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ROCCO Y SUS HERMANOS (EL GUIÓN) 1. Acantilado rocoso sobre el mar. Exterior. Amanecer. Viento y lluvia. Mar fuertemente agitado y tempestuoso. La lluvia y el viento arre- cian. Apartándose de las olas que se rompen contra la costa ro- cosa, la cámara encuadra desde la mitad de la costa la cima del acantilado que se asoma al mar tempestuoso. Al borde del acantilado se han parado cuatro figuras negras. Son dos hombres que llevan a hombros un ataúd, y otros dos, más bajos, que se mantienen unos pasos atrás. A los cuatro les azota el viento y la lluvia que arrecian a ráfagas intermitentes. Permanecen inmóviles por un momento. Luego, levantando el ataúd con los brazos, los dos que lo llevan lo empujan de golpe lanzándolo hacia las olas encrespadas. El ataúd sigue una trayectoria lenta en el aire y, al alcanzar las olas, es inmediatamente tragado, desapareciendo de la vista. Los cuatro, en silencio, siguieron con la mirada el vuelo del ataúd. Ahora da un paso hacia delante el primero. Su rostro está surcado por la lluvia y las lágrimas y, reteniendo a duras penas los sollozos, dice: S IMONE : Soy Simone. Le hubiera tocado a Vincenzo, que es el hijo mayor, hablarte. Pero él está lejos... y no sabe nada. Si tú no hubieras muerto en invierno, te hubiéramos llevado a ente- rrar a Bernalda, donde hay un cementerio. Ahora todo está lleno de barro, socavones, y no hay caminos... El que le ayudó a llevar el ataúd se coloca junto a él. Con una expresión más sombría rompe a hablar: Rocco: Soy Rocco. Estamos afligidos y desconsolados. Pero hay otros en el fondo del mar, todos amigos tuyos... Tras decir estas palabras, Rocco se santigua, imitado por Simone y por los dos más jóvenes que han permanecido detrás de ellos. Son Ciro, de dieciséis años, y Luca, de doce. Ciro y Luca se arre- bujan en sus chaquetas temblando de frío.

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ROCCO Y SUS HERMANOS (EL GUIÓN)

1. Acantilado rocoso sobre el mar. Exterior. Amanecer. Viento y lluvia.

Mar fuertemente agitado y tempestuoso. La lluvia y el viento arre-cian. Apartándose de las olas que se rompen contra la costa ro-cosa, la cámara encuadra desde la mitad de la costa la cima del acantilado que se asoma al mar tempestuoso. Al borde del acantilado se han parado cuatro figuras negras. Son dos hombres que llevan a hombros un ataúd, y otros dos, más bajos, que se mantienen unos pasos atrás. A los cuatro les azota el viento y la lluvia que arrecian a ráfagas intermitentes. Permanecen inmóviles por un momento. Luego, levantando el ataúd con los brazos, los dos que lo llevan lo empujan de golpe lanzándolo hacia las olas encrespadas.

El ataúd sigue una trayectoria lenta en el aire y, al alcanzar las olas, es inmediatamente tragado, desapareciendo de la vista. Los cuatro, en silencio, siguieron con la mirada el vuelo del ataúd. Ahora da un paso hacia delante el primero. Su rostro está surcado por la lluvia y las lágrimas y, reteniendo a duras penas los sollozos, dice: SIMONE: Soy Simone. Le hubiera tocado a Vincenzo, que es el

hijo mayor, hablarte. Pero él está lejos... y no sabe nada. Si tú no hubieras muerto en invierno, te hubiéramos llevado a ente-rrar a Bernalda, donde hay un cementerio. Ahora todo está lleno de barro, socavones, y no hay caminos...

El que le ayudó a llevar el ataúd se coloca junto a él. Con una expresión más sombría rompe a hablar:

Rocco: Soy Rocco. Estamos afligidos y desconsolados. Pero hay otros en el fondo del mar, todos amigos tuyos...

Tras decir estas palabras, Rocco se santigua, imitado por Simone y por los dos más jóvenes que han permanecido detrás de ellos. Son Ciro, de dieciséis años, y Luca, de doce. Ciro y Luca se arre-bujan en sus chaquetas temblando de frío.

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La ceremonia ha terminado. Simone y los hermanos reemprenden el camino hacia su casa...

...Les vemos bajar por un sendero escarpado, entre el barro. En la lejanía se vislumbra el pueblo blanquecino bajo el cielo negro. Sobre el fondo del camino de regreso empiezan a aparecer los

TÍTULOS

que continúan hasta la llegada de los cuatro a la plaza, tras atra-vesar las calles estrechas y fangosas del pueblo.

CONTINÚAN LOS TÍTULOS.

2. Plazuela del pueblo. Exterior. Amanecer.

A lo largo de la pared, delante de una miserable oficina de colo-cación situada en la planta baja, una hilera de peones que espe-ran para ser elegidos para el trabajo del día. En la lejanía, una modesta iglesia, en la que alguien está desmontando las colga-duras de luto.

Un esmirriado hombrecillo sale del local destinado a oficina de colocación. HOMBRE DE LA OFICINA: Hay que roturar la viña de Mancinelli Ni-

cola... Tres jornadas de trabajo...

Los peones quedan un momento silenciosos, como si cada uno meditara por su cuenta.

PRIMER PEÓN: Son diez quilómetros de ida y diez de vuelta.

HOMBRE: ¿Entonces qué?

PRIMER PEÓN: Son seiscientas liras.

Se produce un largo silencio en los rostros sombríos y hostiles.

FIN DE LOS TÍTULOS!. Los primeros de la cola, viendo pasar a los cuatro hermanos, se quitan la gorra, y son imitados poco a poco por todos los demás. Subrayada por el paso de los cuatro hermanos, que personifican la presencia de su compañero de trabajo fallecido, prosigue la* subasta de brazos.

SEGUNDO PEÓN (interviene): Quinientas. Otro silencio. Luego otro jornalero, con voz inexpresiva:

TERCER PEÓN: Cuatrocientas cincuenta.

Después de esta cifra, el silencio del grupo se prolonga. Hasta que el hombre de la oficina de colocación habla:

HOMBRE: LO haces tú por cuatrocientas cincuenta. El hombre y el peón se ponen en marcha.

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Los demás vuelven a apoyarse contra la pared. Uno de ellos comenta:

CUARTO PEÓN: Por lo visto está escrito en alguna parte... que hemos de morir en la miseria...

3. Casa Rosaría. Interior. Amanecer.

Aparece el letrero:

LA MADRE

Una hilera de vestidos teñidos de negro todavía goteando va siendo tendida para secarse.

La mujer que los tiende es Rosaría, una mujer ya mayor, pro-bada por la vida, cuyo semblante, de ojos enrojecidos, refleja dolor. Viste de luto. De la tinaja humeante extrae otro de los vestidos puestos a teñir. El interior de la vivienda de Rosaría sugiere la imagen de una vida de fatigas. Es una habitación con varias camas que sirve para dormir, comer, cocinar. Ninguna ventana. La luz llega de la calle a través de la puerta. El ajuar es pobre y típico. Además de las camas y algunas sillas desvencijadas, una vieja cómoda sobre la que impera un San Nicolás protegido por una campana de cristal. Otras imágenes de santos iluminadas por pequeños candiles de aceite; de las paredes cuelgan unas cacerolas, unas sartas de tomates y pimientos.

En un rincón, en el suelo, unas manzanas reinetas y unas pa-tatas, y un par de grandes platos llenos de conserva. En el centro de la habitación se halla una mesa con el tablero redondo. Ante ella está sentada una vecina que escribe lentamente, con dificultad, la carta que Rosaría, mientras sigue tendiendo la ropa, le dicta. ROSARÍA: Hijo mío, desde que la desgracia ha entrado en nues-

tra casa, una idea fija no me abandona nunca... Tu padre ha sido siempre testarudo como una mula y murió apegado a la tierra, que a nosotros tan sólo nos ha ocasionado es-trecheces, y a él le hizo enfermar... Era inútil que yo inten-tara persuadirle de que tú te habías colocado, vamonos todos con Vincenzo, le decía siempre... Y él que no...

La expresión de Rosaría, mediante superposiciones casi imper-ceptibles de sentimientos, pasa del dolor más convencional a

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lo pasional, a la búsqueda de piedad, al rencor, a un tono im-perioso. Por contraste, el rostro de la vecina se mantiene en una actitud de conveniencia, matizado únicamente por el esfuer-zo de escribir. Rosaría prosigue:

...Ahora que ha muerto, yo tengo que salirme con la mía... Por-que también mis otros hijos han crecido y quién sabe qué fortuna pueden hacer en un pueblo más grande, sobre todo Simone, si vieras qué guapo y fuerte se ha vuelto.

A través de la puerta abierta de par en par vemos a Rocco, sen-tado en la calle en una vieja silla.

En el umbral de la casa de enfrente está sentada, con el res-paldo de la silla inclinado, apoyada contra la pared y las piernas balanceando perezosamente, una muchacha muy joven (Imma). ROSARÍA: Sólo Rocco aún no se da cuenta de que nos tendremos que ir de todos modos.

Se miran sin hablarse.

4. Casa Rosaría. Exterior. Día.

Mientras tanto, Rocco e Imma, que está cosiendo, siguen mirán-dose fijamente sin hablar...

...en el fondo, en el interior de la casa, a través del hueco de la puerta, continuamos viendo a Rosaría que dicta su carta y oímos su voz.

ROSARÍA: La verdad es que se lleva algo entre manos con la chica de enfrente la hija de Micuccio, y cuando se habla de mar-charnos se pasan todo el día mirándose... Ni que fuera el fin del mundo...

De repente Imma deja de trabajar y se corta con las tijeras un mechón de pelo.

Se acerca furtivamente a Rocco, con gestos temerosos, como si temiera ser vista.

Le toca la mano, que hasta ahora Rocco tenía inerte. El mechón de pelo pasa de la mano de ella a la mano de él. Los dos jóvenes se miran fijamente atónitos, conmovidos. Entonces Imma, rapidísima, se inclina hacia Rocco y, con las tijeras, corta un pequeño mechón de sus cabellos. Rocco abre una pequeña bolsita que lleva colgando del cuello y esconde en ella los dos mechones de pelo, el suyo y el de Imma.

5. Campiña. Exterior. Día.

Pequeño campo de tierra de aspecto muy árido y estéril. Simone

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y el comprador recorren los límites del campo, demarcado tos-camente y roturado en parte. Ciro y Luca, sentados en una tapia con aire interrogativo y triste, siguen los movimientos de los dos. Al alcanzar el límite del campo, Simone y el comprador se es-trechan la mano e intercambian la escritura y el dinero.

Voz ROSARÍA (en off): ...Tendremos la oportunidad de dar la tierra e irnos todos de aquí... Ya lo sé, se vende por una mi-seria, justo el dinero para el viaje... Pero ¿a qué esperar?

6. Tren. Exterior. Noche.

Tren que corre en la noche, montado con una sucesión muy rá-pida de carteles indicadores. Las estaciones se suceden. El tren se cruza con otros lanzados a gran velocidad.

7. Tren. Interior. Noche.

Interior de un departamento, ocupado por la familia de Rosaría. Sus equipajes no son gran cosa, míseras maletas de fibra y grandes pañuelos que contienen enormes formas de pan. Los muchachos y la madre se adormilan unos sobre otros, con una imagen de estrecho y celoso hábito familiar.

8. Gimnasio «La Lombarda». Milán. Exterior. Interior. Noche.

Mientras seguimos oyendo la voz de Rosaría en off descubrimos finalmente a su hijo Vincenzo, que sale por la puerta de un modesto gimnasio de boxeo.

Voz ROSARÍA (en off): ...Escúchame bien, Vincenzo... Tú ya estás colocado... ahora les toca a tus hermanos tener su oportuni-dad... Un día de éstos iremos...

Vincenzo sube desde el fondo de la escalerita del sótano del gimnasio, mientras a sus espaldas se vislumbra la mescolanza confusa de figuras y de gestos de los púgiles que se entrenan; el ruido casi imperceptible de las voces; el sonido rítmico de los aparatos; la atmósfera cargada y un poco alucinante de este lugar de reuniones nocturnas.

Al salir a los rigores del invierno, Vincenzo se sube la solapa del abrigo, un abriguito raído y modesto, y se aleja frotándose las manos desnudas.

A su lado desfila —a la altura de sus piernas— la hilera de las ventanas del gimnasio, bajas y cuadradas, fuertemente ilumi-nadas desde el interior. De esos cristales fríos, en parte empa-

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nados por el hielo, se vislumbran retazos de la actividad del gimnasio y se escucha, a oleajes, el sonido de voces confusas.

OCTUBRE 1955

9. Estación central de Milán. Interior. Exterior. Noche.

En la estación de Milán, gris y llena de humo, acaba de dete-nerse un tren del Sur. Entre un ruido confuso de voces y un gran movimiento de gente y de empleados, mozos con carritos, vendedores de bolsas de víveres para viaje, etc., los viajeros bajan en masa como hormigas de las cien portezuelas que se abren y se encaminan hacia la salida. Poco a poco en el andén de llegada se percibe un grupo más compacto que descendió de un vagón de tercera.

Están quietos y agrupados, tras haber amontonado sus pocas cosas, su equipaje, a sus pies.

La muchedumbre se va dispersando. Sólo ese grupo sigue allí, incierto y como perdido.

Ahora los vemos mejor. Son: una mujer ya mayor rodeada por tres muchachos y un niño.

Por fin se deciden a pedir una información a un empleado o a un soldado que pasa.

En plano general vemos el grupo que, tras cargar con sus bul-tos, se encamina hacia la salida.

10. Exterior estación central de Milán. Exterior. Noche.

Entre la confusión de los coches, de los taxis, la familia cruza con precaución el vestíbulo exterior de la estación. Se acercan a una parada de tranvía. Llevan consigo, además del equipaje, unas pocas vituallas que debían servir para el viaje y para regalar, panes redondos envueltos en un pañolón y sartas de higos secos.

11. Interior tranvía Milán. Exterior. Noche.

Desde el tranvía en marcha por Milán.

Las ventanillas empañadas dejan entrever las luces fantásticas de la ciudad. Son como relámpagos inciertos de colores. Una visión deformada y en marcha...

(Fundido.)

VINCENZO

12. Complejo casa de los Giannelli. Interior. Noche.

Vincenzo, cohibido y sonriente, está sentado en una silla del comedor de casa de los Giannelli con Ginetta sentada a su lado. Lleva un traje nuevo flamante. En el ojal, en señal de luto, lleva un botón de fieltro negro. La madre Giannelli y el padre están sentados alrededor de la mesa central con otros parientes que han venido a dar la enhorabuena a los novios. MADRE: Quieren obrar a su antojo. A los padres ¡ni escucharles!

La mano de Ginetta busca la de Vincenzo quien, torpemente, apenas si la aprieta. Ginetta es una muchacha morena, ni guapa ni fea, pero con un rostro simpático y fresco.

V INCENZO: ¡Bien hemos de decidirnos a actuar por nuestra cuenta!... Yo no tengo deseos de volver allá abajo... Mi familia quiero hacérmela aquí, ¿no es verdad, Gina? Sobre la mesa está la bandeja con las copas de licor «Strega». Ginetta se levanta y vierte el licor en las copitas. Cerca del aparato de radio, de pie, se hallan los chicos Giannelli, uno de veinticuatro años, Alfredo, y otro de diecisiete, Bruno. Una de las parientes se vuelve hacia el mayor, que tiene un aspecto más burgués y que parece querer quedarse al margen.

PARIENTE GIANNELLI : Y tú, ¿no piensas en casarte?

ALFREDO GIANNELLI : ¡Válgame el cielo! ¡Basta con que estas ton-terías las haga uno en la familia, ¿no?

El hijo mayor ríe forzadamente mirando en dirección a su her-mana y su futuro cuñado, a quienes quiere manifestar su de-saprobación.

Ginetta, mientras vuelve a colocar la botella de «Strega» en el centro de la mesa:

GINETTA: El se cree que tendrán que mantenernos ellos... (al hermano): No te pediremos nunca nada... Puedes estar se-guro...

Y vuelve a su sitio junto a Vincenzo.

Se oye el timbre insistente de la puerta.

Todos miran en dirección a la entrada.

BRUNO GIANNELLI : Ese es Aldo. Yo me voy al cine, mamá... El padre Giannelli de mal humor:

PADRE GIANNELLI : ¿Todas las noches? ¿Pero no te cansas nunca de ese dichoso cine?

La prima, deseando mantener despierta la velada:

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PRIMA GIANNELLI : ¡Virgen Santa!... Yo fui el domingo para lle-var a Franceschino y me dormí en seguida.

Desde la pequeña entrada llegan unas voces confusas.

PRIMA GÍANNELLI : Me eché una buena dormidita... Abuela, de-cía él...

Voz DE BRUNO GÍANNELLI (en off): Vincenzo... ¡Ven a ver!

Todos se vuelven a mirar hacia la entrada y ven:

...el grupo formado por Rosaría y sus cuatro hijos, que acaba

de entrar. Vincenzo se levanta rápidamente y, precipitándose hacia la entrada, grita: VINCENZO: Madre... Rosaría espera inmóvil. Extiende los brazos y acoge a Vincenzo contra su pecho.

ROSARÍA: ¡Hijo mío! Y rompe a llorar. Vincenzo se aparta de ella, sorprendido, pero cordial y con afectuosos manotazos da la bienvenida a los her-manos mayores. Levanta a Luca y le besa en las mejillas. La madre Giannelli va al encuentro de Rosaría. Con un impulso sincero : MADRE GÍANNELLI : ¿Rosaría? Reina una gran confusión en la estancia, en la que todos los invitados se levantan para recibir a los recién llegados. El pa-dre Giannelli ayuda a Rosaría a desembazararse de sus hatillos. Vincenzo ayuda a los hermanos a dejar en el suelo los bultos y las maletas. Alfredo Giannelli mira con curiosidad a los hijos de Rosaría, tan arrebujados y tímidos.

Rosaría se ha sentado. Alrededor de ella forman un círculo los Giannelli y los parientes.

Rosaría se seca los ojos, suspira y buscando con la mirada a Vincenzo continúa:

ROSARÍA: ¡Qué desgracia la nuestra! Hijo mío querido...

Las mujeres presentes hacen coro a Rosaría con sus exclama-ciones.

...Pero ¿ya no llevas luto?

Vincenzo, venciendo su embarazo y cogiendo la mano de Ginetta, se la presenta a su madre.

V INCENZO: Sí, sí, pero esta noche... (sonríe). Esta es Ginetta. Ya te escribí que nos casamos... Y habéis llegado justo a tiempo de darnos vuestra bendición...

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Rosaría examina a Ginetta y menea la cabeza tristemente: ROSARÍA: ¿Casaros? ¿Pero ya sois tan ricos como para poder pen-sar en los hermanos menores y en los hijos que vendrán?

Ginetta acoge con turbación el comentario de Rosaría. Sonríe apenas mirando a Vincenzo, que hasta ahora no parece darse cuenta exacta de la situación. Dirigiéndose a la madre en tono de interrogación:

V INCENZO: Pero, madre. ¿Por qué no me habéis escrito que lle-gabais todos?

Rosaría abriendo mucho los ojos.

ROSARÍA: ¡Te lo hemos escrito!

VINCENZO: Cuando ocurrió la desgracia de nuestro padre me es-cribisteis... y yo os contesté que antes era necesario ver si había trabajo... para ellos... y después...

Vincenzo mira a sus hermanos, que le contemplan sin perder ni

una sola de sus palabras.

Por fin la madre Giannelli estalla:

MADRE GIANNELLI : YO creía que habíais venido para la boda.

ROSARÍA: Tengo demasiada pena para pensar en fiestas...

El padre Giannelli interviene:

PADRE GIANNELLI : Todo se lo han hecho ellos... Pero ustedes, va-mos a ver, ¿vienen directamente de la estación?... ¿Dónde van a dormir?

ROSARÍA: YO creo que mi hijo no me dejará dormir en la calle... Es él quien ahora ha de pensar por todos.

Los Giannelli se cruzan una mirada, asustados.

MADRE GIANNELLI : Doña Rosaría... no se ofenda, tal vez sea me-jor aclarar desde ahora las ideas. Usted debe pensar en sus hijos, es justo... Pero yo tengo que pensar en esta hija mía.

GINETTA (levantando la voz): ¡MamáI ¿Qué quieres decir con todo esto?

ALFREDO GIANNELLI (levantando la voz): Déjala que hable. Tiene razón mamá...

GINETTA (levantando la voz): Porque tú ya sabes lo que quiere decir, claro.

ALFREDO GIANNELLI : NO soy tonto y tiene razón.

Todos hablan excitados. Es del todo evidente que la discusión degenerará en riña.

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GINETTA (chillando): ¡Y no chilléis! ROSARÍA (con voz chillona): Vincenzo, hijo mío.,. ¡Llévame fue-

ra de esta casa!... ¡En seguida!...

V INCENZO (aterrado): ¡Pero, madre! ¿Qué estás diciendo? ¿Por qué gritas?...

GINETTA : ¡Dios mío! ¡Dios mío! Sed razonables... (Gritando): ¿Pero es que habéis enloquecido todos?

ROSARÍA: ¡NO! ¡NO me he vuelto loca! ¡Lo he comprendido todo, yo! (señalando a Vincenzo): Tú también lo has comprendi-do, que lo que quieren es impedirte que cumplas con tu deber hacia tu madre y las criaturas. Ni siquiera un poco de respeto por ese pobre muerto... ¡Desvergonzados!... No quiero volver a verles... Fuera, fuera en seguida de aquí...

Ginetta trata de intervenir.

ROSARÍA: Y tú también: ¡a callar! Sois una gentuza... una gen-tuza.

V INCENZO: ¡Mamá! ¿Qué te ha dado?

ROSARÍA: Vamonos. Hijos, coged esos bultos... ¡Dios os lo ten-drá en cuenta! ¡Porque Dios es justo! Y despiadado.

El padre Giannelli, indignado, hace un gesto de conjuro. Ginetta coge a Rosaría por el brazo.

GINETTA (suplicante): Sea buena. Tenga paciencia. Nadie ha que-rido ofenderla... ALFREDO: ¡Gina! ¡Ven aquí! VINCENZO: ¡Déjala! Alfredo (arrastra a Ginetta a la fuerza).

Ginetta grita, dolorida. Vincenzo intenta lanzarse contra Alfredo. ALFREDO: ¿Crees que me das miedo, chalado? Es la madre Giannelli la que interviene: MADRE

GIANNELLI (a Vincenzo): ¡Fuera de aquí! ROSARÍA (dramática, a Vincenzo): ¿Lo has oído? ¿Permites que

te lo digan? Rosaría arrastra a Vincenzo y a los otros hijos.

13. Obras de una casa en construcción. Exterior. Noche.

Cerca de la choza de madera del vigilante, apoyada en una pi-lastra de cemento, hay una bombilla roja, de las que se acos-

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tumbran poner para indicar las zonas donde hay obras. Un gran perro callejero atado a un palo cerca de la choza del vigilante continúa ladrando sin parar. La puerta de la choza se abre y aparece un vigilante con la expresión alterada por el sueño. Es un hombre de unos cuarenta años. Voz VINCENZO (en off): ¡Armando! Soy yo. VIGILANTE: ¿Eh? El vigilante trata de ver en la oscuridad. Pero aún no se ve nada. Entonces el vigilante descuelga la linterna roja para en-focar la luz. V IGILANTE : ¿Qué pasa? Me has hecho entrar miedo. Entra, que

hace frío.

14. Caseta del vigilante. Interior. Noche.

Los dos hombres entran en la choza, en la que sólo hay un camastro y una banqueta de madera sobre la que hay una lámpara de acetileno que el vigilante enciende. Súbitamente se produce una luz violentísima que hace resaltar más aún la palidez y la expresión preocupada de Vincenzo. Vincenzo hace un gesto con la mano como diciendo: «demasiado habría que contar». Se sienta a los pies del camastro. El vigi-lante se sienta a su vez, coge la manta, se enrolla en ella y luego se tiende haciendo un ovillo con todo el cuerpo. V INCENZO: SÍ no le molesto, me quedo aquí. El vigilante se encoge de hombros. Tiene ganas de volver a coger el sueño. V IGILANTE (llamándole la atención la expresión alterada de Vin-cenzo): Anda, cuenta. ¿No te habrás metido en algún lío? Vincenzo alza los hombros. Ni siquiera él sabe cómo definir lo que le ha ocurrido.

V INCENZO: El lío lo han armado mi madre y mis hermanos. Han llegado como una tempestad. De modo que ya no tengo ha-bitación, ya no tengo novia y tengo todas estas preocupa-ciones.

V IGILANTE (divertido): ¿Habitación y novia son la misma cosa?

Vincenzo mira al vigilante y tarda en comprender la broma.

V INCENZO: Ya se ve que tiene ganas de bromear. Pero ¿cómo me las arreglo con toda esta familia? Son cinco personas, ¿se da cuenta? ¿Dónde las meto? ¿Dónde encuentro el dinero para pagar una casa?

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El vigilante bosteza. Ha dejado de interesarse por el drama de su amigo. V IGILANTE (bostezando): ¡Si todo el mal estuviera en eso! Habi-

taciones se encuentran todas las que uno quiere.

V INCENZO: SÍ pagas... VIGILANTE (aburrido): Haz como hacen todos. Coge un piso— casa

barata— y, si puedes pagar, pagas un par de meses, luegp dejas de pagar y, después de otro mes, te llega el desahucio. Os vais adonde los desahuciados, donde no pagas nada y has-ta tienes calefacción. En Milán no dejan a nadie en medio de la calle.

V INCENZO (interesado): ¿Podrían admitirnos en seguida?

V IGILANTE (bosteza): ¡Eso noi Debes haber sido desahuciado, ¿comprendes?

15. Lambíate. Casas populares con patios interiores. Exterior. Día.

Ante el grupo de viviendas populares en el que han logrado alquilar un semisótano, la familia entera de Rosaría está des-cargando de una carreta las poquísimas cosas que necesitan para completar su nueva morada. Los hermanos, desde la noche de su llegada a la ciudad, ya han cambiado un poco. Ahora, con cierta alegría, los cinco hermanos y la madre descargan los catres, los colchones y los escasos enseres. Mirando esos mo-vimientos, la portera comenta con una vecina asomada a una ventana de la planta baja la llegada de los nuevos inquilinos.

PORTERA (con un ademán de desprecio): Africa... VECINA: ¿De dónde son? PORTERA (con el mismo desprecio): Lucania... Ya lo sabe usted

mejor que yo, en el INA (1) si no son de allá ni siquiera empiezan a tomarlos en consideración.

VECINA: Esta por lo menos es una bonita familia. Todos chicos y, de faldas, ¡la madre y basta!

PORTERA: ¡Si fuera por eso! He visto muchas de esas bonitas familias que a la hora de la verdad... ¿Qué se apuesta a que éstos también dentro de un mes, dos a lo sumo, les llega el ultimátum? ¡Deshaucio! Claro que sí, todos son lo mismo! ¡Charnegos! (2).

(1) INA: Istituto Nazionale Assicurazioni. (2) Terrone: forma despreciativa de «meridional» sin ninguna alusión a clase

social. Podría definirse una especie de «insulto geográfico».

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Los hermanos van y vienen con sus cosas. Alegres y llenos de entusiasmo.

16. Complejo casa Rosaría e hijos. Interior. Noche.

El semisótano que Vincenzo ha alquilado para la familia consta de una habitación, una cocina y un retrete. La pared de la cocina está sembrada de una serie de ollas y cazuelas de cobre colgadas de unos ganchos. Hileras de tomates cuelgan de un lado a otro como festones. En la habitación duermen los cua-tro hermanos mayores, en la cocina Rosaría con Luca; Ciro y Vincenzo duermen en el mismo camastro, uno con la cabeza donde los pies del otro. Junto a su camastro se halla un gran saco de ajos. El ambiente apenas si está iluminado por la claridad del amanecer que entra desde el exterior. Al silencio absoluto con que se abre la escena, sigue ahora un vocerío confuso y lejano.

VOCES EN EL PATIO. Vincenzo se mueve en sueños. Se despierta. Permanece con los ojos abiertos y el oído atento. Después, de pronto, salta de la cama. Se acerca a la ventana.

La abre de par en par. El patio de la casa está cubierto por una espesa capa de nieve que por lo visto cayó durante la noche. También ahora sigue nevando. Unos tubos de chimenea, en el lado opuesto del patio, arrojan bocanadas de humo caliente, viscoso y grasiento. Hay un hombre en el patio, arrebujado en sus ropas, que está hablando por señas con otro asomado a la ventana de un pise de la planta baja. Sin cerrar la ventana, Vincenzo vuelve adentro y empieza a dar puntapiés a los camastros, a tirar de las mantas para des-pertar a sus hermanos.

V INCENZO: ¡Simone! ¡Rocco! ¡Ciro! ¡Despertad! Hoy vais a tra-bajar todos.

Los hermanos se dan la vuelta en la cama, friolentos, abren los ojos, miran hacia la ventana.

VOCES HERMANOS: ¿Qué pasa? ¿Te has vuelto loco? Déjame dormir.

A la puerta de la habitación se ha asomado Rosaría. ROSARÍA: ¡Nieva! ¡Nieva fuerte!

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LUCA (saltando del camastro): ¡Nieve! V INCENZO: Hay que darse prisa o nos vamos a quedar sin tra-

bajo. Nieva de mala manera. Y los milaneses no quieren ver nieve por la calle.

Vincenzo pasa por encima de uno de los camastros para ir hacia el retrete.

Tropieza, se incorpora con dificultad: ...Daros prisa, ¡ánimo, dormilones!

LUCA: Madre, ¿es de día o de noche?

ROSARÍA (gritando): De día, de día. Palabra de San Nicolás que esta noche tenéis que volver todos con dinero o dejáis de ser hijos míos...

Todos han saltado de las camas. Los movimientos para vestirse, lavarse, prepararse, empaquetar algo para comer, se hacen cada vez más frenéticos.

ROSARÍA: ROCCO, hijo de mi alma. Tú has estado enfermo. Ponte debajo estos dos jerseys míos.

Rocco (reacio): Mamá, ¿cómo voy a ir con esos jerseys de mujer? Simone estalla en una carcajada. ROSARÍA: NO le hagas caso, tú escucha a tu madre. Debajo de la

chaqueta, ¿quién te los va a ver?

Uno por uno, arrebujados en sus jerseys y en sus abrigos, los hijos besan a la madre y se escabullen por la puerta de en-trada.

17. Zaguán y patio. Exterior. Amanecer.

Aparecen por todas las puertas del patio figuras de hombres que cruzan la explanada blanca, que se agolpan, como las abejas en un colmenar intercambiándose palabras y saludos. Alguien, desde un poco más lejos, llama:

UN VECINO (llamando): ¡Simone! SIMONE: ¿Eh? UN VECINO: ¿También venís vosotros? SIMONE: Pero ¿dónde hay que ir?

UN VECINO: A la delegación... Interroga a otro.

SIMONE: ¿Y dónde está?

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El otro se encoge de hombros con una expresión de sueño, mien-tras golpea el suelo con los pies por el frío.

OTRO VECINO: ¡Quién sabe! Todos se encaminan hacia el portal de salida.

18. Exterior edificio casa Rosaría. Exterior. Día.

Delante de la verja del edificio se detiene un taxi del que baja una mujer joven. Es Nadia. Tiene un aspecto elegante, algo so-fisticado. Su forma de vestir y especialmente su maquillaje con-trastan vivamente con el ambiente que la rodea, ese barrio de casas negras y fuliginosas, en la atmósfera grisácea del amane-cer. Los hombres que han salido del portal se alejan sin obser-var el taxi que se ha detenido ni a la mujer.

TAXISTA (escéptico): Pero ¿es aquí? Nadia paga el taxi, mira alrededor suyo. Se dirige hacia el portal del mismo bloque donde viven los Parondi. Con una mano sostiene un envoltorio, formado por una botella de cham-paña llena hasta la mitad y unos dulces. Con la otra, un bol-so. Camina sobre la nieve, balanceándose sobre sus tacones altos, pero en realidad un poco cansada y aterida.

19. Escalera casa popular en que viven Rosaría y sus hijos. Inte» rior. Día.

Un poco jadeante, Nadia está subiendo los últimos peldaños de la escalera, evitando, refinada y remilgada, los lugares su-cios y húmedos.

UN TIMBRE RONCO

llama a una puerta del último piso. Al cabo de un instante la puerta se abre y, en el hueco, aparece una mujer modestísima.

NADIA (tranquilamente): Hola, mamá. y le estampa un beso despreocupado en la mejilla. La mujer, al ver a la muchacha, pone una cara asustada. Sus palabras suenan temerosas y un poco misteriosas.

MADRE NADIA : Virgen santa, ¿tú?,.. Vete antes de que vuelva tu padre,..

Ante los ojos pasmados y todavía incrédulos de la madre, Nadia empuja la puerta con el pie para abrirla.

NADIA : Me ha entrado la añoranza de papá y mamá. MADRE (inmóvil): ¿Estás en un lío? ¿Otra vez?

5S LUCHINO VISCONTI

NADIA : ¿Pero qué líos? (se ríe). Te he traído dulces. ¿Contenta?

La madre lanza una mirada preocupada a los dulces que Nadia le ha puesto en la mano y levanta la botella para medir su contenido. Se trata evidentemente de los restos de una fiesta interrumpida en su mejor momento.

Nadia entra en el piso y se estira sensualmente y aburrida. NADIA : ¡Déjame dormir!

20. Calle en las cercanías del Duomo. Exterior. Día.

La escuadra de la que forman parte Rocco, Simone y Ciro está quitando la nieve con la ayuda de palas en una calle del centro. Es un trabajo duro y agotador, que, sin embargo, los hermanos Parondi llevan a cabo con entusiasmo, casi alegremente, arropa-dos hasta el cuello.

Simone se seca el sudor.

SIMONE: Aquí les querría ver a todos, los del pueblo... Micuccio, Fiorino...

Con un gesto de desprecio, a su solo recuerdo:

...Cuando dicen que es inútil irse, venir, porque todo es igual aquí... Y mientras tanto ellos están allá, todos en jila, contra la pared de los sin trabajo... y esperan... ¿Pero qué espe-ran aún?

Cruzan, envueltas en sus abrigos de pieles, dos señoras bastante elegantes. Simone las sigue con la mirada y las indica a Rocco.

SIMONE: Ni siquiera ellas son iguales aquí.

21. Otra calle del centro. Exterior. Día.

Una vez quitada la nieve de la calle, un camión la recorre para el mejor acabado del trabajo, rociándola con un chorro bajo de agua para lavarla.

Ciro se ha alejado del grupo y se ha detenido delante del es-caparate de una tienda. En el escaparate está expuesto un anun-cio: SE NECESITA CHIQUILLA (3) PARA RECADOS. EDAD MÁXIMA DIE -CISÉIS AÑOS. RAZÓN AQUÍ. SIMONE (llamando): ¡Ciro! Ciro alcanza corriendo a sus hermanos.

(3) Piccinina: literalmente «pequeñita», modismo usado especialmente en el norte de Italia.

ROCCO Y SUS HERMANOS 59

CIRO: ¡Eh! Oye, Simone, he visto una cosa. ¿Me presento? Bus-can... (una pausa) ¿Qué quiere decir chiquilla?

SIMONE: Anda, date prisa... (mofándose): «Chiquilla»... La escuadra de obreros prosigue su duro trabajo de quitar la

nieve. SIMONE: Pero no deja de tener razón la «chiquilla». Es aquí

donde hay que venir a buscar trabajo. ¿Quién es toda esta gente? ¡No habrán nacido todos ricos!

Uno de los hombres que quitan la nieve y que forma parte del grupo oye la frase de Simone e interviene

HOMBRE QUE QUITA LA NIEVE: ¿Ves esa bodega de vinos? El dueño es del pueblo de mi cuñado. Era un muerto de hambre como no había otro. Ahora, en cambio, cuando entra mi cuñado hace como si no le conociera.

El hombretón escupe al suelo con rabia. ...Es cuestión de suerte.

SIMONE: La suerte hay que saber atraerla. Y Vincenzo no la tendrá nunca. De eso ya me he dado cuenta.

Rocco: ¿Por qué? Trabaja. Nos ha ayudado. Ha puesto la casa. ¿Qué más debe hacer? Ahora nos toca a nosotros.

Simone continúa mirando alrededor suyo. Vemos con él las casas altas del centro.

Voz DE SIMONE (hosca) : Claro. Nos toca a nosotros. Espera a que me haga una idea clara. No es posible que también aquí haya que trabajar como bestias, correr de aquí para allá siempre al día...

22. Calle céntrica de Milán. Exterior. Día.

Ahora ya es completamente de día y es la hora de abrir las tien-das y de llegar los empleados a las oficinas. Las dificultades creadas por la gruesa capa de nieve han ocasionado una lenti-tud y una aglomeración en los servicios públicos. Varios autobu-ses avanzan al paso, unos detrás de otros: en cuanto llegan a las paradas y se abren las puertas, bajan grupos de gente apre-surada y agitada.

De uno de estos autobuses baja Ginetta acompañada por su hermano mayor, Alfredo. Ginetta, siempre seguida por su her-mano, llega hasta la entrada de servicio de los grandes alma-cenes donde trabaja y hacia la que convergen otras depen-dientas y empleados. Ginetta saluda cordialmente a sus com-

60 LUCHINO VISCONTI

pañeras y se despide en cambio de su hermano con sólo un gesto de fastidio.

El hermano mayor de Ginetta se aleja, y entonces... ...por detrás de un quiosco de periódicos, se asoma Vincenzo, quien por un momento sigue con la mirada a Alfredo para cerciorarse de que se va.

Después se acerca rápidamente a la puerta de la entrada de servicio de los grandes almacenes y llama:

V INCENZO: ¡Ginetta! Ginetta se vuelve y mira a Vincenzo con expresión feliz, que se cambia en seguida en un gesto de preocupación. Ginetta vuelve sobre sus pasos.

GINETTA: ¡Ten cuidado! Estaba...

V INCENZO: Le he visto. Se ha ido.

Los dos se miran. Ginetta baja los ojos.

GINETTA (con voz temblorosa): No te dejaste ver más.

V INCENZO (con amargura): A tu casa no puedo ir. Por la calle vas siempre acompañada. Trabajo cuando tú trabajas... Ha tenido que sucederme una desgracia hoy...

GINETTA: ¿Qué desgracia? V INCENZO: ES un decir. Estaba seguro de que se trabajaría en

la obra, así es que no he ido a quitar nieve y he perdido el jornal en un sitio y en otro... ¿Qué quieres hacerle? El que no tiene residencia es un jornalero... y a los jornaleros si hay sol los toman y si no hay sol no...

GINETTA : Papá dice que ha pasado el tiempo en que todos tosi de pueblo hacían una instancia, firmaban con una cruz y se convertían en milaneses...

V INCENZO: YO en cambio tengo esperanzas...

GINETTA: TÚ has nacido con la esperanza... Pero ¿basta con eso?

V INCENZO: Y en cambio, dale que te dale... puede que lo arre-glemos todo, ¿sabes? La casa ya la tenemos, unas jornadas de trabajo los hermanos ya empiezan a hacerlas...

GINETTA (apesadumbrada): Sí, sí, lo sé. Pero en mi casa ya no quieren oír hablar de eso. ¿Con qué ánimos empezamos una vida nueva?

Vincenzo busca las palabras. Está muy apurado. Pero quiere decirlo todo.

ROCCO Y SUS HERMANOS 61

V INCENZO (con intención): Mamá dice que un hombre que quiere de verdad a una mujer... Un hombre que es hombre... pues, se la toma.

GINETTA (entornando los ojos, recelosa): Se la toma, ¿cómo?

V INCENZO (cada vez más apurado): La toma como se toma una mujer... sin pedir permiso ni a ella ni a nadie...

Ginetta, afligida, indica el tropel de dependientas, todas bastan-te elegantes y bien arregladas, que entran por la puerta de la «Rinascente» (4) reservada a la entrada del personal.

GINETTA: ¡Vincenzo! ¡Todavía no has comprendido que aquí

no estamos en Lucania! y sus ojos se empañan, se vuelven más pensativos y profundos.

...A mí deberías siempre pedirme permiso.

V INCENZO (con intención): Bueno, te lo pido.

Las últimas dependientas retrasadas se escurren rápidamente por la puerta. Ginetta va a entrar también.

GINETTA: Adiós... V INCENZO (la coge de la mano): ¿Entonces? Ginetta intenta escapar. Vincenzo la retiene una vez más.

VINCENZO: ¿Me quieres? Ginetta sonríe y se escapa hacia el interior de los almacenes. Se vuelve apenas para decirle por señas: «hasta la noche».

23. Complejo patio trastero y escalera. Interior-exterior. Noche.

Es la noche del mismo día. Vincenzo y un hombre de unos sesenta años, el padre de Nadia, se encuentran con sus bicicletas delante del trastero que hay debajo de la escalera. El padre de Nadia tiene una bicicleta encarnada, medio rota. Puesto que la puertecilla del trastero es bastante estrecha, Vincenzo deja que pase primero el otro.

VINCENZO: Pase usted. PADRE NADIA : Gracias. El padre de Nadia entra con su bicicleta, que deposita en el in-terior. Vuelve a aparecer en seguida y se dirige hacia la escalera. PADRE DE NADIA : Buenas noches. VINCENZO: Buenas noches.

(4) Grandes almacenes de Milán.

62 LUCHINO VISCONTI

Vincenzo entra en el trastero, pero, al colocar su bicicleta, oca-siona la caída de otras dos o tres con gran estrépito. Preocupado, enciende la luz débil de un fanal y, a través de la puerta en-tornada, mira hacia la escalera...

...pero el padre de Nadia, por lo visto, no se ha dado cuenta de nada. Continúa subiendo la escalera silbando. Tranquilizado, Vincenzo recoge una tras otra las bicicletas y las coloca como puede apoyándolas las unas en las otras, cuando desde lo alto de la escalera se oyen de repente unos gritos como de una riña. Una puerta se abre y se cierra violentamente.

Voz (en off) PADRE NADIA (gritando): ¡Te voy a matar! ¡Te voy a matar!

24. Escalera, Exterior. Noche (escenario natural).

Un ruido de tacones que bajan veloces la escalera. Vuelve a abrirse una puerta. Las amenazas se hacen más inteligibles.

Voz (en off) MADRE NADIA : ¡Guglielmo! Vuelve adentro. Déjala. (llorando : ) / Déjala !

Vincenzo no consigue oír más.

25. Trastero. Interior. Noche (decorado).

Una figura femenina se precipita en el trastero y se le planta delante cerrando la puerta a su espalda. Es Nadia. Va ligera de ropa, está despeinada y ni siquiera se preocupa de abrocharse la bata. Su cuerpo jadeante y en parte dejado al descubierto por la corta combinación, impresiona inmediatamente a Vin-cenzo, quien se queda sorprendido e inmóvil delante de ella. V INCENZO (balbucea): ¿Qué pasa? Por toda respuesta Nadia le hace señas para que no hable.

Voz (en off) PADRE NADIA : ¡Fuera! ¡Fuera de mi casa!

VOCES INQUILINOS: ¿Qué pasa? ¿Pero se están volviendo locos? ¡Estos destripaterrones del demonio!

Voz PADRE NADIA (en off): Dejadme. No me importa nada acabar en la cárcel...

Vincenzo y Nádia permanecen en silencio, hasta que los gritos en el rellano y en la escalera disminuyen y se apagan. Durante este tiempo la muchacha ha estado apretada contra él, puesto que el trastero es realmente pequeño para contener dos per-sonas a la vez.

ROCCO Y SUS HERMANOS

63

Vincenzo está muy turbado por ese contacto. Nadia se da cuenta

y se aparta de él.

NADIA : Perdone... V INCENZO (balbucea): ¿Pero qué pasa? ¿Quiénes son?

NADIA (con una risita irónica): Mi padre. No vamos muy de acuerdo.

V INCENZO: ¿Pero usted vive aquí? No la he visto nunca...

NADIA (en un susurro, siempre mirando a Vincenzo): Por mí, yo viviría aquí. Pero ellos no quieren. ¿Ha visto cómo me tratan? Vincenzo la observa cada vez más turbado. VINCENZO: NO llore. Nadia no llora en absoluto, mira sorprendida a Vincenzo y acaba por aceptar su sugerencia.

NADIA (bajando la cabeza): Eso es fácil de decir... (aspira por la nariz, jadeante).

Vincenzo la mira fijamente lleno de temor, en la mirada y en la voz: V INCENZO: Pero ¿por qué? NADIA (suspira, casi tomándose el pelo a sí misma): Lo de siem-

pre... La acostumbrada cuestión del honor... Sí, el honor de los pobretones... el honor de las muchachas, eso... Hay que ver lo que les importa ese honor... (se rebela): ¿Y qué debe hacer una desgraciada? ¿Debe desaparecer? ¿Debe anularse? ¿Para darles gusto? (menea la cabeza): Si las mujeres tu-vieran que desaparecer por eso... (sonríe casi contenta): Bue-no, dejémoslo.

Vincenzo trata también de sonreír, de bromear. VINCENZO: (sonríe): Sí, quedaríamos sólo nosotros, los hombres. (Sonríe con burda malicia) : Y entonces, ¿para qué?

Le arregla la bata sobre los hombros.

...Pero y ahora, ¿cómo se las va a arreglar?

NADIA : Me voy. Antes de que cambien de idea. V INCENZO: ¿ASÍ? Entre en nuestra casa. Mi madre le dará algo que ponerse.

NADIA : Gracias. Y le besa en los labios.

V INCENZO (turbado, junto a los labios de ella): ¿Cómo ha dicho? NADIA : He dicho gracias...

64 LUCHINO VISCONTI

Vincenzo intenta volver a besarla, pero Nadia se escabulle del trastero y añade: ...Vamos.

26. Casa Rosaría. Interior. Noche.

Rosaría y los hijos tienen cada uno delante un plato de lente-jas. Con la cabeza inclinada están limpiándolas de las piedre-citas y de los hierbajos cuando Vincenzo y Nadia entran en casa. Nadia los mira a todos y después, con una vocecita débil, dice: NADIA : Buenas noches.

De golpe todos levantan la cabeza, expresando un gran asombro.

ROSARÍA (alarmadísima) : Vincenzo, ¿qué has hecho? ¿Era por ti, entonces, por quien chillaban?

V INCENZO (cohibido): No, mamá... Es esta señorita quien ha te-nido un accidente... Debes ayudarla, mamá... Préstale algo, no sé, un abrigo...

Los hermanos de Vincenzo se han puesto todos de pie. Con mirada experta, Nadia les pasa revista uno a uno.

NADIA : LO siento... molesto...

ROSARÍA (muy perpleja): ¿Quién tiene un abrigo?... (a Vincenzo): Si puede arreglárselas con el de tu padre... V INCENZO:

Basta con que te des prisa, mamá. ¿No ves que tiene

frío?... Rosaría se levanta y se aleja refunfuñando. ROSARÍA: Vamos a ver... y desaparece.

Simone, cuyo rostro refleja una extraña expresión de compla- cencia, Rocco sonriente, Ciro enfurruñado y Luca extático, si-guen de pie observando a esa muchacha tan distinta de ellos.

NADIA : ¿Todos hermanos?

VINCENZO: SÍ... Simone mira fijamente a Nadia hasta el punto de no quitarle

los ojos de encima.

SIMONE: ¿Usted es milanesa? NADIA : Digamos lombarda.

Nadia pasea de nuevo su mirada acariciadora sobre el grupo de muchachos.

...Y vosotros sois del Sur, ¿no? Y aquí en Milán, ¿qué hacéis? Nadia inspecciona la cocina de los Parondi, donde, en una de

ROCCO Y SUS HERMANOS 65

las paredes, están clavados unos recortes de periódicos en los que aparece Vincenzo de boxeador. Simone se encoge de hombros. Rocco: Hoy hemos quitado la nieve. NADIA

(riéndose): ¡No! ¡Qué ocurrencia! Simone mira con reproche a Vincenzo.

SIMONE: NOS llevó él. Hace un mes que estamos aquí. Aún no hemos encontrado un trabajo fijo.

NADIA (coqueta): Unos chicos listos como vosotros encuentran lo que quieren. Basta con moverse. (Indicando la foto): ¿Quién de vosotros es boxeador?

Simone mira a Vincenzo con intención.

SIMONE: El. (Tras una pausa): Boxeaba, pero luego lo ha dejado.

Rosaría vuelve a entrar. Trae en los brazos un jersey, un vestido y un viejo abrigo. Al soltarlos se desprende una nube de polvo.

NADIA : Lástima. Yo conozco a uno que es campeón (ríe). Ahora no recuerdo cómo se llama. Tiene un coche largo como de aquí allí. ¡Eso es otra cosa que quitar la nieve!

SIMONE (volviéndose hacia Vincenzo): ¿Lo estás viendo? Es él quien no quiere que nosotros empecemos...

ROSARÍA: ¡Vosotros moveros por vuestra cuenta, sin esperarle a él! ¿No oís lo que dice la señorita?

V INCENZO: Cuentos. Por mi parte he empezado y acabado. Dos mil liras de Pascuas a Ramos, eso es lo que yo gano... con el boxeo.

NADIA (divertida): Porque no eres un campeón... V INCENZO: ESO es. Pero no es fácil llegar a campeones.

ROSARÍA: ¡Ese no es motivo para que Simone y Rocco no con-sigan lo que tú no has conseguido! ¡Ellos son más jóvenes, más fuertes!...

V INCENZO: Para dejarse romper la cara, basto yo en esta fa-milia...

Nadia ríe divertida. ROSARÍA: ¡Creo que nadie conseguiría romperle la cara a Si-

mone!... LUCA: Mamá tiene razón. Simone es más fuerte que tú. Rosaría hace una señal de entendimiento a Simone.

Vincenzo se acerca a la puerta que da a la escalera y la abre

66 LUCHTNO VISCONTI

un poco para poder espiar a través de la rendija. Se queda es-cuchando. ROSARÍA (a Nadia): Señorita, ésta es la ropa que tenemos..,

Nadia coge las ropas en sus brazos.

NADIA : Se lo devolveré todo mañana. Puede fiarse de mí.

Nadia mira a Vincenzo con una mirada inquieta, como inte-rrogándole. V INCENZO: Menos mal. Hay un guardia; ése que vive aquí. Es

un amigo. Está acompañando a su padre.

Nadia, para cambiarse, tendría que quitarse la bata. Pero sigue

teniendo los ojos dé todos esos hombres fijos en ella.

ROSARÍA (interviene): Para cambiarse tiene el retrete.

NADIA (como aliviada): Gracias... Observada por todos, retrocede hasta el retrete y se encierra

por dentro. Inmediatamente después Rosaría estalla contra

Vincenzo. ROSARÍA (estalla): ¿Pero cómo se te ha ocurrido traerla aquí?...

No sabemos quién es, qué ha hecho... Rocco (extasiado): Es guapa... ROSARÍA: Tiene piel de gallina... Sin sal ni pimienta... Pero ¿cómo

miráis a las mujeres? ¿Con qué las miráis?, me pregunto. V INCENZO: Tiene piel de gallina porque estaba helada...

ROSARÍA (tenaz): No. Es que tiene la piel fea... piel de las de aquí. Vincenzo sigue espiando por la

puerta.

27. Zaguán escalera casa vivienda de Rosaría. Interior. Noche.

Ahora, como visto desde su lado, vemos a un guardia que baja la escalera. El guardia ve a Vincenzo y le saluda con un gesto cordial.

28. Casa Rosaría. Interior. Noche.

V INCENZO: Buenas noches, sargento. Menos mal que está usted. Escuche un momento...

Se oye un golpe seco en el interior del retrete. ...Tal vez sería mejor que la acompañara usted a esa des-graciada,

; I ' J

ROCCO Y SUS HERMANOS 67

Se oye otro golpe seco en el interior del retrete. Todos se miran. Vincenzo intuye que hay algo que no marcha.

V INCENZO (torpe, intentando arreglarlo): Buenas noches, sargento.

El sargento saluda ligeramente sorprendido.

Rocco corre a abrir la puerta del retrete. Mira dentro, no ve a

nadie. Rocco (volviéndose a los demás): Ya no está aquí,..

V INCENZO: NO es posible. Rocco: ¡Ha desaparecido! Debe haber saltado por la ventana...

Se fue por allí. Todos se precipitan para mirar.

Simone escruta maliciosamente a Vincenzo y le pregunta a que-marropa : SIMONE (a Vincenzo): ¿Lo lamentas? Simone ríe, desafiante. Rosaría interviene prontamente.

ROSARÍA (sonriendo): Y tú, ¿en qué te metes? (a Simone): ¡Lim-pia las lentejas! (a Vincenzo): Vincenzo, ¿acaso te has dado cuenta de que Ginetta no es la única mujer de este mundo?...

29. Complejo gimnasio. Interior. Noche.

Es el gimnasio más miserable que se pueda concebir. Un sótano amplio, húmedo, sucio. Los que acuden al mismo están a la altura de la situación. Se trata en su mayoría de chicos en cal-zoncillos y calcetines de lana rotos que, tendidos o de pie en la tarima, se entrenan tenazmente, concentrando en los movi-mientos de brazos y piernas todas sus ansias de bienestar y de éxito. En un rincón a la izquierda está el mejor elemento del gimnasio, un joven cuya expresión es astuta y malvada. El entrenador del gimnasio está cerca del ring y observa el entrenamiento. Junto a él está otro boxeador, ya mayor, que actúa como segundo entrenador en el gimnasio. Vincenzo y el joven boxeador terminan un asalto y descansan apoyándose en las cuerdas. El entrenador se vuelve al boxeador joven y le da unos consejos técnicos. Vincenzo se limita a esperar el nuevo asalto con el aire ausente y pasivo de quien hace de «saco». De repente su atención es atraída hacia la entrada del gimnasio. Junto a la luz del cuadrilátero, Vincenzo no distingue bien. Guiña un poco los ojos y por último reconoce... ...quietos, acabados de entrar en el gimnasio, a sus tres hermanos: Simone, Rocco y Ciro. Salta del cuadrilátero y corre a su encuentro cohibido.

68 LUCHINO VISCONTI

El gong señala el final del descanso, Vincenzo debe volver al cuadrilátero. No sabe qué hacer. Querría echar de allí a sus hermanos. En este titubeo pierde unos segundos hasta que el entrenador le llama:

ENTRENADOR : / Vincenzo ! El entrenador se vuelve y ve a Vincenzo con sus hermanos, arre-bujados en sus ropas, tímidos.

ENTRENADOR: Y éstos, ¿quiénes son? ¿Los que tocan la gaita en Navidad?

Vincenzo vuelve hacia el ring para reemprender su trabajo y dice mientras tanto:

V INCENZO: Perdone... son mis hermanos. Han venido por propia iniciativa.

ENTRENADOR (señala los vestuarios): Por mí... Simone, Rocco y Ciro se encaminan tímidamente hacia los ves-tuarios. Vincenzo sube al ring y empieza nuevamente a boxear. Voz ENTRENADOR (en off) (monótona) : Izquierda... izquierda...

Vemos aún por un momento a los muchachos que más o menos torpemente saltan en la tarima. Detrás de ellos vemos aparecer, timidísimos, en calzoncillos y camiseta, a Simone, Rocco y Ciro.

MARZO 1956

30. Casa en construcción donde trabaja Vincenzo. Exterior. Día.

Es primavera. El terreno lleno de charcos y barro que vimos cruzar a Vincenzo la noche que fue a dormir a la caseta del

vigilante ahora está seco y cubierto por manchas de hierba. En lugar del profundo hoyo excavado para los cimientos, vemos

una casa en construcción bastante adelantada.

Luca corre hacia el gran edificio y de vez en cuando se para

como para ver por dónde pasar y dónde se hallan trabajando

los albañiles en ese momento.

LUCA (haciendo bocina con la mano): ¡Vincenzo! ¡Vincenzo!

Luca reemprende la carrera. Gira por un lado, luego vuelve atrás por otro y choca contra un hombre que lleva un saco de cemento a hombros. Es Simone. LUCA: ¿Dónde está Vincenzo?

ROCCO Y SUS HERMANOS 69

Simone indica un lugar en lo alto. Inmediatamente Luca se pone a correr volviéndose para gritar excitadísimo, como si se tratase de la mejor noticia del mundo:

LUCA: ¡En casa están los del desahucio! Voz V INCENZO (en off): ¡Luca! ¡Luca! Luca se vuelve a mirar hacia arriba, hacia los andamios. Y sigue corriendo, como persiguiendo una cometa, para situarse en la dirección del lugar donde se halla Vincenzo.

LUCA (siempre gritando, feliz): ¡Están los del desahucio! Mamá dice que qué debemos hacer. ¿Vienes tú?

Vincenzo se asoma desde el andamio agarrándose a una cuerda para no caer.

V INCENZO: NO puedo. Ve en busca de Rocco. ¡Id con cuidado, eh! ¡Id con cuidado... sobre todo!

31. Complejo locales para los desahuciados. Interior. Anochecer.

Al fondo del amplio corredor sobre el que se abren a ambos lados las puertas de las habitaciones, cada una de las cuales está destinada a albergar a una familia entera, se halla la cocina común. Sobre una enorme repisa de mármol están ali-neados unos hornillos eléctricos. Cada hornillo se da en depó-sito a una familia. Rosaría escucha las instrucciones de un conserje. CONSERJE: Este es su hornillo.

El conserje maneja el interruptor para enseñar cómo se enciende y se apaga el hornillo. Luego indica las pilas para fregar los platos. En la cocina, muchas mujeres se ocupan de sus quehace-res. Todas miran a Rosaría sin demasiada curiosidad. Por todas partes, tanto en la cocina como en el amplio corredor central, hay niños pequeños que juegan.

Rocco da vueltas satisfecho por el corredor y se asoma como sin querer a las habitaciones para ver su interior. Después se acerca a su madre para comunicarle, feliz, sus impresiones. Rocco (en voz baja, excitado): Sí vieras qué bonitos muebles tie-

nen en una habitación allá en el fondo. Es tal y como me lo habían contado. Uno está aquí, ahorra, y así cuando te dan la casa estás preparado.

ROSARÍA (a Rocco): Dice que debemos ir a presentarnos al di-rector.

70 LUCHINO VISCONTI

Rocco se encamina con Rosaría a lo largo del amplio corredor. Está un poco cohibido. Llega Vincenzo corriendo.

V INCENZO: Dice que tienes que ir a presentarte al director.

Vincenzo se encamina con Rosaría, precedidos por Rocco, a lo largo del corredor.

ROSARÍA: ¿Ahora? ¿Tú también vienes?

VINCENZO: NO. Quiero ir a ver si logro hablar con Ginetta. Quiero darle esta buena noticia.

ROSARÍA (hostil): ¿No te la vas a arrancar nunca del corazón, a ésa? Y, sin embargo, parecía que habías cambiado de hori-zontes.

V INCENZO: ¿YO?

ROSARÍA: ¡SÍ , tú! Me la has traído a casa y hasta se llevó mi chai.

V INCENZO: ¿Y a ti te habría gustado que yo me liara con ésa?, ¿Pero sabes quién es? El guardia que vivía en nuestra casa de Lambrate me lo ha contado todo. Esa es una que hace...

El griterío de los niños cubre las últimas palabras de Vincenzo. Rosaría le mira escandalizada. Vincenzo se acerca a una puerta y la abre decidido.

Un hombre y una chiquilla que comen sentados a una mesa y una mujer en la cama, con aspecto de estar enferma. Vincenzo vuelve a cerrar inmediatamente la puerta. V INCENZO: Me he equivocado. Pero ¿dónde estamos nosotros?

Vincenzo vuelve sobre sus pasos hacia la puerta anterior a la que

abrió. V INCENZO (asomándose): ¡Vuelvo en seguida!

Esta es la habitación que Rosaría y sus hijos han recibido en asignación. En el interior del aposento Ciro, mientras extiende, con la ayuda de Rocco y Luca, una especie de pared divisoria constituida por una vieja manta colgada de un cordel de un lado a otro de la habitación, dice:

CIRO: SÍ conseguimos que nos den uno del plan Romita (5), ten-dremos tres habitaciones, el baño y la cocina.

En el umbral del aposento ha aparecido una mujer con un niño en brazos. Mira tranquilamente al interior de la habitación y a los recién llegados.

(5) Plan para la construcción de casas para trabajadores.

ROCCO Y SUS HERMANOS 71

CIRO: Una habitación la realquilamos... Ciro está muy ocupado y se hace ayudar por Rocco. El niño en brazos de la mujer se ha puesto a lloriquear. Rocco mira a la mujer y sonríe amablemente. La mujer vuelve la espalda y permanece allí, en el umbral de la habitación, meciendo cansinamente el niño.

Simone entra en la habitación volviéndose para mirar a la mu-jer y después se acerca a sus hermanos con una expresión de cómico aturdimiento.

SIMONE: ¡Qué confusión! Rocco: Pero no se paga. ¿Querrás metértelo en la cabeza? Ni si-

quiera la luz. SIMONE (riendo): ¡Pero quién dice nada!

La cortina se ha caído. Ciro vuelve pacientemente a tirar de la cuerda. Simone salta por encima de ella con un ágil brinco, atrapa a Rocco y empieza a boxear con él dentro de ese imagi-nario ring. Rocco: ¡Quieto! SIMONE: ¡Duro! Anda, con la derecha...

Ciro clava en la pared un anuncio de una escuela profesional

para mecánicos.

32. Complejo gimnasio. Interior. Anochecer.

El entrenador le está efectuando a Simone su primera prueba con los guantes. Es entrada la primavera. Todas las ventanas del gimnasio están abiertas de par en par. Las paredes del só-tano muestran, con más evidencia aún, las manchas de humedad y de suciedad.

ENTRENADOR: Derecha. Izquierda. Los brazos más arriba, atontado...

El entrenador para con seguridad, sin moverse del sitio, los gol-pes de Simone. Después se vuelve, para mirar hacia la puerta de entrada. Simone, aprovechando la distracción del entrenador, le lanza un golpe más fuerte que le hace tambalear hacia atrás. El entrenador, con esfuerzo, evita la caída y protesta irritado.

ENTRENADOR: ¡Oh! ¿Eres imbécil? Simone se detiene, cortado. Mira en la dirección de la mirada del entrenador y... Vemos a un hombre, vestido con gran esmero de claro. Es Mo-rini, un boxeador que se ha retirado del ring hace pocos años.

72 LUCHINO VISCONTI

ENTRENADOR (saludando a Morini): ¡Mira quién se deja ver por aquí!

Morini apenas si contesta con un gesto de la mano. Tiene la mirada fija en Simone. Una mirada seria, escrutadora, pero que produce cierta desazón. Morini se acerca lentamente. Rocco, que se está entrenando delante del único espejo del gimnasio, un espejo resquebrajado de arriba abajo, ve reflejada en el cristal la alta figura de Morini, que se detiene a hablar con el entrenador siempre mirando a Simone.

MORINI: ¿Nuevo? Morini habla en voz baja y tiene una voz un poco ronca, muy característica.

ENTRENADOR: Viene aquí desde hace tres meses. Pero tiene pasta.

Morini se acerca a Simone y de repente le hace girar sobre sí mismo, le levanta los brazos, le palpa los músculos, le vuelve los labios. MORINI (sonriendo): Los dientes son de lobo, pero hay demasiada

nicotina. Si quieres dedicarte al boxeo, nada de cigarrillos. (Al entrenador): Si se queda aquí, sin querer ofender a na-die, dentro de un año estará como antes...

El entrenador queda un poco humillado por las palabras de Morini. Morini y el entrenador se alejan de Simone. Los dos entran en el despacho del entrenador. Rocco corre junto a Simone, que ha subido al ring y se está abro-chando el cinturón de protección para el entrenamiento. Rocco hace señas a su hermano para que se agache a oír lo que tiene que decirle. Simone se inclina por encima de las cuerdas.

Rocco (señalando hacia la secretaría): Quiere que vayas al gimnasio de Cecchi, ¿oyes? Al que van todos los profesionales, los campeones.

Simone mira hacia la puerta abierta de la secretaría.

SIMONE: Esperemos que el entrenador diga que sí. (Volviéndose amenazador de repente): Pero, aunque diga que no, ¿a mí qué me importa? Voy igual Se ve que creen que tengo madera. A Vincenzo nunca le quisieron.

Rocco (contento): Es verdad. Simone se recobra. Mira a su hermano.

SIMONE: ¿Y tú?

ROCCO Y SUS HERMANOS 73

Rocco: ¡Deja de pensar en mí! (ríe apacible): Es señal de que yo no tengo madera.

Rocco calla de repente y levanta la mirada viendo ante sí... ...a Morini. También Simone, siempre inclinado apoyándose en las cuerdas, mira a Morini. MORINI (a Simone): ¿Años? SIMONE: Veintiuno. MORINI: ¿La mili?

SIMONE: Le diré: me dieron una prórroga por culpa de un ac-cidente...

Simone indica la pierna donde tiene la cicatriz de una gran herida MORINI: ESO ya lo arreglaremos ¿Tienes ganas de trabajar de

firme?

La palabra «trabajar» vuelve un poco sospechoso a Simone.

SIMONE: ¿Trabajar dónde? MORINI: Entrenarte. En el gimnasio, el de Cecchi. Entrenarte

para triunfar, claro. Teníamos intención de coger a unos jó-venes para formar un equipo... Tú, puede que ya no seas joven... Además has empezado tarde... Pero se me ha metido en la cabeza intentarlo de todos modos...

Simone mira de soslayo a Rocco. Sonríe haciendo un ligero

guiño.

33. Complejo sala de combate y entrada vestuarios. Interior. Noche.

Es la noche del combate interregional de aficionados. El grade-río está atestado de espectadores, todos ellos apasionados por ese género de encuentros: son entusiastas, pendencieros, bulliciosos. Voces, gritos.

En el ring dos jóvenes están boxeando con más rabia que ha-bilidad. En la puerta de los vestuarios, algunos de los boxeadores que tomarán parte en los sucesivos encuentros se asoman en al-bornoz para ver las fases del combate.

Vincenzo está de pie en una de las primeras filas y mira hacia un grupo de personas sentadas en otro lugar de la sala. Como ocurre siempre en estas reuniones, la sala está llena de humo y apenas si logramos distinguir detrás de esa cortina...

74 LUCHINO VISCONTI

...a Ginetta sentada entre los espectadores junto a sus hermanos y a otros parientes y amigos, todos ellos meridionales. El combate en curso está a punto de acabar entre la desapro-bación general. Vincenzo se abre paso junto al ring para dirigirse hacia los vestuarios.

Justo en la entrada Vincenzo encuentra a Simone. Vincenzo está mucho más emocionado que su hermano. Le abraza y dice bal-buciendo : V INCENZO: Están los Giannelli. Piensa que, si ganas, aún es po-

sible que se arregle todo.

SIMONE: ¡ESO! ¡Y yo me dejo romper la cara para darles gusto a los Giannelli!

V INCENZO: Era un decir. Simone da unas palmadas en el hombro de su hermano.

Los dos boxeadores que han terminado su combate regresan a

los vestuarios seguidos por los silbidos de la muchedumbre.

Cecchi se acerca a Simone, después llama a los segundos, uno

de los cuales es precisamente Vincenzo.

CECCHI: ¿Vamos? Mientras pasa para dirigirse al ring Simone es saludado por su

primer entrenador.

ENTRENADOR: NO me hagas hacer el papel de cretino, ¿eh, tú? (a

Cecchi, polémico): ¡No deja de ser harina de mi costal! Puesto que los grupos representantes que participan en el torneo pertenecen a todas las regiones, también el público está dividido por regiones y apostrofa a los contendientes en los distintos dia-lectos, agitando carteles con claras alusiones provincianas. La aparición de Simone en el cuadrilátero con la palabra LOMBAR-DÍA sobre el albornoz desencadena un repentino estallido de gritos, silbidos e invectivas que se mezclan con los aplausos des-tinados al alumno de Cecchi. VOCES: ¡Fuera!

¡Vendido! ¡Traidor!

Vincenzo no consigue ver de dónde parten estos gritos y continúa mirando a su alrededor alarmado.

ENTRENADOR: ESOS que gritan son paisanos vuestros. V INCENZO: ¡Ya lo sé, ya lo sé! Si viera a uno... ENTRENADOR: Pero ¿qué quieres hacer? Tú quieto, ahora.,,

ROCCO Y SUS HERMANOS 75

Simone está en su rincón ocupado en los preparativos que pre-ceden el combate.

VOCES: ¡Perjuro! ¡ Vendido ! ¿Cuánto te han pagado? Ve con quien te paga más, traidor.

Vincenzo, cada vez más alarmado, mira la sala y ahora consi-gue ver... ...al hermano de Ginetta, que se excita. VINCENZO: Ese maldito. La tiene tomada conmigo, ése. Mientras tanto el adversario de Simone ha subido al cuadrilátero. ARBITRO: Simone P. de la «Lombarda» de Milán... (Lombardia). SILBIDOS ENSORDECEDORES. ARBITRO: ...contra Vitólo de la «Virtus» de Potenza... (Lucania). Un lucano que combate por Lucania. Los lucanos enloquecen gri-tándole vivas. VOCES: ¡Animo, Vitólo, ánimo! ¡Duro,

Vitólo! ¡Hazle una cara nueva a ese vendido!

Se trata de un muchacho moreno y macizo, mucho más bajo que Simone, todo músculos, como un toro. Tiene una expresión ce-rrada y primaria pero muy infantil. Suena la señal del primer round e inmediatamente Vitólo se lanza al ataque con mucha ingenuidad, descubriéndose fácilmente. De modo que Simone puede golpearlo y tirarle, después de dos o tres directos en plena cara, a la lona. Vitólo permanece en el suelo hasta que el arbitro lleva contados nueve segundos. El pequeño lucano, vo-luntarioso, se pone de pie.

APLAUSOS ENCONTRADOS. Simone vuelve a su rincón. Durante el descanso entre el primer y segundo round los meridionales gritan aún más fuerte contra Simone y animan a su adversario.

VOCES: ¡Duro, Vitólo! ¡Mátale! ¡Anda, mátale! ¡Abajo Simone!

El gong del segundo round hace callar a los gritones. Sigue un período de silencio, en el que se oye el ruido de los golpes y el jadear de los contrincantes.

El adversario de Simone vuelve al ataque, pero, limitándose a res-guardarse, Simone anula sus puñetazos con los guantes hasta que

76 LUCHINO VISCONTI

con un golpe de suerte alcanza al adversario y le vuelve a tirar al suelo. Esta vez son los lombardos los que aclaman a Simone,

VOCES (a Simone): ¡Dale, Simone! ¡Duro!

(a Vitólo): ¡Anda, niño de pecho! ¡Despierta! ¡Anda y que te desteten, atontado!

A duras penas Vitólo se levanta. El arbitro apenas si ha acabado

de contar y ya Simone vuelve al ataque. Un esquivazo, un golpe

doble, un hábil quite, un directo fulmíneo, y Vitólo, alcanzado

de lleno sin haber tenido tiempo de ponerse en guardia, rueda

nuevamente por el suelo.

Simone ha permanecido de pie, con los guantes pegados a los

muslos. Vitólo está en el suelo, inerte, mientras la muchedumbre acre-

centa progresivamente su amenazador alboroto.

ALBOROTO CRECIENTE. El arbitro suspende el combate y proclama vencedor a Simone por fuera de combate técnico. Levanta el brazo de Simone.

ARBITRO: Simone gana a Vitólo por fuera de combate técnico en el segundo asalto.

La voz del arbitro es ahogada por los insultos de los meridio-nales. VOCES: ¡Cobarde!

¡ Descalificado ! ¡ Descalificado ! ¡Le pegó a traición! ¡ Vendido !

SILBIDOS. Envuelto en una especie de cortina de silbidos e insultos, Simone baja del cuadrilátero y se dirige hacia los vestuarios.

(Fundido.)

34. Vestuarios. Interior. Noche.

Simone está solo en los vestuarios. En off, los gritos del último combate que se está disputando en el cuadrilátero. GRITERÍO DE LA MUCHEDUMBRE (en off). Sale de la ducha, se seca. Mientras se seca, la toalla de felpa deja entrever los reflejos del pantalón de color morado tornaso-lado. Se peina, se unta de bril lantina. Se quita el traje de boxeo.

ROCCO Y SUS HERMANOS 77

Empieza a ponerse los pantalones del traje y la camiseta.

De repente, de lejos, al fondo de los vestuarios, aparece Morini.

Mira fijamente a Simone, que se está vistiendo, encuadrado en

el centro de una hilera de bancos y de armaritos, Morini avanza

sin hacer mucho ruido. Simone debe haberse dado cuenta de

su presencia, pero no se vuelve.

Sigue abrochándose: aprieta el cinturón todo lo que puede. Va

a coger la camisa, pero oye la voz de Morini a su espalda :

Voz MORINI: ¡Bravo! SIMONE: NO era difícil.,. Cayó al suelo antes de tiempo.,.

Morini le mira de pies a cabeza, con una sonrisa burlona. Morini toca los pantalones de seda color morado que cuelgan de un gancho. MORINI: ¿Conque inorado, eh? El color de los campeones y las

vedettes... (tras una pausa): ¿Nos vemos fuera? Te hablo a ti, Apolo... Cenemos juntos... Celebremos juntos tu primera victoria... Después... hay tantas cosas que se pueden hacer...

Y se aleja con su forma acostumbrada y brusca de volver la

espalda e irse.

Simone se lo piensa en silencio. Después termina de hacerse el

nudo de la corbata.

Luca se asoma a los vestuarios gritando excitado.

LUCA: ¡Simonei ¡Ahí fuera están todos arreándose!

(Fundido.) 35. Salida sala de

combate y calles adyacentes. Exterior. Noche.

En las cercanías de la salida de la sala de boxeo, un grupito de lucanos que se preparaba para recibir a Simone con silbidos y abucheos ha llegado a las manos con los seguidores de Parondi. También Ciro, Rocco y Vincenzo, naturalmente, están a punto de tomar parte en la refriega general. Una parte del público que acaba de salir de la sala se detiene para mirar, desaprobando la algazara. Mientras se pegan no dejan de insultarse.

V INCENZO: Cobardes... envidiosos...

Voz: ¡Charnegos! Luca llega corriendo e inmediatamente se mezcla en la batalla.

LUCA: ¡Charnegos lo seréis vosotros!...

UN LUCANO: ¿Y vosotros, de qué raza sois? ¡Renegados, eso es lo que sois!... Aún apestáis a tren... ¡Volved al pueblo!

78 LUCHINO VISCONTI

Vincenzo se siente agarrado por el cuello, tarda un poco en liberarse y, cuando se vuelve, se da cuenta de que se trata del hermano de Ginetta.

V INCENZO: ¡TÚ precisamente! ¡Nosotros dos ya tenemos una cuen-ta por a justar!

ALFREDO: ¡Asustémosla ahora, será mejor!

Vincenzo ya está a punto de lanzarse sobre Alfredo para desaho-gar su antiguo rencor cuando Ginetta, que está allí, un poco apartada con el otro hermano, se interpone rápidamente.

GINETTA: ¡NO! Vincenzo, por Dios. Déjalo...

V INCENZO: Ya es hora de que se acabe... ¿qué le hemos hecho? ¡Que me deje en paz!... ¿Por qué la tiene tomada con noso-tros?

Ginetta le retiene mientras Bruno retiene a Alfredo.

GINETTA: Tienes razón... Pero ¿has visto lo que pasa? Déjame hacer a mí... y ya verás... ya verás lo que soy capaz de hacer.

Mientras tanto Alfredo se ha liberado del freno de su hermano: se acerca a Ginetta y le da una bofetada. Ahora si que Vincenzo pierde la cabeza y los dos se pegan con ganas. Un coche que quiere pasar toca repetidamente la bocina, de modo que los alborotadores se ven obligados a dividirse en dos grupos. En uno de los grupos Rocco, Ciro y Luca pelean con todo su ímpetu. Ciro ya tiene un labio hinchado y el pequeño Luca se tapa con la mano un ojo dolorido. Llegan dos guardias que a duras penas consiguen separar a los contrincantes. En la puerta de salida aparece Simone. Se detiene a mirar divertido el final de la pelea como si la cosa no tuviera nada que ver con él.

Los grupos se mueven, se alejan. Se crean unos claros. En uno de estos claros, a pocos pasos de él, en la acera, Simone ve y reconoce... ...a Nadia. Sus miradas se encuentran.

NADIA (mirándole, ríe de la situación). Simone ahora sonríe y se le acerca. SIMONE: Buenas noches... NADIA : ¿Me reconoces? Diciendo esto, Nadia pasa su brazo por debajo del de Simone y

los dos se ponen en marcha...

Por la acera, pasan junto a un coche detenido.

ROCCO Y SUS HERMANOS 79

Es el coche de Morini. Simone ni siquiera se da cuenta. Pro-siguen. Morini, en cambio, sentado en el interior, sigue a través del cristal a Simone y Nadia, que se alejan juntos. Sintiéndose ig-norado y para llamar la atención de Simone, hace señales con los faros. Pero Simone no se da cuenta y la pareja se aleja en la oscuridad mientras, en sobreimpresión, aparece el nombre

SIMONE

36. Dormitorio de Nadia. Interior. Noche.

Tendido en la cama, con las manos cruzadas detrás de la nuca,

vemos a Simone.

Sentada en la misma cama, a su lado, Nadia fuma. La figura

de Simone queda casi completamente en la sombra, como una

estatua maciza de mármol oscuro.

La figura de Nadia sentada está en cambio en plena luz. La muchacha lleva una combinación de encaje muy vistosa. Fuma

con avidez, con largas bocanadas, y se vuelve un poco para echar

el humo a la cara de Simone.

NADIA (como si concluyera una conversación): ...de modo que has decidido dedicarte al boxeo. Al igual que yo llevo esta vida... Naturalmente por esto...

y hace un gesto como diciendo «dinero». SIMONE: SÍ. Pero también le tengo afición. NADIA (divertida): ¿Ah, sí? ¿De veras?

Nadia ríe divertida. Vuelca la cabeza hacia atrás, estira los brazos. NADIA : SÍ es por eso, yo también «le tengo afición». ¡Cómo no!

Con el movimiento, el cigarrillo ha caído al suelo del lado de Simone. Nadia se estira, echándose toda encima de Simone para recuperar el cigarrillo. Permanece por un momento así, medio recostada sobre él.

NADIA (de repente seria): No. No le tengo afición. (Se endereza lentamente) ¿O puede que sí? ¡Qué sé yo! (se encoge de hom-bros): Cuando me apetece, me gusta.

Simone coge a la muchacha por el brazo. Está a punto de ha-cerle una pregunta obvia que Nadia reprime inmediatamente con una risita maliciosa, mientras libera el brazo del apretón.

80 LUCHINO VISCONTI

NADIA : ¿Y tu hermano? SIMONE: ¿Cuál? Tengo cuatro.

NADIA : Ese tonto que aquella noche llamó al guardia. ¡Qué día! La nieve, mi padre: yo había tenido que escaparme... (se in-terrumpe riendo). Pero no acabó ahí: tu señor hermano con-tinuó haciéndome buscar por los guardias durante un tiempo. ¡Pobrecillo! Puede que creyera que me hacía un favor. Pero a mí, los guardias me atacan los nervios. (Ríe irónica mirando a Simone.) Desde que era pequeña...

Nadia tira el cigarrillo y se levanta. Al pasar delante del espejo mira complacida su silueta cubierta sólo por la combinación de encaje. Sólo ahora vemos la habitación de Nadia. Es un cuarto amue-blado con pocos muebles pintados, de poco precio y muchas pretensiones, al estilo veneciano. La habitación comunica con un minúsculo cuarto de baño.

En el armario que ahora Nadia está cerrando, están colgados po-quísimos vestidos; en el estante interior, sobre los cajones, están tirados al azar un par de bolsos, unas medias y algunos tarritos de crema de tocador. Nadia pasa la mano complacida por el lado pintado del armario.

NADIA : Bonito, ¿verdad? Simone se endereza apoyándose en los codos. Mira el armario y asiente convencido. Después pasea su mirada admirativa por todo el cuarto. Es evidente que Simone lo encuentra todo maravilloso, como si fuera el palacio de Alcina. SIMONE: ¿Nuevo? Nadia contesta encogiéndose de hombros.

Vuelve a abrir el armario para coger del estante un tarrito de cold cream y unas toallitas detergentes y regresa a la cama. A continuación empieza a untarse la cara de cold cream.

NADIA : El año pasado tenía un piso más bonito. Luego tuve un percance. Pero espera un poco y vas a ver cómo me recupero.

Nadia se limpia con la toallita detergente.

El suelo, como aquí, estaba todo alfombrado (bosteza). Escu-cha, ahora yo voy a dormir y tú te vas.

Simone pasa el brazo alrededor de la cadera de Nadia. SIMONE (en voz baja): ¡Noooí NADIA : Pues sí. A mí me gusta dormir sola. (Ríe.) ¡FigúrateI Me

marché de casa por eso...

ROCCO Y SUS HERMANOS 81

Se vuelve hacia Simone distrayéndose en hablar con vivacidad. ...cuando era pequeña, ini padre enfermó y tuvo que quedarse no sé cuánto tiempo en el hospital. Entonces yo y mamá fui-mos a vivir con unos tíos... la guerra acababa de terminar: ¡todo era tan difícil para nosotros!... Esos tíos nos metieron en una habitación, en una especie de habitación en la que estábamos no sé cuántos... (Ríe.) «Un montón». Como en tu casa, si no me equivoco. Cuando no había colegio, por la mañana íbamos todos a jugar al patio. Por mi edad, yo... (hace un gesto) ... total... que no me gustaba eso de jugar... Había un dentista que vivía en la planta baja. Aún me pa-rece estar viéndole. (Ríe.) No debía ser muy bueno, porque nunca tenía clientes y se pasaba el día en la ventana. Un día va y me llama... (una breve pausa). Después, naturalmente, prefería ir de noche. Cuando en mi casa todos dormían, yo me escapaba. Por lo menos éramos sólo dos en dormir en la misma cama.

Nadia se divierte de su propia narración. SIMONE (turbado): ¿Cuántos años tenías? NADIA : Trece. (Cambia de tono.) Todo es cuento: nada de eso es

verdad. Cuando yo era pequeña en mi casa estábamos estu-pendamente. Las desgracias vinieron después. Entonces... te-nía hasta institutriz*.*

SIMONE: ¿Tenías qué? NADIA (riendo a carcajadas): Institutriz. ¿Ni siquiera sabes qué

es? Pero entonces, ¿qué gusto hay en contarte cuentos? (ríe). Vaya, esta noche estoy lo que se dice alegre.

Simone intenta un poco torpemente abrazar a la muchacha que le rechaza.

NADIA : Vete. Es tarde. (Ríe, siempre mirando a Simone.) ¿Pero qué quieres? (Con intención.) ¿Otra vez?

Nadia intenta liberarse del abrazo de Simone, pero ahora es por juego. NADIA (sin reírse ya): Pero luego basta, ¿eh? Después te vas...

Simone estrecha cada vez más a la muchacha contra sí hasta que ésta acaba por echarse. Nadia estira los brazos perezosamente, con voluptuosidad. NADIA : LO que se dice gustarme, me gustas. Lástima que seas...

un poco demasiado impresentable... porque si no...

82 LUCHINO VISCONTI

37. Calle en las cercanías del Naviglio (6). Exterior. Día.

Ciro está haciendo señales a un coche para que haga marcha atrás y se coloque en el lugar reservado para el aparcamiento. Un hombre de unos cuarenta años, meridional, vigila desde lejos las operaciones. Es evidente que Ciro trabaja a las órdenes de ese improvisado vigilante de aparcamiento que vigila los coches en un punto de gran movimiento de la ciudad. Realizada la maniobra, el conductor baja del coche y Ciro se sitúa rápidamente junto a la portezuela y sonríe tranquilizador al cliente. CIRO (indicando los cristales sucios del coche): ¿Se los limpio? El cliente se aleja apresurado.

Ciro permanece por un momento junto al coche y después se marcha corriendo para alcanzar a Luca, que se ha sentado en el parapeto del canal.

Luca tiende a Ciro el bocadillo que este último abandonó por lo visto para ir a ayudar al cliente. Sobre el parapeto, junto a Luca, hay un paquete de libros escolares y unos folletos (anun-cios de clases nocturnas) que Ciro coge y estudia cuidadosa-mente, mientras mastica su frugal comida. LUCA: Toma. Te he traído los anuncios de las clases nocturnas. Indica uno de los folletos en que está escrito: CLASES NOCTURNAS, CAPACITACIÓN AL TRABAJO.

...Pero hace falta haber hecho la escuela primaria para matri-cularse...

CIRO: ¡Bueno! Yo la hice, ¿no?

Luca saca un envoltorio de chicle del bolsillo y ofrece uno a

Ciro. CIRO: ¿Cuándo vas a dejar de tirar el dinero?

LUCA (resentido): ¡Pero si no lo he comprado! Me lo ha dado Simone.

CIRO: ¡Ah! (mastica). ¿Simone ha ido a trabajar esta mañana? LUCA: Cuando yo he salido, dormía. Pero él no va nunca por la mañana. CIRO: YO aún tengo que comprender qué trabajo hace.

LUCA (polémico): Mejor que el de nadie, porque ayer también le dio dos mil liras a mamá.

CIRO: ¿Y tú?

(6) Canal que rodea Milán.

ROCCO Y SUS HERMANOS 83

LUCA: YO hago el recorrido con los paquetes de los clientes. Aho-ra me voy.

CIRO (mirando los folletos): Espera un par de años y ya te en-señaré yo...

SILBIDO DEL VIGILANTE DEL APARCAMIENTO. Ciro deja el bocadillo en el parapeto y corre a ayudar a un cliente que quiere sacar el coche.

Luca se queda por un momento mirando a Ciro. Después mira el agua estancada en el Naviglio. La gente que pasa y, por úl-timo, el bocadillo depositado en el parapeto. Después de cercio-narse de que Ciro no le ve, Luca aferra el bocadillo, le da un gran mordisco y vuelve a dejarlo donde estaba. Se levanta y cogiendo sus paquetes se pone en marcha.

3cS. Complejo bar. Interior. Anochecer.

Ivo ríe groseramente apoyándose en la mesa de billar. El bar en que nos hallamos está formado por un solo local bastante amplio. La primera parte, la que da a, la calle y donde está situada la barra, está fuertemente iluminada con luces de neón. La segunda parte, donde está el billar, está en cambio muy poco iluminada. El bar es bastante céntrico, pero sobre todo muy mal frecuentado y funciona especialmente durante las horas nocturnas. Aun cuando el bar propiamente dicho está vacío, en la salita de billar siempre hay gente. Se trata por lo general de jóvenes que frecuentan los gimnasios de la periferia, los locales de apuestas, etc. En muy raras ocasiones juegan al billar.

Son los mayores los que juegan: tipos escuálidos de fracasados, siempre en busca de concertar negocios y a quienes los joven-zuelos que frecuentan el local siempre toman el pelo. Entre estos últimos descubrimos a Simone, que coge el cigarrillo de los labios de Ivo, le da una chupada y se lo devuelve; después se acerca al teléfono. Se asoma para gritarle al camarero:

SIMONE: Dame línea. CAMARERO (desde la barra): ¡Y tú dame las veinticinco liras!

SIMONE (a Ivo): Dale veinticinco liras. Ivo (resistiéndose): ¿Otra vez sin dinero? Simone contesta con una mueca. Como diciendo: está claro.

Ivo (en off): ¿Y eso?

84 LUCHINO VISCONTI

SIMONE: Dijiste que me traerías otro cartón. De modo que le di el dinero a mi madre.

Ivo: A mamá. Pues ya podrías empezar a emanciparte.

UN CHICO DEL BILLAR: ¡Dices bien! (Acercándose a los dos.) Si os interesa, Vaghi, ése de la Bovisa, (7) tiene en su casa un va-gón, de los suizos.

Ivo: ¡Has dado en el blanco! ¡Pero si ése quiere que se le pague por adelantado!

UN CHICO DEL BILLAR: ¿Y qué pretendes? ¿Que se arriesgue por tu cara bonita?

SIMONE (impaciente, al camarero): Bueno, ¿y esa línea? CAMARERO (impertinente): Bueno, ¿y esas veinticinco liras?

Ivo, yendo hacia, el camarero para pagar, se vuelve a Simone pro-testando : Ivo: ¿Pero puede saberse con quién tienes que hablar?

Simone acaba de sacar del bolsillo de la americana un pedacito de papel todo arrugado en el que está anotado, con letra inse-gura, un número. Ivo entrega el dinero al camarero y ahora protesta viendo el pa-pel que Simone tiene en la mano.

ivo: ¡Siempre el mismo! ¡Pero esta vez vas a cantar!

Simone ha marcado el número y escucha atento el teléfono. Ivo se le acerca de un salto y apoya la cabeza en el hombro para poder escuchar por el auricular. Simone intenta en vano apartar a Ivo. Junto a Ivo y Simone escuchamos la llamada del teléfono que se interrumpe. El número marcado responde:

Voz NADIA EN EL AURICULAR: Diga. SIMONE: Soy yo. Se oye un ruido seco. Nadia ha cortado la comunicación. Ivo rie burlándose de Simone.

Ivo (riendo): ¡Vaya un bonito efecto! Soy yo. ¡Bah! No tienes nada que hacer: tú, a las mujeres, no les gustas.

Simone cuelga el auricular. Tiene un aire sombrío. Ivo le obser-va y comprende que no es el momento de bromear.

Ivo: ¿Y ahora qué? ¿Quieres que vayamos a ver a ese Vaghi? Pue-

(7) Barrio en la periferia de Milán.

ROCCO Y SUS HERMANOS 85

de que se convenza y nos dé un cartón a crédito. Lo cogemos, vamos a liquidarlo en la Gallería, y después...

SIMONE (sombrío): A ver a Vaghi vas tú. Yo tengo que ir al gim-nasio.

Ivo: ¿A estas horas? SIMONE: A estas horas. ¿Por qué? ¿No te gusta?

Ivo mira a Simone sonriendo maliciosamente.

39. Calle en la que vive Nadia y portería. Exterior. Anochecer.

La portera de la casa está sacándole brillo a los dorados del por-tal cuando se vuelve al oír los pasos de alguien a su espalda.

PORTERA: ¡Eh, usted, oiga! ¿Adonde va?

Simone ya se dirige a la escalera. Apenas si se vuelve.

SIMONE: Balzani. Tercer piso.

La portera, con el trapo sucio de «Netol» en la mano, se acerca a Simone. PORTERA: NO está en casa. SIMONE: Sí que está en casa, está en casa...

PORTERA: Y yo le digo que no. Hágame el favor de bajar...

SIMONE (mintiendo torpemente): ¡Pero si he hablado con ella por teléfono hace diez minutos y me dijo que me esperaba en casa!

La portera mira a Simone con desconfianza. Después se encoge de hombros y, encaminándose hacia el patio, dice:

PORTERA: Bueno, vamos a verlo, ¿eh?

Simone no espera siquiera a que la portera haya llegado al patio y se precipita escaleras arriba.

La portera no se apercibe de ello inmediatamente. Se dirige hacia el patio refunfuñando:

PORTERA: Se las podrían arreglar sólitas sus porquerías...

Cuando se da cuenta de que Simone ha desaparecido, queda in-decisa por un momento acerca de lo que debe hacer, si ir a lla-mar por el patio o desentenderse del asunto. Se decide por esta última solución y, encogiéndose de hombros, vuelve a su trabajo, no sin antes volverse a mirar una vez más hacia la escalera.

40. Complejo rellano y piso de Nadia. Interior. Anochecer.

Simone está tocando el timbre de la puerta de Nadia. Toca sin soltar el índice del timbre.

86 LUCRINO VISCONTI

SONIDO ININTERRUMPIDO DEL TIMBRE. No obteniendo así ninguna contestación, Simone, exasperado, la emprende a puñetazos contra la puerta. Se interrumpe únicamente para volver a tocar. Y para de tocar para volver a golpear la puerta con los puños.

SONIDO TIMBRE Y GOLPES EN LA PUERTA. Simone está a punto de desistir de su empeño. Empieza a volver-se hacia la escalera y, como último desahogo, da un puntapié a la puerta del piso de Nadia.

Ahora la puerta se abre y aparece Nadia en el encuadre. Lleva puesto un salto de cama muy corto y provocativo.

NADIA : Ya está bien, ¿no?

Simone queda cortado, como en descubierto. De repente ha perdi-do toda su osadía.

SIMONE: Te he telefoneado y tú.,. Puede que no me hayas reco-nocido...

NADIA (fríamente): Te he reconocido perfectamente. Y es por eso que he cortado la comunicación. Y ahora, ¡ahueca!

Nadia va a cerrar la puerta.

Ahora que se siente tan humillado, Simone estalla y, de un rá-pido empujón con el hombro, impide a Nadia cerrar la puerta y por poco cae encima de ella.

NADIA (furibunda): ¿Pero puede saberse qué es lo que quieres? SIMONE: Hay gente en casa, ¿eh?

Sin esperar contestación, Snrone se precipita hacia la habitación de Nadia.

41. Habitación de Nadia. Inteiior. Anochecer.

La habitación está en desorden. Pero no hay nadie.

Como tampoco hay nadie en el baño ni en la pequeña cocina, a

los que Simone se asoma.

NADIA : ¿Has terminado? ¿Te largarás ahora? Simone vuelve con aires de humildad delante de ella.

SIMONE: Te he buscado todos estos días. He venido aquí mañana y tarde... He telefoneado...

Nadia mira a Simone con menos maldad y hasta incluso di-vertida. NADIA : Podrías ahorrarte tantas molestias. Porque si hubiera te-

nido deseos de verte sabía muy bien dónde encontrarte.

ROCCO Y SUS HERMANOS 87

SIMONE: ¿Pero qué ha pasado, Nadia? ¿Por qué no quieres...?

NADIA : NO quieres ¿qué? (ríe): ¿Pero qué te habías figurado, mo-nada? Yo tengo trabajo, ¿sabes? (bonachona): Adiós, anda, de-cídete; y cuídate.

SIMONE (suplicante) : Pero, perdona ¿por qué? ¿Por qué me echas?

El momento de ternura ha pasado.

Nadia se vuelve rabiosa y malvada, hasta el punto de levantar

la voz: NADIA (gritando) : ¿Quieres dejarme en paz? ¿Qué tengo que hacer

para que te quites de en medio? Basta con que se os dé un

poquito así para que en seguida lo queráis todo, vosotros. Vete y no me telefonees y no vengas más por aquí, pero nunca

más. ¿Entendido?

Simone se deja empujar afuera. La puerta se cierra violenta-mente.

42. Gimnasio Cecchi. Interior. Noche.

Este gimnasio tiene un aspecto muy distinto del otro al que Si-mone se presentó con Rocco. Es un local pequeño pero bien ilu-minado, perfectamente equipado y atendido con esmero. Los jó-venes que se entrenan son pocos, pero de categoría superior a los que vimos agitarse en la tarima del gimnasio de los pobres. So-bre todo son mucho más expertos, todos sin excepción. El entrenador y Cecchi están junto a Simone, que se entrena con el saco. Evidentemente ha habido una observación por parte del entrenador, lo cual ha hecho estallar a Cecchi, quien ahora está reprendiendo duramente a Simone.

CECCHI (a Simone): Si sigues así, te quedas en la primera ta-berna, te lo digo yo. En lugar de adelantar, vas hacia atrás, como los cangrejos. Estás flojo, estás flojo en todo. Te faltan las ganas, te falta el entusiasmo, te falta hasta el resuello; te falta todo, eso.

Simone sigue tercamente lanzando puñetazos contra el saco.

SIMONE (sombrío): ¿Pero quién lo dice? CECCHI: LO estoy diciendo yo. No he nacido ayer... ¡Ay!

Cecchi se ve obligado a apartarse un poco para evitar a Simone,

que da vueltas alrededor del saco. ...Pero acuérdate que del mismo modo que encontraste la puerta abierta para entrar puedes encontrarla abierta para salir...

00 LUCHINO VISCONTI

Simone continúa lanzando furioso puñetazos contra el saco. CECCHI: ¿Entendido? Simone se detiene y está a punto de contestar cuando de repente su expresión varía.

Siguiendo su mirada vemos, en lo alto de la escalera que conduce abajo al gimnasio, a Nadia. Es decir, vemos sólo sus piernas.

43. Complejo tintorería. Interior. Día.

Una nube de vapor borra el fotograma anterior.

Nos hallamos en la tintorería de la viuda Donini, en la sección

donde están dos lavadoras eléctricas. Cuando la nube de vapor se

ha despejado vemos a una muchacha con una bata blanca y cofia

ocupada en maniobrar la máquina.

La muchacha lleva un montoncito de recibos prendidos con un

alfiler a la altura del pecho y los está hojeando como si fuera un

bloc mientras habla con voz áspera y aburrida.

1.a MUCHACHA ENCARGADA DE LA LAVADORA: Pero, dime... ¿estás seguro de que sabes leer? Yo no sé qué pasa, pero desde que estás tú aquí no ocurren más que líos.

Voz OTRA MUCHACHA (en off) : No le hagas caso. Siempre han ocu-rrido.

También la muchacha que vemos ahora se nos presenta en el

primer momento detrás de un halo de vapor que desprende la

plancha de presión, donde han sido colocados unos pantalones con

un paño húmedo encima.

Entre las dos muchachas está Rocco, con la cesta de los paquetes

por entregar a sus pies.

Según parece, un paquete no lleva señas. Rocco tiene en la mano

ese paquete mientras interroga con la mirada ora a una óra a

otra muchacha.

OTRA MUCHACHA (hacia el interior): Dame el cuaderno de los en-cargos.

Una tercera viene por la puerta de la tienda, cuyos escaparates dan a la calle. Esta muchacha lleva, contrariamente a las otras dos, un uniforme de satén negro. Es pequeña y rubia.

GIANNINA (tendiendo el cuaderno): Toma, aunque aquí no se en-tiende nada.

También Giannina se acerca a Rocco para mirar junto con la primera muchacha el contenido del paquete.

ROCCO Y SUS HERMANOS 8S

Una cuarta se asoma a la trastienda. Ida, asimismo en uniforme de satén negro.

IDA: ¡Ssssh! La dueña está arriba y le duele la cabeza!

También Ida se acerca a Rocco, que continúa, paciente, teniendo el gran paquete en la mano.

IDA (a Rocco): ¿Tú no te acuerdas de cómo se llama esa señora que es medio pariente de la dueña?...

Rocco se encoge de hombros.

GIANNINA : ¿De qué quieres que se acuerde, si lleva aquí un mes?...

OTRA MUCHACHA: Este me parece que también dentro de un año... ¡Se hace el bello durmiente en el bosque! Ida, prueba a darle un beso, no se sabe nunca, a lo mejor despierta...

Ida mira sonriendo a Rocco, que parece cada vez más confuso. Las muchachas rompen a reír. Se oye la campanilla de la puerta.

GIANNINA : Dios mío, unos clientes...

En ese momento se asoma por la puerta de entrada de la calle Simone, quien mira hacia el interior y seguidamente emite un silbido largo y modulado, para llamar la atención de Rocco.

SILBIDO DE SIMONE. Las muchachas cambian entre sí una mirada, divertidas y sor-prendidas. GIANNINA : ¿Y este quién es?

Rocco (cohibido): Es mi hermano.

Rocco deja el paquete en la cesta para ir al encuentro de Si-mone. OTRA MUCHACHA: Hazle entrar aquí o sal a la calle. La dueña no

quiere que se reciba a los parientes en la tienda.

Rocco asiente y está a punto de encaminarse, pero Ida se le ha adelantado y ya está acompañando a Simone a la trastienda. Ida mira a Simone con cierto malicioso interés, al pulito compartido por las otras muchachas. Menos la primera muchacha, que coge el paquete dejado por Rocco y lo deposita en una mesa sobre la que se hallan apiladas ordenadamente muchas camisas de hom-bre planchadas y otras prendas. La primera muchacha vuelve a aproximarse a la lavadora.

SIMONE: Buenos días a todos.

Simone está de un humor inmejorable, hasta sus ojos ríen. Lleva el pelo cuidadosamente peinado y reluciente de brillantina. Trae consigo la bolsa que suele usar para ir al gimnasio y se divierte

90 LUCHINO VISCONTI

dándole vueltas, mientras mira a su alrededor fingiendo no darse cuenta de las miradas de las muchachas y como si únicamente se interesara por las máquinas.

SIMONE (con un silbido de admiración): ¡Caramba! La que plancha los pantalones está sacando de la máquina pren-sadora otro par de pantalones humeantes y planchados a la per-fección. SIMONE (riendo) : Eso es lo que yo necesitaría, ¿lo ves? (A Rocco) :

Pero tu no me habías dicho nunca que fuera un sitio tan bo-nito... se pone la ropa allí y...

IDA (coqueteando): ¿No ha leído el anuncio? Uno viene aquí (indica una cabina formada por cortinas), se desnuda, y al cabo de pocos minutos sale que parece otro.

SIMONE: ES mi caso. ¿De verdad puede hacerse en seguida?

Simone tira la bolsa y empieza a quitarse la americana. Las muchachas ríen.

Rocco (apurado, acercándose a Simone): Vale un montón de di-nero. Simone empieza a quitarse el cinturón. SIMONE: Pero yo pago.

Junto a las cuatro cortinas que forman la cabina hay otra cor-tina del mismo tejido que oculta la escalera que lleva al piso de arriba. La cortina es apartada de repente con un golpe seco y aparece la dueña, la señora Luisa.

Viendo a la mujer (que tiene unos cuarenta años que no consi-gue ocultar a pesar del maquillaje esmeradamente aplicado en la cara y en el cuello), las dependientas se escabullen silenciosa-mente hacia su lugar de trabajo.

La señora Luisa viste de oscuro. En la solapa del vestido destaca una joya vistosamente vulgar.

Rocco deja el cesto de los paquetes y en el centro de la trastien-da queda solo Simone en mangas de camisa y los pantalones a medio abrochar. Se produce una pausa. Se tiene la neta sensa-ción de que todos esperan un escándalo de la dueña, que perma-nece quieta con aire enojado y la mano en la cadera. Después Simone estalla de repente en carcajadas y de este modo se rompe el hielo. SIMONE (riendo): Han dicho que en cinco minutos consiguen de-

jar elegante incluso a uno como yo, ¿Es verdad?

ROCCO Y SUS HERMANOS 91

La señora Luisa mira a Simone y sonríe mientras avanza hacia él. SEÑORA LUISA: ¿Por qué no? Pase.

La dueña se acerca a la cabina de cortinas haciendo una señal a

Simone para que entre y se desvista allí.

Dos de las dependientas, reanimadas, se acercan a su vez a la

dueña; la «otra muchacha» para retirar los pantalones, Giannina

para pedir información acerca del paquete.

La señora Luisa les hace una señal para que vuelvan a sus puestos.

SEÑORA LUISA (a Simone, que ha entrado en la cabina): Déme. (A Rocco): ¿Tú aún estás aquí?

OTRA MUCHACHA (indicando la cabina): Es su hermano... SEÑORA LUISA: ¡Ah! GIANNINA (a Rocco): Enseña ese paquete a la señora. Rocco vuelve a dejar la cesta y va en busca del paquete.

GIANNINA (a la dueña) : Falta el albarán. Pero yo sé de quién es. Es de esa señora... esa pariente suya...

SEÑORA LUISA (con aire cansado) : Señora Brighetti. Vía Pirandello setenta y tres.

La señora Luisa saca un lápiz del bolsillo y escribe el nombre y la dirección en el envoltorio del paquete. Simone se asoma por la cortina en camiseta tendiendo los pan-talones y la camisa. Del bolsillo del pantalón ruedan al suelo dos moneditas de diez liras. La dueña las detiene con el pie y Rocco se agacha a recogerlas.

SEÑORA LUISA (a Simone): La camisa no (con una risita): Des-pués de todo no se pueden hacer milagros...

SIMONE (con cómica desilusión): ¡Lástima! SEÑORA LUISA: De acuerdo. Pero de todos modos la calidad tam-

poco mejoraría. La dueña devuelve la camisa a Simone y tiende, con ademán re-gio, los pantalones a la otra muchacha.

SEÑORA LUISA (a Rocco) : Vete, vete, vas a llegar tarde. Rocco asiente y se dispone a obedecer. SIMONE: ¡Un momento! ¿Dónde vas, chiflado? Simone hace ademán de salir de la cabina y detiene a Rocco. Tira de la cortina para cubrirse lo mejor que puede. Las muchachas ríen divertidas.

92 LUCHINO VISCONTI

SIMONE (a la dueña): Quería hablar con él. El resto vino des-pués.

SEÑORA LUISA (divertida): ¡Perdón! Pero la dueña no se mueve.

Rocco y Simone se miran cohibidos. Por fin Simone se anima a

hablar de todos modos.

SIMONE: ¿Puedes prestarme algún dinero? Has cobrado la semana pasada, ¿no?

Rocco mira hacia la dueña, que continúa sonriendo impasible como si no oyera, aun cuando no aparta la mirada de ellos dos.

Rocco: Esta noche, creo.

SIMONE: Aquí está el problema. Lo necesito en seguida. Me voy de viaje. Avisa al gimnasio. Estaré fuera dos días. (Ríe.) Me voy fuera, ¿comprendes? ¡Fuera de Milán!

SEÑORA LUISA (siempre mirando a Simone): Rocco, no le prestes nada.

Simone interpreta el papel de víctima.

SIMONE (a la señora Luisa, sonriendo): ¡Ah! Eso quiere decir que usted me quiere mal.

SEÑORA LUISA (divertida): Defiendo a su hermano. Porque de los tipos como usted es preciso defenderse.

SIMONE (a Rocco): Entonces, ¿qué? ¿De acuerdo? Rocco mira a la dueña como diciendo : depende de ella.

SEÑORA LUISA: ¿Cuánto tienes que darle? ¿Media paga? ¿Sí? Me-nos lo que hay que pagar aquí...

Rocco asiente. Luego vuelve a coger la cesta y se encamina hacia la salida. Se vuelve para preguntarle a Simone:

Rocco: ¿Cuándo volverás? ¿Mamá lo sabe?

La dueña se acerca a la plancha de presión para retirar los pan-talones. Simone sigue asomado por la cortina de la cabina. Justo al alcance de la mano se halla:

Un montón de camisas blancas planchadas y limpias. Simone tiende la mano y la apoya ligeramente sobre la pechera de una de las camisas como si la acariciara. Después mira a su alrededor para cercionarse de que nadie le ve. En efecto, nadie le ve. Rápidamente Simone coge una camisa y, volviendo a entrar en la cabina, corre la cortina. Por la rendija abierta vemos a Simone que mide apresuradamente la circunferencia del cuello de su camisa con el de la camisa

ROCCO Y SUS HERMANOS 93

blanca planchada. Las medidas son casi las mismas. Simone se inclina rápidamente y mete la camisa blanca buena en la bolsa que lleva consigo, después se endereza y se pone inmediatamen-te su vieja camisa.

La dueña se está acercando a la cabina con los pantalones plan-chados y todavía humeantes.

SEÑORA LUISA: Fíjese: parecen nuevos.

Mira a Simone, quien devuelve la mirada con expresión inocente.

SEÑORA LUISA (en tono de crítica): Claro, la camisa deja un poco que desear.

Simone continúa abrochándose y guiña los ojos descarado hacia la mesa donde está alineada la ropa blanca ya planchada.

SIMONE: Necesitaría una de ésas...

SEÑORA LUISA: Son del doctor Fossati. (Suspira): ¡Oh Dios mío! Si es por eso, le sentarían mejor a un tipo como usted. (Sus-pira.) Pero ¿qué quiere? La vida es así. Las cosas buenas se tienen siempre cuando uno ya no sabe qué hacer con ellas.

La muchacha encargada de la plancha de presión oye la frase y sonríe irónica, haciendo un guiño a Giannina. OTRA MUCHACHA (canturreando): «Luna rossa»...

44. Interior gimnasio Cecchi. Noche.

ENTRENADOR: ¿Quieren cerrar esa puerta, por favor? El entrenador está con todos los directivos del gimnasio y con Morini alrededor de un boxeador que ha venido de visita. Le vemos volverse hacia la puerta y pronunciar la frase como un estribillo habitual. Cerca de la puerta de entrada, abierta, está Rocco, que, pasán-dose de una mano a otra la bolsa con las zapatillas y los pan-talones de boxeo, habla con Cecchi con aire sumamente cohi-bido. Rocco: Puesto que no se encuentra bien, me manda avisarle de

que tal vez no pueda venir esta noche ni mañana...

Voz (en off) DE MORINI (lenta): ¿Se encuentra mal? Pero si a las tres estaba en la Galleria...

Rocco se vuelve hacia...

... Morini, que, se ha apartado del grupo de hombres junto al

ring y se está acercando a él.

Rocco (apurado): Bueno. Yo no sé.

94 LUCHINO VISCONTI

MORINI (sin volverse): Si usted no lo sabe, lo sé yo. Y también sé algo diferente...

Morini se dirige hacia la escalera. Sólo cuando llega allí, apo-yándose en el pasamanos, se vuelve y, con una rabia que hace ba-jar los ojos a Rocco, grita: MORINI: Maldito yo y el día en que traje aquí a tu hermano.

CECCHI (conciliador) : Dicha sea la verdad, hasta hoy no he tenido quejas de él.

MORINI (siempre gritando): £50 no es verdad, te has quejado y con toda la razón. Le he traído aquí y ahora me arrepiento. Pero, antes de oírselo decir a los demás, prefiero decirlo yo que me he equivocado.

Morini sale... ...seguido por las miradas un tanto irónicas de algunos de los atletas que se están entrenando.

También Cecchi sabe cómo interpretar esa explosión. Sigue a Mo-rini con la mirada, suspira, después mira a Rocco atentamente, con simpatía. CECCHI : Tu hermano tiene un buen físico. Incluso pega bien. Pero

es lento. Necesita más entrenamiento él que otro menos do-tado. Y digo yo: ¿vamos a ponerle remedio a eso antes de que sea demasiado tarde?

Rocco: ¿Me habla a mí?

CECCHI (algo impaciente): ¡A ti justamente! De ahora en adelan-te ven al gimnasio tú también con él, para tenerle la vista encima. Venid juntos... salid juntos... Tú eres un buen mucha-cho, eso se ve en seguida. No te haremos pagar nada, puedes estar tranquilo. Pero debes vigilar a tu hermano. Impedirle que trate con cierta gente... Las mujeres, por ejemplo...

Rocco (cada vez más cohibido): Pero yo... (como si hubiera encon-trado una justificación válida) : Yo de todos modos pronto ten-dré que ir a hacer el servicio.

CECCHI: ¿Cuándo? Rocco: No sé. Pronto.

CECCHI (cada vez más impaciente) : Está bien. Pero mientras tan-to vienes por aquí y no dejas a tu Simone ni a sol ni a sombra...

Se aleja y se vuelve para mirar a Rocco con un ligero aire de

compasión. CECCHI (para sí): No servirá de nada, pero vamos a intentarlo.

ROCCO Y SUS HERMANOS 95

PASCUA 1956—ABRIL

45. Lago y embarcadero del lago. Exterior. Día.

Una estupenda barca de vela surca el lago muy inclinada hacia un lado. Es un día de sol esplendoroso.

46. Calle pensión y exterior pensión cercana a un gran hotel. Ex= terior. Día.

Nadia y Simone pasean enlazados delante de un gran hotel lujo-sísimo. Nadia y Simone tienen que apartarse para esquivar a un autocar repleto de excursionistas que cantan a voz en grito. Nadia mira el autocar con el mismo hastío con que miró la barca.

NADIA : Desde luego no se puede decir que hayamos sido los únicos en tener la idea de venir aquí. (Tras una pausa): Por otra parte, se comprende. Dos fiestas en una: Pascua y do-mingo.

SIMONE (riendo): Pero Pascua y domingo caen siempre juntos. NADIA : ¿Ah, sí? SIMONE: Claro. En mi pueblo hacen la procesión. El sábado al

mediodía sueltan las campanas. NADIA (distraída) : Temo que ese pueblo tuyo sea muy aburrido.

Nadia tiene la mirada fija... ... en los jardines del gran hotel, donde están aparcados coches

de gran lujo. En la terraza del hotel hay unas mesas dispuestas

para el almuerzo. Poquísimos clientes y muchísimos camareros.

Simone sigue la mirada de Nadia.

SIMONE: ¿Y esto qué es?

NADIA : Un hotel* ¿no lo ves? SIMONE: ¡Un hotel! NADIA : Un hotel como es debido (mintiendo): Una vez estuve en

él. ¡Si vieras qué habitaciones! Ni punto de comparación con la que tenemos nosotros. ¿Sabes que se paga más de diez mil liras sólo por dormir?

SIMONE (aterrado): ¿Qué? NADIA (irónica): Sí. Tienes que aprender, cariño.

SIMONE (para sí): Diez por treinta... (en voz alta:) Entonces, se-gún tú, ¿hay que gastar trescientas mil liras al mes sólo por dormir?

96 LUCHINO VISCONTI

Los dos han llegado ante la pequeña construcción de la pensión que se halla en las cercanías del gran hotel. Delante de la pensión está detenido un autocar y, ante la puerta de la pensión, grupos de excursionistas están esperando a que estén a punto las mesas para sentarse a comer.

NADIA (fastidiada): ¡Mira qué follón! Los dos se encaminan por el jardín un tanto escuálido.

NADIA : Pero nosotros vamos a comer en la habitación, ¿eh, tú? SIMONE: ¿Y qué comemos? No tenemos nada.

NADIA (riendo): Digo que vamos a hacernos servir la comida en la habitación. (Irónica): Los verdaderos señores son como los pobres. Comen donde duermen. (Ríe.) Como tú en el refugio de los desahuciados.

47. Dormitorio pensión de Bellaggio. Interior. Día. En la habitación reina un desorden sensacional. La cama ha sido

trasladada cerca de la ventana para que le toque el sol. En medio

de la habitación está la mesita donde fue servido el almuerzo. En

una silla junto a la cama, la bandeja con las tazas de café y una

botella de coñac con las correspondientes copas.

Para tomar el sol, Nadia y Simone se han tendido boca abajo, el

uno al lado del otro, a lo ancho y junto a los pies de la cama, y

únicamente vemos sus espaldas desnudas.

Hablan entre sí, con la cabeza apoyada en los brazos, como dos

bañistas tendidos en la playa.

SIMONE: El próximo combate ya me lo pagarán bien. Pero el gran salto lo daré cuando pase a profesional. Ya he hecho mis cál-culos. Dentro de un año.

NADIA (muy poco interesada) : Ya lo sé. Pero ¿cuánto te pagarán? SIMONE: ¡NO sé!... Bien. Simone besa el brazo desnudo de Nadia, que se apoya en el suyo y lo muerde ligeramente.

SIMONE (con un suspiro): Pero para esos combates será preciso que me entrene en serio. Será un gran sacrificio para ti tam-bién.

NADIA : ¿Para mi? ¿Y yo qué tengo que ver?

SIMONE (torpemente): Bueno... cuando uno se entrena no puede...

Nadia se da la vuelta tapándose el pecho con el borde de la sá-bana. Sigue hablando tranquilamente con los ojos entornados como un gato perezoso al sol.

ROCCO Y SUS HERMANOS 97

NADIA : Cariño, aquí debe de haber un error.

Se produce un momento de silencio. Nadia parece muy ocupada en medir el largo del pelo de Simone, tirándole unos mechones sobre la frente.

NADIA : Nosotros no estamos casados. ¿Acaso tengo que volver a explicártelo cada vez que nos vemos?

Simone mira a la muchacha como intentando comprender si bro-mea o no. NADIA : También puede ocurrir que nos volvamos a ver. Pero eso

no es una obligación, ni un programa. Puede ocurrir simple-mente. (Ríe irónica.) Como ves, esta vez ha ocurrido. Tenía que alejarme durante un par de días y con alguien que no lla-mara la atención. (Ríe.) Después de un negocio es siempre con-veniente cambiar de aires.

Nadia mira a Simone y la turbación que se refleja en la expresión del muchacho la divierte.

48. Habitación de Rosaria en el refugio de los desahuciados.

RUIDO ENSORDECEDOR DE LOS NIÑOS QUE CORREN, JUEGAN, GRITAN Y LLORAN. Ambiente de Pascua en la habitación ocupada por Rosaria en el refugio de los desahuciados. Delante de las estatuas de San Roque y San Lucas en sus campanas de cristal, según las pobres cos-tumbres de Lucania, han sido depositadas unas canastillas llenas de albahaca. unas velas encendidas ante las imágenes están ro-deadas de cintas multicolores.

La fuente de huevos de colores está confeccionada del siguiente modo: cada huevo está encerrado en un castillo de pasta dulce, como una jaulita.

La comida pascual ha terminado. En medio de la mesa está la fuente con los restos.

Alrededor de la mesa Rosaria, Rocco, Vincenzo, Luca y también Ginetta, que está sentada con aire compungido, las manos cru-zadas en el regazo y los ojos ligeramente enrojecidos de llorar. En un jarrito de flores, la palma.

La silla de Ciro está vacía, el plato no ha sido usado. Se tiene in-mediatamente la sensación de que la conversación durante la co-mida no fue demasiado animada.

Ginetta mira de reojo a Vincenzo, corno incitándole a algo. Vincenzo capta la mirada de la muchacha. Va a decir algo. V INCENZO: Mamá, yo... Pero el rostro de Rosaria no es alentador, es hostil.

98 LUCHINO VISCONTI

Vincenzo se amilana.

...¿qué tienes, mamá?

Rosaría mira el sitio vacío de Ciro. Después, pensativa:

ROSARÍA: Nada... Pensaba en Ciro... en su desapego... es egoísta...

Rocco: Mamá... donde trabaja Ciro hay trabajo también los días de fiesta... ya te lo había dicho que no podría venir...

ROSARÍA (amarga): ¿También el día de Pascua? V INCENZO (con intención): ¿Y Simone, entonces?

ROSARÍA: ¿Qué tiene que ver Simone? Simone es mayor, se ha he-cho una vida propia... (exagera por orgullo) ...y un nombre... Debe ocuparse de tantas cosas...

Vincenzo estaba a punto de preguntar lo que le apremia. Pero, después de esta salida de la madre, cambia de conversación.

V INCENZO (conciliador): Bueno, hace un día estupendo... (a Ginet-ta:) Ahora nos damos un paseo y le llevamos a Ciro la «pizza» y el huevo bendecido... (a Rocco:) ¿Tú sabes dónde está?

Rocco asiente.

Rocco: A la entrada de la autopista de Como. LUCA (contento): ¿Yo también voy? ROSARÍA: NO, tú no... Tú te quedas conmigo. LUCA: ¿Por qué? ¿Qué hago aquí todo el día?

ROSARÍA: Te quedas a hacerme compañía. Porque es Pascua... (re-funfuña) ... un hijo que el día de Pascua no se sienta a la mesa de su madre..,

Pero mientras tanto, siempre dirigiéndose a Luca, cambia de ac-titud: ...(a Luca): Búscame un pedazo de papel limpio para hacer el

paquete. Mientras Luca corre a hurgar en un mueble, sobre el que se halla otro santo cubierto de flores para la festividad, delante del cual está una cazuela de cobre reluciente en cuyo interior arde una bujía... ... se difunde en la habitación un silencio grave —como si algo es-tuviera a punto de ocurrir. Rosaría quita la mesa. Los demás se levantan. Luca trae la hoja de papel, en la que Rosaría empieza a envolver los restos de los dulces.

Vincenzo y Ginetta se miran fijamente para animarse. Después Vincenzo dice:

ROCCO Y SUS HERMANOS 99

V INCENZO (recobrando el valor de repente): Mamá, ¡Ginetta y yo tenemos que casarnos!

Rosaría se detiene —estática, inmóvil— por un momento. Después vuelve a empaquetar los dulces en silencio. Hace como si no hubiera oído.

ROSARÍA: Le dices a Ciro que se los coma, y que se los man-do yo...

Mirada cargada de expresión entre Vincenzo y Ginetta. V INCENZO: Marna, ¿has oído lo que he dicho?

Rosaría se vuelve y le entrega el paquete. Fría, como petrificada.

ROSARÍA (con la voz que le tiembla): Vincenzo, ¿qué quieres?... (la voz aumenta): ¿Con qué me sales ahora?

Indica a Ginetta por primera vez, aludiendo a los Giannelli: ...Después de lo que pasó con ellos, si quieres mi consentimien-to... (teatral y dramática) ...antes has de verme muerta... Envuelve a Ginetta en una amplia mirada: Lo siento sólo por esta pobre muchacha, que no tiene nada que

ver... Pero Vincenzo toca con la mano la cabeza de Ginetta, se hace áni-mos y dice: V INCENZO: NO. Me caso con ella. Te digo que me caso con ella... Rosaría, por toda contestación, emite un chillido. ROSARÍA (grita) : ¿Y tú me tratas así? ¿Así es como me tratan mis

hijos? ¿Tanta injusticia ha de verse? Camina de un lado a otro de la habitación, presa de una agitación exagerada.

Rocco (intenta detenerla): Cálmate, mamá... Ginetta es una buena chica... ¿Qué mal hay en que Vincenzo se case con ella?

ROSARÍA (hablando en tono impersonal): Si Vincenzo quiere hacer su voluntad quiere decir que ha dejado de tener madre...

Se precipita ante los santos de su pueblo —todos rodeados de

flores para la Pascua— y gime:

ROSARÍA: Les he subido, les he cuidado, les he custodiado, a mis hijos... Y ahora, ¿aún van a tener el valor de rebelarse?

Haciendo siempre como si se dirigiera a los santos, mientras to-dos escuchan con aire lleno de aprensión: (mira a los santos): Vincenzo, abre los ojos, abre los ojos... «Dos

100 LUCHINO VISCONTI

0705 te han mirado —tres quieren ayudarte— santa Ana, santa Lena, santa María Magdalena.,.»

V INCENZO: Mamá, ¿por qué lanzas estos conjuros? (pausa embara-zosa.) Ya es demasiado tarde... (decidido) ahora.

GINETTA (suplica): Vincenzo, vamonos... vamonos... Rosaría se vuelve rápidamente hacia ellos dos. ROSARÍA

(excitadísima) : ¿Por qué? ¿Qué ha ocurrido? Rocco (intentando poner paz): ¡Mamá! ROSARÍA (grita) : Y tenéis el valor de hacerme oír también esta ver-

güenza... Ginetta está de pie, junto a la pared, como un animal dispuesto a salir huyendo.

V INCENZO: La culpa es mía.

Por primera vez Vincenzo tiene un fugaz momento de energía. Pero Rosaría es irremovible, dura:

ROSARÍA: NO. (Durísima. Habla lentamente): Yo digo que cuando una muchacha pierde la honra la culpa es suya y no del hombre...

Ginetta huye llorando.

Vincenzo, perdido, lanza una mirada a su alrededor.

Después corre detrás de ella.

(Fundido.)

PRIMAVERA 1956

49. Estación de servicio donde trabaja Ciro.

Gran carretera en la periferia de Milán. Exterior. Día.

Ginetta, ahora, está sentada en un taburete plegable, no lejos del

surtidor de gasolina.

Sigue silenciosa, triste, cabizbaja.

Junto a ella, en un banco, están sentados Vincenzo y Ciro.

Ciro lleva entre los brazos el paquete de huevos de colores que le

han traído de casa.

CIRO (indica la carretera): Por la noche es diferente... Pasan ca-miones... camiones... camiones, uno tras otro.

Por la carretera no hacen más que cruzar coches de excursio-nistas.

ROCCO Y SUS HERMANOS 101

V INCENZO (como si no hubiera oído): Desde mañana empezaré a buscar una nueva colocación... Tal como se han puesto las cosas, acarrear la cesta a jornal resulta un trabajo que ya no alcanza...

GINETTA (sacude la cabeza): Vaya unas familias que tenemos... Fa-llan cuando las necesitas, y además quieren tener razón...

VINCENZO (reflexiona): Quisiera encontrar un trabajo fijo, con su mensualidad, sus seguros... (a Ciro): Ginetta y yo nos vamos por nuestra cuenta...

Ciro permanece pensativo, con los codos apoyados en las rodillas.

CIRO (siguiendo el hilo de sus pensamientos): Me gustaría si un día pudiéramos comprar un camión... (sacude la cabeza re-flexionando) ...Un camión de todos nosotros, ¿sabes?... Aún no sé cómo... claro está...

V INCENZO: Ciro, con los líos en que estamos metidos...

Ginetta silenciosamente —con un ademán— da la razón a Vin-cenzo. GINETTA: Un día tras otro por resolver...

CIRO: ¿ES que queremos vivir siempre metidos en líos?

Un coche de excursionistas se detiene ante el surtidor de gaso-lina. SEÑAL ACÚSTICA. CIRO (a Vincenzo y a Ginetta): Perdonad, tengo un cliente...

Se levanta del banco pero es precedido por... ...una muchacha muy joven y agraciada, como son todas las chicas del norte pertenecientes a las clases trabajadoras (Franca). La muchacha sale de la casita de la estación de servicio y corre hacia el surtidor para suministrar la gasolina.

CIRO: ¿LO vas a hacer tú? Franca indica que sí con la cabeza y se dispone tranquilamente a servir la gasolina.

Ciro vuelve a sentarse en el banco, mientras Vincenzo intenta mostrarse alegre.

VINCENZO (benévolo, dirigiéndose a Ciro): No sabía que hubieras tomado un ayudante...

La frase de Vincenzo apenas si logra arrancar una sonrisa de la enfurruñada Ginetta.

GINETTA; Pero ¿quién es?

102 LUCHINO VISCONTI

CIRO: ES la hija del dueño... (con convicción): Son buena gente, milaneses de verdad...

V INCENZO (con tono de hermano mayor): ¿Y siempre está aquí?

CIRO (que continúa quitándole importancia al asunto): No... Hoy. Están aquí porque es fiesta... Le hacen compañía al padre...

Hace un ademán de saludo mientras Franca vuelve a entrar en la casita.

50. Calle de la tintorería. Exterior. Noche.

Rocco baja la puerta metálica de la tintorería. La dueña, de pie en el interior de la tienda, observa la operación de cierre.

Tras bajar la puerta metálica, Rocco corre hacia el portal con-tiguo, del que al cabo de un minuto sale en bicicleta. A sus espal-das vemos a las dependientas, que salen a su vez charlando entre sí y acabando de arreglarse.

La muchacha que vimos encargada del planchado a máquina co-rre hacia un chico que la está esperando en una moto. Sólo ahora nos apercibimos de que toda la escena ha sido vista por Simone, que...

... desde el umbral de un bar situado casi enfrente de la tintorería, está espiando el momento en que Rocco se aleja. En cuanto Rocco ha desaparecido, Simone cruza rápidamente la calle, dirigiéndose hacia la tienda cerrada, y se detiene contrariado ante la puerta metálica bajada.

Simone aparenta no ver a las dos dependientas, que siguen dete-nidas a pocos pasos del portal, y empieza a golpear la puerta metálica. SIMONE: ¡ROCCO!

Las dos muchachas advierten a Simone y se acercan a él, atentas. GIANNINA : Se ha ido ahora mismo. No hace ni cinco minutos. ¿No le ha visto? SIMONE: SÍ le hubiese visto...

RUIDO DE LA PUERTA DE LA TIENDA, QUE SE ABRE DESDE EL INTERIOR. Voz (en off) SEÑORA LUISA (desde el interior de la tienda): ¿Qué

pasa? SIMONE: Nada, señora, nada.

Simone habla ante la puerta metálica de la tienda:

... Soy el hermano de Rocco. Quería dejar aquí... unas cosas, Pero

ROCCO Y SUS HERMANOS 103

volveré mañana (volviéndose hacia las muchachas) : ¿No podría dejarlas en la portería? GIANNINA : Déjelas en la tienda. Pase por el patio. De un salto Simone se dirige hacia el portal. Las muchachas cruzan una mirada.

Desde el interior de la tienda, la señora Luisa continúa pregun-tando : Voz (en off) SEÑORA LUISA: ¿Qué pasa? GIANNINA : Nada, señora, nada (maliciosa): Ahora viene por el

patio. Ida mira con aire de reproche a su amiga y después las dos mu-chachas se alejan casi corriendo cogidas del brazo.

51. Patio casa de la tintorería. Interior=exterior. Noche.

Procedente del zaguán, Simone entra en el patio y mira un mo-mento a su alrededor como buscando el camino. Se acerca a una puertecilla y llama discretamente.

SIMONE: ¿Se puede? Inmediatamente la puerta se abre y se encuentra frente a la se-ñora Luisa. SIMONE: Buenas noches. Perdone. SEÑORA LUISA: ¡Ah! ¿Es usted? Simone da un rápido vistazo para cercionarse de que no hay na-die. Después, en un tono excesivamente humilde, empieza a hablar, procurando evitar la mirada de la mujer: SIMONE: Las muchachas me han dicho que estaba abierto, de

modo que he pensado que podría dejar este paquete. No creía que estuviera usted.

Simone mira valientemente a la mujer, como si de pronto hubiera recobrado el valor y hubiera tomado una decisión importante.

SIMONE: Pero prefiero que sea así. Tome y... tenga mucha pa-ciencia...

La mujer coge el paquete que Simone le tiende. Está muy sor-prendida. SEÑORA LUISA: ¿Qué es? SIMONE: Mire. La señora Luisa tarda en abrir el paquete. Entonces Simone se lo arranca de las manos, saca una camisa blanca y la enseña a la mujer, siempre en un tono agresivo.

104 LUCHINO VISCONTI

SIMONE: Es una camisa para lavar. Pero no es mía. Es una de aquellas bonitas camisas que el otro día estaban en esa mesa. La cogí y me la puse un día (irónico : ) No creo que la haya es-tropeado. Usted dijo que me sentaría mejor a mí que a su dueño, ¿se acuerda?

La señora Luisa coge la camisa y Simone le aferra rápidamente la mano. La mujer mira a Simone cada vez más sorprendida. Hay algo en la actitud humilde y agresiva de Simone que hace que la señora se sienta incómoda y se libere de un tirón de la mano de Simone, reaccionando con un estallido repentino, nervioso e histérico. SEÑORA LUISA: ¿Pero está usted loco? Me pregunto si no estará loco.

(Con voz cada vez más aguda:) ¿Pero sabe que es una cosa nunca vista? Viene aquí, se hace el gracioso, reclama unas cortesías que no le corresponden...

La señora Luisa habla agitando las manos y yendo de un lado a otro de la habitación.

... ¡Ah! Sí, sí. Y después se aprovecha como un vulgar ladrón, mi-serable, con engaños...

SIMONE: NO quise robar. SEÑORA LUISA: ... y yo en cambio soy muy dueña de no creérmelo.

Porque quien abusa de la confianza de una persona que ha demostrado ser amable y, es más, generosa...

Con gran consternación de Simone, la señora Luisa se echa a

llorar. ...¿Qué digo, generosa? Tonta, tonta, si queremos llamar las co-

sas por su nombre. Porque yo soy tonta. Siempre dispuesta a creer y ayudar a todo el mundo.

Simone comprende que ha llegado el momento de intervenir. Se

acerca, pues, a la mujer con una sonrisa.

La mujer trata, con dificultad, de mantener su tono severo.

SEÑORA LUISA: ES una lucha continua para una mujer sola en la vida, ¿sabe? tener que estar siempre al tanto de todo y de todos.

Simone se le acerca más. Ahora la coge por los hombros ; la atrae

hacia sí y, de pronto, la besa.

SEÑORA LUISA (apartándose): Pero ¿qué hace? ¿Qué hace? Simone vuelve a besarla. La mujer se abandona.

(Fundido.)

ROCCO Y SUS HERMANOS 105

52. Complejo tintorería. Interior. Día.

La tintorería está todavía cerrada, pero Rocco ya está trabajando. En efecto, uno de sus cometidos es el de limpiar la tienda, cosa que hace a primera hora de la mañana y con una escrupulosidad ejemplar. Le encontramos ahora arrodillado en el suelo ocupado en pasar el trapo alrededor de las lavadoras. El local está ilumi-nado por la luz que entra por la puerta abierta al patio.

VOCES (en off) DE LAS DEPENDIENTAS: Buenos días... días.

Rocco mira hacia el reloj colgado en el armario de los vestidos.

El reloj marca las 8,30.

Rocco acelera sus movimientos, se levanta y va a retorcer el trapo en el cubo del agua.

Una de las empleadas (Ida) cruza el local dirigiéndose hacia la

cabina de cortinas, con el uniforme colgado del brazo.

IDA (a Rocco): ¡Exagerado! ¿Qué necesidad hay de pasar el trapo húmedo todas las mañanas?

Otra dependienta (Giannina) entra apresuradamente dirigiéndose a su vez hacia la cabina.

IDA (fastidiada): ¡Eh, no! Espera un momento. Primero me cam-bio yo.

GIANNINA : ¿Y no puedo entrar yo también? (Irritada): ¡Qué sim-pática! Me cambio aquí, ¡qué más da! (A Rocco:) Fuera, fuera...

Giannina empieza a quitarse el vestido. Rocco se vuelve, embara-zado, llevándose el cubo. Desde el piso de arriba se oyen unos gritos agudos.

GRITOS SEÑORA LUISA. La señora Luisa está armando un escándalo terrible y la mirada de Rocco, al igual que las de las dos muchachas, se dirige hacia la escalera que lleva al piso de arriba.

También la tercera empleada, la mayor, encargada de la lavadora, que acaba de entrar en la habitación interior que da al patio, se detiene como paralizada con la mirada fija en la dirección de donde proceden los gritos.

MUCHACHA ENCARGADA DE LA LAVADORA: ¡Virgen Santa! ¿Qué pasa esta mañana?

La primera en reaccionar es Giannina. No se preocupa de que Rocco la vea en combinación y le empuja apremiándole.

GIANNINA : Llévate estas cosas y corre la puerta metálica. Son las ocho y media, muévete. ¿No oyes que se avecina la tempestad?

106 LUCHINO VISCONTI

Rocco asiente ligeramente. Desaparece hacia el patio con el cubo en la mano. Pero antes de que haya alcanzado la puerta es de-tenido por la aparición de la señora Luisa en bata, desmelenada. La señora Luisa se dirige a las dependientas, que han permane-cido quietas en su sitio.

SEÑORA LUISA: Me han robado las joyas. El broche, el que llevo siempre, las perlas, todo, todo...

Las empleadas se acercan a la señora expresándole su condolen-cia y preguntándole datos:

IDA: ¿Cuándo se ha dado cuenta? GIANNINA : ¡Pero si ayer lo tenía!

OTRA MUCHACHA: Sin embargo, a mí me parece no habérselas visto ayer tampoco.

Rocco ha permanecido quieto junto a la puerta metálica.

La señora Luisa no contesta a las muchachas, sino que se vuelve

hacia Rocco y le dice con voz temblorosa por la emoción:

SEÑORA LUISA: ¿Has entendido, Rocco?

Rocco se encoge de hombros y asiente como diciendo que sí, que ha entendido. La reacción de Rocco parece exasperar a la señora Luisa, que le-vantando la voz y con la mirada siempre fija en Rocco grita:

SEÑORA LUISA: Pero yo aviso a la policía. Aun a costa de un es-cándalo. No me importa nada. Total, ¿qué puedo perder? La policía, eso es, ¡la policía!

Rocco, cada vez más consternado. De nuevo asiente serio.

Rocco: Claro, señora. Hace bien.

SEÑORA LUISA (a Rocco): ¿Tenéis teléfono en casa, vosotros? Rocco (cada vez más aturdido): ¿En casa? ¿Cómo, en casa? Yo

vivo en el refugio de los desahuciados.

La señora Luisa desaparece por la escalera. Rocco se vuelve a las muchachas y dice atónito:

Rocco: Pero ¿por qué la ha tomado conmigo?

53. Habitación que ocupa Rosaría en el refugio de los desahucia» dos. Interior. Noche.

La habitación está iluminada débilmente por la luz que se filtra por el cristal esmerilado que hay sobre la puerta que da al co-rredor. Rosaría dormita en un catre colocado a lo largo de la pared donde

ROCCO Y SUS HERMANOS 107

está la puerta, en la pequeña habitación obtenida con la delimi-tación creada por la manta-cortina colocada por Ciro. Junto a la cama de Rosaría está la yacija vacía de Luca. Luca aún está levantado y está detrás de la cortina acurrucado a los pies de la cama en la que está tendido Rocco en camiseta y pantalones. Las camas de Vincenzo y de Simone están vacías. En otro de los camastros de ese mismo sector... ... se encuentra sólo Ciro, quien acaba de escuchar con atención el relato de Rocco.

CIRO: ¿Y por qué tendría que sospechar de ti?

Rocco: No sé. No me ha quitado los ojos de encima durante todo el día.

CIRO: Está loca. Rocco: Está loca, sí. Pero al final hasta las chicas se han dado

cuenta. CIRO (escandalizado) : Mañana por la mañana iremos a informar a

la Comisaría. Se oye una voz que llama desde el corredor y que resuena en ese

amplio zaguán desierto.

Voz DEL CONSERJE (en off): ¡Parondi! Llaman a Parondi en la por-tería.

Rocco se pone de pie sobre la cama de un brinco. Rocco (asustado): lia hecho la denuncia: vienen a detenerme...

¡Ciro!

Ciro hace un ademán a Rocco para que calle y poder oír qué su-cede. Se oye el ruido de Rosaría, que se ha levantado y ha ido a

abrir la puerta. Voz (en off) : Vincenzo. Rocco y Ciro se levantan y van hacia la puerta donde se encuentra Rosaría, que habla en dirección al corredor.

ROSARÍA: Vincenzo no está. (A Rocco:) Dice que abajo preguntan por Vincenzo.

Ciro y Rocco cruzan una mirada entre sí.

CIRO: ¿Vincenzo? Rocco (a Rosaría): Voy yo a ver. Nuevamente los dos hermanos se cruzan una mirada.

CIRO: Voy contigo. ROSARÍA : ¿Qué querrán a estas horas?

108 LUCHINO VISCONTI

CIRO (para tranquilizarla) : Después de todo no es tan tarde, mamá,

aún no son las diez. ROSARÍA: ¿Vas tú? Rocco asiente mientras se pone la americana sobre la camiseta y, entre tanto, se dirige a Ciro en voz baja:

Rocco: Tú es mejor que te quedes aquí. Por mamá. (A Luca): Tu, silencio, ¿entendido?

Luca se ha puesto de pie en la cama e intenta estirar el grueso jersey de lana sobre las piernas. Es evidente que Luca no ha com-prendido nada de lo que está ocurriendo, pero ha comprendido que algo ocurre, algo importante, y esto basta para turbarle. Rocco sale de la habitación y Rosaría vuelve a su camastro lla-mando soñolienta :

ROSARÍA: ¡Luca! ¡A la cama!

54. Calle del refugio de los desahuciados. Exterior. Noche.

Rocco está en el portal acompañado por el conserje nocturno que le indica... un coche utilitario detenido en la calle a unos cincuen-ta metros. Rocco sale a la calle y el conserje vuelve a cerrar la puerta. Al llegar junto al coche, Rocco afloja el paso y se inclina un poco para mirar quién hay dentro del coche. En el coche está Nadia pintándose los labios usando como espejo el del retrovisor. En cuanto ve a Nadia, toda la aprensión de Rocco desaparece. Se inclina más decidido y golpea el cristal de la ventanilla. Nadia se vuelve y mira a Rocco sin reconocerle. NADIA : Pero tú no eres Vincenzo... Rocco: No. Vincenzo no está. Pero no tardará mucho. Esfumado el primitivo temor, Rocco es asaltado por otro que procura disipar en seguida añadiendo una aclaración: Rocco: Vincenzo tiene novia. Y ahora está... con su novia. Nadia abre la portezuela del coche. NADIA : ¡Dichoso él! Anda, sube. Rocco titubea. NADIA : ¡Vamos! ¿No eres otro de la cuadrilla de los Parondi? Rocco: SÍ. Soy Rocco.

NADIA (irónica): ¡Qué bonitos nombres tenéis todos! Anda, sube, que para mí es lo mismo.

ROCCO Y SUS HERMANOS 109

Rocco sube, pero continúa mirando a Nadia muy extrañado. Con un suspiro de impaciencia Nadia se inclina sobre Rocco para ce-rrar la portezuela. Rocco se aplasta todo lo que puede contra el respaldo del asiento, con tan vehemente temor que Nadia estalla en una carcajada y se vuelve a mirar al muchacho.

NADIA : Pero ¿de qué tienes miedo? ¡Vaya! ¡Qué bonitos ojos

claros tienes! ¿Cómo has dicho que te llamas? Rocco: Rocco. El momento de buen humor parece habérsele pasado a Nadia, que pone en marcha el coche con dificultad.

NADIA (irritada): Si no practico un poco, nunca aprenderé a con-ducir.

El coche arranca dando un bote.

Rocco (tímidamente): Pero ¿dónde vamos?

Una vez más la intervención asustada de Rocco divierte a Nadia.

NADIA (alude riendo a Simone): Donde esté segura de no tener malos encuentros.

Nadia es una pésima conductora y por este motivo, ahora que

el coche está en marcha, se ve obligada a mantener la mirada

fija hacia adelante y las manos contraídas sobre el volante.

NADIA : Mira a ver si es dirección prohibida.

Rocco: Aunque lo fuera, no lo sabría.

NADIA : ES dirección prohibida. ¡Todo está prohibido, ahora, en

este país! Con cierta dificultad Nadia da la vuelta al coche para meterse en un ancho paseo con árboles a los lados. Siempre vigilando cuidadosamente sus maniobras, Nadia se detiene en una zona más bien oscura. En cuanto ha terminado de echar el freno, abre el bolso y saca algo que pone en la mano de Rocco.

NADIA : Toma. Y ahora escúchame bien. Quería hablar con Vin-cenzo porque le conozco. Tenemos unos antecedentes. Pero, como ya te dije, tú también sirves. ¿Sabes qué es esto?

Rocco mira fascinado las joyas que tiene en la mano. Sabe per-fectamente de qué joyas se trata, pero no logra comprender cómo están allí. NADIA : TU hermano Simone dice que las ha comprado. Pero las

ha robado, estoy bien segura. A quién, no sé, y no tengo

ningún interés en saberlo.

110 LUCHINO VISCONTI

Rocco va a decir algo, pero se arrepiente en seguida. Rocco: Pero... NADIA : Ya tengo bastantes preocupaciones por mi cuenta y no

quiero correr riesgos por cosas conio éstas. ¿Entendido?

Rocco: No. NADIA (impasible): Vamos bien.

Rocco (con voz ahogada): Pero ¿por qué lo ha hecho?

Nadia mira divertida a Rocco con una larga mirada ironica: NADIA (lentamente): Para acostarse conmigo, guapo. Por lo visto

vale la pena. Rocco mira fijamente a Nadia con una expresión tan perdida

que... ...la muchacha no puede por menos que reírse.

NADIA : ¿Qué pasa? ¿No me crees?

Sólo ahora Nadia parece darse cuenta de que Rocco no lleva

camisa y que lleva puesta la americana sobre la camiseta.

NADIA (poniendo la mano en el cuello de Rocco): Pero ¿cómo vas?

Rocco se levanta la solapa de la americana:

Rocco: Estaba en la cama.

NADIA (alegre): ¡Pobrecito! ¡Calentito, calentito! Rocco se aparta instintivamente.

NADIA (entre irritada y divertida): Estáte quieto. No te voy a comer (en tono repentinamente expeditivo): Escucha, guapo. Vas a devolver esas cosas a tu hermano y le dices que me he marchado y que no me busque porque es inútil. ¿Entien-des? Le dices: Nadia se ha marchado y te manda muchos recuerdos.

Rocco mira fijamente a Nadia con una expresión atenta y ape-nada. NADIA : Bien mirado también hubiera podido quedármela toda

esta quincallería, pero... Pero ¡bueno! ¿Vas a dejar de mirar-me así? ¿Qué tengo de tan extraño?

Rocco: Usted no tiene nada de raro. Usted, es muy... amable. Pero no puedo creer que Simone...

NADIA : Créelo, créelo. Y ahora, ¡buenas noches, guapo! Me alegro de que hayas dicho que soy amable. Ya es algo. (En voz baja:) Perdona si no te acompaño a tu casa. Adiós.

Nadia se inclina para abrir la portezuela del coche. Rocco nue-

ROCCO Y SUS HERMANOS 111

vamente se echa para atrás como queriendo evitar un contacto demasiado íntimo.

NADIA (con fingida indignación): ¡Eh, no! Debes dejar de tener miedo. Toma.

Al echarse para atrás, precisamente cuando Rocco empieza a apartarse para bajar del coche, Nadia le coge de la americana y le besa en la boca. Después se endereza riendo, se mira en el espejito para ver si el carmín de los labios está en orden, mientras Rocco baja. Vuelve a cerrar la portezuela con un golpe seco e inmediatamente después pone en marcha el coche, que se aleja.

55. Habitación que ocupa Rosaría en el refugio de los desahuciados.

Ahora también Simone y Vincenzo han regresado y todos los hermanos duermen excepto Simone, que se vuelve lleno de apren-sión al oír el chirrido de la puerta.

Para alcanzar su camastro, Rocco se ve obligado a pasar por encima de la cama ocupada por Simone. Simone mira a Rocco con una mirada particularmente inquieta. Rocco, en cambio, evita mirar a su hermano.

Vincenzo se despierta y da unos golpes en la espalda de Ciro para despertarle. V INCENZO (en voz baja a Ciro): Ha vuelto. (A Rocco, asimismo en

voz baja): Pero ¿me buscaban a mí o te buscaban a ti? Rocco se pone en cuclillas sobre su camastro, junto al cual está el de Simone. Rocco (en voz baja): Me buscaban a mí. He tenido que ir a la

tienda porque... necesitaban las llaves del contador. CIRO: ¿Las llaves del contador? Rocco (ingenuo): Sí. Rocco se quita la americana. CIRO: ¿Y del robo?

Rocco: La señora ha encontrado las joyas. No se las habían robado.

CIRO: Entonces está loca de verdad.

Rocco: Ya te lo había dicho. (Una pausa:) Me he despedido.

CIRO: ¡NO me digas! Es una buena colocación. Rocco se estira en la cama.

Rocco (estirándose): No. Ya no era una buena colocación.

112 LUCHINO VISCONTI

Simone ha permanecido inmóvil, escuchando todo lo que han

dicho. Y siempre con la mirada fija en...

...Rocco, que lo nota y evita volverse del lado de su hermano.

V INCENZO (en voz baja): Podías haber esperado a encontrar otra cosa.

Rocco (en voz baja): Ya la he encontrado. He recibido la cita-ción. Ayer; con el llamamiento. Con todos los líos que han pasado, con esa loca, hasta se me había olvidado. Me voy a hacer el servicio.

Rocco permanece tendido, inmóvil, con las manos cruzadas bajo la nuca. Sigue notando fija sobre sí la mirada de Simone.

Vincenzo ya se ha acurrucado y empieza a cerrar los ojos.

Ciro se vuelve boca abajo, según su costumbre cuando duerme. Se produce una pausa. Después, siempre sin volverse, Rocco dice en un susurro:

Rocco: Simone... Simone no contesta, sino que mira a su hermano con una ex-presión de alarma, temiendo una explicación y preparándose para la defensa.

Rocco: Tengo que decirte una cosa. Cuando volvía de la tienda me he encontrado aquí abajo con una señorita. La hija de los que vivían en el quinto piso en Lambrate, ¿te acuerdas? Me ha dicho que te avisara de que se marchaba y que no sabe cuándo va a volver...

Simone se levanta sobre el codo con una expresión cada vez más inquieta. SIMONE: ¿Cuándo la has visto? ¿Dónde?

Rocco se vuelve de espaldas a Simone acurrucándose como dis-poniéndose a dormir.

Rocco: Ya te lo he dicho.

SIMONE: Pero ¿adonde va? ¿Te lo ha dicho?

Rocco: No. No me lo ha dicho.

Simone sospecha que Rocco sabe mucho más de lo que dice, pero no juzga prudente hacer preguntas. Mira una vez más a su hermano con la inútil esperanza de obtener una respuesta. Rocco no se mueve. Simone vuelve a tenderse a su vez e, inútil-mente, intenta ganar la confianza de su hermano con un esfuerzo violento y vulgar.

ROCCO Y SUS HERMANOS 113

SIMONE: ¿Pero tú conoces a esa desgraciada? ¡Quién sabe lo que querrá de mí! ¡Quién sabe lo que se le habrá metido en la cabezal Es una fulana como no hay otra. Y además se las da de señora. ¡Que se vaya al diablo! Yo no tengo tiempo que perder con una como ella. Si me la encuentro por ahí vuelvo la cabeza del otro lado y escupo al suelo tres veces. Si la vuel-ves a ver, díselo.

Rocco parece no escucharle. Con los ojos muy abiertos, en la os-curidad, está absorto en sus pensamientos. En sobreimpresión aparece el letrero:

ROCCO

ABRIL 1957

56. Vista panorámica de una ciudad de provincias. Exterior Cuar tel. Día.

Por la entrada principal de un cuartel salen en pequeños grupos los soldados con permiso. Pasan delante del oficial de guardia y del sargento de inspección, quienes controlan atentamente sus uniformes. Algunos soldados son enviados de nuevo adentro. Entre los soldados sale Rocco que, apenas fuera del cuartel, saca una carta del bolsillo y se pone en marcha lentamente mien-tras lee. Otros soldados se le adelantan por la acera.

Voz ROSARÍA (en off) ...Si no te hemos podido escribir antes, el motivo ha sido que hemos tenido mucho jaleo porque por fin nos han dado el piso.

57. Gran edificio popular del Plan Romita. Exterior. Día.

Un gran edificio popular, nuevo y bastante bonito. Está situado en una calle que se encuentra en la extrema periferia de la ciu-dad y que se pierde en el campo. A lo largo de todo el edificio se hallan los escaparates de las tiendas que brillan al sol y, delante de ellos...

...pasa Rosaría con el cesto de la compra. La mujer, que tiene un aspecto más cuidado y burgués, se detiene delante de todos los escaparates, sumamente interesada.

Voz ROSARÍA (en off): Ya todos nos conocen en el barrio porque todos saben que Simone ha ganado el combate de Genova y todos me llaman Señora...

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114 LUCHINO VISCONTI

TENDERO EN EL UMBRAL DE UNA TIENDA: Buenos días, señora. ROSARÍA: Buenos días.

Rosaría continúa su inspección ante los escaparates caminando con cierto empaque.

Voz ROSARÍA (en off): Hijo mío... Este hubiera sido un año ben-dito si no fuera por la desgracia de que Vincenzo se ha casa-do y se ha marchado y tú estás en él servicio... Porque Simo-ne no puede coger un trabajo fijo por culpa de los entrenamientos... Pero se acerca el día en que pagará todas las deudas que tiene con sus hermanos, con la carrera que va a hacer...

58. Sala de máquinas talleres Alfa Romeo. Interior. Día.

Un pequeño grupo de obreros en mono, guiados por un capataz, está realizando una visita de instrucción. Entre ellos está Ciro, que es el más joven.

Voz ROSARÍA (en off): Ciro ha dejado la colocación que tenía en el garaje Traversi, pero para entrar en la Alfa Romeo, aho-ra que tiene él diploma de la escuela nocturna... en casa, de ganancias fijas, sólo tenemos su sueldo y todos los gastos... Si te sobra él dinero del semanal del cuartel, mándalo, porque tú pocos gastos puedes tener...

59. Paseo con árboles en la ciudad de provincias del cuartel. Ex terior. Día.

Un soldado, adelantando a Rocco, que está entregado a la lec-tura, le da un manotazo en el hombro. Es un toscano jovial.

SOLDADO TOSCANO: ¿Vienes al cine? Rocco: No puedo... SOLDADO TOSCANO: ¿Qué tienes que hacer?...

Rocco: Nada... Rocco guarda la carta de su madre en el bolsillo.

SOLDADO TOSCANO: ¿Y entonces?...

Rocco: No tengo dinero...

60. Estafeta de correos en la estación. Interior. Día.

Rocco está releyendo el impreso de giro que acaba de llenar y cuenta los escasos billetes de mil liras que va a entregar junto con aquél. Después se acerca a la ventanilla y lo tiende todo a la señorita. Mientras la señorita coge el dinero y el impreso de giro y em-

ROCCO Y SUS HERMANOS 115

pieza a poner los sellos, Rocco, apoyándose en la repisa que

hay delante de la ventanilla, mira hacia la...

...sala contigua a la oficina de correos, que es el salón de entrada

y de las taquillas de la estación. No hay demasiado movimiento.

Ante el tablón de horarios de salida de trenes se halla una

muchacha que vemos de espaldas.

La muchacha l leva un impermeable atado con un cinturón y

ahora se agacha para coger el maletín que había dejado en el

suelo. Rocco mira con atención a la muchacha.

Voz (en off) SEÑORITA ESTAFETA DE CORREOS: El recibo. Como despertándose, Rocco coge el recibo que le tiende la seño-rita y se dispone a salir inmediatamente de la oficina de co-rreos.

61. Complejo atrio estación y bar de la estación. Interior. Día.

Tras salir de la oficina de correos Rocco se vuelve de nuevo para mirar a la muchacha que ahora... se dirige lentamente hacia las taquillas. La mirada de Rocco y la de la muchacha se cruzan.

Rocco reconoce a Nadia y, cohibido de repente, apresura el paso simulando no haberla visto.

Rocco està a punto de alcanzar la salida de la estación cuando, seguro de no haber sido reconocido por Nadia, se vuelve* una vez más, circunspecto, para mirar hacia las taquillas. La muchacha ya no está entre las ventanillas de las taquillas. Rocco se vuelve para reemprender su camino hacia la salida cuando, junto a él, del lado contrario al que se volvió, se en-cuentra a Nadia que le mira.

NADIA: ¡Ah! No me había equivocado. Eres tú.

Nadia está muy ajada. Está muy pálida y tiene una expresión dura. NADIA (sin sonreír) : ¿Qué haces aquí? Te han puesto hecho un

adefesio. Rocco saluda cohibido, haciéndole el saludo militar. Rocco: Estoy haciendo el servicio. NADIA : Ya lo veo. ¿Desde cuándo estás aquí? Rocco: Ya va para catorce meses. NADIA (riendo, irónica): Mira qué casualidad. Yo también. Más

o menos. Y precisamente aquí, en la misma ciudad.

116 LUCHINO VISCONTI

Rocco mira a Nadia sin comprender.

NADIA : ¿Me pagas un café? Tengo que hacer tiempo.

Rocco se pone todavía más nervioso.

Rocco: Yo... tengo que volver al cuartel.

NADIA : Bueno, entonces adiós,..

Nadia parece únicamente desilusionada de tener que renunciar a una pequeña distracción. Nada más. NADIA : Que te siga yendo bien... Nadia ni siquiera espera a que Rocco le devuelva el saludo y se encamina lentamente hacia el bar.

Rocco tiene un momento de indecisión, por fin la alcanza y dice, tartamudeando por la timidez:

Rocco: No tengo que volver en seguida al cuartel. NADIA (empezando a divertirse): Entonces, ¿qué?

Rocco (con mucha sencillez): Que le haría compañía con mucho gusto. Pero no puedo ofrecerle nada.

Nadia estalla en una carcajada alegre:

NADIA : ¡Te invito yo, tonto! Es más. ¿Sabes qué vamos a hacer? Tomamos un coche de punto, damos una bonita vuelta por la ciudad y tomamos el café en un lugar menos mísero que éste. Mi tren sale a las seis... Tenemos una hora.

Antes de que Rocco haya tenido tiempo de contestar... Nadia se dirige decidida hacia la salida.

NADIA : Quiero ver un poco cómo es esta ciudad, ya que he estado en ella tanto tiempo...

62. Plaza donde se encuentra un gran café. Exterior. Día.

Rocco y Nadia están sentados a una mesa del café, situado en

una gran plaza.

Un soldado con permiso que pasa por allí reconoce a Rocco y

se vuelve insistentemente a mirarle.

Rocco ni siquiera se da cuenta, absorto en escuchar a Nadia,

que habla apoyando los codos en la mesa y la cabeza inclinada

de un lado en actitud característica en ella, y que hace que los

cabellos le caigan sobre la frente.

NADIA : ¿De veras no lo habías comprendido? NADIA : ¡Cómo no! Trece meses y ocho días. (Suspira:) Porque

no pude conseguir la libertad condicional. Por culpa de los antecedentes...

ROCCO Y SUS HERMANOS 117

Nadia saca del bolso un paquete de cigarrillos. Con un gesto in-dica a Rocco que coja uno. Rocco no lo hace.

Nadia enciende el cigarrillo. Rocco: ¿Ha estado.., muy mal? NADIA (dura): Sí. Rocco baja la mirada. NADIA (recobrándose): Tampoco es cierto. El tiempo pasa rápido

cuando los días son todos iguales. Cualquiera diría lo contra-rio. Y en cambio es así. Pero... (intentando bromear:) ¡Eh, tú! ¡Despierta!

Mira a Rocco. Rocco (volviendo a bajar la mirada): ¿Y ahora? NADIA : Ahora ¿qué? Vuelvo a Milán. Lo único bueno es que el

dinero que hemos ganado en cierto negocio... (irónica) aún lo tengo. De modo que por un par de meses no tendré preocu-paciones.

Rocco mira serio a Nadia. Nadia se siente atraída y cohibida por esa mirada.

NADIA : ¿Qué pasa? ¿Tanto efecto te produce que alguien haya estado encerrado? (con amargura): Después de todo no es un caso tan insólito... (Ríe) En fin, que no soy la única en el mundo. Quizás sea la única que tú has visto...

Rocco (apresuradamente y con amabilidad): No, no. Tengo un amigo en mi pueblo, mejor dicho, más de uno... Hombres jó-venes y pobres como ni siquiera puede imaginar. Nos dieron la ilusión de un poco de tierra por cultivar, una tierra que destrozaba los brazos de trabajarla y que se necesitaba me-dio día de camino para llegar a ella. Algunos de mis amigos quisieron protestar, pero les pusieron las esposas a todos y tos llevaron a la cárcel en Matera y en Potenza... Cosas que ocurren en nuestra región...

Nadia no parece muy interesada en el relato de Rocco. Pero está conmovida por el apasionamiento con que Rocco intenta expli-cárselo. NADIA : Ya lo sé. Por eso huís todos al norte. Rocco: ¡Ojalá me hubiera quedado allá! NADIA : ¿NO te gusta Milán?

LOCHINO VISCONTI

Rocco: Si, pero... Es allá, en nuestro pueblo, donde se tendría

que poder vivir. Allá hemos nacido y nos hemos criado... NADIA (un poco irónica): Comprendo... Rocco sonríe cohibido.

Rocco: Creo que no estoy a gusto en la ciudad porque no he cre-cido ni me he formado con ella. Hablo por mí refiriéndome a mis padres, a mi gente. Hay quien en seguida se pone a co-rrer con los demás y también aprende en seguida los deseos de los demás. Yo no. Porque creo que no es así como debe ser. Yo querría desear un coche, por ejemplo, pero después de haber deseado y alcanzado todo lo que hay antes.

NADIA (riendo con ternura): ¿Y qué hay antes?

Rocco: El trabajo. La seguridad de comer todos los días. Una casa. No sé cómo explicárselo.

NADIA : En efecto. No he comprendido casi nada. Pero da lo mismo.

Nadia golpea la taza con la cucharita para llamar al camarero. Mira a Rocco. El muchacho despierta su curiosidad.

NADIA : Y de mí, ¿qué piensas?

Rocco (intentando zafarse): ¿Qué tendría que pensar?

NADIA : ¡Ah, no sé! ¡Es a ti a quien lo pregunto I No tengas mie-do. No soy de las que se ofenden. Puedes ser sincero hasta el fondo.

Rocco (aliviado) : Pensé una cosa, la otra vez que la vi.

El camarero se ha acercado; Nadia paga los dos cafés, el cama-rero coloca las tazas en la bandeja y Rocco se siente cohibido por su presencia.

Rocco: Pensé: ¿cuántos años tendrá?

NADIA (ríe alto): ¿Eso es todo? Veinticinco. ¿Y con eso?

Rocco (sencillamente) : Me ha preguntado qué he pensado.

NADIA : Tienes razón. Si no hay más...

Rocco (sumamente cohibido): ¿Se ha ofendido?

NADIA (un poco irritada): ¿De qué? Nadia abre el bolso, mira en su interior como si buscara algo.

Saca un peine. Posiblemente no sea lo que buscaba. Su ademán

es puramente nervioso. Se pasa el peine por el pelo. Vuelve a

guardarlo en el bolso. Después mira a Rocco sintiendo sobre sí

su mirada atenta.

ROCCO Y SUS HERMANOS 119

NADIA (áspera): Pero ¿qué tengo de raro como para continuar mirándome?

Rocco (en voz baja): Perdone. (Bajando la mirada): No sé por qué, pero usted me da mucha pena.

NADIA (burlona): ¡Vaya! ¡Qué bonito cumplido!

Rocco (rápidamente, embarullándose): No es por aquello. Quie-ro decir que porque haya estado allá dentro. También la pri-mera vez que la vi, y después también cuando vino aquella noche por lo de Simone. No sé por qué. Siempre tuve la impresión de que usted es desgraciada...

NADIA : Te equivocas.

Rocco: Claro. Además yo no la conozco y no puedo juzgar. Es una impresión estúpida. Tal vez porque usted tiene una forma de mirar agresiva, pero... como si en cambio tuviera siempre miedo.

Rocco se estruja las manos mientras habla. Cuando vuelve a le-vantar la cabeza se calla enmudecido por la sorpresa. Nadia está llorando silenciosamente, sin intentar contenerse. Pero cuando se da cuenta de que Rocco la ha sorprendido hace un ademán irritado.

NADIA : NO me hagas caso. Sólo estoy cansada. Después de todo, no ha sido demasiado alegre el tiempo que he pasado allá dentro, meses y meses... Y tampoco lo que me espera fuera creo que sea muy divertido.

Nadia está tan nerviosa que, al intentar coger el pañuelo, éste se le cae al suelo. Rocco se agacha a recogérselo y, al tendérselo, le aprieta la mano.

Rocco: ¿Por qué habla así? Cada uno puede llevar la vida que quiere, si realmente quiere.

NADIA (esforzándose en reír): ¿Qué has dicho? ¿Sabes que eres todo un tipo? (Llora todavía.) Es mejor que tengas cerrada la boca, mucho mejor. ¿Estás viendo el efecto que me hace, si hablas?

Rocco (sumamente cohibido): ¿Quiere que me vaya?

NADIA (secándose los ojos y sonriendo bastante tranquila): No.

Tonto. Acompáñame a la estación. Pero no sigas hablándome

de mí. Es un tema que no me gusta. Nadia se levanta. También Rocco se levanta. Nadia le mira intensamente.

120 LUCHINO VISCONTI

NADIA : Si tú estuvieras en mi lugar, ¿qué harías?

Rocco está tan sorprendido por la pregunta que Nadia se echa a reír, pero en seguida calla, nuevamente seria al oír la contes-tación de Rocco, quien, tras una pausa, dice en voz baja: Rocco: Tendría confianza. No tendría miedo y tendría confianza. NADIA : ¿En qué? Rocco: No sé. En todo...

Los dos se miran. Rocco está sonrojado por su valor y profun-damente turbado por la mirada de Nadia, tan desarmante y dulce. NADIA (tratando de bromear): ¿En ti también? Rocco (siempre mirándola, en voz baja): Sí.

NADIA (turbada): ¿Me buscarás cuando vuelvas a Milán? Acaso consigas enseñarme a no tener miedo...

Rocco sonríe. (Fundido.)

OCTUBRE-NOVIEMBRE 1957 63. Interior

iglesia en la periferia de Milán. Interior. Día.

Alrededor de la* pila bautismal están los cuatro hermanos Pa-rondi y Ginetta. Ciro tiene en brazos, en calidad de padrino, al recién nacido que el sacerdote se dispone a bautizar. Se trata de una delicada costumbre de los meridionales : el niño, llevado en brazos por su madre, recorre la fila de los presentes y se detiene precisamente delante del que será su padrino. En esta ceremonia parece casi como si el niño eligiera al padrino por su propia voluntad. Y el padrino elegido es Ciro.

Voz: Ahora el niño elige su padrino...

Coge al niño en brazos. El sacerdote se acerca dispuesto a bau-tizar. SACERDOTE (pronuncia la fórmula ritual del bautizo imponiendo al niño eí nombre de Antonio).

La iglesia es nueva. Luca mira fascinado y ligeramente asustado un fresco pintado en la hornacina del baptisterio de esa iglesia de reciente construcción.

Es un fresco modernísimo, en el que está representado un Cris-to con San Juan Bautista. Ninguno de los dos le debe ningún agradecimiento al pintor que los ha retratado. Luca tira de la manga de Simone para enseñarle la pintura. Tarn-

ROCCO Y SUS HERMANOS 121

bien Simone la mira frunciendo el ceño. Simone lleva puesta una llamativa americana de cuadros. El sacerdote ha terminado el rito. V INCENZO (en voz baja a Ginetta): Vamonos. Ha acabado. GINETTA (en voz baja): ¿Qué tenemos que hacer? V INCENZO

(en voz baja): No sé. ¿Se tiene que pagar?

Ciro, serio, vuelve a dejar al niño, que llora en los brazos de Ginetta. GINETTA (a Vincenzo, en voz baja): Pregúntaselo a Ciro. El es el

padrino. Simone y Luca se encaminan hacia la salida de la iglesia. Vincenzo habla en voz baja con Ciro, quien le hace un ademán tranquilizador. Seguidamente Ciro, con el aire de jefe de familia, se dirige al sacerdote dándole las gracias y despidiéndose. Después, tras ha-berse santiguado, se vuelve para alcanzar a sus hermanos y a su cuñada en el umbral mientras salen a la luz del día.

64. Complejo piso nuevo de Rosaría. Interior. Día.

Rosaría está ajetreada. Está arreglando la habitación en la que duermen los chicos (Simone y Ciro), en la que está transportando una cama, que mira dónde puede colocar.

De repente Rosaría se queda quieta escuchando. Después, tro-pezando con el cubo de agua de fregar el suelo y derribándolo con las prisas, corre por el pasillo y abre la puerta. Rocco está apretando el botón de descenso del ascensor (un ascensor modesto, con apariencia casi de montacargas, pero ascensor al fin).

ROSARÍA: ¡ROCCO! ¡ROCCO, hijo mio! Rocco va al encuentro de su madre y la abraza. Rosaría le pasa la mano por el pelo cortado. Le aprieta los brazos. Después se dispone a entrar en casa.

ROSARÍA (hablando rápidamente, excitada): Estaba arreglándote la cama. Porque la compramos ayer y la trajeron a última hora de la tarde. Y luego entre una cosa y otra... Estás muy bien, ¿sabes? Muy bien, hijo mío. Mira, mira: los muebles son todavía pocos, claro... (señala): San Roque sigue allí, sobre la cómoda...

La estatua de San Roque, que ya conocemos, contrasta con la desolación moderna de esa casa popular. Tanto más cuanto que,

122 LUCHINO VISCONTI

en ocasión del regreso de Rocco, la imagen sagrada ha sido ador-nada con flores trenzadas. Ante ella, la cesta de los exvotos (pe-queñas cabezas, piernas, bastas manecitas de cera).

Rocco: Tú también estás bien, mamá.

Rocco dice esto sin convicción. Observa el pelo más encanecido de la madre, su rostro más arrugado, una casi imperceptible alteración de su expresión. Rocco le acaricia la cabeza, el rostro.

ROSARÍA: NO muy bien. He sufrido mucho con los dientes. Ni si-quiera puedo describirlo. (Mirando a su alrededor): Te gus-ta, ¿eh?

Rocco: ¿No hay nadie? Estaba tan contento de llegar en domin go porque así, me decía los encontraré a todos en casa. In-cluso te lo había escrito (intentando disimular su decepción): Verás, pensaba, que puede que Ciro venga a la estación.

ROSARÍA: Vendrán a mediodía (siempre mirando a su alrededor y un poco decepcionada por el escaso interés demostrado por Rocco): Pero ¿no me dices nada? ¡Mira lo que hay allí! Abre esa puerta.

Rocco abre la puerta del pequeño cuarto de baño. Sonríe a su

madre para darle una satisfacción.

Rocco: Bonito. ROSARÍA (siempre dando vueltas, excitada): Ahora me vas a dech

dónde quieres poner la cama. Yo duermo en la otra habita ción con Luca y vosotros tres aquí. Ciro es muy buen chico, ¿sabes? &

Rosaría siente el deber de darle una explicación a Rocco y se

vuelve de espaldas como presintiendo su reacción. ...Han ido todos al bautizo del hijo de Vincenzo.

Rocco (sorprendido): ¿Y tú no? Rosaría no contesta. Rocco se le acerca. Rocco: ¿Por qué no has ido? ROSARÍA: Llegabas tú. Rocco (nota que su madre miente): Haberme dejado una nota y

hubiera ido yo también. ¿Dónde es? Vamos en seguida. ROSARÍA: Ahora ya es tarde. Rocco: Mamá, ¿aún sigues peleada con Vincenzo? ROSARÍA: NO. Vincenzo viene a verme a menudo. Rocco: ¿Y Ginetta? ROSARÍA (dura) : Ginetta no.

ROCCO Y SUS HERMANOS 123

Rocco: Y tú ni siquiera has ido a verla ahora cuando ha nacido

el niño. ROSARÍA (resentida): ¿Y los Giannelli, qué? ¿Crees que van a ver

a Vincenzo?

OCTUBRE-NOVIEMBRE 1957.

65. Gimnasio Cecchi. Interior. Noche.

Simone está en el ring entrenándose con un peso pesado. Cecchi, el entrenador, el masajista, todos están alrededor del ring. El entrenamiento de hoy es muy importante, por ser el último en vísperas de un combate bastante decisivo. Simone está alegre y bromea continuamente. Cecchi, en cambio, está mucho menos alegre y observa atentamente a Simone.

SIMONE (a Cecchi): ¿Todavía no ha comprendido que la víspera de un combate es mejor que no me ponga los guantes?

CECCHI: Soy yo quien sabe lo que es mejor para ti. ¿De acuerdo? Ahora vamos, anda, ¡piernas de plomo! (Al entrenador:) Es así: no consigo hacerle comprender que mañana por la noche se enfrentará con uno que puede hacerle pasar un mal rato,

SIMONE (en tono despreocupado): ¡Pero si siempre dice lo mismo i

CECCHI: Pero esta vez es verdad. Por si no bastara, tiene un derecho muy duro. Escúchame: tú, en mi opinión, sólo podrás salvarte si eres rápido. Y, en cambio, ¡fíjate!, eres más pe-sado que un buey. ¡Muévete! ¡Anda! ¡Muévete! ¡Vamos!

El entrenador adivina tras estas observaciones y estímulos un re-proche al que responde impaciente:

ENTRENADOR: Me he agotado detrás de él. Pero él ni escucha ni comprende nada. Cuenta con el directo, ¡él! ¡El directo! Sí, pero también puede ocurrir que, en lugar de dárselos al otro, los directos, los dé al aire. ¿Y entonces, qué?

SIMONE (irritado a su vez): ¿Ahora resultará que es culpa mía si no estoy entrenado como es debido? Ni siquiera me habéis proporcionado un «saco» que tuviera un buen derecho. ¿Dón-de están estos derechos?

Simone señala, entre bromista e irónico...

...a su hermano Rocco, quien está entrenándose con el saco.

SIMONE: Me lo buscaré por mi cuenta. El, si quiere, también tiene buen «derecho». ¡Rocco! ¡Ven aquí un momento! ¡Va-mos!

124 LUCHINO VISCONTI

Cecchi y el entrenador hacen un gesto como diciendo: jalla tú! Rocco sube obediente al ring. El grueso boxeador que hasta aho-ra había luchado con Simone pide instrucciones a Cecchi con la mirada. CECCHI (volviendo la espalda, irritado): Bueno, ¿qué quieres aho-

ra? ¿Hacerte el gracioso? Está bien, hazlo, hazlo. Mi opinión me la reservo para pasado mañana.

Simone incita a Rocco, quien inmediatamente se pone en guardia.

SIMONE: ¡Anda, «derecho»! Veamos lo que has aprendido en el cuartel.

El boxeador grueso ha bajado del ring y se quita el casco acol-chado y el cinturón. El entrenador se dispone a alcanzar a Cecchi, quien, con ostentación, se ha alejado del ring. De repente se de-tiene sorprendido. Después, caminando más lentamente y siem-pre con la mirada fija en el ring, alcanza al director del gim-nasio. CECCHI: ¿Qué hay? A instancias del entrenador también Cecchi mira al ring. Simone no consigue alcanzar ni con un solo golpe a Rocco, quien siempre logra esquivarle con una agilidad y una astucia excepcionales.

SIMONE (deteniéndose y riendo): ¡Vaya! ¡Realmente has hecho progresos! ¿A quién tenías de cabo?

Simone intenta colocar dos golpes. Los falla. Entonces se vuelve

a mirar hacia... ...Cecchi. Sorprende el interés de éste y del entrenador por

Rocco. Simone consigue colocar un golpe.

Inmediatamente después va hacia las cuerdas y se quita los

guantes. SIMONE: ¿Queréis dejarme hacer a mi manera? (como si recitara

una cantinela): El día antes del combate debéis dejarme en paz. Estoy nervioso, ¿entendido?

Simone baja de un salto del ring. Rocco se siente humillado, tanto por el nerviosismo de su hermano como porque él tam-bién, evidentemente, se ha dado cuenta de la insuficiente pre-paración de Simone. El también se dispone a bajar del ring. Cecchi hace un gesto al boxeador que poco antes luchara con Simone en el cuadrilátero, indicándole que vuelva a subir al ring.

ROCCO Y SUS HERMANOS 125

CECCHI (a Rocco): Déjame que te vea...

Rocco querría protestar.

CECCHI (autoritario): Déjanos verte un momento.

El boxeador-entrenador empieza a pegar. Rocco se defiende sin entusiasmo, siempre deseando escurrir el bulto. Pero al poco rato el instinto le gana y Rocco participa en el juego.

CECCHI (llamando): Simone, ven aquL Escucha lo que te digo. Si no andas con cuidado, ése te superará pronto a ti.

Simone se ha asomado desde los vestuarios y apenas si lanza una mirada a Rocco.

SIMONE (irritado, a Cecchi): Esperad a mañana antes de hablar.

CECCHI (asimismo irritado): Conforme. Esperaré a mañana. Pero si las cosas van como yo creo...

Rocco se ha dado cuenta de que, involuntariamente, ha provocado el roce entre Simone y Cecchi y deja de boxear. Cecchi se le acerca, se apoya en las cuerdas del ring con aire indiferente, im-pidiendo así que Rocco pueda bajar. CECCHI: Has hecho progresos. Rocco: En el cuartel hicimos un poco de entrenamiento entre

los compañeros, y, puesto que decían que lo hacía bien, me hicieron hacer unos combates para la selección militar. Cosas sin importancia, claro está.

CECCHI: ¿Y cómo quedaste?

Rocco (con sencillez): Bien. Hice dos combates nulos. Uno inclu-so lo gané por puntos...

CECCHI: ¡Vaya! Rocco: Pero no tengo intención de continuar, ¿sabe?

CECCHI: ¿Por qué? ¿No te gusta?

Rocco (decidido, sacudiendo la cabeza): No. Sonríe tímidamente y nuevamente hace ademán de bajar del

ring. Simone pasa de la ducha a los vestuarios.

SIMONE: YO me adelanto porque tengo prisa. CECCHI (hacia Simone): El masaje. Voz DE SIMONE (en off) (en tono de resignación): ¡Está bien! Ma-

saje. Cecchi suspira. Después se vuelve nuevamente hacia Rocco in-tentando entretenerle.

126 LUCHINO VISCONTI

CECCHI: ¿Decías? Rocco (asombrado): Nada.

66. Vestuarios gimnasio Cecchi. Interior. Noche.

Simone está tendido en la mesa mientras el masajista le hace

el masaje. Simone está de mal humor por la reciente disputa con Cecchi y

se queja y refunfuña incitando al masajista para que se dé prisa.

Ahora Rocco pasa delante de ellos y se dirige hacia las duchas.

Desde la mesa Simone con la mirada le ve bajo el chorro de

agua. SIMONE (levantando la voz para que su hermano pueda oírle): ¡Eh,

tú! ¡Rocco! Hazme caso a mí. No te dejes embelesar por esa sirena de CecchL Esas mismas zalamerías me las hizo a mí... Se las hace a todos...

Rocco sale de la ducha y, secándose, pasa nuevamente delante de la mesa de Simone.

Rocco (distraído): ...anda, que en el fondo te quiere...

SIMONE (dándose la vuelta en la mesa para que le masajeen la espalda): Es un gran hijo de p... Eso es lo que es el comen-dador...

Rocco parece no escucharle, con lo ocupado que está en vestirse y ahora en peinarse el pelo, mojado con sumo cuidado. Rocco se vuelve de repente. Se da cuenta de que... ...Simone estaba espiandole. SIMONE (ríe): ¿Vas de mujeres? Rocco le mira sonriente mientras se pone la americana.

Rocco: ¿Por qué? ¿Habría algo malo en ello?

SIMONE (después de una breve perplejidad): ¡Noo! ¡Todo lo con-trario! (siempre desafiante): Pero ¿ya sabes cómo tratarlas?

Rocco ríe y empieza a silbar la melodía de una canctoncilla en boga. Se dispone a marcharse cuando Simone le llama. SIMONE: Ven aquí... Cuéntanos.

Rocco, sin dejar de silbar, sacude la cabeza en señal de nega-tiva. SIMONE (comentando irónico con el masajista): ¡Y qué alegre

está...! (después, en voz alta): Rocco, ¡ten cuidado! Las muje-res son peligrosas...

ROCCO Y SUS HERMANOS 127

Pero Rocco ni siquiera se vuelve. Entonces Simone baja de un

salto de la mesa y le alcanza agarrándole por los hombros.

Rocco se vuelve y en su mirada hay una ligera aprensión que,

sin embargo, se disipa en seguida al oír la pregunta de Simone:

SIMONE: ¿Tienes un cigarrillo? Rocco: Ya sabes que no fumo,..

SIMONE: Podías haber cambiado... Has cambiado en todo...

Rocco: Y tú tampoco fumes...

SIMONE: YO hago lo que me parece. Si me lo permites...

Y Simone vuelve a tenderse en la mesa.

SIMONE (al masajista): Date prisa. Rocco se ha marchado.

Simone queda por un momento absorto. Le despierta la voz del

masajista: MASAJISTA: Se ha enamorado, ¿eh?

SIMONE (un poco pensativo): No. La novia la tiene en el pueblo...

ENERO 1958

67. Exterior gimnasio Cecchi. Exterior. Noche.

Rocco sale del gimnasio de Cecchi e inmediatamente se pone a

correr cruzando la calle esquivando con agilidad los coches y

los tranvías... Llega hasta la parada siguiente del tranvía, donde está Nadia

esperándole.

Es una Nadia desconocida, sencilla, sonriente, hasta incluso un

poco aprensiva con respecto a Rocco.

Rocco (jadeante): Perdóname... He llegado un poco tarde.

Nadia ofrece la mejilla al beso de Rocco.

Rocco la abraza p^r el talle. El tranvía ha llegaMo y los dos suben a la plataforma posterior.

68. Plataforma posterior del tranvía que se dirige hacia la perife* ria. Exterior. Noche.

Nadia y Rocco en la plataforma posterior del tranvía en marcha. No oímos sus palabras, pero su actitud es la de dos enamorados. Se sonríen. El aire agita los cabellos de la muchacha.

128 LUCHINO VISCONTI

69. Café billar. Interior. Noche.

Algunos jóvenes están sentados alrededor de una mesa de juego en el salón interior del café que ya conocemos. Tres o cuatro juegan, los demás están sentados en los rincones y de pie apo-yados en las sillas. Uno de los jugadores de la partida es Si-mone. Ivo, en cambio, está de pie detrás de la silla del jugador que está frente a Simone.

Una chica de aspecto vulgar se halla a la altura del arco de divi-sión que comunica con la sala de billar. Tiene un aire impa-ciente. CHICA (con voz quejumbrosa): i Raggerò! Vamonos...

Uno de los hombres sentados junto a los jugadores contesta con un suspiro de resignación.

RUGGERO: Voy. (A los demás:) Entonces, ¿qué?

SIMONE: Entonces que yo no puedo. Mañana tengo el combate.

RUGGERO: Ya os lo dije. Uno de los jugadores deja las cartas sobre la mesa con gesto irritado. JUGADOR (con violencia): A la hora de la verdad todos encuentran

alguna excusa. Pero cuando se pasan cuentas... todos pre-sentes.,.

RUGGERO: En mi caso, si me lo permites... aunque no vaya, el ne-gocio no dejo de haberlo proporcionado yo.

JUGADOR (a Ruggero): Perdona. Pero es preciso que cambiemos de sistema. (Calmándose un poco y señalando a Simone): Lo digo principalmente por él. Si va a estar en el momento del reparto, también ha de estar antes.

Simone mira a Ivo corno buscando una muestra de solidaridad que no llega. Ivo baja la mirada.

SIMONE (enfadándose en frío): ¿Cuándo he faltado? RUGGERO: Bueno, ¡Simone! Dejémoslo.

SIMONE (en tono de burla): ¿Vamos a ir diez a por un coche uti-litario? ¡Ni que tuviéramos que llevarlo a hombros!

JUGADOR: ¡NO te preocupes! ¿Vienes o no vienes? Simone está indeciso. Se sirve otra copa de coñac. SIMONE: NO. Esta noche no.

Ivo: Ruega a Dios para que ganes, porque si no vas a quedarte ahí como un tonto...

ROCCO Y SUS HERMANOS 129

FEBRERO 1958

70. Sala de boxeo «Príncipe». Noche. Interior.

Simone es víctima del apremiante empuje de su adversario, quien le domina visiblemente acosándolo a puñetazos. Simone intenta cubrirse, pero está jadeante y claramente al límite de sus fuer-zas. Ni siquiera puede recurrir a la voluntad; es más, una cierta pasividad caracteriza su comportamiento. GRITOS DEL PÚBLICO. El público rebosante que atesta el local se halla en un estado de excitación extrema: todos gritan, animan, protestan.

GRITOS: ¡Animo, Simone 1 ¡DaleI ¡Anda, Simone, aguanta!

En el rincón, fuera del ring, Cecchi, Rocco y Vincenzo están muy cerca y parecen afectados por lo que ocurre en el cuadrilátero.

V INCENZO: Pero ¿qué le pasa?

CECCHI (rabioso): Pasa que es un hijo de p...

En primera fila Ciro y Luca sufren lo indecible.

LUCA (en voz baja, suplicante): Animo, Simone, ánimo... Dios mio, ayúdale.

Juntos a ellos, dos espectadores comentan en voz alta:

PRIMER ESPECTADOR: Parecía que iba a hacer quién sabe qué ca-rrera... Tiene buen físico, buen puño... Es malo...

SEGUNDO ESPECTADOR: Déjate de cuentos... Yo siempre dije que ése era un timo...

Simone, arrinconado contra las cuerdas, en una esquina, encaja

una nueva granizada de golpes. Su cabeza se agita terriblemente

bajo los puñetazos.

Simone se recobra haciendo un esfuerzo. Empieza a agitar los

brazos pegando a ciegas. Pero el adversario esquiva el ataque y

después, de pronto, vuelve a la ofensiva.

Simone está desfigurado. Lentamente se arrodilla. El arbitro se

le acerca en seguida y empieza a co

ARBITRO: Uno... dos... tres... cuatro...

Simone se levanta haciendo un esfuerzo y se arrastra hacia su

taburete. SIMONE (en un susurro): No puedo más... Abandono.

ENTRENADOR (mintiendo): No te desanimes, tonto. Está más can-

9

130 LUCHINO VISCONTI

sado que tú. Cánsale, cánsale con la derecha. Mantente en el centro y...

Otro golpe de gong marca el comienzo de nuevo asalto.

GONG. Pero Simone no quiere levantarse.

SIMONE (desesperado): Tirad la toalla... No puedo continuar más...

ENTRENADOR (haciendo una última tentativa, sin maldad, con con-vicción): Pero, ¿estás loco?... Te digo que está... Aprieta los dientes...

Cecchi, Vincenzo y Rocco están todos cerca del ángulo del ring en el que está Simone. El entrenador los interroga con la mira-da. Simone se vuelve hacia ellos con la furia de una fiera herida y enloquecida por el terror.

SIMONE (con furia violenta y malvada, casi grita) : Tirad la toalla, os he dicho...

Le sale de los labios un borbotón de sangre. Cecchi se encoge de hombros.

ENTRENADOR (en el colmo del desprecio): Está bien... y lanza la toalla en medio del cuadrilátero. Contemporáneamente... las gradas se convierten en un mar de protestas, silbidos y fra-ses de escarnio dirigidos a Simone. La muchedumbre que se agita en los graderíos. GRITOS, SILBIDOS. VOCES: ¡Bufón! i

Cobarde ! ¡Estafador!

Luca y Ciro tratan inútilmente de encontrar con la mirada los ojos de Simone. Pero éste los ignora. Luca tiene los ojos llenos de lágrimas. Murmura para sí con acento de imploración:

LUCA: ¡Simone!...

71. Sala de boxeo «Príncipe». Vestuarios. Interior. Noche.

En los vestuarios reina la confusión que sigue al final de un combate. Están los admiradores de los vencedores que vienen a felicitarles. Están los enfermeros que curan las heridas de los que han sufrido contusiones.

En un rincón, Luca todo asustado. Ciro se le acerca y le dice poniéndole una mano en el hombro:

CIRO: Ven a casa, anda. Se quedan Rocco y Vincenzo.

ROCCO Y SUS HERMANOS 131

Luca sigue a Ciro un poco de mala gana volviéndose a mirar hacia la habitación donde Simone está tendido sobre una mesa. Un enfermero le está haciendo hacer unos enjuagues mientras Ivo ayuda afectuosamente a su amigo.

Vincenzo va y viene de la mesa de Simone a un grupo que se ha formado alrededor de Cecchi, quien parece presa de un ataque de furor. CECCHI (en voz baja, pero furibundo): ...y, como no tiene nada

dentro, siempre será un fracasado. No tiene corazón, ni dig-nidad, ni pasión. Este oficio requiere la seriedad en el hombre.

AMIGO DE CECCHI: ¡Chissl Ha recibido una lección y verás como le hará bien.

Rocco: Simone ya no es él mismo. Me di cuenta en cuanto volví.

CECCHI: NO le defiendas, porque sabes mejor que yo cómo están las cosas.

Rocco calla cohibido. Mirando a Rocco, Cecchi parece calmarse un poco. Le apoya una mano en el hombro.

CECCHI: Ahora ya no puedes decir que no. Tienes una deuda de conciencia después de todas las desilusiones que nos ha dado tu hermano.

Vincenzo mira interrogativamente a su hermano. En el umbral de la habitación en que está acostado Simone se halla Ivo, quien da media vuelta para volver junto a su amigo. Simone se ha incorporado y ahora se mira en un espejo el ojo amoratado y la mejilla tumefacta. SIMONE (a Ivo, con voz ronca): ¿Qué dicen? Ivo: Nada. Simone baja lentamente de la mesa y empieza a quitarse el al-bornoz. Ivo: Cecchi estaba enfurecido, pero ahora se ha calmado. Decía

que quería a tu hermano. ¿Es verdad que es tan bueno? SIMONE: ¿ROCCO?

Ivo descuelga de la percha las ropas de Simone y se las tiende. SIMONE (sombrío): ¿Y yo qué sé?

Simone se pone la camisa. Ivo ahora se ha sentado sobre la mesa en que estuvo echado Simone. Ivo: En tal caso él también deberá calmarse. Con las mujeres,

quiero decir.

132 LOCHINO VISCONTI

SIMONE (riendo groseramente) : Si es por eso, Rocco llegará a campeón del mundo.

Ivo: ¿Eh? ¿Con esa sanguijuela que una vez ya te agotó a ti? Simone se vuelve a mirar a Ivo como si no comprendiera.

Ivo: No me dig,as que no lo sabes... Lo saben todos que están viviendo él gran amor... Se dejan ver en todas partes...

Simone sigue mirando a Ivo sin comprender.

Ivo: Con Nadia... ¡Eh! ¡Simone!... ¿qué quieres darme a enten-der? ¿Que no lo sabías?

SIMONE (arrugando el ceño): No. Ivo: Bueno, amén. Dicen que ella se ha enamorado de verdad.

¿Sabes quién me lo ha dicho? ¿Te acuerdas de Alberto? Bue-no, pues él iba siempre con Nadia. Pues dice que no ha que-rido verle más. Ni a él ni a los demás. Va a clase de meca-nografía. Total, una santità.

Rocco está entrando con Vincenzo en la habitación y Simone hace señas a Ivo para que se calle. Mira a su hermano como si le viera por primera vez.

FEBRERO 1958

72. Complejo bar. Interior. Noche.

El bar al que acostumbran ir Simone y sus amigos. Simone, Ivo y dos jovenzuelos más están de pie junto a la barra del bar. El jugador da una palmada en el hombro de Simone, quien está apoyado en la barra.

JUGADOR: SÍ en lugar de ir a que te rompieran la cabeza a puñe-tazos hubieras venido con nosotros... como ves, habrías hecho mejor.

Ivo (amonestador, al jugador): ¡Déjale estar! JUGADOR (con una risotada burlona y grosera) : ¿Por qué? ¿Es que

no te han zurrado? Dicen que por él ruido parecía noche-vieja.

OTRO JOVENZUELO (guiñándole el ojo a Simone): Déjalo. El jugador pregunta en voz baja a Ivo con aire malvado que pre-tende ser inocente:

JUGADOR (en voz baja): ¿Por qué? ¿Le molesta?

ROCCO Y SUS HERMANOS 133

Ivo: ¿Qué querías? ¿Que se alegrara? Además Cecchi le ha sacado del equipo. Y para darle rabia ha metido a su hermano.

JUGADOR: ¿Al hermano de quién?

Simone hasta este momento había fingido no oír. Pero ahora se

vuelve sombrío e irritado.

SIMONE: Imbéciles. El jugador esta vez está sinceramente asombrado. Pero en segui-da se pone rojo de irritación y está a punto de abalanzarse so-bre Simone. JUGADOR: ¡Eh, tú! ¿Pero qué te ha picado? OTRO: Te lo habíamos advertido. ¡Déjale estar!

Existe un ambiente como antes de una riña inminente, que se

rompe con la entrada de un muchacho de diecisiete años, muerto

de frío, que se acerca al grupo arrebujándose en su chaqueta de

cuero. MUCHACHO: ¿Quién es el que paga esta apuesta?

Ivo: Tonto. El que la pierde.

MUCHACHO: Entonces, que me pague también un café con coñac por el frío que he cogido.

JOVENZUELO: Entonces, ¿qué?

MUCHACHO (mirando a Simone): Pues que le he seguido. Le he dejado que se iba hacia él campo con una morena bajita. Hacia el puente.

SIMONE: ¿Y eso qué quiere decir? Puede que no sea ella. Ivo: ¡Ah, ah! ¡Serás terco! Simone, después de una brevísima pausa, a Ivo: SIMONE: Entonces vamos.

Después, dirigiéndose al muchacho que está tomándose el café: ...¿dónde están Camisasca y Rigutini?

MUCHACHO: LOS sigpiem.. por la zona de Figone. En la calle de Roserio.

Simone sale decidido del bar seguido por Ivo.

73. Exterior bar en la periferia. Exterior. Noche.

En cuanto han salido del bar, Ivo se arrebuja en su abrigo maldi-ciendo. Ivo: Hace un frío del diablo... No debe ser.nada divertido ir por

los prados con esta niebla...

134 LUCHINO VISCONTI

Se les acerca un coche utilitario con los fanales medio apagados. Se detiene a un paso de Simone. Baja del mismo Camisasca. Ri-gutini permanece al volante.

SIMONE: ¿Qué hay? CAMISASCA: Están allá. Hay que darse prisa. Sube al coche. Noso-

tros te llevamos.

SIMONE: Está bien. Voy. Pero si después resulta que no son ellos,

vais a recibir. CAMISASCA: Sube, anda...

Simone, Ivo y Camisasca suben al coche, que parte inmediata-mente perdiéndose entre la niebla.

74. Terrenos por edificar en la periferia de Milán en las cercanías de un puente. Exterior. Noche.

El coche ha recorrido sólo unos centenares de metros y ahora disminuye la marcha y se para. Las portezuelas se abren, y bajan Simone y los otros tres. Se dirigen hacia el borde de un pequeño declive lindante con los terrenos y las huertas que se hallan a un nivel más bajo.

En la oscuridad se perfila el pretil macizo del puente por el que cruzan pocos coches barriendo la niebla con los faros. Rigutini, que precede a los demás, se detiene de improviso junto al borde del declive. RIGUTINI : En el prado, allá abajo, junto al seto... acaban de lle-

gar... SIMONE (a los demás): Id por allí... bajad por la orilla y por detrás

del puente. Yo bajo por aquí… Esperad mi señal.

Ivo: ¿Vas solo? SIMONE: SÍ. Camisasca y Rigutini se ponen en marcha sigilosamente yendo

hacia la derecha. Simone baja por el declive casi deslizándose en

la oscuridad. La noche se aclara a ratos por la luna, en otros

vuelve a oscurecerse por las nubes.

Simone, seguido a breve distancia por Ivo, sigue deslizándose.

De repente le parece haber oído un crujido.

Se deja caer al suelo haciendo una señal a Ivo para que le imite.

Permanece inmóvil un momento, en espera de que el crujido se

repita. Pero, tranquilizado por el absoluto silencio que le rodea,

interrumpido únicamente por el zumbido de algún motor lejano

ROCCO Y SUS HERMANOS 135

que transita por el puente, Simone se levanta y continúa sal-vando los setos bajos de las huertas... Llega hasta la masa más oscura de un seto bastante alto. Avanzando siempre a gatas, Simone procura apartar las ramas con gran precaución, con el fin de poder mirar más allá del seto. Mientras está ocupado en esta tarea, llega a su oído un murmullo, un sonido leve y confuso. Como palabras pronunciadas a media voz. Al propio tiempo se escucha el crujir de las hojas apartadas, de los arbustos pisados. Simone se detiene a escuchar tenso y atento. No es posible oír las palabras de Nadia y Rocco aunque Simone se asome.

Pero es su actitud la que hiere a Simone como un latigazo. Cambiando un poco de lugar, ahora Simone logra meter la cabeza por un agujero del seto. Y ve...

a Nadia y a Rocco sentados en el suelo sobre la gabardina de él. Rocco, con los labios, le roza los cabellos, la frente, los ojos. Simone tiene los ojos brillantes como si tuviera fiebre. Hace un movimiento para ver mejor produciendo un crujido más fuerte del seto. Rocco levanta la cabeza y permanece a la escucha.

Rocco: ¿Qué es? NADIA : Nada... Será un gato... ¿Qué quieres que sea?

De un salto Simone sale del seto y va a parar a un paso de los dos. Rocco se ha vuelto completamente y se levanta a medias. Pero Simone se le adelanta y grita a media voz, aunque en tono pe-rentorio. SIMONE: ¡Quietos!

Nadia sigue tendida mirándole con ojos llenos de terror. Rocco hace otro movimiento para levantarse y una vez más Simone le intima: SIMONE: ¡He dicho que os estéis quietos! Rocco: ¿Qué pasa? ¿Qué te ha dado?

La expresión alterada de Simone no les pasa desapercibida. Si-mone da un paso hacia delante.

Rocco: Bien tengo derecho a estar con quien quiera...

Nadia también se ha levantado del suelo. Mira a los dos herma-nos sin comprender todavía que está ocurriendo y sin saber a qué atenerse. Simone mira a Rocco y contesta:

136 LUCHINO VISCONTI

SIMONE: Con quieti si... Pero no con la que ha sido mi amiga... No me gusta que precisamente tú me pongas cuernos. ¿En-tendido?

Rocco mira a Simone con estupor e intenta sonreír: Rocco: Pero si hace casi... dos años que no la ves.

Por toda respuesta Simone se pone dos dedos en la boca y lanza un silbido agudo.

En la oscuridad se recortan las sombras de Camisasca, Rigutini y Ivo, que llegan corriendo hasta Simone. Rocco está cada vez más asombrado. Nadia mira a los tres recién llegados con re-celo. SIMONE: Para empezar, pídeme perdón... Rocco: ¿Por qué? Simone no le deja siquiera continuar y le da una bofetada. Cogido de improviso, Rocco se tambalea sobre sus piernas. No consigue ni reaccionar ni esquivar. Nadia se le acerca de un salto y le sostiene.

SIMONE: ¡Estás bueno!... ¡Deja que te sostengan las mujeres, tú!

NADIA : Simone, ¿pero qué quieres?... (mirando a los demás, que están a la espera de órdenes) : ¿Qué queréis todos?

SIMONE (a Rocco): Pídeme perdón, anda.

Rocco está como paralizado. Su mirada sigue fija en Simone,

quien, cada vez más exasperado, insiste:

SIMONE: He dicho que me pidas perdón. Pero Nadia interviene, grita: NADIA : ¡Basta! Coge a Rocco por el brazo e intenta arrastrarle con ella. ...Vamonos, ¿no ves que está borracho?

Pero Rocco permanece clavado en el suelo. NADIA \Pero ¿qué quieres hacer, Simone?

SIMONE: LO que me da la gana... ¡Yo! ¿Dejarme poner los cuer-nos por él?... Mira, ¿quieres ver cómo es tu Nadia? Su voz se ha hecho agria. Con una mano agarra a la muchacha y la arrastra hacia sí. ... ¿Quieres ver cómo se hace el amor con tu amiguita? ¿Eh? Nadia intenta soltarse, pero Simone la agarra con fuerza y no afloja el apretón.

NADIA (grita): ¡Simone!

ROCCO Y SUS HERMANOS 137

Rocco, inmóvil, incapaz de hacer un gesto, de intervenir, sigue con ojos dilatados la escena. Simone prosigue como enloquecido: SIMONE: ...¿Por qué? ¿No hice el amor antes que tú con ella?

¿Entonces? Mírale, Nadia, a tu enamorado. ¿No ves que a él

no le importas nada ni tú ni nadie? Si por lo menos viniera

aquí para ayudarte... Si por lo menos se me echara encima

para ahogarme... ¿Pero de qué te hizo nuestra madre?

Simone obliga a Nadia a caer al suelo, después, siempre encima

de ella y continuando rabiosamente con las piernas de Nadia

aprisionadas entre las suyas, con las manos consigue alcanzar la

goma de sus bragas y, mientras se vuelve para insultar una vez

más con la mirada a su hermano, hace un esfuerzo para vencer

las últimas resistencias de la muchacha y quitárselas. Después,

cogiéndolas en la mano, las lanza hacia su hermano.

SIMONE: Toma, cógelas y bésalas si te atreves. El amor, tú sólo sabes hacérselo a estas cosas.

Rocco es alcanzado en pleno rostro. Se lanza hacia Simone, le agarra, por los hombros, le arranca del cuerpo de Nadia y le obliga a ponerse de pie frente a él. Simone, cogido de improviso, tiene un instante de incertidumbre. Rocco le mira fijamente a la cara. Pero Camisasca, Ivo y Rigutini, de común acuerdo, saltan sobre Rocco por la espalda inmovilizándole.

SIMONE (grita a los tres): Agarradle bien, para que pueda mirar... y pueda acordarse.

Simone se vuelve en busca de Nadia, que ha conseguido alejarse unos pasos. Está a punto de cruzar el seto cuando Simone la al-canza corriendo y la coge por la cintura.

SIMONE (a Nadia): Y tú, ¿adonde vas? Aquí es donde debes que-darte, aquí, delante de él, para que vea quién eres y cómo eres...

Simone obliga nuevamente a Nadia a caer al suelo e inmediata-mente se le echa encima.

Los dos chicos están asidos a Rocco, le agarran fuertemente, de forma que no pueda escapar. *,?*»**—>

Rocco oye los lamentos de Nadia, la respiración afanosa de Si-mone. Su rostro está descompuesto por un dolor aterrador, casi irreal. Después un silencio total, denso y dramático, cae sobre todo. Los dos chicos sueltan a Rocco, dejándole inerte.

138 LUCHINO VISCONTI

En el suelo Nadia, con el rostro escondido en la hierba, los ves-tidos en desorden.

Simone se levanta, se limpia el traje de hierbas y tierra, Mira hacia Rocco, quien tiene el rostro inundado de lágrimas. SIMONE :Y el resto después, en casa, cara a cara. Pero el silencio de Rocco le inquieta. Ivo y los otros dos se alejan unos pasos, comentando.

Extiende la mano hasta la cara de Rocco, para obligarle a mi rarle en los ojos. Añade: SIMONE: ¿Has aprendido la lección? Rocco (murmura): ¡Me das asco! SIMONE: Dilo otra vez-Rocco (con lentitud): Me das asco.

Simone le lanza un puñetazo en plena cara. Rocco encaja, pero se le doblan las rodillas.

Rocco (en voz baja): Eres mi hermano.

SIMONE: ¿NO podías haberlo pensado antes, que soy tu hermanól ¿Ahora, cuando tienes miedo, es cuando lo piensas?

Rocco: No tengo miedo.

SIMONE: Entonces adelante, hazme ver que no tienes miedo...

y le tira al suelo con una zancadilla. Inmediatamente se lanza encima de él cubriéndole de puñetazos.

Rocco reacciona, logra levantarse. Se escrutan reteniendo el alien-to. Después se lanzan uno contra otro. Es una lucha bestial, salvaje. Un hilo de sangre fluye de la ceja de Rocco, quien retira del rostro la mano manchada de sangre.

Ivo intenta ahora intervenir prudentemente y separar a los dos hermanos. Pero Simone es ahora una fuerza desencadenada y no oye nada, ni siquiera las palabras de su amigo.

Se oyen unos gritos de Nadia. La muchacha ha logrado alejarse corriendo sin ser vista, y ahora, desde más lejos, pide ayuda. El miedo se apodera de Ivo y de los otros dos.

Ivo: Puede venir alguien... ¿Te has vuelto loco?

RIGUTINI : Yo me largo... Si este anda buscando un lío, ¿por qué tengo que verme metido?

Rigutini, Camisasca e Ivo, cada cual por su lado, se alejan en medio de la niebla.

ROCCO Y SUS HERMANOS 139

Simone y Rocco han quedado solos y siguen pegándose en ese lugar desierto. Fuertes, encarnizados, empiezan a jadear, pero continúan luchando con orgulloso puntillo, hasta el final. De cuando en cuando se separan un momento, y entonces se espían como dos animales. El coche de Rigutini pasa junto a ellos. Si-mone golpea a Rocco, quien cae sobre la grava. Simone se aleja corriendo, hacia el coche, que, en cuanto él se ha subido, arranca a gran velocidad.

75. Complejo piso de Vincenzo y Ginetta. Interior. Noche.

El timbre llama desesperadamente al piso de Vincenzo. Ginetta es la primera en oírlo. Se incorpora en la cama y mirando hacia Vincenzo, que, en cambio, sigue durmiendo, se pregunta quién puede ser a esas horas.

El pequeño Antonio, que duerme entre sus padres, empieza a llo-riquear; Ginetta le coge en brazos y corre hacia la puerta de entrada. Abre la puerta con recelo dejando puesta la cadenilla de segu-ridad. Por la rendija ve a Rocco en el rellano, apoyado contra la pa-red, con el traje sucio de barro, el pelo en desorden, la cara ensangrentada. Ginetta se asusta. Abre la puerta. Se asoma al rellano. GINETTA: ¡Dios santo! ¿Rocco? Rocco: Déjame entrar... Ginetta le deja pasar inmediatamente.

En la entrada aparece Vincenzo, quien, aún más estupefacto y asustado que su mujer, va al encuentro de su hermano y le sos-tiene. V INCENZO: Pero ¿qué ha ocurrido? Rocco habla con evidente esfuerzo.

Rocco: Vincenzo. Déjame quedar aquí esta noche. Después te con-taré... Si puedes avisar a casa para que no estén inquietos por mí...

Ha logrado pronunciar las últimas palabras con dificultad y cae hacia delante desvanecido.

GINETTA (con un grito): ¡Virgen Santísima! Ginetta tiembla toda. Vincenzo intenta fatigosamente levantar a

Rocco, pero no lo consigue.

GINETTA (lloriqueando, asustada): Virgen Santa...

140 LUCHINO VISCONTI

V INCENZO: Ten calma, dame un poco de agua fresca.

Pero Ginetta está tan despavorida que ni siquiera puede moverse. Vincenzo se incorporarse dirige él mismo al fregadero de la co-cina. Vuelve. Se inclina sobre su hermano. Los labios de Rocco se mueven ligeramente. Vincenzo acecha ese movimiento con ansiedad. V INCENZO (en voz baja): Rocco, Rocco...

Rocco abre los ojos, pero tiene la mirada fija ante sí. Una mi-rada vitrea que parece no ver.

Vincenzo pasa torpemente la mano delante de los ojos de su her-mano. Después se vuelve a Ginetta, que sigue apoyada contra la pared, toda temblorosa y con el niño en brazos.

V INCENZO: Deja la criatura y ayúdame, vamos a tenderle en la cama...

FEBRERO 1958

76. Plaza detrás del Duomo. Exterior. Día.

El aire es frío pero claro. Es un día sereno. Aproximadamente mediodía. Hay un gran movimiento de gente que, tras salir del trabajo, se agolpa en las aceras y en las paradas de tranvía. Precisamente detrás del ábside del Duomo, confundidos entre ia muchedumbre, Rocco y Nadia acaban de encontrarse y están aho-ra uno frente al otro un poco cohibidos y buscando las palabras.

NADIA (muy tímidamente): ¿Te... he hecho esperar? Rocco (también muy tímido): No. He llegado hace unos minutos. Se produce una pausa embarazosa. Nadia baja la mirada. Se retuerce las manos.

NADIA : Te... agradezco que hayas venido.

También Rocco evita mirar a Nadia.

Rocco: ¿Por qué has querido que nos volviéramos a ver?

NADIA (en un murmullo): Porque, porque yo... nosotros...

Rocco (siempre evitando mirarla): Nosotros ya no podemos vol-ver a vernos, Nadia.

NADIA : Pero... ¿qué dices?

Rocco saca fuerzas de flaqueza y mira a Nadia. Nadia se ha pues-to a llorar sin recato. Algunos al pasar se vuelven a mirarla. Rocco (casi anhelante): No te pongas así, Nadia... Nadia trata de dominarse.

ROCCO Y SUS HERMANOS 141

NADIA : Ya se me pasa...

Se vuelve para mirar a su alrededor. Retrocede hasta el umbral de la entrada a la escalera y ascensores del Duomo.

NADIA (siempre llorando): Ya se me pasa...

Nadia golpea el suelo con el pie con un gesto de rabia por su impotencia frente al llanto que la ahoga.

Bastantes personas se vuelven a mirarla. Nadia coge a Rocco por el brazo. NADIA : Subamos. Por lo menos allí no habrá nadie y no daré un

espectáculo.

77. Terraza del Duomo. Exterior. Día.

Panorama de la plaza vista desde lo alto. Nadia, apoyada en el pretil, con el rostro escondido entre las manos, encogida sobre sí misma, como si luchara por vencer un dolor, continúa lloran-do. Rocco está de pie junto a ella y la mira en silencio. Se dirige a Rocco casi como si le agrediera.

NADIA : ¿Por qué no debemos vernos más nosotros dos? En lugar de matar a tu hermano, ¿quieres matarme a mí? ¿Qué te he hecho, yo?

Rocco mira a Nadia sin responder.

... Todos estos días he estado esperando que dieras señales de vida. Te he buscado por todas partes (está a punto de volver a llorar) y ahora... ¿me dices que debemos dejar de vernos? (levantando la voz): ¡Di algo, por Dios! ¿Te has vuelto loco? ¿Qué ha ocurrido?

Estudiantes que se acercan. Bromean entre sí y, dándose coda-zos, se alejan como queriendo decir: más vale no estorbar. Entonces Rocco estrecha entre las suyas las manos de Nadia y, sin mirarla, comienza a decir:

Rocco (con triste ironía) : ¿Por qué no me dijiste lo que hubo con

mi hermano? NADIA (asombrada y a la defensiva): ¿Qué tenía que decirte? Lo

sabes muy bien todo. Con Simone hubo lo que con otros. No

te he ocultado nada. (Recelosa:) Lo sabías todo. No mientas.

Te lo dije todo. Rocco sacude la cabeza.

Rocco (con voz cansada): Yo no sabía que Simone estuviera tan enamorado de ti. Sabía que le había ocurrido algo que le ha-bía cambiado. Pero no había comprendido que ese algo fue-ras tú.

142 LUCHINO VISCONTI

NADIA (sincera): No es verdad.

Rocco (sin escucharla): Sólo una persona que ha llegado a la de-sesperación puede hacer lo que hizo Simone la otra noche.

NADIA (agresiva): Sólo una persona cobarde y vulgar como él. Rocco mira por primera vez a Nadia a los ojos.

Rocco: Yo... soy aún una persona sencilla, nacida y criada allá en el pueblo. Para mí un hombre que traiciona a su propio hermano, le quita la mujer...

NADIA (con fría determinación): Sí continúas en ese tono, me tiro abajo, (casi en una crisis histérica). Me mato, ¿comprendes?

Nadia no levanta la voz, pero la intensidad de sus palabras es

muy fuerte. ... (en voz baja): Tú me buscaste. Me persuadiste de que mi vida

era equivocada. Me enseñaste a quererte. Y ahora, de repente, por la estúpida canallada de un desgraciado, que ha querido mortificarte porque es un miserable, envidioso de ti, de to-dos... por la bravuconada de ese bellaco, resulta que ya nada es verdad. Lo que antes era santo, era justo, se convierte en culpa.

Un grupo de turistas se asoma al pretil para mirar. El guía da unas explicaciones. Nadia trata de dominarse. Respira afanosa-mente. NADIA : YO no me siento culpable. Rocco: Somos culpables, Nadia. Yo más que tú.

Rocco se pasa la mano por los ojos. Se interrumpe y se vuelve

lentamente hacia Nadia.

Rocco (con voz apagada) : Tú debes volver con Simone.

NADIA (sobresaltada): ¿Qué? Rocco (siempre con voz apagada): Simone sólo te tiene a ti. Te

necesita o está perdido. Eres su mujer. (8)

Los turistas se han alejado. Nadia intenta dominarse. Hasta in-cluso se esfuerza en sonreír y la vulgaridad de antaño vuelve a aparecer. NADIA : Óyeme bien, guapo. Admitamos por un momento que tu

hermano tenga necesidad de mí. Pero ¿no has pensado que yo también cuento para algo? ¿Y entonces? ¿Cómo lo arreglamos?

Rocco se ajusta la gabardina, como para defenderse del frío.

(8) Mujer, no en el sentido de esposa. «Donna» no es sinónimo de «moglie», en italiano.

ROCCO Y SUS HERMANOS 143

Rocco: Yo creo que tú también quieres a Simone.

NADIA (mira a Rocco, estupefacta): ¡Pero tú estás loco, comple-tamente toco!

Rocco: Quisiste empezar conmigo otra vida. No hemos pensado que hacíamos daño a otras personas.

NADIA (indignada): Si tuviera ganas de escuchar sermones, iría a

la iglesia. (Agitada): Rocco, escucha, Rocco... Nadia tira de la manga a Rocco. ...Escúchame, Rocco. Yo te quiero. (Empieza a llorar:) ¿Qué hago

con todo este amor? Rocco... ¿por qué has de atormentarme

asi?

Rocco: Yo no puedo obligarte a volver con Simone. Pero te ruego, te suplico que vuelvas con él...

Los tres estudiantes vuelven a cruzar la terraza. Nadia está a punto de decirle algo a Rocco y, apartándose bruscamente de él, grita: NADIA : Te arrepentirás de esto. ¡Vaya si te arrepentirás! Y será

demasiado tarde. Te odio, te odio, Dios mío, cuánto te odio...

y se marcha corriendo seguida por la mirada de los tres estudian-tes, que por un momento están impresionados por la violencia y la conmoción de Nadia. Después, como esforzándose en querer demostrar unos a otros su presencia de ánimo e ironía, se dan unos codazos.

Nadia le da un empujón a uno de los jóvenes estudiantes para alcanzar el ascensor, en el que han entrado algunos turistas.

78. Habitación de Nadia. Interior. Noche.

Nadia está sentada delante del espejo y mira la imagen de su ros-tro, como si lo estudiara y con el deseo de leer en sus propios ojos. Pero Nadia no logra, evidentemente, más que ver reflejadas las huellas externas de una expresión cansada, las señales precoces de su marchitamiento. Lentamente, casi con aburrimiento, coge de la repisa del tocador un lápiz y empieza a maquillarse los ojos. Después, con rabia, enciende la luz del tocador y empieza a ma-quillarse con determinación.

79. Piso en el que funciona un garito clandestino. Interior. Noche.

En el saloncito, en el que funciona una mesa de «chemin de fer», el humo de los cigarrillos crea una atmósfera turbia y casi irres-pirable.

144 LUCHINO VISCONTI

Alrededor del tapete verde están unos hombres de distintas con-diciones y algunas mujeres.

Reina un silencio casi absoluto, acolchado, interrumpido única-mente por la voz monótona y ronca del croupier. Todos los presentes tienen una expresión tensa y alterada. Entre ellos está también Simone.

El también tiene los ojos brillantes y cansados y sigue con fe-bril aprensión el resultado de las cartas de sabot. Se juega las últimas mil liras en un golpe que no le es favorable.

Maldice entre dientes y mira a su alrededor. Tras un breve titu-beo se decide. Se quita el reloj de la muñeca derecha y, dirigién-dose a un hombre sentado un poco aparte, que parece seguir las jugadas con indiferencia y desinterés, le tiende el reloj. Casi sin hablar, sopesa el reloj y lo valora. Dice a media voz: PRESTAMISTA: Veinte y al cuatro... SIMONB: ... al tres. El prestamista hace ademán de estar conforme con el tres de interés y entrega a Simone dos billetes de diez mil que este último se apresura a cambiar por fichas para seguir jugando. De la habitación contigua, que está separada del saloncito de juego por una pesada cortina de terciopelo, llega una carcajada femenina. Simone vuelve un poco la cabeza y otro jugador chistea fasti-diado. El prestamista (que se supone es asimismo el dueño de la casa) se levanta y, al pasar a la otra habitación, nos revela la presen-cia de Nadia sentada en un diván entre dos hombres, vestida de una forma bastante vistosa y con una botella de coñac a sus pies. El prestamista sisea a Nadia, pero ésta no parece hacerle caso, ya que es presa de un verdadero ataque de risa.

NADIA (como continuando una conversación ya empezada): ...y yo como una tonta... allá arriba entre vírgenes y santos, deses-perándome y llorando... Una trompa así de grande, te digo...

La carcajada se transforma en una risa estridente. Uno de los dos hombres que están sentados junto a ella le da una palmada en el muslo, familiarmente.

HOMBRE: Pobre Nadia... Se te pasará... Todo pasa...

En el umbral ha aparecido Simone. Tiene un aire desencajado y

ROCCO Y SUS HERMANOS 145

cansado... Nadia parece haber sido picada de repente por una avispa. Se endereza y dirigiéndose a Simone:

NADIA : Después pregúntaselo a él, que lo debe saber. ¡Eh, tú!, ¿es verdad?

SIMONE (sombrío): Es verdad, ¿qué?

NADIA (con otra carcajada forzada): ¿Qué tienes un hermano... (hace el ademán con la mano) ...chiflado?

SIMONE (nervioso): ¿Pero de qué estás hablando? ¿Todavía de aquella noche? Nadia se ha puesto de pie de repente. Se enfrenta con Simone.

NADIA : NO... hablo de después... De lo que ha hecho después tu hermanito... ¿Sabes qué ha hecho?

SIMONE: NO. Y no me interesa...

Nadia parece no haber oído la contestación de Simone... Vuelve a abandonarse a una risa convulsa que se parece mucho a un so-llozo. Evidentemente está también bebida.

Hasta el punto que Simone la coge por un brazo con fuerza para llamar su atención.

SIMONE: Dime, ¿qué tienes? ¿Quieres que te saque de aquí?

NADIA : ESO... ¡Fuera! ¡Y juntos tú y yol ¡Es precisamente lo que él quiere!... No lo sabías, ¿eh?

SIMONE: NO entiendo lo que dices. (Sonriendo un poco siniestro.) Pero, si es eso lo que quieres, yo estoy dispuesto...

NADIA : ¡Ah! ¿Estás dispuesto?... Vaya si lo creo... ¡qué listo!

(Le mira con recelo.) ¿No será que estáis de acuerdo?... Vuelve a hablar un poco a tontas y a locas: ...¡Claro! Porque te hemos hecho tanto daño, ¡pobrecito! Te

hemos arruinado... ¡Arruinado!

Simone no comprende. Se acerca más a la muchacha, pero ésta interpreta el gesto de Simone a su modo y se aparta de él de un tirón.. NADIA : ¡Vete! Contigo ni muerta. Si te acercas te escupo a la

cara. Interviene nuevamente el dueño del piso, que intenta hacer ca-llar a Nadia. PRESTAMISTA (a Simone): Llévatela de aquí... Aquí no quiero foJ

llones, ¿entendido?... Ni borrachos en la casa... Desalojad.

Nadia se ha echado nuevamente en el diván. Uno de los jóvenes

10

146 LUCHINO VISCONTI

que antes estaban con ella hace señas a Simone para que se

acerque. Nadia está llorando.

Simone se acerca. Intenta mirarla a la cara e involuntariamente

la estrecha contra sí.

Nadia se rebela un poco, pero sin demasiada convicción.

NADIA : ¡Te he dicho que me dejes en paz!

SIMONE: Anda... levántate... no seas arisca... Si tú quieres... yo sigo estando de acuerdo, ¿sabes?

Nadia le mira con una expresión terriblemente irónica y al pro-pio tiempo amarga:

NADIA : ¿Con el permiso de tu hermanito? SIMONE

(no comprende y se encoge de hombros).

NADIA (mirándole fijamente a la cara) : ¿Juntos sólo ahora o para siempre?... (ríe).

SIMONE: Incluso siempre, si quieres.

Nadia vuelve a reír, en voz baja. Se incorpora en el diván. Se mira en el espejito del «trousse». Se pone polvos.

NADIA : ¡De acuerdo!... Total, lo mismo da... Ya te lo dije una vez.-. O tú u otro... ¿Qué importa?

Los ojos de Nadia se llenan improvisamente de lágrimas. Para no verlas cierra bruscamente el «trousse».

NADIA : Dame de beber, anda...

Al fondo de la sala alguien ha puesto un disco que suena débil-mente. Nadia, cogiendo otra copa de coñac, se levanta insegura e inicia sola un movimiento de baile. Simone, desde el sofá, la sigue con ojos brillantes y febriles. Nadia, en medio de la habitación, se mueve lentamente, absorta. Del saloncito cercano llegan la voz del croupier y el repiqueteo de las fichas.

NOVIEMBRE 1958.

80. Puesto de gasolina del padre de Franca. Interior. Día.

Estación de servicio del padre de Franca. Delante de la entrada del garaje hay una furgoneta bien carrozada, sólida, de líneas rápidas, cubierta por una funda oscura.

A través de los cristales del pequeño despacho, Vincenzo, y sobre todo Ciro, miran la camioneta con expresión admirativa, envol-

ROCCO Y SUS HERMANOS 147

viéndola con la mirada como si se tratara de un caballo de ca-rreras. El padre de Franca se les acerca por la espalda. Ciro le dirige una expresión como de excusa.

CIRO (como excusándose): Estaba echándote una última ojeada...

PADRE DE FRANCA (con cordialidad típicamente milanesa): Figúrate... (orgulloso): Es un artículo que resiste incluso a las segundas ojeadas...

V INCENZO (tembloroso): Y las condiciones son... las que ha dicho...

(un poco avergonzado): Perdone que insista, pero el dinero del

anticipo no es mío, lo pone todo mi mujer... (carraspea).

CIRO (corrige): Los plazos sucesivos... los pagaremos a medias, sin embargo...

PADRE DE FRANCA : Sí. Me voy a arruinar. Es una tontería que quie-ro hacer por vosotros... porque está Ciro de por medio y le conozco desde hace tanto tiempo...

Ciro se dirige a su hermano, le anima.

CIRO: ¿LO ves? ¿De qué tienes miedo? (Levanta la voz.) Anda, corre a comprar las letras, ¡así lo dejamos todo arreglado!

PADRE FRANCA (a Vincenzo): Espere, le acompaño... así le explico para qué fechas debe comprarlas...

Los dos salen.

Ciro queda solo, vuelve ante la ventami; con los ojos brillantes de admiración hacia... / ... esa camioneta que está allí fuera/y que es el mayor de sus sueños. Pero le sobresalta el ruido de la puerta que se abre y una voz que

llama : Voz FRANCA: ¡Papá! Ciro se vuelve. En el umbral está Franca. Está muy bonita en su actitud de sor-presa. Viste un gracioso traje de señorita y ha crecido mucho desde la última vez que ella y Ciro se vieron.

CIRO: Hola... (Se corrige:) Buenos días. FRANCA: Hola... Mira quién se vuelve a ver... CIRO: TU padre ha salido un momento... FRANCA: ¿Vuelves aquí... con nosotros? CIRO (ríe):No, no. Esta vez soy sólo un cliente.

148 LUCHINO VISCONTI

Franca le mira con infinita simpatia.

FRANCA (un poco coqueta): ¿Puedo servirte yo? Se mueve hacia el escaparate indicando las latas multicolores ex-puestas : ...Tenemos de todo, aceite... lubrificante... gamuzas... CIRO (ríe nuevamente): ¡Qué va! Mira en cambio lo que compro. Indica hacia fuera la explanada. Franca cae de las nubes.

FRANCA (asombradísima) : ¿La camioneta? Dime, ¿acaso te ha to-cado la lotería?

CIRO: Casi. He descubierto que tu padre nos la puede dar a

plazos... Cambia de tono: ...Así que nos volveremos a encontrar... Vendré a pagar una vez

al mes... (suspira) vencimiento el día ocho. FRANCA: YO no vengo a menudo. Hoy he pasado por casualidad. Ciro reflexiona como persiguiendo un recuerdo. CIRO: De niña, me acuerdo, venías más por aquí... FRANCA: Me divertía. Mientras Franca habla, Ciro no puede evitar estar pendiente de sus labios. FRANCA: Al volverse mayores, las chicas cambian un poco... será

porque se piensa en otras cosas. CIRO (cómicamente receloso): ¿En qué?

FRANCA: NO sabría decirte en qué... en otras cosas...

(Fundido.)

FEBRERO 1959.

81. Complejo sala de boxeo «Príncipe». Interior. Noche.

Unos cuantos aficionados están charlando entre ellos apoyados

contra la pared de la sala. EN OFF: GRITOS DE LA MUCHEDUMBRE. SONIDO DEL GONG. UN AFICIONADO: Son fenómenos que surgen de cuando en cuando.

Acuérdate del caso Tunney. OTRO AFICIONADO: Déjate de cuentos. También ésos son bulos. Ha-

brá hecho su buen aprendizaje, ¡vaya si no!

ROCCO Y SUS HERMANOS 149

UN AFICIONADO: Cecchi no es de los que juegan al azar. Si tiene un defecto es precisamente el de ir con suma prudencia.

OTRO AFICIONADO: Te digo que te equivocas. Si cree que puede arriesgarse, arriesga. Tiene toda una carrera por defender.

AFICIONADO: En estos últimos tiempos no ha sacado ni un solo hombre. Ni uno solo. Le conviene arriesgarse.

TERCER AFICIONADO: NO fastidies. ¿Tú crees que un manager serio, si no está seguro de tener los triunfos en la mano, se lanza a una aventura tan loca como ésta?

TERCER AFICIONADO: Le ha tenido escondido en el gimnasio porque tenia el as. Aquí le tienes, mira eso.

SONIDO DEL GONG.

TERCER AFICIONADO: Está fresco como si acabara de levantarse de la cama.

En el ring, Rocco se está levantando del taburete en su rincón para iniciar el último asalto del combate contra un adversario aparentemente mucho más fuerte que él.

Cecchi está junto a las cuerdas y susurra una última advertencia a Rocco, que asiente con la cabeza.

AFICIONADO: Verás como le hace hacer el fuera de combate... OTRO AFICIONADO: Claro. Como si bastara con que lo decidiera él...

Los boxeadores están en medio del cuadrilátero. Un súbito silen-cio sucede a los gritos confusos. El adversario de Rocco se lan-za a un ataque furibundo, decidido a acorralar a las cuerdas al joven boxeador. Rocco, saltando con agilidad, esquiva todos los golpes y seguidamente, con precisión, empieza a atacar. Sus gol-pes son como granizo seguido y regular que hace retroceder al adversario. ALARIDO DE LA MUCHEDUMBRE. AFICIONADO (excitadísimo): ¡Bravo! Parece un chiquillo... y... (gri tando): ¡Baby face! ¡Viva Baby face! r^'*w Rocco se vuelve un poco como buscando con la mirada a Cecchi y su consejo. Después lanza un directo corto y seco que tira el adversario a la lona y suscita un rugido de la multitud.

RUGIDO DE LA MULTITUD. El arbitro cuenta el K. O. acompañando los números con un

gesto del brazo.

ARBITRO: Uno... dos... tres... cuatro...

Rocco está con las piernas abiertas, casi al acecho, para estar

150 LUCHINO VISCONTI

preparado, en caso de que el otro se levantara antes de haber contado hasta diez, a golpearle de nuevo.

ARBITRO: ...cinco... seis... siete...

La muchedumbre está espasmódicamente en tensión, muda. El diez es saludado por una explosión de alegría.

NUEVO RUGIDO DEL PÚBLICO. Plano general. El arbitro, bajo el haz de luz del cuadrilátero, levanta el brazo de Rocco en señal de victoria. Vincenzo y Ciro se abren paso para acercarse al ring.

CONTINÚAN LOS GRITOS Y LOS APLAUSOS. Cecchi corre hacia el sitio donde está Rocco gritando como un endemoniado.

CECCHI: ¡Gracias! ¡Bravo! ¡Bravo! Rocco se dirige lentamente hacia su rincón y se deja poner el

albornoz, como un autómata. Le quitan los guantes.

Los hinchas gritan y siguen aplaudiendo. Un chiquillo es izado

hasta el ring con un ramo de flores.

Rocco deja que le pongan las flores entre los brazos.

Vincenzo y Ciro cruzan una mirada.

V INCENZO: ES la emoción. Mira qué emocionado está.

Ahora Rocco baja lentamente del ring. Todos le rodean. Cecchi le da una palmada en la espalda y después, para desahogar de algún modo su alegría, abraza a Vincenzo.

CECCHI: ¡Ahora sí que le tenemos, ahora sí!

Ciro abraza a Rocco, que le deja hacer, sin participar.

CIRO (preocupado, susurrando al oído de Rocco): ¿Qué te pasa, Rocco? ¿Te encuentras mal?

Rocco sacude ligeramente la cabeza. Trata de sonreír. Se vuelve hacia Ciro. Tiene la expresión asombrada de un niño que acaba de descubrir la existencia del mal. Después, con esa misma expresión, vuelve a mirar al adversario derrotado, que sale en dirección a los vestuarios. De pronto es acometido por el deseo de llorar. Entre los brazos de Ciro, con voz entrecortada, murmura : Rocco: No. Me ha sido fácil ganar porque dejé de verle a él de-

lante de mí. Era como si viera a alguien sobre el cual desaho-gar mi odio. ¡Todo el odio que se me había ido acumulando aquí dentro! ¡Es horrible, Ciro! ...Si es así... ¡Es horrible!... ¡Es horrible!...

ROCCO Y SUS HERMANOS 151

Ciro no ha comprendido en absoluto el drama de su hermano. Unicamente ha comprendido que no se encuentra mal por lo tanto ríe contento y se encamina con é! y con los demás hacia los vestuarios. CIRO: Hablas de odio tú que eres incapaz de hacerle daño a una

mosca. Anda, anda, Rocco, ánimo. Llegarás a campeón. En sobreimpresión, la palabra

CIRO

82. Exterior calle de la periferia de Milán junto a un salón de baile popular.

Es la Nochevieja de 1960. En la entrada del local están colgados unos adornos muy modestos con el augurio de un FELIZ 1960. El local es el círculo recreativo de la «Alfa Romeo». El viento frío agita las guirnaldas de papel de los adornos. Muy apagado llega desde el interior el sonido de una orquesta que toca Tintarella di luna. SONIDO ORQUESTA DE BAILE. Del interior del local, por lo general en grupos, van saliendo hom-bres, casi todos jóvenes de modestas condiciones, y muchachas. Una vez en la calle los grupos se disuelven rápidamente como em-pujados por el viento helado.

Resuenan los gritos de unos y otros llamándose, felicitándose, el ruido de las motocicletas que se ponen en marcha y el sonido de los pasos de los que se encaminan corriendo hacia la parada del autobús. Un muchacho alto, delgado y de expresión simpática (el típico «animador del grupo») sale del local bailoteando y cantando.

COMPAÑERO DE TRABAJO DE CIRO: Tintarella di lunaaa... Tintarella...

El muchacho (un compañero de taller de Ciro, como veremos a continuación) canturrea como dedicando una serenata a Franca, quien sonríe divertida, y también un poco cohibida, mientras sale del local del brazo de Ciro.

Ciro está endomingado y muy ufano de su papel. Franca señala una camioneta detenida en la calle.

FRANCA (a Ciro): ¿Ves que ya está allí papá esperándome?...

La muchacha saluda apresuradamente a los amigos de su grupo, a muchos de los cuales evidentemente conoció esta noche.

FRANCA: Buenas noches y felicidades a todos. Buenas noches. COMPAÑEROS DE TRABAJO DE CIRO : Felicidades a usted, señorita. (Voi-

152 LUCHINO VISCONTI

viéndose a Ciro): A él nada. Ya íia tenido demasiada suerte, el asqueroso éste. (Siempre bromeando.) Pero te la voy a so-plar, ¿sabes?

Franca ríe. Sigue cogida de la mano de Ciro, que reacciona con humor a la broma del compañero.

CIRO: Anda, anda. Puedo dormir tranquilo. A Franca no le gustan los larguiruchos como tú.

Franca se ha ido corriendo hacia su padre, quien ha bajado de la camioneta. El amigo de Ciro continúa bromeando con Ciro lla-mándole destripaterrones, enano, hasta que Ciro le hace señas para que calle.

OTRO COMPAÑERO DE CIRO (al primero) : Calla, que ahí está el futuro suegro. Ambos muchachos saludan con cortesía, desde lejos, al padre de la muchacha. Ciro, mientras tanto, se acerca a él con aire co-medido. FRANCA (a SU padre) : Nos hemos divertido mucho. Si vieras lo sim-

páticos que son los compañeros de Ciro...

PADRE DE FRANCA (a Franca): ¿Le has dicho que venga mañana por la noche?

FRANCA (riendo): No. ¡Qué tonta! Ciro, papá dice que vengas ma-ñana por la noche a casa porque quiere hablarte. (Siempre riendo alegre.) Quiere saber si tenemos intenciones serias.

CIRO (emocionadísimo): Puedo decírselo ahora mismo...

PADRE DE FRANCA (cordialmente): Mañana por la noche, mañana por la noche. (A Franca, bromeando): Démosle al menos una posibilidad de huida.

Ciro intenta protestar, muy serio. El padre se vuelve a la mu-chacha. PADRE DE FRANCA: Anda, sube, que hace frío.

Franca corre hacia la camioneta seguida por su padre. Después vuelve sobre sus pasos. Alcanza a Ciro, le da un beso leve y ale-gre en la mejilla y corre otra vez hacia la camioneta volviéndose para gritar: FRANCA: NO vayas a volver adentro, ¿eh? Vete en seguida a casa...

Al baile sin mí, JAMÁS... CIRO: Ni siquiera pienso en ello...

Pero el viento se lleva las palabras de Ciro, que además son aho-

ROCCO Y SUS HERMANOS 153

gadas por el ruido de la camioneta del padre de Franca, que se pone en marcha.

Ciro mira extasiado hacia la camioneta mientras sujeta el som-brero con ambas manos para que el viento no se lo lleve. El compañero alto y delgado se le acerca.

COMPAÑERO DE TRABAJO DE CIRO: Y bien... CIRO

(muy serio): Puede que me eche novia.

COMPAÑERO DE TRABAJO DE CIRO (tomándole el pelo) : ¿Pero no hace un año que tienes novia?

CIRO: NO oficialmente. Ciro da un empujón, bromeando, a su compañero y los dos se encaminan, volviendo a pasar delante del local, del que sigue llegando el sonido de la orquesta.

83. Calle casa de Rosaría. Exterior. Noche»

SILBIDO DE CIRO QUE MODULA EL TEMA DEL BAILABLE QUE OÍMOS EN LA ESCENA- ANTERIOR. Andando rápidamente, con paso alegre, Ciro abre el portal de su casa y, sin dejar de silbar alegremente, entra en el zaguán.

84. Complejo casa de Rosaría. Interior. Noche.

La pequeña entrada está a oscuras, pero la luz de la cocina está

encendida.

Ciro se dirige hacia la cocina.

Pero se detiene en el umbral, cohibido, sorprendido.

En la cocina está Nadia en bata, fumando tranquilamente ante el

hornillo encendido, donde está hirviendo un pucherito de agua.

Luca está junto a ella y la observa mientras prepara la tisana.

Nadia apenas si se vuelve para mirar a Ciro.

NADIA : Buenas noches. Tú eres el número cuatro, ¿no? Ya nos conocimos.

LUCA (a Ciro, conciliador): ¿Te acuerdas de ella? Es la novia de Simone. También Simone ha vuelto. Está en la otra habitación. Nosotros esta noche vamos a dormir aquí, en la cocina.

Voz ROSARÍA (en off): ¡Ciro! ¡Ven aquí un momento, Ciro!

Ciro contesta al saludo de Nadia y se dirige hacia la habitación

de Rosaría. Nadia se encoge de hombros y llama con un ademán a Luca.

NADIA : ¿Dónde están los cuchillos?

154 LUCHINO VISCONTI

Luca se precipita hacia la mesa que está en el centro de la coci-na, rodeando la cama que ha sido trasladada aquí, abre un cajón y saca un cuchillo que tiende inmediatamente a Nadia. Nadia corta la corteza de un limón que tenía en la mano y la echa en el agua hirviendo del pucherito. Después coge de la repisa que hay encima del hornillo una taza y vierte en ella el agua hirviendo.

NADIA (a Luca) : Es el único remedio para que se le pase la borra-chera a tu hermano.

Voz (en off) DE ROSARÍA QUE GRITA Y CIRO QUE CONTESTA. Nadia se vuelve con una leve sonrisa irónica a mirar en dirección al cuarto de Rosaría, al que ha ido Ciro. Se oye la voz de Ciro que discute con su madre, pero no se distinguen las palabras. Luca mira a Nadia con una mezcla de curiosidad y simpatía.

LUCA (amistosamente): ¿Y os quedaréis a vivir, aquí, ahora? NADIA (ríe): No sé... Yo hago lo que él quiere.

LUCA: YO creo que apretándonos un poco podríamos arreglár-noslas...

Luca señala con la cabeza hacia la puerta de la que procede la

voz agitada de Rosaría. ...Ya verás como al final (titubea) ...también irás de acuerdo con mamá...

NADIA : Bueno, eso ya es un poco difícil.

LUCA: Al principio siempre se pone así... También con Ginetta, hay que ver lo que tardó en hacer las paces.

NADIA : ¿Quién es Ginetta? LUCA: La mujer de Vincenzo... (orgulloso): ¿Sabes que soy tío?

Ya tengo tres sobrinos...

NADIA (distraída): ¿Ah, sí? Y hace ademán de dirigirse hacia la habitación donde está Si-mone cuando es alcanzada por Ciro, quien le dice fríamente:

CIRO: Quisiera hablar un momento con mi hermano.

Nadia se retira casi ceremoniosamente. Tiende la taza a Ciro:

NADIA : Entonces dale esto. Tiene que beberlo caliente. Mira a ver

si logra devolver... Ciro no contesta y no coge la taza. Entra en la habitación cerran-do la puerta a sus espaldas.

Nadia se vuelve hacia Luca encogiéndose de hombros y suspiran-do. Bebe un sorbo del brebaje hirviendo y hace una mueca de desagrado.

ROCCO Y SUS HERMANOS 155

NADIA (sonriendo a Luca): ¡Bah, qué mal sabe!

La habitación donde está Simone está sumida en el desorden. So-bre una silla hay un maletín abierto en el que están amontonadas unas prendas femeninas.

Simone está sentado en la cama y está diciéndole a Ciro con aire de fastidio: SIMONE: NO vengas tú también ahora a fastidiar.

Ciro se inclina áobre la cama de su hermano, hablando en voz baja pero con violencia.

CIRO: Aquí tienes el dinero para ir al hotel. Desde luego eres un inconsciente. Aunque sólo fuera por respeto a nuestra madre.

SIMONE: ¿Qué respeto? CIRO: Si no lo comprendes por ti mismo...

Simone coge el dinero de manos de Ciro, lo mira y se lo devuelve.

SIMONE: Ten. Así pago el alquiler. ¿Estás contento? Para una ha-bitación como ésta es un buen precio. Eres tú el que hace un buen negocio... Como siempre...

CIRO: Estás borracho.

SIMONE (levantando la voz): ¿No creerás que tengo ganas de oír tus sermones? Esta es mi casa. Y traigo a quien me parece. En el hotel tengo una cuenta de sesenta mil liras. ¿Me la pa-gas? ¿Y me das otras tantas para después? No te gusta, ¿eh? Pues entonces dé]ame en paz.

Se oye el chirrido de la puerta. Ciro se vuelve. Nadia ha entrado en la habitación. CIRO (a Simone): Mañana volveremos a hablar de esto.

SIMONE: Volveremos a hablar cuando me dé la gana. Buenas no-ches.

NADIA : Querría dejar en claro que yo no soy la responsable del incordio. Entre todos el que se lleva la peor parte soy yo, creedme.

Nadia se acerca a su cama y arregla las mantas y las sábanas. Ciro mira pasmado y sale de la habitación dando un portazo. Ciro entra en la habitación de la madre e inmediatamente ésta se le precipita encima apoyándole las manos en los hombros. ROSARÍA (en voz baja, con intensidad): ¿Qué hace esa mujer? ¿La

has echado? ¡Échala a la calle, por amor de Dios! Ciro cierra la puerta de la habitación y mira...

156 LUCHINO VISCONTI

a la madre que, toda desgreñada, le mira fijamente, con los ojos dilatados, pálida.

CIRO: Cálmatef mamá. Simone no se encuentra bien. Esta noche no se puede... Pero mañana lo arreglaremos todo.

Ciro coge a su madre por las muñecas con un gesto paciente, pero

no afectuoso.

Rosaría, en un arrebato histérico, se libera del apretón de Ciro.

ROSARÍA (en voz baja, silabeando): Échala. Tienes que echarla ahora mismo.

CIRO (irónico): ¿Crees que Simone lo permitiría?

Ciro ha dado en el blanco. Rosaría baja la mirada humillada y dice como en un lamento:

ROSARÍA: ¡Pobre hijo mío! Le ha embrujado, esa...

Ciro suspira y asiente. Tiene, con respecto a su madre, la actitud paciente que se tiene con un enfermo y con un inocente.

CIRO (sin convicción): Puede, mamá.

Ciro cruza la habitación dirigiéndose hacia la ventana y mira al exterior. CIRO (sin efusión): Ahora vete a descansar. Mañana, ya verás... Voz ROSARÍA (en off): ¿Qué puede cambiar mañana?

Ciro se vuelve a mirar a su madre, impresionado por su tono de voz cargado de desesperación.

Una vez más Ciro se encuentra cara a cara con su madre, que le mira fijamente con ojos muy abiertos y relucientes, de alucinada.

ROSARÍA : Júrame que vas a decir la verdad, Ciro. Debes jurarlo por la memoria de tu padre.

Ciro mira interrogativamente a su madre, quien le coge las ma-nos apretándolas convulsamente.

ROSARÍA: ¿ES culpa mía todo esto que está ocurriendo? ¿Es culpa mía si tuve la ambición de llevar a mis hijos guapos y fuertes a la ciudad, para que se hicieran ricos y se hicieran valer, y no se marchitaran sobre la tierra como su padre, muerto cien veces antes de cerrar los ojos para siempre?

CIRO (sumamente turbado): Pero ¿qué dices, mamá? No te com-prendo. Tú no tienes la culpa de nada. De nada en absoluto.

ROSARÍA (levantando la voz): Tu padre no hubiera querido nunca abandonar el pueblo. Pero yo sí. No he soñado en otra cosa en los veinticinco años que hemos vivido juntos. Lo he que-rido por Vincenzo, y por Simone, y por Rocco. No sé qué que-

ROCCO Y SUS HERMANOS 157

ría para ellos. El mundo entero me hubiera parecido poco. Hubo un momento en que me pareció haber logrado lo que soñaba. La gente por la calle me llamaba señora. Me llamaban señora en una ciudad tan grande, por respeto a mis hijos. (Vol-viendo al tono de lamentación) : ¿Qué ha ocurrido después? Mi Rocco se ha ido de casa y tiene la mirada de quien ha visto el infierno. Simone está en manos de una mujerzuela. (Levantando la voz.) Maldito sea el día en que os quise sacar de la tierra de vuestro padre. (Llorando, histérica.) Ciro, ¡protege tú la casa de tu madreí Haz algo. Tienes la obligación de hacer algo...

Ciro rodea con el brazo los hombros de su madre tratando de acompañarla hacia la cama.

85. Parque de Milán. Amanecer neblinoso. Exterior. Día.

Rincón del parque de Milán, al que los atletas vienen al amanecer a entrenarse.

Desperdigados por el parque, entre la ligera niebla, parecen fan-tasmas en movimiento. Entre ellos está Rocco, asistido por sus habituales ayudantes.

Ahora interrumpe por un momento su trabajo y, cubriéndose con una toalla, se acerca a una tapia sobre la que está sentado Ciro. Es evidente que los dos hermanos reemprenden una conversación interrumpida poco antes.

CIRO: ...piensa en nuestra madre, que por la mañana está obligada a hacerle la cama a esa...

Rocco: Ya lo sé... Y me avergüenzo de ello como tú...

CIRO (en un repentino arranque): Hermano o no, yo no quiero saber nada de él... Nosotros somos como las semillas de} un mismo saco... Semillas que a su vez tendrán que dar fnjftos sanos. Si entre nosotros hay uno enfermo, podrido, ¡fuSra!, hay que apartarlo de los demás como cuando mamá nos micia limpiar las lentejas... Piensa en el peligro que representa para Luca...

Rocco: Simone no ha cambiado. Sólo está humillado... su amor pro-pio. Yo sigo teniendo confianza en él. Déjame probar. Es por mí por quien te lo pido. Sé cómo actuar...

De repente los ojos de Rocco se han llenado de lágrimas. Para ocultar a su hermano esta efusión, vuelve la cabeza en otra direc-ción. Ciro, un poco hostil, dice:

CIRO: YO no puedo hacer nada. Pero aunque pudiera...

158 LUCHINO VISCONTI

Ante las palabras de Ciro, Rocco sonríe con desconsuelo. Hace un ademán para interrumpirle.

Rocco (un poco impaciente): Déjame probar. Ojalá no nos hubié-ramos marchado nunca de nuestro pueblo... Quiere decir que éste era nuestro destino. El tuyo, el mío y también el de Si-mone...

CIRO: Pero ¿te das cuenta de qué vida hubiera sido la nuestra si nos hubiéramos quedado allá?

Rocco: Todavía estaríamos todos unidos.

Ciro no contesta y se limita a sonreírle.

Rocco contesta con una sonrisa igual pero triste.

Después Ciro le da una palmada en el hombro y se despide.

CIRO: Me voy. Después da media vuelta rápidamente y se aleja mientras Rocco se dispone a reemprender su entrenamiento.

FEBRERO 1960

86. Complejo vestuario sala de boxeo «Príncipe». Interior. Noche.

Desde los vestuarios del gimnasio se oyen el ruido y los gritos de la gente que está en la sala.

RUMOR DEL PÚBLICO (en off). Cecchi pasea de un lado a otro nerviosamente, mientras el entre-nador le observa con aire irónico.

CECCHI (con violencia): ¡Me daña de bofetadas! ¡Maldito el día en que le hice caso! ¡Maldito sea mi buen corazón! Ese es un canalla. Un bribón. A ése no vuelve a levantarle ni Dios.

EMPLEADO: Le habrá pasado algo. Dicen que ha salido de casa a las ocho con su hermano pequeño.

Un boxeador atraído por las voces sale de su vestuario. BOXEADOR: Pero ¿qué pasa?

EMPLEADO: Simone, que todavía no ha aparecido. BOXEADOR: Bueno, no perdemos gran cosa.

Cecchi sacude la cabeza. Está enfadadísimo. Por el altavoz se oye un largo aplauso del público que subraya el final de un combate.

APLAUSO DEL PÚBLICO (en off). El aplauso se prolonga, mientras por la escalerilla aparecen los

ROCCO Y SUS HERMANOS 159

contendientes del combate que acaba de terminar. Detrás de los boxeadores vienen Vincenzo y Ciro.

CECCHI : ¿Habéis visto? ¿Le he puesto en el programa, sí o no?

V INCENZO (consternado): ¡Y eso que quería hacerles tragar a los periodistas lo que decían de él!

CECCHI: Hubiera hecho mejor en guardarse las agallas para com-batir. Y hablar menos.

87. Edificio «Príncipe». Exterior. Noche.

Exterior del edificio donde se celebran los combates de boxeo, la noche de los encuentros.

Los espectadores ya han entrado todos. La entrada está desierta. Pero, a través de los ventanales, la calle vacía se llena, a ratos, de las explosiones de entusiasmo, aplausos y gritos del gentío.

APLAUSOS, GRITOS (en off). En una esquina, Simone mira fijamente, como alucinado, el lugar de donde proceden estas incitaciones, estos llamamientos. Su rostro está invadido por el miedo, la frente mojada por un sudor frío, los labios le tiemblan.

Junto a él, Luca, que sostiene su maletín, le mira con afecto acon-gojado. Querría comprender del todo el sufrimiento que tortura a su hermano. Querría ayudarle. Pero no sabe. Le pregunta: LUCA: Y ahora, ¿qué? SIMONE (nerviosísimo): Esperemos todavía un momento...

y se seca el sudor con mano temblorosa, mientras del edificio llega una nueva oleada de gritos.

GRITOS DE ENTUSIASMO (en off). El coche de Morini se detiene en el aparcamiento reservado para los socios cerca de la entrada del edificio. Morini baja del coche.

SIMONE (a Luca) : Ve, llama a ese señor. ¿Le ves? Ese. Bile que le espero allá.

Simone indica un bar hacia el que se dirige con paso rápido. Luca permanece por un momento sin saber qué hacer. Va a lla-mar a su hermano, después renuncia y corre hacia Morini.

88. Bar. Interior. Noche.

Vemos desde el bar : a Luca que se acerca a Morini, después Mori-

160 LUCHINO VISCONTI

ni que lentamente se dirige hacia el bar. Luca permanece inmóvil cerca de la entrada del edificio.

Punto de vista de Morini: Simone, que acaba de pagar algo en caja, se dirige hacia la barra, pide un coñac al camarero, quien se lo sirve inmediatamente.

89. Exterior bar. Noche.

Morini empuja la puerta de cristales del bar y entra, siendo em-bestido por la atmosfera opresiva y por las voces del pequeño local.

90. Interior bar. Noche.

Simone bebe su coñac con la mirada perdida en el vacío. MORINI: ¿Qué pasa? ¿Miedo? SIMONE: Me encuentro mal.

MORINI (con autoridad): ¿Entonces qué estás haciendo aquí? Le da,una palmada en el hombro:

...Anda, muévete, te acompaño. Y si quieres nos paramos en mi casa a tomarnos algo con calma.

Simone por primera vez mira a Morini a la cara, como intentando comprender hasta el fondo sus intenciones. Después murmura :

SIMONE: De acuerdo. Bebe de un trago el coñac que le queda. Después salen.

91. Exterior sala de boxeo «Príncipe». Noche.

Morini y Simone caminan hacia el coche. Unos momentos de si-lencio. Luca ve a Simone, desesperado, a punto de subir al coche.

LUCA: ¡Stmone! SIMONE (en tono muy violento): ¡Déjame en paz! ¡Vete!

SIMONE (a Morini): ¿Un cigarrillo?

Morini le ofrece el paquete. Simone, febrilmente, coge tres o cua-tro. Se excusa.

SIMONE: LOS otros, los guardo para después...

Enciende el cigarrillo, da una larga chupada, se siente un poco

aliviado. MORINI (le examina con atención) : ¿Se te pasa?

SIMONE: Cuando estemos muy lejos de aquí...

ROCCO Y SUS HERMANOS 161

MORINI: Es miedo, lo sé, además...

Sonríe con aire extrañamente despegado, mientras sube al coche : ...llega un momento en que te molesta que te estropeen el perfil... realmente te molesta... (se pasa la mano por la cara como si la acariciara.) ...Uno le tiene apego a su belleza... (ríe).

92. Interior coche Morini. Exterior. Noche.

El coche se pone en marcha.

Morini pregunta, con su acostumbrado aire de ambigua superio-ridad. MORINI: Entonces, ¿dónde vamos? Simone le mira, como si implorara su protección. SIMONE: Habíamos dicho que a tu casa. Morini sonríe con aire de triunfo. MORINI (ambiguo, con intención) : Sabía que un día serías tú el que

me lo pidiera... (le lanza una ojeada): Veo que estás recobran-do^ el valor...

SIMONE (con la expresión de quien se rinde): Lo que pasa es que se aprende...

Morini acelera la marcha del coche, mientras Simone, frágil y quejumbroso, como buscándose una justificación a sí mismo, no deja de repetir:

SIMONE (se lamenta): Necesito dinero. Mucho.

(Fundido.)

93. Complejo casa de Rosana. Interior. Día.

Ciro se está lavando delante del lavabo, se prepara a salir para ir a su trabajo cuando oye unas voces en la entrada que atraen su

atención. Ciro se asoma al pasillo y ve... ...a Rosaría, que, sirviéndose de un abrigo como bata, habla con

un guardia de uniforme con una hoja en la mano.

Oyendo abrir la puerta, Rosaría se vuelve desolada hacia Ciro.

ROSARÍA: Buscan a Simone.

Ciro se acerca a la puerta.

CIRO: ¿De qué se trata? ROSARÍA (llorando) : Le busca la policía. Dice que hay una orden de

arresto contra él.

1l

162 LUCHINO VISCONTI

CIRO (a Rosaría): Vete de aquí, mamá, (Al guardia): Mi madre le habrá dicho que mi hermano Simone no ha regresado esta no-che. No siempre duerme aquí. Es más, muy de tarde en tarde. Si quiere comprobarlo usted mismo...

El guardia entra en el pasillo. Luca se asoma al umbral de la ha-bitación y escucha lleno de aprensión.

CIRO (en voz baja al guardia): ¿Puedo saber por qué viene a bus-carle?

GUARDIA (bruscamente, pero con cierta cortesía): Sólo tengo la orden de acompañarle a la Comisaría.

CIRO (siguiendo al guardia que hace el recorrido de la casa) : Pero si voy a la Comisaría con usted, podré saber...

GUARDIA : NO sé. Ciro se pone una americana y sigue al guardia.

Llorando desesperadamente, Rosaría hace los gestos cotidianos:

quita una cazuela del horno, levanta una tapadera, se seca las

manos. Después, como quien toma una decisión, se dirige hacia

una habitación y abre la puerta de par en par.

Vemos a Nadia tumbada en la cama en combinación, fumando y

pintándose las uñas.

Viendo entrar a Rosaría, apenas si levanta la cabeza. Rosaría la

mira con odio. ROSARÍA: Le están buscando los guardias. ¿Qué ha hecho? ¿Lo

sabes? NADIA : Bah, lo que haya hecho esta vez no lo sé... Pero me lo

puedo imaginar. Es un delincuente... (con maldad): ¿Usted sabe qué es un delincuente, señora?

Rosaría, sacudida por la rabia, a duras penas logra contenerse para no lanzarse contra la muchacha.

ROSARÍA (fuera de sí): ¿Qué dices? Tú... precisamente tú... ¿Cómo te atreves a insultar a los demás?... ¡Desde que estás aquí, me avergüenzo hasta de asomarme a la ventanal

Nadia rompe a reír: tiene una forma de reír insultante.

NADIA (irónica, mala): ¡No me diga! ¡Pero si es usted quien me ha retenido aquí... por miedo a perder a su hijo!...

ROSARÍA: Habrás sacado tu provecho...

NADIA (ríe): El se ha comprometido a mantenerme... Echa una mirada a su alrededor :

...¿Pero usted cree que ésta es la forma de mantener a una

ROCCO Y SUS HERMANOS 163

mujer como yo? No sabe hacer nada. Trabaja mal, roba peor... Ante la cara aterrada de Rosaría, insiste:

...He dicho roba, ¿lo ha oído bien, señora? Roba. Pero lo hace mal.

ROSARÍA: ¡TÚ, que eres una mujerzuela, eres tú quien me lo ha echado a perder!... Era mi hijo más envidiado... Y ya verás que cuando se Ubre de ti volverá a ser el mejor de todos.

Nadia empieza a ponerse una bata sobre la combinación.

NADIA : Si sólo es por eso, puede estar tranquila. Ya me estoy mar-chando.

Rosaría tiene un momento de turbación. El tono de su voz ya no es el mismo de antes, firme y decidido.

ROSARÍA : No, tú no. Es él quien debe decírtelo.

NADIA : ¿Y quién me retiene ya aquí? Le he visto irse a pique... Es lo que esperaba... Ahora puedo marcharme contenta (levantan-tando la voz de repente) : Dele a Rocco todas estas buenas noti-cías de mi parte. Que comprenda por fin a quién me ha sacrificado. Y dígale también que ya no me quedan ni las ganas de decírselo yo misma.

Nadia se vuelve hacia Rosaría. Tiene un aire cansado, desesperado :

NADIA (con una mueca de llanto) : Sólo tengo ganas de marcharme y de no ver nunca más a nadie de esta casa.

Rosaría permanece inmóvil, palidísima, mirando a Nadia, que em-pieza a recoger frenéticamente sus cosas esparcidas por la habi-tación. De repente se le escapa de las manos un espejo que estaba apoyado sobre la cómoda. El espejo cae al suelo en mil pedazos. Las dos mujeres le miran, anonadadas. Rosaría, desesperada, hace unos gestos de conjuro.

94. Exterior=interior bar frecuentado por Simone. Día.

El bar está desierto. Un camarero en mangas de camisa está ha-ciendo la limpieza. Vemos a Luca, que se acerca al camarero y habla con él. No oímos lo que dicen.

Comprendemos, sin embargo, que el camarero no sabe responder a la pregunta de Luca, quien por un momento queda perplejo, re-flexionando. Seguidamente sale lentamente del café, siempre pen-sativo. Después echa a correr.

164 LUCHINO VISCONTI

95. Complejo casa de Mori ni. Interior. Día.

Pálido, muy agitado, Morini anda de un lado a otro de la habita-ción delante de Ciro, Rocco y Vincenzo, que le miran llenos de aprensión. MORINI (hablando muy sofocado): ...Creía que yo tendría miedo.

Si coges ese dinero, te denuncio, le dije. El se puso a reír y forzó el cajón del escritorio delante de mis ojos.

Rocco (con voz neutra) : Usted siempre puede declarar a la policía que ha cometido un error. Que ha encontrado el dinero que por equivocación creyó que le habían robado. Yo estoy dispues-to a firmarle una letra ahora mismo. Cecchi puede avalarme.

MORINI (gritando como un histérico) : Ah, ¿por qué vosotros creéis que me he comprometido por una cifra de setenta mil liras? Hace dos años que ese canalla vive especulando con mi debili-dad. Sí, señores. Casi dos años.

Vincenzo y Ciro bajan la mirada. Se sienten terriblemente incómo-dos frente a las confesiones de Morini. Rocco querría cortar por lo sano. Rocco : Dígame lo que le debe mi hermano y acabemos de una vez.

MORINI : No es sólo cuestión de dinero. Me he expuesto por él. Más de una vez. He tenido que recurrir a todos mis conocidos para salvarle cuando le pescaron por un miserable asunto de con-trabando. Es un idiota.

Ciro está profundamente asqueado. Mira...

...a Rocco, quien, palidísimo, repite con voz vibrante:

Rocco: Le he preguntado : ¿cuánto le debe mi hermano? MORINI: Cuatrocientas mil. Ciro y Vincenzo dan un bote, asustados. Y todavía les asusta más la calmosa respuesta de Rocco:

Rocco: Está bien. Estoy dispuesto a firmarle letras a tres meses. CIRO (a Rocco): Pero, ¿estás loco?

V INCENZO (a Rocco) : Yo no puedo hacer nada. Aún hay que acabar de pagar el camión.

Rocco (a sus dos hermanos) : Es un asunto que me atañe sólo a mí.

CIRO: Pero no puedes. ¿Dónde encuentras una suma semejante?...

Morini mira a los tres atentamente.

MORINI: ¿Está seguro de que Cecchi le avalará?

Rocco: No tiene más que preguntárselo.

ROCCO Y SUS HERMANOS 165

Hay un momento de silencio. Morini se aleja dirigiéndose hacia el teléfono. Ciro y Vincenzo empiezan inmediatamente a hablar excitados con Rocco en voz baja.

CIRO: Aunque Ceccki sea tan loco como para garantizarte... ya me dirás cónto te las arreglas para devolvérselo.

Rocco: Cecchi me ha ofrecido una fuerte suma si firmo un contra-to con él por diez años. Me presenta en Bruselas y después... después, ¿qué os importa a vosotros?

Ciro y Vincenzo se miran. Desde la otra habitación se oye a Mori-ni que llama por teléfono a Cecchi.

V INCENZO (a Rocco): Pero tú siempre has dicho que querías dejar el boxeo. ¿Entonces? Por ese desgraciado vas a cambiar el cur-so de tu vida.

Rocco (cansadamente): Entonces... ¿se os ocurre otro medio que no sea el aconsejar abandonar a Simone a su suerte?

Voz MORINI (en off): ¿Escucháis un momento, por favor?

Ciro y Vincenzo se callan.

Los tres se vuelven hacia Morini, que está al teléfono.

MORINI : Aquí está Cecchi al teléfono. Dice que se hace fiador sólo en el caso... que Rocco ya sabe.

Rocco hace una señal a Morini para que espere y se acerca al te-léfono. Vincenzo se vuelve a Ciro excitado.

V INCENZO: Hay que impedirle hacer esta locura.

CIRO: SÍ ROCCO quiere pagar esta deuda, no queda otro remedio. Nosotros no podemos ayudarle.

Vincenzo hace ademán de lanzarse hacia Rocco. Pero la actitud de Ciro le detiene. Ambos hermanos miran ahora hacia el teléfono.

Rocco (hablando por teléfono) : Soy Rocco. He comprendido perfec-tamente. Lo daba por supuesto. Desde el momento que le pido esta garantía es señal de que lo acepto todo.

Rocco ni siquiera espera la contestación de Cecchi y tiende nueva-mente el auricular a Morini.

Rocco da sólo unos pasos y después se detiene apoyándose en el respaldo de una butaca.

Vincenzo mira a Ciro, que ha permanecido serio y pálido en su sitio. Después se acerca a Rocco.

166 LUCHINO VISCONTI

V INCENZO: Aún estás a tiempo de pensártelo. Tu vida es más im-portante que esta... esta...

Rocco (en voz baja): No. Diez años pasan. Pero si a Simone no le salvamos ahora...

También Ciro se ha acercado a Rocco. No dice nada. Vincenzo mira a Ciro, mira a Rocco, mira nuevamente a Ciro.

V INCENZO (corno en descargo de conciencia) : Tú lo has querido.

Voz MORINI (en off): Que quede bien claro que también quiero que me garanticéis que vuestro hermano dejará de molestarme en el futuro.

Vincenzo y Ciro miran a Morini mientras Rocco, muy pálido, per-manece apoyado en el respaldo de la butaca con la cabeza baja.

CIRO (con furor, a Morini) : Esté tranquilo. Simone se irá de Milán. Al menos por algún tiempo. Pero que quede bien claro que nues-tra obligación empieza en el momento en que se nos notifique oficialmente que la denuncia ha sido retirada.

96. Habitación hotel equívoco. Interior. Noche.

Una habitación muy pequeña y miserable.

Luca está sentado en un taburete cerca de la ventana y mira a los

dos hermanos mayores. Simone está sentado en la cama. Todavía

no se ha afeitado.

Puesto que en el cuarto hace mucho frío, lleva puesto el abrigo

como si fuera una bata.

Ciro está de pie delante de él. Lleva puesto el abrigo y no se sienta

para que quede claro que su visita será breve.

CIRO (indicando a Luca) : Supongo que ya te lo habrá dicho todo.

SIMONE: Me ha dicho que os habéis dejado embaucar por Morini. ¡Vaya unos tontos! ¿Ha firmado ya las letras Rocco? Que me lo dé a mí ese dinero, estará mejor empleado.

Ciro mete la mano en el bolsillo y tiende unos pocos billetes do-blados. CIRO: Estos son para ti, y nos harás un favor a todos si al menos

por algún tiempo te vas de Milán. (Irónico.) Total no es que tengas un empleo que perder. Una ciudad u otra debería darte lo mismo. Sea como sea, a casa ya no vuelves más.

SIMONE (irónico a su vez): ¿Son éstas las decisiones del tribunal de los hermanos? (Levanta la voz.) Pero ¿quién quiere vol-ver a casa?

CIRO (tratando de cortar por lo sano): Más vale así.

ROCCO Y SUS HERMANOS 167

Ciro hace un gesto como para irse, pero Simone le retiene ense-ñándole el dinero.

SIMONE: Escucha. Hagamos un pacto. Ya que tenéis tanto dinero como para cubrir con él a ese saco de mierda de Morini, su-pongo que tendréis algo más para darle a vuestro hermano. Doscientas mil y me voy de veras.

Simone mira los pocos billetes. Después ríe ruidosamente.

CIRO: Te daremos otras cien mil cuando se acabe de cobrar. Aho-ra es imposible. El segundo plazo del anticipo a cuenta del contrato, Cecchi lo pagará después del combate del domingo.

SIMONE: Esperaré. Ciro se vuelve hacia Luca.

CIRO: Vamonos. (A Simone): Y a él le dejas en paz.

SIMONE (se pone de pie irritadísimo y casi se lanza contra Ciro): ¡Oooh! ¡Oooh! Vayamos despacio. ¡Que no tengo la lepra! Me has hartado con ese tono. ¿Quién te crees que eres? ¡Obre-ro especializado de la Alfa Romeo! ¡Vaya una carrera! ¡No hay para presumir tanto!

Simone aferra a Ciro por la solapa del abrigo. Ciro queda impa-sible mirándole, pálido. CIRO: Me das lástima.

SIMONE: ¡Pobrecito! ¿Has oído, Luca? Le doy lástima, Ciro abre la puerta de la habitación y sale. Voz CIRO

(en off): ¡Luca! Luca mira a Simone y le susurra: LUCA (en voz baja): Mañana volveré. Si cambias de hotel, dé-

jame dicho donde estás.

97. Interior palacio de los deportes. Interior. Tarde.

Todas las luces se encienden a la vez, de un solo golpe, en el interior del palacio de los deportes. El reloj marca las ocho y media.

98. Bar. Exterior. Tarde.

En ese mismo momento Simone sale del bar y rápidamente dobla la esquina levantándose el cuello del abrigo.

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99. Palacio de los deportes. Exterior=interior. Tarde.

Algunos empleados abren las puertas de entrada al público po-pular que desde hacía bastante tiempo se agolpaba en el exte-rior. Una riada de gente se precipita en el palacio yendo a coger sitio.

100. Entrada secundaria palacio de los deportes por la que entran los boxeadores. Exterior. Tarde.

Hay un grupo de gente reunida delante de la entrada de los boxeadores. Por lo general son fanáticos del boxeo, hinchas de este o aquel boxeador, que esperan ahora a sus favoritos. Un coche se detiene. Bajan del mismo el entrenador y los segundos de Rocco. Después sale el propio Rocco, acompañado por el pequeño Luca. Está arrebujado en su abrigo con una bufanda de lana que le protege la boca del aire frío. Sus hinchas le saludan. Rápidamente Rocco entra en el palacio seguido por los suyos. Llegan otros boxeadores.

101. Vestuario del palacio de los deportes. Interior. Tarde.

Rocco entra en los vestuarios. Inmediatamente Vincenzo y Cecchi salen a su encuentro llenos de aprensión y de atenciones.

CECCHI: ¿Has conseguido dormir? Rocco: Una hora. V INCENZO: ¿Cómo te encuentras?

Rocco: Un poco nervioso...

CECCHI (interviene): ¡Vamos! Ahora, masaje.

El masajista se adelanta y prepara la mesa. Rocco empieza a quitarse la ropa. Mientras tanto van llegando otros boxeadores con sus managers y sus segundos, hasta que los vestuarios se animan con una actividad febril. Se oye hablar en distintos idio-mas. También aparece el médico, quien da comienzo a sus re-gulares visitas a los contendientes.

102. Complejo bar del billar. Interior. Tarde.

Simone está con algunos amigos en la sala de billar. Por lo ge-neral se trata de hombres mayores que Simone y de una cate-goría todavía más baja que sus amigos de antaño.

HOMBRE: ¿De modo que no nos das esas entradas?

ROCCO Y SUS HERMANOS 169

OTRO HOMBRE: Y eso que nos las habías prometido.

SIMONE: ¿YO? ¡NO he prometido nada! Ni siquiera yo voy al combate.

CAMARERO (desde lejos): No va para no hacerse mala sangre. HOMBRE: ¿De veras no vas?

OTRO HOMBRE: Desde que lo ha dejado, ya no le gusta ver a los demás. Es natural.

OTRO: Pero ¿por qué has dejado plantada la carrera? SIMONE: Porque ya no me gustaba... ¿Está claro?

OTRO HOMBRE (desde el fondo de la sala, burlándose): La zorra y las uvas. ¿Conoces el cuento de la zorra y las uvas?

SIMONE (con un gesto de rabia): No, no lo sé. OTRO HOMBRE: Que te lo cuente alguien.

Ivo, con aire desganado, acaba de entrar en el bar. Se coloca detrás de Simone como para protegerle.

Ivo: Escuchad. Yo y algunos más, vimos con nuestros propios ojos cómo zurró al campeón una noche en la Bovisa. ¿Quién estaba? ¿Os acordáis?

HOMBRE: Agua pasada. Ahora querría ver a los dos Parondi jren-te a frente. Ya me contaréis quién sale peor parado.

Ivo (riendo vulgarmente) : Siempre se puede volver a probar. Esta vez habrá que desplazarse al Idroscalo. (A Simone): ¿Sabes qué me han contado? Que Nadia está con una que alquila habitaciones cerca del Parque Ravizza. Le alquila la habita-ción y el «seiscientos». (Ríe.) Hace el negocio motorizada, ¿comprendes? Recoge a los clientes en el paseo Maino y los lleva al Idroscalo, cerca del quiosco de bebidas.

SIMONE (interesado): ¿Estás seguro? Ivo ríe groseramente y señala Simone a los amigos.

Ivo: Mira cómo endereza las orejas. Si sois capaces, podríamos organizar otra velada como la que os he contado antes...

Ivo rie cada vez más groseramente:

...Pero tu hermano, ¿sigue yendo con ésa? ¿O ahora mira más alto?

Todos ríen.

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103. Interior palacio donde se celebran los combates de boxeo. In terior. Tarde.

El público ya llena casi por completo el interior del palacio. La velada ha empezado ya y se está desarrollando el primer com-bate del programa.

Son dos pesos ligeros, un italiano y un francés. El público sigue el combate con interés. Y subraya las incidencias del encuentro. Mientras tanto hay un gran ir y venir de la sala a los vestuarios donde se están preparando los otros boxeadores. El rugido del público que subraya los buenos golpes de los contendientes llega hasta los vestuarios a oleadas intermitentes.

104. Final del trayecto del tranvía del Idroscalo. Exterior. Tarde.

El tranvía del Idroscalo ha llegado al final del trayecto casi completamente vacío. Simone se apea y se encamina en seguida por el sendero que rodea el embalse de agua para alcanzar la ori l la opuesta, donde en la oscuridad se adivinan las débi les luces del quiosco de bebidas.

Camina entre la niebla que ya ha descendido sobre el agua quieta y negra del gran estanque.

El lago artificial es una amplia extensión inmóvil con algo inde-ciblemente funesto. No se ve ni un alma y el silencio es absoluto. Simone sigue andando al borde del agua. Los ruidos de la ciudad lejana llegan amortiguados, como un ruido sordo.

105. Interior vestuarios del palacio donde se celebran los comba* tes de boxeo. Interior. Tarde.

Están vistiendo a Rocco. A su alrededor se encuentran todos los

suyos. Llega Vincenzo jadeante por la puerta que l leva a la sala.

V INCENZO: ¡Qué trabajo colocar a Ginal Ahora están todos jun-tos. En un buen sitio. Gina, Franca, con su padre y su madre... ¡Qué gentío! ¡Dios! ¿Has visto? Loi, Mazzola, todos los gran-des están aquí esta noche...

Rocco (a Luca): Dame un poco de agua mineral. Tengo la gar-ganta seca...

CECCHI: Enjuágate la boca... Vero no bebas...! ¡Te hincha el estómago !

LUCA: ¿Quieres un Unión, más bien? Rocco: Dame él limón...

ROCCO Y SUS HERMANOS 171

Luca coge medio limón y exprime el jugo entre los labios de Rocco, que después se los lame ávidamente. Mira a su alrededor con ojos un poco inquietos, febriles, y aprieta las mandíbulas. El masajista se ha agachado y le da masajes con linimentos en las pantorrillas. En el rincón opuesto del vestuario está el adversario de Rocco, un boxeador rubio, típicamente germánico, rodeado de sus se-gundos y del entrenador.

Hace unos movimientos de gimnasia y unos saltos para desen-tumecerse.

Mientras tanto el médico de la Federación prosigue sus visitas de control. Se acerca al alemán y le controla la presión y el corazón. Se aparta de él diciendo.

MÉDICO: Bien. Regular... (Traduce después al alemán.)

El boxeador le da las gracias.

El médico, continuando su visita de control, se acerca a Rocco.

Junto a éste, Vincenzo y Ciro les observan, con una expresión

de tensión en los ojos.

El médico parece prolongar la auscultación y mide la presión. MÉDICO: ¿Cómo es que tienes la presión alta?

Rocco no tiene tiempo de responder porque Cecchi intervieni antes que él.

CECCHI: Son los nervios, doctor.

El médico vuelve a dirigirse a Rocco. MÉDICO: ¿Has comido? Esta vez es Ciro el que contesta por Rocco.

CIRO : SÍ, doctor, hace ocho horas.

MÉDICO: La presión es alta. Demasiado. (A Rocco): ¿Te has en-contrado bien todos estos días?

Rocco: Claro... Vincenzo confirma la afirmación de su hermano.

V INCENZO: Se estuvo entrenando hasta ayer. M ÉDICO : Está bien. De todas maneras volveré a medírtela más

tarde. Procura estar tranquilo... No veas a nadie, no hables con nadie.

El médico continúa sus visitas. CECCHI (a Vincenzo): ¡Qué latoso! Por unas cuantas pulsaciones,..

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106. Idroscalo en las proximidades del quiosco d( bebidas. Día. Anochecer.

También la zona del quiosco de bebidas está desierta y Simone avanza con precaución entre los árboles húmedos. Mira alrededor y frente así, pero no se ve ni un alma. Simone llega hasta la orilla del lago artificial y permanece inmóvil por un momento mirando el agua.

A lo lejos se oye el ruido de un coche. Se trata todavía sólo de un zumbido que, sin embargo, aumenta por momentos. Simone escucha. Un escalofrío le recorre todo el cuerpo y encoge los hombros con gesto de tener frío. Ahora el ruido del motor se oye más claramente y...

...se ven brillar intermitentemente los faros en la orilla opuesta. De repente los faros del coche enfocan la carretera paralela al lago y avanzan en dirección al quiosco.

Simone se esconde entre las matas y espera con un ansia que se va transformando en espasmódica. Un «seiscientos» frena y se detiene.

Apaga los faros y a continuación el motor. Un gran silencio cae sobre el lugar.

Simone se acerca cautelosamente al coche, sin hacer ruido. Se agacha por un instante para espiar por la ventanilla posterior, después alcanza la portezuela y la abre de golpe. La pareja que está en el interior se separa. Son Nadia y un hombre de mediana edad, asustadísimo, con gafas.

SIMONE (al hombre): Levántate y lárgate.

HOMBRE (balbuciendo): Pero... ¿quién es? ¿Qué quiere?

Simone le aferra por la solapa del abrigo y le saca brutalmente del coche. SIMONE: Te he dicho que te largues... Vete o te muelo a palos...

(grita): ¿Has oído? Aterrorizado, el hombre da unos pasos hacia atrás, después se aleja corriendo.

Mientras tanto también Nadia ha bajado por la otra portezuela. También en su rostro se refleja el miedo. Mira a Simone desde el otro lado del coche. Simone va hacia ella, pero Nadia, sin dejar de mirarle fijamente, trata de correr en torno del coche. Después da dos pasos hacia atrás intentando huir. Pero de un salto Simone la alcanza. La agarra por un brazo. Pronuncia palabras inconexas.

NADIA : ¡Socorro!... ¿Qué quieres?... ¿Por qué?... ¡Socorro!

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SIMONE (poniéndole una mano delante de la boca para impedirle que grite): Espera... Estáte quieta... no grites.

NADIA (con la mano de Simone delante de la boca): ¡Aaaah! ¿Qué quieres?

SIMONE: Ven aquí... (tratando de arrastrarla hacia las matas): Cálmate... Ahora te lo explico...

NADIA : Déjame.., (se libera violentamente del apretón de Simo-ne) Deja que me vaya...

Nadia le mira con terror. Los ojos muy abiertos, la respiración entrecortada, la boca abierta dispuesta a gritar.

SIMONE: Cálmate... ¿Tienes miedo? Mira cómo estoy temblando... ¿Y eres tú la que tiene miedo?

Nadia, fingiendo por un momento una valentía que está lejos de sentir : NADIA : NO tengo miedo...

Nadia da unos pasos, más que nada para tratar de calmar su inquietud y su angustia. Simone continúa mirándola, no la pierde de vista, pero sin dejar mientras tanto de temblar como una hoja*

Nadia saca, un cigarrillo del bolso. También su mano tiembla. Mira a Simone para ver si lo ha notado. Con la mano libre su-jeta la otra, que sostiene la cerilla. El bolso ha quedado abierto. Se da cuenta, dice:

NADIA : ¿Es dinero lo que quieres? Le enseña el interior del bolso, manteniéndolo abierto con las dos manos. El cigarrillo le cuelga de los labios, obligándola a hacer una mueca. Simone hace un gesto con la mano, un gesto de desaliento.

NADIA : ¿Visto? ¿Y ahora? ¿Qué hacemos aquí? Vamonos... (seña-la el coche): Te llevo a la ciudad...

Simone se le acerca.

SIMONE (implorante): Escúchame, Nadia... Escúchame... mira lo que he venido a decirte... (exaltado.) Nosotros dos... si quieres... juntos, nos marchamos. Entonces sí, entonces yo también podré volver a empezar...

Simone ha hecho un gran esfuerzo para decir lo que acaba de decir. Se interrumpe para tomar aliento. NADIA : ¿Marcharnos? ¿Adonde? ¿Contigo? Quítatelo de la cabeza.

Escúchame, Simnne. déjame en paz..- te lo he dicho... He

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vuelto a mi oficio y contigo he terminado, terminado para siempre.

SIMONE (sacando unos billetes del bolsillo): Te pago... como ha-cen los demás.

NADIA : NO... contigo no quiero nunca más... Ni una sola vez...

Nadia termina de fumar el cigarrillo; lo tira al suelo. Simone, de repente, se lanza sobre ella. La sujeta por los hombros. La aprieta contra sí con violencia salvaje. Le habla excitadámente sobre el cuello, sobre la cara...

SIMONE: ¿Sabes que podría matarte? ¿Sabes que aunque grita-ras aquí no te oiría nadie?... ¿Has oído?

Nadia ha luchado desesperadamente para liberarse del abrazo de

Simone. Pero no lo ha conseguido. Ahora, sin embargo, con un violento

'estirón, logra separarse de él dejándole entre las manos el abrigo. Echa a correr hacia el agua. Simone tira al suelo el abrigo y la

persigue. La alcanza justo a la orilla del lago. La aferra por el

jersey, que se rompe. Nadia grita. El bolso sale volando por el

aire y las pocas cosas que estaban dentro se desparraman.

Simone está ciego de furor, de locura. Vuelve a lanzarse sobre

ella, grita. SIMONE: ¡Ahí No... ¡Así no! ¡Así no debes!

Empieza a pegarla puñetazos y bofetadas. Nadia, levantando las manos, intenta defenderse de la furia de Simone. Pero éste continúa. Nadia resbala al suelo. La cabeza casi roza el agua. Simone se detiene de golpe. Se inclina sobre ella. La llama por su nombre, le levanta la cabeza. El labio superior de Nadia está sangrando. Simone coge agua con la mano y la deja correr so-bre la herida. Nadia sigue inmóvil, con el pecho al descubierto entre las ropas rasgadas, deshecha, sangrante. Con las señales de la furia que, como un huracán, ha pasado sobre ella.

SIMONE: ¡Dios mío! ¡Dios mío! Perdóname. ¿Te he hecho daño? No es nada... No es nada. Tápate... tápate... hace frío...

...recoge el abrigo del suelo, se lo echa por los hombros. La estrecha contra sí con fuerza, convulsamente. Ella se deja hacer, desfallecida. Un gemido largo y continuo le sale de los labios entreabiertos, un 'gemido infantil. Simone seca la sangre que sigue manando del labio herido de Nadia con un pañuelo sucio que saca del bolsillo. A ese roce se le escapa de los labios un gemido más fuerte. Si-

ROCCO Y SUS HERMANOS 175

mone, lleno de dolor, la estrecha contra sí con esa acongojada ternura que ahora siente de improviso.

Nadia se recobra poco a poco. Se pasa la mano por la frente como si sintiera un gran dolor. Después, con la misma mano, se aparta el pelo. Simone la mira fijamente. Le coge la cara con la mano derecha, la vuelve hacia él y la besa en la boca, pero dulcemente, con precaución, un beso largo, sin que Nadia se aparte. Al terminar el beso, Simone deja caer la cabeza sobre el hombro de ella y permanece así, sin osar moverse. También Nadia está quieta. Sólo al cabo de un rato, y con gran esfuerzo, empieza a hablar. Pero con calma y con voz entrecortada, lastimera. NADIA : NO puedes imaginar cómo te odio... Eres un cobarde, eres

un cobarde, eres un animal, no eres un hombre... Todo lo que tocas se vuelve vulgar, sucio, asqueroso. Quiero escupírtelo a la cara el asco que me das.

Simone vuelve a besarla. Nadia continúa hablando, con frases entrecortadas y voz alterada:

NADIA : Así me habré librado de ti para siempre. Has sido tú quien ha ensuciado la única cosa limpia de mi vida. Pero yo le quiero... a él, a él, sólo...

Nadia se calla. Simone deja caer su cabeza sobre el hombro

de ella. Ahora Nadia, cogiéndole por el cabello, levanta la cabeza de

Simone. Simone está deshecho. Ya no llora, pero en su rostro terroso han aparecido todas las señales de la desesperación y el

fracaso. Los rasgos descompuestos, los ojos desviados, la boca contraída.

NADIA (en un soplo): ¿Has comprendido, carne de horca? SIMONE (hace señal que sí con la cabeza).

NADIA : Ahora puedes hacer todo lo que quieras. Ya no me im-porta nada.

Nadia se aparta de Simone y da unos pasos. A Simone le parece

que Nadia está llorando. Con una mano se cubre la cara y sus

hombros son sacudidos por sollozos irregulares. Entonces se le

acerca, le coge la mano y le descubre la cara. Nadia está riendo

quedamente. Es una risa histérica, pero no estridente. Por el

contrario, dulce e infantil. En el suelo está el bolso de Nadia. Ella da un paso y se agacha a recogerlo. Lo levanta, lo mira.

Está vacío.

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Los pocos objetos han caído al agua. Desconsolada, lo tira lejos. Una indecible melancolía se extiende por su rostro. Mira fijamente a un punto sobre el agua, donde se ha hundido el bolso. Aspira por la nariz, anhelando unas lágrimas que no llegan. Simone lleva un rato silencioso.

Pero Nadia no le hace caso. Toda ensimismada en sus pensa-mientos. Los faros de un coche que aparece en la orilla opuesta parecen despertarla de repente.

NADIA : Allá... un coche...

Simone no contesta.

...Se ha parado, ¿lo ves? Apagan los faros... han venido a ha-cerse el amor...

Otra pausa.

NADIA : Serán dos que se quieren y que están contentos de estar juntos... Encerrados dentro, al calor... Con los cristales que poco a poco se van empañando... y acaba por no verse nada de fuera... El olor de los cigarrillos fumados... (un suspiro).

No recibiendo contestación, Nadia se vuelve. Ve a Simone quieto, inmóvil, a un paso de ella. Unicamente ia hoja del cuchillo brilla débilmente.

Nadia ni siquiera se estremece. Está quieta y espera. Espera que Simone se le acerque.

Simone da un paso. Está junnto a ella, casi la cubre con su cuerpo más grande, la atrae muy cerca de él. Una pausa, des-pués... NADIA (lanza un grito de animal herido).

Simone hunde el cuchillo con cautela en el costado de Nadia, cuyo cuerpo inerte se desploma encima de él y, puesto que el grito se ha convertido en un estertor prolongado, Simone le asesta otro golpe en el costado y entonces Nadia cae de repente, muerta, casi dentro del agua.

107. Interior palacio donde se celebran los combates de boxeo. In-terior. Anochecer.

Está en pleno desarrollo el combate entre Rocco y el boxeador alemán. Sexto asalto. El público toma parte apasionadamente en las alternativas del encuentro. Cada golpe certero tanto del italiano como del alemán es subrayado por un grito de la multi-tud. Rocco es alcanzado por un golpe izquierdo del alemán. Es

ROCCO V SUS HERMANOS 177

un mal golpe que Rocco, cogido por sorpresa, encaja mal. La ceja izquierda empieza a sangrar. Aturdido, por un momento parece que se le doblen las rodillas. El público contiene el alien-to. El árbitro detiene al alemán, que querría lanzarse contra Rocco aprovechando ese momento de desfallecimiento. Rocco está junto a las cuerdas; sacude la cabeza para liberarse de la sangre que le corre por la cara.

Cecchi, Vincenzo, Ciro y Luca, en un rincón, están en gran tensión Cecchi deja escapar un insulto dirigido a Rocco.

CECCHI: ¡Cristo! ¡Ese desgraciado! ¿Pero por qué no se cubre} V INCENZO: ¡La ceja! Ya estamos...

En el cuadrilátero, Rocco sacude dos o tres veces más la cabe-za. Después, desde las cuerdas, salta con la cabeza baja hacia el adversario. Coloca, una serie de «uno-dos» sumamente efica-ces y exactos.

El público que estaba en aprensión se pone en pie inmediata-mente. Sobre todo el público popular grita frases de ánimo. El gong interrumpe la serie de «uno-dos» de Rocco, quebrando su ímpetu y su eficacia. En el rincón donde están los suyos, Rocco no contesta a las preguntas de Cecchi. Se limita a mirarle, con una mirada casi severa. Pero firme y clara. Cecchi no para de darle consejos con febril intensidad. El gong reclama al centro del cuadrilátero a los dos combatientes. VOCES PÚBLICO: ¡Dale!

¡Remátale! ¡Anda, tírale!

Rocco, estimulado ahora por las voces del público que le empu-jan a poner fin cuanto antes al encuentro, es decir, a tumbar en la lona a su adversario, ataca con decisión. Unos cuantos gol-pes bien centrados y el adversario cae al suelo, mientras el ar-bitro cuenta. Voz ARBITRO: ...tres... cuatro... cinco... seis... siete... ocho... nue-

ve... diez. Resuena el gong seguido por el alarido de la multitud. Y Rocco se siente levantado casi en el aire y nota a mucha gente a su alrededor. Cecchi, Vincenzo y Ciro le han acompañado a su rincón del cuadrilátero.

El adversario de Rocco aún está en el suelo y ahora se lo están llevando en vilo a su sitio...

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A Rocco le tiran el albornoz sobre los hombros, una esponja le limpia la sangre de la cara. El veredicto se hace esperar poco y, cuando es pronunciado, se desencadena una tempestad de aplausos. Rocco está en el centro del cuadrilátero. Le levantan el brazo.

108. Complejo casa de Rosaría. Interior. Noche.

Encasa de Rosaría, ésta, Rocco, Ciro, Luca, Vincenzo y Ginetta con el hijo mayor están reunidos alrededor de la mesa. La cena está a punto de terminar. Sobre el mantel, patéticamente, todos alrededor del cubierto de Rocco, hay unas flores mezcladas con la vajilla y los restos de pan.

LUCA: Pasé miedo cuando te lanzó aquel izquierdazo. ¿Lo no-taste?

Rocco (sonriente): No, ni siquiera le veía delante de mí. Me pa-recía estar boxeando con una sombra, como cuando me en-treno.

Ciro se vuelve a Rosaría con una expresión insólitamente dulce. CIRO: Habrías podido venir tú también. No te hubiera hecho

impresión, te lo aseguro. ¿Estás contenta? ¿Sabes que lle-gará a campeón de Italia? Y tal vez»"

Rosaría mira a Ciro con gratitud. Se da cuenta de que estas pa-labras de Ciro son la respuesta al desahogo que tuvo la noche en que Simone y Nadia fueron a casa. ROSARÍA (en voz baja): Sí. Pero yo seré feliz sólo cuando os vuel-

va a ver a los cinco juntos alrededor de esta mesa. Los cinco unidos como los dedos de una mano.

Y Rosaría levanta la mano derecha, cerrando el puño como un símbolo. CIRO (un poco impaciente): Ten paciencia, mamá.

Rosaría suspira y asiente, como diciendo: ya lo sé, todo no se puede tener. Después se levanta y con ostentosa alegría vierte vino en los vasos vacíos.

ROSARÍA: Bebed. Dadle también a Luca. Esta noche tiene que em-borracharse hasta el más pequeño.

Ginetta le da un vaso a Luca.

Vincenzo se levanta y hace el brindis. Todos callan para escu-charle.

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V INCENZO: «Nunanti ca perdu lu rimú famme vèvere 'nu bicchieri di virdilunu» (9).

Ciro a su vez levanta el vaso.

CIRO: «Stu vinu je bello e je galanti»... (10). Ciro se encalla como buscando las palabras. Ya no recuerda su dialecto lucano: CIRO (concluye con voz insegura): A la salud de todos los pre-

sentes... V INCENZO (gritando alegre): ¿Y no te da vergüenza? Ya no sabes

tu lengua. Te has vuelto más de ciudad que Ginetta, tú... Rocco, te toca a ti. Deja que te oigamos.

Rocco: «Stu vinu ca io vèvo»... (11). ROSARÍA (interrumpiéndole): Me parece que he oído llamar.

Todos callan un momento.

GINETTA (que se ha levantado y va hacia la puerta): No, mamá. No hay nadie.

CIRO: Adelante, Rocco. Acaba el brindis. Quiero ver si sabes más que yo.

Rocco: No, Ciro. No sé más que tú, yo... Sólo quería decir que algún día, aunque no sea muy cercano, yo quiero volver a mi pueblo... (se interrumpe, como si repentinamente se le acaba-ra de ocurrir un pensamiento triste): Y si no yo... tal vez a mí me sea imposible,., alguno de nosotros querrá volver. (Mi-rando a Luca): Acaso tú... ¿no es verdad?

LUCA: Quiero volver, pero contigo.

Rocco (tras un titubeo, conmovido): Recuérdalo, Luca... Ese es nuestro pueblo... El pueblo de los olivos y del mal de luna... y de los arcos iris...

Luca le escucha boquiabierto y como hechizado. También los demás escuchan. Rosaría visiblemente conmovida. Vincenzo y Ciro cruzan una mirada.

Rocco (continuando): ¿Te acuerdas, Vincenzo? (parece haber per-dido el hilo de la conversación. Se pasa una mano por la frente): ¿Te acuerdas de que el maestro albañil cuando em-pieza a construir una casa lanza una piedra a la sombra de la primera persona que pasa?...

(9) En dialecto: Antes de que pierda la rima, déjame beber un vaso de vino. (Más concretamente, un vino blanco ligeramente verduzco.)

(10) Este vino es hermoso y amable. (Siempre en dialecto.) (11) En dialecto: Este vino que yo bebo...

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LUCA (vivamente): ¿Por qué? Rocco (mirándoles uno a uno en los ojos y con dulzura): Porque

es preciso un sacrificio para que la casa suba sólida...

La voz se le quiebra en la garganta. Los hermanos, la madre, le miran. Hay un momento embarazoso y tenso. En el silencio se oye el sonido prolongado del timbre. Todos tienen un sobresalto. Rosaría se levanta. Todos se vuelven a mirar en dirección a la entrada hacia la cual Rosaría se ha encaminado.

V INCENZO (levantándose a su vez): Apuesto a que es Cecchi. No te ha perdonado que hayas querido venir a casa.

La expresión de todos cambia viendo aparecer... ...en la puerta a Simone. Tiene un aspecto lamentable: desgreñado, sin afeitar, la mirada alucinada y errante. Lleva la gabardina sucia y arrugada. Los pantalones empapados, los zapatos llenos de barro. ROSARÍA (conmovida): Hijo mío bendito. Ven, ven, entra. Has he-

cho feliz a tu madre. Rosaría no parece darse cuenta del aspecto de su hijo, tan gran-de es su felicidad de tenerle junto a ella.

ROSARÍA (a Ciro): El también ha venido a festejar a su hermano. ¿Lo ves?

Rocco se ha levantado palidísimo y mira a Simone.

Simone evita la mirada de Rocco y de su madre; se acerca a la

mesa y se sirve de beber. ROSARÍA: ¿Has comido? ¿No? En seguida te caliento algo. ¿Qué te

apetece? Simone bebe el vino de un trago, después deja el vaso: SIMONE: NO me apetece nada.

Simone levanta una mirada apagada sobre Rocco y pregunta con voz ronca:

...¿Has ganado también esta noche?

V INCENZO: Ha sido algo fantástico. ¿Por qué no has ido?

Simone se vuelve lentamente a mirar a Vincenzo y su mirada es tal que ahoga las palabras en la boca de su hermano. Luca se acerca a Simone y permanece junto a él. También Rosaría acaba por darse cuenta de que hay algo extraño en el aspecto de su hijo e interroga con una mirada desolada ya a Rocco, ya a Vincenzo. SIMONE: Bueno, ¿qué decías?

ROCCO Y SUS HERMANOS 181

Simone va a servirse otro vaso de vino: su mano tiembla de tal modo que un poco de vino se vierte sobre el mantel. Todos callan y se miran a hurtadillas alarmados.

CIRO (fríamente a Simone): ¿A qué has venido?

Rocco se vuelve rápido hacia Ciro con un tono de reproche en la voz. Rocco: ¡Ciro, no! Simone mira primero a Rocco y después a Ciro.

SIMONE (a Ciro, con amarga ironía): ¿Lo ves? Tengo quien me defienda.

ROSARÍA (casi llorando, en voz baja): Hijo mío, ¿qué te pasa?, estaba tan contenta...

SIMONE (en tono áspero): Rocco. Dile también a ella que se calle. (Más alto:) ¡Bíseloi

CIRO (asqueado): Está borracho. Rocco: Ven aquí. Rocco ha apoyado la mano en el hombro de Simone tratando de

empujarle hacia la cocina. Simone se libera de un tirón de la

proximidad de su hermano.

Rocco baja la mano. Al hacerlo se da cuenta de que la mano ha

quedado sucia de algo oscuro.

Procurando no ser visto, Rocco intenta limpiarse la mano en la

servilleta. Simone se da cuenta y su mirada se vuelve todavía más empa-ñada y el temblor de su cuerpo más evidente.

Rocco (con voz más apagada): Ven aquí. Tengo que hablarte. SIMONE: Yo también tengo que hablarte. Vero puedo hacerlo aquí

delante de todos. No he venido a felicitarte por tus éxitos. No me importan nada. Sólo quiero dinero. Todo el que tengáis. Ahora mismo.

CIRO (acercándose decidido a Simone) : Habíamos hecho un pacto, creo yo.

Simone da un puntapié a una silla tirándola al suelo e impidien-do de ese modo a Ciro que se acerque más. Rocco, esta vez con mayor decisión, agarra a Simone por los hombros y le empuja con violencia hacia la cocina. Rocco: Dime a mí qué quieres. ¡A mí! Pero ¿estás herido?

Una vez más Rocco, al quitar la mano del hombro de su herma-no, se da cuenta de que la tiene sucia de sangre.

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SIMONE (hablando convulsamente): No. Tengo que marcharme. En seguida.

Rocco, con decisión, toca de nuevo a su hermano en el hombro

como para cerciorarse de que no está herido.

En el rostro de Rocco empieza a reflejarse una terrible ansiedad.

Rocco: No estás herido. Pero ¿y esto? ¿Qué es? SIMONE: Sangre. Simone aparta violentamente...

a Rocco, que es lanzado contra la pared y se queda allí con la espalda apoyada, mirando fijamente a su hermano con expre-sión aterrada.

SIMONE (a Rocco, desahogándose con ferocidad) : Es sangre. Se me agarraba. No conseguía soltarme de ella. No quería morir.

Rocco (casi sin voz): ¡Simone! En el umbral de la habitación, enmudecidos, Ciro, Vincenzo, Ro-saría, escuchan. SIMONE: Mientras tú estabas boxeando, a la misma hora... la he

matado... Desde el umbral de la habitación llega el sollozo ahogado de Rosaría. Simone se vuelve hostil a mirar en esa dirección. Se diría que está a punto de abalanzarse con rabia contra los suyos. Rocco, rápido, se interpone y abraza a Simone.

Rocco (en voz baja, hablando apresuradamente, como histérico): Por el amor de Dios, Simone. Habíame. Habla conmigo.

SIMONE: NO me ha visto nadie y no hay razón para que sospe-chen de mí. (Volviéndose a Rocco con brutalidad): Así se ha terminado. ¿Estás contento, campeón? ¿No querías que vol-viera conmigo? Eso es lo que tú querías, ¿no es verdad?

Rocco (siempre abrazando a su hermano): Es culpa mía, ¡lo sé! ¡Lo sé!

Simone vuelve a rechazar a Rocco.

Vincenzo y Ciro acompañan a Rosaría a la habitación de al lado.

La madre se deja caer en una silla murmurando:

ROSARÍA (persignándose y hablando en voz baja): Era una mala mujer.

V INCENZO: ¿Estás seguro de que nadie puede sospechar de ti? SIMONE: Pueden sospechar de mí como de él, de ti, de todos. De

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todos los que la conocen. La he dejado allá junto al agua. Iba con uno...

ROSARÍA (volviéndose a sus hijos, justificando): Han sido los celos. ¡Los celos!

V INCENZO: ¿El que iba con ella no te ha visto?

SIMONE (asustado de pronto): SÍ. Pero estaba oscuro. No me ha visto la cara.

El rostro de Simone se contrae súbitamente en una mueca de llanto infantil. Por primera vez Simone se dirige a Rocco en tono suplicante. SIMONE (llorando): Soy un miserable. Me iré para siempre si me

ayudas. Si consigo pasar la frontera...

Rocco: Claro. Ahora se adelanta Ciro. En el silencio que se ha formado, dice

con dureza: CIRO: Tienes que ir a entregarte.

Todos miran a Ciro pasmados ante su imprevista intervención.

CIRO (emocionadísimo) : ¿No creéis que lo debe hacer? Ciro está temblando de emoción y de indignación.

ROSARÍA (con violencia): ¡Es tu hermano! CIRO: Ya lo sé. ¡Desgraciadamente!

SIMONE (levantando la voz): El sólo piensa en el dinero que se le va.

Simone se acerca a Ciro. CIRO: El solo hecho de que hayas pensado eso te retrata.

Rocco (él también emocionadísimo): Ciro. Escúchame bien. Yo no creo en la justicia de los hombres. No nos corresponde a nosotros. Nosotros sólo debemos defenderle... Ayudarle.

CIRO: NO es verdad: De ese modo no le ayudamos. No en la for-ma que tú quieres.

ROSARÍA (casi gritando): ¡Ha limpiado su honor, Ciro! CIRO: ¡Mamá! ¡Tú también! Estáis locos... Rosaría se acerca a Ciro. ROSARÍA (con gran violencia): ¡Vergüenza! ¡Vergüenza! ¡Enemigo

de tu madre! Le da una violentísima bofetada. Ciro permanece inmóvil sin

reaccionar. Después, de repente, se cubre el rostro con las manos.

184 LUCRINO VISCONTI

Un silencio terrible pesa sobre todos.

Simone se ha desplomado sobre la cama boca abajo, con la cara hundida en la almohada.

Rocco está inmóvil, de pie contra la pared, y asiste, pálido, a la escena.

Luca se ha refugiado en un rincón, asustado, con los ojos llenos de lágrimas. Sólo Vincenzo intenta alejar a Ginetta de la habitación cogién-dola amorosamente por los hombros.

También Rosaría ha quedado inmóvil entre sus hijos, que no se atreven ni a hablar, ni a moverse, ni a mirarse. Rosaría, levantando los brazos al cielo, lanza una imprecación.

ROSARÍA: ¡Jesucristo es quien tiene que tener remordimientos por todo lo que nos ha hecho!

Rocco tiene una sacudida al oír el grito de Rosaría y, volvién-dose hacia ella:

Rocco: ¡No, mamá! ¡No blasfemes!

Rocco se separa de la pared, da unos pasos hacia la cama sobre la que se ha desplomado Simone.

Rocco: ¿Para qué? ¿Quién nos escucha? Todos enemigos. En esto nos hemos convertido : en una familia de enemigos. Pero, ¿para qué imprecar? Nos hemos equivocado y hemos de pagar. Te-nemos que pagar.

Ciro no puede seguir escuchando las palabras de su hermano. De repente da media vuelta y sale corriendo de la habitación. Luca es el primero en darse cuenta. Lanza un grito de alarma:

LUCA: ¡Ciro! Ciro se va... Rocco se sobresalta. Se lanza inmediatamente en persecución de su hermano.

Rosaría ya no puede contener por más tiempo sus gritos deses-perados.

109. Rellano casa de Rosaría. Interior. Noche.

Perseguidos por los gritos de la madre, Ciro, que se precipita es« caleras abajo y Rocco, que aparece en la puerta del piso.

Rocco: ¿Ciro? ¿Dónde vas? Rocco le persigue escaleras abajo.

Algunos vecinos e asoman a las puertas de sus casas. Rocco: Ciro, escucha. Ciro... ¡Espera!

En lo alto se asoma Rosaría con Vincenzo. Rosaría grita y gime.

ROCCO Y SUS HERMANOS 185

110. Calle delante del portal de casa de Rosaría. Exterior. Noche.

Están en la calle. Rocco ha alcanzado a su hermano. Le detiene.

Le obliga a escucharle.

También Luca ha llegado a la calle. Sigue la escena en medio

de un grupito de personas que se ha detenido atraído por el

vocerío. Rocco: ¿Qué quieres hacer?

CIRO (forcejeando): ¡Suéltame, suéltame!

Rocco: Por la memoria de nuestro padre, ¡no lo hagas, Ciro!

De un tirón, Ciro se l ibera de los brazos de Rocco y echa a

correr. Rocco permanece inmóvil mirando en la dirección en que se ha

alejado Ciro. Luca se le acerca.

Rocco: ¡Todo ha terminado! Junto a Rocco, Luca, que se aprieta contra él como pidiendo

protección. En sobreimpresión aparece la palabra:

LUCA

111. Exterior fábrica Alfa Romeo. Exterior. Día.

Delante de la verja de la fábrica, en un prado, algunos obreros de la fábrica juegan a fútbol con una pelota de trapo mientras otros comen el almuerzo al aire libre para disfrutar de los tibios rayos de sol de comienzo de la primavera.

Desde el fondo de la explanada que limita con las primeras ca-sas de la ciudad, solo, con aire tímido e inseguro, avanza Luca. Mira en dirección a la fábrica.

Luca sigue avanzando, busca entre esos obreros a su hermano Ciro y, cuando le ve, sentado un poco aparte al borde del prado, se acerca lentamente a él.

Ciro no se da cuenta inmediatamente. Y cuando se da cuenta, se vuelve apenas un momento y después vuelve a mirar frente a sí.

CIRO: ¿A qué has venido?

Hay un momento de silencio. También Luca evita mirar a Ciro

y cuando habla lo hace con evidente esfuerzo:

LUCA: Se lo han llevado esta mañana a las siete... Le han encon-trado arriba en el terrado, en el cuartito de los depósitos del agua. Llevaba durmiendo allí tres noches.

186 LUCHINO VISCONTI

Otra pausa silenciosa. También Luca se sienta, aunque siempre dando la espalda a su hermano.

LUCA: Iba a irse esta noche. Rocco había logrado conseguirle un pasaporte. Quería ir a Francia... En lugar de eso le han puesto las esposas y le han arrastrado escaleras abajo como un saco de patatas... Mamá gritaba tan fuerte que todo el mundo ha salido de su casa...

Ciro se cubre el rostro con las manos.

Luca se vuelve y le mira, con una ligera hostilidad y, con asom-bro, descubre que Ciro está llorando. LUCA (hostil): ¿Por qué lloras? Tendrías que estar contento...

Puesto que querías denunciarle... Ahora podrás volver a casa

y ser el amo...

CIRO (tras una pausa): Cuando seas mayor comprenderás que has sido injusto conmigo... todos habéis sido injustos... Ningu-no de vosotros ha querido a Simone tanto como yo. Cuando nos marchamos del pueblo yo tenía tu edad. Fue Simone quien me explicó lo que Vincenzo no había comprendido. Si-mone me decía que allá en el pueblo habíamos vivido como animales que dependen del capricho y de la generosidad de un dueño. Me explicó que era preciso aprender a hacer valer nuestros derechos, después de haber aprendido a conocer nues-tros deberes. Luego, Simone olvidó todas esas cosas. Yo he procurado aprender a conocer mis derechos y mis deberes.

(Luchando con el llanto): Es por eso que no puedo...

Ciro se muerde la mano para ahogar el llanto.

(en tono casi irritado): ¿Qué voy a ganar con una desgracia como la que nos ha caído encima? Yo soy orgulloso, tengo am-biciones. Quiero triunfar en la vida. No creas que mañana, cuando en todos los periódicos aparezca la foto de mi herma-no asesino, será agradable para mí seguir trabajando ahí den-tro... junto a mis compañeros, que me quieren, que me apre-cian. Y presentarme delante de mi novia. Hubiera sido mucho mejor para mí que nadie supiera nunca nada. Que acusaran a un desgraciado cualquiera tal vez, ¿no?

Breve momento de silencio. Ciro se pasa una mano por la cara.

Habla con voz más baja.

...Yo no le he denunciado, pero es como si lo hubiera hecho. Simone es un enfermo que lo envenena todo. Ha sembrado odio y desorden en nuestra casa. ...Te estaba echando a perder a ti, que tienes que llegar a ser

ROCCO Y SUS HERMANOS 187

el mejor de todos nosotros porque eres el más joven y po-drás aprovechar nuestras experiencias. Su maldad es tan per-judicial como la bondad de Rocco. ¿Te parece extraño? Así es. Rocco es un santo. Pero en el mundo en que vivimos, en la sociedad que los hombres han creado, ya no hay sitio para los santos como él. Su piedad provoca desastres.

Luca mira a Ciro con expresión turbada.

LUCA: Si Rocco vuelve al pueblo, yo me iré con él.

CIRO (melancólicamente): No creo que Rocco consiga volver nunca al pueblo. ¿Qué crees que vas a encontrar de diferente allá? También nuestro pueblo llegará a ser una gran ciudad, don-de los hombres aprenderán a hacer valer sus derechos y a imponer unos deberes. Yo no sé si un mundo así es hermoso... Pero es así... y nosotros, que formamos parte de él, debemos aceptar sus reglas.

Ciro se levanta y se acerca a Luca. SONIDO DE LAS SIRENAS. Los obreros se encaminan hacia las verjas. El descanso ha ter-minado. Ciro dobla con cuidado el papel en que iba envuelto su almuerzo, se levanta.

CIRO (inclinándose hacia su hermano pequeño y haciéndole una caricia en el pelo): Dale un beso a mamá de mi parte.

Después Ciro echa a andar hacia las verjas.

Luca permanece quieto en su sitio. Mira hacia Ciro. Los ojos

se le llenan de lágrimas. De pronto grita, levantando una mano:

LUCA: ¡Ciro!

Ciro ya está entre los demás obreros, cerca de las verjas. Se vuelve. LUCA: ¡Ven a casa esta noche! ¡Te esperamos! Ciro le sonríe y le saluda con la mano. También Luca ahora se pone en marcha para volver a casa. Ahora sonríe mientras cruza la explanada cubierta de hierba en la que están estacionados los grupos de obreros. Flanquea ia acera de enfrente con pasos rápidos y carreritas. De repente se para en seco. Su atención es atraída por un quiosco de periódicos. En este quiosco el vendedor de periódicos ha colocado todo alrededor, ordenadamente, en diversas hileras y a iguales distancias, la misma copia de una revista deportiva, Es la misma imagen repetida infinitas veces como por el juego reflejo de unos espejos.

188 LUCHINO VISCONTI

Luca queda agradablemente impresionado. En efecto, la imagen es una fotografía de Rocco sonriente.

Grandes titulares al pie de la fotografía anuncian una impor-tante jira del joven campeón del equipo de Cecchi por el mundo: BRUSELAS-LONDRES-MELBOURNE, etc. Luca, después de haber contemplado la imagen de su hermano, reemprende el camino hacia su casa, seguido por el ululato des-garrador de las sirenas.

FI N