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    Primero hay que saber vivirDel Vivirs materno al No matars patriarcal

    por Len Rozitchner El Ojo Mocho, n.20, agosto 2006

    "Queridos hijitos, su pap poco sabe de ustedesy sufre por esto. Quiero ofrecer un destinoluminoso y alegre, pero no es todoy ustedes saben:las sombras,las sombraslas sombras,las sombrasme molestan y no las puedo tolerar.

    Hijitos mos, no hay que ponerse tristespor cada triste despedida:todas lo son, es sabido,

    porque hay otra partida, otra cosa,digamos,donde nada,nada, queda resuelto".

    Paco Urondo: "Hoy un juramento".

    Por fin una parte de la intelectualidad argentina pudo reunirse en la virtualidad de los textos quecirculan por el aire, donde varias generaciones simultneamente se dieron cita en sus respuestas,

    para plantear sobre todo el problema que atae a los fundamentos donde converge ineludiblementelo histrico, lo subjetivo y la reflexin crtica. Punto de partida ste, hasta ahora siempre eludido:el problema de la muerte que viene dada por la mano del hombre. Este planteo incluye elcompromiso y la responsabilidad que se haba eludido en la teora -como si la propia experienciavivida no la determinara. Buen momento para demostrar que el sujeto es ncleo de verdadhistrica: mostrar qu se necesita para contribuir a pensarla. La carta de Del Barco conglomera latotalidad de los sentidos en lo que l denomina su "grito" donde lo terico y lo apasionado, antesseparados, por fin intentan integrarse. Enhorabuena. Mas bien sera la ocasin para discutir uno auno por separado cada texto, sobre temas y problemas antes silenciados, para descubrir al fin

    -cuando se los rene en una sola mirada que los integra a todos- que estamos encontrando un puntode partida para pensarnos de nuevo. Pero, como no poda ser menos, cada uno lleva agua para sumolino, sangre para su propio cuerpo, ms bien para abonar (o para hacer que germine) lagenerosidad o la avaricia de su carne y de sus huesos, porque en ltima instancia de eso se trata: dela propia "salvacin", quiero decir de la propia coherencia defendida a ultranza.

    Cmo partir entonces del "no matars" que nos propone la carta, considerado como principiometafsico, sin remitirnos tambin al texto que encabeza la entrevista a Jouv donde se describenlas circunstancias histricas que dieron qu pensar a Del Barco? Parecera que el texto de Jouv, enla parbola que describe, luego de leer la carta es slo un punto de partida pero no de llegada.Despus de leerla, convendra volver a Jouv para salvar distancias.

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    Si se trata del "no matars", considerado como un principio inmanente no convendra comenzarretomando la cita que abre la entrevista a Jouv, para comprender la realidad que lo trasgrede? Noconviene partir entonces primero del texto que conmovi a Del Barco?

    La guerrilla y la muerte

    Ciro Bustos le relata a Jon Lee Anderson el primer encuentro del grupo inicial del EGP con el CheGuevara:

    "Lo primero que nos dijo fue: "Bueno, aqu estn; ustedes aceptaron unirse a e "Lo primero que nosdijo fue: "Bueno, aqu estn; ustedes aceptaron unirse a esto y ahora tenemos que preparar todo,

    pero a partir de ahora consideren que estn muertos. Aqu la nica certeza es la muerte; tal vezalgunos sobrevivan, pero consideren que a partir de ahora viven de prestado."

    El Che expresara as el "trauma de nacimiento" de la guerrilla argentina, modelo del hombrenuevo, anlogo al que O. Rank describe en el origen de la vida individual como "trauma del

    nacimiento" del nio: la nica certeza de ambos nacimientos, siendo como son de vida, sera sinembargo de muerte. No se si esas fueron en verdad las palabras del Che. Pero es forzoso partir deellas porque son las que los editores de la revista han utilizado para ponerlas al comienzo de lanarracin que Jouv nos hace. En todo caso seran las ms opuestas al imperioso "no matars" queDel Barco declara. Quin puede desbaratar ese mandamiento si no es aqul que puede aceptar lamuerte sobre s mismo: aqul que est dispuesto a negarlo porque est tambin dispuesto arecibirla? Estamos seguros de que el combatiente busca slo la muerte, como si fuera Cristo, y noes el amor a la vida lo que lo mueve? No ser esa la mirada de los que miran siempre, sin riesgo,desde afuera?

    La cita tiene dos momentos. Primero el pacto entre compaeros que los llev a estar juntos:

    "Bueno, aqu estn: ustedes aceptaron unirse a esto y ahora tenemos que preparar todo", y depronto una advertencia que el jefe agrega como viniendo de su propia sabidura: " pero a partir deahora consideren que estn muertos".

    Ms all de que fueran ciertas esas palabras, y de que algunos concluyan entonces que unguerrillero en armas no tiene otra perspectiva que ser muerto puede pensarse ese principio dondese afirma el valor irreductible y absoluto de la vida que Levinas lee en el rostro del otro, sinincluirlo en el carcter relativo a la historia que lo narra, sin agregarle algo que al mandamiento lefalta? Las palabras que se le atribuyen a Ernesto Guevara implicaba una toma de partido clara: o

    privilegiar el valor de la vida del sujeto, que es uno de los extremos de todo planteo poltico, oaceptar su sacrificio en aras de la sociedad nueva, incluyendo la entrega de su vida, que es su

    extremo opuesto (pero siempre dentro de un proyecto de transformacin poltica). Esto me lleva apensar en la experiencia de ese trnsito de lo individual a lo colectivo que vivi un amigoentraable en quien pienso al escribir esto, muerto en un enfrentamiento desigual, cuando al salirde la crcel de Devoto esa noche en la que todas las ventanas ardan ( presidencia Cmpora) meconfes: "all me di cuenta que la muerte individual no existe, que la vida verdadera es la de lasociedad, no la de uno mismo". La experiencia colectiva guerrillera haba subsumido el valor de suvida personal y le daba un nuevo sentido que se segua apoyando en el valor de la vida.

    Estamos distantes y podemos pensarlo. En la cita que dan como suya el Che les advierte y almismo tiempo es como si los desafiara con la misma desmesura que lo convirti en hroe: casi nohabr sobrevivientes, ya estn (estamos) muertos. No se trataba slo de un riesgo grande: era la

    certidumbre anticipada de no escapar con vida. Es el horizonte que se les abre en el momento enque van a iniciar la lucha, cuando dan el gran paso. Esta compromiso de la vida con la muerte queel Che habra expuesto tambin aparecer, extendido, como exigencia ante cualquier desercin: el

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    jefe, Masetti, determinar el destino de muertos-vivos en suspenso. Los fusilamientos que ordenarestn contenidos como una conclusin que l cree lgica de esa premisa mortfera y realista: comoel jefe es el que ms os, y qued con vida, puede desde all demandarles que ofrezcan la propiacomo l lo sigue haciendo con la suya. La ley y su cumplimiento coinciden primero en el mismosujeto que la impone: autoridad y sometimiento son uno en l mismo. La ley de quien les propone

    una lucha que culminara en la muerte tendra en el jefe su fundamento tico irrefutable: enuncia laley pero tambin se somete a ella.

    Este "pero" en las palabras atribuidas al Che Guevara marcara en los jvenes combatientes deTaco Ralo el pasaje de la fantasa a la realidad: de la fantasa idealizada de la guerrilla vencedoraen Sierra Maestra o en Santa Clara del Mar como fondo, y la cruda realidad de la que l mismo lesadvierte en nuestros desolados pases una vez que abandona Cuba para terminar su vida comoguerrillero heroico. El asesinato subsecuente de ambos compaeros ordenado por Masetti lomuestra: ellos ponan al descubierto en sus conductas y ponan en acto con su desborde lainsoportable negacin de la vida que se les impona cuando adquieren la certidumbre de su fracaso.(Tambin como dos extremos: uno, Pupi (Adolfo Rotblat), "quebrado" [quebrado quera decir que

    la identidad entre fantasa y cruda realidad se haba roto] al dejar rastros para que los descubrierany quizs as salvarse de la muerte al entregarse; el otro, empleado bancario (Bernardo Groswald),claramente excedido, caso "psiquitrico", enloquecido y aterrado). Y fueron juzgados con la frreacontundencia de Masetti quien, guiados por esa lgica, deba demostrar en los hechos, al ordenarlos asesinatos, que era la suya la nica ley vigente.

    Jouv, al comienzo situado en el otro extremo, es el corazn sensible que afirma la posicincontraria. Pero no se inscribe en el "no matars" abstracto: sigue siendo guerrillero, no abandona lalucha. Al oponerse a Masetti quiere llevarlo a aceptar, ante esta situacin inesperada, que laguerrilla no est reida con la vida de los compaeros, que la muerte prometida para cada uno deellos vendra slo desde afuera, de las fuerzas enemigas, pero no de adentro de ellos mismos.

    Asumir la propia muerte es un riesgo que se refiere a la contundencia asesina del enemigo, no a lapropia ejercida sobre los propios compaeros. Entonces Masetti, jefe implacable, ve el peligro yborrado todo lmite quiere obligarlo a que sea l mismo entonces, por oponerse, quien ejecute aRodolfo Rotblat, que renuncie a su juicio sensiblero y se site en uno solo de los dos extremos:"bueno, entonces vas a ser vos el que le de un tiro en la frente". Slo con esa advertencia secompleta y unifica lo externo con los interno, lo subjetivo con lo objetivo, en una sola ley comnque abarca para Masetti los dos extremos de la vida guerrillera. El asesinato de los compaeros,que borra los lmites entre amigos y enemigos, se ha convertido en smbolo de la obediencia debiday de la eficacia.

    Esas vidas suprimidas eran sin embargo el ndice ms cierto, en su defeccin, que anticipaba la

    verdad de la empresa alucinada en la que estaban sumergidos: anunciaba su fracaso. Y esto ancuando hubieran triunfado. All, en esa tragedia desolada e inicua se encuentra al mismo tiempoexpresada toda la tragedia del pensamiento y de la accin de esa izquierda sin sujeto. Slo despusde casi cuarenta aos esa izquierda, que no pudo ni supo ni quiso escuchar a ms nadie, con la cartade Del Barco, recin ahora asume la dimensin trgica de su propia existencia actual presente en su

    pasado.

    La narracin del fusilamiento escenifica, en una sntesis desgarradora, la tragedia de la violencia enla poltica de ese grupo de izquierda. Al ampliarse y ser tomada como smbolo de toda violencia

    poltica, al abarcar todo el escenario histrico, Del Barco nos quiere dar una visin completa de laconcepcin de la violencia en los enfrentamientos sociales. La guerra, que no era ms que el

    recurso a la violencia extrema como medio de la poltica, se transform de medio en fn: enaniquilamiento sin tregua -pero tambin hacia s mismos. Esta concepcin de la poltica y de laguerra -que Clausewitz expuso, y que tanto Marx y Engels como Lenin conocan- que moviliz a la

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    guerrilla argentina, es una concepcin estrictamente de derecha, ofensiva, pero ejecutada sinmisericordia ahora en el seno de la izquierda.

    Esta reduccin que homogeiniza a la violencia olvida que la violencia de los que se rebelan contraquienes los someten es una accin violenta contra la violencia instalada como sistema en las

    relaciones sociales: que es una contra-violencia cuya lgica y cualidad es radicalmente diferente ala otra: la de quienes primero la haban impuesto. Donde en una, la de quienes se defienden,domina y prevalece siempre el valor de la vida y de la poblacin mayoritaria, mientras que en laotra concepcin, la de quienes la ejercen para dominar socialmente, la vida individual y colectivaes desdeada y utilizada para el objetivo primero de su ambicin devastadora. Si en la guerrilla setiene en cuenta las condiciones fsicas de cada guerrillero, y el ms lento en su movimientodetermina la velocidad del grupo, cmo la apreciacin constante de la percepcin que cada uno delos guerrilleros tiene de la realidad que enfrentan juntos no estara presente para determinar en cadacaso el "valor moral" (Clausewitz) que unifica al grupo y le confiere esa fuerza de cualidaddiferente: percibir en cada combatiente su existencia personal intransferible? Esa cualidad diferentede la contra-violencia construye la "moral" del grupo.

    El pensamiento poltico, que deba haber reflexionado sobre las condiciones de su eficacia en lalucha colectiva, haba sido suplantado por las consignas guerreras del triunfalismo armado. Lascategoras de la guerra de derecha, que en nuestro pas haban sido expandidas por el militar Pernen su libro sobre la guerra y en sus disertaciones gremiales y polticas a sindicalistas y obreros,limitaron el pensamiento de los intelectuales que deban pensarlas desde el peronismo y luegodesde el foquismo o con la esperanza del pueblo en armas. Por eso Jouv nos dice que "para casitodos la poltica [no la guerra] era algo del otro lado, era de burgueses". Por eso lo colectivo quedeba ser movilizado desaparece como verificador y creador del sentido de la propuesta poltica: ennuestro pas al menos el pueblo los dej solos en el enfrentamiento que la fantasa de la izquierda,apoyada en la estela de la que tambin llamaron revolucin popular peronista, viva como soporte

    colectivo de su lucha.

    La descripcin de Jouve marca claramente esta limitacin que se sintetizaba y se extremaba en elcolectivo guerrillero, que nos servir para ponerla en relacin con el grito de Del Barco. CuandoJouv enfrenta la orden de su jefe, Masetti, y se opone a que maten a su compaero, y slo se rindeante la amenaza que lo obligara a ser l mismo quien deba meterle un tiro en la frente, en estadescripcin delata esa responsabilidad que, si bien los envolvi a todos ellos, fue diferente segn la

    posicin que asumieron frente al crimen. Cules son las condiciones para que all el "no matars"pueda imponerse? All estn expresadas las condiciones que en la realidad contundente pone derelieve su fracaso para salvarles la vida. Cuando el sadismo de Masetti quiere ordenarle a Jouvque l mismo se convierta en asesino, sabe que ese es el desafo y el lmite a la ley que Jouv le

    plantea: el fusilamiento era un hecho miserable y convertira en asesino an al que se negaba aserlo. El asesino debe comenzar por crear un grupo de asesinos cmplices.

    La responsabilidad de Jouv queda limitada por las condiciones reales e histricas de la situacinque enfrenta: Jouv no es culpable. El formaba parte de los veinte muchachos que toleraron yejecutaron el hecho, y cuyas caras, luego de obedecer la orden de Masetti, nos dice, "ya no fueronlas mismas". La responsabilidad de la muerte recae sobre el grupo que no enfrent a su jefe. Jouvquiso enfrentarlo y se qued solo. Es la obediencia debida real de toda organizacin armadasometida al poder del Uno. Ese es el problema: no el acto de repetir ahora el sentimiento culpableen un actino-out que lo amplifica, sino de saber cmo el sentimiento del valor de la vida del otro,que estaba presente y era sentido en algunos de sus militantes, no tuvo eficacia en la poltica de los

    veinte guerrilleros. Algo debe pasar entonces en ese mismo sentimiento de respeto por la vida delotro que carece de eficacia para mantenerse como deseo a ultranza. Lo que expone ahora Del Barcofue asumido y dicho por Jouv: no necesitaba que all donde l nos lo cuenta la tragedia otro deba

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    amplificar el grito para darle trascendencia. Y que al mismo tiempo lo despoje de toda la densidady la riqueza que la narracin aporta para comprender del desvo de la violencia en la guerrilla -y enla poltica sin ms. De todo eso, en Del Barco no queda nada. Porque Jouv, al oponerse alasesinato de sus compaeros no condena toda violencia sino esa violencia. Por eso no concluye enel "no matars" como mandamiento.

    Qu le agrega en cambio Del Barco? Lo que hace es universalizar la culpa apoyndose en la queya Jouv confiesa. Bis in idem, ms de lo mismo. Jouv no se golpea el pecho por la culpa que sha sentido y sobre todo sufrido en la mxima cercana con el hecho: no nos pide que loacompaemos en su sentimiento como las lloronas profesionales de las velorios antiguos. Quererreemplazarlo en su lugar del dolor -"sent como si hubieran matado a mi hijo", dice Del Barco,siempre el "como si"- sin haber sufrido sus vicisitudes -horribles torturas, hambre extremo, hablarcon su amigo durante cuatro largas horas mientras agonizaba destrozado en sus brazos, haberseopuesto a los fusilamientos frente a un Masetti que, por el poder de jefe que detentaba, amenazacon obligarle a hacerle hacer a Jouve lo que ste denuncia como el hecho ms horrible; haberestado presente cuando fusilaban al otro que haba defendido; haber pasado largos aos en la crcel

    despreciado por los compaeros que lo marcaban como quebrado, haber sostenido dignamentecomo preso sus propios valores ante el Gral. Alzogaray que lo tena cautivo y a su merced, y queracomprender en su conducta de joven esclarecido y culto a la de su propio hijo luego asesinado porsus pares- ese lugar ajeno nadie puede pretender ocuparlo y menos suplirlo con una escenaimaginaria. Desde all Jouv nos confiesa ms adelante, ntegro y sin estridencia: "No sabemos paradonde vamos".

    Aqu, en ese relato de Jouv, ya est todo lo que deba ser pensado: el problema del sacrificio de lavida, del camino armado que los dejaba solos, y por lo tanto el de la nueva concepcin de la

    poltica que se descubra desde esa experiencia. El foco armado, por la estructura militar delmando, la sumisin al jefe y la aceptacin de la muerte como necesaria, -lo cual significa que no va

    lo uno sin lo otro; el descubrimiento de la delacin y la falta de apoyo de las masas peronistas, y elabandono de las masas obreras y por lo tanto la verificacin de los lmites de la poltica armada yde sus obstculos. Cuando nos piden la vida y que nos demos por muertos, ya el otro desaparececomo otro porque uno a desaparecido para s mismo: no hay planteos metafsicos que los resuciten.Quedamos sometidos al posible delirio de la exaltacin del jefe y a su fantasa cuando depositamosen sus manos nuestras vidas.

    Y por ltimo Jouv descubre, pero mucho ms tarde, al trmino de esa experiencia, que slo elpueblo en la calle puede echar abajo a los gobiernos, y que la izquierda rechaza hasta laespontaneidad creadora de las asambleas que no se ajustan a los discursos: que la izquierda losespantan. El nico que en definitiva tuvo el apoyo popular fue Pern, por derecha, y no los partidos

    obreristas, por izquierda. El libro de Santucho le hubiera permitido a Del Barco comprender qusignifica la crtica sobre su propio pasado. Y la conclusin final que es la que habra que pensarjuntos: "no sabemos para dnde vamos". Lo sabemos acaso, ahora, nosotros? Su pregunta nosigue siendo la nuestra?

    Desandando el camino

    Pero si partiendo de este no saber hacia donde vamos Del Barco quisiera darle una respuesta, todauna densidad de vida los separa: ese testimonio, en sordina, sobrio y pudoroso, inaugura una

    pregunta que su respuesta, quizs ya en estado de gracia, ignora y deja de lado. La reduce a unaabstraccin de la cual queda expulsado todo el contenido histrico, personal y social, que da

    sentido a la pregunta que Jouv se hace.

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    Ese es el desafo al que hay que ponerle palabras y conceptos. Por eso me sorprende estedesplazamiento, tan significativo, desde Jouv hasta Del Barco que algunos han hecho: nosquedamos slo con Del Barco, que habl sin que nadie lo pidiera, como dejamos solo a Jouv quenos narr su historia porque otros s se lo pidieron. Estaremos haciendo lo mismo que hicieron susveinte compaeros en el monte? Jouv no acude a un ejemplo imaginario para sentir el horror

    directo. Asumi la experiencia despus de vivirla hasta el extremo lmite de su entrega, su valenta,su amor por la vida, su credulidad, su buena fe: su inocencia. Con quien intercambi con del Barcoen el 73-74, sin que a ste, al parecer, se le filtrara la responsabilidad y la duda luego deescucharlo. De esos encuentros que Jouv cita, Del Barco no dice nada. Jouv, dolorido yresponsable, no se arrepiente de nada: slo narra su experiencia y asume que le marc la vida y alnarrarla espera que su experiencia sirva de algo.

    Entonces aparece la carta de Del Barco y nos lleva nuevamente ante un abismo diferente:metafsico y abstracto. Del Barco transforma al afecto al que un "como si" le sirve de materia viva,convertido en abstracto, en el mximo de materialidad que un cuerpo siente, para anularlo comocuerpo histrico. Porque partiendo de lo absoluto el cuerpo sobra. Y quiere que nos conmovamos

    con su grito, como si en verdad hubiera llegado hasta el fondo del abismo y hubiera bebido hasta elfin su fina copa de heces. Cmo si se arrogara, una vez ms, ser los que con sus ideas abren ycierran los caminos, primero los que llevan a un destino incierto al cuerpo depreciado en laguerrilla y luego a la salvacin del alma en la post-metafsica, purificada de su pasado cuyo sentidototal l mismo habra asumido.

    Lo que no se subraya es que Del Barco fue un contemporneo de lo que all se narra. Si su modo depensar la realidad no le permiti advertirles que iban al muere antes de que emprendieran laaventura, y si luego del hecho tremebundo tambin se calla cuando podra haber planteado susdudas durante el desarrollo, es inaudito que ms de cuarenta aos despus lance el grito quecondena a todos. Como si formramos parte de una generacin de izquierda que, en los trminos en

    que est planteada la tragedia, aparecera toda ella como convocada por la muerte y el despreciopor el otro.

    Ms all del mea culpa, se tradujo esta responsabilidad en la formulacin acaso de una nuevaconcepcin poltica donde esa relacin con la muerte, que es su fundamento, haya sido incorporaday propuesta a la experiencia argentina para que ninguna poltica de izquierda la ignorara y ya no

    pueda formularse una transformacin social sin tenerla en cuenta?

    Ser que, como dijo alguien, ese problema no estaba planteado en los libros que entonces se leany que slo aparecieron ms tarde, para la generacin siguiente?

    Por cierto que si me ocupo tanto de Del Barco es porque su grito, y quizas sus libros, se muestracomo un signo importante en nuestra intelectualidad de izquierda. Para el pensamiento de laizquierda no hay salida porque no va a buscarla all donde el fracaso los ha dejado en banda: adonde llega Jouv luego de su derrotero. Porque la operacin que Del Barco realiza sobre smismo, y ofrece como modelo, interesa nicamente, y por eso lo hacemos, en la medida en que esretomada como una forma de eludir la realidad de su pasado en la intelectualidad de izquierda.Vuelve a la abstraccin metafsica metamorfoseada en post-metafsica sin dejar de ser metafsica,negando el espesor de realidad nueva que el fracaso le pone ahora a su alcance. Los precipita otravez en el abismo de la culpa y de la salvacin individual del alma.

    Esta concepcin de la guerrilla no fue la que comenz con el Granma, ni tampoco coincide con la

    concepcin de Fidel Castro: era muy otro su contexto histrico. No slo porque fue la que triunfarani porque fuera la primera.

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    El debate que Del Barco soslaya estuvo planteado en el campo de la filosofa y de la poltica de laizquierda desde ese entonces: desde los aos sesenta. La nica forma de resolver esta oposicin eravolver a despertar el valor irrenunciable del sujeto y convertirlo en un lugar activo: decir, porejemplo, que el sujeto es ncleo de verdad histrica. Pero no slo la subjetividad del jefe comonico sujeto sino la subjetividad adormecida en la conciencia y el cuerpo de los militantes y de la

    gente del "pueblo", fuera o no peronista. Que la lucha no era incompatible con la preservacin de lavida. Que ms an: la requera para alcanzar algn grado de eficacia. Pero quien poda escucharestos planteos?

    Dijimos que la carta de Del Barco es un signo. Y este silencio personal fue en este caso casi unsanto y sea, una consigna de grupo, el de la izquierda pasada al peronismo montonero, pero tuvoun resultado que nos involucr a todos: sirvi para que no se entendiera nada de aquello que nosesperaba en ese futuro as abierto. Y al no ponerse en duda lo que se encubra - exponer a la luz delda los lmites que una parte de los intelectuales argentinos haba ocultado en su experienciahistrica- ya no fue posible criticar las falsas opciones polticas que desde all se cerraban o seabran, las metamorfosis sin razn rendida cuando se pasaba de un partido a otro, los saltos

    incomprensibles para ocultar el vaco que al hacerlo abran. En otras palabras: desalent la toma deconciencia ms profunda sobre la realidad poltica. Porque si el dolor es tan hondo, hondo deberaser tambin el pensamiento.

    Cuando deciden ahora abrir -porque eran los dueos de un secreto- ese espacio de crisis que al findescubren, y al mismo tiempo delimitan al prolongar ese ocultamiento - trgico pero nunca tanculpable como el crimen mismo- muestran lo que han silenciado durante ms de veinte aos.Cuando la verdad cae revelada por un grito como si fuera un rayo ilumina con su brillo slo elespacio que con tanta intensidad alumbra. Pero su efecto deslumbrante paraliza: deja en la

    penumbra, obscurecidas, las posiciones intelectuales, tericas, polticas y sobre todo personales queen sus tomas de posicin respecto del pasado han prolongado hacia el presente. Porque ese es el

    otro extremo que el grito deslinda. O acaso hay pensamiento impune, inocente, que no actetambin como causa activa y determinante en la vida de quienes, ya de otras generaciones, los hanseguido en sus reflexiones, al menos desde la fecha de ese crimen que qued oculto? La lechuza deMinerva argentina levant su vuelo un atardecer muy tardo, luego de sobrevolar en crculo elcampo de los desaparecidos: cuando todo ya haba sido consumado. Eso es lo que debe ser

    pensado: qu consecuencias tiene la coherencia personal en la experiencia colectiva cuando unintelectual, que toma la palabra despus que miles de atardeceres y miles de insomnios hubierantranscurrido en la extensas noches durante las cuales nuestra Minerva se qued dormida, sin deciruna palabra que alertara a los que, absortos y empavorecidos, amanecan cada maana despus dehaber visto lo que vieron. Y as durante tantos aos. Porque la reflexin filosofica deba levantarvuelo esa mismo atardecer en que Adolfo Rotblat y Bernardo Groswald, ambos judos, haban sido

    asesinados por sus propios compaeros para reparar en el despertar del nuevo da la conciencia delo que en el da anterior haba sucedido. Para ensearnos a comprender al menos, con elpensamiento, cules son los obstculos, los desvos, las trampas y los seuelos que los militantesdeben vencer para alcanzar ese lugar subjetivo donde se asienta la eficacia personal y poltica. Esosvividos por Jouv, y por los cuales se pregunta todava.

    Las afinidades electivas

    Esa es la experiencia sobre la cual se sigue callando. El grito de Del Barco inaugura la originalidadde ese descubrimiento, el de su desventura, slo cuando l puede pensarlo, sin darse cuenta que ese

    problema le preexista y estaba planteado respecto de esas mismas precisas circunstancias

    histricas, no metafsicas, desde mucho antes: que el hecho de que lo descubriera tan tardamenteslo atae a su sensibilidad, profunda y secreta, y a lo impensable en su propio pensamiento.

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    ideas y conceptos a los que algo fundamental les faltaba para que adquirieran ese sentido pleno quenuestra situacin histrica hubiera esperado de ellos ?

    Y de pronto estalla el grito y todo en su entorno se conmueve, apesumbrados por la culpa fatal delo irremediable: entonces se produce la aletheia, la diosa de la verdad al fin queda desnuda y su

    resplandor los enceguece. Pero lo irremediable -insistimos- no fue nicamente la participacin,grande o pequea, vivida en los hechos del pasado. Lo fundamental es lo que se pensaba, a partirde ese momento que ya haba pasado, o estaba pasando, respecto de esos asesinatos tanmonstruosos que delataban hasta qu punto el "reconocimiento del otro como absoluto" haba sidoexcluido no slo de la experiencia de los guerrilleros perdidos en el monte sino del pensamiento delos intelectuales que haban estimulado o simpatizado con esa lucha, an cuando no se participarade la misma corriente poltica o no se adhiriera a ninguna.

    Casi cuarenta largos e irrecuperables aos -casi toda una vida- son los que se han perdido parapoder pensar esta otra cosa que ahora piensan desde esa experiencia que se grab tan hondo sinalcanzar la luminosidad de la conciencia. Pero en lo que verdaderamente importa, ms all del acto

    de constriccin personal que les permite reparar sus vidas, consiste para nosotros en que esoshechos no asumidos quedaron congelados como ncleos duros, agujeros negros, en la concienciacolectiva. Determinaron ese pasado que para nosotros es este futuro -pasado pluscuamperfecto- quevivimos ahora.

    Una culpa diferente

    Por eso, repetimos, no es la participacin en esos hechos lo que clama al cielo: primero, porque enverdad ni Del Barco ni sus amigos asesinaron a nadie (y en estricto sentido, no son asesinosseriales). La responsabilidad entonces no est referida a ese hecho ya cumplido del pasado. Laresponsabilidad del intelectual, si bien puede ser mortal por sus efectos, no es mortfera porque

    piense: es diferente y no por eso menos responsable de esa otra cosa que es, precisamente,especficamente suya. "De otra manera, tambin nosotros somos responsables de lo que sucedi",dice Del Barco, pero no especifica en qu consiste esa otra manera. Es eso lo que venimos

    planteando: fueron responsables de "otra manera", de manera intelectual, que es la manera de serque se ha escogido para actuar jugando la coherencia entre las ideas y la vida. [Aqu tambin se

    juega la vida del otro, pero tambin nuestra propia vida puede correr riesgos]. La responsabilidadintelectual se sita entonces en otro sitio y se distingue de quienes realmente asesinaron: esdiferente y especfica, y tiene otro campo de sentido para explicar el crimen cuya culpa seatribuyen. De eso se trata, y no la de atribuirse los asesinatos. Ms an: creo sinceramente que siDel Barco hubiera estado en ese grupo no hubiera aceptado que esas muertes se ejecutaran. Nuestradiscusin es otra y la responsabilidad distinta. Hablamos de la responsabilidad por lo que hicieron

    con sus pensamientos y que no coincida quizs con sus afectos. Esa distancia es la especfica de"esa otra manera" que caracteriza la coherencia de la actividad intelectual desde que el hombre seexpresa con el pensamiento.

    Esa es la diferencia con el intelectual de derecha: ste sabe de antemano que hay -todo el pasado yel presente se los demuestra- coincidencia entre lo que sienten respecto del otro, y lo que piensan.

    No hay incoherencia. Eso -que cada minuto muera un nio de hambre, por ejemplo- a los hombresde derecha no les incomoda ni les hace perder el sueo: estn subjetiva y objetivamente de acuerdo.Son coherentes: coincide lo que sienten con lo que piensan. Que en la izquierda haya asesinos lescomplace: justifican a los propios. Pero las culpas y las responsabilidades de los militantes que se

    jugaron la vida para cambiar las cosas, y donde muchos la perdieron, son diferentes

    cualitativamente, desde el punto de vista de su inscripcin individual y colectiva, de los hechosmonstruosos de algunos miembros, jefes sobre todo, del ERP o de los Montoneros. Porque tambinpienso en el valor que la vida tena para Paco Urondo o para Diana Guerrero, y debo poner

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    nombres para pensar en serio. No son conceptos: son figuras vivas. Cada uno de nosotros debetener las suyas.

    Violencia y contra-violencia

    Cristo -viene al caso- distingua dos violencias. Cuando pide que pongamos la otra mejillaclaramente se refiere a la contra-violencia: no responder a la violencia recibida, y hasta ofrecerseuna vez ms como vctima. Pero tambin puede ser entendida como una astucia, como unarespuesta postergada: pongo la otra mejilla mientras me tomo tiempo y me preparo para que novuelva a sucederme; pero entonces no sera Cristo sino un mero cristiano. Ms bien se refiere, en suejemplo, a una violencia que no es de muerte: a lo sumo afecta a la dignidad herida -ah me las dentodas. Pero el problema de la lucha poltica es agonista: acepto que me maten o me defiendo. Esaqu, en su acepcin cristiana, donde la contra-violencia es suprimida: aceptemos el martirio, noshacemos dignos de otro mundo. Lo absoluto desde lo relativo. El problema es cmo volver delotro mundo a este mundo, de la Ciudad de Dios a la ciudad de Crdoba o de Buenos Aires.

    Lo que plantea Del Barco se refiere a la estrategia ontolgica entre esencias abstractas sobre fondode la teologa mstica judeo-cristiana, la de Levinas para el caso. Deja de lado el origen de laviolencia, y por lo tanto la diferencia entre la violencia y la contra-violencia, pero sobre todo ladisimetra de las fuerzas enfrentadas en una situacin extrema: quin aplica la violencia con vistasa someter al otro a su voluntad para explotarlo y tenerlo a su servicio, y hasta decretar su muerte, ylos equipara con aquellos que se defienden para que no los aniquilen. La violencia sera slo una.

    Ese hecho, as aislado por la culpa antes soportada y hoy -ya viejos- insoportable, definiraentonces a todos los hechos polticos de la izquierda y expresara la verdad de toda la historia deesos aos. Esa crtica abstracta destruye el sentido de la contra-violencia, propia de todoenfrentamiento, para asimilarla a la violencia asesina. "Si uno mata el otro tambin mata. Esta es la

    lgica criminal de la violencia", escribe Del Barco. Esa violencia asesina, fracasada en tanto sepresentaba -y es igualada ahora- como contra-violencia revolucionaria, es mera violencia dederecha: privilegia la muerte sobre la vida. Pasar de la violencia de la derecha a la contra-violenciade izquierda en todos los campos sociales donde est en juego el dominio de la voluntad delhombre implica distinguir en los conceptos lo que en la realidad histrica est en juego. Slo esasesinato la violencia de muerte inmediata, a donde quedara restringido el imperativo del "nomatars", y no la violencia morosa que carcome da a da, hora a hora, la vida de los hombres y losaniquila? Nos da vergenza tener que decir cosas tan obvias, pero la conciencia desgarrada de antesse ha convertido en conciencia indiferente ahora. Elevada la violencia a esencia metafsica, arrasaas con los lmites de todo discernimiento vital: borr toda experiencia de la verdad que circula enlos hechos histricos. No hay matices: desaparecen todas las particularidades. No hay sujetos

    contradictorios que tuvieran ellos mismos que callar: no hay recuperacin para esta culpa queconvierte a todos, prximos y distantes, en seres perdidos y asesinos. As como todos nosigualamos con Hitler, Stalin, Videla, nos tendremos que igualar con Del Barco para sentirnos tan

    buenos, tan responsables y justos? No hay acaso tambin violencia, y no slo amor, en ese gritoen el que algo importante sigue silenciado? No hay algo obscurecido, "sombras, sombras,sombras, sombras", confesaba Paco, en ese grito que, por venir de tan adentro, parecera poner en

    juego, en una apuesta absoluta, los dilemas no resueltos de su propio pasado que as quedanescondidos para nuestro entendimiento?

    Pero sigmoslo a Del Barco en su propio campo. Su desafo se expresa en forma conceptual ycondensada, pero para entendernos hay que abrir la trama: declinar la experiencia desde la cual

    hablamos. Porque para sentir el imperativo del abstracto "no matars" quien as nos lo exige debehaber previamente vivido otra experiencia, situada en un estrato ms profundo y propio, delmximo misterio en s mismo de su surgimiento al mundo y a la vida. Slo con lo ms propio

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    podemos animar el sentido y el concepto de la vida irreductible del absoluto otro, desde unamismidad primera sobre la cual se funda, an para quienes no hemos podido habilitar el imperativoque la tica reclama. Si no ahond hasta el extremo lmite el sentido de lo excepcional y misteriosode mi propia vida, y no asum desde all la ms profunda muerte que me espera, no podr nuncasentir qu es un semejante diferente, tan absoluto como - descubro- lo soy primero para m mismo:

    creo que este es el lugar de la inmanencia ms extrema y profunda que Levinas soslaya. Se trata demi relatividad al mundo de la historia.

    Porque precisamente, puesto que mi existencia es un misterio que no tiene respuesta pero nos sigueinterrogando, slo desde all se descubre lo relativo al mundo que me funda, y al que me remito

    para encontrarle un sentido a la pregunta. Y es desde all donde recin entonces aparecer el otrocomo otro tan absoluto pero -y esto es lo que le falta a Del Barco- tan relativo al mundo como yomismo. No son conceptos separables: son dos caras de lo mismo. Si el otro es slo un absoluto-absoluto como yo mismo, el mundo histrico desaparece: perdemos lo que necesariamente ambos,

    para serlo, tenemos de relativos a la historia. Absolutos cerrados sobre s mismo, a los que no lesfalta nada, nada ms salvo declarar tambin a los otros como absolutos para considerar que todo el

    resto es relativo y sin sentido histrico.

    Porque la apertura al mundo, que se abre precisamente en el "no matars" que la funda, que aparececuando trato de comprender mi sentimiento de ser absoluto y lo descubro primero en el rostro delotro, para encontrar all la respuesta al misterio de mi existencia, excluye una experiencia previa:que el otro semejante que encuentro primero afuera estaba desde mucho antes desplegando lacontundencia de su existencia desde dentro de mi mismo. Por decirlo de otro modo: tengo para mque Levinas y Del Barco encuentran el rostro del otro demasiado tarde. Es el que me llevara adescubrir entonces -en un mundo diferente al mundo de la racionalidad cristiana- al otro como unser absoluto-relativo como lo soy desde all para mi mismo. Lo que todos los hombres tienen deabsolutos slo aparece extraamente cuando los descubro como relativos a una realidad mundana

    que debemos ahondar para que los otros rompan los lmites en los que, por el terror, se haninstalado. Absolutos-relativos todos, sin formar sin embargo la Totalidad que Levinas criticacuando la contrapone a lo Infinito.

    El crculo de lo absoluto-relativo

    Si el otro fuera slo un absoluto como lo sera yo para m mismo, ambos no seramos ms quemonadas cerradas que deben romper su carcasa, pura clara estril, sin mundo todava: no seramosel uno relativo al otro en lo ms profundo de nuestra mismidad corprea, y ambos relativos almundo y a la historia al mismo tiempo en lo que tenemos de ms ntimo, primero y humanos. Perose nos dice: slo puedo descubrirme a m mismo como semejante al otro cuando descubro lo

    absoluto de m mismo slo en el rostro del otro como irreductiblemente otro. Lo que est primero,antes de toda experiencia en el mundo, es la voz que me habla desde adentro, pero esa voz ahorainterna no tiene cuerpo humano que grite esas palabras: es lo Infinito quien las dice. Logrardescubrir mi semejanza con el otro, por lo tanto descubrirme tambin como otro, slo cuandoescuche como un mandato la epifana inefable del "no matars". Pero al hacerlo dejo de lado mi serrelativo no solamente a la historia sino tambin relativo a la nuda vida y tambin a la dura materiaque nos forma. Porque aun cuando el "no matars" aparezca como un susurro o un arrullo interior,

    por ms bajito que hable, este mandamiento recurre a las palabras de la lengua paterna que vienedesde el mundo histrico para superponerse y sobreagregarse a otra lengua silenciada, la materna,un sentimiento enmudecido por el grito de Dios-Padre. Antes del "no matars" paterno que DelBarco escucha como si fuera la Palabra primera, existe otra palabra ms densa y compleja, unida a

    lo sensible del cuerpo de la madre al que se encuentra unida, que se ha hecho carne porque primerohizo la nuestra, la que proclama sin furia y sin ruido el clido "vivirs" de lo materno. Esta es ladeterminacin primera que aparece en el descubrimiento misterioso de mi propia existencia. Esto

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    es lo in-audito que, como susurro, Del Barco no oye, porque necesita del grito que primero lasuplant a ella -a la madre digo- desde afuera, y luego ocupa su lugar: despus de desplazarladentro de nosotros mismos. Entonces despus oye y siente como si alguien le hablara desdeadentro. Es el Dios indeciso del lugar que ahora ocupa: Dios sin Dios. Es el mismo Dios paternalque antes los judos encontraban afuera y que ahora ocupa el lugar profano -profanado- de la

    madre.

    Su rostro invisible y amenazante, la voz del viejo y vociferante dios judo que ahora, como el dioscristiano, nos habla desde adentro, esa voz estalla y nos grita -otra vez el grito- en cada rostro quevemos animados por nuestro contenido amor, como si esa imagen vedada por el monotesmo

    patriarcal reapareciera metamorfoseando, al salir de la obscuridad donde estaba reprimida, en cadanueva cara como investida cada una de ellas, de cara presente, por la divinidad paterna.

    El otro estaba dentro de l como un absoluto-relativo, carne con sentido desde el vamos, sin corteentre significante y significado, como est en todos, antes de que lo encontrara, como creeencontrarlo por primera vez, fuera de s mismo. Esta es la diferencia que separa un modo de pensar

    de otro modo. La experiencia del primer "otro" con el cual nacimos confundidos -por eso es difcilverlo como separado luego- ha desaparecido, creen, sin dejar marcas. Este sentir que viene slodesde adentro muestra, creemos, el lugar ms logrado, eficaz y ms secreto de la trampa elaborada

    por el cristianismo: convertir en inmanentes, universales y esenciales sus principios teolgicos,relativos a su pretensin catlica, universal, y a la historia.

    En otras palabras: ese absoluto del "no matars" que impone el 6 mandamiento judo desde afuera,como Dios manda, de trascendente que era para los judos-judios pasa a convertirse en inmanente,viene ahora desde adentro tanto para los judos como para los cristianos, ahora todosecumnicamente unidos. Como supone una experiencia anterior que la ontologa de Levinas alcristianizarse encubre, aunque la descubra cuando mira -demasiado tarde- el rostro del otro. Pero es

    la primera impronta del imperativo "vivirs" materno el que aparece encubierto y carezca depalabras para decirse. Y oculta que el mandamiento del "no matars" sea una consecuencia nisiquiera segunda sino slo tercera dentro de una serie que tiene su primer comienzo en laexperiencia del vivir materno, que es lo nico inmanente histrico desde el vamos. Es cierto: estosucede si no partimos del "il y a" que la metafsica de Levinas nos propone como su presupuestofundante, y al mismo tiempo nos permite convertirnos de judos en cristianos sin dejar de aceptar laracionalidad externa de los profetas.

    Dnde est ese punto de Arqumedes que Levinas pide para separarse de la insublimablecorporeidad que la mitologa juda sostiene desde el Gnesis? En el hecho de que Levinas no partedel cuerpo, como Jehov lo haca, sino del ms minsculo tomo de carne, el ms insensible e

    insignificante: la mera "sensacin", esa que un Merleau-Ponty haba desplazado desde elbiologismo rampln para hacer prevalecer la "percepcin" que su fenomenologa funda en elcuerpo pleno y sexuado de la experiencia humana. Por eso Levinas reivindica la minscula"sensacin" sensible como primera, contra la "percepcin" que desde la densidad acogedora delcuerpo de la madre se inaugura para todos los hombres desde el nacimiento, y que se convierteentonces en segunda. Para que el Infinito aparezca como absoluto y separado de la madre comocuerpo sensible necesita un lugar sensible originario carente de sentido y de forma humana: sin elrostro primero de la madre. El Infinito no parte primero de ese primer rostro amado, los ojos y los

    pechos que por los ojos y la boca inauguran nuestra entrada al mundo humano: all, en lo materno,no existe es cierto la Infinitud que la salvacin en Dios-Padre pide y nos promete si renunciamos asu cuerpo. Pero en su cobijo y afecto estaba el germen de toda tica que tome a la mater-ialidad

    como punto de partida.

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    La madre abre a la vida pero tambin a la muerte: hay que dejarla de lado si queremos que loInfinito predomine y nos salve. Si la madre ensea a morir al hijo en este mundo de vida finita,Dios padre en cambio nos introduce de golpe en la dimensin Infinita, sin los terrores que elfilsofo siente: no nos incluye en la Totalidad sensible del pensamiento mundano, sino en unadimensin que le es anterior y mas rica. Pobre madre cautiva, que nos cautiva y limita con su

    cuerpo: desde su lugar nos hay posibilidad de descubrir al irreductible otro como lo hace elpensamiento paterno. El "no matars" no es su mandamiento. Por eso en Levinas lo Infinito slonecesita insertar su fra llama pensante en una sensacin corporal insignificante y abstracta, slo elsoporte de una determinacin divina, casi nada, sensacin pura, algo mnimo, lo indispensable paraafirmar su trascendencia absoluta en la materialidad humana. Parte del mandamiento racional yabstracto -abstrado que fue primero el cuerpo materno - del padre.

    Primero hay que saber vivir

    Del Barco lanza su grito que su densa filosofa sostiene en el campo de la poltica histrica: partedel "no matars" extrado de un patriarcalismo judaico transformista. Toma como comienzo lo que

    forma parte final de una serie que la Biblia describe. Primero est la vida, el "Vivirs" materno,que se apoya en que Eva "fue la madre de todo lo viviente" y con la que Adn so en el Ednbblico. Luego aparece el imperioso "Matars" que Abraham le atribuye al Dios judo y que setransformar sublimado en la circuncisin del hijo. Y recin despus, pero mucho despus, apareceen el Pentateuco la consigna nueva, el "no matars" que Jehov grita desde lo alto de la montaa,entre truenos, centellas y trompetas, pero para que no se nos olvide lo escribe en la piedra. (Lo cualno impide que al descender del monte Moiss con los Levitas todos juntos maten, pese al "nomatars" del mandamiento, a los judos que estaban adorando a la Becerra de sus sueos, fundidaen puro y brillante oro, como leche dorada,).

    "Vivirs!", "matars!", "no matars!": tal es la serie histrica narrada por la Biblia juda de la

    cual Levinas slo toma la ltima consigna transformada en absoluta: en el "no matars" es Jehovque nos sigue gritando, slo que ahora -y en esto consiste la transformacin cristianizante deLevinas- no lo hace desde lejos y en lo alto, en el monte, sino desde adentro de cada uno denosotros. Lo mismo que hace el Dios-Padre cristiano por medio de su Hijo. Al tomar como puntode partida el imperativo de la ley, se pasa en silencio un lugar silenciado, la lengua materna, lanica donde inmanencia y trascendencia coinciden: la madre engendradora que el patriarcalismoracionalista combate, convertido en Infinito abstracto.

    El primer asesinato que comete el Infinito, ese que comienza condenando todo crimen, essilenciado: el fundamento criminal que el "no matars" oculta, y sobre el cual se funda, es haberledado muerte a la madre como significante fundador de todo sentido, inicio quizs de una

    racionalidad nueva. Este es el fundamento del silencio que nos sirve tambin para ocultar latragedia de nuestro propio origen. Por eso pensamos que Del Barco, como Levinas, parte de unaabstraccin que deja de lado el fundamento sentido e imaginario de lo que vivi antes y sobre cuyofondo inconsciente ahora piensa, pese a todo lo que Levinas diga, con el Iluminismo de la raznoccidental y cristiana de la metafsica post-metafsica. Porque no hubo nunca un Iluminismo judoque prolongara una racionalidad nueva desde el fondo de la mitologa juda laicizada. Tuvieron que

    pedrsela prestada a los europeos cristianos, cuyo nuevo pensamiento no estaba sin embargo exentodel odio mitolgico a los judos de la religin que sin embargo criticaban. Salvo alguno que comoSpinoza, contrariando la razn cartesiana, los desafi a todos igualando a Dios con la Naturaleza.Y qu hay tambin ya no slo de la razn filosfica europea en la que nos iniciamos, sobre todoalemana, sino de la mitologa cristiana de la cultura en medio de la cual advinimos a la vida en

    estos pagos, como sujetos marcados por ella -la cruz, la espada y el oro- desde la experiencia denuestro nacimiento? No dej sus marcas en nuestras cabezas y en nuestros cuerpos? Puede pensardesde cero, desde un "hay" sin casi nada, limpiado a seco? En ese distanciamiento no encontramos

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    nada ms profundo y hondo, algo mucho mas sensible como para que al final, cados en ladesolacin insomne, encontremos en el origen de la vida, necesario para que vida hubiera, esasmarcas maternas imborrables que vuelan a cobijarnos? Y que desde este nuevo punto de partida almismo tiempo nos permita pensarnos, y explicarnos de otro modo, la cada en la puta abyeccin dela culpa por lo que no hicimos?

    Volver a ver los rostros

    El problema consiste en poder ver ese Infinito en el irreductible otro, de ese rostroirreductiblemente asesino, en la cara de Videla, de Bush, de Hitler o de Menem. El monotesmoabstracto sin rostro se encarn, no slo como antes en Cristo, hijo directo de Dios-Padre, sinotambin en la multitud de caras - y qu caras- a las que nos resistimos en atribuirles aquellainfinitud cuya encarnacin antes se nos ved poner en un Dios tambin abstracto. Toda la crtica deLevinas al cristianismo consiste en acusarlo de haber retornado a las imgenes del paganismo.Pero si Mara no es Diana de Efeso ni Afrodita!. La Virgen es otra Cosa. Esa sera la nicadiferencia insoportable para su judasmo: hasta el cuerpo de una virgen nunca hollada serademasiado impura para su Infinito. No es que los planteos de Levinas dejen de enfrentar a su

    manera el problema de la alienacin, de la guerra, del amor filial y de la razn viril: en fin, de todolo que a nosotros nos preocupa.. Pero debemos tener en cuenta que Levinas tambin era invitadopara exponer sus ideas en las universidades teolgicas catlicas, protestantes y judas. No acualquiera. Y por qu este judo notable, que por algo se proclamaba griego, ha influido -y ahoraentiendo por qu- en la Teologa de la Liberacin cristiana en Amrica Latina.

    Violencia y contra-violencia

    Volvamos entonces a la violencia. Lo primero que se ha tenido que hacer para aislarla y convertirlo ms terrible en lo ms abstracto, hasta universalizarlo, fue ignorar la distincin entre violencia ycontra-violencia que infectaba la poltica de izquierda. El "no matars" como mandamiento

    abstracto se asienta, pero lo esconde, en una experiencia sensible y mater-ial primera: el "vivirs"originario, el misterio original de mi propia existencia en el cuenco germinal de lo materno. Altomar como punto de partida slo el "hay" algo sensible Levinas cree que llena el vaco del "no haynada" insensible del espiritualismo cristiano: la nada originaria. Si no se revela la violenciafundadora que separ al "hay" (il y a) y al "no hay" (il n'y a pas) del cuerpo de la madre aniquilado,cmo dar cuenta de la violencia social si se nos oculta la violencia originaria sobre la que seasientan las palabras de ese mismo Dios que condena la violencia? Por eso toda violencia, aunquesea para salvar la propia vida -que es lo que tenemos de materno- para Del Barco es mortfera ycondenable.

    Lo primero que se ha tenido que hacer para aislarlo y convertir lo ms terrible en lo ms abstracto,

    hasta universalizarlo, fue disolver la distincin entre violencia y contra-violencia que infectaba lapoltica de izquierda de la cual formaban parte. Esto depende de tres concepciones equivocas que-nos parece- estn presentes en la ideologa de izquierda: 1) la de que todo combatiente tiene queasumir primero que cuando entra en la guerrilla debe que desvalorizar su propia vida; 2) no haberdiferenciado que en la contra-violencia la violencia ha cambiado de cualidad; que tampoco debe serla misma violencia, slo que ahora apuntara en direccin opuesta; y 3) no reconocer que ladisimetra de las fuerzas exige contar con un actividad colectiva mayoritaria de los rebeldes antesometidos para imponerse, y sobre todo que la vida es lo que debe preservarse para lograrincluirlos en un proyecto digno. Mantener el valor de la vida como un presupuesto es el punto de

    partida de la eficacia tica en toda accin poltica. Si la muerte aparece no ser porque labusquemos, ni en nosotros ni en los otros.

    No haber comprendido que la contra-violencia no es slo la que recurre a las armas que aniquilan,que sta tiene -cuando se la descubre desde la historia de las luchas y del pensamiento- una

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    cualidad diferente y hasta contradictoria, por su esencia, de la otra. Para Del Barco toda violenciasiempre es violencia de aniquilamiento y de muerte. Slo si se hubiera comprendido desde elvamos, es decir desde mucho antes, esto que ahora quiere inaugurar un sendero luminoso -ydescubre al irreductible y absolutamente "otro" necesariamente presente tambin en la poltica- esaexperiencia fundamental que la derecha teme hubiera permitido comprender la contra-violencia

    como una experiencia de vida y no de muerte. Hubiera permitido pensar, por ejemplo, que la vidasuprimida framente, an la de Aramburu, no poda ser utilizada como un triunfo simblicorevolucionario, aunque Aramburu fuera un enemigo. Y no por las razones que Del Barco seala.Aramburu podra haber sido totalmente culpable: eso no autorizaba a asesinarlo. Primero -y eso eslo ms importante- porque al hacerlo los defensores de la vida se convirtieron en asesinos. Y lo quees ms monstruoso: convirtieron en el campo de la poltica popular a un hombre cobardementeaniquilado, a la muerte, en smbolo de un triunfo de la justicia y de la vida. Y convirtieron a todossus simpatizantes en cmplices temerosos de este hecho cobarde y sanguinario.

    No porque no haya seres que no merecen la vida: veo rostros precisos, veo a Menem, deshechohumano ya difunto sentando en el paraso de los senadores. Pienso en Hitler. El valor de sus vidas

    es nulo: ellos mismos, en su mismidad ms profunda, se han aniquilado. Pero lo que interesa no esla destruccin de sus vidas en tanto vidas propias. Lo importante es otra cosa: qu vida de estoscriminales tan diferentes podra pagar la destruccin y la muerte que produjeron? La vida tieneequivalente? Eichman sald la vida aniquilada de millones muriendo en la horca? Los israelesfueron desde entonces ms justos con la vida ajena? No se trata entonces de que toda vida se validecomo vida absoluta: en este caso la que provocaron la muerte de miles o millones de otros muestraque, para ellos, al menos la de los otros slo eran vidas relativas: nicamente la de ellos eran vidasabsolutas. Si lo absoluto que consagra al sujeto como sujeto humano no es desde el comienzorelativo tambin a la historia, toda relacin que los incluya en la historia luego los convertir, desdela metafsica, despojados de Infinito, sometidos a lo puramente relativos: seres puro desperdicio.

    Solamente pienso que el hecho de que me vea empujado a darles muerte una vez vencidos meconvierte a m tambin en alguien que atraves el espejo y me convierte, fuera de la lucha y delenfrentamiento en el que resisto, en destructor de una vida humana sin que sea necesario. Juzgarlosesclarece la conciencia de justicia entre los hombres; matarlos una vez vencidos obscurece elsentido de la nuestra. Es por aqul que se ve llevado a matar cuando la violencia que sufre loempuja necesariamente a hacerlo, es entonces cuando pienso en esta conversin insoportable.Porque el problema no es solamente el "absolutamente otro" abstracto cuya vida suprimo: es

    primero la destruccin que produzco en m mismo lo que me lleva a preservar la vida de todohombre, aunque sea un miserable y un asesino -slo una vez que inmovilic su capacidad de

    producir la muerte, es decir permitir que la nuestra contine, porque ningn asesino puede pagarcon su vida el dao producido -salvo que eso suceda para impedir que siga sucediendo. No porque

    merezca la existencia, sino porque si llegara a truncar su vida emputezco la ma, y prolongo unaequivalencia cristiana, que no existe, entre la vida y la muerte.

    Cuando se trata de haber asesinado a alguien ya no hay perdn que valga para nadie: el nico quepodra perdonarme ya no existe, porque yo mismo lo he suprimido. Ningn acto de constriccinpuede resucitarlo. Me quedo ms tranquilo? Pero darle muerte porque la justicia lo declaraculpable cuando ya no es necesario destruir su actividad asesina, ese es el crimen serial que elasesino sigue produciendo en los que quedaron vivos al transformarlos tambin a ellos, con lasmejores intenciones de justicia, en los supresores innecesarios de la vida. La cadena de la muerteno se interrumpe, y est en nosotros -no en ellos que viven de ella- interrumpirla cuando es posible.

    El problema de esta identificacin e igualacin que Del Barco hace, cuando no distingue entreviolencia ofensiva y violencia defensiva, nos llevara a hacerle una pregunta que si roza el absurdoes porque la presunta inocencia de su planteo lo exige: matara al que trata de matarlo, o aceptara

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    perder su vida, que se regula por ese "principio" inmanente, para conservar la del otro que secomplace y goza con darle muerte, y que, por no sentir ni or el murmullo interior del imperativoque est en todos, no se gua por ese "no matars" que Del Barco escucha? Si es "como si" en cadaasesinado viviera esa muerte cual la de un hijo, dejara de matar al que est por asesinarlo a uno oa otro cuando el "como si" de la fantasa desaparece y la realidad lo pone frente a la necesidad de

    defenderlo? Del Barco nos dira que el principio, an violado, sigue siendo el mismo: nosconvertimos en culpables de un asesinato pese a nosotros mismos. La realidad nos obliga,implacable, pero la infraccin al Infinito sigue existiendo. Esto quiere decir, contradictoriamenteentonces, que es un mandamiento que contiene la contradiccin dentro de s mismo: unmandamiento que exige ser violado. Pensamos sin embargo que darle la muerte al otro queamenazaba con matarlo, lo que se llama legtima defensa, lo convertira en un hombre que mat aotro, pero no lo convertira en un asesino. O caso alguien preferira ser asesinado para salvar un"principio" absoluto y metafsico? Y no digo que esto mismo no deje su huella en quien se veobligado a realizarlo.

    El principio universal, as considerado, slo nos ata a nosotros las manos. Por eso el "no matars"

    es lo que los dominados y amenazados deben tener como principio, para evitar que la contra-violencia pueda amenazar la violencia de los que dan la muerte. Esto ya lo saba Hobbes: elcontrato que confiere el poder de imponer el "no matars" -el Estado- debe firmarse porque losdominadores y asesinos en algn momento duermen, y los somnolientos esclavos puedenaprovecharse de ese reposo y darles muerte. Esta es una distincin clara de la violencia y de lacontra-violencia: una es ofensiva, la otra defensiva. El "no matars" como mandamiento abstracto yslo subjetivo -que no es concreto slo porque escuche voces- viene del poder de los que matan, node los que son pasados a cuchillo.

    A otra cosa

    Pero quizs esto tambin sea excesivo. Nuestra reflexin va dirigida a todas las consecuencias quequizs se hubieran evitado si la crtica y el anlisis poltico no siguiera soslayando ahora lo que sehaba soslayado antes por negarse a dejarse penetrar por la experiencia traumtica que vivieron: sihubieran permitido durante tantos y tan largos aos que la reflexin filosfico-poltica abriera elespacio crtico de la violencia en la izquierda y, por qu no, en el ms amplio espacio de la culturaciudadana. Hubiera surgido quizs otra crtica. Hubiera dejado su paso a un nico punto deconvergencia en la izquierda: el lugar del otro, del sujeto humano, tambin en la poltica.Hubiramos podido aceptar sin vergenza la defensa del valor de la vida sin ser tildados decobardes cuando el torrente poltico los llevaba, valientes es cierto, al borde del abismo.Hubiramos podido, al comprender nuestras dificultades, nuestra sombras, comprender la de otrosy ayudarles, pensando, a participar de ese campo poltico del que, ante actores, nos habamos

    distanciado.

    Pero si la violencia es una sola, y es esa de los dos adolescentes asesinados la que se da comoejemplo, son tomos de violencia los que se analizan, monadas de violencia donde culminara todaviolencia humana. Es como si de ese nico hecho, donde pas todo, y donde se resumira y seconglomerara toda la violencia humana, donde reverdecieron las categoras inhumanas de laderecha en los sujetos de la izquierda revolucionaria, eso no hubiera tenido consecuencias: como sidespus y sobre todo antes no hubiera pasado nada que nos tena tambin a nosotros como actores.Como si tampoco ese hecho hubiera sido una consecuencia de la superficialidad con la que algunosintelectuales consideraban los acontecimientos de la poltica, ese descubrimiento que al final losanonada: cuando aparece el rostro del irreductiblemente otro ignorado en el pensamiento filosfico

    y poltico de la izquierda. Descubriendo la existencia colectiva de los otros se haban, en el fondo,olvidado de s mismos.

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    No porque pensamos que se suscribieron a favor de la muerte porque la desearan. Pienso que sobreeso sentimos en el fondo lo mismo. El problema es por qu ese sentimiento de repudio, que enalgn lugar sentan, tuvo que rendirse: ese es el problema que se abre en la reflexin poltica.Porque si pensamos que todos, al menos en la izquierda y en la poblacin sometida, sienten el valorde la vida compartida, entonces la funcin de intelectual es ponerle palabras donde ese sentimiento

    mantenido y por fin reconocido pueda desplegar en la vida cotidiana la verdadera eficacia de lalucha poltica. Ms an cuando suponemos la existencia en todos, aunque en sordina, de esellamado imperativo a la vida. El problema que Del barco soslaya es la eficacia de la vida en la in-clemencia en la vida poltica que la derecha quiere imponernos. All reside la eficacia de ellos, perono la nuestra.

    Es lamentable ver los efectos que ese tipo de ocultamiento ha tenido en la cualidad delpensamiento. Ese hecho est encuadrado en un antes y un despus, y en ambos los intelectualeshubieran tenido algo que decir, quizs para que no sucediera. Este despus qued demasiadodistanciado de ese antes. Pero cmo hacerlo si el reconocimiento del otro como irreductiblementeotro, como rostro, no era an una experiencia a la que el sujeto de izquierda hubiera accedido? De

    qu clase de hombres estaba entonces construida la izquierda, an la ms culta y sensible? Paradescubrir el rostro del otro como otro era preciso acaso, como pensaba entristecido un poeta, haberledo todos los libros?

    Ser sobrevivientes

    Y entonces me detengo porque Del Barco me lleva a pensar en otra cosa. Y pienso tambin queahora lo comprendo, que s, que es muy terrible decir lo que en verdad calla: que es muy difcil sersobreviviente. Es difcil aceptar que eludimos la muerte cuando otros la sufrieron. O tuvimos lasuerte de no estar presentes. Que nos fuimos, que nos exiliamos cuando otros se quedaron. Eso losentimos an aquellos que no apoyamos la aventura guerrillera en nuestro pas, porque nunca

    cremos en la visin alucinada de una fuerza posible que le diera el triunfo, ni fuimos peronistas deizquierda, pero vivimos con los fantasmas de nuestros compaeros a quienes ambamos y nopudimos disuadirlos para modificar su destino, porque todo estaba an por jugarse. Y que ahoraque estn muertos nos dejaron una marca indeleble y una acusacin callada que recorri a toda unageneracin: la de no haber tenido quizs los huevos bien puestos, quiero decir el valor que ellostuvieron. Que ningn "vaco" metafsico ni ninguna "falta" ni ningn "sin ser" ni ningn "sinfuerza" ni ningn "sin presencia" puede dejar de delatar el contorno preciso de sus miradas y de suscuerpos plenos tan queridos vaciados de presencia, de ser y de fuerza por una muerte inmerecida.

    Reconozcamos entonces que no fuimos cobardes por estar ahora vivos. La cobarda a la que nosreferimos slo puede ser slo una, y se refiere a esa "otra responsabilidad" que era y es la nuestra,

    esa "otra manera" de ser culpables a la que se refiri Del Barco. Reconozcamos entonces el valorde estar vivos, porque ni su triunfo posible ni su fracaso -esa siniestra frustracin de la Derrota quenos endilgan a todos- dependa slo de nosotros.

    Pero tambin queda por resolver otro grave problema: si ese principio del "no matars" est entodos, cmo es posible que tantos sean asesinos y tantos otros acepten ser asesinados o destruidos?Para pensar esta dificultad de la post-metafsica metafsica debo pasar a una comprensin de lasestructuras de dominio humanas que alienan a las muchedumbres, las inmovilizan por medio delterror o de la inocencia, pero tambin a la izquierda revolucionaria. Entonces al anlisis estructuralde la comunidad humana le falta tambin otra propuesta poltica que sobre fondo del fracaso que seha vivido, de eso que los peronistas de izquierda llaman "derrota", plantee una solucin que una a

    lo absoluto, que haba pospuesto al sujeto considerado como meramente relativo -"soporte de unadeterminacin", proclamaba Althusser en ese entonces tan ledo- y slo lo vuelve a encontrar luegode la derrota como sujeto plenamente absoluto-absoluto, como metafsico -lugar paradojal de lo

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    imposible-posible para el sujeto absoluto fracasado y aislado- y vuelve as de un extremo al otro:del sujeto relativo negado en la estructuras objetivas en la lucha alucinada al sujeto absolutoafirmado en la metafsica sin historia luego de la derrota.

    Volvamos a Jouv

    Y la historia desaparece como anlisis de los hechos que dan sentido a su grito. Si comenzamosconsiderando primero, como ms importante, la entrevista a Jouv y en ella vimos que hubo unadeterminacin histrica de grupo donde el valor relativo de la vida desde una perspectivarevolucionaria objetivista prevaleci enfrentando dos mandamientos -el "matars" contra el "nomatars", Masetti contra Jouv- ese hecho muestra -puesto que fue el detonante para el grito de DelBarco- que all en el seno del grupo, para usar las palabras de su propio planteo, lo imposible y lo

    posible estaban enfrentados. Y que si uno triunf sobre el otro es porque en la izquierda el debate,la crtica a la teora estructural de Althusser, o a la teora de la guerra aplicada por Pern a la

    poltica, o a la concepcin de los varios Viet-Nam sudamericanos en el Che, no form parte delpensamiento crtico de la izquierda revolucionaria. No se hicieron cargo del debate sobre el sujeto

    poltico en la crtica poltica. Ni lo afect a Masetti, que se guiaba, implacable, por las leyesobjetivas de la guerra de derecha, ni lo afect al grupo de los veinte adolescentes cuyas carascambiaron luego de no haberse atrevido a sentir lo que Jouv senta.

    Porque los intelectuales que no se interrogan sobre el proceso histrico de su tragedia interna handejado de cumplir con su tarea: ser ellos mismos el lugar humano contradictorio y sufriente dondese interrogan por las dificultades que como sujetos han encontrado para convertirse en ncleosdonde tambin se elabora la verdad histrica. Esto es lo que le decimos en definitiva a Del Barco:comprendemos su tragedia, de la que tambin participamos sin haberlo hecho como l lo hizo. Loque no comprendemos es, luego de haber callado tantos aos, que nos privara de lo ms verdaderoy valioso de su derrotero personal: poner de relieve para comprendernos las desventuras y las

    dificultades humanas, demasiado humanas, que hicieron necesario su silencio. Para que no serepitan en ese silencio que circula todava -el silencio tambin circula, es portado por las que nohablan. Y no se trata estrictamente aqu de psicologa.

    Qu nos pas desde entonces?

    Qu pas durante tantos aos, luego de ese hecho trgico? Lo que as fue ocultado, lasconsecuencias de sus tomas de partido, de sus indecisiones, han determinado luego los temas quefueron abordados en aquellos campos de los cuales siguieron participando en primera fila,estableciendo la jerarqua de los problemas en debate: en la universidad, en los eventos culturales,las revistas, entrevistas, congresos, editoriales, diarios y disquetes, y hasta en la bibliografa de las

    cuales se nutran sus alumnos -que alguna coherencia deban necesariamente tener con sus propioscompromisos personales. El lugar del sujeto como fundamento del sentido de la verdad fueignorado, pese a que esa fuera la fuerza que el intelectual tena como indelegablemente propia.Qu queda de la filosofa si no piensa que el sujeto es ncleo de verdad histrica, sobre todo en elcampo de una poltica que quiere reivindicar el fundamento ms cierto de la democracia?

    As , al abandonarla, se fueron abriendo y cerrando espacios en las generaciones posteriores, en lascuales se sigui prolongando y cultivando un campo limpio de malezas -quiero decir limpio dereferencias y hasta de rozamiento con esos encubrimientos. Si, ya se, es una desgracia envejecerfracasados y rumiando sin encontrar salida al espanto de lo que en algn momento del pasado sevivi para no dar luego la cara. El asesinato de los dos judos argentinos fusilados por los

    "compaeros" es, en su horror, tambin un signo, un ndice monstruoso que desde all debe serabierto para mostrar el desierto barrido por el silencio y la sequedad de las ideas que no queranque reverdecieran, como tampoco se abrieron y slo se sacaron las mil flores prometidas en China.

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    A los intelectuales pensantes y escritores, hayan apoyado o no los movimientos armados en laArgentina en sus diferentes vertientes, nadie los acusa de haberlo hecho o de haberse opuesto a esaexperiencia. La experiencia poltica es determinante, por lo que ella aporta al problema de locolectivo y de lo subjetivo, y que el intelectual, por definicin de clase, de clase de hombre digo,

    no puede dejar de lado. All lo absoluto de nuestra propia existencia y lo relativo que somos a lahistoria se verifica. Crculo extrao y desconcertante, no destruye nunca el misterio de que hayaalguien, un existente, que sea yo mismo. La poltica hasta ahora siempre ha buscado mantener ellugar de su poder colectivo, y su eficacia, borrando en cada sujeto la experiencia ms ntima de su

    propia existencia.

    No exageremos entonces nuestra propia importancia, porque los hechos polticos les pasaron austedes por encima como a cualquiera de nosotros. Lo que s debe ser comprendido, luego delhorror desencadenado por el fracaso es, me parece, otra cosa, sta s ineludible y por la cual cabeentonces que lo sigamos preguntando ahora, porque sirvi para cerrar o abrir el espacio histricocon nuestro pensamiento. Lo que necesita explicacin, para que se convierta ese experiencia pasada

    en una conquista histrico-filosfica, sera comprender quizs otra cosa: porqu esa culpa tansentida, asumida de profundis, que les hubiera llevado necesariamente a examinar las condicionessubjetivas y polticas, culturales en fin, de un hecho tan aberrante y siniestro, qued silenciada,quizs estupefactos, pero sin pensar entonces en los otros: que esa angustia tambin deba estar

    presente en el cuerpo y registrada en la cabeza de militantes y lectores para los cuales escriban.Esta postergacin del "otro" descolocado de nuestro propio horizonte es una determinacin polticaen el pensamiento filosfico.

    Si se hubiera podido hablar de los que nos pasaba a todos, porque nos estaba pasando y nos siguepasando, la culpa por una complicidad recin ahora confesada no se hubiera congelado como culpaindividual y subjetiva: no se habra convertido en ese nido de vboras que carcomi implacable

    desde adentro. Se hubiera abierto un campo comn de pensamiento para discernir, entre todos, loslmites que la responsabilidad poltica planteaba en los hechos que vivamos, y no slo en los textosde filosofa. La hondura de la culpa tiene que ver tambin con el tiempo durante el cual, silenciada,se la macer en cada uno. De haber asumido como responsabilidad social en su momento lo queluego se metamorfose slo en culpa individual, hubiera permitido crear eso que ahora el

    pensamiento a la moda llama un acontecimiento, creador por lo tanto de un sentido nuevo quevenciera el determinismo que nos haba marcado. De haberse producido, esa experiencia personalasumida y expresada en el campo de las ideas hubiera permitido abrir el espacio de una claridad

    pensada que, compartida, tambin hubiera liberado de fantasmas a tanta gente que form parte deesa experiencia histrica. El silencio contribuy, en cambio, a congelarlos en la culpa, tanto msaguda cuando ms prximo el terror militar amenazaba, culpa obscura pero nunca insomne que

    slo pudo estallar, como estall, en el grito de Del Barco. Su intensidad desbord el afectocontenido, es cierto, pero no transform a la conciencia que sigui amurallada y extendi fuera des las coordenadas metafsicas y teolgicas tras las cuales la culpa, ahora gritada, haba

    permanecido. El sujeto absoluto no recuper su ser relativo a la historia. Al comienzo y al terminosu densidad histrica sigue dejada de lado.

    Un enfrentamiento sin sangre, pero tan doloroso

    Ese ocultamiento de estos ltimos veinte aos signific que el pensamiento que pensaron desdeentonces, ese pensamiento pensara siempre sobre fondo de una obscuridad, de un vaco, de undolor que de tan profundo y por eso mismo quizs no asumido, nuestra sociedad y las generaciones

    que nos sucedieron -incluyendo all a nuestros propios hijos- no pudieran entender de qu setrataba, aunque sintieran que algo oscuro, indescifrable, les haban dejado atrs sus propios padrescomo herencia. Nuestros hijos salieron a caminar juntos aunque solitarios, aureolados tambin ellos

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    del horror que heredaban, ese suelo estragado y cenagoso en el que deban chapalear como si nadade tenebroso los salpicara. Las ideas, cuando se hacen puras, es porque perdieron su alimento en latierra, pero sabemos que era difcil hacerlo desde una tierra regada con sangre de amigos a quienesambamos tanto. En ese camino que emprendan las generaciones nuevas se adensaban yfermentaban las miasmas de lo que encubramos de nuestro propio pasado y que, conteniendo el

    propio pavor que debi rozarnos al menos al retorno, se les ofreca a ellos en cambio como si fueraun camino al fin transitable y alisado por la democracia. Pero sobre todos ellos revoloteaban, yasedian an, los fantasmas. No son los mismos fantasmas que nos acompaan a nosotros, quesabamos de qu noche salan, porque los nuestros son espectros: llevan el rostro vvido de losmuertos que conocimos vivos. Quizs por eso mismo los fantasmas sin origen, sin huellas de laherencia que los padres silenciaron, son ms tenebrosos y pavorosos para ellos. Se les ocult lo queahora, luego de veinte y largos aos de tenaz y empecinada tapadera, surge de pronto en un gritodesgarrado el quejumbroso rastro de un camino ahora intransitable. Y adquiere por fin un rostroverdadero debajo del grito que lo ensombrece al delatarlo.

    Quizs si hubieran hecho posible que el corte entre democracia y dictadura no apareciera, como

    apareci, como un campo de paz nuevo que abra el espacio de la esquizofrenia en la sociedadargentina, luego de una violencia genocida cuya prolongacin resida en el hecho de que el terrorno haba desaparecido en la paz poltica: slo se haba hecho invisible como nuestros propiosespectros, como si una linterna sorda los proyectara sobre las nubes bajas en nuestro obscurecidocielo. Por no querer dar nombre y darles rostros y vida a los fantasmas que engendramos en losotros, dejbamos de mostrar los que el terror pasado prolongaba en la actualidad poltica, aunquesiguieran trabajando silenciosos en nosotros.

    Pero para eso haba que abrir el espacio de la memoria sensible en la escritura crtica, es cierto:haba que volverle a dar vida a los muertos inmovilizados, sacralizados por la lucha y el herosmoen nosotros mismos, pero ahora para discutir con ellos. No se trata de agredir ni atacar la memoria

    de quienes jugaron su vida -y a veces la de todos nosotros- y donde muchos de nuestros amigos laperdieron. No podan y quizs no queran saberlo. Slo se trata de poder luego comprender por lomenos las categoras patriarcalistas y cristianas -insisto: s, cristianas, mticas, no slo fetiches cuyocontenidos ya disueltos habran dejado su forma abstracta encarnada en las mercancas delcapitalismo, sino que subsisten con su contenido como presupuestos previos y fundamentales delimperialismo- de la derecha que estaban determinando y orientando el sentido de la vida de tantagente. Que esa culpa cuyo grito tardo resuena, enardecida y encubierta en la indiscriminacin delcontenido histrico y subjetivo que los asedia, pudiera haber abierto hace ya ms de cuarenta aosese encuentro que habra hecho posible que la izquierda no se convirtiera en ese apelmazamientode ideas revolucionarias que sufrieron en su momento la crtica inmisericorde de las armas [y laindiferencia de los pueblos] y que no se atrevi siquiera a reflexionar sobre s misma, sobre su

    propio pasado una vez derrotada: que no se sometiera ni siquiera a las armas de la crtica que almenos les haba quedado en las manos a los intelectuales que s la haban apoyado. Convengamosque ese pasado no se mereca slo un grito tardo.

    Seamos coherentes: nosotros tambin tenemos armas que no nos atrevemos ahora a reconocerlascomo armas: las de nuestro pensamiento que resumen nuestras vidas. Esa es la "manera diferente"de una responsabilidad distinta. Estas armas pueden matar el alma y anular con el bistur tajante delas ideas fijas el centro vital que anima con su afecto nuestro cuerpo. Pero las armas de la guerrillafueron fundidas entre nosotros en el mismo horno sacrificial del peronismo cristiano que las habacincelado. El sacrificio de la vida form parte de la retrica poltica calcada del imaginariomitolgico que nos conformaba. Evita montonera? No me jodan!

    No formaba parte de una contra-violencia pensada y sentida de otro modo, sino que apareca comola violencia misma: nica y positiva. Haba que beberla hasta las heces: slo en el fondo, pero muy

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    en el fondo, cuando ya no quedaba otro sorbo, apareca todo lo hediondo. La violencia auspiciadapor el Pern que los calificaba como su brazo armado no corresponda a la que podra ejercer unhombre de izquierda. Y all reside, cuando no se la diferencia, el no reconocimiento del rostro delotro: no nos mirbamos en verdad ni siquiera el propio en el espejo. Pero ni siquiera eso: noquisieron leerse en "ese espejo tan temido" en el cual los invitbamos -ya hace ms de veinte aos-

    a que osramos mirramos: que no diramos la cara vuelta.

    Esa cara del otro irreductiblemente Otro que ahora descubren con el judo Levinas es para nosotros,pese a lo que fue su dolorosa vida, slo el rostro apalabrado de un texto de filosofa, el limbo quequeda disponible una vez frustrados de la metafsica cristiana y sin rostro de Heidegger: el Ser dela verdad revelada, de cuya cruel expectativa ni el ltimo Dios nos salvara. Pero esos rostros porlos cuales hace tiempo no nos preguntbamos, para todos nosotros tenan sin embargo nombres,cuerpos, ojos y apellidos. Ese rostro abstracto en el que nuevamente, en las palabras de lametafsica vuelven a disolverse la multitud de rostros vivos que nos fueron prximos, y algunos delos cuales lo siguen siendo, es un rostro mustio, es un rostro muerto: es un sucedneo fro de losrostros vivos que nos estaban mirando, y quizs esperando, cuando volvimos de nuestros exilios -y

    que an nos miran como si esperaran algo que slo nosotros podramos decirles.

    De esos rostros tambin se trata, no slo del de los desaparecidos: se trataba de los que nosobservaban e interrogaban en silencio a nuestro regreso, de los que nos escuchaban luego en lasaulas y en las conferencias, esos rostros y esos ojos que lean vuestros libros y que crean envuestra palabra sabia: dnde estaba el reconocimiento del otro fuera ya de la batalla armada sicallaban lo ms importante que deba ser dicho? Esos rostros nos siguen mirando todava.

    Volver a imaginar los rostros y la mirada ltima de los primeros e inocentes montoneros, angelitosmustios del retablo revolucionario, fusilados sin misericordia por sus propios compaeros, es yauna invitacin a que esa imagen del horror ms oculto y pavoroso deje de encubrir y disolver el

    rostro, menos trgico es cierto, de tantos y tantos semejantes nuestros fracasados y atemorizados,aquellos que en la estela de ese encubrimiento han quedado mudos en su lugar ms sentido, esedonde se asienta el origen de nuestras palabras. Volver a darles el concepto de un Dios sin Dioscomo referencia a un Ser innombrable y vaco para explicar esa tragedia, creo que no alcanza. A noser que se trate de un homenaje que la metafsica quiere rendirle a la virtud perdida.

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