San Miguel de Las Espinas [Juan Bustillo Oro]

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1 SAN MIGUEL DE LAS ESPINAS TRILOGÍA DRAMÁTICA DE UN PEDAZO DE TIERRA MEXICANA (1933) JUAN BUSTILLO ORO Currículum JUAN BUSTILLO ORO BUSTILLO ORO, JUAN. Nace y muere en el D:F: 1904-1989. Abogado, dramaturgo y cineasta. En 1951 junto con Mauricio Magdalena fundó el teatro de Ahora. En su temporada inaugural en el antiguo teatro Hidalgo, estreno en abril y marzo de 1932 Tiburón y Los que vuelven, con la Cía. De Ricardo Mutio y escenografía de Carlos González. Fue autor de las siguientes piezas dramáticas: La honradez es un estorbo, 1930; Masas, 1931; Un perito en viudas, 1933; San miguel de las espinas 1933; Una lección para maridos 1934; Mi hijo el mexicano, 1953. En colaboración con Mauricio Magdaleno escribió El periquillo Sarniento, El corrido de la revolución y El pájaro carpintero, ademas de una revista musical en colaboración con Tirso Saenz y Joaquín Castillejos Kaleidoscopio. INTERVIENEN: I EMILIO DUVIVIER EL INGENIERO SCHMIDT MARÍA CLODOMIRO EL CHALE GÓMEZ CLEOFAS JOSÉ, EL ADMINISTRADOR EL INGENIERO OTALARA GUADALUPE SECUNDINO, EL CHAMACO EL SARGENTO DE RURALES RURALES CAMPESINOS CORO DE MUJERES CORO DE HOMBRES II SECUNDINO, EL JOVEN MARÍA, LA VIEJA AGUSTÍN REINA ASUNCIÓN REYES

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SAN MIGUEL DE LAS ESPINAS

TRILOGÍA DRAMÁTICA DE UN PEDAZO DE TIERRA MEXICANA (1933)

JUAN BUSTILLO ORO

Currículum

JUAN BUSTILLO ORO

BUSTILLO ORO, JUAN. Nace y muere en el D:F: 1904-1989. Abogado, dramaturgo y cineasta. En 1951 junto con Mauricio Magdalena fundó el teatro de Ahora. En su temporada inaugural en el antiguo teatro Hidalgo, estreno en abril y marzo de 1932 Tiburón y Los que vuelven, con la Cía. De Ricardo Mutio y escenografía de Carlos González. Fue autor de las siguientes piezas dramáticas: La honradez es un estorbo, 1930; Masas, 1931; Un perito en viudas, 1933; San miguel de las espinas 1933; Una lección para maridos 1934; Mi hijo el mexicano, 1953. En colaboración con Mauricio Magdaleno escribió El periquillo Sarniento, El corrido de la revolución y El pájaro carpintero, ademas de una revista musical en colaboración con Tirso Saenz y Joaquín Castillejos Kaleidoscopio.

INTERVIENEN:

I

EMILIO DUVIVIER

EL INGENIERO SCHMIDT

MARÍA

CLODOMIRO

EL CHALE GÓMEZ

CLEOFAS

JOSÉ, EL ADMINISTRADOR

EL INGENIERO OTALARA

GUADALUPE

SECUNDINO, EL CHAMACO

EL SARGENTO DE RURALES

RURALES

CAMPESINOS

CORO DE MUJERES

CORO DE HOMBRES

II

SECUNDINO, EL JOVEN

MARÍA, LA VIEJA

AGUSTÍN REINA

ASUNCIÓN REYES

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CLEOFAS

EL LICENCIADO ARIAS

EL LICENCIADO BRITO

EL DIPUTADO ÁNGELES

ENCARNACIÓN RUIZ

EL CHIVO GONZÁLEZ

EL INGENIRO SÁNCHEZ COY

INÉS

AMADOR LÓPEZ

UN CORONEL

UN CAPITÁN

UN MUCHACHO

SOLDADOS

CAMPESINOS

CORO DE MUJERES

CORO DE HOMBRES

III

EL INGENIERO RICO

EL GENERAL PASCUAL BRAVO

MARÍA, LA LOQUITA

NATIVIDAD, EL ADMINISTRADOR

EL CORONEL GARCÍA

EL CAPITÁN AGUILAR

EL GENERAL PRIETO

EL VATE LANDÍVAR

EL SENADOR MÉNDEZ

MONTAÑO

EL DIPUTADO GUEVARA

EL LICENCIADO ARCE

UN PEÓN

VARIOS OFICIALES

CAMPESINOS

CORO DE MUJERES

CORO DE HOMBRES

ACTO I: “EL CONSTRUCTOR”

Afuera de la ruinosa casa del rancho de San Miguel, en el norte de México, A la derecha, haciendo ángulo con el lateral extremo y la barda del fondo, la vieja fachada del edificio, provista de una gran puerta y de balcones enrejados. La barda está partida por un gran arco que forma la entrada; el descuido y el paso del tiempo la han dejado incompleta. Detrás del arco, el campo: una gran extensión de tierra gris cubierta por cactus, grandes órganos y nopales; también, algunos magueyes. Contra la fachada y la barda, montones de ladrillos y arena, sacos de cemento y utensilios de

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construcción en buen número. A la derecha,, en primer término, y bajo improvisada techumbre de lona, una mesa tosca de palo blanco y dos o tres sillas de tule. Hay algunos planos enrollados sobre las sillas, y otro más extendido en la mesa.

Al levantarse el telón, la escena está sola y en penumbra. Al mismo tiempo que articula sus palabras el Coro interior, diciendo su oración, va haciéndose la luz del amanecer, primero en el campo y después en primer término, ya que los cactus del fondo hayan cobrado todo su vigor.

CORO DE HOMBRES.-San Miguel, señor de la tierra triste y de los hombres tristes... San Miguel, señor de los horizontes polvosos... Y de los caminos de espinas...

CORO DE MUJERES.-Por la sed de tu polvo... Y el hombre de tus hijos... Escúchanos...

CORO DE HOMBRES.-¡Sed!; ¡hambre y sed!

CORO DE MUJERES.-Te pedimos el agua que fecunda. Y el trigo. Y el maíz. El pan de cada día, señor San Miguel.

CORO DE HOMBRES:-Aguardamos el agua.

CORO DE MUJERES.-Y la muerte.

CORO DE HOMBRES.-Te ofrecemos el sacrificio anual. Sea en nosotros tu cólera... Acepta nuestra ofrenda.

CORO DE MUJERES.-Unos niños. Unos hombres. Y unas bestias... ¡Ahógalos con la furia de tu río imprevisto! Sea en nosotros tu cólera. Pero deja el limo fecundo. Y el pan de los que queden.

CORO DE HOMBRES Y CORO DE MUJERES.-(Juntos.) Que la barranca aúlle con la llegada del agua... Que se suelte tu río furioso. Salte. Se desborde. Arrastre. Ahogue. Y deje luego el pan... San Miguel.

El coro calla. La luz se ha hecho. Silencio.

Por el arco entra un hombre vestido con pantalón de montar ranchero, guayabera clara, pañuelo al cuello y sombrero ancho oscuro. Viene cubierto de polvo y sacudiendo, impaciente, el fuete. El Chale Gómez es de estatura escasa y cuerpo magro; su rostro es moreno, de pómulos salientes, ojos un tanto oblicuos a los que debe el apodo, el bigote ralo. Después de observar desde el arco mismo con cierto recelo, entra decidido, va a la puerta de la casa y toca suavemente al mismo tiempo que hala con voz contenida.

CHALE.-¡Mariquita! ¡Mariquita!

Aparece en la puerta una indígena de edad indefinible, de rostro seco y pelo negro y lacio peinado hacia atrás en trenza.

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MARÍA.-Buenos días, Chale... Yo te hacía en San Antonio...

CHALE.-(Impaciente.) ¿No está tu hombre?

MARÍA.-Salió antes de que amaneciera...

CHALE.-¿Y a dónde fue?

MARÍA.-Dijo que a la estación, que a juntarse con los otros muchachos... ¡No sé en qué líos se anda metiendo! No quieren trabajar...

CHALE.-(Parece tranquilizarse.) Está bueno... ¿Y el patrón?

MARÍA.-Ahorita mismo iba a despertarlo. Madruga mucho.

CHALE.-Espera un momentito. Dame agua. He corrido dos horas entre las sombras y ese maldito polvo.

Entra María y a poco vuelve con un jarro lleno de agua. El Chale se lo arrebata y bebe con avidez. Después se sienta fatigado, arrojado al suelo los planos de una silla.

MARÍA.-(Asustada.) ¿Tienes sangre en el pescuezo?

CHALE.-(Llevándose la mano al cuello.) No es nada... Un tropezón del caballo y unos rasguños de tanta condenada espina como crece por aquí...

MARÍA.-(Humedece su delantal en el agua del jarro y le limpia el cuello con cuidado.) Espinas... Espinas... ¡Pronto podría cambiar esto, sino fuera que... ¡ Dicen los señores ingenieros y el patrón que esta tierra seria muy rica no más con la presa que quieren construir, que se acabarían las espinas y habría muchas, muchas hojas verdes... Y espigas.

CHALE.-(Con rabia.) Antes que agua, va a correr sangre en esta tierra, Mariquita. (Se pone de pie.)

MARÍA.-¡Sangre! ¡Dios está dejando a los hombres de su mano! Apenas va a empezar el trabajo de la presa, apenas se anuncia que se acaba la miseria, ¡y todos los hombres hablando de sangre y de bolas!

CHALE.-¡De veras que usted inocente, Mariquita! Lo peor que pudo sucedernos es que se acordaran los patrones del rancho y vinieran dizque a mejorarlo... ¡Agua!... ¡Agua! ¡Para ellos! Nosotros seguiremos igual, o peor.

MARÍA.-A todos serviría el agua, a todos.

CHALE.-(Con sorna.) Si, ya lo ve usted... ¿Qué hizo el patrón lueguito que llegó? ¡Quitarle a los peones el grano cosechando gracias a la última salida de madre que se dio el río!

MARÍA.-(Calla un momento, luego se acerca despreciativa al Chale.) ¿Quieres que te diga la pura verdad?

PRIMITIVO.-(Con la misma sorna.) Dígala.

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MARÍA.-Te duele que ya no puedes comprarle el grano a los hombres, baratito, como antes de que llegara el patrón.

CHALE.-(Se sacude el polvo del pantalón.) ¡Eso se saca uno por andarse metiendo en lo que no! Yo sólo les ayudaba a venderlo en la ciudad... Y ahora, como de todos modos no soy más que un campesino, no más tengo coraje por el atropello del patrón... ¡Ande, ande, defiéndalo! Ahí cuando no le lleguen más que los vales para tienda de raya, en lugar de sus centavitos, me habla.

MARÍA.-Sólo sé que la tierra es de él, y que el agua serviría para todos. ¡Ahora que necesitamos trabajar duro y en paz de Dios, vienes tú y sonsacas a los hombres y provocas algo muy feo, Chale!

CHALE.-Dígaselo a ellos, ¡a ver qué opinan! (Se echa el sombrero hacia delante.) Ustedes las viejas no entienden estas cosas, pero el grano es nuestro, ¡qué caray! Que nos lo deje y luego trabaje lo que quiera, pagándonos bien el trabajo...

MARÍA.-¡Nos! ¡Nos! ¿Tú qué? ¿Sembraste? ¿Le diste algún hijo, o alguna bestia a la inundación? ¡Buena que te la pasas en San Antonio con lo que ganas a costa de los peones ahogados, con el grano barato!

CHALE.-¡Bueno, no estoy para discutir con viejas! (Hace ademán de salir.) Voy a la estación, a ver a los muchachos.

MARÍA.-(Angustiada.) ¡Por dios, Chale, déjalo! ¡No les estés echando

lumbre en el alma, que luego son ellos los que pagan!

El Chale escupe por los dientes y sale sin contestar. María va a seguirlo cuando aparece por el arco Schmidt. El ingeniero alemán es hombre rubio y de rostro encendido, joven, alto y fuerte. Viste pantalón de kaki de montar y botas amarillas; viene en mangas de camisa y se cubre la cabeza con un saracof)

SCHMIDT.-(Por el que acaba de salir.) ¿Quién es?

MARÍA.-Pues... Pues creo que un comerciante de San Antonio...

SCHMIDT.-¿Qué quería?

MARÍA.-Agua...

SCHMIDT.-¿Nada más?

MARÍA.-A mí no me dijo... Quién sabe qué más querría, señor ingeniero.

SCHMIDT.-(Molesto.) ¡No sé! ¡Quién sabe, señor! ¡Nunca contestan ustedes otra cosa. (Inquieto.) ¿No viene a lo del grano?

MARÍA.-Pues creo... Creo que es el que se lo compraba a los hombres de San Miguel, cuando lo había...

SCHMIDT.-Sí, sí... ¡Ya sé! Éste es el Chale Gómez, ¿eh?... (La mujer asiente mientras el ingeniero da muestras de mayor intranquilidad.) ¿No se ha levantado don Emilio?

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MARÍA.-Ahorita iba a despertarlo...

SCHMIDT.-¡Ve pues! ¡Ya deberías haberlo hecho!

María se dirige a la casa, pero de ella sale Emilio Duvivier. El joven patrón es un hombre de veintinueve años, de tez blanca y apuesto, alto y delgado, usa bigote cuidado. Viste como Schmidt.

DUVIVIER.-¡Hola, Schmidt! Perdone que lo haya hecho esperar... Me acosté rendido y esta mujer se ha olvidado de despertarme...

MARÍA.-Ahorita iba a...

SCHMIDT.-(Muy serio.) El Chale salía ahora de aquí. Él la distrajo.

DUVIVIER.-(Fácil a la cólera.) ¿Otra vez ese tipo por aquí? (A María.) ¿Qué demonios quería?

MARÍA.-Agua, patrón... Me pidió de beber... No sé más...

DUVIVIER.-¿Y dónde están Cleofas y Clodomiro?

MARÍA.-(Nerviosa.) Se salieron antes del amanecer, como siempre...

DUVIVIER.-¿Para qué?

MARÍA.-No sé, patrón, no sé... Irían al trabajo...

DUVIVIER.-¡Les dije que esperaran! (Desentendiéndose de la mujer.) ¡Ya los meteremos en cintura a todos! (Se

contiene. A María.) Bueno, el café que tenemos prisa.

María entra en la casa.

SCHMIDT.-Ése es nuestro hombre, Duvivier.

DUVIVIER.-(Paseándose.) ¡No es un hombre! ¡Es la mala índole de todos estos malditos indios! ¿Pero qué demonios se habrán figurado?

SCHMIDT.-(Sin hacer aprecio de la cólera de Duvivier.) Ese Chale negociaba con el gramo del rancho mientras el padre de usted tuvo esto en olvido... Anda predicando el descontento entre los campesinos... Quiere forzarnos a tratar con él, probablemente... Y acuérdese, Duvivier, hay que tener cuidado... Todas estas noticias de la revolución en el Sur son muy malas consejeras...

DUVIVIER.-¿Y qué quiere usted que haga yo? El grano es del rancho. ¿Y no es de mi padre el rancho? ¿Quiere usted que se lo regale, o qué?

SCHMIDT.-(Frunce el ceño.) Muchos, muchos años han pasado disfrutando de las cosechas que lograban gracias a las inundaciones... Y sus leyes son las costumbres, Duvivier. Ven en su actitud un atropello...

DUVIVIER.-¡Algún día deberían de terminar las malas costumbres!

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SCHMIDT.-Su padre las dejó arraigarse... Ahora resulta violento variar el uso de un solo golpe.

DUVIVIER.-¡Pues es necesario hacerlo! Esto tiene un amo, y es indispensable que se sepa bien... Desde que yo entré por el camino de polvo y espinas que viene a San Miguel, Schmdit, entraron el orden y la civilización conmigo. Por las buenas o por las malas, se trabajará esto como debe ser, y ha de convertirse la tierra seca en una magnífica hacienda... ¡Trabajo, trabajo y orden eso lo que necesita el país! Una generación de hombres sanos y empeñosos que metan a todos estos indios al trabajo unido...

SCHMIDT.-Sí..., pero...

DUVIVIER.-(Enardeciéndose.) ¿Cree usted que he pasado los años recibiendo una preparación técnica, soñando con la transformación de mi país y sacándole a mi padre el dinero necesario para la obra, nada más que para venir a regalarles lo mío? ¿Se imagina que ni siquiera abandono el trabajo para ir a ver a mi hijo, tan sólo para fomentar el caos que reina aquí?

SCHMIDT.-(Que ha escuchado tranquilamente, encendiendo su pipa.) Está bien, está bien... Pero el caso merece más que su enardecimiento, Duvivier... Si usted les deja el grano por esta vez, los trabajos se facilitarán... Desde el año próxima los usos serán otros... Las cosechas se deberán a la presa que habremos terminado y los indios ya no verán en el grano a sus gentes ahogados por el río...

DUVIVIER.-(Enérgico.) Mire, Schmidt... Lo que me importa sobre

todo es establecer el principio de mi derecho y de mi autoridad. ¡Esta gente sólo entiende a palos, como las bestias! Necesitamos disciplinarlos o acabarlos para que el país progrese, para que se pueda construir la gran nación que merece ser... (Se pasea violentamente.)

SCHMIDT.-No se deje llevar por su orgullo de ser hijo de un extranjero, por la pureza de su raza, Duvivier...

DUVIVIER.-¡No diga usted tonterías! ¡Nada tiene que ver eso! A lo que voy es a que, indio o blanco, para el trabajo la primera condición es la disciplina... (Vuelve a pasearse.) Y, ya lo sabe usted, necesito el dinero que produzca el grano... ¡Eso además!

SCHMIDT.-(Sonríe.) No es una cosecha muy abundante...

DUVIVIER.-(Cerca de él.) ¡Un centavo, un centavo que sea, no lo sacrifico! ¡Todo el dinero que caiga en mis manos será poco para los proyectos que tengo! (Se entusiasma, toma el ingeniero por el brazo y lo lleva hasta el arco.) ¿Se imagina el gozo de ver emerger, por el cumplimiento exacto de nuestros planes, un rancho próspero de estas llanuras polvosas y olvidadas? ¡La mano de un constructor, al fin, sacudiendo la indolencia de esta raza perezosa!

SCHMIDT.-Sí, sí... Todo eso está muy bien...

DUVIVIER.-(Sin escucharlo, con la vista fija en la llanura.) ¡Usted lo sabe, Schmidt, esta tierra es mejor que sus hombres! ¡Agua, sólo agua es lo que hace falta! ¡La presa! ¡No los indios! ¡Los indios pueden acabarse!... Palmo por palmo del territorio mexicano

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necesita este programa. Trabajo y dominio. ¿Se imagina? Los cactus cederán el paso, rindiendo sus espinas, a la llegada de las espigas doradas y del maíz esbelto... La tierra seca se conmoverá como vientre de hembra fecundado, bajo el agua de mi presa. Surgirán los pabellones para las industrias proyectadas... La vía férrea llegará hasta aquí para dejar escapar vagones y vagones con el fruto de la tierra... ¡Ah, ingeniero, pondremos un ejemplo de lo que debe hacerse en México!

SCHMIDT.-Su propósito merece realización cabal... Por eso...

DUVIVIER.-¿Cree usted que los supuestos derechos de estos indios idiotas valen un solo tropezón en la obra? ¡No son más que material, como el ladrillo y el cemento! Bastante tienen con los vales que les hemos dado para el maíz y la manta... ¡Ni siquiera tiene necesidades!

La mujer llega con el café, el pan y los jarros para el desayuno, que deja en la mesa: vuelve a la casa. Schmidt se acerca al desayuno moviendo la cabeza. Duvivier lo sigue y vuelve a tomarle el brazo.

DUVIVIER.-¡Vaya, ingeniero! Usted es otro constructor... Necesito que sea tan entusiasta de la obra como yo... Ande, desayúnese y a trabajar, que es lo único que hace falta.

SCHMIDT.-(Da un sorbo a su café.) Ya sabe que siempre me atrajo esta tarea como a usted mismo... Por eso me

preocupan los obstáculos... Aunque nació usted aquí, Duvivier, se ha pasado la mayor parte de la vida en las escuelas de Europa, consolidando sus inclinaciones de raza... Y yo llevo mis buenos años tratando con los campesinos de su país, los conozco mejor... Mis consejos son buenos.

DUVIVIER.-Usted nada más es un técnico en su profesión, amigo Schmit. Por lo demás es un sentimental. Un sensiblero, me atrevería a decir. Usted conoce a los campesinos y yo lo conozco a usted. Lo que le preocupa ahora son los indios... ¡Ah, no sé qué demonios tienen los alemanes con los indios! ¡Bien, bien se ve que no los tienen en su país!... (Trata de reír.)

SCHMIDT.-Se equivoca... sólo quiero que salga de este mal paso.

DUVIVIER.-¡Mal paso! ¡Por favor, ingeniero! Energía, un par de guardas, y adelante! Lo que necesitan estas tierras es la voluntad y la civilización del blanco...

SCHMIDT.-(Decidiéndose.) Bien, tengo que hablarle con absoluta claridad. Es mi deber. Toda la región, el país entero está agitado y no es tiempo de imprudencias. O aplaza usted los trabajos, le da gusto a su esposa reuniéndose con ella y con su hijo en la capital para esperar a que el fermento produzca el estallido y que la fuerza pública lo aplaste totalmente... o...

DUVIVIER.-¡Volverme derrotado, estúpidamente derrotado! (Deja el jarro que ya se llevaba a la boca.) ¡No me conoce usted!

SCHMIDT.-O bien les cede usted el grano y se gana su total confianza.

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DUVIVIER.-¡Bueno, ingeniero! Será mejor que se ocupe exclusivamente de su trabajo técnico... Si lo que tiene es temor, hoy mismo se tranquilizará porque antes de medio día nos llegarán más guardias rurales...

SCHMIDT.-Está bien. (Da el último sorbo a su café.) Estoy listo para continuar la exploración.

DUVIVIER.-(Distinguido.) Sí, es preferible... Vamos al trabajo, vamos...

Se encaminan al arco. Un muchacho de catorce o quince años, vestido con camisa y pantalón de manta, muy polvosos, los detiene. Es un chico moreno y flaco que viene muy acongojado.

SECUNDINO.-¡Patrón! ¡Patrón!

SCHMIDT.-¿Qué te pasa, chamaco?

DUVIVIER.-¿Qué tienes?

SECUNDINO.-¡Don José, patroncito, don José que ha hecho que los rurales le den de cintarazos a mi padre!

SCHMIDT.-Gaona, el administrador. Ya sabe usted cómo es.

DUVIVIER.-(Molesto.) ¡Algo habrá hecho tu padre!

SECUNDINO.-(Tronándose los dedos.) ¡Le han dado fuerte, muy fuerte, patroncito! ¡Es una injusticia! ¡No más le dijo lo que le encargaron los otros peones!

DUVIVIER.-¿Y qué le encargaron?

SECUNDINO.-Pues... pues... creo que tratarle lo del grano...

DUVIVIER.-(Escolerizado.) ¡El grano! ¡El grano! ¡Otra vez el grano! ¡No son poco tercos los indios de San Miguel

Por el arco llega José Gaona, el administrador, hombre chaparro, grueso y de tez morena, gran bigote de guías grises, se viste poco más o menos como Chale Gómez. Trae en una mano el sombrero; en la otra, un fuete. Lo siguen los guardas rurales que se quedan en la puerta.

JOSÉ.-(Al ver a Secundino, que continúa tronándose los dedos.) ¿Ya viniste con el chisme? ¡A ver si te largas si no quieres tú también tu entrada de chingadazos! (A Duduvier mientras el muchacho se refugia atemorizado en la puerta de la casa y se abraza a María que sale en este momento.) Usted perdonará, patrón, pero esta gente le carga a uno el alma...

SCHMIDT.-Me parece que se ha puesto usted demasiado enérgico, don José.

JOSÉ.-(A Duvivier con una sonrisita.) El ingeniero se cree que tratamos con gentes razonables, patrón...

DUVIVIER.-¿Qué ha sido todo eso?

JOSÉ.-Cuando llegué a la estación a terminar la carga del grano en los vagones, ya me estaban esperando los

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peones en grupitos... Imagínese, jefe, que iban con la pretensión de impedir el embarque. ¡Le digo que los encabezaban Cleofas y el padre de éste! (Señala a Secudino.) Usted comprenderá que no había más remedio que ponerse de fierros malos. Hice que los cintarearan los guardias, y se acabó la bola.

SCHMIDT.-¿Cree usted?

DUVIVIER.-¡Basta, ingeniero! ¡Yo mismo he ordenado a Gaona que use de la mayor energía!

JOSÉ.-El caso es que... (Se turba.) Que se niegan a seguir trabajando... Yo la pura verdad que ya no los aguanto... Quieren hablar con usted... Y le ruego, patrón que a ver si usted puede...

DUVIVIER.-(Muy impaciente.) ¿Pero es que insisten?

JOSÉ.-Pues sí, jefe... Pero yo creo que si usted les habla... A usted lo respetan y... ¿Quiere que los haga pasar? Al cabo estando aquí los guardias...

DUVIVIER.-(Disgustado.) ¡Ah, ya están aquí! ¿Eh?

SCHMIDT.-Óigalos, Duvivier, óigalos... Cálmelos. Hágales promesas... Algo. Yo sé lo que le digo.

DUVIVIER.-(Duda un momento, de pronto se decide.) ¡Está bien! Los voy a oír por usted, y hasta a hacer una experiencia, Schmidt... ¡A ver quién conoce mejor a esta gente! ¡A ver si tengo o no tengo razón!

Gaona se acerca al arco y chifla fuertemente, con un dedo puesto en la boca, al mismo tiempo que hace ademanes de que vengan. El ingeniero Schmidt recomienda a los guardias, con señas, que estén atentos; se acerca a Duvivier.

SCHMIDT.-Tenga calma... Es preferible tratarlos bien, a lo menos por ahora...

DUVIVIER.-¡Ya verá! Le digo que voy a hacer una experiencia por usted. (Sonríe con sorna.)

Entra por el arco un grupo de cuatro o cinco campesinos de edad madura o viejos, seguidos por los más jóvenes y por algunas mujeres y niños; alguna de ellas da el pecho a un chiquillo. De los cuatro o cinco principales, Clodomiro y Cleofas parecen ser los de autoridad y traen la camisa ensangrentadas por las espaldas. Por entre los campesinos llegados se abren paso los dos rurales y se aposentan cerca de Duvivier con los fusiles dispuesto.

CLEOFAS.-(Respetuoso, con el sombrero en la mano.) ¡Da su merced permiso!

DUVIVIER.-(Procurando aparentar jovialidad.) Vamos a ver, muchachos... Adelante, adelante... ¿Qué les ha picado?

CLODOMIRO.-(Que hace visibles esfuerzos por disimular la cólera.) Por lo

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pronto, patrón, unos cintarazos que don José le ordenó a los guardias...

DUVIVIER.-Ya he reprendido a don José por eso...no volverá a suceder... Pero es necesario que esto entre en orden para que podamos comenzar las obras que han de beneficiarnos a todos... (Se sienta en la mesa.)

CLEOFAS.-Mire, patroncito... Ya los cintarazos nos los llevamos, no venimos a hablarle de ellos...

DUVIVIER.-Tú dirás...

CLEOFAS.-Nosotros somos peones de su rancho y estamos dispuestos al trabajo... Cuando usted nos diga... Únicamente que queríamos... (Duda y mira a Clodomiro.)

CLODOMIRO.-(Más atrevido.) Pues, jefe... Usted ya sabrá que cada tierra tiene un destino, y que los hombres siguen el destino de su suelo... Y en este rancho nos tocó poca agua y mucha dificultad para cosechar... Y cuando hay cosecha, pues por tantito... Porque es cuando el río se ha salido de madre y nos ha mojado la orillita, pero llevándose por delante a muchas de nuestras gentes...

DUVIVIER.-(Aguantando a su pesar.) Bueno, bueno... Toda esa historia tan larga viene a que ustedes se quedaban cada año con el grano de la cosecha...

CLODOMIRO.-Cuando lo había, patrón, cuando lo había... Porque habíamos hecho el trabajo nosotros, y por que en el grano van siempre vidas de los mismos peones, ya le digo, jefe... El río que se sale de madre no avisa; muchas veces nos coge a media noche... Ya nada más oímos cómo truena el

agua y no hay tiempo de salvarnos todos... Este año nada menos, se me quedaron dos escuincles y luego, muchos días después, los encontramos pudriéndose entre el lodo...

UN PEÓN.-¡Dos veces he perdido mi jacal! ¡Y un hijo!

UNA MUJER.-Mi hombre se ahogó entre las espinas...

OTRA MUJER.-Y el mío...

Oscuro. Un reflector afoca el grupo de campesinos únicamente, iluminándolo lateralmente, de modo que las sombras de unos oculten parcialmente a los otros.

CORO DE HOMBRES.-(Lentamente.) Aguardamos el agua, San Miguel...

CORO DE MUJERES.-Y la muerte.

HOMBRES Y MUJERES.-(Juntos.) ¡Sea en nosotros tu cólera! Pero deja el limo fecundo... Y el pan... San Miguel.

Vuelve la luz.

DUVIVIER.-Precisamente yo vengo a remediar todo eso. En cuanto la presa esté terminada y regularicemos las siembras, se habrán acabado las terribles inundaciones y las cosechas serán tres, cuatro, diez veces más

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grandes y más felices que hasta ahora... El grano estará limpio de vidas. La bendición de Dios habrá caído sobre San Miguel... Con sus fabricas, con ferrocarril que ya acabamos... Con...

CLODOMIRO.-Sí, patrón... ¿Pero no se le hace que la cosecha de este año, con nuestros ahogados, todavía es nuestra?

DUVIVIER.-(Duda.) Muchachos, ustedes no necesitan ya el grano... (Rumores entre los campesinos.) Y yo sí... En la tienda les darán cuanto necesiten, hasta manteca que no han tenido hasta ahora... Y el dinero de las cosechas será para las obras que nos van a salvar a todos...

CLEOFAS.-(Va perdiendo la calma poco a poco.) Le hablamos en nombre de todititos los peones, patrón... Y ya no es tanto por los centavos, es que todos los hombres creen que están en su derecho y...

DUVIVIER.-(Otra vez enardeciéndose.) ¿Pero qué no entienden, o qué les pasa? ¡Vengo a acabar con las inundaciones y con el polvo! (Se levanta de la mesa y se pasea.)

CLODOMIRO.-Sí, patrón, sí... Pero últimamente, ¿a quién beneficiará todo eso?

DUVIVIER.-¡A ustedes! ¡A mí! ¡A todos!

CLODOMIRO.-A los patrones sí, patrón... La presa para que les dé más nuestro trabajo, ¡el ferrocarril para llevarse lo nuestro, como ahora! Seguiremos como en todos los ranchos, la misma vida... Comeremos igual, viviremos igualito de pobres... Siquiera

antes de que usted viniera, era el destino quien nos ahogaba... Y también nos dejaba unos centavitos a cambio de nuestros muertos...

DUVIVIER.-(Se vuelve a Schmidt enrojecido de rabia.) ¿Ya los oye usted? ¡Prefieren ahogarse todos a que entre aquí la civilización! (Se vuelve a los campesinos.) ¡Se acabó! ¡Si no entienden por las buenas, entenderán por las malas! ¡San Miguel tiene un amo! Y les advierto que hoy al medio día llegará un buen grupo de rurales y que con ellos se entenderán ustedes... Si no quieren trabajar, los expulsaremos del rancho y traeremos gente de otro... ¡Vámonos de aquí!

CLEOFAS.-(Conteniendo a Clodomiro que está muy excitado.) Entonces, patrón... ¿embarcan el grano siempre? ¡Nos lo quitan! ¿No importa que vaya en él la vida de muchos hijos de San Miguel?

DUVIVIER.-¡No tenemos más que hablar! Los quiere uno tratar como a personas, y no entienden... ¡Es inútil! El grano se va y el trabajo se hará.

CLODOMIRO.-(Amenazador.) ¡Mire patrón que!...

DUVIVIER.-(Furioso.) ¿Qué?

CLODOMIRO.-(Conteniéndose y sonriendo.) No se enoje, patroncito. No más quería decirle que podrá llevarse el grano y que nosotros... pues ahí trabajaremos... ¡Qué le hemos de hacer! Pero que eso no quita que sea nuestro, ¡y que ahí usted se quede con su conciencia!

DUVIVIER.-Muy bien. ¡Váyanse ya! Al fin y al cabo terminarán por

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agradecerme todo esto... Es por el bien de ustedes mismos...

Los campesinos salen murmurando, a excepción de Clodomiro que se queda con María y Secundino.

MARÍA.-Ven, Clodomiro, ven... Deja que te lave las espaldas. (Entran los tres campesinos a la casa.)

Duvivier está paseándose. Gaona lo sigue con la vista, cerca del arco. Schmidt está encendiendo otra vez su pipa, muy preocupado.

DUVIVIER.-¿Lo ha visto, Schmidt? ¿Quién tenía razón?

SCHMIDT.-Cuando me habló usted de hacer una experiencia, creí que se refería a dejarles la cosecha.

DUVIVIER.-¡Está usted tan loco como ellos! (A Gaona.) Vamos a la estación a ver la partida del grano... ¡Y a ver quién se opone! (A los rurales.) ¿Dónde están sus compañeros?

RURAL PRIMERO.-Haciendo guardia cerca de los vagones.

DUVIVIER.-Síganos ustedes... Si es necesario, meteremos más cintarazos que granos de maíz en la cosecha... Pero la obra, óigalo bien, Schmidt, se hará sobre los indios... Venga

conmigo... Después continuaremos la exploración...

SCHMIDT.-A sus órdenes. (Sale con Duvivier y Gaona, seguido por los guardias.)

Después de unos instantes, se oyen voces por fuera y llega por el fondo un pequeño grupo de campesinos del que se desprende Cleofas, haciendo señas a los demás de que esperen.

CLEOFAS.-(En la puerta de la casa, hacia dentro.) ¡Clodomiro! ¡Clodomiro!

Sale apresuradamente Clodomiro. Lo siguen su mujer y su hijo que permanecen en la puerta observando en silencio.

CLODOMIRO.-¿Qué, se va el tren?

CLEOFAS.-Ahorita, debe estar saliendo... Pero ya están los muchachos de Guadalupe en el puente...

GUADALUPE.-(Se desprende el grupo.) ¡Y a ver si pasan el puente!

CLODOMIRO.-Eso, eso es lo que había que hacer y dejarse de ruegos el patrón... El Chale tenía razón, ya lo viste, Cleofas.

MARÍA.-(Desde la puerta angustiada.) ¡El Chale! ¿Qué les ha aconsejado el

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Chale? Acuérdese de sus mujeres y de sus hijos.

CLODOMIRO.-Tú cállate, María... las mujeres no entienden de estas cosas...

MARÍA.-Dejen obrar a la voluntad de Dios...

CLODOMIRO.-(Enérgico.) ¡Te digo que te calles!

Como da los pasos, amenazador, hacia ella, la mujer se calla y abraza a su hijo.

GUADALUPE.-El Chale no tarda nadita... Fue a hablar con los de San Antonio que se salieron a trabajar sin saber. Nos dijo que le esperáramos contigo.

CLODOMIRO.-¿Trajo eso?

CLEOFAS.-Cumplió como los machos. Son veinte, casi nuevecitos... Y harto parque.

GUADALUPE.-En el montón de caña seca están los nuestros, y el tuyo, Clodomiro.

CLODOMIRO.-¡Al pelo! ¡A ver si se lleva ahora el patrón nuestros centavos! ¡Ah patrones jijos! ¡Si por eso ya les están dando en el Sur lo suyo!

CLEOFAS.-Dice el Chale que por el Sur ya no más los campesinos mandan.

En este instante llega el Chale por el fondo, apresurado.

CHALE.-¡Ahora sí, muchachos! ¡A ver cómo nos portamos! ¡Hay que estar listos, porque después de lo del puente!...

CLODOMIRO.-¡Luego, luego! ¡Ni crea que nos vamos para atrás!

CHALE.-No vienen mas que cinco rurales de aumento, no se apuren, muchachos... Con los que hay aquí, sólo serán nueve... No servirán ni para el arranque... ¡Hay que aprovechar el momento! El gobernador no está esperando más que haya grupitos para levantarse...

CLODOMIRO.-¡Y aunque nos acabaran! Si no se lo lleva a uno el río un día, o el hambre otro, pues una bala puede lo mismo...

CLEOFAS.-El hambre, el río o las balas... ¡Es igual!

GUADALUPE.-Entonces, jálele... Para la estación... ¡Ojalá pudiéramos agarrar antes a los rurales!

Como los hombres se disponen a salir, a María se adelanta y detiene angustiosamente a Clodomiro por la camisa.

MARÍA.-¿Dónde vas, Clodomiro? ¿Qué horribles bolas están inventando?

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CLODOMIRO.-(Rechazándola.) ¡Déjame y cállate la boca!

MARÍA.-(Al Chale.) ¡Tú eres el culpable, Chale, tú! ¡Por ti nos van a acabar a toditos! Mira cómo no recibes tú cintarazos, ni los discolones...

CLODOMIRO.-(Empujado a la mujer hasta la casa.) ¡Tú estate en la casa, sosiega, con el muchacho! ¡Y ojalá digas una palabra! (La empuja más enérgicamente.) Éstas son cosas de hombres... ¡Anda, métete y estate ahí si no quieres que nos vaya peor!

MARÍA.-¡Déjalos, Clodomiro! ¡No vayas tú!

CLODOMIRO.-¡Vieja mitotera! ¡Te van a oír! ¡Métete y ahí estate! (Al muchacho.) Acompáñala, Secundino...

Entra la mujer seguida por el muchacho que se va tronando los dedos. Por el arco llegan Schmidt y el ingeniero Otalora tropezándose casi con los campesinos que salen apresuradamente. Otalora hombre moreno, delgado y joven que viste como Schmidt pero no trae saracof sino sombrero ancho.

SCHMIDT.-(A los hombres.) ¿Qué demonios hacen ustedes aquí? ¡A trabajar! ¡A trabajar!

OTALORA.-No tardan los otros rurales y a ver si persisten en su flojera...

CLODOMIRO.-Vinimos a refrescar, jefe... Al trabajo vamos...

Salen los campesinos.

SCHMIDT.-(Deteniendo por un brazo al Chale que era el último.) Usted cuídese, Chale.

CHALE.-Andaba preguntando por el patrón, a ver si lo convenzo de lo que la venta...

SCHMIDT.-No sabe que salió el grano vendido, ¿eh?

CHALE.-¡No me diga usted!

SCHMIDT.-¿Y no sabe tampoco que llegan más rurales? Oiga un buen consejo: váyase enseguida. Procure que no lo vea don Emilio por aquí, porque la va a pasar muy mal.

OTALORA.-A ver si te toca ser el que elijan para poner un buen ejemplo, Chale. (Ríe.) ¡No estaría mal! No habría ni complicaciones, porque no eres de la gente de aquí.

CHALE.-El que nada debe, nada teme.

SCHMIDT.-(Soltándolo.) Sé lo que le digo, váyase.

CHALE.-Si ya me iba... ¡Adiós! (Se lleva con sorna la mano al sombrero y sale.)

Schmidt y Otalora lo siguen con la vista desde el arco, un momento.

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SCHMIDT.-Éste la anda buscando.

OTALORA.-Es un pobre diablo... Enredoso, pero inofensivo, Schmidt.

SCHMIDT.-No se crea que usted. Los hombres no quieren trabajar y alguien se los ha aconsejado. Ahora mismo. Duvivier se ha quedado liado a pestes y maldiciones con más de veinte campesinos en la estación... Por lo pronto, ya hemos perdido otra mañana... (Se sienta.)

OTALORA.-Yo no. Voy a proceder a la medición de este sitio para la nueva casa de la hacienda. A Duvivier le ha gustado el lugar y quiere que le demos prisa al asunto.

SCHMIDT.-Sí, mucha fiebre de trabajo tiene Duvivier... Pero muy inoportuna. Los hombres vieron partir los vagones con profundo disgusto... Allí se juntaron más de doscientos, mudos pero amenazadores... ¡Y con toda la agitación que hay en el país!

OTALORA.-Bien se lo decía su padre a don Emilio... “Mal tiempo has escogido para hacer obras en San Miguel”. .. El viejo francés sabía su asunto, pero el muchacho estaba emperrado en venir...

SCHMIDT.-Es tan absurdamente terco, que ya no me preocuparía yo de convencerlo si no fuera porque puede volar con todos nosotros... ¡Pero no hay modo! ¡Se cree el constructor de México!

Se interrumpe porque llega Duvivier con el administrador. Dos guardias rurales, que vienen detrás de ellos, se queda, cerca del arco, descansando.

DUVIVIER.-¡A ver si expulsando a los instigadores, persisten en su insolencia! ¿Está usted seguro, Gaona, de que Cleofas, Clodomiro y Guadalupe?...

JOSÉ.-Aparte del Chale, patrón, que es el principal.

OTALORA.-¡Ahora mismo salía de aquí con unos campesinos!

DUVIVIER.-(A uno de los rurales.) ¡Váyanse a buscar a Gómez! Agárrenlo como sea, aunque tengan que dispararle...

Salen los rurales. Se escucha un agitado vocerío que se acerca. Duvivier, Schmidt, Otalora y Gaona se acercan al arco para ver hacia la derecha, de donde viene el rumor. Las voces crecen y llegan cinco rurales que traen a dos campesinos a empellones muy rudos, seguidos por cuatro o cinco mujeres y dos hombres más. Los rurales vienen armados con rifles; dos de ellos traen además de la suya otra arma que acaban de quitarle a cada uno de los presos.

DUVIVER.-¿Qué es todo este escándalo?

El rural jefe, un sargento, se adelanta.

SANGENTO.-Cuando llegábamos en nuestros caballos a la altura del puente

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de Buenaventura, vimos cómo el tren que acababa de salir de aquí se descarrilaba porque la vía estaba destruida... Los vagones se fueron al río y unos campesinos trataron de prenderles fuego... No nos habían visto...

DUVIVIER.-¡Ya es demasiado! ¡Demasiado!

SARGENTO.-Los perseguimos y logramos coger a estos dos que iban armados y se detuvieron a proteger la fuga de los otros.

DUVIVIER.-(Se pasea irritadísimo.) ¡Demasiado! ¡Demasiado! ¡Hay que ponerle punto final!

SARGENTO.-Traemos instrucciones de obedecerlo absolutamente, jefe... No sabíamos hasta dónde han llegado las cosas... Pero ya telegrafiamos pidiendo más hombres... Ahora, usted nos dice...

DUVIVIER.-(Se para en seco, se vuelve al sargento.) ¡Puedo ordenar cualquier cosa! ¡Hasta una ejecución!

SARGENTO.-Usted no más nos dice, patrón.

SCHMIDT.-(Se acerca vivamente a Duvivier.) ¿Qué va usted a hacer, Duvivier? ¡Se le ha subido la sangre a la cabeza!

CORO DE HOMBRES.-(Afuera.) ¡Sed! ¡Sed y hambre! ¡Agua y sangre para su sed, para tu hambre, San Miguel!

Schmidt saca su pistola lo mismo que Otalora. Los tiros se oyen más cerca, Vuelve Gaona.

JOSÉ.-Los campesinos están armados, y son más que los rurales... Además, han matado a tres por sorpresa...

SCHMIDT.-¡Vaya al pueblo, Gaona! ¡Coja mi caballo que es muy rápido! ¡A ver si da tiempo a que traiga auxilio!

Gaona sale por la izquierda del arco muy aprisa. Como el griterío se acerca, Schmidt coge por un brazo a Duvivier, que está aturdido, y lo lleva hacia la casa.

DUVIVER.-Créame que sólo lo siento por Carlota y por mi hijo, a quien ni siquiera conocí...

SCHMIDT.-¡A la casa! ¡A la casa! (Los sigue Otalora.)

Ya van a entrar, pero varios campesinos, encabezados por Clodomiro, llegan al arco y disparan desde allí sobre el grupo que huye. Otalora cae, Schmidt se recarga en la pared, herido. Duvivier, lleno de sorpresas, se deja coger por los hombres. Secundino llega detrás de todos y vuelve a entrar en la casa.

CLODOMIRO.-(Zarandeando al patrón.) ¡Qué suerte! ¡Ni un raspón

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sacó el patroncito! ¡Así lo colgaremos vivo! ¡Que se ahogue como los que sorprende el río de San Miguel!

CORO DE HOMBRES.-¡Como los que sorprende el río!

¡A colgarlo! ¡A colgarlo! ¡Cómo los que sorprende el río!

CLODOMIRO.-Con el güerito aquel y con el cuerpo de ése. (Señala a Otalora.) ¡Y con los rurales! Ahí en los limpitos postes que acabamos de poner dizque para el telégrafo. A la entrada del camino, que los vean bien los otros rurales ahora que lleguen.

CORO DE HOMBRES.-¡A los postes! ¡A los postes!

EL Chale llega con mas campesinos que siguen gritando y lanzando alaridos.

CHALE.-(Se adelanta y toma por un brazo a Schmidt que está casi desvanecido todavía contra la pared.) ¡A este güero me lo reservan! ¡Yo sé hacer muy bien el nudo! (A los hombres que lanzan un alarido a coro.) ¡Y aprisa! Después a los caballitos finos que trajo Duvivier... ¡Porque no tardan los rurales!

Vociferando sacan a Duvivier y a Schmidt, y arrastran hacia afuera el cadáver, por unos momentos se oyen sus gritos alejándose y algunos disparos mezclados con alarido. De improviso, una súbita frase del coro lejano.

CORO DE HOMBRES.-¡Como los sorprende el río de San Miguel!

Después de unos momentos silenciosos, María se atreve a salir de la casa, llena de congoja, mientras Secundino se le escapa corriendo, por el arco, hacia el campo.

MARÍA.-(Desde el arco.) ¡Secundino! ¡Secundino! ¡Clodomiro! (Se deja caer en el suelo llorando.)

CORO DE MUJERES.-(Por dentro.) Te ofrecemos el sacrificio anual... Y sangre... Sangre para tu sed, tierra seca... Para que la devuelvas en espinas... Espinas para los pechos de tus mujeres, San Miguel.

T E L Ó N

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ACTO II “RIFLES”

El mismo lugar de “El Constructor”, con las siguientes variaciones: La casa de la derecha muestra huellas de un violento incendio; por detrás de las ventanas y de la puerta ahumadas, se ve, a trechos, el campo, el cielo o alguna de las paredes interiores. De entre los barrotes de las rejas salen nopales. De la barda del fondo, sólo queda la parte de la derecha y medio arco; en el otro extremo, sólo algunas grandes piedras de la base. A la izquierda, un jacal de adobe, con techo de paja. De ese mismo lado, y detrás de los restos de la barda, parte de uno o dos jacales más. Al fondo, el campo seco y cubierto de cactus. No hay ni ladrillos, ni cemento, ni utensilios de construcción. Contra la barda de la derecha, varios fusiles; un cinturón de cartuchos cuelga de uno d ellos.

El drama comienza con la escena a oscuras. Un reflector se fija en la casa quemada recorriendo sus detalles. Luego revisa detenidamente las armas

recargadas al fondo. En seguida revisa los jacales.

Empieza a clarear la amanecida al fondo, destacándose entre todo la vigorosa silueta de los órganos y las curvas espinosas de los nopales, como en “El Constructor”.

De improviso, se escuchan dos series de disparos, sordos, lejanos. Después, habla lentamente el coro interior, con voces bajas y distantes.

CORO DE HOMBRES.-¡Más sangre! ¡Más sangre cada día! ¡Hasta que acabe tu sed!

CORO DE MUJERES.-Molemos el maíz con sangre... Y la boca que muerde el pan besa la sangre...

CORO DE HOMBRES.-Por ti, tierra seca. Porque tu polvo se amase en pan.

En estos momentos dos mujeres salen del jacal del primer término cargadas con un metate, su brazo y el tompiate con el nixtamal. Colocan los objetos en el suelo y se hincan silenciosamente. Una de ellas muele mientras siguen hablando las voces interiores.

CORO DE MUJERES.-Y porque des más espinas... Para tus mujeres, San Miguel

CORO DE MUJERES Y CORO DE HOMBRES.-(Juntos.) San Miguel...

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(Más lejos y más pausadamente.) San Miguel...

Ha terminado de hacerse el día. Con la claridad, se aprecia que una de las mujeres que ha salido es una vieja de pelo gris y rasgos enérgicos, María; y que la otra es una joven delgada, morena y de pelo lacio, Inés.

INÉS.-¡Ánimas y llegue pronto Secundino! ¿No habrá habido alguna bola en San Antonio?

MARÍA.-Te digo que me avisó... Pensaba pasar la noche allí, no te apures... No nos mandará Dios más desgracias.

INÉS.-Manda muchas nuevas cada día, Mariquita... Desde chiquita no estoy viendo más que bolas, muertes y quemazones... (Con nueva inquietud.) ¡Ya debería estar aquí Secundino!

MARÍA.-Media hora de camino, ya sabes, Inés... No te apures... Los hombres de San Antonio se han unido con los de San Miguel... No pelearán más entre sí.

Cleofas sale de uno de los jacales del fondo. Es un viejo flaco y consumido. Se acerca a las mujeres entrando por el hueco que antes enmarcara el arco destruido.

CLEOFAS.-Buenos días les dé Dios. ¿No tienen un jarrito de atole?

MARÍA.-Entra a la casa y cógelo.

Entra Cleofas a la choza de María.

CLEOFAS.-(Desde adentro.) Ya Secundino debe venir de regreso... (Vuelve a salir con un humeante jarrito en las manos del que viene bebiendo.) ¡Ojalá traiga buenas noticias!

INÉS.-Nunca espero buenas noticias.

CLEOFAS.-Creo que nunca las hay para nosotros.

Ruido de caballos por la izquierda y voces. Inés se levanta impaciente y llega al arco seguido por María y por Cleofas.

INÉS.-(Muy alegremente.) ¡Ya están aquí! ¡Ya están aquí!

Por el fondo llegan Secundino, Asunción Reyes y Agustín Reina. Son tres campesinos jóvenes y de tez cobriza. La vestidura campesina ha cobrado arreos de guerra: botas de montar, cartucheras, pistolas en la cintura. Inés se abraza de Secundino.

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MARÍA.-¡Gracias a Dios, hijo! ¡No has tenido penando toda la noche!

CLEOFAS.-(Se acerca impaciente.) ¿Qué? ¿Qué dicen los muchachos de San Antonio?

SECUNDINO.-¡Los muchachos de San Antonio se podían ir a moler a su madre!

ASUNCIÓN.-(Se quita el sombrero con ademán de desánimo.) ¡Sólo siguen pensando en quedarse con las márgenes del río! ¡En dejar que nos lleve el hambre a todos los de San Miguel! ¡Necesitan todavía muchas entradas de cocolazos para entender que mientras no nos unamos todos!...

INÉS.-¡Ustedes! ¡Ustedes también! (Se retuerce las manos.) ¿Cuándo dejarán de matarse nuestros hombres?

ASUNCIÓN.-(Escupe rabiosamente.) ¡Son esos jijos! ¡Todos lo quieren para ellos!

AGUSTÍN.-¡Y pensar que con la presa que nos ha ofrecido la comisión agraria habría para todos!

ASUNCIÓN.-Está por demás pensar en eso. No habrá presa. Y acuérdense de lo que les digo... Si no nos unimos todos, ni siquiera habrá tierra seca.

SECUNDINO.-¡Ah, maldita gente de San Antonio!

AGUSTÍN.-Déjenlos. Ya verán cuando nos quiten las armas cuando el gobernador cumpla lo que se propone y no podamos defendernos ni contra los patrones...

CLEOFAS.-Cuando estemos como antes.

MARÍA.-(Roncamente.) Con muchos más muertos que antes.

CLEOFAS.-(A Secundino que, preocupado, ha ido a sentarse en una de las piedras del fondo.) ¿Pero de veras no quieren dejar el pleit? ¿No les han llegado los chismes de la desarmada?

SECUNDINO.-(Liando un cigarrillo de hoja.) No dicen que no de plano... Pero están remolones... Que si tienen que consultarlo como los demás... Que si van a pensarlo...

AGUSTÍN.-Y mientras, todas las obras paradas... La presa sin seguir adelante...

ASUNCIÓN.-¡Cómo eres inocente, Agustín! ¡A poco crees esas papas que dice el licenciado!

INÉS.-¡Claro que es cierto! ¿Cómo quieren que los ayude el gobierno si ustedes mismos se andan dando de tiros por la tierra?

SECUNDINO.-(Seco.) Tú no sabes de esto, Inés. Cállate.

INÉS.-Pero sé que es hora ya de que dejen de acabarnos unos a otros los hombres... De que nos de un poco de paz a las mujeres.

MARÍA.-Las mujeres cansadas ya de ver morir a nuestros hombres. (Se acerca a su hijo.) ¡Dejen ya la bola, hijito! Acuérdense del trabajo... ¿No les ha dado tierra el gobierno? ¿Qué pelean ahora? ¡Ah, tantos años de pelea y de incendios! Vi salir a tu padre para

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no volver... A ti te he visto crecer a pedazos, Secundino, porque te me arrebataba siempre un nuevo pleito... Y te he visto crecer entre puros tiros y cuchilladas... La última vez que te fuiste, no puede alcanzar a verte cruzar el río porque me deslumbraban las llamas de esta casa...

SECUNDINO.-Gracias a todo eso, es nuestra tierra.

CLEOFAS.-Aunque no haya qué sacarle a la tierra.

MARÍA.-Y ahora que es nuestra, ustedes se matan unos a otros, hijos.

INÉS.-(Desesperadamente.) ¡Acaben esto! ¡Cómo sea, pero acábenlo!

SECUNDINO.-No somos nosotros, son los de San Antonio.

AGUSTÍN.-¿Y nos van a dejar sin presa otra vez?

ASUNCIÓN.-¡Este baboso de Agustín Reina! (A Reina.) Acuérdate... ¿No estuvieron esperando la presa, como nosotros? ¿Y no se fueron los meses con las obras paradas? ¿Qué iban a hacer? ¡Peleamos la tierra regular, para comer! Acuérdate, Agustín, acuérdate... Muchos meses se fueron esperando el agua... Dinero, lo hubo... ¿Qué se hizo? ¡Dios sabe!

SECUNDINO.-Asunción dice la pura verdad... Mucho dinero mandó el gobierno del centro, pero hubo muchos zopilotes que no lo dejaron llegar... No habrá agua... Y el año está muy adelantado. Sólo quedan las tierras de la inundación. (Colérico.) ¡Tendremos que pelearnos las tortillas a balazos, con los de San Antonio! ¡Cuántos más

no matemos, habrá menos bocas y más maíz!

ASUNCIÓN.- ¿Habrá muchos muertitos todavía?

MARÍA.-(Angustiada.) ¡Más!

INÉS.-(Descorazonada.) ¡Todavía más!

CLEOFAS.-Pues a ver a cómo nos toca...

MARÍA.-(Vuelve al metate decidida.) ¡Ojalá Dios nos acabe a todos de una vez! (Se pone a moler.)

SECUNDINO.-(Se acerca a su madre y le acaricia la cabeza.) No te desesperes, mamá... Todavía quedaron en venir los del otro lado... Todo se puede arreglar.

INÉS.-(Se abraza a Secundino.) ¡Otra vez! ¿Tú irás otra vez, Secundino?

SECUNDINO.-(Aparta a su mujer en un repentino ataque de cólera; a sus compañeros.) ¡Los que debíamos hacer es juntarnos todos, toditos los campesinos de los dos lados, para irnos a asaltar el rancho del Chale! ¡Allí sí ha habido dinero para agua y máquinas! ¡Ahí sí hay maíz!

ASUNCIÓN.-¡Seguro! Al fin ese dinero ha sido el nuestro... ¡Pero los de San Antonio no entienden!

Secundino va a decir algo, pero lo interrumpen varios hombres que llegan por el fondo. Algunos llevan armas, otros no. De ellos se adelanta un jovencillo.

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MUCHACHO.-¡Ahí viene el licenciado Arias! Y viene con el licenciado de los del otro lado...

SECUNDINO.-(A Asunción y Agustín.) ¡No les digo, muchachos, ¡Bien se entienden los licenciados de los dos lados para robarnos a todos!

AGUSTÍN.-¡Hombre, Secundino! Vendrán a proponer algo... Puede que sea bueno...

Inés se aparta y va a sentarse junto a María. Le quita el brazo del metate y trabajaba ella. A partir de este momento, las dos mujeres observan con todo cuidado las pláticas de los hombres. Inés, trabajando; María sentada a su lado. Por el fondo y por la izquierda llegan los licenciados Arias y Brito. El primero es un hombre corpulento y joven; el otro, menudito y muy relamido. Los dos visten traje de montar, botas y sombrero tejano. Traen pistola en el cinturón. Los siguen otros campesinos más y algunas mujeres.

BRITO.-(Desde el fondo.) ¡Hola, muchachos!

ARIAS.-(Acercándose.) ¡Buenas noticias, muchachos!

SECUNDINO.-Buenos días, licenciado.

ARIAS.-(Dando la mano, muy democráticamente, a cada uno de los nombrados.) ¿Qué tal, Secundino?

¿Cómo vamos, Asunción? ¿Ya nació el chamaco?

ASUNCIÓN.-Ya, jefe... Pero fue chamaca...

ARIAS.-Vaya, vaya... Te felicito... (Saludando a Agustín.) ¿Ya te aliviaste de tu dolencia, Reina?

AGUSTÍN.-Pues ya ve usted...

Arias sigue dando la mano a casi todos. Los campesinos ven con muy malos ojos a Brito.

ARIAS.-(A Brito.) Me gusta apretar la mano de los campesinos, compañero... Manos de trabajo, manos de lucha...

BRITO.-(Muy amable, pero tímidamente.) Las manos que han hecho la revolución, sí...

ASUNCIÓN.-(A Brito, son sorna.) ¿Usted cree?

ARIAS.-(Acudiendo en auxilio de su compañero que está azorado.) ¡Vaya! ¡No le hagan mala cara al licenciado Brito, que viene en son de paz! Yo se lo aseguro.

ASUNCIÓN.-Nosotros le haremos nomás mala cara, pero él nos hace muy mala obra, que es peor, tratando de quitarnos nuestras tierras para los de San Antonio.

ARIAS.-Bueno, bueno, Asunción... Ésos eran otros tiempos. ¿Qué querían que hiciera si era el abogado de los

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otros muchachos? Pero ahora todo ya va a cambiar... El nuevo gobierno del Estado, que es legítimamente revolucionario, reanudará muy pronto la construcción de la presa... ¡Y estará lista para fines del año! ¡Todas las tierras servirán!... ¡No les van a alcanzar los brazos, muchachos! Fundaremos aquí la primera granja modelo de cooperación campesina que se haya creado en el país...

ASUNCIÓN.-(Escéptico.) ¿Ésa es la buena noticia, licenciado?

ARIAS.-¿Qué, te parece poco?

SECUNDINO.-(Se quita el sombrero y se rasca la cabeza.) Pues la pura verdad, como siempre que usted viene es para decirnos eso... Y luego resulta que tenemos que ir a alguna manifestación a la ciudad...

BRITO.-(Tercia haciendo de tripas corazón.) ¡Hombre, Secundino! ¡No hay que ser tan mal pensado! Precisamente vengo yo también para tratar de que haya unión entre todos los campesinos de la región, para que se faciliten las obras y...

ASUNCIÓN.-(A Brito.) Mire, licenciado... ¡Usted cállese! Que nos debe muchas...

SECUNDINO.-(Mientras Brito ve angustiadamente a Arias.) Déjame a mí, Asunción.

ARIAS.-(Pasando el brazo por la espalda de Brito, como dándole protección.) Ya saben muchachos, que pueden tener confianza en mí. Y yo les aseguro que Brito viene con la mejor intención del mundo. Se trata de que dejen ustedes el pleito con los de San

Antonio para que terminen todos los pretextos que ha impedido a la comisión agraria darles la ayuda ofrecida...

SECUNDINO.-(Vuelve a rascarse la cabeza, sonríe.) ¡Ah, qué licenciado! Usted no más habla y habla... Ofrece y ofrece... Tráenos y tráenos a vueltas de aquí a la ciudad, de allí hasta la capital, formados como rescua... Nos ha hecho ir a la bola hasta la Secretaría de Agricultura y al Palacio Nacional, mientras los curros jijos se sonreían en las calles. Y firma y firma papeles... Y pide y pide cosas. Y contéstanos y contéstanos papelitos que ya se estudia el asunto... ¡Pero nada de agua! ¡No más dirá si no somos buenas gentes!

BRITO.-(Atreviéndose nuevamente.) ¡Ah, muchachos! Ustedes desconocen toda la amarga lucha, la tarea ímproba que...

ASUNCIÓN.-(Con muy mala cara, acercándose a Brito.) ¿La tarea qué?

ARIAS.-(Al quite.) Ímproba, difícil quiere decir... Siga, compañero Brito, que los campesinos lo escucharán...

SECUDINO.-(A Brito que no se atreve.) ¡Hable, hombre, hable! Por hablar no se paga.

BRITO.-Pues decía que desconocen ustedes todos los trabajos que tenemos nosotros los licenciados para hacer valer los derechos de los campesinos... Los procedimientos son complicados, hay muchas oficinas, muchos trámites... Sólo después de heroicos esfuerzos se van consiguiendo las cosas...

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ARIAS.-¡Muy bien! Dice muy bien mi compañero... Ustedes...

SECUNDINO.-Mire, licenciado, hablemos claro... Ya lo dejamos hablar a usted y hasta a ése... (Señala a Brito.) Hace mucho que ya se había conseguido el dinero. Trajeron cemento y piedras... Luego una maquinota que metía mucho ruido y hacía mucho polvo... Y al poco rato, la máquina se fue con el cemento para la hacienda del Chale...

ARIAS.-Del Señor General Primitivo Gómez.

SECUNDINO.-Sí, de ése. Como lo conocemos mucho, le tenemos confianza y le seguimos llamando así, como cuando era de nosotros... Se llevaron todo para allá, le digo... ¿Y el dinero? ¡Pues Dios sabe!

ASUNCIÓN.-(Sin aguantarse.) Y volvieron los líos, y las idas a la capital, y los papeles...

CLEOFAS.-¡Y nada de agua!

AGUSTÍN.-Nada.

BRITO.-Bueno, bueno... Pero eran otros tiempos... Aquí en confianza... (Se vuelve a Arias.) Les podemos hablar con entera confianza a los campesinos porque somos de ellos, otros trabajadores... intelectuales, pero trabajadores... (A los campesinos.) El Chale ese que dicen ustedes es un tránsfuga de la revolución...

ASUNCIÓN.-(Con mala cara, acercándose otra vez a Brito.) ¿Un qué?

ARIAS.-(Siempre en ayuda de Brito.) Uno que se fue por atrás, Asunción... Tiene razón mi colega Brito... Por algo el gobierno lo quitó de gobernador... Ya saben que se estuvo aprovechando de todo lo que conseguimos, para ir mejorando su propio rancho... ¿Nosotros qué hacíamos? Esperar... y seguir luchando por ustedes.

SECUNDINO.-¡Por eso lo que debíamos hacer es irle a asaltar el rancho al Chale!

BRITO-¡No, qué barbaridad! ¡Ya no es tiempo de bolas, Secundino!

ASUNCIÓN.-(Muy cerca de Brito, con mucha sorna.) ¿Usted cree?

ARIAS.-(Nuevamente en ayuda.) ¡Claro! Ahora es la etapa de la reconstrucción nacional... ¡Dejen al Chale con su conciencia! ¡Ahora sí es un hecho lo de la presa y todo lo demás...

SECUNDINO.-¡Agua es lo que necesitamos, y no palabras, licenciado!

VARIOS CAMPESINOS.-¡Agua! ¡Agua!

BRITO.-¡Lo importante es que ahora sí es un hecho el agua! (Saca un papel del bolsillo y lo agita.) Aquí está conseguida la refacción económica para San Antonio, y ahí que el licenciado Arias les muestre la conseguida para San Miguel... ¡Esto es lo importante!

ASUNCIÓN.-(Casi le pega el rostro al rostro, entre sonriente y amenazador.) ¿Usted cree? ¿Lo importante? ¿De verdad, de verdad? ¡Dinero no dudo que lo haya, pero no sé a dónde se irá otra vez!

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ARIAS.-¡Bueno, muchachos! ¿Es que no les entusiasma la idea de la presa ya? No tardan en llegar el ingeniero y los materiales... Se convencerán de que sólo les decimos la verdad...

Rumores en los hombres, las mujeres se ponen más atentas.

SECUNDINO.-¿Hoy? ¿Viene hoy ya el ingeniero? ¿Y los materiales?

ARIAS.-(Con aire triunfante.) ¿Ven cómo era mejor escucharnos? Ya les digo, el ingeniero no más se quedó esperando al diputado, mi tocayo Joaquín Ángeles, que fue el que consiguió todo... Vendrán juntos...

ASUNCIÓN.-Si de veras vemos que se trabaja...

ARIAS.-Pero eso sí, me van a hacer caso, muchachos... El pleito con San Antonio se ha terminado... Que siguiera sería la única dificultad que...

SECUNDINO.-¿Dificultad? ¿Dónde la ve? ¡Nosotros, de acuerdo!

ASUNCIÓN.-¡Encantados de la vida!

UN GRITO EN EL GRUPO.-¡Viva San Antonio!

TODOS.-¡Viva!

EL MISMO GRITO.-¡Viva San Miguel!

TODOS.-¡Viva!

Oscuro. Reflector sobre María e Inés que se pone de pie y se abrazan sonriendo.

CORO DE MUJERES Y HOMBRES.-(En la oscuridad mientras las mujeres antes citadas siguen abrazadas y dueñas de la luz.) Todos hermanos... Sobre la misma tierra fecunda... Bebiendo la misma agua... Y comiendo el mismo pan... En San Antonio... Y en San Miguel.

Vuelve la luz.

SECUNDINO.-¿Ve usted, licenciado? Los muchachos de San Miguel, encantados.

ARIAS.-(Se frota las manos aparentando gran satisfacción. A Brito.) ¿No le decía, compañero, que con los de San Miguel se contaba tanto o más que con los de San Antonio?

BRITO.-¡Admirables trabajadores del campo! ¡Solo necesita una mano que sepa dirigirlos y crearán el nuevo México!

ASUNCIÓN.-(Se le acerca a hacerle la pregunta consabida, pero ya cerca de él ríe bonachonamente y le da un golpe en la espalda.) Bueno... ¡Está bueno! ¿Para qué es estar de hablador? Chóquela, y todos cuates... (Brito la choca con Asunción, todavía tosiendo por el golpe recibido.)

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ARIAS.-Con que, ¡se acabaron las armas y los cartuchos! ¡Abajo los fusiles y arriba la presa de San Miguel!

Una fuerte voz contesta al fondo, detrás de los campesinos. Es la del diputado Joaquín Ángeles.

ÁNGELES.-¡Arriba! (Se abre paso entre los campesinos, seguido del ingeniero Sánchez Coy.)

Ángeles es un hombre casi obeso, de espeso bigote y calvo. Sánchez Coy, maduro y también de bigote. Ambos hombres visten traje de montar y se tocan con buenos tejanos.

ÁNGELES.-¡Muy bien, licenciado Arias, muy bien!

CLEOFAS.-¡Viva el diputado Ángeles!

TODOS.-¡Viva!

ARIAS.-(Saludando entusiasmadamente al diputado.) ¡Hola, tocayo! ¡Quiúbole! ¡Ya lo estamos esperando impacientes! (La chocan.)

ÁNGELES.-(Abrazando a Brito.) ¿Quiúbole, Lic.? Ya nosotros también hicimos nuestro paseíto pacifista a San Antonio, ¿verdad ingeniero? (En ingeniero dice que sí con la cabeza,) Venimos encantados de la buena disposición de los muchachos... (Le tiende la mano a Secundino y, mientras

habla, hace lo mismo con Asunción, con Agustín y algunos más.) Porque ustedes saben lo que yo los quiero... Si adoro a todos los campesinos, imagínense a los de San Miguel donde pasé lo más duro de la revolución... Luchando brazo con brazo con ustedes...

AGUSTÍN.-(Entusiasmado a su vez.) ¡Viva el diputado!

ÁNGELES.-(Interrumpe con un ademán, el viva que va a ser contestado.) ¡Basta, basta, muchachos! ¡No me gusta engreírme!

ARIAS.-Están contentos con las buenas noticias, diputado.

BRITO.-No es para menos... Han esperado demasiado su recompensa estos heroicos campesinos...

ÁNGELES.-(A Arias.) ¿Les trató usted el asunto completito, tocayo?

ARIAS.-(Duda.) Casi... sí... En general están conformes.

ASUNCIÓN.-¡Cómo que en general!

SECUNDINO.-En todo... En todo... ¡Si nunca odiamos a los del otro lado!

ÁNGELES.-Entonces, todo se arreglará inmediatamente... (Por Sánchez Coy.) Aquí les presento al que va a ser constructor de la región, muchachos... El ingeniero Sánchez Coy.

Sánchez saluda a los campesinos, colectivamente, con amplios ademanes.

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ASUNCIÓN.-¡Qué viva el diputado, y el ingeniero Sánchez, también!

ÁNGELES.-(Nuevamente impide que coreen el viva.) Bueno, bueno... Me disgustan los vivas, ya lo saben, muchachos... Yo les sirvo de todo corazón, por mi profundo convencimiento revolucionario, desinteresadamente... Es decir, en interés de todo el país.

SECUNDINO.-(Le pone cariñosamente una mano en el hombro.) Gracias, diputado.

ÁNGELES.-Muy bien... Todo está listo... (Por los demás.) Ahora, Secundino, Asunción, quisiera hablar con ustedes...

SECUNDINO.-(A los campesinos.) Ya pueden irse, muchachos. Ahí luego les diré cuándo empiezan las obras... (Los hombres salen murmurando con cierta alegría. Secundino se dirige a las mujeres.) Y ustedes, váyanse yendo por el agua, que luego se hace tarde y se ha acabado...

Las mujeres entran a la casa y salen con dos grandes jarros por el fondo.

ÁNGELES.-Sólo me queda hacerles dos súplicas... (Mira de soslayo a Brito y a Arias que lo animan con signos afirmativos de cabeza.) La primera es que den un contingente para la manifestación campesina que en honor del senador Silvestre Govira, nuestro

candidato a gobernador del Estado, se efectuará el domingo próximo en la ciudad. Se los pido como un favor personal, aparte de que es gracias a Govira a lo que hemos obtenido las refacciones económicas... Y que el suyo será un gobierno netamente revolucionario, porque él es otro campesino... Para los muchachos habrá tequila y barbacoa, ya saben.

SECUNDINO.-(Se rasca la cabeza.) Pues no por el tequila y la barbacoa, pero ya sabe que cuenta con nosotros... (Juega con el sombrero en las manos y tiene la vista puesta en él.) ¿Puede hacerle una preguntita, diputado?

ÁNGELES.-¡Las que quieras, hombre, las que quieras!

SECUNDINO.-¿Es cierto lo de la presa y todo eso? ¿No es nomás para contentarnos y llevarnos el domingo?

ARIAS.-¡Ah, desconfiado Secundino! ¡No aprendes!

ÁNGELES.-(Muy serio, a Arias.) ¡Sí, está bien! ¡Muy bien! El campesino debe estar continuamente despierto y vigilante de sus derechos... Siempre, siempre... Me gusta tu franqueza, Secundino.

SECUNDINO.-¡Ah qué yo! (Se rasca la cabeza otra vez.) Veo que metí la pata... Usted disculpará.

ÁNGELES.-No, no... Está bueno que haya claridad entre los campesinos y sus líderes. Pregúntale ahí al ingeniero. ¡Oiga, ingeniero! ¿Qué es lo que viene usted a hacer?

SÁNCHEZ.-(Con toda naturalidad.) Inspeccionar el estado de las obras de

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la presa, por orden de la Secretaría de Agricultura, para que se proceda, lo más rápidamente que se pueda a su terminación...

ÁNGELES.-¿Están conformes?

SECUNDINO.-(Marrullero.) Si ya estábamos desde cuándo...

ÁNGELES.-(Tose con satisfacción.) Ahora me toca pedirles el otro favor... (Vuelve a toser, se pone casi en pose de orador, inicia lentamente su discurso.) Preciso me es, muchachos, recordarles lo agradecido que está el gobierno del Estado al contingente de sangre que ustedes le prestaron para ayudar al aplastamiento definitivo de la reacción, siempre que se necesitó... El gobierno del centro y éste les ha dado armas para que defiendan las conquistas revolucionarias... Desdichadamente... (Pausa teatral, y ademán de mucha pena convencional.) Desdichadamente, repito, también han servido esas armas para dirimir los rencores interiores de los campesinos. Pero ya quiere la Revolución que suene la hora de su triunfo definitivo y que los fusiles salgan sobrando... Yo, a nombre de las instituciones, les ruego los junten todos, aquí mismo, el día que se les fije previamente, para que el coronel comisionado pase con su retén de zapadores a recogerlos... Volverán al ejército, donde deben descansar terminada la Revolución...

Silencio absoluto entre los campesinos. Pausa durante la que los hombres ven el suelo. Secundino se quita nuevamente el sombrero y lo revisa con la vista, haciéndolo girar entre sus manos. Asunción se mira con él

inteligentemente. Agustín está empeñado en hacer con el pie un hoyito en el piso. Ángeles mira atentamente a todos, a derecha e izquierda. El ingeniero está recargado indiferentemente, en la pared de la casa incendiada. En cuanto a Arias y Brito, se han retirado al fondo, sacando los cigarrillos y disputándose el honor de encenderlos, con visible intención de dejar la responsabilidad del momento a Ángeles.

ÁNGELES.-(Fingiendo un gran disgusto.) ¿Qué les pasa? ¿No están dispuestos a dejar sus peleas con los del otro lado? ¿Me llevaré una gran decepción de aquí?

SECUNDINO.-(Después de otro silencio.) Pues... ¿qué quiere que le diga, diputado? (Se pone el sombrero como le cae.) A dejar ese pleito, claro que sí.

ÁNGELES.-Entonces, ¿para qué quieren las armas? ¿No hemos aplastado a la reacción?...

Arias va a intervenir. Brito le hace ademanes de que es prudente esperar.

ASUNCIÓN.-Pues creo que sí, que hemos aplastado a la reacción... Pero... (Muere la cabeza.) Bien, bien, no sé qué será eso...

AGUSTÍN.-¿Tú qué crees, Cleofas?

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CLEOFAS.-(Con mucho desconcierto.) Creo que sí... Creo que sí aplastamos a la reacción.

ÁNGELES.-(Aprovechando rápidamente.) ¡Es ya la hora de sustituir el rifle por el arado!

SECUNDINO.-Sí, ésa debe ser la hora... Claro... Pero la pura verdad, diputado... Estamos encariñadas con nuestros riflitos y quisiéramos guardarlos... Aunque fuera de recuerdo...

Arias y Brito, al ver que los campesinos la han tomado por lo mansito, se acercan.

ARIAS.-¡Qué encantadora ingenuidad! ¡Claro, tocayo! Los muchachos les tiene cariño a las armas que les han servido hacer la revolución... (Se vuelve a los campesinos.) Pero deben tener en cuenta, muchachos, que el gobierno las necesita para el ejército, que es el encargado de guardar las conquistas del proletariado... Y que en manos de ustedes... (Se turba.)

BRITO.-Que en manos de ustedes serían peligrosas, podrían comprometer la presa.

ASUNCIÓN.-(Pegándose otra vez a Brito.) ¿Usted cree? ¡Ah, que licenciado! (Se contiene y sonríe.)

Nuevo y breve silencio. Secundino se sienta en una piedra del fondo y vuelve a jugar con su sombrero.

ÁNGELES.-Con que, ¿qué pasa?

ASUNCIÓN.-Mire, diputado, la pura verdad es que de aquí no sale un rifle.

ÁNGELES.-(Da dos pasos preocupado.) Me da pena que haya siquiera un campesino que diga eso, Asunción... El gobierno está en lo justo... Si ustedes resisten, puede impacientarse... (Muy patético.) Muchachos, oigan un consejo de un amigo verdadero.

ASUNCIÓN.-Nada, diputado! ¡Ni un riflito!

SECUNDINO.-(Se levanta, se acerca y hace a un lado decidido a Asunción.) ¡No le haga caso, diputado! Usted no más nos avisa el día y...

ÁNGELES.-¡Eso es entrar en razón! Te felicito, Secundino, Serás el salvador de tus hermanos.

ASUNCIÓN.-¡Pero hombre, Secundino!

SECUNDINO.-(Impaciente por Asunción.) ¡Tú no sabes, Asunción! ¡Eres muy pendejo! (A Ángeles.) Déjelo a mi cargo.

Asunción parece resignado, o al tanto, porque sin ver de frente a nadie, agrega:

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ASUNCIÓN.-Está bueno. Ahí tu sabes... Tú eres el jefe.

ARIAS.-Este Secundino entiende cabalmente los problemas del campesino... (A los demás.) ¡Tienen ustedes un jefe admirable!

BRITO.-¡Francamente admirable!

ÁNGELES.-Bueno, ¡todo está listo!... Sí, señor... Ni una palabra más... Mañana mismo les avisaré el día en que deben tener dispuestas las armas... No estaría de más, Secundino, que las fueras recogiendo, porque a lo mejor mañana mismo...

SECUNDINO.-(Desconcertado.) ¿Tan prontito?

ARIAS.-Es un decir, hombre, no tomes las cosas al pie de la letra.

SECUNDINO.-¡Ah, bueno! ¡Yo decía!...

ÁNGELES.-De todos modos, ve dando tus órdenes... Y ahora, a ocuparnos exclusivamente de la presa... Me voy con el ingeniero a inspeccionarla... ¿Vienen ustedes, licenciados? Ahí por el camino hablaremos de todo lo referente a la refacción...

ARIAS.-Vamos pues... Vénganse, Brito... (Lo coge por el brazo.)

BRITO.-Por ahí los dejo, luego que tengo que ver a la gente de San Antonio...

ÁNGELES.-(A los campesinos, que están silenciosos.) ¡Conque hasta el domingo, cuatezones! ¿No vienes a la presa, Secundino?

SECUNDINO.-(Sonríe.) ¡Ahí los alcanzó! Vamos a echarnos un poquito de atole... No nos hemos desayunado todavía... ¿No se les antoja?

ÁNGELES.-No, gracias... Nos desayunamos ya, magníficamente... ¿Por ahí te esperamos? (Sale con el ingeniero y los dos licenciados, Brito el último. Todavía se escucha la voz de Arias.)

ARIAS.-(Saliendo.) ¡Estos magníficos campesinos!

Asunción detiene por un brazo a Brito, que se queda solo entre los campesinos, con visible temor.

ASUNCIÓN.-¿Pues qué no la chocamos por último? ¡También que nos hemos caído! (Brito le tiende la mano a duras penas, sufre un nuevo y terrible apretón y se va apresuradamente distendiendo la mano mientras Asunción queda sonriente.)

Apenas ha desaparecido Brito, Asunción deja la sonrisa y escupe bruscamente a un lado.

ASUNCIÓN.-(A los demás.) ¿Qué les decía yo? ¿Ahí tienen? Se llevaran las armas... Y luego, ¡tengan su presa!

SECUNDINO.-(Con rabia ahogada.) Se llevarán... Se llevarán... ¡Se llevan y no! ¡Primero tendrán que acabarnos!

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CLEOFAS.-Ya se me estaba haciendo que la pintaban demasiado suave...

ASUNCIÓN.-¡Ah, pero ahí sí no transijo, manos! Yo no dejo mi rifle ni por el agua. (A Agustín que está silencioso y sombrío.) ¿Ahora seguirás creyendo todas esas lanas?

AGUSTÍN.-El ingeniero ha venido... Era cierto lo de la refacción... Yo creo que antes de estar la presa, muchachos... Aunque sea arriesgarle...

ASUNCIÓN.-¡Ah, cómo chinga éste con su pinche presa!

CLEOFAS.-Que decida Secundino.

SECUNDINO.-(Todavía jugando con su sombrero.) ¡Qué sabemos para cuántas cosas nos quieren desarmar! Y ultimadamente, lo que nos importa es no perder los rifles... Para qué es más que la pura verdad... Yo ya no me hallaría sin mi arma... Ni ustedes tampoco... Ya no estaríamos tranquilos... Parece como si de veras le tuviéramos cariño a los riflitos, como si fueran gentes... Lo malo es que... (Se rasca la cabeza.)

AGUSTÍN.-Que los rifles no sirven para arar.

SECUNDINO.-¡Qué arar ni qué demonio! Que vendrán soldados, y nos quitarán las armas a la fuerza.

ASUNCIÓN.-¿Y qué? ¿Para qué sirven los rifles? ¡Pues para eso, para no dejarse escupir!

AGUSTÍN.-¿Para no dejarnos? ¿De qué diablos? ¿No mandan materiales? ¿No mandan al ingeniero?

ASUNCIÓN.-¡Ah qué...! Mira, mejor ya no hablamos, Agustín...

SECUNDINO.-(Sin hacer caso de la diputada, siguiendo una idea.) Ya no podemos hacer resistencia armada... a los soldados... Pero podemos juntar las armas que estén viejas y descompuestas y dárselas... Las buenas, las enterraremos... Y les diremos que se fregaron pelando... Si hay presa de verdad, pues de todos modos no está de mas tener unos rifles para lo que se ofrezca.

ASUNCIÓN.-¡Eso es! Está bueno, Secundino, le has dado al clavo.

CLEOFAS.-Porque lo de la presa podría ser cierto, ¡quién quita!

Agustín mueve la cabeza. Vuelven María e Inés con los jarros húmedos.

INÉS.-(Muy apurada.) Ahí vienen unos de San Antonio con varios nuestros, Secundino... (Angustiada.) ¿Qué querrán pleito?

MARÍA.-Ya cruzaron la barranca... ¡Ten calma, hijo!

SECUNDINO.-¿No vienen con los nuestros? Vendrán en son de paz... Ya ha ido Ángeles también por allá...

ASUNCIÓN.-¡Seguro! Ya deben conocer el cuento de la presita y de las armas... ¡Ah, jijos! ¡Ahora sí entrarán en razón!

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Por el fondo varios campesinos armados que acompañan a Encarnación Ruiz, al Chivo González y a Amador López, los tres del “otro lado”. Al verlos, Secundino, Agustín y Asunción colocan precavidamente la mano en las cachas de sus pistolas.

SECUNDINO.-¿Quiúbole, amigos? ¿Ya pensaron suficiente?

ENCARNACIÓN.-(Adelantándose.) Ni se alebresten... Dejen tranquilos las pistolas, que las van a perder... Venimos como amigos, como compañeros que somos.

CHIVO.-Hemos platicado ya el asunto a todos los muchachos de San Antonio y venimos a aceptar la oferta de anoche... Y a traerles una noticia que les interesa.

ASUNCIÓN.-(Con sorna.) ¿Qué pasó? ¿Ya vinieron que estábamos en razón? Supongo que ya sabrán lo del desarme y que irán preparando sus riflitos para la devolución...

ENCARNACIÓN.-Sabemos de eso más que ustedes, amigo... Cálmese, que ahora sí nos llevó la...

SECUNDINO.-Los llevará a ustedes, porque nosotros no nos rajamos... Les daremos las armas viejas...

ENCARNACIÓN.-Y enterrarán las nuevas, ¿no? Ya el diputado pensó en eso y ya están más los soldados que nos van a desarmar a todos... Están detenidos a mitad del camino, y andan por las veredas, para que no escapemos ni uno... Vinieron con el diputado y con los licenciados desde que amaneció...

SECUNDINO.-(Desconcertado.) ¿Ya? ¿Ya están ahí?

ASUNCIÓN.-¡Ah cabrones! ¡Ahora habla, Agustín!

SECUNDINO.-¿Los vieron ustedes?

CHIVO.-¡Pues claro! Ustedes sí que están dormidos, amigos... Desde cuándo nos las habíamos olido nosotros... El senador Govira, que va a ser nuevo gobernador, piensa hacer las obras de San Miguel por su cuenta... Para él y sus amigos... Ya tiene listo lo legal... Y el gobierno del centro ni se las ha espantado...

ENCARNACIÓN.-¡Para eso venían tan suavecitos el diputado y los licenciados! ¡A fregarnos bonito! Y el ingeniero, pues claro, a inspeccionar... Pero para Govira...

SECUNDINO.-(Rascándose con violencia la cabeza.) ¡Ah jijos de un...! ¡Nos agarran desprevenidos! ¿Son muchos?

ENCARNACIÓN.-Cómo doscientos...

SECUNDINO.-¡Ni tiempo para esconder las armas!

CHIVO.-¡Qué esconder ni qué nada! ¿No tardarán

ASUNCIÓN.-Pues por mí, se lo digo, ¡primero me matan que les dé mi rifle!

CHIVO.-¿Qué nos acaben a toditos primero!

ENCARNACIÓN.-¡Pero peleando, como los hombres!

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MARÍA.-(Que ha estado escuchando silenciosamente, con Inés a un lado.) ¡Sí, que nos acaben de una vez! ¡Pero a todos! ¡A toditos! ¡Hasta a los niños! ¡No tenemos remedio!

Entran en la casa, Inés se desprende de ella que quiere asirla para hacerla entrar.

INÉS.-¡Secundino! ¡Secundino!

SECUNDINO.-(La empuja por la espalda hacia la casa, casi brutalmente.) ¡Las viejas, al nixtamal!

Entra Inés.

AGUSTÍN.-Es cosa de pensarlo bien, muchachos... No vayan a hacer un tarugada irremediable, que sería pero...

SECUNDINO.-¡Ya nos cargaste la paciencia, Agustín! El que tenga miedo, que se rinda y entregue su arma...

CHIVO.-¡Y el que ni su alma!

ENCARNACIÓN.-Todos los que no se rajen, que se vengan juntos a ver a cómo nos toca.

ASUNCIÓN.-¡Por las barrancas! ¡No es tan difícil huir por las barrancas!

AGUSTÍN.-¡Nadie se va para atrás! Si ustedes van, yo iré también...

CHIVO.-Vámonos pues.

SECUNDINO.-¿Y el diputado y los licenciados que andan por la presa?

ASUNCIÓN.-¡Ésos son los primeros que debían llevar su merecido!

CHIVO.-¡Cómo nos los encontraremos por el camino! ¡A uno por lo menos, lo cuelgo con mis propias manos!

CLEOFAS.-Pues mírenlos... Nos los manda Dios... (Señala al fondo que donde llegan los nombrados.)

ÁNGELES.-(Entrado.) ¡Hombre, Secundino! Espérate y espérate ahí cerca, y nada que sales...

ARIAS.-Y tostándonos al sol no mas por ti...

BRITO.-¡Con lo que amuela el sol! (Se limpia el sudor.) ¡No hay cosa que me siente peor!

Todos los campesinos han guardado un profundo silencio. Solamente Asunción se acerca a Brito cuando terminan las últimas palabras.

ASUNCIÓN.-¿El sol? ¿Usted cree, licenciado? ¿No le sentaría peor una cuerda al cuello?

ARIAS.-¡Este bromista de Asunción! ¡No sea tan fúnebre, Asunción, que Brito es delicado! (Ríe con ganas.)

ENCARNACIÓN.-(Que se habría colocado con sus dos compañeros detrás

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de los otros para pasar desapercibidos, se adelanta y coge por un brazo a Brito.) ¡Licenciado!

BRITO.-(Sorprendido.) ¡Si están aquí los cuates de San Antonio! (Suspira con satisfacción.) ¡Vaya, yo ya tengo aquí mi gente, Arias! ¡No más usted!

ÁNGELES.-(Que se ha dado cuenta del ambiente hostil.) ¿Qué vinieron a hacer, Chivo? ¿No quedamos en que me esperarían en San Antonio?

ENCARNACIÓN.-Pues qué quiere... Nos dio impaciencia buscarlo y demostrarle que es cierta la unión de los campesinos, como usted quería...

SECUNDINO.-(Seco, a Ángeles.) Oiga, diputado... ¿Ya sabe que los soldados están en el camino?

ÁNGELES.-(Se desconcierta, después sonríe.) ¡Ah, qué mi coronel! Como no más espera recoger las armas para volver a la ciudad, estará impaciente... Es natural, allí tiene la novia.

ARIAS.-(Procurando sonreír también.) ¡El llamado del amor!

BRITO.-La palanca más poderosa que mueve al...

ASUNCIÓN.-Hay otras más fuertes licenciado, no se crea: la cuerda en un árbol para los traidores...

ÁNGELES.-(Ya alarmado.) Bueno, Asunción... ¿A qué vienen esas bromas tontas con el pobre de Brito?

ASUNCIÓN.-¡Y con usted también, diputado! (Señala al ingeniero.)

SECUNDINO.-(Arrebatando la palabra a Asunción y mientras sus compañeros se apoderan de los licenciados, del diputado y del ingeniero, impidiéndoles toda defensa.) A nosotros nos acabarán, diputado... Pero lo que es a ustedes nos los llevamos por delante.

ÁNGELES.-¿Pero qué es esto? ¿Qué les pasa, muchachos? ¡Mire que...? ¿Están hablando en serio?

ENCARNACIÓN.-Ahí en los postes verán si es broma o no.

ARIAS.-¡Pero muchachos! ¿Así pagan los sacrificios de quienes se desvelan por servirlos? ¿De quienes...?

BRITO.-¡Sería una horrible injusticia! ¡Nosotros sólo hemos venido a ayudarles!

ASUNCIÓN.-(Cogiéndolo por la americana.) ¿Usted cree? ¡Pues nosotros les vamos a corresponder!

ÁNGELES.-(Bufando de rabia.) ¡No más aténganse a las consecuencias si nos hacen algo!

El Chivo le da un golpe en la boca que lo sangra.

CHIVO.-¡Donde vuelva a hablar, no le queda boca ni para sacar la lengua en el poste!

SECUNDINO.-¡Ya está bueno! ¡A los postes y en paz!

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ASUNCIÓN.-(Coge por un brazo a Brito que casi solloza de angustia.) ¡Yo me encargo de este chaparrito, que me ha simpatizado mucho!

TODOS.-¡A colgarlos! ¡A colgarlos!

ARIAS.-(Solloza casi también.) ¡Recuerden lo que les he servido! ¡Es una injusticia! ¡Gracias a mí... (No puede acabar.)

Brito tiembla y no acierta a hablar. El diputado está furioso, tocándose los labios con la derecha.

INGENIERO.-(Angustiado a su vez.) Bueno. Pero supongo que todo esto no va conmigo... Yo he venido aquí sólo en funciones de mi profesión, señores... Yo...

CHIVO.-¡A ustedes también! ¡No siga porque le rompo la boca como al diputado!

ASUNCIÓN.-¡A todos! ¡A todos los curros!

CORO DE HOMBRES.-¡A todos! ¡A todos! ¡Por los campesinos que ahoga el río! ¡A todos!

INGENIERO.-No tengo que ver nada en la política. He sido comisionado para venir a ver la presa. Tengo mujer e hijos.

SECUNDINO.-Nosotros también los tenemos... ¡Fuera!

TODOS.-¡A los postes!

Sacan a los prisioneros a empujones. Todavía se alcanza a oír lloriqueos de Arias entre los alaridos de los campesinos. Las campesinas, los niños, entran y se arrinconan asustados contra la casa.

ARIAS.-(Mientras se aleja.) ¡Acuérdense no más de todo lo que me he sacrificado! (Se pierde su voz.)

Salen María e Inés, sobrecogidas. Se hincan a orar cerca de la puerta, sollozan. Por dentro se escucha el lejano coro de hombres. Las mujeres de la derecha se reúnen con María e Inés.

CORO DE HOMBRES.-¡Por lo que ahoga el río! ¡El río de tierra seca!

Una serie de disparos sobresalta a las mujeres y a los niños y los hace arrinconarse cerca de la choza. Por el fondo se escuchan gritos y descargas. Después de unos momentos entran precipitadamente Secundino, el Chivo y dos hombres más buscando hacerse fuertes con sus rifles detrás de los restos del arco, pero los soldados los persiguen demasiado cerca, los rodean rápidamente y los cogen.

CAPITÁN.-(A Secundino.) Tú eres el jefe, ¿verdad?

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SECUNDINO.-¡No más quisiera saber quién fue el jijo que les avisó!

CAPITÁN.-De poco te serviría. Ya no te queda tiempo para desquitarte... (A un oficial.) Fusile a éstos luego, luego... Cuélguelos donde ellos colgaron al diputado con los licenciados... Yo me voy a acabar a los demás...

Oscuro. Un reflector ilumina únicamente al arrinconado grupo de mujeres y chiquillos. Algunas de ellas levantan hacia el cielo a los niños.

CORO DE MUJERES.-¡Pero hay más niños para tu sed! ¡Y vientres de mujeres para darle más y más! ¡San Miguel!

T E L Ó N

ACTO III: “LA PRESA BRAVO”

El mismo escenario de “El Constructor” y “Rifles”, con nuevos cambios. La barda del fondo ha sido levantada de nuevo, en otro estilo: ahora es una

barda lista y sencilla de cemento sin pintar con unas amplísima entrada de ángulos rectos. A la derecha, donde se alzaba la casa vieja e incendiada, ahora se levanta una finca de arquitectura muy moderna cuyas fachadas, de líneas pronunciadas, ventanas amplias que cubren hasta las esquinas, y amplia terraza, se alcanzan a ver en parte desde el público. El edificio da la seca impresión de una casa gris, porque el cemento está al descubierto. A la izquierda, un improvisado techo de lona sostenido entre la barda y los ligeros postes de aluminio que se hunden en la tierra, casi en primer término. Debajo de esta techumbre, una mesa con planos y varias sillas (como en el primer drama.) Igual como siempre, el panorama de cactus al fondo.

En una de las sillas dormita, con el cigarrillo en la boca, Natividad el administrador. Viste pantalón de montar, botas altas y está en mangas de camisa. Tiene el sombrero ancho sobre la mesa. Después de unos segundos, llegan por el fondo el coronel García y el capitán Aguilar; los precede un peón que señala con la cabeza al administrador. Los dos militares son jóvenes y visten en traje de campaña.

PEÓN.-.Ahí no más está don Nati, el administrador, mi coronel.

El coronel García se acerca a Nati y le pone enérgicamente la derecha en un hombro.

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GARCÍA.-(Gritando muy fuerte.) ¿Qué hay, Nati?

NATI.-(Despierta sobresaltado y se pone de pie.) ¡Mi coronel García! (Se abrazan ambos efusivamente.) Dispénseme... Pero este condenado calor adormila hasta a las piedras.

GARCÍA.-(Por el capitán.) Éste es el capitán Aguilar, un gran cuate mío y del general Bravo.

NATI.-(La choca con Aguilar.) Mucho gusto... (Se vuelve a García.) Ya sabía que vendría con usted... El general volvió a telegrafiarme anoche. Tengo todo listo. Le consta que yo me pinto solo para estas cosas, coronel.

GARCÍA.-¡De comprobarlo se trata! El general debe venir pisándonos los talones, porque ya llevaba varias horas de camino desde la capital cuando yo salí de Buenaventura... ¡Se está echando un viaje más pesado! ¡A marchas forzadas! Y todo por pasar su día en San Miguel... ¡Sería imperdonable que lo defraudara, Nati!

NATI.-¡Me canso de que salgan todos contentos! He preparado un banquetazo que ya verán... Y aparte de los vinos, unas cajitas del coñac más fino... ¿Quieren darse un quemón para que juzguen?

GARCÍA.-¡Para luego es tarde!

AGUILAR.-¡Con la sed que traemos!

NATI.-(Al peón que ha permanecido cerca.) A ver tú... Trae la botella del tanguarnís, la que está descorchada...

El peón obedece y entra.

GARCÍA.-(Se sienta bajo la sombra, con visible cansancio y quitándose el quepís. A pesar de su aparente alegría, se le nota nervioso.) ¡Ah, maldito polvo de San Miguel! ¡Nunca vi tierra más polvorosa!

AGUILAR.-(Sentándose cerca del otro.) ¡Ni polvo que más arda en la garganta!

NATI.-Pronto acabará el polvo, coronel... ¡Pronto! Gracias al ingeniero Rico... Y a mi general Bravo, por supuesto.

GARCÍA.-(Por decir algo, mirando a la casa.) Ha cambiado todo esto en muy poco tiempo.

NATI.-Aquí el capitán no lo conoció... (A Aguilar.) ¡Si hubiera usted visto como estaba esto cuando recibió la propiedad el general! Ahora, ya empieza a ser otra cosa. Y va estar desconocido apenas empiece a trabajar la presa que está casi terminada... ¡La presa Bravo, coronel!

AGUILAR.-¿La presa Bravo?

GARCÍA.-(Apresuradamente.) Sí, capitán, sí... Parece usted en la luna... La presa que venimos a visitar con mi coronel, una de las obras agrícolas más importantes que se han hecho en el país... El genio constructivo y organizador de nuestro hombre... Ya lo conoce usted.

AGUILAR.-(Primero desconcertado, luego bajo la fija mirada de su compañero.) ¡Ah, sí!... La presa Bravo...

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El genio constructivo y organizador de nuestro hombre...

Llegó el peón con el coñac, que le recoge Nati para pasarlo a García. Éste bebe y pasa la botella, a su vez, a Aguilar que da dos tragos y devuelve a Nati. El administrador bebe también.

GARCÍA.-(Impaciente.) Bueno, Nati... El general no ha de tardar y ya sabe que tiene interés en los trabajos... Váyase buscando al ingeniero.

NATI.-No está lejos, porque no se aparta de la presa... Con su permiso... (Sale por el fondo.)

AGUILAR.-(Ofrece un cigarrillo a su compañero. Después enciende los de ambos.) Bueno, coronel, ya estamos en el condenado San Miguel... Supongo que ahora sí ya llegó la hora de que me diga...

GARCÍA.-(Se echa otro trago de coñac.) Discúlpeme que no lo haya hecho antes... Pero le consta que cualquier en estos casos... Ademán, el general nos recomendó a todos que hasta la mera hora...

AGUILAR.-Ya sabe que hay confianza, compañero. No siga.

GARCÍA.-Bueno... No está de más que le pregunte si contamos absolutamente con usted...

AGUILAR.-¡Hombre! ¡Eso no se pregunta a estas alturas!

GARCÍA.-¿Para todo?

AGUILAR.-¡Ah qué mi coronel! (Bebe coñac.) ¿Se imagina que me he creído en serio que de veras andamos corriendo todos, hasta el general, para venir a celebrar su santo en este infierno de polvo, o para visitar las obras? Vengo con usted dispuesto a cargar con todo lo que nos toque.

GARCÍA.-(Bebe otra vez, se va animado.) ¡Lo que es ahora, capitán, el gobierno nos hace los purititos mandados! ¡Se creían que era tan fácil cogerle los dedos detrás de la puerta a mi general Bravo! Ya se habrá enterado usted de lo de antenoche, ¿verdad?

AGUILAR.-Sólo por rumores.

GARCÍA.-Pues ya lo tenían todo preparado para agarrarlo y hacerle consejo de guerra sumarísimo... Ya hasta los boletines para la prensa estaban preparaditos, hablando de que se había rebelado y de que le había cogido infraganti...

AGUILAR.-¡Los metoditos de siempre!

GARCÍA.-Usted comprenderá que después de eso, y de todo lo sucedido en la última semana en el Congreso, el general no estaba seguro en la capital o en cualquier otro sitio en que no estuviese el núcleo de su gente... Por eso, a pretexto de visitar las obras el día de su santo, a lo que viene es a refugiarse aquí...

AGUILAR.-Entonces... No se llegará a las elecciones, ¿verdad?

GARCÍA.-¡No sea inocente, capitán! ¡Qué se va a llegar! Hoy puede armarse

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la gorda... ¡Hoy mismo! ¿No se fijó en la presencia de las tropas del compadre del general en todo el camino?

AGUILAR.-Claro que me fijé. Pero necesitaba que me hablara usted claro.

GARCÍA.-¡Le digo que de ésta el gobierno se va al diablo! (Bebe aún más.) Aquí no más esperaremos que el compadre de la señal desconociendo al Centro, para que se levante el resto de los jefes y regresemos a la ciudad...

AGUILAR.-¡Lo único que no me esperaba es que pudiese ser hoy mismo!

GARCÍA.-No había otro camino... Lo mejor hubiera sido aguardar... Pero si el general aguarda, se lo echan, capitán, se lo echan... Había que madrugarles...

AGUILAR.-(Animado por el alcohol, levanta la botella.) ¡Pues viva el futuro presidente de la República! (Bebe.)

GARCÍA-¡De ésta, se nos hizo! ¡Le digo que se nos hizo! (Bebe a su vez.)

Por el fondo llegan el ingeniero Rico y el administrador. Rico es un hombre maduro que viste también de campo.

RICO.-(Adelantándose.) ¡Hola, coronel García!

GARCÍA.-(Se levanta y sale al encuentro del otro, para alcanzarlo.) ¡Ingeniero Rico! ¡Tanto tiempo escondido entre el polvo y las espinas y

el cemento! Aquí nos tiene dispuestos a conocer sus trabajos.

RICO.-Pus lo que es por mí, coronel, ya sabe que verían hoy la inauguración de la presa... Estoy dedicado en alma y vida a ella... Y poco a poco, consiguiendo hoy mil pesos, mañana crédito, ya la vamos terminando. ¡No sabe usted con qué emoción de mi parte!

GARCÍA.-(Sonríe.) ¡De mucha emoción y todo!

RICO.-Usted no puede comprender el goce de ir viendo surgir paso a paso la obra que ha de cambiar, como por arte de magia, toda esta tierra inservible en un lugar de bendición.

GARCÍA.-Deje la emoción para luego y conozca al capitán Aguilar. (Lo presenta.) Un gran amigo del general Bravo.

AGUILAR.-(Estrecha la mano de Rico.) Tanto gusto en conocer al constructor de San Miguel, ingeniero...

RICO.-El verdadero constructor de San Miguel, capitán, lo es el general Bravo, su amigo... Yo aquí soy el técnico, la mano que cumple sus magníficos proyectos... Por desgracia, tengo que esperar un mes y otro a que se vaya acordado un poco de sus buenos propósitos.

GARCÍA.-Bueno, ingeniero, bueno... Venga acá a echarse un trago a la salud del nuevo presidente... (Lo lleva hasta la mesa y le da la botella.)

RICO.-(Antes de beber.) Créame que me bastaría brindar por el constructor de San Miguel. (Bebe, se limpia la

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boca.) ¡Es uno de los tragos más gratos que me ha echado! ¡Tengo un gusto! Por fin logramos que el general venga a visitar las obras, y se dé cuenta de todo lo adelantadas que van y de la lástima que sería abandonarlas ahora... Desde que le metieron en la cabeza la idea de la candidatura, palabra que he vivido en pura inquietud; porque ya no se acuerda para nada de estos lugares...

GARCÍA.-(Disgustado.) ¿Hubiera usted preferido que lo aceptara, que hubiese rehuido su responsabilidad ante la patria?

RICO.-Yo sólo hubiera preferido que siguiera adelante con lo empezado aquí... ¡Ahí él sabrá lo que hizo! Pero para mí, cada semana que se van sin que se acuerde de sus antiguos proyectos en San Miguel, veo con angustia que se aleja la posibilidad de que la gente de aquí termine con el fantasma del hambre y de las inundaciones... Claro que los estaré aburriendo, porque para ustedes esto significa muy poco, pero para mí ha terminado por ser el objeto de mi vida...

NATI.-Aquí el ingeniero está enamorado de la presa... Y se ha batido por ella como una fiera... Viajes y viajes... Telegramas y telegramas... Así le ha ido sacando todo al general... ¡Al ingeniero también le va a deber mucho la región!

GARCÍA.-(Impaciente y fastidiado con el tema.) ¡Seguro!... Si nadie le está quitando al ingeniero su mérito, Nati.

RICO.-¡Bueno! Lo importante es que el jefe se ha hecho un campito para venir y que yo lo agarraré y no lo soltaré

hasta que él me suelte todas las órdenes que hacen falta.

GARCÍA.-El jefe anda muy preocupado, ingeniero... Mejor déjelo en paz.

RICO.-¿Pues no viene a eso?

GARCÍA.-Claro que sí... Pero a descansar... A ver las obras nada más...

RICO.-Ya verá, ya verá cómo le hago oír y de esta fecha se logra todo... No sólo la presa, sino todo el resto del proyecto... La maquinaria, todo lo necesario para que acabe el hambre aquí, Sólo yo, que me he pasado un añito corrido entre los indios, sé lo que es la falta de agua casi todos los meses, coronel... Y su abundancia repentina y mortal... ¡Cosa mucha más sería que toda la política nacional!

AGUILAR.-¡Ah qué ingeniero tan bromista!

RICO.-¡Y hoy será un gran día! (Echa un trago.)

GARCÍA.-En eso sí estamos de acuerdo. ¡Un gran día! ¿Verdad, capitán?

AGUILAR.-¡Y por cosas mucho más importantes que la presita y todo San Miguel!

RICO.-¿Más importantes que la presa?

GARCÍA.-A usted se le ha de hacer que no hay nada más importante, pero ya verá...

RICO.-¿Qué, se decidió el jefe a todo el resto de las obras? (Con esperanza.) ¡Si

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así fuera! (Se rasca nerviosamente el cuello.) Pero la maldita política no lo deja tiempo ni interés para las obras... ¡Y con lo que hubiera sido San Miguel con medio año más de trabajos intensos! De mis manos, coronel, de mis manos hubiera nacido el mejor ejemplo para todo México... Al fin y al cabo, si al general no le preocupaba personalmente, todo hubiera sido una inestimable utilidad para los campesinos...

GARCÍA.-(Ríe.) ¡Este ingeniero no vive en el mundo! Fuera del cemento y de los planes, no ve nada, nada.. (Le da los palmaditas en la espalda, con aire protector.)

RICO.-Usted no conoce el gozo de ser un constructor... De significar la única esperanza para uno miles de hombres.

GARCÍA.-Mis ambiciones no se limitan a un rincón... Se van a todo México... A ayudar a que el país entero tenga al frente un genio organizador como el general Bravo.

RICO.-Limito mis sueños, pero en piedras y cemento, coronel... Ni en ilusiones ni en discursitos inútiles...

GARCÍA.-(Molesto.) Mire, vamos dejándola de tal tamaño. Y échese un último trago... Usted está enfermo de números y rayitas... No entiende de planes grandes.

AGUILAR.-(Da al ingeniero la botella, sonriendo.) Ingeniero, a tus piedritas...

RICO.-(No se molesta, sonríe y levanta la botella.) Bueno, hágame una concesión... Por lo que está en piedra y no en sueños... ¡Por la presa de San Miguel!

Oscuro. Un reflector afoca, en la entrada de la barda, a María, una vieja andrajosa y desgreñada, de pelo gris y aspecto extraño. Como la luz especial viene lateralmente, por detrás de la barda, los demás personajes quedan sumidos en la sombra.

MARÍA.-(Impasible.) La presa de San Miguel... La hacen para agua... Y sólo sirve para sangre.

CORO DE HOMBRES.-(Invisible.) Porque San Miguel se cansó de esperar el agua... Y probó la sangre.

CORO DE MUJERES.-(También invisible.) Y ya sólo le gustaba beber sangre.

CORO DE HOMBRES Y MUJERES.-(Juntos.) Se chupará a todos sus hijos... Y a todos sus amos... Hasta la llegada del verdadero constructor... Del verdadero constructor

Vuelve la luz. María sigue en la entrada. Todos vueltos hacia ella.

MARÍA.-(A Rico.) No se apure, señor ingeniero, no se apure. No es la hora de acabar la presa... Sólo serviría para los patrones... Y les quitaría a los indios hasta su última esperanza.

RICO.-(Extrañado y benévolo.) ¿Su última esperanza?

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MARÍA.-La de que un día los ahogue el río, y acaben de penar.

NATI.-(Bruscamente.) ¿Qué demonios se te ha perdido por aquí, María? ¡Vámonos! ¡Vámonos!

MARÍA.-(Con humildad.) Sé que hoy viene el nuevo dueño... El patrón nuevo... Y quiero verle la cara...

NATI.-¡Pues ya te estás largando si no quieres que te eche el perro!

MARÍA.-(Atemorizada.) ¡El perro! ¡El perro no, que también tiene sed y quiere sangre!

RICO.-(Se acerca a la vieja.) ¡Déjala, Nati, no la asustes. (A María.) Anda, vete... El general no ha llegado todavía. Yo te lo enseñaré cuando vaya a ver la presa... (La coge por los hombros y la empuja hacia fuera casi cariñosamente.)

MARÍA.-(Saliendo.) Sí, quiero conocer al nuevo patrón... (Se ha ido.)

NATI.-(Muy disgustado.) No sé qué le ha visto usted a la loca, ingeniero... ¡Si no fuera por usted, ya cuánto haría que la habríamos echado a patadas de la hacienda! Es la mala suerte de por aquí...

RICO.-(Se encoge de hombros.) ¡Quién se preocupa de sus supersticiones, Nati!

GARCÍA.-¿Quién es esa vieja tan rara?

NATI.-(Muy molesto.) ¡Una pinche loca! ¿No oyó lo que dijo?

RICO.-Es una mujer digna de compasión, no le hagan caso a Nati...

Ha visto acabarse la gente de San Miguel a tiros o inundaciones... Así se le murió el marido, y luego un hijo... Su único consuelo es la locura... Además, no lo puedo remediar, me puede mucho lo que dice... Es como el alma misma de esta tierra hambrienta... No me extrañaría que se muriera el mismo día que la presa haga su primera caricia creadora a esta tierra.

NATI.-¡Ande, ande, ingeniero! Ya ve que ni sólo soy yo. También usted se carga sus supersticiones... ¡Un día, ya verá, echo a esa vieja!

RICO.-No mientras esté yo aquí, Nati.

AGUILAR.-(Riendo.) ¡Vaya con el ingeniero! ¡Es un romántico!, ¿verdad, coronel?

GARCÍA.-Sí, hombre... Deje ya la loquita... ¿No quiere mejor acompañarnos a ver si encontramos al general por el camino?

Por el fondo se escucha un gran vocerío que hace detenerse a los presentes. Llega el general Pascual Bravo, acompañado del vate Landívar, el diputado Guevara, el licenciado Arce, Montaño, el senador Méndez. Bravo es alto, fornido y moreno, viste de campaña, usa grandes bigotes. Landívar es delgado y pálido. Guevara, joven y anodino. Arce se distingue por su pulcritud y finas maneras; Montaño, por su obesidad. Méndez es alto y lleva gran barba negra. Los siguen campesinos y campesinas; chiquillos.

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GARCÍA.-(Muy entusiasmado.) ¡Viva el general Pascual Bravo! ¡Viva el próximo presidente de la República!

TODOS.-(A excepción de los campesinos.) ¡Viva!

GARCÍA.-(A los campesinos.) ¿Por qué no gritan, muchachos? ¡Es el general Bravo, que viene a visitar la presa! ¡Hoy es el día de su santo!

RICO.-(Se adelanta.) El constructor de San Miguel, muchachos... El que ha hecho la presa.

Oscuro. Reflector laterales, también por detrás de la barda, afocan por ambos costados a los campesinos, dejando en sombras el resto de la escena y de los personajes.

NATI.-(Entrando en la luz.) ¡A ver, muchachos! ¡Todos conmigo! ¡Viva el general Bravo!

CAMPESINOS.-(Desmayadamente.) ¡Viva el patrón! (Luego con rencor.) El nuevo amo de San Miguel.

Vuelve la luz. De entre el grupo de campesinos, surge María, buscando a alguien con la vista.

MARÍA.-El general... ¿Dónde está el general?

NATI.-(Muy disgustado.) ¿Otra vez, vieja condenada? (La empuja bruscamente hacia fuera.) ¡Largo de aquí!

MARÍA.-(Resistiéndose.) Quiero conocer al nuevo patrón... ¡No me iré sin verle la cara! ¡Aunque me eches el perro que tiene sed!

NATI.-¡Que te largues!

BRAVO.-¿Quién es esa mujer, Nati?

NATI.-Una loquita de la hacienda, jefe... Una idiota.

RICO.-Una campesina que perdió en la revolución a su gente. Quiere conocerle general.

NATI.-Pero dice puras tonterías... No le haga caso, jefe.

BRAVO..Déjala que me conozca, Nati... Es una campesina... ha dado sangre de su vientre al país... (A María.) Acércate, vieja... Puedes verme cuanto quieras. Soy el general Pascual Bravo.

MARÍA.-(Se acerca al general entre el silencio de todos.) ¿Tú? ¿Tú quieres ser el constructor de San Miguel?

BRAVO.-(Ríe.) Yo no... El constructor de San Miguel, lo será el ingeniero... Yo no soy más que...

MARIA.-(Riendo de modo extraño.) El patrón, el patrón.

LANDIVAR.-(Que ha estado observado con mucho interés.) ¡Qué tipo más extraño! ¿Verdad, general? Parece que sale del mismo polvo.

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MARÍA.-Y del polvo he salido... Del polvo sediento que se traga a sus hijos.

NATI.-(La coge por el brazo.) Bueno, bueno... Ya conociste al general.

MÉNDEZ.-(Le da dinero.) Y ten para que tengan buen recuerdo del conocimiento.

LANDÍVAR.-(La separa de Nati.) ¡Es un tipo magnífico!

MONTAÑO.-¿Magnífico? (Gesto de asco.) Como el paisaje de espinas que tanto le ha gustado, vate.

LANDÍVAR.-(A María.) ¿Eres de aquí?

MARÍA.-Sí... Como el hombre y el hijo que perdí... Yo he visto acabarse a casi todos nuestros hombres... Y a todos nuestros patrones, también.

GARCÍA.-Nati tiene razón... ¡Qué la echen, general! Solo dice estupideces.

LANDÍVAR.-(Sin hacer caso de García.) ¿Y para qué has querido conocer al general?

MARÍA.-Para ver la cara del nuevo constructor falso de San Miguel... Del nuevo amo que ahogará su polvo... (Todos se sorprenden desagradablemente.) Porque la Tierra de Espinas no perdona a ningún amo... A todos se los traga... (Al general.) A ti también.

MÉNDEZ.-(Molesto.) ¡Ya! ¡Ya! ¡Basta de loca! ¡Es suficiente, vate!

GARCÍA.-¡Que se vaya! El general no está para estas tonterías.

BRAVO.-(Desagradablemente impresionado.) ¡Sáquela! ¡Vete ya, vieja!

Nati la saca hasta la puerta y la echa.

RICO.-Es una pobre loca, no hay que hacerle caso.

BRAVO.-Usted también tiene algo de chiflado, ingeniero. Como el vate Landívar.

MÉNDEZ.-¡Sólo nos faltaba este aperitivo!

BRAVO.-(Por los inmóviles campesinos.) Que se vayan los muchachos también... Ya han de tener hambre. Que les den el pulque y la barbacoa... (Maquinalmente, porque está visiblemente preocupado.) Quiero que estén contentos los campesinos en mi primera visita a San Miguel.

NATI.-(A los campesinos.) ¡Ya saben, muchachos! ¡Al cobertizo de las obras, donde ya los espera la barbacoa y el curado fino! ¡A celebrar el santo del general!

Salen los campesinos silenciosamente. Pasan unos momentos sin que hable nadie. Durante ellos se escucha el coro, a lo lejos.

CORO DE HOMBRES Y MUJERES.-(Alejándose cada vez más.) ¡Pulque!...

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¡Pulque!... Emborráchate y engaña a la sed verdadera. Pulque... Emborráchate... Embrutécete, San Miguel

Voces del coro se han perdido. Pasan brevísimos segundos de silencio en que los personajes presentes permanecen estáticos.

BRAVO.-(A García, reanudando la escena real.) ¿Qué tal, coronel García?

GARCÍA.-Todo bien, como se esperaba... Su compadre...

BRAVO.-(Callándolo con un ademán.) Luego hablamos.

GARCÍA.-¿Muy fatigado del viaje, general?

BRAVO.-Ha sido un poco cansado... (Distraído.) Sobre todo el pedazo a caballo bajo el sol y entre el polvo.

NATI.-¡Enseguida les sirvo un coñacazo que ya verán! (Se encamina hacia la casa.)

MONTAÑO.-(Después de dejarse caer en una de las sillas, haciéndola crujir, y de revisar sin éxito la botella de coñac abandonada en la mesa.) ¡Coñac es lo que hace falta, y no locas! ¡Bien se ve que llegó antes el coronel! ¡Ni gota ha dejado! (Se limpia el abundante sudor.)

ARCE.-¡Ande, Nati, ande! Que ya nos dan las doce por brindar aquí por mi general.

MÉNDEZ.-El licenciado Arce no nos perdona... No se le ve una ocasión para su discursitos.

Nati entra a la casa. El general da unos pasos, preocupado, después se sienta distraídamente cerca de Montaño.

BRAVO.-Un cigarrillo, Montaño...

Montaño se lo da y se lo enciende. Todos lo ven con respeto, pero Méndez se le acerca y le pone familiarmente una mano sobre el hombro derecho.

MÉNDEZ.-¿Qué tienes, Pascual? ¡Tan contento que viniste todo el camino, y ahora se te ocurre preocuparte!

GUEVARA.-(Mientras el general sonríe.) El cansancio, senador, el cansancio... Una copita, y verá como le vuelve al general toda su energía, todo su arrollador optimismo.

BRAVO.-Tiene razón el diputado. Es pura fatiga. Lo que hace falta es coñac. (Grita como sin haberse dado cuenta de la escena anterior.) ¡A ver! ¿Qué pasa aquí que no nos dan coñac? (Procura sonreír y se pone de pie.) Lo que es ustedes, tampoco vienen muy animosos que digamos... Miren a Montaño que apenas aguanta su grupa... Y el licenciado Arce, que mientras no llegue el aguarrás no le entran ganas de abrir el pico...

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MÉNDEZ.-(Siguiendo forzadamente las bromas.) Ya saben que cuando Arce no habla, es peor... Es que se está preparando a hacerlo doble.

BRAVO.-(Señalando al vate que está recargado en la entrada del fondo, de espaldas a todos, contemplando abstraídamente los cactus.) Y miren no más al vate Landívar... Sueña y sueña... ¡Vate Landívar! (Lo toma por un brazo y lo trae al centro.) ¿Qué pasa con usted que está tan agüitado?

LANDÍVAR.-No sé... Serán los momentos de inquietud por los que hemos pasado, o la emoción de estos días... El caso es, mi general, que me ha conmovido hondamente este paisaje. Un paisaje de sequedad angustiosa, de aliento sobrecogedor. Y luego, los hombres silenciosos, cubiertos de tierra gris... hambrientos...

MONTAÑO.-(Resoplando.) ¡Ah, cómo muele usted con el paisaje! (A todos.) Lo que le pasa al vate es que no las trae todas consigo... Desde el susto de antier... Y como poeta, se le va el miedo en pura poesía...

Ríen todos a excepción de Rico que está a un lado, con la cabeza baja, hacia el fondo.

LANDÍVAR.-(Ofendido.) ¡Usted no es más que un saco de manteca, Montaño! (Vuelven a reír todos, aunque un poco forzada, nerviosamente.) Tiene grasa hasta en los ojos... Por eso no se le alcanza que un paisaje como este quite las ganas de hablar.

GUEVARA.-¡Mucho, vate!

RICO.-(Atreviéndose a hablar por fin, a duras penas.) El señor Landívar tiene razón... Ésta es una tierra muy sufrida, digna de mejor suerte... Y quien dice la tierra, dice sus gentes... Por eso el logro de la presa significa para el nombre del general mucho más de todo lo que...

BRAVO.-(Atajándole.) ¿No digo, ingeniero? ¡Está usted como el vate!

MONTAÑO.-¡Alabado sea Dios! ¡Ya nos salió otro poeta! (Se coge payasamente la cabeza.) Lo que tiene San Miguel, ingeniero, es sólo un viento polvoso y ardiente que sólo se soporta... por las razones que lo estamos soportando todos... ¡Para lo que le importa al general ver la presita! ¡Y a todos nosotros!

BRAVO.-No le haga caso, ingeniero. Montaño sólo es un cochinito.

MONTAÑO.-¡Hombre, general!

MÉNDEZ.-No sé para qué vino, con lo amigo que es de la comodidad.

MONTAÑO.-¡Eso sí no se lo aguanto, senador! Viéndolo bien seré el primero que no deje al general... no digo ahorita, ni cuando fuera que nos saliera todo al revés y...

BRAVO.-(Muy enérgico y molesto.) ¡Cállese, Montaño! No quiero volver al temita. Ya lo tratamos suficientemente por el camino, y en tantos meses de estarlo platicando. Ahora ha llegado el momento de la acción.

GUEVARA.-Y sobran las habladas...

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MÉNDEZ.-El general tiene razón... ¡Aquí no más venimos a celebrar su santo y a ver la presa!

BRAVO.-Hasta que llegue Cerezo con las noticias del compadre, hablemos de todo menos de eso... Del paisaje que le gusta al vate o de la presa que preocupa al ingeniero.

RICO.-(Aprovechando.) Quiero decirle algo sobre ello, general... La presa está casi concluida. En cuanto usted lo quiera, podrá salir el agua a borbotones, a fecundar, a crear el verdadero San Miguel... El hombre y las inundaciones terminarán... Usted, que es revolucionario, no puede abandonar en el momento más importante las obras que...

BRAVO.-(Que casi no escucha, se impacienta.) ¡Bueno! Pare su coche, ingeniero... Todos eso está bien para los discursos. Dígaselo al licenciado Arce...

Vuelven a reír todos, desconcertando a Rico.

GUEVARA.-¡Para luego es tarde, Arce! Ya el ingeniero te está matando el gallo.

ARCE.-(Disfrazando el disgusto con la burla.) Y eso que no ha llegado el coñac.

RICO.-(Sin hacerles caso, al general, enardeciéndose.) Es que hablo en serio... De nada servirá tanto sacrificio, general, de nada, si dejamos todo así... Sería peor que no haberlo comenzado

esperanzado a toda la gente... Y luego, no me puedo resignar a que no sigamos con todo el resto de las obras; porque el agua es lo primero, pero...

BRAVO.-(Más impaciente.) ¡No se da cuenta usted de nada, ingeniero! Montaño tiene razón... Otro vate... Deje la presa y las obras para cuando estemos más tranquilos. Ahora nos interesa más el coñac que el agua.

AGUILAR.-¿No le dije, ingeniero? ¡A tus piedritas!

RICO.-(Testarudo, siguiendo al general que da unos cuantos pasos.) Necesito hablarle de una vez... Luego, con la comida y la fiesta, no tendrá usted tiempo.

GARCÍA.-(Con sorna.) ¡Sobre todo con la fiesta!

BRAVO.-(Francamente molesto.) Para que no se esté cansando, le advertiré que tengo hipotecada toda la hacienda a un mister Borrows que será él quien termine las obras si le interesan... ¡Todo para esta campañita electoral que ya me va cargando el alma! (Le vuelve la espalda y se dirige a García.) Cuando quiera hablamos, teniente... (La toma por un brazo y lo lleva a un lado.)

MÉNDEZ.-(Deteniendo a Rico que va a seguir importando al general.) Deje tranquilo al jefe. La situación no está para hablar de eso, ingeniero... ¿No se da cuenta? ¡No siga con sus tonterías!

RICO.-(Desconsoladamente.) ¡Tonterías!

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El administrador aparece en la puerta de la casa con varias botellas de coñac en una mano y bajo el brazo, y una bandeja con copas en la otra.

MONTAÑO.-¡Vaya! ¿Qué tanto hacía usted, Nati?

Todos, menos el general que está hablando con García, Méndez que está con Rico, y Landívar que ha vuelto al fondo, a contemplar el paisaje, rodean a Nati con gran alboroto y lo llevan hasta la mesa. Oscuro. Un reflector afoca exclusivamente al grupo de hombres en la mesa, sirviéndose el coñac y distribuyéndose las copas.

MONTAÑO.-¡Ahorita, licenciado Arce! ¡Anímese que nada va a pasar!

GUEVARA.-Y prepárese a echar el discurso, que si no se le indigesta! (Ríen todos.)

En reflector abandona a este grupo y pasa al del general y García.

BRAVO.-¡De todos modos! Le digo que no era eso lo hablado. Mi compadre quedó en disimular lo más posible... No que me ha mandado soldados y soldados a todo el camino... Incluso al de San Miguel...

GARCÍA.-Pero no se inquiete, todo va bien... Anoche seguía animadísimo su compadre... Por eso le telegrafíe... Hoy lo hará todo... No se apure, general...

El reflector deja a éstos y se fija en Rico y Méndez.

RICO.-¡Todo perdido, senador, todo!

MÉNDEZ.-Las cosas tienen que salir bien... El general pagará la hipoteca y continuará el trabajo... Y si no, usted no se preocupe, Borrows hará las obras con usted...

RICO.-¡Borrows! ¿Usted cree que me importaría así?

El reflector, por último, se fija en Landívar, que sigue frente al paisaje. Muy lejos se oye el coro de hombres.

CORO DE HOMBRES.-El agua espera. La tierra espera. Los hombres y el hambre esperan también... Esperarán... Y esperarán... Las espinas y el polvo para después...

Un grito de Montaño hace volver la luz completa.

MONTAÑO.-¿Qué, general, no le entra usted al coñac? (Levanta una botella.)

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El general toma a García del brazo, afectuosamente, y va con él hasta la mesa, toma una copa. Lo imitan todos. Sólo Landívar sigue distraído al fondo.

BRAVO.-¡A ver, vate, acérquese! Deje las espinas y el polvo para después.

EL vate se acerca y toma su copa.

ARCE.-(Levantando la copa y en tono de discurso, de improviso.) En estos trascendentales momentos en que el destino quiso reunir su día, general...

MONTAÑO.-(A carcajadas.) ¡Qué se iba a aguantar el licenciado Arce!

ARCE.-(Después de verlo furiosamente.) ...En que el destino...

GUEVARA.-¡Éste era el silencio! ¡Complot para atracarnos!

MÉNDEZ.-Si les digo que es más peligroso cuando no habla...

ARCE.-¡Dejen terminar!

BRAVO.-(Con ademán cansado.) ¡Hombre, licenciado, déjenos usted descansar de palabrerías! ¡Ya no estamos en el Congreso ni en el Comité! (Bebe su copa de un trago y se sirve otra que apura inmediatamente, mientras Arce ve furiosamente cómo ríen todos a sus costillas.)

MÉNDEZ.-Por el próximo triunfo, sin retórica... (Levanta la copa.)

GARCÍA.-¡Por el nuevo gobierno!

TODOS.-(A destiempo unos de otros.) ¡Por el triunfo! ¡Por el triunfo!

RICO.-(Que se ha separado unos pasos, con la copa en la mano, tristemente.) Y por la presa Bravo...

CORO DE HOMBRES Y MUJERES.-(Muy lejano, como eco del ingeniero.) Por la presa de San Miguel.

MÉNDEZ.-¡Por la revolución, ingeniero! ¡Ya nos fastidió la mula presita! Va en serio... A ver, todos conmigo, un brindis por el general Bravo. Una... dos...

En este momento se escucha al fondo y por dentro la fuerte voz del general Prieto.

PRIETO.-¡General Bravo!

Aparece Prieto en la puerta acompañado por varios oficiales y soldados, y seguidos por los peones curiosos.

PRIETO.-(Desde el fondo y dando después dos pasos hacia adentro.) ¡General Bravo!

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La alegría de los reunidos desaparece. La substituye la inquietud. Todos están vueltos al general Prieto y se llevan las manos instintivamente a las pistolas. Sólo Rico está distraído recargado en la pared de la casa, con la cabeza baja y fumando.

MÉNDEZ.-(Con sincera sorpresa.) ¡General Prieto!

BRAVO.-¿Qué pasa, Prieto? Yo te hacía ya en la ciudad, acompañando a mi compadre... Esperaba no más a Cerezo...

PRIETO.-(Con cierta dificultad.) Cerezo no puede venir... Yo traigo noticias de tu compadre... (De mal humor se vuelve a sus oficiales, disimulando su turbación.) ¡Échenme de aquí a esos mirones!

Los soldados obedecen y echan a los campesinos. Los hombres de Bravo se miran uno a otros, muy extrañados.

MÉNDEZ.-¡Ni nos imaginábamos que vendría usted, general! (Con inquietud.) ¿Van mal las cosas?

BRAVO.-¿Qué demonios ha pasado, mano? ¿Para qué vienes con tanto aparato?

PRIETO.-Te tengo que pedir calma, Pascual... Por que son malas mis noticias... Bueno, malas relativamente.

BRAVO.-¡Pues de una vez, hombre!

PRIETO.-La situación se ha puesto difícil... Pero ustedes no deben tener cuidado... Precisamente vengo yo para guardarlos de todo... Para conducirlos fuera del Estado a donde no corran riesgo...

BRAVO.-(Con estupor.) ¡Fuera del Estado! ¿Pues qué demonios ha ocurrido?

MÉNDEZ-Claridad, general.

PRIETO.-Pues... ¡Ustedes, Méndez, vayan saliendo! Y ya les dije, no tengan, cuidado, les vengo a dar escolta... Garantías...

GUEVARA.-(Asustado.) ¿Nos aprehenden?

MONTAÑO.-¡Aprehendernos! (En un lamento.) ¡Aprehendernos!

PRIETO.-¡Qué aprehenderlos, hombre!

BRAVO.-(Con sonrisa de sorna.) ¿Es que se ha rajado mi compadre?

PRIETO.-No, no es eso... La situación está francamente grave... Debes huir, Pascual... La mayor parte de los comprometidos se han arrepentido y...

BRAVO.-(Indignado.) ¡Si el primero que debió dar el grito fue mi compadre! ¡Se ha rajado!, ¿verdad? Y ahora vienes tú a fregarnos.

MONTAÑO.-(Lacrimoso.) ¡A fregarnos!

MÉNDEZ.-¡Tenga pantalones, Montaño, no vinimos a jugar!

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PRIETO.-¡Hombre, les estoy diciendo que vengo a darles garantías! Son órdenes superiores...

BRAVO.-(Furioso.) ¡Pero órdenes de quién chingaos.

MÉNDEZ.-(Deteniendo a Bravo.) General...

BRAVO.-¡Déjeme, Méndez! ¡Qué todos nosotros somos una punta de pendejos y yo el mayor de todos!

Prieto se vuelve muy nervioso a un oficial y le hace una seña. El oficial entra rápidamente con soldados y vigila de cerca de cada uno de los hombres de Bravo, incluso al ingeniero.

BRAVO.-¡Una traición de amigos! ¿Verdad, Prieto?

GARCÍA.-(Abatido.) ¡Una traición!

PRIETO.-Está por demás que te excites o que se exciten tus amigos, Pascual... Corres peligro aquí y te he de sacar del Estado aunque sea a la fuerza, para ponerte a salvo.

ARCE.-(Muy nervioso.) ¡Mejor díganos de una vez qué van a hacernos!

MONTAÑO.-¿A fregarnos, Dios mío?

BRAVO.-Los muchachos tiene razón, Prieto, ¡siquiera ten los huevos de hablar claro! ¡Ya que nos la haces...!

PRIETO.-(Más nervioso, al oficial.) ¡Desármenlos! ¡Esta por demás seguir hablando!

Los soldados rodean rápidamente, a una seña del oficial, a todos los presentes, los cachean y los desarman. Tienen que sostener por los brazos a Bravo que está furiosísimo.

BRAVO.-(Entre dos soldados que le aprietan los brazos.) ¡Eres un canalla, Prieto! ¡Un traidor!

PRIETO.-Te aguanto porque comprendo... Ahí después verás que es lealtad.

BRAVO.-(Mordiéndose los labios sonríe con rabia.) Está bueno... Está bueno... Perdí, Prieto... A la mala, pero perdí.

ARCE.-A lo menos debe usted decirnos qué nos espera, general...

GARCÍA.-¡Qué nos ha de esperar, Arce!

MONTAÑO.-¡A mí no! ¡A mí no! ¡Tengo hijos, general!

PRIETO.-(Irritado de improviso, a los soldados.) ¡Saquen de una vez a ese gordo, que ya me cansé de oírlo! ¡Chilla más que un cochino!

Los soldados designados sacan a empujones a Montaño que se va lloriqueando.

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MONTAÑO.-¡No! ¡A mí no! ¡Mis hijos, general! (Ha salido.)

LANDÍVAR.-(Que ha estado frotándose las manos nerviosamente.) General Prieto, yo sólo vengo como periodista, no tengo nada que ver en...

PRIETO.-¡Sáquenlos de una vez!

BRAVO.-(Mientras sacan a sus compañeros.) ¡Sí, mejor de una vez! ¡Líbranos de tu presencia, Prieto!

RICO.-(A quien van a sacar, con angustia.) Yo no debo salir de la hacienda, señor general. No sé siquiera qué está pasando aquí. Soy simplemente el ingeniero de las obras de la presa.

PRIETO.-¡Usted salga, ingeniero, salga! No se preocupe... Son mis órdenes... Todos los que estuvieran aquí...

BRAVO.-Salga, ingeniero... Usted no irá... Yo me comprometo...

Mutis del ingeniero entre los soldados. Han salido todos a excepción de Bravo a quien tratan con más respeto. Prieto no se atreve a verlo de frente a frente.

BRAVO.-Sé qué va a ser de nosotros, Prieto... Y te repito, perdí... Ahora quiero rogarte que te fijes en que no todos los que estaban aquí sabían del asunto... El vate Landívar, y el ingeniero Rico sobre todo...

PRIETO.-Las órdenes son unas, general... Debo salvarlos a todos, a todos, bajo mi responsabilidad.

BRAVO.-¡Pero hasta al ingeniero!

PRIETO.-(Ya muy seco. Ha reaccionado y está cortando.) ¡No hay más qué hablar! ¡Sal tú también!

Bravo saca su cartera y su reloj y se los da a Prieto.

BRAVO.-(Deprimido ya.) Está bueno... No más te ruego que le des eso a Ana y que veas por los chamacos... ¡Tú sabes si te cargas no sólo con sangre de amigos... sino también de inocentes!

PRIETO.-(Toma sus objetos muy turbado, otra vez sin energía.) ¡No digas tonterías! ¡Qué sangre ni qué nada! (Se emociona.) Pascual...

BRAVO.-(Con odio.) ¡Ya es bastante!... Sólo créeme que de ti no lo esperaba...

PRIETO.-Es por tu interés, perdóname. (Rindiéndose.) Tu compadre no ha jalado parejo y tengo que cumplir para no fregarme yo también...

Bravo sin decir más le vuelve la espalda y sale seguido por los soldados.

PRIETO.-(A un oficial que ha quedado cerca.) Usted encárguese de eso... Yo lo

Page 54: San Miguel de Las Espinas [Juan Bustillo Oro]

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espero en el camino con Garza y Ruiz. Y luego llévense los cuerpos del general, de los militares y de Méndez para la ciudad... A los demás dejen que los entierren aquí. (Sale con el oficial, y el resto de los soldados. Se le advierte profundamente conturbado.)

La escena silenciosa. Empieza a oscurecerse. Por el fondo y por la derecha, llegan los peones y sus mujeres con algunos chiquillos y se agrupan, prudentemente, hacia la izquierda por donde salieron los personajes anteriores curioseando en silencio y con timidez. Algunas mujeres se acercan a primer término y se sientan en el piso, con aire de indiferencia. Se ha hecho el oscuro. Un reflector lateral ilumina a los del fondo y deja en silueta a las mujeres del frente.

CORO DE HOMBRES.-Tierra seca... Polvo ardiente... Recibe la nueva ofrenda... La ofrenda inesperada...

CORO DE MUJERES.-(Del fondo y del frente.) Abre tu boca y bebe. La sangre nueva

Una serie de disparos desordenados, pero muy seguidos, mezclados con algunos gritos de hombres, interrumpe al coro. Breve silencio.

CORO DE HOMBRES Y MUJERES.-¡Devora a sus amos, San Miguel

Unas cuantas descargas más. Silencio más largo. Por el fondo aparece María llena de la luz del reflector.

MARÍA.-¡A todos! ¡A todos! ¡Con el nuevo patrón! Su sangre está ya en el polvo.

CORO TOTAL:-En el polvo que da espinas. Porque no hubo agua para su sed... ¡Agua! ¡Agua para su sed!

Al fondo ha aparecido, entre los peones arrastrándose, el cuerpo herido del ingeniero Rico cuyas palabras siguen inmediatamente a las del coro.

RICO.-(Desfalleciendo.) ¡Agua!... ¡Agua!... Me muero de sed... Y escóndanme... Pueden verme... Sálvenme... ¡Agua!

MARÍA.-(Se hinca junto a él y le ofrece el vientre de apoyo para la cabeza, sosteniéndolo por debajo de los hombros. A los demás.) Agua, agua para el constructor.

PEÓN.-(Va a la mesa y busca.) Sólo hay alcohol... (Coge una botella y la lleva al herido que no bebe, ha dejado caer la cabeza contra el pecho.) Beba... Le servirá...

MARÍA.-Déjalo ya... (Lo recuesta en el suelo.) Se fue ya... Se fue ya el constructor.

CORO TOTAL.-El constructor de San Miguel...

T E L Ó N

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