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TRES

Roberto Bolaño

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TABLA

PROSA DEL OTOÑO EN GERONA 5

LOS NEOCHILENOS 45

UN PASEO POR LA LITERATURA 64

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para Carolina López

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Si vas a decir lo que quieres,también vas a oír lo que no quieres.

ALCEO DE MITILENE

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PROSA DEL OTOÑO EN GERONA

para Ponç Puigdevall

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Una persona—debería decir una desconocida—que te acaricia, te hace bromas, es dulce contigo y telleva hasta la orilla de un precipicio. Allí, el perso-naje dice ay o empalidece. Como si estuviera dentrode un caleidoscopio y viera el ojo que lo mira. Colo-res que se ordenan en una geometría ajena a todo loque tú estás dispuesto a aceptar como bueno. Asíempieza el otoño, entre el río Oñar y la colina de lasPedreras.

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La desconocida está tirada en la cama. A través deescenas sin amor (cuerpos planos, objetos sadoma-soquistas, píldoras y muecas de desempleados) lle-gas al momento que denominas el otoño y descubresa la desconocida.

En el cuarto, además del reflejo que lo chupatodo, observas piedras, lajas amarillas, arena, almo-hadas con pelos, pijamas abandonados. Luego desa-parece todo.

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Te hace bromas, te acaricia. Un paseo solitario porla plaza de los cines. En el centro una alegoría enbronce: «La batalla contra los franceses.» El solda-do raso con la pistola levantada, se diría a punto dedisparar al aire, es joven; su rostro está conformadopara expresar cansancio, el pelo alborotado, y ellate acaricia sin decir nada, aunque la palabra calei-doscopio resbala como saliva de sus labios y enton-ces las escenas vuelven a transparentarse en algoque puedes llamar el ay del personaje pálido o geo-metría alrededor de tu ojo desnudo.

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Después de un sueño (he extrapolado en el sueño lapelícula que vi el día anterior) me digo que el otoñono puede ser sino el dinero.El dinero como el cordón umbilical que te co-munica con las muchachas y el paisaje.El dinero que no tendré jamás y que por exclu-sión hace de mí un anacoreta, el personaje que depronto empalidece en el desierto.

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«Esto podría ser el infierno para mí.» El caleidosco-pio se mueve con la serenidad y el aburrimiento delos días. Para ella, al final, no hubo infierno. Sim-plemente evitó vivir aquí. Las soluciones sencillasguían nuestros actos. La educación sentimental sólotiene una divisa: no sufrir. Aquello que se apartapuede ser llamado desierto, roca con apariencia dehombre, el pensador tectónico.

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La pantalla atravesada por franjas se abre y es tu ojoel que se abre alrededor de la franja. Todos los días elestudio del desierto se abre como la palabra «borra-do». ¿Un paisaje borrado? ¿Un rostro en primer pla-no? ¿Unos labios que articulan otra palabra?

La geometría del otoño atravesada por la desco-nocida solamente para que tus nervios se abran.

Ahora la desconocida vuelve a desaparecer. Denuevo adoptas la apariencia de la soledad.

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Dice que está bien. Tú dices que estás bien y piensasque ella debe de estar realmente bien y que tú estásrealmente bien. Su mirada es bellísima, como si vierapor primera vez las escenas que deseó toda su vida.Después llega el aliento a podrido, los ojos huecosaunque ella diga (mientras tú permaneces callado,como en una película muda) que el infierno no pue-de ser el mundo donde vive. ¡Corten este texto demierda!, grita. El caleidoscopio adopta la aparien-cia de la soledad. Crac, hace tu corazón.

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Al personaje le queda la aventura y decir «ha empe-zado a nevar, jefe».

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De este lado del río todo lo que te interesa mantienela misma mecánica. Las terrazas abiertas para reci-bir el máximo sol posible, las muchachas aparcandosus mobilettes, las pantallas cubiertas por cortinas,los jubilados sentados en las plazas. Aquí el texto notiene conciencia de nada sino de su propia vida. Lasombra que provisionalmente llamas autor apenasse molesta en describir cómo la desconocida arreglótodo para su momento Atlántida.

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No es de extrañar que la habitación del autor estéllena de carteles alusivos. Desnudo, da vueltas porel centro contemplando las paredes descascaradas,en las cuales asoman signos, dibujos nerviosos, fra-ses fuera de contexto.

Resuenan en el caleidoscopio, como un eco, lasvoces de todos los que él fue y a eso llama su pa-ciencia.

La paciencia en Gerona antes de la Tercera Gue-rra.

Un otoño benigno.Apenas queda olor de ella en el cuarto...El perfume se llamaba Carnicería fugaz...Un médico famoso le había operado el ojo iz-

quierdo...

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La situación real: estaba solo en mi casa, tenia vein-tiocho años, acababa de regresar después de pasarel verano fuera de la provincia, trabajando, y las ha-bitaciones estaban llenas de telarañas. Ya no teníatrabajo y el dinero, a cuentagotas, me alcanzaría paracuatro meses. Tampoco había esperanzas de encon-trar otro trabajo. En la policía me habían renovadola permanencia por tres meses. No autorizado paratrabajar en España. No sabía qué hacer. Era un oto-ño benigno.

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Las dos de la noche y la pantalla blanca. Mi perso-naje está sentado en un sillón, en una mano un ciga-rrillo y en la otra una taza con coñac. Recomponeminuciosamente algunas escenas. Así, la desconoci-da duerme con perfecta calma. Luego le acaricia loshombros. Luego le dice que no la acompañe a la esta-ción. Allí observas una señal, la punta del iceberg.La desconocida asegura que no pensaba dormir conél. La amistad—su sonrisa entra ahora en la zona delas estrías—no presupone ninguna clase de infierno.

Es extraño, desde aquí parece que mi personajeespanta moscas con su mano izquierda. Podría, cier-tamente, transformar su angustia en miedo si levan-tara la vista y viera entre las vigas en ruinas los ojillosde una rata fijos en él.

Crac, su corazón. La paciencia como una cintagris dentro del caleidoscopio que empiezas una yotra vez.

¿Y si el personaje hablara de la felicidad? ¿Ensu cuerpo de veintiocho años comienza la felicidad?

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Lo que hay detrás cuando hay algo detrás: «llama aljefe y dile que ha empezado a nevar». No hay muchomás que añadir al otoño de Gerona.Una muchacha que se ducha, su piel enrojecidapor el agua caliente; sobre su pelo, como turbante,una toalla vieja, descolorida. De repente, mientrasse pinta los labios delante del espejo, me mira (estoydetrás) y dice que no hace falta que la acompañe a laestación.

Repito ahora la misma escena, aunque no haynadie frente al espejo.

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Para acercarse a la desconocida es necesario dejarde ser el hombre invisible. Ella dice, con todos susactos, que el único misterio es la confidencia futura.¿La boca del hombre invisible se acerca al espejo?

Sácame de este texto, querré decirle, muéstramelas cosas claras y sencillas, los gritos claros y senci-llos, el miedo, la muerte, su instante Atlántida ce-nando en familia.

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El otoño en Gerona: la Escuela de Bellas Artes, laplaza de los cines, el índice de desempleo en Cata-luña, tres meses de permiso para residir en España,los peces en el Oñar (¿carpas?), la invisibilidad, elautor que contempla las luces de la ciudad y por en-cima de estas una franja de humo gris sobre la nocheazul metálico, y al fondo las siluetas de las monta-ñas.

Palabras de un amigo refiriéndose a su compa-ñera con la cual vive desde hace siete años: «es mipatrona».

No tiene sentido escribir poesía, los viejos ha-blan de una nueva guerra y a veces vuelve el sueñorecurrente: autor escribiendo en habitación en pe-numbras; a lo lejos, rumor de pandillas rivales lu-chando por un supermercado; hileras de automóvi-les que nunca volverán a rodar.

La desconocida, pese a todo, me sonríe, apartalos otoños y se sienta a mi lado. Cuando espero gritoso una escena, sólo pregunta por qué me pongo así.¿Por qué me pongo así?La pantalla se vuelve blanca como un complot.

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El autor suspende su trabajo en el cuarto oscuro, losmuchachos dejan de luchar, los faros de los coches seiluminan como tocados por un incendio. En la pan-talla sólo veo unos labios que deletrean su momentoAtlántida.

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La muerte también tiene unos sistemas de claridad.No me sirve (lo siento por mí, pero no me sirve) elamor tentacular y solar de John Varley, por ejemplo,si esa mirada lúcida que abraza una situación nopuede ser otra mirada lúcida enfrentada con otra si-tuación, etc. Y aun si así fuera, la caída libre que esosupone tampoco me sirve para lo que de verdad de-seo: el espacio que media entre la desconocida y yo,aquello que puedo mal nombrar como otoño en Ge-rona, las cintas vacías que nos separan pese a todoslos riesgos.

El instante prístino que es el pasaporte de R. B.en octubre de 1 9 8 1, que lo acredita como chilenocon permiso para residir en España, sin trabajar,durante otros tres meses. ¡El vacío donde ni siquie-ra cabe la náusea!

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Así, no es de extrañar la profusión de carteles en elcuarto del autor. Círculos, cubos, cilindros rápida-mente fragmentados nos dan una idea de su rostrocuando la luz lo empuja; aquello que es su carenciade dinero se transforma en desesperación del amor;cualquier gesto con las manos se transforma en pie-dad.

Su rostro, fragmentado alrededor de él, aparecesometido a su ojo que lo reordena, el caleidoscopioideal. (O sea: la desesperación del amor, la piedad,etc.)

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MAÑANA DE DOMINGO. La Rambla está vacía, sólohay algunos viejos sentados en los bancos leyendo elperiódico. Por el otro extremo las siluetas de dos po-licías inician el recorrido.

Llega Isabel: levanto la vista del periódico y laobservo. Sonríe, tiene el pelo rojo. A su lado hay untipo de pelo corto y barba de cuatro días. Dice queva a abrir un bar, un lugar barato adonde podrán irsus amigos. «Estás invitado a la inauguración.» Enel periódico hay una entrevista a un famoso pintorcatalán. «¿Qué se siente al estar en las principalesgalerías del mundo a los treinta y tres años?» Una gransonrisa roja. A un lado del texto, dos fotos del pin-tor con sus cuadros. «Trabajo doce horas al día, esun horario que yo mismo me he impuesto.» Junto amí, en el mismo banco, un viejo con otro periódicoempieza a removerse; realidad objetiva, susurra micabeza. Isabel y el futuro propietario se despiden,intentarán ir, me dicen, a una fiesta en un pueblo ve-cino. Por el otro extremo las siluetas de los policíasse han agrandado y ya casi están sobre mí. Cierro losojos.

MAÑANA DE DOMINGO. Hoy, igual que ayerpor la noche y anteayer, he llamado por teléfono auna amiga de Barcelona. Nadie contesta. Imagino porunos segundos el teléfono sonando en su casa don-de no hay nadie, igual que ayer y anteayer, y luegoabro los ojos y observo el surco donde se ponen lasmonedas y no veo ninguna moneda.

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El desaliento y la angustia consumen mi corazón.Aborrezco la aparición del día, que me invita a unavida, cuya verdad y significación es dudosa para mí.Paso las noches agitado por continuas pesadillas.

Fichte.En efecto, el desaliento, la angustia, etc.El personaje pálido aguardando, ¿en la salida de

un cine?, ¿de un campo deportivo?, la aparición delhoyo inmaculado. (Desde esta perspectiva otoñal susistema nervioso pareciera estar insertado en unapelícula de propaganda de guerra.)

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Me lavo los dientes, la cara, los brazos, el cuello, lasorejas. Todos los días bajo al correo. Todos los días memasturbo. Dedico gran parte de la mañana a prepararla comida del resto del día. Me paso las horas muertassentado, hojeando revistas. Intento, en las repetidasocasiones del café, convencerme de que estoy enamo-rado, pero la falta de dulzura—de una dulzura deter-minada—me indica lo contrario. A veces pienso queestoy viviendo en otra parte.Después de comer me duermo con la cabeza sobrela mesa, sentado. Sueño lo siguiente: Giorgio Fox, per-sonaje de un cómic, crítico de arte de diecisiete años,cena en un restaurante del nivel 30, en Roma. Eso estodo. Al despertar pienso que la luminosidad del arteasumido y reconocido en plena juventud es algo que deuna manera absoluta se ha alejado de mí. Cierto, estuvedentro del paraíso, como observador o como náufra-go, allí donde el paraíso tenía la forma del laberinto,pero jamás como ejecutante. Ahora, a los veintiocho,el paraíso se ha alejado de mí y lo único que me es da-ble ver es el primer plano de un joven con todos susatributos: fama, dinero, es decir capacidad para hablarpor sí mismo, moverse, querer. Y el trazo con que estádibujado Giorgio Fox es de una amabilidad y durezaque mi cara (mi jeta fotográfica) jamás podrá imitar.

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Quiero decir: allí está Giorgio Fox, el pelo cortadoal cepillo, los ojos azul pastel, perfectamente biendentro de una viñeta trabajada con pulcritud. Yaquí estoy yo, el hoyo inmaculado en el papel mo-mentáneo de masa consumidora de arte, masa quese manipula y observa a sí misma encuadrada en unpaisaje de ciudad minera. (El desaliento y la angus-tia de Fichte, etc.)

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Recurrente, la desconocida cuelga del caleidoscopio.Le digo: «Soy voluble. Hace una semana te amaba, enmomentos de exaltación llegué a pensar que éramosuna pareja del paraíso. Pero ya sabes que sólo soy unfracasado: esas parejas existen lejos de aquí, en París,en Berlín, en la zona alta de Barcelona. Soy voluble,unas veces deseo la grandeza, otras sólo su sombra.La verdadera pareja, la única, es la que hacen el no-velista de izquierda famoso y la bailarina, antes de sumomento Atlántida. Yo, en cambio, soy un fracasa-do, alguien que no será jamás Giorgio Fox, y tú pare-ces una mujer común y corriente, con muchas ganasde divertirte y ser feliz. Quiero decir: feliz aquí, enCataluña, y no en un avión rumbo a Milán o la esta-ción nuclear de Lampedusa. Mi volubilidad es fiel aese instante prístino, el resentimiento feroz de ser loque soy, el sueño en el ojo, la desnudez ósea de un vie-jo pasaporte consular expedido en México el año 73,válido hasta el 82, con permiso para residir en Espa-ña durante tres meses, sin derecho a trabajar. La vo-lubilidad, ya lo ves, permite la fidelidad, una sola fi-delidad, pero hasta el fin.»

La imagen se funde en negro.Una voz en off cuenta las hipotéticas causas por

las cuales Zurbarán abandonó Sevilla. ¿Lo hizo porquela gente prefería a Murillo? ¿O porque la peste queazotó la ciudad por aquellos años lo dejó sin algu-nos de sus seres queridos y lleno de deudas?

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El paraíso, por momentos, aparece en la concepcióngeneral del caleidoscopio. Una estructura verticalllena de manchas grises. Si cierro los ojos, bailarándentro de mi cabeza los reflejos de los cascos, el tem-blor de una llanura de lanzas, aquello que tú llama-bas el azabache. También, si quito los efectos dramá-ticos, me veré a mí mismo caminando por la plazade los cines en dirección al correo, en donde no en-contraré ninguna carta.

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No es de extrañar que el autor pasee desnudo por elcentro de su habitación. Los carteles borrados seabren como las palabras que él junta dentro de su ca-beza. Después, casi sin transición, veré al autor apo-yado en una azotea contemplando el paisaje; o sen-tado en el suelo, la espalda contra una pared blancamientras en el cuarto contiguo martirizan a una mu-chacha; o de pie, delante de una mesa, la mano iz-quierda sobre el borde de madera, la vista levantadahacia un punto fuera de la escena. En todo caso, elautor se abre, se pasea desnudo dentro de un entor-no de carteles que levantan, como en un grito ope-rístico, su otoño en Gerona.

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AMANECER NUBLADO. Sentado en el sillón, con unataza de café en las manos, sin lavarme aún, imaginoal personaje de la siguiente manera: tiene los ojos ce-rrados, el rostro muy pálido, el pelo sucio. Está acos-tado sobre la vía del tren. No. Sólo tiene la cabezasobre uno de los raíles, el resto del cuerpo reposa a unlado de la vía, sobre el pedregal gris blanquecino. Escurioso: la mitad izquierda de su cuerpo produce laimpresión de relajamiento propia del sueño, en cam-bio la otra mitad aparece rígida, envarada, como si yaestuviera muerto. En la parte superior de este cua-dro puedo apreciar las faldas de una colina de abetos(¡sí, de abetos!) y sobre la colina un grupo de nubesrosadas, se diría de un atardecer del Siglo de Oro.

AMANECER NUBLADO. Un hombre, mal vestidoy sin afeitar, me pregunta qué hago. Le contesto quenada. Me replica que él piensa montar un bar. Un lu-gar, dice, donde la gente vaya a comer. Pizzas. Nomuy caras. Magnífico, digo. Luego alguien preguntasi está enamorado. Qué quieren decir con eso, dice.Explican: si le gusta seriamente alguna mujer. Res-ponde que sí. Será un bar estupendo, digo yo. Medice que estoy invitado a la inauguración. Puedescomer lo que quieras sin pagar.

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Una persona te acaricia, te hace bromas, es dulcecontigo y luego nunca más te vuelve a hablar. ¿Aqué te refieres, a la Tercera Guerra? La desconocidate ama y luego reconoce la situación matadero. Tebesa y luego te dice que la vida consiste precisa-mente en seguir adelante, en asimilar los alimentosy buscar otros.

Es divertido, en el cuarto, además del reflejoque lo chupa todo (y de ahí el hoyo inmaculado),hay voces de niños, preguntas que llegan como des-de muy lejos. Y detrás de las preguntas, lo hubieraadivinado, hay risas nerviosas, bloques que se vandeshaciendo pero que antes sueltan su mensaje lomejor que pueden. «Cuídate.» «Adiós, cuídate.»

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El viejo momento denominado «Nel, majo».

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Ahora te deslizas hacia el plan. Llegas al río. Allí en-ciendes un cigarrillo. Al final de la calle, en la es-quina, hay una cabina telefónica y esa es la única luzal final de la calle. Llamas a Barcelona. La descono-cida contesta el teléfono. Te dice que no irá. Trasunos segundos, en los cuales dices «bueno», y ella teremeda, «bueno», preguntas por qué. Te dice que eldomingo irá a Alella y tú dices que ya la llamaráscuando vayas a Barcelona. Cuelgas y el frío entra enla cabina, de improviso, cuando pensabas lo siguien-te: «es como una autobiografía». Ahora te deslizaspor calles retorcidas, qué luminosa puede ser Gero-na de noche, piensas, apenas hay dos barrenderosconversando afuera de un bar cerrado y al final de lacalle las luces de un automóvil que desaparece. Nodebo tomar, piensas, no debo dormirme, no debohacer nada que perturbe el fije. Ahora estás deteni-do junto al río, en el puente construido por Eiffel,oculto en el entramado de fierros. Te tocas la cara.Por el otro puente, el puente llamado de los labios,oyes pisadas pero cuando buscas a la persona ya nohay nadie, sólo el murmullo de alguien que baja lasescaleras. Piensas: «así que la desconocida era así yasá, así que el único desequilibrado soy yo, así quehe tenido un sueño espléndido». El sueño al que terefieres acaba de cruzar delante de ti, en el instantesutil en que te concedías una tregua—y por lo tantote transparentabas brevemente, como el licenciado

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Vidriera—, y consistía en la aparición, en el otro ex-tremo del puente, de una población de castrados,comerciantes, profesores, amas de casa, desnudos yenseñando sus testículos y sus vaginas rebanadas enlas palmas de las manos. Qué sueño más curioso, tedices. No cabe duda de que quieres darte ánimos.

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A través de los ventanales de un restaurante veo allibrero de una de las principales librerías de Gero-na. Es alto, un poco grueso y tiene el pelo blanco ylas cejas negras. Está de pie en la acera, de espaldasa mí. Yo estoy sentado en el fondo del restaurantecon un libro sobre la mesa. Al cabo de un rato el li-brero cruza la calle con pasos lentos, se diría estu-diados, y la cabeza inclinada. Me pregunto en quiénestará pensando. En cierta ocasión escuché, mien-tras curioseaba por su establecimiento, que le con-fesaba a una señora gerundense que él también ha-bía cometido locuras. Después alcancé a distinguirpalabras sueltas: «trenes», «dos asesinos», «la no-che del hotel», «un emisario», «tuberías defectuo-sas», «nadie estaba al otro lado», «la mirada hipoté-tica de». Llegado a este punto tuve que taparme lamitad inferior de la cara con un libro para que nome sorprendieran riéndome. ¿La mirada hipotéticade su novia, de su esposa? ¿La mirada hipotética dela dueña del hotel? (También puedo preguntarme:¿la mirada de la pasajera del tren?, ¿la señorita queiba junto a la ventanilla y vio al vagabundo poner lacabeza sobre un raíl?) Y finalmente: ¿por qué unamirada hipotética?Ahora, en el restaurante, mientras lo veo llegar ala otra acera y contemplar algo sobre los ventanales,detrás de los cuales estoy, pienso que tal vez no en-tendí sus palabras aquel día, en parte por el catalán

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cerrado de esta provincia, en parte por la distanciaque nos separaba. Pronto un muchacho horrible reem-plaza al librero en el espacio que éste ocupaba haceunos segundos. Luego el muchacho se mueve y ellugar lo ocupa un perro, luego otro perro, luego unamujer de unos cuarenta años, rubia, luego el cama-rero que sale a retirar las mesas porque empieza allover.

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Ahora llenas la pantalla—una especie de mini pe-riodo barroco—con la voz de la desconocida ha-blándote de sus amigos. En realidad tú también co-noces a esa gente, hace tiempo incluso escribistedos o cuatro poemas podridamente cínicos sobre larelación terapéutica entre tu verga, tu pasaporte yellos. Es decir, en la sala de baile fantasmal se reco-nocían todos los hoyos inmaculados que tú podíasponer, en una esquina, y ellos, los Burgueses de Ca-lais de sus propios miedos, en la otra. La voz de ladesconocida echa paladas de mierda sobre sus ami-gos (desde este momento puedes llamarlos los des-conocidos). Es tan triste. Paisajes satinados donde lagente se divierte antes de la guerra. La voz de la des-conocida describe, explica, aventura causas de efec-tos nunca desastrosos y siempre anémicos. Un pai-saje que jamás necesitará un termómetro, cenas tanamables, maneras tan increíbles de despertar por lamañana. Por favor, sigue hablando, te escucho, di-ces mientras te escabulles corriendo a través de lahabitación negra, del momento de la cena negra, dela ducha negra en el baño negro.

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LA REALIDAD. Había regresado a Gerona, solo, des-pués de tres meses de trabajo. No tenía ninguna po-sibilidad de conseguir otro y tampoco tenía muchasganas. La casa, durante mi ausencia, se había llena-do de telarañas y las cosas parecían recubiertas poruna película verde. Me sentía vacío, sin ganas de es-cribir y, cuando lo intentaba, incapaz de permane-cer sentado durante más de una hora ante una hojaen blanco. Los primeros días ni siquiera me lavaba ypronto me acostumbré a las arañas. Mi actividad sereducía a bajar al correo, donde muy rara vez en-contraba una carta de mi hermana, desde México, yen ir al mercado a comprar carne de despojos parala perra.LA REALIDAD. De alguna manera que no podríaexplicar la casa parecía tocada por algo que no teníaen el momento de ausentarme. Las cosas parecíanmás claras, por ejemplo, mi sillón me parecía claro,brillante, y la cocina, aunque llena de polvo pegadoa costras de grasa, daba una impresión de blancura,como si se pudiera ver a través de ella. (¿Ver qué?Nada: más blancura.) De la misma manera, las cosaseran más excluyentes. La cocina era la cocina y lamesa era sólo la mesa. Algún día intentaré explicar-lo, pero si entonces, a los dos días de haber regresa-do, ponía las manos o los codos sobre la mesa, ex-

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perimentaba un dolor agudo, como si estuviera mor-diendo algo irreparable.

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Llama al jefe y dile que ha empezado a nevar. En lapantalla: la espalda del personaje. Está sentado en elsuelo, las rodillas levantadas; delante, como coloca-dos allí por él mismo para estudiarlos, vemos un ca-leidoscopio, un espejo empañado, una desconocida.

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EL CALEIDOSCOPIO OBSERVADO. La pasión es geo-metría. Rombos, cilindros, ángulos latidores. La pa-sión es geometría que cae al abismo, observada des-de el fondo del abismo.

LA DESCONOCIDA OBSERVADA. Senos enrojeci-dos por el agua caliente. Son las seis de la mañana yla voz en off del hombre todavía dice que la acom-pañará al tren. No es necesario, dice ella, su cuerpoque se mueve de espaldas a la cámara. Con gestosprecisos mete su pijama en la maleta, la cierra, cogeun espejo, se mira (allí el espectador tendrá una vi-sión de su rostro: los ojos muy abiertos, aterroriza-dos), abre la maleta, guarda el espejo, cierra la male-ta, se funde...

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Esta esperanza yo no la he buscado. Este pabellónsilencioso de la Universidad desconocida.

GERONA, 1981

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LOS NEOCHILENOS

a Rodrigo Lira

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El viaje comenzó un feliz día de noviembrePero de alguna manera el viaje ya había terminadoCuando lo empezamos.Todos los tiempos conviven, dijo Pancho Ferri,El vocalista. O confluyen,Vaya uno a saber.Los prolegómenos, no obstante,Fueron sencillos:Abordamos con gesto resignadoLa camionetaQue nuestro mánager en un raptoDe locuraNos había obsequiadoY enfilamos hacia el norte,El norte que imanta los sueñosY las canciones sin sentidoAparenteDe los Neochilenos,Un norte, ¿cómo te diría?,Presentido en el pañuelo blancoQue a veces cubríaComo un sudarioMi rostro.Un pañuelo blanco impolutoO noEn donde se proyectabanMis pesadillas nómadasY mis pesadillas sedentarias.

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Y Pancho FerriPreguntóSi sabíamos la historiaDel CaraculoY el JetachanchoAsiendo con ambas manosEl volanteY haciendo vibrar la camionetaMientras buscábamos la salidaDe Santiago,Haciéndola vibrar como si fueraEl pechoDel CaraculoQue soportaba un peso terriblePara cualquier humano.Y recordé entonces que el díaAnterior a nuestra partidaHabíamos estadoEn el Parque ForestalDe visita en el monumentoA Rubén Darío.Adiós, Rubén, dijimos borrachosY drogados.Ahora los hechos banalesSe confundenCon los gritos anunciadoresDe sueños verdaderos.Pero así éramos los Neochilenos,Pura inspiraciónY nada de método.Y al día siguiente rodamosHasta Pilpilco y Llay Llay

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Y pasamos sin detenernosPor La Ligua y Los VilosY cruzamos el río PetorcaY el ríoQuilimariY el Choapa hasta llegarA La SerenaY el río ElquiY finalmente CopiapóY el río CopiapóEn donde nos detuvimosPara comer empanadasFrías.Y Pancho FerriVolvió con las aventurasIntercontinentalesDel Caraculo y del Jetachancho,Dos músicos de ValparaísoPerdidosEn el barrio chino de Barcelona.Y el pobre Caraculo, dijoEl vocalista,Estaba casado y tenía queConseguir plataPara su mujer y sus hijosDe la estirpe Caraculo,De tal forma que se puso a traficarCon heroínaY un poco de cocaínaY los viernes algo de éxtasisPara los súbditos de Venus.Y poco a poco, obstinadamente,

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Empezó a progresar.Y mientras el JetachanchoAcompañaba a Aldo Di Pietro,¿Lo recuerdan?,En el Café Puerto Rico,El Caraculo veía crecerSu cuenta corrienteY su autoestima.¿Y qué lección podíamosSacar los NeochilenosDe la vida criminalDe aquellos dos sudamericanosPeregrinos?Ninguna, salvo que los límitesSon tenues, los límitesSon relativos: gráfilasDe una realidad acuñadaEn el vacío.El horror de PascalMismamente.Ese horror geométricoY oscuroY fríoDijo Pancho FerriAl volante de nuestro bólido,Siempre hacia elNorte, hastaTocoEn donde descargamosLa megafoníaY dos horas despuésEstábamos listos para actuar:

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Pancho RelámpagoY los Neochilenos.Un fracaso pequeñoComo una nuez,Aunque algunos adolescentesNos ayudaronA volver a meter en la camionetaLos instrumentos: niñosDe TocoTransparentes comoLas figuras geométricasDe Blaise Pascal.Y después de Toco, Quillagua,Hilaricos, Soledad, Ramaditas,Pintados y Humberstone,Actuando en salas de fiesta vacíasY burdeles reconvertidosEn hospitales de Liliput,Algo muy raro, muy raro que tuvieranElectricidad, muyRaro que las paredesFueran semisólidas, en fin,Locales que nos dabanUn poco de miedoY en donde los clientesEstaban encaprichados conEl fist-fucking y elFeet-fucking,Y los gritos que salíanDe las ventanas yRecorrían el patio encementadoY las letrinas al aire libre,

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Entre almacenes llenosDe herramientas oxidadasY galpones que parecíanRecoger toda la luz lunar,Nos ponían los pelosDe punta.¿Cómo puede existirTanta maldadEn un país tan nuevo,Tan poquita cosa?¿Acaso es ésteEl Infierno de las Putas?Se preguntaba en voz altaPancho Ferri.Y los Neochilenos no sabíamosQué responder.Yo más bien reflexionabaCómo podían progresarEsas variantes neoyorkinas del sexoEn aquellos andurrialesProvincianos.Y con los bolsillos peladosSeguimos subiendo:Mapocho, Negreiros, SantaCatalina, Tana,Cuya yArica,En donde tuvimosAlgo de reposo—e indignidades.Y tres noches de trabajoEn el Camafeo deDon Luis Sánchez Morales, oficial

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Retirado.Un lugar lleno de mesitas redondasY lamparitas barrigonasPintadas a manoPor la mamá de don Luis,Supongo.Y la única cosaVerdaderamente divertidaQue vimos en AricaFue el sol de Arica:Un sol como una estela dePolvo.Un sol como arenaO como calArrojada ladinamenteAl aire inmóvil.El resto: rutina.Asesinos y conversosMezclados en la misma discusiónDe sordos y de mudos,De imbéciles sueltosPor el Purgatorio.Y el abogado Vivanco,Un amigo de don Luis Sánchez,Preguntó qué mierdas queríamos decirCon esa huevada de los Neochilenos.Nuevos patriotas, dijo Pancho,Mientras se levantabaDe la reuniónY se encerraba en el baño.Y el abogado VivancoVolvió a enfundar la pistola

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En una sobaqueraDe cuero italiano,Un fino detalle de los chicosDe Ordine Nuovo,Repujada con primor y pericia.Blanco como la lunaEsa noche tuvimos que meterEntre todosA Pancho Ferri en la cama.Con cuarenta de fiebreEmpezó a delirar:Ya no quería que nuestro grupoSe llamara Pancho RelámpagoY los Neochilenos,Sino Pancho MisterioY los Neochilenos:El terror de Pascal.El terror de los vocalistas,El terror de los viajeros,Pero jamás el terrorDe los niños.Y un amanecer,Como una banda de ladrones,Salimos de AricaY cruzamos la fronteraDe la República.Por nuestros semblantesHubiérase dicho que cruzábamosLa frontera de la Razón.Y el Perú legendarioSe abrió ante nuestra camionetaCubierta de polvo

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E inmundicias,Como una fruta sin cáscara,Como una fruta quiméricaExpuesta a las inclemenciasY a las afrentas.Una fruta sin pielComo una adolescente desollada.Y Pancho Ferri, desdeEntonces llamado PanchoMisterio, no salíaDe la fiebre,Musitando como un curaEn la parte de atrásDe la camionetaLos avatares—palabra india—Del Caraculo y del Jetachancho.Una vida delgada y duraComo soga y sopa de ahorcado,La del Jetachancho y suAfortunado hermano siamés:Una vida o un estudioDe los caprichos del viento.Y los NeochilenosActuaron en Tacna,En Mollendo y Arequipa,Bajo el patrocinio de la SociedadPara el Fomento del ArteY la Juventud.Sin vocalista, tarareandoNosotros mismos las cancionesO haciendo mmm, mmm, mmmmh,Mientras Pancho se fundía

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En el fondo de la camioneta,Devorado por las quimerasY por las adolescentes desolladas.Nadir y cenit de un anheloQue el Caraculo supo intuirA través de las lunasDe los narcotraficantesDe Barcelona: un fulgorEngañoso,Un espacio diminuto y vacíoQue nada significa,Que nada vale, y queSin embargo se te ofreceGratis.¿Y si no estuviéramosEn el Perú?, nosPreguntamos una nocheLos Neochilenos.¿Y si este espacioInmensoQue nos instruyeY limitaFuera una nave intergaláctica,Un objeto voladorNo identificado?¿Y si la fiebreDe Pancho MisterioFuera nuestro combustibleO nuestro aparato de navegación?Y después de trabajarSalíamos a caminar porLas calles del Perú:

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Entre patrullas militares, vendedoresAmbulantes y desocupados,OteandoEn las colinasLas hogueras de Sendero Luminoso,Pero nada vimos.La oscuridad que rodeaba losNúcleos urbanosEra total.Esto es como una estelaEscapada de la SegundaGuerra MundialDijo Pancho acostadoEn el fondo de la camioneta.Dijo: filamentosDe generales nazis comoReichenau o ModelEvadidos en espírituY de forma involuntariaHacia las Tierras VírgenesDe Latinoamérica:Un hinterland de espectrosY fantasmas.Nuestra casaInstalada en la geometríaDe los crímenes imposibles.Y por las noches solíamosRecorrer algunos cabaretuchos:Las putas quinceañerasDescendientes de aquellos bravosDe la Guerra del PacíficoGustaban escucharnos hablar

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Como ametralladoras.Pero sobre todoLes gustaba ver a PanchoEnvuelto en varias y coloridas mantasY con un gorro de lanaDel altiplanoEncasquetado hasta las cejasAparecer y desaparecerComo el caballeroQue siempre fue,Un tipo con suerte,El gran amante enfermo del sur de Chile,El padre de los NeochilenosY la madre del Caraculo y el Jetachancho,Dos pobres músicos de Valparaíso,Como todo el mundo sabe.Y el amanecer solía encontrarnosEn una mesa del fondoHablando del kilo y medio de materia grisDel cerebro de una personaAdulta.Mensajes químicos, decíaPancho Misterio ardiendo de fiebre,Neuronas que se activanY neuronas que se inhibenEn las vastedades de un anhelo.Y las putitas decíanQue un kilo y medio de materiaGrisEra bastante, era suficiente, para quéPedir más.Y a Pancho se le caían

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Las lágrimas cuando las escuchaba.Y luego llegó el diluvioY la lluvia trajo el silencioSobre las calles de Moliendo,Y sobre las colinas,Y sobre las calles del barrioDe las putas,Y la lluvia era el únicoInterlocutor.Extraño fenómeno: los NeochilenosDejamos de hablarnosY cada uno por su ladoVisitamos los basurales deLa filosofía, las arcas, losColores americanos, el estilo inconfundibleDe nacer y renacer.Y una noche nuestra camionetaEnfiló hacia Lima, con PanchoFerri al volante, como enLos viejos tiempos,Salvo que ahora una putaLo acompañaba.Una puta delgada y joven,De nombre Margarita,Una adolescente sin par,Habitante de la tormentaPermanente.También hubiérase podidoLlamar SombraÁgil,La ramada oscuraDonde curar sus heridas

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Pancho pudiera.Y en Lima leímos a los poetasPeruanos:Vallejo, Martín Adán y Jorge Pimentel.Y Pancho Misterio salióAl escenario y fue convincenteY versátil.Y luego, aún temblorososY sudorososNos contó la historiaDe una novelaDe un viejo escritor chileno.Un tragado por el olvido.Un nec spes nec metusDijimos los Neochilenos.Y Margarita dijo:Un novelista.Y el fantasma,El hoyo dolienteEn que todo esfuerzoSe convierte,Escribió—parece ser—Una novela llamada Kundalini,Y Pancho apenas la recordaba,Hacía esfuerzos, sus palabrasHurgaban en una infancia atrozLlena de amnesia, de pruebasGimnásticas y mentiras,Y así nos la fue contando,Fragmentada,El grito Kundalini,El nombre de una yegua turfista

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Y la muerte colectiva en el hipódromo.Un hipódromo que ya no existe.Un hueco ancladoEn un Chile inexistenteY feliz.Y aquella historia tuvoLa virtud de iluminarComo un paisajista inglésNuestro miedo y nuestros sueñosQue marchaban de Este a OesteY de Oeste a Este,Mientras nosotros, los NeochilenosRealesViajábamos de SurA Norte.Y tan lentosQue parecía que no nos movíamos.Y Lima fue un instanteDe felicidad,Breve pero eficaz.¿Y cuál es la relación, dijo Pancho,Entre Morfeo, diosDel sueñoY morfar, vulgoComer?Sí, eso dijo,Abrazado por la cinturaDe la bella Margarita,Flaca y casi desnudaEn un bar de Lince, una nocheLeída y partida yPoseída

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Por los relámpagosDe la quimera.Nuestra necesidad.Nuestra boca abiertaPor la que entraLa papaY por la que salenLos sueños: estelasFósilesColoreadas con la paletaDel apocalipsis.Sobrevivientes, dijo PanchoFerri.Latinoamericanos con suerte.Eso es todo.Y una noche antes de partirVimos a PanchoY a MargaritaDe pie en medio de un lodazalInfinito.Y entonces supimosQue los NeochilenosEstarían para siempreGobernadosPor el azar.La monedaSaltó como un insectoMetálicoDe entre sus dedos:Cara, al sur,Cruz, al norte,Y luego nos subimos todos

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A la camionetaY la ciudadDe las leyendasY del miedoQuedó atrás.Un feliz día de eneroCruzamosComo hijos del Frío,Del Frío InestableO del Ecce Homo,La frontera con Ecuador.Por entonces Pancho tenía28 ó 29 añosY pronto moriría.Y 17 Margarita.Y ninguno de los NeochilenosPasaba de los 22.

BLANES, 1993

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UN PASEO POR LA LITERATURA

para Rodrigo Pinto y Andrés Neuman

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1. Soñé que Georges Perec tenía tres años y visita-ba mi casa. Lo abrazaba, lo besaba, le decía que eraun niño precioso.

2. A medio hacer quedamos, padre, ni cocidos nicrudos, perdidos en la grandeza de este basural in-terminable, errando y equivocándonos, matando ypidiendo perdón, maniacos depresivos en tu sueño,padre, tu sueño que no tenía límites y que hemosdesentrañado mil veces y luego mil veces más, comodetectives latinoamericanos perdidos en un laberin-to de cristal y barro, viajando bajo la lluvia, viendopelículas donde aparecían viejos que gritaban ¡tor-nado! ¡tornado!, mirando las cosas por última vez,pero sin verlas, como espectros, como ranas en elfondo de un pozo, padre, perdidos en la miseria detu sueño utópico, perdidos en la variedad de tus vo-ces y de tus abismos, maniacos depresivos en la ina-barcable sala del Infierno donde se cocina tu Hu-mor.

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3. A medio hacer, ni crudos ni cocidos, bipolarescapaces de cabalgar el huracán.

4. En estas desolaciones, padre, donde de tu risasólo quedaban restos arqueológicos.

5. Nosotros, los nec spes nec metus.

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6. Y alguien dijo:

Hermana de nuestra memoria feroz,sobre el valor es mejor no hablar.Quien pudo vencer el miedose hizo valiente para siempre.Bailemos, pues, mientras pasa la nochecomo una gigantesca caja de zapatospor encima del acantilado y la terraza,en un pliegue de la realidad, de lo posible,en donde la amabilidad no es una excepción.Bailemos en el reflejo inciertode los detectives latinoamericanos,un charco de lluvia donde se reflejan nuestros rostroscada diez años.

Después llegó el sueño.

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7. Soñé entonces que visitaba la mansión de Alonsode Ercilla. Yo tenía sesenta años y estaba despeda-zado por la enfermedad (literalmente me caía a pe-dazos). Ercilla tenía unos noventa y agonizaba enuna enorme cama con dosel. El viejo me miraba des-deñoso y después me pedía un vaso de aguardiente.Yo buscaba y rebuscaba el aguardiente pero sóloencontraba aperos de montar.

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8. Soñé que iba caminando por el Paseo Marítimode Nueva York y veía a lo lejos la figura de ManuelPuig. Llevaba una camisa celeste y unos pantalonesde lona ligera, azul claro o azul oscuro, depende.

9. Soñé que Macedonio Fernández aparecía en elcielo de Nueva York en forma de nube: una nube sinnariz ni orejas, pero con ojos y boca.

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10. Soñé que estaba en un camino de África que depronto se transformaba en un camino de México.Sentado en un farellón, Efraín Huerta jugaba a losdados con los poetas mendicantes del DF.

11. Soñé que en un cementerio olvidado de Áfricaencontraba la tumba de un amigo cuyo rostro ya nopodía recordar.

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12. Soñé que una tarde golpeaban la puerta de micasa. Estaba nevando. Yo no tenía estufa ni dinero.Creo que hasta la luz me iban a cortar. ¿Y quién es-taba al otro lado de la puerta? Enrique Lihn conuna botella de vino, un paquete de comida y un che-que de la Universidad Desconocida.

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13. Soñé que leía a Stendhal en la Estación Nuclearde Civitavecchia: una sombra se deslizaba por la ce-rámica de los reactores. Es el fantasma de Stendhaldecía un joven con botas y desnudo de cintura paraarriba. ¿Y tú quién eres?, le pregunté. Soy el yonquide la cerámica, el húsar de la cerámica y de la mier-da, dijo.

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14. Soñé que estaba soñando, habíamos perdido larevolución antes de hacerla y decidía volver a casa. Alintentar meterme en la cama encontraba a De Quin-cey durmiendo. Despierte, don Tomás, le decía, yava a amanecer, tiene que irse. (Como si De Quinceyfuera un vampiro.) Pero nadie me escuchaba y volvíaa salir a las calles oscuras de México DF.

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15. Soñé que veía nacer y morir a Aloysius Bertrandel mismo día, casi sin intervalo de tiempo, como silos dos viviéramos dentro de un calendario de pie-dra perdido en el espacio.

16. Soñé que era un detective viejo y enfermo. Tanenfermo que literalmente me caía a pedazos. Iba traslas huellas de Gui Rosey. Caminaba por los barriosde un puerto que podía ser Marsella o no. Un viejochino afable me conducía finalmente a un sótano.Esto es lo que queda de Rosey, decía. Un pequeñomontón de cenizas. Tal como está, podría ser Li Po,le contestaba.

17. Soñé que era un detective viejo y enfermo y quebuscaba gente perdida hace tiempo. A veces me mi-raba casualmente en un espejo y reconocía a Rober-to Bolaño.

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18. Soñé que Archibald McLeish lloraba—apenastres lágrimas—en la terraza de un restaurante deCape Code. Era más de medianoche y pese a que yono sabía cómo volver terminábamos bebiendo ybrindando por el Indómito Nuevo Mundo.

19. Soñé con los Fiambres y las Playas Olvidadas.

20. Soñé que el cadáver volvía a la Tierra Prometidamontado en una Legión de Toros Mecánicos.

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21. Soñé que tenía catorce años y que era el últimoser humano del Hemisferio Sur que leía a los her-manos Goncourt.

22. Soñé que encontraba a Gabriela Mistral en unaaldea africana. Había adelgazado un poco y adqui-rido la costumbre de dormir sentada en el suelo conla cabeza sobre las rodillas. Hasta los mosquitos pa-recían conocerla.

23. Soñé que volvía de África en un autobús lleno deanimales muertos. En una frontera cualquiera apa-recía un veterinario sin rostro. Su cara era como ungas, pero yo sabía quién era.

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24. Soñé que Philip K. Dick paseaba por la EstaciónNuclear de Civitavecchia.

25. Soñé que Arquíloco atravesaba un desierto dehuesos humanos. Se daba ánimos a sí mismo: «Va-mos, Arquíloco, no desfallezcas, adelante, adelan-te.»

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26. Soñé que tenía quince años y que iba a la casa deNicanor Parra a despedirme. Lo encontraba de pie,apoyado en una pared negra. ¿Adonde vas, Bolaño?,decía. Lejos del Hemisferio Sur, le contestaba.

27. Soñé que tenía quince años y que, en efecto, memarchaba del Hemisferio Sur. Al meter en mi mo-chila el único libro que tenía (Trilce, de Vallejo),éste se quemaba. Eran las siete de la tarde y yo arro-jaba mi mochila chamuscada por la ventana.

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28. Soñé que tenía dieciséis y que Martín Adán medaba clases de piano. Los dedos del viejo, largoscomo los del Fantástico Hombre de Goma, se hun-dían en el suelo y tecleaban sobre una cadena devolcanes subterráneos.

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29. Soñé que traducía a Virgilio con una piedra. Yoestaba desnudo sobre una gran losa de basalto y elsol, como decían los pilotos de caza, flotaba peli-grosamente a las 5.

30. Soñé que estaba muriéndome en un patio africa-no y que un poeta llamado Paulin Joachim me habla-ba en francés (sólo entendía fragmentos como «elconsuelo», «el tiempo», «los años que vendrán»)mientras un mono ahorcado se balanceaba de larama de un árbol.

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31. Soñé que la Tierra se acababa. Y que el único serhumano que contemplaba el final era Franz Kafka.En el cielo los Titanes luchaban a muerte. Desde unasiento de hierro forjado del parque de Nueva YorkKafka veía arder el mundo.

32. Soñé que estaba soñando y que volvía a mi casademasiado tarde. En mi cama encontraba a Mario deSá-Carneiro durmiendo con mi primer amor. Al des-taparlos descubría que estaban muertos y mordién-dome los labios hasta hacerme sangre volvía a loscaminos vecinales.

33. Soñé que Anacreonte construía su castillo en lacima de una colina pelada y luego lo destruía.

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34. Soñé que era un detective latinoamericano muyviejo. Vivía en Nueva York y Mark Twain me con-trataba para salvarle la vida a alguien que no teníarostro. Va a ser un caso condenadamente difícil, se-ñor Twain, le decía.

35. Soñé que me enamoraba de Alice Sheldon. Ellano me quería. Así que intentaba hacerme matar entres continentes. Pasaban los años. Por fin, cuandoya era muy viejo, ella aparecía por el otro extremodel Paseo Marítimo de Nueva York y mediante se-ñas (como las que hacían en los portaaviones paraque los pilotos aterrizaran) me decía que siempreme había querido.

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36. Soñé que hacía un 69 con Anais Nin sobre unaenorme losa de basalto.

37. Soñé que follaba con Carson McCullers en unahabitación en penumbras en la primavera de 1981.Y los dos nos sentíamos irracionalmente felices.

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38. Soñé que volvía a mi viejo Liceo y que AlphonseDaudet era mi profesor de francés. Algo impercepti-ble nos indicaba que estábamos soñando. Daudet mi-raba a cada rato por la ventana y fumaba la pipa deTartarín.

39. Soñé que me quedaba dormido mientras mis com-pañeros de Liceo intentaban liberar a Robert Desnosdel campo de concentración de Terezin. Cuando des-pertaba una voz me ordenaba que me pusiera en mo-vimiento. Rápido, Bolaño, rápido, no hay tiempo queperder. Al llegar sólo encontraba a un viejo detectiveescarbando en las ruinas humeantes del asalto.

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40. Soñé que una tormenta de números fantasmalesera lo único que quedaba de los seres humanos tresmil millones de años después de que la Tierra hu-biera dejado de existir.

41. Soñé que estaba soñando y que en los túneles delos sueños encontraba el sueño de Roque Dalton: elsueño de los valientes que murieron por una quime-ra de mierda.

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42. Soñé que tenía dieciocho años y que veía a mimejor amigo de entonces, que también tenía diecio-cho, haciendo el amor con Walt Whitman. Lo hacíanen un sillón, contemplando el atardecer borrascosode Civitavecchia.

43. Soñé que estaba preso y que Boecio era mi com-pañero de celda. Mira, Bolaño, decía extendiendo lamano y la pluma en la semioscuridad: ¡no tiemblan!,¡no tiemblan! (Después de un rato, añadía con voztranquila: pero temblarán cuando reconozcan al ca-brón de Teodorico.)

44. Soñé que traducía al Marqués de Sade a golpesde hacha. Me había vuelto loco y vivía en un bos-que.

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45. Soñé que Pascal hablaba del miedo con palabrascristalinas en una taberna de Civitavecchia: «Los mi-lagros no sirven para convertir, sino para condenar»,decía.

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46. Soñé que era un viejo detective latinoamericanoy que una Fundación misteriosa me encargaba en-contrar las actas de defunción de los Sudacas Vola-dores. Viajaba por todo el mundo: hospitales, cam-pos de batalla, pulquerías, escuelas abandonadas.

47. Soñé que Baudelaire hacía el amor con una som-bra en una habitación donde se había cometido uncrimen. Pero a Baudelaire no le importaba. Siemprees lo mismo, decía.

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48. Soñé que una adolescente de dieciséis años en-traba en el túnel de los sueños y nos despertaba condos tipos de vara. La niña vivía en un manicomio ypoco a poco se iba volviendo más loca.

49. Soñé que en las diligencias que entraban y salíande Civitavecchia veía el rostro de Marcel Schwob.La visión era fugaz. Un rostro casi translúcido, conlos ojos cansados, apretado de felicidad y de dolor.

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50. Soñé que después de la tormenta un escritorruso y también sus amigos franceses optaban por lafelicidad. Sin preguntar ni pedir nada. Como quiense derrumba sin sentido sobre su alfombra favorita.

51. Soñé que los soñadores habían ido a la guerraflorida. Nadie había regresado. En los tablones decuarteles olvidados en las montañas alcancé a leeralgunos nombres. Desde un lugar remoto una voztransmitía una y otra vez las consignas por las queellos se habían condenado.

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52. Soñé que el viento movía el letrero gastado deuna taberna. En el interior James Mathew Barrie ju-gaba a los dados con cinco caballeros amenazantes.

53. Soñé que volvía a los caminos, pero esta vez yano tenía quince años sino más de cuarenta. Sólo po-seía un libro, que llevaba en mi pequeña mochila.De pronto, mientras iba caminando, el libro comen-zaba a arder. Amanecía y casi no pasaban coches.Mientras arrojaba la mochila chamuscada en unaacequia sentí que la espalda me escocía como si tu-viera alas.

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54. Soñé que los caminos de África estaban llenosde gambusinos, bandeirantes, sumulistas.

55. Soñé que nadie muere la víspera.

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56. Soñé que un hombre volvía la vista atrás, sobreel paisaje anamórfico de los sueños, y que su miradaera dura como el acero pero igual se fragmentaba enmúltiples miradas cada vez más inocentes, cada vezmás desvalidas.

57. Soñé que Georges Perec tenía tres años y llorabadesconsoladamente. Yo intentaba calmarlo. Lo toma-ba en brazos, le compraba golosinas, libros para pin-tar. Luego nos íbamos al Paseo Marítimo de NuevaYork y mientras él jugaba en el tobogán yo me decíaa mí mismo: no sirvo para nada, pero serviré paracuidarte, nadie te hará daño, nadie intentará matar-te. Después se ponía a llover y volvíamos tranquila-mente a casa. ¿Pero dónde estaba nuestra casa?

BLANES, 1994

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