Sara y el abuelo

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Analia Moreno

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Sara y el abuelo

Sara y sus profundos ojos verdes, cruzan rápidamente el jardín en sombras. En ese enero agobiante escucha sus propios pasos, se dirige a la cochera, su corazón se acelera, busca las llaves, abre su camioneta y sube. El bolso de mano cae en el asiento como único acompañante. Cierra la puerta, se aferra al volante, gira la llave y prende el motor. Enciende las luces, su deseo es partir hacia otra realidad, La calle está desierta. Emprende su viaje, toma la ruta y por primera vez piensa que necesita un refugio, un lugar donde descanse su razón, su cuerpo y alma.

Sin pensar, sin decidir, sin actuar, por instinto ha tomado el camino que la lleva al Sauce; la casa de su abuelo, aquella casa de la infancia, ¡ cuantos recuerdos!... Hace tiempo que no ve a su abuelo, si la memoria no la traiciona sólo en tres o cuatro oportunidades el abuelo visitó la ciudad por razones de salud, en ninguna de ellas Sara recuerda que haya habido tiempo ni lugar para la intimidad. No ha pedido permiso para este viaje; como es costumbre en la familia, seguro su viaje será un acto de rebeldía como tantos otros.

Doscientos cincuenta kilómetros ha viajado, cincuenta quedan. La ruta está despejada. A la vera, árboles, algúna casa. Aminora la marcha, se detiene junto al surtidor. Carga, emprende la marcha. Amanece. Baja la ventanilla, el aire fresco invade su rostro, la despeja, mientras recorre el último tramo.

Piensa en su abuelo, su carácter hostil y serio acentuado por los años ¿Cómo la recibirá ?

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Toma el camino de tierra, ¡cuántos recuerdos entre espinillos! Le estremece el alma de imágenes pasadas. Su infancia, su adolescencia de cada enero.

El aire puro la invade. Los pájaros que cantan en la inmensidad del cielo. Se acerca, mientras toca bocina, un paisano a caballo. Gorra, bigotes y ojos asombrados. La mira queriendo saber quién es mientras saluda amistosamente.

Llega al pueblo. Las miradas del pequeño poblado la siguen. La forastera todavía no es reconocida. Ha detenido su marcha, para comprar esos ricos bizcochitos de miel en la panadería de don Moreno. Al bajar, un susurro, pronto un rumor “ es Sara la nieta de don Luis Sosa, la hija de Samuel”

Sigue su viaje. El calor de enero la envuelve. Aprieta el acelerador. Aparecen las sierras entre los verdes árboles espinosos. Respira hondo, la perturba la calma ¡ Llega ¡ Sin anunciarse, estaciona bajo el árbol. Aparecen los perros. Salen todos juntos. Sara permanece quieta, relajada, no tiene miedo. Salen los cuidadores a recibirla; entre ellos un hombre que camina lento, pausado; reconoce a su tío Jonás. Una gran sonrisa dibuja su rostro cuando ve que es su sobrina. Ahora tiene que encontrarse con su abuelo. Sigue los pasos de su tio. Entra a la casa tan conocida, tan añorada. Pasa por cada puerta y recuerda cuando jugaba con sus primos. Y allí está su abuelo don Luis. Queda parada, mirando a su querido abuelo poco expresivo, pero feliz de verla.

Sara regresará a su casa. No importan ya sus cuarenta años y un divorcio a cuestas. Ahora tiene unas ganas locas de habitar otra realidad.

Volver, aunque sea por un instante a la casa de su abuelo ha sido el comienzo de este nuevo viaje.