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ROBIN COOK SIGNOS VITALES

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Ttulo de la edicin original: Vital Signs Traduccin del ingls: Nora Watson Revisin de la traduccin: Ricard Cmara Foto de sobrecubierta: (c) Fototeca Stone Foto de solapa: (c) Barbara Ellen Cook Circulo de Lectores, S.A. Valencia, 344, 08009 Barcelona 579291286 Licencia editorial para Crculo de Lectores por cortesa de Plaza & Jans Editores, S.A. Est prohibida la venta de este libro a personas que no pertenezcan a Crculo de Lectores. 1991, Plaza & Jans Editores, S.A Deposito legal: B. 35833-1992 Fotocomposicin: Fotoletra, S.A. Barcelona Impresin y encuadernacin: Printer industria grfica, s.a. N. 11, Cuatro caminos, s/n. 08620 Sant Vicenc dels Horts Barcelona, 1992. Printed in Spain ISBN 84 -226 -4311 -1

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ROBIN COOK SIGNOS VITALES Signos vitales no se hubiera escrito nunca sin la colaboracin de Jean Reeds, cuyo conocimiento profesional y personal del corazn humano slo es superado en magnitud por el suyo propio. Este libro est dedicado a las innumerables parejas que han sufrido las molestias y tribulaciones emocionales y fsicas de la infertilidad y de sus modernos tratamientos. Este libro es una obra de ficcin. Tanto los nombres de sus personajes como los incidentes que ocurren en l son producto de la imaginacin del autor. Cualquier parecido con personas reales, tanto vivas como muertas, es completamente casual.

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PROLOGO 16 DE FEBRERO DE 1988Las bacterias infecciosas llegaron en un rpido chorro como si fluyeran de una cloaca. En un instante, varios millones de microorganismos delgados y con forma de bastones llenaron el lumen de las trompas de Falopio. La mayora se agrupaban en pequeos racimos apretados. Se instalaron en los repliegues aterciopelados de la mucosa y anidaron en sus clidos valles y perfiles, absorbiendo los abundantes nutrimentos y expulsando sus propias sucias excreciones. Las delicadas clulas que revestan el interior de los oviductos fueron incapaces de resistir aquella repentina horda invasora. Los desechos de las bacterias protenas custicas y sucias grasas quemaban como cido provocando la destruccin instantnea de los finos cilios cuya funcin normal es desplazar el vulo fecundado hacia el tero. Las clulas tubulares liberaron sus sustancias qumicas defensivas y mensajeras avisando al cuerpo y reclamando su ayuda. Por desgracia, esas secreciones defensivas no tuvieron el menor efecto sobre las bacterias, cuyas membranas se encontraban protegidas por una envoltura de lpidos cerosa y de color castao. Los estudiantes de medicina, con sus frescos recuerdos de los laboratorios de microbiologa, habran reconocido esas bacterias, o habran credo reconocerlas. Las paredes celulares grasientas de las bacterias eran resistentes a los cidos, capaces de absorber ciertos colorantes y de resistir a la decoloracin con alcohol cido. Los estudiantes de medicina habran gritado al unsono Tuberculosis!, con una satisfaccin que rayaba en la autocomplacencia. Tuberculosis o no, en lo que se refiere a las clulas de las trompas cualquier clase de bacterias invasoras significaban problemas. Las sustancias qumicas mensajeras que haban liberado iniciaron la compleja defensa inmunolgica contra los invasores extraos, que se haban desarrollado a travs de miles de millones de aos de evolucin de la vida sobre la Tierra. Los productos qumicos emitidos iniciaron un cambio en los vasos sanguneos locales. El flujo de sangre se increment, y abrieron diminutas ventanas y liberaron plasma en los tejidos. Una primera lnea especializada de clulas defensivas, llamadas granulocitos" migraron directamente del torrente circulatorio hacia la

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horda bacteriana. Estas clulas liberaron ms sustancias qumicas, incluyendo potentes enzimas. Tambin combatieron a las bacterias directamente. Pero para ellas fue una tctica de autnticos kamikazes: despus de liberar sus grnulos, casi todos los granulocitos perecieron. Muy pronto, unas clulas grandes, llamadas macrfagos, respondieron a la llamada de las sustancias qumicas y se desplazaron desde los ganglios linfticos y la mdula sea. Tambin ellas atravesaron los poros de los capilares para tomar parte en la refriega. Tuvieron ms xito que los granulocitos y absorbieron parte de las bacterias. Liberaron asimismo sustancias qumicas en el pus, cada vez ms abundante, que adquiri ahora un tono verdoso. Al cabo de siete horas, los linfocitos comenzaron a acumularse, marcando el comienzo de otro nivel de defensa inmunolgica. Puesto que esta clase particular de bacterias no se haba presentado antes, no existan en circulacin unos anticuerpos especficos para combatirlas; pero el proceso para formarlos ya se haba iniciado. Los linfocitos se congregaron y sufrieron alteraciones inducidas por las sustancias qumicas. Estimularon tambin la llegada de ms macrfagos que, a su vez, provocaron la agregacin de clulas T en una espiral incesante de actividad celular. Al cabo de veinticuatro horas, el equilibrio de la batalla haba empezado a resultar adverso para las bacterias. Las clulas tubulares estaban ganando, pero se trataba de una victoria pirrica. Vastas zonas del delicado revestimiento de las trompas de Falopio haban sido destruidas por la reaccin inmunolgica. Una cicatrizacin extensa resultaba inevitable. A ello se aada la obstaculizacin del libre flujo de la sangre y, por si esto fuera poco, las bacterias inmunolgico. El cuerpo insista en acumular ms tropas celulares, sin advertir que la batalla ya haba sido ganada. Los macrfagos seguan acudiendo y su actividad provocaba ms destruccin. En su frenes, algunas clulas sufrieron una dimisin nuclear sin la posterior divisin celular, resultando de ello clulas con ncleos mltiples. Una vez ms, los estudiantes de medicina se hubieran sonredo con suficiencia de haber tenido la oportunidad de observar esta secuencia a travs de la lente de un microscopio. Habran realizado un ademn de asentimiento al observar la arquitectura distorsionada del granuloma en desarrollo. Este drama celular continu durante varias semanas dentro de las oscuras cavidades del tero de Rebecca Ziegler, una mujer de treinta y un aos. Rebecca no tenia la menor idea de la enfurecida batalla que se haba librado en el interior de su cuerpo, ni de la clula resultante. Haban aparecido algunas seales: cambios sutiles en los signos vitales, en forma de cierta febrcula y un pulso algo ms acelerado. Tambin haba experimentado algunos calambres, sensibilidad en el bajo vientre y una letal descarga vaginal, pero ninguna de esas seales y sntomas pareca preocupante. Incluso un Papanicolau ligeramente anormal, que le caus una intranquilidad momentnea, result luego perfectamente normal. Rebecca ignor todos esos molestos trastornos. Al fin y al cabo, todo lo dems en su vida era maravilloso. Se haba casado seis meses antes, para alivio de su madre, y su vida baha cobrado un nuevo sentido. Incluso haba aceptado un nuevo empleo como uno de los abogados ms jvenes en una prestigiosa firma de Boston. Todo era perfecto y no estaba dispuesta a permitir que algunas molestias fsicas insignificantes empaaran su felicidad. Sin embargo, aquel episodio gener una continuacin que Rebecca jams podra haber imaginado. Las bacterias haban iniciado una cadena de acontecimientos que llegaban mucho ms all de lo estrictamente inmunolgico.

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Las consecuencias estaban destinadas a reaparecer para acosarla, para robarle la felicidad, y algn tiempo despus, y de forma indirecta, para matarla.

21 DE FEBRERO DE 1988Un agonizante crujido de metal contra metal se precipit contra los nervios ya exacerbados de Marissa Blumenthal, cuando el viejo tren subterrneo de la MBTA tom con esfuerzo una curva pronunciada camino de la estacin de Harvard Square, en Cambridge, Massachusetts. Marissa cerr los ojos durante un momento en un vano intento de defender se de aquel chirrido estridente, mientras se sujetaba con fuerza a su asidero. Quera bajarse del tren. Adems de paz y quietud, necesitaba aire fresco. Apretujada entre una multitud de gigantes de ms de un metro ochenta de estatura, la pobre Marissa, de apenas un metro y medio, sinti ms claustrofobia que nunca. El aire en el vagn del metro estaba viciado y caliente y resultaba opresivo. Era un da lluvioso de febrero, y el olor a lana hmeda se sum a las dems molestias. Al igual que todos los dems viajeros en aquel tren, Marissa trat de evitar todo contacto visual con las personas apretuja das contra ella. Se trataba de un gento muy heterogneo, pues Harvard Square atraa a los dos extremos del espectro. A la derecha de Marissa haba un individuo con aspecto de abogado salido de una prestigiosa universidad del noroeste, con un maletn negro de piel de avestruz y la nariz sepultada en un ejemplar cuidadosamente doblado de The Wall Street Journal. Directamente enfrente de ella haba un individuo rapado y con aliento hediondo, ataviado con una cazadora con las mangas recortadas. En cada nudillo de las manos llevaba tatuada una esvstica. A su izquierda, se hallaba un corpulento negro con cola de caballo, enfundado en un chndal gris. Sus gafas de sol eran tan oscuras que Marissa no pudo verle los ojos cuando mir furtivamente en su direccin. Con un ltimo traqueteo que casi lanz a Marissa al suelo, el tren se detuvo y las puertas se abrieron. Con un suspiro de alivio, Marissa baj al andn. Normalmente habra llegado hasta all en su coche, estacionndolo en el aparcamiento subterrneo del Charles Hotel. Pero no estaba segura de cmo se sentira despus de su pequea intervencin quirrgica, de modo que haba decidido que resultaba ms prudente tomar el sedante o un calmante por va intravenosa, algo que a Marissa no le desagradaba en absoluto. Reconoci abiertamente que no se hallaba en buenas relaciones con el dolor. Si se encontraba grogui despus de la anestesia sera mejor no conducir. Marissa se apresur a pasar al lado de un tro de msicos callejeros que pedan un donativo a los viajeros. Subi con paso ms vivo la escalera que conduca a la calle. Segua lloviendo, por lo que se detuvo un momento para abrir el paraguas. Se aboton la trenca y, sujetando con firmeza el paraguas, atraves la plaza y enfil hacia la calle Mount Auburn. Rfagas repentinas de aire frustraron su intento de permanecer sin mojarse. Cuando lleg a la Clnica de la Mujer, al fondo de la calle Nutting, tena la frente mojada por las gotas de lluvia, de forma que pareca humedecida por el sudor.

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Debajo del pasillo con vidrieras que conectaba la clnica con la calle y con las zonas de urgencias y de ingresos, Marissa sacudi el paraguas y lo pleg. El edificio de la clnica era una estructura posmoderna, construida con ladrillos colorados y cristal, que daba a un patio. Una amplia escalinata de granito conduca a la entrada principal. Marissa respir hondo y subi los escalones de la entrada. Aunque como doctora se hallaba acostumbrada a entrar en instituciones hospitalarias, aqulla era la primera vez que lo haca en calidad de paciente, y no slo para un examen de rutina sino para una intervencin quirrgica. El hecho de que se tratara de ciruga menor tena un efecto menos tranquilizador de lo que haba supuesto. Por primera vez, Marissa comprendi que, desde el punto de vista del paciente, no exista una ciruga menor. Haca slo dos semanas y media Marissa haba subido aquellos mismos escalones para un Papanicolau rutinario, y algunos das ms tarde se enter de que los resultados de la prueba eran anormales, alcanzando el grado CIN nm. 1. Se haba quedado verdaderamente sorprendida, porque siempre haba gozado de excelente salud. De una manera vaga se pregunt si la anormalidad tendra alguna relacin con su reciente matrimonio con Robert Buchanan. Desde el da de la boda, haban disfrutado muchsimo del aspecto fsico de la relacin. Marissa sujet el pomo de bronce de la maciza puerta de entrada y penetr en el vestbulo. La decoracin era muy severa, pero reflejaba buen gusto y, en realidad, una gran opulencia. El suelo era de mrmol de un color verde oscuro. Junto a las ventanas haba una serie de ficus en grandes maceteros de ladrillo. En medio del recinto se hallaba un mostrador de informacin. Marissa tuvo que aguardar su turno. Se desabroch el abrigo y se sacudi la humedad de su larga cabellera de color castao. Dos semanas antes, tras recibir el sorprendente resultado del Papanicolau, Marissa haba mantenido una prolongada conversacin telefnica con Ronald Carpenter, su gineclogo, quien le recomend que se sometiera a una biopsia. No es nada importante le asegur con conviccin . Pero nos permitira saber con seguridad lo que est ocurriendo ah dentro. Lo ms probable es que no sea nada. Podramos incluso esperar algn tiempo y realizar otro Papanicolau, pero si se tratara de mi propia esposa le recomendara una culdoscopia, es decir, examinar el cuello del tero con un microscopio. Ya s lo que es una culdoscopia replic Marissa. Pues entonces sabr tambin lo sencilla que resulta aadi el doctor Carpenter . Le echar un buen vistazo al cuello del tero, cortar un trocito de cualquier zona que me parezca sospechosa, y eso ser todo. Estar de nuevo en la calle en menos de una hora. Y le daremos algo por si nota dolor. En la mayor parte de los centros no se administra ningn tipo de analgsico para una biopsia, pero nosotros somos ms civiliza dos. Es algo tan fcil que podra hacerlo incluso dormido. A Marissa siempre le haba gustado el doctor Carpenter. Valoraba su forma de ser despreocupada e informal. Pero su actitud frente a una biopsia le hizo comprender que los cirujanos tienen una visin de la ciruga muy diferente de la de los pacientes. No le interesaba que el procedimiento fuera sencillo para l. Lo que le preocupaba era el efecto que pudiera ejercer sobre ella. Despus de todo, al margen del dolor, siempre caba la posibilidad de una complicacin. Ella era consciente de las consecuencias de demorar una biopsia. Por primera vez se senta vulnerable desde un punto de vista mdico. Exista una posibilidad

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remota, pero real, de que la biopsia diera un resultado positivo de cncer. En ese caso, cuanto antes conociera la respuesta mejor sera para ella. Ciruga menor est en el tercer piso indic alegremente la recepcionista, respondiendo a la pregunta de Marissa . No tiene ms que seguir la lnea roja del suelo. Marissa mir hacia sus pies. Desde el mostrador de informacin partan tres lneas: una roja, una amarilla y otra azul. La roja la condujo a los ascensores. En el tercer piso, Marissa sigui la lnea roja hasta una ventanilla con un panel corredero de cristal. Una enfermera de uniforme blanco abri el panel al acercarse Marissa. Soy Marissa Blumenthal consigui decir Marissa. Tuvo que carraspear para recuperar la voz. La enfermera mir su carpeta para ver si estaba en orden. Luego extrajo un brazalete de identificacin de plstico, extendi el brazo por encima del mostrador y ayud a Marissa a colocrselo. Marissa encontr el procedimiento inesperadamente humillante. Desde el tercer ao en la Facultad de Medicina, siempre tuvo la sensacin de poder tenerlo todo bajo control cuando se hallaba en un ambiente hospitalario. Pero, de pronto, la situacin se haba invertido. Sinti un escalofro. Ser cuestin de unos minutos enton la enfermera y le seal una puerta doble . All hay una sala de espera muy cmoda. La llamarn cuando todo est preparado. El panel de cristal se cerr. Obediente, Marissa cruz las puertas y entr en un saln grande y cuadrado, amueblado en un indescriptible estilo moderno. All esperaban alrededor de treinta personas. Marissa sinti la mirada de unos ojos silenciosos cuando, muy cohibida, se apresur a ocupar un lugar vaco en el extremo de un sof. Desde all se poda contemplar el ro Charles, ms all de un pequeo parque verde. Perfilados contra el agua gris se divisaban los esqueletos desnudos de los sicmoros que blanqueaban el malecn. Casi mecnicamente, Marissa tom una de las revistas de una mesita auxiliar y se puso a hojearla sin prestarle demasiada atencin. Espi subrepticiamente por encima de la revista y qued aliviada al comprobar que las otras personas ya estaban de nuevo concentradas en la lectura. El nico sonido de la habitacin era el del papel al pasar las pginas de las revistas. Observ a algunas de las otras mujeres y se pregunt cul sera el motivo de su presencia all. Todas parecan muy tranquilas. Era imposible que ella fuera la nica que se senta nerviosa. Trat de leer un artculo sobre las tendencias de la moda para el prximo verano, pero le result imposible concentrarse. Su Papanicolau anormal era como la seal de una traicin interna: una advertencia de lo que habra de sobrevenirle. A los treinta aos haba advertido apenas leves seales del paso del tiempo, como las finas arrugas que le aparecieron en los rebordes de los ojos. Enfocando la mirada por un momento en los muchos anuncios que llenaban la revista femenina que tena en las manos, Marissa observ las caras de las adolescentes que las poblaban. Sus rostros juveniles e inmaculados parecan burlarse de ella y la hacan sentirse mucho ms vieja de lo que era en realidad. Y si la biopsia daba un resultado positivo? Y si tena cncer de cuello de tero? Era poco frecuente pero no inslito en mujeres de su edad. De pronto, esa

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posibilidad se abati sobre Marissa con cruel intensidad. Por Dios! pens . Si es cncer, quiz deba someterme a una histerectoma, y una histerectoma significa no poder tener hijos! Marissa se sinti mareada y se desdibujaron las letras de la revista que tena en las manos. Al mismo tiempo, su pulso se aceler. La idea de no tener hijos constitua para ella un anatema. Se haba casado apenas seis meses atrs, y aunque no planeaba tener descendencia en seguida, siempre haba sabido que, con el tiempo, los hijos seran una parte importante de su vida, ni siquiera poda pensar en cmo les afectara eso a ella y a su marido. Y hasta ese momento en que aguardaba que le practicasen una biopsia, algo que el doctor Carpenter calificaba despreocupadamente como sumamente sencillo, jams se le haba pasado por la cabeza esa posibilidad. De pronto, Marissa se sinti dolida de que Robert no se hubiera mostrado ms preocupado, y de que le hubiera tomado la palabra cuando ella le dijo que no era necesario que la acompaara a la clnica. Al pasear la vista nuevamente por la sala de espera, vio que la mayora de las otras pacientes estaban acompaadas por sus maridos o novios. Te ests portando como una chiquilla, le rega en silencio mientras intentaba dominar sus emociones. Se senta sorprendida y un poco avergonzada. No era propio de ella mostrarse histrica. Y sola enorgullecerse de su estabilidad emocional. Adems, saba que Robert no podra haberla acompaado aunque hubiese querido. Esa maana tena una reunin importante con los ejecutivos de su empresa de investigacin, inversiones y administracin en el campo de la asistencia sanitaria. Era una reunin crucial planeada meses atrs. Marissa Blumenthal! llam una enfermera. Marissa se puso en pie de un salto, coloc la revista en su sitio y sigui a la enfermera por un corredor blanco, largo y vaco. Le indicaron que se cambiara en un cuarto que tena una puerta de acceso a las salas de operaciones. Desde ese lugar alcanzaba a ver la camilla con sus relucientes estribos de acero inoxidable. Slo es para asegurarnos aleg la enfermera, y le gir a Marissa la mueca para observar su identificacin. Tras haber comprobado que se trataba de la paciente indica da, coloc unas prendas sobre el banquito y agreg: Pngase este camisn, las zapatillas y la bata y cuelgue su ropa en el armario. Cualquier objeto de valor que posea puede guardarlo en el cajn con llave. Cuando est preparada, entre y sintese en la camilla. Sonri. La mujer era una profesional, pero no le faltaba calor humano. Al salir, cerr tras ella la puerta que daba al vestbulo. Se quit la ropa. El piso le result fro al descalzarse. Se esforz por atarse a la espalda las tiras del camisn y reconoci lo mucho que le gustaba el personal de la Clnica de la Mujer, desde las recepcionistas hasta su propio mdico. Pero la razn principal por la que prefera esa clnica era porque se trataba de una institucin privada y, por consiguiente, ofreca una mayor reserva. Ahora que estaban a punto de practicarle una biopsia, se senta mucho ms contenta por su eleccin. De haber acudido a alguno de los otros hospitales importantes de Boston, sobre todo al suyo, el Boston Memorial, sin duda se habra encontrado con personas conocidas. Marissa siempre haba procurado mantener reserva con respecto a su vida privada. Jams permiti que cuestiones como el control de la natalidad, sus exmenes ginecolgicos anuales, un par de episodios de cistitis y cosas por el estilo fueran tema de conversacin entre sus colegas. Y aunque la gente no hablara, no quera cruzarse con su gineclogo por el pasillo o la cafetera del hospital.

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La fina bata, el camisn abierto por la espalda y las zapatillas de papel completaron la transformacin de Marissa de doctora a simple paciente. Con aquellas zapatillas en exceso holgadas, entr en la sala y se sent en la camilla de reconocimiento, siguiendo las instrucciones de la enfermera. Al observar los elementos usuales del lugar, que incluan una mquina de anestesia y vitrinas con instrumental, el pnico volvi a embargarla. Ms all de su miedo frente a la operacin y ante la posibilidad de una histerectoma que, segn se repeta constantemente, resultaba remota, Marissa tuvo ahora la intuicin de un inminente desastre. Comprendi lo mucho que haba llegado a valorar su vida, sobre todo en los ltimos aos. Entre su nuevo marido, Robert, y el hecho de haber sido recientemente aceptada por un excelente equipo peditrico, su vida pareca desarrollarse incluso demasiado bien. Tena mucho que perder, y eso la aterraba. Hola, soy el doctor Arthur dijo un hombre corpulento al entrar en la sala con ademn intencionadamente ceremonioso botella de suero . Soy el anestesista, y les administrar algo para la intervencin. Es alrgica a alguna sustancia? No, a nada le asegur Marissa. Le alegraba no estar ya sola, y agradeca que alguien la distrajera de sus negros pensamientos. Lo ms probable es que no lo necesitemos explic el doctor Arthur mientras practicaba hbilmente una puncin en la mueca derecha de Marissa y le inyectaba el suero . Pero es bueno tenerlo por si acaso. Si el doctor Carpenter precisa ms anestesia, se le podr administrar con facilidad. Y por qu habra de necesitar ms anestesia? pregunt nerviosa Marissa. Observ las gotas de lquido que caan dentro del filtro microporoso. A ella nunca le haban administrado suero. Y si se le ocurre hacer una biopsia en cono en lugar de en sacabocado? contest el doctor Arthur mientras reduca el flujo del suero a un goteo muy lento . O si decide practicar una intervencin ms prolongada? Obviamente tendramos que darle ms anestesia. Despus de todo, queremos que esto le resulte lo ms agradable posible. Marissa se estremeci frente a las palabras una intervencin ms prolongada. Antes de que pudiera contenerse, dijo: Deseo que quede bien claro que el consentimiento que firm se refera slo a una biopsia y no a una intervencin ms compleja, como una histerectoma. El doctor Arthur se ech a rer y luego se disculp por considerar divertida su observacin. Por eso no debe preocuparse afirm . Le aseguro que no practicamos histerectomas en la sala de ciruga menor. Qu piensa darme? pregunt Marissa con timidez. Quiere saber las drogas especficas que usar? pregunt el doctor Arthur. Marissa asinti. En la clnica nadie saba que era doctora, y prefera que fuera as. La primera vez que solicit los servicios de la clnica llen un formulario en el que slo se solicitaba el nombre del empresario. Consign el Boston Memorial, porque en ese momento estaba haciendo all un ao de especializacin en endocrinologa peditrica. El hecho de que fuera mdica no constitua un secreto y, si se lo hubieran preguntado, lo habra dicho. Pero nadie se lo pregunt, un hecho que ella tom como confirmacin adicional de la clase de reserva que esperaba de la clnica.

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El doctor Arthur la mir sorprendido un momento, y luego prosigui sus preparativos. Usar una mezcla de una pequea cantidad de vlium y una droga llamada quetamina explic, mientras recoga correctamente todo el complicado dispositivo del suero. Es un buen cctel. Es excelente para el dolor, y posee la ventaja adicional de proporcionar, en ocasiones, cierta amnesia. Marissa conoca la quetamina. Se la usaba con frecuencia en el Boston Memorial para cambiar los vendajes de los nios quemados. Pero ignoraba que se la empleara en pacientes ambulatorios. Cuando se lo mencion al doctor Arthur, ste sonri con expresin paternal. As que ha estado leyendo textos de medicina brome. Luego le advirti : Recuerde: el conocimiento incompleto resulta peligroso. En realidad, esta droga es especial para los pacientes ambulatorios. Mir fijamente a Marissa : Caramba, la veo muy tensa. He intentado luchar contra eso reconoci Marissa. Entonces la ayudar prosigui el doctor Arthur . Le administrar ahora mismo un poco de vlium y quetamina. Fue a buscar una jeringuilla en el armario . La biopsia es algo muy sencillo. Marissa asinti sin entusiasmo. Se estaba cansando de esas palabras. Lo cierto era que estaba nerviosa, y si bien se haba tranquilizado un poco cuando apareci el doctor Arthur, ahora se senta decididamente peor. Su inoportuno comentario acerca de la posibilidad de un procedimiento quirrgico ms extenso no haba contribuido a serenarla. Una vez ms, su intuicin empez a lanzar seales de alarma de un desastre inminente. Marissa tuvo que luchar contra el impulso irracional de huir. Soy mdica se repeta en silencio una y otra vez . No debera sentirme as. Apareci el doctor Ronald Carpenter con ropas quirrgicas, que incluan gorra y mascarilla. Con l entr una mujer, tambin con bata de ciruga, aunque llevaba la mascarilla cada sobre el pecho. Marissa reconoci en seguida al doctor Carpenter a pesar de la mascarilla. Los ojos de un azul cristalino y la piel bronceada resultaban inconfundibles. Esto es slo una biopsia, verdad? pregunt Marissa, muy nerviosa, pues el doctor Carpenter iba vestido como para ciruga mayor. La seora Blumenthal tiene miedo de que le practiquemos una histerectoma explic el doctor Arthur mientras oprima el mbolo de la jeringuilla para eliminar el aire. Se acerc a Marissa. Una histerectoma? pregunt el doctor Carpenter con evidente desconcierto . De qu ests hablando? El doctor Arthur levant las cejas. Creo que nuestra paciente ha estado leyendo libros de medicina. Tom la cnula de perfusin del suero e inyect en ella el contenido de la jeringa. Abri el paso para que el lquido fluyera un momento con rapidez. El doctor Carpenter se acerc a Marissa y le puso una mano en el hombro. Sus ojos se encontraron con los de color castao oscuro de su atemorizada paciente. Lo nico que haremos ser una simple biopsia. Nadie ha hablado de histerectoma. Si lo que te asusta es mi ropa, vengo del quirfano Y llevo mascarilla porque estoy resfriado y no quiero contagiar a mis pacientes. Marissa observ los ojos celestes del doctor Carpenter.

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Estaba a punto de contestarle cuando ese color de los ojos le evoc un recuerdo que haca tiempo trataba de eliminar: el terror que sinti al ser atacada en la habitacin de un hotel de San Francisco algunos aos atrs y el horror de tener que apualar repetidamente a un hombre para salvar su propia vida. En ese momento, el episodio volvi a su mente con increble intensidad: hasta le pareci sentir las manos del individuo alrededor de su cuello. Marissa se ahogaba poco a poco, el cuarto empez a dar vueltas y oy un zumbido que, poco a poco, se hizo ms fuerte. Senta unas manos que la sujetaban y la empujaban hacia atrs. Trat de luchar, pues tena la sensacin de que poda respirar mejor si estaba sentada, pero no sirvi de nada. Su cabeza toc la camilla de exploracin y en ese momento el cuarto dej de girar y comenz a respirar con ms facilidad. De pronto, se dio cuenta de que tena los ojos cerrados. Cuando los abri, vio las caras del doctor Arthur y de la mujer, y el rostro del doctor Carpenter con la mascarilla. Est usted bien? le pregunt el doctor Carpenter. Marissa trat de hablar, pero no le sali la voz. Vaya, s que es sensible a la anestesia! exclam el doctor Arthur, y en seguida le tom la presin arterial . Por lo menos esto est bien. Me alegro de no haberle administrado la dosis completa. Marissa cerr los ojos. Por fin se haba tranquilizado. Oy que alguien hablaba, pero le pareci que era muy lejos y que no tena nada que ver con ella. Al mismo tiempo, tuvo la sensacin de que un manto visible de plomo comenzaba a cubrirla. Sinti que le levantaban las piernas, pero no le import. Las voces del cuarto se alejaron ms. Oy risas, y despus una radio. Sinti el contacto de los instrumentos quirrgicos y oy el sonido del entrechocar de metal contra metal. Se distendi hasta sentir un calambre parecido a los menstruales. Le produca dolor, pero no un dolor normal, porque era ms alarmante que molesto. Trat de abrir los ojos pero los prpados le pesaban demasiado. Hizo un nuevo intento, pero en seguida se dio por vencida. Era como una pesadilla de la que no poda despertar. Entonces sufri otro calambre, suficientemente intenso como para hacerle levantar la cabeza de la camilla. Vea el cuarto borroso, como si estuviera drogada. Lo nico que alcanzaba a distinguir era la coronilla del doctor Carpenter, que trabajaba entre sus rodillas cubiertas por una sbana. El culdoscopio estaba a un costado, a la derecha del mdico. Las personas que estaban all parecan moverse a cmara lenta. El doctor Carpenter levant la cabeza como si intuyera que ella lo miraba. Una mano aferr el hombro de Marissa y le empuj contra la camilla. Pero, en ese momento, su embotada mente volvi a proyectar la imagen difuminada del rostro enmascarado del doctor Carpenter y, pese a estar bajo los efectos de la anestesia, sinti que un estremecimiento de terror le corra por las venas. Era como si su mdico se hubiera metamorfoseado en un demonio. Sus ojos ya no eran de un azul celeste: parecan de nice negro y tenan la dureza de la piedra. Marissa empez a gritar, pero logr dominarse. Una parte de su cerebro se mantena suficientemente lcida para recordarle que todas sus percepciones estaban alteradas por la medicacin. Trat de incorporarse de nuevo para mirar y tranquilizar se, pero un par de manos se lo impidi. Luch contra esas manos y su mente la llev de nuevo a aquella habitacin de hotel en San Francisco, donde luch con el asesino.

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Record haberlo golpeado con el receptor del telfono. Record tambin toda aquella sangre... Incapaz de seguir contenindose, Marissa grit. Pero no se oy ningn sonido. Estaba al borde de un precipicio y resbalaba hacia l. Trat de sostenerse pero, lentamente, se fue soltando y empez a caer hacia la oscuridad...

27 DE FEBRERO DE 1990 Maldita sea! exclam Marissa, mientras sus ojos se deslizaban por su consultorio. No tena idea de dnde haba dejado sus llaves. Por dcima vez abri el cajn de en medio, el lugar donde siempre las guardaba. No estaban all. Irritada, revolvi el contenido del cajn y despus lo cerr con un golpe. Virgen santa! exclam de nuevo mientras se miraba el reloj. Le quedaban menos de treinta minutos para ir desde su consultorio al Hotel Sheraton, donde deba recibir un premio. Nada pareca salirle bien. Primero fue una emergencia: Cindy Markhan, de seis aos, con un ataque de asma. Y ahora no encontraba sus llaves. Marissa frunci el ceo y con cara frustrada apret los labios y trat de rememorar sus movimientos hasta entonces. De pronto lo record. La noche anterior se haba llevado a casa un montn de carpetas con grficas. Se acerc al archivador y vio las llaves de inmediato. Las cogi con fuerza y se encamin hacia la puerta. Tena ya la mano en el pomo cuando empez a sonar la campanilla del telfono. En un primer momento pens en no contestar, pero en seguida intervino su conciencia profesional. Exista la posibilidad de que tuviera algo que ver con Cindy Markhan. Con un suspiro, Marissa se acerc al escritorio y se inclin para coger el receptor. Quin es? pregunt con una brusquedad que no era propia de ella. La doctora Blumenthal? inquiri el que llamaba. S, soy yo. Marissa no reconoci la voz. Haba dado por supuesto que se trataba de su secretaria, quien saba que se hallaba muy escasa de tiempo. Soy el doctor Carpenter sigui el que haba telefoneado . Tienes un minuto? S minti Marissa. Se senta dominada por la ansiedad, tras haber esperado su llamada durante los ltimos das. Contuvo la respiracin. En primer lugar, debo felicitarte por el premio que te van a entregar hoy prosigui el doctor Carpenter . No saba que eras doctora, y mucho menos una investigadora acreedora de una distincin. Resulta un tanto inusual enterarse por el peridico de cosas relativas a una paciente. Lo siento repuso Marissa . Supongo que debera habrtelo dicho. Mir de nuevo su reloj. Cmo demonios puede hallarse implicada una pediatra en investigaciones sobre la fiebre hemorrgica de Ebola?

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Un momento, tengo el peridico aqu delante: El premio Peabody de investigacin se otorga a la doctora Marissa Blumenthal por la dilucidacin de las variables asociada con la transmisin del virus de Ebola a partir de contactos primarios a otros secundarios. Estupendo! Estuve un par de aos en el Centro de Control de Enfermedades de Atlanta explic Marissa . Y me asignaron un caso en que el virus de Ebola estaba siendo propagado intencionadamente. Claro! exclam el doctor Carpenter . Recuerdo haber ledo algo acerca de eso. As que eras t? Me temo que s afirm Marissa. Segn recuerdo, trataron de asesinarte por todo aquello sigui el doctor Carpenter con evidente admiracin. Tuve suerte replic Marissa . Mucha suerte. Se pregunt qu dira l si le contara que durante la biopsia sus ojos azules le haban recordado a los del hombre que haba intentado matarla. Estoy impresionado admiti el doctor Carpenter , y me alegra tener buenas noticias para ti. Acostumbro a delegar esta tarea en mi secretaria, pero despus de leer cosas sobre ti esta maana, quise llamarte yo mismo. Los resultados de la biopsia han sido excelentes. Era slo una displasia leve. Como te dije aquel da, eso fue lo que indicaba la culdoscopia, pero es mejor asegurarse al cien por cien. Por qu no te haces un Papanicolau de seguimiento dentro de cuatro o seis meses? Despus podemos dejar transcurrir por lo menos un ao. Estupendo... repuso Marissa . De acuerdo. Y gracias por tan buenas noticias. Marissa cambi el peso de su cuerpo sobre los pies. Todava se senta incmoda respecto a su conducta durante la biopsia. Reuniendo coraje, volvi a disculparse. Pues nada, no te preocupes ms por el asunto le dijo el doctor Carpenter . Pero despus de tu experiencia, he decidido que no me gusta el efecto de la quetamina. Le he dicho al anestesista que no quiero que la vuelva a emplear en ninguno de mis casos. S que esa droga presenta algunas ventajas, pero otras parejas de pacientes tuvieron una pesadilla parecida a la tuya as que por favor, no te disculpes. Dime, has tenido algn problema desde la biopsia? Realmente, no repuso Marissa . La peor parte de toda esa experiencia consisti en la pesadilla inducida por la droga. Incluso he vuelto a padecerla un par de veces. Soy yo el que tendra que disculparse prosigui el doctor Carpenter . De todas formas, la prxima vez no te administra remos quetamina. Qu te parece eso como promesa? Creo que voy a estar alejada de los mdicos durante una temporada afirm Marissa. Resulta una actitud muy saludable brome el doctor Carpenter, emitiendo una carcajada . Pero, como te he dicho, espero verte dentro de cuatro meses. Tras colgar el telfono, Marissa se apresur a salir de su consultorio. Agit la mano para despedirse de Mindy Valdanus, su secretaria, y despus oprimi repetidamente el botn de llamada del ascensor. Tena quince minutos para llegar al Sheraton, una hazaa imposible considerando el trfico de Boston. Pero estaba complacida a causa de la conversacin mantenida con el doctor Carpenter. Tena muy buena opinin acerca de aquel hombre. No pudo evitar sonrer al pensar en el

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ser siniestro en que lo haba convertido en su pesadilla. Resultaba sorprendente que las drogas pudieran producir aquellos efectos. Por fin lleg el ascensor. Naturalmente lo mejor de la conversacin telefnica haba sido enterarse de que el resulta do de la biopsia era normal. Pero, de pronto, mientras el ascensor descenda hacia el garaje, la acos una idea. Qu pasara si el prximo Papanicolau tambin presentaba irregularidades? Maldita sea! exclam en voz alta, mientras apartaba de su mente aquel lgubre pensamiento. Siempre surga algo por lo que preocuparse!

19 DE MARZO DE 1990 7.41 a.m.Marissa se par en seco en mitad de la elegante alfombra oriental que dominaba el dormitorio principal. Se diriga al armario empotrado para buscar la ropa que haba elegido la noche anterior. El televisor estaba en funcionamiento sobre el mueble francs instalado contra la pared opuesta a la cama de matrimonio; unos libros mantenan abiertas sus puertas. El programa sintonizado era Buenos das, Amrica. Charlie Gib son bromeaba acerca del entrenamiento primaveral de bisbol con Spencer Christian. La dbil luz invernal entraba en el cuarto por entre las cortinas semiabiertas. Raffy Dos, el cocker spaniel de Marissa y Robert, lloriqueaba para que lo dejasen salir. Qu me decas? le pregunt Marissa a su marido, que se encontraba fuera de la vista, en el bao principal. Se alcanzaba a escuchar el ruido de la ducha. He dicho que esta maana no quiero ir a esa maldita Clnica de la Mujer! exclam. Su rostro apareci en el hueco de la puerta, cubierto a medias por crema de afeitar. En seguida baj la voz hasta un nivel lo suficientemente fuerte como para competir con el televisor. No estoy preparado esta maana para proporcionar una muestra de esperma. Te lo juro. Hoy no. Se encogi de hombros y desapareci nuevamente en el cuarto de bao. Durante un momento, Marissa no se movi Pas los dedos por el pelo, intentando dominarse. La sangre le lata en los odos mientras reproduca mentalmente la negativa indiferente de Robert respecto de acudir a la clnica. Cmo poda echarse atrs en el ltimo momento? Al localizar el radio reloj que les haba despertado haca media hora, sinti el deseo irresistible de correr hacia la mesilla de noche, arrancarlo del enchufe y estrellar el aparato contra la chimenea. Se senta terriblemente furiosa, pero se contuvo. Desde el interior del cuarto de bao le lleg el sonido de la mampara de la ducha abrindose y cerrndose luego. El sonido del agua cambi: Robert se haba metido debajo de la ducha. No me lo puedo creer musit Marissa. Se acerc al cuarto de bao y abri de golpe la puerta con todas sus fuerzas. El perro la sigui hasta el umbral. El vapor ya comenzaba a acumularse sobre la mampara. A Robert le gustaba que el agua estuviese casi hirviendo. Marissa alcanz a ver la figura atltica de su marido desnudo a travs del vidrio esmerilado.

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Repteme eso! le grit Marissa . Me parece que no te he entendido bien! Pues es algo muy simple replic su marido . Esta maana no ir a la clnica. No estoy de humor para eso. Al fin y al cabo, no soy un surtidor automtico de esperma... De todos los altibajos propios del tratamiento para la infertilidad, aquello era algo que Marissa no haba previsto. Lo nico que le quedaba por hacer era pegarle un puntapi a la puerta. El perro, intuyendo su estado de nimo, se meti debajo de la cama. Finalmente, Robert cerr los grifos y sali de la ducha. De su musculoso cuerpo caan gotas de agua. Pese al poco tiempo libre que le dejaba el trabajo, se las ingeniaba para hacer ejercicio tres o cuatro veces por semana. Incluso su delgadez irrit a Marissa en ese momento. Tena muy presentes los cinco kilos que haba engordado ella misma durante el trata miento. Cuando Robert la vio all parada, se sorprendi. Me ests diciendo que no vendrs esta maana conmigo? estuvo segura de conseguir su atencin. As es replic Robert . Te lo pensaba decir anoche, pero tenas dolor de cabeza. Algo nada extrao, porque ltima mente siempre tienes dolor de cabeza, o de estmago o de cualquier otra cosa. Por eso no saqu el tema. Pero te lo digo ahora. Pueden descongelar el esperma de la vez anterior Me dijeron que congelaban una parte. Que usen eso. Despus de todo lo que he tenido que pasar, ni siquiera ests dispuesto a acompaarme a la clnica y perder cinco minutos de tu valioso tiempo? Vamos, Marissa sigui Robert mientras se secaba con la toalla : t y yo sabemos que en eso se tarda ms de cinco minutos. Marissa comenzaba a sentirse ms desencantada por Robert que por su propia infertilidad. Yo soy la que ha tenido que perder ms tiempo! exclam airada . Y la que tuvo que llenarse de hormonas. Por supuesto que he tenido dolor de cabeza. He estado en un constante estado de sndrome premenstrual para poder producir vulos. Y mira todas estas marcas de pinchazos que tengo en los brazos y en las piernas. Marissa seal los moretones que le cubran las extremidades. Ya las he visto replic Robert sin mirar. Yo soy quien ha tenido que soportar anestesia general y laparoscopia y biopsia de mis trompas de Falopio! grit Marissa . Y quien ha tenido que sufrir todos los traumas e indignidades, fsicas y mentales. La mayora de las indignidades le record Robert , pero no todas. Yo tuve que tomarme la temperatura todas las maanas durante meses y anotarla en ese grfico, incluso antes de levantarme a orinar. Robert estaba en su cuarto de vestir, eligiendo un traje y una corbata apropiada. Volvi la cabeza hacia Marissa, que le bloqueaba la luz desde el dormitorio. Tambin yo tuve que revisar cada maana el grfico, como un medico! afirm con petulancia. Marissa suspir. Tuve que hacer un poco de trampa para que los mdicos de la clnica no pensaran que no nos esforzbamos por no hacer el amor con suficiente frecuencia. Pero jams falt a la verdad sobre la hora de la ovulacin.

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Hacer el amor! Ja! se ri Robert . No hemos hecho el amor desde que empez todo esto. No hacemos el amor. Ni siquiera es sexo. Lo que hacemos es aparearnos. Marissa trat de contestarle, pero Robert le interrumpi. Ni siquiera me acuerdo de qu es hacer el amor! grit l . Lo que sola ser placentero ha quedado reducido a sexo segn receta, a un apareamiento rutinario. De hecho no has estado aparendote con demasiada frecuencia replic Marissa . Tu actuacin no ha sido precisamente genial. Cuidado le advirti Robert, viendo que Marissa empezaba a ponerse ofensiva . Recuerda que el sexo es fcil para ti. Lo nico que tienes que hacer es quedarte tendida como un cadver mientras yo hago todo el trabajo. Trabajo? Por Dios! repuso Marissa con cierto asco. Trat de seguir hablando pero los sollozos se lo impidieron. En cierta forma, Robert tena razn. Con el asunto de la terapia de fertilidad, en los ltimos tiempos resultaba difcil ser espontneo con respecto a lo que suceda en el dormitorio. Sin lograr dominarse, los ojos se llenaron de lgrimas. Al ver que la haba herido, Robert suaviz el tono. Lo siento explic esto no ha sido fcil para ninguno de los dos. Sobre todo para ti. Pero tengo que confesar que tampoco para m. En cuanto a hoy, realmente no puedo ir a la clnica. Tengo una reunin importante con un equipo que ha venido de Europa. Lo lamento, pero mis negocios no siempre pueden estar regidos por el capricho de los mdicos de la Clnica de la Mujer o las excentricidades de tu ciclo menstrual. Hasta el sbado no me dijiste nada de que hoy intentaran extraerte vulos. Tampoco saba que te aplicaran esa inyeccin para liberar vulos o como se llame. Es el mismo proceso de los anteriores ciclos de fecundacin in vitro explic Marissa No cre que tendra que explicrtelo cada vez. Qu puedo decirte? Cuando concertamos esta reunin no estbamos metidos en tratamientos para la infertilidad. Y no suelo revisar mi agenda pensando en tus ciclos de fertilizacin. De pronto, Marissa volvi a enojarse. Robert se acerc a la cmoda a buscar una camisa limpia. Por encima de su cabeza, Joan Lunden entrevistaba a una celebridad en la pantalla de televisin. Slo piensas en los negocios murmur ella . Tienes reuniones todo el tiempo. No puedes retrasar sta media hora? Sera muy difcil. El problema contigo es que los negocios son ms importantes que todo lo dems. Creo que tu escala de valores resulta un desastre. Tienes derecho a opinar replic Robert muy tranquilo, tratando de evitar otra ronda de recriminaciones mutuas. Se puso la camisa y comenz a abotonrsela. Saba que debera quedarse callado, pero Marissa haba tocado un punto doloroso. No hay nada necesariamente negativo en los negocios. Nos aseguran comida en la mesa y un techo sobre nuestras cabezas. Adems, sabas cul era mi actitud frente a los negocios antes de casarte conmigo. Disfruto con ellos y resultan muy gratificadores en muchos sentidos. Antes de casarnos dijiste que los hijos eran algo importante para ti le record Marissa . Ahora, en cambio, parece que los negocios se anteponen a todo. Robert se acerc al espejo y empez a anudarse la corbata.

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Eso pensaba antes de que nos enterramos de que no podras tener hijos, por lo menos de la forma habitual. Robert hizo una pausa. Comprendi que haba cometido un error. Volvi la cabeza para mirar a su esposa, y adivin por la expresin de su cara que ese comentario imprudente no haba pasado inadvertido. Trat de arreglar las cosas. Quiero decir, antes de que nos enterramos de que no podamos tener hijos de la manera normal y corriente. Pero esas palabras no lograron mitigar al instante, la furia de Marissa se convirti en desesperacin. Volvieron a llenrsele los ojos de lgrimas y rompi a llorar. Robert le puso una mano en el hombro, pero ella se apart y corri al cuarto de bao. Trat de cerrar la puerta pero Robert se lo impidi y la rode con los brazos, apretando su cara contra el cuello de Marissa. Todo el cuerpo de Marissa se estremeci con el llanto. Tard diez minutos en empezar a recuperarse. Saba que ese comportamiento no era propio de ella. Sin duda, las hormonas que le haban estado administrando contribuan a la fragilidad de su estado emocional. Pero el hecho de saberlo no la ayudaba a recuperar la compostura. Robert la solt un momento para buscarle un pauelo de papel. De nuevo en un mar de lgrimas, Marissa se son la nariz. Ahora, adems de enfadada y triste, se senta avergonzada. Con voz temblorosa admiti ante Robert que se saba culpable de la infertilidad de ambos. No me importa si no tenemos hijos protest Robert, con la esperanza de calmarla . No es el fin del mundo. Marissa lo mir. No te creo afirm . Siempre quisiste tener hijos. Me lo dijiste. Y puesto que s que la culpa es ma, por qu no eres sincero con respecto a tus sentimientos? Creo que soy capaz de enfrentarme mejor con tu sinceridad que con tus mentiras. Dime que ests enfadado. Estoy decepcionado pero no enfadado repuso Robert. Mir a Marissa y ella le devolvi la mirada . Bueno, tal vez hubo algunos momentos... Mira lo que le he hecho a tu camisa limpia indic Marissa. Robert baj la vista. Haba manchas hmedas del llanto de Marissa en la pechera de la camisa y en la corbata a medio anudar. Robert inspir con fuerza. No importa. Me pondr otra. Se quit en seguida la camisa y la corbata y las arroj en la cesta de la ropa sucia. Al observar sus ojos irritados e hinchados en el espejo, tena una desperada necesidad de hacerse presentable. Se introdujo en el compartimiento de la ducha y se resbal. Quince minutos ms tarde se senta considerablemente ms serena, como si el agua caliente y la espuma del jabn le hubieran limpiado la mente adems del cuerpo. Mientras se secaba el pelo, regres al dormitorio y encontr a Robert dispuesto para irse. Lamento haberme comportado de manera tan histrica explic . No pude evitarlo. ltimamente creo que todas mis reacciones son exageradas. No debera haberme puesto as slo porque no tienes ganas de ir a la clnica por ensima vez. Yo soy quien debe disculparse repuso Robert . Siento haber elegido una forma tan imbcil de expresar mi frustracin frente a toda la experiencia. Mientras

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te duchabas, cambi de idea. Ir contigo a la clnica. Ya he llamado a la oficina para arreglarlo. Por primera vez en semanas, Marissa se sinti animada Gracias dijo. Estuvo tentada de abrazar a Robert, pero algo se lo impidi. Se pregunt si no tendra miedo a que l la rechazara. Al fin y al cabo, no estaba precisamente atractiva en ese momento. Saba que la relacin de ambos haba sufrido cambios a lo largo de la terapia para la infertilidad. Y, al igual que lo ocurrido con su figura, esos cambios no haban sido para mejor. Marissa suspir. A veces pienso que este tratamiento es algo que supera mis fuerzas. No me entiendas mal, nada deseo tanto como tener un hijo nuestro. Pero todos los das ha significado una tensin y un peso terribles. Y s que para ti no ha sido menos difcil. Con el sujetador y las medias en la mano, Marissa se fue a su cuarto de vestir. Mientras se pona la ropa, sigui hablndole a Robert. En los ltimos tiempos le resultaba ms fcil hacerlo si no lo miraba a los ojos. He contado a muy pocas personas nuestro problema, y slo a grandes rasgos. Me he limitado a decir que intentamos que yo quede embarazada. Todo el mundo me da consejos que yo no pido. Tranquilzate dicen . Tmate unas vacaciones. A la prxima persona que me diga eso le contar la verdad: No puedo relajarme porque tengo las trompas de Falopio obstruidas como tuberas atascadas. Robert no contest, as que Marissa mir hacia el dormitorio. Estaba sentado en el borde de la cama ponindose los zapatos. Otra persona que me tiene harta es tu madre aleg Marissa. Robert levant la vista. Qu tiene que ver mi madre con esto? Simplemente que cada vez que me ve se siente obligada a decirme que ya es hora de que tengamos hijos. Si me lo vuelve a repetir, tambin le contar la verdad. O, mejor, por qu no se lo explicas t para evitarme una confrontacin? Desde que ella y Robert comenzaron a salir haba intentado complacer a su futura suegra, pero con un xito slo parcial. No quiero decrselo a mi madre explic Robert . Y lo sabes. Por qu no? pregunt Marissa. Porque no tengo ganas de que me endilgue un sermn, y me eche en cara que eso me pasa por haberme casado con una juda. Por favor! exclam Marissa en un nuevo ataque de furia. No soy responsable de los prejuicios raciales de mi madre adujo Robert . Y no puedo dominarla. Ni tengo por qu hacerlo. Enojada de nuevo, Marissa se dio media vuelta, se aboton el vestido y se subi de un tirn la cremallera. Pero muy pronto la furia contra la madre de Robert se transform en autorrecriminaciones por su propia esterilidad. Por primera vez en su vida, Marissa se senta vctima de una maldicin del destino. Se le antojaba irracionalmente irnico haber gastado tanto tiempo y dinero en mtodos de regulacin de la natalidad durante su poca de estudiante universitaria para no tener un hijo en un momento inadecuado. Ahora, cuando el momento era el adecuado, se enteraba de que no podra tenerlo sino mediante la ayuda de la ciencia mdica moderna. No es justo! dijo Marissa en voz alta, mientras dos lagrimas comenzaron a rodar por sus mejillas.

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Saba que estaba al lmite de su resistencia frente a los vaivenes mensuales de esperanza que se convertan en desesperacin cada vez que fracasaba en su intento de concebir un hijo, a lo cual ahora se sumaba la creciente impaciencia de Robert en relacin con todo el proceso. En realidad, no lo culpaba. Ests obsesionada con el problema de la fertilidad seal Robert con suavidad . Marissa, empiezas a preocuparme. Estoy preocupado por nosotros. Marissa se volvi. Robert estaba de pie junto a la puerta del cuarto de vestir, las manos apoyadas en las jambas. Al principio, Marissa no alcanz a ver la expresin de su rostro; lo tena en sombras, y la luz del dormitorio iluminaba su pelo color arena desde atrs. Pero cuando se le fue acercando, ella advirti que pareca preocupado pero decidido; su mandbula angulosa estaba tan apretada que sus labios finos formaban una lnea recta. Cuando quisiste iniciar este tratamiento me mostr dispuesto a probar. Pero ahora todo est fuera de control. He llegado a la conclusin de que deberamos interrumpirlo antes de que perdamos lo que tenemos por causa de lo que no tenemos. Te parezco obsesionada? Por supuesto que lo estoy! No debera estarlo para soportar los procedimientos a los que he tenido que someterme? Si los he tolerado es porque quiero tener un hijo para que lo nuestro se convierta en una familia. Quiero ser madre y que t seas padre. Quiero tener una familia! Inconscientemente, Marissa haba levantado la voz. Cuando termin la ltima frase, prcticamente gritaba. Orte gritar as me convence an ms de que tenemos que dejarlo aleg Robert . Mranos. Ests agotada y yo no aguanto ms. Hay otras opciones, sabes? Tal vez deberamos tomarlas en cuenta. Podramos resignarnos a no tener hijos. O podramos adoptar uno. No puedo creer que hayas elegido este momento para decirme eso espet Marissa Esta maana ser mi cuarta recoleccin de vulos, estoy lista para enfrentarme al dolor y al riesgo y, s, tengo los nervios destrozados. Y eliges este momento para hablar de cambiar de estrategia? Nunca es el momento apropiado para intercambiar ideas sobre estos temas con esta programacin del tratamiento de fecundacin in vitro replic Robert, incapaz ya de controlar su furia . No te gusta el momento que he elegido para decrtelo, est bien. Cundo te pareca mejor? Cuando ests loca de ansiedad, preguntndote si estars o no embarazada? O cuando ests deprimida porque ha venido el perodo? O cuando, finalmente, logres sobreponerte y empieces un nuevo ciclo? T dime cundo, y yo seguir tus instrucciones. Robert observ detenidamente a su esposa. Se estaba convirtiendo en una extraa. Se mostraba terriblemente sensible y fuera de s y haba engordado bastante, sobre todo en la cara. Su mirada era helada y le produca escalofros. Sus ojos pare can tan sombros como su humor, y su piel se vea arrebatada, como si tuviera fiebre. S, era una extraa. O peor: pareca una mujer histrica e irracional. No le habra sorprendido que saltara intempestivamente sobre l como un gato rabioso. Decidi que haba llegado el momento de dar marcha atrs, de ceder. Se apart algunos pasos de ella.

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Muy bien admiti , tienes razn. Es un mal momento para hablar de eso. Lo siento. Lo haremos otro da. Por qu no terminas de vestirte y nos vamos a la clnica? Sacudi la cabeza . Espero poder proporcionar una muestra de esperma. A juzgar cmo me he estado sintiendo en los ltimos tiempos, no me creo muy capaz de hacerlo. No es algo meramente mecnico. Ya no. No tengo diecisis aos. Sin decir nada, Marissa, agotada, volvi a enfrascarse en la tarea de vestirse. Se pregunt qu haran si l no lograba producir la muestra de esperma. No saba en qu medida el hecho de utilizar esperma anterior podra disminuir las posibilidades de una fertilizacin con xito. Supuso que lo hara, lo cual explicaba en parte por qu se haba enojado tanto cuando l dijo que no pensaba ir a la clnica, sobre todo despus de que los ltimos intentos en vitro haban fallado porque no hubo fertilizacin. Al contemplar su imagen en el espejo y advertir el color encendido de sus mejillas, comprendi lo obsesionada que estaba con el tema. Hasta sus ojos se le antojaron los de una extraa por la esttica intensidad de la mirada. Se arregl el vestido. Se dijo que no deba abrigar demasiadas esperanzas despus de tantas decepciones. Haba tantas etapas en las que las cosas podan salir mal... Primero tena que producir vulos, que deban extrarsele antes de que tuviera lugar la ovulacin espontnea. Despus, tena que producirse la fertilizacin. A continuacin, el embrin deba ser transferido al tero, donde deba implantarse. Luego, si todo sala bien estara embarazada. Y entonces deba empezar a preocuparse de no tener un aborto espontneo. Eran tantas las posibilidades de fracaso... Sin embargo, mentalmente le pareca ver el cartel instalado en la sala de espera de la unidad de fecundacin in vitro: SOLO SE FRACASA CUANDO SE ABANDONA. Deba seguir intentndolo. A pesar de su desesperanza, Marissa poda cerrar los ojos e imaginarse con un pequeo beb en brazos. Ten paciencia, pequeo, murmur. Saba que si esa criatura llegaba cobra ran sentido todos sus esfuerzos. Y, aunque no debera pensar en eso, comenzaba a temer que sera la nica manera de salvar su matrimonio.

19 DE MARZO DE 1990 9.15 a.m.Despus de avanzar por el pasillo cubierto que separaba el edificio principal de la clnica del sector de urgencias y de ingresos, Robert y Marissa entraron en el patio de ladrillo y subieron la escalinata de acceso a la Clnica de la Mujer. El color y el particular diseo del granito hicieron que Marissa recordara todas las veces que haba pisado aquellos escalones para someterse a procedimientos quirrgicos menores. Involuntariamente su paso se hizo ms lento, sin duda un reflejo condicionado por el dolor provocado por miles de pinchazos. Vamos la inst Robert. Llevaba a Marissa de la mano y sinti esa resistencia momentnea. Mir su reloj. Llegaban tarde.

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Marissa trat de apresurarse. Esa sera la cuarta vez que le extraeran vulos y saba las molestias que experimentara. Pero el miedo al dolor le preocupaba menos que la posibilidad de complicaciones. Parte del problema de ser a la vez mdico y paciente resida en estar al tanto de todas las cosas terribles que podan suceder. Se estremeci cuando, mentalmente, fue componiendo una lista de posibilidades potencialmente letales. Al entrar Robert y Marissa en el edificio principal de la clnica, pasaron junto al mostrador de informacin y se dirigieron directamente al segundo piso, donde estaba instalada la FIV, la unidad de fecundacin in vitro. Conocan bien el camino por todas las veces que lo haban hecho, sobre todo Marissa. Al entrar en la sala de espera, siempre muy silenciosa, con un espectculo para el que no estaban preparados. No pienso permitir que me hagan esto! gritaba una mujer delgada y bien vestida. Marissa calcul que tendra alrededor de treinta aos. Era inslito que en las salas de espera de la clnica alguien hablara un poco ms fuerte que en un susurro, y mucho menos que gritara. Resultaba tan sorprendente como que alguien empezara a chillar en una iglesia. Seora Ziegler reclam la anonadada recepcionista Por favor! Y se parapet detrs de la silla del escritorio. No trate de aplacarme! grit la mujer . Es la tercera vez que vengo en busca de mi historial clnico y quiero que me lo den inmediatamente! La mano de la seora Ziegler se extendi como un resorte y barri la parte superior del escritorio de la recepcionista. Se oy un ruido estrepitoso de cristal y cermica rotos cuando lapiceros, papeles, fotografas enmarcadas y tazas de caf se estrellaron contra el suelo. La decena de pacientes que aguardaban en la sala quedaron paralizadas del susto y atontadas ante el estruendo. La mayora de ellas clavaron la vista en las revistas que tenan en la mano, temerosas de tomar conciencia de la escena que se desarrollaba delante de ellas. Marissa se sobresalt al or el ruido de cristales rotos. Record el radio reloj que tanto haba deseado destrozar menos de media hora antes. Le daba miedo reconocer en la seora Ziegler un alma gemela. En varias ocasiones, Marissa se haba sentido igualmente desesperada e impotente. La primera respuesta de Robert a la situacin fue adelantarse e interponerse entre su mujer y la paciente histrica. Cuando vio que la seora Ziegler rodeaba el escritorio, temi que se propusiera atacar a la pobre recepcionista. Sin pensarlo siquiera, dio un salto hacia delante y sujet a la seora Ziegler desde atrs, tomndola de la cintura. Clmese aconsej con la esperanza de que su voz sonara a un tiempo autoritaria y sedante. Como si la estuviese esperando la seora Ziegler dio rpidamente media vuelta, enarbol su voluminosa cartera Gucci y la lanz contra el rostro de Robert, partindole el labio. Como el golpe no haba logrado que la soltara, la se dispuso a asestarle otro golpe con la cartera. Al observarla, Robert le solt la cintura y le agarr los dos brazos detrs de la espalda en un abrazo de oso. Pero antes de que consiguiera tenerla bien sujeta, ella volvi a golpearlo, esta vez con el puo cerrado. Ahhhhh! grit Robert, sorprendido por el golpe y apart a la seora Ziegler de un empujn.

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Las mujeres que se encontraban sentadas cerca corrieron hacia otro sector de la sala de espera. Mientras se masajeaba el hombro en que haba recibido el puetazo, Robert observ con cautela a la seora Ziegler. Salga de aqu advirti ella . Esto no tiene nada que ver con usted. Ahora s lo tiene! replic Robert. La puerta que daba al vestbulo se abri de golpe y los doctores Carpenter y Wingate entraron a la carrera. Detrs de ellos apareci un guardia uniformado con una insignia de la Clnica de la Mujer en la manga. Los tres se dirigieron en lnea recta hacia la seora Ziegler. El doctor Wingate, director de la clnica y al mismo tiempo cabeza de la FIV, asumi en seguida el control de la situacin. Era un hombre corpulento con barba y un acento ingls leve pero caracterstico. Rebecca, qu demonios le ocurre? pregunt con voz tranquilizadora . Por disgustada que est, no es forma de comportarse. Quiero mi historial clnico insisti la seora Ziegler . Cada vez que vengo a buscarlo me encuentro con evasivas. En este lugar hay algo malo, algo podrido. Quiero mi historial clnico. Es mo. No, no lo es la corrigi el doctor Wingate con calma Son registros de la Clnica de la Mujer. Sabemos que el tratamiento para la infertilidad puede causar tensin, y tambin que en algunas ocasiones las pacientes transfieren su frustracin y ansias en nosotros, los mdicos. Comprendemos que se sienta desdichada. Le hemos dicho asimismo que si decide acudir a otra institucin especializada tendremos mucho gusto en entregarle su historial clnico a su nuevo mdico. Esa es nuestra poltica. Si su nuevo mdico desea entonces entregarle ese material, es decisin suya. Siempre nos hemos sentido orgullosos por la importancia que le damos al hecho de preservar la inviolabilidad de nuestros registros. Soy abogada y conozco mis derechos replic la seora Ziegler, ya no tan segura de s misma. Hasta los abogados pueden equivocarse adujo el doctor Wingate con una sonrisa, y el doctor Carpenter asinti con la cabeza . Con todo gusto le permitiremos leer su historial y dems material clnico. Por qu no me acompaa y le echa un vistazo? Tal vez eso la har sentirse mejor. Por qu no se me ofreci esa oportunidad desde un principio? pregunt la seora Ziegler, y las lgrimas comenzaron a surcarle las mejillas . La primera vez que vine a buscar mi historial clnico, le dije a la recepcionista que tena serias dudas con respecto a mi estado. Jams se me sugiri siquiera que se me permitira leerlo. Fue un descuido afirm el doctor Wingate . Le pido excusas en nombre del personal si no se le ofreci esa alternativa. Pondremos en circulacin un memorndum para evitar problemas futuros. Mientras tanto, el doctor Carpenter la acompaar arriba y usted podr leer lo que quiera. Por favor, venga con nosotros. Extendi la mano con gesto amistoso y una amplia sonrisa se dibuj en su rostro. Cubrindose los ojos, la seora Ziegler permiti que el doctor Carpenter y el guardia la condujeran al piso superior. El doctor Wingate se dirigi a los presentes en la sala de espera.

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En nombre de la clnica, les pido disculpas por este incidente dijo, mientras se estiraba su bata blanca. En un bolsillo llevaba un estetoscopio, y en otro varias placas de Petri. Despus indic a la telefonista que llamara al personal de limpieza y pusiese todo en orden. El doctor Wingate se acerc a Robert, que se haba sacado el pauelo del bolsillo de la chaqueta para limpiarse la sangre del labio partido. Lo lamento muchsimo se excus el doctor Wingate al mirar la herida de Robert. La sangre todava manaba de la herida, aunque ya no en forma tan profusa. Creo que ser mejor que venga conmigo a Urgencias dijo Wingate. Estoy bien replic Robert frotndose el hombro . No es nada grave. Marissa se acerc para mirarle mejor el labio. Creo que deberas permitir que te echaran un vistazo le dijo. Tal vez haya que darle un punto afirm el doctor Wingate despus de hacer que Robert echara la cabeza hacia atrs para verle mejor la herida . Venga. Yo lo llevar. No puedo creerlo coment Robert disgustado, al mirar las manchas de sangre en el pauelo. Ser cuestin de un momento asegur Marissa . Firmar y te esperar aqu. Despus de un instante de vacilacin, Robert permiti que lo condujeran a Urgencias. Marissa observ cmo la puerta se cerraba detrs de l. Mal poda culpar a Robert si el episodio de esa maana se sumaba a su renuencia a seguir con el tratamiento. De pronto, Marissa se sinti agobiada por una serie de dudas con respecto a su cuarto intento de fecundacin in vitro. Por qu tendra que tener esperanzas de conseguirlo esta vez? Una sensacin de futilidad pareca abatirse sobre ella. Con un gran suspiro, luch contra el llanto. Al pasear la vista por la sala de espera, comprob que el resto de las pacientes se encontraban de nuevo concentradas en la lectura de sus respectivas revistas. Por alguna razn, a ella le result imposible serenarse. En lugar de acercarse a la recepcionista y registrarse, se acerc a un silln vaco y, prcticamente, se hundi en el. De qu servia este nuevo sufrimiento de la recoleccin de vulos si el fracaso era tan seguro? Marissa sepult la cara entre las manos. No recordaba haberse sentido jams tan abatida y desesperanzada, salvo cuando estuvo deprimida al finalizar su etapa como residente en pediatra. Fue entonces cuando Roger Shulman rompi su prolonga da relacin, un hecho que, en definitiva, la haba conducido al Centro para el Control de Enfermedades. El nimo de Marissa decay ms todava al recordar a Roger. A fines de la primavera la relacin de ambos todava era intensa, hasta que, de pronto, l anunci que se iba a la UCLA por una beca en neurociruga. Quera ir solo. En ese momento, aquello la espant. Ahora comprenda que l estaba mejor sin ella, una mujer estril. Trat de quitarse de la cabeza esas ideas. Se dijo que lo que estaba pensando era un disparate. Los pensamientos de Marissa se remontaron a un ao y medio atrs, a la poca en que ella y Robert decidieron tener hijos. Lo recordaba bien porque haban celebrado esa decisin con un viaje especial de fin de semana a la isla Nantucket y un brindis con un buen Cabernet Sauvignon.

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Por aquella poca, los dos pensaban que concebir un hijo sera slo cuestin de semanas, cuando ms un par de meses. Como Marissa siempre haba tomado todas las precauciones para no quedar embarazada, jams se le ocurri que podra tener problemas en ese sentido. Despus de haber transcurrido alrededor de siete meses, empez a preocuparse. Los das previos a su perodo se convirtieron en momentos de creciente ansiedad, seguidos por depresin cuando se haca realidad. Pasados diez meses, ella y Robert comprendieron que algo andaba mal. Al ao tomaron la difcil decisin de hacer algo al respecto. Fue entonces cuando acudieron a la Clnica de la Mujer para ser analizados y evaluados en el departamento de infertilidad. El anlisis del esperma de Robert constituy el primer obstculo, que fue salvado con excelentes calificaciones. Las primeras pruebas a las que se someti Marissa fueron ms complicadas, e incluan radiografas del tero y de las trompas de Falopio. Como mdica, Marissa estaba bastante al tanto de lo que consista el estudio. Incluso haba visto ilustraciones de las radiografas en libros de texto. Pero esas fotografas no la haban preparado para la experiencia real. Recordaba vvida mente la experiencia, como si hubiera sido ayer. Deslcese un poco hacia abajo le pidi el doctor Tolentino, el radilogo. Estaba ajustando la enorme unidad de fluoroscopia de rayos-X sobre la parte inferior del abdomen de Marissa. De la mquina surga una luz que proyectaba una rejilla sobre su cuerpo. Marissa se retorci sobre la dursima camilla para deslizarse hacia abajo. El cuentagotas del suero colgaba de su brazo derecho. Le haban administrado vlium y se senta un poco mareada. Pese a sus esfuerzos por controlarse, tema verse afectada otra vez por una pesadilla inducida por las drogas. Muy bien! exclam el doctor Tolentino . Perfecto. La rejilla estaba centrada ahora justo debajo del ombligo. El doctor Tolentino accion una serie de interruptores elctricos y en el monitor de rayos catdicos del fluoroscopio apareci un resplandor gris claro. El doctor Tolentino se acerc a la puerta y llam al doctor Carpenter. El doctor Carpenter entr con una enfermera. Ambos vestan el mismo tipo de pesado delantal de plomo con que el doctor Tolentino protega su cuerpo de la radiacin ambiente. Al contemplar semejante equipo protector, Marissa se sinti an ms expuesta y vulnerable. Marissa not cmo le levantaban las piernas y se las abran para colocarle los pies en los estribos. Entonces el extremo de la camilla cay y qued colgada del borde. Ahora sentirs el especulo le advirti el doctor Carpenter. Marissa apret los dientes cuando not que el instrumento penetraba dentro de ella y se abra. Ahora sentirs un pinchazo le explic el doctor Carpenter . Utilizaremos anestesia local. Marissa se mordi el labio. Tal como se lo haba advertido el doctor Carpenter, sinti un dolor punzante y respir con fuerza. No se haba percatado de que estaba conteniendo la respiracin. En ese momento, lo nico que quera era que la prueba terminara de una vez. Slo un par de minutos ms asegur el doctor Carpenter como leyndole el pensamiento.

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Marissa poda representarse mentalmente el instrumento largo y con forma de tijera, con sus mandbulas abiertas como dos colmillos opuestos. Saba que esos colmillos acababan de morder el delicado tejido de su cuello uterino. Marissa no sinti dolor, sino slo una sensacin de presin y de tironeo. Oa que el doctor Carpenter hablaba con la enfermera y el doctor Tolentino. Perciba el aparato de rayos X en funcionamiento y apenas lograba ver parte de la imagen que apareca sobre la pantalla de fluoroscopio. Muy bien, Marissa! exclam el doctor Carpenter . Como ya te expliqu, la cnula Jarcho ya est en su sitio, de modo que ahora inyectar la tincin. Es probable que lo notes un poco. Marissa volvi a contener el aliento, y esta vez el dolor lleg. Era como un calambre fuerte que fue creciendo hasta que le result imposible quedarse inmvil. No te muevas! le orden el doctor Carpenter. No puedo evitarlo gimi Marissa. Justo cuando crey no poder soportar ms, el dolor cedi. Espir aliviada. No lleg a ninguna parte indic el doctor Carpenter con sorpresa. Tomar una placa aadi el doctor Tolentino . Creo que distingo los extremos de las trompas aqu y all. Sealaba la pantalla con un lpiz. De acuerdo replic el doctor Carpenter. Entonces le explic a Marissa que le haran otra placa, por lo que deba permanecer inmvil. Qu pasa? pregunt Marissa, preocupada. Pero el doctor Carpenter no le prest atencin o no la oy. Las tres personas desaparecieron detrs de la pantalla. Marissa mir el inmenso aparato suspendido sobre ella. No se mueva grit el doctor Tolentino. Marissa percibi un chasquido y un leve zumbido. Saba que su cuerpo acababa de ser bombardeado con millones de diminutos rayos X. Lo intentaremos de nuevo explic el doctor Carpenter cuando regres . Esta vez quiz duela un poco ms. Marissa se aferr a los costados de la mesa. El dolor que sigui fue el peor que haba experimentado en su vida. Era como un cuchillo clavndose y retorcindose en la parte inferior de su cuerpo. Cuando el procedimiento termin, vio que las tres personas se agrupaban alrededor de la pantalla del fluoroscopio. Qu han encontrado? pregunt Marissa. Por la cara del doctor Carpenter comprendi que algo andaba mal. Por lo menos, ahora sabemos por qu no puedes quedarte embarazada seal con voz solemne . No pude introducir embrin en ninguna de tus trompas. Y vaya si lo intent, como seguramente habrs notado. Las dos parecen tan selladas como un tambor. Cmo puede ser? inquiri Marissa alarmada. El doctor Carpenter se encogi de hombros. Tendremos que investigarlo. Probablemente tuviste una infeccin. No recuerdas nada por el estilo? No! contest ella . No lo creo.

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Unas veces descubrimos la causa de la obstruccin de las trompas y otras veces, no repuso el doctor Carpenter . Incluso algn episodio de fiebre alta en la infancia puede, en ocasiones, daar las trompas. Se encogi de hombros y palme a Marissa en el brazo . Lo investigaremos. Cul es el siguiente paso? pregunt Marissa con ansiedad. Ya se senta bastante culpable por ser estril. Ese sorprendente descubrimiento acerca de sus trompas le hizo preguntar se si no le habra transmitido alguna enfermedad uno de sus primeros amantes. Nunca haba sido una libertina ni nada Roger. Podra Roger haberle contagiado algo? Marissa tena un nudo en el estmago. No creo que ste sea el momento para hablar de estrategias prosigui el doctor Carpenter . Pero lo ms probable es que recomendemos una laparoscopia y quiz tambin una biopsia. Siempre existe la posibilidad de que el problema se resuelva con microciruga. Si eso no funciona o no es practicable, an queda la fecundacin in vitro... Marissa! grit Robert, obligndola a regresar al presente. Levant la vista. Robert estaba parado frente a ella. Qu ests haciendo? pregunt Robert, visiblemente fastidiado . Le pregunt por ti a la recepcionista y me dijo que ni siquiera te habas presentado para decir que habas llegado. Marissa se puso de pie de un salto. Robert mir su reloj. Vamos! dijo dando media vuelta y enfilando hacia el escritorio de la recepcionista. Marissa lo sigui. Observ el cartel que haba detrs del escritorio: SOLO SE FRACASA CUANDO SE DEJA DE INTENTAR. Lo siento explic la recepcionista . Con todo ese barullo me he puesto muy nerviosa, y no me di cuenta de que la seora Buchanan no se haba registrado. Por favor! le pidi Robert . Avise a los mdicos que est aqu. Por supuesto! replic la recepcionista y se puso en pie Pero primero quiero darle las gracias por su ayuda de hace un rato, seor Buchanan. Creo que aquella mujer estaba a punto de atacarme. Espero que no le haya hecho demasiado dao. Slo me han puesto dos puntos explic Robert, bastante ms calmado . Estoy muy bien. Robert baj la voz y escudri con disimulo la sala de espera. Podra darme uno de esos... de esos recipientes de plstico? pregunt. Desde luego replic la recepcionista. Se agach y abri un cajn de donde sac un recipiente de plstico graduado y se lo entreg. Robert lo cogi. Er..., bueno, esto har que todo tenga sentido le susurr Robert a Marissa con sarcasmo. Sin mirar de nuevo a su esposa, se dirigi a una de las puertas que conducan a una serie de cubculos para cambiarse. Marissa observ cmo se iba y lament la brecha cada vez ms ancha que los separaba. La capacidad de ambos para comunicarse se estaba reduciendo. Avisar al doctor Wingate que est aqu explic la recepcionista. Marissa asinti. Regres con lentitud a su silla y se dej caer.

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Nada estaba saliendo bien. No se quedaba embarazada y su matrimonio se desintegraba ante sus propios ojos. Pens en todos los viajes de negocios que Robert haba estado realizando en los ltimos tiempos. Por primera vez desde que se casaron, Marissa se pregunt si no estara teniendo una aventura. Tal vez sa era la razn por la que de pronto no quera proporcionar una muestra de esperma. Quiz haba estado hacindolo en otra parte. Seora Buchanan! llam una enfermera desde un portal abierto, haciendo seas a Marissa de que la siguiera. Marissa se puso de pie. Reconoci a la enfermera: era la seora Hardgrave. Est lista para la recoleccin de vulos? le pregunt con voz entusiasta la mujer mientras consegua una bata, un camisn y unas chinelas para Marissa. Tena un acento parecido al del doctor Wingate. Marissa la haba interrogado al respecto en cierta oportunidad. Y le sorprendi enterarse de que la seora Hardgrave no era inglesa sino australiana. Una recoleccin de vulos es lo ltimo que deseo en este momento reconoci Marissa . En realidad, no s por qu me obligo a pasar por esto. Est algo deprimida, no? pregunt la seora Hardgrave con ternura. Marissa no respondi. Se limit a suspirar al tomar la ropa La seora Hardgrave extendi el brazo y le toc el hombro. Hay algo sobre lo que le gustara que hablramos? Marissa levant la vista y la mir. En esos ojos de un gris verdoso haba calidez y comprensin. Al principio, lo nico que Marissa pudo hacer mientras luchaba por contener el llanto fue sacudir la cabeza. Es muy frecuente que las personas involucradas en procedimientos in vitro se sientan agobiadas por problemas emocionales aleg la seora Hardgrave . Pero, por lo general, ayuda bastante hablar del tema. Nuestra experiencia indica que parte del problema radica en el aislamiento al que se sienten sometidas las parejas. Marissa asinti. Ella y Robert se haban sentido aislados. Y a medida que las presiones aumentaron, empezaron a evitar a sus amistades, sobre todo a las parejas que tenan hijos. Ha surgido algn problema entre usted y su marido?pregunt la seora Hardgrave . No es mi intencin entro meterme en su vida privada, pero hemos comprobado que lo mejor en estos casos es abrirse a los dems. Marissa volvi a asentir con la cabeza. Observ el rostro comprensivo de la seora Hardgrave. Quera hablar con ella. Tras secarse algunas lgrimas con el dorso de la mano, le cont la negativa inicial de Robert a cooperar aquella maana, y la subsiguiente pelea. Le confi a la seora Hardgrave que empezaba a pensar en la necesidad de interrumpir los tratamientos para la infertilidad. Ha sido un infierno para m reconoci Marissa . Y para Robert. Creo que podra decirse que algo funcionara mal en ustedes dos de no haber sido as explic la seora Hardgrave . Esto es algo que provoca tensin en todos, incluso en el personal de la clnica. Pero es importante que traten de ser ms abiertos. De hablar con otras parejas. Eso los ayudar a aprender a comunicarse el uno con el otro y a conocer las limitaciones mutuas. Estamos preparados para la seora Buchanan anunci otra enfermera desde la puerta de la sala de ultrasonidos. La seora Hardgrave le hal levemente un brazo a Marissa para tranquilizarla.

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Vaya ahora indic . Despus volver para que sigamos conversando. Le parece bien? S, muy bien replic Marissa intentando mostrar mayor entusiasmo. Quince minutos ms tarde, Marissa estaba nuevamente tendida de espaldas en la sala de ultrasonidos, enfrentada a otro procedimiento doloroso y potencialmente peligroso. Se encontraba acostada en posicin supina, con las piernas extendidas. Algunos instantes despus, se las levantaran y le colocaran los pies en los ya familiares estribos. Seguira despus la desinfeccin y, a continuacin, la anestesia local. La sola idea la llenaba de pnico. La sala, en s misma, inspiraba temor. Era un ambiente helado, ominoso y futurista, lleno de instrumentos electrnicos, algunos de los cuales Marissa poda reconocer. El instrumental se hallaba conectado a mltiples pantallas de rayos catdicos. Afortunadamente, la aguja para la recoleccin de vulos, de 30 cm. de longitud, no estaba a la vista. La enfermera de ginecologa que haba hecho entrar a Marissa en la sala se ocupaba de los preparativos. El doctor Wingate, que se encargaba de casi todos los casos de infertilidad en la clnica, entre ellos la fecundacin in vitro, todava no haba llegado. Un golpe en la puerta llam la atencin de la enfermera, que se acerc y la abri. Marissa volvi la cabeza y vio a Robert de pie en el umbral. Aunque aquella sala lo incomodaba incluso ms que a Marissa, se oblig a entrar en ese recinto de alta tecnologa. Seal por encima del hombro en beneficio de la enfermera. La seora Hardgrave dijo que poda entrar un momento explic. La enfermera asinti, hizo una sea en direccin a Marissa y volvi a enfrascarse en sus preparativos. Robert se acerc con cautela a su esposa y la mir. Tuvo cuidado de no tocar ninguno de aquellos instrumentos tan delicados, y tampoco roz siquiera a Marissa, por aquella tarea trascendental. Y ahora que mi parte ha terminado, me voy a la oficina. Por desgracia, debido a los puntos llegar ms tarde de lo planeado. As que debo darme prisa. Pero regresar despus de la reunin para buscarte. Si la reunin se prolongase, llamar por telfono y te dejar un mensaje con la seora Hardgrave. De acuerdo? De acuerdo respondi Marissa . Gracias por la muestra de esperma. Aprecio tu gesto. Robert se pregunt si no habra algo de sarcasmo en aquellas palabras. De nada repuso por fin . Que tengas suerte con la recoleccin de vulos. Ojal consigan una docena. Y tras dar una palmadita en el hombro de Marissa, se dio media vuelta y abandon la sala. Marissa sinti que de nuevo los ojos se le llenaban de lgrimas, pero no supo si era de tristeza o de rabia. Se senta muy sola. En los ltimos tiempos Robert se mostraba muy eficiente y metdico, incluso cuando se trataba de ella. Le dola que la hubiera dejado sola para enfrentarse a aquella difcil prueba. El Robert actual pareca muy diferente del hombre con el que se haba casado, llena de gozo, pocos aos atrs. De muchas formas diferentes le transmita que ahora los negocios eran lo primero; constituan su identidad y su vlvula de escape. Una nica lgrima corri hacia su oreja. Cerr los ojos con fuerza, como queriendo aislarse del mundo entero.

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Tuvo la sensacin de que su vida comenzaba a desintegrarse y de que no poda hacer nada para impedirlo. Disclpeme, doctor Wingate dijo la seora Hardgrave, de teniendo al mdico que se encaminaba hacia la sala de ultrasonidos . Podra hablar un minuto con usted? Es importante? pregunt el doctor Wingate . Ya llego tarde para atender a la seora Buchanan. Es precisamente de ella de quien deseo hablarle contest la seora Hardgrave, y ech la cabeza hacia atrs. Era una mujer alta, de mas de un metro ochenta. Aun as, pareca menuda en comparacin con la impresionante mole del doctor Wingate. Es algo confidencial? inquiri el mdico. Acaso no lo es todo aqu? replic la seora Hardgrave con una sonrisa burlona. S, claro admiti el doctor Wingate. Camin con paso vivo por el pasillo hacia su consultorio. Entraron por una puerta trasera directamente desde el pasillo, sin pasar as frente a su secretaria. Wingate cerr la puerta detrs de ellos. Ser breve empez la seora Hardgrave . He estado pensando que la seora Buchanan..., en realidad, debera decir la doctora Buchanan... Recuerda que es mdica, verdad? S, por supuesto respondi el doctor Wingate . El doctor Carpenter me lo dijo hace dos aos. Recuerdo que fue una verdadera sorpresa para m. El doctor Carpenter se enter al leer algo en el Globe. Creo que es importante tomar en cuenta el hecho de que es doctora prosigui la seora Hardgrave . Como sabe, a veces los mdicos se convierten en pacientes muy difciles. El doctor Wingate asinti. De todas formas prosigui la seora Hardgrave , creo que sufre cierto grado de depresin. Eso no es nada extraordinario aleg el doctor Wingate . Casi todas nuestras pacientes de fecundacin in vitro se deprimen en uno u otro momento. Hay tambin ciertos indicios de discordia conyugal sigui la seora Hardgrave . Incluso me insinu que podra interrumpir el tratamiento despus de este ciclo. Eso sera muy lamentable repuso el doctor Wingate, por fin interesado en la conversacin. La depresin, los problemas conyugales y el hecho de que es mdica me hacen pensar que tal vez deberamos alterar el sistema del tratamiento. El doctor Wingate se apoy en el escritorio, coloc un pulgar debajo de su mentn y apoy la nariz sobre el ndice mientras reflexionaba acerca de la sugerencia de la seora. Ella tena definitivamente razn y la flexibilidad era una cosa que l siempre haba recomendado. Tambin presenci la escena con Rebecca Ziegler agreg la seora Hardgrave . Eso seguramente contribuy a su perturbacin emocional. Estoy muy preocupada por ella. Pero hasta ahora se ha mantenido estable afirm el doctor Wingate. Es cierto replic la seora Hardgrave . Supongo que lo que ms me inquieta es que se trate de una profesional. Aprecio su preocupacin repuso el doctor Wingate . Lo que ha contribuido siempre al xito de la Clnica de la Mujer es la importancia que le

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atribuimos a los detalles. Pero creo que no hay peligro en seguir adelante como de costumbre con la doctora Blumenthal Buchanan. Tolerar otro par de ciclos, pero tal vez sera prudente recomendarles a ella y a su marido el asesoramiento que prestamos aqu en la clnica. Muy bien asinti la seora Hardgrave . Se lo sugerir. Pero, como mdica, es posible que se resista a esa idea. Con el asunto ya decidido, el doctor Wingate se acerc a la puerta y se la abri a la seora Hardgrave. A propsito de Rebecca Ziegler prosigui la seora confo en que la estarn atendiendo bien. En este momento est leyendo su historial explic el doctor Wingate mientras segua a la seora Hardgrave hasta el pasillo . Por desgracia, creo que eso la trastornar bastante. Me lo imagino afirm la seora Hardgrave.

19 DE MARZO DE 1990 11.37 a.m.Dorothy Finklestein apur el paso por el pasillo cubierto y entr en el patio de ladrillos de la Clnica de la Mujer. Como de costumbre, llegaba tarde. Le haban dado hora para su examen anual a las once y cuarto. Una rfaga repentina de viento le levant el ala del sombrero. Lo agarr justo a tiempo para impedir que saliera volando de su cabeza. Al mismo tiempo, algo en la parte superior del edificio le llam la atencin. Un zapato de tacn alto caa hacia ella. Aterriz cerca, en un parterre con rododendros. A pesar de que tena prisa, Dorothy se detuvo mientras levantaba la vista recorriendo en sentido inverso la trayectoria del zapato. En el ltimo piso de la Clnica de la Mujer, cinco plantas ms arriba, vio lo que le pareci era una mujer sentada en el antepecho de una ventana, con las piernas colgando y la cabeza baja como si estudiase la acera. Dorothy parpade esperando que sus ojos la engaaran, pero la imagen persisti: no era su imaginacin, la que estaba all arriba era una mujer, una mujer joven! Un escalofro recorri su cuerpo cuando vio que la mujer se adelantaba un poco y, despus, se lanzaba cabeza abajo en un salto mortal. La mujer caa como una mueca de tamao natural, cobrando velocidad a medida que pasaba por los sucesivos pisos. Se estrell contra el mismo parterre que el zapato, con un golpe seco como el de un libro pesado que cae de plano sobre una alfombra gruesa. Dorothy hizo una mueca de dolor como si su propio cuerpo hubiera sufrido la cada. Despus, cuando la realidad se abri paso en ella, se puso a gritar. Haciendo acopio de todo su coraje, corri hacia la maceta sin la menor idea de lo que hara. Como encargada de compras de una gran tienda de Boston, no tena demasiado entrenamiento en primeros auxilios, aunque haba asistido a un curso cuando estaba en el college. Algunos transentes respondieron a los gritos de Dorothy. Despus de recuperarse de la impresin inicial, varios la siguieron hasta el jardn, mientras otra persona entraba en la clnica para dar la voz de alarma.

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Al llegar al borde del macizo, Dorothy mir hacia abajo horrorizada. La mujer estaba tendida de espaldas. Sus ojos abiertos miraban fijamente hacia el cielo, sin enfocar nada. Sin saber qu ms hacer, Dorothy se arrodill entre los arbustos y empez a hacerle la respiracin boca a boca, pese a que era obvio que la mujer no respiraba. Exhal varias veces en su boca pero tuvo que detenerse. Volvi la cabeza y vomit su caf con rosquillas de media maana. Para entonces ya haba llegado a la escena un mdico de impecable bata blanca. Por supuesto que la recuerdo afirm el doctor Arthur Usted era la mujer con tanta sensibilidad a la quetarnina. Cmo podra olvidarla? Slo quera estar segura de que no volvera droga subray Marissa. Al principio no reconoci al doctor Arthur porque no haba vuelto a tratarla desde la biopsia. Pero despus de haber comenzado l a preparar el suero, algo le refresc la me mona. Lo nico que necesitamos hoy es un poco de vlium la tranquiliz el doctor Arthur