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LA IMPOSTURA DEL PSICOLOGISMO Este artículo pertenece a la tercera parte del libro de Frithjof Schuon, "Résumé de Metaphysique Integrale", dedicado al Mundo del alma. Entendemos por el término "psicologismo" aquel prejuicio de reducirlo todo a factores psicológicos y de poner en duda, no sólo lo intelectual y lo espiritual, en el sentido tradicional de los términos, refiriéndose el primero a la verdad y lo segundo a la vida en ella y por ella, sino también al espíritu humano, como tal, luego su capacidad de adecuación y, con toda evidencia, su ilimitación interna o su trascendencia. Esta tendencia empequeñecedora y propiamente subversiva hace estragos por todos los campos que el cientificismo pretende abarcar, pero su más aguda expresión es sin posible discusión el psicoanálisis; éste es a su vez resultado y causa, como es siempre el caso de las ideologías profanas, como el materialismo y el evolucionismo, de los que el psicoanálisis es una, en el fondo, una ramificación lógica y fatal y un aliado natural. El psicoanálisis merece doblemente el calificativo de impostura, primero porque pretende haber descubierto hechos que eran conocidos en todos los tiempos y que no podían no serlo, y, en segundo lugar, y sobre todo, porque se atribuye funciones de hecho espirituales y se erige así prácticamente en religión. Lo que se llama "examen de conciencia" o, entre los musulmanes, "ciencia de los pensamientos" (ilm al-khawâtir), investigación (vishara) entre los hindúes, con pequeños matices, no es más que un análisis objetivo de las causas próximas y lejanas de nuestras maneras de actuar o reaccionar que se repiten automáticamente sin que conozcamos los motivos reales de ello, o sin que discernamos el carácter real de tales motivos. Ocurre que el hombre comete habitual y ciegamente los mismos errores en las mismas circunstancias, y lo hace porque lleva en sí mismo, en su subconsciente, errores basados en el

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LA IMPOSTURA DEL PSICOLOGISMO

Este artículo pertenece a la tercera parte del libro de Frithjof Schuon, "Résumé de Metaphysique Integrale", dedicado al Mundo del alma.

Entendemos por el término "psicologismo" aquel prejuicio de reducirlo todo a factores psicológicos y de poner en duda, no sólo lo intelectual y lo espiritual, en el sentido tradicional de los términos, refiriéndose el primero a la verdad y lo segundo a la vida en ella y por ella, sino también al espíritu humano, como tal, luego su capacidad de adecuación y, con toda evidencia, su ilimitación interna o su trascendencia. Esta tendencia empequeñecedora y propiamente subversiva hace estragos por todos los campos que el cientificismo pretende abarcar, pero su más aguda expresión es sin posible discusión el psicoanálisis; éste es a su vez resultado y causa, como es siempre el caso de las ideologías profanas, como el materialismo y el evolucionismo, de los que el psicoanálisis es una, en el fondo, una ramificación lógica y fatal y un aliado natural. El psicoanálisis merece doblemente el calificativo de impostura, primero porque pretende haber descubierto hechos que eran conocidos en todos los tiempos y que no podían no serlo, y, en segundo lugar, y sobre todo, porque se atribuye funciones de hecho espirituales y se erige así prácticamente en religión. Lo que se llama "examen de conciencia" o, entre los musulmanes, "ciencia de los pensamientos" (ilm al-khawâtir), investigación (vishara) entre los hindúes, con pequeños matices, no es más que un análisis objetivo de las causas próximas y lejanas de nuestras maneras de actuar o reaccionar que se repiten automáticamente sin que conozcamos los motivos reales de ello, o sin que discernamos el carácter real de tales motivos. Ocurre que el hombre comete habitual y ciegamente los mismos errores en las mismas circunstancias, y lo hace porque lleva en sí mismo, en su subconsciente, errores basados en el amor propio o traumatismos; ahora bien, para curarse, al hombre, debe detectar estos complejos y traducirlos en fórmulas claras, por lo tanto debe hacerse consciente de los errores subconscientes y neutralizarlos por medio de afirmaciones opuestas; si lo consigue, sus virtudes más lúcidas. En este sentido Lao Tzé dijo: "Sentir una enfermedad es no tenerla ya", y la Ley de Manu: "No hay agua lustral comparable al conocimiento", es decir, a la objetivización por la inteligencia. Lo que es nuevo en el psicoanálisis y le da su siniestra originalidad, es el prejuicio de reducir todo reflejo o toda disposición del alma a causas mezquinas y excluir los factores espirituales y, de ahí, la tendencia bien notaria a ver salud en lo que es vulgar, y neurosis en lo que es noble y profundo. El hombre no puede escapar aquí debajo de las pruebas y las tentaciones; su alma está, por lo tanto, forzosamente marcada por una cierta tormenta, a menos de ser de una serenidad angélica, lo que ocurre en medios muy religiosos, o, por el contrario, de una inercia toda prueba, lo que ocurre en todas partes; pero el psicoanálisis en vez de permitir al hombre sacar el mejor partido de su desequilibrio natural, y

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en cierto sentido providencial, y el mejor partido es el que aprovecha para nuestros fines últimos, tiende por el contrario a reducir al hombre a un equilibrio amorfo, un poco como si se quisiera evitar a un pájaro joven las angustias del aprendizaje cortándole las alas. Analógicamente hablando, cuando un hombre se inquita por una inundación y busca el medio de escapar de ella, el psicoanálisis suprimirá la inquietud y dejará ahogar al paciente; o todavía más: en lugar de abolir el pecado, abolirá la mala conciencia, lo que le permite ir serenamente al infierno. Esto no significa que no ocurra nunca que un psicoanalista descubra y suprima un complejo peligroso sin por ello desbaratar al paciente; pero de lo que aquí se trata es del principio, cuyos peligros y errores superar infinitamente la aleatorias ventajas y las fragmentarias verdades. De todo esto resulta que para el psicoanalista medio un complejo es malo porque es un complejo; no se quiere dar cuenta de que hay complejos que honran al hombre o que le son naturales en virtud de su deiformidad y que hay por consiguiente, desequilibrios necesarios y destinados a encontrar su solución por encima de nosotros mismos y no por debajo. Otro error, que en el fondo es el mismo: se admite que un equilibrio es un bien porque es un equilibrio, como si no hubiese equilibrios hechos de insensibilidad o perversión. Nuestro propio estado humano es un desequilibrio, puesto que estamos existencialmente suspendidos entre las contingencias terrestres y la llamada innata de lo Absoluto; no todo consiste en desembarazarse de él. No somos substancias amorfas, sino movimientos en principio ascensionales; nuestro bienestar debe estar proporcionado a nuestra naturaleza total, so pena de reducirlos a la animalidad, lo que precisamente el hombre no soporta sin perderse. Por ello un médico del alma ha de ser un pontificex, luego maestro espiritual en el sentido propio y tradicional de la palabra; un profesional profano no tiene in capacidad ni, por consiguiente, el derecho a tocar el alma más allá de dificultades elementales para cuya resolución basta el sentido común. El crimen espiritual y social del psicoanálisis es, por lo tanto, el usurpar el lugar de la religión o la sabiduría, que es el de Dios, y eliminar de sus procedimientos toda consideración de nuestros fines últimos; es como si, no pudiendo combatir a Dios, la tomara con el alma humana que le pertenece y le está destinada, envileciendo la imagen divina a falta del Prototipo. Como toda solución que esquive lo sobrenatural, el psicoanálisis reemplaza a su manera lo que se ha abolido: el vacío que produce por sus destrucciones voluntarias o involuntarias lo dilata y lo condena a un falso infinito o a la función de pseudo religión. El psicoanálisis, a fin de poder salir a la luz, tenía necesidad de un terreno apropiado, no solo desde el punto de vista de las ideas, sino también del de los fenómenos psicológicos; queremos decir que el europeo, que siempre ha sido cerebral, se ha vuelto mucho más cerebral desde hace dos siglos; ahora bien, esta concentración de toda la inteligencia en la cabeza tiene algo de excesivo y anormal, y las hipertrofias que de ello resultan no constituyen una superioridad, a pesar de su eficacia en cientos campos. Normalmente, la inteligencia debe asentarse no sólo en la mente sino también en el corazón, y debe repartirse por todo el cuerpo, como es el caso de los llamados hombres "primitivos" pero

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mucho más superiores en ciertos aspectos; sea como sea, a lo que queremos llegar es a que el psicoanálisis, en gran parte, está en función de un desequilibrio mental más o menos generalizado en un mundo donde la máquina dicta al hombre su ritmo de vida e incluso, lo que es más grave, su alma y su espíritu. El psicoanálisis ha hecho su entrada más o menos oficial en el mundo de los "creyentes", lo que constituye verdaderamente un signo de los tiempos; resulta de ello la introducción, en la supuesta "espiritualidad", de un método que es contrario a la dignidad humana, y que se encuentra en contradicción con la pretensión de ser "adulto" o "emancipado". Se juega a ser semidioses y al mismo tiempo uno se trata a sí mismo como irresponsable; a causa de la menor depresión causada ya sea por un ambiente demasiado trepidante, ya sea por un género de vida demasiado contrario al buen sentido, se corre al psiquiatra, cuyo trabajo consistirá en inspirarle a uno algún falso optimismo o en aconsejarle algún pecado liberador. No parece sospecharse ni por un momento que sólo hay un equilibrio, el que nos fija en nuestro centro real y en Dios. Uno de los efectos más odiosos de la adopción del psicoanálisis por los "creyentes" es el desaire al culto de la Santa Virgen; este culto no puede menos de molestar a una mentalidad bárbara que se pretende "adulta" a toda costa y se cree en lo trivial. Al reproche de "ginecoloatría" o de "complejo de Edipo" respondemos que como cualquier otro argumento psicoanalítico, no ve el problema, puesto que la cuestión que se plantea no es saber cuál puede ser el condicionamiento psicológico de una actitud, sino al contrario, cuál es el resultado. Cuando nos dicen, por ejemplo, que alguien escoge la metafísica a título de "evasión" o "sublimación" y a causa de un "complejo de inferioridad" o de una "represión", esto no tiene ninguna importancia, ya que ¡bendito sea el "complejo" que constituye la causa ocasional de la aceptación de lo verdadero y del bien! Pero hay esto, además: los modernos, por lo fatigados que están de las dulzuras artificiales que arrastran su cultura y su religiosidad desde la época barroca, trasladan (según su costumbre) su aversión a la noción misma de dulzura y se cierran así, ya sea a toda una dimensión espiritual si son "creyentes", ya sea incluso a toda humanidad verdadera, como lo demuestras cierto culto infantil a la grosería y al estrépito. Por lo demás, no basta con preguntar lo que vale determinada devoción en determinadas conciencias, hay que preguntar también por qué cosa se la reemplaza, puesto que el lugar de una devoción suprimida jamás queda vacío. "Conócete a ti mismo" (Helenismo), dice la Tradición, y también, "quien conoce su alma, conoce a su Señor" (Islam). El modelo tradicional de lo que debería ser, o pretende ser, el psicoanálisis, es la ciencia de las virtudes y los vicios, la virtud fundamental es la sinceridad, que coincide con la humildad: aquél que sumerge en el alma la sonda de la verdad y la rectitud, llaga a detectar los nudos más sutiles del inconsciente. Es inútil querer curar al alma sin curar el espíritu; lo que importa, pues, en primer lugar es desembarazar la inteligencia de los errores que la pervierten, y crear así una base en vistas al retorno del alma al equilibrio; no a cualquier equilibrio, sino a aquél del que lleva el principio en sí misma. Para San Bernardo, el alma

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pasional es "cosa despreciable" y Meister Eckhart nos conmina a "odiarla". Lo que significa que el gran remedio a todas nuestras miserias interiores es la objetividad para con nosotros mismos; ahora bien, la fuente o el punto de partida de esta objetividad se sitúa más allá de nosotros mismos, en Dios. Lo que está en Dios se refleja en nuestro centro transpersonal, que es el puro Intelecto; es decir que la Verdad que nos salva forma parte de nuestra substancia más íntima y más real. El error o la impiedad es la negativa a ser lo que se es.