Ritmo, Tempo y Tiempo, La Experiencia de La Temporalidad Bajo El Neoliberalismo, Michael Herzfel

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- RITMO, TEMPO Y TIEMPO HISTÓRICO: LA EXPERIENCIA DE LA TEMPORALIDAD BAJO EL NEOLIBERALISMO * ** [email protected] Universidad de Harvard, Cambridge, Estados Unidos RESUMEN Las limitaciones que existen sobre la evidencia en la interpretación arqueológica ejempli can el rigor metodológico que se requiere para explorar los signi cados que tienen los sitios históricos y los artefactos para sus habitantes. Diversas temporalidades, aunque disponibles para todas las sociedades, se ven ltradas por supuestos culturales diferentes y por el acceso desigual a los recursos. En particular, las ideologías ociales nacionales como lo ha sugerido el autor en anteriores trabajos sobre producción artesanal y conservación histórica en Grecia, Italia y Tailandiapueden llegar a encubrir los recursos simbólicos relevantes. Adicionalmente, a pesar de la capacidad de la tecnología para expandir la agencia, la ideología neoliberal, al comercializar la historia, limita las opciones de los políticamente débiles. PALABRAS CLAVE: Temporalidad, artefactos, imitación, ideologías oficiales, conservación, neoliberalismo. DOI-Digital Objects of Information: http://dx.doi.org/10.7440/antipoda14.2012.02

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Arqueología y tiempo

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    R E S UM E N Las limitaciones que existen sobre la evidencia en la interpretacin arqueolgica ejempli!can el rigor metodolgico que se

    requiere para explorar los signi!cados que tienen los sitios histricos

    y los artefactos para sus habitantes. Diversas temporalidades, aunque

    disponibles para todas las sociedades, se ven !ltradas por supuestos

    culturales diferentes y por el acceso desigual a los recursos. En particular,

    las ideologas o!ciales nacionales como lo ha sugerido el autor en

    anteriores trabajos sobre produccin artesanal y conservacin histrica en

    Grecia, Italia y Tailandia pueden llegar a encubrir los recursos simblicos

    relevantes. Adicionalmente, a pesar de la capacidad de la tecnologa para

    expandir la agencia, la ideologa neoliberal, al comercializar la historia,

    limita las opciones de los polticamente dbiles.

    P A L A B R A S C L A V E :

    Temporalidad, artefactos, imitacin, ideologas oficiales, conservacin,

    neoliberalismo.

    DOI-Digital Objects of Information: http://dx.doi.org/10.7440/antipoda14.2012.02

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    RITMO, ANDAMENTO E TEMPO HISTRICO: A EXPERINCIA DA TEMPORALIDADE SOB O NEOLIBERALISMO

    RESUMO As limitaes existentes sobre

    a evidncia na interpretao arqueolgica

    exemplificam o rigor metodolgico requerido

    para explorar os significados que tm

    os lugares histricos e os artefatos para

    seus habitantes. Diversas temporalidades,

    embora disponveis para todas as

    sociedades, esto filtradas por supostos

    culturais diferentes e por acesso desigual

    aos recursos. Particularmente, as ideologias

    oficiais nacionais como tem sugerido

    o autor em anteriores trabalhos sobre

    produo artesanal e conservao histrica

    na Grcia, Itlia e Tailndia- podem chegar

    a cobrir os recursos simblicos relevantes.

    Adicionalmente, apesar da capacidade

    da tecnologia em expandir a agncia, a

    ideologia neoliberal, ao comercializar a

    histria, limita as opes dos politicamente

    fracos.

    P A L A B R A S C H A V E :

    Temporalidade, artefatos, imitao,

    ideologias oficiais, conservao,

    neoliberalismo.

    RHYTHM, TEMPO, AND HISTORICAL TIME: EXPERIENCING TEMPORALITY IN THE NEOLIBERAL AGE

    ABSTR AC T Evidential constraints on

    archaeological interpretation exemplify

    the methodological rigor required to

    explore the meanings of historic sites and

    artifacts for todays residents. Various

    temporalities, although available to all

    societies, are filtered through differing

    cultural assumptions and unequal access

    to resources. In particular, official

    national ideologies as the authors

    work on artisanal production and historic

    conservation in Greece, Italy, and Thailand

    suggests may occlude the relevant

    symbolic resources. Moreover, despite the

    capacity of technology to expand agency,

    the neoliberal ideology, by commoditizing

    history, limits the choices of the politically

    weak.

    K E Y W O R D S :

    Temporality, Artefacts, Imitation, Official

    Ideologies, Conservation,

    Neoliberalism.

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    R ITMO, TEMPO Y TI EM PO H ISTR ICO: L A EX PER I ENCI A DE L A T EM POR A LI DA D BAJO EL N EOLIBER A LISMO1

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    Sobre tiempos y temporalidadesEl t rm i n o t i e m p o cubre un sorprendente rango de conceptos. Hay slo que pensar en la distincin en el griego clsico entre kairos (ocasin) y chronos (transcurso de tiempo), en el contraste entre el sentido de tempo en italiano como ritmo de accin, tiempo meteorolgico, o como transcurso de tiempo, y en los variados usos del trmino ingls time para referirse a una ocasin, a un perodo, y de nuevo a un transcurso del tiempo. En una poca burocrtica dominada por historiograf as naciona-les y unilineales, sin embargo, el transcurso del tiempo ha venido a dominar todo el complejo de ideas sobre la temporalidad, desde las estaciones de!nidas por el clima hasta la sncopa del jazz o las duraciones elegantemente robadas (rubato) de la msica clsica y romntica en Occidente.

    El tiempo estacional tiene la ventaja de ser parte de la Antigedad. Parece conectarnos provechosamente con otra poca en la cual la nica cronometra era la de una naturaleza que se asuma que exista fuera de toda constriccin cultural. Esa mirada evolucionista ha dominado desde hace tiempo y nublado el anlisis de las diferencias culturales con respecto a la conceptualizacin del tiempo. No estamos muy lejos de los das en que los acadmicos dividan el mundo en slo dos tipos de sociedad: aquellas con ritmos cclicoses decir, estacionales y campesinos y los sistemas lineales, asociados a la invencin del reloj. Estas distinciones tan injustas se resisten al anlisis, ya que apelan a supuestos profundamente arraigados sobre el sentido comn. Esto debera haber sido su!ciente para alertar a los antroplogos sobre su especi!cidad

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    cultural. En la prctica, sin embargo, permanecieron incontestadas hasta la incisiva crtica al alocronismo (allochronism) hecha por Fabian (1983): la suposicin evolucionista de que los pueblos no occidentales habitaban un tiempo histricamente alejado del tiempo (predominantemente occidental) del antroplogo.

    Fabian reprendi a los antroplogos por asumir que los otros nece-sariamente experimentaban el tiempo de manera diferente. Sin embargo, a pesar de cmo las personas experimentan el tiempo, s es claro que las per-sonas organizan el transcurso del tiempo en modalidades conceptuales signi-!cativamente divergentes; y que estas modalidades se determinan tanto cul- t ural como idiosincrsicamente. Los arquelogos pueden trazar el cambio cultural en trminos ampliamente estratigr!cos (y por ello lineales), pero es dudoso que logren, debido a la ausencia de registros escritos, descubrir qu tanto se corresponde tal periodicidad con las comprensiones temporales de artesanos y consumidores en el pasado2. Por lo tanto, si bien la investigacin arqueolgica se enfoca en objetos materiales, tiene poco acceso a los ritmos de movimiento corporal lo que Bourdieu llama tempo (1977: 6-7) en la pro-duccin y uso de objetos. No hay manera obvia, excepto a travs de la analo-ga con la produccin artesanal moderna, de recuperar el tempo del registro arqueolgico de conjuntos de artefactos.

    Los antroplogos sociales han tenido poca paciencia con la antigua ten-dencia de sus colegas arquelogos a la hora de confundir conjuntos (u ocurren-cias de conjuntos) con culturas, un hbito que an persiste en las represen-taciones pblicas de mundos sociales antiguos. Sin embargo, no deberamos ser demasiado rpidos a la hora de deshacernos del enfoque en los conjuntos, incluso en las sociedades modernas. Grupos de objetos nos pueden ofrecer evi-dencia para comprender sus ritmos de produccin y su uso, y as comprender tambin el movimiento corporal de quien los hace, lo que a su vez expresa un particular entendimiento de la temporalidad. En medio de determinado con-junto, podra ser posible recuperar una su!ciente variedad para mostrar cmo las excentricidades estilsticas jugaban con las convenciones de maneras que han

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    de estar directamente relacionadas con posiciones corporales idiosincrsicas?3 La leccin por aprender aqu sobre lo que podemos llamar la arqueologa de lo contemporneo es que los antroplogos sociales, si bien prestan atencin algunas veces a lo que ellos llaman (con una demarcacin de dominios sepa-rados sorprendentemente cartesiana) cultura material, deberan no obstante prestar ms atencin a los conjuntos de objetos que encuentran. Los suvenires de sitios antiguos o religiosos no slo son un registro de los viajes de una fami-lia; stos tambin anclan estas actividades en los subsiguientes movimientos diarios de la familia con respecto a una duracin aun ms larga, la cual algunas veces contiene una gran profundidad histrica4.

    Hay otro aspecto del tempo que puede escaprsele al arquelogo, pero no debera ser as para el antroplogo (aunque a menudo ocurre): el estable-cimiento de familiaridad; a medida que un utensilio es usado frecuentemente, adquiere unas peculiaridades tctiles y olfativas asociadas al particular ritmo de trabajo. Ya que este tipo de cosas son dif ciles de registrar, tienden a ser dejadas de lado a la hora de ser descritas. Pero el olor, en particular, es un reconocido catalizador de la memoria. Incluso si no puede ser evocado siempre con su!-ciente intensidad, puede al menos ser indexado con locuciones tales como la aseveracin esto me recuerda mis aos de aprendizaje. Tales concatenaciones establecen una relacin entre el ritmo de trabajo y las trayectorias genealgicas y personales. El sonido tambin es un ndice de ritmos laborales: por ejemplo, cuando un entarimador escucha el golpe de su martillo en las puntillas para determinar si stas comienzan a recalentarse pues corren el riesgo de que se doblen, y se asegura de no martillarlas tan duro. De este modo, con un sentido creciente de retroalimentacin, regula la velocidad y potencia de sus golpes (vase Herzfeld, 2004: 106).

    La conciencia histrica a menudo se calibra con un calendario o!cial. Si bien las historias familiares que emergen de la prctica de dar la dote a las hijas pueden interrumpir las temporalidades ms largas de la historia municipal o nacional, y si bien los residentes ms irreverentes a menudo cuentan historias de guerras o desobediencias civiles que entran en con"icto con la ideologa o!-cial, las ganancias del turismo a menudo les persuaden de que la cronologa o!-cial, simplemente, otorga mejores ingresos directos (Herzfeld, 1991: 144-147).

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    Y cooptar la historia o!cial puede tambin servir para propsitos locales. Los romanos, cuya historia familiar no pasa de uno o dos siglos, por ejemplo, usan reivindicaciones de antigedad colectiva en sus disputas en contra de desalojos (Herzfeld, 2009). De manera similar, Yalouri (2001) est sin duda en lo correcto al ver la Acrpolis como un espacio sagrado, pero no en trminos necesaria o exclusivamente determinados por los modelos cristianos ortodoxos de sacra-lidad o de precedente antiguo. Es tambin factible que esta sacralidad haya emergido del romanticismo alemn que lleg a Grecia con la monarqua oto-niana y contribuy a consolidar el papel de los estudios del folclor (laoghra!a) en la regulacin de la identidad griega moderna.

    De manera similar, en Tailandia, en una pequea comunidad de Pom Mahakan en Bangkok, los miembros de una pequea comunidad que tratan de legitimar su presencia f sica en medio de los monumentos de los inicios de la actual dinasta real nombran sus casas de cien o doscientos aos de anti-gedad como antiguas (boraan)5. La reclamacin estaba basada en la evoca-cin de reinos (rajakaan) particulares como evidencia tanto de su lealtad con la presente dinasta como de su continua presencia como comunidad; esto, sin tener en cuenta si sus propios ancestros haban en efecto vivido en estas casas. Ellos estaban suprimiendo el tiempo social de su propia coalescencia como una comunidad viva, a favor de un tiempo monumental que se alineaba mejor con el discurso o!cial6. El tiempo monumental es de por s social, aunque el Estado es quien le otorga estatus de verdad eterna. Los residentes locales por ello lo adoptan para propsitos socialmente tcticos, mientras en apariencia refuer-zan la historiograf a o!cial; pero si las circunstancias justi!caran lo contrario, ellos removeran este nfasis y se enfocaran en las cualidades igualmente esen-cializantes de los tailandeses como luchadores democrticos por la libertad. El museo de su lucha, externamente diseado para entrar en armona con la ideologa del momento, contiene su!ciente material como para proveer una interpretacin alternativa del pasado.

    Las estrategias o!cilizantes aparecen tambin en la produccin de obje-tos que van acordes a la imagen o!cialmente sancionada de lo tradicional y de lo histrico (Bourdieu, 1977: 40). Hay, por ejemplo, un alfarero en Pom Mahakan que se ha vuelto bastante famoso gracias a sus reproducciones de imgenes de ruusii (ascetas), y stas se han convertido en parte de la reclamacin de la comunidad de un estatus histrico junto con una buena cantidad de artesanas

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    y otras actividades. En Grecia, de nuevo, modelos antiguos son a menudo ofre-cidos a artesanos cali!cados para que los copien. La presuncin de que tal imi-tacin est mal informada o es !lolgicamente incorrecta (vase Palumbo, 2003: 305) no entiende que el proceso mismo articula a artesanos expertos en una relacin afectiva y tctil con un pasado remoto que permea sus entornos familiares, tal y como nos lo recuerda Hamilakis (2007).

    Pero hay un efecto recproco. Las pequeas reproducciones de vasijas clsicas de tamao real, por ejemplo, son presentadas con gran orgullo como prueba de la gran experticia moderna de sus creadores, y en consecuencia, con altos precios. Aquellos que reproducen objetos antiguos para el consumo moderno tal vez lo hacen partiendo de una historiograf a !lolgicamente mal informada y exagerada; por ejemplo, la aseveracin hecha por un artesano en Chania que fechaba en quince mil aos de antigedad una lmpara de aceite romana que haba copiado para el mercado turstico. Pero tales deformaciones del conocimiento arqueolgico delatan el deseo de los artesanos posindustria-les tanto de tener races antiguas como de tener reconocimiento como artistas. Hoy en da, el aburguesamiento tanto de viviendas como de profesiones anun-cia el fracaso econmico de quienes no logren, dentro del marco de las ideas neoliberales de eleccin (choice), hacer el salto performativo del artesanado al arte, incluso si al mismo tiempo se enfatizan conexiones cercanas con la Anti-gedad. Si bien los antiguos alfareros !rmaban sus creaciones con sus nombres, no es del todo claro si ellos distinguan entre arte y artesana, ambas acepciones encapsuladas en el trmino techn. Al moderno tekhnitis (artesano elemental), en contraste, no se le considera tambin como un artista individual: la implica-cin de ser un simple tcnico es ms fuerte que cualquier pretensin artstica.

    Aquellos artesanos modernos que no puedan reclamar su estatus de artis-tas estn condenados a producir para otros, en una cadena que degrada a los productores a favor de los empresarios. En Creta, las mujeres de los pueblos que acostumbraban tejer hermosos e intricados vouryes ahora trans!eren ver-siones ampliamente simpli!cadas de sus diseos de bolsas de caza operadas por cordel, diseos que estaban asociados con un patrn espec!co de solidaridad con el clan patrilineal (las bolsas siempre eran dadas a los agnados del novio por las nuevas novias), como tagarias torpemente producidas y sencillamente diseadas, signi!cativamente conocidas en el mercado como bolsas griegas (Herzfeld, 1992b: 99). Las mujeres deben ahora producir bolsas cada vez con ms rapidez para mercados cada vez ms escasos, lo que a su vez disminuye los precios, mientras que la representacin de la identidad del clan a su vez asociada con actividades reprobadas como la venganza o el robo de animales cede paso a la representacin comercializable de una identidad nacional poco

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    distinta, en este nivel, de las imgenes producidas en masa y de fcil acceso como lo son las del Partenn (vase Yalouri, 2001: 130-133).

    Para tratar de comprender la nueva presin bajo la cual estos nuevos pro-ductores deben trabajar, es til recordar las recientes observaciones de Veena Das (2007) sobre cmo las personas viven o experimentan el tiempo en cuanto a capacidad de accin (agency): la capacidad que tiene el tiempo de actuar sobre ellas. Podramos hacer la objecin de poco peso de que es el mercado, y no el tiempo, lo que oprime a estas tejedoras rurales. No obstante, el mercado, al imponer la cuanti!cacin lineal del tiempo laboral, crea la impresin de que el tiempo apremia, en vez de simplemente transcurrir.

    El conocimiento, incluida la comprensin del tiempo, est basado en la corporalidad, incluso en las profesiones intelectuales. Dominic Boyer y yo hemos argido que la labor intelectual en su caso, la de los periodistas; en el mo, la de los estudiantes y maestros (Boyer, 2005a: 137-141; 2005b; Herzfeld, 2007: 104; vase tambin Marcus, 2009) no debera ser demarcada tan tajan-temente del trabajo manual. En muchas sociedades las nemotcnicas f sicas se consideran un instrumento no slo de retencin de informacin sino tambin de conformidad con conceptos teolgicos e ideolgicos subyacentes (por ejem-plo, Starrett, 1998). La armona tambin requiere de una aquiescencia corporal, como cuando las mujeres tailandesas en Pom Mahakan, al abanicarse cuando hay calor, ajustan gradualmente sus movimientos hasta llegar a una simultanei-dad que expresa la preferencia tailandesa por el consenso pblico. El aprendi-zaje y la actuacin siempre requieren de la regulacin social del tempo.

    El tempo aparece tambin en la respuesta aletargada del ladrn de ove-jas marroqu o cretense, quien as aumenta su estatus al controlar el ritmo y el paso de la accin (Geertz, 1973: 8-14; Herzfeld, 1985: 171-173); en los despliegues juguetones del chef de sushi o del barista italiano; en el efusivo aletargamiento del artesano que con ello privilegia su maestra sobre la mate-ria prima y sobre sus propias habilidades por encima de la conveniencia social de su cliente exigente o tal vez de mayor estatus. Pero el control del tempo, el cronometraje (timing), es tambin, como nos lo recuerda Das, la forma como experimentamos el mundo en el momento en que tiene un impacto en nosotros. En la medida en que el tiempo se conceptualiza como una fuerza agencial, limita nuestra habilidad de jugar y deformar las convenciones. Por esta razn, el tiempo monumental es tal vez el ms opresivo; la amenaza en ciernes de la iconizacin de la eternidad desincentiva el juego inventivo, aun-que tambin puede como en el caso de mis informantes tai proveer de una pantalla bajo la cual se puede remodelar la temporalidad en los espacios interiores de la vida cultural.

    Ricardo Uribe

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    La materialidad de la experiencia temporalHay una relacin directa entre el control del tiempo y los objetos. Aqu los ejemplos culturales son numerosos y bien descritos en la literatura. Algunas culturas valorizan la coordinacin oportuna (timing) de maneras particulares; los cocineros cantoneses y romanos exaltan los platos en los cuales la decisin oportuna hecha en segundos precede a la complejidad de la sazn. Un amplio rango de variaciones puede aparecer en un contexto cultural que incentiva la experimentacin atrevida, y por ello debe incentivar el riesgo, siempre presente cuando la coordinacin y la agilidad incrementan el valor. Pero entonces tam-bin debemos examinar lo que se entiende por riesgo. La presentacin por parte del apostador de su ser vulnerable (vase Malaby, 2003), por ejemplo, sirve como un tipo de juego socialmente hbil; la experimentacin del artesano, de manera similar, marca una tensin entre las proclividades individuales y el particular momento histrico, como cuando un artesano pintoresco se enorgu-llece de resistir los llamados modernos a la estandarizacin, o se vuelve famoso por un rasgo estilstico particular que, si bien no es parte del canon, no perturba funcionalmente el valor de uso del artefacto sino que ms bien le imbuye de un valor aadido (y mercantil) en las esferas econmicas, estticas y afectivas.

    Quienes crecieron en medio de una presencia palpable de antigeda-des las experimentan de maneras que alimentan la ideologa de la pertenencia nacional. Hamilakis (2007) muestra cmo la evidencia material de un pasado largo y rico afecta las percepciones, el sentido de pertenencia y la orientacin cultural de poblaciones actuales. En efecto, su sugerencia programtica en ciertos aspectos revela que los arquelogos pueden ensearles mucho ms a los antroplogos sociales de lo que stos son capaces de admitir. En parti-cular, el problema especialmente experiencial de lo que he llamado en otro lugar escasez de evidencia (Herzfeld, 1992a) requiere un enfoque mucho ms agudo en las relaciones formales entre objetos y sus condiciones de produc-cin que el que los antroplogos sociales estn dispuestos a menudo a inten-tar. Las poblaciones modernas leen el pasado de la misma manera como los arquelogos se ven obligados a hacerlo: como un registro constreido por escasez de evidencia, pero a menudo lo hacen con una mayor libertad en su reconstruccin imaginativa.

    Cuando los campesinos cretenses encuentran pequeos objetos cabezas de terracota, por ejemplo en sus campos, reconocen estos artefactos como antiguos, y por ello, como valiosos, porque cuadran con cierto patrn reco-nocible. Ellos han aprendido este patrn en el colegio o a travs de monedas modernas (por ejemplo, gracias al diseo de un casco). Pero ellos tambin reco-nocen un riesgo en potencia; si se les halla vendiendo los objetos, corren el

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    riesgo de ser castigados por las autoridades anticuarias, un factor clave en la tensin entre el deseo de conectarse con el pasado antiguo y el disgusto omni-presente por los guardianes burocrticos estatales, los arquelogos (Antonia-dou, 2009). El orgullo por la antigedad entra en con"icto tanto con la avari-cia por un bene!cio econmico como con el miedo al castigo por parte de un Estado que an hoy es visto como turco, esto es, como externo a la realidad diaria de los ciudadanos griegos modernos.

    Su ambivalencia surge en parte de sus propias capacidades mimticas, las cuales se refuerzan al ver noticias televisadas y suvenires tursticos. Tal y como lo ha sealado recientemente Alexandra Bakalaki (2007: 397-399, 401), la imitacin a menudo encapsula a una poblacin dominada dentro de una estructura de poder, creada por quienes dictan los trminos de una esttica dominante; y el Estado reproduce, en su relacin con poblaciones de pequea escala, cierto nivel de dependencia de poderosas fuerzas internacionales. En el contexto griego, esto quiere decir que habr formas de imitacin intensas y con mltiples !lamentos de aquello que se percibe como un pasado antiguo, lo que indexa una variedad de relaciones, y de comprensiones, de la interpretacin o!cial del pasado.

    Escasez de originalidad (y de evidencia )El modelo dominante del pasado tambin crea una profunda preocupacin cronolgica por cuestiones de originalidad. El respeto modernista por la crea-tividad artstica se combina con las convenciones locales de un orgullo (espe-c!camente) masculino a la hora de producir una competitividad que, a su vez, se presta a s misma para el mercado neoliberal. De esta manera, unos cuan-tos artistas emergen de la masa de artesanos, desplazando a estos ltimos econmicamente y en cuanto a su prestigio local, y obligndolos a producir suvenires y baratijas que sin duda representan una mala imitacin de glorias estticas del pasado, pero que lo hacen en respuesta a un mercado masivo cul-tivado con cuidado.

    Lo que entendemos por originalidad en tal contexto depende de nuestra comprensin de la base social de la produccin esttica. En mi trabajo con los artesanos cretenses, he intentado dirigirme hacia algo similar a lo que Louis Dumont (2006) ha atribuido al estructuralismo temprano, bien sea de la varie-dad parisina o de Oxford: un nfasis no en las relaciones entre cosas (o perso-nas), sino en relaciones entre relaciones7. Para poner esto en trminos simples:

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    en una sociedad individualista esperaramos que cada productor creara objetos que fueran distintos a todos los otros; en una sociedad conformista, lo contrario (por ejemplo, Kondo, 1990). La exaltacin ideolgica moderna del artista por encima del artesano la alta cultura por encima del artesanado popular (folk), si se quiere necesita de la produccin de elementos que sean por completo distintos los unos de los otros. La produccin artesanal hoy en da sostiene que posee esta individualidad artstica, mientras que evoca una nocin soterrada de tradicin que interpreta como genealoga. Los trminos de Evans-Pritchard (1940) de tiempo estructural son los ms tiles para comprender esto. Evans-Pritchard argument que el grado de consanguinidad en el presente se basaba en el grado de distancia temporal con respecto a un ancestro comn. Este tipo de tiempo es genealgico en vez de cronolgico. En arte podemos ver una equi-valencia con esto en cuanto a escuelas o estilos, mutuamente contrastados segn nociones anidadas de similitud y diferencia; los arquelogos reconocern este principio jerrquico que gobierna gran parte de la taxonoma de artefactos; en efecto, es aqu donde las propiedades sociales de organizacin se combinan ms palpablemente con las propiedades culturales de semejanza (iconicidad), un factor clave a la hora de captar las relaciones sociales como una cultura colectiva que conocemos como nacionalismo, y por ello, tambin el compro-miso de la arqueologa en la validacin de la ideologa (Herzfeld, 2005: 104-105). Por lo tanto, sin importar cunto tiempo tom establecer el estilo inde-pendiente, la relacin emergente se conceptualiza retrospectivamente como genealoga. sta es una metfora comn para la legitimacin de la identidad intelectual; hablamos de ancestros intelectuales e incluso de linajes intelec-tuales. Y la genealoga signi!ca, en trminos prcticos, las relaciones entre las relaciones concebidas sobre la base de tiempo estructural.

    Tales genealogas son relativamente fciles de establecer, por ejemplo, entre tipos de casas, o tal vez ms fcil aun, tipos de construccin monumental. Un monumento debe indicar un estilo anterior para que su mensaje llegue a odos receptivos; los monumentos a las guerras, por ejemplo, siguen una pauta por completo reconocible. Es en la naturaleza misma de la conmemoracin de vidas individuales que se logra enfatizar cierta humanidad comn (o experien-cia compartida). Por ello, tambin, las casas de los espritus en Tailandia, si bien conmemoran vidas individuales, a su vez son una manera de incorporarlas a la colectividad, en especial cuando esta colectividad se ve amenazada por una autoridad municipal preparada para demoler los altares junto con las casas que se supone debe proteger. Vemos aqu una lgica no del todo distinta a la del nombramiento bautismal en Grecia, la cual de manera semejante envuelve las identidades individuales en estructuras de un ser compartido, indexado por

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    medio de nombres compartidos a lo largo de generaciones y en ocasin exten-didos hasta el terreno de la comprensin de polticas nacionales8.

    Johannes Fabian (1983) ha argido que decir que otros experimentan el tiempo de maneras distintas a la nuestra es la expresin de un rechazo taxon-mico de tratarlos como nuestros coetneos, de una tendencia de verlos como atascados en el pasado, en contraste con nuestra propia modernidad. Tales exclusiones no estn con!nadas en la antropologa; en efecto, uno de los verda-deros bene!cios de la observacin de Fabian es que subraya las dinmicas simi-lares que operan tambin en las vidas polticas de aquellos a quienes estudia-mos. Los Estados-nacin, todo tipo de burocracias y de establecimientos edu-cativos, todos reproducen este patrn de distanciamiento temporal, sugiriendo que slo aquellos con acceso privilegiado a la historia experimentan el tiempo como nosotros lo hacemos; los campesinos atemporales son tanto un rasgo del paisaje ideolgico nacionalista como de la antropologa decimonnica o de la escritura de viajes y del periodismo. En tales ideologas, la arqueologa no slo apuntala la perspectiva nacionalista de maneras que luego son reproduci-das en contextos bastante banales, como en tours de sitios (vase Abu El-Haj, 2001)9; la arqueologa tambin se publica en un formato que legitima el sentido de un acceso privilegiado a la comprensin de la temporalidad como una rei-vindicacin del progreso del presente y del dominio poltico. Los museos y los libros y los artculos refuerzan estos efectos y atan a las poblaciones mayorita-rias a los proyectos de dominacin poltica de los Estados-nacin.

    Una respuesta crtica a las rei!caciones resultantes de la experiencia requiere una aproximacin doble. Primero, podemos mostrar cmo las dife-rentes maneras de representar y organizar la temporalidad, independiente de las experiencias que escondan, pueden relacionarse muy directamente con cuestiones de originalidad, invencin, convencin y reproduccin. Segundo, podemos utilizar la observacin de Das sobre la representacin del tiempo como cargado de capacidad de accin como aquello que el tiempo ha hecho en nosotros como una manera de por lo menos reconocer que para muchos actores sociales el tiempo ser visto como una fuerza viviente y en movimiento. Esto no contradice el argumento de Fabian; por el contrario, nosotros, tam-bin, hablamos de lo que el tiempo ha hecho: el destino de Ozymandias no es una parbola desconocida, y tiene paralelos en muchas culturas. Entonces, si es posible comprender el tiempo como un forjador de eventos, y no simplemente como una medida de su duracin, podemos empezar tambin a apreciar que

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    los eventos mismos siguen el curso trazado en alguna medida por estructuras sociales que pueden ser peculiares a un tipo particular de organizacin social (Dresch, 1986); se puede entonces esperar que los microeventos, tales como la creacin de un conjunto de objetos, sigan una trayectoria con similares especi-!cidades de contexto. La comprensin del tiempo en general es por ello comn a todas las sociedades, tal y como lo arguye Fabian; la experiencia de usos par-ticulares del tiempo deviene de exigencias y capacidades particulares, y es mol-deada por los modismos locales de representacin.

    Este punto puede clari!carse aun ms si miramos los muy variados rit-mos (tempi, en el uso de Bourdieu) del trabajo, incluso en una misma sociedad. El modelo de estandarizacin de la fbrica moderna lo cual es simplemente la realizacin de la cultura material de lo que Max Weber llam rutiniza-cin es el producto de una tecnologa particular que hace que tal reproduc-cin mecnica sea factible y deseable. En el proceso, las rutinas del trabajo repetitivo que adormecen la mente tambin disciplinan los cuerpos que, al ser percibidos como pertenecientes a poblaciones peligrosas, podran llegar a predisponerse a la revolucin o a otra actividad artsticamente original y destructora de taxonomas.

    La rutinizacin tambin aumenta la importancia comercial y estilstica de la produccin artstica en cuanto a originalidad. Una vez que la produccin masiva con!ere ms valor a objetos cada vez ms raros que no son produci-dos en masa (valor de rareza), el costo de la originalidad crece exponencial-mente. As, tambin, ocurre con el valor de objetos olvidados que cada vez parecen ms pintorescos, porque o bien no fueron producidos masivamente o bien son lo su!cientemente raros como parecer casi, o por completo, nicos (#ompson, 1979). El contraste ocurre con la produccin modernista, bajo la cual toda instancia de habilidades de peculiaridad personal amenaza la lgica de la fbrica; por ello, la prisa por reducir las habilidades (deskill) de los trabajadores, como si se pudieran remover las capacidades sedimentadas en sus memorias corporales durante largos perodos (vase Blum, 2000). Pero en la produccin artesanal, la variacin tiende a aparecer no tanto como conse-cuencia de la bsqueda de e!ciencia tecnolgica (y su consecuente agilizacin de la fuerza de trabajo) sino de la ideologa de la personalidad en la cual las relaciones entre los objetos reproducen, de manera esquemtica, las relacio-nes consideradas como apropiadas segn las personas.

    Las distribuciones espaciales refuerzan estos patrones de percepcin. Casi todos los artesanos cretenses que estudi trabajaban bajo condiciones que no haban cambiado de modo considerable en los ltimos cincuenta aos o ms, aunque haba algunas excepciones (como la transformacin del apren-

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    dizaje para hacer pisos en una pasanta). La mayora de ellos trabajaban en atliers en los cuales sus abuelos podran haber laborado a ciegas. Por lo tanto, la convencionalidad del contexto social se reproduce aqu como una conven-cionalidad de la organizacin espacial. Cuando la forma del taller permanece funcionalmente constante a lo largo de amplios perodos, no son muy proba-bles "uctuaciones espontneas en el grado de la variacin del artefacto.

    Esto re"eja un dominio de la espacialidad ms amplio: la nocin occi-dental de persona est asociada en gran medida con la emergencia de la pose-sin de propiedades. El individualismo, desde hace mucho considerado como el baluarte de la identidad occidental, est profundamente asociado con ideas de posesin de tierra; en un contexto griego, la divisibilidad de la herencia tambin se reproduce en ideas sobre la divisibilidad en la herencia de persona-lidades y en la distribucin de nombres personales10. Tales factores refractan y dirigen la comprensin que las personas tienen sobre los alrededores que habitan y los medio ambientes que construyen. Es de hecho muy poco claro si podemos hablar de individuos, excepto en un sentido culturalmente bastante parroquial; aunque si bien esto se reconoce cada vez ms, incluso las alterna-tivas que uno pueda proponer con base en paralelos etnogr!cos presunta-mente no agotan el rango potencial de vas de comprensin de las variedades de la agencia humana.

    Las preguntas sobre la individualidad necesariamente involucran simi-litud y diferencia, y el artesanado a veces provee evidencia sorprendente de cmo stas son reconocidas. Cuando un artesano cretense hace alarde en mi presencia de su habilidad para cincelar en un sujetalibros la cara del poltico Eleftherios Venizelos, utiliza una !gura reconocible como Venizelos como evi-dencia de su habilidad personal; pero las cualidades casi caricaturescas de su similitud, en efecto, subrayan la naturaleza social de la produccin; un punto que se me hizo brutalmente claro cuando ca en la cuenta de que un hombre ya mayor que vea casi a diario en el mismo pueblo cretense estaba, en efecto, reproduciendo la imagen de Venizelos en su propia persona, incluidos el som-brero de lana de cordero, barbilla y anteojos11.

    Uno de los problemas con los que nos enfrentamos en este tipo de discu-siones es que la similitud misma asume ciertas convenciones que hacen que su reconocimiento sea posible. En algunos contextos, la similitud trasciende nues-tra habilidad de verla. Qu hemos de hacer, por ejemplo, con la perspectiva

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    bizantina de que todos los conos religiosos son similitudes (eikones) de una pintura original de la Virgen Mara hecha por san Lucas? Tal teora va en contra de todas nuestras asentadas nociones de sentido comn, y no obstante explica la facilidad con la que la reproduccin fotogr!ca de un cono, sin importar cun estridente sea, parece estar imbuida de una refraccin de la misma gracia que veramos con ms facilidad en una imagen de El Greco.

    Si observamos las maneras como los aprendices de artesanos contem-porneos aprenden de sus maestros, podemos comprender mejor la relacin entre originalidad y similitud, y con ello, tambin la que hay entre tempo de produccin y tiempo genealgico en la tradicin artesanal. Esto nos dara tam-bin una visin ms clara de las tensiones entre las representaciones o!ciales del pasado antiguo y las maneras como las personas hoy en da reconocen los artefactos antiguos al parecerles de algn modo familiares en cuanto a forma y a un probable uso. Tambin nos permitira enmarcar nuestra comprensin de la manufactura de copias modernas de artefactos antiguos bien sea fal-si!caciones intencionadas, copias de museo o suvenires baratos respecto a una cultura moderna artesanal comprensible y no en relacin con elaboradas reconstrucciones de un contexto antiguo.

    Tales exploraciones abriran el camino para ver cmo las relaciones indexantes de vida social y las relaciones icnicas de identidad cultural inte-ractan en contextos particulares. En muchas sociedades industriales de Occi-dente, la ideologa del individualismo implica que a veces se haga un nfasis opresivo en la cuestin de la originalidad. Harold Bloom (1973) pregunt con genialidad sobre lo que l llam la ansiedad de la in"uencia: el deseo de esca-par de la reputacin de ser simplemente el reproductor de la obra de un maes-tro. En el invernadero ideolgico de la produccin literaria de Occidente, ste es un modelo plausible. Sin embargo, no tiene mucho sentido para icongrafos que trabajan en la tradicin bizantina, y tiene menos sentido an para tala-barteros, talladores o joyeros cuyo trabajo, no obstante, requiere cierto grado de personalizacin para as convencer a los compradores de que el objeto ha sido confeccionado tanto segn las necesidades del comprador como segn la marca distintiva del artesano en particular. Algunos objetos de nuevo, los conos religiosos vienen a la mente no son susceptibles de muchas variacio-nes porque su reproduccin es estrictamente textual, por razones que estn incrustadas en un discurso religioso presente durante mucho tiempo. Debido a que las doctrinas que conciernen a la esttica religiosa han permanecido accesibles, incluso la era de reproduccin mecnica ha tenido poco efecto excepto para incrementar el nmero disponible de copias en las propieda-des f sicas de los objetos.

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    El contexto social de la reventa y de la reutilizacinEn algunos casos, la compra y la reventa cambian el sentido e incluso la percep-cin de los objetos, en especial de aquellos de naturaleza humilde. En socieda-des donde el parentesco es importante, la idea del artesanado que se transmite por generaciones es por lo menos igual de importante que el sello personal del artesano; pero la relacin del comprador con el artesano tambin es cru-cial. De hecho, en este contexto podramos considerar tilmente un artculo importante de Gretchen Herrmann (1997) sobre lo que en un primer vistazo parece ser un tema trivial e irrelevante: la venta de garaje en Estados Unidos. Lo que Herrmann logra hacer increblemente bien es mostrar cmo el valor de los objetos intercambiados en estas ventas informales se ve afectado por lo que los compradores conciben en gran medida, una concepcin hecha por ellos como la inversin social producto del apego sentimental que los ven-dedores tienen por sus objetos. En otras palabras, hay un contexto social que condiciona el valor y que incluso se intensi!ca como manera de incrementar el valor. Herrmann escribe ms que todo sobre objetos usados que con el tiempo han adquirido valor sentimental. Pero un artesano no es menos hbil que un vendedor en un garaje para proveer valor personal que luego se convierte en una marca de la relacin entre el artista y el cliente, y crea un tipo adicional de tiempo estructural.

    Por lo tanto, cuando sabemos algo de las relaciones entre productores y sus clientes podemos tambin explicar los aumentos repentinos en la indivi-duacin de los objetos materiales: piezas hechas a la medida, no tanto en el sentido de que stas re"ejan las exigencias de los compradores sino ms bien en el contexto de produccin en el cual los compradores son tambin incluidos en una relacin social con los artesanos, sus ritmos de trabajo y su genealo-ga. Por el otro lado, la produccin de suvenires modernos a menudo genera la rutinizacin de la apariencia f sica. Acaso estos suvenires en verdad re"ejan la manera como los productores ven sus originales antiguos, o acaso re"ejan la imposicin de una ideologa estatal o imaginario del mercado que requiere una cierta uniformidad?

    Permtanme ilustrar esto con otro ejemplo. En Tailandia, bajo el reciente gobierno de #aksin Shinawatra, se introdujo la poltica de un distrito, un pro-ducto, con la esperanza de producir artesanas ms e!cientemente y lograr as un mayor crecimiento econmico en partes marginales del pas. Los productos generados por esta poltica eran llevados para ser vendidos a puntos centrales, a menudo lugares de gran importancia simblica en la historiograf a nacio-nal, en Bangkok y en otras ciudades. Uno de los planes consisti en usar el primer punto de entrada de bienes occidentales a Siam, un mercado a orillas

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    del puerto llamado Paak Khlong Talaad, donde sus tenderos fueron amenaza-dos de manera concomitante (y apreciable) con el desalojo, para dar paso a un imponente pabelln que exhibira los productos de la nueva poltica. Para que esta poltica funcionara, adems, los productos deban ser reconociblemente tradicionales y localmente determinados; y esto signi!caba entonces la necesi-dad de hacer que la produccin fuera ms e!ciente y homognea (streamlined). El proyecto es reciente y desde la cada del gobierno de #aksin Shinawatra en 2006, debido a un golpe de Estado su futuro incierto. Pero uno se pregunta qu tanto esta produccin reglamentada de la tradicin ha subordinado ya las ideas de distincin local bajo la lgica de una unidad nacional, la cual era, en efecto, una de las metas de los arquitectos de la poltica.

    La tradicin es siempre un trmino problemtico, en especial cuando intervienen el mercado o el Estado. Las metas del Estado a menudo enfatizan un perodo o una sucesin de perodos relacionados, excluyendo a su paso todo lo que podra atribuir legitimidad a poblaciones minoritarias o a recla-maciones de pases vecinos. Tal y como el cuerpo geogr!co del Estado se regula de acuerdo con un diseo original externo que arguye ser la esencia nacional encarnada en trminos de territorio (#ongchai, 1994), los cuerpos de los productores son disciplinados en pro de la creacin de evidencia f sica (los artefactos) que sustente la continuidad de la lectura o!cial del pasado. El baile y el deporte son terrenos interesantes para esta forma de inculcacin corporal. Pero sabemos tambin que los artesanos y otros continan actuando de maneras que no se conforman a las actitudes deseadas por los crculos o!-ciales; su resentimiento mismo es una trampa que los margina cada vez ms. Qu quieren decir los objetos antiguos para ellos? Acaso las paredes de sus viejas casas tienen algn signi!cado afectivo para ellos, o bien son vistas sim-plemente como un elemento ms en la relegacin de los artesanos a una clase cada vez ms deprimida?

    Las luchas que he documentado sobre el ambiente construido en Rtino, Roma y Bangkok muestran que no hay una respuesta sencilla para estas pre-guntas12, y esto a su vez debera obligarnos a estar muy atentos a cualquier generalizacin acerca de los signi!cados de artefactos antiguos dejados en !deicomiso a generaciones futuras. Esta reclasi!cacin de monumentos anti-guos por poblaciones locales a menudo sigue las lneas trazadas por discursos o!ciales, stos a su vez informados e informantes de hbitos de clasi!cacin arqueolgica. En los primeros das de conservacin histrica en Rtino, los argumentos acalorados se centraban en si las casas eran turcas o venecia-

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    nas, con las implicaciones ticas que esto conlleva segn el canon ideolgico dominante y segn el inters econmico de sus propietarios. Cuando mis infor-mantes en Roma argan ser los ltimos en la lnea de antiguos romanos, ellos eran partcipes de una reinterpretacin retrica del discurso o!cial, tal y como lo son los residentes tailandeses en Bangkok, quienes reinterpretan su relacin afectiva con el espacio del cual las autoridades desean desalojarlos, en trmi-nos de los reinados de la dinasta en el poder. Todos estos grupos vuelven, en otras palabras, a una retrica de la temporalidad que tiene ms que ver con los crculos o!ciales contra los que estn luchando que con su participacin experiencial (fenomenolgica) en los espacios que habitan. Ellos saben que los especuladores (en Roma) y las autoridades municipales (en Bangkok) no estarn interesados en ello, ni incluso lo lograrn comprender, y que ellos deben reclamar su relacin con sus respectivos sitios en trminos de una versin glo-balizada del discurso profesional de arquelogos e historiadores que yace entre los acadmicos que intentan comprender sus vidas y sus experiencias vividas. Pero en la prctica, las actitudes que demuestran en sus vidas diarias pueden tener orientaciones muy diferentes a las ideologas dominantes de los Estados-nacin a los cuales pertenecen.

    Los romanos, al menos aquellos cuyas familias han vivido en la ciudad por varias generaciones (romani de sette generazione, romanos de siete generacio-nes), son muy conscientes de su proximidad a la Antigedad, pero tambin a otros perodos histricamente importantes. Ellos simplemente no consideran la romanit como algo que tenga mucho que ver con ser italianos. Roma no es Italia; sa es una regla clave con la cual estn de acuerdo con los otros italianos. Por ello, su adulacin del pasado remoto tiene menos que ver con un orgu-llo nacional que con un apego furibundo al lugar. Las invocaciones del pasado estn por todas partes, hasta en las iniciales SPQR (senatus populusque roma-nus) en tapas del alcantarillado y en la estatua de Csar que se cierne sobre la cmara de debates del Concejo municipal romano. El sentido de continuidad es fuerte, hasta el punto que algunos residentes argumentan que el diseo de los palazzi del barroco tardo y la distribucin tpica de la casa e bottega (la casa en la planta superior y el taller del artesano en la planta baja) reproduce la antigua insulae; una retrica que envuelve en su interior una ciudad a la que histrica-mente no le fue permitido convertirse en un centro industrial y que por ello, al menos en trminos retricos, ha atesorado a su poblacin nuclear artesanal como emblemtica de sus enlaces con un pasado bastante remoto.

    En Atenas, donde unos cuantos monumentos antiguos de alguna altura resaltan sobre un trasfondo dominado por bloques de apartamentos modernos (polikatikies), la continuidad con el pasado es ms abstracta. Gran parte de ella

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    proviene del fenmeno relativamente reciente de que los nombres de las calles invoquen hroes y pensadores clsicos. A diferencia del sentido romano de continuidad, el cual es espec!co para la ciudad y muy rara vez (con excepcin del gobierno de Mussolini) dedicado completamente a un proyecto nacional de identidad histrica, Atenas se proclama heredera de una ideologa de con-tinuidad que es mucho ms genrica (Helnica), y que se extrapola de una antigua ciudad-estado a todo un Estado-nacin moderno. Si bien los residentes de ambas ciudades a menudo expresan impaciencia con la interferencia en sus vidas de las autoridades arqueolgicas, en especial cuando el trabajo de cons-truccin revela una riqueza hasta entonces inesperada de hallazgos arqueolgi-cos, el respeto otorgado por los atenienses al pasado antiguo tiende a ser mucho ms genrico y menos tolerante de estas intervenciones13.

    Estas diferencias proveen un contexto general para examinar cmo expe-rimentan el pasado las personas locales. Las ideologas nacionales in"uyen en la experiencia local y tambin se derivan de ella. Los patrones locales e incor-porados de interaccin social apropiada estn incrustados en un esquema de valor ms amplio. Una ideologa de individualismo o conformidad, por ejem-plo, constrie las relaciones entre los objetos y las personas; o, mejor, en una vena dumontiana que he recomendado aqu, las relaciones entre las relaciones entre los objetos y las relaciones entre las personas. En Rtino, por ejemplo, las decisiones acerca de clasi!car una casa como veneciana o turca, y por ende como una antigedad europea digna de preservacin, o bien como una reli-quia de un pasado que se merece slo el olvido, estn articuladas de acuerdo con diferencias ideolgicas, as como con relaciones entre vecinos. A medida que los trabajos de conservacin histrica avanzaban, estas diferencias apare-can cada vez ms marcadas en el paisaje urbano.

    Al descubrir estas conexiones, tambin estamos mejor equipados para discernir los factores sociales y polticos que determinan parcialmente los cri-terios de semejanza, tanto en objetos contemporneos como entre artefactos antiguos y modernos. Los residentes atribuirn signi!cado a los usos que les den a los espacios que habitan, y no a las funciones histricamente asocia-das con la creacin original de estos espacios. Ellos tambin ideologizarn aspectos de esos mismos espacios; hablar hoy en da de un sanitario turco que ocupa el espacio de la puerta principal de una casa es hacer una declaracin sobre el progreso, expresada en trminos estatalmente aprobados de desarro-llismo eurocntrico y evolucionista. De nuevo, incluso si una casa turca o

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    veneciana hoy en da se parecen, y son igualmente aceptables como rasgos de un casco antiguo pintoresco, qu dice esto acerca de las vicisitudes moder-nas de una identidad nacional en Grecia?, y ms an, qu dice esto acerca de lo que puede signi!car para el concepto de autenticidad? Tales movidas permi-ten que actores individuales y sus familias redirijan espacios discursivamente reclamados por el Estado hacia usos asociados de manera ms directa con los aspectos ms ntimos de sus vidas.

    Pero Rtino es un pueblo pequeo, y la mayora de sus residentes son due-os de sus propios hogares. Qu ocurre en ciudades ms grandes, como Roma o Bangkok, donde la mayora de sus habitantes son inquilinos? Qu ocurre con comunidades ms adineradas, donde slo una selecta minora puede per-mitirse la compra de obras de arte, en vez de obras reproducidas mecnica-mente? Si el caso de Rtino habla del potencial que se realiza en la prctica, tal potencial es a menudo frustrado por la debilidad econmica y social en muchas otras partes de Grecia y, en efecto, en el mundo entero. El caso de Rtino no es, por lo tanto, tpico de una situacin global; es sin embargo extremadamente til para sugerir qu ocurre cuando actores locales son capaces de ejercer su agencia para redireccionar los requisitos impuestos sobre ellos por una buro-cracia arqueolgica, con el !n de que se ajusten ms a sus vidas diarias. Rtino es algo as como un oasis en una ecmene neoliberal; pero incluso aqu, los ciudadanos ms dbiles son forzados una y otra vez a encajar en el molde de la marginalidad pintoresca.

    Originalidad, libertad de eleccin y futuro globalSi la ideologa neoliberal enfatiza el derecho de elegir individualmente, tam-bin determina quin tiene el derecho de tomar esa eleccin; un derecho que depende de la capacidad demostrada de labrar su propio camino econmico en competencia con otros nominalmente iguales. De manera inversa, la conformi-dad es un signo de fracaso. Artesanos menores y trabajadores de fbricas con pocas habilidades producen en masa suvenires para turistas en apariencia pasi-vos e ignorantes. Los vendedores de tiendas para turistas (krakhtes) a!rman con con!anza que los turistas, en efecto, quieren que los fastidien con ofertas; su propio comportamiento, sin embargo, los ubica tambin en una posicin baja en la jerarqua social local.

    Tal es la lgica que tambin divide a los artesanos de los artistas, y a los dueos de tiendas locales y a sus revendedores de los proveedores de elegancia y re!namiento. Aquellos artesanos que escapan de la red y se convierten en artistas necesitan del pasado remoto slo y esto es clave como una plantilla contra la cual demostrar la originalidad y la libertad estticas que han logrado.

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    3 * 5 . 0 T E M P O : 5 * & . 1 0 ) * 4 5 3 * $ 0 ] M I C H A E L H E R Z F E L D

    Los nuevos ricos comprarn sus productos (artesanas tradicionales); las masas, en cambio, comprarn a menudo copias de objetos antiguos producidas masivamente. La gente adinerada es capaz de distorsionar las convenciones del tiempo histrico a su antojo; las masas slo pueden elegir entre el consumo de temporalidades hechas para ordenar y tan rutinizadas y estandarizadas como los suvenires que las expresan. La fenomenologa de la tradicin encuentra una nueva economa poltica del gusto.

    Lo que ha surgido no es un proceso, sino la escala de sus operaciones, que interpreta sus apegos a pasados diferenciados cada vez ms frgiles y vul-nerables. No sabemos qu les ocurrir a los segmentos ms marginales de la poblacin y a sus valores: si sus pasados locales se vern sumergidos en la nueva antigedad de mercado como productos bsicos, o si se vern recalibrados para sobrevivir en los intersticios. Probablemente, ambos procesos ocurrirn en la medida que los contextos legales lo permitan. Puede ser que los valores en cuestin tambin se tornen mucho ms adaptables, debido a las nuevas tec-nologas que los preservan y los expresan; internet ya ha alentado y permitido un poderoso resurgimiento de formas de dialectos hasta hace poco moribun-das y la proyeccin econmicamente ambiciosa de modismos de artesanados hasta hace poco locales. Segn la lgica de la teora de la basura de #ompson (1979), deberamos, en efecto, ver aparecer estas reversiones repentinas de la fortuna precisamente en el momento en el que la crisis existencial de una iden-tidad en particular marginal se vuelve crtica.

    La globalizacin y el localismo son dos lados de la misma moneda; la tradicin, hoy en da accesible a lo largo y ancho del mundo, a menudo depende para su legitimidad de la oscuridad de sus orgenes. Las motiva-ciones que subyacen a la produccin artesanal son menos accesibles que sus expresiones en publicidad y en otras formas de representacin, as como en las reacciones pblicas a todos los intentos de interpretar lo local como lo internacionalmente colectivo. Acaso estos intentos funcionan? Se ven bien? Recuerdan acaso un pasado colectivo, o se dirigen a un presente colectivo? Quin compra estos productos y cmo reaccionan los amigos y vecinos de quienes lo hacen? El juicio pblico nos hablar con tiempo de los signi!ca-dos sociales constantemente en evolucin de los pasados, de las tradiciones y de los patrimonios, y de su relacin pragmtica con el parloteo solemne de la propaganda y de la historiograf a o!cial, y con las escandalosas reiteraciones de los revendedores mercantiles.

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