Sabidurìa de America_kusch

3
SABIDURÍA DE AMÉRICA Así retornamos a Santa Ana del Cuzco, donde nos topamos con el mendigo y nos encontramos otra vez en el mismo punto de todo turista: buscamos un sentido a esa distancia que media entre nosotros y todo aquello que sentimos tan lejos. Por eso se hace importante la objetividad. Esa misma que utiliza el buen burgués cuando quiere tomar con- ciencia de una situación política o un problema comer- cial, o cuando un lector se refiere al criterio empleado por un periódico y alaba su objetividad porque toma en cuenta todos los elementos de cualquier situación. De- trás de todo eso hay un culto al objeto, al mundo exte- rior, una especie de culto a las piedras. Esta obsesión ciudadana de la objetividad es induda- blemente un prejuicio occidental y es propio de quien está en un patio de los objetos. También en el patio se reúnen los vecinos a hablar mal de los otros, "objetiva mente". Pero en el occidente, como en el patio del conventillo, la objetividad cumple además otra finalidad:permite la salida de sí mismo y fijarse en el mundo exterior, casi como si uno se dedicara a pasear para no estar preocu [ pado. El mundo exterior, y su culto nos permite distraer- nos de nuestra intimidad. La ciencia, que es el culto al objeto porque cultiva a la naturaleza y a sus leyes, sirve al hombre moderno para escabullir su intimidad y ha- cerse duro y hasta mecánico. ¿Será que la objetividad ha servido para cancelar la importancia del sujeto? Algo de esto debe haber, porque el occidental necesita recurrir al oriente o al psicoanálisis para hallar su subjetividad. Y esto es así porque occidente es el creador del obje- to. Ni el oriental, ni el indio quichua, ni el papua tienen ese problema: ve la realidad como pre-objetiva y, ni si- quiera ellos mismos son sujetos, sino que son una pura y animal subjetividad. Eso no lo ve el occidental. Pero él está, sin embargo, en la pura subjetividad: los rascacie- los, las calles, las ciudades, todos son materializaciones de cosas subjetivas, aun cuando sean pura piedra o ace- ro. Un automóvil es la material subjetividad de un inge- niero, un sueño delirante hecho realidad. Pero si en el occidental la obsesión de la objetividad es heroica, en nosotros es simplemente gratuita. Con la objetividad tratamos de tapar lo que no queremos ver. La necesidad de construir una fábrica impide ver el potrero que hay debajo. En la misma forma tratamos de no ver lo esencial en las calles de Cuzco. La arqueología y la etnología convierten al indio en una cosa mensurable que situamos en el patio aquel de los objetos. ¿No ocurre lo mismo cuando se habla de "peronismo"? Se lo recha- '¿a objetivamente sin saber que esencialmente forma parte de nuestra subjetividad. Si no hiciéramos así, tendríamos vergüenza. Por eso 216 217

description

Texto "Sabiduría de América" de América Profunda, Editorial Hachette, 1968

Transcript of Sabidurìa de America_kusch

  • SABIDURA DE AMRICA

    As retornamos a Santa Ana del Cuzco, donde nostopamos con el mendigo y nos encontramos otra vez enel mismo punto de todo turista: buscamos un sentido aesa distancia que media entre nosotros y todo aquelloque sentimos tan lejos.

    Por eso se hace importante la objetividad. Esa mismaque utiliza el buen burgus cuando quiere tomar con-ciencia de una situacin poltica o un problema comer-cial, o cuando un lector se refiere al criterio empleadopor un peridico y alaba su objetividad porque toma encuenta todos los elementos de cualquier situacin. De-trs de todo eso hay un culto al objeto, al mundo exte-rior, una especie de culto a las piedras.

    Esta obsesin ciudadana de la objetividad es induda-blemente un prejuicio occidental y es propio de quienest en un patio de los objetos. Tambin en el patio serenen los vecinos a hablar mal de los otros, "objetivamente".

    Pero en el occidente, como en el patio del conventillo,la objetividad cumple adems otra finalidad:permite lasalida de s mismo y fijarse en el mundo exterior, casicomo si uno se dedicara a pasear para no estar preocu

    [ pado. El mundo exterior, y su culto nos permite distraer-nos de nuestra intimidad. La ciencia, que es el culto alobjeto porque cultiva a la naturaleza y a sus leyes, sirveal hombre moderno para escabullir su intimidad y ha-cerse duro y hasta mecnico. Ser que la objetividadha servido para cancelar la importancia del sujeto? Algode esto debe haber, porque el occidental necesita recurriral oriente o al psicoanlisis para hallar su subjetividad.

    Y esto es as porque occidente es el creador del obje-to. Ni el oriental, ni el indio quichua, ni el papua tienenese problema: ve la realidad como pre-objetiva y, ni si-quiera ellos mismos son sujetos, sino que son una puray animal subjetividad. Eso no lo ve el occidental. Pero lest, sin embargo, en la pura subjetividad: los rascacie-los, las calles, las ciudades, todos son materializacionesde cosas subjetivas, aun cuando sean pura piedra o ace-ro. Un automvil es la material subjetividad de un inge-niero, un sueo delirante hecho realidad.

    Pero si en el occidental la obsesin de la objetividades heroica, en nosotros es simplemente gratuita. Con laobjetividad tratamos de tapar lo que no queremos ver.La necesidad de construir una fbrica impide ver elpotrero que hay debajo. En la misma forma tratamos deno ver lo esencial en las calles de Cuzco. La arqueologay la etnologa convierten al indio en una cosa mensurableque situamos en el patio aquel de los objetos. No ocurrelo mismo cuando se habla de "peronismo"? Se lo recha-'a objetivamente sin saber que esencialmente forma partede nuestra subjetividad.

    Si no hiciramos as, tendramos vergenza. Por eso

    216 217

  • nos esmeramos en afirmar que vemos las cosas tal comoson, slo para ocultar nuestra subjetividad, que es lanica manera como vemos todo.

    Pero, adems, la objetividad nos permite la comodi-dad de sentirnos turistas en cualquier lugar. Es el casodel Cuzco. El indio pasa ante nosotros y lo vemos comoun objeto-indio, que nada tiene que ver con nosotros.Somos en ese sentido turistas espirituales. En todas lassituaciones que se nos plantee en Amrica, ya sean eco-nmicas, culturales e incluso cotidianas, empleamos laobjetividad como una manera de aislar nuestra calidadde sujetos frente a eso que se da afuera. No es ms queuna manera de no afectarnos, de estar cmodos, comoen casa o, mejor dicho, como en el patio de la casa, rodeados de nuestros amables vecinos.

    Y, en tanto hacemos eso, no somos sujetos vivientessino sujetos universales y tericos, ya que nada nos ligaal objeto-indio, sino un afn evidente de evitar un conipromiso con la realidad y, secretamente, de convertir aese pobre indio en un mercader. Sera el mercader elsecreto de la objetividad?

    Pero es curioso como armamos esa objetividad. Eslapoyada en el coche que pasa, en la moneda, el recuen lodel viaje acelerado en el tren mecnico y ruidoso, todoeso sostiene y apuntala nuestra impermeabilidad y m uv itro turismo espiritual. La calidad artstica de un cuadro,la mencin de las tcnicas pictricas, los pulpitos tallados y la explicacin impresa en algn folleto para tu r l t itas, nos hace ver que todo est medido, exacto y prevlnto, como para mantener la distancia necesaria y salviil'

    nuestra responsabiliad de sujetos observadores, frenteI a una realidad que es aparentemente objetiva y lejana.

    Pero mentimos. Hemos colgado nuestra responsa-bilidad de los objetos en vez de llevarla adentro. As lohacemos en poltica y nos salvamos. Es ese "qu meimporta" tan argentino: nos sirve para huir, pero de-jando en alto la objetividad. Es porque nada tenemosque ver con nada.

    As iniciamos el culto a lo exterior a costa de lo inte-rior. Es el culto del automvil del nuevo rico, o de lacopiosa bibliografa de nuestros pensadores universita-rios o del vago progresismo de nuestro buen industrial.Es el afn de quedarnos en el simple automvil, la bi-bliografa o el progresismo y ver siempre delante, unarealidad lejana y objetiva.

    Pero cmo hacer para revalidar el margen de subje-tividad que necesitamos para reencontrarnos y tratar dedespojarnos de esta concreta y prctica objetividad enque nos hallamos embarcados y que nos da este tinteendemoniado de un pueblo exclusivamente mercader?

    Dada la situacin, slo nos puede redimir una espe-cie de biblia o escrito mesinico, porque slo as habre-mos de encontrar un escape a todo ese mundo que re-primimos para ser objetivos. Se trata de hacer una ope-racin quirrgica para introducir la verdad en la mentede nuestros buenos ciudadanos.

    Manuscritos como la biblia hicieron algo que nuestraliteratura tcnica, y menos aun la no-tcnica no ha he-cho, y es el de escribir desde el punto de vista de la viday no de la razn. El problema del mero estar comprende

    218 219

  • la pura vida de un sujeto. Pero nosotros nada sabemosoficialmente de la vida.

    En nuestro caso es casi tan absurdo quiz como que-rer hacer una biblia para ladrones, a fin de que ellosvean reflejada su desnudez de ladrn en un manuscritosanto; cosa sta que por otra parte sera muy natural yhasta muy til de hacer. O, mejor, tendramos que haceruna biblia para renegados o, para reprimidos, que jue-gan muy mal su papel de advenedizos.

    La necesidad de concretar un dogma surge comoconsecuencia natural del hecho de haber sondeadolas cosas de Amrica. Esta supone una forma especialde vida y por lo tanto ha de expresarse en un verbo.Toda forma de vida toma un signo tcito que la expre-sa, en torno al cual se consolida y gana su salud. Poreso mismo el verbo que exprese a Amrica distarmucho de ser pulcro, porque tendr una desnude/vergonzante y hedienta.

    La toma de conciencia de nosotros mismos como sujetos ha de tener el mismo efecto que, cuando un catlico, un judo o un protestante se ven imposibilitados cecontinuar las prcticas esterotipadas de sus respectivo!!cultos, y retornan a su antigua fe, bebindola nuevamente en sus fuentes originales. Hacer esto en un siglotan poco creyente como el nuestro, implica una laborpenosa que puede incluso avergonzar. Es vergonzoMocreer efectivamente en Adn y Eva en medio de tantatcnica y tanta ideologa prctica, como las hay hoy cuda. Por eso el creyente que retoma las fuentes de MUreligin terminara hoy siendo un hediento, aun cuando

    '

    ello no fuera en s mismo reprobable. Y eso ocurre por-que las viejas races vitales siempre hieden, porque nosafean esa aparatosa pulcritud a que nos hemos acos-tumbrado.

    Y lo mismo habr de ocurrir si lo hacemos con loamericano. Si elaborramos una concepcin del mundosobre la base de los elementos recogidos en los primeroscaptulos, tambin terminaramos avergonzados. Habra-mos conseguido la verdad sobre nuestra condicin ver-dadera de estar aqu en Amrica, pero nos sentiramoscomo despojados y harapientos, porque eso estara encontradiccin con nuestro ideal como argentinos y occi-dentales, consistente en ser pulcros y aparentementeperfectos.

    Sin embargo es preciso intentarlo. Y lo haremos casicomo si lo hiciese el viejo yamqui, suponiendo que hu-biese ido a la universidad y estuviera entre nosotros yque, escandalizado de tanta soberbia, hubiese volcadosu sentimiento americano en los moldes tcnicos y obje-tivos que manejamos hoy en da.

    Mas que sentimiento volcara una filosofa de la vidanacida en el quehacer diario del pueblo, como ser la quevive el indio que sorprendemos en las callejuelas delCuzco o la del campesino de nuestra Pampa o, ms an,la del paria que habita al amparo de nuestra gran ciu-dad, olvidado de todos y con ese su miedo atroz de per-

    i der su sueldo o de que lo lleven preso injustamente. Aslo hara el viejo yamqui y hara muy bien, porque sloas volveramos a tomar esa antigua savia de la que noshan querido separar.

    220 221