San Pedro

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SAN PEDRO († 67) El buen Simón de Betsaida, bronco y tierno como una ola del mar de su patria, fogoso y sencillo como un mílite de las legiones romanas, es una de las figuras más humanas v mas encantadoras que desfilaron por la órbita divina del Evangelio de Jesús de Nazaret. Con su barca y sus llaves, con sus dichos y sus hechos, con sus pecados y sus lágrimas, la personalidad histórica de San Pedro encuadra a todo el apostolado de los Doce y atrae por su fe ardiente y por su cálido humanismo la simpatía y el amor de todas las generaciones cristianas. Ignoramos el año exacto del nacimiento de San Pedro, pero sí sabemos que nació en Betsaida, una aldea campesina y marinera tendida en la ribera occidental del lago Tiberiades, donde vivía con su esposa dedicado a las tareas salobres de la pesca. Su nombre de pila era el de Simón, y fue el mismo Jesucristo quien, en su primer encuentro con este pescador, le impuso el nuevo nombre de Cefas, que significa "Pedro" o “piedra". El evangelista San Juan nos narra el primer encuentro de Jesús con San Pedro con la santa simplicidad de estas palabras: “Andrés halla primero a su hermano Simón y le dice: Hemos hallado al Mesías. Llevóle a Jesús. Poniendo en él los ojos, dijo Jesús: Tú eres Simón, hijo de Juan; tú te llamarás Cefas" (lo. 1, 41- 42). Jamás olvidaría Pedro de Betsaida esa mirada y esa delicadeza exquisita de Jesús. Tiempo adelante, el porvenir nos daría la clave y el sentido de este cambio de nombre y confirmaría el vaticinio de Jesús de Nazaret. A pesar del laconismo biográfico del Evangelio, en sus páginas encontramos datos más que suficientes para formarnos una idea clara y cabal de la fisonomía moral del apóstol San Pedro. Vehemente y francote por temperamento, un poco o muchos pocos presuntuosillo, transparente y casi infantil en la manifestación de sus espontáneas y más íntimas reacciones psicológicas, encontramos en la veta de sus valores morales un alma bella, un gran corazón, una lealtad, una generosidad, unas calidades humanas tan tan entrañables y subyugantes que aún hoy, a distancia de siglos, la fragancia de su recuerdo perdura y atrae la simpatía y la confianza de las generaciones cristianas. Al primer llamamiento vocacional de Jesús el corazón de Pedro, abierto siempre a todo lo grande y generoso, abandona todo lo que tenía. Poco, ciertamente; pero todo lo deja por seguir a Cristo con la confianza de un niño, el ardor de un soldado. Algo especial vio Jesús en la humanidad cálida y abierta del antiguo pescador de Betsaida, cuando, por un acto de su misericordiosa predilección, le elige para la misión de "pescador de hombres" (Lc. 5, 11), para ser la piedra fundamental de la Iglesia (Mt. 16, 18) y cabeza suprema de los doce apóstoles y de toda a cristiandad (lo. 21,15-17). Para ser el predilecto entre los tres apóstoles predilectos de Cristo, otorgándole la promesa y la garantía de una asistencia especial, a fin de que su fe no vacilara y confortara la de sus hermanos (Lc. 22,31). Así fue, en efecto. A las puertas de Cesarea de Filipo, Cristo le promete el primado universal y supremo sobre toda la Iglesia; y más tarde, en el candor intacto de una mañana primaveral, junto a la orilla del Tiberíades, Cristo, ya resucitado, cumple esta promesa al conferirle el poder de apacentar a las ovejas y a los corderos de su grey. Aquella promesa fue el premio a la fe de San Pedro, y su cumplimiento fue realizado ante las pruebas de amor de Pedro hacia el Maestro y Pastor de todos los pastores. La fe ardiente y el amor profundo de Pedro a Jesús constituyen los trazos más destacados de su semblanza y de su vida toda. Basta evocar el recuerdo de estos pasajes evangélicos y de la vida de Pedro: su confesión en Cesarea de Filipo, su actitud después del discurso anunciador de la institución de la Eucaristía, en el lavatorio de los pies de los apóstoles en el Cenáculo, en el prendimiento de Jesús en el huerto de los Olivos, en las lágrimas amargas que empezó a derramar después de

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SAN PEDRO ( 67)El buen Simn de Betsaida, bronco y tierno como una ola del mar de su patria, fogoso y sencillo como un mlite de las legiones romanas, es una de las figuras ms humanas v mas encantadoras que desfilaron por la rbita divina del Evangelio de Jess de Nazaret. Con su barca y sus llaves, con sus dichos y sus hechos, con sus pecados y sus lgrimas, la personalidad histrica de San Pedro encuadra a todo el apostolado de los Doce y atrae por su fe ardiente y por su clido humanismo la simpata y el amor de todas las generaciones cristianas.Ignoramos el ao exacto del nacimiento de San Pedro, pero s sabemos que naci en Betsaida, una aldea campesina y marinera tendida en la ribera occidental del lago Tiberiades, donde viva con su esposa dedicado a las tareas salobres de la pesca. Su nombre de pila era el de Simn, y fue el mismo Jesucristo quien, en su primer encuentro con este pescador, le impuso el nuevo nombre de Cefas, que significa "Pedro" o piedra". El evangelista San Juan nos narra el primer encuentro de Jess con San Pedro con la santa simplicidad de estas palabras: Andrs halla primero a su hermano Simn y le dice: Hemos hallado al Mesas. Llevle a Jess. Poniendo en l los ojos, dijo Jess: T eres Simn, hijo de Juan; t te llamars Cefas" (lo. 1, 41-42). Jams olvidara Pedro de Betsaida esa mirada y esa delicadeza exquisita de Jess. Tiempo adelante, el porvenir nos dara la clave y el sentido de este cambio de nombre y confirmara el vaticinio de Jess de Nazaret.A pesar del laconismo biogrfico del Evangelio, en sus pginas encontramos datos ms que suficientes para formarnos una idea clara y cabal de la fisonoma moral del apstol San Pedro. Vehemente y francote por temperamento, un poco o muchos pocos presuntuosillo, transparente y casi infantil en la manifestacin de sus espontneas y ms ntimas reacciones psicolgicas, encontramos en la veta de sus valores morales un alma bella, un gran corazn, una lealtad, una generosidad, unas calidades humanas tan tan entraables y subyugantes que an hoy, a distancia de siglos, la fragancia de su recuerdo perdura y atrae la simpata y la confianza de las generaciones cristianas.Al primer llamamiento vocacional de Jess el corazn de Pedro, abierto siempre a todo lo grande y generoso, abandona todo lo que tena. Poco, ciertamente; pero todo lo deja por seguir a Cristo con la confianza de un nio, el ardor de un soldado. Algo especial vio Jess en la humanidad clida y abierta del antiguo pescador de Betsaida, cuando, por un acto de su misericordiosa predileccin, le elige para la misin de "pescador de hombres" (Lc. 5, 11), para ser la piedra fundamental de la Iglesia (Mt. 16, 18) y cabeza suprema de los doce apstoles y de toda a cristiandad (lo. 21,15-17). Para ser el predilecto entre los tres apstoles predilectos de Cristo, otorgndole la promesa y la garanta de una asistencia especial, a fin de que su fe no vacilara y confortara la de sus hermanos (Lc. 22,31).As fue, en efecto. A las puertas de Cesarea de Filipo, Cristo le promete el primado universal y supremo sobre toda la Iglesia; y ms tarde, en el candor intacto de una maana primaveral, junto a la orilla del Tiberades, Cristo, ya resucitado, cumple esta promesa al conferirle el poder de apacentar a las ovejas y a los corderos de su grey. Aquella promesa fue el premio a la fe de San Pedro, y su cumplimiento fue realizado ante las pruebas de amor de Pedro hacia el Maestro y Pastor de todos los pastores. La fe ardiente y el amor profundo de Pedro a Jess constituyen los trazos ms destacados de su semblanza y de su vida toda. Basta evocar el recuerdo de estos pasajes evanglicos y de la vida de Pedro: su confesin en Cesarea de Filipo, su actitud despus del discurso anunciador de la institucin de la Eucarista, en el lavatorio de los pies de los apstoles en el Cenculo, en el prendimiento de Jess en el huerto de los Olivos, en las lgrimas amargas que empez a derramar despus de la cada de sus tres negaciones, en su carrera madrugadora hacia el sepulcro de Jos de Arimatea, en su lanzamiento al agua y entrega total de la pesca milagrosa para llegar pronto y obedecer sin regateos al Maestro, en la escena romana del Quo vadis?, en el testimonio y en la forma de su martirio.Amor que fue siempre correspondido, y con predileccin, por Jesucristo, como se transparenta entre otras ocasiones en el encargo expreso que las piadosas mujeres recibieron del ngel en el alba de la maana de la Resurreccin: "Decid a sus discpulos y a Pedro... (Mc. 16,7). A Pedro, concreta, particular y principalmente: Tal vez el pobre San Pedro seguira llorando amargamente su triple negacin, sin que sus lgrimas pudieran borrar de la retina de sus ojos el reflejo de aquella dulce mirada de Jess en el patio hebreo de la casa de Caifs. Tal vez, replegado en el regazo contrito de su dolor y de su cobarda, no se atreviera a acercarse al buen Jess; sin embargo, Jess le segua amando y mantena su promesa de levantar sobre Pedro el edificio colosal de la Iglesia catlica.Frente a los prejuicios sectarios y a las interpretaciones torcidas en torno a la designacin de Pedro como jefe y maestro supremo y universal de la Iglesia, ah estn los documentos histricos del Evangelio y la actuacin primacial de San Pedro en la vida interna y externa de la Iglesia. Los pasajes del captulo 16 del evangelio de San Mateo y del captulo 21 del evangelio de San Juan son tan claros que, ante su claridad solar, algunos debeladores del primado de San Pedro no tienen otra salida que el negar la autenticidad histrica de esos pasajes evanglicos. En conformidad con su sentido actu siempre San Pedro, y todos los cristianos vieron en esta conducta la puesta en prctica de sus poderes, concedidos por Cristo y simbolizados en la entrega de las llaves del reino de los cielos al antiguo pescador de Betsaida.Efectivamente, fue San Pedro quien anatematiza al primer heresiarca Simn Mago; quien recibe en Joppe la ilustracin de Cristo en orden a la universalidad de la joven Iglesia y marcha a Cesarea a convertir al centurin romano Cornelio; quien preside y define la actitud dogmtica de la Iglesia en el concilio de Jerusaln; quien propone a los fieles la eleccin del sustituto del traidor Judas en el Colegio Apostlico; quien en el da augural de Pentecosts se levanta, en nombre de todos, para arengar a la multitud y exponer la doctrina y el mensaje divino de Jess; quien es consultado y obedecido por San Pablo, quien anuncia el castigo a Ananas y a Tafita, y es citado y ocupa siempre el primer lugar. Todos acuden a Pedro, y Pedro acude a todas partes, dejando con slo la sombra de su cuerpo una estela de milagros, y abriendo con su palabra horizontes de luz, de unidad, de universalidad y de paz,Esta posicin y esta influencia de San Pedro dentro y fuera de la Iglesia fue el origen de su encarcelamiento en Jerusaln y de su sentencia de muerte dada por Herodes Agripa, el nieto de aquel Herodes degollador de los nios inocentes y sobrino de Herodes Antipas, el asesino del Bautista y burlador de Cristo en los das de la Pasin. El odio contra la naciente Iglesia se centraba ya en su primera cabeza visible, en San Pedro. La pluma de Lucas nos lo afirma en el libro de los Hechos de los Apstoles, al decir: "Y entendiendo (Herodes Agripa) ser grato a los judos, sigui adelante prendiendo tambin a Pedro" (Act. 12,3). Esta narracin bblica del prendimiento y liberacin de San Pedro por un ngel, horas antes de la ejecucin de la sentencia de su muerte, es todo un poema, una de las pginas ms bellas, ms emotivas, ms realistas y de ms fino sentido psicolgico de la literatura universal al servicio de la verdad histrica. La Iglesia la recuerda y conmemora litrgicamente en la fiesta de San Pedro ad vncula, y a ella remitimos al lector de este AO CRISTIANO.Libertado por el ngel, Pedro sali de Jerusaln. El libro de los Hechos de los Apstoles, despus de la escena encantadora y realsima ocurrida en la casa de Mara, la madre de Juan, apellidado Marcos", aade: "Y, partiendo de all, se fue a otro lugar" (12,17). Cul es este lugar? Adnde se dirigieron los pasos peregrinos de San Pedro recin liberado? A Roma? A Cesarea? A Antioqua? Con certeza histrica no lo sabemos. Lo cierto es que a San Pedro volvemos a encontrarle en Antioqua; que una antigua tradicin afirma que San Pedro fue el primer obispo de Antioqua; que la Iglesia admite y confirma esta tradicin con la institucin litrgica de la fiesta de la Ctedra de San Pedro en Antioqua; que Eusebio, en su Historia Eclesistica, nos dice que Evodio fue el segundo obispo de Antioqua y sucedi a San Pedro. Fue a raz de su milagrosa liberacin de la crcel de Jerusaln cuando Pedro fue por primera vez a Antioqua? Haba ido anteriormente, hacia el ao 36,37, despus de la muerte del protomrtir San Esteban, a fundar la primera cristiandad antioquea? Tampoco podemos contestar con certeza a estas preguntas, ni ofrece gran inters a los lectores del AO CRISTIANO la exposicin de los ltimos resultados de la investigacin histrica acerca de estos detalles marginales en la gran trayectoria de la vida del apstol San Pedro.Ms importancia teolgica e histrica presenta y encierra el incidente de Antioqua aludido por San Pablo en su Epstola a los glatas (2,11). Tiempos eran aqullos en los que, por una parte, las formas de expresin del viejo culto judaico estaban ms concretadas que en la nueva religin cristiana, y, por otra parte, los judos cristianos de Jerusaln especialmente los de procedencia farisea abrigaban la ilusin de esperar en la joven Iglesia un simple florecimiento espiritualista y ms lozano de la antigua sinagoga mosaica. Por ello, algunos judos cristianos defendan que el mundo de la gentilidad slo poda entrar en la Iglesia de Cristo pasando previamente por el Jordn de la circuncisin y la observancia total de la Ley de Moiss.El problema era de fondo, no slo de forma y de rito. Porque obligar a la circuncisin a los gentiles, y a la observancia de los ritos mosaicos, equivala a reducir la Iglesia de Cristo a la estrechez nacionalista de la vieja sinagoga, a negar la universalidad de la redencin por los mritos de Cristo, a hacer del cristianismo universal y universalista una religin de raza.El aspecto dogmtico y religioso de esta cuestin haba sido ya resuelto, hacia el ao 50, en el concilio de Jerusaln, al definir la no obligatoriedad de la circuncisin y de la observancia de la ley mosaica, y precisamente se haba zanjado por la autoridad de San Pedro. Mas, en la prctica, seguan algunos judos cristianos abstenindose en las comidas de los manjares impuros segn la ordenanza y el rito de la Ley de Moiss. Efectivamente, desde el punto de vista dogmtico y teolgico la cuestin estaba resuelta en el plano del pensamiento; pero la continuidad de su planteamiento, aun en el plano del rito y de la prctica, segua presentando serios y graves peligros para la desviacin doctrinal en torno a la unidad y universalidad de la Iglesia. El incidente ocurrido en Antioqua entre Pedro y Pablo fue originado por las condescendencias del gran corazn de San Pedro en el terreno de las conveniencias prcticas de la prudencia, no de los principios doctrinales de la Iglesia. San Pablo no era un hombre de medias tintas ni de trminos medios, y en la condescendencia del corazn de San Pedro vio "una simulacin" as la califica que en el orden de las conductas podra, por orgullo de raza, dar pretextos para seguir manteniendo, dentro de la catolicidad de la Iglesia, un muro de separacin entre judos y gentiles, como en el templo de Jerusaln. San Pablo no transiga ante estas condescendencias rituales de San Pedro, y el Espritu Santo, que, por encima de todas las flaquezas, dirige a la Iglesia de Dios, facilit los caminos a la expansin ecumnica del cristianismo. El muro que en el templo de Jerusaln separaba a los gentiles y judos fue derrumbado para siempre. Sobre sus escombros y sus ruinas se levantan hoy, abiertas y campeadoras, las columnas berninianas la gran plaza romana, precisamente, de San Pedro.La fantasa novelera de la Escuela de Tubincia se atrevi un da a lanzar por el mundo la especie de una oposicin dogmtica y de una indisciplina jerrquica entre ambos prncipes de la Iglesia. Hoy la misma crtica histrica contempornea ha echado por tierra tal imputacin, Pedro y Pablo, figuras cimeras de la Iglesia, almas hermanadas por una misma fe y un mismo amor, sellaron con la sangre del martirio sus nombres y sus vidas bajo los cielos de Roma. Por encima de sus distintos temperamentos, un mismo credo, un mismo amor, un mismo ideal, les uni en el combate y en la muerte, emparejando sus personas, tan ntimamente, que ya, desde los primeros tiempos de la Iglesia, aparecen juntos en el medalln de las catacumbas de Santa Domitila y en el ms antiguo an sarcfago de Junio Baso, hallado en la cripta del Vaticano,Si los enemigos de la Iglesia han gastado tanta tinta en combatir la institucin misma del Primado, mayores an son sus ataques contra el hecho histrico-dogmtico del Primado de Pedro y de sus sucesores en la ctedra de Roma. Frente a la claridad que brota de los documentos histricos en favor de las tesis catlicas, se empean en afirmar que, tanto la institucin del Primado en la Iglesia como su encarnacin en la persona de Pedro y en el obispo de Roma, son productos puramente naturales de un proceso evolutivo histrico.Ni el Evangelio ni la Iglesia temen a la verdad, y ah estn las realidades histricas proclamando la verdad catlica en relacin con el Primado de Pedro y de sus sucesores los papas. La Iglesia haba de desarrollarse como el grano de mostaza y perpetuarse a travs de los siglos. La indefectibilidad de la Iglesia exige una autoridad indefectible tambin, y para ello Cristo la ciment en la piedra, en Cefas, en Pedro, y contra esa piedra ni han prevalecido ni prevalecern las puertas del infierno. Dos mil aos de historia vienen confirmando esta realidad, garantizada por la promesa de Cristo Dios (Mt. 16,18).La estancia de San Pedro en Roma, su pontificado romano y su martirio en la Ciudad Eterna son hechos histricos hoy admitidos por todos los historiadores responsables y de buena fe. El mismo Harnack, nada sospechoso, llega a afirmar "que no merece el nombre de historiador el que se atreve a poner en duda esta verdad". La fecha de la misma llegada y la duracin de la estancia en Roma de San Pedro son hoy cuestiones an por dilucidar, as como la fecha exacta de su martirio en tiempos de Nern.Fue San Pedro el primer sembrador de la semilla evanglica en Roma? Fueron los romanos residentes en Jerusaln en el da de Pentecosts, a quienes alude el libro de los Hechos de los Apstoles (2,10) y convertidos a la fe de Cristo por el discurso de San Pedro? Fueron los judos dispersos de Jerusaln los que, con motivo de la persecucin de Herodes Agripa, se alejaron hasta Roma y fundaron el primer ncleo de la cristiandad romana entre la numerosa colonia juda del Trastevere? Nada sabemos con certeza histrica sobre estas interrogaciones tan sugerentes.El hecho cierto es que Pedro estuvo en Roma y que fue su primer obispo. Desde Roma escribi su primera carta a los fieles del Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia, fechada en Babilonia (5,13), nombre simblico universalmente interpretado por Roma, la ciudad pagana sucesora o representante de la antigua Babilonia. Los testimonios de Clemente Romano, tercer sucesor de San Pedro en el pontificado romano; de Ignacio de, Antioqua, en su epstola dirigida a los romanos; de San Ireneo, en su tratado Contra todas las herejas, y recientemente las ltimas excavaciones realizadas en la cripta de la baslica Vaticana, demuestran hasta la evidencia la estancia de San Pedro, su pontificado y el ejercicio de su jurisdiccin primacial en Roma y en toda la Iglesia.Roma y San Pedro son dos trminos plenos de grandeza histrica, que se asocian espontneamente en la inteligencia y en el corazn de todos los cristianos. Segn una antiqusima tradicin, el pontificado romano de San Pedro dur veinticinco aos: "Annos Petri non videbis". Esta tradicin viene a confirmar la opinin de los que afirman que la primera llegada de San Pedro a Roma aconteci hacia el ao 42, y su martirio hacia el ao 67. En efecto, el martirio de San Pedro ocurri entre estas dos fechas extremas: entre el ao 64, fecha del gran incendio de Roma, y el ao 68, fecha de la muerte de Nern. San Juan en su evangelio nos leg estas palabras de Jesucristo a San Pedro: "En verdad, en verdad te digo: Cuando eras ms joven t mismo te ceas y andabas adonde queras; mas cuando hayas envejecido extenders tus manos y otro te ceir y te llevar donde t no quieras" (21, 18-19). Era una alusin delicada al martirio del apstol.En el verano del ao 64 un gran incendio devast gran parte de la ciudad de Roma. Mientras ocurra la gran catstrofe, Nern segn escribe Tcito en sus Anales cantaba en su teatro privado su poema acerca de la ruina de Troya, aspirando a la gloria de fundar una ciudad nueva que llevase su nombre. Esta actitud de Nern dio ocasin al rumor popular de que el incendio de Roma haba sido provocado por el propio emperador; Nern acus entonces a los cristianos como causantes y provocadores del incendio de Roma, y comenz su sanguinaria persecucin contra la Iglesia. Torrentes de sangre cristiana corrieron por el circo, por las crceles, por las afueras de Roma. La leyenda, flor de la historia, ha recogido la escena enternecedora del Quo vadis, que la piedad y el arte cristiano nos recuerdan en la devota capilla romana del Quo vadis, erigida en el lugar donde Jess se apareci a San Pedro, cuando hua de Roma despavorido por la persecucin neroniana. Pedro pregunta al Maestro: "Seor, adnde vas?". y el Seor le responde: "A Roma, para ser otra vez crucificado". Pedro comprende la significacin y el alcance de este dulce reproche de Jess, y retorna a la ciudad de su martirio.Pronto es apresado por los esbirros de Nern. El peregrino cristiano visita en Roma con profunda veneracin la clebre crcel Mamertina, donde fue preso San Pedro, y donde convirti y bautiz a sus mismos carceleros, Proceso y Martiniano, futuros mrtires de la fe cristiana,Poco tiempo despus el gran apstol San Pedro mora clavado en la cruz, como su Maestro; pero, en conformidad con su propio deseo, cabeza abajo, dndonos con esta actitud una gran prueba de su humildad y de su amor a Cristo Jess. Su sangre cay cerca del obelisco de Nern, en la colina vaticana, donde se levant la antigua baslica Constantiniana y hoy se alza la gran baslica que lleva su nombre.La tumba del gran apstol San Pedro se yergue bajo la bveda grandiosa del Bramante, el monumento ms hermoso del orbe. Ante el altar de la confesin y de la tumba del apstol arrodillmonos con veneracin, y, a semejanza del viejo pescador de Betsaida, volvamos nuestro espritu hacia Cristo Redentor, para repetir el eco de la fe y de la plegaria de San Pedro: "T eres Cristo, el Hijo del Dios viviente".La Iglesia celebra con los mximos honores de su liturgia la fiesta de San Pedro, en el mismo da que la fiesta de San Pablo. Ellos fueron, y sern siempre, los Prncipes de los Apstoles, As los ha apellidado la Iglesia, as los invoca la fe y el arte de las generaciones cristianas.PEDRO CANTERO CUADRADO