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Salvadme Reina Febrero 2006 – Nº 31 / Revista informativa de la Asociación Cultural Salvadme Reina de Fátima / www.salvadmereina.org “...que os améis unos a otros” ( Jn 15, 17)

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Salvadme ReinaFebrero 2006 – Nº 31 / Revista informativa de la Asociación Cultural Salvadme Reina de Fátima / www.salvadmereina.org

“...que os améis unos

a otros” ( Jn 15, 17)

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P. João Scognamiglio Clá DiasPresidente General

Perdemos con

facilidad la noción

de la grandeza

del perdón que

recibimos a través

de la confesión

6 Heraldos del Evangelio · Febrero 2006Febrero 2006 2006

COMENTARIO AL EVANGELIO – VII DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO

¿Puede el hombre perdonar los pecados?

¿Qué es más difícil: perdonar los pecados o curar un

paralítico? El interesante dilema propuesto por Jesús en el

Evangelio que comentamos hoy nos muestra la grandeza y

eficacia del Sacramento de la Reconciliación.

I – INTRODUCCIÓN

“Assueta vilescunt”, se dice en la-tín. O sea, el uso frecuente de algo ca-si siempre acaba por desgastarlo, no importa la magnitud del objeto usa-do ni su sustancia. Por ejemplo, nada parece más trivial que el curso diario del sol, y no obstante, san Agustín lo considera uno de los milagros natura-les de Dios.

Ni los mismos milagros sobrenatu-rales rehuyen esta regla. Harán casi dos mil años que el Sacramento de la Confesión está a disposición de cual-quier penitente, y pese a todo, perde-mos con facilidad la noción de la mis-teriosa grandeza del perdón que re-cibimos por su intermedio. La pro-pia noción de la gravedad del peca-do se debilita fácilmente si nuestra vi-gilancia y nuestra vida de piedad son practicadas de modo insuficiente. Y puede que recibamos un convite pa-ra aceptar panoramas sobrenaturales inéditos con fe íntegra, justo después de haber elaborado sofismas que jus-tifiquen nuestra permanencia en el

llaron un sistema doctrinal y ético al margen de la verdadera ortodoxia.

Ahora bien, Jesús, que quería la salvación de todos e incluso de los es-cribas, les demostrará que Él es Cris-to, entrando divinamente en su pen-samiento, perdonando pecados co-mo Dios y como hombre, además de comprobar su poder con un impre-sionante milagro.

¿Cuál fue la reacción de la multi-tud presente y de los propios escribas? La Liturgia de hoy nos responderá.

San Mateo (9, 2-8) y san Lucas (5, 18-26) también cuentan el mismo episodio. Pese a diferencias cronoló-gicas –Lucas y Marcos sitúan los he-chos en la época en que las autorida-des judías empiezan sus ataques a Je-sús– los tres se empeñan en transmi-tir el gran objetivo del Señor, es de-cir, la prueba de su poder para per-donar los pecados.

De los tres narradores, san Mar-cos, como suele suceder, es quien da-rá más vida a los colores de su pre-sentación.

vicio. En tal caso, es difícil reaccionar con toda rectitud.

Estos presupuestos explican de al-guna forma la conducta de los escri-bas que señala el Evangelio de hoy.

Educados en escuelas serias, ellos conocían las señales precedentes e

indicadoras de la aparición del Me-sías, e incluso de su propio nacimien-to1. Pero no sólo se había vuelto frágil la fe de los doctores de la Ley, sino que, peor aún, éstos habían amolda-do todas las enseñanzas aprendidas a sus conveniencias egoístas. Desarro-

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Febrero 2006 2006 · Heraldos del Evangelio 7

¿Puede el hombre perdonar los pecados?

1Pasados unos días, entró de nuevo en Cafarnaúm, y se corrió la voz de que estaba en casa. 2Se junta-ron tantos que no cabían ni delante de la puerta, y él les anunciaba la Palabra. 3Vinieron entonces a traerle un paralítico, que era llevado entre cuatro. 4Y como no podían acercárselo a causa del gen-tío, levantaron la techumbre por encima de don-de Jesús estaba, y haciendo un agujero descolgaron la camilla donde yacía el paralítico. 5Viendo Jesús la fe de esos hombres, dijo al paralítico: «Hijo, tus pecados te son perdonados».6Unos escribas que allí estaban sentados pensa-ban para sus adentros: 7«¿Cómo éste habla así? ¡Blasfema! ¿Quién puede perdonar pecados, si-

no sólo Dios?» 8Pero al instante, conociendo Je-sús en su espíritu lo que ellos discurrían en su interior, les dijo: «¿Por qué pensáis así en vues-tros corazones? 9¿Qué es más fácil, decir al pa-ralítico: “Tus pecados te son perdonados”, o de-cir: “Levántate, toma tu camilla y vete?” 10Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene po-der en la tierra para perdonar los pecados –le dice al paralítico–, 11yo te digo: Levántate, to-ma tu camilla y vete a tu casa». 12Se levantó y, tomando luego la camilla, salió a la vista de to-dos, de manera que todos se maravillaron, y glorificaban a Dios diciendo: «Jamás vimos co-sa igual». (Mc 2, 1-12)

a EVANGELIO: CURACIÓN DE UN PARALÍTICO A

II – COMENTARIO AL EVANGELIO

1Pasados unos días, entró de nue-vo en Cafarnaúm, y se corrió la voz de que estaba en casa.

Maldonado2 opina que Jesús de-bió entrar de noche y en forma muy

discreta a la ciudad, sabiéndolo tan sólo los discípulos y nadie más, a fin de poder descansar. Vano intento, pues la noticia de su llegada corrió en la ciudad.

Probablemente se trataba de la ca-sa de Pedro, y no se puede descartar la hipótesis de que la noticia la haya

esparcido algún amigo o hasta algún pariente suyo. No es fácil hacer pasar desapercibida la presencia de Jesús, una vez que la propia virtud partici-pada –la de los santos– no puede ser sofocada por nadie.

El período de ausencia de Cafar-naúm no fue de tan sólo “unos días”,

Curación del paralítico de Cafarnaúm (Basílica de san Marcos, Venecia)

Scala

Arc

hiv

es

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Al comentar este

episodio, hay

quien traza un

paralelo entre la

parálisis física y la

tibieza espiritual

8 Heraldos del Evangelio · Febrero 2006Febrero 2006 2006

sino de semanas, pues se deduce que el Señor predicó los sábados en va-rias sinagogas antes de volver a casa de Pedro.

2Se juntaron tantos que no cabían ni delante de la puerta, y él les anunciaba la Palabra.

La cantidad de gente era tan gran-de que impedía el paso a todos, sin importar quien fuera. Es común ve-rificar en todos los tiempos la curiosi-dad imbuida de egoísmo de la multi-tud que se apiña y se trata a codazos. Además, no sería pequeño el número de representantes de todos los luga-res, como también de los fariseos de Judea y de la propia Jerusalén, ansio-sos por hacer de Jesús uno de los su-yos, o sino llevarlo al Calvario.

En suma, este versículo traduce con elegante síntesis la prisa y el em-peño un tanto agitado con que todos querían acercarse al Señor.

El paralítico, símbolo de las almas tibias

3Vinieron entonces a traerle un pa-ralítico, que era llevado entre cuatro.

Algunos autores –como Maldona-do3– son partidarios de pensar que se

trataba de un paralítico de cierta po-sición, y probablemente por eso iba acompañado con familiares y hasta con amigos.

En cuanto al número “cuatro”, apuntado por san Marcos, los co-mentaristas difieren. Algunos le otor-gan cierta cualidad de alegoría, como san Beda, aproximándolo a los cua-tro Evangelistas o a las cuatro virtu-des que nos llevan a Cristo. Otros –

Jesús debe haber entrado en Cafarnaúm por la noche y de manera muy discreta, a fin de poder descansar (ruinas de Cafarnaúm)

Hay también quien apunte un pa-ralelo entre la parálisis física y la ti-bieza espiritual, pues el tibio es pro-clive a enfriarse en la práctica de la virtud, a estancarse en su progreso. Como no toma en serio el pecado venial, su voluntad se debilita, lle-vándolo a un paulatino abandono de la oración y, por fin, a caer en peca-do grave. Este es el mal recriminado por el Señor: “Conozco tu conducta:

no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fue-

ras frío o caliente! Ahora bien, pues-

to que eres tibio, y no frío ni calien-

te, voy a vomitarte de mi boca” (Ap 3, 15-16).

Al tomar como válida esta inter-pretación, el Evangelio de hoy se-ñala una solución de la parálisis es-piritual: buscar a Jesús aunque sea con la ayuda de otros. ¿Dónde po-drá encontrarlo mejor un alma ti-bia? En la confesión frecuente, he-cha con amor y seriedad; ahí, ade-más del beneficio de nuestro arre-pentimiento, obrará en nosotros la fuerza misma de Jesucristo. Quien aplique así este método jamás se verá afectado por una terrible en-fermedad.

“Para el amor no hay imposibles”

4Y como no podían acercárselo a causa del gentío, levantaron la te-chumbre por encima de donde Je-sús estaba, y haciendo un agujero descolgaron la camilla donde ya-cía el paralítico.

Los cargadores del paralítico se valen de tanta radicalidad, que la escena adquiere un cariz dramáti-co. Imaginemos las tratativas que habrán hecho, probablemente los propios acompañantes, familiares y amigos del enfermo, para conven-cer a las personas de dejarles paso libre entre la muchedumbre apiña-da. El temperamento oriental, muy dado a la tragedia, ha de haberse evidenciado vivamente en esta oca-sión, con unos ejerciendo una pre-sión teatral sobre la barrera humana

entre ellos nuevamente Maldonado– lo interpretan como resultado de la preocupación de san Marcos por re-saltar el carácter dramático de la pa-rálisis del enfermo. Su capacidad de locomoción se hallaba tan limitada que debía cargarlo cuatro personas. Esta peculiaridad hará más grandio-so el milagro.

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Patr

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Tanto apreció

Cristo la fe de los

portadores, que

perdonó los pecados

del paralítico a

causa de la fe de

esos hombres

Febrero 2006 2006 · Heraldos del Evangelio 9

para atravesarla, y otros regañando a medida que se aglomeran todavía más. Intuitivos como son esos pue-blos, los cargadores y acompañan-tes dieron por hecho que sus artes diplomáticas serían inútiles. Desis-tieron de usar el camino normal pa-ra la entrada y se lanzaron a una aventura también muy característi-ca de esas tierras.

Las casas judías de tiempos me-siánicos tenían un solo piso, con una terraza a manera de tejado, o una cubierta fabricada a partir de barro y fibras vegetales, suficiente para re-sistir la intemperie y permitir a la fa-milia usarla en noches de verano. Se accedía a ella por alguno de los cos-tados de la casa, a través de una es-calera fija. Los portadores de la ca-milla del paralítico, al parecer sin mayores riesgos para los que se ha-llaban en la sala, separaron las ra-mas de la argamasa, abriendo un bo-quete en el techo.

Este hermoso y atrevido gesto nos permite entender la realidad del axioma de santa Teresita: “Para el amor no hay imposibles”. Aquello, en verdad, simbolizaba el verdadero celo apostólico. Así debe ser nuestra fe y nuestro empeño en el cuidado de las almas, sin dejarse vencer por obstáculo alguno. Por otra parte, el mismo episodio muestra cuánto de-sea Jesús que la salvación de unos sea obrada por el auxilio de otros. Es la imagen de la importancia del apostolado colateral.

Podemos hacernos una idea del asombro de los circundantes, apiña-dos en torno a Nuestro Señor, al dar-se cuenta que el techo se abría. ¡Pol-vareda, ruido, sorpresa! De repente, una camilla empieza a bajar median-te cuerdas y, por fin, el pobre paralíti-co aterriza, obligándolos a apartarse y comprimirse.

5Viendo Jesús la fe de esos hom-

bres, dijo al paralítico: «Hijo, tus

pecados te son perdonados».

En vista de la fama de los innumerables mi-lagros realizados por Jesús, evidentemente todos los presentes es-peraban la curación in-mediata de aquel para-lítico. Es fácil suponer que bajó con una ex-presión de súplica, cau-sando lástima. Bastaría la presencia de algunas mujeres, dotadas con el admirable instinto ma-ternal para crear un cli-ma de conmiserado sus-penso. Si cualquiera de ellas fuera taumaturga, haría con que el paralí-tico se levantase de in-mediato.

La perplejidad sus-citada por las palabras del Divino Maestro en unos y otros fue inten-cional, por varias razo-nes. Jesús deja muy en claro que los problemas del alma importan más que los del cuerpo. Además, como ya dijimos, existía entre los judíos la fuerte creencia de que las enfermedades eran fruto de los pe-

daba alguna relación con proble-mas morales, aunque no podemos responder afirmativa ni negativa-mente. Pecados, no obstante, sí de-bía tener, pues la frase del Señor resulta inequívoca. Hasta se pue-de admitir que estuviera profunda-mente arrepentido, como lo com-prueba el afectuoso trato que reci-be: “Hijo, confía”.

Es muy interesante la opinión de Maldonado sobre “la fe de esos hom-

bres”:“De este paralítico hemos de pensar

que tendría no menor fe que aquellos

que le llevaban; pero se dice que Cristo

le perdona los pecados por la fe de sus

camilleros, porque apreció tanto la fe

de aquellos buenos hombres, que aun

cuando el paralítico no la hubiera teni-

do cual convenía, sin embargo, por res-

peto a la fe de sus portadores, Cristo le

hubiera perdonado” 5.También hay algunos comentaris-

tas, como san Juan Crisóstomo, que piensan que Jesús pudo querer dar cabida a una reacción de los fariseos,

“Yo, el Señor, sondeo el corazón, examino la conciencia” (pintura de Giovanni Bellini, Museo

de El Prado, Madrid)

cados propios o de los pecados de antepasados4. Hubo ocasiones en que Jesús, después del milagro, re-comendó a los beneficiados: “No vuelvas a pecar”, para que no les sucedieran males peores. En el ca-so concreto de este paralítico, cabe preguntar si su estado físico guar-

Se

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llman

n

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Nuestros

pensamientos,

anhelos y angustias

son seguidos por

nuestro Redentor

a cada momento

10 Heraldos del Evangelio · Febrero 2006Febrero 2006 2006

valiéndose de ese pretexto para hacer patente su divinidad.

El Señor que escudriña los corazones

6Unos escribas que allí estaban sentados pensaban para sus aden-tros: 7«¿Cómo éste habla así? ¡Blasfema! ¿Quién puede perdo-nar pecados, sino sólo Dios?»

Como doctores de la Ley, esos es-cribas sabían que sólo a Dios compe-te perdonar los pecados, como está dicho en la Escritura: “Soy yo, soy yo

quien por amor de mí borro tus peca-

dos y no me acuerdo más de tus rebel-

días” (Is 43, 25). Sabían también que ningún juez podía arrogarse la facul-tad de perdonar cualquier pecado, pues éste consiste en una ofensa a un Ser infinito, eterno, etc., y quien lo comete contrae una culpa igualmen-te infinita.

Quien afirmara públicamente su capacidad para perdonar los peca-dos proferiría una blasfemia, al que-rer casi usurpar el trono de Dios. La ley mosaica sentenciaba al blasfema-dor a morir apedreado6, y los testi-gos debían comenzar por rasgar sus vestiduras. Con este pensamiento, los escribas evidentemente precipi-tarían la condena de Jesús a la pe-na capital. No podemos olvidar que tal vez fueran éstos los fariseos que habían presenciado la proclamación del Precursor: “He ahí el Cordero de

Dios, que quita el pecado del mundo”

(Jn 1, 29).

8Pero al instante, conociendo Je-sús en su espíritu lo que ellos dis-currían en su interior, les dijo: «¿Por qué pensáis así en vuestros corazones?»

Aquí hay una prueba más de la di-vinidad de Jesucristo. Las Escrituras son ricas en afirmaciones al respecto de cómo “el Señor escudriña los co-

razones de todos y penetra todos los

designios y todos los pensamientos”

(1 Par 28, 9). Dice Dios a Jeremías: “Yo, el Señor, sondeo el corazón, exa-

mino la conciencia” (17, 10).Conforme narra el evangelista,

los fariseos nada habían dicho en esa ocasión, se trataba de puros pensa-mientos. El solo hecho de ver que Je-sús discernía con tanta precisión el interior de las almas habría sido sufi-ciente para que creyeran en la divini-dad del Mesías.

prueba la eficacia de estas palabras, porque no hay elementos para co-rroborar si de hecho los pecados fue-ron perdonados o no. Todo lo contra-rio que con el gesto de levantarse; en este último caso, la prueba es inme-diata. Se puede imaginar fácilmente lo que ocurriría si después de dar la orden, el paralítico no se moviera de su litera…

Por fin, como los judíos creían en un vínculo entre pecado y enferme-dad, al ser curada la parálisis forzo-samente el enfermo estaría exento de sus pecados.

10Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene poder en la tie-rra para perdonar los pecados –le dice al paralítico–, 11yo te digo: Levántate, toma tu camilla y ve-te a tu casa.

Sobre estos versículos abundan los comentarios de los más variados mati-ces. Maldonado, sin embargo, parece mejor inspirado en sus observaciones. El exégeta nota que Jesús no se llamó a sí mismo “Hijo de Dios” sino “Hi-jo del hombre”, para dejar claro que también como hombre tiene el poder de perdonar los pecados. “Cristo prue-

ba que es Dios no con argumentos, sino

con la obra, cuando les revela lo que es-

tán pensando; y que perdona en cuanto

hombre”. No se refirió a ese poder co-mo poseedor del mismo en el Cielo –que ostenta desde la eternidad– sino “sobre la tierra, demostrando que tam-

bién como hombre perdona pecados” 7.Más adelante concluirá el propio

Maldonado: “De la misma manera que

la potestad de perdonar pecados fue co-

municada a la humanidad de Cristo

por su divinidad, así también de Cristo

cabeza se derivó a los miembros que él

quiso, esto es, a los sacerdotes” 8.El resto de la escena tiene algo

necesariamente teatral para demos-trar ad nauseam la grandeza de los milagros obrados ahí por Jesús. Es la razón de las tres órdenes conse-cutivas: “Levántate” es decir, el pa-

Según san Juan Crisóstomo, ése fue el primer milagro realizado por Jesús aquella noche, antes incluso de curar al paralítico. Y se puede adver-tir que la blasfemia concierne exclusi-vamente a los fariseos, nunca a Jesús.

Es un pasaje muy consolador pa-ra nosotros, al demostrar que nues-tros pensamientos, anhelos y an-gustias son seguidos a cada momen-to por nuestro Redentor. Semejante poder de Jesús incentiva nuestra pie-dad, fortalece nuestra confianza y nos invita a la honestidad. Por otra parte, hace crecer nuestro temor de Dios y refrena nuestra negligencia.

Con el milagro, Jesús prueba su poder de perdonar

9¿Qué es más fácil, decir al para-lítico: ‘Tus pecados te son perdo-nados’, o decir: ‘Levántate, toma tu camilla y vete?’

En sustancia, es incomparable-mente más difícil perdonar los peca-dos que curar una parálisis. Sin em-bargo, la frase “tus pecados te son

perdonados” no pone en riesgo ni a

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Jamás debemos

cerrarnos ante el

divino poder de

Jesús para perdonar

nuestros pecados

Febrero 2006 2006 · Heraldos del Evangelio 11

La Confesión frecuente, hecha con amor y seriedad, hará obrar en nosotros la propia fuerza de Nuestro Señor Jesucristo (confesionario de la

Catedral de Montreal, Canadá)

ralítico la ejecutó por sí mis-mo, sin ayuda de nadie, pa-ra dejar patente que Cristo le había devuelto su fuerza; “toma tu camilla”, otro gran prodigio pues, además de ponerse en pie, él, que sólo gracias a la ayuda de cuatro más había bajado del techo,había bajado del techo, debe ahora recoger su cami-lla; “y vete a tu casa”. Ima-gínese el asombro de la mul-titud, todavía más apiñada, viéndose obligada a dar al ex-paralítico el paso que le había negado al llegar, para que, camilla en mano, bus-cara el camino de la calle…

12Se levantó y, tomando luego la camilla, salió a la vista de todos, de mane-ra que todos se maravilla-ron, y glorificaban a Dios diciendo: «Jamás vimos co-sa igual».

La actitud de la muche-dumbre es lo opuesto de los escribas. Esas personas se sintieron embebidas de admiración, remon-tándose con facilidad desde los efec-tos hasta la causa, y retribuyen a Dios con alabanzas, reconociendo lo insó-lito de lo ocurrido. Crecen así en las virtudes teologales, se llenan de ale-gría, reciben una infusión de energía y también progresan en el temor de Dios.

Muy distinto debió ser el retorno de los escribas a sus casas, traspasa-dos por las angustias de la blasfemia sin reparación.

III – CONCLUSIÓN

No debemos tomar jamás una ac-titud como la de los escribas, cerrán-donos frente al divino poder de Je-sús para perdonar nuestros pecados, y así desdeñar la eficacia, grandeza y necesidad del Sacramento de la Con-fesión. La Liturgia de hoy nos ense-ña las maravillas de ese poder, que

Él mismo confirió a sus sacerdotes. A fin de alimentar nuestra piedad en tan importante materia, transcri-

temente con el título de ‘pobre-

cita’. Un día, la santa, transpor-

tada de la confianza tan propia

en el amor filial, le dijo:

“–Señor, vos me llamáis

siempre con el nombre de

‘pobrecita’; ¿cuándo llegará el

tiempo en que oiga llamarme

de vuestra divina boca con el

bello título de ‘hijita’?

“–No eres aún digna; an-

tes de recibir el nombre y trata-

miento de hija, te conviene pu-

rificar mejor tu alma con una

confesión general de todas tus

culpas.

“Entendido esto, margarita

hizo minucioso examen de sus

pecados, y por ocho días con-

tinuos los expuso al confesor,

más con lágrimas que con pa-

labras. Acabada la confesión,

se quitó el velo de la frente y se

puso una soga al cuello, y con

esta humilde postura fue a reci-

bir el cuerpo santísimo del Re-

dentor. Apenas había comulga-

do, cuando sintió resonar en lo

más íntimo de su alma estas pa-

labras: ‘Hija mía’. A una voz tan dulce

y por que tanto había suspirado, perdió

todos los sentidos y quedó absorta en un

mar de gozo y alegría.

“Vuelta luego en sí de aquel dulce

éxtasis, comenzó a repetir toda atónita

por la admiración: “¡Oh dulce palabra,

hija mía! ¡Oh dulce voz! ¡Oh palabra

colmada de júbilo! ¡Oh voz llena de se-

guridad, ‘hija mía’!” ²

1) Cfr. Mt 2, 4-62) P. Juan de Maldonado SJ, Comenta-

rios a los cuatro Evangelios, BAC, Madrid, 1951, v. II, pág. 64

3) Op. cit., pág. 664) Cfr. Jn 9, 1-25) Op. cit., v. I, pág. 3726) Cfr. Lev 24, 14-167) Op. cit., pág. 3748) Op. cit., pág. 3759) Cfr. Francisco Marchese, Vida de

Santa Margarita de Cortona, c. 12, pág. 169.

bimos un hermoso hecho ocurrido a santa Margarita de Cortona:

“Viendo el Redentor la fervorosísi-

ma conversión de Margarita, comen-

zó a instruirla y a regalarla de muchas

maneras, y, mostrándosele todo lleno de

piedad y de amor, la llamaba frecuen-

Gu

sta

vo K

ralj

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ing

Imagen peregrina del Inmaculado Corazón de María que pertenece a los Heraldos del Evangelio

uitad el sol, ¿y qué sobrará del mundo sino tinieblas?

Quitad a María de la Iglesia, ¿qué quedará salvo oscuridad?

(San Bernardo)