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rock al parque: 15 años guapeando

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rock alparque: 15 añosguapeando

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Alcaldía Mayor de Bogotá Alcalde Mayor de Bogotá Samuel Moreno Rojas Secretaria de Cultura, Recreación y Deporte Catalina Ramírez Vallejo

Orquesta Filarmónica de Bogotá Directora general María Claudia Parias Durán Subdirector Cultural, Artístico y de Escenarios Santiago Trujillo Escobar Coordinador del área de música Leonardo Garzón Ortiz Coordinador general de Rock al Parque Daniel Casas Castellanos Asistente de Rock al Parque Donny Rubiano Pabón

Observatorio de Culturas de la Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte Jefe de Oficina Otty Patiño

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Coordinación editorial Margarita Posada Jaramillo

Textos

Armando Silva Eduardo Arias Astrid Harders

Sandro Romero Rey José Gandour

Otty Patiño Margarita Posada

Corrección de estilo

María Del Pilar Londoño

Fotografías Carlos Lema

Páginas: 4, 5, 18, 19, 24, 25, 32, 33, 34, 35, 36, 37, 38, 40, 41, 44, 45, 50, 51, 53, 54, 55, 56, 61, 64, 65, 67, 68, 69, 84, 86, 88, 89, 90,

92, 93, 97, 100, 101, 102, 103, 106, 112, 113, 114, 115, 116, 118, 119, 122, 123, 124, 125,

126, 127, 128, 129, 130 Archivo Museo de Bogotá

Páginas: 12, 13, 22, 27, 28, 29, 31, 58, 59, 77, 78, 79, 81, 82, 83, 91, 94, 96, 98, 99, 120, 121

Karim Estefan

Páginas: 6, 7, 8, 9, 14, 15, 63, 110, 111 Juan Felipe Rubio / cortesía VIVE.IN

Páginas: 57, 74, 75, 107, 130, 131 David Micolta

Páginas: 33, 47, 48, 85, 105 Mateo Pérez

Páginas: 108 y 109 Alejandro Gutiérrez

Página: 46 Marshall Peterson

Página: 87

Diseño fLa Silueta Ediciones

Impresión

Panamericana Formas e Impresos

ISBN 978-958-98805-3-1 Primera edición, 1500 ejemplares

Bogotá, junio de 2009

© Textos: Margarita Posada, Armando Silva, Eduardo Arias,

Astrid Harders, Sandro Romero Rey, José Gandour y Otty Patiño

© Fotografías: Carlos Lema,

Archivo Museo de Bogotá, Karim Estefan, David Micolta, Marshall Peterson, Mateo Pérez,

Alejandro Gutiérrez y Juan David Rubio (Cortesía VIVE.IN)

© Orquesta Filarmónica de Bogotá - Observatorio

de Culturas de la Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte. Derechos reservados.

Se permite la reproducción parcial de esta obra citando la fuente.

Impreso en Colombia

Printed in Colombia

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Robi Draco Rosa, 2004

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rock al parque,un espacio de derechos

en una ciudad de derechos

reflexiones y lamentos de un

músico bogotano anterior a rock al parque

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el eje que faltaba

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forever youngla magia de rock al parque en diez instantes rock al parque y el observatorio de culturas 60

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la magia de rock al parque en diez instantes

Los Amigos Invisibles, 2007

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rock al parque, un espacio de derechos en una ciudad de derechos

María Claudia

Parias Durán*

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rock al parque, un espacio de derechos en una ciudad de derechos [11]

Con los quince años de Rock al Parque se cumplen quince años de una apuesta política y cultural por el reconocimien-to de las culturas urbanas y de los procesos de identidad de jóvenes y artistas de Bogotá. Se trata de quince años en los cuales se consolidó una fórmula que buscó, desde sus ini-cios, generar apropiación creativa del espacio público, con-vivencia activa, encuentro de diversidades y fortalecimiento de los sectores productivos del espectáculo en la ciudad.

Esta publicación de la Orquesta Filarmónica de Bogotá y el Observatorio de Culturas pretende ofrecer un panorama de lo que ha signi!cado Rock al Parque para la ciudad desde las visiones de Astrid Harders, Eduardo Arias, José Gandour, Sandro Romero, Armando Silva, Otty Patiño, y de su cronista central y editora, Margarita Posada, quien se dio a la tarea de reconstruir la historia del festival mediante testimonios e investigación de archivos para tejer los cruces, tiempos y modos de esta !esta rockera, gratuita y pública que identi-!ca en América Latina a Bogotá.

Con la idea de que Rock al Parque “ha musicalizado de buena manera la película de nuestras vidas”, José Gandour hace un divertido recorrido por los diez momentos que

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considera los top de la historia del festival. Bajo la conside-ración de que Rock al Parque “ha sido un evento que, de una manera contundente, ha canalizado buena parte de las tendencias de lo que hoy por hoy es el sonido y el pulso de nuestra época”, Sandro Romero Rey narra el sentido de la actitud juvenil que ha provocado el rock a lo largo de su historia y en nuestro contexto.

Armando Silva analiza las estéticas del rock que rebasan la sonoridad de los subgéneros para habitar los cuerpos, las ropas, los peinados, las actitudes y las formas de estar en la ciudad de las llamadas “tribus urbanas”. Desde su ex-periencia personal como bajista y cantante de Hora Local, Eduardo Arias hace un recuento de la relación del rock con la ciudad, los escenarios, los empresarios, la historia, para a!rmar, con cierto grado de nostalgia, que la Bogotá de los años ochenta habría sido mejor –y sólo mejor– si hubiera existido entonces un festival como este. Astrid Harders, por su parte, presenta un delicioso texto en el que compa-ra a Rock al Parque con otros festivales del mundo y de!ne y de!ende su carácter único e irrevocable.

Otty Patiño, director del Observatorio de Culturas de Bo-gotá, realiza una lectura que parte de los sondeos aplica-dos por el Observatorio a lo largo de la historia de Rock al Parque y analiza en profundidad su signi!cado para la ciudad en lo relativo a la convivencia, la solidaridad, la in-

clusión, la tolerancia y la diversidad que el festival ha ge-nerado como mecanismo político y cultural.

Con todos ellos, a quienes la Orquesta Filarmónica de Bo-gotá agradece sus generosos e interesantes aportes, la administración distrital quiere rea!rmar el valor de Rock al Parque en términos de lo que este festival, y en general la estrategia de los festivales Al Parque, han signi!cado en la construcción de una ciudad de derechos.

En efecto, los festivales Al Parque son una estrategia pública que genera diversos bene!cios para la ciudad y el sector cul-tural. En primer lugar, propician espacios de encuentro entre los ciudadanos en los espacios públicos que son de todos. En segundo lugar, demuestran que esta oferta cultural diversa, de calidad, pertinente y próxima, convoca a un número muy signi!cativo de personas alrededor de géneros y subgéneros musicales que comprenden estéticas corporales y formas heterogéneas de habitar la ciudad en relación con la música. Los festivales Al Parque son, por tanto, escenarios donde se valida la diversidad, la inclusión y la interculturalidad.

Adicionalmente, esta iniciativa le permite al distrito el fo-mento y respaldo a las prácticas artísticas asociadas a los distintos géneros al hacer visible, mediante el apoyo eco-nómico y la puesta en escena, el trabajo de los creadores bogotanos y nacionales en cada uno de los eventos.

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A ello se suman esfuerzos recientes de fortalecimiento de los festivales que parten de la interpretación de di-námicas culturales del país y del mundo. La creación de mercados y ruedas de negocios que garantizan la difu-sión de información sobre creadores colombianos y su inserción en circuitos internacionales de circulación; la visibilidad de prácticas propias de cada género como la Carpa Distrito Rock para la venta de parafernalia y pro-ductos asociados al rock; el encuentro de coleccionistas de salsa o la Ciudad Hip Hop (práctica de gra"tismo, skateboard y encuentro de disc jockeys durante Hip-Hop al Parque); la creación de una línea de memoria de cada festival (publicaciones, catálogos, documentales, videos, exposiciones, etcétera).

También fortalecen esta estrategia –como un fenómeno que impacta nuevos públicos y agentes– las programa-ciones académicas y teóricas organizadas paralelamente a cada festival, las alianzas con festivales colombianos e in-ternacionales en cada género, los encuentros de creadores y talleres prácticos para músicos, la lectura de los festiva-les que realizan el Observatorio de Culturas y los expertos contratados para tal !n, las acciones de emprendimiento cultural, la vinculación de bares y espacios nocturnos con programación propia, y la actividad programada por las universidades y academias de música de la ciudad.

Para el caso de esta decimoquinta versión de Rock al Par-que se ha puesto en marcha, además, la “línea de la me-moria” que busca recoger la historia del festival y su lega-do, mediante la publicación de un catálogo, la producción de un documental de alta calidad, la circulación de dos exposiciones itinerantes y la realización de un compilado musical con las canciones más representativas de los gru-pos ganadores de la convocatoria 2009.

Este libro hace parte de la “línea de la memoria”. Y con él, la Or-questa Filarmónica de Bogotá y el Observatorio de Culturas de la ciudad rendimos tributo a una política pública cultural encaminada a enfatizar, en palabras del investigador Eliécer Arenas Monsalve, “una dramatización de los resultados de las nuevas formas de convivencia; una relación solidaria y afecti-va con la ciudad, ofreciendo –gratuitamente– un ambiente y un nicho para la emergencia de la diferencia mediante el uso de mecanismos simbólicos altamente convocantes y movi-lizadores de afectividad, la posibilidad de habitar la ciudad desde la pasión y legitimar las diferentes maneras de ser bo-gotano que conviven en la ciudad”1.

*Directora general Orquesta Filarmónica de Bogotá

1 “Informe !nal memoria Ópera al Parque”, Eliécer Arenas Monsalve, Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte, Bogotá, 2007.

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Azafata, 2008

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rock,tribus,pintas Armando

Silva

Panteón Rococó, 2008

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rock, tribus, pintas [17]

Los jóvenes que rondan por la ciudad producen temor y extrañeza. Desde !nales de los sesenta insisten en mos-trarse distintos y esto los aleja aún más de los adultos que mantienen el poder político, económico y espacial de la ciudad. En aquellos años prehistóricos de las tribus urba-nas les dio por dejarse largas cabelleras, se disfrazaban de indios, hacían gesto de paz en plena guerra de Vietnam y, para peor, les dio por meterse cuanta hierba podían, lo que –al menos por eso– hizo que Colombia se volviese fa-mosa, pues producía la exclusiva “puro Golden” de Santa Marta que al decir de los expertos sabía a mar y Caribe y los llevaba al cielo.

El rock and roll que venía de los cincuenta se constituyó, si pensamos hacia atrás, en el primer gran fenómeno urbano de masas juveniles, rompió fronteras culturales y arrastró a jóvenes de diferentes países a hacer lo mismo y mostrar-se parecidos, como una gran familia planetaria. Aún hoy en el nuevo milenio los Rolling Stones, Bob Dylan o Elvis Presley se escuchan como si no hubiese pasado el tiempo. Los siguientes años setenta progresaron en nuevos géne-ros musicales, pero no fueron mejores para las asustadas familias burguesas que tenían que soportar a tanto extra-ño. De los cánticos y acciones por la paz y las libertades personales expresadas en Let it be de los Beatles se pasó a la desilusión y la amargura de una Janis Joplin con su de-sadaptación total y su famoso Cheap Thrills con que inició la década… y hasta su muerte ocurrió por puro desgaste con una sobredosis, pero no de la romántica hierba, sino de heroína procesada. En esos años aparecen ya por las calles algunos personajes inauditos cantándole a la muer-te e idealizando lo siniestro. Se hacen llamar los góticos y nacen en el Reino Unido pero provienen de los punk grin-gos y aprendieron de los ritmos del pegajoso brake dance el uso y la exhibición espectacular. Su nombre se relaciona nada menos que con quinientos años de arquitectura y arte durante los siglos XII y XVI y se les llamó así para seña-lar el oscurantismo de la Edad Media, en donde se hacían cosas propias de godos y de bárbaros. Los nuevos góticos del siglo XX terminan relacionados con una personalidad triste y desanimada que se representa en el negro, en su pasión por lo vampiresco, por los castillos de Drácula y por sus botas, que nunca les faltan en su iconografía, así sean de tipo militar. Se les encuentra como bichos raros en las entradas a los metros underground, debajo de la tierra,

sitio que les atrae; también en cementerios y deambulan-do por la noche. Son pací!cos pero por sus pintas de negro con labios morados la gente les corre. De las entrañas de los góticos nacieron sus opuestos, las lolitas, que visten de blanco, son ingenuas, miran con cierta distancia y #o-recieron en Japón, dejando ver desde ahora que los jóve-nes en los primeros años del siglo XXI pasan las fronteras y se afectan unos con otros para diferenciarse, en uno de los pocos casos de verdadera globalización cultural, des-de su música y sus pintas, y entonces los bravos góticos se emparentan con las débiles lolas, como su imagen al revés. Los góticos escuchan música rock, metal, como Bela Lugosi’s Dead, sus bandas como Bauhaus o Siouxsie and the Banshees tocan música lúgubre propia de movi-mientos dark (oscuro), por lo que en Colombia los llaman darketos o negros, no por la piel sino por su nocturnidad o por lo espeluznantes que se muestran. Así que gótico puede ser el inicio de la música urbana con personajes de pintas estrafalarias que andan por ahí rondando la ciudad, nomadismo urbano que pronto los unió con otros grupos de bandas musicales, con gra!teros y artistas urbanos re-beldes y punzantes. Y de acá en adelante ya no somos to-dos iguales, como con los hippies. Se lucha por diferenciar cada grupo, banda o tribu y en efecto estos se multiplican y las ciudades se llenan de seres increíbles.

En los ochenta resurge el rock con una vuelta a las raíces obreras industriales, como Bruce Springsteen. Y es tam-bién justo en esa década que nace en Colombia el gra-"ti rock en la Universidad Nacional. Allí jóvenes se paran frente a un muro y le cantan con actitud de rito, mientras otros compas dibujan en la pared con letras musicales. Se va sacando el gra"ti de la consigna pan#etaria mientras la ciudad se va dotando de sonidos juveniles, de protesta, de queja, de malestar, de mierda, como dicen varios adultos serios que no soportan tanto relajo ni tantos sustos. Las imágenes adquieren movimiento, y los show rock especta-cularidad, montajes con escenarios en acero, ingeniería de luces, parlantes Bose fenomenales y potentes. Los even-tos se realizan en estadios o parques inmensos y el rock se apropia de sitios urbanos que vuelve juveniles. Los gran-des ídolos mundiales como Nina Hagen cantan en mezcla de punk, ópera y funk, pero también new wave y hasta reggae. Su álbum de 1983, Fearless (Intrépido), se vuelve el gran hit del momento. Su mezcla de dureza y amor por

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los animales o por los marcianos y lo cósmico, solo dialoga en negativo con las tribus de la época que ya se muestran duras, como los skinheads, quienes vienen a encarnar uno de los problemas urbanos que ya se anuncian con virulencia: los inmigrantes. En Europa, los integrantes de esta subcultu-ra atacan a los expatriados desde su ideología política del nacionalsocialismo con origen en Hitler, y por esto se vis-ten con nostálgicas botas militares con cordones blancos y sus pantalones de tirantas cromáticas con los colores de las banderas de sus patrias para signi!car el nacionalismo fascista que de!enden, puristas y fanáticos de razas y fron-teras. No son los heavies de los setenta, antimilitaristas y pací!cos que escuchan heavy metal, y tampoco los sharps (Skinheads Against Racial Prejudice), que los enfrentan y quieren paz escuchando música y acompañándose con otros jóvenes, todos con la cabeza pelada, a veces con avi-sos pací!cos en sus nucas. Tatuar los cuerpos se descubre como arte urbano.

Los años noventa y el nuevo siglo llegan con interés por las tribus. Se percibe como un fenómeno urbano ligado a distintos tipos de música, por su relación con la posmoder-nidad (Baudrillard), y aparecen teóricos de las juventudes. Sociólogos y !lósofos escriben, nace el término de “tribus urbanas” (Ma$esoli) para señalar comportamientos simila-res a los de las tribus primitivas, que viven en grupo, se pin-tan las caras, escuchan músicas repetitivas, se reúnen para actuar y ritualizar comportamientos. Y siguen y siguen naciendo nuevas tribus, aparecen con fuerza los punks y los emos, pero deben compartir la ciudad con otras tantas en una toma más seria y permanente de lugares, lo que genera identi!cación por el sitio en que se encuentre un grupo. Música, territorio y vestimenta constituyen los tres ejes de sus personalidades grupales. La lógica de la simu-lación aparece, los de la banda Kiss (quienes estuvieron en Bogotá en abril del 2009) se disfrazan (pretenden ser, no es que sean) de demonios y de dráculas, y sus seguido-res se maquillan como ellos para ser parte de la banda y convertirse en tribu al menos por una noche. Es lo efímero lo que fascina. Una tribu o una banda aprende de la otra, las urbes se siguen llenando de !guras extravagantes que recorren sitios y la calle misma se convierte en el lugar de sus acciones y encuentros, como sucede en grandes me-galópolis que son parte de su paisaje cultural juvenil. Pero ahora se cuestiona el término “tribu”, pues ello los exotiza,

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los vuelve minorías exóticas, como negros, indios o mu-jeres desvalidas y, peor, da motivos para que los adultos los crean niños diferentes. Y resulta que son simplemente modos de ser urbanos, jóvenes, rebeldes o al menos dis-tintos, por fortuna, a los adultos y los viejos. Son sensibles, a veces de modo extremo. Incluso algunos lloran.

A inicios de los noventa el término “emo” se utilizaba para cali!car a las bandas de post hardcore, pero hoy en día sig-ni!ca bandas con muchos estilos como Saves the Day o Emery. Se conocen por la forma en que viven, emocore, abreviación de emotional hardcore, por la carga emocional de las letras de estas bandas y por la expresividad y espon-taneidad que exhiben en sus conciertos. En América Lati-na se empiezan a reconocer, más que por la música, por su sensibilidad mani!esta. Portan !guras de tipos y tipas su-fridas, se a#igen por los demás, dejándonos ver evidentes relaciones con los cristianos de ciertas congregaciones. De otro lado y también dominando el paisaje juvenil, están los punk. Estos ya están en escena desde la década de los setenta: el punk y el hip hop fueron banderas de los jóve-nes rebeldes y radicales de entonces. El punk ha tenido el logro de no perder el carácter de rebelde. Más que hacer críticas al sistema, como lo hacen desde décadas anterio-res, ahora toman una postura ética basada en ideas anar-quistas de solidaridad, apoyo mutuo, autogestión, ateísmo y libertad, haciendo de la lucha anarquista un propio estilo de vida. Rechazan la guerra, el peligro nuclear, el imperia-lismo, la represión. Suelen organizarse en colectivos y se preocupan hasta por el maltrato a los niños y los animales. Son pues comunicadores de ideologías libertarias e igua-litarias. Si los emos expresan afectos del mundo presente, en los punk la mirada es política, del mundo a futuro.

En Bogotá hay representantes de varias bandas y grupos: góticos, skinheads, punkeros, metaleros, rockeros, hippies, gomelos, cholos, new age y hasta los de las barras bravas de los equipos de fútbol. Se encuentran en Kennedy, Bosa y hasta Usaquén. La Candelaria es quizá el lugar de las ma-yores mezclas, considerada zona friki de respeto y convi-vencia. En este barrio hay universidades, iglesias, casas de yoga, extranjeros, artesanos, profesionales, vagabundos.

Y todo este microcosmos es el ingreso al nuevo milenio entre grupos pro Hitler y niños desolados por la tristeza, en-

tre personajes con botas militares y jóvenes con actitudes de solidaridad con los demás, entre odios y persecucio-nes y afectos y, últimamente, concentración en las afueras de las ciudades para encuentros colectivos. Pero lo que sí une a todos o, mejor, desune, es la música, pues todas las bandas practican pero los desunen los gustos, ya que cada pandilla tiene sus predilecciones que los ayudan a de!nir sus personalidades.

No podrá decirse entonces que no hay razones para que los adultos no quieran a los jóvenes. Tampoco habría argu-mentos para no ver en todo ese movimiento, rico, audaz, creativo, una plataforma de expresiones juveniles, rebeldes y distintos, como debe ser, y a su vez poseedores de ideales futuros, así se presenten en negativo, como corresponde a la sensibilidad del nuevo milenio. Esto se llama la alteridad moderna. Derrida dejó esta lección para nosotros los adul-tos: no puede existir una ética de la alteridad si se renuncia a pensar al otro como alter ego: como a uno mismo. Asime-tría que dará lugar a la violencia.

Y toda esta tradición juvenil de la última mitad del siglo XX es lo que han recogido los festivales de Rock al Parque que organiza Bogotá desde 1995, y ya en el 2008, por la importancia de la música en el evento, pasa a ser coordi-nado por la Orquesta Filarmónica de Bogotá. Se inició con sesenta mil asistentes y en el 2006 llega a casi cuatrocien-tos mil. Esta a#uencia es ya es un acontecimiento urbano por varios motivos:

A nivel espacial, porque durante Rock al Parque se logra movilidad por la ciudad y una concentración en lugares emblemáticos como la Media Torta y el Parque Simón Bolívar, elegido este último como el sitio que más quie-ren los bogotanos en encuestas de Bogotá imaginada (2003), y uno de los atributos que se le reconoce es ir a escuchar rock y a ver gente joven, de lo cual se deduce una valoración positiva. A nivel de estratos, asisten todos pero sobresalen los 2 y 3 en un 88% (2008), justo los gru-pos más marginados en el espacio público de esta ciudad, y equitativo también, lo que lo hace un festival popular, con presencia de jóvenes provenientes de Kennedy, Suba, Engativá y otros barrios de los mismos estratos en otras ciudades. Esto es algo meritorio si se tiene presente que uno de los problemas más serios de la Bogotá elitista es su

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Eli Guerra, 2008

Austin TV, 2008

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concentración de actividades culturales en el norte y el centro de la ciudad, y la nula referencia a otros sitios y a otros barrios. Con Rock al Parque tenemos la situación ex-cepcional de que otros sectores se expresan y marcan la ciudad con nuevas !guras y otros ritmos. La hacen suya.

Junto a estas regiones barriales, otro hecho signi!cativo es la presencia de extranjeros con un 3% de los asisten-tes (2008), mientras que otro 25% reconoció que venía de otras partes del país y era la primera vez que visitaba la ciudad (2006), lo cual refuerza lo que ya se había dicho en nuestro estudio sobre Bogotá (2003): que se trata al !n de una ciudad nacional a la que se va o se vive y que los ca-chacos de origen, que se creían dueños de su expresión, han sido superados, volviéndose una clase en vías de ex-tinción. En géneros, no obstante, sí se acentúa la presen-cia masculina, pues mientras en el 2006 las mujeres repre-sentaron el 40%, en el 2008 bajaron al 29%, lo que debe preocupar a sus organizadores. Las edades promedio si-guen equivalentes con un 61% entre jóvenes de 18 y 25 años, y un 30% entre 13 y 17, lo que indica que el 90% de los asistentes son menores de 25 años. Una ciudad con tan pocos escenarios juveniles tiene acá un lugar privi-legiado de expresión de esta franja, lo que nos permite entender por qué el festival fue declarado como bien de interés cultural de la ciudad por su propio Concejo Distri-tal en el 2008.

Cuando se preguntó a los asistentes en el 2007 por su gé-nero musical preferido y por su grupo juvenil, se reconocie-ron así: un 26% de metaleros, 14% punkeros, 6% skarceros; 6% hiphoperos, 2% góticos, 2% skinheads y 2% electróni-cos, pero un valioso 35% no se ubicó en ningún género. Esta última cifra revela que muchos van por a!ción a dis-frutar toda la música sin estar relacionados con un grupo concreto, mientras que en Hip Hop al Parque la mayoría de asistentes sí son parte de algún grupo juvenil. Cuando se les preguntó a qué otro tipo de eventos Al Parque han asistido, respondieron: Jazz un 20% y Salsa el 18%, pero solo 1% a los de Ranchera y 1% de Charanga. Este hecho, ahora sí, termina por dibujar el per!l: los jóvenes urbanos de la Bogotá de hoy ven la charanga y las rancheras como anacrónicas, de provincia o de otras generaciones, y esto es signi!cativo para entender cómo funcionan las menta-lidades urbanas del nuevo siglo. Al mismo tiempo, el 82%

de los asistentes de Rock al Parque (2007) han reconocido que este festival favorece la convivencia grupal.

Para concluir, destaco que hay concordancia en todas las mediciones del festival, desde 1995 hasta el 2008, en cuanto a determinar el medio por el cual el público se in-forma sobre Rock al Parque. La radio es indiscutible cam-peona con 49%, luego la televisión con un 21% y después el “boca a boca”, con un 12%. Esto quiere decir que la pren-sa es la gran ausente en la consulta, lo cual nos da un ín-dice de preferencia oral: así como se va a escuchar música también se enteran de ella por la misma oralidad. De igual manera es sugerente que en ninguna de las mediciones aparezca Internet como fuente de información y bien ha de ser que este medio digital y en red se privilegiará en el futuro inmediato, máxime que cada día en Bogotá au-menta vertiginosamente la conectividad, pues más de la mitad de la población ya está conectada y lo usa “dentro o fuera de su hogar (los que no poseen computador)” (El Tiempo, 2008). Se hace notorio cómo los jóvenes van a la par con el desarrollo de los géneros urbanos de música, pero también con la tecnología y con el pensamiento de vanguardia. Para los adultos esa contemporaneidad asus-ta. Queremos imponer un conservadurismo a una socie-dad que poco espacio ha dado a la juventud y por tanto le quedan muchas deudas pendientes. Este escrito ha que-rido destacar cómo el rock, en distintas ciudades, ha sido el generador de espacios urbanos juveniles, lo que se ex-presa en especial en la música pero se extiende a las tribus con sus pintas particulares. Se trata de una reinvención de los cuerpos juveniles moldeados por emociones grupales. Sus cuerpos pintosos, marcados o tatuados, los hace di-ferentes y les permite ocupar un lugar en las urbes desa-!ando asimismo el dominio espacial de los adultos. Quizá se trata de un regreso al cuerpo mismo, valorado sobre la palabra. Un querer hacer o, mejor, un querer mostrarse, con su dosis de narcisismo, pero también con la estrategia de cambio, de llevar la subjetividad al límite y, por tanto, no solo presentar una estética sino desprender una ética. No se trata de la emoción de la libertad, como dijo una vez Jean-Luc Nancy, sino de la libertad de la emoción.

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Manu Chao, 2006

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reflexiones y lamentos de unmúsicobogotanoanterior arock alparque

Eduardo

Arias

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reflexiones y lamentos de un músico bogotano anterior a rock al parque [27]

Mi nombre es Eduardo Arias. Fui bajista, cantante y, ante todo, locutor sin licencia de un grupo de rock que se llamó Hora Local. Me habría encantado poder cantar “Patiobo-nito” en Rock al Parque. En parte, porque en esa canción yo me encargaba de las voces. En parte, por la letra. Para los que no la conocen, que deben ser la gran mayoría, comienza así: Cuando vinimos aquí queríamos vivir mejor. Ahora tenemos el tifo y se enferman nuestros hijos. Los niños no son pescados, se nos inundó la casa y las basuras nos ata-can. Nos engañan los políticos.

“Orden público alterado” también habría tenido alguna posibilidad de convertirse en un pequeño hit de culto si a Hora Local le hubiera tocado la suerte de haber existido en los noventa. O mejor, si en tiempos de Hora Local ya se hubiera establecido el rito anual de Rock al Parque.

Son suposiciones. O mejor, sueños frustrados de quien, a lo sumo, pudo presentarse un par de veces ante públicos de más de trescientas personas y que estuvo rodando du-rante cuatro años por el incierto circuito de bares de Bogo-tá de !nales de los ochenta hasta que el grupo no dio para más y se acabó sin que casi nadie se diera cuenta.

A Hora Local le tocaron los años ochenta, los años mara-villosos de Pasaporte y Compañía Ilimitada. Una década marcada por el espejismo del Rock en tu Idioma, el Rock en Español. Por no decir la farsa. Y es que lo que comienza mal tiene que terminar mal. No es posible que algo que preten-da ser un movimiento cultural sea el resultado de la alianza entre un alcalde pantallero, un empresario de conciertos y unas emisoras que, por decreto, declararon que el rock en español era lo máximo. De la noche a la mañana todo el mundo comenzó a hablar de grupos que un año antes ni de casualidad habrían sonado por la radio. Era tal el de-lirio, que muchas personas que dos años antes se habrían muerto del oso ajeno si tuvieran que oír una canción de rock cantada en castellano, ahora miraban torcido a los que también seguíamos oyendo canciones en inglés. Tal era el fanatismo desatado que, en su presentación de 1989, en la Plaza de Toros de Santamaría, Charly García encaró al público y preguntó que cuál era esa idiotez de no poder cantar en inglés. Cuando comenzaban a chi-#arlo, se despachó “I Could Never Take the Place of Your Man”, de Prince.

La Maldita Vecindad, 1997

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Ultrágeno, 1997

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reflexiones y lamentos de un músico bogotano anterior a rock al parque [29]

Pero volvamos a aquel año 6 antes de Rock al Parque. Los DJ de las emisoras, desconocedores por completo de la histo-ria del rock, y mucho más del rock de países como España y Argentina, estaban más o menos en manos de la informa-ción que recibían de las casas disqueras. Decían, por ejem-plo, que el rock en Argentina había comenzado gracias a la guerra de las Malvinas. Y que el rock en España había nacido un par de años antes, es decir, en 1986. Según ellos, por su-puesto, el rock colombiano acababa de inventarse. Borra-ban de un plumazo treinta años de sucesivos nacimientos, muertes y resurrecciones del rock nacional.

El Concierto de Conciertos Bogotá en Armonía, celebrado entre el 15 y 16 de septiembre de 1988, con ese estadio El Campín a reventar, con esa presentación de Miguel Mateos cuando el sol despuntaba en el amanecer del domingo y buena parte del público, extenuado, ya se había ido, nos hizo sentir en Woodstock. Queríamos creer que, desde ese instan-te, quedaba inaugurada una nueva era que, en ese momen-to, parecía haber llegado para quedarse.

Y entonces todos comenzamos a creernos el cuento. Creía-mos, o queríamos creer, que todo aquello había llegado para durar. Que a los empresarios y a la radio, que señalaban que el rock en español era un movimiento cultural, de veras les interesaba que el rock colombiano, por !n, saliera de los guetos. Que Bogotá viviera su movida al mejor estilo de Ma-drid. Que Medellín, la capital rockera de Colombia, ayudara con sus luces a consolidar el despegue de!nitivo de todo aquello con sus bandas mucho más pesadas, mucho más fuertes, mucho más rockeras.

Aparecieron grupos que andaban ocultos en el anonimato de las murgas escolares. Músicos que andaban desparcha-dos por ahí decidieron armar grupos para subirse al tren de la fama que parecía abrirle las puertas a quien quisiera abordar-lo. Empresarios advenedizos se dedicaron a organizar giras de grupos locales en bus por distintas ciudades de Colombia y los músicos asomaban sus cabezas por las ventanas sintién-dose los Rolling Stones. Una prueba reina de profesionalismo consistía en armar un rack. Un rack era un cartapacio anillado en el cual los grupos enumeraban sus exigencias de cameri-no: espejos de cuerpo entero, toallas, sofás, botellas de ga-seosa, agua y whisky. Pensaban ellos que sin esas exigencias los verían como una banda de a!cionados.

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[30] rock al parque: 15 años guapeando

Creerse el cuento también era suponer que había que grabar un sencillo de 45 rpm, llevarlo a 88.9 y que así la autopista de la fama se abriría de par en par. En los progra-mas musicales de televisión de tarde en tarde invitaban a los grupos a doblar alguna canción, así que era necesario tener un sencillo grabado para aspirar a un breve baño de popularidad de tres minutos en el “Show de Jorge Barón”, “Espectaculares JES” o el “Show de Jimmy”.

Pero grabar un sencillo no era nada sencillo. No olvide-mos que estábamos en el año 15 antes de los procesado-res Pentium IV. No existían los programas de música para computadores personales y grabar un demo que medio sonara decente era poco menos que una hazaña. Cual-quier estudio, por chichipato que fuera, costaba un ojo de la cara. Y de allí al sencillo, y del sencillo al LP…

Y el sueño duró poco. Para diciembre de 1988 ya estaba claro que a las emisoras lo único que les interesaba era pegar éxitos en la radio y punto. Nada de generar movi-mientos culturales. Y la gente iba a los conciertos (hubo varios) a oír única y exclusivamente a los grupos de afue-ra. A los grupos colombianos los agarraban a monedazos y, si les iba bien, podían tocar tres o cuatro canciones. La consola de sonido era para las estrellas internacionales y a los colombianos les botaban un sonido pésimo. Y, por más botellas y espejos que exigieran los managers de las súper bandas locales en sus racks tan profesionales, la realidad es que el público igual los recibía a monedazos.

El rock en español era cada vez más en tu idioma pero cada vez menos rock. Los grupos que machacaba la ra-dio una y otra vez no eran muchos. Soda Stereo y Los Toreros Muertos eran como los más rockeritos. De ahí para abajo, Miguel Mateos, Los Prisioneros, La Unión… a los que muy pronto se unieron baladistas a los que los DJ disfrazaban de rockeros como Franco de Vita, Jorda-no, Emmanuel… Si se miran las cosas sin pasión, haber incluido baladistas fue un gesto más que consecuente. Al fin y al cabo el rock en español llegó a donde llegó en gran parte porque sonaba en las estaciones de radio de balada y de música tropical. Las canciones de Los Pri-sioneros, Miguel Mateos y Los Toreros Muertos que de veras fueron éxitos, les llegaban no solo a los jóvenes sino a un público mucho más masivo, ajeno al rock. En

1988 la canción más importante del fin del año no fue un éxito tropical sino “El baile de los que sobran”, de Los Prisioneros.

En el primer semestre de 1989, el rock en español aún se mantenía en la cresta de la ola, pero a los grupos colom-bianos les faltaba algo fundamental: escenarios con capa-cidad para un par de miles de personas donde tocar, don-de foguearse, donde formar un público. A muchos no nos quedó más remedio que seguir en los bares. Hora Local tuvo la suerte de contar, desde comienzos de 1988, con Metro, luego con Nix y, ya en 1989, con los bares de La Candelaria: La Casona y Barbarie, vecinos de Estación Cen-tral, el bar de Carlos Vives donde se presentaba Distrito, el grupo creador del “patrón bogotano” que hizo posible los Clásicos de la provincia unos cuatro años más tarde. Pero esa es otra historia.

Y entonces el narcoterrorismo acabó con la noche bogo-tana. A mediados de 1989 los empresarios y la radio deci-dieron darle la espalda al rock en español. Y tal como lle-gó, la moda del rock en español se fue. Ahora era el turno de la “Lambada”, que satisfacía las exigencias de quienes un año antes habían despedido el año viejo con “El baile de los que sobran”, de Los Prisioneros, la “Novia pechugo-na” de La Trinca y “Pilar”, de Los Toreros Muertos.

Como no se había generado una cultura de conciertos re-gulares que apoyara el surgimiento de las bandas locales y, de paso, le sirviera para foguearse y aprender a ganarse un público en el escenario, a nadie le importó que la moda im-puesta por el alcalde, los empresarios y las emisoras de radio desapareciera. Había ocurrido algo similar a la época de Eldo-rado en el fútbol. Las rutilantes estrellas no dejaron escuela.

¿Qué habría sucedido si en aquel entonces hubiera exis-tido un evento como Rock al Parque, que le abriera sus puertas no a dos o tres sino a veinte o treinta grupos de la ciudad? Difícil decirlo. En aquel entonces esos tiempos el sentido de pertenencia hacia lo colombiano era casi inexistente. La emblemática frase “Bogotá, del putas Bo-gotá”, del Concierto de Conciertos, ante todo celebraba un estado de ánimo festivo y optimista, pero no re#ejaba algo que se aproximara al orgullo que hoy sienten buena parte de los jóvenes por su ciudad y por la música que en ella

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se crea. Resulta muy difícil comparar la escena actual con la de !nales de los ochenta, que no contaba con herra-mientas tales como la posibilidad de grabar en estudios caseros o de bajo presupuesto y con acceso a MySpace y YouTube. Sin hablar, claro está, de que tocan para un público mucho más informado y conectado con el mun-do que hace mucho tiempo dejó de depender exclusiva-mente de la radio.

De todas maneras, pienso que un Rock al Parque, ma-nejado con el criterio de ser un espacio abierto para los músicos de la ciudad, muy probablemente les habría permitido a varias de las bandas colombianas de aque-lla época presentarse en condiciones más que decoro-sas de sonido ante un público masivo. A veces pienso en grupos como Zona Postal, Sociedad Anónima... ¿Qué habría sido de ellos si hubieran podido mostrar su in-negable talento en un escenario como el de Rock al Parque? Nunca lo sabremos, pero presumo que de ellos existiría algo más que un puñado de LP y sencillos de 45 rpm archivados en las discotecas de algunos gomosos dispersos por ahí.

A veces pienso que, más allá de la gloria efímera del puña-do de grupos colombianos que sonaron en la radio y de canciones que han resistido el paso del tiempo como “Si-loé”, “La causa nacional” o “Dónde estás Bogotá”, lo único de verdad bueno que dejó la era del rock en español fue el ejemplo que recibieron quienes entonces eran niños y adolescentes. Ellos se dieron cuenta de que podían armar un grupo, de que podían soñar con tocar en un bar y, por qué no, en un concierto. Quienes eran niños entonces cre-cieron en medio del horror del narcoterrorismo, las incer-tidumbres de la fuga y la muerte de Pablo Escobar, pero también con el aire esperanzador de la Constitución Polí-tica de 1991, el Festival Iberoamericano de Teatro, la selec-ción Colombia de fútbol de comienzos de los noventa, el arrollador éxito internacional de Los clásicos de la provincia y la Cultura Ciudadana que generó nuevas miradas de la ciudad y, sobre todo, creó un sentido de pertenencia que antes no existía. Algunos de ellos ya estaban listos para su-birse a una tarima en 1995 cuando arrancó la aventura de Rock al Parque, y también para escribir una página mucho más duradera y sólida: la página del rock colombiano de los últimos quince años.

Juanita Dientes Verdes, 1997

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el eje quefaltaba Astrid

Harders

Julieta Venegas, 2004

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el eje que faltaba [35]

La tarea de comparar a Rock al Parque con otros festivales parecía desatinada al principio. Sospeché que nuestro festi-val podía quedar mal parado o en desventaja frente a mons-truos como Roskilde, Rock in Rio o Coachella, por nombrar algunos obvios. Sin embargo, después de pensar detenida-mente en Rock al Parque, en su idiosincrasia y en su anato-mía única, los puntos a favor empezaron a sumarse.

Resulta que, a diferencia de muchos otros eventos musi-cales del mundo, nuestro festival tiene la dichosa culpa de haber construido una plataforma cultural, de darnos ins-piración, de brindarnos esperanza y de hacernos ver que esto sí es una comunidad que palpita y que, reunida, po-drá llegar cada año más lejos. A continuación, con motivo de estos quince años que se cumplen, un vistazo al valioso rol de Rock al Parque.

Rock al Parque es un bicho raro entre los festivales. Quiero decir extraño, fuera de lo común, especial. Razones para caracterizarlo de esta manera, hay múltiples: sus comien-zos, su duración, sus bandas, su entrada gratis, su tamaño, hasta su reciente clima… Pero vamos por partes. Empece-mos con la razón que, tal vez, es la más entrañable. Rock al

Parque, como festival, desordenó la cronología cultural de Bogotá. ¿Qué quiere decir esto?

Normalmente, en grandes capitales y ciudades, sean euro-peas, latinoamericanas, asiáticas o americanas, los festiva-les han nacido porque han sido impulsados por un circuito musical. Lollapalooza (festival que salió de gira por Esta-dos Unidos por primera vez en 1991), por ejemplo, no solo nació como gira de despedida de Jane’s Addiction, sino que surgió de la intención de Perry Farrell (vocalista de di-cha banda en esa época) de darle un espacio más allá del mainstream a la música alternativa. El Warped Tour, cele-brado por primera vez en 1995, inicialmente era un evento para bandas de punk y deportes extremos.

En Bogotá, a mediados de los años noventa, no había un inmenso circuito de bares, de toques y de eventos para fomentar la creación y presentación del rock. Y fue enton-ces, en 1995, cuando Rock al Parque llegó y desordenó los hechos. Acá no hubo un gran circuito que decidiera, colec-tivamente, crear un festival. No, aquí el festival nació para inspirar un circuito. Como una iniciativa de Mario Duarte (La Derecha) y del entonces Instituto Distrital de Cultura y Turismo, con la ayuda de Julio Correal, Rock al Parque encaminó el mundo del rock en Colombia, al revés. Claro está, músicos y bandas, que hasta el día de hoy son reco-nocidos como protagonistas de nuestro rock, había múlti-ples; sin embargo, fue el festival el que se convirtió en eje de un movimiento cultural.

Una prueba del efecto y del rol que tuvo y tiene Rock al Parque se encuentra en las agrupaciones mismas. ¿Qué signi!caba y qué signi!ca para una banda tocar en Rock al Parque? Puede ser una opción para que más gente oiga su música, un paso necesario para hacerse notar en el rock colombiano, o simplemente una medida de aceite, una oportunidad para compararse con el nivel de otros músicos locales. Así se trate de una banda modesta o de una banda con actitud desinteresada, de una banda arro-gante o de una banda con experiencia, al !nal del día son muy, pero muy pocos, los que pueden decir que no tenían o no tienen como meta, o al menos como trampolín refe-rencial, tocar en Rock al Parque. Y eso está bien. Al menos ahora hay una meta. Antes había que rebuscarse toques como fuera y cruzar los dedos para que el bar se llenara.

Ely Guerra, 2004

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Skatalites, 2004

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el eje que faltaba [37]

El festival, en efecto, ha estado y está ahí para alimentar nuestro circuito musical. Está en manos de las bandas usar bien esta oportunidad y, después de llegar a Rock al Par-que, continuar nutriendo sus propuestas.

Otra razón que posiciona a Rock al Parque en una cate-goría particular es su constante crecimiento y su método de autoaprendizaje. Mientras grandes festivales como el Pepsi Music (Argentina), el Corona Music Fest (México), el Quilmes Rock (Argentina), el Vive Latino (México, con ediciones en otros países) y hasta Rock am Ring (Alema-nia), siempre han tenido su identidad y su meta claras –en parte gracias a unos patrocinadores con expectati-vas e inversiones concretas–, Rock al Parque ha ido cons-truyendo el siguiente peldaño a medida que avanza. Aunque siempre ha tenido como identidad el fomento del rock, la tolerancia, la convivencia y el respeto, a tra-vés de estos quince años se ha ido per!lando, puliendo y desarrollando.

La lección más evidente, y al tiempo la petición más repe-tida en ediciones recientes, es el cambio de fecha de Rock al Parque. Después de múltiples ediciones obstaculizadas por fuertes aguaceros (el más traumático, sin duda, fue la granizada invernal del 2007), los organizadores del festival y la Alcaldía de Bogotá optaron por mover la fecha recien-te de octubre-noviembre a junio. Y así parezca un simple factor de logística, estas lecciones aprendidas son vitales para la calidad y el rol del evento.

Un festival debe aprender de su pasado. Para ir bien lejos, nos podemos remontar a un ejemplo en Japón. En 1997 se llevó a cabo la primera edición del Fuji Rock Festival, hasta ese entonces el festival más grande en aquel país. Durante el primer día, inesperadamente, el monte Fuji y sus alrededo-res fueron acechados por un tifón. Los Red Hot Chili Peppers tuvieron que interrumpir su presentación y el segundo día del anticipado evento se canceló. Se necesitó semejante tormenta para cambiar el festival de locación. Hoy en día el incidente hace parte de la historia del rock en Japón y el Fuji Rock es el evento musical al aire libre más grande y más aplaudido por sus esfuerzos pro ecología, de Japón.

En Rock al Parque cada año se ha aprendido algo. Y, para goce de muchos, lo aprendido se ha aplicado. Tal vez tenga

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[38] rock al parque: 15 años guapeando

Carcass, 2008

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el eje que faltaba [39]

que ver con administraciones pedagógicas de alcaldes bogotanos como Antanas Mockus… el caso es que si el festival fuera una persona, sería un ser humano bastante inteligente: sería un ser humano de los que aprenden de sus vivencias. Rock al Parque empezó a proyectar sus fu-turos éxitos en 1999 con la primera visita del artista puer-torriqueño Robi Draco Rosa. Una vez llovieron aplausos, la organización se aventuró a traer el primer artista esta-dounidense: Earth Crisis. Si adelantamos el tiempo pode-mos ver que esos pasos iniciales posibilitaron carteles de innumerables bandas internacionales. Traer artistas ex-tranjeros implicaba aprender a negociar con agentes de todo el mundo, a hacer ofertas en varios idiomas, a buscar nexos con entidades estatales de otras ciudades y a em-pezar a meterse en el mundo de festivales de talla grande. Si no fuera por esos pasos edi!cantes, por esa educación sobre la marcha, y por la forma en la que el festival y sus organizadores fueron forjando camino, no vendría al caso nombrar a nuestro festival junto a, por ejemplo, Ozzfest (estación de la cual venía Earth Crisis antes de llegar a Co-lombia en ese entonces) en un mismo artículo.

Las lecciones aprendidas no paraban en las negociaciones de artistas extranjeros. A nivel local también hubo mucho terreno ganado. Volvemos a la relación de las bandas con Rock al Parque. Y aunque no hay festival respetable que no tenga asistentes que insistan en que todo es rosca, Rock al Parque ha hecho un esfuerzo por seleccionar sus bandas locales de una manera transparente. A !nales de los años noventa el festival instauró un sistema de jurados locales que les permitía a las bandas saber quiénes eran los jueces. Hoy en día las eliminatorias siguen siendo un proceso de selección minuciosa. La con!anza que ha ge-nerado este sistema es tan grande que las cifras de bandas inscritas para las eliminatorias crecen de año en año. De hecho, con cada edición, la organización del festival termi-na mandando un mail que anuncia que se batió el récord pasado de bandas inscritas.

Claramente nuestro festival ha aprendido de sí mismo y de su público. Las peticiones, críticas y experiencias bajo el sol o la lluvia han sido los motores de mejorías, cambios y expansiones. De la misma manera que lo hace una buena banda cuando sale de gira, cuando está grabando en el estudio o cuando aprende de sí misma en un ensayo.

Dejando de un lado su capacidad de aprendizaje, es inevi-table no hablar de la razón más evidente que diferencia a Rock al Parque de muchos otros festivales: acá se ofrece una entrada libre, sin costo, sin boleta y sin necesidad de inscribirse en ningún concurso para ser parte del público. En su primera edición Rock al Parque cobró entrada en la Plaza de Toros de Santa María, pero nunca más se ha teni-do que pagar para ver el festival. Digo que hay que hablar de esto un poco más a fondo porque si se le muestra a cualquier persona no familiarizada con el festival la im-ponente lista de bandas internacionales que han tocado en su tarima, probablemente no creerá que los asistentes no pagaron un peso por verlas. Repasemos algunas, pues nombrarlas a todas llenaría este capítulo del libro: Fobia, Puya, A.N.I.M.A.L., Maldita Vecindad, Robi Draco Rosa, Re-sorte, Café Tacvba, Molotov, Julieta Venegas, Illya Kuryaki, Manu Chao, Los Pericos, Divididos, El Gran Silencio, Los Amigos Invisibles, Lenine, Catupecu Machu, Luis Alberto Spinetta, Kinky, Suicidal Tendencies, Miranda!, VHS or Beta, The Skatalites, Jaguares, Apocalyptica, Death by Stereo, Fear Factory, Telefunka, Botafogo, Zoe, Babasónicos, Los Bunkers, El Cuarteto de Nos, Carajo, Agent Steel, Coheed & Cambria, Carcass, Bloc Party, Black Rebel Motorcycle Club, Ratos de Porão. Queda claro, ¿no? Es increíble que durante quince años no se haya tenido que gastar ni el precio de una empanada para ver a tantos de tanta talla.

Es difícil imaginarse la jugosa racha de conciertos de los últimos años en Colombia sin un Rock al Parque como precursor exitoso. Si ese eje que es el festival no hubiera estado como referencia, si nuestro circuito no hubiera !-nalmente despegado, seguramente no habríamos visto a Kiss, a Iron Maiden, a Alanis Morissette, a Slayer, a Andrés Calamaro, a Roger Waters, a Cat Power o a Moby, entre tan-tos más. El impacto de Rock al Parque claramente no se quedó sólo en los días del festival.

Por estas razones y por todas las que cada asistente guarda en su anuario de recuerdos personales, no puede quedar duda: Rock al Parque es un eje sin el cual el rock nacional hubiera girado sin mayor dirección.

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Superlitio, 2008

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forever young

Sandro

Romero Rey

Black Rebel Motorcycle Club, 2008

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may your handsalways be busymay your feet always be swiftmay you have astrong foundationwhen the windsof changes shift Bob Dylan,“Forever Young”

forever young

Sandro

Romero Rey

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[44] rock al parque: 15 años guapeando

Café Tacvba, 2004

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forever young [45]

May your hands always be busy

May your feet always be swift

May you have a strong foundation

When the winds of changes shift. Bob Dylan, “Forever Young”

And when you finally fly away

I’ll be hoping that I served you well

For all the wisdom of a lifetime

No one can ever tell.

Rod Stewart, “Forever Young”

Some are like water, some are like the heat

Some are a melody and some are the beat

Sooner or later they all will be gone

Why don’t they stay young.

Alphaville, “Forever Young”

El día de Acción de Gracias de 1976, el grupo canadien-se The Band dio su concierto de despedida en el Win-terland Ballroom de San Francisco. Había sido uno de los conjuntos emblemáticos de la segunda mitad de los años sesenta y había protagonizado la cómplice herejía de “electrificar” a Bob Dylan. El adiós de La Banda fue fil-mado con todos los fierros técnicos por Martin Scorsese quien, apoyado por siete cámaras de 35 milímetros y los mejores nombres de la industria hollywoodense del momento, registró el acontecimiento hasta convertirlo en uno de los sucesos memorables del rock en el cine. El filme, titulado The Last Waltz, cuenta con la inolvidable aparición del mismísimo Bob Dylan interpretando, en primera instancia (al menos así lo registra la edición fi-nal), el ya clásico tema del álbum Planet Waves, “Forever Young”. La canción, en esos momentos, deja de ser tan solo una obra del más grande solista de la historia del rock para convertirse en todo un símbolo generacional. The Band, tras el concierto y luego de colaborar con Scorsese algunas semanas más, se separaría, llena de rencores y sinsabores. Sin embargo, The Last Waltz sigue allí, año tras año, convertida en un clásico sin tiempo. Por siempre joven.

Y es que la juventud se convirtió en la regla de oro para to-dos los músicos y seguidores de la breve y feliz historia del rock en el siglo XX. Cuando nació para los blancos anglo-sajones, a mediados de la década del cincuenta, el rock and

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roll era un asunto de muchachos. No para los negros que se habían inventado el asunto, pues todos ellos comen-zaban a #anquear la barrera fatal de los cuarenta. Desde que Elvis Presley se convirtió sin objeciones en el rey de la comedia, sus súbditos siempre fueron muchachitos al-borotados, dispuestos a tirar la casa por la ventana. Y el primer revés generacional lo daría el mismo soberano al enrolarse en el ejército de su país. La primera rebelión, como lo anotaría alguien más tarde, había sido domesti-cada. El balón se iría entonces a Inglaterra, donde los jó-venes tendrían en las bandas de rock and roll a sus ídolos y modelos incontestables: la historia es ya lo su!ciente-mente conocida y no vale la pena repetirla. La década del sesenta se convertiría entonces en la década de la gran rebelión juvenil. Desde el hippismo lisérgico de San Fran-cisco hasta las batallas parisinas de mayo del 68, parecía que en el mundo fuera a cumplirse la profecía de Dave Wallis en su novela Only Lovers Left Alive: una sociedad dominada por los jóvenes.

Sí. Los jóvenes de los años sesenta dominaron el mun-do, pero cuando ya estaban viejos. Lo que sí se mantuvo joven fue la música. Cuando Paul McCartney compuso, en 1966, el tema “When I’m 64”, contaba con veinticua-tro hermosos años. En el año 2006, cuarenta años des-pués, McCartney cumplía la edad que tenía su padre en el momento en el que le dedicó la canción. McCartney sigue cantando en los escenarios del mundo y, como lo demostró en el 2009 en el Festival de Coachella, conti-núa siendo “por siempre joven” y consolidándose como uno de los músicos más grandes del rock de todos los tiempos. Es que la utopía de la eterna juventud está mal planteada. Desde que al doctor Fausto le dio por ne-gociar con el Diablo, hasta el aparatoso nacimiento del retrato de Dorian Gray, existe en los seres humanos ese terror atávico al envejecimiento. Y los jóvenes, gozan-do de sus ventajas cronológicas, se aprovechan de ello. Los Rolling Stones cantaban en su primera edad de oro: “What a drag it is getting old!” (qué jartera volverse viejo) en su clásico tema “Mother’s Little Helper”. Quién sabe si Jagger y los suyos se atrevan a cantarla ahora, cuando ya están tomando impulso para cumplir sus primeros setenta (¡gulp!) años. Son los jóvenes del nuevo milenio los que ahora detestan envejecer.

De todas formas existe eso que se ha dado a llamar “la actitud juvenil”, eso que permite que los jóvenes del 2009 se conmuevan con Pink Floyd o con Charly García de la misma manera en que lo hicieron sus contempo-ráneos. Se dijo que los primeros héroes del rock, con-vertidos en alienadas superestrellas, morirían aplasta-dos por la segunda oleada de imberbes iconoclastas. El punk, hijo de las rebeliones anti Thatcher de los años setenta, nacería y moriría para luego reencarnar en los cientos de miles de grupos que se estrellan contra las paredes a lo largo y ancho del mundo. Hoy hay hordas punk neonazis y pandillas punk de extrema izquierda. Hay punk religioso y punk sandinista (incluso gaitanis-ta, como la célebre parodia de la Orquesta Sinfónica de Chapinero). Todos quieren navegar en el espíritu de la intransigencia y de la rebelión, a su manera. Pero lo que finalmente los une es el ritmo frenético de una batería, un bajo y unas guitarras eléctricas.

En América Latina, el rock no sólo ha sido símbolo de ju-ventud sino también de marginalidad. Hoy por hoy, en las cornisas amaestradas del nuevo milenio, no existe una le-yenda viva de la música joven de los años sesenta en el “nuevo” continente salvo, quizás, el citado Charly García, dinosaurio demasiado reciente. Pero jóvenes siempre ha-brá y bandas nacen y se reproducen, como una feliz y ne-cesaria plaga de nuestros tiempos. Todos los jóvenes que se juntan para convertirse en músicos de una banda de rock (o sus respetables derivados) creen y quieren haber-se inventado algo completamente nuevo. Los músicos de rock siempre parten de cero, así estén interpretando co-vers de Chuck Berry.

En los años noventa, para no seguir yéndonos demasiado lejos, Nirvana se instaló en el cielo de una nueva juventud con el ya clásico tema “Smells Like Teen Spirit”, himno que poco después sería revitalizado con el suicidio de Kurt Co-bain. De nuevo se instalaba en el mundo de la música rock la frase tantas veces acuñada: “Vive duro, muere joven y tendrás un hermoso cadáver”. Toda esta larga lista de cin-cuenta breves años de experiencias rockeras se mezcla en un solo coctel que produce originales efectos en nuestros juveniles países del otrora llamado “Tercer Mundo”. Entre los oyentes apasionados del !nal del milenio, entre los cientos de miles de gestores del llamado rock alternativo,

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Bloc Party, 2008

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Babasónicos, 2008

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del grunge y de toda suerte de fusiones inmarcesibles, se ha gestado la consolidación de un nuevo sonido para nuestros países.

Rock al Parque ha sido un evento que, de una manera con-tundente, ha canalizado buena parte de las tendencias de lo que hoy por hoy es el sonido y el pulso de nuestra época. Desde 1995 este festival ha sido el intérprete, el catalizador de una masiva marginalidad latinoamericana. Cientos de miles de oyentes, los que habían crecido con el rock imagi-nado por los discos, la radio o el cine, pudieron materializar sus sueños al tener un evento sin precio que se convertiría en el templo al aire libre para as!xiarse de energía. Y no han faltado las voces de protesta: ¿por qué el Estado (o, en este caso, la ciudad de Bogotá) tiene que patrocinar un even-to donde los protagonistas son muchachos con pulsiones agresivas? Cuando yo era niño, los amantes del rock no te-níamos la posibilidad de gozar en carne viva la experien-cia de las ceremonias de la música. Ahora no hay necesidad de esconderse. Existe la posibilidad de un concierto anual al aire libre donde todos, ricos y pobres, jóvenes y viejos, punketos y metaleros, drogos y aleluyas, emos y extremos, nos encontramos frente a frente, sudor con sudor, pogueo con pogueo, en el sancta sanctorum del Parque Simón Bolí-var, para que la !esta de la energía se lleve hasta sus últimas y felices consecuencias.

No ha sido fácil. Poco tiempo después de su fundación, después de experiencias felices con Aterciopelados y La Derecha, con 1280 Almas y Fobia, con Darkness y Morfo-nia, hubo intentos de acabar con Rock al Parque porque, como siempre, había otro tipo de urgencias nacionales. Gracias al poder de convocatoria de la radio, de las emiso-ras que podríamos denominar “alternativas”, de periódicos juveniles y de la terquedad sin límites de sus gestores, el acontecimiento se mantuvo. Y se mantiene tratando de conservar su carácter de evento desprovisto de marcas o de campañas publicitarias para garantizar su existencia. Rock al Parque es, por supuesto, un acto político, como lo es cualquier acontecimiento social en el que haya que reunir a muchas personas en torno a un pretexto. Pero es, al mismo tiempo, un acontecimiento generacional, en el sentido más amplio del término. No se trata, hoy por hoy, de un evento para menores de veinticinco años. En el 2004, para no ir más lejos, se contó con la gloriosa presencia de

Luis Alberto Spinetta, con cincuenta y cuatro bellos abri-les recién cumplidos y el público, los jóvenes y los “forever young” lo ovacionaron, como si se estuviese en el Buenos Aires almendrado de los años setenta. Porque a Rock al Parque se asiste para consolidar el triunfo de una actitud, de una manera de enfrentarse a la existencia, no importan los años, los excesos o los defectos que se lleven encima.

Desde 1995 hemos asistido, en la medida de lo posible, a celebrar a golpes sonoros el paso de los años. En 1996 con Los Tetas y Vértigo, con Sangre Picha y Puya. Quien esto es-cribe ha visto des!lar a los grupos y los ha apoyado, tam-bién en la medida de lo posible, desde los micrófonos de la ya legendaria frecuencia 99.1 de la Radiodifusora Nacio-nal de Colombia, hoy convertida en Radiónica. De 1997 se nos instala el recuerdo de La Maldita Vecindad, de Todos Tus Muertos, del Bloque de Búsqueda. En el 98… mejor no sigo. Es demasiada vida para tan breves líneas. Podríamos avanzar, año tras año, revisando listas, memorias y recuer-dos. Gracias a Rock al Parque una buena parte de nuestras horas de gozo ha pasado con sudores y fragores nuevos, unas veces visto desde la distancia, otras mojados hasta los huesos para poder atrapar a Fear Factory, qué se yo, a Robi Draco Rosa, a A.N.I.M.A.L., a Los Amigos Invisibles, a Plastilina Mosh. Uno quisiera haber tenido a muchos otros. Pero este festival nos ha situado en una nueva realidad, mucho más nuestra, menos mítica, menos legendaria qui-zás, pero mucho más aterrizada con nuestro entorno, con nuestros gritos y con nuestros defectos.

No sabemos cuántos años más tengamos a Rock al Parque entre nosotros, como no sabemos cuánto tiempo más es-taremos respirando canciones en este mundo. Pero mien-tras sigamos palpitando, mientras sigamos disfrutando de la música como un regalo sobrenatural de unos dio-ses cada vez más lejanos, seguiremos aceptando que Bob Dylan, que Rod Stewart, que Alphaville incluso, le canten a la eterna juventud. Esa eterna juventud de oyentes e in-térpretes que ahora se materializa debajo de los aguace-ros sobrenaturales del festival de rock más divertido de nuestro entorno.

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la magiade rockal parqueen diezinstantes

José

Gandour

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Hablar de diez momentos cumbre en Rock al Parque es abrir una amplia caja de recuerdos que no necesariamente coinciden con los que ustedes, señores lectores, puedan tener en su álbum particular. En lo que sí podemos estar de acuerdo es que Rock al Parque ha hecho parte impor-tante de la banda sonora de nuestras vidas.

El primer instante al que quiero hacer referencia es la presen-tación de Aterciopelados, el 26 de mayo de 1995, en el Estadio Olaya Herrera. En la única ocasión que el festival tuvo sede en este campo de fútbol, se dio una gran presentación de la ban-da liderada por Andrea Echeverri y Héctor Buitrago. Desde el comienzo, y sintiéndose en casa, Héctor, que pocas veces ha-bla en escenario, comenzó a alentar a los asistentes pregun-tándoles de qué barrio venían, exclamando nombres como Ciudad Montes, Carabelas, Restrepo y otras zonas colindantes con el estadio. El público entendió inmediatamente que el ídolo se sentía jugando de local. Con dos discos en el merca-do, Con el corazón en la mano y El Dorado, Aterciopelados hizo fácil la labor de la gente a la hora de corear canciones como “Mujer gala”, “Sortilegio”, “Florecita rockera” y “Bolero falaz”. Rock al Parque, desde su primer día, con!rmaba la llegada del momento ideal para consagrar a los héroes de la ciudad.

El 1.° de junio de 1997, en la plazoleta de eventos del Parque Simón Bolívar, me topé con el buen momento de la agrupa-ción paisa Bajo Tierra. Este conjunto, que desde sus comien-zos en 1989 tenía fuerte in#uencia punk, estaba estrenando su álbum Lavandería real, una grabación que parecía mezclar en una licuadora a The Clash y Buzzcocks con un inesperado pero feliz elemento caribeño, lleno de boleros y rumbas más playeras, logrando canciones tan brillantes como “El pobre”, “Justiciero” y “Jimmy García”. Subieron vestidos de blanco, queriendo lucir como la más elegante orquesta del momen-to y a los pocos segundos encendieron entre los asistentes un pogo extraño, pogo con sabor playero. El público, entre confundido y sorprendido, al !nal aplaudió a rabiar.

El tercer instante tiene su grado de dramatismo: 11 de oc-tubre de 1998. Se venían las presentaciones de la banda colombiana La Pestilencia y de la agrupación argentina A.N.I.M.A.L. Se calcula que a las siete de la noche ciento cua-renta mil personas abarrotaban el espacio y que las autori-dades prendían las alarmas. Las barreras que separaban del escenario a los asistentes estaban a punto de caer y exis-tían todas las posibilidades, debido al sobrecupo, de que ocurriera una desgracia. La magia llegó, afortunadamente, cuando Dilson Díaz, líder de La Pestilencia, subió al escena-rio, tomó el micrófono y, con su estilo particular, dijo: “A ver, parceros. La idea es pasársela bien y que esto sea rock’n’roll, hijueputas. Colabórenme dando un paso para atrás y así todos vamos a estar muy cómodos para seguir con la !es-ta”. En ese instante, como un obediente ejército pací!co, se sintió ese masivo paso hacia atrás y luego la risa de todos, al sentirse unidos, protegidos por el vecino. Luego, cuando Dilson cantó temas de los discos La muerte... un compromiso de todos y Las nuevas aventuras de... La Pestilencia, se sintió un temblor en el Simón Bolívar, pero era producto del pogo más grande que ha visto esta ciudad.

Dos momentos memorables tuvo la edición 2001. El primero se vivió en el Parque El Tunal, el 5 de octubre. La tarima daba de frente al viento que venía del sur sin ningún tipo de barre-ra natural que protegiera al espectador. Siendo la jornada del nuevo metal, la obligación era moverse o congelarse. Afor-tunadamente, siendo ya de noche, y después de las buenas presentaciones de Koyi K Utho, Injury y otras agrupaciones locales, venía Resorte, de México. La banda, que en ese mo-mento tenía tres placas en su discografía (República de ciegos,

Aterciopelados, 2004

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XL y Versión 3.0), demostró por qué el público de otras regio-nes del continente se había portado tan favorablemente en sus presentaciones. Su combinación de guitarras distorsiona-das y momentos vocales raperos funcionaban a la perfección y el público coreaba a todo pulmón “Chínguense”, “Cerdo” y “Aquí no es donde”. Solo después de una impecable presen-tación, cuando los asistentes nos dirigíamos a la salida, nos acordamos de las bajas temperaturas de la noche.

El segundo instante del 2001 también fue protagonizado por mexicanos. La embajada de ese país patrocinó una jornada inusual dentro de Rock al Parque, teniendo de sede el Parque del Renacimiento, ubicado al lado del Cementerio Central, el 9 de octubre. Representantes de Ciudad de México, Guada-lajara, Monterrey y Tijuana habían llegado a demostrar por qué la movida electrónica estaba tan fuerte en su país y por qué, al contrario de la obviedad musical ofrecida en otras latitudes, tenían tanto que decir y combinar con sus raíces folclóricas. Por ahí pasaron Sánchez y Ruiz (los más experimentales y serios del cartel), Sistema Local Sonoro Selectivo (hip hop, cumbia y house muy rumbero), Kinky (agrupación de reciente presencia internacional y que sorprendió con su energía rockera, llena de momentos norteños y funk electrónico contemporáneo), Sussie 4 y Double Helix, del Colectivo Nopal Beat (expertos en darle al espíritu de Pérez Prado y otros exponentes del mambo un inusual ánimo tecno), y Nortec Collective (la tambora y los sonidos de la frontera alimentados de la in#uencia de Kraftwerk y otros exponentes europeos). Muy difícilmente en Bogotá se ha visto una !esta tan animada al lado de un camposanto. Al menos los vivos ahí presentes nos la pasamos de maravilla.

31 de octubre del 2004, escenario principal del Simón Bo-lívar. Babasónicos se sube a la tarima. Los argentinos co-nocen al público bogotano, lo han enfrentado en eventos realizados en clubes especializados, pero esta vez la cosa es diferente. Se encuentran frente a ochenta mil personas. Eso no los hace cambiar ni un ápice su actitud. Adrián Dár-gelos, en medio de esa extraña mezcla sonora de rock de toda la vida, pomposidad digna del festival de San Remo y alevosía al estilo spaghetti western de Ennio Morricone, juega descaradamente a contonear su cuerpo sin ningún tipo de vergüenza, cantando, como brujo hechicero, sus mejores composiciones. El mejor instante llega con “Los

Babasónicos, 2004

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Suicidal Tendencies, 2005

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Koyi K Utho, 2008

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Calientes”, del álbum Jessico, esa que dice Cómanse a besos esta noche, total nadie lo va a notar. Debo decir: algo de amor furtivo y despreocupado se respiró en ese minuto.

El 15 de octubre del 2005, Suicidal Tendencies cumple su pa-pel asignado de cerrar la jornada metalera. Mike Muir, líder de la banda, asume su misión con toda la veteranía que carga en sus espaldas, y sabe que tiene que convencer a propios y extraños de que siguen siendo una banda vigente. El público asistente al escenario principal del Parque Simón Bolívar está dispuesto a juzgar con sus propios ojos si el paso del tiem-po todavía concede energías para alegrar a la fanaticada. En pocos minutos la duda queda despejada: se escuchan can-ciones como “You Can’t Bring Me Down”, “Possessed To Skate” y otros éxitos que ponen a la gente a saltar. Ya terminando el repertorio, con “Pledge Your Allegiance”, Muir comete una locura: saltándose las normas de seguridad del festival, invita a la gente a brincar la barrera y a subirse con él al escenario. Los personajes encargados de la logística se miran entre sí y alzan los brazos para evitar el desmán. Igual veinte a!ciona-dos logran llegar y comienzan a bailar. Muir sonríe a pesar de la preocupación de los encargados de seguridad. Su impru-dencia ha servido para dejar feliz a la audiencia.

Dos días después, en la tarima Alterlatina, se presenta la banda chilena The Ganjas. Con su sonido alimentado de li-sergia y psicodelia, con elementos procedentes de The Who, Cream y Jimi Hendrix, y exponentes más recientes como The Jesus and Mary Chain, My Bloody Valentine y Sonic Youth, Samuel Maquieira y sus compinches captan la aten-ción de los asistentes y van cubriéndolos con capas sónicas que abrigan y seducen sus oídos. The Ganjas se va ganando los aplausos cada vez más fuertes del público. La cereza del pastel es “Dance Hall”, tema que se extiende por ocho minu-tos y que va dando punzadas intensas a medida que avan-za. La canción se va haciendo adictiva y la euforia crece sin cesar. Al terminar se escuchan la voces de miles de personas mostrando su alegría desbordada. Ese, no puedo negarlo, es mi momento favorito en la historia de Rock al Parque.

El 5 de noviembre del 2007, en medio de la lluvia, la ban-da caleña Superlitio cierra la tercera jornada del escenario Lago en el Simón Bolívar. Ellos saben que la mayoría del pú-blico que ese día llegó al parque está en el espacio principal, con los Aterciopelados. Quienes deciden acompañarlos, de

todos modos, saben que los caleños no van a decepcionar, que vienen con todo el sabor que siempre los ha caracteri-zado. Su último álbum se llama Tripping Tropicana y saben que, por asuntos que se les escapan de las manos, el disco ha tenido una irregular distribución y una promoción que deja mucho que desear. Igual, de manera subterránea ya se conocen temas como “Qué vo’ hacer”, “Foxy” y “Chabe-tiza”, entre otros. El público viene a cantárselas todas. La lluvia seguía pero la emoción nunca paró. Una vez más, los caleños con!rmaban que seguían mandando en la casa.

El último momento inolvidable se produce el 2 de noviembre del 2008. Lo protagonizan tres personajes que se presenta-ban de manera misteriosa, casi que silenciosa, sin hablar con nadie más de lo necesario y sin salir de su antipatía natural, se dirigen a sus instrumentos con el secreto propósito de reventarles su música en la cara a todos los asistentes. Es el turno de los californianos Black Rebel Motorcycle Club en la tarima principal del Simón Bolívar. Este trío de sonido lleno de in#uencias rockeras clásicas y curiosas referencias proce-dentes del bluegrass y el country, sin demasiados brincos en escena, y creando, más bien, un ambiente íntimo con cancio-nes como “Salvation”, “Spread Your Love” y “Ain’t No Easy Way”, fueron apoderándose de la atención de los asistentes. Solo al !nal se salieron un poco de su seriedad envuelta en cuero ne-gro curtido y sonrieron levemente. Sabían, como siempre, al escuchar los aplausos, que su seducción había funcionado.

Esos diez instantes, junto con otros que se quedan en el tintero, me hacen ser agradecido con Rock al Parque. Es claro, como decía al principio, que el festival ha musica-lizado de buena manera la película de nuestras vidas y hace parte vital e innegable de la esencia de Bogotá. Los asistentes de todos los años, y entre ellos me incluyo, lo agradecen y seguirán, con el paso del tiempo, guardando sus momentos favoritos en su caja de buenos recuerdos. La magia permanecerá, estoy seguro.

Black Rebel Motorcycle Club, 2008

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rock alparque y el observatorio de culturas

Otty

Patiño*

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El Observatorio de Culturas es una suerte de “hermano me-nor del festival”. Bautizado en ese entonces Observatorio de Cultura Urbana, nació un año después del primer Rock al Parque, durante la administración de Antanas Mockus. Y fue durante su segundo mandato que tomó nueva sig-ni!cación e importancia, ya que el alcalde decidió apoyar este festival con una perspectiva articulada al fomento de la cultura ciudadana, entendida principalmente como to-lerancia y convivencia pací!ca entre desconocidos.

Las primeras mediciones de asistencia y satisfacción de es-tos festivales las hizo el Observatorio con la ayuda de un grupo de cincuenta policías bachilleres, muchachos que estaban prestando su servicio militar en las !las de la Poli-cía Nacional. Para evitar el choque con la muchachada roc-kera hubo que disfrazarlos de civiles con jeans y camiseta blanca. Ellos eran los encargados de pegarle una calcoma-nía a cada asistente de modo que, al !nal, la resta entre las calcomanías entregadas y las no usadas daba el número de asistentes. Esos mismos muchachos, previo entrena-miento, hacían los sondeos de percepción entre el públi-co. El Observatorio en ese entonces tenía dos componen-tes: un grupo de apoyo de carácter académico que hacía

investigaciones de ciudad, dependía del Instituto Distrital de Cultura y Turismo y contaba con intelectuales como Rocío Londoño, Iesid Campos, Alberto Saldarriaga, Fabio Zambrano, Ismael Ortiz, entre otros; y otro grupo que rea-lizaba trabajo de campo, donde estaban los policías ba-chilleres que apoyaban el trabajo de seis gerencias de la administración distrital: Seguridad y Convivencia, Medio Ambiente, Tránsito y Transporte, Imagen de Ciudad, Rela-ciones Funcionario-Ciudadano y Espacio Público. La tarea que hacían estos auxiliares de policía fue posteriormente reemplazada por los guías de Misión Bogotá de manera más técnica.

A través de las observaciones cualitativas que han hecho nuestros profesionales de apoyo pudimos constatar que en la policía hay una formación genérica para contrarres-tar multitudes hostiles o para proteger manifestaciones favorables, pero no hay una formación especí!ca para reaccionar frente a fenómenos más complejos como los eventos Al Parque, sobre todo si los jóvenes representan expresiones de denuncia o protesta, en los que es muy im-portante que los agentes no cometan excesos en los con-troles o sean presas de reacciones provocadoras que pue-dan desencadenar choques evitables. De esta necesidad de fomentar otro tipo de control que facilitara las solucio-nes pací!cas nacieron los gestores de convivencia. Vladi-mir, uno de los más experimentados, dice que “se trata de una relación entre pares, por eso no vamos uniformados, no somos autoridad, no somos ni parecemos distintos a esos muchachos. En los días previos a estos eventos toca explicarles a los muchachos de las culturas urbanas que la policía no es su enemigo, que ellos están cumpliendo una tarea ciudadana que hay que respetar y apoyar. También a los policías habría que explicarles que esas pintas de los asistentes no los ponen por fuera ni contra la ley. Que, por más raro que se peinen, se vistan o caminen, estos mucha-chos merecen un trato digno, no se les puede tratar como delincuentes porque terminan reaccionando como tales”.

A continuación quisiera darle paso a las voces de perso-nas que han vivido en carne propia los festivales a través de su labor con el Observatorio. Además de los sondeos, conteos, entrevistas y observaciones etnográ!cas hechas por el Observatorio de Culturas a lo largo de las catorce versiones de Rock al Parque, también hemos tenido diver-

I.R.A., 2005

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sas experiencias, sensaciones y re#exiones, hasta ahora inéditas. Mediante este escrito queremos compartir algu-nas vivencias de Luis Fernando Martínez, economista y el miembro más antiguo del Observatorio, Jaime Rodríguez, economista y quien actualmente coordina del equipo de mediciones, Helena Castillo, antropóloga, y César Pinzón, administrador de empresas y rockero fanático.

Espero que con estos testimonios el lector pueda compren-der que, mucho más allá de todas las cifras que resultan de nuestras mediciones y que están plasmadas en este libro, cada una de ellas le da representación a un ciudadano y ex-presa la voz de nuestros jóvenes, una voz a veces muy inten-sa y otras casi tan bajita que parece un rumor, pero, al !n y al cabo, una voz necesarísima para mirar hacia el futuro.

Luis Fernando MartínezYo fui uno de los que prestó el servicio militar como poli-cía bachiller en el Observatorio de Culturas. Me he patiado todos los festivales; corrijo: no me los he patiado, porque jamás he estado de pato, me ha tocado trabajar en todos ellos, primero como encuestador y como contador de asis-tentes, años más tarde como profesional de apoyo en el trabajo de campo, y en las últimas versiones como coordi-nador general del equipo de mediciones del Observatorio, trabajo que ya empezó a hacer Jaime desde el año pasado. En estos años pude ver surgir grandes bandas bogotanas como Aterciopelados, 1280 Almas, La Derecha y Doctor Krápula hasta convertirse en íconos del rock nacional e internacional. Pude ver a bandas paisas muy interesantes como Kraken y La Pestilencia, además del sinnúmero de bandas latinas y de todas las latitudes del mundo. Estoy llegando a los treinta, pero para los fanáticos del rock ya soy un cucho, y como todo cucho tengo recuerdos de toda clase como el del festival del 2005: sábado, primer día de programación de este año, !nalizaba la tarde y se gene-ró una bronca bastante fuerte en la entrada principal. La policía intervino pero controlar a la brava a esa multitud enardecida fue como echarle leña al fuego. Al principio yo veía lo que estaba ocurriendo como si fuese un espectácu-lo totalmente ajeno, era como una guerra cuerpo a cuerpo como imagino que fueron las guerras medievales, pero de pronto mi mirada se enfocó en un muchacho con pinta

de rockero que había caído al suelo, en medio de un gru-po de auxiliares bachilleres que empezaron a golpearlo sin compasión. Tomé entonces la decisión de intervenir en defensa del caído, me interpuse entre él y el grupo de auxiliares de policía, muchachos como el que yo había sido pocos años atrás. Les pedí que dejaran de golpearlo, que si era necesario lo entregaran a un mando superior o lo sacaran del parque. Pero, ¡qué va! ellos no entendieron mi buena intención, de nada sirvió mi chaqueta institucional de la Alcaldía, ni mi radio de comunicaciones con el PMU (Puesto de Mando Uni!cado), ni mi escarapela de miem-bro de la organización del festival. Los auxiliares de la po-licía me asumieron como un contrario y a punta de golpes e improperios me llevaron al mismo lugar donde fueron a parar los demás muchachos involucrados en la gresca, un camión que esperaba en el costado occidental de la calle 63. En ese trayecto muchos de mis compañeros de la Al-caldía trataron de explicarles a los uniformados cuál era mi función en el evento pero la rabia los había vuelto sordos. Me llevaron con los otros detenidos a la Décima Estación de Policía ubicada en la localidad de Engativá. Allá estuve como unos veinte o treinta minutos hasta que pude co-municarme por celular con el coronel que coordinaba la seguridad del evento y él dio la orden de que me solta-ran. Me devolví en un taxi al Parque Simón Bolívar donde me di cuenta de que casi toda la gente de producción del evento, incluida Martha Senn, entonces directora del IDCT, estaba enterada de la situación. Desde entonces aprendí que no bastan las buenas intenciones en esos momentos de choque. Hay que saber actuar y la lección aprendida me sirvió dos años después, el sábado 3 de noviembre del 2007, en su decimotercera versión, cuando el festival tuvo que suspenderse debido al mal tiempo. Al principio, los organizadores creían que el aguacero pasaría al cabo de algún corto tiempo, pero no fue así; por el contrario la lluvia arreció y se convirtió en la peor granizada que ha azotado a la capital en muchos años. El Parque Simón Bo-lívar literalmente se cubrió de blanco como en las pelícu-las invernales de los países de estación, sus zonas verdes, graderías y entradas estaban completamente cubiertas de granizo, lo cual hacía inviable continuar con el evento, no solo por la parte técnica sino –y lo más importante– por la seguridad de los asistentes: algunos empezaban ya a pre-sentar desmayos e hipotermia. Por estas circunstancias el comité del PMU determinó que lo mejor era cancelar la

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programación de ese día y desalojar el escenario. La mayo-ría de los asistentes se fue retirando en forma tranquila, pero no todos: cerca de doscientos de los más fervientes partici-pantes, los que habían llegado primero y estaban ya ubica-dos junto a la malla, o sea en la primera !la del espectáculo, se rehusaron a abandonar el evento y exigieron enfurecidos que se abriera el festival por encima de toda consideración climática. Yo traté de explicarles que eso no era posible. Me acompañaba un grupo pequeño de guías de Misión Bogotá y de la Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte pero esos muchachos, casi todos metaleros, no querían es-cuchar razones, tenían mucha rabia y ganas de pelear con la policía. El grupo antidisturbios de la policía reaccionó y estaba empezando a tomar posiciones de combate, se iba a armar la grande. Me dirigí entonces al coronel de la policía, un hombre muy jovial y comprensivo que decidió parar la acción del ESMAD y hablar con los muchachos y pactar con ellos una salida tranquila. La cosa no fue fácil, la negociación fue tensa y a veces subida de tono, pero después de mu-chas razones y argumentos, una buena dosis de paciencia, propuestas y consultas a los organizadores, y bajo la pro-mesa de reprogramar otro evento para el género metal, los muchachos decidieron retirarse pací!camente del parque. Ocho días después, efectivamente, se reprogramó este gé-nero y se realizó el evento Metal al Parque.

Jaime RodríguezParque Simón Bolívar, 8:00 a. m. del sábado 1.° de noviembre del 2008: Estamos aquí desde las 7 a. m. y a cuatro horas de que empiece el festival. Yo estoy con un grupo de cuarenta guías de Misión Bogotá y tenemos la difícil labor de con-tar a los miles de muchachos y muchachas que ingresan al evento. Lo que se nos viene encima estos tres días es una maratónica jornada, con etapas diarias sin interrupción des-de el momento en que se abren las puertas al público hasta que la última banda del día termina su presentación. El ope-rativo comienza con una inducción donde explicamos en el mapa del parque la ubicación de accesos, tarimas, rutas internas, carpas, prensa, logística, PMU, baños y salidas de emergencia. Posteriormente hacemos un recorrido a todos estos lugares. Son cincuenta minutos de caminata que se repetirán una y otra vez durante el !n de semana. Los que coordinamos las mediciones ya estamos acostumbrados,

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llevamos varios años cumpliendo con esta labor. Pero hay muchachos y muchachas nuevos, y se trata de una ardua ta-rea a la intemperie. No podemos dejar que la lluvia, el sol, el frío o el cansancio los haga abandonar sus sitios de trabajo, o que cumplan a medias sus tareas. Es una faena constante de supervisión y sobre todo de motivación.

1:00 p. m., mismo sitio, mismo día: La música de los altopar-lantes ameniza el ingreso de cientos de rockeros y rockeras que muestran orgullosos sus pintas engalanadas de taches, colores oscuros, chaquetas y muchas botas. Otro grupo de veinte guías de Misión Bogotá supervisados por profesio-nales del Observatorio, se alista a encuestar a seiscientas personas en el transcurso del día. Chaqueta amarilla, lápiz y formulario sobre tabla, comienzan un diálogo directo con los asistentes al evento: grandes, chicos, hombres, mujeres, calvos, mechudos, blancos, negros, punkeros, metaleros y todo aquel que se encuentre en los dos escenarios simultá-neos y en la Carpa Distrito Rock. Esas encuestas que hemos preparado meticulosamente durante semanas de trabajo nos darán información valiosa para mejorar la calidad de la oferta cultural del distrito y en especial la de este festival.

Helena realiza en los !ltros de las entradas las observaciones cualitativas, técnica fundamental que nos permite identi!-car la manera como los participantes se relacionan entre sí y con el espacio. Prestamos atención al comportamiento de los diferentes actores que participan en el festival y hacemos especial énfasis en la relación entre la policía y los asistentes, la cual ha mejorado gracias a los resultados de este tipo de estudios. En las entradas podemos ver cómo decomisan una cantidad importante de correas, encendedores, cigarrillos, botellas de licor, y a uno que otro joven llorando mientras lo suben al camión, diciendo que esa marihuana no es de él.

9:30 p. m., mismo sitio, mismo día: Me reúno con todo el grupo de las sesenta personas que conforman el equipo. Se nota el cansancio en sus rostros, un fuerte aplauso por parte de todos nos reconforta. Fue un día lluvioso, todos es-tamos agobiados por la humedad y el frío pero contentos de haber cumplido la tarea encomendada. Me entregan los informes !nales de los ingresos, recogemos las encuestas y el material utilizado durante las catorce horas de trabajo. A casa y a descansar porque mañana y pasado mañana nos esperan otros dos largos días, ojalá haga solecito.

Helena CastilloHasta hace algunos años no era frecuente ver conciertos de rock y pop en Bogotá con tanta frecuencia. Casi siem-pre quienes venían al país, y a la ciudad, eran artistas que habían estado en los primeros lugares, pero cuyo momen-to de esplendor había pasado ya hacía algún tiempo. Por eso el concierto estrella para mí había sido el Concierto de Conciertos, durante la época de furor del rock en es-pañol, a !nales de los ochenta. A ese le siguieron algunas presentaciones del mismo tipo de música. Pero siempre quedaban por fuera otras cosas, artistas que me gustaban y que, por alguna razón extraña del mercado, quienes ma-nejaban la escena musical del país no se molestaban en traer. Entonces la única posibilidad de verlos era Rock al Parque. Artistas como Spinetta o Apocalyptica, sentía yo, solo estarían en ese escenario. Parece que tuve razón, por-que es la única vez que, en los últimos quince años, se han presentado. El festival me dio una oportunidad única de verlos, que los escenarios comerciales no me brindaron. Eso no ha cambiado. Aunque también llegan bandas y ar-tistas que suenan en cualquier emisora, siguen llegando artistas que los productores privados no presentan.

Ahora mi presencia en Rock al Parque ha cambiado. Perma-nezco allí los tres días, pero no como público, y no son los artistas los que me convocan. Trabajo para la Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte y eso me permite –y me obli-ga– a traspasar las mallas que separan al público de los cien-tos de personas que se encargan de llevar a cabo el festival. Mi presencia allí no se limita al disfrute de la música. De he-cho, a veces ni siquiera tengo la posibilidad de ver algunas bandas que me atraen. Ahora lo que más me agrada es el público. Me gusta darme cuenta de que hay gente distinta, que se viste, se peina y maneja su cuerpo de maneras diver-sas. Y siento que no es común, en otras ciudades o países, que un gobierno permita y fomente esa diferencia en públi-co y colectivamente. Paradójicamente, lo que me llama la atención de la democracia es justamente eso, no esa frase trillada de las mayorías, sino el espacio que hay que garanti-zar a quienes no quieren o no pueden hacer parte de ellas.

Atravesar las mallas me ha permitido ver lo demás, gente que corre de un lado a otro todo el tiempo: nosotros, con los conteos en las entradas, las encuestas a los asistentes,

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las observaciones y las entrevistas a los artistas; el resto de la Secretaría, pendiente de la llegada de los artistas, de sus condiciones y requerimientos, del público, de los cameri-nos, de la prensa; el equipo técnico y logístico, llevando y organizando equipos, muebles, carpas, transportando ar-tistas e instrumentos. Rock al Parque es algo distinto ahora para mí: un !n de semana largo de doce o más horas de trabajo diarias, en las condiciones que sea.

El año pasado tuve la posibilidad de encontrarme de ma-nera más cercana con algunas de esas personas que du-rante los días del festival pasaban apresuradas a mi lado mientras yo hacía lo mismo. El Observatorio de Culturas llevó a cabo grupos focales con quienes hacen parte de su desarrollo: productores, managers, operadores logís-ticos y otras instituciones. Mi mayor sorpresa fue el nivel de compromiso y afecto que tuvieron todos frente a Rock al Parque. Para ninguno dejar de hacerlo era una posibi-lidad. Por razones distintas, lo que se vio fue el deseo de consolidarlo y aumentar la calidad y el impacto del festival. Saltó a la vista desde el principio cómo había fortalecido la industria musical. A medida que los años transcurrían, el equipo técnico y de producción se había cuali!cado. La ca-lidad del evento iba de la mano con el aumento proporcio-nal de la experticia de quienes lo realizaban, hasta el punto en que fue valorado como un impulsor del reconocimiento que ahora tienen tanto dentro como fuera del país.

También, tanto managers como productores que tienen contacto frecuente con artistas reconocidos, aseguraron que el festival se estaba posicionando en la escena musi-cal latinoamericana, que es una ventana para los grupos locales que empiezan su recorrido y que, al mismo tiempo, le da visibilidad a la ciudad como un destino deseado para la realización de conciertos. Desde sus intereses, las ins-tituciones manifestaron que revitaliza el uso del espacio público, posibilita espacios de encuentro entre los jóvenes de la ciudad, los concibe como una fuerza que piensa, que siente, que propone, y le muestra a la ciudad que es posi-ble vestirse, peinarse, pensar o actuar distinto sin que eso deba signi!car violencias o agresiones. En !n, el festival se constituye como mucho más que un evento de un !n de semana y su impacto trasciende tanto el espacio del esce-nario como el momento de su realización, y robustece no solo a las bandas y empresas relacionadas con el sector de

José Fernando Cortés, 2008

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la música, sino a la ciudad misma, como metrópoli, como lugar posible para la existencia, la vivencia, la creación y el disfrute de todos sus habitantes.

Más allá de los artistas que he podido ver sólo allí, en Rock al Parque, creo que esto es lo más valioso de este o cualquie-ra de los eventos Al Parque: la posibilidad de encontrarse, no en la clandestinidad sino en público, masivamente, co-lectivamente; no sin reglas, sino con unas reglas distintas, a veces desconocidas o despreciadas por aquellos que de manera restringida se sienten parte de “las mayorías”.

César Pinzón-MedinaEn 1995 yo estaba en noveno grado y asistí al primer con-cierto de Rock al Parque. Fue algo colosal, esa cantidad de gente saltando, pogueando, y rockeando al ritmo frenéti-co de guitarras, bajos, baterías, voces y gritos que reven-taban en las cabezas de todos. Tuve algo de miedo y por eso me ubiqué lejitos del torbellino de los más lanzados con un grupo de amigos tan curiosos y tan tímidos como yo en ese tiempo. Después, en los años siguientes, perdí la timidez y me volví parte de esa multitud vibrante, incan-sable y sudorosa.

En el 2001 me fui al festival con Fernando, un compañero de estudios de la Universidad Nacional que trabajaba para el Observatorio de Cultura Urbana, y gracias a él pude ver de cerca a los artistas, pude entrevistar a Blanquito Man, Robi Draco, Andrea Echeverri, Ely Guerra, Manu Chao, Saúl Hernández, Molotov, Café Tacvba y VHS or Beta. Y es que de allí en adelante yo me ofrecía de voluntario para

las encuestas pero terminaba siempre conversando con esos manes, los bacanes de la música en los camerinos. Tras bambalinas descubrí la entraña oculta del festival, el nerviosismo antes de la presentación y la relajación y el cansancio después del toque. También pude chicanearles a mis amigas con la foto al lado de la estrella, el autógrafo con dedicatoria o el simple apretón de manos.

Ahora trabajo en el Observatorio y estoy ansioso del festi-val de este año quinceañero. Es la primera vez que tendré que asistir responsablemente con una tarea que cumplir, pero así y todo no dejaré de gozarme a esta ciudad ves-tida de rock, impaciente en las largas !las del Parque Si-món Bolívar y luego, allá adentro, presionando con gritos para que empiece ya el espectáculo, hasta que suene el primer acorde de la primera banda del primer día. Espero ir al encuentro de este crisol de tribus urbanas que solo se reúnen una vez cada año, espero gozarme la magia que emanan esos #autistas de Hamelin que, con sus estriden-tes tonadas, van dejando un trozo de corazón en cada nota cuando se entregan sin vedas a un público nada fácil. Amo a ese público exigente pero también generoso y abierto, siempre justo y dispuesto a recompensar con vítores. Y más allá de lo programado, con ansiedad espero las sor-presas que trae cada año (pedrea en el 2005, granizo en el 2007, inundación del escenario Lago en el 2008).

Si antes no me perdía una, ahora que trabajo para el Ob-servatorio de Culturas de la Secretaría Distrital de Cultura, Recreación y Deporte, soy parte de ese concierto y ahora menos que nunca faltaré a la cita.

*Otty Patiño, actual jefe de la O!cina Observatorio de Cultu-ras de la Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte.

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danny dodge why six mr. crowley la corte leitmotiv fobia tabora debora minga mental sex hades ex 3 carpe diem acutor insania kilcrops leishmaniasis marlohabil seguridad social bruma sólida afre radiestesia aterciopelados k’nuto powertrio yuri gagarin y los correcaminos catedral nueve estrato social la giganta los cheacles ciegossordomudos tom abella la sonora caníbal npi morfonia sociedad anónima monóxido bajo cero los del centro zigma la familia bastarda estatika una tal sophia dogma policarpa y sus viciosas los zopilotes ojos rojos la lupita lado b por causa del mono la rebeca jungla raza darkness spias infierno silence of moonset pánico bastard santuario purulent kidron herejía sangre picha agony medicina legal felipe iragorri xumapaz el medio el jardín de daniela pepa fresa zapato 3 los tetas ático duodenos y los intestinos banda sonora gardenia bangladesh sagrada escritura obra negra auténticos decadentes circo mandarina sv2 vértigo bismarck cabeza de jabalí puya ingrand no es no cancerbero deathless neus posguerra la trifullka masacre la pestilencia a.n.i.m.a.l. cáustico hierbacana rapunzell lamtarra hombres pájaro sector 16 zoma el cartel los charconautas chancho en piedra la derecha todos tus muertos ferrans banda radar tres veces albert einstein radio babilonia claroscuro los siete delfines el hueco la maldita vecindad y los hijos del quinto patio bajo tierra la tina ignea corporación macondo kábala bombalacrán la sonora 100 fuegos la severa matacera lady dikc matarratón zarathustra psicodelia la hoz las vacas juanita dientes verdes bloque de búsqueda lokapala real zulu rojo silente el zut ruido rosa 667 séptimo ángel vudú lechosa tal cual perro muerto l.m.p. angora pithaus alguno más boca abajo contacto cruks en karnak ultrágeno estilo bajo pollito chicken chatoband la banda del gusano kraken marimonda raíz resorte robi draco rosa dharkma infected estados alterados atrium ethereal cuervo blanco superlitio criminal indio uribe plomo 1280 almas la funkera arawak candelaria blues chamanes la floripondia la fortaleza rappers spiders issidore ducasse johnnie walter niños con bombas ángeles con cara sucia polvo de indio el pez no2 la hija del verdugo monarko desorden público quinta estación el globo casa roja víctimas del doctor cerebro ion kaala illya kuryaki and the valderramas eminence laberinto earth crisis ciudad eterna séptimo aposento control machete ají baboso el bloque café tacvba canal sur candelaria dogma sinaca sal y mileto guillotina julieta venegas la violeta darath caníbal smith pan huelga de hambre defenza navarra señal nocturna 69 nombres la sarita riesgo de contagio lucibell vulgarxito mochacabezas legend maker ritual askarix borg timmy o´tool golpe bajo los miserables dracma tribal cuatro koyi k utho la mosca tsé-tsé los pericos divididos shai manu chao de2 la contra neutro pornomotora aborigen los félics doctor krápula la universal la espiral

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octavia la terca con agua cero desorden social mr. fong santa fauna parche funk los mentas noize ataque en contra adlibitum hijos de la criada los oceánicos the klaxon coffee makers skampida king chango trauma injury la ss agresión la rueda de la fortuna obscura los mox sur carabela sánchez y ruiz sistema local sonoro selectivo kinky sussie 4 double helix (nopal beat) fussible batuka avispas mostovoi león bruno los amigos invisibles neurosis inc. novilunion ravenlord caramelos de cianuro soul burner evermind occisor plaga sésamo manguala planeta rica el gran silencio odio a botero electrolíquido volován lúkuma carajo receso toxic lumpengrund massive experience la fábrica santafuma flor del hito lenine distrito especial mississippi blues band alerta inspector no silence noiszart monstrosity los elefantes mojiganga catupecu machu diva gash plastilina mosh panteón rococó awaken el sie7e insane underthreat desecrate molotov sistema sonoro skartel dafne marahunta sonorama funkreal libido ely guerra babasónicos skatalites spinetta vietato black cat bone andrea echeverri los de adentro post human sidestepper kraken filarmonico citadino blues & rock siq zelfish perez head crusher pr1mal vhs or beta cuerpo meridiano nadie rey gordiflón josé fernando cortés i.r.a. psicotrópico apocalyptica cabezones suicidal tendencies nawal jaguares bizarro transporte capri dildo nortec volumen cero visor the ganjas miranda guiso soulburner día de los muertos fear factory zarath jorge burbano the passenger tierradentro dead inside tenebrarum horcas filtro medusa división minúscula don tetto panda la cirugía barrio santo chuck norris dub killer combo karamelo santo telefunka turf death by stereo proyecto seikywia lo ke diga el dedo voodoo souljah´s papashanty botafogo zoe triple x have heart azafata rocola bacalao agent steel tres de corazón cuarteto de nos coheed and cambria vía rústica huevo atómico de bruces a mí chucho merchán bunkers black sheep attack two way analog hotel mama quiero club seis peatones the hall effect cienfue popcorn no importa kronos señores usuarios carcass paradise lost bloc party black rebel motorcycle club thermo austin tv los concorde sargento garcía gondwana ratos de porão la kinky beat muscaria andrés osorio’s band barriosanto deeptrip delavil el hombre limón el sinsentido enepei entropía fractal flesh f-mac heartless los swingers loathsome faith mmodcats monojet profetas smoking underdog solokarina thunderblast tío cabeza velandia y la tigra alfonso espriella alto grado colombia antípoda árbol de ojos brand new blood citoyens daybreak elijah error introspección juris law la planta water resist los macgregors los plankton madame complot red o’clock the devil’s rejects unauthorized walka abre sierra artefacto gaias pendulum the vintage bambarabanda inner hate fito páez árbol haggard ina-ich instituto mexicano del sonido kop los cafres morbid angel candy 66 señor loop descomunal tom cary

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rock alparque:quince añosguapeando

Margarita

Posada

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Doctor Krápula, 2008

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[76] rock al parque: 15 años guapeando

guapear, come rain or come shine

Contra todos los pronósticos, encontré en el diccionario la palabra guapear, término que me enseñó uno de mis in-contables amigos músicos (El Alguacil, de Dub Killer Com-bo, para ser más exacta). Dice el Diccionario de la Real Aca-demia Española que guapear, en su primera acepción, es ostentar ánimo y bizarría en los peligros. Decidí entonces utilizar el verbo en el título de este libro homenaje porque no encuentro una palabra más precisa para describir bre-vemente lo que han estado haciendo largamente todos y cada uno de los que han participado en la !esta intermi-nable que es Rock al Parque.

Contar todo lo que se debe contar sobre un festival que nos ha dado quince años de rock en un espacio tan limitado es prácticamente imposible. El texto que el lector encontrará a continuación, por tanto, pretende ser una suerte de jam entre quienes han pasado por su escenario o han estado íntimamente relacionados con él. Rock al Parque ha reuni-do a tanta gente alrededor de la música, que me disculpo de entrada por tener la certeza de haber tenido que obviar las voces de muchos de sus protagonistas. Espero, sin em-bargo, que este atisbo de reportaje les permita recordar un poco de lo que este festival nos ha dado, como reza la canción, come rain or come shine.

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La Derecha, 1995

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[78] rock al parque: 15 años guapeando

Policarpa y sus Viciosas, 1996

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rock al parque: 15 años guapeando [79]

hemos creado un monstruo

Un festival de rock. Aunque a muchos les suena absolutamente normal, para la época en que a Bertha Quintero, Julio Correal, Mario Duarte y Héctor Mora les dio por este embeleco, la idea era no solamente innovadora, sino prácticamente traída de los cabellos. ¿Por qué un festival de rock podría convertirse, como lo ha hecho, en uno de los eventos más masivos de una ciu-dad del altiplano cundiboyacense, lejos de la mítica Memphis de Elvis, o de la histórica Liverpool de Los Beatles? ¿Por qué un rockero venezolano como Horacio Blanco, de Desorden Público, habría de llamar a Bogotá “la quintaesencia del más incendiario in!erno rockero latinoamericano”?

Como cuentan los veteranos de la escena musical, la única ma-nera de que un grupo se fogueara y tocara en vivo eran unos cuantos bares donde el público era reducido y las condiciones para el show más caseras que profesionales. Bandas era lo que había. Espacios para juntarlos, casi ninguno. Por eso Bertha, Ju-lio y Mario le pegaron al perro con su idea. A todas luces, un festival de rock gratis, y además auspiciado por el establishment, era prácticamente un milagro. Pero más milagro es que, luego de quince años, aún conserve un carácter democrático, auténti-co y muchas veces políticamente incorrecto.

Este evento, que hoy tiene trescientas personas trabajando en su montaje, cuatrocientos operadores y diez coordinadores de logística, doscientos guías cívicos e informativos de Misión Bogotá, cien socorristas, diez médicos, siete ambulancias, nove-cientos efectivos de la policía, treinta guías de movilidad, dos máquinas de bomberos, dos escenarios (este año tres), cien-

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[80] rock al parque: 15 años guapeando

to ochenta kilovatios de sonido en el escenario principal y ochenta en el escenario satélite, cien cabezas móviles de lu-ces, cuatro consolas digitales, cuatro consolas análogas, cinco relevos de sonido en el escenario principal y uno en el esce-nario satélite, una pantalla de leds en el escenario principal y dos pantallas de video en el escenario satélite… este evento, sin contar cada una de las cabecitas que, contra viento y ma-rea, rockea hasta el !lo de la medianoche, hace quince años era el sueño de un puñado de amantes del rock.

Como todos los grandes proyectos, este también tiene sus raíces ocultas. Digamos que una suerte de Edad Media de Rock al Parque transcurrió a principios de los noventa, más concretamente en el 91, cuando el distrito comenzó a inves-tigar qué pasaba con la oferta cultural de la ciudad. Hubo una especie de primer festival en el año 92. “Lo hicimos en el Planetario Distrital y descubrimos que, no solo había muchas bandas de rock, sino que no tenían espacios para ensayar ni para presentarse. Por eso abrimos varios teatros para que los tuvieran a su disposición para ensayar”, dice Bertha Quintero, quien ha sido bautizada en la calle como la Mamá del Rock por ser la gestora de este ambicioso pro-yecto, y quien también fue declarada persona no grata en el Concejo de Bogotá, hecho que la honró profundamente. “Me siento orgullosa de haber peleado para que los jóve-nes tuvieran este espacio. Recuerdo que con Mario y Julio queríamos dizque hacer un concierto en la plazoleta que hay entre la plaza de toros y el planetario y de ahí surgió la idea”. Bertha asegura que el primer Rock al Parque, contrario a lo que todos piensan, fue en 1994 y que no todo el mérito debe recaer en la alcaldía de Mockus. “Las verdaderas raíces de esta iniciativa están en la administración de Jaime Cas-tro, cuando emprendimos una campaña que se llamaba El Arte por el Arte”. Vale la pena recordar esos comienzos.

Hoy en día olvidamos con facilidad lo que era organizar un monstruo de estos sin las facilidades de Internet, que por esa época era una novedad y casi un lujo. María Sung y todo el equipo que Bertha designó para el festival comenzaron a hacer contactos sin acceso a la red. “La comunicación con las bandas, sobre todo las internacionales, era a punta de te-léfono y de fax. Uno de los medios más memorables era un teléfono público gratuito que había en una de las sedes. Era un cable laaaaaargo que iba de un computador al teléfono y, como era gratuito, se cortaba cada tres minutos. Así, en

tandas de tres minutos, apuntábamos los requerimientos y los riders de las bandas. Una vez quedó seleccionada una banda de la cual no sabíamos más que su nombre, Obscura, y que era de Ambato, Ecuador. Me tocó llamar a una amiga quiteña para que se consiguiera los teléfonos de varias emi-soras de Ambato para que anunciaran que Rock al Parque en Bogotá estaba buscando a la banda Obscura para invi-tarla al festival (y de paso daban el teléfono de mi casa). A los dos días mi contestador estaba a reventar de llamadas”.

Cuando Mario Duarte piensa en por qué diablos se les ocu-rrió montar un festival de rock, no puede más que decir que “para pasarla bien, para salir oliendo a muchas cosas, para terminar acostado en brazos de la dama de los cabellos ar-dientes”. Pero un poco más serio complementa: “Nació de la pura necesidad: necesidad de los grupos de rock colombia-no (léase La Derecha) de aprender a hacer conciertos gran-des. En el garaje sonaba bien. Teloneándole a algún grupo extranjero en manos de los empresarios sonaba a fracaso recurrente. Pero no era solo cuestión de las bandas. Tam-bién nació de la necesidad de un público sin recursos que quería expresarse”. Desde sus albores, Rock al Parque fue pensado para todos esos jóvenes que no tienen un peso en el bolsillo. Ni para ir a cine, ni para ir a comer, ni para ir a un bar, ni mucho menos para pagar la entrada a un concierto. El hecho de que Rock al Parque sea gratuito desemboca di-rectamente en otra característica singular: la gran a#uencia de público. Camilo Martínez, ex integrante de El Zut que tocó en los primeros festivales, así lo corrobora: “He tenido oportunidad de tocar o cantar con otros grupos en festiva-les por fuera de Colombia, y Rock al Parque es quizá uno de los que más a#uencia de público tienen”.

Cuando Julio Correal se paró a un lado del escenario en donde Robi Draco Rosa cerraba la décima versión de este monstruo con más de trescientos cincuenta mil asistentes, recordó esa tarde en la que montaba un concierto de Ater-ciopelados en un parque de Medellín y se le vino a la ca-beza el nombre de una idea gigantesca: Rock al Parque. Al llegar a Bogotá, se sentó con su amigo Mario Duarte a es-cribir una propuesta que luego le pasaron a Bertha Quin-tero. De no ser por ella, a lo mejor se habría quedado en el papel. Pero en esta historia el monstruo salió del papel y se conectó a un ampli!cador. El dinosaurio seguía vivo cuando Julio despertó.

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Robi Draco Rosa, 1998

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una suerte de edad mediade rock al parquetranscurrióa principios delos noventa, más concretamenteen el 91

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Aterciopelados, 2004

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almost famous

Eran las cuatro de la tarde del viernes 26 de mayo de 1995. En el Parque Simón Bolívar había poco más de cien perso-nas. Nadie parecía una estrella de rock. Ni siquiera la her-mosa vocalista de Danny Dodge, Iseult, que llevaba unos jeans y una camiseta holgada con una gran boca estampa-da. La guitarra de Daniel Jones y el bajo de Pepino tenían calcomanías por todas partes. Muy seguramente el viejo Dodge Dart que le dio nombre a la banda sirvió para trans-portar instrumentos y músicos, todos apeñuscados en su interior. Héctor Mora lo recuerda claramente: “Yo estaba cubriendo para 99.1… la banda era excelente y luego fue muy importante en la escena under de la capital. Incluso años después le abrieron a Soda Stereo”. Otro de los que cubría el evento en “un chéchere de camión verde y vie-jo” era el director actual del festival, Daniel Casas. Nacían al tiempo dos hermanos del alma que con el pasar de los años jamás dejarían de darse la mano: 99.1 Radiodifusora Nacional y Rock al Parque.

Tomás Rueda, reconocido bajista y chef, que por esa época tocaba con Catedral, tiene un solo recuerdo: la adrenalina. “Había unas diez mil personas, me bajé del escenario a vo-mitar, no por borracho, sino de pura adrenalina”. Aprove-chando sus quince minutos de fama, Tomás notó que se le había desamarrado un zapato y en un acto impulsivo decidió sacudir el pie y tirar el zapato al aire. “Con tan mala suerte que casi descabezo al baterista, le pegué en toda la cara y eso lo hizo perder el tempo de la canción, gracioso pero fue la embarrada, la patraseada”.

Así empezó este festival que hoy en día reúne multitudes exorbitantes. Más de ciento veinte agrupaciones de todos los barrios de la ciudad atendieron el llamado de Bertha, Julio y Mario. Alrededor de cuatro decenas de bandas se montaron en los escenarios dispuestos en el Olaya Herre-ra, la Media Torta, el Simón Bolívar y la Santa María, en-tre ellas Aterciopelados, Morfonia, 1280 Almas, Catedral, La Derecha, Fobia y Seguridad Social. Más de ochenta mil personas asistieron al festival. El cierre fue en la plaza de toros, como recuerda Andrea Echeverri, de Aterciopela-dos. Estaban ellos, Fobia, La Derecha y Seguridad Social. En la última canción, ella y Héctor Buitrago invitaron a to-dos los músicos que quisieran subirse. “Me acuerdo de que improvisamos ‘El rey’ y al otro día en el periódico, eso des-potricaban, que cómo íbamos a cantar una ranchera en un festival de rock. Desde ese entonces hasta acá, es fácil ver cómo el concepto de rock ha evolucionado, ¿no?”.

Después del último concierto, los integrantes de La Dere-cha terminaron en santa paz tomándose una cerveza con los españoles de Seguridad Social. “Todo había termina-do”, dice Mario Duarte, uno de “los derechos”. “De pronto alguno de los funcionarios del Instituto Distrital de Cultura y Turismo nos vio ahí, tranquilos y, bastante proactivo y di-ligente, gritó en voz alta: ‘¿Y entonces, qué hacen?’ Uno de los españoles dijo con cara y tono de macarra neurótico: ‘Nada tío. Na-da.’”

Leonardo de Lozanne, 2008

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the who

¿Quiénes tocan en este festival, por qué se lo merecen, cómo lo logran? Hay varias vertientes, según explica Da-niel Casas, su director. “Los grupos internacionales son invitados y su presencia depende mucho de la disponibili-dad de agenda que tengan y del factor económico. Luego están otros grupos nacionales invitados por cuestión de trayectoria y los demás son grupos que mandan su pro-puesta a la convocatoria”.

¿Qué se tiene en cuenta para escoger las bandas? En pala-bras de Sergio Rodríguez, jurado en el 2008, “primero, que sea una banda con una propuesta estético-musical que pro-ponga algo y sepa de dónde viene, en dónde está parada y para dónde va o quiere ir. Segundo, elementos musica-les básicos como tempo, a!nación y acople, entre otros. Y tercero, una buena puesta en escena. Las tres cuentan por igual”. En otros años las convocatorias estaban abiertas al público. Ahora son a puerta cerrada en un teatro en el que juiciosamente se sientan los jurados a escuchar a las dos-cientas ochenta bandas que ya fueron !ltradas a partir de los demos que enviaron a la Orquesta Filarmónica, de las cuales irán a audición treinta y seis y solo saldrán del car-tel si lo hacen muy mal en vivo.

En esta escena están presentes Chucky García, Mario Mu-ñoz y Carlos Solano, cada uno versado en este asunto del rock desde esquinas diferentes. Esto no se parece en nada a lo que se les viene pierna arriba. El escenario del Teatro Metropol sin público ni luces parece no acabarse nunca. Aquí lo único que lo puede salvar a uno es sonar bien. Y para eso hay que tener un buen ingeniero de sonido. “Las bandas con los ingenieros más experimentados pudieron sacarle provecho a la consola o por lo menos tener un buen ensamble con el sistema sonoro, pero otras tuvieron que arrancar sus presentaciones sin haber ajustado todo

y arreglar los problemas durante su show, que era de tres o cuatro temas. Me parece que esto acerca a los grupos –desde las eliminatorias mismas– a la forma como funcio-na el evento realmente”, dice Chucky recordando las elimi-natorias de este año. Mario Muñoz, integrante de Doctor Krápula, dice que las eliminatorias son el momento de la verdad: “Grabar buenos discos es muy fácil hoy en día, pero sustentar un buen disco requiere de una gran banda y es ahí donde la cosa se pone buena… o mala”. A esto y más tendrán que enfrentarse quienes se le midan a tocar en el Simón Bolívar. “Tocar sin prueba de sonido es un reto en el que se mide la tranquilidad y rapidez con que se acomodan en escena”.

Los Swingers, 2008

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Kinky, 2001

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grabar buenosdiscos es muy

fácil hoy endía, pero

sustentar unbuen disco

requiere de una gran

banda y es ahí donde la cosa

se pone buena… o mala”

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grabar buenosdiscos es muy

fácil hoy endía, pero

sustentar unbuen disco

requiere de una gran

banda y es ahí donde la cosa

se pone buena… o mala”

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Sidestepper, 2004

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el rock, esa palabra

Muchos dirían que rock es una música norteamericana que tiene sus orígenes en el blues y otros géneros tradicionales de Estados Unidos, como el folk, el country y el western. El problema de esas cuatro letras es que hoy en día no solamente hacen alusión a un género musical, sino también a un estilo de vida. A pesar de ser entendido como un fenómeno juvenil, el rock ya envejeció, pero es un viejo jovial. Sus primeros artí!ces y fans tienen sesenta o se-tenta años ya y muchos siguen dando lora, como Keith Richards, la referencia perfecta. De hecho, Alejo Gomezcáceres, vocalista y guitarrista de Ciegossordomudos, dice que no es rock “cualquier cosa que no se pueda asociar de una u otra manera a los Rolling Stones”. En palabras de Elkin Ramírez, vocalista de Kraken, es “el único folklore universal”. Por su parte, Raúl Platz, de Lavanda Sono-ra y ex Elefante, asegura que nunca ha visto el primer rockero que por hacerse más viejo se haya pasado al vallenato. Viejo o joven, el rock parece haberle ganado una batalla al tiempo para volverse un fenómeno atemporal que, como sentencia el periodista Chuc-ky García, “siempre ha coincidido con la formación de nuevas ge-neraciones” y, en palabras de Mario Duarte, “tres días bajo el agua y sobre el barro te dan una apariencia extremadamente juvenil”.

Otros aún más escépticos, como Iván Benavides citando a Ma-rilyn Manson, dicen: “Rock is dead, God is on TV”. Para él, el es-píritu del rock está más vivo en Héctor Lavoe que en Moderato. A pesar de que su música (Bloque de Búsqueda y Sidestepper) es más bien mestiza o mulata y algunos puristas considera-ban que no debían estar en un festival de rock, Iván tocó dos veces en Rock al Parque con Bloque de Búsqueda, y una con Sidestepper. Andrea Echeverri de Aterciopelados recuerda esa presentación porque “con toques como ese, el concepto de lo que es rock y la tolerancia crecieron”. Ella asegura que más que un género cerrado y exclusivo, el rock se ha vuelto “una manera

Rodrigo Mancera, 1996

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de enfrentar, de ser lo que uno siente que es”. De hecho, la reconocida cantante de “Florecita rockera” nunca escuchó rock de pequeña. “Pero más rockero que una ranchera, no conozco. Cuando empecé a hacer música con Héctor, la es-tética que propuse tenía que ver con bolero, con tango, con ranchera, por mi bagaje familiar”. Como dice Carlos Chairez, guitarrista del grupo mexicano Kinky: “Proclamar ser lo más rock puede ser lo más antirock. Pero a la vez en la actuali-dad hay muchas bandas que ‘rockean’ y no les preocupa el término para nada”. Tal es el caso de Rodrigo Mancera: “Rock para mí es una actitud ante la vida. Así toque otros géneros, siempre le imprimo esa actitud y ese sonido”.

Así, lejos de la mítica Memphis de Elvis y de la lluviosa Liver-pool de Los Beatles, la palabra rock ha tomado unas carac-terísticas meramente latinoamericanas, como lo corrobora El Catire, guitarrista de Los Amigos Invisibles: “Aunque el rock tiene como columna vertebral al sonido de una guitarra dis-torsionada, es más que obvio que no somos una banda de rock, pero el concepto latinoamericano del rock quizás di-!ere un poco del concepto sajón y es ahí donde podemos entrar”. Su idea la complementa Horacio Blanco, de Desorden Público: “En este rincón del mundo, el rock se quitó la careta anglosajona, se hizo moreno-mestizo y, sin temerle a la dis-torsión, bailó mambos y cumbias sabrosas, mezclándolas con hardcore, techno y reggae”.

La palabra rock, aquí y en otras latitudes, engloba muchas cosas. Es casi como una vasija vacía lista a renovar su interior según lo deseen sus intérpretes o seguidores. Y tal vez en ello radique el gran éxito de Rock al Parque, un proyecto que per-dura en el tiempo porque les ha enseñado a los bogotanos la cantidad de propuestas musicales y estéticas que caben den-tro de esa palabra, que en sus orígenes era compuesta (rock and roll) y que hacía alusión a los movimientos de atrás hacia adelante (rock) o de lado a lado (roll) de un barco.

Así las cosas, la discusión puede cerrarse perfectamente con el argumento que la escritora, y entonces secretaria de Cultu-ra, Laura Restrepo, les dio a los concejales en el 2004, cuando David Luna presentó su proyecto para declarar Patrimonio de Interés Cultural al festival: “En cuanto a si es una expresión nacional o no, hay una premisa o punto de partida: toda ex-presión artística y cultural es universal. Nada es originario de ninguna parte o tendríamos que remitirnos a Adán y Eva”.

Velandia y La Tigra, 2008

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Odio a Botero, 2004

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Ciegossordomudos, 1998

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un público agreste

Lunes 12 de octubre de 1998. Parque Simón Bolívar a re-ventar. Los Aterciopelados, entre ellos Alejo Gomezcáceres, también integrante de la banda Ciegossordomudos, están aterrizando en un avión que viene de España. Jota García, Alejo Gomezcáceres y Pablo Bernal, todos veteranos en la escena rockera colombiana, van a tener que tocar antes del esperado cierre de Aterciopelados sorpresivamente. Se montan a la tarima y desde la primera canción, el seten-ta por ciento de los ciento cincuenta mil espectadores les grita como si fueran todos una sola voz, la voz de un pulpo gigante: “¡que se baaajen… que se baaajen!”. A la cuarta canción la presión es tal, que la banda decide bajarse (ojo, una banda puramente rockera: un bajo, una guitarra y una batería). Lo que ignoran esos miles de bogotanos enarde-cidos es que están pidiéndole al mismísimo guitarrista de Aterciopelados que se baje para que vuelva al escenario. “Me volví a subir, pero con otra camisa”, cuenta Alejo.

Julio Correal dice que la primera vez que Los Auténticos Decadentes tocaron en Rock al Parque “casi los levantan a tierra. Che, Julito, ¿qué está pasando –me dijeron asusta-dos–, si esto es cumbia?”. Algo similar sucedió con el voca-lista de La Mosca. “Le reventaron la frente cuando cantaba ‘Yo romperé tus fotos’. Me tocó cerrarle la frente con aguja, pero el tipo se dio garra hasta que los neutralizó”. Manejar a un público de estas magnitudes no es fácil, por lo cual muchas veces se ha discutido si el festival debe ser gratis o no, y si tiene que ser en varios lugares o concentrarse en un solo sitio. Lo cierto es que tenemos un festival que, como lo a!rma Astrid Harders, aprende año tras año sobre la marcha. Y lo innegable es que el festival también tiene un público. Masivo, poco especializado, a veces agresivo

(como toda colectividad), pero !el y agradecido de tener tres días de conciertos.

Si hablamos de valores ciudadanos, Rock al Parque tiene una razón de ser que se llama tolerancia. Y aquí tenemos que aceptar que, aunque se renueva cada año, el público ha evolucionado de manera signi!cativa en estos quince años, como a!rma Andrea Echeverri: “Ha sido una labor porque ellos mismos se han educado y ya no tiran mone-da, aunque también es importante hacer la programación de manera que no haya tanto choque entre uno y otro subgénero”. Tal vez fue un acierto haber especializado cada día, como propuso Julio Correal en las últimas ver-siones. Los Amigos Invisibles, sin embargo, creen que al público de Rock al Parque le gusta todo lo que sea bueno: “Nos habían dicho que el público era bien rockero y que no le gustaban las propuestas dance. ¡No hay que creer todo lo que a uno le dicen!”

Chucky García, periodista versado en el tema y también ju-rado este año del festival, a!rma que “el rock duro –heavy, metal, thrash, death, etc.– es la clase de rock más popular entre los jóvenes de Bogotá (por no decir que es la mú-sica moderna más popular entre los jóvenes bogotanos). Y justamente porque es una música encapotada, con los negros y grises que de una forma única le dan ese color sombrío y entrañable a nuestra capital. Además tiene la estridencia y cierta parte de la esencia de esa Bogotá en el olvido, en el anonimato, a la sombra y bajo múltiples señalamientos, la verdadera y más grande Bogotá, que es la Bogotá del sur. El público del rock duro es el público más visible del festival y gracias a ellos, en buena parte, se de-ben las grandes cifras de asistencia que el festival exhibe después de cada edición”. Así lo con!rma también María Sung, uno de los pilares del evento en sus primeros años: “Es un público pa’ las que sea. Se le mide al sol, a la lluvia y a jornadas de casi nueve horas de concierto. Si lo vemos bien, es un público juicioso y, sobre todo, paciente”.

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Auténticos Decadentes, 2004

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Los Amigos Invisibles, 2007

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alerta naranja

Las multitudes pueden ser inmanejables hasta para los roc-keros más pesados. Elkin Ramírez recuerda perfectamente esa tarde de 1997, cuando tocaron a la puerta de su came-rino minutos antes de la presentación de Kraken. “¿Quién es el vocalista del grupo?”, preguntó una mujer que vestía chaqueta de logística. Elkin titubeó un segundo y luego le preguntó qué necesitaba. Entonces ella lo miró !jamente a los ojos y sin moverse del umbral de la puerta le dijo: “Toda esta gente que está allá afuera los está esperando desde muy temprano. Hemos tratado de controlarlos pero ya nos queda imposible, estamos en alerta naranja. Si us-ted no maneja la situación puede pasar algo grave.” “Los demás me miraban estupefactos. Tuve que encerrarme en el baño y sentarme en el piso porque las piernas me tem-blaban”. El coordinador general de la banda tocó la puerta y le dijo a Elkin: “Déjeme entrar, que a mí también me die-ron ganas de orinar”. Era el primer concierto de Kraken en Rock al Parque. Como no tenían pedal para el bombo, los argentinos de A.N.I.M.A.L. les prestaron el suyo. “No pue-do asegurar cuánta gente había”, dice Elkin, “pero sí sé que la montaña de enfrente y los laterales estaban llenos de gente”. Entre más tocaba Kraken, más pedía el público en-loquecido. No querían dejarlos bajar del escenario. “Se me ocurrió improvisar la letra de “Una vez más”: Navegando voy, con escasa piel, tan sensible al escapar, uh, uh, una vez más, voy ausente, en tinieblas, bajo eclipses, soy quien tiem-bla, llantos grises suelo ser, uh, siento ser…”. Sólo así, Elkin pudo calmarlos un poco y terminar la presentación. “No-sotros salimos igual de nerviosos y quince minutos des-pués de bajarnos vi la Media Torta completamente vacía”.

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Kraken, 1997

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Aunque “el público es una chimba y solo hay veinte ma-ricos gritando pendejadas”, en palabras del bajista San-tiago Roa, este es un público que hace temblar la tierra, literalmente. Así lo recuerdan Zetha, de Koyi K Utho y Raúl Platz, de Los Elefantes y Lavanda Sonora. “En el 2006 íba-mos antes de Fear Factory y esperábamos un público poco receptivo. Sentimos cómo el piso del Simón Bolívar se mo-vía, es de lo más impresionante que he vivido”, dice Zetha, mientras que Platz rememora una sensación similar de años atrás, en el cierre del festival de 1997: “Incluso antes de subir al escenario sentíamos el piso del parque estre-mecerse ante el pogo de miles de espectadores. ¡Serían unos cuatro o cinco grados en las escala de Richter! Una vez arriba, conectar, mirar de frente sin divisar el !n de la multitud en el horizonte, tomar el último aliento y empe-zar… Fue difícil. El público en Bogotá es demasiado duro, pero !nalmente logramos domar esa bestia inmensa con nuestra música y energía, fue un éxito”.

A pesar de que muchos aseguran que la mayoría de los medios solo hablan de rock un !n de semana al año y que los que van a ver el “aguinaldo rockero” no son !eles segui-dores del movimiento rockero en general, algunas bandas tienen sus seguidores desde hace mucho tiempo. Después de varios años de vivir en Barcelona, en el 2007 Amós Piñe-ros, vocalista de Ultrágeno, sintió la altura de Bogotá en la tarima. “El escenario se me hizo inmenso, y fue difícil por momentos a causa de la sensación de soledad si no te co-municas su!ciente con tus compañeros de grupo por los lejos que están. Estábamos nerviosos y había mucha gen-te esperando ver, quizá, nuestro último concierto juntos”. Ocho años atrás, en 1999, él mismo tuvo que montarse al escenario del Simón Bolívar para calmar a un público que lo aclamaba porque supuestamente ellos cerraban el festi-val pero el tiempo que quedaba no alcanzaba y había dos bandas internacionales que tenían que tocar. “Ese fue uno de los momentos más místicos de mi vida”, dice Amós, que logró milagrosamente que se corrieran hacia atrás, como si fuera el pastor de un inmenso rebaño de ovejas negras.

Koyi K Utho, 2008

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me hablaron tan bien de ti, que pensé que te habías muerto

No por que este sea un libro homenaje al festival vamos a dejar de un lado todos sus errores. Su carácter, como el de cualquier persona, está hecho de cualidades y defectos. Y en el caso de Rock al Parque, es un carácter que siempre da de qué hablar, que genera controversia, que nunca le cae bien a todo el mundo. Hay que recordar esa graniza-da del 2007 donde los técnicos, los logísticos, la organiza-ción, los funcionarios y los músicos distritales, intentaban, pala en mano, despejar cerros de granizo con la esperan-za de que no se cancelaran los conciertos. Pero una de las cosas que se le critica al festival, fuera del trillado tema de la lluvia y de que su entrada debería cobrarse, es que no tiene trascendencia mucho más allá de ese !n de semana o, mejor, que si la tiene, no es una trascendencia que vaya de la mano con la industria musical colombiana, para mu-chos inexistente o demasiado incipiente y comercial.

Superlitio, 2008

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María Sung, una de las personas que más festivales cuen-tan en su larga trayectoria laboral como gestora cultural, Rock al Parque es el momento ideal para tener juntos, “bajo el mismo techo”, a todos aquellos que hacen parte de la movida rockera: “Se trata de fraternidad e intercambio en-tre bandas, público, otras bandas, disqueras, productores musicales, medios, fanáticos, en !n: todo un mundo que se mueve alrededor del rock pero que a lo largo del año trabaja de manera conectada pero individual”. Sin embar-go, veteranos de la escena y de la industria musical, como Santiago Roa o Iván Benavides, aseguran que esto no es del todo cierto. “No hay un antes y un después de la indus-tria musical debido a Rock al Parque. La industria tiene sus propias dinámicas y este festival no ha sido una in#uencia importante en el cambio de ellas, ni tampoco una plata-forma de lanzamiento de bandas nacionales”.

Para bandas como Koyi K Utho, esta a!rmación es comple-tamente falsa: “Nosotros !rmamos con Emi Music gracias a Rock al Parque en el 2004, cuando tocamos antes de Mo-lotov. Ahí fue donde nos vieron los de la disquera y fue por la presentación que se interesaron en nosotros. Nos sen-timos hijos de Rock al Parque”, dice Zetha, su baterista. Lo mismo asegura Superlitio: “Nosotros fuimos la banda re-velación del festival en el 97, cuando tocamos en frente de setenta mil personas luego de que Robi Draco terminara su presentación antes de tiempo. Creo que ahí Superlitio dio un gran paso y se lo debemos al festival”, cuenta Pe-dro Rovetto, su bajista. “Aparte, fue ahí donde conocimos a Tweety González (ex teclista de Soda Stereo) y desde en-tonces hemos trabajado con él. Aunque en Colombia no hay tanto una industria musical sino una escena, dentro de esa escena el festival tiene un valor tremendo”.

Lo que pocos tienen en cuenta a la hora de juzgar la im-portancia de Rock al Parque en la industria musical, es la gran crisis que viven las disqueras con o sin él. Su proceso de mutación debido a las nuevas tecnologías es evidente. “En ese limbo que vive la industria, la música en vivo, y por ende los festivales, han cobrado mucha importancia”, asegura Camilo Martínez, ex vocalista de El Zut. Aquí es necesarísimo decir que el festival se ha preocupado por bandas que no tienen un espacio en el mercado musical colombiano y que son muy reconocidas en otros países, como VHS or Beta, Bloc Party o Black Rebel Motorcycle

Club. Asimismo, hay que anotar que el festival hizo visible un público gigante, y aunque no todo ese público pueda pagar un concierto, eso hizo que los empresarios se arriesgaran económicamente a traer bandas de mucha más trayectoria.

Hay una pregunta pertinente: ¿qué tanta responsabilidad debe achacársele al festival por la industria musical? Como asegura Chucky García, “la evolución de la escena musical no depende de Rock al Parque. Simplemente permite que las bandas locales y nacionales puedan tocar ante miles de personas, darse a conocer y promocionarse, más aún teniendo en cuenta que en los conciertos de rock de los empresarios privados la opción para telonear o hacer par-te del cartel es bastante cerrada o rifada. Más allá de esto, pedirle al festival –que se realiza una vez cada año y que a lo largo de este no tiene ninguna otra relación con la es-cena más allá de la convocatoria– que haga evolucionar la escena o la música nacional está fuera de sitio, porque dicha evolución depende de una serie de factores ajenos al evento. Para comenzar, la industria nacional de la músi-ca es ajena al evento (sellos grandes, empresarios grandes, programadores de las principales cadenas radiales, etc.)”.

Sus organizadores tienen esto muy claro, como lo recalca Catalina Ramírez, la directora de la Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte (SCRD): “Rock al Parque no es sinóni-mo de fortaleza en la industria discográ!ca, aunque la Car-pa Distrito Rock es claramente una muestra de empresas y productos ligados a este género musical. Rock al Parque ha exigido que las bandas piensen en calidad técnica y musical y que se hayan desarrollado actividades y trabajos importantes en distintos ámbitos de esta industria como los roadies, el management, la ingeniería de sonido, los jefes de prensa y el booking, entre otros. Particularmente en los estándares de producción. Con los años la comple-jidad del festival lo llevó a unas instancias relevantes en términos técnicos. Hoy día la producción de conciertos en Colombia le debe mucho a Rock al Parque como ejem-plo puntual de desarrollo en ese sector”.

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Bloc Party, 2008

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VHS or Beta, 2005

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Sargento García, 2007

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with a little help from my friends

Otras industrias relacionadas con la producción de espectáculos se han visto fuertemente impulsadas por el festival. Por ejemplo, las empresas de logística. Rock al Parque generó un movimiento de jóvenes que de manera gratuita colaboraban con la orga-nización del evento, la logística y la seguridad durante el desar-rollo del mismo y que se hicieron llamar Fuerza de Paz. “Con los años esto se convirtió en una fuente de empleos con la creación de empresas profesionales dedicadas a esa actividad como 911 y GSP”, dice Catalina. Daniel Quiñones, de Logística 911, más cono-cido en el medio con Taichi, dice que Rock al Parque les subió el nivel, no solo a ellos, sino a empresas que proveen sonido, luces, estructuras, roadies e ingenieros. “Nosotros no podíamos seguir siendo los chinos que protegían un muro. Tuvimos que aprender primeros auxilios, manejo de masas, en !n, profesionalizar nues-tro servicio. El cambio que generamos en el festival y que el festi-val generó en nosotros fue inmenso porque antes eran como dos bandos y nosotros neutralizamos esa tensión metiendo a nuestra gente dentro del público y trabajando con parceros que conocían cada tribu. Calvos, punketos, metaleros, darks, todos se acercaron naturalmente porque trabajábamos con sus parceros”.

También las empresas que prestan servicios de sonido, los in-genieros y los roadies han andado un camino largo al lado del festival. Hugo Ospina, antiguo roadie de La Derecha, Atercio-pelados, Ultrágeno y La Pestilencia, se convirtió en jefe de es-cenario desde el primer festival, lo cual signi!ca manejar todo el tema técnico en tarima. Al principio era él solo. Ahora tiene una empresa que se llama Roadie Colombia conformada por diez personas. Daniel Casas le entrega los riders con unas sema-

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nas de anticipación y él los trabaja de la mano con Camilo, el productor general, porque no solo son requerimientos técnicos, sino logísticos y de hospedaje. “Rock al Parque es el momento en el que se puede mostrar el nivel al que se ha llegado. Nosotros no decimos que hemos crecido por Rock al Parque, sino con Rock al Parque”. Aparte de cargar y ajustar instrumentos y ampli!cadores, Hugo vive de cerca los mo-mentos más álgidos de los conciertos. Tan álgidos que en el 99, minutos antes del toque de Illya Kuryaki, Hugo recibió doscientos veinte kilovatios de descarga eléctrica y estuvo muy grave. Pero eso se le olvida cuando recuerda el día en que Calao, el presentador de las bandas, lo dejó presentar a Divididos, una de sus bandas favoritas. “Cogí el micrófono y dije: ¡Con ustedes la aplanadora banda Divididos! Lo más charro es que Calao me dijo que menos mal los había presen-tado yo, porque él iba a presentar una banda equivocada”.

Vladimir Rodríguez, que hoy en día trabaja en la Secretaría de Gobierno y que ha manejado a las tribus urbanas del festival, recuerda claramente el concierto de Yuri Gagarin en que le pi-dieron su ayuda en la logística de Rock al Parque. “Un mechudo bacán me dio una camiseta y un bate a mis escasos pero no notos trece años, imagínese la alegría: yo, un imberbe tropele-ro tenía ahora paga por asistir a un festival que me permitía ver a los grupos de la movida rockera en Bogotá sin tener que co-larme a Abbott y Costello, a Kalimán o a la bodega en Torremo-linos donde los porteros, si me pillaban, me la montaban y me sobornaban por ser tan chiquito”. Vladimir duró cuatro festiva-les formándose en la seguridad logística desde el uso del bate y la linterna como mecanismo de disuasión, pero al tiempo crecía musicalmente y empezaba a generar un espacio de in-tercambio interesante con sus pares rockeros. “Rock al Parque no es solo bandas, buenos y malos toques, sino principalmente un escenario de reencuentro y de expansión de las tendencias culturales más underground y creativas de la ciudad, desde los peinados, el vestuario, la idiosincrasia, la mezcla de ritmos, de genes, de generaciones que se van y dejan historia”.

Los músicos mismos también saben lo que han crecido gracias a Rock al Parque. “Al principio éramos muy novatos. No teníamos ingenieros de sonido, ni gente de luces. Nos montábamos y ni siquiera éramos músicos. Ahora todo el mundo ha desarrollado su show”, dice Andrea Echeverri. ¿Tendrá esto que ver también con el fogueo de las bandas locales con internacionales?

Camilo Rincón, 2007

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los de afuera

En el 2005, frente a unas treinta mil personas, la banda bogotana Morfonia iba a tocar después de Babasónicos y antes de Spinetta, experiencia que su bajista, Santiago Roa, llamó “sándwich argentino”. Aunque Morfonia tenía su repertorio fríamente calculado y cronometrado, los téc-nicos colombianos empezaron a ser presionados por sta-ge managers argentinos algo alterados. “Babasónicos tocó todo el tiempo que le dio la gana y Morfonia, por ende, tuvo que recortar su ya de por sí breve show de treinta y cinco minutos. Cuando arrancamos a tocar, ya azarados, no se oía una guitarra y la otra estaba totalmente desa!na-da. La secuencia empezó a mamar gallo, fue una pesadilla absoluta. De todas formas rocanroleamos y sobrevivimos”. A pesar de tan nefasta experiencia, Santiago asegura que conocer a Luis Alberto Spinetta, verlo tocar con esa fuerza increíble, fue una gran enseñanza.

Dejando de un lado el asunto de qué tanto ha evoluciona-do la industria como tal, los invitados internacionales han sido también fuente de inspiración para grupos locales que hoy en día se la juegan toda por su música. Alejo Go-mezcáceres, de Ciegossordomudos dice, por ejemplo, que ver a Manu Chao en el festival lo marcó profundamente. “Con su música y su ser, él es lo más parecido a una verda-dera revolución musical y, sobre todo, popular”.

Los Amigos Invisibles también cuentan que hicieron ami-gos visibles: “Hicimos muy buenas migas con Los Tetas de Chile, y en uno de los shows satélites del festival hicimos un jam entre las dos bandas que aún recordamos con mu-cho cariño. También vimos por primera vez a Nortec en tarima… hemos mantenido contacto con muchos de los

Spinetta, 2004

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Camilo Rincón, 2007

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Cultura y Turismo, quiso invertir los recursos destinados al festival en otros proyectos. Gracias a la revista Suburbia y a 99.1, se organizó una recolección de !rmas que lo apo-yaban. Cerca de veinte mil !rmas impidieron su muerte. “Llegaban hojas de cuaderno !rmadas por muchachos en los recreos de los colegios”, cuenta Héctor Mora con emo-ción. “Creo que fue de las primeras veces que los jóvenes de verdad tomaron parte por su propia iniciativa en los destinos de su ciudad”. Fue entonces que Robi vino por primera vez, en el 98, y 173 mil personas con!rmaron que el rock también era parte de nuestra raza. Diez años más tarde, cuando Robi se bajó del escenario, le preguntó a Ju-lio Correal emocionado: “¿Cómo es eso de que Colombia está en guerra? Hasta donde llegan mis ojos nadie está peleando”. ¿Cómo podría llamársele a tener reunidos du-rante tres días a trescientos cincuenta mil jóvenes en paz, si no un momento histórico?

músicos que hemos conocido en festivales. Por suerte mu-chas de las bandas de nuestra época crecimos en una ge-neración donde no existe tal cosa como el rockstar”, a!rma José Luis Pardo, guitarrista de la banda venezolana. Hora-cio Blanco, vocalista de Desorden Público, también puede contar entre sus amigos varias bandas de reggae y de ska colombianas: “Luego de Rock al Parque y gracias a él grabé con La Severa Matacera y con The Claxon”.

El hecho de que vengan agrupaciones de alto nivel al festi-val hace que las bandas incipientes entiendan que la músi-ca puede ser un trabajo de verdad. “Los festivales son la me-jor herramienta que una banda puede tener para acceder a nuevos públicos que jamás se acercarían a ella de manera natural y te enseñan lo afortunado que eres de poder llamar a esto profesión”, añade José Luis. En otra voz, también ve-neca (la de Horacio Blanco de Desorden Público): “Los fes-tivales sirven para reavivar locuras rituales, para el éxtasis colectivo, para abrir grifos, para aligerar la presión”.

La emoción que emana de este público, tanto con visitan-tes como con locales, es tal, que hasta Catalina Ramírez, hoy directora de la SCRD, se contagió en el último festival: “Lo viví desde la tarima. No se me olvida la vibración de las tablas cuando el público gritaba para saludar a un grupo o despedir a otro, casi te hacían perder el equilibrio. La emo-ción es contagiosa y de verdad sorprende que los casi cien mil jóvenes que reúne el festival por día comulguen en un espacio como este. Me sorprendió cómo reclamaban y acogían la música local, con tanto o más entusiasmo que a la de los músicos extranjeros”.

Semanas antes de que se realizara el festival que celebra-ba sus diez años en el 2004, Robi Draco le dijo a la prensa colombiana que iba a ser un momento histórico. “Todo lo que hago, lo hago como si fuera el último día de mi vida. Cada vez que canto, que compongo, que hago el amor, le pongo el alma como si fuera la última vez. Cuando me suba a tocar al escenario del Simón Bolívar va a ser como si fuera mi última noche”. Esa noche, no la última de Robi, sino la segunda, se constató una vez más que Rock al Par-que era ya una institución absoluta, y muchos de los que alguna vez temieron por su futuro recordaron el momento álgido pero ya lejano en que el festival iba a desaparecer. Catalina Meza, directora entonces del Instituto Distrital de

Robi Draco Rosa, 2004

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Café Tacvba, 2004

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Apocalyptica, 2005

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el rock ya está acá en el parque

Aparte de opinar que a nivel de Estado (no de distrito) Rock al Parque es una de las mejores ejecuciones jamás vistas en Colombia, Luis Eduardo Garzón explica la plura-lidad del evento con una imagen puntual: “Ver a Martha Senn en tenis y sudadera, organizando un festival de rock, es como ver a la reina Isabel haciendo aeróbicos en un gimnasio. Que toda una mezzosoprano se le midiera a eso da cuenta de la magnitud del festival”.

Al respecto la propia Martha Senn, ex secretaria de la SCRD, dice: “Dada mi profesión de cantante lírica, no pude menos que sentir envidia de esos artistas que tienen públicos tan masivos, en festivales abiertos en parques, que los aplau-den miles de palmas, que gritan y cantan con ellos, que se entusiasman hasta casi perder el sentido, que se identi!can cuando hay algún mensaje en los textos de sus cantos, que bailan y que no les importa que el cielo se les caiga encima de un aguacero, porque la !delidad de los rockeros resiste lluvia, granizo, truenos y agresiones. Por supuesto, solo los jóvenes espíritus –aunque hay numerosos meno y andro-páusicos que conservan esa juventud– son capaces de re-sistir horas de horas sin comer, interminables dosis de brin-cos y desaforados gritos con los que alaban a sus grupos preferidos. Debo anotar que lo que más me impresionó es el llamado rock duro, que supone que sus intérpretes busquen en las profundidades más impensables de sus cuerdas vocales, ruidos escabrosos que le generan pánico vocal a cualquier cantante de otro género”.

Y, hablando de música culta, para muchos el show más impresionante que ha dado este festival es el de Apo-calyptica, en el 2005. En palabras de Chucky García: “Su presentación fue contundente, especial, perfecta. Rock duro y frontal interpretado con una instrumentación y una formación poco convencionales, a partir de chelos, con la técnica y la frialdad propias de la música clásica europea y las trepidantes y vistosas sinfonías del rock universal”. Los !nlandeses, que empezaron haciendo covers de metal con sus chelos a manera de jam, son un ejemplo perfecto para demostrar que las barreras entre la música culta y la música popular no existen y que la música debería tener solo dos denominaciones: buena o mala.

Como lo dije al principio, es imposible rememorar tantos momentos en tan poco espacio. Por eso me adhiero a las palabras de Vladimir Rodríguez, quien dice que está con-vencido de que en el momento de su muerte, cuando uno supuestamente ve pasar su vida en un instante, es posible que muchas imágenes de este festival pasen por sus ojos y por los de muchos bogotanos y colombianos, y los de mu-chas generaciones que de!nieron sus gustos y disgustos a lo largo de incontables días de extrema convivencia. Si hubiera que dedicarle una canción a Rock al Parque, “Llo-vía, llovía” le iría muy bien. La lluvia y el festival parecen ser novios eternos. Afortunadamente no hay que echar mano del tema de Leonardo Fabio, pues Andrea Echeverri y Héctor Buitrago hicieron lo suyo, paradójicamente bajo la lluvia, en el 2007, para grabar un video homenaje que pre-sentaron el año pasado, titulado “Al parque”. Andrea dice que cuando cantó la canción en vivo no vio ni oyó todo, pero que cuando vio el video se le salieron las lágrimas. Algo similar sucede con los recuerdos que cada uno guar-da de Rock al Parque. Como dice la canción de Aterciope-lados: Recuerda, hoy fuimos uno en esta !esta, que siempre se sienta. Recuerda todo el poder de ser una sola tribu.

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recuerda, hoy fuimos uno

en esta fiesta, que siempre

se sienta. recuerda

todo el poderde ser unasola tribu

Aterciopelados, 2007

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recuerda, hoy fuimos uno

en esta fiesta, que siempre

se sienta. recuerda

todo el poderde ser unasola tribu

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el festivalen cifras

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comparativo por sexo de asistentes a rock al parque

52 59 56 56 64 7466 55,8

N.º casos de estudio

hombres

41 44 44 36 263435,29 44,2mujeres

1997 1998 1999 2001 2002 2003 2004 2005 2006 2007 2008AÑO

Durante los quince años del festival se muestra una tendencia a un mayor porcentaje de asistentes de sexo masculino que femenino. Solo en el año 1997 la tendencia re#eja una parti-cipación muy cercana entre los dos sexos. Se presenta un acercamiento en los años 2003, 2004 y 2008. Fuente: Mediciones Observatorio de Culturas - Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte. Metodología: Tendencias de asistencia por sexo con estudios de caso realizados por año.

No se realizaron estudios de caso en el año 2000.

29

71

33,29

66,71

48

929 1608 774 1234 2034 1238 958 837 609 732 1315

64,71

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comparativo por sexo de asistentes a rock al parque

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1997

1998

1999

2000

2001

2002

2003

2004

2005

2006

2007

2008

4,79

1,75

7,58

19,4

13

8,59

19,7

12

8

8

14,31 comparativo de edades de asistentes a rock al parque

Rock al Parque es un festival joven. La tendencia muestra que los menores de 26 años, es decir los jóvenes, son quienes presentan un porcentaje mayor de asistencia al festival. Fuente: Mediciones Observatorio de Culturas - Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte. Metodología: Tendencias de asistencia por edades agrupadas con estudios de caso realizados por año, calculadas y agrupadas en porcentaje con criterios de!nidos por la O!cina Observatorio de Culturas tomando como base la Ley 375 de 1997 o Ley de la Juventud que considera una persona joven hasta los 26 años.

**No se realizaron estudios de caso en el año 2000.

1997

1998

1999

2000

2001

2002

2003

2004

2005

2006

2007

2008

92,42

98,25

95,21

80,6

87

91,32

80,3

88

92

92

85,69

AÑOS

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comparativo de edades de asistentes a rock al parque

**No se realizaron estudios de caso en el año 2000.

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1997 1998 1999 2000 2001 2002 2003 2004 2005 2006 2007 2008

70

60

50

40

30

20

10

00

SUPERIOR

MEDIA

INFERIOR

comparativo de nivel deeducación de asistentes a rock al parque

EDUCACIÓN

El porcentaje de personas que asisten al festival en su mayoría, de acuerdo con la tendencia por estudios de caso, tienen una formación en educación media y superior, es decir personas que están cursando bachillerato o quienes ya acceden a la universidad. Fuente: Medicio-nes Observatorio de Culturas - Secretaría de Cultura, Recreación y De-porte. Metodología: Tendencias con estudios de caso realizados por año, calculadas y agrupadas en porcentaje por nivel de educación.

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versiones14

conteo de asistentesa rock al parque

Durante sus catorce versiones, Rock al Parque ha tenido niveles de asistencia representativos. Los niveles de asistencia más altos se presentan en los años 1999 y 2004 cuando se realizó la X versión con un total de asistentes de 327.276 personas. Fuente: Conteos O!cina Observatorio de Culturas - Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte.

8 0 . 0 0 0 1 0 5 . 0 0 0 1 6 0 . 0 0 0 1 2 9 . 4 4 2 2 6 5 . 2 6 1 2 6 5 . 2 6 1 1 0 3 . 5 8 5 5 2 . 8 7 5 7 7 . 3 8 9 3 2 7 . 2 7 6 1 7 4 . 5 9 9 2 3 5 . 0 3 0 1 1 5 . 0 6 8 1 7 2 . 1 3 5ASISTENTES19951996199719981999200020012002200320042005200620072008AÑO

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8 0 . 0 0 0 1 0 5 . 0 0 0 1 6 0 . 0 0 0 1 2 9 . 4 4 2 2 6 5 . 2 6 1 2 6 5 . 2 6 1 1 0 3 . 5 8 5 5 2 . 8 7 5 7 7 . 3 8 9 3 2 7 . 2 7 6 1 7 4 . 5 9 9 2 3 5 . 0 3 0 1 1 5 . 0 6 8 1 7 2 . 1 3 5ASISTENTES19951996199719981999200020012002200320042005200620072008AÑO

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comparativo de asistenciapor estratos a rock al parque

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1997

1998

1999

2000

2001

2002

2003

2004

2005

2006

2007

2008

120100806040200%

Participación porcentual estratos 1-2-3 Participación porcentual estrato 4

Participación porcentual estratos 5 y 6 NS-NR

Al evaluar las tendencias de personas que asisten a Rock al Parque se puede encontrar que los estratos 1, 2 y 3 tienen un mayor porcentaje de participación. Sin embargo, el hecho de encontrar todos los estratos, muestra la integralidad del festival y su representación para la ciudad. Fuente: Mediciones Observatorio de Culturas - Secretaría de Cultura, Re-creación y Deporte. Metodología: Tendencias de asistencia por estratos con estudios de caso realizados por año.

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Este libro se terminó de imprimir en el mes de junio de

2009 en los talleres gráficos de Panamericana Formas

e Impresos, horas antes de que las guitarras empezaran a sonar en la decimoquinta versión del Festival Rock al Parque. Para

ello fue indispensable el apoyo del Observatorio de Culturas de la Secretaría de Cultura,

Recreación y Deporte, así como los invaluables aportes

y la incondicional colaboración de La Silueta, Daniel Casas, Donny Rubiano y muchos de los músicos que han hecho

de este festival una verdadera institución.