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ROMPE LA SANDÍA DE TU VIDA

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DAVID MONTALVO

ROMPE LA SANDÍA DE TU VIDA

Cómo disfrutar

el jugo de la felicidad

y vivir sin ataduras

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ROMPE LA SANDÍA DE TU VIDA Copyright ©2008 por David Montalvo Copyright ©2008 por Ediciones Empresa y Cultura, S.A. de C.V. INSPIRARE EDITORIAL www.grupoinspirare.com [email protected] 1ª. Edición, Julio, 2006 2ª Edición: Octubre, 2008 15ª Reimpresión: Diciembre 2014 Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita del editor, bajo las sanciones establecidas por las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra, incluyendo la portada, por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la fotocopia y el tratamiento informático. ISBN: (En trámite) Corrección y edición: Hugo Valdés Diseño de portada: Carolina Garza Impreso en México - Printed in Mexico

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Comienza el cuento. Todo lo que se requiere por parte del discípulo es que escuche, no atentamente, sino con interés, con un corazón abierto, sin ninguna tensión. Hay que disfrutar del cuento. Cuando lo disfrutas te revela sus misterios.

Osho

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ÍNDICE

Prólogo para la nueva edición

Introducción

1. Pato a la escopeta

2. Doña Sonrisas

3. Al mal paso…uno bueno

4. Si le aprietas, se rompe

5. Pasión para llevar

6. Miss Delirios

7. Cuatro aviones en un hospital

8. Siembra y se te dará

9. Perdónate

10. En reconstrucción

11. Cancún…en proceso de purificación

12. Oportunidades, simples oportunidades

13. La magia está en ti

14. ¿Y dónde quedó el niño?

15. ¿Y dónde quedó el niño? II

16. Perseguir la pelota

17. Haz de tu vida un papalote

18. ¿Turista o peregrino?

19. Echando a perder, se aprende

20. Ponte tu nariz

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21. Pequeños detalles

22. La comida de mamá

23. Habla ahora o calla para siempre

24. Tú eres tú, el otro es el otro

25. Carta a un hombre millonario

26. Con piel de tigre

27. Volar sin ensuciarnos

28. Servir para que sirvas

29. Una vida de película

30. Rompe la sandía

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A los que pasaron, los que están pasando y los que

pasarán por aquí.

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PRÓLOGO PARA LA NUEVA EDICIÓN

La vida es un experimento. Experimenta en ella. R.W. Emerson

NADA ES UN ACCIDENTE. Ni siquiera que tengas este libro en tus manos. Cuando se publicó la primera edición escuché diversos comentarios, pero hubo uno que llamó poderosamente mi atención: “este libro tiene algo”. Fueron las palabras de un afamado empresario, después de leerlo y haber obsequiado algunos ejemplares a sus empleados. Y ahora, dos años después de que el libro se publicara por primera vez, debo confesarlo: en efecto, tiene algo. “Algo” no esperado —ni siquiera por mí— que rompió cualquier pronóstico e hizo que miles de personas pudieran romper sus propias sandías. Ese “algo” viene de hace tiempo. Recuerdo que cuando comencé a escribirlo sucedieron cosas difíciles en mi vida que me hicieron probar todas y cada una de las palabras imaginadas y plasmadas. Como si el universo me mandara a su visor o sinodal para juzgar si todo lo que quería decir en el libro funcionaba realmente. Ahora, para que surgiera esta nueva edición también se tuvieron que brincar muchos obstáculos, pero fue la mejor forma de probar, replantear y reestructurar todas las ideas de nuevo. Para mi sorpresa, siguen siendo tan vigentes como lo eran aquella mañana de abril, en esa sala de hospital, cuando comencé a teclear este sueño que tienes entre tus manos. Descubro ahora que Rompe la sandía de tu vida tiene “algo”, pues su objetivo jamás ha sido ni será enseñar a nadie, sólo compartir. Su

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contenido se concebió y nació, de forma sincera y auténtica, mediante vivencias reales, encuentros ocasionales, pláticas de banqueta, tardes de café y noches mágicas e inesperadas. Ese “algo” que también ha tenido una gran fuerza en mi vida, es lo que ha hecho que este libro haya llegado al corazón de miles de personas en los últimos años, y la razón principal por la que se publica de nuevo, ahora en otro sello editorial, con mayor fuerza, de forma actualizada, corregida y “recargada”. De esta forma, te agradezco por estar aquí, compartiendo conmigo este instante que la sincronía de la vida ha permitido. Y espero que nos podamos conectar a través de estas palabras para encontrar ese “algo”, esa “inspiración” que nos haga romper nuestra sandía, cuantas veces sea necesario. Todo esfuerzo es poco si se aprende a sacarle jugo a cada momento y, de esta forma, disfrutar una vida con mucho más sabor. Recuerda, nada es un accidente. David Montalvo Otoño 2008

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INTRODUCCIÓN

Un buen día, al finalizar una conferencia, se me acercó un joven para hacerme esta pregunta: —Y usted, ¿sobre qué escribe? —Escribo de lo que vivo, veo, escucho o me platican —le contesté. Escribo sobre la vida diaria que puede llevar cualquier mortal, como tú o como yo. Escribo en donde me den la oportunidad amorosa de plasmar y clarificar mis pensamientos, ya sea en la columna de un diario, en una revista, un sitio web o hasta en una servilleta. Bien dicen que escribir es un parto. Tienen mucha razón. Cada libro es diferente en forma, pero en el fondo sigues entregando tiempo, alma y corazón en cada palabra. Con éste no ha sido la excepción. En esta nueva recopilación de los que considero —en mi humilde opinión— los mejores 30 artículos o reflexiones de este año, ha quedado un trozo de mi vivencia personal. Hablo de experiencias con las que me he cruzado en el camino; algunas, dulces y suaves, otras, no tanto. Pero cada una de ellas ha formado parte de mi propio Plan Perfecto. Ha sido una labor desafiante. Mucho de lo que vas a leer lo escribí justo en el momento en que la vida me obligó a probar mi propia filosofía, la que transmito en mis cursos y conferencias. Pareciera que en cada artículo juego el papel del escritor, pero también del lector. Soy un ser humano como tú, como tu vecino, como cualquiera. Eso es lo que me inspiró, aún más, a sacar a la luz este nuevo material. La vida misma me lo solicitó por medio de sus valiosas lecciones en tiempos difíciles. No tengo la menor duda de que con muchas de ellas te podrás identificar.

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Aunque siendo sincero, no pretendo erigirme como maestro, gurú o guía espiritual. Nunca ha sido mi intención y no lo será. Para mí, lo que ya sabes y en lo que crees es sagrado. Simplemente… hemos podido coincidir a través de este libro. Prefiero compartirte las ideas que he experimentado o que otros, aun sin darse cuenta, me han transmitido. Desde una mesera de hospital apodada Doña Sonrisas; pasando por un taquero apasionado, un taxista de la Ciudad de México y un niño de seis años; hasta un payaso de circo. Es un libro para leerse de principio a fin, pero también de fin a principio. Es decir, que no está escrito en orden cronológico. En cada página encontrarás ideas con las cuales sentirás ganas de reír, de llorar, de pensar, de tomar el teléfono y hablarle a esa persona especial, y que seguramente te servirán para tomar energías para el resto del día. Sólo déjate llevar por lo que dicte tu interior. Esto de las sandías no obedece a que haya cambiado la profesión de conferencista por la de verdulero; surgió hace algunos meses cuando un vendedor de frutas me invitó a comprar algunas. Las observé detenidamente, pero su aspecto no me convenció. Cuando estaba por marcharme, el comerciante me paró en seco con la siguiente propuesta: —No se fije en lo de afuera. Lo mejor es lo de adentro. Me ofreció un poco de una de ellas para probarla. Definitivamente tenía razón. La fruta tenía un sabor excepcional y un color rojo envidiable. Se deshacía en mi boca. Aquel bocado no guardaba relación alguna con el aspecto de la cáscara. Aunque no fue su intención, el vendedor me dio un gran mensaje, en pleno supermercado, que me llevó a escribir el libro que tienes en tus manos.

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En la vida sucede lo mismo: lo mejor del ser humano está por dentro. Para descubrirlo, sólo necesitamos hacer un viaje al interior. Este libro podrá llegar a ser tu boleto de partida, el impulso que necesitas, el antídoto para curar las heridas del alma, sanar los resultados del pasado y avivar tus deseos de vivir plenamente. No me resta más que desearte una agradable experiencia y que puedas sacar el máximo jugo de tu existencia… rompiendo tu propia sandía. Vamos a platicar un poco. Con afecto, David Montalvo Verano 2006

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Bienvenido al instante perfecto. Bienvenido al momento ideal.

Gracias por estar aquí.

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1. Pato a la escopeta

Hay muchos genios cavando en las huertas y muchos mediocres gobernando naciones. Anónimo

“Ahora resulta que los patos les tiran a las escopetas”, comentó un político de mi localidad cuando unos ciudadanos le presentaron un proyecto de desarrollo urbano para ejecutarlo. Personajes tan “ilustres” como este político aparecen todos los días: Padres de familia autoritarios que imponen a sus hijos la carrera universitaria y, en ocasiones, hasta su pareja. Maestros que en lugar de fungir como facilitadores se desempeñan como impedidores del aprendizaje en el salón de clases, sin permitir que nadie opine, o imponiendo reglas sin sentido, pensando que un 100 de calificación es más relevante que diseñar una estrategia para que el alumno aplique sus conocimientos afuera del aula, donde realmente es importante. Algunos directores o gerentes de departamentos que por el hecho de tener un nivel de estudios más avanzado —¡ellos sí estudiaron maestría o doctorado!—, no permiten un solo comentario o enseñanza de sus empleados, como excusa de que su puesto es más alto. ¡Si tan sólo nos diéramos la oportunidad de pensar que en algunos momentos los patos les podrían tirar a las escopetas! No con el fin de dejar en ridículo a esas personas que gravitan en las altas esferas o para burlarse de su poca cultura, sino para demostrar la premisa de que nunca dejamos de aprender de los demás. Muchas veces, en la universidad nos enseñan profundas y complicadas teorías físicas, matemáticas o filosóficas, pero muy pocas veces nos comparten teorías de vida, ésas que no suelen refrendarse con un

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diploma o una constancia, pero que permanecen para siempre. Definitivamente, vaciar con humildad el jarrito lleno de conocimiento nos permite recibir cada día más. De esa manera nos vamos a topar con niños que nos dan una verdadera cátedra de la sonrisa sincera o del amor auténtico, con viejecitos que con un abrazo nos enseñan el arte de la compañía. Tendríamos asesorías magistrales de un limpiavidrios sobre la perseverancia y lucha por unos cuantos pesos bajo el sol. En fin… estamos rodeados de patos que nos tiran cañonazos de amor, aunque a veces nos sintamos escopetas. Regálate un tiempo para tener una plática con un extraño o preguntarle a tu hijo, empleado, alumno o amigo sobre un tema o situación difícil en particular. Aunque tengas tu propia respuesta, te sorprenderás con su visión, muchas veces más humana y más llena de vida. Déjate que te tiren los patos: aprenderás más de lo que imaginas.

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2. Doña Sonrisas

La risa es el trapo que limpia las telarañas del corazón. Mort Walter, caricaturista estadounidense

¿Una sonrisa nos cambia la vida? Yo hace años pensaba que no. Como muchos, imaginaba que era un movimiento facial igual que cualquier otro. Pero como diría mi madre: “Los golpes en cabeza propia son los que más duelen”, o hasta que no vivimos la experiencia, no aprendemos. Y justo lo tuve que comprobar por cuenta propia, para ahora compartírtelo. En la cafetería Los Arcos atendía una mesera muy especial. Hacía la diferencia con sus clientes trabajando de forma más intensa, aunque recibiera el mismo sueldo que los demás. Sus resultados se notaban por la propina que recibía. Por su capacidad de mantener de oreja a oreja un rostro risueño y reluciente, fue apodada Doña Sonrisas. Era impactante no tanto el gesto, sino el tiempo que lo mantenía. Tenía actitudes positivas que realmente “enamoraban” al cliente, por lo que no era extraño que éste volviera al lugar. La mujer no gozaba incluso de mucho atractivo físico, pero se imponía su belleza interior y el hecho de que, a sus sesenta y tantos años, su carisma se conservara intacto. Al momento de llegar al restaurant te recibía con comentarios como: “¿Una mesa con vista al mar?”, “¿Desea algún acompañante?”, “¿Unos taquitos para la dieta?”, que aderezados con su proverbial sonrisa se convertían en una fórmula antiestrés que hacían disfrutar la comida. Esto de la magia que tiene la sonrisa no es noticia nueva, pero ¡ah, cómo se nos olvida! Andamos con la agenda llena y el reloj vuelto loco;

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en el tráfico, en la oficina o en la universidad andamos con la cara larga y el ceño fruncido. Bien dicen en la India: “Una carcajada vale más que una hora de yoga”. Por algo en Oriente vemos a tanta gente feliz o por lo menos en aparente paz. Sonreír es toda una filosofía de vida, un hábito para conquistar a diario. La risa eleva inclusive la producción de los narcóticos naturales del cerebro; por eso es adictiva. No es sólo alimento para acrecentar el alma o agrandar el espíritu, sino también generador de climas de paz y alegría en nuestros alrededores. Existen diferencias importantes entre la gente alegre y la que se queja hasta de la salida del sol. A la gente risueña, sonriente, le va siempre mejor: cuando pasa por tiempos difíciles aprende más, y le hace la vida más ligera a los demás. Un payaso de profesión, Miliki, que ha hecho reír a multitudes de chicos y grandes, cuenta en su autobiografía una anécdota de cómo con la sonrisa podemos cambiar la situación de guerra, sufrimiento, dolor, estrés o tensión en la que nos hallemos inmersos. Recién llegados a Estados Unidos, nuestra gran preocupación era cómo hacer reír a un público cuya filosofía de vida y costumbres difieren totalmente de las nuestras, escribió el famoso payaso. Buscándole las cosquillas a la gente corriente, en la calle tratábamos de encontrar las claves de su sentido del humor. En todas las cafeterías de autopista del Medio Oeste anunciaban con grandes letreros: “Second Coffee Free”, o sea, el segundo café es gratis. En uno de nuestros primeros viajes, paramos en una de las aquellas grandes cafeterías. Al llegar la mesera a nuestra mesa, libreta y lápiz en mano, le pregunté: —¿El segundo café es gratis?

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A lo que me contestó: —Por supuesto. Entonces le dije: —Pues tráigame el segundo café, por favor. La mesera soltó unas carcajadas y le confesó a Miliki, tiempo después, que gracias a su ocurrencia había iniciado un día que sería uno de los más formidables de ese año. ¡Vale la pena sonreír a pesar de las dificultades! Aprendamos de Doña Sonrisas o Miliki, creando sonrisas para hacerles la vida menos pesada a los demás y, casi sin proponérnoslo, nuestra vida irá tomando más sabor. Si piensas que es cursi, alucinado o ridículo, sólo haz la prueba. No pierdes nada y ganas mucho. Si te cuesta, esfuérzate y poco a poco tu mente y tu cuerpo se irán acostumbrando a transformar este gesto tan noble en un hábito con el que tocarás almas y harás crecer la tuya.

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3. Al mal paso… uno bueno

Una experiencia nunca es un fracaso, pues siempre viene a demostrar algo. Thomas Alva Edison

En estos momentos voy a tratar de imitar las cualidades extraordinarias del comediante mexicano Chespirito, cambiando el viejo y conocido refrán: “Al mal paso, darle prisa”, por algo más positivo y humano: “Al mal paso… uno bueno” No se trata de confundir a mi querido lector sobre las andanzas respectivas de cada uno, sino de evitar el martirio, la agonía y el sufrimiento —aunque se escucha fuerte, para muchos lo es— que vivimos cada vez que se nos presenta una situación difícil. Somos especialistas en ser víctimas de los problemas. Comentarios como: “Sólo me pasa a mí”, “La vida la trae en mi contra”, “Con mi mala suerte, mejor ni me levanto de la cama”, me llegan seguido en mensajes electrónicos o sesiones de consultoría. Lo más interesante de esto es que existen personas que no sólo lo sufren, sino que desean ardientemente que los demás sufran con ellos, contando por donde quiera que vayan sus situaciones más desagradables, creando monumentos a la negatividad o convirtiéndose en ellos. Pareciera que estamos acostumbrados a ver los malos ratos o los problemas como culpa del destino o como si fuera un sorteo de “quién la pasará peor en la vida” y nos autoconcedemos el primer lugar. Dar un mal paso o tomar una decisión que nos da un resultado que no esperábamos es simple y sencillamente eso, el resultado de una elección. Caminar en el lugar equivocado aceptando que cometimos un error, no nos quita el valor que tenemos, ni nos hace menos humanos o convierte en más tontos o incultos.

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Como menciona Wayne Dyer: “No tienes problemas, sólo piensas que los tienes”. Estoy seguro de que al leer esto muchos están saltando o profiriendo frases como: “No es cierto”, “He vivido miles de problemas en mi vida y claro que existen”. Las dificultades, naturalmente, existen. Las situaciones no cambian. Nosotros no podemos cambiar a los demás, si el otro no se atreve a hacerlo. Entonces ¿qué podemos hacer? La solución no es borrar lo que nos molesta o eliminar a la gente que no podemos ver ni en acuarela, sino cambiar el lente con el que observamos las cosas. No es lo que te pasa, sino cómo reaccionas frente lo que te pasa. No hay mejor aprendizaje que darnos cuenta cómo no hacer las cosas. Los malos pasos o los erróneamente llamados fracasos pueden ser nuestras mejores experiencias si nos damos la oportunidad. Cuentan que un vendedor de calzado fue enviado por su jefe a vender zapatos lejos de aquella ciudad. El jefe pidió que le mandara un telegrama con información sobre las perspectivas de trabajo. El vendedor llegó a la ciudad y cuando vio que todas las personas andaban descalzas, telegrafió este mensaje: “Todos andan descalzos. No necesitan zapatos. Malas perspectivas”. El jefe mandó a otro vendedor a otra ciudad igualmente lejana, pidiendo una respuesta inmediata. El vendedor respondió con este telegrama: “No tienen zapatos. Venderemos muchos. Muy buenas perspectivas”. Lo mismo sucede en nuestra vida. Al mal paso… no darle prisa para sufrirlo cuanto antes, sino, antes de eso, procurar dar un paso bueno. Un paso bueno que se traduzca en regalarnos un tiempo para reflexionar: ¿para qué estoy viviendo este momento?, ¿en qué me puede servir?, ¿qué puedo aprender? No hay fracasos, sólo resultados. Si no es el resultado que esperabas, estoy seguro de que no son Dios ni la vida los que la traen contra ti,

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sino que te están regalando la oportunidad para que descubras otras cosas de las que tal vez no te habías percatado y que te servirán en el futuro. Date cuenta de lo que sucede cuando, tras un mal paso, rectificas el camino y das uno bueno y firme.

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4. Si le aprietas, se rompe

Lo más importante no es el fin del camino, sino el camino. Quien viaja demasiado aprisa se pierde la esencia del viaje. Louis L’Amour

Las flores no crecen estirándolas. En la vida sucede lo mismo. A fuerza ni los zapatos entran, y no entran por muchas razones, ya sea porque el pie es más pequeño o más grande o porque el zapato no era el correcto. En otras palabras, no es el momento para que suceda. Dejar que la vida fluya bajo su propio ritmo, dejando que el Plan Perfecto se vaya realizando, es la mejor acción para alejarnos del tremendo estrés que causa forzar las cosas a costa de todo, incluso de uno mismo. “Si le aprietas, se rompe”, dice un viejo adagio. “Si le aprietas, se rompe”, decía también una señora de edad avanzada cuando estaba preparando unas deliciosas tortillas de harina: —Hay que revisar cada movimiento, la temperatura, la textura, porque cualquier detallito, si le aprietas de más o de menos, no las deja igual de sabrosas. ¡Qué gran filosofía de vida tenía esta mujer! Así como al hacer tortillas, no hay que apretar ni más ni menos, hay momentos en que debemos dejar que la vida siga su curso de acuerdo a lo que tiene preparado para nosotros. No tenemos que entender todo lo que nos pasa, sino ¡obtener todas las enseñanzas de lo que nos pasa! Recuerdo a un viejo amigo quien para conquistar a la mujer de sus sueños recurría constantemente a la ayuda de brujos, espiritistas y personajes varios que le leían el café, la arena, la mano, las cartas y hasta el agua, por mencionar algunos “métodos”. Se la pasaba “forzando” el destino, apretando de más y obteniendo de menos, sin

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aplicarse a hacer cosas efectivas que le hicieran merecer el amor de la chica. Cuando suceden cosas inesperadas o imprevistas, aunque sean aparentemente malas, es el mejor momento para no tratar de cuestionar a la vida, sino de cuestionar a nuestro fuero interno para descubrir cómo convertir la experiencia en aprendizaje. Esto no quiere decir que nos durmamos o nos retiremos del juego, sino que pongamos en marcha las estrategias adecuadas, dando paso a la acción, sin vivir en el estrés de pensar que las cosas tienen que salir exactamente como deseamos. Perseverar en nuestros sueños, pero adaptándonos a las nuevas circunstancias, nos puede llevar a cristalizarlos y a convertirnos en el protagonista de nuestra propia película. Como aquel sueño de un amigo comerciante de iniciar su propio negocio de pizzas. A pesar de que recibía constantemente señales para dar un giro en su restaurante, él seguía intentando. Llegó a quebrar su pizzería en diversas ocasiones. Intentó remontar la mala respuesta a su negocio cambiando de nombre, logotipo o lugar y… nada. Pasaron los años y se topó con una oportunidad maravillosa para iniciar un negocio de comida china a domicilio. Actualmente tiene más de 10 sucursales. Lo mejor de todo es que él ahora está económica y felizmente realizado. Lo que hizo este comerciante fue intentarlo, trabajar para lograrlo, buscar las señales y aprovechar las oportunidades. Después de haberse topado con la realidad de que tenía que modificar su sueño, en lugar de frustrarse y tratar de apretar de más con las pizzas, se dio cuenta de que podía seguir cumpliéndolo, sin traicionar su esencia. Aunque la forma era diversa, el fondo era el mismo.

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Una llamada, una carta, un encuentro, todo tiene sentido. Todo es parte de un plan, pero si lo apretamos, se rompe. La elección es nuestra. Quédate abierto a las oportunidades que te presente la vida para que ni aprietes de más, ni de menos. Simplemente deja que las cosas fluyan como deben.

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5. Pasión para llevar

Un músico debe hacer música, un pintor debe pintar, un poeta debe escribir, con tal de que esté en paz consigo mismo. Lo que un hombre puede ser, debe serlo. Abraham Maslow

Existen héroes anónimos en las calles que tal vez nunca vamos a conocer. Personas que aun cuando carezcan de un gran poder de atracción y convocatoria —sin una capa para volar o presencia en las portadas de periódicos y revistas— logran que su trayecto no sea en vano. Pepe es uno de ellos. Un taquero que se levanta antes que las gallinas: abre el ojo diariamente a las 4:30 de la mañana para calentar sus guisos, cargar todo en su camioneta y transportarse al centro de la ciudad. A las siete de la mañana, puntualmente, ya está vendiendo sus tacos a los primeros transeúntes que llegan a su puesto. Contemplar a Pepe servir sus tacos es todo un espectáculo: pone cada ingrediente con un arte y una calidad de gourmet que impresiona. Trata igual al obrero y al empresario, entregando el corazón en cada platillo. Esa entrega que traducimos en pasión no se consigue en tienda alguna: se vive, se conquista, se siente en el alma. Estoy seguro de que Pepe “dejó de trabajar” cuando empezó a hacer lo que le gusta. Ahí comenzó a gozar al máximo, recibiendo por añadidura ingresos que lo mantienen económicamente estable. Levantarse día con día para hacer lo mismo, como vender tacos, puede ser tan rutinario o emocionante de acuerdo a lo que marque nuestro termómetro de pasión.

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Si no estamos inspirados, lo más seguro es que caigamos en la desesperación o el hartazgo. Por eso hay tantas huelgas, tanta rotación de empleados, tantos divorcios, tanta gente insatisfecha. Se nos ha enseñado a cumplir protocolos culturales, tengamos o no interés en aplicarnos en lo que viene después del protocolo. Comentarios como: “No importa qué estudies, pero dame el título”, “Ya cásate que se te hace tarde”, “Pon un negocio lo más pronto posible”, nos privan del poder de la decisión y aniquila la importancia de emprender con pasión cada cosa que hacemos. A veces, por cumplir ciertos requisitos, empezamos nuevos trabajos y relaciones para, a los pocos días, tirar la toalla. O, lo que es peor, en el colmo del masoquismo aguantamos unos y otras hasta no soportar más. La rutina es el principal enemigo de la pasión, por eso la importancia de evitarla con pequeños detalles. Pepe la elimina haciendo cambios en su negocio, ofreciendo nuevas promociones y disfrutando de conocer gente nueva, porque como él dice: “No sirvo tacos, sirvo alegría y amistad”. Así es la gente triunfadora: personas que inspiran, gente que ama lo que hace y que no se enfoca en tener sólo unos cuantos pesos en el balance del mes, sino en materializar sus sueños, divertirse, disfrutar al máximo, viviendo con pasión cada cosa que hace. Como dice Wayne Dyer: “Cuando uno está inspirado, nunca tiene que preguntarse por su objetivo: sencillamente lo vive”. Lo maravilloso es que el éxito y el bienestar económico llegan a sus vidas de manera espontánea, mágica y abrumadora cuando hacen lo que realmente desean. Ahí está la diferencia.

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6. Miss Delirios

Uno no vive de lo que come, sino solamente de lo que digiere. Principio tan cierto para el cuerpo, como para el espíritu. Benjamin Franklin

“Hay de todo en la viña del Señor”. ¡Y sí que hay de todo! Eso es lo que hace divertido al mundo, sino imagínate qué aburrimiento toparte día a día la misma “jeta” (cara o rostro) de todos en la escuela, en el trabajo, en la casa. Si así fueran las cosas, el amargado sería siempre amargado y el gracioso sería siempre el gracioso. No tendríamos la oportunidad de cambiar ni de buscar la manera de ser auténticos porque no habría necesidad de ello. En la vida de estudiante sí que te topas de todo. He conocido una cantidad de apodos que necesitaría más de un libro para hablar sobre el tema. En la universidad hay una pasarela interminable de personajes mejor conocidos como el Sapo, la Botella, la Flaquita, el Mochilas, la Mosca, la Momia, el Bóiler, entre otros. Pero ninguno me sorprendió tanto como Miss Delirios de Persecución, el mote que una amiga se autoadjudicó con honores. —Miss Delirios de Persecución no es sólo un sobrenombre, sino un estilo de vida —me platicaba, autoafirmándose, la susodicha—. Un estilo de vida que te protege de caer en la trampa, engaños o mentiras de los demás, porque siempre me adelanto a las circunstancias pensando lo peor. ¿Pensando lo peor? Vaya manera de enfrentar la vida. Así como a ella, he conocido a otros con el mismo apodo de Delirios, personas que sienten que todo el universo conspira contra ellos. Personas que entre

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las multitudes sienten que los demás murmuran a sus espaldas, planean complots o idean tácticas de cómo atacarlos. A diario nos topamos con muchos Miss o Míster Delirios que cuando les cambiamos el tono de voz, no les contestamos a la primera interpelación o los vemos “raro”, se sienten agredidos o subestimados. Dice el dicho popular: “Vivir así no es vida”. Precisamente ser un Delirios cualquiera nos impide vivir, nos hace atraer lo negativo de forma instantánea, pero sobre todo nos priva de la oportunidad de conocer —muchas veces por miedo— lo que en verdad está pensando, sintiendo o deseando el otro. Miss Delirios decía frases como: “Soy más inteligente, porque me adelanto a lo que suceda”, “A mí nadie me hace tonta”, “He descubierto muchas cosas por ser así”. Las preguntas que me hago son: ¿qué tantas de esas cosas que menciona realmente son buenas?, ¿será cuestión de inteligencia o de miedo e inseguridad por aceptarse tal cual es? Buscar siempre la aceptación o atención de los demás es un martirio constante. Entender que cada uno tenemos nuestra propia historia personal, formada por experiencias vitales que nos hacen actuar de determinada forma, es una buena medicina para curar el complejo de Miss Delirios. Como dice un gran amigo: “Somos únicos, pero no los únicos”. No somos la última cerveza del estadio, ni seres atacados por el universo entero; ni fuimos paridos por los ángeles o tejidos con hilo de oro. Somos simplemente humanos que pasamos por la vida aprendiendo de todos y de todo. No hay mejor fórmula para no caer en este complejo que hablar derecho, evitando las medias verdades, diciéndole al otro lo que

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realmente pensamos o cuestionamos, evitando así las presuposiciones que hacen un teatro en nuestra mente que sólo nos causa conflicto. La próxima vez que alguien te mueva la ceja, te hable con diferente tono de voz, te voltee a ver de forma extraña o no te conteste el teléfono al primer timbre; piensa que lo más seguro es que no tenga algo en tu contra, sino que está viviendo una historia diferente a la tuya. Entender esta realidad hace la diferencia entre vivir en el conflicto o en la tranquilidad, evitando ser Miss o Míster Delirios.

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7. Cuatro aviones en un

hospital

La primera obligación del hombre es ser feliz, y la segunda, hacer felices a los demás. Mario Moreno (Cantinflas)

Una tarde me encontraba en la cafetería de un hospital merendando un exquisito pastel de chocolate cuando, de repente, me vi sorprendido por cinco personajes. Un padre con el rostro desanimado arribó con sus cuatro pequeños hijos. Trataba de jugar y hacerlos reír un poco. Los dejó justo en la mesa detrás de mí y me dio la encomienda de cuidarlos mientras se ausentaba. Reaccioné en automático: ¿por qué yo, pensé, habiendo tantas señoras en la cafetería con evidente vocación de mamá? ¿O acaso tenía cara de niñera? Estaba pensando en mis asuntos pendientes, en el tiempo, en todo, cuando, de pronto, el padre de los niños me cuenta lo que pasaba: —Mi esposa está muy grave unos cuantos pisos arriba. Por supuesto que ellos no saben, ojalá les pueda cuidar mientras vuelvo. Se me hizo un nudo en la garganta y me sentí desarmado. Mi agenda se borró por completo, me olvidé de mis cosas y con un gusto enorme acepté la oportunidad de ser útil. Aunque traté de utilizar unos cuantos recursos para hacerles pasar un mejor rato, no necesité de mucho esfuerzo. Al contrario, ellos eran los que me estaban dando una verdadera lección de lo bello que es vivir con alegría.

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El niño mayor, de ocho años, organizaba juegos para los otros tres. Corrían, saltaban y hasta jugaban a las escondidas por todo el lugar. Yo estaba sorprendido. De repente, uno de los integrantes del grupo decidió hacer un avión de papel. Los demás siguieron su ejemplo y organizaron su propia competencia, como si no estuvieran en un restaurant. Los meseros, quienes les sirvieron unas malteadas, no podían dejar de sonreír al verlos. ¡Qué paradoja de la vida! En el primer piso, cuatro aviones de papel vuelan por el impulso de cuatro niños que sonríen, disfrutan y gozan el instante. Pisos arriba, un hombre frente a una cama de hospital se halla abrumado por el dolor que significa perder a la compañera de su vida. John Milton afirmaba que nosotros podemos hacer de nuestra vida un cielo o un infierno. Todo depende de la visión con la que afrontamos lo que nos sucede. Quise poner a prueba esa teoría. Esa misma tarde me dediqué a visitar los pasillos donde se encontraban los enfermos más graves. Platicando con los familiares me di cuenta de la gran diferencia de mentalidades. Por un lado estaban los que externaban comentarios como: “Qué injusta es la vida”, “Dios no nos escucha”, “El hospital es de lo peor”. Caras largas, rostros amargados, resistencia a la voluntad de Dios y una baja frecuencia vibratoria que se sentía tan sólo te acercabas. En la contraparte, llegué a tener conversaciones de larga duración con personas que, a pesar del sufrimiento, el dolor y la adversidad, denotaban un rostro de paz, de tranquilidad y de confianza en Dios, que hasta gusto te daba estar con ellos. De su boca salían comentarios como: “Todo sucede por una razón”, “Esto ha unido a nuestra familia”, “Nunca habíamos valorado tanto la

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vida”, “Es difícil, pero tenemos que ser fuertes”, “Dios nunca nos abandona”. Estoy seguro de que aunque hayan tenido los mismos resultados, lo que se van a llevar de aprendizaje en su corazón será muy diferente. Lo importante no es lo que nos sucede, sino cómo reaccionamos frente a lo que nos sucede. En momentos de crisis es cuando se mide de qué está hecho el hombre. Al cambiar nuestra forma de reaccionar frente a la crisis, alejándonos de la negatividad, no perdemos nada y, al contrario, ganamos una paz interior que cuatro niños dentro de un hospital me hicieron experimentar.

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8. Siembra y se te dará

La inspiración sí existe, pero te tiene que encontrar trabajando. Pablo Picasso

Abrir las puertas a la imaginación es uno de los mejores regalos que nos podemos dar. La vida, sin que se lo pidamos, nos otorga día a día pequeñas semillas para pensar, imaginar, soñar e idealizar. Como en el campo, algunos nos damos a la tarea de sembrar esas semillas y regarlas para, con paciencia, convertirlas en un fruto mágico y especial; otros, simplemente ven cómo caen a la tierra (léase: mente), cual si fueran piedras sin ningún fin ni sentido. Los campesinos mexicanos que he conocido a lo largo de mi vida se han caracterizado por su temple, trabajo, esfuerzo y por estar a plena luz del sol trabajando la tierra, transpirando siempre, pero con alegría. Me comentaba uno de ellos que en ese oficio no existen horarios, como tampoco existen las excusas expresadas en frases como: “Al rato lo hago”, “No tengo tiempo”, “Cuando ande de mejor humor”. Se hacen las cosas en el momento, porque así lo pide desde el dueño del campo, hasta la misma ley natural. La cosecha que después disfrutamos en deliciosas ensaladas de vegetales frescos fue previsualizada por un hombre que se hallaba a muchos kilómetros de nuestra mesa. Sin embargo, a pesar del cansancio, la pereza o el desánimo, no sólo la observó en su mente, sino que trabajó para que esas semillas dieran el fruto esperado. Ahí radica la diferencia entre jornaleros por la paga y jornaleros por el fruto. Estoy seguro de que si un día llegase al campo un importante hombre de negocios, graduado en Harvard y con conocimientos exorbitantes, y se le pidiera que trabajara la tierra, sembrara, regara, cuidara, cosechara

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y obtuviera el fruto, por más IQ que ostentara, si no actuaba, simplemente no iba a tener el mismo resultado de un campesino. Sus ideas y entrenamiento no son en absoluto desdeñables; sin embargo, no eran determinantes para lograr un objetivo que nos suele parecer tan simple. Lo mismo pasa en la vida diaria. Las cosas no suceden por arte de magia o como decimos en mi pueblo: “No podemos esperar que nos caiga el pan del cielo”. Podemos escribir una enciclopedia de miles de tomos que hable de cada una de nuestras ideas, pero si éstas no se llevan a la acción, es como si tomáramos un cerillo y les prendiéramos fuego. La preparación es necesaria y la inspiración, desde luego, un detonante maravilloso para el logro de nuestros objetivos. Podemos desear o soñar con ser grandes terratenientes, poseedores de tierras y cosechas, pero si no somos capaces de colocar un sombrero en nuestra cabeza, tomar una pala, un pico, un azadón, poner nuestros pies en la tierra y empezar a trabajar, la preparación y la inspiración caerán en saco roto. Lo que define a las personas exitosas es precisamente hacer que sucedan las cosas. De hecho, traté exhaustivamente este tema en mi libro, Prende tu luz, porque lo allí expuesto no sólo me lo han platicado, sino que lo he vivido realmente en carne propia. Cantidad inimaginable de mensajes electrónicos, de llamadas o de conversaciones que tengo con un importante número de personas que me dicen: “Quiero escribir un libro”, “Quiero ser cantante”, “Quiero obtener una beca”, “Quiero tener mi propio negocio”. Quiero, quiero, quiero y todos nos quedamos queriendo. Mi respuesta a esos comentarios es siempre la misma: “Hazlo y listo”. Y ahí es cuando inicia la lista de pretextos expresados en frases como: “Ah, no, bueno, pero en unos años más”, “Es que ahorita no puedo,

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no tengo tiempo ni dinero”, “Es que está imposible que se pueda”, “Si quiero, pero…” y es el cuento de nunca acabar. Se oye fácil, pero es una realidad palpable. Si realmente queremos y deseamos en el fondo de nuestro corazón cosechar esos frutos llamados sueños cristalizados, hay que ponerse a sembrar; no hay de dos sopas. No es casualidad que justo este día estés leyendo esto. Te pido, con el corazón en la mano, que realmente te concedas unos minutos para pensar: ¿qué deseamos?, ¿qué queremos?, ¿qué nos hace felices?, y después nos cuestionemos: ¿qué nos detiene? Si para ti, siendo honesto y sincero con tu propia realidad, realmente esos “obstáculos” son más fuertes que tus deseos, tal vez el camino no va por ahí. Si no es así, te invito a que, de una vez por todas, hagas que las cosas sucedan, dando el primer paso para alcanzar lo que buscas. No me quisiera despedir sin contarte una pequeña historia humorística que nos hace darnos cuenta de la diferencia entre tener una idea y crear una realidad. Ésta es la historia de cinco ranas, una de las cuales decidió saltar. ¿Cuántas ranas quedan? ¿Cuatro? No. Quedan cinco. La rana sólo decidió, pero no saltó. La vida te dará siempre las ideas y las oportunidades. La felicidad se encontrará cuando trabajemos para realizar todo aquello que deseamos. Si lo hacemos, estoy seguro de que un día nos sentaremos al final de la vida a observar, plenamente felices, nuestra propia y abundante cosecha.

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9. Perdónate

Perdonar es el valor de los valientes. Solamente aquél que es bastante fuerte para perdonar una ofensa, sabe amar. Mahatma Gandhi

Perdonar es una de las acciones más sublimes del ser humano: es una sensación sanadora que remueve asperezas y limpia las heridas. Es también una de las mejores herramientas del hombre para poder amar sin medida y obtener recompensas de paz interior. Y además es gratuita. Es fácil perdonar e inclusive es fácil pedir perdón en determinadas circunstancias, pero “chocamos contra la pared” cuando se nos pide una sencilla y al mismo tiempo profunda tarea: perdonarnos a nosotros mismos. Hace mucho tiempo conocí a una señora amante de la buena vida, con grandes lujos y cuentas bancarias desbordantes, pero con una actitud —digamos— un poco prepotente. Nada más le faltaba pedirme que le pusiera una alfombra roja para entrar a mi oficina. Me platicaba de grandes problemas en sus relaciones interpersonales, “echándole la bolita” a todos los que “la hacían sufrir”. Realmente su cara era de angustia cuando me comentaba que no podía ni siquiera mantener a sus empleados por tan siquiera un mes, porque no la aguantaban. Le aquejaban grandes tormentos que la hacían gritar, alterarse, contestar a veces de forma grosera. En fin, era un bufet de problemas que en su mayoría, según su opinión, eran causados por los demás, porque no entendían que “así era ella y no iba a cambiar”.

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Mientras nuestra conversación avanzaba, los sentimientos comenzaban a moverse, y cosas que parecían estar muy escondidas, de pronto afloraron. De repente, empezó a llorar. Sus lágrimas eran inequívocamente reales. No surgieron por la música o el incienso que aromaba mi oficina, sino porque realmente se encontraba en contacto con su alma. Por fin, después de tantos años, se estaba dando la oportunidad de platicar consigo misma. —David, es que yo ya no tengo nada. Yo ya perdoné a quien tenía que perdonar, ya todo quedó en el pasado —me dijo con la voz entrecortada. —La pregunta no es a quién perdonaste, sino: ¿te perdonaste ya a ti misma? ¿Realmente has capitalizado esa experiencia como un proceso de aprendizaje? —le respondí. Después del mar de lágrimas, esbozó una leve sonrisa. Me di cuenta de que se habían movido los hilos correctos. No había vuelta de hoja: el trampolín para realmente sentirse merecedora de una vida mejor, era perdonar lo que había hecho o dejado de hacer en el pasado. Ahí empezó la verdadera reflexión, y después de platicar con ella en varias ocasiones, realmente dio inicio a un cambio interior, fuerte y duradero. Si seguimos buscando víctimas y culpables, podemos pasar toda una vida lamentándonos. Nos ahorraríamos bastantes horas tristes si somos conscientes de que el ser humano es independiente, con una libertad exquisita de decidir. Ser feliz o no, sentirse mal o bien, está en nuestras manos, y no, nunca en las de los otros. Ya estoy escuchando a más de uno decir: “David, estás loco, es imposible olvidar lo que has hecho”. No se trata de olvidar lo que pasó, sino quitarle la energía, el rencor y la intención negativa al

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momento incómodo. No es lo que nos pasa, sino cómo reaccionamos frente a ello. Eso es, precisamente, lo que hace la diferencia entre aquel empleado de la oficina que, a pesar de la crisis, problemas económicos y un divorcio en puerta, llega con una sonrisa de oreja a oreja, sintiéndose interiormente en paz; y aquel otro que apenas pone un pie se revela cual un buzón de quejas de cómo lo trata el mundo. Tal vez este último no ha llegado a descubrir que no cambian ni desaparecen los problemas, sino que lo que se debe transformar es nuestra visión, nuestros pensamientos y nuestra estabilidad. Pero, sobre todo, nuestra vida empieza a cambiar drásticamente cuando nos atrevemos a perdonarnos todas aquellas malas acciones, todo aquello que dejamos de hacer, todas aquellas palabras hirientes o actitudes negativas que nos hicieron cargar una roca pesada en nuestra espalda por mucho tiempo. Perdonarnos no depende del otro, sino de nuestro interior. No depende del pasado, sino del “aquí y ahora”. Depende única y exclusivamente de nuestra decisión al darnos cuenta de que somos débiles, de carne y hueso, con cualidades pero también con defectos. Créetela, “lo que pasó, pasó”. No podemos seguir dándole vueltas al círculo del “por qué a mí, por qué yo, por qué en ese momento, por qué así, por qué nadie hizo nada, por qué…”. Iniciemos el día de hoy con una actitud diferente y transformadora, regalándonos unos minutos para poder perdonarnos, haya sido lo que haya sido aquello en lo que nos equivocamos. Es válido haber tenido un error, pero es mucho más válido aceptarlo y sacar lo bueno de ello. No olvides que eres un ser lleno de luz, de poder, de vida. Tómate de la mano de Dios y descubre que perdonar es una actitud de valientes y que perdonarte a ti mismo por lo que haya pasado, no sólo te hace

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crecer, sino que te libera de culpas que tal vez llevaban más de 20 años atormentándote. Ve al fondo de tu corazón y recuerda que siempre es un buen día para empezar de nuevo, conquistando nuevos mundos con un pensamiento diferente y, sobre todo, con la tranquilidad de haberte regalado la maravilla del perdón.

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10. En reconstrucción

En la sociedad de la mente, lo único seguro es que las habilidades esenciales y las respuestas que necesitaremos mañana son las mismas que tenemos hoy. Jonás & Kjell

Los días parecen esfumarse más rápido de lo normal. Veinticuatro horas se vuelven pocas para todo lo que queremos realizar. El tiempo avanza sin que lo podamos detener. El mundo se mueve vertiginosamente. Abarcamos mucho y apretamos poco. Nos movemos de acuerdo a ciertas prioridades, reglas o normas que nos van marcando y cercando, ya que muy pocas veces logramos hacer lo que realmente queremos y deseamos. Hace algunos días me tocó estar en una calle frente una majestuosa construcción de un centro comercial, de los que últimamente proliferan en nuestra ciudad. Recordé que anteriormente en ese lugar se alzaba un enorme edificio, derrumbado al parecer por falta de visitantes y, desde luego, utilidades para sus dueños. Un letrero me llamó la atención; más o menos decía: “Estamos en reconstrucción: Disculpe las molestias”. Al observar a ingenieros, arquitectos y albañiles derrumbando partes del edificio y, por otro lado, volviendo a construir, me quedé reflexionando y llegué a la conclusión de que, definitivamente, los seres humanos, en algunos momentos, también necesitamos una reconstrucción general. Necesitamos derrumbar todos aquellos malos hábitos, costumbres o simplemente todo aquello que no nos brindaba “utilidad o ganancia” para nuestra mente, cuerpo o espíritu. Desde luego necesitamos volver a construir con cimientos más sólidos, más resistentes y duraderos, con mejor material.

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No me dejarás mentir, querido lector, pero a veces las circunstancias de la vida parecen atarnos con cadenas y candados. Nos preocupamos tanto por las cosas de la vida, que nos olvidamos de disfrutar la misma vida. Para realizar una reconstrucción se necesita primero clarificar cuáles fueron los resultados anteriores, cuáles son esas ataduras que nos impiden continuar luchando por nuestros sueños. Después, hacer un plan general para nuestra vida física, mental, espiritual y emocional, proponiéndonos metas para cada área con fechas y medios de acción concretos. Es tiempo de hacer una reconstrucción. Estos días de descanso pueden ser una herramienta perfecta para sentarnos a reflexionar, a redireccionar un poco nuestra vida, a cargar combustible. Alejarnos en estos momentos del trabajo constante en la casa u oficina, de las preocupaciones, de los compromisos o del tratar de quedar bien con todos, puede ser un gran detonador para hacer un alto y decir: “Estoy en reconstrucción: Disculpe las molestias”. “Disculpe las molestias”, es lo que le tendremos que decir a nuestra vida pasada. “Disculpe las molestias” es lo que tendremos que decir a ciertas personas que, por estar en una frecuencia diferente de conciencia, tal vez no comprendan este tipo de “altos necesarios” para cambiar nuestra vida. Sin embargo, estoy seguro de que se asombrarán en poco tiempo al observar las transformaciones que irán surgiendo. Tomar aire, darle un respiro a nuestro organismo, desintoxicarnos de los pensamientos negativos, no sólo es un recurso recomendable, sino urgente y necesario, sobre todo cuando queremos cimentar nuestra vida de forma más segura. Haciendo un alto, nuestra gran construcción llamada vida estará más tranquila, más segura, más preparada para cualquier tiempo de

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tormenta. Tendremos los resultados deseados y, definitivamente, nos sentiremos orgullosos del trabajo que hemos hecho como arquitectos de nuestro propio destino.

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11. Cancún…

En proceso de purificación

Mientras algunas personas están estudiando las raíces, otros están recogiendo los frutos. Todo depende de qué lado usted quiera estar. Jim Rohn

Nadie se lo esperaba. Nadie lo creía. Pensaban que era imposible Y sin embargo… sucedió. Una de las más hermosas playas en México sufrió la catástrofe más grande de su historia: Cancún. Un paraíso majestuoso, un lugar visitado por extranjeros de todo el mundo por sus espacios mágicos de descanso, llenos de sol, arena y mar, está hoy catalogado como zona de desastre debido a la presencia del huracán Wilma. Cuando me enteré de la noticia tuve dos reacciones. La primera, una muy humana y primitiva, fue de alarma, preocupado por el lugar, pensando en todo lo “malo” que podía suceder, en cómo aquella ciudad que pensaba visitar pronto iba a estar “volteada de cabeza”, de cuánta gente estaba a punto de morir, de cuántos recursos desperdiciados, de cuántas familias sin un techo que les proteja. La segunda reacción, un poco más espiritual, fue con la que preferí quedarme. Lo que pasó, tuvo que pasar, y hay que dejar que pase, porque por algo pasa. No, estimado lector, no es un trabalenguas. Si realmente entendemos que todo es parte de un Plan Perfecto, podemos comprender que lo ocurrido en Cancún es simplemente una pieza más del rompecabezas, algo que se tenía que dar para lograr un fin mayor. Cancún está entrando en una etapa de purificación. Un “borrón y cuenta nueva”, un dar un respiro, un parar la velocidad, un detenerse en el camino, sacar el mapa y pensar si realmente es el camino correcto.

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La vida nos da una lección maravillosa de la que podemos entender que: 1. La naturaleza se está cobrando la factura. El hombre ha vivido con excesos a lo largo de la historia. Cancún no es la excepción. Dios, a través de la naturaleza, ha puesto un alto para frenar la destrucción que existía no sólo física, sino también espiritualmente. ¿Cuántos excesos estamos viviendo nosotros? 2. En la vida diaria nos sucede lo mismo. A veces son necesarios esos “huracanes” o “sacudidas” para darnos cuenta si vamos por el camino correcto o si nos estamos dejando arrastrar por la rutina de nacer, crecer, desarrollarse y morir, sin ningún sentido de trascendencia. 3. Nada es para siempre. Un gran número de hoteles, hospitales y centros comerciales que anteriormente sobresalía por sus estructuras, hoy está destruido. ¿Qué tan firmes son nuestros cimientos de ideales, valores, objetivos y pensamientos positivos? 4. El hombre se realiza al servicio del hombre. En el proceso de ayuda a los damnificados, ya no sobresale tanto la clase social, el puesto público, la cultura o la capacidad económica: ahí todos se ayudan por el mero hecho de ser humanos. Si así fuera en la vida diaria, las cosas serían muy distintas. En cualquier proceso de purificación se tiene que realizar una limpia. A veces esas limpias llegan cuando menos las esperamos: surgen en eventos inesperados, llamadas o cartas sorpresa, alguna pérdida material o humana, un despedido del trabajo, un divorcio, una separación. Esos “huracanes” pueden ser grandes bendiciones para limpiar el camino y volver a empezar si queremos. Nunca es tarde. Sólo es cuestión de que nos atrevamos a afrontar y ver ese dolor que causa un proceso de “desintoxicación” emocional, mental, espiritual y física como una oportunidad grandiosa de aprendizaje.

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Estoy seguro de que todos necesitamos de procesos de purificación en algunos momentos de nuestra vida para limpiar el alma, agrandar el corazón. Hay que estar preparados por si nos cambian los planes. Tal vez tu momento sea ahora. Disfrútalo. No tengas miedo.

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12. Oportunidades, simples

oportunidades

Cuando el ojo no está bloqueado, el resultado es la vista. Cuando el oído no está bloqueado, el resultado es poder escuchar. Y cuando la mente no está bloqueada, el resultado es la oportunidad. Anónimo

Si la vida te ha jugado una mala pasada o sientes que los problemas te agobian como nunca; si te encuentras acorralado sin aparente salida, levanta tu mirada y… ¡dale gracias a Dios por eso! ¿Dar las gracias en estos momentos? “Definitivamente, David se volvió loco”, podrás pensar. Pero no, no estoy en ningún lapsus fuera de la realidad o bajo el efecto de alguna droga. Tal vez esto te parece “positivismo exagerado” o alucinante, pero, créemelo: si te encuentres en un momento complicado, estás en una oportunidad más valiosa de lo que puedes imaginar. Las empresas con más éxito en el mundo o los emprendedores más visionarios se dan cuenta de que los “problemas” o “fracasos” son zonas de oportunidad, de crecimiento, de desarrollo. Estoy seguro de que Thomas Alva Edison descubrió, mientras se quebraba la cabeza tratando de inventar el foco, razones no para rendirse y mandar todo por la borda, sino para continuar y para demostrarse a sí mismo su gran capacidad. En estos momentos me sincero contigo, querido lector, y te confieso que no soy de hule ni de palo: soy un ser humano como tú, con momentos complicados —de ellos nadie se salva—, pero que ha logrado evadir el sentimiento negativo que comúnmente genera este tipo de enfrentamientos con la vida.

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Como lo he repetido en mis cursos y conferencias y lo aclaro de forma enfática en mi libro Un café con tu conciencia: “Lo que cambian no son los problemas, sino la visión con la que los enfrentamos”. A veces hemos caído en el error de ver esos sentimientos como si fueran normales. Hace algunos días, una persona me comentaba: “David, mi vida es una porquería pero ya me acostumbré, se que puedo lidiar con ello”. ¡Qué impresionante! Y cuánto desgaste de tiempo pensar que lo normal es sufrir, humillarse, sentirse deprimido o angustiado. Lo normal es sentirse extraordinariamente bien, como lo menciona Alejandro Ariza. Eso es lo normal: descubrir en cada momento una oportunidad de conocernos, saber lo que nos afecta, lo que nos ayuda, nuestras potencialidades, hasta dónde somos capaces de llegar, saber con quién podemos contar. Saber, simplemente, qué deseamos hacer con nuestra vida. Las oportunidades son para aprovecharse, no para guardarse. Las situaciones difíciles nos van forjando en el fuego, haciéndonos más fuertes y más brillantes como el oro. No tengas miedo si el día de hoy estás en un momento complicado: en cualquier instante una luz te indicará la salida y descubrirás grandes regalos. Regalos que tal vez no hubieras recibido si no hubieses pasado antes por este tipo de pruebas. No olvides que la siguiente vez que te enfrentes a un revés en tu vida o a una mala jugada, se te están ofreciendo oportunidades, simples y valiosas oportunidades de crecer y fortalecerte.

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13. La magia está en ti

Se escoge sólo una vez. Elegimos ser guerreros o ser hombres corrientes. No existe una segunda oportunidad. No sobre esta Tierra. Carlos Castaneda

Uno de mis grandes pasatiempos de niño era, sin lugar a dudas, el ilusionismo. Me emocionaba el simple hecho de tener el “poder” de desaparecer, aparecer, cambiar de color o forma cualquier objeto. Observar a un mago era una experiencia impresionante. Para mí, los profesionales del “Nada por aquí…” eran como superhéroes de la vida real. Todavía recuerdo las grandes cantidades de dinero que gastaban mis padres para comprarme mis “juguetitos mágicos”. Inclusive, de niño, llegué a tomar un curso de verano con el famoso Mago Frakman para iniciarme en esta apasionante actividad. Hoy en día sigo admirando a todas estas personas que han dedicado su vida a crear magia en sus espectáculos o presentaciones mediante cartas, pelotitas, conejos, palomas, monedas y hasta tigres blancos. En la magia existe un fundamento: “La mano es más rápida que la vista”. Para muchos magos todo es cuestión de percepción, de lo que hacen creer o pensar a los espectadores. Creo que la vida diaria no está muy alejada de ese concepto. He comprobado que en el escenario ilusorio de la existencia, la magia se encuentra dentro de cada uno de nosotros. Cada uno es responsable de lo que quiere ver o dejar de ver. Somos dueños de nuestras propias circunstancias, como menciona uno de los fundamentos de mi filosofía Transformación Positiva de la Conciencia. Somos totalmente capaces de crear nuestra propia realidad.

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Simplemente recordemos el ejemplo de un padre que tiene dos hijos gemelos, relativamente idénticos, a los cuales se les da la misma educación e iguales oportunidades. Al cabo del tiempo, uno se convierte en un peligroso asesino, mientras que el otro se vuelve un promotor de la paz en su país. Lo que hace nuestra vida no es el entorno, sino cómo reaccionamos frente a lo que sucede en él. Cuando una persona realmente decide cumplir su misión, sus más anhelados sueños, es capaz de crear magia en su vida. Grandes magos nos han acompañado en el mundo, desde Jesucristo, la Madre Teresa de Calcuta, hasta aquel hombre que trabaja honradamente cada día por darles una mejor calidad de vida a sus hijos. Normalmente, las personas que viven un estrés constante todo el tiempo —o la mayor parte del día— son aquellas que piensan, precisamente, que esto de la magia no existe, que es puro rollo o charlatanería. Son los típicos escépticos que no te creen aunque les aparezcas el conejo en plena cara y, tristemente, suelen hacer de la vida un infierno en la Tierra. Mejor es mantener la ilusión, la capacidad de asombro y la facultad de convertir no sólo un negro bastón en un hermoso ramo de flores, sino también una vida gris en un bello jardín de orquídeas y arroyuelos. Hagamos consciente y operativo el poder que tenemos de transformar nuestra realidad, así como la capacidad de aprovechar lo bueno que hay en cada evento de nuestra vida, sabiendo que todo forma parte de un plan. Veremos entonces que la magia empezará a fluir por sí sola. Estoy seguro de que las personas que crean magia se han dado cuenta de ello: para ellos, cada día es una aventura, un milagro donde descubrirán, aprenderán, conocerán algo diferente, algo nuevo, asimilando que todo es en beneficio propio.

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Sentirse bien es una tarea interior, personal y totalmente independiente. No significa que vivamos en un mundo irreal donde no haya problemas. Los problemas existirán hasta que dejemos de vivir, pero lo importante es cómo los afrontamos. Ahí la diferencia es abismal. La próxima vez que te topes con un momento difícil, recuerda que la magia está dentro de ti y que eres capaz de transformar el pañuelo negro en uno blanco maravilloso. Está en tus manos.

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14. ¿Y dónde quedó el

niño?

Pase lo que pase, nuestra esencia está intacta. La vida es desierto y oasis. Nos derriba, nos lastima, nos enseña, y nos convierte en protagonista de nuestra propia historia. Patricia Garrido

Cada vez que me pongo a pensar en aquel niño que vivió la etapa de mi infancia, quisiera regresar a tener una larga charla con él. No para lamentarme de lo que hice o dejé de hacer, sino para recobrar esa inocencia, esa magia, esa capacidad de asombro por las cosas sencillas. Me encantaría sentarme en un parque a platicar. Compartirle frustraciones, ansiedades, dificultades: mis supuestos problemas de adulto. Estoy seguro de que él seguiría jugando con las hojas de los árboles, voltearía a verme y me dejaría callado con una sonrisa, como las que tienen todos los niños, sinceras y transparentes. Si le contara las preocupaciones del vivir diario, ni siquiera me entendería. Para él lo importante en ese momento sería calcular cuántas torres construiría en su castillo de arena. Si comenzara a llover, yo trataría de buscar el lugar más seguro para evitar mojarme. Él empezaría a brincar de alegría, buscando la forma para mojarse más y chapotear en los charcos. Si me topara con ese niño, me podría quedar una eternidad observando la emoción con la que me cuenta sus deseos.

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Los deseos de un niño que no tiene límites, que no se preocupa por el que dirán, por el tiempo, por el dinero, por la edad, por los problemas políticos. Un niño que simplemente… sueña. Como menciona Carlos Devis, nada hay más increíble que esa capacidad del niño de imaginar que es el campeón de futbol, el rey de reyes, el magnate industrial, el sabio, el artista genial o, sencillamente, la persona más feliz de esta tierra. Un niño al que no le interesan las estadísticas, la Bolsa de Valores, los reconocimientos, el ISO 9000, los metrosexuales, la globalización o el desempleo. Un niño que simplemente… vive.

Un niño que espera con ansia la Navidad, su cumpleaños o el placer de levantarse un domingo por la mañana para ver su programa de televisión preferido. Un niño que simplemente… disfruta. Querido lector, si todos tuviéramos la capacidad de vivir como niños, nos olvidaríamos del estrés, la depresión o la tristeza. Entenderíamos que lo que nos pasa, tiene que pasar, y no hay de qué preocuparse. Hoy es un gran momento para reencontrarnos con ese niño interior, con nuestra propia vida. Te invito a que coloques una fotografía de cuando eras niño o niña en tu escritorio de trabajo o habitación. Y cuando te sientas ahogado por los problemas o con el mundo encima, sólo dale un vistazo a esa sonrisa que calienta hasta el corazón más frío. Recuerda a ese niño que vive sin límites y que crea mundos mágicos en su imaginación, donde todo, absolutamente todo, se puede realizar. Si has pasado por circunstancias difíciles anteriormente y las has podido vencer, estoy seguro de que hoy no será la excepción. Recuerda que los problemas no cambian, sino la visión con la que los enfrentamos. El ejemplo del niño es la forma más gráfica de explicarlo.

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Reencuéntrate con tu propia vida. Piensa como niño. Estoy seguro de que no encontrarás mejor maestro que te enseñe a descubrir la alegría de vivir y disfrutar las cosas sencillas.

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15. ¿Y dónde quedó el

niño? II

Un niño siempre puede enseñar tres cosas a un adulto: a ponerse contento sin motivo, a estar siempre ocupado con algo y a exigir con todas sus fuerzas aquello que desea. Anónimo

Al observar los ojos de un pequeño niño podemos entrar a un mundo maravilloso que alguna vez nos tocó disfrutar, pero al que pocas veces hemos regresado desde que nos pusieron —¿o impusieron?— la etiqueta de adultos. Al observar los ojos de un niño nos damos cuenta de que la felicidad plena existe. Puede pasar un terremoto, una guerra, un ciclón, hambre o sufrimiento a su lado y él seguirá sentado en la tierra jugando con un coche o una pelota de colores, como si no pasara absolutamente nada. ¿Qué significa vivir? Vaya pregunta. A lo largo de mi existencia la he meditado hasta el cansancio y lo seguiré haciendo porque siempre hay respuestas nuevas a una misma cuestión. Sin embargo, por el momento puedo afirmar con certeza que vivir es la magia de poder influir y tocar la mayor cantidad de personas posibles en un tiempo determinado. Es ahí cuando la vida toma sabor y sentido. En definitiva, sin que nos demos cuenta, eso es lo que hacemos de niños. El mundo de un niño es el aprovechar cada minuto, cada instante al máximo como si fuera la última oportunidad para jugar, divertirse, hacer travesuras o estar con los amigos. Un niño vive en su interior un mundo lleno de paz, tranquilidad, inocencia y amor. Un niño no juzga, no te valora por lo que tienes en tu cuenta bancaria o por los contactos que le puedes ofrecer. Un niño no se estresa por lo que sucede con el gobierno, con la crisis, con las

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finanzas. Un niño despierta cada mañana pensando en qué forma se divertirá o cómo gozará durante el día y nada más. Un niño no tiene una apretada agenda ni se preocupa por lo que opina la sociedad de él, por los múltiples títulos que puede recibir, por los salarios tan injustos que recibe, mucho menos por quedar bien con todos los que lo rodean. Un niño se dedica a vivir el momento y se acabó. El claro ejemplo está en su sonrisa: limpia, sin intereses, ni mentiras, ni actuaciones. Sin querer, un niño suele ser centro de atracción por donde quiera que vaya. A veces provoca que algunos adultos nos detengamos para tocarles el cabello, darles la mano o jugar con ellos con la mirada, con tal de que nos regalen una de esas mágicas sonrisas. Eso es a lo que yo llamo influir en la vida del otro. Cuando los problemas llegan a nuestra vida, cuando las decisiones se tornan complicadas, cuando parece que todo va en nuestra contra, sería interesante pensar: ¿qué parte de mi vida se asemeja a un niño? Pero sobre todo: ¿qué tanto influyo positivamente en la vida de los demás? Es difícil salir de nuestra burbuja personal, envuelta de egoísmo, para ver como niños y así vivir al máximo cada instante. El que sea difícil no lo hace imposible, sino mucho más valioso. Una sonrisa, un “buenos días”, un gesto amable, un comentario positivo, un consejo en el momento, un abrazo, un “te quiero”, un detalle de amor, un “perdóname”, son un excelente inicio para influir en la vida de los demás, regalando calidad de vida a extraños y conocidos. Atrévete a vivir la experiencia de influir positivamente el día de hoy en la vida de otra persona. Involúcrate en un mundo de niño donde siempre

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hay oportunidad de sonreír a pesar de las dificultades que irrumpan alrededor. Todos tenemos la capacidad de ayudar a vivir a otros. No entierres ese regalo maravilloso. Descúbrelo y ponlo en práctica día con día. La siguiente vez que se te acerque un niño pequeño, obsérvalo a los ojos y te darás cuenta de que, realmente, vale la pena sentirse más libres, más tranquilos, más llenos de vida.

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16. Perseguir la pelota

Nunca es demasiado tarde para ser lo que podrías haber sido. George Eliot

Me encontraba sentado en la banca de un parque observando cómo un niño, con una sonrisa de oreja a oreja que emocionaba a cualquiera, corría detrás de una pelota. Era tal su entusiasmo, que hasta me daban ganas de ayudarlo a parar el balón. Me sorprendió ver la concentración en su objetivo: atrapar la pelota. No le importaba nada más en el universo. Podía caerse la Bolsa de Valores o destruirse el país vecino, pero él tenía que seguir con su “importante tarea”. Cuando lo logró, no pude dejar de sentir una sensación de paz al ver su emoción por lo que había logrado. Pasara lo que pasara, él tenía sus cinco sentidos puestos en algo. Estaba enfocado. Nunca es tarde para soñar. La edad avanza pero el espíritu permanece. No importa la fecha que marque el calendario, sino la capacidad de enfoque que tengamos. Siempre es momento para ajustar el lente, clarificar el objetivo, disparar el obturador y capturar con nitidez la imagen de éxito anhelada. Según una de las definiciones del Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, el término “enfocar” se refiere a “dirigir un foco de luz sobre algo o alguien para iluminarlo”. Precisamente en nuestra vida es necesario iluminar el camino, encendiendo un foco de luz al reflexionar sobre lo que realmente queremos.

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El mundo necesita personas que quieran limpiar sus lentes de las manchas del negativismo, del “no se puede”, de la apatía o indiferencia, y lo hagan brillar con el cumplimiento de sus sueños. Enfocarnos no en el objetivo en que la gente piensa que nos tenemos que enfocar; no en lo que nos dicen las revistas, los periódicos o el programa de moda. No en lo que nos dijeron de niños que teníamos que hacer. Enfocarnos en lo que realmente estamos llamados a ser, enfocarnos en nuestra misión de vida, la que nos hará sentir inspirados. ¿Cuántos ingenieros hay que deseaban ardientemente ser médicos? ¿Cuántas personas se casaron con alguien con quien no quieren estar? ¿Cuántos empleados hay trabajando en una empresa que no les gusta? ¿Cuántos vendedores hay con el sueño de ser cantantes, actores, ingenieros espaciales, biólogos marinos o payasos? ¿Cuántas actividades hemos realizado al estar desenfocados? Son momentos que, desde luego, nos arrojan alguna experiencia positiva, pero no esa inspiración ni magia que se siente cuando hacemos lo que realmente anhelamos. Enfocarnos es sentarnos a platicar un rato con nuestro interior para descubrir qué lo que nos mueve, y luchar por ello aunque al resto del mundo le parezca imposible. Todavía estás a tiempo para que recuerdes esas tardes de niño en donde tenías como objetivo perseguir una pelota. Sea cual sea el tamaño de tu meta o sueño hoy en día, atrévete a estar en tus cinco sentidos y a enfocarte en lo que siempre has deseado en tu corazón.

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17. Haz de tu vida un

papalote

Podrá ser tarde para todo, excepto para ser tú. E. J. Malinowski

Cuando hace algunos años inicié mi labor como escritor y conferencista inspiracional, nunca imaginé la cantidad de personas que se iban a cruzar en mi camino como maestros o ángeles ocasionales para brindarme grandes enseñanzas. Cada día, sobre todo después de alguna conferencia, curso, presentación o encuentro inesperado, compruebo la magia que surge cuando haces lo que realmente quieres y eres lo que realmente estás llamado a ser. En esos momentos, ángeles y maestros aparecen cuando menos los esperas: se abren las oportunidades, se te presentan opciones interesantes, te llega una carta, te hacen una llamada o invitación, pero sobre todo se te va marcando el camino para que, con entera libertad, vayas eligiendo dar los pasos correctos. Todas las personas, ¿todas?, sí, hasta las que nos caen mal, tienen la posibilidad de emprender, de crear su propio plan, de soñar, de hacer lo que realmente desean. La importancia radica en darse cuenta y en atreverse a dar los pasos necesarios. Recuerdo frases como: “Cada quien su vida”, “Cada quien hace de su vida un rehilete”, “Cada quien hace lo que le venga en gana”. Ideas que si bien para muchos pueden parecer egoístas, agresivas o egocéntricas, cuando vas avanzando en tu desarrollo personal te das cuenta de la gran verdad que encierran. Cada quien es responsable de su propia vida. Cada uno tiene la libertad de elección, de ir por el camino que la mayoría recorre o construir un

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nuevo sendero. Ésa es la diferencia entre los emprendedores que dejan huella y los que simplemente tienen algunas cuantas ideas. La vida es una exquisita aventura para emprender; es un desafío, un encuentro, un misterio. Sin embargo, para disfrutarla al máximo exige hacerse cargo de la propia existencia. Somos especialistas en postergar nuestras ideas, proyectos, planes, sueños. Encontramos culpables que van desde la crisis, el desempleo, la inflación, hasta el sueldo tan raquítico, por ejemplo, que recibe gran parte de nuestro cuerpo docente —algo de lo cual estoy consciente—. A pesar de eso y miles de excusas más, nuestra vida continúa, el mundo gira y el tiempo no se detiene. Ahí es cuando el ser humano saca su poder interior para demostrar que es más que las circunstancias y que, definitivamente, cada quien hace de su vida un papalote, pero estoy seguro de que en el cielo habrá papalotes muy, muy diferentes. ¿De qué color es tu papalote hoy en día? ¿Vuela alto o ni siquiera ha logrado despegar? ¿Es colorido y con vida o grisáceo y a punto de romperse? ¿Has apoyado a otros para que puedan mantener el suyo en el aire? ¿Te la pasas envidiando los papalotes ajenos y quejándote de por qué el tuyo es diferente? Nadie vivirá por nosotros. Ese papalote llamado vida depende de nuestros pensamientos, de nuestras acciones, de lo que hagamos o dejemos de hacer. Espero que en este día te puedas preguntar si realmente estás siendo quien deberías ser y si realmente te sientes apasionado e inspirado con lo que haces. Habrá gente que estará impidiéndote el vuelo, tratando de tirar el papalote con sus pedradas en forma de comentarios como: “No pierdas tu tiempo”, “Es imposible”, “Esa idea está loca”, “Déjate de cosas y ponte a estudiar”, “Si nadie lo ha logrado, tú menos”, “Por algo no lo han hecho”, entre otras cosas. El límite es el que se impone el ser humano.

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Si cada uno de nosotros dedicáramos más tiempo a construir nuestro papalote en vez de estar viendo lo que hacen o dejan de hacer los otros, estoy seguro de que el cielo tendría millones de papalotes coloridos cubriendo el firmamento, haciendo sentir plenamente realizados a sus artífices. Atrévete a dar el primer paso para hacerte cargo de tu existencia, más allá de las opiniones del mundo o de las circunstancias. Y, como dicen en España: “¡A vivir, que son dos días!”.

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18. ¿Turista o peregrino?

…mas no hagas con prisas tu camino; mejor será que dure muchos años y que llegues, ya viejo, a la pequeña isla, rico de cuanto habrás ganado en el camino. Konstantinos Kavafis

Un viejo amigo, hombre pudiente, de recursos, me contaba sus grandes travesías por el continente europeo. Me sorprendía la capacidad que tenía de contar las historias: desde la de una mujer que conoció en un bar español, hasta cómo entró sin que lo descubrieran a una audiencia con el Papa, en Roma. A veces eran tantos los lugares que visitaba y tan poco el tiempo para hacerlo, que en algunas ocasiones llegaba a una ciudad a media mañana para dormir en otra ese mismo día. Era sistemático en el momento de viajar. Su agencia de viajes le organizaba cada vuelo, cada hotel, cada ciudad; le calculaban distancias y presupuestos. Salirse del plan era algo que no estaba en su mente; por eso, cuando existía algún cambio de fuerza mayor se ponía furioso. Pasa lo mismo en nuestra vida. Nos hacemos 100 por ciento turistas obsesionados por cada paso que damos. Un turista, dice Ignacio Larrañaga, sabe dónde dormirá hoy, qué museos visitará mañana y qué ciudades recorrerá al día siguiente. Un turista se preocupa tanto por los resultados finales de cada cosa que hace, que se olvida de disfrutar el trayecto para lograrlos. Pone cuantas marquitas puede en el mapamundi para ir contando el número de países que visita pero, en su afán de cantidad, olvida tomar fotografías y paladear el momento. En otras palabras, los turistas son todos aquellos que se quedan horas en la oficina para llevar el pan a casa, pero se olvidan de platicar con los hijos. Son aquellas señoras que pasan en el gimnasio cada mañana

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para obtener un cuerpo de lujo, con rutina y constancia admirable, pero no hacen nada para alimentar su espíritu. Un peregrino, en cambio, no sabe nada, ni dónde dormirá hoy, ni qué será con su vida el día de mañana. Tiene un espíritu libre, un equipaje ligero, un alma solidaria, siguiendo espontáneamente el camino que le van marcando sus sueños. Un peregrino hace cada viaje importándole no el destino, sino lo que descubre en cada lugar, cada experiencia, cada persona con la que se encuentra. El turista tiene miedo a la incertidumbre, al futuro. El peregrino, por el contrario, deja a un lado su seguridad buscando la aventura. Bien dicen que el que no arriesga, no pierde, pero el que no pierde, no aprende. A los peregrinos no les importa perder, sino llevarse el mayor número de experiencias en su costal de aprendizaje. El peregrino olvida juzgar o comparar qué tanto ha avanzado el otro. Él sabe que cada uno tiene su propio Plan Perfecto, sus propios tiempos. No llora por los que van adelante o más atrás, ni se pone a seguir las huellas de los demás, sino que hace su propio camino. No se la pasa tratando de entender la vida, cuestionándola cada segundo: se dedica a sentir, a ser, a vivir y amar. No lleva un itinerario fijo, sino que hace su propio plan de viaje. El peregrino sabe que hay que disfrutar lo que suceda ahora, porque no tiene caso vivir el futuro dos veces. No se trata de no tener sueños u objetivos en la vida. La filosofía del peregrino va más allá; tiene una visión de lo que quiere llegar a ser interiormente, pero sabe que en cualquier momento, por su propio bien, Dios le puede cambiar la jugada. Lo importante es estar abierto a esos cambios, dejándonos llevar.

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La próxima vez que hagas un viaje, recuerda que lo que importa no es el destino, sino todo lo que viviste en el camino para llegar a él. Vive la magia de un peregrino.

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19. Echando a perder,

se aprende

Si en el camino te das cuenta de que te equivocaste de carretera, no te regreses a tu casa. Sólo consigue el mapa adecuado. David Montalvo

Me encontraba a bordo de un taxi en la Ciudad de México. Ese día iba a dictar un curso sobre comunicación al personal docente de una institución educativa. El tráfico, el calor, los floridos “recordatorios maternales” de los automovilistas y los vendedores ambulantes, creaban una atmósfera difícil de evadir. Para distraerme un rato, quise poner a prueba el tema del curso y empecé una conversación con el chofer en turno. Confieso que siempre me ha gustado hablar con la gente, extraños y conocidos, no sólo por el hecho de ser comunicador, sino por las valiosas lecciones que te dejan las personas que menos te imaginas; pero si, y sólo si, dejas a un lado tu ego, abres los ojos, los oídos y el alma. Y ese día no fue la excepción. El taxista comenzó a platicar con nostalgia sobre su antigua profesión: había sido gerente regional de un famoso banco en México hasta hacía apenas dos años, cuando lo “renunciaron” debido a un recorte de personal. Inmediatamente, invirtió lo que tenía ahorrado en un negocio que quebró por completo, dejándolo en la calle. Ahora rentaba el taxi para sacar unos cuantos centavos y tenía un puesto de helados al sur de la ciudad. Mientras compartía su historia, notaba que a pesar de lo que estaba viviendo —etapas que a los seres humanos les encanta llamar

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“fracasos”—, su sonrisa y entusiasmo seguían como si nada hubiera pasado; para él no eran malos momentos, sino simples resultados. Inclusive, me platicaba emocionado que, algún día, el carrito de helados, atendido por su hija de 15 años, iba a convertirse en un próspero negocio. No me quise quedar con la curiosidad de saber cuál era la razón de su pensamiento positivo. Me contestó con una valiosa lección: —Después de haber estado como empleado de una gran empresa teniéndolo todo y de repente quedarte sin nada, no me queda más que entender que echando a perder, se aprende. Vaya, con sólo esa frase podríamos escribir un libro completo. Qué sencillo sería vivir si comprendiéramos que estamos aquí, en la Tierra, como en un gran laboratorio donde hacemos experimentos a prueba y error. Experimentamos no para fracasar, sino para conocer cómo no hacer las cosas y emprender la acción hacia un nuevo camino, con una nueva estrategia. Conozco muchos seres humanos que, tras perderlo todo, prefieren esconderse como el avestruz para no ver lo que está afuera. Algunos se encierran en su hogar, otros evaden sus experiencias durmiendo y unos se desquitan con todo lo que les pongan enfrente. Con estas acciones buscan evitar lo malo, pero al mismo tiempo se pierden nuevas oportunidades que pasan frente a sus ojos por estar pensando en el pasado.

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Definitivamente, echando a perder, se aprende. Muchos quisieran tener una varita mágica para saber si les va a ir mal en una relación, en un negocio, en una nueva experiencia. Algunos se quedan en la mera intención de emprender algo por el miedo a lo que vaya a pasar. ¡Hay que arriesgarnos! ¡Hay que lanzarnos a la aventura! No importa si echamos a perder, porque eso sólo nos indica que no va por ahí. No se trata de ser mediocres. Hay que crear un plan, por supuesto, pero si el plan A no funciona, inmediatamente hay que pensar en un plan B, o C, o D, hasta que alcancemos lo que deseamos. Como aquella historia en la que un restaurant se estaba derrumbando a causa de un incendio. Su joven propietario se encontraba sentado en la acera de enfrente observando el suceso, cuando una amiga se sentó a su lado para tratar de consolarlo. Le dijo: —Qué triste lo que está pasando, ¿no crees? Pero él tranquilamente respondió: —Al contrario. Ya estoy pensando en qué otro lugar lo construyo de nuevo. Cumplió su palabra. Volvió a construir, y aquel pequeño negocio se ha convertido hoy en una exitosa cadena de restaurantes. Una batalla perdida afina la estrategia para la victoria final. Echando a perder, se aprende. Atrévete a vivirlo.

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20. Ponte tu nariz

Ten en cuenta que el brillo que emites, puede dañar los ojos sensibles e irritables de la gente que te rodea. César Lozano

David Larible no es un personaje cualquiera. Es un ser humano excepcional nacido en Verona, Italia, que desde los ocho años supo que quería ser payaso. Hoy es estrella del Circo Ringling Brothers. Hace unos años lo invitaron a México y una señora le dijo: —Tengo un problema muy grande: mi hijo tiene 10 años y mi familia piensa que está loco porque siempre está con su nariz de payaso, se duerme con ella, él quiere ser payaso y la familia cree que está loco. David comentaría luego al respecto: “Y yo pienso que si un niño juega con una pistola eso es normal, pero si un niño juega con una nariz de payaso se piensa que está loco. Ésta es la sociedad en la que vivimos hoy. Una persona que se pone una nariz ¡cómo va ser considerado loco! Para mí son héroes que nos dan alivio en momentos críticos como los que estamos viviendo”. Colocarse una nariz de payaso va más allá de una acción loca, cursi o desenfrenada. Colocarse una nariz de payaso y salir a la calle es ir más allá de la crítica, los comentarios de los demás, romper paradigmas y creencias. Bien dicen por ahí que el respeto humano es la guillotina de los santos. Yo le agregaría del bombero, el policía, el político, el empresario, el maestro, el padre de familia. El respeto humano aniquila a los hombres soñadores. Comienzan con una gran idea, pero en el momento de recibir comentarios como: “Ponte a hacer algo de provecho”, “Qué loco estás”, “A quién se le

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ocurre semejante barbaridad”, “Aquí eso no funciona”, se deslizan entre la resbaladilla que separa a los exitosos de los que tenían ganas. Estoy seguro de que este niño del cual habla David lo hubiera hecho de igual manera frente a su amigo del colegio como ante el presidente. Eso es valentía. Eso es no importarle lo que opine el otro. Miedo es tratar de ocultarse tras una imagen que no corresponde, para poder ser aceptado. Miedo es precisamente que nuestros gobernantes se pongan el cartel de “Aquí sólo truena mi pistolita”, desapareciendo del mapa a todo aquel que opine diferente a ellos. Nuestras narices de payaso son a diario una idea emprendedora: creencias positivas, un estilo de ropa, un grupo de amigos, nuestros valores, principios, sueños, nuestra nueva forma de pensar. Narices que a veces guardamos por temor a lo que vaya a decir el vecino. No se trata de ser egoístas, ni de pensar que el mundo no existe. Claro que hay personas que nos ayudan a mejorar, pero hay que saber elegir los comentarios y quedarnos con lo que realmente nos sirva. En la película-documental ¿Y tú qué @#V!* sabes? hacen la comparación entre qué lente llega a observar más: el de la cámara que estaba en ese momento grabando la entrevista, o el del humano. La respuesta correcta es el lente de la cámara, porque ésta no juzga. Hay tantos juicios o creencias negativas en nuestra mente que nos ciegan al conocer gente nueva; que nos impelen a ser “reservados”; que nos hacen “masificarnos”, ser uno más del montón. Vivimos cegados comportándonos de acuerdo a fundamentos sociales que sólo nosotros hemos ido creando. Al final de una conferencia¸ una adolescente se me acercó con lágrimas en los ojos para platicarme de una experiencia vivida, pero sobre todo para hacerme una pregunta:

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—David ¿cómo le hago para decirles a mis papás que quiero ser baterista sin que me regañen o me peguen? ¡Qué increíble que todavía ni siquiera hablaba con sus papás y ya estaba escondiendo su nariz! La escondía por razones que comprendo, ya que sus papás estaban decidiendo cada paso que daba, privándola del poder de elección. Estoy seguro —porque lo he experimentado y lo he visto en miles de personas— de que nada ni nadie puede influir negativamente en tu vida si tú no les das el permiso. No te detengas cuando desees ponerte una nariz de payaso y salir a la calle con algo positivo en mente, aunque los demás se te queden viendo con cara de extraterrestre. A fin de cuentas, el clavo que sobresale recibe siempre un martillazo. Créeme que será más humano que jugar al enmascarado y te sentirás más libre. A fin de cuentas, quien gozará o aprenderá de sus propios resultados eres tú. Nadie más lo hará por ti, ni siquiera los que te critican. Haz la prueba y luce tu particular y muy propia nariz.

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21. Pequeños detalles

Nunca olvides que puedes acariciar a la gente con palabras. Francis Scott Fitzgerald

Un profesor contó el caso de doña Maximiliana, quien muy cascada por los trajines de una larga vida sin domingos, había sido internada en el hospital, donde cada día pedía lo mismo: —Por favor, doctor ¿podría tomarme el pulso? Una suave presión de los dedos en la muñeca, y él decía: —Muy bien. Setenta y ocho. Perfecto. —Sí, doctor, gracias. Ahora, por favor ¿me toma el pulso? Y él volvía a tomarlo, y volvía a explicarle que estaba todo bien, que mejor, imposible. Día tras día se repetía la escena. Cada vez que él pasaba por la cama de doña Maximiliana, esa voz, ese ronquido lo llamaba y le ofrecía ese brazo, esa ramita, una vez y otra vez y otra. Él obedecía, porque un buen médico debe ser paciente con sus pacientes, pero pensaba: “Esta vieja es un plomo. Le falta un tornillo”. Demoró años en darse cuenta de que ella sólo necesitaba que alguien la tocara. Me pregunto si realmente estamos conscientes del poder que tenemos de influir positivamente en la vida de los demás. Si de verdad conocemos la magia que surge cuando tenemos detalles o gestos de amor con el otro.

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No estoy hablando de extravagancias probablemente muy lejanas a nuestro modesto alcance, como depositarle al vecino un cheque por 100 mil dólares o regalarle un automóvil a la futura esposa. Me refiero a ese otro tipo de detalles, de los que cuestan muy poco o hasta son gratis, pero que hacen una gran diferencia. Recuerdo que me contaban la anécdota de cómo una niña había perdido su muñeco del personaje Peggy en la habitación de un hotel de Disneyworld. Los padres trataron de hacer lo imposible por encontrar el juguete de su hija, pidiendo apoyo al gerente del hotel. La encargada de su habitación buscó por todos lados pero no encontró nada. Tuvo que hablar con el departamento de lavandería y buscar entre las sábanas, hasta que encontraron el muñeco tan deseado. Lo más normal y común para los mortales era decir que se perdió o, en un caso muy especial, enviárselo por correo hasta el domicilio de la niña. Pero el detalle no quedó ahí. Personal de la empresa de Disney se dio a la tarea de fotografiar a la muñeca de su pequeña cliente en muchas de las atracciones del parque. Luego le enviaron un paquete a la niña que contenía su muñeco extraviado, las fotografías y una nota que decía: “Perdón por llegar hasta ahorita, pero a Peggy todavía le faltaba disfrutar de muchas atracciones del parque y quisimos tomarle estas fotos de recuerdo. Atentamente, Mickey Mouse”. ¡Vaya! Si esos detalles los tuviéramos con nuestra pareja, amigo, empleado, la persona que limpia nuestro coche, el barrendero del colegio, el vigilante del fraccionamiento e inclusive los automovilistas que andan de mal humor en medio del tráfico, haríamos que los demás vivieran mejor.

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Precisamente ése es el secreto de la filosofía que ha llevado a Disney a ser una de las empresas más importantes del mundo: “Crear momentos mágicos en los demás”. Ahora te pregunto: ¿cuántos momentos mágicos le produces a alguien más durante el día?, ¿durante el mes?, ¿durante tu vida? Tener detalles con los demás no tiene relación con que sean de tu mismo tipo de sangre, familia, religión o sexo. Aquí los límites los pones tú y es mucho mejor si no los pones. Cuando vayas caminando por la calle, haz la prueba de voltear a ver a un completo desconocido y con una “sonrisa Colgate” dile: “Que tenga un extraordinario día”. Estoy seguro de que la reacción, en primer lugar, será de asombro, porque no estamos acostumbrados a recibir cariño. Nos parece extraño que alguien piense en nosotros, precisamente porque somos víctimas de nuestro egoísmo; pero, en el fondo, con ese simple gesto probablemente le hayas hecho la diferencia y le hayas aligerado la carga que tiene con su familia o el trabajo. Si eso podemos lograr con desconocidos, por qué no irnos entrenando con nuestra propia familia o amigos. Un “Te quiero mucho”, “Muchas gracias”, “Perdón”, “Estoy orgulloso de ti”, “Felicidades”, entre otras cosas, puede ser el detonador para que una persona viva mejor su día. También la creatividad influye. Estoy seguro de que si ese “Te quiero” viene acompañado del dulce favorito del destinatario; o un “Gracias” está escrito en una nota sorpresa en la maleta de tu hijo cuando sale de viaje; o un “Felicidades” llega de repente, incluso usando la tecnología, con un mensaje de texto o correo electrónico, el “cañonazo” de amor llega con mayor impacto. Atrévete a crear momentos mágicos en la vida de los demás. Los conozcas o no, busca la forma, el momento y el tiempo de tener

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detalles que si bien pueden parecer pequeños, harán una gran diferencia. Depende de ti… y el tiempo ya está corriendo.

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22. La comida de mamá

Todos hemos nacido para el amor. Es el principio de nuestra existencia, y su único fin. Benjamín Disraeli

Nada más rico, sabroso y nutritivo que la comida de mamá. Para muchos, la casa es el mejor de los restaurantes. No existe mejor alimento que una rica tortilla hecha a mano; el caldo de pollo que arregla corazones rotos o aligera el cansancio cotidiano; el arroz con verduras, único en su tipo; los postres que endulzan la vida; o ese platillo típico que se ha ido pasando de generación en generación. No pretendo provocarte hambre o incitar tu paladar con estos recuerdos, sino que nos pongamos a pensar en ese ingrediente que hace la diferencia en el sabor, aderezando cada uno de estos platillos: el amor. Como dicen por ahí: “Si te vas a casar, toma unas clases de cocina”. Pero si no sientes cariño por la otra persona, por más clases que tomes, hasta se te va a quemar el agua cuando la pongas al fuego. Así es la vida y no nada más en el momento de cocinar, sino en cualquier circunstancia. Lo importante no es tanto lo que hacemos, sino cómo lo hacemos. No es lo mismo hacer por hacer, o hacer porque me pidieron, o hacer como que lo hago, a entregarse con pasión en alguna actividad. La típica frase de “Lo hice por amor al arte” no es sólo sinónimo de “No me pagaron ni un centavo”, sino de que realmente la prioridad no estuvo en llenarse la billetera, sino en llenar el alma haciendo lo que uno disfruta.

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Lo más impresionante es que la mayoría de las veces esas cosas hechas “por amor al arte” salen mejor. Por eso, el arroz de mamá sabe tan rico: no tanto por la cantidad de tomate que pueda tener, sino por las dosis de cariño que pone en cada cucharada. Hacer las cosas por amor y no por compromiso nos hace tener resultados extraordinarios. Cosas tan simples que a veces hacemos de mala gana, como saludar al vecino; dar una limosna; platicar con el joven que vende el periódico; empezar una nueva tarea o proyecto; platicar con nuestra familia; se vuelven más especiales cuando les agregamos ese ingrediente mágico. Una historia que sucedió en Monterrey, la capital de Nuevo León, me hace recordar la importancia del amor en la vida diaria. Quiero compartirla contigo. Él había fallecido hacía un año y se acercaba una fecha importante, el día de San Valentín. Todos los años él le enviaba un ramo de rosas a su esposa con una tarjeta que decía: “Te amo más que el año pasado, mi amor crecerá más cada año”. Éste sería el primer año en que Rosa no las recibiría. Inevitablemente las extrañaba cuando llamaron a su puerta y, para su sorpresa, al abrir le entregaron un ramo de rosas con una tarjeta que decía: “Te amo”. Se molestó mucho, por supuesto, pensando que había sido una broma de mal gusto. Llamó a la florería para reclamar el hecho. Amablemente, el dueño le dijo saber del fallecimiento de su esposo un año atrás y le preguntó si había leído el contenido de la tarjeta. Le explicó que esas rosas las había pagado su esposo por adelantado, así como todas las demás para todos los años por el resto de su vida. Al colgar el teléfono, a Rosa se le llenaron sus ojos de lágrimas y al abrir la tarjeta vio que estaba escrita por su esposo y decía: “Hola, mi amor, sé que ha sido un año difícil para ti, espero te puedas reponer

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pronto, pero quería decirte que te amaré por el resto de los tiempos y que volveremos a estar juntos otra vez. Se te enviarán rosas todos los años; el día que no contesten a la puerta, harán cinco intentos en el día, y si aún no contestas, estarán seguros de llevarlas a donde tú estés, que será junto a mí. Te ama, tu esposo”. Al final de la vida nos iremos con la alforja vacía. Para ese momento las cosas del mundo nos serán pasajeras. Lo que quedará es todo aquello que hicimos con amor por los hombres. Desde llevarle rosas a la persona amada, hasta un caldo de pollo para nuestros hijos.

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23. Habla ahora o calla para siempre

La muerte es un desafío. Nos dice que no perdamos tiempo... Nos dice que nos digamos ya mismo que nos amamos. Leo Buscaglia

“¡Tenía cosas pendientes que decirle!... pero ya no está conmigo, ahora sólo me toca imaginar lo que hubiera pasado”. Con frecuencia escucho comentarios como éste cuando se acercan a mí personas que buscan consuelo por haber perdido a un ser amado. Se lamentan, ya inútilmente, por el futuro que se esfumó antes de lo planeado, por no haber aprovechado el presente. Desgraciadamente, toda la reflexión y los “hubiera dicho, hubiera hecho, hubiera demostrado” llegan al corazón cuando terrenalmente es imposible comunicarse. Mucho de los mensajes pendientes se quieren plasmar el día del funeral, pero es triste darnos cuenta de que, aunque queramos atrasar las manecillas del reloj, el tiempo nos ha ganado ventajosamente. Lo sorprendente es que cuando me toca preguntar en conferencias quién ha dicho lo que siente a sus seres queridos, pocos son capaces de levantar la mano y aun me comentan: “Es buena la idea, pero me siento ridículo”, “No puedo decir lo que siento, porque luego se va a sentir importante”, “Prefiero esperar otro momento”. ¿No valdrá más la pena arriesgarnos a hacer el ridículo, a que el otro se sienta más, a que tal vez no sea el mejor momento, que después ya no tener tiempo para decir lo que pensamos?

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La escritora Anamaría Rabatté nos da un mensaje claro y concreto: “En vida hermano, en vida”. Inclusive nos ofrece la idea de que, así como celebramos el Día de Muertos, celebremos a los vivos los 365 días del año. Celebremos el poder de decir al otro “Te quiero” sin pensar que somos cursis; celebremos dar las gracias sin pensar que nos hacemos menos; celebremos decir “Te necesito” sin pensar que perdimos la dignidad; celebremos la oportunidad de pedir perdón sin pensar que somos fracasados. Como dice San Maximiliano Kolbe: “Vive siempre como si éste fuera el último día de tu vida, porque el mañana es inseguro, el ayer no te pertenece y solamente el hoy es tuyo”. Haz un homenaje en vida a todo aquél con el que te topes en el camino. Dile lo que sientes, lo que piensas. Se sincero con esa persona y con tu corazón. No hablo de cursilerías. Hablo de aprovechar el presente, de no dejar cosas pendientes. Estás a una carta, una llamada o a un encuentro de distancia. Habla ahora o calla para siempre.

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24. Tú eres tú, el otro es el

otro

No puedes ser feliz y disfrutar de paz interior, si vas por ahí esperando que los demás sean y vivan como quieres que sean y vivan. Wayne Dyer

No vemos el mundo tal y como es: vemos el mundo tal y como somos. Cada quien tiene su propio mapa. Cada uno tenemos una concepción sobre el mundo totalmente diverso. Si en estos momentos te pidiera que imaginaras un perro, lo más seguro es que tendrías la visión de un pastor alemán o tal vez un chihuahueño o un dálmata. No podría forzar a una multitud a concordar en uno solo. Esto es porque tal vez puedes pensar en el que tuviste en la infancia, el que tienes hoy en casa o alguno que viste por primera vez en televisión. Desde que nacemos estamos involucrados en un espacio sociocultural donde recibimos toda clase de información. Creencias que van desde “Las matemáticas son difíciles”, “Siempre serás gorda”; hasta otras que hieren más como “Eres la culpable de los problemas en la casa”. Hemos vivido tantas cosas, que somos una amalgama de colores diversos. Si fuéramos una pintura, tendríamos claroscuros, algunos más brillantes, otros más opacos, pero al verla en conjunto sería una obra maestra. Uno de los grandes errores del ser humano que limita su crecimiento personal, es creer que los demás tienen que pensar exactamente igual a como piensa él, que tienen que reaccionar igual porque es lo “normal”. ¿Lo normal para quién? ¿En qué momento? ¿Bajo qué circunstancia?

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Las cosas cambian cuando las enfocamos con un diferente cristal y aceptamos que cada quien tiene su propia historia, su propio acontecer diario, sus propios gustos, sus propias creencias. Me da risa cuando alguien defiende a capa y espada sus comentarios como si fueran palabra sagrada: “Es que sin título universitario no eres nadie”, “Si no te casas antes de los 30, ya se te fue el tren”, “Tienes que graduarte y estar en una empresa importante”, como si eso hiciera la realización de todo el universo. En esos momentos habla el ego, habla el mapa de cada uno. Sería un desgaste tratar de juzgar a la otra persona porque no le interesa la misma universidad que a nosotros; porque prefiere la música country en vez de la salsa; o porque es psicólogo en lugar de ingeniero en sistemas computacionales. Dicen que el gusto se rompe en géneros, pero también hace que se rompan relaciones si no sabemos ser tolerantes frente a preferencias distintas a las propias. La siguiente vez que alguien te haga un comentario totalmente diferente a lo que estabas acostumbrado, o tenga una reacción que no habías observado en este planeta, no te preocupes, no trates de entender. Recuerda que cada quien es diferente, que cada uno tiene su propio mapa para hablar, para pensar y para actuar. Tú eres tú, el otro es el otro. Eso te hace un ser único y especial. No lo olvides.

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25. Carta a un hombre

millonario

Querido John Dólar: Hola, hace mucho tiempo que no tengo noticias tuyas. Me imagino que has de estar ocupado con las nuevas propiedades que compraste, administrando los negocios o gastando tu fortuna en centros de apuestas. Cada día admiro más la capacidad que tienes para convertir en oro todo lo que tocas. Me di cuenta también de que te dedicaron la portada en la revista Forbes por ser uno de los hombres más poderosos del mundo. Espero me puedas conceder una entrevista en tu apretada agenda. Si quieres, le llamo a tu asistente para que me haga algún espacio. ¿Sabes?, sinceramente tengo ganas de platicar contigo, de contarte cómo me ha ido, de hablar de cuestiones que para ti no son tan importantes como la caída del peso, pero de las que me gustaría que supieras, y son tantas cosas… He visto tus productos anunciados por todos lados. Me imagino que te has de sentir muy orgulloso. Tus empleados te sonríen diariamente con un “Buenos días, Don Dólar”, que es música para tus oídos. Los ceros en tu cuenta aumentan cada vez más. Qué increíble que puedas ver por internet cada día cómo esa fortuna va creciendo sin parar. La autoridad que tienes en tu empresa es impresionante. Todos te respetan, te alaban, hacen todo lo que les pides. Tienes un liderazgo que impacta.

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Me interesan muchísimo tus planes. Tantos proyectos para, desde luego, seguir llenando la billetera. Tantos proyectos con visión a corto, mediano y largo plazo. Me impresiona la capacidad de tener toda una planeación de aquí a 50 años. Me encantó la decoración de tus imponentes casas en Miami, Nueva York y en diversas playas en México. Los choferes y las amas de llaves que tienes ahí parece que atienden a un rey; son en verdad muy serviciales. Creo que hoy recibes un premio más por ser uno de los hombres más multimillonarios del país. ¿Cómo te sientes? Imagino que maravillosamente. Estos días que te estuve observando, me sentí impactado por tu capacidad de generar riqueza; pero creo que olvidaste algo. Olvidaste el partido de futbol de tu hijo de 10 años. Te cuento que metió tres goles y otros papás tuvieron que ir a felicitarlo. Un abrazo hubiera hecho la diferencia. Creo que también te olvidaste del limpiacoches que pasó a tu lado esta mañana. Me imagino que no te diste cuenta o tu chofer no te avisó, pero hubieran sido la diferencia 10 o 20 pesos que le pudiste haber ofrecido. Su mamá está delicada y necesitaba unas medicinas. Fue tu aniversario de bodas. ¿Te acuerdas de aquel momento mágico en donde prometiste amor eterno a la que hoy es tu esposa? Tal vez tuviste muchas preocupaciones, porque se quedó esperando en la casa. Creo que una carta, un ramo de rosas, una cena romántica, no te hubieran costado tanto y hubieran hecho la diferencia. Al parecer ni levantaste la mirada para ver el paisaje que te regalé mientras ibas a tu oficina. Quise poner mi mejor esfuerzo para recrearte un sol brillando en su esplendor, un clima agradable y un azul

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del cielo lo más nítido que se pudiera. Observar esas imágenes te hubiera hecho sentir en paz, olvidando un poco el estrés. Tu papá, tu viejo, el que tanto te enseñó, te compartió, te instruyó en el camino de los negocios, está solo en casa. Una visita habría sido un extraordinario regalo para él. Te olvidaste de platicar con Juany, tu secretaria. Está a punto de divorciarse, pasa por un mal momento y como quiera te sirve con una sonrisa. Te olvidaste de la persona que cuida a tus hijos, que tristemente les da el cariño cuando no estás. Te olvidaste de leer un buen libro, tomar una taza de café, platicar con tu hija adolescente. Olvidaste también hacer alguna oración, descansar tu mente o escuchar buena música. Olvidaste recibir otro tipo de reconocimientos, ésos que te ofrece la gente cuando les tocas sus corazones. Ganaste mucho dinero hoy, pero olvidaste lo esencial. Estoy seguro de que si te acordaras más seguido de lo que hoy despreciaste, serás mucho más rico de lo que te imaginas. Piénsalo, hijo mío, piénsalo. Con amor, Dios

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26. Con piel de tigre

Las cosas mejores y más bellas del mundo no pueden verse ni tocarse… pero se sienten en el corazón. Hellen Keller

Cuentan que el cordero tenía miedo de los lobos. Encontró una piel de tigre y se cubrió con ella. Un día vio un lobo de lejos y se echó a temblar. Se había olvidado de que llevaba la piel de tigre. Cada uno tenemos una piel de tigre en nuestra alma que ha sido curtida por la experiencia. Es una capa protectora que se ha ido formando por las circunstancias y las enseñanzas que arroja cada etapa que pasamos. Como decíamos en una reflexión pasada, nosotros vamos formando nuestro propio mapa. Para poder enfrentar la vida, para poder cumplir nuestros sueños, tenemos que creer en esa piel que traemos puesta, saber de qué estamos hechos y no vencernos al acercarse el miedo o la incertidumbre con disfraz de lobo. No se trata de ataviarnos de alguien que no somos o de no ser auténticos, sino de darnos cuenta de todo el potencial que tenemos. A veces, al término de una conferencia se acercan algunas personas con la inquietud de publicar un libro, preguntándome cómo le hice. Les respondo de forma sencilla: escribiéndolo primero. Tal vez se trate de una respuesta que no esperaban escuchar, pero les aseguro que no estoy mintiendo. Les digo que lo difícil no está en escribirlo, porque si realmente disfrutas plasmar sobre una hoja en blanco tus ideas, todo va fluyendo. El reto, el desafío radica en el proceso posterior a escribirlo. Les empiezo a contar que es necesario registrarlo ante Derechos de Autor, pagarle a un corrector de estilo u ortografía, buscar el diseño de

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la portada y contraportada, enviarla no a una, sino a más de 20 editoriales para tener al final una o dos que crean en el proyecto, esperar 90 días para una respuesta…. Y la lista sigue. De repente percibo que el interesado se esfuma al escuchar tantos requisitos. En el mejor de los casos, algunos se quedan para decirme: “¡Ah, yo creía que era más sencillo!”, “¡No tengo dinero!” o “¡Es un proceso muy largo!”, “¡Mejor me olvido del asunto!”. Ahí es cuando la gente olvida la piel de tigre que trae puesta. Ahí es cuando aparece el personaje que bauticé como el cordero excusador. Aquél que al darse cuenta de que no es tan fácil como pensaba, prefiere quedarse como espectador de los triunfadores. Es aquella persona que al invitarla a un viaje de descanso, en lugar de decir que prefiere ahorrar, hace comentarios como: “No tengo dinero ni para quedarme”. O que les compartes una oportunidad de negocio y te dicen: “¿A qué hora lo hago? No tengo tiempo”. Lo más interesante de este fenómeno es que esas personas sí desean irse de viaje, tener un nuevo negocio, ganar un buen sueldo o vivir mejor al lado de su familia. Vaya ¿a quién no le gusta vivir bien? Pero cuando piensan en todo lo que tienen que hacer para lograrlo, es justo cuando llega “el lobo” de la duda y se queda todo en meras intenciones. Creer en uno mismo no es sólo pensar que podemos, sino visualizarnos en el momento en que ya lo estamos logrando. Creer en uno mismo es saber que tenemos las cualidades y el potencial para llegar más allá de nuestros propios límites. Si la fe es débil, inevitablemente nos alejamos de nuestras metas, nos autosaboteamos y autoengañamos pensando en lo que todo mundo dice: “No se puede”. A lo mejor empezamos, pero a la primera prueba estaremos tirando la toalla.

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Tal vez tu sueño no sea publicar un libro. Puede ser iniciar un nuevo negocio, bajar de peso, emprender un nuevo proyecto o comenzar un programa de crecimiento. Sea lo que sea, las personas que no creen en ti llegarán por el camino disfrazadas de lobo para hacerte desistir. Lo importante no es lo que te digan o lo que crean de tu sueño, sino lo que tú mismo pienses de ti. Puedes tener defectos, como todos, pero lo que hace la diferencia es que logres tus objetivos a pesar de —o más bien aprovechando— esas áreas de oportunidad. Nunca olvides tu piel, esa piel que te ha hecho fuerte a lo largo de los años y bajo la cual has vencido obstáculos más grandes que ése por el que estás pasando. Nunca olvides que aunque eres un frágil cordero, tienes piel de tigre.

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27. Volar sin ensuciarnos

No creas sólo lo que dicen tus ojos. Sólo muestran limitaciones. Mira con tu inteligencia, descubre lo que ya sabes y hallarás la manera de volar. Richard Bach

Cuenta la leyenda que un pájaro que vivía resignado en un árbol podrido que se alzaba en medio del pantano, se había ya acostumbrado a estar ahí. Comía gusanos del fango y se hallaba siempre sucio por el pestilente lodo. Sus alas estaban inutilizadas por el peso de la mugre, hasta que cierto día un gran ventarrón destruyó su guarida; el árbol podrido fue tragado por el cieno y el animalito se dio cuenta de que iba a morir. En un deseo repentino de salvarse, comenzó a aletear con fuerza para emprender el vuelo. Le costó mucho trabajo porque había olvidado cómo volar, pero enfrentó el dolor del entumecimiento hasta que logró levantarse y cruzar el ancho cielo, llegando finalmente a un bosque fértil y hermoso. Como en esta historia, un día me negué a ser como todos: me rehusé a ser parte del montón, a vivir cumpliendo únicamente lo que la sociedad dictaba con la vacía excusa de “Es que todo mundo lo hace”. Me di cuenta de que la vida es tan fácil o tan difícil como nosotros la observemos y decidamos hacerla. Somos pájaros libres con el valioso don de volar por el mundo, sin límites, ni ataduras. Nosotros mismos nos aprisionamos cuando nos dejamos llevar negativamente por las circunstancias. Nos atamos las alas cuando, en lugar de ver lo que nos sucede como parte de un Plan Perfecto, pensamos que se trata de castigos de Dios.

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Nos privamos de volar con alegría cuando envidiamos el éxito de los demás. Cuando preferimos criticar relaciones, en vez de construir las nuestras. Cuando hablamos sin conocer al otro, sólo por la impresión que nos pueda dar.

Volar significa que a pesar de seguir viviendo en el pantano, no tenemos por qué contaminarnos en él. Volar significa que a pesar de estar en un mundo en donde existen la guerra, la crisis, la corrupción y tantas debilidades del hombre, podemos crear nuestra propia fantasía de amor y esperanza, que a veces es más real que la “realidad establecida”. Pero para que esto suceda, necesitamos —como el pájaro— vivir y superar el dolor del entumecimiento. Un entumecimiento que nos ciega, que nos hace vivir en ese egoísmo formado con nuestras creencias, miedos e inseguridades. Tenemos que afrontar el cambio, quitarnos el lodo, la losa encima de la espalda. Ya sabemos volar, sólo necesitamos dejar el pantano, pensando en los cielos que estamos a punto de descubrir. Asumamos el riesgo de salir del pantano, de volar sin contaminarnos. Quítate el lodo de vivir con ese vicio que te aniquila, de convivir con quien no deseas, de estar en un trabajo que se presenta como un suplicio. Si es necesario y lo deseas ardientemente, Dios te pondrá a un maestro que te dará la mano, siempre y cuando estés atento a las oportunidades. Eres una persona que nació para ser libre, para volar sin ensuciarte. En el momento en que dejes a un lado lo que te pesa, harás de tu vida un increíble cielo. Date la oportunidad.

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28. Servir para que sirvas

Qué triste sería el mundo si todo estuviera hecho, si no hubiera un rosal que plantar, una empresa que emprender. Gabriela Mistral

En esta casa en común llamada mundo, compartimos nuestra habitación con millones de personas. Diariamente tenemos la oportunidad de hacer que esta experiencia sea más plena para todos. En momentos nos toca limpiar la sala, barrer el piso de la entrada o hacer la comida. Siempre hay oportunidades para poner nuestro granito de arena y hacer placentera nuestra estancia. Como en cualquier hogar, es importante tener obligaciones, derechos y responsabilidades. Necesitamos la tolerancia, apertura mental y la comunicación; pero no podemos dejar a un lado el ingrediente característico de las personas iluminadas, la cualidad de todos aquellos que hacen cambios en este mundo: servir. ¿Servir? Sí, querido lector, leíste bien. Vaya verbo ¿no? No dice en ningún momento ser servido o que me atiendan, dice sencillamente servir. El ser humano es fundamentalmente bueno. Y porque es bueno, tiene en el fondo de su corazón la intención de hacer algo por los demás. La diferencia aparece cuando esa intención se convierte en acción. Vale la pena servir en el hogar universal, pero no servir sólo porque el otro es buena gente o nos cae bien; no servir al funcionario público para que después nos regrese el “favorcito”. No tranquilicemos la conciencia sirviendo a la suegra sólo para que nos dedique una mejor cara, o al empleado para que no nos demande por maltrato.

Hay que servir por el llano hecho de servir. Así de fácil, así de práctico. Servir para que nuestra vida sirva a los demás. Servir hasta que duela,

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decía la Madre Teresa; pero no que duela el egoísmo, sino las manos de tanto dar. En este planeta servir al prójimo es una oportunidad maravillosa para que nuestro espíritu se fortalezca. Servimos con un pedazo de pan, pero también con un fuerte abrazo. Servimos con unas monedas, pero también ayudando al invidente a cruzar la calle. Servimos con una ofrenda a Dios, pero también dando unas palabras de aliento al anciano que pide limosna afuera de la iglesia. Todo el día, desde que nos levantamos, tenemos la posibilidad de servir en algo o a alguien. Todos aquellos que no te piden apoyo, pero intuyes que lo necesitan, aquél que tiene arrastrando su problema, en la casa, fuera de ella. Ocasiones existen. Pero sinceramente te confieso que no es tarea fácil. Jesús Aniorte tiene razón al decir que servir es cosa de fuertes, porque pocos se atreven a vencerse a sí mismos. Porque la negativa a servir a los demás, el miedo a estar por debajo de cualquiera, grita, exhibe nuestra “pequeñez” y nuestra sin-importancia. Qué vanidad la del ser humano. Sin embargo, estoy seguro de que es mejor dar que estar con los brazos cruzados. Cuando servimos, sin quererlo, recibimos más de lo que damos. Cuando servimos, tenemos asegurada una recompensa llamada felicidad. Tagore no se equivocaba cuando decía: “Soñé que la vida era alegría. Me desperté y vi que la vida era servicio. Me puse a servir y en el servicio encontré la alegría”. No esperes grandes oportunidades, majestuosas campañas. En el ínter, en el compás de espera, hay muchos consuelos que quedan sin darse; muchas lágrimas que no se enjugan; muchos favores que no se hacen; muchos problemas que no se resuelven. Sólo los grandes sirven. Sólo ellos se atreven a “rebajarse”. Pero al final de la vida son los que marcan el camino.

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29. Una vida de película

Observar lo hace cualquiera. Observarse a uno mismo está reservado para los grandes. David Montalvo

Me encanta el cine. Me gusta poner el botón de apagado de mis actividades diarias para desconectarme un poco y disfrutar una buena película con alguna persona importante en mi vida. Me fascina la idea de poder trasladarme a otro mundo, a otro espacio, con otras personas, que tal vez existen sólo en la mente del guionista. Es mágico poder disfrutar de una buena proyección con unas ricas palomitas, un refresco bien frío y sentir la emoción de conocer una nueva historia, ajena a la nuestra, pero con la que podemos identificarnos más de lo que creemos. Recuerdo, hace algunos años, que después de haber disfrutado la película Patch Adams sobre el médico del mismo nombre, una gran amiga me hizo una pregunta que me dejó congelado: —¿Cómo se llamaría la película de tu vida? Son esas preguntas que prefieres evadir, que te dejan sin habla, porque no tienes ni la más remota idea de qué responder. En esos momentos no sabía si reír, llorar, salir corriendo o reflexionar. Decidí hacer lo último. No podía dejar atrás mi faceta de comunicador. Llegaron a mi mente miles de ingeniosas y creativas ideas como título. Estaba pensando algo que tuviera chispa, que impresionara, que atrapara al espectador, que tuviera rating o, como se dice en el argot publicitario, que “vendiera”. Mi amiga lo resolvió de golpe, diciéndome:

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—No le metas marketing, es una pregunta personal, deja que hable tu corazón. Tenía razón. Tenía que dejar que mi corazón contestara. Era una pregunta sencilla que yo mismo estaba haciendo complicada. Antes de responder, me imaginé en una sala de cine totalmente vacía. La misma sala que visitaba de niño. La misma sala que me enseñó a imaginar y soñar sin límites. Pero en esa escena la imaginé con un silencio sepulcral. Ya no escuchaba el murmullo de las personas emocionadas antes de iniciar, el tronar de las palomitas o los llantos de los bebés. Estaba totalmente solo frente a una pantalla en blanco. En esos momentos hice un recuento de toda mi vida. Empecé a ver entonces cada uno de los momentos que me marcaron para siempre. Algunos difíciles, otros increíblemente maravillosos, otros que me dejaron un aprendizaje sobre cómo hacer las cosas y otros sobre cómo no hacerlas. La película seguía e iban apareciendo personajes que me dejaron algo importante. Algunos siguen en mi vida, otros llegaron, me dejaron su enseñanza y se fueron, tal vez en lapsos de cinco años, dos meses o un minuto. Fue un ejercicio de reflexión que pasó en segundos, pero lo seguí disfrutando horas después. ¿Sabes? Me gustó la película porque fui el guionista. Me gustó la película porque me dieron la libertad de tomar decisiones. Me gustó la película porque me vi guiado por un director llamado Dios, y conté con unos personajes estelares llamados amigos, familia y maestros. A pesar de que la imagen no se veía clara todo el tiempo, entendí que cada momento, cada instante, inclusive los aparentemente malos o

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borrosos, tuvieron que haber ocurrido. En ninguna escena hubo cortes, ni de más ni de menos. No hubo edición ni fotomontajes. La película la observé tal cual se fue grabando. Sin esos momentos dolorosos, de crisis y soledad, pero también de amor, alegría y entusiasmo, la película de tu vida no sería igual. Tienes que pasar por todo tipo de experiencias para que al final se proyecte una obra maestra. Si me preguntas qué le contesté a mi amiga o cómo titulé mi película, sinceramente… no lo sé; de hecho, todavía no lo descubro. Por lo pronto me dedico a disfrutarla, porque queramos o no, es la película más importante que jamás podremos volver a filmar, al menos en esta Tierra.

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30. Rompe la sandía

¿Te acuerdas del juego de romper la piñata? Los ojos vendados, una cuantas vueltas y... salir a jugar. Imagínate, ahora, que te levantas de donde estás... los ojos vendados, unas cuantas vueltas y sales a la vida. Vamos probando cada paso, tanteando inseguros, confundidos, sin sentido de orientación. Patricia Garrido

La vida te manda mensajes. Mensajes que alcanzan a ver sólo aquéllos que creen en esta forma —para algunos, extraña; para otros, milagrosa— de percibir señales que nos orientan durante nuestra existencia. Este libro, dentro de cada reflexión, contiene muchos de ellos. No tanto por lo que un servidor pueda escribir, sino por lo que puedas interpretar. Desde hace algunos meses, empecé a recibir unos cuantos mensajes, en su mayoría relacionados con esa deliciosa fruta llamada sandía. De pronto, observaba un panorámico, un anuncio en la televisión, un lienzo o hasta un vendedor que se cruzaba en mi camino, promoviendo, de forma particular, el consumo de éste manjar. Eran como advertencias o señales que iban llegando, de forma amable pero directa, gracias a la sincronía de la vida. Tenía que descubrir qué me querían dar a entender esos mensajes. No lo supe hasta semanas después, cuando un vendedor de frutas me invitó a comprar algunas sandías. Las observé detenidamente, pero su aspecto no me convenció. Cuando procedía a marcharme, el comerciante me paró en seco con la siguiente propuesta: —No se fije en lo de afuera. Lo mejor es lo de adentro.

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Me ofreció un poco de una de ellas para probarla. Definitivamente, tenía razón. Tenía un sabor excepcional y un color rojo inmejorable, apetecible. El fresco bocado se deshacía en mi boca. Comprendí al instante que ¡el aspecto de la cáscara no reflejaba el tesoro que ocultaba! Tal vez no fue su intención, pero el vendedor me dio un gran mensaje, en pleno supermercado, que inclusive me llevó a escribir el libro que estás a punto de concluir. La sandía es una metáfora perfecta de la vida. En el día a día, actuamos como si los demás hombres fueran simples frutas. Vamos pensando y quejándonos de lo que carecemos, del exterior. Vamos juzgando a los demás, y a nosotros mismos, por la defectuosa cáscara que cada ser humano tiene. Tunas espinosas, kiwis marrones, plátanos con motas oscuras, piñas de áspero exterior. Signos externos que nos confunden y nos hacen prejuzgar. ¡Cuántas delicias nos hemos perdido por el rechazo a la apariencia! Y como en casi todo, en los seres humanos hay de cáscaras a cáscaras. Algunos quieren ser más gordos, otros menos feos, otros más flacos, otros más simpáticos. Nos autosaboteamos en vez de amarnos. Es válido el cambio, de eso no tengo la menor duda. Pero nadie ama lo que no conoce. Si somos capaces de cambiar nuestra mente, se transforma todo el entorno, incluido lo que traemos por fuera. Si no nos atrevemos a echarnos un clavado al interior, olvidándonos un poco de la cáscara, será un poco complicado advertir que ahí se encuentra lo más rico, lo más sabroso, lo más valioso: el jugo, la esencia misma.

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El jugo tiene una relación directa con lo que llevamos dentro. El jugo es a la sandía lo que el alma es al hombre. Su exquisito sabor depende del cuidado que se le ha dado con el paso del tiempo. Esa esencia se debe de cuidar como si fuera una cristalería fina a punto de ser atacada por una manada de elefantes (léase: pensamientos negativos). Lo que nos afecta en la vida o al jugo no es tanto lo que entra, sino las ideas que salen de nuestros labios o que dejamos que circulen en nuestra mente. Las semillas son también una metáfora de lo que hemos hecho en nuestro paso por la tierra. Se sabe, por ejemplo, que las semillas de sandía maduran a la par que el fruto. Cuando estamos preparados interiormente, por tanto, se producen los milagros. Somos jornaleros en el jardín del universo. Vamos dejando caer nuestras ideas en los corazones de los demás, y teniendo detalles, palabras, gestos y acciones que al sembrarse perduran en el tiempo. Cuidemos de que cada semilla sea una gota de amor enmedio de un mundo que para muchos está en crisis. Todo lo que sembramos terminará dando un hermoso fruto que dará vida en el futuro. Aunque, definitivamente, nadie puede llegar al jugo, a la pulpa o a las semillas si no se atreve primero a romper la sandía. Para lograr disfrutar lo de adentro, hay que romper todos esos miedos, esas creencias negativas, esa inseguridad que aniquila. Romper desde la raíz. Si no actuamos ahora, viendo qué oportunidades de crecimiento, aprendizaje o cambio necesitamos en nuestra vida; si no compartimos ahora lo mejor de nuestro interior; las sequías de la vida o los granizos de los imprevistos podrían estropear la sandía… Y en cuanto al paso inexorable del tiempo, si permitimos que sea estéril, aquél convertirá nuestro preciado fruto en una masa insípida y

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desabrida que empezará irremediablemente a pudrirse, de una forma que no esperábamos, pero sobre todo, que no queríamos. Y así como en la aventura que era romper la piñata, vamos a veces con los ojos vendados, un tanto inseguros de lo que nos depara el destino. Pero si de algo estoy seguro, es que para lograr el éxito en cualquier área de nuestra vida necesitamos pagar el precio. Lo más maravilloso y mágico es que una vez que pagamos el precio, existe siempre una recompensa. Al romper la sandía, la pulpa es la recompensa. Un exquisito manjar que sólo los que se atreven a quitar la cáscara que los lastima, que los ata, que los detiene, merecen disfrutarlo. Date la oportunidad de experimentarlo. Cuida lo que traes por dentro: conócelo sin miedo, sin temor. Suceda lo que suceda, es acaso lo único que vale la pena descubrir y, en su plenitud, busca brindárselo a los demás, esparciendo semillas sanas que en su momento darán fruto y significarán tu trascendencia. ¡Que tengas un extraordinario viaje como sembrador de alegría, esperanza y optimismo!

Gracias por estar aquí.

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Enseñarás a volar, pero no volarán tu vuelo. Enseñarás a soñar, pero no soñarán tu sueño.

Enseñarás a vivir, pero no vivirán tu vida.

Sin embargo... en cada vuelo, en cada vida, en cada sueño, perdurará siempre la huella del camino enseñado.

Madre Teresa de Calcuta

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