San Juan de la Cruz ecología

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San Juan de la Cruz y ecología JosÉ VICENTE RODRÍGUEZ Hace ya veinte años que el especialista en la historia de las técnicas, el americano L. White, Jr., afirmaba que las raíces de los problemas de tipo ecológico eran profundamente religiosas y que, por lo mismo, el remedio tendría que ser esencialmente religioso también. Y en busca de un patrono para los cultivado- res de la ecología se pronunciaba decididamente: «! propose Francis as a patron saint for ecologists» (Propongo a Francisco como patrono celestial de los ecologistas). Lo pedía White por- que, según él, San Francisco había tratado de derrocar la monar- quía absolutista del hombre sobre la naturaleza para «implantl:lr una democracia de todas las criaturas de Dios» 1. Con estos simples apuntes o notas sueltas no quiero romper ninguna lanza a favor de San Juan de la Cruz como otro de los posibles candidatos al patronazgo ecológico, ya que éste ha sido adjudicado por Juan Pablo JI al claramente favorito santo de Asís, el 29 de noviembre de 1979. Como justificación del título, dice el Papa: «Entre los santos y destacados varones que han reconocido a las criaturas como don inapreciable de Dios a los hombres destaca San Francisco de Asís. Pues tuvo una especial percepción de todas las criaturassalielas de las manos de Dios, 1 L. WHITE, «The historical Roots of our Ecological Crisis», en Science, 155 (marzo 1967), 1206 ss. Citado por J. L. Rurz en el libro que figl11'a en la nota tercera, p. 113, nota 3. Véase también KAREL J. VERLEYE, «San Francisco de Asís y la protección del medio ambiente», Selecciones de Franciscanismo, 9 (1980), pp. 296-314. REVISTA DE ESPIRITUALIDAD, 46 (1987), 109-133.

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San Juan de la Cruz y ecología

JosÉ VICENTE RODRÍGUEZ

Hace ya veinte años que el especialista en la historia de las técnicas, el americano L. White, Jr., afirmaba que las raíces de los problemas de tipo ecológico eran profundamente religiosas y que, por lo mismo, el remedio tendría que ser esencialmente religioso también. Y en busca de un patrono para los cultivado­res de la ecología se pronunciaba decididamente: «! propose Francis as a patron saint for ecologists» (Propongo a Francisco como patrono celestial de los ecologistas). Lo pedía White por­que, según él, San Francisco había tratado de derrocar la monar­quía absolutista del hombre sobre la naturaleza para «implantl:lr una democracia de todas las criaturas de Dios» 1.

Con estos simples apuntes o notas sueltas no quiero romper ninguna lanza a favor de San Juan de la Cruz como otro de los posibles candidatos al patronazgo ecológico, ya que éste ha sido adjudicado por Juan Pablo JI al claramente favorito santo de Asís, el 29 de noviembre de 1979. Como justificación del título, dice el Papa: «Entre los santos y destacados varones que han reconocido a las criaturas como don inapreciable de Dios a los hombres destaca San Francisco de Asís. Pues tuvo una especial percepción de todas las criaturassalielas de las manos de Dios,

1 L. WHITE, «The historical Roots of our Ecological Crisis», en Science, 155 (marzo 1967), 1206 ss. Citado por J. L. Rurz en el libro que figl11'a en la nota tercera, p. 113, nota 3. Véase también KAREL J. VERLEYE, «San Francisco de Asís y la protección del medio ambiente», Selecciones de Franciscanismo, 9 (1980), pp. 296-314.

REVISTA DE ESPIRITUALIDAD, 46 (1987), 109-133.

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e iluminado por luz celestial tejió el 'Cántico de las Criaturas', en el que da gracias a Dios y honor y gloria y bendición por el hermano sol, la hermana luna y las hermanas estrellas» 2.

No pretendo tampoco aportar desde Juan de la Cruz la solu­ción al11amado desafío verde que tiene planteado la humanidad junto con esos otros desafíos no menos fuertes: el rojo y el de los amarillos.

Hay quien piensa que la reformulación cristiana de los gran­des problemas «que plantea la ecología puede ser actualmente apresurada. Estamos en un tiempo de búsqueda y reajuste». y aboga por un tiempo de espera, de modo que «esa búsqueda y reajuste se expresen, se expliciten con más fuerza», En con­secuencia, se piensa que «quizá dentl'O de poco podamos ofrecer un planteamiento más preciso y más completo de aquello que estamos buscando» 3.

De todos modos, el tema de la ecología, aparte el campo de la biología, de 10 vegetal y agrario y animal, está siendo llevado a los diversos públicos y se trata de acercarlo a la gente desde el ángulo específico de las varias disciplinas que interesan al hombre, por ejemplo, la sociología 4, la teología moral 5, la espi­ritualidad 6. Así se va convirtiendo mayormente en materia in­terdisciplinar.

Estas notas sueltas tienen un carácter provisorio y son sus­ceptibles de un repensamiento más profundo y cabal. He querido que sea un estudio positivo y por eso me ha parecido esencial lo que llamo más adelante Antología de textos ecológicos y Ron­da de declaraciones. Aquéllos, tomados de los escritos sanjuanis­tas, y ésta, de los «dichos» de quienes conocieron muy de cerca a Juan de la Cntz.

2 Las letras apostólicas «lnter Sanctos» pueden verse en su original latino, en AAS, 71 (1979), pp. 1509-1510. Versión castellana en Se/o Fran­ciscana, cit., p. 295.

3 Serie de afirmaciones de XABIER PICAZA, en AA.VV., El desafío eco­lógico. Ecología y humanismo, Salamanca, 1985, p. 17.

4 Cfr. «Diccionario de Sociología», Madrid, Ed. Paulinas, 1986, V. Eco­logía (R. STRASSOLDO), pp. 556-566.

5 Cfr. «Diccionario Enciclopédico de Teología Moral», Madrid, Edi­ciones Paulinas, 4." ed., 1980, v. Ecología (F. ApPENDINO y CALDERÁN BELTRAO), pp. 255-267; 1314-1320.

6 Cfr. «Nuevo Diccionario de Espiritualidad», Madrid, Ed. Paulinas, 1983, V. Ecología (F. D'AGOSTlINO y S. SPINSANTI), pp. 377-392.

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Me hubiera sido fácil recrear la visión de un San Juan de la Cntz idílico, bucólico y horaciano. Las referencias a cual­quiera de estos aspectos no han sido buscadas adrede, sino que aparecen en fuerza de los temas que se van desarrollando.

Planteamiento sanjuanista elemental y profundo

A Juan de la Cruz le gustaba de cuando en cuando volver a lo más elemental de las cosas y de las palabras para tratar de explicar sus ideas. Y así, por ejemplo, teniendo que hablar de 10 sobrenatural, se le ocurre la referencia a la etimología de la palabra: «porque sobrenatural eso quiere decir, que sube sobl'e ~l natural; luego el natural abajo queda» (2S 4,2). En otra oca­sión, para comentar la última palabra de su verso por la secreta escala disfrazada, nos da todo un informe sobre la significación del vocablo «disfrazar», las motivaciones del disfraz, etc. (2N 21,2-3). También recurre a esas raíces de las cosas para exponer otro de sus versos, y pu¡es me le has robado (CB 9,4-6), o tam­bién aquel otro de un no sé qué que quedan balbuciendo (CB 7,10).

Sospecho que puesto a escribir de ecología, ahora mismo lo primero que haría sería recurrir a la base etimológica de la pa­labra, y consultando su diccionario se habría encontrado con que ecología no significa ni más ni menos que la disciplina o ciencia «que estudia las relaciones existentes entre los seres vivientes y el medio ambiente en que viven». Con esta simple noción ya tenía Juan de la Cruz fundamento para ir diciéndonos cosas sobre la ecología, siempre desde su horizonte religioso, del cual es prácticamente imposible arrancarle.

Lo primero que hay que poner en evidencia es la profundi­dad del pensamiento sanjuanista frente al medio ambiente, es decir, la natmaleza. Se trata de panvisión superior en cuanto que se pronuncia sobre las cosas desde la palabra bíblica, la palabra del teólogo y la del contemplativo, iluminadas todas ellas por la luz de la resurrección de Cristo.

Las afirmaciones sanjuanistas parecen, a veces, sueltas o yux­tapuestas, pero bien analizadas presentan una religación última que las vivifica y pone en pie. En el campo concreto de la rela­ción del hombre con la naturaleza creada, sensible, asistimos

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a ese remitir constante a lo divino, a ese estar de Dios en su obra. Si no estuviera presente en ella, no existiría la creación 7.

Comienza la visión sanjuanista ofreciéndonos desde Dios el proyecto trinitario sobre la realidad creada, al lJlantear la crea­ción, el cosmos entero con su unidad y su belleza, como un pala­cio «hecho en gran sabiduría», partido en dos aposentos, pisos diríamos nosotros: piso alto y bajo, el de arriba y el de abajo. Desde la inocencia del lenguaje del romance octosílabo nos canta:

«el bajo de diferencias .infinitas componía; mas el alto hermoseaba de admirable pedrería. Porque conozca la Esposa el Esposo que tenía, en el alto colocaba la angélica jerarquía; pero la natura humana en el bajo la ponía, por ser en su compostura algo de menor valía» '.

Palacio para la esposa del que ha de venir en la plenitud de los tiempos: Cristo. Y ha de venir a dignificar y sublimar a los del piso inferior, de modo que nadie se atreva a vituperados «porque en todo semejante él a ellos se haría» 9. Dignificará y elevará todo el Hijo de Dios hecho hombre: habitación y ha­bitantes. Y quien atente contra el hábitat y los que viven en él, atenta contra El mismo.

A este plan, desde el género literario en que se presenta, realizado en el tiempo y el espacio, ha precedido un diálogo intratrinitario del Padre y del Hijo en el Espíritu Santo 10.

Una mirada de simple espectador, y aún más, la mirada del contemplativo sobre el universo, descubre el paso de Dios, las

7 Es algo que repite siempre que aborda el tema de la unión-comunión­presencia de Dios: cfr. 2S 5,3; CB 11,3; LB 4,14. En el comentario a esta canción de la Llama ya ha dicho anteriormente del modo más positivo: «Dios siempre se está así, como el alma 10 echa de ver, moviendo, rigiendo y dando ser y virtud y gracias y dones a todas las criaturas, teniéndolas todas en sí virtual y presencial y sustancialmente» (n. 7).

8 Romance sobre el Evangelio, «In principio eral Verbum», acerca de la Santísima Trinidad, versos 99-118.

9 Ibid., versos 125 ss. \O Ibíd., versos 47-98.

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huellas dactilares de Dios dejadas en las criaturas, que son obra de sus manos.

Nadie puede sustraerse al embrujo del diálogo antropológicoo cósmico, hombreocosmos:

¡Oh bosques y espesuras plantadas pOI' la mano del Amado! ¡Oh prado de verduras de flores esmaltado!, ¡decid si por vosotros ha pasado!

y las creaturas interpeladas o preguntadas responden él coro:

Mil gracias derramando pasó por estos sotos con presura y yéndolos mirando con sola su figura vestidos los dejó de hermosura ".

Si del embrujo del poeta pasamos a la prosa del comenta­rista, se nos llenan las manos de explicaciones sobre el medio ambiente, sobre la relación del alma enamorada con ese medio ambiente en su bÍlsqueda del Amado, que no es Otro que el que había prometido venir a sublimarlo y dignificarlo todo.

Juan de la Cruz ofrece, de hecho, al comentar la primera estrofa de este diálogo, la cuarta de su Cántico, fragmentos del más neto sabor ecológico:

«jOh bosques y espesuras! Llama bosques a los elementos, que son tierra, aire y fuego; porque así como amenisimos bos­ques, están poblados de espesas criaturas, a las cuales aquí llama espesuras por el grande nÍlmero y mucha abundancia que hay de ellas en cada elemento.

En la tierra, innumerables variedades de animales y plantas; en el agua, innumerables diferencias de peces, y en el aire, mucha diversidad de aves; y el elemento del fuego, que concurre con todos para la animación y conservación de ellos; y así, cada suerte de animales vive en su elemento y está locada y plantada en él como en su bosque y región donde nace y se cría. Y, a la verdad, así lo mandó Dios en la creación de ellos, mandando a la tierra que produjese las plantas y los animales, y a la mar y

11 Cántico, canciones 4 y 5.

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agua los peces, y al aire hizo morada de las aves (Gn 1)>> (CB 4,2).

Además de la palabra bíblica con que se cierra esta página y se realza, hay en ella toda una riqueza de términos netamente ecológicos. Términos y realidades referidas al medio y a la vida. Los fluidos: agua, aire, «en cuyo seno se desenvuelve la vida, energía luminosa y térmica», que podría traducir muy bien el elemento del fuego. Se habla de innumerables variedades y dife­rencias de peces, aves, plantas; de animación y conservación. Tenía la pluma cortada para escribir de re oecologica. Pero en seguida sigue con su palabra de teólogo que analiza la exclusivi­dad de la creación reservada a la mano de Dios, «porque aunque otras muchas cosas hace Dios por mano ajena, como de los ángeles y de los hombres, ésta, que es crear, nunca la hizo ni la hace por otra que por la suya propia» (CB 4,3).

Desde esta plataforma bíblica y teológica ya se nos está es­capando Juan de la Cruz, y con él, el alma enamorada de su Cántico, a esa visión superior «segll11 el sentido y afecto de la contemplación» (CB 6,1). Más exacto sería decir que desde el afecto contemplativo ha estado dialogando con el cosmos y ha terminado, sin dejar la mirada contemplativa, recordando la pa­labra bíblica mencionada y la lectura teologal, mejor que teoló­gica, con que va deletreando el conjunto de todo 10 que existe.

Al comentar en la canción siguiente (CB 5) la respuesta reci­bida a la pregunta lanzada, hay menos literatura ecológica en lo humano, llegándose a una culminación apoteósica terminal.

Los misterios de la fe cristiana: encarnación y redención, son las mayores obras de Dios, «en que más se mostró y en que él más reparaba» (CB 5,3). Obras menores de Dios son las criatu­ras, hechas como de paso por Dios. Son «como un rastro del paso de Dios, por el cual se rastrea su grandeza, potencia y sa­biduría y otras virtudes divinas» (ibíd.).

Aunque menores, estas obras de Dios son graciosas, llenas de gracias. El apresuramiento divino con que fueron hechas no significa de ningún modo que fueran hechas de manera imper­fecla o que sean defol'lnes.

La clave del ser, ele la bondad, del acabado perfecto de la creación, la lee e interpreta desde tres textos bíblicos que re­suenan dentro de los versos:

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y yéndolos mirando con sola su figura vestidos los dejó de hermosura,

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Viene a ser insustituible la lectma del paso sanjuanista en su integridad:

«Según dice San Pablo, el Hijo de Dios es resplandor de su gloria y figura de su sustancia (Hb 1,3), Es, pues, de saber que con sola esta figma de su Hijo miró Dios todas las cosas, que fue darles el sel natural, comunicán­doles muchas gracias y dones natmales, haciéndolas acabadas y perfectas, según dice en el Génesis por estas palabras: Miró Dios todas las cosas que había hecho, y eran mucho buenas (1,31).

El mirarlas mucho buenas era hacerlas mucho buenas en el Verbo, su Hijo.

y no solamente les comunicó el ser y gracias natura­les mirándolas, como habemos dicho, mas también con sola esta figura de su Hijo las dejó vestidas de hermo­sura, comunicándoles el ser sobrenatural; 10 cual fue cuando se hizo hombre, ensalzándole en hermosma de Dios, y, por consiguiente, a todas las criaturas en él, por haberse unido con la naturaleza de todas ellas en el hombre. Por lo cual dijo el mismo Hijo de Dios: si ego exaltatus aterra luero, omnia traham ad me ipsul11 On 12,32). Esto es: si yo fuere ensalzado de la tierra, levantaré a mí todas las cosas. Y así, en este levanta­miento de la Encarnación de su Hijo y de la gloria de su resurrección según la carne, no solamente hermoseó el Padre las criaturas en parte, mas podremos decir que del todo las dejó vestidas de hermosura y dignidad» (CB 5,4).

El medio ambiente creatmal en el que se desenvuelve el hombre está, pues, marcado con la impronta de Cristo. Verda­dera tarea del hombre será aplicarse a esta sigilografía. Y la fi­gura de Dios con que él mira al hombre y al universo entero son los ojos de Cristo. No se olvide que figura significa en Juan de la Cruz más que nada el rostro, si no los ojos (cfr. CB 11). Ya el contemporáneo y condiscípulo ele Juan de la Cruz, Sebas-

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tián de Covarrubias, en su Tesoro de la lengua castellana o es­pañola, decía: «Tómase figura principalmente por el rostro, por ser la principal parte, en la cual nos diferenciamos unos de otros».

El revestimiento de hermosura y el sellado de belleza que descubre el contemplativo como presentes en todas las cosas, la descubre como «sobrederivada y comunicada de aquella infi­nita hermosura sobrenatural de la figura de Dios, cuyo mirar viste de hermosura y alegría el mundo y a todos los cielos; así como también con abril' su mano, como dice David (Sal 144,16), llena todo animal de bendición» (CB 6,1). De aquí a decir que el universo está lleno, está bañado del amor de Dios, no hay nada de distancia. Aún más: es algo ya perfectamente formulado por Juan de la Cruz en uno de sus axiomas favoritos: «el mirar de Dios es amar de Dios y hacer mercedes» (CB 19,6; 31,5 Y 8; 32,3; 33,7).

Contemplado así el medio ambiente con esta visión superior y sapiencial con que se mira a la creación, podría Juan de la Cruz terciar dialécticamente en la que el biólogo René Dubois llamaba «conservación franciscana» y «organización benedicti­na». y a las referencias simbólicas a Francisco de Asís y a Beni­to de Nursia habría que añadir esta otra a Juan de la Cruz.

Si seguimos avanzando por la línea de la naturaleza ilumi­nada y enaltecida por la resurrección de Cristo (CB 5,4), aún más, rescatada y resucitada en Cristo y por Cristo toda ella, según la fuerte intuición paulina (Rm 8,20-22), no nos sorpren­derá que Juan de la Cruz haya sido capaz de encerrar en dos canciones, la 14 y la 15 de su Cántico B, lo que es Dios, el Amado para el alma enamorada. Se trata de dos canciones llenas de imágenes visionarias, cuya exploración estética ha llevado al poeta y crítico literario Carlos Bousoño a calificar a Juan de la Cruz de poeta contemporáneo, poeta del siglo xx, y de la segunda mitad del siglo xx 12, 10 cual significará poeta sempi­terno. Pero 10 más interesante, con serlo mucho este juicio de valor de la crítica literaria, es ver cómo y cuánto se dignifica el lenguaje por el mismo hecho de dignificarse los elementos o ma­tel'Íales lingüísticos que se asumen en este caso. Elementos de

12 Teo,.ia de la expresión poética, Madrid, 5: ed., Ed. Gredos, 1970, L l, cap. XI, pp. 280-302.

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corte ecológico los empleados en estas dos canciones, en las que el autor y el alma enamorada «no hace otra cosa sino con/al'

y cantar las grandezas de su Amado» (CB 14-15,2). La letra de las canciones es la siguiente:

Mi Amado las montañas los valles solitarios nemorosos las ínsulas extrañas los ríos sonorosos el silbo de los aires amorosos la noche sosegada en par de los levantes de la aurora la música callada la soledad sonora la cena que recrea y el1mnora.

Una primera advertencia, hecha por el propio poeta, es que tantas grandezas y sublimidades como las que descubre el alma en Dios, en ese punto de madurez espiritual en que está situada, lns significa y transmite «por aquellos vocablos comunes» (CB 14-15,3), es decir, de los más corrientes: montañas, valles, ríos, aires, etc. Lo traducido en este lenguaje lo va agrupando el autor en torno a los verbos: ver, hallar, entender, sentir, y, sobre todo, gustar y gozar. Compendia toda la experiencia de un modo logradísimo, escribiendo:

«Ve el ama y gusta en esta divina unión: - abundancia, riquezas inestimables;

y halla: - todo el descanso y recreación que ella desea;

y entiende: - secretos e inteligencias de Dios extrañas, que es

otro manjar de los que mejor le saben;

y siente en Dios: - un terrible poder y fuerza que todo otro poder y

fuerza priva;

y gusta allí: - admirable suavidad y deleite de espíritu;

halla: - verdadero sosiego y luz divina;

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y gusta altamente: de la sabiduría de Dios, que en la armonía de la" criatmas y hechos de Dios relucen;

y siéntese llena: ~ de bienes y ajena y vacía: - de males;

y, sobre todo, entiende y goza: de inestimable refección de amol', que la confirma en amor» (CE 14-15,4).

Esta es la sustancia de las dos canciones. Ya desde esta sustancia, así ofrecida, se intuye lo que va a venir en la expli­cación pormenorizada de los versos y de las palabras de los mismos. Y esta vez no defrauda.

Puesto a comentar, se encuentra justamente con San Francis­co de Asís. Todas las cosas dichas en las canciones «es su Ama­do en sí, y lo es para ella» (CB 14-15,5). y esto, ¿cómo y por qué? Contesta: «porque en lo que Dios suele comunicar en semejantes excesos, siente el alma y conoce la verdad de aquel dicho que dijo San Francisco; es, a sabel': Dios mío y todas lqs cosas» (ibíd.). Dios es <dadas las cosas al alma y el bien de todas ellas ... ; cada una de estas grandezas que se dicen es Dios, y todas ellas juntas son Dios». No se trata en este caso de «ver las cosas en la luz o las criaturas en Dios, sino que en aquella posesión siente serIe todas las cosas Dios». No es tampoco la visión beatífica, «sino una fuerte y copiosa comunicación y vis­lumbre de lo que El es en sÍ, en que siente el alma este bien de las cosas» (ibíd., 5). Adoctrinado así el lector por el santo co­mentarista para que no lea en clave equivocada lo que él va a escribir, inicia su comentario a los versos.

En los comentarios a estas dos canciones nos encontramos con una serie de pasos que podrían encabezar algo así como una Antología de textos ecológicos. Al mismo tiempo que desde las realidades descritas se trasciende o sube hasta el autor de la suprema belleza y armonfa, se nos hace ver lo que ha tenido que ser para un místico como Juan de la Cruz no sólo la experiencia de Dios, sino la experiencia del paisaje, del río, de la montaña, etcétera. Van juntas ambas cosas y sin la base experiencial de

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estos elementos del medio ambiente, difícilmente hubiera volcado en esos términos: sustantivos y adjetivos, su experiencia su" pedor.

Al recoger aquí unos cuantos de estos textos hacemos, sin poder ni querer evitarlo, una antología ecológica, espiritual y mística al mismo tiempo. Miado <Jl final unos textos acerca del sol, tomados de otros lugares de sus escritos:

1.° Las mont{{f1({S:

«Las 1110ntal1as tienen alturas, ~on abundantes, anchas, hermosas, graciosas, floridas y olorosas. Estas montañas es mi Amado p8l'(1 mí» (ibíd., 6),

2.° Los valles:

«Los valles solitarios S011 quietos, amenos, fres­cos, umbrosos, de dulces aguas llenos, y cn la variedad de sus arboledas y suave canto de aves hacen gran recreación y deleite al sentido, dan refrigerio y descanso en su soledad y silencio. Estos valles es mi Amado para lní» (ibíd., 7).

3.° Las ínsulas:

«Las ínsulas extrañas están ceñidas con la mar y allende los mares, muy apartadas y aienas de la comunicación de los hombres. Y así, en ellas se crían y nacen cosas muy diferentes de las de por acá, de muy extrañas maneras y virtudes nunca vistas de los hombres, que hacen gran novedad y admiración a quien las ve. Y así por las grandes y admirables novedades y noticias extrañas aleja­das del conocimiento común que el alma ve en Dios, le llama ínsulas extraiías» (ibíd., 8). Si de hecho alude en este paso, como creo, a las Amé­ricas, no llegó a tener la experiencia geográfica de Jo que describía, aunque sí lo tendría, cierta­mente, de productos o riquezas traídas allende los mares. Le faltó poco para ir a México y encon­trarse en la travesía con alguna de estas ínsulas que cantaba.

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4.° Los ríos:

«Los dos tienen tres propiedades: la primera, que todo lo que encuentran embisten y anegan; la segunda, que hinchen todos los bajos y vacíos que hallan delante; la tercera, que tienen tal sonido, que todo otro sonido privan y ocupan. Y porque en esta comunicación de Dios ... siente el alma en él estas tres propiedades muy sabrosamente dice que su Amado es los ríos sonorosos» (ibíd., 9). Estos ríos que embisten al alma son ríos de paz y de gloria.

5.0 Los aires:

« ... entonces se dice venir el aire amoroso cuan" do sabrosamente hiere, satisfaciendo al apetito del que deseaba el tal refrigerio, porque entonces se regala y recrea el sentido del tacto, y con este regalo del tacto sienttt el oído gran regalo y deleite en el sonido y silbo del aire, mucho más que el tacto en el toque del aire» (ibíd., 13).

6.° La noche sosegada:

«En este sueño espiritual, que el alma tiene en el pecho de sU Amado, posee y gusta todo el so­siego y descanso y quietud de la pacífica noche y recibe juntamente en Dios una abisal y oscura inteligencia divina, y por eso dice que su Amado es para ella la noche sosegada» (ibíd., 22).

7.° La música callada:

«En aquel sosiego y silencio de la noche ya di­cha, y en aquella noticia de la luz divina, echa de ver el alma una admirable conveniencia y dispo­sición de la sabidmÍa en las diferencias de todas sus criaturas y obras, todas ellas y cada una de ellas dotadas con cierta l'espondencia a Dios, en que cada una en su manera dé su voz de lo que en ella es Dios; de suerte que le parece una ar-

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monía de música subidísima, que sobrepuja todos saraos y melodías del mundo, Y llama a esta mú­sica callada, porque, como habemos dicho, es inteligencia sosegada y quieta, sin ruido de voces; y así se goza en ella la suavidad de la música y la quietud del silencio» (ibíd" 25),

8.° La soledad sonora:

Aunque sea casi lo mismo que lo anterior, ha· blará de cómo el alma bien dispuesta y afinada capta «sonorosÍsimamente en el espíritu". la ex­celencia de Dios, en sí y en ~us criaturas», Y «echa de ver el alma en aquella sabiduría sosegada eH todas las criaturas, no sólo superiores, sino tam­bién inferiores, según lo que ellas tienen en sí cada una recibido de Dios, dar cada una su voz de testimonio de lo que es Dios, y ve que cada una en su manera engrandece a Dios, teniendo en sí a Dios según su capacidad, Y así, todas estas voces hacen una voz de música de grandeza de Dios y sabiduría y ciencia admirable", Y, por cuanto el alma recibe esta sonora música, no sin soledad y ajenación de todas las cosas exteriores, la llama la música callada y la soledad sonora, la cual dice que es su Amado» (ibíd" 26-27).

9.° La cena:

«La cena a los amados hace recreación, hartu­ra y amor. Porque estas tres cosas causa el Amado en el alma en esta suave comunicación, le llama ella aquí la cena que recrea y enamora» (ibíd., 28),

10,° El sol:

«", el sol, cuando de lleno embiste en la mm, esclarece hasta los profundos senos y cavernas y parecen las perlas y venas riquísimas de oros y otros minerales preciosos, etc.» (CB 20-21,14), «". el sol cuando envía sus rayos, enJuga y ca­lienta y hermosea y resplandece» (CB 33,1), «", el

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sol se singulariza en hacer algunos efectos mara­villosos» (LB 2,5). « ... el sol está madrugando y dando en tu casa para entrar» (LB 3,46).

Unas cuantas canciones más adelante, en el Cántico, vuelve a entrelazar estas realidades en clave foral o florea!, cuando trata de explicar el fenómeno de la eclosión y fragancia de las virtudes del alma. Aunque la página pueda resultar un poco artificial y forzada, ofrece como un repaso apresurado de lo que ha escrito en las canciones 14 y 15.

Dice así:

« ... acaecerá que vea el alma en sí las flores de las mon­tañas que arriba dijimos, que son: - la abundancia y grandeza y hermosura de Dios;

y en éstas entretejidos los lirios de los valles nemoro­sos, que son: - descanso, refrigerio y amparo;

y luego allí entrepuestas las rosas olorosas de las ínsulas extrañas, que decimos ser: - las extrafías noticias de Dios;

y también embestirla el olor de las azucenas de los ríos sonol'OSOS, que decíamos era: - la grandeza de Dios que hinche toda el alma;

y entretejido allí y enlazado el delicado olor del ,¡azmín del silbo de los aires amorosos, de que también dijimos gozaba el alma en este estado;

y, ni más ni menos, todas las otras virtudes y dones que decíamos del conocimiento sosegado, y callada /1Uísica, y soledad sonora, JI la sabrosa y amorosa cena» (CB 24,6).

Desde los textos sanjuanistas alegados hasta aquí (Romance trinitario, CB canciones 4 y 5, 14 Y 15, 24) Y desde nuestras glosas marginales se echa de ver cómo una fuerte comunicación de Dios le hace recrear sus visiones y experiencias ecológicas o del medio ambiente para decirnos qué es Dios para él JI cómo

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la naturaleza hay que mirarla con ojos nuevos y la encontrare­mos, desde la fe y contemplación, señalada con el paso de DioR y la resurrección de Cristo. La ecología, los elementos ecológi­cos, le han servido a Juan de la Cruz en buena parte para deta­llar tantas cosas divinas.

Después de leer los pasos transcritos y otros muchos suyos, cuando se encuentra uno con los atropellos ecológicos, las agre­siones incontroladas e injustificadas de todo punto a la natura­leza tan ungida y bendecida por Dios, se le ocurre a uno pensar en sacrilegios auténticos, pecados de lesa madre tierra, de lesa mar, de lesa naturaleza.

Relación de Juan de la Cruz con la naturaleza

Concepciones altas las que tiene Juan de la Cruz dc la na­turaleza y de su dignidad. Desde sus conclusiones transidas de sentido y de palabra bíblica, transidas de experiencia y recrea­das por su mente de teólogo, se capta de inmediato su tendencia a pasar al plano práctico de la vida y de la conducta. Esto, por más que la auténtica contemplación sea lo m<Ís pr<Íctico y vivo, hay que subrayarlo fuertemente.

Un primer ejemplo de tales derivaciones práctico-pr<Ícticas de Juan de la Cruz se tiene cuando al comentar en CB 4 el verso plantadas por la mano del Amado concluye de un modo conse­cuencial: «y así, el alma mucho se mueve al amor de su Amado Dios por la consideración de las criaturas, viendo que son cosas que por su propia mano fueron hechas» (ibíd., 3).

Esta, que pudiera ser una afirmación m<Ís bien hecha al aire del comentario, la encontramos hecha igualmente en la Subida: «Hay almas que se mueven mucho en Dios (= a, hacia, en su camino a) por los objetos sensibles» (3S 24,4). Estoy convencido de que una de esas personas era el propio San Juan de la Cruz, y esto por artista y por santo. Este convencimiento no es aprio­rístico, sino fundado en la historia. La más simple ronda de declaraciones de testigos bien cercanos a él, compañeros suyos, lo hace ver. Son particularmente indicadas las declaraciones de cómo y dónde le gustaba hacer y hacía la oración.

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• Jerónimo de la Cruz, que le acompañó en tantos viajes, declara:

«Era muy amigo de la soledad y suspiraba por ella, y más donde había campos amenos, ríos o fuentes, y si descubría el cielo en descampado.»

«Se ponía en oración y mirando los ríos, o fuen­tes, o cielos, o yerbas, en que deCÍa ver un no sé qué de Dios» 13.

Hablando de lino de sus viajes a Beas desde Baeza, declara el mismo testigo:

«Estuvimos allí algunos días y una tarde salimos al campo, y estando en él díjome: 'apártese a ala­bar a nuestro Señor', después de haber hablado de su Majestad como solía. Y esto haCÍa siempre que salía al campo o que sacaba los religiosos a re­crear; buscaba lugar apartado, donde retirado pu­diese tener oración y alabar a Dios, que 10 haCÍa con instancia, mirando el agua si había arroyo o río, mirando las yerbas, etc.» 14.

• Francisco de San Hilarión nos da esta estampa de Juan de la Cruz retirado al convento solitario de La Peñuela (Jaén) en agosto y septiembre de 1591, ya bien cercano a la muerte:

« ... se retiró sin oficio al convento de La Peñue­la en Sierra Morena, que es una gran soledad; y allí, lleno de contento por verse sin oficio y desocupado para más servir a Dios, gastaba santamente el tiem­po y se levantaba antes que fuese de día, y se iba a la huerta, y entre unos mimbres, junto a una acequia de agua, se ponía de rodillas y allí estaba en oración, hasta que el calor del sol le echaba de allí, y se venía al convento, y deCÍa misa con mu­cha devoción» (BMC 14,112-113). La devoción de estas misas acrecentada sin duda por la devoción cósmica y por el contacto final con el hermano sol.

13 Ms. Vat. 2862, fol. 8. 14 La declaración entera es de lo más simpático e interesante: BN­

Madrid, ms. 12738, pp. 639-648.

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y continúa todavía este declarante: « ... y otras veces se salía por aquel desierto y andaba como sus­penso en Dios» (ibíd., pág. 113).

• Fray Bernabé, que vive con él en Segovia, da este testimonio:

«Muchas veces le veía este testigo que saliendo de la celda en Segovia se iba a unos riscos y pe­ñascos que tiene la huerta de aquel convento y allí se metía en una cuevecita que allí había del tama­ño de un hombre recostado, de donde se ve mucho cielo, río y campos. AqUÍ unas veces, otras a la ventana de la celda, otras ante el Santísimo Sac¡'[l" mento, gastaba largas horas de oración, de donde salía hecho un fuego de amor de Dios» (BMe 14,292).

• Juan de Santa Ana, uno de los que mejor le cono­cieron, declara preciosamente:

«Estando en El Calvario (Jaén) y siendo vicario nos sacaba muchas veces al campo y allí nos decía con aquellas yerbecitas y como ellas alabásemos a nuestro Criador, y cantando salmos se apartaba de nosotros con un rostro encendido que parecía le salía fuego de él» (BN-Madrid, ms. 8568, 397).

Pero lo más interesante de la declaración de este Juan de Santa Ana es lo que se refiere a visitas y estancia del santo en la finca de Santa Ana, en el término de Sorihuela de Guadalimar (Jaén). Entre otras cosas, dice:

« ... el padre fray Juan de la Cruz como era Rector (de Baeza) iba muy de ordinario allá, porque no estaba de Baeza más que cinco o seis leguas. Estábase algunas veces una semana. Salíase por aquellos campos cantando salmos y especial a las noches; llevábame algunas veces consigo y luego trataba de la hermosura del cielo y luz de tantas estrellas que decía que con ser tantas diferían en especie unas de otras, como el caballo del león, y otras cosas de la armonía de los cielos y m(lsica que

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hacen grandísima con sus movimientos y luego iba su­biendo hasta llegar al cielo de los bienaventurados, de allí decía lindezas de su hermosura y qué sería la del que a ellos se la dio. Con esta plática se quedaba callan­do por gran rato; yo entendiendo se dormía por ser gran rato de la noche, le decía:

- ¡Padre, vámonos que se duerme y es ya muy noche y le hará mal el sereno!; respondíame:

- ¡Ea, vámonos, que yo sé que tiene buena gana de dormir también Vuestra Reverencia! » (EN-Madrid, ms. 8568, 407).

Amantísimo de la noche cósmica o natural, en sus conven­tos la pasa muchas veces «puesto en la ventana de su celda donde se veía el cielo»; o también, como en Segovia, pasa no­ches enteras «puesto en cruz debajo de los árboles».

• Luis de San Angelo, novicio de fray Juan en Grana­da, donde tomó el hábito en 1583, refiere acerca de su santo maestro: « ... aficionado el siervo de Dios al amor del cielo, se daba tan fervorosamente a la oración que le veía buscar con solicitud lugares se­cretos y acomodados para la contemplación; así a la oración de prima noche que el dicho siervo de Dios introdujo en su religión, se salía a la huerta y hacía que los religiosos hiciesen lo mismo, entre los árbo­les y soledad grande que había en su convento de Granada, donde asistían con mucha devoción y quie­tud. Y en la oración de por la mañana les hacía salir a un huel'tecico que estaba más dentro en la clausu­ra; y este testigo le oía así en esta ocasión, como en otras ... , metido en su rincón de una escalera, que era como cuevezuela, de donde se descubría mucha parte del cielo y campo, en cOl'templación y ora­ción» (Ms. Vat. 2867, fol. 501').

• Agustín de la Concepción, hablando de uno de esos días en que llevaba Juan de la Cruz a sus religiosos al campo, refiere cómo ensimismado ante la corrien­te del río, el Genil o el Darro, se exalta y entusiasma

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al sorprender unos pececillos amigos y Hama de urgencia a sus religiosos diciendo: «¡Vengan acá, hermanos, y verán cómo estos animalicos y criaturas de Dios le están alabando, para que levanten el espíritu, que, pues, éstos sin entendimiento ni razón lo hacen, cuánta mayor obligación tenemos de ala­barle nosotros, y en esta plática se quedó suspenso, y echándolo de ver los religiosos se apartaron y sc fueron por la huerta y lo dejaron en su contempla­ción, y que no se acuerda el tiempo que pudo estar en ella por andar divertido en el dicho recreo» (Ms. Vat. signo 25, fol. 56).

* * * La cronología de estos testimonios no importa mucho, pues

la tónica espiritual frente a la naturaleza como vehículo oracio­nal y para subir a Dios es siempre la misma.

Es de advertir la predilección marcada de Juan de la Cruz por el agua que corre. Sin muchas psicologías podemos ver cómo y cuánto le hablaba este elemento que convierte en prota­gonista, juntamente con la noche, en su «Cantal' del alma que se huelga de conocer a Dios por fe»:

¡Qué bien sé ya la fante que mana y corre: aunque es de noche!

Leído este poema único trinitario-eucarístico, podemos sos­pechar por dónde irían sus alabanzas y su contemplación cuando miraba con instancia e! correr del agua, de! arroyico, el oleaje del mar frente al Atlántico en Lisboa con su Biblia en la mano, etcétera.

De su estancia en La Peñue!a hablan no sólo los testigos, sino el propio Juan de la Cruz en un paso que merecería figurar también en la Antología de textos ecológicos. Dice así en carta del 19 de agosto de 1591 a doña Ana de Peñalosa: «Me hallo muy bien, gloria al Señor, y estoy bueno; que la anchura del desierto ayuda mucho al alma y al cuerpo, aunque el alma muy pobre anda. Debe querer el Señor que e! alma también tenga su desierto espiritual. Sea muy enhorabuena como él más fuere servido; que ya sabe Su Majestad 10 que somos de nuestro ... ,

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y el ejercicio del desierto es admirable. Esta mañana habemos ya venido de coger nuestros garbanzos, y así, las mañanas. Otro día los trillaremos. Es lindo manosear estas criaturas mudas, mejor que no ser manoseados de las vivas». Un si es no es de melancolía contenida en estas últimas palabras en este dulce fray Juan a quien ya anda rondando la última persecución y la más injustificada de toda su vida.

Al texto sanjuanista que hemos citado en 3S 24,4 y que ha provocado la ronda de declaraciones que anteceden, parecen opo­nerse algunos otros. Convendrá reconstruir, ante todo, el contex­to de los mismos.

Comienza a hablar Jmm de la Cruz de los que llama «bienes motivos», porque su destino es mover a devoción y llevar a Dios. Le llega el turno a las imágenes y les dedica tres sabrosos capí­tulos de corte erasmiano (cfr. 3S, cc. 35-37). Con el mismo estilo pasa revista al tema de oratorios y lugares destinados a la ora­ción (cfr. 3S, c. 38). En el capítulo siguiente aborda el tema «de cómo se ha de usar de los oratorios y templos encaminando el espíritu a Dios por ellos» (3S, c. 39).

Establece, ante todo, con gran pedagogía cómo a los princi­piantes en la vida espiritual «bien se les permite y aun les con­viene tener algún gusto y jugo sensible acerca de las imágenes, oratorios y otras cosas sensibles» (ibíd., 1). Necesitan, en defi­nitiva, de estas apoyaturas oracionales. Pero para ir adelante en la oración y en la vida, hay que ir superándose y superando estos medios. Con un ejemplo tomado del mundo de los niños, al que Juan de la Cruz está acostumbrado a recurrir, ilustra su pensamiento. ¿Queréis quitar a un niño algo que tenga en la mano? Ofrecedle otra cosa que le guste más y lograréis ocuparle las manos con ese nuevo objeto sin que proteste ni llore por haberle dejado «las manos vacías» (ibíd., 1).

Del diálogo del Señor con la samaritana On 4,23-24) va sa­cando algunas consecuencias:

a) La verdadera oración no está «aneja al monte ni al templo».

b) «Aunque los templos y lugares apacibles son dedi­cados y acomodados a oración ... , todavía para ne­gocio de trato tan importante e interior como éste

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que se hace con Dios, aquel lugar se debe escoger que menos ocupe y lleve tras sí el sentido.»

e) Precaviendo contra los inconvenientes que pueden surgir, añade: «y así no ha de ser lugar ameno y deleitable al sentido, como suelen procurar algu­nos, porque en vez de recoger a Dios el espíritu, no pare en recreación y gusto y sabor del sentido».

d) Consecuencia de lo anterior, consecuencia y cau­tela: {(y por eso es bueno lugar solitario, y aun áspero, para que el espíritu sólida y derechamentte suba a Dios, no impedido ni detenido en las cosas visibles, aunque alguna vez ayudan a levantar el espíritu, mas esto es olvidándolas luego y quedán­dose en Dios».

e) Queriendo iluminar sus conclusiones, aduce el ejem­plo de Jesús: «Por lo cual nuestro Salvador Ol;di­nariamente escogía lugares solitarios para orar (Mt 14,23-24), Y aquellos que no ocupasen mucho los sentidos, para darnos ejemplo. sino que levan­tasen el alma a Dios, como eran los montes que levantaban de la tierra, y ordinariamente son pela­dos de sensitiva recreación» (Lc 6,12).

Esta serie de textos, aunque puedan parecer -sobre todo, los puestos en las letras e) y d) (la última parte subrayada)­contrarios al de 3S 24,4, lo son, a lo más, sólo aparentemente. Juan de la Cruz, de hecho, sigue afirmando que se puede y se debe subir a Dios por las cosas visibles, a través de la natura­leza, del paisaje. Puesto a escoger entre un lugar ameno y apa­cible y otro áspero y un tanto bravío, opta, al menos en esta oportunidad, por el último, y opta. pues, por hacer de esa natu­raleza escala para subir a Dios. Su Monte de la Perfección lo quiso por lo mismo áspero, empinado y con un sendero a pico.

Sin contradecirse, pero sí matizando mucho, unos capítulos más adelante (3S 42,1), cuando comienza a hablar de tres dife­rencias de lugares devotos y de cómo se ha de haber acerca de ellos la voluntad, escribe:

«La primera es de algunas disposiciones de tierras y sitios, que con la agradable apariencia de sus diferen-

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cias, ahora en disposición de tiel'1'a, ahora de árboles, ahora de solitaria quiehld, naturalmente despiertan la devoción; y de éstos es cosa provechosa usar cuando luego (= de inmediato, incontinenti, sin dilación alguna) enderezan a Dios la voluntad en olvido de los dichos lugares; así como para ir al fin conviene no detenerse en el medio y motivo más de lo que basta, porque si procUl'an recrear el apetito y sacar jugo sensitivo, antes hallarán sequedad de espíritu y distracción espiritual, porque la satisfacción y jugo espiritual no se halla sino en el recogimiento interior.»

Acto seguido da otras cautelas pertinentes y pone ejemplos de anacoretas antiguos que queriendo ser espirituales supieron por experiencia cómo había que comportarse «en los anchísimos y graciosísimos desiertos» (3S 42,2).

Una última anotación desde la doctrina y ejemplo de Cristo nos la formula como sigue: «y las ceremonias con que él nos enseñó a orar es una de dos; o que sea en el escondrijo ... , o si no, a los desiertos solitarios, como él 10 hacía, y en el mejor y más quieto silencio de la noche» (3S 44,4).

Situado Juan de la Cruz ante la naturaleza y sirviéndose de ella y de todas las cosas sensibles por los fines para los que Dios las crió y dio, que es para ser por ellas «más amado y conocido» (3S 24,5), va recogiendo los frutos de su actitud. «Al limpio todo lo alto y lo bajo le hace más bien y le sirve para más limpieza» (3S 26,6), de serenidad, «de gozo ordinario en Dios por medio de sus criaturas» (ibíd.).

Siendo fray Juan -después de mucha vida y ejercicio teolo­gal, sin duda- una de esas personas que acertaba a «ir con todo a Dios» (3S 26,6), vino también a hallar en todas las cosas «noticia de Dios gozosa y gustosa, casta, pura. espiritual, alegre y amorosa» (ibíd.).

¿Juan de la Cruz símbolo?

Más que tratadista o escritor ele tema ecológico -ante ¡¡/le­ram- o especialmente rico en aportaciones válidas para hoy, Juan de la Cruz se me antoja un símbolo de cómo hay que leer la naturaleza.

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Haciéndolo a su estilo, hay que verla como:

• creada por Dios;

• rescatada y redimida por Cristo junto con el hombre, en cuanto ella es capaz de aguantar o soportar el peso de la gracia y del amol' de Dios, que se sacra­menta en el misterio pascual;

• el gran espacio, aunque no el único, del encuentro del hombre con Dios;

• lugar para el asombro, la alabanza y otros matices oracionales en la mente, la imaginación, la palabra del hombre;

• taller y material para la gran poesía cósmico-divina;

• regalo de Dios y ofrenda responsorÍal del hombre, de quien, minúsculo y todo, «un solo pensamiento vale más que el mundo entero»;

• integrable en cualquier género de oración, la grande naturaleza: cielo y tierra, ha de estar integrada sin falta en la oración de alma enamorada de todos los tiempos y espacios: «Míos son los cielos y mía es la tierra ... , y todas las cosas son mías».

Juan de la Cruz también símbolo en cuanto síntesis armo­niosa de Francisco de Asís y Benito de Nursia. Yo 10 veo revi· viendo y simbolizando al primero en su respeto por la naturaleza, en su dialogar poético con todas las criaturas, y 10 veo imitando al segundo en su trabajo de transformación y humanización de la naturaleza misma.

Juan de la Cruz, el gran artífice de poemas, como las 40 es· trofas de su Cántico, las cuatro de su Llama, las ocho de En una noche oscura, La fonte que mana y corre ... , es el mismo que trabaja en la huerta conventual de Beas (BMC 10,325: declara­ción de Magdalena del Espíritu Santo); en su oficio de campe­sino en agosto de 1591 en La Peñuela; en la construcción en Granada o en Segovia. En su trabajo de recoger y trillar los humildes garbanzos no estamos ante un puro campesino o gañán de ésos que él pinta como a quien «aflige y atormenta al buey debajo del ari1do con codicia de la mies que espera» (1S 7,1).

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Espera otra mies y tiene otra codicia Juan de la Cruz, y de la tierra contemplada y trabajada espera el mismo pan de Dios.

Símbolo Juan de la Cruz de lo que debe ser la que Pablo VI llamaba «voz consciente y orante» del hombre que se renueva con la naturaleza, en una primavera constante, «llena de fuerza, de belleza y de poesía» 15.

En la primavera cósmica de la que Juan de la Cruz pone de relieve «la agradable frescura de la mañana» (CB 30,4), y sor­prende al ruiseñor cantando «pasados ya los fríos, lluvias y va­riedades del invierno, y hace melodía al oído y al espíritu re­creación» (CB 39,8), y le hace sentir la «nueva primavera en libertad y anchura y alegría de espíritu» (ibíd.).

Pregunta final: ¿Qué trato darúm los hombres a la natura­leza si viviesen con la sensibilidad poética y cristiana de San Juan de la Cruz?

Ya está contestada, prácticamente, en la pregunta anterior, que hemos terminado por convertir en afirmación: Juan de la Cruz símbolo.

Pero en plan de complemento, me parece bien dar una res­puesta tan sencilla como ésta: le darían el tratamiento que me­rece como criatura de Dios que es, y buscarían en ella las huellas dactilares de quien la hizo.

El sentimiento cósmico del poeta y del cristiano tiene que arrancar a los elementos circundantes y a las galaxias más leja­nas sus mejores palabras y sus salmos, tales como los Poemas para la utopía 16 o las Cancionos del hombre nuevo 17. Se nece­sitan ambas cosas: utopía y hombre nuevo. Estamos también necesitando «hoy más que nunca de espacios naturales inconta-

15 El 30 de abril de 1972 al rezo del «Regina Coeli», Ecclesia, 10 de junio de 1972, núm. 1.595, p. 15 (807). Decía hermosamente también Pa­blo VI: «Sí, también debemos hacer esto: observar, estudiar, admirar el cuadro inmenso y estupendo en el que se desarrolla nuestra existen­cia: los cielos, con sus silenciosas y ,temerosas profundidades (cfr. PASCAL, 206); la atmósfera, con su respiración vital, sus vientos y sus tempesta­des; el agua, también ella amiga y terrible, y sus océanos ilimitados, y la tierra, esta tierra, madre dulce y dura, ahora vestida de fiesta, y toda poblada de animales vivos y atareados, fecunda para nosotros en inmensas fatigas y riquezas».

t6 Es el ,título del magnífico libro de ANTONIO LÓPEZ BAEZA, Santan­der, Ed. Sal Terrae, 2." ed., 1984.

17 El título de otro libro no menos excelente de ANTONIO LÓPEZ BAEZA, Santander, Ed. Sal Terrae, 1986.

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minados, y 110 sólo por razones ecológicas, sino también estéti· cas y espirituales» 18. Por 10 mismo quienes, sabiéndolo o sin saberlo, comparten la sensibilidad humano-cristiana de Juan de la Cruz tendrán que tratar de conservar esos espacios y también de aumentarlos. El silencio es el gran espacio para el amor y la escucha.

El hombre tiene derecho a poder saber por experiencia, ahora mismo, 10 que significa para él la soledad y la noche cósmica serena y estrellada, o una noche sin estrellas, una no­che de ésas en las que intuyó Juan de la Cruz el gran símbolo de la noche oscura y también de la noche en par de los levantes de la aurora.

Poder saber y saborear esto ahora por experiencia vivida en nuestra civilización técnico-lumínico-nlidosa no es poca gracia del cielo.

Cierre

Como símbolo final de cómo no hay que pecar o atentar contra el medio ambiente habría que recordar aquella escena. Verano de 1591, en julio y en Madrid. El convento del Carmen descalzo, llamado de San Hermenegildo, está en lo que hoyes la parroquia de San José en la calle de Alcalá. Está por aquellos días prácticamente en el campo. Juan de la Cruz, necesitando oxigenarse y olvidar cosas desagradables, pide a uno de los religiosos que le acompañe a dar un paseo. Habla y habla con su acompañante, Juan de Jesús María (Aravalles). Y, en un mo­mento dado, le dice, viendo la hierba bastante crecida:

-« ¡Vámonos por esto que no está pisado; que no ha pasa­do por aquí nadie que haya ofendido a Dios! » 19.

Someter la naturaleza, pisar la tierra, caminar por ella, pero no romper el equilibrio ecológico, pecando contra ella y ofen­diendo al autor de tantas maravillas, no sea que un día tenga que arrepentirse de haber dado al hombre las llaves de la tierra.

18 Nuevo Diccionario de Espiritualidad, 1, cit., p. 384. 19 Lo refiere otro JUAN DE JESÚS MARÍA, no ARAVALLES mismo, BN­

Madrid, ms. 8568, fol. 297.