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24 24 24 24 24 Revista Casa de las Américas No. 247 abril-junio/2007 pp. 24-37 HECHOS/IDEAS Las Décadas del Nuevo Mundo de Pedro Mártir, un texto por estudiar A De orbe novo decades (Décadas del Nuevo Mundo), de Pedro Mártir de Anglería (1456 [¿?]-1526) 1 no se ha dedicado la aten- ción que merecen dentro del corpus de los textos sobre el Nuevo Mundo. Basta comparar la abundante bibliografía secundaria sobre Co- lón, Cortés, Fernández de Oviedo o el Inca Garcilaso con las escasas fichas bibliográficas que atañen a Pedro Mártir. Además, la crítica se ha centrado en la vida de este humanista lombardo que se trasladó en 1487 a España. Allí desempeñó varias funciones importantes en la Corte, en- tre las cuales se pueden destacar la de preceptor en el fomento de la cultura humanística entre los cortesanos, una misión diplomática a Egipto y su nombramiento como consejero del Real y Supremo Consejo de RITA DE MAESENEER Saberes y sabores en Pedro Mártir de Anglería. Los contextos culinarios en la «Primera Década Los contextos culinarios en la «Primera Década Los contextos culinarios en la «Primera Década Los contextos culinarios en la «Primera Década Los contextos culinarios en la «Primera Década del Nuevo Mundo»* del Nuevo Mundo»* del Nuevo Mundo»* del Nuevo Mundo»* del Nuevo Mundo»* * Este artículo forma parte de un estudio diacrónico de los contextos culinarios en la narrativa sobre Cuba. Para los inicios de la época colonial me he basado en textos que abordan tanto la isla de Cuba como La Española, aún poco diferenciadas entre ellas. Agradezco a Louise Bénat-Tachot sus ideas y sugerencias formuladas en un seminario magistral sobre Los contextos culinarios en los cronistas (Universidad de Gante, 2 de junio de 2006). Le estoy muy agradecida a Patrick Collard, quien me ayudó en la redacción del inicio de es- tas páginas y en la obtención de algunos artículos. Gracias a Magdalena Perkowska (CUNY) y a Jasper Vervaeke (México) por haberme ayudado a conseguir algunas fuentes. 1 Se discute la fecha de nacimiento de Pedro Mártir, cuyo «apellido» Anglería no tendría que llevar acento (Angleria), ya que proviene de Anghiera (Angera), lugar en Lombardía, según Antonio Alatorre: «Pedro Mártir y el Nuevo Orbe», Rafael Olea Franco, James Valender (eds.), Reflexiones lingüísticas y literarias. II: Literatura, México, El Colegio de México, 1992, p. 67. 02Hechos e Ideas 247.pmd 03/07/2007, 11:58 24

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Las Décadas del Nuevo Mundo de Pedro Mártir,un texto por estudiar

A De orbe novo decades (Décadas del Nuevo Mundo), de PedroMártir de Anglería (1456 [¿?]-1526)1 no se ha dedicado la aten-ción que merecen dentro del corpus de los textos sobre el Nuevo

Mundo. Basta comparar la abundante bibliografía secundaria sobre Co-lón, Cortés, Fernández de Oviedo o el Inca Garcilaso con las escasasfichas bibliográficas que atañen a Pedro Mártir. Además, la crítica se hacentrado en la vida de este humanista lombardo que se trasladó en 1487a España. Allí desempeñó varias funciones importantes en la Corte, en-tre las cuales se pueden destacar la de preceptor en el fomento de lacultura humanística entre los cortesanos, una misión diplomática a Egiptoy su nombramiento como consejero del Real y Supremo Consejo de

RITA DE MAESENEER

Saberes y saboresen Pedro Mártir de Anglería.Los contextos culinarios en la «Primera DécadaLos contextos culinarios en la «Primera DécadaLos contextos culinarios en la «Primera DécadaLos contextos culinarios en la «Primera DécadaLos contextos culinarios en la «Primera Décadadel Nuevo Mundo»*del Nuevo Mundo»*del Nuevo Mundo»*del Nuevo Mundo»*del Nuevo Mundo»*

* Este artículo forma parte de un estudiodiacrónico de los contextos culinarios enla narrativa sobre Cuba. Para los inicios dela época colonial me he basado en textosque abordan tanto la isla de Cuba como LaEspañola, aún poco diferenciadas entreellas. Agradezco a Louise Bénat-Tachotsus ideas y sugerencias formuladas en unseminario magistral sobre Los contextosculinarios en los cronistas (Universidadde Gante, 2 de junio de 2006). Le estoymuy agradecida a Patrick Collard, quienme ayudó en la redacción del inicio de es-tas páginas y en la obtención de algunosartículos. Gracias a Magdalena Perkowska(CUNY) y a Jasper Vervaeke (México)por haberme ayudado a conseguir algunasfuentes.

1 Se discute la fecha de nacimiento de Pedro Mártir, cuyo «apellido» Anglería notendría que llevar acento (Angleria), ya que proviene de Anghiera (Angera), lugar enLombardía, según Antonio Alatorre: «Pedro Mártir y el Nuevo Orbe», Rafael OleaFranco, James Valender (eds.), Reflexiones lingüísticas y literarias. II: Literatura,México, El Colegio de México, 1992, p. 67.

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Indias. A partir de 1493 Pedro Mártir recibe un caudalde informaciones de primera mano sobre tierras nue-vas e indígenas cuyas características irán precisándosea medida que le lleguen más noticias. Aunque PedroMártir nunca pisó tierras americanas, se puede afirmarque las noticias del Nuevo Mundo no se hubieran di-fundido de manera tan presta ni eficaz sin el genio deeste lombardo quien, durante unos treinta años (1493-1526), cubriría, como hoy se dice, los acontecimien-tos. La crítica ya ha identificado innúmeras fuentes delas que bebía Pedro Mártir y que muy a menudo seña-laba de manera explícita en sus textos. Así, es sabidoque Pedro Mártir habló con Cristóbal Colón, con DiegoColón, con el piloto del segundo viaje, Antonio de To-rres, entre otros protagonistas de la época. Luego, ensu función de consejero del Real y Supremo Consejode Indias, pudo tener acceso a muchas fuentes escri-tas de primera mano, aunque ya antes le habían llegadoescritos sobre los territorios descubiertos.

En sus cartas, dirigidas principalmente a autorida-des italianas, Pedro Mártir recogía toda esta informa-ción. Luego incorporaría parte de estas cartas en lasDécadas, no sin retocarlas a veces sustancialmente, yagregaría datos en las ediciones sucesivas. Es una penaque no exista edición crítica.2 Queda por hacerse uncotejo sistemático de las diferencias entre las cartas ydécadas que revelaría sin duda una versión distinta delos hechos. También hay divergencias serias entre lasdiferentes ediciones, tal como lo demostraron en Car-tas de particulares a Colón y Relaciones coetáneas, de1984, Juan Gil y Consuelo Varela para la parte dedica-da a los viajes de Colón en las ediciones de 1511, 1516 y1530. Queda por averiguar, asimismo, la posible influen-cia de ejemplos latinos, tanto en la forma –pienso en lascartas ciceronianas– como en el contenido; por ejem-plo, la relación, aunque tenue, con las Décadas de TitoLivio, a quien se refiere como intertexto en un típicoprocedimiento de captatio benevolentiae por oposición:

«Si no es una década de Tito Livio, la causa es que estetu Mártir no ha recibido el espíritu de Livio, según loentiende Pitágoras».3 Otra pista por explorar a fondoes la relación con otros textos de la época, como el delmédico Diego Álvarez Chanca, mencionado en el sex-to capítulo de la «Década III» (III, 6: 212), y los deVespucio, Colón, Nicola Scillacio, Miguel Cuneo...

El relativo descuido de las Décadas en los estudiossobre los cronistas es tanto más sorprendente cuantoque el interés por este texto en su tiempo era muy gran-de, en especial por las tres primeras décadas, redacta-das entre 1493 y 1516, casi simúltaneas a los sucesos,y publicadas oficialmente en 1516 con prefacio deAntonio de Nebrija. Advierte Torre Revello:

Después de las cartas de Cristóbal Colón y deAmérico Vespucio, difundidas por la imprenta enEuropa, en donde los hombres cultos esperabanansiosos cuantas novedades se daban a las prensasrelativas al Nuevo Mundo, las Décadas de PedroMártir fueron sin duda los escritos que más llama-ron la atención por la variedad de los hechos quedifundían.4

El hecho de que se hicieran traducciones al francésy al inglés no puede sino probar la fascinación queejerció esta obra en Europa.

En la carta introductora al «Príncipe Carlos, ReyCatólico», agregada a la edición de 1516 de las tres

2 Cf. también las observaciones de Juan Fernández Valverde:«Para una edición crítica de las Décadas de Orbe Novo dePedro Mártir de Anglería», Juan Gil, José María Maestre (eds.),Humanismo latino y descubrimiento, Sevilla, Universidad deCádiz-Universidad de Sevilla, 1992, pp. 67-80.

3 Pedro Mártir de Anglería: Décadas del Nuevo Mundo, tr. Joa-quín Torres Asensio (1892), revisada y corregida por JulioMartínez Mesanza, Madrid, Polifemo, 1989, pp. 79-80. Enadelante citaré por esta edición indicando la «Década» con unacifra romana, seguida por el capítulo y la página. Existe otratraducción (a veces superior) de Agustín Millares Carlo, pu-blicada en México en 1964 y prologada por EdmundoO’Gorman. Consulté también la edición bilingüe latín-francésPierre Martyr d’Anghiera: De orbe novo decades I. OceanaDecas. Décades du Nouveau Monde I. La décade océane,edición, traducción y comentarios de Brigitte Gauvin, París,Les Belles Lettres, 2003.

4 José Torre Revello: «Pedro Mártir de Anglería y su obra DeOrbe Novo», Thesaurus, 12, 1957, p. 148.

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primeras décadas, Pedro Mártir se muestra muy cons-ciente de su papel de difusor de las maravillas de América:

La misma providencia parece que me hizo venir aEspaña, [...], para que recogiera con particular dili-gencia estos acontecimientos maravillosos y nuncavistos, que de lo contrario habrían quedado tal vezignorados en las voraces fauces del olvido, por aten-der sólo en general a estos descubrimientos los his-toriadores españoles, muy distinguidos por cierto. [5]

Esta frase plantea una serie de interrogantes: la sal-vación del olvido, ¿es una mera figura retórica típicade la historiografía renacentista, pues en aquel enton-ces se leían (y se escuchaban) con avidez las noticiassobre el Nuevo Mundo cuya producción de textos (tam-bién en español) se dispararía? ¿Mártir expresa ciertaincomodidad en su posición de «extranjero» que seocupa de asuntos «españoles»? Pero, ¿de la mismamanera que podríamos preguntarnos cuán extranjeroera Colón para España, hasta qué punto es considera-do de «fuera» este hombre importante en la corte es-pañola que constantemente se refiere a un nosotrosimperialista y defiende el providencialismo español?5

¿Va inspirada esta frase por el hecho de que dirige laintroducción al príncipe Carlos, él mismo un «extran-jero»? ¿Hasta qué punto se puede tildar de historiador aeste hombre que no sistematiza ni enseña, tal como leincumbiría a un historiador renacentista, sino que másbien cuenta a veces nimiedades al modo «periodísti-co»? ¿A qué historiadores españoles se refiere, si alinicio del descubrimiento son principalmente textosescritos por «italianos» en «italiano» o en latín los quecirculan?6

He formulado estas preguntas como muestra del ca-rácter precario de una lectura de un texto del siglo XVI,ya que a pesar de los estudios realizados, son muchaslas trampas en que podemos caer debido a la falta deconocimiento, de edición crítica e información. Reitero queaún existen muchas interrogantes en este texto, híbridoentre género epistolar, diario y crónica que a vecesedulcora los hechos o incluye rarezas. Por ejemplo, Mártirdice, algo incrédulo, que los compañeros de Vasco deBalboa comieron carne de tigre «no inferior a la de vaca»(III, 2: 176). Y ¿qué pensar de la siguiente cita?:

[Los indígenas del Darién] [n]o gastan mesas niservilletas ni manteles, sino acaso los caciques, queadornan las mesas con algunas vasijas de oro; losdemás matan el hambre tomando con la mano dere-cha el pan de su tierra y en la izquierda una tajada depescado o alguna fruta; carne pocas veces logran,y si tienen que limpiarse los dedos untados con al-guna comida, les sirve de servilleta la planta de lospies o la piel del muslo y, a veces, el escroto. Lomismo cuentan de los isleños de La Española; sinembargo se sumergen frecuentemente en los ríos yse lavan por completo. [III, 3: 180-181]

Todos estos enigmas distan mucho de ser elucidados.

Los contextos culinarios y Pedro Mártir

Si exceptuamos la bibliografía inmensa sobre el caniba-lismo, los estudios sobre la naturaleza y sus productos yalgunas aproximaciones de índole más bien históricasobre productos específicos como el cacao, el azúcar,el maíz y el chocolate,7 no existen muchos análisisamplios que partan de las referencias a lo gastronómi-co en las crónicas. El tema fue obviado a favor deotros enfoques, pero no deja de tener su pertinencia enla construcción del otro. En sus Décadas Pedro Mártir

5 Es cierto que Menéndez Pelayo, no desprovisto de cierta xe-nofobia, lo tilda de «italiano hasta las uñas», en «De los histo-riadores de Colón», Obras completas. Estudios y discursos decrítica histórica y literaria, VII, Madrid, CSIC, 1942, p. 82.

6 Cf. Carmen Bernand y Serge Gruzinski: «Le vol de l’Amériqueou le monopole italien», Histoire du Nouveau Monde. I: De ladécouverte à la Conquête, París, Fayard, 1991, p. 175-180 yAntonello Gerbi: La naturaleza de las Indias Nuevas, Méxi-co, Fondo de Cultura Económica, 1978, pp. 144-145.

7 Cf. Henrique Carneiro: «História da alimentação: bibliografiageral e específica», Nuevo Mundo Mundos Nuevos, 5, 2005,http://nuevomundo.revues.org/document419.html (15 de ju-nio de 2006).

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proporciona bastante información sobre las costumbresy las divergencias culinarias de este «Nuevo Mundo»totalmente desconocido donde había que describirlo todo.Pero el que escribiera a la par de los acontecimientos noes razón suficiente para explicar la presencia del temaculinario. En el primer Diario de Colón, por ejemplo, elcomponente culinario no tiene mucho peso, a excep-ción de la obsesiva búsqueda de agua, fundamental parasobrevivir. En Colón llaman más la atención las cons-tantes remisiones a la navegación, tema poco tratadodebido al desconocimiento,8 y el hambre de oro, el aurisacra fames, que por supuesto se encuentra también enMártir. Hay que recordar que Pedro Mártir fue un testi-go de oídas y no de vista, lo que reitera con muchoénfasis a lo largo de sus Décadas. Muy a sabiendas deque se le puede criticar el que no haya estado in situ,9

Mártir sustituye la corporeidad ausente por un relatoque apela a las sensaciones. Así es como se podríanexplicar los detalles evocados por Pedro Mártir y la in-sistencia en la descripción de las costumbres indígenasque consiste en referencias a rituales, adornos, creencias,utensilios, armas, pintura en el cuerpo... y a lo culinario.Además, el relativo énfasis en asuntos gastronómicosse puede atribuir al hecho de que era una de las pocascosas que podía comprobar desde España. Los produc-tos exóticos llegaron hasta la Península: Pedro Mártirconoció la piña y la yuca, hasta probó la batata (VIII, 3:494). Leamos lo que dice sobre la reina de las frutas,tantas veces exaltada:

Otra fruta, dice el invictísimo rey Fernando que hacomido, traída de aquellas tierras, que tiene muchasescamas, y en la vista, forma y color se asemeja a

las piñas de los pinos; pero en lo blanda al melón, yen el sabor aventaja a toda fruta de huerto; pues noes árbol, sino hierba muy parecida al cardo o alacanto. El mismo Rey le concede la palma. De éstano he comido yo porque de las pocas que trajeron,sólo una se encontró incorrupta, habiéndose podri-do las demás por lo largo de la navegación. Los quelas comieron frescas donde se crían, ponderan ad-mirados lo delicadas que son. [II, 8: 150]

Nos podemos preguntar asimismo si el interés deMártir por asuntos gastronómicos no iba inspirado porpreferencias personales, ya que el humanista era co-nocido por su glotonería, según cuenta su biógrafoMariéjol.10 Otra razón de más peso es que la intenciónde las Décadas consistía en deleitar, de ahí el énfasisen asuntos culinarios, entre otros temas amenos. Lostextos de Pedro Mártir eran lectura de sobremesa, porejemplo, para el papa León X, quien divertía así a susobrina y a los cardenales (III, 9). En comparacióncon otros cronistas, más interesados en perseguir fi-nes de índole personal (títulos y encomiendas en elcaso de Colón, Cortés, Bernal...), científica (describire inventariar el Nuevo Mundo en Oviedo) o ética (de-cir la verdad en Bernal), Pedro Mártir en su afán de«historiador» renacentista trata de describir las gran-des hazañas, pero sin privarse de detalles sabrosos. Enel capítulo X de la primera «Década» confiesa:

Grandes alabanzas merece en estos nuestros tiem-pos España, que tantos millares de antípodas ocultoshasta estos días, ha dado a conocer a nuestra gente;y a los que tienen ingenio les ha suministrado ampliamateria de escribir, a los cuales yo les he abierto elcamino, coleccionando estas cosas sin aliño, comoves, ya porque no sé adornar cosa alguna con máselegantes vestidos, ya también porque nunca tomé lapluma para escribir históricamente, sino para dargusto, con cartas escritas deprisa, a personas cuyosmandatos no podía pasar por alto. [I, 10: 89]

8 Menéndez Pelayo señala su falta de conocimientos náuticosrefiriéndose a las numerosas biografías escritas en la terceraparte del siglo XIX que señalaron este defecto.

9 Fernández de Oviedo formularía este reproche respecto a PedroMártir en varias ocasiones, aunque Oviedo tampoco conocíatodas las regiones y describió lugares a partir de testimoniosindirectos. Cf. al respecto Gerbi: Op. cit. (en n. 6), pp. 284-291y Alberto M. Salas: Tres cronistas de Indias. Pedro Mártir,Oviedo, Las Casas, México, Fondo de Cultura Económica, 1959,pp. 31-32; 95-96.

10 Jean-Appolyte Mariéjol: Pierre Martyr d’Anghiera, sa vie etses œuvres, París, Hachette, 1887, p. 160.

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Si no puede esquivar lo histórico, por ejemplo, en loreferente a Cortés, prefiere ser breve, a diferencia deOviedo o Las Casas. Así leemos en la segunda «Década»:

[...]; y yo de las muchas cosas que cada uno mecontó, pasando por alto las que no son dignas demención, escojo únicamente lo que me parece queha de satisfacer a los amantes de la historia; pues enmedio de tantas y tan grandes cosas hay muchasnecesariamente que juzgo debo pasar por alto parano alargar demasiado el discurso». [II, 7: 138]

Aunque pretende no alargar el discurso, es innega-ble que los detalles retienen su atención. En cierta oca-sión, después de evocar una serie de especias nuevas,se defiende de eventuales críticas en relación con suinclinación hacia las «menudencias» apelando a sabioscomo Plinio:

Con las cosas ilustres [Plinio y los sabios] mezcla-ban otras oscuras, pequeñas con las grandes, me-nudas con las gordas, a fin de que la posteridad, conmotivo de las cosas principales, disfrutara del co-nocimiento de todas, y los que atendían a asuntosparticulares y gustaban de novedades pudieran cono-cer regiones y comarcas particulares, y los productosde las tierras, y las costumbres de los pueblos, y lanaturaleza de las cosas. [III, 9: 232]

En las Décadas se observa por tanto una oscilaciónentre el relato de las grandes hazañas realizadas porparte de los máximos protagonistas y una tendencia aveces desaforada a la digresión que en más de unaocasión atañe a cuestiones culinarias. Roberto GonzálezEchevarría ya había reparado en esta característica:

Pedro Mártir centra su historia en las figuras cimerascomo Colón, Cortés y Moctezuma, guiado por el prin-cipio de que son éstas las que dan la talla histórica delos acontecimientos, y los dotan de un aura de noble-za. Son las dignas de fama. Repite con frecuencia sudesdén por lo trivial y contingente, pero sólo (porsuerte para nosotros) porque es incapaz de resistir

su atractivo, tal vez porque algunos detalles nimiosdan alivio en medio de tantas cuestiones de peso.11

Junto a la labor historiográfica importan, por tanto, laestética y el placer, lo que Pedro Mártir expresa desdesu carta introductora mediante un tropo manducatorio:«Dios guarde felizmente a vuestra Majestad, a cuyopaladar, si llego a entender que saben bien las produc-ciones de mi cultivo, le ofreceré con el tiempo mayorabundancia de ellas en canastos llenos». [6]

Veamos pues lo que nos ofrece este texto, una ver-dadera cornucopia, imagen que suele acompañar a laAmérica, la figura femenina que representa al nuevoContinente. Nada más leer el capítulo inicial de la pri-mera «Década», un resumen del primer viaje de Colóncon énfasis en La Española, constatamos que lo culi-nario es tratado de manera bastante extensa, por lomenos en la versión de 1530. Como la primera «Déca-da» atañe a las islas del Caribe, área que me interesa enparticular, me limitaré a comentar los diez capítulosincluidos en la primera «Década», sin perder de vistalas observaciones ulteriores sobre el tema.

El canibalismo, un tema inevitable en loscronistas

Numerosos estudios sobre la antropofagia han señala-do su importancia en la visión sobre el otro desde losprimeros textos. Muy significativamente la primerareferencia en el capítulo inicial de la primera «Década»atañe al canibalismo de habitantes de otras islas porcontraste con La Española y sus indígenas muy pací-ficos y liberales. Demetrio Ramos Pérez ha probadoque este fragmento sobre los «hombres feroces quecomen carne humana» (I, 1: 12) es antedatado. Nopudo ser escrito en 1493, fecha del primer capítulo,sino que serían noticias obtenidas después del segun-do viaje en 1494. Es entonces cuando Mártir fue infor-mado por Antonio de Torres sobre estos hechos que

11 Roberto González Echevarría: «Pedro Mártir de Anglería y elsegundo descubrimiento de América», Crítica práctica/prácti-ca crítica, México, Fondo de Cultura Económica, 2002, p. 64.

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provienen del segundo viaje de Colón, según se puedededucir de una carta escrita por Pedro Mártir.12 Lacolocación estratégica en el capítulo inicial de la pri-mera «Década» de esta información «gastronómica»es, por tanto, muy significativa. Veamos cómo descri-be la comida de los caníbales:

A los niños que cogen [los caníbales], los castrancomo nosotros a los pollos o cerdillos que queremoscriar más gordos y tiernos para comerlos; cuando sehan hecho grandes y gordos, se los comen; pero alos de edad madura, cuando caen en sus manos, losmatan y los parten; los intestinos y las extremidadesde los miembros se las comen frescas, y los miem-bros los guardan para otro tiempo, salados, comonosotros los perniles de cerdo. El comerse las muje-res es entre ellos ilícito y obsceno; pero si cogenalgunas jóvenes las cuidan y conservan para la pro-creación, no de otra manera que nosotros las galli-nas, ovejas, terneras, y demás animales. A las viejaslas tienen por esclavas para que les sirvan. 13 [I, 1: 12]

Pedro Mártir describe de manera muy sistemáticala suerte de los diferentes grupos que caen en manosde los caníbales/caribes equiparados a cazadores: lacastración y la cebadura de los niños y el consumo fres-co o salado de partes de los cuerpos adultos. A las mu-jeres les quedan reservadas otras modalidades de cani-balismo: el sexual, para las mujeres jóvenes destinadasa la procreación, y el económico, para las viejas con-denadas a la esclavitud. Comparemos esta descripcióncon la primera mención de Colón, quien todavía no usael término de caníbales, sino que va en busca de mons-

truos cinocéfalos de acuerdo con la cosmovisión deaquel tiempo: «Entendió también que lexos de allí avíahombres de un ojo y otros con hoçicos de perros quecomían los hombres, y que en tomando uno lo degolla-van y le bevían la sangre y le cortavan su natura».14

Vemos que el Almirante presenta un cuadro más horro-roso, aunque ambos insisten en la bestialidad.

A lo largo de su texto Pedro Mártir, quien dice habervisto a los caníbales en Medina del Campo (I, 2: 20),condenará a estos caribes, pero, reacio a insistir en te-mas catastróficos, no siempre recalca las crueldades.15

En el segundo capítulo de la primera «Década», por ejem-plo, se detiene en describirlos con más detalle de unamanera muy parecida a la del doctor Chanca.16 A pesarde determinados detalles espeluznantes, llama la atención

12 Demetrio Ramos Pérez: Las variaciones en torno al descu-brimiento de América. Pedro Mártir de Anglería y su menta-lidad, Valladolid, Casa Museo de Colón, 1982, pp. 15-18.

13 También Las Casas y Fernando Colón mencionan la castra-ción y el engorde de los presos de los caníbales (Gerbi: Op.cit. [en n. 6], p. 44 n.12). El fragmento ha sido retomado hastapor autores contemporáneos, por ejemplo en Vigilia del Al-mirante, de Augusto Roa Bastos, Madrid, Alfaguara, 1992,p. 311.

14 Cristóbal Colón: Textos y documentos completos, ConsueloVarela (ed.), Madrid, Alianza Editorial, 1989, p. 51.

15 La actitud de Mártir hacia el canibalismo corrobora lo adver-tido por Gerbi: «Su autocensura se extiende a las materiasexcesivamente crueles o corruptoras, y no sólo a las quereputa tediosas», op. cit. (en n. 6), p. 76. También Salascomenta: «Más aún, el humanista rehúye los temas catastró-ficos y sangrientos o pasa muy sutilmente sobre ellos, comosi su pluma sólo se complaciera en los temas dichosos yfelices», op. cit. (en n. 9), p. 23. Si cuenta crueldades, intentamenguar su importancia. Por ejemplo, al relatar la estancia delos españoles en tierras de los indígenas de Curiana, Mártiragrega como en una especie de paréntesis un combate con loscaníbales del que salen vencedores los españoles. Cautivan aun caníbal y liberan al único preso sobreviviente quien relataque vio cómo seis de sus compañeros habían sido comidospor esa «gente nefanda» «sacándoles las entrañas y cortán-doles cruelmente en pedazos». Luego se permite al mismoprisionero maltratar al caníbal cautivado «a palos, puñetazosy patadas» como venganza (I, 8: 72). Discrepo de Gauvinque arguye que las características negativas atribuidas a loscaníbales se extenderían a los taínos, op. cit. (en n. 3), pp.LIII- LV. A mi modo de ver, persiste una gran diferencia, yaque los taínos nunca son presentados como gente que comecarne humana.

16 Cf. las observaciones de Peter Hulme: «Introduction: TheCannibal Scene», Cannibalism and the Colonial World,Francis Barker, Peter Hulme, Margaret Iversen (eds.),Cambridge, Cambridge University Press, 1998, pp. 16-18.

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la insistencia en los elementos de cierta «civilización»en la descripción pormenorizada de los bohíos de loscaníbales, su manera «civilizada» (en el sentido de Lévi-Strauss) de preparar los platos (con carne humana,eso sí) y el uso de huesos humanos para hacer saetas:

Entrados en las casas, echaron de ver que teníanvasijas de barro de toda clase: jarros, orzas, cántarosy otras cosas así, no muy diferentes de las nuestras, yen sus cocinas carnes humanas cocidas con carne depapagayo y de pato, y otras puestas en los asadorespara asarlas. Rebuscando lo interior y los escondri-jos de las casas, se reconoció que guardaba cadauno con sumo cuidado los huesos de las tibias y losbrazos humanos para hacer las puntas de las saetas,pues las fabrican de hueso porque no tienen hierro.Los demás huesos, cuando se han comido la carne, lostiran. Hallaron también la cabeza de un joven reciénmatado colgada de un palo, con la sangre aún hú-meda. [I, 2: 19]

Lestringant advierte una fabulación y asimilación enesta cita:

[...], force est de constater une sorte de rationalisationaberrante par laquelle le légendaire –ces Cannibalesd’abord connus par ouï-dire et dont la faroucheprésence est sortie tout armée de la bouche desTaïnos– se ramène à une familiarité scandaleuse.L’équivalence recherchée entre le «par-delà» lointainet le «par-deçà» proche revient à projeter sur lecannibalisme américain un modèle culinaire européen,qui retrouve de morbides «salaisons» dans les piècesde chair humaine conservées et suspendues auplafond des cabanes, ou qui invente d’inexistantesbroches où les victimes rôtissent au petit feu.17

Cuando Mártir se refiere más adelante a las incur-siones de los caníbales a San Juan (II, 8), pareceyuxtaponer dos interpretaciones del canibalismo, el ca-nibalismo de venganza (visión de los indígenas) y elcanibalismo como barbarie (visión de los españoles):

Preguntados los caribes por qué habían destruido elpueblo y dónde estaban el cacique y su familia, res-pondieron que habían arrasado el pueblo y se ha-bían comido al cacique y a su familia cortados enpedazos, por vengar a sus siete operarios y que guar-dan en haces los huesos de ellos para llevárselos alas mujeres e hijos de los siete operarios, para quesepan que no yacen sin venganza los cuerpos de losmaridos y padres. Y mostraron a los nuestros los hacesde sus huesos. Asombrados los nuestros de tantabarbarie y precisados a disimular, se callaron y nose atrevieron a inculpar o reprender a los caníbales.[II, 8: 146-147; énfasis mío.]

Es como si intuyera algo de la función del canibalis-mo dentro del contexto de la tribu como manera deapropiarse de la fuerza del enemigo, tal como lo hanexplicado también los estudiosos del tema. E incluso,de manera prelascasiana, relatará más adelante accio-nes de los españoles bajo el mando de Vasco Núñez deBalboa, el descubridor del Pacífico, que se asemejan ala barbarie de los caníbales:

Como en los mataderos cortan a pedazos las carnesde buey o de carnero, así los nuestros de un golpequitaban a éste las nalgas, o a aquél el muslo, a otroslos hombros; como animales brutos perecieron seis-cientos de ellos, junto con el cacique. [III, 1: 165]

Podemos concluir por tanto que el canibalismo ocupaun lugar importante en las Décadas al igual que en otras

17 «[...], cabe constatar una suerte de racionalización aberrantepor la cual lo legendario –esos caníbales primero sólo conoci-dos de oídas y cuya feroz presencia provenía enteramente delos taínos– queda reducido a una familiaridad escandalosa. Laequivalencia buscada entre un “allá” lejano y un “acá” cerca-no viene a ser como una proyección sobre el canibalismoamericano de un modelo culinario europeo, que ve en las

piezas de carne humana conservadas y colgadas del tejado delas cabañas, “salazones” mórbidas, o que se inventa unosasadores inexistentes en los que las víctimas son cocidas afuego lento» (Frank Lestringant: Le cannibale: grandeur etdécadence, París, Perrin, 1994, pp. 58-59).

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crónicas. A pesar de que Mártir presenta una imagenno únicamente negativa y cruel, si se lee de maneraatenta, son sobre todo los detalles aterradores de estaCaribbean barbecue, al decir de Hulme,18 los que hansobrevivido en el imaginario europeo.

Comida y transculturación

A la descripción del canibalismo en el primer capítulosigue casi inmediatamente la evocación de los alimentosde los indígenas. Pedro Mártir habla de diferentes tubér-culos: el aje, la yuca y el maíz. En un afán de dominar lodesconocido y de armonizar lo nuevo con lo conocidorecurre a la asimilación (aunque no tan combinada conla diferencia, como en Oviedo más tarde). En esto siguefielmente los pasos de Colón, quien a su vez se basóen las descripciones de los portugueses sobre la co-mida en África, de manera que se instaura toda una redde reescrituras en relación con la comida.19 Compáren-se las dos descripciones del aje, un tubérculo que inclu-ye diferentes especies, del que Mártir especifica másadelante haberlo visto. En Colón leemos:

Toda esta isla [La Española] y la de la Tortuga sontodas labradas como la campiña de Córdova; tienensembrado en ellas ajes, que son unos ramillos queplantan, y al pie d’ellos naçen unas raízes comoçanahorias, que sirven por pan y rallan y amassan yhazen pan d’ellas, y después tornan a plantar el mis-mo ramillo en otra parte y torna a dar cuatro y cin-co de aquellas raízes que son muy sabrosas: propriogusto de castañas.20

Pedro Mártir habla de «raíces, semejantes a nues-tros nabos, ya en el tamaño, ya en la forma, pero degusto dulce, parecido al de la castaña tierna; ellos les

llaman ages. [...]; pero los ages más los usan asados ococidos que para hacer pan [...]»21 (I, 1: 13).

Ambas descripciones insisten en la forma, el sabor y eluso, sin tener en cuenta connotaciones sociales o rituales.22

Pedro Mártir parece dudar más sobre su uso como pan.Sobre todo distingue el pan de yuca (casabe) y el pan deltrigo de allá (maíz), aunque en capítulos ulteriores hablaráa veces de tres tipos de pan (II, 3: 117). Llama también laatención que la dieta de los indígenas esté compuesta en-teramente por raíces, en oposición (no explicitada) a ladieta con carne, asociada con los españoles. Tampocopecan de gula: todo respira sobriedad.

A diferencia de muchos otros cronistas posteriores,Mártir presta atención a la fauna, aunque el abismogastronómico parece ser casi infranqueable.23

18 Peter Hulme: Op. cit. (en n. 16), p. 18.

19 En su introducción a los textos de Colón, Consuelo Varelacomenta algunos ejemplos de comida en Colón que asociacon textos anteriores en portugués de descubridores, op. cit.(en n. 14), pp. XXXVII-XXXVIII.

20 Ibíd., p. 83.

21 El aje es la batata según la nota del traductor, pero se equivoca.Mártir, quien hacia el final de su vida describe que ha podidoprobar una batata (VIII, 3: 494) y que sugiere que ha visto ajes(III, 9: 232), no equipara los ajes a las batatas en sus escritos:«[...] cría también maíz y yuca, ages y batatas como las demásregiones por allá, [...]» (III, 4: 188). Gauvin explica en unanota: « Le terme ages, latinisation de l’espagnol aje, désignetoutes sortes de tubercules proches des ignames », op. cit. (enn. 3), p. 277 n. 28. En el vocabulario exótico al final de su obra,Olmedillas de Peréiras dice que son «especialidades de nabos»que nombran los indígenas con distintos vocablos (María delas Nieves Olmedillas de Peréiras: Pedro Mártir de Anglería yla mentalidad exoticista, Madrid, Gredos, 1974, p. 200). Todolo cual demuestra la gran dificultad para identificar y asimilar.

22 En el capítulo X, al hablar de la religión de los indígenas de lasislas, e inspirado en Pané, advierte su carácter sagrado: «Otros[zemes] son venerados en raíces, como encontrados entre losages, es decir, en la clase de alimentos que arriba hablamos» (I,10: 84). A diferencia de muchos otros cronistas, Mártir pareceintuir algo de las características religiosas de las plantas, im-portantes dentro de los ritos. En cuanto a las connotacionessociales, no insiste en la diferenciación social del pan de yuca,destinado a los caciques, frente al pan de maíz, el pan normal,tal como lo explicita en una carta dirigida al papa León X en1520, según explica Gauvin en su edición bilingüe (op. cit.[en n. 3], p. 299 n. 10), información de la que no disponíatodavía cuando se hicieron las primeras publicaciones.

23 «Pedro Mártir, que ve cómo el reino animal prospera en lariqueza del mundo vegetal –en lo cual sin duda está más cerca

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Mencionará en el segundo capítulo de la primera«Década» papagayos (I, 2: 19) que comen los indíge-nas en La Española, y en el tercer capítulo, situado enCuba, a los perros, «que se los comen como nosotroslos cabritos» (I, 3: 35). Ni siquiera al encontrar unacomida preparada para una fiesta en Cuba los españo-les llegan a ser tentados por las serpientes, designaciónpara las iguanas, preciadas como comida de los no-bles, a diferencia de los peces con los que sí satisfacensu hambre (I, 3: 33).

No obstante, lo desconocido atrae e intriga: en elcapítulo V de la primera «Década», Mártir integraráuna receta muy detallada de cómo se preparan estas«serpientes» que acaban gustando más que el pavo oel faisán al adelantado Bartolomé Colón después de unprimer acercamiento tímido. Parece que es una mu-jer,24 la célebre Anacaona, la que lo incitó a transgredirsus fronteras culinarias:

El Adelantado, inducido por el gracejo de la hermanadel cacique [Anacaona], determinó catarlas poco apoco; pero apenas el sabor de aquella carne comenzóa gustar al paladar y garganta parecía que las deseabaa boca llena. Después ya no las probaba con la puntade los dientes o aplicando apenas los labios, sino que,habiéndose hecho todos glotones [los españoles], denada hablaban ya sino del grato sabor de las serpien-tes y de que tales viandas eran más exquisitas queentre nosotros las de pavo, faisán y perdiz.25 [I, 5: 52]

Aun distanciándose, Mártir no muestra un desdénprofundo: casi nunca menciona lo que Gerbi tilda decomer sucio de los indígenas (larvas, gusanos, piojos...),muestra clara de su bestialidad en muchos otros cro-nistas como Gómara o Las Casas.26 Otros elementostambién apuntan hacia una actitud matizada respectoal indígena. Así, Mártir comenta la ingeniosidad de losindígenas en Cuba al pescar y subraya que algunos vanvestidos, señal de que es «gente culta» (I, 3: 35; 36).

Mártir se abstiene de especificar si los españolescomen de la comida «del país», expresión usada másadelante para designar la comida de allá. Por ejemplo,no sabemos si realmente comen de la «opípara cenapreparada a su usanza» o de los panes de raíces (yuca)ofrecidos por Anacaona y su hermano en La Española(I, 5: 49, 53). Parece que los españoles siguen prefi-riendo galletas y productos de España. El retorno deColón a España se explica por el hecho de que quiere ira proveerse de trigo, vino, aceite, «puesto que no po-dían fácilmente acostumbrarse a las comidas insula-res» (I, 4: 41).

de la verdad que esos naturalistas más modernos, hasta elsiglo XIX inclusive, a cuyos ojos la América se caracterizabapor la antítesis de una flora exuberante y una fauna exigua–advierte en esta mutua armonía de los seres vivos una señalmás de la feliz naturaleza del Nuevo Mundo», Gerbi: Op. cit.(en n. 6), p. 92.

24 No es de asombrar que se dedique apenas atención a la mujeren asuntos culinarios, tema que cobrará más importancia enépocas posteriores.

25 La descripción de la iguana por Fernando Colón es menossugerente y viva: «[...], pues [la sierpe] era el mejor alimentoque tenían los indios, ya que, una vez quitada aquella espan-

tosa piel y las escamas de que está cubierta, tiene la carnemuy blanca, de suavísimo y grato gusto; la llamaban los in-dios iguana» (Fernando Colón: Historia del Almirante, LuisArranz Márquez (ed.), Madrid, Dastin, 2000, p. 117). Sobrela confusión entre iguana, serpiente, lagarto y cocodrilo, cf.Gerbi: Op. cit. (en n. 6), pp. 245-251.

26 Son más bien los españoles quienes podrían ser acusados del«comer sucio» tal como lo define Gerbi (op. cit. [en n. 6], p.40). El hambre les lleva hasta comer a muertos y perrossarnosos. En el capítulo X de la segunda «Década» Mártirpormenoriza comidas asquerosas ingeridas por los españolespor necesidad en el Darién: «Se convinieron algunos compa-ñeros en la compra de un perro flaquísimo que ya casi seestaba muriendo de hambre; le dieron al amo del perro mu-chos pesos de oro castellanos; le despellejaron para comérselo,y la piel sarnosa, y en ella los huesos de la cabeza, los tirarona unos espinos próximos; al día siguiente, un infante de ellosdio con la piel tirada, llena de gusanos y que casi hedía.Llevósela a su casa: quitándole los gusanos la hechó (sic) acocer en una olla, y cocida, la comió. Acudieron muchos consus platos, por el caldo de la piel cocida, ofreciéndole uncastellano de oro por cada plato de caldo» (II, 10: 160).

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Si no llega la comida española, la dependencia delos indígenas por el sustento pone a los españoles enuna posición muy vulnerable y dependiente. A este res-pecto, Mártir relata un acontecimiento muy interesan-te en el cuarto capítulo situado en La Española: losespañoles, ávidos de oro, pero desprovistos de comi-da española que esperan ansiosamente, se ven obliga-dos a pedir comida a los indígenas. Al destruir el cul-tivo de las plantas comestibles, los indígenas crean demanera artificial un período de hambruna que tanto lesafecta a ellos mismos como a los españoles:

Pues viendo que los nuestros querían escoger asientoen la isla, pensando ellos que podían echarlos de allísi faltaban los alimentos insulares, determinaron, nosolamente abstenerse de sembrar y plantar, sino quecada uno comenzó en su provincia a destruir y arran-car las dos clases de pan que tenían sembrado, delcual hicimos mención en el capítulo primero, peroprincipalmente entre los montes Cibanos o Cipangos,porque conocían que el oro en que aquella provin-cia abundaba era la causa principalísima que dete-nía a los nuestros en la isla. [I, 4: 43]

Es una de las muchas tretas de los débiles para en-frentarse al colonizador (junto a otras técnicas atesti-guadas como el suicidio colectivo o las mutilacionessexuales): los indígenas convierten el hambre fisiológi-ca en técnica de resistencia para combatir de manera«maliciosa» el hambre de oro (y de otras cosas apete-cibles)27 del ocupante colonizador en la espera de quese vaya por inanición. A esta manera de «conviven-cia», contraproducente para los mismos indígenas quemueren «como rebaño apestado» (I, 4: 42), Colón re-accionará instaurando un tributo de oro, algodón, es-pecias, a veces acompañado de comida.

Por tanto, los españoles no tienden a transculturarseen lo alimenticio a su llegada: lo asimilable y lo pareci-do es lo único que atrae. Sólo algunas leves diferencias

en el sabor son admitidas. Así, Mártir advierte que en laspalomas torcaces de Cuba hay un sabor especial debidoa las flores olorosas que comen estas aves (I, 3: 37).Luego aplicará esta observación también a los cerdos deLa Española (I, 10: 89; II, 8: 150), cuyo aroma particu-lar se convertirá en una especie de cliché retomado has-ta por el padre Labat en su Voyage aux îles.28 Y tambiénmenciona que los españoles prueban en Tierra Firmevinos, no de uvas, sino de otras frutas, «pero que noeran desagradables» (I, 6: 59). Esta observación es unade las muchas calificaciones que nos dejan un tanto per-plejos: ¿Habrá Mártir probado aquellos vinos o se basaráen los testimonios de los españoles regresados de allá?El abismo entre los dos sistemas culinarios se manifies-ta en las uvas silvestres maduras «de excelente sabor,según dijo [Colón], pero los isleños no tienen ningúncuidado de ellas» (I, 3: 31). Efectivamente, la uva, omejor dicho, el vino es una obsesión para los paladaresespañoles acostumbrados a estos «jugos» deliciosos.Baste con pensar en la ansiedad de Juan de Amberes de«El camino de Santiago», de Alejo Carpentier, por en-contrar cualquier morapio, una vez llegado a Cuba, contal de que sepa a vino...

No obstante, a veces los españoles se ven obligadosa comer las cosas de allá por falta de otros alimentosespañoles, o cuando aprieta el hambre en situacionesde guerra o de conflicto. El hambre, menos presenteen esta parte que en otras crónicas sobre el mismoperíodo por razones estratégicas,29 incitará a transgre-dir las fronteras culinarias comiendo panes de la tierra«de poco alimento para los que están acostumbrados a

27 Mártir advierte la violencia y la rapiña de los españoles: «[...]so pretexto de buscar oro y otras cosas insulares, nada deja-ban intacto o impoluto» (I, 4: 44).

28 Jean-Baptiste Labat: Voyage aux îles, París, Phébus, 1993,p. 241.

29 Brigitte Gauvin advierte respecto a esta omisión: «Por ejem-plo, se puede observar que Pedro Mártir no menciona hastael capítulo V las dificultades a las que se enfrentaron loscolonizadores de La Española (hambre, enfermedades, mor-talidad...), aunque ya se habían manifestado mucho antes: sinduda, los informantes encabezados por el Almirante no cre-yeron oportuno llamar la atención al cronista sobre este pun-to», op. cit. (en n. 3), p. XXXI, mi traducción. El hambredesempeñará un papel más importante en la tercera «Déca-da», la expedición de Vasco Núñez de Balboa.

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nuestro pan de trigo» (I, 10: 89).30 Durante una cam-paña de guerra en La Española

no lograron ningunas viandas, fuera de cazabí, esdecir, su pan de raíces, y de éste pocas veces sehartaron, y algunas hutías, es decir, conejos de allí,si cazaban algunos con sus perros; y la bebida algu-nas veces agradable, pero con frecuencia aguas fan-gosas y palustres; en medio de estas delicias,31 estarsiempre a la intemperie y en perpetuo moverse, puesasí lo exigía la condición de guerra. [I, 7: 66]

Sabemos que este rechazo es insostenible y no lesquedará más remedio que ir mestizándose en lo culina-rio cada vez más.

Tampoco los indígenas parecen poder adaptarse ala comida de España, ya que sobreviven tres de lostraídos en el primer viaje «por el cambio contrario detierra, aire y comidas» (I, 2: 22). En esta primera fasedel descubrimiento que describe Mártir de maneraedulcorada, parece que el rechazo del otro en su comi-da es total. No hay transculturación, sino constantedeseo de encontrar lo propio, sólo abandonado en ca-sos de premura.

Comida y transcultivación

Pedro Mártir, interesado tanto en las grandes hazañascomo en el rendimiento comercial en su calidad dehombre de la Corte que escribe desde España, dirige

su atención hacia lo que puede ser rentable para el Rei-no. Además de la búsqueda obsesiva de oro y de perlas,también integra el utilitarismo de los productos agríco-las, que se concretiza en una exaltación de la fertilidaddel campo y de sus frutos.32 En esta agricultura comer-cial interesan sobre todo productos ya conocidos o pa-recidos a los de España. La Española produce especias,«granos rugosos de diversos colores, más picantes quela pimienta del Cáucaso» (I, 1: 14), probable remisión alají, aparte de algodón y otros productos que pueden seraprovechados. En el segundo capítulo de la primera«Década» se corrobora esta visión transcultivadora, yaque al final Mártir ofrece productos de allá a su destina-tario mediante un portador. En lugar de los dibujos deque se servirá Oviedo,33 Pedro Mártir, como ejemplo dela verificatio o de la attestatio rex visae, hace acompa-ñar sus cartas de productos como aloe, y lo que creeser canela,34 para usos más bien farmacéuticos, espe-cieros y perfumistas provenientes de un Nuevo Mundotodavía no bien ubicado y asemejado a un Oriente, sinó-nimo de especias. También añade un producto totalmentenuevo, el maíz. Mártir sugiere que él mismo ha probadolos productos, porque le da al «Príncipe Ilustrísimo» elsiguiente consejo pormenorizado, una joya de descrip-ción sensual:

30 Comer la comida de allá es una verdadera humillación, como sedesprende de una mención siguiente sobre Jamaica: «[...] lesaliviaban el hambre algunas veces con pan de aquella tierra;pero, ¡cuánta miseria y desdicha es, Beatísimo Padre, haber delograr el pan mendigándolo! Conjetúrelo Vuestra Santidad, prin-cipalmente cuando falta lo demás, como vino, carne y todo loque se hace de leche prensada, con que suelen alimentarsedesde niños los estómagos de los europeos» (III, 4: 194).

31 Brigitte Gauvin ofrece el siguiente comentario sobre estesintagma: «Se trata de una antífrasis, figura muy poco usualen Pedro Mártir. Revela la facilidad creciente con la que elautor utiliza la ironía como un recurso suplementario de de-nuncia», op. cit. (en n. 3), p. 164 n. 17, mi traducción.

32 Según Salas, la representación casi idílica del campo se debe-ría al hecho de que el cortesano Mártir siempre ha vividoalejado de las incomodidades del campo: «Casi seguro que nole gustaba el campo, sus rigores ni sus incomodidades. Poreso, tal vez, crece el tono idílico de la naturaleza americana ensus Décadas, se suavizan los indios, que viven en plena edadde oro, sin pesadumbres», op. cit. (en n. 9), p. 30. Con todo,la exaltación corre pareja con unos fines comerciales muchomenos elevados y me pregunto cuán urbano era su entornonatal (Angera), al que regresó después de su misión en Egiptoen 1501.

33 En una edición ulterior se han añadido ilustraciones, tal comoadvierte Julio Sánchez Martínez: «[La edición de las ochodécadas] Fué reimpresa dos veces en París, la primera en1533 y luego, en 1587, con anotaciones e ilustraciones porRich. Hakluyti (sic)», «Pedro Mártir de Anglería, cronista deIndias», Cuadernos Americanos, 1949; 3(45): 183.

34 Parece que no había canela sino en Asia, más bien se referiríaal clavo.

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Si se te ocurre, Príncipe Ilustrísimo, gustar ya losgranos, ya ciertas pepitillas que observarás se hancaído de ellos, tócalas aplicando suavemente el la-bio; pues aunque no son dañinas, sin embargo, porel demasiado calor son fuertes y pican la lengua sise les aplica despacio; pero si acaso por gustarlos seenciende la lengua, en bebiendo agua desapareceaquella aspereza. [I, 2: 26]

En dirección opuesta, ya he hablado de la necesidadde exportar productos españoles de subsistencia alNuevo Mundo:

El Prefecto [Colón] prepara, para obtener crías,yeguas, ovejas, terneras y otras muchas con los ma-chos de su especie; legumbres, trigo, cebada y de-más semillas como éstas, no sólo para comer, sinotambién para sembrar. Llevan a aquella tierra videsy plantas de otros árboles nuestros que no hay allá;pues en aquellas islas no encontraron ningún árbolconocido, fuera de pinos y palmas, y éstas altísi-mas y admirablemente duras, grandes y rectas porla riqueza del suelo, y también otros muchos árbo-les que crían frutos desconocidos. [I, 1: 15]

Hace falta la exportación (en un primer momento) yel cultivo de productos españoles, considerados másnutritivos, que permitirán asimismo tener las condicio-nes físicas para poder construir el Imperio, es decir,buscar oro, especias y perlas, y fundar ciudades.

Este cultivo de productos españoles no planteará pro-blemas, pues las tierras se prestan de maravilla a estaactividad y dan mejores frutos. En varias ocasiones Mártirinsiste en la feracidad de la tierra mediante el tropo tanusado en los cronistas de la abundantia natura rozandocon lo edénico. Copio un ejemplo relativo a La Españolaque contiene todos los clichés sobre el tema generadostal vez a partir de la carta a Santángel de Colón:

Un río de aguas saludables, llenísimo de varias cla-ses de óptimos peces, corre hacia el puerto haciaamenísimas riberas. Cuentan que son admirables lascondiciones naturales del río. Pues en toda la exten-

sión de su curso todo es delicioso, todo es útil. Losbosques de palmeras, los árboles frutales insularesde toda especie, inclinaban sobre los navegantes, aveces dándoles en la cabeza, sus ramas cargadas deflores y de frutos, y ponderan la fertilidad de su sue-lo, igual o más rico que el de La Isabela. [I, 5: 48]

La fertilidad del suelo es asombrosa. Habla de

huertos para cultivarlos, de los cuales todo génerode verduras, como rábanos, lechugas, coles,borrajas y otros semejantes, a los dieciséis días dehaberlas sembrado las han cogido en regular sazón;los melones, calabazas, cohombros y cosas así loscogieron a los treinta y seis días, y decían que ja-más los habían comido mejores.35 [I, 3: 30]

También los puercos se multiplican a una velocidadinaudita. Más adelante advertirá que ya se podrán ex-portar animales desde La Española: «Hay tanta abun-dancia de tanta clase de cuadrúpedos, que ya se traena España caballos, y cueros de bueyes y de ganado. Yaen muchas cosas la “hijita” socorre a su “madre”» (III,7: 219). De todo lo anterior se deduce una clara di-mensión político-ideológica: los nuevos territorios des-cubiertos son provechosos para España también en loalimenticio, y contribuyen a ensalzar la expansión im-perial española. Sabemos que en realidad la exporta-ción de oro cobró más importancia que la exportaciónde productos alimenticios.

¿Cómo describir el Nuevo Mundocomestible?

En cuanto a la forma en que se presenta este texto,resulta difícil ahondar en lo estilístico, al tratarse deuna traducción. No obstante, quisiera formular tresobservaciones generales al respecto.

35 Se repetirá casi exactamente la misma serie de cultivos enrelación con Urabá en Tierra Firme (II, 9: 149). Cabe obser-var que matiza algo la fertilidad en el sentido de que no rindetanto el cultivo de trigo (I, 10: 88). En su introducción Gauvin

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En primer lugar, se ha repetido hasta la saciedadque Pedro Mártir recurre a las comparaciones doctas,puesto que el texto de este humanista está impregnadodel espíritu clásico (y no del bíblico como en el casode Colón): establece lazos entre los diferentes reinosen La Española y las diferentes partes del Lacio (I,2: 23), la vida de los indígenas es una Edad de Oro(I, 3: 38-39), compara a los caníbales con los robustostracios que van a ver a las amazonas de Lesbos (sic)(I, 2: 20), por mencionar unos pocos ejemplos. En lacomida tal vez es donde menos se puede basar en la Anti-güedad. Plinio nunca había descrito el maíz y en la An-tigüedad se creía que en la zona tórrida no habíavida. Cuando Mártir se apoya en alguna autoridad, elintento queda frustrado:

Sentáronse y disfrutaron contentos de los peces co-gidos con ajeno trabajo, dejando las serpientes, lascuales afirman que en nada absolutamente se dife-rencian de los cocodrilos de Egipto sino en el tama-ño; pues de los cocodrilos dice Plinio que se encon-traron algunos de diecicocho codos, pero las mayoresde estas serpientes tienen ocho pies.36 [I, 2: 33]

Conforme con lo que dice Louise Bénat-Tachot, nofuncionan las observaciones de Plinio, pero las aplicapor analogía para poder basarse en el fundamento porexcelencia.37

Una segunda observación atañe al uso de los indige-nismos, que son todos neologismos en latín, recursoque le reprocharon mucho a Mártir. A diferencia deColón, que va introduciendo paulatinamente palabrasamericanas también en lo culinario, Mártir incluye losindigenismos desde la primera mención, acompañados

de una perífrasis explicativa. Muchas veces constituyela primera atestiguación de la palabra tal como lo prue-ban Alegría y Moreno de Alba.38 Para los ingredientesmuchas veces inexistentes en España no le queda otraforma que introducir las palabras desconocidas. Inclu-so en el texto en latín se percibe la extrañeza, ya quemuchas veces ni siquiera latiniza las palabras indígenasni las declina. Probablemente no haya que entender lapresencia de las palabras «ajenas» como una prueba deacercamiento a la cultura diferente, pues Pedro Mártirintenta sacar el carácter enajenante a estos términos.Como ya hemos dicho, Mártir asimila y coteja con loconocido estos productos que dan fe de la varietas delmundo. Por eso, para muchos realia de allá insiste enque se pueden pronunciar fácilmente: «[...] todos losdemás vocablos los pronuncian no menos claramenteque nosotros los latinos» (I, 1: 14). Menciona la mane-ra como hay que acentuar estas palabras recurrriendo ala fórmula «con acento en la ...», lo que comparte conotros autores como Las Casas u Oviedo. Por supuesto,también tiene que ver con la lectura en voz alta quetodavía se practicaba mucho en aquel entonces.

Finalmente, vemos que en lo culinario, más que enotros campos, actúan por repetición y amplificación,procedimientos típicos del género epistolar.39 En la ter-cera «Década», que trata de Tierra Firme, Mártir vuelvesobre las plantas comestibles, pero dedica más aten-ción a la manera como se cultiva la yuca, y especificamás información sobre la batata y el trigo. La repeti-ción (con amplificatio) es un recurso textualizado enlas «Décadas». En parte se puede explicar por su pér-dida de memoria, de la cual Mártir ya se queja en laquinta «Década», y por la publicación fragmentada de

arguye que va desapareciendo la exaltación de la naturalezaen la primera «Década». Se puede agregar que luego vuelve asubrayarse para culminar en la evocación idílica de Jamaicaen la octava «Década».

36 Oviedo refuta esta observación de Mártir en el libro XII, 7 dela Historia general.

37 Louise Bénat-Tachot: L’Amérique de Charles Quint, Burdeos,Presses Universitaires de Bordeaux, 2005, p. 82.

38 Ricardo Alegría: «El cronista italiano Pedro Mártir de Angleríay la difusión de los vocablos taínos durante las primerasdécadas del siglo XVI», Revista del Centro de Estudios Avan-zados de Puerto Rico y el Caribe, 1991; (13): 18-35, jul.-dic.José G. Moreno de Alba: «Indigenismos en las Décadas delNuevo Mundo de Pedro Mártir de Anglería», Nueva Revistade Filología Hispánica, 1996; XLIV(1): 26.

39 Cf. Jamile Trueba Lawand: El arte epistolar en el Renacimien-to español, Madrid, Tamesis Books, 1996, pp. 104-107.

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las décadas dirigidas a diferentes personas, de modoque tal vez el interlocutor no siempre dispone de lainformación contenida en las décadas anteriores. Enparte, el mismo Pedro Mártir la justifica. En el capítuloVIII de la tercera «Década», dedicada al papa León X,leemos la siguiente observación, bien impregnada de ladimensión religiosa que Mártir, sacerdote desde 1492,no muy ferviente por lo general, acentúa en considera-ción de su interlocutor beato:

Si en el discurso de mi narración repitiere estas co-sas alguna vez; si de cuando en cuando hago unadigresión para contar estas cosas [sobre animales yplantas], no se me enoje Vuestra Santidad, BeatísimoPadre. El entusiasmo de mi alegría cuando sigo,cuando veo, cuando escribo estas cosas, me agitacual cierto espíritu de Apolo y de las Sibilas, y meobliga a referir muchas veces lo mismo, principal-mente cuando comprendo hasta dónde llega la am-plitud de nuestra religión. [III, 8: 226]

Más adelante, para clausurar la cuarta «Década»,Mártir introduce otra reflexión metaliteraria despuésde haber alabado una vez más la abundancia de La Es-pañola:

Pero me ha parecido bien repetir la mayor parte deello [los beneficios de la Naturaleza], porque me pa-rece que muchos lectores, apartando su atencióndel peso de negocios graves, la han aplicado a re-cordar estas cosas, y los labios no rehúsan lo quebien sabe con tal que la materia, de sí preciosa, secubra con preciosa vestidura. [IV, 10: 288]

La importancia de las «suavesnarraciones»

Esta reflexión sobre los contextos culinarios en PedroMártir me lleva a las siguientes hipótesis y conclusio-nes. Como era de esperar en un texto de la época delDescubrimiento, el tema culinario sirve más bien a in-tereses político-comerciales, y no interesa por su otre-dad en primer lugar. Mártir intenta apropiarse de lo

desconocido, pero sigue habiendo grietas por no poderincorporar lo otro a lo universal. Este otro es asimila-ble en la visión del humanista para quien la humanidades una, aunque presenta ligeras diferencias y quieremantener las distancias. No ataca la superioridad de looccidental, por supuesto. A pesar de esta concepciónholística del mundo, no siempre llega a dominar lo nuevoen toda su complejidad. De la misma manera que nopresenta una imagen blanquinegra ni de los españolesni de los indígenas, de la misma manera que no intentaoponerse tajantemente a las afirmaciones de Colón,quien cree haber llegado a las costas asiáticas,40 en lacomida y sobre todo en el tema del canibalismo no esdel todo excluyente.

Parece que los cronistas en su acercamiento a laalimentación, al igual que a otros temas novedosos,recurren a una serie de tópicos, se inspiran en un con-junto restringido de sintagmas para describir lo otro.Esta especie de koiné culinaria/alimenticia podría pro-venir de Plinio y/o de Colón, Marco Polo y los cronis-tas portugueses que lo precedieron (¿o tal vez tambiénde las novelas de caballerías?). De esta manera, lo máscotidiano y referencial se convertiría en lo másintertextual, hasta amenazaría con convertirse en loestereotipado. Otra consecuencia sería que la descrip-ción de la comida, por lo menos en lo que atañe al áreacaribeña, no puede adquirir rasgos protoidentitarios,ya que la diferenciación entre una isla descubierta yotra es mínima, hasta inexistente.

El texto de Mártir refleja los tanteos iniciales y todaslas dificultades de enfrentarse a lo nuevo, la lucha en-tre su mundo dominado por códigos clásicos y unmundo nuevo, la tradición y la modernidad. Con todo,las referencias culinarias aligeran los textos y la mane-ra muy pormenorizada de describir a veces los platosy las costumbres recalcan la literariedad del texto.Mediante los elementos sensoriales se quita la agresivi-dad, o en palabras de Mártir: «a fin de que con estasuave narración se temple el mal humor que hayan pro-ducido narraciones sanguinarias» (III, 10: 246).

40 Cf. las observaciones de Edmundo O’Gorman: Cuatro histo-riadores de Indias, México, Conaculta, 1972, pp. 18-41.

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I

La naturaleza de algunos textos que participan de diversos camposdiscursivos, de zonas de contacto y de prácticas intertextuales,como los diarios, las memorias y las autobiografías, permite hablar

de un campo de escrituras fronterizas. En este campo se ubican loslibros de viaje: textos mixtos, híbridos, plurales, que combinan el uso dela geografía, la historia o la etnología en formas discursivas múltiples.Los relatos de viaje permiten la mezcla de leyendas y de historias loca-les, de noveletas o poemas, de prosa y versos, como en El viaje aOriente, de Lamartine, que alterna el verso para la eclosión intimista,con la prosa para el relato de lo público. Esa condición fronteriza tieneque ver con la combinación de cifras, datos «duros», y de registrospersonales, subjetivos, incluso ficcionales.

La relación entre la literatura y los relatos de viaje, como explica OttmarEtte,1 supone que la línea divisoria entre literatura ficcional y los relatos deviaje es imposible. Al comparar la novela con un relato de viaje se comprue-ba que ambas son formas híbridas. Sin embargo, aun en la época actual, laexpectativa de recepción del relato de viajes implica un pacto de lectura enel cual, como el de la autobiografía, el lector asume que lo que se cuenta esverdad. Viajar produce un saber y prácticas materiales y espaciales.2 Viajar

NARA ARAÚJO

Más allá de la vigiliapara llegar al sueñoFronteras del discurso, discursos de fronteraFronteras del discurso, discursos de fronteraFronteras del discurso, discursos de fronteraFronteras del discurso, discursos de fronteraFronteras del discurso, discursos de fronteraen en en en en PPPPPaaaaalmerlmerlmerlmerlmerasasasasas de la bris de la bris de la bris de la bris de la brisaaaaa rápidarápidarápidarápidarápida, , , , , UUUUUn n n n n tttttaxi en L.Aaxi en L.Aaxi en L.Aaxi en L.Aaxi en L.A. . . . . yyyyy EEEEEl l l l l viajeviajeviajeviajeviaje

1 Cf. Ottmar Ette: Literatura de viaje. De Humboldt a Baudrillard, Ciudad deMéxico, UNAM, 2001, p. 36.

2 Cf. James Clifford: «Traveling Cultures», Cultural Studies, Lawrence Grossberg,Cary Nelson, Paula Treichler (eds.), Nueva York, Routledge, 1992, p. 108.

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puede ser más una iniciación que una encuesta etnológica.Los libros de viaje atrapan una experiencia en el movi-miento y propician una lectura interesada en sucesos queson metonimia de las etapas de la vida: salir, ver y regre-sar. La revelación de mundos ajenos, las peripecias delencuentro con lo desconocido, el componente altamentenarrativo de los relatos de viaje, su cercanía con génerosde la ficción, su discursividad múltiple, han mantenidovivo al género y han hecho problemática su clasificación.

En el siglo XX, este género híbrido conoció un repunte.Aun cuando los procesos de conquista territorial hubieranconcluido, los relatos de viajeros mantuvieron la ten-dencia a la apropiación, ahora mediante el intento deconocer y comprender, como una forma de ordena-miento de los fenómenos en categorías determinadas.Los viajeros siguieron teniendo el privilegio del voyeur,el de ver sin ser vistos, y el de articular un saber en tantoespacio estratégico y como suma de distintos conoci-mientos. En la época actual se han masificado y demo-cratizado los viajes, y prima el turista, que no siempreviaja interesado en el otro, en una época en que el espí-ritu de aventura y conquista se ha vuelto banal, en quelos últimos exploradores realizaban hazañas compara-bles a las deportivas y sólo queda por conquistar el es-pacio allende el planeta azul. El género del libro de viaje,sin embargo, sigue vigente. Como discurso híbrido y almismo tiempo como narratio vero sigue planteandointerrogantes en cuanto a sus relaciones con la autobio-grafía, con la construcción del yo, con la verdad y lasubjetividad, así como con la estructura discursiva. Ellibro de viaje es aún frecuentado por los escritores, quie-nes acuden a este género como tradicional espacio delibertad imaginativa, de creatividad.

Material discursivo en el cual la recuperación de lamemoria se realiza acortando la distancia entre el via-jar/vivir y el acto de la escritura, hay en el libro de viajeuna dimensión cronotópica, de tiempo y espacio. Al lec-tor corresponde preguntarse qué busca el viajero másallá de lo que confiesa buscar, dónde reside la extrañe-za: en el «allá» descrito o en el propio relato; y cuál esla medida posible de la ficción en la medida en que elrelato de viaje no es tanto un reportaje, como una cons-trucción.

II

La recepción crítica de la escritura de viajes se ha reno-vado, colocándola en la perspectiva de los vínculos en-tre espacio, nación y política.3 Pero los relatos de viajepueden ser leídos desde el interés en los problemas queplantean sus estrategias discursivas en la vinculacióncon el lugar desde el cual se enuncia y se narra. El pro-pósito, entonces, de la presente aproximación al temade la literatura de viajes sería: ver al relato de viajes comouna forma narrativa que responde (o no) a la descrip-ción de un itinerario, que puede presentar una estructu-ra unitaria o un desarrollo fragmentado, y que puedeentrar (o no) dentro del esquema de este tipo de relatos.

Como comenta Adriana Rodríguez Pérsico, la «for-ma» viaje resulta en los viajeros autores una formaapropiada para la expresión de un yo espectador, un yoprotagonista y, a su vez, de un lector. Desde esta pers-pectiva, el viaje y su escritura son el escenario de unaconstrucción subjetiva a partir de una realidad objeti-va, la del viajero como un «conquistador imaginario».4

Esa perspectiva es pertinente para el análisis de los li-bros de viaje de tres escritores mexicanos: Palmerasde la brisa rápida (1989), de Juan Villoro, Un taxi enL.A. (1995), de Francisco Hinojosa y El viaje (2000),de Sergio Pitol. La selección no responde tanto a lavoluntad de colocar sus respectivos relatos en el con-texto literario nacional al cual pertenecen, como al de-seo de preguntarse en qué medida cada uno de ellos seinscribe en una tipología de la narrativa de viajes.

Dos modelos sirven en esta ocasión para clasificarlos relatos de viajes aludidos. El primero remite a lostópicos habituales de este tipo de narración, aquellosque se derivan del cumplimiento de un itinerario. Lo queOttmar Ette ha denominado los «lugares del relato»: ladespedida, el punto álgido, la llegada y el regreso. El

3 Cf. Graciela Montaldo: «Espacio y nación», Estudios, Revistade Investigaciones Literarias y Culturales, Venezuela, 1995;(5): 5-17.

4 Adriana Rodríguez Pérsico: Mesa Redonda: «Sarmiento y suvisita al exterior», Jornadas Internacionales Domingo FaustinoSarmiento, Neuquén, Universidad Nacional del Comahue, 1988,p. 43.

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segundo se construye a partir de las preguntas relati-vas al país de origen del viajero y al país de destino, altipo de transporte y a la forma del viaje, grosso modo.5

Ambas clasificaciones son de utilidad para el análisisde Palmeras…, Un taxi... y El viaje.6 También lo esesa otra y original clasificación propuesta por el ensa-yista alemán para la literatura de viajes, aquella quederiva de los movimientos en el espacio, de la escenifi-cación específica de un determinado lugar y que pue-den dibujar cinco tipos principales: el círculo, el pén-dulo, la línea, la estrella y el salto, dibujos trazados portodo el texto o sólo por algunos de sus fragmentos.7

III

Estos relatos de viaje de Villoro, Hinojosa y Pitol parti-cipan del panorama cultural de México a finales delsiglo XX, mostrando la vigencia del género.8 Sus auto-res no son viajeros turistas, pues cada uno de ellostiene un propósito que excede el simple placer de via-jar. Ante la petición editorial de un libro de viaje, Villoroelige un «destino emocional» (33), Yucatán, el mundode su abuela y del nacimiento de su madre. Hinojosa vaa la ciudad de Los Ángeles con el marcado interés enla comunidad mexicana en tiempos de la Propuesta 187;Pitol viaja a la URSS por invitación de autoridades ofi-ciales de cultura durante la perestroika.

Una estructura atípica es común a estos relatos. Deacuerdo con la naturaleza discursiva del género, plu-ral, híbrida y multiforme, estos textos pueden mezclar

el dato puntual con la ficción (Un taxi… y El viaje),hacer intervenir la subjetividad (Palmeras…, Un taxi…,El viaje), y hasta lo onírico (El viaje), y ser por tantoel escenario para la autobiografía (Palmeras…, Untaxi…, El viaje). Otra semejanza es su ubicación en elcontexto global de masificación turística, de desapari-ción del espíritu heroico del explorador científico, elaventurero o el conquistador, contexto en el cual que-da al relato de viaje el espacio para el aprendizaje, tantode quien viaja y narra como de quien lee. El esfuerzopredominante del yo narrador en estos relatos de Villoro,Hinojosa y Pitol, no es de apropiación (territorial, cul-tural o ideológica), sino de comprensión del otro. Lasdiferencias entre sus narraciones resultan de sus res-pectivas especificidades en cuanto a los «lugares delrelato» y del diseño que cada una de ellas traza al na-rrar el movimiento en el espacio, así como de su ma-yor o menor cercanía del relato de viaje tradicional.

La casa junto al flamboyán

En Palmeras de la brisa rápida, el inicio («Detengan ellaberinto») no es la salida hacia Yucatán, sino la remi-niscencia del mundo de los abuelos, la narración de losvínculos históricos y familiares del narrador con esaregión, y, en particular, la caracterización de su abuelamaterna. Al aparecer este microrrelato al principio seenfatiza el carácter autobiográfico del texto, al anun-ciarse que el esfuerzo de comprensión no es sólo delotro sino también del yo.

La colocación de ese microrrelato altera el esquematradicional de la referencia a la salida, de la mismamanera que el final del viaje no concluye con el regre-so al punto de partida, sino con una evocación («En-vío») que resume la imagen construida en ese viaje aYucatán. Los lugares del relato no se ordenan ni seelaboran de forma convencional y el «punto álgido»del viaje es el encuentro simbólico con la madre. Elmotivo del viaje es emocional, y es sintomático que lavisita a la casa donde vivió la madre del viajero se co-loque como conclusión del recorrido.

Ese episodio final es narrado con cierto humor alproducirse un equívoco que torna al protagonista en

5 Ottmar Ette: Op. cit. (en n. 1), pp. 37-51.

6 Las ediciones consultadas y citadas son: Juan Villoro: Palme-ras de la brisa rápida, Ciudad de México, Alfaguara, 1989;Francisco Hinojosa: Un taxi en L.A., Ciudad de México,Conaculta, 1995; Sergio Pitol: El viaje, Ciudad de México,Editorial Era, 2000.

7 Ottmar Ette: Op. cit., (en n. 1), pp. 51-70.

8 En la década de los 90 se publican en México en la colecciónCuadernos de viaje de Conaculta, los siguientes relatos: Cróni-cas de una oriunda del kilómetro X en Michoacán, de MaríaLuisa Puga y Crónica de las Huastecas. En las tierras delcaimán y la sirena, de Orlando Ortiz; y en 1998, Viaje alcorazón de la península, de Hernán Lara Zavala.

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otra persona (un tío), a los ojos de estos familiareslejanos que ahora habitan la casa materna y que el au-tor presenta como «La casa junto al flamboyán». Eldistanciamiento cancela el posible sentimentalismo peroel lugar que ocupa el pasaje se asocia con el destinoemocional, con su «punto álgido».

El tono general de la narración de ese viaje a Yucatán,«país dentro del país» (33), acentúa la subjetividad y lavoz del narrador y protagonista Juan Villoro. Las mar-cas de literariedad –selección y combinación, lexis ypraxis–, están en función de expresar un viaje a la se-milla que resulta del conocimiento del otro. Las mar-cas temporales están algo borradas: se dice que el viajeocurre después de 1984, pero la única referencia pre-cisa subraya lo individual: «Era increíble haber llegadoa los treinta y un años sin recibir el sol en la península»(33). Que la referencia al tiempo de la acción remita ala edad del narrador enfatiza el «destino emocional» deeste viaje. Si un lector ansioso se traslada al final dellibro podrá encontrar, al pie del último párrafo, unainscripción del tiempo y el lugar, tanto del viaje comodel cierre de la escritura (mayo y junio-septiembre de1988, respectivamente). Esas fechas son los indicadoresdel tiempo de la crónica, y por eso quizás aparecen enel margen del texto; dentro del texto no hay fechassino el espacio en blanco de esos treinta y un años sinhaber estado en Yucatán.

El recorrido cubre con los instrumentos de la crónicaal Yucatán profundo: el mundo maya, la conquista, laburguesía del henequén –en sus haciendas y en susafrancesadas residencias del Paseo Montejo–, las plazascoloniales, los cafés, así como los personajes y hábitoslocales: músicos, ajedrecistas, escritores e intelectuales,la vestimenta, el habla, la comida y la prensa yucatecas.En esa perspectiva se incluye el desplazamiento de losyucatecos fuera de la península y los vínculos entre eladentro y el afuera («Los mayas en Brooklyn» y «El co-rreo de dientes y la camisa de cuatro minutos»). El regis-tro puntual propio de la crónica se combina con frag-mentos reflexivos que colocados en una situación narrativapierden gravedad y contribuyen al tono ligero del relato(«Sursum corda» «El antiguo siglo XX» «Murales»). Talligereza no se asocia con superficialidad, sino con la efi-

cacia narrativa lograda por la alternancia de descripcio-nes breves y múltiples sucesos, así como con el caráctersintético y «saltarín» de los siete capitulillos.

El empleo de un discurso tropológico «poetiza» ladescripción factual de manera que la literariedad aumenta:el desayuno del avión de tan sólido es un «anillo virreinal»(43), los camiones en Mérida son una «honesta protu-berancia llena de fierros que sueltan humo» (42), «¿Eltrajín de la ciudad? Nada, un paréntesis en lo que el cielose desploma en forma de agua» (41), la fachada de lacatedral está «demasiado ocupada absorbiendo luz» (42).La literariedad se confirma por el carácter autorreferencialde este relato de viaje. El narrador pronto hace saberque este libro es el resultado de un encargo editorial y sulugar de enunciación es el de un escritor. De ahí lasreferencias durante la descripción del vuelo a viajerosilustres: Scott o Magallanes, Graham Greene o SaulBellow, y a la presencia en sus respectivos recorridosde sucesos extraordinarios. En un ejercicio dedesacralización, Villoro consigue un tono menor, asu-miendo su persona, la encomienda y su destino, muylejos de los «Grandes Viajes» (33). El texto entoncespuede interesar al lector, porque se trata de un viaje sen-timental cuyo único sobresalto será, camino al aeropuerto,la pérdida de las llaves del auto en el fondo del bolso desu esposa. Con ese tono jovial, el narrador irá al encuen-tro del mundo materno.

En su relato, el viajero Villoro no abandonará su lugarde enunciación, viaja para luego escribir, escribe lo queve y utiliza artificios que enfatizan el estatuto literario desu escritura: «Un suceso para mi pluma» reclamaba elviajero del segundo café, a quien ya no le bastaba estar agusto» (46). El uso de la tercera persona produce unénfasis en la condición de escritor, que tal vez respondaa la necesidad de suplir la ausencia de un suceso espec-tacular, con la presencia de un yo narrador cuyo interéspara el lector de una época de banalización del viaje,resida en que no se toma demasiado en serio. Veladuradel «destino emocional» o recurso narrativo, o ambos,el comentario metadiegético es una de las marcas dePalmeras de la brisa rápida.

El narrador se define como un tipo de viajero: «Elviajero sentimental, al contrario del explorador o del

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turista, deja que sea la vida la que se ocupe de las sor-presas» (45). Al pensar en su escritura del viaje, elautor se plantea superar el reto de la crónica mesuraday por ello tediosa, aun cuando no cuente con la famaliteraria que haría de las nimiedades de su viaje «litera-rio, es decir, personal», algo fascinante. La opinión delnarrador de que hay un nexo entre lo literario y lo perso-nal resulta cuestionable, pues no todo discurso per-sonal resulta por ello literario. La literariedad es un con-cepto en crisis por la amplitud del concepto actual deliteratura,9 pero aun así, no sería «lo personal» la con-dición para que lo literario sea posible, sino cierta rela-ción entre espacio y tiempo, entre historia, discurso ynarración, cierta puesta en texto, cierta expresión lin-güística.10 No hay que olvidar además que al calificar alos relatos de viaje como literatura, en ocasiones seusa el término «literatura» lato sensu.

Más allá de estas precisiones, lo significativo es laposición autorreferencial del narrador, que convierte asu escritura en parte del asunto del viaje. Al añadir elfactor «fama» que dice no posee (como, añade, seríael caso de tratarse de un relato de viaje de García Már-quez), el autor debe encontrar un camino que superelo trillado del asunto (Mérida como ciudad profusa-mente «historiada») y haga de lo personal un asunto«compartible». Lo literario en Palmeras de la brisarápida no estribaría entonces en el componente de lopersonal y lo autobiográfico, del viaje hacia la matriz,de la visión individual del viajero, sino estaría sobretodo en la estructura del relato, en el orden de los su-cesos, en su selección y combinación, en la construc-ción discursiva, en el empleo de un lenguaje tropológi-co y en su intensa narratividad.

Villoro afirma, con razón, que a diferencia de las guías,las crónicas no proponen un estilo de viaje sino el viaje aun estilo (65), y que al persuadirse del tipo de reto –lopersonal como asunto compartible–, hizo todo lo con-

trario, sin importarle que la ciudad hubiera sido mil ve-ces descrita, ni su propia personalidad y vanidades. Enefecto, no se trata en este caso del ego de Villoro, puesel autor trata de eludir la grandilocuencia, de colocarseen posición más humilde que altisonante; pero eso noimpide su viaje hacia el estilo. Más allá de lo que puedacontar sobre lo visto, interesa la manera de contarlo, elestilo vivaz, ligero (como hubiera querido Italo Calvino),la calidad y la cualidad de lo narrativo –con fragmen-tos de intriga y suspense (el viaje a Río Lagartos)–, delo que no peca de didactismo ni de egotismo.

Queriendo desacralizar, Villoro compara su entradaa una gruta, recurriendo a un switch, con la que otrolibro de viajes hubiera contado: «... de cómo el extran-jero hizo una imperfecta antorcha que se le apagó en elvientre de la gruta y tuvo que regresar sin más guíaque la precaria soga que había atado a su cinturón degamuza» (134). El pastiche remite a ese libro de viajeque Villoro ya no puede escribir porque se han termi-nado las grandes aventuras. El humor, que ubica en sujusta medida esta entrada a una gruta maya, se con-vierte entonces en el elemento de interés y de estilo.

Los lugares del relato de Villoro no se atienen almodelo tradicional, se hace explícita la partida pero,velado el regreso que se disuelve en una elipsis, la na-rración da cuenta de una despedida, y luego, del en-cuentro con la casa materna, pasaje que cierra el ciclo.Aun cuando el regreso a la Ciudad de México no sehace explícito, el relato descubre un círculo: el de lasalida y el retorno geográficos, pero igualmente el delviaje simbólico.

Quien no conoce Los Ángeles no conoceMéxico

Tampoco Un taxi en L.A. cumple de manera tradicio-nal el esquema de despedida, salida y regreso. El relatocomienza con un prólogo en el cual el autor se encargade romper el pacto de la narratio vero y la expectati-va de recepción al revelar el componente ficcional desu narración. El regreso es sólo aludido, y el relatotiene dos encores: otro viaje a Los Ángeles para la vo-tación de la Propuesta 187 del gobernador Pete Wilson,

9 Cf. Jonathan Culler: «La literaturidad», Teoría literaria, Méxi-co, Siglo XXI, 1993, pp. 36-50 y Terry Eagleton: Introduc-ción a la Teoría Literaria, Ciudad de México, Fondo de Cultu-ra Económica, 1988.

10 Cf. Gérard Genette: Figuras III, Madrid, Taurus, 1989.

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y la declaración de Al Morales, personaje de ficción,que acompaña al narrador en sus dos viajes a esa ex-tensión de México hacia el Norte, «disperso, disolven-te, equívoco, tenaz» (135).

El final del primer relato está fechado (junio-sep-tiembre, 1994), así como el del segundo relato (no-viembre, 1994) y el del fragmento firmado por «AlMorales» (octubre, 1994), como evidencia de una vo-luntad posible de arraigar el ejercicio de la escritura enel tiempo, tal como se arraiga el viaje que le da pie (21al 29 de junio de 1994). Esos movimientos de Méxicoa Los Ángeles, y de la realidad a la ficción, así como unaestructura interna compuesta por la dispersión de episo-dios que regresan a un centro –el México angelino–, des-criben un diseño pendular, oscilante, a lo largo de unaestructura externa compuesta de catorce fragmentos.

Una suerte de declaración de principios prepara larecepción de Un taxi...:

Lo que sigue páginas abajo es un diario de viaje quenarra muchas cosas vividas y otras tantas soñadas,leídas o inventadas [...] y se deja seducir por la cien-cia ficción [...]. [Hay] una gran cantidad de perso-najes que viven las calles [...]. Los demás son ficti-cios, falsos, derivados; yo a la cabeza. [19]

El superobjetivo del relato es dar cuenta del «Méxi-co de Los Ángeles», de acuerdo con el viejo apoteg-ma: «Quien no conoce Los Ángeles, no conoce Méxi-co» (135). El México de Los Ángeles es esa ciudadperdida por desconocida, tanto para los «americanos»como para los mexicanos de México, pero esa decla-ración inicial del autor viajero y la final de Al Morales,su doble y compañero de viaje, insisten en la condiciónficcional de la narración. Sin embargo, por su carácterde crónica, el relato tiene como meta una descripciónque quiere trasmitir una mirada a la realidad de frontera,de ese intercambio entre lo global y lo local, del mercadoy la maquila: «Le importé a mi hijo, por cierto, uno deesos juguetes que exportamos para que luego nos (los)importen» (29), o de la transculturación: la conocidacanción «New York, New York», interpretada a ritmode mariachi.

La ficción vendría a apoyar la exactitud de la cróni-ca por varias razones: una de ellas es la propia a lanaturaleza del libro de viajes, que al ser literatura per-mite la fabulación, y que al ser autobiográfico estimulalo subjetivo. La otra sería la intencionalidad en el usode la ficción; por ejemplo, la búsqueda del taxi se con-vierte en un leitmotiv que ilustra un contexto, perocuya colocación, en ciertos momentos del relato, par-ticipa de la estructura de la fábula: tanto, que le datítulo al libro.

Otro ejemplo sería cómo el pasaje que describe unafiesta partouze, en la que participan el autor narradorviajero Hinojosa y su compañero de viaje, Al Morales,cumple la función de ilustrar, mediante el énfasis lite-rario, algunos de los servicios que empresas norteame-ricanas y comerciantes mexicanos ofrecen al mercadomultimillonario de los mexicanos angelinos de más es-casos recursos. Luego de inventariar los disímiles ser-vicios que abarcan toda la gama de profesiones, ofre-cidos a una población cautiva a través de anunciosvisuales e impresos, se construye un episodio de sexoa domicilio mediante escenas de humor, hipérbole yabsurdo. Al quebrar la expectativa del erotismo, la fic-ción subraya la dimensión del inventario detallado porla crónica, mediante una historia rocambolesca. Sucesosdesopilantes, protagonizados por seis «señoritas orienta-les», junto al narrador y su doble, son descritos con laayuda de referencias culturales como Cleopatra, León deGreiff, Último tango en París, Lope de Vega y YellowSubmarine.

El viaje hacia el estilo del cual hablaba Villoro se cum-ple en Hinojosa en la hibridez de su discurso acorde conel referente, con la cosa designada. Como en otros textosposmodernos (El beso de la mujer araña, de ManuelPuig, o La guaracha del Macho Camacho, de LuisRafael Sánchez), lo popular, la cultura de masas –elcine de aventuras, Batman, un concierto de mariachis,el fútbol, el mall–, son elementos sustanciales en untexto iconoclasta. La mezcla de crónica y ficción lite-raria se aviene con la combinación de referentes cultosy populares: el cine de Bergman, el teatro de Beckett,Blade Runner, así como un concierto de rock o de JuanGabriel y sus canciones, mezcla de Bola de Nieve,

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Cri-Cri y Manzanero; canciones híbridas con letras deinspiración gongorina, inspiradas en Sartre, Vasconce-los, Joyce y Madame Bovary (104). La canción popu-lar es alusión intertextual que conforma el estilo de Hi-nojosa acorde con el referente aludido: se describe undesayuno con una pancita digna de «Guadalajara en unllano» (102) o cuatro mujeres «por las que no se nece-sita ir al cielo tisú» (103).11

Al nivel del léxico se observa igualmente la unión devocablos para dar lugar a neologismos acordes conesta realidad diferente que ya no es mexicana, perotampoco del todo americana, y que habría que nom-brar de nuevo. Una realidad de minorías mayoritarias, deinmigrantes y espaldas mojadas, de homeless e indo-cumentados, de latinos y chicanos, de bares y con-ciertos multitudinarios, de comida texmex, de tacotransculturado en Taco Bell, de carnitas con mayonesao cátsup, de chicharrón con salsa Tabasco o barbecue,de comida tailandesa con salsita, así como del «Maria-chi Heritage Society Students», y de artesanías Madein Mexico en mercados de suvenires «con un chorritode exotic market y otro chorrito de aeropuerto [...]»(29), pues

[n]o está lejos el día en que tengamos que importarde Colorado los sombreros de mariachi que los tu-ristas norteamericanos adquieren en él para expor-tarlos de regreso a su país. O el día en el que losvoladores de Seattle sean el principal atractivo tu-rístico del noroeste americano. [69]

En un contexto donde no faltan las camisetas conimágenes de la Guadalupana y del sub-comandante Mar-cos, la birria y el pulque, la cajeta de Celaya y el camotede Puebla, los chipotles y el mole, el tejido discursivorecoge estos vocablos: «telera», «mojarrita», «sampede Cristo», «gabacha», «bato», «lazurri», «borlote»,«pápila». La realidad descrita sugiere la invención de«deplanamente», «alfínmente» y suscita otros nuevos

vocablos como «apocorístico», «fridofílica», «Yuesey»,«cholopunk», «juangaconcierto», «nacoesnob», «verde-nacosnob», «mariachifolies», «mariachimanía», «entequi-ladas», «quintanarroenglish», «disneydiseñado», entre losmás llamativos, por la capacidad de síntesis y la fuerzade la imagen.

La trasgresión lingüística participa de un estilo agresi-vo que, mediante el humor irónico, se dirige a experien-cias colectivas marcadas por la hibridez transcultural:

Ya en su casa, bebimos al fin un tequila hecho enJalisco y no en Tokio, hicimos un breve relato delconcierto de Juan Gabriel, fuimos al baño, cena-mos chicharrón y palomitas, nos reímos hasta laslágrimas de un chiste contado en inglés que no en-tendí, y pasamos a hablar de cosas serias, comopor ejemplo, el pasado, el presente y el futuro delpresunto asesino O. J. Simpson. [107]

Un estilo que castiga mediante la hipérbole y el ab-surdo:

Esta organización de un mundial de fútbol en los Esta-dos Unidos podría ser tan sólo un preámbulo de loseventos que pronto los sucederán: la Copa interna-cional de carreras de canguros, la expo universal delos chongos zamoranos, el certamen de belleza MissUganda norteamericana y la feria de la paella a lavalenciana. [111]

Otro objeto de escarnio es el propio autor, que secomunica con el narratario por una interpelación di-recta al «eventual lector de esta crónica» y que se presen-ta con progresista y solidaria óptica política, con sentidode pertenencia a lo «mexicano», y al mismo tiempo,como bebedor y juerguista, pues ambas condicionesno son antagónicas. Esta «franqueza» del yo narradoren el discurso autobiográfico, que juega con su «arrodi-llado» apellido (Hinojosa vendría de hinojo), se comple-menta en la ficción por la voz narrativa de Al Morales enel último fragmento del libro, «Q.R.R.».

Este fragmento funciona como un epílogo que cie-rra el relato de estos viajes a Los Ángeles en los cuales

11 «Guadalajara en un llano» proviene de una canción popularmexicana; «[...] ir al cielo tisú», del bolero La gloria eres tú,del compositor cubano José Antonio Méndez.

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para Al Morales, el protagonista ha sido «PanchoHinojosa». La ruptura con el modelo tradicional esmarcada, pues el viaje ha terminado antes y aquí seviene a confirmar más bien el estatuto literario ficcionalde lo contado, y a complementar el autorretrato delautor Hinojosa. El cambio de narrador aumenta el ca-rácter híbrido del modelo narrativo.

Otro viajero, álter ego del autor, somete a descarna-do juicio a la fabulación, con un discurso sobre el dis-curso y distancia crítica. La extrañeza entonces resideen lo de «allá» contado, pero sobre todo en el propiocontar. Lo álgido del relato sería la selección explícitade un cierto Los Ángeles, el mexicano-angelino, y laimplícita, la de un sitio vacío, el espacio en blanco delLos Ángeles del glamur hollywoodense.

«Los viajes de El viaje»

El inicio del discurso en El viaje es precisamente rellenarun espacio en blanco: la estancia de Pitol en Praga du-rante los años 1983 a 1988. La meta, entonces, delrelato, contar el viaje a la URSS en plena perestroika, esdilatada, pospuesta, como esas introducciones narrativasque retrasan el inicio de la acción propiamente dicha. Lasituación enunciativa es aquella en la cual el autor se colo-ca a sí mismo frente a sus diarios, lo cual lo lleva a pensaren ese espacio en blanco y también a completarlo.

En un fragmento convencionalmente llamado «In-troducción», Pitol aprovecha que no ha escrito nuncasobre Praga para escribir ahora sobre esa ciudad y sucultura. Hace explícito su plan de escribir sobre su viajea la URSS en el 86, para cumplir una invitación recibidacuatro años después de su llegada a Praga. Pero la dila-ción le permite preguntarse por qué Praga ha estadoausente de sus diarios, y escribir brevemente sobre ellalo que guarda en su memoria. El lector es desviado de loque supuestamente es la meta real, el point;12 y se anun-cia entonces, desde este primer fragmento, la rareza de

este libro de viaje: el encabalgamiento entre el dato, lacita literaria, y la dimensión onírica, así como la mezclade narración, ensayo y memorias, de reflexiones sobrearquitectura, arte y literatura, y de experiencias de vidade un escritor, sus lecturas, sus libros y su carrera.13

Quizás un relativo hilo conductor de todo el mate-rial que compone El viaje sea la relación entre arte ypolítica, tanto por los episodios, obras y autores quePitol analiza desde la vida política que le fue contem-poránea, como por su voluntad de ser apolítico, sindejar de hablar de política, como si la esfera estéticacondensara los procesos sociales y políticos, econó-micos e ideológicos, y los explicara.

Como en los libros de Villoro e Hinojosa, la expecta-tiva de recepción también es alterada. El viaje de Pitolno comienza con la salida física a otro lugar, sino conel viaje a la memoria que ahora se expresa a través deesos apuntes revisados por el autor. Ese viaje a la me-moria de la letra impresa será uno de los viajes de losvarios que el narrador propone. Otros serán el viaje asu memoria afectiva, a sus lecturas y afinidades electi-vas. ¿Cómo esperar en una propuesta como esa el cum-plimiento de los consabidos lugares del relato?

Lo que suele ocurrir en un relato de viajes es que serespeta cierta cronología, aun cuando como en el deVilloro, por ejemplo, la linealidad sea precedida por unviaje a su infancia y quien lee advierta que el orden de losepisodios narrados responde a una estructura interna, aun «artificio», que no tiene por qué coincidir estrictamen-te con cierta relación de causa y efecto. El viaje de Pitolse monta sobre una cronología: la del viaje a la URSS en1986 (fragmentos que cubren del 19 al 31 de mayo, el 2y el 3 de junio). Y si el motivo narrativamente unificadoren el relato de Hinojosa es la captura de un taxi en LosÁngeles, aquí es la dificultad para lograr llegar a Tbilisi,debido a los laberintos burocráticos moscovitas.

Pero esta cronología del 86 es alterada, tanto porlos fragmentos intercalados, que se remontan a un

12 Gerald Prince explica cómo todo relato tiene que tener unameta, un propósito, un point, de lo contrario se afecta sunarratividad. Cf. «Observaciones sobre la narratividad», LaHabana, Criterios, 1991; (29): 27.

13 En la entrevista «Leer me hizo la infancia feliz», Orbe, 27 denoviembre-3 de diciembre de 2004, p. 10, Pitol señala comoantecedente de este ejercicio multiforme su libro El arte de lafuga.

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pasado de la historia de la URSS muy anterior («Lacarta de Meyerhold», por ejemplo, se remite a la Rusiade los años 30), o a la historia personal del narrador(«Peces rojos»), como por fragmentos de otra natura-leza discursiva («Retrato de familia» I y II, dedicadosa la figura de Marina Tsvetaieva, fragmentos entre labiografía, la semblanza y el ensayo, o «Hazañas de lamemoria», texto citado de La verdadera vida deSebastián Knight, de Vladimir Nabokov, de asunto vin-culado con la vida en Rusia antes de la Revolución).

Aun cuando el relato «principal» –el viaje del 86– sigueuna cronología, esta es alterada por la inclusión de aque-llos pasajes que van hacia atrás o que, aun cuando con-servan el vínculo temático con la cultura rusa, salen de lalinealidad. Al mismo tiempo, dentro de aquellos que seinsertan en el eje temporal del viaje realizado entre mayo yjunio del 86, se producen saltos temporales a otros mo-mentos vividos por el autor o al registro onírico.

El movimiento que traza el viaje, entonces, se desarro-lla hacia todas partes siguiendo la lógica del rizoma. Se-gún Deleuze y Guattari, el rizoma no se deja reducir ni a loUno ni a lo múltiple, y su diseño, contrariamente al delárbol que se erige vertical buscando la altura, es más bienel de la extensión hacia diversos puntos de fuga.14 El viajede Pitol no diseña el círculo, como el de Villoro, sino unamultiplicación infinita a partir de un movimiento centrífu-go. Tampoco se mueve como el péndulo, de un lado aotro, como el de Hinojosa, sino por saltos.

De ahí la superposición de espacios temporales, lasanacronías (analepsis y prolepsis), tanto en la historiade la URSS como en la del autor, que a la vez quedespiertan en el receptor el interés por su extrañeza, losostienen por la necesaria atención que demanda se-guir el movimiento de un discurso que opera por saltosde una época a otra, de una forma elocutiva a otra(diálogo y descripción, narración y argumentación),del sueño a la vigilia, y a la inversa.

Es notable, que tanto la salida (19 de mayo) como elregreso (3 de junio) tengan como escenario el avión,alusión al tránsito literal, pero también metafórico. No

hay descripción convencional de la salida pues el relatoarranca in medias res, cuando el viajero ya está en lanave aérea. Inmediatamente se narra el episodio conla señora A., que abruma al viajero con su verborreamítico-sexual, y luego el narrador relata un sueño ocu-rrido durante el vuelo.

En la «Introducción» se suscita el interés empezan-do por su estancia en Praga, asunto de lo que realmen-te no hablará en este libro, y luego se relata un sueño;en el primer fragmento de la «cronología» («19 demayo») se sostiene el interés del lector con el encuen-tro en el avión con la ridícula señora A. y el relato deotro sueño. De aliento literario estos dos primeros frag-mentos ya colocan a este relato de viaje en una dimen-sión diferente. El regreso de nuevo se coloca en el avióny esta vez las únicas referencias al desplazamiento terri-torial son los datos climáticos tanto en Moscú como enPraga. Antes se ha descrito una reunión de amigos en lacapital moscovita como despedida, pero la misma no serefiere sin haber pasado revista a aspectos de la histo-ria y la cultura rusa y soviética y al esquema de lapróxima novela.

Si por una parte pareciera que se respetan los luga-res del relato, por la otra, ya la narración comienza enla formal «Introducción», aun cuando esa evocaciónde los años de Praga es al mismo tiempo un retraso de«la acción principal», lo cual hace evidente el artificio(literario) en el nivel del discurso. Es notable además,que el fragmento que cierra el libro, «Iván, niño ruso»,sea un viaje a la infancia. Viaje que conecta temática-mente con el del 86, pero que sirve sobre todo paraestablecer los vínculos fundamentales en la vida delescritor: la familia, la lectura y la literatura.

El viaje de Pitol es un viaje entre los géneros, entrelos textos, entre las culturas y entre los tiempos. Esiluminadora la referencia que el narrador hace a los en-sayos de su admirada Marina Tsvetaieva pues su viajees semejante a lo que ocurre en los textos de la escritorarusa: «Un ensayo suyo es siempre un relato y la cápsulade una novela y una crónica de época y un trozo deautobiografía» (98). El viaje material es el soporte quepermite los otros viajes. Los intentos que tratan de rom-per con el modelo basado en el itinerario, liberan al

14 Gilles Deleuze y Felix Guattari: «Introducción», Rizoma,Valencia, Pre-Textos, 1997.

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lector de su rol pasivo, como consumidor de experien-cias ajenas que le permiten dejarse llevar por inercia;en este sentido, el viaje de Pitol moviliza la lectura y aldialogar con el modelo tradicional del relato de viaje, locancela y lo supera.

Otro principio organizador de este viaje es precisa-mente la fragmentación. Principio que quizás respondea la crisis de la representación, como consecuencia de lasnuevas tecnologías, de la velocidad de la imagen, delritmo acelerado de la vida cotidiana, que una estructu-ra cerrada no podría contener.15 La apertura en el viajede Pitol permitiría entrar y salir, trasladarse sin equipa-je, alcanzar la ligereza mediante la sucesión de materia-les disímiles que no intentan apresar una totalidad sinocaptar tranches de vie. Varios espacios narrativos sealternan sucesivamente en los veintidós fragmentos:las ciudades visitadas, los sueños, la ficción larvada,in progress, de su próxima novela (Domar a la divinagarza), la infancia y adolescencia del autor, y la litera-tura. Las ciudades son Praga, Moscú, Leningrado yTbilisi. La primera y la segunda están básicamente ins-critas en las experiencias diplomáticas del autor; la se-gunda, la tercera y la cuarta, en el viaje realizado en elaño 1986, que ahora sirve como supuesto hilo con-ductor de las diferentes retrospectivas: tanto a los años83-88 (Praga) y a los años de su labor diplomática enMoscú (80-81), como a sucesos ocurridos en algunasde estas y otras ciudades en algunos momentos de suvida (Varsovia, Roma, Venecia).

Como en Villoro e Hinojosa la figura autoral es pre-sentada en una dimensión humana. Pitol refiere sus pade-cimientos físicos y, como Salvador Novo en sus librosde viaje, tiene una conciencia de su propio cuerpo: ri-nitis y sinusitis, jaquecas y tabletas, aumento de peso,necesidades fisiológicas: «Me urgía orinar y lavarme lacara» (114), o el aprendizaje de la defecación cuandoera niño (117-118). Ese toque cercano desacraliza lafigura del autor y propicia el interés de un relato quepodría haber resultado distante por las múltiples dis-quisiciones literarias o históricas. El viaje es un relato

de Autor, viaje personal por el mundo que recrea, losexplícitos gustos literarios y lo propiamente individual:pasajes juveniles y familiares, sueños, anhelos y pasio-nes, estados de ánimo y juicios críticos.

IV

A diferencia de lo que ocurre en las narrativas de ex-ploración y conquista, de aventuras o de carácter cien-tífico, los sujetos observados en estos relatos de viajede escritores mexicanos contemporáneos, son sujetosactuantes que permiten un diálogo, diálogo conducentea la comprensión, y no a la posesión. La mirada delviajero se apropia de la alteridad para convertirla en asuntoliterario. La representación de la cosa observada y de-signada responde a la articulación de un discurso lábil,flexible, que atraviesa las fronteras de los géneros paraadquirir el estatuto de un discurso fronterizo.

La literatura de viajes es una escritura de movimientoque implica una relación entre el espacio y el tiempo,entre el yo narrador y el yo narrado, entre lo objetivo ylo subjetivo. No se trata del viaje en la ficción cuyo pa-radigma es Ulises, o Don Quijote, viajero impenitentepor las tierras castellanas; tampoco de la idea de quetodo periplo literario supone un viaje: el viaje mismo dela existencia humana, material por excelencia; o el viajeespiritual, el viaje de la conciencia y el viaje de la memo-ria, o el propio viaje de la escritura.

El componente de «verdad» en el relato de viaje, eldato duro, la expectativa de recepción y el pacto de lec-tura, no impiden la movilidad permanente hacia territo-rios otros, ficcionales o no, que matizan el valor «docu-mental», el cual, sin embargo, no deja de estar presente.Esas cualidades o atributos del relato de viaje lo tornanun escenario idóneo para la hibridación y la mezcla, parala trasgresión y el dialogo entre diferentes materialesdiscursivos.

Palmeras..., Un taxi… y El viaje participan de loliterario, cada uno con distintos procedimientos. La li-terariedad se aprecia en el estilo, en los giros lingüísti-cos o en el orden y estructura del relato, en la marcadavoluntad del viaje entre los géneros, en la explícita di-mensión ficcional de lo contado y en la naturaleza

15 Cf. Nicola Bottiglieri: «El viaje en la época de su reproduc-ción narrativa», La Gaceta de Cuba, 2002; (4): 9.

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misma del discurso. Por su condición autobiográfica,el yo narrador somete lo vivido a la selección y a lacombinación para reecodificarlo y recrearlo. La miradase apropia de lo factual y construye un nuevo mundo,mediante un proceso en el cual participan las manerasdel desplazamiento, la temporalidad de la forma, la dis-tancia entre el vivir y el acto de la escritura, y la recu-peración de la memoria.

En Palmeras… se viaja hacia la otredad de ese terri-torio aislado que es Yucatán, inclinado hacia el Caribe yextrañado del centro metropolitano. Yucatán es a ratoslo «no mexicano» por su especificidad, y así pudieraresultar el otro. Pero una vez allí, el viajero compruebaque dentro de la península el «otro» sería el pasadomaya. Esa «otredad» yucateca, de un país dentro delpaís (tanto en lo relativo al centro metropolitano comoa su propio centro), es el espacio para el encuentrocon el origen materno. En ese juego de cercanía-leja-nía, presencia-ausencia, el relato muestra sus procedi-mientos y un estilo, y describe un dibujo circular. Si elmundo maya es el germen de Yucatán, la madre lo esdel narrador. La reduplicación enfatiza lo circular de lacreación, el viaje a la semilla.

Si Palmeras... es un viaje orientado hacia el pasado,tanto el de Yucatán como el del narrador, Un taxi... esun viaje hacia el presente de la época global, hacia lahomogeneidad de lo heterogéneo. Ese presente es elescenario posmoderno para la explosión del lenguaje,las palabras inventadas y los neologismos, para la mez-cla entre «alta» cultura y cultura popular. Aun cuandoel contenido autobiográfico es inherente a Un taxi..., lavisión es más la de una colectividad que la de una indi-vidualidad. En ambos relatos el estilo está asociado alhumor, pero en Un taxi... el tono llega hasta la hipér-bole, la ironía y el sarcasmo.

En Palmeras..., el pacto de lectura quiere respetarla condición de la narratio vero, aun cuando se sabeque la manera de ordenar los sucesos, el cumplimientode un cierto programa narrativo (un sujeto que desea

alcanzar un objeto de deseo), así como un estilo, orientanal discurso hacia la frontera de la ficción. En Un taxi...desde el inicio ese pacto queda roto y al final esa rup-tura se enfatiza. Si el diseño circular de volver al ori-gen trazado por Palmeras… ocurre tanto en lo narrati-vo como en lo temático, en Un taxi..., el movimientoes el del péndulo, entre lo mexicano y lo mexicano-angelino, y entre la crónica y la ficción.

De estructura más compleja, El viaje opera por sal-tos en diversas líneas de fuga, en diversos tiempos: elpasado de la historia y de la Historia, el presente de laescritura y el futuro de una novela; y el viaje viaja haciavariados géneros discursivos. En ese discurrir rizomá-tico, a la crónica y la ficción se añade una tercera di-mensión, lo onírico, que se incorpora con igual legiti-midad al entramado textual, en una estructura narrativaque atraviesa las fronteras de los géneros.

En los tres relatos el lector se percata de una ciertaextrañeza aunque esta va como in crescendo desdePalmeras... (1989), pasando por Un taxi... (1995), hastaEl viaje (2000); desde el más convencional círculo,pasando por el péndulo, hasta llegar al rizoma, respec-tivamente. Una progresión también manifiesta, quizásno del todo casualmente, en las fechas de las edicio-nes. Lo autobiográfico se expresa tanto en la experien-cia de vida narrada, como en el lugar de enunciaciónque cada autor asume frente a los objetivos y la metade su relato.

Y para finalizar por el principio de los paratextos:los títulos de estos libros de viaje anticipan las grada-ciones existentes entre ellos: desde el tono evocador ylírico de las palmeras de la brisa rápida, asociadas aldestino emocional (Villoro), pasando por el ritmo de labúsqueda de un medio para el movimiento, ritmo queen lo episódico es análogo al ritmo del discurso y de lacosa designada (Hinojosa), hasta el viaje, en su dimen-sión múltiple, expansivo, más allá de toda frontera tem-poral y espacial, más allá de los géneros (Pitol).

Más allá de la vigilia, para arribar al sueño. c

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or qué Pedro de Ursúa, un personaje aparentemente de se-gunda fila, un personaje de circo, como se proyecta en lailustración de la cubierta del libro? Claro, me refiero no al

HUGO NIÑO

Ursúa: la convicción del relato

1 William Ospina: Ursúa, Bogotá, Alfaguara, 2005.

¿Pcirco de Phineas Barnum sino al de Calígula. En el caso de la novela deWilliam Ospina,1 la cubierta recrea una escena de Pizarro, tiene que serGonzalo, lanzando indios a las mandíbulas de perros antropófagos, unaescena muy frecuentemente llevada a cabo dentro de las tácticas desometimiento de la Conquista y la Colonia en el Nuevo Mundo. Ursúano tuvo ni la sagacidad de Cortés y Francisco Pizarro, ni la tenacidad deDiego de Almagro, ni el brillo intelectual ni la estela romántica de Juande Castellanos o de Francisco de Orellana. Sin embargo, siendo un per-sonaje oscuro tuvo en común, sobre todo con los dos primeros, serdemencialmente sanguinario y alucinante más que soñador. Además fuepionero en algunas prácticas que, desde entonces, han tenido acogidaen estas tierras, como la organización de ejércitos privados para adelan-tar guerras paramilitares mercenarias con banderas del Estado, cosa a laque se dedicó cuando cayó en desgracia en la Nueva Granada. Si metocara suponer por qué Ospina escogió a Ursúa como personaje de sunovela, diría que fue, precisamente, por ser un personaje sin dueñobiográfico anterior, y porque con él se puede hacer de todo novelísticamentehablando, como lo logra hacer Ospina. En seguida quiero exponer lasimpresiones e ideas que me generó la lectura de la novela, que haré en trespartes, como lo manda el protocolo escritural:

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I

Las razones de la historia

El asunto que hace posible la narración de Ursúa es eldespojo del Nuevo Mundo, con la consecuente enaje-nación de su naturaleza y su cultura. Sin estas condi-ciones, ni Pedro de Ursúa ni esa horda interminable deaventureros, cazafortunas y fugitivos jamás se habríanembarcado para el Nuevo Mundo. De este modo, re-sulta claro el punto subsiguiente que es el tema, en estecaso el impulso mismo que va a poner en movimientoal personaje y a los que, como él, vinieron a este ladodel Atlántico: la codicia, una codicia acompañada pormucho de muerte y poco de amor, ni siquiera amorpropio, ya que Ursúa era arrogante, pero poco con-vencido de la virtuosidad de sus acciones. Si bien escierto que su propósito inicial pudo ser la aventura,pronto fue atacado por la fiebre de El Dorado. Codicia,arrogancia y gusto por la sangre derramada lo convir-tieron progresivamente en enemigo de sí mismo y, enese sentido, sería con el tiempo uno de sus propiosantagonistas.

La historia de la novela –que no, por ahora, la histo-ria en la novela–, como todas las historias, es muysencilla: Un joven de la nobleza navarra va al NuevoMundo, donde decide buscar el tesoro de Tisquesusa.Diversas misiones de guerra lo apartan sucesivamentede su misión principal, y se ve colocado en el centro delas intrigas de la Nueva Granada, cayendo en desgra-cia. Finalmente logrará ponerse en lo que cree que esel camino del País de la Canela, pero morirá a manosde un asesino llamado Lope de Aguirre en el río Ama-zonas. Esa es la historia de Ursúa. Más exactamente,la historia principal. Otra cosa es la narración, que esdonde los hilos de la historia se tejen y cruzan paraformar una trama extensa, feroz y trágica.

Las historias subalternas

La narración de la historia, o discurso, para decirlo entérminos canónicos, está sustentada en otras historiassecundarias que tienen a Ursúa como centro de refe-rencia.

La primera de esas historias es la del juez de resi-dencia en las Indias, Miguel Díaz de Armendáriz, tíodel joven aventurero. El juez ha decidido atender losasuntos de la Nueva Granada desde Cartagena, dejan-do el trabajo militar y punitivo a su sobrino Ursúa, quiense encuentra en el Perú, a donde el juez lo ha mandadollamar. Armendáriz será su protector y ayudante prin-cipal –no en términos de servidumbre sino de apoyo–,pero también el causante mayor del inicio de su caída,cuando ambos creían estar en la cima de su poder. Deesta caída se repondrá Ursúa, pero sólo para posponersu destrucción definitiva luego de huir a Panamá, pa-sar al Perú nuevamente y embarcarse en busca del Paísde la Canela descendiendo por el río Amazonas, dondemorirá a manos del demente Aguirre.

La segunda historia subalterna es la de Ortún Velasco,el capitán español que combatió al lado de Ursúa en elcentro y nordeste de la Nueva Granada, con quien fundóla ciudad de Pamplona. Ortún Velasco será tambiénuno de sus ayudantes decisivos. Es el único español aquien realmente admiró por su coraje y su lealtad másallá de la muerte, cualidades inestables en Ursúa. Velascosería el vengador de la muerte de aquel. El otro hom-bre a quien Ursúa admiró sin reservas fue un indio quedefendió el Bajo Magdalena de la barbarie española ydel mismo Ursúa. Ese hombre fue Francisquillo, ungallardo guerrero que tenía todo lo que a él le faltaba: elamor de su pueblo, palabra y valor a toda prueba, atri-buto este que sí les era común. Francisquillo tambiénaventajaba a Ursúa en algo que este sabía que jamásconseguiría: la legitimidad de sus acciones.

La tercera historia subalterna o secundaria es la deOramín, un guerrero indio salvado de la muerte porUrsúa en la sabana de Santafé. Oramín será su guía nosólo en el terreno geográfico sino en el simbólico, yaque será su mentor para el entendimiento de la mentali-dad india y de la interpretación de sus sueños. Tambiénserá quien lo coloque en la dirección de la que Ursúaadopta como misión principal y que nunca llevará acabo: el encuentro de El Dorado, primero bajo la for-ma del tesoro de Tisquesusa y, al final de su existen-cia, del País de la Canela, misión que identificará através de las revelaciones de un poeta y cronista convocación mística: Juan de Castellanos.

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La cuarta historia secundaria es la del mismo Juan deCastellanos. El soldado, aventurero, poeta y cronistaaparece en la vida del personaje cuando ya la vida deeste está en dificultades. Juan de Castellanos se con-vierte en un tótem para Ursúa, ya que le abre nuevoscaminos de interpretación a su propio quehacer en elNuevo Mundo. Castellanos es arrojado, leal y recita enlatín. Ayudará a Ursúa a escapar de la muerte y exaltaráel niño dormido que hay en él, ya que Castellanos es uncontador inigualable de historias. Los relatos de Caste-llanos no sólo entretienen a Ursúa, sino que lo van per-suadiendo de que un buen relato es la única conexiónválida con la realidad, lo que nos queda después de quehan pasado los actos que le dieron forma, cosa que yavenía advirtiendo desde su amistad con Oramín. Perocon Castellanos, así como antes con Oramín, Ursúa veque el relato puede generar nuevas realidades. Eso suce-de cuando Castellanos le habla de su amigo el cronistaGonzalo Fernández de Oviedo y le relata el prodigiosoviaje de Francisco de Orellana por el río de las Amazo-nas, culminado en 1542. Más tarde, en Panamá, Ursúase va a enterar de que Fernández de Oviedo fue tambiénel maestro de su último amigo y custodio de sus propiasmemorias, que es el álter narrador de la novela. De estasuerte, dos hombres, Oramín y Castellanos, se desem-peñan también como los mentores de los dos sueños deUrsúa, que inspiran la misión que siempre se le negará.Por Oramín supo del tesoro de Tisquesusa y por Caste-llanos supo del País de la Canela en el Amazonas. No vaa ser de extrañar que, truncado el sueño del tesoro deTisquesusa por haber tenido que huir de la Nueva Gra-nada, Ursúa se abrace al del País de la Canela, de cuyaexistencia supo por Castellanos, cosa que confirmaríaen Panamá cuando, fugitivo y venido a menos, encon-trará a ese ayudante providencial y sobreviviente de laexpedición de Orellana que lo acompañará en su desgra-ciada búsqueda de la canela y quien, desde su retiro enSanta Águeda del Gualí, en el Tolima, escribirá la histo-ria del personaje en 1571.

La quinta historia es la de las mujeres de Ursúa: Inésde Atienza, Z’bali y Teresa de Peñalver. Es significati-vo que las tres mujeres de Ursúa encarnen, a la vez, lasidentidades étnicas que se tejieron a partir de la Con-

quista. Su relación con Inés de Atienza es más de ini-ciación a la lujuria que al amor, cosa que, por lo de-más, nunca fue un estado dominante en la vida delpersonaje. Inés de Atienza es princesa india y damaespañola, lo que la hace culturalmente anfibia, siendoindia entre españoles y española entre indios. Ella esrepresentación del mestizaje. Vendrá luego Z’bali, indiavenezolana a quien conoce en Santafé y por quien expe-rimenta una emoción parecida al amor. Z’bali es el pri-mer refugio sentimental de Ursúa, aunque él la dejarápor Teresa de Peñalver, a quien conoce en Mompox,cuando ya su destino está sellado por la caída. Z’balirepresenta a la corriente india en la formación de loque sería la nueva identidad etnocultural en proceso deconstitución. Teresa de Peñalver es sobrina de Maríade Carvajal, viuda del mariscal Jorge Robledo. Teresarepresenta la corriente europea. Estas dos últimas mu-jeres lo protegerán y esconderán durante su última es-tadía en Santafé, de donde lo sacarán clandestinamen-te con la ayuda de Juan de Castellanos. Teresa dePeñalver será la madre de la única descendiente deUrsúa.

La sexta historia secundaria es la del narrador. Usarun narrador sobreviviente al personaje mismo es unabuena solución para poder hilar acontecimientos, tiem-pos y lugares dispersos, entre otras cosas. Aquí, en elnarrador, es, además, donde William Ospina se enmas-cara y a través de quien vierte sus reflexiones y todosu desarrollo dialógico. Nacido en Santo Domingo en1521, el narrador, que nunca se identifica con un nom-bre, incógnito si no fuera porque tiene una vida que seconstruye a través de fragmentos dispersos en el rela-to, es seis años mayor que Ursúa y aparecerá en lavida del personaje en 1556 cuando este llega siendo undon nadie a Nombre de Dios, un puerto ubicado aproxi-madamente donde ahora queda Colón en Panamá, hu-yendo de la justicia de la Nueva Granada. Para darlelegitimidad a su relato, se ve obligado a reconocerfechorías de sí mismo o de su progenitor. Así, reclamaque su padre combatió bajo el mando de FranciscoPizarro, pero admite que participó en la masacre de lossiete mil incas en Cajamarca. El narrador mismo estu-vo después con Gonzalo Pizarro, el menor de aquel

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clan infame, y se culpa de la masacre de cuatro milindios en el viaje en busca del País de la Canela.

Una noche, mientras camina entre las palmeras delpuerto luego de cenar, nuestro hombre es atacado poruno de los sobrevivientes de la expedición de GonzaloPizarro. Cuando está a punto de ser apuñalado, apareceUrsúa, quien le salva la vida como había ocurrido conOramín recién llegado a Santafé una década atrás. Asíconsigue Ursúa sus ayudantes lugareños: comprándo-les la vida. El hombre salvado en Nombre de Dios re-sulta ser un sobreviviente de la expedición de Orellanaal río Amazonas. Aquel episodio, el del descubrimientodel río, mérito que se llevó Orellana, quien decidió se-guir solo en busca del río y dejar atrás a Gonzalo Pizarro,quien era el comandante original, marcó la caída de estey el surgimiento de uno de sus odios enfermizos, estavez hacia Orellana. También selló el destino de buenaparte de los expedicionarios sobrevivientes, por no de-cir de sus protagonistas principales. Mientras casi todoslos compañeros de Pizarro lo abandonaron a la hora dela muerte tal como había sucedido con su hermano mayorFrancisco, con excepción de aquel vengador nocturnode Nombre de Dios, los sobrevivientes de Orellana vol-vieron desde distintas regiones del Nuevo Mundo paratomar las armas contra Gonzalo Pizarro cuando este sealzó con la pretensión demencial de erigirse en rey delPerú. Aquellos combatientes, más que defender la inte-gridad del imperio, acudieron al Perú para celebrar unritual en defensa del honor de su capitán, difamado porel desquiciado general Pizarro.

El salvado de aquella noche en Nombre de Dios, re-sulta ser también discípulo del historiador GonzaloFernández de Oviedo y portador de la crónica de sumaestro sobre el descubrimiento del río Amazonas, cuyodestino era la Biblioteca del Vaticano. En Roma se habíaamparado bajo la protección del poderoso cardenal PietroBembo, quien poco antes de morir lo colocó como es-cribano del marqués de Cañete, Andrés Hurtado deMendoza. Tras el caos producido en el Perú por el clande los hermanos Pizarro y que terminó con la muerte detodos menos uno, Hernando, que estaba preso en Espa-ña, en el Castillo de la Mota, por el asesinato de Diego deAlmagro, el emperador Carlos V había resuelto enco-

mendarle la pacificación y el reordenamiento del Perú yel Nuevo Mundo al obispo dominico La Gasca, luego deuna conversación de toda una tarde. También, en Nom-bre de Dios, luego de una larga conversación, Pedro deUrsúa resuelve confiarle los sueños y las desdichas desu existencia a su salvado, quien las escribirá al amparode las colinas del Gualí, quince años después. Al escribirsus memorias de Ursúa, el narrador cumple la únicamisión que cree válida como balance de su propia exis-tencia: la defensa del relato como acto de restauraciónde la memoria.

La misión de La Gasca fue muy efectiva, de maneraque pronto los envíos de oro hacia España se habíanreanudado. La Gasca regresó a España y las larguísimasrecuas de mulas cargadas de oro que hacían la rutadesde el Perú hasta Panamá por trochas inhóspitas,promovieron la aparición de bandas de salteadores, al-gunas de las cuales estaban formadas ahora por escla-vos fugados y alzados en palenques. Así las cosas, elmarqués de Cañete se halla en Panamá rumbo al Perúpara tomar posesión del cargo de virrey y mantener lasconquistas administrativas de La Gasca.

El escribano del marqués de Cañete, que será el mis-mo biógrafo de Ursúa, es un mestizo culto, pero mestizovergonzante, nacido en Santo Domingo. Pretende sereuropeo, guardando el secreto de ser realmente hijono de un español, sino de un moro. Mientras la aspira-ción de aquel hombre es encontrar un destino en Euro-pa, la de Ursúa es encontrar el tesoro de Tisquesusa.Pero la fuerza de los hechos los lleva a aquella nochecoyuntural en Nombre de Dios y luego los empuja haciael Perú. Ursúa no ha terminado de desembarcar, prófu-go y derrotado en Panamá, cuando encuentra en aquelhombre no sólo a su confidente y sustituto de Oramín yCastellanos como individuo pródigo en el artificio denarrar, sino a un nuevo ayudante. En efecto, aquel es-cribano lo lleva ante el marqués de Cañete, quien andaagobiado por la acción de los salteadores de las remesasde oro para el Emperador. Ursúa, que ha adquirido eldon envolvente de relatar historias fascinantes, lo con-vence de que él es el indicado para pacificar la ruta deloro. Allí, tras aquella conversación con el Virrey del Perú,renace Ursúa y vuelve a ser imprescindible, postergan-

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do una vez más su final trágico, que lo alcanzará en elrío Amazonas, a manos de Lope de Aguirre, en 1561.Lope de Aguirre fue otro demente que quiso también serrey del Perú, como Gonzalo Pizarro, y quien, luego deasesinar a Ursúa, mató a Elvira, su propia hija.

No es frecuente que una historia principal se apoyeen un número tan crecido de historias subalternas, queson las que, en realidad, brindan la consistencia paraque el personaje pueda realizar su recorrido. Sin embar-go, no hay afán: para tejer esta trama necesariamentecompleja por su extensión y por el número de nudosque debe atar, Ospina dispone de cuatrocientas sesentapáginas, descontando las de uso editorial, que reparteentre treinta y tres capítulos, un prólogo del narrador yuna nota decodificadora final del autor, que dejan todoclaro. Naturalmente, a lo largo de ellas aparecen mu-chos otros personajes y ayudantes circunstanciales, comoel escribano Alonso Téllez, socio del tío de Ursúa, quienlo salvará de un juicio fatal en Santafé en 1552, conven-ciendo a los nuevos oidores venidos a juzgar a tío ysobrino de que Ursúa es el indicado para adelantar laguerra urgente contra los tayronas. En lugar de ir altribunal, Ursúa irá como general de esa guerra y tenientede gobernador de Santa Marta. También concurrirán enese derrotero Heredia, Belalcázar, los Pizarro, Robledo yprácticamente todos los protagonistas que tuvo el Nue-vo Mundo desde el Perú hacia el norte durante el segun-do y tercer cuarto del siglo XVI.

Lo que sí produce afán es poder ordenar unas im-presiones de lectura en los espacios reducidos que ahorase conceden a la crítica, so pretexto de las exigenciasde los tiempos rápidos que vivimos. Ya es estimulanteque Alfaguara se hubiera decidido a publicar un librode una extensión tal que, para la mayoría de los em-presarios del libro que sustituyeron a los editores de vo-cación, les hubiera equivalido a la publicación de dos atres títulos según los parámetros de producción con-temporáneos. También es una suerte para el lector.

II

Antes de pasar al derrotero de nuestro personaje, valela pena hacerse una pregunta en dos tiempos: ¿Qué

hace la crítica frente a textos como este? O mejor:¿Qué hay de la crítica, para dónde va? Tal parece quelos esfuerzos en Colombia de Gutiérrez Girardot, deErnesto Volkening, de Carlos Rincón, de ConradoZuluaga y del elocuente Jaime Mejía Duque no tienencontinuadores. Ni siquiera contradictores. Por eso no-velas como la de Ospina no tienen una respuesta críti-ca. Eso se suple, más bien, con una campaña de «po-sicionamiento de imagen», que es la manera de pensaracerca del fomento del libro que tienen los actualesempresarios, quienes parecen haber desplazado irre-mediablemente a los editores de hasta hace poco. De-finitivamente, es un pesar que, entre nosotros, no existauna tradición de crítica, pues los esfuerzos se acabancon cada generación. Lo que hace ahora aquel que lla-mamos crítico es reproducir a menudo reflexiones,resúmenes y opiniones del mismo autor o de otros,que termina asumiendo como su propio saber. QuizásOspina temía esa precariedad de la crítica de nuestrotiempo. Y como el ensayo literario es una de sus predi-lecciones, introdujo la función crítica y explicativa enel narrador visible de la novela, que es memoria y con-ciencia del personaje. Veamos:

El derrotero de Ursúa

Al amparo de las colinas de Santa Águeda de Gualí, enel departamento del Tolima, al sur de Santafé, el antiguoescribano del Virrey del Perú, discípulo de GonzaloFernández de Oviedo y heredero de la memoria de Pe-dro de Ursúa, cuenta: La narración comienza en 1542,en la fortaleza de los Ursúa en Navarra, cuando la fami-lia se prepara a recibir la visita de Miguel Díez de Aux,pariente de su madre, Leonor Díaz de Armendáriz. DonMiguel regresa después de treinta años de ausencia en elNuevo Mundo y tras veinte de ser regente de Borinquen.La historia terminará en el río Amazonas, en 1561, cuan-do Ursúa morirá a manos de Lope de Aguirre.

La narración se extrapola continuamente por lamultitud de conexiones que establece, pero siemprevuelve a su curso, de modo que, tomando constante-mente forma circular, también de igual forma regresaal derrotero del personaje, reestableciendo su linealidad,

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cosa que permite seguir el curso de las acciones demanera sencilla. El narrador cuenta, recuenta, anticipay explica constantemente, empleando todos los puntosde vista que les están permitidos a los narradores. Enesto, Ospina no se restringe: no obstante que la formadel discurso es testimonial, lo que quiere decir que elnarrador es homodiegético, este actúa a veces comoparadiegético en tanto testigo de las acciones y conta-dor de experiencias vistas u oídas, pero también esautodiegético en tanto hacedor de experiencias, cosaque se da a partir de su aparición física en la vida deUrsúa a partir de 1556, cinco años antes de la muertedel personaje. Pero también adopta puntos de vistaomniscientes, heterodiegéticos, cuando se permite sa-ber y contar lo que piensan y sienten personajes conlos cuales no tuvo una experiencia directa. Pero a esome referiré unas líneas más adelante, si hay modo.

Aquella conversación con el tío legendario en el cas-tillo de los Ursúa y los relatos maravillosos de las In-dias marcarán el primer giro dramático en la existenciadel casi lampiño Pedro de Ursúa. Son las promesas deaventuras lo que lo cautiva inicialmente. «No habíacumplido diecisiete años, y era fuerte y hermoso, cuan-do se lo llevaron los barcos»: así comienza el relato. Esla edad en que un hombre se apresta para las contin-gencias del amor, pero al muchacho lo gana la aventu-ra. Un comienzo que podría constituir una clave deesos plagios que los escritores emplean como home-naje a alguno de sus iconos. En este caso, el homenajees a José Eustasio Rivera: «Antes que me hubiera apa-sionado por mujer alguna, jugué mi corazón al azar yme lo ganó la violencia», es como comienza el relatode La vorágine. Así como aquella vez en la fortalezanavarra de la familia Ursúa fue una conversación laque desencadenó el primer giro dramático en la existen-cia del personaje, cuando este decidió viajar al NuevoMundo tras los pasos de su tío, la conversación ha deser la instancia ritual que determinará los giros sucesi-vos no sólo en la existencia de Pedro de Ursúa sino enla de los personajes que se mueven en el escenario másamplio de la historia: será una conversación conOramín, el indio de la sabana de Santafé en la NuevaGranada, la que lo convenza de que su misión en el

Nuevo Mundo es la búsqueda de El Dorado, identifica-do en el tesoro de Tisquesusa. También será otra con-versación, con Juan de Castellanos, la que lo pondrásobre la ruta del País de la Canela, cuyo sueño acogeráuna vez que haya sido proscrito de la Nueva Granada.Del mismo modo, tras una conversación con su tíoMiguel Díaz de Armendáriz, Ursúa verá que sus días enla Nueva Granada están contados. Otra conversaciónen el puerto de Nombre de Dios será el escenario ritualdonde Ursúa decida confiarle su propia memoria al es-cribano del marqués de Cañete, quien será el narradorde su vida. También esta conversación reencauzará aUrsúa hacia la misión de ir en busca del País de la Cane-la, cosa ya casi adormecida desde cuando Juan de Caste-llanos le había hablado sobre el viaje de Francisco deOrellana. También será otra conversación, con el obis-po La Gasca, la que convenza a Carlos V de que ese esel hombre que enderezará las cosas en el Nuevo Mundodespués del desgobierno armado por las tropelías de loshermanos Pizarro y demás hordas de saqueadores alservicio del imperio. Lo que llama la atención no es larecurrencia de la conversación como fuente de cambioy giros en la historia, sino la convicción profunda de sueficacia por parte del narrador y, desde luego, de aquel aquien enmascara: Ospina. Es una convicción que se ro-bustece a lo largo de la narración y que erige al relato,unas veces oral, otras escrito, como fuente primordialde la memoria y, así mismo, como documento superiorpara la reescritura de la historia en su sentido canónico.Este debate entre escritura y oralidad, entre historia yficción, es un litigio largo. Probablemente el más largoen lo que se conoce como historia de la lengua en esteContinente.

Dos años después de aquella conversación de 1542,año en que muere Francisco de Orellana, tras cuyospasos encontrará la muerte diecinueve años más tarde,Ursúa se encuentra embarcado hacia el Nuevo Mun-do, huyendo de la justicia por haber malherido en laciudad de Tudela a un hombre. Aun antes de embar-carse, Ursúa ya tiene la marca de la violencia en suderrotero. Un sino que también perseguirá a Tudela, elescenario de su crimen: muchos años después, en tie-rra de los muzos, Ursúa fundará otra ciudad de Tudela

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para recordar aquella de donde huyó adolescente, perola ciudad será arrasada por los indios lugareños.

Nuevo Mundo. Aquí comenzaron propiamente lasacciones que determinarían la constitución del persona-je. El muchacho llegó a Borinquen, buscando a su tíoMiguel Díez de Aux. Allí se enteró de que su tío de le-yenda, Miguel Díez de Aux, no era regente de Borinquensino un encomendero poco próspero. Desengañado,pasó a Panamá, y de ahí al Perú, donde no encontró unlugar para sus sueños. En eso otro tío casi homónimo,Miguel Díaz de Armendáriz, hermano de su madre, fuenombrado juez de residencia, encargado de juzgar acuatro gobernadores: Pedro de Heredia, de Cartagena;Sebastián de Belalcázar, de Popayán; Pascual deAndagoya, de San Juan y el aún más siniestro AlonsoLuis de Lugo, de Nueva Granada. El nuevo y poderosojuez lo mandó llamar y Ursúa dejó el Perú para acudirdonde su tío en Cartagena, pasando otra vez por Pana-má. Este es el segundo giro importante en la narración:la llamada del juez.

Los dos hombres se encontraron en Cartagena, enoctubre de 1544, recién desembarcado allí el juez. En-tonces Armendáriz decidió delegar el gobierno de Nue-va Granada en su sobrino. Pocos meses después, yaUrsúa comandaba las tropas del reino y se aprestaba aviajar como teniente de gobernador a Santafé. En Tunjaconoció a Ortún Velasco, el hombre que sería su ayu-dante más desinteresado y que vengaría años después lamuerte del joven. Llegado a Tunja camino de Santafésupo por primera vez de la existencia de El Dorado. Allíse le manifestó su destino, al oír las primeras historiasdel cacique vestido de oro. Pero al llegar a Santafé, nobien entró a la plaza principal, terminó de sellar la otracara de ese destino cuando humilló públicamente al ca-pitán Luis Lanchero al despojarlo de su vara de mandode alcalde de Santafé. Fue el 2 de mayo de 1545. Teníadieciocho años y ese día Ursúa creó a quien sería sumás implacable perseguidor una década después. La te-jedora del destino del arrogante conquistador supo enese momento cuáles serían los nudos que rematarían latrama de la vida del joven. Era cuestión de esperar.

Pronto desapareció en él cualquier ánimo románti-co. No bien estuvo en la sabana de Santafé, comenzó a

soñar con alcanzar a Hernán Cortés o a FranciscoPizarro en fortuna. Luego del incidente con el capitánLuis Lanchero, un día paseaba por los maizales de lasabana cuando escuchó unos lamentos. Era un indioque yacía en el fondo de un barranco, con una piernarota. Ursúa lo rescató de una muerte segura. El indioera Oramín, quien sería guía del joven teniente de go-bernador por los caminos del Nuevo Reino de Granaday por los senderos de las mentes de aquellas tierrasvecinas del cielo. Oramín sería su aval en tierra ajena,como después también lo sería el escribano del mar-qués de Cañete. Un indio y un mestizo. En gratitud,Oramín le contó del tesoro de Tisquesusa. Aquel en-cuentro casual determinó una vocación de lealtad y gra-titud por parte del salvado hacia Ursúa, el cual comenzóa hilar otro nudo en la tragedia que, desde ese momento,cerraba el entramado principal de la historia: tan sólo alllegar a la sabana de Santafé, Ursúa decidió que su mi-sión principal en aquellas tierras sería encontrar El Do-rado para equiparar a Cortés y a Pizarro en fortuna, asícomo lo había soñado al llegar allí, costara la sangre quecostara. Más aún: antes de tener claro esto, su afán depoder lo había llevado a crear a su primer antagonistaprincipal fuera de él mismo, cuando agravió pública-mente al capitán Lanchero sembrando así las primerassemillas de un surco infinito de errores, abusos y trope-lías que desde ese momento comenzaron a formar el cer-co de enemigos que lo llevarían a la caída y la muerte.

A los diecinueve años, Ursúa ya tenía miles de indiostrabajando a su servicio, tropas atentas a sus órdenes,había repartido encomiendas sin reparar en otra cosaque no fuera su conveniencia y acababa de conocer aZ’bali, una dulce india venezolana secuestrada por lastropas de Ambrosio Alfínger en Maracaibo y traída muyniña a Santafé. Ursúa dirigía campañas de ampliación defrontera desde Tocaima a La Palma, y enfrentaba a lospanches en las riberas del río Magdalena. Mientras tan-to, el obispo La Gasca había llegado a verse con suantiguo amigo, el juez Armendáriz, estableciendo su pues-to de mando provisional en Santa Marta para planear elreordenamiento de medio Nuevo Mundo, misión para laque Carlos V le había conferido poderes absolutos. Suobjetivo principal era someter a Gonzalo Pizarro, alzado

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contra el emperador y con pretensiones de erigirse enrey del Perú. En el curso de su alzamiento, GonzaloPizarro mató al virrey del Perú, Núñez de Vela, trasderrotarlo en la batalla de Añaquito. También había lo-grado tomarse a Panamá durante cuatro meses a tra-vés de su lugarteniente, Pedro de Bichaco. Con la si-tuación de ese tamaño, La Gasca no dudó en hacer lascomponendas que fueran del caso con tal de reponerla autoridad imperial. Por eso indultó a Sebastián deBelacázar, que ya había traicionado antes a FranciscoPizarro abandonando la Gobernación de Quito para irseen busca de la canela, y asesinado al mariscal JorgeRobledo. Todo se lo indultó La Gasca a Belalcázar, paraponerlo a su favor en la campaña contra el dementePizarro. También dispuso que el juez Armendáriz viaja-ra a Santafé y que Ursúa marchara al sur, para comba-tir a Pizarro. Tío y sobrino apenas se cruzaron, el unoentrando y el otro saliendo de Santafé. Pero en Popayán,Ursúa se enteró de la derrota de Pizarro, de modo queregresó a Santafé con la esperanza de obtener de su tíoel permiso para ir en busca del tesoro de Tisquesusa.

El juez se instaló en la casona que Ursúa había dis-puesto para él. Le pareció que lo primero que tenía quehacer era afirmar de un modo enfático su autoridad.Aunque a él lo habían nombrado para juzgar a AlonsoLuis de Lugo en el caso de la Nueva Granada, echómano de un incidente ocurrido al llegar Ursúa a Santa-fé tiempo atrás. Se trataba de un incendio en la casa deUrsúa, recién llegado el teniente de gobernador. Trasapresuradas indagaciones, ordenó capturar a Martínde Vergara, a Juan de Coca, a Luis Lanchero y a JuanSánchez Palomo. Enseguida ordenó aplicar la metodo-logía más popular desde entonces en la América paraobtener la confesión: torturarlos. Así lograron que Sán-chez Palomo confesara el crimen y mucho más, acu-sando a Lanchero y a Francisco Manrique de Velandiacomo sus cómplices. Sin mediar más, el juez ordenóahorcar a Sánchez Palomo, para que no cupiera dudade su celo por aplicar la justicia. Ya en el cadalso, Sán-chez Palomo pidió perdón a sus amigos por acusarlosfalsamente, esperanzado en que, al hacerlo, dejaríande torturarlo. Aquí el juez proveyó a sus enemigos delprimero de numerosos argumentos que elevarían con-

tra él cuando el viento se pusiera en su contra. LuisLanchero tuvo un motivo más que esgrimiría cuandollegara el momento de ir contra Ursúa, pues era claroque sobrino y tío compartían la misma identidad enmateria de abusos y desmanes a nombre de la ley. Ur-súa aún no había matado, pero su sino ya tenía el colorde la sangre.

Aunque Ursúa ya había sido cómplice de lasextralimitaciones de su tío, incluyendo el asesinato deSánchez Palomo, sólo hasta ahora dispensaría la muertepor mano propia. En lugar de obtener permiso para ir abuscar el tesoro de Tisquesusa de regreso de Popayán,tuvo que marchar hacia el sur, a combatir nuevamentea los panches. Allí cumplió el ritual de paso que lo ini-ciaría en su afición a la sangre, cuando mató por pri-mera vez a un indio al sur de Tocaima. En aquel com-bate conoció la muerte y, al llegar más al sur, conocióel mismo reino de los muertos, es de suponer que en loque se llamaría San Agustín. La visión de la necrópolislo espantó y decidió regresar. Mientras Ursúa andabapor el sur, el juez Armendáriz había autorizado a OrtúnVelasco a salir con el fin de fundar ciudades al norte deSugamuxi. Pero luego se arrepintió, así que mandó asu sobrino a reducir a Velasco. Ursúa lo alcanzó yVelasco aceptó las órdenes sin oponerse. Juntos prosi-guieron una campaña de exterminio que terminó porendurecer a Ursúa, familiarizándolo con la muerte.Sobre todo, como hacedor de muertes. Avanzaron ha-cia el norte, destruyendo cuanto les estorbaba y ma-tando a quienes se les oponían. Cuando llegaron a unlugar apropiado, fundaron la ciudad de Pamplona el 1de noviembre de 1549. Tenía veintidós años. Siguien-do lo que ya era una costumbre, repartió encomiendasa su arbitrio, reservando las más grandes para su tío ypara él. Entonces, se dispuso a regresar a Santafé, lla-mado de urgencia por su tío. Un sentimiento de peca-do por las muertes y las atrocidades cometidas lo hizobuscar un confesor, que lo exoneró de culpa explicán-dole que las muertes causadas eran el costo de civilizara esos bárbaros y ganarlos para Dios. La absolucióndel cura no disipó todas sus dudas, aunque la pláticareforzó su gusto por la guerra, ya que era la causa delrey y de la fe.

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En esto de la civilización, las cosas parecían avan-zar si se consideraba la rápida españolización de lascostumbres, reforzada por la prohibición del uso de lalengua, de modo que los indios ahora sólo podían ha-blar con sus dioses en secreto. Pero la suerte no habíacambiado sólo para los indios: también había comen-zado a apartarse del juez Armendáriz y, por tanto, desu sobrino, habida cuenta de que este era la mano mi-litar de Armendáriz. En efecto, los adversarios del juez,que no escaseaban, habían radicado en la Real Audienciade Santo Domingo un extenso pliego de cargos contrael juez, que salpicaban a su sobrino: corrupción, apro-piación y reparto amañado de las encomiendas, nego-cios turbios del juez con el escribano Alonso Téllez,tortura contra el capitán Lanchero y sus amigos, másjuicio con cargos falsos y asesinato de Juan SánchezPalomo. El Consejo de Indias había decidido estable-cer una Real Audiencia en Santafé, y para presidirlahabía designado a los oidores Gutierre de Mercado,Juan López de Galarza y Beltrán de Góngora, teniendocomo encargo principal enjuiciar a Armendáriz. El pa-radigma se había invertido, y el poderoso juez iba a serjuzgado y su caída arrastraría inevitablemente al sobri-no. La tejedora del destino de Ursúa comenzó a atar elnudo que marcaría el comienzo del final de la trama deeste héroe degradado.

En una larga conversación que comenzó a mitad deuna tarde, como sucede cada vez que se preparan losgiros dramáticos en esta historia, tío y sobrino se sin-ceraron y reconocieron que la suerte estaba echada,ahora en su contra. Tal vez el tiempo de conquistar sehacía a un lado para dar paso al tiempo de huir.

Así como la guerra había acudido en ayuda de Be-lalcázar salvándolo de ser sometido por La Gasca acambio de que se volteara contra Gonzalo Pizarro, otraguerra iniciada por los indios muzos al norte de Santa-fé, debido a las atrocidades cometidas por los enco-menderos, vino en ayuda de Ursúa. Así era con Ursúa:la muerte le salvaba la vida. Era una regla que no teníaexcepción porque cuando esta se diera llegaría con ellael fin. Ursúa no fue vinculado al juicio contra su tío y, encambio, recibió el encargo de ir a pacificar la tierra delas esmeraldas. La guerra contra los muzos fue impla-

cable y tuvo su punto mayor de enfrentamiento en labatalla de Paima, que puso en fuga al jefe muzo Chin-chión. El guerrero indio fue capturado, torturado ymuerto junto con todos los jefes que se resistieron:Itoco, Saboya, Ataba, Quiramaca. La crueldad desple-gada por Ursúa espantó a los mismos españoles.

Ursúa regresó triunfal a Santafé, sólo para enterar-se de que su tío había huido a Santo Domingo y de quelos muzos se habían vuelto a insurreccionar. Los oido-res lo envían de vuelta, con la promesa rápida de que,a su regreso, lo autorizarían a ir a buscar su tesoro deTisquesusa. Regresó a la tierra de los muzos, los de-rrotó nuevamente y pactó la paz con ellos. Pero en lafiesta del armisticio acuchilló a todos los jefes. Ahí escuando el personaje alcanza su máxima degradación. Adonde quiera que mire estará el abismo que lo separadel adolescente ilusionado que salió un día tras las le-yendas de Indias. Sobre aquel campo de sangre derra-mada fundó la ciudad de Tudela, ciudad de las esme-raldas, en recordación de aquella otra Tudela dondeacuchilló a un desconocido en una riña de taberna, acausa de lo cual huyó. Tardó todo un año organizandosu ciudad. Los muzos acechaban, y cuando Ursúaemprendió el regreso triunfal, millares de indios des-cendieron sobre Tudela, exterminándola completamentejunto con sus habitantes.

Ursúa regresó triunfalmente a Santafé pero sólo porun momento, porque enseguida llegaron las noticias dela destrucción de Tudela. En lugar de obtener el permi-so para ir a buscar El Dorado, corría el riego de serincluido en el juicio contra su tío. Pero otra vez la gue-rra lo salvó. En esta ocasión fueron los tayronas, tam-bién insurreccionados. El astuto escribano AlonsoTéllez convenció a los oidores de la conveniencia deenviar a Ursúa contra los insurrectos. Así se hizo: fueinvestido como general y nombrado teniente de go-bernador de Santa Marta, y volvió al norte, a la guerra.Rumbo a Santa Marta, conoció en Mompox a Teresade Peñalver, que iba para Santafé acompañando a sutía María de Carvajal, recientemente enviudada delmariscal Jorge Robledo. En aquel encuentro brotó lapasión que facilitaría el olvido de Z’bali. Al reanudarla marcha, en el Bajo Magdalena apareció Francisquillo,

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un guerrero de honor, que había logrado lo que a Ursúase le negaba: admiración, respeto y amor de su pue-blo. Ursúa debió combatir contra Francisquillo y abrir-se paso hasta Santa Marta. Nunca olvidó a aquel jefeindio, generoso con los enemigos e implacable en elcombate.

En este momento de su vida, cuando la convenien-cia prevalecía incluso sobre la amistad, en la baja Sie-rra de Santa Marta su camino se cruzó con el de Juande Castellanos. El encuentro con este hombre extraor-dinario rescató la poca nobleza que quedaba en Ursúa.El guerrero desbordado era un devorador de historiasy Castellanos era un dispensador de ellas, que prodiga-ba tanto de voz viva como en la escritura. El senti-miento perdido de amistad retornó a Ursúa, para quienno había amistad sino cuando mediaba entre los porta-dores un intercambio de historias. En compañía de Juande Castellanos adelantó otra feroz campaña contra eljefe tayrona, que terminó a la vista de la ciudad increí-ble de los habitantes de las cumbreras de la Sierra. Ursúaquedó apabullado ante la vista de aquella ciudad, cuyabelleza y perfección atropellaron la ferocidad de aquelamante de la muerte. Por primera vez se sintió inferiorante la naturaleza y la cultura que había venido a con-quistar, y abandonó la ciudad sin atreverse siquiera asaquearla. Si antes lo había desconcertado la visión dela Ciudad de los Muertos, la de la ciudad de los tayronaslo había intimidado. Consternado por aquella experien-cia emprendió el descenso buscando el litoral. Un pe-dazo de él se había quebrantado. Su cuerpo comenzó afallar y su ánimo a desorientarse.

Aquella guerra de 1553 contra los tayronas lo arrojóenfermo a Santa Marta. Allí se encontró con su tío, eljuez Armendáriz, que venía de Santo Domingo rumbo aSantafé, obedeciendo órdenes de someterse a juicio allímismo donde había ejercido su gobierno y faltado a la leyque él mismo había estado encargado de administrar. Losdos hombres abatidos emprendieron el viaje a Santafé. Laaurora de años antes se había manchado de sombras depresagio. Ursúa se refugió otra vez en su obsesión por ElDorado y, en uno de aquellos sueños que había llegado adesear con tanto fervor, recibió la revelación del sitio dondese encontraba el tesoro de Tisquesusa.

Tan pronto llegó a Santafé fue en busca de Oramín,quien le confirmó la certeza de su sueño. Acompañadode esa ilusión se fue a la cama, solamente para desper-tarse al día siguiente añorando la compañía perdida deZ’bali. Esa misma noche, antes de haber completadoun día en Santafé, recibió la visita afanada de Teresade Peñalver, la madre de su hija, para ponerlo sobreaviso de que había una orden de captura contra él,dictada por Montaño, y que el capitán Luis Lancheropronto llegaría a capturarlo. Los cargos en su contraeran el mal manejo de las encomiendas, el saqueo a lastumbas de los indios y su crueldad con ellos mismos.El giro de la situación lo despertó de la alucinación de ElDorado: cuando llegó por primera vez a Santafé veníainvestido de autoridad y arrogancia suficiente comopara humillar al capitán Lanchero en público y hacerescarmiento de su autoridad con él. Ahora era un reo yla víctima de antaño se había convertido en su perse-guidor. La Ley se había volteado también contra sutío, acusado de nombrar irregularmente a su sobrinoen la Gobernación de Santafé y de adelantar un juiciotruculento contra Juan Sánchez Palomo en aquella oca-sión en que, recién llegado Ursúa, le inventaron laautoría del incendio de su casa. Se dio cuenta de que laley era una cosa y la justicia otra. Que una y otra seacomodaban a la conveniencia del detentador del po-der. Para lo que no estaba preparado era para ser víc-tima de la tradición que él y su tío habían contribuidotanto a plantar en la Nueva Granada.

Huyó para refugiarse en la casa de la mariscala Maríade Carvajal, con la ayuda de Teresa de Peñalver y delpoeta Juan de Castellanos. Tuvo que aguardar variosmeses escondido allí. En la casa de la mariscala se dioel último encuentro entre Ursúa y su tío. Una noche losacaron de allí Teresa, la mariscala y su amigo Caste-llanos, quien lo acompañó en su fuga hacia Pamplona.

Más o menos al tiempo con estos acontecimientos,en 1552 se había celebrado en Popayán el juicio y con-dena de Sebastián de Belalcázar, asesino del mariscalJorge Robledo. En su busca de venganza por la muertedel mariscal, María de Carvajal no vaciló en casarsecon Pedro Briceño, un funcionario en ascenso y pa-riente del juez Francisco Briceño. Al morir su segundo

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esposo, la mariscala se hizo amante del juez y en lacama lo convenció de enjuiciar a Belalcázar. Así lo hizoBriceño, pero Belalcázar apeló la sentencia y salió ha-cia España para ser enjuiciado allí, adonde no alcanzóa llegar porque murió en Cartagena mientras era hués-ped de Pedro de Heredia. Un sino final comenzaba arodear a aquella generación de exterminadores al ser-vicio de la Corona.

Ursúa y Castellanos se refugiaron un año en Pamplo-na. Ahora Ursúa se movía en la clandestinidad y ya notenía soldados regulares, sino mercenarios. A más deCastellanos, lo acompañaban siete matones. En el sigilode los escondites, Juan de Castellanos le relató a Ursúa laepopeya trágica de Francisco de Orellana, a quien afir-maba haber conocido cuando este llegó a la isla Mar-garita luego de navegar aguas abajo por el río de lasAmazonas.

Luego de cobrar la muerte del mariscal Jorge Ro-bledo, María de Carvajal se hizo nombrar gobernadorade Popayán y Cali. El terror cambió de bando y seextendió a Panamá. El juez Armendáriz fue enviadopreso a España en lo que Ursúa llegaba en secreto aSanta Marta rumbo a Castilla de Oro, que era el nom-bre colonial que la Corona le había dado a Panamá.Poco antes de proseguir su fuga hacia Panamá, Ursúarecibió la última visita de Oramín, su amigo indio yproveedor de historias. También en Santa Marta, Juande Castellanos le comunicó su decisión de quedarseallí para iniciar una nueva vocación de cura. AhoraUrsúa no llegaba, sino se iba. No era saludado, sinodespedido clandestinamente. Ya no conquistaba: huía.Y mientras huía hacia Panamá, el barco que llevaba alos oidores Góngora y Galarza, a su antiguo auxiliadorAlonso Téllez y a Pedro de Heredia, naufragó en lascostas españolas y todos se ahogaron.

El tiempo en las sombras terminaría temporalmentea la sombra de una noche de 1556 en el puerto deNombre de Dios. Allí fue donde y cuando aparecióquien sería el escriba memorioso de Ursúa, que habíallegado también a Nombre de Dios como miembro de lacorte del nuevo Virrey del Perú, Andrés Hurtado deMendoza, marqués de Cañete. Este anotador de la vidatrágica de Ursúa había sido protegido del cardenal

Pietro Bembo en Italia, y también había acompañado aFrancisco de Orellana en su viaje de descubrimientodel río de las Amazonas, en 1542.

Aquella noche, el que sería portamemoria de Ursúafue atacado por un vengador de Gonzalo Pizarro, quevenía a cobrarle al hombre haber seguido a Orellana envez de a aquel. Ursúa apareció providencialmente sal-vándolo de ser acuchillado, tal como había sucedido añosatrás cuando salvó a Oramín en las sabanas de Santafé.Como precio por salvarle la vida, Ursúa le pidió a susalvado conseguirle una entrevista con el nuevo Virreydel Perú. Una vez en su presencia, Ursúa le propuso almarqués de Cañete encargarse de pacificar a la provin-cia de los esclavos rebeldes, que se habían alzado y or-ganizado en palenques bajo la conducción de Felipillo ydel obispo esclavo Bayano. Fue tan elocuente e hizo tanbuen despliegue de las destrezas narrativas aprendidascon Oramín y Juan de Castellanos, que el Virrey lo pusoal frente de la represión contra los esclavos alzados. Elguerrero resurgió, auxiliado una vez más por las malasnoticias de alzamientos contra la Corona. No había cum-plido treinta años y ya marchaba tras el obispo esclavoBayano, ahora como soldado de fortuna.

Una tarde después de aquel salvamento providen-cial en el puerto de Nombre de Dios, fue cuando Ursúay el escribano del Marqués de Cañete intercambiaronsus historias. Tal como había sucedido antes con Oramíny más tarde con Juan de Castellanos, aquella conver-sación dio un nuevo giro a la vida del aventurero, quiendecidió que el nuevo El Dorado estaba en la tierra de lacanela, reviviendo así la fiebre adormecida que le ha-bía encendido Castellanos tiempo atrás y, más atrásaún, Oramín. Siguiendo los pasos de Orellana, Ursúahabría de encontrar la muerte a manos del desquiciadoLope de Aguirre en el río de las Amazonas, en 1561.Lo sobreviviría su anotador escribano, quien escribiríaesta historia a orillas del río Gualí, en el Tolima, diezaños después de la muerte del personaje.

III

José Juan Arrom periodizó la historia de la literatura es-crita en Latinoamérica según un esquema generacional

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muy conocido. Es un decir que, con Gabriel GarcíaMárquez, se dio en Colombia una ruptura entre la lite-ratura escrita de carácter europeísta y esa otra literatu-ra heterogénea que, por fin, parece ser latinoamericana.No hay duda de que hay dos aportes en la narrativa deesa literatura: la construcción de una epistemologíabasada en cosmovisiones vernáculas y el uso de mo-dos narrativos basados en la oralidad mitológica. Re-sulta claro que ninguno de los dos aportes es una in-vención sino una apropiación para reinventar la escrituradesde la oralidad. Pues bien: después de García Már-quez vino el tiempo de una nueva generación que bus-có salirse de Macondo y se instaló narrativamente enotras regiones del país y en otros tiempos, buscandohacer una literatura de reflexión, continuadora, de to-dos modos, de una búsqueda y desarrollo de conoci-miento. Una literatura problematizadora y exigente encuanto a sus lectores. Es la generación de R.H. MorenoDurán, de Germán Espinoza, Policarpo Varón, JairoMercado. ¿Qué pasa ahora? Que esa generación ha sidoreemplazada por un tipo de escritores que se introdu-cen como proveedores de lectura para tiempo libre ypara suplir necesidades de entretenimiento. Antes seescribía y se leía para saber, para entender. Ahora, enlugar de ir al cine o a la ciclovía, tiene uno la opción dequedarse en la casa leyendo una literatura sin preten-siones estilísticas. Se trata de una escritura liviana, paradescongestionar la cabeza, para «desconectarse». Nohay más la escritura problemática ni problematizadorade que habló Barthes y que se inició con El Quijote. Laliteratura de ahora es de consumo y de formato, másque de desarrollo de historias en un sentido evolutivo.Jorge Franco, Santiago Gamboa, Mario Mendoza, adop-tan el formato de la escritura de aventuras para entrete-ner, donde la voluntad de estilo cede ante la liviandadescritural. Es la levedad de la que se quejaba hace pocola notable escritora colombiana Piedad Bonet. Cuandouno examina el texto de Ospina se pregunta si no hacedemasiadas concesiones a ese afán de entretener por lavía de una cadena de aventuras casi sin descanso, conuna densidad tal de información que termina haciendopensar que se trata del argumento para una docena denovelas, considerando la distinción entre argumento

como sustancia historial y discurso como tramado pro-blematizador. Vamos, entonces, con las cuestiones queacabamos de mencionar:

Historia y discurso, modos y significación

Una historia bien escrita se define como un texto cons-truido estilística y normativamente de acuerdo con loscriterios preceptivos con que se evalúe. Por eso, histo-rias como Moby Dick o Cien años de soledad fuerondescalificadas en su sincronía primera debiendo esperarotros momentos, debido a modelos de valoración que,aunque estaban en crisis, aún pudieron predominar. Perolo que hace que una historia sea capaz de sobreponerse alos criterios de moda, es el modo de contarla. Aquí seconfigura la suerte de una historia, en la medida en queuna historia bien contada es una historia con sentido,donde lo narrado es pertinente y coherente con el con-texto en que se instala y en que acepta los desafíosaxiológicos propios de aquello que relata. En este senti-do, Ursúa es una historia bien escrita y, sobre todo, biencontada aunque a veces parezca abrumadora por la vas-tedad de los contenidos que convoca. Esta es una histo-ria consecuente con esos desafíos axiológicos. Por esola novela de Ospina va a permanecer como relato tras-cendente, a diferencia de algunas novelas que abordantemas de moda, como el sicariato, pero que eluden eldiálogo con sus propios contenidos, terminando en unasucesión de tiros y muertes donde a la larga no pasanada más que eso, como si el sicariato surgiera al mar-gen de la sociedad donde se desarrolla. Esta diferenciadistingue a Ursúa: las reflexiones del narrador dan cuen-ta de que la historia en pasado es narrada hacia el pre-sente y que el modelo de degradación con que fue cons-truida la Nueva Granada es el mismo con el que sereproduce la Colombia contemporánea.

La estrategia constructiva está basada en dos recur-sos: la oralidad como rumor, como relato en continuatransformación, y el testimonio como constancia, quese funden en la narración. De esta manera, la estructu-ra narrativa oral se despliega por medio de la orienta-ción circular que sigue la línea del relato de principio afin en el tiempo, el espacio y los personajes, para reto-

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mar las acciones como un hilo que se enrolla sobre surueca: desde el comienzo se narran acontecimientoscorrespondientes a tiempos futuros o al final mismo,para luego retomar las secuencias estructurando unanarración circular y lineal a la vez. Es lo que se dacuando la madre de Ursúa siente, no presiente, cuandosu hijo se aleja del castillo familiar de Navarra: «unasselvas espesas que se cierran sobre la caravana» (30).Así se sabe que el personaje terminará muerto en algúnlugar de aquellas selvas del Nuevo Mundo.

En esta dirección, la estructura narrativa testimonialse logra introduciendo como narrador a un personajeactivo dentro de la historia, pero que resuelve hablarpoco de sí mismo y mucho de Ursúa y los demás. Esolo hace un narrador autodiegético, en la medida en quees parcialmente protagonista de la historia que relata.Pero también narra episodios de los cuales es apenasactor testigo, lo que lo transforma en paradiegético. Yhay más: este narrador resuelve fungir también comoomnisciente, cuando narra episodios ajenos a su pro-pia actuación o a su observación. Al actuar como na-rrador capaz de conocer la intimidad de hacer, pensary sentir de personajes fuera de su alcance y trato, sehace también heterodiegético. En suma, Ospina confi-gura un narrador pandiegético, polivalente, habilitadopara desplazarse en el tiempo y el espacio a su antojo.Así, el narrador supera la limitación propia del narradoren primera persona, consistente en no poder salirse delos límites de su propia experiencia, bien sea actuada,leída, soñada, vista u oída. Esta estrategia narrativalibera al narrador de la obligación de ser lineal en eltiempo, el espacio o las acciones. Lo libera de ser se-cuencial, como lo impone la dramaturgia clásica, queestablece un derrotero consecutivo de presentación,planteamiento, nudo, final y desenlace, para operarverbalmente tal como lo hace la mente: simultánea ymulticéntricamente. Veamos:

Ya libre de la linealidad y de la unidad aristotélica, elportamemoria libre que es nuestro narrador cuenta loque quiere contar y no lo que «debería» contar, saltan-do u omitiendo lo que no quiere o no puede. Por eso vaa narrar lo que le parece, independientemente de que leconste o no, cosa que condiciona al biógrafo ortodoxo.

Esto origina la cuestión de si se trata de una biografía ode una novela. Para el canon, este sería un problema,pero no para una narrativa interpretacional que ve eldato como un peldaño y el «cuento» como el ascensode la narración, donde la ficción es un camino de ge-neración de conocimiento para poder ir más allá de lahistoria ortodoxa, en tanto arqueo ordinario de hechosdudosamente documentados por notarios oficiales, quehan solido ser los historiadores de nuestra tradición.Observemos cómo se despliegan estos puntos de vis-ta, que no son otra cosa que relaciones del narradorcon lo narrado: hablando de las tropelías de GonzaloPizarro, dice «[...] harto lo sé yo» (37). Este es unnarrador autodiegético, ya que juntos emprendieron labúsqueda del País de la Canela, pero él, el narrador,dejó atrás al general prefiriendo secundar a Orellana ensu marcha hacia lo desconocido. Sin embargo, cuan-do menciona la estadía de Ursúa en Sevilla de pasopara embarcarse rumbo al Nuevo Mundo, abrevia lasecuencia, apelando al reconocimiento de su ignoran-cia sobre aquello: «No sé cuántos meses debió sopor-tar a los mendigos embusteros en la Torre de Oro»(40). Otra vez, para saltar sobre la narración de lasperipecias del viaje de España a Borinquen, le achaca lacausa de tal omisión al mismo Ursúa: «No me contónunca cómo fue su viaje» (40). En estos dos casosactúa como testigo conocedor del personaje cuyasperipecias narra, pero no informado fidedignamente dealgunos hechos, por lo que no comete la ligereza, conlo que se coloca aquí como biógrafo «objetivo». Sólocierra esa parte del derrotero, afirmando: «Sé que elgaleón dejó a Ursúa y sus hombres en Borinquen» (41),sin establecer siquiera cómo lo supo, cosa que no tienepor qué hacer, en la medida en que no es un textoaxiomático. Otras veces funge como reconstructor queformula hipótesis deductivas: «Yo digo que Armendáriztenía que haber ganado mucho prestigio cuando lo es-cogieron como juez de residencia de las Indias» (62).Estas incursiones de transtextualidad no sólo no le res-tan fuerza al narrador como identidad creíble, sino quevigorizan su actuación. Más bien, a1 trazar múltipleshuellas narrativas, el texto se distancia de la axiomáticahistorial para instalarse en un propósito de restauración

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axiológica para reexaminar la cuestión de la Conquista,la doble moral de la Corona y la Iglesia que se servíande filibusteros con patente de corso para matar y ro-bar, siempre y cuando tributaran al rey para financiarsus guerras europeas y sostener las alianzas políticas ysociales, manteniendo entretenida y lucrada a una no-bleza ociosa y guerrerista.

En esta dirección contar es, para el narrador, unamanera de llegar a la conciencia pasando por la memo-ria. Eso lo logra con procedimientos de una gran sen-cillez. Al hablar de las iniquidades de conquistadores yneoconquistadores, o sea de los antecesores de losactuales varones de la guerra, de la tierra y del dinero,el narrador valora estas atrocidades como «[...] cam-pañas de exterminio que aquí se llaman siempre depacificación» (52). Hay tres marcas que trasciendenlo narrado y lo colocan en presente, intertemporizandoe interubicando: aquí se llaman siempre de pacifica-ción. Es claro que el narrador trasciende la sintopía, lasincronía y la acción de origen, la de Ursúa, para colo-carse en las del presente: la de Ospina. No dice que sellamaban entonces: lo que transenuncia es que así se lla-man desde entonces, con una variante muy sincrónica:ahora se llaman campañas de seguridad nacional y, másrecientemente, de seguridad democrática.

En tanto objeto, se trata de un relato que ambicionatotalizar el siglo oscuro de la Conquista en el territorioque va desde Panamá hasta el Perú. Eso sería intermi-nable de hacerse por medio de una narración lineal,sucesiva, secuencial. La opción más eficaz resulta,entonces, recurrir a la estrategia narrativa oral paracontar de manera circular, simultánea, lo que permiteque el texto avance, se adelante, retroceda, salte, omi-ta selectivamente, que es como actúa la memoria enestado de libertad y omnipotencia. Esta construcciónverbal, obviamente se ayuda de una escenografía inago-table y del mito no sólo como forma narrativa: circula-ridad y simultaneización, sino como tema: ahí está elmito ¿mito? de El Dorado, de la Canela, así como unazoología fabulosa de animales con plumas de oro, ycon pepitas también de oro en los intestinos.

No es que el discurso oral no pueda ser consecuti-vo y unitario: es que no está obligado a serlo por la

dinámica de su construcción verbal, pudiendo sermultidireccional sin transgredir la norma gramaticalque, como se sabe, se hizo para darle ordenamiento ala escritura, para jerarquizar el discurso y para subor-dinar a la oralidad pretendiendo poner límites a su li-bertad natural. Una aplicación de esta eficiencia es elrecurso de la anticipación que anuncia que algo impor-tante va a ocurrir, pero que no devela qué es lo queserá, logrando el doble efecto de crear suspenso sinsacrificar de antemano la sorpresa. Desde el primercapítulo, se sabe que el personaje morirá en el viaje deida: «Ese alegre jinete [...] no encontraría jamás la rutade regreso al país que allá arriba se borraba en las lá-grimas» (29). Es un recurso dramatúrgico provenien-te de la narración oral, que recoge, reitera y anticipaperiódicamente lo que cuenta para reordenar, recordary predisponer participativamente al destinatario. Se tratade una estrategia estilísticamente integrativa en lo quese refiere al relato, e integradora en lo que se refiera aldestinatario.

Una ventaja importante de la narración en primerapersona con tono oral es el manejo discrecional de lainformación. A diferencia del narrador omnisciente, quetodo lo sabe y lo ve y, por eso mismo, no puede equivo-carse, el narrador testimonial sólo está obligado a darcuenta de lo que le consta o le han dicho, cuando no delo que le parece. Esto es particularmente merecedorde atención en la narración histórica. En lo que se refie-re a esta, como fuente de Ursúa, la distinción entre loque le consta al narrador y lo que le han dicho fue esta-blecida desde los comienzos de la crónica en el NuevoMundo por Gonzalo Fernández de Oviedo, López deGómara o Gaspar de Carvajal. Esa diferencia es, más omenos, la base de la distinción que se ha hecho entrehistoria y ficción: la primera es lo que «consta» y lasegunda «lo que se dice o cree». A diferencia del relatohistórico, que se basa en la técnica del «descubrimien-to», el relato ficcional procede a través del encubri-miento y la encriptación. Por eso es por lo que requierede interpretación y permite la lectura creativa. Y estadistinción es justamente lo que quiere evitar Ospina. Llega,incluso, a salirse del texto para establecer una relaciónmanifiesta con el destinatario, lo que es más propio de la

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narración oral o de la epistolar o de la didáctica, cuandoconvoca al lector-oyente a mantenerse sincronizado conla narración: «Fue entonces cuando Gonzalo Pizarro, elcapitán bestial en la pesadilla de mi juventud, salió de laselva donde lo abandonamos (ya tendré tiempo de expli-car –dice el narrador, no yo– que no fue una traición,que aquello fue tan sólo un doloroso accidente)» (49).Incluso el narrador se excusa en el pensamiento mági-co, muy real en el contexto donde se mueve: «A Ursúa aveces le ocurrían esas cosas: cuando había pensadomucho en algo, creía haberlo vivido. Quién sabe cuán-tas cosas de las que me contó, y que yo he repetido enestas páginas, fueron imaginadas o alteradas por él» (69).Aquí el narrador vuelve a cobrar conciencia de la oralidad,de los sueños, de las alucinaciones y de los deseos, comofuentes de la narración. Es en esos momentos cuandose aviva el diálogo no sólo entre Ursúa y su tiempo,Ursúa y el narrador, sino que esta convocatoria involucraa Ospina y a nosotros. Por eso es claro que, para evitarlas distinciones canónicas entre historia y ficción, re-suelva mezclar los puntos de vista. Este recurso es in-vocado periódicamente, hasta el punto de alcanzar mo-mentos animistas: «Lo cuento así, con rapidez y facilidad,porque curiosamente el río fue dócil con Ursúa» (113).Aquí se puede hablar también de un inserto metalingüís-tico, en la medida en que el narrador, de paso, reflexionasobre su propia técnica narrativa, que se sirve, comopropios, de los períodos emocionales del personaje. Esosestados de identificación llegan a producirle accesosdolorosos que comparte directamente y sin escrúpuloscon el lector: «Estas son las cosas que me aflige tenerque escribir [...] pero volvamos a la historia» (120).

La historia en el relato

Las semejanzas y las diferencias, las coincidencias ylas discrepancias, así como las sustituciones entre his-toria y ficción son un asunto que ha ocupado a la lite-ratura occidental desde Aristóteles, para quien historiaes la narración de lo que es y literatura la de lo quedebería ser. Para los indios del Gran Cumbal, en Nariño,Colombia, historia es «lo que me consta» y cuento «loque me han dicho». La pregunta es: ¿Quién o qué nos

garantiza que lo que se tiene por historia es lo cierto,cuando la historia de la historia está colmada de su-plantaciones, de imposturas donde la versión que cuentaes la del vencedor, cuando la historia oficial, en nues-tro caso, es una cadena de mentiras? En tales casos, laficción se constituye en una escritura alternativa quepasa a ocupar el lugar de la historia, avalada por laexactitud axiológica del narrador ficcional y por sucapacidad de reinterrogar los textos y testimonios con-siderados inamovibles hasta el momento de su inter-vención. En materia de lo que nos ocupa, la novela deOspina, aunque el narrador ficcional tiene la potestadde alterar, los hechos tenidos como comprobados(Eisenstein convirtió el revés del acorazado Potemkinen una victoria), hay algunos datos que no vale la penaalterar, sobre todo si no aportan narrativamente.

En toda narración siempre hay hechos que pudie-ron suceder y no se cuentan. Siempre hay hechos quese cuentan y pudieron no haber sucedido. Por eso mellama la atención el manejo que hace Ospina de algu-nos eventos que, al alterarlos, no constituyen ni rein-terpretación axiológica ni redimensionamiento estéti-co. Me refiero a algunos de ellos, donde me pareceque Ospina altera innecesariamente hechos históricos,a menos que no se haya documentado debidamente:

Hernando Pizarro no vengó la muerte de su herma-no Francisco (212). En la realidad conocida, Her-nando viajó a España en 1539, para explicar la muertede Diego de Almagro padre. Allí, el Consejo de Indiaslo juzgó por la muerte de Almagro, acusándolo tam-bién de los desmanes del clan y de las guerras civi-les que desencadenaban oponiendo a españoles con-tra españoles y a indios contra españoles. Fuecondenado y confinado al Castillo de la Mota, don-de permaneció preso desde 1540 hasta 1560. Muriósin regresar al Nuevo Mundo. Francisco Pizarro fuemuerto por Diego de Almagro hijo y otros complo-tados en 1541. Quien capturó y ejecutó a Diego deAlmagro hijo fue el juez y gobernador reemplazantede Francisco Pizarro, Cristóbal Vaca de Castro, cosaque sucedió en la Batalla de Chupas, en septiembrede 1542.

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Cuando el escribano narrador de Ursúa salió con laexpedición de Gonzalo Pizarro rumbo al País de la Canelaen 1541, ya no guerreaban Francisco Pizarro y Diegode Almagro (47). Almagro había sido degollado porHernando Pizarro en el Cuzco, el 8 de julio de 1538.

Si en marzo de 1542 Ursúa tenía quince años (22)nació en 1527. Si zarpó cerca de los diecisiete para elNuevo Mundo (19), esto último sería en 1544. No podíahaber llegado a Lima en 1543 (47).

En agosto de 1542 el joven Pedro de Ursúa estabaen la villa de Cebreros (39). En Sevilla permaneció va-rios meses antes de embarcarse (40). Se embarcó en elinvierno de 1543 (146). Entonces, no pudo estar enel Perú ese mismo año.

Si la travesía marítima hasta Borinquen duró variosmeses, como en efecto sucedía, pasó por Panamá yalcanzó a llegar al Perú todavía en 1543 (47), cuandose embarcó hacia el Nuevo Mundo Ursúa estaba lejosde los diecisiete años.

Los Pizarro no fueron criados todos en corrales decerdos (50), si bien fueron cerdos por vocación. Sólofue el caso de Francisco Pizarro, que era hijo bastardodel coronel Gonzalo Pizarro Rodríguez de Aguilar.

Ahora, sobre el viaje de Orellana para recorrer el ríode las Amazonas, al que se refiere la novela:

El primer barco de la expedición no se construyócuando encontraron el río, ni se hizo sobre buenosplanos y contando con buenos instrumentos (414).En realidad, el primer barco de la expedición, toda-vía al mando de Gonzalo Pizarro, fue construido pororden suya a orillas del río Coca. No había planos nibuenos instrumentos. Aunque había gente de mar,ninguno era arquitecto ni ingeniero naval. La cons-trucción la dirigió Diego Mejía, que sólo era carpin-tero. Tan mal de instrumentos iban, que no conta-ban ni con brújula. Por eso tuvieron que navegarpegados a la costa con dirección oeste luego de sa-lir al mar, por temor a perder el rumbo. No todos seembarcaron en ese bergantín: unos, los enfermos,fueron en él y los demás siguieron en canoas y apie. Ese primer barco se llamó San Pedro.

El segundo barco no se hizo en una isla en medio dela corriente (415). Se comenzó a construir, principal-mente fabricando los herrajes, donde Aparia el Menor, yel maderamen se cortó y construyó donde Aparia elGrande, en tierra firme, más o menos donde ahora estáLeticia, en Colombia. Se llamó Victoria. Fue una nave demayor calado, manga y eslora que la primera, para po-der embarcar en ella a la mayor parte de la expedición.No se construyó con restos de piraguas (452), sino conmadera cortada para el efecto. La razón principal es queuna piragua no da ni el calibre, ni la curvatura, ni laextensión para construir las cuadernas y los mamparosde una nave capaz de albergar unos cuarenta tripulantescon armamento y vituallas. Difícilmente servirían laspiraguas para las tracas que componen el casco del bar-co. Para el trabajo de extracción de la madera sí conta-ban con herramientas, con las armas de filo y con lahabilidad de Juan Alcántara, que era herrero y que ac-tuaría, además, como piloto principal de la escuadra.

Los barcos de Orellana no llegaron a la isla Marga-rita (413), sino a la de Cubagua, cosa que sucedió el 11de septiembre de 1542. La célebre entrevista entreOrellana y Fernández de Oviedo se llevó a cabo enSanto Domingo, el 22 de noviembre de ese mismo año.

No encuentro la razón para esas alteraciones delorden puramente informativo. Uno de los recursos dela narración ficcional para alcanzar la llamada verosi-militud es guardar una coherencia interior. En el casode la narración histórico-ficcional, se agrega el recur-so de autorizarse periódicamente mediante el uso dereferentes vinculados con discursos externos que plan-tan en el lector la convicción de que está leyendo unanueva y «verdadera historia». Salvo esto, volvamos ala construcción narrativa.

El relato como pragmática de deconstrucciónde la realidad

Una cosa son las cosas y otra es la realidad. La reali-dad, al fin y al cabo, está determinada por la maneracomo asumimos las cosas, que es el resultado de loque pensamos de ellas. Aquí es donde el relato de las

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peripecias de Ursúa ocasiona su incidencia trascen-dente: suministrar elementos de apreciación para re-pensar aquellos hechos del siglo XVI y el impacto quecausaron en la formación de lo que sería la identidad yla mentalidad de estas naciones. Como en una transpa-rencia, al leer el relato este se resincroniza actualizán-dose y poniendo en evidencia la asombrosa capacidadde mutación de la corrupción, la moral ventrílocua y laslealtades coyunturales que caracterizaron antes y carac-terizan ahora a los modelos nacionales de los paíseslatinoamericanos.

Aquí el lenguaje en su noción más poliforme y trans-formacional es mucho más que un medio para relacio-narse con la realidad: es causa, es expresión verbal yno verbal, es factor desencadenante de las acciones delos personajes, que deben aprender a relacionarse tam-bién con él. En todo esto, el relato es la forma másapreciable, más perceptible del lenguaje. Así, el relatose anuncia, anticipa su presencia bajo la forma del ru-mor y su eficacia comienza a operar desde ese mo-mento, preparando las mentes para impulsar acciones.No fue otra cosa que el rumor de las Indias, llevadopor un tío materno de Ursúa, Miguel Díez de Aux alcastillo familiar en Navarra el mediodía de marzo de1542 (22), lo que puso a Ursúa en movimiento. Nonecesitó más pruebas que las palabras del tío aventu-rero para darle un giro drástico a su existencia y mar-char al Nuevo Mundo. Ya allí, fue el rumor de El Dora-do alimentado por su otro tío, el súper juez MiguelDíaz de Armendáriz, lo que determinó no sólo su con-ducta sino la de la mayoría de los buscafortunas quecayeron por acá. Bajo distintas versiones, el relatocomo actuación es capaz de movilizar ejércitos. Fueesa la razón por la que Belalcázar traicionó a FranciscoPizarro y por la que Francisco Pizarro traicionó a Diegode Almagro y por la que Gonzalo Pizarro y Aguirrequisieron hacerse reyes del Perú: el relato de El Dorado.Fue esa la razón que hizo converger en la sabana de Bo-gotá a Gonzalo Jiménez de Quesada, Sebastián deBelalcázar y Nicolás de Federmán: el mismo relato.«Como un imán los arrastraba a todos la leyenda de laciudad de oro que se alzaba en la montañas centrales»

(168). «Era ese relato lo que había traído aquella legiónde armaduras ardientes por tres direcciones distintas»(168).

Naturalmente, la práctica del despojo y de la muertecrea una tensión discursiva entre dominados y domi-nadores, que se expresa en un conjunto de relatos deoposición mutua, cuya finalidad es construir una axio-logía que justifique el despojo y lo blinde, por un lado,y que lo rechace, por el otro. «Aquí [...] los que seapropiaron de la tierra de otros no vacilan jamás enverter sangre, por amiga que sea, para sostener anteDios que la propiedad es sagrada» (192). El narradorvuelve a trascender lo narrado y lo resincroniza, lo re-sitúa aquí y ahora. Sólo faltaría prefijar al enunciado elsímil «Como entonces...», pero esa no es una explici-tación que le corresponde al narrador sino a uno comolector. Es cuando el relato entra a constituirse en laexpresión social del litigio entre las partes de una so-ciedad que ha entrado en conflicto. Por eso en aquelperíodo conquistador no tardó en crearse la leyendanegra del indio, cosa de la que ya se encargó en sumomento el mismo Cristóbal Colón, cuando sintetizósu alegato de la barbarie india en la invención de loscaníbales, empeño en el que recibió el auxilio de Shakes-peare con la creación de Caliban en La tempestad. Y enel mismo seno de la textualidad letrada surgieron, casial tiempo con esta literatura del despojo, formas encontra de él como los alegatos del padre Las Casas o lapoesía y la ensayística de sor Juana Inés de la Cruz.Entre tanto, la relatística sometida del indio y la delnegro esclavo recién implantado, pugnaban por resis-tirse lingüísticamente, se mutaban y se encriptaban parasobrevivir al exterminio cultural, ya que poco despuésde iniciada la Conquista se volvió un delito el uso de laslenguas indo y afroamericanas, con la excepción dealgunas linguas francas o gerales sobre las que se ejer-cía un control colonial férreo.

De esta suerte, el dominador creó sus propias ver-siones de la realidad, que tomaron forma como relatossobre una barbarie de la que sólo él era testigo y juez, dedonde pronto se pasó a una instancia de signo entera-mente utilitario cuya finalidad aparente era frenar esa

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barbarie y reemplazarla por la fe y la civilización: la ex-pedición de códigos, que decían una cosa distinta de laque aplicaban los jueces justificándose en la misma ley,desde las mismas Leyes de Indias para acá. Así comoen el lenguaje el sistema está por encima de la norma, enla práctica social el sistema está por encima de la ley, ypara que eso sea y se haga tiene un instrumento a suservicio: el régimen. Y el sistema no sólo es eficientecon los dominados. También castiga a los dominadoresque creen en la justicia y se atreven a reivindicarla comofuente de poder. Fue lo que le pasó al mariscal JorgeRobledo cuando pretendió recuperar las tierras que lehabía robado Sebastián de Belalcázar, mediante el recur-so ingenuo de entablarle una demanda ante el juezArmendáriz, el tío de Ursúa. En lugar de ir al pleito,Belalcázar asesinó a Robledo, se quedó con las tierras yahí terminó el pleito. «En un país donde todo lo decidenlos hierros» le dijo Ursúa a quien sería el escribano desus memorias, «el mariscal pretendía recuperar sus te-rritorios sin el respaldo de tropas y espadas sino apenascon unos documentos legales» (195). Eso lo sabían losespañoles de entonces y los colombianos de hoy: quela justicia no tiene su fuente de poder en la ley sino enel poder intimidatorio que detentan quienes controlan elsistema. Es claro para los tiempos de Ursúa y es claropara los tiempos de Ospina. Ahí también está la génesisde la inclinación absolutista y tiránica de gobernar en laAmérica Latina. Por eso surgen periódicamente tiranoscon ínfulas providenciales, que secuestran la ley a nom-

bre de la ley. A esa conclusión llega pronto Ursúa y se locomunica a su tío, no Miguel Díez de Aux, el embusterode Borinquen sino Miguel Díaz de Armendáriz, el juezcon poderes especiales: «...estas provincias no están he-chas para ser gobernadas con la ley en los labios sinocon la espada en la mano» (271).

Cuando el beneplácito de la justicia hacia los pode-rosos no basta para aplacar las recriminaciones de laconciencia, entonces existen otros aparatos ideológi-cos que auxilian al sistema «para aliviar a un hombredel sentimiento de ser un asesino» (301). Por eso Ursúaacudió al confesor, «pero este lo tranquilizó por com-pleto sobre el mal que había obrado. Esta era una gue-rra para traer a los bárbaros la verdad, la ley y la civi-lización» (301). Trescientos cincuenta años despuésse dice lo mismo, aunque con modernizaciones léxicas.Ahora se llaman errores de procedimiento, costos dela seguridad o el precio de la democracia.

Por eso yo creo entender que lo que Ospina nosdice con esta biografía novelada es que hay que apren-der a recordar bien para recordar qué es lo que hayque aprender. Esta laboriosa novela forma parte de esaliteratura necesaria, un texto irruptor que, de paso, noscoloca de cara al hecho de que, en materia de historia,casi todo entre nosotros está por escribirse. Por eso seescribe: porque los hechos desaparecen y sólo quedala memoria. Al final, sólo el relato sobrevive. Si lograimplantarse como conciencia de la historia, esa será laprueba de su necesidad. c

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