San agustin vida

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SAN AGUSTÍN 1.- Vida y obras San Agustín es una de las figuras más interesantes de su tiempo, del cristianismo y de la filosofía. Nació en el año 354 en Tagaste, cerca de Cartago, en la franja norteafricana más romanizada y cristianizada. La primera persona que influyó en su vida fue su madre, Mónica, porque gracias a la hondura de su fe cristiana y a la coherencia de su vida, puso los cimientos para la futura conversión de su hijo. Estudiante de letras y retórica en Cartago, se enamoró de una mujer con la que convivió más de diez años, de quien nacería su hijo Adeodato. La tercera influencia le vino por la lectura de un diálogo de Cicerón actualmente perdido, el Hortensio. “De repente pareció despreciable a mis ojos toda esperanza vana, y con increíble ardor de mi corazón suspiraba por la sabiduría inmortal” (Confesiones). Pero en el amor a la verdad contagiado por el Hortensio había una sombra: la ausencia de Cristo, “nombre que mi corazón aún tierno había bebido piadosamente junto con la leche materna y lo conservaba profundamente grabado, de forma que todo lo que no llevase este nombre, por literariamente elegante y por verídico que resultase, no acababa de conquistarme”. Agustín se dirigió entonces hacia la Biblia, pero su lectura le resultó árida e incomprensible: ¿cómo podía decirse que Dios es bueno y que ha creado un mundo donde abunda el mal? Tenía diecinueve años cuando buscó en el maniqueísmo una doctrina de salvación en la que hubiera un lugar para Cristo. El maniqueísmo era una religión fundada por el persa Manes en el siglo III. Contenía muchos elementos cristianos, pero su rasgo distintivo era un dualismo radical en la concepción del bien y del mal, entendidos como principios no sólo morales, sino subsistentes y divinos. El maniqueísmo renunciaba a la fe y pretendía explicar todo por la pura razón, pero sus razones tampoco convencieron a san Agustín. Su nuevo paso lo dio hacia el escepticismo de la Academia neoplatónica, pero ni le convenció el escepticismo ni encontró allí a Cristo. Entonces se produjo el encuentro decisivo con san Ambrosio, obispo de Milán, que le hizo comprensible la Biblia y le enseñó el sentido de la fe y de la gracia de Dios. Agustín juzgó la elocuencia de Ambrosio como un profesional, pero «al mismo tiempo entraba en mí la verdad de manera paulatina, especialmente después de oírle exponer y resolver pasajes oscuros del Antiguo Testamento, que yo tomaba antes al pie de la letra y me dejaban frío”. Un día, en medio de una crisis de llanto y ansiedad, de pesimismo y arrepentimiento, oyó una voz que le ordenaba: Tolle, lege.- toma y lee. Agustín abrió al azar el Nuevo Testamento y se encontró con una página de san Pablo que aludía a la vida de Cristo frente a los desórdenes de la carne. Entonces se sintió lleno de luz y totalmente cristiano. Desde ese momento su vida fue otra, dedicada por completo al estudio y a la práctica de la religión cristiana. Fue bautizado por san Ambrosio, llora la muerte de su madre y regresa a Cartago. Dos años más tarde, muere Adeodato. Luego fue ordenado sacerdote en Hipona y consagrado al poco tiempo obispo de esta misma ciudad. Desde entonces, su actividad pastoral e intelectual fue extraordinaria, hasta su muerte en agosto del año 430.

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SAN AGUSTÍN 1.- Vida y obras San Agustín es una de las figuras más interesantes de su tiempo, del cristianismo y de la filosofía. Nació en el año 354 en Tagaste, cerca de Cartago, en la franja norteafricana más romanizada y cristianizada. La primera persona que influyó en su vida fue su madre, Mónica, porque gracias a la hondura de su fe cristiana y a la coherencia de su vida, puso los cimientos para la futura conversión de su hijo. Estudiante de letras y retórica en Cartago, se enamoró de una mujer con la que convivió más de diez años, de quien nacería su hijo Adeodato. La tercera influencia le vino por la lectura de un diálogo de Cicerón actualmente perdido, el Hortensio. “De repente pareció despreciable a mis ojos toda esperanza vana, y con increíble ardor de mi corazón suspiraba por la sabiduría inmortal” (Confesiones). Pero en el amor a la verdad contagiado por el Hortensio había una sombra: la ausencia de Cristo, “nombre que mi corazón aún tierno había bebido piadosamente junto con la leche materna y lo conservaba profundamente grabado, de forma que todo lo que no llevase este nombre, por literariamente elegante y por verídico que resultase, no acababa de conquistarme”. Agustín se dirigió entonces hacia la Biblia, pero su lectura le resultó árida e incomprensible: ¿cómo podía decirse que Dios es bueno y que ha creado un mundo donde abunda el mal? Tenía diecinueve años cuando buscó en el maniqueísmo una doctrina de salvación en la que hubiera un lugar para Cristo. El maniqueísmo era una religión fundada por el persa Manes en el siglo III. Contenía muchos elementos cristianos, pero su rasgo distintivo era un dualismo radical en la concepción del bien y del mal, entendidos como principios no sólo morales, sino subsistentes y divinos. El maniqueísmo renunciaba a la fe y pretendía explicar todo por la pura razón, pero sus razones tampoco convencieron a san Agustín. Su nuevo paso lo dio hacia el escepticismo de la Academia neoplatónica, pero ni le convenció el escepticismo ni encontró allí a Cristo. Entonces se produjo el encuentro decisivo con san Ambrosio, obispo de Milán, que le hizo comprensible la Biblia y le enseñó el sentido de la fe y de la gracia de Dios. Agustín juzgó la elocuencia de Ambrosio como un profesional, pero «al mismo tiempo entraba en mí la verdad de manera paulatina, especialmente después de oírle exponer y resolver pasajes oscuros del Antiguo Testamento, que yo tomaba antes al pie de la letra y me dejaban frío”. Un día, en medio de una crisis de llanto y ansiedad, de pesimismo y arrepentimiento, oyó una voz que le ordenaba: Tolle, lege.- toma y lee. Agustín abrió al azar el Nuevo Testamento y se encontró con una página de san Pablo que aludía a la vida de Cristo frente a los desórdenes de la carne. Entonces se sintió lleno de luz y totalmente cristiano. Desde ese momento su vida fue otra, dedicada por completo al estudio y a la práctica de la religión cristiana. Fue bautizado por san Ambrosio, llora la muerte de su madre y regresa a Cartago. Dos años más tarde, muere Adeodato. Luego fue ordenado sacerdote en Hipona y consagrado al poco tiempo obispo de esta misma ciudad. Desde entonces, su actividad pastoral e intelectual fue extraordinaria, hasta su muerte en agosto del año 430.

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Sus obras son muy numerosas; son escritos filosóficos, históricos, exegéticos, dogmáticos, polémicas, catequéticos y autobiográficos. En todos ellos resplandece la más radical sinceridad y unos planteamientos a partir siempre de su propia experiencia; entre ellos sobresalen los siguientes:

· Contra Académicos, en la que defiende que para alcanzar la felicidad es necesaria la sabiduría y ésta no se obtiene si no es a través del conocimiento de la verdad.

· De Génesi ad litteram, que es un comentario al libro del Génesis, que

comenzó antes de ser obispo y lo terminó más tarde, hacia el año 415.

· Las Confesiones, en las que relata la historia de sus ideas y sentimientos, sus pecados, sus luchas, sus derrotas y su triunfo final.

· La Ciudad de Dios, que escribe después de la caída del Imperio Romano y

es un intento, el primero, de hacer una filosofía de la historia, desde un marco teológico.

Además, escribe innumerables obras contra los pelagianos, maniqueos y donatistas en las que se refleja su pensamiento. 2. Contexto histórico y filosófico 2.1. Contexto histórico Los primeros siglos de nuestra era están marcados por el predominio mundial del Imperio Romano. A los Augustos del siglo I les suceden los Claudios, Flavios, Antoninos, etc. Fueron las épocas fastuosas dominadas por la grandeza de un imperio que parecía no tendría fin. El peligro que podía representar aquella religión cristiana recién nacida era arrasada con las persecuciones.

Lo propio de la época helenística es la aparición de las filosofías morales. Durante los siglos I al III hay un renacer del pensamiento platónico y un aumento de las influencias de tipo mistérico; es decir, la incapacidad del hombre para conocer la realidad del mundo, o el sentido de la vida. Por eso, recurren a la necesidad de una revelación como acceso a la verdad.

La extensión del Imperio Romano ha facilitado las relaciones entre los diversos ambientes culturales. El centro cultural de la época se encuentra en Alejandría, en la que confluyen el pensamiento griego helenístico y la tradición judía. La población está harta de dominio romano y anhela una liberación; pero con el Cristianismo no se busca esa liberación de un poder impuesto políticamente, sino la liberación de la condición que sufre el hombre durante su vida mortal. Esta liberación se sitúa en una trascendencia, en el mundo celeste, fuera y al margen de la condición terrena. Es la propia del pensamiento cristiano platónico.

El siglo III, con la dinastía de los Severos, se recrudecen las escisiones internas que van preparando ya el desmoronamiento del Imperio. A todos los problemas políticos y económicos se suman las corrupciones que son signo claro de que aquella fastuosidad tocaba a su fin.

El siglo IV está marcado por la subida al poder de Constantino que, con su Edicto de Milán, el año 313, pone fin a la persecución cristiana. El cristiano ya

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no es perseguido como antes, el Cristianismo se convierte en la religión oficial del Imperio. La unión entre la religión y la política, iniciada desde Constantino, hace que los problemas teológicos se conviertan en problemas políticos.

Pero a finales de siglo, las invasiones bárbaras eran cada vez mas constantes. Ni el poderío de Teodosio ni la división del Imperio entre Arcadio y Honorio aseguraban la continuidad del Imperio. A principios del siglo V los vándalos, aliados con los suevos y los alanos, invaden Galia y España. El año 410, Alarico entró en Roma y la saqueó. Era el principio del fin del Imperio Romano. En el 395 se consagra la división definitiva del Imperio y es en este período cuando Agustín vive y elabora su pensamiento que será seguido por la Iglesia romana. En el año 430 moría San Agustín, cuando los vándalos habían puesto sitio a Hipona, ciudad de la que él era obispo. 2.2. Contexto filosófico

En el aspecto filosófico, después de Aristóteles y Platón, la Filosofía decae. Las escuelas filosóficas que subsisten se reducen a: 2.2.1. Aristotelismo

La gran síntesis filosófica de Aristóteles permanece como un trasfondo cultural. Pero después de los dos grandes genios (Platón y Aristóteles) la filosofía griega continúa con un nivel inferior. A la Academia de Platón y al Liceo de Aristóteles se suman dos escuelas: 2.2.2. Epicureísmo

Fundada por Epicúreo, nacido en Samos el 341 a. de C. Sus ideas son las siguientes: · Respecto a la nueva política (el Imperio de Alejandro se había abierto a un mundo nuevo y aunque Atenas seguía siendo importante rivalizó pronto Alejandría. Pero se había roto la polis para dar paso al Imperio dentro del cual las ciudades eran trozos del Imperio). Para Epicúreo el hombre no es el que debe vivir la vida política en la polis. El hombre sabio no interviene en política, se desentiende refugiándose en su vida privada en compañía de sus amigos. Se valora la amistad y la libertad individual ajena a todo compromiso político. · La moral consiste en la felicidad; la vida humana hay que orientarla hacia la felicidad que, según Epicúreo, consiste en el placer sabiamente administrado, junto con el alejamiento del dolor. Ante todo, hay que buscar el placer. 2.2.3. Estoicismo Fundada por Zenón de Kition (336-264 a. de C.), cuyas ideas se exponen a continuación: Respecto a la nueva política: hay que buscar la auténtica libertad personal, pero participando en la política. Los hombres tienen que ser políticos, pero la virtud ha de ser la austeridad. La moral debe estar fundamentada en el autodominio de si mismo. Es ante todo la fortaleza de ánimo, el sentirse impasible, imperturbable frente a la desgracia. Hay que aceptar el destino con serenidad («actitud estoica»), sabiendo que ese es el destino y hay que aceptarlo así. Todo está determinado y

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hay que aceptarlo como es. La felicidad la da la actitud imperturbable ante el destino. Pero, al mismo tiempo, hay que ser inflexible contra el que ha cometido la falta; no hay lugar para el perdón, porque equivaldría liberar de la responsabilidad al que la ha cometido. 2.2.4. Neoplatonismo

Es una corriente filosófica que nace en el siglo iii d. de C. y que, fundamentalmente, es una reaparición de la filosofía de Platón. Sus principales representantes fueron Filón y Plotino.

Filón de Alejandría, judío del siglo I de nuestra era. Para él Dios es el Bien platónico. De Dios no procede directamente el mundo sensible, sino del logos (= razón, pensamiento, palabra). El logos es el que hace el mundo, algo así como el demiurgo platónico.

Plotino (205-270), natural de Lycópolis (Egipto). Su obra fundamental es Ennéadas (seis secciones de nueve tratados cada una) que Plotino, enfermo de los ojos, dicta a su discípulo Porfirio. Defiende una concepción emanatista del mundo: todas las cosas proceden por emanación a partir del Uno. Si el creacionismo lleva a una radical diferencia entre Dios y los seres, el emanatismo lleva a una concepción panteísta de lo real.

El hombre es un puente tendido entre la materia y el mundo inteligible; la felicidad del hombre consiste en la ascensión hasta el Uno. Ese camino ascensional que Plotino llama «epístrofé» está constituido por una serie de etapas al final de las cuales está el éxtasis, que supone la liberación del mundo sensible y la plena felicidad.

Como se ve, esta serie de escuelas indican profundos cambios culturales; se prefieren las escuelas filosóficas a las religiones. Los movimientos filosóficos se convierten más en formas de vida que en sistemas de pensamiento. El cristianismo recurre a los argumentos de autoridad que le dan las Escrituras. Empiezan a admitir el origen del mundo, la creación, cosas completamente ajenas a la mentalidad griega, en la cual todo existe desde siempre. Para los griegos existe una visión cíclica de la historia, y a partir del Cristianismo se tiene una visión lineal de la historia, puesto el origen en la creación del mundo por DIOS.