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Los corrales gaditanos de piedra, según Sáñez Reguart (1791-1795) (detalle)

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los corrales gaditanos de piedra, según Sáñez Reguart (1791-1795) (detalle)

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Corrales, una técnica de pescatradicional en Andalucía

David Florido del Corral

Introducción: el arte de pescar en tierra

Un arte de pesca, como expresa el propio término, es un ingenio; esto es, un arti-ficio ideado para la captura de diferentes tipos de especies (peces, crustáceos y mo-luscos) en el mar y en ámbitos fluviales, marismeños y lacustres. Se trata, por tanto,de un medio técnico de producción, cuya confección es fruto de una larga expe-riencia de trabajo y que incorpora un amplio conjunto de información que los pes-cadores atesoran sobre el entorno. En primer término, por tanto, los artes sonmedios de apropiación cognitiva del contexto ecológico, que se aplican, funda-mentalmente, a: 1) el comportamiento de los recursos pesqueros (movilidad —li-gada a la alimentación, al apareamiento, etc.—, localización, estacionalidad); 2) elresto de elementos físicos (mareas y corrientes, luminosidad atmosférica y de las aguas,vientos, topografía de fondos, etc.), y 3) a las interacciones entre los recursos y elmedio.

Como se reconoce en un manuscrito de finales del siglo xix en el que se descri-ben las pesquerías gaditanas, refiriéndose precisamente a los corrales,

el origen de ciertos inventos nada lo explica tanto como la misma naturaleza, enflujo y reflujo de sus aguas, que sentimos más que esplicamos [sic], fue induda-blemente el que enseñó al hombre el modo fácil y económico de sacar su alimentodel mar (Vera y Chillier, 1887, ms.).

Por tanto, los artes de pesca son resultado de un proceso históricamente cons-tituido, un saber vernáculo que se ha ido conformando al hilo del trabajo, de la ob-servación del comportamiento de las especies marinas, de los factores ecológicos(movimiento de las mareas en los distintos momentos del año, relación de éstascon las lunas o los cambios de luz, relación de todo ello con el comportamiento de

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los peces, etc.) y la experimentación con las características de la herramienta —susmateriales, su estructura, su dinámica, etc.—. No se trata simplemente de un re-pertorio de conocimientos, sino de un conjunto de hábitos a partir de la percep-ción —lo que se siente, se intuye, lo que se espera— y la racionalización, de fórmulasde recetas prácticas, que se van ejecutando y realizando en el trabajo, adaptándosepermanentemente a las circunstancias, incorporando continuamente las novedadesde que sean capaces los pescadores, de forma silenciosa, a largo plazo, generandouna tradición, articulando continuidades e innovaciones.

Sáñez Reguart y su inspirador Duhamel, por poner dos ejemplos de tratadistasen una época, el siglo xviii, en la que los corrales eran una pesquería extendida, nolos veían con agrado, pues lo consideraban perezoso, paradigma de la actitud dequien observa, aprende y realiza el esfuerzo mínimo para obtener sin riesgo el sus-tento básico. Simplemente, los entendían como el resultado de la inquietud que pro-vocaba la vista de los escasos recursos que quedaban atrapados en pozas y charcos,una vez que se retiraba el agua. Había que dejar escapar el agua, pero no así una par-te de los peces, y posiblemente enseñado por algún accidente natural se atrevió elprimer pescador imaginario a la construcción de un primer y tosco muro de re-tención. Su valoración no es nada halagüeña. Con los corrales, se verifica que el dis-currir humano:

combinó una manera de coger los peces tan fácil, como asegurada, sin tener queentrar en el mar á la contingencia de los vientos y las olas […], aunque haya ins-pirado su invención la naturaleza de los terrenos y las mareas, y sean pesquerasprimitivas, comparado con el compuesto de otros inventos, producen una pes-ca escasa, y en nada son favorables a la seguridad de la navegación, ni á la libertadde la pesca, mayormente quando embarazando las playas que ocupan, perjudi-can á otros artes mas productivos (Sáñez Reguart, 1791-1795, II, 324).

En su mentalidad fisiocrática, es necesario acrecentar con buenas artes los recursosque gentilmente la naturaleza pone a disposición del hombre, cuando éste la sabemanejar. Se trata de una visión productivista, pareja a su tiempo, que quiere evitarademás el mantenimiento de derechos exclusivos de pesca como los que goberna-ban los corrales. El hombre no debe aquietarse a aguardar los frutos marinos en susdesplazamientos recurrentes; debe incorporarse, ayudándola, a la producción de lanaturaleza, sobre todo cuando es ubérrima como la marina. En un sentido pareci-do se expresaba Rodríguez Santamaría:

no cabe duda de que es una manifestación del ingenio del hombre, que ha ideadocon él el medio de capturar pescados en tierra, sin red, sin anzuelo y sin ningúnaparato, ni exponer su vida en el mar, sino sencillamente coger los peces en se-co y a sus pies (Rodríguez Santamaría, 1923, 252-253).

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Pero con una perspectiva del presente, hemos de valorar la inteligencia y el tra-bajo activo de los corrales. Pues se trata de un sistema de pesca en el que los habi-tantes del litoral han apreciado el movimiento de las especies en los períodosintermareales, sus hábitos de refugio, y la posibilidad de encerrarlos en espaciosacotados construidos a tal fin. No podemos asumir en todos sus extremos la apre-ciación de Sáñez Reguart o Rodríguez Santamaría porque, en realidad, los corraleshacen referencia no sólo a un instrumento específico de pesca, sino al conjunto deempalizadas, muros y otros elementos estructurales que permiten su funciona-miento. Además, el corral se trabaja con diversos instrumentos, artes y técnicas pes-queras. Hemos de usar una acepción amplia: es una pesquería en su conjunto, y nosólo una técnica de pesca.

Si aplicamos las clasificaciones al uso de los sistemas de pesca, los corrales se sitú-an entre los artes denominados de trampa, pasivos, junto con otras modalidades co-mo encañizadas, atajos, biturones, de los que se diferencia por su material y/o por elentorno donde se usan. Se trata de ese conjunto de sistemas de pesca que aprovechanlas dinámicas de la zona marítimo-terrestre, como esteros, playas, estuarios, desem-bocaduras de ríos y marismas, en las que la diversidad de nutrientes y la oxigenacióndel agua, las relaciones tróficas entre especies, las pautas de puesta de huevos y cría— tod as ellas en relación con el movimiento de las mareas y las características del ta-lud en las zonas más próximas a la costa— favorecen la entrada y salida de diversostipos de especies. Los corrales pueden ser de piedra y de otros materiales, cercados dearmazones y armadijos de estacas, cañas, varas de árboles, que se pueden combinarcon redes y otros materiales vegetales. El objeto fundamental de su uso es cercar, ce-rrando, alguna extensión de zona marina, fluvial o lacustre. Siempre se utilizaron enzonas de poco fondo, a las que acceden los peces con la dinámica intermareal, y dela que difícilmente escapan debido al uso de las diversas trampas que se calan en lasencañizadas o al cierre del muro perimetral en el caso de los corrales de piedra.

De los de piedra, los más importantes de las costas ibéricas son sin duda los gadi-tanos, que han gozado de una imponente continuidad histórica (desde los de Cádiz,ya desaparecidos, a los relictos de Rota, Chipiona y Sanlúcar de Barrameda), mien-tras que los armadijos y entalladas de madera, ya presentados en su funcionamientopor Sáñez Reguart, están representados sobre todo por las encañizadas del Mar Me-nor y Tortosa (Rodríguez Santamaría, 1923; Valero Palmero, 1972). Rodríguez San-tamaría también afirma la existencia de corrales móviles en el Cantábrico (1923, 252):cercotes, entalladas o atajadas, que se instalan puntualmente en playas, estuarios ydesembocaduras y zonas portuarias cuando se dan las condiciones apropiadas, que seexperimentaron en Cádiz, como veremos. Aquéllas de estas estructuras que han per-manecido, como los corrales de piedra, o las encañizadas del Mar Menor hasta hacedos décadas, crean un paisaje litoral que es resultado de la cooperación (trabajo, es-fuerzo, voluntad de hacer, saber hacer) del hombre y los elementos físicos, para mul-titud de aprovechamientos posibles: extractivos, salineros, piscicultores.

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El corral de piedra es un ingenio que se sirve de muros de piedra, y otros ele-mentos complementarios, en determinadas zonas costeras, como playas o estua-rios (figura 1). Los armadijos andaluces que han resistido el embate de los tiemposson playeros, y están emplazados donde se producen determinadas condicionesecológicas: que haya un diferencial apreciable en el aguaje de las mareas, que lapendiente del talud continental sea suave y que no sean frecuentes los temporales.Por ello, los corrales se encuentran en zonas de mareas vivas, como las costas atlán-ticas. Además, los corrales marinos andaluces han aprovechado la existencia de «pla-tiers», rocas planas que se extienden en determinadas zonas litorales cuya erosiónfavorece la existencia de pocetas, solapamientos y oquedades donde se refugian lasespecies que se quedan en el interior de la estructura. La diferencia intermareal yla pendiente del talud permiten que en las vaciantes las especies queden atrapadasen las estructuras construidas al efecto, mientras que la escasa frecuencia de lostemporales garantiza la presencia regular del recurso y, por ende, que la actividadpesquera en su interior puede desarrollarse con cierta seguridad económica. Portodas estas condiciones, los corrales de pesquería fijos han estado vigentes en las cos-tas andaluzas desde, al menos, el siglo xiv.

En un sentido aún más lato, los artes de pesca —y los corrales entre ellos— re-presentan formas concretas de apropiación política del entorno. Es decir, se inscribenen relaciones sociales de producción, que llegan a ser del todo relaciones de poder, for-mas de apropiación territorial, modelos de gestión del recurso. Este aspecto es parti-cularmente importante en el caso de los corrales porque, al menos en la Andalucíaatlántica, la presencia de corrales representaba el dominio de los poderosos (personaso instituciones) y su preeminencia sobre los trabajadores del mar. Las órdenes religiosasy las principales casas nobiliarias de la zona han sido quienes han detentado la pro-piedad y los derechos de pesca de los corrales durante muchos siglos, accediendo a supropiedad y explotación nuevos capitalistas agrarios adinerados desde el siglo xviii ysobre todo a partir del siglo xix. Tanto en el primer caso como en el segundo, eranmariscadores y trabajadores los que, normalmente mediante acuerdos de aparcería,explotaban directamente los corrales, aunque su disfrute podía extenderse a otras gen-tes (Muñoz Pérez, 1972, 155 y ss.; Naval Molero, 2004, 37 y ss.).

Sin embargo, las adecuadas condiciones ecológicas no garantizan la sustentabi-lidad histórica de los artes de pesca, y ello es lo que le ha ocurrido a los corrales. Lascondiciones sociales y políticas sobre los usos y territorios marítimos, la relación conotros artes, o la evolución de los recursos marítimos, al hilo de nuevas formas deexplotación más intensiva de las modalidades activas o de la contaminación del li-toral, han provocado la práctica desaparición de esta pesquería, que subsiste agó-nicamente y ligada a una estrategia de subsistencia complementaria entre loscorraleros que siguen manejando el saber hacer de los corrales, puesto que éstosdejaron de ser productivos, y los usos extractivos de las zonas intermareales handado paso a los usos recreacionales y turísticos.

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Datos históricos: entre la arqueología y las fuentes escritas

La cuestión de los orígenes

En las costas andaluzas, desde los años setenta se viene especulando con la posibi-lidad de que los corrales fijos de fábrica fuesen un sistema de pesca empleado en elhorizonte romano. El detonante, las estructuras de piedra encontradas con moti-vo de la preparación del terreno para maniobras militares en la playa situada al su-reste de Barbate, entre Barbate y Zahara de los Atunes, y que fueron apresuradamenteanalizadas por Moreno y Abad (1971). Moreno y Abad apuntan la posible relaciónentre estas evidencias y los corrales, vinculando los materiales, la estructura y elemplazamiento de las estructuras encontradas con las explicadas por Sáñez Reguarten su diccionario de artes de Pesca. Pero aquéllas eran de un volumen soberbio, su-perando con mucho los corrales gaditanos posteriores, hasta el punto que cuandose descubrieron, en los años setenta, fueron tenidas por ruinas de la Atlántida. Pa-ra Moreno y Abad estas instalaciones —no analizadas con la profundidad y deta-lle requeridos dadas las condiciones de urgencia del rastreo arqueológico— pudieranguardar relación con los restos de piletas de salazón halladas en Baessipo, a modode suministrador de materia prima para la industria salazonera (Moreno y Abad,1971, 219). Aún más, lanzan la hipótesis de que algunas de ellas pudiesen funcio-nar como piscinae o viveros, de los que habla Plinio (HN, IX, 19, 1). Un recentísi-mo trabajo plantea que los restos ubicados en la punta de Trafalgar (Barbate),interpretados hasta el momento como una factoría de salazón, podrían ser consi-derados el primer testimonio arqueológico de piscinae (piscinas-vivero) dedicadasa la piscicultura en las costa de la Baetica (Bernal, Alonso y Gracia, 2011).

Otros autores más recientes, aun sin evidencias arqueológicas de sustento, asu-men que los corrales de pesca se pueden remontar a un horizonte histórico romano(Fernández Pérez, 2002). En este caso, la conjetura se fundamenta en la identifica-ción entre los corrales y los viveros de engorde como los mencionados por Plinio, olos que tan pormenorizadamente explica Columela (de Re Rvstica, VIII, 17). Se tra-taba de estructuras artificiales construidas en las zonas litorales, lacustres y fluviales,para el cautiverio y engrosamiento de las especies capturadas gracias a las dinámicasintermareales. En la descripción de Columela, por ejemplo, se habla de diques querodean los estanques, con túneles de salida y entrada de agua (con sus enrejados decobre para evitar la salida de los peces), aunque pueden tener formas más tortuosaspara parar el ímpetu pelágico. Así mismo, se menciona la construcción de cavernas,ya sencillas ya en espiral, para favorecer el cobijo de los animales. Se distinguen laspiscinas excavadas para peces de roca de las que se pueden construir en zonas fan-gosas para otras especies, de aguas menos profundas. Sin embargo, se trata de estructurasque se usan para facilitar la cría y el engorde —incluso se incorporan al vivero des-pués de ser pescadas—, de ahí la insistencia en diferenciar las diversas formas de ali-

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mentos para cada grupo de especies. Es decir, requiere de un potentado, un propie-tario de una villa litoral, con capacidad para realizar tales obras de ingeniería, vin-culadas a la hacienda, alimentar a las capturas y orientar su estrategia económica almercado cuando las capturas estén en condiciones óptimas.

La evidencia arqueológica más reciente viene en auxilio de un posible uso de co-rrales extractivos en época romana y en costas atlánticas peninsulares. Nos referi-mos al armadijo de estacas de madera encontrado en 1983 en una zona lacustre alsur de Espinho (Portugal) (Alves et alii, 1988-89), que aprovechaba los movimien-tos intermareales para realizar sus capturas. El análisis arqueológico pone de manifiestoque el sistema estuvo activo entre el período romano y los siglos ix-x. Para Bernal(2010a, 133), este hallazgo puede significar que estructuras similares estuvieron ex-tendidas en zonas lacustres en la Península, aunque el carácter perecedero de sus ma-teriales hacen muy difícil la permanencia de restos arqueológicos.

Otra referencia indirecta para sospechar el uso generalizado de corrales en épocaantigua es la existencia de legislación fiscal que gravaba la explotación de la zona li-toral, precisamente por la concesión que suponía la instalación de corrales o estruc-turas similares (de roca, de madera, de caña), normalmente a grandes propietariosque conseguían el derecho de pescar en estas instalaciones. El caso más paradigmáti-co es la Constitución 57 de León III, que regulaba las distancias mínimas entre co-rrales de nueva construcción (Sáñez Reguart, 1791-1795, II, 343-34). Para Sáñez,estas disposiciones ponen de manifiesto lo pernicioso de la pesca con corrales, puespermiten la patrimonialización del litoral por parte de un grupo de privilegiados, endetrimento de los más, lo que atenta al principio de la libertad de pesca tan caro alComisario de Guerra de Marina y limita la aplicación de artes más productivas.

¿En qué sentido son aplicables las informaciones de las fuentes antiguas a los co-rrales de pesquería conocidos en época moderna, desde el siglo xiv a esta parte, yen particular en las costas andaluzas? Los corrales marinos gaditanos modernos, adiferencia de lo informado por Columela, Plinio o Eliano (de Natura animalivm,13.28), son ingenios para la captura inmediata, dedicados a la producción extrac-tiva de peces, moluscos y mariscos del lugar, más próximos a lo que se deduce delhallazgo de Portugal —aunque Rodríguez Santamaría, todavía en el siglo xx, anun-cia que algunos de los conoció en las costas de España se usaban también como vi-veros y cetáreas (1923, 252)—. Además, los corrales de pesquería gaditanos norequieren de construcciones excavadas, salvo los diques de cercamiento y divisio-nes internas, pues aprovechan el talud litoral y los «platiers» de la zona, a los quese incorporan algunas microestructuras construidas por los arquitectos de los co-rrales (vid. infra), pero en nada parecidas a las impresionantes infraestructuras quese han descubierto en las playas situadas entre Barbate y Zahara.

Por el contrario, sí es coincidente con lo deducible por las fuentes clásicas quelos usufructuarios históricos de los corrales gaditanos han sido grandes propietarios(entre los que destacan casas nobiliarias y órdenes religiosas que gestionan con-

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ventos u hospitales). Lo más parecido, aunque más modesto por los materiales usa-dos (estacas de madera, redes o cañas), a las piscinas de las que habla Columela sonlas encañizadas levantinas del Mar Menor, tal y como las describe Rodríguez San-tamaría (1923, 381 y ss.), algunas de las cuales incluían almacenes y viviendas paralos trabajadores. Con todo, las encañizadas están más orientadas a la extracciónque a la piscicultura, y desde luego sólo se alimentan de las especies que se inter-nan en el entramado como consecuencia de la dinámica intermareal.

En definitiva, si damos por buena la relación entre corrales y piscinae-viveros, he-mos de asumir que se trataba de una pesquería distinta a la ejercida en los corralesmás recientes, pues ésta es de menor complejidad estructural, con una producciónfundamentalmente extractiva, y sin que pueda mantener un fin comercial expan-sivo de las capturas, debido a su limitada productividad. Por ello, mientras la evi-dencia arqueológica no permita aseverar otra cosa, resulta aventurado estableceruna continuidad histórica entre los precedentes romanos y los corrales de pesque-ría ya atestiguados sin duda, para la zona gaditana, en el bajo Medioevo, y que sedistribuyen por toda la costa atlántica.

Los corrales históricos

Lo que ofrecemos a continuación no es una secuencia histórica consolidada, sinoun discurso historiográfico a partir de los datos dispersos de diversas fuentes, quedeberá ser constatado, o reprobado, por una investigación más consistente. Habráque esperar al declinar del Medioevo para que aparezcan noticias históricas sobrelos corrales de pesquería en la costa noroeste de la actual provincia de Cádiz. Na-val Molero (2004, 20) estima que los nombres gallegos que aparecen en la docu-mentación histórica de los primeros corrales (Longuera o Longueira, Montijo,Gallego, Mariño) se pueden vincular a los pobladores gallegos que vinieron a Chi-piona, tras la conquista —que se remonta a mediados del siglo xiii—. O bien se-rían ellos quienes importaron este sistema desde las costas septentrionales, o bienconsolidaron un sistema de pesca que ya estaba desarrollado en la sociedad anda-lusí. Sea como fuere, a partir de la conquista castellana sucede con los corrales loacontecido con las almadrabas (Florido, 2006): serán objeto de transacciones y do-naciones entre los agentes sociales más destacados, que sostenían una economíabasada en gran medida en el prestigio, las relaciones personales y las contrapresta-ciones. A diferencia de las almadrabas, los corrales se gestionaron como propiedadinmueble, y su patrimonialización por parte de las élites no dependió, en estas fe-chas, de concesiones de la Corona.

Son los corrales de la vecindad de Chipiona y Rota (originariamente pertenecí-an a la misma entidad local) los que han sido estudiados con indagaciones docu-mentales que arrojan alguna luz sobre sus detentadores y fechas. Ofrecemos acontinuación diversas noticias que indican cómo diferentes instituciones conven-

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tuales y hospitales gobernados por órdenes religiosas y casas nobiliarias de todo el en-torno de la costa próxima a la desembocadura del Guadalquivir, se irán convirtien-do en los principales propietarios de los corrales. La primera noticia al respecto seproduce en 1399, con la donación por parte de Pedro Ponce de León al convento deRegla de la villa de Rota —la carta puebla de fundación de Chipiona es de 1477— ,en el momento de su fundación, de unos corrales de pesca libres de carga para sus-tento de los frailes agustinos (corrales que había heredado de su tío, Juan I Ponce deLeón), según se recoge en la Historia Sacra de Fray Diego de Carmona (Libro IV, vii,231v). La referencia nos puede hacer pensar sobre la importancia de los corrales depesquería para la subsistencia en este período, indicio de su productividad. Entre losaños cincuenta y sesenta del Cuatrocientos, don Juan II Ponce de León hace lo pro-pio con el convento de Barrameda (1455 y 1466), entregando su parte del corral deMontijo (que tenía otros propietarios) y el corral de Corvina (ibídem). El ArchivoDucal de Medina Sidonia es la fuente de esta noticia, así como la de la donación deun vecino de Chipiona del corral Pelaio al convento de Regla en 1560 (MorenoOllero, 1980-81). El duque de Medina Sidonia aparece como propietario del corraldel Gallego, situado en la punta de Montijo, a comienzos del siglo xvi (Iglesias,2002; Muñoz Pérez, 1972) y este mismo corral de Montijo será propiedad en 1566del monasterio de Santa María Barrameda (Naval Molero, 2004, 123).

Por su parte, el corral de Encima de Rota es propiedad de la Cofradía del Santí-simo Sacramento de la localidad en 1581 (Arias García, 2005, 97); el Hospital de laSanta Misericordia de Rota disfruta de las rentas del Corral de San Clemente desdefinales del siglo xvi (ibídem), así como la Colegial de San Salvador de Jerez es pro-pietaria de uno de los corrales chipioneros a mediados del siglo xviii (Naval Mole-ro, 2004). En la mayor parte de estas noticias, las instituciones conventuales —destacaen la zona el convento de Regla que llegó a acumular hasta cinco corrales— recibenlos aprovechamientos de los corrales de mano de sus propietarios originales por con-trato de enfiteusis, a cambio de que se sufraguen misas por sus almas. Para hacerlosproductivos, los conventos, hospitales o hermandades arrendaban con un concesio-nario el usufructo por aparcería, quien a su vez explotaba directamente el corral(pescador corralero), o llegaba a acuerdos con otros corraleros (Arias García, 2007,101). No se puede aseverar si tras el despesque de los concesionarios, otros vecinostenían acceso al aprovechamiento del corral. En origen, las órdenes religiosas disfrutaronsin restricciones de los despesques de corral, pero progresivamente la administra-ción local fue controlando las ventas de las pescas, obligando a su declaración y a ven-tas a precios establecidos para todos los vecinos, hasta que en el siglo xvii se gravancon impuestos los productos de los corrales (Arias García, 2005, 102).

Que los corrales estaban en el Antiguo Régimen extendidos por otras partes dela costa lo pone de manifiesto una de las vistas de Cádiz de Höfnagel (1564), en laque se puede apreciar la silueta semicircular de un corral fijo (figura 2), y el traba-jo de los pescadores en su interior, y a uno de este tipo debía referirse Agustín de

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Horozco (1598, 205) cuando apunta que ocasionalmente los atunes se adentran enlos caños al sur de Cádiz, hasta Sancti-Petri, huyendo de las orcas, y en las vacian-tes se quedan en seco, en baxíos y corrales, donde son muertos por los pescadorescon garfios, y que eran los torreros de las almadrabas dispuestas al sur de Cádizquienes daban las señales para que los jabegueros se hiciesen con ellos.

Si en el caso andaluz son en principio las casas nobiliarias y entidades religiosaslas que detentan la mayor parte de los corrales durante los siglos xvi y xvii, las no-ticias del xviii ya nos informan de que otros vecinos hacían accedido a la propie-dad y explotación de los mismos. El Catastro de Ensenada (1760) recoge la propiedadde los corrales cuando no es de la Iglesia, poniendo de manifiesto que diversos ve-cinos tenían dividida en partes la propiedad de aquéllos, medida en aranzadas, porlas que tributaban al Convento de Regla que seguía reteniendo este privilegio. Ladocumentación catastral evidencia la importancia de las rentas y su estabilidad. Encualquier caso, concedamos que la estructura social en la costa noroeste de Cádizfavoreció que los corrales, durante la Modernidad, expresasen la preeminencia degrandes señores del campo, alcanzando a casas nobiliarias y órdenes religiosas queregentaban conventos u hospitales, que dominaban sobre los pescadores. De ahí queSáñez Reguart se mostrase contrario a su mantenimiento.

Así transcurriría rítmicamente la vida en los corrales, con el vaivén cíclico de lasmareas —aunque no todos se usaron de forma continuada durante todo este perí-odo, y algunos se empleaban como canteras (Naval Molero, 2004)— hasta el ma-

Figura 2. Corral de pesca en el entorno de la isla de Cádiz, según Hoefnagel (1564)

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remoto de 1755. La descripción de Sáñez Reguart de los corrales de la costa gadi-tana tiene el valor suplementario de dar cuenta de unas estructuras que fueron to-tal o parcialmente arrasadas treinta años antes. Como se los encontró activos, yeran numerosos, hemos de colegir su importancia económica para los grandes pro-pietarios que los poseían y para los poderes locales, pues garantizaban un suminis-tro de pesca fresca regular. De hecho, Naval Molero (2004) recoge documentaciónque pone de manifiesto las tensiones entre las instituciones eclesiásticas y algunosde los propietarios de corrales y el consistorio, por gravámenes y precios.

Durante la desamortización, a lo largo de varias décadas del siglo xix, se producirála progresiva enajenación de los corrales a favor de los bienes de propios de losayuntamientos, lo que dio lugar a nuevas controversias entre ayuntamientos y ór-denes religiosas (Naval Molero, 2004, 43). Para el caso de los de Rota, Arias Gar-cía afirma que accedieron a su explotación los mayetes, propietarios de pequeñosviñedos, lo que explica que una parte del léxico utilizado en ellos sea originario delcampo (Arias, 2007, 70). Paralelamente, en Chipiona, Sanlúcar e incluso en ElPuerto de Santamaría (Vera y Chillier, 1895) vecinos acaudalados, con negociosagrícolas, acceden a la concesión de los corrales a finales del siglo xix, o incluso ala construcción de otros nuevos, en las mismas zonas de los tradicionales, o en zo-nas adyacentes (Naval Molero, 2004, 49), aunque ya hay algunos que están en des-uso. El que en el último tercio del siglo xix se publicase una reglamentación paraordenar la explotación de los corrales de pesca —Real Orden de 18 de diciembrede 1876— (Rodríguez Santamaría, 1923, 260), pone de manifiesto, de una parte,la voluntad política del Estado, cada vez más nacional y más preocupado en la ges-tión de los recursos productivos en general y los marítimos en particular; de otro,que había una pujante competencia económica entre agentes sociales, que ya no go-zan de los privilegios de explotación de los corrales que había caracterizado al pe-ríodo anterior.

El modelo histórico que hemos señalado para Andalucía de apropiación, gestión yexplotación de los corrales de pesquería no es el único posible, y el referente francés po-ne de manifiesto que los corrales también se pueden gestionan colectivamente, pueses preciso aunar los esfuerzos de muchos pescadores para mantener las armaduras delos mismos (Besançon, 1965, 148). No será hasta la aplicación de Ley de Costas de1988, en los años noventa, cuando el Estado inicie la expropiación de los corrales, porinvadir el dominio público marítimo-terrestre (Naval Molero, 2004, 125 y ss.).

Merece la pena detenerse en algunas de las informaciones de Sáñez sobre los co-rrales de fábrica situados entre Cádiz y Sanlúcar. Entre los tipos posibles —piedra,estacas y de redes (figura 3)— Sáñez nombra los existentes entre Cádiz —ya dete-riorados—, Sanlúcar —Corral Grande, Corral Nuevo, Corral del Espadero— y Chi-piona —Cuba, Los Hondos, Mariño, Camarón, El Perro, El Perro de la banda delSur, Longuera, Punta de Montijo— (Sáñez Reguart, 1791-1795, II, 323-324), de-nominaciones y emplazamientos que se han mantenido en la mayor parte de los ca-

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sos hasta el siglo xx. Para Sáñez Reguart es inadmisible que los propietarios de loscorrales, que no son pescadores, prohíban el uso de chinchorros, lavadas y redes dea pie en sus inmediaciones, para lo cual usan piedras y estacas con clavos para en-ganchar los artes. De ahí que recomiende que se trasladen a las costas rocosas del nor-te peninsular —donde además podrían funcionar complementariamente comocriaderos de ostras, al igual que los corrales de las costas francesas de su tiempo— yliberen las playas del sur, buenas para los artes rederos y para la navegación. Puestoque la economía de sitios como Chipiona y Rota estaba orientada hacia las pro-ducciones agrarias, que también dominaban en Sanlúcar, y los potentes de las so-ciedades locales eran los propietarios de los corrales, los intereses y expectativas depescadores de otras artes no fueron nunca tenidos en cuenta, y de hecho han teni-do muy poco importancia histórica en la zona de Rota-Chipiona hasta fechas recientes.

Figura 3. Corral móvil de redes y sus útiles de pesca, en Cádiz, según Rodríguez Santamaría (1923)

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En la época de Rodríguez Santamaría, «apenas se dejan llegar los peces a la orilla,porque los cogen antes de mil maneras», de modo que «los corrales reportan muypoca utilidad» (1923, 253), de ahí que los considere sistemas de pesca más propios delpasado y que tendrían sentido sobre todo como viveros. A pesar de ello, constata laexistencia de los corrales fijos de la costa noroeste de Cádiz —además, de todos lossistemas de encañizadas, cercos y atajos de madera, cañas y redes de otras costas, ma-rismas y estuarios del país, de carácter móvil muchos de ellos—. Atestigua la exis-tencia de dos corrales de red en Cádiz (figura 3), de los que ofrece incluso unarepresentación gráfica, en las playas de San Severiano y la Caleta, armados sobre pi-lastras de cemento en un caso y de hierro en otro, para la captura de lisas, anguilas,mojarras, luciatos y especies características de zonas portuarias. Su funcionamiento sedebe a la acción de levada y arriada de la red, en consonancia con las corrientes de ma-rea. Se trata de corrales «de nueva construcción», que albergan una y dos casetas ensu interior, desde donde se observa la ocasión propicia para accionar las redes. Ade-más de los útiles habituales para el despesque (vid. infra), en estos también se usabanpequeños palangres característicos (Rodríguez Santamaría, 1923, 255-259).

Descripción de los corrales: características y usos

Elementos físicos

Los corrales de pesquería conservados en las costas andaluzas gozan de una im-portante homogeneidad formal y funcional. Se caracterizan por combinar muroso diques constituidos con la denominada piedra ostionera, que crean cercos semi-circulares de diferentes perímetros y formas (figura 4), más o menos regulares, conuna plataforma intermareal rocosa de origen detrítico, a base de arenas, cantos y res-tos de conchas de moluscos marinos (la roca ostionera que se usa en los muros delos diques). De sur a norte, entre la ínsula gaditana y la desembocadura del Gua-dalquivir, éstos son los corrales de los que se tiene constancia histórica, en el esta-do actual de la investigación: tres en distintos puntos de la isla de Cádiz, el corraldel «Catalán» entre el Puerto de Santa María y Rota; los históricos de Rota, decla-rados Monumento Natural: «Corral Hondo» (desaparecido), «San Clemente», «ElChiquillo», «San José», «Corral Chico», «Corral de Encima»; habiéndose perdidodos históricos en los años cuarenta: «Punta Candor» y «Pegina» (Arias García, 2005).En Chipiona había trece, algunos de los cuales ya han desaparecido, o están semi-destruidos. En el frente costero entre Rota y Chipiona: «Bodión», «Cuba de Mon-tálvez» (destruidos); «Hondo Grande», «de la Cuba u Hondo Chico», «Canaleta delDiablo», «Mariño» y «Camarón» (desaparecido prácticamente) y «de la Pavona»(destruido), en el entorno del santuario de Regla. y frente al núcleo poblacional:«Corral Nuevo», «Cabito o del Perro», «Corral del Trapo», «La Longuera», (Naval

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Molero, 2004). Finalmente, en el tramo costero hacia la desembocadura del Gua-dalquivir, están los corrales de «Montijo» y «de Merlín o Marín», en la playa de laJara, éstos también objeto de iniciativas patrimonialistas.

La plataforma rocosa se ha ido erosionando dando lugar a diversas formas co-mo lajas, piedras planas con oquedades, otras colgantes por estar huecas por la par-te inferior, etc. Gracias a la suave inclinación de esta plataforma, se produce elprogresivo vaciamiento del espacio acotado durante la bajamar, quedando el inte-rior de las estructuras parcialmente en seco, según las inclinaciones topográficas decada lugar. En última instancia, los diques perimetrales de los corrales lo que ha-cen es cercar estas plataformas rocosas.

La combinación de factores ecológicos como la escasa profundidad, la lumino-sidad, el movimiento intermareal —cuyas oscilaciones generan cambios recurrentesen la temperatura, la oxigenación o la salinidad del agua—, o el sustrato rocoso po-roso, constituyen un ecosistema que permite el desarrollo de diversas formas de vi-da vegetal y animal que se han adaptado a este entorno. La diferente profundidadde la plataforma según la inclinación del talud, y el grado de porosidad del sustra-to, con pozas, canales y vericuetos de distinto tamaño, permite que se puedan esta-blecer zonas según el predominio de unas u otras especies, tanto de crustáceos(diversos tipos de cangrejos y caracoles, camarones), moluscos (chocos, pulpos, y

Figura 4. Corral de Mariño —Chipiona— (fotografía realizada por Club de vuelo «la ballena»)

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organismos sésiles como lapas, ostiones) y casi cualquiera de las especies caracterís-ticas del frente atlántico andaluz cuando quedan atrapados en el corral (sargos, mo-jarras, urtas, doradas, lisas, corvinas, herreras, robalos, chovas, salemas, etc.), siendolos más característicos del ecosistema de los corrales los gobios, sapos, morenas, con-grios, rascacios…, además de otros organismos como ortiguillas —anémonas—, oerizos —equinodermos— (Arias García, 2005; Naval Molero, 2004). Cuando en-traban manchas o balsas de especies pelágicas (boquerones, chanquetes, jureles, sa-lemas, etc.), o de otras de roca como las corvinas, se denominaban corralás, cada vezmás infrecuentes por la sobrepesca ejercida a lo largo de todo el talud continental.

A todas estas especies se unen diversos tipos de algas, tanto incrustantes (hon-goritos) como flotantes, de diversos tipos (sebas), que menudean sobre todo en ve-rano, y algunas zonas de praderas de fanerógamas (Rota), que sirven de criadero dealevines y juveniles de las especies que frecuentan el corral. Este hecho, unido aque las oquedades y anfractuosidades son usadas como cobijo para el desove demoluscos y crustáceos, convierten al corral en un espacio de alto valor ecológico,que atrae a aves marinas y limícolas, que se alimentan y descansan en los corrales.

La arquitectura del corral

Puesto que la labor constructiva del corral es un elemento infraestructural clave pa-ra la pesquería, debemos entenderlo como un elemento técnico de primer orden. Losdiques, o bien parten de las playas —mediante las rabizas—, o bien surgen adosadosa diques que parten de las playas, y tienen alturas medias de entre 1 y 1,40 metros yuna anchura de entre 2 y 3 metros, siendo más altos y anchos donde más combate elmar, en la zona más profunda (figuras 5 y 6). En el caso andaluz, grandes piedras for-man la base, sobre la que se van adosando piedras ostioneras agrupadas verticalmen-te. El conjunto se va compactando con grava y, con el paso del tiempo, por el efectode escaramujos, conchas y ostiones que se adhieren a la pared. La arquitectura de loscorrales de Rota ha sido especialmente analizada por Arias García (2005), y podemostomarla como modelo de los de la zona, a pesar de que tiene elementos característi-cos que no son extensibles a los de Chipiona, por ejemplo. Destaca este autor el he-cho de la diversidad de grosor y altura de los muros de roca ostionera según laprofundidad y el grado de exposición al embate de las olas, siempre respetando queel perfil superior de la pared sea homogéneo en altura en todo el perímetro, y no ten-ga bajuras, de modo que el corral descabeza o descoronilla al mismo tiempo en todoel recinto, para atrapar a los peces y otras especies que no hayan salido hasta ese mo-mento. En las zonas más expuestas, la parte externa tiene un suave talud o inclina-ción hacia el mar (como los diques portuarios) para ofrecer más resistencia, mientrasque en la parte interior se pueden adosar muros cortos a modo de contrafuertes.

Elementos arquitectónicos característicos de los corrales son los caños, oquedadesen la pared del corral para facilitar el reflujo de la marea, cubiertos por piedras planas

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denominadas campanas —hoy sustituidas por tubos de cemento— para distribuir lacarga del muro donde se abre el hueco, y custodiados en la parte baja por un estribo(o entibo) en cada lado del hueco, realizado con piedras, para retener piedras y brozaque puedan obstruir el caño (figura 6). Se cubren con rejas en la parte interior (falsos)para evitar que los peces escapen —lo que antiguamente se hacía con sarmientos deviña o retamas, los zarzos—. La colocación de los caños se adecúa a la dirección de lacorriente de marea, y su número se relaciona directamente con la capacidad de tiro delcorral, de modo que un mayor número de caños, bien colocados y mantenidos, garantizaun desagüe más rápido y es condición para una mejor pesca.

Los cercaíllos son diques interiores adosados al perimetral, creando comparti-mentos internos, más bajos que la pared del corral, y rematados en diversas formas,algunas helicoidales, que son característicos de los de Rota. Otras paredes interioresmás pequeñas, acotando zonas interiores en las zonas más hondas son las pareíllas (fi-gura 9). Pueden tener diversos términos: corralillos chicos, atajos, que provocan lospiélagos o lagunas interiores (figura 10), comunicados entre sí, con la función deorientar el desagüe y desorientar a las especies. Los pescadores de corral conocen acada laguna y cercado interior con nombres característicos. En Chipiona, a las la-gunas más próximas a la orilla se les denomina lagunas de tierra o arenazos.

Las pozas o pesqueros son oquedades naturales en la zona más escabrosa de la ro-ca del fondo, y siempre están cubiertos de agua, aún en las mareas más vivas. Lassolapas o solapes (piedras naturales; figura 8) y los jarifes (piedras dispuestas artifi-

Figura 5. Muro de tierra del corral del Trapo —Chipiona— (fotografía de david Florido)

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cialmente; figura 7) crean espacios y oquedades para suscitar un aparente refugioque se convierta en lugar de captura con la bajamar. Estos jarifes son piedras pla-nas que se colocan ligeramente elevadas sobre el fondo gracias a otras piedras me-nores de soporte. alturas son las piedras destacadas por su altura y volumen (NavalMolero, 2004). Los sequeros son zonas rocosas en resalte que quedan al descubier-to, dominando la superficie del corral con la marea vaciante.

El corral queda escurrido con el punto álgido de bajamar en las mareas de agua-jes más vivos —pues en las mareas muertas, de escaso coeficiente, sólo una partedel mismo aflora— gracias a la acción combinada de los caños, que cuando tiranen demasía pueden incluso arrastrar a algunos peces que mueren ahogados en losfalsos o rejillas del corral. En las mareas grandes, además, el agua retenida escurrecon más prontitud, lo que puede sorprender dentro del corral a más capturas. Enestos casos sólo las pozas y cercaíllos del frente de la pared que cierra el ingenio le-jos de la orilla quedan cubiertos de agua, mientras que los piélagos interiores seperciben porque afloran las paredes que los forman, quedando una lámina de aguade muy poca profundidad de agua.

En su conjunto, el corral es un arte que pesca debido a las costumbres migra-torias diarias de los peces, que se ven a su vez influidas por el aguaje de las mareas.Las mareas más vivas, con coeficientes superiores a los 80 grados, se asocian a unmayor movimiento de especies y, potencialmente, a más capturas, porque además

Figura 6. dique de fondo del corral del Trapo (Chipiona), con caños y estribos para el desagüe(fotografía de david Florido)

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dejan los corrales más al descubierto y con más accesibilidad a su parte más hon-da. Por el contrario, en las mareas muertas el corral es impracticable para el despesque.Las mareas vivas coinciden con los plenilunios. Igualmente, los aguajes de mayorcoeficiente en el año coinciden con los equinoccios y, durante el resto del año, lasmareas coincidentes con el cambio de luz, al amanecer y atardecer, son de más en-vergadura. Incorporada progresivamente esta información, el artificio técnico se haido constituyendo con las diversas estructuras mencionadas, que permiten una cap-tura eficiente de las especies que quedan atrapadas en el corral. La experiencia po-ne de manifiesto que entre enero y octubre hay más pesca, así como después detemporales y vendavales, de vientos del sur-suroeste, que han facilitado que las es-pecies se asocairen en las oquedades de los corrales, circunstancias éstas de las queya se hacía eco Sáñez Reguart (1791-1795, II, 329). Si los corrales han dejado de apor-tar capturas de forma regular, con especies adultas del calibre apropiado, es resul-tado del barrido del talud continental con artes activas de red, especialmente las dearrastre y las de enmalle, y de la contaminación del litoral. En esas circunstancias,el corral se convierte en un refugio de alevinaje de diversas especies, lo que hace des-aconsejable su uso como pesquero habitual. y ya Sáñez Reguart se quejaba de quealgunos corraleros —sin referirse a los gaditanos en particular— capturaban las crí-as que vendían como carnada a los palangreros (1791-1795, II, 320), proponiendo,de modo genérico, que es un sistema que debía cesar su actividad en los meses pri-maverales.

Figura 7. Jarife del corral del Trapo (Chipiona) (fotografía de david Florido)

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Figura 9. Pareadillas del corral del Trapo (Chipiona) (fotografía de david Florido)

Figura 8. Solape del corral del Trapo (Chipiona) (fotografía de david Florido)

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Organización del trabajo y técnicas y utensilios de pesca

Durante siglos, cuando los corrales eran una propiedad que se le ganaba al mar, loscatadores eran los encargados de la explotación del corral, mediante un contrato dearriendo con el propietario, en el que se distribuía el producto mediante aparceríacomo fórmula más habitual. Catar el corral significa tener el privilegio de realizarsu pesca, de hacer el despesque, y es una expresión que está ya atestiguada en Sá-ñez Reguart. Cuando el Ministerio de Marina empieza a participar en la gestión delos corrales mediante concesiones administrativas, en el último tercio del siglo xix,los concesionarios eran denominados regentes y habían de asegurar su manteni-miento. Toda la estructura arquitectónica del corral requiere de un permanente tra-bajo de vigilancia y reparación de los desperfectos causados por la dinámica delmar. Los dentellos o boquetes son desperfectos menores provocados por los tempo-rales, mientras que los portillos son averías de más calibre, que atraviesan las pare-des de los corrales, y que no se pueden subsanar en una marea, sino en varias, enlas que se descosen los tajos de piedra ostionera para su reinstalación. Si no haydesperfectos, el mantenimiento se centra en mantener la capacidad de tiro del co-rral, limpiando los caños.

A cambio de la responsabilidad del mantenimiento, los corraleros recibían elprivilegio de catar el corral en primer lugar, y una vez realizada la pesca, el resto devecinos podía recorrer el pesquero para aprovechar lo que el concesionario regen-

Figura 10. Piélagos interiores del corral del Cabo (Chipiona) (fotografía de david Florido)

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te no hubiese pescado. Es la época en la que predominan como concesionarios lospropietarios agrícolas de las zonas, que podían explotar el corral de modo indirec-to: es decir, mediante un contrato de aparcería con un pescador que hacía las ve-ces de primer catador. La comercialización local y la autosubsistencia, sobre todocomo resultado del marisqueo del que disfrutaba el común de los vecinos despuésde la cata, eran los aprovechamientos característicos. Cuando ocasionalmente seproducían las corralás de envergadura, había pescado para cargar las angarillas delas acémilas y los cubos de las familias que se acercaban para su disfrute (Naval Mo-lero, 2004).

Aprovechando la vaciante, el corralero iba a la marea para catar o mirar el co-rral, aprovechando especialmente el reparo de marea, intersticio entre la vaciante yel inicio de la pleamar, cuando las aguas están quietas. Diversos son los artes y uten-silios de pesca habituales (Naval Molero, 2004; Arias García, 2005; AA.VV, 2001y 2003), que siguen reproduciendo, en parte, los mencionados por Sáñez Reguart(figura 3):

• cuchillo de marea, o espadilla, de unos 0,70 metros de hoja, arqueada en la par-te superior, que es roma, y con una empuñadura de madera. Se usa en las ma-reas nocturnas;

• la fisga, vara metálica rematada en un extremo con un tridente y por el otro conun garabato, que se usa más en mareas diurnas;

• el francajo, vara de madera —normalmente retama— (0.90 metros), rematadapor un tridente (0,10 metros), con un número variable de puntas sin arpones,usado en mareas diurnas y nocturnas;

• la tarraya, red circular de pequeño tamaño (2,50 metros de diámetro) y con plo-mada y jareta corta para embolsar el pescado, que se lanza de pie y a la vista delas capturas —por lo que usa en mareas diurnas—;

• la red camaronera, cónica y sujeta a un aro circular, que suele estar sujeta a unavara de madera;

• los cuévanos, nasas de juncos o esparto, de forma tronco-cónica, para la captu-ra de pulpos, morenas y congrios o zafíos;

• el pinche o almejero (0,10-0,15 metros), pincho curvado en la punta para la ob-tención de bivalvos, y que se convierte en el garabato o gancho de mano (0,50-0,80 metros), con mango de madera, más curvado, para la pesca de erizos, usadoen todo tipo de mareas.

Todos estos utensilios se fabricaban manualmente, utilizando en lo posible losmateriales del entorno, hasta que algunos de ellos han sido sustituidos por mate-riales plásticos y sintéticos en la segunda mitad del siglo xx. Es de destacar, además,que la mayor parte de ellos ya estaban presentes en época romana, lo que esclare-ce su continuidad histórica. Se trabajaba con ellos a pie, buscando las pozas, ceba-

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les y jarifes, solapes y cercadillos donde se espera esté la pesca. En las operacionesde búsqueda, es frecuente el uso de una esponja (antes, tomada del mar, hoy reali-zada con pedazos de gomaespuma) sujeta a una varilla de madera, con la que se es-parce aceite, de día y noche, para aumentar la visibilidad, combatiendo así el aguaencabrillada, cuando su superficie se vuelve irisada por la corriente de marea, elviento y los reflejos lumínicos. Para los cangrejos se ha utilizado tradicionalmenteuna carnada viva (cangrejo, lapas) ensartada en una caña. Como las mareas sontambién nocturnas, los mariscadores se servían de candilejas, antiguamente cajas demadera con paredes de cristal y alimentadas con aceite, petróleo y carburo, hastaque han sido sustituidas por lámparas halógenas que son embutidas en cajas dePVC. Se trata de útiles que prolongan las capacidades humanas, haciendo más efec-tiva una acción directa para atrapar el recurso, lo que se ajusta a esa lógica de adap-tación al entorno (perezosa) de la que hablamos al principio.

El paisaje tradicional de los corrales ha estado constituido por los pescadores-mariscadores catando (Chipiona; figura 11) o mirando (Rota) el corral, esto es, re-corriéndolo, de día y de noche, en los reparos de marea, como fruto del conocimientode su estructura, sus escondrijos y las pautas de las especies a capturar. Los corra-leros iban ataviados con el seroncillo en el que portan sus modestos útiles, que usan

Figura 11. Pescador-mariscador corralero catando las pozas profundas de la pared de fondo delcorral del Trapo (Chipiona) (fotografía de david Florido)

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a discreción en función de la especie y la técnica que debe emplear. La estrategia re-currente es la búsqueda de las especies en las pozas sumergidas, en los piélagos in-teriores, en los cercaíllos, mediante una labor de persecución en el caso de los peces,de acecho en otras especies menos móviles (pulpos, por ejemplo), de obligar a sa-lir a otras —por ejemplo los cangrejos— de sus escondrijos en rocas y paredes delcorral. Esta labor de acoso es la que se sigue también en solapes y jarifes. Cuandolos piélagos se van quedando sin agua, hay señales que indican el movimiento delos peces, los desaguajes, que permiten apreciar la agitación de la lámina de agua delcorral; o los chapoteos de las especies de mayor tamaño. Como ha podido docu-mentar Arias García (2005, 177-178), los corraleros suelen realizar las mismas ru-tas (carreras) por el interior de los corrales, en las pozas más próximas a la pared,probando y hurgando con los utensilios en los escondrijos. Cuando los peces o losmoluscos son avistados se auxilia del francajo, del garabato, de la fisga, o de la ta-rraya, según las circunstancias (especie, angostura del refugio, lugar de captura po-sible, etc.). La tarraya se puede emplear mediante la forma clásica de lanzarla alaire, o bien a modo de cortina que cierra la salida de piedras y estructuras. Las cap-turas conseguidas se degüellan o desahorran rompiéndoles la espina dorsal, con lasmanos o con un bocado. En estas labores, la experiencia acumulada de los corrale-

Figura 12. Pescadores corraleros realizado obras de mantenimiento en las pareadillas interiores delcorral del Trapo (Chipiona) (fotografía de david Florido)

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ros es el principal medio de producción, distinguiendo a los corraleros y catadores(figura 12) de los mariscadores que ocasionalmente visitan el corral. No debe per-derse de vista que hay poco tiempo para aprovechar el despesque (entre una y doshoras), pues el avance de la marea va inundando las estructuras del corral, hacien-do imposible el trabajo en él. El pescador de corral se auxiliaba históricamente conuna casetilla de madera apostada en la playa cercana para almacenar sus aparejos.Esta imagen, hoy en desuso, se ha sustituido por la de turistas y veraneantes que ac-ceden al corral en la temporada estival.

Hay algunas referencias que nos señalan que los corrales también se podrían ha-ber usado bajo un modelo de cultivo —más allá del papel de criadero que los co-rrales tienen—. Así se recogía en la reglamentación reseñada de 1876, que considerabaque los corrales permanentemente inundados habían de considerarse viveros, y asíse reconoce en las disposiciones que regulan el actual Monumento Natural Corra-les de Rota se reconoce como actividad permitida el cultivo de especies. Además,entre los años sesenta y setenta del siglo xx, la empresa acuícola Ostras EspañolasS.L., adquirió la propiedad de varios corrales en Chipiona (Naval Molero, 2004).En cualquier caso, la racionalidad extractiva ha sido la característica de los corralesgaditanos y ése su modo de aprovechamiento histórico.

Patrimonialización

A pesar de su declive económico, de haberse quedado sin espacio en el nuevo mar-co socio-económico y político de las zonas litorales contemporáneas, los corrales hanencontrado una nueva vía para su sustentabilidad, gracias a la patrimonialización(Arias García, 2007), que ha destacado tantos sus valores etnológicos como eco-culturales y paisajísticos. En primer lugar, tenemos la inscripción en el Catálogo Ge-neral del Patrimonio Histórico Andaluz con carácter genérico del Corral de Merlíno Marín, situado en la playa de La Jara de Sanlúcar de Barrameda (Resolución de13 de noviembre de 1995, de la Dirección General de Bienes Culturales). Esta ins-cripción quiere reconocer al corral como lugar de actividades características de unazona y expresión de sus modos de vida. La declaración de los corrales de Rota co-mo Monumento Natural por el Decreto 26/2001, de 2 de octubre, se produce enla categoría de monumentos ecoculturales. En ambos casos, se subraya la relación en-tre el hombre y el entorno, mostrando el papel de la acción antrópica en la confi-guración del paisaje marítimo litoral. La cristalización en la memoria colectiva deesa relación secular ha favorecido su declaración patrimonial, a pesar de ser estruc-turas que pudieran dificultar la navegación recreacional y otras actividades turísti-cas en el presente.

Arias García (2007) destaca los valores arquitectónicos de los corrales, por incor-porar soluciones constructivas singulares, a las que hay que sumar los conocimientos

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David Florido del Corral

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vernáculos, asociados a unas formas de trabajo, tradicionales, sobre las que se ha for-mado un léxico común y característico, que no está presente en otras pesquerías. Supropuesta es la adecuada: en los corrales se dan cita valores ecológicos, etnográficosy paisajísticos. Hemos de contemplar los corrales como una pesquería en su conjun-to, incluyendo desde los elementos ecológicos hasta los cognoscitivos, técnicos y so-cio-laborales, para así comprender sus valores patrimoniales de modo omnicomprensivo.

Como resultado de la toma de conciencia patrimonialista sobre los corrales, po-demos citar la celebración de una cumbre internacional de corrales marinos en2010, en Japón, donde hubo agentes de diversos países orientales (Japón, Corea, Fi-lipinas), además de Micronesia, Francia y España, representada por la asociación demariscadores de Chipiona Jarife. En otras costas del Pacífico, como las de Chiloéal sur de Chile, los corrales han sido una constante histórica, relatadas por cronis-tas hispánicos, e incluso avistados por Darwin en su periplo (Munita et alii, 2004),que también han soliviantado la sensibilidad patrimonialista tan cara a nuestrotiempo. En Andalucía, estas dinámicas de patrimonialización han sido resultado dela labor de asociaciones locales, tanto patrimonialistas como ecologistas, que hanconseguido una sanción normativa de la Administración. Sólo cabe esperar que es-ta declaración patrimonial sea incompatible con el desarrollo de ciertas prácticas,asociadas al turismo recreacional, que terminen alterando los valores ecológicos ypaisajísticos de los corrales, que fueron el factor precisamente de la declaración deprotección. Como reclama Arias García (2005) es imprescindible que los corralessalgan del limbo jurídico en el que se encuentran en la actualidad —se regula a tra-vés de normas de marisqueo—, de modo que el despesque de corral se reconozcacomo una práctica de pesca en la normativa autonómica.

A modo de conclusión

Los corrales marinos de la costa atlántica andaluza, realizados en fábrica a base depiedra ostionera, han constituido un hito en la historia de las pesquerías peninsu-lares. Podemos decir que se trata de un referente de pesca basada en un modelo pa-trimonial de carácter privado, generando un sistema de aprovechamiento de rentapor parte de sus propietarios que no tiene parangón en otras modalidades de pes-ca —salvo el famoso privilegio almadrabero en el arco suratlántico—. En este ca-so, sus detentadores —comunidades conventuales, hermandades, casas nobiliariasy propietarios agrícolas— no recibían el privilegio de pesca de la Corona como enla almadraba, sino que disfrutaban de una renta derivada de su apropiación exclu-siva de una franja litoral ganada al mar mediante el ingenio del corral, al que no setenía acceso libre al margen de su propietario. Era una propiedad, si bien una pro-piedad raíz que incluía la posibilidad de dominio sobre el trabajo en el corral, ycomo tal se gestionaba y se organizaba su explotación.

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Corrales, una técnica de pesca tradicional en Andalucía

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Si perduraron históricamente ha sido precisamente porque aquella lógica defuncionamiento que desde el productivismo se tildaba de perezosa garantizaba la sus-tentabilidad de un paisaje que ha ido adquiriendo, gracias a la acción antrópica, unimportante valor ecológico, coadyuvando en el mantenimiento de los ecosistemaslimítrofes. No debemos obviar que en la historia social de los corrales gaditanosexiste un componente de patrimonialización del litoral por parte de los grupos e ins-tituciones de poder, que se lucraron de la productividad limitada pero segura de loscorrales a través de las rentas que generaban, y que eran aportadas por los corrale-ros y marisqueros que los arrendaban. Esta circunstancia también se relaciona conla vocación agraria y terrateniente de las localidades donde ha habido corrales, des-de Cádiz a Sanlúcar de Barrameda, que ha limitado —entre otros factores— un de-sarrollo histórico más potente de las actividades haliéuticas en estas ciudades costeras.ya hemos visto cómo Sáñez Reguart mostró su disconformidad con los corrales depiedra por estas circunstancias —a diferencia de las encañizadas—, aduciendo quefavorecían prácticas extractivas que no respetaban el alevinaje o los procesos decrianza (1791-1795, II, 342). Su discurso reproducía los valores de la libertad depesca y el productivismo de la razón ilustrada.

No han sido ni la relación del ingenio del corral en su conjunto con su entor-no —pues estaban bien diseñados para garantizar la reproducción de la biomasa ma-rina que lo frecuenta—, ni las malas prácticas de los corrales de los catadores yvecinos las que los agotaron, sino las amenazas externas que hemos referido. Ellosignifica que los corrales garantizaban la sustentabilidad de las relaciones ecosisté-micas de los lugares donde estaban emplazados, generando o reforzando relacionesecológicas de sus microhábitats (figuras 13 y 14). Esta sustentabilidad es una pro-piedad emergente, no intencional desde la perspectiva de los potentados que se lu-

Figura 13. Corral de longuera en bajamar (Chipiona). los corrales fijos se han convertido en elelemento configurador del paisaje de localidades como Chipiona o Rota (fotografía de davidFlorido)

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David Florido del Corral

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craron de sus rentas, pero sí relacionada con los saberes vernáculos de los corrale-ros y pescadores que día a día, noche a noche, construyeron, mantuvieron y trabajaronlos corrales, simplemente para ganarse la vida. Como ha sido reconocido en el tí-tulo de una contribución académica, los corrales representan siglos de conocimientosobre el mar y sus relaciones ecológicas (Muñoz Pérez et alii, 2002).

Figura 14. Vista del corral de Cabito (Chipiona). el corral se convierte en un enclave con valoresecológicos, que han valido su patrimonialización (fotografía de david Florido)

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