Santos legendarios del Carmelo e iconografía

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Santos legendarios del Carmelo e iconografía Ismael MARTÍNEZ CARRETERO, O. Carm. Sevilla I. Origen de tales leyendas. II. Entre la historia y la leyenda. III. Las fuentes literarias. IV. Santos legendarios del santoral carmelita. V. Santos primitivos. 5.1. San Agabo. 5.2. Santa Ifigenia. 5.3. San Elesbán. VI. Santos pontífices y patriarcas. 6.1. San Elesbán. 6.2. San Dionisio para. 6.3. San Cirilo de Alejandría. 6.4. San Cirilo de Constantinopla. VII. Santos ermitaños. 7.1. San Espiridón. 7.2. San Hilarión. 7.3. Santa Eufrosina.

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Santos legendarios del Carmelo e iconografía

Ismael MARTÍNEZ CARRETERO, O. Carm.Sevilla

I. Origen de tales leyendas. II. Entre la historia y la leyenda.

III. Las fuentes literarias.IV. Santos legendarios del santoral carmelita.V. Santos primitivos.

5.1. San Agabo.5.2. Santa Ifigenia.5.3. San Elesbán.

VI. Santos pontífices y patriarcas.6.1. San Elesbán.6.2. San Dionisio para.6.3. San Cirilo de Alejandría.6.4. San Cirilo de Constantinopla.

VII. Santos ermitaños.7.1. San Espiridón.7.2. San Hilarión.7.3. Santa Eufrosina.

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1. SMET, J., O. Carm., Los Carmelitas I, BAC, Madrid 1987, pp. 23-24.

I. ORIGEN DE TALES LEYENDAS

La gran tragedia a la que se hallaba abocada la Orden del Carmen al lle-gar a Europa en su forzado exilio era la de su extinción total como ordenpequeña y desconocida, «llevando sobre sí además la sospecha de haber si-do fundada después de la prohibición del Concilio IV de Letrán de 1215, yse ponía en cuestión el mismo derecho a su existencia», escribe Smet. Estaamenaza se acentuó en 1274 por las determinaciones del Concilio II deLyon renovando la prohibición de 1215 referente a la fundación de nuevasórdenes. Se prohibió admitir nuevos candidatos a las ya fundadas con laintención de provocar su total desaparición, salvo franciscanos y domi-nicos; los agustinos y los carmelitas continuarían hasta que la Santa Sededeterminase otra cosa al haber sido fundadas antes de la indicada fecha de1215. «El Concilio II de Lyon canonizó, es decir, fijó en cuatro el númerode las órdenes mendicantes de la Iglesia»1.

Pero, sin duda, la gran dificultad para ser aceptados los carmelitas enOccidente se debía en gran parte a lo incierto de sus orígenes. Tanto losfranciscanos como los dominicos podían hablar de sus respectivos funda-dores con datos concretos; los mismos agustinos tampoco tenían grandesdificultades en convencer a la gente que San Agustín era su fundador. «Loscarmelitas, si embargo, no gozaban de tan bendita certeza en un momentoen el que estos datos eran tan importantes», dice Smet.

Los carmelitas no sabían qué decir cuando la gente les preguntaba cuán-do y por quién habían sido fundados; de ahí que hubiera necesidad de haceroficialmente lo que hoy llamamos una “declaración de principios”, y así sehizo, insertando en las Constituciones de 1281 la llamada Rubrica Prima.«Y puesto que ciertos hermanos nuestros de los más jóvenes se preguntanen donde y cómo nuestra Orden tuvo su principio y no saben cómo en ver-dad responder, para ellos y para todos cuantos se hagan la misma pregunta,queremos dar por escrito la siguiente respuesta»:

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2. STARING, A., O. Carm., Medieval Carmelite heritage, Institutum Carmelitanum,Roma 1989, p. 40.

3. SMET, Los Carmelitas, I, p. 26.

«A quienes pregunten de dónde y cómo tuvo principio nuestra Orden así he-mos de responder: Declaramos, dando testimonio de la verdad, que desde eltiempo en que los profetas Elías y Eliseo vivieron devotamente en MonteCarmelo, los santos Padres tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento,a quienes la contemplación de las cosas celestiales condujo a la soledad deeste monte, llevaron allí, sin duda, vida ejemplar, junto a la Fuente de Elías,en santa penitencia, mantenida sin interrupción y con provecho… A estosmismos sucesores, Alberto, patriarca de Jerusalén, en tiempos de InocencioIII, unió en una comunidad, escribiendo para ellos una Regla, que el papaHonorio, sucesor del mismo Inocencio, y muchos de sus sucesores, apro-bando esta Orden, la confirmaron con mucho encomio por medio de cartas.En la profesión de esta Regla, nosotros, sus seguidores, servimos al Señoren diversas partes del mundo, hasta el día de hoy»2.

«Esta rúbrica primera es la semilla de la que germinaría la leyenda elia-na en siglos venideros, desarrollándose frondosamente incluso hasta el ex-ceso»3. Y con Elías los Hijos de los Profetas sus sucesores, hasta alcanzarbien avanzada la nueva era del Cristianismo; he aquí cómo nos lo explica elP. Zimmerman.

«Desde que los Carmelitas se trasladaron a Occidente, ocuparon su agudoingenio en el hercúleo trabajo de reconstruir la antigüedad y la continua su-cesión de la Orden desde los tiempos del profeta Elías y de la Escuela de losProfetas fundada por Samuel e incrementada más tarde por Elías y Eliseo…Los autores de los siglos XIII y XIV se esfuerzan casi todos por probar talantigüedad. El lugar de ocuparse de la historia de su tiempo, todos se dierona recoger lo que encontraban en los distintos autores acerca de los Esenios(en Flavio Josefo, Plinio, Eusebio) de los Terapeutas en Filón, del oráculode Monte Carmelo en Tácito, de la subida al Monte Carmelo de Pitágorasen Jámblico, de la vida y virtudes de Elías y Eliseo en escritores eclesiásti-cos… Y todo para confirmar sus opiniones».

Y continúa diciendo el citado autor:

«Si bien muchos escritores medievales aceptaron esta tesis de los carmeli-tas, otros -en número realmente poco apreciable- la negaban, de modo quela Orden nunca se halló en posesión pacífica de sus asertos. Así fue cómocasi todo el esfuerzo de nuestros historiadores, desde el siglo XIV hasta lostiempos más cercanos a nosotros, se empleó en componer obras apolo-géticas. Entre ellos destacan Juan de Hildesheim, Juan Baconthorp, Bernar-do Oller, Juan Horneby, Tomás Bradley, Pedro Bruyne, Juan de Malinas yno pocos otros. Esta obsesión por la antigüedad fue la causa de que nuestros

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4. ZIMMEERMAN, B., OCD, «Monumenta historica carmelitana», vol. I, citada porLudovico Saggi en Hagiografía Carmelitana, pp. 120-121.

autores olvidaran otras cosas más útiles. El primero que comenzó a escribiralgo de historia fue Juan Trissa con sus catálogos de los capítulos y de lospriores generales y de los maestros de París»4.

II. ENTRE LA HISTORIA Y LA LEYENDA

Balbino Velasco Bayón, un carmelita segoviano que se ha llevado todasu ya prolongada vida tejiendo y entretejiendo retazos de la historia de laOrden a la que pertenece, ha debido muchas veces combinar documentosapilados en multitud de archivos, sorprendentes muchos porque eran aúninéditos, y desconcertantes otros por hallarse envueltos en tradiciones sinbase alguna real que los avalara. Se trata las inevitables leyendas quedurante siglos se han venido transmitiendo y leyendo como auténticas jo-yas literarias en libros de devoción, estimulando con sus ejemplos a multi-tud de piadosos lectores, y haciendo sonreír a los propios frailes y monjas.

«La leyenda está profundamente vinculada a la Orden del Carmen. Hacerreferencia al Carmelo comporta el recuerdo inevitable de una larga serie derelatos legendarios deliciosos que, desde los tiempos bajo-medievales, seha venido transmitiendo en los conventos carmelitas. Casi hasta nuestrosdías estas leyendas –en algunos ambientes– se han considerado como histo-

San Elías Profeta, considerado como Padre y Fundador de la vida religiosa, según S. Je-rónimo, lo es de la Orden del Carmelo y como tal figura en San Pedro del Vaticano

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5. VELASCO BAYÓN, B., O. Carm., Historia del Carmelo Español, Institutum Car-melitanum, Roma 1990, I, p. 43.

6. EGIDO, T., OCD, «Nuestro Padre San Elías» en In labore requies, libro homenaje dela Región Ibérica Carmelita a los Padres Pablo Garrido y Balbino Velasco, Edizioni Carme-litane, Roma 2007, pp. 206-207.

ria propiamente dicha y no han faltado desgarros a la hora de deslindar loscampos y desmontar este talante legendario»5.

Comentando esta misma frase de nuestro carmelita castellano escribeTeófanes Egido:

«No es exageración alguna la sospecha al menos de que las leyendas confrecuencia han sido un agente efectivo como signo de identidad familiar delas órdenes religiosas, y no sólo en los largos tiempos precríticos en los que,conforme al axioma formulado por Salmann, tanto peso tenía la fantasía co-mo la realidad, lo imaginado como lo realmente acontecido, y no ocultabansu fascinación por lo prodigios y lo inverosímil… La leyenda tiene que mi-rarse como una riqueza histórica envidiable, no la menos valiosa por cierto,del patrimonio espiritual de las órdenes religiosas, monásticas y men-dicantes, que son las que ahora nos interesan. Y que han ido formando estetesoro con trabajo puesto que no siempre resulta fácil fabricar la belleza, ysi algún don tienen las leyendas, que tienen muchos, uno de ellos suele serel de la hermosura. Al menos eso me parece a mí que esconden las leyendascarmelitanas.

Era tan preciado el tesoro legendario, que las reformas o las refundacionesde las órdenes no rompieron nunca con los orígenes ni con las tradicionesque habían alimentado el tronco común primitivo medieval. Más aún, todosse aferraron a los inicios: los conventuales o calzados para recabar su suce-sión legítima, ininterrumpida, que era la personificada en ellos y por ellos;los reformados o descalzos para proclamar que, por el contrario, eran elloslos que recuperaban el espíritu y la letra que casi siempre se materializabaen el rigor como signo de identidad. Unos y otros, sin embargo, se tratara demonjes, de franciscanos, de agustinos, y de los más difícil de clasificar je-rónimos, por citar a algunos, miraban a los santos fundadores. Es lo queaconteció con los carmelitas calzados y descalzos con su modelo (o funda-dor, como antaño se decía) el profeta Elías y con la patrona o madre o her-mana Virgen María del Monte Carmelo (o con ambos a la vez)» 6.

Todas las órdenes antiguas sin excepción también dieron rienda suelta ala fantasía y, al soñar en sus orígenes poco definidos, como fueron las dis-tintas familias agustinas, rellenaron con hechos fantásticos los vacíos histó-ricos débilmente apuntalados. Pero sin duda hay que reconocer que los car-melitas se llevaron la palma: no se anduvieron con pequeñeces cuando tra-

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7. HENDRIKS, R., O. Carm., «La succession héréditaire» (1280-1451), p. 48, citadopor Saggi en Hagiografía Carmelitana, p. 49.

8. La célebre frase en latín era la siguiente: «Tot Sancti (Nova Lege) in Ordine isto[Carmelitarum] fuerunt ut penitus numerari nequeant. Enim vero, si quis stellas cœli dinu-meraret, et ejus Ordinis Sanctos numerare poterit». Cf. SAGGI, L., O. Carm., «HagiografíaCarmelitana» en Santos del Carmelo, Madrid 1982, p. 59.

taron de justificar su antigüedad y se remontaron nada menos que al profe-ta Elías como fundador. De aquí que no hubiera dificultad alguna en expli-car en Occidente cómo aquella orden refundada en Palestina a principiosdel siglo XIII era la misma que la de los Hijos de los profetas, como ya an-tes se ha dicho; sólo era cuestión de etapas o épocas: la Profética (desde laaparición de la Nubecilla a Elías hasta el nacimiento de Cristo); la Evangé-lica griega o bizantina, la Latina y Occidental, a partir de la llegada de loscarmelitas a Europa. Aquí entran, por tanto, figuras de santos de todas lostiempos que fueron asumidas como carmelitas al ser consideradas como es-labones de una misma e ininterrumpida cadena.

III. LAS FUENTES LITERARIAS

El primer carmelita que se preocupó de poner las bases documentales dela propia historia de la Orden fue, como ya quedó apuntado, Juan de Ba-conthorp (†1346) a quien siguió su contemporáneo Juan de Chimineto,doctor por París, quien en 1337 escribió su famoso Speculum Fratrum Or-dinis B. Mariæ de Monte Carmelo; aparte de los textos heredados de susantecesores, aumenta su repertorio con los conocidos pasajes de Casiano ySan Jerónimo, citas que se hallarán en casi todos los siguientes autores:«Nuestro príncipe es Elías, nuestro caudillo es Eliseo, nuestros guías sonlos Hijos de los Profetas que habitaban en el campo y en la soledad», escri-bía San Jerónimo a Paulino. Y lo mismo repetía Casiano: «Es convenienteque el religioso se comporte como sabemos que se comportaban en el Anti-guo Testamento aquellos que pusieron los fundamentos de esta misma pro-fesión: Elías y Eliseo, como lo demuestra la autoridad de las Escrituras»7.

Que los autores carmelitas fueran pródigos en propagar y difundir estasideas nada tiene de extraño, pero lo realmente curioso es comprobar cómootros autores ajenos a la misma Orden pusieran todo su empeño en dar re-nombre al Carmelo como fue el célebre Juan de Trittenheim, abad de Span-heim, más conocido con el nombre latinizado del Abad Tritemio, quien, re-firiéndose tan sólo a los santos del Nuevo Testamento, llegó a afirmar en suobra De laudibus (Colonia, 1494): que «fueron tantos los hermanos santosde esta Orden en la ley de gracia que es imposible contarlos, como imposi-ble es contar las estrellas del cielo»8.

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9. Ibíd., p. 106. La versión española la hizo el exclaustrado P. Juan A. Torrentes, O.Carm., con el título de Glorias del Carmelo, con interesantes adiciones, en Palma de Ma-llorca 1860.

10. SANTA TERESA, J. de, OCD, Flores del Carmelo. Vidas de Santos de nuestra Se-ñora del Carmen, Madrid 1677. Existe otra edición de Ed. de Espiritualidad, Madrid 1948,corregida y aumentada por el P. Dámaso de la Presentación, OCD.

Pero no es necesario remontarse a aquellos tiempos medievales; en el si-glo XVII un conocido jesuita llamado José Andrés, profesor en el Colegiode Zaragoza y calificador del Santo Oficio, escribió un libro en latín titula-do Decor Carmeli que se tradujo al castellano dos siglos después rebauti-zado con el nombre de Glorias del Carmelo y que muchos de nosotros he-mos leído en nuestra época de formación. «El autor se declara carmelitapor amor y convencimiento, aunque no lleve su hábito. Llama a San Elíaspadre y fundador de la Orden Carmelitana, la cual ha sido el arquetipo so-bre el que se han modelado las demás reglas y constituciones; todos los fi-lósofos que han asombrado al mundo han bebido en la fuente del Carmelo.Los Carmelitas recorrieron con los Apóstoles el mundo entero y fueronellos los primeros maestros de todos los pueblos; vinieron también a Espa-ña acompañando a Santiago y fueron consagrados obispos»9.

Y hasta mediados del siglo XVIII tendremos a D. Francisco Colmenero,otro sacerdote amante de la Orden, quien publicará El Carmelo Ilustrado(Valladolid, 1754), y será el que difunda tanto por España como por Ibero-américa la devoción a los santos etíopes Ifigenia y Elesbán, como en su lu-gar veremos.

De los numerosos hagiógrafos propios de la Orden, nos limitamos a ci-tar a los dos más conocidos como son el descalzo P. José de Santa Teresa,OCD, y el P. Simón Besalduch, O. Carm. El primero publicó en 1677 suFlores del Carmelo. Vidas de Santos de nuestra Señora del Carmen, Ma-drid, 167710. Da su licencia el Rvmo. P. Fr. Silvestre de la Asunción, «Ge-neral de los Religiosos Descalzos de nuestra Señora del Carmen, de la Pri-mitiva Observancia, de acuerdo con nuestro Definitorio». El general mati-za el título concretando que se trata de los santos «de quien reza la Reli-gión».

Después de una grandilocuente introducción de cuán agradecidos debenser los hijos respecto a sus padres y los discípulos de sus insignes maestrocomo de singulares ejemplos para alcanzar la santidad, escribe nuestro His-toriador General de la Orden Descalza que «la conformidad y semejanza dela profesión en que han de convenir el Maestro y los Discípulos, y el exem-plo de las obras virtuosas que les enseña, es la mejor disposición para quelos deseos de aprender se den por más obligados».

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11. SANTA TERESA, J. de, OCD, Flores del Carmelo. Prólogo.

«Con este mismo dictamen, la primera Regla escrita que el año de 412 nosdio el V. Juan Silvano Nepote, Obispo de Jerusalén, después de haber sidoAbad en el Carmelo, fue sacada de la vida y acciones de nuestro Padre SanElías y demás hijos de los profetas hasta que llegó su sucesor San Juan Bau-tista, juzgando que con imitar la vida de los primeros Padres de la Religión,llegarían con más brevedad a ser santos. Estos ejemplares y otros que hatenido la Religión en diferentes edades ofrezco en el lienzo y árbol de esteLibro por flores de nuestro Carmen y que han dado tantas fragancias de san-tidad a la Iglesia, de quien ha merecido la pública veneración y aplauso»11.

Y el incansable P. Simón Besalduch, el último que nos trasmitió todaslas hermosas leyendas ya en pleno siglo XX, totalmente convencido de quecuanto con tanto afán y entusiasmo transcribía para los hijos del Carmeloera no sólo para creerlo, sino para imitarlo y vivirlo como auténticos mode-los de santidad, sin duda que hizo despertar en más de un novicio y novicialos fervores propios de aquella edad y etapa de la vida religiosa; incluso alos mayores nada se les podía objetar porque lo habían creído a pies junti-llas y ponerlo en entredicho era algo así como tener dudas de fe.

IV. SANTOS LEGENDARIOS DEL SANTORAL CARMELITA

De tales historias surgieron los Santorales que se inician a partir del si-glo XIII por litúrgico imperativo; a mediados de este mismo siglo ya se dis-pone del Proprium Sanctorum Carmelitarum. Los primeros Ceremonialesy Rituales que se conocen son los de 1263 y 1294; en el de 1312 apareceasumido el rito franco romano, que fue el que se llevó a Palestina durantelas cruzadas y base del llamado rito jerosolimitano, propio del Santo Se-pulcro, justo el que la Orden del Carmen adoptó y practicó como propiohasta el Vaticano II. En la misma Regla ya se indica que se rece «secundumconstitutionem sacrorum patrum et Ecclesiæ approbatam consuetudinem»(art. 11), y así lo comenzaron a practicar los carmelitas en Tierra Santa en elsiglo XIII.

En el siglo XIV aparecen incluidos los santos considerados como pro-pios de la Orden (Ordinis nostri) de cuyas biografías se hacía lectura en elbreviario; en el de Bruselas de 1480 ya se rezaba incluso de San Longinos,de San Alejo y de Sta. Gertrudis; hasta un siglo más tarde no se hace unaprofunda revisión, estableciéndose total uniformidad en toda la Orden; seeliminan santos ajenos y se introducen no pocos legendarios, perosupuestamente vinculados con el Carmelo tales como San Cirilo de Alejan-

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12. Cf. Dizionario Carmelitano, ed. italiana, Roma 2007, pp. 773-775.

dría, San Hilarión, San Cirilo de Jerusalén y otros de quienes haremos bre-ve mención12.

En la tradición de la Orden, especialmente a partir del siglo XV, surgennumerosas historias formando parte de una ininterrumpida cadena que, par-tiendo desde el mismo Profeta, alcanzaba hasta la fundación jurídica de laOrden del Carmen en el siglo XIII. Partiendo de la famosa Nubecilla elianacomo prefiguración de la Inmaculada Concepción (la Virgo Paritura) se vatejiendo toda una tierna y deliciosa historia que denota una cercana fami-liaridad de los carmelitas respecto a la vida y antecedentes al nacimientodel Redentor reflejada en una temprana iconografía.

En el Museo Lázaro Galdiano de Madrid se muestra una tabla flamen-ca, obra de Pierre van Lint, que formaba parte de un retablo del conventocarmelitano de Malinas en el siglo XVII y que representa la historia deSanta Emerenciana quien, según la tradición, quiso consagrarse a Dios enel Monte Carmelo a imitación e los monjes, los Hijos de los Profetas, peroel Señor le hizo ver que ella estaba destinada a ser la bisabuela del Mesíasprometido y así se nos muestra a la santa cómo de su costado brotaba unarama, la del árbol de Jesé, de la que nacería Ana, la madre de María Virgeny Madre de Jesús.

El “Speculum Carmelitanum” del P. Daniel de la Virgen María (Amberes, 1680), recoge las antiguastradiciones del Carmelo, casi todas legendarias

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13. MARTÍNEZ CARRETERO, I., O. Carm., «La Virgen de los Carmelitas», en Esca-pulario del Carmen, 102 (2005) 30-31.

La escena está situada en el Monte Carmelo, junto a la fuente de Elías,entre ángeles y monjes carmelitas. Es curioso observar cómo la genealogíadel Salvador se hace mediante sus ramas femeninas. En efecto, Emerencia-na, casada con Estolano, será la madre de Ana y Esmeria, progenitoras a suvez de María e Isabel quienes engendrarán respectivamente a Jesús y aJuan el Precursor. Deliciosa la escena en la que ambas mujeres suben alMonte Carmelo para mostrarles a los monjes el fruto de sus entrañas y dargracias con ellos porque la promesa prefigurada en la Nubecilla se ha cum-plido; los carmelitas reciben a los santos infantes acompañados de sus ma-dres y abuelas bajo cruz alzada, ciriales incluidos. La tabla se conserva enel Museo de Frankfurt13. Que la Sagrada Familia hiciera parada obligada enel Monte Carmelo en su Huida a Egipto y que el Niño Jesús jugara con losmonjes a su vuelta nos indica qué grado de credibilidad merecían aquellashistorias que tanta ternura despertaba entre sus ingenuos lectores.

No es de extrañar, por tanto, que los carmelitas recrearan las escenasemanadas principalmente de los apócrifos, bajo su propio punto de vista.En el convento del Buen Suceso de Sevilla y procedentes de la antigua Ca-sa Grande del Carmen (hoy Conservatorio de Música), se guardan algunoslienzos que decoraban el claustro principal sobre la Historia de la Orden,debidas en gran parte al pintor Andrés Rubira; en alguna de ellas se nosmuestra sin rubor cómo los carmelitas se hallan presentes entre María y losApóstoles en la escena de Pentecostés y asisten afligidos a la muerte de laVirgen.

V. SANTOS PRIMITIVOS

5.1. San Agabo (s. I dC)

Tal vez el más antiguo de todos estos santos, aparte de San Juan Bautis-ta considerado como eremita del Monte Carmelo antes de predicar le veni-da del Mesías junto al Jordán, hemos de citar a San Agabo, santo totalmen-te legendario que en el pasado se tuvo siempre como monje carmelita. En-tre otros será el beato Bautista Mantuano quien en su Parthenices Marianærecoja la por otra parte hermosa leyenda de la no florecida vara entre lospretendientes a esposo de la Virgen; sólo floreció la del justo varón José, dela tribu de Jacob. Defraudado el santo varón pretendiente de la mano deMaría de Nazaret, Rafael le representa rompiendo la vara, lo mismo quehace Murillo en un cuadro que figuraba en el Carmen Casa Grande de Se-

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14. BESALDUCH, S., O. Carm., Flos Sanctorum del Carmelo. Cien vidas selectas deSantos, Beatos, Venerables y Siervos de Dios carmelitas, Barcelona 1951, pp. 312-313.

15. COLMENERO, F., Pbro., El Carmelo Ilustrado, Valladolid 1754.

villa y que hoy se encuentra en el Wallace Collection de Londres. El jovencandidato a ser esposo de la Virgen decidió retirarse como ermitaño alMonte Carmelo donde se santificó entre aquellos santos monjes.

5.2. Santa Ifigenia (s. I dC)

Tanto esta santa africana como su compañero y compatriota etíope SanElesbán se introducen en la hagiografía carmelitana de España por mediodel sacerdote vallisoletano al que antes nos hemos referido.

Hija del rey de Etiopía en el siglo I d. C., la vida de Sta. Ifigenia se en-cuadra, según la leyenda, dentro del episodio del apóstol Felipe y el Eunu-co de Candaces, ministro de la reina de Etiopía (Hech 8, 27-40). Tal episo-dio le abriría las puertas al apóstol San Mateo para evangelizar el míticoimperio; la princesa Ifigenia sería entonces adoctrinada directamente por elapóstol y bautizada en la nueva fe.

«Un día, estando en oración, le reveló Jesucristo que sería de su agrado seconstituyese ella en algo así como capitana y generalísima de un ejército devírgenes», fundando un monasterio, escribe el P. Besalduch. También SanMateo se hallaba interesado en tal proyecto, por lo que fue él mismo «quienle impuso el hábito de carmelita, según lo vestían los santos moradores delCarmelo… Había con el Apóstol algunos monjes del Monte Carmelo queeran coadjutores en la predicación y fueron los que dieron a la naciente co-munidad de religiosas las mismas normas de vida según el espíritu de Elíasque se observaba en el Monte Carmelo».

Ya tenemos, pues, a las monjas carmelitas fundadas mucho antes de queaparecieran Juana de Tolosa, Francisca d’Amboise o Teresa de Jesús, y enla misma tierra de aquel santo Monte. Y santamente vivió en el monasteriocomo dechado de virtud y ejemplo para sus monjas; desde aquel recinto sa-cro sirvió a los intereses de su tierra, Etiopía, hasta su muerte acaecida el 21de septiembre por los años 46 de nuestra Era, «porque en dicho día se hacemención de ella en el martirologio romano»14.

Se cuentan multitud de milagros que en el siglo XVIII recoge el ya cita-do Francisco Colmenero en una conocida obra15; su popularidad se exten-dió bien pronto no sólo en España sino por tierras de Brasil y de la Améri-

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16. COLMENERO, F., Pbro., «El Carmelo Ilustrado», Valladolid,1754, citado por el P.Besalduch, en su Flos Sanctorum del Carmelo, pp. 331-332.

ca hispana. Conocemos algunas imágenes que aún se veneran en ciertos lu-gares como en la iglesia del Carmen de Cádiz, junto con San Elesbán, am-bos vestidos de carmelitas descalzos, también en el Carmen de Antequera yen el de Écija, antiguos templos de carmelitas, siendo patrona en la actuali-dad de un pueblecito peruano no muy lejos de Lima. La conocida Herman-dad de los Negritos de Sevilla lleva sobre el paso de palio de Ntra. Sra. delos Ángeles un hermoso altorrelieve en plata de esta santa africana.

5.3. San Elesbán (†540 Ca.)

Aunque dispares en el tiempo pero muy cercanos en cultura, raza y na-ción, este santo también de raza negra va indisolublemente unido a SantaIfigenia, formando una inseparable pareja de carmelitas iconográficamentemuy típica y simpática. A ambos etíopes se les representa con una pequeñaiglesia sobre sus manos, como símbolo de su condición de fundadores, en-vueltos los dos en sus amplias capas blancas de ermitaños del Carmelo.

«Por lo que mira a las vidas de San Elesbán y Santa Ifigenia fue el motivode ponerlos juntos en esta obra el haber llegado a mis manos, con motivo delas Misiones que me han oído los portugueses, un tomo en folio, impreso enLisboa el año de 1735, escrito con la más copiosa erudición por el Rvmo. P.Mtro. Fr. José Pereira, Carmelita y Doctor por la Universidad de Coimbra,que titula Los dos Athlantes de Etiopía, San Elesbán y Santa Ifigenia, obrarecibida con estimación por los doctores y universalmente aplaudida. Por elConsejo (de la Corte) la aprobaron el Rvmo. Padre Antonio del Sacra-mento, dominico…», y un sin fin de esclarecidos clérigos portugueses queel autor cita, refrendando que «todos magnifican con especiales alabanzasla solidez y erudición de este copioso trabajo en el que encontré un abun-dante tesoro que me franqueó las más selectas preciosidades que pudieradesear para formar el compendio de las Vidas de unos santos que han obra-do y obran muchos milagros, deseando que, así como en Portugal y en otrospaíses se ha extendido felizmente su devoción, así se logre el que en lasCastillas se dilate el culto y veneración de estos portentosos santos»16.

Ya sabemos, por tanto, la fuente bibliográfica de donde corrió tan aprisaesta devoción por las tierras del sur, especialmente por Sevilla y Cádiz. Y losingular del caso es que, justo en ese mismo año de 1735, se publica en Se-villa la obra del citado carmelita Frei Joseph Pereyra de Santa Ana, O.Carm., titulada Os Dois Atlantes de Etiopía. Santo Elesbão e Santa Efigé-

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nia, obra que sería reeditada en 1736 y 173817. Lo cual nos induce a pensarque también este escritor carmelita debió influir directa y notablemente en-tre sus hermanos carmelitas españoles.

Nació Elesbán en Auxume, la capital del entonces mítico imperio etíopefundada por la reina Sabá; la fe cristiana les llegó a los habitantes de estereino por medio del Apóstol Felipe, como ya se dijo al tratar de Santa Ifi-genia, pero fue a principios del siglo VI cuando se desenvuelve la vida deElesbán, hijo primogénito del rey Tacena a cuya muerte heredó el trono y latradición de una arraigada fe cristiana; su escudo era el de un león orlado dela siguiente leyenda: Vicit Leo de Tribu Juda. «Con estos blasones, el leóny la cruz, su valor de guerrero y la firmeza de su fe, fue el timbre de losguerreros hijos de Judá, como lo es de los hijos de la Iglesia la santa cruz»,recoge de sus biógrafos el P. Besalduch18.

Las proezasdel valiente y joven guerrero narradas por el autor al que re-mite el citado carmelita en su Flos Sanctorum son de una tan deliciosa fan-tasía que muy bien podrían compaginarse con las aventuras mil veces con-tadas del popular Harry Potter. Y si bien se ha dicho que la leyenda no es si-no la poesía de la historia, aquí bien puede compaginarse lo uno con lootro. Porque el singular príncipe Elesbán no sólo tiene ocasión de librar du-rísimas batallas contra los enemigos de su imperio, especialmente contra elhebreo apóstata y rey de Arabia Petrea Dunam, sino que tiene ocasión devisitar los conventos carmelitas de Fara, corte de Dunam donde estaba en-terrado San Sabas (†520), General que había sido de los Carmelitas, comotambién los del Oreb y el Sinaí, «donde habían sido asesinados 38 religio-sos que allí residían».

Aquel victorioso rey-emperador de Etiopía, tras las cruentas y durísimasbatallas libradas contra el apóstata Dunam, decide renunciar públicamentea la corona y a su condición real, y así lo hace en plena catedral de Auxu-me; la consternación de sus fieles súbditos fue general y mucho más cuan-do anunció «trocar la púrpura imperial por el hábito de religioso carmeli-ta… Cambiada la regia vestidura por el hábito de la Reina y Emperatriz delCarmelo, y el pomposo nombre de Su Imperial Majestad por el de FrayElesbán, se acomodó en su humilde celdilla y emprendió la carrera de lossantos mediante la observancia monástica»19.

Larga y fecunda vida de este singular etíope que alcanzó incluso las ór-denes sagradas del sacerdocio; su vida de penitente, de retirado monje y de

17. Sobre este prolífico autor de tan gran influencia en Portugal véase VELASCOBAYÓN, B., História da Ordem do Carmo em Portugal, Lisboa 2001, pp. 446-447.

18. BESALDUCH, S., Flos Sanctorum, p. 334.19. BESALDUCH, S., O. Carm., Flos Sanctorum del Carmelo, pp. 337-339.

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20. SANTA TERESA, J. de, OCD, Flores del Carmelo, pp. 82 y 88.

apostolado le fueron modelando como un ejemplar carmelita que avergon-zaba a sus propios compañeros de comunidad, algo que nos recuerda al es-te sí auténtico e histórico beato Nuño de Santa María de tan singular exis-tencia. Murió santamente, como no podía ser menos, el 27 de octubre de unaño incierto entre los de 530-540, alrededor de los 40 años de edad. Se lerepresenta con una espada convertida en cruz, símbolo de sus batallas li-bradas en nombre de su fe, con la corona imperial a sus pies a la que habíarenunciado. En todos los lugares en los que se le rinde culto y representa,siempre va junto a su compatriota Ifigenia.

VI. SANTOS PONTÍFICES Y PATRIARCAS

6.1. San Telesforo papa (†154)

«Gozoso se muestra hoy el Sagrado Monte Carmelo pues, secundando conel patrocinio de la Santísima Virgen, comienza a dar flores de sus cumbrespara adornar la Tiara de la Iglesia. Ya descendiendo de Galaad las cabrasmísticas que pastoreó el grande Elías y al principio de la predicación delEvangelio, fueron coadjutores de los Apóstoles, da sucesores y Padres quegobiernen sus Cátedras y Sillas, pues corriendo el año de 142 subió nuestroPadre San Telesforo, hijo de Elías y criado en su profesión, a la suprema Si-lla de San Pedro». Y como refrendo documental de todos sus asertos, elhistoriador descalzo trae a colación a San Dámaso quien escribió su vida.«En sus Anales la refiere el Cardenal Baronio, y nuestro Lezana. Y el P.Fray Segero Paulo, carmelita coloniense y varón doctísimo, la escribió eilustró con grandes notas, la cual a los cinco de enero la trae en su primer to-mo de los hechos de los Santos el P. Juan Bolando»20.

Pero será el P. Besalduch quien nos dará una plástica pincelada recor-dando que las Carmelitas Descalzas de Monte Carmelo tenían en su temploconventual una pintura mural que, si bien no era de gran mérito artístico,«no por ello deja de ser un monumento más de las venerandas tradicionesde la Orden». Y nos lo describe así:

«Nuestro biografiado San Telesforo es el personaje central y aparece vesti-do de Sumo Pontífice, con su tiara, cruz papal, palma verde y un libro en lasmanos rotulado con las glorias de su pontificado. A la derecha tiene a SanCirilo de Alejandría, con los hábitos y atributos de Patriarca y un rótulo conel dogma de la Maternidad divina de la Virgen que él defendió y proclamócomo dogma de fe en el Concilio de Éfeso, en calidad de Legado del Papa

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San Celestino I. A la izquierda campea el penitente San Hilarión, vestido demelota y palio (túnica y capa blanca), con luenga y descuidada barba, toca-da la cabeza con el capucho de la clásica cogulla, y en la mano derecha unacalavera, como si estuviera leyendo en un libro abierto lleno de realidad yde verismo, ya que summa philosophia consideratio mortis est».

No cabe la menor duda de que el P. Simón, ya en aquellos años cincuen-ta, preveía no sin cierta nostalgia, que todo aquel mundo de leyendas y fan-tasías trenzadas en torno al Carmelo y a los Hijos de los Profetas se iba adesmoronar bien pronto ante la mordaz e implacable crítica de la historio-grafía moderna que ya se acercaba.

El Liber Pontificalis afirmaba que durante el pontificado de San Teles-foro, al que fue elevado en el año 142, había instituido el ayuno cuaresmale introdujo la costumbre de poder celebrar tres misas el día de Navidad (amedianoche, al alba y en pleno día) con el canto del Gloria in excelsis Deo,afirmaciones que se recordaban con sumo gozo en las lecturas del brevia-rio, y de ahí que se le represente con un cáliz y tres formas sobre el mismoen señal de tan graciosa concesión. Se dice que murió degollado por lasdesatadas turbas romanas el año 154, razón por la que también se le repre-senta con la palma del martirio, una gloria más añadida a su pontificado.

Su fiesta se celebraba litúrgicamente en la Orden el día 19 de enero conrito de doble menor de segunda clase, pero en la reforma efectuada en 1972se suprimió tal conmemoración al ser considerado como santo ajeno a laOrden, muy anterior a la fundación de la misma; su biografía pertenecemás al género de la fantasía que al de la historia real. Una colosal imagenenmarcada dentro del gran retablo del Carmen de Antequera, obra de Anto-nio Primo, le representa con aires barrocos y de gran elegancia, portando elcáliz con las tres clásicas formas eucarísticas.

6.2. San Dionisio papa (†272)

«Dionisio, imitando a aquellos santísimos capitanes del Instituto Monásticoquienes, abandonando el bullicio de las ciudades construían su celdas cercade las riberas del Jordán y se alimentaban con hierbas silvestres, profesópor algún tiempo la vida anacorética o monástica, y de allí fue elevado alsumo pontificado».

Así se hacía constar en el antiguo breviario carmelita hasta tiempos muyrecientes en el que se decía que «desde la soledad del yermo fue elevado ala categoría papal», aunque no constaba cuántos años pasaron desde quesalió de Siria, «donde observaba con gran perfección el método de vida de

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21. Ibíd., p. 1.22. BESALDUCH, S., Flos Sanctorum, pp. 302-305.

los Hijos de los Profetas Elías y Eliseo» hasta su elección como pontífice.Tanto en la oración colecta de la santa misa como en el calendario propiode la Orden se utilizaba la fórmula de “Papa y Carmelita Ordinis nostri”.

El P. José de Santa Teresa da comienzo a su desfile de santos con la Vi-da de Nuestro Padre San Dionisio Papa que se celebraba en el santoral car-melitano el día 19 de enero. Y empieza diciendo:

«No se puede negar, como dice el Cardenal César Baronio, haber sido el Mo-nacato en la Iglesia del Señor Seminario de santísimos prelados, pues de susceldas y claustros salieron infinitos monjes a ocupar sus mitras y su tiara, segúnescribe San Atanasio a Draconcio… Esto se muestra bien en nuestro Padre SanDionisio que, de las soledades del Carmelo y del Jordán, fue el primero de losmonjes cenobitas que ocupó la silla Apostólica. […] Nuestra Religión lo cele-bra este día como a santo propio por los títulos que luego presentaremos»21.

Pero la razón principal por la que San Dionisio Papa fue considerado yvenerado en la Orden como santo carmelita es porque en el autorizado Li-ber Pontificalis se afirmaba con toda rotundidad que Dionisio, antes de serelegido sumo pontífice, había practicado la vida monástica; en el siglo XVIse le consideró como “ermitaño carmelita” y como tal fue incluido en el ca-tálogo de la Orden.

«La iconografía lo pinta y esculpe desde los más remotos tiempos hastanuestros días vestido con el hábito carmelita», nos informa e P. Besalduch.«Así consta por unas pinturas en tablas antiquísimas que se conservaban enBruselas, Verona, París, Venecia y Roma, conforme escribe Pedro Lucio enla Vida del santo. Otro tanto aparecía en las planchas de cobre, tambiénmuy antiguas, que poseían los carmelitas descalzos de Salamanca, segúnescribe nuestro Alegre de Casanate».

Como pontífice es alabado nada menos que por los grandes santos Ata-nasio y Basilio quienes hicieron uso de sus propio escritos a fin de probarcon mayor contundencia la divinidad de Jesús tan atacada y cuestionada enaquellos primitivos tiempos. «Tanta era la fuerza de sus argumentos y laelegancia de sus escritos»22.

Murió San Dionisio en Roma el 26 de diciembre de 272. Su conmemo-ración litúrgica se celebraba primero el día 19 de enero y más tarde se tras-ladó al 30 de diciembre con rito menor de primera clase. En la reforma delcalendario carmelita efectuada en 1972 se suprimió sencillamente porquesu vida era anterior a la propia fundación de la Orden «y, por tanto, su per-

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23. Dizionario Carmelitano, p. 239.24. BOAGA, M., O. Carm., «Cirilo de Alejandría, santo obispo y doctor de la Iglesia

(370-444ca») en Dizionario Carmelitano, p. 141.

tenencia a la misma se consideró puramente fantástica», se escribe en el re-cientemente publicado Dizionario Carmelitano23.

6.3. San Cirilo de Alejandría (370ca.-444)

«Dado que en las lecturas litúrgicas del Breviario Romano se afirmabade él que “había estado en el Monte Carmelo y allí en compañía de otrossantos varones que sobre el mismo moraban llevó por un tiempo una vidade cielo”, fue también erróneamente considerado como carmelita, y en elsiglo XV fue confundido con otra figura legendaria también venerada co-mo carmelita, Cirilo de Constantinopla». Su fiesta se celebraba en el sigloXVIII el día 28 de enero y después se trasladó al 9 de febrero24.

A pesar de todo fue un santo de gran popularidad entre los carmelitas,figura que no faltaba nunca entre los grandes patriarcas y la alta jerarquíaque la Orden había dado a la Iglesia tales como San Telesforo, San Dioni-sio, San Pedro Tomás, San Andrés Corsini, etc. Así aparece en el grandiosoretablo del Carmen de Antequera (Málaga) al que ya antes nos hemos refe-rido, obra del maestro entallador antequerano Antonio Primo, una auténticaGloria de Bernini en madera de pino rojo, obra terminada en 1747; en

San Cirilo de Alejandría, considerado ya en el s. V como carmelita, preside el Concilio de Éfeso de 431

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25. MARTÍNEZ CARRETERO, I., O. Carm., «Santi del “legendario” carmelitano» enDizionario Carmelitano, edición italiana, Roma 2007, pp. 461-465.

26. STARING, A., O. Carm., «Cirilo de Constantinopla, santo», en Santos del Carme-lo, pp. 271-272.

cuanto a su imaginería se sabe que el escultor lucentino José de Medina ta-lló los santos carmelitas de elegantísima traza.

Aparece como santo obispo y doctor de la Iglesia; su magna empresa lallevó a cabo como Patriarca y Presidente del Concilio de Éfeso celebradoen el año 431. Gran defensor de la maternidad divina de María, los carme-litas lo veneraron siempre como campeón de la más privilegiada condiciónde María. Y así se le representa en un magistral lienzo que perteneció alColegio de San Alberto de Sevilla, obra de Meneses Osorio, y que hoy senos muestra en el Museo Provincial de Bellas Artes de Sevilla.

En este precioso lienzo aparece el santo patriarca presidiendo la magnaasamblea conciliar con la Virgen del Carmen al fondo, según la tipologíamurillesca de Virgen sedente, mientras que otro carmelita le asiste en las ta-reas conciliares. Durante la época del barroco en España también se lerepresenta de pie con el hábito carmelita, portando el palio y la cruz pa-triarcal en forma solemne, a semejanza del que pintó Zurbarán para el mis-mo Colegio de San Alberto sevillano25.

6.4. San Cirilo de Constantinopla (†1224)

«Figura de existencia puramente literaria», escribe el P. Staring. «Gozó degran fortuna en el ámbito de la tradición joaquinita en la Orden franciscanay en la carmelitana desde el siglo XIII al XVI. Presbítero y ermitaño delMonte Carmelo, habría recibido de manos de un ángel que se le apareciódurante la Misa dos tablas de plata con las inscripciones proféticas en ca-racteres griegos que él habría traducido al latín y enviado después al abadJoaquín de Fiore (†1202) del cual habría recibido una carta de respuesta.Estas profecías conocidas como Oraculum angelicum y tenidas en gran es-tima por los Espirituales, fueron comentadas por Juan de Rupescissa (1350)y Telesforo de Cosenza (1386). Una carta de Cirilo a Eusebio, prior deMonte Neroi junto a Antioquía, fue divulgada después de 1378 por el car-melita Felipe Ribot. Juan Grossi, hacia 1400, le enumera entre los Genera-les de la Orden Carmelitana, como el segundo en su Viridarium y como eltercero en su redacción del Catalogus Sanctorum. Acerca de la vida de Ciri-lo florecieron más tarde otras noticias completamente legendarias… En1399 el Capítulo General de los Carmelitas lo propuso como Confesor yDoctor a la veneración de los fieles», nos dice el P. Staring26.

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27. SANTA TERESA, J. de, OCD, Flores del Carmelo, p. 607.28. BESALDUCH, S., O. Carm., Flos Sanctorum del Carmelo, p. 296.

Ni que decir tiene que tanto el P. Besalduch como el P. José de Santa Te-resa le dedican páginas y páginas loando sus virtudes y contando prodigiosen sus respectivas hagiografías. Su fiesta se celebraba el día 6 de marzo.

VII. SANTOS ERMITAÑOS

7.1. San Espiridión (†348)

«Las historias y vidas de los varones santos y generosos, dice Simeón Met-hafraste, traen inmensa utilidad a las almas porque no sólo las desnudan detoda imperfección sino que las disponen y enriquecen de virtudes, y singu-larísima es entre las demás la de nuestro Padre San Espiridión, pues nos datodas estas utilidades en compendio», nos dice el P. José de Santa Teresa ensu habitual tono moralizante. «Juntó Dios en este Santo las maravillas comolas virtudes de muchos: la sencillez de Jacob, la mansedumbre de David, lahospitalidad de Abraham y las prendas de otros ilustrísimos patriarcas paraque, unidas todas compusiesen un S. Espiridión en quien gozase la Iglesiauna fiesta de todos los santos y la Religión Profética se gloriase en tenerlepor hijo y Padre suyo», completa el biógrafo27.

Se dice que nació en Chipre hacia el año 270. Fue pastor de sus propiasovejas como hacendado, y muy joven aún sus padres le destinaron al santoestado del matrimonio en cuyo seno le nació una hija que se llamó Irene.Años más tarde, al morir su esposa, sintió la llamada al monacato. «Desdeel primer momento puso su pensamiento en los solitarios del Carmelo, cu-ya fama de santidad se extendía por doquier». Decidido a formar parte deaquel grupo de ermitaños, vendió cuanto tenía repartiéndolo a los pobres,una vez que había dotado económicamente a su propia hija e instalado enun monasterio de santas vírgenes. «A la luz de documentos y monumentos,las tradiciones de la Orden sitúan a San Hilarión entre los más ilustres soli-tarios del Carmelo de los primeros siglos del Cristianismo», escribe el P.Besalduch28.

«Libre ya de todos los impedimentos del mundo –prosigue diciendo el au-tor citado–, emprendió la marcha por rutas de peregrinos y solitarios. Pri-mero visitó los Santos Lugares y luego subió al Monte Carmelo. Recibidoel hábito de monje y, afiliado al instituto eliano, llegó a ser modelo de todaslas virtudes de tal modo que se hizo terrible a los demonios, admirable a losángeles y casi inimitable a los hombres; así lo escriben sus biógrafos».

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Siguiendo a dichos biógrafos, el P. Simón nos cuenta que vivió ochoaños en el Monte Carmelo; de aquel tiempo nos habla un tal Rufino deAquileya afirmando de Espiridión que era vir unus ex Ordine Propheta-rum, testimonio que se recogió en el oficio propio que durante muchosaños se incluyó en el breviario carmelita, aprobado varias veces por la Sa-grada Congregación de Ritos, en cuya oración propia se decía: «… Et sicutille religionis a Propheta Elia institutæ fuit fidelis imitator…»

Ante tales testimonios no había más que decir. Luego se hace constarque, como buen y consecuente carmelita, aplicó aquello del contemplataaliis tradere y regresó a su patria chica, Chipre, a fin de predicar la Palabrade Dios a sus propios paisanos. De aquel tiempo las viejas crónicas nos ha-blan de prodigios y milagros como el hecho de que despertara del sueñoeterno a su propia hija difunta a fin de que le revelara dónde había escondi-do una valiosísima joya que una buen mujer le había dejado en depósito yque constituía todo su capital, como así lo hizo, milagro entre otros muchosprodigios que se recogían en una de las lecturas del viejo breviario carme-lita.

Elevado a la dignidad de obispo en su propia tierra, se dice que fue des-terrado durante la persecución del emperador Maximiano, debiendo exi-liarse en España de cuya sede toledana se hizo cargo hasta que la paz deConstantino le permitió regresar. Asistió al Concilio de Nicea en 325, dis-tinguiéndose por su condena a Arrio, lo mismo que hizo en el Concilio Sar-dicense en 347 en el que se encontró con San Atanasio.

Murió Serapión santamente, tal y como había sido su propia vida, el día14 de diciembre del 348, fecha en la que se conmemoraba su festividad y secelebraba con oficio propio, pero al coincidir con la de San Juan de la Cruz,se trasladó su fiesta al día 16 del mismo mes.

7.2. San Hilarión (†372)

«Habiendo de escribir, dice San Jerónimo, la vida de San Hilarión, in-voco al que moró en su alma, que fue el Espíritu Santo, para que como lallenó de virtudes tan excelentes, me conceda a mí palabras con que puedatan dignamente retratarlas que no salga desigual esta narración a sus he-chos». Y así da comienzo el autor de Flores del Carmelo a la vida de estesanto supuestamente carmelita. Modelo de penitente ermitaño desde los 16años, libró duras batallas con el demonio que no se daba por vencido.

Nace en la ciudad de Tabatha en Palestina, cerca de la conocida Gaza,hacia los años de 292. Solitario penitente desde muy joven, de aquellos

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29. SANTA TERESA, J. de, OCD, Flores del Carmelo, pp. 320-321.

tiempos se cuentan verdaderos prodigios y luchas sin cuartel contra lasfuerzas del mal; su fama en Palestina llegó a ser tan grande y popular comoSan Antonio Abad lo fuera en Egipto, contemporáneos ambos. Murió enChipre el 21 de octubre de 372 a los 81 años; fue modelo de combate espi-ritual. Para los carmelitas era muy importante esta figura por ser el restau-rador del antiguo monacato en Palestina tras las persecuciones de los pri-meros siglos del cristianismo.

El P. José de Santa Teresa confiesa haber utilizado las biografías de SanEusebio de Cesarea y de San Jerónimo, empleadas por el Cardenal Baronioen sus famosos Anales,

«…y de nuestra Religión infinitos escritores de los cuales juntó algunos elMaestro Lezana en los Anales de la Orden, y el P. Coria en su Crónica nosdio su vida en castellano». Fue monje, «y aunque por sola esta razón perte-nezca a nuestra Religión, hija y sucesora del grande Elías a quien aquellosprimeros siglos reconocieron como por primer Padre de Monjes y Anacore-tas, expresamente lo confiesan Laurencio Beyerlinch y otros escritores de laReligión que refiere el P. Lezana…, y como constante tradición de la Ordenla calificó la Iglesia, concediéndonos rezar del como santo propio»29.

Y el P. Basalduch va mucho más lejos pues nos asegura que San Hilarión

«fue uno de los varones santísimos del Instituto que Elías fundó en el Mon-te Carmelo porque, no sólo se formó en la Escuela de los Hijos de los Pro-fetas, sino que también fue verdadero monje y morador del mismo MonteCarmelo. Así consta por los catálogos y santorales o calendarios más anti-guos de la Orden de acuerdo con todos los escritores carmelitas y no pocosextraños. En los misales y breviarios de fecha más remota se titula su fiestacon los dictados de Patris nostri y Ordinis nostri. Hoy en día en el Oficio di-vino se rezan las mismas lecciones del segundo nocturno que se rezaban enaquellos tiempos, las que repetidas veces fueron aprobadas por la Sgda.Congregación de Ritos». Y esto lo escribía el P. Besalduch en 1951.

De todos estos anacoretas existe una buena colección de pinturas en elextinguido convento de carmelitas descalzos de Pastrana (Guadalajara), tanimportante cenobio en los principios de la descalcez y en la actualidad con-vento de franciscanos; son lienzos del siglo XVIII y de no desdeñable cali-dad que fueron restaurados en los años noventa con ocasión del IV Cente-nario de la muerte de San Juan de la Cruz. Eran vivos ejemplos para aque-llos carmelitas que tanto añoraban la soledad del desierto y la vida contem-plativa, iniciada por el P. Baltasar de Jesús y otros notables ermitaños.

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30. Dizionario Carmelitano, p. 468.

Sin embargo, el jarro de agua fría nos lo termina de echar el DizionarioCarmelitano respecto a nuestro tan célebre San Hilarión cuando nos infor-ma de que

«este notable abad, conocido por su admirable y austera vida monástica enPalestina y por su constante búsqueda de soledad, fue confundido durantealgún tiempo con un cierto Hilarión mártir de la Provincia de Tierra Santaque aparece en el catálogo breve de los santos de fines del siglo XIV; acla-rada la distinción entre los dos homónimos ya en el siglo XVI, se le conti-nuó manteniendo erróneamente al santo abad como “carmelita” y se cele-braba en la Orden su memoria litúrgica el 21 de octubre con rito doble desegunda clase»30.

Naturalmente, fue uno de los santos suprimidos en la reforma litúrgicade la Orden de 1972 por su anacronismo respecto a la historia del Carmelo.

7.3. Santa Eufrosina (s. V)

Y por último, aunque en el tiempo le corresponda entre las más anti-guas, hacemos breve reseña de esta original santa que se empeñó en viviren un monasterio de monjes vestida de ermitaño. Extraña figura veneradaen el Carmelo durante mucho tiempo sin haber sido objeto de la más levecrítica ni dudado de su identidad. He aquí cómo nos escribe el pórtico deesta biografía el P. José de Santa Teresa al principio de su biografía:

«Presente tenemos una mujer varonesa a quien la gracia con las obras que leayudó a hacer superiores a las de los varones más robustos, vengó del agra-vio que le hizo la naturaleza formándola en sexo tan frágil». Y después decitar a Homero que se quejaba de que en su tiempo ya la naturaleza estabagastada y no producía gigantes, proseguía diciendo: «Pero de esta menguaestá libre siempre la gracia, porque en todos los tiempos y edades ha produ-cido gigantes en santidad y ánimos varoniles en el sexo frágil de mujeres,con que ha probado que ella se gobierna con fuerzas y leyes más divinas».

A continuación nos cuenta el descalzo que la joven Eufrosina había na-cido en Alejandría de Egipto y queriéndola casar sus padres visitó antes unmonasterio de santos monjes en el que pasó unos días, observando admira-da la disciplina, la austeridad y el orden de aquellos santos religiosos, des-pertándose en ella tales deseos de seguirlos que se decidió a hablar a un ve-nerable anciano de mucha fama a quien confió sus deseos, imposibles de

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31. SANTA TERESA, J. de, OCD, Flores del Carmelo, pp. 109-117. «Estas palabrasregaladas… es muy de mujeres y no querría yo, hijas mías, lo fueseis en nada ni lo parecie-seis, sino varones fuertes», escribía Sta. Teresa en Camino de perfección, 7, 8.

realizar al no existir monasterios de monjas; ambos guardaron el secreto decuanto habían decidido: vivir como santo varón en aquel recinto de hom-bres fuertes, ocultando su condición femenina.

Y con una serie de tretas y aventuras logra ingresar de monje, bien dis-frazada de varón joven y apuesto, disttinguiéndose bien pronto como ejem-plo de virtud heroica y sublime bajo el nombre de fray Esmaragdo. Todaslas novelas de aventuras y enredos quedan pálidas ante esta vida de intriga,a la vez que edificante; ignoramos si el citado autor de esta biografía estabapensando en sus monjas descalzas a las que la misma Santa Teresa las que-ría muy esforzadas y varoniles31. Un inesperado final y piadoso cierra la vi-da de esta mujer que deja al lector una sensación de haber tenido el más be-llo de los sueños.

El caso de esta santa es muy semejante a las vidas legendarias de otrassantas mujeres que se dice se santificaron en monasterios de hombres talescomo fueron Santa Pelagia y Santa Eugenia, muy veneradas también en lospaíses orientales y principios del monacato. Fue durante mucho tiempoconmemorada y celebrada en el breviario, formando parte del santoral car-melita, el día 11 de febrero, aunque más tarde se trasladó su fiesta al 2 deenero con rito litúrgico de doble menor de segunda clase, lo que hoy seríamemoria libre. Como la de otros muchos santos legendarios, la conmemo-ración de Santa Eufrosina también fue suprimida del santoral carmelita enla reforma efectuada en 1972, como igualmente sucedió con su homónimaSanta Eufrasia, de la misma época y de la misma tierra de Egipto.

Et alibi aliorum plurimorum sanctorum martirum atque sanctarum vir-ginum.