme lo que se propone hacer conmigo y lo que piensa de m, a asociarme a su investigacin. Yo reclamo el privilegio de juez y parte, porque soy capaz de desdoblamiento y s muy bien considerarme objetivamente y con frialdad. Adems estoy seguro de que yo puedo ayudarle a mi mdico; de que orientado por l, puedo proporcionarle datos preciosos. Finalmente, el mdico que no cuente con mi inteligencia est vencido de antemano: el que quiera curarme sin contar con mi comprensin, que renuncie. Lo que no acepte mi mente, difcilmente entrar en mi biologa. Tal es mi modo de ser, y seguramente hay muchos pacientes de mi gnero. Los mdicos debieran pensarlo seriamente, y aceptar nuestra colaboracin con humildad.CUANDO

IIA veces me han tomado por aprensivo. No soy aprensivo: no tengo miedo a la enfermedad, ni ejerzo sobre m mismo esa55

autosugestin consciente que caracteriza al malade imaginaire. Y el hecho de que haya yo sentido nuseas con el embarazo de mi mujer me parece un fenmeno demasiado general y, despus de todo, muy explicable en el animal afectivo que es el hombre. Creo que cierto gnero de representaciones biolgicas, sobre todo si son cosas e